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octubre-noviembre-diciembre, 2008
LA SUBJETIVIDAD EN LA NARRATIVA HISTÓRICA: LA PROTESTA DE
BARAGUÁ FRENTE AL ESPEJO
Antonio Álvarez Pitaluga
Criticar es amar.
José Martí.
¡Una novela, un poema, una composición musical o una pintura, no son fuentes
Foro
fiables ni recomendables para escribir la historia! Así blasona sin miramientos y a
camisa quitada todo buen historiador positivista o mejor, neopositivista disfrazado
de postmoderno en estos primeros años de siglo XXI. ¡Que por cierto, cómo hay!
Pululan por nuestras academias docentes e investigativas como frailes
benedictinos, inquisidores del clamor por la construcción de una historia más
abierta y flexible con todas las producciones escritas y artísticas del hombre.
Contra esos “ángeles del ocaso” van mis reflexiones.
Y para empezar nada mejor que un pensamiento del poeta de “Días y Flores”, que
me los dibuja cada vez que escucho a algunos de ellos: “! Pobre mortal, qué
desarmado y bruto! Perdió el amor y se perdió el respeto.”
Llamo historiadores neopositivistas a aquellos solapados en nuevas corrientes y
“modas” historiográficas. Modas que casi siempre arriban con bastantes años de
atraso, a veces hasta con dos décadas, a nuestras playas del conocimiento social;
arrastradas en su mayoría desde mareas europeas y norteamericanas. Ellos se
presentan como historiadores de finales o principios de siglo, de nueva hornada, o
reciclados –entiéndase por este término de relación industrial, los que en harakiri
intelectual se retractan o deshacen de sus pasadas creaciones- y así se
autoproclaman historiadores modernos de última generación, idóneos para
construir un nuevo pasado.
Sin embargo, “el zorro nunca pierde las mañas.” Su fetichismo por el dato y el
documento es incólume, que no significa no saberlo enmascarar. Difícilmente
admiten que una creación literaria, pictórica, teatral o musical, contenga
suficientes elementos de bases para ser vista como fuente histórica en la
construcción de la narrativa histórica. En sus mentes sólo es posible dicha
construcción a partir del uso de documentos de época -cartas, manifiestos, censos
y otros- que expresen “una verdadera fiabilidad.”
Para estos colegas una supuesta ficcionalidad y la creación-recreación de las
producciones artísticas obstaculizan la verdadera búsqueda de información
histórica y su posterior interpretación, por su alta presencia de subjetividad
artística. Pero resulta que un “documento” tiene la misma subjetividad que una
obra artística de cualquier género, porque es un producto de creación-recreación a
partir de un mismo autor en común para ambos: el hombre. Es tan “ficticio y poco
fiable” un documento como lo es una novela o un cuadro pictórico. En los dos
casos se selecciona previamente el mensaje o la información que se quiere
plasmar o legar para el futuro (la que entra o no a su obra), mediante los códigos
de lo que es para el autor lo moral y lo amoral, lo bueno y lo malo, lo permitido y
lo prohibido, lo modélico y lo antimodélico. Es decir, que entre la información y el
autor existe un factor determinante a la hora de utilizar e interpretar la
información: la subjetividad humana.
La subjetividad es la capacidad mental e intelectual del ser humano para crear y
recrear su memoria individual o colectiva. Sustenta un proceso permanente de
elaboración y reelaboración intelectual donde las experiencias personales -pasadas
y presentes-, el contexto época e ideológico, la educación familiar y académica,
son determinantes. Funciona mediante una construcción mental, de forma
voluntaria e involuntaria, consciente o inconsciente, para imaginar y producir el
universo cognoscitivo individual y social. La subjetividad expresa y condiciona las
relaciones sociales y por ende de poder. Es una expresión intelectual del poder
mediante la cual de edifican verdades para legitimar una hegemonía, una realidad.
Y el historiador y su obra no están ajenos a lo anterior. Codifica las coordenadas
de ambos.
Los historiadores tienen el deber social y profesional de trasmitir, previa creación
desde el amplio arsenal teórico y metodológico de las Ciencias Sociales, un
universo de ideas que ilustren e interpreten un pasado. Luego sirve de patrón
referencial de estudio al resto de los miembros de su sociedad. Es una alta
responsabilidad que no debe desaprovechar las infinitas posibilidades de las
creaciones artísticas. Es desacertado para el historiador pensar que la subjetividad
está mayormente presente en los creadores y obras artísticas. También pervive y
se desarrolla en sus mentes.
Algunos olvidan que la diferencia entre las ciencias sociales y las exactas radica en
la fuerte relatividad de las primeras, frente a las leyes y categorías muy precisas
de la segunda. Estas últimas, al estudiar procesos y fenómenos muy estables y
fijos de la naturaleza logran una precisión casi invariable; mientras que las
sociales estudian lo más cambiante y en constante transformación de la vida: el
pensamiento y la actividad social del hombre en el tiempo.
A contrapelo de los historiadores fetichistas del documento el gran científico social
del siglo XIX, Carlos Marx, recordó y explicó en el curso de su obra científica que
la literatura europea de su época contribuyó notablemente en su formación y
análisis de la sociedad. Para él, la literatura francesa, en voces como Víctor Hugo,
Honorato de Balzac y otros, le ofreció un panorama y mosaico sociales únicos de la
Europa de su tiempo. Lucién de Rubenpré y su decadencia existencialista del París
de la década del treinta del XIX; el funcionamiento de la prensa moderna en la
Ciudad Luz y otros procesos sociales de carácter individual o colectivo, le ayudaron
notablemente a elaborar una visión de conjunto que desbrozó el método marxista
para el análisis social. El 18 Brumario de Luis Bonaparte fue y es un ejemplo de
tales aportes.
Los neopositivistas prefieren pensar que la literatura y otras expresiones artísticas
sirven para estudiar y comprender la cultura artística de una nación, pero no la
historia de la nación, sobre todo la política y económica. Parece un chiste de muy
mal gusto -por cierto, una fatal concepción fragmentada de la sociedad- pero es
esa precisamente la miopía social del positivismo: particularizar y dividir el
conocimiento científico en una relación binaria que invalida la “universalidad”
marxista para el estudio y comprensión de lo social.
Les cuesta trabajo asimilar que la historia de una nación se edifica desde los
pilares de los imaginarios culturales de la propia nación. A través de ellos se han
formado y forma el cuerpo mitológico de una historia nacional, por muy
documentada que pueda ser. Al igual que desde la historia, desde la cultura
artística se legitima en el pasado el presente cotidiano de una colectividad
humana. Los discursos narrativos de la literatura e historia nacionales se
entrecruzan permanentemente en el decurso histórico de tal proceso. Apoyados
por una tradición oral y de otras expresiones. Sin lugar a dudas, el poder de la
escritura histórico-literaria o viceversa es determinante. No fue casual que en el
siglo XIV un famoso general árabe pronunciara una peligrosa idea política, que ha
viajado a través del tiempo como apotegma social: la historia se escribe desde el
poder, la historia la escriben los vencedores.
Por otra parte, la construcción de la narrativa literaria o histórica siempre ha
estado relacionada estrechamente con el poder. La hegemonía cultural, moral e
intelectual del grupo, clase o sector que detente el poder político, se forja en
buena medida a partir del control del discurso narrativo en todas sus
manifestaciones. La escritura fue y es un fuerte componente del funcionamiento
de las relaciones de poder en cualquier tipo de sociedad humana. Cuando las
prácticas de las relaciones de poder comenzaron a ser estudiada y teorizadas con
el advenimiento de la modernidad, desde los inicios del siglo XVI
aproximadamente, la escritura reverdeció su papel determinante para el control de
los dominados. Desde Nicolás Maquiavelo, pasando por los Iluministas franceses,
Carlos Marx, Antonio Gramsci, Vladimir I. Lenin, Max Weber, hasta Herbert
Marcuse, Michel Foucault, Pierre Bordeau y otros, se ha enfatizado la necesidad
constante del control de la producción escrita y artística en general para el
mantenimiento y la reproducción permanente de la hegemonía.
Toda vez que desde el discurso histórico se perpetúa y reproduce el poder o se
destruye; desde la cultura artística sucede un tanto igual. Se produce y reproduce
el poder y la sociedad existente. Esta es la base teórico-conceptual de la sociología
de la cultura. Es preciso que esos filólogos e historiadores aprehendan este
principio básico. Solo la fusión dinámica e interactiva en la mente de los dos tipos
de especialistas les ofrecerá una mejor identificación mutua de sus objetos de
estudios y los préstamos teóricos y factuales que deben realizar ambas ciencias.
Para comprender mejor la subjetividad en la escritura de la historia a partir
de un acercamiento hechológico desde la historiografía nacional es preciso
no olvidar una importante idea: en el archipiélago cubano los estudios
historiográficos no tienen larga tradición ni adeptos; es más, los especialistas
del estudio de cómo se ha escrito la historia nacional constituyen un club
con muy pocos afiliados en nuestro país. Es por ello que resulta muy difícil
consultar investigaciones o textos nacionales donde estudiar las
características y cómo se ha escrito la historia de Cuba desde Cuba.
Apuntando este elemento, al emprender un recorrido desde tales tipos de
estudios a través de algún hecho o proceso históricos en específico
encontraremos que los historiadores nacionales le han impreso - como era
de esperar- su propia subjetividad para construir un hecho o proceso a partir
de lo que ellos consideran “verdad absoluta y establecida.” Para ellos las
obras literarias y artísticas pagan los platos rotos de la ficcionalidad humana.
Sin embargo, hasta en hechos históricos duros y establecidos es posible
encontrar variados elementos de carácter muy subjetivos. En el siguiente
estudio de caso podrá comprenderse tan peculiar asunto.
Se sustentó en la consulta de significativas obras históricas que han tratado
el suceso y han sido publicadas dentro de Cuba; o sea, se trata de una
investigación de búsqueda bibliográfica. Los textos publicados fuera del país,
documentos inéditos y otras fuentes no se tuvieron en cuenta porque se trata
de observar y enjuiciar la construcción, evolución y repercusión del hecho a
través de la historiografía nacional. No obstante, las fuentes no consultadas,
podrán corroborar o contrariar las ideas que expondré a continuación.
La Protesta de Baraguá frente al espejo.
Pensar un hecho histórico a primera vista puede parecer relativamente fácil.
Desde nuestro presente miramos al pasado por varias razones: curiosidad,
utilidad, necesidad de legitimación o comprensión del presente, sed de
conocimientos. Pero cuando esas miradas en retrospectiva se sientan en dos
esenciales pilares de reflexión específicos, mirar el tiempo en regresión de
entretenimiento se convierte en enseñanza. Dos preguntas sintetizan esos
pilares del análisis histórico para entender el pasado: ¿cómo fue percibido un
hecho histórico por los contemporáneos que lo protagonizaron, presenciaron
o los que simplemente vivieron el momento y época en que ocurrió?;
segundo, ¿cómo fue construido ese hecho histórico a partir de la narrativa
histórica por las siguientes generaciones que no vivieron cronológicamente el
suceso? La Protesta de Baraguá es un relevante acontecimiento para los
cubanos y un lúcido ejemplo historiográfico para buscar respuestas a tales
preguntas.
Cómo fue vista por sus contemporáneos participantes o no.
Acaeció el 15 de marzo de 1878 en una antigua hacienda de crianza
ganadera de la economía colonial oriental y dentro de los actuales límites de
la provincia de Santiago de Cuba. La Protesta que dirigió el Mayor General
Antonio Maceo selló dignamente el trágico epílogo de la Revolución de 1868,
que en los primeros cinco meses de 1878 sentenció su desenlace final.
Baraguá fue la contrapartida al dudoso Pacto del Zanjón del 10 de febrero de
ese año.
No obstante, al consultar la Literatura de campaña de las Guerras de
independencia de Cuba (1868-1898) a través de diarios, relatos, testimonios,
manifiestos y anécdotas, creadora de un nuevo saber-poder de aquellas
revoluciones, llama la atención el tipo de recepción que tuvo la Protesta en la
pluma de los contemporáneos participantes o no del hecho que crearon tal
narrativa.
Algo salta rápidamente a la vista: la Protesta no generó una explosión de
textos o documentos de manera instantánea en la Literatura de Campaña del
68. Más bien se trató de una lenta repercusión oral que fue progresiva, entre
los cubanos partidarios o no de una independencia con soberanía y sin
esclavitud. Sólo dos versiones escritas brotaron de las manos de testigos
directos del suceso. La primera le correspondió al doctor y Teniente Coronel
Fernando Figueredo Socarrás, ayudante personal de Antonio Maceo. Entre
1882 y 1885 Figueredo dictó un ciclo de nueve conferencias en la emigración
revolucionaria de Cayo Hueso que armaron el argumento testimonial de su
visión sobre la Guerra del 68.
Teniendo como precedente más cercano tales vivencias, fue publicada por
primera vez en el periódico Patria (dentro de una serie a artículos que bajo el
rótulo general de “Episodios de la Revolución cubana” vieron la luz entre el 3
de junio y el 10 de octubre de 1893) la versión de Figueredo que tuvo como
título La protesta de Baraguá. Este fue el inicio de la creación narrativa del
hecho. Su relato ha sido y es el más recurrido como fuente primaria y básica
para referir a lo acontecido allí por parte de los historiadores.
Años más tarde, en 1899, apareció en la Revista Cubana -editada en La
Habana- la misma versión. Pero no fue hasta 1902 que las nueve
conferencias y un epílogo –donde se anexó la versión- fueron editadas
íntegras en forma de libro con el título (La Revolución de Yara 1902).[1] El
libro devela los dotes literarios y fluidez del autor. Los puntos de vistas de
Figueredo sobre la Protesta se convirtieron a través del tiempo y hasta
nuestros días en la fuente capital que muchos historiadores han reproducido
textualmente y otros le han introducido modificaciones. Algunas de ellas sin
referencias documentales e históricas de sus orígenes o procedencias.
La segunda versión de un participante directo estuvo a cargo del doctor Félix
Figueredo. La publicó en la Revista Cubana en 1889 y se reeditó en 1915.
Es una versión muy poco difundida hasta hoy y que poco modifica lo escrito
por Fernando Figueredo. Ha sido escasamente utilizada por los historiadores
desde esos años hasta el presente.
La versión de Fernando F., a pesar del privilegio de haber sido la primera y
principal narración que trató exclusivamente la tensa entrevista entre Antonio
Maceo y Arsenio Martínez, no pudo alcanzar antes de terminar el ciclo
independentista -en 1898- la popularidad que tuvieron otras piezas narrativas
de contemporáneos no presentes en Baraguá, pero que publicaron
importantes testimonios de gran acogida entre los antiguos combatientes del
68 y hasta generaron encendidas polémicas donde José Martí se vio
envuelto más de una vez.
Llama la atención que Ramón Roa (A pie y descalzo, 1890)[2] comentó
fugazmente la justa rebeldía de Maceo sin dedicarle un capítulo, epígrafe o
espacio considerable. También Enrique Collazo (Desde Yara hasta el
Zanjón, 1893)[3], al igual que Roa, menciona la entrevista sin dotarla de
ningún peso ideológico. Collazo llega hasta el punto de confundir fechas
relacionadas con el hecho. La parquedad de estos antiguos miembros del
Comité de Centro, órgano civil que negoció el Pacto con Arsenio Martínez
Campos, refleja la escasa repercusión escrita de los sectores partidarios de
aquel fin; o sea, para aquellos sujetos la revolución había concluido en el
Zanjón y la Protesta era un anexo de rebeldía de un muy reducido sector
dentro del mambisado que no abarcaba grandes espacios en la atmósfera
mayoritaria del ocaso revolucionario.
Otro elemento a considerar en este desnivel de repercusión colectiva radica
en que mientras las obras de R. Roa y E. Collazo fueron publicadas a inicios
de los noventa del siglo XIX antes de comenzar la Guerra del 95 (cuando la
emigración cubana vivía una nueva efervescencia patriótica que la fundación
del Partido Revolucionario Cubano y el propio estallido del 24 de febrero
catalizaron fuertemente), el libro de Fernando F. salió de imprenta casi una
década después, terminada la épica del 95. Para ese momento una mezcla
de incertidumbre y frustración se enseñoreó de la vida política nacional con
el estreno de una república diseñada en planos estadounidenses.
Por otra parte, el propio Antonio Maceo fue poco explícito en sus
documentos personales y oficiales sobre el acto que protagonizó. En sus
cartas y documentos, reeditados a fines del siglo XX (Antonio Maceo.
Ideología Política y otros documentos 1998)[4], son muy escasas las
referencias personales al hecho. Apenas mencionó brevemente el
acontecimiento en la carta a Julio Sanguily el 26 de marzo de 1878, donde
comentó la reunión sin ofrecer descripción o interpretaciones. En esa
compilación u otras similares es interesante observar cómo Maceo sólo se
refiere fugazmente a Baraguá para contraponerla al Pacto del Zanjón, sin
evaluar o analizar el contenido y peso ideológico del suceso. A pesar de
haber hecho coincidir simbólicamente el inicio de la Invasión –octubre de
1895- con el mismo lugar donde él manifestó su decidida inconformidad al
final de la Guerra Grande; entonces dos preguntas se imponen: ¿por qué
Antonio Maceo no redactó en documento alguno su versión o análisis
personal de aquella entrevista? ¿Por qué la mayoría de los historiadores
que se han acercado al tema no se han hecho tal pregunta?
A muchos años de la muerte del lugarteniente del Ejército Libertador y de
haber concluido la guerra, fue publicado el largo testimonio de Enrique
Loynaz del Castillo acerca de aquella contienda (Memorias de la Guerra
1989)[5]. Allí Loynaz refirió que en los años de estancia de Maceo en Costa
Rica, exactamente en 1894, este último le dictó una versión personal de la
Protesta. Bajo la sombra de un árbol en su colonia La Mansión. El general le
hizo copiar a Loynaz del Castillo la citada versión que nunca ha sido hallada
y que el autor del Himno Invasor confesó haber dejado en aquel lugar al
partir a Cuba. Varias preguntas e hipótesis producen tal anécdota. Pero en
historia especular es a veces insuficiente para pensar lo que pudo haber sido
y no fue, ni será. Si un día apareciera estoy seguro de que la historiografía
de la Protesta se enriquecería notablemente.
Enrique Loynaz se acercó a dicho acontecimiento histórico como mismo lo
hizo José Miró Argenter(Crónicas de la Guerra 1909)[6]. Loynaz y Miró
mencionaron varias veces la protesta de Baraguá como un suceso que se
opuso al Pacto del 10 de febrero, un freno personal y político que enalteció la
conducta del ya Titán de Bronce. Pero ninguno de los dos reflexionaron o
aquilataron el espacio a ocupar dentro de la ideología del independentismo
cubano del siglo XIX. Lo que induce a pensar que los hombres del 68 y el 95
conocían la Protesta de Baraguá en diferentes grados de intensidad y
apreciaciones en dependencia de sus horizontes culturales, afinidad,
cercanía a la figura del insigne oriental y ubicación geográfica dentro del
mapa bélico de ambas revoluciones. Pero no llegó a ser un hecho
determinante en el imaginario popular de ambas insurrecciones. Al menos
hasta 1898.
Solo un hombre reconoció temprana y estratégicamente el peso político e
ideológico de Baraguá en los marcos de la nueva Revolución Necesaria:
José Martí, el Delegado del PRC.
Para el creador de una nueva radicalidad contrahegemónica de la sociedad
cubana de fines de siglo XIX se trataba “de lo más glorioso de nuestra
historia.” Martí fue el primero en avizorar una germinal relectura del hecho
en los marcos de una inminente revolución. Para él, la Protesta sería un
importante soporte legitimador que desde el pasado articulaba el presente (la
Revolución Necesaria). Es por eso que le solicitó a Figueredo Socarrás la
publicación de sus puntos de vistas en 1893.
La visión republicana.
Con el advenimiento de la República neocolonial la historiografía cubana
priorizó un particular enfoque histórico donde el Zanjón fue el protagonista
final de la Guerra del 68 y la Protesta un coprotagonista sin connotaciones
ideológicas para el nuevo Estado nacional. Era el fruto de una hegemonía
cultural basada en relaciones de poder excluyentes de muchos de los
sectores populares que habían protagonizado el 68 y el 95.
El enfoque puede caracterizarse por: una escasa interpretación ideológica,
brevedad de mención, delimitación geográfica e histórica de carácter
regional, reproducción textual de las palabras de Figueredo, introducción o
modificación de elementos a la versión central de Figueredo y finalmente el
elemento de mayor peso, la ausencia de investigaciones históricas sobre el
tema.
Encabeza el listado Eusebio Hernández (Maceo dos conferencias históricas,
1913 y 1930) [7] quien afirmó que la Protesta sólo revirtió el carácter del
Zanjón de paz deshonrosa a tregua: “la Protesta de Baraguá que hizo del
Convenio del Zanjón una tregua.” También Hernández apuntó que fue marco
propicio para que Maceo creciese como figura: “Se creció en Baraguá
haciendo frente él solo a todo el ejército español.” Es fácil comprender, al
contextualizar todo el libro y la propia vida política del autor, que su objetivo
principal fue elevar con marcada idolatría la figura de Maceo dentro del
Panteón de héroes independentistas. Maceo fue su ídolo revolucionario y
personal. La actuación política de Eusebio H. en los años ochenta y en la
Guerra del 95 explican el por qué y cómo asumió tan marcado
apasionamiento personal, que lo llevó desde rechazar a otros
independentistas notables llegando a la gestación de planes contra los
cargos y responsabilidades políticas y militares de los mismos hasta construir
un discurso narrativo donde Antonio Maceo era figura central de todo. Este
enfoque, más que darle a Maceo su verdadera dimensión revolucionaria lo
circunscribió a una actuación personalista obviando el real peso ideológico
del Titán y su obra.
En los inicios del decurso republicano Abdon Tremols publicó un importante
catálogo de pintura (Los patriotas de la galería del ayuntamiento de La
Habana, 1917)[8] Al pie de cada fotografía de los originales que aún se
exhiben en la Sala de las Banderas del actual Museo de los Capitanes
Generales, redactó una breve información sobre cada uno de los cien
patriotas reflejados en iguales óleos. En el cuadro dedicado a Antonio Maceo
llama poderosamente la atención que no se hace mención alguna de la
Protesta, ni la participación en ella del destacado luchador. Sin embargo, en
el resumen dedicado a Fernando Figueredo sí hay referencia a la entrevista
al calificarla como la: “protesta más viril que registra la historia de nuestras
luchas” que “salvó el honor de Cuba rebelde.” Verdaderamente estas ideas
fueron una ruptura con un enfoque que reducía en muchas expresiones a la
protesta. Pero fueron expuestas en un pequeño catálogo de pinturas para un
público muy específico y no en los libros oficiales de historia del país en esos
momentos, ni tampoco en los diversos textos que iban conformando las
gestas independentistas del pasado siglo. A pesar de no haber sido
analizada la protesta en ese u otro texto del autor, consultados para la
investigación, esta visión de llamativo vuelo nacional e ideológico no primó
en el proceso de construcción del mito sobre Baraguá.
Pero lo más importante es la omisión del papel y participación de Maceo en
la Protesta. Ella aparece relacionada con Figueredo y no con Maceo. Esa es
la imagen que de manera consciente o inconsciente se deseaba proyectar
sobre aquel hecho.
La espiral crecía en la pluma de historiadores como Emeterio Santovenia
(Los presidentes de Cuba libre, 1930)[9] donde distanció la actuación de
Maceo del resto de los combatientes de aquella gesta, hasta el punto que a
la inconformidad del bravo guerrero no le vio honduras ideológicas. Afirmó
que: “El afán de Baraguá no logró ahondar cauces en la extenuada
conciencia cubana.” También expresó: “(...) ni los esfuerzos de hombre de la
calidad de Antonio Maceo bastaron para reconstruir el espíritu de la lucha y
sacrificio.” Santovenia, al igual que otros autores republicanos no explicaron
o profundizaron en sus aseveraciones. Independientemente de los posibles
por qué de tales afirmaciones una realidad se iba imponiendo: Baraguá no se
investigaba como tema histórico y se conformaba un hecho escaso de
interpretaciones ideológicas favorables a los seguidores de la revolución
popular.
La hegemonía cultural burguesa imponía sus presupuestos intelectuales en
la producción historiográfica: liberación nacional de la antigua metrópoli
ibérica sí, revolución de las estructuras racionalizantes de sistema, no. Es
decir que su subjetividad como “junta de negocios” detentando el poder
político y económico se hizo valer.
Ramón Infiesta (Máximo Gómez, 1937)[10] fue más rudo aún al repasar la
épica final del 68: “(...)Antonio Maceo decide, en Baraguá, continuar por su
cuenta la resistencia” Para el abogado Infiesta la decisión de Maceo de
protestar ante lo pactado en el Zanjón era el producto de una independiente
y personal actuación alejada del espíritu reinante en la mayoría de oficiales,
jefes y soldados del Ejército Libertador. Sin embargo, en esta biografía
premiada en las conmemoraciones del centenario del nacimiento del
generalísimo se deja entre ver un similar aliento que Eusebio Hernández le
imprimió a su obra pero en sentido opuesto: destacar con desmesura una
sola figura obviando en diferentes análisis el papel de otras, en este caso a
favor de Máximo Gómez.
Con Leopoldo Horrego (Maceo héroe y carácter 1943)[11] se origina un
curioso e inesperado fenómeno historiográfico. A pesar de seguir copiando
tácitamente a F. Figueredo, el devenido historiador matancero le introduce
modificaciones a la versión original, sin ofrecer las fuentes proveedoras de
tales cambios. Ejemplo de ello es cuando plantea que Martínez Campos trató
de abrazar al Titán al inicio del encuentro y que este último lo impidió con su
brazo. Otra modificación es que Maceo terminó la entrevista mareado por el
humo de cigarro. Es cierto que el bravo oriental detestaba el cigarro y su
humo, pero Horrego no explicó el por qué, ni las fuentes utilizadas para
alterar la versión de Figueredo. Pudiera decirse que Horrego Estruch fue el
iniciador de una ficcionalicación narrativa de la Protesta al introducir tales
ingredientes imaginativos sin avales de fuentes.
Además, le concede un mayor espacio de redacción al Zanjón convertido en
tregua gracias a la entrevista. He aquí un vivo ejemplo de cómo la
subjetividad del historiador hacen de las ideas presentadas en su obra como
verdaderas y absolutas en algo relativo.
Ramiro Guerra (Guerra de los Diez años, 1950-1952)[12] mantuvo la línea
descriptiva de otrora. Continuó la línea repetitiva al privilegiar con diez
páginas al Zanjón y a Baraguá sólo con dos párrafos. El propio Guerra en
(Historia de la Nación cubana, 10 tomos, 1952)[13] , dedica siete páginas al
suceso. En la casi la totalidad de esas nueve páginas se reprodujeron, una
vez más en la historiografía del tema, los diálogos entre Maceo y Campos ya
narrados por F. Figueredo desde 1893. Sin embargo, le aportó un nuevo
calificativo al llamarla “famosísima Protesta” Es una pena que esta novedosa
apreciación para la historiografía de entonces no fue interpretada ni
argumentada por el autor.
El más relevante biógrafo de Antonio Maceo, José Luciano Franco (Antonio
Maceo. Apuntes para una historia de su vida, tres tomos, 1951)[14] propuso
un atípico enfoque sobre el tema. Él le concedió por primera vez en la
historiografía nacional una “resonancia universal” a la entrevista. Para
argumentar lo que puedo considerar como el primer intento de
internacionalización de la Protesta de Baraguá se auxilió como fuentes de
dos periódicos en la emigración cubana de Nueva York, La verdad y El
Herad. Unos días después del 15 de marzo de 1878 ambos periódicos
informaron respectivamente de la entrevista y sus resultados. El Herald
reprodujo la preocupación mostrada por las sociedades antiesclavistas
Americana y de Londres y la Cámara de los Comunes de Inglaterra ante el
tratamiento omiso de la esclavitud en Baraguá. Pero al observar
detalladamente la propia obra de Franco es fácil detectar que de los dos
periódicos, el primero tiene un carácter local muy reducido al ser solo para
un grupo de emigrados muy específico: los propios cubanos; el segundo, tan
solo reproduce una sospechosa preocupación inglesa.
El interés de ambas sociedades y Cámara apuntan más a un antiesclavismo
de sedimento económico proveniente de potencias económicas, una de ellas
de larga experiencia colonial en ese momento, que a una verdadera
solidaridad liberadora y patriótica de la lucha cubana. La propia Inglaterra
desde 1817, debido al desarrollo interno de su economía y su apogeo como
primera potencia mundial, combatía la práctica de la esclavitud que ya le
estorbaba dentro y fuera de sus fronteras nacionales. En los Estados Unidos
el presidente abolió la esclavitud en 1863, en medio de una decisiva Guerra
de Secesión, donde el industrialismo norteño clamaba a gritos la liberación
de las futuras nuevas fuerzas productivas.
Más adelante Franco apuntó que el patriota cubano Juan Arnao afirmó en su
obra Páginas sobre la Historia de Cuba que un titular bajo el rotulo de “El
general Antonio Maceo ha salvado la honra de los cubanos” fue publicado en
miles de periódicos de la Unión. ¿Verdaderamente existieron miles de
periódicos en los E.U. en ese entonces?, ¿cómo pudo contabilizarse esa
cantidad en caso de haber existido tantos periódicos?
Los pilares de esa “resonancia universal” no fueron suficientes para
sostenerla. De hecho la internacionalización de la protesta no tuvo
seguidores ni estudios continuadores. El intento de expandirla como
fenómeno internacional quedó sin posibilidades. También el autor modifica
un detalle de la entrevista: expone que Maceo fue el primero que trajo a
colación el tema de la esclavitud cuando Figueredo expresó que fueron
Manuel de Jesús Calvar y el propio Figueredo los que hablaron inicialmente
el tema.
Finalmente, es paradójico que en la monumentalidad de los tres tomos de
Franco –que puso a disposición de los especialistas y lectores en general el
volumen de información y visión más abarcadora hasta ese instante sobre
Antonio Maceo- se ponderó más la descriptiva entrevista que la constitución
de un Gobierno Provisional y la redacción de una nueva constitución
ocurridas en la tarde-noche de ese día. No obstante el titánico esfuerzo de
José Luciano Franco, continuó sin resolverse el relego nominativo e
interpretativo que sufrieron el Gobierno Provincial y la constitución de
Baraguá de manera permanente en la historiografía republicana. Tales
omisiones se mantuvieron durante varios años después del triunfo
revolucionario de 1959, como se verá más adelante.
Años después, Emilio Roig (La guerra libertadora de los treinta años,
1958)[15] continuó viendo el hecho histórico como valladar que transforma el
Zanjón de paz a tregua; en un párrafo dedicado al tema expresa: “(...)
aunque Maceo no encontró entonces el respaldo suficiente, ni en los
revolucionarios de la Isla ni en los del extranjero(...)”; sin embargo, para
Roig: “(...) Maceo, en Baraguá, representó el alma, la fuerza y los ideales
revolucionarios (...)” El consagrado historiador de la ciudad y abanderado de
los estudios históricos antiimperialistas trató en este juego de ideas
ambiguas de enfocar el encuentro Maceo-Campos hacia una perspectiva de
aceptación más popular acorde a la candente situación revolucionaria
nacional de ese año, eclosionada desde la Sierra Maestra que anunciaba un
radical giro de toda la sociedad en breve tiempo. Fue demasiado profunda la
rebelión nacional contra Fulgencio Batista como para que Roig no escapara
a sus influencias que, sin romper con el análisis tradicional, se hace sentir en
estas ideas cruzadas.
La Protesta en Revolución
La Revolución de 1959 abrió un caudaloso sendero al análisis histórico del
país. Las guerras de Independencia adquirieron una importante reevaluación
de sus estudios. A partir de entonces la Protesta de Baraguá recibiría un
enfoque que legitimaba desde el pasado a los sectores populares y
partidarios del triunfo revolucionario: campesinos, obreros, intelectuales y
pueblo en general. Se trató del nacimiento de una nueva hegemonía
revolucionaria, subversora del orden social precedente.
A pesar de ello Raúl Aparicio (Hombradía de Antonio Maceo, 1966)[16] no se
separa todavía de la línea descriptiva y poco interpretativa. Además
mantiene el criterio de JL. Franco al decir que “la opinión mundial” había
puesto su atención a la Protesta en aquellos días sin aportar elementos de
sustentación para ello.
Fue Jorge Ibarra (Historia de Cuba, 1967) [17] quien inauguró un nuevo giro
de interpretación histórica e ideológica a la Protesta que inició una verdadera
mutación ideológica. Por primera vez un historiador cubano no se detuvo en
el Zanjón, sólo lo mencionó. Propuso el acápite Razones históricas, política y
militar de la Protesta de Baraguá, donde afirmó: “(...)significó el ascenso a la
dirección revolucionaria del país de elementos representativos de las clases
y capas más humildes y explotadas y por ende, más consecuentes en la
lucha a muerte contra el colonialismo español (...)”, “(...)consigna de
permanente agitación y de inconformidad revolucionaria.”[18] Ibarra sustenta
su punto de vista en postulados marxistas y logra saltar la barrera de lo
meramente descriptivo, aunque valora poco el Gobierno Provisional y la
Constitución. En la siguiente década mantendrá idéntico punto de vista
(Ideología mambisa, 1972).[19]
Julio Le Riverend (Historia de Cuba, 1974)[20] eleva el giro interpretativo
llevándolo de planos regionales a nacionales: “es uno de los acontecimientos
trascendentales de la Historia de Cuba ya que fue el de sentido más
revolucionario en su momento histórico.” Ese año Sergio Aguirre (Ecos de
caminos, 1974) [21] profundizó más en la esencia ideológica. Aguirre
plantearía que: “(...) Maceo no se concibe sin la revolución” y da una serie de
razones de peso ideológico en torno a la vida del futuro héroe de San Pedro
para explicar su actuación patriótica. Dotó a Baraguá de una apreciación
donde el rechazo maceista era un antídoto psíquico y moral al desaliento
reinante en la agonía de la guerra y la vez funcionaba como puente de
continuidad para llegar a un presente donde los polos ideológicos de la
revolución se repelían cada vez más en una década de evidentes visos de
dogmatismo. El militante profesor de historia de Cuba creaba un radical muro
de contención y asidero ideológico que por momentos salpicaba desmesura.
Vale recordar que desde 1945 presentó dichos criterios en el periódico Hoy;
para él el significado básico se sintetiza en que Maceo: “(...) simbolizó en la
Protesta la madurez de los estratos cubanos inferiores para orientar los
rumbos de la nación entera”[22]
Nuevamente Aguirre retoma el análisis de la imposible conciliación
Independencia soberana vs. Independencia lastrada (Raíces y significación
de la Protesta de Baraguá, 1978)[23] Es en esta obra donde la historiografía
nacional ha llevado a planos ideológicos más elevados la Protesta. El autor
resume el suceso bajo los calificativos de intransigencia, continuidad e
inconformidad al no tener en cuenta España la independencia y el fin de la
esclavitud. Significaba también –al igual que Ibarra- el ascenso ideológico del
pueblo y de una nueva dirección revolucionaria. Para sustentar lo anterior
consideró al referirse a Maceo que: “(...)un solo héroe había salido vivo e
incólume, con dimensión nacional, de la larga pelea”, además, “(...) en 1879
Maceo era el alma de la Revolución”
Al afirmar esto se contraponía a Maceo frente a una figura que los propios
contemporáneos del 68 consideraban un símbolo de toda la revolución:
Máximo Gómez, jefe militar que en 1878 gozaba del exclusivo privilegio de
ser el único mayor general participante en la contienda que había transitado
por todas las jefaturas y cargos militares del Ejército Libertador y por todas
las regiones del país que alcanzó aquella gesta. La dirección de dos
movimientos invasores (1873-1874, 1875-1876) le dio, junto a lo anterior,
una dimensión personal de la guerra nacional como necesidad de esa
revolución que sus contemporáneos también supieron reconocerle. La
realidad histórica está más allá del deseo y la voluntad del historiador.
¿Cómo explicar entonces que esa misma generación del 68 le solicitase a
Gómez en 1883 la articulación y dirección de un nuevo movimiento
revolucionario sin haber estado presente en Baraguá? En 1892 los
combatientes del 68 a través de la coordinación del Partido Revolucionario
Cubano, en votación mayoritaria, eligieron para futuro general en jefe del E.
Libertador a quien ya comenzaban a ser llamado como el Generalísimo.
Tanto Antonio Maceo como Gómez poseen sus indiscutibles méritos y
aportes a nuestras luchas y historia patria; por tanto, no es preciso
contraponerlos; todo lo contrario. Cada estrella brilla siempre con su luz
propia.
El profesor universitario Oscar Loyola Vega (Historia de Cuba. Las Luchas
por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1996,
coautor)[24] sin despegarse definitivamente del enfoque de F. Figueredo, le
aporta al análisis del tema los fundamentos socioeconómicos de la región
santiaguera donde se ubica Baraguá, dándole un nuevo grado de
comprensión al por qué de la actitud de los combatientes de la región y la de
Maceo ante los hechos del Zanjón. Para Loyola Vega, Maceo se convierte
en: “figura política de primer plano en el movimiento de liberación nacional” y
Baraguá es: “(...) respuesta política que volvía a colocar en primer plano los
objetivos básicos de la revolución cubana contenidos en el Manifiesto del 10
de octubre.” Un lustro después (Historia de Cuba. Formación y Liberación de
la nación, 2001)[25] Loyola Vega hizo emerger una valiosa idea, no trabajada
en la evolución historiográfica del tema, aunque sí en su obra personal: el
análisis del control de la dirección revolucionaria mediante un Gobierno
Provisional y la constitución redactada por el sector militar azotado por las
inoperancias y limitaciones de la Cámara de Representantes en el torbellino
de la revolución.
Antes de concluir el siglo, en 1999, Rolando Rodríguez entregó a la
historiografía del tema un pequeño texto (La Revolución inconclusa: La
Protesta de los mangos de Baraguá contra el Pacto del Zanjón)[26] El
análisis de Rodríguez se centró en remarcar el carácter de legalidad y
constitucionalidad como demostración legitimadora de aquel acto, más allá
de su tradicional valor moral para los sectores populares de la revolución. No
creo que las críticas hechas a la constitución de Guáimaro fueran las más
efectivas, ya que su demostrada inoperancia y excesos civilistas pueden
verse de manera opuesta, es decir, el desborde militarista, en la legalidad
que supuso la constitución de Baraguá. Y la falta de equilibrios que prolongó
tuvo que ser corregida por José Martí años después.
Un punto de vista desde el presente.
Entre el 2001 y el 2008 no se han producido trabajos que hayan aportado
nuevos elementos a la evolución de la Protesta como tema histórico.[27] Al
resumir este generalizador recorrido de casi 130 años es sugerente definir un
grupo de ideas que exploran su interioridad y que pudieran ser consideradas
por los historiadores para futuras investigaciones del tema:
-
La versión de Fernando Figueredo se convirtió desde su publicación
hasta hoy en la base central y patrón documental más importante para el
conocimiento e interpretación de la Protesta, copiada textualmente una y otra
vez por varias generaciones de historiadores cubanos. Existe otra versión de
un participante, Félix Figueredo, pero no tiene la dimensión histórica ni
tratamiento que la primera. Todo lo anterior apunta que Baraguá no cuenta y
presumiblemente no contará (si no aparecen nuevas versiones) con una
variedad de enfoques heterogéneos que le permitan alcanzar un mayor nivel
investigativo para los historiadores de otrora, presente y futuro.
-
Nos encontramos frente a un hecho histórico que no ha presentado ni
presenta polémicas en sus estudios.
-
Baraguá es un tema histórico que no genera investigaciones. Su espiral
cronológica ha tenido un comportamiento lineal en su evolución
historiográfica.
-
En su devenir historiográfico se le ha intentado introducir pequeñas
alteraciones que no han logrado imponerse al tradicional apego de una
repetición positivista. Tampoco han triunfado los esfuerzos por
internacionalizar su resonancia en el momento de su ocurrencia. Aunque es
loable señalar que ambas perspectivas no tuvieron ni tienen seguidores.
-
Se trata de un emblemático estudio de caso que muestra cómo un
hecho histórico contiene en su estructura una mutación en su dimensión
ideológica y espacial en el curso del tiempo.
-
La Protesta de Baraguá ha evolucionado como fenómeno histórico en
tres momentos historiográficos: colonia, república y revolución; este tránsito
se ha producido desde dos diferentes ópticas: a- una de estudio que observa
el hecho como contestación individual a los sucesos del Zanjón
transformándolo de paz a tregua, con dimensión local y sin peso
determinante para la lucha independentista, ve el Pacto como eslabón final
de la revolución en el significado: Pacto, protagonista – Baraguá;
coprotagonista. Su rango cronológico se mueve entre 1893 y 1959. b- una
segunda que trató en todo momento de romper el cerco de la primera hasta
conseguirlo y convertirlo en acontecimiento nacional con un peso decisivo
para la ideología nacional revolucionaria a partir de 1959 hasta el presente.
-
Esta segunda vertiente le ha dado una ascensión reinterpretativa e
ideológica donde los sectores o capas más humildes y populares de la
sociedad cubana en 1878 asumieron la dirección política del proceso del 68.
Asunción algo tardía que demuestra la necesidad histórica para los sectores
dirigente de una revolución social de una temprana radicalidad
revolucionaria. Los promotores de tal enfoque han sido los sectores más
revolucionarios y radicales de los procesos cubanos de igual tipo y que ha
invertido su significado: Baraguá, protagonista – Pacto, coprotagonista
-
Baraguá no tuvo una repercusión escrita inmediata ni mediata dentro
del mambisado (Literatura de campaña) Pudiera decirse que la tuvo de forma
oral y paulatinamente, con el paso de los años, fue expandiéndose como una
de las grandes leyendas de la ideología del independentismo cubano del
siglo XIX.
-
Lo acontecido el 15 de marzo de 1878 representa dentro del estudio de
la Revolución del 68, una regresión a la problemática de las estructuras de
poder engendradas desde la asamblea de Guáimaro en 1869. Si en
Guáimaro el aparato civil predominó por encima del aparato militar en
Baraguá ocurrió lo contrario. De tal suerte se comprenderá la difícil tarea de
organización y unidad que tuvo José Martí para la futura revolución:
Guáimaro Aparato civil. Baraguá Aparato militar. Martí: Aparato militarAparato civil.
Aparato militar. Aparato civil.
Baraguá es un ilustrativo tema sobre cómo la subjetividad está presente en
todo momento en la creación y mente de un historiador. Ella nos une al
novelista, al pintor, al poeta y cualquier creador. No podemos negar su papel
y función por más que la rechacemos. No se trata de odiarla o negarla, todo
lo contrario. Debemos verla como una poderosa aliada que nos ofrece de
manera constante posibilidades creativas e imaginativas para emplear en
nuestra labor de manera racional y ética. Es una capacidad intelectual del
hombre que existe para crear. La historia debe tomar de los géneros
artísticos como estos deben acudir a la historia. Nosotros, los historiadores,
solemos apegarnos al canon positivista de lo factual y hechológico que le ha
restado, por momentos, a nuestra espléndida historiografía, capacidades
atractivas y llamativas para la lectura del público.
Las perspectivas de estudios futuros de la Protesta de Baraguá señalan las
posibilidades de investigaciones en cuanto a cómo y cuáles fueron las
representaciones del hecho en los diferentes sectores de la población
cubana desde finales del siglo XIX y hasta hoy, tomando como referencia
teórica los estudios de mentalidades e imaginarios colectivos.
También los análisis de las relaciones de poder a través del Gobierno
Provisional y Constitución profundizarían más nuestros conocimientos
actuales sobre el acontecimiento analizado. Así, los cubanos de esta y las
próximas generaciones pudiéramos mirar con más profundidad y riqueza, la
actuación de Antonio Maceo y de todos aquellos mambises que fueron
consecuentes, hasta el final de sus vidas, con la búsqueda de la
independencia y soberanía nacionales.
[1] Figueredo Socarrás, Fernando: La Revolución de Yara. La Habana,
Instituto Cubano del Libro, 1972.
[2] “A pie y descalzo” En: Roa, Ramón: Pluma y Machete. La Habana,
Instituto Cubano del Libro, 1969. pp. 1- 105
[3] Collazo, Enrique: Desde Yara hasta el Zanjón. La Habana, Instituto
Cubano del Libro, 1967.
[4] Grajales Maceo, Antonio: Ideología Política y otros documentos. La
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1998, dos tomos.
[5] Loynaz del Castillo, Enrique: Memorias de la Guerra. La Habana, Editorial
Ciencias Sociales, 2001.
[6] Miró Argenter, José: Crónicas de la Guerra. La Habana, Instituto Cubano
del Libro, 1970, tres tomos.
[7] Hernández, Eusebio: Maceo dos conferencias históricas. La Habana,
Instituto Cubano del Libro, 1968. p 46.
[8] Tremols, Abdón: Los patriotas de la galería del ayuntamiento de La
Habana. La Habana, Imprenta La Prueba, 1917. Pp 68, 97-98.
[9] Santovenia, Emeterio: Los presidentes de Cuba libre. La Habana,
Editorial Trópico,1930. P. 77.
[10] Infiesta, Ramón: Máximo Gómez. La Habana, Academia de la Historia
de Cuba, Editorial Siglo XX, 1937. P. 110.
[11] Horrego, Leopoldo: Maceo héroe y carácter. La Habana, Editorial Luz
Hilo, 1943. Pp. 73-78.
[12] Guerra, Ramiro: Guerra de los Diez años, La Habana, Editorial Pueblo y
Educación, 1986, dos tomos. Tomo I, pp. 312-322, 325-326.
[13]-----------------: Historia de la Nación cubana. La Habana, Editorial Historia
de la Nación Cubana, s.a, 1952, 10 tomos. Tomo V., pp. 253-260.
[14] Luciano Franco, José: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su
vida. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1975 tres tomos. Tomo I., pp.
139-151.
[15] Roig de Leuchsenring, Emilio: La Guerra Libertadora de los treinta años.
La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1958. P. 77.
[16] Aparicio, Raúl: Hombradía de Antonio Maceo. La Habana, UNEAC.,
1974, pp. 208-222.
[17] Ibarra, Jorge: Historia de Cuba. La Habana, Dirección Política de las
FAR, 1967.
[18] Ob. Cit. p.297, 298.
[19] Ibarra, Jorge: Ideología mambisa. La Habana, Instituto Cubano del Libro,
1972.
[20] Le Riverend, Julio: Historia de Cuba. La Habana, Editorial Pueblo y
Educación, 1974, tomo II. P. 171.
[21] Aguirre, Sergio: Ecos de caminos. La Habana, Editorial Ciencias
Sociales, 1974. Pp. 204.
[22] Ob. Cit. p. 209.
[23] Aguirre, Sergio: Raíces y significación de la Protesta de Baraguá. La
Habana, Editorial Ciencias sociales, 1978. Pp. 91-92.
[24] Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las Luchas por la
independencia nacional y las transformaciones estructurales. La Habana,
Editora Política, 1996, Tomo II. P. 147.
[25] Torres-Cuevas, Eduardo y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba.
Formación y Liberación de la nación. La Habana, Editorial Pueblo y
Educación, 2001.
[26] Rodríguez, Rolando: La Revolución inconclusa: La Protesta de los
mangos de Baraguá contra el Pacto del Zanjón. La Habana, Editorial
Ciencias Sociales, 1999.
[27] Hasta el momento de la redacción final del trabajo el texto más reciente
sobre la figura de Antonio Maceo e investigaciones relacionadas con él
directamente es: Colectivo de autores: Aproximaciones a los Maceo.
Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2005. Este título no contiene aportes o
nuevos puntos de vista en torno a la Protesta de Baraguá. Más bien
mantiene el enfoque tradicional. Para ampliar en torno al tópico de la
narrativa histórica en Cuba, véase los trabajos al respecto de Jorge Ibarra y
Oscar Loyola.
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Índice
Director: Félix Julio Alfonso López
Diseño: Alejandro de la Torre Chávez
Consejo Asesor:
Programación: David Muñoz Compte
Roberto Fernández Retamar, Eusebio Leal Spengler, Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta, María del Carmen Barcia Zequeira, Raúl Izquierdo
Canosa, Sergio Guerra Vilaboy, Fernando Martínez Heredia, Rolando Rodríguez, Ana Cairo, Fernando Rojas y Rolando González Patricio.