LOS CLÁSICOS EN AMÉRICA LATINA
Ronal Forero
Universidad de la Sabana
En un ensayo de Giorgos Seferis sobre el conocimiento que hemos alcanzado de la Antigüedad Clásica, encontré la siguiente
cita tomada del libro Arquitectura Griega de Arnold W. Lawrence:
El abismo espiritual que separa al mundo antiguo del contemporáneo es mayor que la conciencia que tenemos de él
[…]. Después de un estudio intensivo, la distancia parece
aún más grande y más profunda, hasta el punto de que me ha
tocado escuchar a una de las mayores autoridades en materia
de literatura (y arquitectura) sorprender a un auditorio de
especialistas en filología clásica al afirmar que el espíritu de
los griegos antiguos nos es totalmente ajeno […] (ctd. en Seferis 205).
Esto nos lleva a una serie de preguntas sobre el sentido que
tiene realizar estudios sobre las culturas clásicas hoy: ¿qué entendemos en la actualidad por clásico? ¿Qué papel han tenido los clásicos en nuestra cultura? ¿Qué relación tienen los clásicos con
nuestro futuro?
Trataremos, pues, de responder a estas preguntas a lo largo
de este trabajo. De manera que empezaremos por definir a qué
denominamos clásico, pues su significado conlleva una serie de
consideraciones estéticas, culturales y temporales, que no permiten una definición unívoca.
La palabra proviene del latín classicus que hacía referencia en
tiempos romanos a fenómenos navales y socioeconómicos de primera clase u orden. Sólo hacia el siglo II d. C. encontramos la palabra usada por Gelio para diferenciar a un escritor de primer orden
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de uno que no lo era1, es decir, de un escritor que pertenecía a los
classici y no a los proletarii; aquel que era digno de ser leído por los
ciudadanos más ricos y educados, según las cinco clases de ciudadanos romanos que menciona Servio2.
Gelio hizo esta clasificación según las formas gramaticales
que debían servir como auctôritâs o norma. Este modelo clasificatorio sirvió para que otros gramáticos hicieran listas de autores
obligatorios o escogidos de entre el enorme corpus de escritores
griegos y romanos de la época. Sin embargo este tipo de disquisiciones estilísticas ya se venían haciendo por lo menos desde el
siglo I d. C. y aún antes si pensamos en los trabajos de los gramáticos alejandrinos. Tenemos conocimiento de un tratado, hoy
perdido, llamado De lo sublime y atribuido a Cecilio de Calacte, el
cual sirvió de inspiración para el tratado homónimo del siglo III y
durante mucho tiempo fue atribuido a Longino. Allí se diferencia
a los escritores geniales de los demás y se aconseja imitarlos porque poseen “un no sé qué de excelencia y perfección soberana del
lenguaje, y que gracias a él lograron su preeminencia los mejores
poetas y prosistas, envolviendo con su fama a la posteridad”. Bajo
esta concepción, por ejemplo, califica a Ión de Quíos como un escritor de segunda o tercera fila al compararlo con Sófocles.
Durante la Edad Media el término classicus no se utilizó para
clasificar autores. En los siglos XIII y XIV se utilizaban las palabras antiquus y môdernus, cuya diferenciación se extendió al Renacimiento, época en la cual se denominaban moderni a los escritores que imitaban a los antiqui. Sólo hasta el siglo XVI se volvió a
utilizar el término classicus en las distintas lenguas europeas. Sin
embargo, no hacía referencia exclusivamente a textos griegos y
romanos, ni tampoco a otras manifestaciones artísticas, tales
como la pintura, la escultura o la música, aun cuando arquitectos
y artistas hablaban con reverencia de los modelos antiguos grie1
2
“Ite ergo nunc et, quando forte erit otium, quaerite, an ‘quadrigam’ et ‘harenas’
dixerit e cohorte illa dumtaxat antiquiore uel oratorum aliquis uel poetarum, id
est classicus adsiduusque aliquis scriptor, non proletarius” (Gellius, Noctes Atticae XIX, 8, 15).
“ortinae classes Ortini equites classes dicuntur, unde et eorum tubas classica dicimus, et partes populi classes vocamus, quae quinque fuerunt. popvliqve latini qui
intererant Albani montis viscerationi” (Servius Honoratus, In Vergilii Carmina commentarii VI, 716).
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gos y romanos. Su uso se aplicó a textos escritos en lenguas vernáculas que eran considerados ejemplares.
Debido a que el término classicus fue asociado a classis por la
escuela, designaba autores seleccionados para la enseñanza, sobre
todo después de la fundación de la Académie Française en 1635.
Así las obras griegas y romanas fueron consideradas como normativas, aunque no conformaban un género aparte. Los autores griegos fueron considerados clásicos porque representaban los ideales
más altos de la Antigüedad; y los latinos porque enseñaban el latín
en su forma más pura, no como el latín de los autores medievales
que representaba un latín inferior, lleno de barbarie. De modo que
clásico se refería a autores antiguos y modernos, los primeros por
constituir la norma, y los segundos por seguir los modelos antiguos o prescindir de ellos por haberlos superado.
Sólo después de finales del siglo XVIII a la Antigüedad griega y romana se le denominó Clásica en el ambiente académico,
creándose las ciencias y los museos clásicos. La denominación diferenciaba la Antigüedad grecorromana de otras como la egipcia.
Sin embargo el término no se utilizó en un sentido único, pues en
esta época se le denominaba también clásico al período griego
que va desde el siglo V al IV a. C., o a la Atenas de Pericles. Esto
trajo dificultades en la designación de clásico a una obra pues también se aplicaba según la disciplina; por ejemplo, la época de
Ulpiano, Papiniano y Paulo constituye la época clásica para los
juristas, pero para los historiadores corresponde a un período
posterior al clásico por excelencia.
Todas estas variantes se dan por el origen del término3, por
lo que podemos concluir que clásico ha sido utilizado para:
1) Clasificar obras que se pueden reconocer por sus valores
formales como normativas. De aquí que se pueda aplicar a cualquier obra artística que, según la opinión general, sea digna de
ser tomada como modelo o imitación, por lo que la definición no
se limita a una época específica ni tampoco a una civilización en
particular.
2) Hacer la diferencia entre autores antiguos y modernos. Lo
que devino en el siglo XVII la famosa Querelle des Anciens et des Mo3
Sigo en parte a Tatarkiewickz (198ss) quien reconoce cuatro significados.
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dernes, ya que los antiguos constituían un ingrediente más en la
construcción de una nueva modernidad.
3) Para oponer estilos artísticos.
4) Indicar un período histórico que puede abarcar toda la Antigüedad griega y romana o la época de esplendor de aquellas.
5) Denotar los autores que se han ceñido a los modelos antiguos en la composición de sus obras.
6) Categorizar las obras que tienen armonía, medida y equilibrio, sentido que se desprende de la concepción de Winckelmann.
Hacen falta algunos significados más, sobre todo en nuestra
época. Sin embargo queda demostrado el significado polivalente
y dinámico de lo clásico en lo que denominamos cultura occidental. Pero, ¿qué significa clásico hoy? Hemos visto que a largo de
los siglos la Antigüedad Clásica ha sido evaluada y reevaluada según las necesidades y preocupaciones de cada época. La respuesta la encontramos si consideramos lo clásico como un valor que
nos permite entender las raíces de nuestra cultura, apreciar los
aportes de las demás y ver en ello una fuente inagotable de sabiduría y valores humanísticos intemporales y universales, que nos
servirá para forjar nuestro futuro y hacer parte de la siguiente página de la historia.
Ahora bien, todo esto nos puede parecer extraño y lejano,
pues cuánto más profundizamos en el estudio de las culturas griega y romana, menos reconocemos su presencia en nosotros. Tantos estudios nos han encerrado en la literalidad de los textos, llevándonos a “un estado de barbarie erudita” (Lichtenberg 30) y a
una miopía espiritual, ya que nos ha insensibilizado ante el propósito y la esencia de las obras de la Antigüedad; incapaces de “sentir
la gloria” como Homero, de “vivir el amor” como Safo, de “escuchar al Logos” como Heráclito, de “pensar la verdad” como Platón,
de “percibir lo divino” como Esquilo, de “dejarnos arrebatar por la
pasión política” como Demóstenes, de “experienciar el dolor”
como Virgilio, entre otros (ver Grammatico Amari 147).
Sin embargo lo clásico está presente en nuestra cultura y ha
representado un cenit que nos ha permitido recuperar el rumbo
cuando la decadencia se ha hecho presente. Lo podemos ver en el
Renacimiento, primera época en la cual se despertó el interés por
el estudio de estas culturas en Occidente. El retorno a los ideales
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clásicos se dio a causa del estancamiento producido por el dogmatismo medieval. De modo que fue necesario un nuevo despertar: el teocentrismo medieval fue cambiado por el antropocentrismo grecorromano. No obstante, esta concepción estética fue
cambiando hasta que los cánones clásicos fueron empleados con
tal artificiosidad que se separaron del equilibrio y del buen gusto,
llegando a la exageración en el ornato y la ostentación. Esta nueva decadencia representada por los excesos del barroco y el rococó, apoyados por los intereses monarquicos, y el descubrimiento
de las ruinas de Pompeya y Herculano, renovaron el interés por
los valores clásicos en el siglo XVIII, pero con una precisión que
los artistas del Renacimiento no habían buscado, todo esto gracias a Winckelmann, impulsor de la vuelta a los ideales clásicos
de “noble sencillez” y “serena grandeza” (42).
América, crisol de culturas, no fue ajena a este renacer de
los ideales clásicos. Podemos vislumbrarlo en la literatura, la política y la arquitectura, aunque los clásicos ya habían llegado a
América con los conquistadores. Las órdenes religiosas se habían
encargado de enseñar las lenguas clásicas y fomentar la lectura de
los autores antiguos en el continente. En Colombia, por ejemplo,
en 1543, se fundó la primera escuela de la latinidad en el convento de la Orden de Santo Domingo para “los hijos de los conquistadores, y pobladores de este Reyno”, según nos comenta fray
Alonso de Zamora (ctd. en Ramírez Aguirre 105). Esta presencia
de la tradición clásica permitió diferentes usos de los clásicos, de
hecho, los primeros conquistadores utilizaron a los clásicos para
interpretar las nuevas realidades del continente. Es así como encontramos el relato de Fray Gaspar de Carvajal sobre la expedición de Francisco de Orellana, primer explorador del “famoso río
grande de las Amazonas”. Allí encontró las míticas guerreras referidas por Heródoto4, también un país con ciudades y calles pavimentadas basándose en los relatos indígenas, tal como lo hacían los historiadores antiguos, tanto en el modo de relatar los
hechos como en el estilo. Así lo muestra su descripción de las
Amazonas:
Estas mujeres son muy altas y blancas y tienen el cabello
muy largo y entranzado y revuelto a la cabeza: son muy
4
Ver Her doto, Historia IV, 110-117.
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membrudas, andaban desnudas en cueros y atapadas sus
vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo
tanta guerra como diez indios (De Carvajal 97-98).
Otro ejemplo lo ofrece la defensa de la esclavitud de los indígenas por parte de Juan Ginés de Sepúlveda, quien tomó como
argumento algunos pasajes de Aristóteles en el conocido debate
de 1550 en Valladolid.
Después del período colonial el estudio de los clásicos siguió siendo parte importante de la educación tanto secundaria
como universitaria, tanto así que en las universidades americanas era obligatorio el uso del latín en el campus y en la redacción
de trabajos académicos, tradición que se mantuvo en algunos
países hasta principios del s. XX. Los estudiantes tenían acceso a
las obras de un buen número de autores latinos, entre los que se
destacaban César, Séneca, Virgilio, Cicerón, Quintiliano, Horacio, Petronio, Terencio y Catulo, junto con los santos padres latinos Ambrosio, Gregorio Magno, Jerónimo y Agustín. En el caso
de los griegos el estudio y conocimiento de sus obras fue dado en
gran parte por los autores latinos o por traducciones francesas o
inglesas, pues pocos intelectuales tenían instrucción de la lengua
griega.
Así pues, cuando los postulados del neoclasicismo empezaron a llegar a América, ya había un buen conocimiento de los clásicos, lo que favoreció su divulgación y apropiación por parte de
los ciudadanos letrados. Así las lecturas de Cicerón junto con las
de los revolucionarios europeos, entre los que se destacaron:
Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Gournay y Quesnay, entre los
franceses, y del inglés Adam Smith, influyeron decididamente en
la conformación de una independencia literaria y política, que en
esta época era difícil de separar, pues los primeros impulsores de
la emancipación fueron también hombres de letras. Entre ellos
mencionaremos sólo algunos: Mariano Moreno y Bernardo de
Monteagudo, en la Argentina; Miguel Hidalgo, en México; Camilo Henríquez, en Chile; Francisco de Miranda y Simón Bolívar, en
Suramérica. Podemos encontrar escritos desde la segunda mitad
del siglo XVIII que empezaron a configurar el ideal de libertad en
los pueblos americanos. Daremos como ejemplo a Eugenio
Espejo, quien trabajó con Nariño y Zea en la Independencia de
Quito y Santa Fé. Desde 1770 concibió en sus escritos, especial-
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mente en el folleto La Golilla, la idea de independencia y gobierno popular bajo los preceptos de los antiguos; observemos el siguiente fragmento:
He cotejado a Platón con Maquiavelo, a Aristóteles con Hobbes, y a Plutarco con el Señor de Montesquieu. El primero es
un santo respecto del florentino malvado; el segundo un
hombre pío a presencia del desnaturalizado inglés; y Plutarco un devoto de la razón, como Montesquieu un espíritu
desviado, que frecuentemente la perdía de vista en la averiguación del espíritu de las leyes. Un hombre, ayudado de las
luces de su entendimiento y de las de su reflexión, con la que
ministran los antiguos se formará un sistema de principios
políticos digno del hombre, favorable y honorífico a toda la
humanidad y detestará aquellas máximas de horror y de delito con que la deshonraron los modernos (Santa Cruz y
Espejo 119-120).
Esto desembocó en la redacción y firma de la primera Acta
de Independencia, marcando el inicio del arduo proceso de conformación de las naciones americanas. Los encargados: John
Adams, Benjamin Franklyn, Roger Sherman, Robert Livingstone
y Thomas Jefferson. Este último cuidó el borrador del acta y contaba con una fuerte educación clásica: tenía conocimiento de la
lengua griega y latina, así como de su literatura (Aparisi Miralles). Así, podemos reconocer en el texto de esta primera acta la
vuelta a los ideales clásicos de la república romana y de “la invención de la libertad” (Starobinski), que serviría de modelo a
las demás:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los
hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma
de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un
nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad
[…]. En cada etapa de estas opresiones, hemos pedido justicia en los términos más humildes: a nuestras repetidas peti-
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ciones se ha contestado solamente con repetidos agravios.
Un Príncipe, cuyo carácter está así señalado con cada uno de
los actos que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el
gobernante de un pueblo libre (“Declaración” §2).
El producto de este proceso de integración de valores clásicos es la creación de una identidad nacional. De aquí que las primeras obras literarias se encaminaran hacia la poesía heroica
apoyadas por las sociedades literarias y la prensa. Esta nueva lírica exalta las victorias en la lucha libertadora y elogia la naturaleza
americana, temas que la hacen original, utilizando en la mayoría
de los casos, en el verso mayor, la décima y, en el corto, el romance. Sus exponentes más reconocidos fueron Olmedo con su Oda a
la Victoria de Junín, Heredia con sus Odas al Niágara y al Teocalli de
Cholula, y Bello con su Silva a la agricultura en la zona tórrida y su
Alocución a la poesía, de la cual tomamos el siguiente fragmento
que tiene como principal fuente de inspiración el libro II de las
Geórgicas de Virgilio:
[…] deja los alcázares de Europa,
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vagarosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas
y las riquezas de los climas todos,
América, del Sol joven esposa,
del antiguo Oceano hija postrera,
en su seno feraz cría y esmera.
En cuanto a la arquitectura, el neoclasicismo tardó en llegar
al continente, pues todos los proyectos arquitectónicos americanos debían ser aprobados por la Academia de San Carlos, fundada en 1778, en la Ciudad de México. Esto significó un estancamiento, pues los modelos tradicionales fueron sostenidos con
obstinación, a pesar del desprecio al estilo barroco de los consiliarios españoles de la Academia de San Fernando, fundada en
1744, que sostenían que eran
una afrenta al Rey en afearle sus ciudades y Reino, a la Religión en llenar los templos de objetos indecorosos y ridículos, a la edad presente en imprimirle tantas y tan torpes señales que la desacreditan, y al público en poner delante de su
vista un sinfín de cosas que, en lugar de inducirle a conocer y
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estimar lo bueno, le dejan con su ceguedad y en la radicada
costumbre de apreciar lo malo (Claude 379).
De modo que sólo después de la declaración de la independencia en cada uno de los países de América pudo la arquitectura
empezar a renovarse. Los viejos edificios construidos durante el
yugo de los conquistadores, establecidos por los intereses de las
principales órdenes religiosas, fueron reemplazados por construcciones llenas de un nuevo aire, suponiendo un símbolo de
progreso. Los excesivos adornos de las fachadas y los interiores
en los que se utilizaban piedras de distintos colores y yeso para
crear un aspecto policromático fueron substituidos por el nuevo
estilo en boga en la Europa occidental. Sin embargo las edificaciones de las principales ciudades del continente fueron determinadas por las limitaciones materiales y económicas que tenía
cada región, ya que la población era predominantemente rural y
las ciudades más importantes apenas contaban con algo más de
100.000 habitantes. Los recursos dependían del crecimiento de
la población, la expansión económica que esto implicaba y los recursos que traían los inmigrantes europeos. Estos factores influyeron en la construcción de los edificios neoclásicos que, frente
al estilo monumental europeo, fueron mucho más modestos.
Así pues, los clásicos y sus obras fueron tomados como
modelo en el continente americano en un momento clave de la
historia. Aquellos hombres libres fueron fascinados por la contemplación de la Antigüedad Clásica y sus ideales. La causa, el
efecto que tienen los restos del pasado en la mente humana. Lo
que fue y no se conservó estimula poderosamente la imaginación. Los vestigios de una herencia imperecedera, que han logrado sobrepasar la barrera de los siglos, hicieron posible que
pudieran unir su mente a la de aquellos que lograron conjugar la
esencia de la naturaleza, de lo humano y de lo divino y pudieran
ver en ello el reflejo de su propia existencia. De modo que la influencia de los clásicos en la mente americana no se trato, ni se
tratará de trasplantar formas griegas o romanas, sino de crear a
partir del modelo una identidad propia. Si no hubiera sido así,
habría sido como “haber transportado montones de escombro”
(Seferis 208).
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