Marcos 12,28-34 (31 Tiempo ordinario – B)
Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
******/******
José Antonio Pagola
Hay pocas experiencias
cristianas más gozosas que la de encontrarnos de pronto con una palabra de
Jesús que ilumina lo más hondo de nuestro ser con una luz nueva e intensa. Así
es la respuesta a aquel escriba que le pregunta: «¿Qué mandamiento es el primero
de todos?».
Jesús no duda. Lo primero de todo es amar. No hay nada
más decisivo que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos
amamos a nosotros mismos. La última palabra la tiene siempre el amor. Está
claro. El amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia. La savia
de la vida. El secreto último de nuestra felicidad. La clave de nuestra vida
personal y social.
Es así. Personas de gran
inteligencia, con asombrosa capacidad de trabajo, de una eficacia sorprendente
en diversos campos de la vida, terminan siendo seres mediocres, vacíos y fríos
cuando se cierran a la fraternidad y se van incapacitando para el amor, la
ternura o la solidaridad.
Por el contrario, hombres y
mujeres de posibilidades aparentemente muy limitadas, poco dotados para grandes
éxitos, terminan con frecuencia irradiando una vida auténtica a su alrededor
sencillamente porque se arriesgan a renunciar a sus intereses egoístas y son
capaces de vivir con atenta generosidad hacia los demás.
Lo creamos o no, día a día
vamos construyendo en cada uno de nosotros un pequeño monstruo de egoísmo,
frialdad e insensibilidad hacia los otros o un pequeño prodigio de ternura,
fraternidad y solidaridad con los necesitados. ¿Quién nos podrá librar de esa
increíble pereza para amar con generosidad y de ese egoísmo que anida en el
fondo de nuestro ser?
El amor no se improvisa, ni
se inventa, ni se fabrica de cualquier manera. El amor se acoge, se aprende y
se contagia. Una mayor atención al amor de Dios revelado en Jesús, una escucha
más honda del evangelio y una apertura mayor a su Espíritu pueden hacer brotar
poco a poco de nuestro ser posibilidades de amor que hoy ni sospechamos.