Los años finales del Medievo se caracterizaron, entre otros aspectos, por el vigor de una religiosidad que impregnaba las relaciones sociales y la vida diaria de las gentes. La recepción de los sacramentos marcaba la existencia de los...
moreLos años finales del Medievo se caracterizaron, entre otros aspectos, por el vigor de una religiosidad que impregnaba las relaciones sociales y la vida diaria de las gentes. La recepción de los sacramentos marcaba la existencia de los cristianos, los ritmos anuales seguían las pautas de las festividades y celebraciones litúrgicas, las actividades económicas se desarrollaron bajo el patrocinio religioso y cualquier situación que alterase el devenir cotidiano (hambrunas, enfermedades, inundaciones, sequías, heladas, epidemias) desencadenaba la ejecución de una serie de ritos religiosos de carácter propiciatorio, expiatorio y, una vez vuelta la normalidad, de acción de gracias. A pesar de la influencia de las corrientes humanistas, la religión siguió rigiendo la vida de los individuos y no había actividad o situación que no fuese puesta en relación con la fe y con Dios. Por imperativos impuestos desde el momento del nacimiento, los cristianos estaban adscritos a una determinada parroquia, eran instruidos en la fe y confiaban la salud de su alma al clero parroquial. Ello había sido posible gracias al empeño de la Iglesia por consolidar en el Occidente medieval una red de instituciones religiosas capaz de englobar, adoctrinar y controlar, a través de la acción de monjes y curas, los comportamientos de la mayor parte de la población. Es obvio, por tanto, que la formación espiritual y la actitud moral de los eclesiásticos resultaba decisiva a la hora de ejercer su magisterio y de servir como ejemplo de virtud y honestidad a los fieles que tenían encomendados. Sin embargo, al igual que la literatura medieval, la documentación archivística no alude tan apenas a comportamientos virtuosos y ejemplares; por el contrario, tanto las visitas pastorales como las constituciones sinodales y conciliares, las disposiciones municipales, los procesos judiciales e inquisitoriales y las actas notariales describen o, en su caso, denuncian y tratan de frenar y corregir los defectos, vicios y delitos que, al parecer, habían calado hondo en las formas de vida del clero. Dentro del ámbito aragonés, la riqueza documental de los archivos permite, una vez más, profundizar en esta realidad centrando la investigación en un ámbito geográfico representativo: la ciudad de Daroca y sus aldeas.