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El Orden de Dios en La Vida Familiar

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LA RED MUNDIAL DE CREYENTES CENTRO CRISTIANO MISIONERO

ESCUELA DE MISIONES “POZO DE VIDA”


TEMBLADOR - VENEZUELA IGLESIA APOSTÓLICA

EL ORDEN DE DIOS EN LA VIDA FAMILIAR


Larry Christenson

Ningún tema está más cerca del corazón de Dios que aquel que atrae de nuevo la atención
de todas las personas sensibles y llenas del Espíritu en nuestros días: la prioridad de la familia.
Cuando las almas redimidas restablecen su relación con Dios a través de Cristo, es necesario,
según las Escrituras, que den prioridad al estudio de las enseñanzas bíblicas sobre el orden divino
que debe presidir la vida familiar. La Biblia desarrolla su relato con una exposición dual de la
salud de las relaciones familiares. Como es obvio, la primera pareja (Adán y Eva) se hallaba en
paz, unida y experimentando el perfecto propósito de Dios de que los dos fueran una sola carne
en su matrimonio. Pero otra familia aparece también, cuando se presenta a Dios, Padre de «toda
familia en los cielos y en la tierra» (Ef. 3:14, 15), en su papel de creador, sustentador y protector
del destino de la humanidad. Este estudio de La Familia Cristiana, como método de enseñanza
contribuye a que muchos recobren el prístino patrón divino que debe regir las relaciones humanas
en el hogar y hacia Dios, el amante Padre de todos.

En el Antiguo Testamento, el vocablo hebreo que con más frecuencia se traduce familia
es (mispajah), que en realidad quiere decir «Clan», un grupo de familia. En el Nuevo
Testamento el concepto «familia» se expresa mayormente en términos de mayordomía
(oikos/oikía; Hch. 16:15; 1 Co. 1:16; Flp. 4:22; 2 Ti. 4:19; CASA) y de responsabilidad
(therapeia; Mt. 24:45; Lc. 12:42). Más allá de los términos explícitos, familia en la Biblia se
manifiesta por medio de una amplia gama de relaciones.

La unión de hombre y mujer fue instituida por el Creador (Gn. 3:20–24) y ratificada por
Jesucristo (Mc. 10:7-8). Desde la creación, también, existe el deber de procrear y de integrar
familia (Gn. 1:26-27). La Biblia presenta la relación indisoluble de la pareja como paradigma de
la relación Dios-Israel (Is. 62:1–5; 25:3–14,20) y Cristo-Iglesia (Ef. 5:22–33). Por otro lado,
las Escrituras no idealizan a la familia. La aceptan como es. Encontramos muy pocos ejemplos de
familias funcionales. Conocemos muy poco acerca de las familias de los principales actores
bíblicos, sin duda porque pertenecían a sociedades patriarcales en que las mujeres solo existían
en función de los hombres. Procreaban hijos para mantener viva su estirpe. Las mujeres y sus
hijos eran una parte indispensable de la fuerza laboral (SARAH; AGAR; LEA; REBECA). Aun las
mujeres que se destacan por su iniciativa personal, como DÉBORA, RUT y ESTER, estuvieron a
merced de los hombres.

En tiempos bíblicos la familia era un grupo sumamente unido, los abuelos muchas veces
vivían con sus hijos y nietos en el mismo hogar.
La Biblia nos pinta un panorama ambiguo a respecto de la familia. Proverbios 31:10–31
destaca las grandes virtudes de la esposa y madre como la Mujer Virtuosa (aunque no sabemos
si se trata de una persona real o una idealización), pero con frecuencia encontramos un desfase
entre el ideal de la legislación y la realidad de la familia, como es el caso con las familias de los
patriarcas, y de paladines como MOISÉS y DAVID. En el Nuevo Testamento hay escasos ejemplos
de «familia modelo», a pesar del exaltado lenguaje de San Pablo acerca de la familia (Ef. 5:22–
33). Pero sí encontramos víctimas de familias quebrantadas por el pecado social y personal.
(Ejemplo) Dios ordena que ÓSEAS se case con una prostituta, a la que debe perdonar y amar a
pesar de sus desvaríos, con el fin de comunicar un mensaje dramático a un pueblo que le ha sido
infiel,

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Jesús valoriza a la familia, pero no la absolutiza. Su actitud hacia ella es más bien
ambigua. Llama a sus discípulos a dejar sus familias para seguirle y llevar su cruz. Afirma haber
venido a dividir las familias de sus seguidores (Mt. 4:18–22; 10:34–38; Lc. 9:59–62), pero al
mismo tiempo anuncia un nuevo orden de familia (Mc. 3:31–35; 10:28–31). Restaura hijos a sus
padres (Mt. 15:21-28; Lc. 7:11; 9:37–45). Reintegra a endemoniados a su pueblo y familias
(cf. Mc. 5:1-20) y da prioridad a una mujer socialmente marginada sobre una prominente familia
postrada por la muerte (Mc. 5:21–43).
En una sociedad que poco valoriza a los niños, Jesús los presenta como modelo y requisito
para entrar a su Reino (Mc 9:33–38; 10:13–16). Su concepto de la familia es concreto y realista,
nunca teórico. Por eso rechaza el planteamiento de los saduceos sobre la ley del LEVIRATO
(Lc. 20:27–38). Su actitud hacia el DIVORCIO es mesurada (Mt. 19:1–12; cf. Mc. 10:1–12) y
hacia el ADULTERIO, misericordioso (Lc. 7:36–50; Jn. 8:1–11), inculpando más al hombre que a
la mujer.
Encarnado en un pueblo anonadado por crisis sociales y familiares, Jesús se solidariza con
las víctimas, creando una nueva familia de la cual Él es cabeza y miembro integrador
(Mc. 10:28–31; cf. 3:31–35).

La familia cristiana tiene más que ver con calidad de vida en común que con estructuras
determinadas y funciones definidas. Compárese la relación de PRISCILA con AQUILA (Hch. 16:3 y
2 Ti. 4:19) y de TIMOTEO con su madre y abuela (Hch. 16:1 y 2 Ti. 1:5). Por otro lado, la familia
nuclear, tan idealizada en los países desarrollados, no se conoce en los tiempos bíblicos.
Prevalece la familia extendida, a la que pertenecían también los abuelos, parientes menos
afortunados (viudas y huérfanos) y algunos sirvientes y esclavos. La familia nuclear responde
más a las exigencias y limitaciones de una sociedad materialista e individualista que a ideales
cristianos. Es también extraña a muchas culturas tradicionales hoy. Con todo, el ideal que
encontramos en el Nuevo Testamento es aún más inclusivo. Es una nueva clase de familia abierta
a quienes la sociedad rechaza. A la familia de Jesús pertenecen personas de varias clases
sociales, de diversas ideologías políticas, personas marginadas y aun mujeres de dudosa
reputación, sin importarle lo que dijeran los demás.

El desarrollo de la IGLESIA (familia de Dios) requiere normas de conducta en familias, que


ejemplifiquen su íntima relación con Cristo, la cabeza (cf. Ef. 5:22–33; 1 Co. 5:1–5; 6:12–20;
7:1–17; 2 Co. 6:14–16). Se requiere acciones ejemplares de los líderes en particular (1 Ti. 3:4-
5; 5:1–8). Las epístolas de Pedro exhortan a la consideración mutua de marido y mujer (1 P.
3:7) y extienden el concepto de familia y hogar (oikéa) a la iglesia universal y local (1 P. 2:5,9–
11; 4:17).

Sigue vigente la preocupación especial por las familias de los pobres (2 Co. 8:13- 14); y el
rechazo de cualquier abuso de ellos por parte de los ricos (Stg. 2:5–7; 5:1–6).

1.-- DIOS CREÓ AL HOMBRE (VARÓN Y HEMBRA) A SU PROPIA IMAGEN (Gn. 1:26-28)
Dios creó al ser humano hombre y mujer, no a un individuo solitario, sino a dos personas.

El ser humano es distinto al resto de la creación. El divino concilio trinitario determinó que
la humanidad habría de poseer la imagen y la semejanza divinas. Los humanos son seres
espirituales, no sólo cuerpo, sino también alma y espíritu. Son seres morales, cuya inteligencia,
percepción y determinación propia exceden las de cualquier otro ser creado.

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Estas propiedades que posee la humanidad, y su prominencia en el orden de la creación,


implican el valor intrínseco, no sólo de la familia de la humanidad, sino también el valor individual
de cada ser humano.

La capacidad y la habilidad suponen una responsabilidad y una obligación. Nunca


deberíamos conformarnos con vivir a un nivel más bajo del que Dios ha previsto para nuestra
existencia. Debemos procurar ser lo mejor que podamos y alcanzar los más altos niveles. Hacer
menos nos constituiría en siervos infieles de la vida que se nos ha confiado. Véanse Salmos 8:4-
5; 139:13-14. (Sal. 8:4–8)
Estos versículos contienen una frase que es la piedra angular del entendimiento bíblico de
la humanidad: imagen de Dios. La imagen de Dios se presenta principal y primordialmente en
relación con un singular concepto social o comunitario de Dios. «Entonces dijo Dios
[singular]: "Hagamos [plural] al hombre a nuestra [plural] imagen"». Muchos estudiosos
interpretan el uso, tanto del singular como del plural, como una alusión a la Trinidad: un Dios en
una comunidad de personas.

Dios procede entonces a crear al hombre a su imagen. En ese trascendental momento, la


Escritura señala un aspecto particular de la naturaleza humana; es decir, aquello que
corresponde al aspecto social o comunitario de la naturaleza divina: Dios crea al ser humano
como hombre y mujer; no como un individuo solitario, sino como dos personas. Sin embargo, al
continuar nuestra lectura, descubrimos que los dos son, no obstante, «uno» (véase 2:24).

La «comunidad» que refleja la imagen de Dios es especial: la comunidad de una mujer y


un hombre. Cuando Dios eligió crear a la humanidad a su imagen, creó el matrimonio,
una familia. La comunidad de la familia constituye un reflejo de la comunidad de la divinidad. Su
identidad, vida y poder provienen de Dios. (Ef. 3:14-15)

Gn. 3.16 La mujer no es directamente objeto de maldición, aunque resulta obvio que se
halla bajo la condena general a causa del pecado. Por otro lado, se destaca su papel como esposa
y madre. La maternidad traerá consigo grandes sufrimientos, algo especialmente desalentador
para las mujeres del AT, quienes veían las familias numerosas como señal de bendición. Tu
deseo será para tu marido es algo difícil de traducir del hebreo. La expresión parece referirse a
que, en oposición a la armonía que existía en el Edén, de ahí en adelante la mujer intentaría
dominar a su compañero. Él se enseñoreará de ti establece el papel asignado por Dios al
esposo como siervo y cabeza de la familia. No existe evidencia alguna de que la intención haya
sido disminuir la persona o atribuciones de la mujer, sino asignar al marido la responsabilidad de
cuidar de ella como una vía para restablecer la antigua armonía entre ambos. Nótese: el pasaje
no reconoce al hombre derecho alguno sobre la mujer, sino que asigna al esposo la
responsabilidad de guiar la relación matrimonial (véase Ef. 5:22–33)

2.-- LA IDENTIDAD FAMILIAR ESTÁ EN DIOS (Ef. 3:14-15) El nombre de la «familia»


pertenece a Dios y Él lo extiende al hombre y a la mujer.

La identidad familiar está en Dios. Hablando en términos humanos, nosotros ligamos la


identidad de un esposo, esposa y niños a su apellido familiar. Esto, sin embargo, los identifica
superficialmente. La identidad familiar tiene una raíz más profunda.

«Familia» es una palabra que está arraigada en Dios: Dios es Padre, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo. Dios es, en sí mismo, una «familia divina». Ello a su vez se expresa

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en la manera cómo Dios se relaciona con la gente. La Biblia revela este aspecto de la naturaleza
de Dios en un rico y variado uso de imágenes de la familia: Dios es nuestro Padre, Dios es el
Esposo para su pueblo, Dios es como una madre que cría a sus hijos, Cristo es el Esposo de la
Iglesia.

Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, Dios les otorga este nombre que
en esencia le pertenece: el nombre de familia. El esposo, la esposa y los hijos, viven a la altura
del verdadero significado de esta palabra, cuando reflejan la naturaleza y la vida de la familia
divina en la familia humana. (Gn. 1:26–28; 1 Co. 11:3)

3.-- JESÚS Y EL PADRE SON UN MODELO DE LA RELACIÓN PARA EL MATRIMONIO


(1 Co. 11:3) Cuando la Biblia muestra cómo se relacionan Jesús y el Padre, revela el tipo de
vínculo que debe existir entre esposo y esposa.

La relación entre Dios como «Cabeza», y Cristo, como Hijo, nos es dada como un modelo
para la relación entre el esposo y la esposa. Cuando la Biblia revela cómo el Padre y el Hijo se
relacionan el uno con el otro, ello también nos dice algo acerca de la manera cómo los esposos y
esposas debieran relacionarse entre sí.

Los siguientes principios para la relación entre el marido y la mujer se ilustran a la luz de
la relación de Jesús y el Padre: 1) el esposo y la esposa deben compartir el amor mutuo
(Jn. 5:20; 14:31). 2) El esposo y la esposa desempeñan papeles diferentes y cumplen funciones
diferentes en el matrimonio (Jn. 10:17; 14:28; 17:4). 3) Aun cuando tienen diferentes papeles,
el esposo y la esposa son iguales; viven en unidad (Jn. 10:30; 14:9,11). 4) El esposo y la esposa
se estiman el uno al otro (Jn. 8:49,54). 5) Los esposos expresan amor para sus esposas, y lo
demuestran al cuidarse recíprocamente, compartir la vida y el ministerio y darse
atención mutuamente (Jn. 5:20,22; 8:29; 11:42; 16:15; 17:2). 6) Las esposas expresan amor
para sus esposos por el hecho de compartir una voluntad y un propósito con ellos; por ejercer la
autoridad confiada a ellos, con humildad y mansedumbre, no a través del enfrentamiento o la
competencia; en una palabra, por mostrar respeto tanto en sus actitudes como en su conducta
(Jn. 4:34; 5:19, 30; 8:28; 14:31; 15:10; Flp. 2:5-6,8; véanse también Gn. 3:16; 1 Ti. 2:8–15).
(Ef. 3:14-15: Ef. 5:22-33)
4.-- CRISTO Y LA IGLESIA COMO MODELO DE LAS RELACIONES ENTRE EL ESPOSO Y
LA ESPOSA (Ef. 5:22-33) El Esposo divino sirve de modelo al marido; la Iglesia sirve de modelo
a la mujer.

Las instrucciones específicas que el apóstol Pablo da a esposos y esposas constituyen un


destello de las relaciones entre Cristo y su Iglesia: un modelo celestial para todo matrimonio
terrenal.

¿Cómo debo conducirme con mi esposa? Mira a Cristo, el Esposo divino, en su relación con
la Iglesia: la ama, se sacrifica por ella, está atento a sus intereses, la cuida; sé tan sensible a las
necesidades de ella y a lo que la hace sufrir, como lo eres con los miembros de tu propio cuerpo.

A su vez, la esposa debe preguntarse: ¿Cómo debo conducirme con mi marido? Fíjate en
la desposada escogida, la Iglesia, en su relación con Cristo; respétalo, reconoce que él está
llamado a ser la «cabeza» de la familia, responde positivamente a su liderazgo, escúchale,
encómialo, mantente unida en propósito y en voluntad con él; sé una ayuda verdadera (véase
Gn. 2:18).

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Ningún marido y ninguna esposa puede hacer esto apoyándose sólo en su fuerza de
voluntad o resolución, pero como eres hechura de Dios (al igual que tu matrimonio, Ef. 2:8–10),
el Señor te ayudará a lograrlo. (1 Co. 11:3; 1 P. 3:1–7)

5.-- LAS ACTITUDES HACIA DIOS DETERMINAN LAS ACTITUDES HACIA EL CÓNYUGE
(1 P. 3:1-7) Los cónyuges deben continuar desempeñando su papel, sin reparar en las
dificultades.

Las actitudes hacia nuestro cónyuge son determinadas por nuestras actitudes hacia
Dios. Un marido puede quedarse corto en relación con las expectaciones de su esposa y del ideal
de Dios para un esposo. No obstante, la mujer busca de todas las maneras posibles ser una
buena esposa, tomando como ejemplo a Cristo, quien obedeció a su Padre y confió en Él, aun
cuando su propio pueblo lo rechazó (Jn. 1:11). O, una esposa puede frustrar a su esposo,
desconocer su autoridad, o aun faltarle el respeto. No obstante ello, el esposo la honra, la cuida y
ora a favor de ella, siguiendo el ejemplo de la conducta del Padre, quien «conoce nuestra
condición» (Sal. 103:14). (Ef. 5:22–33: Col. 3:18-19,23-24)

El espíritu de sumisión, por el cual una mujer reconoce voluntariamente la responsabilidad


de liderazgo de su esposo bajo Dios, es un acto de fe. En ninguna parte la Biblia «somete» o
subordina genéricamente las mujeres a los hombres. Pero este texto manda a la mujer a que se
someta por voluntad propia a su esposo (Ef. 5:22), y al esposo se le manda a que en amor se
dedique a cuidar de su esposa, pero sin abusar nunca de su confianza (v. 7; Ef. 5:25–29). Este
arreglo, divinamente ordenado, jamás pretendió reducir las posibilidades, los propósitos o la
realización de la mujer.

Únicamente la naturaleza pecadora de los seres humanos, o un recalcitrante


tradicionalismo eclesiástico, pueden justificar, sacando fuera del contexto bíblico, determinadas
evidencias «textuales», la explotación social de las mujeres, o las restricciones que se les
imponen a la hora de darles participación en el ministerio de la Iglesia. Pasajes como 1 Timoteo
2:12 y 1 Corintios 14:34-35, que desaprueban que la mujer enseñe (cuando no se le ha invitado
a ello), usurpe la autoridad del hombre, u opine en público, tienen que ver exclusivamente con la
relación entre ella y su esposo. (La palabra griega para «hombre» en 1 Timoteo 2:12 es aner, la
cual se traduce tanto «marido» como «hombre».) El contexto claramente recomienda «marido»,
como indica la evidencia del resto del NT, que considera viable la participación de la mujer en las
asambleas cristianas.

La sabia recomendación de la Biblia a las mujeres parece resumirse en lo que Pedro dice
aquí a aquellas cuyos maridos no han aceptado la fe aún. Se les dice que sus «palabras» no
constituyen la clave para ganar a sus maridos para Cristo; su vida cristiana y su espíritu de amor
sí lo son. De la misma forma, este consejo puede aplicarse a cualquier mujer que aspire a una
posición de liderazgo en la iglesia. Se le encomendaría ese ministerio no porque argumente o
insista en reclamarlo, sino más bien si se lo gana mediante su afabilidad, amor y servicio; en
otras palabras, mostrando el mismo espíritu que debiera evidenciarse en el caso del hombre que
debiera evidenciarse en el caso del hombre que desea ocupar un puesto de líder. (Hch. 21:9; Gn.
4:25*)

3:1. Asimismo: Se hace una comparación entre las mujeres que obedecen a sus maridos y
los siervos que obedecen a sus amos (2:18; véase también 2:13). En ambas situaciones se llama
a una conducta respetuosa por parte de siervos y esposas (2:18; 3:2) hacia los amos y esposos

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no creyentes (2:18-19; 3:1). Como los vv. 3–6 indican, la obediencia de una esposa no es el
fruto de la intimidación, sino de la confianza que nace de la fe en Dios. Tal comparación entre
siervos y esposas era comprensible durante el siglo I, con su institución de la esclavitud y el
papel subordinado de la mujer en la sociedad.
Sin embargo, los principios de una conducta respetuosa y un espíritu ecuánime
trascienden las fronteras del tiempo.

6.-- LOS ESPOSOS Y LAS ESPOSAS SON LLAMADOS A ACTUAR SEGÚN EL ORDEN
DIVINO (Col. 3:18-19,23-24) Los papeles en el matrimonio no se escogen ni los señalan las
culturas. Dios los ha ordenado.

El cristiano presta servicios a otros como una manera de servir al Señor. En estos
versículos, esa verdad se aplica específicamente a la relación entre esposo y esposa. El papel que
Dios asigna al marido es el de cuidar y proteger a su esposa. Asimismo, desde una posición
diferente, ella debe servir a su esposo.
Estos papeles no los seleccionan los cónyuges, tampoco los asignan de acuerdo a la
cultura en la cual viven, sino que son dispuestos por Dios como un medio a través del cual se
manifiesta la vida de Cristo en la tierra. En este contexto es que la palabra sumisión adquiere su
pleno significado bíblico para la vida familiar: el marido y la esposa, ambos por igual, están
sometidos a Dios para la realización de las funciones que Él les ha asignado. En el servicio que se
prestan el uno al otro, el marido y la esposa sirven y honran a Cristo. La palabra «someteos»
(griego, hupotasso) está formada de hupo («debajo») y tasso («arreglar de una manera
ordenada»). En este contexto, describe a una persona que acepta su lugar bajo el orden
constituido por Dios. También nos recuerda que la encomienda de Dios de someterse no está
dirigida solamente a las esposas. En Santiago 4:7 y Efesios 5:21, vemos que la directiva se aplica
también a todo creyente, en sus relaciones con otros, y con Dios. (1 P. 3:1–7; Os. 2:16-17,19-
20)

7.-- EL PERDÓN PUEDE SALVAR Y TRANSFORMAR UN MATRIMONIO (Óseas 2:16-17,


19-20) El matrimonio es un estado en el que gente imperfecta se hiere mutuamente.

El perdón puede hacer que el poder redentor de Dios transforme el matrimonio.

2:16 Baali: Significa amo, e implica «propiedad» o «posesión», mientras la palabra


Ishi comunica el afecto de una relación familiar.

Por medio de la trágica historia de Óseas y Gomer Dios nos revela tanto la
profundidad como el poder 1) de su amor por Israel; y 2) del vínculo marital. Dios describe su
dolor y la humillación que sufre debido a la infidelidad de Israel. En obediencia a Dios, Óseas
padece el mismo dolor y humillación por la infidelidad de su esposa. Pero Dios muestra cómo
puede salvarse el matrimonio: mediante el sufrimiento y el perdón.
Esta es una de las más profundas revelaciones acerca del matrimonio que podamos
encontrar en lugar alguno de la Escritura. El matrimonio exitoso no es asunto de gente perfecta,
que vive perfectamente, mediante principios perfectos. El matrimonio es más bien un estado en
que gente muy imperfecta se hiere y humilla a menudo, pero encuentran la gracia para
perdonarse el uno al otro, y permitir así que el poder redentor de Dios transforme su matrimonio.
(Col. 3:18-19,23-24; 1 Co 7:3-4)

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2:17 Los nombres de los baales: Se utilizaban en lugares vinculados al culto de estos
dioses. Debido a su sensualismo materialista, su carácter mágico y falta de contenido ético,
debían ser borradas todas las huellas del culto a Baal.

2:19,20 Dios renueva su pacto con Israel bajo la forma de votos matrimoniales. Promete
una relación caracterizada por su permanencia, sus normas estrictas, trato justo, amor
perseverante, ternura, seguridad y continua revelación de sí mismo.

8.-- TRES ASPECTOS DEL SEXO: UNIDAD, SÍMBOLO DE AMOR, RESERVADO PARA EL
MATRIMONIO (1 Co. 7:3-4) El sexo, poderoso símbolo del amor, es deleitoso, pero destructivo
fuera del matrimonio.

El coito es una expresión íntima de afecto entre el esposo y la esposa. El apóstol subraya
la importancia del matrimonio al declarar que el acto sexual es, a decir verdad, un deber; el
esposo debe estar disponible para su esposa cuando ella se lo pida y, de igual manera, la esposa
cuando él se lo pida.

Es más que un acto de apareamiento biológico. La Biblia lo llama un «misterio», un


privilegio por medio del cual dos personas, un hombre y una mujer, vienen a ser una sola
(Ef. 5:32; véase Gn. 2:24). Se abusa del privilegio cuando el hombre y la mujer no están casados
y tienen contacto sexual (véanse 1 Co. 5:1; 6:16); entonces, algo que según el propósito de Dios
debe traernos bendición, se convierte en causa de juicio (véase Ef. 5:5).
El matrimonio es el único lugar que Dios ha provisto para que ocurra la unión sexual. En
este marco, el acto sexual viene a ser un símbolo poderoso del amor entre Cristo y la Iglesia, un
compartir puro de gozo y delicia entre ambos cónyuges, un verdadero regalo recibido de la mano
de Dios. Fuera de estos límites, llega a ser algo virtualmente destructivo. (Os. 2:16-17,19,20; Is.
54:5)

7:5 Las parejas cristianas deben superar el egoísmo sexual y no negarse el uno al otro.
Existen tres requerimientos para interrumpir la actividad sexual en el matrimonio:
consentimiento mutuo; hacerlo durante un tiempo limitado; motivos espirituales, no
egoístas.

9.-- EL ESPOSO: PROTECTOR Y PROVEEDOR (Is. 54:5) Dios es el protector y proveedor; el


esposo que alce su mirada a Dios encontrará inspiración y poder para proteger y proveer a su
familia.
Dios se revela mediante el título de marido para mostrar cuán profundamente ama a su
pueblo y cómo cuida efectivamente de él. Al hacer esto, pone al descubierto una dimensión
importante de la vida familiar, especialmente en lo que respecta a los esposos: un marido debe
amar y cuidar a su esposa e hijos. Dios es protector y proveedor. Los maridos que se someten
a la dirección divina encontrarán tanto la inspiración como el poder para lograr esos objetivos, ya
que esos atributos divinos fluirán y llenarán sus vidas. (1 Co. 7:3-4; Mal 2:13-14,16)

10.-- DIOS RESPALDA EL PACTO MATRIMONIAL (Mal. 2:13-14,16) El poder y la autoridad


de Dios detienen a todo enemigo que intente amenazar el matrimonio.

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Cuando dos personas se casan, Dios está presente como testigo de esa ceremonia,
sellándola con la palabra más fuerte: pacto. Un «pacto» nos habla de fidelidad y de un
compromiso duradero. Es como si Dios se convirtiera en centinela del matrimonio, para bendición
o juicio.

El divorcio se describe aquí como un acto de violencia. El iniciar un divorcio violenta las
intenciones divinas para con el matrimonio y el cónyuge al cual uno se ha unido.
Pero, cuando una mujer y su marido viven de acuerdo con los votos matrimoniales, todo el
poder del guarda divino del pacto les sustenta en su vida marital. ¡Qué confianza tenemos al
saber que Dios apoya nuestro matrimonio! Su poder y autoridad enfrentan a todo enemigo
que pueda amenazar violentamente el matrimonio, ya desde dentro o desde fuera. (Is. 54:5;
Mt. 19:1–9)

11.-- EL DIVORCIO ES CONSECUENCIA DE UN CORAZÓN ENDURECIDO HACIA DIOS (Mt.


19:1-9) Detrás de cada divorcio hay un corazón endurecido hacia Dios y su cónyuge, lo que
permite al diablo exagerar los defectos del otro y entregarnos a la autocompasión.

En este texto Jesús francamente aborda un asunto fundamental: la causa del divorcio es la
dureza del corazón. Detrás de cada matrimonio roto hay un corazón endurecido contra Dios, y
después endurecido contra el compañero-cónyuge. Desde el principio mismo, la intención de Dios
en lo que concierne al matrimonio fue que el matrimonio sea para toda la vida. Teniendo en
cuenta esto, los creyentes debieran tener cuidado al escoger el compañero o la compañera para
la vida (véase 2 Co. 6:14). A pesar de ello, ningún matrimonio está completamente libre de las
diferencias y dificultades que pudieran conducir al divorcio, si el esposo y la esposa fueran
defraudados en sus inclinaciones naturales.

El diablo exagerará las fallas y las insuficiencias del cónyuge, sembrará sospecha y celos,
provocará la autocompasión, insistirá en que mereces algo mejor, y te hará la engañosa promesa
de que las cosas serían mejores con alguna otra persona. Pero escucha las palabras de Jesús y
recuerda: Dios puede cambiar los corazones y quitar toda su dureza si tan sólo nosotros se lo
permitimos. (Mal. 2:13-14,16; Sal. 68:5-6)

19:4–6 El designio de Dios es que el matrimonio sea un estado permanente.

19:8 La ley de Moisés puede considerarse una concesión a la flaqueza humana, y no fue
dada para hacer más fácil el divorcio; más bien, constituía una restricción a la costumbre del
divorcio fácil, dándole a la mujer alguna protección.

Orientaciones para crecer en piedad con los Evangelios, así como con todo el Nuevo
Testamento, la santidad alcanza una nueva dimensión. Jesús ha venido y demostrado lo deseable
de la santidad personal, y nos ha dado el Espíritu Santo para poder alcanzarla. En consecuencia,
tenemos la esperanza de experimentar la verdadera vida de Dios. La vida y las enseñanzas de
Jesús nos han instruido en cómo vivir una vida piadosa. Aunque la piedad nunca nos gana el
acceso al cielo desde la tierra, a través de la vida! piadosa descubrimos las bendiciones del cielo
en la tierra.

Mt. 5:17–2. Comprende que el ministerio de Jesús cumplió la Ley; no la abolió. No olvides
que aquellos que enseñan la indiferencia ante la Ley no llegarán lejos en el reino.

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Mt. 5:31-32; 19:4–6; Mc. 10:6–12; Lc. 16:18. Comprende que el divorcio nunca debe ser
empleado como un expediente para resolver los problemas. Reconoce que el divorcio puede
alterar el orden creado por Dios y que, por lo tanto, es pecado.

Mt. 10.32, 33; Lc. 12.8, 9. Confiesa enérgicamente a Jesús delante de los demás; Él te
confesará delante del Padre.

Mt. 15:1–9; Mc. 7:1–13. Cuídate de la tradición religiosa. Reconoce y ponte en guardia
contra la tendencia de la gente de enseñar la tradición religiosa como un sustituto de la Palabra
de Dios.

Lc. 12:47-48. Recuerda que aquellos que tienen el mayor conocimiento de la verdad serán
responsables de llevar los mayores frutos.

12.-- LA VOLUNTAD DIVINA UNE A LAS PERSONAS EN FAMILIAS (Sal. 68:5-6) Formar
parte de una familia no es algo accidental: es el designio divino.

Algunas veces nos referimos a las difíciles circunstancias en las cuales la gente nace como
«un parto accidentado». Pero, visto desde la perspectiva divina, que formemos parte de una
familia humana no es un accidente: es una decisión divina. «Dios junta a los solitarios en
familias». De hecho, la protección y el cuidado que uno recibe en la familia es tan esencial para
la vida humana, que Dios prometió intervenir personalmente a favor de las viudas y los huérfanos
que pierden la protección normal de un padre y un esposo. Cuando nos sintamos tentados a
quejarnos acerca de nuestra familia, o pensemos que mejor habría sido nacer en otro lugar,
necesitamos recuperar esta perspectiva divina. Ello no quiere decir que debamos ser pasivos y
fatalistas en cuanto a nuestra situación; tampoco implica que así nos libraremos de la pena o el
sufrimiento. Sin embargo, nos recuerda que el bienestar de nuestras familias humanas descansa
sobre la promesa y el cuidado de nuestro Padre en los cielos, y que su propósito amante y
soberano intervendrá para nuestro beneficio. (Mt. 19:1–9; Os. 11:1,3-4)

68:5 Padre, ˘ab: Padre; antecesor; progenitor. Esta es una palabra muy simple, y se
supone que una de las primeras palabras que una criatura puede pronunciar. La forma aramea de
˘ab es ˘abba, que ha llegado a ser el término común «papito» que usan los niños israelitas para
llamar a su padre. Jesús aplicó este término infantil a su Padre celestial (Mc. 14:36). El Espíritu
Santo nos enseña a llamar a Dios ˘Abba (Ro. 8:15). ˘Ab se encuentra en muchos nombres
compuestos en la Biblia; por ejemplo, ˘Abraham (Abraham), «Padre de multitudes»;
˘Abimelech (Abimelec), «Mi padre es rey»; Yoab (Joab), «Jehovã es un padre»; y ˘Abshalom
(Absalón), «Padre de paz». Algunas veces ˘ab no se refiere al padre físico, sino más bien al
arquitecto, constructor, creador o a aquel que es causa de la existencia de algo. Por lo tanto, «el
padre de maldad» es alguien que produce maldad. Jesús describió a Satanás como el «padre de
mentiras». ˘Ab como «creador» y «productor» se le aplica al Salvador Jesús, quien es ˘abi˘ad,
«el Padre eterno», o más literalmente, el «Padre de la eternidad» (Is. 9:6).
También ˘Abba es la forma enfática del arameo ˘ab (padre), usada por lo general para
expresar una relación filial íntima. Raras veces se usa para referirse a Dios y mucho menos en
oración, como lo hace Jesús en Mc. 14:36 (donde se añade la traducción griega). Tal vez se
dirigió así a Dios, no solo en la ocasión citada, sino también en otras en que los evangelistas
tradujeron ˘abba como «padre», «padre mío» o «mi padre». ˘Abba expresa la relación única de
plena comunión y confianza del Hijo con el Padre y, según parece, la iglesia primitiva adoptó el

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término sobre todo en la oración (Ro. 8:15; Gl. 4:6), pues «el Espíritu de adopción» incorpora al
cristiano en esa nueva relación.
Desde el punto de vista hermenéutico el concepto «padre» ha sufrido, hacia finales del
siglo XX, un profundo deterioro. En primer lugar, la mujer parece ser la nueva cabeza del hogar.
Esto significa que las nuevas generaciones saben que existe algo denominado «padre», pero no
tienen un vínculo real entre el significado de «padre» y la vida cotidiana. El concepto del hombre
como proveedor de la familia también ha sufrido. Por ejemplo, en Costa Rica, el 52% de las
mujeres son cabeza de hogar y responsables directas de la manutención de los hijos.
Sin embargo, el aspecto más doloroso de este deterioro tiene que ver con las acciones
violentas de los hombres contra sus compañeras e hijos. Dentro de esa violencia debemos contar
la agresión física, sicológica y sexual. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿Qué comunicamos cuando
le llamamos Padre a Dios? ¿Somos padres al estilo de Dios?

13.-- EL CORAZÓN AMOROSO DE DIOS EN LOS PADRES FLUYE HACIA LOS NIÑOS
(Óseas 11:1,3-4) Dios permite que su compasión fluya a través de los padres y se derrame sobre
los hijos.
Dios se revela como un Padre cariñoso, cercano a sus hijos y sensitivo ante sus
necesidades, por lo tanto les enseña, los anima, los ayuda y los sana. El crecimiento no es algo
que Dios abandone a la casualidad; el Señor nutre conscientemente a sus hijos. El sentimiento de
Dios hacia sus hijos está representado en el significado que se esconde tras el nombre de Óseas:
«Liberador» o «el que ayuda». La raíz hebrea yasha indica que la liberación o la ayuda se
ofrecen abierta y graciosamente, y a su vez provee un refugio seguro para cada hijo de Dios.
Este es el modelo bíblico para los padres; Dios confía los hijos a sus padres y permite que Sus
enseñanzas fluyan a los hijos a través de ellos. (Sal. 68.5, 6; 127.3–5)

14.-- EL CUIDADO Y EL AMOR POR LOS NIÑOS HONRA A DIOS (Sal. 127:3-5) Cuidar a los
niños es una de las principales maneras de honrar a Dios y edificar su Reino.
3–5 Esta sección sobre los hijos debe ser tomada tanto en sentido espiritual como
biológico a la luz de la revelación del NT. Véase Filipenses 2:19–22 para un ejemplo de hijo
espiritual.

El pacto de Dios con Adán y Eva contenía dos provisiones independientes: descendientes
y dominio. Dos personas solas no podían dominar la tierra. Esto requería descendientes.

Para los creyentes el tener niños es una respuesta a un mandamiento: «Fructificad y


multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla...» (Gn. 1:28). En este salmo los niños son llamados
«herencia de Jehová». Ello significa que los niños pertenecen a Dios; son «nuestros» sólo en un
plano secundario. Dios da progenie a las parejas como una persona confía una fortuna a sus
herederos. Jesús desea que no despreciemos a ninguno de esos «pequeños» y habla de su fe en
Dios como un ejemplo para los adultos (Mt. 18:1–5,10).

Cuando una pareja contrae matrimonio, se compromete a amar, servir y sacrificarse por la
próxima generación. El cuidar y amar a los niños es una de las principales formas de honrar a
Dios y compartir la tarea de edificar su reino. (Os. 11:1, 3-4; Ef 6:4)

15.-- LOS PADRES TIENEN LA RESPONSABILIDAD DE CRIAR A SUS HIJOS (Ef. 6:4) Dios
considera que los padres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos e inculcarles una buena
formación y actitudes correctas.

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Dios ha dado a los padres la responsabilidad de criar a los hijos; esta no es la


responsabilidad de los abuelos, de las escuelas, del estado, de grupos juveniles, ni de los
compañeros y amigos. Aun cuando cada uno de estos grupos pudiera ejercer influencia sobre los
niños, en última instancia, el deber y la responsabilidad descansan sobre los padres y,
particularmente, sobre el padre, a quien Dios ha designado «cabeza» de la familia, a fin de que la
dirija. Se necesitan dos cosas para la apropiada enseñanza de los hijos: una actitud correcta y
un fundamento correcto. Una atmósfera permeada con crítica destructiva, condenas, falsas
expectativas, sarcasmo, intimidación y temor, «provocará a ira al niño». En una atmósfera
semejante, no se podrá ofrecer enseñanza sana alguna.

La alternativa positiva sería una atmósfera rica en ternura, entusiasmo, afecto y amor. En
una atmósfera así, los padres pueden edificar las vidas de sus hijos sobre el precioso fundamento
del conocimiento de Dios. (Véanse también Dt. 6:6, 7; Pr 22:6) (Sal 127:3–5; Pr 13:24)

16.-- DISCIPLINA CORRECTIVA PARA LOS REBELDES (Pr. 13:24) El niño dócil necesita
dirección; el rebelde, corrección y disciplina.

La disciplina es la otra cara de la enseñanza. Aun los niños con un espíritu de aprendizaje
necesitan explicaciones detalladas, mucha paciencia, oportunidades para entrenarse y
experimentar, así como el derecho a aprender mediante sus errores. Pero un niño consentido (Pr.
29:15), rebelde (1 S. 15:23) o terco (Pr. 22:15), se desentiende de lo que le han enseñado y
rompe la armonía familiar. La respuesta divina a ello es la disciplina firme y amorosa.

La Biblia hace una clara distinción entre la disciplina y el abuso físico. La disciplina puede
ser dolorosa, pero no perjudicial. Nunca debemos hacer daño a un niño (Pr. 23:13), aunque en
ocasiones el dolor puede formar parte de una corrección efectiva. Dios mismo se describe como
un partidario estricto de la disciplina. Aunque siempre nos disciplina por amor y para beneficio
nuestro, su corrección puede causarnos dolor (Heb. 12:5–11). De igual manera, Dios exige que
los padres disciplinen correctamente a sus hijos. Hasta el destino eterno del niño puede depender
de la disciplina provista por sus padres (Pr. 23:14). (Ef. 6:4; Ro. 15:5–7)

La disciplina busca corregir, como cuando se educa a un niño. Tal tratamiento no se


administra rudamente, sino con amor, pensando en el bien del educando. En lugar de
desalentarse, los lectores debían considerar sus persecuciones como una evidencia del amor de
Dios por ellos, a quienes trata de hacer madurar. El autor no sugiere que Dios sea responsable
de los sufrimientos que pecadores empedernidos les infringen, pero sí indica que utiliza hasta las
circunstancias más adversas como un medio para la realización de sus propósitos

Cómo desarrollar una disciplina dinámica Ser disciplinado equivale a aprender de


Jesús, a vivir como Él lo hizo. Dios disciplina a los creyentes, corrigiéndolos y preparándolos para
vivir en su Reino. La corrección, si se recibe con buena disposición del corazón, da por fruto la
justicia. El propósito del Padre es conducir a sus hijos a la madurez.

Proverbios 23.13, 14 Si lo castigas con vara: Alude a reprender al niño con la mano o
un instrumento que no lo lastime. La Biblia enseña que la reprensión debe estar asociada a una
actitud amorosa y paciente (Heb. 12:3–6), que los azotes son necesarios al administrar disciplina
(Pr. 22:15), que los padres no se deben exceder al disciplinar a sus hijos (19:18), y que hace
falta para mantenerlos en el camino recto (v. 14).

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17.-- LA ACEPTACIÓN MUTUA ES EL CAMINO QUE CONDUCE A LA UNIDAD (Ro. 15:5-7)


La capacidad de aceptar a otro puede transformar a dos personas imperfectas en una sola
entidad.

Se ha dicho que la mayor enseñanza sobre la familia es, sencillamente, una aplicación de
lo que significa vivir como un cristiano. Estos versículos en Romanos están dirigidos a la
comunidad cristiana en general; sin embargo, con frecuencia se los usa como pasaje bíblico para
ser leído en el casamiento, por cuanto estos versículos presentan una descripción bella y
apropiada del matrimonio cristiano.

La palabra clave es «recibíos» (griego proslambano), la cual significa «tomar para sí


mismo». Su raíz indica que hacia nosotros se dirige una fuerte iniciativa que en Cristo, Dios vino
literalmente a nosotros y se posesionó de nosotros «siendo aún pecadores» (5:8). Mediante
ese acto de aceptación,

Él puso a nuestra disposición la gracia de Dios y el poder de la redención.

Cuando a ese poder se le permite trabajar en una familia, transforma las vidas de dos
personas imperfectas en una sola vida, la cual será para la alabanza de la gloria de Dios. Por ello,
el Señor coloca esta palabra como un emblema sobre todo matrimonio, desde el primer día hasta
el último. «Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de
Dios». (Pr. 13:24; Gn. 1:26–28*).

El hecho de que Jesucristo debe ser el fundamento de nuestros matrimonios y familias no


debe sorprendernos cuando se considera que la identidad de la familia en sí misma está en Dios.
Es más, a través de toda la Escritura se habla de Dios como nuestro Padre, esposo, hermano. Por
su totalidad, El puede llenar todas las necesidades en las relaciones de nuestra vida. Sin
embargo, nos pide que vivamos esas relaciones de manera que mostremos al mundo su gran
amor hacia toda la humanidad. Desafortunadamente, lo que mostramos está plagado de
imperfecciones porque somos imperfectos. Pero podemos aprender, lección tras lección, respecto
a cómo debemos relacionarnos con nuestras familias al estudiar la manera en que Dios se
relaciona con nosotros.

Comprender el significado de la palabra «fundamento» según se usa en las Escrituras


puede darnos algunas percepciones clave respecto a cómo edificar nuestros hogares sobre el
fundamento de Dios. La palabra griega zemeleioo, significa literalmente «colocar la base para».
Mientras que la palabra hebrea yacad, significa establecer; fundar; sentarse juntos, o sea,
resolver, consultar: designar, tomar consejo, establecer, fundar, instruir, colocar, ordenar. Yacad
sugiere no sólo un cimiento físico, sino también un cuerpo de creencias acordado según se
implica en la idea de instruir y tomar consejo juntos.

Comprender la intención de Dios de redimir matrimonios y familias y restaurarlos a su plan


original es esencial para nuestro entendimiento de cómo vivir dentro de las relaciones que Dios
ha ordenado. Su intención inicial era que Dios y la humanidad vivieran en comunión abierta y de
amor. Su comunión con el Creador se extendería entonces a la comunión de los unos con los
otros, creando hogares firmemente establecidos en una búsqueda conjunta de Dios. Luego, de
aquí fluiría su capacidad para gobernar la creación. Una vez roto el vínculo entre Dios y la
primera pareja, no sólo perdieron su poder para gobernar, sino que su hogar empezó a
desintegrarse. Sin propósito ni convicción, ninguno podremos jamás edificar firmemente nuestro
hogar sobre el fundamento de Jesucristo. La relación con El debe venir antes.

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Analice los siguientes versículos y anote lo que dicen las Escrituras que debe ser nuestro
cimiento para la vida:

 Proverbios 10.25

 1 Corintios 3.11

 Efesios 2.20

 2 Timoteo 2.19

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