Este documento presenta la tesis doctoral de Juan Manuel Ros Cierta sobre el concepto de democracia en Alexis de Tocqueville. La introducción explica que el objetivo es realizar una lectura filosófico-política de La Democracia en América de Tocqueville. El índice muestra que la tesis consta de tres capítulos sobre la crítica tocquevilliana del individualismo democrático, la dialéctica entre igualdad y libertad, y la relación entre sociedad civil y democracia. El autor agradece la ayuda
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EL CONCEPTO DE DEMOCRACIA EN ALEXIS DE TOCQUEVILLE
(UNA LECTURA FILOSFICO-POLTICA DE LA DEMOCRACIA EN AMRICA).
TESIS DE DOCTORADO PRESENTADA POR: JUAN MANUEL ROS CHERTA. DIRIGIDA POR: DRA. DA. ADELA CORTINA ORTS. 2
A Encarna, Laura y Merc. 3 AGRADECIMIENTOS.
La realizacin del presente trabajo ha sido posible gracias a la ayuda de muchas personas. Por ello, quisiera hacer constar aqu mi agradecimiento a las mismas, ya que lo considero no solamente una cuestin de buena educacin, sino tambin -y sobre todo- una cuestin de justicia. En primer lugar, quiero expresar mi ms profundo agradecimiento a Adela Cortina, Vte. Domingo Garca y Jess Conill por sus enseanzas y su estmulo, tanto intelectual como moral. Otros profesores con quienes estoy en deuda por sus consejos y/o indicaciones bibliogrficas son Julin Sauquillo, Elas Daz, Gilles Lipovetsky, Pierre Manent, Agustn Domingo, Jess Pardo, Salvador Cabedo, Vicent Martnez Guzmn y Jorge Acanda. A Javier Calatayud, Javier Mndez de Vigo, Vicent Agut, Enrique Morro y Salvador Segu les debo asimismo algunas sugerencias en este sentido. Una gratitud especial merece Mme Lamberti por haberme facilitado muy amablemente el primero de los trabajos de su marido, desgraciadamente fallecido, sobre la obra de Tocqueville. Un reconocimiento no menos especial se merece mi amigo Luis Espinosa por sus constantes muestras de apoyo, as como por sus valiosos comentarios sobre la mayor parte de las cuestiones tratadas en este trabajo. Vaya tambin un gesto de agradecimiento a mis compaeros del IB Jaume I de Burriana y a los del Departamento de Filosofa y Sociologa de la Universidad Jaume I de Castelln por haberme animado, en muchos momentos, a continuar 4 con mi trabajo. Quiero agradecer, asimismo, a muchos de mis alumnos de la citada Universidad el inters que han demostrado por el curso de mi investigacin. No poco les debo tambin a Xavier Constant, Remigio Martn, Roberto Rosell, Fernando Soriano, Assumpta Garca, Carme Rufino y Vicente Pinto, por idntico motivo, as como a Carles Agust y Pascual Poy por su ayuda en la informatizacin del texto. Por ltimo, the last but not least, quiero agradecerles a mi mujer y a mis dos hijas la infinita paciencia con la que han sobrellevado mis ausencias durante todo el tiempo que ha durado la elaboracin de este trabajo.
5
Confieso que en Amrica he visto ms que Amrica. Busqu en ella una imagen de la democracia, de sus tendencias, de su carcter, de sus prejuicios, de sus pasiones. He querido conocerla, aunque no fuera ms que para saber, al menos, lo que debemos esperar o temer de ella.
(Alexis de Tocqueville, La Democracia en Amrica, p.17s)
Lo que ms confusin provoca en el espritu es el uso que se hace de estas palabras:democracia, instituciones democrticas, gobierno democrtico. Mientras no se las defina claramente y no se llegue a un entendimiento sobre su definicin, se vivir en una confusin de ideas inextricable, con gran ventaja para los demagogos y los dspotas.
(Alexis de Tocqueville, El Antiguo Rgimen y la Revolucin II, p. 100).
6 NDICE
INTRODUCCIN ...............................................p.8 CAPTULO PRIMERO LA CRTICA TOCQUEVILLIANA DEL INDIVIDUALISMO DEMOCRTICO Introduccin. La democracia y la cuestin del sujeto ........21 1) Egosmo e individualismo .................................24 2) El origen del individualismo .............................32 3) La evolucin histrica del individualismo ................39 4) La estructura del individualismo y sus consecuencias: ....65 4-1) Relativismo y regla de mayoras ......................69 4-2) Inquietud privada y apata pblica ...................77 4-3) Indiferencia cvica y compasin humanitaria .........101 5)Las ilusiones del individualismo y sus posibles remedios .113 Conclusiones del Captulo primero. El humanismo cvico de Tocqueville .............................................129 CAPTULO SEGUNDO LA DIALCTICA IGUALDAD-LIBERTAD Introduccin. Naturaleza y praxis de la democracia .........156 1La igualdad como hecho generador,como norma y como pasin .162 1-1) La igualdad de condiciones y el estado social democrtico ........................................171 1-2) El imaginario de la igualdad y su influencia normativa sobre el orden democrtico ...............196 1-3) De la pasin igualitaria al despotismo democrtico .209 2) La concepcin tocquevilliana de la libertad: ............233 2-1) Libertad aristocrtica y libertad democrtica .......235 2-2) Libertad individual y libertad poltica .............247 7 Conclusiones del captulo segundo. Libertad e igualdad: el liberalismo democrtico de Tocqueville .....................270 CAPTULO TERCERO SOCIEDAD CIVIL Y DEMOCRACIA Introduccin. La situacin de Tocqueville en la historia intelectual del concepto de sociedad civil .................277 1) La democratizacin del aparato estatal: .................289 1-1) La descentralizacin poltico-administrativa y la potenciacin de las libertades locales .............290 1-2) La desburocratizacin de las instituciones polticas .306 2) La democratizacin de la sociedad civil: ................320 2-1) El papel del asociacionismo ciudadano ................321 2-2) La libertad de prensa y la opinin pblica ...........338 2-3) La religin y el espritu de libertad democrtica ....345 Conclusiones del captulo tercero. El concepto de sociedad civil en Tocqueville .......................................361 EPLOGO ....................................................367 BIBLIOGRAFA ...............................................374 INTRODUCCIN Introduccin 9
INTRODUCCIN
La obra de Alexis de Tocqueville (1805-1859) ha sido generalmente estudiada desde la ptica cientfico-social en sus distintas ramas y especialidades: sociologa, historia, politologa, psicologa social, etc. En efecto, desde su redescubrimiento a mediados del presente siglo 1 , el nmero de investigaciones en esta direccin ha aumentado prodigiosamente y, entre ellas, cabe destacar las que reivindican para este autor un lugar prominente entre los padres fundadores de la ciencia social moderna 2 . Aunque todava se observan algunos olvidos a la hora de incluirle entre los clsicos del pensamiento social, la obra de Tocqueville es actualmente considerada por los especialistas como una valiosa fuente de inspiracin para el anlisis de la sociedad y la poltica
1 Sobre este punto pueden consultarse, entre otros, los trabajos de R. ARON, Tocqueville retrouv dans The Tocqueville Review/La Revue Tocqueville, 1979, n1, pp. 8-23; F. FURET, Limportance de Tocqueville aujourdhui dans AA. VV. Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de lUniversit de Caen, Cahiers de Philosophie politique et Juridique, 1991, n 19, pp. 137-145; F. MLONIO, Sur les traces de Tocqueville en AA. VV. Lactualit de Tocqueville, pp. 11-20, Le retour de Tocqueville dans F. MLONIO, Tocqueville et les franais, Paris, Aubier, 1993, pp 271-297; L. DEZ DEL CORRAL Los avatares de la fama de Tocqueville en El pensamiento poltico de Tocqueville, Madrid, Alianza, 1989, pp. 393-402. Todos ellos coinciden en sealar como trabajos pioneros en este redescubrimiento los de A. RDIER, Comme disait M. de Tocqueville, Paris, Perrin, 1925,; G.W. PIERSON, Tocqueville and Beaumont in America, New York, New York University Press, 1938 y J. P. MAYER, Prophet of the Mass Age. A Study of Alexis de Tocqueville, New York, Viking Press, 1939 (trad. cast. Madrid, Tecnos, 1965, por la que citaremos). 2 Un ejemplo significativo es el de R. ARON, quien situa a Tocqueville junto a Montesquieu, Marx y Comte en el panten de los grandes inspiradores del pensamiento sociolgico. R. ARON, Les tapes de la pense sociologique, Paris, Gallimard, 1967, t.1, p. 19 s.(traduccin castellana, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1970, por la que citaremos). Un punto de vista similar es defendido por R. NISBET en The Sociological Tradition, New York, Basic Books, 1967, 2 vols. (trad cast. Buenos Aires, Amorrortu, 1969).
Introduccin 10 contemporneas. No es de extraar, por tanto, que algunas de sus ideas fundamentales se encuentren en el fondo de la investigacin de procesos tan relevantes para la comprensin de nuestra actualidad como el fenmeno de la revolucin poltica, la democracia en la sociedad de masas, la formacin e influjo de la opinin pblica, el auge del individualismo, la burocratizacin de las instituciones o la crisis misma del Estado del Bienestar. Sin olvidar, ni mucho menos, las aportaciones de la ciencia social en la recuperacin y clarificacin, tanto terica como metodolgica, de su pensamiento 3 , nosotros pretendemos en el presente trabajo algo distinto y, salvo contadas excepciones, poco desarrollado en la investigacin sobre este autor: a saber, leerle como filsofo poltico 4 . No pretendemos con ello justificar el aadido de una nueva etiqueta, por lo dems nada original, a la larga lista de ttulos (historiador, socilogo, politlogo, psiclogo social, moralista, etc.,) mediante los que se ha venido
3 Desde la dcada de los sesenta, los estudios dedicados a Tocqueville han proliferado tanto que resultan ya prcticamente incontables. Contamos, no obstante, con buenas recopilaciones bibliogrficas como las de A.JARDIN- F.MLONIO Bibliographie slective commente en Alexis de Tocqueville- Zr Politik in der Demokratie, M. HERETH-J. HFFKEN (eds.) Baden-Baden, Nomos, 1981, pp. 121-172; E. NOLLA, Alexis de Tocqueville: una bibliografa crtica (1905-1980), tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1981, IDEM, edicin crtica de La Democracia en Amrica Madrid, Aguilar, 1989, t2, pp. 452-470 y VV. AA. Bibliographie slective en Lactualit de Tocqueville, Cahiers de Philosophie Politique et Juridique n 19, Universit de Caen, 1991, pp.173-177. 4 Nuestra interpretacin toma como objeto de estudio La Democracia en Amrica. No obstante, la referencia a otros textos del corpus tocquevilliano es, en muchos casos, indispensable. Y es que hay en El Antiguo Rgimen y la Revolucin, en los Recuerdos de la Revolucin y en su numerosa Correspondencia pasajes de una importancia decisiva para entender el significado de algunos puntos esenciales tratados por Tocqueville en su primera obra. Tambin nos har falta servirnos, en determinadas ocasiones, de sus escritos menores,sus discursos polticos e incluso sus borradores de trabajo con el fin de enriquecer nuestra lectura.
Introduccin 11 catalogando la obra de Tocqueville 5 . Ms all de la mana acadmico-clasificatoria, pensamos que un estudio como el que nos proponemos llevar a cabo puede contribuir a una comprensin ms completa de su pensamiento y, lo que es ms importante en nuestro caso, servirnos para repensar, desde sus races intelectuales modernas, una cuestin fundamental de la teora y de la praxis poltica contemporneas: la definicin misma de democracia 6 . Tampoco es nuestro propsito mediar en la intrincada polmica metodolgica segn la cual la reflexin de Tocqueville es ms cientfica que filosfica o viceversa, as como en las controversias -un tanto artificiosas y a menudo dogmticas- que de ah se derivan, como las de si su pensamiento es descriptivo o normativo, explicativo o valorativo, analtico o histrico, etc. Naturalmente, ambas dimensiones se hallan presentes en su reflexin y sera, por
5 Sobre este punto, vanse J. LIVELY, The Social and Political Thought of Alexis de Tocqueville, Oxford, Clarendos Press, 1962, p.8; W. POPE, Alexis de Tocqueville, His Social and Political Theory, Beverly Hills, Sage Publications, 1986, p. 11 s.; F. BOURRICAUD, Prface J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, Paris, PUF, 1983, p. 8; J.M. SAUCA La ciencia de la asociacin en Tocqueville (presupuestos metodolgicos para una teora liberal de la vertebracin social), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995, p. 62 ss. 6 Buena prueba de ello es la abundante literatura aparecida desde hace unos aos sobre este tema y cuyo objetivo manifiesto es la exposicin y la discusin crtica de las distintas formas de concebir la democracia. A este respecto, cabe sealar entre otros los trabajos de C. B. McPHERSON, La democracia liberal y su poca, Madrid, Alianza, 1981; G. SARTORI, Teora de la democracia 2 vols.,Madrid, Alianza, 1988; D. HELD, Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1991; A. TOURAINE, Qu es la democracia?, Madrid, Temas de hoy, 1994; A. CORTINA, tica aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos, 1993; F. REQUEJO, Las democracias, Barcelona, Ariel, 1990; V. D. GARCA MARZ, Teora de la democracia, Valencia, Nau, 1993; S. GINER, Carta sobre la democracia, Barcelona, Ariel, 1996. Sobre el concepto de democracia en Tocqueville destacamos los estudios de M. ZETTERBAUM, Tocqueville and the Problem of Democracy, Stanford, Stanford University Press, 1967; J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, Paris, PUF, 1983 y P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, Paris, Fayard, 1993.
Introduccin 12 tanto, un absurdo desconsiderar alguna de ellas en nombre de algn purismo trasnochado, sea ste de ndole cientfica o filosfica. No se trata, pues, de adoptar en nuestra investigacin una perspectiva filosfico-poltica cientficamente desinformada pero tampoco -hay que subrayarlo- incurrir en los errores de una concepcin de la ciencia social que, en pro de la neutralidad axiolgica, deviene reduccionista y filosficamente inculta 7 . En el estudio de Tocqueville, esta doble precaucin metodolgica resulta especialmente indicada, a mi juicio, por varias razones aadidas. En primer lugar, porque estamos ante un autor cuyo modo de pensamiento se encuentra alejado tanto de la especulacin filosficamente pura como de la descripcin cientfica al estilo positivista. En Tocqueville, la reflexin terica se acompaa por lo comn de la correspondiente contextualizacin histrico-emprica y la descripcin incluye, como ingrediente fundamental, el juicio de valor 8 . El problema contemporneo de si la ciencia social ha de ser estrictamente ciencia y no filosofa, descriptiva y no normativa, neutral y no
7 Una perspectiva similar es defendida, desde el lado de la ciencia social, por S. GINER en Sociologa y filosofa moral, V. CAMPS (ed) Historia de la tica, Barcelona, Crtica, 1993, t.3, pp.118-162. 8 Sobre este punto, resulta ilustrativa la siguiente declaracin de R. ARON: Tocqueville es un socilogo que no deja de juzgar al mismo tiempo que describe. En este sentido pertenece a la tradicin de los filsofos polticos clsicos, para quienes hubiese sido inconcebible analizar los regmenes sin juzgarlos simultneamente.(...)Querer describir las instituciones sin juzgarlas, equivale a ignorar lo que las constituye como tales. Tocqueville se ajusta a esta prctica. Su descripcin de Estados Unidos es tambin la explicacin de las causas mediante cuya accin se salvaguarda la libertad en una sociedad democrtica. R. ARON op. cit. t1, p. 277 s. En la misma lnea se encuentran las observaciones de J. M. SAUCA, op. cit. p.61 y N. MATTEUCCI, Alexis de Tocqueville.Tre esercizi di lettura, Bologna, Il Mulino, 1990, p.179. Introduccin 13 comprometida ticamente, carece de sentido, como veremos, en el caso de nuestro autor. En segundo lugar, porque en la obra de los grandes pensadores polticos del S.XIX -y Tocqueville es uno de ellos- las dimensiones ticofilosfica, sociolgica y poltica forman un conjunto inseparable 9 . Se trata, adems, de autores - pensemos en Marx, en Stuart Mill, etc.- en los que la intencin cientfica de su obra se halla estrechamente unida al compromiso poltico activo en favor de sus ideas. En el caso de Tocqueville, este rasgo es particularmente notorio desde los primeros pasos de su dilatada actividad, tanto intelectual como parlamentaria, y responde, en el fondo, a una sentida preocupacin por el significado, la prctica y el destino de la libertad del hombre en el seno de la sociedad democrtica moderna. Finalmente, hay que tener en cuenta la dimensin filosfico-poltica que el propio Tocqueville atribua a su pensamiento 10 y la relacin que ello tiene con su reivindicacin de una nueva ciencia poltica capaz de
9 S. GINER, op. cit. p. 123 s.; L. DEZ DEL CORRAL, El liberalismo doctrinario, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1984, p.31. 10 Vase al respecto la carta dirigida a su gran amigo Beaumont de 3-12- 1836 en la que le habla de louvrage philosophico-politique que est preparando y que no es otra que la 2 parte de La Democracia en Amrica cuya publicacin se producir en 1840. A. de TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, Paris, Gallimard, 1967, Tome VIII, Vol.1 Correspondance dAlexis de Tocqueville et Gustave de Beaumont, a cargo de A. JARDIN, p.176. Sobre este punto, vase J.T. SCHLEIFER, The Making of Alexis de Tocquevilles Democracy in America, University of North Carolina Press, 1980 (traduccin castellana en Mxico, F.C.E., 1984, por la que citamos, p. 102 s.). Es cierto que Tocqueville mostr, en ocasiones, desapego por la filosofa, pero con ello apuntaba a la especulacin metafsica y no a la tica y a la poltica. En cualquier caso, apunta el profesor DEZ DEL CORRAL sealando la influencia de Pascal en nuestro autor, mostrar una actitud crtica con respecto a la filosofa no significa, en la tradicin cultural francesa, el abandono de una reflexin verdaderamente filosfica. As pues, Tocqueville podra ser considerado como filsofo, malgr lui. Vase al respecto, L. DEZ DEL CORRAL, op. cit. p.42. Introduccin 14 conocer a fondo -y de regular- la nueva realidad socio- poltica que trae consigo la democracia 11 . Esta idea era destacada por aquellos de entre sus contemporneos que, segn l, le comprendieron mejor, como es el caso de J. Stuart Mill 12 . Tocqueville no comparta, sin embargo, el naturalismo positivista que Mill -el primer Mill- y A. Comte pretendan aplicar a la poltica porque le pareca un contrasentido y una limitacin de la libertad la adopcin del principio de neutralidad axiolgica en el estudio de la realidad social 13 . La nueva ciencia poltica que propone tiene, por tanto, una dimensin prctico-filosfica que no puede ignorarse y cuya principal finalidad es la de orientar la accin en el nuevo marco social informado por la democracia. Visto as, este pensamiento no solamente merece, como trataremos de probar, un lugar entre los fundadores de la ciencia social moderna, sino tambin entre los clsicos modernos de la larga tradicin
11 Hace falta una ciencia poltica nueva para un mundo enteramente nuevo, proclama nuestro autor en la Introduccin a la 1 parte de La Democracia en Amrica (A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica, edicin crtica de E. NOLLA, Madrid, Aguilar, p.11, por la que, en adelante, citaremos). Dicha ciencia, podemos aadir, no persigue solamente conocer, sino tambin moralizar la realidad social a la que se aplica. Desde esta perspectiva, cobra pleno sentido la confesin del propio Tocqueville a su amigo Kergorlay sobre el principal objetivo de esta obra:(..) indicar a los hombres lo que debe hacerse para escapar de la tirana y de la degeneracin al convertirse en demcratas. Carta de 26 de diciembre de 1836 (citada por L.DEZ DEL CORRAL, op. cit. p.45s). Sobre este punto insiste tambin E. NOLLA, op. cit. p. 11. 12 Buena prueba de ello son las elogiosas palabras que Mill le dedica en la recensin a la segunda parte de La Democracia en Amrica:(...) el pblico ingls conoce y lee ahora el primer libro filosfico jams escrito sobre la democracia, tal y como ella misma se manifiesta en la sociedad moderna; (...), su espritu, y el modo general como trata su tema, constituyen el principio de una nueva era en el estudio cientfico de la poltica. J.STUART MILL, Sobre la libertad (y comentarios a Tocqueville), Madrid, Espasa Calpe, coleccin Austral, edicin a cargo de Dalmacio Negro, 1991, p.313. 13 Vid. sobre este punto, J.M. SAUCA, op. cit. pp. 55-60 y D. NEGRO, Individualismo y Colectivismo en la Ciencia Social. Ensayo sobre Tocqueville y Stuart Mill, Madrid, Revista Internacional de Sociologa, 1971, n 115, p.76.
Introduccin 15 filosfico-poltica que arranca del pensamiento griego de Platn y Aristteles y cuyos predecesores inmediatos ms influyentes en l son, segn su propia confesin, Pascal, Montesquieu y Rousseau 14 . Sabido es que la perspectiva metodolgica mediante la cual se aborda un tema de estudio condiciona, en gran medida, el sentido del mismo y viceversa. El presente trabajo no constituye, en este punto, una excepcin. Ello significa aqu que el planteamiento y el tipo de cuestiones a tratar difieren notablemente si leemos a Tocqueville como filsofo poltico que si lo hacemos como cientfico social en cualquiera de sus especialidades. En efecto, en el primer caso, la investigacin se centrar, fundamentalmente, en la dimensin normativa de su pensamiento y tratar, como objeto de estudio, su reflexin sobre los fundamentos ticopolticos de la democracia moderna, mientras que, en el segundo caso, se atender a la vertiente descriptivo-explicativa de su obra y, en este sentido, se destacarn los distintos puntos de su aportacin cientfico- positiva, sean stos de carcter metodolgico, de contenido, o de ambos aspectos a la vez. Leer a Tocqueville desde la filosofa poltica supone, en consecuencia, adentrarse en la infraestructura de su pensamiento y analizar crticamente los supuestos de su concepto de democracia. Nuestro estudio se inscribe as en la lnea de quienes sostienen que, tras un primer perodo de redescubrimiento ms propagandstico que propiamente crtico, hemos entrado -desde los aos ochenta- en
14 Carta de Tocqueville a Kergorlay de 10 de Noviembre de 1836. A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, Tome XIII, Vol.1, Paris, Gallimard, 1977, p.418.
Introduccin 16 una nueva fase en la que abundan los trabajos que tratan de analizar en profundidad y desde diferentes ngulos la obra de nuestro autor. En este sentido, se han abordado desde los aspectos biogrficos (A. JARDIN, X. de la FOURNIRE) y de formacin intelectual (L. DEZ DEL CORRAL) hasta sus aportaciones historiogrficas (F. FURET), sociolgicas (R. BELLAH), politolgicas (R. BOESCHE), jurdico-institucionales (A. LECA), metodolgicas (J.M. SAUCA), e incluso psicolgico- polticas (J. ELSTER) 15 . Escasa atencin ha recibido, sin embargo, el estudio de su pensamiento desde una ptica filosfico-poltica y eso es precisamente lo que pretendemos realizar en este trabajo. Toda teorizacin acerca de la democracia contiene, explcita o implcitamente, tres elementos-clave de ndole prescriptiva: un modelo de hombre, un concepto de libertad y una forma de entender la sociedad poltica. En aplicacin de este esquema interpretativo al estudio de Tocqueville, dividiremos nuestra exposicin en las siguientes partes: -En primer lugar, examinaremos su reflexin sobre el homo democraticus, la cual se desarrolla, principalmente, a travs de su crtica al individualismo y responde a lo que nuestro autor considera el problema central de la teora poltica
15 A. JARDIN, Alexis de Tocqueville, 1805-1859, Paris, Hachette, 1984 (trad.cast. en FCE, 1988); X. de la FOURNIRE, Alexis de Tocqueville.Un monarchiste independent, Paris, Perrin, 1981; L. DEZ DEL CORRAL, op. cit.; F. FURET, Penser la Rvolution Franaise, Paris, Gallimard, 1978 (corregida 1983), (trad. cast. Badalona, Petrel, 1980), R. BELLAH y otros, Habits of the Heart, Berkeley, University of California Press, 1985 (trad. cast. Madrid, Alianza, 1989); R. BOESCHE, The Strange Liberalism of Alexis de Tocqueville, New York, Cornell University Press, 1987; A. LECA, Lecture critique dAlexis de Tocqueville, Aix-Marseille, Presses Universitaires dAix-Marseille, 1988, J.M. SAUCA, op. cit.; J. ELSTER, Political Psychology, Cambridge University Press, 1993, (trad. cast. Barcelona, Gedisa, 1995). Introduccin 17 moderna: la relacin entre el individuo y el ciudadano. Que el homo democraticus sea individuo sin dejar de ser ciudadano es lo que propone y, en este sentido, puede verse en su pensamiento la expresin de un humanismo cvico 16 que va ms all tanto del individualismo liberal preconizado por Constant como del republicanismo clsico idealizado por Rousseau. -En segundo lugar, analizaremos su teora de la libertad tomando como puntos de referencia su tratamiento de la problemtica relacin entre los valores de la igualdad y la libertad; su propuesta de sntesis entre la concepcin de los Antiguos (la libertad-participacin) y la de los Modernos (la libertad-independencia) como definicin genuina de libertad democrtica; y su argumentacin en favor del ejercicio ilustrado de la ciudadana como remedio principal ante las nuevas formas de despotismo, a saber, la tirana de la mayora y la opresin dulce del Estado-providencia, que amenazan a los pueblos democrticos. -En tercer lugar, estudiaremos las claves que articulan su concepcin acerca de lo que podramos denominar una sociedad polticamente bien ordenada. El problema de fondo es aqu el establecimiento de vnculos comunitarios en una sociedad como la democrtica que, dominada por la pasin igualitaria, tiende a atomizar el espacio social, a disolver el sentido de la solidaridad, a exacerbar el gusto por el bienestar material y a confiar en exclusiva al Estado la administracin de lo pblico. Su respuesta a esta cuestin tiene como principales elementos la doctrina del inters bien
16 J.C. LAMBERTI, op. cit. p.244. Introduccin 18 entendido (cuyo papel consiste en ilustrar acerca del nexo que une legtimamente los intereses particulares y el inters general); la descentralizacin administrativa (dirigida a corregir los peligros que trae consigo la sobredimensin estatal y a potenciar las libertades locales); la libertad de prensa (necesaria para la existencia de una verdadera opinin pblica y como medio para la crtica del despotismo); el asociacionismo ciudadano (cuya finalidad es la de asegurar el pluralismo social y fomentar el protagonismo de la sociedad civil en la direccin de lo pblico), y el cultivo de la religin (que, separada del Estado, ejerce una influencia beneficiosa sobre la libertad democrtica, ya que limita las inclinaciones crematsticas e individualistas y fomenta el espritu comunitario). Todo ello supone una reflexin sobre la democracia como fenmeno complejo -forma de sociedad, tipo de gobierno y principio de legitimidad- y representa, como trataremos de probar, una aportacin fundamental a la concepcin desarrollista-liberal de la democracia 17 . -En cuarto y ltimo lugar, trataremos de establecer una serie de conclusiones que, como ejes argumentativos, nos permitan justificar la pertinencia de la lectura filosfico-
17 Sobre los rasgos bsicos de dicha teora o modelo de democracia, vase D. HELD, op. cit. p. 129 s. y C.B. McPHERSON, op. cit. pp. 65-86. Se trata de una teora cuyas ideas centrales se encuentran en el fondo de las crticas actuales a los modelos elitistas de la democracia y forman parte de muchas de las propuestas -ya sean radicales, participativas o pluralistas- que se plantean como alternativa. Introduccin 19 poltica de La Democracia en Amrica propuesta desde el principio como hiptesis de trabajo.
CAPTULO PRIMERO LA CRTICA TOCQUEVILLIANA DEL INDIVIDUALISMO DEMOCRTICO Captulo Primero 21 CAPTULO PRIMERO LA CRTICA TOCQUEVILLIANA DEL INDIVIDUALISMO DEMOCRTICO
INTRODUCCIN/ LA DEMOCRACIA Y LA CUESTIN DEL SUJETO
Toda la filosofa poltica de Tocqueville gira en torno al tema de la democracia. Su primer gran escrito -La Democracia en Amrica- muestra ya claramente las principales cuestiones que dominan el curso de su reflexin. El ejemplo de la sociedad norteamericana y la comparacin de sta con Europa -Francia e Inglaterra, fundamentalmente- le sirven para analizar, en la primera parte de la obra (1835), las instituciones polticas de la democracia moderna. La segunda parte (1840), ms abstracta y propiamente filosfica que la anterior, est dedicada al estudio de los efectos de la democracia sobre las ideas, los sentimientos, las costumbres y, en definitiva, sobre las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad poltica. Como es sabido, la primera parte de la citada obra -ms descriptiva y sociolgicamente centrada en Norteamrica que la segunda- obtuvo un xito tal que llev a los ms prestigiosos medios intelectuales de la poca a calificar a nuestro autor como un nuevo Montesquieu. En contrapartida, la segunda parte fue recibida, salvo notables excepciones 18 , con mucho menos entusiasmo y con una tnica general de crtica ante lo que se consideraba como su defecto principal: a saber, excesiva
18 Es el caso, por ejemplo, de J. Stuart Mill que salud la obra como el primer gran tratado filosfico sobre la democracia moderna. Ver nota anterior n 12. Captulo Primero 22 teorizacin y falta de base emprica 19 . Al parecer, Tocqueville se encontr con un pblico poco preparado para apreciar, en su justa medida, la originalidad metodolgica 20 y la clarividente meditacin filosfica sobre la democracia moderna que contiene. A este respecto, cabe sealar que el movimiento de recuperacin de nuestro autor, al que asistimos desde la segunda mitad de este siglo que acaba, se debe, a mi juicio, al reconocimiento del valor profundamente instructivo de esta parte de la obra para la teora de la democracia. En esta direccin, el presente trabajo trata sobre aquellos aspectos normativos que se encuentran en la mencionada obra, con la pretensin de ilustrar los principales supuestos ticofilosficos de su concepto de democracia. El primero que ocupar nuestra atencin se refiere a la cuestin del sujeto democrtico. Las interpretaciones al uso tienden a considerar que el problema fundamental tratado por Tocqueville en La Democracia en Amrica es el de la tensin entre la igualdad y la libertad 21 . Dicho problema suele formularse en trminos ms o
19 Sobre este punto, vase JJ. CHEVALIER, Los grandes textos polticos desde Maquiavelo a nuestros das, Madrid, Aguilar, 1974, p. 230 ss; A. JARDIN, op. cit. p.202 s.; J. P. MAYER, Alexis de Tocqueville. Estudio biogrfico de ciencia poltica, Madrid, Tecnos, 1965, p.56 ss; E. NOLLA, op. cit. Introduccin del editor p. LIX. 20 La aportacin metodolgica de la obra de Tocqueville constituye el objeto del excelente trabajo de J.M. SAUCA La ciencia de la asociacin en Tocqueville (Presupuestos metodolgicos para una teora liberal de la vertebrecin social), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995. A este respecto, cabe sealar que si bien es cierto que pensar la libertad para Tocqueville es, como dice Sauca, una cuestin de mtodo, tambin lo es -aadimos nosotros- un problema ticopoltico. En este sentido, nuestro trabajo trata de ahondar en la dimensin filosfica del pensamiento poltico de Tocqueville aunque para ello, claro est, haya de tener en cuenta sus aspectos metodolgicos. 21 Esta es la lnea interpretativa que, desde que R. Aron la iniciara, domina la mayor parte de los trabajos sobre Tocqueville hasta el punto de haberse convertido ya en un lugar comn. Captulo Primero 23 menos parecidos a ste: cmo puede salvaguardarse la libertad en una sociedad, como la democrtico-moderna, progresivamente dominada por el ideal igualitario? Se trata, ciertamente, de un problema bsico en el pensamiento de nuestro autor. No obstante, hay otro lgicamente anterior y sobre el que, a mi juicio, no se ha llamado suficientemente la atencin. Nos referimos al de la relacin entre la individualidad y la sociabilidad, esto es, lo que podramos denominar, en clave de filosofa prctica, como el problema del sujeto democrtico. En este sentido, entendemos que el principal problema que se plantea Tocqueville a lo largo de La Democracia en Amrica -y especialmente en su segunda parte- es el de la conformacin del hombre por la democracia y de ah su inters en analizar minuciosamente la naturaleza, las consecuencias, los inconvenientes y los posibles remedios a dicha transformacin. No se trata, como se ha dicho muchas veces, de una mera descripcin sociolgica, sino de una respuesta crtica a la forma en la que la democracia afecta a la relacin entre el individuo y el ciudadano 22 . De manera que lo que preocupa esencialmente a nuestro autor son las tendencias individualistas que observa en la sociedad democrtica moderna y los peligros que de ello se derivan, a saber, la degradacin del ser humano en el aislamiento egosta y las nuevas formas de servidumbre que le acompaan. Desde esta ptica, pues, la cuestin central que motiva la reflexin de Tocqueville sobre la democracia podra formularse as: cmo preservar la
22 W. HENNIS In Search of the New Science of Politics en K. MASUGI (edit.) Interpreting Tocquevilles Democracy in America, Maryland, Rowman & Littlefield publishers, 1991, p. 36. Captulo Primero 24 integridad individual del ser humano y recuperar, al mismo tiempo, al ciudadano comprometido con la vida pblica en una democracia moderna? Para responder a dicho interrogante, nuestro autor nos ofrece una autntica radiografa del homo democraticus que, en la forma de una crtica al individualismo, contiene, como veremos a continuacin, los trazos principales de una antroponoma democrtica.
1)EGOSMO E INDIVIDUALISMO
El trmino individualismo no aparece en la primera mitad de La Democracia en Amrica y, sin embargo, ocupa un lugar verdaderamente central en la segunda mitad. Es muy probable que la novedad sea debida, como han indicado algunos intrpretes 23 , al intenso trabajo de elaboracin filosfica y de afinamiento conceptual realizado por Tocqueville en el intervalo que media entre la publicacin de ambas partes. No se trata, empero, de una novedad absoluta, puesto que en la primera parte de la obra nuestro autor muestra ya una sentida preocupacin por las tendencias despticas que puede engendrar el inters egosta cuando se convierte en el principio dominante de las relaciones humanas en la sociedad democrtica. De manera que lo que se califica como egosmo en esta parte de la obra apunta, como ha sealado SCHLEIFER 24 , a dos fenmenos que resultan de la erosin de los lazos sociales tradicionales por el avance del igualitarismo
23 As, por ejemplo, J.C. LAMBERTI, op. cit. p. 217 s., La notion dindividualisme chez Tocqueville, Paris, PUF, 1970, p. 59. 24 J.T. SCHLEIFER, op. cit. pp. 256-268. Captulo Primero 25 democrtico: 1)el aislamiento cada vez mayor de los individuos entre s y la consiguiente impotencia del individuo para intervenir significativamente en la direccin de la vida poltica; y 2)la retirada de la vida pblica y el desplazamiento concomitante del inters de los individuos hacia sus asuntos particulares. Tres captulos de la parte final de la 1 parte de La Democracia en Amrica (1835) pueden servirnos aqu para ilustrar esta cuestin y para mostrar la continuidad que hay - a pesar de las importantes novedades que presenta la 2 parte de dicha obra (1840)- entre los conceptos de egosmo e individualismo en la reflexin tocquevilliana. Del primero de ellos (Cap. VI) destacamos los epgrafes titulados Del espritu pblico en los Estados Unidos y La idea de los derechos en los Estados Unidos 25 . En estos epgrafes Tocqueville nos habla de la tendencia hacia el egosmo estrecho e irracional 26 al que se entregan los individuos cuando se debilita el espritu ciudadano, lo cual ocurre cuando desaparecen por completo o se tornan oscuros a la razn individual los vnculos que unen los intereses particulares con los intereses generales del pas. Al mismo tiempo no deja de observar que los norteamericanos suelen tomar parte activa en el gobierno de la sociedad -ejercitan, de ordinario, los derechos polticos democrticos-, pero no para conseguir un objetivo abstracto, sino porque su prctica les ha convencido de que esa actividad beneficia sus propios intereses. De ah
25 A. DE TOCQUEVILLE, La democracia en Amrica, I, edicin crtica de E. NOLLA, Madrid, Aguilar, 1988, pp. 231-234 y 234-236 respectivamente. 26 Idem que nota anterior, p. 232. Captulo Primero 26 concluye, corrigiendo a Montesquieu, que no es la virtud a la antigua usanza -el sacrificio del inters individual en aras del bien comn- lo que mantiene unida a la repblica democrtica moderna, sino la unin de la idea de los derechos polticos a la del inters personal, es decir, lo que bien pronto llamar la doctrina del inters bien entendido 27 . La transicin -va ilustracin- del egosmo imbcil al inters bien entendido es, pues, una tarea de la mayor importancia a la hora de prevenir esa suerte de despotismo que sumiendo a los individuos en el egosmo, debilita su espritu ciudadano y acaba por convertirlos en meros administrados. En el segundo de ellos (cap. VII), cuyo ttulo es La omnipotencia de la mayora en los Estados Unidos y sus efectos 28 , Tocqueville describe, con notoria preocupacin, la presin tirnica y egosta que los ms ejercen sobre el juicio individual en una sociedad cuya visin de la democracia se halla enteramente dominada por el imperio moral de la mayora 29 . La creencia de que la sabidura y el inters preferible en una sociedad igualitaria se encuentra siempre en la opinin mayoritaria, constrie la independencia del individuo y genera esa especie de conformismo espiritual sobre el que se asienta la coercin psicolgica que, segn nuestro autor, caracteriza al nuevo
27 El trmino inters bien entendido aparece, al igual que su contrario el egosmo imbcil, en uno de los borradores de la Introduccin a la 1 Democracia. Se trata de un esquema en el que se comparan los rasgos principales de tres tipos de sociedad: el que ha sido(aristocrtico- monrquico), el que podra ser(democrtico-republicano) y aquel en el que estamos (el intermedio estado actual). En este sentido, el inters bien entendido corresponde al democrtico-republicano mientras que el egosmo imbcil al estado actual. Es en la 2 Democracia (caps. VIII y IX de la segunda parte) cuando aparece la doctrina del inters bien entendido como uno de los elementos que Tocqueville considera esenciales para corregir las tendencias indeseables del individualismo. 28 A. DE TOCQUEVILLE, op. cit. pp. 241-256. 29 Idem que nota anterior, p. 242. Captulo Primero 27 despotismo 30 . El tercero de ellos (cap. IX) se titula De las causas principales que tienden a mantener la repblica democrtica en los Estados Unidos 31 , y en l Tocqueville expone las razones por las que las costumbres son ms importantes que las leyes y que las causas fsicas para sostener las instituciones democrticas 32 . La idea bsica es que, a medida que los antiguos vnculos desaparecen y el egosmo individual reemplaza a la virtud como principio directriz de la vida social, los individuos se encuentran cada vez ms aislados e impotentes ante las crecientes prerrogativas y la fuerza organizada de los gobiernos, lo cual puede desembocar fcilmente en un nuevo despotismo. El ejemplo americano, arguye Tocqueville, nos ensea que la solucin a este peligro pasa por no dejar a los individuos solos e inermes frente al Estado. Se precisa, para ello, crear nuevos vnculos y hbitos de libertad mediante la educacin cvica, la participacin ciudadana en los asuntos pblicos y la alianza entre el espritu religioso y el espritu de libertad 33 . En definitiva, podemos concluir que el inters individual sin ilustracin, el debilitamiento del espritu
30 Los prncipes -afirma Tocqueville- haban, por as decir, materializado la violencia, las repblicas democrticas la han hecho tan intelectual como la voluntad humana que quieren reducir. Ibidem, p. 250. 31 Ibidem, pp. 270-307. 32 Esta jerarquizacin de causas revela a Tocqueville como un buen discpulo de Montesquieu. Sobre la influencia de Montesquieu en Tocqueville, vase L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, cap. 6, pp. 273-311. 33 Este ltimo elemento es una de las constantes del pensamiento de nuestro autor. En la Introduccin misma a la 1 parte de La Democracia en Amrica (p.15) apunta ya que uno de los principios de la democracia americana es, a diferencia de lo que ocurre en Europa, la combinacin de religin y libertad. En el captulo 2(p.43) nos habla de ello como de un punto de partida sumamente importante para entender la gnesis y el porvenir de la democracia norteamericana. La misma idea se expone en el captulo que comentamos (pp. 279-291). A analizar con detalle este punto nos dedicaremos en la tercera parte de nuestro trabajo. Captulo Primero 28 cvico y la necesidad de prevenir las nuevas formas de despotismo que dichos fenmenos pueden generar, resumen lo que Tocqueville pensaba acerca del egosmo democrtico en la 1 parte de La Democracia en Amrica. No obstante, en la 2 parte de la misma utiliza el vocablo individualismo como algo distinto del egosmo para referirse a esta tendencia y ello no representa solamente un mero cambio terminolgico, sino la introduccin de una serie de novedades que, a mi juicio, enriquecen sobremanera su reflexin. Como es sabido, Tocqueville es uno de los primeros en emplear el trmino individualismo en la literatura poltica de la poca 34 y lo hace de una forma ciertamente original puesto que su interpretacin se distancia tanto de quienes lo refieren como una causa de los males de la era moderna, como de aquellos que lo ensalzan invocando la imagen de la libertad, sobre todo econmica. En efecto, frente a la idea del origen revolucionario del individualismo y sus efectos negativos sobre el orden social -ya sea tradicional (restauracionistas) o futuro (saintsimonianos)-, Tocqueville concibe a aqul como un producto democrtico y no- revolucionario e insiste, a partir de ah, en que no debe confundirse el valor de la autonoma individual con el individualismo. Por otra parte, frente a la afirmacin de los derechos individuales y de las virtudes de la cultura capitalista que defienden los liberales polticos o econmicos, respectivamente, nuestro autor subraya la
34 J. T. SCHLEIFER, op. cit. p. 269; J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocrties, p. 217; A. RENAUT, La era del individuo. Contribucin a una historia de la subjetividad, Barcelona, Destino, 1993, p. 81. Captulo Primero 29 perniciosa tendencia hacia el egosmo y el peligro de degradacin del espritu pblico que el individualismo puede traer consigo. De manera que, segn el diagnstico tocquevilliano, estamos ante una tendencia caracterstica de la sociedad democrtico-moderna que presenta, de entrada, un carcter ambivalente: puede propiciar el egosmo y la indiferencia hacia la vida pblica o puede alentar la defensa del valor del individuo frente al totalismo social, sea ste tradicionalista o colectivista. Se tratar por tanto -piensa nuestro autor- de analizarlo con sumo cuidado y sin dejarse llevar ni por la adhesin acrtica que muestran algunas corrientes liberales ni por el rechazo simplista que se observa en los autores anti-individualistas. La posicin de Tocqueville es, en este sentido, tericamente complicada porque cmo conciliar la denuncia de los males individualistas con la defensa de la libertad individual? y, a rengln seguido, cmo armonizar el desarrollo del espritu de individualidad con el compromiso ciudadano por lo pblico en una sociedad democrtica? En el fondo de la cuestin parecen resonar las influencias intelectuales de las que se nutre su pensamiento: se puede ser, al mismo tiempo, un liberal a lo Montesquieu y un demcrata de corte roussoniano que reclama el sentido cvico de los clsicos para corregir el egosmo individualista?, se trata de un conflicto, vivido por nuestro autor, al modo pascaliano 35 , entre las razones del espritu y
35 Sobre la influencia de PASCAL en el pensamiento de Tocqueville insisten, entre otros, los trabajos de L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, cap. 5, pp. 227-273, P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, cap. 6, pp.81-96 y P. A. LAWLER, The Human Condition: Tocquevilles Debt to Rousseau and Pascal in E. NOLLA (edt) Liberty, Equality, Democracy, New York, New York University Press, 1992, pp.1-21. Captulo Primero 30 las razones del corazn? La respuesta de Tocqueville a este dilema puede ser reconstruida, a mi juicio, estudiando detenidamente lo que nos dice acerca del origen, la naturaleza, las consecuencias y la posible superacin del individualismo. En un clebre captulo de la 2 parte de La Democracia en Amrica que lleva por ttulo El individualismo en los pases democrticos 36 , Tocqueville nos ofrece una definicin del individualismo recurriendo para ello a un anlisis comparativo con el egosmo. En este sentido, nos dice lo siguiente:
El egosmo es un amor apasionado y exagerado hacia uno mismo que lleva al hombre a referir todo a s solo y a preferirse a todo. El individualismo es un sentimiento reflexivo y pacfico que predispone cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse a un lugar alejado con su familia y amigos, de tal manera que tras haberse creado as una pequea sociedad a su modo, abandona gustosamente la grande a s misma 37 .
A pesar de guardar un cierto parecido entre s -ambos suponen repliegue de los individuos sobre s mismos y desinters por lo pblico- se trata, puntualiza Tocqueville, de fenmenos que no deben de ser confundidos ya que ambos difieren en cuanto a su procedencia, naturaleza y consecuencias. En efecto, mientras el origen del egosmo se pierde, por as decirlo, en la noche de los tiempos y se observa, en mayor o menor medida, en todas las sociedades (es un vicio tan antiguo como el mundo y no pertenece ms a una sociedad que a otra), el individualismo surge de la sociedad
36 A. de TOCQUEVILLE, op. cit. t.2 pp. 136-138. 37 Idem p. 137. Captulo Primero 31 democrtica y su incremento est relacionado con el avance de la igualdad (es de origen democrtico y amenaza con desarrollarse a medida que se igualan las condiciones). El egosmo -prosigue Tocqueville- es de naturaleza claramente irracional (nace de un instinto ciego), mientras que el individualismo pertenece, en el fondo, a la esfera de lo racional (procede de un juicio errneo ms que de un sentimiento depravado). El egosmo, finalmente, impide el crecimiento de cualquier virtud (reseca el grmen de todas las virtudes), mientras que el individualismo ataca principalmente el desarrollo de las virtudes pblicas, pero puede, a la larga, acabar con todas las dems para ir a desembocar en el egosmo (no ciega en principio mas que la fuente de las virtudes pblicas, pero a la larga ataca y destruye todas las otras y va finalmente a absorberse en el egosmo) 38 . A mi entender, la principal conclusin que se desprende de esta comparacin es que el individualismo, a diferencia del egosmo, no designa un defecto inscrito en la naturaleza humana, sino una nueva moral surgida de la sociedad democrtico-moderna que, aislando a los individuos y sumergindoles en su vida privada, acaba por degradar su condicin misma de ciudadanos. De esta reflexin deriva - apunta LAMBERTI 39 - el que ser para Tocqueville, como antes para Rousseau, el principal problema que se le plantea a la filosofa poltica moderna: cmo convertir al individuo en ciudadano?. El obstculo ms importante, segn nuestro autor, es el individualismo porque seca las virtudes pblicas y
38 Ibidem p. 137. 39 J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 221. Captulo Primero 32 orienta a los individuos hacia su vida privada. Urge por tanto -razona Tocqueville- analizar en profundidad el origen histrico-social, la estructura y las principales consecuencias de este dficit cvico con el fin de saber cmo puede ser corregido.
2) EL ORIGEN DEL INDIVIDUALISMO
El origen del individualismo moderno es interpretado en la poca de Tocqueville de formas bien diversas, lo cual genera no pocas polmicas y una cierta confusin intelectual. Nuestro autor, seala LAMBERTI 40 , toma como referencia dos versiones principales: una, procedente del medio cultural francs, que insiste en el origen revolucionario del fenmeno y, otra, del mbito anglosajn, que sita su gnesis en la Reforma, en las teoras contractualistas y, sobretodo, en los partidarios del liberalismo econmico. A estas dos visiones opondr Tocqueville su propia teora, elaborada a partir de su experiencia americana, la cual sostiene, como hemos apuntado antes, que el individualismo tiene un origen democrtico y no revolucionario. Para justificar su posicin, nuestro autor nos remite, en primer lugar, a uno de los resortes principales de su pensamiento poltico: la comparacin entre la sociedad aristocrtico-tradicional y la sociedad democrtico-moderna 41 .
40 J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, Paris, PUF, 1970, p. 13, Tocqueville et les deux dmocraties, p.222. 41 J. C. LAMBERTI indica que Tocqueville se sirve de dicha oposicin ms de cien veces a lo largo de toda La Democracia en Amrica. J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 40. Las virtudes metodolgicas (mtodo comparativo y tipos ideales, fundamentalmente) y la modernidad Captulo Primero 33 Se trata -nos dice- de dos modelos de sociedad cuyas caractersticas, tanto espirituales como estructurales, son diametralmente opuestas. De un lado, la jerarqua, la inmovilidad, el privilegio y el espritu feudal; del otro, la igualdad de condiciones, la movilidad social, el rechazo de los privilegios y el sentimiento individualista. Sobre esta base conceptual, Tocqueville nos explica por qu ese sentimiento individualista, realmente extrao en una sociedad aristocrtica, nace del progreso de la igualdad democrtica. A diferencia de la sociedad democrtica antigua -que era, en realidad, una aristocracia ciudadana 42 - y de la sociedad
analtica que muestra el pensamiento de nuestro autor en este punto han sido ilustradas -y elogiadas- en varios estudios. De entre ellos cabe destacar el -ya clsico- de R. ARON, Las etapas del pensamiento sociolgico, t.1 pp. 255-312 y, ms recientemente, los de S.A. HADARI, Theory in practice. Tocquevilles New Science of Politics, Stanford, Stanford University Press, 1989 y J. M. SAUCA op. cit. esp. cap. 3 pp. 115- 377. El papel fundamental de dicha oposicin en la configuracin de su teora poltica ha sido, asimismo, ampliamente destacado. A este respecto, merecen citarse los trabajos de J. J. CHEVALLIER, De la distinction des socits aristocratiques et des socits dmocratiques en tant que fondement de la pense politique dAlexis de Tocqueville, Paris, Revue des travaux de lAcademie des Sciences Morales et politiques, 1956, pp. 116- 136, J. C. LAMBERTI, op. cit. pp.25-57, P. MANENT, op. cit. pp. 29-49, F. FURET, Le systme conceptuel de La Dmocratie en Amrique, Paris, Commentaire, n 12, 1980-81, pp. 605-613, R. POLIN, Tocqueville entre laristocratie et la dmocratie dans VV.AA. Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de LUniversit de Caen, Cahiers de philosophie politique et juridique, n, 19, 1991, pp. 45-67. 42 Buena prueba de esta consideracin son la siguientes palabras de nuestro autor: Los mayores y ms profundos talentos de Roma y Grecia no pudieron nunca llegar a esta idea tan general, pero al mismo tiempo tan simple, de la semejanza de los hombres y del derecho a la libertad que cada uno tiene al nacer y se afanaron en probar que la esclavitud estaba en la naturaleza y siempre habra de existir.(..). Todos los grandes escritores de la Antigedad formaban parte de la aristocracia de los amos, o al menos vean establecida ante sus ojos sin discusin esa aristocracia. La Democracia en Amrica, t.2, p.39. Y tambin estas otras: Lo que se llamaba el pueblo en las repblicas ms democrticas de la Antigedad no se parece apenas a lo que nosotros llamamos pueblo. En Atenas, todos los ciudadanos tomaban parte en los asuntos pblicos, pero no haba ms que veinte mil ciudadanos entre ms de trescientos cincuenta mil habitantes; todos los dems eran esclavos y desempeaban la mayor parte de las funciones que en nuestros das pertenecen al pueblo e incluso a las clases medias. Atenas, con su sufragio universal, no era, por tanto, despus de todo, ms que una repblica aristocrtica donde todos los nobles tenan un derecho igual al gobierno. Idem, p. 94. Sobre este punto, vase el interesante artculo de L. DEZ DEL CORRAL, La desmitificacin de la Antigedad clsica por los pensadores liberales con especial referencia a Tocqueville, Madrid, Cuadernos de la Captulo Primero 34 aristocrtica de la Edad Media, la sociedad democrtico- moderna es una sociedad regida por el principio de igualdad, es decir, por la nivelacin creciente de las condiciones sociales y la consiguiente desaparicin de los vnculos jerrquico-tradicionales. La sociedad aristocrtica contaba, por as decir, con una triple cadena de unin entre los hombres que la democracia se aprestar a romper. La primera, mantena unidas a las generaciones estableciendo una estrecha continuidad familiar entre ascendientes y descendientes.
En los pueblos aristocrticos -escribe Tocqueville- las familias permanecen en la misma situacin y a veces en el mismo lugar durante siglos. Ello hace contemporneas, por as decir, todas las generaciones. Un hombre conoce casi siempre a sus antepasados y los respeta, cree percibir ya a sus descendientes y los quiere. Se impone gustoso deberes hacia unos y otros y le sucede frecuentemente que sacrifica sus goces personales por esos seres que ya no existen o que no existen todava 43 .
La intensa movilidad social que trae consigo el desarrollo de la igualdad democrtica rompe este lazo generacional y cambia la faz del espritu familiar imprimindole una orientacin presentista en donde solamente cuenta la suerte de los ms prximos. En efecto,
en los pueblos democrticos, salen sin cesar nuevas familias de la nada, otras caen en ella continuamente, y todas las que permanecen cambian de aspecto. La trama de los tiempos se rompe a cada instante y las huellas de las generaciones se borran. Se olvida fcilmente a los que os han precedido y no
Fundacin Pastor, 1969, n 16 esp. pp. 65-73 y tambin Tocqueville ante la Antigedad clsica en El pensamiento poltico de Tocqueville, Madrid, Alianza, 1989, cap. 4, pp. 181-222. 43 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica, t.2, p. 137. Captulo Primero 35 se tiene ninguna idea de los que os seguirn. Solo interesan los ms inmediatos 44 .
La segunda cadena de la sociedad aristocrtica una, mediante el esquema feudal de proteccin y servidumbre, a superiores e inferiores remontndose para ello desde el ltimo campesino hasta el rey. Los bienes sociales estaban en manos de una minora privilegiada que tena, por eso mismo, un enorme poder para proyectar su influencia sobre el conjunto de la sociedad. La igualdad democrtica deshace esta cadena, difumina las clases sociales y reduce el poder tradicional de la minora al poner al alcance del mayor nmero la ilustracin y los bienes materiales. Esto trae como consecuencia el que cada quien se vea a s mismo como un individuo aparte, indiferente hacia los dems y, sobretodo, ilusoriamente autosuficiente. As pues,
la aristocracia haba hecho de todos los ciudadanos una larga cadena que se remontaba del aldeano al rey. La democracia rompe la cadena y deja aparte cada eslabn. A medida que se igualan las condiciones, hay un mayor nmero de individuos que, sin ser bastante ricos ni bastante poderosos para ejercer una gran influencia sobre la suerte de sus semejantes, han adquirido o conservado, sin embargo, bastante cultura y bienes para poder bastarse a s mismos. Estos no deben nada a nadie; por as decir, no esperan nada de nadie. Se acostumbran a considerarse siempre aisladamente, se complacen en creer que su destino entero est en sus manos 45 .
La tercera cadena de la sociedad aristocrtica una orgnica y afectivamente a cada uno de sus miembros al estamento al que perteneca, al tiempo que tornaba inconcebible la solidaridad hacia la especie humana considerada como tal. No era al hombre en general y considerado como un semejante a quien uno se
44 Idem, p. 138. 45 Ibidem, p. 138. Captulo Primero 36 crea moralmente obligado a ayudar, sino al vasallo al que se deba proteccin o al seor al que se deba servir. El desarrollo de la igualdad democrtica rompe los estamentos y el espritu de interdependencia feudal, produciendo con ello un efecto paradjico en el lazo social: por una parte, dirige a los individuos hacia su propio yo y los hace sentirse como independientes e indiferentes entre s; por otra parte, los hace sensibles y compasivos ante los sufrimientos y miserias que afectan al gnero humano en general. En este sentido cabe interpretar a nuestro autor cuando afirma que
Los hombres que viven en los siglos aristocrticos estn casi siempre ligados de una manera estrecha a algo que est situado fuera de ellos, y a menudo estn dispuestos a olvidarse de s mismos. Es verdad que en esos mismos siglos la nocin general del semejante es oscura y que apenas se piensa en consagrarse a ella en aras de la causa de la Humanidad, pero con frecuencia uno se sacrifica por determinados hombres. En los siglos democrticos, por el contrario, donde los deberes de cada individuo hacia la especie son mucho ms claros, la devocin hacia un hombre se hace ms rara. El vnculo de los afectos humanos se distiende y afloja 46 .
En definitiva, el individualismo aparece cuando se quiebran los lazos sociales aristocrticos y tradicionales que mantenan orgnicamente unidos a los hombres. El progreso de la democracia destruye las jerarquas, oscurece la memoria intergeneracional, atomiza la sociedad, vuelve a cada uno igual a cualquier otro y dirige a los individuos hacia s mismos amenazando con sumergirles en el simple egosmo o, como
46 Ibidem, p. 138 y s. Captulo Primero 37 dice Tocqueville, con encerrarles finalmente y por completo en la soledad de su propio corazn 47 . Este anlisis tocquevilliano de la gnesis del individualismo presenta, a mi juicio, una cierta originalidad si lo comparamos con las interpretaciones que del mismo nos ofrecen las teoras contractualistas. En efecto, a diferencia de Hobbes y Locke, pero en sintona con Rousseau, Tocqueville sostiene que el individualismo no es algo propio de la naturaleza humana, sino una creacin de la sociedad democrtico-moderna. Se trata, segn nos dice, de una tendencia moral que emerge en un marco definido por la igualacin creciente de las condiciones sociales y cuya caracterstica principal es la de alejar a los individuos de los asuntos pblicos y replegarlos en la esfera privada. En este sentido -concluye Tocqueville- estamos ante un problema que afecta a la condicin del hombre en tanto que ciudadano. En cuanto a Rousseau, Tocqueville discrepa de l al sealar al egosmo como un defecto de la naturaleza del hombre y, si bien concuerda con l en la definicin del mismo como el amor desmesurado que sienten los individuos hacia s mismos, no lo concibe al modo roussoniano como un producto de la desigualdad, sino como el punto final hacia donde nos conduce el desarrollo individualista y mal entendido del igualitarismo democrtico. Pero hay otro punto en donde la originalidad de Tocqueville con respecto al individualismo contractualista resulta ms notoria y, sobretodo, ms importante para la
47 Ibidem, p. 139. Captulo Primero 38 filosofa poltica. El centro de inters de la reflexin tocquevilliana no es el individuo en abstracto y la proteccin jurdico-poltico-estatal de sus derechos individuales, sino el tipo de hombre que engendra la sociedad igualitaria. En efecto, lo que a nuestro autor le preocupa fundamentalmente son los peligros que para el desarrollo genuino de la individualidad representan la atomizacin social, la erosin del espritu comunitario, la desconexin entre las esferas pblica y privada junto con el desplazamiento del inters hacia esta ltima y -en el fondo- la disociacin entre el individuo y el ciudadano que genera el desarrollo del individualismo democrtico. Captulo Primero 39 3)LA EVOLUCIN HISTRICA DEL INDIVIDUALISMO
La reflexin de Tocqueville no se limita, sin embargo, a ilustrar el origen del individualismo mediante la citada contraposicin tipolgica entre la sociedad aristocrtico- tradicional y la sociedad democrtico-moderna. Le interesa, asimismo, analizar la evolucin histrica del fenmeno con lo cual su mtodo comparativo cobra tambin, por as decirlo, una dimensin temporal 48 . Ello le permite afinar su argumentacin y cuestionar la interpretacin comn -ya sea en clave reaccionaria o liberal- que hace del individualismo un producto de la Revolucin francesa y que ve en la Declaracin de los Derechos del Hombre su mxima expresin doctrinal. Tocqueville acusar a los reaccionarios de ver solamente el lado negativo del individualismo democrtico -la separacin entre los individuos y la ruptura de los lazos sociales tradicionales- y a los liberales el ver solamente su lado positivo -la libertad del individuo a la hora de establecer vnculos con los otros individuos-. Sintticamente expresada, la tesis de Tocqueville sobre este punto podra formularse como sigue: el individualismo es de origen democrtico, pero la revolucin intensifica sus efectos. Para ilustrar el desarrollo de la mencionada tesis hay que tener en cuenta, de entrada, dos aspectos
48 Sobre la importancia de esta perspectiva metodolgica en el pensamiento de Tocqueville -y especialmente en su obra inacabada El Antiguo Rgimen y la Revolucin- han insistido, entre otros, los trabajos de J.P. MAYER, A. de Tocqueville. Estudio biogrfico de ciencia poltica, Madrid, Tecnos, 1965, p. 178 s., F. FURET, Pensar la Revolucin francesa, Badalona, Petrel, 1980, p. 180 y J. M. SAUCA que habla a este respecto de anlisis tipolgico dinmico, o. c. pp. 294-352. Todos ellos coinciden en sealar adems -y esto va en la lnea de nuestro estudio- que Tocqueville acompaa su interpretacin histrica de comentarios tico-filosficos. Captulo Primero 40 fundamentales. El primero de ellos tiene que ver con el concepto de democracia que maneja nuestro autor. Para Tocqueville, la democracia designa ante todo una forma de sociedad, caracterizada por la nivelacin de las condiciones, y no un rgimen poltico. El progreso de la igualdad es el hecho generador de la democracia 49 , pero de esta premisa no se deduce automticamente la configuracin de un orden poltico democrtico. De un mismo estado social igualitario, pueden derivarse consecuencias polticas bien diferentes, lo cual significa, segn l, que puede haber democracias que sean libres y otras que deriven hacia el despotismo 50 . En este sentido, pensar la democracia al modo tradicional, esto es, en trminos exclusivamente polticos o, si se prefiere, jurdico- constitucionales, no es suficiente para interpretar el proceso democrtico mismo ni, por tanto, para comprender el papel que el individualismo juega en dicho proceso. Recordemos que el individualismo, tal y como lo define nuestro autor, surge de la sociedad democrtica- de la igualacin de las condiciones- y no del gobierno democrtico. El segundo aspecto se refiere a la comparacin entre la sociedad norteamericana y la francesa en la perspectiva histrica a la que aludamos anteriormente. La sociedad estadounidense -dice Tocqueville- no cuenta con pasado aristocrtico y en ella la igualdad democrtica ha regulado el estado social y generado, armoniosamente y sin sobresaltos revolucionarios, las instituciones polticas propias de una democracia liberal. Por el contrario, en Europa
49 A. de TOCQUEVILLE, La democracia en Amrica I, Introduccin, p.4 50 Idem, cap. 3, p. 55. Todo depende, segn nuestro autor, del lugar que ocupe en ellos la libertad poltica. Sobre este punto, habremos de insistir en la segunda parte de nuestro estudio. Captulo Primero 41 -y concretamente en Francia- el avance social de la igualdad democrtica no se ha producido sin topar con la resistencia de los elementos aristocrtico-feudales y la evolucin poltica hacia la democracia muestra un terrible espectculo compuesto de luchas revolucionarias y golpes de Estado cuyo desenlace final no se acaba de percibir todava con claridad.
La gran ventaja de los americanos -escribe Tocqueville- es haber llegado a la democracia sin haber sufrido revoluciones democrticas y haber nacido iguales en lugar de llegar a serlo 51 .
As pues, lo que se produce en Francia como un movimiento convulsivo, se manifiesta en los Estados Unidos como un conjunto equilibrado y estable de costumbres e instituciones. Es previsible y deseable por tanto - piensa Tocqueville- que Francia encuentre su futuro postrevolucionario en el desarrollo de una democracia liberal, de la que con sus ventajas e inconvenientes la sociedad norteamericana nos ofrece un ejemplo completo. A partir de esta doble premisa, nuestro autor interpreta -en varios captulos de La Democracia en Amrica, pero sobre todo en El Antiguo Rgimen y la Revolucin- la evolucin histrica del individualismo democrtico en Europa tomando como punto de referencia el caso de Francia. El individualismo -sostiene Tocqueville- tiene en Francia un origen democrtico y no-revolucionario porque la sociedad del Antiguo Rgimen muestra ya, con toda claridad, el avance de la igualdad de
51 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p.140.
Captulo Primero 42 condiciones y la progresiva descomposicin de los elementos aristocrticos y las instituciones feudales. En la vieja sociedad aristocrtica, el hombre se defina ante todo por su pertenencia a un estamento social y por su lugar en un orden jerrquicamente estructurado de modo que sus lazos personales eran, al mismo tiempo, lazos polticos. El individualismo propiamente dicho no tena aqu razn de ser porque lo personal, lo social y lo poltico formaban parte de un mismo conjunto. Pero cuando la igualdad se introduce en el universo social y se difuminan los vnculos estamentales, los hombres se vuelven como indiferentes entre s y no se preocupan ms que de sus intereses individuales. Los lazos personales pierden as la cualidad de ser inmediatamente lazos polticos y ello trae consigo esa doble tendencia que caracteriza, segn Tocqueville, al individualismo: el desinters por los problemas polticos y el repliegue de los individuos en la esfera privada. Este hecho -nos dice- abona el terreno para la aparicin de un nuevo gnero de despotismo, interesado sobretodo en que los individuos se mantengan separados y en que no piensen ms que en los beneficios que puede reportarles su dedicacin en exclusiva al cultivo de sus asuntos particulares. Un hilo secreto -advierte Tocqueville- tiende a unir al individualismo y al despotismo. Esta cuestin es fundamental porque la historia, o mejor sera decir la genealoga 52 , del individualismo democrtico en Europa es, a
52 No deja de ser sintomtica la ausencia de reflexin sobre este punto que se observa en los estudios metodolgicos sobre nuestro autor, los cuales se inspiran, en el fondo, en una concepcin de la ciencia social demasiado positivista y por eso mismo poco sensible a las aportaciones metodolgicas -en este caso hermenutico-genealgicas- procedentes del campo filosfico en el que tambin se mueve, justo es recordarlo, el pensamiento de Captulo Primero 43 los ojos de Tocqueville, inseparable de esa otra tendencia hacia el despotismo. Esta idea aparece reflejada en el prlogo mismo de El Antiguo Rgimen y la Revolucin, en donde se nos dice lo siguiente:
Los hombres, al no estar ya vinculados por lazos de casta, de clase, de corporacin, de familia, se sienten demasiado inclinados a no preocuparse ms que de sus intereses particulares, siempre tentados de no pensar sino en s mismos y de encerrarse en un individualismo estrecho que ahoga toda virtud pblica. El despotismo, lejos de luchar contra esta tendencia, la hace mucho ms fuerte, pues quita a los ciudadanos toda pasin comn, toda necesidad mutua, toda exigencia de entenderse, toda ocasin de actuar conjuntamente; los encierra, por decirlo as, en la vida privada. Ellos tendan ya a alejarse unos de otros: el despotismo los aisla. No haba ya excesiva solidaridad entre ellos:el despotismo acenta su indiferencia 53 .
Pero veamos esto con mayor detenimiento al hilo del estudio sobre la Revolucin francesa que Tocqueville nos ofrece en la citada obra. Durante la poca que precede al estallido revolucionario, se operan en la sociedad del Antiguo Rgimen dos procesos que actan paralela e ntimamente relacionados: por una parte, un proceso de igualacin de las condiciones -de democratizacin- en el seno de la sociedad civil y, por otra, un proceso de
Tocqueville. A este respecto, cabe subrayar que el propio Tocqueville declar, en varias ocasiones, que lo que pretenda en esta obra es unir el estudio de los hechos histricos con la reflexin filosfica sobre los mismos. As pues, lo que busca Tocqueville no es solamente explicar, sino tambin comprender el sentido profundo del individualismo. Y de ah que, como buen genealogista, se remonte al origen para buscar la verdad del fenmeno. Debo esta sugerencia a las enseanzas del profesor J. CONILL y a la lectura de su libro El enigma del animal fantstico, Madrid, Tecnos, 1991. 53 A. de TOCQUEVILLE, LAncien Rgime et la Rvolution, O. C. t II, Paris, Gallimard, 1952 (traduccin castellana de Dolores Snchez Aleu, Madrid, Alianza, 1982, por la que, salvo indicacin contraria, citaremos; vol I, p. 50). Captulo Primero 44 centralizacin administrativa y de concentracin de todos los poderes en manos del monarca en el mbito de la sociedad poltica. El primero de dichos procesos, presenta un aspecto econmico y uno ideolgico estrechamente ligados. En lo econmico, nos dice Tocqueville, se produce una nivelacin de las riquezas entre las clases alta y media de la sociedad - empobrecimiento gradual de la nobleza y enriquecimiento progresivo de la burguesa- y un acceso importante del campesinado a la propiedad territorial que le libera de su antigua servidumbre. En lo ideolgico, se registra una uniformizacin de costumbres e ideas entre las clases situadas por encima del pueblo, las cuales se asemejan en cuanto a su formacin cultural y solamente difieren ya por sus privilegios 54 . Un mismo afn por el bienestar material unido al desinters por la libertad poltica define, a partir de ahora, el comportamiento de nobles, clrigos y burgueses. En efecto, el deseo de enriquecimiento, el logro de prebendas en materia de impuestos y la pasin por los empleos y cargos pblicos, ocupan por igual el inters de estas clases sociales, lo cual les aleja del pueblo tanto como provoca el recelo y el odio por parte del mismo. Al egosmo que se observa en las clases superiores se une, en perfecta retroalimentacin, la envidia que sienten las clases populares hacia las prerrogativas y las distinciones arbitrarias que comporta la posesin de determinados privilegios. En un texto ciertamente memorable,
54 Son significativos a este respecto los ttulos de los captulos VIII y IX del libro II: Cmo era Francia el pas en el que los hombres haban llegado a ser ms semejantes entre s y Cmo estos hombres tan semejantes estaban ms separados que nunca en pequeos grupos extraos e indiferentes entre s, respectivamente. Captulo Primero 45 Tocqueville retrata de forma magistral el mecanismo que engendra este sentimiento en el campesinado francs:
Imaginad al campesino francs del siglo dieciocho, o mejor al que conocis, pues es siempre el mismo: ha cambiado su condicin pero no su forma de ser. Consideradle tal como lo pintan los documentos anteriormente citados, tan apasionadamente enamorado de la tierra que consagra todos sus ahorros a comprarla y la compra a cualquier precio. Para adquirirla, tiene que empezar por pagar un derecho, no al gobierno, sino a otros propietarios de la vecindad, tan extraos como l a la administracin de los asuntos pblicos, y casi tan impotentes. La posee al fin, y entierra en ella su corazn con su simiente. Aqul pequeo rincn de tierra que le pertenece en propiedad en medio del vasto universo le llena de orgullo y de independencia. Sin embargo, vienen los mismos vecinos a arrancarle de su campo y a obligarle a trabajar en otra parte y sin salario. Quiere defender sus cultivos contra los estragos de la caza reservada a sus seores, y se lo impiden. Esos mismos seores le esperan al otro lado del ro para exigirle un derecho de peaje. Los encuentra nuevamente en el mercado donde le venden el derecho a vender sus propios productos, y cuando de vuelta al hogar quiere emplear para su uso el resto del trigo - de aqul trigo que ha crecido ante sus ojos y gracias al trabajo de sus manos- no puede hacerlo sino despus de haberlo mandado a moler en el molino y a cocer en el horno de esos mismos hombres.() Haga lo que haga, por todas partes encuentra a esos vecinos incmodos que perturban su alegra, dificultan su trabajo, comen sus productos, y cuando se ve libre de ellos, se presentan otros, vestidos de negro que se llevan lo ms granado de su cosecha. Imaginaos la condicin, las necesidades, el carcter, las pasiones de este hombre, y calculad, si es posible, todo el odio y la envidia que se habrn acumulado en su corazn 55 .
A la mencionada divisin y enemistad entre las clases, se aade tambin la introducida entre las distintas corporaciones y gremios profesionales, lo cual segmenta y atomiza todava
55 Idem, p. 76. Captulo Primero 46 ms el tejido social hasta el punto de convertirlo, afirma nuestro autor,
en uno de esos cuerpos simples en los que la qumica moderna descubre nuevas partculas separables a medida que los examina ms de cerca 56 .
El resultado de todo ello no es otro que el abandono del espacio pblico, el aislamiento y la privatizacin individualista de las clases sociales o, como dice Tocqueville,
una especie de individualismo colectivo que preparaba los espritus para el verdadero individualismo que nosotros conocemos 57 .
Sobre esta falta de inters por los asuntos polticos comunes, la lucha de clases que habra de funcionar como resorte de la Revolucin estaba verdaderamente servida. El segundo de los procesos mencionados se refiere tambin a este crimen del Antiguo Rgimen 58 que es, segn nuestro autor, la divisin de las clases, pero visto desde el ngulo de la decadencia de la libertad poltica producida por la centralizacin administrativa y la concentracin monrquica del poder. En efecto, a lo largo del Antiguo Rgimen los sucesivos reyes han ido desposeyendo -metdicamente y sin apenas resistencia- de todo poder poltico a la nobleza 59 y
56 Ibidem, p. 122. 57 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin, vol I, p. 124.
58 Idem que nota anterior, p.131. 59 Esto se comprende, segn Tocqueville, porque la nobleza francesa se haba convertido, a diferencia de la inglesa, en una casta, celosa solamente de los privilegios e indiferente a sus responsabilidades en materia poltica. Captulo Primero 47 ponindolo en manos de un cuerpo de funcionarios y burcratas (consejeros, interventores, delegados, etc) dependientes del poder central. A la prdida de funcin poltica del elemento aristocrtico, se aade tambin -subraya Tocqueville- la de la autonoma y los rasgos de libertad democrtica de que gozaban las provincias y las corporaciones locales, las cuales pasan a ser dirigidas y controladas mediante una reglamentacin administrativa cada vez ms uniforme, minuciosa y tentacular por intendentes al servicio de la monarqua. A medida que se consuma la destruccin de los cuerpos intermedios, los individuos se encuentran cada vez ms aislados, impotentes y dependientes del poder estatal para resolver los asuntos comunes. En definitiva,
Bajo el Antiguo Rgimen -escribe nuestro autor- no haba ciudad, burgo, villorrio ni aldea en Francia, hospital, fbrica, parroquia ni colegio, que pudiera hacer su voluntad en sus asuntos particulares, ni administrar sus propios bienes a su gusto. Entonces, igual que hoy, la administracin central tena, pues, a todos los franceses bajo tutela, y si esta palabra insolente no se haba pronunciado an, exista por lo menos ya el objeto 60 .
Este proceso trae como consecuencia una creciente uniformidad ideolgica y, a la vez, una incomunicacin cada vez mayor entre los distintos segmentos sociales, pues la ausencia de libertad poltica provoca la indiferencia de los hombres hacia los asuntos comunes y les hace perder, a la larga, el sentido del autogobierno. Lo malo de esto -advierte Tocqueville- es que acaba justificando la presencia de un amo con poderes absolutos para resolver la situacin. Y hay que tener en
60 Ibdem, p. 91. Captulo Primero 48 cuenta que, lejos de acabar con esta tendencia, la Gran Revolucin no hizo sino consolidarla todava ms. En efecto, concluye nuestro autor,
el Antiguo Rgimen haba contenido un conjunto de instituciones de fecha reciente que, por no ser incompatibles con la igualdad, podan incorporarse a la sociedad nueva y que, por tanto, ofrecan facilidades singulares al despotismo. Se las busc entre las ruinas de las dems y se las encontr. Esas instituciones haban hecho nacer hbitos, pasiones e ideas que tendan a mantener al pueblo dividido y sumiso; as pues, se las reaviv y utiliz. De este modo se volvi a tomar de nuevo la centralizacin de entre sus ruinas y se la restaur; y como quiera que al propio tiempo que se levantaba se destrua todo lo que antes poda limitarla, de repente se vio surgir un poder de las entraas mismas de una nacin que acababa de derribar la monarqua, un poder ms extenso, ms amplio y absoluto que el ejercido por los reyes.() Cay el dominador, pero qued en pie lo ms sustancial de su obra, muerto su gobierno, su administracin continu viviendo, y, cada vez que luego se ha querido abatir el poder absoluto, todo lo que se ha hecho ha sido poner la cabeza de la Libertad sobre un cuerpo servil 61 .
La relacin entre individualismo y despotismo se muestra aqu, tanto como en La Democracia en Amrica, como una de las preocupaciones centrales de la filosofa poltica de nuestro autor 62 . El individualismo, pues, no ha surgido de la Revolucin, sino que se ha desarrollado bajo el Antiguo Rgimen. Desde esta ptica, seala LAMBERTI 63 , Tocqueville cuestiona la interpretacin de los doctrinarios -Royerd-Collard y Guizot,
61 Ibdem, p. 206-207.
62 Sobre esta cuestin habremos de volver para tratarla ampliamente en la segunda parte de nuestro estudio. 63 J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p.223 y ss. Captulo Primero 49 principalmente- sobre este punto. El primero de ellos, ilustre doctrinario y maestro de Tocqueville, atribua al avance poltico de la democracia durante la Revolucin la descomposicin de la vieja sociedad y el surgimiento tanto del individualismo como de la centralizacin del poder. Tocqueville insiste, por el contrario, en que el individualismo es un producto social y no poltico y, en este sentido, no nace del gobierno democrtico, sino de la sociedad democrtica, es decir, de una sociedad dirigida, cada vez ms, por la igualacin de las condiciones. En El Antiguo Rgimen y la Revolucin, nuestro autor muestra, segn hemos visto, como la sociedad francesa se ha ido democratizando progresivamente desde el s.XIV y tambin como la centralizacin, lejos de ser un producto de la Revolucin, se ha gestado durante la monarqua. En definitiva, el individualismo no es, para Tocqueville, un efecto de la Revolucin francesa, sino una de sus causas principales ya que prepar el terreno para que la lucha de clases propiamente dicha se produjera. En efecto,
cuando las distintas clases que dividan a la antigua sociedad francesa entraron en contacto, despus de haber estado separadas tanto tiempo por tantas barreras, este primer contacto se realiz desde el principio por sus puntos ms dolorosos, no sirviendo sino para que se destrozaran mutuamente. An hoy subsisten sus celos y les sobreviven sus odios 64 .
En cuanto a Guizot, cuya influencia en la formacin histrica de nuestro autor es innegable, Tocqueville coincide con l al sealar el protagonismo creciente de las clases medias en una
64 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin, p. 132. Captulo Primero 50 sociedad democrtica, pero discrepa totalmente de l a la hora de valorar su papel poltico. En efecto, mientras que Guizot piensa que el avance de la clase media comporta el acceso al poder de la razn poltica, Tocqueville afirma que es el individualismo el que triunfa con ello, es decir, precisamente lo contrario de la razn poltica. Y es que la clase media es, segn Tocqueville, el lugar en donde se desarrolla con mayor facilidad el espritu individualista y los males que trae consigo, esto es, el alejamiento de los asuntos pblicos y la orientacin exclusiva del inters hacia el bienestar privado. En un prrafo de sus Recuerdos de la Revolucin de 1848, describe Tocqueville, con envidiable precisin, esta propensin espiritual hacia el individualismo que caracteriza a la clase media y que influye poderosamente en la forma de entender -y practicar- la poltica. Dice as:
El espritu propio de la clase media se convirti en el espritu general de la administracin, y domin la poltica exterior, tanto como los asuntos internos: era un espritu activo, industrioso, muchas veces deshonesto, generalmente ordenado, temerario, a veces, por vanidad y por egosmo, tmido por temperamento, moderado en todo, excepto en el gusto por el bienestar, y mediocre; (). Duea de todo, como no lo haba sido ni lo ser acaso jams ninguna aristocracia, la clase media, a la que es preciso llamar la clase gubernamental, tras haberse acantonado en su poder, e, inmediatamente despus, en su egosmo, adquiri un aire de industria privada, en la que cada uno de sus miembros no pensaba ya en los asuntos pblicos, si no era para canalizarlos en beneficio de sus asuntos privados, olvidando fcilmente en su pequeo bienestar a las gentes del pueblo 65 .
65 A. de TOCQUEVILLE, Souvenirs, O.C. t 12, Paris, Gallimard, 1964; traduccin castellana de Marcial Surez con prlogo de Ramn Ramos, Madrid, Trotta, 1994, p. 29, por la que citamos. Captulo Primero 51 La influencia de este espritu pequeoburgus es lo que hace triunfar la creencia errnea que, segn nuestro autor, se encuentra a la base del individualismo: la consideracin de la vida privada como un universo aislado e independiente de la vida poltica. En efecto, el individualista concibe al hombre separado del ciudadano y se equivoca profundamente al suponer que las relaciones interpersonales y los bienes que procura la esfera privada son naturalmente ajenos a las relaciones polticas, cuando lo cierto es, nos dice Tocqueville, que dicha escisin es una construccin ideolgica que sirve a intereses polticos claramente despticos y cuya estrategia favorita consiste en ofrecer bienestar privado a cambio de servidumbre poltica. Este argumento apunta la existencia de una correlacin inversa entre el individualismo y la libertad poltica: el individualismo es tanto ms fuerte cuando la participacin ciudadana en la gestin de lo pblico -la libertad poltica- es ms dbil, y viceversa. La importancia atribuida por nuestro autor a la libertad poltica como antdoto del individualismo -y de su conexin con el despotismo- se muestra asimismo en su crtica a la combinacin de liberalismo econmico y de autoritarismo estatal que profesaban los fisicratas (QUESNAY, LETRONNE, etc) y que tanta influencia habra de tener en el desarrollo de la Revolucin. La exaltacin de la libertad econmica unida a la desvalorizacin de la libertad poltica conduca, segn Tocqueville, a la degradacin del espritu pblico y preparaba el terreno para el despotismo del Estado. Refirindose a ellos, escribe lo siguiente: Captulo Primero 52
Es cierto que se muestran favorables al libre cambio de productos, al laissez faire o al laissez passer en el comercio y en la industria; pero respecto a las libertades polticas propiamente dichas, ni siquiera pensaban en ellas, e incluso, cuando tal idea les asaltaba por casualidad,la desechaban inmediatamente. Casi todos se manifiestan enemigos de las asambleas deliberantes, de los poderes locales y secundarios, y en general de todos esos contrapesos establecidos en distintas pocas en todos los pueblos libres para equilibrar la accin del poder central. 66
A pesar de todo, sera errneo creer -observa Tocqueville- que la libertad haba desaparecido por completo en la sociedad del Antiguo Rgimen y que reinaba en ella nada ms que el servilismo y la dependencia 67 . Por importantes que fueran los fenmenos anteriormente sealados -la divisin e incomunicacin entre las clases, el individualismo colectivo, la centralizacin administrativa, etc- subsista todava, en formas diversas, un espritu general de resistencia que pona al descubierto los lmites del absolutismo monrquico. En efecto, la nobleza an no haba perdido totalmente esa especie de orgullo aristocrtico que tan contrario resulta de la servidumbre como de la regla. El clero, a pesar de su connivencia oficial con el poder establecido, intervena bastante y en los ms variados asuntos en favor de la ciudadana ms desfavorecida. El cuerpo administrativo incurra frecuentemente en defectos de gestin que aminoraban
66 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin, p. 171. 67 A mostrar que no es as se dedica en el captulo XI del libro II de la obra que venimos comentando y que lleva por ttulo De la especie de libertad que exista bajo el Antiguo Rgimen y de su influencia sobre la Revolucin. La maestra de Tocqueville en el arte de pensar los contrastes se revela aqu -dice C. LEFORT- con especial intensidad. C. LEFORT, Tocqueville: dmocratie et art dcrire dans crire lpreuve du politique, Paris, Calmann-Lvy, 1992, p. 87 ss. Captulo Primero 53 la omnipotencia del poder central y obstaculizaban, en buena medida, los abusos de autoridad. Los magistrados conservaban a travs del lenguaje y los usos judiciales una cierta independencia frente a la arbitrareidad y el despotismo. La burguesa mostraba en sus vicios corporativos su disconformidad ante el intervencionismo gubernamental y, sobretodo, an no se haba entregado del todo a esa especie de obsesin sensualista por el bienestar material que prepara a los espritus para la moderna servidumbre. El deseo de ilustrarse poda en ella tanto o ms que el afn de enriquecerse. El rey mismo se presentaba a los ojos de la nacin ms como un jefe, e incluso como un padre, que como un seor. Solamente el pueblo llano no encontraba, de ordinario, otro medio de defenderse ante la opresin que la revuelta y la protesta violenta. El Antiguo Rgimen -concluye Tocqueville- no fue un perodo de absolutismo indiscutido y de servilismo degradante. Lo que s haba desaparecido prcticamente era la libertad poltica, la libertad-participacin, pero el gusto por la libertad, entendida como espritu de independencia, no haba sucumbido e incluso se mostraba, en ocasiones, de manera profundamente heroica. Ahora bien, este tipo limitado e irregular de libertad encerraba -apostilla Tocqueville- una paradoja de hondas consecuencias polticas: alentaba a la sociedad francesa para acabar con el despotismo pero, al mismo tiempo, la haca incapaz de sustituirlo por una democracia liberal 68 .
68 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin, p. 141. Captulo Primero 54 Este espritu de libertad-independencia late, sin embargo, detrs del ideal de la Constituyente que dirigi la Revolucin antes de su degeneracin desptica y se manifiesta, con toda claridad, en la Declaracin de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Para Tocqueville dicha declaracin no es, como piensan muchos, la expresin doctrinal ms acabada del individualismo, sino que representa precisamente lo contrario de lo que nuestro autor entiende por tal: a saber, el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano como valor supremo y el rechazo de la indiferencia cvica, la apata poltica y el inters particularista o egosta. Nuestro autor insiste, en este sentido, en que no debe confundirse el valor de la individualidad con el individualismo y esto se aprecia claramente al confrontar su posicin sobre este tema con la del pensamiento conservador y tradicionalista representado, entre otros, por J. DE MAISTRE y L. BONALD. A diferencia de estos, Tocqueville no cuestiona los males que genera el individualismo invocando el antiguo orden social orgnico a punto de ser destrudo por la Revolucin, sino que lo hace en nombre de la autonoma del individuo amenazada por el avance social del igualitarismo democrtico. En efecto, cuando la sociedad evoluciona, sin correctivo alguno, hacia la nivelacin de las condiciones, los individuos tienden a aislarse de sus semejantes y, a la vez, a confundirse con ellos formando una especie de masa social uniforme que induce tanto al conformismo ideolgico como al descompromiso cvico- poltico. Lo que hay que temer, pues, del individualismo democrtico -viene a decirnos Tocqueville- no es, segn creen Captulo Primero 55 los contrarrevolucionarios, el libertinaje y la anarqua, sino la servidumbre voluntaria y el despotismo popular. Nuestro autor discrepa asimismo de la interpretacin contrarrevolucionaria que sita el surgimiento del individualismo en la Revolucin francesa y lo seala como uno de los factores causantes de la quiebra del Antiguo Rgimen. Para Tocqueville, como hemos visto, el individualismo tiene un origen democrtico y no-revolucionario, es decir, que su gestacin se remonta a los albores de la poca moderna y su desarrollo se debe a la descomposicin de la sociedad tradicional a causa del nivelamiento igualitario. Tocqueville critica tambin la idea de estos autores segn la cual el bien del individuo se halla en su conformidad con el orden social definido por la tradicin. La libertad entendida como autonoma del individuo y no la tradicin, piensa Tocqueville, es el fermento de la perfectibilidad tanto individual como social y, desde esta perspectiva, el fin de la organizacin social moderna -de la democracia moderna- hay que buscarlo ms bien en la justa garanta de los derechos y en el logro del mayor grado de excelencia humana posible de todos y cada uno de los individuos que la conforman. La crtica tocquevilliana del individualismo democrtico no procede, pues, en clave tradicionalista, sino liberal y su inspiracin de fondo no es socioltrica, sino humanista. Una buena sntesis de esta idea puede leerse, a mi juicio, en uno de los borradores de la pginas finales de la segunda Democracia:
Ellos se limitan a querer que la sociedad sea grande, yo a que lo sea el hombre. Ellos se interesan Captulo Primero 56 en un ser ideal e incorpreo, yo en la criatura de Dios, en mi semejante.() no est toda la grandeza del hombre en el individuo y no en la grandeza de la sociedad, que es un ser ideal producto de la mente del hombre?. La sociedad est hecha para el individuo y no el individuo para la sociedad. Por qu extrao vuelco de las cosas se llega a sacrificar al individuo con vistas a favorecer a la sociedad y qu singular indiferencia de s mismo impulsa a ste ltimo a consentir en semejante tentativa? 69 .
El acercamiento de Tocqueville al liberalismo en su crtica a la posicin holista de los restauracionistas no debe llevarnos, sin embargo, al error de pensar que suscribe, sin ms, la antropologa individualista que se encuentra a la base de la mayora de las teoras liberales. Cierto es que, al igual que los liberales, parte del supuesto de que las sociedades estn hechas para los individuos y no al revs pero, a diferencia de ellos, no aprueba el individualismo porque piensa que el culto al individuo puede acabar destruyendo al ciudadano. El individualismo aleja a los individuos de la participacin en los asuntos pblicos y los recluye en su vida privada, lo cual corrompe el civismo y desemboca, en el peor de los casos, en el puro egosmo. Tocqueville se declara liberal, s, pero de una nueva especie 70 (es decir, no-individualista); y esta diferencia se aprecia, ms claramente todava, en la discrepancia que mantiene sobre este punto con respecto a la corriente del liberalismo, quizs ms influyente en la Francia de la poca, representada por B. CONSTANT y sus seguidores.
69 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, edicin crtica de E. NOLLA, p. 386. 70 Carta de Tocqueville a su amigo E. STOFFELS de 24-6-1836, citada por J.P. MAYER en A. de Tocqueville. Estudio biogrfico de ciencia poltica, Madrid, Tecnos 1965, p.57. Captulo Primero 57 Aunque Tocqueville no cita expresamente a Constant en ninguno de sus escritos 71 , parece claro por el tono de su crtica que conoca a fondo y no comparta la interpretacin en exceso optimista de ste en favor del individualismo liberal. Es verdad que ambos tratan con sus respectivas teoras de legitimar el componente liberal de la Revolucin deslindndolo de los excesos totalitarios del Terror y del Imperio. Pero, mientras que Constant ve en el individualismo una conquista de la revolucin democrtico-moderna, Tocqueville piensa que el individualismo es un mal tpicamente democrtico que hay que corregir y que se ha visto agravado en los sucesivos episodios revolucionarios 72 . En estrecha relacin con esto, Constant atribuye el avance del individualismo a la emergencia y predicamento de una nueva concepcin de la libertad -la libertad de los Modernos-, la cual se caracteriza, bsicamente, por la afirmacin del individuo frente al todo social, la proteccin legal de sus derechos civiles y sobretodo el disfrute apacible de su independencia privada 73 . El individualismo no sera, en esta perspectiva, sino el opuesto exacto de la libertad de los Antiguos, esto es, del ideal activo de participacin poltica directa que tuvo su expresin en la polis griega y que algunos -dice Constant- han pretendido resucitar peligrosamente recurriendo
71 Sobre este punto, vase J.C. LAMBERTI, De Benjamin Constant Alexis de Tocqueville, Revue France-Forum, Paris, n 203-204, Avril-Mai, 1983, pp.19-26. 72 As lo indica nuestro autor en un breve captulo de la segunda Democracia titulado Cmo es mayor el individualismo al salir de una revolucin democrtica que en otras pocas y cuyas ideas ms importantes trataremos un poco ms adelante. A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, cap. III, 2 parte, pp. 139-140. 73 B. CONSTANT, De la libertad de los Antiguos comparada con la de los Modernos en Escritos polticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989, p. 282. Captulo Primero 58 a una supuesta e inexistente Voluntad General, como es el caso de los revolucionarios seguidores de las doctrinas de ROUSSEAU. Segn Constant, estos dos modelos de libertad pertenecen a dos perodos histricos totalmente distintos y, por tanto, el intento de aplicar sin ms el modelo de libertad de los Antiguos a la poca moderna puede traer consigo nuevas formas de despotismo, como as ocurri de hecho con el rgimen del Terror surgido durante la Revolucin. El crecimiento urbano-demogrfico, la extensin de la ilustracin y el desarrollo comercial e industrial modernos han introducido cambios decisivos en la mentalidad del hombre, en su entendimiento de la libertad y en la forma de organizacin social y poltica. La poca moderna, piensa Constant, no es ya la era de las comunidades, sino ms bien la era de los individuos y, en este nuevo contexto, se hace necesaria la implantacin del gobierno representativo en los modernos Estados. Consecuentemente, el ejercicio directo y colectivo de la soberana -la libertad de los Antiguos- ha de ser sustitudo por la delegacin del poder en los gobernantes y su control por parte de los gobernados. Se trata, con ello, de asegurar las libertades civiles y de garantizar a los individuos una vida privada libre de intromisiones por parte del cuerpo poltico. El individualismo define as la moral caracterstica de una sociedad moderna compuesta de individuos atomizados cuyo inters primordial se cifra en el bienestar material, la independencia personal y el logro de una felicidad particular en el abrigo de la propia esfera privada. Este individualismo no carece, sin embargo, de ciertos Captulo Primero 59 peligros, ya que el descuido de la participacin en los asuntos polticos, motivado por el cultivo en exclusiva de la privacidad, puede traernos -advierte Constant-, nuevas y ms sutiles formas de despotismo. En efecto, la apata poltica supone dejar en exceso las manos libres a un poder gobernante siempre predispuesto a extenderse ms all de sus lmites y a dominar a su antojo todos los mbitos, includo el de la propia felicidad privada de los individuos. Por consiguiente, arguye Constant, es indispensable no renunciar a ninguna de las dos clases de libertad y aprender a combinar la una con la otra 74 , es decir, la libertad-independencia con la libertad- participacin. Sin negar por completo el valor de tales ideas, la crtica de Tocqueville al individualismo liberal de Constant puede, a mi juicio, ser reconstruida sobre la base de tres puntos fundamentales. El primero de los errores de Constant consistira, segn Tocqueville, en identificar de manera reduccionista los mbitos de la sociedad civil y de la sociedad poltica con las esferas de lo privado y lo pblico, respectivamente. El mbito de la sociedad civil es ms amplio que lo propiamente privado y tiene una dimensin pblica que no puede soslayarse. Del mismo modo, y siguiendo la misma lgica, tampoco cabe reducir la sustancialidad de la esfera pblica a los procesos de la representacin poltica y de las
74 B. CONSTANT, o. c. p. 285. Esta segunda parte de la argumentacin de Constant suele, lamentablemente, ser omitida por muchos de sus comentaristas, los cuales interpretan a este autor como representante a ultranza de la libertad-independencia o libertad negativa como tambin se le denomina. Es el caso, por ejemplo, de I. BERLIN en su estudio -ya clsico- Dos conceptos de libertad en Libertad y necesidad en la historia, Madrid, Revista de Occidente, 1974, pp. 133-182. Captulo Primero 60 garantas jurdico-constitucionales. A mayor abundamiento, la visin de Constant sobre este punto incurre en el error de pensar que la sociedad civil se desarrolla con independencia de la sociedad poltica y que la relacin que cabe establecer entre ambas es meramente estratgica y dirigida solamente a la proteccin de las virtudes que proporciona el cultivo de la privacidad. El resultado de la argumentacin de Constant, viene a decirnos Tocqueville, no es otro que la escisin, un tanto esquizofrnica, entre el individuo y el ciudadano as como la creencia ilusoria de que la realizacin individual se encuentra propiamente en el refugio de la vida privada. En efecto, seducidos por los encantos que ofrece el bienestar privado, los individuos -concluye Tocqueville- se acostumbran a considerarse siempre aisladamente y se complacen en creer que su destino entero est en sus manos 75 . El segundo de los errores de Constant se halla, segn nuestro autor, en su interpretacin instrumental de la libertad poltica, esto es, el concebirla solamente como un medio para garantizar las libertades asociadas a la esfera privada. Tocqueville escribe a este respecto en El Antiguo Rgimen y la Revolucin que quien busca en la libertad poltica otra cosa que ella misma, est hecho para servir 76 . La libertad poltica es, por tanto, un bien en s mismo en cuanto que es fuente de autorrealizacin y emancipacin para los sujetos que la practican. En este sentido, el ejercicio de la misma no puede limitarse, como piensa Constant, al control del poder gobernante, sino que desempea un papel fundamental
75 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 138. 76 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin, p.177. Captulo Primero 61 en la construccin participativa de un inters comn del que resulta tambin un perfeccionamiento de las virtudes privadas. No es, pues, al reposo en la vida privada hacia donde apunta la nocin tocquevilliana de libertad, sino a la participacin en lo pblico. Esta idea, digna de Rousseau y de los Antiguos, se encuentra, como bien dice LAMBERTI 77 , en el corazn mismo del pensamiento poltico de Tocqueville. La tercera de las crticas, finalmente, se refiere a la concepcin misma del hombre que subyace al individualismo de Constant, la cual deriva, segn nuestro autor, de la primaca concedida a la libertad-independencia sobre la libertad- participacin. En el fondo, viene a decir Tocqueville, la antropologa de Constant apunta hacia la afirmacin egosta del Yo como valor imprescriptible y desligado del Nosotros. Se obvia con ello el rol fundamental de los vnculos sociales y comunitarios -de lo intersubjetivo- en la constitucin y realizacin misma del individuo, o como dice Tocqueville en una bella frmula,
los sentimientos y las ideas se estancan, el corazn no se engrandece y el espritu humano no se desarrolla ms que por la accin recproca de unos hombres sobre otros 78 .
Lejos, pues, de representar una conquista revolucionaria, como sostiene Constant, el individualismo aparece, en el diagnstico tocquevilliano, como una gran amenaza para el porvenir de la democracia moderna. Lo que teme Tocqueville son
77 J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, p. 13. De la reflexin pormenorizada sobre la idea Tocquevilliana de la libertad nos ocuparemos en la segunda parte de nuestro trabajo. 78 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 149. Captulo Primero 62 los efectos de un individualismo excesivo que corrompe el civismo y termina por confundirse con el egosmo, lo cual divide a los individuos, les aparta de la participacin en lo pblico y crea el caldo de cultivo idneo para la aparicin y consolidacin del despotismo. En efecto,
El despotismo, que es tmido por naturaleza, ve en el aislamiento de los hombres la garanta ms segura de su propia duracin y, de ordinario, pone todos sus cuidados en aislarlos. No hay vicio del corazn que le agrade tanto como el egosmo. Un dspota perdona fcilmente a los gobernados que no le quieran con tal de que no se quieran entre ellos. No les pide que le ayuden a conducir el Estado, le basta con que no pretendan dirigirlo ellos mismos. Llama espritus turbulentos e inquietos a los que pretenden unir sus esfuerzos para crear la prosperidad comn y, cambiando el sentido de las palabras, llama buenos ciudadadnos a los que se encierran estrictamente en s mismos 79 .
El mal es, no obstante, curable y, en este sentido, la tarea de la filosofa poltica ha de consistir en ofrecer remedios justos y viables para conseguirlo. Se tratar, con ello, de que el individuo aprenda de nuevo que l es ciudadano y que, por tanto, su inters particular no est desvinculado sino que depende de su participacin junto a los otros individuos en la construccin de un inters pblico verdaderamente democrtico. Este individualismo -prosigue Tocqueville- es especialmente notorio e intenso cuando una sociedad acaba de salir de una revolucin democrtica y en esto s tiene Constant toda la razn. A partir de aqu, podemos finalizar la reflexin tocquevilliana sobre la evolucin histrica del individualismo ocupndonos, sucesivamente, de lo que dice del mismo en la
79 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 141. Captulo Primero 63 conclusin del proceso revolucionario y en la sociedad postrevolucionaria. El individualismo es de origen democrtico, pero es al final del proceso revolucionario que acaba por instaurar la democracia cuando se muestran con mayor claridad su fisionoma y sus consecuencias. En efecto,
es sobre todo en el momento en que una sociedad democrtica acaba de formarse sobre las ruinas de una aristocracia cuando llaman ms fcilmente la atencin ese aislamiento de unos hombres de los otros y el egosmo que es su consecuencia. Esas sociedades no solamente encierran un gran nmero de ciudadanos independientes, sino que estn diariamente llenas de hombres que, llegados ayer a la independencia, estn embriagados de su nuevo poder. Conciben una presuntuosa confianza en sus fuerzas y, sin imaginar que puedan tener necesidad en lo sucesivo de requerir la ayuda de sus semejantes, no tienen dificultad en mostrar que no piensan ms que en s mismos 80 .
En el perodo de transicin entre los tipos sociales puros de la aristocracia y de la democracia, el individualismo aparece como un efecto de la corrupcin de los vnculos comunitarios presentes en la vieja sociedad aristocrtica, pero tambin, seala LAMBERTI, como una enfermedad infantil de la democracia 81 . El desarrollo pacfico y la madurez de la democracia no conlleva, sin embargo, la total superacin de la enfermedad, tal y como muestra nuestro autor en su estudio de la sociedad norteamericana, la cual es vista como ejemplo de sociedad postrevolucionaria y futuro de Europa. El anlisis del individualismo que Tocqueville lleva a cabo en La Democracia en Amrica revela, pues, que los signos de este mal
80 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 139. 81 J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, p. 58. Captulo Primero 64 son en todo caso los mismos o parecidos 82 . Lo que ocurre es que, a diferencia de los franceses, los norteamericanos han desarrollado tambin algunos remedios eficaces para prevenir y combatir los excesos del individualismo. Ello significa - podramos inferir- que el individualismo no es solamente un sarampin de la democracia que se cura, de forma natural, con el simple paso del tiempo; sino que es, fundamentalmente, una tendencia perniciosa inscrita en la estructura misma de la sociedad democrtica, y que hay que vigilar y corregir continuamente con los recursos de los que dispone la propia democracia. En esto y no en otra cosa consiste, apunta ZETTERBAUM, el autntico problema de la democracia 83 . Urge por tanto, y a ello dedicaremos el siguiente apartado, analizar de la mano de nuestro autor la estructura profunda del individualismo democrtico y sus principales consecuencias desde una perspectiva sistemtica con el fin de saber cmo es y cmo puede ser corregido.
4) LA ESTRUCTURA DEL INDIVIDUALISMO Y SUS CONSECUENCIAS
En la primera mitad de La Democracia en Amrica, Tocqueville describe fundamentalmente el modo en que la democracia, cuyo principio motor es la igualdad de las condiciones sociales, configura el entramado de las instituciones polticas norteamericanas. Dicha parte, publicada en 1835, fue inmediatamente saludada como una
82 A este respecto, hay que sealar que el individualismo de la sociedad norteamericana es, para l, de origen democrtico y no de origen puritano. 83 M. ZETTERBAUM, Tocqueville and the problem of Democracy, Stanford, Stanford University Press, 1967. Captulo Primero 65 autntica obra maestra por los lderes intelectuales ms prestigiosos de la poca, tanto en Francia (Royerd-Collard, Lamartine, Saint-Beuve, Guizot, etc) como fuera de ella (J. Stuart Mill, J. Quincy Adams, etc). No satisfecho, sin embargo, con ello y convencido de que la democracia es algo ms que un conjunto de instituciones polticas, Tocqueville elabora una segunda parte en la que analiza, por debajo de la capa superficial de la poltica, los resortes que forman las ideas, los sentimientos y las costumbres del hombre moderno, esto es, el lugar en el que la democracia, entendida como forma de vida, prende sus races. Es precisamente en esta segunda parte de La Democracia en Amrica, publicada cinco aos despus de la primera, donde nuestro autor trata con detalle la estructura del individualismo y las consecuencias que de l se derivan. El avance de la igualdad de condiciones, sostiene Tocqueville, produce un efecto ambivalente: por una parte, independiza al individuo al liberarle de los antiguos vnculos que le mantenan orgnicamente unido al todo social, pero, por otra, atomiza el espacio social y aisla a los individuos entre s propiciando el desarrollo del individualismo.
El individualismo -escribe Tocqueville- es un sentimiento reflexivo y pacfico que predispone cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse a un lugar alejado con su familia y sus amigos, de tal manera que tras haberse creado as una pequea sociedad a su modo, abandona gustosamente la grande a s misma 84 .
84 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 137. Captulo Primero 66 Esta definicin, quizs la ms completa de cuantas ensaya nuestro autor a lo largo de su obra, contiene, a mi juicio, tres puntos esenciales que nos sirven para explicitar la estructura misma del individualismo democrtico. En primer lugar nos dice que se trata de un sentimiento reflexivo, lo cual apunta a la naturaleza mixta -emocional e intelectual a la vez- del individualismo en tanto que disposicin espiritual. Este rasgo es importante porque nos evita confundir, de entrada, el individualismo con el mero egosmo. El individualismo no es, pues, una pasin primitiva e irracional ni tampoco un simple vicio moral que nada debe a la reflexin. Se trata, ms bien, de un sentimiento consciente y asumido con agrado que refleja un proyecto calculado de vida. El individuo se concentra en su vida privada convencido de que ste es el lugar donde se encuentra su propia realizacin y la de sus allegados ms ntimos. En estrecha conexin con ello, el individualismo alude, en segundo lugar, a esa propensin espiritual que lleva al aislamiento de los individuos en la esfera privada y al abandono concomitante de su inters por la marcha general de los asuntos pblicos. Dicha actitud, aclara Tocqueville a continuacin, se basa en un error de juicio, en un clculo equivocado que involucra, a la vez, a la inteligencia y al sentimiento, es decir, que tiene su origen tanto en los defectos del espritu como en los vicios del corazn 85 A qu juicio errneo se refiere nuestro autor?, cul es el defecto espiritual que est relacionado con l?, en qu piensa Tocqueville al calificarlo tambin como vicio
85 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 137. Captulo Primero 67 del corazn? Seducidos por los bienes que procura la vida privada y entregados por completo al cuidado de su propio yo, los individuos -viene a responder Tocqueville- llegan a creer que son autosuficientes y ello les lleva a no percibir en absoluto, o a hacerlo incorrectamente, la interdependencia que hay entre sus intereses particulares y el bien comn. Lejos, pues, de estar enteramente entre sus manos, el destino del individuo depende de la salud de ciertos valores comunes y de su participacin en tanto que ciudadano en la direccin de los asuntos colectivos. No estamos, sin embargo, ante un mal inevitable porque es lgico pensar, sugiere Tocqueville, que el individualismo puede corregirse si creamos los medios adecuados para subsanar el mencionado juicio errneo en el que se funda. El tercero de los rasgos estructurales que contiene la definicin anteriormente citada se refiere a la indiferencia cvico-poltica que caracteriza, en el fondo, al individualismo y que hace de l, por as decirlo, una verdadera enfermedad del espritu pblico. A este respecto, indica Tocqueville, que el individualismo no es, a diferencia del egosmo, un defecto inscrito en la naturaleza del hombre, sino que se trata ms bien de un dficit de civismo, es decir, un defecto que merma la condicin misma del ciudadano. En efecto, el individualismo ataca, en primera instancia, al espritu cvico ya que seca las virtudes pblicas , pero a la larga puede acabar por destruir todas las dems y abocar al individuo en el peor de los egosmos. Esta escisin entre el individuo privado y la vida pblica comporta asimismo, advierte Tocqueville, el riesgo de dejar en manos de la clase Captulo Primero 68 poltica y de la burocracia estatal la direccin exclusiva de los asuntos colectivos, lo cual, acaba generando una alianza perfecta entre individualismo y despotismo de funestas consecuencias para el futuro de la libertad. Este primer anlisis puede completarse siguiendo atentamente el despliegue de la argumentacin que Tocqueville nos ofrece de la estructura del individualismo y sus consecuencias en las tres primeras secciones de la 2 parte de La Democracia en Amrica en las que explora, sucesivamente y por este orden, los aspectos intelectuales y morales del individualismo 86 .
4-1) Relativismo y regla de mayoras
En la primera seccin de la 2 parte de La Democracia en Amrica, Tocqueville se dedica a investigar minuciosamente la influencia que el principio democrtico de la igualdad de condiciones ejerce sobre la configuracin y el movimiento de las ideas en sus distintas vertientes, ya sea filosfica, religiosa, literaria o histrica. Dicha investigacin constituye, podramos afirmar, un excelente tratado sobre los fundamentos ideolgicos de la mentalidad moderna, as como de su valor y de los peligros que esta trae consigo. Tocqueville comienza su reflexin observando que el ciudadano de los Estados Unidos apela, por lo comn, a su
86 Hay en el individualismo -escribe Tocqueville en uno de sus borradores- dos clases de aspectos que deben ser distinguidos para poderlos tratar separadamente: 1- los aspectos intelectuales: los espritus se aislan,; 2- los aspectos morales: los corazones se aislan A. de TOCQUEVILLE, Inditos Yale, CV,g, cuaderno 3, citado por J.T. SCHLEIFER, Cmo naci La Democracia en Amrica de Tocqueville, p. 276. Captulo Primero 69 propia razn individual a la hora de juzgar acerca de las cosas y que acta siguiendo este precepto metodolgico de naturaleza tpicamente cartesiana en todos los registros de su vida cotidiana.
Huir del espritu de sistema, del yugo de los hbitos, de las mximas de familia, de las opiniones de clase y hasta cierto punto de los prejuicios nacionales; no tomar la tradicin ms que como un dato y los hechos presentes slo como un estudio til para actuar de otro modo y mejor; buscar por s mismo y slo en s mismo la razn de las cosas, tender al resultado sin dejarse encadenar por los medios y buscar el fondo a travs de la forma: tales son los rasgos principales que caracterizan lo que yo llamara el mtodo filosfico de los americanos 87 .
Este hecho sorprende si se tiene en cuenta que los norteamericanos apenas se ocupan de los estudios filosficos propiamente dichos y que carecen, a diferencia de lo que ocurre en Europa, de escuela filosfica propia y no conocen ms que de odas a los filsofos ms eminentes. Este cartesianismo inconsciente no puede ser por tanto -sostiene Tocqueville- un hecho especficamente norteamericano, sino democrtico, es decir, que tiene su razn de ser en el influjo de la igualdad de condiciones sobre la mentalidad de los hombres.
Amrica es, pues, uno de los pases donde menos se estudian y donde mejor se siguen los preceptos de Descartes(). Los americanos no leen las obras de Descartes porque su estado social les aparta de los estudios especulativos, y siguen sus mximas porque ese mismo estado social dispone naturalmente su espritu a adoptarlas 88 .
87 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 18. 88 Idem, p. 18. Captulo Primero 70 En efecto, a medida que las condiciones sociales se igualan los vnculos intergeneracionales se aflojan, la autoridad de las tradiciones decae, las clases sociales se difuminan y nadie goza ya de una superioridad intelectual indiscutible, todo lo cual hace que los individuos busquen en el fondo de s mismos, en su propia razn individual, la fuente de la verdad. En la entraa de la mentalidad moderna tanto en Amrica como en Europa, viene a concluir Tocqueville, se halla el siguiente principio metodolgico: cada hombre recurre al esfuerzo individual de su razn y ya no a la tradicin a la hora de explicar las cosas y validar sus ideas, opiniones y creencias. Ello significa, en una palabra, que la mentalidad moderna tal y como se muestra en la sociedad democrtica tiene, como uno de sus pilares fundamentales, el principio cartesiano de la razn individual. Nuestro autor examina, a continuacin, el despliegue histrico-social de dicha mentalidad cartesiana, la cual sale por as decirlo de los crculos acadmicos y pasa a impregnar la inteligencia comn del hombre moderno. Dicho proceso est ntimamente relacionado, segn Tocqueville, con el del progreso de la igualdad democrtica en el mbito social propiamente dicho. De modo que la popularizacin del cartesianismo en el campo intelectual y el avance de la igualdad democrtica en lo que se refiere a lo social, forman parte, pese a algunos desfases y contratiempos histricos, de un mismo proceso cultural. Captulo Primero 71 En un primer momento, el principio del libre examen racional se limita solamente a cuestionar la autoridad de la tradicin en el dominio religioso. En efecto,
En el siglo XVI -escribe Tocqueville- los reformadores someten a la razn individual algunos de los dogmas de la antigua fe, pero continan apartndola de la discusin de todo lo dems 89 .
No obstante, la exigencia de someter todo saber establecido al propio raciocinio consigue extenderse y se funda como tal durante el siglo siguiente: Bacon en el terreno de las ciencias naturales y Descartes en la filosofa propiamente dicha destruyen el imperio de las tradiciones y derrocan la autoridad del maestro 90 . Pero no es hasta el siglo XVIII cuando dicho principio metodolgico se generaliza y logra configurar toda una mentalidad. Los ilustrados rompen con la precaucin cartesiana de no aplicarlo ms que a las cuestiones filosficas y lo extienden a todos los mbitos hasta hacer de l una poderosa arma de crtica social y de combate poltico. El cartesianismo sale as del estrecho marco de las escuelas y penetra en la sociedad entera para convertirse en norma de la inteligencia comn. En definitiva, Tocqueville interpreta el movimiento de la Modernidad desde una perspectiva global: de la Reforma a las Luces, un mismo principio -razn individual frente a autoridad tradicional- extiende progresivamente su dominio sobre todos los registros de la vida humana(primero fue en la religin, despus en las ciencias y la filosofa, finalmente en todos los dominios de la accin).
89 Ibidem, p. 19. 90 Ibidem, p. 20. Captulo Primero 72
Quin no ve -se pregunta nuestro autor- que Lutero, Descartes y Voltaire se han servido del mismo mtodo y que no diferan ms que en el mayor o menor uso que pretendieron que se hiciese de l? 91 .
Ahora bien, el susodicho principio metodolgico -puntualiza nuestro autor- tan solo pudo ser plenamente adoptado socialmente cuando la igualdad de condiciones haba progresado lo suficiente como para derribar las barreras jerrquicas y las estructuras feudales que custodiaban el antiguo orden socio-poltico. Dicho de otro modo: el mtodo filosfico solamente pudo ser seguido de una manera general cuando el individuo considerado como tal tuvo plena existencia social y la accin de la igualdad haba hecho a los individuos cada vez ms independientes y semejantes entre s. En efecto,
el mtodo filosfico en cuestin pudo nacer en el siglo XVI, precisarse y generalizarse en el siglo XVII, pero no pudo ser adoptado comnmente en ninguno de los dos. Las leyes polticas, el estado social, los hbitos del espritu que emanan de esas primeras causas se oponan a ello. Fue descubierto en una poca en que los hombres comenzaban a igualarse y asemejarse. No poda ser generalmente seguido ms que en siglos en los que las condiciones se hubiesen hecho parecidas y los hombres casi semejantes. 92
Esto prueba, segn Tocqueville, el carcter democrtico -y no solamente europeo- de dicho mtodo y la vigencia social del mismo entre los norteamericanos. Un estrecho lazo une, pues, las dos tendencias sealadas como a las dos caras de un mismo proceso: la tendencia social que hace avanzar la igualdad frente a la jerarqua y la tendencia intelectual que confa a
91 Ibidem, p. 20. 92 Ibidem, p. 21. Captulo Primero 73 la razn individual y ya no a la tradicin la direccin de los espritus. La igualacin de las condiciones sociales impulsa a cada cual a encontrar la verdad mediante el esfuerzo individual de su razn y a no fiarla a lo que est establecido ni a los hombres superiores de la poca, tal y como se haca en la sociedad aristocrtica. En la sociedad democrtica, cada cual es impelido, por este mismo movimiento, a suponer que todo es explicable, a descreer de lo extraordinario o sobrenatural y a pensar que nada puede sobrepasar los lmites de su inteligencia. En este sentido, la igualdad alimenta la independencia individual del pensamiento y contribuye a liberar a los individuos de la confianza ciega en la tradicin, pero ello no significa en modo alguno, segn Tocqueville, el final de toda autoridad intelectual y el ocaso de las creencias dogmticas. Por grande que sea la independencia individual en el dominio del pensamiento, sta tiene tambin sus lmites y, lo que es ms importante, no se encuentra totalmente a salvo de nuevos peligros que pueden precipitarla hacia la servidumbre intelectual. Pero, a qu nuevos peligros se refiere nuestro autor? Se trata, podramos responder, del individualismo, el cual crea una especie de doble vnculo formado por el relativismo y la omnipotencia de la opinin mayoritaria que resulta fatal para el desarrollo del librepensamiento. A este respecto, el captulo 2 de la seccin que venimos comentando, titulado El origen principal Captulo Primero 74 de las creencias en los pueblos democrticos 93 , contiene, a mi juicio, las claves esenciales de dicho peligro. En las sociedades aristocrticas, seala Tocqueville, los hombres tomaban como gua de sus opiniones a la tradicin y confiaban la interpretacin de la misma a la autoridad intelectual de una lite muy ilustrada y erudita. En las sociedades democrticas, por el contrario, los hombres se sienten impulsados a buscar la verdad en su propia razn individual, lo que les inspira una confianza, a menudo exagerada y hasta irracional, de su poder en materia intelectual. Esta tendencia desemboca fcilmente en el individualismo, es decir, en la conviccin relativista de que en la interpretacin de cada individuo -y por el mero hecho de ser suya- se halla la verdad; y, en consecuencia, que todas las interpretaciones son, por principio, igualmente vlidas. Esta idea de que todo es muy relativo y depende de la interpretacin subjetiva de cada cual se apodera bien pronto de los espritus y hace, segn dice Tocqueville, que cada uno se encierre rigurosamente en s mismo y pretenda juzgar al mundo desde all 94 . La equivalencia relativista disminuye, ciertamente, la inclinacin de cada uno a confiar la verdad a cualquier otro individuo semejante a l; pero, al mismo tiempo, le impulsa a creer que dicha verdad se halla en el juicio de la mayora, ya que, siendo todos los individuos igual de ilustrados, le parece lgico concluir que la razn se encuentra en la opinin del mayor nmero. Este doble movimiento espiritual se retroalimenta y confiere finalmente a
93 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en AmricaII, pp. 25-34. 94 Ibidem, p. 19. Captulo Primero 75 los dictados de la mayora un enorme poder que induce, mediante la presin tirnica de todos sobre la inteligencia de cada uno, tanto al conformismo intelectual como a la represin de la disidencia. Se trata adems, podramos interpretar, de un poder que los individuos aceptan de buen grado porque les da seguridad al proveerles de tpicos que les descargan de la angustia de tener que pensar por su cuenta, pero, a cambio, les arrebata la libertad al conducirles dulcemente al extremo de no querer pensar por s mismos. De este modo, sentencia Tocqueville en una bella frmula, la opinin comn se convierte en una especie de religin cuyo profeta es la mayora 95 . El desarrollo de la igualdad de condiciones y el individualismo que es su corolario producen, pues, en el mbito del pensamiento, la siguiente paradoja: por un lado, suscitan la independencia intelectual del individuo al hacer de su propia razn y ya no de la tradicin la depositaria de la verdad; pero, por otro lado, transfieren a la opinin de la masa la autoridad en materia intelectual, lo que puede acabar despticamente con toda traza de pensamiento autnomo 96 . Es sta una cuestin -subraya nuestro autor- de la mayor importancia para todos aquellos que no solamente cuestionan al dspota, sino al despotismo mismo cualquiera que sea su nueva fisionoma, y que consideran a la libertad intelectual como una condicin indispensable para el desarrollo de toda otra
95 Ibidem, p. 33. Nuestro autor prosigue aqu su anlisis sobre la tirana de la mayora de la que ya nos habla en la 1 mitad de La Democracia en Amrica. 96 Un anlisis de clara inspiracin tocquevilliana que insiste en sta y otras paradojas del individualismo se encuentra en V. CAMPS, Paradojas del individualismo, Barcelona, Crtica, 1993. Captulo Primero 76 dimensin de la libertad. Aqu se halla, podramos aadir siguiendo su argumentacin, el fundamento de este juicio errneo y harto peligroso para la libertad que reduce sin ms el principio de la razn democrtica a la regla de las mayoras.
En cuanto a m -concluye Tocqueville- cuando siento que la mano del poder pesa en mi frente, me importa poco saber qun me oprime y no estoy dispuesto a poner mi cabeza bajo el yugo porque un milln de brazos me lo presenten 97 .
4-2) Inquietud privada y apata pblica
En la entraa del individualismo, habamos dicho, no solamente hay un componente intelectual -un defecto del espritu compuesto de relativismo y regla de mayoras-, sino tambin un componente de orden sentimental, esto es, un vicio del corazn que empuja, segn Tocqueville, a los individuos a ocuparse exclusivamente de sus intereses privados al tiempo que les aleja de su compromiso ciudadano con la vida pblica. El problema de fondo, sostiene nuestro autor, no es aqu que la moderna doctrina del inters individual haya reemplazado a la virtud de los antiguos como principio directriz de la accin del hombre democrtico, sino en la manera propiamente individualista con que se interpreta -y se vive- en general dicho inters individual. Se trata, podramos colegir, de cifrar obsesivamente en el bienestar material de cada uno el
97 Ibidem, p. 34. Captulo Primero 77 objetivo de la dicha y de obviar el nexo cvico-poltico que une la fortuna particular con la justa prosperidad comn. En la primera parte de La Democracia en Amrica, Tocqueville haba prestado poca atencin al deseo norteamericano y tpicamente democrtico de bienestar material, pero en esta segunda parte de la obra dedica una buena porcin de su reflexin al anlisis de la naturaleza y consecuencias de esa especie tan difundida de pasin por lo material que con tanta fuerza arraiga y domina el corazn del hombre democrtico. El motivo principal de este cambio no es solamente, apunta SCHLEIFFER 98 , una reserva crtica de nuestro autor con respecto al materialismo de su tiempo, sino una aguda y penetrante visin del vnculo que une al individualismo con el gusto democrtico por la comodidad y los placeres materiales. En esta misma lnea se expresa LAMBERTI 99 , quien dice que Tocqueville pretende aqu explorar las consecuencias sociales y polticas que se derivan del materialismo hobbesiano, como anteriormente hiciera con las del racionalismo cartesiano. Sea como fuere, lo cierto es que el individualismo presenta, en este aspecto, una doble faz: una pasiva, que se manifiesta en el repliegue de los individuos en la esfera privada, y otra activa, caracterizada por el got du bien-tre. Ello trae consigo, consecuentemente, la indiferencia de los individuos para con los asuntos pblicos y la sustitucin de la motivacin poltica -el deseo de autogobierno- por la motivacin econmica -el afn de bienestar material- como pasin dominante del hombre
98 J.T. SCHLEIFFER, op. cit. p. 275. 99 J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 235. Captulo Primero 78 democrtico. Un estrecho lazo unira as, segn nuestro autor, al individualismo democrtico y al materialismo democrtico con los preocupantes resultados de dficit cvico, prdida de libertad y alimento para nuevas formas de despotismo. Pero veamos esto con mayor detenimiento al hilo de los captulos de la segunda parte de La Democracia en Amrica II en la que Tocqueville se ocupa, en general, de la influencia de la democracia sobre los sentimientos de los americanos y, particularmente, de esta asociacin entre individualismo democrtico y pasin por el bienestar material. En la sociedad aristocrtica -dice nuestro autor- la riqueza es un privilegio hereditario reservado a una minora y la desigualdad material es aceptada socialmente como algo que forma parte del programa natural de las cosas. El estamento de los ricos no teme, pues, perder su status econmico y disfruta de las riquezas sin preocuparse por ello. Tanto es as que el bienestar material no constituye para estos privilegiados un objetivo vitalmente importante, sino una cierta manera de vivir. Esto hace que sus desvelos se orienten hacia otros derroteros, ya sea la direccin de la vida pblica, el cultivo de sus facultades superiores o el ocio y la depravacin suntuosos. Por debajo de ellos, se sita una mayora pobre, que asume su condicin como algo natural y que alivia, de ordinario, su miseria proyectando su esperanza de una dicha mejor hacia el otro mundo. En este estado social, el bienestar material no constituye, por as decirlo, una pasin dominante en la vida de los hombres porque los ricos la poseen como algo recibido sin esfuerzo y los pobres acaban por acostumbrarse a Captulo Primero 79 su pobreza y ven en extremo difcil la posibilidad de mejorar la condicin material que les ha sido dada. Ahora bien, con la cada del sistema feudal y el avance social de la igualdad democrtica, los privilegios hereditarios van desapareciendo, las clases se confunden, la cultura se extiende, la propiedad se divide y las riquezas se ponen al alcance del pueblo. Surge as en el espritu del pobre el deseo de mejorar su bienestar material; tanto como el miedo a perderlo, en el caso del rico. La creacin de mltiples fortunas intermedias hace que los goces materiales que dan las riquezas se conviertan en objetivo de atencin general: los que no tienen se esfuerzan por alcanzarlos, y los que los poseen porque quieren poseer ms. Todo el mundo se siente agitado y corre sin cesar, como en una carrera sin fin y en pos de esos bienes materiales tan preciados, pero a la vez tan incompletos y fugitivos, que a menudo parecen olvidarse de todo lo dems. Este afn por el bienestar material, tan propio de las clases medias, se apodera de tal manera del corazn de los hombres que acaba por convertirse en la pasin dominante de los tiempos democrticos que corren. En efecto,
Si busco una pasin -escribe Tocqueville- que sea natural a unos hombres a quienes exciten o limiten la oscuridad de su origen o la mediocridad de su fortuna, no encuentro nada ms apropiado que el gusto por el bienestar. La pasin por el bienestar material es esencialmente una pasin de clase media. Crece y se extiende con esta clase; se hace preponderante con ella. De ah asciende a los rangos superiores de la sociedad y desciende hasta el interior del pueblo.() El amor al bienestar se ha convertido en la aficin nacional y dominante, la gran corriente de las Captulo Primero 80 pasiones humanas se dirige hacia ese objetivo y arrastra todo en su camino 100 .
Contra lo que pudiera pensarse, esta pasin por el bienestar material no trae consigo una degradacin general de las costumbres ni amenaza con quebrantar el orden social democrtico, sino que ms bien constituye uno de los pilares ms firmes sobre los que se apoya su estabilidad. Esto es as, arguye Tocqueville, porque el amor por los goces materiales se concibe de manera diferente y produce, en consecuencia, efectos bien distintos en una sociedad democrtica que en una aristocrtica. En efecto, en esta ltima los individuos situados en el estamento superior de la sociedad no viven el bienestar material de manera utilitaria, sino que dedican la riquezas que poseen al gasto improductivo con el fin de exhibir su podero y llenar su ociosa existencia con los adornos del lujo y la suntuosidad. Es ms, lo que sucede es que los individuos que forman parte de la nobleza solamente se entregan en cuerpo y alma a los goces materiales cuando se ven, por una u otra razn, desprovistos de poder poltico, y lo hacen de manera excesiva para compensar dicha prdida y mostrar al mundo, mediante una depravacin extrema, su antiguo esplendor. En este sentido, subraya Tocqueville, a estos hombres
no les basta la bsqueda del bienestar; necesitan una suntuosa depravacin y una corrupcin clamorosa. Rinden un culto magnfico a la materia y parecen querer sobresalir a cual ms en el arte de embrutecerse. Cuanto ms fuerte, gloriosa y libre haya sido una aristocracia, ms depravada se mostrar entonces, y cualquiera que haya sido el esplendor de
100 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 169 s. Captulo Primero 81 sus virtudes, me atrevo a predecir que ser siempre superado por el escndalo de sus vicios 101 .
En la sociedad democrtica, por el contrario, la pasin por los goces materiales no conduce, de ordinario, a tales excesos y discurre, ms bien, de una manera comedida y utilitaria. Se trata, es cierto, de una pasin general pero moderada, es obsesiva pero limitada a las pequeas comodidades y, finalmente, es calculada pero desprovista de grandeza. La desmesura, la suntuosidad improductiva y el deseo heroico de gloria caractersticos del individuo aristocrtico han sido reemplazados por la moderacin, el clculo utilitario y el afn de enriquecimiento como rasgos principales de la pasin por el bienestar material en el individuo democrtico 102 . La cada del sistema feudal de privilegios y el avance del igualitarismo democrtico crea en los individuos grandes expectativas en lo que se refiere a la mejora de sus condiciones materiales de vida. Esto hace que el deseo de bienestar material se vea como la expresin de una necesidad que todos -y no unos cuantos- tienen, por principio, idntico y legtimo derecho de satisfacer. Ahora bien, las posibilidades que ofrece la propia estructura social de cubrir dicha expectativa son necesariamente limitadas y no pueden realizarse por igual en todos los individuos. La tensin que ello crea parece resolverse recortando el deseo mismo de bienestar material desde su misma raz, lo que explicara por qu el amor a las satisfacciones fsicas se mueve, por lo general, dentro de unos lmites ms bien modestos y se
101 Idem, p. 172. 102 M.C. IGLESIAS, Individualismo noble, individualismo burgus, Madrid, Real Academia de Historia, 1991, p. 31 ss. Captulo Primero 82 circunscribe, de ordinario, a las pequeas comodidades de la vida. As pues,
El amor al bienestar es en los pueblos democrticos una pasin tenaz, exclusiva, universal pero contenida. No se trata de edificar enormes palacios, de vencer o de burlar a la naturaleza o de agotar el universo para saciar las pasiones de un hombre. Se trata de aadir algunas toesas a sus campos, de plantar un huerto, de agrandar una morada, de hacer la vida ms fcil y cmoda a cada instante, de prevenir la escasez y de satisfacer las menores necesidades sin esfuerzos y casi sin gastos. Estos objetivos son de poca importancia, pero el alma se encaria con ellos, los considera constantemente y muy de cerca; stos acaban por ocultarle el resto del mundo y a veces llegan a colocarse entre ella y Dios 103 .
En este sentido, el gusto que el hombre democrtico siente por los goces materiales requiere y alimenta el orden social necesario para poder satisfacerlos de manera regular y dentro de los lmites establecidos por esa especie de moral individualista, utilitaria y pequeoburguesa en que se inspira. Lo que le reprocha Tocqueville a dicha moral no es, a mi juicio, que frene en los individuos la bsqueda de goces prohibidos, excesivos o amenazantes para el orden establecido, sino que los absorba por completo en la persecucin de los permitidos, con el resultado de establecer en el mundo social una suerte de
materialismo honesto que no corrompe las almas, pero que las ablanda y acaba por debilitar silenciosamente todas sus fuerzas 104 .
103 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 172. 104 Idem, p. 173. Captulo Primero 83 Pero, a qu debilitamiento de fuerzas alude aqu nuestro autor? Se trata, podramos interpretar, de aquellas que mueven el inters de los individuos hacia los asuntos pblicos y que les hace sentirse propiamente ciudadanos y no solamente individuos recluidos en la esfera privada y preocupados nica y exclusivamente de su pequeo bienestar material. El inconveniente de este materialismo honesto del que nos habla Tocqueville radica, pues, en que los individuos dediquen su vida a la bsqueda de la felicidad entendida como bienestar y lleguen a abdicar de las responsabilidades cvico-polticas que conciernen a su condicin de ciudadanos activos y comprometidos, por tanto, con la direccin del inters comn. B. CONSTANT haba dicho ya, en su clebre escrito-conferencia De la libertad de los Antiguos comparada con la de los modernos, que en las sociedades democrticas modernas, al contrario que en las antiguas, la realizacin se busca ms bien en la esfera privada que en la pblica, y haba visto en ello la manifestacin de una mayor libertad de los individuos. Nuestro autor se muestra, en este punto, mucho ms cauto y pesimista al advertirnos sobre los peligros que puede implicar este aislamiento individualista de los ciudadanos en el bienestar privado y la despolitizacin que de ello resulta. A este respecto, cabe sealar tambin que esta especie de aburguesamiento generalizado que -segn R. ARON- describe Tocqueville con notoria preocupacin, contrasta con la visin, ms bien catastrofista y apocalptica, del desarrollo del capitalismo que caracteriza al diagnstico de C. MARX 105 .
105 R. ARON, Las etapas del pensamiento sociolgico I, p.265. Captulo Primero 84 La tendencia individualista hacia el confort material detrae, pues, a los individuos de la vida pblica y los sumerge en una vida privada que, lejos de ser un remanso de plcida tranquilidad, agita en realidad los corazones y los llena de inquietud ante una felicidad que girando al vaivn de los bienes materiales se les escapa continuamente de las manos. El desarrollo de la igualdad de condiciones abre, ciertamente, los caminos del bienestar material, antao reservado a una minora privilegiada, a todos los individuos, pero lo hace al precio de una abrumadora competencia entre ellos. Ante esta situacin, indica P. MANENT 106 , el individuo puede elegir entre dos actitudes: o bien se esfuerza por reducir la desigualdad tratando de alcanzar e incluso sobrepasar a su competidor, o bien trata de compensar dicha desigualdad reduciendo a todo competidor que sobresalga al nivel mayoritario. Sea como fuere, la competencia genera en el hombre democrtico la paradjica e inquietante necesidad de aceptar y de rechazar simultneamente la igualdad. A ello se une el hecho de que por muchos bienes que el individuo posea, siempre pensar, por un lado, que puede perderlos; y, por otro, que hay otros muchos que constantemente lo eluden a l y no a otros, lo que tie su ambicin de un incesante temor ante la posibilidad de que disminuya lo que posee y de una envidia incontenible ante lo que desea poseer y no tiene. La vida es adems breve y, en consecuencia, se dispone de un tiempo limitado para procurarse los bienes que se ambicionan. La inquietud se apodera entonces del corazn del hombre
106 P. MANENT, Histoire intellectuelle du libralisme, Paris, Calmann-Lvy, 1987, p. 233 s. Captulo Primero 85 democrtico y hace que su deseo se mueva de manera inconstante, presentista y desenfocada, lo que le empuja a cambiar de planes continuamente. Esto explicara, tal y como muestra el ejemplo americano, por qu
un hombre edifica con cuidado una morada para pasar en ella sus das de vejez, y la vende mientras pone el tejado. Planta un huerto y lo alquila cuando iba a saborear sus frutos. Rotura un campo y deja a otros el cuidado de recolectar las cosechas. Abraza una profesin y la abandona. Se establece en un lugar, que deja poco despus para llevar a otra parte sus cambiantes deseos.() Llega finalmente la muerte y le detiene antes de que se haya cansado de esa intil persecucin de una felicidad completa que huye siempre.() El gusto por los goces materiales debe ser considerado la fuente primera de esa inquietud secreta que se revela en las acciones de los americanos, y de esa inconstancia de la que diariamente dan prueba 107 .
Cuatro son, podramos decir siguiendo los anlisis de H. BJAR 108 , los principales afectos que descubre Tocqueville en relacin con esta pasin individualista y siempre insatisfecha que siente el hombre democrtico por el bienestar material: la vanidad, la envidia, el presentismo y la melancola. La primera, revela la inseguridad del individuo democrtico, ya que este busca de manera continuada y a menudo perversa la estima de s mismo en el halago de aquellos a los que considera sus iguales. La segunda constituye el sentimiento democrtico por excelencia 109 y est directamente relacionada
107 A. de TOCQUEVILLE, La democracia en Amrica II, p. 177. 108 H. BJAR, El mbito ntimo. Privacidad, individualismo y modernidad, Madrid, Alianza, 1990, pp. 54-58 y La cultura del yo, Madrid, Alianza, 1993, pp. 103-105. 109 La envidia -afirma Tocqueville en uno de los borradores recogidos por E. NOLLA en su edicin crtica de La Democracia en Amrica- es un sentimiento que no se desarrolla enrgicamente ms que entre iguales, he ah por qu es Captulo Primero 86 con esta especie insana de imaginario igualitario que trata anular toda excelencia individual mediante la imposicin tirnica del designio mayoritario 110 . La tercera deriva de la insustancialidad de una visin de la felicidad cifrada en los gustos fciles, rpidos e inmediatamente sentidos que proporciona una existencia dedicada al cultivo del bienestar material. La cuarta, finalmente, se relaciona con el carcter exacerbado e insaciable de un deseo de bienestar material que impide disfrutar propiamente de los encantos que promete ofrecer 111 . As pues, la tranquila realizacin que promete una vida privada independiente y dominada por el cultivo del bienestar material es ilusoria, ya que los individuos viven en una ansiedad permanente que les encierra poco a poco en el egosmo y el aislamiento. La ansiedad o inquietud de corazn, como dice Tocqueville, es, a mi juicio, uno de los elementos fundamentales de la estructura del individualismo en lo que se refiere a su aspecto sentimental y anda, adems, estrechamente correlacionado con este otro, tan individualista tambin, de la indiferencia que sienten los individuos replegados en su vida privada hacia los asuntos pblicos. En este sentido, podramos interpretar el binomio angustia privada - apata
tan comn y tan ardiente en los siglos democrticos A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 178. 110 Sobre la importancia de este punto en la reflexin tocquevilliana insiste asimismo S. GINER en su trabajo Sociedad masa: crtica del pensamiento conservador, Barcelona, Pennsula, 1979, p. 88 s. 111 A este respecto, es bien significativo el ttulo que Tocqueville le asigna al captulo XVI de la seccin que venimos comentanto: Cmo el amor excesivo al bienestar puede perjudicar al bienestar. A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 190. Captulo Primero 87 pblica 112 -en cuanto vnculo que caracteriza al individualismo en su aspecto sentimental-, de modo anlogo al formado por el relativismo y la regla de mayoras del que hablbamos antes al referirnos a su vertiente intelectual. Lo que nos falta ahora, pues, para completar este punto es analizar esa otra cara del individualismo que consiste en la apata con la que viven los individuos la marcha de los asuntos pblicos al replegarse en una vida privada dedicada al bienestar material, y las perniciosas consecuencias que, segn nuestro autor, se derivan de esta tendencia para la causa de la libertad. La pasin por lo material es tan generalmente sentida y se vuelve tan obsesivamente exclusiva en las sociedades democrticas -dice Tocqueville-, que mueve el alma de todos los individuos de idntica forma en pos de los mismos objetivos vitales, lo cual acaba creando una especie de homogeneizacin ideolgica en torno al bienestar privado que afecta al carcter mismo de las relaciones humanas. En efecto, retirados en la esfera privada y concentrados en el cultivo cotidiano de sus pequeos y particulares goces materiales, los individuos se miran unos a otros con envidia ms o menos disimulada, sus contactos se tornan cada vez ms superficiales o se limitan a lo meramente utilitario, dejan de encontrarse en pblico salvo como multitud y terminan por creerse autosuficientes en su soledad. El resultado al que apunta esta tendencia es el de una sociedad atomizada, deficitaria en cuanto a vnculos comunitarios y compuesta por individuos
112 Sobre este punto insiste R. SENNET en Lo que Tocqueville tema en Narcisismo y cultura moderna, Barcelona, Kairs, 1980, pp.105-153 y El declive del hombre pblico, Barcelona, Pennsula, 1987. Captulo Primero 88 enredados angustiosamente en el bienestar material y con un sentido cvico debilitado. Es ms, cuando los individuos se entregan con tanta fruicin a la pasin por lo material ocurre que se vuelven como indiferentes hacia sus deberes polticos, y consideran su ejercicio como algo que les molesta o distrae de lo verdaderamente importante para ellos, y que no es otra cosa que una vida privada dedicada por entero al cuidado de sus pequeos y particulares intereses materiales. En este sentido, indica Tocqueville, que los individuos
no solamente no tienen naturalmente inters en ocuparse de lo pblico, sino que a menudo carecen de tiempo para hacerlo. La vida privada es tan activa en los tiempos democrticos, tan llena de deseos y de trabajos que casi no quedan ya energas ni tiempo libre a los hombres para la vida poltica 113 .
Esta disociacin e incomunicacin entre la vida privada y la vida pblica, entre el deseo de bienestar material y el ejercicio de la libertad poltica, es particularmente peligrosa para una democracia cuando el gusto por las riquezas se desarrolla en ella ms deprisa que la cultura poltica, y ello porque los individuos dejan de percibir el vnculo existente entre inters particular e inters comn y acaban creyendo que el enriquecimiento y no el autogobierno es el asunto principal de sus vidas. En efecto,
cuando la aficin a los goces materiales se desarrolla en uno de esos pueblos ms rpidamente que la cultura y los hbitos de la libertad, llega un momento en que los hombres son como arrastrados fuera de s mismos a la vista de esos nuevos bienes que estn a punto de alcanzar. Preocupados por el nico cuidado de hacer fortuna, no ven ya la estrecha unin
113 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en AmricaII, p. 342. Captulo Primero 89 que vincula la fortuna particular de cada uno de ellos a la prosperidad de todos. No hay necesidad de privar a semejantes ciudadanos de los derechos que poseen, ellos mismos los dejan escapar voluntariamente(). Esas personas creen seguir la doctrina del inters, pero no se hacen de ella ms que una idea grosera, y para velar mejor por lo que llaman sus asuntos descuidan el principal, que es el de seguir siendo dueos de s mismos 114 .
Tocqueville analiza aqu las relaciones entre la economa y la poltica para hacernos ver que el progreso econmico y el avance de la democracia son dos procesos que no deben ser confundidos, que no siempre ni necesariamente van unidos como ingenuamente piensan los utilitaristas partidarios del liberalismo econmico y que el individualismo econmico puede conducir, al mismo tiempo, a la prosperidad material y a la servidumbre poltica voluntariamente aceptada y enmascarada de legalidad democrtica. Tocqueville destaca aqu que esa debilidad del hombre democrtico promovida por el individualismo -la apata hacia lo pblico- es terreno propicio para la llegada de nuevos despotismos. En la primera parte de La Democracia en Amrica, los anlisis de nuestro autor sobre el despotismo democrtico giraban alrededor de la nocin de la tirana de la mayora en sus diferentes aspectos, ya fueran de carcter institucional -omnipotencia de la asamblea legislativa sobre los dems poderes- o social -el imperio de la opinin pblica mayoritaria-. En esta segunda parte de la obra, persiste esa lnea interpretativa, pero Tocqueville introduce una nueva variante de despotismo democrtico, considerada por l como la fundamental, y que concibe como derivada de la apata poltica
114 Ibidem, p. 181 s. Captulo Primero 90 generada por la difusin del individualismo a lo largo y ancho del tejido social. Se trata del despotismo que un Estado- Leviatn centralizado y burocrtico puede ejercer en nombre del orden pblico democrtico, y del bienestar material sobre una masa social compuesta de individuos que han abdicado voluntariamente de sus deberes ciudadanos en pro de su provecho privado y que confan a la burocracia estatal y a la clase poltica gobernante la direccin exclusiva de los asuntos pblicos. Ambos elementos -apata individualista y despotismo democrtico- se refuerzan mutuamente. En efecto, los individuos, obsesionados por el bienestar material privado e indiferentes hacia los asuntos colectivos, entregan todo el poder poltico a la clase gobernante. sta, a su vez, puede ejercer el poder que les ha sido dado sin ser inquietada por los gobernados con tal de proveerles el orden y la seguridad necesarios para el disfrute de ese bienestar que tan ardientemente desean. Dicha clase se encarga, al mismo tiempo, de reforzar el apoliticismo de los individuos ofrecindoles demaggicamente una idlica existencia privada. En este sentido, los ciudadanos ideales son, para esta clase de gobernantes, aquellos que se dedican a sus asuntos privados y no muestran ningn inters por lo pblico; y el poder ideal es, para este tipo de gobernados, aqul que les provee de mayor grado de bienestar y les deja disfrutar de l en paz el mayor tiempo posible. A partir de estas observaciones, Tocqueville seala con honda preocupacin el peligro que representa, para el porvenir de la democracia misma, la concentracin del poder en manos de Captulo Primero 91 un Estado-providencia que, en nombre de la igualdad, la soberana popular y la promesa del bienestar material para la mayora, ejerce sutilmente un dominio desptico sobre la sociedad civil y termina despojando a los ciudadanos de sus libertades. Esta forma de despotismo que vislumbra nuestro autor presenta, tal y como l mismo nos dice, un carcter nuevo y bien distinto de todos los que le han precedido a lo largo de la historia. Sus principales rasgos son tratados explcitamente por Tocqueville en un captulo de la parte final de la obra, merecidamente clebre por la actualidad y profundidad de su reflexin, cuyo ttulo es bien significativo: Qu especie de despotismo deben temer las naciones democrticas 115 . En l se indica, en sntesis, que las formas de este nuevo despotismo ya no son el autoritarismo al modo tradicional ni la coaccin mediante el recurso a la violencia fsica, sino el paternalismo y la domesticacin espiritual, siendo su estrategia favorita la de ofrecer a la ciudadana igualdad en el bienestar a cambio de su libertad. Se trata, podramos decir, de un despotismo de tutores ms que de tiranos, ya que busca mantener a los ciudadanos en una servil heteronoma bajo la ilusin individualista de la independencia privada y el respeto a los smbolos exteriores de la democracia liberal. La cosa es, sin embargo, nueva, y a falta de palabras con las que referirse a ella con toda exactitud, nuestro autor la retrata en los siguientes trminos:
115 Ibidem, pp. 368-377. Captulo Primero 92 Si quiero imaginar bajo qu rasgos nuevos podra producirse el despotismo en el mundo, veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre s mismos para procurarse pequeos y vulgares placeres con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte, es extrao al destino de todos los dems. Sus hijos y sus amigos particulares forman para l toda la especie humana. En cuanto al resto de sus conciudadanos, est a su lado, pero no los ve; los toca, pero no los siente, no existe ms que en s mismo y para s mismo(). Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por s solo de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se parecera al poder paterno si, como l, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril, pero, al contrario, no intenta ms que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Quiere que los ciudadanos gocen con tal de que slo piensen en gozar. Trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser su nico agente y solo rbitro; se ocupa de su seguridad, prev y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, gobierna su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias, no puede quitarles por entero la dificultad de pensar y la pena de vivir? 116 .
Esta nueva forma de despotismo encuentra, como decamos, su mejor aliado en el individualismo y su fundamento no es otro, a mi juicio, que esa especie de servidumbre voluntaria a la que se entregan los ciudadanos al convertirse en meros individuos, esto es, al despreocuparse de los asuntos pblicos y ceder a los expertos en mandar la direccin de los mismos, lo que acaba repercutiendo tambin en la manera de vivir su propia privacidad. Dicha servidumbre, proviene, en el fondo, de un deseo exacerbado de comodidad, y la comodidad termina debilitando la propia autonoma o voluntad de ser libre de los sujetos, lo que concuerda perfectamente con la estrategia del nuevo despotismo consistente en convertir a los ciudadanos en
116 Ibidem, p.370 s. Captulo Primero 93 meros consumidores de bienestar privado. Se instaura, de este modo, bajo el manto protector del Estado-providencia y la retrica democrtica, un poder paternalista que encierra a los ciudadanos en su vida privada y se encarga, l solo, de velar por su suerte para que esos mismos ciudadanos, convertidos ya en individuos por su propio bien, gocen, con tal de que solamente piensen en gozar. En este sentido, aade Tocqueville, dicho poder
no destruye las voluntades, sino que las ablanda, las doblega y dirige. Raramente fuerza a obrar, pero se opone constantemente a que se acte. No destruye, pero impide hacer. No tiraniza, pero molesta, reprime, debilita, extingue, embrutece y reduce en fin a cada nacin a no ser ms que un rebao de animales tmidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno. Siempre he credo que esta especie de servidumbre ordenada, dulce y pacfica que acabo de describir podra combinarse mejor de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad y que no le sera imposible establecerse a la sombra misma de la soberana del pueblo 117 .
El nuevo despotismo que retrata Tocqueville tiene, a mi juicio, sus races en lo social -y ya no solamente en lo poltico entendido al modo liberal clsico-, puesto que de su anlisis se desprende que la servidumbre no depende, en el fondo, del tipo de instituciones jurdico-polticas que haya, sino del tipo de sociedad que se cree y, en ltimo trmino, del tipo de hombre y de ciudadano que dicha sociedad engendre. Nuestro autor prosigue de este modo la reflexin sobre la cuestin de la servidumbre voluntaria cuyos antecedentes tericos ms relevantes son, a mi juicio, E. de la BOETIE (El Discurso sobre la servidumbre voluntaria), J.J. ROUSSEAU
117 Ibidem, p. 372. Captulo Primero 94 (Discurso sobre las ciencias y las artes, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres) y E. KANT (Qu es la Ilustracin?). A esto podramos aadir que la obra tocquevilliana abre tambin una lnea terica de la mayor importancia para la crtica de las formas que adopta el totalitarismo estatal en la moderna era de masas, y muy especialmente aquellas formas de despotismo democrtico que se generan en las sociedades postmodernas y tardocapitalistas de hoy 118 . Y esto porque lo que caracteriza su reflexin, podramos decir siguiendo a LAMBERTI 119 , es una teora de la corrupcin de las democracias vista desde el lado de los gobernados y no, como en la mayor parte de las teoras clsicas sobre este punto desde Platn a Montesquieu, una visin de la corrupcin de las democracias centrada en la actuacin de los gobernantes. En efecto, si nos tomamos en serio la idea democrtica, hemos de pensar que los gobernados son tambin, por muchas mediaciones representativas que necesitemos, los gobernantes y, en este sentido, la corrupcin aparece cuando stos olvidan las responsabilidades que ello comporta. La secuencia es, entonces, clara: cuando el ciudadano se sumerge en el individualismo y se reduce a ser meramente individuo y ya no ciudadano, prepara el terreno para el advenimiento del despotismo. Ahora bien, hay que matizar enseguida que la reflexin tocquevilliana sobre este punto
118 Sobre este punto han insistido, entre otros, los trabajos de J.P. MAYER, A. de Tocqueville. Estudio biogrfico de ciencia poltica, esp. cap. 9 y Apndice II, T.H. QUALTER, Publicidad y democracia en la sociedad de masas, Barcelona, Paids, 1994, esp. caps 1 y 8, y C. LEFORT, La question de la dmocratie dans Essais sur le politique XIX-XX sicles, Paris, Seuil, 1986, pp. 17-30. En la parte final de nuestro trabajo volveremos sobre este punto para tratarlo con cierto detenimiento. 119 J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, p. 70 s. Captulo Primero 95 encierra una mayor complejidad porque sugiere, al mismo tiempo, la secuencia inversa, es decir, que la actuacin corrupta de los gobernantes en democracia ejerce tambin, aunque sea indirectamente, una influencia corruptora sobre la conducta de los gobernados. En efecto, en la 1 parte de La Democracia en Amrica, y concretamente en el epgrafe de su captulo V titulado La corrupcin y los vicios de los gobernantes en la democracia: los efectos que resultan de ello para la moralidad pblica 120 , aborda nuestro autor esta cuestin mediante el recurso terico, tan caracterstico en l, del anlisis comparativo entre la corrupcin en los regmenes aristocrticos y en los democrticos. Tocqueville comienza diciendo aqu que en las aristocracias la direccin poltica se encuentra en manos de hombres ricos que no desean otra cosa que el poder, mientras que en las democracias los dirigentes de la cosa pblica son, generalmente, gente de escasos recursos econmicos cuya fortuna est por hacer. De esta premisa infiere nuestro autor que, en el primer caso, la corrupcin, si se produce, tiene un carcter ms poltico que propiamente econmico, mientras que en el segundo caso sucede al revs. Dicho de otra manera: en las aristocracias, las riquezas son el medio; y la arbitrariedad en el uso del poder poltico, la sustancia y la finalidad de la corrupcin; mientras que en las democracias es el poder poltico el instrumento, y el incremento particular de las riquezas a expensas del tesoro pblico es el fin al que apunta la corrupcin. Esto hace que en la sociedad aristocrtica la
120 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, pp. 215-217. Captulo Primero 96 corrupcin se ejerza, por lo general, para conseguir poder poltico, lo que ataca directamente la moralidad pblica; y que, en la sociedad democrtica, la corrupcin ande asociada a los que han llegado al poder, lo cual ejerce sobre la conciencia popular una influencia de consecuencias morales todava ms perniciosas, puesto que produce un efecto corruptor vicario y, por as decirlo, contagioso sobre la mentalidad misma de los gobernados. En este sentido, concluye Tocqueville, que
lo que hay que temer no es tanto la vista de la inmoralidad de los grandes como la inmoralidad que conduce a la grandeza. En la democracia, los simples ciudadanos ven a un hombre que sale de sus filas y que en pocos aos alcanza la riqueza y el poder. Este espectculo provoca su sorpresa y su envidia. Investigan cmo el que ayer era su igual est hoy revestido del derecho a gobernarlos. Atribuir su medro a sus talentos o a sus virtudes es incmodo, pues es confesar que ellos mismos son menos virtuosos y menos hbiles que l. Sitan entonces la causa principal en algunos de sus vicios, y a menudo tienen razn al hacerlo as. De ese modo, se opera cierta odiosa mezcla entre las ideas de bajeza y de poder, de indignidad y de xito, de utilidad y de deshonor 121 .
Tocqueville analiza tambin otro aspecto importante de la relacin existente entre el individualismo y el despotismo democrtico que llama la atencin por la profundidad y la actualidad de sus observaciones. Nos referimos a esa especie de pasividad que sienten la mayora de los individuos de las modernas democracias ante su condicin de ciudadanos, y que se manifiesta en la desconexin con la que viven los problemas que padecen en su universo privado y la direccin que siguen
121 Idem, p.217. Captulo Primero 97 los asuntos pblicos 122 . Todo ocurre como si el bienestar particular y la libertad poltica transcurrieran, salvo en los perodos de contienda electoral, por caminos separados o con una relacin intermitente y meramente instrumental, lo cual acaba instalando a los sujetos en una suerte de esquizofrenia entre las inquietudes privadas que sienten en tanto que individuos y las responsabilidades pblicas que les corresponden en tanto que ciudadanos. Esto hace que los asuntos colectivos sean vistos por los sujetos como algo que apenas si les concierne directamente y que, en todo caso, han de resolver exclusivamente los expertos designados a tal efecto -los dirigentes polticos, el gobierno, la administracin, etc.- mientras ellos se ocupan de los asuntos privados que son vistos, de este modo, como algo que solamente a cada uno le atae. Paralelamente, dichos gestores de lo pblico se encargan de fomentar en los individuos la peligrosa idea de que ellos son los primeros interesados en el bienestar de la colectividad y de que a ellos les est encomendada la direccin de lo pblico para ahorrarles a los ciudadanos tan fastidiosa tarea y permitirles, de este modo, el que dediquen todo su tiempo y energas a la bsqueda de su particular felicidad. La apata masiva de los ciudadanos y el elitismo poltico democrtico se complementan as formando un crculo vicioso del que resulta difcil sustraerse. Y esto porque en
122 Sobre la importancia de este aspecto del pensamiento tocquevilliano para el entendimiento del individualismo postmoderno insiste G. LIPOVETSKY en La era del vaco, Barcelona, Anagrama, 1986, esp. cap. 2, pp. 34-48. Para un anlisis detallado y posterior discusin de la posicin de este autor puede verse mi tesina de licenciatura Individualismo y Postmodernidad: un anlisis de la propuesta de G. Lipovetsky, Valencia, Universidad de Valencia, 1993. Captulo Primero 98 este estado de cosas la libertad, entendida como participacin en lo pblico, y que pueda exigir un ciudadano, suele ser interpretada por sus iguales en alguna o en varias de estas tres formas: 1) como un proyecto subrepticio de mejorar -bajo el pretexto del servicio al inters general- sus propios intereses privados o partidistas; 2) como un insulto a la inteligencia de los dems (quin ha dicho que una vida dedicada por entero al cuidado de los propios intereses carece de valor y conduce a la servidumbre?); 3) como una amenaza al deseo mayoritario de cifrar la felicidad en el amor a los goces materiales. Y es que la pasin por la libertad - viene a decirnos Tocqueville- es, en comparacin con las ventajas tangibles e inmediatas que ofrece la imaginera igualitaria del bienestar, demasiado exigente para unos individuos socializados en el egosmo individualista, obsesionados por el bienestar y con un sentido de la ciudadana claramente debilitado. En efecto,
Los hombres que tienen la pasin por los goces materiales descubren de ordinario cmo las agitaciones de la libertad trastornan el bienestar antes de darse cuenta de que la libertad sirve para conseguirlo, y al menor ruido de las pasiones pblicas que penetre en los pequeos goces de su vida privada, se despiertan y se inquietan.() Cuando la masa de los ciudadanos nicamente quiere ocuparse de los asuntos privados, los partidos polticos no deben desesperar de convertirse en dueos de los asuntos pblicos. No es raro ver entonces en el vasto escenario del mundo, as como en nuestros teatros, a una multitud representada por algunos hombres. Estos hablan solos en nombre de una multitud ausente y distrada; slo ellos actan en medio de la inmovilidad universal. Disponen segn sus caprichos de todas las cosas, cambian las leyes y tiranizan a su voluntad las costumbres, y se sorprende uno al ver Captulo Primero 99 el pequeo nmero de dbiles e indignas manos en las que puede caer un pueblo 123 .
El desarrollo del individualismo democrtico lleva, pues, aparejadas dos tendencias: una que conduce hacia la independencia y otra que conduce hacia la servidumbre. El individualismo apunta, aparentemente, hacia la primera, pero en el fondo dirige a los individuos, por un camino secreto, hacia la segunda. La revitalizacin de la condicin ciudadana es, pues, indispensable tanto para combatir esta peligrosa tendencia como para hacer de la autonoma de los sujetos el principal bastin de la democracia misma. En este punto se encuentra, dice SCHLEIFFER 124 , el autntico meollo de la reflexin tocquevilliana y el motivo principal que le lleva a escribir La Democracia en Amrica. Lo que hemos de temer, por tanto, en el desarrollo de la democracia moderna -podramos concluir-, no es la anarqua -el colapso de la autoridad y la desintegracin social-, sino la servidumbre -la degeneracin individualista de la ciudadana-, y no es el desorden o el vaco de poder, sino el despotismo -ya sea de un jefe, de la mayora, del gobierno o del Estado mismo- tras la simbologa exterior de la democracia.
4-3) Indiferencia cvica y compasin humanitaria
Tras examinar, minuciosamente, la influencia que ejerce el principio de igualdad de las condiciones sociales sobre las ideas y los sentimientos del homo democraticus, Tocqueville
123 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 182. 124 J.T. SCHLEIFFER, op. cit. p. 281. Captulo Primero 100 pasa a analizar, en la tercera parte de la 2 Democracia, la intervencin del mencionado principio en el mbito de las costumbres propiamente dichas 125 . Esta seccin de la obra es importante para el tema que nos ocupa, pues en ella se aborda la cuestin del individualismo desde otro ngulo, lo cual nos permite explicitar un nuevo rasgo de su estructura. Se trata de la relacin, un tanto paradjica, que se da entre la indiferencia mutua que demuestran los sujetos, en tanto que ciudadanos, y la compasin que sienten esos mismos sujetos ante el sufrimiento de un individuo cualquiera, cuando ste es percibido como miembro genrico de la especie humana. El individualismo democrtico, viene a decirnos Tocqueville, tiende a debilitar los vnculos cvico-polticos al mismo tiempo que promueve el estrechamiento de los lazos humanitarios. Para explorar a fondo dicha tesis, hay que seguir, atentamente, su reflexin sobre las razones que producen esa especie de moderacin general de las costumbres que, segn l, se registra en las sociedades democrticas. En el captulo que abre dicha seccin, nuestro autor comienza diciendo que existe una correlacin muy estrecha entre la nivelacin de las condiciones sociales y la suavizacin progresiva de las costumbres.
Observamos desde hace varios siglos -dice Tocqueville-, que las condiciones se igualan y al mismo tiempo descubrimos que las costumbres se suavizan. Estas dos cosas, son solamente coetneas o existe entre ellas algn vnculo secreto, de tal suerte que la una no pueda avanzar sin hacer avanzar a la otra? Hay varias causas que pueden contribuir a hacer menos rudas las costumbres de un pueblo, pero
125 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 205. Captulo Primero 101 entre todas ellas me parece que la ms poderosa es la igualdad de condiciones. La igualdad de condiciones y la moderacin de las costumbres no son, por tanto, en mi opinin, acontecimientos solamente coetneos, sino tambin hechos correlativos 126 .
La dulcificacin de las costumbres que, por lo general, se observa en las sociedades democrticas no es, pues, un hecho contingente; tampoco es, como suele afirmarse, un acontecimiento vinculado sin ms a la difusin cultural; se trata, ms bien, de un fenmeno cuya explicacin hay que buscarla en la lgica profunda del estado social democrtico. Para probar dicho aserto, Tocqueville nos remite, como es habitual en su proceder argumentativo, al anlisis comparativo entre los mores caractersticos de la sociedad aristocrtica y los de la sociedad democrtica. En la sociedad aristocrtica -nos dice-, cada uno de los estamentos tiene un modo de ser propio y una existencia tan diferente y, por as decirlo, aparte de la de los dems, que resulta difcil concebirlos a todos ellos como formando parte de una misma humanidad. Los distintos grupos sociales tienen intereses, costumbres y gustos especficos, lo cual hace que los miembros de cada uno de estos grupos solamente consideren como un igual a quien forma parte de su misma casta. Mis semejantes son los miembros de mi casta: sta es la marca principal que la sociedad aristocrtica imprime en la manera de pensar y de sentir de todos sus componentes. Y es que en una sociedad estructurada jerrquicamente, la nocin general del semejante es realmente oscura 127 , lo cual se aprecia
126 Idem, pp. 207-208. 127 Ibidem, p. 137. Captulo Primero 102 claramente al observar la insensibilidad con la que vean los hombres de los estamentos superiores las desgracias que sufran los inferiores, y, ya no digamos, la incomprensin que mostraban hacia las miserias que afectaban al gnero humano en su conjunto. Por esta razn, el ms cruel de los castigos impuesto a un hombre del pueblo era algo que un seor del Antiguo Rgimen contemplaba sin inmutarse, ya que no comprenda propiamente lo que era sufrir cuando no se trataba de alguien de su misma clase. Algo similar ocurra ya, y por los mismos motivos -aade Tocqueville-, si se trataba de un brbaro para un griego o un romano en la Antigedad clsica. En efecto,
En los tiempos de su mayor cultura, los romanos degollaban a los generales enemigos tras haberlos arrastrado triunfalmente tras su carro y echaban los prisioneros a las fieras para diversin del pueblo. Cicern, que tanto gime ante la idea de un ciudadano crucificado, no encuentra nada que censurar a esos atroces abusos de la victoria. Es evidente que a sus ojos un extranjero no es de la misma especie humana que un romano. (). Cuando los cronistas de la Edad Media, que pertenecan todos, por su nacimiento o sus hbitos, a la aristocracia, cuentan el fin trgico de un noble, lo hacen con infinito dolor, mientras que cuentan de un tirn y sin pestaear las matanzas y las torturas de la gente del pueblo 128
No hay que pensar, sin embargo, que la sociedad aristocrtica dispensaba de toda obligacin mutua a los miembros de los distintos estamentos. Si bien nobles y siervos se consideraban entre s como seres de naturaleza diferente, ello no impeda que, unos y otros, se creyeran en el deber de prestarse proteccin y vasallaje, respectivamente. As pues,
128 Ibidem, p.211, 209. Captulo Primero 103
Aunque el siervo no se interesase naturalmente por la suerte de los nobles, no por ello se crea menos obligado a sacrificarse por aqul de ellos que era su jefe, y aunque el noble se creyese de otra naturaleza que los siervos, sin embargo, juzgaba que su deber y su honor le obligaban a defender, a riesgo de su propia vida, a los que vivan en sus dominios 129 .
La pertenencia, en virtud del nacimiento, a un determinado estamento y el lugar que ste ocupaba en el interior del orden jerrquico, eran, por tanto, las condiciones que definan los privilegios y establecan las obligaciones mutuas -proteger al inferior y servir al superior- a las que estaban sujetos los integrantes de las distintas comunidades feudales. No es, pues, al derecho natural -observa Tocqueville-, adonde hay que acudir para dar razn de tales relaciones entre los hombres, sino al derecho poltico imperante en la sociedad aristocrtico-feudal 130 . Las instituciones feudales estaban hechas, ciertamente, para asegurar la desigualdad y las diferencias jerrquicas entre los hombres pertenecientes a estamentos distintos, pero lo curioso es que, al mismo tiempo, vinculaban a esos mismos hombres, tanto en el plano individual como en el social, mediante un estrecho lazo poltico. La fortaleza de dicho lazo, que llevaba incluso al sacrificio heroico por parte de los vasallos hacia quienes eran sus seores y viceversa, contrasta, sin embargo, con la falta de sensibilidad moral que demostraban ambos hacia la suerte de la especie humana considerada como tal. El estado social aristocrtico
129 Ibidem, p. 209. 130 Ibidem, p. 209. Captulo Primero 104 engendraba reglas muy severas, costumbres gloriosas y virtudes heroicas, pero lo que no despertaba en modo alguno -dice Tocqueville-, era la compasin humanitaria y la simpata entre los hombres situados en lugares diferentes de la jerarqua social; y esto porque slo hay simpatas reales entre personas semejantes y en los siglos aristocrticos no se considera semejantes ms que a los miembros de la misma casta 131 . Y, claro est, sin la idea general de una semejanza universal entre los hombres, no puede medrar sentimiento alguno de piedad hacia un ser humano considerado como tal, es decir, con independencia de su linaje o condicin social. En una sociedad como la aristocrtico-feudal, dominada por el principio de jerarqua y el espritu de casta, la idea del ser humano en general es, pues, inexistente, ya que sus miembros se encuentran como encerrados en el estrecho crculo de su pertenencia estamental y familiar, y solamente perciben desde ah a aquellos hombres en particular con quienes cada uno se halla vinculado segn marca la tradicin. En este sentido, cada estamento se concibe a s mismo, y es concebido por los dems, como una especie de humanidad particular y jerrquicamente diferente dentro de un orden fijo e inmutable. En efecto,
cuando las condiciones son muy desiguales y las desigualdades son permanentes, los individuos se hacen poco a poco tan diferentes que se dira que hay tantas humanidades distintas como clases. Nunca se descubre a la vez ms de una de ellas, y al perder de vista el vnculo general que las rene a todas en el
131 Ibidem, p. 209. Tocqueville se remonta aqu, en uno de sus borradores, a la etimologa griega del trmino simpata, que significa sentir con. Captulo Primero 105 vasto interior del gnero humano, no se examinan ms que ciertos hombres y no al hombre 132 .
En este universo ideolgico, adems, el juicio moral est determinado por el cdigo del honor feudal y se orienta, en consecuencia, conforme a la condicin social establecida para cada uno de los estamentos, y no segn la conciencia general del gnero humano. As pues,
en el mundo feudal las acciones no eran siempre alabadas ni censuradas en razn de su valor intrnseco, sino que suceda a veces que se juzgaban nicamente en relacin a su autor o a su objeto(). Ciertos actos que eran indiferentes para un plebeyo deshonraban a un noble; otros cambiaban de carcter segn que la persona que los sufriese perteneciese a la aristocracia o viviese fuera de ella.() Que tal virtud o tal vicio perteneciesen a la nobleza ms que al estado llano, que tal accin fuese indiferente cuando tuviese por objeto a un villano o condenable cuando se tratase de un noble, eso era lo que a menudo resultaba arbitrario, pero que se considerasen honrosas o vergonzosas las acciones de un hombre segn su condicin provena de la constitucin misma de una sociedad aristocrtica 133 .
Con la decadencia del sistema feudal y la igualacin progresiva de las condiciones sociales, el universo jerrquico-tradicional se desmorona y, con ello, los vnculos aristocrticos, el cdigo del honor medieval y el espritu de casta acaban perdiendo su razn de ser. El avance de la democracia, que es para Tocqueville el autntico sino de la Modernidad, produce cambios decisivos en la mentalidad de los hombres e introduce una nueva lgica en las relaciones sociales que se establecen entre ellos. En efecto, al ser cada vez ms iguales las condiciones -y accidentales las
132 Ibidem, p. 38. 133 Ibidem, p. 275. Captulo Primero 106 diferencias de posicin social-, los hombres toman mayor conciencia de su independencia en tanto que individuos, y, al mismo tiempo, de su semejanza mutua en tanto que seres pertenecientes a una misma humanidad. Este hecho tiende a aproximar las maneras de pensar y de sentir, lo que suaviza las costumbres y despierta entre los hombres sentimientos de simpata y compasin ante los sufrimientos de un individuo cualquiera, considerado ahora como un ser humano semejante. La democratizacin de las condiciones sociales imprime, pues, en la sensibilidad moral del hombre moderno un sentimiento nuevo: la piedad universal. Una simple mirada introspectiva -dice Tocqueville-, basta para que cada cual se identifique imaginariamente con el sufrimiento del otro, ya que no le resulta difcil concebir que l mismo podra encontrarse en su lugar. En este sentido,
No hay miseria que no conciba sin dificultad, y un instinto secreto le descubre su extensin. En vano tratar de extraos o enemigos: la imaginacin los coloca pronto en su sitio. Une a su piedad algo personal y que le hace sufrir como propio el descuartizamiento del cuerpo de sus semejantes 134 .
Podemos reconocer aqu, indica M. ZETTERBAUM 135 , un cierto paralelismo entre el hombre democrtico de Tocqueville y el hombre natural del que nos habla ROUSSEAU en su famoso Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres 136 . Aun siendo esto cierto, hay que precisar
134 Ibidem, p. 210. 135 M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en Historia de la Filosofa poltica, LEO STRAUSS y J. CROPSEY (comps), Mxico, FCE, 1993, p. 722. 136 En efecto, en esta obra Rousseau sostiene que el sentimiento de piedad es una virtud incardinada en la naturaleza misma del hombre. Merece la pena, como ejemplo, citar el siguiente pasaje: Hay, adems, otro principio del que Hobbes no se ha percatado y que, dado al hombre para suavizar en Captulo Primero 107 que, a diferencia de Rousseau, la emergencia del sentimiento de piedad no es, para Tocqueville, algo natural, sino que se trata de un producto de la civilizacin moderna debido a la confluencia de tres factores: la democratizacin de las condiciones sociales, la difusin de las ideas ilustradas y la influencia moral de fondo ejercida por el cristianismo 137 . Desde el mismo momento en que se impone a la conciencia colectiva la idea de que todos los hombres pertenecen por igual a una misma humanidad, las antiguas jerarquas se revelan como un producto histrico que no tiene otro fundamento que la convencin humana. La igualacin de las condiciones sociales favorece, adems, el que cada uno se reconozca a s mismo en el otro y vea en l a un ser humano semejante. Al sentimiento aristocrtico de una simpata circunscrita a los miembros de una misma casta le sucede ahora el sentimiento democrtico de una simpata universal entre los seres humanos. Mis semejantes, pues, ya no son los miembros de mi casta, como en la sociedad aristocrtica, sino el ser humano en tanto que ser humano: tal es la idea que se impone a
ciertas circunstancias la ferocidad de su amor propio, o el deseo de conservarse antes del nacimiento de ese amor, templa el ardor que tiene por su bienestar mediante una repugnancia innata a ver sufrir a su semejante. No creo que haya que temer ninguna contradiccin al conceder al hombre la nica virtud natural que el detractor ms extremado de las virtudes humanas se vio obligado a reconocerle. Hablo de la piedad, disposicin conveniente a unos seres tan dbiles y sometidos a tantos males como somos; virtud tanto ms universal y tanto ms til al hombre cuanto que precede en l al uso de toda reflexin, y tan natural que las bestias mismas dan a veces signos sensibles de ella. JJ. ROUSSEAU, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Madrid, Alianza, 1989, p. 235 s. 137 La importancia atribuida por nuestro autor a este ltimo factor le lleva a anotar en uno de sus borradores de La Democracie en Amrica la siguiente idea: Las primeras ideas democrtico-modernas provienen del cristianismo mismo(). Y esto porque es el cristianismo quien ha introducido el principio de la igualdad entre los hombres YTC, CVh, 3, p. 24. Citado por D. JACQUES, Tocqueville et la Modernit, Qubec, Les ditions du Boreal, 1995, p. 80 (la traduccin es nuestra) Captulo Primero 108 la conciencia de los individuos en la sociedad democrtica 138 . En este sentido, la idea de humanidad en general y la igualdad de las condiciones sociales se refuerzan mutuamente. El espacio democrtico se convierte entonces en un lugar de reconocimiento abierto a todos los individuos, cualesquiera que sean sus caracteres propios y las barreras que todava les separan, lo cual permite la aparicin de esa especie de sensibilidad moral, tpicamente moderna, preocupada por la suerte de la especie humana tomada en su conjunto. Ahora bien, a medida que la relacin con el otro deviene menos convencional en el sentido tradicional del trmino, se hace tambin ms indefinida, ya que el sentimiento de piedad que habita en el corazn de los modernos adquiere un carcter abstracto y un sentido genrico. En efecto, a lo que me adhiero yo por la piedad no es propiamente al otro en tanto que individuo concreto, ni tampoco, por penetrante que sea el ejercicio de mi imaginacin, a m mismo; es a se que no soy yo ni el otro, pero que es semejante a m y al otro, a quien yo veo y con quien, en definitiva, me identifico. Como muy bien seala P. MANENT 139 , a lo que apunta, en el fondo, esa identificacin con el otro en la sociedad democrtica es a un tertium quid imaginario, y a eso es precisamente a lo que Tocqueville se refiere cuando habla del semejante. A mayor abundamiento, podramos decir que dicho sentimiento de identificacin piadosa con el semejante, en tanto que ser humano en general, concuerda perfectamente con esa tendencia
138 Sobre la importancia de esta idea en el pensamiento de Tocqueville insiste, desde una perspectiva fenomenolgica, el trabajo de R. LEGROS, Lide dhumanit, Paris, Grasset, 1990, cap. 3, pp. 141-197. 139 P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 75. Captulo Primero 109 intelectual que, segn nuestro autor, inclina al individuo de la sociedad democrtica a buscar el fundamento de sus opiniones en la naturaleza misma del hombre. No es difcil comprobar, en este sentido, cmo el intelecto del hombre democrtico se ve cada vez ms orientado hacia las ideas generales y las nociones abstractas. As pues,
Cuando repudio las tradiciones de clase, de profesin, de familia, cuando me libero del imperio del ejemplo para seguir la va a seguir con el solo esfuerzo de mi razn, me siento inclinado a extraer los motivos de mis opiniones de la naturaleza misma del hombre, lo que me conduce, necesariamente y casi sin darme cuenta, hacia un gran nmero de ideas muy generales 140 .
La abstraccin generalizadora y la pasin identificante obedecen, por tanto, a una misma lgica y constituyen, por as decir, las dos caras de un mismo proceso. Tocqueville se pregunta, a continuacin, si hay contradiccin entre el desarrollo de este sentimiento de compasin humanitaria y la tendencia individualista que, segn venimos analizando, se registra tambin en la sociedad democrtica. La cuestin podra formularse as: hay algn vnculo entre esa especie de compasin natural que siente el hombre democrtico hacia los males de los dems y el individualismo que inclina a ese mismo hombre a no pensar ms que en su propio inters particular, o se trata, por el contrario, de dos tendencias opuestas? Lejos de contradecirse, viene a decirnos Tocqueville, ambas tendencias coexisten, aunque sea de manera paradjica, en la entraa misma del
140 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 40. Captulo Primero 110 individualismo democrtico 141 . En efecto, el individualismo libera a los hombres del holismo comunitario, pero, en su accin, atomiza el tejido social y sita a los sujetos aparte los unos de los otros; tiende a asemejar a los hombres, en tanto que individuos, pero fomenta su extraamiento mutuo, en tanto que ciudadanos; hace sentirse a los hombres independientes, pero los empuja, a su vez, hacia el aislamiento y la soledad; despierta el sentimiento de piedad entre los individuos, pero, al mismo tiempo, tiende a replegarlos en el estrecho crculo de sus intereses egostas; estrecha los vnculos privados, pero, a cambio, distiende los lazos polticos; promueve la simpata natural entre los individuos, pero provoca, simultneamente, su indiferencia cvica; desvirta la autoridad tradicional, pero la sustituye por la tirana social de la masa; propicia la compasin, pero tambin estimula la envidia; contribuye a suavizar las costumbres, pero favorece el conformismo espiritual; frena las tendencias revolucionarias, pero alimenta el despotismo democrtico; y, en definitiva, dice nuestro autor, tiende a acercar a los parientes al mismo tiempo que separa a los ciudadanos 142 . Todo ello indica, a mi juicio, que el problema clave de nuestras modernas democracias consistira, segn Tocqueville, en moralizar al individuo para convertirlo en un verdadero ciudadano. Y esta tarea supone, fundamentalmente, la correccin de la tendencia que lo inclina hacia el
141 Todo esto -escribe Tocqueville-, no contradice lo que he dicho antes a propsito del individualismo. Incluso creo que ambas cosas, lejos de enfrentarse, se armonizan. A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 218. 142 Idem, p. 240. Captulo Primero 111 individualismo con los recursos de los que dispone la propia democracia.
5) LAS ILUSIONES DEL INDIVIDUALISMO Y SUS POSIBLES REMEDIOS
La crtica de Tocqueville al individualismo comprende, a mi modo de ver, dos aspectos fundamentales e ntimamente correlacionados: en primer lugar, una denuncia de los peligros despticos que amenazan a las sociedades democrticas cuando sus miembros, dominados por la tendencia individualista, se repliegan a la esfera privada y se desentienden de las responsabilidades que les corresponden, en tanto que ciudadanos; y, en segundo lugar, una propuesta de superacin, en clave humanista, de la perspectiva que concibe al individualismo como figura antroponmica propia de la democracia liberal. En cuanto al primer aspecto, Tocqueville muestra, de manera fehaciente, cmo la carencia de civismo que trae consigo el individualismo procede, en el fondo, de un juicio errneo cuya frmula general encontramos resumida en la siguiente cita: los individuos tienden a considerarse aisladamente y se complacen en creer que su destino entero est en sus manos 143 . El error en el que incurre el individualista consiste, fundamentalmente, en creerse un individuo autosuficiente. Se trata, en realidad, de una ilusin, ya que su vida como individuo, lejos de estar enteramente en sus manos, depende de su relacin con los dems
143 Ibidem, p. 138. Captulo Primero 112 y de su participacin, como ciudadano, en el gobierno de los asuntos comunes. A este respecto, cabe sealar que uno de los principales objetivos de la nueva ciencia poltica que avanza Tocqueville, consiste precisamente en desmitificar la ilusin individualista y proponer, en consecuencia, los antdotos adecuados para combatirla. Y es que si no corregimos, piensa nuestro autor, la ilusin de autosuficiencia individual que preside la conducta individualista en todas sus manifestaciones, el individuo acabar convirtindose en un ser aislado y egosta, en un mero consumidor de bienestar material, y no en un verdadero ciudadano. Caldo de cultivo, pues, para la gestacin de nuevos despotismos bajo el manto protector de una aparente democracia y con la justificacin demaggica de favorecer as la prosperidad general. Siguiendo la interpretacin de LAMBERTI 144 sobre este punto, la susodicha ilusin individualista adoptara cuatro formas principales en la sociedad democrtica. La primera de ellas consiste en creer que los intereses de cada uno, los intereses privados, pueden definirse -y maximizarse- con independencia de los intereses generales. La cuestin no estriba aqu en que el inters individual, y ya no la virtud entendida al modo clsico, se haya convertido en el principal resorte de la accin humana en la sociedad democrtico-moderna, sino en la forma mediante la que se entiende dicho inters individual. El ejemplo de la sociedad norteamericana, dice Tocqueville, nos ensea a distinguir
144 J.C. LAMBERTI, La libert et les illusions individualistes selon Tocqueville La Revue Tocqueville, n8, 1986, pp. 153-164. Captulo Primero 113 entre esta visin errnea, groseramente utilitarista e individualista del propio inters, y una visin ilustrada y bien entendida del mismo. Segn l, la primera reduce el inters individual a lo meramente econmico, lo concibe ingenuamente como si se tratase de algo natural y previamente constituido a la relacin social, tiende a confundirlo con el egosmo y, finalmente, cree ilusoriamente que el inters general no es ms que la suma de los intereses particulares. De predominar esta tendencia -advierte nuestro autor-,
es difcil prever hasta qu estpidos excesos podra llegar el egosmo de los hombres y no se podra decir de antemano en qu vergonzosas miserias se sumiran ellos mismos por miedo a sacrificar algo de su bienestar para la prosperidad de sus semejantes 145 .
La segunda, por el contrario, define el inters particular como una construccin social e insiste, a partir de ah, en la necesidad de hacer comprender a los individuos que no son autosuficientes y que su propio inters se halla estrechamente vinculado al inters general. Esta doctrina del inters bien entendido 146 no es moralmente muy elevada, dice Tocqueville, pero es accesible a todas las inteligencias; no sugiere ideas sublimes acerca de los deberes del hombre para con sus semejantes, pero descubre a los hombres las ventajas que reporta la honestidad; no despierta una gran abnegacin, pero incita a los hombres a ayudarse mutuamente; no suscita grandes virtudes, pero ensea a los hombres a moderar sus inclinaciones egostas; no orienta la voluntad hacia la
145 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 163. 146 Idem, p. 160. Sobre esta nocin habremos de volver, para un anlisis pormenorizado, en la tercera parte del presente trabajo. Captulo Primero 114 excelencia, pero disminuye, gracias a la ilustracin que procura, la tendencia hacia la depravacin.
No temo decir -concluye nuestro autor-, que la doctrina del inters bien entendido me parece la ms apropiada, de todas las doctrinas filosficas, para las necesidades de los hombres de nuestro tiempo y que veo en ella la ms poderosa garanta contra ellos mismos que les queda. Es principalmente hacia ella donde debe volverse el espritu de los moralistas de nuestros das. Aun cuando la juzguen imperfecta, habr todava que adoptarla como necesaria 147 .
De tal manifestacin no hay que inferir, a mi juicio, que nuestro autor suscriba totalmente y sin crtica alguna la teora utilitarista, ya que incluso los criterios ms refinados en esta direccin le parecen insuficientes para dar razn del sentido moral universalista que caracteriza su visin de la justicia. En efecto, en uno de los borradores del captulo titulado Cmo combaten los americanos el individualismo con la doctrina del inters bien entendido, repasa Tocqueville las distintas doctrinas del inters -desde la ms burda hasta la del utilitarismo ms sofisticado- y termina su anlisis diciendo lo siguiente: hay una teora infinitamente ms pura, ms noble, ms inmaterial, segn la cual el fundamento de las acciones es el deber 148 . El actuar por deber le parece, pues, un principio moralmente ms elevado que cualquiera de las versiones del principio utilitarista. Aunque la inspiracin de esta idea proceda, segn l, del cristianismo y no incluya, en esta reflexin, ninguna referencia explcita a Kant, no podemos dejar de reconocer una
147 Ibdem, p. 162. 148 Ibdem, p. 164. Captulo Primero 115 cierta influencia de la tica kantiana en el planteamiento de nuestro autor. Esta apreciacin podra verse confirmada en las siguientes palabras de J.P. MAYER, uno de los ms destacados estudiosos de su obra, cuando dice:
No cabe negar un cierto rigorismo en la tica poltica de Tocqueville. Los moralistas jansenistas ejercieron una honda influencia sobre l a travs de los escritos de Pascal, pero acaso haya tambin una huella del influjo de Kant que pudo hacerse sentir a travs de su maestro Royer-Collard. El imperativo categrico del gran filsofo prusiano no es, desde luego,ajeno a la filosofa poltica de Tocqueville 149 .
La utilidad es, pues, para nuestro autor, un valor secundario con respecto a la justicia, y si habla en favor de la versin ms ilustrada de aqul -la doctrina del inters bien entendido-, es porque teme que acabe por imponerse en la sociedad democrtica la peor de sus versiones, esto es, esa especie de egosmo instintivo y burdo que apenas merece el nombre de doctrina 150 . As pues, haciendo de la necesidad virtud, Tocqueville piensa que la doctrina del inters bien entendido puede servir para corregir la tendencia que aboca al individualismo democrtico hacia el egosmo e incluso la justificacin hedonista de ese egosmo que nos ofrecen las interpretaciones utilitaristas de mayor predicamento.
Si la moralidad fuera lo bastante fuerte por s misma -escribe nuestro autor en uno de sus escritos inditos-, no considerara yo tan importante apoyarse en la utilidad. Si la idea de lo que es justo fuera
149 J. P. MAYER, op. cit. p. 137. 150 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 163. Captulo Primero 116 ms poderosa, no hablara yo tanto de la idea de utilidad 151 .
Los razonamientos utilitaristas y las teoras econmicas inspiradas en ellos pueden tener, piensa nuestro autor, un valor pedaggico no despreciable para combatir la ilusin individualista de la autosuficiencia, siempre y cuando sean encaminados hacia su superacin en una visin de la justicia interesada en potenciar la dignidad de todo ser humano por encima de cualquier otra consideracin 152 . Partiendo de esta idea, Tocqueville trata de demostrar que el remedio democrtico ms eficaz y legtimo que tenemos a nuestro alcance para corregir esta forma de ilusin individualista, y conseguir un acuerdo justo entre los intereses particulares y el inters general, pasa, fundamentalmente, por el ejercicio de la libertad poltica, esto es, por la participacin activa de los hombres, en tanto que ciudadanos, en la direccin de los asuntos pblicos.
Para que la democracia impere -subraya nuestro autor en esta direccin-, se precisan ciudadanos que se interesen en los negocios pblicos, que tengan la capacidad de comprometerse y que deseen hacerlo. Punto capital al que hay que volver siempre 153 .
En estrecha relacin con la anterior, la segunda de las ilusiones del individualismo consiste en creer que los individuos pueden ocuparse, sin peligro alguno para su
151 A. de TOCQUEVILLE, Indits Yale, CV h, cahier 4, p. 30. Citado por J.T. SCHLEIFFER, op. cit. p. 265 152 Esta es, segn indican algunos estudiosos, una de las vas que, por influencia de Tocqueville, seguir J. Stuart Mill para superar el utilitarismo tradicional. Vase al respecto, J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 228. 153 A. de TOCQUEVILLE, Indits Yale, CV e, cahier 17, p. 65. Citado por J. T. SCHLEIFFER, op cit. p. 267. Captulo Primero 117 libertad, de sus intereses econmicos con independencia de sus obligaciones ciudadanas. Dicha ilusin imprime al individualismo un sesgo economicista que se manifiesta, dice nuestro autor, en el gusto desmedido que los individuos de la sociedad democrtica sienten por el bienestar material. Tocqueville reconoce, de entrada, el estrecho lazo existente entre la prosperidad econmica y la libertad a lo largo de la historia.
No creo -dice- que se pueda citar un solo pueblo manufacturero y comerciante, desde los tirios hasta los florentinos y los ingleses, que no haya sido un pueblo libre. Hay un vnculo estrecho y una relacin necesaria entre estas dos cosas: libertad e industria. Esto es verdad generalmente en todas las naciones, pero especialmente en las naciones democrticas 154 .
Ahora bien, a diferencia de los partidarios entusiastas del liberalismo econmico, Tocqueville seala el riesgo de despotismo que entraa el descuido de los deberes cvico- polticos por parte de unos individuos estrechamente concentrados en su bienestar material e ilusoriamente confiados en las bondades del libremercado. En efecto, cuando se vuelve excesivo, el gusto por el confort econmico detrae a los individuos de la vida poltica, lo cual puede ser aprovechado por un dspota cualquiera -un hombre ambicioso, un partido poltico, una faccin, etc- para minar sutilmente la democracia en nombre del orden pblico necesario para la prosperidad material. As pues,
154 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 181. Captulo Primero 118 sucede a menudo en los pueblos democrticos que el gusto por el bienestar material hace abandonar la libertad (). Si en este crtico momento, un hbil ambicioso llegase a apoderarse del poder, encontrara abierta la va a todas las usurpaciones. Si durante algn tiempo tiene cuidado de que todos los intereses materiales prosperen, se tender a disculpar fcilmente todo lo dems. Sobre todo, que garantice el buen orden. () Una nacin que slo pide a su gobierno el mantenimiento del orden es ya esclava en el fondo de su corazn: es esclava de su bienestar, y el hombre que debe encadenarla puede aparecer muy pronto. El despotismo de las facciones no es menos de temer que el de un hombre 155 .
No debemos, pues, confundir sin ms el progreso democrtico con el progreso econmico, ni tampoco creer que el primero se deriva automticamente del segundo. El error del individualismo consiste aqu en creer que la libertad econmica y el bienestar material que ella procura no guardan ms que una relacin indirecta y no-fundamental con la libertad poltica, cuando lo cierto es que, sin sta ltima, la propia libertad econmica se encuentra amenazada y la prosperidad material resulta injustamente distribuida. A mayor abundamiento, el individualismo econmico reduce ilusoriamente al individuo a la categora de mero productor-consumidor de bienestar material y, en este sentido, olvida que en una democracia bien entendida el individuo es -debe ser-, ante todo, un ciudadano. El ejemplo de la democracia norteamericana, concluye Tocqueville, muestra todos estos defectos, pero tambin nos indica la manera de combatirlos. A este respecto, la solucin pasa, segn l, por reunir de nuevo, en el alma misma del individuo, la pasin por el bienestar y la pasin por la libertad. En efecto,
155 Idem que nota anterior, pp. 180-182. Como puede observarse, Tocqueville se inspira aqu claramente en los Discursos de Rousseau. Captulo Primero 119
Los habitantes de los Estados Unidos muestran, alternativamente, una pasin tan poderosa y tan semejante por su bienestar y por su libertad, que es de creer que esas pasiones se unen y se confunden en algn lugar de su alma. Los americanos, en efecto, ven en su libertad el mejor instrumento y la mayor garanta de su bienestar. Aman las dos cosas, la una por la otra. No piensan que ocuparse de los asuntos pblicos no sea asunto suyo. Creen, por el contrario, que su principal tarea es asegurarse por s mismos un gobierno que les permita alcanzar los bienes que desean y que no les prohiba gozar en paz de los que han adquirido 156 .
La tercera ilusin individualista consiste en creer que los individuos pueden realizarse libremente en la esfera privada sin asumir su responsabilidad de ciudadanos, o ms exactamente, reduciendo a su mnima expresin -el sufragio peridico- el ejercicio de su libertad poltica. Dicha ilusin se basa, segn Tocqueville, en una idea errnea -por reduccionista y limitada- de la libertad, esto es, el concebirla solamente como un derecho dirigido a proteger la independencia privada y no como un deber de participacin activa en la direccin de lo pblico. Y es que la libertad del burgus separada de la libertad del ciudadano, viene a decir nuestro autor, no es ms que un espejismo. En efecto, el dficit de participacin poltica, motivado por el retiro de los individuos a su vida privada, supone dejar en manos de los gobernantes la gestin exclusiva de lo pblico y ello propicia que stos puedan administrar despticamente hasta la privacidad misma de aquellos. En este sentido, el sufragio peridico no es suficiente para frenar esta peligrosa tendencia, ya que, segn nuestro autor,
156 Ibidem, p. 182-183. Captulo Primero 120
resulta difcil concebir cmo unos hombres que han renunciado enteramente al hbito de dirigirse a s mismos podran elegir bien a los que deben dirigirlos, y no cabe creer que de los sufragios de un pueblo de criados pueda alguna vez salir un gobierno liberal, enrgico y sabio 157 . El repliegue de los individuos sobre s mismos, la falta de solidaridad social, la despolitizacin y la carencia de un espritu pblico democrtico son los principales efectos negativos asociados a la mencionada ilusin. De persistir sta, advierte Tocqueville, el ciudadano puede convertirse en un siervo democrtico y con ello la aparicin del despotismo est verdaderamente servida. El inconveniente de esa libertad- independencia radica, pues, en el fomento de un aislamiento individual que lejos de suponer, como aparenta, un incremento de la libertad de los sujetos, los sumerge en realidad en el egosmo y los sita totalmente a merced de una administracin estatal cada vez ms paternalista, burocratizada y todopoderosa. Para corregir esta ilusin de la autosuficiencia privada generada por el individualismo y el peligro de despotismo que trae consigo, Tocqueville insiste en el papel fundamental que desempean las asociaciones ciudadanas, ya que ellas constituyen, segn seala, esos cuerpos intermedios capaces de frenar la dependencia del individuo respecto al Estado y de generar el encuentro entre las dimensiones civil y poltica de la libertad en una sociedad democrtica. En este sentido, la ciencia de la asociacin es considerada por l como la ciencia madre de los pases democrticos e
157 Ibidem, p. 376. Captulo Primero 121 interpretada como un medio fundamental para la educacin democrtica de la ciudadana 158 . La reivindicacin tocquevilliana del asociacionismo ciudadano responde, pues, a la necesidad de fomentar la libertad poltica en la sociedad democrtica para prevenir el despotismo, pero su reflexin no se reduce, a mi juicio, a este noble objetivo tal y como sostienen algunos estudiosos de su obra 159 . A mi modo de ver, si Tocqueville insiste tanto en la libertad de asociacin es porque piensa que es el hombre mismo y no slo el ciudadano el que se halla amenazado por la estrechez moral que comporta la ilusin individualista de la autosuficiencia privada. La libertad del ciudadano no es, en este sentido, el objetivo ltimo, sino aquello que permite a los hombres realizarse como tales, evitando as que la civilizacin misma que lo permite degenere. En efecto,
Si los hombres que viven en los pases democrticos no tuviesen ni el derecho ni el gusto de unirse con fines polticos, su independencia correra grandes peligros, pero () si no adquiriesen la costumbre de asociarse () la civilizacin misma estara en peligro. Un pueblo en el cual los particulares perdieran el poder de hacer aisladamente grandes cosas sin adquirir la facultad de producirlas en comn regresara bien pronto a la barbarie.() Si los sentimientos y las ideas no cambian, el corazn no se engrandece, y el espritu humano no se desarrolla ms que por la accin recproca de unos hombres sobre otros. He hecho ver que esta accin es casi nula en los pases democrticos. Hay, pues, que crearla artificialmente. Esto slo pueden hacerlo las asociaciones 160 .
158 Ibidem, p. 150. La teora de las asociaciones de Tocqueville ser tratada ampliamente en la tercera parte del presente trabajo, la cual dedicamos al estudio de la relacin entre los conceptos de sociedad civil y democracia. 159 As, por ejemplo, E. NOLLA en su edicin crtica de La Democracia en Amrica I, nota u, p. 11 y J.M. SAUCA, op. cit. pp.601-604. 160 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 148-149. Captulo Primero 122
Sobre este punto, cabe sealar que no abundan los intrpretes que destaquen esta doble dimensin antropolgica y cvica en el pensamiento de Tocqueville, la cual subyace y fundamenta su filosofa moral y su visin de la poltica 161 . La cuarta y ltima forma de ilusin individualista hace referencia a esa especie paradjica de autosuficiencia que muestra comnmente el hombre democrtico en materia intelectual. Dicha autosuficiencia le lleva, por un lado, a cuestionar las fuentes de la autoridad tradicional en nombre del juicio individual, pero, al mismo tiempo, tiende a creer que la verdad se encuentra en la opinin de la mayora. La explicacin de semejante paradoja hay que buscarla, segn nuestro autor, en el individualismo intelectual que genera el igualitarismo democrtico. En efecto, el individualismo impulsa a cada individuo a buscar la verdad en s mismo y, simultneamente, hace que cada cual vea en el otro, semejante a l, una verdad equivalente a la suya. Ahora bien, por grande que sea la independencia individual en el dominio del pensamiento, sta tiene sus lmites y, por tanto, hace falta -dice Tocqueville-, que la autoridad intelectual se encuentre en alguna parte. S, pero dnde? La misma semejanza de los individuos les inclina a pensar que se halla en el juicio del mayor nmero, en la mayora, y con ello creen haber resuelto la cuestin. Se trata, afirma nuestro autor, de una
161 A este respecto, vanse los estudios de J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 106, P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, preface, p. iv, y M. BRESSOLETTE, Lhumanisme dAlexis de Tocqueville, Bulletin de la Socit Toulousiane dtudes Classiques, Toulouse, n, 169-170, 1974, pp. 5-18. A pergear los principales rasgos del humanismo cvico de nuestro autor dedicaremos el siguiente apartado. Tratamos, con ello, de ir un poco ms all de estos autores. Captulo Primero 123 solucin reconfortante, pero ilusoria, ya que trueca la independencia intelectual del individuo en dependencia de la opinin comn, y de ah a la tirana de la mayora no hay ms que un paso muy pequeo. As pues, el individualista cree, ilusoriamente, seguir su propio punto de vista cuando, en realidad no hace sino conformar sus ideas a la opinin mayoritaria. En este sentido, dice R. BELLAH acertadamente que
la confianza del individualista en sus propias opiniones y la conformidad ansiosa con las ideas de sus semejantes resultan ser las dos caras de una misma moneda 162 .
El lazo que une al individualismo intelectual con la tirana de la mayora constituye, pues, una de las fuentes del despotismo democrtico ms peligrosas por lo sutil y difcil de combatir que resulta. Y ello porque el imperio de la mayora se confunde en la opinin comn con la definicin misma de la democracia. Convertida as en dogma que se asume de modo inconsciente y se acepta sin discutir, la opinin mayoritaria est llamada a ser la nueva religin de los tiempos democrticos, y su omnipotencia la marca de fbrica del nuevo despotismo que les amenaza. En efecto,
La fe en la opinin comn es la fe de las naciones democrticas. La mayora es el profeta. En las naciones democrticas, el imperio moral de la mayora est llamado quiz a reemplazar hasta cierto punto a las religiones, o a perpetuar a algunas si las protege. Pero entonces la religin se vivir como opinin comn ms que como religin. (). Hay en ello, y nunca podra repetirlo demasiado, motivo para hacer reflexionar a los que ven en la libertad de la
162 R. N. BELLAH y otros, Hbitos del corazn, Madrid, Alianza, 1989, p. 196. Captulo Primero 124 inteligencia una cosa santa y odian no solamente al dspota, sino tambin al despotismo 163 .
Ms que cualquier opresin legal, poltica o administrativa, lo que le preocupaba verdaderamente a Tocqueville era la tirana sutil y profunda sobre las ideas, sentimientos y valores del individuo que una mayora poda establecer y justificar amparndose en el igualitarismo democrtico. Por este motivo busca, valindose del ejemplo americano, los remedios que puedan frenar esta tendencia y la manera de corregir la ilusin individualista en la que se funda. El error de la autosuficiencia intelectual, propio del individualismo democrtico, puede ser corregido -arguye nuestro autor-, mediante la accin combinada de la libertad poltica y el influjo espiritual beneficioso que proporciona la religin. En efecto, la participacin de los individuos en los asuntos pblicos -ya sea en las instituciones municipales, ya sea en las asociaciones voluntarias-, ensea a los individuos a no confundir la autonoma intelectual con la autosuficiencia individualista y, al mismo tiempo, les hace salir de s mismos para actuar en comn como ciudadanos. As pues,
En las sociedades democrticas slo la libertad poltica puede combatir eficazmente los vicios que le son propios, y detenerlas por la pendiente por la que se deslizan. Slo ella puede, en efecto, sacar a los ciudadanos del aislamiento en que les hace vivir la misma independencia de su condicin, para constreirlos a aproximarse unos a otros. Es lo nico
163 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 31,34. Sobre el peligro que representa, para la democracia misma, la identificacin dogmtico-emotivista de la democracia con la regla de mayoras, ha insistido, entre nosotros la profesora A. CORTINA en tica aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos, 1993, pp. 25-29. Captulo Primero 125 que los enardece y los rene cada da, impulsados por la necesidad de entenderse y de complacerse mutuamente en la prctica de los asuntos comunes. () En Francia, muchas personas consideran la igualdad de condiciones como un primer mal y la libertad poltica como el segundo. Cuando se ven obligados a sufrir la una, se esfuerzan al menos en escapar a la otra. Por mi parte, afirmo que para combatir los males que puede producir la igualdad no hay ms que un remedio eficaz: la libertad poltica 164 .
La religin, por su parte, al dirigir el alma de los individuos hacia lo inmaterial y divino, ayuda no menos a combatir las inclinaciones individualistas del aislamiento, el gusto excesivo por el bienestar material y, sobre todo, la orgullosa ilusin de la autosuficiencia espiritual 165 .
164 A. de TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin I, p. 51; La Democracia en Amrica II, p.145. Sobre este punto volveremos, para tratarlo pormenorizadamente, en la tercera parte de nuestro trabajo. 165 sta es, en lneas generales, la tesis que defiende Tocqueville en los captulos de La Democracia en Amrica II (cap. V de la primera parte, caps. IX y XV de la segunda parte) dedicados a la influencia de la religin en la sociedad democrtica. Las ideas de nuestro autor sobre la religin y su relacin con el espritu de la libertad democrtica las trataremos detenidamente en la tercera parte del presente trabajo. Conclusiones del Captulo Primero 126
CONCLUSINES DEL CAPTULO PRIMERO EL HUMANISMO CVICO DE A. DE TOCQUEVILLE.
De todo el anlisis precedente podemos inferir que la crtica tocquevilliana al individualismo no se limita a sealar a ste como a uno de los factores que propician la aparicin del despotismo democrtico, sino que tambin propone, a mi juicio, algo de mayor trascendencia: a saber, un humanismo cvico que trata de superar la concepcin individualista del hombre que ofrece el liberalismo clsico como fundamento antropolgico de la democracia moderna. Es cierto que nuestro autor no nos ofrece en La Democracia en Amrica -ni en ninguna otra parte de su obra-, un tratamiento completo y sistemticamente elaborado de sus ideas antropolgicas. Ello no significa, sin embargo, que tales ideas no aparezcan reflejadas, una y otra vez, al hilo de su reflexin sobre la democracia norteamericana, y muy especialmente en la segunda de sus partes. A este respecto, cabe subrayar que Tocqueville no solamente retrata, con una penetracin filosfica extraordinaria, al homo democraticus tal y como es, sino que adems nos dice cmo debera ser para evitar su degradacin en el egosmo individualista. En el fondo de su teora se encuentra, pues, una antroponoma democrtica que trata de preservar la dignidad del hombre e impedir su degeneracin espiritual. A mi modo de ver, dicha antroponoma tiene un carcter humanista y no individualista, porque lo que defiende Tocqueville es la autonoma y no la Conclusiones del Captulo Primero 127 autosuficiencia de los individuos; es la participacin en lo pblico y no la independencia privada; es el asociacionismo y no la atomizacin social; es el compromiso cvico y no el consumo de bienestar material; es la responsabilidad moral y no la maximizacin egosta del beneficio; son los hbitos del corazn y no la proteccin legalista de los derechos; y, en definitiva, es el ciudadano y no el derechohabiente. No se trata, sin embargo, de sacrificar al individuo para recuperar al ciudadano, como pensaba Rousseau, pero tampoco de que la ciudadana sea nada ms que un instrumento defensivo al servicio de la privacidad individual, como sostena Constant. El humanismo cvico de Tocqueville trata, a mi juicio, de superar ambos extremos -el republicano y el liberal-, y, en este sentido, lo que pretende es restituir al ciudadano sin anular por ello al individuo. Pero, cules son los principales rasgos de este humanismo cvico que, segn nuestra interpretacin, propone Tocqueville como ethos democrtico? A mi modo de ver, seran los siguientes: 1-Autonoma individual. Para nuestro autor, no hay civismo verdaderamente democrtico sin la consideracin nuclear del hombre -de todo hombre-, como sujeto capaz de pensar, de sentir y de actuar por s mismo; en una palabra, capaz de autogobernarse. En este sentido, el ejercicio de la libertad -un ejercicio ilustrado y responsable, s, pero sobre todo apasionado- constituye, segn seala, lo propio del ser humano y lo que le confiere valor moral, dignidad por encima de cualquier otra prerrogativa, ya sea de tipo holista (todas las doctrinas que permiten al cuerpo social pisotear a los Conclusiones del Captulo Primero 128 hombres y que hacen todo de la nacin y nada de los ciudadanos 166 ), ya sea de tipo individualista (ese vicio propio del corazn humano en las pocas democrticas () que no ciega en principio ms que la fuente de las virtudes pblicas, pero que a la larga ataca y destruye todas las otras y va finalmente a absorber al hombre en el egosmo 167 ). La libertad es, ciertamente, la gran pasin de Tocqueville, el autntico leitmotiv de toda su reflexin, y de ah su esfuerzo por mostrar que ella es el fundamento de la grandeza moral del hombre y la raz de una individualidad plenamente autnoma. A este respecto, ha sealado J. T. SCHLEIFER -a mi juicio acertadamente-, que el individuo autnomo y moralmente responsable es, en el fondo, la figura protagonista de La Democracia en Amrica y que la defensa de la dignidad de cada ser humano constituye, en todo caso, el meollo de la obra 168 . Tocqueville no aboga, pues, por una libertad-privilegio reservada a una minora aristocrtica. Nadie como l advirti que, tras la Revolucin Francesa, la libertad ya no poda ser legtimamente fundada sobre la desigualdad y la jerarqua. En la sociedad democrtica, una nocin justa acerca de la libertad ha de ser la de un derecho
166 A. de TOCQUEVILLE, Carta a H. REEVE de 2-3-1840, Correspondance anglaise, O.C., Paris, Gallimard, 1954, VI, 1, p. 53. 167 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 136s. El humanismo tocquevilliano nos ofrece, en este sentido, un buen punto de referencia para revisar crticamente algunos de los tpicos que se encuentran en la polmica que libran actualmente liberales y comunitaristas. 168 J.T. SCHLEIFER, op. cit. p.256 y p. 281. Ms profundamente todava podramos consider, siguiendo al profesor J. CONILL, que lo que formula Tocqueville es un humanismo eleuteronmico, ya que su defensa de la libertad como raz de la humanidad misma del hombre hace que su posicin vaya mucho ms all de un simple humanitarismo y/o de un civismo meramente exterior y superficial. Para una reflexin ms extensa y general sobre el humanismo, vase el excelente trabajo de J. CONILL El enigma del animal fantstico, Madrid, Tecnos, 1991, esp. caps 1 y 2 pp. 23- 133. Conclusiones del Captulo Primero 129 igual para todos a la autonoma individual. Ahora bien, nadie mejor que l avist el peligro que corra la autonoma del individuo ante el desarrollo de una sociedad democrtica proclive a convertir la igualdad en igualitarismo, la individualidad en individualismo, el universalismo moral en homogeneizacin axiolgica y la bsqueda de la felicidad en hedonismo materialista. De predominar esta tendencia -viene a decirnos Tocqueville-, la autonoma individual se ver limitada, en el mejor de los casos, al derecho a una vida privada independiente que resulta, a la postre, ilusoria sin la consideracin de las obligaciones cvico-polticas que la propia autonoma comporta, esto es, la participacin activa y responsable de los individuos en la direccin de los asuntos pblicos. En este sentido, la libertad-participacin no es solamente una estrategia defensiva de la libertad- independencia, sino que constituye, podramos decir, su fundamento racional prctico 169 . En efecto, sin una activa y comprometida participacin ciudadana en lo pblico, arguye Tocqueville, resulta difcil no ya garantizar, sino ni tan siquiera hablar propiamente de autonoma en un sistema democrtico. No cabe, por tanto, reducir la autonoma a la mera independencia privada, ni confundirla con el egosmo individualista y, mucho menos, identificarla con la uniformidad igualitaria. Nada ms opuesto, por otra parte, al humanismo tocquevilliano que una visin beatfica, exenta de tensiones e ingenuamente optimista de la autonoma. A nuestro autor no se
169 El anlisis pormenorizado del concepto tocquevilliano de libertad ocupar, en gran medida, la segunda parte del presente trabajo. Conclusiones del Captulo Primero 130 le oculta la enorme complejidad del ser humano, esa criatura que media -como le enseara su maestro Pascal-, entre el ngel y la bestia, entre San Jernimo y Heliogbalo 170 ; y que es, ineluctablemente, un compendio sin solucin definitiva de fuerzas buenas y malas. La grandeza moral del hombre consiste, pues, no en negar la bestia, sino en querer que el ngel predomine 171 . As pues, dadas las tendencias -internas y externas-, que tratan de contrariarla, la autonoma del individuo es un valor que debe ser conquistado da a da; y para ello se requiere, como deca Kant, voluntad racional, s, pero tambin y sobre todo, dir Tocqueville, pasin por la libertad. En este sentido, la autonoma no encuentra su justificacin ms profunda en una razn formalmente pura como en Kant 172 , sino ms bien en las razones del corazn de las que hablara Pascal 173 y que nuestro autor interpreta, quizs por
170 A. DE TOCQUEVILLE, Carta a Kergolay de 5-8-1836, Correspondance dAlexis de Tocqueville et de Louis de Kergolay, O.C., Paris, Gallimard, 1977, citada por J.P. MAYER, op. cit. p.127 ss. MAYER insiste en la importancia que tiene la reflexin antropolgica ticamente orientada en la filosofa poltica de Tocqueville y aade, adems, el siguiente comentario crtico sobre la filosofa poltica que se practica hoy en da: El enigma de la naturaleza humana es el punto de partida de toda filosofa poltica; y esto es precisamente lo que nuestro moderno pensamiento poltico, miope y superficial, tan a menudo ciego para cuanto trascienda de los fines inmediatos, parece haber olvidado. A este respecto, no estara de ms recordar, siguiendo a la profesora A. CORTINA, que la marca de fbrica de la filosofa poltica, desde sus orgenes griegos, no es otra que la de hacer a los hombres mejores. A. CORTINA, Qu puede aportar la filosofa a una presunta poltica europea en La Filosofa ante la encrucijada de la Nueva Europa, Madrid, Dilogo filosfico-Madre Tierra, 1995, p.433 s. 171 M. BRESSOLETTE habla, en este sentido, de un humanismo de la tensin en Tocqueville. M. BRESSOLETTE, art. cit. p.10. Esa visin antropolgica de Tocqueville que destaca, muy pascalianamente, la tensin permanente entre la miseria y la grandeza del hombre es sealada tambin en los trabajos de L. DEZ DEL CORRAL, op. cit. cap V., p. 250 s., P. AUGUSTINE LAWLER, The Human Condition: Tocquevilles Debt to Rousseau and Pascal en E. NOLLA (edt) Liberty, Equality, Democracy, New York, New York University Press, 1992, pp. 1-20, I. MOLAS, Alexis de Tocqueville: The traditionalist roots of democracy, Barcelona, Institut de Cincies Politiques i Socials, Working Papers n 9, 1990, p. 10-12 y J. M. SAUCA, op. cit. p. 366-370. 172 I. KANT, Fundamentacin de la Metafsica de las Costumbres, Madrid, Espasa Calpe, 1995, p. 46. 173 Hay que tener en cuenta que esas razones del corazn no son en Pascal, y tampoco en Tocqueville, la expresin de un sentimiento ciego y opuesto a Conclusiones del Captulo Primero 131 influencia de Rousseau, en clave romntico-vitalista. Y ello porque, segn nos dice, la libertad se ama por s misma y no tanto por deber o por los beneficios que procura. A este respecto, escribe lo siguiente:
Me he preguntado a menudo dnde est el origen de esa pasin por la libertad que en todos los tiempos ha inducido a los hombres a realizar las cosas ms grandes llevadas a cabo por la humanidad, en qu sentimientos se enraza y se nutre.() Lo que le ha ganado en todas las pocas el corazn de los hombres son sus mismos atractivos, su propio encanto, con independencia de sus beneficios(). El que busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma est hecho para servir.() No me pidis que analice la sublime satisfaccin de ser libre: es preciso sentirla. Penetra por s misma en los corazones grandes que Dios ha preparado para recibirla; los llena y los inflama. Hay que renunciar a hacrsela comprender a las almas mediocres que nunca la han sentido 174 .
As pues, para Tocqueville la libertad tiene su razn de ser en la propia vivencia de la misma y en la comprensin apasionada de su intrnseco valor humano. Y si bien es cierto que en la libertad se manifiesta la dignidad del hombre, no lo es menos -podramos concluir siguiendo a nuestro autor-, que es la experiencia radicalmente vivida de la libertad la que hace a los hombres verdaderamente libres.
2-Espritu de asociacin. Como hemos apuntado, el humanismo tocquevilliano ve en la libertad entendida como autonoma, y no en la independencia individualista, el
toda razn, sino un modo de racionalidad que trata de comprender y no tanto de explicar more geometrico la realidad humana. Sobre este punto, vase A. CORTINA, Hasta un pueblo de demonios. tica pblica y sociedad, Madrid, Taurus, 1998, p. 36. 174 A. DE TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin I, p. 177 s. Conclusiones del Captulo Primero 132 fundamento prctico-normativo de una personalidad genuinamente democrtica 175 . Ahora bien, para que haya verdadera autonoma, y con ms razn todava para que prospere, hace falta -arguye nuestro autor- que los individuos salgan del estrecho crculo de su vida privada, que deliberen entre ellos qua ciudadanos acerca de los asuntos pblicos y que se vinculen solidariamente en torno a valores compartidos e intereses comunes. En este sentido, puede decirse que no hay un yo propiamente autnomo sin la mediacin intersubjetiva de un nosotros social que, lejos de anularlo, lo propicie y perfeccione. Quizs la cita que mejor condensa este pensamiento de Tocqueville sea la siguiente:
los sentimientos y las ideas no cambian, el corazn no se engrandece y el espritu humano no se desarrolla ms que por la accin recproca de unos hombres sobre otros 176 . El individualista liberal yerra, pues, al desconsiderar el decisivo papel que desempea la interaccin social en la constitucin y desarrollo de una individualidad plenamente autnoma. La sociabilidad se revela, en este sentido, indispensable para concebir un humanismo que sea capaz, al mismo tiempo, de potenciar la autonoma individual y de
175 Sobre el valor de la autonoma en Tocqueville, y en contra de las lecturas neotocquevillianas que pretenden asimilarla a la independencia individualista, insiste A. RENAUT en El futuro de la tica, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Crculo de lactores, 1998, cap.3, pp. 108-103. Trataremos este punto con cierto detalle en la parte siguiente de nuestro trabajo. 176 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 149. J. COENEN-HUTHER ve en esta idea tocquevilliana de la relacin entre lo individual y lo social un precedente del punto de vista interaccionista desarrollado ms tarde por la psicologa social de G.H. MEAD y sus discpulos.J. COENEN- HUHER, Alexis de Tocqueville, Paris, PUF, 1997, p. 118. En este sentido, aadimos nosotros, puede verse un cierto paralelismo entre la mencionada cita de Tocqueville y aquella de MEAD que dice: Somos lo que somos gracias a nuestra relacin con los dems. G. H. MEAD, Espritu, persona y sociedad, Buenos Aires, Paids, 1972, p. 381. Conclusiones del Captulo Primero 133 superar el egosmo individualista. Pero, de qu sociabilidad hablamos -viene a preguntarse Tocqueville-, cuando el avance social mismo de la democracia moderna ha supuesto la destruccin de los antiguos vnculos comunitarios? Nuestro autor admira, sin duda, la manera en que la sociedad aristocrtica una estrechamente a los hombres entre s; pero lejos de pensar nostlgicamente en su restauracin, como hacen los contrarrevolucionarios, rechaza los principios jerrquico- tradicionales del Antiguo Rgimen en nombre de los valores de la igualdad y la libertad. Cmo crear, pues, un nuevo vnculo cvico-social en la poca democrtica acorde con dichos valores y capaz de combatir, simultneamente, los males de la atomizacin individualista que la sociedad democrtica parece traer consigo? La pretensin de conjugar autonoma individual y solidaridad social le llevar, como veremos a continuacin, a caminar a contracorriente de las teoras liberales de la poca 177 . La igualdad democrtica ha liberado, ciertamente, a los hombres de la sujecin holista a la comunidad, pero en su lugar tiende a engendrar un universo social atomizado,
177 Sobre este punto fundamental en el pensamiento de Tocqueville y la importancia de su aportacin para la filosofa poltica actual, insiste L. LUCCHINI De la dmocratie en Amrique:ce que ce texte a dessentiel pour la politique aujourdhui, Paris, Seghers, 1972, pp. 47-57. La preocupacin tocquevilliana por encontrar un principio moderno de integracin social que combine libertad individual e inters comn, le aleja -seala A. TOURAINE- tanto del liberalismo econmico del laissez-faire como del liberalismo poltico de Constant. A. TOURAINE, Qu es la democracia?, Madrid, Temas de hoy, 1994, p. 185 s. En un sentido parecido se pronuncia R. BOESCHE quien ve en la obra de Tocqueville un intento de sntesis entre el liberalismo constantiano y el democratismo radical roussoniano. R. BOESCHE, The Strange Liberalism of Alexis de Tocqueville, New York, Cornell University Press, 1987, p. 265 s. Tambin J. C. LAMBERTI seala como tesis fundamental de Tocqueville la idea de unir liberalismo y democracia y despejar, al mismo tiempo, la asociacin entre democracia y revolucin. J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p.216. Conclusiones del Captulo Primero 134 individualista y a la vez masificante, sin verdadero espritu pblico y regido por la lgica mercantilizada y egosta del inters. A mayor abundamiento, la desaparicin de los cuerpos sociales intermedios favorece sobremanera el crecimiento del poder del Estado, y de ah el peligro de que ste se convierta en dueo y seor de la vida, tanto pblica como privada, de los individuos. Ahora bien, el ejemplo de la sociedad norteamericana -dice Tocqueville-, nos ensea que, para corregir esta tendencia, no se trata de volver a las comunidades en el sentido tradicional del trmino, sino de recrear participativamente el sentido social de comunidad y el compromiso cvico-poltico con lo pblico mediante el asociacionismo ciudadano 178 . As pues, para que el proceso democrtico no degenere en el individualismo anmico se precisa restablecer la comunicacin entre las esferas de lo pblico y de lo privado, lo cual puede conseguirse generando desde la propia sociedad civil un espritu colectivo capaz de compatibilizar la realizacin individual con la participacin socio-poltica y de revitalizar el valor de la ciudadana frente a las prerrogativas de un Estado cada vez ms paternalista, burocratizado y todopoderoso. El espritu de asociacin -ya sea en clave civil o poltica- es, por tanto, fundamental en la configuracin de una forma de vida propiamente democrtica, y de ah que nuestro autor considere
178 sta es, sintticamente expresada, la tesis que defiende nuestro autor tanto en La Democracia en Amrica I (La asociacin poltica en los Estados Unidos 2 parte, cap. IV, pp. 184-190), como en La Democracia en Amrica II (El uso que los americanos hacen de la asociacin en la vida civil 2 parte, cap V, pp. 146-152). Conclusiones del Captulo Primero 135 la teora de la asociacin como la ciencia madre de la sociedad democrtica 179 . Es cierto que el autor de La Democracia en Amrica piensa sobre este punto como un liberal preocupado por idear mecanismos -en este caso, las asociaciones- capaces de contrarrestar y poner lmites al crecimiento desmesurado del Estado, pero no es menos cierto que tambin razona como un demcrata al considerar el asociacionismo ciudadano como un factor decisivo en la vertebracin de una sociedad civil autoorganizada, pluralista e independiente del Estado, sin la que no puede haber una verdadera democracia 180 . En este sentido, la teora de la asociacin tendra, a mi modo de ver, el mrito de vincular estrechamente liberalismo y democracia salvando, a la vez, los prejuicios antidemocrticos presentes en la tradicin liberal y el peligro desptico que conlleva la realizacin, desde el Estado, del ideal democrtico de los Antiguos. La teora de la asociacin responde a la necesidad de resolver los dos principales escollos que amenazan, segn nuestro autor, el porvenir de la democracia: la fragmentacin individualista de lo social y la extensin ilegtima del poder
179 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 150. N. BOBBIO subraya, a este respecto, que Tocqueville capt como nadie el nexo profundo que existe -que debe existir- entre asociacionismo ciudadano y democracia pluralista moderna. N. BOBBIO, Stato, goberno, societ. Per una teoria generale della politica, Torino, Giulio Einardi editore, 1985, p. 143. Un punto de vista similar se encuentra en J. M. BESNIER, Tocqueville et les associations dans Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de LUniversit de Caen, 1991, pp. 73-83. Algunos intrpretes, como por ejemplo J. M. SAUCA, llegan incluso a considerar la teora de la asociacin de Tocqueville como un precedente de las tesis liberal-comunitaristas en la lnea de Ch. TAYLOR. J. M. SAUCA, op. cit. p. 604. 180 Sobre esta conexin entre asociacionismo, sociedad civil y democracia liberal en Tocqueville, insiste J. KEANE en Democracia y sociedad civil, Madrid, Alianza, 1992, p. 75 s. Volveremos sobre ello en la tercera parte del presente trabajo. Conclusiones del Captulo Primero 136 estatal. Ahora bien, por importante que sea esto, la teora de la asociacin de Tocqueville no se reduce a este noble objetivo poltico. Ms profundamente considerada, dicha teora tiene tambin en nuestro autor una dimensin tico-humanista, ya que su propsito ltimo no es otro, a mi juicio, que el de hacer que los hombres acten en comn para realizarse propiamente como tales. Desde esta ptica, el arte de asociarse no es solamente una manera de salvaguardar la libertad poltica creando nuevos cuerpos intermedios entre los individuos y el Estado -una especie de sustituto de la aristocracia del pasado que retenga sus virtualidades y evite sus inconvenientes-, sino que es, ms fundamentalmente todava, una condicin cvico-democrtica indispensable para el progreso moral de los pueblos. A este respecto, dice nuestro autor:
Un pueblo en el cual los particulares perdieran el poder de hacer aisladamente grandes cosas sin adquirir la facultad de producirlas en comn regresara bien pronto a la barbarie 181 .
De no ser as, la civilizacin moderna entrara en regresin y, en este movimiento, la democracia misma devendra imposible o degenerara bien pronto desde sus formas ilustrado-liberales hacia formas despticas. En este sentido, no deberamos olvidar -subraya Tocqueville- que el gobierno de la democracia es la obra maestra de la civilizacin de las luces 182 .
181 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 148. 182 A. De TOCQUEVILLE, Manuscrit de travail de Yale, C, VI, a, T.II. Citado por J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 196. Conclusiones del Captulo Primero 137 Desde esta ptica, podramos concluir que el asociacionismo representa para nuestro autor un paso adelante en la configuracin ilustrada de una cultura cvico-democrtica y, en consecuencia, una va para hacer de la democracia liberal algo mucho ms profundo y radical que un mero sistema de gobierno representativo 183 . Por esta razn -habra que aadir-, resulta particularmente decisiva la educacin moral y poltica de la ciudadana en los valores que sustentan y contribuyen a perfeccionar crticamente a la propia democracia. En este sentido, puede verse en La Democracia en Amrica, ya desde su misma introduccin, una clara vinculacin entre sus objetivos poltico y pedaggico:
Instruir la democracia, reanimar, si es posible, sus creencias, purificar sus costumbres, regular sus movimientos, sustituir poco a poco su inexperiencia por la ciencia de los asuntos pblicos y sus instintos ciegos por el conocimiento de sus verdaderos intereses (). Hace falta una ciencia poltica nueva para un mundo enteramente nuevo 184 .
No es de extraar, por tanto, que la obra est repleta de referencias educativas: el municipio, el jurado y, sobre todo, las asociaciones polticas y civiles son vistos de este modo como grandes escuelas abiertas a todos que educan al ciudadano en el espritu pblico democrtico. Quizs puede resumirse su idea diciendo aquello -tantas veces proclamado como
183 No es de extraar, en este sentido, que algunos tericos actuales de la democracia -D. HELD, por ejemplo-, siten a Tocqueville junto a J. Stuart Mill entre los principales representantes del modelo desarrollista- liberal de la democracia decimonnica y que lo consideren, adems, como una fuente importante de inspiracin para la teora contempornea de la democracia. D. HELD, Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1992, p. 116. 184 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 10 s. Conclusiones del Captulo Primero 138 escasamente tomado en serio- de que no puede haber verdadera democracia sin una educacin para la democracia.
3)Sentido de la justicia. Como hemos visto, Tocqueville considera el asociacionismo ciudadano como una condicin indispensable para el desarrollo de la autonoma individual y para la creacin de un espritu pblico democrtico en la sociedad moderna. Ahora bien, a nuestro autor no se le oculta que el individualismo puede reproducirse de nuevo, e incluso verse acrecentado, en el comportamiento de las asociaciones. Esto ocurre, bsicamente, cuando las asociaciones obvian toda referencia al inters comn y se dedican exclusivamente a perseguir intereses particularistas; o corporativistas, como diramos hoy. En este caso -advierte-, ciertas asociaciones pueden convertirse en fuerzas oligrquicas y amenazar el proceso democrtico con un nuevo gnero de despotismo: a saber, el ejercido por estas minoras sobre la mayora. Lo que Tocqueville teme, en este sentido, es que los peores vicios de los cuerpos aristocrticos del pasado se repitan bajo una nueva apariencia en la conducta de las asociaciones, ya sea en las de corte especficamente poltico -lase partidos polticos-, ya sea en las asociaciones de carcter civil. Por lo que se refiere a las primeras, Tocqueville seala, con toda claridad, el peligro de que los partidos polticos se conviertan, en lugar de ser representantes, en mandatarios de la voluntad popular. A este respecto, puede servir como botn de muestra la siguiente observacin:
Conclusiones del Captulo Primero 139 El despotismo de las facciones no es menos de temer que el de un solo hombre. Cuando la masa de ciudadanos nicamente quiere ocuparse de sus asuntos privados, los partidos () no deben desesperar de convertirse en dueos de los asuntos pblicos. No es raro ver entonces en el vasto escenario del mundo, as como en nuestros teatros, a una multitud representada por ellos (). Disponen segn sus caprichos de todas las cosas, cambian las leyes y tiranizan a su voluntad las costumbres, y se sorprende uno al ver el pequeo nmero de dbiles e indignas manos en las que puede caer un gran pueblo 185 .
El dficit democrtico en el funcionamiento interno de tales asociaciones es, asimismo, blanco de las crticas de nuestro autor. As, por ejemplo, escribe:
()esas asociaciones se inclinan a darse una organizacin que no tiene nada de civil y a introducir en su interior hbitos y mximas militares. As, se las ve centralizar todo lo que pueden la direccin de sus fuerzas y entregar el poder de todos en manos de un nmero muy pequeo. Los miembros de esas asociaciones responden a un santo y sea, como los soldados en campaa, y profesan el dogma de la obediencia pasiva o, ms bien, al unirse hacen de una vez el sacrificio de su juicio y su libre arbitrio. De este modo, reina con frecuencia en el interior de esas asociaciones una tirana ms insoportable que la que pueden ejercer en la sociedad en nombre del gobierno 186 . En lo que se refiere a las asociaciones civiles, valga como ejemplo significativo la preocupacin de nuestro autor por la emergencia de una nueva aristocracia de seores en el campo de la industria 187 , lo que puede constituir un caso de accin opresiva de una minora sobre la mayora que habra que aadir
185 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 182. 186 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 189. 187 A analizar este peligro dedica Tocqueville el captulo XX de la segunda parte de La Democracia en Amrica II cuyo ttulo reza significativamente Cmo la aristocracia podra surgir de la indiustria pp. 201-207. Conclusiones del Captulo Primero 140 a la consabida prevencin de Tocqueville con respecto a la tirana de las mayoras. Por todo ello pensamos que deben ser matizadas, cuando no corregidas, las opiniones de algunos acreditados estudiosos de la obra de Tocqueville, como G.W. PIERSON, H. LASKI y ms recientemente Ph. SCHIMITTER 188 , que consideran como un defecto el hecho de que nuestro autor no previera en modo alguno el peligro de que ciertas asociaciones pudieran convertirse en grupos oligrquicos de presin y, en este sentido, actuar como fuerzas mucho ms peligrosas para la libertad democrtica que los abusos de poder por parte de la mayora en los que se centra obsesivamente la crtica de nuestro autor. As pues, las asociaciones pueden reproducir en su forma de comportarse los mismos males que con ellas se pretende superar. El ejemplo de la sociedad norteamericana nos muestra -dice Tocqueville- que la solucin a este problema pasa por la doctrina del inters bien entendido, esto es, por hacer comprender a individuos y asociaciones que no es inteligente ni justo en democracia perseguir egostamente el propio inters particular con independencia del inters general 189 . De lo que se trata, en el fondo, es de responder -indica P.
188 G. W. PIERSON, Tocqueville and Beaumont in America, Nueva York, Oxford University Press, 1938, p. 766 s. H. LASKI, Introduction De la dmocratie en Amrique, Oeuvres compltes dAlexis de Tocqueville, Paris Gallimard, 1961, t.1, p.xxxi. Ph. SCHIMITTER, Las organizaciones como ciudadanos (secundarios) en JOS RUBIO-CARRACEDO y JOS M ROSALES (eds) La democracia de los ciudadanos, Mlaga, Contrastes. Revista interdisciplinar de Filosofa, 1996, p. 287 s.. 189 sta es la tesis que nuestro autor defiende en el captulo titulado Cmo los americanos combaten el individualismo con la doctrina del inters bien entendido La Democracia en Amrica II, pp. 160-164. No deja de ser interesante para nuestra interpretacin el sealar que Tocqueville pens darle a dicho captulo el significativo ttulo de El inters bien entendido como doctrina filosfica. Vase al respecto la nota del editor E. NOLLA, p. 160. Conclusiones del Captulo Primero 141 MANENT 190 - a la necesidad de armonizar justamente el inters privado y el inters pblico en una sociedad democrtica. Queda, sin embargo, la cuestin de aclarar mejor, aunque sea someramente, lo que entiende Tocqueville por inters bien entendido. Contra lo que pueda parecer, no estamos ante un mero principio emprico-utilitario elevado a la categora de teora social por parte de los norteamericanos y mal comprendido en la Francia de su tiempo. Ms profundamente considerado, el inters bien entendido puede ser interpretado, a mi juicio, como un criterio democrtico de justicia que pone en tela de juicio las visiones de ese mismo criterio que contaban con mayor predicamento en el ambiente intelectual de la poca (y que son todava, en buena medida, los de la nuestra): a saber, la regla de mayoras, la mano invisible del mercado y la voluntad general roussoniana. A mi modo de ver, Tocqueville se inspira aqu en el pensamiento de su venerado maestro intelectual P.P. ROYER- COLLARD 191 , aunque sea, como veremos inmediatamente, para ir ms all de l. Dos son, principalmente, las ideas que nuestro autor toma del ilustre doctrinario. En primer lugar, la idea,
190 P. MANENT, Intrt priv, intrt public dans Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de lUniversit de Caen, 1991. P. 70. 191 La influencia ejercida, en general, por Royer-Collard sobre Tocqueville, y especialmente el intercambio de correspondencia -y de ideas- entre ambos durante la elaboracin de la 2 parte de La Democracia en Amrica, ha sido objeto de varios estudios. Entre ellos, cabe destacar los de L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, cap viii, pp. 353-393 y J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, pp. 158-173. Ya ORTEGA Y GASSET, con la perspicacia que le era propia, indic en su da que en la correspondencia entre ambos autores se hallan quizs algunas de las pginas ms profundas del pensamiento poltico de Tocqueville. J. ORTEGA Y GASSET, Tocqueville y su tiempo en Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, 3 edicin, 1971, t 9, p. 327. Conclusiones del Captulo Primero 142 tan apreciada por Royer-Collard, dappliquer la morale aux grandes choses 192 , de donde deriva Tocqueville el carcter tico-normativo del principio del inters bien entendido y, en este sentido, su papel de instancia legitimadora de la praxis democrtica. En segundo lugar, la definicin doctrinaria de la justicia como soberana de la razn 193 , lo que significa para Tocqueville una visin de ndole formal y universalista de la misma cuyo referente ideal son los Derechos del Hombre. Desde esta perspectiva, el principio del inters bien entendido no puede ser identificado sin ms -arguye Tocqueville- con la regla de mayoras porque
la mayora, en s, no es todopoderosa; por encima de ella, en el reino moral, estn la humanidad, la justicia y la razn.().La mayora, en su omnipotencia, debe reconocer estas dos barreras y si alguna vez las ha echado abajo, es porque, como los hombres que la componen, se ha rendido a las pasiones y se ha visto arrastrada por ellas ms all de sus derechos 194 .
192 Carta de A. de Tocqueville a Royer-Collard de 13-10-1836. A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres compltes, Paris, Gallimard, t.11, p. 24. Tocqueville sigue a Royer-Collard en la perspectiva de subordinar la poltica a la moral, lo que supone, en buena lgica, la voluntad de moralizar la poltica. La diferencia entre ambos estriba, sin embargo, en que Royer- Collard no supo concebir la posibilidad de una democracia liberal y Tocqueville s. 193 L. DEZ DEL CORRAL, Tocqueville et la pense politique des doctrinaires dans Alexis de Tocqueville. Livre du Centenaire 1859-1959., Paris, Editions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1960, p. 68. J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 112. LAMBERTI indica adems que Royer-Collar y Tocqueville parecen seguir en este punto a Montesquieu quien haba afirmado en El espritu de las leyes que La ley, en general, es la razn humana, en tanto que ella es la que gobierna todos los pueblos de la tierra; y las leyes polticas y civiles de cada nacin no deben ser otra cosa que los casos particulares donde se aplica e esta razn humana. 194 A. DE TOCQUEVILLE, Drafts, Yale, CVh, Paquet 3, cahier 2, p. 68 s. Citado por J.T. SCHLEIFER, op. cit. p. 227. Este borrador se encuentra reproducido, casi con las mismas palabras, en el texto definitivo de La Democracia en Amrica I, p. 374. (Pero la mayora misma no es todopoderosa. Por encima de ella, en el mundo moral, se encuentran la humanidad, la justicia y la razn; en el mundo poltico, los derechos adquiridos. La mayora reconoce estas dos barreras y si sucede que las franquea es que tiene pasiones, como cada hombre y que, semejante a ellos, puede hacer el mal conociendo el bien). Conclusiones del Captulo Primero 143 En otro pasaje de La Democracia en Amrica I insiste nuestro autor en esta misma idea al sostener que la ms alta limitacin del gobierno de la mayora es sobre todo de carcter moral y no jurdica, es la justicia y no tanto la legalidad. En este sentido, escribe:
La justicia forma, pues, el lmite del derecho (a mandar) de cada pueblo. Una nacin es como un jurado encargado de representar la sociedad universal y de aplicar la justicia que es su ley. El jurado, que representa a la sociedad, debe tener ms poder que la sociedad misma cuyas leyes aplica? As pues, cuando me niego a obedecer una ley injusta, no niego a la mayora el derecho a mandar, apelo solamente a la soberana del gnero humano contra la soberana del pueblo 195 .
Tampoco puede ser el inters bien entendido confiado a la mano invisible del mercado porque ello supondra -viene a decir nuestro autor- minusvalorar el papel de la libertad- participacin de los ciudadanos y su responsabilidad en la construccin de un inters comn. A este respecto, indica LAMBERTI que la primera condicin de un verdadero acuerdo entre los intereses particulares y el inters general es, para Tocqueville, la libertad poltica y no la libertad econmica. 196 Finalmente, la voluntad general roussoniana presenta el inconveniente de confundir lo que es un principio de legitimacin moral con la aplicacin poltico-social de dicho principio, lo cual trae consigo que la voluntad general sea suplantada demaggicamente por la voluntad particular de una mayora, de una minora o de un solo individuo, con el consiguiente riesgo de despotismo. Como es sabido, sta es, en
195 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 246. 196 J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 233. Conclusiones del Captulo Primero 144 esencia, la crtica liberal de Constant a Rousseau 197 . Tocqueville sigue aqu esta direccin y, aunque no cite a Constant ni se refiera explcitamente a Rousseau, repite mutatis mutandi esta misma objecin en contra del carcter ilimitado de la soberana popular cuando afirma:
La omnipotencia me parece en s misma una cosa mala y peligrosa (). No hay sobre la tierra autoridad tan respetable en s misma o revestida de un derecho tan separado que yo quiera dejarla actuar sin control y dominar sin obstculos. As, pues, cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llmese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ejrzase en una monarqua o en una repblica, digo: ah est el grmen de la tirana, y trato de ir a vivir bajo otras leyes 198 .
Lo que Tocqueville llama inters bien entendido es, pues, un criterio normativo de justicia que sirve tanto para orientar la praxis de individuos y asociaciones, en el sentido del inters universalizable, como para cuestionar sus eventuales desviaciones despticas y antidemocrticas. Puede que la doctrina del inters bien endendido no baste para hacer a los hombres virtuosos, pero limita su inclinacin hacia el egosmo individualista; puede que no sea una barrera suficiente para evitar las tentaciones despticas de mayoras
197 Quizs la cita que mejor resuma esta crtica de Constant sea la siguiente:En una sociedad fundada sobre la soberana popular, es cierto que ningn individuo y ninguna clase tiene el derecho de someter al resto a su voluntad particular, pero es falso que el conjunto de la sociedad posea sobre sus miembros una soberana ilimitada.() All donde empieza la independencia y la existencia individual se detiene la jurisdiccin de esta soberana.() Rousseau ignor esta verdad y su error ha hecho de su Contrato Social, tan a menudo invocado en favor de la libertad, el auxiliar ms terrible de toda clase de despotismo.B. CONSTANT, Principios de poltica (Escritos Polticos) Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989, p. 10 s. y en general todo el cap.1. 198 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 247. Conclusiones del Captulo Primero 145 o minoras, pero las cuestiona al mostrar que lo pblico es, justamente considerado, cosa de todos y no de los ms o de unos cuantos; puede que no impida que los individuos piensen, ante todo, en s mismos, pero les hace ver que sern mejores individuos si son tambin ciudadanos; puede que no libere a los hombres de la pasin por el bienestar material, pero les hace comprender que su satisfaccin por parte de todos depende de una distribucin equitativa de los bienes producidos; puede, finalmente, que no aparte a los sujetos de la propensin a obrar por inters, pero les ensea que el inters por lo humano es, entre todos, el nico realmente valioso e interesante. Por todo ello, concluye Tocqueville,
no temo decir que la doctrina del inters bien entendido me parece la ms apropiada de todas las doctrinas filosficas para las necesidades de los hombres de nuestro tiempo y que veo en ella la ms poderosa garanta contra ellos mismos que les queda.() Instruidlos, pues, a toda costa, porque el siglo de los sacrificios ciegos y de las virtudes instintivas huye ya lejos de nosotros y veo aproximarse el tiempo en que la libertad, la paz pblica y el orden social mismo no podrn prescindir de la cultura 199 .
4)Voluntad de excelencia. La comparacin entre los tipos ideales de aristocracia y democracia constituye, como sabemos, uno de los resortes fundamentales del pensamiento poltico de Tocqueville, y muy especialmente en el segundo volmen de La Democracia en Amrica. Adems de las vertientes sociolgica e histrica, dicha comparacin contiene, a mi juicio, una dimensin antropolgica de la mayor importancia para entender
199 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 162 s. Conclusiones del Captulo Primero 146 el sentido de la crtica tocquevilliana al individualismo democrtico y su reivindicacin en favor de un homo democraticus con voluntad de excelencia o, si se prefiere decirlo as, que no se contente con esa especie de personalidad mediocre, conformista y uniforme que tiende a fomentar la sociedad igualitaria de masas. A este respecto, podramos decir que su argumentacin comprende dos aspectos claramente interrelacionados. En primer lugar, un agudo cuestionamiento de los valores individualistas que genera la cultura democrtico-burguesa como son, principalmente, la pasin igualitaria, el amor al bienestar material, la bsqueda de la realizacin personal en la esfera privada y la conformidad con la mayora. En segundo lugar, una referencia normativa a ciertos valores ligados a la concepcin aristocrtico-liberal de la libertad, cuyas races espirituales provienen tanto del republicanismo clsico como de la tradicin nobiliaria medieval con la que nuestro autor se halla emparentado 200 . Se trata, bsicamente, del espritu de
200 En uno de los papeles encontrados por A. RDIER en el archivo familiar de Tocqueville titulado Mi instinto y mis opiniones figura la siguiente anotacin ntima: La experiencia me ha demostrado que en el caso de casi todos los hombres, y con toda seguridad en el mo, uno vuelve ms o menos a sus instintos fundamentales() Tengo por las instituciones democrticas una inclinacin intelectual, pero soy aristcrata por instinto; es decir, que desprecio y temo a la muchedumbre. Quiero con pasin la libertad, la legalidad, el respeto de los derechos, pero no la democracia. He aqu el fondo del alma. Odio la demagogia, la accin desordenada de las masas, su intervencin violenta y poco ilustrada en los asuntos, las pasiones envidiosas de las clases bajas, las tendencias irreligiosas.(). La libertad es la primera de mis pasiones. He ah lo cierto A. RDIER, Comme disait Monsieur de Tocqueville, Paris, Librairie Perrin, 2 edic. 1935, pp. 46 ss. Siguiendo a RDIER, algunos intrpretes han visto una adhesin profunda de nuestro autor a la aristocracia y una prueba contundente de su antidemocratismo. No creemos, sin embargo, que sto sea tan claro si atendemos, como hace J. P. MAYER, a otra confesin ntima, dirigida esta vez a su amigo y editor al igls de sus obras, H. REEVE: Quieren hacer de m un hombre de partido y no lo soy. Se me atribuyen pasiones y no tengo ms que opiniones. Es decir, no tengo ms que una pasin, que es el amor a la libertad y a la dignidad humana. Todas las formas de gobierno no son para m sino medios ms o menos perfectos para satisfacer esta santa y Conclusiones del Captulo Primero 147 individualidad, el sentimiento de grandeza y la dedicacin apasionada a los asuntos pblicos. Si bien es cierto, como seala F. FURET 201 , que su apreciacin de tales valores aristocrticos resulta, en ocasiones, ingenuamente romntica y peca de excesiva idealizacin, esto no debe hacernos perder de vista su principal intencin al recurrir a ellos: abrir el espritu y el corazn del hombre democrtico a proyectos de vida ms elevados y a otras formas de ejercer la libertad que conecten de nuevo la realizacin personal con la participacin en la cosa pblica. Tocqueville no preconiza ningn retorno al universo aristocrtico -cosa en extremo difcil e injustificable para un moderno como l-, sino que pretende introducir el espritu de la libertad aristocrtica en el seno mismo de la cultura democrtica con el muy noble objetivo de combatir sus perniciosas tendencias hacia la masificacin social, la indiferencia poltica, el consumismo materialista o la mediocridad espiritual. Lo que teme, fundamentalmente,
legtima pasin del hombre. Alternativamente se me atribuyen prejuicios aristocrticos o democrticos. () Pero la casualidad de mi nacimiento ha hecho que me fuera sumamente fcil defenderme de stos y de aquellos. Vine al mundo al trmino de una larga Revolucin que, despus de haber destruido al Estado antiguo, no cre nada duradero. Cuando empec a vivir, la aristocracia haba muerto ya y la democracia no exista todava. Mi instinto no poda, pues, atraerme ciegamente hacia la una o hacia la otra.() En una palabra, guardaba un equilibrio tal entre el pasado y el porvenir que instintiva y naturalmente no estaba atrado ni hacia el uno ni hacia el otro, y no me han sido necesarios grandes esfuerzos para mirar tranquilo a ambos lados. J. P. MAYER, op. cit. p. 70 s. Sean cuales fueren las dudas que suscita en los estudiosos el emplazamiento de Tocqueville entre las opciones aristocrtica o democrtica, lo que s parece claro es que la realidad social de su tiempo -y del nuestro podramos aadir-, no ofrece ms alternativa que la de perfeccionar a la democracia para que conduzca a los hombres hacia la libertad y no hacia la servidumbre, hacia la excelencia humana y no hacia la mediocridad. Y en esta tarea, podramos decir siguiendo a nuestro autor, no podemos renunciar a la pretensin de universalizar, all donde sea posible y en beneficio del homo democraticus mismo, ciertos valores aristocrticos de probada calidad. 201 F. FURET, Pensar la Revolucin Francesa, Barcelona, Petrel, 1980, p.195 s. Conclusiones del Captulo Primero 148 nuestro autor es que al inmovilismo del pasado, basado en la tradicin y el privilegio de unos cuantos, le suceda ahora un nuevo inmovilismo democrtico que descanse en una opinin pblica mayoritaria tendente a confundir el individualismo con la individualidad, el igualitarismo con la igualdad, la homogeneizacin espiritual con la extensin de la ilustracin o la maximizacin utilitaria con la excelencia humana. En este sentido, escribe LAMBERTI,
Toda su obra es un inmenso esfuerzo para trasponer a la democracia, y en beneficio suyo, los valores aristocrticos y, en primer lugar, el gusto por la excelencia humana, el respeto mutuo y la orgullosa afirmacin de la independencia personal, los cuales constituyen, tanto para l como para Chateubriand, la esencia de la libertad aristocrtica 202 .
Tocqueville es consciente de que la proyeccin del espritu aristocrtico-liberal en la sociedad democrtica no puede traspasar ciertos lmites sin atentar contra la sustancia misma de la democracia, pero tambin sabe que forma parte esencial de la propia idea democrtica la necesidad constante de perfeccionarse a s misma como nica salida para evitar su anquilosamiento espiritual y, lo que es an peor, su degeneracin desptica. Ello le lleva a confesarle a J. STUART MILL que
202 J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p.77. En esa misma direccin interpretativa insisten trabajos ms recientes como los de R. POLIN, Tocqueville entre laristocracie et la dmocratie y Ph. BENTON, La culture dmocratique dans Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de lUniversit de Caen, 1991, pp.45-67 y pp.83-93, respectivamente. Sobre la influencia de las ideas aristocrtico-liberales de Chateubriand, y especialmente de Montesquieu, en el pensamiento de Tocqueville, cabe destacar los estudios del profesor L. DEZ DEL CORRAL incluidos en El pensamiento poltico de Tocqueville, Madrid, Alianza, 1989, caps.VII (pp.311-353) y VI(273-311) respectivamente. Conclusiones del Captulo Primero 149
la peor enfermedad que amenaza a los pueblos democrticos es el debilitamiento gradual de las costumbres, el rebajamiento de los espritus, la mediocridad de los gustos; es de este lado donde se encuentran los grandes peligros de su porvenir 203 .
Se trata, por tanto, para nuestro autor, de introducir en el terreno del saber, en las costumbres y en la vida socio- poltica democrtica la aspiracin a la excelencia con el fin de aumentar la calidad propiamente humana de los individuos y contener, en la medida de lo posible, el debilitamiento moral generalizado que tiende a inducir el igualitarismo democrtico. As pues, conviene fomentar, en el campo de las ciencias, el puro deseo de conocer y el amor a la verdad; y en el de las artes, la aspiracin a la belleza y el ansia de perfeccin en las obras, con el propsito de contrarrestar el sesgo prctico-utilitario y el consiguiente empobrecimiento espiritual que imprime en dichas materias el estado social democrtico 204 . Algo anlogo cabe hacer en el mbito de las costumbres, pues se trata de evitar que esa especie de ambicin desproporcionada, mediocre y presentista por el bienestar material, tan propia de los tiempos democrticos que corren, acabe por borrar enteramente del espritu del hombre los sentimientos nobles y las pasiones elevadas 205 . En el
203 A. DE TOCQUEVILLE, Correspondance anglaise. Oeuvres Compltes, Paris Gallimard, 1954, t VI, vol.I, p.335. 204 sta es, en sntesis, la tesis que defiende nuestro autor en los caps. X y XI de la 1 parte de La Democracia en Amrica II titulados, respectivamente, Por qu los americanos se aplican ms a la prctica de las ciencias que a la teora(pp.68-77) y Con qu espritu cultivan las artes los americanos(pp. 77-82). 205 Tocqueville desarrolla esta idea en el cap. XIX de la 3 parte de La Democracia en Amrica II, cuyo ttulo es bien significativo: Por qu en los Estados Unidos hay tantos ambiciosos y tan pocas grandes ambiciones pp. 287-295. Conclusiones del Captulo Primero 150 terreno poltico, finalmente, hay que conseguir que las asociaciones ciudadanas se erijan en personas aristocrticas 206 ilustradas e influyentes a las que no se las pueda pisotear fcilmente y que, sin reproducir los errores e injusticias de la antigua aristocracia, sirvan para frenar la omnipotencia de la mayora y las tendencias opresivas derivadas del incremento del poder estatal. En definitiva, la cultura democrtica no tiene por qu estar necesariamente reida con la aspiracin a la excelencia humana y sta, a su vez, no tiene por qu ser concebida como algo reservado a unos pocos y s como un haz de posibilidades abierto a la mejora espiritual de cada uno y al mutuo perfeccionamiento de todos. En este sentido, podramos concluir con nuestro autor que
es necesario que todos los que se interesen por el futuro de las sociedades democrticas se unan y que todos, de comn acuerdo, realicen continuos esfuerzos para propagar en esas sociedades la aficin al infinito, el sentimiento de lo grande y el amor a los goces inmateriales 207 .
206 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p.381. 207 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p.186.
CAPTULO SEGUNDO LA DIALCTICA IGUALDAD-LIBERTAD Captulo Segundo 152
CAPTULO SEGUNDO LA DIALCTICA IGUALDAD-LIBERTAD.
INTRODUCCIN) NATURALEZA Y PRAXIS DE LA DEMOCRACIA.
Si en la primera parte de este trabajo hemos incidido, yendo ms all de las interpretaciones al uso, en la importancia de la cuestin antropolgica en la filosofa poltica tocquevilliana, en esta segunda parte habremos de cuestionar un tpico bastante extendido entre los estudiosos acerca de la posicin de nuestro autor ante el problema de la relacin entre igualdad y libertad; o, si se prefiere decirlo en trminos ms generales, entre democracia y liberalismo. Para un buen nmero de comentaristas, Tocqueville es el pensador por antonomasia al que hay que recurrir cuando se trata de resaltar la oposicin existente entre los valores de la igualdad y la libertad en la democracia moderna 208 . Sin ser errnea del todo, esta lectura se basa, como veremos, en una visin unilateral y asaz esquemtica del pensamiento tocquevilliano. En efecto, a base de acentuar el contraste entre las doctrinas de sus principales fuentes de inspiracin terica -Montesquieu y Rousseau, principalmente-, de insistir en el divorcio entre su filiacin aristocrtica y su devocin intelectual por la democracia, o de centrarse exclusivamente
208 Un buen ejemplo de ello sera el de D. BELL en Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza, 1977, p. 244. Captulo Segundo 153 en el componente liberal de su crtica al igualitarismo democrtico, se acaba perdiendo de vista el profundo aprecio que siente nuestro autor por el espritu de 1789 y, en consecuencia, tambin su adhesin a la conjuncin de libertad e igualdad, liberalismo y democracia, proclamados en el ideario de la Constituyente. En un fragmento de su obra inconclusa El Antiguo Rgimen y la Revolucin, expone Tocqueville claramente esta idea cuando escribe:
No puedo examinar el sistema de leyes de la Constituyente sin encontrar siempre en l este doble carcter: liberalismo, democracia; lo que me trae de nuevo al momento presente con gran amargura() Una vez en la Constituyente, mostrar la precisin de sus ideas generales, la verdadera grandeza de sus designios, su generosidad, su elevacin de sentimientos, la admirable conjuncin que mostraba del amor a la igualdad y a la libertad 209 .
Es cierto que, entre estos dos valores, la libertad -la libertad humana, fuente de toda grandeza moral 210 -, ocupa un lugar preferente en su espritu, pero no es menos cierto que nuestro autor comprende -quizs mejor que nadie en su poca-, que la libertad ya no puede fundarse legtimamente en el mundo moderno sobre la desigualdad y la jerarqua. El desarrollo de la libertad no puede, pues, producirse a costa de la igualdad, ya que ello supondra volver a las viejas injusticias o reproducirlas en una nueva forma. De ah no se deduce, sin embargo, que el progreso de la igualdad traiga automticamente consigo la libertad e incluso puede suceder que, ms all de un cierto umbral, la igualdad corrompa la libertad y d lugar
209 A. DE TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin II, p.100 s. 210 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin p.15. Captulo Segundo 154 al despotismo. A nuestro autor no se le ocultan, ciertamente, las tensiones entre estos dos valores, y por esa razn dedica buena parte de su reflexin a analizarlos minuciosamente. Ahora bien, para l ambos valores forman parte inseparable del ideal democrtico, y por ello tambin se propone encontrar una forma justa de articularlos, aun sabiendo que se trata de una tarea siempre problemtica y nunca definitivamente resuelta. La magnitud y la dificultad de la empresa no le desaniman, porque del xito que obtengamos en ella -piensa nuestro autor- dependen el presente y el futuro de los pueblos democrticos. Vanse si no las lcidas y profticas palabras con las que expresa esto mismo al final de La Democracia en Amrica:
Las naciones de nuestros das no pueden hacer que las condiciones no sean iguales en su interior, pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria 211 .
Hay que tener en cuenta, como ya sealara ORTEGA 212 , que el principal problema -personal y poltico a la vez- al que se enfrenta la generacin de Tocqueville no es otro que el de encontrar la mejor manera de acabar con esa especie de torbellino revolucionario que, desde 1789, se repite una y otra vez (1830, 1848) y nunca parece tener fin. Insatisfecho con la respuesta de ultras, liberales y demcrata-radicales a dicho problema y valindose del espejo de la sociedad
211 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 392. 212 J. ORTEGA Y GASSET, Tocqueville y su tiempo.(Apuntes para un Prlogo a una edicin de obras de Tocqueville) Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente 3 edic. 1971, t.9, p. 329. Captulo Segundo 155 norteamericana, Tocqueville tratar de deshacer la confusin intelectual tanto de quienes identifican igualdad y libertad, como de aquellos que postulan su oposicin irreconciliable. En este sentido, podramos decir que su apuesta terica comprende dos aspectos ntimamente correlacionados: compatibilizar, por un lado, liberalismo y democracia, y despejar, por otro, la democracia de la demagogia, ya sea en su versin revolucionaria, ya sea en su versin mayoritaria, o en ambas a la vez 213 . Naturalmente, la base de esta doble operacin intelectual pasa por una nueva interpretacin de la relacin entre igualdad y libertad que no incurra ni en el error de confundir la igualdad con la pasin igualitaria, ni en la falaz identificacin de la libertad con la independencia privada o el laissez-faire economicista. A mi modo de ver, la originalidad y el inters que despierta actualmente el pensamiento tocquevilliano sobre este punto, se debe no solamente a sus virtudes metodolgicas, como han puesto de relieve algunos trabajos recientes 214 , sino a su propio contenido filosfico-poltico. En efecto, puede que pensar la libertad sea, para Tocqueville, una cuestin de mtodo 215 : se trata de observar, comparar e interpretar el hecho democrtico, y no de teorizar in abstracto sobre sus
213 En una nota preparatoria a la redaccin de la 2 parte de La Democracia en Amrica, Tocqueville resume claramente cul es su objetivo: Unir lesprit de libert lesprit dgalit. Sparer lesprit dgalit de lesprit rvolutionnaire A. DE TOCQUEVILLE, Indits Yale, CV,d,3. (Citado por J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 73.) 214 As, por ejemplo, S.A. HADARI, Theory in pactice. Tocquevilles New Science of Politics, New York, Stanford University Press, 1989, J.M. SAUCA, La ciencia de la asociacin de Tocqueville. Presupuestos metodolgicos para una teora liberal de la vertebracin social, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1996, J. ELSTER, La psicologa de Tocqueville en Psicologa poltica, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 115-208. 215 S. GOYARD-FABRE, Philosophie politique XVI-XIX sicle, Paris, PUF, 1987, p. 409, J.M. SAUCA, op. cit. p. 113 s. Captulo Segundo 156 principios. Ahora bien, con ello se tiende a ignorar que, para l, la libertad es ante todo una cuestin metapoltica, lo cual significa que su investigacin sobre la democracia supone, en el fondo, una interrogacin prctico-filosfica sobre la capacidad de los hombres para proyectar en comn su realizacin como seres libres e iguales. Desde esta perspectiva, se comprende que Tocqueville considere insuficiente concebir la democracia en trminos estrictamente polticos o jurdico-constitucionales y se decida a pensarla tambin atendiendo a su aspecto propiamente social (un tipo de sociedad fundado en la igualdad de condiciones) y, sobre todo, a su dimensin tica (una forma de vida que favorezca el desarrollo moral de los individuos mediante su participacin en los asuntos pblicos 216 ). En este sentido, la cuestin de la democracia ya no es solamente quin gobierna (el pueblo directamente o a travs de representantes), sino tambin cmo lo hace (liberal o despticamente) y para qu (hacer moralmente mejores a los hombres o protegerles mediante el sufragio del abuso de poder por parte de los gobernantes). A este respecto, la originalidad del pensamiento tocquevilliano consiste, a mi juicio, en reformular los significados clsico y antiliberal de la democracia con el fin de superar, por un lado, la antinomia entre liberalismo y democracia; y de hacer ver, por otro, que la democracia moderna o es liberal o no es una autntica y legtima democracia. En una de sus cartas dirigida a su amigo E. STOFFELS y dedicada a explicarle los
216 Por esta razn incluye D. HELD a Tocqueville, junto a J. Stuart Mill, entre los representantes del modelo desarrollista-liberal de la democracia. D. HELD, Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1992, p.115 s. Captulo Segundo 157 fines polticos de La Democracia en Amrica, encontramos claramente formulada esta idea de que la democracia del futuro ser liberal o no ser:
He pretendido demostrar() que la cuestin consista en saber si tendramos una sociedad democrtica avanzando sin poesa ni grandeza, pero con libertad, orden y moralidad; o una sociedad democrtica desordenada y depravada, entregada a furores frenticos o doblegada bajo un yugo ms pesado que todos los que se han sucedido sobre los hombres desde la cada del imperio romano.() He aqu la idea-madre de la obra, idea que recoge a todas las dems en una sola red() 217 .
Aunque deseable, la democracia liberal no es, sin embargo, una frmula sencilla ni exenta de tensiones, tanto tericas como prcticas, a los ojos de nuestro autor. En efecto, el anlisis comparativo entre la sociedad norteamericana y la francesa muestra claramente que, en el fondo, lo que est en juego es el logro de un equilibrio justo, pero nunca definitivamente resuelto, entre la nivelacin social y la cultura poltica; entre las instituciones representativas y la participacin ciudadana; entre el instinto atomizador y el arte asociativo; entre la movilidad socioeconmica y la educacin cvica; entre la tendencia a concentrar el poder en manos del Estado y el desarrollo de la autonoma municipal; y, en definitiva, entre la naturaleza (la igualdad) y la praxis (la libertad) de la democracia. Fieles al camino seguido por el pensamiento
217 A. DE TOCQUEVILLE, Carta a E. Stoffels de 24-5-1836 en Oeuvres compltes dAlexis de Tocqueville, publies par Mme de Tocqueville et Gustave de Beaumont, Paris, Michel Lvy, 1866, 2 edi.,t VII, p. 425.(Citada por J. P. MAYER, Alexis de Tocqueville. Estudio biogrfico de Ciencia Poltica, Madrid, Tecnos, 1965, p. 53). Captulo Segundo 158 tocquevilliano sobre esta cuestin, el cual transita desde el anlisis comparativo entre la sociedad norteamericana y la francesa de su tiempo hasta la reflexin filosfica sobre los fundamentos de la democracia misma, trataremos a continuacin -y por este orden- su concepcin de la igualdad, de la libertad, y la relacin entre ambas.
1)LA IGUALDAD COMO HECHO GENERADOR,COMO NORMA Y COMO PASIN.
Por lo general, la crtica reciente -y no tan reciente- tiende a presentarnos La Democracia en Amrica como el resultado de un estudio cientfico-social avant la lettre en el que un Tocqueville socilogo e historiador a la vez (tanto monta, monta tanto) toma buena nota de la naciente democracia estadounidense (usando para ello una compleja metodologa investigadora que abarca desde el registro sistemtico de datos empricos hasta la elaboracin de tipos ideales) extrayendo lecciones no menos ilustrativas para el futuro de Europa y muy especialmente para una sociedad francesa que no acaba de salir con buen pie de la tormenta revolucionaria (la comparacin Francia-Estados Unidos es, a este respecto, el meollo de la investigacin). Instalados en este lugar comn, la mayor parte de los estudios al uso propenden a ignorar tres aspectos que, a mi juicio, resultan decisivos para comprender en toda su profundidad y alcance la aportacin del pensamiento tocquevilliano. Captulo Segundo 159 En primer lugar, tiende a pasarse por alto que el periplo americano de nuestro autor tiene mucho de experimento filosfico, es decir, que su viaje constituye, en realidad, un pretexto para pensar a fondo el sentido mismo de la democracia moderna. En efecto, ya en la Introduccin a la mencionada obra nos revela Tocqueville cul es el verdadero objeto de su investigacin cuando escribe:
Confieso que en Amrica he visto ms que Amrica. Busqu en ella una imagen de la democracia misma, de sus tendencias, de su carcter, de sus prejuicios, de sus pasiones. He querido conocerla() para saber () lo que debemos esperar o temer de ella 218 .
As considerada, La Democracia en Amrica comporta una reflexin que trasciende ampliamente el contexto socio- poltico e histrico sobre el que se aplica y, en este sentido, nos invita a repensar los fundamentos normativos de nuestra concepcin de la democracia o, si se prefiere decirlo en trminos ms radicales, de nuestro modo de ser modernos. Ya R. ARON destacaba, a este respecto, que la originalidad de Tocqueville consiste precisamente en considerar al hecho democrtico, y no al hecho industrial (Comte) o al hecho capitalista (Marx), como lo propio de la condicin moderna 219 .
218 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 17 s. A este respecto, suscribimos totalmente las siguientes palabras de J.J. CHEVALLIER: No es Amrica, simple marco del pensamiento de Tocqueville, sino la democracia, su verdadero asunto, lo que se estudia a travs de su obra. Porque este asunto sigue siendo actual, aunque la pintura del cuadro americano resulte hoy caduca.. J.J. CHEVALLIER, Los grandes textos polticos. Desde Maquiavelo a nuestros das, Madrid, Aguilar, 7 edi. 1981, p. 233. 219 R. ARON, Las etapas del pensamiento sociolgico I, p. 257. Sobre este punto insisten asimismo los trabajos de P. L. ASSOUN, Tocqueville et la lgitimation de la Modernit dans VVAA. Analyses et rflexions sur De la Dmocratie en Amrique de Tocqueville, Paris, Marketing, 1985, pp. 136-171 y, ms recientemente, D. JACQQUES, Tocqueville et la modernit, Qubec, Les ditions du Boral, 1995, p. 137 s. Captulo Segundo 160 Y no dejaba de sealar, adems -cosa que suele olvidarse con demasiada frecuencia-, que la perspectiva del anlisis tocquevilliano es tanto filosfica como sociolgica 220 . En segundo lugar, hay que tener muy en cuenta que el objetivo de la obra en cuestin es ante todo poltico, lo cual significa en nuestro autor que la intencionalidad terica -el conocimiento de la democracia- va estrechamente unida a una finalidad prctica: orientar la democracia para hacer mejores a los hombres. En este sentido cabe, a mi juicio, interpretar principalmente a Tocqueville cuando proclama que hace falta una ciencia poltica nueva para un mundo enteramente nuevo 221 , pero no sin antes indicar claramente que no se trata de conocer por conocer, sino de instruir la democracia(), regular sus movimientos y sustituir poco a poco() sus ciegos instintos por el conocimiento de sus verdaderos intereses 222 . Como todo gran pensador poltico, Tocqueville aspira a renovar y afinar el utillaje conceptual de la disciplina 223 para comprender lo ms exactamente posible la nueva realidad social que trae consigo el avance de la democracia y, de este modo, poder dirigirla en beneficio del desarrollo moral de los hombres como tales, tanto en su dimensin individual como poltica. No podemos ignorar, en tercer lugar, que el papel que adopta Tocqueville al escribir su obra es tambin el de un
220 R. ARON, Las etapas del pensamiento sociolgico I, p. 278. 221 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 11. 222 Idem que nota anterior, p. 10. 223 E. NOLLA indica como un rasgo evidente de este propsito tocquevilliano su aficin al neologismo y el continuo choque con el lenguaje que esto supone. Nota de p. 11 de la edicin crtica de La Democracia en Amrica que venimos citando. Sobre este punto, vase asimismo L. GUELLEC, Tocqueville. LApprentissage de la libert, Paris, ditions Michalon, p. 14 ss. Captulo Segundo 161 educador poltico 224 que pretende aleccionar a sus conciudadanos sobre las virtudes y defectos de la nueva realidad democrtica al ms puro estilo de los clsicos de la filosofa poltica. Buena prueba de ello es la siguiente confesin a su amigo Kergolay sobre la idea principal que contiene el libro que acaba de escribir (o sea, La Democracia en Amrica):
Indicar a los hombres cmo hacer para escapar a la tirana y la degeneracin al volverse democrticos. sta es, pienso, la idea general en la que cabe resumir mi libro y que aparecer en todas sus pginas() Trabajar en este sentido es, en mi opinin, una ocupacin santa para la cual no debe uno escatimar su dinero, ni su tiempo, ni su vida 225 .
Nuestro autor se cuida muy bien de aclarar, en la parte final de la Introduccin de su libro, que ste no ha sido concebido para servir a la causa de ningn partido poltico, sino que lo ha escrito, ms bien, pensando en ir ms all y para mirar ms lejos que ellos 226 . Se trata, por tanto, de desmarcarse de quienes juzgan la democracia en clave reaccionaria (restauracionistas), en trminos estrechamente liberales (doctrinarios), o siguiendo la liturgia revolucionaria (socialistas). Sin embargo, ello no le impide experimentar, segn confiesa, una especie de terror religioso 227 en lo ms hondo de su alma al contemplar ante s el cambio total de coordenadas que trae consigo el avance progresivo e irresistible de la democracia en el mundo, ya sea de manera
224 P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 7. 225 A. DE TOCQUEVILLE, Carta a Kergolay de 26-12-1836 en Oeuvres Compltes, Gallimard, XIII, 1, p. 431 s. 226 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 20. 227 Idem que nota anterior, p. 9. Captulo Segundo 162 convulsiva como en el Viejo Continente, ya sea pacficamente como en el caso de Norteamrica. Es ms, si repasamos de siglo en siglo el curso de la historia occidental -observa Tocqueville-, nos daremos cuenta de que todos los acontecimientos ms destacados -desde las Cruzadas hasta la Revolucin Francesa- han ido en beneficio de la igualacin democrtica de las condiciones y han socavado, paralelamente, el universo del privilegio aristocrtico. En efecto, la influencia del clero y de los juristas ha permitido que hombres de todas las clases llegaran al gobierno; la cada del feudalismo ha supuesto el acceso a la propiedad territorial de amplios sectores de la poblacin; el auge de la economa comercial y mercantil ha hecho descender el valor de la estirpe en la posesin de la riqueza; la Reforma protestante ha conformado un mundo espiritual en el que cualquiera puede buscar el camino de la salvacin sin mediacin eclesistica alguna; el avance de la ciencia y la difusin de Las Luces representan una nueva fuente de poder puesta al alcance de todas las inteligencias; los grandes descubrimentos geogrficos han abierto caminos hacia la fortuna, distintos de los tradicionales y antao reservados exclusivamente a la nobleza; las sempiternas luchas entre la realeza y la aristocracia han debilitado el poder de ambas y propiciado el protagonismo creciente de las clases populares en la marcha de los asuntos pblicos; las instituciones municipales han introducido la semilla de la libertad democrtica en el seno mismo de los regmenes monrquicos; los adelantos tcnicos (armas de fuego, imprenta, correo, etc) constituyen otros Captulo Segundo 163 tantos elementos que igualan las oportunidades de los hombres en detrimento de su clase social de pertenencia; las guerras de todo tipo han ido diezmando el patrimonio de los nobles y de los Estados con la consiguiente creacin de numerosas fortunas intermedias. En definitiva, todo parece indicar que, tomado en su conjunto, el devenir de la historia occidental se halla regido por una suerte de ley de nivelacin universal que va operando irremisiblemente el doble proceso revolucionario de hacer descender a los nobles en la escala social y de subir a los plebeyos:
Unos bajan -concluye Tocqueville-, y los otros suben. Cada medio siglo se acercan y pronto se encontrarn.() A cualquier lado que miremos, percibiremos la misma revolucin que avanza en todo el universo cristiano 228 .
El trnsito de la sociedad aristocrtica a la democrtica se impone, pues, como una especie de necesidad histrica, como una tendencia que domina enteramente el destino histrico de las sociedades y cuyo trmino no se acaba de vislumbrar con claridad. Las condiciones sociales son hoy mismo - especialmente en Norteamrica- ms iguales de lo que lo han sido nunca, pero el proceso sigue y sigue, y nadie sabe a ciencia cierta hacia dnde se encamina. A este respecto, el problema fundamental -tal y cmo lo plantea Tocqueville- consiste en saber si dicho proceso de igualacin creciente de las condiciones ser o no compatible con la libertad y, por ende, con el perfeccionamiento y la grandeza moral de los hombres. Y ello porque puede suceder que la igualdad impulse
228 Ibidem, p. 7. Captulo Segundo 164 justamente a los hombres a superarse y a querer ser todos ms excelentes y libres; pero puede suceder tambin que esos mismos hombres conciban la igualdad de un modo depravado, y sto les conduzca a querer ser absolutamente iguales en todo y rechazar -simultneamente y en nombre de la uniformidad- hasta la propia libertad y excelencia individuales, lo cual desemboca claramente en la tirana aritmtica de la mayora en cualquiera de sus variantes. En definitiva, la igualdad puede ser una condicin de libertad o convertirse, en cambio, en uno de sus peores enemigos. Es verdad que otros tericos antes que l -como su maestro Guizot e incluso el mismo Constant- ya haban visto en la igualacin de las condiciones el eje nuclear de la historia occidental 229 , aunque consideraban que, en lo esencial, el proceso haba llegado a su final con la triple alianza formada por el gobierno representativo, la economa de mercado y la consagracin legal de los derechos individuales relacionados con la privacidad. Como ellos, Tocqueville est convencido del avance sustancialmente justo de la igualdad; pero, a diferencia de ellos, se pregunta angustiado si es razonable creer que, despus de haber arrumbado el sistema feudal y
229 F. GUIZOT, Historia de la civilizacin en Europa, Madrid, Alianza, 1966. Sabemos que Tocqueville y su amigo G. de Beaumont siguieron con gran asiduidad y enorme inters las lecciones de Guizot sobre la historia de la civilizacin en Europa y en Francia durante 1829 y 1830. As lo indican G.W. PIERSON en su monumental obra Tocqueville and Beaumont in Amrica, Oxford University Press, p. 231 y A. JARDIN en su estudio biogrfico Alexis de Tocqueville 1805-1859, p.70 s. Sobre la influencia de estas lecciones de Guizot en el pensamiento de Tocqueville, as como de las diferencias en el planteamiento histrico y socio-poltico de uno y otro pueden consultarse como ms relevantes los trabajos de F. FURET, Pensar la Revolucin Francesa, p. 173-178; L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 46-53 y 372-377; J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 15-17; P. L. ASSOUN, art. cit. p. 143-145. Captulo Segundo 165 puesto en la picota a la realeza, la revolucin democrtica se detendr ante el nuevo poder econmico y poltico burgus:
Se detendr -escribe-, ahora que ha llegado a ser tan fuerte y sus adversarios tan dbiles? Hacia dnde vamos? Nadie sabra decirlo, porque nos faltan ya los trminos de comparacin () As, la magnitud de lo ya realizado impide prever lo que an puede hacerse 230 .
Lo que teme Tocqueville -podramos interpretar- es que la crtica democrtica al nuevo orden burgus se lleve por delante lo ms valioso del liberalismo en lugar de asociarse con l y, en esta direccin, que el proceso termine degenerando en el despotismo democrtico; ya sea en la conocida versin de tipo jacobino-revolucionaria o, ms probablemente, en una nueva versin de corte paternalista que vaya degradando de manera ordenada, dulce y pacfica a los hombres hasta reducirlos a no ser ms que un rebao de animales tmidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno 231 . Ante dicha posibilidad, la tarea de la filosofa poltica ha de ser, fundamentalmente, la de conocer con la mayor precisin posible el proceso de la revolucin democrtica en marcha; y no ya para detenerlo, sino para instruirlo y orientarlo en la direccin normativa correcta hasta convertirlo en algo provechoso para el perfeccionamiento moral de los hombres. Por esta razn, lo que busca Tocqueville en Norteamrica es, ante todo, una imagen del previsible desarrollo postrevolucionario de esta democracia que en Europa -y particularmente en Francia- se halla todava en un estado convulsivo, confuso y a
230 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 9. 231 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 372. Captulo Segundo 166 menudo violento. La sociedad estadounidense muestra, por as decirlo, las consecuencias de la revolucin democrtica sin haber sufrido la revolucin misma, de modo que la democracia parece haber alcanzado all sus lmites naturales 232 . As pues, la comparacin entre ambas sociedades nos ofrece -piensa nuestro autor- un marco inmejorable para analizar en toda su profundidad, no ya sta o aqulla democracia, sino la naturaleza misma de la democracia. En este sentido, podemos interpretar -siguiendo a P. MANENT 233 - el viaje de Tocqueville a los Estados Unidos como una tarea filosfico-poltica destinada a vencer el terror religioso mediante la clarificacin intelectual. En efecto, solamente conociendo precisamente lo que es y debe ser la democracia, sabremos lo que podemos esperar y/o temer de ella. Para comprender en todo su alcance la aportacin de nuestro autor sobre esta cuestin, es preciso comenzar examinando detenidamente el concepto de igualdad, ya que sobre el mismo pivota -como se ha indicado-, su reflexin sobre el proceso democrtico. A este respecto, hay que tener en cuenta que el concepto en cuestin presenta diversas acepciones, lo cual no debe, a mi juicio, ser interpretado como un defecto de precisin conceptual, sino ms bien como una consecuencia de ese mtodo reflexivo -tan propiamente tocquevilliano- de mirar y remirar un mismo concepto desde distintos ngulos sin darlo jams por agotado 234 . No obstante, pensamos que es posible
232 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 17. 233 P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 9. 234 L. DEZ DEL CORRAL comenta, en este sentido, que el proceder reflexivo de Tocqueville se parece mutatis mutandi al modo con el que Miguel Angel juega con las distintas posturas del cuerpo humano en sus pinturas del Captulo Segundo 167 distinguir tres usos o dimensiones principales del trmino igualdad en el pensamiento tocquevilliano: la igualdad como hecho generador, la igualdad como valor normativo y la igualdad como pasin igualitaria. El anlisis de cada uno de ellos ocupar los siguientes apartados de nuestra exposicin.
1-1)La igualdad de condiciones y el estado social democrtico.
Entre las cosas nuevas que me llamaron la atencin durante mi estancia en los Estados Unidos, ninguna me impresion ms que la igualdad de condicioes. Descubr sin dificultad la prodigiosa influencia que este primer hecho ejerce sobre la mencionada sociedad.() Pronto observ que este mismo hecho extiende su influencia mucho ms all de las costumbres polticas y de las leyes, y que no alcanza menos imperio sobre la sociedad civil que sobre el gobierno. Crea opiniones, hace nacer sentimientos, sugiere usos y modifica todo lo que no produce. As, pues, segn estudiaba la sociedad americana, vea cada vez ms en la igualdad de condiciones el hecho generador del que pareca emanar cada hecho particular (). Dirig entonces mi pensamiento hacia nuestro hemisferio y () v que la igualdad de condiciones, sin haber alcanzado sus lmites extremos como en los Estados Unidos, se acercaba a ellos cada da ms(). Desde ese momento conceb la idea de este libro 235 .
Con estas palabras, que abren la Introduccin a La Democracia en Amrica, resume Tocqueville el descubrimiento sobre el que girar, en adelante, el conjunto de su reflexin: la igualdad de condiciones es el hecho generador de la democracia moderna. La igualdad de condiciones no es, por tanto, un aspecto ms o menos importante cuya relevancia haya de ser destacada; es el principio del que proceden, en el
techo de la Capilla Sixtina. L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 30. 235 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 3 s. Captulo Segundo 168 fondo, todos los hechos particulares; es la causa primera que explica y permite comprender el significado de cada uno de estos hechos; es el punto central que ordena y al que van a parar todas las observaciones de la investigacin. Este arranque de la reflexin tocquevilliana recuerda, en ms de un aspecto, al que ya empleara su maestro Montesquieu en su obra magna Del espritu de las leyes 236 . Ahora bien, a diferencia de Montesquieu y de toda una tradicin del pensamiento poltico que se remonta a Aristteles -y ah est la originalidad de nuestro autor-, Tocqueville no habla de la igualdad de condiciones para referirse a un tipo de gobierno, sino a un estado social, a una forma de sociedad totalmente distinta de las sociedades aristocrticas que hasta ahora han sido y, ms precisamente, a la manera de ser propia de la sociedad democrtico-moderna 237 . El paso de la jerarqua a la igualdad como principio de organizacin social caracteriza, en este sentido, la revolucin democrtica en marcha, cuya influencia se constata, aunque sea de modos distintos, en todo el orbe occidental. Lejos de ser, como todava creen algunos, un mero accidente histrico pasajero, la igualacin de las condiciones es -piensa nuestro autor- un proceso que viene de muy atrs y cuyo avance gradual, continuado e ineluctable est cambiando
236 He asentado los principios y he comprobado que los casos particulares se ajustaban a ellos por s mismos, que la historia de todas las naciones era una consecuencia de esos principios y que cada ley particular estaba relacionada con otra ley o dependa de otra ms general MONTESQUIEU, Del Espritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 2 edic. 1993, Prefacio, p. 3. 237 Sobre la importancia de este punto en la reflexin tocquevilliana insiste A. M. BATTISTA en Lo stato sociale democratico nella analisi di Tocqueville e nelle valutazioni dei contemporanei, Il Pensiero Politico, vol. VI, n 3, 1973, pp. 336-395. Hay que matizar, sin embargo, que el concepto de igualdad le sirve a Tocqueville para analizar el estado social de la democracia en general y ya no solamente el de la democracia estadounidense. Captulo Segundo 169 la faz de todos los rdenes de la vida humana. Se trata -dice Tocqueville lapidariamente- de
un hecho providencial con sus principales caractersticas: es universal, es duradero, escapa cada da al poder humano y todos los acontecimientos, al igual que todos los hombres, ayudan a su desarrollo 238 .
Esta afirmacin de un destino histrico-providencial hacia la igualdad democrtica ha suscitado, como es natural, no pocos comentarios crticos y una cierta polmica interpretativa entre los estudiosos acerca de la filosofa de la historia que sustenta el aristcrata normando. A este respecto, algunos han hablado de fatalismo metafsico de corte romntico(FURET); otros, en cambio, de determinismo cientfico(LAMBERTI); y, finalmente, no faltan quienes aducen motivos pedaggicos (ZETTERBAUM), retricos(HENNIS) e incluso expositivos(NOLLA) para interpretar esta aseveracin tocquevilliana de un proceso histrico irresistible presidido por la igualacin de las condiciones 239 . Cmo es posible que un autor como Tocqueville (que tan enrgicamente critica el determinismo racial de Gobineau 240 ),
238 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, Introduccin, p. 7 s. 239 F. FURET, La dcouverte de lAmrique dans Tocqueville: Libralisme et dmocratie, Paris, Magazine Littraire, n 236, Dic. 1986, p. 36; J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 56; M. ZETTERBAUM, Tocqueville and the problem of democracy, pp. 15-19; W. HENNIS, La nueva ciencia poltica de Tocqueville, Madrid, Revista de Estudios Polticos (nueva poca), n22, Julio-Agosto, 1981, p. 8s; E. NOLLA, edic. crtica de La Democracia en Amrica I, p.8. 240 Nuestro autor sostuvo una viva e interesante polmica al respecto en su correspondencia con A. de Gobineau, la cual puede seguirse en A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, Paris, Gallimard, tIX, 1959. Baste, como muestra de la rotundidad de su crtica al Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de Gobineau, la siguiente declaracin: Su doctrina es, ms que un materialismo, una suerte de fatalismo, de predestinacin si lo prefiere; ().Su sistema desemboca en una restriccin muy grande, si no en una abolicin total, de la libertad humana.() Le confieso que estoy situado en el extremo opuesto de estas doctrinas, las creo verosmilmente Captulo Segundo 170 que confiere ms importancia a las costumbres que a las leyes o a los factores geogrficos a la hora de dar razn de la vitalidad de la democracia americana; que defiende apasionadamente la libertad por tratarse de una cosa santa; que se marca como objetivo principal de su libro el de moralizar la democracia; que denuncia a los profetas del fatalismo histrico como Thiers o Mignet 241 ; cmo puede ser - decamos- que ese mismo Tocqueville hable, al mismo tiempo, de la igualdad como de un hecho providencial? Incurre nuestro autor en contradiccin al querer defender la causa de la libertad y al postular, simultneamente, el advenimiento indefectible de la igualdad democrtica? Cmo profesar, a la vez, la responsabilidad del ser humano ante su propio destino y la intervencin divina en la direccin de la historia? Sin la pretensin de zanjar por completo la cuestin, pensamos que dicha contradiccin desaparece en gran medida -y con ella la supuesta metafsica providencialista de nuestro autor- si reparamos en la distincin que el propio Tocqueville establece entre lo que es la democracia entendida como un estado social, cuyo principio es la igualdad de las
falsas y con toda seguridad perniciosas Carta de A. de Tocqueville a A. de Gobineau de 17-11-1853, op. cit. p. 202.(la traduccin es nuestra). 241 A este respecto, escribe en uno de sus borradores lo siguiente:Idea de necesidad, de fatalidad. Explicar cmo mi sistema difiere esencialmente del de Thiers, Mignet y compaa(). Explicar cmo mi sistema es perfectamente compatible con la libertad humana. Aplicar estas ideas generales a la democracia. He aqu un hermoso trozo para poner al principio o al final de la obra A. DE TOCQUEVILLE, Drafts Yale, Cva, Paquet 8, cahier unique, p. 58 s.(Citado por J. T. SCHLEIFER en Cmo naci La Democracia en Amrica de Tocqueville, Mxico, F.C.E., 1984, p. 337 nota 36). Consecuente con este plan, nuestro autor inserta dicha idea al final de La Democracia en Amrica II, cuando dice: No ignoro que varios de mis contemporneos han pensado que los pueblos no son nunca dueos de s mismos en este mundo y que obedecen, necesariamente, a no s qu fuerza insuperable y falta de inteligencia que nace de acontecimientos anteriores, de la raza, del suelo o del clima. Esas son falsas y cobardes doctrinas que no pueden producir ms que hombres dbiles y naciones pusilnimes p. 392. Captulo Segundo 171 condiciones, y lo que es la democracia en tanto que rgimen de gobierno fundado en la libertad poltica de todos los ciudadanos. No puede haber contradiccin entre la libertad y la igualdad si consideramos la necesidad (dialctica) que Tocqueville imprime en esa relacin y si consideramos, de igual manera, que para l no habra autntica democracia sin el concurso de ambas. Y es que la dignidad humana exige la democracia. As pues, la revolucin democrtica que el aristcrata normando constata como signo de los tiempos modernos es social antes que poltica y, como tal, supone la desaparicin de la sociedad aristocrtica como consecuencia de una lgica histrica implacable regida por la igualacin progresiva de las condiciones. A mi modo de ver, esto significa que el estado social democrtico determina rigurosamente lo que no pueden ser las instituciones polticas, es decir, que ya no pueden ser aristocrticas en una atmsfera socio-cultural dominada por la igualdad. El privilegio hereditario, la jerarqua y el poder estamental - viene a decir nuestro autor- han perdido su sustancia social y han quedado, por eso mismo, deslegitimados para regular la vida poltica. En este sentido, cabe interpretarle cuando escribe -en tono de sentencia-, lo siguiente:
()todos los que en los siglos en que nos encontramos intenten apoyar la libertad en el privilegio y en la aristocracia, fracasarn. Todos los que quieran atraer y retener la autoridad en el interior de una sola clase, fracasarn. No hay en nuestros das soberano bastante hbil y fuerte como para fundar el despotismo restableciendo las distinciones permanentes entre sus sbditos. No hay tampoco legislador tan sabio y tan poderoso que est en condicin de mantener instituciones libres si no Captulo Segundo 172 considera la igualdad como principio y como smbolo. Es preciso que todos aquellos de nuestros contemporneos que quieran crear o asegurar la independencia y la dignidad de sus semejantes se muestren amigos de la igualdad, y el nico medio digno de demostrarlo es serlo.() no se trata de reconstituir una sociedad aristocrtica, sino de hacer brotar la libertad del interior de la sociedad democrtica en que nos ha tocado vivir(..) 242 .
El mismo estado social democrtico, sin embargo, no determina a priori cmo pueden ser las instituciones polticas -lo deja, por as decirlo, a la prudencia de los hombres-, lo cual quiere decir, segn nuestro autor, que tales instituciones pueden ser libres o despticas. Es evidente que en un estado social como el democrtico, la igualdad acabar influyendo, tarde o temprano, en todos los mbitos, includo el poltico. Sera ilgico pensar que los hombres admitieran sin reserva alguna la desigualdad en un punto cuando se consideran iguales en todos los dems. De esta misma tendencia pueden inferirse, no obstante, dos consecuencias polticas diferentes y opuestas entre s: o bien que todos tengan los mismos derechos polticos, o bien que no los tenga ninguno por estar todos igualmente sometidos a un mismo poder absoluto. En efecto,
para los pueblos que han alcanzado el estado social democrtico es muy difcil concebir un trmino medio entre la soberana de todos y el poder absoluto de uno solo()Los pueblos pueden deducir estas dos grandes consecuencias de un mismo estado social democrtico: estas consecuencias difieren prodigiosamente entre s, pero surgen ambas del mismo hecho 243 .
242 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 378 s. 243 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 55. Captulo Segundo 173 En esencia, lo que Tocqueville sostiene, a este respecto, es que la democratizacin social no trae consigo automticamente la democracia poltica. Y ello porque, lejos de resultar algo simple, el proceso democrtico entraa, en el fondo, una tensin dialctica entre igualdad y libertad de la que puede derivarse un acuerdo fecundo entre ambas (la democracia liberal) o una supresin de la libertad a causa de un desarrollo perverso y mal entendido de la igualdad (el despotismo democrtico). A la vista de este argumento, en lugar de un providencialismo a lo Bossuet o de un determinismo histrico- sistemtico al estilo de Comte o Marx, lo que Tocqueville parece sostener ms bien es -como ya dijera R. ARON 244 - un probabilismo que nos habla de tendencias histricas posibles y -lo que es ms importante- deseables o no desde el punto de vista tico-poltico, lo cual confiere a la libertad de los hombres un papel decisivo en la construccin del futuro de los pueblos. Sobre este punto, resulta profundamente ilustrativa la siguiente declaracin contenida en sus Recuerdos de la Revolucin de 1848:
Por mi parte, detesto esos sistemas absolutos, que hacen depender todos los acontecimientos de la historia de grandes causas primeras que se ligan las unas a las otras mediante una cadena fatal, y que eliminan a los hombres, por as decirlo, de la historia del gnero humano. Los encuentro estrechos en su pretendida grandeza, y falsos bajo su apariencia de verdad matemtica 245 .
244 R. ARON, Las etapas del pensamiento sociolgico I, p. 307. Sobre este punto, ha insistido asimismo H. BJAR en Alexis de Tocqueville: la democracia como destino en F. VALLESPN (edit) Historia de la teora poltica, Madrid, Alianza, 1991, t 3, p. 303 s. 245 A. DE TOCQUEVILLE, Recuerdos de la Revolucin de 1848, Madrid, Trotta, 1994, p. 80. Captulo Segundo 174
En el planteamiento de Tocqueville, pues, lo social tiene una gran influencia sobre lo poltico, pero no lo determina porque lo que sean, en el fondo, las instituciones polticas depende de la voluntad libre de los hombres. Como puede verse, la poltica sigue siendo aqu -en la lnea de los grandes clsicos de la filosofa poltica- un saber prctico-normativo de capital importancia a la hora de orientar la accin y educar, en consecuencia, la vida de los hombres hacia su perfeccionamiento moral. A diferencia de lo que ocurre en Francia -prosigue Tocqueville-, la democracia americana ofrece un ejemplo de cmo es posible armonizar la democracia social con la democracia poltica, las costumbres igualitarias y las instituciones libres. No es ste, sin embargo, el nico ejemplo posible, ni tampoco se trata de elevarlo a modelo a imitar como si fuera el objetivo principal que persigue la filosofa poltica tocquevilliana. Nuestro autor va, a mi juicio, mucho ms lejos, ya que lo que le preocupa en realidad es la creacin de una cultura cvico-poltica democrtica capaz de prevenir, combatir y corregir las tendencias que, partiendo del hecho social igualitario, conduzcan a los hombres hacia la servidumbre en cualesquiera de sus formas. Y as, en el penltimo captulo de la 1 parte de La Democracia en Amrica -captulo que constituye, segn algunos 246 , su verdadera conclusin, puesto que el ltimo dedicado al futuro
246 As, por ejemplo, E. NOLLA en su edicin crtica de La Democracia en Amrica I, Captulo Segundo 175 de las razas en Estados Unidos es un aadido de ltima hora-, nos dice:
Todos los que tras haber ledo este libro juzguen que al escribirlo he querido proponer las leyes y las costumbres de los angloamericanos para imitacin de todos los pueblos que tienen un estado social democrtico, cometern un grave error; se habrn fijado en la forma abandonando la sustancia misma de mi pensamiento() Pienso que si no se consigue introducir poco a poco y fundar al fin entre nosotros instituciones democrticas y si se renuncia a conceder a todos los ciudadanos ideas y sentimientos que de antemano les preparen para la libertad y les permitan su uso, no habr independencia para nadie() sino una tirana igual para todos 247 .
Por lo que llevamos visto hasta aqu, puede parecer que Tocqueville solamente est interesado en analizar los rasgos definitorios y las consecuencias principales de la igualdad, y no tanto en las causas mismas de su avance irresistible en el mundo moderno. El examen de La Democracia en Amrica abona esta interpretacin, puesto que no hay en ella una exposicin ampliamente detallada de las razones del progreso de la igualdad y lo nico que encontramos al respecto -sin contar con algunas digresiones puntuales- es una explicacin sumaria, aunque grandilocuente, en la Introduccin de la obra; y la idea -que funciona como punto de partida- de que los angloamericanos nacieron, por as decirlo, libres en lugar de llegar a serlo. Todo parece apuntar, pues, a que nuestro autor acepta como un hecho histrico irreversible la cada del universo social aristocrtico-tradicional con el que est emparentado, y que, a partir de ah, su problema fundamental consiste en analizar -mediante la comparacin entre la
247 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 305. Captulo Segundo 176 sociedad francesa y la estadounidense- la suerte que puede correr la libertad con la victoria del principio igualitario. Aunque cuenta con mucho predicamento entre los estudiosos 248 , dicha interpretacin incurre, a mi juicio, en el error de dar por sentado que Tocqueville no se preocupa de indagar en las causas del avance histrico-social de la igualdad. Se olvida, con ello, la exploracin que nuestro autor realiza sobre dicha cuestin en un pequeo, aunque importante, tratado compuesto mientras trabajaba en la redaccin de La Democracia en Amrica y que no suele recibir la atencin que se merece a la hora de estudiar la obra tocquevilliana. Nos referimos a la Mmoire sur le pauprisme, cuya 1 parte fue publicada en 1835 bajo los auspicios de la Socit Acadmique de Cherbourg y cuya 2 parte -escrita en 1837 y al parecer no concluida 249 - qued indita en vida de Tocqueville. Si bien es cierto que el asunto principal del que se ocupa dicho tratado no es directamente el estudio histrico del progreso de la igualdad, sino el problema social de la pobreza que acompaa al desarrollo de la industria en el mundo moderno, conviene traer a colacin algunas de sus ideas principales con un doble objeto: 1)aadir un argumento ms a la hora de cuestionar la supuesta interpretacin histrico-providencialista del hecho igualitario que, segn algunos, subscribe Tocqueville; 2)examinar lo que nos dice sobre el avance histrico-social de la igualdad para hacernos una idea ms precisa del significado mismo de este concepto fundamental en el pensamiento tocquevilliano.
248 Vase al respecto F. FURET, La dcouverte de lAmrique, p. 36. 249 Sobre este punto, vase A. JARDIN, op. cit. p.195 s. Captulo Segundo 177 Con el fin de explicar la paradjica correlacin que parece darse entre el crecimiento econmico-industrial y el aumento de la indigencia, Tocqueville comienza su Mmoire sur le pauprisme trazando un cuadro histrico general del nacimiento y evolucin de la civilizacin, cuyo paralelismo con el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres de Rousseau es ms que evidente 250 . En el marco de esta exposicin, sostiene nuestro autor que la igualdad entre los seres humanos -o si se prefiere, la inexistencia de desigualdades permanentes e injustas- solamente se produce entre los salvajes y entre los hombres altamente civilizados, es decir, en ambos extremos del proceso civilizatorio. En efecto,
Los salvajes -escribe Tocqueville-, son iguales entre ellos porque son todos igualmente dbiles e ignorantes. Los hombres muy civilizados pueden convertirse en seres iguales, porque todos tienen a su disposicin medios anlogos de alcanzar el bienestar econmico y la felicidad 251 .
La institucin de la propiedad territorial y el espritu de conquista militar se hallan en el origen de la desigualdad y forman los pilares del orden social aristocrtico, cuya consolidacin en el sistema feudal tiene lugar a lo largo de la Edad Media. Durante este largo perodo, los hombres viven fundamentalmente de la agricultura y se hallan divididos en
250 Sobre esta influencia han llamado la atencin, entre otros, M. BRESSOLETTE en Tocqueville et le pauprisme: linfluence de Rousseau, Toulouse, Littrature, n XVI, 1969, pp. 67-78, A. JARDIN, op. cit. p. 196; L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 62, E. NOLLA, edic. crtica de La Democracia en Amrica, nota , p. 8. 251 A. DE TOCQUEVILLE, Mmoire sur le pauprisme I, dans Oeuvres Compltes, Paris, Gallimard, 1991, t.XVI, p. 159 (la traduccin es nuestra). Captulo Segundo 178 dos categoras sociales: una mayora que subsiste a duras penas cultivando la tierra sin poseerla, y una minora privilegiada que la posee y percibe la casi totalidad de sus rentas sin cultivarla. En el intermedio histrico de la civilizacin se encuentra, pues,
la desigualdad de condiciones, la riqueza, la cultura y el poder en manos de unos pocos; y la pobreza, la ignorancia y la debilidad de todos los dems 252 .
La situacin cambia radicalmente durante el transcurso de la era moderna, puesto que la diversificacin y multiplicacin hacia el infinito de las necesidades de todo tipo, unida a la expansin del comercio y la creacin de industrias cada vez ms perfeccionadas para satisfacerlas, impulsan de un modo decisivo la igualacin de las condiciones sociales. En efecto,
Cada siglo() ve desarrollarse el espritu humano, se extiende el crculo del pensamiento, aumentan las necesidades, se incrementa el poder del hombre; tanto el pobre como el rico conciben la idea de nuevos goces que ignoraban sus antecesores. Para satisfacer estas nuevas necesidades que la cultura agrcola no puede cubrir, una porcin de la poblacin abandona cada ao el trabajo del campo para dedicarse a la industria(). Si consideramos atentamente lo que pasa en Europa despus de muchos siglos, nos convenceremos del avance de la igualdad a medida que progresa la civilizacin() 253 .
El trnsito de las sociedades agrcolas a las industrializadas no se produce, sin embargo, sino al precio de generar nuevas desigualdades entre quienes son los propietarios de las factoras y quienes solamente perciben un
252 Idem que nota anterior, p. 159(la traduccin es nuestra). 253 Ibidem, p. 161 (la traduccin es nuestra). Captulo Segundo 179 salario a cambio de su trabajo en las mismas. Y si bien es verdad que el crecimiento de la actividad industrial supone el acceso de una porcin considerable de la poblacin al bienestar econmico, no es menos cierto -arguye Tocqueville- que tambin se agudiza con ello el pauperismo y los contrastes entre la opulencia y la miseria, siendo, por ejemplo, mucho mayor el nmero de indigentes en la prspera e industrializada Inglaterra que en las sociedades agrcolas ms pobres del sur europeo. No es posible vislumbrar con toda claridad el trmino final de dicho proceso, como tampoco se puede imponer lmites a la perfectibilidad humana. La dialctica entre la igualacin y la diferenciacin social prosigue as su curso como una tendencia que preside, en sus trazos fundamentales, la evolucin de los pueblos civilizados. No nos dejemos llevar, pues, por engaosas ilusiones acerca del porvenir de las sociedades modernas y miremos -viene a decir nuestro autor- las injusticias y miserias, tanto econmicas como morales, que tambin engendra. En este sentido, concluye su exposicin con las siguientes palabras:
()en la medida en que el movimiento actual de la civilizacin continue, veremos crecer los goces de un nmero mayor; la sociedad se har ms perfecta, y ms sabia; la existencia ser ms cmoda, ms dulce, ms ornamental, ms larga; pero al mismo tiempo, sepamos preverlo, el nmero de aquellos que necesitarn recurrir al apoyo de sus semejantes simplemente para subsistir, el nmero de stos crecer sin cesar(). Apresurmonos, pues, a buscar los remedios a estos males que son ya hoy fciles de prever 254 .
254 Ibidem, p. 164 s (la traduccin es nuestra). Captulo Segundo 180 De este apretado anlisis sobre la historia de la civilizacin que contiene la Mmoire sur le pauprisme pueden inferirse, a mi juicio, tres conclusiones de la mayor importancia para la comprensin de lo que Tocqueville entiende por igualdad. En primer lugar, que el despliegue de la igualdad no es un hecho providencial, sino una tendencia histrica que influye poderosamente en la organizacin de los pueblos civilizados y explica su transicin de un estado social aristocrtico a uno democrtico. En segundo lugar, que la originalidad de Tocqueville sobre este punto consiste en pensar la democracia moderna como una consecuencia del avance progresivo de la igualacin de las condiciones sociales, lo cual permite diferenciar radicalmente dicha democracia de la llamada democracia antigua, que no sera, desde esta perspectiva, sino una modalidad de sociedad aristocrtica. Finalmente, en tercer lugar, que la referida indagacin histrica -o quizs fuera mejor decir genealgica- revela claramente que el desarrollo de la igualdad tiene, para Tocqueville, una doble significacin moral: la de la igualdad entendida como tendencia que impulsa a los hombres a asemejarse entre s a medida que se vuelven ms civilizados, y la de la igualdad entendida como una condicin del avance civilizatorio en pos de una justicia social nunca realizada del todo debido a la aparicin concomitante de nuevas diferenciaciones injustas. El paso siguiente consiste en analizar, con la mayor precisin posible, lo que Tocqueville entiende por igualdad de condiciones con el fin de examinar, a rengln seguido, la Captulo Segundo 181 influencia que ejerce dicho principio sobre las leyes y las costumbres de la sociedad democrtica. Para empezar, la igualdad de condiciones no designa, segn nuestro autor, tanto un estado como un proceso -la nivelacin creciente de las condiciones- en el que el trmino condiciones se refiere ante todo al rango social, esto es, a la posicin que los individuos ocupan en la sociedad. En este sentido, una sociedad regida por la igualdad de condiciones -una sociedad democrtica- es aquella en la que los criterios tradicionales de estratificacin social (la pertenencia estamental, la diferenciacin por la estirpe y el privilegio hereditario) no determinan ya ni el status ni el rol de cada uno de los individuos en la colectividad, puesto que todos los miembros de la misma son socialmente iguales o, ms exactamente, se consideran entre s como tales. El elemento bsico de la sociedad democrtica es, pues, el individuo igual a otro individuo y no el estamento situado por encima o por debajo de otro estamento como en la sociedad aristocrtica. Ello no quiere decir que en la sociedad democrtica hayan desaparecido o estn llamadas a desaparecer las diferencias socio- econmicas o culturales; lo que ocurre ms bien es que tales distinciones no son fijas, sino mviles, y de ah que no se conviertan en infranqueables barreras de clase entre los individuos. A este respecto, el ejemplo de la sociedad norteamericana muestra claramente -escribe Tocqueville- que
los hombres se siguen clasificando socialmente siguiendo ciertos criterios; los hbitos, la educacin y sobre todo la riqueza establecen tales clasificaciones; pero estas reglas no son ni Captulo Segundo 182 absolutas, ni inflexibles ni permanentes. Ellas establecen distinciones pasajeras y no forman clases propiamente dichas 255 .
La igualdad de condiciones realiza, en este sentido, un doble trabajo democratizador cuyos efectos se perciben tanto a corto como a largo plazo. En efecto, por una parte, provoca el rechazo social de toda distincin que suene a privilegio feudal o que no sea el resultado del esfuerzo individual; y, por otra parte, modela lenta y profundamente las pautas sociales en una direccin acorde con la nivelacin igualitaria. As por ejemplo hace que la fortuna, los cargos y los honores se encuentren en principio al alcance de todos los individuos, lo que impide que se establezca diferencia alguna de esencia o naturaleza entre ellos por alguno de estos motivos. Algo similar ocurre con las profesiones, ya que en un universo social en el que la riqueza no es un privilegio hereditario, todo el mundo tiene la necesidad de ejercer una profesin para poder vivir, lo que convierte a todas las profesiones en igualmente dignas y respetables. En efecto,
En los pueblos democrticos, donde no hay riquezas hereditarias, cada uno trabaja para vivir, o ha trabajado, o ha nacido de personas que han trabajado. La idea del trabajo como condicin necesaria, natural y honesta de la humanidad se ofrece al espritu humano por todas partes() La igualdad no solamente rehabilita la idea del trabajo, sino que realza la idea del trabajo que procura un beneficio() El salario, que es comn a todas, les da a todas un aire de familia() las profesiones son ms o menos lucrativas, pero nunca elevadas ni bajas. Se honra toda profesin honesta 256 .
255 A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, Paris, Gallimard, 1957, tV, vol I, p. 280(la traduccin es nuestra). 256 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 194 s. Captulo Segundo 183 La igualdad de condiciones se encuentra asimismo detrs de la progresiva uniformidad que se registra en los conocimientos, en el lenguaje, en los gustos y, en general, en la forma de vida de los hombres en la sociedad democrtica. En efecto, cuando ya no se es noble o plebeyo por razn de nacimiento, existe una gran movilidad en las fortunas, profesiones y cargos, y se difuminan las fronteras entre las clases, la igualdad se convierte en una poderosa fuerza social que tiende a estandarizar las maneras de pensar, sentir y obrar al tiempo que induce a cada uno de los individuos a conformarse a dicho comn denominador. De modo que
cuando se observa muy de cerca -escribe Tocqueville en una de sus notas preparatorias de la segunda Democracia- se ve que la igualdad de condiciones() da las mismas necesidades, los mismos intereses, los mismos espectculos a casi todos los hombres, de suerte que a la larga se encuentran, sin saberlo ni quererlo, con las mismas ideas y los mismos gustos sobre una multitud de puntos 257 .
De todo este primer anlisis resulta que en la idea tocquevilliana de la igualdad de condiciones como hecho generador se hallan implicadas dos tendencias a la vez: la tendencia hacia la nivelacin social y la tendencia hacia la homogeneizacin cultural. La igualacin de las condiciones engendra, pues, el estado social democrtico y, una vez establecido ste, es de esperar que modele las costumbres y las leyes en una direccin acorde con el principio que lo rige. En este sentido cabe interpretar a Tocqueville cuando sostiene, en clara analoga
257 Idem que nota anterior, p. 30 s. Captulo Segundo 184 con lo que deca Montesquieu del espritu general de una nacin 258 , que el estado social ha de ser considerado como la causa primera de la mayora de las leyes, de las costumbres e ideas que rigen la conducta de las naciones. Lo que no crea, lo modifica 259 . As pues, si el estado social es democrtico, ello significa que la igualdad de condiciones proyecta una influencia normativa sobre todos aquellos aspectos que conforman tanto la sociedad civil como la sociedad poltica. Desde esta ptica, se explica que un mismo espritu anime las distintas igualdades democrticas, as como la evolucin progresiva de stas desde la nivelacin de los rangos sociales hasta la igualdad de derechos polticos. Y es que la nocin de igualdad de condiciones tal y como la entiende nuestro autor comprende no solamente la igualdad social, sino tambin la igualdad de respeto, la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades. A este respecto puede resumirse, a mi juicio, lo esencial de su aportacin en los siguientes puntos. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la fuerza democrtica de la igualdad en su sentido jurdico -la igualdad de todos ante la ley- depende en gran medida de su asociacin con el ethos de la igualdad de respeto, es decir, de su vinculacin espiritual con unas costumbres basadas en la mxima moral que considera a todos los hombres como semejantes en dignidad y, por eso mismo, merecedores de una estima y trato igualmente respetuosos. Dicha concordancia es lo que explica, segn nuestro autor, el vigor de la democracia
258 Sobre este punto, vase R. ARON, Las estapas del pensamiento sociolgico I, p. 275, J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 32, L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 57. 259 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 46. Captulo Segundo 185 norteamericana a diferencia de lo que sucede en Francia, ya que en esta ltima la igualdad de derechos coexiste con unas costumbres y usos sociales dominados todava por las barreras entre las clases y los prejuicios favorables a la desigualdad. As pues, el potencial democratizador de unos mores guiados por el espritu de la igualdad es tal a los ojos de Tocqueville que ste los considera -en contraposicin a quienes hablan de la primaca de los factores geogrficos o jurdicos- como la causa principal del mantenimiento de la repblica democrtica americana. En este sentido, escribe lo siguiente:
Estoy convencido de que la situacin ms dichosa y las mejores leyes no pueden mantener una Constitucin contraria a las costumbres, mientras que stas sacan partido incluso de las disposiciones ms desfavorables y de las peores leyes. La importancia de las costumbres es una verdad comn a la que el estudio y la experiencia hacen volver constantemente. Me parece que en mi mente la encuentro situada como un punto central.() Si en el curso de esta obra no he logrado hacer sentir al lector la importancia que atribuyo a la experiencia prctica de los americanos, a sus hbitos, a sus opiniones, en una palabra, a sus costumbres, en el mantenimiento de sus leyes, he fallado el objetivo principal que me propona al escribirla 260 .
Algunos estudiosos de la democracia americana inmediatamente posteriores a Tocqueville e infludos por l, como por ejemplo J. BRYCE, han insistido asimismo en la importancia de la igualdad de estima -en el fondo, la isotimia de los griegos y la semejanza de todos los hombres del cristianismo- como factor clave en la configuracin de un ethos sociocultural
260 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 298. Captulo Segundo 186 democrtico sin el cual resulta difcil que pueda prosperar la democracia como realidad jurdico-poltica 261 . En segundo lugar, hay que procurar no confundir -indica Tocqueville- la igualdad democrtica en su aspecto social con esa misma igualdad en su aspecto poltico, ni tampoco incurrir en el error de creer que, por estar lgicamente relacionadas, ambas se hallan siempre unidas. En efecto,
La igualdad -escribe nuestro autor- puede establecerse en la sociedad civil y no reinar en el mundo poltico. Se puede tener el derecho a entregarse a los mismos placeres, entrar en las mismas profesiones, encontrarse en los mismos lugares; en una palabra, vivir de la misma manera y buscar la riqueza por los mismos medios, sin tomar todos la misma parte en el gobierno 262 .
Si las condiciones sociales entre los miembros de una colectividad son iguales (democracia social), entonces lo lgico es que el poder poltico corresponda al conjunto de los mismos (soberana popular) y que, en consecuencia, todos ellos tengan un derecho igual a participar en el gobierno (democracia poltica). Ahora bien, puede suceder que en un estado social democrtico todos los sujetos se hallen igualmente desprovistos de derechos polticos (rgimen absolutista), o que tales derechos no les sean reconocidos a todos (censitarismo democrtico) o, finalmente, que s les sean reconocidos a todos pero que su ejercicio se vea limitado en lo fundamental a la eleccin peridica de los gobernantes mediante el sufragio universal. En este ltimo caso -el ms
261 Sobre este aspecto, vase J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 62 y G. SARTORI, Teora de la democracia, Madrid, Alianza, 1988, t 1, pp 28-32 y t 2, p. 419. 262 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 132. Captulo Segundo 187 probable segn nuestro autor-, cabe plantearse lo siguiente a la hora de definir la democracia como concepto poltico: es la igualdad poltica reductible a la frmula un ciudadano, un voto y la democracia a un mero proceso representativo- electoral regido por la regla omnipotente del voto mayoritario? Si la respuesta es afirmativa y se indica con ello la tendencia a la que nos conduce inexorablemente la igualdad democrtica aplicada a la poltica, habr que tener presentes -advierte Tocqueville valindose del ejemplo americano- cuando menos dos posibles consecuencias funestas y/o peligrosas para el porvenir de la democracia misma como rgimen de libertad: 1) el que la democracia degenere en una tirana de la mayora 263 y 2) la reduccin del ciudadano a mero elector -y el pueblo a masa de votantes-, lo que abona la creacin de nuevas formas de despotismo que acten enmascaradas tras la simbologa exterior de los propios principios democrticos 264 . En tercer lugar, hay que destacar que la reflexin tocquevilliana sobre la dinmica de la igualdad democrtica incluye tambin, a pesar de la opinin contraria de algunos intrpretes 265 , una importante referencia a su dimensin
263 Tal y como reza el epgrafe contenido en La Democracia en Amrica I, pp. 245-248 dedicado a analizar este extremo. 264 Sobre ello insiste nuestro autor en el antepenltimo captulo de La Democracia en Amrica II pp. 368-377 cuyo ttulo es bien significativo Qu especie de despotismo deben temer las naciones democrticas y cuyas ideas fundamentales trataremos ms adelante. 265 As, por ejemplo, L. GUELLEC, op. cit. p. 48 quien sostiene que Tocqueville excepta la cuestin de la igualdad econmica en su anlisis de la dinmica igualitaria. Dicho autor parece sumarse con ello a una opinin bastante difundida entre los intrpretes de Tocqueville segn la cual ste apenas se ocup ni comprendi en todo su alcance la importancia del desarrollo econmico en su estudio sobre la democracia. Entre dichos intrpretes cabe sealar a G.W. PIERSON, op. cit, pp. 762-765; R. RMOND, Les Etats-Unis devant lopinion franaise 1815-1852, Paris, Armand Colin, 1962, vol I, p. 384 s.; S. DRESCHER, Dilemmas of Democracy: Tocqueville and Captulo Segundo 188 econmica. Lo que ocurre es que nuestro autor concibe tal dimensin desde la ptica de la igualdad de oportunidades y no en el sentido materialista de una tendencia hacia la igualdad real que suponga la eliminacin de toda diferencia econmica entre los individuos y desde la que todas las dems igualdades habran de ser consideradas como igualdades aparentes o, como suele decirse en la ortodoxia marxista, meramente formales. Tocqueville no cree posible que el desarrollo de la democracia traiga consigo la nivelacin total de las fortunas de modo semejante a como no cree en la igualacin de las inteligencias. En efecto, en una sociedad en la que la riqueza ya no es un privilegio hereditario, en la que la propiedad se ha dividido debido a las leyes sucesorias que sustituyen el derecho de primogenitura por el de un reparto igual 266 y en la que todas las profesiones y cargos estn en principio abiertas a todos, el deseo generalizado de bienestar material, la
Modernization, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1968, p. 262 ss; H. BJAR, Alexis de Tocqueville: la democracia como destino en F. VALLESPN (comp) Historia de la teora poltica, Madrid, Alianza, 1991, vol 3, p. 333. A mi modo de ver, dichos autores no tienen suficientemente en cuenta que lo que le preocupa de verdad a Tocqueville no es el desarrollo econmico en sentido estricto, como los efectos morales y polticos de la economa en la sociedad democrtica. 266 Me sorprende -subraya a este respecto Tocqueville- que los publicistas antiguos y modernos no hayan atribuido a las leyes sobre las sucesiones una mayor influencia en el curso de los asuntos humanos. Estas leyes, es verdad, pertenecen al orden civil, pero deberan estar situadas a la cabeza de todas las instituciones polticas ya que influyen increiblemente sobre el estado social de los pueblos () Adems, tienen una manera uniforme y segura de actuar sobre la sociedad. En cierta medida, se apoderan de las generaciones antes del nacimiento de stas.(). Constituida de cierta manera, rene, concentra, agrupa la propiedad y poco despus el poder, en algunas cabezas. Hace surgir, de algn modo, la aristocracia de la tierra. Dirigida por otros principios y lanzada por otro camino, su accin estodava ms rpida. Divide, reparte, disemina los bienes y el poder()sobre el que se asienta la democracia. La Democracia en Amrica I, p. 49. En este y otros textos (vase, por ejemplo, lo que decamos al referirnos a su Mmoire sur le pauprisme) observamos la importancia que Tocqueville concede a la estructura de la propiedad de la tierra. En este sentido, sostiene que su concentracin es un factor decisivo en la configuracin de la aristocracia y que su divisin desempea un papel similar en la sociedad democrtica. Captulo Segundo 189 movilidad econmica y la formacin de una amplia clase media son las consecuencias naturales, y no la desaparicin de ricos y pobres. Desde esta perspectiva, la cuestin esencial no es, pues, el hecho de que haya diferencias de riqueza entre los miembros de la colectividad democrtica, sino en cmo llega a haberlas, es decir, si se llega legtimamente a la fortuna como resultado del propio trabajo y sin privar a nadie de la misma oportunidad o si se logra ilcitamente por otros medios. El problema no es, por tanto, que haya desigualdades econmicas, sino la correccin de aquellas que sean injustas. A mayor abundamiento, Tocqueville indica que si bien la igualdad democrtica favorece el desarrollo del comercio y de la industria 267 -y con ello la oportunidad de la prosperidad econmica para el conjunto de los sujetos-, no por ello deja de llamar la atencin sobre dos peligrosas tendencias que, relacionadas entre s, constituyen una seria amenaza para la igualdad de oportunidades: de una parte, la emergencia de una aristocracia industrial 268 que concentre en sus manos la mayor parte de la riqueza y disponga del poder de oprimir econmicamente a la poblacin obrera fijando al trabajo el precio que les place 269 ; y de otra, la situacin correlativa de extrema dependencia, empobrecimiento potencial y
267 Casi todos los gustos y hbitos que nacen de la igualdad -escribe- conducen naturalmente a los hombres hacia el comercio y la industria.() La democracia no slo multiplica el nmero de los trabajadores, sino que impulsa a los hombres a un trabajo ms que a otro, y mientras les quita toda aficin a la agricultura, les dirige hacia el comercio y la industria. () la industria acelera a su vez el desarrollo de la democracia. Las dos cosas se relacionan y actan la una sobre la otra A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p.196, 197, 199. 268 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 201 y en general todo el captulo que se titula precisamente Cmo la aristocracia podra salir de la industria pp. 201-204. 269 A. DE TOCQUEVILLE, La democracia en Amrica II, p. 233. Captulo Segundo 190 degradacin humana a la que se encuentra expuesta una clase obrera muy numerosa cuyo medio de subsistencia se halla como fijado irremisiblemente a las exigencias de la produccin industrial, a la aplicacin sistemtica del principio de la divisin del trabajo y a los vaivenes del negocio capitalista. En efecto,
las pequeas sociedades aristocrticas que forman ciertas industrias en medio de la inmensa democracia de nuestros das encierran, como las grandes sociedades aristocrticas de los tiempos antiguos, algunos hombres muy opulentos y una multitud muy miserable.() La aristocracia territorial de los siglos pasados estaba obligada por la ley, o se crea obligada por las costumbres, a ir en auxilio de sus servidores y aliviar sus miserias. Pero la aristocracia manufacturera de nuestros das, tras haber empobrecido y embrutecido a los hombres de los que se sirve, los entrega a la caridad pblica en tiempos de crisis para que los alimente.() Pienso que, mirndolo bien, la aristocracia manufacturera que vemos surgir ante nuestros ojos es una de las ms duras que hayan aparecido sobre la tierra,() es ese aspecto hacia el que los amigos de la democracia deben volver constantemente con inquietud sus miradas, porque si alguna vez penetran de nuevo en el mundo la desigualdad permanente de condiciones y la aristocracia, se puede predecir que entrarn por esa puerta 270 .
En resumen, la interpretacin de Tocqueville sobre la igualdad democrtica va ms all de la igualdad de derechos en el sentido estrechamente liberal del trmino, pero no se confunde con el igualitarismo revolucionario que ya reivindicaban en la poca algunos socialismos. En este sentido, su aportacin tiene, a mi juicio, el doble mrito terico de introducir la igualdad democrtica en el seno del liberalismo superando as ciertas reticencias de ste con
270 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 203 s. Captulo Segundo 191 respecto a la igualdad (como es el caso de la universalizacin del sufragio) y de abrir, a su vez, el liberalismo hasta incluir en l ciertas exigencias de la teora democrtica (como el nfasis en la participacin de la ciudadana en la direccin de los asuntos pblicos).
1-2) El imaginario de la igualdad y su influencia normativa sobre el orden democrtico.
Como hemos visto, el progreso de la igualdad de condiciones genera una intensa movilidad en cuanto a riqueza, cultura y poder que hace de la democracia un tipo de sociedad definida, a diferencia de lo que ocurra en la sociedad aristocrtica, por la erosin creciente de las influencias individuales y la ausencia de barreras sociales fijas o permanentes entre las clases. En este sentido, puede decirse que el estado social democrtico no solamente ofrece a sus miembros una igualdad meramente formal, sino una igualdad que va ms all en la medida en que las desigualdades existentes entre los sujetos son percibidas por stos como algo accidental y, por lo tanto, no son consideradas por ellos como estableciendo diferencia alguna de esencia o de naturaleza. As pues, ms que los grados de movilidad o de distincin que se producen o no en dicho estado social, lo que es verdaderamente nuevo para Tocqueville -y en lo que centra ste su atencin preferente a la hora de interpretar la lgica profunda de la igualdad democrtica- es el hecho de que los sujetos se sientan iguales a pesar de las desigualdades Captulo Segundo 192 econmicas, sociales o culturales que se dan entre ellos. Desde esta ptica, la igualdad democrtica se refiere a algo que no pertenece propiamente al orden social ni al orden poltico, sino que es anterior a ambos y ejerce, como veremos en adelante, una influencia normativa sobre ellos. Se trata, bsicamente, del constructo ideolgico imaginario que hace que los hombres se vean entre s como formando igualmente parte de una misma condicin humana. De este modo, lo que nuestro autor tiene in mente no es tanto el estado social democrtico en su objetividad -que no es ni es de esperar que sea jams absolutamente igualitario-, como la percepcin igualitaria del vnculo social por parte de los individuos que lo constituyen 271 . La fuerza democratizadora del imaginario de la igualdad es tal, sostiene Tocqueville, que su presencia en la conciencia de los individuos acaba transformando el carcter y el espritu de las relaciones que se establecen entre ellos. Como han indicado numerosos intrpretes 272 , quizs el pasaje de la obra tocquevilliana que mejor ilustra esta accin transformadora del imaginario de la igualdad democrtica sea el dedicado a analizar las relaciones entre el servidor y el amo contenido en la 2 parte de La Democracia en Amrica 273 . Aunque pueda parecerlo a tenor del ttulo, el mencionado captulo no se limita a analizar comparativamente el carcter
271 Sobre la importancia de este punto en la reflexin tocquevilliana insisten, entre otros, los trabajos de M. GAUCHET, Tocqueville, lAmrique et nous, Libre, Paris, Payot, 1980, n7, p. 85 s.; F. FURET, Le systme conceptuel de La Dmocratie en Amrique, Commentaire, Paris, 1980-81, n 12, p. 610; J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 65; P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 55. 272 As por ejemplo M. GAUCHET, art. cit. p. 87; P. MANENT, op. cit. en nota anterior p. 51 y J. C. LAMBERTI, op. cit. en nota anterior p. 66 s. 273 Se trata del captulo V de la tercera seccin de la 2 Democracia titulado Cmo modifica la democracia las relaciones entre el servidor y el amo. A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, pp. 220-228. Captulo Segundo 193 de la servidumbre tal y como se da en las sociedades aristocrtica y democrtica. El contenido de la reflexin tocquevilliana apunta, a mi juicio, a algo de alcance mucho ms general -a la naturaleza misma de la igualdad democrtica- y, sobre todo, ms fundamental: a saber, a la legitimidad de la autoridad y la obediencia entre hombres que se consideran iguales. Vemoslo, pues. Para empezar, cabe sealar que, salvo la esclavitud, no hay propiamente hablando una forma de dominacin ms completa entre individuos desiguales que la que se establece entre un siervo y su amo. El examen de la domesticidad en la sociedad aristocrtica nos muestra, de manera paradigmtica, el esquema que preside dicha relacin. En efecto, la jerarqua permanente, los rangos y privilegios marcados hereditariamente, la direccin ideolgica verticalizada, la vinculacin comunitaria de corte feudal y la distribucin fija de los roles del mando y la obediencia, de la riqueza y del trabajo, de la sabidura y de la ignorancia, constituyen los principales rasgos de la relacin entre amos y servidores durante los siglos aristocrticos. A este respecto, tal vez el mejor retrato que nos ofrece Tocqueville de la susodicha relacin sea el reflejado en las siguientes palabras:
El servidor ocupa en las aristocracias una posicin subordinada de la que no puede salir. Cerca de l se encuentra otro hombre que tiene un rango superior que no puede perder. De una parte, la oscuridad, la pobreza, la obediencia a perpetuidad; de la otra, la gloria, la riqueza, el mando a perpetuidad. Esas condiciones son siempre distintas y siempre prximas y el vnculo que las une es tan duradero como ellas mismas. () En los pueblos aristocrticos, el amo llega a considerar a sus servidores como una parte Captulo Segundo 194 inferior y secundaria de s mismo y frecuentemente se interesa por su suerte en un ltimo esfuerzo de egosmo. Los criados, por su parte, no estn lejos de considerarse bajo el mismo punto de vista y se identifican a veces con la persona del amo, de tal suerte que llegan a ser finalmente el accesorio de ste a sus propios ojos como ellos lo son a los del amo 274 .
Una realidad bien distinta -indica nuestro autor- tiene lugar en el seno de la sociedad democrtica y si bien es cierto que el avance de la igualdad de condiciones no trae como consecuencia la supresin de las diferencias entre los hombres, no es menos cierto que esa misma igualdad transmuta profundamente la estructura de las relaciones que se establecen entre ellos hasta el punto de engendrar un modo de ser humano y de considerar lo humano totalmente distintos. En efecto,
Todava no se han visto sociedades donde las condiciones fuesen tan iguales que no se encontrasen ni ricos ni pobres y, por consiguiente, amos y servidores. La democracia no impide que existan estas dos clases de hombres, pero cambia su carcter y modifica sus relaciones.() La igualdad de condiciones hace seres nuevos del servidor y del amo y establece nuevas relaciones entre ellos 275 .
En qu consiste, pues, la novedad que introduce la igualdad democrtica entre amos y servidores? Dicho de otro modo: cules son los principales rasgos que definen las relaciones humanas basadas en la igualdad? Y ms profundamente todava: qu es lo que legitima el mando y la obediencia en una sociedad definida por la igualdad de las condiciones entre los miembros que la componen?; cul es, en definitiva, el papel
274 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 223. 275 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 221, 223. Captulo Segundo 195 normativo de la igualdad en una sociedad democrtica? Para responder a dichas cuestiones, habremos de analizar en detalle y paso por paso la argumentacin tocquevilliana contenida en este captulo y en otros ms o menos directamente relacionados con l. Desde el momento en que la igualdad de condiciones penetra en el alma de los individuos -observa Tocqueville-, se crea entre ellos la idea de una comn pertenencia al gnero humano, lo cual modifica sustancialmente la visin que cada uno tiene de s mismo as como la manera de concebir y de valorar al otro. En efecto, a medida que los hombres se reconocen a s mismos en el otro y se consideran como seres humanos semejantes ms all de sus diferencias extrnsecas, la alteridad deja de concebirse en los trminos aristocrticos de una heterogeneidad humana axiolgicamente predeterminada entre quienes se encuentran situados en un estamento social jerrquicamente superior y quienes ocupan uno inferior. As pues, al sentirse parte de una misma naturaleza humana, tanto el amo como el sirviente perciben su respectiva posicin social como algo circunstancial y reversible, y de ah que no identifiquen el lugar que ocupan ni la tarea que les corresponde desempear con la adscripcin fija e invariable a una u otra clase. A este respecto dice Tocqueville que
hay todava una clase de criados y una clase de amos, pero no son siempre los mismos individuos y sobre todo las mismas familias quienes las componen, y no hay ya perpetuidad ni en el mando ni en la obediencia 276 .
276 Idem que nota anterior, p. 223. Captulo Segundo 196 A mayor abundamiento, cabe sealar que cuando la igualdad de condiciones domina el horizonte de la conciencia social y el acceso a la cultura deja de ser un privilegio reservado a una sola clase, los servidores no constituyen propiamente un universo social aparte al de los amos puesto que no llega a formarse una mentalidad acorde a la posicin que ocupa cada uno de ellos con sus correspondientes vicios y virtudes. Nada, pues, que se parezca a la bajeza o a la grandeza de espritu que se encuentran asociadas de un modo caracterstico a la condicin de cada clase e incluso a la gradacin existente en el interior de las mismas como en la sociedad aristocrtica. En efecto, en la sociedad democrtica
los servidores() no conocen vicios ni virtudes de su condicin, sino que comparten la cultura, las ideas, los sentimientos, las virtudes y los vicios de sus contemporneos y son honrados o bribones de la misma manera que sus amos.() No he visto nunca en los Estados Unidos nada que pudiera recordarme la idea del servidor selecto cuyo recuerdo hemos conservado en Europa, pero tampoco he encontrado la idea del lacayo. Se ha perdido la huella del uno como del otro 277 .
La igualdad de condiciones no significa que amo y servidor sean realmente iguales, sino ms bien que se sienten iguales y que pueden serlo. El servidor puede devenir amo y aspira a ello; el amo, por su parte, puede devenir servidor y teme llegar a serlo. En este sentido, puede decirse que ambos no son diferentes ya que consideran lo que les distingue como algo accidental y vinculado al desempeo de un determinado papel social que muy bien puede ser otro en el futuro. Esto
277 Ibidem, p. 223 s. Captulo Segundo 197 hace que en la sociedad democrtica los individuos conciban y experimenten su vida social bajo los signos de la provisionalidad, la competitividad y la indeterminacin. Puesto que amos y servidores no son hombres de distinta naturaleza y ambos pueden ver intercambiada su posicin en un momento dado, en qu se fundamenta -se pregunta Tocqueville- el derecho de los primeros a mandar y la obligacin de los segundos a obedecer? Si el uno manda y el otro sirve -viene a responder nuestro autor- es en virtud de la nica legitimidad posible de la autoridad y la obediencia entre individuos que se consideran iguales: el acuerdo contractual. El contrato, pues, y ya no la tradicin es la frmula mediante la que el amo y el servidor establecen libre y voluntariamente las condiciones de su relacin provisoria as como los lmites de la misma. En este sentido,
el amo juzga que el contrato es el nico origen de su poder y el servidor descubre en l la nica causa de su obediencia. No discuten entre ellos sobre la posicin recproca que ocupan, sino que cada uno ve fcilmente la suya y se mantiene en ella 278 .
Tocqueville trata de mostrar aqu que el modelo contractual define el carcter de las relaciones entre amo y servidor -y lo mismo podra decirse mutatis mutandi de las que se establecen entre patrono y obrero 279 - en la sociedad democrtica. Ahora bien, aun siendo importante dicha observacin, la reflexin tocquevilliana sobre este punto
278 Ibidem, p. 225. 279 As parece confirmarlo la siguiente anotacin contenida en sus papeles de trabajo: Ce que je dis au serviteur sest toujours appliqu peu prs louvrier. A. DE TOCQUEVILLE, Indits de Yale, CV, g, cahier 1, p. 3.(citado por J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 67.). Captulo Segundo 198 contiene tambin, a mi juicio, algo mucho ms novedoso e interesante: a saber, que la relacin contractual tiene una justificacin ms social que propiamente jurdica o econmica y ello se debe, fundamentalmente, a la influencia que ejerce el imaginario de la igualdad sobre la conciencia colectiva a travs de la opinin pblica. En efecto, cuando amos y servidores se consideran como seres de naturaleza semejante y perciben, en consecuencia, su diferente posicin social como algo accidental y susceptible de variacin, entonces la relacin contractual se concibe de un modo general como una regla tan congruente con la imagen de la igualdad de las condiciones que llega incluso a hacer olvidar la desigualdad y la dominacin reales que dicha regla tambin permite. A este respecto, nuestro autor escribe lo siguiente:
En vano la riqueza y la pobreza, el mando y la obediencia establecen()grandes distancias entre los hombres porque la opinin pblica() les aproxima a un nivel comn y crea entre ellos una especie de igualdad imaginaria a pesar de la desigualdad real de las condiciones. Esa opinin todopoderosa acaba por penetrar en el alma misma de aquellos cuyo inters podra concitarles contra ella. Modifica su juicio al mismo tiempo que subyuga sus voluntades 280 .
As pues, entre el derecho a la igualdad y el hecho de la misma se encuentra -dice Tocqueville- una suerte de igualdad imaginaria que la opinin pblica se encarga de elevar a la categora de sensorio comn de la vida social democrtica 281 . De este modo, la igualdad de condiciones se convierte en un
280 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 224 s. 281 Sobre la importancia de esta idea en la reflexin tocquevilliana sobre la democracia insiste P. MANENT en Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 55. Captulo Segundo 199 poder social cuya influencia normativa sobre la mentalidad del homo democraticus puede proyectarse en dos direcciones bien diferentes: puede engendrar un sentido de la igualdad que lleve a los individuos a cuestionar las desigualdades injustamente basadas en el esquema aristocrtico del privilegio o en el trato opresivo de unos individuos sobre otros; pero puede generar tambin en esos mismos individuos una especie de pasin igualitaria que les lleve a identificar errneamente la igualdad con la uniformidad y a querer, en consecuencia, reducir tirnicamente toda diferencia individual a un mismo y mediocre nivel comn mayoritariamente establecido. La igualdad, afirma Tocqueville, constituye en todo caso el sentimiento dominante en el estado social democrtico, pero la cuestin decisiva es que segn sea concebida dicha igualdad en la opinin pblica -como exigencia de justicia o como pasin homogeneizadora-, la democracia propiciar el desarrollo de la libertad o, por el contrario, se deslizar peligrosamente hacia el despotismo. En efecto,
No hay que ocultar que el estado social que acabo de describir se presta tan fcilmente a una como a otra de sus dos consecuencias. Existe()una pasin viril y legtima por la igualdad que impulsa a los hombres a querer ser todos poderosos y apreciados. Esa pasin tiende a elevar a los pequeos a la altura de los grandes. Pero hay tambin en el corazn humano un gusto depravado por la igualdad que lleva a los dbiles a querer rebajar a los fuertes a su nivel y que conduce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en la libertad 282 .
As pues, aunque el imaginario de la igualdad democrtica nos remita al principio de una comunidad de naturaleza entre los
282 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 55. Captulo Segundo 200 seres humanos y, en ltimo trmino, a la igualdad en su sentido moral, debemos distinguir claramente si de ah se deriva la idea de un derecho igual para todos a la libertad o un igualitarismo que trate de convertir a todos en seres absolutamente idnticos y rechace, en consecuencia, el pluralismo y la libertad individual. En el primer caso -viene a concluir nuestro autor- nos encaminamos hacia una democracia liberal y en el segundo hacia el despotismo democrtico. El trnsito de la jerarqua a la igualdad social, de la regla estamental a la contractual no solamente cambia, como indicamos anteriormente, el carcter de las relaciones entre los hombres, sino que este hecho influye adems en el espritu mismo de tales relaciones. En efecto, la domesticidad aristocrtica ligaba al amo y al servidor mediante un fuerte vnculo comunitario a pesar de su distinto valor humano y la desigualdad existente entre la condicin social de uno y otro. Nada de esto se observa en la domesticidad democrtica puesto que en ella el imaginario de la igualdad los sita, por as decirlo, uno al lado del otro y adems la relacin entre ellos se limita a la mera ejecucin de un contrato, lo que favorece su extraamiento mutuo.
As, aunque bajo la aristocracia el amo y el servidor no tengan entre ellos ninguna semejanza natural, aunque la fortuna, la educacin, las opiniones y los derechos los siten, por el contrario, a una inmensa distancia en la escala de los seres, el tiempo, sin embargo, acaba por ligarlos el uno al otro. Les une una larga comunidad de recuerdos y, por diferentes que sean, se asimilan. Mientras que en las democracias, donde son casi semejantes por naturaleza, permanecen siempre extraos el uno al otro.()En los pueblos democrticos, el servidor y el amo estn muy Captulo Segundo 201 prximos. Sus cuerpos se tocan constantemente, sus almas no se mezclan; tienen ocupaciones comunes, pero casi nunca intereses comunes 283 .
As pues, a medida que las condiciones se hacen cada vez ms iguales, los hombres adquieren una mayor independencia individual, pero, a la vez, se debilita tanto su sentido social de comunidad como la visin de un inters comn a todos ellos. Ahora bien, de este hecho pueden derivarse -indica Tocqueville- dos tendencias totalmente distintas. Puede ocurrir, segn la primera de ellas, que esa igualdad que coloca a los hombres los unos al lado de los otros y los hace ms independientes les lleve a encerrarse en su mundo privado, a ser indiferentes a sus conciudadanos y a confiar al Estado la creacin, desde arriba, de un espritu colectivo y la gestin de sus intereses comunes. La secuencia que une al individualismo con el despotismo estatal sera, entonces, el resultado al que conduce esta tendencia. En efecto,
Los hombres que habitan en los pases democrticos, al no tener ni superiores ni inferiores, ni asociados habituales y necesarios, se repliegan de buena gana sobre s mismos y se consideran aisladamente. Tuve ocasin de indicarlo muy extensamente al tratar del individualismo. Estos hombres se apartan alguna vez de sus negocios particulares para ocuparse de los asuntos comunes slo con grandes esfuerzos. Su tendencia natural consiste en abandonar esa preocupacin al nico representante visible de los intereses colectivos, que es el Estado 284 .
Pero puede suceder tambin, segn la segunda alternativa, que esa misma igualdad les haga comprender que la independencia individual se convierte en aislamiento e impotencia si no
283 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 222, 225. 284 Idem que nota anterior, p. 341-342. Captulo Segundo 202 salen de s mismos y se asocian con los dems para deliberar libremente entre ellos qua ciudadanos acerca de sus intereses comunes y a dotarse, en consecuencia, de instituciones civiles y polticas apropiadas a dicha finalidad. En esta direccin, nuestro autor indica lo siguiente:
Dir solamente de una manera general que el primer inters de un pueblo democrtico ha de ser que se propague y asegure el espritu de asociacin en su interior; todos los intereses deben subordinarse a se() El principal objeto de un buen gobierno ha consistido siempre en poner cada vez ms en los ciudadanos en situacin de prescindir de su ayuda. Eso es ms til de lo que puede serlo ella. Si los hombres no aprenden() ms que el arte de obedecer y no el arte de ser libres, no s qu privilegios tendran sobre los animales, sino que el pastor sera elegido entre ellos 285 .
En definitiva, la igualdad considerada ya no tanto como hecho social, sino como produccin imaginaria -como ideologa- resulta fundamental a la hora de interpretar la lgica profunda de la sociedad democrtica. Dicha perspectiva nos permite apreciar que la igualdad lleva aparejadas dos tendencias -e incluso podramos decir tambin dos pasiones- axiolgicamente contrapuestas: una, que ve la igualdad como equidad y propicia la asociacin de sta con la libertad; y otra, que convierte la igualdad en igualitarismo y abona la gestacin de un nuevo gnero de despotismo -el despotismo democrtico-. Urge, por tanto, analizar en profundidad esta ltima tendencia, que Tocqueville destaca con gran preocupacin, con el fin de saber cmo es y, lo que es ms importante, cmo puede ser combatida con los recursos de los
285 Ibidem, p. 151. Captulo Segundo 203 que dispone la propia democracia. En uno de los borradores de la parte final de La Democracia en Amrica encontramos resumido con toda claridad esa especie de dilema frente al que nos sita, segn nuestro autor, el desarrollo de la igualdad democrtica:
Dos cuestiones por resolver. Despotismo con igualdad. Libertad con igualdad. Ah estriba toda la cuestin del futuro 286 .
1-3) De la pasin igualitaria al despotismo democrtico
Como hemos indicado, la reflexin tocquevilliana no se limita a considerar la igualdad de las condiciones en su dimensin fctica, sino que tambin se ocupa de analizar esa misma igualdad en su dimensin ideolgica. Queda, sin embargo, por tratar un tercer aspecto de dicha reflexin que anda estrechamente relacionado con los otros dos y cuya influencia sobre la orientacin de la vida social y poltica democrtica no puede, en modo alguno, ser minimizada. Nos referimos, naturalmente, a la pasin por la igualdad. A este respecto, cabe decir que la originalidad de nuestro autor consiste - segn ha sealado H. BJAR- en caracterizar tambin la igualdad de condiciones como base de la estructura de deseos del hombre democrtico 287 .
286 A. DE TOCQUEVILLE, Drafts, Yale, CVc, Paquet 6, p. 55. Citado por J.T. SCHLEIFER, Cmo naci la Democracia en Amrica de A. de Tocqueville, p. 211. 287 H. BJAR, Alexis de Tocqueville: la democracia como destino en F. VALLESPN (edit) Historia de la teora poltica, Madrid, Alianza, 1991, vol 3, p. 310. Captulo Segundo 204 Tocqueville comienza su reflexin sobre este punto diciendo que la primera y ms importante pasin que suscita la igualdad de condiciones en el alma de los hombres es, precisamente, el amor a esa misma igualdad 288 . Dicha afirmacin adquiere una mayor relevancia cuando aade, a continuacin, que se trata de una pulsin afectiva diferente y mucho ms poderosa que la que esos mismos hombres sienten por la libertad. As pues,
El gusto que los hombres tienen por la libertad y el que sienten por la igualdad son, en efecto, dos cosas distintas, y no temo aadir que en los pueblos democrticos son dos cosas desiguales 289 .
No es que los hombres de la poca democrtica no tengan una inclinacin natural por la libertad, pues, desde luego, el gobierno que ellos conciben ante todo y que ms aprecian es aqul que han elegido libremente y cuya accin pueden controlar. Ahora bien, la libertad -arguye Tocqueville- no se halla vinculada exclusivamente a ningn estado social y, por este motivo, no puede constituir el rasgo pasional distintivo de los tiempos democrticos que corren. Adems de sta, nuestro autor aduce otras razones que prueban ms claramente todava por qu es la igualdad y no la libertad la pasin predominante y verdaderamente definitoria de la sociedad democrtica moderna. El ejercicio de la libertad -viene a decir Tocqueville- exige un considerable esfuerzo y no menos vigilancia; se conquista con dificultad y puede, sin embargo, perderse fcilmente; sus excesos se notan enseguida y todo el
288 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 131. 289 Idem, p. 133. Captulo Segundo 205 mundo los ve, mientras que los beneficios que procura solamente se perciben a la larga y escapan frecuentemente a la atencin de la mayora. Por el contrario, las ventajas y los placeres que proporciona la igualdad se sienten inmediatamente, son accesibles a todos y no requieren ningn esfuerzo. Tanto es as que para disfrutar de ellos no hace falta ms que vivir, y de ah la creencia de que sus bondades han de durar para siempre. Sus inconvenientes no son, sin embargo, tan evidentes y solamente los advierten quienes no se han dejado obnubilar por sus encantos. Se comprende, por tanto, que la pasin que hace nacer la igualdad sea enrgica y general y que los pueblos democrticos quieran la igualdad en todo tiempo y haya pocas en que llevan hasta el delirio la pasin que sienten por ella 290 . Ello no significa, empero, que los pueblos democrticos no aprecien la libertad y luchen apasionadamente por conseguirla cuando se hallan desprovistos de ella. Ahora bien, si fallan en su objetivo o alguna fuerza les aparta brutalmente del mismo, entonces se les ve sufrir, pero aguardan con resignacin la llegada de tiempos mejores. En cambio, la pasin que impulsa a esos mismos pueblos en pos de la igualdad es tan exigente, irresistible e insaciable en sus demandas que nada parece poder detenerla y puede llegar incluso a hacerles olvidar la libertad con tal de ver reinar a esa misma igualdad en todos los mbitos de la vida social. En este sentido, concluye Tocqueville su anlisis con estas impresionantes palabras:
290 Ibidem, p. 134. Captulo Segundo 206
Creo que los pueblos democrticos tienen un gusto natural por la libertad. Abandonados a s mismos, la quieren y ven con dolor que se les separe de ella. Pero tienen por la igualdad una pasin ardiente, insaciable, eterna, invencible. Quieren la igualdad en la libertad, y si no pueden obtenerla, la quieren incluso en la esclavitud 291 .
As pues, la pasin por la igualdad resulta ser la pasin democrtica por excelencia. Se trata, como se ha dicho, de una pasin tan insaciable que, al igual que ocurre con la pasin amorosa, las satisfacciones parciales no la detienen, sino que la estimulan todava ms. De este modo -sostiene Tocqueville-, el amor a la igualdad aumenta sin cesar con cada nuevo avance de esa misma igualdad. En efecto, cuando las barreras sociales jerrquicas se consideraban como algo infranqueable, nadie abrigaba el deseo de franquearlas; desde el momento en que alguna de ellas es derribada en nombre de la igualdad, entonces se genera en el espritu de los hombres el deseo incontenible de arrumbar, una tras otra, todas las que permanecen en pie. Y es que cuando la desigualdad es la norma que rige la vida social, las mayores desigualdades se aceptan como algo natural; pero a medida que las condiciones son cada vez ms iguales entre los hombres, la menor desigualdad tiende a considerarse como algo injustificable. Por esta razn, la pasin por la igualdad se vuelve ms intensa cuando las desigualdades disminuyen y son menos visibles. En este sentido, escribe nuestro autor que
el odio que los hombres sienten por los privilegios aumenta a medida que los privilegios se hacen ms
291 Ibidem, p. 134 s. Captulo Segundo 207 raros y menores, de tal suerte que se dira que las pasiones democrticas se inflaman ms cuando encuentran menos alimento.() el amor a la igualdad crece sin cesar con la igualdad misma; al satisfacerlo se la desarrolla 292 .
La diferencia de la igualdad con respecto a la libertad es tambin en este punto bastante notoria. En efecto, se puede concebir que los hombres se sientan razonablemente satisfechos al haber conseguido un cierto grado de libertad, pero el carcter insaciable de la pasin por la igualdad hace difcil el que esos mismos hombres cimenten una igualdad que les baste. La pasin por la igualdad es, sin embargo, una pasin de doble filo. Unas veces tiende a fomentar en los hombres el deseo legtimo de perfeccionarse y les lleva a querer elevarse todos al nivel de los ms excelentes, pero en otras ocasiones adopta una forma perversa y les impulsa a reducir a todo aqul que sobresalga del nivel impuesto por la mayora. Si prevaleciera la primera de estas formas, la pasin por la igualdad contribuira enormemente a hacer de la democracia un modo social de vida favorable al libre y justo desarrollo de la excelencia de todos los sujetos. Ahora bien, desgraciadamente -indica Tocqueville-, es la segunda de tales formas la que cuenta con mayor probabilidad de imponerse. Y ello porque en la opinin comn la igualdad se confunde fcilmente con la uniformidad, y de ah que la pasin por la igualdad degenere en pasin igualitaria e induzca en los hombres el deseo de asemejarse en todo por encima de cualquier otra consideracin. Cuando esto ocurre, cada quien no ve ni
292 Ibidem, p. 343. Captulo Segundo 208 quiere ver alrededor suyo ms que otros individuos semejantes a l mismo. La pasin igualitaria (o quizs fuera mejor decir igualitarista) les lleva a querer imitarse y confundirse de tal manera que se dira que el nmero constituye la nica diferencia que llegan a admitir. En este sentido, la mayora se convierte para ellos en la autntica medida de la igualdad y, por tanto, en el criterio al que conviene acogerse para juzgar acerca de todas las cuestiones. El menor instinto por sobresalir y diferenciarse del nivel comn se contempla, por una parte, con envidia, y, por otra, se considera un peligro intolerable o una extravagancia ridcula que hay que neutralizar apelando a la autoridad de la opinin mayoritaria. La pasin igualitaria -escribe Tocqueville- hace que
los hombres se parezcan y, adems, en cierta forma, sufran por no parecerse. Lejos de querer conservar lo que todava puede singularizar a cada uno de ellos, solamente piden perderlo para confundirse en la masa comn, que a sus ojos es la nica que representa el derecho y la fuerza. El espritu de individualidad est casi destruido 293 .
A este respecto, lo que teme Tocqueville de la pasin igualitaria es que desemboque en lo que constituye su primera y ms conocida versin del despotismo democrtico: la tirana de la mayora. Como es sabido, el anlisis de dicha forma de despotismo ocupa ya un lugar importante en la reflexin tocquevilliana de la 1 parte de La Democracia en Amrica y buena prueba de ello es el captulo, tan celebrado por los intrpretes, que se titula precisamente La omnipotencia de la mayora en los
293 Ibidem, p. 327. Captulo Segundo 209 Estados Unidos y sus efectos 294 . El contenido del mencionado captulo es, sin embargo, mucho ms complejo de lo que habitualmente se supone y en todo caso no puede reducirse, a mi juicio, a una mera cuestin de derecho poltico. Es cierto que Tocqueville denuncia enrgicamente la tirana a la que se encuentran expuestas las minoras cuando se confunde dogmticamente el principio democrtico de la soberana popular con el poder absoluto e ilimitado de la mayora, pero no es menos cierto que lo que a nuestro autor le preocupa especialmente es el dominio moral y sutilmente opresivo que los ms ejercen en nombre de la opinin pblica sobre la inteligencia crtica y la libertad de accin de cada uno de los individuos. Y ello porque las races de la tirana de la mayora se encuentran ms bien en el mbito de las costumbres que en el de las leyes, y de ah su extraordinario poder de penetracin a lo largo y a lo ancho del tejido social. En este sentido, el nuevo despotismo consiste fundamentalmente en la presin inquisitorial que la mayora ejerce sobre la manera de pensar y sentir de los individuos mediante los mecanismos psicosociales de la conformidad social, la uniformizacin ideolgica, el dogmatismo grupal y la estigmatizacin de la diferencia. De este modo, la mayora se convierte en un imperio moral que se arroga el derecho y el poder de regularlo todo y del que resulta, en consecuencia, harto difcil sustraerse.
Eso es verdad -dice Tocqueville- sobre todo en los Estados democrticos organizados como las repblicas
294 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, pp. 241-256. Captulo Segundo 210 americanas, donde la mayora posee un imperio tan absoluto y tan irresistible que en cierto modo es necesario renunciar a los derechos de ciudadano y, por as decir, a la cualidad de hombre cuando uno quiere apartarse del camino que ella ha trazado 295 .
El despotismo de la mayora es, por lo tanto, tan de temer como el gobierno absoluto de antao ejercido por un solo hombre y mxime -observa nuestro autor- si tenemos en cuenta que su manera de proceder ha cambiado de forma y mejorado, por as decirlo, los mtodos tradicionales del autoritarismo. En efecto, la opresin es ahora ms psicolgica que fsica; ms suave que violenta; ms social que propiamente poltica y, en definitiva, se dirige a modelar el espritu de cada uno hasta convertirlo en hombre-masa. A este respecto, Tocqueville escribe:
Cadenas y verdugos eran los instrumentos groseros que antao empleaba la tirana, pero en nuestros das la civilizacin ha perfeccionado hasta el mismo despotismo que, sin embargo, no pareca tener nada que aprender.() Bajo el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo() pero en las repblicas democrticas no es as como procede la tirana: deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: Pensad como yo o moriris. Dice: Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaris, pero a partir de este da sois un extrao entre nosotros.() Permaneceris entre los hombres, pero perderis vuestros derechos de humanidad. Cuando os acerquis a vuestros semejantes, huirn de vosotros como de seres impuros, e incluso aquellos que crean en vuestra inocencia os abandonarn, pues se huira de ellos a su vez. Id en paz, os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte 296 .
295 Idem, p. 252. 296 Idem, p. 250. Captulo Segundo 211 As pues, sin necesidad de recurrir a una violencia fsica directa o de apelar a la autoridad de la ley, la mayora impone tan stilmente sus designios en lo ms profundo del alma de los individuos que llega incluso a suprimirles el deseo mismo de cuestionarlos y/o de oponerse a ellos. Como puede verse, la interpretacin tocquevilliana de la tirana mayoritaria no se detiene en el aspecto jurdico y desciende tambin, por debajo de la capa superficial de la poltica, hasta el subsuelo donde se gestan las ideas y los sentimientos que rigen la vida de los hombres en el estado social democrtico. Por este motivo -apuntan algunos de sus comentaristas 297 -, su diagnstico y visin crtica del nuevo despotismo tiene tanta actualidad, ya que se aplica tanto a los regmenes totalitarios como a las democracias de masas. La preocupacin de Tocqueville por el vnculo existente entre el igualitarismo, la regla de mayoras y el despotismo democrtico prosigue en la 2 parte de La Democracia en Amrica, pero, como muy bien seala J.T. SCHLEIFER 298 , su reflexin se centra aqu en el nuevo peligro que representa para la causa de la libertad democrtica la accin combinada de tres factores: el individualismo, la obsesin por el bienestar material y el acrecentamiento y burocratizacin del poder estatal. Como vimos en la primera parte del presente trabajo, la difusin del individualismo trae consigo un desplazamiento del
297 As, por ejemplo, E. NOLLA, Introduccin del editor a La Democracia en Amrica, p. LXVIII; R. SENNETT, Lo que Tocqueville tema en Narcisismo y cultura moderna, Barcelona, Kairos, 1980, pp. 149-153. 298 J. T. SCHLEIFER, op. cit. Las concepciones cambiantes de Tocqueville acerca del despotismo democrtico cap. XIII, pp. 196-211. Captulo Segundo 212 inters de los sujetos hacia la vida privada y una desatencin concomitante con respecto a los asuntos pblicos. A ello se une -aade Tocqueville- el que estos mismos sujetos consideren al bienestar material como objetivo nmero uno de su proyecto vital y que, en consecuencia, se entreguen apasionadamente a su obtencin, maximizacin y disfrute como si se tratara de una nueva panacea universal. Y, claro est, cuando es el bienestar material -y no la equidad o la excelencia humana- el principal objeto de la pasin igualitarista, entonces cada quien alimenta el deseo de alcanzar un nivel de confort semejante al de cualquier otro y cree fervientemente que la uniformidad en el bienestar constituye, a este respecto, lo propio del ideal democrtico. En este sentido, los hombres se muestran tan inquietos en medio de las expectativas de prosperidad material para todos suscitadas por la pasin igualitarista, que cada uno de ellos percibe al otro ora como un semejante con el que identificarse, ora como un competidor y un obstculo a la realizacin de sus deseos. De este modo, la vida social ofrece el espectculo ciertamente dramtico de unos hombres que ambicionan el bienestar por encima de todo y compiten entre ellos con el fin de procurrselo en el mayor grado posible; pero, al mismo tiempo, sabedores de que no todos pueden obtener idntico resultado, se sienten frustrados si no alcanzan el bienestar anhelado y envidian a quien la habilidad o la suerte ha situado ms all del nivel comn.
Esta constante oposicin -dice nuestro autor- que reina entre los instintos que nacen de la igualdad y los medios que proporciona para satisfacerlos, atormenta y fatiga las almas.() En los tiempos Captulo Segundo 213 democrticos, los goces son muy vivos() y sobre todo el nmero de los que los disfrutan es muy grande, pero hay que reconocer que, por otra parte, las esperanzas y los deseos encuntranse frustrados en ellos a menudo, que las almas estn ms conmovidas y ms inquietas y que las preocupaciones son muy agudas 299 .
En efecto, la contradiccin existente entre la promesa de un idlico e ilimitado confort material para todos que suscita la pasin igualitaria y las posibilidades reales de ver realizada una expectativa de tal naturaleza es vivida por los individuos con una tensin enorme, y constituye el caldo de cultivo idneo para la aparicin de todo un elenco de pasiones -y de bajas pasiones- propias del hombre democrtico, entre las que cabe contar la envidia, la vanidad, la mezquindad, la obsesin presentista, la mediocridad, el camaleonismo y la melancola. Cmo es posible superar -se pregunta entonces el hombre dominado por la pasin igualitaria- la distincin entre uno mismo y los dems en lo que respecta al bienestar, esto es, una distincin que siempre puede mostrar a cualquier otro como ms emprendedor, ms rico, ms poderoso y, en definitiva, ms feliz que yo? La respuesta no se hace esperar: situando por encima de m mismo y de los dems una instancia central que concentre todo el poder disponible, cuya razn de ser consista precisamente en simbolizar y procurar un nivel uniforme de bienestar para todos, aunque sea a costa de cederle mi libertad. Dicho poder, segn Tocqueville, no es otro que el Estado, pues
al estar necesariamente y sin discusin por encima de todos los ciudadanos, no excita la envidia de
299 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 178 s. Captulo Segundo 214 ninguno de ellos y cada uno cree arrebatar a sus iguales todas las prerrogativas que le concede. El hombre de los siglos democrticos obedece a su vecino, que es su igual, solamente con extrema repugnancia. Rehsa reconocerle una ilustracin superior a la suya, desconfa de su justicia y ve con envidia su poder. Le teme y le desprecia; gusta de hacerle sentir a cada instante la comn dependencia a un mismo amo en que estn ambos 300 .
De este modo, la pasin igualitaria llega a inducir en cada uno de los individuos el deseo de prescindir de su libertad con el fin de salvaguardar la igualdad misma. El resultado al que conduce dicho proceso es una nueva forma de despotismo democrtico -la de un Estado-providencia-, cuya marca de fbrica y estrategia favorita consiste precisamente en ofrecer, de manera paternalista, igualdad en el bienestar a cambio de libertad. La pasin igualitaria genera, pues, en el alma de los hombres una doble y ambivalente tendencia: por una parte, les induce a considerarse individualmente, a amar la independencia privada y a mirar con orgullosa desconfianza la autoridad de cualquiera de sus semejantes; pero al mismo tiempo les lleva, por otra parte, a sentir su debilidad e indefensin individuales ante la magnitud de lo social y a concebir como salida a dicha situacin la institucin de un nico poder central que, representndoles a todos, se ocupe de garantizar el orden y de dirigirles uniformemente hacia el bienestar. De predominar la primera de dichas tendencias -indica nuestro autor-, el cuerpo social podra disolverse, el desorden llegara bien pronto a su colmo y las naciones democrticas caminaran decididamente hacia la anarqua. Ahora bien,la
300 Idem, p. 343. Captulo Segundo 215 experiencia histrica nos ensea -arguye Tocqueville- que el poder social tiende, tarde o temprano, a reconstituirse, y en este sentido lo ms probable es que la accin de la pasin igualitaria conduzca a los individuos hacia la segunda de las tendencias referidas, hacindoles creer que les dirige hacia la libertad cuando en realidad se encaminan silenciosamente hacia el establecimiento de un nuevo gnero de despotismo. Mostrar a sus contemporneos esta peligrosa tendencia, denunciarla como perniciosa para el futuro de la libertad y proponer, en consecuencia, los medios para combatirla apelando a los principios de la democracia misma es, a mi juicio, la verdadera y urgente tarea que asume nuestro autor. En efecto,
la igualdad produce () dos tendencias: una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede empujarlos de repente hasta la anarqua; la otra conduce por un camino ms largo, ms secreto, pero ms seguro hacia la servidumbre. Los pueblos ven fcilmente la primera y la resisten; se dejan arrastrar por la otra sin verla. Es especialmente importante ponerla al descubierto 301 .
Y ello porque todo parece conducir al peligro de que la pasin igualitarista sumerja al homo democraticus en esa especie de crculo vicioso compuesto de independencia y uniformidad, atomizacin y masificacin, rechazo de los antiguos privilegios y centralizacin del poder, soberana popular y omnipotencia estatal. Nada, pues, que tendencialmente se encuentre situado entre los individuos y el Estado, como s ocurra con los cuerpos sociales intermedios tan caractersticos de los regmenes aristocrticos a los que se
301 Ibidem, p. 336. Captulo Segundo 216 refera Montesquieu. Por el contrario, las sociedades democrticas son proclives a la institucin de un poder nico y central que se impone con todo su peso sobre los individuos. Es sta una idea simple y general a la vez, que se aviene perfectamente con el espritu uniformizante y nivelador de los individuos dominados por la pasin igualitaria, lo que explicara su propensin favorable a la aplicacin de una legislacin indistinta para todos ellos por parte del gobierno. As pues,
tras la idea de un poder nico y central, la que se presenta ms espontneamente a la inteligencia de los hombres en los siglos de igualdad es la idea de una legislacin uniforme. Como cada uno de ellos se ve poco diferente de sus vecinos comprende mal por qu la regla que es aplicable a un hombre no lo sera naturalmente a todos los dems.() la uniformidad legislativa le parece ser, por tanto, la primera condicin de un buen gobierno 302 .
El problema es que dicho poder, una vez instituido, no se limita a garantizar la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos y a proteger sus derechos como tales, sino que tiende a propasarse en sus atribuciones hasta el punto de arrogarse de modo paternalista y en nombre de la soberana popular, el derecho a dirigirlo todo desde arriba, lo cual acaba minando tanto el espritu de libertad individual como el pluralismo social necesarios para que la democracia perviva sin degenerar en despotismo. De modo que lo temido por Tocqueville a este respecto, es que a la nocin aristocrtica de los poderes intermedios y los derechos inherentes al dominio jerrquico de una casta de individuos privilegiados,
302 Ibidem, p. 338. Captulo Segundo 217 le suceda ahora -incluso en los idearios polticos ms progresistas- la idea de un Estado central todopoderoso e ilimitado que ejerza un poder opresivo sobre los ciudadanos, ayudndose del espritu igualitario y de la retrica pseudodemocrtica del Bienestar general. En esta direccin, nuestro autor escribe lo siguiente:
la unidad, la ubicuidad y la omnipotencia del poder social y la uniformidad de sus reglas forman los rasgos ms sobresalientes que caracterizan todos los sistemas polticos nacidos en nuestros das. Se los encuentra en el fondo de las ms extraas utopas().Los hombres de nuestros das() disputan sin cesar para saber en qu manos ser depositada la soberana, pero se entienden fcilmente sobre los deberes y los derechos de esa soberana. Todos conciben el gobierno bajo la imagen de un poder nico, simple, providencial y creador().Los publicistas y los hombres de Estado la adoptan, la multitud se apropia vidamente de ella, los gobernantes y los gobernados coinciden en su persecucin con el mismo afn(). No proviene de un capricho del espritu humano, sino que es una condicin de la situacin actual de los hombres 303 .
No se trata solamente de que la pasin igualitaria fomente en el espritu de los hombres la idea de un poder social concentrado y centralizado , sino que, adems -observa nuestro autor-, los hbitos ms sencillos y los sentimientos ms sublimes les inclinan favorablemente hacia el reconocimiento de un poder de dicha naturaleza y eso les lleva, por as decirlo, a cooperar decididamente en su establecimiento y consolidacin. En efecto, el individualismo al que tan ardientemente se adhieren les absorbe de tal manera en sus negocios privados que apenas s les quedan energas, ni
303 Ibidem, p. 339 s. Captulo Segundo 218 encuentran el tiempo suficiente para ocuparse de los asuntos pblicos. Ello les induce a encomendar exclusivamente la gestin de los mismos al Estado, que resulta as erigido -dice Tocqueville- en el nico representante visible y permanente de los intereses colectivos 304 . Si a la falta de motivacin cvico-poltica le aadimos el creciente amor al bienestar material y el deseo de tranquilidad social que tan poderosamente arraigan en el corazn del homo democraticus, comprenderemos fcilmente por qu los individuos transfieren de buena gana la tutela de sus derechos ms preciados al poder central, o por lo menos el que consientan que ste se los vaya apropiando subrepticiamente uno tras otro bajo el pretexto de garantizar su preservacin y de defenderlos de la anarqua. Estos hombres, adems, se saben en realidad dbiles, ya que el egosmo generalizado que impera en el ambiente impide, de ordinario, el que puedan contar con la ayuda solidaria de sus conciudadanos para hacer causa comn, y este sentimiento de indefensin les lleva a confiar al Estado la resolucin de todos sus problemas. En este sentido, subraya nuestro autor, todos los individuos
vuelven su mirada hacia ese ser inmenso que se alza solo en medio del abatimiento universal. Sus necesidades y sobre todo sus deseos les impulsan hacia l constantemente, y acaban por mirarlo como el nico y necesario sostn de la debilidad individual 305 .
A mayor abundamiento, el odio que manifiestan los individuos imbuidos del espritu igualitario hacia toda suerte de
304 Ibidem, p. 342. 305 Ibidem, p. 342. Captulo Segundo 219 diferenciacin social hace que el Estado vaya concentrando poco a poco todas las prerrogativas en materia de igualdad y favorezca de este modo la uniformizacin requerida por quienes resultan ser as sus principales valedores. El Estado, por su parte, ama el igualitarismo y lo propicia, ya que facilita singularmente su poder tutelar; del mismo modo, ama la uniformidad, lo que simplifica enormemente su gestin y la torna ms eficaz al someter a todos a una reglamentacin unvoca; el Estado ama, en definitiva, lo que los ciudadanos sometidos a su poder aman y odia naturalmente lo que ellos odian con el fin de perpetuar su dominio. As pues,
esa comunidad de sentimientos que en las naciones democrticas une continuamente en un mismo pensamiento a cada individuo con el soberano establece entre ellos una simpata secreta y permanente.() He indicado que la igualdad sugera a los hombres el pensamiento de un gobierno nico, uniforme y fuerte. Acabo de mostrar que tambin les aficiona a l. Es hacia un gobierno de esta especie a dnde tienden las naciones democrticas de nuestros das. La inclinacin natural de su espritu y de su corazn les dirige hacia l, y les basta con no reprimirla para llegar 306 .
El retrato que ofrece nuestro autor de esta tendencia que amenaza con conducir a los pueblos democrticos hacia un gobierno desptico de nuevo cuo se refiere, como bien han sealado algunos de sus intrpretes ms significados 307 , tanto a una modalidad especfica de opresin social ejercida por la
306 Ibidem, p. 344. 307 As, por ejemplo, P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 94 s.;J. T. SCHLEIFER, op. cit. pp 200-203; C. LEFORT, Essais sur le politique. XIX-XX sicles, p. 207 s; H. BJAR, Alexis de Tocqueville, la democracia como destino en F. VALLESPN (edit) Historia de la teora poltica, t3, p. 319 s. Captulo Segundo 220 colectividad sobre los individuos como a un tipo de poder poltico tirnico-paternalista instrumentado por el Estado. En el primero de tales sentidos, el nuevo despotismo tiene una clara impronta social y alude a esa especie de dominacin difusa que una sociedad magnificada, masificada y uniformizante ejerce sobre el comportamiento de unos sujetos a los que el individualismo y el deterioro de los vnculos comunitarios ha ido vaciando progresivamente de toda sustancia cvico-poltica. En el segundo sentido -ms citado y clebremente comentado que el anterior-, el despotismo democrtico evoca la imagen de un Estado-providencia que, independientemente de quienes sean sus gobernantes electos e incluso de la ideologa de los mismos, ejerce un poder poltico tan sutil y dulcemente tutelar como absolutamente minucioso y tirnico sobre la vida de los ciudadanos en su conjunto. Se trata -dice Tocqueville en uno de los pasajes ms certeramente profticos y brillantes de su obra 308 - de una especie de despotismo poltico completamente nueva y diferente del que en otro tiempo pesara sobre los pueblos de la Antigedad o del que gobierna manu militari en algunas naciones modernas tratando a la sociedad entera como si fuera un regimiento. No estamos, pues, ante ese tipo de tirana violenta, cruel, arbitraria y restringida cuyo modelo ofrecen los Csares o el mismo Napolen, sino ante una forma indita de opresin ms psicolgica, civilizada, omnipresente y benigna que acta -dice nuestro autor- degradando a los
308 Nos referimos naturalmente al captulo de la parte final de la 2 parte de La Democracia en Amrica titulado Qu especie de despotismo deben temer las naciones democrticas pp. 368-378. Captulo Segundo 221 hombres sin atormentarlos 309 . En este sentido, lo que avista el aristcrata normando en el futuro inmediato de la sociedad democrtica moderna es un despotismo tutorial y burocrtico- administrativo, y no tanto un ejercicio tirnico-brutal del poder al estilo tradicional. Y lo que es realmente nuevo ante sus ojos es que el nuevo dspota resulta ser ese Estado centralizado y omnipresente que va creciendo al amparo de la retrica democrtica del sufragio universal, que combina a las mil maravillas el despotismo administrativo con la soberana popular 310 , y que es ilusoriamente elevado por una ciudadana cada vez ms debilitada a la ilustre categora de gestor todopoderoso del Orden Pblico y proveedor del Bienestar General. Se instaura con ello -viene a decir nuestro autor- una sutil retroalimentacin opresiva entre paternalismo estatal y apata poltica que acaba por convertir a los ciudadanos en una suerte de vasallos democrticos que oscilan sin dignidad entre la servidumbre y la licencia 311 , y al Estado en el nico agente y solo rbitro 312 de la vida de aquellos. En definitiva, el precio a pagar por esa especie de bienestar igualitario y seguro que tan fervientemente desea el homo democraticus no es otro -podramos concluir siguiendo a nuestro autor- que la corrupcin de la vida poltica democrtica y la degradacin de las libertades.
309 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 369. 310 Siempre he credo -dice a este respecto Tocqueville- que esa especie de servidumbre ordenada, dulce y pacfica que acabo de describir podra combinarse mejor de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad y que no le sera imposible establecerse a la sombre misma de la soberana del pueblo A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 372. 311 Ibidem, p. 367. 312 Ibidem, p. 371. Captulo Segundo 222 A todo ello se agregan una serie de causas, digamos accidentales, que se superponen al avance de la pasin igualitaria y que contribuyen asimismo al incremento y consolidacin desmesurada del poder estatal en las sociedades democrticas modernas. Entre ellas, cabe destacar especialmente, segn Tocqueville, a la guerra, al desarrollo de la industria, a la difusin de la educacin y a las revoluciones polticas 313 . La idea general es que todos estos factores han propiciado, ya sea directamente o por esa suerte de astucia de la razn de la que hablaba Hegel, el papel directivo del Estado y la recesin concomitante del protagonismo de la ciudadana en el rumbo de los asuntos pblicos. En lo referido a la guerra, Tocqueville destaca la tensin que se produce en la sociedad democrtica entre el deseo de los individuos de ocuparse de sus negocios cotidianos en paz y el afanoso espritu blico que, con ms frecuencia de la que sera deseable, muestran los ejrcitos, ya que solamente durante los perodos de guerra el cuerpo militar puede ver su status e importancia ir en ascenso. El problema tiende a resolverse acrecentando las atribuciones y la direccin centralizada del Estado en materia de seguridad, pero ello no deja de comportar -observa nuestro autor- el peligro de abrirle las puertas a un despotismo estatal de
313 As lo refiere nuestro autor en dos captulos de la parte final de la 2 parte de La Democracia en Amrica titulados respectivamente Algunas causas particulares y accidentales que acaban por llevar a un pueblo democrtico a centralizar el poder o que le apartan de ello y Entre las naciones europeas de nuestros das el poder soberano aumenta aunque los soberanos sean menos estables pp. 341-367. Captulo Segundo 223 corte militar. A este respecto, no deberamos olvidar - sentencia Tocqueville- que
Todos los genios guerreros aman la centralizacin, que aumenta sus fuerzas, y todos los genios centralizadores aman la guerra, que obliga a las naciones a concentrar todos los poderes en las manos del Estado 314 .
El desarrollo de la industria trae consigo una nueva divisin de la sociedad en las clases de los patronos y de los obreros, cuyas mutuas y difciles relaciones acaba reglamentando el Estado. Este mismo proceso genera aparicin de toda una suerte de trabajos administrativos pblicos o semipblicos, tras los cuales encontramos de nuevo al Estado. Y por si ello fuera poco, tenemos finalmente a ese Estado hacindose industrial, controlando las finanzas, vigilando las corporaciones empresariales y las organizaciones obreras, ejecutando l solo las infraestructuras e interviniendo, en definitiva, en la marcha de la economa hasta el extremo -dice nuestro autor- de llegar a convertirse no solamente en el jefe de cada ciudadano, sino que adems se hace su intendente y su cajero 315 . En suma, el desarrollo y modernizacin de la economa industrial es uno de los argumentos favoritos que se utilizan -observa Tocqueville- para justificar abusivamente la ampliacin del paternalismo estatal en las sociedades democrticas. Si consideramos adems que las instituciones benficas y sobre todo la educacin, en otro tiempo privadas, se
314 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 350. 315 Idem, p. 358. Captulo Segundo 224 convierten cada vez ms en cosa del Estado (el cual se encarga de inspirar sentimientos a cada generacin y proporcionarle ideas favorables a sus prerrogativas uniformizadoras 316 ) y que el poder de ste se inmiscuye hasta en la misma religin, asalariando al clero favorable a sus prerrogativas como si se tratara de un cuerpo ms de su nutrida legin de funcionarios (y penetrando as hasta lo ms profundo del alma de cada hombre 317 ), entonces comprenderemos por qu Tocqueville percibe en el aumento desmesurado de la metafsica estatal que se da en las sociedades democrticas, la cara de la moderna servidumbre. La enumeracin de causas no sera completa si no tuviramos tambin en cuenta el papel verdaderamente central que desempean, a este respecto, los grandes episodios poltico-revolucionarios. En efecto, tal y como lo explica ya en la obra que venimos comentando pero sobre todo en El Antiguo Rgimen y la Revolucin, Tocqueville considera, muy a su pesar, que las revoluciones -y muy especialmente la francesa- han servido, en realidad, para la consolidacin de este proceso de concentracin excesiva, administracin centralizada y actuacin paternalista del poder estatal al tiempo que debilitado, paralelamente, la libertad individual y el potencial cvico-democrtico de los cuerpos sociales intermedios. Sobre este punto, escribe lo siguiente:
Ya dije que en los pueblos democrticos el gobierno no se presenta naturalmente al espritu humano ms que bajo el aspecto de un poder nico y central y que la nocin de los poderes intermedios no le es
316 Ibidem, p. 355. 317 Ibidem, p. 355. Captulo Segundo 225 familiar. Esto es particularmente aplicable a las naciones democrticas que han visto triunfar el principio de la igualdad con ayuda de una revolucin violenta. () Lo que quiero hacer observar es que todos esos diversos derechos que han sido arrancados sucesivamente en nuestro tiempo a las clases, a las corporaciones, a los hombres, no han servido para erigir nuevos poderes secundarios sobre una base ms democrtica, sino que se han concentrado en todas partes en manos del soberano. Por todas partes, el Estado llega cada vez ms a dirigir por s mismo hasta a los ltimos ciudadanos y a dirigir slo a cada uno de ellos en los ms nfimos detalles() y de hacerle feliz incluso a pesar suyo 318 .
El despotismo estatal se encuentra, pues, en el horizonte inmediato y futuro de las sociedades modernas aunque stas adopten -ya sea por ignorancia o quizs para tranquilizar su conciencia- las formas y smbolos exteriores de la democracia liberal. Pero si nos tomamos en serio los principios en los que dicho modelo poltico se fundamenta, no tendremos ms remedio que concluir -siguiendo a nuestro autor- que la democracia se degrada a medida que el Estado lo es todo y los ciudadanos nada, y que para evitar su degeneracin desptica se precisa revitalizar, por todos los medios democrticos a nuestro alcance, el ideal prctico de libertad que el protagonismo ciudadano trae consigo. Con ello, nos encontramos con la que quizs sea la preocupacin fundamental de Tocqueville y que podramos formular as: cul es el concepto de libertad que cabe proponer a la ciudadana como antdoto frente a esta nueva forma de despotismo democrtico? Al anlisis detallado de esta cuestin dedicaremos los siguientes apartados.
318 Ibidem, p. 347, 355, 357. Captulo Segundo 226
2) LA CONCEPCIN TOCQUEVILLIANA DE LA LIBERTAD.
En 1850, escriba Tocqueville a su fiel amigo Kergolay una carta que contiene la siguiente declaracin de principios:
Je nai pas de traditions, je nai point de parti, je nai point de cause, si ce nest celle de la libert et de la dignit humaine; de cel, je suis sr 319 . Esta bonita confesin revela claramente el profundo y apasionado aprecio que nuestro autor siente por la libertad, as como el lugar preponderante y apriorstico que la misma ocupa entre sus preferencias axiolgicas y vitales. Ahora bien, qu entenda precisamente Tocqueville cuando en ste y en otros pasajes habla de la libertad con tanto ardor? Sobre esta decisiva cuestin para la comprensin de su filosofa poltica, hay que sealar de entrada -como ha hecho notar acertadamente el profesor LAMBERTI 320 - que en ninguna parte de su obra encontramos una teora claramente definida, sistemticamente desarrollada y completa de lo que el aristcrata normando entenda por libertad. Sus principales intrpretes as parecen reconocerlo muy a su pesar y, no satisfechos con ello, algunos 321 han tratado de reconstruir la
319 A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes.Correspondance Tocqueville- Kergolay, Paris Gallimard, 1977, 13, 2, pp. 233. 320 J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 61. 321 As, por citar los intentos ms significativos, A. REDIER, Comme disait M. de Tocqueville, Paris Perrin, 1925, cap. 4; J. LIVELY, The social and political thougt of Alexis de Tocqueville, Oxford, Clarendon Press, 1965, cap. 1 ; R. ARON, Essai sur les liberts, Paris, Calmann-Lvy, 1965, cap. 1(trad. cast. en Madrid, Alianza, 1966) y, ms recientemente, R. BOESCHE, The Strange Liberalism of Alexis de Tocqueville, NeW York, Cornell University Press, 1987, 2 parte y el propio J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, cap. 2. Captulo Segundo 227 doctrina tocquevilliana de la libertad a partir de los numerosos esbozos que se hallan esparcidos aqu y all a lo largo de todos sus escritos, algunos de los cuales permanecen todava inditos. Por nuestra parte, trataremos de hacer aqu algo parecido valindonos, naturalmente, de tales aportaciones, pero procediendo de acuerdo a nuestro plan de trabajo e intentando, en ocasiones, ir ms all de ellas. Antes de adentrarnos, sin embargo, en dicha tarea, conviene realizar una segunda observacin preliminar que consideramos no menos importante que la anterior. Como ya apuntbamos en la Introduccin, Tocqueville nos parece un pensador cuyo proceder argumentativo ante una cuestin determinada -en este caso la de la libertad- no es el de la especulacin in abstracto sobre su significado metafsico; ni tampoco el de una descripcin more positivista acerca de su facticidad, sino ms bien el de una reflexin sobre el valor de la misma como algo incardinado en la realidad social, que se sirve profusamente del mtodo comparativo (as, la libertad al modo aristocrtico y su diferencia con la libertad al modo democrtico; la libertad de los Antiguos comparada con la de los Modernos; la libertad a la americana versus la libertad a la francesa, etc), que atiende a las principales dimensiones prcticas del concepto (as, la libertad como independencia privada y la libertad como participacin en lo pblico, la libertad como derecho, pero tambin como deber; la libertad sancionada legalmente y la vivenciada en las costumbres, etc) y que trata, finalmente, de ofrecer una gua que sirva para orientar racionalmente la Captulo Segundo 228 praxis poltica. En este sentido, nuestro autor no hace otra cosa, podramos recalcar, que lo que han venido haciendo los tericos clsicos -antiguos y modernos- que se han ocupado de la poltica y que cierta tradicin academicista tiende en demasiadas ocasiones a olvidar o a menospreciar invocando no se sabe muy bien qu especie de purismo filosfico o cientfico. Teniendo esto en cuenta, nuestra exposicin girar alrededor de dos puntos que consideramos nucleares a la hora de reconstruir la concepcin tocquevilliana de la libertad: a saber, el anlisis comparativo entre la libertad aristocrtica y la libertad democrtica; y la propuesta de sntesis que, segn nuestra interpretacin, propone nuestro autor como modelo de libertad democrtica y que engloba la libertad- independencia, la libertad-participacin y la libertad- responsabilidad 322 .
2-1) Libertad aristocrtica y Libertad democrtica.
Como hemos visto, Tocqueville dedica buena parte de su reflexin al anlisis de la igualdad democrtica y ello porque est fundamentalmente convencido de que en la poca moderna la libertad ya no puede fundarse legtimamente sobre los valores aristocrticos de la tradicin, la jerarqua y el privilegio de unos cuantos. Lase si no el siguiente pasaje contenido en el penltimo captulo de la 2 Democracia:
322 Seguimos as una lnea interpretativa abierta por J. C. LAMBERTI (La notion dindividualisme chez Tocqueville, pp. 37-40, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 79 s) y retomada, aunque a mi juicio insuficientemente desarrollada en sus implicaciones filosfico-polticas, por H. BJAR (Alexis de Tocqueville: la democracia como destino p. 322 s). Captulo Segundo 229 Estoy convencido() de que todos los que en los siglos en que nos encontramos intenten apoyar la libertad en el privilegio y en la aristocracia fracasarn. Todos los que quieran atraer y retener la autoridad en el interior de una sola clase fracasarn(). No hay tampoco legislador tan sabio y tan poderoso que est en condicin de mantener instituciones libres si no considera la igualdad como primer principio y como smbolo. Es preciso que todos aquellos de nuestros contemporneos que quieran crear o asegurar la independencia y la dignidad de sus semejantes se muestren amigos de la igualdad(). As, no se trata de reconstituir una sociedad aristocrtica, sino de hacer brotar la libertad del interior de la sociedad democrtica() 323 .
No se trata, pues, de volver nostlgicamente la vista hacia atrs, sino de mirar hacia delante tratando de recrear la libertad en el seno de la sociedad democrtica misma y combatir, de este modo, esa poderosa tendencia que empuja a dicha sociedad hacia la confusin de la igualdad con el igualitarismo, preparando as el advenimiento del nuevo despotismo. Ello no significa, sin embargo, el abandono por parte de nuestro autor de ciertas cualidades positivas que contiene la nocin aristocrtica de la libertad, y muy especialmente el gusto por la independencia individual, el desprecio del servilismo y la orgullosa afirmacin de la propia personalidad. Sobre este punto, no debemos olvidar la influencia que la tradicin nobiliaria de su medio familiar ejerce sobre su pensamiento, pero sobre todo -indican sus intrpretes 324 - el atento seguimiento de los cursos que dictara el ilustre doctrinario F. GUIZOT sobre la Historia de la Civilizacin Europea y la lectura de la obra de MONTESQUIEU.
323 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 378 s. 324 As, por ejemplo, J.C. LAMBERTI, op cit., p.78 y, entre nosotros, L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, pp. 47-53 y el captulo VI pp. 273- 311 dedicado enteramente a analizar sistemticamente la influencia de Montesquieu en Tocqueville. Captulo Segundo 230 En una de sus ms clebres lecciones sobre los antecedentes espirituales de la Europa Moderna y que tanto hiciera las delicias de Ortega y Gasset, Guizot distingue entre la visin de la libertad propia de la cultura grecolatina -esto es, la libertad poltica, la libertad del ciudadano- y la nocin que de la misma tenan los pueblos brbaros germnicos -el sentimiento de independencia individual- y que acabara por introducirse tambin en la cultura europea. El mismo Guizot precisa la naturaleza de dicho sentimiento y, tras destacar su lado negativo, termina elogindolo en los siguientes trminos:
el sentimiento de la independencia personal, el gusto por la libertad desplegndose a todo evento, sin casi otro objeto que el de satisfacerse; este sentimiento, repito, era desconocido a la sociedad romana, a la sociedad cristiana. Son los brbaros quienes lo importaron y depositaron en la cuna de la civilizacin moderna. Y en ella ha desempeado un papel tan importante, ha producido tan bellos resultados, que es imposible no sacarlo a la luz como uno de sus elementos fundamentales 325 .
Tocqueville toma buena nota de esta idea y la sita en la entraa misma de su concepcin aristocrtica de la libertad, resaltando adems el gusto de la independencia por la independencia -o, si se prefiere, la experiencia apasionadamente vivida de la libertad como fin en s misma- que dicha concepcin trae consigo y cuyo amor solamente arraiga, por as decirlo, en el espritu de los mejores y ms excelentes individuos. As parecen confirmarlo las siguientes palabras que nuestro autor escribe a propsito de la libertad
325 F. GUIZOT, Historia de la civilizacin en Europa, Madrid, Alianza, 1966, p.62. Captulo Segundo 231 en uno de los ms bellos pasajes del Antiguo Rgimen y la Revolucin:
Lo que le ha ganado en todas las pocas el corazn de ciertos hombres son sus mismos atractivos, su propio encanto, con independencia de sus beneficios(..) El que busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma est hecho para servir.()No me pidais que analice esta sublime satisfaccin; es preciso sentirla. Penetra por s misma en los corazones grandes que Dios ha preparado para recibirla; los llena y los inflama. Hay que renunciar a hacrsela comprender a las almas mediocres que nunca la han sentido 326 .
A Tocqueville no se le escapa, sin embargo, el aspecto negativo de esta visin aristocrtica de la libertad, ya que si bien es verdad que en ella encontramos el noble y excelso sentimiento de la independencia individual -con el consiguiente rechazo de toda forma de servilismo o de gregarismo-, no lo es menos que dicho sentimiento puede albergar asimismo un acrecentamiento del egosmo individual que resulta de todo punto injustificable cuando coarta la independencia a la que tambin tienen derecho los otros individuos. As pues,
Esta nocin aristocrtica de la libertad produce en quienes la han aceptado un exaltado sentido de su valor individual, un apasionado amor por la independencia (pero) esta nocin da al egosmo una energa y un poder singulares 327 .
Por esta razn -viene a decir nuestro autor inspirndose en las enseanzas de Montesquieu-, la libertad como independencia individual resulta injusta si ella no trae consigo la
326 A. DE TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin I, p. 177 s. 327 A. DE TOCQUEVILLE, Estado Social y poltico de Francia antes y despus de 1789, Madrid, Alianza, 1982, p. 38. Captulo Segundo 232 afirmacin de un derecho igual para todos a la independencia que est sancionado y protegido legalmente. En efecto, ya Montesquieu sealaba esta dimensin poltica, as como el lmite de esta libertad-independencia cuando en su obra magna Del espritu de las leyes deca:
Hay que tomar consciencia de lo que es la independencia y de lo que es la libertad. La libertad es el derecho a hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciudadno pudiera hacer lo que las leyes prohben, ya no habra libertad, pues los dems tendran igualmente esta facultad 328 .
De este modo, para que esta concepcin germnico-aristocrtica de la libertad no degenere en libertinaje y tenga un valor positivo en una sociedad democrtica, debe ir acompaada y modulada -piensa nuestro autor- por un componente liberal que les recuerde a los individuos continuamente que el ejercicio de su independencia tiene su lmite all donde comienza la independencia de los dems. Se comprende, en este sentido, que algunos intrpretes vean en nuestro autor a un aristcrata liberal heredero de Montesquieu 329 . Dicha calificacin nos parece aceptable siempre y cuando no nos olvidemos de subrayar inmediatamente despus -cosa que no siempre hacen quienes as le califican- que Tocqueville es un liberal que no rechaza sino que acepta la democracia precisamente porque es liberal y, en este sentido, entiende que no hay libertad que pueda establecerse legtimamente en el mundo moderno sobre la
328 MONTESQUIEU, Del Espritu de las Leyes, Madrid, Tecnos, 1985, p. 106. 329 As, por ejemplo, A. REDIER, op. cit. p. 48; JJ. CHEVALLIER, Los grandes textos polticos: Desde Maquiavelo hasta nuestros das, Madrid, Aguilar, 1974 p. 232; G. LEFEBVRE, Introduccin al Antiguo Rgimen y la Revolucin, dans A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, t II, vol 1, p.10 s. Captulo Segundo 233 desigualdad y el privilegio. A este respecto, podemos leer entre sus papeles de trabajo correspondientes a la 2 parte de La Democracia en Amrica lo siguiente:
Creo que si los hombres que viven en los siglos democrticos estuvieran privados de libertad, caeran bien pronto por debajo del nivel ordinario de humanidad. La libertad es, pues, ms preciada en estos siglos que en todos los dems. Pienso igualmente que la libertad no se fundar jams en estos pueblos ms que respetando la igualdad. Todos los que en los siglos en los que nos encontramos intenten establecer y fundar la libertad sobre la aristocracia fracasarn 330 .
Y es que lo que Tocqueville cuestiona, en resumidas cuentas, no es tanto el espritu de la libertad aristocrtica, como el hecho de que este gnero de libertad sea un privilegio reservado a una minora, y que dicha libertad-privilegio se establezca al precio de condenar a los dems a la sumisin ms o menos completa y degradante. En este sentido, cabe subrayar siguiendo a nuestro autor que la condicin de posibilidad de un ciudadano libre en las sociedades aristocrticas de la Antigedad clsica era la existencia de la esclavitud de quienes no eran considerados ciudadanos; y lo mismo podramos decir mutatis mutandi del seor feudal con respecto a los siervos durante la Edad Media y del noble del Antiguo Rgimen con respecto a los miembros del pueblo. Por este motivo, y aunque no sea abandonada del todo, la idea aristocrtica de la libertad ir cediendo su lugar en el pensamiento de Tocqueville a una concepcin ms democrtica de la misma.
330 A. DE TOCQUEVILLE, Indits de Yale, CV, g, cahier 3, 9.(Citado por J.C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 83.). La traduccin es nuestra. Captulo Segundo 234 No hay, sin embargo, en toda La Democracia en Amrica un texto que nos ofrezca una comparacin tan claramente expuesta de ambos tipos de libertad -la aristocrtica y la democrtica- como la que se encuentra en un artculo de 1836, publicado a instancias de J. Stuart Mill para la London and Westmister Review, y que lleva por ttulo Estado social y poltico de Francia antes y despus de 1789. En dicho artculo, podemos leer lo siguiente:
() la libertad puede ofrecerse al espritu humano bajo dos formas distintas. Se puede ver en ella el uso de un derecho comn o el goce de un privilegio. Querer ser libre en los actos o en algunos de los actos -no porque todos los hombres tengan un derecho general a la independencia, sino por poseer uno mismo un derecho particular a permanecer independiente-, era la manera de entender la libertad en la Edad Media, y casi siempre ha sido interpretada as en las sociedades aristocrticas, donde las condiciones son muy desiguales(). Esta nocin aristocrtica de la libertad()concebida por los individuos, con frecuencia ha impulsado a los hombres a las ms extraordinarias acciones; adoptada por la nacin entera, ha creado los pueblos ms grandes que han existido. Los romanos pensaban que slo ellos, entre todo el gnero humano, deban gozar de independencia; y este derecho a ser libres, mucho ms que a la naturaleza, crean debrselo a Roma. Segn la nocin moderna, la nocin democrtica, y me atrevo a decir que la nocin justa de la libertad, dando por supuesto que todos han recibido de la naturaleza las luces necesarias para guiarse a s mismos, cada hombre trae al nacer un derecho igual e imprescriptible a vivir independiente de sus semejantes en todo aquello que slo est relacionado consigo mismo, y a disponer como le parezca de su propio destino.()al tener cada individuo un derecho absoluto sobre s mismo, la voluntad soberana slo puede emanar de la unin de las voluntades de todos. Asimismo, desde ese momento, la obediencia pierde su moralidad, y ya no hay trmino medio entre las viriles y orgullosas virtudes del ciudadano y las bajas complacencias del esclavo. A medida que en un Captulo Segundo 235 pueblo se nivelan las clases, esta nocin de la libertad tiende naturalmente a imponerse 331 .
Aunque la cita sea un tanto larga, conviene traerla a colacin porque se trata de un texto capital para entender la visin tocquevilliana de la libertad. A mi modo de ver, dicho texto sugiere cuando menos cuatro observaciones fundamentales. En primer lugar, hay que destacar que Tocqueville define a la libertad aristocrtica como una libertad fundada en el privilegio y, por tanto, como una libertad sin igualdad. La libertad democrtica se basa, por el contrario, en el derecho igual que tienen todos los individuos a conducirse independientemente, lo que hace que se trate de una libertad con igualdad. Esta diferencia resulta ser clave a los ojos de nuestro autor, porque ella le permite calificar a la libertad democrtica como justa frente a la libertad aristocrtica, que resulta de este modo indirecto considerada como injusta. La justicia es, pues, la libertad unida a la igualdad; y la injusticia sera la libertad separada de la igualdad. En este sentido, la libertad democrtica propia de las sociedades modernas e igualitarias se afirma justamente frente a la vieja libertad aristocrtica caracterstica de la sociedad del Antiguo Rgimen. La cuestin no es, empero, tan sencilla porque nuestro autor nos invita a considerar, en segundo lugar, la siguiente paradoja. Esa idea injusta de la libertad -esto es, la libertad entendida al modo aristocrtico- produce, sin embargo, buenas consecuencias, ya que ha impulsado a los
331 A. DE TOCQUEVILLE, Estado social y poltico de Francia antes y despus de 1789, p. 38 s. Captulo Segundo 236 hombres hacia las acciones ms sobresalientes jams realizadas y ha contribuido, no menos, a crear -como es el caso de Roma- los pueblos ms grandes que la historia recuerde. La idea democrtica de la libertad es ms justa, pero en cambio tiende a producir una situacin espiritual ms indefinida e incluso amenazante, puesto que los individuos animados por ella no tienen del todo claro si se dirigen hacia la virtud cvica propia de ciudadanos (es decir, al autogobierno democrtico propiamente dicho) o si acabarn cayendo, sin saberlo, en una nueva bajeza propia de esclavos (lo que ocurrira si la voluntad de todos da lugar a la tirana de la mayora y/o al paternalismo estatal). As pues, una idea justa de la libertad puede generar consecuencias moralmente indeseables y una idea injusta de la libertad puede producir efectos excelentes; tal es, sintticamente expresada, la paradoja que nos muestra Tocqueville. Su modo de resolverla consistir, como veremos en el siguiente apartado, en promover la idea justa de la libertad -la libertad democrtica-, pero sin que ello suponga el abandono de la aspiracin a la excelencia y el rechazo del servilismo que se encuentran en el espritu mismo de la libertad aristocrtica. En tercer lugar, cabe subrayar -como hace P. MANENT 332 - que la nocin aristocrtica de la libertad, tal y como la concibe Tocqueville, tiene un significado clara e inmediatamente poltico, ya que viene a decirnos, citando el ejemplo de Roma, que ser libre y pertenecer a su comunidad poltica es una y la misma cosa para un ciudadano romano. Por
332 P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 37 s. Captulo Segundo 237 el contrario, la definicin democrtica de la libertad no tiene, en principio, ese sentido especficamente poltico, puesto que ella alude ms bien a la facultad que por naturaleza tiene el hombre para dirigir su propia vida, y de ah el derecho natural que todos y cada uno de los individuos tienen sobre s mismos. En esta direccin, se nos habla de la libertad como de un derecho innato del hombre y del hombre mismo como de un individuo que se considera, inicialmente, como alguien aparte de la comunidad poltica y, por ende, como si no fuera inmediatamente un ciudadano que vive entre conciudadanos. Dicho en pocas palabras: la libertad democrtica es, en principio, la libertad-independencia del individuo y no la libertad-pertenencia del ciudadano. El contenido moralmente positivo de esta definicin es, como decamos, el de la idea de un derecho igual para todos -y no para una minora privilegiada- a la independencia, pero falta saber, sin embargo, qu entender precisamente el homo democraticus por independencia y cmo har uso de la misma en la vida poltica. Por esta razn, apunta R. ARON, dicha definicin -y ah esta el problema de la libertad democrtica as concebida- resulta todava demasiado negativa e indeterminada 333 , a no ser que aclaremos, a rengln seguido, eso que nuestro autor llama eleccin del propio destino y hasta dnde llega lo que a cada cual solamente le concierne. Y mxime si tenemos en cuenta, como parece sugerir Tocqueville, que la vida cvico-poltica democrtica precisa ms que la aristocrtica -en donde los roles del mando y la
333 R.ARON, Ensayo sobre las libertades, p. 22. Captulo Segundo 238 obediencia se hallan como fijados irremisiblemente a las diferencias de clase- del ejercicio de la capacidad de autogobierno por parte de todos los individuos -esto es, de ser al mismo tiempo legisladores y sujetos- as como de la unin de sus voluntades para crear una voluntad soberana comn. A este respecto, se requiere que los individuos no entiendan solamente su independencia como un derecho de proteccin frente a la arbitrariedad y la intromisin de los otros o del poder pblico en sus propias vidas (o como dice nuestro autor que vivan con independencia de sus semejantes en todo aquello que slo est relacionado consigo mismos), ya que esto podra acabar en el aislamiento individual y en la reclusin de cada cual en la esfera de su vida privada. Es menester, adems, que los individuos ejerzan su independencia para disponer como les parezca su propio destino, esto es, para participar activamente en las decisiones que les afectan y que tienen que ver, evidentemente, con el ordenamiento de la vida pblica. En este sentido, la libertad-independencia solamente se cumple realmente -podramos decir con nuestro autor- si tomamos en consideracin la libertad en su sentido propiamente poltico, esto es, en la participacin del individuo en tanto que ciudadano en la direccin de los asuntos pblicos. Esta referencia a la libertad poltica, a aquella libertad -apunta R. ARON siguiendo a Tocqueville 334 - que el despotismo quiere eliminar prometiendo bienestar material e incluso invocando a la igualdad (lase igualitarismo) democrtica misma, se explica porque nuestro
334 R. ARON, op. cit. en nota anterior, p. 22. Captulo Segundo 239 autor la considera como el valor fundamental. Y buena prueba de ello lo constituyen las siguientes palabras:
Por mi parte afirmo que para combatir los males que puede producir la igualdad no hay ms que un remedio eficaz: la libertad poltica 335 .
En cuarto y ltimo lugar, Tocqueville viene a llamar la atencin sobre las dificultades que trae consigo la praxis poltica cuando la libertad democrtica misma se concibe, sin mayor aclaracin, como un derecho igual para todos, ya que es muy probable que se ponga el acento en lo de derecho y se olvide con ello que todo derecho cabalmente entendido comporta correlativamente la asuncin de una serie de obligaciones y de responsabilidades -en este caso las derivadas de una preocupacin activa por la marcha de los asuntos pblicos-. Es muy probable, asimismo, que en la frmula libertad igual se acente el trmino igual en detrimento del trmino libertad, llegndose de este modo a promover un igualitarismo que, como vimos a propsito de la conexin entre la pasin igualitaria y el despotismo, resulte lesivo para la propia libertad. As pues, la definicin de la libertad democrtica que confunde la libertad con la igualdad resulta peligrosa porque genera, por as decirlo, una exacerbacin perversa de la igualdad que atenta contra la misma libertad. A este respecto, dice Tocqueville refirindose al ejemplo de la Revolucin francesa:
Mientras la revolucin democrtica estaba en plena fuerza, los hombres ocupados en destruir los antiguos poderes aristocrticos que combatan contra ella se mostraban animados de un gran espritu de
335 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 144. Captulo Segundo 240 independencia, y a medida que la victoria de la igualdad se haca ms completa, se abandonaban poco a poco a los instintos naturales que esa misma igualdad hace nacer y reforzaban y centralizaban el poder social. Haban querido ser libres para hacerse iguales, y a medida que la igualdad se estableca () se les haca ms difcil la libertad 336 .
2-2) Libertad individual y libertad poltica.
Tras el anlisis comparativo entre la libertad aristocrtica y la democrtica, y la defensa que nuestro autor hace de sta ltima -aunque tratando de integrar ciertos rasgos positivos de la primera-, nos queda por precisar con mayor detalle cul es el modelo mismo de libertad democrtica que nos propone. A este respecto, nuestra hiptesis interpretativa sera, brevemente expuesta, como sigue: la concepcin tocquevilliana de la libertad democrtica es una sntesis de libertad-independencia, libertad-participacin y libertad-responsabilidad. Vamoslo. En su medio familiar Tocqueville encuentra el modelo de la libertad aristocrtica, pero la experiencia americana y la reflexin filosfica que desarrolla entre la publicacin de la 1 y 2 parte de La Democracia en Amrica -cuyos referentes fundamentales son, segn confiesa, Pascal, Montesquieu y Rousseau-, le inclinan decididamente en favor de la idea democrtica de la libertad. Ahora bien, la cuestin es, a partir de aqu, la siguiente: de qu idea democrtica de libertad se trata?
336 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 367. Captulo Segundo 241 En un principio, nuestro autor cuestiona la libertad- privilegio, de raz aristocrtica, por estar, como vimos, injustamente fundada sobre la desigualdad; y sostiene, a continuacin, que la idea justa de la libertad -la idea democrtica- consiste en una libertad-independencia concebida como un derecho igual para todos los individuos. As pues, si hablamos de libertad, entonces la palabra clave es aqu la independencia individual. Queda por precisar, sin embargo, qu es lo que debemos entender por tal. A este respecto, hay que sealar que Tocqueville tiene claro que no se trata, sin ms, del gusto de la independencia por la independencia, de esa pasin reservada a las mejores naturalezas y cuyo origen intelectual se encuentra -como bien dijera Guizot- en la idea germnica de la libertad. Y ello porque si bien es cierto que, as entendida, la independencia nos lleva a apreciar como algo positivo la afirmacin de la propia vala personal frente a toda forma de servilismo gregario, hay que tener en cuenta tambin -y ah est el inconveniente moral de esta nocin de libertad- el que dicha independencia se haya fundamentado a menudo en el uso arbitrario y egosta del poder, en la usurpacin de la independencia del otro y en la opresin de una minora de hombres sobre la mayora de los dems. Por esta razn -viene a decir nuestro autor- hay que transitar hacia una idea distinta, ms moderna y sobre todo ms justa de la libertad individual que, sin renunciar por ello a lo que tiene de positivo el modelo aristocrtico -o sea, a la voluntad de excelencia y al rechazo de la bajeza servil-, incorpore decididamente las conquistas del liberalismo en la materia; Captulo Segundo 242 que asuma, al mismo tiempo, la nocin democrtica heredada del cristianismo de un derecho igual para todos a la libertad; y finalmente, que recupere la nocin republicana, de raz clsica, de la participacin activa del ciudadano en los asuntos pblicos. En cuanto al primero de estos puntos, el pensamiento tocquevilliano se acerca va Montesquieu a los planteamientos de Constant sobre la libertad de los Modernos tanto como se aleja del radicalismo revolucionario de quienes, inspirndose en Rousseau, tratan de imponer el modelo de la libertad de los Antiguos en la sociedad moderna. En esta direccin, nuestro autor sostiene, en la lnea de Constant -a quien no cita ni una sola vez, pero no por desconocimiento de sus escritos polticos 337 -, que la libertad que corresponde a los tiempos modernos es la independencia del individuo frente al poder del todo social, esto es, el derecho -sancionado y protegido legalmente- de cada cual a disponer de un espacio privado en donde poder desenvolverse a salvo de toda intromisin, coaccin o interferencia ajenas a su voluntad vengan stas de donde vengan, ya sea de los otros individuos o del Estado mismo. Esta idea aparece netamente trazada al final de La Democracia en Amrica cuando Tocqueville escribe:
Fijar al poder social lmites extensos, pero visibles e inmviles, dar ciertos derechos a los particulares y garantizarles el goce indiscutido de esos derechos, conservar al individuo la poca independencia, fuerza y originalidad que le quedan, alzarlo al lado de la sociedad y sostenerlo frente a
337 Vase sobre este punto, J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p.103. Captulo Segundo 243 ella; tal me parece ser el primer objeto del legislador en la poca en que entramos 338 .
As pues, nuestro autor suscribe, en trminos parecidos a los expuestos por Constant en su famoso escrito-conferencia De la libertad de los Antiguos comparada con la de los Modernos, que la principal aportacin del liberalismo al desarrollo de la Modernidad consiste en postular que el valor del hombre radica fundamentalmente en su libertad individual -y ya no en su pertenencia a una comunidad social determinada-; y de ah que considere como ilegtimo o despticamente democrtico el hecho de pedir el sacrificio de dicha libertad, como hacen los revolucionarios seguidores de las doctrinas roussonianas o los bienpensantes de la democracia americana, en favor del Bien o de la Grandeza de la Colectividad invocando para ello el dogma de la Soberana Popular. A este respecto, dice Tocqueville:
Se dira que los soberanos de nuestra poca slo intentan hacer grandes cosas con los hombres. Quisiera que pensasen un poco ms en hacer grandes hombres, que concedieran menos valor a la obra y ms al obrero, que recordasen constantemente que una nacin no puede permanecer fuerte mucho tiempo cuando cada hombre es individualmente dbil y que no se han encontrado todava formas sociales ni combinaciones polticas que puedan hacer enrgico a un pueblo compuesto de ciudadanos pusilnimes y lnguidos 339 .
Ahora bien, a diferencia de Constant -quien no parece tener muy en cuenta el papel de la igualdad en el proceso de configuracin de la libertad de los Modernos 340 -, Tocqueville sostiene que es precisamente el avance de la igualdad en el
338 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 385. 339 Idem que nota anterior, p. 386. 340 Resulta bien significativo, a este respecto, que Constant apenas s se refiera al valor de la igualdad -ni a la relacin de sta con la libertad- en el famoso escrito-conferencia que hemos citado. Captulo Segundo 244 universo social moderno y la erosin concomitante del antiguo orden jerrquico-aristocrtico lo que induce en los hombres la idea de libertad entendida como independencia individual y, siguiendo esta misma lgica, la instauracin del gobierno representativo en los modernos Estados. En efecto,
La igualdad, que hace a los hombres independientes los unos de los otros, les hace contraer el hbito y el gusto de seguir nicamente a su voluntad en sus acciones particulares. Esa completa independencia de que gozan continuamente frente a sus iguales y en el uso de la vida privada les dispone a considerar() que entre los diferentes gobiernos, el que conciben primero y el que ms aprecian es el gobierno cuyo jefe han elegido y cuyos actos controlan 341 .
En este sentido, el ejercicio directo y colectivo de la soberana -lo que los Antiguos llamaban libertad- se ve sustitudo ahora por el ejercicio representativo del poder por parte de los gobernantes y el control del mismo -tanto constitucional como electoral- por parte de los gobernados con el fin de garantizar el derecho de stos a una vida privada independiente y, por as decirlo, libre de injerencias por parte de los primeros. Nuestro autor tiene claro, ya desde sus escritos preparatorios de la primera parte de La Democracia en Amrica que es el principio de la representacin lo que eminentemente distingue las repblicas modernas de las antiguas 342 , aunque no por ello deja de advertir -como as se lo hace saber a J.Stuart Mill 343 - el peligro de que dicho
341 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 335. 342 A. DE TOCQUEVILLE, Indits de Yale, CV, h, cahier 1,5. Citado por J.C. LAMBERTI, op. cit. p. 130. 343 A.DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Correspondance anglaise. Correspondance avec H. Reeve et J. Stuart Mill, Paris, Gallimard, 1954, VI, vol I, p. 303 s. Captulo Segundo 245 principio representativo se convierta en una simple delegacin del poder por parte de los gobernados en manos de los gobernantes, lo que dara pie a una degradacin demaggica del principio democrtico moderno. Si a ello le unimos, observa nuestro autor, la reduccin de la libertad poltica a la mera independencia individual, el repliegue individualista en la vida privada y la bsqueda pseudohedonista del bienestar material que los individuos persiguen con ello -fenmenos sobre los que Constant no llama suficientemente la atencin-, entonces tenemos abonado el terreno propicio para que el despotismo democrtico se desarrolle bajo el manto protector de la representatividad democrtica misma. Por este motivo, Tocqueville considera que, aunque sumamente importante, la libertad como independencia individual resulta radicalmente insuficiente como concepto de libertad democrtica y tratar de complementarla -cosa que ya Constant formul, pero de un modo ms bien instrumental- con la idea, tomada de la tradicin republicana y que remite en ltimo trmino a la libertad de los Antiguos, de la libertad poltica entendida como participacin activa y responsable del individuo qua ciudadano en los asuntos pblicos. Pero antes de ilustrar este decisivo argumento en el pensamiento tocquevilliano, conviene prestar la atencin que se merece a la idea -proviniente en el fondo de la moral cristiana- de la libertad democrtica como un derecho igual para todos los individuos, lo que aleja a nuestro autor tanto del elitismo aristocrtico-liberal y del censitarismo democrtico-liberal 344 como le acerca a un
344 Cabe destacar aqu que, aunque en teora, el liberalismo democrtico implicaba lgicamente la universalizacin del sufragio; en la prctica, Captulo Segundo 246 liberalismo democrtico notoriamente preocupado por la cuestin de la justicia social 345 . Como es sabido, Tocqueville gustaba de definirse a s mismo como un liberal de una nueva especie y ello porque, a diferencia de otros liberales de su poca, estaba profundamente convencido de la importancia verdaderamente crucial del valor de la igualdad en la configuracin del mundo moderno, as como de la necesidad de compatibilizar dicho valor con el de la libertad. En este sentido, considera que la visin aristocrtica de la libertad-privilegio est justamente periclitada y que la libertad entendida como derecho a la independencia del individuo no puede establecerse legtimamente ms que reconociendo un derecho similar en los otros De dnde procede, pues -se pregunta nuestro autor-, la obligatoriedad moral y el sentido de la justicia de esta idea moderna de un derecho igual para todos los individuos a la libertad? En ltima instancia procede de la moral cristiana, responde nuestro autor. Dicha respuesta no es, ni mucho menos,
muchos tericos liberales -desde J. Mill hasta el propio J. Stuart Mill- expresaron sus reticencias a la extensin de este derecho. Y es que, como bien dice C.B. MCPHERSON refirindose a ello el modelo de democracia liberal no fue posible hasta que los tericos -al principio unos cuantos, y despus la mayora de los tericos liberales- encontraron motivos para creer que la norma de un hombre, un voto no sera peligrosa para la propiedad ni para el mantenimiento de la sociedad dividida en clases. C. B. MCPHERSON, La democracia liberal y su poca, Madrid, Alianza, p. 80. Otros autores liberales, como J. Madison en El Federalista y el propio Tocqueville en La Democracia en Amrica, si bien mostraron una posicin favorable al sufragio universal no dejaron, sin embargo, de sealar el peligro de la tirana de la mayora que ello puede traer consigo si no se idean los correspondientes mecanismos correctores, ya sean de corte jurdico-institucional y/o de carcter cvico-educativo. 345 Tal y como lo prueba, pongamos por caso, la sensibilidad que demuestra nuestro autor ante el problema del incremento de la pobreza en la sociedad industrializada moderna -y que refleja magistralmente en su Memoria sobre el pauperismo-, o las crticas, de inspiracin roussoniana, que frecuentemente dirige al establishment moral y sociopoltico burgus (y en las que se pone de manifiesto tambin -todo hay que decirlo- su prurito aristocratizante). Captulo Segundo 247 original, ya que otros pensadores antes que l haban indicado claramente que la idea democrtica de un derecho igual a la libertad -idea que ocupa, por lo dems, un lugar destacado en la Declaracin de los Derechos del Hombre- no es otra cosa que una versin secularizada de la creencia religiosa en la igual dignidad de todos los hombres ante Dios. Se trata, sin embargo -puntualiza Tocqueville-, de una evidencia que les era extraa a los ms grandes espritus de la Antigedad. En efecto,
Todos los grandes escritores de la Antigedad formaban parte de la aristocracia de los amos, o al menos vean esta aristocracia establecida sin discusin entre los hombres de su tiempo. Su espritu, tan amplio por otros lados, estaba limitado por ese lado y fue preciso que Jesucristo llegase a la tierra para estimar el valor general del hombre y hacer comprender que seres semejantes podan y deban ser iguales 346 .
Esta idea de corte universalista y tan esencial en la visin de la justicia que, de un modo u otro, ha incorporado la filosofa moral moderna se debe, por tanto, al horizonte de sentido abierto por el cristianismo. No contento con dicha constatacin- y a pesar de sus dudas metafsicas con respecto a la verdades religiosas 347 -, nuestro autor se preocupa adems de precisar las novedades que, en materia moral, ha aportado el cristianismo al pensamiento moderno. As pues, en una carta de 1843 dirigida a Gobineau y destinada a combatir las ideas racistas expuestas por ste en su famoso Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, escribe lo siguiente:
346 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 39. 347 Sobre este punto, vase J. P. MAYER, op. cit. pp. 135-141 y tambin A. JARDIN, op cit. pp. 308 s, 420-425. Captulo Segundo 248
La novedad ms grande de la moral moderna me parece consistir en el inmenso desarrollo y en la forma nueva dadas en nuestros das a dos ideas que el cristianismo haba puesto ya de relieve: a saber, el derecho igual de todos los hombres a los bienes de este mundo, y el deber de aquellos que tienen ms de socorrer a aquellos que tienen menos 348 .
La gran aportacin moral del cristianismo consiste, pues, en la afirmacin de la dignidad de todo hombre por encima de cualquier otra consideracin y en haber proclamado, en consecuencia, la necesidad de universalizar los valores de la igualdad y de la solidaridad ms all de todas las fronteras que desde antao han venido separando a los hombres en castas, etnias, clases, naciones, Estados y dems; ideas todas ellas, pues, favorables al afianzamiento moderno del ideal democrtico. Y lo que resulta realmente extrao a partir de aqu, observa nuestro autor, es que -a diferencia de lo que ocurre en la democracia norteamericana, cuyo punto sociocultural de partida es la alianza entre el espritu de religin y el espritu de libertad 349 -, en Europa, y ms concretamente en Francia, se contempla la desgraciada circunstancia de que los as proclamados partidarios de la libertad democrtica atacan y desprecian al cristianismo, mientras que los hombres religiosos no hacen sino combatir la libertad. Ello no significa que Tocqueville ignore el hecho - tantas veces subrayado- de que la Iglesia haya predicado, por una parte, la igualdad; y, por otra, haya favorecido el establecimiento de las peores desigualdades y reprimido
348 A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Correspondance avec Arthur de Gobineau, Paris, Gallimard, 1959, t IX, p. 47. 349 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 43. Captulo Segundo 249 inquisitorialmente las libertades ms preciadas. Vase si no lo que escribe al respecto:
Al cristianismo, que ha hecho a todos los hombres iguales ante Dios, no le disgustar ver a todos los ciudadanos iguales ante la ley. Mas por un concurso de extraos acontecimientos, la religin se encuentra comprometida en medio de poderes que derriban la democracia, y ocurre a menudo que rechaza la igualdad que ama y maldice la libertad como si fuera su adversaria, mientras que si la llevase de la mano podra santificar sus esfuerzos 350 .
La idea es importante porque, para nuestro autor, la verdadera libertad no es algo que tenga que ver solamente con su instauracin jurdica y poltico-institucional -en donde como liberal s defiende la necesaria separacin de las esferas de la Iglesia y del Estado-, sino que sobre todo es algo que arraiga o no en el espritu mismo de la vida social, esto es, en las costumbres, en los hbitos, en las mentalidades y, cmo no, en las creencias religiosas que la favorecen o que la obstaculizan. En este sentido, lo que propone es la creacin de una nueva disposicin espiritual que acierte a combinar libertad y religin, liberalismo democrtico y cristianismo, tal y como ha observado en el ejemplo de la sociedad norteamericana. De este modo la idea que, en el fondo, anima la reflexin tocquevilliana no es otra que la reunin espiritual -que no estatal- del cristianismo y de los valores de 1789; idea que, por lo dems, no est muy alejada -apunta R. GIRARD 351 - de la que defendan otros tericos liberales como
350 Idem que nota anterior, Introduccin, p. 15. 351 R. GIRARD, Le libralisme. Doctrine et mouvemente en France de 1814 1848, Paris, CDU, 1967, t1, p. 44. Captulo Segundo 250 Constant o Mme de Stel. A este respecto, escribe nuestro autor a su amigo E. Stoffels:
Lo que desde siempre ms me ha llamado la atencin en mi pas() ha sido el ver colocar, a un lado, a los hombres que apreciaban la moralidad, la religin, el orden, y al otro, a los que amaban la libertad y la igualdad de los hombres ante la ley. Este espectculo me ha llamado la atencin como el ms extraordinario y deplorable que jams haya podido presentarse a la mirada de hombre alguno; pues tengo la seguridad de que todas estas cosas que as separamos estn indisolublemente unidas a los ojos de Dios.()Entonces me ha parecido advertir que una de las ms bellas empresas de nuestro tiempo sera hacer ver que todas estas cosas no son incompatibles; que, por el contrario, estn unidas entre s por un vnculo necesario, de suerte que cada una de ellas se debilita al quedar separada de la otra. Esta es mi idea ms general 352 .
El entusiasmo que nuestro autor muestra por este proyecto no le impide, sin embargo, sealar junto a los mritos del cristianismo en la materia -recordemos, la nocin de un derecho igual a la libertad- lo que considera el lado ms dbil de dicha doctrina en lo que se refiere a la cuestin de la libertad: a saber, el escaso nfasis concedido a las virtudes pblicas, a las virtudes del ciudadano de las que habla la tradicin republicana y que constituyen, por as decirlo, el lado fuerte de la libertad de los Antiguos. Y de ah la paradoja que observamos constantemente en el universo moderno: los hombres se encuentran, moralmente hablando, ms prximos que nunca en tanto que se consideran como seres humanos iguales; pero, al mismo tiempo, se hallan cada vez menos comprometidos, polticamente hablando, con respecto a
352 A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes, edic. de G. de Beaumont, Paris, M. Lvy Frres Libraires, 1860-1866, p. 425 ss. Citado por J. P. MAYER, op. cit. p. 54 s. Captulo Segundo 251 sus conciudadanos y a las comunidades polticas locales, nacionales e internacionales a las que pertenecen. Tocqueville ve la solucin a este problema en una sntesis entre la moral cristiana y la moral antigua en la moral propiamente moderna del liberalismo democrtico, esto es, la unin entre la idea de la libertad entendida como un derecho igual para todos a la independencia y la idea de la libertad entendida como la participacin activa de los ciudadanos en la direccin de lo pblico. Urge por tanto -arguye nuestro autor-, la introduccin de la virtud cvico-poltica de los Antiguos en la nocin Moderna de los derechos, as como de las responsabilidades de los sujetos. Esta idea, digna del republicanismo roussoniano, se encuentra asimismo -apuntan algunos de sus intrpretes 353 - en el centro de la reflexin tocquevilliana sobre la libertad democrtica. Pero vamoslo, a rengln seguido, con un cierto detenimiento. Quizs la mejor manera de introducirnos en la reivindicacin tocquevilliana de una libertad-participacin - la idea de que no hay libertad propiamente democrtica sin la participacin del ciudadano en lo pblico-, y de ir precisando al mismo tiempo lo que nuestro autor entiende por participacin democrtica, sea la de exponer sus diferencias con respecto al anlisis que realizara B. Constant sobre esta misma cuestin en el conocido texto De la libertad de los
353 As, por ejemplo, J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, Paris, PUF, 1970, p. 13; D. JACQUES, Tocqueville et la modernit, Qubec, Les ditions du Boral, 1995, p. 111; H. BJAR, Alexis de Tocqueville: la democracia como destino en F. VALLESPN (edit), op. cit. p. 322. Captulo Segundo 252 Antiguos comparada con la de los Modernos 354 . Como es sabido, en dicho texto Constant distingue entre la libertad entendida como virtud cvico-poltica y participacin directa del ciudadano en la soberana colectiva -o sea, la libertad de los Antiguos-, y la libertad entendida como derecho jurdicamente protegido de los individuos a la independencia privada y control representativo-electoral por parte de stos del poder conferido a los gobernantes -es decir, la libertad de los Modernos-. Ambos tipos de libertad pertenecen, segn este autor, a dos perodos histricos radicalmente diferentes y, por consiguiente, el intento de aplicar revolucionariamente el modelo de libertad de los Antiguos en la sociedad moderna - lo que supone, en el fondo, sacrificar la independencia individual a los designios de la Colectividad- puede traer consigo una nueva tirana, como as ocurri de hecho con el rgimen del terror surgido durante el proceso de la Revolucin Francesa. Ello no significa, sin embargo, que tengamos que renunciar al ejercicio poltico-representativo de la libertad para realizarnos en la independencia privada, porque ello supone el peligro de dejar en exceso las manos libres a un poder gobernante siempre predispuesto a excederse de sus lmites y a dominar a su antojo todos los mbitos, includo el de la propia privacidad individual. Por estas razones, arguye Constant al final de su exposicin -cosa que no siempre se tiene en cuenta en las interpretaciones al uso-, es
354 B. CONSTANT, Escritos polticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989, pp. 257- 285. Captulo Segundo 253 indispensable no renunciar a ninguna de las dos clases de libertad y aprender a combinar la una con la otra 355 . Como liberal que es Tocqueville considera, al igual que Constant, que la democracia representativa es una creacin del espritu moderno y, en este sentido, constituye un craso error de funestas consecuencias tico-polticas la confusin de esta visin de la democracia con el ideal de la democracia directa de los Antiguos. Tambin como Constant, Tocqueville sostiene que el respeto y la garanta del derecho a la independencia individual es una gran conquista de la libertad moderna, pero le parece insuficiente para preservar tal derecho -y a partir de ah comienzan sus diferencias con Constant- la reduccin de la libertad poltica al mero ejercicio electoral y control peridico del poder de los gobernantes mediante el sufragio. Si as lo hiciramos, observa nuestro autor, renunciaramos -y esto es fundamental para poder hablar de democracia- a crear en los ciudadanos el hbito de gobernarse a s mismos, tanto en lo que concierne a su participacin en la discusin pblica acerca de las grandes cuestiones como sobre todo en la direccin de los ms pequeos y variados asuntos que llenan su vida cotidiana. Limitada, pues, la libertad poltica de los ciudadanos a la eleccin y/o revocacin de sus gobernantes mediante el voto, la nica ventaja que obtendramos del sistema democrtico-moderno sera, paradjicamente,
el que los ciudadanos salen un momento de la dependencia para sealar a su amo y vuelven a entrar en ella.() En efecto, resulta difcil concebir cmo unos hombres que han renunciado enteramente al hbito
355 B. CONSTANT, op. cit. p. 285. Captulo Segundo 254 de dirigirse a s mismos podran elegir bien a los que deben dirigirlos, y no cabe creer que de los sufragios de un pueblo de criados puede alguna vez salir un gobierno liberal, enrgico y sabio 356 .
Cierto es que, como deca Constant, la participacin ciudadana ya no puede ser concebida ni ejercida del mismo modo en nuestras modernas democracias que en la Grecia clsica, pero de ah no se deduce automticamente ni su indeseabilidad moral ni tampoco su imposibilidad prctica. Otras formas, contextos y canales de participacin se abren -viene a decir Tocqueville valindose del ejemplo norteamericano- a la imaginacin de los hombres para hacerles ver claramente que no bastan las garantas jurdico-constitucionales para proteger -como crea Constant- sus derechos individuales, sino que hace falta adems que tomen parte activa en los asuntos pblicos. Dicha accin, prosigue nuestro autor, crea costumbre y la costumbre, a su vez, va generando toda una cultura cvico-poltica que es lo que, a la postre, les dar un espritu de libertad democrtica mucho ms autntico que la mera proclamacin de la misma hecha en nombre de grandes principios abstractos. Son numerosos los pasajes de La Democracia en Amrica en los que nuestro autor insiste sobre esta idea; pero puestos a escoger entre los ms significativos, podramos referir el siguiente:
No se puede poner en duda que en los Estados Unidos la instruccin del pueblo sirve poderosamente al mantenimiento de la repblica democrtica. Ser as, pienso, en todas las partes donde no se separe la instruccin, que ilustra el espritu, de la educacin, que regula las costumbres.() La verdadera cultura poltica nace principalmente de la experiencia, y si no se hubiese acostumbrado poco a poco a los americanos a gobernarse ellos mismos, los
356 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 374, 376. Captulo Segundo 255 conocimientos literarios que poseen no les seran de gran ayuda para conseguirlo.()Es participando en la legislacin como el americano aprende a conocer las leyes. Es gobernando como se instruye en las formas de gobierno. La gran obra de la sociedad se realiza cada da ante sus ojos y, por as decir, en sus manos 357 .
Dicha cultura cvico-poltica les llevar a la comprensin de aquello que el individualismo les impide comprender: a saber, que la autosuficiencia del individuo en la esfera privada es una ilusin, porque los asuntos individuales dependen estrechamente de la marcha de los asuntos pblicos. Es menester, por tanto, que los individuos salgan de s mismos y deliberen entre ellos qua ciudadanos para decidir acerca de las cuestiones de inters comn, ya que de no hacerlo lo harn por ellos sus representantes polticos sin contar para nada con su concurso e imprimiendo desde arriba una direccin que solamente a ellos les interese. Lo que Tocqueville apunta, en este sentido, es que la independencia privada se convierte en dependencia y degenera en servidumbre cuando no hay autntica libertad-participacin o, si se prefiere decirlo as, cuando se reduce el ejercicio de la libertad poltica a su mnima expresin. Y es que la libertad-participacin no es solamente un derecho dirigido a proteger la privacidad individual, sino que -ms profundamente todava- es una obligacin cvica y una responsabilidad de ciudadano sin la que resulta imposible hablar en serio ni de ciudadana ni de gobierno democrtico. De este modo considerada, la libertad-participacin es, en trminos de razn prctica, condicin de posibilidad de la libertad-independencia y no una mera estrategia defensiva de
357 A. de TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 294. Captulo Segundo 256 sta, como parece sostener Constant. Conviene, pues, no engaarse sobre este punto a la hora de concebir y practicar la democracia porque, como indica nuestro autor al respecto,
lo que ms confusin provoca en el espritu es el uso que se hace de estas palabras: democracia, instituciones democrticas, gobierno democrtico. Mientras no se las defina claramente y no se llegue a un entendimiento sobre su definicin, se vivir en una confusin de ideas inextricable, con gran ventaja para los demagogos y los dspotas.() Ahora bien, las palabras democracia y gobierno democrtico no pueden significar ms que una cosa, segn el verdadero sentido de las palabras: un gobierno en el que el pueblo tiene una participacin en el gobierno. Su sentido est ntimamente ligado a la idea de libertad poltica. Dar el epteto de gobierno democrtico a un gobierno en el que no hay autntica libertad poltica, es decir un palpable absurdo, de acuerdo con el sentido natural de las palabras. Lo que ha hecho adoptar expresiones falsas o cuando menos oscuras a este respecto es, en primer lugar, el deseo de subyugar a las masas, con las que siempre ha tenido xito la expresin gobierno democrtico 358 .
La democracia proporciona a los individuos la igualdad de las condiciones y la independencia privada, pero tal independencia no es todava en Tocqueville la autonoma del individuo propiamente dicha. Para que lo sea, hace falta incluir adems la libertad-participacin, lo que no es -por as decirlo- una consecuencia natural del estado social democrtico, sino de la praxis cvico-poltica democrtica. En esta direccin cabe cuestionar, siguiendo a A. RENAUT 359 , aquellas interpretaciones neotocquevillianas de la libertad
358 A. DE TOCQUEVILLE, El Antiguo Rgimen y la Revolucin II, p. 100 s.Sobre la importancia de esta crtica tocquevilliana al uso demaggico del trmino democracia, as como del aadido del calificativo revolucionaria en las llamadas democracias populares insiste J. RUBIO-CARRACEDO en Democracia o representacin?. Poder y legitimidad en Rousseau, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990, p. 153. 359 A. RENAUT, El futuro de la tica, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Crculo de lectores, 1998, cap. 2, esp. pp. 62-77. Captulo Segundo 257 democrtica que la confunden con la mera independencia individual y no parecen tener muy en cuenta, podramos aadir, la crtica que el propio Tocqueville realizara del individualismo democrtico en favor de lo que hemos denominado, en la primera parte de nuestro trabajo, humanismo cvico. En el liberalismo de Constant, la libertad es fundamentalmente considerada como una proteccin de los derechos del individuo frente a la intromisin ilegtima por parte del Estado. En Tocqueville, no se trata solamente de defender dicha libertad individual contra las agresiones a la misma provinientes del poder poltico, sino tambin -apunta LAMBERTI 360 - de ciertas tendencias que segrega la misma sociedad civil democrtica (esto es, el individualismo, la uniformizacin igualitaria, la obsesin por el bienestar material, la apata poltica, etc) y para lo cual resulta insuficiente considerar la libertad como un derecho subjetivo, teniendo que abrirse a un entendimiento de la misma -como hace el republicanismo de inspiracin roussoniana- en trminos de responsabilidad cvico-poltica. En este sentido, escribe nuestro autor:
Mucha gente considera a la condicin social democrtica como un mal, y a la libertad poltica democrtica como otro mal, y aun mayor; en cuanto a m, digo que la una es el nico remedio que se puede aplicar a la otra. Toda la idea de mi poltica est aqu 361 .
360 J. C. LAMBERTI, La notion dindividualisme chez Tocqueville, p.81. 361 A. DE TOCQUEVILLE, Drafts Yale, CVK, Paquet 7, cahier 2, p. 54.(Citado por J.T. SCHLEIFER,op. cit. p. 207). Captulo Segundo 258 El olvido de esta dimensin de la libertad -indica Tocqueville a lo largo de toda su obra- llev al declive a la aristocracia del Antiguo Rgimen. Tengamos, pues, bien presente la leccin, y no permitamos que nuestras democracias degeneren -por anloga razn- en el peor de los despotismos, esto es, en aqul que crece enmascarado tras los signos externos de la libertad democrtica misma. Urge por tanto -viene a concluir nuestro autor-, la tarea de moralizar a los individuos para convertirlos en ciudadanos que participen, activa y responsablemente, en la direccin de sus propias vidas. La cuestin no es, sin embargo, tan sencilla como parece, y ello porque las estructuras del mundo moderno son distintas -como deca Constant- a las de las repblicas de la Antigedad clsica, pero sobre todo -apunta Tocqueville- porque falta la motivacin necesaria. Cmo hacer, pues, para interesar a los individuos en la libertad-participacin?; es suficiente confiar en la inteligencia de los individuos para que se den cuenta de que les conviene participar, o hay que apelar tambin a un compromiso moral por parte de los mismos?; y, finalmente, ha de ser dicha participacin entendida en trminos puramente instrumentales o se trata de un valor en s mismo considerado? La respuesta a tales interrogantes es compleja -observa nuestro autor-, y ello porque la nocin de virtud cvica del republicanismo clsico ha perdido protagonismo en el universo moderno en favor de la nocin del inters individualista, y algo parecido ha sucedido tambin con la nocin de deber en relacin a la de derecho. En efecto,
Captulo Segundo 259 En los siglos aristocrticos, los individuos gustaban de formarse una idea sublime de los deberes del hombre. Se complacan en afirmar que es glorioso olvidarse de s mismo y que es conveniente hacer el bien desinteresadamente(). Esa era la doctrina oficial en materia de filosofa moral en aquellos tiempos. Dudo que los hombres fuesen ms virtuosos en los siglos aristocrticos que en los dems, pero es cierto que en ellos se hablaba incesantemente de la belleza de la virtud. Slo en secreto se estudiaba de qu manera era til.() la igualdad creciente de las condiciones lleva el espritu humano hacia la investigacin de lo til y dispone a cada individuo a encerrarse en s mismo. Hay que esperar que el inters individual se haga ms que nunca el principal, si no el nico mvil de las acciones de los hombres, pero queda por saber cmo entender cada hombre su inters individual 362 .
Esta ltima frase nos parece fundamental porque sugiere que el susodicho inters individual se dice de muchas maneras o, lo que es lo mismo, que no hay una sola forma de entenderlo. Ahora bien, cmo hay que entenderlo para que ste incluya, ms all del individualismo, la idea republicana de una participacin en lo pblico? Este punto es importante, ya que a partir de ah podemos preguntarnos -como as lo indican algunos intrpretes actuales del pensamiento tocquevilliano 363 - si el republicanismo es solamente un correctivo o un modelo alternativo a la democracia liberal.Cul es, pues, el sentido de la participacin democrtica segn Tocqueville? A este respecto, cabe decir que su respuesta a este interrogante pasa
362 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 160, 163. 363 As, por ejemplo J. RAWLS en su obra El Liberalismo poltico, Barcelona, Crtica, 1996, p. 239 ss.; y a partir de l la discusin entre el republicanismo experimental favorable al liberalismo de Q. SKINNER y el republicanismo cvico que, segn J. POCOCK, sera una alternativa frente a las insuficiencias del liberalismo. Sobre esta discusin, puede consultarse el artculo de A. RENAUT, Libralisme, rpublicanisme et ducation civique en Actas del curso Educar en la ciudadana dirigido por A. CORTINA y J. CONILL, Valencia, UIMP, 1999, pp. 52-75. Como veremos a continuacin, Tocqueville ofrece, a mi juicio, las claves tericas para una sntesis entre la visin liberal y la republicana de la libertad democrtica. Captulo Segundo 260 por lo que l denomina inters bien entendido 364 , esto es, por la idea de que el ejercicio de la libertad-participacin no solamente motiva por su utilidad a la hora de defender los derechos individuales respecto de las tendencias individualistas y/o despticas que pueden generarse en la democracia liberal, sino que contribuye, adems, en la lnea de lo que ya destacara Aristteles, a la propia realizacin y perfeccionamiento del hombre 365 . No es, pues, que la democracia necesite de la participacin, sino que la participacin misma -diramos con Tocqueville- es un elemento constitutivo de la democracia. Slo entonces puede hablarse de ciudadanos y no de simples administrados. Y es que
para que la democracia impere -subraya nuestro autor- se precisan ciudadanos que se interesen en los negocios pblicos, que tengan la capacidad de comprometerse y que deseen hacerlo. Punto capital al que hay que volver siempre 366 .
En resumen, la idea completa y justa de libertad democrtica comprende en Tocqueville tres elementos: la nocin de independencia individual, de raigambre aristocrtico- liberal; la idea de participacin en la vida pblica, de inspiracin clsico-republicana; y la concepcin de un derecho
364 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 160. 365 Buena prueba de ello son las siguientes palabras que nuestro autor dirige a su buen amigo Beaumont: Il ny a pas dire, cest lhomme politique quil faut faire en nous. A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Correspondance avec G. de Beaumont, Paris Gallimard, 1967, VIII, 1, p. 93. A mi modo de ver, Tocqueville va, sin embargo, ms all de la figura aristotlica del hombre poltico para subrayar la dimensin propiamente humana de la libertad. Vase sino la siguiente afirmacin contenida entre los papeles preparatorios a la Introduccin de La Democracia en Amrica: Abjurar del despotismo no es hacer una obra de ciudadano, sino un acto de hombre. A. DE TOCQUEVILLE, Drafts Yale, CVb p. 30.(Citado por E. NOLLA en su edicin crtica a La Democracia en Amrica, p. 9.). 366 A. DE TOCQUEVILLE, Drafts Yale, Cve, Paquet 17, p. 65.(Citado por J.T. SCHLEIFER, op. cit. p. 267). Captulo Segundo 261 igual para todos, proveniente -en ltimo trmino- de la moral cristiana. Si unimos dichos elementos , el ejercicio de la libertad nos aparece no solamente como un derecho, sino como la forma ms completa de entender una responsabilidad: responsabilidad para consigo mismo qua ciudadano, para con los conciudadanos y para con la propia condicin humana. No se crea, sin embargo, que estamos ante una sntesis ingenuamente propuesta como algo perfecto y exento de tensiones, ya que nuestro autor tiene muy presente que si bien es cierto que el arte de ser libre es algo maravilloso y fecundo, no lo es menos que su aprendizaje exige un gran esfuerzo y es algo siempre inacabado. As pues,
los hombres no pueden gozar de la libertad () sin adquirirla con sacrificios y nicamente se apoderan de ella con muchos esfuerzos 367 .
367 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 134. Conclusiones del Captulo Segundo 262
CONCLUSIONES DEL CAPTULO SEGUNDO LIBERTAD E IGUALDAD: EL LIBERALISMO DEMOCRTICO DE A. DE TOCQUEVILLE
Como hemos tratado de probar en esta parte de nuestro trabajo, La Democracia en Amrica contiene no solamente un estudio cientfico-social de la naciente democracia americana, sino tambin -cosa que tiende a pasarse por alto- una importante reflexin filosfica sobre el fundamento mismo de la democracia moderna. Nuestro autor considera, al igual que otros tericos liberales, que la democracia moderna propiamente dicha es -o mejor dicho, debe ser- la democracia liberal y no la recuperacin idealizada, al modo revolucionario, de la democracia directa de los Antiguos. Y ya no tanto porque la as llamada democracia antigua era, en realidad, una aristocracia ciudadana, sino sobre todo porque el avance de la igualdad de las condiciones en el mundo moderno, las conquistas en materia de derechos individuales y la frmula del gobierno representativo que constituye el corolario poltico de ambas, han vuelto ilegtimo -por tirnico- cualquier intento de sacrificar la autonoma individual a los designios de la Comunidad Poltica. Ahora bien, Tocqueville no cree -y esto le diferencia del grueso de los pensadores liberales de la poca- que la implantacin de la representatividad democrtica traiga consigo automticamente el triunfo de la libertad, e incluso puede suceder, si no se establecen los correctivos oportunos, que la Conclusiones del Captulo Segundo 263 propia democracia moderna degenere en un nueva forma de despotismo: el despotismo democrtico. Y es que el desarrollo de la igualdad democrtica encierra una ambivalencia que es menester analizar tan minuciosa como crticamente. En efecto, puede que dicha igualdad se conciba justamente, frente a la jerarqua y al privilegio, como un derecho de todos y cada uno a la libertad; pero puede ocurrir tambin -y con mucha mayor frecuencia segn nuestro autor- que esa misma igualdad se confunda con el igualitarismo e impulse de un modo tan perverso como apasionado a los hombres a reducir toda traza de comportamiento autnomo al nivel impuesto por la mayora y/o a las prerrogativas uniformizantes, paternalistas y engaosamente benefactoras de un Estado que ocupa el lugar que antao ocupara ni ms ni menos que la Divina Providencia. En lo que se refiere a la libertad, la crtica tocquevilliana se aplica asimismo a lo que considera como interpretaciones reduccionistas y/o abiertamente favorables al establecimiento de nuevas desigualdades injustas. As ocurre, pongamos por caso, cuando la libertad se asimila ilusoriamente a la lgica individualista de la independencia privada o cuando se concibe siguiendo ciegamente la doctrina economicista del laissez- faire. De modo que la bsqueda de un equilibrio justo entre igualdad y libertad pasa, segn nuestro autor, por el desenmascaramiento de los peligros que representa la pasin igualitaria para la causa de la libertad, como los que trae consigo el entusiasmo liberista 368 con
3 68 Utilizamos aqu el calificativo liberista en un sentido similar al de G. SARTORI (Teora de la democracia, vol 2, p. 444) para subrayar el inconveniente reduccionista de identificar la libertad liberal con la doctrina del libre mercado. Conclusiones del Captulo Segundo 264 respecto a la igualdad. En este sentido, puede decirse que la reflexin tocquevilliana sobre la democracia moderna comprende, en el fondo, una propuesta normativa cuyas claves son fundamentalmente dos: compatibilizar, por una parte, igualdad y libertad (o sea, democracia y liberalismo); y despejar, por otra, la democracia liberal del despotismo democrtico (ya sea ste en la versin jacobino-revolucionaria o en las formas mucho ms suaves que tiende a engendrar la democracia de masas). Tal vez el pasaje de La Democracia en Amrica que expresa y resume con mayor claridad esa sntesis de liberalismo y republicanismo que propone Tocqueville como horizonte normativo para la democracia liberal, sea el siguiente:
Imagnese un punto extremo en el que se toquen() la libertad y la igualdad. Supongamos que todos los ciudadanos participen en el gobierno y que todos tengan un derecho igual a esa participacin. Entonces, al no ser diferente a ninguno de sus semejantes, nadie podr ejercer un poder tirnico; los hombres sern perfectamente libres porque sern todos completamente iguales y sern todos perfectamente iguales porque sern enteramente libres. Los pueblos democrticos tienden hacia ese ideal 369 .
Los valores de la igualdad y de la libertad forman, pues, parte inseparable de ese ideal democrtico de justicia que tratan de alcanzar los pueblos modernos, y de ah que la principal tarea de la filosofa poltica consista, segn nuestro autor, en la articulacin de dichos valores aun sabiendo que se trata de una tarea siempre problemtica y nunca definitivamente resuelta. A Tocqueville no se le
369 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 132. Conclusiones del Captulo Segundo 265 ocultan, ciertamente, las tensiones existentes entre ambos valores y por eso se aplica en su obra a analizarlos minuciosamente. En este sentido, su reflexin tratar de deshacer la confusin intelectual tanto de quienes creen idlicamente en una suerte de armona preestablecida entre igualdad y libertad, como de aquellos que postulan su oposicin irreconciliable. Sobre esta cuestin es particularmente importante destacar, como hace P. MANENT 370 , la manera propiamente tocquevilliana de conceptuar dichos valores, ya que nos indica claramente el sentido de su propuesta en favor de una conciliacin factible y deseable entre ambos. Como hemos visto a lo largo del presente trabajo, Tocqueville tiende a interpretar la igualdad en trminos de una condicin, es decir, como tratndose de un principio connatural al desarrollo de la democracia moderna y al retroceso concomitante del universo jerrquico-aristocrtico. En contrapartida, cuando se refiere a la libertad la define fundamentalmente como una praxis, esto es, como un hacer racionalmente orientado hacia la superacin tico-poltica de toda forma de servidumbre. De este modo, la igualdad constituira el lado natural y por as decirlo instintivo de la democracia, en tanto que la libertad correspondera a la vertiente cultural y cvico-poltica de la misma. Dicho en pocas palabras: la igualdad es el estar social de la democracia, mientras que la libertad es el quehacer poltico de esa misma democracia. Desde estas premisas, se comprende
370 P. MANENT, Histoire intellectuelle du libralisme, Paris Calmann-Lvy, 1987, p.239-241. Conclusiones del Captulo Segundo 266 que Tocqueville sostenga que la razn de ser de la democracia liberal -y la tarea ilimitada de futuro que tiene planteada si no quiere degenerar en despotismo- consiste precisamente en la conjugacin de ambos elementos, esto es, en el ejercicio de la democracia como praxis cvico-poltica que corrija, eduque, oriente y convierta, en definitiva, a la democracia en una forma social de vida que contribuya al perfeccionamiento moral de los hombres. ste es, a mi juicio, el sentido profundo de las siguientes palabras de nuestro autor:
Usar a la democracia para moderar a la democracia. Es el nico camino que tenemos abierto para escapar del despotismo() Ms all de eso, todo es alocado e imprudente 371 .
De este modo, podramos concluir con nuestro autor, es posible ir solucionando el principal problema al que se enfrenta la democracia liberal y que no es otro que el de recrear con recursos propiamente democrticos el espritu de compromiso cvico-social y de participacin ciudadana en lo pblico que el igualitarismo individualista tiende a disolver preparando con ello el camino hacia el despotismo democrtico. sta es, en sntesis, la leccin que extrae Tocqueville de su experiencia americana y por esta razn habra que acabar diciendo que su viaje es algo ms que un viaje: es una invitacin a filosofar en serio sobre la incardinacin en la realidad social de los valores democrticos modernos que, de
371 A. DE TOCQUEVILLE, Drafts Yale, CVk, Paquet 7, cahier 2, p. 52.(Citado por J. T. SCHLEIFER, op. cit. p. 207). Conclusiones del Captulo Segundo 267 un modo u otro, configuran el horizonte de la teora poltica contempornea.
CAPTULO TERCERO SOCIEDAD CIVIL Y DEMOCRACIA.
Captulo Tercero 269 CAPTULO TERCERO
SOCIEDAD CIVIL Y DEMOCRACIA.
INTRODUCCIN) LA SITUACIN DE TOCQUEVILLE EN LA HISTORIA INTELECTUAL DEL CONCEPTO DE SOCIEDAD CIVIL.
El concepto de sociedad civil ha cobrado un creciente protagonismo en el debate sobre la crisis del Estado del Bienestar y sus posibles salidas que, como es sabido, ocupa a polticos, socilogos, economistas y filsofos desde hace aproximadamente dos dcadas. En efecto, a pesar de las diferentes interpretaciones que se han dado a la mencionada crisis -de modelo econmico, de legitimacin poltica, o de ambos aspectos a la vez- ha ido tomando cuerpo una idea comn que podramos expresar mediante la siguiente frmula: menos Estado y ms sociedad civil. Ms all de sus efectos retricos y/o de sus utilizaciones emotivistas, la susodicha frmula suscita en realidad ms interrogantes de los que cierra, comenzando por el concepto de sociedad civil del que se habla, continuando por las competencias del Estado que se considera legtimo reducir, y acabando por el modelo de articulacin democrtica de la relacin entre Estado y sociedad civil que, explcita o implcitamente, se propone. A este respecto, cabe sealar -como hace H. DUBIEL 372 - que el pensamiento expuesto por Tocqueville en La Democracia en Amrica se ha convertido en uno de los principales puntos de referencia en las polmicas que se libran actualmente sobre los referidos
372 H. DUBIEL, Metamorfosis de la sociedad civil. Autolimitacin y modernizacin reflexiva en Debats, Valencia, 1992, n39, p. 120. Captulo Tercero 270 interrogantes, y muy especialmente la protagonizada por liberales y comunitaristas. No estar de ms, pues, que dediquemos esta parte de nuestro trabajo a explorar detenidamente la reflexin tocquevilliana sobre este punto, y ello con el propsito ltimo de ilustrar su aportacin al tema de fondo que anima todas estas discusiones y que no es otro, a mi juicio, que el del significado mismo de la democracia contempornea o, si se prefiere decirlo con una expresin muy en boga hoy en da, el de la profundizacin en la democracia. Pero antes de entrar propiamente en la materia, conviene repasar, siquiera esquemticamente, la historia intelectual del concepto de sociedad civil para situar la posicin terica de nuestro autor entre los desarrollos ms significativos de dicho concepto. Aunque parezca un producto reciente del pensamiento poltico, el concepto de sociedad civil tiene una larga y compleja historia intelectual. En el transcurso de la misma ha adquirido significados distintos y a veces contrapuestos, lo cual aporta a la reflexin actual una cierta dosis de imprecisin conceptual pero tambin proporciona referencias imprescindibles para el debate filosfico-poltico acerca de los aspectos normativos que dicho concepto encierra, especialmente en lo referido a su delimitacin con respecto al Estado y a la relacin entre ambos en el conjunto del proceso democrtico. En su acepcin ms originaria, la nocin de sociedad civil se encuentra ligada a la concepcin griega de la Captulo Tercero 271 polis 373 . Aunque suele traducirse como ciudad-Estado, la polis griega no era en modo alguno un Estado, sino una comunidad ciudadana, una koinonia politike. Esto significa, fundamentalmente, que la separacin tpicamente moderna entre la instancia estatal y la ciudadana, la vida pblica y la vida privada, el Bien Comn y el de los particulares, la tica y la poltica, etc, careca totalmente de sentido o se consideraba, sencillamente, un desvaro 374 . La definicin aristotlica del hombre como animal poltico (zon politikn) revela de manera ejemplar la estrecha vinculacin que el pensamiento griego clsico estableca entre lo poltico(la polis) y lo cvico (la ciudadana), as como el carcter holstico de dicha relacin. Desde esta perspectiva, la comunidad poltica tiene primaca ontolgica y moral sobre cada uno de los miembros que la componen y stos, a su vez, no cuentan propiamente como tales si no es como ciudadanos de la misma, ya que los esclavos, las mujeres y los extranjeros estaban excluidos del proceso poltico. Ser ciudadano, pues, es lo mejor que un hombre puede ser y ello supone, fundamentalmente, una participacin activa y directa en la direccin de lo pblico 375 . En definitiva, la polis constituye el marco normativo desde el que se teoriza sobre la naturaleza humana y se debate acerca del mejor rgimen de gobierno. Esta
373 H. DUBIEL, art. cit. p. 109. 374 Sobre este punto, vase G. SARTORI, Teora de la democracia, Madrid, Alianza, 1988, vol 2, p. 352 s.; C. CASTORIADIS, Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Barcelona, Gedisa, 1994, p. 120. Para los griegos era una idiotez concebir la realizacin humana como un asunto individual, privado y, por as decirlo, al mrgen de la participacin ciudadana en la administracin de lo pblico. En este sentido, el hombre era, genuinamente, un polits y su libertad una actividad esencialmente poltica. 375 M. WALZER, La idea de sociedad civil, Debats, Valencia, 1992, n 39, p. 31. Captulo Tercero 272 breve caracterizacin de la polis nos sirve para destacar dos rasgos esenciales que, a mi juicio, definen la nocin de sociedad civil contenida en el pensamiento de la Grecia clsica y cuyo influjo no ha dejado de proyectarse, de manera ms o menos idealizada, a lo largo de la Modernidad. Se trata, en primer lugar, de la conjuncin entre las dimensiones jurdica (el gobierno de las leyes), poltica (la idea del Bien Comn) y moral (la prctica de la virtud cvica) a la hora de dar razn de la naturaleza del hombre y de su realizacin en la vida social. En este universo ideolgico, pues, la sociedad civil (civitas) y la comunidad poltica (polis) constituyen trminos equivalentes 376 . El segundo rasgo hace referencia a la consideracin del orden poltico y del ethos cvico que lo sustenta como la forma ms racional y evolucionada de asociacin humana frente al tribalismo propio de los pueblos primitivos y al despotismo caracterstico de los imperios orientales. La polis constituye el modelo de vida civilizada y el marco indispensable para lograr una convivencia justa y feliz. Fuera de ella no hay, para el griego de la poca clsica, ms que barbarie, ya sea porque la existencia humana se ve reducida a la mera supervivencia, ya sea porque es esclava de una autoridad que procede de modo arbitrario e irracional. El ocaso de la polis en el perodo helenstico y la expansin ideolgica del cristianismo a lo largo de la Edad Media traen como consecuencia -indica D. HELD 377 - la
376 A. CORTINA, Sociedad civil en A. CORTINA(dir.) 10 palabras clave en Filosofa poltica, Estella, Verbo divino, 1998, p. 357. 377 D. HELD, Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1992, p. 53. Captulo Tercero 273 sustitucin de la concepcin clsica del homo politicus por la religiosa del homo credens. En este nuevo universo cultural, la racionalidad poltica se ve desplazada por la teologa y su sentido reinterpretado en funcin de la preocupacin del hombre por la salvacin del alma y la comunin con Dios en el seno de la Iglesia. La virtud cvica resulta reemplazada por la fe religiosa como principio del lazo social y la realizacin del hombre se considera como algo dependiente de la voluntad divina. Ello no significa, sin embargo, la desaparicin de todo vestigio que recuerde a los ideales polticos clsicos. Prueba de ello es que los rasgos de la sociedad civil anteriormente sealados -es decir, la concepcin de lo social como res pblica y modelo de vida civilizada- subsisten en la teora poltica medieval y se prolongarn hasta el iusnaturalismo moderno aunque, eso s, con un sentido sustancialmente distinto (en el primer caso por influencia de la religin y en el segundo por la instauracin del Estado moderno). No puede olvidarse tampoco que el trmino sociedad civil (societas civilis) fue acuado como tal - seala el profesor ARANGUREN 378 - por la Ecolstica y que entre sus mximas polticas se encuentran algunas de clara inspiracin aristotlica como la de civitas sive societas civilis sive res publica, lo cual refleja de manera sintomtica una cierta pervivencia de la dimensin civil en la interpretacin de la vida poltica. Ahora bien, no debemos por ello perder de vista que el punto de vista teolgico-religioso
378 J.L. LPEZ ARANGUREN, Estado y sociedad civil en VV.AA. Sociedad civil o Estado reflujo o retorno de la sociedad civil?, Madrid, Fundacin F. EBERT, 1988, p. 14. Captulo Tercero 274 domina en la especulacin poltica medieval y, en este sentido, tanto la explicacin de lo social como la justificacin del poder poltico tienen como referencia principal el orden jerrquico-estamental sancionado por la divinidad. A partir del s. XVI se producen en el Occidente europeo toda una serie de acontecimientos (Humanismo renacentista, Nueva Ciencia, Reforma protestante, descubrimientos geogrficos, surgimiento del capitalismo, avances tecnolgicos, crecimiento urbano, establecimiento de los Estados nacionales, y un largo etctera) que provocan el hundimiento del universo medieval y abren ese complejo proceso que llamamos Modernidad. En este movimiento, la antropologa desplaza a la teologa como ciencia fundamental desde la que se piensa la realidad, tanto en su dimensin natural como social. Este cambio de perspectiva convierte la explicacin del orden social y la justificacin del poder en el principal problema del pensamiento poltico. Tres son, a mi entender, las coordenadas que presiden, en lo sucesivo, la reflexin sobre este tema: 1) la idea del Estado como centro de poder e instancia directriz de la vida poltica; 2) la concepcin del ser humano como individuo; 3) la creciente estructuracin de la actividad social en torno al intercambio mercantil. Estado, mercado e individuo corren a la par en la configuracin de la mentalidad poltica moderna y ello trae consigo cambios significativos en el concepto de sociedad civil. De un modo general, pueden distinguirse dos modelos tericos en el entendimiento moderno de la sociedad civil: uno Captulo Tercero 275 que enfatiza la necesidad de limitar el poder del Estado y confa en la competencia de la sociedad para regularse a s misma; y otro que desconfa de la capacidad de la sociedad para autogobernarse e insiste en el papel central del Estado para lograr la integracin social y la realizacin comunitaria del proyecto poltico 379 . Como es sabido, el primero de estos modelos arranca del iusnaturalismo ingls de Th. Hobbes y J. Locke y alcanza su madurez conceptual en la Ilustracin Escocesa con las aportaciones de D. Hume, A. Smith y A. Ferguson. En dicho modelo la sociedad civil se concibe como una esfera de relaciones sociales civilizadas, intereses privados y derechos individuales que estn, por as decirlo, fuera del mbito estatal y se estructuran econmicamente en torno al mercado. De acuerdo con ello, el Estado se define como un mero marco institucional cuya funcin ha de reducirse a asegurar este orden pero sin inmiscuirse en l. La concepcin del hombre como un egosta racional (homo oeconomicus), la poltica como estrategia de designacin representativa y limitacin del poder estatal, la deificacin del mercado como mecanismo armonizador de intereses y la libertad entendida como independencia privada son, a mi juicio, los principales supuestos ticopolticos de esta concepcin liberal de la sociedad civil. El segundo de los modelos sealados, cuya formulacin se encuentra en la
379 V. PREZ DAZ habla a este respecto de una visin societal y una visin estatista de la sociedad civil. V. PREZ DAZ, La primaca de la sociedad civil, Madrid, Alianza, 1993, p. 96 s. Otros tericos, como Ch. TAYLOR o F. VALLESPN, se refieren a esto mismo con la denominacin de modelo L y modelo H respectivamente. Ch. TAYLOR, Invoking Civil Society Philosophical Arguments, Cambridge, 1995, 204-224; F. VALLESPN, Sociedad civil y crisis de la Poltica, Isegora, Madrid, 1996, p. 42 ss. Captulo Tercero 276 filosofa de Hegel, surge como un intento de superar la visin individualista, burguesa y conflictivo-particularista de la sociedad civil propia del modelo anterior 380 . Para ello, ha de producirse, segn dicho autor, el desarrollo racional de una autoridad polticamente superior -o sea, el Estado- que asegure la cohesin social, reconcilie los intereses en conflicto y dirija la sociedad hacia la realizacin del inters pblico y el bien universal. La visin negativa de la brgerliche Gesellschaft o sociedad civil burguesa (un sistema de necesidades -viene a decir Hegel- que no es en modo alguno autosuficiente y que genera, en realidad, una profunda escisin socio-poltica entre la clase de los ricos y la de los pobres) y la concepcin del Estado como suprema encarnacin de la razn poltica y la universalidad tica constituyen, en resumidas cuentas, los rasgos fundamentales de la interpretacin hegeliana de la sociedad civil. La concepcin comunitarista del ser humano, la poltica definida como dominio del Estado sobre la sociedad civil en nombre de lo universal, la exaltacin del Estado como portador de un proyecto colectivo de perfeccionamiento moral y la libertad entendida como realizacin del ciudadano en tanto que miembro del Estado son, a mi juicio, las bases ticopolticas de esta lectura estatista y politicista de la sociedad civil. Dos son, a mi entender, las lneas tericas principales que surgen como reaccin crtica ante esta visin de la sociedad civil como sociedad burguesa que, en el fondo,
380 Sobre este punto, vase J. KEANE, Democracia y sociedad civil, Madrid, Alianza, 1992, p. 71; S. GINER, Ensayos civiles, Barcelona, Pennsula, 1987, p. 43. Captulo Tercero 277 comparten el liberalismo clsico y la filosofa hegeliana: una es la que abre la crtica de Marx; y otra -a la que quizs no se le ha prestado hasta ahora toda la atencin que merece- es la de A. de Tocqueville. Sobre sta ltima habr de centrarse precisamente nuestro trabajo reflexivo en lo que resta de exposicin. El pensamiento filosfico-poltico de Tocqueville representa, a mi modo de ver, una de las primeras y ms serias llamadas de atencin crtica sobre los inconvenientes morales y polticos que trae consigo tanto la concepcin hegeliana del Estado como lugar de lo universal como la visin liberal de una sociedad civil enteramente dominada por el espritu econmico-mercantil. En efecto, a partir de una minuciosa investigacin sobre la democracia norteamericana (La Democracia en Amrica) y del estudio del proceso de la Revolucin francesa (El Antiguo Rgimen y la Revolucin), nuestro autor seala con honda preocupacin los peligros de la concentracin del poder en manos de un Estado que, en nombre de la igualdad democrtica, la soberana popular y la promesa del bienestar material, ejerce un dominio desptico- paternalista sobre la sociedad civil y despoja sutilmente a los ciudadanos de sus libertades. En esta misma lnea, no es menos sagaz su crtica a la despolitizacin de la economic society y a la atomizacin individualista que trae consigo, ya que este proceso no solamente puede desembocar, por un nuevo camino, en el peligro anteriormente sealado, sino que propicia adems la aparicin de nuevas formas de despotismo social. As pues, frente a ambos modelos, en Tocqueville Captulo Tercero 278 encontramos una visin de la sociedad civil estructurada sobre la interaccin entre los mbitos de lo social y de lo poltico y encaminada a hacer de los ciudadanos los verdaderos protagonistas del proceso democrtico 381 . Su principal fuente de inspiracin se halla -como indican algunos de sus intrpretes 382 - en lo que Montesquieu denominara cuerpos intermedios, esto es, aquellas corporaciones aristocrticas de la sociedad del Antiguo Rgimen que, situadas entre el poder del Estado y el pueblo llano, mantenan vivo un cierto espritu de libertad y contribuan a frenar el despotismo. Ahora bien, en la sociedad democrtico-moderna ya no caben por injustas tales corporaciones, y por eso han de ser reemplazadas -sostiene Tocqueville basndose en el ejemplo de la sociedad americana- por las asociaciones ciudadanas. Dichas asociaciones no solamente pueden dar respuesta al problema de la integracin social generado por el individualismo, sino que adems desempean un papel de primer orden en el ejercicio pblico de la libertad democrtica, lo cual permite cerrar el paso a la amenaza siempre presente del despotismo estatal. Si a esta autntica infraestructura socio-poltica le aadimos - como propone nuestro autor- una serie de medidas encaminadas, por una parte, a desconcentrar el poder del Estado -como lo son la divisin de poderes, la potenciacin de la democracia municipal y la desburocratizacin de partidos e instituciones polticas-; y, por otra, a desarrollar el espritu cvico-
381 Sobre la importancia del protagonismo de los ciudadanos para que haya una autntica democracia, vase A. CORTINA, Los ciudadanos como protagonistas, Barcelona, Crculo de lectores-Galaxia Guttemberg, 1999. 382 As por ejemplo, Ch. TAYLOR, art. cit. p. 221 y F. VALLESPIN art. cit. p. 43, los cuales hacen de Tocqueville el mejor representante del as llamado modelo M. Captulo Tercero 279 democrtico -como una opinin pblica crtica e independiente y el cultivo sincero y tolerante de la religin-, entonces tenemos un modelo de sociedad civil capaz de hacer de la democracia un modo de vida ms moral y no solamente un mecanismo para elegir o despedir gobiernos. As pues, lo que propone nuestro autor para profundizar en la democracia -y evitar de este modo el despotismo democrtico en cualquiera de sus formas- es, en realidad, un doble proceso democratizador basado en el potencial crtico-emancipatorio de la sociedad civil 383 . Y ello porque, segn nuestra interpretacin, no solamente se trata de sociocivilizar al Estado -como viene sugiriendo entre nosotros el profesor J. MUGUERZA 384 -, sino tambin -aadiramos siguiendo a Tocqueville- de sociocivilizar a la sociedad civil misma. Pero veamos a continuacin esta hiptesis interpretativa con el detenimiento que requiere.
383 En este sentido, cabe sealar que esta visin tocquevilliana de la sociedad civil constituye un precedente y una clara fuente de inspiracin de las tesis liberal-comunitaristas que defienden algunos tericos actuales de la sociedad civil, como es el caso de J. KEANE, M. WALZER, Ch. TAYLOR o R. BELLACH. Vase al respecto, J. KEANE, op. cit. pp. 73-76; M. WALZER, art. cit. pp. 31-39; Ch. TAYLOR, art. cit, pp. 221-224; R. BELLACH y otros, Hbitos del corazn, Madrid, Alianza, 1989, esp. 2 parte, pp. 219-345; A. CORTINA, Hasta un pueblo de demonios. tica pblica y sociedad, Madrid, Taurus, 1999, cap.XIII, pp. 185-201. 384 J. MUGUERZA, tica y derecho: del liberalismo al libertarismo Conferencia impartida en el Seminario de la UIMP de Valencia en Julio de 1999 dirigido por A. CORTINA y J. CONILL bajo el ttulo Educar en la ciudadana. Captulo Tercero 280
1) LA DEMOCRATIZACIN DEL APARATO ESTATAL
Tras haber indicado en las dos partes anteriores del presente trabajo los males morales y polticos a los que se encuentra expuesta, segn el diagnstico tocquevilliano, la sociedad democrtica moderna (recordemos: el individualismo, la obsesin por el bienestar material, la pasin igualitaria, la tirana de la mayora y el despotismo paternalista del Estado-providencia), ha llegado el momento de ilustrar detalladamente los remedios que propone nuestro autor para solucionar dichos males y conseguir as que la revolucin democrtica sea algo provechoso para los hombres. Tales remedios han de extraerse de los recursos con los que cuenta la propia democracia, ya que todo intento de regular la democracia con prcticas tomadas de un rgimen ajeno a ella est condenado al fracaso. Tanto es as -podramos decir siguiendo a Tocqueville- que ni siquiera un dspota podra gobernar hoy en da mucho tiempo sin apelar, aunque sea demaggicamente, a los principios democrticos, y muy especialmente al de la igualdad. A mayor abundamiento, hay que recalcar que los susodichos remedios tienen, como decamos, su fundamento en un concepto de sociedad civil que proyecta su influjo democratizador en una doble y simultnea direccin: hacia el aparato estatal, exigiendo su desconcentracin y desburocratizacin; y hacia el tejido social, impulsando la creacin de un espritu cvico-poltico propio de ciudadanos y no de siervos democrticos. De acuerdo con este esquema Captulo Tercero 281 interpretativo, pasamos a ilustrar lo esencial de la primera de tales direcciones.
1-1) La descentralizacin poltico-administrativa y la potenciacin de las libertades locales
Como venimos indicando, la principal amenaza para la libertad democrtica proviene de la concentracin desmesurada del poder en manos del Estado y del creciente intervencionismo de ste en todos los mbitos de la vida social. A este respecto, Tocqueville vislumbra con extraordinaria lucidez la actuacin de una autoridad estatal siempre predispuesta a ejercer una tutela paternalista y a extenderla despticamente hasta penetrar en lo ms recndito de la existencia privada de los individuos.
Qu me importa despus de todo -escribe sobre este punto- que exista una autoridad siempre alerta que vigile que mis placeres sean tranquilos, que vuele por delante de mis pasos para desviar todos los peligros sin que tenga necesidad de pensar en ellos, si esa autoridad, al mismo tiempo que aparta as las menores espinas de mi camino, es duea absoluta de mi libertad y de mi vida, si monopoliza la actividad y la existencia hasta tal punto que es preciso que todo languidezca a su alrededor cuando ella languidece, que todo duerma cuando ella duerme, que todo perezca si ella muere? 385 .
Dicha amenaza es todava mayor si tenemos en cuenta, adems, que son los propios individuos movidos por la pasin igualitaria quienes confan gustosamente al Estado tales prerrogativas, y ello hasta el extremo de considerar a este
385 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 94. Captulo Tercero 282 mismo Estado como el remedio universal de todos sus problemas. Y por si fuera poco, una suerte de ilusionismo democrtico hace que tales individuos se consuelen de estar bajo tutela pensando que ellos mismos han escogido libremente a los encargados de gestionarla. En efecto,
con ese sistema, los ciudadanos salen por un momento de la dependencia para sealar a sus amos y vuelven a entrar en ella. Hay en nuestros das muchas personas que se acomodan muy fcilmente a esa especie de compromiso entre el despotismo administrativo y la soberana del pueblo y que piensan tener suficientemente garantizada la libertad() cuando se la entregan a los representantes del poder nacional 386 .
La irona de la situacin consiste en que una aparente democracia anima a los hombres a ceder su libertad a cambio del bienestar igualitario y con ello acaban renunciando sin saberlo a lo nico que podra emanciparles. ste es, sintticamente expresado, un motivo de preocupacin constante a lo largo de toda la obra tocquevilliana, pero es en la parte final de la 2 parte de La Democracia en Amrica donde se analiza este problema con mayor profundidad y, sobre todo, donde se proponen los medios para su posible y deseable resolucin. El examen del ejemplo norteamericano sugiere, a este respecto, el empleo de ciertos recursos propios del arte poltico democrtico que sirven para contrarrestar de un modo tan legtimo como eficaz esa tendencia que lleva, como si de un proceso natural se tratase, a la sociedad democrtico- moderna hacia la omnipotencia del poder estatal.
386 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 374. Captulo Tercero 283 Creo que en los pueblos democrticos que estn por venir -dice Tocqueville- la independencia individual y las libertades locales sern siempre un producto del arte. La centralizacin ser el gobierno natural 387 .
As pues, el desarrollo de la autonoma municipal -y la correspondiente descentralizacin poltico-administrativa del poder estatal- ocupa un lugar de primer orden en esta idea tocquevilliana de apelar a la cultura poltica democrtica como antdoto de los males que trae consigo el creciente protagonismo del Estado en el estado social democrtico. Pero antes de ilustrar lo que propone concretamente sobre este punto, conviene -a mi juicio- realizar dos observaciones fundamentales para evitar posibles malentendidos sobre la propuesta de nuestro autor. En primer lugar, hay que subrayar que a Tocqueville no se le oculta, ciertamente, lo que en el aumento de las prerrogativas del Estado hay de inevitable y sobre todo de justo; y ya no solamente por corresponder a las nuevas necesidades que comporta el proceso de modernizacin social, sino muy especialmente porque en los regmenes aristocrticos la sociedad a menudo se sacrifica al individuo y la prosperidad del mayor nmero a la grandeza de algunos 388 . Nuestro autor no ignora, pues, en qu medida el Estado democrtico ha contribuido a reparar la profunda injusticia social en la que se cimentaba el antiguo orden feudal, pero de ah no se deduce que todo incremento del poder estatal sea justamente aceptable. Y ello porque teme que al despotismo
387 Ibidem, p. 344. 388 Ibidem, p. 380. Captulo Tercero 284 oligrquico-aristocrtico de la vieja sociedad le suceda el despotismo burocrtico del Estado en la nueva. En este sentido, no se trata de combatir sin ms el poder del Estado, sino de limitar democrticamente dicho poder para impedir que abusando de su agilidad y de su fuerza () sacrifique impnemente los derechos individuales a la ejecucin general de sus proyectos 389 . Tocqueville razona aqu en clave liberal pero, a diferencia de muchos liberales de su poca -y aun de la nuestra-, no cree que dicho problema se resuelva sin ms con mecanismos jurdico-constitucionales y con un gobierno representativo encargado de dirimir los grandes asuntos del pas. Hace falta adems -como muy bien han comprendido los norteamericanos-, crear una activa vida poltica en cada porcin del territorio, ya que ello multiplica las ocasiones en las que los individuos pueden actuar conjuntamente y sentir que dependen los unos de los otros, que viven en sociedad y, en definitiva, que es tarea suya -y no cosa de la instancia estatal y sus agentes- el interesarse qua ciudadanos por el bien pblico. Y en este sentido -aade nuestro autor-, el gobierno de los pequeos asuntos conviene ms para este efecto que la direccin de los grandes. En efecto,
difcilmente se aparta a un hombre de s mismo para interesarlo en el destino de todo el Estado, porque comprende mal la influencia que la suerte del Estado puede ejercer sobre la suya. Pero si hay que hacer pasar un camino por un extremo de su finca,
389 Ibidem, p. 380, 384. En una de sus cartas dirigida a su amigo y editor al ingls de sus obras H. Reeve, nuestro autor expresa esta misma idea cuando afirma, en tono de sentencia, lo siguiente: El gran peligro de los tiempos democrticos, est usted seguro, es la destruccin o el debilitamiento de las partes del cuerpo social en favor del todo. A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Correspondance anglaise, Paris, Gallimard, 1954, VI, I, p. 52. (la traduccin es nuestra). Captulo Tercero 285 comprobar al primer vistazo que hay una relacin entre ese pequeo asunto pblico y sus mayores intereses privados y descubrir, sin que se le ensee, el vnculo estrecho que une all el inters particular al inters general 390 .
De este modo, podramos concluir esta primera consideracin preliminar diciendo que es a la praxis tico-poltica del inters bien entendido en lo que hay que confiar fundamentalmente para potenciar la democracia local y descentralizar, correlativamente, el poder del Estado, y no tanto en los mecanismos de ndole jurdica destinados a tal efecto. Y es que, como bien subrayan algunos de sus intrpretes 391 , la importancia de los mores prima sobre la de las leyes en el pensamiento tocquevilliano sobre este punto. La segunda observacin previa hace referencia a lo que entiende precisamente Tocqueville por centralizacin, lo cual resulta decisivo para captar el sentido de su propuesta en favor de la descentralizacin del poder estatal. A este respecto, hay que sealar que nuestro autor distingue, primeramente, entre lo que llama la centralizacin gubernamental y la centralizacin administrativa para sostener, a continuacin, que no es tanto la primera cuanto la segunda o la indistincin entre ambas lo que causa el debilitamiento de las libertades locales; y de ah el peligro del despotismo estatal en la sociedad democrtica. En efecto,
390 Ibidem, p. 143 s. 391 As por ejemplo, J. T. SCHLEIFER, op. cit. p. 146; P. BASTID, Tocqueville et la doctrine constitutionnelle dans Alexis de Tocqueville. Livre du Centenaire 1859-1959, Paris, CNRS, 1960, p. 45 s.; F. BURDEAU, Tocqueville et la rgionalisation dans Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de lUniversit de Caen, 1991, Cahiers de Philosophie Politique et Juridique, n 19, p. 104. Captulo Tercero 286 Algunos intereses -nos dice- son comunes a todas las partes de la nacin, tales como la formacin de leyes generales y las relaciones del pueblo con los extranjeros. Otros intereses son peculiares a ciertas partes de la nacin, tales como, por ejemplo, los asuntos municipales. Concentrar en un mismo lugar o en una misma mano el poder de dirigir los primeros es establecer lo que llamar centralizacin gubernamental. Concentrar de la misma manera el poder de dirigir los segundos es establecer lo que denominar centralizacin administrativa.() Se comprende que la centralizacin gubernamental adquiere una fuerza inmensa cuando se une a la centralizacin administrativa. En ese caso, acostumbra a los hombres a hacer abstraccin completa y continua de su voluntad, a obedecer no una vez y sobre un punto, sino en todos y todos los das. Entonces, no solamente los doma por la fuerza, sino que tambin los atrapa por los hbitos. Los asla y a continuacin se apodera de ellos uno a uno, de entre la masa comn. Estas dos clases de centralizacin se prestan mutuo auxilio, se atraen la una a la otra. Pero no podra crer que sean inseparables.() Por mi parte, no puedo concebir que una nacin sea capaz de vivir, y sobre todo de prosperar, sin una fuerte centralizacin gubernamental. Pero creo que la centralizacin administrativa slo sirve para debilitar a los pueblos que se someten a ella porque tiende sin cesar a disminuir en ellos el espritu de ciudadana () y veo en ello un elemento de despotismo 392 .
Si bien es cierto que la referida distincin tocquevilliana entre ambos tipos de centralizacin es harto problemtica - quin podra decir de modo preciso dnde estn las fronteras entre gobierno y administracin o, si se prefiere, entre los intereses generales de un pas y los intereses especiales o particulares de cada una de las partes de su territorio?-, pensamos que lo que nuestro autor pretende con ella es abogar, siguiendo el ejemplo norteamericano, por una descentralizacin administrativa que proporcione a las corporaciones locales las competencias necesarias para su autogobierno, pero sin que
392 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p.86 ss. Captulo Tercero 287 ello suponga renunciar a un tratamiento poltico centralizado y limitado a los grandes principios que afectan a todos. Se trata, ciertamente, de un equilibrio complicado, pero que Tocqueville juzga imprescindible para evitar, por un lado, el peligro desptico que se deriva de un intervencionismo estatal ilimitado y, por otro, el peligro de que las entidades locales caigan en el egosmo individualista y acaben confundiendo el inters general con el suyo propio y particular. De todos modos, concluiramos, siguiendo a ZETTERBAUM, que el autor de La Democracia en Amrica no llega a ofrecernos un criterio preciso para la determinacin de los asuntos que corresponde resolver a las autoridades locales y no a las centrales, y viceversa 393 . Dicho esto, podemos pasar a preguntarnos lo siguiente: cules son los beneficios para la libertad democrtica que Tocqueville atribuye a la descentralizacin estatal y al desarrollo concomitante de la autonoma local? A efectos analtico-expositivos, podemos distinguir entre beneficios de tipo cvico-social y beneficios de ndole ms poltico- institucional. Por lo que se refiere a los primeros cabe sealar, en primer lugar, que la prctica del self-government municipal arranca a los sujetos de su aislamiento individual, les hace ver la interdependencia existente entre su inters particular
393 M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en L. STRAUSS y J. CROPSEY (comp.) Historia de la Filosofa Poltica, Mxico, F.C.E., 1993, p. 728. En este mismo sentido se pronuncia J.J. TRAS VEJARANO en La autonoma local y las asociaciones en el pensamiento de Tocqueville en Revista de estudios polticos, Madrid, 1962, n 123, p. 168. Esta importante laguna en el pensamiento tocquevilliano sobre la cuestin le lleva a F. BURDEAU a concluir que la ruptura de nuestro autor con la tradicin republicano- centralista francesa est lejos de ser total. F. BURDEAU, op. cit. p. 108. Captulo Tercero 288 y el comn, desarrolla el sentido de la solidaridad social y les induce, en definitiva, a participar activa y responsablemente qua ciudadanos en la direccin de los asuntos pblicos. De este modo, el autogobierno local se revela -da a da y aplicndose en los problemas ms cotidianos- como un poderoso medio para superar esa temible asociacin entre individualismo y centralizacin estatal sobre la que se asienta, segn Tocqueville, el despotismo democrtico. En este sentido, hay que tener en cuenta que la estrategia favorita de quienes ejercen el poder estatal consiste en recomendar abiertamente -o cuando menos en favorecer de un modo velado- el desinters de la ciudadana por la cosa pblica y la concentracin en los propios negocios de cada cual salvo en los momentos de contienda electoral (momentos, dicho sea de paso, en los que conviene magnificar la importancia del voto como si se tratase del acto por excelencia del ejercicio ciudadano). Ante dicha estrategia cabra responder, siguiendo el espritu crtico tocquevilliano, con las siguientes palabras: qu importa, a fin de cuentas, ser ciudadano por un instante si se es sbdito en los asuntos de cada da! De lo que se trata, pues, con la autonoma municipal es de no repetir, a pequea escala, los vicios pseudodemocrticos de la centralizacin administrativa, del electorerismo y del dficit participativo de la ciudadana en la discusin y toma de decisiones acerca de lo pblico. Pero, sobre todo, se trata de potenciar el espritu cvico-social de los individuos y de recordarles, de mil maneras, que no pueden ser plenamente individuos si no son al mismo tiempo ciudadanos, lo que Captulo Tercero 289 significa que han de comunicarse y deliberar con sus conciudadanos acerca del gobierno de los asuntos comunes. Quizs uno de los mejores pasajes de La Democracia en Amrica en donde Tocqueville resume mejor esta idea -inspirndose para ello en el contraste entre la vida municipal americana y la europea de su tiempo-, sea el siguiente:
El municipio de Nueva Inglaterra cuenta con dos ventajas que, dondequiera que se encuentren, excitan vivamente el inters de los hombres, a saber: la independencia y el poder social.() El habitante de Nueva Inglaterra se apega a su municipio no tanto por haber nacido en l como porque ve en ese municipio una corporacin de la que l forma parte y que merece la pena tratar de dirigir. Sucede a menudo en Europa que los mismos gobernantes lamentan la ausencia del espritu municipal, pues todo el mundo conviene en que es un elemento de orden y tranquilidad, pero no saben como crearlo. Al hacer fuerte e independiente al municipio temen repartir el poder social y exponer al Estado a la anarqua. Ahora bien, quitad la fuerza y la independencia al municipio y no encontraris en l ms que administrados y no verdaderos ciudadanos 394 .
Entre los beneficios cvico-sociales de la autonoma local, Tocqueville destaca, en segundo lugar, el papel educativo de sta en la adquisicin y prctica del hbito democrtico del autogobierno por parte de la ciudadana y, consecuentemente, en la difusin ilustrada del espritu de libertad a lo largo y ancho del cuerpo social. Esta idea del municipio como escuela de autogobierno abierta a todos y, en ese sentido, conformadora de un autntico ethos democrtico le lleva a proclamar lo siguiente:
394 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 68. Captulo Tercero 290 es en el municipio donde reside la fuerza de los pueblos libres. Las instituciones municipales son para la libertad lo que las escuelas primarias para la ciencia: la ponen al alcance del pueblo, le hacen gozar de su uso pacfico y le acostumbran a servirse de ella. Sin instituciones municipales, una nacin puede darse un gobierno libre, pero no tendr el espritu de la libertad. Las pasiones pasajeras, los intereses del momento, el azar de las circunstancias pueden darle las formas exteriores de la independencia, pero el despotismo reprimido en el interior del cuerpo social reaparece, tarde o temprano, en la superficie 395 .
En tercer y ltimo lugar, nuestro autor subraya que la principal ventaja de la autonoma municipal -y en la que, en cierto modo, se resumen las anteriores- es la de ser una condicin que permite a los ciudadanos el ejercicio regular de la libertad poltica, de la libertad-participacin 396 ; y esto les convierte propiamente en soberanos y no en sbditos de la administracin estatal. En efecto, cuando los hombres se interesan y participan de un modo significativo en el gobierno de los asuntos colectivos, entonces -viene a decir Tocqueville- se avivan las energas sociales, renace el espritu pblico y se despierta en cada uno de ellos un sentido de la responsabilidad ante su destino comn y privado que hace del municipio la imagen viva de una repblica democrtica, en donde son propiamente los ciudadanos quienes se gobiernan a s mismos y no esa extraa entidad todopoderosa llamada gobierno. Muy al contrario sucede cuando el desinters por lo pblico, la apata cvico-poltica y la cesin total de la voluntad ciudadana en manos de sus representantes electos -
395 Idem que nota anterior, p. 62 s. 396 Sobre esta idea tocquevilliana de la ciudadana como participacin insiste D. GOLSTEIN en Alexis de Tocquevilles concept of citizenship en Proceedings of The American Philosophical Society 1964, n 108, pp. 39-53. Captulo Tercero 291 y de toda esa plyade de funcionarios al servicio de la administracin local o estatal- caracterizan la vida del municipio. En este caso, la fuente del espritu pblico est como agotada y ocurre que esos individuos -que lo esperan todo del padre-Estado y de cuyo destino se sienten poco responsables- tan pronto se complacen en desafiar o en escapar a la ley cuando no es la fuerza represora quien se encuentra inmediatamente detrs de ella, como se someten de buen grado a los designios de los expertos en mandar y obedecen sin rechistar a la menor arbitrariedad de un funcionario. Pero dejemos al propio Tocqueville que tome la palabra para retratarnos, con esa lucidez que le caracteriza, ese comportamiento -servil y licencioso a la vez- que caracteriza al moderno sbdito democrtico:
Existen naciones en () donde el habitante se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar que ocupa. En su pas, los mayores cambios sobrevienen sin su concurso. No sabe siquiera con precisin lo que ha pasado.() Ms an, la fortuna de su pueblo, la limpieza de su calle, la suerte de su iglesia y casa parroquial no le afectan en absoluto. Piensa que todas esas cosas no le ataen en manera alguna y que pertenecen a un extrao poderoso que se llama gobierno (a cada instante se creera oirle decir: qu me importa, es asunto de la autoridad proveer a todo eso y no es asunto mo).() Ese hombre, por lo dems, aunque haya hecho un sacrificio tan completo de su libre albedro, no gusta ms que otro de la obediencia. Se somete, es verdad, al capricho de un funcionario, pero le gusta desafiar la ley, como a un enemigo vencido, tan pronto como se retira. Por eso se le ve oscilar de continuo entre la servidumbre y el libertinaje 397 .
397 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 94. Captulo Tercero 292 En lo que concierne a las ventajas de corte ms especficamente poltico-institucional de la autonoma local, nuestro autor se refiere, en primer lugar, al municipio entendido como un poder intermedio que acta como barrera frente al poder central y contribuye de este modo a la preservacin de las libertades individuales. Como indicamos anteriormente, la famosa teora de Montesquieu sobre los cuerpos intermedios, desarrollada en El espritu de las leyes, es recogida por Tocqueville y modificada para adaptarla al estado social democrtico. En este sentido, no se trata de reconstruir sin ms los viejos poderes nobiliarios situando ahora al municipio en el lugar de la aristocracia, sino de trasladar el papel anticentralista y el espritu de independencia de sta a la corporacin local pero asentndolos en una base democrtica. De modo que lo que en el Antiguo Rgimen aristocrtico descansaba en la nobleza -ya sea como detentadora del poder poltico, ya como potencia de vinculacin social-, se transfiere ahora al municipio estructurado democrticamente. Y ello porque constituir de nuevo poderes intermedios es particularmente necesario en un estado social en el que la igualacin de las condiciones y sus efectos individualistas tienden a aislar a los individuos y a debilitar su poder de influencia frente a un Estado cada vez ms sobredimensionado y amenazantemente desptico. As pues, las corporaciones locales -y con ello se refiere nuestro autor tanto a las municipales como a las provinciales- constituyen un cauce adecuado para combatir dicho peligro en un doble sentido: ayudando a los hombres a salir de s mismos y a Captulo Tercero 293 ocuparse de sus intereses comunes; y creando, adems, un poder poltico democrtico que, situado entre los individuos y el Estado, disminuya el riesgo de despotismo por parte de ste y proteja las libertades de aquellos. De esta manera -viene a concluir Tocqueville- se obtendran las grandes ventajas socio-polticas de la antigua aristocracia, pero sin pagar el tributo de sus injusticias y de sus tendencias oligarquizantes. A este respecto, escribe lo siguiente:
Creo las instituciones provinciales tiles para todos los pueblos, pero ninguno me parece tener una necesidad ms real de esas instituciones que aquel cuyo estado social es democrtico.() en una aristocracia el pueblo est al abrigo de los excesos del despotismo porque hay siempre fuerzas organizadas dispuestas a resistir al dspota. Una democracia sin instituciones provinciales no posee ninguna garanta contra males semejantes. Cmo hacer soportar la libertad en las grandes cosas a una multitud que no ha aprendido a servirse de ella en las pequeas? Cmo resistir a la tirana en un pas donde cada individuo es dbil y donde los individuos no estn unidos por un inters comn? Los que temen el libertinaje y los que tienen miedo del poder absoluto deben, por tanto, desear por igual el desarrollo gradual de las libertades provinciales 398 .
Aunque se est examinando el papel de las corporaciones locales y provinciales en la democracia americana, no cabe duda de que nuestro autor est pensando en la ruina de tales instituciones en Francia, iniciada durante el Antiguo Rgimen y completada por obra de la Revolucin. Esta tendencia no ha hecho, desde entonces, ms que continuar y, aunque se hayan apagado en gran medida los furores revolucionarios, persiste el paradjico resultado de hacer aparecer a los defensores de
398 Idem que nota anterior, p. 97. Captulo Tercero 294 las prerrogativas estatales conquistadas por la Revolucin como paladines de la libertad cuando, en el fondo, no han hecho sino sentar las bases del nuevo despotismo democrtico. Refirindose a ello, nuestro autor dice:
La Revolucin se pronunci a la vez contra la realeza y contra las instituciones provinciales. Confundi en el mismo odio todo lo que la haba precedido, el poder absoluto y aquello que poda templar sus rigores. Fue a la vez republicana y centralizadora. Este doble carcter de la Revolucin francesa es un hecho del que los amigos del poder absoluto se apoderaron muy cuidadosamente. Cuando los veis defender la centralizacin administrativa, creis que trabajan en favor del despotismo?. De ninguna manera, defienden una de las grandes conquistas de la Revolucin. De esta manera se puede seguir siendo popular y enemigo de los derechos del pueblo, servidor oculto de la tirana y amante reconocido de la libertad 399 .
Con su propuesta en favor de la descentralizacin estatal y la autonoma local, Tocqueville se adhiere -en segundo lugar- a la teora liberal de Montesquieu sobre la divisin de poderes, pero dotndola adems de un sentido, por as decirlo, poltico-territorial 400 . Como ya indicamos anteriormente, Tocqueville cuestiona el despotismo derivado de la concentracin de todos los poderes en manos del Estado y aboga -en la lnea de Montesquieu- por la idea de su separacin con el consabido fin de establecer un sistema institucional en el que los poderes legislativo, ejecutivo y judicial se frenen y contrapesen entre s, garantizando con ello las libertades civiles y polticas fundamentales. Ahora bien, a ese sentido clsico -y, por as decirlo, horizontal-
399 Ibidem, p. 99. 400 J. J TRAS VEJARANO, art. cit. p. 175. Captulo Tercero 295 de desconcentracin del poder estatal habra que aadirle - segn nuestro autor- el sentido vertical de una descentralizacin del mismo que dote a las instituciones locales de autonoma y protagonismo suficiente para que florezca en su seno un espritu de libertad democrtica capaz de ejercer desde ah una influencia beneficiosa de abajo hacia arriba sobre el resto de las instituciones superiores del Estado. El ejemplo de la estructuracin y el funcionamiento poltico-institucional de la democracia americana nos invita - sostiene Tocqueville- a considerar muy seriamente esta idea. Nuestro autor destaca, finalmente, el papel del municipio como marco poltico-institucional idneo para tratar de un modo democrtico-participativo -y ya no solamente representativo- la conjuncin del inters particular con el general, es decir, la construccin bien entendida de un inters comn que supere los inconvenientes que trae consigo tanto su concepcin utilitario-individualista como la estatal- intervencionista. Y ello porque solamente desde esta perspectiva puede decirse propiamente que el municipio es una institucin libre y no un instrumento al servicio de la administracin centralizada del Estado o del inters particular de una minora de individuos opulentos. En efecto,
desde el momento en que los asuntos comunes se tratan en comn, cada hombre se da cuenta de que no es tan independiente de sus semejantes como se figuraba al principio y que para obtener su apoyo a menudo debe prestarles ayuda. Cuando el pblico gobierna, no hay hombre que no sienta el valor de la benevolencia pblica y que no busque cautivarla atrayendo la estima y el afecto de aquellos en medio de los cuales debe vivir. Algunas de las pasiones que paralizan los corazones y los dividen son entonces Captulo Tercero 296 forzadas a retirarse al fondo del alma() y el egosmo tiene miedo de s mismo(). El gran objetivo de los legisladores en las democracias debe ser, pues, el de crear intereses comunes que hagan a los hombres entrar en contacto los unos con los otros. Las instituciones que conducen a este resultado son necesarias para los pueblos democrticos ya que hacen en stos que la sociedad subsista, pues qu es la sociedad para los seres que piensan, sino la comunicacin y el contacto de los espritus y de los corazones?. Esto debe conducirnos a las instituciones libres, que hacen nacer esos asuntos comunes 401 .
En definitiva, digamos que para Tocqueville sin el ejercicio continuado de la libertad poltica por parte de la ciudadana en el mbito municipal, no hay ni inters comn, ni instituciones libres, ni comunidad social propiamente dicha.
1-2) La desburocratizacin de las instituciones polticas
Como hemos indicado, la descentralizacin poltico- administrativa del Estado y la potenciacin correlativa de las libertades locales resultan esenciales, segn Tocqueville, para que la democracia se desarrolle de un modo genuino y no degenere en despotismo. Ahora bien, dicha tarea sera incompleta si este proceso de desconcentracin y limitacin del poder estatal no se viera acompaado, al mismo tiempo, de una operacin de desburocratizacin aplicada a la organizacin y funcionamiento mismo de las instituciones polticas democrticas. Aunque nuestro autor no emplea los trminos burocracia o desburocratizacin y haya que esperar a M. Weber para encontrar una teora propiamente dicha del fenmeno burocrtico y sus consecuencias en el universo poltico
401 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 142, 143. Captulo Tercero 297 moderno, pensamos que no son pocas las reflexiones tocquevillianas que apuntan claramente hacia la idea de que una concepcin puramente instrumental, regimentista y funcionarial de las instituciones polticas constituye un serio inconveniente para el desarrollo de la libertad democrtica. En este sentido, resultan particularmente ilustrativas, a mi juicio, algunas de sus consideraciones crticas acerca de la organizacin y actuacin de los partidos, as como su argumentacin en favor de la institucin del jurado. En lo que concierne al primero de estos puntos, hay que sealar de entrada y para evitar malentendidos que no hay en Tocqueville una teora sistemtica de los partidos polticos y por este motivo la reflexin sobre los mismos que se encuentra en La Democracia en Amrica presenta -observan sus intrpretes 402 - enormes lagunas al lado de observaciones de una extraordinaria sagacidad. En su descargo, podra alegarse que en su tiempo el sistema de partidos aun no haba adquirido el desarrollo que le ha convertido hoy en da en pieza fundamental del ordenamiento poltico democrtico. De todos modos, creemos que hay unas cuantas observaciones crticas sobre los partidos polticos que tienen un enorme inters para la teora actual de la democracia, y ello porque inciden en algunos de los defectos de los mismos que cabe corregir si no
402 As por ejemplo, N. MATTEUCCI, Il problema del partito politico nelle riflessioni dAlexis de Tocqueville, Pensiero Politico I (1), 1968, pp. 39-92; G. BONETTO, Alexis de Tocquevilles concept of political parties, American Studies, 22 (2), 1981, pp. 59-79; JJ. TRAS VEJARANO, art. cit. p. 181-183; J. M. SAUCA, op. cit. pp. 586-589. Captulo Tercero 298 queremos que la democracia misma degenere en un despotismo partitocrtico. Vemoslas, pues, con cierto detenimiento. Nuestro autor no muestra, en principio, una adhesin entusiasta por los partidos y, aunque reconoce que tales instituciones expresan y canalizan la libertad democrtica de asociacin en su dimensin propiamente poltica, no duda en considerarlos, a la vista de los defectos que presentan a menudo, como un mal inherente a los gobiernos libres 403 . Para la mejor comprensin de este punto, hay que remitirse a la distincin que el propio Tocqueville establece entre lo que llama grandes y pequeos partidos 404 , sirvindose para ello de un criterio de diferenciacin cuya clave no est, como pudiera parecer, en el aspecto meramente cuantitativo, sino en la magnitud y elevacin moral de los intereses por los que luchan unos y otros. En este sentido, los grandes partidos - nos dice- son aquellos cuyo programa de actuacin gira en torno a las cuestiones de ndole socio-poltica ms general y que afectan, por tanto, a los principios bsicos de la convivencia democrtica (as, por ejemplo, el orden constitucional, la extensin o restriccin del poder popular, el carcter de la propiedad, etc). Por el contrario, los pequeos partidos se mueven en torno a objetivos polticos ms concretos, tienen miras ms limitadas y persiguen la satisfaccin de intereses particulares dejando de lado los generales. Como puede verse a tenor de lo dicho, las preferencias de nuestro autor recaen sobre la generosidad y la amplitud de miras de los primeros, aprecindose adems un
403 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 170. 404 Idem que nota anterior, p. 171. Captulo Tercero 299 claro desprecio por la ptica poltica adoptada por los segundos. En efecto,
lo que yo llamo grandes partidos polticos son aquellos que se adhieren a los principios ms que a sus consecuencias, a las generalidades y no a los casos particulares, a las ideas y no a los hombres. Esos partidos tienen generalmente rasgos ms nobles, pasiones ms generosas, convicciones ms reales, un proceder ms franco y ms audaz que los otros. () Los pequeos partidos, por el contrario, carecen generalmente de fe poltica. Como no se sienten elevados y sostenidos por grandes objetivos, su carcter est impregnado de un egosmo que aparece ostensiblemente en cada uno de sus actos 405 .
A pesar de la referida clasificacin y la distinta valoracin que le merecen uno y otro tipo de partido poltico, nuestro autor no deja de advertir lo que considera como el principal defecto en el que suelen incurrir ambos: a saber, su actuacin meramente estratgica e incluso groseramente instrumental y su desatencin concomitante a la dimensin moral y a la bsqueda del inters general que debera presidir ante todo su praxis poltica. A este respecto, nos dice refirindose a los primeros -a los grandes partidos- lo siguiente:
el inters particular, que juega siempre un papel principal en las pasiones polticas, se esconde entonces ms hbilmente bajo el velo del inters pblico, llegando incluso a veces a ocultarse a las miradas de aquellos a quienes inspira y hace actuar 406 .
Y aade, refirindose a los segundos -a los pequeos partidos-, que
405 Ibidem, p. 171. 406 Ibidem, p. 171. Captulo Tercero 300 Los medios que emplean son miserables, como el fin mismo que se proponen. De ah viene que cuando a una revolucin violenta sucede un tiempo de calma, los grandes hombres parecen desaparecer de golpe y las almas se encierran sobre s mismas 407 .
A mayor abundamiento, la crtica se dirige tambin al inconveniente moral de fondo que presentan tanto el uno como el otro tipo de partido poltico. As pues,
unos y otros tienen, sin embargo, un rasgo comn: para llegar a sus fines casi nunca emplean medios que apruebe completamente la conciencia. Hay personas honradas en casi todos los partidos, pero se puede decir que no hay partido al que se deba calificar de persona honesta 408 .
Y en esta misma lnea, pero en otro lugar, prosigue su denuncia a la actuacin demaggico-instrumental de los partidos con estas duras palabras:
No conozco en el mundo nada ms miserable ni un espectculo ms vergonzoso que el que ofrecen las distintas pandillas (no merecen el nombre de partidos) que dividen la Unin en la actualidad. Se ve debatir en su interior, a plena luz, todas las mezquinas y vergonzosas pasiones que de ordinario tienen cuidado de ocultarse en el fondo del corazn del hombre. En cuanto al inters del pas, nadie piensa en l y si se le menta es por formalidad. Los partidos lo sitan a la cabeza de su acto de asociacin, como hacan sus padres, para conformarse a un hbito antiguo. No hay ms relacin con el resto de la obra que el privilegio del rey que nuestros padres impriman en la primera pgina de sus libros 409 .
Algunos comentaristas, como por ejemplo J. M. SAUCA 410 , interpretan que la referida crtica de nuestro autor a la
407 Ibidem, p. 171. 408 Ibidem, p. 171. 409 A. DE TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Voyages en Sicile et aux Etats- Unis, Paris, Gallimard, 1957, V, 1, p. 197. 410 J. M. SAUCA, op. cit. p. 588. Captulo Tercero 301 actuacin de los partidos polticos va dirigida especialmente a cuestionar esa especie de vnculo perverso compuesto de dominio demaggico de los mediocres y tirana de la mayora que impide el acceso de las personas ms competentes al gobierno de las sociedades democrticas. A partir de ah, deducen que lo que propone Tocqueville como alternativa es un modelo de partido poltico cercano a lo que denomina grandes partidos, pero capaz de reclutar y elevar a la direccin de los mismos a los mejores, con lo que convierten al aristcrata normando en un precedente de las teoras representativo- elitistas de la democracia que ms tarde formularan Mosca, Pareto, Michels y Schumpeter. En apoyo de esta interpretacin suelen citar la siguiente declaracin de Tocqueville, contenida en una carta dirigida a J. Stuart Mill:
Para los partidarios de la democracia lo que importa es mucho menos encontrar la manera de hacer gobernar al pueblo que hacer que el pueblo escoja a los ms capacitados para gobernar, y de darles sobre aquellos un imperio suficientemente grande para que pueda dirigir el conjunto de su conducta, y no el detalle de los actos, ni los medios de ejecucin. se es el problema. Estoy convencido de que de su solucin depende la suerte de las naciones modernas 411 .
De modo que, segn esta lectura, el principal problema de los partidos polticos de la poca sera, para Tocqueville, de carcter fundamentalmente instrumental y no, como hemos indicado nosotros, de ndole moral. Aunque es cierto que hay textos de Tocqueville, como el citado, que apoyan la referida interpretacin de SAUCA, no lo es menos que hay otros que
411 A. De TOCQUEVILLE, Oeuvres Compltes. Correspondance anglaise avec H. Reeve et J. Stuart Mill, Paris Gallimard, 1954, V, I, p. 303. Vase al respecto J. M. SAUCA, op. cit. p. 154. Captulo Tercero 302 pueden aducirse tambin para sostener que de la crtica tocquevilliana de los partidos polticos se infiere tambin la necesidad de un modelo de partido poltico ms participativo, menos burocratizado y sobre todo ms abierto al impulso democrtico proveniente de las asociaciones cvicas y de la opinin pblica. Y ello porque, en caso contrario, corremos el peligro -ya advertido por el propio Tocqueville- de abonar una suerte de despotismo partitocrtico que, lejos de corregir la tirana de la mayora, la sustituya por una tirana de la minora amparada en el funcionamiento maquiavlico y la organizacin maquinal de los partidos polticos. Vase sino el siguiente pasaje de La Democracia en Amrica en donde nuestro autor critica la organizacin, digamos oligarquizada y burocrtico-militar, de ciertos partidos polticos europeos a diferencia del carcter ms propiamente democrtico -en el sentido de una mayor democracia interna- que muestran algunas asociaciones polticas americanas, y de cuyo ejemplo deberan tomar nota los partidos polticos tanto americanos como europeos:
Al ser el objetivo principal de esas asociaciones() el combatir y no el convencer, estn naturalmente inclinadas a darse una organizacin que no tiene nada de civil y a introducir en su interior hbitos y mximas militares. As, se las ve centralizar todo lo que pueden la direccin de sus fuerzas y entregar el poder de todos en manos de un nmero muy pequeo. Los miembros de esas asociaciones responden a un santo y sea, como los soldados en campaa, y profesan el dogma de la obediencia pasiva o, ms bien, al unirse hacen de una vez el sacrificio de su juicio y su libre arbitrio. De este modo, reina con frecuencia en el interior de esas asociaciones una tirana ms insoportable que la que se ejerce en la sociedad en nombre del gobierno(). Ello disminuye Captulo Tercero 303 mucho su fuerza moral(). Los americanos han establecido tambin un gobierno en el interior de las asociaciones, pero es, si puedo expresarme as, un gobierno civil. La independencia individual participa de l. Como en la sociedad, todos los hombres marchan al mismo tiempo hacia el mismo fin, pero ninguno est obligado a marchar exactamente por los mismos caminos. No sacrifican su voluntad ni su razn, sino que aplican su voluntad y su razn a hacer triunfar una empresa comn 412 .
A mayor abundamiento, resulta cuando menos chocante que el propio SAUCA concluya su reflexin sobre la teora de las asociaciones en Tocqueville afirmando -contrariamente a su anterior lectura en la que nos presenta a un Tocqueville precursor de las teoras elitistas de la democracia- que ste aboga por una profundizacin en la democracia liberal basada en el potencial de la sociedad civil, lo cual le acerca mucho al modelo desarrollista de la democracia propugnado por J. Stuart Mill y le convierte, adems, en un reconocido precedente de las tesis de carcter liberal-comunitarista que defienden hoy en da algunos de los ms reputados tericos de la democracia 413 (esto es, justamente la direccin tericamente opuesta a la seguida por las actuales concepciones elitistas de la democracia). Y es que en el fondo del pensamiento tocquevilliano, al igual que en el de otros autores liberales de la poca como B. Constant o J. Stuart Mill, se encuentra -a mi juicio- una tensin no resuelta del todo entre la concepcin protectora y la desarrollista del principio democrtico-representativo, lo que no deja de producir ciertas ambigedades e incluso consecuencias tericamente paradjicas. As por ejemplo, en Constant el nfasis puesto en la funcin
412 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 189. 413 J. M. SAUCA, op. cit. p. 603 s. Captulo Tercero 304 protectora del representacionismo le lleva a defender el sufragio restringido, lo cual limita a unos pocos -a los propietarios- las posibilidades de lograr la excelencia que procura la participacin poltica 414 . Algo parecido ocurre mutatis mutandis en J. Stuart Mill cuando propugna una representacin proporcional que asegure el protagonismo de los intelectuales en la direccin del proceso democrtico y evite de paso el peligro de un poder tirnico ejercido por una mayora inculta 415 . En el caso de Tocqueville, puede decirse que la referida tensin se debe especialmente a la presencia conjunta de elementos liberales y elementos republicanos en su visin de la participacin poltica democrtica. Y as, junto al recelo tpicamente liberal mostrado ante los efectos potencialmente tirnicos que trae consigo la extensin de la participacin poltica a las clases populares -la tan temida por l tirana de la mayora-, nos encontramos la reivindicacin, de clara inspiracin republicana, en pro de una activa y continuada participacin en la direccin de lo pblico por parte de todos los ciudadanos como forma ms adecuada de perfeccionar y, por as decirlo, moralizar la propia democracia representativa. Podemos finalizar este recorrido reflexivo diciendo que, a pesar de los defectos que presentan, de los peligros que encierran y de la correccin tico-democrtica que precisan, Tocqueville concibe a los partidos polticos como un elemento
414 Sobre este punto insiste E. GARCA GUITIN en El discurso liberal: democracia y representacin R. DEL GUILA, F. VALLESPN y OTROS La democracia en sus textos, Madrid, Alianza, 1998, cap. 3, p. 125. 415 A este respecto, vase C. B. McPHERSON, La democracia liberal y su poca, Madrid, Alianza, 1977, p.72 ss y D. HELD, Modelos de democracia, Madrid, Alianza, 1992, p. 119 ss. Captulo Tercero 305 sumamente importante para el desarrollo de la libertad de asociacin y el pluralismo democrtico. En este sentido, stos se insertan -junto a las corporaciones locales y a las asociaciones civiles- en su teora general de las asociaciones entendidas como cuerpos intermedios destinados a cumplir la triple funcin de combatir el individualismo, frenar el despotismo y potenciar el ejercicio pblico de la libertad en la sociedad democrtico-moderna. As pues,
est claro -escribe Tocqueville- que si cada ciudadano, a medida que se hace individualmente ms dbil y por consiguiente ms incapaz de preservar aisladamente su libertad, no aprendiese el arte poltico de unirse a sus semejantes para defenderla, la tirana crecera necesariamente con la igualdad 416 .
Las ideas de Tocqueville en favor de una mayor democracia interna en el mbito de las instituciones y la consiguiente necesidad de desburocratizar la organizacin y el funcionamiento de las mismas se observa, asimismo, en su reflexin sobre el jurado, al que cabe considerar en principio, tal y como muestra el ejemplo norteamericano, ms como una institucin poltica 417 que como una institucin meramente judicial. Y ello porque si bien se mira, la institucin del jurado es, como el sufragio universal, una consecuencia poltica que se deriva lgicamente del principio democrtico de la soberana popular. En efecto, poco soberano sera un pueblo que careciera por completo del derecho a juzgar aplicando las leyes que se da a s mismo para
416 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 146. 417 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 264. Captulo Tercero 306 gobernarse. No es de extraar, por tanto, que all donde no rige el principio de la soberana del pueblo, el poder establecido impida la instauracin del jurado, intente suprimirlo cuando ste existe, o por lo menos trate de manipularlo en una direccin favorable a la imposicin de sus prerrogativas absolutistas. A este respecto, escribe Tocqueville que
todos los soberanos que han querido hallar en s mismos las fuentes de su poder y dirigir la sociedad en lugar de dejarse dirigir por ella, han destruido la institucin del jurado o la han debilitado. Los Tudores enviaban a prisin a los jurados que no queran condenar y Napolen los haca escoger por sus agentes 418 .
Ahora bien, por convincentes que parezcan tales razones, hay partidarios del sistema del jurado -observa nuestro autor- que todava lo conciben en trminos estrechamente judiciales y, centrando su argumentacin sobre las condiciones que habran de reunir los miembros llamados a formar parte del mismo, propenden a ignorar el carcter poltico-democrtico de dicha institucin. Y es que el sistema del jurado significa, por encima de cualquier otra consideracin, que la ciudadana misma se halla legtimamente revestida del derecho a juzgar las infracciones a la ley, y de ah que pueda decirse propiamente que el jurado promueve el autogobierno de los ciudadanos. En este sentido, concluye nuestro autor que
el jurado es ante todo una institucin poltica y se le debe considerar como un modo de la soberana del pueblo. Hay que rechazarlo por entero cuando se rechaza la soberana del pueblo o ponerlo en relacin
418 Idem que nota anterior, p. 267. Captulo Tercero 307 con las otras leyes que establecen esa soberana. El jurado forma la parte de la nacin encargada de asegurar la ejecucin de las leyes, y para que la sociedad sea gobernada de una manera fija y uniforme es necesario que la lista de jurados se extienda o se reduzca con la de los electores. Es ese punto de vista el que, en mi opinin, debe siempre atraer la atencin principal del legislador. Lo dems es, por as decir, accesorio 419 .
Insistiendo en ello, cabe destacar que la actuacin del jurado afecta no solamente en la materia o en el resultado de los procesos judiciales, sino que su influencia se proyecta mucho ms all en la medida que refleja y contribuye a conformar el sentido mismo de la justicia que reina en el interior del cuerpo social. Por este motivo, arguye Tocqueville, la intervencin del jurado no habra de restringirse, como habitualmente se hace, a los asuntos de tipo penal y debera introducirse tambin -y muy especialmente- en las materias civiles. De este modo, cumplira una funcin pedaggica de primer orden, ya que ayudara a educar a los ciudadanos en la prctica cvico-democrtica de los derechos y de las responsabilidades que les corresponden y, en definitiva, les ilustrara acerca del valor de la justicia entendida como equidad. En efecto,
el jurado, y sobre todo el jurado civil, sirve para dar al espritu de todos los ciudadanos ()el respeto por la cosa juzgada y la idea del derecho.() Ensea a los hombres la prctica de la equidad. Cada uno, al juzgar a su vecino, piensa que l podr ser juzgado a su vez. Esto es verdad sobre todo con respecto al juzgado en materia civil: no hay casi nadie que tema ser un da objeto de un procesamiento criminal, pero todo el mundo puede tener un pleito civil. El jurado() hace sentir a todos que tienen deberes que cumplir para con la sociedad y que forman parte de su
419 Ibidem, p. 267. Captulo Tercero 308 gobierno() combate as el egosmo individual, que es como la herrumbre de las sociedades.() sta es, en mi opinin, su mayor ventaja() Lo considero como uno de los medios ms eficaces para la educacin del pueblo 420 .
Ahora bien, a pesar de las virtualidades democrtico- republicanas y antiburocrticas del sistema del jurado, nuestro autor no deja de preguntarse con cierta preocupacin - subrayan algunos de sus intrpretes 421 - si tales propiedades positivas resultan o no una garanta suficiente para evitar que el despotismo mayoritario se reproduzca de nuevo en el seno mismo de dicha institucin dando as lugar a las ms flagrantes injusticias revestidas de legalidad. Y ello porque podra suceder que el jurado funcionara como un espejo de los prejuicios en materia de justicia provenientes de la opinin pblica mayoritaria y, en este sentido, podra convertirse en instrumento de la tirana de la mayora en lugar de ser una institucin favorable al desarrollo de la libertad democrtica. Para contrarrestar dicha tendencia, Tocqueville confa en la institucin de un cuerpo de juristas especializados e independientes que, actuando junto al jurado, dirijan los procedimientos sin lesionar derechos fundamentales, hagan de rbitros desinteresados entre las partes en litigio y contengan mediante el espritu jurdico toda suerte de impulsos irreflexivos y eventualmente tirnicos que pudieran surgir en los participantes del proceso. A este respecto, el estudio de la realidad norteamericana le sirve, una vez ms, para aducir dicha solucin digamos intermedia
420 Ibidem, p. 268. 421 As por ejemplo J.T. SCHLEIFER, op. cit. p. 236 ss.; M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en L. STRAUUS y J. CROPSEY (comps) Historia de la Filosofa poltica, p. 728 ss. Captulo Tercero 309 entre la democracia directa y la direccin burocratizada para las instituciones encargadas de administrar justicia en una sociedad democrtico-moderna. En efecto,
es en los Estados Unidos donde se descubre con facilidad de qu manera el espritu jurista, por sus cualidades y dira incluso que por sus defectos, es apropiado para neutralizar los vicios inherentes al gobierno popular.() A sus instintos democrticos opone secretamente sus inclinaciones aristocrticas.()Los tribunales son los rganos ms visibles de los que se sirve el cuerpo de juristas para actuar sobre la democracia.() El jurado, que parece disminuir los derechos de la magistratura, funda en realidad su imperio en ellos y () es sobre todo con la ayuda del jurado en materia civil como la magistratura americana hace penetrar lo que he llamado el espritu jurdico hasta las ltimas filas de la sociedad. As, el jurado, que es el medio ms enrgico de hacer reinar al pueblo, es tambin el medio ms eficaz de ensearle a reinar 422 .
A la vista de este argumento, puede decirse que el papel desempeado aqu por los juristas rompe con el criterio tocquevilliano segn el cual la solucin a los problemas de la democracia ha de resolverse con recursos democrticos. Se trata, sin embargo, de una ruptura ms bien parcial, ya que si bien es cierto que los magistrados se distinguen por sus conocimientos jurdicos y por sus hbitos, digamos aristocrticos, no es menos cierto que los principios que legitiman su actuacin no son distintos de los del jurado popular y ello les impide constituirse en una clase aparte.
422 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 263, 269. Captulo Tercero 310
2) LA DEMOCRATIZACIN DE LA SOCIEDAD CIVIL
Como hemos tratado de probar en el apartado anterior, la profundizacin en la democracia pasa, segn nuestro autor, por la limitacin del poder estatal, lo cual requiere precisamente dividir, descentralizar y desburocratizar dicho poder con medios de carcter institucional. No se trata con ello de reducir al Estado a su mnima expresin, sino de prevenir la amenaza desptica que se deriva de la monopolizacin de su poder y, al mismo tiempo, de democratizarlo introduciendo una mayor participacin de la ciudadana en el interior de su entramado poltico-institucional. Ahora bien, aun siendo muy importante esta tarea, no es para Tocqueville ni decisiva, ni suficiente. La verdadera defensa de la democracia liberal se encuentra sobre todo en el mbito de los mores, es decir, en el desarrollo de una poderosa vida cvico-social situada ms all de la tutela estatal. En este sentido, nuestro autor no se cansa de repetir -tal y como dice KEANE- que una sociedad civil autoorganizada, pluralista e independiente 423 es una condicin fundamental para que la democracia se consolide y no caiga en el despotismo, incluido claro est el despotismo democrtico. Hace falta, por tanto, poner lmites propiamente sociales adems de institucionales al intervencionismo del Estado, y esta idea es lo que diferencia -en esencia- al pensamiento tocquevilliano tanto del liberalismo clsico como del socialismo estatal. Hay, no obstante, otro aspecto fundamental en la reflexin de Tocqueville que no ha sido -a
423 J. KEANE, op. cit. p. 76. Captulo Tercero 311 mi juicio- suficientemente destacado por sus intrpretes: a saber, que la sociedad civil no es un mbito, por as decirlo, inmaculado y totalmente a salvo de las tendencias despticas (recordemos la tirana de la mayora, el egosmo individualista, el inters desmedido por el bienestar material, etc), sino que se encuentra asimismo en peligro de degeneracin si los parmetros democrticos no regulan, a su vez, su imprescindible desarrollo. De modo que tambin la propia sociedad civil necesita democratizarse continuamente para que el despotismo -un despotismo social adems de poltico- no se reproduzca en su seno y acabe por frustrar y/o pervertir la revolucin democrtica en marcha. As pues, tambin en esta esfera la democracia anda necesitada de recursos democrticos que la perfeccionen, y para este fin Tocqueville confa fundamentalmente en tres de ellos: el asociacionismo ciudadano, una opinin pblica independiente y el cultivo sincero y tolerante de la religin. Veamos, a continuacin, cada uno de ellos con el detenimiento que se requiere.
2-1) El papel del asociacionismo ciudadano
El tratamiento de este punto exige que recordemos, aunque sea sumariamente, los principales rasgos que, a modo de tendencias, caracterizan -segn Tocqueville- a la sociedad democrtica moderna: atomizacin social, repliegue individualista en la esfera privada, ausencia de grandes influencias individuales y extensin del poder estatal. Dichos Captulo Tercero 312 rasgos hacen que, a diferencia de lo que ocurra en la sociedad aristocrtica, el asociarse para actuar en comn sea tan difcil como imprescindible en los pueblos democrticos. En efecto,
Las sociedades aristocrticas encierran siempre en su interior, en medio de una multitud de individuos que no pueden hacer nad por s mismos, un pequeo nmero de ciudadanos muy poderosos y muy ricos. Cada uno de stos() forma en ellas como la cabeza de una asociacin permanente y forzosa que est compuesta por todos los que tiene bajo su dependencia, y a los que hace participar en la ejecucin de sus proyectos. En las sociedades aristocrticas, los hombres no tienen necesidad de ligarse para actuar porque se mantienen as fuertemente unidos. Por el contrario, en los pueblos democrticos todos los ciudadanos son independientes y dbiles. No pueden casi nada por s solos y ninguno de entre ellos podra obligar a sus semejantes a prestarle su ayuda. Caen todos en la impotencia si no aprenden a ayudarse libremente 424 .
Desde estas premisas, ya podemos entrar en la cuestin que nuestro autor plantea con respecto al asociacionismo ciudadano. El problema consiste en que all donde la accin de los individuos no llega -y no llega dada su debilidad en la mayora de los casos- se crea un vaco que alguien tiene que llenar, y ese alguien acaba siendo el Estado si no lo hacen los mismos individuos asocindose. As pues,
es fcil prever que se acerca una poca en que el hombre estar cada vez menos en condicin de producir por s solo las cosas ms comunes y ms necesarias para su existencia. La tarea del poder social crecer sin cesar y sus mismos esfuerzos la harn cada da ms vasta. Cuanto ms ocupe el lugar de las asociaciones, ms perdern los particulares la idea de asociarse y ms necesidad tendrn de que venga en su ayuda. Son causas y efectos que se engendran sin descanso. Acabar la administracin pblica por
424 A. DE TOCQUEVILLE La Democracia en Amrica II, p. 148. Captulo Tercero 313 dirigir todas las industrias en las que no puede bastarse un ciudadano solo?() S que hay muchos de mis contemporneos a quienes eso no les preocupa. Pretenden que, a medida que los ciudadanos se hacen ms dbiles y ms incapaces, hay que hacer al gobierno ms hbil y ms activo con el fin de que pueda ejecutar lo que los individuos ya no puedan hacer. Diciendo eso creen haber respondido a todo. Pero pienso que se equivocan 425 .
S, pero por qu se equivocan? Por dos razones fundamentales, arguye nuestro autor: una, de carcter material, y la otra - mucho ms importante- de ndole moral. En efecto, resulta harto difcil -segn la primera de ellas-, que un Estado cualquiera llegue a cubrir, por poderoso que sea, todos los mbitos, necesidades y pormenores de la actividad social; y aun en el caso de que pudiera, es dudoso que los dirigiera a todos ellos igual de bien (ya se sabe: a mayor cantidad, menor calidad). Cabe suponer, en consecuencia, que hay muchos campos de la actividad social que seran mejor atendidos por las asociaciones de ciudadanos que por el propio Estado. El caso de la sociedad norteamericana -dice Tocqueville- as lo prueba, y resulta admirable contemplar all el gran desarrollo logrado por las asociaciones en los ms variados sectores de la actividad humana. En efecto,
Los americanos se asocian para dar fiestas, fundar seminarios, edificar albergues, levantar iglesias, distribuir libros, enviar misioneros a las antpodas. De esa manera crean hospitales, prisiones y escuelas. Si se trata, en fin, de poner en evidencia una verdad o de desarrollar un sentimiento con el apoyo de un gran ejemplo, se asocian. En cualquier parte donde veis al gobierno a la cabeza de una empresa en Francia y en Inglaterra a un gran seor, contad con que en los Estados Unidos veris una asociacin 426 .
425 Idem que nota anterior, p. 149. 426 Ibidem, p. 147. Captulo Tercero 314
Pero ms decisivos resultan todava los motivos morales en este caso. Y ello porque la monopolizacin estatal de toda la vida social degrada la autonoma de los sujetos, anula la capacidad de deliberar entre ellos acerca de su inters comn y les hace perder el sentido de la responsabilidad ante su propio destino, lo que facilita sobremanera el establecimiento de esa especie de tutela desptica, burocrtica y paternalista por parte del Estado que Tocqueville denuncia tan enrgicamente. Si se quieren evitar, por consiguiente, estos males que trae consigo el intervencionismo estatal ilimitado, entonces no hay ms remedio que recurrir al asociacionismo ciudadano para atajar dichos inconvenientes desde las races mismas en donde se forman. En este sentido, nuestro autor escribe lo siguiente:
La moral y la inteligencia de un pueblo democrtico no correran menos peligro que sus negocios y su industria si el gobierno llegase a sustituir a las asociaciones por todas partes. Si los sentimientos y las ideas no cambian, el corazn no se engrandece; y el espritu humano no se desarrolla ms que por la accin recproca de unos hombres sobre otros. He hecho ver que esa accin es casi nula en los pases democrticos. Hay, pues, que crearla artificialmente. Eso slo pueden hacerlo las asociaciones.() Un gobierno no puede bastar para mantener y renovar por s solo la circulacin de sentimientos e ideas en un gran pueblo, como tampoco para conducir en l todas las empresas(). En cuanto intentara () lanzarse por esa nueva va, ejercera, incluso sin quererlo, una tirana insoportable () 427 .
As pues, existe -segn nuestro autor- una estrecha vinculacin moral entre autonoma individual, espritu cvico-
427 Ibidem, p. 149. Captulo Tercero 315 social y cultura poltica democrtica cuyo desarrollo se halla, por as decirlo, impedido por la accin combinada del individualismo y del paternalismo estatal. En efecto, el individualismo hace que el homo democraticus viva como aislado de sus conciudadanos y preocupado solamente de sus intereses particulares, lo cual implica dejar el cuidado de los comunes en manos de una instancia estatal siempre predispuesta, por lo dems, a acrecentar sus prerrogativas intervencionistas en nombre del Bienestar general. Ante este estado de cosas, la alternativa consiste en recrear el mencionado vnculo entre la autonoma individual y la participacin en los asuntos pblicos, y eso solamente puede hacerse -sostiene Tocqueville- mediante el asociacionismo ciudadano. Por esta razn, afirmar en tono de sentencia que
en los pases democrticos, la ciencia de la asociacin es la ciencia madre. El progreso de todas las otras depende del de sta 428 .
Desde esta ptica, se comprende que la ciencia de la asociacin que propone Tocqueville vaya mucho ms all del estudio meramente sociolgico del fenmeno asociativo. Y ello porque si bien es cierto que nuestro autor destaca -valindose de la comparacin entre la realidad social norteamericana y la europea de su poca- la relacin existente entre la proliferacin de asociaciones en todos los campos de la actividad humana (poltico, econmico, cultural, etc) y la vertebracin de una sociedad democrtica abierta, pluralista y dinmica, no es menos cierto que lo que le importa sobre todo
428 Ibidem, p. 150. Captulo Tercero 316 de dicho fenmeno es su dimensin tico-poltica, es decir, el papel de la praxis asociativa en la preservacin y desarrollo de la libertad en el seno de dicha sociedad. Aqu vemos surgir de nuevo la teora de los cuerpos intermedios en su doble funcin de combatir el aislamiento individualista y hacer que los ciudadanos acten en comn para defender su autonoma frente al celo dirigista y centralizante que muestra el poder estatal. De este modo, Tocqueville considera a las asociaciones -de un modo anlogo al que otrora hiciera con las corporaciones locales- como los sustitutos democrticos de los cuerpos nobiliarios que actuaban como fuerzas de integracin social y frenaban los abusos del poder real en la antigua sociedad aristocrtica 429 . La formulacin ms clara de esta idea la encontramos en el siguiente pasaje de La Democracia en Amrica:
Creo firmemente que no se puede fundar de nuevo en el mundo una aristocracia, pero pienso que, asocindose, los simples ciudadanos pueden constituir seres muy opulentos, muy influyentes, muy fuertes; en una palabra, personas aristocrticas. De esa manera, se obtendran varias de las mayores ventajas polticas de la aristocracia sin sus injusticias ni sus peligros. Una asociacin poltica, industrial, comercial o incluso cientfica y literaria es un ciudadano ilustrado y poderoso que no se puede doblegar a voluntad ni oprimir en la sombra y que, al defender sus derechos particulares contra las exigencias del poder, salva las libertades comunes 430 .
429 Sobre la influencia de la teora de los cuerpos intermedios de Montesquieu en Tocqueville, vase M. C. IGLESIAS, Los cuerpos intermedios y la libertad en la sociedad civil, Alcal de Henares, Instituto Nacional de Administracin Pblica, 1986. 430 Ibidem, p. 381 s. Captulo Tercero 317 Cabe sealar, sin embargo, una diferencia importante entre las corporaciones locales y las asociaciones ciudadanas en tanto que cuerpos intermedios: a saber, los municipios desempean este cometido democratizador en el terreno de las instituciones poltico-estatales, mientras que las asociaciones lo hacen fundamentalmente en el mbito de la sociedad civil. Esta diferencia resulta, por lo dems, decisiva para comprender la tipologa que establece Tocqueville en materia de asociaciones, ya que el principal criterio distintivo del que se sirve a este respecto no es tanto el de la clase de actividad social a la que dedica sus esfuerzos una asociacin determinada (sea sta poltica, econmica, cultural, religiosa, etc), como el de si se trata - o no- de una asociacin libre y voluntariamente constituida por sus asociados e independiente del control estatal. Este criterio aparece ya formulado, aunque parcialmente, en el siguiente prrafo de la 1 parte de La Democracia en Amrica:
Independientemente de las asociaciones permanentes creadas por la ley con el nombre de municipios, ciudades y condados, hay multitud de otras que slo deben su nacimiento y desarrollo a las voluntades individuales 431 .
Hemos dicho parcialmente porque en la 2 parte de dicha obra nuestro autor afina su criterio y distingue, dentro de la categora de las asociaciones voluntarias, entre los partidos polticos y las asociaciones civiles incidiendo para ello en la dependencia institucional que tienen los primeros con respecto al Estado y no as los segundos. En este sentido, son
431 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 184. Captulo Tercero 318 las asociaciones surgidas de un modo -por as decirlo- espontneo, basadas en el acuerdo libre y voluntario de sus miembros, y cuya actuacin no se halla sujeta al control poltico e institucional del Estado -esto es, las asociaciones civiles propiamente dichas-, las que merecen particularmente la atencin de Tocqueville por su potencial democratizador 432 . As pues, tomando como ejemplo el caso de la sociedad norteamericana, escribe:
No se trata aqu de las asociaciones polticas. He tratado ese tema en la primera obra. Las asociaciones polticas que existen en los Estados Unidos no son ms que un detalle en medio del inmenso cuadro que presenta el conjunto de las asociaciones.() Tan pronto como varios habitantes de los Estados Unidos conciben un sentimiento o una idea que quieren dar a conocer al mundo, se buscan, y cuando se han encontrado, se unen. Desde ese momento no son ya hombres aislados, sino un poder que se ve de lejos y cuyas acciones sirven de ejemplo, que habla y que es escuchado.() En mi opinin, no hay nada que merezca ms nuestra atencin que las asociaciones intelectuales y morales de Amrica. Las asociaciones polticas de las americanos nos resultan fcilmente evidentes, pero las otras se nos escapan, y si las descubrimos, las comprendemos mal porque casi nunca tenemos nada semejante. Sin embargo, se debe reconocer que tan necesarias son sas al pueblo americano como las primeras, y quiz ms 433 .
No hay que creer, sin embargo, que ambos tipos de asociaciones actan cada una en su propia esfera y que carecen, por ende, de interrelacin. Por el contrario, estas dos clases de asociacin -sostiene nuestro autor- guardan entre s una
432 A este respecto, F. FUKUYAMA se refiere a Tocqueville como el ms importante terico de la nocin de capital social, aunque no usara el trmino. El capital social sera el arte de la asociacin de los americanos tanto para propsitos serios como triviales. La asociacin civil es, en este sentido, la primera escuela de autogobierno. F. FUKUYAMA, The Great Disruption, New York, The Free Press, 1999, p. 19 s. 433 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 147, 150. Captulo Tercero 319 intensa interinfluencia cuyo resultado deseable es el de su mutuo perfeccionamiento. Una rica vida poltica estimula, sin duda, la actividad civil, y el crecimiento de sta ltima incide, a su vez, sobre la primera. En efecto,
Las asociaciones civiles facilitan las asociaciones polticas, pero, por otra parte, las asociaciones polticas desarrollan y perfeccionan singularmente la asociacin civil 434 .
Buena prueba de ello -aade nuestro autor- es que all donde la asociacin poltica se halla restringida o est prohibida, la asociacin civil se ve claramente perjudicada en el ejercicio de su actividad. As pues,
no digo que no pueda haber asociaciones civiles en un pas en que est prohibida la asociacin poltica () pero sostengo que en semejante pas las asociaciones civiles sern siempre muy pocas en nmero, concebidas dbilmente, dirigidas torpemente y que no abarcarn nunca vastos proyectos o fracasarn al querer ejecutarlos 435 .
Ahora bien, tambin es cierto que las asociaciones civiles sirven poderosamente para defender la libertad democrtica cuando los partidos polticos tratan de monopolizar la direccin de la vida pblica, manipulan demaggicamente los intereses generales en su propio beneficio y/o actan de forma desptica. En este sentido, nuestro autor escribe:
expondr aqu un pensamiento que recordar lo que he dicho en otra parte con ocasin de las libertades municipales: no hay pas en el que las asociaciones sean ms necesarias para impedir el despotismo de los partidos o la arbitrariedad del prncipe que aqul
434 Idem que nota anterior, p. 157. 435 Ibidem, p. 158. Captulo Tercero 320 donde el estado social sea democrtico. En las naciones aristocrticas, los cuerpos secundarios forman asociaciones naturales que frenan los abusos del poder. En los pases donde no existen semejantes asociaciones, si los particulares no pueden crear artificial y momentneamente algo que se les parezca, no veo ya ms diques a ninguna clase de tirana; y un gran pueblo puede ser oprimido impunemente por un puado de facciosos o por un solo hombre 436 .
De modo que la interaccin -y correccin mutua- entre estas dos formas de asociacin, viene a concluir Tocqueville, se revela como un factor indispensable para la estructuracin de una vida pblica genuinamente democrtica. Y mxime si tenemos en cuenta que dicha interaccin educa a la ciudadana en el hbito y, ms profundamente aun, en el espritu democrtico de la asociacin. A este respecto, concluye nuestro autor, que
las asociaciones (civiles y polticas) pueden, pues, considerarse como grandes escuelas gratuitas donde todos los ciudadanos van a aprender la teora general de las asociaciones.() el arte de la asociacin se hace entonces, como he dicho ms arriba, la ciencia madre: todos la estudian y la aplican 437 .
Una vez destacados los rasgos principales de las asociaciones civile(recordemos:espontaneidad,voluntariedad,autoorganizacin e independencia del control poltico estatal) y sealada, adems, la interaccin entre stas y los partidos polticos, podemos pasar a definir las principales funciones democratizadoras que Tocqueville les atribuye. A mi modo de ver, podran ser resumidas en los siguientes puntos: 1)Antdoto contra el individualismo. Como hemos indicado repetidas veces a lo largo de este trabajo, el individualismo
436 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 187. 437 Idem que nota anterior, p. 157 s. Captulo Tercero 321 fomenta la atomizacin social, aparta a los individuos de la vida pblica y les induce a confundir la libertad con la autosuficiencia privada. Las asociaciones civiles, piensa nuestro autor, sirven para combatir estos inconvenientes en un doble plano: por una parte, hacen que los individuos salgan de s mismos e interacten entre ellos, lo que favorece la integracin social y el desarrollo del sentido de comunidad; y, por otra parte, les ensea a estos mismos individuos que son ms libres si participan conjuntamente qua ciudadanos en la gestin de sus intereses comunes. 2)Defensa frente a la tirana de la mayora. Las asociaciones civiles constituyen, a este respecto, un recurso democrtico de la mayor importancia para proteger los derechos individuales o minoritarios frente a esa tendencia, tan dogmtica como perversa, que consiste en identificar sin ms a la democracia con la omnipotencia de la mayora. As pues, dado que en la sociedad democrtica cada individuo se sabe independiente, pero tambin impotente, cabe inferir que solamente asocindose con otros podr resistir a la presin de la opinin mayoritaria, intentar convencerla y, en todo caso, hacer valer sus libertades frente a una eventual tirana por parte de aquella. Esta idea le lleva a afirmar categricamente que
en nuestra poca, el derecho de asociacin se ha convertido en una garanta necesaria contra la tirana de la mayora 438 .
438 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 186. Captulo Tercero 322 3)Freno contra el despotismo estatal. El desarrollo del asociacionismo civil comporta, en realidad, la construccin de una esfera de actividad social autnoma y delimitada frente al Estado, lo cual constituye, segn nuestro autor, una saludable barrera democrtica frente a la tendencia de aqul a extender ilimitadamente su poder mediante la sutil aagaza paternalista de aparecer ante la ciudadana como el nico y verdadero garante del Bienestar General. As pues, si se quiere frenar esta especie de despotismo al que conduce el monopolio estatal de toda la vida social -esto es, el establecimiento de un nuevo Leviatn con apariencia democrtica-, entonces no hay ms remedio que potenciar una sociedad civil pluralista 439 e independiente 440 que lo cuestione y lo limite actuando de contrapeso. Una formulacin general de dicha idea la encontramos en el siguiente pasaje de La Democracia en Amrica:
En los pueblos democrticos, la resistencia de los ciudadanos al poder central slo puede producirse con la asociacin. Por eso este ltimo ve con desagrado las asociaciones que no estn bajo su control 441 .
439 En lo que respecta a esta consideracin tocquevilliana del pluralismo social como valor fundamental en la democracia liberal y freno del despotismo conviene traer a colacin la siguiente observacin de M. ZETTERBAUM: Tocqueville atribuye a la proliferacin de asociaciones una dignidad que tal vez sea nueva en el pensamiento poltico. Mientras que autores previos haban considerado que fomentar() las asociaciones era una medida divisoria en la sociedad, Tocqueville las consider absolutamente necesarias para el desarrollo poltico de la democracia. M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en L. STRAUSS y J. CROPSEY, Historia de la Filosofa Poltica, p. 729. Sobre este punto vase asimismo Vte D. GARCA MARZ La democracia hoy: entre el desencanto y la utopa. Una propuesta de democracia participativa en A. HERNNDEZ Y J. ESPINOSA (coords) Razn, Persona y Poltica. Algunas propuestas filosficas, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, pp. 25 s. 440 Esto es el ojo independiente de la sociedad del que Tocqueville habla en varias ocasiones tal y como lo subraya J. KEANE en op. cit. p. 75. 441 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 364. Captulo Tercero 323 Y es que, como muy bien sealan algunos de sus intrpretes 442 , el ejercicio de la libertad de asociacin en el mbito de la sociedad civil juega, en el pensamiento tocquevilliano, un verdadero papel de enlace entre la libertad-independencia(la libertad individual) y la libertad-participacin(la libertad poltica) que resulta decisiva para combatir, a un tiempo, las ilusiones individualistas y las prerrogativas despticas de la instancia estatal. Siguiendo con esto, cabe sealar que el asociacionismo civil no solamente ensea a los individuos a no identificar errneamente la autonoma con la independencia privada, sino que tambin puede ensearles a no confundir la integracin grupal, la cooperacin social y, muy especialmente, la asistencia social administrada por el Estado con el valor de la solidaridad. Buena prueba de ello son, a mi juicio, las ideas de nuestro autor favorables a las asociaciones de ayuda mutua y de beneficencia que desarrolla en su Mmoire sur le pauperisme 443 . En efecto, en esta pequea obra compuesta en el intrvalo que media entre la 1 y la 2 parte de La Democracia en Amrica, Tocqueville llama la atencin sobre los efectos perversos y contraproducentes en materia de solidaridad que se derivan de la administracin exclusiva y burocratizada de la misma por parte del Estado (a saber, prdida del sentido humano de la responsabilidad, exclusin social, perpetuacin de la injusticia y cultura del subsidio) y reivindica el papel
442 As, por ejemplo, J. M. BESNIER, art. cit. p. 82; J. L. DUMAS, Tocqueville, philosophe de la libert, Cahiers de Philosophie politique et juridique, Caen, Centre de publications de lUniversit de Caen, 1982, n 1, p. 83. 443 Sobre la importancia de este punto en la teora tocquevilliana del asociacionismo civil insiste J. M. SAUCA en op. cit. pp. 551-555. Captulo Tercero 324 del asociacionismo civil como forma autnticamente solidaria de dar respuesta al problema de la pobreza. Vase, si no, lo que concluye sobre este punto tras la retahla de consideraciones crticas a la ley de Pobres de 1834 promulgada en Inglaterra:
Estoy realmente lejos de querer hacer aqu un proceso a la beneficiencia que es a la vez la ms natural, la ms bella y la ms santa de las virtudes.() Reconozco que la caridad individual produce casi siempre efectos tiles() pero la asociacin de personas caritativas, regularizando su socorro, podra dar a la beneficiencia individual ms actividad y ms poder; reconozco no solamente la utilidad sino la necesidad de una caridad pblica aplicada a los males inevitables, tales como la debilidad de la infancia, la caducidad de la vejez, la enfermedad, la locura; admito todava su utilidad momentnea en los tiempos de calamidad() pero estoy profundamente convencido que todo sistema regular, permanente, administrativo cuyo slo objetivo sea el de satisfacer las necesidades del pobre, har nacer ms miserias de las que pueda curar() 444 .
4)Condicin para el progreso civilizatorio. La reivindicacin tocquevilliana del asociacionismo civil trata de responder, como hemos sealado, a los dos principales escollos que amenazan el desarrollo de una autntica democracia liberal, esto es, el individualismo y la extralimitacin del Estado. Ahora bien, por importante que sea salvaguardar la libertad ante dichos peligros, la argumentacin de nuestro autor no se limita a este noble objetivo poltico. Y ello porque, en el fondo, el asociacionismo civil tiene tambin, segn Tocqueville, una dimensin antropolgico-humanista, ya que su propsito ltimo
444 A. DE TOCQUEVILLE, Mmoire sur le pauprisme I, dans Oeuvres Compltes, Paris Gallimard, 1991, t. XVI, p. 177 s. Captulo Tercero 325 es el de hacer que los hombres acten en comn para realizarse propiamente como tales e impedir, al mismo tiempo, que el grado de civilizacin que lo permite degenere hasta desembocar en la barbarie. En efecto,
Si los hombres que viven en los pases democrticos no tuviesen ni el derecho ni el gusto de unirse con fines polticos, su independencia corrra grandes peligros, pero () si no adquiriesen la costumbre de asociarse en la vida ordinaria, la civilizacin misma estara en peligro. Un pueblo en el que los particulares perdieran el poder de hacer aisladamente grandes cosas sin adquirir la facultad de producirlas en comn regresara bien pronto a la barbarie 445 .
De la consideracin de todas estas funciones se desprende, a mi juicio, que el espritu de asociacin constituye un elemento fundamental en la configuracin de ese ethos democrtico que Tocqueville recomienda para profundizar en la democracia (y de ah que la teora de la asociacin sea considerada por l como la ciencia madre). Por esta razn, pensamos que limitar -como hacen algunos intrpretes 446 - la teora tocquevilliana del asociacionismo a la defensa del derecho de asociacin como causa legal constituye un craso reduccionismo. Es verdad que nuestro autor considera -ya desde la 1 parte de La Democracia en Amrica- la libertad de asociacin como un derecho fundamental y, en este sentido, se muestra abiertamente partidario de su consagracin legal. En efecto,
445 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 148. Sobre la relevancia de este punto en la teora tocquevilliana de la asociacin insisten M. ZETTERBAUM, art. cit. p. 729; J. C. LAMBERTI, Tocqueville et les deux dmocraties, p. 106. 446 As, por ejemplo, G. FERNNDEZ FARRERES, Asociaciones y Constitucin, Madrid, Civitas, 1987, p. 17 ss. Captulo Tercero 326
despus de la libertad de actuar solo -escribe-, la ms natural al hombre es la de coordinar sus esfuerzos con los de sus semejantes y actuar en comn. Por su naturaleza, el derecho de asociacin me parece casi tan inalienable como la libertad individual. El legislador no puede querer destruirlo sin atacar a la sociedad misma 447 .
Ahora bien, no es menos cierto que aqu vuelve nuestro autor a primar la importancia de los mores sobre las leyes y, en este sentido, es el espritu de asociacin arraigado en las costumbres -y no tanto el derecho de asociacin jurdicamente establecido- lo que contribuye verdaderamente al mantenimiento y desarrollo de una democracia liberal. As pues,
despus de haber reflexionado mucho sobre los principios que hacen actuar a los gobiernos, sobre lo que los sostienen o arruinan, cuando se ha pasado mucho tiempo calculando con cuidado la influencia de las leyes, su bondad relativa y sus tendencias, se llega siempre a este punto: que por encima de todas esas consideraciones y aparte de todas esas leyes se encuentra un poder superior a stas; es el espritu y las costumbres del pueblo, su carcter 448 .
No quisiramos finalizar este apartado sin mencionar lo que constituye, a mi juicio, el principal punto flaco de la teora tocquevilliana del asociacionismo en general y del asociacionismo civil en particular. Se trata de la relacin entre la actividad asociativa y la concepcin del inters. Para nuestro autor, las asociaciones combaten el individualismo mediante la doctrina del inters bien
447 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 188. 448 Idem que nota anterior, p.297. Captulo Tercero 327 entendido 449 , es decir, enseando a los individuos la conexin existente entre su inters particular y el inters comn; y, consiguientemente, hacindoles ver que no se puede defender cabalmente el primero sin referirse al segundo. Ahora bien, las dificultades comienzan a la hora de aclarar en qu consiste precisamente eso que llama nuestro autor inters bien entendido. En este sentido, es optar por el inters bien entendido apelar al inters generalizable como criterio de actuacin justa a la hora de valorar la conducta de una asociacin determinada?, es el inters bien entendido el criterio utilitarista del mayor bienestar para el mayor nmero?, o se trata solamente del inters que conviene particularmente -corporativamente, como suele decirse- a cada una de las asociaciones? Cmo enjuiciar -en definitiva- los diferentes intereses que defienden asociaciones de distinta laya, e incluso los de las asociaciones con propsitos claramente antidemocrticos o manifiestamente injustos? Probablemente lleve razn J. KEANE al observar, a este respecto, que
Tocqueville subestim quizs la posibilidad de conflictos entre diferentes asociaciones civiles, y entre ellas y el Estado mismo, como consecuencia de su tendencia a exagerar su alcance democratizador en las sociedades modernas 450 .
Sea como fuere, y a pesar de los indicios que hay en la reflexin tocquevilliana en favor de la interpretacin del
449 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 160 y en general todo el captulo que se titula precisamente Cmo combaten los americanos el eindividualismo con la doctrina del inters bien entendido pp. 160-164. 450 J. KEANE, op. cit. p. 76. Captulo Tercero 328 inters bien entendido como inters generalizable 451 , pensamos que la cuestin no est tratada por nuestro autor con el suficiente rigor filosfico como para despejar totalmente las dudas sealadas.
2-2) La libertad de prensa y la opinin pblica.
Como hemos ido viendo a lo largo del presente trabajo, el desarrollo de la democracia moderna es, para Tocqueville, un fenmeno complejo cuyo anlisis exige tener en cuenta su triple dimensin social, poltica e ideolgica. En efecto, considerada como un tipo de sociedad, la democracia se define ante todo por el avance de la igualdad de condiciones. Pero la democracia es tambin, polticamente hablando, una forma de gobierno representativo basada en el principio de la soberana popular. Adems de estas dos dimensiones, la democracia se distingue por la conciencia que la ciudadana tiene de ella y, en este sentido, hay que contar con la influencia normativa que ejerce la opinin pblica sobre el desarrollo mismo de la democracia 452 . Una de las formulaciones ms claras y rotundas de la importancia que Tocqueville confiere al poder de la opinin pblica en la democracia se encuentra -como indica MANENT 453 - en el pasaje de la 1 parte de La Democracia en Amrica
451 Vase la reflexin que sobre este punto realizamos en la 1 parte del presente trabajo, pp. 144-149. 452 Sobre la idea tocquevilliana de la opinin pblica como parmetro de la democracia cabe destacar, entre otros, los anlisis de P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 20-23; S. GOYARD-FABRE, La pense politique dAlexis de Tocqueville dans VVAA, Lactualit de Tocqueville, Caen, Centre de Publications de lUniversit de Caen, 1991, pp. 32-35; J. T. SCHLEIFER, op cit. pp. 230-232. 453 P. MANENT, op. cit. en nota anterior, p. 20. Captulo Tercero 329 dedicado a ilustrar la diferencia existente entre la posicin de un presidente de los Estados Unidos y la de un rey constitucional en Francia. As pues, tras sealar los principales aspectos de dicha diferencia, nuestro autor escribe lo siguiente:
Sin embargo, por encima de uno y otro se encuentra un poder dirigente, el de la opinin pblica. Este poder est menos definido en Francia que en los Estados Unidos, menos reconocido, menos formulado en las leyes, pero de hecho existe.() Francia y Estados Unidos tienen as, a pesar de la diversidad de sus Constituciones, este punto en comn: la opinin pblica es en ellos, en definitiva, el poder dominante. A decir verdad, el principio () es el mismo en los dos pueblos aunque sus desarrollos sean ms o menos libres y las consecuencias que de l se saquen sean a menudo diferentes. Este principio es, en su naturaleza, esencialmente republicano 454 .
Que sea republicano supone, en principio, que la democracia se concibe como res publica, lo que significara fundamentalmente que la participacin de la ciudadana en el debate, direccin y control de la vida pblica constituye un criterio de legitimidad democrtica y, en este sentido, se puede distinguir un sistema democrtico de uno autocrtico Sin opinin pblica, pues, no hay democracia; pero de ah no se infiere automticamente -advierte Tocqueville- que toda opinin pblica sea democrtica. Y ello porque puede suceder que la opinin pblica se convierta, dominada por la opinin mayoritaria, en tirana de la mayora. Como ya vimos en la primera parte de nuestro trabajo, nuestro autor llama la atencin sobre este peligro con esta lcidas palabras:
454 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 124. Captulo Tercero 330 En los pueblos democrticos, el pblico tiene un poder singular del que las naciones aristocrticas no pueden siquiera hacerse idea. No persuade con sus creencias, las impone y las hace penetrar en las almas por una especie de presin inmensa del espritu de todos sobre la inteligencia de cada uno.() se puede prever que la fe en la opinin comn se convertir en una especie de religin cuyo profeta ser la mayora 455 .
A mayor abundamiento, Tocqueville apunta la dificultad de constituir una opinin pblica que funcione como conciencia crtica y vehculo de autoperfeccionamiento democrtico en una sociedad atomizada y dominada por el espritu individualista. A este respecto, escribe:
Qu puede la misma opinin pblica cuando no existen ni veinte personas a las que una un vnculo comn, cuando no se encuentra ni un hombre, ni una familia, ni un cuerpo, ni una clase, ni una asociacin libre que pueda representar y hacer actuar esa opinin; cuando cada uno de los ciudadanos, siendo igualmente impotente y estando igualmente aislado, no puede oponer ms que su debilidad individual a la fuerza organizada del gobierno? 456
Qu remedio, pues, cabe proponer para corregir los referidos inconvenientes en materia de opinin pblica? A dnde puede acudir, en definitiva, un ciudadano oprimido para defender sus derechos en una sociedad igualitaria en la que todos los instrumentos del poder -opinin pblica incluida- responden a las presiones de una mayora tirnica o a los de una minora oligrquica? La libertad de prensa -arguye nuestro autor- constituye un recurso democrtico de la mayor importancia
455 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 30, 33. 456 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 303 s. A este respecto, J. HABERMAS indica que el mrito de Tocqueville consiste en haber sealado con toda claridad la correlacin existente entre dicho inconveniente y la amenaza desptica de un Estado cada vez ms centralizado y burocratizado. J. HABERMAS, Historia y crtica de la opinin pblica, Barcelona, Gustavo Gili, 1982, p. 169 s. Captulo Tercero 331 para combatir tales peligros y, asimismo, para constituir una opinin pblica independiente que acte de salvaguarda de las libertades y contrarreste con las armas de la crtica racional los abusos de poder provenientes de las mayoras, de las minoras, e incluso de los parlamentos y de los gobiernos. En este sentido, Tocqueville afirma que
en nuestros das, un ciudadano oprimido no tiene ms que un medio de defenderse, que consiste en dirigirse a la nacin entera, y si es sorda, al gnero humano. Solamente hay un medio de hacerlo: la prensa. As, la libertad de prensa es infinitamente ms preciosa en las naciones democrticas que en todas las dems, ella sola cura la mayor parte de los males que puede producir la igualdad. La igualdad aisla y debilita a los hombres,() pero la prensa le permite apelar a la ayuda de todos sus conciudadanos y todos sus semejantes. La imprenta ha apresurado el progreso de la igualdad y es uno de sus mejores correctivos.() Para garantizar la independencia personal de los hombres que habitan las regiones democrticas, no me fo de las grandes asambleas polticas, las prerrogativas parlamentarias o la proclamacin de la soberana del pueblo. Todas esas cosas se concilian, hasta cierto punto, con la servidumbre individual, pero esa servidumbre no puede ser completa si la prensa es libre. La prensa es, por excelencia, el instrumento democrtico de la libertad 457 .
As pues, para que haya opinin pblica se requiere en primer lugar que haya libertad de opinin y, a su vez, para que las opiniones libremente formuladas circulen rpidamente y tengan una autntica repercusin en una sociedad igualitaria, tan extensamente poblada como atomizada, el recurso m apropiado es la prensa. En efecto, es a travs de ella como los hombres que se hallan como diseminados en un gran espacio pueden entrar en contacto simultneamente, deliberar entre ellos
457 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 382. Captulo Tercero 332 acerca de los asuntos pblicos y unir sus voluntades en un nmero considerable en torno a un proyecto o idea comn. De este modo se produce -subraya nuestro autor- una estrecha vinculacin entre los peridicos y las asociaciones ciudadanas. Sobre esta conexin entre prensa y asociacionismo, podemos leer la siguiente anotacin de Tocqueville contenida en el captulo de la 2 parte de La Democracia en Amrica que lleva por ttulo Relacin entre las asociaciones y los peridicos 458 :
Un peridico es la voz de una asociacin; se le puede considerar el alma de la asociacin, el medio ms enrgico de que se sirve para formarse.() En las democracias, las asociaciones nicamente pueden formarse con una multitud de individuos dbiles y oscuros que solamente se ven de lejos, que no tienen tiempo para buscarse, ponerse de acuerdo y entenderse.() Todas esas cosas no pueden hacerse ms que por los peridicos y, en general, por las publicaciones libres de la prensa. Los peridicos son necesarios en las democracias en la misma proporcin en que lo son las propias asociaciones, he aqu hallada la idea central! 459
En este sentido, la libertad de prensa y el derecho de asociacin unen, por as decirlo, sus fuerzas en la tarea de construir una opinin pblica capaz de combatir el individualismo, frenar el despotismo en cualquiera de sus formas y educar a la ciudadana en el espritu cvico- poltico democrtico. Tocqueville es consciente, sin embargo, de que en nombre de la libertad de prensa, el poder gobernante puede censurar ms o menos sutilmente la circulacin de ideas desfavorables
458 Idem que nota anterior, p. 152. 459 Ibdem, p. 152 s. Captulo Tercero 333 a sus prerrogativas polticas y, en esta direccin, convertir directa o indirectamente a la prensa en un potente instrumento manipulador de la opinin pblica (la cual se vera as reducida -podramos interpretar- a la opinin dominante o a la opinin publicada que conviene a determinados intereses). En efecto, cuando esto sucede,
la opinin opuesta no encuentra entonces ya medio de hacerse oir y las que la comparten se callan mientras sus adversarios triunfan en voz alta. Se produce entonces un golpe de silencio inconcebible(). Ciertos pensamientos dan la impresin de desaparecer de repente de la memoria de los hombres. La libertad de prensa existe entonces de palabra, pero de hecho reina la censura, y una censura mil veces ms poderosa que la ejercida abiertamente por el poder. Nota: no conozco el pas en el cual, en ciertas cuestiones, existe menos libertad de prensa que en los Estados Unidos. Existen ciertos pases despticos en los cuales el censor no se inclina menos por la forma que por el contenido del pensamiento; pero en Norteamrica hay asuntos que no se pueden tocar de ninguna manera 460 .
As pues, nuestro autor no cae en la ingenuidad de suponerle a la prensa algo as como una bondad absoluta y nos advierte muy seriamente del uso desptico-demaggico de la misma que se esconde -con ms frecuencia de la que sera deseable- tras las proclamas en favor de la sacrosanta libertad de prensa. Cuando ello ocurre, la prensa acaba perdiendo su legitimidad como tribuna de la opinin pblica y se convierte en un factor que corrompe en lugar de favorecer la configuracin de una esfera pblica democrtica. La solucin a dicho inconveniente no consiste, sin embargo, en poner condiciones a la libertad de prensa, sino ms bien en propiciar su
460 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 183. Captulo Tercero 334 extensin descentralizada para que sea esa misma libertad la que corrija los abusos de poder que se cometen en su nombre. A este respecto, y valindose del ejemplo americano, escribe lo siguiente:
Es un axioma de la ciencia poltica en los Estados Unidos que el nico medio de neutralizar los efectos de los peridicos es multiplicar su nmero. No puedo figurarme que una verdad tan evidente no se haya hecho ms comn entre nosotros.() Los gobiernos de Europa me parecen actuar frente a la prensa de la misma manera que actuaban antao los caballeros ante sus adversarios; han observado por su propia experiencia que la centralizacin es un arma poderosa y quieren proveer de ella al enemigo, sin duda con el fin de tener ms gloria al resistirle 461 .
Una vez ms, Tocqueville indica que la mejor manera de limitar los abusos de poder -en este caso el de la prensa- y de favorecer as el desarrollo de la libertad, no es el de reducir las competencias de dicho poder (como se piensa desde el liberalismo de Locke o de Constant), sino el de desconcentrarlo y por as decirlo desplegarlo a lo largo del tejido social para que se realice mejor la frmula liberal de que el poder frene al poder.
2-3) La religin y el espritu de la libertad democrtica
Como hemos tratado de probar, el asociacionismo y la prensa son los principales medios con los que cuenta la sociedad civil para educar a la ciudadana en una concepcin democrtica de la vida pblica mucho ms amplia,
461 Idem que nota anterior, p. 181. Captulo Tercero 335 participativa y radical 462 que la preconizada por los doctrinarios del representacionismo. No obstante, el programa propuesto por Tocqueville para avanzar en el perfeccionamiento de la democracia liberal, quedara incompleto si no incluyramos tambin, junto a los recursos antes mencionados, a la religin. Y ello porque a pesar de sus dudas recurrentes en materia de fe 463 , nuestro autor sostiene que la religin -siempre y cuando est estrictamente separada del poder poltico- ejerce una influencia beneficiosa sobre el espritu de la libertad democrtica. Para ilustrar dicha tesis hay que tomar en consideracin, como punto de partida, la diferente relacin que, segn Tocqueville, guardan entre s la religin y la democracia a uno y otro lado del Atlntico. En efecto, mientras que la sociedad norteamericana une en estrecha armona el espritu religioso y el de la libertad democrtica sin mezclar sus respectivos dominios institucionales, la sociedad francesa se halla como desgarrada por el conflicto desatado all entre la religin y la libertad, entre la Iglesia y la democracia. La
462 En este sentido, SCHLEIFER llega incluso a considerar a Tocqueville como una especie de libertario civil. J. T. SCHLEIFER, op. cit. p. 309. 463 Es sta -indica A. JARDIN- una de las cuestiones ms ampliamente debatidas entre los intrpretes de Tocqueville. A. JARDIN, op. cit. p. 421. Suele aceptarse como lugar comn la confesin que en su da nuestro autor le hiciera a Mme SWETCHINE (Carta de 26-2-1857 en Oeuvres Compltes. Correspondance avec Mme Swetchine, Paris, Gallimard, 1983, XV, 2, p. 315.) acerca de la crisis adolescente que le hizo perder la fe tras la lectura de ciertos libros filosficos en la biblioteca de su padre. A partir de este momento declara que se ha pasado la vida debatindose entre la duda y el deseo de creer en un tono angustioso que recuerda en ms de un aspecto- indica DEZ DEL CORRAL- al de Pascal. L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 247. Ahora bien, como veremos, no son pocos los textos de nuestro autor que demuestran una clara adhesin por su parte a los principios morales de la religin cristiana. An as, las interpretaciones de los comentaristas varan -como subraya E. NOLLA- desde quienes le consideran un creyente convencido hasta quienes le califican de desta, pasando por toda suerte de posiciones intermedias. E. NOLLA, edicin crtica a La Democracia en Amrica I, nota p. 286 s. Captulo Tercero 336 historia de la Revolucin Francesa muestra de modo fehaciente que la lucha entre las ideas ilustradas y el establishment eclesistico es la principal dificultad con la que tropieza la democracia en Francia para mantener su carcter liberal frente a las tendencias que la impulsan hacia el idealismo revolucionario, el conservadurismo doctrinario o el involucionismo tradicionalista. Por el contrario, es precisamente la alianza espiritual existente, ya desde sus mismos orgenes, entre la cultura poltica democrtica y la fe religiosa lo que explica la vitalidad que demuestra el sistema democrtico-liberal en los Estados Unidos. En este sentido -escribe Tocqueville-, no debemos olvidar que la propia democracia norteamericana
es el producto (y este punto de partida debemos sin cesar tenerlo presente en nuestro pensamiento) de dos elementos completamente distintos que en otras partes se hacen a menudo la guerra, pero que en Amrica han venido a incorporarse, en cierto modo, el uno al otro y a combinarse maravillosamente. Me refiero al espritu de religin y al espritu de libertad.() La religin ve en la libertad un noble ejercicio de las facultades del hombre, y en el mundo poltico, un campo cedido por el Creador a los esfuerzos de su inteligencia. Libre y poderosa en su esfera, satisfecha del lugar que le est reservado, sabe que su imperio est tanto mejor establecido cuanto que no reina ms que por sus propias fuerzas y domina sin apoyo sobre los corazones. La libertad ve en la religin como la compaera de sus luchas y de sus triunfos, cuna de su infancia, fuente divina de sus derechos. La considera la salvaguardia de las costumbres, y las costumbres como la garanta de las leyes y prenda de su propia supervivencia 464 .
464 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 43 s. Captulo Tercero 337 A tenor de la cita, parece claro que nuestro autor se sirve, una vez ms, del ejemplo americano como fuente de inspiracin para explicitar su posicin en favor del rol beneficioso que desempea la religin en el desarrollo de la libertad democrtica. Dicho esto, cabe plantearse a continuacin al menos tres cuestiones que resultan, a mi juicio, esenciales para comprender en su justa medida la mencionada tesis tocquevilliana. La primera de ellas se refiere a la concepcin misma de la religin que sustenta nuestro autor, ya que aunque estemos -como indica ZETTERBAUM 465 - ante una reflexin ms interesada en el papel social prctico de la misma que en la indagacin teolgica acerca de su verdad intrnseca, es de todo punto imprescindible aclarar si cumple mejor dicho papel una religin trascendente -una religin del hombre- que una religin civil, esto es, una religin del ciudadano. En estrecha relacin con la anterior, la segunda cuestin se refiere a la interinfluencia que hay entre religin y poltica democrtica tras haber postulado, como hace Tocqueville en clave liberal, la necesaria separacin institucional entre los dominios de una y otra. Finalmente se tratara de concretar en qu consisten los beneficios que proporciona la religin as considerada al desarrollo de la libertad democrtica. Veamos, pues, cada una de estos puntos -y la relacin entre ellos- con la atencin que se requiere.
465 M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en L. STRAUUS Y J. CROPSEY (comp) Historia de la Filosofa Poltica, p. 733. El profesor DEZ DEL CORRAL apunta a este respecto la actitud bifronte, como de Jano, que Tocqueville mantuvo ante la religin: reverencia hacia el sincero sentimiento religioso y nfasis sobre la utilidad secular de la religin. L. DEZ DEL CORRAL, El pensamiento poltico de Tocqueville, p. 72. Captulo Tercero 338 En lo que respecta a la primera cuestin, hay que tener en cuenta -como han sealado algunos intrpretes 466 - que el carcter espiritualista y marcadamente antropolgico de la filosofa poltica tocquevilliana no deja de proyectarse, y muy especialmente, en su tratamiento del fenmeno religioso 467 . A este respecto, nuestro autor sostiene, en primer lugar, que la religin -o quizs fuera mejor decir la experiencia religiosa- constituye una dimensin inherente a la naturaleza misma del hombre. La conciencia de la finitud y la necesidad de dar sentido al enigma de la existencia alimentan en lo ms hondo del espritu humano la esperanza de una vida plenamente justa y feliz que trascienda los estrechos lmites terrenales. La fe religiosa ofrece, por tanto, una respuesta a este anhelo metafsico fundamental y, por as decirlo, constitutivo de la condicin humana. As pues,
entre todos los seres, slo el hombre muestra un disgusto natural por la existencia y un deseo inmenso de existir(). Esos diferentes instintos empujan sin cesar su alma hacia la contemplacin de otro mundo, y es la religin la que le conduce a l. La religin slo es una forma particular de la esperanza y es tan natural al corazn humano como la esperanza misma 468 .
Desde esta perspectiva, nuestro autor se distancia tanto del descreimiento como de la indiferencia religiosa, ya que ambas posiciones le parecen, por as decirlo, contrarias a la
466 As, por ejemplo, P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 124; F. MLONIO, La religion selon Tocqueville:ordre moral ou esprit de libert?, Paris, tudes, 1984, n 360, p. 74; J. L. BENOIT, Foi, Providence et Religion chez Tocqueville dans VVAA, Lactualit de Tocqueville, p.119; J. P. MAYER, op. cit. p. 137. 467 D. GOLDSTEIN sostiene, por el contrario, que son las creencias religiosas de nuestro autor las que se proyectan en su visin antropolgica. D. GOLSTEIN, Trial of Faith: Religion and Politics in Tocquevilles Thougth, New York, Oxford University Press, 1975. 468 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 288. Captulo Tercero 339 naturaleza del hombre. La fe constituye, en este sentido, algo as como el estado natural de los hombres en materia de religin. En palabras de Tocqueville:
Es por una aberracin de la inteligencia y con la ayuda de una especie de violencia moral ejercida sobre su propia naturaleza cmo los hombres se alejan de las creencias religiosas. Una inclinacin invencible les vuelve a llevar a ellas. La incredulidad es un accidente, la fe es el nico estado permanente de la humanidad 469 .
A partir de aqu, Tocqueville sostiene, en segundo lugar, que la religin ha de ser fuerte por ella misma, puesto que es del propio fondo vital de la naturaleza humana de donde le viene fundamentalmente su energa. No tiene, pues, necesidad alguna de apoyarse en las convenciones humanas y mucho menos en las instituciones polticas para extender su voz y hacer sentir su influencia. Por el contrario, mezclarla con las instituciones polticas supone, en realidad, debilitarla, ya que adems de perder su vocacin universal, eso significa vincular su suerte a algo que por su propia sustancia est abocado a la caducidad. En efecto,
al considerar las religiones slo desde un punto de vista puramente humano, se puede decir que todas las religiones extraen del hombre mismo un elemento de fuerza que no podra faltarle nunca porque se refiere a uno de los principios constitutivos de la naturaleza humana. S que hay pocas en que la religin puede aadir a esa influencia que le es propia el poder artificial de las leyes y el apoyo de los poderes materiales que dirigen la sociedad. Se han visto religiones ntimamente unidas a los gobiernos de la tierra, dominando las almas al mismo tiempo por el terror y la fe, pero cuando una religin contrae una alianza parecida, obra, no temo
469 Idem que nota anterior, p. 288. Captulo Tercero 340 decirlo, como podra hacerlo un hombre: sacrifica el porvenir a su presente y al obtener un poder que no le es debido, arriesga su legtimo poder.() As pues, al aliarse a un poder poltico, la religin aumenta su poder sobre algunos y pierde la esperanza de reinar sobre todos.() Cuando la religin quiere apoyarse en los intereses de este mundo, se hace casi tan frgil como todos los poderes de la tierra.() Al unirse a los diferentes poderes polticos, la religin no puede contraer ms que una alianza onerosa. No tiene necesidad de su ayuda para vivir y por servirles puede morir 470 .
El inconveniente sealado de unir la religin a la autoridad poltica y viceversa ha existido siempre, pero es en las sociedades democrticas -dice Tocqueville- donde dicha unin traera las peores consecuencias dado el carcter necesariamente dinmico que tiene el entramado poltico- institucional en tales sociedades. Nuestro autor aduce aqu el ejemplo norteamericano para probar la exactitud de esta idea:
si los americanos, que cambian de jefe de Estado cada cuatro aos,que cada dos aos eligen nuevos legisladores y sustituyen los administradores provinciales cada ao, si los americanos, que han entregado el mundo poltico a los ensayos de los innovadores, no hubiesen situado su religin en alguna parte fuera de l, a qu podra sta atenerse en el flujo y reflujo de las opiniones humanas? En medio de la lucha de los partidos, dnde estara el respeto que le es debido?Qu sera de su inmortalidad cuando todo pereciese alrededor de ella? 471 .
A mayor abundamiento -observa nuestro autor-, la difusin de la Ilustracin en las sociedades democrticas engendra en el espritu de los hombres una saludable disposicin crtica frente a la imposicin poltica de un credo religioso determinado. De todo ello cabe inferir que nada debilitara
470 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I., p. 288, s. 471 Idem, p. 289. Captulo Tercero 341 ms a la religin en dichas sociedades que el hecho de querer traspasar sus propios dominios y unirse al poder poltico con el propsito de aumentar su influencia. La religin no tiene necesidad de tales argucias, ya que la mejor manera que tiene de acrecentar su fuerza -dice Tocqueville- consiste precisamente en confiar en sus propias fuerzas. De modo que solamente conservando su pureza y mantenindose independiente del Estado puede la religin asegurarse un influjo espiritualmente beneficioso sobre las costumbres, y desde ah favorecer el ejercicio democrtico de la libertad. As pues,
en las pocas de ilustracin e igualdad, el espritu humano slo consiente difcilmente en recibir creencias dogmticas() Ello indica, en primer lugar, que en estos siglos las religiones deben mantenerse dentro de los lmites que les son propios ms discretamente que en todos los dems y no intentar rebasarlos, pues al querer extender su poder ms all de las materias religiosas, se arriesgan a no ser credas en ninguna materia. Deben trazar con cuidado el crculo dentro del cual pretenden contener el espritu humano y fuera de l dejarle enteramente libre 472 .
Profundizando en esta idea y tras lamentar los errores en los que no hubiera incurrido el cristianismo sobre este punto si se hubiera mantenido fiel al espritu del Evangelio, Tocqueville nos ofrece una prueba ms en favor de su argumento analizando comparativamente el contenido doctrinal del cristianismo con el del islam. A este respecto, sostiene que el primero constituye una religin ms apropiada que el segundo para las sociedades democrticas porque su mensaje no
472 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 48. Captulo Tercero 342 contiene, a diferencia del islamismo, prescripciones de ndole extrareligiosa. En efecto,
Mahoma hizo descender del cielo y situ en el Corn no solamente doctrinas religiosas, sino tambin mximas polticas, leyes civiles y criminales y teoras cientficas. El Evangelio, por el contrario, no habla ms que de las relaciones generales de los hombres con Dios y entre ellos. Fuera de eso, no ensea nada ni obliga a creer en nada. Entre otras mil razones, sta sola basta para probar que la primera de estas dos religiones no puede dominar durante largo tiempo en pocas de ilustracin y de democracia, mientras que la segunda est destinada a reinar en esos siglos y en todos los dems 473 .
En esta direccin, Tocqueville compara tambin las distintas posiciones religiosas en el interior del cristianismo, y muy especialmente el catolicismo con el protestantismo. En este sentido, cuestiona la idea, muy en boga en su tiempo, segn la cual el catolicismo se adapta menos por su credo y estructura institucional a la democracia que el protestantismo, y se esfuerza por demostrar la tesis contraria. A este respecto, sostiene que el catolicismo favorece ms de lo que se piensa el espritu de igualdad, ya que, si bien se mira, en los puntos doctrinales fundamentales la fe catlica sita a todos los hombres en un mismo nivel. En efecto,
en materia de dogmas, el catolicismo coloca al mismo nivel a todas las inteligencias. Sujeta a los detalles de las mismas creencias al sabio como al ignorante, al hombre de genio como al vulgar. Impone las mismas prcticas al rico como al pobre, obliga a las mismas austeridades al poderoso y al dbil; no se aviene a componendas con ningn mortal y, al aplicar a cada uno de los humanos la misma medida, quiere confundir todas las clases de la sociedad al pie del
473 Idem que nota anterior, p. 49, s. Captulo Tercero 343 mismo altar, como estn confundidas a los ojos de Dios 474 .
Por el contrario, el protestantismo, a pesar de contar con una organizacin institucional menos jerarquizada, empuja a los hombres ms hacia la independencia individual que hacia la igualdad; y aunque dicha independencia sea vista habitualmente como una ventaja, no deberamos olvidar -observa nuestro autor anticipndose a M. WEBER- que en ella coexisten el amor a las riquezas, la preeminencia social y la conviccin religiosa. As pues, refirindose a los puritanos angloamericanos escribe:
a unos hombres que sacrifican a sus amigos, su familia y su patria a una opinin religiosa se les puede creer exclusivamente dedicados a la bsqueda de ese bien intelectual que han llegado a adquirir a tan alto precio. Sin embargo, se observa que buscan con casi igual afn las riquezas materiales y los goces morales, el cielo en el otro mundo y el bienestar en ste. En sus manos los principios religiosos, las leyes y las instituciones humanas parecen cosas maleables que pueden manejarse y combinarse a voluntad 475 .
De todos modos, nuestro autor piensa que es un gran error considerar, tal y como suele hacerse en el contexto europeo, a la religin cristiana en general como un adversario natural de la democracia. Con demasiada frecuencia se tiende a olvidar la afinidad espiritual de fondo existente entre el cristianismo y el ideal democrtico en lo que se refiere a su postulado comn de la igualdad de todos los seres humanos en dignidad. De manera que, en Europa, es la contradiccin creada entre la posicin de la Iglesia unida durante largo tiempo al poder
474 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 280. 475 Idem que nota anterior, p. 43. Captulo Tercero 344 poltico y el contenido doctrinal mismo del cristianismo lo que ha terminado desatando las pasiones antirreligiosas, el debilitamiento de las creencias y la prdida de su influencia sobre el alma de los hombres. Los acontecimientos vividos por la sociedad francesa durante el proceso de la Revolucin -dice Tocqueville- as parecen confirmarlo. Solamente, pues, separndola de toda vinculacin con el poder poltico puede la religin cristiana recuperar su lugar en el corazn y en el espritu de los hombres en los tiempos democrticos que corren. En efecto,
hay entre nosotros una causa accidental y particular que impide al espritu humano seguir su inclinacin y lo empuja ms all de los lmites en los que naturalmente debe detenerse. Estoy profundamente convencido de que esa causa es la unin ntima de la poltica y la religin. Los incrdulos de Europa persiguen a los cristianos como enemigos polticos ms que como adversarios religiosos. Odian la fe como la opinin de un partido ms que como una creencia errnea y en el sacerdote rechazan menos al representante de Dios que al amigo del poder. En Europa, el cristianismo ha permitido que se le uniera ntimamente a los poderes de la tierra. Hoy esos poderes caen y el cristianismo est como sepultado bajo sus restos. Es un cuerpo viviente que se ha querido atar a cuerpos muertos: cortad las ataduras que le retienen y volver a levantarse 476 .
A diferencia de lo que ocurre en Europa, el ejemplo de la sociedad norteamericana muestra de modo evidente que la democracia no es, por esencia, hostil a la religin cristiana y, al mismo tiempo,nos indica que nada mejor puede hacerse en favor de su interinfluencia espiritual que mantener estrictamente separados sus respectivos dominios
476 Ibidem, p. 291. Captulo Tercero 345 institucionales. El clero norteamericano as parece haberlo comprendido -indica Tocqueville-, y al no mezclarse all con el gobierno poltico de la sociedad puede ejercer una influencia sobre las costumbres ms profunda y duradera. Desde esta perspectiva, el pensamiento de nuestro autor incide en los efectos beneficiosos que la religin cristiana puede proyectar sobre la sociedad civil e influir de este modo indirecto sobre el mbito de la sociedad poltica democrtica. As pues,
la religin, que entre los americanos no se inmiscuye nunca directamente en el gobierno de la sociedad, debe ser considerada como la primera de sus instituciones polticas, pues si no les da el gusto por la libertad, les facilita singularmente su uso 477 .
De modo que, limitada a la esfera que le es propia, la religin ejerce, actuando sobre las costumbres, una importante funcin poltica en la medida que sirve al desarrollo de la libertad democrtica. Pero de qu influencia se trata y cmo afecta sta concretamente al ejercicio de la libertad? Tocqueville viene a responder que la religin facilita la libertad ayudndola a combatir en el interior mismo del espritu y del corazn del homo democraticus las perniciosas inclinaciones que segrega la propia sociedad democrtica y que ya conocemos: a saber, el individualismo, el gusto desmedido por el bienestar material y el despotismo. La religin contrarresta tales tendencias al inspirar instintos y fomentar
477 Ibidem, p. 284. Captulo Tercero 346 hbitos sociales totalmente contrarios 478 . Y ello lo hace - sostiene nuestro autor- de tres maneras principalmente. En primer lugar, la religin ofrece un marco de convicciones morales compartidas de la mayor importancia para alimentar el sentido de comunidad social que el individualismo tiende a disolver. En efecto, las convicciones religiosas vinculan a los hombres entre s al recordarles sus obligaciones mutuas en tanto que seres humanos semejantes, y de este modo moderan en ellos la tendencia que les impulsa hacia el aislamiento y el egosmo. En este sentido, el papel integrador de la religin es tan decisivo -piensa Tocqueville- que su prdida puede llevar a la descomposicin social y, a la postre, al despotismo poltico. En palabras de nuestro autor:
cuando en un pueblo se destruye la religin, la duda se apodera de los niveles superiores de la inteligencia y paraliza a medias todos los dems. Cada uno se acostumbra a tener solamente nociones confusasa y cambiantes sobre las materias que interesan ms a sus semejantes y a s mismo. Defiende mal sus opiniones o las abandona, y como desespera de poder resolver por s solo los mayores problemas que presenta el destino humano, se limita cobardemente a no pensar en ellos. Semejante estado no puede dejar de debilitar las almas. Relaja los resortes de la voluntad y prepara los ciudadanos para la servidumbre. Entonces sucede que no solamente se dejan arrebatar su libertad, sino que con frecuencia la abandonan.() Esa perpetua agitacin de todas las cosas les inquieta y les fatiga. Como todo se mueve en el mundo de las inteligencias, quieren que todo sea firme y estable en el orden material, y al no poder recuperar sus antiguas creencias, se dan un amo 479 .
478 Sobre la importancia de este aspecto de la religin segn Tocqueville insiste R. BELLAH y otros en Hbitos del corazn, p. 286 s. 479 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 47 s. Captulo Tercero 347 En segundo lugar, la religin eleva las almas y proyectndolas ms all de los bienes e intereses materiales, las educa en el aprecio por lo infinito, el sentimiento de lo grande y el amor a los valores espirituales. De este modo - arguye Tocqueville- se revela como un saludable remedio ante la pasin desmedida, obsesiva, y en ltimo trmino degradante, que siente el homo democraticus por el bienestar material. A este respecto escribe lo siguiente:
la democracia favorece el gusto por los goces materiales. Ese gusto, si se hace obsesivo, dispone bien pronto a los hombres a creer que todo no es ms que materia, y el materialismo acaba arrastrndolos hacia esos mismos goces con un afn insensato. Tal es el crculo fatal al que son empujadas las naciones democrticas. Es bueno que vean el peligro y se contengan.() Es preciso que los legisladores de las democracias y todos los hombres honestos e ilustrados que viven en ellas se dediquen sin descanso a elevar las almas y mantenerlas dirigidas hacia el cielo 480 .
No se trata, sin embargo -puntualiza nuestro autor-, de suprimir totalmente y de modo insensato el inters de los hombres por los bienes materiales, sino ms bien de moderarlo y conseguir que se entienda justamente, y no de un modo crematstico. As pues,
El principal propsito de las religiones consiste en purificar, regular y restringir el uso demasiado ardiente y exclusivo por el bienestar que sienten los hombres en las pocas de igualdad, pero creo que se equivocaran al intentar domarlo enteramente y destruirlo. No conseguirn apartar a los hombres del amor a las riquezas, pero pueden todava persuadirles a enriquecerse solamente por medios honestos 481 .
480 Idem que nota anterior, p. 186. 481 Ibidem, p. 52. Sobre la importancia de este punto en la argumentacin tocquevilliana insiste G. JACOVELLA en Religin y poltica en el pensamiento de Tocqueville, Madrid, Revista de Estudios Polticos, 1960, n110, p. 151 s. Captulo Tercero 348
Finalmente, la religin sirve a la libertad democrtica elevando barreras morales contra los efectos despticos derivados de la identificacin ilusoria de dicha libertad con la independencia total de los individuos, con el derecho ilimitado de la sociedad sobre los individuos o con la visin que concede a la mayora la prerrogativa de la omnipotencia. En lo que respecta a estas dos primeras visiones ilusorias y tomando como referencia el ejemplo americano, Tocqueville escribe:
los revolucionarios de Amrica estn obligados a profesar ostensiblemente un cierto respeto por la moral y la equidad cristianas que no les permite violar fcilmente las leyes cuando sas se oponen a la ejecucin de sus propsitos, y si pueden elevarse ellos solos por encima de sus escrpulos, se sentirn todava retenidos por los de sus partidarios. Hasta el presente, no se ha encontrado a nadie que haya osado afirmar esta mxima: todo est permitido en inters de la sociedad. Mxima impa que parece haber sido inventada en un siglo de libertad para legitimar todos los tiranos del futuro. As pues, al mismo tiempo que la ley permite al pueblo americano hacerlo todo, la religin le impide concebirlo todo y le prohibe atreverse a todo 482 .
Con respecto a la ltima de ellas, Tocqueville insiste -indica MANENT 483 - en que no se trata de que la religin cristiana se convierta en la opinin comn de la sociedad democrtica, sino ms bien de evitar con su accin que la opinin comn se convierta en una nueva religin cuyo dogma principal sea precisamente la regla de mayoras. En definitiva, solamente dependiendo de la inclinacin natural por la religin que hay en el hombre como tal y
482 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica I, p. 284. 483 P. MANENT, Tocqueville et la nature de la dmocratie, p. 131. Captulo Tercero 349 evitando toda alianza con el poder poltico estatal puede la religin ejercer un influjo moralmente saludable sobre la libertad y contribuir de este modo a la democratizacin de la sociedad. De todo este anlisis, pues, se desprende -a mi juicio- que Tocqueville se distancia tanto de la apelacin retroprogresiva de Rousseau a una religin civil como de la reclusin de la religin a la esfera ntima del sentimiento preconizada por Constant.
Conclusiones del Captulo Tercero 350
CONCLUSIONES DEL CAPTULO TERCERO EL CONCEPTO DE SOCIEDAD CIVIL EN LA FILOSOFA POLTICA DE TOCQUEVILLE.
Tocqueville gustaba de definirse a s mismo como un liberal de una nueva especie, y nada prueba mejor, a mi modo de ver, lo acertado de dicho juicio como su interpretacin acerca de la relacin que debe haber entre el Estado y la sociedad civil en el seno de la democracia moderna para que sta no d lugar a nuevas formas de despotismo, y muy especialmente aquellas que se revisten stilmente de una apariencia democrtica. En la tradicin liberal clsica se pensaba que la mejor manera de frenar el despotismo y garantizar la libertad consista en dividir y equilibrar el poder del Estado con medidas de ndole jurdico- constitucional. Hacer que el poder detenga al poder a travs de las instituciones era la gran leccin aprendida de Montesquieu por todos los liberales. Tocqueville tiene muy en cuenta dicha leccin, pero piensa que hace falta poner lmites propiamente sociales adems de poltico-institucionales al intervencionismo estatal. En este sentido considera -y ello le distancia tanto del liberalismo al uso como del hegelianismo- que la verdadera defensa de la democracia liberal se encuentra fundamentalmente en el mbito de los mores, esto es, en el desarrollo de una poderosa, pluralista e influyente actividad Conclusiones del Captulo Tercero 351 cvico-social situada ms all de la tutela del Estado. Como dice J. KEANE siguiendo a Tocqueville, el ojo independiente de la sociedad civil 484 resulta indispensable para mantener a raya el afn monopolstico y burocrtico del poder estatal y evitar, de este modo, que la revolucin democrtica en marcha desemboque en el despotismo paternalista. No hay que creer, sin embargo -y ste es un punto que, a mi juicio, no ha sido suficientemente advertido por sus intrpretes-, que Tocqueville considera a la sociedad civil algo as como un espacio inmaculado y totalmente a cubierto de cualquier tendencia desptica. Lejos de cualquier idealizacin en este sentido, nuestro autor considera que el repliegue individualista en lo privado, el gusto obsesivo por el bienestar material, la pasin igualitarista y la presin de la opinin mayoritaria, obstaculizan el desarrollo de la libertad democrtica en el contexto mismo de la sociedad civil y pueden propiciar la aparicin de un despotismo social no menos temible e incluso ms que el despotismo estatal anteriormente sealado. Y mxime si se tiene en cuenta, como hace Tocqueville, la posibilidad de una retroalimentacin entre ambos tipos de despotismo. De manera que tambin la propia sociedad civil necesita ser continuamente democratizada si no se quiere que se reproduzcan en su interior las formas modernas de la tirana. Y es que en el fondo, podramos decir con el autor de La Democracia en Amrica, el enemigo nmero uno de la libertad democrtica no es tanto el Estado
484 J. KEANE, op. cit. p. 75. Conclusiones del Captulo Tercero 352 providencia o la moderna sociedad de masas, sino ms bien el modelo de hombre heternomo que ambos contribuyen a crear. Como hemos visto, la filosofa poltica tocquevilliana no se limita a ofrecernos un diagnstico, que hoy juzgamos tan preciso como sagaz, acerca del despotismo democrtico en sus diversas formas. Adems de eso, tambin contiene una serie de remedios para combatir dichos inconvenientes y orientar el proceso democrtico hacia el perfeccionamiento moral de los hombres. Dichos remedios -indica ZETTERBAUM 485 - estn sacados del acervo de la propia democracia, ya que Tocqueville considera que todo intento de regulacin democrtica con prcticas antidemocrticas sera ilegtimo y resultara contraproducente. Ahora bien, yendo ms all de Zetterbaum, hemos tratado de probar que tales remedios tienen su fundamento en una concepcin de la sociedad civil que proyecta su influencia democratizadora en una doble direccin: hacia el Estado, proponiendo su descentralizacin para introducir, al mismo tiempo, una mayor participacin ciudadana en el interior de las instituciones polticas; y hacia la sociedad, generando una cultura cvico-poltica capaz de revitalizar desde sus races mismas el espritu de la libertad democrtica. En la primera de tales direcciones, Tocqueville destaca el papel del selfgovernment municipal como marco poltico adecuado para tratar, de un modo ms participativo que meramente representativo, la construccin de un inters comn por parte de la ciudadana, superando as los inconvenientes derivados de una concepcin individualista o estatalista del
485 M. ZETTERBAUM, Alexis de Tocqueville en L. STRAUSS y J. CROPSEY (comp.) Historia de la Filosofa Poltica, p. 726 s. Conclusiones del Captulo Tercero 353 mismo. La famosa teora de los poderes intermedios de Montesquieu reaparece aqu, pero interpretada en clave democrtica y aplicada a la potenciacin de la libertad poltica en el mbito del municipio. No menos importantes resultan tambin, en el terreno poltico-institucional, sus consideraciones crticas acerca de la organizacin burocratizada y la actuacin groseramente instrumental de los partidos polticos, as como su propuesta favorable a la instauracin del jurado popular. En ambos casos se trata, en el fondo, de introducir la idea de una estrecha correlacin entre derechos y responsabilidades en el universo de las instituciones polticas para que stas se conviertan en verdaderas escuelas de democracia y no, como suelen ser vistas, en agencias al servicio de un poder estatal ajeno a los propios ciudadanos. Tocqueville insiste en el valor de la educacin cvico- poltica democrtica en su argumentacin sobre el asociacionismo en el mbito propiamente dicho de la sociedad civil. En este sentido, considera que las asociaciones civiles independientes constituyen el mejor antdoto contra el individualismo y el despotismo, siempre y cuando eleven sus miras ms all de la defensa de intereses particularistas y contribuyan a formar ese ethos democrtico que hace falta para profundizar en la democracia. La libertad de prensa es otro de los recursos principales aducidos por nuestro autor para constituir una opinin pblica que acte de salvaguardia de las libertades democrticas, combatiendo con las armas de la crtica racional la injusticia y el abuso de poder, vengan Conclusiones del Captulo Tercero 354 stos de donde vengan. Finalmente, Tocqueville destaca, junto a los recursos mencionados, a la religin porque la considera, debidamente separada del poder poltico, como una fuerza espiritual que ayuda al homo democraticus a liberarse de las perniciosas inclinaciones repetidamente sealadas -el aislamiento y egosmo individualistas, el afn desmedido por el bienestar material, la envidia mezquina, etc- y, en este sentido, ejerce una influencia saludable sobre la libertad democrtica. En definitiva, podramos decir siguiendo a nuestro autor que no se trata solamente de sociocivilizar al Estado, sino tambin de sociocivilizar a la propia sociedad civil para profundizar en la democracia. Como puede verse fcilmente, no estamos ante una serie de remedios espectaculares o especialmente novedosos y, a mayor abundamiento, no se pretende con ellos nada ms -pero tampoco nada menos- que avanzar en el perfeccionamiento de la democracia liberal. Demasiado poco o excesivo optimismo, segn se mire, pero lo cierto es que Tocqueville termina su reflexin tan lleno de temores como de esperanzas acerca del porvenir de la libertad en la sociedad democrtica moderna. En cualquier caso -nos dice- todo depende, en el fondo, del valor que tengamos para hacer uso de nuestra capacidad de autonoma, ya que
las naciones de nuestros das no pueden hacer que las condiciones no sean iguales en su interior, pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria.() Tengamos, pues, ese saludable temor por el porvenir que hace vigilar y combatir y no esa especie de temor Conclusiones del Captulo Tercero 355 blando y ocioso que desalienta los corazones y los debilita. 486 .
486 A. DE TOCQUEVILLE, La Democracia en Amrica II, p. 392, 387.
EPLOGO Eplogo 357
EPLOGO
Desde su redescubrimiento a mediados de este siglo que acaba, La Democracia en Amrica ha sido justamente aclamada por sus virtudes cientfico-sociales y su autor elevado a la categora de pensador fundamental en el desarrollo moderno de un buen nmero de disciplinas tales como la historia, la sociologa, la politologa y la psicologa social. Sin negar el valor de tales reconocimientos, nosotros hemos tratado de probar que dicha obra contiene tambin una clarividente e importantsima meditacin filosfica sobre la democracia moderna y, en este sentido, pensamos que Tocqueville merece asimismo un lugar destacado entre los clsicos modernos de la filosofa poltica. Vista, pues, desde una perspectiva filosfica, la reflexin tocquevilliana sobre la democracia presenta, en el fondo, una serie de supuestos de ndole normativa que nuestra investigacin ha tratado de explicitar, discutir y valorar con el fin de entresacar su aportacin al debate librado actualmente en torno a las distintas formas de concebir la democracia. A este respecto, creemos haber mostrado que la filosofa poltica de nuestro autor constituye una valiosa fuente de inspiracin para cuestionar las teoras elitistas de la democracia y, al mismo tiempo, comprende una propuesta que, sin renunciar a las conquistas del representacionismo liberal, sirve para profundizar en la construccin de modelos de democracia ms radicales y participativos. Y ello por tres Eplogo 358 razones fundamentales que referimos seguidamente a modo de recapitulacin. En primer lugar, porque Tocqueville no solamente radiografa con una agudeza intelectual impresionante al hombre democrtico tal y como es, sino que tambin nos indica cmo debera ser para evitar su degradacin en el egosmo individualista. En la entraa de La Democracia en Amrica se encuentra, pues, una reflexin de carcter antroponmico que trata de superar los inconvenientes de orden moral y poltico que trae consigo el individualismo como modelo de homo democraticus. Como hemos argumentado en la primera parte de nuestro trabajo, dicha antroponoma tiene un marcado carz humanista y no individualista, ya que lo que defiende nuestro autor es la autonoma y no la autosuficiencia del individuo; es la participacin en lo pblico y no la independencia privada; es el compromiso cvico-poltico y no la maximizacin egosta del inters y, en definitiva, es el ciudadano propiamente dicho y no el derechohabiente. No se trata con ello de sacrificar al individuo para recuperar al ciudadano, como pensaba Rousseau, pero tampoco de reducir la ciudadana a un mero instrumento defensivo al servicio de la privacidad individual, como haba sostenido Constant. El humanismo cvico que, a mi juicio, propone Tocqueville busca una sntesis entre ambos extremos -el republicano y el liberal-, y, en esta direccin, lo que pretende es restituir al ciudadano sin anular al individuo. Dicho ms claramente todava: se trata de hacer que el individuo comprenda que no es propiamente hablando un sujeto autnomo si no es, al mismo tiempo, un Eplogo 359 ciudadano que participa significativamente en la direccin del proceso democrtico. As pues, un humanismo cvico como ethos democrtico es lo que, en esencia, postula Tocqueville para que la democracia liberal se oriente hacia el perfeccionamiento moral de los hombres y no degenere hasta desembocar en el despotismo democrtico en cualquiera de sus formas (ya sea el despotismo de uno solo, de la mayora o del Estado-Providencia). En segundo lugar, porque Tocqueville comprende, quizs mejor que nadie en su poca, que los valores de la igualdad y de la libertad forman parte inseparable del ideal democrtico- liberal hacia el que tienden las sociedades modernas, y de ah que considere como cometido principal de la filosofa poltica el intentar articularlos de una forma justa, an sabiendo que se trata de una tarea siempre problemtica y nunca definitivamente resuelta. Como hemos mostrado en la segunda parte de nuestro trabajo, a nuestro autor no se le ocultan las tensiones existentes entre ambos valores cuando se incardinan en la realidad social, y por eso se aplica en su reflexin a analizar este punto minuciosamente. Y es que la igualdad puede ser concebida, frente a la jerarqua y el privilegio, como el justo derecho de todos y cada uno a la libertad; pero puede ocurrir tambin -y con ms frecuencia de lo que pensamos- que esa misma igualdad se confunda con el igualitarismo e impulse, de un modo tan apasionado como perverso, a los hombres a reducir toda suerte de comportamiento autnomo o excelencia individual al nivel impuesto por la mayora y/o a las prerrogativas uniformizantes, desptico-paternalistas y Eplogo 360 engaosamente benefactoras de un Estado-providencia. En lo que se refiere a la libertad, la crtica tocquevilliana se aplica tambin a las interpretaciones reduccionistas y en el fondo favorables al establecimiento de nuevas desigualdades injustas. As sucede, fundamentalmente, cuando la libertad se confunde con el liberismo y se asimila ilusoriamente a la lgica individualista de la independencia privada o se concibe ciegamente siguiendo la doctrina economicista del laisez- faire. De manera que la combinacin justa de igualdad y libertad pasa, en definitiva, por la denuncia de los inconvenientes que trae consigo la pasin igualitarista para la causa de la libertad como la dogmtica liberista con respecto a la igualdad. La libertad es, sin embargo, el valor prioritario de la filosofa poltica tocquevilliana y, en este sentido, su aportacin ms valiosa consiste, segn nuestra interpretacin, en ofrecernos una visin de la libertad democrtica como sntesis de independencia, participacin y responsabilidad. De ah, pues, su consideracin de pensador liberal, s, pero como el propio Tocqueville gustaba decir de s mismo un liberal de una nueva especie. En tercer lugar, porque en Tocqueville encontramos una argumentacin en favor del protagonismo de la sociedad civil en la necesaria y urgente tarea de profundizar en la democracia liberal para evitar las nuevas formas de despotismo que amenazan con desarrollarse en su propio seno, y sobre todo aquellas que se enmascaran tras la simbologa exterior de los principios democrticos. Como hemos tratado de probar en la tercera parte de nuestra investigacin, nuestro autor piensa Eplogo 361 que la mejor defensa y perfeccionamiento moral de la democracia liberal se encuentra fundamentalmente en el mbito de los mores y no tanto en el de las leyes e instituciones; y de ah su insistencia en el papel del asociacionismo civil como principal antdoto del peligro desptico que trae consigo la vinculacin entre individualismo y paternalismo estatal. Ello no quiere decir que Tocqueville ignore la necesidad de democratizar el aparato estatal y, en este sentido, propone una serie de medidas encaminadas a descentralizarlo y desburocratizarlo. Entre tales medidas, hemos destacado especialmente la potenciacin de la autonoma local, la democratizacin de los partidos polticos y la instauracin del jurado popular. Ahora bien, la reflexin tocquevilliana insiste sobre todo en la necesidad de democratizar la sociedad civil misma y, para este fin, hace falta contar, adems de las asociaciones, con una opinin pblica crtica e independiente y con la influencia espiritualmente beneficiosa que, estricamente separada del Estado, ofrece la religin. Ante tales ideas, no es de extraar que Tocqueville sea uno de los autores ms invocados actualmente por los tericos de la sociedad civil 487 . No obstante, pensamos que la aportacin ms importante de nuestro autor a tales teoras es su advertencia de que la sociedad civil no es un mbito inmaculado y, por tanto, est tambin necesitado de una profunda democratizacin interna si no queremos que se convierta en una palabra trampa
487 As lo indican, entre otros, H. DUBIEL, art. cit. p. 120 s; J. KEANE, op. cit. pp. 73-76; F. VALLESPN, art. cit. p. 43. Eplogo 362 que acte de cobertura enmascaradora de nuevas y ms sutiles injusticias 488 . En definitiva y para acabar esta investigacin, nos parece oportuno traer a colacin las solemnes palabras que uno de sus primeros estudiosos -R. PIERRE MARCEL- dedicara a Tocqueville, ya que nos ofrecen, a mi juicio, el sentido profundo de la obra de ste:
Por haberse ligado as al servicio de lo que l crea ser la verdad() Tocqueville merece sobrevivir. Era uno de esos hombres a quienes anima constantemente una llama generosa y pura. La pasin por la libertad y la dignidad humana, la angustia ante nuestro destino, la concepcin grave de nuestros deberes forman la base sobre la que estableci sus trabajos 489 .
488 Aunque sin referirse a Tocqueville, el profesor J.L.ARANGUREN insista een esta misma idea en su artculo Estado y Sociedad Civil en VVAA Sociedad civil o Estado Reflujo o retorno de la sociedad civil?, p. 17: En esta misma lnea se ha pronunciado tambin la profesora A. CORTINA en tica aplicada y democracia radical, pp. 154-157, y ms recientemente en Sociedad civil, A. CORTINA (dir) 10 palabras clave en Filosofa Poltica, p. 387. 489 R. PIERRE MARCEL, Essai politique sur Alexis de Tocqueville, Pars, Alcan, 1910, p. 120.(la traduccin es nuestra).
BIBLIOGRAFA
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BIBLIOGRAFA
1) FUENTES:
-TOCQUEVILLE, Alexis de: La Democracia en Amrica, edicin crtica preparada y traducida por E. NOLLA, Madrid, Aguilar, 1989, 2 vols. -TOCQUEVILLE, Alexis de: Oeuvres Compltes, edicin a cargo de la Commission nationale pour ledition des oeuvres dAlexis de Tocqueville, dirigida inicialmente por J. P. MAYER y posteriormente por F. FURET, siendo su secretario permanente A. JARDIN, Paris, Gallimard, de 1951 a la actualidad. Tome I, vol. 1: De la Dmocratie en Amrique, 1951; vol. 2: De la Dmocratie en Amrique, 1951. Tome II, vol. 1: LAncien Rgime et la Rvolution, 1953; vol. 2: LAncien Rgime et la Rvolution: Fragments et notes indites sur la Rvolution, 1953. Tome III, vol. 1: crits et Discours Politiques: crits sur lAlgerie, les colonies, labolition de lesclavage, lInde, 1962; vol. 2: Ecrits et Discours Politiques sous la monarchie de Juillet, 1985; vol. 3: Ecrits et Discours Politiques, 1990. Tome IV, vols. 1 et 2: Ecrits sur le systme pnitentiaire en France et ltranger, 1984. Tome V, vol. 1: Voyage en Sicile et aux Etats-Unis, 1957; vol. 2: Voyage en Angleterre, Irlande, Suisse et Algrie, 1957.
365 Tome VI, vol. 1: Correspondance anglaise, avec Reeve et J.Stuart Mill, 1954; vol. 2: Correspondance et conversations avec Nassau William Senior, 1991. Tome VII, Correspondance amricaine et europenne, 1986. Tome VIII, vols.1,2,3: Correspondance Tocqueville-Beaumont, 1967. Tome IX, Correspondance Tocqueville-Gobineau, 1959. Tome XI, Correspondance Tocqueville-Ampre et Tocqueville- Royerd Collar, 1970. Tome XII, Souvenirs, 1968. Tome XIII, vols.1 et 2: Correspondance Tocqueville-Kergorlay, 1977. Tome XV, vols. 1 et 2: Correspondance Tocqueville-Corcelle et Tocqueville-Madame Swetchine, 1983. Tome XVI, Mlanges, 1989. Tome XVIII Correspondance Tocqueville-Circourt et Tocqueville- Madame de Circourt, 1983. De este modo, quedan pendientes de publicacin en esta edicin de las Obras Completas: Tome X, titulado Correspondance locale, previsto en 1 volumen Tome XIV, titulado Correspondance familiale. Tome XVII, con el ttulo Correspondance divers. Tome VI, vol. 3 de Correspondance Anglaise. -TOCQUEVILLE, Alexis de: Oeuvres Compltes, publies par Mme de Tocqueville et M. de Beaumont, Paris, Michel Lvy frres, 1864-1866, 9 vols.
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