Universo Barroco Iberoamericano
El Diablo de Tópaga:
La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII
Carlos Rojas Cocoma
Universidad EAN - carojas @ean.edu.co, rojascocoma @yahoo.com
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Resumen
En 1640 la iglesia del pueblo de indios de Tópaga, en Boyacá, pasó del control del clero secular a manos de los jesuitas, quienes la dispusieron como
el punto de partida para la empresa misionera de reducciones a los Llanos
orientales, en el Nuevo Reino de Granada. En la ejecución, se implementó
todo un conjunto de prácticas de acuerdo a la espiritualidad de San Ignacio
de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, que se manifestaron no sólo
en los hábitos, sino también en la arquitectura y en el programa iconográfico
del templo religioso. Así, la aparición de un diablo en el techo del Arco Toral
reivindicó el discurso que los Ejercicios Espirituales definían sobre el mal,
de acuerdo a la espiritualidad ignaciana del siglo XVII.
Palabras clave: imagen, demonio, jesuitas, ejercicios espirituales, Boyacá,
historia
Abstract
In the New Kingdom of Granada during 1640, the ecclesiastical administration
of the Indian chapel of Tópaga changed from the secular clergy to the Jesuit
order, transforming the small town into the start point for the missionary
activity in the ‘’Llanos orientales”. The architecture of the church and the
iconographic program that Jesuits developed were implemented under the
spirituality of Societate Iesu. The singular image of the face of a devil in the
upper side of the toral arc, was a free interpretation of the discourse around
good and evil that local priests translated into visual speech, inspired by the
Spiritual Exercises, main guide of the religious life of Jesuits and written by
the founder of the order Saint Ignatius of Loyola.
Key words: Image, Devil, Jesuits, Spiritual Excercises, Boyacá, 17th century.
El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
Hemos venido cargados con muchos libros
cuando hubieran bastado las imágenes1
Misionero Jesuita, 1685
En el año de 1625 el arzobispo de Santa Fe Fernando Arias de Ugarte le destinaba a la Compañía de Jesús el objetivo de ampliar la frontera hacia lo que
era denominado vagamente como los Llanos2, pues se empezaba a conocer,
también por parte de misioneros de la Compañía que un gran número de
indígenas poblaban una tierra que aunque hostil, garantizaba la posibilidad
de adaptar la población al pago del tributo. El proyecto jesuítico, ajustado en
las pautas de la iglesia postridentina implicaba desplazarse gradualmente
desde los territorios en donde se había asentado, hacia la frontera conocida.
De la que fue la primera doctrina jesuita - Cajicá - la doctrina se permutó
primero por Duitama, y posteriormente Tópaga3.
1.
Puede suponerse que la decisión de cambiar la doctrina de Duitama por la de
Tópaga radicó esencialmente en la autonomía de su administración, pues la
primera era dependiente de la administración clerical, mientras que las misiones, y las fundaciones a partir de nuevos grupos indígenas evangelizados,
eran totalmente controladas por la Compañía de Jesús. Ello explicaría por
qué se retiraron de una población que tenía cerca de dos mil indios pagando
el tributo, hacia una pequeña aldea que apenas si superaba los ciento treinta habitantes, muchos de ellos dispersos en el campo4. Geográficamente,
Tópaga pertenece al altiplano cundiboyacense, una meseta que se extiende
y que culmina en las alturas del páramo de Ocetá. Atravesando el Páramo,
se llega a las selvas cálidas y húmedas de los actuales Llanos Orientales.
Por lo tanto, la autonomía de Tópaga permitía dar total administración al
proyecto de evangelización de los Llanos, pues simbólicamente representaba
una puerta de entrada a lo que sería su gran proyecto misionero en el Nuevo
Reino de Granada.
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En 1640 la reconstrucción de la iglesia doctrinera de Tópaga fue encargada
al cura Francisco Ellauri, oriundo de Villa de Leyva. El cura tenía la responsabilidad de transformar la doctrina a capilla jesuita. Su restauración fue
radical, tanto la forma y dimensión del templo, así como las capillas posas
de los ángulos de la plaza y las imágenes del templo, fueron dispuestas de
acuerdo a su propia consideración. Como único recuerdo de la capilla anterior,
Ellauri sólo conservó un altar constituido por 33 espejos que, inclinados hacia
el suelo, permitían reflejarse a quien se dispusiera enfrente.
Como Pueblo de Indios, Tópaga fue constituido como un espacio destinado a
la convivencia esencialmente indígena y salvo el encomendero, el visitador
y el sacerdote, no podía haber habitantes españoles o criollos en él5. La
impronta de Ellauri fue bastante notoria. Por ejemplo, las capillas posas
sirvieron para la procesión del Corpus Christi tal como se hacía en todas
las doctrinas, pero la celebración que la acompañaba, llena de variados
instrumentos musicales, le dieron a Tópaga algo de fama: “Acudía mucha
gente de las estancias y pueblos vecinos, y por no oir y venir a sus casas se
estaban más de ocho días con todas sus familias en Tópaga gozando de la
palabra divina y de los sacramentos con el sosiego y devoción necesaria”.6
En lo relacionado con la enseñanza de la doctrina, escribía el Padre Ellauri
en un memorial a la Audiencia:
"Todos los días se toca la campana a escuela a que todos acuden, unos
a leer, otros a cantar, cantando todos los días, mañana y tarde, antes
de empezar los ejercicios ordinarios de la escuela, algunos himnos
devotos a Nuestra Señora, y rezan antes de irse a sus casas todas las
oraciones y catecismo, y por último rezan todos los días el rosario de
Nuestra Señora a coros y su letanía. Todos los jueves dicen en la iglesia
la letanía del Santísimo Sacramento a canto de Órgano, y los sábados
la de Nuestra Señora, y a todos los viernes se dice el misere y toman
disciplina, habiéndoseles hecho antes una breve plática"7.
La manera cómo se interpretó la evangelización por parte de los jesuitas
fue bastante particular en la región, en el sentido en que se intensificó el uso
retórico de la figura del demonio como ejemplificador de vicios y comportamientos indígenas. Si bien el uso alegórico del diablo perteneció en general a
un discurso propio del periodo barroco, lo cierto es que bajo el control jesuita
se entendía su presencia como un factor activo en la comunidad indígena. Por
mencionar un ejemplo, Pedro de Mercado, jesuita nacido en Riobamba (actual
Ecuador) en 1620, al narrar la "Historia de la provincia del nuevo Reyno de
Granada y Quito" daba a conocer algunas maneras como el demonio convivía
entre infieles de las tierras aledañas a Tópaga:
Adoraban en su gentilidad estos indios duitamas a dos demonios que
visiblemente los gobernaban y capitaneaban en sus batallas y aún después que los conquistaron los españoles no cesaron de reverenciarlos
en estampa ya que les había faltado su corporal vista8.
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Pedro de Mercado presentaba la actividad misionera esencialmente como
una estrategia para descubrir o revelar los trucos que se ocultaban detrás
de los engaños. De hecho, la idea de engaño resultaba poderosa para la
actividad misionera, lo que explica por qué en el siglo XVIII el jesuita Pedro
Rivero escribiría el “Teatro del desengaño”. A través de numerosas anécdotas
Pedro de Mercado expuso las diversas artimañas con las que el demonio
operaba entre los indígenas:
Aquí en Duitama se apareció el demonio a una india con la figura y máscara de su madre, la cual había años que por instigación de Satanás se
había ahorcado. Empezola a reñir diciéndola que porqué no se iba adonde
ella estaba ahorrada de trabajos, libre de españoles y llena de gustos9.
La idea de “arma” que los jesuitas usaron para la evangelización era tanto
retórica como literal. Es conveniente recordar que desde la fundación de la
compañía Ignacio de Loyola, él mismo con un recorrido importante en la orden
militar, transmitió a la orden religiosa muchas analogías de la institución
castrista. De hecho, la relación del culto angélico entre los jesuitas tenía
que ver con la idea de “ejército de dios en el cielo”, en oposición al ejército
en la tierra, que serían los propios jesuitas. El jesuita, siguiendo las pautas
filosóficas de la dialéctica, encontraba en la palabra el medio a través del cual
se podía atacar y vencer las artimañas del demonio en la población indígena.
En la crónica del padre Mercado se puede ver el poder de la oralidad para la
conversión; no obstante, la evangelización incluyó armas dóciles y agudas
como la música, o amenazantes y violentas como las armas de fuego10.
El imaginario acerca de la presencia constante de lo “diabólico” dentro de
las redes indígenas tuvo dos consecuencias considerables. Por una parte, La
relación consolidó una idea de indígena maleable, dócil y débil de carácter.
Por otra la vulnerabilidad de su carácter justificaba cada vez más la presencia
de la Compañía de Jesús, pues se trataba de controlar lo que podía ser una
amenaza. Gaspar Poeck, misionero jesuita europeo, describía en el año de
1684 en una carta al Reverendo Padre Provincial cómo el demonio convivía
con los indígenas, pero a diferencia de la zona aledaña a Tópaga, que ya era
cristiana, en las zonas "salvajes" no se cubría de ningún velo; era el poseedor
de las almas y a la vez a quien le rendían tributo:
Todos estos mencionados pueblos y muchos otros más, diversos entre
sí por la lengua y por las costumbres, sólo están de acuerdo en esto:
en que ignoran a Dios porque viven sin Rey, sin ley y sin Dios, aunque
algunos de ellos digan que Dios es el Sol, otros que la Luna, otros que
Purunaminari, pero no presentan culto alguno exterior. Dicen los indios
que su origen propio es el agua, y que en agua se han de convertir. Son
adictísimos al arte de la magia (si eso es arte y no una irrisión vulgar);
pero sea lo que sea, con frecuencia por medio de tales encantamientos
perjudican a sus enemigos con lentas enfermedades, y los matan con
muerte segura11.
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Tópaga se convirtió en un punto de bisagra entre los pueblos de indios conversos del altiplano, con las futuras misiones de los Llanos. Por lo tanto,
representaba para los misioneros la intersección entre la conversión y el
barbarismo. Aunque inicialmente el cacique de Tópaga tenía poder, independencia y cierto estatus en relación a los otros indígenas, poco a poco, y eso
se va haciendo notable a partir del siglo XVII, esta figura empezó a perder
su poder social y a agruparse dentro de una misma definición de indígena.
Para la primera iglesia doctrinera, el ya mencionado Altar de los Espejos
fue dispuesto por el cacique cofundador de la población: el cacique Tópaga.
Sin embargo, para la época de la iglesia construida por Ellauri la figura del
cacique así como de otras personalidades importantes de la doctrina fueron
ignoradas ante la presencia de la figura del párroco, así como del discurso
misionero jesuita.
La relación de la iglesia con la plaza y las capillas posas permitieron establecer en Tópaga un control desde la arquitectura, que representaba un
dominio tanto político como religioso12. Esta consolidación, que se dio de
manera homogénea en todos los pueblos de Indios de la Provincia de Tunja13,
si bien no fue de exclusividad jesuita fue un escenario bastante aprovechado
por sus integrantes.
2.
El texto de los “Ejercicios Espirituales” es la obra fundamental de la Compañía
de Jesús. La primera impresión del texto se dio en 1548, y constituye junto
con las Constituciones uno de los textos básicos en los que fue definida la
espiritualidad jesuita. El documento fue escrito por el fundador como una
herramienta que sirviera para que en la oración y en el retiro se pudiera
desarrollar en la consciencia un discernimiento adecuado sobre el bien y el
mal. En los Ejercicios Espirituales el practicante, a través del entrenamiento
de la imaginación y los sentidos, podía tener un reconocimiento del mundo,
del cielo, del infierno, así como una capacidad individual para discernir y reconocer el bien y el mal, tanto en el espíritu como en lo externo. Realizarlos
implicaba una disposición física y mental particular: se requería de un recinto
sencillo con apenas los elementos mínimos para habitarlo, disponiendo de
una moderación total en lo que refería al comer, al dormir y al hablar, “como
adiciones para mejor hacer los ejercicios y para mejor hallar lo que desea”14.
Para su ejecución siempre era necesaria la guía de un tutor, quien repasaba
y servía de consejero a cada practicante de acuerdo a lo que su experiencia
reflexiva e imaginativa podía invocar.
La importancia a la que aludía San Ignacio de Loyola de concebir al religioso
como "militante" de la Iglesia fue evidente en una espiritualidad que pretendía
producir habilidades y destrezas para vencer el mal por parte del individuo.
Por ejemplo, el pecado no se concebía como algo negativo, sino que se debía
interpretar en su propia singularidad. Inmerso en la racionalidad gestante
del siglo XVI, la intención de los ejercicios iba dirigida a configurar un pensamiento crítico de los actos.
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segundo(preámbulo): ponderar los pecados, mirando la fealdad y la
malicia que cada pecado mortal cometido tiene en sí, dado que no fuese
vedado15.
Más que un texto escrito para ser “leído”, los Ejercicios Espirituales eran la
definición de una práctica, que tal como lo decía San Ignacio, debía asumirse
como una experiencia total: "Con toto el core, con tota el anima, con tota la
volontad". Como lo describe con precisión la historiadora Perla Chinchilla:
“se trata de ejercicios, no de ideas que, al modo de un guión escenográfico de
teatro, proporcionaban las condiciones para que se estableciera un coloquio
entre el ejercitante y su guía espiritual, y del primero con Dios”16.
Un aspecto importante del texto de San Ignacio y de la espiritualidad jesuita
en general lo constituyó la “compositio loci” o “composición de lugar”, que
consistía en la experiencia a través de la cual a través de los sentidos se
pudiera imaginar de la manera más viva posible el cielo y el infierno, para
que se pudiera establecer una racionalidad desde la cual fuera posible comprenderlos. Este ejercicio, propio de un interés barroco por el conocimiento
y exaltación de los sentidos, propendía a crear un método de reconocimiento
del bien y el mal desde la espiritualidad. Escritos a partir de opuestos esquemáticos entre el cielo y el infierno, los Ejercicios Espirituales buscaban, como
si se tratara de un acto detectivesco, de aprender a reconocer las formas en
las que el demonio influía en las decisiones de la conciencia, pues se trataba
no sólo de descubrir el mal, sino las apariencias del mal detrás de los actos
aparentemente buenos.
La relación entre la Composición de Lugar y la manera cómo fue transmitida
la espiritualidad jesuita en el arte y la arquitectura en América y Europa ha
dado lugar a una bibliografía extensa. Si bien en ocasiones resulta difícil
establecer un lazo directo entre la composición de lugar y los programas
iconográficos, la directa relación entre la espiritualidad jesuita, el fundador
y constructor de la iglesia y ejecutor del programa visual del templo, y el
resultado final de columnas, arco toral y púlpitos tienen una línea directa
que nos permite atrevernos a lanzar una interpretación al respecto. Por
ello, el jesuita doctrinero de Tópaga Francisco Ellauri constituye un puente
para comprender la forma como eran pensados y ejercitados en la Colonia
Neogranadina del siglo XVII.
Como todas las crónicas de las vidas de jesuitas, la de Francisco Ellauri
fue descrita a partir de las anécdotas y situaciones redactadas en crónicas,
Historias y cartas annuas registradas en la época que daban fe de su labor
exitosa en la Compañía, así como del rigor que tenía con su cuerpo. Algunas
de esas anécdotas podrían no ser verídicas, e incluso su carácter descrito en
una forma casi beatificante da lugar a que se pueda tergiversar, en pos del
carácter beatificante de la retórica jesuítica, lo que de él hay registrado. Sin
embargo, de todas estas historias, siempre hay elementos afines, aspectos
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que si bien no pueden definir como era su "verdadera" personalidad, sí nos
pueden dar cuenta de ciertas prácticas que lo acompañaron.
La labor académica de Francisco Ellauri determinó su desempeño como cura
doctrinero, y de acuerdo a las biografías la excelencia académica permitió a
manera de trofeo su encargo de Tópaga. Cuando había escasez de miembros
en la Compañía, era usual que los estudiantes más notables desempeñaran
labores pedagógicas. Desde Tunja, Ellauri estaría encargado de las cátedras de escolástica y de gramática, los cuales serían de la misma manera
su fortaleza disciplinar, y creemos que influirían en su manera de pensar
el templo visualmente17. Los casi veinte años que duró como doctrinero en
Tópaga, entre 1642 y 1661, sirvieron para ser el posterior rector del Colegio
de la Compañía en Tunja, cargo que dejaría para iniciar el trabajo de misiones
en los Llanos, mientras la doctrina de Tópaga fue entregada al clero para
trasladarse a Pauto, en el actual Casanare18. Moriría en la actividad misionera, a los 63 años de edad, tras vivir cerca de 7 años en la selva. Acorde a
Cassani, su muerte imitaba en grandeza a la del otro gran modelo Jesuita,
Francisco Javier19.
Pero lo que hizo célebre a Ellauri en su tiempo y en años posteriores fue,
aparte de su exitosa labor doctrinera y misionera, un culto dedicado al sometimiento del cuerpo y la aceptación cristiana del sufrimiento. Todas las
menciones al padre concluyen en el mismo punto. El Padre Julián de Vergara,
compañero de batalla al final de la vida de Ellauri, al hacer pública la noticia
de la muerte del padre, decía:
El trato con Dios, por medio de la oración, era continuo; su humildad profunda; el aprecio de la más mínima regla de nuestro padre San Ignacio,
fue admirable en el P. Ellauri, de lo cual tengo mucho que confundirme20.
Este "aprecio de la más mínima regla” fue un elemento crucial que obligadamente invocaba a los Ejercicios Espirituales, pues la aceptación de éstos
como condicionantes llevaron a una obediencia determinada y extrema. Se
trataba de un hombre obediente hasta el extremo de hacer de la obediencia su
propia agresión. En la necrología escrita por el P. Gaspar Vivas, y que Florez
de Ocariz expone íntegra en sus genealogías, se mencionaba de su “notable
defcuido en el comer, que fe le paffauan dias enteros fin defayunarfe”21.
Del mismo modo que la alimentación, el sueño era otro elemento clave, un
sacrificio en línea directa con su penitencia. Decía Cassani:
en meditaciòn, se puede decir, que gaftaba toda la noche; porque fi a
deshora llamaban a la porteria para afisftencia, o confesion de algun
enfermo, ya fabian los Porteros, que habian de bufcar al Padre Rector en
las tribunas: por efto en fu vida, defde que volviò de topaga, ufò fabanas:
tenia la efcufa que eftaba tan acoftumbrado en los diez y ocho años de
fu Curato, que no dormia ni fe acoftaba22.
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Estos elementos de su vida, que por lo demás era considerado como un sujeto
grato no sólo por la gente de la Compañía sino también de la Doctrina, plantean bastantes interrogantes alrededor de la vida de un hombre que no sólo
hizo de Tópaga una doctrina jesuita célebre, sino también de su cuerpo una
extraña personalidad. Ellauri se mantuvo huyendo del individuo; abandonar
su cuerpo no era sólo una metáfora espiritual, implicaba dejarlo a un lado,
arrastrarlo, someterlo a la norma para impedir su rebelión. La mortificación sobre el cuerpo del doctrinero de Tópaga era exagerada, dispuesta al
dolor, pero aunque el cuerpo era atacado, violentado, nunca estaba siendo
pervertido. Por el contrario, los afectos sobre el cuerpo del padre seguían el
modelo del castigo, el sueño y el ayuno:
fiendo fuavisimo fu trato con otros, era tan rigido configo, que la continuacion de fus diciplinas en las efpaldas, fue origen de un mal de pecho,
que le mortificò el ultimo tercio de fu vida; y le hubiera acabado antes, fi
la obediencia no hubiera contenido en afecto, para impedir con el freno
de la obediencia, la caufa que defenfrenaba los humores23.
Era en la modelación de los límites de su propio cuerpo donde se indicaba el
camino de su propia santidad. Por ello Ellauri era obediente hasta la agresión,
hasta la muerte: “Para los jesuitas y sus seguidores la imagen de la muerte
es más eficaz antídoto contra la vanidad del mundo; estas meditaciones no se
reducen a meras elucubraciones, sino que van acompañadas de la exposición
de casos históricos, es decir, ejemplos”24.
Hasta el momento que se conozca en la región, los indios nunca accedieron a
los Ejercicios Espirituales; pero esto no excluye que el programa iconográfico
planteado para la iglesia doctrinera careciera de un discurso al respecto,
pues el padre Francisco Ellauri conformó en Tópaga " Congregacion para los
Españoles, donde acudian á sus exercicios espirituales, como en Europa"25.
Por otra parte, si bien a la hora de hablar de iglesia de indios y de programas
iconográficos siempre el carácter aleccionador y pedagógico de la imagen
suele considerarse el punto de partida, ésta no era un libro abierto, y particularmente en la visualidad jesuita a veces la complejidad de la imagen estriba
en sus intrincados y barrocos orígenes y lecturas, más enfocadas en la intelectualidad de la misma comunidad que en la satisfacción y comprensión de
los feligreses. Esta distinción es claramente determinada en la religiosidad
impartida por el jesuita en toda América; como dice Ramón Gutierrez: “es la
evidencia de una política que atendía a dos formas diversas de participación.
Una de ellas homogénea en los pueblos de indios, que muchas veces ha sido
nominada como teocrática, y otra que asegurara la creciente participación
de los estratos populares en la vida urbana.”26.
La empresa cultural que fue desempeñada en el proceso de evangelización
por parte de los jesuitas fue diversa, constante y muy productiva. Siguiendo
las premisas de la "verdad revelada" y de las "virtudes cristianas",27 el legado
3.
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Universo Barroco Iberoamericano
cultural que dejó la compañía en el Nuevo Reyno de Granada en manuscritos y obras impresas, edificaciones de escuelas, seminarios e iglesias,
programas iconográficos y musicales, así como registros de sus labores en
misiones y doctrinas evidentes en Cartas Annuas, crónicas e “historias”,
fue notable.
Al igual que la comunidad y el cuerpo, el templo tenía también un modelo, una
manera singular de constituirse y diseñarse, cercana igualmente a la práctica
de los Ejercicios Espirituales28. Desde la iglesia que los jesuitas erigieron en
Roma construida en el siglo XVI por Giacomo Barozzi di Vignola, la relación
entre arte, arquitectura y espiritualidad jesuita, siguió estrictos lineamientos
de edificación y composición. En un comienzo la Iglesia construida en Roma
fue el modelo a seguir por los jesuitas para erigir sus recintos sagrados; es
por ello que las iglesias de Bogotá, Cartagena y Popayán fueron construidas
a semejanza de la italiana29.
El jesuita así como era “celoso” de sus haciendas, también lo era de sus
iglesias y de las imágenes con las que se decoraban. Si bien para la época la
producción de imágenes era un oficio antes que arte, el carácter pedagógico
y evangelizador implicaba un control y cuidado del manejo visual; por eso la
presencia de la espiritualidad ignaciana debía ser explícita en la ornamentación del templo jesuita. Desafortunadamente el estudio del patrimonio
artístico en iglesias doctrineras en Colombia ha sido escaso salvo algunas
excepciones, y se ha hecho más énfasis en las iglesias “urbanas”. Por otra
parte, el énfasis hacia la labor evangelizadora ha simplificado la lectura de la
imagen alrededor de un uso pedagógico y de una enseñanza al indígena. Por
último, la relación entre arte y pensamiento jesuita en iglesias doctrineras,
aspecto tan crucial y especializado en diferentes investigaciones sobre el
mundo americano, está aún inexplorado en el país.
Los recursos económicos para construir los templos de las doctrinas de la
Compañía fueron notablemente inferiores a los utilizados en las ciudades,
y así mismo las dimensiones y decoración eran modestas en comparación
a templos como el de San Ignacio en Santa Fe; sin embargo, los templos
doctrineros y de las misiones siempre gozaron de notable riqueza e intención artística, pues aunque se trataba de obras menores, un proyecto como
la ampliación de la frontera en el Casanare era una bandera que lideraban
orgullosos los jesuitas, y que se resaltaba en las huellas que iban dejando a su
paso; por ello estas iglesias, en su escala, no dejaban de seguir los propósitos
del Concilio de Trento: imitar en el templo al reino de los cielos30. En esto, el
templo de Tópaga sería un ejemplo claro de cómo la espiritualidad jesuita es
integrada activamente en la imagen. Tal como lo planteó Ramón Gutiérrez:
“A diferencia de las primeras órdenes que evangelizaron en el siglo
XVI, que buscaron modos de comunicación simples que tendieran a
consolidar el mensaje cristiano, los jesuitas introdujeron, siguiendo las
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pautas de ritual icónico de los nativos, la devoción por las imágenes y
el imaginario”31.
La iglesia de Tópaga se construyó desde ceros, destruyendo la anterior que
pertenecía al clero y que, según Mercado, era “una casita de paja y toda ella
para dar en tierra”. El templo era austero en su exterior, y se componía de
una sola nave y una torre o campanario pequeño a su costado izquierdo.
Aunque el atrio en la actualidad está modificado, su escalón elevado permite comprender la parte activa que cumplía, junto con las capillas posas,
la celebración eucarística al aire libre, generalmente para la celebración
del Corpus Christi. Si bien se trataba de la iglesia de indios, los españoles
y criollos de la zona, así como los que harían “congregación” para realizar
Ejercicios Espirituales, asistían con mucha frecuencia a la Iglesia jesuita. La
autonomía de Ellauri en la realización de la iglesia de Tópaga puede garantizar
que más allá de las modificaciones que tuvo el templo posterior a 1660, los
aspectos ornamentales asociados a la estructura, concretamente el arco
toral y los púlpitos, han conservado el programa diseñado por él para él. De
su rica ornamentación se pronunciaba en el siglo XVIII Cassani:
4.
El Padre era Maeftro de Obras y propiamente Maeftro, porque los enfeñaba: abrió las zanjas, facó los cimientos, levantó las paredes, todo de
cal y canto, y al fin cubrió la Iglefia con Armadura, y cubierto de texa. La
obra falió bien executada, y en aquellos fitios podemos decir magnifica;
pues ciertamente tiene pocas mejores la Provincia: y despues el Padre
la adornó con retablos, fervicio de plata, ricos ornamentos, y todo lo
neceffario; pero lo principal de la idea confiftió en la fabrica efpiritual,
a que ayudó la material32.
El interés y cuidado de Ellauri en el programa iconográfico de las imágenes se corrobora porque tras su trabajo en Tópaga estuvo encargado de la
ornamentación del altar central de la iglesia de los jesuitas en la ciudad de
Tunja. Uno de los elementos que convierte a Tópaga en un caso excepcional
para la interpretación del arte jesuita en la región, lo constituye su reincorporación al clero secular en el siglo XVII, pues los templos de exclusividad
de la Compañía en zonas de fronteras fueron abandonados a partir de la
expulsión de la compañía del territorio español en 1767, como lo serían los
de Pauto y Tame, en el Casanare. Por lo tanto, podemos asegurar que la
relación entre Ellauri y la decoración de las estructuras internas del templo
es la que podemos ver en la actualidad.
El retablo encaja en la sugestiva definición de barroco que sugiere Mabel
Moraña: “El barroco no es una esencia - mucho menos un simple “estilo”
o cultura “de época” - sino una “función operativa que consiste en pliegues
infinitos cuya penetración requeriría un “criptógrafo” especialista - quizá a
la manera de Borges - en enigmas, espejos y laberintos”33.
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El “Altar de los Espejos”, (Fig.1) ubicado al costado
izquierdo de la iglesia, tiene como rasgo particular 33 espejos de aproximadamente 50 por 40
centímetros inclinados hacia abajo cerca de 30
grados, que reflejan a todo espectador que mire
hacia el altar. Asimismo, intercalados entre los
espejos se encuentran varias imágenes de santos,
la mayoría de ellos jesuitas - San Francisco Javier,
San Estanislao de Kotska canonizados en 1633
y 1726 respectivamente – que fueron colocados
posteriormente al altar, pues éste fue construido en 1633 como una donación de los caciques
Francisco Tópaga y Antonio Pangutá, y el comendador Sancho Ramírez.34
Fig. 1. Altar de los Espejos.
Iglesia de Tópaga, Boyacá.
Fotografía: Carlos Rojas
Cocoma.
Sin embargo, a pesar de lo singular de dichos ornamentos, es en la iconografía del arco toral donde hay una representación fiel de la espiritualidad
ignaciana. El arco toral aparece en las iglesias de
la Edad Media como un soporte estructural, pero
también como la división que separaba el presbiterio –el lugar del altar principal-, del espacio
dedicado a la presencia de los fieles. En lo que respecta a los templos doctrineros neogranadinos, al igual que muchas iglesias
importantes, se sostuvo el uso del arco toral aunque más como elemento
ornamental que de soporte arquitectónico. Su importante característica como
la ruptura entre lo que simbólicamente sería la tierra y el cielo, la barrera
entre los religiosos y el cuerpo máximo de la iglesia, sirvió como telón de
uno de los referentes religiosos más importantes y que también se anuncia
en los Ejercicios Espirituales: la caída de los ángeles.
La narración en su totalidad es bastante compleja, ya que no hay un orden
preestablecido de lectura, a diferencia de los lienzos que en su mayoría pueden ser “leídos” de izquierda a derecha y de arriba a abajo. El arco inunda el
espacio de diversos elementos, pues sin saturarlo lo enriquece de pequeñas
y sencillas narraciones que a pesar de no estar compuestas de elementos
atípicos, en su conjunto hacen que la narración sea confusa y difícil de definir;
además, no se sabe el límite de la narración, resulta complicado establecer
qué parte del templo es un elemento que acompaña el tema del arco toral
y cuál es sólo una de las muchas decoraciones con las que se acompaña la
iglesia postridentina, aislada de un hilo conductor, de la retórica a la cual
está invocando la imagen principal.
El arco está enchapado en su totalidad en madera, y recubierto con colores y
lámina de oro. Siendo un elemento que se ve tanto de frente al ingresar a la
iglesia como debajo de éste, la cara frontal y la cara interior tienen respectivamente representaciones diversas y, así como el resto de la iglesia, en lo
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El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
que concierne a la ubicación de las imágenes el
retablo es isométrico a derecha e izquierda.
A izquierda y derecha del arco, la imagen de San
Miguel, realizada en altorrelieve, es idéntica.
Arriba de San Miguel se encuentra, también a
lado y lado, una extraña flor con ciertos frutos,
que decora y separa el “relato” del Arcángel con
la imagen “narrada” en la parte superior del frente
del arco. En la escena narrada en la parte de arriba, lo que sería la clave del arco, se encuentran
los dos santos de la Compañía, San Ignacio de
Loyola a lado izquierdo, y San Francisco Javier
al derecho, sosteniendo cada uno con la mano
un rayo de luz de lo que parece ser los destellos
radiantes de Jesús, envuelto en un corazón, con
las inscripciones que distinguen a los jesuitas:
I.H.S (Fig. 2). Jesús es un niño, el cual a su vez
tiene una circunferencia azul, el universo, en sus
manos; lo curioso es la manera cómo lo tiene,
pues como si se tratara de un balón, su cuerpo
rodea el círculo y apoya su codo izquierdo sobre
la rodilla, para recostar su cabeza en su mano y
exponer un rostro sereno y con los ojos cerrados.
En la parte de abajo, paralelo a los dragones que vence San Miguel, a lado
y lado se encuentran dos ángeles bastante singulares, (Fig. 3) sosteniendo
cuernos de la abundancia del tamaño de sus cuerpos y llenos de todos los
frutos posibles, mientras dirigen su rostro hacia la puerta y hacen con la
mano que tienen cerca al público la señal de silencio. Sobre ellos aparece la
imagen de lo que parece ser una extraña mezcla de llamas con frutos, que
desembocan en la imagen central superior: el rostro de un demonio con la
boca abierta y emanando fuego, con colmillos y cachos que sobresalen de
la superficie. (Fig.4)
Fig. 2. Clave del arco Toral,
San Ignacio de Loyola, niño
Dios y San Francisco Javier.
Iglesia de Tópaga, Boyacá,
Ca.1660. Fotografía: Carlos
Rojas Cocoma.
La referencia angélica35 no se concentra en la fijación o características singulares de determinado ángel, pues el jesuita no lo ve como un emblema
simbólico, o como una figura devocional, sino como el elemento que da el
sentido “estructural” a la Compañía de Jesús. La ornamentación del templo
de Tópaga está remitiendo a un coro de ángeles, pero de ellos sólo San Miguel
tiene un nombre y los elementos que pertenecen a su simbología; el resto
permanecen anónimos, no se conoce su nombre ni sus propiedades pero es
claro que el objetivo no es decir “quién es”, sino “qué hace”. Tampoco son
referencias devocionales, pues ellos no están en posturas arquetípicas o con
elementos a los cuales haya una referencia directa a un símbolo, salvo, como
se ha dicho, San Miguel y los ángeles de las trompetas.
63
Universo Barroco Iberoamericano
Sin embargo ellos están enunciando algo a través
de su código: la simbología de las manos. Como
gesto litúrgico, “las manos son los elementos más
usados”36. Se trataba de un recurso sencillo, tanto,
que ha llegado a darse a malos entendidos por
los pocos que han estudiado la imagen de este
templo37. Los ángeles indican con las manos,
señalan el curso de la narración a la vez que la
delimitan, haciendo señales, de silencio y de indicación, de que algo está sucediendo y para leerlas
con atención, es necesario seguirlas hasta donde
desemboquen.
Fig. 3. Columna del
arco Toral, Angel de la
abundancia. Iglesia de
Tópaga, Boyacá, Ca. 1660.
Fotografía, Carlos Rojas
Cocoma.
64
Los ángeles de los púlpitos señalan hacia arriba,
y son los que se encuentran más adelante de toda
la militatia; ellos están conduciendo la narración
hacia donde se está enunciando algo: los ángeles
sobre ellos, con las trompetas, anuncian con sus
estruendos que algo está sucediendo. Si bien se
trata de los ángeles cuyas más claras referencias
se dan en el Apocalipsis38, no están anunciando
el fin de los tiempos, sino el principio del pecado;
por ello la escena lejos de hablar del final está
celebrando el comienzo de una nueva época: los santos San Ignacio de Loyola
y San Francisco Javier, canonizados a menos de cuarenta años de emplazada
la iglesia.
La figura de Dios está representada en el centro. Centro de todo, del corazón, de la inscripción IHS, del sol, de la santidad jesuita y del arco toral.
Aunque la figura del altar principal es la virgen alada inmaculada, ella no
es la que discurre en la narración, pues si bien es la vencedora - al igual
que San Miguel - del demonio, el objetivo del arco es legitimar el poder del
jesuita casi al nivel que tiene el ángel para retar el mal. Cristo tiene una
figura bastante singular, pues se trata de un niño, y las únicas ocasiones en
que se retrata a Dios como niño, en la colonia, es cuando está involucrado
de alguna manera con la inocencia de un santo en su contacto, en relación
con la virgen o cuando se retratan momentos de su infancia. Cristo es niño
en las imágenes de los desposorios místicos, las de algunos Santos como
San Antonio, y en las diversas representaciones de su encuentro con María,
como por ejemplo la imagen de la Sagrada Familia. Este joven Jesús tiene las
cualidades usuales de la representación de Dios reinando en el cielo, como
es el tener en su poder la esfera que significa el universo. Sin embargo él no
la tiene a sus pies, ni tampoco en sus manos; la rodea con su cuerpo, como
si se tratara de un balón, como si jugara con ella, y más curioso aún, en una
posición relajada sus ojos están cerrados.
El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
Fig. 4. Diablo en el techo
interno del arco toral.
Tópaga, Boyacá. Cca. 1660.
Fotografía, Carlos Rojas
Cocoma.
Desde el siglo XII y XIII, parte de la escolástica adoptó la visión aristotélica
del universo, en la cual el mundo y su entorno se veían como varias esferas
estratificadas que, como una muñeca rusa, se cubrían unas con otras generando ese gran espacio esférico. Así, esta estratificación se compone en su
primera esfera del infierno, la cual estaría recubierta por la tierra, luego la
atmósfera y el cielo de los astros, y posteriormente la esfera de los ángeles.
Sin embargo Dios no estaría en este universo esférico, existiría sobre todo
ello, ya que Él no sería tiempo ni lugar, pero si su ente creador; existiría afuera
de la esfera a la vez que podría mirarla y tomarla completa. “Este Cielo se
identificaba con la deidad misma”.39
Es importante entonces, comprendiendo el papel de la esfera como el universo celestial, ver la relación que tiene con la imagen de Jesús con los ojos
cerrados. Más aún cuando el diablo, que está representado en el momento
que desciende, a su vez mira hacia el lugar que van a ocupar los fieles en
el templo. (Fig.5)
Ante la ausencia de estudios iconográficos en Tópaga, nunca se ha analizado
sus imágenes más allá de una relación con las fuentes textuales. El hecho
de que no haya ningún estudio sobre la imagen de la iglesia, la cual incluso
se desconoce muchas veces su origen como capilla jesuita, ha dificultado
encontrar sus pliegues, sus secretos detrás de la primera capa, y siendo el
jesuita tanto gestor del barroco como parte integral de dicha corriente, es
mucho lo que se ha quedado en el olvido acerca de la imagen de este diablo.
A la vez que Dios niño está abrazando el universo con su cuerpo y con los
ojos cerrados, del techo del arco sobresale la talla en madera del rostro de
un diablo que con los ojos abiertos dirige su mirada a los fieles de la iglesia.
Este diablo, realizado en alto relieve y con grandes cualidades técnicas como
escultura colonial, concatena gran parte de la narración del retablo del arco
65
Universo Barroco Iberoamericano
toral. Hasta la fecha, la representación que hemos encontrado más semejante y que posiblemente haya sido la referencia utilizada es el grabado de la
página 75 libro de Bovium: “Ignatius : insignium, epigrammatum et elogiorum
centuriis expressus40” (Fig.6). En dicho grabado, el diabro tiene igualmente la
boca y nariz como de un animal carnívoro, las orejas amplias y puntiagudas,
y los cachos acompañado de un posible pelaje a cada costado.
Fig. 5. Diablo en el techo
interno del arco toral.
Tópaga, Boyacá. Cca. 1660.
Fotografía, Carlos Rojas
Cocoma.
Fig. 6. Grabado del diablo en
texto: Bovio, Carlo. Ignatius :
Insignium, Epigrammatum
Et Elogiorum Centuriis
Expressus. Roma, Typis
Ignatij de Lazeris, 1665.
La oposición entre Dios y el diablo es el eje central desde el cual fueron
compuestos los Ejercicios Espirituales, y que fue conocido bajo el nombre de
“diametrum”. La estructura binaria de conocimiento del cielo y el infierno,
estructuradas esquemáticamente, invitaban no obstante a medios de conocimientos diferentes. La lectura del texto de San Ignacio de Loyola a la caída
del diablo y la lucha con San Miguel, es lo que creemos se convierte el punto
de inspiración para el arco toral.
En los Ejercicios Espirituales, el pecado desde el
cual se debe comenzar a abrir la meditación sobre
los pecados propios es la soberbia del demonio ante
Dios.41El diablo jesuítico no opera desde la gran creación ni desde la acción visible: opera de manera individual en la conciencia de cada individuo. Por ello, la
caída del diablo es considerada una derrota parcial,
pues todavía queda el escenario de la conciencia como
lugar en el cual permanece libre y tiene una oportunidad para manifestarse. La representación dinámica
y activa del demonio fue lo que para teóricos como
Bolívar Echevarría constituyó la singularidad de la
espiritualidad jesuita:
66
El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
“Incursionando en la herejía - cayendo en ella, según sus enemigos,
los dominicos -, la teología jesuita reaviva y moderniza la antigua vena
maniquea que late en el cristianismo. En primer lugar, mira en la creación del Creador una obra en proceso, un hecho en el acto de hacerse;
proceso o acto que consiste en una lucha inconclusa, que está siempre
en trance de decidirse, entre la luz y las tinieblas, el bien y el mal, Dios
y el diablo.(…) En segundo lugar, en la creación como acto en proceso
de actuarse, distingue un lugar necesario, funcionalmente específico
para el ser humano”42.
Es posible, entendiendo los riesgos de la interpretación iconográfica, reconocer la singularidad del demonio jesuita de los Ejercicios Espirituales en la
dualidad de las imágenes del arco de la iglesia de Tópaga: el universo está a
salvo en las manos de Dios, pero de la conciencia es deber de cada persona
mantenerla libre de la tentación constante, sigilosa y astuta del demonio.
En la teología del jesuita Molina escrita en 1611 y difundida con amplitud
en Hispanoamérica, se planteaba una omnisciencia de Dios que permitía en
el campo de la condición humana un grado de libertad individual43. Para los
jesuitas del siglo XVII el demonio coexistía en la tierra y actuaba sobre la vida,
pues era en ella donde Dios no tenía supremacía: el mal no era una cuestión
geográfica ni cosmológica, sino un problema de conciencia.
La Composición de Lugar además de dar cuenta de un cielo y un infierno,
procuraba hacer un modelo de forma "física" de la figura del miedo. En la
imagen del diablo en el arco toral, los ojos abiertos de su rostro sólo pueden
ser vistos desde ángulos específicos, pues las sombras y la altura del relieve
exigen un esfuerzo para verlo a simple vista. Es una imagen teatral pero muy
sagaz en la que, a la vez que se está haciendo un teatro visual de la lucha de
los ángeles y la supremacía de Dios vencedor, el Diablo es visible, se oculta,
pero no impide ser visto e incluso actuar como observador. En el arco toral se
reproduce de la boca del diablo hacia los costados del retablo los "placeres
aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales"44, que
referían los Ejercicios Espirituales, pues el fuego de su boca se difumina en
los frutos que van descendiendo, mezclado entre las granadas, las piñas y
las uvas.
La imagen del diablo en el techo del arco toral, imagen única en América, sólo
puede interpretarse dentro del marco espiritual jesuítico, pues es allí donde
una idea de un demonio activo e individual, opuesto a un diablo escatológico
como el de las órdenes franciscanas o dominicas, tiene lugar. La relación del
demonio con los Ejercicios Espirituales no aguarda a un final de los tiempos,
sino que exige una acción sigilosa en tiempo presente. Es esta amenaza a la
que el retablo ideado por Ellauri encontraba el mayor de los peligros, pues
es esta la forma en que el demonio se resiste a caer. Si bien de acuerdo a los
Ejercicios Espirituales era a través de los sentidos del cuerpo como resultaba más fácil reconocer al demonio, el mal espíritu "usa contrario modo,
punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón."
67
Universo Barroco Iberoamericano
Ese diablo es la experiencia personal del jesuita que se ejercita, y esa mirada
es el ejemplo de su visión sobre el mal en el deseo humano.
Es evidente en la imagen del templo la actividad del individuo en una teología que exige de él más allá de su fidelidad, pues procura su acción. Sin
embargo, la singularidad de esta imagen es un manejo del miedo, el miedo
que comprende Ellauri y que expone en la imagen, pues antes que centrar
este estudio en los lectores de la misma, personas de quienes no es posible
conocer casi nada, está el productor, su disciplina, su discurso, está su
imagen, representada de la misma manera que podía estarlo su cuerpo.
Conclusión
La Compañía de Jesús hizo de la espiritualidad ignaciana el punto de partida
para la construcción de sus iglesias, así como la elaboración de imágenes. En
la iglesia de Tópaga es evidente en la medida en que el símbolo está precedido
de una narración compleja, que da cuenta de una escolástica, así como de un
discurso inmerso en lo que puede ser denominado barroco. Erigida en 1642,
la Imagen del arco Toral da cuenta de un discurso en el que está inmersa la
Compañía de Jesús, así como la manera de modelar los afectos.
Por último, la Compañía de Jesús, haciendo de la espiritualidad ignaciana
el punto de partida para la construcción de sus iglesias y la elaboración de
imágenes, dejó como evidencia en la iglesia de Tópaga su extraña ornamentación. La narración, que alude al tema de la caída de los ángeles, expone
la manera en que la espiritualidad ignaciana invoca el papel de éstos como
modelo de imitación para la Compañía. Asimismo, el juego de miradas entre
el Diablo del techo del arco y los ojos cerrados del niño Dios, dan cuenta
de la propuesta ignaciana sobre el papel activo del individuo en la iglesia,
en la cual la participación del demonio pasa del espacio ultraterrenal para
acomodarse en la vida, pues el diablo se posa sobre la conciencia de cada
individuo. Este diablo no era una idealización del miedo, sino su realización
desde una espiritualidad que creía en la actividad del individuo y el dinamismo
terrenal del demonio.
A. Fuentes primarias
Visita de Juan Valcarcel a Tópaga, A.G.N.(Bogotá) Visitas Boyacá, 11, f. 1-341.
Visita del oidor Luis Enrique de Cucunuba a la iglesia de Tópaga. AGN. (Bogotá)
Visitas Cundinamarca, 5, f. 770-983.
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Cassani, Joseph. Historia De La Provincia De La Compañía De Jesús Del Nuevo
Reyno De Granada En La América, Descripción y Relación Exacta De Sus Gloriosas
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Sebastián, Santiago. Mensaje Simbólico Del Arte Medieval: Arquitectura, Liturgia e
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Varios. Barrocos y Modernos. Ed. Petra Schumm. Frankfurt: Ed. Veruert, 1998.
Notas
1. Chinchilla Fawling, Perla. De La Compositio Loci a La República De Las Letras
Predicación Jesuita En El Siglo XVII Novohispano. México, Universidad Iberoamericana/El Mundo sobre el papel, 2004. p. 132
2. Londoño, Santiago. 1991. “El Templo Doctrinero de Tópaga.” Boletín Cultural
Y Bibliográfico, 27, 1991.
3. Pacheco, Juan Manuel. Los Jesuitas En Colombia. Tomo 2. Bogotá, San Juan
Eudes, 1959. pp. 344 – 345
4. Sobre el número de la población, si bien el dato es incierto, el más acertado
sería la visita de JuanValcarcel: “Tasa de Topaga: en el pueblo de topaga a treze
de abril de mmill seiscientos y treinta y seis años el señor li (cencia)do don juan
de valcarcel (…)aviendo visto la visita decripcion de los yndios del repartimento
de topaga y parcialidades de chipata gotamo y satoba de la encomienda de don
pedro bravo becerra donde agora sean hallado ciento treinta y siete indios utiles
tributarios” A.G.N.(Bogotá) Visitas Boyacá, 11, f. 1-341.
5. usualmente se denominó pueblo a los pueblos de indios, cuyo poblado o
asentamiento nucleado (construido alrededor de la iglesia) y su resguardo sólo
debía ser ocupado por las comunidades indígenas y, en consecuencia, los estipendios del cura, así como la construcción de la iglesia y los gastos de su mantenimiento, debían ser asumidas por el encomendero o por la corona. Herrera
Ángel, Marta. Ordenar Para Controlar: Ordenamiento Espacial y Político En Las
Llanuras Del Caribe y En Los Andes Centrales Neogranadinos, Siglo XVIII. Bogotá,
Academia Colombiana de Historia, 2002. pp. 85- 86
6. Mercado, Pedro de. Historia De La Provincia Del Nuevo Reino y Quito, Tomo 1.
Bogotá, Empresa Nacional de Publicaciones, 1957. p. 414 El texto no tiene fecha
precisa de publicación, pero se asume que debió estar impreso cerca a la fecha
de 1685.
70
El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
7. Perdomo Escobar, José Ignacio. “Cultivo De La Música y Las Artesanías En
Las Misiones y Reducciones De Los Jesuitas En La Colonia.” Revista javeriana
419.84 (1975) 384
8. Mercado, Pedro de. Historia de la provincia…, op.cit., p.404.
9. Mercado, Pedro de. Historia de la provincia… p. 407.
10. La manera como son pensados los lugares es siempre en términos maniqueos. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, práctica espiritual
pilar de la Compañía de Jesús, están compuestos a manera de opuestos, y así es
como es visto el entorno social por parte de cada jesuita: en términos de bien y
mal, de vicio y de virtud. “ Para mejor conocer las faltas de los pecados mortales,
mírense sus contrarios; y así, para mejor evitarlos, proponga y procure la persona con santos ejercicios adquirir y tener las siete virtudes a ellos contrarias”.
Loyola, Ignacio de. Ejercicios Espirituales. Bilbao, Ed. Mensajero, 1996. p. 102.
11. Fajardo, José Del Rey. Documentos Jesuiticos Relativos a La Historia De La
Compañía De Jesús En Venezuela, Tomo II. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1974. p.169
12. Marta Herrera Ángel. Ordenar para controlar… op.cit., p. 187.
13. Fajardo, José Del Rey. Documentos Jesuiticos… op.cit., p. 340.
14. Loyola, Ignacio de. Ejercicios Espirituales… op.cit., p. 43.
15. Loyola, Ignacio de. Ejercicios Espirituales… op.cit., p. 38.
16. Chinchilla Fawling, Perla. De La Compositio Loci…op.cit.,p. 133.
17. Pachecho, Juan Manuel. Los jesuitas en Colombia.Tomo 2. Bogotá, Ed., San
Juan Eudes, p. 162.
18. En documento se refiere a que “permutaron por la doctrina de Pauto, que es
moderada, la de Topaga que era de las mejores que tenian” Santa fe, 28 de marzo de 1661, AGI, Santafé, 114, en Fajardo, José del Rey, Documentos jesuíticos…
op.cit., tomo 2, p. 159.
19. Cassani, Joseph. Historia de La Provincia de La Compañía de Jesús Del Nuevo
Reyno de Granada En La América, Descripción Y Relación Exacta de Sus Gloriosas
Missiones En El Reyno, Llanos, Meta Y Río Orinoco, Almas Y Terreno, Que Han
Conquistado Sus Missioneros Para Dios. Madrid Imprenta y librería de Manuel
Fernández, frente de la Cruz de Puerta Cerrada. 1741, p. 531.
20. En Pacheco, Juan Manuel. Los jesuitas en Colombia, op.cit., T.II, p. 385.
71
Universo Barroco Iberoamericano
21. Flores de Ocariz, Juan [1674]. Genealogías en el Nuevo Reyno de Granada.
Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1990. p. 224-225.
22. Cassani, Joseph. Historia de la Provincia… op.cit., p. 528.
23. Cassani, Joseph. Historia de la Provincia… op.cit., p. 528.
24. Chinchilla, De la compositio… op.cit., p. 94.
25. Cassani, Joseph. Historia de la Provincia… op.cit., p. 526
26. Gutiérrez, Ramón. “El Arte y La Arquitectura De Iberoamérica.” San Ignacio
y El Arte De Los Jesuitas. Bilbao, Ed. Giovanni Sale, Ed. Mensajero, 2004. pp. 242.
27. “Es importante destacar que, bajo estos presupuestos, la virtud y la sabiduría del emisor fueron la condición de posibilidad de la comunicación retórica
propia de esta época.” Chinchilla Fawling, Perla. De La Compositio Loci…, op.cit.,
p. 22.
28. “Aunque (la composición de lugar) inicialmente se trataba de un ejercicio de
meditación, pronto encontró un espacio de aplicación mucho más complejo dentro de la nueva política de la imagen visual y narrativa postridentina, al punto
que se convirtió en una "técnica de representación" esencial para la comprensión
del mismo barroco.”en Borja, Jaime Humberto. “Composición De Lugar, Pintura
y Vidas Ejemplares: El Impacto De Una Tradición Jesuita En El Reino De La Nueva Granada.” En Repensando El Pasado, Recuperando El Futuro: Nuevos Aportes
Interdisciplinarios Para El Estudio De La América Colonial. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, CEJA, 2005. p. 374.
29. Gil Tovar, Francisco. “El Barroco En Nueva Granada”. En Historia Del Arte
Colombiano. Bogotá, Salvat, 1984., tomo 4. p. 958. Sin embargo, ante la tesis del
autor, Patricia Rentería Salazar propuso como modelo de inspiración la Basílica
de San Lorenzo de El Escorial, más que la iglesia de Vignola en Roma. Ver: Rentería, Patricia. Arquitectura en la Iglesia de San Ignacio de Bogotá: modelos, influjos, artífices. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana- CEJA, 2001, pp. 110-115.
30. Lang, Bernhard. Historia Del Cielo. Madrid: Taurus, 2001, p. 305.
31. Gutiérrez, Ramón. “El Arte y La Arquitectura De Iberoamérica…”, op.cit.,
p. 264.
32. Cassani, Joseph. Historia de la Provincia… op.cit., p. 525.
33. Mabel Moraña “Mímica, carnaval, travestismo: Máscaras del sujeto en la
obra de Sor Juana.” En Schumm, Petra, ed. Barrocos y Modernos. Frankfurt, Ed.
Vervuert, 1998, p. 91.
72
El Diablo de Tópaga: La espiritualidad jesuita y las imágenes en el siglo XVII - Carlos Rojas Cocoma
34. En las actas de la visita del oidor Luis Enrique de Cucunuba y los contratos
que celebra para edificación de la iglesia de Tópaga, describen con detalle las
normas para la edificación del templo. Ver AGN. (Bogotá) Visitas Cundinamarca,
5, f. 770-983.
35. La relación entre jesuitas y el culto angélico fue bastante estrecha en la Historia de la Compañía en América. Mujica Pinilla, Ramón. Ángeles apócrifos en el
Perú Virreinal. Lima: Fondo de Cultura Económica, 1992, p.174.
36. Sebastián, Santiago. Mensaje simbólico del arte medieval: arquitectura, liturgia e iconografía. Madrid: Mensajero, 1994, p. 89.
37. "Pero Ellauri, además de sentir el arte bello, poseía esa ciencia educativa
adaptada a la psicología de los niños. a ambos lados del presbiterio se ven dos
ángeles de bulto que, con el dedo en los labios, indican la ley del silencio en la
Casa de Dios. Sobre el arco central, un diablo-dragón, ricamente dorado, y arriba
un San Miguel con su espada flamígera, enseñaban a los muchachos topagenses los distintos caminos del pecado y la virtud, del cielo o del infierno." Jerez,
Hipólito. Los Jesuitas En Casanare. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional,
1952, p. 84.
38. Gamboa Hinestrosa, Pablo. La pintura apócrifa en el arte colonial, los doce
arcángeles De Sopó. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1996, p.33
39. Lang, Bernhard. Historia Del Cielo…, op.cit., p. 194
40. Bovio, Carlo. Ignatius : Insignium, Epigrammatum Et Elogiorum Centuriis Expressus. Roma, Typis Ignatij de Lazeris, 1665, p. 190.
41. Loyola, Ignacio de. Ejercicios Espirituales…, op.cit., p. 31-32.
42. Echeverría, Bolívar. La modernidad de lo barroco. México, Era,2002, p. 54.
43. Echeverría, Bolívar. La modernidad…, op.cit., p. 63.
44. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales…, op.cit., p.181.
73