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Literatura Lectores Bibliotecas

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Literatura, lectores, bibliotecas

Damos la mano para saltar un charco, para aprender a subir por una
escalera, mediamos para que cada uno se anime a participar en un diálogo,
para que cada uno encuentre las palabras que lo expresen, para que cada
uno se anime a entrar a un libro y se sienta hospedado, acompañado,
desafiado.

Como mediadores establecemos el enlace entre la quietud y el movimiento,


entre la indecisión y el salto, entre la soledad y la experiencia de la buena
compañía, entre la espera y la literatura que alcanza y entreteje
situaciones, personajes, vidas, con la vida de los lectores.

El hacer de los mediadores de lectura literaria se impone en una escuela


que aporta la alfabetización y a ella se dedica casi por entero. Con esto
responde a una demanda genuina pero, a veces, saca del juego o demora la
posibilidad de vincular a las chicas y chicos que están aprendiendo a leer y
a escribir, con el mundo de la literatura. Y decimos mundo porque en la
literatura se juega lo imaginario, la expansión léxica, la dinámica lingüística
en su nivel de excelencia y digo mundo porque desde la literatura los
lectores que en ella se afincan, levantan, edifican, y sostienen las grandes
líneas de su propio desempeño imaginario. Y decimos, claro, los lectores
que en ella se afincan.

Y es que hay un camino, desde que alguien recibe una lectura literaria hasta
que se convierte en lector. Hay un tiempo de acompañamiento y de
desafíos compartidos para que un paso lleve a otro y el andar no se detenga
por frustración o por carencia de estímulos. Buscamos las maneras de
amueblar esa búsqueda con libros y antologías, con la estantería de la
biblioteca viva donde acuden muchas manos. O colecciones digitales para
seguir a un autor o encontrar lo fantástico, lo maravilloso, la poesía o el
bosque de microrrelatos que ha venido acompañando a la humanidad desde
hace tanto tiempo.

Es necesario acompañar los primeros pasos, el tránsito por las páginas


primeras y por las que siguen, con la frecuentación que instale el sabor de

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lo que se recibe y que active la memoria de ese sabor hasta que nazca el
deseo, la búsqueda, ese movimiento interior que rastrea respuestas a una
necesidad: encontrar un personaje que por alguna razón parece llamarnos,
hacer pie en el conflicto que atrapa, recibir el juego de palabras y el sentido
sutil y hondo de lo poético.

No hay docentes que opinen en contra de la lectura literaria, sin embargo a


la hora de lo cotidiano escolar no siempre se sostiene la frecuentación de la
lectura literaria. No siempre la institución escolar está alerta para que no
haya baches, para que no haya lagunas, salares sin lectura.

Desde lo pedagógico tampoco hay razón para postergar el encuentro con la


lectura literaria. No hay razón para que no sea una experiencia instalada
como cotidianeidad en la escuela. Y es que una lectura esporádica, tres
cuentos al año, dos poemas, no inician a nadie en su formación lectora.
Atravesar un año sin la frescura de la poesía armonizando, dando su giro
inesperado en el barullo de la semana, no forma lectores. Y eso es lo que en
muchos, demasiados casos, suele suceder.

Hablemos de mediación.

Sabemos que los primeros tramos de la vida, son un momento


especialmente fecundo. La voz de alguien que canta, la voz y la cercanía de
quien acompaña a jugar con los dedos, aporta el alimento de la palabra
encantada que une afectividad y mundo simbólico. Si eso no sucedió, pero
en la escuela hay biblioteca y mediadores, hay sensibilidades y convicciones
que mueven la dinámica del acercamiento a la lectura literaria y hacen
propicio el encuentro, no estamos a destiempo.

Consideremos también que la conversación con los docentes, con la


bibliotecaria, con los compañeros, contiene a los hablantes, lectores en
formación, y establece un territorio de impregnación cultural. Es más fácil
entrar a la lectura literaria si se ha vivido la dinámica conversacional, con
sus silencios y frases a medio decir, entendiendo las palabras y sus conos
de sombra, lo que se explicita en la conversación y lo que se anuncia en la
mirada o en el gesto. Este magma comunicacional es basamento fecundo
para la lectura literaria.

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Será bueno fomentar también la pertenencia de cada lector a su
territorio de libros personales, a una biblioteca propia, aunque sea
pequeña, rincón donde apoyar las dudas, las alegrías, los amores.
Acompañar a reconocer, en los libros, la viva cercanía, la tierra
letrada que refiere a lo que cada quien es.

Cada libro con el que se ha establecido un vínculo es testigo de una parte


de nosotros mismos, de algo de nuestra vida que puede recrearse y
enriquecerse en las distintas circunstancias que vivamos. Son partes de
nuestra memoria que podemos volver a habitar y que nos devuelven al
refugio, al descanso y la reparación en lo conocido de nuestra subjetividad.

María Cristina Ramos

La casa del aire, literatura en la escuela

María Cristina Ramos es escritora, editora y docente. Vive en Neuquén,


Argentina. Ha publicado más de 70 obras de literatura para niños y jóvenes. En
2016, su trayectoria fue reconocida con el Premio Iberoamericano SM de Literatura
Infantil y Juvenil. La luna lleva un silencio, El mar de volverte a ver, Gato que
duerme, Barcos en la lluvia, De coronas y galeras, Dentro de una palabra, Mientras
duermen las piedras, Mañanas de zorzal, son algunos de sus títulos. Para docentes
y otros mediadores de lectura ha publicado Aproximación a la narrativa y a la
poesía para niños, Los pasos descalzos y la colección La casa del aire, literatura en
la escuela. Coordina programas de capacitación docente. Dirige desde 2002 la
Editorial Ruedamares. Coordina el Programa de formación de mediadores de lectura
literaria “Lecturas y navegantes” en escuelas de la Patagonia Argentina. En 2020 y
también en 2022, fue finalista del Premio Internacional Hans Christian Andersen.

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