Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Academia.eduAcademia.edu

octubre-noviembre-diciembre, 2008

Normas editoriales octubre-noviembre-diciembre, 2008 LA SUBJETIVIDAD EN LA NARRATIVA HISTÓRICA: LA PROTESTA DE BARAGUÁ FRENTE AL ESPEJO Antonio Álvarez Pitaluga Criticar es amar. José Martí. ¡Una novela, un poema, una composición musical o una pintura, no son fuentes Foro fiables ni recomendables para escribir la historia! Así blasona sin miramientos y a camisa quitada todo buen historiador positivista o mejor, neopositivista disfrazado de postmoderno en estos primeros años de siglo XXI. ¡Que por cierto, cómo hay! Pululan por nuestras academias docentes e investigativas como frailes benedictinos, inquisidores del clamor por la construcción de una historia más abierta y flexible con todas las producciones escritas y artísticas del hombre. Contra esos “ángeles del ocaso” van mis reflexiones. Y para empezar nada mejor que un pensamiento del poeta de “Días y Flores”, que me los dibuja cada vez que escucho a algunos de ellos: “! Pobre mortal, qué desarmado y bruto! Perdió el amor y se perdió el respeto.” Llamo historiadores neopositivistas a aquellos solapados en nuevas corrientes y “modas” historiográficas. Modas que casi siempre arriban con bastantes años de atraso, a veces hasta con dos décadas, a nuestras playas del conocimiento social; arrastradas en su mayoría desde mareas europeas y norteamericanas. Ellos se presentan como historiadores de finales o principios de siglo, de nueva hornada, o reciclados –entiéndase por este término de relación industrial, los que en harakiri intelectual se retractan o deshacen de sus pasadas creaciones- y así se autoproclaman historiadores modernos de última generación, idóneos para construir un nuevo pasado. Sin embargo, “el zorro nunca pierde las mañas.” Su fetichismo por el dato y el documento es incólume, que no significa no saberlo enmascarar. Difícilmente admiten que una creación literaria, pictórica, teatral o musical, contenga suficientes elementos de bases para ser vista como fuente histórica en la construcción de la narrativa histórica. En sus mentes sólo es posible dicha construcción a partir del uso de documentos de época -cartas, manifiestos, censos y otros- que expresen “una verdadera fiabilidad.” Para estos colegas una supuesta ficcionalidad y la creación-recreación de las producciones artísticas obstaculizan la verdadera búsqueda de información histórica y su posterior interpretación, por su alta presencia de subjetividad artística. Pero resulta que un “documento” tiene la misma subjetividad que una obra artística de cualquier género, porque es un producto de creación-recreación a partir de un mismo autor en común para ambos: el hombre. Es tan “ficticio y poco fiable” un documento como lo es una novela o un cuadro pictórico. En los dos casos se selecciona previamente el mensaje o la información que se quiere plasmar o legar para el futuro (la que entra o no a su obra), mediante los códigos de lo que es para el autor lo moral y lo amoral, lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido, lo modélico y lo antimodélico. Es decir, que entre la información y el autor existe un factor determinante a la hora de utilizar e interpretar la información: la subjetividad humana. La subjetividad es la capacidad mental e intelectual del ser humano para crear y recrear su memoria individual o colectiva. Sustenta un proceso permanente de elaboración y reelaboración intelectual donde las experiencias personales -pasadas y presentes-, el contexto época e ideológico, la educación familiar y académica, son determinantes. Funciona mediante una construcción mental, de forma voluntaria e involuntaria, consciente o inconsciente, para imaginar y producir el universo cognoscitivo individual y social. La subjetividad expresa y condiciona las relaciones sociales y por ende de poder. Es una expresión intelectual del poder mediante la cual de edifican verdades para legitimar una hegemonía, una realidad. Y el historiador y su obra no están ajenos a lo anterior. Codifica las coordenadas de ambos. Los historiadores tienen el deber social y profesional de trasmitir, previa creación desde el amplio arsenal teórico y metodológico de las Ciencias Sociales, un universo de ideas que ilustren e interpreten un pasado. Luego sirve de patrón referencial de estudio al resto de los miembros de su sociedad. Es una alta responsabilidad que no debe desaprovechar las infinitas posibilidades de las creaciones artísticas. Es desacertado para el historiador pensar que la subjetividad está mayormente presente en los creadores y obras artísticas. También pervive y se desarrolla en sus mentes. Algunos olvidan que la diferencia entre las ciencias sociales y las exactas radica en la fuerte relatividad de las primeras, frente a las leyes y categorías muy precisas de la segunda. Estas últimas, al estudiar procesos y fenómenos muy estables y fijos de la naturaleza logran una precisión casi invariable; mientras que las sociales estudian lo más cambiante y en constante transformación de la vida: el pensamiento y la actividad social del hombre en el tiempo. A contrapelo de los historiadores fetichistas del documento el gran científico social del siglo XIX, Carlos Marx, recordó y explicó en el curso de su obra científica que la literatura europea de su época contribuyó notablemente en su formación y análisis de la sociedad. Para él, la literatura francesa, en voces como Víctor Hugo, Honorato de Balzac y otros, le ofreció un panorama y mosaico sociales únicos de la Europa de su tiempo. Lucién de Rubenpré y su decadencia existencialista del París de la década del treinta del XIX; el funcionamiento de la prensa moderna en la Ciudad Luz y otros procesos sociales de carácter individual o colectivo, le ayudaron notablemente a elaborar una visión de conjunto que desbrozó el método marxista para el análisis social. El 18 Brumario de Luis Bonaparte fue y es un ejemplo de tales aportes. Los neopositivistas prefieren pensar que la literatura y otras expresiones artísticas sirven para estudiar y comprender la cultura artística de una nación, pero no la historia de la nación, sobre todo la política y económica. Parece un chiste de muy mal gusto -por cierto, una fatal concepción fragmentada de la sociedad- pero es esa precisamente la miopía social del positivismo: particularizar y dividir el conocimiento científico en una relación binaria que invalida la “universalidad” marxista para el estudio y comprensión de lo social. Les cuesta trabajo asimilar que la historia de una nación se edifica desde los pilares de los imaginarios culturales de la propia nación. A través de ellos se han formado y forma el cuerpo mitológico de una historia nacional, por muy documentada que pueda ser. Al igual que desde la historia, desde la cultura artística se legitima en el pasado el presente cotidiano de una colectividad humana. Los discursos narrativos de la literatura e historia nacionales se entrecruzan permanentemente en el decurso histórico de tal proceso. Apoyados por una tradición oral y de otras expresiones. Sin lugar a dudas, el poder de la escritura histórico-literaria o viceversa es determinante. No fue casual que en el siglo XIV un famoso general árabe pronunciara una peligrosa idea política, que ha viajado a través del tiempo como apotegma social: la historia se escribe desde el poder, la historia la escriben los vencedores. Por otra parte, la construcción de la narrativa literaria o histórica siempre ha estado relacionada estrechamente con el poder. La hegemonía cultural, moral e intelectual del grupo, clase o sector que detente el poder político, se forja en buena medida a partir del control del discurso narrativo en todas sus manifestaciones. La escritura fue y es un fuerte componente del funcionamiento de las relaciones de poder en cualquier tipo de sociedad humana. Cuando las prácticas de las relaciones de poder comenzaron a ser estudiada y teorizadas con el advenimiento de la modernidad, desde los inicios del siglo XVI aproximadamente, la escritura reverdeció su papel determinante para el control de los dominados. Desde Nicolás Maquiavelo, pasando por los Iluministas franceses, Carlos Marx, Antonio Gramsci, Vladimir I. Lenin, Max Weber, hasta Herbert Marcuse, Michel Foucault, Pierre Bordeau y otros, se ha enfatizado la necesidad constante del control de la producción escrita y artística en general para el mantenimiento y la reproducción permanente de la hegemonía. Toda vez que desde el discurso histórico se perpetúa y reproduce el poder o se destruye; desde la cultura artística sucede un tanto igual. Se produce y reproduce el poder y la sociedad existente. Esta es la base teórico-conceptual de la sociología de la cultura. Es preciso que esos filólogos e historiadores aprehendan este principio básico. Solo la fusión dinámica e interactiva en la mente de los dos tipos de especialistas les ofrecerá una mejor identificación mutua de sus objetos de estudios y los préstamos teóricos y factuales que deben realizar ambas ciencias. Para comprender mejor la subjetividad en la escritura de la historia a partir de un acercamiento hechológico desde la historiografía nacional es preciso no olvidar una importante idea: en el archipiélago cubano los estudios historiográficos no tienen larga tradición ni adeptos; es más, los especialistas del estudio de cómo se ha escrito la historia nacional constituyen un club con muy pocos afiliados en nuestro país. Es por ello que resulta muy difícil consultar investigaciones o textos nacionales donde estudiar las características y cómo se ha escrito la historia de Cuba desde Cuba. Apuntando este elemento, al emprender un recorrido desde tales tipos de estudios a través de algún hecho o proceso históricos en específico encontraremos que los historiadores nacionales le han impreso - como era de esperar- su propia subjetividad para construir un hecho o proceso a partir de lo que ellos consideran “verdad absoluta y establecida.” Para ellos las obras literarias y artísticas pagan los platos rotos de la ficcionalidad humana. Sin embargo, hasta en hechos históricos duros y establecidos es posible encontrar variados elementos de carácter muy subjetivos. En el siguiente estudio de caso podrá comprenderse tan peculiar asunto. Se sustentó en la consulta de significativas obras históricas que han tratado el suceso y han sido publicadas dentro de Cuba; o sea, se trata de una investigación de búsqueda bibliográfica. Los textos publicados fuera del país, documentos inéditos y otras fuentes no se tuvieron en cuenta porque se trata de observar y enjuiciar la construcción, evolución y repercusión del hecho a través de la historiografía nacional. No obstante, las fuentes no consultadas, podrán corroborar o contrariar las ideas que expondré a continuación. La Protesta de Baraguá frente al espejo. Pensar un hecho histórico a primera vista puede parecer relativamente fácil. Desde nuestro presente miramos al pasado por varias razones: curiosidad, utilidad, necesidad de legitimación o comprensión del presente, sed de conocimientos. Pero cuando esas miradas en retrospectiva se sientan en dos esenciales pilares de reflexión específicos, mirar el tiempo en regresión de entretenimiento se convierte en enseñanza. Dos preguntas sintetizan esos pilares del análisis histórico para entender el pasado: ¿cómo fue percibido un hecho histórico por los contemporáneos que lo protagonizaron, presenciaron o los que simplemente vivieron el momento y época en que ocurrió?; segundo, ¿cómo fue construido ese hecho histórico a partir de la narrativa histórica por las siguientes generaciones que no vivieron cronológicamente el suceso? La Protesta de Baraguá es un relevante acontecimiento para los cubanos y un lúcido ejemplo historiográfico para buscar respuestas a tales preguntas. Cómo fue vista por sus contemporáneos participantes o no. Acaeció el 15 de marzo de 1878 en una antigua hacienda de crianza ganadera de la economía colonial oriental y dentro de los actuales límites de la provincia de Santiago de Cuba. La Protesta que dirigió el Mayor General Antonio Maceo selló dignamente el trágico epílogo de la Revolución de 1868, que en los primeros cinco meses de 1878 sentenció su desenlace final. Baraguá fue la contrapartida al dudoso Pacto del Zanjón del 10 de febrero de ese año. No obstante, al consultar la Literatura de campaña de las Guerras de independencia de Cuba (1868-1898) a través de diarios, relatos, testimonios, manifiestos y anécdotas, creadora de un nuevo saber-poder de aquellas revoluciones, llama la atención el tipo de recepción que tuvo la Protesta en la pluma de los contemporáneos participantes o no del hecho que crearon tal narrativa. Algo salta rápidamente a la vista: la Protesta no generó una explosión de textos o documentos de manera instantánea en la Literatura de Campaña del 68. Más bien se trató de una lenta repercusión oral que fue progresiva, entre los cubanos partidarios o no de una independencia con soberanía y sin esclavitud. Sólo dos versiones escritas brotaron de las manos de testigos directos del suceso. La primera le correspondió al doctor y Teniente Coronel Fernando Figueredo Socarrás, ayudante personal de Antonio Maceo. Entre 1882 y 1885 Figueredo dictó un ciclo de nueve conferencias en la emigración revolucionaria de Cayo Hueso que armaron el argumento testimonial de su visión sobre la Guerra del 68. Teniendo como precedente más cercano tales vivencias, fue publicada por primera vez en el periódico Patria (dentro de una serie a artículos que bajo el rótulo general de “Episodios de la Revolución cubana” vieron la luz entre el 3 de junio y el 10 de octubre de 1893) la versión de Figueredo que tuvo como título La protesta de Baraguá. Este fue el inicio de la creación narrativa del hecho. Su relato ha sido y es el más recurrido como fuente primaria y básica para referir a lo acontecido allí por parte de los historiadores. Años más tarde, en 1899, apareció en la Revista Cubana -editada en La Habana- la misma versión. Pero no fue hasta 1902 que las nueve conferencias y un epílogo –donde se anexó la versión- fueron editadas íntegras en forma de libro con el título (La Revolución de Yara 1902).[1] El libro devela los dotes literarios y fluidez del autor. Los puntos de vistas de Figueredo sobre la Protesta se convirtieron a través del tiempo y hasta nuestros días en la fuente capital que muchos historiadores han reproducido textualmente y otros le han introducido modificaciones. Algunas de ellas sin referencias documentales e históricas de sus orígenes o procedencias. La segunda versión de un participante directo estuvo a cargo del doctor Félix Figueredo. La publicó en la Revista Cubana en 1889 y se reeditó en 1915. Es una versión muy poco difundida hasta hoy y que poco modifica lo escrito por Fernando Figueredo. Ha sido escasamente utilizada por los historiadores desde esos años hasta el presente. La versión de Fernando F., a pesar del privilegio de haber sido la primera y principal narración que trató exclusivamente la tensa entrevista entre Antonio Maceo y Arsenio Martínez, no pudo alcanzar antes de terminar el ciclo independentista -en 1898- la popularidad que tuvieron otras piezas narrativas de contemporáneos no presentes en Baraguá, pero que publicaron importantes testimonios de gran acogida entre los antiguos combatientes del 68 y hasta generaron encendidas polémicas donde José Martí se vio envuelto más de una vez. Llama la atención que Ramón Roa (A pie y descalzo, 1890)[2] comentó fugazmente la justa rebeldía de Maceo sin dedicarle un capítulo, epígrafe o espacio considerable. También Enrique Collazo (Desde Yara hasta el Zanjón, 1893)[3], al igual que Roa, menciona la entrevista sin dotarla de ningún peso ideológico. Collazo llega hasta el punto de confundir fechas relacionadas con el hecho. La parquedad de estos antiguos miembros del Comité de Centro, órgano civil que negoció el Pacto con Arsenio Martínez Campos, refleja la escasa repercusión escrita de los sectores partidarios de aquel fin; o sea, para aquellos sujetos la revolución había concluido en el Zanjón y la Protesta era un anexo de rebeldía de un muy reducido sector dentro del mambisado que no abarcaba grandes espacios en la atmósfera mayoritaria del ocaso revolucionario. Otro elemento a considerar en este desnivel de repercusión colectiva radica en que mientras las obras de R. Roa y E. Collazo fueron publicadas a inicios de los noventa del siglo XIX antes de comenzar la Guerra del 95 (cuando la emigración cubana vivía una nueva efervescencia patriótica que la fundación del Partido Revolucionario Cubano y el propio estallido del 24 de febrero catalizaron fuertemente), el libro de Fernando F. salió de imprenta casi una década después, terminada la épica del 95. Para ese momento una mezcla de incertidumbre y frustración se enseñoreó de la vida política nacional con el estreno de una república diseñada en planos estadounidenses. Por otra parte, el propio Antonio Maceo fue poco explícito en sus documentos personales y oficiales sobre el acto que protagonizó. En sus cartas y documentos, reeditados a fines del siglo XX (Antonio Maceo. Ideología Política y otros documentos 1998)[4], son muy escasas las referencias personales al hecho. Apenas mencionó brevemente el acontecimiento en la carta a Julio Sanguily el 26 de marzo de 1878, donde comentó la reunión sin ofrecer descripción o interpretaciones. En esa compilación u otras similares es interesante observar cómo Maceo sólo se refiere fugazmente a Baraguá para contraponerla al Pacto del Zanjón, sin evaluar o analizar el contenido y peso ideológico del suceso. A pesar de haber hecho coincidir simbólicamente el inicio de la Invasión –octubre de 1895- con el mismo lugar donde él manifestó su decidida inconformidad al final de la Guerra Grande; entonces dos preguntas se imponen: ¿por qué Antonio Maceo no redactó en documento alguno su versión o análisis personal de aquella entrevista? ¿Por qué la mayoría de los historiadores que se han acercado al tema no se han hecho tal pregunta? A muchos años de la muerte del lugarteniente del Ejército Libertador y de haber concluido la guerra, fue publicado el largo testimonio de Enrique Loynaz del Castillo acerca de aquella contienda (Memorias de la Guerra 1989)[5]. Allí Loynaz refirió que en los años de estancia de Maceo en Costa Rica, exactamente en 1894, este último le dictó una versión personal de la Protesta. Bajo la sombra de un árbol en su colonia La Mansión. El general le hizo copiar a Loynaz del Castillo la citada versión que nunca ha sido hallada y que el autor del Himno Invasor confesó haber dejado en aquel lugar al partir a Cuba. Varias preguntas e hipótesis producen tal anécdota. Pero en historia especular es a veces insuficiente para pensar lo que pudo haber sido y no fue, ni será. Si un día apareciera estoy seguro de que la historiografía de la Protesta se enriquecería notablemente. Enrique Loynaz se acercó a dicho acontecimiento histórico como mismo lo hizo José Miró Argenter(Crónicas de la Guerra 1909)[6]. Loynaz y Miró mencionaron varias veces la protesta de Baraguá como un suceso que se opuso al Pacto del 10 de febrero, un freno personal y político que enalteció la conducta del ya Titán de Bronce. Pero ninguno de los dos reflexionaron o aquilataron el espacio a ocupar dentro de la ideología del independentismo cubano del siglo XIX. Lo que induce a pensar que los hombres del 68 y el 95 conocían la Protesta de Baraguá en diferentes grados de intensidad y apreciaciones en dependencia de sus horizontes culturales, afinidad, cercanía a la figura del insigne oriental y ubicación geográfica dentro del mapa bélico de ambas revoluciones. Pero no llegó a ser un hecho determinante en el imaginario popular de ambas insurrecciones. Al menos hasta 1898. Solo un hombre reconoció temprana y estratégicamente el peso político e ideológico de Baraguá en los marcos de la nueva Revolución Necesaria: José Martí, el Delegado del PRC. Para el creador de una nueva radicalidad contrahegemónica de la sociedad cubana de fines de siglo XIX se trataba “de lo más glorioso de nuestra historia.” Martí fue el primero en avizorar una germinal relectura del hecho en los marcos de una inminente revolución. Para él, la Protesta sería un importante soporte legitimador que desde el pasado articulaba el presente (la Revolución Necesaria). Es por eso que le solicitó a Figueredo Socarrás la publicación de sus puntos de vistas en 1893. La visión republicana. Con el advenimiento de la República neocolonial la historiografía cubana priorizó un particular enfoque histórico donde el Zanjón fue el protagonista final de la Guerra del 68 y la Protesta un coprotagonista sin connotaciones ideológicas para el nuevo Estado nacional. Era el fruto de una hegemonía cultural basada en relaciones de poder excluyentes de muchos de los sectores populares que habían protagonizado el 68 y el 95. El enfoque puede caracterizarse por: una escasa interpretación ideológica, brevedad de mención, delimitación geográfica e histórica de carácter regional, reproducción textual de las palabras de Figueredo, introducción o modificación de elementos a la versión central de Figueredo y finalmente el elemento de mayor peso, la ausencia de investigaciones históricas sobre el tema. Encabeza el listado Eusebio Hernández (Maceo dos conferencias históricas, 1913 y 1930) [7] quien afirmó que la Protesta sólo revirtió el carácter del Zanjón de paz deshonrosa a tregua: “la Protesta de Baraguá que hizo del Convenio del Zanjón una tregua.” También Hernández apuntó que fue marco propicio para que Maceo creciese como figura: “Se creció en Baraguá haciendo frente él solo a todo el ejército español.” Es fácil comprender, al contextualizar todo el libro y la propia vida política del autor, que su objetivo principal fue elevar con marcada idolatría la figura de Maceo dentro del Panteón de héroes independentistas. Maceo fue su ídolo revolucionario y personal. La actuación política de Eusebio H. en los años ochenta y en la Guerra del 95 explican el por qué y cómo asumió tan marcado apasionamiento personal, que lo llevó desde rechazar a otros independentistas notables llegando a la gestación de planes contra los cargos y responsabilidades políticas y militares de los mismos hasta construir un discurso narrativo donde Antonio Maceo era figura central de todo. Este enfoque, más que darle a Maceo su verdadera dimensión revolucionaria lo circunscribió a una actuación personalista obviando el real peso ideológico del Titán y su obra. En los inicios del decurso republicano Abdon Tremols publicó un importante catálogo de pintura (Los patriotas de la galería del ayuntamiento de La Habana, 1917)[8] Al pie de cada fotografía de los originales que aún se exhiben en la Sala de las Banderas del actual Museo de los Capitanes Generales, redactó una breve información sobre cada uno de los cien patriotas reflejados en iguales óleos. En el cuadro dedicado a Antonio Maceo llama poderosamente la atención que no se hace mención alguna de la Protesta, ni la participación en ella del destacado luchador. Sin embargo, en el resumen dedicado a Fernando Figueredo sí hay referencia a la entrevista al calificarla como la: “protesta más viril que registra la historia de nuestras luchas” que “salvó el honor de Cuba rebelde.” Verdaderamente estas ideas fueron una ruptura con un enfoque que reducía en muchas expresiones a la protesta. Pero fueron expuestas en un pequeño catálogo de pinturas para un público muy específico y no en los libros oficiales de historia del país en esos momentos, ni tampoco en los diversos textos que iban conformando las gestas independentistas del pasado siglo. A pesar de no haber sido analizada la protesta en ese u otro texto del autor, consultados para la investigación, esta visión de llamativo vuelo nacional e ideológico no primó en el proceso de construcción del mito sobre Baraguá. Pero lo más importante es la omisión del papel y participación de Maceo en la Protesta. Ella aparece relacionada con Figueredo y no con Maceo. Esa es la imagen que de manera consciente o inconsciente se deseaba proyectar sobre aquel hecho. La espiral crecía en la pluma de historiadores como Emeterio Santovenia (Los presidentes de Cuba libre, 1930)[9] donde distanció la actuación de Maceo del resto de los combatientes de aquella gesta, hasta el punto que a la inconformidad del bravo guerrero no le vio honduras ideológicas. Afirmó que: “El afán de Baraguá no logró ahondar cauces en la extenuada conciencia cubana.” También expresó: “(...) ni los esfuerzos de hombre de la calidad de Antonio Maceo bastaron para reconstruir el espíritu de la lucha y sacrificio.” Santovenia, al igual que otros autores republicanos no explicaron o profundizaron en sus aseveraciones. Independientemente de los posibles por qué de tales afirmaciones una realidad se iba imponiendo: Baraguá no se investigaba como tema histórico y se conformaba un hecho escaso de interpretaciones ideológicas favorables a los seguidores de la revolución popular. La hegemonía cultural burguesa imponía sus presupuestos intelectuales en la producción historiográfica: liberación nacional de la antigua metrópoli ibérica sí, revolución de las estructuras racionalizantes de sistema, no. Es decir que su subjetividad como “junta de negocios” detentando el poder político y económico se hizo valer. Ramón Infiesta (Máximo Gómez, 1937)[10] fue más rudo aún al repasar la épica final del 68: “(...)Antonio Maceo decide, en Baraguá, continuar por su cuenta la resistencia” Para el abogado Infiesta la decisión de Maceo de protestar ante lo pactado en el Zanjón era el producto de una independiente y personal actuación alejada del espíritu reinante en la mayoría de oficiales, jefes y soldados del Ejército Libertador. Sin embargo, en esta biografía premiada en las conmemoraciones del centenario del nacimiento del generalísimo se deja entre ver un similar aliento que Eusebio Hernández le imprimió a su obra pero en sentido opuesto: destacar con desmesura una sola figura obviando en diferentes análisis el papel de otras, en este caso a favor de Máximo Gómez. Con Leopoldo Horrego (Maceo héroe y carácter 1943)[11] se origina un curioso e inesperado fenómeno historiográfico. A pesar de seguir copiando tácitamente a F. Figueredo, el devenido historiador matancero le introduce modificaciones a la versión original, sin ofrecer las fuentes proveedoras de tales cambios. Ejemplo de ello es cuando plantea que Martínez Campos trató de abrazar al Titán al inicio del encuentro y que este último lo impidió con su brazo. Otra modificación es que Maceo terminó la entrevista mareado por el humo de cigarro. Es cierto que el bravo oriental detestaba el cigarro y su humo, pero Horrego no explicó el por qué, ni las fuentes utilizadas para alterar la versión de Figueredo. Pudiera decirse que Horrego Estruch fue el iniciador de una ficcionalicación narrativa de la Protesta al introducir tales ingredientes imaginativos sin avales de fuentes. Además, le concede un mayor espacio de redacción al Zanjón convertido en tregua gracias a la entrevista. He aquí un vivo ejemplo de cómo la subjetividad del historiador hacen de las ideas presentadas en su obra como verdaderas y absolutas en algo relativo. Ramiro Guerra (Guerra de los Diez años, 1950-1952)[12] mantuvo la línea descriptiva de otrora. Continuó la línea repetitiva al privilegiar con diez páginas al Zanjón y a Baraguá sólo con dos párrafos. El propio Guerra en (Historia de la Nación cubana, 10 tomos, 1952)[13] , dedica siete páginas al suceso. En la casi la totalidad de esas nueve páginas se reprodujeron, una vez más en la historiografía del tema, los diálogos entre Maceo y Campos ya narrados por F. Figueredo desde 1893. Sin embargo, le aportó un nuevo calificativo al llamarla “famosísima Protesta” Es una pena que esta novedosa apreciación para la historiografía de entonces no fue interpretada ni argumentada por el autor. El más relevante biógrafo de Antonio Maceo, José Luciano Franco (Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, tres tomos, 1951)[14] propuso un atípico enfoque sobre el tema. Él le concedió por primera vez en la historiografía nacional una “resonancia universal” a la entrevista. Para argumentar lo que puedo considerar como el primer intento de internacionalización de la Protesta de Baraguá se auxilió como fuentes de dos periódicos en la emigración cubana de Nueva York, La verdad y El Herad. Unos días después del 15 de marzo de 1878 ambos periódicos informaron respectivamente de la entrevista y sus resultados. El Herald reprodujo la preocupación mostrada por las sociedades antiesclavistas Americana y de Londres y la Cámara de los Comunes de Inglaterra ante el tratamiento omiso de la esclavitud en Baraguá. Pero al observar detalladamente la propia obra de Franco es fácil detectar que de los dos periódicos, el primero tiene un carácter local muy reducido al ser solo para un grupo de emigrados muy específico: los propios cubanos; el segundo, tan solo reproduce una sospechosa preocupación inglesa. El interés de ambas sociedades y Cámara apuntan más a un antiesclavismo de sedimento económico proveniente de potencias económicas, una de ellas de larga experiencia colonial en ese momento, que a una verdadera solidaridad liberadora y patriótica de la lucha cubana. La propia Inglaterra desde 1817, debido al desarrollo interno de su economía y su apogeo como primera potencia mundial, combatía la práctica de la esclavitud que ya le estorbaba dentro y fuera de sus fronteras nacionales. En los Estados Unidos el presidente abolió la esclavitud en 1863, en medio de una decisiva Guerra de Secesión, donde el industrialismo norteño clamaba a gritos la liberación de las futuras nuevas fuerzas productivas. Más adelante Franco apuntó que el patriota cubano Juan Arnao afirmó en su obra Páginas sobre la Historia de Cuba que un titular bajo el rotulo de “El general Antonio Maceo ha salvado la honra de los cubanos” fue publicado en miles de periódicos de la Unión. ¿Verdaderamente existieron miles de periódicos en los E.U. en ese entonces?, ¿cómo pudo contabilizarse esa cantidad en caso de haber existido tantos periódicos? Los pilares de esa “resonancia universal” no fueron suficientes para sostenerla. De hecho la internacionalización de la protesta no tuvo seguidores ni estudios continuadores. El intento de expandirla como fenómeno internacional quedó sin posibilidades. También el autor modifica un detalle de la entrevista: expone que Maceo fue el primero que trajo a colación el tema de la esclavitud cuando Figueredo expresó que fueron Manuel de Jesús Calvar y el propio Figueredo los que hablaron inicialmente el tema. Finalmente, es paradójico que en la monumentalidad de los tres tomos de Franco –que puso a disposición de los especialistas y lectores en general el volumen de información y visión más abarcadora hasta ese instante sobre Antonio Maceo- se ponderó más la descriptiva entrevista que la constitución de un Gobierno Provisional y la redacción de una nueva constitución ocurridas en la tarde-noche de ese día. No obstante el titánico esfuerzo de José Luciano Franco, continuó sin resolverse el relego nominativo e interpretativo que sufrieron el Gobierno Provincial y la constitución de Baraguá de manera permanente en la historiografía republicana. Tales omisiones se mantuvieron durante varios años después del triunfo revolucionario de 1959, como se verá más adelante. Años después, Emilio Roig (La guerra libertadora de los treinta años, 1958)[15] continuó viendo el hecho histórico como valladar que transforma el Zanjón de paz a tregua; en un párrafo dedicado al tema expresa: “(...) aunque Maceo no encontró entonces el respaldo suficiente, ni en los revolucionarios de la Isla ni en los del extranjero(...)”; sin embargo, para Roig: “(...) Maceo, en Baraguá, representó el alma, la fuerza y los ideales revolucionarios (...)” El consagrado historiador de la ciudad y abanderado de los estudios históricos antiimperialistas trató en este juego de ideas ambiguas de enfocar el encuentro Maceo-Campos hacia una perspectiva de aceptación más popular acorde a la candente situación revolucionaria nacional de ese año, eclosionada desde la Sierra Maestra que anunciaba un radical giro de toda la sociedad en breve tiempo. Fue demasiado profunda la rebelión nacional contra Fulgencio Batista como para que Roig no escapara a sus influencias que, sin romper con el análisis tradicional, se hace sentir en estas ideas cruzadas. La Protesta en Revolución La Revolución de 1959 abrió un caudaloso sendero al análisis histórico del país. Las guerras de Independencia adquirieron una importante reevaluación de sus estudios. A partir de entonces la Protesta de Baraguá recibiría un enfoque que legitimaba desde el pasado a los sectores populares y partidarios del triunfo revolucionario: campesinos, obreros, intelectuales y pueblo en general. Se trató del nacimiento de una nueva hegemonía revolucionaria, subversora del orden social precedente. A pesar de ello Raúl Aparicio (Hombradía de Antonio Maceo, 1966)[16] no se separa todavía de la línea descriptiva y poco interpretativa. Además mantiene el criterio de JL. Franco al decir que “la opinión mundial” había puesto su atención a la Protesta en aquellos días sin aportar elementos de sustentación para ello. Fue Jorge Ibarra (Historia de Cuba, 1967) [17] quien inauguró un nuevo giro de interpretación histórica e ideológica a la Protesta que inició una verdadera mutación ideológica. Por primera vez un historiador cubano no se detuvo en el Zanjón, sólo lo mencionó. Propuso el acápite Razones históricas, política y militar de la Protesta de Baraguá, donde afirmó: “(...)significó el ascenso a la dirección revolucionaria del país de elementos representativos de las clases y capas más humildes y explotadas y por ende, más consecuentes en la lucha a muerte contra el colonialismo español (...)”, “(...)consigna de permanente agitación y de inconformidad revolucionaria.”[18] Ibarra sustenta su punto de vista en postulados marxistas y logra saltar la barrera de lo meramente descriptivo, aunque valora poco el Gobierno Provisional y la Constitución. En la siguiente década mantendrá idéntico punto de vista (Ideología mambisa, 1972).[19] Julio Le Riverend (Historia de Cuba, 1974)[20] eleva el giro interpretativo llevándolo de planos regionales a nacionales: “es uno de los acontecimientos trascendentales de la Historia de Cuba ya que fue el de sentido más revolucionario en su momento histórico.” Ese año Sergio Aguirre (Ecos de caminos, 1974) [21] profundizó más en la esencia ideológica. Aguirre plantearía que: “(...) Maceo no se concibe sin la revolución” y da una serie de razones de peso ideológico en torno a la vida del futuro héroe de San Pedro para explicar su actuación patriótica. Dotó a Baraguá de una apreciación donde el rechazo maceista era un antídoto psíquico y moral al desaliento reinante en la agonía de la guerra y la vez funcionaba como puente de continuidad para llegar a un presente donde los polos ideológicos de la revolución se repelían cada vez más en una década de evidentes visos de dogmatismo. El militante profesor de historia de Cuba creaba un radical muro de contención y asidero ideológico que por momentos salpicaba desmesura. Vale recordar que desde 1945 presentó dichos criterios en el periódico Hoy; para él el significado básico se sintetiza en que Maceo: “(...) simbolizó en la Protesta la madurez de los estratos cubanos inferiores para orientar los rumbos de la nación entera”[22] Nuevamente Aguirre retoma el análisis de la imposible conciliación Independencia soberana vs. Independencia lastrada (Raíces y significación de la Protesta de Baraguá, 1978)[23] Es en esta obra donde la historiografía nacional ha llevado a planos ideológicos más elevados la Protesta. El autor resume el suceso bajo los calificativos de intransigencia, continuidad e inconformidad al no tener en cuenta España la independencia y el fin de la esclavitud. Significaba también –al igual que Ibarra- el ascenso ideológico del pueblo y de una nueva dirección revolucionaria. Para sustentar lo anterior consideró al referirse a Maceo que: “(...)un solo héroe había salido vivo e incólume, con dimensión nacional, de la larga pelea”, además, “(...) en 1879 Maceo era el alma de la Revolución” Al afirmar esto se contraponía a Maceo frente a una figura que los propios contemporáneos del 68 consideraban un símbolo de toda la revolución: Máximo Gómez, jefe militar que en 1878 gozaba del exclusivo privilegio de ser el único mayor general participante en la contienda que había transitado por todas las jefaturas y cargos militares del Ejército Libertador y por todas las regiones del país que alcanzó aquella gesta. La dirección de dos movimientos invasores (1873-1874, 1875-1876) le dio, junto a lo anterior, una dimensión personal de la guerra nacional como necesidad de esa revolución que sus contemporáneos también supieron reconocerle. La realidad histórica está más allá del deseo y la voluntad del historiador. ¿Cómo explicar entonces que esa misma generación del 68 le solicitase a Gómez en 1883 la articulación y dirección de un nuevo movimiento revolucionario sin haber estado presente en Baraguá? En 1892 los combatientes del 68 a través de la coordinación del Partido Revolucionario Cubano, en votación mayoritaria, eligieron para futuro general en jefe del E. Libertador a quien ya comenzaban a ser llamado como el Generalísimo. Tanto Antonio Maceo como Gómez poseen sus indiscutibles méritos y aportes a nuestras luchas y historia patria; por tanto, no es preciso contraponerlos; todo lo contrario. Cada estrella brilla siempre con su luz propia. El profesor universitario Oscar Loyola Vega (Historia de Cuba. Las Luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1996, coautor)[24] sin despegarse definitivamente del enfoque de F. Figueredo, le aporta al análisis del tema los fundamentos socioeconómicos de la región santiaguera donde se ubica Baraguá, dándole un nuevo grado de comprensión al por qué de la actitud de los combatientes de la región y la de Maceo ante los hechos del Zanjón. Para Loyola Vega, Maceo se convierte en: “figura política de primer plano en el movimiento de liberación nacional” y Baraguá es: “(...) respuesta política que volvía a colocar en primer plano los objetivos básicos de la revolución cubana contenidos en el Manifiesto del 10 de octubre.” Un lustro después (Historia de Cuba. Formación y Liberación de la nación, 2001)[25] Loyola Vega hizo emerger una valiosa idea, no trabajada en la evolución historiográfica del tema, aunque sí en su obra personal: el análisis del control de la dirección revolucionaria mediante un Gobierno Provisional y la constitución redactada por el sector militar azotado por las inoperancias y limitaciones de la Cámara de Representantes en el torbellino de la revolución. Antes de concluir el siglo, en 1999, Rolando Rodríguez entregó a la historiografía del tema un pequeño texto (La Revolución inconclusa: La Protesta de los mangos de Baraguá contra el Pacto del Zanjón)[26] El análisis de Rodríguez se centró en remarcar el carácter de legalidad y constitucionalidad como demostración legitimadora de aquel acto, más allá de su tradicional valor moral para los sectores populares de la revolución. No creo que las críticas hechas a la constitución de Guáimaro fueran las más efectivas, ya que su demostrada inoperancia y excesos civilistas pueden verse de manera opuesta, es decir, el desborde militarista, en la legalidad que supuso la constitución de Baraguá. Y la falta de equilibrios que prolongó tuvo que ser corregida por José Martí años después. Un punto de vista desde el presente. Entre el 2001 y el 2008 no se han producido trabajos que hayan aportado nuevos elementos a la evolución de la Protesta como tema histórico.[27] Al resumir este generalizador recorrido de casi 130 años es sugerente definir un grupo de ideas que exploran su interioridad y que pudieran ser consideradas por los historiadores para futuras investigaciones del tema: - La versión de Fernando Figueredo se convirtió desde su publicación hasta hoy en la base central y patrón documental más importante para el conocimiento e interpretación de la Protesta, copiada textualmente una y otra vez por varias generaciones de historiadores cubanos. Existe otra versión de un participante, Félix Figueredo, pero no tiene la dimensión histórica ni tratamiento que la primera. Todo lo anterior apunta que Baraguá no cuenta y presumiblemente no contará (si no aparecen nuevas versiones) con una variedad de enfoques heterogéneos que le permitan alcanzar un mayor nivel investigativo para los historiadores de otrora, presente y futuro. - Nos encontramos frente a un hecho histórico que no ha presentado ni presenta polémicas en sus estudios. - Baraguá es un tema histórico que no genera investigaciones. Su espiral cronológica ha tenido un comportamiento lineal en su evolución historiográfica. - En su devenir historiográfico se le ha intentado introducir pequeñas alteraciones que no han logrado imponerse al tradicional apego de una repetición positivista. Tampoco han triunfado los esfuerzos por internacionalizar su resonancia en el momento de su ocurrencia. Aunque es loable señalar que ambas perspectivas no tuvieron ni tienen seguidores. - Se trata de un emblemático estudio de caso que muestra cómo un hecho histórico contiene en su estructura una mutación en su dimensión ideológica y espacial en el curso del tiempo. - La Protesta de Baraguá ha evolucionado como fenómeno histórico en tres momentos historiográficos: colonia, república y revolución; este tránsito se ha producido desde dos diferentes ópticas: a- una de estudio que observa el hecho como contestación individual a los sucesos del Zanjón transformándolo de paz a tregua, con dimensión local y sin peso determinante para la lucha independentista, ve el Pacto como eslabón final de la revolución en el significado: Pacto, protagonista – Baraguá; coprotagonista. Su rango cronológico se mueve entre 1893 y 1959. b- una segunda que trató en todo momento de romper el cerco de la primera hasta conseguirlo y convertirlo en acontecimiento nacional con un peso decisivo para la ideología nacional revolucionaria a partir de 1959 hasta el presente. - Esta segunda vertiente le ha dado una ascensión reinterpretativa e ideológica donde los sectores o capas más humildes y populares de la sociedad cubana en 1878 asumieron la dirección política del proceso del 68. Asunción algo tardía que demuestra la necesidad histórica para los sectores dirigente de una revolución social de una temprana radicalidad revolucionaria. Los promotores de tal enfoque han sido los sectores más revolucionarios y radicales de los procesos cubanos de igual tipo y que ha invertido su significado: Baraguá, protagonista – Pacto, coprotagonista - Baraguá no tuvo una repercusión escrita inmediata ni mediata dentro del mambisado (Literatura de campaña) Pudiera decirse que la tuvo de forma oral y paulatinamente, con el paso de los años, fue expandiéndose como una de las grandes leyendas de la ideología del independentismo cubano del siglo XIX. - Lo acontecido el 15 de marzo de 1878 representa dentro del estudio de la Revolución del 68, una regresión a la problemática de las estructuras de poder engendradas desde la asamblea de Guáimaro en 1869. Si en Guáimaro el aparato civil predominó por encima del aparato militar en Baraguá ocurrió lo contrario. De tal suerte se comprenderá la difícil tarea de organización y unidad que tuvo José Martí para la futura revolución: Guáimaro Aparato civil. Baraguá Aparato militar. Martí: Aparato militarAparato civil. Aparato militar. Aparato civil. Baraguá es un ilustrativo tema sobre cómo la subjetividad está presente en todo momento en la creación y mente de un historiador. Ella nos une al novelista, al pintor, al poeta y cualquier creador. No podemos negar su papel y función por más que la rechacemos. No se trata de odiarla o negarla, todo lo contrario. Debemos verla como una poderosa aliada que nos ofrece de manera constante posibilidades creativas e imaginativas para emplear en nuestra labor de manera racional y ética. Es una capacidad intelectual del hombre que existe para crear. La historia debe tomar de los géneros artísticos como estos deben acudir a la historia. Nosotros, los historiadores, solemos apegarnos al canon positivista de lo factual y hechológico que le ha restado, por momentos, a nuestra espléndida historiografía, capacidades atractivas y llamativas para la lectura del público. Las perspectivas de estudios futuros de la Protesta de Baraguá señalan las posibilidades de investigaciones en cuanto a cómo y cuáles fueron las representaciones del hecho en los diferentes sectores de la población cubana desde finales del siglo XIX y hasta hoy, tomando como referencia teórica los estudios de mentalidades e imaginarios colectivos. También los análisis de las relaciones de poder a través del Gobierno Provisional y Constitución profundizarían más nuestros conocimientos actuales sobre el acontecimiento analizado. Así, los cubanos de esta y las próximas generaciones pudiéramos mirar con más profundidad y riqueza, la actuación de Antonio Maceo y de todos aquellos mambises que fueron consecuentes, hasta el final de sus vidas, con la búsqueda de la independencia y soberanía nacionales. [1] Figueredo Socarrás, Fernando: La Revolución de Yara. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972. [2] “A pie y descalzo” En: Roa, Ramón: Pluma y Machete. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1969. pp. 1- 105 [3] Collazo, Enrique: Desde Yara hasta el Zanjón. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1967. [4] Grajales Maceo, Antonio: Ideología Política y otros documentos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1998, dos tomos. [5] Loynaz del Castillo, Enrique: Memorias de la Guerra. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 2001. [6] Miró Argenter, José: Crónicas de la Guerra. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1970, tres tomos. [7] Hernández, Eusebio: Maceo dos conferencias históricas. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1968. p 46. [8] Tremols, Abdón: Los patriotas de la galería del ayuntamiento de La Habana. La Habana, Imprenta La Prueba, 1917. Pp 68, 97-98. [9] Santovenia, Emeterio: Los presidentes de Cuba libre. La Habana, Editorial Trópico,1930. P. 77. [10] Infiesta, Ramón: Máximo Gómez. La Habana, Academia de la Historia de Cuba, Editorial Siglo XX, 1937. P. 110. [11] Horrego, Leopoldo: Maceo héroe y carácter. La Habana, Editorial Luz Hilo, 1943. Pp. 73-78. [12] Guerra, Ramiro: Guerra de los Diez años, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1986, dos tomos. Tomo I, pp. 312-322, 325-326. [13]-----------------: Historia de la Nación cubana. La Habana, Editorial Historia de la Nación Cubana, s.a, 1952, 10 tomos. Tomo V., pp. 253-260. [14] Luciano Franco, José: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1975 tres tomos. Tomo I., pp. 139-151. [15] Roig de Leuchsenring, Emilio: La Guerra Libertadora de los treinta años. La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1958. P. 77. [16] Aparicio, Raúl: Hombradía de Antonio Maceo. La Habana, UNEAC., 1974, pp. 208-222. [17] Ibarra, Jorge: Historia de Cuba. La Habana, Dirección Política de las FAR, 1967. [18] Ob. Cit. p.297, 298. [19] Ibarra, Jorge: Ideología mambisa. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972. [20] Le Riverend, Julio: Historia de Cuba. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1974, tomo II. P. 171. [21] Aguirre, Sergio: Ecos de caminos. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1974. Pp. 204. [22] Ob. Cit. p. 209. [23] Aguirre, Sergio: Raíces y significación de la Protesta de Baraguá. La Habana, Editorial Ciencias sociales, 1978. Pp. 91-92. [24] Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las Luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales. La Habana, Editora Política, 1996, Tomo II. P. 147. [25] Torres-Cuevas, Eduardo y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba. Formación y Liberación de la nación. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 2001. [26] Rodríguez, Rolando: La Revolución inconclusa: La Protesta de los mangos de Baraguá contra el Pacto del Zanjón. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1999. [27] Hasta el momento de la redacción final del trabajo el texto más reciente sobre la figura de Antonio Maceo e investigaciones relacionadas con él directamente es: Colectivo de autores: Aproximaciones a los Maceo. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2005. Este título no contiene aportes o nuevos puntos de vista en torno a la Protesta de Baraguá. Más bien mantiene el enfoque tradicional. Para ampliar en torno al tópico de la narrativa histórica en Cuba, véase los trabajos al respecto de Jorge Ibarra y Oscar Loyola. PDF Imprimir Sobre el tema El autor Índice Director: Félix Julio Alfonso López Diseño: Alejandro de la Torre Chávez Consejo Asesor: Programación: David Muñoz Compte Roberto Fernández Retamar, Eusebio Leal Spengler, Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta, María del Carmen Barcia Zequeira, Raúl Izquierdo Canosa, Sergio Guerra Vilaboy, Fernando Martínez Heredia, Rolando Rodríguez, Ana Cairo, Fernando Rojas y Rolando González Patricio.