Peter Turchin. Final de Partida. Élites, Contraélites, .
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LA HOJA DE RUTA
ÉPOCAS DE DISCORDIA
STEVE
KATHRYN
BIENESTAR BIOLÓGICO
JANE
GANADORES Y PERDEDORES
Está formado por personas que van a la universidad, a las que sus padres,
profesores y políticos les han prometido que con eso tienen asegurado el
porvenir. Pronto se dan cuenta de que les han vendido un billete de lotería y
salen sin futuro y cargados de deudas. Esta facción es peligrosa en un
sentido más positivo. Es difícil que apoyen a los populistas. Pero también
rechazan a los viejos partidos políticos conservadores o socialdemócratas.
Intuitivamente, buscan una nueva política del paraíso, que no encuentran en
el viejo espectro político ni en organizaciones como los sindicatos.[4]
Al mismo tiempo que las filas de los ricos se iban engrosando en las dos
últimas décadas, también ha aumentado el número de jóvenes que reciben
toda clase de facilidades en su educación. Por otra parte, la competencia
cada vez mayor ha obligado a más padres a gastar más dinero y ajustar más
el presupuesto en un esfuerzo por dar a sus hijos mayores ventajas. En los
niveles superiores de la sociedad estadounidense se está librando nada
menos que una carrera de armamentos académica. Sin embargo, ni siquiera
los esfuerzos más heroicos —o deshonestos— garantizan la superioridad.[6]
Desde 2004, las cosas se han puesto aún más feas. Para
su artículo «Private Schools Have Become Truly Obscene»,
publicado en The Atlantic en abril de 2021, Caitlin
Flanagan entrevistó a Robert Evans, un psicólogo que
estudia la relación entre los colegios privados y los padres
de sus alumnos. «Lo que ha cambiado en los últimos años
es la tozudez de los padres —le dijo Evans—. La mayoría no
cae en el insulto, pero sencillamente no se dan nunca por
vencidos. Muchos de ellos no pueden desprenderse del
temor a que, por el motivo que sea, su hija o su hijo queden
rezagados». Cuando sus hijos llegan a los últimos cursos de
secundaria, los padres quieren que los profesores, incluidos
los de educación física, y los orientadores académicos se
dediquen por entero a ayudarles a conseguir un expediente
académico al que Harvard no pueda resistirse. «Este tipo
de padres tienen una idea del resultado que quieren, y en
el trabajo lo consiguen —comenta Evans—. Están rodeados
de empleados en quienes pueden delegar». Sobre la
preocupación económica que hay detrás del
comportamiento de estos padres, Flanagan escribe:
¿Por qué estos padres necesitan tanta seguridad? Porque «les parece que
cada vez es más difícil que sus hijos pasen por el ojo de la aguja», es decir,
que sean admitidos en los mejores programas, desde el parvulario hasta la
universidad. Pero es más que eso. Los padres tienen la sensación de que sus
hijos saldrán a un mundo más sombrío que el suyo. A los padres, la
brutalidad de una economía en la que todo es para el ganador, no les ha
afectado; hicieron valer sus derechos adquiridos. Pero temen que sí afecte a
sus hijos y que ni siquiera una buena educación les asegure una carrera
profesional.
ANDY Y CLARA
Cuando los empresarios eran individuos, cada uno de los cuales trabajaba
por su propio éxito sin tener en cuenta a los demás, en una competencia
feroz, los hombres que controlaban la organización política eran la autoridad
suprema. Dictaban las leyes e invertían los impuestos en aumentar el poder
de su organización. Pero a medida que los empresarios del país han ido
aprendiendo el secreto de las fusiones, han empezado a subvertir el poder
de los políticos para ponerlo al servicio de sus fines. El poder legislativo y el
poder ejecutivo se ven obligados a atender cada vez más las exigencias de
los intereses empresariales organizados. El hecho de que no estén
totalmente sometidos a estos intereses se debe a que la organización
empresarial aún no es perfecta. La reciente concentración de las industrias
del hierro y del acero es indicativa del extremo al que puede llegar la
concentración de poder. Las fusiones son extensibles a cualquier ámbito de
negocio, y si otras industrias imitan el ejemplo de la siderúrgica, es fácil ver
que, al final, el Gobierno de un país cuyas fuerzas productivas están todas
concentradas y a las órdenes de unos pocos líderes, acabará convirtiéndose
en un mero instrumento de dichas fuerzas.[14]
CIENCIA O CONSPIRANOIA
OPULENCIA E INFLUENCIA
LA INMIGRACIÓN
LA EXCEPCIÓN ESTADOUNIDENSE
¿De qué nos sirve todo esto para interpretar los resultados
de nuestra investigación sobre quién gobierna América?
Para empezar, no hay que echarles la culpa a los ricos. Las
élites económicas no son malvadas o, al menos, la
proporción de personas malvadas entre sus filas no es muy
diferente a la de la del resto de la población. Las mueve el
interés propio, pero si entre la clase dirigente no
encontramos Madres Teresas, tampoco es que abunden
precisamente entre la población general. Además, sabemos
que a muchos de los integrantes del 1 por ciento de
privilegiados los mueve algo más que el interés propio a
corto plazo. Nick Hanauer no es un caso único; un grupo de
ricos autodenominado «Millonarios Patriotas» lleva desde
2010 haciendo campaña para que les suban los impuestos a
los más ricos.[9] Y casi todos los milmillonarios hacen
donativos a lo que consideran causas nobles (si bien con
algunas consecuencias no deseadas, de las que luego
hablaremos). Por último, aunque la historia está repleta de
ejemplos de élites egoístas que hundieron los países que
gobernaban, también encontramos ejemplos de élites
prosociales que superaron crisis y reconstruyeron la
cooperación social. Veamos un caso concreto.
Aunque el sistema político estadounidense está dominado
por las élites empresariales desde la guerra de Secesión,
en algunos periodos históricos las élites trabajaron sobre
todo en beneficio propio, mientras que en otros aplicaron
políticas que beneficiaban a la sociedad en su conjunto,
incluso a costa de sus propios beneficios a corto plazo. Es
relativamente fácil ver cuáles son las épocas en las que los
ricos y poderosos configuraron la agenda política para
adaptarla a sus propios intereses, como ocurrió en la Edad
de Oropel, cuando la desigualdad económica creció a pasos
agigantados. Pero ¿cómo explicar las políticas de la Gran
Compresión, aproximadamente desde los años treinta hasta
los setenta del siglo pasado, durante la cual las
desigualdades de ingresos y riqueza tendieron a disminuir?
¿Qué provocó el cambio que puso fin a la Edad de Oropel y
dio paso a la Gran Compresión?
La investigación de otros ejemplos históricos apunta a
que el papel clave en inversiones de tendencia como esta lo
desempeñan las épocas prolongadas de inestabilidad
política sostenida, que a veces desembocan en revoluciones
sociales, el hundimiento del Estado o sangrientas guerras
civiles. Pero en otras ocasiones, las élites, alarmadas por la
violencia y el desorden incesantes, se dieron cuenta de que
necesitaban unirse, superar sus rivalidades internas y
adoptar una forma de gobierno más cooperativa.
Pues bien, el periodo entre 1910 y 1930 fue una época
muy turbulenta en Estados Unidos.[10] Los conflictos
laborales violentos se habían vuelto cada vez más
encarnizados y frecuentes desde la Edad de Oropel y
alcanzaron su punto álgido durante la «década violenta» de
1910 a principios de los años veinte. En 1919, casi cuatro
millones de trabajadores (el 21 por ciento de la población
activa) participaron en huelgas y otras acciones disruptivas
con el objetivo de obligar a los empresarios a reconocer a
los sindicatos y negociar con ellos. El peor incidente de la
historia laboral de Estados Unidos fue la batalla de Blair
Mountain (1921). Aunque empezó como un conflicto
laboral, acabó convirtiéndose en la mayor insurrección
armada de la historia del país, sin contar la guerra de
Secesión. Entre diez mil y quince mil mineros armados con
escopetas lucharon contra los miles de esquiroles y
efectivos policiales que formaban los Defensores de Logan.
Tuvo que intervenir el ejército de Estados Unidos para
acabar con la insurrección.
Las cuestiones raciales se entremezclaban con las
laborales, y en muchos episodios de violencia política de la
época es imposible separarlas. En los disturbios de East St.
Louis de 1917, murieron al menos ciento cincuenta
personas. Los disturbios por motivos raciales también
alcanzaron su punto álgido hacia 1920. Los dos estallidos
más graves fueron el Verano Rojo de 1919 y la Masacre
Racial de Tulsa de 1921. Durante el Verano Rojo se
produjeron tumultos en más de veinte ciudades de Estados
Unidos, con un saldo de unas mil víctimas mortales. La
matanza de Tulsa de 1921, que causó unos trescientos
muertos, fue en realidad un linchamiento multitudinario
con características propias de una guerra civil. Miles de
estadounidenses blancos y negros, armados con armas de
fuego, se enfrentaron en las calles y la mayor parte del
barrio de Greenwood, un próspero vecindario negro, quedó
destruido.
Por último, la década de 1910 marcó el apogeo de la
actividad terrorista de radicales obreros y anarquistas. Una
campaña de atentados con bomba llevada a cabo por
anarquistas italianos culminó en la explosión de Wall Street
de 1920, que causó 38 víctimas mortales. Le siguió un
incidente aún peor, la matanza de la escuela de Bath en
1927, en la que 45 personas —entre ellas, 38 niños en edad
escolar— murieron a manos de un terrorista local.
Menos violentos —aunque en el fondo, más
amenazadores— fueron los desafíos electorales internos a
la clase dominante por parte de los movimientos socialistas
y populistas en auge, así como las amenazas externas
derivadas del auge del comunismo y el fascismo en Europa.
Las élites económicas consideraban que la amenaza
principal era el triunfo de la Revolución de Octubre en
Rusia y la fundación de la URSS, un país con una ideología
radical de carácter universalista que desafiaba
directamente los pilares del orden político estadounidense.
No ayudó el hecho de que muchos de los miembros de las
contraélites estadounidenses —dirigentes sindicales,
anarquistas, socialistas y comunistas— fueran inmigrantes
recién llegados del sur y el este de Europa. El Primer
Terror Rojo, que se extendió por todo el país entre 1919 y
1921, fue un reflejo del temor de las élites a una inminente
revolución bolchevique en Estados Unidos.
Como hemos visto, en 1920 las élites económicas y
políticas de Estados Unidos se habían consolidado y
constituido en una auténtica aristocracia, que se había
dotado de una serie de instituciones que promovían una
acción política cohesionada (internados de élite,
universidades de la Ivy League, clubes de campo exclusivos
y, sobre todo, una red de planificación política). Poco a
poco, muchos dirigentes estadounidenses se fueron dando
cuenta de que, para reducir la inestabilidad, había que
tomar medidas que reequilibraran el sistema político, y que
era mejor hacerlo introduciendo reformas desde arriba que
con una revolución desde abajo.
Durante el siglo XIX, los capitalistas estadounidenses no
habían mostrado ninguna preocupación por el bienestar de
las clases trabajadoras. Las ideas del darwinismo social y lo
que ahora llamaríamos fundamentalismo de mercado
dominaban el panorama intelectual. Las cosas empezaron a
cambiar después de 1900, durante la Era Progresista, y a
finales de la década de 1910 comenzó a arraigar la idea de
que las empresas debían comportarse de forma
socialmente responsable. Así, en esa época varias empresas
introdujeron planes de oferta de acciones para los
empleados.
Un acontecimiento clave para desconectar la bomba de la
riqueza fue la aprobación de las leyes de inmigración de
1921 y 1924. Aunque la motivación principal de estas leyes
era excluir a los «extranjeros peligrosos», como los
anarquistas italianos y los socialistas de Europa del este,
acabaron provocando una reducción de la sobreoferta de
mano de obra, como entendieron muy bien las élites
empresariales. Al limitarse la inmigración, se redujo la
oferta de mano de obra, lo que empujaría al alza los
salarios reales durante muchas décadas.
Aunque estas tendencias se iniciaron durante la Era
Progresista, maduraron durante el New Deal, favorecidas
por las turbulencias económicas y sociales provocadas por
la Gran Depresión. Yendo a lo concreto, la nueva legislación
legalizó la negociación colectiva a través de los sindicatos,
introdujo un salario mínimo y creó la Seguridad Social. En
el fondo, las élites estadounidenses sellaron un «acuerdo
frágil y no escrito» con las clases trabajadoras. Este
acuerdo tácito incluía la promesa de que los frutos del
crecimiento económico se distribuirían de forma más
equitativa entre trabajadores y propietarios. A cambio, no
se cuestionarían los fundamentos del sistema político-
económico. Evitar la revolución fue una de las razones más
importantes de este acuerdo (aunque no la única). Cuando
en 1978 el presidente del sindicato United Auto Workers,
Douglas Fraser, dimitió del Labor-Management Group
(Grupo Obrero-Patronal, creado en tiempos de Richard
Nixon), en el momento en que el acuerdo estaba a punto de
romperse, escribió en su incendiaria carta de dimisión: «La
aceptación del movimiento obrero, tal y como ha sido, tuvo
lugar porque el poder empresarial temía las alternativas».
[11]
En nuestro análisis, es importante no exagerar el grado
de unidad existente entre las élites que ostentan el poder
en Estados Unidos. Ni hubo una conspiración capitalista en
la sombra ni la clase dirigente es un bloque monolítico. En
su análisis del origen y la aplicación de las reformas del
New Deal, Domhoff y Webber subrayan que hubo al menos
seis redes de poder reconocibles que intervinieron en la
configuración de las leyes del New Deal.[12] Lo que
determina el éxito o el fracaso de las distintas reformas es
un proceso complejo de conflicto y cooperación entre estos
agentes de poder, y sus alianzas son tan variables como
pueda serlo la legislación.
La inversión de tendencia iniciada durante la Era
Progresista condujo a la Gran Compresión, una larga etapa
de disminución de la desigualdad económica. Sin embargo,
aunque la desigualdad «cuantitativa» disminuyó, el acuerdo
tenía un lado oculto: el contrato social era entre la clase
obrera blanca y la élite blanca, anglosajona y protestante.
Los negros estadounidenses, los judíos, los católicos y los
extranjeros estaban excluidos del «círculo de cooperación»
y sufrían una fuerte discriminación. Sin embargo, aunque
contribuyera a empeorar la «desigualdad cualitativa», el
pacto provocó, de entrada, una drástica reducción de la
desigualdad económica general.
Como hemos visto, la exclusión de los negros
estadounidenses del contrato fue el resultado de decisiones
tácticas tomadas por la Administración de FDR, que
necesitaba los votos del Sur para impulsar su legislación
frente a la resistencia de las élites empresariales
conservadoras (organizadas en torno a la Asociación
Nacional de Fabricantes), que estaban totalmente en contra
de hacer concesiones a la clase trabajadora. Vista en
perspectiva, la decisión de abandonar a los trabajadores
negros permitió, en cambio, que la siguiente generación de
líderes, como Jack y Robert Kennedy y Lyndon Johnson,
inauguraran una nueva etapa de derechos civiles que acabó
barriendo el segregacionismo institucional que las élites
sureñas habían instaurado tras la guerra de Secesión y el
fracaso de la Reconstrucción.
LA GRAN COMPRESIÓN
Crisis y secuelas
7
La desintegración del Estado
PREVISIÓN MULTITRAYECTO
LOS DISIDENTES
Como él [Bannon] me dijo, «para hacer que América vuelva a ser un gran
país, tienes que [...] demoler primero, antes de reconstruir». A ojos de
Bannon, Donald Trump es «el demoledor». También le he oído decir
«destructor». Así lo entiende Steve, al menos, que recuerda haber tenido
una breve conversación con Trump sobre el tema en la Casa Blanca en abril
de 2017, a raíz de la cobertura mediática de su lectura de The Fourth
Turning (1997), de William Strauss y Neil Howe. Al presidente no le hizo
gracia. Veía su papel como el de un constructor más que como el de un
demoledor, y le desagradaban todas esas chorradas sobre fatalidad,
destrucción y colapso. Steve no insistió. No fue más que un breve diálogo.
Además, tampoco hacía falta que Trump viera el mundo como él.[22]
LA PRÓXIMA BATALLA
RESULTADOS DE LA CRISIS
ÉXITOS DURADEROS
CrisisDB nos dice que ninguna sociedad del pasado ha
conseguido aguantar mucho tiempo sin entrar en crisis. Es
legítimo preguntarse, pues, cuánto duró el efecto
estabilizador de las reformas aplicadas por Rusia y Gran
Bretaña.
En Rusia, la calma duró solo una generación, de 1881 a
1905. El principal problema fue el que he mencionado
antes: la liberación de los siervos hizo insostenible la
posición económica de la nobleza. Por un lado, eso era
justo, pero, por el otro, tuvo consecuencias imprevistas.
La mayoría de los nobles terratenientes, sobre todo los
especializados en la producción de grano para el mercado
con mano de obra forzada por la barschina,[12] fueron
incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones y
fracasaron. Las fincas de la nobleza arruinada fueron
compradas por campesinos más ricos, comerciantes y
pequeños burgueses. La principal vía a través de la cual los
nobles empobrecidos podían compensar la pérdida de
ingresos procedentes de la tierra era el servicio en la
Administración. La educación proporcionaba credenciales
que daban ventaja en la competencia por los puestos de
trabajo, por lo que los jóvenes de la nobleza ingresaron en
masa en colegios y universidades. Entre 1860 y 1880, el
número de estudiantes universitarios se triplicó con creces
(de 4.100 a 14.100) y siguió aumentando durante las dos
décadas siguientes.[13]
Aproximadamente la mitad de los estudiantes eran hijos
de nobles y funcionarios del Estado. La mayoría eran muy
pobres. La combinación de pobreza extrema y exposición a
nuevas ideologías sociales procedentes de Europa
occidental, como el marxismo, radicalizó a los estudiantes.
En este periodo se formó un nuevo estrato social, la
intelligentsia, que creció paralelamente a la expansión de
la educación. La sobreproducción de élites fue el proceso
más importante en la formación de la intelligentsia, la
mitad de la cual tenía sus raíces en el estamento nobiliario.
El Estado no podía dar trabajo a todos los graduados de
institutos y universidades porque el tamaño de la
burocracia gubernamental solo aumentó un 8 por ciento
durante esta época (mientras que el número de graduados
se cuadruplicó). Ante las escasas perspectivas de empleo,
muchos estudiantes encontraron una opción atractiva en
ocupaciones alternativas, como la actividad revolucionaria.
El 61 por ciento de los revolucionarios de la década de
1860, los «nihilistas», eran estudiantes o recién graduados,
y una proporción aún mayor (70 por ciento) eran hijos de
nobles o funcionarios.[14]
La primera oleada de fervor revolucionario de las
décadas de 1860 y 1870 no logró derrocar al régimen
zarista. La represión de las organizaciones radicales
durante el reinado de Alejandro III, que ascendió al trono
tras el asesinato de su padre, restableció la estabilidad.
Pero el proceso que generó aspirantes frustrados de la élite
continuó sin cesar, y durante el reinado del siguiente zar,
Nicolás II, arrastró a Rusia hacia la revolución de 1905-
1907. El detonante, como antes, fueron las derrotas
militares que sufrió Rusia, esta vez en la guerra Ruso-
japonesa (1904-1905). Al Imperio todavía le quedaba
capacidad de resistencia y, aunque sangrienta, la
revolución no consiguió derrocar a la clase dirigente rusa.
Fue necesario el impacto que supuso la Primera Guerra
Mundial para que se produjera la Revolución rusa de 1917
y el fin de la dinastía Románov.
En resumen, las grandes reformas de las décadas de
1860 y 1870 fueron un auténtico éxito. Resolvieron la
situación revolucionaria surgida durante la década de 1850
con un derramamiento de sangre relativamente escaso. A
modo de comparación, si durante el reinado de Alejandro
III (llamado el Pacificador o, según los revolucionarios, el
Estrangulador de la Libertad) solo hubo treinta ejecuciones
(y ninguna durante la década de 1890), durante la
represión de la revolución de 1905-1907 hubo tres mil. La
dinastía Románov consiguió «aplanar la curva», lo que dio
a Rusia medio siglo más para modernizarse. A largo plazo,
sin embargo, la dinastía se derrumbó debido a la doble
embestida de la sobreproducción de élites y la presión
geopolítica.
Al Imperio británico le fue mejor. La victoria sobre Rusia
en la guerra de Crimea eliminó la última amenaza a su
posición como potencia hegemónica sin rival. La época
victoriana (1837-1901) fue una etapa de gran esplendor
cultural, tecnológico y científico. Pero todas las épocas
integradoras de este tipo terminan. Pese a resultar
vencedor en la Primera Guerra Mundial, en la posguerra el
Imperio británico inició su lento declive (aunque el carácter
gradual de su descomposición impidió que la metrópolis
experimentara una inestabilidad política y una violencia
interna apreciables). Perdió la carrera económica frente a
Estados Unidos y Alemania. Estalló una sublevación en
Irlanda que salió victoriosa, con la creación en 1921 del
Estado Libre de Irlanda. El proceso de decadencia del
Imperio se aceleró tras la Segunda Guerra Mundial, con la
independencia en 1947 de la India, la «joya de la corona
del Imperio». Hoy no es inconcebible que Escocia pueda
convertirse en un Estado independiente en la próxima
década. Todos los imperios acaban muriendo, y el británico
no fue una excepción. Pero constatar este hecho no resta
mérito alguno a los éxitos de las élites británicas durante el
cartismo.
EL FACTOR MORAL
XENOSOCIÓLOGOS CENTAURIANOS
Hace mil años terrestres, los físicos del cuarto planeta que
orbita alrededor de Alfa Centauri inventaron un
instrumento maravilloso: el macroscopio. Gracias a él,
pudieron salvar la distancia de años luz que separaba su
planeta del mundo habitado más próximo de su vecindario
galáctico —la Tierra— y observar el auge y la caída de los
imperios construidos por los terrícolas. La invención del
macroscopio supuso la aparición de una nueva disciplina
científica en Alfa Centauri: la xenosociología.
Hace 170 años, Woql?X!jt?URS3DF, por aquel entonces
estudiante[1] de posgrado en el Departamento de
Xenosociología de la Universidad Centauriana, publicó una
tesis que analizaba las tendencias sociales y políticas
dentro de un Estado de reciente formación, al que los
terrestres llamaban Estados Unidos de América. Utilizando
los datos que recopiló con el macroscopio, Woql construyó
un modelo matemático de la sociedad de antes de la guerra
de Secesión (aunque los historiadores no empleaban el
sintagma «guerra de Secesión» porque todavía faltaban
diez años para que estallara la contienda).
Una ecuación fundamental del modelo describía el
crecimiento y los movimientos de la población
estadounidense. En el siglo XVIII, los estadounidenses tenían
familias mucho más numerosas que los europeos porque
cada agricultor disponía de abundantes tierras para
mantener a muchos hijos. Los estadounidenses comían bien
y crecían, hasta el punto de ser en aquella época los
habitantes más altos del planeta. Pero el aumento de las
familias numerosas se tradujo en un rápido incremento de
la población. En 1850, cuando Woql presentó su proyecto
de tesis a la comisión del programa de doctorado de su
universidad, los estados de la Costa Este ya se encontraban
al borde de la saturación. Habían talado bosques para
sustituirlos por campos, incluso en suelos relativamente
pobres que producían cosechas escasas. Una parte
considerable de los jóvenes se dio cuenta de que ya no
podían vivir de la tierra y se marcharon.
Algunos se fueron al Oeste, donde había tierra de sobra.
Otros se dirigieron a las ciudades. En aquella época,
Estados Unidos había empezado a industrializarse y no
dejaban de crearse nuevos puestos de trabajo. El modelo de
Woql indicaba que las fuerzas combinadas de la
industrialización y la colonización del Oeste podrían
absorber la creciente oferta de trabajadores y mantener así
el equilibrio de la sociedad estadounidense. Sin embargo,
había que añadir otro factor a la ecuación. A mediados del
siglo XIX, la superpoblación era un problema mucho más
grave en Europa que en América, y muchos europeos
«excedentarios» optaron por emigrar al otro lado del
Atlántico, para acabar en las mismas ciudades que
absorbían el excedente de población rural estadounidense.
La inmigración a Estados Unidos, que era un mero hilillo
antes de 1830, se convirtió en un caudaloso río durante la
década de 1840, impulsada por desastres como la
hambruna irlandesa de la patata y la oleada de
revoluciones de 1848 y 1849. Los inmigrantes competían
con los estadounidenses por una cantidad limitada de
puestos de trabajo, con el resultado de que la oferta de
mano de obra superó a la demanda, a pesar de que esta
aumentara debido a la industrialización. Como ocurre en
economía, cuando la oferta de un bien supera su demanda,
el precio tiende a bajar. En este caso, el «bien» era la mano
de obra. Al bajar el coste de la mano de obra, los salarios
de los trabajadores se estancaron o bajaron. La
disminución del bienestar general se reflejó en el descenso
de la esperanza de vida y de la estatura incluso de los
nacidos en Estados Unidos. La creciente pauperización, a
su vez, se tradujo en un aumento de la inestabilidad y la
conflictividad social. Desde Alfa Centauri, Woql fue testigo
de una explosión de tumultos urbanos, así como de
insurrecciones rurales, en Estados Unidos.
La segunda ecuación fundamental del modelo de Woql se
centraba en la dinámica de las élites, aunque incorporando
datos de la parte demográfica. La industrialización
aumentó la productividad de los trabajadores y dio lugar a
un crecimiento sostenido del PIB per cápita. Pero el exceso
de oferta de mano de obra presionó a la baja los salarios de
los trabajadores. Como los salarios de los trabajadores se
estancaron, o incluso disminuyeron, los frutos del
crecimiento económico tenían que ir a parar a alguna otra
parte. No fueron a las arcas del Estado, que era muy
rudimentario en el siglo XIX y solo se llevaba el 2 por ciento
del PIB global. En su lugar, las ganancias económicas
fueron a parar a las élites, concretamente al segmento
económico de las mismas. Se hicieron y se perdieron
grandes fortunas, pero, en general, la tendencia fue a un
rápido crecimiento de las grandes fortunas. Y no solo los
ricos se hicieron más ricos: su número aumentó
rápidamente. Muchos trabajadores cualificados pudieron
establecerse por cuenta propia y entrar en el juego de
hacer dinero. La mayoría fracasó, pero algunos de estos
empresarios en ciernes, aprovechando los bajos salarios, se
metieron en primera división y engrosaron las filas de los
millonarios. Las ecuaciones de Woql indicaban que esta
tendencia de aumento del número y de la riqueza de las
élites seguiría presentando un crecimiento galopante
mientras funcionara la bomba de la riqueza resultante de la
sobreoferta de mano de obra (y de la falta de instituciones
que protegieran a los trabajadores).
Cuando Woql empezó a recopilar datos y a construir un
modelo para los Estados Unidos de antes de la guerra de
Secesión, otros xenosociólogos, gracias al macroscopio, ya
habían acumulado datos sobre unas cien sociedades
terrestres que habían entrado y salido de crisis varias. Las
investigaciones previas habían identificado varios
principios generales que explicaban por qué se producían
estas crisis sociales periódicas: la pauperización del
pueblo, la sobreproducción de élites, la debilidad del
Estado y el entorno geopolítico. Woql decidió no incluir
estos dos últimos procesos en su modelo. Estados Unidos
era el ente político más poderoso de Norteamérica.
Canadá, México y las distintas tribus nativas americanas no
eran rival. De hecho, Estados Unidos se iba expandiendo a
expensas de México y de los nativos americanos. El Estado
era tan rudimentario que tampoco desempeñaba papel
alguno. Quedaban los dos primeros factores: la
pauperización y la sobreproducción de élites. Ambos
presentaban unas tendencias alarmantes. Cuando Woql
leyó su tesis, incluyó en ella una predicción. Según el
modelo de Woql, el empeoramiento de las tendencias de
pauperización y sobreproducción de élites degradaría la
resistencia social de Estados Unidos hasta un punto tan
bajo que era casi seguro que se produciría un colapso
importante hacia 1870 aproximadamente. Woql también
señaló que su predicción tenía un alto grado de
incertidumbre, de modo que el probable colapso podía
ocurrir una década antes o después de 1870. Además,
basándose en las estadísticas de los cien casos estudiados a
fondo por otros xenosociólogos, había un 10-15 por ciento
de probabilidades de que pudiera evitarse un estallido
importante de violencia, como una revolución o una guerra
civil, siempre que las élites gobernantes pudieran unirse y
adoptar una serie de medidas políticas que invirtieran las
fuerzas que empujaban a Estados Unidos hacia el abismo.
Antes que nada, tendrían que desconectar la bomba de la
riqueza. Pero Woql no observó en 1850 ningún indicio de
que las élites gobernantes fueran conscientes de la
existencia del problema, ni de que estuvieran dispuestas a
abordarlo en el supuesto de que llegaran a verlo (al fin y al
cabo, mantener bajos los salarios les resultaba muy
lucrativo). Por último, el modelo de Woql no podía hacer
ninguna predicción sobre la identidad de los individuos
responsables de la probable ruptura, ya que se centraba en
las fuerzas sociales, y no en personas concretas.
Como vemos, a diferencia de los cliólogos ficticios,
nuestros xenosociólogos centaurianos (igualmente ficticios)
sí predijeron la guerra de Secesión, que al final estalló
antes incluso de lo que preveía el modelo de Woql. Poco
después de que Woql defendiera su tesis, la situación de
Estados Unidos se fue complicando a ritmo acelerado. Los
brotes de violencia colectiva se dispararon durante la
segunda mitad de la década siguiente. Centrándose solo en
los disturbios graves (con diez muertos o más), Woql
observó que, entre 1855 y 1859, se produjeron tres
bullangas de los Know-Nothing (en Baltimore, Washington
y Nueva Orleans); una guerra de bandas en Nueva York
(también conocida como la bullanga de los Conejos
Muertos); disturbios electorales (el Lunes Sangriento de
Louisville, Kentucky); y la culminación de la guerra de Utah
(la masacre de Mountain Meadows). Entre los
acontecimientos que fueron el preludio directo de la guerra
de Secesión, se encuentran los sanguinarios
enfrentamientos entre proesclavistas y antiesclavistas en
Kansas (la Sangría de Kansas) y el asalto de John Brown a
la armería federal de Harpers Ferry (Virginia).
Inmediatamente después se produjeron las disputadas
elecciones de 1860, el bombardeo de Fort Sumter en
Charleston (Carolina del Sur) y el posterior baño de sangre
de la guerra de Secesión, que duró varios años.
En la actualidad, Woql es un ilustre académico que ocupa
la cátedra del Departamento de Xenosociología de la
Universidad Centauriana.[2] Ya no investiga, sino que
dirige las investigaciones de alumnos de posgrado. Uno de
ellos es Ziql?M&rw?ALF6GR, que estudia los Estados
Unidos actuales. Siguiendo los pasos de su profesor, Ziql
utilizó el macroscopio para recopilar una tonelada de datos
sobre la dinámica del bienestar de la población y la
sobreproducción de élites entre 1970 y 2010. El modelo
que Ziql construyó en 2010 se parecía conceptualmente al
modelo del periodo anterior a la guerra de Secesión de
Woql, pero tenía en cuenta los cambios drásticos que
experimentó la sociedad estadounidense entre 1850 y
2010. En concreto, Ziql añadió otra ecuación al modelo
para incluir el papel mucho más importante que empezó a
desempeñar el Estado después de la Segunda Guerra
Mundial. Pero la predicción del modelo de Ziql para 2010
guardaba un parecido inquietante con la de Woql para
1850: Estados Unidos se encaminaba a un estallido de
violencia política que alcanzaría su punto álgido a
principios de la década de 2020. No había nada que Ziql
hubiera deseado más que alertar a los terrícolas de su
inminente perdición. Pero el macroscopio es un
instrumento unidireccional, así que lo único que podía
hacer Ziql era observar impotente cómo la trayectoria que
predecía su modelo se convertía en realidad.
PROXIES
SESHAT
CRISISDB
Hasta 2020, el objetivo principal de nuestra recopilación de
datos y del análisis estadístico de los datos recogidos era
responder a una Gran Pregunta en concreto. A principios
del Holoceno, hace unos diez mil años, todos los seres
humanos vivían en sociedades pequeñas relativamente
igualitarias de cientos o unos pocos miles de personas. En
la actualidad, casi todas las personas (con la excepción de
algunos grupos indígenas de la Amazonia y otros lugares
remotos) viven en sociedades enormes, dos de las cuales,
China y la India, superan los mil millones de habitantes. A
mediados del Holoceno surgió una nueva forma de
organización política, el Estado, que se ha extendido por
todo el mundo. La tecnología se ha vuelto muy compleja y
las economías, muy productivas, lo que ha aumentado la
calidad de vida de muchas personas. En el lado negativo, el
incremento del bienestar no se ha repartido
equitativamente, y las sociedades complejas, tanto en el
pasado como en el presente, son muy desiguales. La gran
pregunta que queríamos responder era: ¿cómo y por qué se
produjo esta «gran transformación del Holoceno»? Aunque
no puedo afirmar que hayamos respondido a esta pregunta
a satisfacción de todos, lo cierto es que hemos avanzado
mucho. Numerosas teorías propuestas por científicos
sociales contemporáneos, así como por grandes filósofos
del pasado, han sido refutadas por los datos que hemos
recopilado en Seshat. Al reducirse el abanico de teorías con
una base sólida, comprendemos cada vez mejor las fuerzas
motrices que transformaron nuestras sociedades en lo que
son hoy.[13]
A medida que íbamos concluyendo la recogida de datos
necesarios para responder a esta Gran Pregunta concreta,
pasamos gradualmente a una nueva Gran Pregunta: ¿por
qué en las sociedades complejas estallan periódicamente
conflictos? ¿Cuáles son los factores que explican las
oleadas recurrentes de inestabilidad interna,
descomposición del Estado y guerras civiles? Esta pregunta
suele formularse así: ¿por qué se desmoronan las
sociedades complejas? En la última década ha surgido toda
una nueva disciplina científica, con el nombre muy
apropiado de colapsología[14] que pretende responder a
esta pregunta. A decir verdad, no estoy muy entusiasmado
con este nuevo enfoque. A fin de cuentas, ¿qué es un
«colapso»? Como analizo en el capítulo 2, que relata lo que
nuestro macroscopio ve en el pasado, el colapso total es
solo uno de los posibles desenlaces de los conflictos
sociales. A veces, las guerras civiles, las matanzas y las
disfunciones de las infraestructuras productivas,
acompañadas de epidemias, destruyen el tejido social,
provocan un enorme descenso de la población, la
simplificación de las instituciones de gobierno y la pérdida
parcial de conocimientos. Pero algunas sociedades del
pasado salieron de sus crisis de forma relativamente airosa
gracias a la puesta en marcha de una serie de instituciones
que controlaron adecuadamente las profundas fuerzas
estructurales que las arrastraban hacia el abismo. Y la
mayoría de los desenlaces de las crisis se sitúan entre estos
dos extremos. ¿Por qué centrarse solo en el colapso?
¿Acaso no nos interesa saber cómo las sociedades lograron
evitarlo para poder extraer lecciones de posible relevancia
para el momento presente?
Por eso decidimos llamar CrisisDB a una extensión del
proyecto Seshat («DB» por las siglas en inglés de «base de
datos»). Hemos identificado unos trescientos casos de
crisis, que van desde el Neolítico hasta la actualidad y se
encuentran en todos los grandes continentes. Nuestro
objetivo es poner a prueba las teorías sobre por qué las
sociedades entran en crisis. Pero lo que es igual de
importante: pretendemos también entender por qué
algunas salidas de crisis fueron un auténtico horror,
mientras que otras fueron relativamente benignas. ¿Qué
hicieron mal los líderes y la gente en los primeros casos? ¿Y
qué hicieron bien en el segundo grupo?
La recopilación de datos para CrisisDB sigue el
planteamiento que ya hemos perfeccionado para la base de
datos Seshat «original». Se trata de un proceso largo y
arduo, y aún no hemos terminado. En la actualidad,
disponemos de datos fiables sobre un centenar de casos de
crisis, es decir, un tercio de los que contendrá la base de
datos. Esto nos basta para discernir las principales pautas.
Estas «lecciones de la historia» son el tema del capítulo 2.
A3
El enfoque dinámico-estructural
ESTRUCTURA Y DINÁMICA
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
5. LA CLASE DIRIGENTE
TERCERA PARTE
Crisis y secuelas
7. LA DESINTEGRACIÓN DEL ESTADO
APÉNDICES
La crítica ha dicho:
ISBN: 978-84-19399-09-0
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Índice
Final de partida
Prólogo
Primera parte. La cliodinámica del poder
1. Élites, sobreproducción de élites y el camino hacia la
crisis
2. Algo de perspectiva: lecciones de la historia
Segunda parte. Los motores de la inestabilidad
3. El hartazgo de las masas
4. Las tropas revolucionarias
5. La clase dirigente
6. ¿Por qué Estados Unidos es una plutocracia?
Tercera parte. Crisis y secuelas
7. La desintegración del Estado
8. Historias del futuro próximo
9. La bomba de la riqueza y el futuro de la democracia
Agradecimientos
Apéndices
A1. Una nueva ciencia de la historia
A2. Un macroscopio histórico
A3. El enfoque dinámico-estructural
Notas
Bibliografía