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Anam Cara Libro de La Sabiduria Celta John ODonohu
Anam Cara Libro de La Sabiduria Celta John ODonohu
Anam Cara Libro de La Sabiduria Celta John ODonohu
JOHN O´DONOHUE
Este libro fue pasado a formato
Word y con LETRA AMPLIADA
para facilitar la difusión, y con el
propósito de que así como usted lo
recibió lo pueda hacer
llegar a alguien más. HERNÁN
En memoria de mi padre,
Paddy O'Donohue, que labraba la piedra con poesía;
De mi tío Pete O'Donohue, que amaba las montañas;
y de mi tía Brigid. En memoria de John, Willie,
Mary y Ellie 0'Donohue,
Emigrantes que ahora yacen en suelo estadounidense.
INDICE
ANAM CARA.. 1
EL LIBRO.. 1
DE LA.. 1
SABIDURÍA.. 1
CELTA.. 1
Este libro fue pasado a formato Word y con LETRA AMPLIADA para
facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo
pueda hacer.
llegar a alguien más. HERNÁN.. 1
El círculo celta del arraigo. 8
El corazón humano nunca termina de nacer. 9
El amor es la naturaleza del alma. 11
El misterio del acercamiento. 16
El círculo de comunión. 19
El kaliyana mitra. 19
El alma como eco divino. 20
El manantial de amor interior. 21
El don herido. 24
BEANNACHT
Para Josie
Que el día que el peso se abata sobre tus hombros y tropieces, baile el
barro para equilibrarte.
Y cuando tus ojos se hielen detrás de la ventana gris y de ti se apodere
el espectro de lo perdido, que una legión de colores, índigo, rojo, verde y
azul heráldico despierte en ti un vergel deleitoso.
Cuando se gaste la lona de la barca del pensamiento y una mancha de
océano se forme debajo de ti, surque las aguas un largo sendero de luna por
donde volver sano y salvo.
Sea tuyo el alimento de la tierra, sea tuya la claridad de la luz, sea tuyo
el fluir del océano sea tuya la protección de los antepasados.
Y así, que un lento viento te envuelva en estas palabras de amor, un
manto invisible para velar por tu vida.
Prólogo
La luz es generosa
Si alguna vez te has encontrado al aire libre poco antes del alba, habrás
observado que la hora más oscura de la noche es la que precede a la salida
del sol. Las tinieblas se vuelven más oscuras y anónimas. Si nunca hubieras
estado en el mundo ni sabido lo que era el día, jamás podrías imaginar
cómo se disipa la oscuridad, cómo llega el misterio y el color del nuevo día.
La luz es increíblemente generosa, pero a la vez dulce. Si observas cómo
llega el alba, verás cómo la luz seduce a las tinieblas. Los dedos de luz
aparecen en el horizonte; sutil, gradualmente, retiran el manto de oscuridad
que cubre el mundo. Tienes frente a ti el misterio del amanecer, del nuevo
día. Emerson dijo: «Los días son dioses, pero nadie lo sospecha.» Una de
las tragedias de la cultura moderna es que hemos perdido el contacto con
estos umbrales primitivos de la naturaleza. La urbanización de la vida
moderna nos apartó de esta afinidad fecunda con nuestra madre Tierra.
Forjados desde la tierra, somos almas con forma de arcilla. Debemos latir al
unísono con nuestra voz interior de arcilla, nuestro anhelo. Pero esta voz se
ha vuelto inaudible en el mundo moderno. Al carecer de conciencia de lo
que hemos perdido, el dolor de nuestro exilio espiritual es más intenso por
ser en gran medida incomprensible.
Durante la noche, el mundo descansa. Árboles, montañas, campos y
rostros son liberados de la prisión de la forma y la visibilidad. Al amparo de
las tinieblas, cada cosa se refugia en su propia naturaleza. La oscuridad es la
matriz antigua. La noche es el tiempo de la matriz. Nuestras almas salen a
Jugar. La oscuridad todo lo absuelve; cesa la lucha por la identidad y la
impresión. Descansamos durante la noche. El alba es un momento
renovador, prometedor, lleno de posibilidades. A la luz nueva del amanecer
reaparecen bruscamente los elementos de la naturaleza: piedras, campos,
ríos y animales. Así como la oscuridad trae descanso y liberación, el día
significa despertar y renovación. Seres mediocres y distraídos, olvidamos
que tenemos el privilegio de vivir en un universo maravilloso. Cada día, el
alba revela el misterio de este universo. No existe sorpresa mayor que el
alba, que nos despierta a la presencia vasta de la naturaleza. El color
maravillosamente sutil del universo se alza para envolverlo todo. Así lo
expresa William Blake:
«Los colores son las heridas de la luz». Los colores destacan la
perspectiva de nuestra presencia secreta en el corazón de la naturaleza.
Amanezco hoy por la fuerza del cielo, la luz del sol, el resplandor de la
luna, el esplendor del fuego, la velocidad del rayo, la rapidez del viento, la
profundidad del mar, la estabilidad de la tierra, la firmeza de la roca.
Amanezco hoy por la fuerza secreta de Dios que me guía.
Umbra nihili
En un universo vasto que a veces parece siniestro e indiferente a
nosotros, necesitamos la presencia y el abrigo del amor para transfigurar
nuestra soledad. Esta soledad cósmica es la raíz de nuestra soledad interior.
Nuestra vida, todo lo que hacemos, pensamos y sentimos está rodeado por
la Nada. De ahí que sea tan fácil atemorizarnos. El Maestro Eckhart dice
que la vida humana se encuentra bajo la sombra de la Nada, sub umbra
nihili. Sin embargo, el amor es la hermana del alma, su lenguaje más
profundo y su presencia. En el amor, a través de su calor y creatividad, el
alma nos protege de la desolación de la Nada. No podemos llenar nuestro
vacío con objetos, posesiones o personas. Debemos avanzar más
profundamente en ese vacío para encontrar debajo de la Nada la llama del
amor que nos aguarda para darnos calor.
Nadie puede herirte tan profundamente como tu ser amado. Cuando
admites al Otro en tu vida, abres tus defensas. Aun después de años de
convivencia, tu afecto y confianza pueden sufrir una decepción. La vida es
peligrosamente imprevisible. La gente cambia, a veces de manera drástica y
repentina. El resentimiento y el rencor desplazan el arraigo y el afecto. Toda
amistad atraviesa en algún momento el valle negro de la desesperación.
Esto pone a prueba tu afecto en todos sus aspectos. Pierdes la atracción y la
magia. El sentimiento mutuo se vuelve sombrío, la presencia hiere. Si eres
capaz de atravesar este tiempo, tu amor puede emerger purificado,
despojado de la falsedad y las carencias. Te llevará a otro terreno donde el
afecto puede volver a crecer. A veces una amistad se echa a perder y las
partes apuntan a sus centros de negativismo recíproco. Cuando se unen en
el punto de carencia, es como si parieran un espectro dispuesto a devorar el
último retazo de afecto entre los dos. Ambos son despojados de su esencia.
Se vuelven impotentes, recíprocamente obsesionados. Entonces son
necesarios la oración profunda, mucha atención y cuidados para reorientar
las almas. El amor puede herirnos profundamente. Debemos tener mucho
cuidado. El filo de la Nada corta hasta el hueso. Otros quieren amar,
entregarse, pero les falta energía. Llevan en sus corazones los cadáveres de
antiguas relaciones, son adictos a las heridas como confirmación de su
identidad. Cuando una amistad se reconoce como un don, permanecerá
abierta a su propio terreno de bendición.
Cuando amas, abres tu vida a un Otro. Caen todas tus barreras. Tus
distancias protectoras se derrumban. Esa persona recibe permiso absoluto
para penetrar en el templo más profundo de tu espíritu. Tu presencia y tu
vida pueden volverse terreno suyo. Se necesita mucho coraje para permitir
semejante acercamiento. Puesto que el cuerpo habita en el alma, cuando
permites semejante proximidad, dejas que el otro se vuelva parte de ti. En la
afinidad sagrada del amor verdadero, dos almas se vuelven gemelas. El
cascarón exterior y el contorno de la identidad se vuelven porosos. Se
hunden mutuamente.
El Anam cara
La tradición celta posee una hermosa concepción del amor y la amistad.
Una de sus ideas fascinantes es la del amor del alma, que en gaélico antiguo
es anam cara, «Anam» significa «alma» en gaélico, y «cara» es «amistad».
De manera que «anam-cara» en el mundo celta es el «amigo espiritual». En
la iglesia celta primitiva se llamaba anam cara a un maestro, compañero o
guía espiritual. Al principio era un confesor» a quien uno revelaba lo más
íntimo y oculto de su vida. Al anam cara se le podía revelar el yo interior,
la mente y el corazón. Esta amistad era un acto de reconocimiento y arraigo.
Cuando uno tenía un anam cara, esa amistad trascendía las convenciones,
la moral y las categorías. Uno estaba unido de manera antigua y eterna con
el amigo espiritual. Esta concepción celta no imponía al alma limitaciones
de espacio ni tiempo. El alma no conoce jaulas. Es una luz divina que
penetra en ti y en tu otro. Este nexo despertaba y fomentaba una
camaradería profunda y especial. Juan Casiano dice en sus Colaciones que
este vínculo entre amigos es indisoluble: «Esto, digo, es lo que no puede
romper ningún azar, lo que no puede cortar ni destruir ninguna porción de
tiempo o de espacio; ni siquiera la muerte puede dividirlo».
En la vida todos tienen necesidad de un anam cara, un «amigo
espiritual». En este amor eres comprendido tal como eres, sin máscaras ni
pretensiones. El amor permite que nazca la comprensión, y ésta es un tesoro
invalorable. Allí donde te comprenden está tu casa. La comprensión nutre la
pertenencia y el arraigo. Sentirte comprendido es sentirte libre para
proyectar tu yo sobre la confianza y protección del alma del otro. Pablo
Neruda describe este reconocimiento en un bello verso: «Eres como nadie
porque te amo». Este arte del amor revela la identidad especial y sagrada de
la otra persona. El amor es la única luz que puede leer realmente la firma
secreta de la individualidad y el alma del otro. En el mundo original, sólo el
amor es sabio, sólo él puede descifrar la identidad y el destino.
El anam cara es un don de Dios. La amistad es la naturaleza de Dios.
La idea cristiana de Dios como Trinidad es la más sublime expresión de la
alteridad y la intimidad, un intercambio eterno de amistad. Esta perspectiva
pone al descubierto el bello cumplimiento del anhelo de inmortalidad que
palpitaba en las palabras de Jesús: «Os llamo amigos». Jesús, como hijo de
Dios, es el primer Otro del universo; es el prisma de toda diferencia. Es el
anam cara secreto de todos los individuos. Con su amistad penetramos en
la tierna belleza y en los afectos de la Trinidad. Al abrazar esta amistad
eterna nos atrevemos a ser libres. En toda la espiritualidad celta hay un
hermoso motivo trinitario. Esta breve invocación lo refleja:
Diarmad y Gráinne
Por toda Irlanda se ven bellas piedras llamadas dólmenes. Se trata de
dos enormes bloques de piedra caliza colocadas paralelamente. Sobre ellas
se pone otra a manera de techo. La tradición celta las llama leaba
Dhiarmada agus Gráinne, es decir, «cama de Diarmad y Gráinne». Dice la
leyenda que Gráinne era la compañera de un jefe de los Fianna, los viejos
soldados celtas. Se enamoró de Diarmad, los dos huyeron y los fianna los
persiguieron por todo el país. Los animales les daban refugio, y personas
sabias les daban consejos para eludir a sus perseguidores. Se les dijo que no
debían pasar más de dos noches en un lugar. Pero se decía que donde se
detenían a descansar, Diarmad construía un dolmen para su amada. Las
investigaciones arqueológicas han revelado que eran las tumbas de los jefes.
La leyenda es más interesante y vibrante. Es una bella imagen de la
sensación de impotencia que suele acompañar al amor. Cuando uno se
enamora, se desvanecen el sentido común, la racionalidad y la personalidad
seria, discreta y respetable. Uno vuelve a ser adolescente; hay un fuego
nuevo en su vida. Uno está revitalizado. Cuando no hay pasión, el alma está
dormida o ausente. Cuando la pasión despierta, el alma vuelve a ser Joven y
libre, vuelve a danzar. La vieja leyenda celta nos muestra el poder del amor
y la energía de la pasión. Uno de los poemas más elocuentes sobre la
transfiguración de la vida por este anhelo es el Anhelo dichoso de Goethe:
No se lo digáis a nadie, sino tan sólo a los sabios, que el vulgo siempre
propende a la burla y el sarcasmo; pero al que ansía consumirse en la llama,
yo lo alabo. En el frescor de las noches amorosas, en el trueque plácido de
las caricias, al ver la vela que esplende y el cuarto alumbra tranquila, un
extraño sentimiento más de una vez te acomete. No quisieras seguir preso
en la sombra y las tinieblas, y de una vida más alta un ansia sientes violenta.
Para ti no hay ya distancias: suelto y libre alzas el vuelo hacia la llama, y al
fin, igual que la mariposa, en ella abrasas tu cuerpo. Que mientras en ti
cumplido no veas el «¡Muere y transfórmate!», serás en la oscura tierra no
más que un huésped borroso que vaga entre las tinieblas.
(Trad. de R. Cansinos Asséns)
El poema expresa la maravillosa fuerza espiritual que es el centro del
anhelo y sugiere la gran vitalidad oculta en él. Cuando uno cede a la pasión
creativa, ésta lo transporta a los umbrales últimos de la transfiguración y la
renovación. Este crecimiento causa dolor, pero es dolor sagrado. Hubiera
sido mucho más trágico evitar cautelosamente estas profundidades para
quedar anclado en la superficie lustrosa de la banalidad.
El círculo de comunión
Para reflejar esto se necesita una palabra más vibrante que la tan trillada
«relación». Las frases como «se cierra un círculo antiguo» y «un anhelo
antiguo despierta y toma conciencia de sí» ayudan a revelar el significado
profundo y el misterio del encuentro. Expresan en el lenguaje sacro del
alma la unicidad y la intimidad del amor. Cuando dos personas se aman, se
genera una tercera fuerza entre ellas. Una amistad interrumpida no siempre
se restaura con horas interminables de análisis y consejos. Es necesario
modificar el ritmo de los encuentros y reanudar el contactó con la antigua
comunión que los reunió. Esta antigua afinidad os mantendrá unidos si
invocáis su poder y su presencia. Dos personas realmente despiertas habitan
un círculo de comunión. Han despertado una fuerza más antigua que los
envolverá y abrigará.
La amistad exige que se la alimente. La gente suele dedicar su atención
principalmente a los hechos de la vida, su situación, trabajo y categoría
social. Vuelcan sus mayores energías al hacer. El Maestro Eckhart escribió
bellas palabras sobre esta tentación. Según él, muchas personas se
preguntan dónde deberían estar y qué deberían hacer, cuando en realidad
deberían preocuparse por cómo ser. El amor es el lugar de mayor ternura en
tu vida. En una cultura preocupada por las rigideces y definiciones nítidas,
y que por consiguiente le exaspera el misterio, es difícil sustraerse a la
transparencia de la luz falsa para entrar en el tenue resplandor del mundo
del alma. Acaso la luz del alma es como la de Rembrandt, esa luz rojiza,
dorada, que caracteriza su obra. Esta luz crea una sensación de volumen y
sustancia en las figuras sobre las cuales derrama su suave resplandor.
El kaliyana mitra
La tradición budista concibe la amistad según la bella idea del kaliyana
mitra, el «amigo noble». Tu kaliyana mitra, lejos de admitir tus
pretensiones, te obligará, con dulzura y mucha firmeza, a afrontar tu
ceguera. Nadie puede ver su vida íntegramente. Así como la retina del ojo
tiene un punto ciego, el alma tiene un lado ciego que no puedes ver. Por eso
dependes del ser amado, que ve lo que tú no puedes ver. Tu kaliyana mitra
es el complemento benigno e indispensable de tu visión. Semejante amistad
es creativa y crítica; está dispuesta a recorrer territorios escabrosos y
accidentados de contradicción y sufrimiento.
Uno de los anhelos más profundos del alma humana es el de ser visto.
En el antiguo mito, Narciso ve su cara reflejada en el agua y queda
obsesionado por ella. Desgraciadamente, no hay espejo en el que puedas ver
el reflejo de tu alma. Ni siquiera puedes verte de cuerpo entero. Si miras
detrás de ti, pierdes de vista el frente. Tu yo jamás te verá íntegramente.
Aquel que amas, tu anam cara, tu alma gemela, es el espejo más fiel de tu
alma. La integridad y la claridad de la amistad verdadera dibuja el contorno
real de tu espíritu. Es hermoso contar con semejante presencia en tu vida.
No soy gorda y maciza como una campana. Labios para besar, dientes
para sonreír, piel lozana y frente lustrosa, tengo ojos azules y una cabellera
espesa que se me enrosca en el cuello; un hombre que busca esposa tiene
aquí un rostro que guardará de por vida; mano, brazo, cuello y pecho, a cual
más apreciado; ¡mira qué cintura! Mis piernas son largas flexibles como
sauces, ligeras y fuertes.
Este larguísimo poema es una celebración impúdica de lo erótico. No la
atraviesa el lenguaje frecuentemente negativo de la moral que trata de
dividir la sexualidad en pura e impura. En todo caso, estos términos están
de más, tratándose de criaturas de arcilla. ¿Cómo puede existir semejante
pureza en una criatura de arcilla? Ésta es siempre una mezcla de luz y
tinieblas. La belleza de eros reside en sus umbrales de pasión donde se
encuentran la luz y las tinieblas en el interior de la persona. Tenemos que
re-imaginar a Dios como la energía del eros transfigurador, fuente de toda
creatividad.
Pablo Neruda ha escrito algunos de los más bellos versos de amor. Dice:
«Te traeré flores felices de las montañas, campanillas, oscuros avellanos y
canastas rústicas de besos./ Quiero hacer contigo lo que la primavera hace
con los cerezos». Es un pensamiento muy hermoso; revela que el amor es el
despertar de la primavera en la cara de arcilla del corazón. Yeats también
escribió bellos poemas de amor, versos que dicen: «Pero un hombre amó tu
alma peregrina/y amó los pesares de tu rostro cambiante». Estos poemas
muestran un reconocimiento de las raíces profundas y la presencia en el
amado. El amor te ayuda a ver la naturaleza singular y especial del Otro.
El don herido
Uno de los grandes poderes del amor es el equilibrio, que nos ayuda a
alcanzar la transfiguración. Cuando dos personas se unen, un círculo
antiguo se cierra en tomo de ellos. Asimismo, no llegan a la unión con
manos vacías, sino repletas de obsequios. Con frecuencia éstos donde están
heridos; entonces despierta la dimensión curativa del amor. Cuando amas de
verdad a otro, lo baña la luz de tu alma. La naturaleza nos enseña que la luz
del sol hace crecer todas las cosas. Si contemplas las flores en un alba de
primavera, verás que están cerradas. Cuando las toca el sol, se abren
confiadas y se entregan a la nueva luz.
Cuando amas a una persona que está muy herida, una de las peores
cosas que puedes hacer es convertir su dolor en objeto de discusión. En
estos casos, una extraña dinámica despierta en el alma. Se vuelve un hábito,
una pauta recurrente. Con frecuencia conviene reconocer la presencia de la
herida, pero alejarse de ella. Cada vez que tengas la oportunidad, báñala con
la suave luz del alma. Recuerda que existen mentes antiguas de renovación
en el círculo que los une. El destino de tu amor jamás depende solamente de
los recursos frágiles de las subjetividades de ambos. Puedes invocar el
poder curativo de la tercera fuerza luminosa entre ambos; ésta puede aportar
perdón, consuelo y curación en tiempos escabrosos.
Cuando amas a alguien, es destructivo raspar obsesivamente la arcilla
de tu arraigo. Es conveniente no interferir en tu amor. Dos personas que se
aman jamás deben sentirse obligadas a explicar su amor a un tercero o el
porqué de su unión. Su comunión es un lugar secreta Sus Almas conocen el
secreto de su unión; deben confiar en ella. Si interfieres constantemente en
tu conexión con el otro, con tu amante o tu anam cara, poco a poco
provocas una distancia entre los dos. Thom Gunn ha escrito un bonito
epigrama de dos líneas que se titula Jamesian, por el nombre de Henry
James, el más preciso y sutil de los novelistas. Sus descripciones constan de
finísimos matices e infinitos puntos de vista. Un análisis tan puntilloso
puede volverse obsesivo, hasta el punto de destruir la presencia lírica del
amor.
2
HACIA UNA ESPIRITUALIDAD DE LOS SENTIDOS
La cara es el icono de la creación
El paisaje es el primogénito de la creación. Existía cientos de millones
de años antes de que aparecieran las flores, los animales o el ser humano.
Estaba aquí por su cuenta. Es la presencia más antigua en el mundo, aunque
necesita una presencia humana que lo reconozca. Cabe imaginar que los
océanos enmudecieron y los vientos se sosegaron cuando apareció el primer
rostro humano sobre la Tierra; es lo más asombroso de la creación. En el
rostro humano el universo anónimo adquiere intimidad. El sueño de los
vientos y los océanos, el silencio de las estrellas y las montañas alcanzaron
una presencia materna en la cara. Aquí se expresa el calor secreto, oculto de
la creación. La cara es el icono de la creación. En la mente humana, el
universo entra en resonancia consigo mismo. La cara es el espejo de la
mente. En el ser humano, la creación encuentra la respuesta a su muda
súplica de intimidad. En el espejo de la mente la difusa e interminable
naturaleza puede contemplarse.
La cara humana es un milagro artístico. En esa superficie pequeña se
puede expresar una variedad e intensidad increíble de presencia. No existen
dos rostros idénticos. En cada uno hay una variación particular de
presencia. Cuando amas a otro, durante una separación prolongada es
hermoso recibir una carta, una llamada telefónica o intuir la presencia de la
persona amada. Pero es más profunda la emoción del regreso, porque ver el
rostro amado es entonces una fiesta. En ese rostro ves la intensidad y la
profundidad de la presencia amorosa que te contempla y viene a tu
encuentro. Es hermoso volver a verte. En África ciertos saludos significan
«te veo». En Conamara, la expresión empleada para decirle a alguien que es
admirado o popular es: Tá agaidh an phobail ort, es decir, «el rostro del
pueblo se vuelve hacia ti».
Cuando vives en el silencio y la soledad del campo, las ciudades te
sobresaltan. Hay muchas caras en ellas: rostros extraños que pasan rápida e
intensamente. Cuando los miras, ves la imagen de la intimidad particular de
su vida. En cierto sentido, la cara es el icono del cuerpo, el lugar donde se
manifiesta el mundo interior de la persona. El rostro humano es la
autobiografía sutil pero visual de cada persona. Por más que ocultes la
historia recóndita de tu vida, jamás podrás esconder tu cara. Ésta revela el
alma; es el lugar donde la divinidad de la vida interior encuentra su eco e
imagen. Cuando contemplas un rostro, miras en lo profundo de una vida.
La santidad de la mirada
En Sudamérica, un periodista amigo mío conoció a un viejo jefe
indígena a quien quería entrevistar. El jefe accedió con la condición de que
previamente pasaran algún tiempo juntos. El periodista dio por sentado que
tendrían una conversación normal. Pero el jefe se apartó con él y lo miró a
los ojos, largamente y en silencio. Al principio, mi amigo sintió terror: le
parecía que su vida estaba totalmente expuesta a la mirada y el silencio de
un extraño. Después, el periodista empezó a profundizar su propia mirada.
Así se contemplaron durante más de dos horas. Al cabo de ese tiempo, era
como si se hubieran conocido toda la vida. La entrevista era innecesaria. En
cierto sentido, mirar la cara de otro es penetrar a lo más profundo de su
vida.
Con mucha ligereza damos por sentado que compartimos un solo
mundo con los demás. Es verdad que en el nivel subjetivo habitamos el
mismo espacio físico que los demás seres humanos; después de todo, el
cielo es la única constante visual de nuestra percepción. Pero este mundo
exterior no permite el acceso al mundo interior del individuo. En un nivel
más profundo, cada uno es custodio de un mundo privado, individual. A
veces nuestras creencias, opiniones y pensamientos son un medio para
consolarnos con la idea de que no sobrellevamos el peso de un mundo
interior singular. Nos complace fingir que pertenecemos al mismo mundo,
pero estamos más solos de lo que pensamos. Esta soledad no se debe
exclusivamente a las diferencias entre nosotros; deriva del hecho de que
cada uno está alojado en un cuerpo distinto. La idea de la vida humana
alojada en un cuerpo es fascinante. Por ejemplo, quien te visita en tu casa,
se hace presente corporalmente. Trae a tu casa su mundo interior, sus
vivencias y memoria a través del vehículo de su cuerpo. Mientras dura la
visita, su vida no esta en otra parte; está totalmente allí contigo, frente a ti,
buscándote. Al finalizar la visita, su cuerpo se endereza y se aleja llevando
consigo ese mundo oculto. La conciencia de ello ilumina el acto de hacer el
amor. No son sólo dos cuerpos, sino dos mundos que se unen; se rodean e
interpenetran. Somos capaces de generar belleza, gozo y amor debido a este
mundo infinito e ignoto en nuestro interior.
La infinitud de tu interioridad
La persona humana es un umbral donde se encuentran muchas
infinitudes: la del espacio que se extiende hasta los confines del cosmos; la
del tiempo que se remonta a miles de millones de años; la del microcosmos,
acaso una mota en tu pulgar que contiene un cosmos interior, tan pequeño
que es invisible para el ojo. La infinitud en lo microscópico es tan
deslumbrante como la del cosmos. Sin embargo, la que acosa a todos y que
nadie puede suprimir, es la de la propia interioridad. Detrás de cada rostro
humano se oculta un mundo. En algunos se hace visible la vulnerabilidad de
haber conocido esa profundidad oculta. Cuando miras ciertas caras, ves
aflorar la turbulencia del infinito. Ese momento puede producirse en la
mirada de un extraño o durante una conversación con un conocido.
Bruscamente, sin intención ni conciencia de ello, la mirada se vuelve
vehículo de una presencia interior primordial. Dura un segundo, pero en ese
brevísimo ínterin, aflora algo más que la persona. Otra infinitud, aún no
nata, empieza a asomar. Te sientes contemplado desde la insondable
eternidad. Esa infinitud que te mira viene de un tiempo antiguo. No
podemos aislamos de lo eterno. Inesperadamente nos mira y nos perturba
desde las súbitas oquedades de nuestra vida rígida. Una amiga aficionada a
los encajes suele decirme que la belleza de estos adornos reside en los
agujeros. Nuestra experiencia tiene la estructura de un encaje.
El rostro humano es el portador y el punto de exposición del misterio de
la vida individual. Desde allí, el mundo privado, interior de la persona se
proyecta al mundo anónimo. Es el lugar de encuentro de dos territorios
ignotos: la infinitud del mundo exterior y el mundo interior inexplorado al
que sólo tiene acceso el individuo. Éste es el mundo nocturno que yace
detrás de la luminosidad de la faz. La sonrisa de un rostro es una sorpresa o
una luz. Cuando aflora una sonrisa, es como si súbitamente se iluminara la
noche interior del mundo oculto. Heidegger dijo en bellas frases que somos
custodios de umbrales antiguos y profundos. En el rostro humano se ve el
potencial y el milagro de posibilidades eternas.
La cara es el pináculo del cuerpo. Éste es antiguo como la arcilla del
universo de la cual está hecho; los pies en el suelo son una conexión
constante con la Tierra. A través de tus pies, tu arcilla privada está en
contacto con la arcilla primigenia de la cual surgiste. Por consiguiente, tu
rostro en la cima de tu cuerpo significa el ascenso de tu arcilla vital hada la
intimidad y la posesión del yo. Es como si la arcilla de tu cuerpo se volviera
íntima/personal a través de las expresiones siempre renovadas de tu cara.
Bajo la bóveda del cráneo, la cara es el lugar donde la arcilla de la vida
adquiere verdadera presencia humana.
La cara y la segunda inocencia
Tu cara es el icono de tu vida. En el rostro humano, una vida contempla
el mundo y a la vez se contempla. Es aterrador contemplar una cara donde
se han asentado el resentimiento y el rencor. Cuando una persona ha llevado
una vida desolada, buena parte de su negatividad jamás desaparece. El
rostro, lejos de ser una presencia cálida, se vuelve una máscara dura. Una
de las palabras más antiguas para designar a la persona es la griega
prosopon, que originalmente era la máscara de los actores en el coro.
Cuando la transfiguración no alcanza al resentimiento, la ira o el rencor, el
rostro se vuelve máscara. Sin embargo, también se conoce lo contrario, la
hermosa presencia de un rostro viejo que a pesar de los surcos que dejan el
tiempo y las vivencias, conserva una bella inocencia. Aunque la vida haya
dejado su huella cansina y dolorosa, esa persona no ha permitido que tocara
su alma. Ese rostro proyecta al mundo una bella luminosidad, una
irradiación que crea una sensación de santidad e integridad.
Tu cara siempre revela quién eres y lo que la vida te ha hecho. Pero es
difícil para ti contemplar la forma de tu propia vida, demasiado cercana a ti.
Otros pueden desentrañar buena parte de tu misterio al ver tu cara. Los
retratistas dicen que es muy difícil pintar el rostro humano. Se dice que los
ojos son la ventana del alma. También es difícil aprehender la boca en el
retrato individual. De alguna manera misteriosa, la línea de la boca parece
revelar el contorno de una vida; labios apretados suelen reflejar mezquindad
de espíritu. Hay una extraña simetría en la forma como el alma escribe la
historia de su vida en los rasgos de una cara.
El cuerpo es el ángel del alma
El cuerpo humano es hermoso. Estar corporizado es un gran privilegio.
Te relacionas con un lugar a través de tu cuerpo. No es casual que el
concepto de lugar siempre ha fascinado a los humanos. El lugar nos ofrece
una patria; sin él, careceríamos literalmente de dónde. El paisaje es la
última expresión del dónde, y en éste la casa que llamamos nuestra es
nuestro lugar íntimo. La casa es decorada y personalizada; adopta el alma
de sus habitantes y se vuelve espejo de su espíritu. Sin embargo, en el
sentido más profundo, el cuerpo es el lugar más íntimo. Tu cuerpo es tu
casa de arcilla; es la única patria que posees en este universo. En tu cuerpo
y a través de él, tu alma se vuelve visible y real para ti. Tu cuerpo es la casa
de tu alma en la Tierra.
A veces parece existir una misteriosa correspondencia entre el alma y la
presencia física del cuerpo. Esto no es verdad en todos los casos, pero con
frecuencia permite vislumbrar la naturaleza del mundo interior de la
persona. Existe una relación secreta entre nuestro ser físico y el ritmo de
nuestra alma. El cuerpo es el lugar donde se revela el alma. Un amigo de
Conamara me dijo una vez que el cuerpo es el ángel del alma. El cuerpo es
el ángel que expresa el alma y vela por ella; siempre debemos cuidarlo con
amor. Con frecuencia se convierte en el chivo emisario de los desengaños y
venenos de la mente. El cuerpo está rodeado por una inocencia primordial,
una luminosidad y bondad increíbles. Es el ángel de la vida.
El cuerpo puede alojar un inmenso espectro e intensidad de presencia.
El teatro lo ilustra de manera notable. El actor tiene suficiente espacio
interior para asumir un personaje, dejar que lo habite totalmente, de manera
que la voz, la mente y la acción de éste se expresan de manera sutil e
inmediata a través del cuerpo de aquél. El cuerpo encuentra su expresión
más exuberante en el maravilloso teatro de la danza, esa escultura en
movimiento. El cuerpo da forma al vacío de manera conmovedora,
majestuosa. Un ejemplo emocionante de ello es la danza sean nos de la
tradición irlandesa, en la cual el bailarín expresa con su cuerpo la agitación
salvaje de la música.
Se cometen muchos pecados contra el cuerpo, incluso en una religión
basada en la Encarnación. En la religión se presenta al cuerpo como la
fuente del mal, la ambigüedad, la lujuria y la seducción. Es un concepto
falso e irreverente. El cuerpo es sagrado. Estas concepciones negativas se
originan en gran medida en las interpretaciones falsas de la filosofía griega.
La belleza del pensamiento griego reside precisamente en que destacaba lo
divino. Éste los acechaba y ellos trataban de reflejarlo, hallar en el lenguaje
y el concepto una expresión de su presencia. Eran muy conscientes del peso
del cuerpo y cómo parecía arrastrar a lo divino hacia la Tierra.
Malinterpretaron esta atracción terrena, viendo en ella un conflicto con el
mundo de lo divino. No concebían la Encarnación ni tenían la menor idea
de la Resurrección.
Cuando la tradición cristiana incorporó la filosofía griega, introdujo este
dualismo en su mundo intelectual. Se concebía al alma como algo bello,
luminoso, bueno. El deseo de estar con Dios era propio de su naturaleza. Si
no fuera por el peso indeseable del cuerpo, el alma habitaría constantemente
lo eterno. Así, el cuerpo se volvió sospechoso en la tradición cristiana.
Jamás floreció en ella una teología del amor erótico. Uno de los pocos
textos donde aparece lo erótico es el bello Cantar de los Cantares, que
celebra lo sensual y sensorial con maravillosa pasión y ternura. Este texto es
una excepción, y sorprende su admisión en el canon de las Escrituras. En la
tradición cristiana posterior, y sobre todo en la Patrística, el cuerpo es
objeto de suspicacia y hay una obsesión negativa por la sexualidad. El sexo
y la sexualidad aparecen como peligros en el camino de la salvación eterna.
La tradición cristiana suele denigrar y maltratar la presencia sagrada del
cuerpo. Sin embargo, ha servido de maravillosa fuente de inspiración para
los artistas. Un bello ejemplo es El éxtasis de santa Teresa de Bernini,
donde el cuerpo de la santa es presa de un rapto en el cual lo sensorial es
inseparable de lo místico.
El cuerpo como espejo del alma
El cuerpo es un sacramento. Nada lo expresa mejor que la antigua
definición tradicional de sacramento, la señal visible de la gracia invisible.
Esta definición reconoce sutilmente cómo el mundo invisible se expresa en
el visible. El deseo de expresión yace en lo más profundo del mundo
invisible. Toda nuestra vida interior y la intimidad del alma anhelan
encontrar un espejo exterior. Anhelan una forma que les permita ser vistas,
percibidas, palpadas. El cuerpo es el espejo donde se expresa el mundo
secreto del alma. Es un umbral sagrado, merece que se lo respete, cuide y
comprenda en su dimensión espiritual. Este sentido del cuerpo encuentra
una bella expresión en una frase asombrosa de la tradición católica: El
cuerpo es el templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mantiene alerta y
personificada la intimidad y la distancia de la Trinidad. Decir que el cuerpo
es el templo del Espíritu Santo es reconocer que está imbuido de una
divinidad salvaje y vital. Este concepto teológico revela que lo sensorial es
sagrado en el sentido más profundo.
El cuerpo también es muy veraz. Sabes que por tu propia vida rara vez
miente. Tu mente puede engañarte y alzar toda clase de barreras entre tú y
tu naturaleza; pero tu cuerpo no miente. Si lo escuchas, te dirá cómo se
encuentra tu vida y si la vives desde el alma o desde los laberintos de tu
negativismo. La inteligencia del cuerpo es maravillosa. Todos nuestros
movimientos, todo lo que hacemos, exige a cada uno de nuestros sentidos la
más fina y detallada cooperación. El cuerpo humano es la totalidad más
compleja, sutil y armoniosa.
El cuerpo es tu única casa en el universo. Es la casa de tu comunión con
el mundo, un templo muy sagrado. AI contemplar en silencio el misterio de
tu cuerpo, te acercas a la sabiduría y la santidad. Desgraciadamente, sólo
cuando estamos enfermos comprendemos lo tierna, frágil y valiosa que es la
casa de comunión que llamamos cuerpo. Cuando uno trabaja con personas
enfermas o que aguardan una intervención quirúrgica, conviene alentarlas a
que hablen con la parte de su cuerpo que está mal. Que le hablen como a un
socio, le agradezcan los servicios prestados y los padecimientos sufridos y
le pidan perdón por las presiones que haya soportado. Cada parte del cuerpo
atesora los recuerdos de sus propias experiencias.
Tu cuerpo es esencialmente una multitud de miembros que trabajan
armoniosamente para que tu comunión con el mundo sea posible. Debemos
evitar este dualismo falso que separa el alma del cuerpo. El alma no se
limita a estar en el cuerpo, oculta en alguno de sus recovecos. Antes bien,
sucede lo contrario. Tu cuerpo está en el alma, que te abarca totalmente. Por
eso te rodea una bella y secreta luz del alma. Este reconocimiento sugiere
un nuevo arte de la oración: cierra los ojos y relaja tu cuerpo. Imagina que
te rodea una luz, la de tu alma. Luego, con tu aliento, introduce esa luz en tu
cuerpo y llévala a todos los rincones.
Es una bella forma de rezar porque introduces la luz del alma, el refugio
esquivo que te rodea, en la tierra física y la arcilla de tu presencia. Una de
las meditaciones más antiguas consiste en imaginar que exhalas la
oscuridad, el residuo de carbón. Conviene estimular a los enfermos a que
recen físicamente de esta manera. Cuando introduces la luz purificadora del
alma en tu cuerpo, curas las partes descuidadas que están enfermas. Tu
cuerpo tiene un conocimiento íntimo de ti; conoce íntegros tu espíritu y la
vida de tu alma. Tu cuerpo conoce antes que tu mente el privilegio de estar
aquí. También es consciente de la presencia de la muerte. En tu presencia
física corporal hay una sabiduría luminosa y profunda. Con frecuencia las
enfermedades que nos asaltan son producto del descuido de nosotros
mismos, de que no escuchamos la voz del cuerpo. Sus voces interiores
quieren hablarnos, comunicarnos las verdades que hay bajo la superficie
rígida de nuestra vida exterior.
Para los celtas, lo visible y lo invisible son uno. El cuerpo ha sido una
presencia desdeñada y negativa en el mundo de la espiritualidad porque se
asocia al espíritu con el aire más que con la tierra. El aire es la región de lo
invisible, del aliento y el pensamiento. Cuando se limita el espíritu a esta
región, se denigra lo físico. Éste es un gran error, porque nada en el mundo
es tan sensual como Dios. El desenfreno de Dios es su sensualidad. La
naturaleza es la expresión de la imaginación divina. Es el reflejo más íntimo
del sentido de la belleza de Dios. La naturaleza es el espejo de la
imaginación divina, la madre de toda sensualidad; por eso es contrario a la
ortodoxia concebir el espíritu exclusivamente en términos de lo invisible.
Paradójicamente, el poder de la divinidad y el espíritu deriva de esta tensión
entre lo visible y lo invisible. Todo lo que existe en el mundo del alma
aspira vivamente a adquirir forma visible; allí reside el poder de la
imaginación.
La imaginación es el puente entre lo visible y lo invisible, la facultad
que los co-representa y co-articula. En el mundo celta existía una
maravillosa intuición de cómo lo visible y lo invisible entraban y salían uno
del otro. En el oeste de Irlanda abundan las historias de fantasmas, espíritus
o hadas asociados con determinados lugares; para los lugareños, estas
leyendas eran tan familiares como el paisaje. Por ejemplo, existe una
tradición de que jamás se debe talar un arbusto aislado en un campo porque
puede ser un lugar de reunión de los espíritus. Existen muchos lugares
considerados fortalezas de las hadas. Los lugareños jamás construían allí ni
hollaban aquella tierra sagrada.
Los hijos de Lir
Uno de los aspectos asombrosos del mundo celta es la idea del cambio
de forma, que sólo es posible cuando lo físico es vital y pasional. La esencia
o alma de una cosa no se limita a su forma particular o presente. El alma
posee una fluidez y energía que no admite ser encerrada en una forma
rígida. Por consiguiente, en la tradición celta, hay un constante fluir entre el
alma y la materia, como entre el tiempo y la eternidad. El cuerpo humano
también participa en este ritmo. Uno de los ejemplos más conmovedores de
esto es la bella leyenda celta de los hijos de Lir.
El mundo mitológico de los Tuaithe Dé Dannan, la tribu que vivía
debajo de la superficie de Irlanda, era muy importante para la mentalidad
irlandesa; este mito ha dado a todo el paisaje una dimensión y una presencia
sobrecogedoras. Lir era un cabecilla en el mundo de los Tuaithe Dé Dannan
y estaba en conflicto con el rey de la región. Para resolverlo, se llegó a un
acuerdo matrimonial: el rey tenía tres hijas y ofreció a Lir que se casara con
una. Tuvieron dos hijos y después otros dos, pero desgraciadamente la
esposa de Lir murió. Lir acudió al rey, que le entregó a su segunda hija. Ella
cuidaba bien a la familia, pero al ver que Lir dedicaba casi toda su atención
a los niños empezó a sentir celos. Para colmo, su padre el rey también
demostraba un singular afecto por los niños. Los celos crecieron en su
corazón hasta que un día se llevó a los niños en su carro y con su vara
mágica de los druidas los transformó en cisnes. Durante novecientos años
tuvieron que errar por los mares de Irlanda. Bajo sus formas de cisne,
conservaban su mente e identidad plenamente humanas. Cuando el
cristianismo llegó a Irlanda, recuperaron su forma humana como ancianos
decrépitos. Qué conmovedora es la descripción de su tránsito por la soledad
como formas animales imbuidas de presencia humana. Esta historia
profundamente celta muestra cómo el mundo de la naturaleza tiende un
puente al mundo animal. También demuestra la profunda confluencia de
intimidad entre el mundo humano y el animal. Como cisnes, el canto de los
hijos de Lir tenía el poder de curar y consolar a las personas. El patetismo
de la historia se ve profundizado por la vulnerabilidad del mundo animal al
humano.
Los animales son más antiguos que nosotros. Aparecieron sobre la
superficie de la Tierra muchos milenios antes que los humanos. Son
nuestros hermanos más antiguos. Su presencia carece de fisuras: tienen una
lírica unidad con la Tierra. Viven en el viento, en las aguas, en los montes y
la arcilla. El conocimiento de la Tierra está en ellos. El silencio afín al zen y
la inmediatez del paisaje se reflejan en su silencio y la soledad. Los
animales nada saben de Freud, Jesús, Buda, Wall Street, el Pentágono o el
Vaticano. Viven fuera de la política de las intenciones humanas. De alguna
manera habitan la eternidad. La mentalidad celta reconocía el arraigo y la
sabiduría del mundo animal. La dignidad, belleza y sabiduría del mundo
animal no se veían reducidas por falsas jerarquías o la soberbia humana. En
algún lugar de la mente celta existía la percepción fundamental de que los
humanos son los herederos de este mundo más profundo. Así lo expresa de
manera festiva este poema del siglo IX.
El erudito y su gato
Yo y Pangur blanco practicamos cada uno su arte particular: su mente
está empeñada en la caza, la mía en mi oficio.
Yo amo —es mejor que la fama— la quietud con mis libros, la búsqueda
diligente de la sabiduría. Blanco Pangur no me envidia: ama su oficio
infantil.
Cuando los dos —esto nunca nos hastía— estamos solos en la casa,
tenemos algo a lo que podemos aplicar nuestra destreza, un juego
interminable.
A veces sucede que un ratón queda atrapado en su red como resultado
de belicosas batallas. En cuanto mí, mi red atrapa una norma difícil de
conocimiento arduo.
Aunque estamos así en cualquier momento, ninguno estorba al otro:
cada uno ama su oficio y se complace individualmente en su ejercicio.
Soledad ascética
La soledad ascética puede ser penosa. Te retiras del mundo para obtener
una visión más clara de quién eres, qué haces y adonde te lleva la vida. La
gente que se consagra a ello lleva una vida contemplativa. Cuando visitas a
alguien en su casa, ocupan la puerta y el umbral las tramas de presencia de
todas las recepciones y despedidas que suceden en ellos. Si visitas un
claustro o un convento de vida contemplativa, nadie vendrá a recibirte.
Entras, haces sonar una campana y una persona aparece detrás de una
ventana con barrotes. Son casas especiales que alojan a los supervivientes
de la soledad. Se han desterrado de la adoración exterior de la tierra para
aventurarse en el espacio interior donde los sentidos no tienen nada que
celebrar.
La soledad ascética requiere silencio. Éste es una de las grandes
víctimas de la cultura moderna. Vivimos una época intensa, visualmente
agresiva; todo es incitado hacia el exterior, hacia la sensación de la imagen.
En una cultura cada vez más homogeneizada y universalista es lógico que la
imagen tenga semejante poder. A medida que todo entra en una red, ciertas
imágenes acceden a la universalidad instantánea. Existe una moderna
industria de la dislocación, increíblemente sutil y poderosamente
calculadora, en la cual se desconoce por completo todo aquello que es
profundo y vive en silencio en nuestro interior. El poder de las imágenes
seduce constantemente la superficie de nuestra mente. Se produce un
desahucio siniestro; constantemente se arrastra la vida de la gente hacia el
exterior. La publicidad y la realidad social exterior, implacables propietarios
del mundo moderno, expulsan el alma del mundo interior. Este exilio
exterior nos empobrece. Muchas personas sufren estrés, no porque hagan
cosas estresantes, sino porque dejan muy poco tiempo para el silencio. La
soledad fecunda es inconcebible sin silencio ni espacio.
El silencio es uno de los grandes umbrales del mundo. Los celtas
reconocían en el silencio y lo desconocido los compañeros entrañables de la
travesía humana. Los saludos y despedidas que iniciaban y ponían fin a las
conversaciones eran siempre bendiciones. La poesía y la oración celtas
trasuntan la sensación de que las palabras emergen de un silencio profundo,
reverente. En lo fundamental existe el gran silencio que va al encuentro del
lenguaje; todas las palabras provienen del silencio. Las palabras profundas,
resonantes, curativas y fecundas están cargadas de silencio ascético. El
lenguaje que no reconoce su afinidad con la realidad es banal, denotativo,
puramente discursivo. El lenguaje de la poesía viene del silencio y a él
retoma. Una de las víctimas de la cultura moderna es la conversación.
Cuando hablas con alguien, generalmente oyes una anécdota superficial o
un catálogo de novedades terapéuticas. Es lamentable oír que una persona
se describe según el proyecto en que está embarcada o el trabajo exterior
que supone su función. Cada persona es destinataria cotidiana de nuevos
pensamientos y sensaciones inesperadas. Pero éstos no encuentran acogida
ni expresión en nuestra interacción social ni en la forma en que
acostumbramos describirnos. Esto es decepcionante en vista de que las
cosas más profundas que heredamos nos vinieron por vía de las
conversaciones significativas. En la verdadera conversación hay
imprevisibilidad, peligro, resonancia; puede tomar cualquier cariz y roza
constantemente lo inesperado, lo desconocido. No es una estructura
imaginada por el solitario amor propio; crea comunidad. Buena parte de
nuestra conversación recuerda a la araña que teje maniáticamente una tela
de lenguaje fuera de sí misma. Nuestros monólogos paralelos con sus
tartamudeos entrecortados sólo refuerzan el aislamiento. Hay poca
paciencia para el silencio de donde surgen las palabras o el que se encuentra
entre y dentro de ellas. Cuando lo olvidamos o descuidamos, vaciamos
nuestro mundo de sus presencias secretas y sutiles. Ya no podemos
conversar con los muertos o ausentes.
El silencio es hermano de lo divino
El silencio es hermano de lo divino. Según el Maestro Eckhart, nada en
el mundo se parece tanto a Dios como el silencio. Es un gran amigo íntimo
que pone al descubierto los tesoros de la soledad. Esa cualidad de silencio
interior es de muy difícil acceso. Debes crear un espacio para que obre en ti.
En cierto sentido, el arsenal y el léxico de terapias, psicologías y proyectos
espirituales son innecesarios. Si confías en tu soledad y tienes expectativas
con ella, todo lo que necesitas saber te será revelado. El poeta francés René
Char escribió unos versos maravillosos: «La intensidad es silenciosa, la
imagen no lo es. Amo todo lo que me deslumbra y acentúa mi oscuridad
interior». Es una imagen del silencio como fuerza que descubre las
profundidades ocultas.
Una de las obligaciones de la amistad verdadera es escuchar con
sentimiento y creatividad los silencios ocultos. Con frecuencia los secretos
no son revelados por las palabras; están ocultos en el silencio entre ellas o
en la profundidad de lo inexpresable entre dos personas. En la vida moderna
nos sentimos apremiados a expresarnos. La calidad de lo expresado suele
ser superficial y repetitiva. Es deseable una mayor tolerancia del silencio,
ese silencio fecundo que es la fuente de nuestro lenguaje más expresivo.
La profundidad y la esencia de una amistad se reflejan en la calidad y el
amparo del silencio entre dos personas.
Cuando empiezas a hacerte amigo de tu silencio interior, una de las
primeras cosas que descubrirás es la cháchara superficial en tu mente. Una
vez que la reconoces, el silencio se profundiza. Empieza a surgir una
distinción entre las imágenes que te has hecho de tu yo y tu propia
naturaleza profunda. A veces el conflicto en nuestra espiritualidad se debe
mucho más a las imágenes superficiales que elaboramos que a nuestra
naturaleza más profunda. Después nos abocamos a elaborar una gramática y
geometría de la relación entre las imágenes y posiciones superficiales, y
descuidamos nuestra naturaleza profunda.
La multitud en el fogón del alma
La individualidad nunca es sencilla ni unidimensional. Con frecuencia
parece haber una multitud dentro del corazón individual. Los griegos creían
que las figuras de los sueños eran personajes que abandonaban el cuerpo del
sorñador, salían al mundo a vivir sus aventuras y regresaban antes de que
éste despertara. En lo más profundo del corazón humano no hay un yo
singular sencillo, sino toda una galería de distintos yos. Cada figura expresa
un aspecto de tu naturaleza. A veces entran en contradicción y en conflicto.
Si confrontas esas contradicciones a nivel superficial, puedes desatar una
pelea interior que te acosaría hasta el fin de tus días. Es frecuente ver
personas interiormente divididas. Viven en una zona de guerra permanente
y jamás han penetrado hasta el fogón de la afinidad donde las dos fuerzas
no son enemigas sino que son distintos aspectos de una sola comunión.
No podemos encarnar en la acción la multiplicidad de seres que
encontramos en nuestras meditaciones más profundas. Pero nuestro
desconocimiento de esos innumerables yos empobrece gravemente nuestra
existencia e impide el acceso al misterio. Hablamos de la imaginación y sus
riquezas; con frecuencia la reducimos a una técnica para resolver
problemas.
Debemos desarrollar un sentido nuevo de la maravillosa complejidad
del yo. Necesitamos modelos o pautas de pensamiento justas y adecuadas a
ella. La gente se asusta al descubrir su propia complejidad; a martillazos de
pensamientos de segunda mano reducen el colorido paisaje interno a una
lámina gris. Se obligan a ser conformistas. Se someten, dejan de ser
presencias vividas, incluso para sí mismas.
Espontaneidad y bloqueo
Visto así, el tiempo puede ser aterrador. El cuerpo humano está rodeado
de la Nada, que es el elemento aire. No hay una protección física visible en
torno de tu cuerpo; cualquier cosa puede acercarse a tí en cualquier
momento y desde cualquier dirección. El aire no detendrá los dardos del
destino que vienen a clavarse en tu vida. La vida es increíblemente
contingente e imprevisible.
La fugacidad hace de toda vivencia un
fantasma
Uno de los aspectos más desoladores del tiempo es la fugacidad. El
tiempo pasa y se lo lleva todo. Esto puede ser un consuelo cuando sufres. Te
consuela pensar que ya pasará. Lo contrario es igualmente cierto: cuando lo
estás pasando muy bien y te sientes feliz, estás con la persona amada y la
vida no podría ser mejor. Esa tarde o día perfecto le dices en secreto a tu
corazón: Dios mío, cuánto me gustaría que esto fuera así para siempre. Pero
es imposible; todo tiene su fin. Fausto imploraba al momento que pasa:
Verweile doch, du bist so schön. «Detente un poco, eres tan bello...»
La fugacidad es la fuerza del tiempo que convierte toda vivencia en un
fantasma. Jamás hubo un alba, por bella que fuese, que no diera lugar al
mediodía. Jamás un mediodía dejó de correr hacia la tarde y ésta hacia la
noche. Nunca hubo un día que no fuera a parar al cementerio de la noche.
Así, todo lo que nos sucede se vuelve fantasma por obra de la fugacidad.
Nuestro tiempo se desvanece mientras lo vivimos. Es un hecho
increíble. Formas parte de la trama del día, estás dentro de él, te rodea como
una piel. Está alrededor de tus ojos y dentro de tu cerebro. El día te mueve;
con frecuencia te agobia, o bien te eleva. Pero el hecho asombroso es que el
día se va. Cuando miras detrás de ti, no ves tu pasado parado allí en una
serie de formas diurnas. No puedes pasearte por la galería de tu pasado. Tus
días se desvanecen, en silencio, para siempre. Tu futuro aún no ha llegado.
El único terreno del tiempo es el presente.
Nuestra cultura pone un acento fuerte y digno sobre la importancia y la
sacralidad de la experiencia. En otras palabras, lo que piensas, crees o
sientes seguirá siendo una fantasía si no lo incorporas a la trama de la
experiencia. Ésta es la piedra de toque de la verificación, la credibilidad y la
intimidad profunda. Sin embargo, toda experiencia está condenada a
desaparecer. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿existe un lugar secreto
donde se reúnen nuestros días pasados? Como preguntó el místico
medieval: ¿Adonde va la luz cuando se apaga la vela? Creo que sí existe un
lugar secreto de reunión de los días desvanecidos. El nombre de ese lugar es
memoria.
Memoria: donde se congregan en secreto nuestros días desvanecidos
La memoria es una de las realidades más bellas del alma. El cuerpo, tan
atado a los sentidos visuales, con frecuencia no reconoce a la memoria
como el lugar de reunión del pasado. La imagen más potente de la memoria
es el árbol. Recuerdo haber visto en el Museo de Ciencias Naturales de
Londres un corte transversal de un secoya gigante de California. La
memoria del árbol se remontaba al siglo y Los anillos de recuerdos estaban
señalados por banderitas blancas que indicaban un suceso de la época. El
primero era el viaje de san Columbano a lona, en el siglo VI; después
venían el Renacimiento, los siglos XVII, XVIII y así hasta el momento
actual.
Nuestra cultura moderna de la velocidad, el estrés y la superficialidad es
tan pobre, entre otras razones, porque desdeña la memoria. La industria del
ordenador se ha apropiado del concepto. Es falso que el ordenador posea
memoria: tiene dispositivos de almacenamiento y recuperación. La
memoria humana, en cambio, es sutil, sagrada y personal. Posee su propia
selectividad y profundidad. Es un templo interior de sentimientos y
sensibilidad. Dentro de ese templo se agrupan diversas vivencias de acuerdo
con sus sensaciones y forma particulares. Nuestro tiempo padece una
amnesia profunda. Dijo el filósofo norteamericano Jorge Santayana: los que
olvidan el pasado están condenados a repetirlo.
La belleza y oportunidad de la vejez te ofrecen un tiempo de silencio y
soledad para que visites la casa de tu memoria interior. Puedes revisitar todo
tu pasado. La memoria es el lugar donde reside tu alma. Puesto que el
tiempo lineal se desvanece, la memoria es poderosa. En otras palabras,
nuestro tiempo se presenta en días de ayer, hoy y mañana. Sin embargo, hay
otro lugar en nuestro interior que vive en un tiempo eterno: el alma. Ésta,
pues, vive en la eternidad. Por lo tanto, a medida que las cosas suceden en
tus días de ayer, hoy y mañana y desaparecen con la fugacidad, caen en la
red de lo eterno de tu alma que las conserva. Ésta las reúne, conserva y
cuida. A medida que tu cuerpo envejece y se debilita, tu alma se enriquece,
profundiza y fortalece. Con el tiempo, tu alma se vuelve más segura de sí;
se intensifica la luz natural de su interior. El maravilloso Czeslaw Milosz
escribió un bello poema sobre la vejez titulado Una provincia nueva. Ésta es
la última estrofa:
El compañero desconocido
Hay una presencia que recorre contigo el camino de la vida. Jamás te
abandona. A solas o acompañado, siempre la tienes contigo. Cuando
naciste, salió contigo del útero, pero con la conmoción de tu llegada nadie
lo advirtió. Aunque te rodea, tal vez no seas consciente de su compañía.
Esta presencia es la Muerte.
Nos equivocamos al creer que la muerte sólo llega al final de la vida. Tu
muerte física no es sino la consumación de un proceso iniciado por tu
acompañante secreto en el momento en que naciste. Tu vida es la de tu
cuerpo y tu alma, pero la muerte rodea a ambos. ¿Cómo se manifiesta en
nuestra experiencia cotidiana? La vemos en distintos disfraces en las zonas
de nuestra vida en que somos vulnerables, débiles, negativos o estamos
heridos. Uno de los rostros de la muerte es la negatividad. En cada uno hay
una herida de negatividad; es como una llaga en tu vida. Puedes ser cruel y
destructivo contigo mismo incluso cuando los tiempos son buenos. Algunas
personas están viviendo momentos maravillosos en este preciso instante,
pero no se dan cuenta de ello. Tal vez, más adelante, en épocas duras o
destructivas, uno recordará esos tiempos y dirá: «Era feliz entonces, pero
lamentablemente no me daba cuenta».
Las caras de la muerte en la vida cotidiana
En nuestro interior hay una fuerza de gravedad que pesa sobre nosotros
y nos aleja de la luz. El negativismo es una adicción a la sombra tétrica que
revolotea alrededor de cada forma humana. En una poética de desarrollo o
de vida espiritual, una de nuestras actividades constantes es la
transfiguración de este negativismo, la fuerza y la cara de tu muerte que roe
tu permanencia en el mundo. Quiere transformarte en un forastero en tu
propia vida. Este negativismo te condena a un exilio frío, lejos de tu propio
amor y calor. Si te ocupas consecuentemente de esta tendencia, puedes
transfigurarla al volverla hacia la luz de tu alma. Esta luz espiritual le resta
gradualmente gravedad, peso y poder destructivo al negativismo. Poco a
poco, lo que llamas tu lado negativo puede convertirse en tu interior en una
gran fuerza de renovación, creatividad y desarrollo. Todos debemos hacerlo.
El sabio es el que sabe dónde reside su negativismo pero no se vuelve
adicto a él. Detrás de tu negativismo hay una presencia mayor y más
generosa.
Con su transfiguración, vas hacia la luz que se oculta en esa presencia
mayor. Al transfigurar constantemente los rostros de tu propia muerte te
aseguras de que al final de tu vida la muerte física no vendrá como un
extraño a robarte esa vida que tenías; conocerás perfectamente su rostro.
Por haber superado el miedo, tu muerte será un encuentro con un amigo de
toda la vida proveniente de lo más profundo de tu propia naturaleza.
Otro de los rostros de la muerte, otra de sus expresiones en la vida
cotidiana, es el miedo. Ningún alma está libre de esta sombra. El valiente es
el que puede identificar sus miedos y los aprovecha como fuerza de
creatividad y desarrollo. Hay distintos niveles de miedo en nuestro interior.
Uno de sus aspectos más poderosos es su increíble habilidad para falsificar
las realidades de tu vida. No conozco otra fuerza capaz de destruir la
felicidad y tranquilidad de tu vida con tanta rapidez. Puede volver tu alma
irreal y destruir tus vínculos de arraigo.
Hay distintos niveles de miedo. A muchas personas les aterra la idea de
perder el control y lo utilizan como mecanismo para estructurar su vida.
Quieren controlar lo que sucede a su alrededor y a ellos mismos. Pero el
exceso de control es destructivo. Es quedar atrapado en una trama
protectora que uno mismo teje en torno de su vida. Así uno puede quedar
marginado de muchas bendiciones que le están destinadas. El control
siempre debe ser parcial y transitorio. En momentos de dolor, y sobre todo
en el de la muerte, tal vez no puedas conservar este control. La vida mística
siempre ha reconocido que el distanciamiento del yo es necesario para
llegar a la presencia divina en el interior de uno mismo. Cuando dejes de
controlar, te asombrarás al ver hasta qué punto se enriquece tu vida. Las
cosas falsas a las que te habías aferrado se alejan rápidamente. Lo
verdadero, lo que amas profundamente, lo que es verdaderamente tuyo,
penetran en tu interior. Ahora nadie podrá quitártelos.
La muerte como raíz del miedo
Otros temen ser sí mismos. Muchas personas permiten que ese miedo
limite su vida. Fingen constantemente, se forjan cuidadosamente una
personalidad que creen el mundo aceptará o admirará. Incluso en su propia
soledad temen el encuentro consigo mismas. Uno de los deberes más
sagrados del propio destino es el de ser uno mismo. Cuando aprendes a
aceptarte y amarte, dejas de temer a tu propia naturaleza. En ese momento,
entras en consonancia con el ritmo de tu alma y entonces te paras sobre tu
propio terreno. Te sientes seguro y firme. Estás en equilibrio. Agotarás tu
vida en vano si caes en la política de forjarte una máscara acorde con las
expectativas ajenas. La vida es muy breve y un destino especial nos aguarda
para desarrollarse. A veces el miedo a ser nosotros mismos nos aparta de
ese destino y terminamos famélicos y empobrecidos, víctimas de la
hambruna que hemos provocado.
La mejor historia que conozco sobre la presencia del miedo, un cuento
de la India, trata de un hombre condenado a pasar la noche en una celda con
una serpiente venenosa. Con el menor movimiento, ésta lo mataría. Durante
toda la noche el hombre permaneció de pie, inmóvil en un rincón, temeroso
de que su misma respiración pudiera incitar a la serpiente. A la primera luz
del alba vio el reptil en el rincón opuesto de la celda y sintió un gran alivio
porque no la había despertado. Pero cuando la luz penetró en la celda,
advirtió que no era una serpiente sino una cuerda. La moraleja sugiere que
en muchas divisiones de nuestras mentes hay objetos inofensivos como la
cuerda, pero nuestra ansiedad los convierte en monstruos que nos dominan
e inmovilizan en la pequeña celda de nuestra vida.
Una forma de transfigurar el poder y la presencia de tu muerte es
transfigurar tu miedo. Cuando siento angustia o miedo, me es útil
preguntarme cuál es la razón de mi miedo. Es una pregunta liberadora. El
miedo es como la niebla; se extiende y distorsiona la forma de todo.
Cuando la circunscribes con esa pregunta, se reduce a proporciones
manejables. Cuando descubres qué te asusta, recuperas el poder que le
habías entregado al miedo. Al mismo tiempo apartas a éste de la noche de
lo desconocido, que le da vida. El miedo se multiplica en el anonimato,
rehúye los nombres. Cuando le pones un nombre, el miedo se encoge.
La muerte es la raíz de todos los miedos. En toda vida hay una época en
que uno siente terror de morir. Vivimos en el tiempo, y éste es fugaz. Nadie
puede decir con certeza qué le sucederá esta noche, mañana o la semana
entrante. El tiempo puede llevar cualquier cosa a la puerta de tu vida. Uno
de los aspectos más aterradores de la vida es justamente su
imprevisibilidad. Cualquier cosa puede sucederte. Ahora, mientras lees
estas líneas, hay personas en el mundo que sufren la irrupción brutal de lo
inesperado. Suceden cosas que alterarán su vida para siempre. El nido de su
comunión es destruido, su vida no volverá a ser la misma. Alguien recibe
una mala noticia en el consultorio del médico; alguien sufre un accidente de
tránsito y jamás volverá a caminar; alguien es abandonado por su amante,
que jamás volverá. Cuando contemplamos el futuro de nuestra vida, no
podemos prever lo que sucederá. No podemos tener certezas. Sin embargo,
hay una certeza: llegará un día, por la mañana, la tarde o la noche, en que
serás llamado de este mundo, un momento en que deberás morir. Aunque el
hecho es seguro, su naturaleza es completamente contingente. Dicho de otra
manera, no sabes dónde, ni cómo, ni cuándo morirás, ni quién estará
contigo, ni qué sentirás. Estos hechos sobre la naturaleza de tu muerte, el
suceso más decisivo de tu vida, siguen siendo totalmente oscuros.
Aunque la muerte es la experiencia más poderosa de la vida, nuestra
cultura hace enormes esfuerzos para negar su presencia. En cierto sentido,
los medios de comunicación, la imagen y la publicidad tratan de crear un
culto a la inmortalidad; es raro que se reconozca el ritmo de la muerte en la
vida. Como ha dicho Emmanuel Levinas: «Mi muerte llega en un momento
sobre el que no tengo ningún poder».
La muerte en la tradición celta
La tradición celta entendía de un modo sutil el milagro de la muerte y
creó bellas oraciones para la ocasión. Para los celtas el mundo eterno estaba
tan próximo al mundo natural que la muerte no parecía un suceso
excepcionalmente destructivo o amenazador. Al entrar en el mundo eterno,
llegas a un lugar donde la sombra, el dolor y las tinieblas jamás volverán a
tocarte. Una bella oración dice:
Caoineadh:
el duelo en la tradición irlandesa
Creo que tal vez estaré un poco más seguro de estar un poco más cerca.
Eso es todo. La eternidad es comprender que ese poco es más que
suficiente.
Kahlil Gibran explica que la unidad en la amistad que llamamos anam
cara derrota incluso a la muerte:
«Nacisteis juntos y juntos estaréis por siempre. Estaréis juntos cuando
las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días. Oh, sí, estaréis juntos
incluso en el silencioso recuerdo de Dios».
Algunas noches quédate despierto como suele hacer la Luna para el Sol.
Sé un cubo lleno, alzado del fondo oscuro del pozo.
Algo abre nuestras alas, disipa el dolor.
Llenan la copa que tenemos delante, sólo probamos lo sagrado.
Bendición para la muerte
Ruego que tengas la bendición del consuelo y la seguridad sobre tu propia
muerte.
Que conozcas en tu alma que no debes temer.
Cuando llegue tu tiempo, que recibas todas las bendiciones y protección
que necesites.
Que recibas una maravillosa acogida en la casa adonde vas.
No vas a un lugar extraño. Vuelves a la casa que nunca abandonaste.
Que sientas un maravilloso apremio de vivir plenamente tu vida.
Que vivas en comprensión y creatividad y transfigures todo lo negativo
dentro de ti y a tu alrededor.
Cuando mueras, que sea después de una larga vida.
Que estés en paz y felicidad y en presencia de quienes verdaderamente
te aman.
Que tu partida sea protegida y tu bienvenida asegurada.
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