MONSTRUOS Y PRODIGIOS
EN LA LITERATURA HISPÁNICA
MARIELA INSÚA
Y LYGIA RODRIGUES VIANNA PERES (EDS.)
Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2009
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ORNATO Y SIMBOLISMO. EL MONSTRUO
EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL SIGLO XVII
Ignacio Arellano
GRISO-Universidad de Navarra
El gran universo de la fiesta barroca1 se despliega en muchas variedades (entradas reales, carnavales, Corpus Christi, júbilos por victorias militares…), entre las cuales resultan especialmente notables las
que se organizan por las beatificaciones y canonizaciones, como las
multiplicadas en el año de 1622, cuando suben a los altares Ignacio
de Loyola, Francisco Javier,Teresa de Jesús, Felipe Neri y el patrón de
Madrid, Isidro, y se beatifica a Luis Gonzaga.
Es un año triunfal para la Compañía de Jesús. Como apunta Torres
Olleta2, se había establecido, al parecer, el tópico de la escasez de santos entre los jesuitas. El P. Balza, por ejemplo, comenta en un sermón
de 1619 (beatificación de Francisco Javier):
pensaron algunos (no sé con qué tan buena intención) al principio que
se comenzó a fundar esa religión que respeto de las demás, que tan pobladas y enriquecidas están de santos, que había de ser la Compañía infecunda y estéril dellos (Balza, Sermón que predicó…, fol. 1v).
1 Ver
Díez Borque, 2002.
Redes iconográficas. San Francisco Javier en la cultura visual del Barroco, en prensa.
Uno de los capítulos se dedica a las fiestas y sus relaciones, con amplios y documentados comentarios, de los que me lucro a menudo en estas líneas, y muchos de cuyos ejemplos uso. La cita de Balza la tomo de Torres Olleta.
2
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EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII
En respuesta a juicios semejantes la Compañía exhibe sus mártires
y santos, y organiza abundantes celebraciones, que proliferan desde
España a la India y desde Portugal a Méjico y Potosí… Las relaciones3 de los eventos permiten evocar ese ambiente, que ya había conocido una previa manifestación en las beatificaciones de Ignacio de
Loyola y Francisco Javier, y que reúne sentimiento religioso, ostentación de la nobleza, espectáculos populares y exhibición de ingenios
poéticos y artísticos en una fusión admirable de todas las formas de
expresión que caracteriza lo que se suele considerar sensibilidad barroca.
Resulta imposible describir en detalle los complejos programas iconográficos y simbólicos de las principales procesiones que con pompa extraordinaria y participación de autoridades civiles, aristocracia,
clero y pueblo llano mostraban el triunfo de los santos canonizados o
beatificados. De todos sus componentes, me ocuparé en este trabajo4
de los monstruos y seres fabulosos que desempeñan distintas funciones en el marco simbólico y estético de los fastos, junto con otras
constelaciones alegóricas de vicios y virtudes, signos del zodíaco, partes del mundo o elementos de la naturaleza.
La mayor parte de las ocurrencias se insertan en la gran estructura doctrinal que cimenta las celebraciones, es decir, la batalla entre las
huestes del bien y del mal, de la religión católica contra la herejía, de
Dios y los santos contra el demonio. La representación de este conflicto responde a distintas modalidades. En Méjico, por ejemplo, se formaron dos ejércitos: de una parte la Religión acompañada por la Fe,
Esperanza y Caridad y de otra la Idolatría, a quien secundaban la
Infidelidad, la Envidia y la Presunción (Méjico, 1622, p. 544). Hicieron
su desafío los Vicios contra las Virtudes de San Francisco Javier y se
trabó con gran gusto del público una pelea tanto más admirada por
ser los protagonistas niños menores de trece años. El desenlace fue el
que se podía esperar: los Vicios y sus padrinos vencidos y encadena3
Manejo aquí una muestra que me parece significativa de relaciones de fiestas de
beatificación y canonización aunque, naturalmente, no hago un repaso exhaustivo a
todas las posibles. Ver la lista de fuentes en la bibliografía final. Hago a lo largo del
trabajo re f e rencias abreviadas suficientes para identificar las relaciones cuyos datos
completos se recogen en la bibliografía.
4 En otras ocasiones he tratado aspectos diversos de estas fiestas jesuitas: ver
Arellano, 2008 y otros trabajos en prensa.
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dos fueron presentados delante de los santos por sus virtudes antitéticas.
En ese torneo simbólico mejicano todos los actores son colegiales, sin que participen las figuras terroríficas que aparecen en otros casos: en efecto, con frecuencia militan en las tropas diabólicas una serie de monstruos que simbolizan los vicios, la herejía, la idolatría o el
mismo diablo, propicios además al desarrollo del gran espectáculo y
los efectos especiales. Desde este punto de vista constituyen seguramente la parte más asombrosa para el vulgo, exhibiendo una imaginería de animales exóticos y de dragones y sierpes procedentes del
Apocalipsis, compañeros de los vestiglos de la fiesta cortesana y de las
tarascas del Corpus que provocan la admiración de los espectadores.
Un repaso somero a las relaciones de fiestas permiten acopiar innumerables episodios de los santos destruyendo con ingeniosos mecanismos pirotécnicos ídolos y bestias diabólicas, o sometiéndolos con
su virtud y la ayuda de Dios.
Entremos en materia precisa por una de las fiestas más interesantes en este sentido, la de Goa por la canonización de San Ignacio y
San Francisco Javier, que integra una extraordinaria procesión de siete carros triunfales, descritos detalladamente en la Traça da pompa triunfal, impresa en el colegio de San Pablo de Goa en 1624.
Cada uno de los carros, entre otros componentes alegóricos, emblemáticos, históricos y bíblicos, lleva unos animales de tracción y otros
cautivos, casi siempre sacados del repertorio teratológico.
El primero representaba la victoria sobre la muerte, significando
los muchos muertos que los santos resucitaron milagrosamente: iba tirado por dos sierpes feroces que aludían a la del Paraíso terrenal, por
cuya tentación se introdujo la muerte en el mundo. La lectura de estos animales monstruosos ha de hacerse sobre al texto del Génesis, 3
(«ella quebrantará tu cabeza») que figuraba en una cartela al frente del
carro. El animal cautivo de este carro no es propiamente un monstruo, pero sí un ave fabulosa, el ave fénix, símbolo de la resurrección,
por engendrarse la nueva de las mismas cenizas de la que acaba de
morir5.
5
Sobre el fénix y su resurrección de las cenizas en que él mismo se quema, los
testimonios serían innumerables; basten algunas líneas de Covarrubias (Tesoro): «Fénix.
Dicen ser una singular ave que nace en el oriente, celebrada por todo el mundo; crí-
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EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII
En el segundo, de la victoria sobre el infierno (alusivo al poder de
lanzar los demonios de los poseídos), iba cautivo el mismo Belcebú y
representada la boca del infierno o pozo del abismo, según el programa del cap. 9 del Apocalipsis. Como indica el texto bíblico, salía del
pozo una llamarada con densa humareda, entre la cual aparecieron algunos diablos en figura de langostas armadas con cotas de malla, corona en la cabeza, rostro de hombre, cabellos de mujer, dientes de león
y alas de murciélago6. Trabaron combate con San Miguel, quien tras
herir mortalmente al diablo, lo metió en el pozo junto a sus ayudantes.Varios letreros de los evangelios relativos a la expulsión de los demonios (Marcos, 3, Lucas, 4) orientaban la interpretación de la escena.
El carro iba tirado por dos leones, no especialmente monstruosos, aunque feroces, con la leyenda sacada de la carta de San Pedro, 5 «Adversarius vester tanquam leo rugiens», que permitía interpretar el sentido diabólico de estos animales de tiro.
El siguiente carro, de la victoria sobre los peligros y dificultades,
era llevado por un áspid y un basilisco, según el pasaje del salmo 90
«Super aspidem et basiliscum ambulabis…», y en él la Esperanza arrastraba de una cadena a la hidra de siete cabezas, interpretada como la
de Lerna, vencida por Hércules. En esta ocasión la hidra simboliza los
trabajos y penalidades de la misión de los santos, pero la volveremos
a ver en muchas otras con dos significados fundamentales: la herejía y
ase en la felice Arabia [...] y vive seiscientos y sesenta años. Plinio, hablando della,
dice así, lib. 10, cap. 2: Et ante omnes nobilem Arabiae phoenicem [...] vivere annos
DCLX, senescentem casia, thurisque surculis construere nidum, replere odoribus et
super emori. Ex ossibus inde et medullis eius nasci primo ceu vermiculum, inde fieri pullum [...] Todo lo que la antigüedad ha dicho de la fénix [...] lo refiere Plinio
en el lugar alegado [...] muchos han formado jeroglíficos de la fénix aplicándolos a
la resurrección de Nuestro Redentor». Sobre el ave fénix ver Valeriano, Hieroglyphica,
libro XX, p. 144; Horapolo, Hieroglyphica, p. 224. Ver también Henkel-Schöne, cols.
795-96.
6 «El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra;
en las cabezas tenían como coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer; sus dientes eran como de leones; tenían corazas
como corazas de hierro; el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones, y también
aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es
Abadón» (Apocalipsis, 9, 7-11).
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los pecados capitales. En cuanto al basilisco, no consta descripción
exacta de su realización escenográfica, pero se puede recordar que era
considerada la más mortífera de las sierpes y compuesta de alas de pájaro, cola de dragón y cabeza de gallo.
El cuarto, de la victoria sobre el pecado, incluía una figura monstruosa del Pecado, de la que solo se detallan sus arreos militares, y dos
de las cuatro quimeras que vio salir del mar el profeta Daniel (cap. 7):
una en forma de oso con cuatro filas de dientes (símbolo del pecado
y la lujuria), y otra en forma de rinoceronte de diez cuernos, con
dientes y uñas de hierro muy grandes, símbolo de la obstinación del
pecador empedernido (como hierro).
Del carro quinto (victoria de los vicios de juventud) tiraban dos
becerros áureos de Jeroboan (Lamentaciones, 3), símbolos de la idolatría; del sexto tiraban dos pavones con rueda abierta (símbolos de concupiscencia y soberbia) y llevaba por prisionero al Cancerbero con sus
tres cabezas; el séptimo y último carro triunfal, en fin, de la victoria
de la fe sobre la idolatría, llevaba por animales de tiro a la Esfinge, con
rostro de mujer, plumas de ave y cuerpo de león, símbolo de la ignorancia según Alciato, fingidora de adivinaciones, cosa propia de la
idolatría…
Sin contar, pues, otros animales y monstruos menores de los jeroglíficos, y ciñéndonos solo a los corpóreos y más llamativos, reúne, en
suma, esta procesión varias Sierpes, Pavones, Esfinge, Simio, Cancerbero, Becerros áureos, Áspid, Rinoceronte de diez cuernos y uñas de
hierro, Basilisco, Oso con cuatro filas de dientes, Hidra de siete cabezas, León, Belcebú y los Demonios langostas…
Dentro de esta variedad de personajes negativos, que puede aumentarse fácilmente con otras relaciones, destaca por su privilegiado
protagonismo la pareja de la Herejía y la Idolatría, especialmente enemigas de la Compañía de Jesús en cuanto a sus objetivos de lucha
contra las doctrinas luteranas y su tarea misional.
La cabalgadura o representación simbólica de estos enemigos de la
Fe y de la Iglesia es siempre un animal feroz o extraño, con predominio de la hidra de siete cabezas descrita en el Apocalipsis, 17, 3-6,
imagen tan extendida para significar la Herejía que está prácticamente lexicalizada: Covarrubias escribe en el Tesoro de la lengua castellana
que por hidra se entiende la herejía y los viboreznos por los herejes.
Esta hidra la encontramos por todas partes. En Évora la Idolatría mon-
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ta un cocodrilo y la Herejía una hidra de siete cabezas, amarilla y verde, con alas de nueve palmos de envergadura (Évora, 1622, fol. 83r),
y en un paso posterior de la misma procesión, confirmando la afición
al recurso, reaparece como montura de la Idolatría, prisionera en el
carro triunfal de San Ignacio. La misma Idolatría lleva un escudo al
brazo con la enseña de la hidra. En Braga (1622, fol. 114r) se identifica explícitamente el modelo textual del dragón que sale de la proa
de un carro triunfal, como «el que vio San Juan con siete cabezas coronadas», portador de una cartela con el pasaje «Stetit ante mulierem
ut cum peperisset filium devoraret», y puesto a los pies de Cristo. En
Braganza con la Herejía (1622, fol. 142r) o en Oporto con la misma
figura (1622, fol. 182v) causó la admiración del público. La de Oporto
era una máquina articulada capaz de levantar en alto y retorcer la cola,
y con alas tan grandes que cubrían las ruedas. Soportaba en su lomo
un friso de veintiséis palmos de envergadura, con pilares, pirámides y
follajes complicados. Y una más aparece tirando del carro de San
Ignacio en Salvador de Bahía, simbolizando la Herejía, mientras que
del de San Francisco Javier tira un elefante sobre el cual iba sentada
la Idolatría acompañada de dos bonzos7.
En la fiestas de Tulle (pp. 27-30) se representó una estupenda batalla de fuegos artificiales en el agua del río Corrèze, donde se había
dispuesto con ingenio una hoguera llena de petardos y cohetes. El relator, P. Cavalier, utiliza significativamente para designar esta hoguera
el término bucher, que se usaba para la hoguera donde se quemaban
los herejes. Tres monstruos salían del agua: una hidra de siete cabezas
(símbolo del pecado), un cocodrilo (de la infidelidad) y un gran dragón (símbolo de la herejía). Una ninfa del agua, metonimia del río y
de la región que quiere expresar su lealtad al rey Luis XIII en plena
lucha contra los hugonotes, impetra el socorro del fuego divino, jugando con el nombre de San Ignacio. Cuatro ángeles custodios (de
Francia, del rey Luis, de la ciudad de Tulle y de la Compañía de Jesús)
entraron en el canal para incendiar a los monstruos, que quedaron hechos cenizas, entre los vítores del pueblo al rey y a Francia.
En las fiestas francesas el protagonismo del rey es excepcional, dejando en segundo plano incluso a los canonizados, pero la identificación de los reyes católicos con los santos es habitual. Otros monstruos
7
Castelnau, 1999, p. 433.
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curiosos adornaron la fachada del Colegio Imperial de Madrid en las
fiestas de canonización de San Francisco de Borja en 1671. Unos artistas portugueses, expertos en una técnica rara de colgaduras de cera,
forraron todo el interior de la iglesia con labores que imitaban bordaduras y adornos de telas (Zaragoza, 1672, fols. 10 y ss.). En el pórtico dispusieron una escena alegórica con una sierpe de fauces sangrientas que se derretía por el calor del sol, a pesar de los toldos y
protecciones, en una quintaesencia de lo efímero: era ésta símbolo de
la Herejía, que llevaba a su lado la Idolatría, echando fuego por ojos
y boca y en vez de cabellos un torrente de víboras. Rodeaban a las
dos un enjambre de murciélagos y aves nocturnas, junto con las tres
Furias del infierno. No se describen las Erinias, pero recordaré que se
solían representar con serpientes enroscadas en sus cabezas, con látigos y antorchas, y con sangre manando de los ojos, y a veces con alas
de murciélago o pájaro y el cuerpo de un perro.
Como pisando estos monstruos se colocó una estatua ecuestre de
Carlos II, entre otras numerosas figuras que incluían la de San Francisco de Borja, y muchas armas heráldicas y símbolos de los reyes, alegorías de las virtudes y emblemas, con otras infinitas fantasías, que no
puedo resumir aquí, y que causaron la admiración del abundante público que no se limitaba a mirar: hubo que poner vigilantes que impidieran a la gente llevarse pedazos de las labores de cera aplicadas a
las paredes y columnas del templo.
La realización más imaginativa de la hidra apocalíptica la hallamos
en las fiestas de Angola, monstruo que permite además una precisa
lectura simbólica, al especificar en su iconografía la interpretación de
las siete cabezas, cada una con su «particular misterio y significación»
alusivo a los pecados capitales8.
Un carro llevaba la Idolatría, Mundo, Demonio y Carne: la Idolatría
iba sentada sobre la hidra, los diablos iban danzando con sus tridentes, etc. Las cabezas de la sierpe eran de león «que representaba la
Soberbia»; de jumento, símbolo de la Avaricia; de perro, símbolo de la
8
Glosa C. a Lapide a propósito de la bestia apocalíptica y sus siete cabezas, XXI,
241, 2: «Alcazar opinatur draconem hunc in visione ostensum Joanni fuisse hydram:
haec enim multorum fuisse capitum a poetis dicitur aut potius fingitur. Rursum hydra
est invidiae symbolum, uti docet Pierius [...] Alcazar per septem capita accipti septem nefarios spiritus quos sancti patres daemoni adscribunt scilicet spiritus superbiae,
avaritiae, luxuriae, irae, gulae, invidiae et acediae».
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Envidia; de cerdo para la Lujuria; de tigre para la Ira; de lobo para la
Gula y la séptima del perezoso del Brasil —animal por cierto exótico y desconocido para el público angoleño— como símbolo de la
Pereza. Dentro de esta máquina iban ocultos unos hombres que movían pies y manos y la cola del animal, que daba grandes vueltas y se
levantaba por el aire.
Como se ve, a la función didáctica de estos monstruos se suma la
espectacular, confirmada, si hiciera falta, por la especialización pirotécnica de estos inventos. Los mismos santos portan el fuego y el rayo
como símbolos de la luz o armas destructoras de la herejía en numerosas ocasiones, y los juegos etimológicos con el nombre de San
Ignacio se traducen en emblemas y jeroglíficos. En muchas fiestas jesuitas se queman elementos neutros desde el punto de vista doctrinal,
de los cuales importa la mera visualidad, como sucede con la lucha
de una ballena y un pez espada en Lisboa (1622, fol. 47r), que se abrasaron en llamas corriendo por las calles, o con el dragón que en Gerona
(fol. 13r-v) se incendió empezando por la lengua, «la cual ardiendo en
llamas gran rato le comunicó al cuello, que era de un cohetazo de tres
palmos de largo y uno de diámetro, el cual, arrojando una bocanada
de fuego a la barriga, que estaba preñada de cohetes, reventó con grande estruendo». Otro dragón se quema en Oporto (fol. 165v) en una
escenificación de la batalla de Pamplona en la que cae herido San
Ignacio: ninguna lectura simbólica tiene este animal, que se reduce a
causar la admiración del público con el despliegue de los fuegos artificiales.
Pero lo más frecuente es el valor didáctico inserto en los programas iconográficos. En Madrid (1619, fol. 5r) un San Francisco Javier
estaba cubierto por cortinas en un tablado rodeado de cuatro estatuas
de la Herejía, Infidelidad y dos Ídolos, que fueron destruidas por el
santo en un estallido asombroso de luz y sonido:
estaba desde el medio día plantado en la plazuela de los Estudios un árbol de cincuenta pies en alto, en el cual con mucha correspondencia estaban dispuestas muchas bombas, cubiletes, ruedas y madres de cohetes.
De lo alto deste árbol se levantaban cuatro mástiles a sustentar un toldillo y debajo dél se puso una figura del santo padre Francisco Javier, vestida con sotana, sobrepelliz y estola, cubierta por todas partes de cortinas.
Y a las cuatro esquinas y cantos del tablado había cuatro estatuas, las dos
de la Herejía e Infidelidad y las otras dos de dos ídolos que representa-
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ban los muchos que el santo derribó con su predicación. […] se pegó
fuego al dicho árbol, el cual fuego subiendo por una cuerda llegó al toldillo donde el santo estaba y encendió en torno dél cantidad de luminarias con unas luces muy claras y muy hermosas que duraron por buen
espacio. Luego prendió en las cortinas y las abrasó […] lanzando de sí
muchas bombas, girándulas y plumajes vistosísimos con otro gran número de troneros y buscapiés dando fin con muchas ruedas de cohetes.
Después de todo este estrago quedó el santo en lo más alto como vencedor, sin haberle tocado el fuego y bien alumbrado con las luces arriba
dichas. Y cuando parecía que todo estaba concluido, de lo más alto del
dicho árbol salió fuego con tal artificio que parecía que había salido de
las mismas manos del santo, el cual bajando por unas cuerdas prendió en
las cuatro estatuas que estaban en los cuatro cantos del tablado y todas a
una se abrasaron despidiendo gran número de cohetes de todas suertes
con que se concluyó la invención, que todos a una voz decían era de las
más ingeniosas y lucidas que se han visto en esta corte.
Una representación posterior, más elaborada aún, se organizaba en
torno a un castillo sobre el que estaba una figura de la Fama, frente
al cual, en otra arquitectura efímera parecida, salía un dragón movible
sobre ruedas que le permitían acometer y retirarse, hasta que «pasado
un buen rato en esto rompió por las puertas del castillo un hombre
armado con una lanza encohetada y sobre la celada un grande plumaje de cohetes para pelear con el dragón, y a un mismo tiempo prendió el fuego en la maza y en la lengua del dragón» (Madrid, 1619,
fol. 11r-v). Después de una vistosa batalla de cohetes y girándulas y
tras acabarse «la aventura del dragón» el fuego prendió en la trompa
de la Fama reduplicándose los estallidos. En este caso más que un episodio de sentido doctrinal tenemos un espectáculo maravilloso inspirado en motivos de los libros de caballerías9, pero en otra batalla de
las fiestas de beatificación de San Isidro (1619) aparece de nuevo la
exaltación hagiográfica. En la Plaza Mayor se dispuso un castillo en
una montaña agreste, con animales pintados y verdaderos. Un cartel
de reto había proclamado que el castillo solo podría ser conquistado
por un humilde labrador. Distintas cuadrillas de guerreros que repre-
9
Para este tipo de espectáculos, de tradición medieval, ver Ferrer, 2003, p. 33,
donde cita el ejemplo de la fiesta por la beatificación de San Isidro (ms. de la Biblioteca
Nacional, 2351, que cito a través de Ferrer).
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EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII
sentaban la secta de Mahoma, la Herejía y el Judaísmo fracasaron en
el asedio de la fortaleza defendida por dragones, sierpes y gigantes,
vencidos al fin por San Isidro ayudado por ángeles, entre estallidos de
fuegos que reducen a cenizas la escenografía del combate.
Pocos años más tarde, en las fiestas de la canonización, Miguel de
León (Madrid, 1622, sin paginación) cierra su texto mencionando un
gran castillo de fuego en cuyo chapitel había un terrorífico diablo «que
habiendo volteado todo el día con artificioso secreto moviendo el
cuerpo, la cabeza, las alas, las manos y pies, a la noche arrojó infinito
fuego y fue de las invenciones más nuevas que se han visto». En estos mismos festejos los jesuitas del Colegio Imperial prepararon otro
gran espectáculo cuyas implicaciones doctrinales no hace falta explicar; enfrente de la iglesia montaron dos grandes tablados:
El primero cercado de verjas de cohetes […]. En medio ponía miedo
un fiero dragón con secretas venas de pólvora y forjado de cohetes, sustentándose de lo que había de ser su destruición. Encima Lutero de la
misma materia. En otro tablado más abajo se levantaban cinco pirámides
[…] llenas de muchos artificios. Guardaba el castillo un soldado bien armado, figura de San Ignacio […]. Comenzose a quemar lentamente la
verjería del primer tablado, despidiendo muchos cohetes […]. Acercose el
dragón a San Ignacio y el santo le pegó fuego… (Monforte, fol. 69vA)
A este combate del día 23, jueves, sucede otro el viernes, en que
se representó a lo divino la fábula de Perseo: Andrómeda, figura de la
Fe, presa y entregada a un dragón (símbolo de la Gentilidad) fue liberada por Perseo en figura de San Francisco Javier, que llegó con
lanza de fuego en un caballo volador. La lanza disparaba variedad de
cohetes que acabaron incendiando la sierpe, que «fue quemándose
poco a poco arrojando fuegos y truenos espantosos» (fol. 70r-vA).
En Méjico se armaron tres tablados en una de las puertas de la casa
profesa jesuita con tres figuras monstruosas que significan los tres enemigos del alma, acompañados de una sierpe, símbolo de la herejía, «y
en lo alto hacia el un lado estaba una nube que tenía dentro a los dos
santos, los cuales saliendo de la nube arrojaron unos rayos de fuego,
el santo Ignacio a los tres enemigos, y San Javier a la sierpe, y hecho
esto se fueron retirando y entrándose dentro de la nube, la cual se volvió a su lugar y las figuras quedaron hechas senisa» (Méjico, 1622, p.
519).
IGNACIO ARELLANO
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El relator de las fiestas de Coimbra dedica un apartado especial a
los fuegos artificiales (Coimbra, 1622, fols. 70 y ss.), que comenzaron
la primera noche del octavario con tres máquinas de notable grandeza puestas en la plaza de la iglesia de la Compañía, llenas de fuegos
artificiales, y que representaban el Mundo, el Demonio y la Carne. El
Mundo era un globo terráqueo con un gigante (Hércules con su maza
en la mano); el Diablo era una boca de infierno disforme y el perro
Cerbero con tres cabezas con un diablo «feo y grande con su tridente en la mano»; la Carne era una sirena. Como en otros casos hay estatuas de los santos, que lanzan rayos de fuego y queman a los monstruos (fols. 70v-71r), ponderando el narrador, como en otras ocasiones,
la novedad y artificio de las invenciones tan admirables y nunca vistas, aunque con variaciones de ingenio y ambición eran elemento fijo
de todas las fiestas de su clase.
San Ignacio y San Francisco Javier (y otros agentes celestiales, como
los ángeles) destruyen con sus fuegos, ingeniosamente dispuestos por
los pirotécnicos, a ídolos, hidras, dragones y otras bestias, representantes de la Herejía, la Idolatría, los Pecados capitales, o los enemigos del
hombre Mundo, Demonio y Carne, en Méjico, Lisboa, Évora, Coimbra, Braga, Manila, Marchena…10
Sierpes, hidras, dragones y basiliscos son favoritos de las festividades, pero el elenco de monstruos y seres fabulosos o maravillosos es
mucho más amplio.
En Gerona (fol. 38v) hallamos un jeroglífico con la batalla de
Belerofonte en su Pegaso con la Quimera, ser de conformación monstruosa, mixto de diferentes animales, que tenía, según Lucrecio y
Homero, cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, tal como
está en los libros de Alciato y Cesare Ripa, por ejemplo11.
En una representación teatral de Tulle (pp. 40-41) el rey (significado alegóricamente por el héroe Erice) derrota a un cíclope (representante de los rebeldes heréticos).
En La Flèche (p. 32) una estatua de Luis XIII tiene a los pies de
su caballo a un gigante, símbolo de los herejes, mientras que el fabu-
10 Méjico (1622, pp. 519, 543, 544), Lisboa (1621, fols. 21r, 26r, 54v), Évora (1622,
fols. 84v, 95r), Coimbra (1622, fols. 70-71), Braga (1622, fol. 130v), Manila (Murillo
Velarde, 1749, Relación de una fiesta de 1623, fol. 42v), Marchena (1622, p. 246)…
11 Ripa, Iconología, II, p. 95.
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EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII
loso pez uranoscopo12, que lleva los ojos sobre la cabeza y es remedio contra el mal ocular, expresa la prudencia del monarca.
Otros gigantes «de monstruosa grandeza» representan a los cuatro
elementos en las fiestas de Villaviciosa (1622, fol. 149v). No solo son
monstruosos en el tamaño, sino en su conformación híbrida: el Agua
de cintura para abajo es pez («medio hombre y medio ballena»), la
Tierra tiene la parte inferior del cuerpo en forma de serpiente con
cola de dragón llena de conchas… En el séquito del Agua iba el Mar
«en figura de tritón cubierto de conchas y caballero en una ballena
de horrible aspecto», etc. Los «monstruos salvajes» que danzan en la
ciudad de Oporto (1622, fol. 174v) parecen ser hombres salvajes obedientes a la iconografía convencional13, que van acompañados de lobos y otros animales que no se especifican.
En algún caso no falta la perspectiva cómica, como en la fiesta de
Braganza, que junta un coloso con un grupo de enanos en una danza en la que, según apunta Torres Olleta14, habría que ver una contaminación del motivo de Hércules y los pigmeos aplicado a Atlante en
versión jocosa:
Salió por la ciudad una monstruosa figura de Atlante con el globo del
mundo a cuestas y delante de ella una muy graciosa danza de enanos,
cuerpos muy pequeños, cabezas muy grandes, barbas cumplidas, trajes cortos y ricamente adornados, birretes rojos, pantalones a lo indio, en una
mano broqueles, en otra espadas con que hacían mil posturas de esgrima
(Braganza, 1622, fol. 141r).
En la relación de Monforte se consignan, bien como atributos de
pasta que portan algunos personajes, bien como representaciones alegóricas encarnadas por los participantes en las procesiones, bien como
pinturas o dibujos emblemáticos dragones, grifos, centauros, sátiros con
cola de serpiente, ballenas, unicornios…, entre otros.
12 Ver Plinio, Historia natural, 32, 7. En la descripción del relator de Tulle lleva un
gran ojo en medio de la frente.
13 Sobre el salvaje ver Antonucci, 1995.
14 Torres Olleta, Redes iconográficas.
IGNACIO ARELLANO
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Una constelación bien identificable de monstruos marinos corresponde a San Francisco Javier patrón de los navegantes, y príncipe del
mar, según el título de la hagiografía del hermano Lorenzo Ortiz15.
En la fiesta de Salvador de Bahía (1622), según el relato del jesuita italiano Corrado Arrizi16, desfilaba una nave de nombre Salvador,
como el de la ciudad, en la que iba San Francisco Javier, sometiendo
a un monstruoso Neptuno y su séquito de tritones, sirenas y «monstruos marinos». No se trata, como supone Castelnau, de una originalidad de la fiesta brasileña que aludiría a las navegaciones y conquistas portuguesas, sino de una composición que depende de la biografía
y de la misión evangelizadora del santo concreto, y que se repite constantemente.
En el preludio triunfal de Lisboa (1622, fol. 16v) salía una foca «o
monstruo marino disforme», montada en un tritón, abriendo el cortejo alegórico de los ríos de Portugal. El acompañamiento de San
Francisco en Coimbra (fols. 58 y ss.) estaba formado por muchos
monstruos marinos (que no se especifican) que llevaban delante una
danza de tritones vestidos de escamas y coronados de conchas y algas. Seguía una «monstruosa ballena» —sobre la cual montaba el fabuloso dios Palemón— y el dios Neptuno en un carro tirado por dos
hipocampos, todos reconociendo el dominio del santo. En otra nave
de San Francisco de las fiestas de Évora (Évora, 1622, fol. 95) asistía
la Fama sobre un delfín, rodeada de una danza de tritones y de monstruos marinos, y acompañada de seis sirenas que tocaban diversos instrumentos. Danza de tritones y sirenas hay también en Braganza (1622,
fol. 144v) y Oporto (1622, fol. 178r); en la isla de Madeira (1622, fol.
197v) tiraba de la nave del santo un monstruo marino de tal grandeza que en la boca podían entrar dos hombres… Otra ballena del séquito de San Francisco en Oporto (fol. 177r) era tan grande que en
su interior daba acogida a una danza de cangrejos, alusiva a un conocido suceso milagroso del santo17.
15 Ver
mi edición, 2004.
Enviado al general Murio Vitteleschi.Ver Castelnau, 1999.
17 El milagro del cangrejo se reitera en numerosas representaciones. Se recoge en
la bula de canonización: «ultra desto navegando Francisco entre las mismas islas y levantándose una cruel tormenta, para sosegarla había descolgado entre las olas una imagen de Cristo crucificado que solía traer al cuello, la cual deslizándosele de las manos con la fuerza de la tormenta, se había ido a fondo no sin gran dolor suyo, pero
16
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EL MONSTRUO EN LAS FIESTAS JESUITAS DEL XVII
El catálogo monstruoso y fabuloso que estoy comentando podía
ampliarse mucho. En esta aproximación de espacio limitado basten los
ejemplos aducidos, que deben completarse con alguna observación (ya
apuntada, pero en la que conviene insistir). Fundamentalmente debe
tenerse en cuenta que los monstruos que aparecen en estas fiestas se
integran en una estructura antitética y simbólica cuyos contextos precisos confieren todo su sentido a sus apariciones. No son, casi nunca,
elementos aislados, sino componentes de un programa complejo que
supone tradiciones culturales, referencias mitológicas, textos bíblicos,
interpretaciones de los padres de la Iglesia o repertorios emblemáticos. Aunque algunos de estos seres pueden tener connotaciones positivas (el ave fénix o el uranoscopo), la mayoría pertenecen a los territorios del mal y forman en las filas de los ejércitos diabólicos, como
instrumentos de la pedagogía religiosa en el marco del fasto barroco.
De esta manera, prisioneros, incinerados y desintegrados, estos monstruos tenebrosos deben rendirse ante la Iglesia, la Compañía y los santos canonizados. A menudo, el poder del bien es tan grande, que sus
enemigos se resignan de buen grado: en Angola los mismos diablos de
Europa, India, Japón y China, expulsados por San Francisco Javier, después de varias quejas y lamentaciones «confesaban que el beato Francisco de Javier era tan gran santo que hasta ellos lo querían festejar, y
poniéndose en orden nueve diablos danzaron con sus tridentes en el
carro triunfante al que también acompañaba toda la clerecía y religiosos que había en la región» (Angola, p. 50): no cabe mayor subordinación de los demonios y sus huestes diabólicas ni mayor exaltación
de los santos.
había consolado el Señor el ánima de su siervo porque como llegase a tierra y caminase junto a la playa, había saltado súbitamente de las aguas un cangrejo marino y
parándose a los pies del siervo de Dios con el mismo santo crucifijo levantado en las
dos tenacillas que le sirven de boca y Francisco hincándose de rodillas, le había recibido y con larga oración había dado gracias a Dios por tan señalado beneficio» (núm.
9). Torres Olleta, Redes iconográficas, estudia espléndidamente muchas de sus presencias
en el arte, sermonarios o hagiografías.
IGNACIO ARELLANO
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