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Las Biografias de Hitler

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1 LAS BIOGRAFAS DE HITLER: PROBLEMAS DE LA INTERPRETACIN HISTRICA Anbal Romero (2004) 1

Qu hace que una biografa pueda considerarse una buena biografa? Y ms especficamente, qu criterios permiten evaluar como buena una biografa de Hitler? La respuesta a la primera interrogante no necesariamente puede cubrir en todos sus aspectos la segunda, pues existen importantes diferencias en cuanto a reto intelectual entre, digamos, la biografa de una notable figura literaria a la manera de James Joyce o Paul Valry, de un lado, y de otro la de una figura poltica como Hitler. En el primer caso puede imaginarse un ttulo como James Joyce, su vida y su tiempo, lo que indicara que hay en principio espacio para seguir la pista del desarrollo espiritual del biografiado, con relativa autonoma con respecto de sus circunstancias vitales; en tanto que con Hitler resulta imposible distinguir su vida de su tiempo, ambos estn estrechamente vinculados y entremezclados ms all de cualquier esfuerzo que procure separarles. La propia naturaleza del personaje biografiado impone desafos especficos al bigrafo, y sugiere tambin criterios propios para juzgar los resultados.

En lneas muy generales, una buena biografa narra una historia de manera convincente, y ello tiene que ver en parte con la calidad del estilo literario, con la riqueza de materiales de apoyo que el autor utilice, y tambin con la adopcin de un punto de vista por parte del bigrafo sobre el sentido de lo que relata y el significado de la trayectoria humana que describe. Para mencionar un ejemplo, la biografa de John Toland sobre Hitler, publicada inicialmente en 1976, est bien escrita y cautiva a ratos el inters del lector, sobre todo debido a la magnitud e importancia mundial de los eventos que narra, y a la particular fascinacin que ejerce la figura de Hitler como encarnacin del mal en nuestro tiempo. No obstante, al final la obra deja una especie de desazn en el nimo

2 del lector que aspira a algo ms que una descripcin, y desea saber lo que piensa el bigrafo sobre qu signific todo aqullo. La razn de esta falla en el libro de Toland, estriba a mi modo de ver en la confesin inicial del autor, cuando afirma que Mi libro no tiene tesis, y todas las conclusiones que en l se encuentran surgieron al irlo escribiendo. Una de tales conclusiones, nos dice, es que Hitler era mucho ms complejo y contradictorio de lo que yo haba imaginado. 1 Este es un resultado relevante, pero sugiere que el autor

consideraba, al dar comienzo a su tarea, que los hechos hablan por s mismos, lo cual es falso y conduce a serios extravos. Los hechos no son elocuentes por s mismos pues no se pueden separar de su enunciacin y su explicacin, y esta ltima es una tarea con implicaciones morales. Al bigrafo toca describir, narrar y explicar, y la seleccin de sus palabras y aseveraciones no constituye un mero asunto estilstico o cientfico sino moral. 2

Esa carencia de tesis, es decir, de un punto de vista y una perspectiva clara y consistente, se une en el libro de Toland a una serie de afirmaciones que me lucen cuestionables, y no tienen sustentacin adecuada en la masa de evidencia disponible. Para slo citar tres casos, Toland sostiene que Hitler se consideraba a s mismo nacido y predestinado a la poltica, pero en realidad los datos existentes sugieren que este tipo de conviccin mesinica slo se concret, en su direccin especficamente poltica, despus de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y luego de las experiencias vividas por Hitler en Munich al ser desmobilizado del ejrcito, y no antes. Toland tambin asegura que Hitler ocultaba sus intenciones revoilucionarias en tiempos electorales para no alarmar al ciudadano medio, y en particular afirma, con referencia a las elecciones de febrero de 1933, que Hitler nada anticip acerca de sus planes contra los judos. Es cierto que Hitler era capaz de moderar el tono y contenidos de sus discursos en funcin de las diversas situaciones que

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John Toland, Adolf Hitler (Madrid: Editorial Cosmos, 1977), Vol. 1, p. 6 Sobre este punto, John Lukacs, The Hitler of History (New York: Vintage Books, 1998), p. 17

3 enfrentaba, pero si algo caracteriz su carrera poltica fue su sistemtica prdica radical, perceptible an en las ms acomodaticias circunstancias. Nadie puede acusar al Fhrer nazi de haber ocultado sus intenciones, aunque por supuesto no las repeta a plenitud a cada instante. Por otra parte, no queda claro qu intenta decir Toland cuando seala que en esa coyuntura especfica, Hitler nada anticip con respecto a sus planes contra los judos. El antisemitismo de Hitler era explcito y notorio, pero sus planes concretos de exterminio en masa de los judos nunca fueron expuestos abiertamente, en pblico, por el lder nazi tal vez con la excepcin de algunos ntimos colaboradores, y en 1933 ni siquiera los judos alemanes, al menos buena parte de ellos, alcanzaban a imaginar la catstrofe que el rgimen nacionalsocialista y su mximo jefe se aprestaban a desatar sobre ellos y en general sobre la poblacin juda en varios pases de Europa y la URSS. Ms an, es probable que en ese relativamente temprano momento de la historia del rgimen, tampoco Hitler y los jerarcas nazis tenan claro qu era exactamente lo que iban a hacer, no slo con respecto a los judos sino con relacin a la guerra de conquista europea.

En otra seccin de su obra, Toland dice que en diciembre de 1933 Alemania estaba en el umbral del totalitarismo y haba llegado all ms por las necesidades de la poca y el deseo de conformarse, que por el terror. 3 sto me parece discutible, ya que podemos preguntarnos: cules eran las necesidades de la poca, y porqu otras naciones europeas, como Inglaterra y Polonia por ejemplo, no sucumbieron a ellas como lo hizo Alemania? Qu sentido tiene hablar de un deseo de conformarse de parte de una sociedad alemana que nunca, antes de 1933, vot mayoritariamente por Hitler y los nazis? No se explica tambin el ascenso de Hitler al poder por la miopa y el egosmo de las lites conservadoras y de la izquierda socialdemcrata y comunista, que siempre subestimaron el radicalismo nacionalsocialista y el carisma de su lder, y no fueron capaces de luchar juntos contra la amenaza mortal que acab por destruirles?
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Toland, Vol. 1, pp. 93, 334, 372

Estudiosos del arte de la biografa pues se trata de un arte que requiere sensibilidad, diseo conceptual, penetracin sicolgica, creacin de un clima narrativo, comprensin sociolgica y empata hacia el tema explorado, 4 sostienen que una biografa debe ser simplemente la historia de la vida de una persona y no una teora sobre esa vida. 5 Pero esta afirmacin puede prestarse a equvocos. Si bien es cierto que una biografa no debe concebirse como un tratado sociolgico o un texto de sicologa, tambin lo es que sin teora, entendida ac como un marco conceptual que sustente un punto de vista y una perspectiva interpretativa, una biografa carece de hilo conductor, muy particularmente si estamos hablando de una figura con las caractersticas de un Hitler, por la multiplicidad de variables y la complejidad intrnseca del contexto y del personaje mismo. Creo que esa falta de teora o tesis, como Toland lo expresa, crea un vaco en su libro, y a ella pueden atribursele, al menos parcialmente, algunas de las dificultades interpretativas de la obra. Esta carencia de teora es lo que lleva a otros a decir, para mencionar un par de ejemplos, que Hitler no figura entre las grandes personalidades de la historia, y que hay poco que lo haga interesante como hombre en s. 6 stas son aseveraciones debatibles, ya que en primer trmino habra que definir qu se entiende por grandeza histrica, y en segundo lugar sera imperativo tomar en cuenta que puede existir un abismo y de hecho ocurre con frecuencia entre ciertos rasgos pedestres de la personalidad cotidiana de un individuo, como ocurre con Hitler, y el impacto colectivo e histrico del personaje. Esto por cierto lo seal el primer bigrafo serio de Hitler, Konrad Heiden, en su excelente y perceptiva obra de 1944, de la manera siguiente: La contradiccin entre la apariencia lamentable y la voz poderosa caracteriza al hombre. La suya es una

Ulick OConnor, Biographers and the Art of Biography (London: Quarter Books, 1991), p. 36 5 Daniel Aron, ed., Studies in Biography (Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1978), Preface, p. vii 6 Karl Dietrich Bracher, Problemas y perspectivas en la interpretacin de Hitler, en, Controversias de historia contempornea (Barcelona: Editorial Alfa, 1983), p. 84

5 personalidad escindida; amplias zonas de su alma son insignificantes, descoloridas de cualidades relevantes de intelecto o voluntad: pero hay tambin esquinas sobrecargadas de fuerza. Esta asociacin de inferioridad y fuerza es lo que le hace tan extrao y fascinante a la vez. 7 Esa misma inferioridad y esa apariencia lamentable, lejos de parecerme poco interesantes, me despiertan, tratndose de Hitler, el mayor inters.

Voltaire deca: yo nada impongo, nada propongo, sencillamente expongo; 8 pero estas frases de nuevo ponen de manifiesto la ilusin de que los hechos hablan por s mismos, una ilusin que constantemente confunde a los bigrafos y les hace perder de vista que un bigrafo y un historiador en general constantemente toma decisiones que reflejan el acto de interpretar. Considero preferible, antes que la ficcin volteriana, la aspiracin de Hannah Arendt, plasmada as: En tiempos sombros tenemos el derecho de esperar alguna iluminacin, y algunas vidas arrojan una luz sobre el mundo. 9 No se trata, desde luego, de una luz tica, mucho menos en el caso de Hitler ms bien todo lo contrario. Considero que Arendt se refiere a una luz explicativa sobre la poca, y ciertamente la figura de Hitler es fundamental no slo para la comprensin de algunos de los sucesos clave del siglo XX, sino que tiene un hondo inters humano en un sentido amplio precisamente por haber alcanzado los extremos de odio contra los que consideraba sus enemigos, dominio real sobre sus seguidores, y criminalidad que conocemos. Estos rasgos tan pronunciados en cuanto a maldad y capacidad destructiva complican la tarea para sus bigrafos, pues se corre el riesgo de satanizar al personaje de modo tal que adquiera dimensiones ajenas a una explicacin equilibrada, en lo que tiene que ver con el rigor intelectual en general. De otro lado, esa misma imagen demonaca, y la indudable maldad moral de Hitler, lleva a no pocos a creer que
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Konrad Heiden, The Fhrer (Carroll & Graf Publishers, Inc., 1999), pp. 34-35 Citado por Lytton Strachey, Eminent Victorians (New York: Capricorn Books, 1963), p. vii 9 Citada por Paula R. Backscheider, Reflections on Biography (Oxford: Oxford University Press, 1999), p. xxi

6 es errado y/o peligroso humanizar a Hitler, 10 en el sentido bsico de sostener que era un ser humano y que hay que esforzarce por explicar su vida, pues aunque nos resulte repugnante y nos genere gran desasosiego moral, la carrera de Hitler demuestra qu somos capaces de hacer, o como mnimo qu fue capaz de hacer un miembro de la especie. El tema del genocidio es central en el estudio de Hitler, y hay que darle toda la importancia que exige, mas no puede convertirse en obstculo en lugar de ser un elemento ms, de crucial importancia para la explicacin de esa vida y sus circunstancias. Al contrario, pienso que la atraccin que irradia la figura de Hitler, en una perspectiva cientfica del trmino en el campo de las ciencias sociales y de la tica misma, reside precisamente en su radicalismo poltico y su maldad moral.

De all que me resulten inadmisibles los intentos de colocar la vida y carrera de Hitler ms all del campo de las explicaciones posibles, y sostener, por ejemplo, que las biografas de Hitler ponen de manifiesto una insuperable dificultad para explicar por qu Hitler pens y actu como lo hizo y por qu millones de alemanes hallaron una nueva fe en su pavorosa ideologa;
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aseverar que entenderlo todo es perdonarlo todo, que emprender el esfuerzo de entender a Hitler es arriesgarse a hacer comprensibles sus crmenes y de ese modo reconocer la alternativa prohibida de tener que perdonarle. 12 No creo que sea imposible ensayar explicaciones de lo que ocurri con Hitler y los alemanes, unas ms satisfactorias o menos sesgadas o limitadas que otras; tampoco comparto la idea de que explicar inevitablemente empuje a perdonar. Una cosa es el anlisis histrico, con sus implicaciones evaluativas en cada caso, y otra la decisin moral de perdonar. Por lo dems, un bigrafo tiene por encima de todo que estar persuadido de que la tarea que se propone emprender es factible, y ello no tiene por qu llevarnos a olvidar que numerosas vidas
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Vase, para citar un caso, el artculo de Norman Lebrecht, The Humanising of Hitler, The Spectator, London, 28 October 2000, pp. 60-61 11 George H. Stein, ed., Hitler (New Jersey: Prentice Hall, Inc., 1968), Afterword, p. 172 12 Esta es la posicin asumida por Claude Lanzmann. Vase, Ron Rosebaum, Explaining Hitler (London: Macmillan-Papermac, 1999), pp. xvi-xvii

7 humanas, tal vez la mayora y ciertamente no slo la de Hitler, dejan un mbito para el misterio, el enigma, y finalmente la duda acerca de sus motivaciones y acciones. De tal manera que afirmaciones como las de Hugh Trevor Roper y Alan Bullock, dos de los mejores bigrafos de Hitler, segn las cuales el jefe nazi permanece como un atemorizador misterio, y mientras ms lo estudio ms difcil encuentro explicarle 13 deben tomarse, pienso, en el sentido de que la vida humana tiene mucho de misterioso, rasgo que se acenta en el caso de un Hitler. El verdadero problema se halla entonces en la pretensin de explicar plenamente a un ser humano, en esperar que una biografa pueda proporcionarnos la clave final y definitiva, y entregarnos, por as decirlo, al verdadero Hitler, al Hitler real, descifrando sin que nada reste su misterio y decodificando sus ms recnditos y oscuros secretos. Una biografa puede intentar esta empresa, pero es iluso presumir que la misma tendr un punto final.

Los ms oscuros rasgos morales, los instintos homicidas y la mezquindad de espritu no son desafortunadamente incompatibles con la destreza poltica, y ello ha sido reconocido as por los ms importantes bigrafos de Hitler, aunque Ian Kershaw como veremos procura en cierta forma desdibujar el genio poltico del lder nazi bajo el oleaje tumultuoso de las fuerzas sociales que conformaban el contexto en que aconteci su actuacin pblica. Por su parte, Alan Bullock reconoce sin cortapisas las habilidades polticas fuera de lo comn de un hombre que pareci emerger de la nada hasta dominar Alemania y buena parte de Europa, confundiendo y venciendo por aos a adversarios que siempre parecan quedar varios pasos atrs de las maniobras urdidas por su sinuoso y sorprendente contrincante. En su conocida y excelente biografa de 1952, Bullock destaca en particular el instinto y capacidad de Hitler para identificar y utilizar para su provecho los factores emocionales en la poltica, as como su
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Hugh R. Trevor-Roper, Hitler Revisited, Encounter, December 1988, p. 19; la cita de Bollock en Rosebaum, p. xv

8 maestra para simplificar su mensaje y transmitirlo con impacto, su atinada percepcin de las debilidades de sus oponentes, y su voluntad de asumir riesgos. 14 Y Joachim Fest, a mi manera de ver autor de la que es, hasta ahora, la mejor biografa del lder nazi, seala sin ambigedades que Hitler fue un poltico consumado. 15 Por su parte, Marlis Steinert, en un libro meritorio pero quizs demasiado ortodoxo en sus interpretaciones y un tanto academicista en sus mtodos y estilo de presentacin, enfatiza el papel de la pasin, entendida como una fuerza dinmica e implacable, en el xito poltico de Hitler, una pasin que escribe Hitler supo comunicar a millones de frustrados y de mediocres como l. 16

Hay que suponer que al calificar a Hitler de mediocre Steinert desea llamar la atencin sobre ciertas caractersticas personales de aqul individuo con propensiones bohemias, hbitos y gustos triviales, que jams logr disciplinarse para trabajar en serio, que era incapaz de afectos humanos estables, careca de autenticidad en sus relaciones y estaba lleno de inseguridades y prejuicios. De otro lado, no obstante, me parece peligroso, en el sentido de la diseccin analtica de Hitler, calificarle como un mediocre, a menos que se tenga muy claro qu es lo que se quiere expresar con el trmino. Igual cosa ocurre cuando se discute sobre la grandeza histrica de un personaje como Hitler. El riesgo que se corre es el de confundir su impacto concreto en el curso de los eventos con su valoracin moral. Ciertamente, Hitler no fue grande como factor de logros positivos o como influencia benefactora para su pueblo, pero como lo manifiesta el autor de uno de los ms agudos, equilibrados y originales estudios en torno al Fhrer nazi, Los grandes hombres son con frecuencia malos, y Hitler, a pesar de todos su horripilantes atributos, fue un gran hombre, como lo demostr una y otra vez por la audacia de su visin y la astucia de sus

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Alan Bullock, Hitler. A Study in Tyranny (Harmondsworth: Penguin Books, 1972), p. 804 15 Joachim Fest, Hitler (New York: Vintage Books, 1975), p. 262 16 Marlis Steinert, Hitler (Buenos Aires: Javier Vergara Editor, 1999), p. 111

9 instintos. 17 Jacob Burckhart, por otra parte, ha argumentado que aqullos que son slo vigorosos destructores no son grandes, histricamente hablando, 18 y no puede negarse el peso de esta idea de las cosas. Ahora bien, a mi parecer lo verdaderamente clave, ms all de uno u otro calificativo, est en evadir la tentacin de subestimar la figura y el fenmeno poltico de Hitler. Mentes perceptivas como las de Bracher y Steinert se preguntan: cmo un hombre de existencia personal tan estrechapudo fundamentarun desarrollo de

dimensiones y consecuencias de tanto alcance histrico-mundial, que dependi considerablemente de l?, 19 cmo se explica la disparidad entre una apariencia insignificante y los cataclismos que produjo? 20 Si bien la interrogante no deja de tener sentido, no creo que semejante disparidad constituya de por s un acertijo indescifrable, pues bien podra sostenerse que en lugar de ser las cualidades que le separaban de las masas las que le llevaron donde lleg, fueron ms bien las que le asemejaban a la mayora y de las que Hitler encarnaba la representacin las que explican su xito, pues de hecho el lder nazi fue el individuo que dio voz a las masas, a buena parte de ellas, y a travs del cual las masas hablaron. 21

En realidad, hablar de las presuntas mediocridad o grandeza de Hitler poco ayuda a explicarle, pero: qu es explicar una vida?, en qu consiste esa tarea? El propio Freud confes que Resulta imposible entender el pasado con certeza, porque no podemos adivinar las motivaciones de los hombres y la esencia de sus almas, y por ello no podemos interpretar sus actos. 22 Esto luce un tanto exagerado, pues los actores histricos dejan rastros documentos, grabaciones, memorias, testimonios de otros que les vieron desempearse, impresiones de sus contemporneos, etc. que permiten hasta cierto punto

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Sebastian Haffner, The Meaning of Hitler (New York: Macmillan, 1979), p. 171 Citado por Lukacs, p.254 19 K. D. Bracher, p. 85 20 Steinert, p. 12 21 Joachim Fest, The Face of the Third Reich (New York: Pantheon Books, 1970), p. 4 22 Citado en Backscheider, p. 109

10 hacerse una idea de lo que les mova a hacer lo que hicieron, aparte de lo que revelan sus decisiones y acciones como tales. Me parece, insisto, excesivo sostener que Hitler escapa a una explicacin, 23 aunque ciertamente conviene limitar las ambiciones en cuanto a las posibilidades de llegar a conclusiones ltimas y definitivas sobre las razones o sinrazones que explican la conducta de las personas. De hecho, en no poca medida el atractivo de una buena biografa se encuentra en la bsqueda de respuestas, y en la aceptacin de que an el mejor de los bigrafos nos dejar parcialmente insatisfechos en nuestra ansia de las mismas. Una gran biografa es capaz de suscitar tantas preguntas como las respuestas que propone, y una buena biografa es generalmente testimonio de las fallas de las diversas teoras sicolgicas y sociolgicas acerca de la personalidad. 24 Es cierto que los avances en sicologa profunda pueden arrojar alguna luz sobre la conexin que hubo entre el carisma de Hitler y los miedos, resentimientos, ambiciones y ansias de revancha de muchos de sus seguidores; tambin es en principio posible que como algunos han sugerido, y a manera de ejemplo para lo que venimos discutiendo, el feroz anti-semitismo de Hitler haya tenido races patolgicas vinculadas a su compleja sexualidad. 25 Todas estas teoras e hiptesis contribuyen de un modo u otro a observar la carrera del individuo en cuestin y analizarla, pero no le agotan, y son como los pasos en una caminata que al emprenderse no se conoce dnde y cundo termina.

En el contexto de las teoras socio-antropolgicas y sicolgicas que intentan explicar el carisma, llama la atencin la muy interesante tesis que presenta Roger Caillois en su libro sobre el mito, en el que distingue entre la mitologa de las situaciones y la de los hroes. Las situaciones mticas constituyen la proyeccin de conflictos sicolgicos, y el hroe es la proyeccin del propio individuo como imagen ideal de compensacin que tie de grandeza
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Rosenbaum, p. xi Para una interesante discusin en torno a la sicohistoria, consltese, Fred Weinstein, Psychohistory and the Crisis of the Social Sciences, History and Theory, # 34, Vol. 4, 1995, pp. 299-319 25 Fest, Hitler, pp. 39-40

11 su alma humillada. 26 El individuo es presa de conflictos sicolgicos acerca de los cuales muchas veces somos inconscientes, pues surgen de las presiones de la estructura social que nos rodea sobre nuestros deseos. De all que el individuo slo puede salir de esos conflictos mediante actos condenados por la sociedad y hasta por su propia conciencia, condicionada y marcada como est por los tabes y prohibiciones sociales. La consecuencia de ello es que el individuo se paraliza ante la transgresin a la que le empujan sus aspiraciones ms recnditas, y confa su ejecucin al hroe. El hroe es por lo tanto aqul que encuentra una solucin a la situacin mtica, el que le halla una salida sea feliz o desdichada, pero salida al fin. El hroe resuelve el conflicto, y esa facultad legitima para l un derecho superior, no tanto al crimen sino a la culpabilidad, siendo la funcin de esa culpabilidad (la que se acarrea para el hroe por su transgresin) la de halagar al individuo que la desea pero no es capaz de asumirla. Argumenta Caillois igualmente que el individuo no se contenta con un mero halago y le es necesario el acto, es decir, que no se trata de una identificacin virtual o de una satisfaccin ideal con el hroe; se requiere, sicolgicamente, una identificacin real y una satisfaccin palpable, las cuales puede tener lugar en el marco mtico, marco hecho a su vez factible por el rito, que es el medio o instrumento que concede al mito del hroe su capacidad de ser vivido. Y como han explicado autores que han detectado este aspecto del movimiento nazi y destacado su apego a la estetizacin de la poltica 27 , la ritualizacin poltica con que los nazis rodeaban toda su actividad, y especialmente los encuentros de las masas con el Fhrer, iban claramente destinados a provocar entre los miembros esa embriaguez breve que un hombre inferior no puede disimular cuando por unos instantes se siente detentador del poder y provocador de miedo. 28

Roger Caillois, El mito y el hombre (Mxico: FCE, 1998), pp. 26-30 Uno de los ms lcidos fue Walter Benjamin, en su ensayo La obra de arte en la era de su reproducibilidad tcnica, en, Illuminations (London: Jonathan Cape, 1970), pp.219-253 28 John Moffatt Mecklin, citado por Caillois, p. 30
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12 El tema de las relaciones entre la personalidad de Hitler y su entorno, de la influencia mutua entre el individuo y su contexto sociocultural, es central para sus bigrafos, aunque el manejo de los complejos vnculos y de las teoras que pueden desarrollarse sobre el papel y peso especfico de las diversas variables individuales y colectivas vara de un caso a otro. Steinert plantea acertadamente la cuestin: quienes se acercan ms a la verdad: los que reducen todo a las intenciones y al programa de Hitler, los que lo explican todo mediante las estructuras y las funciones socioeconmicas, o aquellos para quienes el verdadero problema est planteado por la cultura poltica alemana, es decir por las ideas y los valores que subyacen en toda accin y estructura poltica? 29 Sobre el tema de la relacin entre el individuo y su contexto histrico, y acerca del peso que una personalidad o las fuerzas colectivas ejercen en cambiantes coyunturas sobre el destino de los eventos, considero que una postura terica que procure el equlibrio en el manejo de estos factores es la ms atinada. En palabras de E. H. Carr, Lo que me parece esencial es ver en el gran hombre a un individuo destacado, a la vez producto y agente del proceso histrico, representante tanto como creador de fuerzas sociales que cambian la faz del mundo y el pensamiento de los hombres. 30

Este equilibrio no es siempre fcil de lograr, y con relacin al caso de Hitler las dificultades aumentan, y el deseo de minimizar su relevancia en el marco de lo ocurrido puede jugar malas pasadas a los bigrafos e historiadores, conducindoles a un reduccionismo excesivo en el cual el individuo es asfixiado por su entorno, o a veces a la banalizacin del problema. Un buen ejemplo de lo primero se patentiza en la por lo dems notable biografa del Fhrer nazi del historiador britnico Ian Kershaw. Como pareciera ser costumbre entre los que intentan biografiar a Hitler, Kershaw se pregunta cmo explicar que alguien con tan pocas dotes intelectualesalguien que no era ms que un cuenco vacopudo sin embargo llegar a tener una repercusin histrica tan
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Steinert, p. 13 E. H. Carr, Qu es la historia? (Barcelona: Editorial Seix Barral, 1969), p. 73

13 inmensa, pudo hacer contener el aliento al mundo entero? 31 Su respuesta es inequvoca: Hitler fue en gran medida un producto social, una creacin de motivaciones y expectativas sociales con que le invistieron sus seguidores. Kershaw se apresura a aadir que esta apreciacin no significa que las acciones del propio Hitler no fuesen de la mxima importancia en momentos clave; pero en su opinin el peso de su poder ha de verse sobre todo no en atributos especficos de la personalidad sino en su papel como Fhrer, un papel que slo poda ser factible con el menosprecio, los errores, la debilidad y la colaboracin de otros. 32 Ciertamente, la autoridad carismtica requiere no solamente la existencia de cualidades singulares en una persona, sino tambin el que dichas cualidades sean reconocidas como tales por otros. 33 Y lo que aparentemente busca Kershaw en su obra es responder a la interrogante de porqu la sociedad alemana de ese momento y circunstancias reconoci a Hitler como su salvador. En su intento de lograr esa meta Kershaw propone lo que anuncia como un planteamiento nuevo, que consistira en integrar las acciones del dictador en las estructuras polticas y las fuerzas sociales que condicionaron su adquisicin del poder y el ejercicio del mismo, as como la influencia excepcional de ese poder. 34

A decir verdad, y sin nimo de menoscabar la valiosa y a ratos fascinante biografa de Kershaw, su planteamiento no es tan novedoso y ya haba sido desarrollado, y con bastante xito, por anteriores bigrafos de Hitler tales como Bullock y Fest. Creo que Kershaw acierta al declarar que constituye una distorsin afirmar que la historia alemana mostraba una especie de pauta inexorable, que culmin en la llegada de Hitler al poder, y que sera igualmente equivocado suponer que el lder nacionalsocialista cay como un rayo del cielo, en un contexto histrico desprovisto de elementos socioculturales que ayudan a
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Ian Kershaw, Hitler, 1889-1936 (Barcelona: Ediciones Pennsula, 1999), p. 22 Ibid., p. 24 33 Sobre el tema, consltese, Thomas E. Dow, The Theory of Charisma, The Sociological Quarterly, Vol. 10, 1999, pp. 306-318 34 Ibid., pp. 25-26

14 explicar qu pas, al combinarse el marco social y el individuo que encarn rasgos clave del mismo y supo explotarlos en la direccin en que lo hizo. 35 Admitido todo esto, considero no obstante que Kershaw tiende a banalizar las cosas cuando insiste reiteradamente a lo largo de su obra en que sin las circunstancias especficas que le proporcionaron su marco de accin las tradiciones autoritarias de Alemania, la debilidad de la cultura liberal-democrtica en el pas, las secuelas de la derrota de 1918, la ceguera de las lites conservadoras y de los partidos reformistas, etc., Hitler habra segudo siendo un don nadie. Ms tarde escribe que Sin las condiciones nicas en las que alcanz prominencia, Hitler no habra sido nada. Cuesta imaginarle cruzando el escenario de la historia en cualquier otro perodo. 36

Estas aseveraciones de Kershaw o bien constituyen una gran verdad o una banalidad, o seguramente ambas cosas. Lo mismo podra decirse de muchos otros grandes hombres, pues sus cualidades singulares, cualesquiera que hayan sido, requirieron en cada caso del abono nutritivo de circunstancias especficas, para detonar con el indispensable impacto los magnos eventos que esa unin individuo-contexto desat. Tiene desde luego sentido estudiar a fondo las condiciones sicosociales de la sociedad alemana en que surgi Hitler, y se es el camino para esbozar una explicacin de lo ocurrido, dando el peso necesario tambin a las caractersticas del personaje, quien sin duda tena atributos de sagacidad poltica, don de mando, habilidad oratoria y de suscitar adhesiones que le distinguieron y dinamizaron en su poca y circunstancias. Fest se pregunta qu destino habra aguardado a Hitler si la historia no hubiese producido las condiciones singulares que le despertaron, por as decirlo, y le convirtieron en el portavoz de millones: Es fcil vislumbrar su existencia ignorada en los mrgenes de la sociedad, amargado y misntropo, ansiando un gran destino e incapaz de perdonarle a la vida por haberle rehusado el papel

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Ibid., p. 95 Ibid., pp. 148, 423

15 heroico que anhelaba. 37 Estas son frases estupendas, que abundan en el libro de Fest, y son adems acertadas; sin sus circunstancias, Hitler no hubiese sido el Fhrer nazi, pero de igual manera cabe decir que podemos imaginar a la Alemania de los aos veinte y treinta del siglo XX sumida en severas tormentas, que probablemente la hubiesen conducido a una grave crisis, pero y as lo admite el propio Fest en otra de sus obras sin la persona de Hitler jams hasta alcanzar esos extremos. 38 Por otra parte, al hablarse del contexto o marco histrico y de fuerzas colectivas conviene no limitarse exclusivamente a lo social y econmico, pues como apunta con extraordinaria agudeza Modris Eksteins, Hitler fue tambin una creacin de la imaginacin alemana, ms bien que de fuerzas sociales y econmicas en s mismas: Hitler no fue visto en primer trmino como un agente de recuperacin social y econmica sa fue una interpretacin post facto sino como un smbolo de revuelta y reaccin de los desposedos, los frustrados, los humillados, desempleados, resentidos e iracundos. Hitler era la protesta, un emblema mental en medio de la derrota y el fracasoante su podio de oradorlas masas se celebraban a s mismas. 39

El tema de la relacin entre el individuo y sus circunstancias, en cuanto a Hitler se refiere, tiene otro aspecto de importancia que resulta imperativo tocar, y que se vincula a lo tico. La satanizacin de un slo personaje, sin que minimicemos su maldad, puede tener el propsito deliberado o no de descargar de culpas a muchos otros miembros de la sociedad donde el individuo en cuestin, ahora transformado en chivo expiatorio, desarroll su accin. Tambin puede percibirse en ciertos casos la tendencia a ampliar de tal modo

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Fest, Hitler, p. 8 Fest, The Face of the Third Reich, p. 3. Algo parecido escribi el historiador de las religiones Owen Chadwick sobre Lutero: La Reforma protestante hubiese ocurrido sin Lutero. Pero sin Lutero no hubiese ocurrido del modo en que ocurri, citado por Lukacs, p. 258 39 Modris Eksteins, Rites of Spring (New York: Anchor Books-Doubleday, 1989), p. 324

16 las culpas, que entonces se pierde todo referente concreto, o al menos se desdibuja ms all de toda posibilidad de concisin histrica. Creo que ello se evidencia en las lneas finales de la ya citada obra de Fest, El rostro del Tercer Reich, publicada aos antes de su reconocida biografa. All Fest sostiene que Hitler fue el resultado de un largo proceso de degeneracin que no estuvo confinado a un slo pas, el resultado de un proceso evolutivo que fue tanto europeo como alemn, una falla comn. Esto no disminuye la responsabilidad del pueblo alemn, pero s la divide. 40 Este estilo de explicacin es lo que con radical firmeza tica rechaza Eric Voegelin, en su polmico estudio sobre Hitler y los alemanes, texto que es oportuno mencionar en estas notas sobre las biografas del lder nacionalsocialista. La pregunta que se formula es: cmo fue posible que una efectiva mayora de alemanes aceptase a un lder con la tipologa encarnada en Hitler? Voegelin procura dar respuesta a la interrogante mediante el uso de lo que llama, siguiendo a Platn, el principio antropolgico, segn el cual la polis es la expresin del individuo, y la cualidad de la sociedad es definida por el talante moral de sus miembros. 41

En este orden de ideas, Voegelin cuestiona las interpretaciones que privilegian factores polticos y socieconmicos de naturaleza colectiva, que conceden a Hitler un papel secundario, el de un individuo ms, arrastrado como todos por los eventos en lugar de controlarles, y singulariza la conocida obra de Hannah Arendt sobre Los orgenes del totalitarismo como ejemplo de ello. En opinin de Voegelin, El tratamiento de los movimientos totalitarios al nivel de situaciones de cambio socialtiende a atribur un aura de fatalidad a la causalidad histrica. Los eventos y cambios requieren desde luego una respuesta, pero no la determinan. El carcter de un hombre, el rango e intensidad de sus pasiones, los controles ejercidos por sus virtudes y su libertad

Ibid., p. 67 Eric Voegelin, The New Science of Politics (Chicago & London: The University of Chicago Press, 1974), pp. 61-63
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17 espiritual, tambin participan como otras causas. 42 Voegelin procura en su obra preservar un sano balance entre los aspectos relativos al carcter personal de los individuos que intervienen en la historia, enmarcado dentro de las estructuras sociales con sus efectos estimulantes o inhibitorios de ese carcter. No obstante, ese balance no es perfecto, pues la sociedad debe siempre ser considerada al final como la expresin de las personas moralmente maduras que la integran. Si fuese al revs, es decir, si el individuo fuese la expresin de la sociedad de la que forma parte, ello indicara un proceso de decadencia espiritual, pues segn Voegelin la personalidad moral del individuo no est fijada, no importa cun influyentes sean tales factores, por las estructuras sociales en que se halla inmerso. De esta manera, si bien tanto los componentes intencionales como los estructurales intervienen en el esfuerzo de explicacin histrica, en ltima instancia el logro o el fracaso en conquistar madurez tica por parte de la gente es el elemento explicativo de la bondad o maldad de las estructuras sociopolticas.

De all que Voegelin se niegue a aislar a Hitler de sus conciudadanos, y argumente que el ascenso del lder nacionalsocialista al poder tiene que verse en conexin con una disposicin del pueblo alemn de ese momento y circunstancias, que se identific con l y le dio el necesario apoyo. Hitler a su vez explot las debilidades morales de los dems para sus propsitos. 43 El juicio de Voegelin sobre esa significativa parte del pueblo alemn que respald al Fhrer nazi es severo, sin caer en el extremo de acusarles colectivamente, pues lo que realmente importa en toda situacin histrica es el valor o cobarda moral de cada persona y su conciencia. De acuerdo con Voegelin, el ascenso, triunfo y colapso del nazismo puso en evidencia un fenmeno generalizado de estupidez moral, mas no existe un derecho a ser estpidos en el plano moral. 44 Este sealamiento es reiterado por Steinert en su biografa, cuando escribe que La
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Eric Voegelin, Hitler and the Germans (Columbia & London: University of Missouri Press, 1999), p. 38 43 Ibid., pp. 25-63 44 Ibid., pp. 106-10

18 puesta en prctica de la solucin final (el Holocausto del pueblo judo, AR) no fuesolamente obra de Hitler y de su odio patolgico, sino de una comunidad de accin policntricaEn el origen de todo ello, se encuentra el desdoblamiento de la percepcin moral de Hitler y de un buen nmero de cientficos, mdicos, militares y burcratas. 45 Hitler, en otras palabras, no estuvo slo en sus ejecutorias. Steinert tambin observa en esa especie de ntima conviccin de poseer un derecho de matar a quienes los nazis

perciban como nocivos para el pueblo alemn, lo que se encuentra en la base de la sicologa del genocidio, y lo que distingui al nacionalsocialismo de otras variantes del fascismo, como el italiano por ejemplo. 46

Voegelin destaca la influencia de la hubris, trmino empleado en las tragedias griegas clsicas para referirse al pecado de orgullo, de arrogancia espiritual y prdida del sentido de las proporciones, como otro factor de primera importancia a ser tomado en cuenta en el estudio del nazismo. 47 Ese elemento fundamental del movimiento nazi y de su lder es igualmente elaborado por sus principales bigrafos 48 , mas llama la atencin el hecho de que varios entre ellos parecen creer que al menos en las etapas iniciales de su carrera poltica esa fuerza irracional, esa hubris, coexista en el lder nacionalsocialista con una poderosa dosis de realismo y frialdad calculadora, pero que a partir de cierto momento, intoxicado por sus triunfos, Hitler se convenci a s mismo de su propio mito abandonndose por completo a una megalomana que acab por destruirle. 49 Segn Fest, Cuando el sentido de su misin histrica no fue ya controlado por sus clculos maquiavlicos, cuando l mismo sucumbi a la nocin de que era ms que humano, el descenso empez. 50 La hiptesis segn

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Steinert, p. 396 Ibid., p. 162 47 Voegelin, Hitler and the Germans, p. 101 48 Fest, Hitler, pp. 158-159, 480; Bullock, p. 375; Kershaw, Hitler, 1936-1945 (Barcelona: Ediciones Pennsula, 2000), p. 8 49 Bullock, p. 385; Kershaw, Hitler, 1936-1945, p. 111 50 Fest, Hitler, p. 522

19 la cual hubo un momento en que Hitler abandon la poltica 51 para moverse exclusivamente en el terreno de la fantasa es interesante, pero a mi modo de ver inexacta. Mi impresin, ms bien, es que ambos planos coexistieron siempre en la personalidad del Fhrer nazi, y que en todo caso la acentuacin del lado fantstico de su temperamento no tuvo lugar a partir del tiempo en que se concretaron sus mayores victorias, sino cuando comenzaron las grandes derrotas, en particular Stalingrado, y ello creo fue as no precisamente debido a un intento de escapar de una realidad ingrata, sino como un medio, quizs tambin calculado, para hacer retroceder esa realidad con lo nico que le restaba: fuerza de voluntad y pasin irracional. Creo que en cierta forma Bullock acepta esto cuando asevera que en los dieciocho meses finales de su vida, el rechazo a ver o admitir lo que estaba pasando fuera del crculo mgico de su cuartel general fue la condicin esencial de su habilidad para continuar la guerra. 52

Hitler fue un verdadero revolucionario. Como lo expresa Bracher, si entendemos por revolucionario a quien sabe unir una visin de cambio radical con la aptitud para suscitar, movilizar y conducir las fuerzas necesarias para llevarlo a cabo, es obligado entonces admitir que Hitler fue el prototipo del revolucionario. 53 Es difcil imaginar a un verdadero revolucionario que no posea un arraigado compromiso con unas creencias, que lo impulsan y motivan a los dems. Un buen actor puede fingir que cree, pero cuesta suponer que un actor sea capaz de engaar a los dems de manera tan eficaz que les conduzca a los sacrificios, hazaas y derrotas que han desatado hombres como Lenin y Hitler, para slo mencionar dos ejemplos. Con todo esto lo que intento es indicar que Hitler no fue, como le describi en su biografa original de 1952 Alan Bullock, un oportunista carente por completo de principios 54 Hitler crea en lo que predicaba, y su magnetismo sobre sus seguidores se explica si tomamos en
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Ibid., p. 611 Bullock, p. 722 53 Bracher, p. 98 54 Bullock, p. 804

20 cuenta lo dicho por Nietszche: Los seres humanos creen en la verdad de lo que parece ser firmemente credo. 55 Aos ms tarde, en una voluminosa semblanza de las carreras paralelas de Hitler y Stalin, Bullock cuestion su interpretacin inicial de Hitler, y enfatiz la funcin de la ideologa como ingrediente clave en la estructura mental y carisma del Fhrer nazi, as como en la dinmica del rgimen nacionalsocialista. 56 Bullock haba recibido crticas de otros

historiadores por su primera versin de un Hitler excesivamente racional, lo que le condujo a una revisin de sus planteamientos originales y a la conclusin de que, en todo caso, Hitler fue un gran actor que crea en su papel. 57

Fue el poeta Hugo von Hofmannsthal quien dijo que La poltica es magia. Quien sepa extraer fuerzas de lo profundo, ser seguido. 58 Biografiar a una figura como Hitler exige tomar en cuenta la relevancia de los factores emocionales en la poltica. No se trata de calificarles de irracionales y de adoptar una idea puramente instrumental de lo que es la razn humana; se trata de dar toda su importancia a las pasiones que en determinadas coyunturas histricas se despliegan en el horizonte de los pueblos, y son a la vez encarnadas y canalizadas por un individuo, a veces pocas para construir, mas casi siempre para destruir. En ese orden de ideas, una buena biografa de Hitler requiere preguntarse, entre otras cosas, qu hizo posible la aparicin en la historia de un individuo que cumpliese ese papel?; cmo era, cules eran las races de su personalidad, qu cualidades peculiares tuvo que poseer para

Citado por Alan Bullock, Hitler and Stalin. Parallel Lives (London: Fontana Press, 1993), p. 379 56 Ibid., pp. Pp. 438-451 57 Esta cita de Bullock proviene del texto de las entrevistas que llev a cabo Rosenbaum con el propio Bullock y Hugh Trevor Roper en torno a sus respectivos libros sobre Hitler. Vase, Rosenbaum, cit., pp. 78-96. La obra de Trevor Roper, aunque no es una biografa propiamente dicha, constituye uno de los ms penetrantes estudios sicolgicos del lder nazi y una brillante descripcin de sus das finales en el bunker berlins. Vase, H. H. Trevor Roper, The Last Days of Hitler (Chicago: The University of Chicago Press, 1992). 58 Citado en, Jos M. Gonzlez Garca, Metforas del poder (Madrid: Alianza Editorial, 1998), p. 130

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21 imponer su huella?; qu era, idelogo, manipulador, propagandista, guerrero, estadista, o una mezcla de sto y ms?; cul era su visin del mundo y por qu su feroz anti-semitismo?; en qu medida, y hasta qu momento, impuls los eventos y a partir de cundo stos empezaron a sobrepasarle?; cules eran sus principales defectos y limitaciones?; qu explica el respaldo real y efectivo de que goz por parte de amplios sectores de su pueblo?; por qu fracas?

Aparte de enfrentar y procurar dar respuesta a stas y otras cuestiones de obvio inters personal e historiogrfico, una buena biografa tiene que poseer calidad literaria, y en no poca medida su triunfo o fracaso tiene igualmente que ver con lo que podramos llamar su caracterizacin central o medular del personaje; es decir, expresado en otros trminos, con la capacidad del autor para dejar en el lector la impresin de que, finalmente, se hospeda en su espritu una imagen definida, cualquiera que sta sea, pero lo crucial es que sea clara, convincente en cuanto que bien sustentada, del personaje biografiado, y no una especie de amalgama confusa de percepciones diversas e inconexas. No quiero con esto sostener que una biografa deba resolverse en la simplificacin del sujeto de estudio, sino que la presentacin de su complejidad debe avanzar por un sendero coherente. En tal sentido, considero que por su calidad literaria, riqueza argumental, solidez de los materiales de apoyo, sutileza interpretativa y poder persuasivo, las cuatro mejores biografas que he ledo sobre Hitler son en orden descendente, la de Joachim Fest, la primera de Alan Bullock (1952), la de Ian Kershaw, y la de Marlis Steinert.

El xito de Hitler, escribe Safranski, es un ejemplo extremo de cmo la historia est dirigida en gran medida por la locura. 59 Junto a los bigrafos, han sido dramaturgos como Brecht y novelistas como Hermann Broch los que posiblemente han desentraado con mayor lucidez los resortes ms recnditos del alma de Hitler y de su magnetismo y arrastre polticos. Brecht lo logr en su
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Rdiger Safranski, El mal, o el drama de la libertad (Barcelona, Tusquets Editores, 2000), p. 242

22 pieza teatral La resistible ascencin de Arturo Ui, historia que relata el camino al poder de un hombre salido de la nada a la manera de Hitler. Por su parte, Broch hizo en su novela El tentador el retrato de un granuja que acaba por convertirse en una especie de fundador de una nueva religin. 60 Safranski tambin habla de Hitler como la variante lgubre del fundador de una religin 61 , pues fue, de un lado y efectivamente, el tentador, un tentador escuchado, y de otro lado tambin el seductor, en el sentido en que la palabra es usada por Kierkegaard en su Diario de un seductor 62 . En este esquema el seductor es un rufin, moralmente hablando, pero capaz de arrastrar a otros al abismo. El nazismo, adems de ideologa y movimiento poltico radical, fue un culto, y Hitler tuvo la terrible y atinada intuicin de que a un vasto sector del pueblo alemn de la poca y circunstancias entonces imperantes poda tratrsele como si fuera una tribu. 63 De all, escribe Domenach, el fulgurante xito de sus sortilegios, de su mitologa y de sus emblemas. Instintivamente supo encontrar y recrear los rasgos fundamentales de una sociedad primitiva. 64 En sntesis, Hitler nos mostr que el horror tambin forma parte de lo humano, y que podemos retroceder a la barbarie.

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Sobre estas obras literarias, su contenido y significado, vase, Jean-Marie Domenach, El retorno de lo trgico (Barcelona: Ediciones Pennsula, 1969), pp. 125-132. Domenach tambin se refiere a Hitler como fundador de una religin, en cuanto que Cree en el hombre, al menos en la clase de hombre que entrev, y prepara su cambio mediante la purificacin de la raza, p. 135 61 Safranski, p. 242 62 S. Kierkegaard, The Seducers Diary (Princeton: Princeton University Press, 1997). 63 Domenach, p. 133 64 Ibid.

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