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Confabulario Arreola

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Confabulario

Juan Jos ArreoIa






Autodidacta de poderosa imaginacin. Juan Jos Arreola ha ejercido los ms dismiles
oficios: vendedor ambulante, periodista, maestro y sobre todo charlista de palabra deslumbrante
y ademanes categricos. nquietador profesional de vidas y sensibilidades, buena parte de la
|oven narrativa mexicana le debe enseanzas definitivas. Su primer libro. Varia invencin, lo
situ como uno de los mejores cuentistas actuales. Confabularlo le da sitio aparte en nuestras
letras. Su evolucin literaria podra resumirse as: la ingenuidad que deviene sapiencia; la alusin
que se convierte en elusin, el plano vertical que se trueca plano oblicuo. El tema del amor es
capital en su obra: va del idealismo adolescente a una visin aterradora y caricaturesca de la
mujer, cifra y smbolo de la enajenacin, del dolor y de la muerte. Autor de textos redondos por lo
que toca a los personajes, la estructura y el estilo, me parece el ms perfecto, porque los lastres
que vena padeciendo la literatura mexicana desaparecen en l sin dejar huella,

Emanuel Carballo


Los cuentos que componen Confabularlo rebasan cualquier intento de descripcin:
fbulas, poemas en prosa, crnicas, simples y llanas narraciones y divertimentos que
trascienden, amn de por su profundidad y poesa, por su enorme maestra en el manejo del
lenguaje. Clsico ya por la contundencia de su obra, Juan Jos Arreola nos da en Confabularlo
una pequea muestra de su gran talento literario.













Juan Jose Arreola Confabulario
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Juan Jose Arreola Confabulario
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Coleccin: Narrativa Mexicana Actual
Ttulo: ConIabularlo
Coordinacin editorial: J. Guillermo Lopez
Diseo de la cubierta: Hector Torres P.de T.








1963, Juan Jose Arreola
DERECHOS RESERVADOS
1999, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.
Avenida Insurgentes Sur = 1162
Col. Del Valle, 03100, Mexico, D.F.
Atencion al cliente: 55 66 38 05

Primera edicion en "Narrativa Mexicana Actual": julio 1999



ISBN: 968-406-923-5 Depsito Legal: NA-1813-1999
Impresion: Rodesa (Rotativas de Estella, S.A.)
Villatuerta (Navarra) Impreso en Espaa/Printed in Spain


Ninguna parte de esta publicacion incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o
transmitida en manera alguna ni por ningun medio, sin permiso previo del editor.








Juan Jose Arreola Confabulario
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INDICEError! No se encuentran entradas de ndice.
DE MEMORIA Y OLVIDO................................................................................. 5
CONFABULARIO................................................................................................ 7
PARTURIENT MONTES .................................................................................... 8
EN VERDAD OS DIGO..................................................................................... 10
EL RINOCERONTE........................................................................................... 12
LA MIGALA....................................................................................................... 13
EL GUARDAGUJAS ......................................................................................... 14
EL DISCIPULO.................................................................................................. 18
EVA..................................................................................................................... 20
PUEBLERINA.................................................................................................... 21
SINESIO DE RODAS......................................................................................... 23
MONOLOGO DEL INSUMISO ........................................................................ 25
EL PRODIGIOSO MILIGRAMO...................................................................... 27
NABONIDES...................................................................................................... 31
EL FARO ............................................................................................................ 33
IN MEMORIAM................................................................................................. 34
BALTASAR GERARD...................................................................................... 36
BABY H. P.......................................................................................................... 38
ANUNCIO........................................................................................................... 38
DE BALISTICA.................................................................................................. 42
UNA MUJER AMAESTRADA......................................................................... 47
PABLO................................................................................................................ 49
PARABOLA DEL TRUEQUE........................................................................... 54
UN PACTO CON EL DIABLO ......................................................................... 56
EL CONVERSO ................................................................................................. 61
EL SILENCIO DE DIOS.................................................................................... 64
LOS ALIMENTOS TERRESTRES ................................................................... 68
UNA REPUTACION.......................................................................................... 71
CORRIDO........................................................................................................... 73
CARTA A UN ZAPATERO QUE COMPUSO MAL UNOS ZAPATOS........ 74



Juan Jose Arreola Confabulario
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DE MEMORIA Y OLVIDO


Yo, seores, sov de Zapotlan el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad
Gu:man hace cien aos. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavia le decimos
Zapotlan. Es un valle redondo de mai:, un circo de montaas sin mas adorno que su buen
temperamento, un cielo a:ul v una laguna que viene v se va como un delgado sueo. Desde muvo
hasta diciembre, se ve la estatura parefa v creciente de las milpas. A veces le decimos Zapotlan de
Oro:co porque alli nacio Jose Clemente, el de los pinceles violentos. Como paisano suvo, siento
que naci al pie de un volcan. A proposito de volcanes, la orografia de mi pueblo incluve otras dos
cumbres, ademas del pintor. el Nevado que se llama de Colima, aunque todo el esta en tierra de
Jalisco. Apagado, el hielo en el invierno lo decora. Pero el otro esta vivo. En 1912 nos cubrio de
ceni:as v los viefos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompevana. se hi:o la noche en
pleno dia v todos creveron en el Juicio Final. Para no ir mas lefos, el ao pasado estuvimos
asustados con brotes de lava, rugidos v fumar olas. Atraidos por el fenomeno, los geologos
vinieron a saludarnos, nos tomaron la temperatura v el pulso, les invitamos una copa de ponche de
granada v nos tranquili:aron en plan cientifico. ata bomba que tenemos bafo la almohada puede
estallar tal ve: hov en la noche o un dia cualquiera dentro de los proximos die: mil aos.
Yo sov el cuarto hifo de unos padres que tuvieron catorce v que viven todavia para contarlo,
gracias a Dios, Como ustedes ven, no sov un nio consentido. Arreolas v Zuigas disputan en mi
alma como perros su antigua querella domestica de incredulos v devotos. Unos v otros parecen
unirse alla muv lefos en comun origen vascongado. Pero mesti:os a buena hora, en sus venas
circulan sin discordia las sangres que hicieron a Mexico, funto con la de una monfa francesa que
les entro quien sabe por donde. Hav historias de familia que mas valia no contar porque mi
apellido se pierde o se gana biblicamente entre los sefarditas de Espaa. Nadie sabe si don Juan
Abad, mi bisabuelo, se puso el Arreola para borrar una ultima fama de converso (Abad, de abba,
que es padre en arameo). No se preocupen, no vov a plantar aqui un arbol genealogico ni a tender
la arteria que me traiga la sangre plebeva desde el copista del Cid, o el nombre de la espuria Torre
de Quevedo. Pero hav noble:a en mi palabra. Palabra de honor. Procedo en linea recta de dos
antiquisimos linafes. sov herrero por parte de madre v carpintero a titulo paterno. De alli mi
pasion artesanal por el lenguafe.
Naci el ao de 1918, en el estrago de la gripa espaola, dia de San Mateo Evangelista v
Santa Ifigenia Jirgen, entre pollos, puercos, chivos, guafolotes, vacas, burros v caballos. Di los
primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salio del corral, Tal es el
antecedente de la angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mi el aura neurotica
que envuelve a toda la familia v que por fortuna o desgracia no ha llegado a resolverse nunca en la
epilepsia o la locura. Todavia este mal borrego negro me persigue v siento que mis pasos tiemblan
como los del troglodita perseguido por una bestia mitologica.
Como casi todos los nios, vo tambien fui a la escuela. No pude seguir en ella por ra:ones
que si vienen al caso pero que no puedo contar. mi infancia transcurrio en medio del caos
provinciano de la Revolucion Cristera. Cerradas las iglesias v los colegios religiosos, vo, sobrino
de seores curas v de monfas escondidas, no debia ingresar a las aulas oficiales so pena de
herefia. Mi padre, un hombre que siempre sabe hallarle salida a los callefones que no la tienen, en
ve: de enviarme a un seminario clandestino o a una escuela del gobierno, me puso sencillamente a
trabafar. Y asi, a los doce aos de edad entre como aprendi: al taller de don Jose Maria Silva,
maestro encuadernador, v luego a la imprenta del Chepo Gutierre:. De alli nace el gran amor que
tengo a los libros en cuanto obfetos manuales. El otro, el amor a los textos, habia nacido antes por
obra de un maestro de primaria a quien rindo homenafe. gracias a Jose Ernesto Aceves supe que
habia poetas en el mundo, ademas de comerciantes, pequeos industriales v agricultores. Aqui
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debo una aclaracion. mi padre, que sabe de todo, le ha hecho al comercio, a la industria v a la
agricultura [siempre en pequeo) pero ha fracasado en todo. tiene alma de poeta.
Sov autodidacto, es cierto. Pero a los doce aos v en Zapotlan el Grande lei a Baudelaire, a
Walt Whitman v a los principales fundadores de mi estilo. Papini v Marcel Schwob, funto con medio
centenar de otros nombres mas v menos ilustres,.. Y oia canciones v los dichos populares v me gustaba
mucho la conversacion de la ente de campo.
Desde 1930 hasta la echa he desempeado mas de veinte oficios v empleos diferentes... He
sido vendedor ambulante v periodista, mo:o de cuerda v cobrador de banco. Impresor, comediante
v panadero. Lo que ustedes quieran.
Seria infusto si no mencionara aqui al hombre que me cambio la vida. Louis Jouvet, a quien
conoci a su paso por Guadalafara, me llevo a Paris hace veinticinco aos. Ese viafe es un sueo
que en vano trataria de revivir, pise las tablas de la Comedia Francesa. esclavo desnudo en las
galeras de Antonio v Cleopatra, bafo las ordenes de Jean Louis Barrault v a los pies de Marie Bell.
A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Economica me acogio en su departamento
tecnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hi:o pasar por filologo v
gramatico. Despues de tres aos de corregir pruebas de imprenta, traducciones v originales, pase
a figurar en el catalogo de autores (Varia invencion aparecio en Te:ontle, 1949).
Una ultima confesion melancolica. No he tenido tiempo de efercer la literatura. Pero he
dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguafe por sobre todas las cosas v venero
a los que mediante la palabra han manifestado el espiritu, desde Isaias a Fran: Kafka. Desconfio
de casi toda la literatura contemporanea. Jivo rodeado por sombras clasicas v benevolas que
protegen mi sueo de escritor. Pero tambien por los fovenes que haran la nueva literatura
mexicana. en ellos delego la tarea que no he podido reali:ar. Para facilitarla, les cuento todos los
dias lo que aprendi en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oi, un
solo instante, a traves de la :ar:a ardiente.


Al emprender esta edicion definitiva, Joaquin Die:-Canedo v vo nos hemos puesto de acuerdo
para devolverle a cada uno de mis libros su mas clara individualidad. Por a:ares diversos, Varia
invencion, ConIabulario v Bestiario se contaminaron entre si, a partir de 1949. (La Ieria es un caso
aparte.) Ahora cada uno de esos libros devuelve a los otros lo que no es suvo v recobra
simultaneamente lo propio.
Este ConIabulario se queda con los cuentos maduros v aquello que mas se les parece. A
Varia invencion iran los textos primitivos, va para siempre verdes. El Bestiario tendra Prosodia de
complemento, porque se trata de textos breves en ambos casos. prosa poetica v poesia prosaica.
(No me asustan los terminos.)
Y a quien finalmente le importa si a partir del quinto volumen de estas obras completas o
no, todo va a llamarse confabulario total o memoria v olvido? Solo me gustaria apuntar que
confabulados o no, el autor v sus lectores probables sean la misma cosa. Suma v resta entre
recuerdos v olvidos, multiplicados por cada uno.

1. 1. A.

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CONFABULARIO








...mudo espio mientras alguien vora: a mi me observa.
CARLOS PELLICER

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PARTURIENT MONTES


...nascetur ridiculas mus.

HORACIO, Ad Pisones, 139.


Entre amigos y enemigos se diIundio la noticia de que yo sabia una nueva version del parto de
los montes. En todas partes me han pedido que la reIiera, dando muestras de una expectacion que
rebasa con mucho el interes de semejante historia. Con roda honestidad, una y otra vez remiti la
curiosidad del publico a los textos clasicos y a las ediciones de moda. Pero nadie se quedo contento:
todos querian oirla de mis labios. De la insistencia cordial pasaban, segun su temperamento, a la
amenaza, a la coaccion y al soborno. Algunos Ilematicos solo Iingieron indiIerencia para herir mi
amor propio en lo mas vivo. La accion directa tendria que llegar tarde o temprano.
Ayer Iui asaltado en plena calle por un grupo de resentidos. Cerrandome el paso en todas
direcciones, me pidieron a gritos el principio del cuento. Muchas gentes que pasaban distraidas
tambien se detuvieron, sin saber que iban a tomar parte en un crimen. Conquistadas sin duda por mi
aspecto de charlatan comprometido, prestaron de buena gana su concurso. Pronto me halle rodeado
por la masa compacta.
Abrumado y sin salida, haciendo un total acopio de energia, me propuse acabar con mi
prestigio de narrador. Y he aqui e1 resultado. Con una voz Ialseada por la emocion, trepado en mi
banquillo de agente de transito que alguien me puso debajo de los pies, comienzo a declamar las
palabras de siempre, con los ademanes de costumbre: "En medio de terremotos y explosiones, con
grandiosas seales de dolor, desarraigando los arboles y desgajando las rocas, se aproxima un
gigante advenimiento. Va a nacer un volcan? Un rio de Iuego? Se alzara en el horizonte una
nueva y sumergida estrella? Seoras y seores: Las montaas estan de parto!"
El estupor y la vergenza ahogan mis palabras. Durante varios segundos prosigo el discurso
a base de pura pantomima, como un director Irente a la orquesta enmudecida. El Iracaso es tan real
y evidente, que algunas personas se conmueven. "Bravo!", oigo que gritan por alli, animandome a
llenar la laguna. Instintivamente me llevo las manos a la cabeza y la aprieto con todas mis Iuerzas,
queriendo apresurar el Iin del relato. Los espectadores han adivinado que se trata del raton
legendario, pero simulan una ansiedad enIermiza. En torno a mi siento palpitar un solo corazon.
Yo conozco las reglas del juego, y en el Iondo no me gusta deIraudar a nadie con una salida
de prestidigitador. Bruscamente me olvido de todo. De lo que aprendi en la escuela y de lo que he
leido en los libros. Mi mente esta en blanco. De buena Ie y a mano limpia, me pongo a perseguir al
raton. Por primera vez se produce un silencio respetuoso. Apenas si algunos asistentes participan en
voz baja a los recien llegados, ciertos antecedentes del drama. Yo estoy realmente en trance y me
busco por todas partes el desenlace, como un hombre que ha perdido la razon.
Recorro mis bolsillos uno por uno y los dejo volteados, a la vista del publico. Me quito el
sombrero y lo arrojo inmediatamente, desechando la idea de sacar un conejo. Deshago el nudo de
mi corbata y sigo adelante, proIundizando en la camisa, hasta que mis manos se detienen con horror
en los primeros botones del pantalon.
A punto de caer desmayado, me salva el rostro de una mujer que de pronto se enciende con
esperanzado rubor. AIirmado en el pedestal, pongo en ella todas mis ilusiones y la elevo a la
categoria de musa, olvidando que las mujeres tienen especial debilidad por los temas escabrosos. La
tension llega en este momento a su maximo. Quien Iue el alma caritativa que al darse cuenta de mi
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estado aviso por teleIono? La sirena de la ambulancia preludia en el horizonte una amenaza
deIinitiva.
En el ultimo instante, mi sonrisa de alivio detiene a los que sin duda pensaban en lincharme.
Aqui, bajo el brazo izquierdo, en el hueco de la axila, hay un leve calor de nido... Algo aqui se
anima y se remueve... Suavemente, dejo caer el brazo a lo largo del cuerpo, con la mano encogida
como una cuchara. Y el milagro se produce. Por el tunel de la manga desciende una tierna migaja
de vida. Levanto el brazo y extiendo la palma triunIal.
Suspiro, y la multitud suspira conmigo. Sin darme cuenta, yo mismo doy la seal del aplauso
y la ovacion no se hace esperar. Rapidamente se organiza un desIile asombroso ante el raton recien
nacido. Los entendidos se acercan y lo miran por todos lados, se cercioran de que respira y se
mueve, nunca han visto nada igual y me Ielicitan de todo corazon. Apenas se alejan unos pasos y ya
comienzan las objeciones. Dudan, se alzan de hombros y menean la cabeza. Hubo trampa? Es un
raton de verdad? Para tranquilizarme, algunos entusiastas proyectan un paseo en hombros, pero no
pasan de alli. El publico en general va dispersandose poco a poco. Extenuado por el esIuerzo y a
punto de quedarme solo, estoy dispuesto a ceder la criatura al primero que me la pida.
Las mujeres temen casi siempre a esta clase de roedores. Pero aquella cuyo rostro
resplandecio entre todos, se aproxima y reclama con timidez el entraable Iruto de Iantasia.
Halagado a mas no poder, yo se lo dedico inmediatamente, y mi conIusion no tiene limites cuando
se lo guarda amorosa en el seno.
Al despedirse y darme las gracias, explica como puede su actitud, para que no haya malas
interpretaciones. Viendola tan turbada, la escucho con embeleso. Tiene un gato, me dice, y vive con
su marido en un departamento de lujo. Sencillamente, se propone darles una pequea sorpresa.
Nadie sabe alli lo que signiIica un raton.





Juan Jose Arreola Confabulario
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EN VERDAD OS DIGO



Todas las personas interesadas en que el camello pase por el ojo de la aguja, deben inscribir
su nombre en la lista de patrocinadores del experimento Niklaus.
Desprendido de un grupo de sabios mortiIeros, de esos que manipulan el uranio, el cobalto y
el hidrogeno, Arpad Niklaus deriva sus investigaciones actuales a un Iin caritativo y radicalmente
humanitario: la salvacion del alma de los ricos.
Propone un plan cientiIico para desintegrar un camello y hacerlo que pase en chorro de
electrones por el ojo de una aguja. Un aparato receptor (muy semejante en principio a la pantalla de
television) organizara los electrones en atomos, los atomos en moleculas y las moleculas en celulas,
reconstruyendo inmediatamente el camello segun su esquema primitivo. Niklaus ya logro cambiar
de sitio, sin tocarla, una gota de agua pesada. Tambien ha podido evaluar, hasta donde lo permite la
discrecion de la materia, la energia cuantica que dispara una pezua de camello. Nos parece inutil
abrumar aqui al lector con esa ciIra astronomica.
La unica diIicultad seria en que tropieza el proIesor Niklaus es la carencia de una planta
atomica propia. Tales instalaciones, extensas como ciudades, son increiblemente caras. Pero un
comite especial se ocupa ya en solventar el problema economico mediante una colecta universal.
Las primeras aportaciones, todavia un poco timidas, sirven para costear la edicion de millares de
Iolletos, bonos y prospectos explicativos, asi como para asegurar al proIesor Niklaus el modesto
salario que le permite proseguir sus calculos e investigaciones teoricas, en tanto se ediIican los
inmensos laboratorios.
En la hora presente, el comite solo cuenta con el camello y la aguja. Como las sociedades
protectoras de animales aprueban el proyecto, que es inoIensivo y hasta saludable para cualquier
camello (Niklaus habla de una probable regeneracion de todas las celulas), los parques zoologicos
del pais han oIrecido una verdadera caravana. Nueva York no ha vacilado en exponer su
Iamosisimo dromedario blanco.
Por lo que toca a la aguja, Arpad Niklaus se muestra muy orgulloso, y la considera piedra
angular de la experiencia. No es una aguja cualquiera, sino un maravilloso objeto dado a luz por su
laborioso talento. A primera vista podria ser conIundida con una aguja comun y corriente. La seora
Niklaus, dando muestra de Iino humor, se complace en zurcir con ella la ropa de su marido. Pero su
valor es inIinito. Esta hecha de un portentoso metal todavia no clasiIicado, cuyo simbolo quimico,
apenas insinuado por Niklaus, parece dar a entender que se trata de un cuerpo compuesto
exclusivamente de isotopos de nikel. Esta sustancia misteriosa ha dado mucho que pensar a los
hombres de ciencia. No ha Ialtado quien sostenga la hipotesis risible de un osmio sintetico o de un
molibdeno aberrante, o quien se atreva a proclamar publicamente las palabras de un proIesor
envidioso que aseguro haber reconocido el metal de Niklaus bajo la Iorma de pequeisimos grumos
cristalinos enquistados en densas masas de siderita. Lo que se sabe a ciencia cierta es que la aguja
de Niklaus puede resistir la Iriccion de un chorro de electrones a velocidad ultracosmica. En una de
esas explicaciones tan gratas a los abstrusos matematicos, el proIesor Niklaus compara el camello
en su transito con un hilo de araa. Nos dice que si aprovechamos ese hilo para tejer una tela, nos
haria Ialta todo el espacio sideral para extenderla, y que las estrellas visibles e invisibles quedarian
alli prendidas como briznas de rocio. La madeja en cuestion mide millones de aos luz, y Niklaus
oIrece devanarla en unos tres quintos de segundo.
Como puede verse, el proyecto es del todo viable y hasta diriamos que peca de cientiIico.
Cuenta ya con la simpatia y el apoyo moral (todavia no conIirmado oIicialmente) de la Liga
Interplanetaria que preside en Londres el eminente OlaI Stapledon.
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En vista de la natural expectacion y ansiedad que ha provocado en todas partes la oIerta de
Niklaus, el comite maniIiesta un especial interes llamando la atencion de todos los poderosos de la
tierra, a Iin de que no se dejen sorprender por los charlatanes que estan pasando camellos muertos a
traves de sutiles oriIicios. Estos individuos, que no titubean al llamarse hombres de ciencia, son
simples estaIadores a caza de esperanzados incautos. Proceden de un modo sumamente vulgar,
disolviendo el camello en soluciones cada vez mas ligeras de acido sulIurico. Luego destilan el
liquido por el ojo de la aguja, mediante una clepsidra de vapor, y creen haber realizado el milagro.
Como puede verse, el experimento es inutil y de nada sirve Iinanciarlo. El camello debe estar vivo
antes y despues del imposible traslado.
En vez de derretir toneladas de cirios y de gastar el dinero en indesciIrables obras de caridad,
las personas interesadas en la vida eterna que posean un capital estorboso, deben patrocinar la
desintegracion del camello, que es cientiIica, vistosa y en ultimo termino lucrativa. Hablar de
generosidad en un caso semejante resulta del todo innecesario. Hay que cerrar los ojos y abrir la
bolsa con amplitud, a sabiendas de que todos los gastos seran cubiertos a prorrata. El premio sera
igual para todos los contribuyentes: lo que urge es aproximar lo mas que sea posible la Iecha de
entrega.
El monto del capital necesario no podra ser conocido hasta el imprevisible Iinal, y el
proIesor Niklaus, con toda honestidad, se niega a trabajar con un presupuesto que no sea
Iundamentalmente elastico. Los suscriptores deben cubrir con paciencia y durante aos sus cuotas
de inversion. Hay necesidad de contratar millares de tecnicos, gerentes y obreros. Deben Iundarse
subcomites regionales y nacionales. Y el estatuto de un colegio de sucesores del proIesor Niklaus,
no tan solo debe ser previsto, sino presupuesto en detalle, ya que la tentativa puede extenderse
razonablemente durante varias generaciones. A este respecto no esta por demas sealar la edad
provecta del sabio Niklaus.
Como todos los propositos humanos, el experimento Niklaus oIrece dos probables
resultados: el Iracaso y el exito. Ademas de simpliIicar el problema de la salvacion personal el exito
de Niklaus convertira a los empresarios de tan mistica experiencia en accionistas de una Iabulosa
compaia de transportes. Sera muy Iacil desarrollar la desintegracion de los seres humanos de un
modo practico y economico. Los hombres del maana viajaran a traves de grandes distancias, en un
instante y sin peligro, disueltos en raIagas electronicas.
Pero la posibilidad de un Iracaso es todavia mas halagadora. Si Arpad Niklaus es un
Iabricante de quimeras y a su muerte le sigue toda una estirpe de impostores, su obra humanitaria
no hara sino aumentar en grandeza, como una progresion geometrica, o como el tejido de pollo
cultivado por Carrel. Nada impedira que pase a la historia como el glorioso Iundador de la
desintegracion universal de capitales. Y los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras
inversiones, entraran Iacilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja),
aunque el camello no pase.

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EL RINOCERONTE



Durante diez aos luche con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride.
Joshua McBride me poseyo durante diez aos con imperioso egoismo. Conoci sus arrebatos
de Iuror, su ternura momentanea, y en las altas horas de la noche, su lujuria insistente y
ceremoniosa.
Renuncie al amor antes de saber lo que era, porque Joshua me demostro con alegatos
judiciales que el amor solo es un cuento que sirve para entretener a las criadas. Me oIrecio en
cambio su proteccion de hombre respetable. La proteccion de un hombre respetable es, segun
Joshua, la maxima ambicion de toda mujer.
Diez aos luche cuerpo a cuerpo con el rinoceronte, y mi unico triunIo consistio en
arrastrarlo al divorcio.
Joshua McBride se ha casado de nuevo, pero esta vez se equivoco en la eleccion. Buscando
otra Elinor, Iue a dar con la horma de su zapato. Pamela es romantica y dulce, pero sabe el secreto
que ayuda a vencer a los rinocerontes. Joshua McBride ataca de Irente, pero no puede volverse con
rapidez. Cuando alguien se coloca de pronto a su espalda, tiene que girar en redondo para volver a
atacar. Pamela lo ha cogido de la cola, y no lo suelta, y lo zarandea. De tanto girar en redondo, el
juez comienza a dar muestras de Iatiga, cede y se ablanda. Se ha vuelto mas lento y opaco en sus
Iurores; sus predicas pierden veracidad, como en labios de un actor desconcertado. Su colera no sale
ya a la superIicie. Es como un volcan subterraneo, con Pamela sentada encima, sonriente. Con
Joshua, yo nauIragaba en el mar; Pamela Ilota como un barquito de papel en una palangana. Es hija
de un Pastor prudente y vegetariano que le enseo la manera de lograr que los tigres se vuelvan
tambien vegetarianos y prudentes.
Hace poco vi a Joshua en la iglesia, oyendo devotamente los oIicios dominicales. Esta como
enjuto y comprimido. Tal parece que Pamela, con sus dos manos Iragiles, ha estado reduciendo su
volumen y le ha ido doblando el espinazo. Su palidez de vegetariano le da un suave aspecto de
enIermo.
Las personas que visitan a los McBride me cuentan cosas sorprendentes. Hablan de unas
comidas incomprensibles, de almuerzos y cenas sin rosbiI; me describen a Joshua devorando
enormes Iuentes de ensalada. Naturalmente, de tales alimentos no puede extraer las calorias que
daban auge a sus antiguas coleras. Sus platos Iavoritos han sido metodicamente alterados o
suprimidos por implacables y adustas cocineras. El patagras y el gorgonzola no envuelven ya el
roble ahumado del comedor en su untuosa pestilencia. Han sido reemplazados por insipidas cremas
y quesos inodoros que Joshua come en silencio, orno un nio castigado. Pamela, siempre amable y
sonriente, apaga el habano de Joshua a la mitad, raciona el tabaco de su pipa y restringe su whisky.
Esto es lo que me cuentan. Me place imaginarlos a los dos solos, cenando en la mesa angosta
y larga, bajo la luz Iria de los candelabros. Vigilado por la sabia Pamela, Joshua el gloton absorbe
colerico sus livianos manjares. Pero sobre todo, me gusta imaginar al rinoceronte en pantuIlas, con
el gran cuerpo inIorme bajo la bata, llamando en las altas horas de la noche, timido y persistente,
ante una puerta obstinada.

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LA MGALA



La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.
El dia en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la Ieria callejera, me di
cuenta de que la repulsiva alimaa era lo mas atroz que podia depararme el destino. Peor que el
desprecio y la conmiseracion brillando de pronto en una clara mirada.
Unos dias mas tarde volvi para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio
algunos inIormes acerca de sus costumbres y su alimentacion extraa. Entonces comprendi que
tenia en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la maxima dosis de terror que mi espiritu
podia soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a mi casa sentia el peso
leve y denso de la araa, ese peso del cual podia descontar, con seguridad, el de la caja de madera
en que la llevaba, como si Iueran dos pesos totalmente diIerentes: el de la madera inocente y el del
impuro y ponzooso animal que tiraba de mi como un lastre deIinitivo. Dentro de aquella caja iba el
inIierno personal que instalaria en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal inIierno
de los hombres.
La noche memorable en que solte a la migala en mi departamento y la vi correr como un
cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde
entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araa, que
llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el
cuerpo helado, tenso, inmovil, porque el sueo ha creado para mi, con precision, el paso
cosquilleante de la araa sobre mi piel, su peso indeIinible, su consistencia de entraa. Sin embargo,
siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inutilmente se apresta y se perIecciona.
Hay dias en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto.
Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner Irente a ella, al
salir del bao, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me
trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oir, aunque se que son imperceptibles.
Muchos dias encuentro intacto el alimento que he dejado la vispera. Cuando desaparece, no
se si lo ha devorado la mi-gala o algun otro inocente huesped de la casa. He llegado a pensar
tambien que acaso estoy siendo victima de una supercheria y que me hallo a merced de una Ialsa
migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engaado, haciendome pagar un alto precio por un
inoIensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la
certeza de mi muerte aplazada. En las horas mas agudas del insomnio, cuando me pierdo en
conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala.
Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se
detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compaero.
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeo monstruo, recuerdo que en otro
tiempo yo soaba en Beatriz y en su compaia imposible.

Juan Jose Arreola Confabulario
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EL GUARDAGUJAS



El Iorastero llego sin aliento a la estacion desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le
habia Iatigado en extremo. Se enjugo el rostro con un pauelo, y con la mano en visera miro los
rieles que se perdian en el horizonte. Desalentado y pensativo consulto su reloj: la hora justa en que
el tren debia partir.
Alguien, salido de quien sabe donde, le dio una palmada muy suave. Al volverse, el Iorastero
se hallo ante un viejecillo de vago aspecto Ierrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero
tan pequea, que parecia de juguete. Miro sonriendo al viajero, que le pregunto con ansiedad:
Usted perdone, ha salido ya el tren?
Lleva usted poco tiempo en este pais?
Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. maana mismo.
Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar
alojamiento en la Ionda para viajeros y sealo un extrao ediIicio ceniciento que mas bien
parecia un presidio.
Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda
conseguirlo, contratelo por mes, le resultara mas barato y recibira mejor atencion.
Esta usted loco? Yo debo llegar a T. maana mismo.
Francamente, deberia abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le dare unos inIormes.
Por Iavor...
Este pais es Iamoso por sus Ierrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible
organizados debidamente, pero se han hecho ya grandes cosas en lo que se reIiere a la publicacion
de itinerarios y a la expedicion de boletos. Las guias Ierroviarias abarcan y enlazan todas las
poblaciones de la nacion; se expenden boletos hasta para las aldeas mas pequeas y remotas. Falta
solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guias y que pasen
eIectivamente por las estaciones. Los habitantes del pais asi lo esperan; mientras tanto, aceptan las
irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier maniIestacion de desagrado.
Pero hay un tren que pasa por esta ciudad?
AIirmarlo equivaldria a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los
rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones estan sencillamente indicados en
el suelo, mediante dos rayas de gis. Dadas las condiciones actuales, ningun tren tiene la obligacion
de pasar por aqui, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi
vida y conoci algunos viajeros que (ludieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez
yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y conIortable vagon.
Me llevara ese tren a T.?
Y por que se empea usted en que ha de ser precisamente a T.? Deberia darse por
satisIecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomara eIectivamente algun rumbo.
Que importa si ese rumbo no es el de T.?
Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Logicamente, debo ser conducido a ese
lugar, no es asi?
Cualquiera diria que usted tiene razon. En la Ionda para viajeros podra usted hablar con
personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla
Juan Jose Arreola Confabulario
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general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del pais. Hay quien ha gastado
en boletos una verdadera Iortuna...
Yo crei que para ir a T. me bastaba un boleto. Mirelo usted...
El proximo tramo de los Ierrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una
sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto
Ierroviario cuyos planos, que incluyen extensos tuneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados
por los ingenieros de la empresa.
Pero el tren que pasa por T., ya se encuentra en servicio?
Y no solo ese. En realidad, hay muchisimos trenes en la nacion, y los viajeros pueden
utilizarlos con relativa Irecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio Iormal y
deIinitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
Como es eso?
En su aIan de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas
desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios
emplean a veces varios aos en su trayecto, y la vida de los viajeros suIre algunas transIormaciones
importantes. Los Iallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha
previsto, aade a esos trenes un vagon capilla ardiente y un vagon cementerio. Es motivo de orgullo
para los conductores depositar el cadaver de un viajero lujosamente embalsamado en los
andenes de la estacion que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes Iorzados recorren
trayectos en que Ialta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente
con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera es otra de las
previsiones de la empresa se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes
con resignacion. Pero hay otros tramos en que Ialtan ambos rieles; alli los viajeros suIren por igual,
hasta que el tren queda totalmente destruido.
Santo Dios!
Mire usted: la aldea de F. surgio a causa de uno de esos accidentes. El tren Iue a dar en un
terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros
pasaron tanto tiempo juntos, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades
estrechas. Algunas de esas amistades se transIormaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F.,
una aldea progresista llena de nios traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
Dios mio, yo no estoy hecho para tales aventuras!
Necesita usted ir templando su animo; tal vez llegue usted a convertirse en heroe. No crea
que Ialtan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacriIicio.
Recientemente, doscientos pasajeros anonimos escribieron una de las paginas mas gloriosas en
nuestros anales Ierroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtio a tiempo una
grave omision de los constructores de la linea. En la ruta Ialtaba el puente que debia salvar un
abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha hacia atras, arengo a los pasajeros y
obtuvo de ellos el esIuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su energica direccion, el tren Iue
desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavia reservaba
la sorpresa de contener en su Iondo un rio caudaloso. El resultado de la hazaa Iue tan satisIactorio
que la empresa renuncio deIinitivamente a la construccion del puente, conIormandose con hacer un
atractivo descuento en las tariIas de los pasajeros que se atreven a aIrontar esa molestia
suplementaria.
Pero yo debo llegar a T. maana mismo!
Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre
de convicciones. Alojese por lo pronto en la Ionda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo
cuando menos; mil personas estaran para impedirselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados
por una espera demasiado larga, salen de la Ionda en tumulto para invadir ruidosamente la estacion.
Muchas veces provocan accidentes con su increible Ialta de cortesia y de prudencia. En vez de subir
Juan Jose Arreola Confabulario
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ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el
abordaje, y el tren se va dejandolos amotinados en los andenes de la estacion. Los viajeros,
agotados y Iuriosos, maldicen su Ialta de educacion, y pasan mucho tiempo insultandose y dandose
de golpes.
Y la policia no interviene?
Se ha intentado organizar un cuerpo de policia en cada estacion, pero la imprevisible
llegada de los trenes hacia tal servicio inutil y sumamente costoso. Ademas, los miembros de ese
cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicandose a proteger la salida exclusiva de
pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvio
entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los Iuturos viajeros reciben
lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Alli se les ensea la manera correcta de
abordar un convoy, aunque este en movimiento y a gran velocidad. Tambien se les proporciona una
especie de armadura para evitar que los demas pasajeros les rompan las costillas.
Pero una vez en el tren, esta uno a cubierto de nuevas contingencias?
Relativamente. Solo le recomiendo que se Iije muy bien en las estaciones. Podria darse el
caso de que usted creyera haber llegado a T., y solo Iuese una ilusion. Para regular la vida a bordo
de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes.
Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de
alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atencion para descubrir el engao. Son
como las decoraciones del teatro, y las personas que Iiguran en ellas estan llenas de aserrin. Esos
muecos revelan Iacilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perIecta imagen de
la realidad: llevan en el rostro las seales de un cansancio inIinito.
Por Iortuna, T. no se halla muy lejos de aqui.
Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la
posibilidad de que usted llegue maana mismo, tal como desea. La organizacion de los Ierrocarriles,
aunque deIiciente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni
siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y
al dia siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T." Sin tomar precaucion alguna,
los viajeros descienden y se hallan eIectivamente en T.
Podria yo hacer alguna cosa para Iacilitar ese resultado?
Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servira de algo. Intentelo de todas
maneras. Suba usted al tren con la idea Iija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los
pasajeros. Podran desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
Que esta usted diciendo?
En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espias. Estos espias,
voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a Iomentar el espiritu constructivo de la empresa. A
veces uno no sabe lo que dice y habla solo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos
los sentidos que puede tener una Irase, por sencilla que sea. Del comentario mas inocente saben
sacar una opinion culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, seria aprehendido sin
mas; pasaria el resto de su vida en un vagon carcel o le obligarian a descender en una Ialsa estacion,
perdida en la selva. Viaje usted lleno de Ie, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no
ponga los pies en el anden antes de que vea en T. alguna cara conocida.
Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendra, se lo aseguro, muchas tentaciones en
el camino. Si mira usted por las ventanillas, esta expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las
ventanillas estan provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el animo
de los pasajeros. No hace Ialta ser debil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la
locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren esta en marcha. Sin embargo,
Juan Jose Arreola Confabulario
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el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a
traves de los cristales.
Y eso que objeto tiene?
Todo esto lo hace la empresa con el sano proposito de disminuir la ansiedad de los
viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un dia se
entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber
a donde van ni de donde vienen.
Y usted, ha viajado mucho en los trenes?
Yo, seor, solo soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y solo
aparezco aqui de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo
ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Se que los trenes han creado muchas
poblaciones ademas de la aldea de F. cuyo origen le he reIerido. Ocurre a veces que los tripulantes
de un tren reciben ordenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones,
generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de
grutas, de cataratas o de ruinas celebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o
cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren
escapa a todo vapor.
Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algun tiempo, pero acaban por
congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados,
muy lejos de toda civilizacion y con riquezas naturales suIicientes. Alli se abandonan lotes selectos,
de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. No le gustaria a usted pasar sus ultimos dias
en un pintoresco lugar desconocido, en compaia de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guio y se quedo mirando al viajero, lleno de bondad y de
picardia. En ese momento se oyo un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer
seales ridiculas y desordenadas con su linterna.
Es el tren? pregunto el Iorastero.
El anciano echo a correr por la via, desaIoradamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se
volvio para gritar:
Tiene usted suerte! Maana llegara a su Iamosa estacion. Como dice usted que se llama?
X! contesto el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvio en la clara maana. Pero el punto rojo de la linterna
siguio corriendo y saltando entre los rieles, imprudentemente, al encuentro del tren.
Al Iondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.

Juan Jose Arreola Confabulario
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EL DISCPULO



De raso negro, bordeada de armio y con gruesos alamares de plata y de ebano, la gorra de
Andres Salaino es la mas hermosa que he visto. El maestro la compro a un mercader veneciano y es
realmente digna de un principe. Para no oIenderme, se detuvo al pasar por el Mercado Viejo y
eligio este bonete de Iieltro gris. Luego, queriendo celebrar el estreno, nos puso de modelo el uno al
otro.
Dominado mi resentimiento, dibuje una cabeza de Salaino, lo mejor que ha salido de mi
mano. Andres aparece tocado con su hermosa gorra, y con el gesto altanero que pasea por las calles
de Florencia, creyendose a los dieciocho aos un maestro de la pintura. A su vez, Salaino me retrato
con el ridiculo bonete y con el aire de un campesino recien llegado de San Sepolcro. El maestro
celebro alegremente nuestra labor, y el mismo sintio ganas de dibujar. Decia: "Salaino sabe reirse y
no ha caido en la trampa". Y luego, dirigiendose a mi: "Tu sigues creyendo en la belleza. Muy caro
lo pagaras. No Ialta en tu dibujo una linea, pero sobran muchas. Traedme un carton. Os enseare
como se destruye la belleza".
Con un lapiz de carbon trazo el bosquejo de una bella Iigura: el rostro de un angel, tal vez el
de una hermosa mujer. Nos dijo: "Mirad, aqui esta naciendo la belleza. Estos dos huecos sombrios
son sus ojos; estas lineas imperceptibles, la boca. El rostro entero carece de contorno. Esta es la
belleza".

Y luego, con un guio: "Acabemos con ella". Y en poco tiempo, dejando caer unas lineas
sobre otras, creando espacios de luz y de sombras, hizo de memoria ante mis ojos maravillados el
retrato de Gioia. Los mismos ojos oscuros, el mismo ovalo del rostro, la misma imperceptible
sonrisa.
Cuando yo estaba mas embelesado, el maestro interrumpio su trabajo y comenzo a reir de
manera extraa. "Hemos acabado con la belleza", dijo. "Ya no queda sino esta inIame caricatura".
Sin comprender, yo seguia contemplando aquel rostro esplendido y sin secretos. De pronto, el
maestro rompio en dos el dibujo y arrojo los pedazos al Iuego de la chimenea. Quede inmovil de
estupor. Y entonces el hizo algo que nunca podre olvidar ni perdonar. De ordinario tan silencioso,
echo a reir con una risa odiosa, Irenetica. "Anda, pronto, salva a tu seora del Iuego!" Y me tomo
la mano derecha y revolvio con ella las Iragiles cenizas de la hoja de carton. Vi por ultima vez
sonreir el rostro de Gioia entre las llamas.
Con mi mano escaldada llore silencioso, mientras Salaino celebraba ruidosamente la pesada
broma del maestro.
Pero sigo creyendo en la belleza. No sere un gran pintor, y en vano olvide en San Sepolcro
las herramientas de mi padre. No sere un gran pintor, y Gioia casara con el hijo de un mercader.
Pero sigo creyendo en la belleza.
Trastornado, salgo del taller y vago al azar por las calles. La belleza esta en torno de mi, y
llueve oro y azul sobre Florencia. La veo en los ojos oscuros de Gioia, y en el porte arrogante de
Salaino, tocado con su gorra de abalorios. Y en las orillas del rio me detengo a contemplar mis dos
manos ineptas.
La luz cede poco a poco y el Campanile recorta en el cielo su perIil sombrio. El panorama de
Florencia se oscurece lentamente, como un dibujo sobre el cual se acumulan demasiadas lineas.
Una campana deja caer el comienzo de la noche.
Asustado, palpo mi cuerpo y echo a correr temeroso de disolverme en el crepusculo. En las
ultimas nubes creo distinguir la sonrisa Iria y desencantada del maestro, que hiela mi corazon. Y
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vuelvo a caminar lentamente, cabizbajo, por calles cada vez mas sombrias, seguro de que voy a
perderme en el olvido de los hombres.
Juan Jose Arreola Confabulario
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EVA



El la perseguia a traves de la biblioteca entre mesas, sillas y Iacistoles. Ella se escapaba
hablando de los derechos de la mujer, inIinitamente violados. Cinco mil aos absurdos los
separaban. Durante cinco mil aos ella habia sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la
esclavitud. El trataba de justiIicarse por medio de una rapida y Iragmentaria alabanza personal,
dicha con Irases entrecortadas y tremulos ademanes.
En vano buscaba el los textos que podian dar apoyo a sus teorias. La biblioteca,
especializada en literatura espaola de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que
glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades de ese mismo jaez.
El joven citaba inIatigablemente a J. J. BachoIen, el sabio que todas las mujeres debian leer,
porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, el
habria puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilizacion oscura, regida por la mujer,
cuando la tierra tenia en todas partes una recondita humedad de entraa y el hombre trataba de
alzarse de ella en palaIitos.
Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban Iria. Aquel periodo matriarcal, por desgracia
no historico y apenas comprobable, parecia aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de
anaquel en anaquel, subia a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de
denuestos. AIortunadamente, en la derrota, algo acudio en auxilio del joven. Se acordo de pronto de
Heinz Wolpe. Su voz adquirio citando a este autor un nuevo y poderoso acento.
"En el principio solo habia un sexo, evidentemente Iemenino, que se reproducia
automaticamente. Un ser mediocre comenzo a surgir en Iorma esporadica, llevando una vida
precaria y esteril Irente a la maternidad Iormidable. Sin embargo, poco a poco Iue apropiandose
ciertos organos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio
cuenta, demasiado tarde, de que le Ialtaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de
buscarlos en el hombre, que Iue hombre en virtud de esa separacion progresista y de ese regreso
accidental a su punto de origen."
La tesis de Wolpe sedujo a la muchacha. Miro al joven con ternura. "El hombre es un hijo
que se ha portado mal con su madre a traves de toda la historia", dijo casi con lagrimas en los ojos.
Lo perdono a el, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdio resplandores, bajo los
ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un
Iruto. El sentia brotar de sus manos y de sus libios caricias mitologicas. Se acerco a Eva temblando
y Eva no huyo.
Y alli en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volumenes de
conceptuosa literatura, se inicio el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palaIitos.


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PUEBLERINA



Al volver la cabeza sobre el lado derecho para dormir el ultimo, breve y delgado sueo de la
maana, don Fulgencio tuvo que hacer un gran esIuerzo y empitono la almohada. Abrio los ojos. Lo
que hasta entonces Iue una blanda sospecha, se volvio certeza puntiaguda.
Con un poderoso movimiento del cuello don Fulgencio levanto la cabeza, y la almohada
volo por los aires. Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiracion, convertido en un soberbio
ejemplar de rizado testuz y esplendidas agujas. ProIundamente insertados en la Irente, los cuernos
eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos.
Lo primero que se le ocurrio a don Fulgencio Iue ensayarse el sombrero. Contrariado, tuvo
que echarlo hacia atras: eso le daba un aire de cierta IanIarroneria.
Como tener cuernos no es una razon suIiciente para que un hombre metodico interrumpa el
curso de sus acciones, don Fulgencio emprendio la tarea de su ornato personal, con minucioso
esmero, de pies a cabeza. Despues de lustrarse los zapatos, don Fulgencio cepillo ligeramente sus
cuernos, ya de por si resplandecientes.
Su mujer le sirvio el desayuno con tacto exquisito. Ni un solo gesto de sorpresa, ni la mas
minima alusion que pudiera herir al marido noble y pastueo. Apenas si una suave y temerosa
mirada revoloteo un instante, como sin atreverse a posar en las aIiladas puntas.
El beso en la puerta Iue como el dardo de la divisa. Y don Fulgencio salio a la calle
respingando, dispuesto a arremeter contra su nueva vida. Las gentes lo saludaban como de
costumbre, pero al cederle la acera un jovenzuelo, don Fulgencio adivino un esguince lleno de
toreria. Y una vieja que volvia de misa le echo una de esas miradas estupendas, insidiosa y
desplegada como una larga serpentina. Cuando quiso ir contra ella el oIendido, la lechuza entro en
su casa como el diestro detras de un burladero. Don Fulgencio se dio un golpe contra la puerta,
cerrada inmediatamente, que le hizo ver las estrellas. Lejos de ser una apariencia, los cuernos tenian
que ver con la ultima derivacion de su esqueleto. Sintio el choque y la humillacion hasta en la punta
de los pies.
AIortunadamente, la proIesion de don Fulgencio no suIrio ningun desdoro ni decadencia.
Los clientes acudian a el entusiasmados, porque su agresividad se hacia cada vez mas patente en el
ataque y la deIensa. De lejanas tierras venian los litigantes a buscar el patrocinio de un abogado con
cuernos.
Pero la vida tranquila del pueblo tomo a su alrededor un ritmo agobiante de Iiesta brava,
llena de broncas y herraderos. Y don Fulgencio embestia a diestro y siniestro, contra todos, por
quitame alla esas pajas. A decir verdad, nadie le echaba sus cuernos en cara, nadie se los veia
siquiera. Pero todos aprovechaban la menor distraccion para ponerle un buen par de banderillas;
cuando menos, los mas timidos se conIormaban con hacerle unos burlescos y Iloridos galleos.
Algunos caballeros de estirpe medieval no desdeaban la ocasion de colocar a don Fulgencio un
buen puyazo, desde sus engreidas y honorables alturas. Las serenatas del domingo y las Iiestas
nacionales daban motivo para improvisar ruidosas capeas populares a base de don Fulgencio, que
achuchaba, ciego de ira, a los mas atrevidos lidiadores.
Mareado de veronicas, Iaroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de
castigo, don Fulgencio llego a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes,
convertido en una bestia Ieroz. Ya no lo invitaban a ninguna Iiesta ni ceremonia publica, y su mujer
se quejaba amargamente del aislamiento en que la hacia vivir el mal caracter de su marido.
Juan Jose Arreola Confabulario
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A Iuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disIrutaba sangrias cotidianas y
pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia dentro, hasta el
corazon hinchado de rencor.
Su grueso cuello de Miura hacia presentir el instantaneo Iin de los pletoricos. Rechoncho y
sanguineo, seguia embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un dia que
cruzaba la Plaza de Armas, trotando a la querencia, don Fulgencio se detuvo y levanto la cabeza
azorado, al toque de un lejano clarin. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como una
tromba ensordecedora. Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo
asi como un Valle de JosaIat lleno de projimos con trajes de luces. La congestion se hundio luego
en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodo patas arriba sin puntilla.
A pesar de su proIesion, el notorio abogado dejo su testamento en borrador. Alli expresaba,
en un sorprendente tono de suplica, la voluntad postrera de que al morir le quitaran los cuernos, ya
Iuera a serrucho, ya a cincel y martillo. Pero su conmovedora peticion se vio traicionada por la
diligencia de un carpintero oIicioso, que le hizo el regalo de un ataud especial, provisto de dos
vistosos aadidos laterales.
Todo el pueblo acompao a don Fulgencio en el arrastre, conmovido por el recuerdo de su
bravura. Y a pesar del apogeo luctuoso de las oIrendas, las exequias y las tocas de la viuda, el
entierro tuvo un no se que de jocunda y risuea mascarada.

Juan Jose Arreola Confabulario
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SINESIO DE RODAS



Las paginas abrumadoras de la Patrologia griega de Paul Migne han sepultado la memoria
Iragil de Sinesio de Rodas, que proclamo el imperio terrestre de los angeles del azar.
Con su habitual exageracion, Origenes dio a los angeles una importancia excesiva dentro de
la economia celestial. Por su parte, el piadoso Clemente de Alejandria reconocio por primera vez un
angel guardian a nuestra espalda. Y entre los primeros cristianos del Asia Menor se propago un
aIecto desordenado por las multiplicidades jerarquicas.
Entre la masa oscura de los herejes angelologos, Valentino el Gnostico y Basilides, su
euIorico discipulo, emergen con brillo luciIerino. Ellos dieron alas al culto maniatico de los angeles.
En pleno siglo II quisieron alzar del suelo pesadisimas criaturas positivas, que llevan hermosos
nombres cientiIicos, como Dinamo y SoIia, a cuya progenie bestial debe el genero humano sus
desdichas.
Menos ambicioso que sus predecesores, Sinesio de Rodas acepto el Paraiso tal y como Iue
concebido por los Padres de la iglesia, y se limito a vaciarlo de sus angeles. Dijo que los angeles
viven entre nosotros y que a ellos debemos entregar directamente todas nuestras plegarias, en su
calidad de concesionarios y distribuidores exclusivos de las contingencias humanas. Por un
mandato supremo, los angeles dispersan, provocan y acarrean los mil y mil accidentes de la vida.
Los hacen cruzar y entretejerse unos con otros, en un movimiento acelerado y aparentemente
arbitrario. Pero a los ojos de Dios, van urdiendo una tela de complicados arabescos, mucho mas
hermosa que el constelado cielo nocturno. Los dibujos del azar se transIorman, ante la mirada
eterna, en misteriosos signos cabalisticos que narran la aventura del mundo.
Los angeles de Sinesio, como innumerables y veloces lanzaderas, estan tejiendo desde el
principio de los tiempos la trama de la vida. Vuelan de un lado a otro, sin cesar, trayendo y llevando
voliciones, ideas, vivencias y recuerdos, dentro de un cerebro inIinito y comunicante, cuyas celulas
nacen y mueren con la vida eIimera de los hombres.
Tentado por el auge maniqueo, Sinesio de Rodas no tuvo inconveniente en alojar en su teoria
a las huestes de LuciIer, y admitio los diablos en calidad de saboteadores. Ellos complican la
urdimbre sobre la que los angeles traman; rompen el buen hilo de nuestros pensamientos, alteran los
colores puros, se birlan la seda, el oro y la plata, y los suplen con burdo caamazo. Y la humanidad
oIrece a los ojos de Dios su lamentable tapiceria, donde aparecen tristemente alteradas las lineas del
diseo original
Sinesio se paso la vida reclutando operarios que trabajaran del lado de los angeles buenos,
pero no tuvo continuadores dignos de estima. Solamente se sabe que Fausto de Milevio, el patriarca
maniqueo, cuando ya viejo y desteido volvia de aquella memorable entrevista aIricana en que Iue
decisivamente vapuleado por San Agustin, se detuvo en Rodas para escuchar las predicas de
Sinesio, que quiso ganarlo para una causa sin porvenir. Fausto escucho las peticiones del angeloIilo
con deIerencia senil, y acepto Iletar una pequea y desmantelada embarcacion que el apostol abordo
peligrosamente con todos sus discipulos, rumbo a una empresa continental. No se volvio a saber
nada de ellos, despues de que se alejaron de las costas de Rodas, en un dia que presagiaba
tempestad.
La herejia de Sinesio carecio de renombre y se perdio en el horizonte cristiano sin estela
aparente. Ni siguiera obtuvo el honor de ser condenada oIicialmente en concilio, a pesar de que
Eutiques, abad de Constantinopla, presento a los sinodales una extensa reIutacion, que nadie leyo,
titulada Contra Sinesio.
Su Iragil memoria ha nauIragado en un mar de paginas: la Patrologia griega de Paul Migne.
Juan Jose Arreola Confabulario
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Juan Jose Arreola Confabulario
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MONLOGO DEL INSUMISO


Homenafe a M. A.


Posei a la huerIana la noche misma en que velabamos a su padre a la luz parpadeante de los
cirios. (Oh, si pudiera decir esto mismo con otras palabras!)
Como todo se sabe en este mundo, la cosa llego a oidos del viejecillo que mira nuestro siglo
a traves de sus maliciosos quevedos. Me reIiero a ese anciano seor que preside las letras
mexicanas tocado con el gorro de dormir de los memorialistas, y que me vapuleo en plena calle con
su enIurecido baston, ante la ineIicacia de la policia ciudadana. Recibi tambien una corrosiva lluvia
de injurias proIeridas con voz aguda y Iuriosa. Y todo gracias a que el incorrecto patriarca el diablo
se lo lleve! estaba enamorado de la dulce muchacha que desde ahora me aborrece.
Ay de mi! Ya me aborrece hasta la lavandera, a pesar de nuestros candidos y dilatados
amores. Y la bella conIidente, a quien el decir popular seala como mi Dulcinea, no quiso oir ya las
quejas del corazon doliente de su poeta. Creo que me desprecian hasta los perros.
Por Iortuna, estas inIames habladurias no pueden llegar hasta mi querido publico. Yo canto
para un auditorio compuesto de recatadas seoritas y de empolvados viejitos positivistas. A ellos la
atroz especie no llega; estan bien lejos del mundanal ruido. Para ellos sigo siendo el palido joven
que impreca a la divinidad en imperiosos tercetos y que restaa sus lagrimas con una blonda
guedeja.
Estoy acribillado de deudas para con los criticos del Iuturo. Solo puedo pagar con lo que
tengo. Herede un talego de imagenes gastadas. Pertenezco al genero de los hijos prodigos que
malgastan el dinero de los antepasados, pero que no pueden hacer Iortuna con sus propias manos.
Todas las cosas que se me han ocurrido las recibi enIundadas en una metaIora. Y a nadie le he
podido contar la atroz aventura de mis noches de solitario, cuando el germen de Dios comienza a
crecer de pronto en mi alma vacia.
Hay un diablo que me castiga poniendome en ridiculo. El me dicta casi todo lo que escribo.
Y mi pobre alma cancelada esta ahogandose bajo el aluvion de las estroIas.
Se muy bien que llevando una vida un poco mas higienica y racional podria llegar en buen
estado al siglo venidero. Donde una poesia nueva esta aguardando a los que logren salvarse de este
desastroso siglo XIX. Pero me siento condenado a repetirme y a repetir a los demas.
Ya me imagino mi papel para entonces y veo al joven critico que me dice con su
acostumbrada elegancia: "Usted, querido seor, un poco mas atras, si no le es molesto. Alli, entre
los representantes de nuestro romanticismo."
Y yo andaria con mi cabellera llena de telaraas, representando a los ochenta aos las
antiguas tendencias con poemas cada vez mas cavernosos y mas inoperantes. No seor. No me dira
usted "un poco mas atras por Iavor". Me voy desde ahora. Es decir, preIiero quedarme aqui, en esta
conIortable tumba de romantico, reducido a mi papel de boton tronchado, de semilla aventada por el
gelido soplo del escepticismo. Muchas gracias por sus buenas intenciones.
Ya lloraran por mi las seoritas vestidas de color de rosa, al pie de un ahuehuete centenario.
Nunca Ialtara un carcamal positivista que celebre mis bravatas, ni un joven sardonico que
comprenda mi secreto, y llore por mi una lagrima oculta.
La gloria, que ame a los dieciocho aos, me parece a los veinticuatro algo asi como una
corona mortuoria que se pudre y apesta en la humedad de una Iosa.
Juan Jose Arreola Confabulario
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Verdaderamente, quisiera hacer algo diabolico, pero no se me ocurre nada.
Cuando menos, me gustaria que no solo en mi cuarto, sino a traves de toda la literatura
mexicana, se extendiera un poco este olor de almendras amargas que exhala el licor que a la salud
de ustedes, seoras y seores, me dispongo a beber.

Juan Jose Arreola Confabulario
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EL PRODIGIOSO MILIGRAMO


.. .moveran prodigiosos miligramos. CARLOS PELLICER


Una hormiga censurada por la sutileza de sus cargas y por sus Irecuentes distracciones,
encontro una maana, al desviarse nuevamente del camino, un prodigioso miligramo.
Sin detenerse a meditar en las consecuencias del hallazgo, cogio el miligramo y se lo puso en
la espalda. Comprobo con alegria una carga justa para ella. El peso ideal de aquel objeto daba a su
cuerpo extraa energia: como el peso de las alas en el cuerpo de los pajaros. En realidad, una de las
causas que anticipan la muerte de las hormigas es la ambiciosa desconsideracion de sus propias
Iuerzas. Despues de entregar en el deposito de cereales un grano de maiz, la hormiga que lo ha
conducido a traves de un kilometro apenas tiene Iuerzas para arrastrar al cementerio su propio
cadaver.
La hormiga del hallazgo ignoraba su Iortuna, pero sus pasos demostraron la prisa ansiosa del
que huye llevando un tesoro. Un vago y saludable sentimiento de reivindicacion comenzaba a
henchir su espiritu. Despues de un larguisimo rodeo, hecho con alegre proposito, se unio al hilo de
sus compaeras que regresaban todas, al caer la tarde, con la carga solicitada ese dia: pequeos
Iragmentos de hoja de lechuga cuidadosamente recortados. El camino de las hormigas Iormaba una
delgada y conIusa cresteria de diminuto verdor. Era imposible engaar a nadie: el miligramo
desentonaba violentamente en aquella perIecta uniIormidad.
Ya en el hormiguero, las cosas empezaron a agravarse. Las guardianas de la puerta, y las
inspectoras situadas en todas las galerias, Iueron poniendo objeciones cada vez mas serias al
extrao cargamento. Las palabras "miligramo" y "prodigioso" sonaron aisladamente, aqui y alla, en
labios de algunas entendidas. Hasta que la inspectora en jeIe, sentada con gravedad ante una mesa
imponente, se atrevio a unirlas diciendo con sorna a la hormiga conIundida: "Probablemente nos ha
traido usted un prodigioso miligramo. La Ielicito de todo corazon, pero mi deber es dar parte a la
policia."
Los Iuncionarios del orden publico son las personas menos aptas para resolver cuestiones de
prodigios y de miligramos. Ante aquel caso imprevisto por el codigo penal, procedieron con apego
a las ordenanzas comunes y corrientes, conIiscando el miligramo con hormiga y todo. Como los
antecedentes de la acusada eran pesimos, se juzgo que un proceso era de tramite legal. Y las
autoridades competentes se hicieron cargo del asunto.
La lentitud habitual de los procedimientos judiciales iba en desacuerdo con la ansiedad de la
hormiga, cuya extraa conducta la indispuso hasta con sus propios abogados. Obedeciendo al
dictado de convicciones cada vez mas proIundas, respondia con altivez a todas las preguntas que se
le hacian. Propago el rumor de que se cometian en su caso gravisimas injusticias, y anuncio que
muy pronto sus enemigos tendrian que reconocer Iorzosamente la importancia del hallazgo. Tales
despropositos atrajeron sobre ella todas las sanciones existentes. En el colmo del orgullo, dijo que
lamentaba Iormar parte de un hormiguero tan imbecil. Al oir semejantes palabras, el Iiscal pidio con
voz estentorea una sentencia de muerte.
En esa circunstancia vino a salvarla el inIorme de un celebre alienista, que puso en claro su
desequilibrio mental. Por las noches, en vez de dormir, la prisionera se ponia a darle vueltas a su
miligramo, lo pulia cuidadosamente, y pasaba largas horas en una especie de extasis contemplativo.
Durante el dia lo llevaba a cuestas, de un lado a otro, en el estrecho y oscuro calabozo. Se acerco al
Iin de su vida presa de terrible agitacion. Tanto, que la enIermera de guardia pidio tres veces que se
le cambiara de celda. La celda era cada vez mas grande, pero la agitacion de la hormiga aumentaba
Juan Jose Arreola Confabulario
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con el espacio disponible. No hizo el menor caso a las curiosas que iban a contemplar, en numero
creciente, el espectaculo de su desordenada agonia. Dejo de comer, se nego a recibir a los
periodistas y guardo un mutismo absoluto.
Las autoridades superiores decidieron Iinalmente trasladar a un sanatorio a la hormiga
enloquecida. Pero las decisiones oIiciales adolecen siempre de lentitud.
Un dia, al amanecer, la carcelera hallo quieta la celda, y llena de un extrao resplandor. El
prodigioso miligramo brillaba en el suelo, como un diamante inIlamado de luz propia. Cerca de el
yacia la hormiga heroica, patas arriba, consumida y transparente.
La noticia de su muerte y la virtud prodigiosa del miligramo se derramaron como inundacion
por todas las galerias. Caravanas de visitantes recorrian la celda, improvisada en capilla ardiente.
Las hormigas se daban contra el suelo en su desesperacion. De sus ojos, deslumbrados por la vision
del miligramo, corrian lagrimas en tal abundancia que la organizacion de los Iunerales se vio
complicada con un problema de drenaje. A Ialta de oIrendas Ilorales suIicientes, las hormigas
saqueaban los depositos para cubrir el cadaver de la victima con piramides de alimentos.
El hormiguero vivio dias indescriptibles, mezcla de admiracion, de orgullo y de dolor. Se
organizaron exequias suntuosas, colmadas de bailes y banquetes. Rapidamente se inicio la
construccion de un santuario para el miligramo, y la hormiga in-comprendida y asesinada obtuvo el
honor de un mausoleo. Las autoridades Iueron depuestas y acusadas de inepcia.
A duras penas logro Iuncionar poco despues un consejo de ancianas que puso termino a la
prolongada etapa de orgiasticos honores. La vida volvio a su curso normal gracias a innumerables
Iusilamientos. Las ancianas mas sagaces derivaron entonces la corriente de admiracion devota que
desperto el miligramo a una Iorma cada vez mas rigida de religion oIicial. Se nombraron guardianas
y oIiciantes. En torno al santuario Iue surgiendo un circulo de grandes ediIicios, y una extensa
burocracia comenzo a ocuparlos en rigurosa jerarquia. La capacidad del Iloreciente hormiguero se
vio seriamente comprometida.
Lo peor de todo Iue que el desorden, expulsado de la superIicie, prosperaba con vida
inquietante y subterranea. Aparentemente, el hormiguero vivia tranquilo y compacto, dedicado al
trabajo y al culto, pese al gran numero de Iuncionarias que se pasaban la vida desempeando tareas
cada vez menos estimables. Es imposible decir cual hormiga albergo en su mente los primeros
pensamientos Iunestos. Tal vez Iueron muchas las que pensaron al mismo tiempo, cayendo en la
tentacion.
En todo caso, se trataba de hormigas ambiciosas y oIuscadas que consideraron, blasIemas, la
humilde condicion de la hormiga descubridora. Entrevieron la posibilidad de que todos los
homenajes tributados a la gloriosa diIunta les Iueran discernidos a ellas en vida. Empezaron a tomar
actitudes sospechosas. Divagadas y melancolicas, se extraviaban adrede del camino y volvian al
hormiguero con las manos vacias. Contestaban a las inspectoras sin disimular su arrogancia;
Irecuentemente se hacian pasar por enIermas y anunciaban para muy pronto un hallazgo
sensacional. Y las propias autoridades no podian evitar que una de aquellas lunaticas llegara el dia
menos pensado con un prodigio sobre sus debiles espaldas.
Las hormigas comprometidas obraban en secreto, y digamoslo asi, por cuenta propia. De
haber sido posible un interrogatorio general, las autoridades habrian llegado a la conclusion de que
un cincuenta por ciento de las hormigas, en lugar de preocuparse por mezquinos cereales y Iragiles
hortalizas, tenia los ojos puestos en la incorruptible sustancia del miligramo.
Un dia ocurrio lo que debia ocurrir. Como si se hubieran puesto de acuerdo, seis hormigas
comunes y corrientes, que parecian de las mas normales, llegaron al hormiguero con sendos objetos
extraos que hicieron pasar, ante la general expectacion, por miligramos de prodigio. Naturalmente,
no obtuvieron los honores que esperaban, pero Iueron exoneradas ese mismo dia de todo servicio.
En una ceremonia casi privada, se les otorgo el derecho a disIrutar una renta vitalicia.
Acerca de los seis miligramos, Iue imposible decir nada en concreto. El recuerdo de la
imprudencia anterior aparto a las autoridades de todo proposito judicial. Las ancianas se lavaron las
Juan Jose Arreola Confabulario
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manos en consejo, y dieron a la poblacion una amplia libertad de juicio. Los supuestos miligramos
se oIrecieron a la admiracion publica en las vitrinas de un modesto recinto, y todas las hormigas
opinaron segun su leal saber y entender.
Esta debilidad por parte de las autoridades, sumada al silencio culpable de la critica,
precipito la ruina del hormiguero. De alli en adelante cualquier hormiga, agotada por el trabajo o
tentada por la pereza, podia reducir sus ambiciones de gloria a los limites de una pension vitalicia,
libre de obligaciones serviles. Y el hormiguero comenzo a llenarse de Ialsos miligramos.
En vano algunas hormigas viejas y sensatas recomendaron medidas precautorias, tales como
el uso de balanzas y la conIrontacion minuciosa de cada nuevo miligramo con el modelo original.
Nadie les hizo caso. Sus proposiciones, que ni siquiera Iueron discutidas en asamblea, hallaron
punto Iinal en las palabras de una hormiga Ilaca y descolorida que proclamo abiertamente y en voz
alta sus opiniones personales. Segun la irreverente, el Iamoso miligramo original, por mas
prodigioso que Iuera, no tenia por que sentar un precedente de calidad. Lo prodigioso no debia ser
impuesto en ningun caso como una condicion Iorzosa a los nuevos miligramos encontrados.
El poco de circunspeccion que les quedaba a las hormigas desaparecio en un momento. En
adelante las autoridades Iueron incapaces de reducir o tasar la cuota de objetos que el hormiguero
podia recibir diariamente bajo el titulo de miligramos. Se nego cualquier derecho de veto, y ni
siquiera lograron que cada hormiga cumpliera con sus obligaciones. Todas quisieron eludir su
condicion de trabajadoras, mediante la busqueda de miligramos.
El deposito para esta clase de articulos llego a ocupar las dos terceras partes del hormiguero,
sin contar las colecciones particulares, algunas de ellas Iamosas por la valia de sus piezas. Respecto
a los miligramos comunes y corrientes, descendio tanto su precio que en los dias de mayor aIluencia
se podian obtener a cambio de una bicoca. No debe negarse que de cuando en cuando llegaban al
hormiguero algunos ejemplares estimables. Pero corrian la suerte de las peores bagatelas. Legiones
de aIicionadas se dedicaron a exaltar el merito de los miligramos de mas baja calidad, Iomentando
asi un general desconcierto.
En su desesperacion de no hallar miligramos autenticos, muchas hormigas acarreaban
verdaderas obscenidades e inmundicias. Galerias enteras Iueron clausuradas por razones de
salubridad. El ejemplo de una hormiga extravagante hallaba al dia siguiente millares de imitadoras.
A costa de grandes esIuerzos, y empleando todas sus reservas de sentido comun, las ancianas del
consejo seguian llamandose autoridades y hacian vagos ademanes de gobierno.
Las burocratas y las responsables del culto, no contentas con su holgada situacion,
abandonaron el templo y las oIicinas para echarse a la busca de miligramos, tratando de aumentar
gajes y honores. La policia dejo practicamente de existir, y los motines y las revoluciones eran
cotidianos. Bandas de asaltantes proIesionales aguardaban en las cercanias del hormiguero para
despojar a las aIortunadas que volvian con un miligramo valioso. Coleccionistas resentidas
denunciaban a sus rivales y promovian largos juicios, buscando la venganza del cateo y la
expropiacion. Las disputas dentro de las galerias degeneraban Iacilmente en rias, y estas en
asesinatos... El indice de mortalidad alcanzo una ciIra pavorosa. Los nacimientos disminuyeron de
manera alarmante, y las criaturas, Ialtas de atencion adecuada, morian por centenares.
El santuario que custodiaba el miligramo verdadero se convirtio en tumba olvidada. Las
hormigas, ocupadas en la discusion de los hallazgos mas escandalosos, ni siquiera acudian a
visitarlo. De vez en cuando, las devotas rezagadas llamaban la atencion de las autoridades sobre su
estado de ruina y de abandono. Lo mas que se conseguia era un poco de limpieza. Media docena de
irrespetuosas barrenderas daban unos cuantos escobazos, mientras decrepitas ancianas
pronunciaban largos discursos y cubrian la tumba de la hormiga con deplorables oIrendas, hechas
casi de puros desperdicios.
Sepultado entre nubarrones de desorden, el prodigioso miligramo brillaba en el olvido. Llego
incluso a circular la especie escandalosa de que habia sido robado por manos sacrilegas. Una copia
de mala calidad suplantaba al miligramo autentico, que pertenecia ya a la coleccion de una hormiga
Juan Jose Arreola Confabulario
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criminal, enriquecida en el comercio de miligramos. Rumores sin Iundamento, pero nadie se
inquietaba ni se conmovia; nadie llevaba a cabo una investigacion que les pusiera Iin. Y las
ancianas del consejo, cada dia mas debiles y achacosas, se cruzaban de brazos ante el desastre
inminente.
El invierno se acercaba, y la amenaza de muerte detuvo el delirio de las imprevisoras
hormigas. Ante la crisis alimenticia, las autoridades decidieron oIrecer en venta un gran lote de
miligramos a una comunidad vecina, compuesta de acaudaladas hormigas. Todo lo que
consiguieron Iue deshacerse de unas cuantas piezas de verdadero merito, por un puado de
hortalizas y cereales. Pero se les hizo una oIerta de alimentos suIicientes para todo el invierno, a
cambio del miligramo original.
El hormiguero en bancarrota se aIerro a su miligramo como a una tabla de salvacion.
Despues de interminables conIerencias y discusiones, cuando ya el hambre mermaba el numero de
las supervivientes en beneIicio de las hormigas ricas, estas abrieron la puerta de su casa a las dueas
del prodigio. Contrajeron la obligacion de alimentarlas hasta el Iin de sus dias, exentas de todo
servicio. Al ocurrir la muerte de la ultima hormiga extranjera, el miligramo pasaria a ser propiedad
de las compradoras.
Hay que decir lo que ocurrio poco despues en el nuevo hormiguero? Las huespedes
diIundieron alli el germen de su contagiosa idolatria.
Actualmente las hormigas aIrontan una crisis universal. Olvidando sus costumbres,
tradicionalmente practicas y utilitarias, se entregan en todas partes a una desenIrenada busqueda de
miligramos. Comen Iuera del hormiguero, y solo almacenan sutiles y deslumbrantes objetos. Tal
vez muy pronto desaparezcan como especie zoologica y solamente nos quedara, encerrado en dos o
tres Iabulas ineIicaces, el recuerdo de sus antiguas virtudes.
Juan Jose Arreola Confabulario
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NABNIDES



El proposito original de Nabonides, segun el proIesor Rabsolom, era simplemente restaurar
los tesoros arqueologicos de Babilonia. Habia visto con tristeza las gastadas piedras de los
santuarios, las borrosas estelas de los heroes y los sellos anulares que dejaban una impronta ilegible
sobre los documentos imperiales. Emprendio sus restauraciones metodicamente y no sin una cierta
parsimonia. Desde luego, se preocupo por la calidad de los materiales, eligiendo las piedras de
grano mas Iino y cerrado.
Cuando se le ocurrio copiar de nuevo las ochocientas mil tabletas de que constaba la
biblioteca babilonica, tuvo que Iundar escuelas y talleres para escribas, grabadores y alIareros.
Distrajo de sus puestos administrativos un buen numero de empleados y Iuncionarios, desaIiando
las criticas de los jeIes militares que pedian soldados y no escribas para apuntalar el derrumbe del
imperio, trabajosamente erigido por los antepasados heroicos, Irente al asalto envidioso de las
ciudades vecinas. Pero Nabonides, que veia por encima de los siglos, comprendio que la historia era
lo que importaba. Se entrego denodadamente a su tarea, mientras el suelo se le iba de los pies.
Lo mas grave Iue que una vez consumadas todas las restauraciones, Nabonides no pudo
cesar ya en su labor de historiador. Volviendo deIinitivamente la espalda a los acontecimientos,
solo se dedicaba a relatarlos sobre piedra o sobre arcilla. Esta arcilla, inventada por el a base de
marga y asIalto, ha resultado aun mas indestructible que la piedra. (El proIesor Rabsolom es quien
ha establecido la Iormula de esa pasta ceramica. En 1913 encontro una serie de piezas enigmaticas,
especie de cilindros o pequeas columnas, que se hallaban revestidas con esa sustancia misteriosa.
Adivinando la presencia de una escritura oculta, Rabsolom comprendio que la capa de asIalto no
podia ser retirada sin destruir los caracteres. Ideo entonces el procedimiento siguiente: vacio a
cincel la piedra interior, y luego, por medio de un desincrustante que ataca los residuos depositados
en las huellas de la escritura, obtuvo cilindros huecos. Por medio de sucesivos vaciados seccionales,
logro hacer cilindros de yeso que presentaron la intacta escritura original. El proIesor Rabsolom
sostiene, atinadamente, que Nabonides procedio de este modo incomprensible previendo una
invasion enemiga con el habitual acompaamiento de Iuria iconoclasta. AIortunadamente, no tuvo
tiempo de ocultar asi todas sus obras.)
1

Como la muchedumbre de operarios era insuIiciente, y la historia acontecia con rapidez,
Nabonides se convirtio tambien en lingista y en gramatico: quiso simpliIicar el alIabeto, creando
una especie de taquigraIia. De hecho, complico la escritura plagandola de abreviaturas, omisiones y
siglas que oIrecen toda una serie de nuevas diIicultades al proIesor Rabsolom. Pero asi logro llegar
Nabonides hasta sus propios dias, con entusiasmada minuciosidad; alcanzo a escribir la historia de
su historia y la somera clave de sus abreviaturas, pero con tal aIan de sintesis, que este relato seria
tan extenso como la Epopeva de Gilgamesh, si se le compara con las ultimas concisiones de
Nabonides.
Hizo redactar tambien Rabsolom dice que la redacto el mismo una historia de sus
hipoteticas hazaas militares, el, que abandono su lujosa espada en el cuerpo del primer guerrero
enemigo. En el Iondo, tal historia era un pretexto mas para esculpir tabletas, estelas y cilindros.

1
Los que quieran proIundizar el tema, pueden leer con provecho la extensa monograIia de AdolI von Pinches: Nabonid:vlinder, Jena, 1912.

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Pero los adversarios persas Iraguaban desde lejos la perdicion del soador. Un dia llego a
Babilonia el urgente mensaje de Creso, con quien Nabonides habia concertado una alianza. El rey
historiador mando grabar en un cilindro el mensaje y el nombre del mensajero, la Iecha y las
condiciones del pacto. Pero no acudio al llamado de Creso. Pero despues, los persas cayeron por
sorpresa en la ciudad, dispersando el laborioso ejercito de escribas. Los guerreros babilonios,
descontentos, combatieron apenas, y el imperio cayo para no alzarse mas de sus escombros.
La historia nos ha trasmitido dos oscuras versiones acerca de la muerte de su Iiel servidor.
Una de ellas lo sacriIica a manos de un usurpador, en los dias tragicos de la invasion persa. La otra
nos dice que Iue hecho prisionero y llevado a una isla lejana. Alli murio de tristeza, repasando en la
memoria el repertorio de la grandeza babilonia. Esta ultima version es la que se acomoda mejor a la
indole apacible de Nabonides.

Juan Jose Arreola Confabulario
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EL FARO



Lo que hace Genaro es horrible. Se sirve de armas imprevistas. Nuestra situacion se vuelve
asquerosa.
Ayer, en la mesa, nos conto una historia de cornudo. Era en realidad graciosa, pero como si
Amelia y yo pudieramos reirnos, Genaro la estropeo con sus grandes carcajadas Ialsas. Decia: "Es
que hay algo mas chistoso?" Y se pasaba la mano por la Irente, encogiendo los dedos, como
buscandose algo. Volvia a reir: "Como se sentira llevar cuernos?" No tomaba en cuenta para nada
nuestra conIusion.
Amelia estaba desesperada. Yo tenia ganas de insultar a Genaro, de decirle toda la verdad a
gritos, de salirme corriendo y no volver nunca. Pero como siempre, algo me detenia. Amelia tal vez,
aniquilada en la situacion intolerable.
Hace ya algun tiempo que la actitud de Genaro nos sorprendia. Se iba volviendo cada vez
mas tonto. Aceptaba explicaciones increibles, daba lugar y tiempo para nuestras mas descabelladas
entrevistas. Hizo diez veces la comedia del viaje, pero siempre volvio el dia previsto. Nos
absteniamos inutilmente en su ausencia. De regreso, traia pequeos regalos y nos estrechaba de
modo inmoral, besandonos casi el cuello, teniendonos excesivamente contra su pecho. Amelia llego
a desIallecer de repugnancia entre semejantes abrazos.
Al principio haciamos las cosas con temor, creyendo correr un gran riesgo. La impresion de
que Genaro iba a descubrirnos en cualquier momento, teia nuestro amor de miedo y de vergenza.
La cosa era clara y limpia en este sentido. El drama Ilotaba realmente sobre nosotros, dando
dignidad a la culpa. Genaro lo ha echado a perder. Ahora estamos envueltos en algo turbio, denso y
pesado. Nos amamos con desgana, hastiados, como esposos. Hemos adquirido poco a poco la
costumbre insipida de tolerar a Genaro. Su presencia es insoportable porque no nos estorba; mas
bien Iacilita la rutina y provoca el cansancio.
A veces, el mensajero que nos trae las provisiones dice que la supresion de este Iaro es un
hecho. Nos alegramos Amelia y yo, en secreto. Genaro se aIlige visiblemente: "A donde iremos?",
nos dice. "Somos aqui tan Ielices!" Suspira. Luego, buscando mis ojos: "Tu vendras con nosotros,
a dondequiera que vayamos". Y se queda mirando el mar con melancolia.
Juan Jose Arreola Confabulario
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IN MEMORIAM



El lujoso ejemplar en cuarto mayor con pastas de cuero repujando, tenue de olor a tinta recien
impresa en Iino papel de Holanda, cayo como una pesada lapida mortuoria sobre el pecho de la
baronesa viuda de Bssenhausen.
La noble seora leyo entre lagrimas la dedicatoria de dos paginas, compuesta en reverentes
unciales germanicas. Por consejo amistoso, ignoro los cincuenta capitulos de la Historia comparada
de las relaciones sexuales, gloria imperecedera de su diIunto marido, y puso en un estuche italiano
aquel volumen explosivo.
Entre los libros cientiIicos redactados sobre el tema, la obra del baron Bssenhausen se
destaca de modo casi sensacional, y encuentra lectores entusiastas en un publico cuya diversidad
mueve a envidia hasta a los mas austeros hombres de estudio. (La traduccion abreviada en ingles ha
sido un best-seller.)
Para los adalides del materialismo historico, este libro no es mas que una enconada
reIutacion de Engels. Para los teologos, el empeo de un luterano que dibuja en la arena del hastio
circulos de esmerado inIierno. Los psicoanalistas, Ielices, bucean un mar de dos mil paginas de
pretendida subconciencia. Sacan a la superIicie datos neIandos: Bssenhausen es el pervertido que
traduce en su lenguaje impersonal la historia de un alma atormentada por las mas extraviadas
pasiones. Alli estan todos sus devaneos, ensueos libidinosos y culpas secretas, atribuidos siempre a
inesperadas comunidades primitivas, a lo largo de un arduo y triunIante proceso de sublimacion.
El reducido grupo de los antropologos especialistas niega a Bssenhausen el nombre de
colega. Pero los criticos literarios le otorgan su mejor Iortuna. Todos estan de acuerdo en colocar el
libro dentro del genero novelistico, y no escatiman el recuerdo de Marcel Proust y de James Joyce.
Segun ellos, el baron se entrego a la busqueda inIructuosa de las horas perdidas en la alcoba de su
mujer. Centenares de paginas estancadas narran el ir y venir de un alma pura, debil y dubitativa, del
ardiente Venusberg conyugal a la gelida cueva del cenobita libresco.
Sea de ello lo que Iuere, y mientras viene la calma, los amigos mas Iieles han tendido
alrededor del castillo Bssenhausen una aIectuosa red protectora que intercepta los mensajes del
exterior. En las desiertas habitaciones seoriales la baronesa sacriIica galas todavia no marchitas,
pese a su edad otoal. (Es hija de un celebre entomologo, ya desaparecido, y de una poetisa que
vive.)
Cualquier lector medianamente dotado puede extraer de los capitulos del libro mas de una
conclusion turbadora. Por ejemplo, la de que el matrimonio surgio en tiempos remotos como un
castigo impuesto a las parejas que violaban el tabu de endogamia. Encarcelados en el borne, los
culpables suIrian las inclemencias de la intimidad absoluta, mientras sus projimos se entregaban
aIuera a los irresponsables deleites del mas libre amor.
Dando muestra de Iina sagacidad, Bssenhausen deIine el matrimonio como un rasgo
caracteristico de la crueldad babilonia. Y su imaginacion alcanza envidiable altura cuando nos
describe la asamblea primitiva de Samarra, dichosamente prehamurabica. El rebao vivia alegre y
despreocupado, distribuyendose el generoso azar de la caza y la cosecha, arrastrando su tropel de
hijos comunales. Pero a los que sucumbian al ansia prematura o ilegal de posesion, se les
condenaba en buena especie a la saciedad atroz del manjar apetecido.
Derivar de alli modernas conclusiones psicologicas es tarea que el baron realiza, por asi
decirlo, con una mano en la cintura. El hombre pertenece a una especie animal llena de pretensiones
asceticas. Y el matrimonio, que en un principio Iue castigo Iormidable, se volvio poco despues un
apasionado ejercicio de neuroticos, un increible pasatiempo de masoquistas. El baron no se detiene
Juan Jose Arreola Confabulario
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aqui. Agrega que la civilizacion ha hecho muy bien en apretar los lazos conyugales. Felicita a todas
las religiones que convirtieron el matrimonio en disciplina espiritual. Expuestas a un roce continuo,
dos almas tienen la posibilidad de perIeccionarse hasta el maximo pulimento, o de reducirse a
polvo.
"CientiIicamente considerado, el matrimonio es un molino prehistorico en el que dos piedras
ruejas se muelen a si mismas, interminablemente, hasta la muerte." Son palabras textuales del autor.
Le Ialto aadir que a su tibia alma de creyente, porosa y caliza, la baronesa oponia una indole de
cuarzo, una consistencia de valquiria. (A estas horas, en la soledad de su lecho, la viuda gira
impavidas aristas radiales sobre el recuerdo impalpable del pulverizado baron.)
El libro de Bssenhausen podria ser Iacilmente desdeado si solo contuviera los escrupulos
personales y las represiones de un marido chapado a la antigua, que nos abruma con sus dudas
acerca de que podamos salvarnos sin tomar en cuenta el alma ajena, presta a sucumbir a nuestro
lado, victima del aburrimiento, de la hipocresia, de los odios menudos, de la melancolia perniciosa.
Lo grave esta en que el baron apoya con una masa de datos cada una de sus divagaciones. En la
pagina mas descabellada, cuando lo vemos caer vertiginosamente en un abismo de Iantasia, nos sale
de pronto con una prueba irreIutable entre sus manos de nauIrago. Si al hablar de la prostitucion
hospitalaria Malinowski le Ialla en las islas Marquesas, alli esta para servirle AlI Theodorsen desde
su congelada aldea de lapones. No caben dudas al respecto. Si el baron se equivoca, debemos
conIesar que la ciencia se pone curiosamente de acuerdo para equivocarse con el. A la imaginacion
creadora y desbordante de un Levy-Brhl, aade la perspicacia de un Frazer, la exactitud de un
Wilhelm Eilers, y de vez en cuando, por Iortuna, la suprema aridez de un Franz Boas.
Sin embargo, el rigor cientiIico del baron decae con Irecuencia y da lugar a ciertas paginas
de gelatina. En mas de un pasaje la lectura es sumamente penosa, y el volumen adquiere un peso
visceral, cuando la Ialsa paloma de Venus bate alas de murcielago, o cuando se oye el rumor de
Piramo y Tisbe que roen, cada uno por su lado, un espeso muro de conIitura. Nada mas justo que
perdonar los deslices de un hombre que se paso treinta aos en el molino, con una mujer abrasiva,
de quien lo separaban muchos grados en la escala de la dureza humana.
Desoyendo la algarabia escandalizada y Iestiva de los que juzgan la obra del baron como un
nuevo resumen de historia universal, disIrazado y pornograIico, nosotros nos unimos al reducido
grupo de los espiritus selectos que adivinan en la Historia comparada de las relaciones sexuales
una extensa epopeya domestica, consagrada a una mujer de temple troyano. La perIecta casada en
cuyo honor se rindieron miles y miles de pensamientos subversivos, acorralados en una dedicatoria
de dos paginas, compuesta en reverentes unciales germanicas: la baronesa Gunhild de
Bssenhausen, nee condesa de Magneburg-Hohenheim.
Juan Jose Arreola Confabulario
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BALTASAR GRARD
|1555-1582|



Ir a matar al principe de Orange. Ir a matarlo y cobrar luego los veinticinco mil escudos que
oIrecio Felipe II por su cabeza. Ir a pie, solo, sin recursos, sin pistola, sin cuchillo, creando el
genero de los asesinos que piden a su victima el dinero que hace Ialta para comprar el arma del
crimen, tal Iue la hazaa de Baltasar Gerard, un joven carpintero de Dole.
A traves de una penosa persecucion por los Paises Bajos, muerto de hambre y de Iatiga,
padeciendo incontables demoras entre los ejercitos espaoles y Ilamencos, logro abrirse paso hasta
su victima. En dudas, rodeos y retrocesos invirtio tres aos y tuvo que soportar la vejacion de que
Gaspar Aastro le tomara la delantera.
El portugues Gaspar Aastro, comerciante en paos, no carecia de imaginacion, sobre todo
ante un seuelo de veinticinco mil escudos. Hombre precavido, eligio cuidadosamente el
procedimiento y la Iecha del crimen. Pero a ultima hora decidio poner un intermediario entre su
cerebro y el arma: Juan Jauregui la empuaria por el.
Juan Jauregui, jovenzuelo de veinte aos, era timido de por si. Pero Aastro logro templar su
alma hasta el heroismo, mediante un sistema de sutiles coacciones cuya secreta clave se nos escapa.
Tal vez lo abrumo con lecturas heroicas; tal vez lo proveyo de talismanes; tal vez lo llevo
metodicamente hacia un consciente suicidio.
Lo unico que sabemos con certeza es que el dia sealado por su patron (18 de marzo de
1582), y durante los Iestivales celebrados en Amberes para honrar al duque de Anjou en su
cumpleaos, Jauregui salio al paso de la comitiva y disparo sobre Guillermo de Orange a
quemarropa. Pero el muy imbecil habia cargado el caon de la pistola hasta la punta. El arma estallo
en su mano como una granada. Una esquirla de metal traspaso la mejilla del principe. Jauregui cayo
al suelo, entre el sequito, acribillado por violentas espadas.
Durante diecisiete dias Gaspar Aastro espero inutilmente la muerte del principe. Habiles
cirujanos lograron contener la hemorragia, taponando con sus dedos, dia y noche, la arteria
destrozada. Guillermo se salvo Iinalmente, y el portugues, que tenia en el bolsillo el testamento de
Jauregui a Iavor suyo, se llevo la mas amarga desilusion de su vida. Maldijo la imprudencia de
conIiar en un joven inexperto.
Poco tiempo despues la Iortuna sonrio para Baltasar Gerard, que recibia de lejos las tragicas
noticias. La supervivencia del principe, cuya vida parecia estarle reservada, le dio nuevas Iuerzas
para continuar sus planes, hasta entonces vagos y llenos de incertidumbre.
En mayo logro llegar hasta el principe, en calidad de emisario del ejercito. Pero no llevaba
consigo ni siquiera un alIiler. DiIicilmente pudo calmar su desesperacion mientras duraba la
entrevista. En vano ensayo mentalmente sus manos enIlaquecidas sobre el grueso cuello del
Ilamenco. Sin embargo, logro obtener una nueva comision. Guillermo lo designo para volver al
Irente, a una ciudad situada en la Irontera Irancesa. Pero Baltasar ya no pudo resignarse a un nuevo
alejamiento.
Descorazonado y caviloso, vago durante dos meses en los alrededores del palacio de DelIt.
Vivio con la mayor miseria, casi de limosna, tratando de congraciarse lacayos y cocineros. Pero su
aspecto extranjero y miserable a todos inspiraba desconIianza.
Un dia lo vio el principe desde una de las ventanas del palacio y mando un criado a
reconvenirlo por su negligencia. Baltasar respondio que carecia de ropas para el viaje, y que sus
zapatos estaban materialmente destrozados. Conmovido, Guillermo le envio doce coronas.
Juan Jose Arreola Confabulario
37
Radiante, Baltasar Iue corriendo en busca de un par de magniIicas pistolas, bajo el pretexto
de que los caminos eran inseguros para un mensajero como el. Las cargo cuidadosamente y volvio
al palacio. Diciendo que iba en busca de pasaporte, llego hasta el principe y expreso su peticion con
voz hueca y conturbada. Se le dijo que esperara un poco en el patio. Invirtio el tiempo disponible
planeando su Iuga, mediante un rapido examen del ediIicio.
Poco despues, cuando Guillermo de Orange en lo alto de la escalera despedia a un personaje
arrodillado, Baltasar salio bruscamente de su escondite, y disparo con punteria excelente. El
principe alcanzo a murmurar unas palabras y rodo por la alIombra, agonizante.
En medio de la conIusion, Baltasar huyo a las caballerizas y los corrales del palacio, pero no
pudo saltar, extenuado, la tapia de un huerto. Alli Iue apresado por dos cocineros. Conducido a la
porteria, mantuvo un grave y digno continente. No se le hallaron encima mas que unas estampas
piadosas y un par de vejigas desinIladas con las que pretendia mal nadador cruzar los rios y
canales que le salieran al paso.
Naturalmente, nadie penso en la dilacion de un proceso. La multitud pedia ansiosa la muerte
del regicida. Pero hubo que esperar tres dias, en atencion a los Iunerales del principe.
Baltasar Gerard Iue ahorcado en la plaza publica de DelIt, ante una multitud encrespada que
el miro con desprecio desde el arreciIe del cadalso. Sonrio ante la torpeza de un carpintero que hizo
volar un martillo por los aires. Una mujer conmovida por el espectaculo estuvo a punto de ser
linchada por la animosa muchedumbre.
Baltasar rezo sus oraciones con voz clara y distinta, convencido de su papel de heroe. Subio
sin ayuda la escalerilla Iatal.
Felipe II pago puntualmente los veinticinco mil escudos de recompensa a la Iamilia del
asesino.

Juan Jose Arreola Confabulario
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BABY H. P.

Seora ama de casa: convierta usted en Iuerza motriz la vitalidad de sus nios. Ya tenemos a
la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que esta llamado a revolucionar la economia
hogarea.
El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con perIeccion
al delicado cuerpo inIantil, mediante comodos cinturones, pulseras, anillos y broches. Las
ramiIicaciones de este esqueleto suplementario recogen cada uno de los movimientos del nio,
haciendolos converger en una botellita de Leyden que puede colocarse en la espalda o en el pecho,
segun necesidad. Una aguja indicadora seala el momento en que la botella esta llena. Entonces
usted, seora, debe desprenderla y enchuIarla en un deposito especial, para que se descargue
automaticamente. Este deposito puede colocarse en cualquier rincon de la casa, y representa una
preciosa alcancia de electricidad disponible en todo momento para Iines de alumbrado y
caleIaccion, asi como para impulsar alguno de los innumerables arteIactos que invaden ahora, y
para siempre, los hogares.
De hoy en adelante usted vera con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni siquiera
perdera la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando que es Iuente generosa de energia. El
pataleo de un nio de pecho durante las veinticuatro horas del dia se transIorma, gracias al Baby H.
P., en unos utiles segundos de tromba licuadora, o en quince minutos de musica radioIonica.
Las Iamilias numerosas pueden satisIacer todas sus demandas de electricidad instalando un
Baby H.P. en cada uno de sus vastagos, y hasta realizar un pequeo y lucrativo negocio,
trasmitiendo a los vecinos un poco de la energia sobrante. En los grandes ediIicios de
departamentos pueden suplirse satisIactoriamente las Iallas del servicio publico, enlazando todos
los depositos Iamiliares.
El Baby H.P. no causa ningun trastorno Iisico ni psiquico en los nios, porque no cohibe ni
trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos medicos opinan que contribuye al desarrollo
armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espiritu, puede despertarse la ambicion individual de
las criaturas, otorgandoles pequeas recompensas cuando sobrepasen sus records habituales. Para
este Iin se recomiendan las golosinas azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras mas
calorias se aadan a la dieta del nio, mas kilovatios se economizan en el contador electrico.
Los nios deben tener puesto dia y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo lleven
siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo, de las que ellos vuelven
con el acumulador rebosante de energia.
Los rumores acerca de que algunos nios mueren electrocutados por la corriente que ellos
mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre el temor
supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y centellas. Ningun
accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre todo si se siguen al pie de la letra las indicaciones
contenidas en los Iolletos explicativos que se obsequian con cada aparato.
El Baby H.P. esta disponible en las buenas tiendas en distintos tamaos, modelos y precios.
Es un aparato moderno, durable y digno de conIianza, y todas sus coyunturas son extensibles. Lleva
la garantia de Iabricacion de la casa J.P. MansIield & Sons, de Atlanta, III.
ANUNCIO



Dondequiera que la presencia de la mujer es diIicil, onerosa o perjudicial, ya sea en la alcoba
del soltero, ya en el campo de concentracion, el empleo de Plastisex es sumamente recomendable.
Juan Jose Arreola Confabulario
39
El ejercito y la marina, asi como algunos directores de establecimientos penales y docentes,
proporcionan a los reclutas el servicio de estas atractivas e higienicas criaturas.
Ahora nos dirigimos a usted, dichoso o desaIortunado en el amor. Le proponemos la mujer
que ha soado toda la vida: se maneja por medio de controles automaticos y esta hecha de
materiales sinteticos que reproducen a voluntad las caracteristicas mas superIiciales o reconditas de
la belleza Iemenina. Alta y delgada, menuda y redonda, rubia o morena, pelirroja o platinada: todas
estan en el mercado. Ponemos a su disposicion un ejercito de artistas plasticos, expertos en la
escultura y el diseo, la pintura y el dibujo; habiles artesanos del moldeado y el vaciado; tecnicos en
cibernetica y electronica, pueden desatar para usted una momia de la decimoctava dinastia o sacarle
de la tina a la mas rutilante estrella de cine, salpicada todavia por el agua y las sales del bao
matinal.
Tenemos listas para ser enviadas todas las bellezas Iamosas del pasado y del presente, pero
atendemos cualquier solicitud y Iabricamos modelos especiales. Si los encantos de Madame
Recamier no le bastan para olvidar a la que lo dejo plantado, envienos IotograIias, documentos,
medidas, prendas de vestir
y descripciones entusiastas. Ella quedara a sus ordenes mediante un tablero de controles no
mas diIicil de manejar que los botones de un televisor.
Si usted quiere y dispone de recursos suIicientes, ella puede tener ojos de esmeralda, de
turquesa o de azabache legitimo, labios de coral o de rubi, dientes de perlas y... etcetera, etcetera.
Nuestras damas son totalmente indeIormables e inarrugables, conservan la suavidad de su tez y la
turgencia de sus lineas, dicen que si en todos los idiomas vivos y muertos de la tierra, cantan y se
mueven al compas de los ritmos de moda. El rostro se presenta maquillado de acuerdo con los
modelos originales, pero pueden hacerse toda clase de variantes, al gusto de cada quien, mediante
los cosmeticos apropiados.
La boca, las Iosas nasales, la cara interna de los parpados y las demas regiones mucosas,
estan hechas con suavisima esponja, saturada con sustancias nutritivas y estuosas, de viscosidad
variable y con diIerentes indices aIrodisiacos y vitaminicos, extraidas de algas marinas y plantas
medicinales. "Hay leche y miel bajo tu lengua...", dice el Cantar de los cantares. Usted puede
emular los placeres de Salomon; haga una mixtura con leche de cabra y miel de avispas; llene con
ella el deposito craneano de su Plastisex , sazonela al oporto o al benedictine: sentira que los rios
del paraiso Iluyen a su boca en el largo beso alimenticio. (Hasta ahora, nos hemos reservado bajo
patente el derecho de adaptar las glandulas mamarias como redomas de licor.)
Nuestras venus estan garantizadas para un servicio perIecto de diez aos duracion
promedio de cualquier esposa, salvo los casos en que sean sometidas a practicas anormales de
sadismo. Como en todas las de carne y hueso, su peso es rigurosamente especiIico y el noventa por
ciento corresponde al agua que circula por las Iinisimas burbujas de su cuerpo esponjado, caldeada
por un sistema venoso de caleIaccion electrica. Asi se obtiene la ilusion perIecta del desplazamiento
de los musculos bajo la piel, y el equilibrio hidrostatico de las masas carnosas durante el
movimiento. Cuando el termostato se lleva a un grado de temperatura Iebril, una tenue exudacion
salina aIlora a la superIicie cutanea. El agua no solo cumple Iunciones Iisicas de plasticidad
variable, sino tambien claramente Iisiologicas e higienicas: haciendola Iluir intensamente de dentro
hacia Iuera, asegura la limpieza rapida y completa de las Plastisex.
Un armazon de magnesio, irrompible hasta en los mas apasionados abrazos y Iinamente
diseado a partir del esqueleto humano, asegura con propiedad todos los movimientos y posiciones
de la Plastisex. Con un poco de practica, se puede bailar, luchar, hacer ejercicios gimnasticos o
acrobaticos y producir en su cuerpo reacciones de acogida o rechazo mas o menos energicas.
(Aunque sumisas, las Plastisex son sumamente vigorosas, ya que estan equipadas con un motor
electrico de medio caballo de Iuerza.)
Por lo que se reIiere a la cabellera y demas vegetaciones pilosas, hemos logrado producir
una Iibra de acetato que tiene las caracteristicas del pelaje Iemenino, y que lo supera en belleza,
Juan Jose Arreola Confabulario
40
textura y elasticidad. Es usted aIicionado a los placeres del olIato? Sintonice entonces la escala de
los olores. Desde el tenue aroma axilar hecho a base de sandalo y almizcle, hasta las mas recias
emanaciones de la mujer asoleada y deportiva: acido cuprico puro, o los mas quintaesenciados
productos de la perIumeria moderna. Embriaguese a su gusto.
La gama olIativa y gustativa se extiende naturalmente hasta el aliento, si, porque nuestras
venus respiran acompasada o agitadamente. Un regulador asegura la curva creciente de sus anhelos,
desde el suspiro al gemido, mediante el ritmo controlable de sus canjes respiratorios.
Automaticamente el corazon acompasa la Iuerza y la velocidad de sus latidos...
En la rama de accesorios, la Plastisex rivaliza en vestuario y ornato con el atuendo de las
seoras mas distinguidas. Desnuda, es sencillamente insuperable: puber o impuber, en la Ilor de la
juventud o con todas las opulencias maduras del otoo, segun el matiz peculiar de cada raza o
mestizaje.
Para los amantes celosos, hemos superado el antiguo ideal del cinturon de castidad: un
estuche de cuerpo entero que convierte a cada mujer en una Iortaleza de acero inexpugnable. Y por
lo que toca a la virginidad, cada Plastisex va provista de un dispositivo que no puede violar mas
que usted mismo, el himen plastico que es un verdadero sello de garantia. Tan Iiel al original, que al
ser destruido se contrae sobre si mismo y reproduce las excrecencias coralinas llamadas carunculas
mirtiIormes.
Siguiendo la inIlexible linea de etica comercial que nos hemos trazado, nos interesa
denunciar los rumores, mas o menos encubiertos, que algunos clientes neuroticos han hecho circular
a proposito de nuestra venus. Se dice que hemos creado una mujer tan perIecta, que varios modelos,
ardientemente amados por hombres solitarios, han quedado encinta y que otros suIren ciertos
trastornos periodicos. Nada mas Ialso. Aunque nuestro departamento de investigacion trabaja a toda
capacidad y con un presupuesto triplicado, no podemos jactarnos todavia de haber librado a la
mujer de tan graves servidumbres. Desgraciadamente, no es Iacil desmentir con la misma energia la
noticia publicada por un periodico irresponsable, acerca de que un joven inexperto murio asIixiado
en brazos de una mujer de plastico. Sin negar la posibilidad de semejante accidente, aIirmamos que
solo puede ocurrir en virtud de un imperdonable descuido.
El aspecto moral de nuestra industria ha sido hasta ahora insuIicientemente interpretado.
Junto a los sociologos que nos alaban por haber asestado un duro golpe a la prostitucion (en
Marsella hay una casa a la que ya no podemos llamar de mala nota porque Iunciona exclusivamente
a base de Plastisex), hay otros que nos acusan de Iomentar maniaticos aIectados de inIantilismo.
Semejantes timoratos olvidan adrede las cualidades de nuestro invento, que lejos de limitarse al
goce Iisico, asegura dilectos placeres intelectuales y esteticos a cada uno de los aIortunados
usuarios.
Como era de esperarse, las sectas religiosas han reaccionado de modo muy diverso ante el
problema. Las iglesias mas conservadoras siguen apoyando implacablemente el habito de la
abstinencia, y a lo sumo se limitan a caliIicar como pecado venial el que se comete en objeto
inanimado (!). Pero una secta disidente de los mormones ha celebrado ya numerosos matrimonios
entre progresistas caballeros humanos y encantadoras muecas de material sintetico. Aunque
reservamos nuestra opinion acerca de esas uniones ilicitas para el vulgo, nos es muy grato participar
que hasta el dia de hoy todas han sido generalmente Ielices. Solo en casos aislados algun esposo ha
solicitado modiIicaciones o perIeccionamientos de detalle en su mujer, sin que se registre una sola
sustitucion que equivalga a divorcio. Es tambien Irecuente el caso de clientes antiguamente casados
que nos solicitan copias Iieles de sus esposas (generalmente con algunos retoques), a Iin de servirse
de ellas sin traicionarlas en ocasiones de enIermedades graves o pasajeras, y durante ausencias
prolongadas e involuntarias, que incluyen el abandono y la muerte.
Como objeto de goce, la Plastisex debe ser empleada de modo mesurado y prudente, tal
como la sabiduria popular aconseja respecto a nuestra compaera tradicional. Normalmente
utilizado, su debito asegura la salud y el bienestar del hombre, cualquiera que sea su edad y
Juan Jose Arreola Confabulario
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complexion. Y por lo que se reIiere a los gastos de inversion y mantenimiento, la Plastisex se
paga ella sola. Consume tanta electricidad como un reIrigerador, se puede enchuIar en cualquier
contacto domestico, y equipada con sus mas valiosos aditamentos, pronto resulta mucho mas
economica que una esposa comun y corriente.
Es inerte o activa, locuaz o silenciosa a voluntad, y se puede guardar en el closet.
*

Lejos de representar una amenaza para la sociedad, la venus Plastisex resulta una aliada
poderosa en la lucha pro restauracion de los valores humanos. En vez de disminuirla, engrandece y
digniIica a la mujer, arrebatandole su papel de instrumento placentero, de sexoIora, para emplear un
termino clasico. En lugar de mercancia deprimente, costosa o insalubre, nuestras projimas se
convertiran en seres capaces de desarrollar sus posibilidades creadoras hasta un alto grado de
perIeccion.
Al popularizarse el uso de la Plastisex, asistiremos a la eclosion del genio Iemenino, tan
largamente esperada. Y las mujeres, libres ya de sus obligaciones tradicionalmente eroticas,
instalaran para siempre en su belleza transitoria el puro reino del espiritu.

*
Desde 196S, nuestra Iilial Plastishiro Scxobe esta trabajando un modelo economico a base de pilas y transistores.

Juan Jose Arreola Confabulario
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DE BALSTICA


Ne saxa ex catapultis latericium discuterent.

CAESAR, De bello civili, lib. 2.

Catapultae turribus impositae et quae spicula mitterent, et quae saxa.

APPIANUS, Ibericae.


Esas que alli se ven, vagas cicatrices entre los campos de labor, son las ruinas del
campamento de Nobilior. Mas alla se alzan los emplazamientos militares de Castillejo, de Renieblas
y de Pea Redonda. De la remota ciudad solo ha quedado una colina cargada de silencio...
Por Iavor! No olvide usted que yo he venido desde Minnesota. Dejese ya de Irases y
digame que, como y a cual distancia disparaban las balistas.
Pide usted un imposible.
Pero usted es reconocido como una autoridad universal en antiguas maquinas de guerra.
Mi proIesor Burns, de Minnesota, no vacilo en darme su nombre y su direccion como un norte
seguro.
De usted al proIesor, a quien estimo mucho por carta, las gracias de mi parte y un sincero
pesame por su optimismo. A proposito, que ha pasado con sus experimentos en materia de
balistica romana?
Un completo Iracaso. Ante un publico numeroso, el proIesor Burns prometio volarse la
barda del estadio de Minnesota, y le Iallo el jonron. Es la quinta vez que le hacen quedar mal sus
catapultas, y se halla bastante decaido. Espera que yo le lleve algunos datos que lo pongan en el
buen camino, pero usted...
Digale que no se desanime. El malogrado Ottokar von Soden consumio los mejores aos
de su vida Irente al rompecabezas de una ctesibia machina que Iuncionaba a base de aire
comprimido. Y Gatteloni, que sabia mas que el proIesor Burns, y probablemente que yo, Iracaso en
1915 con una maquina estupenda, basada en las descripciones de Ammiano Marcelino. Unos cuatro
siglos antes, otro mecanico Ilorentino, llamado Leonardo da Vinci, perdio el tiempo, construyendo
unas ballestas enormes, segun las extraviadas indicaciones del celebre amateur Marco Vitruvio
Polion.
Me extraa y oIende, en cuanto devoto de la mecanica, el lenguaje que usted emplea para
reIerirse a Vitruvio, uno de los genios primordiales de nuestra ciencia.
Ignoro la opinion que usted y su proIesor Burns tengan de este hombre nocivo. Para mi,
Vitruvio es un simple aIicionado. Lea usted por Iavor sus libri decem con algun detenimiento: a
cada paso se dara cuenta de que Vitruvio esta hablando de cosas que no entiende. Lo que hace es
trasmitirnos valiosisimos textos griegos que van de Eneas el Tactico a Heron de Alejandria, sin
orden ni concierto.
Es la primera vez que oigo tal desacato. En quien puede uno entonces depositar sus
esperanzas? Acaso en Sexto Julio Frontino?
Lea usted su Stratagematon con la mayor cautela. A primera vista se tiene la impresion de
haber dado en el clavo. Pero el desencanto no tarda en abrirse paso a traves de sus intransitables
Juan Jose Arreola Confabulario
43
descripciones y errores. Frontino sabia mucho de acueductos, atarjeas y cloacas, pero en materia de
balistica es incapaz de calcular una parabola sencilla.
No olvide usted, por Iavor, que a mi regreso debo preparar una tesis doctoral de doscientas
cuartillas sobre balistica romana, y redactar algunas conIerencias. Yo no quiero suIrir una
vergenza como la de mi maestro en el estadio de Minnesota. Citeme usted, por Iavor, algunas
autoridades antiguas sobre el tema. El proIesor Burns ha llenado mi mente de conIusion con sus
relatos, llenos de repeticiones y de salidas por la tangente.
Permitame Ielicitar desde aqui al proIesor Burns por su gran Iidelidad. Veo que no ha
hecho otra cosa sino transmitir a usted la vision caotica que de la balistica antigua nos dan hombres
como Marcelino, Arriano, Diodoro, JoseIo, Polibio, Vegecio y Procopio. Le voy a hablar claro. No
poseemos ni un dibujo contemporaneo, ni un solo dato concreto. Las pseudobalistas de Justo Lipsio
y de Andrea Palladio son puras invenciones sobre papel, carentes en absoluto de realidad.
Entonces que hacer? Piense usted, se lo ruego, en las doscientas cuartillas de mi tesis. En
las dos mil palabras de cada conIerencia en Minnesota.
Le voy a contar una anecdota que lo pondra en vias de comprension.
Empiece usted.
Se reIiere a la toma de Segida. Usted recuerda naturalmente que esta ciudad Iue ocupada
por el consul Nobilior en 153.
Antes de Cristo?
Me parece innecesario, mas bien dicho, me parecia innecesario hacer a usted semejantes
precisiones...
Usted perdone.
Bueno. Nobilior tomo Segida en 153. Lo que usted ignora con toda seguridad es que la
perdida de la ciudad, punto clave en la marcha sobre Numancia, se debio a una balista.
Que respiro! Una balista eIicaz.
Permitame. Solo en sentido Iigurado.
Concluya usted su anecdota. Estoy seguro de que volvere a Minnesota sin poder decir
nada positivo.
El consul Nobilior, que era un hombre espectacular, quiso abrir el ataque con un gran
disparo de catapulta...
Dispenseme, pero estamos hablando de balistas...
Y usted, y su Iamoso proIesor de Minnesota, pueden decirme acaso cual es la diIerencia
que hay entre una balista y una catapulta? Y entre una Iundibula, una doribola y una palintona? En
materia de maquinas antiguas, ya lo ha dicho don Jose Almirante, ni la ortograIia es Iija ni la
explicacion satisIactoria. Aqui tiene usted estos titulos para un mismo aparato: petrobola, litobola,
pedrera o petraria. Y tambien puede llamar usted onagro, monancona, polibola, acrobalista,
quirobalista, toxobalista y neurobalista a cualquier maquina que Iuncione por tension, torsion o
contrapesacion. Y como todos estos aparatos eran desde el siglo IV a. C. generalmente locomoviles,
les corresponde con justicia el titulo general de carrobalistas.
.
Lo cierto es que el secreto que animaba a estos iguanodontes de la guerra se ha perdido.
Nadie sabe como se templaba la madera, como se adobaban las cuerdas de esparto, de crin o de
tripa, como Iuncionaba el sistema de contrapesos.
Siga usted con su anecdota, antes de que yo decida cambiar el asunto de mi tesis doctoral,
y expulse a mis imaginarios oyentes de la sala de conIerencias.
Nobilior, que era un hombre espectacular, quiso abrir el ataque ron un gran disparo de
balista...
Juan Jose Arreola Confabulario
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Veo que tiene usted sus anecdotas perIectamente memo-rizadas. La repeticion ha sido
literal.
A usted, en cambio, le Ialla la memoria. Acabo de hacer una variante signiIicativa.
De veras?
He dicho balista en vez de catapulta, para evitar una nueva interrupcion por parte de usted.
Veo que el tiro me ha salido por la culata.
Lo que yo quiero que salga, por donde sea, es el disparo de Nobilior.
No saldra.
Que, no acabara usted de contarme su anecdota?
Si, pero no hay disparo. Los habitantes de Segida se rindieron en el preciso instante en que
la balista, plegadas todas sus palancas, retorcidas las cuerdas elasticas y colmadas las plataIormas
de contrapeso, se aprestaba a lanzarles un bloque de granito. Hicieron seales desde las murallas,
enviaron mensajeros y pactaron. Se les perdono la vida, pero a condicion de que evacuaran la
ciudad para que Nobilior se diera el imperial capricho de incendiarla.
Y la balista?
Se estropeo por completo. Todos se olvidaron de ella, incluso los artilleros, ante el
regocijo de tan modica victoria. Mientras los habitantes de Segida Iirmaban su derrota, las cuerdas
se rompieron, estallaron los arcos de madera, y el brazo poderoso que debia lanzar la descomunal
pedrada, quedo en tierra exanime, desgajado, soltando el canto de su puo...
Como asi?
Pero no sabe usted acaso que una catapulta que no dispara inmediatamente se echa a
perder? Si no le enseo esto el proIesor Burns, permitame que dude mucho de su competencia. Pero
volvamos a Segida. Nobilior recibio ademas mil ochocientas libras de plata como rescate de la
gente principal, que inmediatamente hizo moneda para conjurar el inminente motin de los soldados
sin paga. Se conservan algunas de esas monedas. Maana podra usted verlas en el Museo de
Numancia.
No podria usted conseguirme una de ellas como recuerdo?
No me haga reir. El unico particular que posee monedas de la epoca es el proIesor AdolIo
Schulten, que se paso la vida escarbando en los escombros de Numancia, levantando planos,
adivinando bajo los surcos del sembrado la huella de los emplazamientos militares. Lo que si puedo
conseguirle es una tarjeta postal con el anverso y reverso de la susodicha moneda.
Sigamos adelante.
Nobilior supo sacarle mucho partido a la toma de Segida, y las monedas que acuo llevan
por un lado su perIil, y por el otro la silueta de una balista y esta palabra: Segisa.
Y por que Segisa y no Segida?
Averigelo usted. Una errata del que hizo los cuos. Esas monedas sonaron muchisimo en
Roma. Y todavia mas, la Iama de la balista. Los talleres del imperio no se daban abasto para
satisIacer las demandas de los jeIes militares, que pedian catapultas por docenas, y cada vez mas
grandes. Y mientras mas complicadas, mejor.
Pero digame algo positivo. Segun usted, a que se debe la diIerencia de los nombres si se
alude siempre al mismo aparato?
Tal vez se trata de diIerencias de tamao, tal vez se debe al tipo de proyectiles que los
artilleros tenian a la mano. Vea usted, las litobolas o petrarias, como su nombre lo indica, bueno,
pues arrojaban piedras. Piedras de todos tamaos. Los comentaristas van desde las veinte o treinta
libras hasta los ocho o doce quintales. Las polibolas, parece que tambien arrojaban piedras, pero en
Iorma de metralla, esto es, nubes de guijarros. Las doribolas enviaban, etimologicamente, dardos
enormes, pero tambien haces de Ilechas. Y las neurobalistas, pues vaya usted a saberlo... barriles
con mixtos incendiarios, haces de lea ardiendo, cadaveres y grandes sacos de inmundicias para
Juan Jose Arreola Confabulario
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hacer mas grueso el aire inIicionado que respiraban los inIelices sitiados. En Iin, yo se de una
balista que arrojaba grajos.
Grajos?
Dejeme contarle otra anecdota.
Veo que me he equivocado de arqueologo y de guia.
Por Iavor, es muy bonita. Casi poetica. Sere breve. Se lo prometo.
Cuente usted y vamonos. El sol cae ya sobre Numancia.
Un cuerpo de artilleria abandono una noche la balista mas grande de su legion, sobre una
eminencia del terreno que resguardaba la aldehuela de Bures, en la ruta de Centobriga. Como usted
comprende, me remonto otra vez al siglo II a. C., pero sin salirme de la region. A la maana
siguiente, los habitantes de Bures, un centenar de pastores inocentes, se encontraron Irente a aquella
amenaza que habia brotado del suelo. No sabian nada de catapultas, pero husmearon el peligro. Se
encerraron a piedra y cal en sus cabaas, durante tres dias. Como no podian seguir asi
indeIinidamente, echaron suertes para saber quien iria en la maana siguiente a inspeccionar el
misterioso armatoste. Toco la suerte a un jovenzuelo timido y apocado, que se dio por condenado a
muerte.
La poblacion paso la noche despidiendolo y dandole Iortaleza, pero el muchacho temblaba
de miedo. Antes de salir el sol en la maana invernal, la balista debio de tener un tenebroso aspecto
de patibulo.
Volvio con vida el jovenzuelo?
No. Cayo muerto al pie de la balista, bajo una descarga de grajos que habian pernoctado
sobre la maquina de guerra y que se Iueron volando asustados...
Santo Dios! Una balista que rinde la ciudad de Segida sin arrojar un solo disparo. Otra
que mata un pastorcillo con un puado de volatiles. Esto es lo que yo voy a contar en Minnesota?
Diga usted que las catapultas se empleaban para la guerra de nervios. Aada que todo el
Imperio Romano no era mas que eso, una enorme maquina de guerra complicada y estorbosa, llena
de palancas antagonicas, que se quitaban Iuerza unas a otras. Disculpese usted diciendo que Iue un
arma de la decadencia.
Tendre exito con eso?
Describa usted con amplitud el Iatal apogeo de las balistas. Sea pintoresco. Cuente que el
oIicio de magister llego a ser en las ciudades romanas sumamente peligroso. Los chicos de la
escuela inIligian a sus maestros verdaderas lapidaciones, atacandolos con aparatos de bolsillo que
eran una derivacion inIantil de las manubalistas guerreras.
Tendre exito con eso?
Sea poetico. ReIiera el conmovedor episodio del sitio de Cartago en 146 a.C, con las
doncellas que ceden sus cabelleras para suplir las crines en la elaboracion de cuerdas balisticas.
Tendre exito con eso?
Sea imponente. Hable con detalle acerca de la Iormacion de un tren legionario. Detengase
a considerar sus dos mil carruajes y bestias de carga, las municiones, utensilios de IortiIicacion y de
asedio. Hable de los innumerables mozos y esclavos; critique el auge de comerciantes y cantineros,
haga hincapie en las prostitutas. La corrupcion moral, el peculado y el venereo oIreceran a usted sus
generosos temas. Describa tambien el gran horno portatil de piedra hasta las ruedas, debido al
talento del ingeniero Cayo Licinio Licito, que iba cociendo el pan por el camino, a razon de mil
piezas por kilometro.
Que portento!
Tome usted en cuenta que el horno pesaba dieciocho toneladas, y que no hacia mas de tres
kilometros diarios...
Juan Jose Arreola Confabulario
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Que atrocidad!
Sea pertinaz. Hable sin cesar de las grandes concentraciones de balistas. Sea generoso en
las ciIras, yo le proporciono las Iuentes. Diga que en tiempos de Demetrio Poliorcetes llegaron a
acumularse ochocientas maquinas contra una sola ciudad. El ejercito romano, incapaz de
evolucionar, suIria retardos desastrosos, copado entre el denso maderamen de sus agobiantes
maquinas guerreras.
Tendre exito con eso?
Concluya usted diciendo que la balista era un arma psicologica, una idea de Iuerza, una
metaIora aplastante.
Tendre exito con eso?
(En este momento, el arqueologo vio en el suelo una piedra que le parecio muy apropiada
para poner punto Iinal a su enseanza. Era un guijarro basaltico, grueso y redondeado, de unos
veinte kilos de peso. Desenterrandolo con grandes muestras de entusiasmo, lo puso en brazos del
alumno.)
Tiene usted suerte! Queria llevarse una moneda de recuerdo, y he aqui lo que el destino le
oIrece.
Pero que es esto?
Un valioso proyectil de la epoca romana, disparado sin duda alguna por una de esas
maquinas que tanto le preocupan.
(El estudiante recibio el regalo, un tanto conIuso.)
Pero... esta usted seguro?
Llevese esta piedra a Minnesota, y pongala sobre su mesa de conIerenciante. Causara una
Iuerte impresion en el auditorio.
Usted cree?
Yo mismo le obsequiare una documentacion en regla, para que las autoridades le permitan
sacarla de Espaa.
Pero esta usted seguro de que esta piedra es un proyectil romano?
(La voz del arqueologo tuvo un exasperado acento sombrio.)
Tan seguro estoy de que lo es, que si usted, en vez de venir ahora, anticipa unos dos mil
aos su viaje a Numancia, esta piedra, disparada por uno de los artilleros de Escipion, le habria
aplastado la cabeza.
(Ante aquella respuesta contundente, el estudiante de Minnesota se quedo pensativo, y
estrecho aIectuosamente la piedra contra su pecho. Soltando por un momento uno de sus brazos, se
paso la mano por la Irente, como queriendo borrar, de una vez por todas, el Iantasma de la balistica
romana.)
El sol se habia puesto ya sobre el arido paisaje numantino. En el cauce seco del Merdancho
brillaba una nostalgia de rio. Los seraIines del Angelus volaban a lo lejos, sobre invisibles aldeas. Y
maestro y discipulo se quedaron inmoviles, eternizados por un instantaneo recogimiento, como dos
bloques erraticos bajo el crepusculo grisaceo.

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UNA MUJER AMAESTRADA

...et nunc manet in te...


Hoy me detuve a contemplar este curioso espectaculo: en una plaza de las aIueras, un
saltimbanqui polvoriento exhibia una mujer amaestrada. Aunque la Iuncion se daba a ras del suelo y
en plena calle, el hombre concedia la mayor importancia al circulo de tiza previamente trazado,
segun el, con permiso de las autoridades. Una y otra vez hizo retroceder a los espectadores que
rebasaban los limites de esa pista improvisada. La cadena que iba de su mano izquierda al cuello de
la mujer, no pasaba de ser un simbolo, ya que el menor esIuerzo habria bastado para romperla.
Mucho mas impresionante resultaba el latigo de seda Iloja que el saltimbanqui sacudia por los aires,
orgulloso, pero sin lograr un chasquido.
Un pequeo monstruo de edad indeIinida completaba el elenco. Golpeando su tamboril daba
Iondo musical a los actos de la mujer, que se reducian a caminar en posicion erecta, a salvar
algunos obstaculos de papel y a resolver cuestiones de aritmetica elemental. Cada vez que una
moneda rodaba por el suelo, habia un breve parentesis teatral a cargo del publico. "Besos!",
ordenaba el saltimbanqui. "No. A ese no. Al caballero que arrojo la moneda." La mujer no acertaba,
y una media docena de individuos se dejaban besar, con los pelos de punta, entre risas y aplausos.
Un guardia se acerco diciendo que aquello estaba prohibido. El domador le tendio un papel
mugriento con sellos oIiciales, y el policia se Iue malhumorado, encogiendose de hombros.
A decir verdad, las gracias de la mujer no eran cosa del otro mundo. Pero acusaban una
paciencia inIinita, Irancamente anormal, por parte del hombre. Y el publico sabe agradecer siempre
tales esIuerzos. Paga por ver una pulga vestida; y no tanto por la belleza del traje, sino por el trabajo
que ha costado ponerselo. Yo mismo he quedado largo rato viendo con admiracion a un invalido
que hacia con los pies lo que muy pocos podrian hacer con las manos.
Guiado por un ciego impulso de solidaridad, desatendi a la mujer y puse toda mi atencion en
el hombre. No cabe duda de que el tipo suIria. Mientras mas diIiciles eran las suertes, mas trabajo le
costaba disimular y reir. Cada vez que ella cometia una torpeza, el hombre temblaba angustiado. Yo
comprendi que la mujer no le era del todo indiIerente, y que se habia encariado con ella, tal vez en
los aos de su tedioso aprendizaje. Entre ambos existia una relacion, intima y degradante, que iba
mas alla del domador y la Iiera. Quien proIundice en ella, llegara indudablemente a una conclusion
obscena.
El publico, inocente por naturaleza, no se da cuenta de nada y pierde los pormenores que
saltan a la vista del observador destacado. Admira al autor de un prodigio, pero no le importan sus
dolores de cabeza ni los detalles monstruosos que puede haber en su vida privada. Se atiene
simplemente a los resultados, y cuando se le da gusto, no escatima su aplauso.
Lo unico que yo puedo decir con certeza es que el saltimbanqui, a juzgar por sus reacciones,
se sentia orgulloso y culpable. Evidentemente, nadie podria negarle el merito de haber amaestrado a
la mujer; pero nadie tampoco podria atender la idea de su propia vileza. (En este punto de mi
meditacion, la mujer daba vueltas de carnero en una angosta alIombra de terciopelo desvaido.)
El guardian del orden publico se acerco nuevamente a hostilizar al saltimbanqui. Segun el,
estabamos entorpeciendo la circulacion, el ritmo casi, de la vida normal. "Una mujer amaestrada?
Vayanse todos ustedes al circo." El acusado respondio otra vez con argumentos de papel sucio, que
el policia leyo de lejos con asco. (La mujer, entre tanto, recogia monedas en su gorra de lentejuela.
Algunos heroes se dejaban besar; otros se apartaban modestamente, entre dignos y avergonzados.)
Juan Jose Arreola Confabulario
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El representante de la autoridad se Iue para siempre, mediante la suscripcion popular de un
soborno. El saltimbanqui, Iingiendo la mayor Ielicidad, ordeno al enano del tamboril que tocara un
ritmo tropical. La mujer, que estaba preparandose para un numero matematico, sacudia como
pandero el abaco de colores. Empezo a bailar con descompuestos ademanes diIicilmente procaces.
Su director se sentia deIraudado a mas no poder, ya que en el Iondo de su corazon ciIraba todas sus
esperanzas en la carcel. Abatido y Iurioso, increpaba la lentitud de la bailarina con adjetivos
sangrientos. El publico empezo a contagiarse de su Ialso entusiasmo, y quien mas, quien menos,
todos batian palmas y meneaban el cuerpo.
Para completar el eIecto, y queriendo sacar de la situacion el mejor partido posible, el
hombre se puso a golpear a la mujer con su latigo de mentiras. Entonces me di cuenta del error que
yo estaba cometiendo. Puse mis ojos en ella, sencillamente, como todos los demas. Deje de mirarlo
a el, cualquiera que Iuese su tragedia. (En ese momento, las lagrimas surcaban su rostro
enharinado.)
Resuelto a desmentir ante todos mis ideas de compasion y de critica, buscando en vano con
los ojos la venia del saltimbanqui, y antes de que otro arrepentido me tomara la delantera, salte por
encima de la linea de tiza al circulo de contorsiones y cabriolas.
Azuzado por su padre, el enano del tamboril dio rienda suelta a su instrumento, en un
crescendo de percusiones increibles. Alentada por tan espontanea compaia, la mujer se supero a si
misma y obtuvo un exito estruendoso. Yo acompase mi ritmo con el suyo y no perdi pie ni pisada
de aquel improvisado movimiento perpetuo, hasta que el nio dejo de tocar.
Como actitud Iinal, nada me parecio mas adecuado que caer bruscamente de rodillas.

Juan Jose Arreola Confabulario
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PABLO

Una maana igual a todas, en que las cosas tenian el aspecto de siempre y mientras el rumor
de las oIicinas del Banco Central se esparcia como un aguacero monotono, el corazon de Pablo Iue
visitado por la gracia. El cajero principal se detuvo en medio de las complicadas operaciones y sus
pensamientos se concentraron en un punto. La idea de la divinidad lleno su espiritu, intensa y nitida
como una vision, clara como una imagen sensorial. Un goce extrao y proIundo, que otras veces
habia llegado hasta el como un reIlejo momentaneo y Iugaz, se hizo puro y durable y hallo su
plenitud. Le parecio que el mundo estaba habitado por Pablos innumerables y que en ese momento
todos convergian en su corazon.
Pablo vio a Dios en el principio, personal y total, resumiendo dentro de si todas las
posibilidades de la creacion. Sus ideas volaban en el espacio como angeles y la mas bella de todas
era la idea de libertad, hermosa y amplia como la luz. El universo, recien creado y virginal, disponia
sus criaturas en ordenes armoniosos. Dios les habia impartido la vida, la quietud o el movimiento,
pero habia quedado el mismo integro, inabordable, sublime. La mas perIecta de sus obras le era
inmensamente remota. Desconocido en medio de su omnipotencia creadora y motora, nadie podia
pensar en el ni suponerlo siquiera. Padre de unos hijos incapaces de amarlo, se sintio
inexorablemente solo y penso en el hombre como en la unica posibilidad de veriIicar su esencia con
plenitud. Supo entonces que el hombre debia contener las cualidades divinas; de lo contrario, iba a
ser otra criatura muda y sumisa. Y Dios, despues de una larga espera, decidio vivir sobre la tierra;
descompuso su ser en miles de particulas y puso el germen de todas ellas en el hombre, para que un
dia, despues de recorrer todas las Iormas posibles de la vida, esas partes errantes y arbitrarias se
reuniesen, Iormando otra vez el modelo original, aislando a Dios y devolviendolo a la unidad. Asi
quedara concluido el ciclo de la existencia universal y veriIicado totalmente el proceso de la
creacion, que Dios emprendio un dia en que su corazon rebosaba de amoroso entusiasmo.
Perdido en la corriente del tiempo, gota de agua en un mar de siglos, grano de arena en un
desierto inIinito, alli esta Pablo en su mesa, con su traje gris a cuadros y sus anteojos de carey
artiIicial, con el pelo castao y liso dividido por una raya minuciosa, con sus manos que escriben
letras y numeros impecables, con su ordenada cabeza de empleado contable que logra resultados
inIalibles, que distribuye las ciIras en derechas columnas, que nunca ha cometido un error, ni puesto
una mancha en las paginas de sus libros. Alli esta, inclinado sobre su mesa, recibiendo las primeras
palabras de un mensaje extraordinario, el, a quien nadie conoce ni conocera jamas, pero que lleva
dentro de si la Iormula perIecta, el numero acertado de una inmensa loteria.
Pablo no es bueno ni es malo. Sus actos responden a un caracter cuyo mecanismo es muy
sencillo en apariencia; pero sus elementos han tardado miles de aos en reunirse, y su
Iuncionamiento Iue previsto en el alba del mundo. Todo el pasado humano carecio de Pablo. El
presente esta lleno de Pablos imperIectos, mejores y peores, grandes y pequeos, Iamosos o
desconocidos. Inconscientemente, todas las madres trataron de tenerlo como hijo, todas delegaron
esa tarea en sus descendientes, con la certeza de ser algun dia sus abuelas. Pero Pablo habia sido
concebido como un Iruto indirecto y remoto; su madre tuvo que morir, ignorante, en el momento
mismo del alumbramiento. Y la clave del plan a que obedecia su existencia le Iue conIiada a Pablo
durante una maana cualquiera, que no llego precedida de ningun aviso exterior, en la que todo era
igual que siempre y en la que resonaba el trabajo, dentro de las extensas oIicinas del Banco Central,
con su mismo acostumbrado rumor.
Cuando salio de la oIicina, Pablo vio el mundo con otros ojos. Rendia un silencioso
homenaje a cada uno de sus semejantes. Veia a los hombres con el pecho transparente, como
animadas custodias, y el blanco simbolo resplandecia en todas. El Creador excelente iba contenido
en cada una de sus criaturas y veriIicado en ella. Desde ese dia , Pablo juzgo la maldad de otra
Juan Jose Arreola Confabulario
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manera: como el resultado de una dosis incorrecta de virtudes, excesivas las unas, escasas Las otras.
Y el conjunto deIiciente engendraba virtudes Ialsas, que tenian todo el aspecto del mal.
Pablo sentia una gran piedad por todos aquellos inconscientes portadores de Dios, que
muchas veces lo olvidan y lo niegan, que lo sacriIican en un cuerpo corrompido. Vio a la
humanidad que buceaba, que buscaba inIatigablemente el arquetipo perdido. Cada hombre que
nacia era un probable salvador; cada muerto era una Iormula Iallida. El genero humano, desde el
primer dia, eIectua todas las combinaciones posibles, ensaya todas las dosis imaginables con las
particulas divinas que andan dispersas en el mundo. La humanidad esconde penosamente en la
tierra sus Iracasos y contempla con emocion el renovado sacriIicio de las madres. Los santos y los
sabios hacen renacer la esperanza; los grandes criminales del universo la Irustran. Tal vez antes del
hallazgo Iinal aguarda la ultima decepcion, y debe veriIicarse la Iormula que realice al hombre mas
exactamente contrario al arquetipo, la bestia apocaliptica que han temido todos los siglos.
Pablo sabia muy bien que nadie debe perder la esperanza. La humanidad es inmortal porque
Dios esta en ella y lo que hay en el hombre de perdurable es la eternidad misma de Dios. Las
grandes hecatombes, los diluvios y los terremotos, la guerra y la peste no podran acabar con la
ultima pareja. El hombre nunca tendra una sola cabeza, para que alguien pueda segarla de un golpe.
Desde el dia de la revelacion, Pablo vivio una vida diIerente. Cesaron para el preocupaciones
y aIanes pasajeros. Le parecio que la sucesion habitual de los dias y las noches, las semanas y los
meses, habia cesado para el. Creyo vivir en un solo momento, enorme y detenido, amplio y estatico
como un islote en la eternidad. Consagraba sus horas libres a la reIlexion y a la humildad. Todos los
dias era visitado por claras ideas y su cerebro se iba poblando de resplandores. Sin que pusiera nada
de su parte, el halito universal lo penetraba poco a poco y se sentia iluminado y trascendido, como
si un gran golpe de primavera traspasara el ramaje de su ser. Su pensamiento se ventilaba en las mas
altas cimas. En la calle, arrebatado por sus ideas, con la cabeza en las nubes, le costaba trabajo
recordar que iba sobre la tierra. La ciudad se transIiguraba para el. Los pajaros y los nios le traian
Ielices mensajes. Los colores parecian extremar su cualidad y estaban como recien puestos en las
cosas. A Pablo le habria gustado ver el mar y las grandes montaas. Se consolaba con el cesped y
las Iuentes.
Por que los demas hombres no compartian con el ese goce supremo? Desde su corazon,
Pablo hacia a todos silenciosas invitaciones. A veces le angustiaba la soledad de su extasis. Todo el
mundo era suyo, y temblaba como un nio ante la enormidad del regalo; pero se prometio
disIrutarlo detenidamente. Por lo pronto, habia que dedicar la tarde a ese arbol grande y hermoso, a
esa nube blanca y rosa que gira suavemente en el cielo, al juego de ese nio de cabellos rubios que
rueda su pelota sobre el cesped.
Naturalmente, Pablo sabia que una de las condiciones de su goce era la de ser un goce
secreto, intransIerible. Comparo su vida de antes con la de ahora. Que desierto de esteril
monotonia! Comprendio que si alguien hubiera venido entonces a revelarle el panorama del mundo,
el se habria quedado indiIerente, viendolo todo igual, intrascendente y vacio.
A nadie comunico la mas pequea de sus experiencias. Vivia en una propicia soledad, sin
amigos intimos y con los parientes lejanos. Su caracter retraido y silencioso Iacilitaba la reserva.
Solo temio que su cara pudiera revelar la transIormacion, o que los ojos traicionaran el brillo
interior. Por Iortuna, nada de esto sucedia. En el trabajo y en la casa de huespedes nadie noto
cambio alguno y la vida exterior transcurria exactamente igual a la de antes.
A veces, un recuerdo aislado, de la inIancia o la adolescencia, irrumpia de pronto en su
memoria para incluirse en una clara unidad. A Pablo le gustaba agrupar estos recuerdos en torno de
la idea central que llenaba su espiritu, y se complacia viendo en ellos una especie de presagio acerca
de su destino ulterior. Presagios que habia desatendido porque eran breves y debiles, porque no
habia aprendido aun a desciIrar esos mensajes que la naturaleza envia, encerrados en pequeas
maravillas, hacia el corazon de cada hombre. Ahora se llenaban de sentido, y Pablo sealaba el
Juan Jose Arreola Confabulario
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camino de su espiritu, como con blancas piedrecillas. Cada una le recordaba una circunstancia
dichosa, que el podia, a su antojo, volver a vivir.
En ciertos momentos, la particula divina parecia tomar en el corazon de Pablo proporciones
desacostumbradas, y Pablo se llenaba de espanto. Recurria a su probada humildad, juzgandose el
mas inIimo de los hombres, el mas inepto portador de Dios, el ensayo mas desacertado en la
interminable busqueda.
Lo unico que podia desear en sus momentos de mayor ambicion, era vivir el momento del
hallazgo. Pero esto le parecio imposible y desmesurado. Veia el impulso poderoso y aparentemente
ciego que hace el genero humano para sostenerse, para multiplicar cada vez mas el numero de los
ensayos, para oIrecer siempre una resistencia indestructible a los Ienomenos que interrumpen el
curso de la vida. Esa potencia, ese triunIo cada vez mas duramente alcanzado, llevaba implicita la
esperanza y la certidumbre de que un dia existira entre los hombres el ser primigenio y Iinal. Ese
dia cesara el instinto de conservacion y de multiplicacion. Todos los hombres vivientes quedaran
superIluos, e iran desapareciendo absortos en el ser que todo lo contendra, que habra de justiIicar la
humanidad, los siglos, los milenios de ignorancia, de vicio, de busqueda. El genero humano, limpio
de todos sus males, reposara para siempre en el seno de su creador. Ningun dolor habra sido baldio,
ninguna alegria vana: habran sido los dolores y alegrias multiplicados de un solo ser inIinito.
A esa idea Ieliz, que todo lo justiIica, sucedia a veces en Pablo la idea opuesta, y lo absorbia
y lo Iatigaba. El hermoso sueo que tan lucidamente soaba, perdia claridad, amenazaba romperse o
convertirse en pesadilla.
Dios podria quizas no recobrarse nunca y quedar para siempre disuelto y sepultado, preso en
millones de carceles, en seres desesperados que sentian cada uno su Iraccion de la nostalgia de Dios
y que incansablemente se unian para recobrarlo, para recobrarse en el. Pero la esencia divina se iria
desvirtuando poco a poco, como un precioso metal muchas veces Iundido y reIundido, que va
perdiendose en aleaciones cada vez mas groseras. El espiritu de Dios ya no se expresaria sino en la
voluntad enorme de sobrevivir, cerrando los ojos a millones de Iracasos, a la diaria y negativa
experiencia de la muerte. La particula divina palpitaria violentamente en el corazon de cada
hombre, golpeando la puerta de su carcel. Todos responderian a este llamado con un deseo de
reproduccion cada vez mas torpe y sin sentido, y la integracion de Dios se volveria imposible,
porque para aislar una sola particula preciosa habria que reducir montaas de escoria, desecar
pantanos de iniquidad.
En estas circunstancias, Pablo era presa de la desesperacion. Y de la desesperacion broto la
ultima certidumbre, la que en vano habia tratado de aplazar.
Pablo comenzo a percibir su terrible cualidad de espectador y se dio cuenta de que al
contemplar el mundo, lo devoraba. La contemplacion nutria su espiritu, y su hambre de contemplar
era cada vez mayor. Desconocio en los hombres a sus projimos; su soledad comenzo a agrandarse
hasta hacerse insoportable. Veia con envidia a los demas, a esos seres incomprensibles que nada
saben y que ponen todo su espiritu, liberalmente, en mezquinas ocupaciones, gozando y suIriendo
en torno a un Pablo solitario y gigantesco, que respiraba por encima de todas las cabezas un aire
enrarecido y puro, que recorria los dias requisando y detentando los bienes de los hombres.
La memoria de Pablo comenzo a retroceder velozmente, Vivio su vida dia por dia y minuto a
minuto. Llego a la inIancia y a la puericia. Siguio adelante, mas alla de su nacimiento, y conocio la
vida de sus padres y la de sus antepasados, hasta la ultima raiz de su genealogia, donde volvio a
encontrar su espiritu seoreado por la unidad.
Se sintio capaz de todo. Podria recordar el detalle mas insigniIicante de la vida de cada
hombre, encerrar el universo en una Irase, ver con sus propios ojos las cosas mas distantes en el
tiempo y en el espacio, abarcar en su puo las nubes, los arboles y las piedras.
Su espiritu se replego sobre si mismo, lleno de temor. Una timidez inesperada y
extraordinaria se adueo de cada una de sus acciones. Eligio la impasibilidad exterior como
respuesta al activo Iuego que consumia sus entraas. Nada debia cambiar el ritmo de la vida. Habia
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de hecho dos Pablos, pero los hombres no conocian mas que ano. El otro, el decisivo Pablo que
podia hacer el balance de la humanidad y pronunciar un juicio adverso o Iavorable, permanecio
ignorado, totalmente desconocido dentro de su Iiel traje gris a cuadros, protegida la mirada de sus
ojos abismales por unos anteojos de carey artiIicial.
En su repertorio inIinito de recuerdos humanos, una anecdota insigniIicante, que tal vez
habia leido en la inIancia, sobresalia y lastimaba levemente su espiritu. La anecdota aparecia
desprovista de contorno y situaba sus Irases escuetas en el cerebro de Pablo: en una aldea
montaosa, un viejo pastor extranjero logro convencer a todos sus vecinos de que era la
encarnacion misma de Dios. Durante algun tiempo, gozo una situacion privilegiada. Pero sobrevino
una sequia. Las cosechas se perdieron, las ovejas morian. Los creyentes cayeron sobre el dios y lo
sacriIicaron sin piedad.
En una sola ocasion Pablo estuvo a punto de ser descubierto. Una sola vez debio de estar a
su verdadera altura, ante los ojos de otro, y en ese caso Pablo no desmintio su condicion y supo
aceptar durante un instante el riesgo inmenso.
Era un dia hermoso, en que Pablo saciaba su sed universal paseando por una de las avenidas
mas centricas de la ciudad. Un individuo se detuvo de pronto, a la mitad de la acera,
reconociendolo. Pablo sintio que un rayo descendia sobre el. Quedo inmovil y mudo de sorpresa. Su
corazon latio con violencia, pero tambien con inIinita ternura. Inicio un paso y trato de abrir los
brazos en un gesto de proteccion, dispuesto a ser identiIicado, delatado, cruciIicado.
La escena, que a Pablo le parecio eterna, habia durado solo breves segundos. El desconocido
parecio dudar una ultima vez y luego, turbado, reconociendo su equivocacion, murmuro a Pablo una
excusa, y siguio adelante.
Pablo permanecio un buen rato sin caminar, presa de angustia, aliviado y herido a la vez.
Comprendio que su rostro comenzaba a denunciarlo y redoblo sus cuidados. Desde entonces
preIeria pasear solamente en el crepusculo y visitar los parques que las primeras horas de la noche
volvian apacibles y umbrosos.
Pablo tuvo que vigilar estrechamente cada uno de sus actos y puso todo empeo en suprimir
el mas insigniIicante deseo. Se propuso no entorpecer en lo mas minimo el curso de la vida, ni
alterar el mas insigniIicante de los Ienomenos. Practicamente, anulo su voluntad. Trato de no hacer
nada para veriIicar por si mismo su naturaleza; la idea de la omnipotencia pesaba sobre su espiritu,
abrumandolo.
Pero todo era inutil. El universo penetraba en su corazon a raudales, restituyendose a Pablo
como un ancho rio que devolviera todo el caudal de sus aguas a la Iuente original. De nada servia
que opusiera alguna resistencia; su corazon se desplega como una llanura, y sobre el llovia la
esencia de las cosas.
En el exceso mismo de su abundancia, en el colmo de su riqueza, Pablo comenzo a suIrir por
el empobrecimiento del mundo, que iba a vaciarse de sus seres, a perder su calor y a detener su
movimiento. Una sensacion desbordante de piedad y de lastima empezo a invadirlo hasta hacerse
insuIrible.
Pablo se dolia por todo: por la vida Irustrada de los nios, cuya ausencia empezaba a notarse
ya en los jardines y en las escuelas; por la vida inutil de los hombres y por la vana impaciencia de
las embarazadas que ya no vivirian el nacimiento de sus hijos; por las jovenes parejas que de pronto
se deshacian, roto ya el dialogo superIluo, despidiendose sin Iormular una cita para el dia siguiente.
Y temio por los pajaros, que olvidaban sus nidos y se iban a volar sin rumbo, perdidos,
sosteniendose apenas en un aire sin movimiento. Las hojas de los arboles comenzaban a amarillear
y a caer. Pablo se estremecio al pensar que ya no habria otra primavera para ellos, porque el iba a
alimentarse con la vida de todo lo que moria. Se sintio incapaz de sobrevivir al recuerdo del mundo
muerto, y sus ojos se llenaron de lagrimas.
El corazon tierno de Pablo no precisaba un largo examen. Su tribunal no llego a Iuncionar
para nadie. Pablo decidio que el mundo viviera, y se comprometio a devolver todo lo que le habia
Juan Jose Arreola Confabulario
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ido quitando. Trato de recordar si en el pasado no habia algun otro Pablo que se hubiera precipitado,
desde lo alto de su soledad, para vivir en el oceano del mundo un nuevo ciclo de vida dispersa y
Iugitiva.
Una maana nublada, en la que el mundo habia perdido ya casi todos sus colores y en la que
el corazon de Pablo destellaba como un coIre henchido de tesoros, decidio su sacriIicio. Un viento
de destruccion vagaba por el mundo, una especie de arcangel negro con alas de cierzo y de llovizna
que parecia ir borrando el perIil de la realidad, preludiando la ultima escena. Pablo lo sintio capaz
de todo, de disolver los arboles y las estatuas, de destruir las piedras arquitectonicas, de llevarse en
sus alas sombrias el ultimo calor de las cosas. Tembloroso, sin poder soportar un momento mas el
espectaculo de la desintegracion universal, Pablo se encerro en su cuarto y se dispuso a morir. De
modo cualquiera, como un inIimo suicida, dio Iin a sus dias antes de que Iuera demasiado tarde, y
abrio de par en par las compuertas de su alma.
La humanidad continua empeosamente sus ensayos despues de haber escondido bajo la
tierra otra Iormula Iallida. Desde ayer Pablo esta otra vez con nosotros, en nosotros, buscandose.
Esta maana, el sol brilla con raro esplendor.
Juan Jose Arreola Confabulario
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PARBOLA DEL TRUEQUE



Al grito de "Cambio esposas viejas por nuevas!" el mercader recorrio las calles del pueblo
arrastrando su convoy de pintados carromatos.
Las transacciones Iueron muy rapidas, a base de unos precios inexorablemente Iijos. Los
interesados recibieron pruebas de calidad y certiIicados de garantia, pero nadie pudo escoger. Las
mujeres, segun el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y
mas que rubias, doradas como candeleros.
Al ver la adquisicion de su vecino, los hombres corrian desaIorados en pos del traIicante.
Muchos quedaron arruinados. Solo un recien casado pudo hacer cambio a la par. Su esposa estaba
Ilamante y no desmerecia ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia como ellas.
Yo me quede temblando detras de la ventana, al paso de un carro suntuoso. Recostada entre
almohadones y cortinas, una mujer que parecia un leopardo me miro deslumbrante, como desde un
bloque de topacio. Presa de aquel contagioso Irenesi, estuve a punto de estrellarme contra los
vidrios. Avergonzando, me aparte de la ventana y volvi el rostro para mirar a SoIia.
Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al
tumulto, ensarto la aguja con sus dedos seguros. Solo yo que la conozco podia advertir su tenue,
imperceptible palidez. Al Iinal de la calle, el mercader lanzo por ultimo la turbadora proclama:
"Cambio esposas viejas por nuevas!" Pero yo me quede con los pies clavados en el suelo, cerrando
los oidos a la oportunidad deIinitiva. AIuera, el pueblo respiraba una atmosIera de escandalo.
SoIia y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario.
Por que no me cambiaste por otra? me dijo al Iin, llevandose los platos.
No puede contestarle, y los dos caimos mas hondo en el vacio. Nos acostamos temprano,
pero no podiamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados de
piedra.
Desde entonces vivimos en una pequea isla desierta, rodeados por la Ielicidad tempestuosa.
El pueblo parecia un gallinero inIestado de pavos reales. Indolentes y voluptuosas, las mujeres
pasaban todo el dia echadas en la cama. Surgian al atardecer, resplandecientes a los rayos del sol,
como sedosas banderas amarillas.
Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en la
miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el dia de maana.
Yo pase por tonto a los ojos del vecindario, y perdi los pocos amigos que tenia. Todos
pensaron que quise darles una leccion, poniendo el ejemplo absurdo de la Iidelidad. Me sealaban
con el dedo, riendose, lanzandome pullas desde sus opulentas trincheras. Me pusieron
sobrenombres obscenos, y yo acabe por sentirme como una especie de eunuco en aquel eden
placentero.
Por su parte, SoIia se volvio cada vez mas silenciosa y retraida. Se negaba a salir a la calle
conmigo, para evitarme contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplia de mala gana con
sus mas estrictos deberes de casada. A decir verdad, los dos nos sentiamos apenados de unos
amores tan modestamente conyugales.
Su aire de culpabilidad era lo que mas me oIendia. Se sintio responsable de que yo no
tuviera una mujer como las otras. Se puso a pensar desde el primer momento que su humilde
semblante de todos los dias era incapaz de apartar la imagen de la tentacion que yo llevaba en la
cabeza. Ante la hermosura invasora, se batio en retirada hasta los ultimos rincones del mudo
Juan Jose Arreola Confabulario
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resentimiento. Yo agote en vano nuestras pequeas economias, comprandole adornos, perIumes,
alhajas y vestidos.
No me tengas lastima!
Y volvia la espalda a todos los regalos. Si me esIorzaba en mimarla, venia su respuesta entre
lagrimas:
Nunca te perdonare que no me hayas cambiado!
Y me echaba la culpa de todo. Yo perdia la paciencia. Y recordando a la que parecia un
leopardo, deseaba de todo corazon que volviera a pasar el mercader.
Pero un dia las rubias comenzaron a oxidarse. La pequea isla en que viviamos recobro su
calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno de salvajes alaridos de
descontento. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atencion en las
mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrio ensayar su metal. Lejos de ser nuevas,
eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuantas manos... El mercader les hizo sencillamente
algunas reparaciones indispensables, y les dio un bao de oro tan bajo y tan delgado, que no resistio
la prueba de las primeras lluvias.
El primer hombre que noto algo extrao se hizo el desentendido, y el segundo tambien. Pero
el tercero, que era Iarmaceutico, advirtio un dia entre el aroma de su mujer la caracteristica
emanacion del sulIato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso, hallo manchas
oscuras en la superIicie de la seora y puso el grito en el cielo.
Muy pronto aquellos lunares salieron a la cara de todas, como si entre las mujeres brotara
una epidemia de herrumbre. Los maridos se ocultaron unos a otros las Iallas de sus esposas,
atormentandose en secreto con terribles sospechas acerca de su procedencia. Poco a poco salio a
relucir la verdad, y cada quien supo que habia recibido una mujer IalsiIicada.
El recien casado que se dejo llevar por la corriente del entusiasmo que despertaron los
cambios, cayo en un proIundo abatimiento. Obsesionado por el recuerdo de un cuerpo de blancura
inequivoca, pronto dio muestras de extravio. Un dia se puso a remover con acidos corrosivos los
restos de oro que habia en el cuerpo de su esposa, y la dejo hecha una lastima, una verdadera
momia.
SoIia y yo nos encontramos a merced de la envidia y del odio. Ante esa actitud general, crei
conveniente tomar algunas precauciones. Pero a SoIia le costaba trabajo disimular su jubilo, y dio
en salir a la calle con sus mejores atavios, haciendo gala entre tanta desolacion. Lejos de atribuir
algun merito a mi conducta, SoIia pensaba naturalmente que yo me habia quedado con ella por
cobarde, pero que no me Ialtaron las ganas de cambiarla.
Hoy salio del pueblo la expedicion de los maridos engaados, que van en busca del
mercader. Ha sido verdaderamente un triste espectaculo. Los hombres levantaban al cielo los puos,
jurando venganza. Las mujeres iban de luto, lacias y desgreadas, como plaideras leprosas. El
unico que se quedo es el Iamoso recien casado, por cuya razon se teme. Dando pruebas de un apego
maniatico, dice que ahora sera Iiel hasta que la muerte lo separe de la mujer ennegrecida, esa que el
mismo acabo de estropear a base de acido sulIurico.
Yo no se la vida que me aguarda al lado de una SoIia quien sabe si necia o si prudente. Por
lo pronto, le van a Ialtar admiradores. Ahora estamos en una isla verdadera, rodeada de soledad por
todas partes. Antes de irse, los maridos declararon que buscaran hasta el inIierno los rastros del
estaIador. Y realmente, todos ponian al decirlo una cara de condenados.
SoIia no es tan morena como parece. A la luz de la lampara, su rostro dormido se va
llenando de reIlejos. Como si del sueo le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo.

Juan Jose Arreola Confabulario
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UN PACTO CON EL DIABLO


Aunque me di prisa y llegue al cine corriendo, la pelicula habia comenzado. En el salon
oscuro trate de encontrar un sitio. Quede junto a un hombre de aspecto distinguido.
Perdone usted le dije, no podria contarme brevemente lo que ha ocurrido en la
pantalla?
Si. Daniel Brown, a quien ve usted alli, ha hecho un pacto con el diablo.
Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: podria explicarmelas?
Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown
durante siete aos. Naturalmente, a cambio de su alma.
Siete nomas?
El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo Iirmo con un poco de
sangre.
Yo podia completar con estos datos el argumento de la pelicula. Eran suIicientes, pero quise
saber algo mas. El complaciente desconocido parecia ser hombre de criterio. En tanto que Daniel
Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro, pregunte:
En su concepto, quien de los dos se ha comprometido mas?
El diablo.
Como es eso? replique sorprendido.
El alma de Daniel Brown, creame usted, no valia gran cosa en el momento en que la
cedio.
Entonces el diablo...
Va a salir muy perjudicado en el negocio, porque Daniel se maniIiesta muy deseoso de
dinero, mirelo usted.
EIectivamente, Brown gastaba el dinero a puados. Su alma de campesino se desquiciaba.
Con ojos de reproche, mi vecino aadio:
Ya llegaras al septimo ao, ya.
Tuve un estremecimiento. Daniel Brown me inspiraba simpatia. No pude menos de
preguntar:
Usted, perdoneme, no se ha encontrado pobre alguna vez?
El perIil de mi vecino, esIumado en la oscuridad, sonrio debilmente. Aparto los ojos de la
pantalla donde ya Daniel Brown comenzaba a sentir remordimientos y dijo sin mirarme:
Ignoro en que consiste la pobreza, sabe usted?
Siendo asi...
En cambio, se muy bien lo que puede hacerse en siete aos de riqueza.
Hice un esIuerzo para comprender lo que serian esos aos, y vi la imagen de Paulina,
sonriente, con un traje nuevo y rodeada de cosas hermosas. Esta imagen dio origen a otros
pensamientos:
Usted acaba de decirme que el alma de Daniel Brown no valia nada: como, pues, el
diablo le ha dado tanto? El alma de ese pobre muchacho puede mejorar, los remordimientos
pueden hacerla crecer contesto IilosoIicamente mi vecino, agregando luego con malicia:
entonces el diablo no habra perdido su tiempo.
Y si Daniel se arrepiente?...
Juan Jose Arreola Confabulario
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Mi interlocutor parecio disgustado por la piedad que yo maniIestaba. Hizo un movimiento
como para hablar, pero solamente salio de su boca un pequeo sonido gutural. Yo insisti:
Porque Daniel Brown podria arrepentirse, y entonces...
No seria la primera vez que al diablo le salieran mal estas cosas. Algunos se le han ido ya
de las manos a pesar del contrato.
Realmente es muy poco honrado dije, sin darme cuenta.
Que dice usted?
Si el diablo cumple, con mayor razon debe el hombre cumplir aadi como para
explicarme.
Por ejemplo... y mi vecino hizo una pausa llena de interes.
Aqui esta Daniel Brown conteste. Adora a su mujer. Mire usted la casa que le
compro. Por amor ha dado su alma y debe cumplir.
A mi compaero le desconcertaron mucho estas razones.
Perdoneme dijo, hace un instante usted estaba de parte de Daniel.
Y sigo de su parte. Pero debe cumplir.
Usted, cumpliria?
No pude responder. En la pantalla, Daniel Brown se hallaba sombrio. La opulencia no
bastaba para hacerle olvidar su vida sencilla de campesino. Su casa era grande y lujosa, pero
extraamente triste. A su mujer le sentaban mal las galas y las alhajas. Parecia tan cambiada!
Los aos transcurrian veloces y las monedas saltaban rapidas de las manos de Daniel, como
antao la semilla. Pero tras el, en lugar de plantas, crecian tristezas, remordimientos.
Hice un esIuerzo y dije:
Daniel debe cumplir. Yo tambien cumpliria. Nada existe peor que la pobreza. Se ha
sacriIicado por su mujer, lo demas no importa.
Dice usted bien. Usted comprende porque tambien tiene mujer, no es cierto?
Daria cualquier cosa porque nada le Ialtase a Paulina.
Su alma?
Hablabamos en voz baja. Sin embargo, las personas que nos rodeaban parecian molestas.
Varias veces nos habian pedido que callaramos. Mi amigo, que parecia vivamente interesado en la
conversacion, me dijo:
No quiere usted que salgamos a uno de los pasillos? Podremos ver mas tarde la pelicula.
No pude rehusar y salimos. Mire por ultima vez a la pantalla: Daniel Brown conIesaba
llorando a su mujer el pacto que habia hecho con el diablo.
Yo seguia pensando en Paulina, en la desesperante estrechez en que viviamos, en la pobreza
que ella soportaba dulcemente y que me hacia suIrir mucho mas. Decididamente, no comprendia yo
a Daniel Brown, que lloraba con los bolsillos repletos.
Usted, es pobre?
Habiamos atravesado el salon y entrabamos en un angosto pasillo, oscuro y con un leve olor
de humedad. Al trasponer la cortina gastada, mi acompaante volvio a preguntarme:
Usted, es muy pobre?
En este dia le conteste, las entradas al cine cuestan mas baratas que de ordinario y,
sin embargo, si supiera usted que lucha para decidirme a gastar ese dinero. Paulina se ha empeado
en que viniera; precisamente por discutir con ella llegue tarde al cine.
Entonces, un hombre que resuelve sus problemas tal como lo hizo Daniel, que concepto
le merece?
Juan Jose Arreola Confabulario
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Es cosa de pensarlo. Mis asuntos marchan muy mal. Las personas ya no se cuidan de
vestirse. Van de cualquier modo. Reparan sus trajes, los limpian, los arreglan una y otra vez.
Paulina misma sabe entenderse muy bien. Hace combinaciones y aadidos, se improvisa trajes; lo
cierto es que desde hace mucho tiempo no tiene un vestido nuevo.
Le prometo hacerme su cliente dijo mi interlocutor, compadecido; en esta semana le
encargare un par de trajes.
Gracias. Tenia razon Paulina al pedirme que viniera al cine; cuando sepa esto va a ponerse
contenta.
Podria hacer algo mas por usted aadio el nuevo cliente; por ejemplo, me gustaria
proponerle un negocio, hacerle una compra...
Perdon conteste con rapidez, no tenemos ya nada para vender: lo ultimo, unos aretes
de Paulina...
Piense usted bien, hay algo que quizas olvida...
Hice como que meditaba un poco. Hubo una pausa que mi beneIactor interrumpio con voz
extraa:
ReIlexione usted. Mire, alli tiene usted a Daniel Brown. Poco antes de que usted llegara,
no tenia nada para vender, y, sin embargo...
Note, de pronto, que el rostro de aquel hombre se hacia mas agudo. La luz roja de un letrero
puesto en la pared daba a sus ojos un Iulgor extrao, como Iuego. El advirtio mi turbacion y dijo
con voz clara y distinta:
A estas alturas, seor mio, resulta por demas una presentacion. Estoy completamente a sus
ordenes.
Hice instintivamente la seal de la cruz con mi mano derecha, pero sin sacarla del bolsillo.
Esto parecio quitar al signo su virtud, porque el diablo, componiendo el nudo de su corbata, dijo
con toda calma:
Aqui, en la cartera, llevo un documento que...
Yo estaba perplejo. Volvia a ver a Paulina de pie en el umbral de la casa, con su traje
gracioso y desteido, en la actitud en que se hallaba cuando sali: el rostro inclinado y sonriente, las
manos ocultas en los pequeos bolsillos de su delantal. Pense que nuestra Iortuna estaba en mis
manos. Esta noche apenas si teniamos algo para comer. Maana habria manjares sobre la mesa. Y
tambien vestidos y joyas, y una casa grande y hermosa. El alma?
Mientras me hallaba sumido en tales pensamientos, el diablo habia sacado un pliego
crujiente y en una de sus manos brillaba una aguja.
"Daria cualquier cosa porque nada te Ialtara." Esto lo habia dicho yo muchas veces a mi
mujer. Cualquier cosa. El alma? Ahora estaba Irente a mi el que podia hacer eIectivas mis
palabras. Pero yo seguia meditando. Dudaba. Sentia una especie de vertigo. Bruscamente, me
decidi:
Trato hecho. Solo pongo una condicion.
El diablo, que ya trataba de pinchar mi brazo con su aguja, parecio desconcertado:
Que condicion?
Me gustaria ver el Iinal de la pelicula conteste.
Pero que le importa a usted lo que ocurra a ese imbecil de Daniel Brown! Ademas, eso es
un cuento. Dejelo usted y Iirme, el documento esta en regla, solo hace Ialta su Iirma, aqui sobre esta
raya.
La voz del diablo era insinuante, ladina, como un sonido de monedas de oro. Aadio:
Si usted gusta, puedo hacerle ahora mismo un anticipo.
Parecia un comerciante astuto. Yo repuse con energia:
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Necesito ver el Iinal de la pelicula. Despues Iirmare.
Me da usted su palabra?
Si.
Entramos de nuevo en el salon. Yo no veia en absoluto, pero mi guia supo hallar Iacilmente
dos asientos.
En la pantalla, es decir, en la vida de Daniel Brown, se habia operado un cambio
sorprendente, debido a no se que misteriosas circunstancias.
Una casa campesina, destartalada y pobre. La mujer de Brown estaba junto al Iuego,
preparando la comida. Era el crepusculo y Daniel volvia del campo con la azada al hombro.
Sudoroso, Iatigado, con su burdo traje lleno de polvo, parecia, sin embargo, dichoso.
Apoyado en la azada, permanecio junto a la puerta. Su mujer se le acerco, sonriendo. Los
dos contemplaron el dia que se acababa dulcemente, prometiendo la paz y el descanso de la noche.
Daniel miro con ternura a su esposa, y recorriendo luego con los ojos la limpia pobreza de la casa,
pregunto:
Pero, no echas tu de menos nuestra pasada riqueza? Es que no te hacen Ialta todas las
cosas que teniamos?
La mujer respondio lentamente:
Tu alma vale mas que todo eso, Daniel...
El rostro del campesino se Iue iluminando, su sonrisa parecia extenderse, llenar toda la casa,
salir del paisaje. Una musica surgio de esa sonrisa y parecia disolver poco a poco las imagenes.
Entonces, de la casa dichosa y pobre de Daniel Brown brotaron tres letras blancas que Iueron
creciendo, creciendo, hasta llenar toda la pantalla.
Sin saber como, me halle de pronto en medio del tumulto que salia de la sala, empujando,
atropellando, abriendome paso con violencia. Alguien me cogio de un brazo y trato de sujetarme.
Con gran energia me solte, y pronto sali a la calle.
Era de noche. Me puse a caminar de prisa, cada vez mas de prisa, hasta que acabe por echar
a correr. No volvi la cabeza ni me detuve hasta que llegue a mi casa. Entre lo mas tranquilamente
que pude y cerre la puerta con cuidado.
Paulina me esperaba.
Echandome los brazos al cuello, me dijo:
Pareces agitado.
No, nada, es que...
No te ha gustado la pelicula?
Si, pero...
Yo me hallaba turbado. Me lleve las manos a los ojos. Paulina se quedo mirandome, y luego,
sin poderse contener, comenzo a reir, a reir alegremente de mi, que deslumbrado y conIuso me
habia quedado sin saber que decir. En medio de su risa, exclamo con Iestivo reproche:
Es posible que te hayas dormido?
Estas palabras me tranquilizaron. Me sealaron un rumbo. Como avergonzado, conteste:
Es verdad, me he dormido.
Y luego, en son de disculpa, aadi:
Tuve un sueo, y voy a contartelo.
Cuando acabe mi relato, Paulina me dijo que era la mejor pelicula que yo podia haberle
contado. Parecia contenta y se rio mucho.
Sin embargo, cuando yo me acostaba, pude ver como ella, sigilosamente, trazaba con un
poco de ceniza la seal de la cruz sobre el umbral de nuestra casa.
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EL CONVERSO


Entre Dios y yo todo ha quedado resuelto desde el momento en que he aceptado sus
condiciones. Renuncio a mis propositos y doy por terminadas mis labores apostolicas. El inIierno
no podra ser suprimido; toda obstinacion de mi parte sera inutil y contraproducente. Dios se ha
mostrado en esto claro y deIinitivo, y ni siquiera me permitio llegar a las ultimas proposiciones.
Entre otros deberes, he contraido el de hacer volver atras a mis discipulos. A los de la tierra,
se entiende. Los del inIierno seguiran esperando inexorablemente mi regreso. En lugar de la
redencion prometida, no habre hecho mas que aadir un nuevo suplicio: el de la esperanza. Dios lo
ha querido asi.
Yo debo volver al punto de partida. Dios se niega a iluminarme y debo colocar mi espiritu en
el plano en que se hallaba antes de seguir el camino equivocado, esto es, en visperas de recibir las
ordenes menores.
Nuestro coloquio se ha desarrollado en el sitio que ocupo desde que Iui arrebatado del
inIierno. Es algo asi como una celda abierta en lo inIinito y ocupada totalmente por mi cuerpo.
Dios no acudio inmediatamente. Por el contrario, me parecio una eternidad la espera, y un
sentimiento de postergacion indecible me hacia suIrir mas que todos los suplicios anteriores. El
dolor pasado era un recuerdo grato en cierta manera, ya que me daba ocasion de comprobar mi
existencia y de percibir los contornos de mi cuerpo. Alli, en cambio, me podia comparar a una nube,
a un islote sensible, de margenes constituidas por estados cada vez mas inconscientes, de manera
que no lograba saber hasta donde existia ni en que punto me comunicaba con la nada.
Mi sola capacidad era el pensamiento, siempre mas desbordado y potente. En la soledad tuve
tiempo de andar y desandar numerosos caminos; reconstrui pieza por pieza ediIicios imaginarios;
me extravie en mi propio laberinto, y solo halle la salida cuando la voz de Dios vino a buscarme.
Millones de ideas se pusieron en Iuga, y senti que mi cabeza era la cuenca de un oceano que de
pronto se vaciaba.
Esta por demas aclarar que Iue Dios quien puso todas las condiciones del pacto, y que a mi
solo me reservo el privilegio de aceptarlas. No Iortalecio mi juicio en modo alguno; el arbitrio Iue
tan completo, que su imparcialidad me parece Ialta de misericordia. Se limito a indicarme los dos
caminos: recomenzar mi vida, o ir de nuevo al inIierno.
Todos diran que el asunto no era para pensarse y que debi decidirme inmediatamente. Pero
tuve que dudar mucho. Volver atras no es cosa sencilla; se trata nada menos que de inaugurar una
vida deshaciendo los errores y salvando los obstaculos de otra; y esto, para un hombre que no ha
dado muestras de gran discernimiento, exige una serenidad y una resignacion que Dios mismo echa
de menos en mi persona. No seria diIicil errar otra vez y que el camino de salvacion se desviara
nuevamente hacia el abismo.
Ademas, en mi conducta Iutura esta incluida toda una serie de actos insoportables, de
humillaciones sin cuento: debo someterme y aclarar publicamente mi nueva situacion. Han de
saberlo todos, discipulos y enemigos. Los superiores cuya autoridad desprecie recibiran las
cumplidas muestras de mi obediencia. Juro que si entre tales personas no se hallara Iray Lorenzo, la
cosa no seria tan grave. Pero es el precisamente quien debe enterarse primero y aparecer como
agente de mi salvacion. Tendra a su cargo la vigilancia estrecha de mi vida, y cada una de mis
acciones debera desnudarse ante sus ojos.
Volver al inIierno es tambien una idea desalentadora; porque no se trata unicamente de
condenacion, sino de algo mas Iundamental: del Iracaso de toda mi labor. Mi presencia en el
inIierno carece ya de sentido, no tiene importancia, desde el momento en que volveria incapacitado
para convencer a nadie, para alentar la menor esperanza, ya que Dios ha puesto punto Iinal a mis
Juan Jose Arreola Confabulario
62
ensueos. Esto, descontando la naturalisima circunstancia de que en el inIierno todos habrian de
sentirse deIraudados. Llamandome Iarsante y traidor, darian a mi mudanza interpretaciones
malignas y torcidas; se dedicarian, sin duda alguna, a martirizarme in aeternum por su cuenta...
Y aqui estoy, al borde del tiempo, asistido de mis mas precarias cualidades, hablando de
miedos mezquinos, haciendo gala de amor propio. Porque no puedo olvidar el exito que obtuve en
el inIierno. Un triunIo, me atrevo a asegurarlo, que no han visto los apostoles de la tierra. Era un
espectaculo grandioso, y en medio estaba mi Ie, inquebrantable, multiplicada, como una espada
resplandeciente en las manos de todos.
Fui a dar de bruces en el inIierno, pero no dude un solo instante. Rodeado de diablos
tenebrosos, la idea de perdicion no pudo abrirse paso en mi cabeza. Legiones de hombres suIrian
tormento en maquinas horribles; sin embargo, a cada hecho desolador, mi Ie respondia: Dios quiere
probarme.
Las dolencias que en la tierra me causaron mis verdugos no parecian interrumpirse, sino que
hallaban una exacta continuacion. Dios mismo ha examinado todas mis heridas y no ha podido
discernir cuales me Iueron causadas en el mundo y cuales provenian de manos diabolicas.
No se cuanto estuve en el inIierno, pero recuerdo con claridad la rapidez y la grandeza del
apostolado. Me di incansablemente a la tarea de trasmitir a los demas las convicciones propias: no
estabamos deIinitivamente condenados; el castigo subsistia gracias a la actitud rebelde y
desesperada. En vez de blasIemar, habia que dar muestras de sacriIicio, de humildad. El dolor seria
el mismo y nada iba a perderse con hacer una prueba. Pronto volveria Dios su vista hacia nosotros,
para darse cuenta de que habiamos comprendido sus secretos Iines. Las llamas cumplirian su obra
de puriIicacion y las puertas del cielo iban a abrirse ya a los primeros perdonados.
Pronto empezo a tomar vuelo mi canto de esperanza. El venero de la Ie comenzo a reIrescar
los corazones endurecidos, con su dulce acento olvidado. Debo conIesar ciertamente que para
muchos aquello signiIicaba solo una especie de novedad a lo largo de la cruel monotonia. Pero al
clamor se unieron hasta los mas empedernidos, y hubo demonios que olvidaron su condicion y se
sumaban resueltamente a nuestras Iilas. Se vieron entonces cosas sorprendentes: condenados que
iban ellos mismos a los hornos y se aplicaban contra el pecho brasas y cauterios, que saltaban a las
calderas hirvientes y bebian con deleite largos vasos de plomo Iundido. Demonios temblorosos de
compasion iban a ellos y los obligaban a tomar reposo, a hacer una tregua en su actitud
conmovedora. De lugar abyecto y abisal, el inIierno se habia transIormado en santo reIugio de
espera y penitencia.
Que haran ellos ahora? Habran vuelto a su rebeldia, a su desesperacion, o estaran
aguardando con angustia mi regreso a un inIierno que ya no podre mirar con ojos de iluminado?
Yo, que rechace todos los argumentos humanos, que vi sonreir el rostro de Dios detras de
todos los tormentos, debo conIesar ahora mi Iracaso. Me cabe el alivio de que Iue Dios mismo
quien me desengao, y no Iray Lorenzo. Me ha sido impuesto el sacriIicio de reconocerlo como
salvador para castigar suIicientemente mi vanidad; y el orgullo que no se rompio en los potros, ira a
doblarse ante sus ojos crueles.
Y todo gracias a que yo quise vivir a la buena de Dios. Cosa sorprendente, vivir a la buena
de Dios trae los peores resultados. A Dios oIende una Ie ciega; pide una Ie vigilante, sobrecogida.
Yo aniquile totalmente la voluntad, y por mi espiritu y por mi cuerpo transitaron libremente los
instintos y las virtudes. En vez de dedicarme a clasiIicar, puse todas las Iuerzas en la Ie, para hacer
de mi quietismo una llama recondita y potente; y las acciones, las deje al capricho de esa Iuerza
oscura y universal que mueve cuanto existe sobre la tierra.
Todo esto se vino abajo de golpe, cuando me di cuenta de que los actos, buenos y malos, que
yo habia remitido al deposito de la conciencia general vana creacion de nuestra mente de
herejes, se hallaban estrictamente anotados en mi cuenta personal. Dios me hizo comprobar la
existencia de balanzas y registros; sealo uno por uno mis errores y me puso ante los ojos la aIrenta
Juan Jose Arreola Confabulario
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de un saldo negativo. Yo no tuve a mi Iavor sino la Ie, una Ie totalmente errada, pero cuya solvencia
Dios quiso reconocer.
Me doy cuenta de que en mi caso se comprueba la predestinacion, pero ignoro si estare a
salvo durante la nueva tentativa. Dios ha Iortalecido reiteradamente mi incertidumbre y me ha
soltado de sus manos sin una sola prueba palpable, con igual turbacion ante los diIerentes caminos
que se abren a mis ojos inexpertos. La humana incapacidad ha sido cuidadosamente restaurada; lo
veo todo como un sueo y no traigo ni una sola verdad como equipaje.
Poco a poco las Ironteras de mi cuerpo se reducen. El vago continente va incorporandose a la
masa de mi persona. Siento que la piel envuelve y limita la sustancia que se habia derramado en un
orbe de inconsciencia. Renacen lentamente los sentidos y me comunican con el mundo y sus
objetos.
Estoy en mi celda, sobre el suelo. Veo el cruciIijo de la pared. Muevo una pierna, palpo mi
Irente. Mis labios se remueven; percibo ya el soplo de la vida y trato de articular, de ensayar las
palabras terribles: "Yo, Alonso de Cedillo, me retracto y abjuro..."
Luego, Irente a la reja, con su linterna en la mano, observandome, distingo a Iray Lorenzo.

Juan Jose Arreola Confabulario
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EL SILENCIO DE DIOS


Creo que esto no se acostumbra: dejar cartas abiertas sobre la mesa para que Dios las lea.
Perseguido por dias veloces, acosado por ideas tenaces, he venido a parar en esta noche
como a una punta de callejon sombrio. Noche puesta a mis espaldas como un muro y abierta Irente
a mi como una pregunta inagotable.
Las circunstancias me piden un acto desesperado y pongo esta carta delante de los ojos que
lo ven todo. He retrocedido desde la inIancia, aplazando siempre esta hora en que caigo por Iin. No
trato de aparecer ante nadie como el mas atribulado de los hombres. Nada de eso. Cerca o lejos
debe haber otros que tambien han sido acorralados en noches como esta. Pero yo pregunto: como
han hecho para seguir viviendo? Han salido siquiera con vida de la travesia?
Necesito hablar y conIiarme; no tengo destinatario para mi mensaje de nauIrago. Quiero
creer que alguien va a recogerlo, que mi carta no Ilotara en el vacio, abierta y sola, como sobre un
mar inexorable.
Es poco un alma que se pierde? Millares caen sin cesar, Ialtas de apoyo, desde el dia en que
se alzan para pedir las claves de la vida. Pero yo no quiero saberlas, no pretendo que caigan en mis
manos las razones del universo. No voy a buscar en esta hora de sombra lo que no hallaron en
espacios de luz los sabios y los santos. Mi necesidad es breve y personal.
Quiero ser bueno y solicito unos inIormes. Eso es todo. Estoy balanceado en un vertigo de
incertidumbre, y mi mano, que sale por ultimo a la superIicie, no encuentra una brizna para
detenerse. Y es poco lo que me Ialta, sencillo el dato que necesito.
Desde hace algun tiempo he venido dando un cierto rumbo a mis acciones, una orientacion
que me ha parecido razonable, y estoy alarmado. Temo ser victima de una equivocacion, porque
todo, hasta la Iecha, me ha salido muy mal.
Me siento sumamente deIraudado al comprobar que mis Iormulas de bondad producen
siempre un resultado explosivo. Mis balanzas Iuncionan mal. Hay algo que me impide elegir con
claridad los ingredientes del bien. Siempre se adhiere una particula maligna y el producto estalla en
mis manos.
Es que estoy incapacitado para la elaboracion del bien? Me doleria reconocerlo, pero soy
capaz de aprendizaje
No se si a todos les sucede lo mismo. Yo paso la vida cortejado por un aIable demonio que
delicadamente me sugiere maldades. No se si tiene una autorizacion divina: lo cierto es que no me
deja en paz ni un momento. Sabe dar a la tentacion atractivos insuperables. Es agudo y oportuno.
Como un prestidigitador, saca cosas horribles de los objetos mas inocentes y esta siempre provisto
de extensas series de malos pensamientos que proyecta en la imaginacion como rollos de pelicula.
Lo digo con toda sinceridad: nunca voy al mal con pasos deliberados; el Iacilita los trayectos, pone
todos los caminos en declive. Es el saboteador de mi vida.
Por si a alguien le interesa, consigno aqui el primer dato de mi biograIia moral: un dia en la
escuela, en los primeros aos, la vida me puso en contacto con unos nios que sabian cosas
secretas, atrayentes, que participaban con misterio.
Naturalmente, no me cuento entre los nios Ielices. Un alma inIantil que guarda pesados
secretos es algo que vuela mal, es un angel lastrado que no puede tomar altura. Mis dias de nio,
que decoraron suaves paisajes, ostentan a menudo manchas deplorables. El maligno, con
apariciones puntuales de Iantasma, daba a mis sueos un giro de pesadilla y puso en los recuerdos
pueriles un sabor punzante y criminoso.
Juan Jose Arreola Confabulario
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Cuando supe que Dios miraba todos mis actos trate de esconderle los malos por oscuros
rincones. Pero al Iin, siguiendo la indicacion de personas mayores, mostre abiertos mis secretos
para que Iueran examinados en tribunal. Supe que entre Dios y yo habia intermediarios, y durante
mucho tiempo tramite por su conducto mis asuntos, hasta que un mal dia, pasada la niez, pretendi
atenderlos personalmente.
Entonces se suscitaron problemas cuyo examen Iue siempre aplazado. Empece a retroceder
ante ellos, a huir de su amenaza, a vivir dias y dias cerrando los ojos, dejando al bien y al mal que
hicieran conjuntamente su trabajo. Hasta que una vez, volviendo a mirar, tome el partido de uno de
los dos trabados contendientes.
Con animo caballeresco, me puse al lado del mas debil. Aqui esta el resultado de nuestra
alianza:
Hemos perdido todas las batallas. De todos los encuentros con el enemigo salimos
invariablemente apaleados y aqui estamos, batiendonos otra vez en retirada durante esta noche
memorable.
Por que es el bien tan indeIenso? Por que tan pronto se derrumba? Apenas se elaboran
cuidadosamente unas horas de Iortaleza, cuando el golpe de un minuto viene a echar abajo toda la
estructura. Cada noche me encuentro aplastado por los escombros de un dia destruido, de un dia que
Iue bello y amorosamente ediIicado.
Siento que una vez no me levantare mas, que decidire vivir entre ruinas, como una lagartija.
Ahora, por ejemplo, mis manos estan cansadas para el trabajo de maana. Y si no viene el sueo,
siquiera el sueo como una pequea muerte para saldar la cuenta pesarosa de este dia, en vano
esperare mi resurreccion. Dejare que Iuerzas oscuras vivan en mi alma y la empujen, en barrena,
hacia una caida acelerada.
Pero tambien pregunto: se puede vivir para el mal? Como se consuelan los malos de no
sentir en su corazon el ansia tumultuosa del bien? Y si detras de cada acto malevolo se esconde un
ejercito de castigo, como hacen para deIenderse? Por mi parte, he perdido siempre esa lucha, y
bandas de remordimiento me persiguen como espadachines hasta el callejon de esta noche.
Muchas veces he revistado con satisIaccion un cierto grupo de actos bien disciplinados y
casi victoriosos, y ha bastado el menor recuerdo enemigo para ponerlos en Iuga. Me veo precisado a
reconocer que muchas veces soy bueno solo porque me Ialtan oportunidades aceptables de ser malo,
y recuerdo con amargura hasta donde pude llegar en las ocasiones en que el mal puso todos sus
atractivos a mi alcance.
Entonces, para conducir el alma que me ha sido otorgada, pido, con la voz mas urgente, un
dato, un signo, una brujula.
El espectaculo del mundo me ha desorientado. Sobre el desemboca al azar y lo conIunde
todo. No hay lugar para recoger una serie de hechos y conIrontarlos. La experiencia va brotando
siempre detras de nuestros actos, inutil como una moraleja.
Veo a los hombres en torno de mi, llevando vidas ocultas, inexplicables. Veo a los nios que
beben voces contaminadas, y a la vida como nodriza criminal que los alimenta de venenos. Veo
pueblos que disputan las palabras eternas, que se dicen predilectos y elegidos. A traves de los
siglos, se ven hordas de sanguinarios y de imbeciles; y de pronto, aqui y alla, un alma que parece
sealada con un sello divino.
Miro a los animales que soportan dulcemente su destino y que viven bajo normas distintas; a
los vegetales que se consumen despues de una vida misteriosa y pujante, y a los minerales duros y
silenciosos.
Enigmas sin cesar caen en mi corazon, cerrados como semillas que una savia interior hace
crecer.
De cada una de las huellas que la mano de Dios ha dejado sobre la tierra, distingo y sigo el
rastro. Pongo agudamente el oido en el rumor inIorme de la noche, me inclino al silencio que se
Juan Jose Arreola Confabulario
66
abre de pronto y que un sonido interrumpe. Espio y trato de ir hasta el Iondo, de embarcarme al
conjunto, de sumarme en el todo. Pero quedo siempre aislado; ignorante, individual, siempre a la
orilla.
Desde la orilla entonces, desde el embarcadero, dirijo esta carta que va a perderse en el
silencio...

EIectivamente, tu carta ha ido a dar al silencio. Pero sucede que yo me encontraba alli en tales
momentos. Las galerias del silencio son muy extensas y hacia mucho que no las visitaba.
Desde el principio del mundo vienen a parar aqui todas esas cosas. Hay una legion de
angeles especializados que se ocupan en trasmitir los mensajes de la tierra. Despues de que son
cuidadosamente clasiIicados, se guardan en unos Iicheros dispuestos a lo largo del silencio.
No te sorprendas porque contesto una carta que segun la costumbre deberia quedar archivada
para siempre. Como tu mismo has pedido, no voy a poner en tus manos los secretos del universo,
sino a darte unas cuantas indicaciones de provecho. Creo que seras lo suIicientemente sensato para
no juzgar que me tienes de tu parte, ni hay razon alguna para que vayas a conducirte desde maana
como un iluminado.
Por lo demas, mi carta va escrita con palabras. Material evidentemente humano, mi
intervencion no deja en ellas rastro; acostumbrado al manejo de cosas mas espaciosas, estos
pequeos signos, resbaladizos como guijarros, resultan poco adecuados para mi. Para expresarme
adecuadamente, deberia emplear un lenguaje condicionado a mi sustancia. Pero volveriamos a
nuestras eternas posiciones y tu quedarias sin entenderme. Asi pues, no busques en mis Irases
atributos excelsos: son tus propias palabras, incoloras y naturalmente humildes que yo ejercito sin
experiencia.
Hay en tu carta un acento que me gusta. Acostumbrado a oir solamente recriminaciones o
plegarias, tu voz tiene un timbre de novedad. El contenido es viejo, pero hay en ella sinceridad, una
lamentacion de hijo doliente y una Ialta de altaneria.
Comprende que los hombres se dirigen a mi de dos modos: bien el extasis del santo, bien las
blasIemias del ateo. La mayoria utiliza tambien para llegar hasta aqui un lenguaje sistematizado en
oraciones mecanicas que generalmente dan en el vacio, excepto cuando el alma conmovida las
reviste de nueva emocion.
Tu hablas tranquilamente y solo te podria reprochar el que hayas dicho con tanta Iormalidad
que tu carta iba a dar al silencio, como si lo supieras de antemano. Fue una casualidad que yo me
encontrara alli cuando acababas de escribir. Si retardo un poco mi visita, cuando leyera tus
apasionadas palabras tal vez ya no existiria sobre la tierra ni el polvo de tus huesos.
Quiero que veas al mundo tal cual yo lo contemplo: como un grandioso experimento. Hasta
ahora los resultados no son muy claros, y conIieso que los hombres han destruido mucho mas de lo
que yo habia presupuesto. Pienso que no seria diIicil que acabaran con todo. Y esto, gracias a un
poco de libertad mal empleada.
Tu apenas rozas problemas que yo examino a Iondo con amargura. Hay el dolor de todos los
hombres, el de los nios, el de los animales que se les parecen tanto en su pureza. Veo suIrir a los
nios y me gustaria salvarlos para siempre: evitar que lleguen a ser hombres. Pero debo esperar
todavia un poco mas, y espero conIiadamente.
Si tu tampoco puedes soportar la brizna de libertad que llevas contigo, cambia la posicion de
tu alma y se solamente pasivo, humilde. Acepta con emocion lo que la vida ponga en tus manos y
no intentes los Irutos celestes; no vengas tan lejos.
Respecto a la brujula que pides, debo aclararte que te he puesto una quien sabe donde, y que
no puedo darte otra. Recuerda que lo que yo podia darte ya te lo he concedido.
Juan Jose Arreola Confabulario
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Quizas te convendria reposar en alguna religion. Esto tambien lo dejo a tu criterio. Yo no
puedo recomendarte alguna de ellas porque soy el menos indicado para hacerlo. De todos modos,
piensalo y decidete si hay dentro de ti una voz proIunda que lo solicita.
Lo que si te recomiendo, y lo hago muy ampliamente, es que en lugar de ocuparte en
investigaciones amargas, te dediques a observar mas bien el pequeo cosmos que te rodea. Registra
con cuidado los milagros cotidianos y acoge en tu corazon a la belleza. Recibe sus mensajes
ineIables y traducelos en tu lengua.
Creo que te Ialta actividad y que todavia no has penetrado en el proIundo sentido del trabajo.
Deberias buscar alguna ocupacion que satisIaga a tus necesidades y que te deje solamente algunas
horas libres. Toma esto con la mayor atencion, es un consejo que te conviene mucho. Al Iinal de un
dia laborioso no suele encontrarse uno con noches como esta, que por Iortuna estas acabando de
pasar proIundamente dormido.
En tu lugar, yo me buscaria una colocacion de jardinero o cultivaria por mi cuenta un prado
de hortalizas. Con las Ilores que habria en el, y con las mariposas que iran a visitarlas, tendria
suIiciente para alegrar mi vida.
Si te sientes muy solo, busca la compaia de otras almas, y Irecuentala, pero no olvides que
cada alma esta especialmente construida para la soledad.
Me gustaria ver otras cartas sobre tu mesa. Escribeme, si es que renuncias a tratar cosas
desagradables. Hay tantos temas de que hablar, que seguramente tu vida alcanzara para muy pocos.
Escojamos los mas hermosos.
En vez de Iirma, y para acreditar esta carta (no pienses que la estas soando), te voy a
oIrecer una cosa: me maniIestare a ti durante el dia, de un modo en que puedas Iacilmente
reconocerme, por ejemplo... Pero no, tu solo, solo tu habras de descubrirlo.

Juan Jose Arreola Confabulario
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LOS ALIMENTOS TERRESTRES


"Muy sentido estoy del descuido que ha tenido nuestro amigo de mis alimentos...
Mis alimentos es justo que no padezcan ni hallen con ellos ningun Iracaso o novedad...
Diga V. m. que culpa tienen mis alimentos, ni que pecado ha cometido mi credito para que
no se paguen muy puntualmente. .?
Los mil reales de mis alimentos, de aqui a San Pedro...
Segun esto, suplico a V. m. haga con Pedro Alonso de Baena me envie libranza junta de
ocho mil y quinientos reales que montan los meses de mis alimentos de aqui al Iin de este ao...
Con don Agustin Fiesco he acabado que escriba a Pedro Alonso de Baena de lugar a la
correspondencia de mis alimentos. ..
Tambien suplico mire que es bien advertir a nuestro amigo que seiscientos reales cada mes
no pueden ser alimentos de un nio de la doctrina...
Que sera gran merced para mi excusarme de pesadumbre con ellos, y solicitar mis alimentos
de junio por la misma via...
No hay mulas de retorno para un alimentado...
Por amor de Dios que V. m. trate de la satisIaccion de estos hombres y de socorrerme con
los alimentos de julio...
Con quinientos reales de aqui a Iin de diciembre, no puede pasar una hormiga, cuanto mas
quien tiene honra...
Maana entra enero, que da principio al ao y a mis alimentos. ..
Suplico a V. m. haga con el amigo ensanche los alimentos de aqui a octubre...
Pense que el amigo, con la cuaresma, mudara de condicion como de manjar, y veo que
procede aun peor con estos alimentos que con los otros, pues se conjura contra los mios,
haciendome ayunar aun los domingos, que perdona la Iglesia. ..
Los alimentos de este ao en la escriptura Iueron pocos, pero en la dispensacion van siendo
menos, porque son ningunos...
Es morir no andar con alimentos anticipados...
Ni es bien cansarle dos veces sobre una cosa que es la que tengo suplicada a V. m. de mis
alimentos...
Y compongamos estos mis pobres alimentos de manera que pueda yo comer aunque nunca
cene...
Suplico a V. m. ponga remedio en todo esto, que ya no me acuerdo de mi ni de mis
alimentos...
(Quiero mas una morcilla / que en el asador reviente...)
Yo perezco, y mi credito mas, si V. m. no me socorre como quien es, haciendo que me libren
mis alimentos juntos...
Deseo saber si mis alimentos son de condicion diIerente que los otros o si por desdicha mia
soy mas glorioso que otros hombres...
Nuestro amigo hace experiencias costosas de mi naturaleza, averiguando sin duda lo que
tengo de angelico, pues me deja ayuno tantos dias...
Seor mio don Francisco: V. m., que tiene molinos, sabe que no come el molinero del ruido
de la citola, sino del trigo de la tolva...
Juan Jose Arreola Confabulario
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Que culpa tiene mi comida miserable, de la concurrencia del seor don Fernando de
Cordoba y Cardona?
Y algo mas que bastara para asegurarse los ensanches que se echaren a mis alimentos...
Suplico a V. m. que se sirva de pedirle de mi parte me haga merced de los alimentos que he
de haber este ao...
Es invencion suya para no solo alargar los alimentos, pero retardarlos, como lo hace...
No me deje tan impiamente, atenido a tan miserables alimentos. ..
En materia de mis alimentos he padecido todo este tiempo mil necesidades...
Ya caminamos a cuatro meses de alimentos sin haber visto un maravedi de todos ellos...
Sirvase mandar se me compre a cuenta de mis alimentos cuatro arrobas de azahar seco, digo
de lo ya tostado en las alquitaras...
Cuanto a lo que Vuestra merced me oIrece de no desampararme en los alimentos, le beso las
manos tantas veces como ellos contienen de maravedis...
Bien Iuera razon que me remitiera en esa poliza lo que monta lo caido de mis alimentos, sin
darmelos a sorbos...
Yo quedo esperando la Iianza de mis alimentos...
De mis alimentos se resta ochocientos reales, digo 850, hasta Iin de este...
He acabado con don Agustin Fiesco que me de aqui 2,550 reales que montan lo restante de
mis alimentos hasta Iin de agosto, que es hoy, y el mes de setiembre, que entra maana, de manera
que hasta el Iin del dicho mes de setiembre estoy alimentado...
Suplico a V. m. no haya Ialta en ello, porque va el credito y la consecuencia para el
expediente de unos alimentos...
No es mucho que se me anticipen los alimentos de un mes...
La paga no es muy ejecutiva, ni la seguridad menos que mis alimentos...
Me ha de volver las espaldas V. m. y ha de escribir a los Fiescos que me nieguen aun los
alimentos?
Para ello es menester echar algunas ensanchas a la provision de mis alimentos...
No quiso dispensar en tres dias de anticipacion de alimentos. ..
Suplicole se sirva de acudirme, que no puedo pagar de ninguna manera con alimentos tan
cortos...
Beso las manos de Vuestra merced muchas veces por la anticipacion de los alimentos...
Yo suplico a Vuestra merced me haga merced de los dos meses de alimentos perdidos...
Yo estoy peor que Vuestra merced me dejo, y tanto, que ha sido menester vender un
contador de ebano para comer estas dos semanas, que puede tardar el desengao de mis alimentos...
En virtud de Cristobal de Heredia, no Ialta quien me Iie el pan, que como con un torrezno de
Rute...
No hay luz ni aun crepusculo de comodidad: noche es en la que vivo, y, lo que peor es, sin
tener que cenar en ella...
Tengo a V. m., con quien estoy comiendo en un plato; y ojala Iuera ello asi, que no estoy
sino debajo de su mesa de V. m., comiendo sus meajas y pidiendo ahora que deje caer una rebanada
de pan siquiera...
Quejarame a Dios y al mundo, y diranme que don Luis de Gongora soy en cualquier parte, y
mas en Madrid, donde me mandaran dar alimentos bien pagados...
Beso las manos de Vuestra merced por la que me hace de alimentarme...
Porque 800 reales son Ilacos alimentos para un hombre de cuenta en este lugar...
Juan Jose Arreola Confabulario
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Y que me hallo a los umbrales del invierno sin hilo de ropa, anticipados mis alimentos mes y
medio para poder comer..."

DON LUIS DE GONGORA Y ARGOTE, Epistolario.

Juan Jose Arreola Confabulario
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UNA REPUTACIN


La cortesia no es mi Iuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el
abatimiento. Pero hoy me levante de mi asiento automaticamente, ante una mujer que estaba de pie,
con un vago aspecto de angel anunciador.
La dama beneIiciada por ese rasgo involuntario lo agradecio con palabras tan eIusivas, que
atrajeron la atencion de dos o tres pasajeros. Poco despues se desocupo el asiento inmediato, y al
oIrecermelo con leve y signiIicativo ademan, el angel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me sente
alli con la esperanza de que viajariamos sin desazon alguna.
Pero ese dia me estaba destinado, misteriosamente. Subio al autobus otra mujer, sin alas
aparentes. Una buena ocasion se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no Iue
aprovechada por mi. Naturalmente, yo podia permanecer sentado, destruyendo asi el germen de una
Ialsa reputacion. Sin embargo, debil y sintiendome ya comprometido con mi compaera, me
apresure a levantarme, oIreciendo con reverencia el asiento a la recien llegada. Tal parece que nadie
le habia hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevo las cosas al extremo con sus turbadas
palabras de reconocimiento.
Esta vez no Iueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesia. Por lo
menos la mitad del pasaje puso los ojos en mi, como diciendo: "He aqui un caballero." Tuve la idea
de abandonar el vehiculo, pero la deseche inmediatamente, sometiendome con honradez a la
situacion, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran alli.
Dos calles adelante bajo un pasajero. Desde el otro extremo del autobus, una seora me
designo para ocupar el asiento vacio. Lo hizo solo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo
el ademan de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravese el camino con paso
vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de
pie sonrieron con desprecio. Yo adivine su envidia, sus celos, su resentimiento, y me senti un poco
angustiado. Las seoras, en cambio, parecian protegerme con su eIusiva aprobacion silenciosa.
Una nueva prueba, mucho mas importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina
siguiente: subio al camion una seora con dos nios pequeos. Un angelito en brazos y otro que
apenas caminaba. Obedeciendo la orden unanime, me levante inmediatamente y Iui al encuentro de
aquel grupo conmovedor. La seora venia complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr
media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayude eIicazmente en
todo lo posible, la desembarace de nenes y envoltorios, gestione con el choIer la exencion de pago
para los nios, y la seora quedo instalada Iinalmente en mi asiento, que la custodia Iemenina habia
conservado libre de intrusos. Guarde la manita del nio mayor entre las mias.
Mis compromisos para con el pasaje habian aumentado de manera decisiva. Todos esperaban
de mi cualquier cosa. Yo personiIicaba en aquellos momentos los ideales Iemeninos de
caballerosidad y de proteccion a los debiles. La responsabilidad oprimia mi cuerpo como una coraza
agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrirseme
cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los
autobuses, yo debia amonestar al agresor y aun entrar en combate con el. En todo caso, las seoras
parecian completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me senti al borde del drama.
En esto llegamos a la esquina en que debia bajarme. Divise mi casa como una tierra
prometida. Pero no descendi. Incapaz de moverme, la arrancada del autobus me dio una idea de lo
que debe ser una aventura trasatlantica. Pude recobrarme rapidamente; yo no podia desertar asi
como asi, deIraudando a las que en mi habian depositado su seguridad, conIiandome un puesto de
mando. Ademas, debo conIesar que me senti cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en
libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenia asegurada la mayoria Iemenina,
Juan Jose Arreola Confabulario
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no estaba muy tranquilo acerca de mi reputacion entre los hombres. Al bajarme, bien podria estallar
a mis espaldas la ovacion o la rechiIla. Y no quise correr tal riesgo. Y si aprovechando mi ausencia
un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidi quedarme y bajar el ultimo, en la terminal, hasta
que todos estuvieran a salvo.
Las seoras Iueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda Ielicidad. El
choIer santo Dios! acercaba el vehiculo junto a la acera, lo detenia completamente y esperaba a que
las damas pusieran sus dos pies en tierra Iirme. En el ultimo momento, vi en cada rostro un gesto de
simpatia, algo asi como el esbozo de una despedida cariosa. La seora de los nios bajo
Iinalmente, auxiliada por mi, no sin regalarme un par de besos inIantiles que todavia gravitan en mi
corazon, como un remordimiento.
Descendi en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espiritu
habia grandes reservas de heroismo sin empleo, mientras el autobus se alejaba vacio de aquella
asamblea dispersa y Iortuita que consagro mi reputacion de caballero.

Juan Jose Arreola Confabulario
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CORRIDO


Hay en Zapotlan una plaza que le dicen de Ameca, quien sabe por que. Una calle ancha y
empedrada se da contra un testerazo, partiendose en dos. Por alli desemboca el pueblo en sus
campos de maiz.
Asi es la Plazuela de Ameca, con su esquina ochavada y sus casas de grandes portones. Y en
ella se encontraron una tarde, hace mucho, dos rivales de ocasion. Pero hubo una muchacha de por
medio.
La Plazuela de Ameca es transito de carretas. Y las ruedas muelen la tierra de los baches,
hasta hacerla Iinita, Iinita. Un polvo de tepetate que arde en los ojos, cuando el viento sopla. Y alli
habia, hasta hace poco, un hidrante. Un cao de agua de dos pajas, con su llave de bronce y su
pileta de piedra.
La que primero llego Iue la muchacha con su cantaro rojo, por la ancha calle que se parte en
dos. Los rivales caminaban Irente a ella, por las calles de los lados, sin saber que se darian un tope
en el testerazo. Ellos y la muchacha parecia que iban de acuerdo con el destino, cada uno por su
calle.
La muchacha iba por agua y abrio la llave. En ese momento los dos hombres quedaron al
descubierto, sabiendose interesados en lo mismo. Alli se acabo la calle de cada quien, y ninguno
quiso dar paso adelante. La mirada que se echaron Iue poniendose tirante, y ninguno bajaba la vista.
Oiga amigo, que me mira.
La vista es muy natural.
Tal parece que asi se dijeron, sin hablar. La mirada lo estaba diciendo todo. Y ni un ai te va,
ni ai te viene. En la plaza que los vecinos dejaron desierta como adrede, la cosa iba a comenzar.
El chorro de agua, al mismo tiempo que el cantaro, los estaba llenando de ganas de pelear.
Era lo unico que estorbaba aquel silencio tan entero. La muchacha cerro la llave dandose cuenta
cuando ya el agua se derramaba. Se echo el cantaro al hombro, casi corriendo con susto.
Los que la quisieron estaban en el ultimo suspenso, como los gallos todavia sin soltar,
embebidos uno y otro en los puntos negros de sus ojos. Al subir la banqueta del otro lado, la
muchacha dio un mal paso y el cantaro y el agua se hicieron trizas en el suelo.
Esa Iue la merita seal. Uno con daga, pero asi de grande, y otro con machete costeo. Y se
dieron de cuchillazos, sacandose el golpe un poco con el sarape. De la muchacha no quedo mas que
la mancha de agua, y alli estan los dos peleando por los destrozos del cantaro.
Los dos eran buenos, y los dos se dieron en la madre. En aquella tarde que se iba y se
detuvo. Los dos se quedaron alli bocarriba, quien degollado y quien con la cabeza partida. Como los
gallos buenos, que nomas a uno le queda tantito resuello.
Muchas gentes vinieron despues, a la nochecita. Mujeres que se pusieron a rezar y hombres
que dizque iban a dar parte. Uno de los muertos todavia alcanzo a decir algo: pregunto que si
tambien al otro se lo habia llevado la tiznada.
Despues se supo que hubo una muchacha de por medio. Y la del cantaro quebrado se quedo
con la mala Iama del pleito. Dicen que ni siquiera se caso. Aunque se hubiera ido hasta Jilotlan de
los Dolores, alla habria llegado con ella, a lo mejor antes que ella, su mal nombre de mancornadora.


Juan Jose Arreola Confabulario
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CARTA A UN ZAPATERO QUE COMPUSO MAL UNOS ZAPATOS


Estimable seor:

Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobro por reparar mis zapatos, le va
a extraar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.
En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibi mis zapatos muy contento,
augurandoles una larga vida, satisIecho por la economia que acababa de realizar: por unos cuantos
pesos, un nuevo par de calzado. (Estas Iueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)
Pero mi entusiasmo se acabo muy pronto. Llegado a casa examine detenidamente mis
zapatos. Los encontre un poco deIormes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor
importancia a esta metamorIosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extrao,
oIrecen una nueva Iisonomia, casi siempre deprimente.
Aqui es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted
mismo les dedico Irases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perIecta hechura. Hasta
puso muy alto su marca de Iabrica. Me prometio, en suma, un calzado Ilamante.
Pues bien: no pude esperar hasta el dia siguiente y me descalce para comprobar sus
promesas. Y aqui estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transIerirle
las palabras violentas que suscitaron mis esIuerzos inIructuosos.
Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis pies estan
hechos de una materia blanda y sensible. Me encontre ante unos zapatos de hierro. No se como ni
con que artes se las arreglo usted para dejar mis zapatos inservibles. Alli estan, en un rincon,
guiandome burlonamente con sus puntas torcidas.
Cuando todos mis esIuerzos Iallaron, me puse a considerar cuidadosamente el trabajo que
usted habia realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda instruccion en materia de calzado.
Lo unico que se es que hay zapatos que me han hecho suIrir, y otros, en cambio, que recuerdo con
ternura: asi de suaves y Ilexibles eran.
Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habian servido Iielmente
durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos como pez en el agua. Mas que zapatos,
parecian ser parte de mi propio cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso
Iirmeza y seguridad. Su piel era en realidad una piel mia, saludable y resistente. Solo que daban ya
muestras de Iatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y proIundos adelgazamientos me hicieron
ver que los zapatos se iban haciendo extraos a mi persona, que se acababan. Cuando se los lleve a
usted, iban ya a dejar ver los calcetines.
Tambien habria que decir algo acerca de los tacones: piso deIectuosamente, y los tacones
mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he podido corregir.
Quise, con espiritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambicion no me parece
censurable: al contrario, es seal de modestia y entraa una cierta humildad. En vez de tirar mis
zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda epoca, menos brillante y lujosa que la
primera. Ademas, esta costumbre que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no
me equivoco, el modas vivendi de las personas como usted.
Debo decir que del examen que practique a su trabajo de reparacion ha sacado muy Ieas
conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oIicio. Si usted, dejando aparte todo
resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razon. Mire
usted que costuras: ni un ciego podia haberlas hecho tan mal. La piel esta cortada con inexplicable
descuido: los bordes de las suelas son irregulares y oIrecen peligrosas aristas. Con toda seguridad,
Juan Jose Arreola Confabulario
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usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos oIrecen un aspecto indeIinible. Recuerde
usted, gastados y todo, conservaban ciertas lineas esteticas. Y ahora...
Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpara usted una caverna siniestra. El pie
tendra que transIormarse en reptil para entrar. Y de pronto un tope; algo asi como un quicio de
cemento poco antes de llegar a la punta. Es posible? Mis pies, seor zapatero, tienen Iorma de pies,
son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas.
Pero basta ya. Le decia que usted no le tiene amor a su oIicio y es cierto. Es tambien muy
triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no tienen dinero para derrochar.
A proposito: no hablo movido por el interes. Soy pobre pero no soy mezquino. Esta carta no
intenta abonarse la cantidad que yo le pague por su obra de destruccion. Nada de eso. Le escribo
sencillamente para exhortarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para
inIundirle respeto por ese oIicio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oIicio que usted
aprendio con alegria en un dia de juventud... Perdon; usted es todavia joven. Cuando menos, tiene
tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvido como se repara un par de calzado.
Nos hacen Ialta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no trabajen solamente
para obtener el dinero de los clientes, sino para poner en practica las sagradas leyes del trabajo. Esas
leyes que han quedado irremisiblemente burladas en mis zapatos.
Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendo con dedicacion y esmero mis
zapatos inIantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos.
Solo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazon
y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos
una segunda operacion, y todas las cosas quedaran en su sitio.
Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribire una hermosa carta de
gratitud, presentandolo en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos.
Soy sinceramente su servidor.

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