Universidad Anáhuac
Centro de Noviciado y Humanidades de
Monterrey
Licenciatura en Humanidades
De la oratoria romana a la sacra:
Cicerón y San Agustín
Proyecto de investigación que presenta
Jesús Alberto Guerrero Urdaneta, L.C.
Director:
P. Louis M. Desclèves, LC
Asesores:
Dra. Juana I. Garza Cavazos
Maestro Aarón Grimaldo
Santiago, N. L.
Junio de 2014.
DEDICATORIA
Dedico este trabajo a mi familia y amigos que siempre me han apoyado en
mi camino y también, a los legionarios de Cristo y miembros del Regnum Christi
para que continuemos dando gloria a Dios haciéndole amar por las almas.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a Dios, porque me ha dado la oportunidad de ser religioso
legionario para hacerle amar por las almas y porque me permite formarme como
sacerdote religioso legionario de Cristo.
A mi familia y amigos, porque me han ayudado y apoyado en todo mi
camino.
A la Legión, por toda la formación y la confianza que han depositado en mí.
A mis superiores y hermanos legionarios, que me han acompañado y
animado en la elaboración de esta investigación.
A todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida legionaria, porque
me han ayudado a formarme mejor con cada una de las materias; también
agradezco su cercanía y amistad.
Al P. Louis Desclèves, a la doctora Juana I. Garza y al maestro Aarón
Grimaldo que han colaborado más de cerca en el desarrollo de este trabajo; por
toda su cercanía, paciencia, amistad y ayuda:
¡Muchísimas gracias!
Índice
Introducción .............................................................................................................. I
UNIDAD 1: La oratoria en general y la ciceroniana. ................................................ 1
1.1 Bases generales de la oratoria. ........................................................... 2
A.
Concepto de oratoria. ............................................................................. 2
B.
Tipos de oratoria..................................................................................... 3
1.2 La oratoria de Cicerón. ........................................................................ 5
1.2.1 Tipos de discursos y genera dicendi. ............................................................. 6
1.2.2 Partes del discurso. ...................................................................................... 11
1.2.3 Formación del orador. .................................................................................. 14
1.2.4 Lo conveniente del decir en el discurso........................................................ 19
Conclusiones. ........................................................................................................ 22
UNIDAD 2: Los inicios de la oratoria cristiana y agustiniana. ................................ 25
2.1 La oratoria sacra y tipos. ................................................................... 26
2.1.1 El sermón en los primeros siglos del cristianismo. ....................................... 29
2.1.2 Tipos de sermón. .......................................................................................... 30
2.2 La oratoria de San Agustín. ............................................................... 32
2.3 Relación entre la oratoria de Cicerón y san Agustín. ........................ 40
Conclusiones. ........................................................................................................ 42
UNIDAD 3: Las aportaciones de la oratoria agustiniana. ...................................... 46
3.1 Los elementos retóricos en la oratoria agustiniana. .......................... 47
3.1.1 Géneros de pronunciar el sermón. ............................................................... 47
3.1.2 Partes de los sermones. ............................................................................... 62
3.1.3 Formación del orador sacro.......................................................................... 64
3.1.4 Lo conveniente del decir en el sermón. ........................................................ 73
3.2. Aportación de la oratoria agustiniana a la actualidad. ...................... 91
Conclusiones ......................................................................................................... 94
Bibliografía. ........................................................................................................... 98
Referencias de internet ....................................................................................... 100
Introducción
La oratoria en general es y ha sido un medio del que se ha valido el hombre
para transmitir un mensaje a un grupo de personas y que a su vez le ha permitido
convencer a este auditorio, persuadiéndolo con sus palabras para realizar algo.
Esta herramienta ha servido para mover la voluntad de las personas, para
enseñar y desarrollar alguna doctrina, agradar y deleitar, suscitar emociones,
afianzar o arrancar algún bien o mal en la sociedad y hacer amar u odiar algo o a
alguien.
A lo largo de la historia muchos oradores han trascendido a través de sus
discursos por lo que han sido capaces de lograr con su palabra, por lo que han
enseñado, por la riqueza o la trascendencia de sus aportaciones en gran variedad
de campos, como la política, la filosofía, el cultivo de las humanidades y la retórica
misma.
Uno de los más grandes oradores que ha tenido la historia ha sido Marco
Tulio Cicerón, quien ocupó cargos políticos en la Roma republicana y se recuerda
como el mejor orador de su patria. Además del legado de los discursos y tratados
de filosofía que se conservan, ha dejado varios libros en donde plasma sus
aportaciones acerca de la elocuencia, como Orator ─El orador─, De inventione
rhetoricae ─De la invención retórica─ y De oratore ─Acerca del orador─.
Otro de los grandes oradores ha sido San Agustín, uno de los santos que
dejó un mayor legado dentro del cristianismo en diversos campos, entre los que
están: el teológico, el filosófico y el retórico. En sus sermones y tratados de
I
elocuencia, retoma y adapta varios elementos para la retórica cristiana como los
géneros contenidos dentro del discurso, las partes del discurso, la conveniencia
del “decir” en el discurso y la formación del orador y sus características.
El nexo que tienen ambos oradores procede de San Agustín cuando hace
referencia a las obras de Cicerón en su autobiografía y en su liber IV De doctrina
christiana, así como en sus sermones, donde retoma y adapta algunos elementos
de la elocuencia de Cicerón para la retórica sacra, contribuyendo también a la
oratoria en general.
Los elementos son –entre otros– los géneros y la conveniencia del “decir”,
las partes del discurso y la formación y características del orador, que son
aquellos a los que se dedicará esta investigación. Con toda evidencia, San
Agustín renueva también las temáticas además de usar de modo personal las
figuras retóricas.
Los cuatro elementos se analizan en esta investigación, con el propósito de
rescatar la contribución que hizo el santo, al comparar sus escritos con los
preceptos de Cicerón sobre la oratoria y detallando algunos sermones del santo
para dar constancia de su aportación.
En sus obras: De doctrina christiana y De catechizandis rudibus, se puede
observar que el santo crea sus sermones con base en los preceptos de la oratoria
romana y adaptándola a sus necesidades, al auditorio y a sus fines como
predicador sacro. Al pronunciar sus sermones, es notoria la forma en que retoma e
innova los elementos mencionados, dándoles una sutil reorientación.
II
La obra De doctrina christiana Liber IV está dedicada a dar algunos
conceptos para la predicación sacra y es una valiosa ayuda para sustentar
retóricamente el sermón.
San Agustín aprovecha otra de sus obras: De catechizandis rudibus, para
dejar plasmados una serie de principios generales y ejemplos de cómo debe dar
una catequesis el presbítero.
Este estudio sobre la aportación de las oratorias de Cicerón y San Agustín
se enfoca a la exposición y organización de una parte de las enseñanzas del
cónsul romano y del santo en el tema de la oratoria; hace evidente el nexo entre
las oratorias romana y cristiana, destacando la contribución de San Agustín a la
oratoria, al perfeccionar la retórica cristiana para hacer diversas conclusiones que
buscan recuperar los elementos del santo en la oratoria actual.
Los cuatro principios que se han elegido son los más relevantes y
esenciales dentro de la retórica y sin los cuales no se puede persuadir a un
auditorio; a su vez son los que el santo maneja y retoma con más frecuencia en
sus sermones, reorientándolos y aplicándolos a las necesidades del cristianismo.
Estos elementos también son los más esenciales para la oratoria sacra,
porque a partir de ellos se pueden hacer sermones persuasivos que cumplan su
fin y que muevan al auditorio, que le enseñen y le deleiten.
III
UNIDAD 1: La oratoria en general y la ciceroniana.
El análisis del contenido de la oratoria de San Agustín y en especial algunas
partes de la elocuencia, sólo puede entenderse mediante el estudio de la oratoria
ciceroniana para analizar algunos de los sermones de la oratoria agustiniana y ver
sus elementos retóricos.
La oratoria ciceroniana es de tipo judicial porque Cicerón se dedicó a tratar los
casos que le encomendaban en el foro romano y a dar normas acerca de este tipo de
oratoria. Por eso, sus palabras se dirigen a convencer a su asamblea de una postura
o a tomar una resolución, porque en los juicios se debatía alguna decisión para el
gobierno de Roma o la condena de algunos reos.1
El cónsul romano ha escrito en varios libros sus preceptos acerca de la
oratoria, como Orator –el orador–, De oratore –acerca del orador–, De inventione
rhetoricae –de la invención retórica– y muchos más. En este trabajo se esbozan
cuatro de los elementos más importantes de la oratoria: los géneros dentro del
discurso, las partes del discurso, la formación del orador y la conveniencia del decir;
todos ellos son retomados por San Agustín para su oratoria sacra.
Cicerón es tomado como modelo de la oratoria porque san Agustín2 le
consideró el mejor en su campo y en este trabajo se le tomó como modelo de la
elocuencia romana y, en algunas ocasiones, se habló del rétor en general, haciendo
1 Cicerón, Marco Tulio (2010). De la invención retórica. México, UNAM, II. p. 66-139.
2 Aurelius Augustinus. (1957a). Obras de San Agustín (tomo XV). Madrid: La Editorial Católica, S. A. De doctina christiana. IV.
3, 4.
referencia a Cicerón; asimismo, se aborda la oratoria en general y algunos de sus
tipos para lograr una mejor comprensión.
1.1 Bases generales de la oratoria.
A.
Concepto de oratoria.
Para profundizar en el estudio y análisis de los principios retóricos que San
Agustín recoge de Cicerón para elaborar una oratoria sacra, es necesario
conceptuarla como: dicere adposite ad persuasionem o “decir adecuadamente para
persuadir”, pues la oratoria en general tiene como fin y definición, lo mismo:
convencer a su auditorio. Aunque existen diversos tipos de oratoria, como la sacra, la
judicial, la sofista y otras, la definición dada aquí se aplica para cualquier forma de
hablar en público. 3
La oratoria consta de figuras, fines, recursos, etc., que se consideran como
cosas de segundo orden que se someten a diversas razones como el objetivo del
orador, la ocasión, el auditorio o las circunstancias.
La retórica es un arte; en la obra de Quintiliano Institutio oratoriae –Institución
de la oratoria–, le da el nombre de facultas dicendi –facultad de decir– y ars
loquendi4 –arte de hablar– pues para realizar el objetivo propuesto de convencer al
auditorio, es necesario que la oratoria cuente con un rétor cualificado y preparado,
con objetivos claros y delineados y con recursos que le faciliten mover la voluntad de
los oyentes.
3 Cic. (2010). De inventio., I. 5 6.
4 Quintilianus, Institutio Oratoria. II, III.
2
La oratoria ciceroniana no sólo se basa en discursos y argumentos, sino que
gran parte de su efectividad se funda en la persona del disertador, que compendia
formación, verosimilitud y virtud. Pues es poco verosímil que se exhorte a vivir algo
que ni la misma persona que lo predica lo hace. Aunque los discursos y argumentos
son esenciales en el contenido retórico, también abarca la figura del rétor, es decir,
su influencia en la sociedad y su autoridad moral para persuadir al público.
B.
Tipos de oratoria.
Los tipos de oratoria son las formas de discurso que se pueden usar, es decir,
que existen varias formas de pronunciar una intervención y depende de las
circunstancias, de las necesidades, la cultura de las personas, el fin que se busca, el
auditorio al que se habla y otras variantes. 5
Algunos de los tipos de oratoria que existen son: la deliberativa, la epidíctica y
la judicial, que fue utilizada y desarrollada en especial por griegos y romanos, ya que
debido a las circunstancias y necesidades de su época, era necesaria la defensa de
la palabra para salvaguardar las posturas y deseos de la ciudad en el futuro.
Muchas decisiones que tomaron los griegos y romanos como nación, se
debían a las posturas que defendían quienes dominaban la palabra, así como para la
resolución de los pleitos de herencia familiar y condenas criminales.
5 Anónimo (2010). Rhetorica ad Herenium. I, II, 2.
3
La oratoria de tipo judicial tuvo un desarrollo importante en Roma debido a las
necesidades de su política republicana y a los abundantes juicios que se sostenían
en favor o en contra de los ciudadanos romanos.
La oratoria epidíctica, como las arengas griegas, se usaba para enardecer los
ánimos de los soldados y en ellas se buscaba exhortar a los combatientes a ganar la
batalla, mediante unas palabras que fortalecieran su ánimo. Este tipo es más emotivo
y busca un fin inmediato, como la victoria en la guerra, alentando y motivando el
espíritu de los oyentes.
Estas oratorias mencionadas no son únicas, pues también está la oratoria
sacra, usada por los predicadores cristianos como forma de conducir a la persona al
encuentro con Cristo y para estimularles a crecer sus virtudes en la vida cristiana.
Esta retórica tiene en sus bases la oratoria griega y romana, surgiendo de las
necesidades de la Iglesia en sus primeros años de fundación y expansión; con
similitudes de la estructura, rimas y las figuras retóricas en los discursos
grecorromanos, ya que muchos de los primeros sacerdotes aprendieron este arte en
las escuelas paganas.
Es necesario señalar que estos tipos de oratoria se distinguen de los géneros
de pronunciar en que los tipos de oratoria son clases de discursos que tienen un fin
específico, un auditorio determinado y un marco del cual no se puede sacar porque
se deja de entender; en cambio, los géneros son las formas de comunicar lo que se
quiere transmitir a la asamblea en función del fin que persigue el orador.
4
1.2 La oratoria de Cicerón.
Como se dijo, Marco Tulio Cicerón es considerado como uno de los más
grandes abogados y el mejor orador romano, porque sus discursos, su enseñanza
retórica y su actuación en el foro no fueron superadas por los demás elocuentes de
la república. Además de su legado retórico, ha dejado el filósofo y el político.
Cicerón provenía de la plebe y se educó en Roma y Atenas, en este último
lugar tuvo como maestro a Molón de Rodas. A partir de su educación, fue
destacando como maestro de la palabra y abogado, subiendo la escala de los
honores políticos desde cuestor hasta cónsul de la república.
Uno de los principales puntos por los que consiguió estos ascensos y logró la
máxima fama fue la oratoria; se dedicó a la de tipo judicial para ganar litigios,
defender reos y hablar en favor de la república.
La oratoria de Cicerón tiene elementos singulares y persuasivos que le
caracterizan, dado que su objetivo es convencer y él lo logró en todos sus discursos
con excepción de uno: que pronunció en favor de Milón. Algunos de sus
características son la atracción de la benevolencia del auditorio, la argumentación, la
contundencia de sus peroraciones –conclusiones– y la capacidad de sorprender al
público con su innovación.6
Los elementos de la oratoria de Cicerón que se tomaron en especial para esta
investigación, fueron los relevantes para crear la oratoria sacra de San Agustín;
6 Cicerón, Marco Tulio (1992). El Orador. Madrid: Alma Mater (Europa Artes Gráficas), Introducción, pp. IX-XVI.
5
concretamente, los principios más esenciales de la retórica que retoma el santo de
Cicerón para aplicar en sus sermones.
Estos principios son esenciales dentro de la retórica porque por medio de ellos
se pueden hacer los discursos o sermones y éstos unen las oratorias de ambos.
1.2.1 Tipos de discursos y genera dicendi.
Antes de exponer la doctrina retórica ciceroniana sobre los tipos de discurso,
es necesario entender que éstos que se encuentran dentro del mismo, y que el
abogado romano no se refiere explícitamente a la clasificación de discursos
conocidos hoy en día como por ejemplo en la clasificación de Penagos: el explicativo,
el demostrativo, el emotivo y el persuasivo.7 Esta última clasificación parece
depender más bien de las facultades a las que se refiere (inteligencia, voluntad,
pasiones, memoria).
Sin embargo, es conveniente aclarar que esta clasificación de los discursos
actuales no es diametralmente opuesta a la que señala Cicerón en sus obras y que
retoma San Agustín,8 sino que se deriva de los fines de la elocuencia –u oficios como
los llama él mismo– y que son: el enseñar, el deleitar y el mover.9
Estos tipos de discurso se dividen en función del contexto y modo en que eran
pronunciados entre judiciales si se trata de un juicio o deliberativos si se trata de
7 Penagos, Luis, S.I. (1964). Oratoria sagrada hoy. Santander; SAL TERRAE, pp. 35-47.
8 Cic., (1992). Orator. 5, 17 - 7, 24.
9 Aug. (1957a). Doctr. IV. 17,34.
6
ponderar una decisión. Existen también los epidícticos que giran en torno a la
alabanza y su contrario.
La clasificación actual deriva de los siguientes fines que propone Cicerón en
libros retóricos: el persuasivo –mover–; el explicativo y el demostrativo –enseñar–; el
emotivo –deleitar– de manera que se muestra una línea de continuación entre lo
propuesto por los rétores antiguos y la oratoria actual, pues se siguen usando los
elementos retóricos que aplicaban los clásicos para sus oraciones, como queda
patente en la actualidad. 10
Esta propuesta de clasificación es válida porque, como señala San Agustín,
todos ellos se deben orientar a mover la voluntad del auditorio por medio de los fines
de enseñar, persuadir o deleitar. 11 De lo contrario, la oratoria se puede convertir en
un mero entretenimiento, cuando es un arte y lo que en parte rige las naciones y
corrientes de pensamientos, dado que éstas se apoyaban en la argumentación de los
discursos de los filósofos.
Los tipos de discurso se distinguen de los genera dicendi o modos de
pronunciar el discurso que llamaremos de ahora en adelante géneros de la oratoria.
Se refieren como su nombre indica no tanto al contexto o fin con el que se pronuncia
el discurso (aunque están en función de él) sino más bien al adorno, modo e
intensidad con la que se expresa el orador en cada uno de los tipos de discurso.
10 Ibidem.
11 Aug. (1957a) Doctr. IV. 19, 38.
7
Los géneros de la oratoria que apunta el cónsul romano son: el llano, el
templado y el grandilocuente, porque eran los más adecuados a los fines, las
necesidades y las circunstancias de la oratoria judicial. 12
Es necesario apuntar sobre los fines que perseguía Cicerón, que sus
discursos trataban acerca de Roma misma, porque casi todos los sucesos que allí se
discutían repercutían de forma directa o indirecta en la vida de la república como es
el caso de los inculpados Catilina y Milón; también se discutía sobre la vida o muerte
de los criminales, por lo tanto, el margen de victoria o derrota era un riesgo que se
corría, y de ello dependía la vida, muerte o exilio del ajusticiado, que para un romano
era casi lo mismo que morir.
El orador romano tenía que enfrentarse a esta realidad al momento de
pronunciar sus discursos porque debía ser capaz de convencer a su auditorio
envuelto en medio de estas circunstancias, y al momento de pronunciar sus
palabras, el uso adecuado de los géneros del discurso le daba la oportunidad de
persuadir a sus oyentes.
Por eso, dentro del mismo era necesario tener una parte que fuera: llana, para
que se pudiera explicar −enseñar− de forma sencilla lo que había sucedido o las
causas del juicio, haciéndolo de forma clara y elegante, con un estilo conciso y
armonioso, conveniente para la enseñanza.
Sobre este género contenido en el discurso, se puede decir que es el más
conveniente para todo el que quiere explicar algo, porque al tener que hacer claro y
12 Cic., (1992). Orator. 5, 17 - 7, 24.
8
patente para el oyente algún concepto o tema, el que habla debe servirse de
ejemplos comunes para el que oye, palabras simples, metáforas y comparaciones
para que quede entendido lo que se busca enseñar.
Este era el que usaban los filósofos y los que buscaban transmitir un
argumento o una postura, porque si se quiere convencer ─intelectualmente─ es
necesario mostrar al entendimiento paso a paso, de que ese argumento es cierto, no
sólo verosímil. Por eso, en este género no caben las grandes palabras y giros
retóricos, pues lo que se busca es mover la mente por medio de la probabilidad de
las razones.
Otra parte del discurso debía ser templado, intermedio, pues aunque no está
del lado de la grandilocuencia, ni del llano, es vecino de ambos, pero con la suavidad
de palabras y austeridad de figuras, su discurso fluye para transmitir la idea con
facilidad y delectación, y así orientar los ánimos del auditorio hacia su objetivo:
agradándole. 13
Este género busca mover la voluntad “doblándola poco a poco” porque al
agradar a su auditorio consigue dirigir los ánimos hacia su objetivo; aunque no es tan
violento o deslumbrante, consigue su meta porque a través de los comentarios
agudos, los halagos y los chistes o ironías, orienta, prepara y motiva la voluntad de
su público.
La mejor parte del discurso debía ser la grandilocuente, para dedicarse a
conmover al público mediante la gravedad de las sentencias, la grandeza de las
13 Ibidem.
9
palabras con argumentos contundentes y desplegar lo más elaborado del discurso,
en fin, con toda la preparación de los oradores para estimular a la voluntad de los
presentes.14
Este género es el más llamativo y el que en especial se debe aplicar por los
que se quieran llamar elocuentes para conmover a sus auditorios ─como los
abogados, ministros de culto y predicadores religiosos─ pues unas veces buscará
convencer con el uso de la fuerza argumentativa o emotiva.
En los géneros anteriores el rétor no necesitaba esta cláusula porque se
basan en el ingenio y el arte del orador, pero si se quiere pasar al grandilocuente, es
necesario sentir primero lo que se quiere transmitir, pues aunque hubiera mucho
talento, sólo queda en el plano intelectual de las agudezas mentales e irónicas; aquí
es indispensable que el elocuente sea el primer interpelado por sus palabras.
A través de estos géneros quedan sustentadas las tesis del discurso y la
voluntad de la asamblea se persuade con la postura de quien les habla, ya sea que
pretenda suscitar la pasión en el auditorio, sublevar el ánimo de los oyentes para
involucrar a toda la persona, de forma que el individuo se ve afectado integralmente
con las palabras del rétor, porque habla a la mente, el corazón y la voluntad de la
persona. Sin embargo, el que habla debe primero sentir aquello que quiere suscitar
en su auditorio, de lo contrario, se le juzgará como ficticio o falso, porque no se
puede suscitar emociones en el auditorio si el mismo no los ha sentido antes. 15
14 Ibidem.
15 Cic., (1995). De oratore II, 188-190.
10
1.2.2 Partes del discurso.
Los libros de Cicerón sobre oratoria dividen en varias partes la de tipo judicial,
y entre los mismos oradores se nombran algunas de modo diferente, pero responden
a los mismos fines porque surgen de necesidades similares; de ellas sólo se
abordaron aquellas que eran necesarias para esta investigación.
Las partes del discurso se pueden conceptuar como las divisiones internas del
mismo para dar una estructura lógica a la argumentación, y a captar la atención del
público para convencerlo de una postura o moverle a hacer algo.
Estas partes ayudan a persuadir a la asamblea atrayendo su atención,
proponiéndole su tesis, desarrollando los argumentos y concluyendo con una
peroración que dé el remate final a la intervención para lograr así su objetivo.
Además, las partes del discurso que se tomaron en este estudio son las que
retoma el santo; de esa forma se puede profundizar mejor en la relación que tienen
ambos oradores, en la importancia directa de estos nexos en su elocuencia, y en la
retórica romana y la sacra.
De acuerdo con Cicerón, las partes del discurso son: el exordio, narración,
partición, confirmación, refutación y conclusión.16 De ellas, sólo se tomarán el
exordio, la proposición, la división y la peroración, para analizar los elementos
retóricos fundamentales que retoma San Agustín ─distinguiendo la elocuencia
judicial del cónsul romano─ dado que son las partes clásicas y universales de la
oratoria que han trascendido hasta influenciar a San Agustín.
16 Cic., (2010). De inventio., I 14, 19.
11
El exordio: en la oratoria romana es la parte inicial del discurso por la que se
busca hacer un auditorio “benévolo, atento, dócil” pues a través del ingenio y el
talento del elocuente, esta pieza del discurso le gana la buena voluntad de su público
y le libra de prejuicios contra el tema a tratar o contra él mismo. 17
Esta parte es la segunda en importancia, porque a partir de aquí se define la
actitud con que el público va a escuchar y recibir sus palabras; si no logra hacer que
el auditorio tenga alguna de estas actitudes o las tres, se hace aborrecer por los
presentes pues no consiguiendo que sus palabas sean bien acogidas, no será
persuasivo.
Al decir benévolo, se trata de que la asistencia reciba de buen agrado las
palabras, para que el auditorio escuche agradable y gustosamente lo que se le va a
decir; así el rétor tiene a su favor parte del consentimiento del público al momento de
presentarle la síntesis de sus palabras ─la proposición─ y se vuelva un asamblea
propicia.
Cuando se habla de atento, quiere decir que la concurrencia que asiste a la
intervención escuche sin prejuicios ni mentalidades contrarias aquello de lo que se
vaya a hablar.
Al tratar sobre un auditorio dócil, se busca que los oyentes sean “dóciles” ─en
relación a su voluntad─ para que el elocuente sea capaz de encaminarlos hacia el fin
que tiene la misma.
17 Ibidem.
12
La proposición del discurso es la parte en la que el rétor propone
sustancialmente al auditorio aquello de lo que va a hablar; normalmente se ubica
después del exordio ya que una vez obtenida la atención del público, éste recibe de
mejor manera el mensaje del discurso.
La división ─divisio─ del discurso es la parte en la que el hablante desarrolla
toda su argumentación y en especial la que aplica los recursos y las figuras retóricas
para que las palabras del rétor no sean duras y ásperas a los oídos de los presentes,
sino que sean agradables y gratas adornadas con figuras y recursos retóricos.
Sobre la argumentación, el maestro de la palabra debe saber basar su
discurso sobre un solo tema porque si aborda varios, el espectador no podrá seguir
el ritmo de lo que dice pues debe concentrar su atención en varias cosas.
De esta forma, el rétor debe disponer todos los argumentos hacia su tema y al
fin, de la misma forma que en las pirámides de Egipto se construían de manera que
todas las piezas estaban dirigidas a la cúspide, así el orador debe disponer de todos
los argumentos de forma que su argumento principal, se vea sustentado por todas
las tesis; de este modo el argumento principal del discurso es verosímil y persuasivo,
porque al unirlo con las demás explicaciones y adornado por las figuras y recursos,
convence al auditorio.
La peroración es lo último que se dice, sin embargo debe ser la parte más
elaborada de todo el discurso por ser eminentemente persuasiva y lo más elaborado
de la intervención, en donde se despliega todo el arte retórico, pues es la estocada
final que se da para mover, pues se ha ganado la atención y benevolencia de los
presentes, propuesto el tema que deseaba tratar y desarrollados todos los
13
argumentos, disponiendo cada una de las palabras para mover la voluntad de los
oyentes hacia su objetivo.
Hay múltiples formas de hacer la peroración, como lo explica Cicerón en su
libro De inventione, encaminado al patrimonio de la oratoria judicial, sin embargo,
San Agustín da el fin principal de la peroración, es decir mover.18
1.2.3 Formación del orador.
La oratoria consta de discursos y estudios acerca de elocuencia, pero también
tiene una parte que concierne al orador como persona, porque a través de su
ejemplo se encontrará la verosimilitud entre lo que predica con la palabra y lo que
instruye con la vida personal.
Este apartado tiene el fin de mostrar la importancia de la formación del rétor
para la óptima pronunciación de los discursos, pues no sólo necesita ciencia o
talento para pronunciar sus discursos y persuadir, sino una vida que convenza y
unos estudios que le permitan conocer íntegramente la persona a la que se dirige.
Estos estudios son, lógicamente de retórica, pero también de filosofía para
que pueda saber cómo conmover a la persona en su integridad de mente, corazón –
como sentimientos y parte más sensible del hombre– y de voluntad. También la
virtud toma un importante papel porque es un signo de persuasión –para el auditorio–
y una garantía de que aquello que le ofrece el que habla es bueno, conveniente y
necesario.
18 Aug. (1957a). Doctr. IV. 25, 55.
14
Marco Fabio Quintiliano retoma la definición de rétor que ha legado Catón: Vir
bonus dicendi peritus –Hombre bueno perito en el hablar– en el capítulo doce de su
obra –Institutio oratoriae–. Cicerón ha dado esta definición porque no sólo da fuerza
argumentativa a sus discursos, sino que la respalda con una vida que llena este
concepto de Vir Bonus, pues era una persona admirada por llevar una vida digna.
La primera parte, de Vir bonus se refiere a que el que hablaba debía ser un
hombre integral, honesto, recio y sin afectaciones en gestos y mucho menos en la
voz; en fin, debía ser un hombre virtuoso en todo el sentido romano, esto es: una
persona que por la fuera de su voluntad, y la armonía que le daba su propia razón a
la vida era considerada virtuosa, porque no estaba sometida a los caprichos de sus
sentimientos o a los impulsos de su temperamento.
Al tratar acerca de Bonus en la persona del elocuente, se refiere también a la
manera intachable que debía vivir y demostrar el orador, porque de ello dependía
parte del convencimiento de sus palabras; además, el pueblo romano buscaba en la
persona del orador toda la integridad y honestidad que se puede esperar de un
hombre, porque eran conscientes de que el destino de su nación dependía de los
rétores, capaces de conseguir el consentimiento de auditorios enteros con su sola
palabra.19
No sólo una gran parte de la oratoria consiste en los discursos del rétor, sino
también su persona es persuasiva, la vida del elocuente debe estar en consonancia
con lo que predica, de forma que se “predique con el ejemplo” para ser verosímil.
19 Cic., (2010). De invent., I 1, 1.
15
Gran parte de la verosimilitud de los discursos se basaba en su testimonio, en la
autoridad moral que tenía sobre el auditorio y en el influjo social que ejercía. Porque
estos tres conceptos mencionados, los engloba el cónsul romano y los plasma en
sus obras retóricas.
Acerca de las últimas palabras de la sentencia de Catón: dicendi peritus,
queda claro que debe tener toda la instrucción necesaria y adecuada para la labor
que vaya a desempeñar en el foro, o ante los auditorios a los que se vaya a
enfrentar, sea como maestro o como abogado.
El mismo Cicerón plasma en una de sus obras lo que se debe esperar, y a lo
que debe aspirar el que se quiera llamar elocuente: Is qui in foro causisque civilibus
ita dicet, ut probet, ut delectet, ut flectat, “el que en el foro y en las causas civiles
hable de tal modo que pruebe, que deleite, que mueva”.20 Con esta sentencia
Cicerón no sólo engloba al orador romano, sino que trasciende el tiempo y logra
definir a todo aquel que se dirija a un público de cualquier clase. Porque en esta
definición encierra el objetivo al que aspira el orador, el cual va en plena consonancia
con la definición de la oratoria dada por Cicerón como: dicere adposite ad
persuasionem o “decir adecuadamente para persuadir”.21
De lo contrario, al que habla no se le puede llamar elocuente, ni serán de
provecho para el auditorio o para la sociedad sus palabras; incluso, él mismo será de
poco provecho para sí, pues la elocuencia sin sabiduría es causa de destrucción
para la sociedad, y no beneficia a nadie la retórica sin la sabiduría porque es, las
20 Cic., (1992). Orator.21, 69.
21 Cic., (2010). De invent., I 5, 6.
16
mayoría de las veces, causa de ruina para las personas en todos los sentidos. Sin
embargo, el que domine la palabra, es utilísimo para la sociedad ya que es capaz de
conducir los ánimos de las personas hacia lo bueno y verdadero.22
De esta reflexión, se llega a la conclusión de la importancia y trascendencia
del maestro en la palabra para estos pueblos, los cuales eran dirigidos por las
palabras del más elocuente de sus rétores, siendo del partido o línea de pensamiento
que fuera.
Tratando acerca de la persuasión, el orador necesita desarrollar la sensibilidad
para hacer sentir lo que él quiere que sienta el auditorio. Porque para poder suscitar
algo en el público, él mismo tiene que sentirlo primero; sólo será capaz de suscitar en
su auditorio sentimientos de dolor, misericordia, odio o piedad, a condición de que
primeramente los experimente él mismo; no podrá conmover a los jueces si no está
persuadido de lo que dice.
Por eso señala que no puede ser inflamada ninguna materia a la cual no se le
aplique primero fuego, porque si se quieren originar estos sentimientos en la
asamblea, es necesario que los tenga y transmita de forma vehemente.23
Además de que el elocuente debe sentir primero lo que quiere transmitir a su
público, también es necesario que sepa poner los argumentos donde mejor deben
estar, porque debe colocar en su justo lugar los argumentos de acuerdo con su peso,
es decir, la verosimilitud de las palabras con la realidad.
22 Ibid., I 1, 1.
23 Cic., (1995). De oratore II, 188-190.
17
A todo esto se añade que el rétor no debe tender a satisfacer al público como
si marcara, la pauta de lo que se debe decir, porque no sólo debe agradarlo, sino que
también debe resguardar la dignidad y el valor que tiene el ser orador ante las
volubilidades del auditorio; y más bien que ceder, sorprenderlo por medio de la
grandilocuencia de sus palabras. Además el que habla no va a entretener a la
asamblea, pues no se ha formado para esto, sino que se ha formado para ser
portador de un mensaje que aproveche a todas las personas y que trascienda.
Cicerón agrega que es necesaria la filosofía para el rétor, porque de esta
forma, le permite llegar a conmover las fibras del alma que sólo él conoce, dado que
esta ciencia le da herramientas de pensamiento con las que puede hablar con mayor
claridad y orden mental.
Además, a lo anterior se suma que el aprendizaje de esta ciencia le da los
materiales necesarios para poder discernir la esencia de las cosas; lo certero de lo
subjetivo; lo claro y cierto de lo ambiguo y turbio, ya que en los juicios de los
romanos era necesaria la capacidad de hacer este tipo de discernimientos para no
apoyarse en argumentos que carecían de valor a causa de su poca verosimilitud,
moral o simple rumor de la multitud, siempre voluble a las habladurías.24
A su vez, la filosofía le suministra conocimientos acerca de la naturaleza, la
vida, los deberes, la virtud, la religión, el compromiso social y las rectas costumbres
de la nación gracias a la penetración intelectual de las cosas que adquiere.
24 Cic., (1992). Orator. 4, 14-16.
18
Otro importante beneficio que reporta la filosofía, es la profundidad y solidez
de pensamiento para analizar al discurso oponente, porque ante las intervenciones
de los demás abogados romanos era necesario siempre modificar un poco el propio
discurso previamente elaborado, de forma que se pudiera contra-argumentar al
adversario, dar solidez al discurso propio con tesis consistentes y pronunciarlo de
forma que agradara y moviera la voluntad del público.
1.2.4 Lo conveniente del decir en el discurso.
Este elemento es de los más esenciales de la retórica, porque el orador ante
todas las circunstancias adversas o favorables que se le presentarán, tenía que ser
capaz de adaptar sus palabras a la situación en estuviera el auditorio y los jueces,
para persuadir a todo el auditorio de su postura.
Este es uno de los más grandes principios que tiene la oratoria romana y que
sea convertido en un gran legado para la elocuencia de los todos los tiempos. Se
trata de lo que Cicerón llama conveniencia, pues el elocuente es el que ad id
quodcumque decebit peterit accommodare orationem, “el que acomoda su discurso
al decoro de cada cosa”,25 para que las palabras que tenga que decir a la asamblea,
sean justo lo que necesitan oír para ser convencidas; no es posible que un discurso
surta su efecto sobre el auditorio cuando éste no está dirigido al público que le está
oyendo, por eso el rétor debe ser capaz de acomodar, y decir lo que sea conveniente
en cada palabra.
25 Cic., (1992).Orator. 36, 124.
19
En este punto es importante señalar que el que habla debía considerar su fin
único en la creación de su discurso ya que el auditorio fuese capaz de seguir los
planteamientos, para dirigir cada una de las palabras, gestos y actos a la realización
de su objetivo; tenía que considerar a todos los oyentes para saber cómo variar su
discurso y conocer qué era lo que necesitaban oír para ser persuadidos; las
circunstancias en las que se encontraba la ciudad o el estado de la política, para
saber disponer todos los componentes del discurso, de forma que las palabras se
hilvanaran y, en su conjunto, condujeran al oyente al objetivo fijado del discurso.
El orador romano tenía que saber acomodar cada una de las palabras que
decía en orden a la consecución de su objetivo: la persuasión del auditorio. Para ello,
era necesario que el rétor dispusiera cada una de las palabras, gestos, secciones de
la disertación, figuras y recursos retóricos a fin de mover la voluntad de los
presentes.
Esta conveniencia en las oraciones es sumamente importante y es esencial
para cualquier oratoria porque, sí hay muchas cosas que decir; hay figuras y
recursos retóricos para decirlo; hay ingenio y creatividad por parte del elocuente para
hacer todo esto, pero sin este elemento que adapta todo, es inútil la oración que se
pronuncie porque no será persuasiva; de lo contrario, iría contra la misma definición
de la oratoria que es: dicere adposite ad persuasionem o “decir adecuadamente para
persuadir”.26
26 Cic., (2010). De invent., I 5, 6.
20
Desde la misma definición figura el elemento que trata: dicere adposite o
“decir adecuadamente”. Ya desde un inicio, se habla acerca de la acomodación que
tiene que considerar el elocuente para que su auditorio le comprenda mejor, de aquí
se entiende la preponderancia de este elemento.
Esta conveniencia se trata de saber qué decir, cómo, cuándo y a quién decir
qué cosa; porque las personas a las que se veía obligado a hablar el orador romano
son muchas, pues tenía que hablar a los gobernantes de Roma; a los altos grados
militares; a los subordinados; a los senadores; a los patricios; a los intelectuales que
cultivaban los estudios de filosofía y letras de entonces, y a las personas comunes
como los comerciantes que tenía Roma.
Estas condiciones son las que contempla el rétor al prepararse para su
discurso, y tiene que saber manejarlas para poder arrastrar la voluntad de su público
hacia lo que se propuso.
Para que el rétor pueda persuadir a su asamblea no puede decir las cosas de
máxima importancia para el estado, o para la liberación de un reo de una forma
sencilla, como lo haría un maestro de educación básica, que enseña a sus alumnos
lo esencial de las matemáticas, sino que debe usar los más elaborado de su
grandilocuencia para arrastrar la voluntad de sus oyentes al fin que se ha propuesto;
ni se puede decir las cosas que son agradables, como buenas noticias, o un chiste,
para suavizar el ánimo del auditorio, de una forma seca, directa y rígida, como quien
enseña el sistema filosófico de una teoría a catedráticos.
El maestro de la palabra, gracias a su formación, debe ser capaz de aplicar la
oratoria necesaria para la realidad en que se encuentra, pues si un juicio amerita
21
poca elocuencia debido a las circunstancias, debe hacerlo; si otro merece lo más
arrebatador de su palaba, debe aplicarlo para que el discurso, la causa que le ha
llevado a hablar en el foro, y las circunstancias en que se debe pronunciar el
discurso, sean propicios para la persuasión de la asamblea.
Este principio de la oratoria romana no sólo es aplicable para el arte de hablar
romano, sino que se puede llevar a cualquier tipo de elocuencia porque de las cosas
que más debe considerar el orador al hablar es a quién se dirige, que toma en cuenta
cuál es su auditorio para que las palabras sean los más adecuadas posibles a los
oyentes.
Conclusiones.
En esta unidad que trata acerca de la oratoria clásica romana de Cicerón, se
expuso la doctrina retórica del abogado romano en la que se señalaron los puntos
principales de los elementos retóricos que usaba el cónsul para la persuasión de su
auditorio.
En esta primera parte de la investigación quedan expuestos algunos
elementos de su oratoria, que trata de los elementos retóricos dentro de la gran
enseñanza retórica que Cicerón ha legado a lo largo de todos sus discursos y
escritos acerca de la elocuencia judicial; dado que Cicerón ha escrito mucho, y de
muchos puntos sobre la oratoria, en esta investigación se ofrece un esbozo de
algunos de los aspectos más importantes de su doctrina retórica, sin contar todos
sus escritos eclécticos sobre filosofía.
22
Sin embargo, el legado retórico ciceroniano es muy amplio, contando todos los
libros y discursos que se conservan. En casi todas sus obras preceptúa diversos
puntos de elocuencia, y señala múltiples principios importantes o necesarios para
persuadir, pero estos escritos son varios y su doctrina retórica se encuentra dispersa
entre las páginas y dentro del objetivo de este trabajo fue necesario reunir y
concentrar parte de su legado, para entender luego la oratoria sacra de San Agustín,
el uso que da retomando algunos elementos y el perfeccionamiento de la oratoria
sacra.
Acerca de los elementos más representativos de Cicerón que le unen con San
Agustín, algunos de ellos son los ya tratados: los géneros dentro del discurso, la
formación del orador y sus características, la conveniencia del decir en el discurso y
las partes del discurso. Los géneros dentro del sermón u homilía son los que
permiten conducir el ánimo del auditorio hacia lo que se ha propuesto el rétor de ante
mano; porque como el auditorio no es capaz de mantener una atención total durante
el discurso, los géneros permiten que la asamblea sea persuadida dirigiéndose a la
mente, a la voluntad y a los sentimientos.
La formación del orador y sus características, fue un apartado en que se
buscaba explicar que el rétor necesitaba de la ciencia de la elocuencia y la filosofía
para dar una persuasión mayor a sus discursos por medio de la fuerza de la palabra,
y la verosimilitud de su vida. Porque la verosimilitud de su vida y su conocimiento de
la filosofía le permitirían conocer y conmover de la mejor manera a su asamblea.
La conveniencia del decir en el discurso es la herramienta que le permite al
rétor adaptar su discurso para hacer más accesible mensaje que quiere transmitir y
23
poder dirigirse al auditorio para persuadirlo; en este apartado se recopilaba parte de
lo que Cicerón había señalado sobre este para comprender mejor el trabajo del
elocuente al componer y pronunciar sus discursos.
El apartado de las partes del discurso trataba de apuntar lo que había
desarrollado el abogado acerca del elemento que busca dividir de mejor manera el
contenido del discurso y así transmitir el mensaje con más eficacia, pues deja
preceptos sobre todas las partes con el fin de persuadir.
El abogado de Roma tiene la mejor oratoria, pues él mismo fue encumbrado
en su época hasta lo más alto; no obstante, en todo su legado retórico hay muy poco
orden, dado que él escribía conforme se lo pedían o para salir al paso y defenderse
como orador y proteger la que consideraba la mejor oratoria de todas.
Con el fin de concentrar un poco su erudición, en esta primera unidad de la
investigación se han condensado algunos rasgos más esenciales de lo que enseñó,
escogidos para poder comprender de mejor manera la retórica sacra de San Agustín.
Cuando Cicerón señala sus criterios universales de la oratoria, lo hace de tal
manera que puede ser aplicado a cualquier retórica, y esto es lo que hace el santo
de Hipona al retomar de forma acertada los principios del legado de Cicerón para
adaptarlos a una elocuencia cristiana.
24
UNIDAD 2: Los inicios de la oratoria cristiana y agustiniana.
Para concretar las características de la retórica de San Agustín, es necesario
comprender la oratoria sacra en general; también es importante hacer un breve
recorrido histórico de esta elocuencia así como de los tipos de sermón que se
utilizaron durante los primeros siglos del cristianismo y de la oratoria que maneja el
santo, para demostrar la relación que existe entre los diferentes tipos de oratoria.
No se abordan aquí los elementos que retoma el santo porque están en la
tercera unidad, pero se introduce a ellos y se da un panorama general de la retórica
del Obispo de Hipona.
Parte de los orígenes de esta oratoria es la educación que tuvieron algunos de
conversos que se formaron en las escuelas romanas y griegas y se consagraron a
Dios y al ministerio de la palabra, como: San Agustín, obispo de Hipona; San
Ambrosio, obispo de Milán; San Gregorio, obispo de Nacianzo; San Basilio, obispo
de Cesarea, por citar algunos ejemplos.
El objetivo de esta unidad es dar a conocer las bases y el panorama general
de la oratoria sacra y en especial de la oratoria de San Agustín, para llegar a la
última unidad en que se analizaron los elementos que adapta el santo en la oratoria
cristiana para su perfeccionamiento.
25
2.1 La oratoria sacra y tipos.
Para conceptuar la oratoria sacra se puede decir que es la que trata de las
cosas de la religión, en este caso, de la cristiana y son las formas en que se abordan
los diversos temas de que necesita hablar el predicador sacro y los fines que se
propone al pronunciar su discurso.
Luego, los tipos de oratoria se clasifican en función de lo que se busca con el
hecho de pronunciar un sermón u homilía se puede hacer una clasificación como la
hace San Agustín, la cual está hecha en función de los tres fines de la oratoria. 27
Sin embargo, también se puede hacer una en función de la ocasión del
sermón como puede ser una oración fúnebre para un velorio, o una catequesis, para
quien aprende la doctrina católica.
Por eso, el orador sacro tiene que adaptar sus palabas a la ocasión en que se
encuentre y al fin que busque, pues no es lo mismo que el predicador quiera enseñar
la doctrina cristiana y entretenga (deleite) al auditorio con chistes; o que quiera mover
su voluntad para que hagan alguna cosa y dé unas palabras que están más dirigidas
al entendimiento, como comprobar una postura filosófica que a la voluntad.
Por eso, es necesario que se pronuncie un sermón determinado con unos
fines propios, recursos y las características más adecuadas para cada una de las
ocasiones en que tenga que intervenir el apóstol de la palabra, y pueda conseguir su
fin propuesto.
27 Aug. (1957a). Doctr. IV. 17, 34.
26
Es necesario aclarar que estos tipos de oratoria sacra surgen a partir de las
necesidades que tiene el sacerdote, es decir, lo que debe decir al auditorio al que se
dirige y cómo decirlo, porque no siempre tendrá enfrente al mismo público, sino que
estará cambiando, y se verá enriquecido con más personas; distinto por la presencia
o ausencia de algunos miembros de la asamblea.
De la misma manera, el orador debe adaptar el discurso a lo que necesita el
auditorio para se dé un encuentro con Cristo ̶̶̶̶̶̶̶̶̶̶ hacer la experiencia del amor de Dios ̶̶̶̶̶̶̶̶̶̶
y para que crezca en su vida cristiana, y debe adecuarse a lo que propone la liturgia
de la Iglesia.
Acerca de esto, el Papa San Gregorio Magno (540- 604) en su Regula
pastoralis,28 da algunas directrices al momento de predicar a distintos tipos de
auditorios en el apartado sobre “el ministerio del pastor y el modo de exhortar y
enseñar a los fieles”, porque hay que saber adaptar el Evangelio y su mensaje a
cada uno de los auditorios que se le presentan, además de que no todas las
personas necesitan oír lo mismo para el bien de sus almas.
Esta propuesta que hace el Papa San Gregorio Magno en su Regula
pastoralis es una guía y apoyo para la oratoria sacra, dado que, a diferencia de la
oratoria romana, el auditorio que tiene el sacerdote ante sí es más variado que el del
abogado romano.
El presbítero tiene que echar mano de su arte para poder predicar la palabra
de Dios, y con el fin de acercar las almas a Cristo y ayudar a vivir el Evangelio y las
28 Gregorius Magnus. Regula pastoralis III, 1-40.
27
enseñanzas de Cristo, para que la Palabra de Dios no sea algo ajeno a la vida de las
personas, sino que sea parte de su vida personal y vida de su vida.
También necesita la oratoria para poder catequizar y enseñar a los ignorantes
la fe a la que se comprometen a vivir. Por eso, tiene que enseñar de forma sencilla
los conceptos que contiene la Escritura, de manera que queden asimilados por las
mentes de las personas que se convierten a la fe cristiana; dentro de ese catequizar
a los neófitos, el predicador sacro tiene que saber hacer llegar el mensaje a los
distintos tipos de auditorio que se le presenten como niños, jóvenes, adultos,
ignorantes y doctos.
Dentro de la formación que requiere el sacerdote, figura un amplio y profundo
conocimiento de las Escrituras, apegado a las enseñanzas de los Sumos Pontífices,
para poder explicarlas correctamente, incluso sus vericuetos. Por eso, le urge poseer
una gran profundidad espiritual, para ser capaz de hacer accesibles los conceptos
más complejos del cristianismo.
Como la Sagrada Escritura tiene partes oscuras, es decir, que no se entienden
con facilidad, el predicador tiene que explicarlas y hacerlas sencillas a la mente de
las personas que le oyen, para no se queden con conceptos erróneos o heréticos.
También tiene que defender y explicar la fe ante los herejes porque –tanto
antes como ahora– la fe es tergiversada por las personas que no están del todo de
acuerdo con el cristianismo, por aquellos que no quieren vivir según la moral cristiana
y, por eso, quieren rebajar sus exigencias a lo que creen que es lo ideal, lo mejor. Él
tiene que saber dar razón de lo que cree ante todas las personas que le pidan esos
28
motivos y muchas veces tendrá que argumentar filosófica y teológicamente para
sustentar y demostrar la veracidad de su fe.
Esta argumentación que se pide del sacerdote ante las personas de otras
confesiones es muy importante ya que por medio del debate o la discusión acerca de
la propia religión, se puede profundizar en las razones que animan la fe que se
profesa, para defenderla de los errores doctrinales que corrompen las enseñanzas
de Cristo en su Evangelio y promover la unidad de la Iglesia, por medio de la unidad
de doctrina.
2.1.1 El sermón en los primeros siglos del cristianismo.
El sermón es el discurso que da el sacerdote después de la lectura del
Evangelio, y lo expresa de la manera más adecuada para explicar al pasaje leído y al
fin que se haya propuesto ─como catequizar, hacer una exégesis o motivar a vivir
una virtud del Evangelio─ también es el medio que se ha usado desde la fundación
de la Iglesia para el adoctrinamiento del pueblo de Dios, el doblar su voluntad para
conducirlos a vivir algún aspecto de la vida cristiana y el fortalecimiento de las
virtudes.29
Los fines de este sermón u homilía son: enseñar la doctrina cristiana, acercar
a la persona a un encuentro con Jesucristo y hacer crecer la vida cristiana del alma,
entre otros, porque el predicador puede y debe concretizar su objetivo de acuerdo al
auditorio que le oye, pero los fines más generales son los ya citados.
29 Machado Pinto, Wenderson (2013). Formas de transmisión del mensaje evangélico: análisis comparativo entre los sermones
de San Ambrosio y Cantalamessa. Tesis de Altos Estudios Humanísticos (s/e), p. 15.
29
El orador sacro debe poseer varias características para lograr un buen
sermón. Una de ellas es la claridad, porque debe hablar claramente para que el
mensaje quede totalmente patente y perspicuo, e incluso, si lo requiere, tiene que
repetir cuantas veces sea necesario la idea, de forma que aquello que quiere
transmitir llegue a la asamblea sin malinterpretaciones o a medias, porque es
importante que sea bien entendido el mensaje del sacerdote, pues de lo contrario,
puede degenerar en herejía, mediocridad en la vida cristiana o malformaciones de la
conciencia. 30
Otra característica es la adecuación práctica a la vida de lo que se dice al
auditorio, de forma que las figuras, los recursos y los ejemplos que se usan estén
dirigidos a la consecución del fin que se ha fijado de antemano, así todas las
palabras que pronuncia están dirigidas a propósito para realizar su objetivo, como en
un edificio donde todos los ladrillos están puestos para levantar la obra.
2.1.2 Tipos de sermón.
Los sermones de los primeros tiempos del cristianismo tenían muchas
similitudes con los discursos grecorromanos porque muchos de los sacerdotes que
predicaban en la Iglesia se habían formado en las escuelas de retórica y oratoria
clásica o su formación estaba influenciada por estas culturas; además de estas
semejanzas, el sermón era un arma que permitía al cristianismo defender su fe, dar
la enseñanza de la doctrina y desarrollar su expansión.31
30 Aug. (1957a). Doctr. IV.11, 26.
31 Machado. op. cit. p. 16.
30
La oratoria sacra contiene diversos géneros de sermón u homilía y entre ellos
están el exegético, el catequético, la oración fúnebre, moral-ascético y los
panegíricos porque son la respuesta a las necesidades que tiene la Iglesia ante las
diversas situaciones como catequizar (catequético), mover la voluntad (persuasivo),
explicar las escrituras (exegético) y enseñar las costumbres cristianas (moralascético).32
Estas clasificaciones no limitan las palabras del sacerdote sino que son las
ocasiones más usuales en las que el sacerdote habla, pero los tipos de sermón
surgen de las necesidades que tenga el sacerdote al hablar, y de los fines que tenga
el discurso sacro que se dirá.
Todos estos tipos de sermón u homilía son los más comunes para la oratoria
sagrada, y se pueden conceptuar los tipos de la siguiente manera: 33
Exegético: es el que busca explicar la sagrada escritura para enseñar la fe,
introducir en el conocimiento de Dios, instruirse en la revelación que él hace a su
pueblo y tener una relación con el texto sagrado.
Catequético: es el que busca enseñar la ortodoxa doctrina cristiana para tener
los conocimientos, entender la religión, conocer el contenido de la fe que se profesa
y a través del conocimiento, crecer en la vivencia práctica y mística de la religión.
Persuasivo: es el que busca convencer al auditorio de alguna postura o quiere
mover a las personas a realizar algo. Todos los sermones en general son
32 Ibíd.p. 17.
33 Ibidem.
31
persuasivos pero unos van más dirigidos a la inteligencia, a explicar o a refutar algún
argumento, pero éste tiene por objetivo hacer que el auditorio siga la postura y la
tesis que el orador está proponiendo, sea mover la voluntad a realizar alguna acción
o convencerlos de una postura.
Oración fúnebre: eran los sermones que se pronunciaban para el funeral de
las personas ilustres, en que se rezaba por el alma para que Dios la recibiera en el
cielo, y si era prudente, se alaban las virtudes que le destacaran en vida.34
Moral-ascético: eran los sermones que enseñaban a los cristianos la manera
de vivir como tales, y les ayudaba a mantenerse firmes ante los embates de las
herejías y persecuciones.35
Panegíricos: eran los sermones pronunciados para alabar las virtudes de
algún santo y de algún personaje representativo del antiguo testamento, para animar
a la virtud a los oyentes, y proponer ejemplos dignos de imitar a las personas. 36
2.2 La oratoria de San Agustín.
La oratoria del santo es variada a lo largo de su vida, ya que se sabe que
desde su juventud estuvo en la corte del emperador elaborando panegíricos, y al final
de sus días estuvo predicando sermones sobre la fe católica, pasando por la escuela
de oratoria que dirigió.
34 Ibíd.p. 18.
35 Ibíd.p. 17.
36 Ibíd. 18.
32
Así queda claro el gran abanico retórico, y el vasto repertorio que tuvo el de
Tagaste, y por lo cual se puede decir que trabajó la oratoria, y contribuyó a la
fundación de la oratoria sacra, por medio de la ciceroniana. Sin embargo, lo que se
conserva en mayor parte de su obra retórica es, la sacra, es decir: sus sermones,
acerca de tantísimos temas y contenidos, y sus tratados retóricos. 37
Dentro de la retórica que usa el santo a lo largo de su ministerio como Obispo
de Hipona destaca su habilidad dialéctica, en la que es conocido el debate que
mantiene contra Cresconio. El argumento de Cresconio era que este arte no hacía
bien a la verdad cristiana. Sin embargo, responde con un argumento tan sólido y
además fundado en las epístolas de San Pablo, que gana la discusión.38
En este debate o serie de acusaciones, este hombre se enfrenta contra el
santo echándole en cara los defectos y vicios de su retórica, tachándola de
dialéctica, pero estos vicios los tiene él mismo; y el santo rebate de tal manera sus
palabras que le deja fuera de la discusión.
La retórica que el santo usa para sus predicaciones es bastante parecida a la
oratoria clásica romana, pues él mismo se educó en estas escuelas y enseñó sus
preceptos. Por un lado se parecen porque están retocadas por el santo para los
fines, necesidades y del cristianismo, pero también se comparten la estructura, los
géneros, las figuras y algunos fines de la oratoria.
37 Von Campenhausen, Hans. (2001). Los Padres de la Iglesia II. Los Padres Latinos. Madrid: Ediciones Cristiandad, p. 248.
38 Oroz R., José, Fr. (1963). La retórica en los sermones de San Agustín. Madrid: Editorial Augustinus, pp. 57-59.
33
Esta clase de oratoria, siempre trata de cosas importantes, porque siempre
versa sobre la salvación de las almas. Por eso, el orador sacro tiene que preparase
muy bien en todos los campos, ya que su oratoria no se resume a sus sermones,
homilías, etc., sino que por medio de la palabra escrita, la catequesis, la dirección
espiritual y los debates que pueda tener acerca de la fe le ayudarán a cumplir con su
misión de salvador de almas.39
También se encuentran en su elocuencia abundantes figuras de pensamiento,
como el dualismo, característico en varias de sus obras, con el que busca hacer más
claro y patente el tema de sus palabras; este dualismo consta de la proposición de
una idea y, al momento, su contrario, para poner de manifiesto aquello que quiere
transmitir a su interlocutor, a través del contraste de los conceptos que menciona. 40
Él echa mano de la oratoria para rebatir los argumentos de los herejes;
enseñar y explicar la doctrina católica; solidificar el cristianismo en su diócesis por
medio de la palabra, tanto hablada como escrita, y por la elocuencia de su testimonio
y coherencia con lo predicado; para hacer una exégesis de los salmos, pasajes de
los Evangelios, la sagrada escritura en general, y para exhortar al cristiano a vivir
como tal.
Entre todas las obras que escribió el santo hay gran variedad de sermones
repartidos entre: acerca de la liturgia de la Iglesia, sobre el Evangelio y las cartas de
San Juan, sobre los salmos y los soliloquios entre otras obras. Toda esta labor
retórica permite ver la riqueza del Evangelio y también la gran capacidad del santo
39 Aug. (1957a). Doctr. IV, 18, 35.
40 Aug. (2009).De civitate Dei. XIV, 28.
34
para penetrar y profundizar esos temas y, al mismo tiempo, ser capaz de llevar a su
feligresía el alimento de la palabra, explicado para transmitirlo a las personas que no
tenían acceso a los textos, pero que sí entendían la lengua del imperio.
El Doctor de Hipona en su libro cuarto de la obra Acerca de la doctrina
cristiana ─De doctrina christiana─, desarrolla cómo debe ser la oratoria que tiene que
aplicar el sacerdote en sus intervenciones, porque si se necesita enseñar, esclarecer
o mover la voluntad de la asamblea, debe aplicar lo más conveniente para satisfacer
las necesidades de su auditorio, ya que el oficio del doctor cristiano es: “enseñar lo
bueno, desenseñar lo malo, y asimismo mediante el discurso apaciguar a los
contrarios, alentar a los tibios y enunciar a los ignorantes de qué se trata y qué deben
esperar”; debe hacerlos “benévolos, atentos y dóciles” para la mejor recepción de la
Palabra de Dios.41
Apunta el Obispo que es mucho mejor que “el orador cristiano hable más
sabia que elocuentemente” y este precepto es atinado, porque la Sagrada Escritura
merece ser anunciada de la mejor manera, aunque no por eso puede pensarse que
es más importante el arte de la palabra en el sermón u homilía, que la misma Palabra
de Dios.
También es importante señalar que no sólo hay que basarse en la ciencia
humana al predicar la Palabra, sino que el protagonismo es del Espíritu Santo, y de
41 Aug. (1957a). Doctr. IV, 4,6.
35
la Palabra misma, porque ella sola basta para ser elocuente al hombre de todos los
tiempos que, sediento de Dios, se acerca a la Iglesia para saciar su sed.42
El doctor cristiano, como llama San Agustín al sacerdote que predica, debe
hacer muchas cosas por el auditorio que le oye, porque su condición de pastor le
impele a ello, pero las principales son: mover la voluntad de los oyentes a Cristo,
enseñar a los ignorantes y “llevar a cabo el asunto conforme lo pidiere la causa”.43
En este fragmento de los escritos del santo es importante señalar que el
mismo Cicerón apunta el mismo precepto para las causas de la oratoria, es más,
dedica la segunda parte de su libro Acerca de la invención retórica, justo a la forma
en que se deben tratar las causas de los juicios romanos, la diferencia es que el
cónsul romano se dedica a dar criterios acerca de cómo deben ser tratadas la
mayoría de las causas, y el santo sólo señala que el predicador debe “llevar a cabo
el asunto conforme lo pidiere la causa.”44
El mismo San Agustín busca dejar claro que no quiere dar preceptos acerca
de la retórica y aconseja que lo mejor para aprender este arte es escuchando e
imitando a los rétores; sin embargo, uno de los principales patrones rectores de la
oratoria que él lega es la claridad en el hablar. 45
Este es sumamente atinado, porque de nada sirve que el orador conozca y
aplique a la perfección la elocuencia, si no se hace entender por su público, y no
42 Ibidem.
43 Ibidem.
44 Ibidem.
45 Aug. (1957a). Doctr. IV, 3,4.
36
logra captar su atención; así, lo hace contrario al mensaje del Evangelio por una
deficiencia del predicador; a su vez, debe hablar de forma que agrade a la asamblea
porque, se tiene que hacer gustar el alimento del alma para aquellos que aún no
gustan de lo espiritual.46
Él tiene que mover el ánimo de las personas, porque no sólo debe enseñar
para que se conozca la doctrina cristiana, ni agradar para retener la atención del
auditorio, sino mover la voluntad con lo mejor de su elocuencia para vencer con la
palabra.47
A diferencia del orador romano, el sacro, es decir el sacerdote, debe orar a
Dios antes de pronunciar cualquier sermón, porque no sólo debe confiar en su arte,
sino que tiene que ser consciente de que es Dios el que da la gracia de ser
conmovidos por el Espíritu Santo, y por medio de la oración el sacerdote aprende a
dejar a Dios actuar a través de sí para que la almas se encuentren con Cristo.
También tiene que prestar más atención a la verdad de la doctrina, que a la
belleza de las palabras, porque de no ser así, se podría convertir en un sofista que
busca convencer a su auditorio, sin importar el medio que tenga que usar para ello, o
en un mero charlatán, y no en un apóstol de la palabra.
Él señala que para la mejor práctica y asimilación de la retórica lo que se debe
hace es hablar, pronunciar discursos e intervenciones, esto es: adquirir la elocuencia
por medio de la práctica misma, más que fijarse en los preceptos, normas y leyes
46 Aug. (1957a). Doctr. IV, 10, 24-11, 26.
47 Aug. (1957a). Doctr. IV, 13, 29.
37
acerca de la elocuencia. Así, el que aprende la retórica encuentra mejor la propia
forma de discurso en lugar de la excesiva fijación en los preceptos que la hacen
rígida y ficticia. 48
San Agustín no fue creador de la oratoria sacra, pero sí la perfeccionó porque
tenía todas las posibilidades, estudios, capacidades y talentos para hacerlo. Durante
su juventud se dedicó a aprender el arte de la palabra y a enseñarlo; luego lo ejerció
en la cohorte del emperador en Milán. Al convertirse al cristianismo despliega todo su
ingenio y creatividad para retomar y adaptar los preceptos de la oratoria clásica, y así
llevar a cabo una retórica cristiana.49
La conveniencia del decir, o Apte dicere ─hablar adecuadamente─, es un
elemento que el de Hipona trata ampliamente, porque teniendo un auditorio tan
variado y conformado por tantos tipos de personas, con distintos niveles de
educación, era necesario para él adaptar lo que iba decir, para que el mensaje del
Evangelio llegara a cada uno de los presentes. 50
En este punto de la conveniencia del decir, él lo aplica del mejor modo posible,
porque sin rebajar el lenguaje o hacer burdas sus palabras empobreciéndolo, habla
de modo claro y digno porque retoma el leguaje que usa la Biblia y hace inteligible
para los habitantes de Hipona lo que quiere decir el Evangelio. Él era capaz de decir
48 Oroz R., op. cit., pp. 75-76.
49 Von Campenhausen, op. cit. p.286.
50 Aug. Obras de San Agustín (tomo XIX). Madrid: La Editorial Católica, S.A., pp. 17-18.introducción.
38
“de modo comprensible lo más profundo, de modo sencillo lo complicado, pero nunca
de modo banal lo sencillo.” 51
Uno de los logros más sobre salientes de San Agustín es el haber compuesto
la primera catequética y con esto se amplía el rango de alcance de la oratoria pues
ya no se reduce al marco del foro, o del púlpito, sino que va más allá para abarcar la
catequesis de los que son iniciados en la fe cristiana. 52
El sermón u homilía de San Agustín conserva similitudes con los preceptos
retóricos de Cicerón y, en general, con las directrices clásicas romanas acerca de la
estructura de los discursos, que el santo adapta para el cristianismo.
Los discursos de Cicerón y los sermones de San Agustín no son idénticos,
pero los del santo conservan similitudes y bases que permiten observar las
adaptaciones que hace el santo a la oratoria cristiana.
El tema de éstos es sumamente variado porque él tiene que adaptarse a las
necesidades de su auditorio, a la ciudad en la que se encuentre predicando, 53 y lo
que proponga la liturgia de la Iglesia. Sin embargo, a través de la elocuencia
aprovecha para hacer exégesis de los salmos, aunque algunos no fueron hechos
para ser dichos, sino para que los leyera la feligresía o para rebatir las herejías.54
En el sermón del Obispo de Hipona están las reminiscencias de la oratoria
ciceroniana ya que incluso en sus escritos sobre retórica el santo cita algunos de sus
51 Von Campenhausen, op. cit. p.286-287.
52 Ibíd. p.286.
53 Aug. Doctr. IV, 17, 34.
54 Aug. (1964), op. cit., p. 13. Introducción.
39
pasajes, y en sus predicaciones se ve la aplicación y adaptación de la elocuencia
latina a la sacra. Estos elementos que se detectan, como los géneros contenidos en
el discurso, la estructura de los sermones y la influencia del orador en el discurso,
son los más esenciales de la retórica y los indispensables.55
El sermón u homilía del santo de Hipona es sumamente rico en figuras
retóricas y alto contenido espiritual y teológico. Dentro de los tipos de oratoria sacra
que hay como el exegético, el catequético, el persuasivo y el moralista, San Agustín
los usa todos porque se ve en la necesidad de aplicarlos, pues no sólo predica a su
auditorio de Hipona, sino que lo llaman a predicar a grandes ciudades de África.
El rétor de Tagaste no es rígido en el momento de pronunciar sus sermones
siguiendo las preceptivas o protocolos acerca de la oratoria. Él se adapta a las
necesidades del auditorio y a los motivos del discurso, desarrolla sus palabras
conforme percibe que es comprendido por la asamblea, repitiendo lo que necesite
repetir de forma que quede claro el mensaje que tiene que comunicar, siempre
dirigido a hacer vivir el Evangelio. 56
2.3 Relación entre la oratoria de Cicerón y san Agustín.
La relación que tienen ambos oradores se hace patente al leer las obras
retóricas que escribió San Agustín; una de ellas es De doctrina chrisitana, en donde
en el liber IV da algunos consejos para la retórica del sacerdote y trata a profundidad
varios puntos esenciales de la elocuencia cristiana; la otra obra es De catechizandis
55 Aug. (1957a). Doctr. IV, 17, 34.
56 Von Campenhausen, op. cit., pp. 285-286.
40
rudibus, en la que plasma la primera obra acerca de catequesis en donde se
preceptúa para el sacerdote, de modo general, la manera de dar catequesis.
En estas obras retoma lo que señalaba Cicerón acerca de la oratoria, 57
también porque al conocer la biografía del santo queda claro que en la formación
retórica e incluso, filosófica, el bogado romano ejerce mucho influjo en el rétor de
Tagaste.58 El cónsul romano influyó en la forma de pensar del santo por medio de
uno de los escritos filosóficos que no se conservan, y en la retórica que más tarde
aplicará para adaptarla a las necesidades de la Iglesia.
Estos nexos se ven en las obras que tratan acerca de la elocuencia cristiana
como De doctrina christiana y De catechizandis rudibus, en donde el santo no busca
dar una preceptiva retórica, sino que quiere dar los principios generales de lo que
debe ser la oratoria sacra, para que se distinga de la retórica clásica que tiene partes
y fines distintos de los que tiene el cristianismo.
La oratoria sacra no nace con San Agustín, pero sí se desarrolla muchísimo
con él pues antes de su conversión, Aurelio Agustín, era orador en la cohorte
imperial en la que componía panegíricos para el emperador. Esto da a entender que
durante gran parte de su vida se estuvo preparando para llegar a ocupar este puesto
en la cohorte de Milán, y además de los muchos años de estudio, el joven elocuente
regentaba su escuela retórica en la que enseñaba el arte de la palabra.
57 Aug. (1957a). Doctr. IV, 17, 34.
58 Aug. (1991). Confess. III, 3, 7-8.
41
No sólo en su retórica, sino que también en su vida, Cicerón influyó por medio
de sus escritos filosóficos como el diálogo de Hortensio, la cual es una obra en que
Cicerón invita a adentrarse en el estudio de la filosofía que es lo único que puede dar
al hombre el valor en la vida, el saber aceptar la muerte y conferir una inmortalidad al
alma. 59
Él cuenta en sus confesiones que ese diálogo le animó muchísimo a
adentrarse en el mundo de la filosofía porque, como su mismo nombre lo dice en
griego, es el amor a la sabiduría y el santo se dirige a Dios con ánimo de
incorporarse para volver a él, pues a partir de ese momento lo que se propone es
buscar la sabiduría inmortal, lo cual le pone más cerca del cristianismo. 60
Esta influencia que ejerce el príncipe de la elocuencia romana se hace patente
en los escritos autobiográficos también en otras de sus obras, porque retoma
palabras acerca de la elocuencia y los elementos más esenciales de la retórica para
las predicaciones en el cristianismo, como a su vez es impelido a meterse de lleno en
el mundo de la filosofía debido a su objeto: obtener la sabiduría inmortal. 61
Conclusiones.
En esta unidad de la investigación acerca de lo que San Agustín retoma de
Cicerón, se han expuesto de forma resumida las partes más esenciales de su
oratoria sacra.
59 Von Campenhausen, op. cit., p. 248.
60 Aug. (1991). Confess. III, 3, 7-8.
61 Aug. (1957a). Doctr. IV, 17, 34.
42
El enfoque del trabajo ha estado dirigido a presentar la oratoria sacra en
general, los tipos de oratoria que hay, los tipos de sermón, los rasgos más generales
de la elocuencia del santo, su homilía y la relación retórica con Cicerón para poder
analizar los géneros contenidos dentro del discurso, las partes del discurso, la
influencia del rétor y sus características y la conveniencia del decir en el discurso y
así analizar y destacar la contribución a la oratoria que hace el santo, adaptando
algunos elementos de la oratoria ciceroniana a la sacra, por medio de la redefinición
de los elementos arriba citados.
Acerca de los inicios de la oratoria sacra, se debe señalar que los primeros
predicadores por parte del cristianismo eran hombres que se habían formado en las
escuelas clásicas, éstas estaban empapadas de toda la tradición y la educación
grecorromana, y formación culminaba con la retórica, como culmen de la erudición
de los estudiantes; esta educación conllevaba los estudios de filosofía y letras que
daban a la persona las herramientas necesarias para desarrollar ampliamente su
pensamiento y así, ser capaz de aportar algo a su sociedad, ocupando los cargos de
gobierno e influencia en las ciudades.
Los alumnos de estas escuelas que se convertían al cristianismo y fueron
ordenados sacerdotes e incluso, elevados a la dignidad episcopal; ellos eran, las
más de las veces, los que tenían ciencia y capacidad de gobierno, para guiar a la
Iglesia de su diócesis, defenderla de los ataques de la herejías y hacerla crecer por
medio de la expansión territorial y el desarrollo de la doctrina cristiana por medio de
la predicación y escritos que dieran a sus files.
43
La presente unidad es antecedente de esta investigación para comprender de
mejor manera la obra retórica de San Agustín de Hipona, en que ayuda a construir y
perfeccionar el edificio de la oratoria sacra por medio de la adaptación de la retórica
ciceroniana.
Se ha presentado de manera breve lo que el mismo santo escribe acerca de
su propia oratoria en los libros donde lega preceptos retóricos, y en los estudios
acerca de su oratoria, de manera que haya un panorama general de la retórica
agustiniana, y se pueda entender mejor el presente estudio sobre la adaptación de la
oratoria clásica, hacia una oratoria cristiana, por medio de los cuatro elementos que
reorienta para el cristianismo.
El cristianismo de entonces, no sólo tenía las necesidades de una facundia
sólida, sino también de un desarrollo compacto de toda la teología y la filosofía que
contenía en sí, y parte del mérito del Obispo de Hipona es no sólo la grandísima
aportación retórica, sino la contribución a la teología y filosofía cristianas, pues era un
gran comunicador y podía transmitir los conceptos más complejos al pueblo de Dios.
La retórica agustiniana es importante porque en ella está la unión entre lo
clásico grecorromano y lo cristiano, de esta forma, se complementan ambas culturas,
se enriquecen mutuamente, y se solidifica el cristianismo por medio de la retórica
romana. En la persona de Aurelio Agustín se funden ambas culturas y así, él es
capaz de traer lo mejor de la Roma clásica, para el cristianismo dando solución a las
necesidades de la Iglesia.
Concretamente, el santo retoma y adapta la elocuencia romana en sus
predicaciones como orador, usando los géneros contenidos dentro del discurso, las
44
partes del discurso, la influencia del orador y sus características, y la conveniencia
del decir en el discurso en sus predicaciones.
Al traer lo mejor de la oratoria latina al cristianismo, establece un nexo entre
ellas y resulta un enriquecimiento para toda la oratoria en general, pues la oratoria
sacra es creada y perfeccionada porque tiene sus bases en la clásica romana. Este
es uno de los méritos del santo, que logra adecuar lo mejor y esencial de la
elocuencia ciceroniana y adaptarla en el cristianismo para la predicación de los
sermones, las catequesis y los discursos contra los herejes para la solidificación y
delineamiento de la doctrina.
Esta unidad es un antecedente en esta investigación que profundiza en los
cuatro elementos que toma el santo para la creación y perfeccionamiento de la
retórica sacra. No se han elegido las figuras retóricas ni los recursos retóricos
―como sensibilización de las ideas, concretización, etc.― porque el santo no los
adapta ni modifica en sus predicaciones, sino que son una ayuda para la mejor
transmisión del mensaje. 62
A través de esta unidad se evidencian la perdurabilidad y funcionalidad de las
obras de los clásicos, que son capaces de seguir dando valiosas aportaciones para
el hombre, para las artes y para las ciencias.
62 Pedraz, Juan S.I. (1996). Los resortes psicológicos de la persuasión en la oratoria. Santander, España. Sal Terrae. P. 46.
45
UNIDAD 3: Las aportaciones de la oratoria agustiniana.
Esta unidad de la presente investigación pretende hacer el análisis de los
elementos más esenciales de la oratoria ―los géneros contenidos dentro del
sermón, las partes del sermón, la formación del orador sacro y características, y la
conveniencia del decir en el sermón― que retoma San Agustín de Hipona algunos
de sus sermones, para evidenciar y estudiar la manera en que el santo retoma y
adapta estos criterios para contribuir y perfeccionar la oratoria sacra del cristianismo.
Uno de los más grandes logros del santo es que toma lo mejor de la oratoria
romana ciceroniana, para llevarlo al cristianismo adaptándolo a las necesidades y
fines propios de la religión.
Aunque los nexos entre ambas retóricas son patentes, conservan sus
diferencias; sin embargo, ambas contribuyen al enriquecimiento de toda la retórica
porque dan soluciones y respuestas ante los diversos auditorios, o fines que pueda
tener cualquier orador.
Los elementos que retomó los adaptó a la retórica cristiana porque estos son
los más esenciales de la oratoria sin los cuales no se puede dar un discurso, sermón
u homilía, pues a través de ellos el predicador sacro hace llegar su mensaje con más
facilidad al auditorio.
En esta sección de la investigación se analizaron sus sermones ―bajo sus
distintos títulos y temas― para evidenciar la aportación que hace con su retórica.
Tanto en sus sermones como en las obras en las que trata acerca de elocuencia, se
encuentran las aportaciones del santo a la oratoria sacra.
46
3.1 Los elementos retóricos en la oratoria agustiniana.
La oratoria de San Agustín es tan rica que en ella se pueden encontrar
numerosos pasajes que traten acerca de varios temas como: la oratoria misma, la
doctrina espiritual del cristianismo, de teología y la vida espiritual.
Dentro del campo de la oratoria hay numerosos puntos de estudio y algunos
de ellos son los elementos que retoma para la retórica cristiana. Aunque éstos no
son los únicos que se podrían analizar, aquí se presentan los que ilustran mejor la
profundidad de la oratoria agustiniana.
3.1.1 Géneros de pronunciar el sermón.
Estos géneros contenidos dentro del discurso son las formas en que el
predicador debe decir las cosas, según sea el propósito que tiene esa parte del
sermón y según el contenido dentro de toda la unidad del mismo, de forma que la
homilía es armónica en sí misma, y es capaz de convencer a la asamblea; estos
géneros guardan una relación estrechísima con el contenido del mismo, que es el
fondo y con el fin que se busca en la predicación, pues están sumamente
relacionados los géneros llano, templado y grandilocuente, con los fines de enseñar,
deleitar y mover.63
Esta relación entre géneros y fines es importante porque no es lo mismo que
el predicador sacro quiera enseñar algo al auditorio y lo diga de forma que les haga
reír, o les motive a realizar algo, porque lo que buscaba era iluminar su mente con
63 Aug. (1957a). DOCTR. IV, 17, 34.
47
alguna de las verdades del Evangelio, o hacer más clara la enseñanza de las
Escrituras por medio de una exégesis; tampoco es igual que quiera mover la
voluntad de sus oyentes a que vivan como cristianos convencidos, y que sus
palabras estén más dirigidas a instruir su entendimiento, que a mover la voluntad.
El orador sacro al pronunciar sus sermones tiene que tener en cuenta lo que
quiere conseguir para adecuar el contenido de sus palabras, a la forma más
adecuada para que el auditorio quede convencido de lo que dice el predicador, o
para que se cumpla el objetivo que tenía pensado el sacerdote con ese sermón u
homilía.
Cicerón propone en sus obras sobre la retórica a tres géneros de pronunciar:
el grandilocuente, el llano y el templado. Éstos se usaban para diversos fines dentro
del sermón y con diverso contenido.
El llano se distingue por ser conciso, directo y sencillo, pues es el que buscan
exponer claramente lo que se dice, para hacer sus palabras inteligibles al auditorio. 64
Este estilo de hablar está relacionado con el fin de probar o enseñar,
65
y como
apunta el obispo de Hipona “será elocuente aquel que para enseñar pueda decir las
cosas pequeñas con sencillez.”66
Lo que el cónsul romano quiere hacer notar es que si se quiere hacer patente
algo a la mente del auditorio, si se quiere explicar un hecho o cómo sucedió algún
crimen ―ya que él dominó la oratoria de los juicios romanos― se necesitaba aclarar
64 Cic., (1992). Orator. 5, 17 - 7, 24.
65 Cic., (1992). Orator. 21, 69.
66 Aug. (1957a). DOCTR. IV, 17, 34.
48
cuál había sido la sucesión de los hechos de una forma sencilla, para que todos los
presentes pudiesen entender lo que había pasado. Este estilo, según Cicerón, servía
para dirigirse a la inteligencia cuando se quería probar alguna cosa.
Este género se usa también cuando se atiende más al contenido que a las
palabras del discurso, porque todo lo que se salga de probar, no es útil al orador en
ese momento.67
Este es el género que usan los filósofos, porque de modo simple y rápido se
dirigen a la mente para hacer claro algún argumento, o teoría; a diferencia de los
siguientes géneros, éste se dirige a la inteligencia y generalmente tiene un contenido
denso, el cual amerita que una forma facilite al oyente su fácil recepción.
El siguiente género es el templado, que es el término medio entre los géneros
llano y grandilocuente, porque no se sirve de la fuerza del grandilocuente, ni es tan
directo y sencillo como el primero; sin embargo, es cercano a ambos sin confundirse,
pues su objetivo es deleitar por medio de la agilidad mental con los juegos de
palabras, y adornos que le permiten mantener atento al auditorio, de forma que no es
tan vehemente como el último de los tres, ni tan parco como el primero, sino que
entre ambos.
Este género busca despertar la mente dejando las pruebas, atraer la voluntad
agradando el ánimo, y así, esta manera de hablar le permite ganarse a su auditorio,
pues le ha estado dando gusto con sus palabras.68
67 Cic., (1992). Orator. 23, 77- 24, 80.
68 Ibíd.,27, 92.
49
Esta manera de hablar es muy conveniente para el que habla, porque le da la
oportunidad de poner a relucir su ingenio por medio de las agudezas con que se
puede referir a muchas cosas, con unas cuantas palabras; permite al rétor deleitar a
su asamblea con su talento atrayendo su ánimo y su voluntad hacia lo que él quiera.
No es tan enérgico, o exuberante como el grandilocuente, pero además de
que deleita al auditorio con sus palabras, logra persuadirlo, porque al doblar su
voluntad poco a poco, la prepara para que el último género la convenza del todo.
El último de los tres géneros es el grandilocuente, que es el que caracteriza al
orador pues por definición es el que “arrastra los ánimos”69 de las personas, el que
habla “adecuadamente para persuadir” pues con su gravedad de sentencias,
grandiosidad de palabras, es capaz de incidir y conmover las voluntades. 70
Este género es el que es propio de la victoria,71 pues si él no persuade,
convence o mueve la voluntad de los que le oyen, no es un rétor, pues va contra la
definición de la oratoria: “dicere adposite ad persuasionem o decir adecuadamente
para persuadir”.72
Este género termina por ser contundente en la peroración de todo el discurso
con toda la fuerza de la palabra; en él se encuentran la fuerza argumentativa del
discurso, la capacidad de suscitar los sentimientos que favorezcan la persuasión del
auditorio, mover los ánimos; por este medio, es capaz de dirigirse a toda la persona,
69 Cic., (1992). Orator. 5, 20.
70 Cic., (2010). De invent., I 5, 6.
71 Cic., (1992). Orator. 21, 69.
72 Cic., (2010). De invent., I 5, 6.
50
pues en la intervención ésta es interpelada de forma integral: en los sentimientos, la
mente y la voluntad.
Esto es lo que proponía el abogado romano en sus preceptos, dentro de una
retórica que se enfoca a lo judicial, y en donde convencer al auditorio muchas veces
significaba salvar la vida de una persona, y otras veces, se trataba del destino de una
nación como Roma, en la transición de república a imperio.
Cicerón indicaba que el óptimo orador era el que pudiera dominar con tal
perfección los géneros, de forma que en cada uno de ellos consiguiera su objetivo,
pues “es elocuente el que puede expresar con sencillez los asuntos humildes, con
majestuosidad los superiores, y en estilo templado los medianos”.73
Según esta definición dada por Cicerón, el rétor tiene que tener tal dominio de
la palabra que sea capaz de hablar sencilla, grandilocuente y templadamente, porque
los asuntos que se ve obligado a tratar son tantos y tan variados, y al mismo tiempo
son tan diferentes los públicos que se le presentan, que quien se precie de serlo
debe medir cada palabra que dice conforme al fin y contenido dentro del discurso y el
auditorio que le escucha.
San Agustín lleva a cabo esta definición que ha dejado escrita el cónsul
romano, porque en sus escritos acerca de la retórica sacra y en sus sermones se
hace patente el dominio que tiene el obispo de Hipona de los géneros, pues sabe
conceder el peso a cada palabra, dentro del sermón para llevar al auditorio hacia el
fin que se propone.
73 Cic., (1992). Orator. 29, 102.
51
El rétor de Tagaste propone en sus escritos sobre oratoria sacra, aplicar en las
predicaciones del cristianismo el arte de hablar que empleaban los romanos, y es de
esperar, ya que el santo tiene fuertes vínculos con la oratoria romana a causa de su
vida pasada al cristianismo, tanto así, que llegó a la cohorte del emperador en Milán
para recitarle panegíricos, y también llegó a tener su propia escuela de elocuencia.
San Agustín en su obra De doctrina christiana, deja claro para el
predicador
sacro lo que tiene que hacer al momento de predicar, y aconseja cómo hacerlo pues
señalando el oficio del doctor cristiano:
El doctor y expositor de las Escritoras divinas, como defensor que es de la fe y
debelador del error, debe enseñar lo bueno y desenseñar lo malo, y asimismo
mediante el discurso apaciguar a los contrarios, alentar a los tibios y enunciar a los
ignorantes de qué se trata, y qué deben esperar. Después que haya hecho o hallado a
sus oyentes benévolos, atentos y dóciles, habrá de llevar cabo el asunto conforme lo
pidiere la causa. Sus los oyentes que escuchan deben ser enseñados, dado caso que
lo necesiten, ha de hacerse por medio de la narración, a fin de dar a conocer el asunto
de que se trata. Mas para que lo dudoso se haga cierto se ha de reaccionar aduciendo
pruebas. Pero si los oyentes deben ser excitados más bien que enseñados, a fin de
que no sean remisos en cumplir lo que ya saben y prestan asentimiento a las cosas
que confiesan verdaderas, entonces se requieren mayores arrestos de elocuencia.
Aquí son necesarios los ruegos y las súplicas, las reprensiones y amenazas y todos los
demás recursos que sirven para conmover los ánimos.
Casi todos los hombres, en los asuntos que ventilan de palabra, no se cansan de poner
en práctica todas estas cosas que acabo de decir.74
De esta manera el autor del De doctrina christiana deja claramente delineado
el papel del predicador sacro, pues es el que tiene que enseñar, apaciguar, alentar,
animar, mover, y en fin, llevar a cada persona hacia lo que más necesita las almas.
74 Aug. (1957a). Doctr. IV, 4,6.
52
El dominio de estos géneros está sumamente ligado a que el sacerdote sea
capaz de distinguir entre el contenido de la predicación, y la mejor forma de
expresarlo para conseguir su fin; así se mide la calidad y el nivel que posee en
cuanto a la elocuencia.
Como dijo Cicerón y lo retomó San Agustín: Docere necessitatis est, delectare
suavitatis, flectere victoriae, “el enseñar es propio de la necesidad, el deleitar de la
amenidad y el mover de la victoria”.75 Esta frase da a conocer la relevancia de los
tres fines, y cuán necesarios son, porque en todo discurso se buscan estas tres
cosas, pues son los fines invariables y más esenciales que tiene la retórica; sin
embargo, se deja campo al que habla para que pueda concretizarlos a sus
necesidades y circunstancias.
Una de las más grandes aportaciones que hace el santo a la retórica en
general, es que en la oratoria sacra los géneros convergen a la persuasión, es decir,
que todo lo que se dice y como se diga ―sea el género que sea― convergen a
mover a la persona, ya que la persona se ve interpelada integralmente.76
Conociendo los fines que tienen cada uno de los géneros se podría pensar
que cada cual va por separado del resto, pero lo que aclara es que, como por los
géneros se dirige a toda la persona, en realidad por cada uno de los géneros se
puede convencer a la persona.
75 Ibíd., Doctr. IV, 12, 27.
76 Ibíd., Doctr. IV,13, 29.
53
Acerca del género llano, y del fin de enseñar, el santo apunta que no se puede
pensar que el predicador sacro enseñó correctamente algo, mientras este asunto no
quede claro al auditorio, pues aunque haya dicho lo que él sabía acerca del tema,
todavía no se puede decir que lo enseñó adecuadamente para aquel que desconocía
el tema.77
Este es el género que se usa para dirigirse a la mente de las personas y el
que tiene por fin enseñar, por eso, no puede ser como los dos siguientes que son
más elaborados, porque lo que busca es dejar claro algo en la mente, enseñar.
Por eso, es muy necesario que sepa hablar con claridad, para con la ciencia
de la elocuencia que ha aprendido, él sepa dirigirse efectivamente a la mente, a la
voluntad y al ánimo del auditorio, y así la persona se ve interpelada integralmente por
el sermón del sacerdote.78
Siempre el modo en que hable es el que indica lo que está haciendo, si
enseñando, deleitando o moviendo la voluntad; pero eso depende de lo que
convenga más a la asamblea, pues el predicador sacro tiene que conocer bien a sus
oyentes, de forma que pueda decir lo que más les haga bien, lo que les sea de más
provecho.
Dependiendo de cómo se le hable al auditorio odiará lo que le reprenda,
abrazará lo que se le recomiende, se dolerá de lo que se le inculque como digno de
dolor, se alegrará de lo que se le ponga como digno de alegría, se condolerá de
77 Ibíd.,. Doctr. IV, 12, 27.
78 Ibíd., Doctr. IV, 10, 24.
54
aquellos que se les presente como dignos de misericordia, huirá de todo lo que se le
presente como terrorífico.79
Todos los géneros y los fines están muy entrelazados, pues al pronunciar un
sermón u homilía, si el pueblo ignora lo que hay que hacer, lo primero que tiene que
hacer el sacerdote es enseñarles lo que deben hacer, para luego mover su voluntad
a ello; puede ser que con sólo presentarles la verdad, se convenzan de que hay que
conseguirlo por la sola belleza de esa verdad, o porque el auditorio mismo se ha
convencido de lo necesario y lo conveniente que es, no necesitando de mayores
arrestos de elocuencia para persuadirlo a algo, por parte del predicador sacro. 80
La enseñanza es necesaria para mover la voluntad de la asamblea porque si
no saben lo que hay que hacer, no conocen aquello de lo que les habla y su discurso
es vano pues no mueve, ni convence a la asamblea de algo; por eso, es muy
conveniente que el pueblo sepa aquello de lo que se le va a hablar, o el sacerdote se
los de a conocer antes, para que ellos se den cuenta de que necesitan aquello que
se les ofrece.
A propósito del fin de enseñar él señala: Is erit igitur eloquens, qui ut doceat,
poterit parva submisse, “será elocuente aquel que para enseñar pueda decir las
cosas pequeñas con sencillez,” porque, al momento de enseñar, el maestro tiene que
hacer simple, lógico, digerible y claro el concepto que quiera transmitir a las
personas; cuando expresa sobre “cosas pequeñas con sencillez,” quiere decir que el
79 Aug. (1957a). Doctr. IV, 12, 27.
80 Ibíd., Doctr. IV, 13, 29.
55
presbítero tiene que tomar los conceptos de la teología, de la filosofía, y los propios
del cristianismo, haciéndolos fáciles de entender a los ignorantes. 81
También este estilo tiene otra aplicación que la de enseñar a la asamblea, y es
refutar las falsas doctrinas, pues como la Iglesia de entonces estaba en pleno
crecimiento y expansión, tanto territorial como doctrinal, era necesario para el
sacerdote refutar, contrargumentar, rebatir, y desmentir todo lo que tergiversara y
torciera las enseñanzas de Cristo.82
Estos debates se podían solucionar y ganar con más facilidad por medio de
este género, pues siendo sencillo, claro y concreto, permitía dejar a las personas
claro el concepto que se debatía, y hacer patente la verdad, de esta manera el
sacerdote no sólo probaba su tesis con lógica, sino que quedaba claro cuál de los
dos discursos decía la verdad.
Este género le permite al santo hacer en sus sermones preguntas retóricas, de
forma que el auditorio tiene que confrontarse con el Evangelio, pues el obispo de
Hipona toma la Palabra de Dios y la adapta a su realidad para que ellos puedan
hacerlo vida en su cotidianidad. Esta forma comentada de la Sagrada Escritura, con
estas preguntas retóricas, y este diálogo con el auditorio se consiguen por medio del
género llano.83
Acerca del género templado, y del fin de deleitar es el que usa el orador sacro
para hacer que su auditorio se convenza de lo que dice, porque como en sí el género
81 Ibíd., Doctr. IV, 17, 34.
82 Ibíd., Doctr. IV, 20, 39.
83 Aug. (1983a). Sermones. 70 A, 1-2 BAC; PLS 2,512.
56
es ameno, mueve o dobla la voluntad de sus oyentes poco a poco, ya que, sea
porque esa misma amenidad del lenguaje les es muy grata, sea porque el estilo
templado mueve, pues habla bella y elegantemente, es decir, por el solo placer del
gusto de la elocuencia, o sea por el talento, la agudeza y el ingenio del predicador,
las personas darán su asentimiento al que emplee este género.84
Este género versa en el modo de decir las cosas, a diferencia del de enseñar
que es necesidad, pues no se puede mover a una persona a hacer algo, cuando ni
siquiera conoce aquello de que se le habla. Por eso, este género trata del modo en
que se dice algo, pues puede ser con ironía, con agudeza de la mente, con ingenio, o
con amenidad de forma que se relaja el ánimo de los presentes, después de haber
dado las explicaciones necesarias, o de haber hablado para convencerles suscitando
pasiones.85
Una de las características más sobresalientes de este estilo son sus adornos,
y de esta manera agrada al auditorio, pues, muchas veces es aclamado por sus
discursos por las personas, pues aunque no domine la grandilocuencia, ni el estilo
llano, se hará aclamar por los auditorios.86
No serviría de nada enseñar, o deleitar si no se moviera, porque para el orador
sacro el fin del sermón no es deleitar u otra cosa, sino mover a su auditorio a algo.87
84 Aug. (1957a). Doctr. IV, 12, 27; 13, 29; 25, 55; 13, 29.
85 Ibíd., Doctr. IV, 12, 27.
86 Ibíd., Doctr. IV, 24, 53.
87 Aug. (1957a). Doctr. IV, 13, 29.
57
Acerca del fin de deleitar no se hace esto con cualquier cosa, sino que al
evidenciar un error y contemplar la verdad, se deleita el oyente al descubrir y
diferenciar la verdad del error; deleita, a su vez, el raciocinio con que se mostró la
verdad, pues además de que con la amenidad se dobla la voluntad del auditorio, el
conocer lo verdadero también les persuade de que las palabras del elocuente son
buenas y verdaderas.88
Uno de los usos de este género se aplica cuando las personas ya están
convencidas, pero necesitan ser animados, es decir que no precisan de grandes
palabras, sino que con unas palabras agradables que les agrade se les puede
animar a conseguir lo que ya se les propuso anteriormente.89
Alguno de los usos que se le daba a este género era deleitar al presente, pero
el santo la orienta a persuadir llevando poco a poco al oyente hacia su objetivo, pues
con este estilo se puede orientar, dirigir y motivar a la persona a que se encuentre
con Cristo, o que crezca en su vida espiritual, pues no es otro el fin de los sermones
cristianos.
Algunos de los usos que le da el santo en sus sermones son los juegos de
palabras, las contraposiciones de los elementos para hacer más claro el mensaje del
Evangelio y, al mismo tiempo para interpelar a la asamblea que asistía a sus
sermones, porque por medio de este “dualismo” de los conceptos, estas preguntas
retóricas y los diálogos que sostiene con el auditorio,
90
éste se ve sumamente
88 Ibidem.
89 Aug. (1957a). Doctr. IV, 25, 55.
90 Aug. (1957b). Enarrationes in Psalmos. 132, 1-13.
58
involucrado en el discurso del predicador y hace que sus palabras agraden al
auditorio, le sean amenas, y adecuadas a su realidad.91
Este género se puede usar para mover a cumplir lo que el auditorio ya sabe y
si se requieren mayores arrestos de elocuencia, se deben emplear para convencer,
pues hay ocasiones en que, siendo consciente de lo que hay que hacer y al sentirse
deleitados para que lo hagan, no lo hacen; entonces, el predicador sacro tiene que
persuadir al auditorio a cumplir lo que ha oído.92
Este es el género que se usa para persuadir al auditorio y que se dirige a las
emociones o los sentimientos de la persona; con este género el oyente se ve
totalmente interpelado, pues con el género llano se dirige a la inteligencia, con el
templado a los ánimos y con este último a la voluntad. Estando implicada la persona
totalmente, es más fácil para el predicador mover la voluntad del público porque el
discurso habla integralmente a todo su ser.
Lo que el santo hace con este género al momento de retomarlo de Cicerón, es
mover al auditorio, como busca la retórica, pero enseñando a la asamblea cómo vivir
cristianamente; les indica la forma de aplicar y hacer vida aquello que han oído del
Evangelio.
Mover es propio de la victoria,93 apunta el santo en su obra, porque si el
sermón que se ha pronunciado no consigue el efecto que se tenía previsto sobre el
público, esas palabras serían vanas, y de nada serviría el haber pronunciado esa
91 Aug. (1983a). Serm. 70 A, 1-2 BAC; PLS 2,512.
92 Aug. (1957a). Doctr. IV, 5, 6; 12, 27.
93 Ibíd, Doctr. IV, 12, 27.
59
homilía; se califica de “victoria” el hecho de mover; porque ese es el fin principal de la
retórica: mover, persuadir, convencer.
No es indiferente el modo de hablar al momento de mover, porque
dependiendo de la forma en que se hable, es como se logra influir en el auditorio,
pues si se habla de modo ameno y dirigido a relajar el ánimo, lo que se está
haciendo es deleitar; pero si se hace de modo grandilocuente, en que se impele a la
persona a hacer algo, dirigido a sus sentimientos y pasiones, se habla para mover,
convencer y persuadir. 94
El hecho de conocer la verdad puede que les mueva a hacerlo, y no se
requerirían mayores arrestos de elocuencia, pues si el auditorio ve que esa verdad
expuesta por el orador sacro le conviene, y la necesita, la sola verdad es
suficientemente persuasiva para convencer a la persona. 95
Aunque hubo personas que no les gustaba la verdad y no se dejaban
convencer por ser duros de corazón y de mente, para ellos se hizo la delectación del
discurso que logra mover la voluntad de la persona poco a poco. Aun así, hay unos
más duros a los que no les aprovechan el entender ni el ser delectados con la
elocuencia; con este tipo de auditorios es necesario que se le hable con la
grandilocuencia, pues a esos que no les mueven ni la amenidad de las palabras, ni la
verdad, sólo pueden ser convencidos con este género.
94 Ibidem.
95 Aug. (1957a). Doctr. IV, 13, 29.
60
Realmente, no sirven de nada las palabras del predicador sacro si no logra
hacer que el público dé su asentimiento porque él no sólo tiene que enseñar “para
instruir, o deleitar,” porque al que no le movió ninguno de estos géneros “no queda
otro remedio para reducirle al asentimiento que la majestad de la elocuencia”.96
Se persuade de lo que es bueno para el alma, como su salvación, el acercarse
a Dios, el vivir las virtudes; sin embargo, para mover el orador tiene que hablar con
grandilocuencia, pues no serviría de nada enseñar o deleitar si no se moviera
directamente, ya que para el sacerdote el fin del sermón no es agradar u otra cosa,
sino mover a su auditorio a algo.97
Una de los consejos más prácticos que escribe el obispo de Hipona es que si
se quiere persuadir al auditorio a hacer algo, primeramente es necesario que la
asamblea sea capaz de entender lo que se le dice; luego, tiene que ser deleitado por
su discurso para prestarle la mayor atención, y entonces, las personas le
obedecerán, dadas estas condiciones.98
Este estilo llega a oprimir la voz de la asamblea, pero le saca lágrimas a su
auditorio, porque aunque lo aclamen con las voces, sólo se sabrá que habrá vencido
absolutamente al ver las lágrimas de la asamblea, pues puede ser que den su
asentimiento, pero que lo hacen por compromiso y para librarse de su molesto
discurso en que les expone la verdad y sólo con ese gesto externo de las lágrimas
puede quebrantar la dureza de las personas.
96 Ibidem.
97 Aug. (1957a). Doctr. IV, 17, 34; 13, 29.
98 Aug. (1957a). Doctr. IV, 26, 56-58.
61
Hay que emplear este estilo para persuadir absolutamente de algo, pues el
obispo de Hipona nos cuenta una experiencia suya en que sólo se convenció de
haber movido a todo su auditorio al ver sus lágrimas.99
3.1.2 Partes de los sermones.
Se pueden conceptuar las partes de los sermones como las divisiones
internas del contenido que tiene el discurso sacro; cada una de estas partes dentro
del sermón tiene un fin específico como captar la atención del auditorio, presentar el
su objetivo, etc.; éstas buscan dar una estructura lógica a la argumentación, y a la
atracción de la atención del público, para convencerlo de una postura o moverla a
hacer algo.
Estas partes ayudan a persuadir a la asamblea atrayendo su atención,
proponiéndole su tesis, desarrollando los argumentos y concluyendo con una
peroración que dé el remate final a la intervención, ofreciendo un cierre de la homilía
para que logre conseguir su objetivo.
Las partes del discurso son, según Cicerón: el exordio, narración, partición,
confirmación, refutación y conclusión.100 Sin embargo, sólo se tomaron el exordio, la
proposición, la división y la peroración, debido a que esta investigación busca
analizar los elementos más fundamentales que retoma San Agustín de Cicerón
―teniendo en cuenta que la elocuencia del cónsul romano es eminentemente
99 Ibíd., Doctr. IV, 26, 56-58; 24, 53-54.
100 Cic., (2010). De invent., I 14, 19.
62
judicial― dado que son las partes más esenciales y universales de la oratoria y
éstas han trascendido a los largo del tiempo llegando a influenciar a San Agustín.
El de Tagaste no hace grandes adaptaciones a este aspecto de la oratoria
ciceroniana, pero si reorienta ligeramente algunos de estos elementos. Lo que
retoma, aplica y adapta a la oratoria sacra es que toda la disposición de los
argumentos, todas las partes del sermón, los géneros dentro del sermón y los
recursos retóricos que aplique ―diálogo con su asamblea, preguntas retóricas―
todos estos elementos están orientados a que el predicador sacro pueda convencer
a su asamblea de lo que está diciendo, enseñando a vivir cristianamente.
101
Él no readapta todas las partes del sermón u homilía, pero su mayor
aportación es la forma que tiene de hacer sus peroraciones en las que enseña a vivir
cristianamente a su auditorio, porque no sólo les hacía plásticas las palabas que
decía el Evangelio, sino que les indicaba el modo en que tenía que vivir un
cristiano.102
En cuanto a la divisio ―división― del sermón en que se desarrollaba el tema
a tratar por el predicador sacro, se nota que en el suyo hacía que todas las tesis
estuvieran dirigidas a que el auditorio fuera convencido.
Aunque este apartado es pequeño en comparación con los demás de este
trabajo, el santo no reorienta ni readapta más partes de la homilía en su oratoria,
101 Aug. (1957b). Enarr. PS : 132, 1-13.
102 Aug. (1983a). Serm.70 A, 1-2 BAC; PLS 2,512.
63
pero la contribución que hace es grande porque aporta a la oratoria en general con
esa forma de convencer enseñando a ser.
3.1.3 Formación del orador sacro.
San Agustín tiene una gran importancia en la historia y en la Iglesia católica
como filósofo, teólogo y rétor. En los tres campos ha descollado notablemente, pero
se tratará ahora del santo como filósofo y rétor cristiano.
El rétor no es una persona que va a entretener a su auditorio, o que va a
convencerlo bajo cualquier precio o sin moral alguna como los sofistas, sino que él
es, en palabras de Catón retomadas por Quintiliano: “Hombre bueno y perito en el
hablar” o Vir bonus dicendi peritus.103
Porque el elocuente, tanto romano como sacro, no trata en sus discursos de
cosas vagas y sin importancia, sino de la defensa de su misma nación −el romano− o
de la salvación de las almas −el sacro−. Al hablar de la figura del orador, se refiere a
la autoridad moral, el influjo social, el liderazgo que posee el rétor ante su auditorio,
su ascendiente sobre ellos y el contenido de los discursos, junto con la capacidad de
hacer pensar al auditorio confrontándolo con su mensaje.
Con esta definición –retomada por Quintiliano− que Catón da, es necesario
que el elocuente esté preparado en todos los campos del saber, como hace notar el
rétor hispánico en el capítulo XII de su obra.104 Por eso, el Vir bonus dicendi peritus
“Hombre bueno perito en el hablar” debe tener una formación intelectual de gran
103 Quin., Inst. Orat.. XII
104 Ibidem.
64
altura, debido a que su vocación de líder de la palabra le compromete ampliamente
con su auditorio y tiene el poder de convencer a su público, siendo obedecido por
quienes le oyen.
Muchos oradores han cambiado el curso de la historia por medio de sus
discursos. Hombres como Demóstenes, Cicerón, Quintiliano, San Agustín, San
Bernardo de Claraval, A. Hitler, J. F. Kennedy, H. Chávez y otros, a través de su
palabra han llevado al mundo al estado en que lo conocemos hoy en día. El influjo de
ellos es notorio y, con estos ejemplos, se manifiesta la importancia de la formación
adecuada del rétor.
El doctor de Hipona personifica y supera la definición de Catón en todos los
aspectos como el de Vir bonus “Hombre bueno” debido a su santidad, y el de peritus
o “perito” pues es muy conocida la aportación del santo en el campo de la filosofía y
otros rubros del saber. De aquí se entiende que el predicador debe poseer un amplio
bagaje intelectual y sobre todo una sólida formación filosófica, pues sus palabras
influyen en su auditorio y en la sociedad; evidentemente, dependiendo del impacto y
efecto que tengan sus palabras o a quién vayan dirigidas.
Las consecuencias de la ausencia de una correcta formación intelectual, el
hecho de que esa erudición esté viciada, o una línea de pensamiento errónea son la
ruina de la sociedad y el fracaso de la oratoria, como señala Cicerón.105 Por ello la
importancia de la formación filosófica del orador sacro es trascendental, pues si el
105 Cic., (2010). De invent., I 1, 1.
65
“Vir bonus dicendi peritus su “Hombre nuevo perito en el hablar”,
106
en los tiempos
de Cicerón era prioridad para Roma; el sacerdote, como doctor cristiano de la
palabra, es de capital prioridad para el cristianismo, para que no haya una doctrina
viciada por corrientes de pensamiento que dividan y dañen a la Iglesia.
107
Como Cicerón hace notar en su obra, Orator, él requiere una formación
filosófica pues, sine philosophia non posse effici quem quaerimus eloquentem o “sin
la filosofía no puede formarse el orador elocuente que buscamos” y lo que quiere
hacer patente el príncipe de la oratoria romana, es que esta ciencia da al rétor la
capacidad de llenar de sentido y de un gran contenido sus palabras. 108
Porque es indispensable que quien quiera llamarse elocuente domine la
forma, y todas las técnicas para captar, mantener y mover la voluntad de quienes le
oyen, pero no sólo tiene que hacer esto, sino dar un sentido a todas las palabras que
dice; ofrecer un contenido y, al mismo tiempo, confrontar al auditorio para formar a
las personas tanto en el pensamiento, como en la ética de su vida.
Cicerón señala que el orador necesita la formación filosófica porque que sin
ella “no pude hablar nadie sobre importantes y variados temas con bastante
extensión y facundia” ni se puede “distinguir el género y la especie de cada cosa, ni
explicarla definiéndola, ni dividirla en sus partes, ni apreciar cuáles cosas son
verdaderas y cuáles falsas, ni distinguir las consecuencias, ver las contradicciones,
separa las ambigüedades” a lo que el santo llena de sentido y lleva a cabo, porque
106 Quin., Inst. Orat.. XII
107 Aug. (1957a). Doctr. IV, 5, 6.
108 Cic., (1992). Orator. 4, 14-16.
66
gracias a toda la ciencia que ha adquirido a lo largo de sus años, es capaz de ofrecer
a su feligresía unos sermones y unos escritos plenos de contenido y sustancia. 109
El santo ofrece en sus sermones todo el arte retórico que cabe esperar de un
maestro de la oratoria, y también ofrece gran contenido filosófico y teológico en todas
sus demás obras; parte del contenido que ofrece el Obispo no sólo es la exégesis
bíblica, las exhortaciones morales, las catequesis o el contenido espiritual de los
sermones, sino que es capaz de hacer confrontar al público con las Palabras del
Evangelio dialogando con ellos, de forma que el auditorio tiene que enfrentarse a lo
que dice la Palaba de Dios y tomar una decisión.110
En San Agustín están de manera completa y armónica la figura del rétor junto
con la del filósofo porque como tal, ha hecho importantes aportaciones, y ha sido una
de las figuras más destacadas en la historia del pensamiento filosófico a causa de
que sus propuestas como la concepción providencialista de la historia ―como
síntesis entre la fe y la razón― su mismo pensamiento filosófico, el de la sustancia
activa y su aportación de la teoría de las ideas.
Su Ciudad de Dios es el primer ensayo de una teología de la historia.
Asimismo, él es el primero en hacer esta síntesis entre la fe y la razón, porque
recapitula la filosofía neoplatónica que predominaba desde la época helenística,
dándole un sentido a la historia; ese sentido es que la historia es “una trama de
109 Ibidem.
110 Aug. (1957b). Enarr. Ps: 132, 1-13.
67
acciones libres” en la cual Dios se encuentra con los hombres siendo su premio o
castigo. 111
De esta forma, rebate el argumento de que la historia es un conjunto de
hechos que se van sucediendo sin más a lo largo del tiempo, en donde el azar o el
destino son los amos, y el hombre simplemente es el que sufre los sucesos,
padecimientos y dichas que se le presentan. Además el santo responde a la
interrogante acerca de la historia misma con esta primigenia teología de la historia.
En San Agustín se encuentra, como otra de las características de su
pensamiento, el dualismo, presente en muchas de sus obras y escritos. Este
elemento lo usa en la confrontación de las cosas que muchas veces se da entre el
bien y el mal, o en la contraposición de diversos elementos para una mejor
exposición y emisión de la idea que quiere transmitir.
En el pasaje de la Ciudad de Dios, anteriormente citado, se evidencia el uso
de la dualidad para una exposición clara del contraste esencial entre estas dos
ciudades; a lo largo de los escritos del santo se encuentran ejemplos del uso de este
elemento.
Este dualismo es una característica que le acompaña a lo largo de su vida,
pues en una de las etapas de la misma, él entra en la secta maniquea, que tiene
como uno de los principios fundamentales: el dualismo en la vida.
Incluso la vida de este converso puede ser contemplada a través del prisma
del dualismo, pues lo plasma en sus predicaciones y escritos; dado que hay
111 Gambra Rafael. (2010) Historia sencilla de la filosofía. Madrid : RIALP, S. A., p. 107.
68
acontecimientos de su vida que son tan contrapuestos, que se puede ver la historia
del santo como una búsqueda que va de un extremo a otro: de una vida pagana y
desordenada al purismo del maniqueísmo, de la vida regalada que tenía en Milán, a
su conversión al cristianismo gracias a San Ambrosio de Milán, por citar algunos
ejemplos de su vida, aunque en sus predicaciones y escritos se ve con claridad este
elemento, que pone de manifiesto el paralelismo antitético de las ideas en los
escritos y predicaciones del santo.112
El rétor de Tagaste, como predicador sacro, personifica la definición que da
Catón –recogida por Quintiliano–.Este axioma fue plenamente vivido por varios
oradores romanos, pero San Agustín lo encarna sobremanera por su santidad, su
erudición y las teorías que ha propuesto acertadamente para el enriquecimiento del
hombre.113
La vida y experiencia del Obispo se hacen presentes en sus escritos y
predicaciones porque es un predicador que se mete de lleno en lo que dice y no se
mantiene a distancia evitando involucrarse con algo a lo que teme.
Al contrario, allí se manifiestan su ciencia y experiencia porque habla de lo que
tiene en el corazón y de lo que ha experimentado, pues llega tener mayor persuasión
esta clase de retórica porque es realmente auténtica, alcanzando así un gran nivel de
atracción; él, a diferencia de otros rétores, no es un logógrafo griego que componía
discursos para una defensa judicial, estando él alejado de la situación, ni es un
112 Oroz R., op. cit., p. 280.
113 Quin., Inst. Orat.. XII
69
abogado que defiende su postura por la paga o el prestigio, sino que se involucra del
todo en su sermón con su auditorio.
El doctor de Hipona pone de manifiesto la importancia y la necesidad de la
formación del predicador sacro y lleva a cabo el ideal del sacerdote como transmisor
del mensaje de Dios para las almas.
Cicerón señala en su más joven obra retórica, que la oratoria sin la sabiduría
es “perniciosa para la patria,” y el rétor “se educa inútil para sí mismo,” porque las
más de las veces no aprovechan a la nación, y por lo tanto es innecesario para todo
su país; por eso, se pregunta el cónsul romano “si la riqueza del decir y la sima
dedicación a la elocuencia han traído más de bien o de mal a los hombres y a las
ciudades”.114
Acerca de este punto, termina concluyendo que “el que se arma con la
elocuencia, de modo que pueda no sólo combatir las conveniencias de la patria, sino
pelear en favor de ellas, ése me parece que habrá de ser hombre utilísimo para
razones tanto suyas como públicas, y amiguísimo ciudadano”. Porque sabe que en el
orador está el poder de mover las voluntades, y que si éste se encuentra viciado,
terminará por corromper a la sociedad con su veneno, pues no enseña con la verdad,
sino el error y la mentira. 115
El príncipe de la oratoria romana señala esto porque es consciente de que
muchas de las inconveniencias “en las ciudades fueron introducidas por los hombres
114 Cic., (2010). De invent., I 1, 1.
115 Ibidem..
70
disertos en este campo”; pero que también ellos son los que han cambiado el curso
de la historia por medio de la fuerza de su palabra, moviendo la voluntad de sus
auditorios hacia lo bueno y lo mejor para el hombre.
Esto mismo que Cicerón piensa acerca del orador y su influjo social, lo vive el
santo, pues con su palabra defiende la doctrina cristiana, la propaga y la desarrolla
gracias a los debates con herejes,116 o con los que criticaban lo que hacía o decía el
santo. Porque en esos debates que sostenía el Obispo, surgía la mejor oportunidad
para explicar la fe, y al mismo para poner de manifiesto la necesidad de una
profunda formación filosófica en el elocuente, como recomienda el abogado romano
en otra de sus obras.117
El rétor de Tagaste apunta, como Quintiliano en su obra, que el sacerdote
tiene que ser el ya citado Vir bonus dicendi peritus u “Hombre bueno perito en el
hablar,118porque él más que nadie es el que convence a su auditorio mediante la
vivencia de lo que ha predicado, pues es mucho más verosímil que aquél que ha
dicho algo en el sermón u homilía, lo viva y lo practique; a alguien que no lo hace. 119
En este punto, lo que quiere expresar el autor, y el mismo Quintiliano, es que
no sólo tiene que ser maestro de la palabra, sino que el testimonio de su vida es tan
elocuente que arrastra la voluntad de las personas a vivir lo que le ha oído; si los
romanos pedían esto a sus oradores, con mayor razón el predicador sacro debe
116 Oroz R., op. cit., pp. 57-59.
117 Cic., (1992). Orator. 4, 14-16.
118 Quin., Inst. Orat.. XII
119 Oroz R., op. cit., p. 67.
71
hacer vida lo que predica, de forma que convenza con la palaba y con el testimonio
de una vida santa.
También hace notar el Obispo, que es mejor llamar para que hable a quién
sea capaz de hacerlo con sabiduría, más que a quien lo haga con mucha retórica,
porque es de temer ése tal, pues los oyentes se pueden dejar llevar por la belleza de
sus palabras, más que por la sabiduría con que lo haga; sin embargo, lo más
provechoso para el auditorio es escuchar a uno que hable más sabia, que
elocuentemente.120
Hablando del orador sacro, San Agustín no hace a un lado lo que dicen los
otros grandes preceptores de Roma, como Quintiliano, sino que concilia en la
oratoria sacra los elementos de los maestros, para dar en resultado la conciliación
entre un predicador sacro que posea un carácter capaz de persuadir a sus oyentes
―el del foro romano de Cicerón―, y uno que mueva a sus oyentes por el testimonio
de su vida;121 el Vir bonus dicendi peritus su “Hombre bueno perito en el hablar”, de
Quintiliano, que en su idea de Vir bonus, da a entender este carácter de integridad
personal del orador, que hace verosímil su discurso con el testimonio.
En las predicaciones del santo se nota que es capaz de comprender a todas
las personas que se acercan a oír la palabra de Dios para alimentar sus almas; sin
embargo, en sus mismos sermones se hace patente la formación intelectual y el
conocimiento del auditorio que necesita el discurso del predicador sacro para que las
palabras estén dirigidas a sus oyentes adecuadamente.
120 Aug. (1957a). Doctr. IV, 5, 6.
121 Oroz R., op. cit., pp. 123-124.
72
La preparación del elocuente tiene que hacerle capaz de comprender al
pueblo y ésta no le puede hacer lejano a la realidad de las personas; ni debe ser tan
culto, que no es capaz de iluminar las consciencias de la asamblea, porque siendo
tan culto, que no alcanza a ponerse al nivel de su feligresía, faltándole capacidad
para adaptarse.
Al contrario, tiene que estar preparado para cualquier ocasión que se le
presente como pastor de la comunidad de la que está enfrente; acomodarse a su
realidad y a su vida diaria; comprenderlos y hablar a partir y hacia su realidad
cotidiana, de manera que la Palabra de Dios transforme sus vidas. 122
San Agustín hace clara distinción de lo que propone Cicerón en sus preceptos
retóricos, diciendo que el predicador sacro siempre trata de cosas importantes ―a
diferencia de lo que dice Cicerón― pues las causas pueden ser pequeñas, grandes o
medianas, según como se juzgara la causa que originaba el juicio.
En cambio, el santo señala que el predicador sagrado siempre habla de cosas
importantes, porque trata de la salvación de las almas en sus sermones, para alejar a
las almas de la muerte eterna y acercarles a Cristo.123
3.1.4 Lo conveniente del decir en el sermón.
Este elemento contenido en la oratoria de San Agustín lo ha retomado de
Cicerón que, en su libro Orator ―El orador―, ha dejado su definición: “id
quodcumque decebit poterit accommodare orationem o acomodar su discurso al
122 Aug. (1983a). Serm.70 A, 1-2 BAC; PLS 2,512
123 Aug. (1957a). Doctr. IV, 18, 35-37.
73
decoro de cada cosa.” Este es el concepto de este elemento de la retórica, que
busca adaptar a cada circunstancia y a cada público las palabras que se le van a
dirigir. 124
Este elemento está muy acorde con la definición de la oratoria dada por el
mismo Cicerón: “dicere adposite ad persuasionem o decir adecuadamente para
persuadir”.125
Desde la definición de la oratoria versa este elemento de lo conveniente, o de
lo adecuado al momento de pronunciar algún discurso, y se entiende que este
elemento es esencial a la oratoria, porque de lo contrario no puede ser llamada
oratoria, a aquello que por definición busca convencer a su auditorio.
El cónsul romano maneja esta conveniencia tomando en cuenta cómo tiene
que comunicar al público aquello que le tiene que decir, porque el sentido y
contenido del mensaje es una cosa muy importante a considerar, para lograr el
objetivo del que habla, que al fin y al cabo es persuadirlos del mensaje que se les
está diciendo por medio de la palabra.126
Cicerón en el pasaje anteriormente citado, trata de la relación entre las partes
del discurso, el contenido del mismo y la forma en que hay que decirlo. Este es lo
que se conoce comúnmente como el fondo y la forma, y lo que apunta el príncipe de
la oratoria romana es que el orador tiene que ser capaz de adaptar sus palabras a
124 Cic., (1992). Orator.36, 124.
125 Cic., (2010). De invent., I 5, 6.
126 Cic., (1992). Orator. 36, 124.
74
aquello que quiere decir, para convencer a la asamblea y, que surta su efecto sobre
las personas.
Este principio que nos ha legado es trascendental, porque ha llegado a la
actualidad, y sigue siendo sumamente preponderante pues el hecho de tener un
mensaje que comunicar a los demás hombres es claro y siempre lo ha sido, pero el
cómo es lo más importante porque, para la sociedad de cualquier época la forma
tiene un alto valor; por eso, el que quiera transmitir un mensaje por medio de la
palabra, se enfrenta a un gran reto, porque tiene que ser capaz de captar su
atención, conservarla y demostrar su audacia y habilidad retórica para ofrecer su
idea de forma atrayente a la asamblea.
Así es como Cicerón ha usado lo conveniente del decir, y San Agustín toma
este elemento y le da una nueva orientación, retomándolo y adaptándolo a la oratoria
sacra, porque ya no sólo se trata de adaptar lo que hay que decir, sino que el santo
tiene que atender a las circunstancias de cada uno de los conversos para hacer
llegar de la mejor manera el mensaje de Cristo a cada alma.127
También tiene que acomodar su lenguaje a cada auditorio porque no todos
dominan el latín como él; a su vez, tendrá que discernir si lo que más conviene al
auditorio es mover su voluntad hacia su fin, catequizarlos, hacer una exégesis del
pasaje que se ha leído de la Biblia, o desarrollar un discurso moralista en que se le
enseñe al pueblo a vivir como cristiano.
127 Aug., De catechizandis rudibus. I, 10.
75
La diferencia entre ambos rétores al momento de manejar este elemento, es
que Cicerón se enfoca en que el contenido del discurso tiene que estar acorde con
las palabras con las que se expresan, de forma que tanto las partes del discurso,
como el contenido y las géneros en que se dice tiene que estar en armonía, para que
su discurso fuera el más adecuado al público, y de esta forma convencerlo, por
medio de la palabra más apta a sus circunstancias.
Cicerón, en resumen, señala que el discurso tiene que ser armónico en sí, es
decir, que los elementos como, las circunstancias del auditorio, sus necesidades, los
fines que tiene el rétor con ese discurso, el contenido del mismo, la ocasión en que
se pronuncia la intervención y la forma en que se dice el discurso, tienen que estar
en armonía, de la misma manera que una orquesta en pleno concierto, porque todas
las voces de los instrumentos están dirigidas a hacer audible la composición del
artista; así el orador romano tiene que hacer todo lo necesario para que el discurso
sea integral en sí, y mueva la voluntad del auditorio.
San Agustín no hace a un lado esta señalización, sino que la retoca para
adaptarla a las necesidades del cristianismo, porque como aún estaba en expansión
la religión católica, era preciso explicar las Escrituras, animar a vivir la vida cristiana,
mover su voluntad a encontrarse con Cristo o a transmitirlo con mayor fuerza,
enseñar a vivir la vida cristiana con convencimiento en cada momento del día.
Cicerón y Quintiliano señalan con diferentes palabras el mismo elemento;
Cicerón le llama ad id quodcumque decebit peterit accommodare orationem, lo
76
conveniente del decir
128
y Quintiliano le llama Apte dicere,129 ambos hablan de lo
conveniente de saber decir lo que necesita el orador en cada una de sus
intervenciones porque tiene que ser consciente de que no todas las personas están a
su mismo nivel de preparación y formación.
Por eso, tiene que saber qué va a decir, cómo va a hacerlo y en qué parte del
discurso, porque cada una de las partes del discurso tiene que una función
específica para que las palabras sean persuasivas para el auditorio; esencialmente lo
que proponen estos grandes rétores romanos es que el rétor tiene que adaptar su
discurso a todas las circunstancias para ser persuasivo.
San Agustín da un paso más en pro de la oratoria en general, y un gran paso
para la retórica sacra del cristianismo, porque es capaz de hacer vivir lo que ha
predicado; ya no sólo intenta convencer al auditorio de que tome una postura
determinada como lo buscaban hacer los rétores de la antigüedad, sino que enseña
y señala el camino para vivir, incluso con sus aplicaciones prácticas, lo que ha
plasmado con las palabras, allanado el camino para que los cristianos puedan vivir
más convencidamente su religión.
En esta unión entre las retóricas de la Roma clásica y la Roma del cristianismo
hay una complementariedad porque, siendo diferentes, ambas conservan principios
que las unen como los que se han tratado en esta investigación, a saber: los géneros
contenidos dentro del discurso, la formación del predicador sacro y sus
características, las partes del discurso y lo conveniente del decir; también tienen
128 Cic., (1992).Orator. 36, 124
129 Quin., Inst. Orat.. XI
77
elementos que las diferencian, porque no poseen el mismo auditorio de personas
que escucharan las palabras del rétor, no tienen iguales fines, no están en las
similares circunstancias, ni tienen intereses parecidos.
Esta aportación que hace el Obispo de Hipona a la retórica cristiana es muy
importante porque orienta al auditorio hacia lo que es más apegado a las
enseñanzas de Cristo, pues en medio de tantas tentaciones que le ofrece el mundo,
la tergiversación de la doctrina que hacían algunos hombres y la mera debilidad
humana, el cristiano necesitaba orientarse para vivir según Cristo.
En su época era muy importante que se dijera claramente a los fieles cómo
vivir cristianamente, porque las numerosas herejías podían desorientar a los
católicos, por eso, lo que hace el santo al finalizar sus sermones es sumamente
provechoso para el pueblo, porque le daba un gran apoyo en su vida como hombres
cristianos.
Lo que hace el Obispo de Hipona en su obra dedicada a la catequesis―De
catechizandis rudibus―, es dar los principios para introducir en la fe al que comienza
a conocer, vivir y transmitir esta doctrina, porque era de gran necesidad para la
Iglesia de África –aunque también era una necesidad para toda la Iglesia, no sólo
para ella– catequizar a pueblo, ya que en ese continente no había tomado fuerza el
cristianismo.
Por eso la obra de San Agustín es tan valiosa, pues ofrece los principios para
acomodar las palabras de la fe, a las personas de todas las condiciones, no sólo un
auditorio específico.
78
De catechizandis es sumamente representativa porque es una constante
adecuación del sermón u homilía a las necesidades que tiene el catecúmeno de ser
instruido en la fe católica, es decir, el conocimiento de la historia de la Iglesia, las
persecuciones, la guerra contra los enemigos del alma, el pecado, sus
consecuencias, el conocimiento de la misericordia de Dios, etc. Son sólo algunas de
las cosas que el Obispo de Hipona considera esenciales para instruir en la fe al que
se acerca al sacerdote para conocer la religión.130
Estos catecúmenos, como apunta el rétor de Tagaste, podrían ser de las más
variadas condiciones como pescadores, hombres ignorantes y de estudios, ateos
convertidos, conversos influenciados con doctrinas falsas, y todo un elenco de
posibles personas que llegarían al santo para recibir la instrucción de la fe.
El objetivo de esta obra del santo es responder a la necesidad que tiene el
diácono Deogracias, acerca de cómo dar la catequesis en la ciudad de Cartago,
porque le pasaba que no se podía expresar como él querría, ni podía darse a
entender para el catequizando, porque no sabía por dónde empezar la instrucción,
entre otras cosas. Con estos escritos dirigidos al diácono de Cartago, San Agustín es
el primero en comenzar a teorizar acerca de la catequesis, para enseñar mejor la fe
por medio de la palabra.131
Algo parecido a lo que hace el de Tagaste con la catequesis, lo hace el Papa
San Gregorio magno con la homilía de todos los sacerdotes, porque en su libro,
Regula pastoralis, da principios generales para la pronunciación de las homilías. El
130 Aug., Cat. rud. I, 1-13.
131 Ibíd., I, 1.
79
Papa se enfoca en tratar acerca de los tipos o auditorio que se puede encontrar el
sacerdote, como pobres, ricos, los extranjeros, los que tienen intenciones rectas o
no, al entrar en la fe; el Papa recomienda cómo debe tratar el orador sacro las
cuestiones referentes al cristianismo ante los diversos auditorios que se le presentan
al sacerdote. 132
San Agustín no deja de lado todo lo que aprendió en su vida pasada, ni lo que
enseñó, pues al convertirse al cristianismo no deja de ser él y la luz de Dios ha
cambiado su vida y no es lo propio de la gracia cambiar al hombre, por otro, como se
sustituyen los objetos en una casa; sino que partiendo del hombre mismo la gracia
forma al santo.
Por eso, él es capaz de unir en sí la cultura cristiana y la cultura latina, para
satisfacer las necesidades de la Iglesia adaptando la oratoria romana ciceroniana, en
este caso, lo conveniente del decir, a la oratoria de la Iglesia.
Uno de los más grandes méritos que tiene el Doctor de Hipona es haber
adaptado los elementos más esenciales de la oratoria romana a la oratoria sacra,
contribuyendo y perfeccionando el arte de la palabra en la Iglesia.
Al señalar la contribución que ha hecho el santo, se refiere a que ha sabido
dar nuevos horizontes a la predicación del cristianismo, porque ya no sólo abarca el
foro del púlpito, que tenía después de la lectura del Evangelio, sino que se extiende a
debates contra herejes en los que la retórica y la dialéctica le servían para defender,
desarrollar y propagar la fe.
132 Gregorius Magnus. Regula Pastoralis. III 1-40.
80
Otro de los campos es la catequesis, desarrollada por él mismo en su obra: De
catechizandis rudibus, que ya no se limita a hablar de la fe, sino que tiene el nuevo
enfoque de hacer llegar el mensaje de Cristo al corazón de cada persona que se
acerca a la religión, contenido en las escrituras: Dios es misericordia.
En la oratoria sacra el Doctor de Hipona introduce y desdobla un criterio que
es capaz de guiar en todas las circunstancias a los predicadores sacros, porque
tanto la Palabra de Dios como el orador mismo tienen muchas cosas que decir a la
persona que se acerca al cristianismo, pero estas palabras estarían vacías, carentes
de sentido si no están dirigidas a saciar las necesidades concretas de esa persona
que se acerca en ese momento.
La palabra de Dios es muy elocuente y, como es palabra viva tiene algo que
decir a todos los hombres; sin embargo, es necesario el arte de hablar para hacer
accesible el mensaje de Dios al corazón de todas las almas; aunque la mucha
ciencia puede ser también mala, si no se usa con la justa medida, porque no se
puede pensar que sólo la ciencia de la palabra es capaz de cumplir el objetivo,
porque la Sagrada Escritura misma penetra en el corazón de todos los hombres.
San Agustín al traer y adaptar este elemento, rescata un principio que es
aplicable para todas las cosas, porque no se puede aplicar el mismo mecanismo de
acción para todo la vida, en todos los tiempos, sino que hay que saber adaptarse a
las circunstancias; de esta misma forma el santo busca hacer accesible a todas las
personas la palabra de Dios, no sólo por medio de la elocuencia cristiana y todas las
técnicas comunicativas, sino haciendo audible el mensaje de Dios al auditorio en su
momento presente.
81
Acerca de este punto del que se trata, una de las características más comunes
en la predicación del santo es hacer aplicable, y práctico en la vida diaria, lo que se
había predicado en el sermón, porque así, ajusta la Escritura a la vivencia de las
personas, y les enseña cómo debe vivir el cristiano según Cristo y el Evangelio; de
esta forma, les anima a hacer vida lo que han oído al sacerdote. 133
La persuasión de sus sermones se evidencia al animar a poner por hecho lo
que se ha oído en la homilía, porque el santo lo termina con una peroración en la que
impele a sus oyentes a que vivan alguna virtud o a que obren como bautizados que
creen y viven según Cristo. Él logra mover la voluntad de sus oyentes porque sabe lo
que traen en su corazón, conoce lo que les preocupa y al leer el Evangelio sabe
entretejer el mensaje del Evangelio, las necesidades de las personas y la aplicación
práctica y vivencial para todos los hombres.134
San Agustín sabe que habla a campesinos y pescadores, y sabe poner a su
nivel el mensaje de Cristo, sin empobrecerlo o rebajar la exigencia de sus
enseñanzas; también sabe que habla con gente preparada como Cresconio y no
teme usar toda la ciencia que había aprendido en su vida pasada para responder, y
vencer a aquellos que quieran rebajar o tergiversar las palabras de Cristo; a su vez,
sabe que habla a catecúmenos que se inician en la fe, y que no se les puede hablar
con la alta teología, la cual pide conocimientos previos para comprender lo que se
trate. 135
133 Aug. (1983b). Serm.206, 1-3 BAC; PL 38, 1041.
134 Ibidem..
135 Oroz R., op. cit., pp. 57-59.
82
El santo une Lo conveniente en el decir con las peroraciones, porque al
momento de concluir sus sermones hacía práctico lo que se había dicho con las
palabras, animando, ayudando y haciendo vida las palabras que habían escuchado
en la celebración litúrgica.
Acerca del enriquecimiento de ambas retóricas, es evidente porque la cristiana
se levanta sobre la romana; que ella misma ha tomado los mejores elementos de la
oratoria romana y los ha adaptado a las particularidades del cristianismo como sus
fines, sus necesidades, sus intereses y sus circunstancias.
Porque la oratoria clásica de los romanos ha trascendido gracias a estos
criterios que perduran a través del tiempo, porque son cálidos y necesarios para todo
el que quiera hacer frente a un público transmitiéndoles un mensaje.
Asimismo, el predicador sacro tiene que ser consciente de que debe ser capaz
de percibir las necesidades o enfermedades de que adolezca su paciente, que en
realidad es una gran multitud de personas que busca alivio en la Palabra de Dios.
Por eso, el predicador sacro tiene que servir como instrumento de Dios y los
hombres porque es portador de un gran mensaje, y debe saber adaptarlo para
escoger las palabas y el modo en que va a pronunciar su sermón, porque el auditorio
se puede mostrar muy sensible ante las palabras del orador, o contrarias porque no
van según las preferencias o la cultura de las persona; o tan favorables que
desechan el resto de la doctrina del cristianismo, por dedicarse a vivir aquello que ha
oído al sacerdote, pero que ha malinterpretado porque el predicador sacro no ha
tenido el tacto, ni ha sabido pronunciar su discurso convenientemente para llevarlo a
un encuentro personal con Cristo que les transforme su vida.
83
Una de las formas más comunes en que el santo aplica lo conveniente del
decir, consiste en hacer visible aquello que les ha predicado, de forma que ya no son
palabras, ni principios generales los que han escuchado en la Iglesia, sino que
también han contemplado la manera de vivirlos en su práctica más común.136
Al hablar del ayuno, de la limosna y de la oración, habla de forma que ellos
sepan cómo hacerlo realidad en su vida. Sobre la limosna y la oración apunta:
“nuestra misma oración se convierte en limosna cuando se eleva no sólo por los
amigos, sino hasta por los enemigos, y se abstiene de la ira, del odio y de otros
vicios perniciosos”.137
Con estas palabras les enseña cómo deben vivir, y también cómo deben orar
y dar limosna, pues siempre es más fácil dar de lo que sobra, o esforzarse por dar
aunque duela, pero muchas veces queda de lado el perdón, el amor cristiano y éste
es el que a Dios le interesa más, pues la conversión es del alma, no de las obras
externas.
Esta educación que el santo lleva a su auditorio, es la mejor forma de aplicar y
adaptar las palabras del Evangelio a la vida de cada uno de sus oyentes, pues,
aunque la Sagrada Escritura sola puede hablar directamente al corazón de cada
creyente, es necesario que el predicador sacro sepa llevarlas a cada cristiano, y las
diga adecuadamente.
136 Aug. (1983b). Serm.206, 1-3 BAC; PL 38, 1041.
137 Ibid., 1042.
84
Sobre el ayuno señala: “Sea el suyo un ayuno perpetuo (del alma), porque ella
tiene un alimento propio que se le ordena tomar incesantemente. Absténgase, pues,
siempre del odio y aliméntese siempre del amor”. Continuamente existe la posibilidad
para todo hombre de guardar rencor en su corazón contra las personas, de estar en
enemistad contra alguien, y esto es lo que evita que el alma se desarrolle, porque
Dios no puede estar en donde se odia, es lo contrario del amor. 138
Con este ayuno el santo anima a la asamblea a estar en guardia contra esta
clase de pecados que alejan de sí a Cristo y les invita a estar siempre nutridos con él
mismo, para que fortalecidos con este alimento y domando sus pasiones con esta
abstinencia puedan hacer crecer su alma con la gracia del Espíritu Santo.
El santo hace que las personas que le oyen sean capaces de vivir por sí
mismas las palabras que han oído del predicador sacro, es decir, que la fuerza
persuasiva no depende sólo de él, sino que las personas se han convencido porque
ellas mismas son las que han experimentado lo que ha dicho el orador, y las
primeras en vivirlo, porque no se trata de tomar una resolución política o de cambiar
de parecer como en los tiempos de Cicerón; ahora se trata de seguir a una persona
real que llama y que invita a vivir de una forma precisa por amor, no por
conveniencia.
El de Tagaste tiene algunos recursos al dirigirse a su auditorio y hacer
cercanas las palabras de la Sagrada Escritura, como dialogar con su asamblea, de
forma que ellos se sienten más identificados con lo que se les está diciendo, porque
138 Ibidem.
85
el sacerdote, en esos casos, tiene que hacer presente en la vida de sus oyentes
aquello que propone la liturgia; de forma que lo conveniente del decir forma parte de
la persuasión de sus sermones. 139
Porque ya no se trata de hacer que el auditorio o de su voto a cierta causa,
como lo pretendían los romanos, sino que la persuasión del sermón u homilía
cristiana busca mover la voluntad de la persona a que realice aquello que pide el
Evangelio por medio de la liturgia; no que piense de una forma determinada, o que
condene a los criminales de la sociedad, más bien se busca que cada alma que se
acerca a oír los sermones del sacerdote, pueda encontrarse con Cristo y alimentar su
alma.
Siendo Agustín Obispo de Hipona conocía muy bien a su público, porque
estaba muy enterado de la realidad que vivían; sabía lo que les interesaba e
inquietaba y gracias a este conocimiento de su Iglesia y por tener el oído cercano a
su pueblo, era capaz de dar aplicaciones de la palabra de Dios para cada una de sus
almas.140
Sabiendo esto, él era flexible y esta virtud es importante pues al momento de
predicar los sermones, el predicador sacro tiene que considerar que no todo el
auditorio está a su mismo nivel intelectual, que algunas personas no tenían
139 Aug. (1957b). Enarr. Ps: 132, 1-13.
140 Aug. (1964), op. cit., pp. 17-18. Introducción.
86
educación y también que debía hacer entendibles las palabras de la Sagrada
Escritura y los conceptos de la doctrina que se les compliquen a los oyentes.141
Por eso, es muy necesaria la flexibilidad al presbítero, porque tiene que ser
capaz de decir y repetir las mismas cosas cuantas veces sea necesario para que
quede claro aquello que quiere transmitir a la asamblea; pues, si no queda patente el
mensaje del sermón, habrán sido vanas las palabras que pronunció.
De la misma manera en que es necesaria la flexibilidad en el predicador sacro
para la pronunciación de sermones, también le conviene ser claro, y aplicarlo en sus
palabras, pues, por más ciencia que tenga en sus intervenciones, sino le entiende la
asamblea el sentido de sus palabras, habrá sido en vano todo lo que hizo; porque no
fue capaz de adaptarse a su público, ni pudo convencer a nadie con el mensaje de
su homilía, además de que no supo decir las cosas con la suficiente conveniencia
para poder persuadir a su auditorio.
La claridad
142
consiste en decir lo que tiene que decir sin rodeos, ni
complicaciones, porque ganada la atención de su asamblea en el exordio del
sermón, tiene que proponer el mensaje y la síntesis de sus palabras a todos lo que le
oyen, repetir y decir las cosas una y otra vez, para que todos le entiendan y puedan
ser persuadidos.
141 Aug. (1957a). Doctr. IV, 10, 24.
142 Ibidem.
87
Si el predicador sacro es capaz de hablar de modo que agrade 143 al público,
podrá mover con más facilidad la voluntad de las personas que le oyen, porque al
agradarles las palabras que pronuncia, de un modo suave, pero cierto, tendrá la
voluntad de la asamblea, pues les ha gustado y se dan cuenta que les conviene
hacer aquello a que los ha invitado el sacerdote, porque si son buenas las palabras
acerca de eso a lo que se les invita, qué será tenerlo por sí mismos.
Por eso, el sacerdote necesita dominar los tres géneros contenidos dentro del
discurso, para que sepa usarlos convenientemente, de acuerdo con su fin en la
homilía.
En la oratoria sacra hay cosas que son difíciles de tratar, y que deben ser
habladas con personas específicas, porque “por su misma naturaleza no se
entienden o apenas pueden entenderse por más vueltas y revueltas que las dé el
expositor con palabras llanísimas; las cuáles nunca jamás han de transmitirse a los
oídos del pueblo” este tipo de cosas son las partes más complicadas para entender
por las personas más sencillas del pueblo.144
Es decir, las costumbres que no corresponden con la cultura que está
escuchando el Evangelio; las aparentes distintas formas de obrar que tiene Dios al
pedirles una cosa, y en otro Libro Sagrado, pedirles lo contrario; la paulatina
educación en la justicia, y en la revelación con que Dios les va educando, y se les va
revelando, etc.
143 Ibidem.
144 Aug. (1957a). Doctr. IV, 9, 23.
88
Para las personas más sencillas de entre el pueblo de Dios no es necesario
entender en toda su totalidad la Sagrada Escritura y él tiene que saber predicar
siendo consciente de que hay distintos tipos de personas que no siempre buscan
alimentar el intelecto, sino el alma con la predicación del sacerdote.
Sin embargo, hay casos en que el interlocutor es capaz de comprender el
mensaje de esos pasajes oscuros de la Palabra de Dios, e incluso es él el que pide
que se les expliquen; entonces no hay que “preocuparse de la elocuencia en
exponerlo, sino de la claridad en explicarlo” porque el objetivo no es conmover la
voluntad del interlocutor, sino dejar claro aquello que quiere decir el texto. 145
Dentro de este apartado sobre lo conveniente del decir, hay que señalar que el
predicador sacro tiene que aplicar con toda maestría los géneros del decir en el
sermón, porque el mensaje del discurso sacro, el objetivo del mismo, las partes de la
intervención, y, en fin, todo lo que diga y haga el orador, tiene que estar dicho y
pensado en orden a la consecución del fin que se ha propuesto; esto es, que cada
parte, cada palabra, cada gesto y cada tono de voz de la homilía está pensado de
forma que sea lo más conveniente para persuadir al público.146
La formación filosófica en el sacerdote es muy importante porque, gracias a
estos estudios el óptimo orador, como apunta Cicerón, tiene que ser capaz de tratar
de todas las cosas con profundidad.147
145 Ibidem.
146 Aug. (1957a). Doctr. IV, 12, 27.
147 Cic., (1992). Orator.4, 14-16.
89
Él necesita esta ciencia porque no se le puede formar íntegramente sin la
sabiduría, ya que en ausencia de su dominio, el rétor no puede hablar con grandeza
y profundidad, que es lo que se espera de él.148
El sacerdote como predicador sacro que es, necesita tanto la filosofía como la
elocuencia porque tiene que estar preparado para dar los sermones u homilías a
cualquier auditorio; sostener debates con personas contrarias a la doctrina del
cristianismo; catequizar a los niños y personas sencillas sin educación que se
acercan a la fe; enseñar a vivir como cristianos a conversos con estudios y con un
pensamiento contrario a la fe y a todos estos tipos de auditorios tan variados tiene
que saber dirigirse, y hacer llegar el mensaje del Evangelio.
En cambio, si esta erudición no fuera posible, sería malo para el cristianismo
que a los predicadores sacros les suceda lo que señala Cicerón: ita et doctis
eloquentia popularis et disertis elegans doctrina defuit o “que la elocuencia grata al
pueblo faltó a los doctos, y la doctrina esmerada, a los elocuentes”.149
Por lo tanto, el estudio y dominio de la filosofía le permite al orador sacro
dirigirse a cualquier público y también defender y desarrollar la doctrina cristiana,
pues le da las herramientas de pensamiento necesarias para que sepa distinguir
entre lo que es esencial y subjetivo; le permite, a su vez, conocer de tal manera el
corazón del hombre que sabe cuáles son sus fibras más íntimas para conmoverlas
con su grandilocuencia.
148 Ibidem.
149 Ibidem
90
Además, esta formación le suministra conocimientos acerca de la naturaleza,
las virtudes, los deberes del hombre, las costumbres, y le dota de una estructura
mental para conocer las grietas en el pensamiento contrario que tuerce la fe,
rebatiéndolo; a su vez, le da toda la agudeza mental para la dialéctica, los debates y
contrargumentar los discursos que emponzoñan la fe del pueblo.
Tanto San Agustín como Cicerón fueron conscientes de que en la oratoria hay
formas de decir las cosas en relación con el fin que se persigue y éstas deben ser
elegidas de acuerdo a las palabras que se dice, a lo que se busca hacer, sea mover
la voluntad, agradar al auditorio o enseñar al que no sabe. 150
El rétor de Tagaste dice que si el orador habla elocuentemente, moviendo la
voluntad, agradando al auditorio y enseñando, puede ser llamado elocuente aunque
no consiga el consentimiento del auditorio, porque el predicador sacro habría hecho
lo que está de su parte, todo lo que le propone la ciencia de la retórica, y habría
comprendido a su público, pero la libertad de cada persona se puede mantener
inamovible ante la oratoria más arrebatadora. 151
3.2. Aportación de la oratoria agustiniana a la actualidad.
Una de las enseñanzas que se pueden sacar de este trabajo que busca
evidenciar la adaptación que hace San Agustín de algunos elementos de la oratoria
ciceroniana a la cristiana, es que los clásicos ―como San Agustín y Cicerón― son
150 Aug. (1957a). Doctr .IV, 17, 34.
151 Ibidem.
91
necesario para la formación del orador sacro, porque le permite llenarse de una
predicación que le enseña a mostrar al pueblo la belleza y la riqueza del Evangelio.
El hecho de que el sacerdote nutra su predicación, y se nutra a sí mismo, de
estas fuentes le ayuda a encontrar recursos y ejemplos de cómo pronunciar
sermones, u homilías en la actualidad, a los feligreses.
El elemento de lo conveniente del decir en el sermón u homilía ayuda al
sacerdote a “tener un oído en el pueblo” como apunta el Papa Francisco, para saber
decir adecuadamente lo que necesita su auditorio, sobre todo su feligresía. De esta
forma, el predicador sacro es capaz de transmitir la Palabra de Dios a la vida
cotidiana de las personas; así sabe hacer elocuente las Sagradas Escrituras para
ellas. 152
También el sacerdote puede aprender de la oratoria del rétor de Tagaste a
disponer todo su discurso a mover a su asamblea, porque, como hace el santo, el
orador sacro tiene que saber disponer de su homilía enteramente para persuadir al
auditorio, pues, de la misma manera que en una pirámide todas las piedras están
puestas para ser coronadas por la cúspide, así tiene que saber acomodar toda la
homilía para persuadir; esto es: las partes de la homilía, los géneros, lo conveniente
del decir y las figuras retóricas.
Sobre los géneros es importante señalar que en la actualidad las personas
están muy influenciadas por los medios de comunicación que les hacen más
sensibles o más indiferentes a las cosas; o también les forma una mentalidad más
152 Francisco (2014). “Exhortación apostólica Evangelii Gaudium”. México, D.F.: Ediciones Paulinas, p. 124.
92
negativa y con más prejuicios hacia la religión porque no se le ve un beneficio
inmediato; por eso el sacerdote tiene que dominar los tres géneros contenidos en la
homilía, pero sobre todo, el templado, para poder llevar poco a poco a la asamblea
hacia aquello que quiere, pues con la amenidad les sube los ánimos, les cambia
prejuicios contrarios y les mueve, porque dirige sus ánimos hacia su fin.
Acerca del género llano, también tiene que dominar porque debido a la
cantidad de información con la que se encuentran las personas, el sacerdote tiene
que catequizar y enseñar lo que es cristiano católico de lo que no lo es.
A su vez, este estilo le ayuda a desmenuzar la doctrina cristiana contenida en
las Sagradas Escrituras, pues en esta Nueva Evangelización que emprende la Iglesia
Católica, es conveniente que siempre esté depurando lo que es propio del
catolicismo, de lo que no.
Sobre el género grandilocuente el sacerdote tiene que dominarlo para
fortalecer la buena voluntad, los buenos deseos y las convicciones, de forma que no
se vean abatidas por la debilidad natural de esa fe que empieza a crecer, o por las
circunstancias contrarias a la religión; este estilo le permite al sacerdote robustecer al
cristiano en sus decisiones y moverlo a hacerlas realidad.
En cuanto a la formación del predicador sacro, el sacerdote tiene que ser
capaz de hacer confrontar a las personas con el Evangelio de manera que sean ellas
mismas las que interiorizan las palabras que ha dicho el presbítero.
Esta confrontación se tiene que dar por la formación que el orador sacro
obtenga en sus años previos al sacerdocio para saber dar un contenido profundo y
93
cristiano, que dé la oportunidad a las personas para reflexionar y hacer convicciones
en su vida personal y familiar
Conclusiones
En esta investigación se destaca la importancia de resaltar la actualidad y
elocuencia de los autores clásicos, porque siguen dando respuestas a las
necesidades de las personas; también se mantienen en la actualidad como
referencia para las investigaciones y modelos en cada uno de sus campos.
Aquí se analizan los elementos fundamentales que retomó San Agustín de
Hipona de la oratoria de Cicerón para adaptar sus principios a la oratoria sacra;
comparando y contrastando los elementos que fueran afines y los que no, para
analizar el uso de la retórica que hace el santo.
Para ello se partió de lo escrito por Cicerón acerca de la oratoria,
específicamente sobre los elementos elegidos y analizados en los apartados, para
comparar a ambos oradores en estos puntos y evidenciar la aportación que hace a
San Agustín al adaptarlos elementos para la retórica cristiana.
Este análisis parte de algunos de los sermones, obras retóricas del santo y las
obras retóricas ciceronianas que se han conservado en el tiempo, en las que se
compara y contrasta lo que proponía el cónsul romano con los sermones del santo,
en donde se evidenciaron los elementos más esenciales de las oratorias como: los
géneros contenidos dentro del sermón, las partes del sermón, lo conveniente del
decir en el sermón y la formación del orador sacro y sus características.
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Estos elementos han sido adaptados por el santo a las necesidades,
circunstancias y fines propios del cristianismo, dando un nuevo cauce a algunos de
ellos; pues habiendo aprendido oratoria romana, conoció lo que enseñó Cicerón y al
momento de convertirse llegando a ser sacerdote, aplicó lo que enseñaba como
rétor, para ayudar a consolidar la retórica cristiana.
Estas aportaciones del santo son sus respuestas a las circunstancias con que
se encontraba, al ver que los cristianos necesitaban aprender la doctrina cristiana y
formar convicciones para vivir como tales, por ofrecer algunas circunstancias.
Los elementos como: los géneros dentro del sermón y las partes del discurso,
le permiten al predicador sacro dar una forma al contenido de sus palabras y de esta
manera hace más accesible y persuasivo sus palabras.
En cambio, los otros dos: lo conveniente del decir y la formación del orador y
sus características, son los elementos que le permiten componer, adaptar y crear su
discurso de la mejor manera para convencer a los presentes de su postura.
En ciertos casos, los cristianos no sabían cómo vivir compaginando el
Evangelio con su vida diaria; a esto, el santo responde al hacer que sus peroraciones
convencieran al público de lo que ellos tenían que vivir y al mismo tiempo, les
enseñaba a vivir cristianamente.
Los géneros que retoma el santo no son retocados en gran medida, pero sí
reorientados a convencer a las personas, sea mezclándolos, pero siempre buscando
persuadir, moviendo a su auditorio.
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Él no hace grandes cambios a este elemento, sino que propone que el
sacerdote use de los tres para persuadir: enseñando, porque ofrece la verdad;
agradando, porque la voluntad se dobla si oye palabras que le agraden; y
convenciendo, porque la fuerza de la grandilocuencia lleva las voluntades hacia
donde se ha propuesto el rétor.
Al hablar de la formación del predicador sacro, quedó evidenciado en su
apartado, que es necesaria la filosofía para la preparación del sacerdote como
predicador sacro, porque le permite conocer más a fondo a la persona y le da la
oportunidad de dotar de un fondo sólido y denso para que la predicación no sea sólo
forma, sino también fondo que haga que las personas se puedan confrontar con el
Evangelio y formen en sí las convicciones necesarias para hacer vida de su vida lo
que dicen las Sagradas Escrituras.
Las partes del sermón no se reorientadas ni trabajadas tanto como los demás
elementos, pero en cuanto a la peroración él hace una aportación muy novedosa en
que termina moviendo a su público a hacer lo que se había propuesto enseñándole a
vivir lo que ha oído el auditorio.
Acerca de lo conveniente del decir en el sermón, su contribución es la
creación de la primera catequética –De catechizandis rudibus– en la que el sacerdote
tiene que aprender a adaptar la enseñanza de la doctrina a todo tipo de personas,
para también hacerla vivir.
En los elementos de lo conveniente y las partes del sermón, hay una similitud
en las conclusiones que ofrece este trabajo, porque por ambas partes se llega a
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hacer vivir el cristianismo. Esto sucede porque la oratoria por sí misma, pero sobre
todo la sacra, son persuasivas y se busca hacer vivir el Evangelio.
Lo que hace el santo con la preceptiva ciceroniana es retomarla en el
cristianismo, para adaptarla a las necesidades propias, adecuarlo a los fines
específicos del sacerdote y solucionar los problemas y carencias que tenía el
cristianismo en cuanto a la elocuencia; pues, por un lado, la palabra fue uno de los
principales medios por los que el cristianismo se había expandido y desarrollado su
doctrina; por otro lado, a través de la retórica y los debates que se hacían a causa de
las herejías, se definía mejor la doctrina cristiana.
San Agustín no construye desde cero la oratoria del cristianismo, pero sí
aporta muchísimo para su consolidación y desarrollo como se puede observar en
este trabajo, porque retomó una estructura y una forma que no eran propias de la
religión, sino de los paganos, para desarrollar la doctrina del Evangelio, enseñar a
vivir como cristiano y explicar los pasajes de las Sagradas Escrituras.
Esta investigación, finalmente, aportó una serie de reflexiones acerca de la
oratoria romana y la oratoria sacra poniendo de manifiesto el nexo que existe entre
ambas, y evidenciando la complementariedad que tienen porque la sacra responde a
necesidades y circunstancias que no tenía la romana; sin embargo, la elocuencia del
cristianismo hunde sus cimientos en los preceptos de la oratoria romana, aplicando
más elementos de los que se plantean en esta investigación.
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