Una aproximación comprensiva al suicidio
desde la Salud Colectiva
Alejandro Arnaldo Barroso Martínez*
Resumen
Abstract
Más de un millón de personas de todos los grupos etarios y niveles socioeconómicos se quitan
la vida por mano propia anualmente alrededor
del mundo. El suicidio es un fenómeno evitable
que necesita ser comprendido. Para avanzar en
esta comprensión, debemos trascender la mirada
acrítica a través de la cual se ha venido estudiando en un enfoque epidemiológico-positivista. El
carácter transdisciplinar de la Salud Colectiva
permite superar este reduccionismo disciplinar,
una vez que se problematiza el suicidio con apoyo de la teoría social. No obstante, esto tampoco
es suficiente, porque el debate se produce en un
campo que también tiene preguntas irresueltas. En
este contexto problemático, el propósito de este
trabajo es avanzar en una mirada comprensiva del
fenómeno del suicidio, como parte de una posible
respuesta a la relación Estado-Mercado, y Estructuras sociales-Subjetividad. Para esto, el núcleo
teórico central se constituye de diferentes miradas
sociológicas sobre la relación individuo-sociedad.
More than one million of people from all ages and
socioeconomic groups die by suicide worldwide
each year. Suicide can not be neither preventable
nor understandable from positivis-epidemiological
perspective. By using Collective Health, and social theory, we may better understanding suicide
as social issue. Nevertheless, it is not enough,
because of there are some unsolved questions in
social theory. The purpose of this article is attempt
a comprehensive approach regarding State-Market
and Social structure-Subjectivity relationship.
Then, theoretical core comes from differents sociological views.
Palabras clave: Suicidio, Neoliberalismo, Constricción Estructural, Habilitación, Significación.
Keywords: Suicide, Neoliberalism, Structural
constriction, Qualification, Significance.
* Licenciado en Psicología por la Universidad de la Habana, con título de
oro (2010). Maestro en Comunicación por la Universidad de Guadalajara
y actual estudiante doctoral de Ciencias en Salud Colectiva, en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.
Fecha de recepción: 10 de abril de 2017
Fecha de aprobación: 1 de julio de 2017
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ENSAYO
Introducción
causal en sí misma, y fragmentar el entendimiento
de la sociedad en factores causales más o menos
La palabra suicidio proviene del latín sui, que importantes, con lo que no se considera la detersignifica a sí mismo y caedere que significa matar, minación de los procesos históricos, y la orgaes decir, matarse a sí mismo (Tejeda, 2011). El sui- nización política y económica en nuestras vidas
cidio es conceptualizado en la literatura científica, (Filho, Castiel y Ayres, 2009). De esto último se
como el acto deliberado y voluntario por el que se desprende el hecho de que el riesgo no puede ser
intenta acabar con la propia vida. La diferencia del analizado como contingencia, sino como parte de
suicidio con la autolesión, es que en esta última los procesos estructurales que determinan las reno existe la intención de morir (Apter y Gvión, gularidades de nuestra praxis y nuestra conciencia
2012; Mattewk, 2012).
(Breilh, 2013b).
La tasa mundial de muertes por suicidios ha crecido en un 60% en los últimos 45 años, y se espera
que para 2020 lo haga en un 50%. Ello representaría que un millón y medio de personas se quitaran
la vida al año (OMS, 2009). A nivel mundial, los
suicidios representan el 50% de todas las muertes
violentas registradas entre los hombres, mientras
que en el caso de las mujeres constituyen el 71%
(OMS, 2014).
El suicidio es un fenómeno social que no puede
ser comprendido como tal a partir de la lógica
disciplinar con la que ha venido estudiándose,
menos aún en el marco de los procesos de mercantilización de la vida social a los que somete
a las sociedades y sus poblaciones el Neoliberalismo. Tanto las políticas rectoras de la OMS
(2014) como las investigaciones alrededor del
mundo (Falcón, Sánchez, Polanco, y Rodríguez,
2010; Huerta, González, y Kondeff, 2012; Alfaro,
2014; Ávila, y Beltrán, 2014; Hernández, y Milián, 2016), han priorizado la caracterización de
los llamados “factores de riesgo” para explicar el
fenómeno del suicidio.
La forma de entender los factores de riesgo por
el positivismo es fundamentalmente descriptiva
y tiene dos principales limitaciones: considerar
al factor como una variable con potencialidad
Una aproximación comprensiva…
La vida social no se reduce al funcionamiento de
los órganos (Canguilhen, 1990). Llegamos a ser
seres sociales en un devenir (Butler, 2001), en
un proyecto que existe dentro de un orden político, económico e ideológico (Castellanos, 1988,
1990; Samaja, 2004), y así nuestras cualidades
biológicas y decisiones son resignificadas en este
contexto (Laurell, 1982). En este sentido, la forma positivista de pensar e investigar el suicidio,
no es sólo reduccionista desde el punto de vista
teórico, sino que es funcional al orden social en
el que existe, actualmente en el sistema neoliberal
como fase específica de desarrollo del capitalismo.
Los factores de riesgo remiten a las responsabilidades biológico-individuales (Filho et al., 2009),
soslayando toda crítica al orden económicopolítico. Desde esta mirada, el suicidio llega al
umbral de lo problemático cuando sólo se ofrecen
respuestas legales (Adinkrah, 2016) y de atención médica a las que pueden acceder los grupos
humanos, limitados por las características de los
sistemas de salud y por no considerar otras condiciones que determinan el suicidio.
¿Qué procesos determinan las diferencias en
las tasas de suicidio entre hombres y mujeres?
¿Acaso es suficiente entender el suicidio como
un acto individual, a partir de la falta de control
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ENSAYO
sobre el comportamiento, o un rechazo a vivir;
o es imprescindible pensarlo en su vínculo al
malestar generado por una cultura neoliberal que
obliga al manejo de la ansiedad, la incertidumbre,
y la frustración?¿El análisis debe comenzar por
el factor de riesgo, o debe deconstruirlo en tanto
proceso histórico, para en ese camino comprender
la determinación social de las formas de vivir de
los grupos sociales?
Estas son preguntas no pueden ser respondidas
por la forma en que ha venido definiéndose e investigándose el suicidio, y que sin embargo son
cruciales para su comprensión como un fenómeno
social. Intentar esta comprensión conlleva necesariamente a articular los saberes fragmentados
e invisibilizados por el enfoque clínico-epidemiológico-positivista en torno a este problema,
específicamente la relación entre lo biológico y lo
cultural, y el individuo y la sociedad.
Por esta razón, el objetivo del presente trabajo
es argumentar una forma de articular una explicación plausible a su ocurrencia, rescatando históricamente un conjunto de saberes con el fin de
comprender los procesos que determinan las dinámicas en la significación del suicidio. Para ello, la
propuesta deconstruye la forma histórica en que se
ha transformado el valor de la vida social desde el
enfoque de la Salud Colectiva, tomando en cuenta
el papel de la subjetividad, y los procesos a través
de los que opera la normalización neoliberal de
nuestros comportamientos y conciencia.
El valor de la vida social en relación al capital
Cuando en el siglo XVIII una madre lanza a su hijo
“anormal” por un barranco, es porque la condición
de “anormal” está siendo valorada por ejemplo,
desde las posibilidades que tiene ese niño de ser
productivo e integrarse en la sociedad a futuro
100
(Beatón, 2005). Esta es una decisión explicada en
el marco de una organización social excluyente,
que valora la vida por su utilidad para producir.
El paso de la preocupación del Estado desde el
cuerpo individual, a la preocupación por el “cuerpo social”, se explica por el surgimiento de la
población y por las condiciones de desarrollo del
capitalismo como forma de organización. Esta a
su vez, es resultado del desarrollo de las fuerzas
productivas y la creciente acumulación de capital.
Las nuevas formas de organización de la vida en
las ciudades, las nuevas enfermedades resultado
del hacinamiento, así como el surgimiento de las
mismas disciplinas científicas, fueron resultado
de las nuevas formas de organización social
(Foucault, 2000a). La Psiquiatría por ejemplo, no
surgió vinculada a la Medicina, sino a la Higiene
Pública, y con la misión de vigilar y controlar
los comportamientos fuera de la norma que significaran un peligro para el equilibrio y el orden
social. De esta forma, su surgimiento se justificó
como mecanismo de seguridad pública (Foucault,
2000a).
La premisa de la que parte este ensayo, es que
estas formas de organización social han impactado
sobre la totalidad de la vida, incluida la decisión
del hombre de quitarse su vida, y esto ha estado
históricamente vinculado a un proceso central: la
acumulación de capital. Por este motivo, se hace
necesario repensar el suicidio en el contexto de
la totalidad de la vida social. Resulta insuficiente
comenzar por el individuo, tal y como lo hacen
las teorías psicológicas (Beck, 1979; Shneidman,
2005, 2006; Joiner, 2010; Freud, 2011) que investigan el suicidio. Este análisis del suicidio en
relación a la totalidad de la vida social, a su vez
no puede hacerse sin explicar las articulaciones
entre Estado-Mercado.
Salud Problema / Segunda época / año 11 / Número 21/ enero-junio 2017
ENSAYO
El proceso a partir del cual la acumulación de
capital llegó a ser central para normar la totalidad
de la vida de los individuos, y con ello participar
decisivamente en la articulación de los procesos
políticos, económicos y culturales, se explica a
partir del despojo de las tierras que deja a los hombres sin control de los procesos productivos y parte
de sus productos, y los expulsa a la migración hacia las ciudades. Posteriormente, por la absorción
del trabajo manual por el industrial. En síntesis,
por el cambio de las formas de vida. En esencia,
el individuo dejó de ser trabajador para convertirse en fuerza de trabajo asalariada, explotada
(Marx, 1867; Engels, 1961; Preteceille, 1977).
En esta línea de argumentación Bourdieu (2003)
explica: “En ese mundo sin inercia, sin principio
inmanente de continuidad, los dominados están
en la posición de las criaturas en un universo
cartesiano: penden de la decisión arbitraria de un
poder responsable de la creación continuada de
su existencia” (Bourdieu, 2003: 142).
Siguiendo el trabajo de Marx (1867), Engels
(1961) y Preteceille (1977), observamos que este
proceso de acumulación de capital penetró y transformó la totalidad de la vida social, inicialmente
a través de dos procesos: el discurso económicomoral de los economistas políticos, y la praxis
de consumo de los mismos individuos, ambos
imbricados necesariamente.
Uno de los núcleos más importantes para comprender el discurso económico-moral se encuentra
en las ideas del Liberalismo. Inicialmente el Liberalismo fue el cuestionamiento a la capacidad
del poder absoluto para conocer y organizar la
complejidad de la floreciente actividad económica.
De esta forma, se convirtió en crítica a la capacidad del rey para regular el comercio, y permitir
la libertad económica de los individuos. En este
escenario, es que emerge la defensa del Mercado
Una aproximación comprensiva…
a partir de su capacidad para regularse solo [mano
invisible en Adam Smith (2010)], y como una
contención al poder absoluto del emergente Estado
(Foucault, 2007).
El tema que nos ocupa, el suicidio, se relaciona con
la valorización de la vida del individuo, desde el
poder. La primera implicación, es que en el Estado
capitalista, el Estado moderno cambia su gestión:
de la preocupación por sus riquezas y el aumento
de sus fuerzas, pasa a la gestión de los mecanismos
para gobernar. Esto es lo que Foucault denomina
etapa del Estado frugal. La característica fundamental es la inversión y la legislación estatal sobre
áreas de su interés, incluida la protección de los
consumidores en el Mercado. Aquí se aprecia un
cambio importante en el tratamiento del “pacto
social” entre el Estado y la sociedad, que al llegar
al siglo XXI podremos caracterizar más adelante.
El segundo impacto de esta valorización productivista de la vida, se aprecia en los discursos
economicistas sobre la esencia del ser humano.
Ejemplos importantes son las ideas de Mandeville
(1997) y Smith (2010). Para Smith, el ser humano
actúa motivado por la necesidad de incrementar
sus ganancias personales. El ser humano está motivado por su propio interés, de ahí también que la
intervención del Estado sea innecesaria. En términos de ganancias sociales, la suma de los aportes
de cada quien contribuye al progreso social. En
esta misma lógica, para Mandeville (1997) es el
egoísmo personal el que propicia las ganancias,
y por ende el desarrollo social.
La dinámica Constricción-Habilitación: problematizar el suicidio en el Neoliberalismo
¿Cuál es el impacto que tiene hoy sobre la subjetividad la transformación de la vida social a partir
del proceso central de acumulación de capital? ¿a
101
ENSAYO
través de qué procesos ocurre esta determinación?
y ¿cómo ésta adquiere su regularidad?
La Teoría de la Estructuración de Giddens (2011)
ofrece una respuesta a estas preguntas frente a las
posiciones deterministas que han estudiado en
sociología la relación individuo-sociedad, y es por
ello que en este trabajo se utilizan las categorías
constricción y habilitación. Ambas dan cuenta de
que en las relaciones sociales existe una “dualidad”, donde en las estructuras sociales constituidas
por reglas y recursos que utilizan los individuos
para la reproducción social de sus vidas se ven a
la vez constreñidas y coartadas en su capacidad
de acción y en la conciencia de los individuos;
la habilitan y facilitan dentro de determinados
límites sociales.
Por otra parte otros autores han caracterizado distintas dimensiones de la sociedad actual. Sennet
(1998) sobre la identidad personal, Beriain (2008)
sobre la ansiedad en las formas de vivir el tiempo,
así como Bauman y Tester (2002), Lipovetsky
y Serroy (2010), y Byung-Chul (2013, 2014b,
2014c) sobre la felicidad. Todos ellos tienen en
común identificar y caracterizar la responsabilidad
del actual sistema capitalista de producción sobre
la vida; investigaciones de Gregoire (2002), Mohanty (2005), Arias y Blanco (2010) y UNICEF
(2012), apoyan el argumento de la centralidad del
proceso de acumulación capitalista en la organización de la vida social.
En oposición, Friedman (2008) por ejemplo, al
defender la democracia generada por el Mercado
y cuestionar la justicia social que promueve la
intervención del Estado, da cuenta de cómo efectivamente la acumulación de capital no es sólo un
tema económico, sino que no puede existir si no
transforma la organización social y los procesos
de consumo. El Neoliberalismo mismo constituye
102
una mutación del Liberalismo clásico, en busca de
mayor rentabilidad económica, pero no de mayor
felicidad humana. El Mercado ha pasado a ser
la forma rectora de organización social a nivel
mundial sobre el Estado y sus formas de poder
tradicionales, predominando en la actualidad el
dominio de las grandes empresas transnacionales.
Para analizar el impacto de este “sistema mundo”
(Lipovetsky y Serroy, 2010) sobre la subjetividad,
debemos analizar las “constricciones estructurales” (Giddens, 2011). Un eje central en ello, es
el cambio que ha sufrido el “pacto social” entre
el Estado y los grupos humanos. Esto a través de
la identificación de los actores que juegan un papel
central en las nuevas condiciones neoliberales, y
cómo esto implica procesos de determinación sobre la salud mental, que son referentes obligados
para comprender el suicidio.
La remodelación del ser en la ruptura forzada
del Pacto Social
“Remodelación” es un término que utiliza
Canclini (2001), para problematizar cómo las
transformaciones profundas en las formas de
vida social, y que actualmente la precarizan y
dificultan, son consustanciales a la lógica de
acumulación del capital impulsadas por el Neoliberalismo. En este contexto histórico, la subsistencia fuerza constantemente a los individuos a
reconfigurar las relaciones consigo mismos y con
los otros. Aunque sin ofrecer una clasificación,
este es el debate que sostienen también Sennet
(1998), Bourdieu (2003), o Lipovetsky y Serroy
(2010). Lo relevante de este eje de análisis, es el
impacto que todo ello tiene en la salud humana
a través de la mercantilización de la salud, las
dificultades para la satisfacción de necesidades
básicas y otras estimuladas por el Mercado y
el consumo, incluido en endeudamiento, y las
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consecuencias de ansiedad, depresión e infelicidad que produce.
Bourdieu (2003) se refiere al impacto sobre las
formas de vida que produce la ruptura del “contrato social” entre el Estado y el individuo. El
crecimiento de las empresas transnacionales y su
búsqueda de mayor rentabilidad económica, cada
vez moviliza más al sector político para reducir
la participación del Estado que en su momento
expresó de manera clara el “Consenso de Washington” (Serrano, 2013). La seguridad que defiende
el Estado es la seguridad de los inversores, y el
movimiento del capital. La libertad que defiende,
es la libertad económica.
Estos procesos han dado lugar a una precarización sin precedentes de la vida social. Cada vez
se reducen más las garantías ofrecidas por los
Estados. Ejemplos son los recortes presupuestales
en los sistemas de atención médica pública, o las
pensiones (Heredia, 2001; Guerrero e Imelda,
2005; Wahlbeck y Awolin, 2009). El crecimiento
de los trabajos a medio tiempo, por proyectos o
temporada, trae como resultado la precarización de
la vida, una vez que la globalización del Mercado
absorbe competitivamente otras formas de sustento, sobre todo aquellas relacionadas al trabajo
manufacturado (PNUD, 2015).
No se pueden hacer proyectos de vida ni tener
certezas cuando el salario mismo es una incertidumbre (PNUD, 2015). Aún el que todavía goza
de un trabajo a tiempo completo y ciertas garantías
como resultado de esta pertenencia, está en riesgo
de sobrecarga laboral al asumir distintas dimensiones del trabajo que antes hacían otros, de adquirir
nuevos compromisos frente a la abundancia de
formas de sistematización de la información,
de condicionamiento de los financiamientos a
metas, y de evaluaciones diversas y constantes
Una aproximación comprensiva…
donde pierde sentido el valor del trabajo específico
propio, como ocurre en el trabajo médico y de la
salud. El ejército de “parados” le es funcional al
empleador, y puede constituir una presión para el
que tiene el empleo (Bourdieu, 2003). Este grupo
de parados, a diferencia del “ejército industrial
de reserva” de los 60s, ha ido conformando una
competencia importante para el asalariado dado
que se trata de desempleados con alta calificación
técnica y profesional (Bourdieu, 2003).
Este quiebre no afecta a todos los grupos humanos
por igual ni a los mismos de siempre. Se mantiene
el alto impacto en los grupos de personas pobres,
con bajos ingresos, y que tradicionalmente han
estado vulneradas por el sistema capitalista en
cuanto a su acceso a la satisfacción de necesidades
básicas, pero también en su acceso a la educación y la salud (OMS, 2011b). De esta forma, el
quiebre actual tiene lugar sobre un espacio social
ya fragmentado, y de grupos vulnerados que ven
aún más reducidas sus posibilidades de acceder a
las oportunidades que ahora son esenciales para
competir, y por lo tanto también subsistir (OMS,
2011).
Además de la fragmentación estructural, la nueva
fragmentación se da simultánea a la destrucción
del Estado y las instituciones creadas en el siglo
XX, sobre sus productos profesionales y gestores
públicos, surgidos de la promesa de la educación
pública y del servicio social que accedieron a las
promesas del sistema a través de un Mercado no
consumista y más conservador que el actual, a
través de constituirse en capas medias profesionales y de burócratas operadores del Estado, con
acceso al consumo básico y a los productos de la
seguridad social como vivienda, pensiones, trabajo
estable, entre otros. Para inaugurar su independencia y constituir una familia. La destrucción de este
mundo posible para una generación de jóvenes
103
ENSAYO
que no tiene acceso a estos beneficios y donde
estudiar ya no significa seguridad alguna, es una
parte de la dimensión social del problema en torno
al suicidio, que no puede dejar de desconocerse.
Esta vulneración se encuentra en el mismo campo
de la atención médica. Podemos seguir por un
momento la misma lógica del enfoque médico
positivista, que de modo reduccionista asocia el
suicidio a trastornos mentales como la depresión
y no a un proceso social. El suicidio relacionado a
la depresión afecta a más de trescientos millones
de personas en todo el mundo cada año. No obstante, “más de la mitad de los afectados en todo
el mundo (y más del 90% en muchos países)”
no puede acceder a los tratamientos necesarios
(OMS, 2017) para su atención paliativa, mucho
menos aún, desde una perspectiva más amplia a
un tratamiento estructural de su superación como
podrán ser condiciones para la construcción de una
vida digna a través del trabajo remunerado y justo.
La OMS (2017) identifica como problemas, la
calificación de los especialistas, los malos diagnósticos, y la falta de recursos. No obstante, en
los términos que también interesan en el presente
trabajo, hay que señalar el peso que tienen los
costos médicos como resultado de la mercantilización de la salud, y que la OMS (2017) evita
mencionar. Esto va de la mano de una estimulación a la atención hospitalaria como espacio
especializado y rentable para los inversionistas.
De esta forma, la atención en salud mental queda
como privilegio de los que pueden pagar por servicios especializados. Por otro lado, la creciente
tecnificación de la actividad laboral implica que
los saberes tradicionales sean insuficientes para
lograr el sustento económico. Esto significa que
por un lado el individuo se enfrenta a la tecnología
que sustituye su trabajo, y por otro a la necesidad
de adquirir los saberes para dominarla, pero en
104
un contexto de creciente comercialización de los
saberes mismos (Bourdieu, 2003) y como lo dicen los organismos internacionales, “(…) nunca
ha habido peor momento para tener un perfil de
trabajador solo con competencias y capacidades
comunes” (PNUD, 2015: 66).
En la relación directa del hombre con el contenido
de su trabajo, además de la conservación de este
y el dominio de saberes, es importante considerar también la intensidad del trabajo. Si en un
punto se hace visible la incompatibilidad entre la
satisfacción de las necesidades del capital, y las
necesidades de la vida humana, es en el hecho del
decrecimiento del Producto Interno Bruto (PIB)
de las economías que es cada vez más concentrado gracias al control salarial, y a la vez el mayor
número de mercancías circulantes generalmente
se realiza a costa de un trabajo más intensivo. Es
decir, una mayor explotación del trabajo vivo a
través de un menor salario, o un mayor número
de horas de trabajo, entre otras alternativas (Preteceille, 1977).
Al igual que en el Liberalismo, este proceso de
acumulación del capital penetra la totalidad de la
vida social de las personas. Impacta en la práctica
y en la conciencia, y no sólo lo hace a través de
quitarle tiempo de vida al trabajador (Preteceille,
1977), sino estableciendo una nueva racionalidad
en las relaciones del hombre consigo mismo y
con otros (Guinsberg, 2005). Esto es así, porque
en el consumo de un servicio o un bien, está implicado también el consumo de la ideología que
ha producido tanto ese bien, como esa relación
(Preteceille, 1977).
La defensa de un modelo de hombre económico
heredado de las ideas liberales pioneras de autores como Smith (2010), a la vez que defiende la
libertad como libertad económica, fragmenta lo
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ENSAYO
social en individuos atomizados (Byung-Chul,
2014a) y enajenados. Este aislamiento y pérdida
del individuo para sí, se produce como resultado
de la estimulación del trabajo y las competencias individuales, así como las evaluaciones del
rendimiento individual. Todo ello al servicio de
generar plusvalor, pero esto no puede ocurrir al
margen de la relación con el “otro”, que aparece
como competidor, y amenaza a la forma de vida
que ha quedado atada al trabajo en el capitalismo
(Bourdieu, 2003).Este proceso genera una “sociabilidad mínima”, donde la relación con los otros
aparece determinada por criterios de ventajas o
desventajas económicas, y el “otro” deja de ser
percibido como un individuo con emociones,
memoria, e historias de vida. Esto implica que
las relaciones sociales disminuyan su carácter
como espacio de confidencia, y construcción de
sentidos que retoman el lado más sensible del ser
humano (Stolkiner, 2001).Una de las implicaciones más importantes de estas exigencias para la
subjetividad, es que todo fracaso se piensa como
resultado de la incompetencia, la incapacidad
personal, y se puede llegar a vivir como humillación (Lipovetsky, 2008; Byun-Chul, 2014b). Al
estar atomizado, el individuo no puede aliviar las
vivencias de sus fracasos sino es consigo mismo
(Byung-Chul, 2014b) o con la familia. Biagini y
Peychaux (2013) desde un análisis sociocultural
que posiciona el tema del suicidio en el contexto
del Neoliberalismo sostienen:
Este sujeto se instituye a sí mismo como
el único autor de su propio éxito o fracaso
(…). La competencia generalizada dentro
del Mercado, además de un ideal, configura
una norma coercitiva a la que ajustarse. Así,
el individuo debe volver contra sí mismo sus
propias aspiraciones al internalizar los riesgos de esta aventura (Biagini y Peychaux,
2013:18).
Una aproximación comprensiva…
Estas exigencias van de la mano de la reconfiguración de los criterios sociales de éxito y fracaso.
Bajo la lógica de la acumulación del capital, la
actividad de los hombres se juzga de manera
creciente en relación a la posesión de lo material. Esto es lo que Fromm (1978) denomina la
sustitución del ser por el tener. En este sentido,
la definición del ser también queda sometida a lo
efímero de lo material, a su obsolescencia. Esto
es relevante, porque el neoliberalismo explota
la significación tanto de lo material como de lo
inmaterial (necesidades, valores, indicadores de
autorrealización, entre otros), y esto queda sujeto
a la misma lógica de la producción continua de
valor (Appadurai, 1991).
Las formas de vivir el tiempo autobiográfico,
y la movilidad territorial también se han transformado. Una de las formas más visibles de la
transformación en la vivencia del tiempo de vida
se aprecia en la reconfiguración de las expectativas
y proyectos futuros, así como la forma de vivir
el pasado y el presente. En el contexto de una
creciente precarización laboral, y decrecimiento
en las garantías tradicionales como la jubilación;
planificar proyectos de vida es crecientemente
reemplazado por la subsistencia en el corto plazo,
el replanteamiento de las expectativas de autorrealización, y de la viabilidad de los proyectos
personales (Beriain, 2008).
Esta reconfiguración en la vivencia del tiempo
revaloriza también el vivir de acuerdo al cumplimiento de determinadas metas a determinada edad.
Esta nueva forma de medir el tiempo de vida, y su
valorización social, es una de las características
que distinguen la nueva etapa respecto a momentos anteriores en la historia de la humanidad
(Reguillo, 2000). Una de las modalidades de este
proceso la encontramos en la evaluación de la
vida como historia y narrativa (Sennet, 1998). Es
105
ENSAYO
muy difícil por ejemplo, vivir y definir una línea
autobiográfica bajo los criterios anteriores de coherencia. Un ejemplo de ello es la historia laboral,
sujeta a la lógica mencionada de la inestabilidad y
la incertidumbre (Sennet, 1998). Esto implica que
el individuo necesita nuevas formas de construirse
a sí mismo en relación con su pasado, y como
proyección al futuro.
Por su parte, la movilidad territorial unida a la atomización de los individuos, inciden directamente
en la relativización de los vínculos afectivos,
el aumento de la desconfianza comunal, y en la
continua adaptación a nuevas relaciones sociales
(Lipovetsky, 1988; Bauman y Tester, 2002). Este
“desarraigo” permanente, es una “consecuencia
transnacional para la subjetividad” (Canclini,
2001).
Sería reduccionista comprender la “agonía” de
la sociedad actual, pensando sólo en términos de
individuos concretos. Para pensar la salud mental
en términos colectivos, no es suficiente el análisis
de cómo la atomización individual estimulada
por la competencia y el consumo, ha aislado al
individuo de lo social. Es muy relevante pensar
en términos de integración social, tal y como lo
adelantó Durkheim (1983). En este sentido, un
lugar común de mirada para varios autores como
Houtart (2007), Byung-Chul (2014b) y Lipovetsky
y Serroy (2010), es la forma en que lo religioso ha
quedado sometido a la lógica del Mercado, y por
ende ha perdido credibilidad como macro discurso
de sentido de la existencia.
Esta pérdida de credibilidad de lo religioso no
ocurre sólo como postura crítica de individuos,
sino también como normalización de la vida bajo
criterios aceptados, pero que son funcionales al
Mercado. Un caso es cómo lo religioso funciona
como un espacio para la gestión de la vida como
106
derecho personal (Lipovetsky y Serroy, 2010). En
general, este tipo de macro discursos de sentido
es un tema crucial para entender la postura de las
personas ante la vida que llevan, y sin embargo ha
sido un saber invisibilizado por el discurso clínico
positivista en su aproximación al suicidio y por la
sociedad capitalista y en su estado actual.
Los fenómenos antes descritos, exigen que el suicidio sea repensado en el contexto de una nueva
racionalidad sobre los modos de reproducción
social de la vida. La competencia y la necesidad
de explotación, genera grupos excluibles del sistema de producción, y con ello precariza sus vidas
(mujeres, discapacitados, individuos de pueblos
originarios, migrantes, entre otros). El que participa del Mercado laboral formal tampoco escapa
a esta precarización, porque queda expuesto a la
ansiedad y la incertidumbre de los bajos salarios,
la eventualidad, o la intensidad de su trabajo que
no le permite más tiempo que el mínimo para
transportarse, preparar sus alimentos, cenar y dormir. Shneidmann (2005, 2006) se refiere al “dolor
psicológico” como resultado de las necesidades
insatisfechas, pero un análisis por ejemplo de las
necesidades de autorrealización, no puede ignorar
los procesos estructurales que determinan el acceso inequitativo a oportunidades según la clase
social, según si se es hombre o mujer, blanco o
negro, entre otros.
Amén de trascender la visión positivista del
riesgo en la comprensión del suicidio, una vez
que se pone el énfasis en los procesos sociales
de su determinación necesitamos ir un paso más
allá. Este paso está orientado por la necesidad de
pensar la salud mental como un proceso sujeto a
discursos y prácticas normativas, y que no sólo
tienen que ver con la destrucción más evidente de
la felicidad humana. En este sentido Byung-Chul
(2014a) se refiere a la sociedad neoliberal como
Salud Problema / Segunda época / año 11 / Número 21/ enero-junio 2017
ENSAYO
una sociedad de la seducción. Una sociedad donde
la normalización de la vida social no se hace como
imposición abierta de discursos, sino introduciéndose en la forma en que los hombres piensan
en sus proyectos, y a sí mismos. En esta línea de
argumentación el autor sostiene: “vivimos hoy en
una fase histórica especial, en la que la libertad
misma provoca coacciones (…). Más libertad
significa más coacción (…). El sí mismo como
bello proyecto se muestra como proyectil que se
dirige contra sí mismo” (Byung-Chul, 2014c: 54).
individuos. Las condiciones materiales de vida
también generan las características de los espacios
sociales de discusión, las necesidades, los deseos,
así como las expectativas y los márgenes de sus
sanciones, “dentro” de los cuales los seres humanos se realizan como seres sociales (Hall, 1986).
En esta lógica, las constricciones estructurales son
también en cierto modo, habilitaciones.
Las constricciones estructurales producidas por el
capitalismo en su fase actual, significan precarización del empleo, pérdida de garantías de la seguridad social, mercantilización de derechos humanos
esenciales, entre otros, generan un grupo de incertidumbres y frustraciones que de modo sistemático
que deben ser comprendidas en su relación con el
suicidio. Estas condiciones materiales producen
paralelamente otro proceso de subjetivación que
ha sido entendido mecánicamente, como resultado de un esquema epistemológico positivista de
causa-efecto. Ya no se trata de comprender sólo el
malestar psíquico generado por las constricciones
estructurales, sino a través de qué procesos los
mismos grupos humanos precarizados defienden,
apoyan, y simpatizan con los discursos de poder
que norman sus insatisfechas formas de vida.
El surgimiento de la clínica en el siglo XVIII, y
sus raíces históricas, explican la forma en que se
configuró su saber sobre la vida, reduciéndola al
estudio de la enfermedad en un cuerpo concreto
asocial, y explicada desde el sustrato biológico. En
el momento de su surgimiento, la ciencia clínica
buscó sustento teórico y legitimidad científica en
el enfoque positivista (Foucault, 2003).
En un análisis de la naturaleza del poder, los
mecanismos de su circulación, y su funcionalidad social, tanto Bourdieu (2003) como Castells
(2009) se han preguntado cuáles son los procesos
a través de los que se sigue reproduciendo un orden social injusto e inequitativo. Si bien Bourdieu
(2003) hace referencia a regulaciones jurídicas
y legales, interesa aquí la confluencia de ambos
autores en un punto crucial para comprender
el suicidio, cual es el proceso explicativo de la
conquista del significado en la conciencia de los
Una aproximación comprensiva…
De la habilitación a la significación de la vida
social
Consecuentemente, e influida por la acumulación
erudita del saber clínico, la práctica médica se
vio regulada a comprobar y confirmar más que
a descubrir. A esta forma de saber no escapó la
relación con el paciente, cuyos saberes inferiores
deberían ser supeditados. Este saber y práctica
ganaron en legitimidad no sólo a partir de la
supeditación del saber vulgar de la persona, sino
fundamentalmente a partir de la construcción de
un discurso extenso sobre la enfermedad como
entidad observable, reconocible y diferenciable
(Gadamer, 1993; Foucault, 2003), y la funciones
del médico definiendo qué es o no una enfermedad,
y restableciendo el equilibrio entre la persona y
su medio, devolviéndolo a su participación en la
llamada vida productiva (Gadamer, 1993).
El discurso médico se enfocó más en la enfermedad, como un mapa de síntomas, que en la
salud. En palabras de Gadamer (1993) y Foucault
107
ENSAYO
(2003), el síntoma se convirtió en significante de la
enfermedad, es decir de él mismo agrupado, pero
no de algo más trascendental. Como resultado de
la perspectiva anterior, la salud se comprendía
como ausencia de enfermedad. Todo este saber se
reforzó y afianzó con los avances en los campos de
la Biología, la Bacteriología, y la Patología como
historia de la enfermedad (Baruch et al., 1982).
debates sobre la medicalización de la vida (Galende, 2008; Stolkiner, 2012), la comercialización del
derecho a la salud (Laurell, 2010), o en otro plano
estrechamente relacionado, la relación EstadoMercado y su impacto sobre las políticas públicas
y las reformas en el sector salud (Arellano y Gil,
2001; Almeida, 2005; Tetelboin, 2015; Tetelboin
y Landgrave, 2011; Gómez y Pego, 2013).
De esta forma, el modelo Biomédico ha sostenido
hasta nuestros días una verdad sobre lo que es la
salud, la enfermedad, sus determinaciones, y las
formas legítimas de estudiarla. Por régimen de
verdad, en este trabajo no se hace referencia tanto
a lo verdadero, como a un conjunto de discursos y
prácticas que seleccionan saberes, e invisibilizan
otros en determinados momentos históricos.
Este trabajo defiende la necesidad de comprender
la salud y la enfermedad como procesos históricos, cuyas determinaciones son políticas, económicas, y culturales. Por esta razón, se coincide
con el régimen de verdad que sostiene el campo
de la Salud Colectiva, y se intenta aportar a la
argumentación de su valor hermenéutico, a través
de un intento de avance en la comprensión de la
subjetividad, en este caso aplicada al problema
del suicidio.
Siguiendo trabajos como los de Foucault (2000a)
y Breilh (2013a), se puede sostener que el modelo
biomédico ha implicado un régimen de verdad
para la comprensión de los procesos de salud y
enfermedad. En este contexto, la dinámica de
legitimación e invisibilización de saberes tiene
un eje central para el argumento del presente trabajo: el estudio de la enfermedad en lugar de la
problematización de las formas y modo de vida.
A partir de una mirada interdisciplinar, y comprometida políticamente con el mejoramiento de
las condiciones y procesos de vida de los grupos
humanos, el campo de la Salud Colectiva sostiene
lo que se considera en este trabajo, un segundo
régimen de verdad para la comprensión de los
procesos de salud y enfermedad. En este sentido,
uno de los logros teóricos fundamentales en este
campo, ha sido reconocer el papel del proceso de
acumulación de capital en la mercantilización de
la vida social en general (Laurell, 2010; Boltvinik,
2015) y cómo ello repercute en los modos de vivir
y morir. Ejemplos de estas preocupaciones son los
108
Dado su propio carácter interdisciplinar, es inevitable que la indagación sobre la Salud Colectiva
recurra a los campos de la Psicología y la Psiquiatría para entender y estudiar la subjetividad. En la
explicación del suicidio, las respuestas psicológicas son mayoritariamente reduccionistas porque
son los procesos cognitivos (Beck, 1979), los
desórdenes de personalidad (Blumenthal, 1988),
o las “vulnerabilidades” biológicas (Arango, et al.,
1999; Mann, 2003) los que lo explican.
Como muestra la investigación epidemiológica
positivista de Rueda et al., (2010), otras veces son
los eventos sociales los que determinan el suicidio
por sí mismos. En ambos casos se va al extremo
del determinismo. Unas veces la subjetividad se
comprende como espacio pasivo de confirmación
del poder de lo social fragmentado en eventos.
Otras, y con una historia en parte enraizada en
las corrientes filosóficas del idealismo subjetivo
(Dusing, 2002) y el materialismo ahistórico o
Salud Problema / Segunda época / año 11 / Número 21/ enero-junio 2017
ENSAYO
“vulgar” (Engels, 1961), la subjetividad aparece
como epifenómeno.
En este contexto, el nuevo régimen de verdad
sobre la salud y la enfermedad que se construye
a partir de la Salud Colectiva, necesita trascender
las miradas tanto disciplinares como positivistas.
Consecuentemente es importante que nos preguntemos ¿qué exigencias epistemológicas implica un
enfoque de Salud Colectiva para la comprensión
de la subjetividad? Si deconstruimos y reconstruimos los objetos de estudio a partir las fragmentaciones y reduccionismos que ha implicado el saber
clínico positivista sobre la enfermedad, la respuesta puede ir en este sentido: para un enfoque de la
Salud Colectiva, la subjetividad debe ser entendida
como un espacio histórico en formación continua,
que no sólo expresa lo individual y lo colectivo,
sino que también es un objeto intencional de los
discursos sociales que pugnan por el poder a través
de la significación. En este sentido, la subjetividad
es un proceso de articulación entre las historias de
vida individuales, y los procesos de organización
social en torno a los centros económicos y políticos del poder.
Una “pista” para retomar la subjetividad desde
una perspectiva de Salud Colectiva se encuentra
en el carácter histórico de lo subjetivo. Esto es
así al menos por tres razones fundamentales: la
subjetivación es el proceso a través del cual llegamos a ser seres humanos (Samaja, 2004; Giddens,
2011). La necesidad creciente de acumulación de
capital ha llevado a la producción de lo material,
pero inmediatamente también de lo imaginario, lo
inmaterial y simbólico (Appadurai, 1991; ByunChul, 2014a), y por último, esta producción ejerce
su régimen de verdad optimizando y seduciendo
a través de la dimensión subjetiva (Butler, 2001;
Byun-Chul, 2014a) para la generación de necesidades y la promoción del consumo.
Una aproximación comprensiva…
El desarrollo del capitalismo ha implicado rupturas
estructurales esenciales (Boltvinik, 2015) a nivel
material y simbólico. Un ejemplo es el quiebre
del llamado “pacto social” que destruye instituciones y expectativas en relación a ellas, a la vez
que crea nuevas aspiraciones. Por este motivo, la
comprensión de la subjetividad es un proceso que
necesita abrirse espacio ante la prioridad que ocupa la crítica a la precarización de las condiciones
materiales de vida de la mayoría de los grupos
humanos, frente a una cada vez mayor expectativa
de consumo suntuario y endeudamiento.
Consecuentemente, con la intención de avanzar en
un análisis que retome el papel de la subjetividad y
sus características desde este segundo régimen de
verdad sobre la salud humana, se propone conocer
cómo el discurso neoliberal normaliza la forma en
que se entiende la salud, y cómo significa vivencias y comportamientos que aunque no tienen por
objeto la salud, también tienen un impacto sobre
las dimensiones física y mental de ésta; cómo esto
ocurre a través de una normalización seductora
y optimizadora del psiquismo, para sostener en
última instancia los niveles de consumo social
que necesita el capital.
Siguiendo el trabajo de Giddens (2011), por habilitación se entiende aquí, a los procesos generados
desde los centros estructurales de poder (Economía, Política, Cultura), que tienen por objetivo su
propia reproducción, orientando y facilitando de
forma regular la acción de los sujetos. Esta capacidad de hacer que le es facilitada a los sujetos, no
es un proceso coyuntural, sino regular, y esto es
muy importante porque nos remite a la formación
misma del ser social (Butler, 2001).
Comprender la subjetividad a partir de los procesos de habilitación, lejos de ser una mirada
lineal, retoma precisamente cómo la conciencia y
109
ENSAYO
la acción de los individuos pueden quedar constreñidas como parte del papel activo de estos. El
ser social devine tal, precisamente utilizando los
recursos que la cultura le ofrece para pensarse y
definirse a sí mismo. Un ejemplo es el uso del
lenguaje, y las categorías sociales que empleamos
para definir y pensar nuestras capacidades, las
relaciones con los otros, los estados de ánimo, las
metas, entre otros.
De esta forma, el ser social no puede devenir tal,
sino se construye a sí mismo precisamente con las
categorías, y la subjetivación de discursos sociales
(Butler, 2001). “El poder impuesto sobre uno/a
es el poder que estimula la emergencia” (Butler,
2001: 212), es decir, las relaciones de poder en
las que participamos no sólo constriñen y limitan
nuestros comportamientos y aspiraciones, sino
que también estimulan el hacer y las motivaciones
que responden a la mantención de esas mismas
relaciones de poder, y a la formación de nuestra
subjetividad bajo estos mecanismos. Esta es la
“dimensión formativa del poder” (Butler, 2001),
que ocurre de forma regular, cotidiana, muchas
veces acrítica, y que al sostenerse también reproduce el orden social imperante. A esto se refiere
la categoría reproducción social en el trabajo de
Giddens (2011). En este contexto formativo es
medular la pregunta: ¿Qué cualidades adquiere
esta dimensión formativa de la subjetividad en el
Neoliberalismo?
A partir de los trabajos de Butler (2001) y ByunChul (2014a) sobre los mecanismos psíquicos
del poder, y la Psicopolítica respectivamente,
podemos identificar al menos dos cualidades
centrales para entender la salud mental hoy, que
están estrechamente relacionadas: la optimización
del devenir como ser social, y la subjetivación de
este proceso en forma de autoexigencias y autoexplotación.
110
La acumulación del capital necesita estimular el
consumo de forma creciente, y para ello la producción de lo imaginario y lo simbólico es una
dimensión a explotar. Esto implica un “devenir
social” vinculado en forma creciente a las necesidades materiales, pero también una explotación
de aquellas relacionadas desde la Psicología con el
prestigio, la diferenciación social, la pertenencia,
el éxito, la autorrealización, entre otras (Preteceille, 1977). Por esto, el sistema neoliberal a la vez
que precariza la vida social, tiene la intención de
estimular el hacer, las motivaciones, la expresión,
una forma de participar. Esta es la “optimización
de la vida” (Byun-Chul, 2014a).
Siguiendo el trabajo de Byun-Chul (2014a, 2014b,
2014c) lo crucial para entender la salud mental, es
que los individuos se viven a sí mismos y actúan
de acuerdo a ideologías y valores que pueden
llegar a ser opresores de su salud mental. A pesar
de ello, los sujetos las legitiman inconscientemente a través de sus prácticas cotidianas. Se han
producido algunas aproximaciones empíricas a
la forma en que grupos que viven en situaciones
de pobreza, generan prácticas y discursos que a
la vez que los remiten a un “querer ser parte de”,
aunque los perpetúan aún más como pobres, y esto
se acompaña a su vez de frustración e insatisfacciones personales. Un ejemplo es la investigación
de Pavcovich (2008). De igual forma se pueden
citar la ansiedad y la preocupación excesiva por la
estética del cuerpo, y su relación con los modelos
de belleza impuestos por la publicidad occidental
(Rodríguez, 2006; Balbi, 2013).
Por estas razones, en países como Bolivia y
Ecuador, se han dado cambios constitucionales
importantes para “desmontar” los discursos neoliberales sobre la calidad de vida entendida de modo
consumista. En este escenario, emerge el discurso
del “Buen Vivir” como armonía con la naturaleza,
Salud Problema / Segunda época / año 11 / Número 21/ enero-junio 2017
ENSAYO
el establecimiento de lazos comunitarios solidarios, y el consumo sustentable (Schavelzon, 2015;
Salazar, 2016).
Una cualidad derivada de la anterior, es la autoexplotación. Los discursos sociales que intentan
optimizar/normalizar la vida social, comienzan a
ser vividos como autoexigencias y autoimposiciones (Byun-Chul, 2014a). Para entender la salud
mental, esto implica que el sujeto vivencia los
fracasos no en relación a obstáculos estructurales
o fuera de su voluntad, sino como resultado de su
incapacidad, su poca valía personal, sus competencias insuficientes. Esto obstaculiza cualquier
reconocimiento de las determinaciones económicas y políticas, y que la depresión, la ansiedad, la
incertidumbre, la humillación y la vergüenza ante
el fracaso, sean sistemáticas de forma consustancial al carácter estructural del Neoliberalismo
(Byun-Chul, 2014a). “En el régimen neoliberal de
la autoexplotación, uno dirige la agresión hacia
sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al
explotado en revolucionario, sino en depresivo”
(Byun-Chul, 2014a: 10) o consumista.
El argumento que se sostiene en este trabajo, es
que los dos regímenes de verdad sobre la forma de
entender la salud humana se superponen y actúan
de conjunto. Esto es así por una razón teórica, y
otra histórico-empírica. El segundo régimen de
verdad retoma la categoría subjetividad, y con ello
lo que se intenta es integrar una mirada compleja
de la relación individuo-sociedad. En términos
históricos-empíricos se aprecia una continuidad
dinámica en la consideración de la subjetividad.
Para la Economía Política Clásica, lo emocional
era un objeto explotable, funcional al sistema.
Ejemplos son los trabajos de Mandeville (1997)
y Smith (2010).Con el surgimiento de los grandes
grupos poblacionales, las teorías psicológicas sobre la fuerza de los instintos (Giddens, 2006), y
Una aproximación comprensiva…
el afianzamiento del Capitalismo, lo mental pasó
a ser objeto de una práctica institucionalizada con
el objetivo de quedar bajo vigilancia (Foucault,
2007). Lo que se aprecia hoy con el Neoliberalismo es una transformación en esta forma de
vigilancia y control social a través de lo subjetivo.
De esta forma, la normalización de la subjetividad no es un hecho nuevo, sino que adquiere una
relevancia sin precedentes para entender la salud
mental hoy.
El género como habilitación: un ejemplo para
entender el control sobre la subjetividad y la
Salud Mental en el Capitalismo
Un ejemplo central de cómo los discursos capitalistas habilitan la vida social de un modo que
vulnera nuestra subjetividad de forma sistemática,
se encuentra en la construcción de lo masculino y
lo femenino. El acceso del hombre al mundo del
trabajo dentro del sistema capitalista ha tenido importantes repercusiones en la construcción social
tanto de la masculinidad como de la feminidad.
Si bien los datos epidemiológicos muestran una
mayor tasa de suicidio entre hombres que entre
mujeres (Escalera, 2002; Borrego y Santana, 2013;
Sarracet et al., 2013; Veranes et al., 2013), el enfoque clínico positivista de la salud no ha podido
ofrecer una explicación sobre estas diferencias, y
las determinaciones del suicidio en cada uno de
estos grupos.
Sin embargo, cuando se ubica el debate en el
contexto de la teoría social crítica, y el género
ocupa un papel explicativo central, se pueden
trazar algunas líneas explicativas. El género es
una construcción social de saberes, representaciones y prácticas acerca de lo que debe implicar
ser hombre o mujer, en el plano de la autoconciencia, y en el plano de las relaciones sociales
(Guzmán, 2007; Roscón, 2007; Granados, 2017).
111
ENSAYO
La construcción social tanto de la feminidad
como de la masculinidad, ha estado determinada por el empoderamiento histórico de la figura
del hombre frente a la mujer y la familia, como
resultado de la prioridad dada a su participación
en la vida productiva capitalista que más ha sido
valorada: la vida pública laboral (Roscón, 2007).
Este empoderamiento ha dado lugar a relaciones
de poder asimétricas entre hombres y mujeres, y
la definición de lo masculino y lo femenino, se ha
convertido en una constricción tanto para hombres
como para mujeres (Burín, 2007; Guzmán, 2007;
Roscón, 2007). En la vivencia de estas constricciones, radica un punto nodal para comprender el
suicidio con una perspectiva de género.
En el caso de la feminidad, esta se ha construido
socialmente sobre la base de los roles de afecto y
cuidado a la familia. Para la mujer esto ha implicado, la devaluación e invisibilización del trabajo
doméstico, que aspirar a la vida profesional se convierta en una ruptura entre las responsabilidades
de cuidado a la familia y sus deseos de desarrollo
profesional, limitaciones en sus posibilidades de
ascenso laboral o profesional y diferencias de ingreso para iguales trabajos remunerados. Estos dos
últimos puntos constituyen lo que Burín (2007) ha
estudiado como el “techo de vidrio”.
Esta relación asimétrica con la figura del hombre,
también ha implicado la dependencia del ingreso
de este, y por lo tanto un papel secundario en la
planificación del hogar, y en la capacidad de elegir
sobre su propio futuro. En el actual contexto de
precarización de la vida laboral, y por tanto de reto
a los roles de la masculinidad, no se puede obviar
cómo las mujeres también son víctimas de una
creciente violencia doméstica (Valladares, 2007).
La masculinidad también ha quedado presa de
las construcciones sociales determinadas por los
112
procesos de producción capitalista y el patriarcalismo. Lo masculino se ha construido históricamente sobre dos ejes. El primero es que el hombre
debe ser sostén económico de su familia, y por
ello debe ser exitoso y competitivo. En segundo
lugar, dado su necesario rendimiento, debe tener
un control férreo sobre sus emociones. Un hombre
debe restringir sus emociones, porque lo contrario puede significar flaqueza o debilidad interior
(Burín, 2007; Valladares, 2007).
Como resultado de ello, y en el contexto de la
actual precarización laboral, la posición de poder del hombre ante sí mismo, ante la familia, y
ante la sociedad, se ve constantemente retada a
perderse o modificarse. En términos de la salud
mental de los hombres podríamos preguntarnos:
¿qué impacto tiene en la subjetividad masculina el
hecho de no poder proveer a su familia cuando se
pierde el empleo? ¿Qué impacto tiene esto para la
identidad masculina, una vez que se ha construido
(habilitado) sobre los roles de sostén de la familia?
¿Cómo afecta su salud mental el decrecimiento
del tiempo que puede estar con la familia, una vez
que la precarización laboral y la asunción del rol
de sostén económico lo obliga a trabajar 12 o 14
horas diarias, o incluso a migrar tras otras fuentes
de empleo? (Hearn, 1999; Burín, 2007; Cruz y
Ortega, 2007; Valladares, 2007; Hernández, 2010).
También y como hace De Armas (2007) cuando
analiza las relaciones entre la construcción de
género y el suicidio, podríamos preguntarnos
¿qué implicaciones tiene para las relaciones
de poder entre hombres y mujeres, el hecho de
que se democratice el acceso de las segundas al
empleo, y por tanto estas puedan ser también
sustento del hogar, o ello represente la posibilidad de su independencia de la figura del hombre
(Burín, 2007).
Salud Problema / Segunda época / año 11 / Número 21/ enero-junio 2017
ENSAYO
En esta línea de análisis, el trabajo de Martínez
(2016) es ilustrativo. Su investigación argumenta
cómo el dolor psicológico y el intento de suicidio
en adolescentes que interrumpieron voluntariamente el embarazo, no se puede explicar de forma
determinista partiendo a priori de una condición
del sentir de la mujer, sino que la explicación está
en el proceso de construcción patriarcal que ha
definido hegemónicamente a la feminidad sobre
la base del afecto, el encierro del hogar, y el rol
del cuidado a la familia, al hombre, entre otras.
Conclusiones
A partir de lo discutido hasta aquí, se sostiene que
el suicidio puede ser comprendido desde dos grandes propuestas teórico epistemológicas. También,
en la relación con dos procesos estrechamente
interconectados como son por un lado, y como
consecuencia de la expansión y la intensidad de
la acumulación de capitales, la ruptura de un
pacto social entre el Estado y los individuos que
ha caracterizado a la sociedad neoliberal. Esto
trae como consecuencia la necesidad de que estos
últimos se “remodelen” en las nuevas condiciones
del pacto social. Esta remodelación forzada de la
subjetividad implica repensar las identidades, así
como los proyectos y necesidades, en condiciones
de aislamiento social, incertidumbre, ansiedad,
frustración, revalorización de nuevos saberes,
movilidad territorial. A su vez, todo ello está atravesado por la marginación y pobreza a la que han
estado sometidos históricamente determinados
grupos sociales, por parte de los grupos de poder
económico y político.
Los trabajos citados en este trabajo muestran
que estas remodelaciones están mediadas por
diferentes espacios de reproducción de la vida
social. En la relación directa con los individuos
(consumo ideológico, necesidad de adquirir
Una aproximación comprensiva…
nuevas competencias, acceso a los saberes), a
través del trabajo (salario, horarios, cualidad de
los contratos, movilidad territorial, dominio y
competencia con la tecnología), pero también a
través de las transformaciones acontecidas en las
familias (composición, relaciones de género), y en
los espacios socio-comunitarios (cambios en los
modos de subsistencia, en relaciones comunales,
transformaciones medioambientales).
En segundo lugar, se constata una ruptura del
hombre consigo mismo. Un agotamiento consciente/inconsciente de las formas de vida social
impuestas como parte de los procesos formativos.
La conciencia está definida aquí a partir de la
identificación de aquellas causas esenciales de
esta ruptura, y por ello es posible afirmar que la
forma predominante es inconsciente, dado el dominio que tienen los grupos hegemónicos sobre
los discursos sociales y sus formas de circulación
(Berger y Luckmann, 1995; Castells, 2009).
Este agotamiento puede aparecer en la conciencia
del hombre como un hastío, una inconformidad, y
una pérdida de sentido de las metas, las actividades, y los esquemas de interpretación de la realidad
que se le han impuesto históricamente como las
formas legítimas de vida social. Este hastío puede
estar determinado precisamente por la intensidad
de la contradicción que existe entre las necesidades del capital, y las necesidades humanas (estar
con la familia/horas de trabajo para su sostén,
sentimientos de pertenencia a un proyecto social/
el individualismo que emerge de la competencia
en los mercados, disfrutar la vida en el tiempo/la
aceleración en los tiempos de vida impuestos por
la intensidad en el trabajo).
A través de este proceso, el hombre aparece en
la relación consigo mismo, y puede llegar a reflexionar sobre la historicidad de su vida. Este es
113
ENSAYO
el tipo de reflexión que hace Sennet (1998) por
ejemplo, cuando analiza los efectos que tiene para
la subjetividad la ruptura de la coherencia autobiográfica. Aunque este agotamiento no ocurre como
reflexión consciente por parte de los individuos, su
valor teórico radica en que aún un cuestionamiento
al uso del tiempo y la cualidad de las actividades
que se realizan, puede ser analizado teóricamente
en relación a la forma en que la acumulación de
capital precariza la vida.
La dinámica de estos dos procesos, cuestiona la
comprensión del suicidio como un fenómeno que
tenga que ver únicamente con la forma en que el
individuo subjetiva la realidad social, una vez que
los procesos estructurales determinan márgenes de
autonomía a la praxis y la conciencia. En segundo
lugar, este tipo de análisis cuestiona el hecho de
que el suicidio sólo pueda ser comprendido como
un hecho irracional y súbito. El proceso por el
cual la acumulación de capital ha determinado
las formas de producción y consumo, los conflictos de género, y las condiciones históricas de
los grupos marginados, sonprocesos históricos
(Breilh, 2013a), cuya expresión particular tiene
lugar a través de personas con historias de vidas
concretas en el largo plazo.
Los dos procesos en relación a los cuales se puede
comprender el fenómeno del suicidio nos remiten
a dos campos de acción interdependientes. Por
un lado a un activismo académico con compromiso político que cuestione y haga propuestas
alternativas a la determinación en última instancia
de las múltiples determinaciones sociales: el capitalismo como un proceso esencialmente injusto,
inequitativo, precarizador de la vida social. En
un segundo orden jerárquico, es imprescindible
repensar los procesos a través de los cuales se
introducen las múltiples aristas de las inequidades
sociales en la planificación de las políticas públicas actualmente profundamente reducidas conceptual y monetariamente, y que esto coexista con
un reconocimiento de la salud como un proceso
histórico con dimensiones biológicas, psicológicas
y sociales universales para todos y todas.
El espacio de los intercambios sociales y la comunicación cotidiana, tiene una importancia doble
para prevenir y comprender el suicidio. Estos son
también los espacios de reproducción inconsciente
de los discursos de poder, y por tanto deben ser
reconocidos como “lugares” privilegiados desde
los que pueden aportar las metodologías cualitativas. En segundo lugar, la vida social como un
entramado comunicativo de significaciones, exige
que los discursos teóricos sean inteligibles para
los individuos de “a pie”. En este sentido, algunas “pistas” pueden ser: 1. que los individuos y
los grupos humanos se reconozcan como tales, e
identifiquen los procesos económicos y políticos
que los convierten en lo que son. 2. Identificar las
obviedades y prácticas asumidas de forma acrítica
en nuestras vidas cotidianas, que determinan “lecturas” sesgadas de los hechos, limitan o sancionan
otras vivencias posibles.
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