La forma de medir la capacidad o las competencias de las y los trabajadores en el capitalismo, para algunos pensadores de finales del siglo XIX, era un problema a resolver. El desarrollo de este modo de producción y la consecuente división del trabajo adquirieron un gran impulso a partir de la revolución industrial y la revolución eléctrica.

En este sentido, se volvió fundamental medir el trabajo-vivo para proyectar la rentabilidad empresarial. Como explicaba Karl Marx, “si se necesitase un día de trabajo para mantener vivo a un obrero durante un día, el capital no podría existir, pues el día de trabajo se cambiaría por su propio producto, y el capital no podría valorizarse como capital y, por consiguiente, no podría subsistir. Pero si un solo medio día de trabajo basta para mantener vivo a un obrero durante todo un día de trabajo, entonces la plusvalía resulta de esta diferencia”, por esta razón, “el trabajo de los pobres es la mina de los ricos”.

El sujeto, como indica Paolo Virno (2003), se tornó un campo de batalla. El obrero era, según Taylor, un “gorila amaestrado”. La reflexión realizada por Ford es muy elocuente. Decía: “Cómo es que cuando quiero un par de manos también me traen a un ser humano”. También son representativas de esta preocupación las palabras que más adelante, y en plena crisis de los años 1970, dirá el presidente de Toyota, Satoshi Kamata: “Si el 33% de los movimientos desperdiciados son eliminados, en tres trabajadores, uno de ellos se torna innecesario” (Antunes, 2009).

La reducción de los costos como forma de mantener niveles de competitividad es un mal endémico del sistema capitalista, debiendo de forma constante hacer del trabajo vivo algo más barato (condición para la creación de plusvalía), ya sea de forma relativa vía introducción de tecnología, o absoluta, aumentando la explotación en horas de trabajo.

Como el costo del trabajo es una piedra en el zapato para el capitalismo, algunas escuelas de pensamiento, en su afán por contribuir para un mejor aprovechamiento del trabajo, se han dedicado a conocer las mejores formas de explotar al máximo a quien vive de vender su fuerza de trabajo (Antunes, 2009). Esta preocupación por medir el trabajo echa raíces en el siglo XIX. En 1891 se publicó un artículo de JS Nicholson que llevaba por nombre “El capital vivo del Reino Unido” y expresaba la necesidad de medir esta capacidad, algo que más adelante profundizarán los tartufos del llamado “capital humano” (López Ruiz, 2007). Como el dinero es la mercancía con la que se igualan todas las mercancías, el desafío para Nicholson fue encontrar el valor monetario de esta capacidad, de este “capital humano”, medible como valor abstracto y generador de valores de cambio. Nicholson quiso calcularlo como él mismo describe, “de la misma forma en que sus pianos y cajas de pinturas lo son en el capital muerto […] de la misma forma que los muebles de un stock inanimado” (López Ruiz, 2007, p. 404).

Más adelante, en 1937, será en el texto “Economía y conocimiento”, del creador del neoliberalismo, FV Hayek (luchador incansable contra los estados de bienestar), donde se considerará el trabajo como un valor que potenciaría el crecimiento, en un antecedente directo de la teoría de “capital humano” (Pino Freire et al., 2010, p. 105). Theodore W Schultz, en 1959, retomará este desafío y de modo más refinado identificará este valor, nombrándolo precisamente “capital humano”. En junio de 1959 apareció publicado en The Social Service Review el artículo correspondiente a la conferencia dictada por Schultz en la Universidad de Chicago. El título era provocador, pero a la vez cauteloso: “Inversión en el hombre, la visión de un economista”. En su reflexión sugiere la hipótesis de que las personas en sí mismas son una forma de riqueza y que esta riqueza no debe ser dejada de lado por el cálculo económico. Es decir que mientras que para Nicholson a fines del siglo XIX se trataba de un cálculo económico del “capital vivo”, para Schultz significa cuánto valen ciertas cualidades o habilidades en el mercado, algo que lo aproxima al planteo de Hayek. Lo que para Nicholson era un costo, para Schultz era una inversión.

Desde este paradigma y apropiándose de mejor manera de ese “capital humano”, el ethos empresarial intentará convertir la totalidad de la vida en una empresa, proliferando este orden civilizatorio promercado por todos los rincones del planeta. El mensaje será que quien invierta en “sí mismo” estará pensando en “su” futuro. A partir de 1960, la educación será vista como una inversión en “capital humano”. El lugar de nacimiento de esta concepción social fue la Universidad de Chicago, donde Schultz era director desde 1946. Destinó gran parte de su investigación académica al desarrollo económico y su relación con los recursos humanos. El ensayo “sobre el valor económico de la educación” de Schultz obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1979. Para el autor, “el trabajo es producto de una inversión, por lo tanto, no un medio de producción originario sino un medio de producción producido” (López Ruiz, 2007, p. 408). Detrás de esta reflexión del trabajador/a como un medio de producción producido estaba Harry Johnson, economista canadiense que trabajó en la Universidad de Chicago desde 1959. Esta universidad ejerció gran influencia en Chile, donde economistas de la Universidad Católica de Chile formados por la Universidad de Chicago fueron parte de la estrategia norteamericana de control e implementación de un programa económico neoliberal, previo y durante la dictadura cívico-militar que se inició con el golpe de Estado de 1973 (Gárate Chateau, 2012).

La inversión en “capital humano” será la justificación para una explicación individual del éxito o el fracaso en el mercado de empleo, concluyendo que el desarrollo frustrado de las economías dependientes es la ausencia en la población de este “capital”. En este sentido, según Domínguez Uga (2004), organismos internacionales como el Banco Mundial promovieron y promueven este relato donde la clave del éxito o el enfoque para atender y resolver la pobreza es la ampliación del “capital humano”, porque de ese modo, mejorarían las oportunidades y el desempeño individual en el mercado de trabajo. Por cierto, este enfoque individualista está en sintonía con las reflexiones de la Dama de Hierro que pensaba que “No hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos”.

La promoción del "self emprendedor" por medio del “paradigma de la activación” será clave. El sujeto es llamado a ser protagonista individual, cuando todo escapa de su control.

El mercado como mecanismo será para este paradigma el representante de la justicia más absoluta, donde individuos con intereses privados establecen contratos mercantiles. Desde la década de 1980, el Banco Mundial viene actuando como un importante formulador de recomendaciones políticas para los países de la periferia, diseminando “programas de combate a la pobreza” y acciones tendientes a esta línea, acompañado por el enfoque que comprende la pobreza como “fenómeno” multidimensional y encuentra en este llamado “capital humano” el potencial para resolverla.

El mundo del trabajo actual nos convoca cada vez más como trabajadores/as autónomos/as, unipersonales, inversores/as de “capital humano” en nosotros mismos. No es la primera vez que vamos a escuchar que Uruguay tiene problemas de competencia por los altos costos salariales y de seguridad social. Pero las y los trabajadores, habiendo sido despojados de todo, lo único que tienen para vender es su capacidad. Al no ser propietarios privados y en plena desregulación de la propiedad social por medio del avance del neoliberalismo, cuentan tan sólo con la propiedad de “sí mismos”, una mano atrás y otra delante. Se piensa a las/os trabajadores y a las/os desempleados como inversores-emprendedores, con ahorros previsionales privados y sin sindicato. Su costo es la inversión en su propio “capital humano” y, de ese modo, devienen en responsables de sus desgracias y sus éxitos.

Este concepto llamado “capital humano” continúa ganando protagonismo en el siglo XXI, por ejemplo en Argentina, donde a partir del ejercicio del gobierno entrante fue creado el Ministerio del Capital Humano, portando este enfoque ultraindividualizante. Tal vez del mismo modo que 20 años antes la era progresista inauguró los ministerios de Desarrollo Social dando cuenta de una nueva responsabilidad social para con la pobreza, este nuevo Ministerio del CH, además de convertirse en un superministerio que englobó varias otras carteras, como Trabajo, Educación y Desarrollo Social (en parte como estrategia para el ajuste económico), ejemplifica el espíritu del capitalismo de nuestra época, que es la “ideología que justifica el compromiso que los sujetos tienen con el capitalismo” (Zangaro, 2011, p. 21). La promoción a los sujetos para que inviertan en “su capital humano” será el fundamento que sostiene las actividades de este tipo de instituciones, coherente con la individualización del/la trabajador/a, la flexibilización del trabajo y el derrumbe de la responsabilidad colectiva. La promoción del self emprendedor (Bröckling, 2015) por medio del “paradigma de la activación” será clave. El sujeto es llamado a ser protagonista individual, cuando todo escapa de su control.

Alejandro Mariatti es docente de la Facultad de Ciencias Sociales, doctor en Ciencias Sociales y licenciado en Trabajo Social.

Referencias

  • Antunes, R (2009). Os sentidos do trabalho. Ensaio sobre a afirmação e a negação do trabalho. Boitempo.
  • Bröckling, U (2015). El self emprendedor. Sociología de una forma de subjetivación. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
  • Domínguez Uga, V (2004). A categoria “pobreza” nas formulações de política social do Banco Mundial. Sociologia Política. 23, Curitiba, 55-62.
  • Gárate Chateu, M (2012). La revolución capitalista de Chile (1973-2003). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
  • López Ruiz, O. (2007). Ethos empresarial: el capital humano cómo valor social. Estudios Sociológicos, vol. XXV, Nº 74, México, 399-425.
  • Nicholson, JS (1891). The Living Capital of the United Kingdom, The Economic Journal, vol. 1, 95-107.
  • Pino Freire, R y Pedrero González, E (2010). Carlos Marx y el capital... ¿humano?, Revista Internacional Marx Ahora, La Habana, 103-121.
  • Virno, P (2003). Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas. Madrid: Traficantes de Sueños.
  • Zangaro, MB (2011). Subjetividad y trabajo. Una lectura foucaultiana del managment. Buenos Aires: Herramienta.