Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España / Wendy Lucía Morales
Prado coord. – – Primera edición. – – México: El Colegio de Morelos, 2023.
296 pp; 14 x 21 cm
ISBN: 978-607-59786-8-0
1. Literatura novohispana 2. Historia 3. Arte novohispano
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
D.R. de la edición © El Colegio de Morelos
D.R. © Wendy Lucía Morales Prado, coordinadora
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Primera edición, diciembre 2023.
ISBN: 978-607-59786-8-0.
Diseño de portada: Montserrat Ruíz Cabañas Chávez.
Imagen de portada: Detalle de Santa Cecilia, Andrés de Concha,
s. XVI. Museo Nacional de Arte, CDMX.
Oscar Daniel Hernández González
Coordinador de Difusión
Eliezer Cuesta Gómez
Edición
Lea Gilbón Falcón
Coordinación de dictamen
Montserrat Ruíz Cabañas Chávez
Diseño y producción editorial
Susana Espinosa Martínez
Daniela Mac-Gregor Herrera
Betzabé González Pérez
Corrección de estilo
Creemos que el conocimiento es un bien público y común, por ello, los libros
editados en El Colegio de Morelos están disponibles en acceso abierto y gratuito en:
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Esta obra fue sometida a dictamen académico bajo el sistema de pares ciegos por investigadores externos
a El Colegio de Morelos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.
Descargo de responsabilidad: A petición de la coordinadora y el autor, el capítulo “Santidad a flor de piel.
El dolor josefino en el cristianismo moderno, s. XVII-XVIII” no contó con el proceso de corrección de estilo,
por lo que podría no encontrarse estandarizado según las normas de citación del Manual de Estilo Chicago
17a Edición o las Normas editoriales de El Colegio de Morelos.
Impreso en México.
CONTENIDO
WENDY LUCÍA MORALES PRADO
Presentación
9
ALDO RODRIGO LUGO PÉREZ
Entre la espada y la pluma:
Consideraciones sobre la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz
15
ALEJANDRA CAMACHO RUÁN
La resistencia de Mixcóatl: entre el copal, el nanacatl
y el tepuztli.
Proceso inquisitorial contra un indígena en la Nueva España
39
FRANCISCO JAVIER CÁRDENAS RAMÍREZ
“Los monges a reír y el diablo a correr…”
Visos sobre lo risible en la predicación a través de un exemplum
ADRIÁN HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
El enriquecimiento monetario y material de los conventos
63
de Puebla de los Ángeles
Según sermones impresos durante la prelacía de Manuel Fernández
de Santacruz y Sahagún, 1676-1699
101
WENDY LUCÍA MORALES PRADO
Piedras para un sepulcro:
El sermón de exequias franciscano para el obispo
Fernández de Santacruz en Puebla
147
NANCY MÉNDEZ
Huitzilopochtli:
Guía conceptual del Teatro de virtudes políticas
175
ANA CECILIA MONTIEL ONTIVEROS E IDALIA GARCÍA AGUILAR
Letras de escribanías y escritorios novohispanos:
Anotaciones manuscritas y manuscritos en circulación
207
BARBARA AILSTOCK
Enfermos y condenados:
Marcos ideológicos para la comprensión de la narrativa
epidemiológica novohispana
237
JORGE LUIS MERLO SOLORIO
Santidad a flor de piel:
El dolor josefino en el cristianismo moderno, s. XVII-XVIII
265
E
sta publicación es una muestra del compromiso que El Colegio de Morelos ha adquirido con el estudio de las ciencias sociales y las humanidades. Desde su formación, esta
casa de estudios ha mantenido las puertas abiertas para desarrollar
mediante publicaciones académicas las distintas líneas de investigación de profesores y alumnos. La riqueza y la variedad que presenta
la Nueva España en sus distintas facetas no tardaron en estimular la
curiosidad de la comunidad académica, que ha participado en los
distintos eventos que El Colegio de Morelos ha organizado con trabajos multidisciplinarios, atractivos y en la frontera del conocimiento humanístico. La apertura de estos espacios promueve el diálogo
entre profesionales para resolver problemas de investigación y también plantearse nuevos senderos que expliquen o aclaren cuestiones
relevantes en nuestras disciplinas.
Este libro titulado Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en
la Nueva España, presenta un conjunto de artículos que son de sumo
interés tanto para conocedores como para quienes se acercan al fascinante mundo virreinal. El primer artículo que abre la publicación es
“Entre la espada y la pluma: consideraciones sobre la fundación de la
9
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
Villa Rica de la Vera Cruz” de Aldo Rodrigo Lugo Pérez, quien se propone examinar las circunstancias en las que el conquistador Hernán
Cortés tomó Veracruz para conformar la villa y un cabildo como una
estrategia política integral de legitimación. El autor analiza detalladamente el contexto de formación de Cortés y la experiencia jurídica
del conquistador, tanto en Europa como en América, para entender
sus motivaciones y decisiones en los primeros tiempos de la conquista. Asimismo, revisa la empresa de conquista con sus implicaciones,
basándose en el documento de instrucción otorgado por Diego Velázquez, gobernador de Cuba, a Cortés como capitán general de la
expedición. Finalmente, Lugo Pérez enuncia las consecuencias de
la fundación del cabildo: unirse con pueblos indígenas, el cambio
en los objetivos de la empresa y el avance de la conquista hacia el
núcleo del Imperio mexica.
El siguiente escrito se titula “La resistencia de Mixcóatl: entre el
copal, el nanacatl y el tepuztli. Proceso inquisitorial contra un indígena en la Nueva España” de Alejandra Camacho Ruán, remite al ámbito de acción social del Santo Oficio en tierras americanas. La autora
sigue la fuente del proceso inquisitorial en 1531 a un indio viejo llamado Andrés Mixcoatl, acusado por hechicero y “falso apóstol”. Camacho Ruán destaca la resistencia ideológica del acusado implícita en la
práctica de rituales agoreros, que bajo el punto de vista de la Inquisición son concebidos como actos de hechicería y el mismo criterio
es aplicado a la ingesta del hongo nanacatl y la elaboración de puntas
de tepuztli. El caso llega hasta la investigadora gracias a la lectura de
la probanza del fraile Francisco Marmolejo, quien, sin proponérselo,
dejó plasmadas en el documento inquisitorial las ideas de lucha y resistencia del personaje acusado.
En “Los monges a reír y el diablo a correr… Visos sobre lo risible
en la predicación a través de un exemplum”, Francisco Javier Cárdenas
Ramírez remite al lector al fascinante recurso de la risa en la prédica
novohispana del siglo XVII. Primero, nos indica las concepciones de
la risa y lo humorístico en los siglos virreinales y en qué momento el
10
Presentación
orador podía valerse de la risa para conseguir los objetivos de su prédica. Más adelante, el autor analiza a detalle la percepción de lo risible
en el renombrado orador jesuita Juan Martínez de la Parra, y posteriormente, Cárdenas Ramírez analiza el uso de la misma en una práctica doctrinal del predicador novohispano, de esta manera el autor
ofrece un acercamiento integral al fenómeno de su estudio.
En el artículo “El enriquecimiento monetario y material de los
conventos de Puebla de los Ángeles según sermones impresos durante la prelacía de Manuel Fernández de Santacruz y Sahagún, 16761699” de Adrián Hernández González, se encuentra un minucioso
acercamiento a la próspera diócesis poblana durante la prelacía de
Santacruz, concretamente a sus numerosos conventos. El autor emprende su estudio basado en cinco sermones como una fuente de
información que trató, a lo largo de su investigación, al margen
de la retórica. Para definir su tema, precisa las obras de benefacción social en la Nueva España, para más adelante examinar las extraordinarias labores de caridad de la familia Raboso según sermones
impresos. Posteriormente, encuentra las fuentes en las que aparecen
datos económicos de inmuebles emblemáticos del barroco poblano:
la consagración de la capilla del Rosario, el oratorio de San Felipe
Neri y la fundación del convento de santa Mónica. En el momento
de estas fundaciones, el autor emprende un recorrido por la red de relaciones personales del obispo Santacruz para entender su influencia
e injerencia en todos los ámbitos y niveles de su diócesis. Este trabajo
se nutre de elementos artísticos y retóricos como el sermón, pero en
una faceta histórica puntual, la de los datos económicos, para encontrar que desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la primera del
XVIII, la diócesis poblana gozó de una etapa de esplendor económico
que nutrió las artes plásticas y las letras alrededor de la Nueva España.
El artículo titulado “Piedras para un sepulcro: el sermón de exequias franciscano para el obispo Fernández de Santacruz en Puebla”
nos remite, una vez más, a la próspera diócesis poblana que en
1699 tributó unas sentidas y ostentosas exequias al mitrado Manuel
11
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
Fernández de Santacruz y Sahagún. El sermón que le dedicó el Tercer
orden de penitencia franciscano es representativo y llama la atención del investigador por diversos motivos. Uno de ellos es que fue
la última pieza predicada en las exequias que se prolongaron por casi
un mes y su autor buscó un argumento distinto para una feligresía
que ya conocía los lugares comunes de predicación luego de semanas
de duelo. Así, fray Francisco Moreno emprendió su sermón dejando
un bello y sentido ejemplo de la mejor oratoria barroca novohispana.
Nancy Méndez emprende una lectura distinta del célebre arco
triunfal del insigne polígrafo novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora en el artículo titulado: “Huitzilopochtli: guía conceptual del Teatro de virtudes políticas”. Sigüenza innovó en materia de arte efímero
para recibir al virrey conde de la Laguna al incorporar aspectos de
la cosmología prehispánica en la emblemática hispánica y novohispana, asimila aspectos del dios Huitzilopochtli para incorporarlo a
la primera empresa del teatro, en tanto que elimina o minimiza aspectos del dios que pudieran ser problemáticos para la condición de
ejemplaridad que pretende construir, esto lo logra incluso justificándose a partir de fuentes católicas y grecolatinas de las que pudo allegarse. Así, don Carlos, gran traductor de transvases culturales, con el
concepto de Huitzilopochtli crea una trabazón ideológica para que
el espectador competente pueda descifrar sus analogías y establecer
nuevas asociaciones.
“Letras de escribanías y escritorios novohispanos: anotaciones
manuscritas y manuscritos en circulación” de Ana Cecilia Montiel
Ontiveros e Idalia García, se interesa en las dos modalidades de circulación de la palabra escrita en el virreinato y se centra en el manuscrito,
cuyo estudio por lo general ha sido relegado en aras del tratamiento
del texto impreso. Las autoras explican que algunos manuscritos fueron trazados con la intención de convertirse en textos impresos y otros
no; sostienen que existieron manuscritos para circular en comunidades de interpretación específica y por eso conservaron la condición
gráfica del amanuense. Por otro lado, los manuscritos concebidos
12
Presentación
para alcanzar su transformación impresa fueron proyectados tal y
como fue la pretensión de que se convirtieran, pero no todos consiguieron su transformación final. En cuanto a los libros que circularon
en el viejo continente y el virreinato, estos fueron concebidos para
recibir los trazos manuscritos de sus usuarios. Las autoras concluyen
que las letras manuscritas novohispanas oscilaron entre estas dos
modalidades escritas, las manuscritas con su consecuente característica de evidencia física, tangible de los movimientos del amanuense
que dejó sus trazos en el manuscrito.
El trabajo de Bárbara Ailstock “Enfermos y condenados: marcos
ideológicos para la comprensión de la narrativa epidemiológica novohispana” nos acerca a un fenómeno recurrente en la historia de la
humanidad, y nos remite al modo de enfrentar la realidad según
los paradigmas del pensamiento novohispano sumamente arraigado en los principios católicos. Así, la autora emprende un detallado
análisis de las fuentes historiográficas de la época desde el siglo XVI
hasta el XVIII, para encontrar en sus narrativas la manera en la que
se explicaban sucesos tan desgraciados y las acciones que se emprendían para solucionar aquel trauma de enfermedad, dolor y muerte. La
autora encuentra que las llamadas “narrativas epidemiológicas” conciben las enfermedades dentro de un discurso sagrado de raigambre
veteroestamentaria. Asimismo, examina discursivamente las relaciones de procesos de enfermedad generalizada y encuentra que, con el
paso del tiempo, su sentido histórico experimentó variaciones desde
una retórica de resiliencia, hasta prefigurar un discurso de salvación
que busca la intercesión de la virgen María.
El trabajo de Jorge Luis Merlo, titulado “Santidad a flor de piel:
el dolor josefino en el cristianismo moderno, s. XVII-XVIII” presenta un interesante acercamiento a la figura y las implicaciones de San
José. En este escrito, el investigador examina que el sufrimiento fue
visto como vía de acceso a la gloria trascendente y fue recurrentemente empleado para exaltar la santidad de José de Nazareth, padre terrenal de Jesucristo. A partir del examen de diversas fuentes materiales,
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
el trabajo aborda la relación intrínseca existente entre el dolor y san
José, señalando cómo a lo largo de dos siglos tratadistas, oradores y
artistas utilizaron el dolor para erigirlo como una de las líneas apologéticas trascendentales de la josefología moderna.
Así pues, los trabajos que se presentan revelan la variedad de intereses que despierta la Nueva España al investigador de humanidades sensible y acucioso. A través de su lectura, esperamos que este
libro sea una gozosa invitación a emprender nuevos caminos en
este campo de investigación.
No queda más que ofrecer mi agradecimiento sincero al Dr. Juan de
Dios González Ibarra, Rector de El Colegio de Morelos, quien siempre ha otorgado todas las facilidades y la libertad para desarrollar
nuestras líneas de investigación en encuentros académicos y publicaciones. Gracias, asimismo, al equipo de trabajo editorial de la Coordinación de Difusión que dirige el Dr. Eliezer Cuesta Gómez por su
ardua labor, esmerada, silenciosa, pero indispensable para la lectura
de estas páginas.
Wendy Lucía Morales Prado
Cuernavaca, Morelos a 02 de febrero de 2023
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SANTIDAD A FLOR DE PIEL
• El dolor josefino en el cristianismo
moderno, s. XVII-XVIII 1
J O RG E LU I S M E R L O S O L O R I O
P O S G R A D O E N H I S T O R I A-U N I V E R S I DA D NA C I O NA L
AU T Ó NO M A D E M É X I C O
1. El presente capítulo se desprende de mi tesis doctoral, intitulada San José, el hombre sin par.
Análisis de la retórica impresa y visual en Nueva España, s. XVII-XVIII, realizada bajo la dirección de la Dra. Gisela von Wobeser (UNAM-IIH).
Introducción
Fue razonamiento ordinario del cristianismo moderno, aquel que
promulgaba la laceración de los sentidos, la subyugación y el dominio de las pasiones, ante la predilección de lo espiritual sobre lo corpóreo, de lo ultraterreno sobre lo mundanal. Así pues, desde la cuna,
morir para vivir era una consigna dada a todo católico, a partir de la
asunción de una humanidad imperfecta que, progresivamente, busca
su retorno y perpetuo descanso en el empíreo.1 Para obtener un salvoconducto hacia el cielo, había que transitar por un campo minado de
abrojos y espinas. En otras palabras, el sufrimiento, en sus múltiples
1. La anonadación ha sido sustentada a partir de una serie de pasajes bíblicos donde Cristo
puntualizó la necesidad de morir y volver a nacer para alcanzar la vida eterna. Piénsese en la
respuesta de Jesús ante la imprecación de Pedro, al serles anunciada a los apóstoles la próxima pasión y resurrección del Mesías: “Quien quiera seguirme que se niegue a sí, cargue con
su cruz y me siga. Quien se empeñe en salvar la vida la perderá; quien pierda la vida por mí la
alcanzará. ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo a costa de su vida?, ¿qué precio
pagará por su vida?” (Mt 16, 24-26). La enseñanza dada a Nicodemo estriba en postulados
semejantes: la muerte del yo en pos del nacimiento de un ser espiritual, quien presenciará el
“reinado de Dios” (Jn 3, 1-8). Del mismo talante, mimetizándose con el sentir del Bautista, es
crucial que los seres humanos se aminoren para que en ellos prime Dios: “Él debe crecer, yo
disminuir” (Jn 3, 30).
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
facetas, era entendido como un vehículo de sublimación, una oportunidad mayúscula para que, a través de la expiación, se alcanzase la
salvación tanto individual como colectiva.
Entonces, siendo premisa longeva que trasciende épocas e innovaciones doctrinales, el sufrimiento dentro del cristianismo ha sido
tipificado como experiencia codiciable, a sabiendas de que la gloria perpetua ofrece numerosas compensaciones, entre ellas, mitigar
dolores e insuficiencias y otorgar a manos llenas lo que en la tierra
fue denegado, siendo la visión beatífica el premio culmen para los
incondicionales del Cordero.2 Por estrafalario que hoy pudiera parecernos, para el discurso clerical del periodo novohispano no resultaba contradictorio conminar a la exención de los placeres físicos
con tal de conseguir un lugar en el hedonismo paradisiaco, donde las
ropas raídas serían reemplazadas por vestidos y joyas fulgurantes,3 el
2. La visión beatífica es un privilegio que comparten los bienaventurados y los ángeles. Se trata
de la dicha de poder contemplar de frente a Dios, constituyendo “la máxima expresión de
felicidad a la que puede aspirar el hombre”. Manuel Gracia Rivas, Diccionario de términos
religiosos y litúrgicos, vol. III (Zaragoza: Centro de Estudios Borjanos-Institución Fernando
el Católico, 2020), 335.
3. Para ejemplificar este hedonismo paradisiaco, resultan pertinentes algunos tópicos del comportamiento de Catarina de San Juan (célebre personaje del siglo XVII novohispano), relatados por el jesuita Alonso Ramos. Dichos tópicos cuadran a la perfección con el modelo de
aniquilación personal, cuyos rendimientos terminan por proporcionar lo renegado, pero en
versión santificada. La beata poblana se consideraba un “gusanillo vil”, una “perra enfrenada
con el poder de la divina gracia”, cuya bajeza no la hacía merecedora a ninguna comodidad;
a grado tal que no se permitía usar medias ni en invierno, pues las consideraba un lujo al
ver al Niño desnudo en el pesebre. Cristo se congraciaba contemplando cómo Catarina se
denigraba “hasta lo profundo de su nada”, profesándole más y más amor por cada acto de
desprecio a sí misma. Ante la renuencia de Jesús a otorgarle a otras almas las estimaciones
que le prodigaba, Catarina buscó la intercesión de la Virgen para tratar de convencerlo.
María le instaba a que dejase de oponer resistencia a los agasajos de su hijo. Ya franqueadas
las negativas, por su comportamiento, Catarina fue premiada con una “vestidura tan bella y
rozagante, que excedía a lo más blanco y brillante de la nieve, envestida de los resplandores
del sol”. En medio de tantos primores, la esclava oriental volvía a insistir que era nada, “una
abominable pecadora”. Como regalo ante el reconocimiento de la “indignidad propia”, Jesús
la llenaba de “anillos y sortijas […], cadenas, joyas, piedras preciosas y margaritas inestimables”. Alonso Ramos, Los prodigios de la Omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la
venerable sierva de Dios Catarina de San Juan (México: Universidad Nacional Autónoma de
México-Instituto de Investigaciones Históricas, 2017), t. I, 344; t. II, 112-115.
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
hambre desaparecería ante la extinción del apetito,4 el despojo material se olvidaría al yacer eternamente en frondosos y fragantes jardines, etc.5 Así, bajo este protocolo postmortem, el mudarse de la choza
y el lodazal a una ciudad de oro puro con murallas de jaspe,6 de cierto
modo desactivaba la movilidad social tornándola inoperante, pues
homogeneidad y justicia serían ganancias futuras.7 Ergo, entre más
infortunio en el plano terrenal, mayores posibilidades de conquistar
la gloria. Mediante esta óptica, la adversidad no es negativa ni se concibe como carga. Incluso, va más allá de la prueba, adquiriendo el
estatuto de don divino, pues “amarguras y penas […] son los regalos
con que Dios sustenta a los santos en la tierra, dando más penas a los
que más ama”.8
Desde este panorama, cual suministro apoteósico, las inequidades de la vida eran perfiladas como causa de regodeo, adjetivándose
a través del oxímoron. Por ejemplo, las lecciones morales sustentadas en la teología imperante estaban plagadas de artificios literarios
donde se enaltecían los dulces tormentos y las gozosas tiranías, y el
status quo se congraciaba a través de una “suave y sabrosa esclavitud”,
satisfacción que supuestamente debían sentir las mujeres al saberse
4. Expectativa sustraída del libro de la Revelación: “No pasarán hambre ni sed, no les hará
5.
6.
7.
8.
daño el sol ni el bochorno, porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará
a fuentes de agua viva. Y Dios enjuagará las lágrimas de sus ojos” (Ap 7, 16-17).
Véase Gisela von Wobeser, Cielo, infierno y purgatoria durante el virreinato de la Nueva
España (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Editorial JUS, 2011), 103-107;
Antonio Núñez de Miranda, Ejercicios espirituales de san Ignacio, acomodados al estado y
profesión religiosa de las señoras vírgenes, esposas de Cristo (México: Imprenta de los herederos de la viuda de Bernardo Calderón, 1695), 153r-160v.
Ap 21, 18.
“Bienaventurados los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece” (Mt 5,
3-11).
Francisco García y Juan Nadasio, Devoción de san Joseph, primera y segunda parte (Zaragoza:
Imprenta de Tomás Gaspar Martínez, 1692), 54.
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
sometidas a los hombres.9 Así, mirar o escuchar los apuros de la sacra
parentela, las penurias de Job o la tortura y muerte violenta de un
mártir (teniendo a Jesucristo como arquetipo del heroísmo mortificante y el asesinato cruento para redención y gloria eterna), convertían lo terrorífico en inspirador y delectable, pues la sangre profusa
o cualquier desazón de cuerpo y alma, sustituían al escándalo por
una simbolización triunfalista y esperanzadora. Por ende, agonizar
progresiva y continuadamente era la senda para librarse de la pesadumbre terrenal según las interpretaciones dadas a los mensajes de
Cristo.10 Estamos pues frente a una retórica del amor al sufrimiento,
donde ambos sentimientos fueron construidos como suplementarios,
correspondientes e inseparables. Si alguien te ama, te hace sufrir, te
pone la cruz a cuestas, te abre el camino al cielo. Así obra Dios con
sus predilectos.
Según lo estipulado en tratados y sermones, todo lo anterior le
acaeció a san José. Fue su medida, impulso y uno de sus modos de
santificación. En el presente capítulo indagaremos sobre estos asuntos al cotejar un conjunto de fuentes provenientes de diversos lares de
la monarquía española.
Amar duele
Comencemos el despliegue de evidencias con la pregunta que Pedro
del Espíritu dirigió a su auditorio en la ciudad de Alcalá: “¿No es tirano el amor?”. El carmelita afirma que sí basándose en los cantares
bíblicos, puesto que el amor verdadero es “fuerte como la muerte,
9. “Los cabellos se dieron a la mujer para marca y señal de sujeción. Son como la S y el clavo
que Dios colocó en lo eminente de la cabeza para que se conociese lo inexcusable de su servidumbre. Y así cuanto más cabello criare, más información hará de la sumisión que debe
prestar al hombre, pues cada cabello es un testigo de su suave y sabrosa esclavitud”. Diego
Niseno, Segunda parte del político del cielo, hallado en las misteriosas acciones del sagrado
patriarca Jacob (Madrid: Imprenta de Sebastián de Cormellas, 1638), 34.
10. “Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y
aprended de mí, que soy tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados. Pues mi yugo es blando
y mi carga liviana” (Mt 11, 28-30).
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
como el infierno duro”.11 Tal es la vehemencia del sentimiento cardinal
que deja huellas somáticas: “éste, de una lanzada, le partió el pecho
y le quitó la vida a mi santa Teresa; éste, a Felipe Neri, le quebró las
costillas; éste, a santo Domingo, le hizo una criba el cuerpo; a san
Francisco le arrojó tanto fuego que ni las pellas de la nieve, ni los respiraderos del serafín lo moderaron; éste, a san Agustín, por cuatro o
cinco partes, taladró el corazón”.12 Si bien, ninguno de estos santos ha
sido clasificado como mártir, el fraile asevera que bien podrían serlo,
ya que no solo los “dioclecianos y nerones” hacen mártires. Tiranos
como el amor ocasionan rigores suficientes para considerarlos tormentos. Entonces, san José fue merecedor de corona y palma al asumírsele como mártir por amor,13 bajo el entendido de que el martirio
es un “acto de caridad y fortaleza”, mediante el cual se padece y otorga
la vida por Jesucristo.
A decir del orador, san José soportó un padecimiento duro y pertinaz, proporcional al gran amor profesado a su hijo. Especula que quizás lo miró fenecer en la cruz, plagándose de memorias y emociones
agridulces al recordar cómo, en el pasado, lo alimentaba, abrazaba y
dormía. En esos días de convivencia en Nazareth, el disfrute de nuestro santo era interrumpido por la conciencia de la misión del Mesías,
generándole un enorme dolor en el alma, tal que la muerte sería poca
cosa. Ante esta punzante revelación, a diferencia de los mártires, san
José no sufrió estragos en el cuerpo sino en el alma, “cuyo dolor y
11. “Grábame como un sello en tu brazo, / como un sello en tu corazón, / porque es fuerte el
amor como la muerte, / es cruel la pasión como el abismo; / es centella de fuego, llamarada
divina” (Cant 8, 6).
12. Pedro del Espíritu Santo, “Joseph más que bienaventurado. Sermón XXVII”, en Sermones de
Jesús, María y Joseph, a que se añaden otros de N.S.M. doctora mística, santa Teresa de Jesús,
y de nuestro místico padre y doctor san Juan de la Cruz, que en todos son cuarenta (Madrid:
Imprenta de Blas de Villanueva, 1717), 240.
13. La denominación del Santo Patriarca como mártir fue replicada en otros sermones, a partir
de las reflexiones de Isidoro de Isolano. Véase Bonifacio Llamera, ed., Suma de los dones de
San José (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1953), 630-632; Blas de Plasencia, Sermón
panegírico que mira al gloriosísimo patriarca señor san Joseph, componiendo dos accidentales
conciertos: el uno de júbilos y gozos, y el otro de penas y dolores (Filipinas: Imprenta del convento de Nuestra Señora de Loreto, 1745), 16.
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
sentimiento es tanto más sensible, cuanto ella es más sentida, más
delicada y noble”.14 Los cuerpos de los mártires fueron ajados con cuchillos. Sin embargo, el “cuchillo de compasión”, a san José le “degolló
el alma y ensangrentó el espíritu”.15 Entonces, a mayor padecimiento,
mayores méritos. Por consiguiente, debía considerársele al Santo Patriarca como un mártir singular.
Acorde con lo dicho, en los sermones josefinos es recurrente el
uso de la triada amor-fuego-dolor. Por ejemplo, Joseph de San Gil,
prior del convento de Santa Mónica de Valencia, equipara el sentimiento quemante por convivir con Jesucristo con un “Vesubio de seráfica caridad”, tan elevado en san José por su cercanía constante que
ocasionó que no articulase palabra alguna, “sustituyendo a las voces,
los movimientos del corazón”.16 Para acoplar la reciprocidad entre el
amor y el dolor, así como los principios de la anonadación sublimante, el fraile subraya que el Santo Patriarca llevó una “vida sembrada de
amarguras”, sufriendo una pobreza extrema siendo miembro de una
estirpe real, “ya tolerando incomodidades por libertar aquella prenda
del cielo, de que estaba encargado por el cielo mismo, ya padeciendo
el más vivo dolor en la pérdida del hijo, dolor que solo puede medirse
por su amor a Cristo”.17 En suma, san José merece coronarse como
justo y ser digno padre de Cristo y esposo de María, a beneficio de
todas las tribulaciones experimentadas.
Como puede observarse, en la teología josefina se construyó una
santidad a flor de piel, donde las emociones encuentran respuesta y
reverberación a través del cuerpo. Si bien, diría un panegirista franciscano que los martirios de san José fueron tan graves e inexplicables que los evangelistas prefirieron omitirlos,18 por ventura, algunos
14. Espíritu Santo, “Joseph más que bienaventurado”, 242.
15. Espíritu Santo, 242.
16. En el Nuevo Testamento, san José no habla en ninguna ocasión. Participar en la historia
salvífica a través de la palabra fue un rasgo adquirido mediante los evangelios apócrifos.
17. Joseph de San Gil, Sermón panegírico del glorioso patriarca san Joseph (Valencia: Imprenta de
Francisco Burguete, 1773), 21.
18. Plasencia, Sermón panegírico, 20-21.
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
josefólogos gustaron de recrearlos. Demos un ejemplo. Ante la decisión de alejarse al descubrir el vientre abultado de María, san José se
inundó de pena y confusión. Eran tan intensas sus agitaciones que
“se puso macilento; de modo que la profunda melancolía y tristeza
se le veía en la cara. Se le atenuaron tanto las fuerzas naturales y llegó
tanto a consumirse que parecía hecho de raíces de árboles”.19 Por su
delegación específica y los altibajos de su historia, podríamos decir
que dolor y José dentro de las cavilaciones teológicas, terminaron por
convertirse en sinónimos.
Nota bene que el sufrimiento del alma es descrito como de una
inconmensurable agudeza, al grado de extrovertirse y testimoniarse mediante el cuerpo, superando incluso al dolor físico advertido
sensorialmente. Privilegiar así a la experiencia anímica, le dio pauta
a fray Blas de Plasencia para expresar que san José sufrió en demasía, mucho más que el mismo Cristo al expirar en el “árbol santo de
la cruz”.20 El predicador de la provincia franciscana en Manila, argumenta que es mayor tortura “padecer penas amando, que padecer
penas sintiendo”. Jesús fue flagelado y liquidado en el madero, pero
José “padecía los dolores de perder a quien amaba”; añadiéndose a
esto un factor de tiempo, pues “es muy lenta la pena de un sentimiento y es vivísima la pena de un cariño”.21
Sufrir: indicio de un amor diligente
Para la materia del san José sufriente, las antilogías de los dolores y
gozos de san José fueron de enorme trascendencia en la religiosidad
19. Gaspar de San Nicolás Tolentino, El hermosísimo sol de los santos y coros angélicos. El que
tiene en el cielo el despacho universal de todo. El que funda derecho a que, salva fide, se diga de
él cuanto la devoción pueda discurrir. El que mandó a quien todos deben servir y reverenciar
como a supremo señor. El que crio a su creador. El salvador del salvador del mundo. El que tiene silla en la gloria sobre los querubines y serafines. Nuestro padre y señor san Joseph, esculpido
en los corazones de sus devotos en sus siete dolores, gozos y privilegios (Sevilla: Imprenta Real
de la viuda de don Diego de Haro, 1754), 18.
20. Plasencia, Sermón panegírico, 17.
21. Plasencia, 18.
273
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
de los siglos XVII y XVIII, ya que su rememoración fue la fundamental
práctica pía profesada al Santo Patriarca, teniendo presencia en cuanto tratado o devocionario josefino se imprimió, replicándose también
a través de la pintura. Hechos a imitación y por emparejamiento con
María, bajo el entendido de que padre y madre gustaron y padecieron por igual al lado de su hijo, san José lleva en el pecho una espada
transfija, aquella vaticinada por el anciano Simeón.22 Cabe esclarecer
que los episodios de la septena josefina son ambivalentes, es decir, a
cada congoja se le contrapone una alegría.23 Si bien, la daga originaria
se forjó tras la sentencia dada en el templo de Jerusalén, la más punzocortante de ellas, colocada en primerísimo lugar, fue la relacionada con los celos causados por ver a la Virgen encinta, acentuándose
igualmente el sufrimiento derivado del amor, donde el corazón prima
sobre los sentidos.24
Dejemos que sea fray Blas de Plasencia quien nos relate, brevemente, los alcances de los claroscuros josefinos:
¡Oh, divino Joseph! Justo por antonomasia […] Qué bien se vieron en tu
corazón, cuando vivías, unidos los dolores con los gozos, las angustias
con las suavidades, las penas con los júbilos, el mar de vuestro amante
22. “El padre y la madre estaban admirados de lo que decía acerca del niño. Simeón los bendijo
y dijo a María, la madre: -Mira, éste está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se
levanten; será una bandera discutida y así quedarán patentes los pensamientos de todos. En
cuanto a ti, una espada te atravesará” (Lc 2, 34-35).
23. Ver a María preñada, mirar las paupérrimas condiciones del Niño en el pesebre y cómo sangró al ser circuncidado, la profecía simeónica, escapar a Egipto para salvaguardar al divino
infante, el peligro inminente por la regencia del cruel Arquelao y el extravío de Jesús en el
templo, fueron los dolores de san José que se subsanaron con la develación del misterio de la
encarnación, la adoración angelical en Belén, el privilegio de imponerle el nombre al Mesías,
saber que la muerte de Jesús sería para redención de la humanidad, atestiguar la caída de los
ídolos ante la presencia del dios verdadero, volver a Galilea después del exilio y encontrar a
su hijo disputando con los sabios jerosolimitanos. Véase Francisco de Zarate, El cordial devoto de san Joseph (México: Imprenta de Francisco Rodríguez Lupercio, 1674), 33-36; Gabriel
de Santa María, Breve suma del gran fruto que se saca de la devoción del señor san Joseph
(México: Imprenta de los herederos de la viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, 1715), 5-7.
24. Véase Jorge Luis Merlo Solorio, “Esculpido por tribulaciones y profecías asombrosas: anatomía del corazón josefino. Nueva España, s. XVIII”, Coyuntura. Arte y literatura en el contexto
latinoamericano 2 (2016): 11-26.
274
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
corazón alterado con la tormenta de los dolores y sereno con la dulce
marea de los gozos. La angustia de vuestro corazón al ver al infante Jesús
en tanta pobreza, como nacer en un establo humilde, era saeta de dolor
que pasaba de parte a parte vuestro amante corazón. Empero se desangraba en júbilos y gozos la herida, al oír las dulcísonas voces de los
coros angélicos. Las ansias con que tres días sin descanso buscaste al
niño Dios, eran espadas de dolor que os apuntaban al pecho, ejecutando
en él, cuanto más suave, tanto mayor tiranía; más corrió por sangre que
todo suavidades, todo consolaciones, todo júbilos y gozos, el hallazgo de
aquella majestad infante, doctor entre los doctores y maestro entre los
maestros.25
El sopesar este comportamiento sacrificial, tanto en la tratadística como en la homilética modernas, sirvió para ensalzar exorbitantemente a nuestro santo, elevándolo a un estamento excepcional e
inusitado, dando pie a reflexiones de un arrojo considerable. Tal es
el caso del sermón pronunciado por el canónigo de la Colegiata de
Guadalupe, Antonio Manuel de Folgar, cuyo asunto persigue la intención de persuadirnos a admitir “que el hijo de Dios le debió, a lo
que parece, más amor a san Joseph que a su Eterno Padre”.26 Probablemente, la osadía de sus meditaciones no acarreó censura por el
cariz moralizante del panegírico, es decir, por el afán de impactar en
el ánimo y la conducta de los feligreses. Atrajo para sí todo lo contrario, pues obtuvo un recibimiento caro. La prédica fue dedicada al
entonces obispo Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, contando
con su protocolaria licencia; además, por si fuera poco, la aprobación
inaugural del impreso la concedió el doctor Juan José de Eguiara y
Eguren, especialista en temas josefinos, mediante un acostumbrado
nihil obstat: “no encuentro en él cosa contra nuestra santa fe, buenas
25. Plasencia, Sermón panegírico, 26-27.
26. Antonio Manuel de Folgar, Competencias de amor entre el Eterno Padre y san Joseph (México:
Imprenta Real del Superior Gobierno de doña María de Rivera, 1734), 5.
275
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
costumbres y regalías de su Majestad”.27 Asentimiento que podemos
interpretarlo como la admisión de la retórica de Folgar dentro de la
josefología más acendrada.
De inicio, el presbítero postula que el amor de ambos padres del
Salvador es de la misma magnitud.28 Sin embargo, compara sus esfuerzos desde las coordenadas de la pesadumbre meritoria, donde
más cosecha quien más adolece, siguiendo las pautas de los dolores y
gozos josefinos. Dios padre tuvo el placer de engendrar a Jesús y procurar su encarnación. No obstante, fue san José quien cargó con las
fatigosas labores paternales, es decir, alimentarlo, defenderlo y ampararlo. Entonces, las dimensiones de la caridad han de calibrarse bajo
la siguiente clausula: “el amor debe apreciarse tanto más, cuanto más
cuesta el emprenderlo; y a la cumbre de sus delicias solo llega el que
por los amargos escalones ha subido”.29
El Eterno Padre, al procrear a Cristo, experimentó felicidad y regocijo; satisfacción reiterada y constante cada vez que lo mira, pues es
espejo suyo. En antípoda, “todos fueron afanes, acíbares y sinsabores”
desde que san José fue vinculado al Niño, aceptando su fardo con
mutismo. Mientras el Padre celestial se vanagloria eternamente apreciando la belleza del Hijo, escuchando cómo le aplauden los serafines
en la inmensidad de las alturas, al carpintero nazareno lo oprimió la
aflicción al ver al divino infante abrigado con paja y burdos pañales,
acompañado por dos animales. Ante estas evidencias, Folgar no tiene
reparo en asentar que debe más Jesús a san José por adoptarlo que a
Dios por engendrarlo: “si el humanado Verbo es hijo de las delicias
del Padre Eterno, y es hijo de vuestras penas, de vuestro silencio y
de vuestros dolores: ha de ser, por consiguiente, más hijo de vuestro
27. Folgar, Competencias de amor, XIII.
28. Folgar, 3.
29. Folgar, 6.
276
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
amor, o para decirlo de una vez, ha de ser vuestro Benjamín”.30 Dios
padre se desprendió de su hijo y lo cedió a otro hombre para que lo
criase. El adoptante lo amó tanto que jamás permitió que otro lo educase. San José sufrió por tres días el extravío del mesías adolescente.
Por su omnipresencia, el dios creador jamás podría perderlo, estando
con él en todas partes y en todo momento.31 A partir de estos sucesos,
Cristo, “el hombre más versado en materia de amores verdaderos”, es
quien nos da la lección: “solo el bien que se pierde, es el que de veras
logra ser amado; y que solo es entre los amantes el mayor, aquel que
ha gustado las amarguras de perder, lo que con terneza amaba”.32
Folgar juzga a ambos padres de Jesucristo sin diferenciación alguna, como si de unos padres cualesquiera se tratasen, acorde con un
predeterminado ideal de paternidad, cimentado en la protección a
ultranza de los vástagos como muestra de superior amor. Y si el amor
es equivalente al sufrimiento, quien desgaste sus manos y derrame lágrimas en pro de su progenie, hará mayores proezas que quien solo se
dedica a contentarse con su compañía. De hecho, discretamente y por
estas condicionantes, como podrá notarse en el párrafo anterior y en
las citas subsecuentes, Folgar es más severo con Dios padre al delinear
sus ventajas y comodidades inherentes, sin importar que este actuara
en favor del mundo. Es como si le dijese que, en su sabiduría infinita,
hubiera podido encontrar otra forma de proceder menos cruenta y
desapegada. En comparación, desde su pequeñez humana, san José se
sobrepuso a base de esfuerzos y compromisos irreprochables.
Para comprobar lo dicho, leamos lo que el presbítero tiene que
decir en torno a los riesgos de muerte que corrió Jesús:
30. Folgar, Competencias de amor, 7-8. *Raquel fue madre de José y Benjamín. Murió en la labor
de parto del menor de los doce hijos del patriarca Jacob, pero antes de fenecer, nombró al
niño como Ben Onî, cuyo significado es hijo de mi dolor. Posteriormente, Jacob lo llamó
Benjamín, es decir, hijo diestro o hijo de la felicidad. Véase Gn 35, 16-21.
31. Folgar, Competencias de amor, 10-12.
32. Folgar, 13.
277
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
Permitióles, por nuestro amor, el Padre Eterno a los judíos, que con ignominiosa ingratitud hiriesen el cuerpo de su hijo sacrosanto, hasta dividir
de su inocente humanidad, su benditísima alma […] ¡Qué lejos! ¡Cuán
distante estuvo siempre de darse a este partido, san Joseph! Buscábalo
recién nacido el impío Herodes para teñir los filos de su espada en la
sangrienta división de su tiernísima garganta; mas no pudiendo tolerar
Joseph tan abominable desamor, se ausentó al punto, con ásperos azares,
de su patria. Y partiéndose a Egipto, en lo más retirado lo ocultó […]
Saber quisiera yo aquí, cuál padre deba calificarse más amante: ¿el que
permite practicar en su hijo división tan tirana o el que se aventura al
peligro de los caminos, por impedirla? [A continuación, es relatado el
juicio de Salomón] Viene, a mi ver, la historia tan al caso, como si se hubiera fingido. En dos ocasiones, tuvo peligro Jesús de padecer sangrienta
división: cuando Herodes, en sus infancias, lo buscaba, y cuando los judíos, para crucificarlo, lo prendieron. El Eterno Padre dio permiso para
que los judíos lo dividiesen; por no concederle san Joseph a Herodes
esta licencia, dejó su patria, caminó presuroso y lo escondió en Egipto.
Observando, pues, la enfática sentencia del sabio Salomón, dos cosas dijera yo. La primera: que el que al parecer más lo ama es san Joseph. La
segunda: que solo este Santísimo Patriarca ostenta, a lo que parece, ser
su verdadero padre.33
La prueba superior de sus argumentos, Folgar la extrajo al confrontar los procederes de Dios padre y san José: del primero de ellos
en los estertores de Cristo en la cruz; del segundo, en los desamparos
del pesebre betlemita. Dicha prueba es de una extravagancia tal que
no interpela y pide respuestas concisas a su auditorio, sino a Cristo
33. Folgar, Competencias de amor, 14-15.
278
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
mismo como si fuese un escucha entre los demás.34 Por lo tanto, al
tratarse de una de las más atrevidas, vigorosas y bellas de las proposiciones sobre la grandeza josefina en la homilética moderna, aunque
extensa, la cito en su totalidad:
Pienso que esta última fineza ha de realzar con los perfiles de la sangre, lo que con los rasgos de la tinta, no puede bastantemente declararse.
Amaneció, por fin, el más funesto día, en que nuestro salvador se dejó
ver pendiente del leño de la cruz. Mirábase en él, con pasmo aun de las
piedras, al hombre más inocente, públicamente ajusticiado. A la suprema
flor de Nazareth con inicuos aires marchita. A la belleza más sublime con
las escarchas ajada. Su delicado cuerpo en aquel teatro era un horrendo
espectáculo que alimentaba la irrisión de sus desconocidos enemigos.
Los nevados candores de sus carnes, con la sangre y el polvo, quedaron
denegridos. El sol más brillante de su rostro, con la sombra de los cardenales, eclipsado. Los resplandecientes luceros de sus ojos, a violencia de
las aventuras, apagados. Y finalmente, de sus íntimos amigos desposeído
y solo de los peñascos acompañado. ¿Os parece mucho lo que habéis
oído? Pues aún es nada lo que habéis escuchado. Elevó al cielo el semblante, y viéndose, en vez de socorrido, aun de su mismo Eterno Padre
desamparado, hubo de prorrumpir en compasivo llanto: ¡Eloi, Eloi, lama
sabactani! Señor, dios mío, amantísimo padre: ya que por destinos misteriosos me habéis escareado los consuelos, concededme, al menos, el de
decirme qué motivo habéis tenido para desampararme […] ¿Y pensáis,
34. En la retórica moderna fue común el dialogismo, recurso para dar voz a los protagonistas de
la historia sacra. Así, de primera mano, ellos acreditan las proposiciones de los oradores. En
el siguiente ejemplo, el panegirista recrea un interrogatorio con el Niño quien da fe de las
atenciones prodigadas por san José: “Decidme, suprema majestad, ¿quién te libró de las tiranías del frío, abrigándote con su capa y con su manto? Joseph, mi padre. ¿Quién te libró de
los mortales riesgos, y estrechándote en su pecho, te halagaba con ternuras y regalos? Joseph,
en sus brazos amorosos. ¿Quién con dulces arrullos y gorjeos embelesaba tus potencias para
el sueño? Joseph, el esposo de mi madre muy amado. ¿Quién? ¿Quién te costeó el vestido y te
alimentó por muchos años? Joseph, con el sudor de su rostro”. José de San Miguel, Sermón de
N.P. san Joseph, en la ciudad de Sevilla. Año 1730, Fondo Bibliográfico Antiguo, Universidad
de Granada, https://digibug.ugr.es/handle/10481/336; Jesús María Navarro Bañuelos, Diccionario
de figuras retóricas (México: Universidad Autónoma de Zacatecas, 2008), 36.
279
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
señores, que el Eterno Padre se dio por entendido? Solo comenzó sus
penas nuestro Jesús y solo y desamparado dio su espíritu […]
No puedo hacer mención aquí de lo que san Joseph ejecutó al ver
tamaño desamparo, porque fue anterior su tránsito al de Jesús. Pero
apartaos un breve rato del Calvario y retroceda al portal de Belén vuestra meditación. Los tormentos que en él toleró nuestro divino infante,
no fueron tan atroces, pero gozan aclamaciones de más tiernos. La cruz
allí fue el duro establo en que sus delicados miembros se reclinaron. Las
espinas que lo afligían eran las penetrantes pajas que lo abrigaban. Las
heridas y golpes que lo mortificaron eran los rígidos hielos que lo cubrieron. Pasó en la cruz la ignominia de mirarse entre dos ladrones colocado,
pero sufrió en el pesebre la deshonra de verse de dos brutos asistido.
Para este careo, que ya pronuncio, convidaba yo a vuestros corazones.
En las agonías y penas del Calvario, desamparó el Eterno Padre a nuestro
redentor. En los tormentos y desnudeces del pesebre estuvo san Joseph
tan lejos de dejarlo, que todo su conato puso en asistirlo. Decidme, pues,
ahora… ¡Pero no! No sois vosotros, oyentes míos, los que me lo habéis de
confesar. Vos habéis de ser, pelicano amoroso, encanto apacible de nuestras almas, atractivo suavísimo de nuestros sentidos y jardín perenne de
nuestras potencias. Vos habéis de ser el que me respondáis.35 Si tuvierais
ahora, al veros en la cruz, la compañía infatigable de vuestro constantísimo padre san Joseph, como en Belén la gozabais, ¿fueran por ventura
vuestros tormentos tan crecidos? No podéis negarme, amante soberano, que aunque era ya indispensable el que murieseis, acabaríais vuestra
vida con menos desconsuelos. Padecierais, como padecisteis; pero al ver
35. Herencia del bestiario medieval, el ave palmípeda fue considerada un emblema de Cristo,
fincado en una leyenda antigua que describía el atípico ethos del pelicano. Supuestamente,
cuando éste volvía al nido, ya sea que sus polluelos estuviesen muertos por el ataque de una
serpiente o que él mismo los asesinase a picotazos por recibirlo con insolencia, después de
tres días de desesperado luto, el pelicano se desgarraba el pecho y con su sangre revivía a
los desdichados. La cualidad de la sangre como dadora de vida en esta historia animal, la
hizo propicia para pertenecer a la simbología crística, bajo los paralelismos de purificación,
redención, resurrección y sentido eucarístico. Louis Charbonneau-Lassay, El bestiario de
Cristo. El simbolismo animal en la Antigüedad y en la Edad Media, vol. II (Barcelona: José J.
De Olañeta, 1997), 558-565.
280
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
que teníais padre que os acompañara, os fuera menos sensible el padecer. Murierais, como moristeis; pero al conocer que con vuestro padre
partíais la mitad de vuestras penas, se os hiciera menos amarga vuestra
muerte. Mas ahora, crucificado dueño nuestro, ¿qué es lo que vuestro
espíritu experimenta? Clamáis al Eterno Padre y no os oye. Le preguntáis
el motivo de su ausencia y no os escucha. A vista, pues, de tan extraño
desamparo, ¿qué otra cosa puede mi limitado entendimiento discurrir,
sino que, atendiendo a las razones de lo que parece, más amor le debéis a
san Joseph que a vuestro Eterno Padre? Y aun diría yo más, si acaso me
fuera lícito el decirlo: qué tanto más os amó, a lo que parece, san Joseph,
que parece que solo san Joseph es vuestro padre legítimo, cuando vuestro
Eterno Padre, aunque lo es, no lo parece.36
En este balance de calidades varoniles bajo coordenadas harto terrenales, las cuales dejan en segundo plano las complejidades de la
redención, el cúmulo de pesarosas atenciones de san José para con
Jesucristo, insuperables y mejores que las de Dios padre, lo definen
como “un hombre divino, un hombre poderoso, un hombre liberal”,
digno de entronizarse cual “monarca de su cristiano pueblo”.37
Importante asentar que los razonamientos en torno al desamparo
del Eterno Padre y el consuelo propinado por san José en la pasión
de Cristo, no solo se discutieron en la órbita sermocinal. También
pulularon en otros ámbitos de las plumas josefinas, haciendo visible
la comunión de conocimientos y pujanzas para exaltar al Santo Patriarca. Verbigracia, a lo largo de su copioso tratado, el iñiguista chileno Pedro de Torres recurre a la siguiente idea: Jesús decidió morir
pendiente de la cruz para homenajear a san José, ya que la madera era
su instrumento principal de trabajo. Así, el Mesías “no murió a fuerza
de azotes, no a violencias de algún hierro, no al rigor del fuego, sino
36. Cursivas mías. Folgar, Competencias de amor, 16-18.
37. Folgar, 20.
281
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
en un leño”. Cristo, al abrir las puertas del cielo mediante su sacrificio,
utilizó la insignia josefina como herramienta para alcanzar tal fin.38
En concordancia con lo anterior, Torres discurre que “nunca cesó
Joseph de los oficios paternales que ejercitó con Jesús, nunca lo desamparó en sus necesidades, nunca le dio fastidio el trabajar para sustentarlo”. Por ende, Jesús no tiene queja alguna de san José. Por el
contrario, sí se mostró quejoso en el Calvario al sentirse abandonado
por el Eterno Padre. Pero, según el jesuita, dichas desazones se suscitaron en un momento oportuno:
Cuando Jesús se quejó al Padre que lo había desamparado fue en ocasión
que estaba en la cruz. ¿Pues por qué no se quejó en la prisión? ¿Por qué
no en los azotes? ¿Por qué no en los ultrajes y bofetadas? ¿Por qué no en
la imposición de la corona de espinas sino en la cruz? Porque el madero
de la cruz era instrumento del oficio de Joseph, recuerdo y memoria de
sus paternales finezas y de los maderos que labró para sustentarlo. Jesús
se queja de Dios padre en un leño porque en él lo desamparó, y Joseph
en los leños amparó a Jesús, trabajando en ellos para alimentarlo como a
hijo. Y así quejarse Jesús del Eterno Padre cuando en el madero de la cruz
tiene memorias de Joseph fue para consolarse, que cuando Dios padre lo
había dejado en tanto desamparo, porque convenía, tenía para su consuelo las amorosas señales y tiernas memorias de Joseph, acordándose
desamparado en un leño del amparo que tuvo en los leños de Joseph, su
padre, siendo un leño recuerdo de otro leño; y el desamparo de un padre,
memoria dulce del amparo de otro padre.39
38. Además, con este proceder, el Verbo encarnado se hizo de la segunda corona que portó en
toda su vida terrena. La primera fue ceñida por la estrella betlemita, la segunda por los maderos de la cruz. Leños de inspiración josefina. Pedro de Torres, Excelencias de san Joseph,
varón divino, patriarca grande, esposo purísimo de la madre de Dios y altísimo padre adoptivo
del hijo de Dios (Sevilla: Imprenta de los herederos de Tomás López de Haro, 1710), 43 y 261.
39. Torres, Excelencias de san Joseph, 380-381.
282
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
Aunque no estuvo enmarcada dentro de la retórica dolorosa y fue
mucho menos temeraria,40 es imprescindible subrayar que esta apreciación favorable al Santo Patriarca en contraste con el Padre Eterno,
tuvo antecedentes novohispanos en las vanguardias sorjuaninas.41 En
su Villancico VI dedicado al santo, la monja jerónima ensambla una
apuesta entre el Altísimo y san José, dejando en claro que aunque el
carpintero es un humano, “se pone a cuentas” con la divinidad, la cual
está gustosa de que éste se le equipare.42 En apacible disputa de coplas replicadas, donde al medir sus hazañas santas y varoniles vencerá
quien dé y/o haga más, nuevamente, hay una exhibición de finezas,
cuya dinámica es que la Omnipotencia da una lujosa concesión a san
40. Exceptuando la literatura de monjas y místicas, así como las lecturas feministas actuales,
iniciadas en los 60’s del siglo XX; tradicionalmente, la producción teológica ha sido un quehacer masculino. Aunque la teología era de su interés e inspiración, acorde con las pautas
de género de la época, sor Juana se mantuvo al margen y no hizo obras de este corte. No
olvidemos que la Carta atenagórica fue publicada sin anuencia de la jerónima, a expensas del
obispo Manuel Fernández de Santacruz. La séptima musa no se consideraba apta para ahondar en temas teológicos y, además, escribía prudencialmente por temor a una persecución
inquisitorial. No obstante, como es palpable en los villancicos josefinos, en su obra poética
y dramatúrgica, sor Juana desarrolló ideas de profundidad teológica, las cuales revelan su
gran erudición y elocuencia. Logró pues, con inteligencia y a su modo, arar en un terreno
que tenía prohibido. Cfr. Gisela von Wobeser, Vida de sor Juana Inés de la Cruz (México:
Academia Mexicana de la Historia-Secretaría de Educación Pública, 2021), 38-40 y 63-64;
Stefano Muneroni, “Hermenegildo in Mexico: Sor Juana and the Sacramental Shift”, en
Hermenegildo and the Jesuits. Staging Sainthood in the Early Modern Period (Suiza: Palgrave
Macmillan, 2017), 231-268; Olga Consuelo Vélez Caro, “Teología de la mujer, feminismo
y género”, Theologica Xaveriana 140 (2001): 545-563; Nuria Varela, “Teología feminista”, en
Feminismo para principiantes (México: Penguin Random House, 2020), 314-316.
41. Aunque es perentorio señalar que la resonancia de la idea de igualar o anteponer la paternidad y el amor de san José al concerniente a Dios padre, vino de tiempo atrás, si tomamos en cuenta lo dicho por el mercedario Manuel Martínez en su panegírico josefino de
1677. Infortunadamente, no tuve acceso a él, pero la investigadora norteamericana Charlene
Villaseñor Black cita un fragmento del impreso zaragozano donde es evidente la enorme similitud que tiene, sobre todo, con el asunto planteado por Antonio Manuel de Folgar: “¿Qué
diré yo de vos? ¿Diré que sois más padre de Cristo que el Padre Eterno? No. Pero podré decir,
si la fe no me enseñara lo contrario, viendo lo que habéis hecho con Cristo, parece Cristo
más hijo vuestro que del Padre Eterno”. Por supuesto, no queda descartada la posibilidad
de que el argumento tenga aun referentes más añejos. Incentivo relevante para una futura
investigación. Véase Charlene Villaseñor Black, “Las imágenes milagrosas de San José en
España y Sudamérica, las teorías del arte y el poder de la imagen en el siglo XVII”, Estudios
Josefinos 95 (1994): 32.
42. Alfonso Méndez Plancarte, ed., Obras completas de sor Juan Inés de la Cruz. II. Villancicos y
Letras Sacras (México: Fondo de Cultura Económica, 2018), 135.
283
Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
José a manera de pago y él la corresponde con un proceder igual de
valioso como retribución. Así, Dios le dio por esposa a la reina del
cielo y José reembolsó manteniéndola doncella; Dios conservó impoluta a María aun después del parto, José voluntariamente se mantuvo
casto para concederle a Jesús una madre virginal; para compensarle
el “servicio” anterior, la Omnipotencia le otorgó a san José por hijo
a un dios, él respondió con una obediencia sin reproches; a cambio,
Jesús se sujetó por completo al carpintero. Acercándose al cierre de la
competencia, donde María es la moneda sustanciosa que va y viene,
san José saca la carta de haber atesorado el decoro mariano “que es la
mayor fineza para un celoso”; para ello, la divinidad le dio el beneficio
de “asegurarlo”,43 bien mayor para un reo de sospechas. La demostración final colinda con el usual discurso de género donde las mujeres
son delineadas como propiedad y objeto de transacción masculina.
Así, los contendientes quedan empatados al poseer por igual, aunque
en distintas categorías, a la misma fémina inmaculada: “SJ: Yo te di,
para madre, mi misma esposa / J: Yo, para esposa tuya, mi madre
propia / Luego ninguna alcanza, pues en la cuenta, tanto vale la paga
como la deuda”.44
Los dolores corporizados
Como reflexionaba Folgar, por su conducta incondicional en los momentos difíciles de la vida de Jesucristo, a costa de mucho sacrificio
y anteponiendo el bienestar de los suyos, san José mostró una paternidad ejemplar, más “humana” que la ejercida por Dios padre. Es así
que los esfuerzos josefinos también se representaron mediante la denominación de sus continuos sudores, los cuales engloban y codifican
43. Probablemente, la palabra concuerda con la siguiente acepción de seguridad: “Significa tam-
bién certeza o infalibilidad, que hace que una cosa no falte u engañe”. Es decir, que Dios
le dio a san José la fortaleza suficiente para cumplir su proeza. Real Academia Española,
“Diccionario de autoridades, t. VI, 1739”, https://apps2.rae.es/DA.html.
44. Plancarte, Obras completas de sor Juan Inés de la Cruz, 137.
284
Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
las expectativas clericales puestas en los patriarcas de familia. Tanto
así que llegó a postularse, en torno a la titularidad del Santo Patriarca
como verdadero padre del Mesías, que Jesucristo siempre será “obra
de la sangre de María y los sudores de san José”.45 Entonces, el mensaje diseminado desde el púlpito insiste en que procrear y extender
dádivas no es suficiente. La paternidad siempre debe ir acompañada
del empeño, la cercanía y el amor ilimitado.
La cita anterior insiste en la colaboración esencial de san José en
la conformación humanada del Verbo. Por lo tanto, vistas las extenuaciones josefinas como primordiales en la empresa salvífica, no
sorprenderá que estas se tornasen en parte de la fisiología de Cristo.
Disquisición paradigmática al respecto fue la ofrecida por fray Manuel de Bocanegra y Cantabrana, definidor de la provincia mercedaria de la Visitación, en su extenso parecer sobre el sermón josefino
del doctor Lorenzo Fernández de Arévalo, canónigo de la catedral
angelopolitana y juez designado para la fallida causa de beatificación
del lirio de Puebla, sor María de Jesús Tomellín;46 panegírico dedicado
zalameramente al obispo Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu y, de
nuevo, aprobado por Eguiara y Eguren.
Bocanegra se explaya en elogios, empleando como medio para sus
fines el cotejo del trabajo homilético de Fernández de Arévalo. Por
tal razón, pretende demostrar el patrocinio que santa Rosa de Lima
le debe a san José.47 Al abordar los desposorios místicos de la santa
meridional, el mercedario afirma que “el agua que manó del sagrado
45. Bernardo Clemente Sala, Sermones de varias festividades y santos (México: Imprenta de J.M.
Lara, 1842), 6. *La primera edición del panegírico es de 1778.
46. Al respecto, véase Doris Bieñko de Peralta, “El impasse de una beatificación. El proceso de
sor María de Jesús Tomellín (1597-1637), monja concepcionista poblana”, en Normatividades
e instituciones eclesiásticas en la Nueva España, siglos XVI-XIX, eds. Benedetta Albani, Otto
Danwerth y Thomas Duve (Alemania: Max Planck Institute for Legal History and Legal
Theory, 2018), 239-251.
47. Los sermones aplaudidos y confrontados son el josefino, predicado en la traslación de las
carmelitas descalzas al convento poblano de Nuestra Señora de la Soledad, y La gana pierde
del cielo. Elogio de santa Rosa de Lima, publicado en el mismo año de 1749, referente a la fiesta que las agustinas recoletas le dedicaban a la santa austral. Lorenzo Fernández de Arévalo,
El universal patrocinio de señor san Joseph (¿Puebla?, s.i., 1749), XVII.
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
costado de Jesús, no fue otra cosa que los sudores de señor san Joseph
depositados allí”;48 razonamiento bastante ingenioso, alusivo a las
faenas paternales como vestigios palpables en toda progenie:
Cuando a uno le cuesta muchos afanes lo que come, suele decirse que
se alimenta del sudor de su trabajo; pues como señor san Joseph estaba
todo el día en el continuo afán de su trabajo, derramando sus sudores
para que de estos se mantuviera su querido hijo Cristo, cumpliendo con
esto con la obligación de amoroso padre, el alimento de Jesús eran aquellos sudores, y como estos se hallaban en la sangre y linfa que tenía como
verdadero hombre, al tiempo de la muerte de Cristo ocurrieron estas a su
corazón como a patrocinarlo, y allí se hallaban los sudores de Joseph, con
que abriendo el soldado en aquella celestial puerta dos fuentes, aquellos
habían de salir como corrientes cristalinas. Y si esta sagrada puerta fue la
que tocó el corazón de Rosa, era congruente que también la bañaran los
sudores de Joseph, como patrocinada de tan soberano patriarca.49
Entonces, según estas cavilaciones, el cuerpo es testimonio fidedigno de lo obrado en el alma, una manifestación viva y exteriorizada
de lo depositado en ella. La representación visual de los dolores josefinos, ciertamente, fue compuesta como una reverberación de este
postulado. Conozcamos un caso específico para comprobarlo.
En contraposto, san José posa rodeado por melancólicos ángeles
que sostienen las siete escenas bifásicas en pictóricos óvalos. Con las
manos cruzadas sobre el pecho, mismas que acentúan la sensorialidad de su aflicción, eleva la mirada más allá del lienzo en busca de
un poco de compasión celestial (fig. 1). El rostro josefino detallado
en el óleo de considerables dimensiones sito en el Museo de El Carmen, condensa con colores lo dicho mediante letras, armonizando
con los parámetros lebrunianos en boga, es decir, la manifestación de
48. Basándose en los saberes del “erudito Luata”. Desconozco a qué autor hace referencia.
Fernández de Arévalo, El universal patrocinio…, XIV.
49. Cursivas mías. Fernández de Arévalo, El universal patrocinio, XIV-XV.
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
las pasiones espirituales a través de la gestualidad facial.50 Así como
el sudor mencionado por Bocanegra, en alquímico proceso, fue trasmutado de secreción en corporalidad crística a causa de los afanes
josefinos; aquí las lágrimas, en “licuefacción mística”, son la materialización inmediata de las emociones alojadas en el corazón.51 Los ojos
levantados, las cejas arqueadas y la boca con un rictus apesadumbrado, configuran los perfiles de la tristesse y el mouvement de douleur.52
Estamos pues frente a un rasgo elemental de esta propuesta de masculinidad donde es lícito el llanto inducido por las congojas del amor.
En duplicidad iconográfica, sumada a la rememoración devocional
de la septena agridulce, vemos la confección analógica del Pater doloroso. Un varón que exterioriza sus penas, donde cada lágrima vertida
certifica su amor sacrificial. Si bien, no estuvo como María a los pies
de la cruz en el Gólgota, lloró todo su dolor con anticipación, al mecer
conscientemente entre sus brazos, día con día, al futuro cadáver.
50. Charles Le Brun, quien fue pintor de cámara de Luis XIV y director de la Académie royale
de peinture et de sculpture, desarrolló una metodología pictórica divulgada a través de disertaciones, de las cuales destaca la Conférence sur l’expression générale et particuliér (1688),
donde el artista asentó que las pasiones del alma eran perceptibles mediante el rostro. Como
ha demostrado Paula Mues, la propuesta lebruniana tuvo fuerte resonancia en los pinceles novohispanos dieciochescos, tanto en la disposición de posturas corporales como en la
configuración de emociones vueltas gestos faciales. No obstante, como bien señala la investigadora, las representaciones alusivas a la tristeza y el llanto, debemos considerarlas en un
contexto más amplio, puesto que se retroalimentaron de una luenga tradición en la historia
del arte occidental. Para ahondar más al respecto, véase Paula Mues, El pintor novohispano José de Ibarra: imágenes retóricas y discursos pintados (México: Universidad Nacional
Autónoma de México, tesis de doctorado en Historia del Arte, 2009), 295-342; Paula Mues,
“Pintura ilustre y pincel moderno. Tradición e innovación en la Nueva España”, en Pintado
en México, 1700-1790: Pinxit Mexici (China: Los Ángeles County Museum of Art-Fomento
Cultural Banamex, 2017), 65-66.
51. Véase Merlo Solorio, “Esculpido por tribulaciones y profecías asombrosas”, 19-21.
52. Si bien, la expresión facial de san José no parece ser préstamo fiel de los prototipos lebrunianos, tal y como sí fueron trazados en los lienzos de José de Ibarra y su círculo cercano,
sugiero que esta comulga con la innovada narratividad de las experiencias emocionales de
lo divino, manifiesta tanto en la oratoria sacra como en la pintura del último tercio del XVII
y durante el largo siglo XVIII. Véase Charles Le Brun, Méthode pour apprendre à dessiner les
passions (Amsterdam: Imprenta de François van der Plaats, 1702), 22-23, 121 y 153.
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
Reflexiones finales
Con lo explorado en este acercamiento al dolor josefino, queda patente que el san José de la época moderna habitó una dialéctica cuyos
componentes mixturados fueron “muerte dolorida y amor gozoso”;53
sentimientos transformados en metáforas literarias o pictóricas como
en los casos de la flecha teresiana o la espina de santa Rita de Casia:
objetos divinos que favorecieron hiriendo. De igual manera, el estilete aportaba llamas de caridad y cortaduras agónicas al corazón del
carpintero, enseñando moralmente a la feligresía que el padecer es
gozar y trascender.
Historizar las emociones fundamentadas y difundidas desde los
saberes teologales nos abre una brecha significativa para entender no
solo las expectativas normativas de las hegemonías del pensamiento,
sino también los alcances que estas pudieron tener al socializarse vía
devocional e institucional pero, sobre todo, en las dinámicas interpersonales del ámbito familiar, a sabiendas de que lo diseñado en san
José alude, intrínsecamente, a las valoraciones de lo paternofilial y,
por tanto, de todo lo emparentado con los paradigmas de la masculinidad. Una tarea que espera investigaciones de mayor calado para
indagar en los regímenes emocionales novohispanos,54 incluso, en una
dimensión mayor, tomando en cuenta el universo simbólico y discursivo compartido en la esfera monárquica, mismo que auspició la
consonancia en las cavilaciones sobre el Santo Patriarca.
En un mundo que aboga a favor de la introspección y la empatía, sin duda, es indispensable rastrear el alcance sociocultural de
los presupuestos religiosos vinculados con las emociones, ya que, al
ser semilleros, matraces y propagadores de juicios, condicionantes,
predeterminaciones y anhelos, han incidido tanto colectiva como
53. Plasencia, Sermón panegírico que mira al gloriosísimo patriarca señor san Joseph, 28.
54. Véase Estela Roselló Soberón, “Afectos, pasiones y sentimientos. Algunas pregun-
tas para la historia de las emociones en la Nueva España y la edad moderna, siglos XVIXVIII”. en Enfoques y perspectivas para la historia de Nueva España, coord. María del Pilar
Martínez López-Cano (México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de
Investigaciones Históricas, 2021), 335-338.
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
Fig. 9.1: Autor desconocido. Los dolores y gozos de san
José. s. XVIII. Museo de El Carmen, CDMX
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Pensamiento, arte y letras: circulación de ideas en la Nueva España
individualmente a lo largo del tiempo; incluso, heredándose culturalmente sin mediación eclesiástica o doctrinal, en una suerte de
trasvases seculares. Por ello, quizá no sea gratuito que, dentro del
cancionero popular mexicano, uno de sus grandes hitos afirme categóricamente y a modo de aforismo que amar es sufrir.
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Santidad a flor de piel: el dolor josefino en el cristianismo moderno
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la devoción pueda discurrir. El que mandó a quien todos deben
servir y reverenciar como a supremo señor. El que crio a su creador. El salvador del salvador del mundo. El que tiene silla en
la gloria sobre los querubines y serafines. Nuestro padre y señor
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294
Pensamiento, arte y letras:
circulación de ideas en la Nueva España
fue arbitrado bajo el sistema de pares ciegos
y se editó en El Colegio de Morelos:
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