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MONSTRUOS Y PRODIGIOS EN LA LITERATURA HISPÁNICA MARIELA INSÚA Y LYGIA RODRIGUES VIANNA PERES (EDS.) Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2009 Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de. Agradecemos a la Fundación Universitaria de Navarra su ayuda en los proyectos de investigación del GRISO a los cuales pertenece esta publicación. Agradecemos al Banco Santander la colaboración para la edición de este libro. Derechos reservados © Iberoamericana, 2009 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 info@iberoamericanalibros.com www.ibero-americana.net © Vervuert, 2009 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 info@iberoamericanalibros.com www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-475-9 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-517-2 (Vervuert) Depósito Legal: Cubierta: Juan M. Escudero Impreso en España por Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro. ORNATO Y SIMBOLISMO. EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL SIGLO XVII Ignacio Arellano GRISO-Universidad de Navarra El gran universo de la fiesta barroca1 se despliega en muchas variedades (entradas reales, carnavales, Corpus Christi, júbilos por victorias militares…), entre las cuales resultan especialmente notables las que se organizan por las beatificaciones y canonizaciones, como las multiplicadas en el año de 1622, cuando suben a los altares Ignacio de Loyola, Francisco Javier,Teresa de Jesús, Felipe Neri y el patrón de Madrid, Isidro, y se beatifica a Luis Gonzaga. Es un año triunfal para la Compañía de Jesús. Como apunta Torres Olleta2, se había establecido, al parecer, el tópico de la escasez de santos entre los jesuitas. El P. Balza, por ejemplo, comenta en un sermón de 1619 (beatificación de Francisco Javier): pensaron algunos (no sé con qué tan buena intención) al principio que se comenzó a fundar esa religión que respeto de las demás, que tan pobladas y enriquecidas están de santos, que había de ser la Compañía infecunda y estéril dellos (Balza, Sermón que predicó…, fol. 1v). 1 Ver Díez Borque, 2002. Redes iconográficas. San Francisco Javier en la cultura visual del Barroco, en prensa. Uno de los capítulos se dedica a las fiestas y sus relaciones, con amplios y documentados comentarios, de los que me lucro a menudo en estas líneas, y muchos de cuyos ejemplos uso. La cita de Balza la tomo de Torres Olleta. 2 12 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII En respuesta a juicios semejantes la Compañía exhibe sus mártires y santos, y organiza abundantes celebraciones, que proliferan desde España a la India y desde Portugal a Méjico y Potosí… Las relaciones3 de los eventos permiten evocar ese ambiente, que ya había conocido una previa manifestación en las beatificaciones de Ignacio de Loyola y Francisco Javier, y que reúne sentimiento religioso, ostentación de la nobleza, espectáculos populares y exhibición de ingenios poéticos y artísticos en una fusión admirable de todas las formas de expresión que caracteriza lo que se suele considerar sensibilidad barroca. Resulta imposible describir en detalle los complejos programas iconográficos y simbólicos de las principales procesiones que con pompa extraordinaria y participación de autoridades civiles, aristocracia, clero y pueblo llano mostraban el triunfo de los santos canonizados o beatificados. De todos sus componentes, me ocuparé en este trabajo4 de los monstruos y seres fabulosos que desempeñan distintas funciones en el marco simbólico y estético de los fastos, junto con otras constelaciones alegóricas de vicios y virtudes, signos del zodíaco, partes del mundo o elementos de la naturaleza. La mayor parte de las ocurrencias se insertan en la gran estructura doctrinal que cimenta las celebraciones, es decir, la batalla entre las huestes del bien y del mal, de la religión católica contra la herejía, de Dios y los santos contra el demonio. La representación de este conflicto responde a distintas modalidades. En Méjico, por ejemplo, se formaron dos ejércitos: de una parte la Religión acompañada por la Fe, Esperanza y Caridad y de otra la Idolatría, a quien secundaban la Infidelidad, la Envidia y la Presunción (Méjico, 1622, p. 544). Hicieron su desafío los Vicios contra las Virtudes de San Francisco Javier y se trabó con gran gusto del público una pelea tanto más admirada por ser los protagonistas niños menores de trece años. El desenlace fue el que se podía esperar: los Vicios y sus padrinos vencidos y encadena3 Manejo aquí una muestra que me parece significativa de relaciones de fiestas de beatificación y canonización aunque, naturalmente, no hago un repaso exhaustivo a todas las posibles. Ver la lista de fuentes en la bibliografía final. Hago a lo largo del trabajo re f e rencias abreviadas suficientes para identificar las relaciones cuyos datos completos se recogen en la bibliografía. 4 En otras ocasiones he tratado aspectos diversos de estas fiestas jesuitas: ver Arellano, 2008 y otros trabajos en prensa. IGNACIO ARELLANO 13 dos fueron presentados delante de los santos por sus virtudes antitéticas. En ese torneo simbólico mejicano todos los actores son colegiales, sin que participen las figuras terroríficas que aparecen en otros casos: en efecto, con frecuencia militan en las tropas diabólicas una serie de monstruos que simbolizan los vicios, la herejía, la idolatría o el mismo diablo, propicios además al desarrollo del gran espectáculo y los efectos especiales. Desde este punto de vista constituyen seguramente la parte más asombrosa para el vulgo, exhibiendo una imaginería de animales exóticos y de dragones y sierpes procedentes del Apocalipsis, compañeros de los vestiglos de la fiesta cortesana y de las tarascas del Corpus que provocan la admiración de los espectadores. Un repaso somero a las relaciones de fiestas permiten acopiar innumerables episodios de los santos destruyendo con ingeniosos mecanismos pirotécnicos ídolos y bestias diabólicas, o sometiéndolos con su virtud y la ayuda de Dios. Entremos en materia precisa por una de las fiestas más interesantes en este sentido, la de Goa por la canonización de San Ignacio y San Francisco Javier, que integra una extraordinaria procesión de siete carros triunfales, descritos detalladamente en la Traça da pompa triunfal, impresa en el colegio de San Pablo de Goa en 1624. Cada uno de los carros, entre otros componentes alegóricos, emblemáticos, históricos y bíblicos, lleva unos animales de tracción y otros cautivos, casi siempre sacados del repertorio teratológico. El primero representaba la victoria sobre la muerte, significando los muchos muertos que los santos resucitaron milagrosamente: iba tirado por dos sierpes feroces que aludían a la del Paraíso terrenal, por cuya tentación se introdujo la muerte en el mundo. La lectura de estos animales monstruosos ha de hacerse sobre al texto del Génesis, 3 («ella quebrantará tu cabeza») que figuraba en una cartela al frente del carro. El animal cautivo de este carro no es propiamente un monstruo, pero sí un ave fabulosa, el ave fénix, símbolo de la resurrección, por engendrarse la nueva de las mismas cenizas de la que acaba de morir5. 5 Sobre el fénix y su resurrección de las cenizas en que él mismo se quema, los testimonios serían innumerables; basten algunas líneas de Covarrubias (Tesoro): «Fénix. Dicen ser una singular ave que nace en el oriente, celebrada por todo el mundo; crí- 14 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII En el segundo, de la victoria sobre el infierno (alusivo al poder de lanzar los demonios de los poseídos), iba cautivo el mismo Belcebú y representada la boca del infierno o pozo del abismo, según el programa del cap. 9 del Apocalipsis. Como indica el texto bíblico, salía del pozo una llamarada con densa humareda, entre la cual aparecieron algunos diablos en figura de langostas armadas con cotas de malla, corona en la cabeza, rostro de hombre, cabellos de mujer, dientes de león y alas de murciélago6. Trabaron combate con San Miguel, quien tras herir mortalmente al diablo, lo metió en el pozo junto a sus ayudantes.Varios letreros de los evangelios relativos a la expulsión de los demonios (Marcos, 3, Lucas, 4) orientaban la interpretación de la escena. El carro iba tirado por dos leones, no especialmente monstruosos, aunque feroces, con la leyenda sacada de la carta de San Pedro, 5 «Adversarius vester tanquam leo rugiens», que permitía interpretar el sentido diabólico de estos animales de tiro. El siguiente carro, de la victoria sobre los peligros y dificultades, era llevado por un áspid y un basilisco, según el pasaje del salmo 90 «Super aspidem et basiliscum ambulabis…», y en él la Esperanza arrastraba de una cadena a la hidra de siete cabezas, interpretada como la de Lerna, vencida por Hércules. En esta ocasión la hidra simboliza los trabajos y penalidades de la misión de los santos, pero la volveremos a ver en muchas otras con dos significados fundamentales: la herejía y ase en la felice Arabia [...] y vive seiscientos y sesenta años. Plinio, hablando della, dice así, lib. 10, cap. 2: Et ante omnes nobilem Arabiae phoenicem [...] vivere annos DCLX, senescentem casia, thurisque surculis construere nidum, replere odoribus et super emori. Ex ossibus inde et medullis eius nasci primo ceu vermiculum, inde fieri pullum [...] Todo lo que la antigüedad ha dicho de la fénix [...] lo refiere Plinio en el lugar alegado [...] muchos han formado jeroglíficos de la fénix aplicándolos a la resurrección de Nuestro Redentor». Sobre el ave fénix ver Valeriano, Hieroglyphica, libro XX, p. 144; Horapolo, Hieroglyphica, p. 224. Ver también Henkel-Schöne, cols. 795-96. 6 «El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer; sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón» (Apocalipsis, 9, 7-11). IGNACIO ARELLANO 15 los pecados capitales. En cuanto al basilisco, no consta descripción exacta de su realización escenográfica, pero se puede recordar que era considerada la más mortífera de las sierpes y compuesta de alas de pájaro, cola de dragón y cabeza de gallo. El cuarto, de la victoria sobre el pecado, incluía una figura monstruosa del Pecado, de la que solo se detallan sus arreos militares, y dos de las cuatro quimeras que vio salir del mar el profeta Daniel (cap. 7): una en forma de oso con cuatro filas de dientes (símbolo del pecado y la lujuria), y otra en forma de rinoceronte de diez cuernos, con dientes y uñas de hierro muy grandes, símbolo de la obstinación del pecador empedernido (como hierro). Del carro quinto (victoria de los vicios de juventud) tiraban dos becerros áureos de Jeroboan (Lamentaciones, 3), símbolos de la idolatría; del sexto tiraban dos pavones con rueda abierta (símbolos de concupiscencia y soberbia) y llevaba por prisionero al Cancerbero con sus tres cabezas; el séptimo y último carro triunfal, en fin, de la victoria de la fe sobre la idolatría, llevaba por animales de tiro a la Esfinge, con rostro de mujer, plumas de ave y cuerpo de león, símbolo de la ignorancia según Alciato, fingidora de adivinaciones, cosa propia de la idolatría… Sin contar, pues, otros animales y monstruos menores de los jeroglíficos, y ciñéndonos solo a los corpóreos y más llamativos, reúne, en suma, esta procesión varias Sierpes, Pavones, Esfinge, Simio, Cancerbero, Becerros áureos, Áspid, Rinoceronte de diez cuernos y uñas de hierro, Basilisco, Oso con cuatro filas de dientes, Hidra de siete cabezas, León, Belcebú y los Demonios langostas… Dentro de esta variedad de personajes negativos, que puede aumentarse fácilmente con otras relaciones, destaca por su privilegiado protagonismo la pareja de la Herejía y la Idolatría, especialmente enemigas de la Compañía de Jesús en cuanto a sus objetivos de lucha contra las doctrinas luteranas y su tarea misional. La cabalgadura o representación simbólica de estos enemigos de la Fe y de la Iglesia es siempre un animal feroz o extraño, con predominio de la hidra de siete cabezas descrita en el Apocalipsis, 17, 3-6, imagen tan extendida para significar la Herejía que está prácticamente lexicalizada: Covarrubias escribe en el Tesoro de la lengua castellana que por hidra se entiende la herejía y los viboreznos por los herejes. Esta hidra la encontramos por todas partes. En Évora la Idolatría mon- 16 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII ta un cocodrilo y la Herejía una hidra de siete cabezas, amarilla y verde, con alas de nueve palmos de envergadura (Évora, 1622, fol. 83r), y en un paso posterior de la misma procesión, confirmando la afición al recurso, reaparece como montura de la Idolatría, prisionera en el carro triunfal de San Ignacio. La misma Idolatría lleva un escudo al brazo con la enseña de la hidra. En Braga (1622, fol. 114r) se identifica explícitamente el modelo textual del dragón que sale de la proa de un carro triunfal, como «el que vio San Juan con siete cabezas coronadas», portador de una cartela con el pasaje «Stetit ante mulierem ut cum peperisset filium devoraret», y puesto a los pies de Cristo. En Braganza con la Herejía (1622, fol. 142r) o en Oporto con la misma figura (1622, fol. 182v) causó la admiración del público. La de Oporto era una máquina articulada capaz de levantar en alto y retorcer la cola, y con alas tan grandes que cubrían las ruedas. Soportaba en su lomo un friso de veintiséis palmos de envergadura, con pilares, pirámides y follajes complicados. Y una más aparece tirando del carro de San Ignacio en Salvador de Bahía, simbolizando la Herejía, mientras que del de San Francisco Javier tira un elefante sobre el cual iba sentada la Idolatría acompañada de dos bonzos7. En la fiestas de Tulle (pp. 27-30) se representó una estupenda batalla de fuegos artificiales en el agua del río Corrèze, donde se había dispuesto con ingenio una hoguera llena de petardos y cohetes. El relator, P. Cavalier, utiliza significativamente para designar esta hoguera el término bucher, que se usaba para la hoguera donde se quemaban los herejes. Tres monstruos salían del agua: una hidra de siete cabezas (símbolo del pecado), un cocodrilo (de la infidelidad) y un gran dragón (símbolo de la herejía). Una ninfa del agua, metonimia del río y de la región que quiere expresar su lealtad al rey Luis XIII en plena lucha contra los hugonotes, impetra el socorro del fuego divino, jugando con el nombre de San Ignacio. Cuatro ángeles custodios (de Francia, del rey Luis, de la ciudad de Tulle y de la Compañía de Jesús) entraron en el canal para incendiar a los monstruos, que quedaron hechos cenizas, entre los vítores del pueblo al rey y a Francia. En las fiestas francesas el protagonismo del rey es excepcional, dejando en segundo plano incluso a los canonizados, pero la identificación de los reyes católicos con los santos es habitual. Otros monstruos 7 Castelnau, 1999, p. 433. IGNACIO ARELLANO 17 curiosos adornaron la fachada del Colegio Imperial de Madrid en las fiestas de canonización de San Francisco de Borja en 1671. Unos artistas portugueses, expertos en una técnica rara de colgaduras de cera, forraron todo el interior de la iglesia con labores que imitaban bordaduras y adornos de telas (Zaragoza, 1672, fols. 10 y ss.). En el pórtico dispusieron una escena alegórica con una sierpe de fauces sangrientas que se derretía por el calor del sol, a pesar de los toldos y protecciones, en una quintaesencia de lo efímero: era ésta símbolo de la Herejía, que llevaba a su lado la Idolatría, echando fuego por ojos y boca y en vez de cabellos un torrente de víboras. Rodeaban a las dos un enjambre de murciélagos y aves nocturnas, junto con las tres Furias del infierno. No se describen las Erinias, pero recordaré que se solían representar con serpientes enroscadas en sus cabezas, con látigos y antorchas, y con sangre manando de los ojos, y a veces con alas de murciélago o pájaro y el cuerpo de un perro. Como pisando estos monstruos se colocó una estatua ecuestre de Carlos II, entre otras numerosas figuras que incluían la de San Francisco de Borja, y muchas armas heráldicas y símbolos de los reyes, alegorías de las virtudes y emblemas, con otras infinitas fantasías, que no puedo resumir aquí, y que causaron la admiración del abundante público que no se limitaba a mirar: hubo que poner vigilantes que impidieran a la gente llevarse pedazos de las labores de cera aplicadas a las paredes y columnas del templo. La realización más imaginativa de la hidra apocalíptica la hallamos en las fiestas de Angola, monstruo que permite además una precisa lectura simbólica, al especificar en su iconografía la interpretación de las siete cabezas, cada una con su «particular misterio y significación» alusivo a los pecados capitales8. Un carro llevaba la Idolatría, Mundo, Demonio y Carne: la Idolatría iba sentada sobre la hidra, los diablos iban danzando con sus tridentes, etc. Las cabezas de la sierpe eran de león «que representaba la Soberbia»; de jumento, símbolo de la Avaricia; de perro, símbolo de la 8 Glosa C. a Lapide a propósito de la bestia apocalíptica y sus siete cabezas, XXI, 241, 2: «Alcazar opinatur draconem hunc in visione ostensum Joanni fuisse hydram: haec enim multorum fuisse capitum a poetis dicitur aut potius fingitur. Rursum hydra est invidiae symbolum, uti docet Pierius [...] Alcazar per septem capita accipti septem nefarios spiritus quos sancti patres daemoni adscribunt scilicet spiritus superbiae, avaritiae, luxuriae, irae, gulae, invidiae et acediae». 18 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII Envidia; de cerdo para la Lujuria; de tigre para la Ira; de lobo para la Gula y la séptima del perezoso del Brasil —animal por cierto exótico y desconocido para el público angoleño— como símbolo de la Pereza. Dentro de esta máquina iban ocultos unos hombres que movían pies y manos y la cola del animal, que daba grandes vueltas y se levantaba por el aire. Como se ve, a la función didáctica de estos monstruos se suma la espectacular, confirmada, si hiciera falta, por la especialización pirotécnica de estos inventos. Los mismos santos portan el fuego y el rayo como símbolos de la luz o armas destructoras de la herejía en numerosas ocasiones, y los juegos etimológicos con el nombre de San Ignacio se traducen en emblemas y jeroglíficos. En muchas fiestas jesuitas se queman elementos neutros desde el punto de vista doctrinal, de los cuales importa la mera visualidad, como sucede con la lucha de una ballena y un pez espada en Lisboa (1622, fol. 47r), que se abrasaron en llamas corriendo por las calles, o con el dragón que en Gerona (fol. 13r-v) se incendió empezando por la lengua, «la cual ardiendo en llamas gran rato le comunicó al cuello, que era de un cohetazo de tres palmos de largo y uno de diámetro, el cual, arrojando una bocanada de fuego a la barriga, que estaba preñada de cohetes, reventó con grande estruendo». Otro dragón se quema en Oporto (fol. 165v) en una escenificación de la batalla de Pamplona en la que cae herido San Ignacio: ninguna lectura simbólica tiene este animal, que se reduce a causar la admiración del público con el despliegue de los fuegos artificiales. Pero lo más frecuente es el valor didáctico inserto en los programas iconográficos. En Madrid (1619, fol. 5r) un San Francisco Javier estaba cubierto por cortinas en un tablado rodeado de cuatro estatuas de la Herejía, Infidelidad y dos Ídolos, que fueron destruidas por el santo en un estallido asombroso de luz y sonido: estaba desde el medio día plantado en la plazuela de los Estudios un árbol de cincuenta pies en alto, en el cual con mucha correspondencia estaban dispuestas muchas bombas, cubiletes, ruedas y madres de cohetes. De lo alto deste árbol se levantaban cuatro mástiles a sustentar un toldillo y debajo dél se puso una figura del santo padre Francisco Javier, vestida con sotana, sobrepelliz y estola, cubierta por todas partes de cortinas. Y a las cuatro esquinas y cantos del tablado había cuatro estatuas, las dos de la Herejía e Infidelidad y las otras dos de dos ídolos que representa- IGNACIO ARELLANO 19 ban los muchos que el santo derribó con su predicación. […] se pegó fuego al dicho árbol, el cual fuego subiendo por una cuerda llegó al toldillo donde el santo estaba y encendió en torno dél cantidad de luminarias con unas luces muy claras y muy hermosas que duraron por buen espacio. Luego prendió en las cortinas y las abrasó […] lanzando de sí muchas bombas, girándulas y plumajes vistosísimos con otro gran número de troneros y buscapiés dando fin con muchas ruedas de cohetes. Después de todo este estrago quedó el santo en lo más alto como vencedor, sin haberle tocado el fuego y bien alumbrado con las luces arriba dichas. Y cuando parecía que todo estaba concluido, de lo más alto del dicho árbol salió fuego con tal artificio que parecía que había salido de las mismas manos del santo, el cual bajando por unas cuerdas prendió en las cuatro estatuas que estaban en los cuatro cantos del tablado y todas a una se abrasaron despidiendo gran número de cohetes de todas suertes con que se concluyó la invención, que todos a una voz decían era de las más ingeniosas y lucidas que se han visto en esta corte. Una representación posterior, más elaborada aún, se organizaba en torno a un castillo sobre el que estaba una figura de la Fama, frente al cual, en otra arquitectura efímera parecida, salía un dragón movible sobre ruedas que le permitían acometer y retirarse, hasta que «pasado un buen rato en esto rompió por las puertas del castillo un hombre armado con una lanza encohetada y sobre la celada un grande plumaje de cohetes para pelear con el dragón, y a un mismo tiempo prendió el fuego en la maza y en la lengua del dragón» (Madrid, 1619, fol. 11r-v). Después de una vistosa batalla de cohetes y girándulas y tras acabarse «la aventura del dragón» el fuego prendió en la trompa de la Fama reduplicándose los estallidos. En este caso más que un episodio de sentido doctrinal tenemos un espectáculo maravilloso inspirado en motivos de los libros de caballerías9, pero en otra batalla de las fiestas de beatificación de San Isidro (1619) aparece de nuevo la exaltación hagiográfica. En la Plaza Mayor se dispuso un castillo en una montaña agreste, con animales pintados y verdaderos. Un cartel de reto había proclamado que el castillo solo podría ser conquistado por un humilde labrador. Distintas cuadrillas de guerreros que repre- 9 Para este tipo de espectáculos, de tradición medieval, ver Ferrer, 2003, p. 33, donde cita el ejemplo de la fiesta por la beatificación de San Isidro (ms. de la Biblioteca Nacional, 2351, que cito a través de Ferrer). 20 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII sentaban la secta de Mahoma, la Herejía y el Judaísmo fracasaron en el asedio de la fortaleza defendida por dragones, sierpes y gigantes, vencidos al fin por San Isidro ayudado por ángeles, entre estallidos de fuegos que reducen a cenizas la escenografía del combate. Pocos años más tarde, en las fiestas de la canonización, Miguel de León (Madrid, 1622, sin paginación) cierra su texto mencionando un gran castillo de fuego en cuyo chapitel había un terrorífico diablo «que habiendo volteado todo el día con artificioso secreto moviendo el cuerpo, la cabeza, las alas, las manos y pies, a la noche arrojó infinito fuego y fue de las invenciones más nuevas que se han visto». En estos mismos festejos los jesuitas del Colegio Imperial prepararon otro gran espectáculo cuyas implicaciones doctrinales no hace falta explicar; enfrente de la iglesia montaron dos grandes tablados: El primero cercado de verjas de cohetes […]. En medio ponía miedo un fiero dragón con secretas venas de pólvora y forjado de cohetes, sustentándose de lo que había de ser su destruición. Encima Lutero de la misma materia. En otro tablado más abajo se levantaban cinco pirámides […] llenas de muchos artificios. Guardaba el castillo un soldado bien armado, figura de San Ignacio […]. Comenzose a quemar lentamente la verjería del primer tablado, despidiendo muchos cohetes […]. Acercose el dragón a San Ignacio y el santo le pegó fuego… (Monforte, fol. 69vA) A este combate del día 23, jueves, sucede otro el viernes, en que se representó a lo divino la fábula de Perseo: Andrómeda, figura de la Fe, presa y entregada a un dragón (símbolo de la Gentilidad) fue liberada por Perseo en figura de San Francisco Javier, que llegó con lanza de fuego en un caballo volador. La lanza disparaba variedad de cohetes que acabaron incendiando la sierpe, que «fue quemándose poco a poco arrojando fuegos y truenos espantosos» (fol. 70r-vA). En Méjico se armaron tres tablados en una de las puertas de la casa profesa jesuita con tres figuras monstruosas que significan los tres enemigos del alma, acompañados de una sierpe, símbolo de la herejía, «y en lo alto hacia el un lado estaba una nube que tenía dentro a los dos santos, los cuales saliendo de la nube arrojaron unos rayos de fuego, el santo Ignacio a los tres enemigos, y San Javier a la sierpe, y hecho esto se fueron retirando y entrándose dentro de la nube, la cual se volvió a su lugar y las figuras quedaron hechas senisa» (Méjico, 1622, p. 519). IGNACIO ARELLANO 21 El relator de las fiestas de Coimbra dedica un apartado especial a los fuegos artificiales (Coimbra, 1622, fols. 70 y ss.), que comenzaron la primera noche del octavario con tres máquinas de notable grandeza puestas en la plaza de la iglesia de la Compañía, llenas de fuegos artificiales, y que representaban el Mundo, el Demonio y la Carne. El Mundo era un globo terráqueo con un gigante (Hércules con su maza en la mano); el Diablo era una boca de infierno disforme y el perro Cerbero con tres cabezas con un diablo «feo y grande con su tridente en la mano»; la Carne era una sirena. Como en otros casos hay estatuas de los santos, que lanzan rayos de fuego y queman a los monstruos (fols. 70v-71r), ponderando el narrador, como en otras ocasiones, la novedad y artificio de las invenciones tan admirables y nunca vistas, aunque con variaciones de ingenio y ambición eran elemento fijo de todas las fiestas de su clase. San Ignacio y San Francisco Javier (y otros agentes celestiales, como los ángeles) destruyen con sus fuegos, ingeniosamente dispuestos por los pirotécnicos, a ídolos, hidras, dragones y otras bestias, representantes de la Herejía, la Idolatría, los Pecados capitales, o los enemigos del hombre Mundo, Demonio y Carne, en Méjico, Lisboa, Évora, Coimbra, Braga, Manila, Marchena…10 Sierpes, hidras, dragones y basiliscos son favoritos de las festividades, pero el elenco de monstruos y seres fabulosos o maravillosos es mucho más amplio. En Gerona (fol. 38v) hallamos un jeroglífico con la batalla de Belerofonte en su Pegaso con la Quimera, ser de conformación monstruosa, mixto de diferentes animales, que tenía, según Lucrecio y Homero, cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, tal como está en los libros de Alciato y Cesare Ripa, por ejemplo11. En una representación teatral de Tulle (pp. 40-41) el rey (significado alegóricamente por el héroe Erice) derrota a un cíclope (representante de los rebeldes heréticos). En La Flèche (p. 32) una estatua de Luis XIII tiene a los pies de su caballo a un gigante, símbolo de los herejes, mientras que el fabu- 10 Méjico (1622, pp. 519, 543, 544), Lisboa (1621, fols. 21r, 26r, 54v), Évora (1622, fols. 84v, 95r), Coimbra (1622, fols. 70-71), Braga (1622, fol. 130v), Manila (Murillo Velarde, 1749, Relación de una fiesta de 1623, fol. 42v), Marchena (1622, p. 246)… 11 Ripa, Iconología, II, p. 95. 22 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII loso pez uranoscopo12, que lleva los ojos sobre la cabeza y es remedio contra el mal ocular, expresa la prudencia del monarca. Otros gigantes «de monstruosa grandeza» representan a los cuatro elementos en las fiestas de Villaviciosa (1622, fol. 149v). No solo son monstruosos en el tamaño, sino en su conformación híbrida: el Agua de cintura para abajo es pez («medio hombre y medio ballena»), la Tierra tiene la parte inferior del cuerpo en forma de serpiente con cola de dragón llena de conchas… En el séquito del Agua iba el Mar «en figura de tritón cubierto de conchas y caballero en una ballena de horrible aspecto», etc. Los «monstruos salvajes» que danzan en la ciudad de Oporto (1622, fol. 174v) parecen ser hombres salvajes obedientes a la iconografía convencional13, que van acompañados de lobos y otros animales que no se especifican. En algún caso no falta la perspectiva cómica, como en la fiesta de Braganza, que junta un coloso con un grupo de enanos en una danza en la que, según apunta Torres Olleta14, habría que ver una contaminación del motivo de Hércules y los pigmeos aplicado a Atlante en versión jocosa: Salió por la ciudad una monstruosa figura de Atlante con el globo del mundo a cuestas y delante de ella una muy graciosa danza de enanos, cuerpos muy pequeños, cabezas muy grandes, barbas cumplidas, trajes cortos y ricamente adornados, birretes rojos, pantalones a lo indio, en una mano broqueles, en otra espadas con que hacían mil posturas de esgrima (Braganza, 1622, fol. 141r). En la relación de Monforte se consignan, bien como atributos de pasta que portan algunos personajes, bien como representaciones alegóricas encarnadas por los participantes en las procesiones, bien como pinturas o dibujos emblemáticos dragones, grifos, centauros, sátiros con cola de serpiente, ballenas, unicornios…, entre otros. 12 Ver Plinio, Historia natural, 32, 7. En la descripción del relator de Tulle lleva un gran ojo en medio de la frente. 13 Sobre el salvaje ver Antonucci, 1995. 14 Torres Olleta, Redes iconográficas. IGNACIO ARELLANO 23 Una constelación bien identificable de monstruos marinos corresponde a San Francisco Javier patrón de los navegantes, y príncipe del mar, según el título de la hagiografía del hermano Lorenzo Ortiz15. En la fiesta de Salvador de Bahía (1622), según el relato del jesuita italiano Corrado Arrizi16, desfilaba una nave de nombre Salvador, como el de la ciudad, en la que iba San Francisco Javier, sometiendo a un monstruoso Neptuno y su séquito de tritones, sirenas y «monstruos marinos». No se trata, como supone Castelnau, de una originalidad de la fiesta brasileña que aludiría a las navegaciones y conquistas portuguesas, sino de una composición que depende de la biografía y de la misión evangelizadora del santo concreto, y que se repite constantemente. En el preludio triunfal de Lisboa (1622, fol. 16v) salía una foca «o monstruo marino disforme», montada en un tritón, abriendo el cortejo alegórico de los ríos de Portugal. El acompañamiento de San Francisco en Coimbra (fols. 58 y ss.) estaba formado por muchos monstruos marinos (que no se especifican) que llevaban delante una danza de tritones vestidos de escamas y coronados de conchas y algas. Seguía una «monstruosa ballena» —sobre la cual montaba el fabuloso dios Palemón— y el dios Neptuno en un carro tirado por dos hipocampos, todos reconociendo el dominio del santo. En otra nave de San Francisco de las fiestas de Évora (Évora, 1622, fol. 95) asistía la Fama sobre un delfín, rodeada de una danza de tritones y de monstruos marinos, y acompañada de seis sirenas que tocaban diversos instrumentos. Danza de tritones y sirenas hay también en Braganza (1622, fol. 144v) y Oporto (1622, fol. 178r); en la isla de Madeira (1622, fol. 197v) tiraba de la nave del santo un monstruo marino de tal grandeza que en la boca podían entrar dos hombres… Otra ballena del séquito de San Francisco en Oporto (fol. 177r) era tan grande que en su interior daba acogida a una danza de cangrejos, alusiva a un conocido suceso milagroso del santo17. 15 Ver mi edición, 2004. Enviado al general Murio Vitteleschi.Ver Castelnau, 1999. 17 El milagro del cangrejo se reitera en numerosas representaciones. Se recoge en la bula de canonización: «ultra desto navegando Francisco entre las mismas islas y levantándose una cruel tormenta, para sosegarla había descolgado entre las olas una imagen de Cristo crucificado que solía traer al cuello, la cual deslizándosele de las manos con la fuerza de la tormenta, se había ido a fondo no sin gran dolor suyo, pero 16 24 EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII El catálogo monstruoso y fabuloso que estoy comentando podía ampliarse mucho. En esta aproximación de espacio limitado basten los ejemplos aducidos, que deben completarse con alguna observación (ya apuntada, pero en la que conviene insistir). Fundamentalmente debe tenerse en cuenta que los monstruos que aparecen en estas fiestas se integran en una estructura antitética y simbólica cuyos contextos precisos confieren todo su sentido a sus apariciones. No son, casi nunca, elementos aislados, sino componentes de un programa complejo que supone tradiciones culturales, referencias mitológicas, textos bíblicos, interpretaciones de los padres de la Iglesia o repertorios emblemáticos. Aunque algunos de estos seres pueden tener connotaciones positivas (el ave fénix o el uranoscopo), la mayoría pertenecen a los territorios del mal y forman en las filas de los ejércitos diabólicos, como instrumentos de la pedagogía religiosa en el marco del fasto barroco. De esta manera, prisioneros, incinerados y desintegrados, estos monstruos tenebrosos deben rendirse ante la Iglesia, la Compañía y los santos canonizados. A menudo, el poder del bien es tan grande, que sus enemigos se resignan de buen grado: en Angola los mismos diablos de Europa, India, Japón y China, expulsados por San Francisco Javier, después de varias quejas y lamentaciones «confesaban que el beato Francisco de Javier era tan gran santo que hasta ellos lo querían festejar, y poniéndose en orden nueve diablos danzaron con sus tridentes en el carro triunfante al que también acompañaba toda la clerecía y religiosos que había en la región» (Angola, p. 50): no cabe mayor subordinación de los demonios y sus huestes diabólicas ni mayor exaltación de los santos. había consolado el Señor el ánima de su siervo porque como llegase a tierra y caminase junto a la playa, había saltado súbitamente de las aguas un cangrejo marino y parándose a los pies del siervo de Dios con el mismo santo crucifijo levantado en las dos tenacillas que le sirven de boca y Francisco hincándose de rodillas, le había recibido y con larga oración había dado gracias a Dios por tan señalado beneficio» (núm. 9). Torres Olleta, Redes iconográficas, estudia espléndidamente muchas de sus presencias en el arte, sermonarios o hagiografías. IGNACIO ARELLANO 25 Bibliografía Angola, 1620, Relaçao das festas que a residencia de Amgolla fez na beatificaçao do beato padre Francisco de Xavier, Lisboa, Instituto da Biblioteca Nacional e do Livro, 1994. ANTONUCCI, F., El salvaje en la Comedia del Siglo de Oro. Historia de un tema de Lope a Calderón, Pamplona / Toulouse, Eunsa / LESO, 1995. ARELLANO, I., El Príncipe del mar, San Francisco Javier, del hermano Lorenzo Ortiz, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2004. — «América en las fiestas jesuitas. Celebraciones de San Ignacio y San Francisco Javier», Nueva Revista de Filología Hispánica, 56, 2008, pp. 53-86. — «Enseñanza y diversión en fiestas hagiográficas jesuitas», en Doctrina y diversión en la cultura española y novohispana, ed. I. Arellano y R. A. 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