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S.C. Biela - Solo Dios Basta

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Sólo

Dios
basta

Sławomir Biela
Prólogo del Cardenal Arzobispo de
Madrid
a la edición española

La célebre frase de santa Teresa de Jesús, que


titula este libro, es también su rotundo final: Sólo Dios
basta.
Como si se trata de una inclusión literaria, el autor
ha querido abrir y cerrar sus consideraciones de vida
espiritual en el único horizonte y meta en que el nombre
puede entenderse a sí mismo: el Dios revelado por
Jesucristo. Ciertamente, sólo en Dios puede el hombre
comprender el misterio que lleva dentro, y sólo en Dios
y su gracia puede realizarlo. No se sentirá defraudado,
por tanto, quien se asome a las páginas de este libro
buscando acercarse a Dios en la vida de cada día. A eso
tiende la auténtica literatura espiritual en cuyo género
puede inscribirse esta obra de Sławomir Biela.
En el prólogo a su Guía de Pecadores dice Fray Luis
de Granada, citando a Plutarco, que “los que convidan a
la virtud, y no dan avisos para alcanzarla, son como los
que atizan un candil y no le echan aceite para que arda”.
No es éste el caso del libro Sólo Dios basta en el que la
exhortación y la enseñanza moral van de la mano. Está
escrito con una sencillez que no va en menoscabo de la
profundidad. El pensamiento del autor no parte de cero.
La Palabra de Dios preside y dirige la reflexión que viene
2
aderezada por el magisterio de grandes maestros
espirituales, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y
santa Teresa del Niño Jesús, san Ignacio de Loyola,
además de textos del Magisterio y del Catecismo de la
Iglesia Católica. Todo ello dirigido a que el lector se
pregunte por la verdad de su vida y pueda responder con
la certeza de que se edifica sobre la verdad de Dios. En
este sentido, la obra es eminentemente “práctica”, es
decir, orientada al ejercicio de la vida en el Espíritu. Se
adentra en la interioridad del hombre donde se dan las
luchas espirituales, las batallas cruciales con el yo,
dominado por la soberbia y el orgullo, capaces de dar al
traste con la vida espiritual y su desarrollo.
Esta lucha interior, entre el espíritu y la carne,
descrita con tanto dramatismo por san Pablo en su carta a
los Gálatas, tiene, según Juan Pablo II, una dimensión
exterior “concentrándose como contenido de la cultura y
de la civilización, como sistema filosófico, como ideología,
como programa de acción y formación de los comporta-
mientos humanos”1. Lo que el Evangelio llama “mundo”
en sentido negativo ofrece resistencia al Espíritu del
mismo modo que la carne. Y es preciso reconocer que el
mundo, dominado por el materialismo teórico y práctico,
“máxima expresión” de la resistencia al Espíritu2, parece
orientarse cada vez más a impedir que el hombre gane en
esta dura y difícil batalla. El drama del hombre se
desarrolla en dos escenarios, uno interior y otro exterior,
que hacen de su vida un auténtico duelo del que sólo
saldrá victorioso con la ayuda de la gracia.
El autor de esta obra presenta con realismo esta
situación de riesgo en que vive el hombre: el riesgo de la
salvación. Y sabe mirar la vida cotidiana desde

1
Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem 56.
2
Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem 56.
3
la perspectiva de la salvación. Este realismo de la fe dirige
la mirada hacia la familia, el matrimonio, las realidades
temporales en medio de las cuales el hombre se afana por
salvarse como si la salvación dependiera de sí mismo. Es
ahí donde, con la luz de la revelación, descubre al lector el
peligro de amarse a sí mismo, de buscar su propia gloria,
de servirse de los demás en lugar de servirlos. De adorar
a la criatura y rechazar al Creador. Para evitar la idolatría,
tentación permanente del hombre, el autor propone la
respuesta de la fe cristiana al hombre moderno, enfermo
de autosuficiencia y orgullo, que cree tener en sí mismo la
salvación que sólo viene de Dios. El hombre, viene a
decirnos el autor, es un pobre, un mendigo de Dios,
un necesitado de la gracia. No está en él la capacidad de
salvarse, sino en Dios, en su misericordia infinita, en el
amor de Cristo. La actitud del hombre frente al mundo
creado, frente a sus semejantes, frente a sí mismo no
puede ser otra que la apertura al Dios Creador y
Redentor, que nos conoce, nos ama y nos ha destinado
a la gloria. La mística carmelitana de los grandes doctores
citados anteriormente sustenta el camino espiritual que
propone: desasirse de todo lo que no sea Dios para
hallarse en Dios y amar todas las cosas en Dios. Sólo así,
el hombre puede caminar por este mundo con la certeza,
no meramente teórica sino práctica, de que sólo Dios basta.
En conclusión: este libro trata de cómo Dios llama
al hombre a la unión con Él. Ése es el término de la vida
cristiana, que el autor describe en el último párrafo
de su libro. Con él quiero también concluir este prólogo
para despertar en el lector el deseo de leerlo:
“Nuestro Señor quiere unirse con nosotros y con
cada hombre ya aquí en la tierra. Quiere abrazar y
penetrar tan profundamente el polvo humano para que
nos volvamos uno con Él: Fuego y ceniza. Gracias a esta
unión, el fuego, abrazando consigo mismo la ceniza, le
4
comunica su riqueza y su poder, y comparte con ella todo
su amor. La llama, como dice san Juan de la Cruz,
„comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene
a transformarle en sí y ponerle tan hermoso como el
mismo fuego‟”.
† Cardenal Antonio María Rouco Varela
Arzobispo de Madrid

5
6
Prólogo del Cardenal Arzobispo de
Barcelona
a la edición catalana
El hecho de que un laico escriba libros de
espiritualidad es sin duda un signo de nuestros tiempos,
que han visto la promoción del laicado en muchos
órdenes de la vida cristiana. En el prólogo a una obra de
Sławomir Biela, doctor en Física del estado sólido por la
Universidad Tecnológica de Varsovia, titulada
Abandonarse al amor, escribí unas palabras que ahora
repito con profundo convencimiento, después de la
lectura de este nuevo libro suyo, Sólo Dios basta, que nos
ofrecen en una cuidadosa versión catalana las
Publicaciones de la Abadía de Montserrat.

“El lector o lectora -decía en aquel prólogo- tiene


en sus manos un libro profundo de espiritualidad
cristiana, porque refleja muy bien las líneas magistrales
de los doctores y doctoras de la Iglesia, como Santa Teresa
de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño
Jesús, maestros todos ellos en extraer del Evangelio los
rasgos de una auténtica espiritualidad cristiana”.

7
Ahora me place reafirmar estas impresiones mías
de hace un año, y estoy seguro de que los lectores de esta
nueva obra del doctor Biela lo podrán comprobar por sí
mismos. Estamos ante una obra de síntesis y de madurez
en la producción de su autor.

Desde el año 1977, Sławomir Biela colabora con el


profesor Tadeusz Dajczer, fundador del Movimiento de
las Familias de Nazaret, en la elaboración de los
fundamentos de la espiritualidad de este movimiento de
ámbito mundial.

El título mismo de este nuevo libro del doctor


Biela nos da ya una pista clara sobre los fundamentos
carmelitanos de la espiritualidad que nos propone: “Amb
Déu sol n‟hi ha prou”, la difícil traducción al catalán de
aquel clásico “Sólo Dios basta” de la gran santa Teresa de
Jesús, doctora de la Iglesia universal. Doy gracias a Dios
por el hecho de que, desde casi el otro extremo de Europa,
nos llegue este eco de nuestros grandes místicos del Siglo
de Oro, sobre todo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan
de la Cruz. Como admirador convencido de estas dos
figuras gigantes de la historia de la espiritualidad
cristiana, felicito al autor de esta relectura actualizada de
nuestros grandes maestros del espíritu.

¿Qué itinerario nos propone el autor? Hay que


decir, en primer lugar, que no es un itinerario fácil. Muy
al contrario, la mística, que en el fondo es la búsqueda de
Dios y la experiencia de haberlo encontrado, exige una
purificación previa que constituye una verdadera
ascensión del espíritu, la cual no puede llevarse a buen fin
sin la gracia de Dios y sin aquella “determinada
determinación” de que hablan los doctores citados. Es la
laboriosa “subida al Monte Carmelo” y la “noche oscura”
8
que van realizando la purgación de los sentidos, del
entendimiento, de la memoria y de la voluntad, y también
la purgación espiritual. Gracias a este camino, el alma
alcanza el despojamiento progresivo de la voluntad y de
la inteligencia, necesario para alcanzar la unión íntima y
afectiva con Dios.

He mencionado este itinerario, ya conocido por los


estudiosos de la vida espiritual, para poner de manifiesto
que el autor nos ofrece lo que podríamos llamar una
versión actualizada del mismo; es decir, una versión
hecha con fidelidad al itinerario clásico, pero desde la
sensibilidad y las circunstancias vitales y culturales de
hoy. El autor acerca la doctrina mística de la purificación
a las realidades de este mundo nuestro, tan fecundo en
apoyaturas ilusorias y en espejismos de riqueza, de fama
y de dominio sobre los demás. Parte de un análisis de
estas apoyaturas ilusorias, que pueden ser personales,
como el culto al propio yo, o interpersonales. Analiza
después, en una segunda parte, el fracaso de los falsos
ídolos y la purificación de las relaciones interpersonales.
Una vez liberada la persona de las ilusiones de fundarse
sobre su propia perfección, en la última parte nos
propone el encuentro con Dios como la única apoyatura.
Esto comporta saber “encontrar a Dios en todo”, anclar el
corazón humano en Dios y vivir en aquella llama que
inflama y penetra en nuestras cenizas humanas.

Nuestro Dios -nos recuerda el autor- desea unirse


con el hombre, ya aquí en la tierra. Él quiere penetrar tan
profundamente nuestro barro humano que quiere que el
fuego y el barro sean una sola cosa. Gracias a esta unión,
la llama del fuego, inflamando totalmente nuestra ceniza,
le comunica su riqueza, comparte con ella todo su amor y
ardor. Y, de esta manera, la llama, como dice San Juan de
9
la Cruz, “comienza a inflamarla por fuera y a calentarla,
hasta que consigue transformarla en sí misma, y la hace
tan bella como el mismo fuego” (“La Noche Oscura” 2,
10,1).

Es muy conocida la frase del padre Karl Rahner,


que escribió que el cristiano del siglo XXI o será un
místico o no será. Ante algunas imágenes superficiales,
que en realidad son una falsificación de la verdadera
realidad de la mística, que consiste en vivir el misterio del
Dios-Amor que nos llama a vivir en el amor, en nuestro
tiempo terrenal y en la eternidad, obras como la que tengo
el gozo de presentar nos muestran el camino de una
verdadera mística cristiana de nuestros tiempos. Y, por
esto mismo, también nos muestran el camino de aquella
nueva evangelización que Juan Pablo II nos propone en
estos comienzos del tercer milenio cristiano.

Siguiendo con la imagen del fuego y de las


cenizas, termino deseando a los lectores y lectoras de esta
obra que, gracias a su lectura, se hagan realidad en su
vida unos versos del poeta Antonio Machado que
acostumbro a citar, aplicándolos tanto al amor a Dios
como al amor entre los esposos: “Creí mi hogar
apagado,/removí las cenizas,/ y me quemé la mano”.
Quiera Dios que la lectura de este itinerario espiritual
logre despertar y reavivar muchos amores a Dios medio
apagados bajo las cenizas.

† Ricardo María Cardenal Carles


Arzobispo de Barcelona

10
Prólogo del Cardenal Arzobispo de
Washington
a la edición norteamericana
En el Evangelio de San Mateo, Jesús llama
amorosa y confiadamente a sus discípulos con las
siguiente palabras: “Venid a mi los que estéis cansados y
agobiados que yo os aliviaré” (Mt. 11, 28). Jesucristo
también invita a sus seguidores a que observen los lirios
del campo y los pájaros del cielo para que puedan
comprender y confiar en el amor, cuidado y poder
incondicional de Dios.

En este sentido la Historia de la Salvación debe


entenderse como una amorosa invitación de Jesucristo a
todas las gentes para que vean, comprendan y acepten
que Él es verdaderamente nuestro Creador, nuestro
Pastor, nuestro Descanso y nuestro Guía. Dios quiere que
le busquemos. Desea que le entreguemos todo lo que
fuimos, somos y seremos, de la misma manera que un
niño se entrega sin reservas al cariñoso abrazo de su
padre o madre.

Pero si Dios nos ha dado tantas razones por las


que creer en Su fidelidad ¿por qué seguimos vacilando?
¿por qué no confiamos totalmente en el misterio de Su
amor y misericordia que se nos revela a través de su
11
amado hijo Jesucristo? Puesto que es Jesucristo mismo
quien nos promete que velará por nosotros, también es Él
quien nos facilitará los medios necesarios para
purificarnos; medios por los que Él nos invita a hacer
frente a nuestra debilidad, nuestro pecado y nuestras
ilusiones. A lo largo de la Historia de la Salvación,
Jesucristo nos ha señalado continuamente el camino a la
santidad por medio de las enseñanzas espirituales de Su
Iglesia. La obra de Sławomir Biela nos presenta este
camino.

Nacido en Polonia en 1956, Sławomir Biela se


licenció en Físicas en la Universidad Tecnológica de
Varsovia. Además estudió en la Facultad Pontificia de
Teología de Varsovia donde realizó estudios en Teología
Espiritual. Discípulo del reputado escritor espiritual
polaco P. Tadeusz Dajczer y miembro del Movimiento de
las Familias de Nazaret, Biela nos ofrece una profunda
meditación sobre la confianza radical que todos los
hombres, especialmente los cristianos, están llamados a
depositar en Dios.

En el nuevo libro de Biela, “Sólo Dios Basta”, el


lector puede sentir la cercanía de nuestro Señor,
introduciéndonos en un camino de espiritualidad
especifico que puede ayudar a la humanidad en su
camino hacia la santidad. Biela nos anima a emprender
este camino con el fin de que veamos con claridad y
comprendamos los obstáculos difíciles con los que nos
encontramos en nuestra vida cotidiana, así como nuestras
virtudes y defectos personales, en nuestras relaciones
familiares y sociales, así como en las sutiles tentaciones
que algunas veces tenemos en nuestras practicas
espirituales.

12
Sławomir Biela nos ofrece un lucido análisis sobre
un profundo y serio camino de santidad, que recuerda a
las grandes escuelas cristianas de espiritualidad. Nos
muestra que si entregamos nuestras personas e ilusiones a
Dios, apoyándonos en la acción de Dios por medio del
Espíritu Santo, todos los aspectos de nuestra vida -
personas, trabajo, familia, relaciones sociales- tienen
sentido. En este contexto, este profundo legado espiritual
nos brinda una guía muy preciosa para la santificación de
los matrimonios y de los individuos que deseen aumentar
su fe de una manera profunda, humilde, clara y
comprometida.

En su Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, su


Santidad el Papa Juan Pablo II afirma que la acción
fundamental de la Iglesia en este nuevo milenio debe
asentarse en la llamada individual a la santidad así como
que “los itinerarios de santidad (deben ser) personales y
demandan una verdadera pedagogía. Sławomir Biela, en
su precioso libro “Sólo Dios basta” [propone] una
autentica pedagogía para la santificación personal,
haciéndose eco de las enseñanzas del Santo Padre. La
obra de Biela presenta un camino por el cual los hombres
y mujeres pueden llegar a conocer el misterio de Dios
Padre, quien nos envió a su propio Hijo, Jesucristo, para
salvarnos, enviándonos también el Espíritu Santo como
Maestro interior y santificador así como fuente
inquebrantable de confianza.

Recomiendo vivamente “Sólo Dios basta” como


un libro que merece la pena que sea leído y meditado

† Teodoro Cardenal McCarrick


Arzobispo de Washington

13
14
Prólogo del Cardenal Arzobispo de
Manila
a la edición filipina
Dios espera la entrega total e incondicional de
nuestro amor, es decir, la santidad. La crisis actual del
mundo es una crisis de santos. Cuan ciertas son estas
palabras y que diferente sería nuestra sociedad si
nosotros, los cristianos, lucháramos por ser más santos.

El camino a la santidad no consiste en anular


nuestras limitaciones y debilidades, sino más bien
consiste en una aceptación de su realidad. Precisamente
porque sabemos que no somos perfectos tenemos que
luchar por ser mejores cada día. Este empeño no nos
desvincula de nuestra rutina diaria, como si la santidad se
alcanzara alejándonos de nuestras circunstancias
cotidianas. Por el contrario, nuestro esfuerzo por
acercarnos a Dios nos conduce a buscarle en cualquier
momento presente.

Dios está en lo ordinario, en nuestra vida


cotidiana. Es por ello por lo que pienso que en esta época
es muy necesario volver a interpretar los acontecimientos
y circunstancias de nuestra vida a la luz de la fe,

15
otorgándoles su genuino y noble significado. Es necesario
volver a situar dichos acontecimientos cotidianos al
servicio del Reino de Dios, reconociendo su dimensión
espiritual de modo que se conviertan en medio y ocasión
para un continuo encuentro con Jesucristo.

Doy la bienvenida a la edición filipina del libro


“Sólo Dios basta” de Sławomir Biela. Nos habla de la
frecuente tendencia humana a apoyarnos en respuestas
temporales y fugaces en nuestra búsqueda y afán de cada
día para, finalmente, terminar descubriendo que sólo Dios
basta. Nos muestra que sólo Dios es nuestra paz. Al igual
que San Agustín, el autor nos indica que nuestro corazón
solo descansará cuando descanse en Dios. Biela también
se sirve del tesoro espiritual legado por San Juan de la
Cruz y Santa Teresa de Jesús.

Espero que muchos lectores filipinos saquen buen


provecho de este tesoro espiritual contemporáneo. El
mensaje de este libro se dirige a todos nosotros. Rezo para
que después de reflexionar sobre el contenido de esta
obra y al cerrarla, nuestros queridos lectores puedan
finalmente exclamar con gran fervor y profunda devoción
que “Solo Dios Basta”.

† Jaime L. Cardenal Sin,


Arzobispo de Manila
4 de diciembre de 2002
Villa San Miguel

16
Prólogo del Cardenal Arzobispo de
Irlanda
a la edición irlandesa

Este libro, escrito por el estudioso y escritor de


libros de espiritualidad, Sławomir Biela, es una
contribución original al antiguo tema del corazón
humano, que está inquieto mientras que no descansa solo
en Dios. Este “descanso” no es inercia; no es lo que se ha
llamado “quietismo”. Es un activo adorar, dar gloria y
alabar a Dios. Es un buscar activamente la voluntad de
Dios; vivirla en la práctica y realizarla. Es lo que
llamamos aspirar a la santidad, o en otras palabras,
responder al llamamiento que Dios nos hace para ser
santos como El es santo; para ser perfectos como El,
nuestro Padre celestial, es perfecto.
Desde que el Concilio Vaticano Segundo terminó,
se ha discutido mucho acerca de la auténtica
interpretación de su doctrina. Para algunos, el Concilio ha
sido ante todo un llamamiento para la Iglesia a servir al
mundo y en especial, a servir a los pobres, los oprimidos,
los marginados y los que sufren en el mundo; y unido a
este, un llamamiento para la Iglesia a abrir sus ventanas al
mundo, a aprender del mundo, a adaptarse a la cultura
que la rodea, a “inculturarse” a sí misma en este mundo.
Esto a su vez ha sido la base para convocar una reforma

17
estructural de la Iglesia misma, para hacerla más
“descentralizada”, más consultiva, menos jerárquica y
menos clerical.
En esto hay mucho de verdad; pero de ninguna
manera es este el corazón del mensaje del Concilio. Si se
afirma en forma unilateral, la interpretación mencionada
dejaría a un lado el verdadero significado del Concilio y
desfiguraría toda la naturaleza de la reforma conciliar.
Nadie ha hecho más para poner de manifiesto el
verdadero significado del Concilio como este
sobresaliente hombre polaco de nuestro tiempo e incluso
de todos los tiempos: Karol Wojtyła, el Papa Juan Pablo
II. El habla acerca del Concilio con la autoridad del
sucesor de San Pedro. El también habla con la autoridad
de Obispo y teólogo que asistiera a todas las sesiones del
Concilio y que participara activamente en este trabajo;
como quien fuera el colaborador principal en la
preparación de los borradores de muchos de los
documentos conciliares más importantes.
Desde el inicio de su Pontificado, el Papa Juan
Pablo II ha insistido en que en el corazón del Concilio está
el llamamiento del Evangelio a la santidad. Este
llamamiento es dirigido por Dios a toda la Iglesia y a
todos sus miembros. Es esta la condición necesaria para
cualquier renovación en la Iglesia. Sin conversión a
Cristo, sin un serio compromiso por aspirar a la santidad,
no hay renovación estructural que valga.
En su inspiradora Carta Apostólica Novo
Millennio Ineunte, el Papa declara:
“La perspectiva en la que debe situarse el camino
pastoral es el de la santidad. ... Conviene además
descubrir en todo su valor programático el capítulo V de
la Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la
Iglesia, dedicado a la « vocación universal a la santidad ».
Si los Padres conciliares concedieron tanto relieve a esta
18
temática no fue para dar una especie de toque espiritual a
la eclesiología, sino más bien para poner de relieve una
dinámica intrínseca y determinante.” (No 30)
Más adelante el Papa declara: “sería un
contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida
según una ética minimalista y una religiosidad
superficial.” (Nr. 31). Añade él esta asombrosa
afirmación:
“Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el
Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle,
«¿quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del
Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto
vuestro Padre celestial»” (Idem).
El Santo Padre hace un llamamiento a una
“pedagogía de la santidad verdadera y propia” (Idem).
La obra de Sławomir Biela puede llamarse manual
de “pedagogía de la santidad”. Esta centrada en el
llamamiento a la santidad. Lo que le da al libro su carácter
distintivo es el detallado estudio de los „apoyos ilusorios‟
que en la práctica obstruyen el camino a la santidad. El
autor tiene una extraordinaria percepción de los
innumerables disfraces con los cuales estas ilusiones
pueden presentarse delante de nosotros. Estos disfraces
pueden ser muy atractivos. Entre ellos se encuentran las
ilusiones de las riquezas y posesiones, nuevas formas de
idolatría ofrecidas en nuestra cultura consumista; las
ilusiones de las relaciones humanas, en una era en la que
el amor es presentado únicamente en términos
románticos o eróticos; incluso las ilusiones del
matrimonio vivido como un servicio al propio egoísmo
sin el sentido del amor que se sacrifica por el bien de la
otra persona. Con gran sentido psicológico, el autor
identifica diversos peligros generados por la ilusión y el
auto-engaño de la búsqueda de la santidad por sí misma,
cuando nos satisfacemos en forma oculta con nuestra
19
„perfección espiritual‟ olvidando “las fuerzas engañosas
del „yo‟ humano”, olvidando que hay un “Fariseo” oculto
en todos nosotros.
Capítulo tras capítulo en este libro, el autor
muestra la absoluta necesidad de buscar la unión
transformante con Dios, quien solo basta. Este constituye
el mensaje de los grandes místicos, particularmente de
Santa Teresa de Ávila, de quien se deriva el título del
libro.
Hacia el final del libro se encuentra un párrafo que
resume su mensaje:
“El proceso de despojamiento por el que todas
las ilusiones son quemadas, puede conducirnos a un
estado en el que la gracia de Dios puede impregnar
completamente nuestra alma. Este proceso abarca todas
nuestras ilusiones acerca de quien somos y la necesidad
de ponernos delante de Dios en la verdad –como
pecadores.”
El libro puede recomendarse ampliamente como
una guía profunda y práctica para el camino a la santidad
y como poderoso recordatorio de lo que el Concilio
escribió en Lumen Gentium:
“todos los fieles, de cualquier estado o condición,
son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la
perfección de la caridad, que es una forma de santidad
que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de
vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles,
según la diversas medida de los dones recibidos de
Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen,
obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán
esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y
al servicio del prójimo.” (No. 40)

20
Es a la luz de este mensaje que este libro ha sido
escrito, para la gloria de Dios y para el servicio de todos
sus lectores.
† Cardenal Cahal B. Daly
Arzobispo Emérito de Armagh

21
22
Prólogo del Cardenal
Arzobispo Metropolitano de Minsk-
Mohylew a la edición bielorrusa

Al dirigirse a toda la Iglesia en el umbral del Tercer


Milenio, Juan Pablo II nos exhorta, a que como discípulos de
Cristo, no nos contentemos con una vida mediocre, vivida
según una ética minimalista y una religiosidad superficial.
(cf. Novo millennio ineunte, 31). El Papa nos recuerda que
la pregunta: “¿quieres recibir el Bautismo?”, en esencia
significa: “¿quieres ser santo?” (Cf. Idem.). Con esta
pregunta, el Papa indica al hombre de hoy la dirección
que debe tomar su vida: la unión con Dios.
Para alcanzar esta meta no basta con: renovar los
métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las
fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los
fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario
suscitar un nuevo radicalismo de la fe (cf. Juan Pablo II,
Redemptoris missio, 90).
La vida de la fe conduce a descubrir que todo
aquello con lo que nos encontramos está relacionado con
el amor de Dios que nos ama, con su deseo de nuestro bien.
Para la persona que responda a la invitación de Juan Pablo
II a entrar en el camino hacia la unión transformante con

23
Cristo, el tiempo se convierte en un signo del encuentro
con Dios y con su misericordia.
El libro de Sławomir Biela “Sólo Dios basta”, es un
manual extraordinario de la vida interior para aquellos
que anhelan vivir el radicalismo de la fe. Las indicaciones
contenidas en este libro evocan la doctrina de San Juan de
la Cruz, enseñando a ver con mirada de fe, tal como si
existieran solo Dios y nosotros; y como si los
acontecimientos de la vida cotidiana fueran una forma de
diálogo de la Presencia que ama con nosotros. Biela
muestra a Dios como el padre rico en misericordia.
Descubrir a este Dios basta para que el corazón humano
sea feliz.
Tenemos la sincera esperanza de que la lectura del
libro “Solo Dios Basta” ayude a todos los lectores a
encontrarse con el Amor Divino, de una manera tan
verdadera e intensa, que se enciendan con el deseo de dar
testimonio de este Amor sin reparar en sus debilidades y
carencias en su aspiración a la unión.
† Cardenal Kazimierz Świątek
Arzobispo Metropolitano de Minsk-Mohilew

24
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.

Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia


Obras Completas, Poesías, nº 6
Editorial de Espiritualidad,
Madrid 2000, pág. 1159

25
26
Primera parte

EL MUNDO DE LOS APOYOS


ILUSORIOS

“Todo el mundo
no es digno de un pensamiento del hombre,
porque a sólo Dios se debe;
y así, cualquier pensamiento
que no se tenga en Dios,
se lo hurtamos”.

San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia


Obras Completas, Dichos de Luz y Amor, 115
Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág 104

27
28
¿En qué o en quién pones tu esperanza?
¿Con qué o con quién cuentas? Estas preguntas te llevan
a descubrir el problema de los apoyos.
La búsqueda de apoyos3 es uno de los
motores principales de nuestro obrar. Esta tendencia es
tan intensa, que podríamos denominarla “codicia de
apoyos”. No hay forma de librarnos de ella, porque la
necesidad de seguridad es una de las más fuertes del
hombre y como consecuencia, la falta de apoyo provoca
siempre sensación de amenaza, de inseguridad y de
miedo.
Precisamente por eso el hombre busca con
tanta intensidad apoyos en la esfera material, poniendo su
esperanza en distintas formas de riqueza: en las cosas y
en el dinero, en los ahorros y en los éxitos profesionales.
Además, para algunos el apoyo psicológico que
encontramos en otras personas es más importante, por el

3
La expresión “buscar apoyos” se usa aquí para determinar nuestra
relación con las cosas o con las personas, lo cual supone en mayor o
menor medida tanto contar con una determinada cosa o persona, como
buscarla porque hallamos en ella un cierto valor. Nos referimos tanto
a los apoyos relacionados con la esfera material como a los
relacionados con la esfera psíquica y espiritual.
29
simple hecho de que ponemos en ellas nuestra esperanza,
contamos con ellas.
Pero, esto que tanto deseamos y buscamos
¿no es en realidad una mera ilusión? Con esta búsqueda
insistente de apoyos ¿no estaremos persiguiendo un
espejismo que nos expone al peligro de heridas y
decepciones, imposibilitando nuestra unión con Dios?
La tendencia humana a construir apoyos
ilusorios es realmente asombrosa. Se necesita muy poco
para que volvamos a crear una nueva visión del mundo,
que confirme nuestros planes y concepciones.
En definitiva, parece que no somos capaces
de existir sin apoyos ilusorios. El hombre de poca fe no
puede vivir sin ellos, pues no cree que Dios lo ama con
toda su miseria, y por eso no es capaz de soportar la
verdad ni sobre sí mismo, ni sobre el mundo que le rodea.

30
1. AL SERVICIO DE NUESTRO
PROPIO “YO”

El hombre, este ser ávido de ilusiones que llenen


su corazón inquieto, trata continuamente de buscar apoyo
en aquello que se puede medir y tocar. De ahí que se
esfuerce tanto por crearse un sistema material de
seguridad y por buscar la aceptación, el éxito y el
desarrollo de sus posibilidades. Pero lo que desea en
definitiva es afirmar su propio “yo”, colocándolo en un
pedestal y elevándolo al rango de ídolo. Un ídolo que
exige el reconocimiento, la gloria y el servicio de los
demás.

Los éxitos que nos apropiamos

Teóricamente aceptamos que todo


depende de Dios, pero en la práctica lo olvidamos
completamente. Sólo a la luz de la fe podemos ver que
apoyarse en el dinero, en las cosas o en las leyes de la
economía, así como en la buena salud o en las propias
capacidades, puede convertirse en un espejismo, si
olvidamos que es Dios quien se vale de todo ello y que
son dones suyos que debemos utilizar de acuerdo con su
designio creador.

El dinero que uno gana en el trabajo


siempre crea una mayor o menor ilusión de seguridad. De
hecho todo lo necesario para vivir se puede comprar, así
que es fácil convencerse de que cuanto más gane uno
tanto más seguro estará. Dios quiere que aprendamos a
pensar según categorías de fe. Por eso, tarde o temprano
31
puede cuestionar nuestros sentimientos de seguridad y de
importancia, sentimientos que surgen a raíz del trabajo
profesional y del dinero que ganamos con él.
Frecuentemente adjudicamos los logros
que alcanzamos en el trabajo a nuestra competencia y
habilidades. ¿Hemos pensado alguna vez que debemos
todos nuestros éxitos a la Misericordia de Dios? ¿Hemos
pensado qué es Jesucristo quien, por medio de su gracia,
es el autor de todos nuestros logros?

Las dificultades que se convierten en ayuda

Mientras todo nos salga bien, vivimos en la


ilusión de nuestras propias posibilidades. Cuando Dios
comienza a ponerlas en duda, pueden aparecer fracasos
en el trabajo provocados, por ejemplo, porque disminuye
nuestra habilidad intelectual o por problemas de salud.
Entonces podemos tener la impresión de que en nuestro
trabajo todo comienza a derrumbarse. Pero cuanto más se
derrumben los apoyos humanos, mayor es la oportunidad
de que comencemos a entender el mundo de un modo
nuevo, de que por fin nazca en nosotros una nueva
manera de pensar según categorías de fe.
Estas experiencias tienen por objeto
desacostumbrarnos de obtener el sentimiento de
seguridad que nos ofrecen el trabajo y el dinero que
ganamos con él. Al poner en duda nuestras posibilidades
humanas, Dios quiere mostrarnos, que sin renunciar a
nuestro propio esfuerzo, deberíamos contar sobre todo
con Él.
Lo más importante es que queramos ver
todas estas experiencias a la luz de la fe, sin ver en ellas
algo que nos dificulta la vida, sino todo lo contrario algo
que nos la facilita, porque nos empujan a los brazos de
32
Cristo y hacen que nos dirijamos a Él pidiéndole ayuda.
Entonces nuestro Señor puede intervenir y derramar
sobre nosotros su gracia, de la que nace el bien, que sin
esas experiencias dolorosas nunca habría surgido. Así, el
efecto de nuestro trabajo es incomparablemente mejor que
aquel que podríamos alcanzar apoyándonos únicamente
en nuestras propias fuerzas, trabajando con la convicción
ilusoria de nuestras propias posibilidades. Gracias a esas
situaciones llegamos a saber por experiencia que la
eficacia de nuestras acciones es una gracia que Dios nos
da gratuitamente, un milagro de su Misericordia y no
mérito nuestro.
Cuanto menos contemos con nosotros
mismos en el trabajo profesional, mayor posibilidad
tendremos de que Dios intervenga en nuestra vida, de
que Él, a través de nuestras manos, pueda realizar su
voluntad.

Para nuestra propia gloria

Por otra parte, ¿no pensamos también que


la salud y la buena condición física son algo natural y
propiedad nuestra? ¿No olvidamos que son un don y
además muy efímero? De hecho es Dios quien nos
obsequia con la salud, por eso deberíamos recibir su
gracia con gratitud y aprovecharla como un apoyo que Él
nos da para su mayor honra y gloria.
Si lo olvidamos, solemos desperdiciar los
años en los que tenemos buena salud, malgastando una
enorme parte de nuestra vida buscando nuestra propia
voluntad y viviendo como si nosotros fuéramos dioses,
como si fuéramos eternos.
Llegará un día en que se terminará la
gracia vinculada a la salud y a la destreza física. Sólo
33
entonces nos daremos cuenta con tristeza de cuántas
ocasiones tuvimos en la vida para cumplir la voluntad de
Dios y cooperar cada día con su gracia.
Cuando cuidamos nuestra salud, y
buscamos el desarrollo de nuestras capacidades o de los
bienes materiales, con frecuencia estamos convencidos de
que queremos servir a Dios con ellos. Pero, mientras
nuestro vínculo con Cristo, por nuestro mal, no sea lo
suficientemente profundo, nos serviremos de ellos para
gloria de Dios solo de forma aparente. En realidad
buscamos en todo nuestra propia gloria. San Alberto
Chmielowski4 probablemente era consciente de este
peligro cuando renunció al éxito económico que le ofrecía
su pintura para atender las necesidades de sus pobres. De
esta manera eligió un trabajo exclusivamente para gloria
de Dios.
Después de todo, puede suceder que Dios
no nos permita utilizar el dinero, las capacidades o la
habilidad física ni siquiera para buenos fines,
protegiéndonos así de la búsqueda hipócrita de nuestra
propia gloria en sus obras.

4
Adam Chmielowski nació en Polonia, cerca de Cracovia, en el año
1845. Siendo estudiante participó en el levantamiento de
independencia contra Rusia (que se dio en llamar, el “Alzamiento de
Enero”), en el que perdió una pierna. Después de terminar los estudios
de pintura en Munich, comenzó su trabajo artístico con gran éxito
profesional. Por aquel entonces entró a formar parte de los Terciarios
Franciscanos. En la cumbre de su carrera y de su inspiración creadora
y movido por un heroico amor de Dios abandonó la pintura para
dedicar su vida al servicio de los desamparados y abandonados. Fundó
la Congregación de los Siervos de los Pobres, en la que profesó
tomando el nombre de Albert. Partió de esta vida, el año de 1916, en
Cracovia. El Santo Padre Juan Pablo II lo canonizó en 1989.
34
Como el joven rico

Imaginemos que hoy se presentara Jesús


ante nosotros y nos hablara como lo hizo al joven rico:
“Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21). ¿Cómo debemos
entender esta llamada teniendo presente que el objetivo
de nuestra vida es la unión con el Señor?
Vende todo lo que tienes, dáselo a los
pobres… Parece que estas palabras nos exhortan
claramente a dejar todos los bienes, a desprendernos de
ellos por Jesús. ¿Somos capaces de hacerlo? E incluso si
en un gesto heroico lo realizáramos, ¿no crecería
desastrosamente nuestro orgullo?
¿Podemos aceptar literalmente esta
llamada siendo conscientes de nuestros límites y viendo
nuestra miseria espiritual?5 ¿Podemos responder a ella
intentando desprendernos de todos nuestros apoyos
materiales?
Ciertamente no.

5
El siguiente texto de Garrigou-Lagrange, nos introduce en el sentido
de la expresión “miseria espiritual”: “Después de haber pecado,
hemos de reconocer igualmente nuestra miseria: miserias de nuestro
corazón lleno de egoísmo y pequeñez, de nuestra inconstante
voluntad, de nuestro irregular carácter, voluntarioso y aniñado;
miserias de nuestro espíritu, que cae en olvidos imperdonables y en
contradicciones que podría y debería evitar; miserias de la soberbia y
malas inclinaciones que nos conducen a la indiferencia para con la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Estas miserias son
inferiores a la misma nada, porque son un desorden y, tal vez reducen
a nuestra alma a un estado de abyección verdaderamente deplorable”
(R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, III, c.XII -
La humildad de los adelantados-, Ediciones Palabra, Madrid 1999,
págs 673-674).

35
Una persona humilde sabe que hay que ser
santo para entregarlo todo y no crecer en el orgullo que
impide seguir a Jesús. En lugar de intentar desprenderse
heroicamente de todos sus apoyos, dice más bien: Señor,
Tú sabes que soy esclavo de lo que poseo: “soy de carne, vendido
al poder del pecado” (Rm 7, 14). No soy capaz de entregar nada,
ni lo más mínimo, porque soy esclavo de todo ello. Pero Tú lo
puedes todo, por eso te pido que me concedas las gracias
necesarias para seguirte.

Perder o acumular

Así pues, lo más importante no es actuar


heroicamente sino tomar una decisión ante la llamada de
Dios. ¿Hacia dónde te quieres dirigir? ¿Quieres perder o
acumular?
La decisión de seguir a Jesús significa
aceptar perder esas cosas que son un apoyo para ti, para
en su lugar ganar apoyo en el Señor. Él no quiere que hoy
mismo pierdas todo en un instante, sólo quiere que
aceptes perder continuamente, y esto puede durar años,
incluso hasta la muerte. Si no quieres perder, si pretendes
acumular apoyos y multiplicar tus posesiones, tendrás
que marcharte entristecido, como el joven rico.
La perdida de los apoyos no es algo que se
realiza de una vez. La llamada a seguir a Cristo y a
perderlo todo por su amor, es el camino a la santidad y
dura muchos años, es el proceso de crecimiento en la
comunión con Jesús. También es importante que a veces
nos decidamos a dar algo, aunque sea poco, pero es mejor
no ilusionarnos creyendo que somos capaces de renunciar
a todo por Dios en un instante. Si de verdad estuviéramos
llenos de amor por Él, hace ya tiempo que lo hubiéramos
hecho. Una decisión en un momento dado, e incluso los
36
actos concretos, si no están apoyados en la humildad,
generan orgullo. Es decir, en realidad nos alejan de la
comunión con Jesús, que exige ante todo humildad. Sin
un amor humilde a Jesús, convertirse en pobre es sólo una
abstracción irreal.
No hay que correr a la santidad más rápido
de lo que Dios quiere. Él, que conoce nuestra flaqueza y
fragilidad, nunca nos coloca en una prueba de fe
demasiado difícil. Se trata de que veamos en la pobreza
una oportunidad de llenarnos con la riqueza del amor de
Jesús y que aceptando perder, cooperemos con la gracia
que nos purifica. En este proceso tan arduo y largo es
necesaria la paciencia, la perseverancia y la virtud de la
longanimidad6.
Cristo vive en comunión con nosotros en la
medida en la que no vivamos en “comunión” con el
sistema de seguridades que nos ofrece el espíritu de este
mundo, que siempre es destructivo y puede conducirnos
a la condenación.
De modo que si Jesús se presentara hoy
ante nosotros y nos dirigiera las palabras que el joven rico

6
Longanimidad, del latín longanimitas,-atis, significa grandeza y
constancia de ánimo en las adversidades. Benignidad, clemencia,
generosidad (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia
Española; vigésima segunda edición, 2001).
En la Biblia, la longanimidad es una característica de Dios,
por la cual, no castiga inmediatamente los pecados de los hombres,
sino que les da tiempo para que se arrepientan. Tanto la literatura
sapiencial como San Pablo recomiendan al hombre que sea
“longánime” con respecto a su prójimo. Ésta virtud, en conexión con
la dulzura y la paciencia, es la virtud del que sabe esperar. Es un
atributo divino, que en el Nuevo Testamento es dado al “hombre
nuevo” como carisma y fruto del Espíritu (Gal 5, 22). En el Evangelio,
Dios da al hombre un ejemplo de longanimidad en la parábola del
siervo cruel (Mt 18, 21-35) (cf. Diccionario de la Biblia, H. Haag, A.
van den Born, S. de Ausejo, Herder 1981, 1401-1402).
37
escuchó una vez, tendríamos que confesarle con
humildad nuestra esclavitud, pero también nuestro deseo
de querer perder con alegría todos los apoyos ilusorios:
perder en comunión con Jesús, apoyados en su amor.

38
39
2. DONDE ESTÁ TU TESORO,
ALLÍ TAMBIÉN ESTÁ TU
CORAZÓN

La falta de fe hace que no busquemos


apoyo en Dios, sino en las cosas de este mundo. Cada
cosa, asunto o idea a los que entregamos nuestro corazón
se convierten fácilmente en nuestro tesoro y apoyo.

El culto al becerro de oro

Todo, absolutamente todo puede


convertirse en un ídolo al que adorar y por lo tanto en un
apoyo. Puede ser la casa que cuidamos como si fuera una
persona amada, embelleciéndola continuamente, nuestra
propia empresa, la escuela que con gran empeño
dirigimos, o cualquier otro trabajo que tratamos como si
valiera la pena desgastarse, vivir e incluso morir por él.
Jesús nuestro Señor dijo: “Donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21). Estas
palabras definen claramente la relación del hombre con lo
que posee. Si alguna cosa o asunto absorbe tanto nuestra
atención que nos oculta a Dios y su voluntad, si se
convierte en un apoyo y en un fin en sí mismo, porque
vinculamos a él nuestros planes y sueños, entonces
ponemos nuestro corazón en una cosa material, que es
“algo” y no “alguien”.
Cuando los israelitas no pudieron esperar
el regreso de Moisés, que conversaba con Yahvé en el
monte Sinaí, fundieron en metal la estatua de un ídolo y
le rindieron culto. Al adorar al becerro de oro, pusieron

40
su corazón en un objeto muerto, que había sido producto
de sus propias manos.
¿No percibimos en nuestra vida síntomas
de un “culto” semejante? ¿No hay en ella ideas, asuntos o
cosas por las que estamos dispuestos no sólo a vivir sino
incluso a morir?

Para qué sirven las cosas de este mundo

Dios Padre ha creado el mundo para que lo


utilicemos “a su mayor gloria”7. Quiere que las cosas de
este mundo estén al servicio de nuestra santificación, que
tengamos hacia ellas la distancia conveniente, para que no
nos apoyemos en ellas y las tratemos como instrumentos
y no como un fin en si mismas.
Hemos de aprovechar todo de forma justa,
es decir de acuerdo con el plan de Dios. La casa, el trabajo
profesional, incluso nuestro empeño en los asuntos de la
Iglesia, los buenos propósitos y los planes apostólicos son
sólo medios que Dios nos da, para que podamos
apoyarnos y unirnos a Él más profundamente.
El corazón del hombre que está unido a
Dios, aferrado a su voluntad, trata de forma adecuada los
medios que sirven a la unión con Él, es decir como
objetos. En caso contrario puede suceder que

7
“ El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios
nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre
la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a
conseguir el fin para el que es creado. De donde se sigue que el
hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto
debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden” (San Ignacio de
Loyola, Ejercicios Espirituales, “Principio y fundamento”, EDAPOR,
Madrid 1991, pág. 16).
41
comencemos a usar las cosas como si fueran personas y a
las personas como si fueran cosas.
Cuando la casa o el trabajo son apoyos que
nos esclavizan, a menudo instrumentalizamos a las
personas convirtiéndolas en simples medios para realizar
nuestros planes. Esto es profundamente anti-evangélico,
ya que el hombre por quien Cristo murió, como templo de
Dios que es, siempre es digno de respeto. Jesús dijo:
“Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Dios se opone a la idolatría

¡Cómo podemos unirnos a Dios si


servimos a las riquezas! El recipiente del alma rebosante
de cosas y proyectos no puede recibir al Huésped divino.
Es como si invitáramos a alguien a pasar a una habitación,
cuya puerta está obstruida con un gran número de
muebles, y nos sorprendiéramos de que no entrara.
La Sagrada Escritura dice que nuestro Dios
es un Dios celoso (cf. Ex 20, 5; Dt 5, 9). Cometemos
adulterio cuando nos involucramos emocionalmente con
las cosas de este mundo, apoyándonos en ellas e
idolatrándolas. Nuestro Señor, celoso por el corazón del
hombre, tarde o temprano se opone a esto y puede
golpear a nuestro ídolo, como las manos de Moisés
golpearon el becerro de oro y lo destruyeron. Entonces
podríamos perder la casa que se ha convertido para
nosotros en un ídolo, el trabajo que llena nuestros
corazones e incluso las obras de la Iglesia que nos
absorben.
Nuestros corazones han sido creados para
Dios y sólo para Él. ¿Vale la pena entregarle nuestro
corazón a una cosa, que es sólo un medio, que hoy está y
42
que mañana puede dejar de existir? ¿No es mejor
utilizarla para mayor gloria de Dios y para nuestra unión
con Él?
Lo mejor sería ocuparse de todo con el
empeño que Jesús espera de nosotros, sabiendo que
mañana todo podría sernos arrebatado8. Y si así
sucediera, dejar cada cosa tal como Él quiere no
preocupándonos más por ella.
En la viña del Señor

Si miráramos el mundo con los ojos de la


fe, descubriríamos que es la gran viña del Señor, y
nosotros los jornaleros que Dios contrata; y que reciben de
Él tanto el trabajo como el justo salario.
Deberíamos esforzarnos sobre todo para
que nuestro trabajo agradase a Dios y no a los hombres y
para que fuese nuestra respuesta a los planes que Él tiene
para nosotros. Tenemos que realizar nuestras ocupaciones
de acuerdo con la intención del Dueño de la viña.

8
San Ignacio de Loyola recomendaba hacer todo como si todo
dependiera de uno, pero sabiendo que todo depende de Dios. “En los
comienzos del año de 1556, Ignacio, a propósito de una visita al
embajador de España en Roma comentó a Pedro de Ribadeneira que le
acompañaba, las siguientes palabras, que él registró: “Nuestro Señor
me dio a entender, hace 30 años, que debía, en todo lo que se refería a
su santo servicio, usar de todos los métodos honestos posibles, pero
después poner toda mi confianza en Dios, y no en los medios
utilizados” (Vita Ignatii Loiolae, lib. V, cap IX).
“En las cosas que emprendía para el servicio a Nuestro Señor,
empleaba todos los medios humanos para tener éxito, con el mayor
cuidado y eficacia posibles, como si el éxito dependiera de ellos; pero
de la misma forma se confiaba a Dios, y se abandonaba a su Divina
Providencia, como si todos los demás medios humanos de los que
hacía uso no sirvieran de nada” (Pedro de Ribadeneira, de Ratione S.
Ignatii in gubernando).
.
43
Entonces ellas nos santificarán, se convertirán en un
camino de unión con el Redentor.
Cuando trabajamos para cumplir la
voluntad de Dios, podemos obtener la aprobación de la
gente o sufrir la crítica y la incomprensión. Ni siquiera la
pérdida del trabajo debería tener para nosotros mayor
importancia, porque, de hecho, no es la gente la que nos
da trabajo, sino Dios y Él puede quitárnoslo, igual que
puede quitarnos la vida, en cualquier momento. El
desempleo o la búsqueda de trabajo sin resultado también
puede santificarnos, si vemos en esta experiencia la
presencia de Dios, que reina sobre todo.
Si no buscamos la voluntad de Dios, el
trabajo puede destruirnos interiormente, orientándonos
hacia el “tener” a costa de nuestro “ser” para Cristo. Por
eso, si nos ocupa demasiado tiempo y nuestro salario es
mayor que nuestras necesidades es importante que nos
preguntemos acerca de la voluntad de Dios. Tal vez Dios
no quiere que trabajemos tanto.
Poniéndonos en la verdad ante Dios, sería
bueno reconocer que con frecuencia trabajamos con la
idea de merecer la aprobación humana y que
precisamente por eso en nuestra vida hay tanto estrés,
tensión y miedo. Pues de hecho buscar apoyo en el trabajo
es poner nuestra esperanza en algo que en cada momento
puede dejar de existir, porque como enseña la Revelación,
el mundo entero con su apariencia pasa (cf. 1Cor 7, 31).

Descansando con el Señor

El tiempo de trabajo y el de descanso nos


son dados para que profundicemos continuamente
nuestro vínculo con Dios y encontremos apoyo en Él. Si
vemos a Dios y buscamos su voluntad en todo lo que Él

44
nos obsequia, también el tiempo para descansar
fortalecerá nuestra fe en su Presencia llena de amor.
Ante el televisor, muy rara vez pensamos
en la presencia de Dios relacionada también con este don.
Pero de hecho es Dios quien permitió que se construyeran
este tipo de aparatos y que los utilicemos, a pesar de que
casi siempre los usemos mal. Él espera que también estos
dones nos muevan a salir al encuentro de su voluntad.
Cuando lo que vemos en el cine, en el teatro o en la
televisión, muestra el pecado y presenta, aún
indirectamente, el mal que se realiza en el mundo, ¿no
nos está llamando Dios a pedir su Misericordia para el
mundo? De hecho Él, al hablarnos a través de los medios
de comunicación o de las obras de arte, espera que
susciten en nosotros una reflexión más profunda.
¿Nuestra forma de pasar el tiempo libre no
esta ligada a un cierto extravío y cerrazón a la voluntad
de Dios, haciendo que no nos interesemos por las
necesidades psíquicas y espirituales de nuestros
prójimos? Se trata en efecto de buscar, también durante el
tiempo libre, el mensaje de Dios que viene a nosotros a
través de las imágenes de los acontecimientos que vemos
y de compartir con los demás la voluntad de Dios que
contienen. Este mensaje de Dios, debería llegar a ser un
apoyo para nosotros y nuestros prójimos. Pasar de esta
forma juntos el tiempo libre, nos permite no solo
profundizar los lazos humanos, sino lo que es más
importante, descubrir el camino hacia Dios.
Tanto en el trabajo como en el descanso, en
las obras emprendidas para la Iglesia o en cada tarea que
realizamos, sólo hay una cosa importante: Dios y tú9, que

9
“Viva como si no hubiese en este mundo más que Dios y ella, para
que no pueda su corazón ser detenido por cosa humana” (San Juan de
45
lo elijas a Él y que desees la unión con Él. Dios te da todas
las cosas de este mundo para que las utilices en tu camino
a la santidad: para que llegues a la unión transformante
con Aquel que te ama infinitamente.

la Cruz, Dichos de Luz y Amor, 143; Obras Completas, Editorial de


Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 108).
46
3. EL ESPEJISMO DE LA
RIQUEZA

La luz ilusoria del amor humano que nos


empeñamos en seguir, puede dirigirnos no sólo hacia las
personas sino también hacia aquellas cosas, con las que
buscamos ser “alguien” ante nuestros propios ojos o ante
los ojos de los demás.
Durante las purificaciones de la noche
oscura10, Dios nos mostrará lo ilusorios que son todos los

10
Purificación, del latín purum facere es la acción por la cual se
purifica, o se hace puro, lo que no lo es. (Diccionario de
Espiritualidad, Editorial Herder).
“Noche es todo el itinerario espiritual del alma hacia Dios; mejor aún,
ella es el itinerario mismo “o camino por donde ha de ir el alma a esta
unión” (...) Noche quiere decir, en la terminología sanjuanista,
privación y desnudez. Las noches son las privaciones y purificaciones,
por las que debe pasar el alma para alcanzar la unión con Dios,
término que les cuadra perfectamente, pues el alma camina por ellas
“como de noche, a oscuras” (P. M. Eugenio del Niño Jesús O.C.D.,
Quiero ver a Dios, Ediciones “El Carmen”, Bilbao 1982, págs. 669-
670).
“Noche oscura” es la etapa, como dice San Juan de la Cruz, “... por la
cual pasa el alma para llegar a la divina luz de la unión perfecta del
amor de Dios” (Subida al Monte Carmelo, Prólogo, 1; Obras
Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág.173). “Para
que un alma llegue a tal estado de perfección, ordinariamente ha de
pasar primero por dos maneras principales de noches, que los
espirituales llaman purgaciones o purificaciones del alma. Y aquí las
llamamos noches porque el alma, así en la una como en la otra,
camina como de noche, a oscuras” (Subida al Monte Carmelo, L1,
C.1, 1; Obras Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993,
pág.108 ).
San Juan de la Cruz llama “noche oscura” a las diferentes pruebas que
Dios envía a las almas que avanzan por el camino de la santificación
pero que se encuentran sujetas a muchas imperfecciones y que sienten
47
apoyos humanos, tanto en lo psicológico como en lo
material. El proceso de desenmascaramiento de nuestras
ilusiones es imprescindible. Sin la experiencia de esta
verdad y su reconocimiento auténtico viviríamos siempre
de ilusiones e intentaríamos obtener apoyos humanos,
concentrando nuestra atención y nuestro corazón en
“tener”. Todo esto sucede siempre a costa de nuestro
“ser”, cuyo fin último es “ser” en Cristo, es decir que
Cristo viva en nosotros.

Lo que realmente necesitamos

A medida que Dios con su gracia penetra


con más fuerza en nuestra vida, vamos viendo más
claramente, conforme al Evangelio, que no podemos
conciliar servir a Dios y a las riquezas. Jesús dijo:
“Ningún criado puede servir a dos señores, porque
aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a
uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al
Dinero” (Lc 16, 13). Y no sólo vive para ellas quien
acumula egoístamente grandes riquezas, sino también
aquel que las desea para construir su sentimiento de
seguridad y conseguir superioridad y cierto tipo de
dominio sobre los demás.
A los israelitas que peregrinaban por el
desierto hacia la Tierra Prometida, no les faltaba nada de
lo necesario para vivir. No tenían que preocuparse por el
mañana, ya que Dios mismo se ocupaba de ellos. Si les
sometió a pruebas de hambre y de sed no era para

renacer en si, de forma atenuada, los siete pecados capitales. Dios les
envía diferentes purificaciones, llamadas pasivas, para purificarlas y
prepararlas para un grado más elevado de contemplación, porque es el
mismo Dios que las produce y el alma no tiene más que aceptarlas con
paciencia.
48
destruirlos. Las experiencias difíciles liberarían al pueblo
elegido de los ídolos y le enseñarían a abandonarse en el
único Dios.
Algo parecido ocurre en nuestra vida. Dios
no quiere que vivamos en la miseria, quiere darnos todo
lo que necesitamos. El problema está en la valoración de
lo que realmente necesitamos. Tenemos pretensiones
materiales, que hacen que la idea de un nivel de vida
digno se valore constantemente. Aumentamos nuestras
expectativas y queriendo apoyarnos en los bienes
materiales, sucumbimos fácilmente a una escalada oculta
de pretensiones.
Cuando, por ejemplo, podemos cambiar el
automóvil por uno mejor, llegamos a la conclusión de que
tener un buen coche es algo justo. Si ya tenemos un piso
grande para vivir, consideramos necesario construirnos
una casa mayor. Y si Dios comienza a oponerse a ello y
nos impide realizar nuestras nuevas pretensiones, ya sea a
través de dificultades en el trabajo, por problemas de
salud, o de cualquier otra forma, llegamos incluso a
considerarnos víctimas.
Sin embargo nuestro Padre Celestial sólo
está apartando lo que puede ser un obstáculo en nuestro
camino a la salvación11. Él nos ama y es quien mejor
conoce lo que necesitamos.
Si al abandonarnos en Dios, aceptáramos
todos los despojamientos con gratitud y viéramos en ellos
un don divino, comenzarían a realizarse progresivamente

11
Santa Teresa de Jesús expresa con palabras muy fuertes el gran
obstáculo que supone la riqueza para la salvación: “Muchas veces se
procura con ellos [los dineros] el infierno, y se compra fuego
perdurable y pena sin fin. ¡Oh, si todos diesen en tenerlos por tierra
sin provecho!” (Libro de la Vida, 20, 27; Obras Completas, 5ª
edición, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2000, pág. 127).
49
en nuestra vida las palabras de Cristo nuestro Señor: “Mi
yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 30).

Acumular reservas

Dios quiso que los israelitas que


peregrinaban hacia la Tierra Prometida recogieran el
maná necesario para cada día. Quien recogía más, podía
ver rápidamente cómo sus reservas se pudrían.
¿Para qué sirven los ahorros? ¿No son
acaso un “acumular maná”, un sistema ilusorio de
seguridad cuyo fin es evitar… abandonarnos en Dios y en
su voluntad? El que tiene reservas se apoya en ellas, así es
la naturaleza humana, que, al no querer apoyarse en la fe,
busca ilusiones para vivir. En cambio al no tener reservas,
estamos obligados a vivir el día a día y por necesidad nos
apoyamos más en Dios. Entonces podemos conocer mejor
como es su amor y su solicitud por nuestras necesidades
cotidianas. Al mismo tiempo vemos lo frágil y débil que
es nuestra fe, que no es capaz de protegernos del miedo y
de la inquietud por el futuro.
Cuando poco a poco comencemos a perder
los apoyos ilusorios, que hasta ahora eran nuestra
seguridad principal, nos convenceremos de que no
necesitamos ni tantas cosas, ni tantas reservas. Veremos
que el hombre llega a ser mucho más feliz cuanto más
pobre es12.
Jesús dijo: “Quien pierda su vida por mí,
ese la salvará” (Lc 9, 24). Este es el horizonte del camino a

12
“¡Se siente una paz tan grande al saberse uno tan absolutamente
pobre y al no poder contar más que con Dios!” (Santa Teresita del
Niño Jesús, Ultimas conversaciones, Cuaderno amarillo, 6 de Agosto
de 1897; Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998,
pág. 879).
50
la santidad, perder todos los apoyos por Cristo, todo lo
que para nosotros tiene algún valor. Pero nosotros
temblamos ante la sola idea de que por Él, tengamos que
disminuir nuestro nivel de vida o renunciar siquiera a una
parte de lo que poseemos.

Qué difícil es para el rico el camino hacia el Reino…

Quien desee reconocer su dependencia de


Dios en todo, tendrá que aceptar inevitablemente la
pobreza material. De otra manera su dependencia será
sólo teórica.
¿Qué posibilidades tienen nuestros hijos de
aprender a vivir el Evangelio día a día si nosotros no les
damos testimonio de esa actitud? Ninguna de nuestras
palabras sobre el valor de la vida interior tendrán efecto
educativo alguno, si el dinero, el alto nivel de vida y la
comodidad se convierten en un apoyo elevado al rango
de ídolo.
Incluso si nuestro nivel espiritual fuera tal,
que aun nadando en la abundancia y viviendo en una
casa confortable no nos apegáramos a ello, ¿quién nos
garantiza que también nuestros hijos van a estar
desapegados? ¿Quién nos garantiza que no van a sentirse
mejores que otros niños más pobres?
La presión social respecto a los apoyos
materiales es tan grande, que si los padres no dan un
claro testimonio de cómo hay que vivir, ninguna
conversación moralizante bastará para que los hijos la
puedan resistir.
Si con nuestra actitud mostramos que el
dinero es más importante que los bienes sobrenaturales,
nuestros hijos rechazarán cuanto les digamos sobre cómo
vivir el Evangelio, a más tardar durante su adolescencia.
51
Y es mejor no engañarse pensando que ellos no ven cómo
vivimos realmente y en qué nos apoyamos.
El dinero no se nos da para que crezcamos
en el orgullo de poseer, nos apoyemos en él y vivamos en
el lujo. El dinero no es nuestro, Dios es su único dueño, y
desea que lo administremos con prudencia y lo
multipliquemos, como los talentos bíblicos. Pero a la luz
de la fe eso no significa duplicar o triplicar el estado de
nuestra cuenta, sino cumplir con lo que Él planeó al
ponerlo en nuestras manos. Entonces, su verdadera
multiplicación puede significar incluso repartir todo lo
que tenemos.
Al ver la situación material de nuestra
familia deberíamos tener siempre en cuenta la meta
principal de nuestra vida. Esta meta es la santidad: la
nuestra y la de nuestros hijos. Si pensamos seriamente en
la santidad, el dinero debe convertirse para nosotros en
basura, que tiene valor sólo en la medida en la que nos
servimos de él conforme a la voluntad de Dios13 .
Pero como esto no es fácil, sólo nos queda
tratar de ponernos en la verdad delante del Señor
reconociendo nuestra esclavitud. Y después agradecer a
Jesús con humildad que, precisamente siendo como
somos, nos ama y se quiere unir a nosotros.

13
Hemos de valorar y usar las cosas en la medida en que nos
conduzcan al fin para el que hemos sido creados por Dios, pues todas
las cosas sobre la tierra, como enseña San Ignacio, han sido creadas
para el hombre como ayuda para alcanzar su fin último que es “alabar,
hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar
su alma”. Para hacer buen uso de ellas San Ignacio nos ha dejado la
llamada regla del “tanto cuanto” según la cual “el hombre tanto ha de
usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de
ellas cuanto para ello le impiden”, (San Ignacio de Loyola, Ejercicios
Espirituales, “Principio y fundamento”, EDAPOR, Madrid 1991,
pág. 16).
52
De este modo, en algún momento nacerá
en nosotros una mayor o menor certeza de que en
realidad esto es así, y Jesús podrá unirse a nosotros en
cierto grado. Entonces todo puede comenzar a cambiar si
Él mismo, en nosotros, mira el mundo y a las personas de
manera diferente. Su Presencia nos liberará en ese
momento de todas nuestras preocupaciones. El problema
de huir de nosotros mismos y de la presencia de Dios en
la oración desaparecerá, porque Él mismo se preocupará
por nosotros y orará en nosotros. Y desaparecerá también
el problema de desear los apoyos temporales, porque Él
será en nosotros el único apoyo.

53
4. EL PROBLEMA DE LOS
APOYOS EN EL MATRIMONIO

El cónyuge suele ser para los casados el


apoyo psíquico más importante. Los jóvenes ya en la
etapa en la que buscan una persona más cercana, desean
consciente o inconscientemente encontrar a alguien en
quien poder apoyarse. Y aunque hombres y mujeres
entienden este apoyo de forma diferente lo buscan con
idéntico afán.

La fascinación y la pérdida de ilusiones

A la mujer le interesa sobre todo el apoyo


psicológico: quiere tener a alguien bondadoso que la
comprenda, y la cuide. A esta sed de amor, oculta en el
fondo de su corazón, sólo Dios puede responder
plenamente. Sin embargo a Él no se le puede percibir, y la
naturaleza humana necesita personas concretas. Por eso la
mujer de alguna manera encarna esa necesidad en su
marido.
Los hombres reaccionan de un modo algo
diferente, aunque también llevan profundamente
enraizado el deseo de apoyarse en alguien a quien poder
cuidar, y de quien recibir cuidados.
Durante el noviazgo, los jóvenes suelen
rendirse a la mutua fascinación. Temen perder el afecto
de la persona elegida, y por eso multiplican sus esfuerzos
para, en la medida de lo posible, respetar mutuamente su
egoísmo y satisfacer sus necesidades. Aunque para los
creyentes Dios es más importante que los caprichos del
novio o de la novia sin embargo tropiezan en esto.
54
La etapa de la fascinación, del encanto
mutuo, de la alegría de estar juntos, y de los planes
maravillosos para el futuro suele prolongarse todavía
algún tiempo después del matrimonio. Dos personas se
adoran mutuamente, y Dios pasa a un segundo plano en
su vida.
Después de algún tiempo de vivir de
ilusiones, basadas en gran medida en los sentimientos y
emociones, marido y mujer comienzan a verse a sí
mismos y a mirar sus relaciones mutuas más en la verdad.
Entonces perciben defectos que antes no veían: egoísmo,
egocentrismo, orgullo, codicia, etc.
Toda pérdida de las ilusiones
matrimoniales implica sufrimiento, pero en el camino a la
santidad, éste es un don incalculable. Cuanto menor
apoyo mutuo encuentren los cónyuges entre si, tanto
mayor será la oportunidad de que empiecen a necesitar a
Cristo, para encontrar en Él su único apoyo.

La idolatría en el matrimonio

En este tiempo difícil en que se pierden los


apoyos conyugales y se desvanecen los sueños irreales, la
ayuda de un confesor experimentado tiene un gran valor.
Gracias a él, los esposos pueden comprender, que aunque
en el sacramento del matrimonio "ya no son dos sino
uno", esto de ninguna manera significa que, olvidándose
de Dios en la práctica, hayan de convertirse en ídolos el
uno para el otro. Dios desea que busquen la unidad, pero
en el camino a la unión con Él, de quien cada uno de los
cónyuges ha de enamorarse como del único amor de su
vida. Así que cada uno por separado debe, en cierto

55
sentido, desposarse con Dios. Todo en la vida, también la
vida matrimonial14, conduce y prepara a ello.
Pero con frecuencia el marido trata a su
mujer como un ídolo y satisface todos sus caprichos. La
mujer por su parte, también puede sucumbir fácilmente a
la tentación de complacer el egoísmo del esposo, bajo la
apariencia de amor conyugal. En cada persona hay tanta
vanidad, que quien es admirado está expuesto a la
autocomplacencia, a la satisfacción de sí mismo. A su vez
quien idolatra a la otra persona, ofende a Cristo que
habita en ella y en cierto sentido peca contra el primer
mandamiento.
El esposo y la esposa deberían ser buenos
el uno con el otro, sin embargo, huir en busca de
sustitutos de la felicidad es como un veneno, conduce a
diversos abusos y desviaciones, produce amargura, mal
estar y vacío. Cerrándose a Dios, dos personas no son
capaces de hacer que su vida sea feliz ni de darle sentido.

El verdadero amor matrimonial

Amar al cónyuge no consiste en admirarlo


y adorarlo, rindiéndole un homenaje casi divino. Eso no
es amor. Amar al esposo o a la esposa significa ver a

14
“Jesús vino para conducir a la naturaleza humana, a la propia
persona humana, a la comunión nupcial con Dios. Dios y su criatura
deben volverse uno, no una carne, sino un espíritu, como dice Pablo
(1Co 6, 17). Pablo lo explica también así: los creyentes se vuelven con
Cristo un único cuerpo, Su Cuerpo. (...) Este matrimonio, estas
nupcias, que tuvieron lugar en el Misterio de la Encarnación, deben
alargarse a través de toda la historia, pues el Señor quiere “atraer a
todos hacia si” (Jn 12, 32) para que finalmente Dios sea todo en
todos” (1Col 15, 28) (Cardenal Joseph Ratzinger, Santuario de Fátima,
13 de Octubre de1996).
56
Cristo en él o en ella, descubrir en su rostro el rostro del
Redentor, y al mismo tiempo aceptar lo mejor posible,
toda la verdad sobre su humanidad.
Quien busca el amor verdadero, trata de
ver a su cónyuge a la luz de la fe, como Dios lo ve. Uno
debería preguntarse, cómo ama Dios a su esposo o a su
esposa y procurar tratarlo de manera semejante.
El amor así entendido puede expresarse de
diferentes formas, aunque no siempre sea bien recibido
por el egoísmo de la otra persona. Es importante entender
que, cuando tratamos de imitar a Dios en nuestra actitud
hacia el cónyuge, aunque le causemos dolor, en realidad
no le hacemos daño.

Para que la carga se vuelva ligera

Adoptar en la vida diaria esta actitud de fe


ante el marido o la mujer puede resultar enormemente
difícil. Muchas veces ni siquiera seremos capaces de ver al
cónyuge tal como pensamos que Dios lo ve. Recordemos
entonces que lo importante sobre todo es intentarlo y no
la frecuencia con que lo logramos. ¿Recurrimos a Dios con
humildad para que nos dé la gracia de ver con sus ojos a
nuestro cónyuge como Él lo ve? ¿Le suplicamos que viva
en nosotros y que Él mismo se sirva de nosotros como
instrumentos de su amor para con el otro?
En este punto es muy importante
reconocer sinceramente la verdad. ¡No tengamos miedo
de reconocer ante Dios que ni sabemos amarle
adecuadamente, ni a nuestro cónyuge, ni a nosotros
mismos! El reconocimiento de esta verdad unido a la
certeza de que Jesús nos ama, nos ayudará a aceptar el
propio mal y el del otro, y nos ayudará a ver nuestra
familia a la luz de la fe.
57
De este modo se hacen menos penosas
todas esas situaciones dolorosas en las que Dios nos quita
la ilusión de que podemos encontrar apoyo en el esposo o
en la esposa en vez de buscarlo en Él mismo. El "yugo
matrimonial" se vuelve menos amargo y la carga menos
pesada, como sucede siempre que son el yugo y la carga
de Cristo.
Si el matrimonio nos resulta amargo e
insoportable tan a menudo, es tal vez porque nos
añadimos cargas que Jesús no dispuso para nosotros,
pesos que son consecuencia del orgullo y de la cerrazón a
su voluntad.

58
5. LA FAMILIA COMO APOYO

Aunque teóricamente sabemos que el


matrimonio y la familia son un camino a la santidad, en la
práctica, en lugar de ver a nuestra familia a la luz de la fe,
solemos verla, de una forma meramente humana. De ahí
que al elegir el camino de la vida matrimonial nos
guiamos simplemente por el deseo de encontrar apoyo en
personas cercanas, vinculadas a nosotros por lazos de
sangre.

El deseo de complementarse

Normalmente los esposos desean ser


padres y ven en esto el complemento natural de su amor.
Sin embargo, cuando nace el primer hijo su relación
cambia, ya que el marido tiene que aceptar la aparición de
una nueva persona, que tiene un derecho especial a los
sentimientos de su mujer.
La mujer desea tener un hijo y lo trata
como a una parte de sí misma. Tiene la esperanza de que
dará sentido a su vida, y que llenará su vacío y su
soledad. Con mucha frecuencia la mujer desea que su hijo
la complemente, que le dé algo que su propio marido no
ha sido capaz de darle.
Generalmente esto se logra, por lo menos
al principio. El hijo, estrechamente vinculado a su madre,
responde plenamente a sus sentimientos, y la madre se
vincula a él con una fuerza aún mayor. Sin embargo, esta
pretensión egoísta de ser complementada por su hijo, no
es expresión de verdadero amor.

59
El verdadero amor se expresa saliendo al
encuentro de las necesidades de la otra persona, para
complementarla en lo que para ella es lo más valioso. Es
un deseo de hacer plenamente feliz a la persona amada y
no de hacerse feliz a uno mismo sirviéndose de ella.15

15
“La alianza matrimonial es un misterio de profunda trascendencia,
es un proyecto originario del Creador, confiado a la frágil libertad
humana. La lectura del libro del Génesis nos ha llevado idealmente
hasta la fuente del misterio de la vida y del amor conyugal: “Hagamos
al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó Dios
al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y
hembra los creó” (Gn 1, 26-27). Dios crea al hombre y a la mujer
como imagen suya, e inscribe en ellos el misterio del amor fecundo
que tiene en el mismo Dios su origen. La diferencia sexual permite la
complementariedad y comunión fecunda de las personas: “Sed
fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla” (Gn 1, 28)
(Juan Pablo II, Homilía en la Misa a las familias, 5/3/1983,
Aeropuerto Albrook Fields, Panamá, OR 3/83, pág.16).
“Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al
amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el
hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor (cf. 1
Jn 4, 8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo
entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible
con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los
ojos del Creador (cf. Gn 1, 31). Y este amor que Dios bendice es
destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de
la creación. "Y los bendijo Dios y les dijo: 'Sed fecundos y
multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'" (Gn 1, 28) (Catecismo de
la Iglesia Católica, 1604).
El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea
imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos
individualmente es semejante a Dios como ser racional y libre;
significa además que el hombre y la mujer, creados como "unidad de
los dos" en su común humanidad, están llamados a vivir una
comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión
de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el
íntimo misterio de la única vida divina. (...) La imagen y semejanza de
Dios en el hombre, creado como hombre y mujer (...), expresa
también, por consiguiente, la “unidad de los dos”, en la común
60
Obviamente la madre desea entregarse a
su hijo y servirle, sin embargo espera de él reciprocidad.
Y la recibe: el hijo corresponde al amor con su sonrisa, su
mirada, con sus gestos, y esto es para la madre el mejor
premio. En esta situación es muy fácil empezar a apoyarse
en el hijo como en un ídolo. Es muy fácil olvidar que Dios
es nuestro único apoyo, y que a parte de Él no tenemos a
nadie que nos ame con amor pleno y verdadero.

«No es como yo quisiera»

Podemos convencernos de que los padres


queremos que nuestro hijo sea un apoyo para nosotros
cuando, por primera vez, él no corresponde a nuestro
amor. Las primeras desilusiones surgen al experimentar
que nuestras esperanzas resultaron ser espejismos que se
desvanecen ante nuestros ojos como un castillo de naipes.
Esto nos produce dolor y sufrimiento pues nuestro hijo no
es como quisiéramos que fuera.
Con frecuencia tenemos expectativas muy
concretas respecto a nuestros hijos; y estas dependen de
cómo somos en la esfera física, psíquica y espiritual. Por
regla general no aceptamos en los demás, y especialmente
en nuestros hijos, lo que no toleramos en nosotros
mismos, en cambio les permitimos lo que en nosotros
podemos aceptar. Por tanto, al desear que nuestros hijos

humanidad. (...) En la "unidad de los dos" el hombre y la mujer son


llamados desde su origen no sólo a existir "uno al lado del otro", o
simplemente "juntos", sino que son llamados también a existir
recíprocamente, "el uno para el otro". (...) Humanidad, significa
llamada a la comunión interpersonal. El texto del Génesis (2, 18-25)
indica que el matrimonio es la dimensión primera y, en cierto sentido,
fundamental de esta llamada. (Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, 7).

61
sean la encarnación de nuestras ideas y deseos, de
nuestra visión de la persona, nos apoyamos en una
concepción muy subjetiva de la educación.
Pero de hecho amar a un hijo es desear
cuidarle conforme al designio del Creador y no al nuestro.
Los padres deben ser meros instrumentos en la
realización de la voluntad de Dios respecto de sus hijos, o
mejor dicho, de los hijos de Dios que ellos cuidan aquí en
la tierra.
En la practica se olvida muy a menudo
este principio; los padres no respetan la voluntad de Dios,
y quieren que sus hijos respondan a sus propias
expectativas. Cuando sus hijos no las satisfacen, sufren
dolorosas desilusiones. Con frecuencia les fuerzan a
adaptarse a sus sueños y planes. Pero el amor no consiste
en autorrealizarse con ayuda del hijo, sino en ayudarle a
alcanzar su propia plenitud.

Las rebeldías en la etapa de la adolescencia

Con la llegada de la adolescencia los hijos


buscan con afán su propia identidad y su irrepetible
camino de vida. Es el tiempo de las primeras rebeldías,
que son en esencia una protesta contra las expectativas
egoístas de los padres que quieren, con ayuda de sus
hijos, buscarse a sí mismos y alimentar sus ilusiones. La
rebeldía de los hijos será más dramática cuanto más
fuertemente se hayan apoyado en ellos.
Todo esto provoca numerosos conflictos
violentos y mucho sufrimiento, sin embargo es una
valiosa gracia que purifica la relación entre padres e hijos.
Estas rebeldías deberían ayudar a los padres a ser
conscientes de que el hijo tiene derecho a su propio
camino, del cual no se pueden apropiar.
62
Si como padres quisiéramos apoyarnos de
verdad en Dios, trataríamos de transmitir a nuestros hijos
aquello que es más importante para ellos. Desearíamos
sobre todo, que creyesen que son amados por Dios,
siempre e incondicionalmente, con independencia de que
tengan éxitos, o fracasos.
Pero, ¿cómo reaccionamos ante los fracasos
en la vida de nuestros hijos? Normalmente no los
aceptamos, porque tampoco aceptamos nuestras propias
derrotas. Por eso, al hijo que ha tenido un fracaso no le
mostramos el amor que necesita y anhela.
De hecho todo hombre desea ser amado
por sí mismo, sin que se le tenga en cuenta el mal que hay
en él ni sus caídas. Todos deseamos este amor único,
pleno y verdadero, que Dios nos da. Por eso, cuando el
hijo no lo recibe a través de sus padres, se rebela y
protesta, llegando a veces muy lejos.
Mientras los padres se apoyen en su hijo, le
estarán paralizando con sus expectativas. La única
salvación está en que busquen apoyo en Dios y
emprendan la lucha para que el hijo crea que es amado
gratuitamente por su Padre del Cielo. De este modo
aprenderá a levantarse rápidamente de sus caídas y a
entablar un diálogo sincero con su Creador, escuchándolo
atentamente. Entonces buscará la voluntad de Dios y le
será obediente.

El apoyo en los hijos mayores y en los nietos

La tendencia a apoyarse ilusoriamente en


los hijos no disminuye por sí misma ni siquiera cuando se
hacen adultos. En esta etapa, esta tendencia de los padres
puede expresarse en el deseo de que los hijos ya mayores
les involucren en todos sus asuntos y compartan con ellos
63
su vida. Pero el hijo debe hacer partícipe de su vida sólo a
Dios, su Creador y único Padre.
Cuando los hijos son ya mayores y los
padres se quedan solos, el deseo de apoyarse en ellos
suele extenderse a los nietos. Esto conduce
inevitablemente a nuevos conflictos y sufrimientos, pues
de hecho son los padres y no los abuelos, los que tienen la
responsabilidad de educar a los hijos.
Si como abuelos realmente deseáramos que
nuestro nieto se enamorara de Dios, que Él fuera su único
apoyo, y la voluntad de Dios su único alimento, no
contaríamos con que ese niño nos complementara.
Lucharíamos sólo por una cosa, porque él se realizara
sobre todo en lo que es más importante: en su relación
con Dios Padre.
Lo mejor sería que educáramos a los hijos
para amar a Dios que es tanto Padre como Madre y que
les encamináramos a amar la voluntad del Creador de tal
manera, que se despertara en ellos el mismo deseo que
tuvo el Salvador mientras vivió en la tierra: "Mi alimento
es hacer la voluntad de Aquel que me envió" (Jn 4, 34). La
meta no es que el hijo cumpla la voluntad de sus padres
de la tierra, sino sólo la voluntad del Padre Celestial.
Si realmente sucediera así, nuestra
situación como padres sería ideal: nuestros hijos se
convertirían en instrumentos en las manos de Dios.
Además, nosotros no contaríamos ya con ellos, ni
buscaríamos en ellos un falso apoyo, y todas nuestras
expectativas se dirigirían hacia el Creador. Entonces, Él
mismo podría ocuparse de nosotros a través de nuestros
hijos, de otras personas, o de los acontecimientos.
Cada uno de nosotros tiene a Dios por
Padre. Si nos abrimos a esta verdad, el cumplimiento de
la voluntad de Dios se convertirá también en nuestro

64
alimento. Así daremos con nuestra vida el mejor
testimonio a nuestros hijos y nietos.
Si los padres, los educadores y todos
aquellos a quienes se confía el destino de otras personas,
no creen ni esperan que se hagan realidad los planes de
Dios, limitan enormemente los designios divinos. Si no
son capaces de mirar más allá de los acontecimientos y
esperar lo que todavía no ha sucedido, de nada servirá el
mero sentido practico de su obrar. Es verdad que cada
asunto tiene también su aspecto práctico, pero esto no
significa nada sin la dimensión sobrenatural.
Dios quiere que aguardemos con
esperanza que se hagan realidad los planes que Él tiene
para nosotros y para quienes nos rodean. Deberíamos ver
a nuestros familiares, incluso a los que consideramos
demasiado alejados de la fe, tal como Dios en su bondad
los ve. Y Él los ve ya como santos; aunque tal vez se
conviertan dentro de un año, de diez o, como el Buen
Ladrón, en el momento de la muerte. La mejor manera de
ayudarles en su camino de conversión es no contar con
ellos, sino apoyarnos en el proyecto que Dios tiene para
cada una de esas personas.
Es importante buscar apoyo en una espera
llena de esperanza de algo que todavía no ha sucedido,
pero que, como creemos profundamente, está en los
planes de Dios y cuya realización depende de nuestra
cooperación con la gracia. De esta forma las consecuencias
de apoyarnos en Dios pueden ser de provecho también
para los demás.

65
66
Segunda Parte

CUANDO SE DERRUMBAN LOS


FALSOS APOYOS

¡Ah! ¿De modo que queréis poseer riquezas,


tener posesiones?
Apoyarse en eso es apoyarse en un hierro ardiente
queda siempre una pequeña marca.
Es necesario no apoyarse en nada,
ni siquiera en lo que puede ayudar a la piedad.
La nada, en verdad, consiste
en no tener ni deseo ni esperanza de alegría.
¡Qué dichoso es uno entonces!

Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia


Consejos y Recuerdos
Editorial Monte Carmelo, Burgos 1957, pág. 33

67
68
¿Es posible que el hombre, ese ser que
continuamente fabrica ilusiones que al parecer, le
permiten vivir, no llegue a encontrar nunca un apoyo
verdadero? La fe nos enseña que sólo Dios lo es. Por eso,
mientras el corazón del hombre no se apoye
exclusivamente en Él, tiene que experimentar
sufrimientos relacionados con el derrumbamiento de sus
ilusiones y con la lucha por evitar los apoyos humanos.
La meta de nuestra vida es permitir a Cristo que se
adueñe de nosotros y que se vuelva todo para nosotros16.

16
San Francisco de Asís se dirigía a Dios llamándole: “mi Dios y mi
todo” (cf. San Francisco de Asís Escritos, Biografías, Documentos de
la época, Florecillas de San Francisco y de sus compañeros, cap. II,
nota 2, pág. 802, BAC, Madrid 1985). Y Tomás Kempis exclama:
“¡Oh mi Dios y mi todo! ¿Qué más quiero yo y qué mayor dicha
puedo apetecer? ¡Oh sabrosa y dulce palabra! Pero para quien ama a
Dios, y no al mundo ni a lo que en él está. Mi Dios y mi todo”
(Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, 34).
69
70
1. LA ENGAÑOSA LUZ DEL
AMOR HUMANO

La vida del hombre es una continua


búsqueda del amor. Sin embargo, el falso amor es tan
parecido al verdadero, que resulta muy fácil equivocarse.
Cuando se disipan las ilusiones del falso amor, el hombre
queda profundamente herido y lleno de amargura.

La amargura y las ilusiones

Santa Teresita del Niño Jesús, al describir


su vida manifiesta una extraordinaria agudeza cuando
muestra las consecuencias de sumergirse en la luz del
falso amor.
"¡Cómo le agradezco a Jesús que no me
haya hecho encontrar más que «amargura en las
amistades de la tierra»! Con un corazón como el mío, me
habría dejado atrapar y cortar las alas, y entonces, ¿cómo
hubiera podido «volar y hallar reposo»? ¿Cómo va a
poder unirse íntimamente a Dios un corazón entregado al
afecto de las criaturas...? (...) ¡He visto a tantas almas volar
como pobres mariposas y quemarse las alas, seducidas
por esa luz engañosa, y luego volver a la verdadera, a la
dulce luz del amor, que les daba nuevas alas, más brillantes
y más ligeras, para poder volar hacia Jesús, ese Fuego
divino «que arde sin consumirse»! ¡Sí, lo sé! Jesús me veía
demasiado débil para exponerme a la tentación. Tal vez

71
me hubiera dejado quemar toda entera por esa luz
engañosa, si la hubiera visto brillar ante mis ojos...”17
A nosotros nos importa tanto la aceptación
y comprensión de los demás que nos parecemos a esas
mariposas que vuelan ciegamente hacia la engañosa luz
del falso amor. De esta actitud resultan la mayoría de los
sufrimientos de nuestra vida.
Quien se siente atraído como esas
mariposas por la luz del amor humano, buscando apoyo
en él, y llegando incluso a mendigarlo, recibe sólo lo que
el mundo puede dar: un substituto miserable de aquél
Amor que el corazón del hombre espera de verdad. Esta
persona, con las alas quemadas y el alma consumida, y en
la que ha sido destruido el lugar destinado para Dios,
tendrá que alejarse de esa luz, que no la puede llenar de la
verdadera felicidad. El Creador, no puede unirse de
ninguna manera a un alma en la que reina el hombre.

Las pretensiones en relación con los demás

En nuestra relación con los demás es


visible la tendencia natural que tenemos a esperar
reciprocidad como respuesta al bien que les hacemos.
Buscar apoyo en esta reciprocidad humana
es perseguir un espejismo que no puede ser un medio
eficaz para prevenir nuestros problemas e inquietudes.
Tarde o temprano constataremos que esta pretensión sólo
nos proporciona un consuelo momentáneo, y que con el
tiempo puede resultar incluso una especie de veneno,

17 Santa Teresita del Niño Jesús, Manuscritos Autobiográficos, 38rº-


38vº; Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, págs.
150-151.
72
pues no es capaz de solucionar la raíz de nuestros
problemas.
Cuando ayudamos a alguien o le
prestamos un servicio, solemos esperar que corresponda a
nuestra solicitud, a nuestro cuidado o incluso sacrificio.
Esto lo esperamos tanto de nuestro cónyuge, hijos, y
familia, como de los amigos o compañeros de trabajo. Así,
olvidamos que en realidad es Dios quien ayuda a través
nuestro a los demás, y no nosotros mismos. Cada uno de
nosotros es sólo un instrumento en las manos del
Creador. Por lo tanto es sobre todo a Él a quien debemos
nuestra gratitud. Esto no significa que no haya que ser
agradecido con quien ha sido bueno con nosotros. La
gratitud es importante y necesaria, pero no hemos de
olvidar que la debemos sobre todo a Dios y sólo después
al hombre.
Nuestras pretensiones con los demás,
exceden con frecuencia los límites de los planes de Dios.
Suponen contar con algo que sería perjudicial para
nosotros, destructivo y catastrófico en sus consecuencias.
Si contáramos sólo con Dios y con su voluntad y no con
los demás, no exigiríamos a nadie que nos ayudara como
quisiéramos. De hecho, los demás no pueden ayudarnos
si Dios no quiere. Esperar este tipo de ayuda es contar con
algo que no existe, es apoyarse en una ilusión.
Sin embargo en nosotros existen
continuamente infinidad de pretensiones ocultas y
resentimientos contra aquellos que no responden a
nuestras expectativas. La amargura que nos invade y el
sentimiento de soledad son consecuencia de pretensiones
insatisfechas, expectativas que no encuentran una
respuesta. A menudo, esto se convierte para nosotros en
un tormento, signo de que no tenemos la actitud del
pobre de espíritu. Por eso no solo son un falso apoyo las
personas que constituyen para nosotros una ayuda y una
73
alegría, sino que también nos ocultan a Dios aquellos que
nos fallan repetidamente y con los que, como decimos,
"no se puede contar".
A pesar del sufrimiento relacionado con
todo esto, ¿no deberíamos reconocer lo valiosas que son
estas situaciones a la luz de la fe? ¿No tendríamos que
agradecer a Dios el no poder contar con la ayuda de
alguien que nos la ofrece en contra de Su voluntad?
Si queremos practicar por lo menos un
poco la virtud de la humildad y, como dice san Juan de la
Cruz, tener por nada a nosotros mismos y a nuestras
cosas18, deberíamos luchar decididamente contra nuestras
expectativas respecto a los demás y contra esta tendencia
a esperar su gratitud o reciprocidad. No deberíamos
contar con que alguien cercano nos rodeara de cuidados y
se preocupara de nosotros cuando lo necesitemos. Sin
duda alguna sólo Dios se ocupará de nosotros, porque
nos ama. Y lo realizará perfectamente desde su punto de
vista, que es el punto de vista del Amor. Nuestro Padre
del Cielo que nos ama, siempre nos da lo mejor, aún
cuando sea el sufrimiento, o la muerte... De hecho todo lo
que sucede en nuestra vida es un encuentro con el Amor,
con la Presencia que nos ama.

El veneno de los apoyos ilusorios

18
“Es menester, (...) aborrecer toda manera de poseer y ningún
cuidado le dejes tener acerca de ello: no de comida, no de vestido ni
de otra cosa criada, ni del día de mañana (...) pues no ha de olvidarse
de ti el que tiene cuidado de las bestias” (San Juan de la Cruz,
Cautelas, Contra el mundo, 2ª Cautela; Obras Completas, Editorial de
Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 108).
74
Toda benevolencia humana manifestada en
contra de la voluntad de Dios puede convertirse incluso
en un veneno para nosotros.
Cuando san Pedro le dijo a Jesús "De
ningún modo te sucederá eso" sin duda alguna quería
mostrarle a su Amigo benevolencia y solicitud, quería
ofrecerle un apoyo psicológico. Pero las palabras:
"¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí,
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de
los hombres!", clasifican claramente la acción de san
Pedro (cf. Mt 16, 22-23). La benevolencia humana
manifestada en contra de la voluntad de Dios puede ser
una acción "satánica", y a pesar de que suela aparecer
vestida con el hermoso manto de la cordialidad y de la
solicitud, puede constituir una fuerza destructiva, un
veneno espiritual bajo una apariencia muy peligrosa.
Lo mejor sería tener la certeza de que la
otra persona, en su relación con nosotros, no hace nada
que Dios no quiera, que cuanto hace está dentro de los
límites de su voluntad. Sólo cuando lo que recibimos de
los demás, es la recta realización de la voluntad de Dios,
no nos hiere ni destruye nuestra vida interior.
Únicamente la voluntad de Dios tiene siempre una acción
curativa, sólo ella es apoyo y salvación para el alma.
Aunque a menudo sea difícil de aceptar, por ejemplo, que
alguien, cumpliendo la voluntad de Dios, nos niegue su
ayuda, no obstante siempre será lo mejor para nosotros.
Este designio que el Creador que nos ama infinitamente
nos dirige, es una expresión del más puro amor.
Pero el hombre, débil y pecador, desea el
veneno de los halagos, se siente atraído por las
apariencias y la ficción. De aquí, precisamente, proviene
la maldad oculta en nuestro deseo de que la gente se
preocupe por nosotros, de modo que satisfaga nuestro
egoísmo, incluso aunque no esté de acuerdo con la
75
voluntad de Dios. Aunque sabemos que es veneno,
nuestro egoísmo está ávido de este tipo de alimento.
Cuando lo recibimos, el efecto siempre es
desafortunadamente el mismo: nos cerramos a la verdad
sobre nosotros mismos y volvemos a caer.
¿Cómo actuar en las situaciones en las que
Dios nos recuerda que estamos llenos de pretensiones
hacia los demás, que tendemos a apoyarnos en las
ilusiones, que somos débiles y pecadores? ¿Qué hacer
cuando estamos llenos de la codicia de los apoyos
humanos que son en realidad un veneno para el alma?
Hay un remedio eficaz para esto, tratar de ponernos en la
verdad y reconocer ante Dios: "Estoy lleno del orgullo de las
pretensiones. Y en lugar de contar sólo contigo espero
continuamente reciprocidad y amor de los demás. El
resentimiento y la amargura que hay en mi son resultado de
expectativas insatisfechas". Y con humildad y fe crecientes
repetir muchas veces: "Te doy gracias porque me amas
precisamente así como soy y me estrechas contra ti, Señor
Jesús".

La gracia de la falta de apoyos

Santa Teresita, consideraba una gracia, el


no encontrar apoyo en el prójimo. "¡Cómo le agradezco a
Jesús que no me haya hecho encontrar más que amargura
en las amistades de la tierra!" escribió19. Por otra parte
esto no fue un obstáculo para mostrar su amor a su padre
y a sus hermanas. Era capaz de amar a sus familiares,
siendo a la vez libre del apego a ellos.

19
Santa Teresita del Niño Jesús, Manuscritos Autobiográficos, 38rº;
Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, págs. 150-
151.
76
Cuando entró en el Carmelo para
entregarse plenamente a Jesús, renunció a su padre, a
aquel a quien a ella le gustaba llamar “mi rey”, que la
amaba y comprendía, y que fue no solamente quien la
cuidó sino también su amigo más cercano. Desde el punto
de vista humano, ella lo abandonó, y lo hizo justamente
cuando él se iba quedando cada vez más inválido y
dependiente del cuidado de quienes lo rodeaban. Además
poco después contrajo una enfermedad que lo privó
significativamente de su autonomía, una enfermedad
humillante y que exigía un cuidado especial.
La actitud de Teresita ante la enfermedad
de su padre, muestra lo mucho que esta niña tan llena de
ternura estaba desapegada del afecto natural hacia la
persona más cercana. Teresita no se apoyaba
ilusoriamente en él, le amaba de forma sobrenatural, a la
luz de la fe veía en él a un futuro santo. Sabía que el único
apoyo real para él era Cristo mismo, por eso pedía
ardientemente la gracia de la santidad para su padre.
Su fidelidad a la voluntad de Dios frente a
la persona que más amaba nos lleva a pensar en María. La
Madre de Jesús no trató de acompañar humanamente a su
Hijo en su sufrimiento, no se convirtió en el Cireneo que
le ayudó a cargar la cruz hasta el Gólgota. Lo acompañó
de la forma más perfecta: respetando la voluntad de Dios,
y realizando de este modo el designio del Creador como
Madre de Jesús y futura Madre de la humanidad. Desde
entonces la relación con su Hijo es, para cada cristiano,
modelo de todas las relaciones interpersonales.

77
78
2. LAS FUERZAS ENGAÑOSAS
DEL
"YO" HUMANO

El pecado original hirió la naturaleza


humana introduciendo en el alma un deseo, eco de
aquella primera tentación ante la que sucumbieron
nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (cf. Gn 3,
5). Desde ese momento la aspiración humana a la
trascendencia está engañosamente orientada a sobrepasar
los límites de las propias posibilidades. En lugar de
desear el poder de Dios, nos esforzamos por encontrar
apoyo en nuestro propio "yo", apoyo que con el tiempo
resulta ser sólo una ilusión.
Durante las purificaciones de la noche
oscura, Dios nos libera de este espejismo y al manifestar la
fuerza de su poder nos revela a la vez nuestra debilidad.
Son las experiencias de cada día: el miedo al futuro visto
sin Dios, los límites de nuestra inteligencia y memoria e
incluso lo efímero de aquello sobre lo que
fundamentamos nuestro sistema de seguridad, las que
nos convencen de la bienaventurada debilidad del "yo"
humano.

El tormento del futuro visto sin Dios

Cuando los bienes de este mundo dejan de


ser para nosotros un apoyo, puede llegar un momento en
el que tengamos la impresión de que hemos perdido
completamente el control sobre nuestra vida, como les
ocurrió a los Apóstoles durante la tormenta en el lago (cf.
Mc 4, 35-41). Seguramente ellos también intentaron rezar
79
y al mismo tiempo luchar contra los elementos con sus
propias fuerzas, pero pese a ello ya no pudieron encontrar
apoyo ni en sí mismos ni en su barca. Enormemente
asustados, dudaron de la posibilidad de salvarse,
temieron morir.
Durante el periodo de las purificaciones20,
cuando se derrumban nuestros falsos apoyos, también
nosotros reaccionamos muchas veces con miedo. La
voluntad de oponerse a las experiencias difíciles no
siempre se manifiesta claramente, pues solemos darnos
cuenta de que son una intervención de Dios en nuestra
vida. Sin embargo si lo que experimentamos genera en
nosotros inquietud o desánimo, es como si
cuestionáramos la obra de la Redención, que se realizó en
el camino del sufrimiento y del despojamiento total.
El fundamento de nuestra preocupación
excesiva ante lo que nos espera, se encuentra en la
desconfianza, cuando ponemos en duda nuestra
esperanza en Dios y en el hecho de que Él mismo se
ocupa por nuestro mañana, tal y como lo hizo ayer y lo
hace hoy. Pues Él era, es y será siempre nuestro único
apoyo real.
Cuando planeamos el futuro desde la
razón no iluminada por la fe, ignoramos la actuación del
Padre Omnipotente y su respuesta a las situaciones en las
que nos encontremos. ¿Acaso nos creemos capaces de
construir el futuro?
¡Cuánto insiste Jesús en que mantengamos
nuestros pensamientos lo más lejos posible del futuro! (cf.
Mt 6, 34), aún cuando de forma insistente vuelvan a
nuestra imaginación. Durante las purificaciones los

20
“...volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos
en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar”
(Catecismo de la Iglesia Católica, 2711).
80
pensamientos sobre el futuro pueden incluso
perseguirnos, sobre todo en el caso particular en el que no
vemos para nosotros ninguna esperanza. Entonces nos
parecerá que todo está ya decidido de antemano, que
estamos condenados a una muerte lenta. Esto despierta
miedo y deseo de huir, por eso con frecuencia la reacción
frente a la pérdida de los apoyos es aislarse en un mundo
propio. Lo anterior puede manifestarse de diferentes
maneras, dependiendo de la etapa de la vida interior y
también del tipo de personalidad e intereses que
tengamos. Sin embargo siempre será signo de infidelidad
e incluso de rebeldía, signo de que continuamente
tratamos de buscar apoyo fuera de Dios.
En el camino hacia la comunión con Jesús,
las purificaciones no tienen por qué realizarse como a
nosotros nos parece. Nuestro Señor es completamente
libre en la elección de las maneras de purificarnos. ¿No
será que tal vez nosotros mismos agrandamos nuestros
sufrimientos y tormentos por nuestra actitud inadecuada
ante el mundo, ante el presente y el futuro, e incluso ante
el pasado?
Cuando nos preocupamos excesivamente
por el futuro y olvidamos la intervención de Dios en
nuestra vida, pisoteamos el don que nos hace hijos del
Padre Celestial, amados y rodeados de su cuidado
continuo. Si la inquietud sobre el futuro genera en
nosotros tristeza, desánimo y abatimiento, quiere decir
que ponemos en duda el amor paternal de Dios. Por eso la
preocupación excesiva por el futuro origina no sólo un
tormento psicológico, sino también espiritual, unido a la
falta de apoyo en la Providencia Divina.

Cuando el espíritu maligno nos reta a duelo

81
El abatimiento y la tristeza que aparecen
cuando sucumbimos a la tentación de la preocupación
excesiva por el futuro, manifiestan claramente que Dios
no está ahí, que esta forma de pensar y esta actitud son
“nuestra obra”, en la que con frecuencia participa también
el espíritu maligno. Por eso las palabras del Salvador:
"¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí,
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de
los hombres!" (Mt 16, 23) pueden referirse también a
nosotros.
Sucumbimos a Satanás cuando nos
preocupamos excesivamente por el futuro como san
Pedro, que ante el anuncio de Jesús acerca del sufrimiento
y la muerte que le esperaban, reaccionó oponiéndose
decididamente: "De ningún modo te sucederá eso" (Mt 16,
22). Pedro reaccionó humanamente ante la perspectiva de
la pasión y muerte de su Maestro y ante su propio
sufrimiento, y quiso remediarlo humanamente.
La tentación de la preocupación excesiva
contiene en su raíz la duda de la esperanza en que Dios
nos cuida. Pero como advierte san Maximiliano María
Kolbe, cuando nos asaltan las tentaciones contra la
esperanza, la fe y la pureza no podemos luchar contra
ellas directamente21. Las tentaciones son el guante que
Satanás nos arroja para retarnos, son su desafío directo. Y
quien se pone a luchar contra Satanás, se condena de
antemano a una derrota inevitable, pues esforzándose por

21
“Cuando viene la tentación contra la fe, contra el sexto
mandamiento, la esperanza, etc. no se debe emprender lucha contra
ella, sino, antes al contrario, dirigir el pensamiento hacia algo distinto.
En esas situaciones, es muy importante que, en el mismo instante, se
desvíe el pensamiento. Hazlo con calma, pero inmediatamente”
(Conferencias de San Maximiliano Kolbe, nº 194, 16/11/1938,
Niepokalanów, 1983, pág. 308)
82
apoyarse en sí mismo, se cree más fuerte que el espíritu
maligno.
¿Qué podemos hacer entonces?
Imagínate que te reta a duelo alguien lleno
de orgullo y mucho más fuerte que tú. Si sabes que no
eres capaz de hacerle frente, lo mejor sería no recoger el
guante. En la Edad Media este comportamiento era para
el caballero la peor de las ofensas. También Satanás queda
especialmente humillado y vencido por este tipo de
menosprecio: ignorar la tentación. De otra manera te
debilitará y te destruirá, tentándote con los pensamientos
sobre el futuro y conduciéndote a una tristeza, duda y
desánimo cada vez mayores.

Poner en duda las preocupaciones excesivas

Dios no espera que luchemos contra las


preocupaciones excesivas ni contra los pensamientos
sobre el futuro. El que mira con sencillez de corazón su
presente y no se anticipa al futuro, es feliz sabiendo que
éste no le pertenece, sino que se encuentra completamente
en manos de Dios. El ejemplo de los santos refuerza
nuestra convicción de que la intervención de Dios puede
ser tan poderosa que incluso la muerte en el martirio llega
a ser penetrada por la presencia de Aquel con quien el
hombre se ha unido, por la presencia del más tierno
Amor.
En la etapa de las purificaciones, nuestra
renuncia activa22 debería centrarse, en poner en duda

22
En adelante aparecerá varias veces esta expresión “renuncia
activa”. La Hermana Lucía, expresa muy bien su sentido. Renuncia
activa puede comprenderse como el abdicar voluntariamente de algo
que es legítimo para la persona, en función de un bien mayor. Tal
actitud se constituye como el objetivo operativo y activo de apertura a
83
continuamente la preocupación excesiva por nuestro
futuro, o por el de las personas que de alguna forma nos
han sido confiadas. Cuando experimentamos tentaciones
de rebeldía, miedo o desánimo, debemos reconocer que
tenemos poca fe y que somos esclavos de los apoyos
humanos, recurriendo confiadamente a la Misericordia
Divina. Entonces, Jesús mismo, inclinándose sobre
nuestra miseria, entrará en nuestro despojamiento
venciendo barreras infranqueables para nosotros.
Podemos defendernos de la preocupación
excesiva haciendo frecuentes actos de fe, de esperanza y
de confianza, incluso aunque nos parecieran
completamente inútiles. Hay que clamar a Dios
ignorando cualquier obstáculo, como el ciego de Jericó:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” (Mc 10,47);
como Pedro cuando se hundía en las aguas: “¡Señor,

la conversión personal y comunitaria. Tomemos como ejemplo a los


pastorcillos de Fátima, Jacinta, Francisco y Lucía, que en la vivencia
profunda de su fe y en su comprensión del misterio hacen sus
“pequeños” sacrificios, que ofrecen para el bien de los otros, como
expresión de amor tal que llega a casi comprometer una correcta
antropología cristiana.
“La renuncia a todo lo que nos puede llevar al pecado es el camino
para la salvación. Por eso nos dice el Señor que “el que quiera salvar
su vida, la perderá”, esto es, quien quisiera satisfacer sus apetitos
desordenados, según una vida pecaminosa, andar por el largo camino
ancho del pecado, si de eso no se arrepiente ni enmienda, pierde la
vida eterna. (...) “Quien no tome su cruz y me siga, no es digno de mi”
(Mt 10, 38). ¡Sí! ¿Cómo puede ser amigo de Dios y digno de la vida
eterna aquél que no se sacrifica lo preciso para andar por el camino de
sus preceptos, renunciando a placeres ilícitos, a caprichos de orgullo,
de vanidad, de celos, de avaricia, de las comodidades exageradas,
faltando a la caridad y a la justicia para con el prójimo, sacudiéndose
el yugo de la cruz de cada día o arrastrándola de mala voluntad, sin
conformarse y unirse a la cruz de Cristo?” (Hermana Lucía,
“Llamadas del mensaje de Fátima”, Editorial Planeta, Colección
PLANETA + TESTIMONIO, Barcelona 2002, pág. 108).
84
sálvame!” (Mt 14, 30); o como los Apóstoles durante la
tormenta en el lago: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! (Mt 8,
25). Tenemos que orar para que Él mismo nos preserve de
pisotear el amor de Dios: "Señor, ves que no sólo te soy infiel,
sino que también enveneno a otros con mi tristeza y mi forma
humana de pensar. ¡Señor, sálvame!"
La falta de fe, la tristeza, el desánimo o las
rebeldías no son un obstáculo definitivo en el camino a la
santidad. El único obstáculo es no querer recurrir al
Sacrificio Redentor de Cristo.

La purificación de la razón y de la memoria

Es comprensible que en la vida diaria nos


guiemos por nuestra razón, nuestro conocimiento, o
nuestra experiencia adquirida; y que esto sea un apoyo
para nosotros. Dios lo consiente hasta cierta etapa de la
vida interior.
Sin embargo, con el tiempo, puede querer
que nos abandonemos más en Él mismo y perdamos las
ilusiones acerca de todos los demás apoyos. Aceptar que
los falsos apoyos se derrumben, implica poner en duda
todo lo que hasta ese momento considerábamos
fundamento indestructible de nuestra vida.
Ahora bien, nuestra razón puede no
aceptarlo y la memoria protestar sugiriendo experiencias
del pasado, que nos llevan a pensar inequívocamente que
la pérdida de apoyos conduce a la destrucción. La razón
no iluminada por la fe y la memoria no purificada,
pueden convertirse en fuente de duda, resistencia y

85
rebeldía ante las exigencias de Dios. De aquí precisamente
se desprende la necesidad de que sean purificadas23.
Es muy importante que en este ámbito de
la razón y la memoria queramos realizar renuncias
activas, negándonos continuamente a nosotros mismos
para abrirnos cada vez más a lo que el Padre que nos ama
quiere concedernos. Espera que poniendo en duda
nuestros propios juicios y valoraciones, y aceptando que
Él descubra la falsedad e ilusiones que hay en ellos, nos
presentemos ante Él con apertura de corazón y la
voluntad dispuesta a seguirle. Lo que cuenta sobre todo
es nuestra actitud interior: la disposición a poner en duda
nuestra forma de pensar. Cuanto más dispuestos estemos
a hacerlo, mayor disposición habrá en nosotros para
seguir la voz de Dios.
Dios quiere que uniéndonos a Él vivamos
cada vez más la vida de fe, encontrando apoyo en su
poder y en su amor. No obstante, esto es completamente
contrario a nuestros apegos y a todo nuestro sistema de
apoyos ilusorios que el espíritu de este mundo nos
sugiere. Cuanto más enraizados estén estos apoyos en
nuestras experiencias del pasado y en toda nuestra forma
de pensar, tanto más profundas serán las purificaciones
que nuestra razón y nuestra memoria necesitan. Esto
conlleva un cierto tipo de sufrimiento. Pero no hay que

23
San Juan de la Cruz dice que en el camino a la unión con Dios “para
que la inteligencia llegue a la divina unión, ha de quedar limpia y
vacía de cuanto los sentidos pueden recibir. Ha de estar también
desnuda y desmantelada de todo cuanto con claridad puede entrar en
ella. Y ha de permanecer sosegada íntimamente, callada y en ejercicio
de fe, que es el único medio inmediato y proporcionado para que el
alma se una con Dios” (Subida al Monte Carmelo, II, 9, 1; edición de
Jesús Martí Ballester, “San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo
leída hoy”, Ediciones Paulinas, Colección Fermentos, Madrid 1991,
pág. 142).
86
tener miedo, porque el Padre misericordioso nos conduce
con gran delicadeza a través de las pruebas de la fe. Estas
han de liberarnos de apoyarnos en las ilusiones, para que
uniéndonos con Dios podamos ver más allá de lo que nos
muestran nuestra limitada razón y escasa experiencia.

Bendita debilidad

Todos queremos tener la impresión de ser fuertes,


competentes y de que por nosotros mismos decidimos
nuestro destino. Tenemos miedo a la debilidad física,
psíquica y espiritual, porque creemos que nos incapacita
para vivir. Sin embargo, el hecho de que Dios nos quite
los apoyos va unido en general a un sentimiento creciente
de debilidad y ha de conducirnos a apoyarnos solamente
en Él.
Para llegar a apoyarnos únicamente en
Dios, tenemos que ser defraudados de alguna manera por
todos los demás apoyos y perder las ilusiones
relacionadas con ellos. Así que no hay que extrañarse de
que, conforme se desarrolla la vida interior, disminuya
también nuestra resistencia a las tensiones y las
humillaciones, y de que nos sintamos cada vez más
desvalidos ante la vida y los problemas que Dios coloca
ante nosotros. Nuestro Salvador exige una comunión cada
vez más profunda con Él, y esta se hace posible cuando,
rodeados de acontecimientos y problemas, descubrimos
en Él nuestro único apoyo.
La debilidad, que tanto tememos, es en sí
misma una bendición y un gran don para nosotros. El
debilitamiento de nuestra resistencia psíquica hace que
perdamos el apoyo en nosotros mismos y en
consecuencia, en la ilusión de que somos capaces de
afrontar cualquier prueba de fe por nuestras propias
87
fuerzas. Gracias a ésto, nos vemos obligados de alguna
manera a suplicar Misericordia, y por lo tanto a buscar
nuestro apoyo en Dios. Surge entonces una oportunidad
excepcional para que la gracia de Dios penetre en nuestro
corazón. Jesús puede servirse de nosotros como sus
instrumentos, al menos en cierta medida. Esto aumenta
extraordinariamente la eficacia de nuestras acciones, pues
se pone en movimiento una intervención especial de la
Providencia.
Dios realizaría milagros si le dejáramos,
aunque fuera un poco, entrar en nuestra vida. Desde el
punto de vista espiritual, la mejor situación, es cuando
nos encontramos completamente débiles y desvalidos y
suplicamos la Misericordia de Dios, con la certeza de que
el Creador nos ama como somos.

El poder que pasa

Si en ciertos aspectos de la vida nos


sentimos siempre fuertes, tenemos que reconocer que ésto
es un estado pasajero. La buena salud física y el buen
estado psicológico, la maravillosa «situación espiritual»,
desde nuestro punto de vista, todo esto no es duradero y
paulatinamente tendrá que sernos quitado para que
podamos unirnos a Dios. Lo normal debería ser la
experiencia de nuestra debilidad y la conciencia de
nuestra total dependencia del Creador en todos los
aspectos de la vida. Esto sucederá, cuando nos hayamos
empapado completamente de las palabras del Señor:
“Separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Nada
significa ni siquiera las cosas más pequeñas.
Aprovechar la debilidad física, psíquica y
espiritual para suplicar humildemente la comunión con
Cristo, exige una gran fe. Si nuestra debilidad afecta
88
siempre sólo a algunos aspectos de nuestra vida,
deberíamos reconocer humildemente que es la debilidad
de nuestra fe la razón por la que no podemos ser puestos
en pruebas mayores, las cuales serían una llamada a
apoyarnos en Dios y no en nosotros mismos.

89
3. LA PURIFICACIÓN DE
LAS RELACIONES HUMANAS
El mundo que nos rodea puede cerrarnos a
Dios, cuando buscamos apoyos, en las personas o en las
cosas. Buscamos ayuda de los demás, nos apegamos a
ellos e incluso les adoramos. Todo esto representa el
mundo de nuestro extravío. Con frecuencia nos situamos
también en este mundo desorientado, provocando a los
demás para que busquen apoyo en nosotros, nos valoren
e incluso nos adoren. De este modo nuestro extravío se
hace aún más profundo.
Para salir de esta situación, hemos de mirar
el mundo desde un punto de vista contrario. Entonces
éste puede abrirnos a Dios y conducirnos a la unión con
Él. Esto es lo que sucede cuando descubrimos su
Presencia en los dones con que Él nos obsequia y en las
personas que Él pone en nuestro camino, con las que
quiere relacionarnos por medio de diferentes formas de
vínculos sobrenaturales.
Pero... ¿qué persona, por muy maravillosa
y espiritual que sea, puede ser por sí misma un verdadero
apoyo?

Cuando olvidamos al Dador

San Juan de la Cruz advierte que el alma


que se apega a una criatura, de ninguna manera podrá
unirse al ser infinito de Dios24. De ninguna manera...

24
“Todo el ser de las criaturas es nada comparado con el Ser infinito
de Dios. Consiguientemente, el hombre que pone su afecto en las
criaturas es nada delante de Dios (...). De ningún modo podrá, pues,
este hombre unirse con el ser infinito de Dios, pues lo que no es, no
90
Precisamente por eso Dios tiene que
purificar, ya sea aquí en la tierra o después en el
purgatorio25, todos los vínculos con las personas que nos
lo ocultan. Es nuestro Señor quien, deseando unirse a
nosotros, hace que todos los vínculos de sangre y las
amistades sean purificadas26. Esto atañe también al
matrimonio, por eso precisamente, llega un tiempo en el
que el esposo y la esposa se sienten solos y
completamente incomprendidos por su cónyuge.
La persona que nos ama es siempre sólo un
instrumento en manos del Padre que nos ama, un don de

puede coincidir con lo que es” (Subida al Monte Carmelo, 1, 4, 4;


edición de Jesús Martí Ballester, “San Juan de la Cruz, Subida al
Monte Carmelo leída hoy”, Ediciones Paulinas, Colección Fermentos,
Madrid 1985, pág. 55).
25
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1030-1032.
26
San Juan de la Cruz subraya la necesidad de purificar los
sentimientos y afectos naturales que tenemos hacia familiares o
amigos para que no constituyan un obstáculo para nuestra plena
apertura a Dios: «La primera (cautela) es que acerca de todas las
personas tengas igualdad de amor e igualdad de olvido, ahora sean
deudos ahora no, quitando el corazón de éstos tanto como de aquellos
y aún en alguna manera más de parientes, por el temor de que la carne
y sangre no se avive con el amor natural que entre los deudos siempre
vive, el cual conviene mortificar para la perfección espiritual. Tenlos
todos como extraños; y de esta manera cumples mejor con ellos que
poniendo la afición que debes a Dios en ellos. (San Juan de la Cruz.
Cautelas, 5; Obras Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid
1993, pág. 117). «Sobre todas las personas. Ten igualdad de amor e
igualdad de olvido, sean parientes o no lo sean. Desapega el corazón
de los unos y de los otros. Más de los parientes, por el temor de que la
carne y sangre se avive más con el amor natural que siempre vive
entre los parientes. Es conveniente mortificar este amor para la
perfección espiritual. Tenlos a todos como a extraños, y así cumples
mejor con ellos que poniendo en ellos la afición que debes a Dios (San
Juan de la Cruz, Cautelas, 5; edición de Martí Ballester, “San Juan de
la Cruz, Llama de amor viva, leída hoy”, Ediciones Paulinas,
Colección Fermentos, Madrid 1987, pág. 270 ).
91
Dios y una ayuda en el camino a la santidad. Si el alma
obsequia a la criatura con su apego, entonces el don se
vuelve más importante que el Dador, lo oculta, y
comienza a realizar el papel de ídolo. El alma se vuelve
entonces semejante a un niño mal educado, que ha
recibido un regalo maravilloso, pero que no se acuerda en
absoluto de la persona que se lo regaló. Le da la espalda y
absorbido completamente por su juguete no le presta
ninguna atención, ni siquiera tiene la intención de
agradecérselo. Si este comportamiento es inaceptable en
las relaciones humanas, cuanto más herimos y ofendemos
a Dios que nos lo ha dado todo, y que en la persona de su
Hijo divino ha entregado su vida por nosotros.
Cada don ha de recordarnos al Dador, ha
de centrar nuestra atención en Dios en lugar de
ocultárnoslo; también el don del afecto humano o de la
amistad, el don del amor matrimonial o de la relación
afectuosa con los hijos. Al concentrar la atención y la
emoción en las personas que son para nosotros un don
del amor de Dios, ni apreciamos al Dador ni apreciamos
el don: destruimos la amistad y despreciamos al Señor. La
persona cercana en vez de ser una ayuda en el camino a la
santidad se convierte en una zancadilla. Al adorarla
volamos como polillas hacia la llama que nos destruye.
Por el contrario podemos gozar durante
mucho tiempo sin perjuicio para el alma, del apoyo
psicológico que nos da una persona cercana, si
procuramos recordar a Aquél que nos ofrece ese apoyo y
cooperar con su gracia. Entonces el mundo no se nos
derrumbará aún cuando nuestro Señor, habiendo
cumplido el plan relacionado con la presencia de esa
persona en nuestra vida, de un modo u otro nos la quiera
quitar. Veremos en esto un nuevo plan del amor de Dios y
por lo tanto un nuevo don.

92
Jesús, en el período de su vida pública dijo
de sí mismo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del
cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde
reclinar la cabeza“ (Lc 9, 58). Estas palabras pronunciadas
por el Salvador cuando los Apóstoles todavía le seguían
fielmente no tienen por qué significar únicamente la falta
de un lugar estable para vivir. Pueden significar también
que seguir a Cristo implica renunciar a los apoyos
humanos que buscamos en la relación con los más
cercanos.

Doble despojamiento

Al tratar a las personas como apoyos en sí


mismas, hacemos que las relaciones con ellas se vuelvan
falsas y llenas de ilusiones. Si Dios nos conduce al
desierto y quiere disipar aunque sea sólo parte de estas
ilusiones, sufriremos seguramente una profunda
frustración.
En el proceso de las purificaciones sin
duda experimentaremos muchas veces la soledad y el
rechazo por parte de los demás; pueden llegar a fallarnos
todos, uno por uno. Y cuando comencemos a perder el
apoyo en las personas de las que antes habíamos recibido
mucho bien y en las que confiábamos, podremos
sentirnos engañados, perjudicados, traicionados.
En este periodo, Dios puede permitir que
al mismo tiempo los demás se desilusionen de nosotros y
nos den a entender que hemos frustrado sus esperanzas.
Podemos pues experimentar un doble despojamiento,
tanto en relación con aquellos que eran un apoyo para
nosotros como con aquellos que habían encontrado apoyo
en nosotros.
Todo esto será probablemente difícil de
soportar, sobre todo cuando veamos que por nuestras
93
propias fuerzas no somos capaces de cambiar nuestra
actitud hacia las personas ni de referir a Dios nuestra
relación con ellas. Sin embargo, nuestro Padre
Misericordioso no quiere que estemos tristes o llenos de
amargura, sólo desea que reconozcamos con sinceridad la
verdad sobre nosotros y que se la llevemos. De rodillas
ante Él podemos repetir con humildad y confianza: Soy
ciego a tu amor, “esclavo vendido al poder del pecado”, y tus
dones, Señor, no me dejan verte. No quiero crucificarte más
adorando a una persona u ocultándote a Ti conmigo mismo. No
quiero olvidarte, Salvador mío. Por eso te pido, que te inclines
sobre mi miseria, únete a mí y tú mismo en mí y por mí 27 adora
a Dios presente en mi vida a través de los demás.

27 La afirmación “en mí y por mí” nada tiene que ver con la idea de
“quietismo”. Significa la actuación de Dios en nosotros al ser
penetrados por la acción del Espíritu Santo. “La espiritualidad
cristiana tiene como característica el deber del discípulo de
configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29;
Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente
como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace
miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta
unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de
adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento
del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los
mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las
palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27)”
(Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 15).
Esta configuración cada vez más plena con Cristo, es el “verdadero
'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con
palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una
ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí» (Ga 2, 20)” (Juan Pablo II, Rosarium Virginis
Mariae, 26).
Pueden ayudar también a comprender el sentido de la afirmación “en
mi y por mi” las palabras que Jesús dirigió a Santa Margarita María de
Alacoque: Quiero “que ya no vivas sino de la vida del Hombre-Dios;
es decir, que vivas como si no vivieses, dejándome vivir en ti, porque
soy tu vida, y no vivirás sino en Mí y por Mí. Quiero que obres como
94
El esfuerzo del corazón por evitar los apoyos humanos

¿Qué hacer para que nuestros vínculos con


los demás no sean un obstáculo en nuestra unión con
Dios? Nuestro Señor quiere sobre todo que reconozcamos
sinceramente que somos esclavos del deseo humano de
recibir afecto, de ser recordados y aceptados. Quiere que
deseemos ver este problema y que lo reconozcamos ante
Él.
Nuestro esfuerzo también es necesario:
tratar conscientemente de no apegarnos a las personas,
evitar las ocasiones en que se despiertan apegos en uno
mismo y en los demás. Lo importante sobre todo es el
esfuerzo del corazón, que procuremos estar desapegados
de todos los apoyos humanos.
En nuestras relaciones con los demás
también es necesaria la prudencia. Esta exige guardar
cierta sana distancia respecto a ellos. Aunque a veces hay
que renunciar a esto en consideración a la fragilidad
psicológica y espiritual de algunos, siempre es mejor
tratar con reserva por lo menos a quienes espiritualmente
son lo suficientemente maduros para aceptarlo. Al
analizar en conciencia cada una de estas situaciones, no

si no obrases, dejándome obrar en ti y por ti, abandonándome el


cuidado de todo. No debes tener voluntad o debes conducirte como si
no la tuvieras, dejándome querer por ti en todo y en todas partes”
(Santa Margarita María de Alacoque, Autobiografía, Editorial
Apostolado Mariano, Sevilla, 4ª edición, nº 65, pág. 74).
“Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los
Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo
verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él,
llegar a ser realmente hijo de Dios” (Juan Pablo II, Novo Millenio
Ineunte, 23).
95
hemos de olvidar nuestra esclavitud a apegarnos a las
personas y pedirle a Jesús que Él mismo dirija nuestro
comportamiento.
Jesús, en su relación con los Apóstoles
mostró a algunos un trato especial: a san Juan por ejemplo
le mostró más cariño que a los demás. Pero al final tuvo
que separarse de todos ellos para que pudieran recibir al
Espíritu Consolador.
No hay que engañarse pensando que el
hecho de conocer la teoría de los apoyos, es suficiente
para vivirla. Por eso no hay que extrañarse de que uno
caiga continuamente en este terreno. De hecho nuestro
Salvador viene no a los sanos, sino a los enfermos, a
aquellos que están mal. Es el Médico divino, que desea
curarnos de los pecados. Si llenos de esperanza le
llevamos con perseverancia cada síntoma de nuestra
miseria, un día llegará el momento en el que Él se
inclinará sobre nosotros y en respuesta a nuestra súplica
llena de confianza para que nos cure una vez más, Él
mismo se unirá a nosotros completamente.

Los instrumentos que Dios pone en nuestro camino

Los santos, al perder el apoyo en las


personas más cercanas se abandonaban sin reservas en
Dios. Sin embargo, durante el período de la noche
oscura28 también ellos aprovecharon la ayuda espiritual
de las personas que Dios mismo puso en su camino.

28
“A los que Dios quiere purificar de estas imperfecciones los mete en
la noche oscura para conducirlos más arriba” (San Juan de la Cruz,
Noche Oscura, 1, 2, 8; edición de Jesús Martí Ballester, “San Juan de
la Cruz, Noche oscura leída hoy”, Ediciones Paulinas, Colección
Fermentos, Madrid 1985, pág. 47).
96
Nuestro Padre celestial quiere que encontremos su apoyo
en otras personas, pero sobre todo en aquellos que han
llegado a convertirse en instrumentos en sus manos.
En el proceso de las purificaciones, en
lugar de los vínculos humanos podemos adquirir
amistades espirituales por medio de las cuales Cristo
mismo nos rodeará con su cuidado especial y nos dará su
apoyo a través de otra persona. Sin embargo, no podemos
buscar en ella un apoyo meramente humano.
Aceptar una relación con alguien en un
plano exclusivamente espiritual puede resultar muy
difícil, sobre todo si antes nos unía también con esa
persona una amistad humana. Un amigo espiritual no
satisface las expectativas que generalmente vinculamos
con la amistad. Por eso deberíamos tratar de separar las
características personales de ese amigo de aquello que
Dios quiere realizar en nuestra vida a través de él. El
Creador querrá realizar sobre todo el plan que ha
pensado para nosotros, y en este sentido, la persona que
coloca en nuestro camino como instrumento suyo, se
volverá un apoyo para nosotros. Sin embargo, mientras
no sea santa, no puede darnos más que una parte de
aquello con lo que Dios quiere colmarnos a través de ella.
Sólo alguien plenamente unido a Cristo puede dar todo lo
que Dios quiere.
Practicando renuncias activas, deberíamos
pedir ardientemente la gracia de ver con los ojos de la fe
aquello que nos sucede en nuestras relaciones con los
demás. Si no tenemos suficiente fe, no podremos
extrañarnos de no recibir ayuda de aquél a través del cual
Dios quiere darnos su apoyo. La mirada de la fe nos
permitiría comprender que la otra persona por sí misma
no es capaz de ayudarnos y que en cualquier momento
podría herirnos muy dolorosamente. Sin embargo, viendo
nuestra fe, Dios puede dar gracias especiales a su
97
instrumento para que, a pesar de sus muchas
imperfecciones, se convierta para nosotros en una
prolongación de sus manos compasivas. Precisamente así
“funcionan” todos los apoyos que Dios nos da.

Ante quién nos confesamos

Nuestra actitud de fe orante ante el


sacramento de la reconciliación juega un papel esencial en
nuestra apertura a la gracia. Cuando vamos a confesarnos
generalmente tenemos que luchar contra una forma
oculta de fariseísmo que está profundamente arraigada en
nosotros. No creemos plenamente en la presencia de
Cristo en el sacerdote que nos confiesa, y al tratarlo
humanamente, intentamos ocultar de alguna manera, la
inmensidad de nuestro mal. No confiamos en que cuando
lo confesemos en toda su plenitud, alcanzaremos el
milagro de nuestra transformación. Nos comportamos
como un asesino que estando ante el tribunal, manipula la
verdad para disminuir la dimensión de su culpa.
Pero de hecho no es importante si el
confesor descubre totalmente o no nuestra miseria, de
todas maneras Dios la ve. Es a Él a quien venimos a
confesar nuestros pecados y de quien recibimos la gracia
del perdón. Nos confesamos delante de Cristo, y no del
sacerdote, es con Él con quien nos encontramos en el
sacramento de la reconciliación. Algunos santos durante
la confesión trataban de dirigirse directamente a Jesús. Sin
embargo, lo más importante no es la forma, que ya está
determinada por la Iglesia, sino el hecho de ver a Cristo
durante la confesión, querer apoyarnos en Él, y no buscar
un apoyo humano en el confesor.
Si durante la confesión predominara en
nosotros la actitud de fe viva, no habría nada ni nadie,
98
sólo Jesucristo, a quien venimos y delante de quien nos
presentamos profundamente conscientes de nuestra
miseria y maldad. Entonces, cualquier clase de acción
farisaica quedaría bloqueada en nosotros. Podríamos
abrirnos enteramente al don del perdón y aprovecharlo
en plenitud. Nuestra cooperación con la gracia y sus
frutos en la vida cotidiana serían distintos.

La Amistad sobrenatural

El establecimiento de relaciones
sobrenaturales con las personas exige un cierto cambio de
perspectiva. Si al tratar con una persona cercana
intentáramos ver en ella un don de Dios, concentraríamos
nuestra atención sobre todo en Aquél que nos obsequia.
Veríamos entonces que la lealtad al amigo tiene que ir
paralela con la lealtad a Dios, incluso aunque esto
pareciera un rechazo al don de la amistad.
La verdadera lealtad exige a veces que, si
esta es la voluntad de Dios, abandonemos incluso a un
amigo necesitado, negándole nuestro apoyo visible, como
pueden ser la amabilidad o la ayuda. Lo más importante
es que no sigamos ocultándole a Dios y que gracias a esto
le empujemos a apoyarse en Él por medio de la fe. La
persona que Dios ha puesto en nuestro camino como
amigo espiritual también puede comportarse así con
nosotros, convirtiéndose en ese momento en instrumento
de las exigencias de Dios. Podemos seguir el ejemplo
de Jesús nuestro Señor, quien al ascender al cielo, en
cierto sentido abandonó a sus discípulos. Les privó del
apoyo que les ofrecía el contacto sensible con Él,
obligándoles de alguna forma a apoyarse en la fe.
La tentación de apoyarse en un contacto
sensible, en la comprensión y el afecto humano de la
99
persona cercana regresará continuamente. Sin embargo
esta persona puede estar en oscuridades espirituales, y
entonces la barrera de incomunicación que Dios permite
en estas situaciones, a veces es difícil de superar. A
menudo nos resultará difícil aceptar estas experiencias, y
continuamente nos engañaremos esperando la
comprensión humana y la cercanía de los amigos. Esto
puede ser fuente de sufrimiento y de dolorosas
decepciones. De hecho, toda amistad humana se basa en
la suposición de que el amigo no nos fallará cuando
necesitemos su ayuda. Sin embargo, esto es una ficción.
Sólo Dios es fiel e infalible, y el hombre lo es sólo en razón
de Dios y conforme a sus designios para con nosotros.
Cuando Dios nos libera de los lazos
humanos, puede mostrarnos claramente la debilidad del
instrumento con el que se nos ha acercado hasta este
momento. Es como si quisiera decirnos: Yo soy tu apoyo, no
esta persona.
Al afrontar los diferentes problemas y
dificultades, sería bueno que tratáramos sobre todo de
apoyarnos directamente en Dios, por medio de la oración
y de actos de fe, esperanza y caridad. Sin embargo, puede
suceder que Dios quiera que busquemos apoyo en Él de
modo indirecto a través de una persona, que se convierte
de esta manera en una prolongación de su mano
compasiva. Al buscar apoyo en el amigo que Dios nos da
y al recurrir a su ayuda, deberíamos ante todo contar
siempre con Dios, que actúa a través de su instrumento.
Si por medio del don de la amistad
procuramos ver siempre al Padre que nos obsequia,
entonces nos acercaremos a la llama que, como dice santa

100
Teresita, “arde sin consumirse”29. Sólo la llama del amor
de Dios no hiere, sino que regenera, haciéndonos capaces
de elevarnos hacia Él cada vez más alto, para que estando
sumergidos en Él podamos ser transformados. La Virgen
María, al sumergirse en la llama del Amor Divino, quedó
tan transformada que veía todo y a todos
sobrenaturalmente: pensaba, percibía, y amaba a la
manera de Dios.
En definitiva, lo más importante es que nos
enamoremos de Dios y sólo de Él, para que, al unirnos a
Aquél que es el único que nos ama verdaderamente,
podamos algún día sumergirnos para siempre en la llama
transformante de su amor.

29
Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscritos Autobiográficos, 38vº,
cap.V; Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, pág
151.

101
102
Tercera parte

LA LIBERACIÓN DE LAS
ILUSIONES

Procura siempre que las cosas no sean nada para ti,


y que tu nada seas para ellas

San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia


Obras Completas, Dichos de Luz y Amor,
9230
Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993,
pág. 104

30
Adaptación del texto original de San Juan de la Cruz: “Procure
siempre que las cosas no sean nada para ella, ni ella para las cosas;
mas, olvidada de todo, more en su recogimiento con el Esposo” (San
Juan de la Cruz; Dichos de Luz y Amor, 92; Obras Completas,
Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 104).
103
104
Por la actuación purificadora de la gracia y
nuestra cooperación con ella, los apoyos materiales y
psicológicos, aunque no dejan de existir, comienzan a
perder ése mágico resplandor que atrae nuestra codicia.
Pero esto no significa todavía la liberación de los apoyos
ilusorios.
Cuando Dios, queriendo atraernos a Él,
nos muestra cada vez más claramente el valor de los
dones espirituales, nuestro interés se vuelca en ellos y se
convierten en el nuevo objeto de nuestra codicia. El amor
propio se alimenta de todo lo que puede y la codicia de
siempre pone ahora sus esperanzas en ilusiones más
sutiles.
Esto puede manifestarse en la búsqueda de
apoyo en el progreso espiritual, adoptar la forma de
fariseísmo enmascarado o apoyarse en los dones
espirituales separados del Dador divino. Estos apoyos
espirituales son más sutiles que los anteriores y por lo
tanto mucho más peligrosos, por eso se necesita una
mayor vigilancia y una apertura cada vez más profunda
al amor purificador de Dios.

105
106
1. EL CARÁCTER ILUSORIO DEL
APOYO EN LA PROPIA
PERFECCIÓN

Los bienes espirituales constituyen un


apoyo importante para la persona que trata de vivir la
vida interior, pues considera que, en la perspectiva del
camino hacia Dios, estos bienes le hacen “alguien”, y le
aseguran una “fuerte posición espiritual”. ¿Pero
realmente consiste en esto el verdadero progreso
espiritual?
El pobre de espíritu es aquél que no posee
ningún otro apoyo fuera de Dios. Los apoyos ilusorios en
la esfera espiritual, que nuestro amor propio genera
incesantemente, imposibilitan la realización de la
bienaventuranza evangélica, y por lo tanto nuestra
comunión con Dios.
Nuestro Señor, que es un Dios celoso, se
une al alma en la medida en que se despoja de los apegos,
es decir, en la medida en la que le abre un espacio para Él.

Las gracias que intentamos apropiarnos

Uno de nuestros apoyos más frecuentes es


el de la buena opinión sobre nosotros mismos. Todo el
mundo quiere creer y pensar lo mejor de sí mismo y
apoyarse en su buena imagen. Esto hace referencia no
solo a nuestra capacidad física, sino también a nuestras
facultades intelectuales, a los rasgos de nuestro carácter, y
a nuestros valores espirituales.
Cuando Dios se acerca, su luz nos permite
ver más claramente nuestros defectos e imperfecciones.
107
¿Cómo reaccionamos ante esto? Por lo general ansiamos
corregirnos y cambiar, librarnos de nuestros defectos para
convertirnos, en definitiva, en “otras personas”.
Si analizamos con atención este deseo de
corregirnos, podemos ver que en el fondo lo que
deseamos es apoyarnos en nuestra propia perfección. Es
el deseo de conquistar y poseer como algo propio, la
capacidad interior para obrar el bien, de manera que
podamos apoyarnos en ella.
Cuando sueñas con alcanzar lo más
rápidamente posible la perfección, apoyándote en la
ilusión de que por tus propias fuerzas eres capaz de
“conquistar a Dios”, eres como el rico, lleno de codicia,
que desea añadir bienes espirituales a todo lo que posee.
Pero de hecho, el pobre de espíritu nada
posee y de nada dispone. Por lo tanto no es propietario de
la perfección ni de virtud alguna. Convertirse en pobre de
espíritu es un camino de apertura incesante a la gracia, de
sometimiento continuo a la acción de Dios y de
reconocimiento humilde de que todo bien que posee,
proviene y es obra de Dios, que actúa en nosotros y a
través de nosotros.
¿Dónde encontramos aquí espacio para
“poseer” la perfección, para servirse libremente de
cualquier cualidad o habilidad? La actitud de pobreza
espiritual implica más bien un deseo completamente
opuesto: que Jesús libremente se sirva de ti, que pueda
disponer de tu alma y de tu cuerpo en cada momento.
Solamente esta actitud nos protege de la
tentación de apropiarnos de las gracias que Dios nos
concede y del deseo de poseer como propio ese bien que
Él obra en nosotros y a través de nosotros. Sin embargo,
tal actitud exige ser pobre respecto a todo lo que
poseemos.

108
En el camino de la pobreza espiritual
podrás convertirte en verdadero cristiano, en un buen
marido o una esposa que ama verdaderamente, pero sólo
cuando aceptes que nunca serás propietario de las
virtudes y disposiciones interiores necesarias para ello. Es
más, deberás aceptar también las experiencias que te
convencerán de que por ti mismo no eres capaz de eso.
Sólo entonces irá naciendo en ti, en lo profundo de la
conciencia de tu propia debilidad, la certeza de que cada
vez que te entregas a Jesús y le permites guiarte
libremente, Él mismo en ti y por ti será un solícito padre
de familia, una fiel esposa o un buen cristiano. Sin
embargo, esta capacidad nunca llegará a ser tu propiedad
en la que puedas apoyarte.
Cuando en el camino de la pobreza
espiritual renazca en nosotros el deseo de poseer la
capacidad de hacer el bien por nuestras propias fuerzas,
Dios puede darnos la dolorosa gracia de despojarnos de
las ilusiones relacionadas con esto. Buscar un falso apoyo
en la posesión de alguna virtud puede provocar la
pérdida de ese don de Dios.
Sólo cuando perdamos todas las ilusiones
de que por nosotros mismos podemos ser buenos
cristianos, padres o esposos, nacerá en nosotros una
oración de súplica confiada para que Dios mismo nos
guíe. No debemos, por tanto, sorprendernos de que a
medida que nos implicamos más en nuestro trabajo
interior veamos cada vez más mal en nosotros, y
descubramos cada vez mejor nuestra dependencia de
Dios. Esta situación nos impulsa a suplicar la Misericordia
divina, gracias a la cual puede nacer en nosotros el bien,
no ya el nuestro, sino el de Cristo, que actúa en nosotros y
a través de nosotros. El camino hacia este bien pasa por el
conocimiento del propio mal y de la infinita Misericordia
de Dios que se derrama incesantemente sobre nosotros.
109
Usurpadores de virtudes

Nos apropiamos hasta de la fe y de la


esperanza, virtudes que Dios nos concede, por no querer
recibirlas con humildad. De este modo, estos dones de
incalculable valor se transforman para nosotros en un
apoyo humano, en una ilusión, y por lo tanto, en un
obstáculo para nuestra unión con Dios.
Buen ejemplo de esto puede ser la
convicción, que nos acompaña durante muchos años, y
que incluso se fortalece con el paso del tiempo, de que
somos gente de fe, que creemos verdaderamente en Dios
y en todo lo que Él nos ha revelado.
Esta convicción no es otra cosa que una
ilusión creada por el orgullo de la buena opinión sobre
nosotros mismos, que funciona únicamente mientras Dios
no quiera purificarnos de ella. Jamás la fe será para
nosotros un apoyo de verdad, si humildemente no
ponemos en duda esta engañosa convicción y no
recurrimos al Señor para que nos la conceda. ¿Puede
acaso una ilusión, una ficción creada por nuestro propio
orgullo, ser de verdad un apoyo?
Dios no quiere que el orgullo de
propietario de la fe constituya nuestro apoyo, sino que
aprendamos a apoyarnos en la fe misma, que es sin duda
don suyo, gracia concedida gratuitamente, que nunca
podrá llegar a ser propiedad nuestra. Aunque
supuestamente lo sabemos bien, continuamente

110
pisoteamos como puercos las perlas de la fe31,
considerándonos sus dueños y propietarios.
Sólo cuando el Señor nos ponga ante las
pruebas de fe, nos daremos cuenta de lo ilusoria que era
nuestra convicción de que poseíamos esta virtud.
Comenzaremos entonces a perder el apoyo, que teníamos
hasta este momento, en la orgullosa convicción de que
somos personas de fe.
Igual de ilusoria es la convicción,
proveniente del orgullo de la buena opinión sobre uno
mismo, de que la confianza en el Padre Celestial es un
apoyo en nuestra vida. Durante muchos años Dios puede
permitir que vivamos de esta ilusión, que se funda en la
vivencia sensible de la confianza y en el recuerdo de los
momentos en los que hemos experimentado claramente el
cuidado de la Providencia Divina. Sin embargo, en el
periodo de las purificaciones también esta ilusión puede
ser puesta en duda y entonces veremos la gran
desconfianza que tenemos hacia nuestro Redentor.
Los síntomas de la falta de confianza en el
amor de Dios pueden ser diversos dependiendo del
carácter y de las heridas sufridas a lo largo de la vida.
Uno de ellos es la falta de confianza en relación con
nuestro confesor habitual. En cierta etapa de la vida
interior podemos constatar que no somos capaces de tener
en él la confianza que se merece, siendo como es la
persona a través de la cual actúa Cristo, y a través de la
cual entrega su vida por nosotros y continuamente nos
salva.
El Señor, cuando nos permite ver la semilla
de la desconfianza que germina en nosotros, no quiere

31
“No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas
delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas” (Mt 7,
6).
111
que nos entristezcamos por eso, sino más bien, que con
humildad la llevemos a sus pies. Apoyándonos en la
conciencia de la propia miseria expresada en el recelo
hacia Aquél que es digno de la máxima confianza, con la
conciencia de nuestra total debilidad, podemos suplicarle
que quiera unirse a nosotros. De esta forma, nuestra
desconfianza puede ser verdaderamente vencida, si Él
mismo, uniéndose a nosotros, vive y confía por
nosotros32.

Cuando quieres “apoderarte” del don de la oración

Cuando Dios entra en nuestra vida de


forma especial, parece como si nos convirtiéramos en
personas distintas. Por ejemplo puede resultarnos fácil no
solo perseverar en la oración, en la adoración al Santísimo
Sacramento, o en la meditación, sino también renunciar a
nuestros apoyos cotidianos.
¿Cuál es la actitud más adecuada ante esta
situación? Aunque pueda parecer paradójico, hay que
tenerle miedo, porque toda situación que pueda llevar a
apropiarnos de algo que en el fondo no es nuestro, es
peligrosa. La facilidad en la oración es un don que Dios
nos da, durante cierto tiempo y vinculado a un plan
determinado por Él. Cuando tratamos de apoyarnos en
ella, podemos desperdiciarla.
San Juan de la Cruz hablando de esto, hace
hincapié en que cuando el Espíritu Santo desciende sobre
el alma y la llena con su delicada actuación, el error
fundamental en que solemos caer es el de tratar de retener

32
La expresión “por nosotros” debe entenderse en el contexto de las
palabras que Jesús dirigió a Santa Margarita María Alacoque, cf. nota
26.
112
este estado interior, como intentando “capturar” la acción
de Dios, apropiándonos de ella33.
Ningún don, ninguna gracia ni siquiera los
más sublimes y espirituales son un verdadero apoyo. El
sentimiento de seguridad construido sobre las prácticas
religiosas es una ilusión, ya que ninguna práctica puede
garantizar que estemos en el camino espiritual correcto.
No nos dan por tanto un apoyo real. Únicamente puede
darlo Dios, Dador de todos los dones. Si ponemos nuestra
esperanza en sus dones, y no en el Dador, el don separado
de Dios se convierte únicamente en una ilusión, también
el don de la oración.
Al descubrir lo injusta que es nuestra
actitud, lo mejor sería decir: Sólo Tú, Señor, puedes hacer
posible que siga teniendo facilidad para orar, para
adorarte en el Santísimo Sacramento o para meditar sobre
ti. Este milagro se escapará inmediatamente cuando lo
intente atrapar. Sólo Tú puedes hacer que desaparezca en
mí esta codicia de apoyos humanos y esta impureza hacia
tus dones.

Actitud mágica hacia los dones de Dios

En la medida en la que crece en nosotros la


fe, aumenta también la conciencia de que Dios, Creador y
Redentor, nos colma continuamente con sus dones, tanto

33
“Si los que experimentan esto se saben pacificar, despreocupándose
de cualquier trabajo interior y exterior, sin inquietud de hacer entonces
nada, pronto en aquel descuido y ocio sentirán delicadamente aquella
nutrición interior, que es tan delicada que si se tiene deseo de sentirla,
no la siente, porque trabaja en el mayor ocio y descuido del alma. Es
como el aire que, si quieres cerrar en el puño, se sale” (San Juan de la
Cruz, Noche Oscura, I, 9, 6; edición de Jesús Martí Ballester, Noche
oscura leída hoy, Colección Fermentos, Paulinas 1983, pág 72).
113
naturales como sobrenaturales. Teóricamente lo sabemos,
pero en la práctica vivimos como si Aquél que nos los da
no existiera.
Al apropiarnos de los dones divinos
podemos hasta impedirle a Dios que nos obsequie con
otras gracias. Pues Él, para nuestro bien, tiene que
oponerse al orgullo (cf. St 4, 6).
También estos dones espirituales como las
promesas de Dios, dependen estrechamente de nuestra
cooperación con la gracia. Muy a menudo nos apoyamos
en las palabras de Dios de forma mágica, suponiendo que
ellas pueden ser para nosotros un apoyo
independientemente de nuestra situación espiritual.
San Juan de la Cruz, en “Subida al Monte
Carmelo” examina un ejemplo de esa actitud descrita en
el Antiguo Testamento. Haciendo referencia al primer
Libro de los Reyes, describe cómo Dios, habiéndose
enojado con el sacerdote Elí, revocó la promesa que había
hecho a su familia. El sacerdocio consistía en honrar y
glorificar a Dios. Para este fin, Dios se lo había prometido
a su padre para siempre, con la condición de que fuera
fiel a su deber. Sin embargo, cuando cesó el celo y respeto
de Elí por la gloria de Dios (porque como Dios mismo se
lamentó por medio de Samuel, honró más a sus hijos que
a Dios, ocultando los pecados de sus hijos para no
avergonzarlos), también cesó la promesa, que habría
durado siempre si su fervor y su ferviente servicio
hubieran durado.34
Este pasaje habla claramente de cómo
pueden ser de ilusorios los apoyos espirituales si
adoptamos una actitud falsa ante Dios. El sacerdote Elí

34
Cf. san Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Libro II, cap.
20, 4; Obras Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993,
pág. 286.
114
abusó del don de Dios, no cooperó adecuadamente con la
gracia y por eso Dios retiró su promesa. A nosotros
también nos puede suceder que desperdiciemos el don de
la promesa de Dios, si nos olvidamos de Aquel que nos lo
obsequió y no cooperamos lo necesario con la gracia que
Dios siempre concede para mayor gloria suya.

El mal ocasionado por separar el don del Dador

Con cuánta frecuencia se manifiesta en


nuestra vida el deseo de “ser como Dios” (cf. Gen 3, 5), de
hacernos señores de nosotros mismos y de disponer de
nuestro propia vida. Cuando sucumbimos a esta
tentación, queremos apoyarnos en lo que poseemos o
mejor dicho, en lo que nos apropiamos. Deseamos vivir
como si poseyéramos algo o como si nos pudiéramos
apoyar en algo, aunque en realidad nada poseemos y en
nada nos podemos apoyar, fuera de Dios.
Podemos decir que somos esclavos de ver
la realidad como si Dios no existiera. No reconocemos la
presencia del Señor que impregna el mundo, y todo
aquello con lo que tenemos contacto en la vida diaria nos
parece tan real y concreto, como si por sí mismo pudiera
ser un apoyo. ¡Es tan pequeño el lugar que ocupa el
contacto con Dios en nuestra vida, y tanto lo que nos
absorben las cosas de este mundo...!
De hecho aunque en cada momento de la
vida nos beneficiamos de su Misericordia Divina, no
manifestamos al Creador la gratitud debida. No es
necesario buscar lejos las pruebas de esto. ¿Quién le da
gracias a Dios porque puede respirar, caminar o porque
puede pensar y hablar? Son cosas completamente básicas
pero, ¿acaso estamos agradecidos por ellas? ¿No
utilizamos estos dones sin pensar en su Dador? Esto
115
significaría que nos apoyamos en los dones y no en Aquél
que nos los ofrece y por lo tanto, que no tenemos
suficiente fe. La falta de fe y de gratitud son signo de que,
en cierto sentido, somos esclavos del mal que hay en
nosotros.
Nuestra voluntad con frecuencia es tan
débil que podemos dudar de si en realidad tenemos
buena voluntad, de si verdaderamente queremos no
apoyarnos en las cosas de este mundo, de si realmente
queremos rezar y permanecer en la presencia de Dios. Es
posible que este deseo exista en nosotros. ¿Pero no será
pequeño, tal vez demasiado pequeño para apoyarnos
realmente en Dios, Dador de todos los dones? Es posible
que en el fondo no quieras apoyarte en Él, y tu pecado
consista en que quieres ser como Dios, dueño y señor de ti
mismo.
A medida que Dios, nos despoja de las
ilusiones y nos ilumina con su gracia, podemos ver, cada
vez con mayor claridad nuestra infidelidad. No hay que
tener miedo de esos momentos en que el Señor nos revela
que somos esclavos vendidos al poder de los apoyos
ilusorios y del pecado. Las únicas situaciones realmente
peligrosas son aquellas en las que al apropiarnos de la
gracia, dejamos de recurrir a Jesucristo, porque tenemos
la impresión de que ya somos libres y de que no
necesitamos a Dios. Quien se ve esclavo debería correr
inmediatamente hacia el Redentor para aprovechar la
gracia de la liberación que Él le obtuvo en la cruz y para
poner a sus pies todas sus ilusiones y tentaciones.

Los espejismos de los apoyos

Al obsequiarnos e inundarnos incesantemente con


sus gracias, Dios espera de nosotros una actitud de fe.
116
Nosotros, en cambio atribuimos a sus dones rasgos
divinos, como la estabilidad y la permanencia, y en ellos,
y no en Dios mismo, construimos nuestro sentimiento de
seguridad, y nuestro apoyo. Apoyarse en los dones
separados de su Dador divino, genera orgullo. Este surge
de la ilusión de la autosuficiencia. Por eso, cuando la
ilusión se desvanece, experimentamos inevitablemente
una dolorosa desilusión.
Esto recuerda la situación de una persona
cansada que quiere descansar en un sofá, que no es más
que un espejismo o una imagen holográfica. Aunque
para sus sentidos este mueble tiene toda la apariencia de
realidad, sin embargo, de hecho no existe. Esto se hace
evidente cuando intenta sentarse en él. Entonces sufre un
gran desengaño, pues en lugar de descansar, cae al suelo,
y se hace daño.
María en el Magníficat nos enseña que Dios
resiste a la soberbia de los grandes hombres, aquellos que
construyen su grandeza sobre los innumerables dones de
Dios. Sin embargo, sólo la grandeza construida sobre Dios
es verdadera. Aquí en la tierra tendremos que ir
perdiendo todos sus dones, a excepción de los
espirituales. De hecho, en el momento de la muerte nos
hallaremos ante Dios desnudos, despojados de todos los
apoyos humanos, abandonados sólo en su Misericordia.

117
2. FARISEÍSMO ENMASCARADO

Cuando el Señor nos introduce en el


camino de la vida interior, se manifiesta en nosotros una
tendencia que podría expresarse así: “No soy como los
demás”, que todavía no han descubierto a Dios y no lo
desean de todo corazón. Esta manera de pensar, que
podríamos llamar fariseísmo enmascarado todavía nos
acompañará durante mucho tiempo, necesitando por ello
la gracia de las purificaciones.

La vanagloria

Nuestros encuentros con Dios y las gracias


que de ellos recibimos, se pueden convertir para nosotros
en una fuente de vanagloria y de oculta satisfacción de
uno mismo, y por ello, en alimento para nuestro orgullo
espiritual. San Juan de la Cruz advierte que contra este
tipo de peligro, no nos puede proteger ni “cierto
reconocimiento de la propia miseria”, ni el
reconocimiento sincero a Dios por las gracias que de Él
recibimos, ni nuestro agradecimiento por ellas, ni
tampoco los esfuerzos que hacemos por sentirnos
completamente inmerecedores e indignos de ellas. El
Doctor de la Iglesia señala que a pesar de todos estos
esfuerzos “suele quedar cierta satisfacción oculta en el
espíritu y estimación de aquello y de sí, de que, sin
sentirlo, les nace harta soberbia espiritual”35.
San Juan de la Cruz describe más adelante
los síntomas de este orgullo, que generalmente

35 San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 9, 1; Obras


Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 350.
118
conocemos por experiencia: “Ellos mismos pueden
constatarlo por la poca gracia que les hace y la antipatía
que sienten hacia quien no les alaba su espíritu ni les
aprecia las cosas que tienen. Y por la pena que sienten
cuando piensan o les dicen que otros tienen aquellas cosas
o mejores. Todo lo cual nace de secreta estima y soberbia
y no acaban de entender que quizá están metidos en ella
hasta los ojos”36.
Esta forma oculta de orgullo espiritual
puede estar también relacionada con los actos de
humildad que hacemos. El servicio que prestamos a los
demás y las obras buenas que realizamos, junto a los
frutos buenos pueden producir también en nosotros
frutos malos, debido a la “oculta satisfacción de nosotros
mismos” y la “presunción” que aparecen al realizar tales
obras buenas. Esta satisfacción de uno mismo, como dice
san Juan de la Cruz, nos hace semejantes al fariseo que
oraba en el templo elevándose por encima de los demás,
cuidándose, al mismo tiempo, de no evidenciarlo. Nos
asemeja a él pues, como dice san Juan de la Cruz,
“aunque formalmente no lo digan como éste, lo tienen
habitualmente en el espíritu. Y aun algunos llegan a ser
tan soberbios, que son peores que el demonio”37.
¡Peores que el demonio! Estas tremendas
palabras del Doctor de la Iglesia de ninguna manera
significan que no haya que realizar actos de humildad
para evitar el fariseísmo oculto relacionado con ellos.
Nuestra lucha contra el orgullo es agradable a Dios y
absolutamente necesaria en el camino de la vida interior.
Pero no vale la pena engañarse pensando que basta

36 San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 9, 2; edición de


Jesús Martí Ballester, “San Juan de la Cruz, Subida al Monte
Carmelo leída hoy”, Ediciones Paulinas, Colección Fermentos,
Madrid 1985, pág. 315.
37 Ibidem.
119
“ejercitarse en la humildad” para que seamos capaces de
liberarnos de la pesadilla del orgullo. Por nuestras
propias fuerzas nunca seremos capaces de lograrlo.

El orgullo que se alimenta incluso de la contrición

El orgullo espiritual se alimenta de todo lo


que puede digerir, incluso de un examen de conciencia
bien hecho y de la contrición por los pecados percibidos.
La hidra38 del orgullo espiritual podría crecer en nosotros
catastróficamente aun cuando en el momento de la
muerte recibiéramos la gracia de ver toda nuestra miseria
y esa miseria nos arrojara de rodillas ante Dios. La ilusión
de que ya estamos preparados para morir y de que ya
hemos hecho cuentas con nuestro Creador, podría
suscitar en nosotros una satisfacción oculta, semejante a la
que llenó el corazón del fariseo, satisfecho de su actitud
interior.
¿Entonces, merece la pena suscitar en
nosotros la contrición? Por supuesto, hay que tratar de
hacerlo con toda el alma, pero al mismo tiempo, hemos de
tener por nada esta contrición y desestimarla.
San Juan de la Cruz subraya el peligro del
amor propio y de la vanidosa presunción que proviene de
las experiencias espirituales: “La virtud no está en las
aprehensiones y sentimientos de Dios, por subidos que
sean, ni en nada de lo que a este talle pueden sentir en sí;
sino, por el contrario, está en lo que no sienten en sí, que
es en mucha humildad y desprecio de sí y de todas sus
cosas –muy formado y sensible en el alma-, y gustar de

38
Serpiente mitológica de siete cabezas abatida por Hércules.
120
que los demás sientan de él aquello mismo, no queriendo
valer nada en corazón ajeno”39.
La persona auténticamente humilde no es
consciente de su humildad; por eso, para practicar la
humildad de forma verdaderamente humilde,
necesitamos no contar con nuestros actos de humillación,
ni apoyarnos en ellos, ni hacer de ellos nuestra riqueza.
Sólo entonces tendremos la oportunidad de que como
consecuencia de esos actos, la humildad vaya creciendo
realmente en nosotros.

El apego a los frutos de nuestros esfuerzos

Dios puede protegernos de la destructiva


hidra del orgullo espiritual ocultándonos los frutos de
nuestra vida interior. Bienaventurada la persona a la que
el Señor le muestra sólo y exclusivamente su miseria. Sin
embargo, son pocas las personas capaces de soportar esta
situación. A pesar de esto hubo periodos en la vida de los
santos en los que fueron privados completamente de la
posibilidad de ver ningún mérito propio.
Santa Teresita del Niño Jesús menciona
uno de estos periodos en una conversación con su
hermana Celina: “Hasta los catorce años practiqué la
virtud sin sentir su dulzura; no recogía los frutos: era mi
alma como un árbol cuyas flores caen a medida que se
abren. Haced a Dios el sacrificio de no coger los frutos, es
decir, de sentir durante toda vuestra vida repugnancia en
sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores de
vuestros buenos deseos y de vuestra buena voluntad caer
en tierra sin producir nada. En un abrir y cerrar de ojos,

39
San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 9, 3; Obras
Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 350.
121
en el momento de morir, él hará madurar hermosos frutos
en el árbol de vuestra alma”40.
En teoría sabemos que existe la vida futura,
pero la realidad terrena se nos impone de una manera tan
fuerte, que vivimos como si esa vida futura no existiera.
Pensar que los frutos serán invisibles durante toda la
vida, y que madurarán únicamente en el momento de la
muerte, nos quita toda motivación natural para seguir
trabajando en nosotros mismos.
El hombre viejo que vive en nosotros se
alimenta de los frutos visibles de nuestros esfuerzos, sin
caer en la cuenta de que son ilusorios, o, lo que es peor,
que son los frutos de la actuación de Dios en nosotros, de
los cuales nos apropiamos.
La expectativa de que nuestros problemas
se resolverán sólo en el momento de la muerte nos quita
toda satisfacción oculta procedente de la conciencia de la
lucha contra la propia debilidad, así como todo el placer
que obtenemos de esta ilusión.

La parte invisible del iceberg

La medida de nuestro orgullo espiritual


corresponde a esa parte de nuestra miseria que no hemos
reconocido ante Dios y que por lo tanto, no ha sido
envuelta por nuestra fe en su perdón lleno de amor.
Imaginemos esa parte de nuestra propia
miseria, que vemos y que reconocemos, como la cima de
un iceberg que emerge sobre la superficie del agua. El
resto de este inmenso bloque de hielo se encuentra bajo el
agua oculto a nuestros ojos. De modo semejante, somos

40
Santa Teresita del Niño Jesús, Consejos y Recuerdos, nº 27, pág.
36, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1957.
122
incapaces de sacar a la luz nuestra miseria, si Dios no lo
hace por nosotros.
Esto no significa que podamos dejar de
practicar la renuncia activa. Dios quiere que tratemos de
humillarnos con pensamientos que desenmascaren lo que
con tanta habilidad ocultamos en el corazón: nuestra
hipocresía, nuestra inclinación a la mentira, y nuestra
falsedad. También quiere que le atribuyamos a Él, y no a
nosotros, lo que hace a través de nosotros, y que
luchemos contra la satisfacción oculta y la vanidad que
nacen en nuestro interior. Vale la pena pensar que uno es
un fariseo oculto, que sólo reconoce su miseria
externamente pero que en su interior está hinchado de
orgullo. A causa de este fariseísmo oculto merece la pena
llamarnos orgullosos, tal vez incluso peores que el
demonio, como dice san Juan de la Cruz41.
Sin embargo, la eficacia de estos esfuerzos
es muy pequeña. ¿Eres capaz, por ti mismo, de sacar a la
superficie del agua un enorme iceberg? Nuestra única
esperanza está en Dios. Si con humildad y perseverancia
te pones ante Él, reconociendo tus distintas formas de
hipocresía, tratando de pensar bien de los demás y de no
ver en ti bien alguno, puede suceder por fin un milagro.
En el momento de tu muerte Jesús se inclinará sobre tu
miseria y entonces el árbol seco de tu alma se cubrirá de
hojas; en un instante verás en él hermosos frutos, nacidos
no ya de tu actuación, sino de la Misericordia Divina.

El fariseo disfrazado de publicano

Los apoyos espirituales ilusorios


constituyen un serio peligro, precisamente por lo sutiles y

41
Ver nota 35.
123
difíciles de percibir que son. Incluso la imitación
recomendable de seguir el ejemplo de los grandes santos,
puede estar unida a una oculta concentración en uno
mismo y a la búsqueda del progreso espiritual. En este
caso, en lugar de permitir que el Espíritu Santo mismo
nos conduzca y se ocupe de nuestro desarrollo, tratamos
de perseguir un espejismo.
Jesús pidió a santa Faustina Kowalska42
que le entregara su miseria43. Es muy importante que
42
Santa Faustina, confidente y apóstol de la Misericordia Divina, ha
sido incluida por los teólogos entre los más destacados místicos de la
Iglesia. Nació en 1905 en una pobre, numerosa y piadosa familia
campesina. A los 20 años, tras haber trabajado como empleada de
hogar en casas de familias acomodadas, entra en la Congregación de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. Sus trabajos
más frecuentes fueron cocinera, jardinera y portera. Fue escogida por
el Señor como Apóstol de su Misericordia. A través de ella recordó al
mundo la verdad del amor misericordioso de Dios al hombre,
trasmitió nuevas formas de culto a la Divina Misericordia e inspiró un
movimiento de renacimiento de la vida religiosa en el espíritu
cristiano de confianza y misericordia. Falleció en olor de santidad el 5
de octubre de 1938, en Cracovia. Hoy su nombre y el mensaje de la
misericordia que le fue transmitido por Cristo es conocido en todos los
continentes del mundo. Fue canonizada por Juan Pablo II el 30 de
Abril de 2000, en el año del Gran Jubileo (cf. Santa María Faustina
Kowalska, Introducción al “DIARIO, La Divina Misericordia en mi
alma”, Editorial de los P.P. Marianos de la Inmaculada Concepción
de la Santísima Virgen, nº 1318; Stockbridge, Massachussets, 2000).
43
“Oh Jesús mío, para agradecerte por tantas gracias, Te ofrezco el
alma y el cuerpo, el intelecto y la voluntad y todos los sentimientos de
mi corazón. Con los votos me he entregado toda a Ti, ya no tengo
nada más que podría ofrecerte. Jesús me dijo: Hija Mía, no Me has
ofrecido lo que es realmente tuyo. Me he ensimismado y he
constatado de que amaba a Dios con todas las fuerzas de mi alma; y
sin poder conocer qué era lo que no había dado al Señor, pregunté:
Jesús dímelo y Te lo daré inmediatamente: Hija, dame tu miseria
porque es tu propiedad exclusiva. En ese momento un rayo de luz
iluminó mi alma y conocí todo el abismo de mi miseria” (Santa María
Faustina Kowalska, “DIARIO, La Divina Misericordia en mi alma”,
124
comprendamos bien el significado de esta indicación.
Recordemos que esto sucedió cuando estaba en una etapa
muy avanzada de su vida interior. Tal vez era el
momento en el que Jesús esperaba de ella algo que en
cierto sentido, Él mismo tenía intención de realizar en su
vida. Sólo necesitaba un estímulo para suplicarle a Jesús
que se inclinara hacia ella y para que Él mismo entregara
su miseria al Padre Celestial.
La situación de quien está todavía lejos de
la santidad de sor Faustina es diferente. Cuando trata de
entregar a Dios su miseria, comprueba con sorpresa que
esa miseria no desaparece sino que de alguna manera
regresa de nuevo a él. Es como echar al cepillo del templo,
dinero que se te ha pegado a la mano; haces la ofrenda
pero al instante, casi automáticamente, la vuelves a
“recuperar”.
La entrega de nuestra miseria a Dios puede
ser sólo una ilusión que se desvanece en las situaciones
concretas de la vida, cuando esta miseria se manifiesta de
nuevo. Entonces vemos que no la hemos entregado, que
seguimos estando igual de enfermos que antes. Vemos
que nuestra miseria está tan unida a nosotros como aquel
billete lo estaba a la mano; peor aún, está enraizada en
nosotros.
Cuando un día, Jesús mismo, se una a
nosotros, podrá entregar al Padre celestial la miseria que
llevamos dentro. Pero hoy, al encontrarnos con Él,
únicamente podemos comportarnos como cuando vamos
al médico: describir nuestros males y hablar de la
enfermedad que nos consume. De hecho no se puede
entregar la enfermedad al médico, sólo se pueden
describir sus síntomas y pedir indicaciones para curarse.

Editorial de los P.P. Marianos de la Inmaculada Concepción de la


Santísima Virgen, nº 1318; Stockbridge, Massachussets, 2000).
125
Algo semejante sucede en nuestra relación
con el Médico divino: le llevamos las pruebas que
demuestran nuestra miseria, nos acusamos ante Él y
suplicamos su gracia. Pero cuando reflexionamos sobre
nuestra miseria tampoco debemos olvidar que
necesitamos un cierto equilibrio. Si alguien, imitando a los
santos quisiera humillarse ante Dios con tanto ardor como
santa Faustina o san Vicente de Paúl, podría sucumbir
fácilmente a la peligrosa ilusión de que ya es como ellos.
Este fervor, en personas que todavía están
lejos de la santidad, es posible únicamente porque junto a
la visión de su propia miseria, Dios les concede gracias de
atracción: el don de creer que somos amados como
pecadores y la gracia de sentir gratitud por ese amor. Pero
si nos apropiamos de estas gracias, se despierta en
nosotros el orgullo espiritual profundamente oculto. Nos
parece entonces que hemos progresado en la vida interior,
que ya somos capaces de humillarnos al meditar sobre
nuestra miseria, sin perder por eso la serenidad de
espíritu.
Esta es una ilusión muy peligrosa. Si Dios
quita las gracias de atracción y nosotros tratamos de
meditar con la misma intensidad sobre nuestra miseria,
podemos llegar a un agotamiento psicológico extremo y
caer en la depresión, al no encontrar consuelo en nada ni
en nadie.
Tenemos una tendencia enorme a fabricar
ilusiones; en cuanto una desaparece, nace
inmediatamente la siguiente, e incluso varias. Por eso,
poniéndonos ante Dios en la verdad, es mejor confesar de
una vez que por nosotros mismos nunca seremos capaces
de reconocer nuestra miseria, sin perder al mismo tiempo
la confianza en que somos amados y conservando nuestra
gratitud a Dios por su amor.

126
127
3. PARA QUE EL GRANO
VAYA MURIENDO

Durante el proceso de las purificaciones, el


alma abandona los apoyos en el amor propio
desordenado y muere gradualmente para sí misma y para
todo lo que no es Dios. Comienza así la unión
transformante con su Señor y Redentor, que poco a poco
se convierte para ella en el único apoyo.
La purificación posee un aspecto activo y
otro pasivo , los cuales deben existir paralelamente. A
44

través de la renuncia activa, el alma trata de caminar al


mismo paso de la actuación que Dios realiza en ella. Dios
se va haciendo cargo de la dirección de su vida interior, le
quita al alma la iniciativa y la envuelve cada vez más
profundamente con el fuego transformante de su amor.

Las migajas espirituales

44
“Cuando el alma busca a Dios, mucho más le busca su Amado a
ella”, escribe San Juan de la Cruz en la Llama de Amor Viva (III,28).
Y como en el fondo se trata de llegar a la unión de amor, el santo nos
hace comprender que no habrá solamente trabajo activo, por el cual el
alma, despojándose de todo, concentra todo su amor en Dios; sino
también un trabajo pasivo, que Dios ejecuta y que el alma acepta, por
el cual Dios atrae el amor del alma, y al mismo tiempo lo concentra en
si. En nuestra vida de amor y desprendimiento, “porque amar es
despojarse por Dios de todo lo que no es Dios” (Subida al Monte
Carmelo, II, 5, 7), tiene el amor, y el desprendimiento activo, y el
amor y el desprendimiento pasivo. El alma debe darse, pero también
¡dejarse tomar!” (Obras Completas de San Juan de la Cruz,
Introducción, Ediciones Carmelo, 5ª edición, Paço de Arcos, Portugal,
págs. X-XI).
128
Uno de los terrenos importantes de las
purificaciones que el Señor realiza es el de nuestra
oración. Si la oración nos da satisfacción interior y la
impresión de que oramos bien, se convierte fácilmente
para nosotros en un apoyo humano. Si alguien se siente
como el publicano pobre de espíritu, que sólo cuenta con
el Salvador, en el fondo del alma puede considerarse
poseedor de la “patente secreta” para atraer la
Misericordia de Dios y apoyarse en esa riqueza. Solo
cuando Dios comienza a purificarnos del orgullo
espiritual y a hacernos verdaderamente pobres,
quitándonos las experiencias sensibles sobre las que hasta
ese momento habíamos construido nuestra oración, nos
vemos obligados a confiar más en Él que en nuestros
propios sentimientos.
El Padre que nos ama, nos cura así de la
ilusión de que nuestra vida espiritual nos pertenece. De
hecho rezar con facilidad no es un mérito humano sino un
don suyo. Y una gracia dada gratuitamente puede ser
retirada en cualquier momento; por eso no debemos
sorprendernos ni entristecernos cuando la perdemos.
Cuando nos priva de la comodidad espiritual que da la
oración que se apoya en las emociones, Dios quiere
empujarnos a un mayor esfuerzo de fe y a buscar apoyo
sólo en Él.
Esta puede ser una experiencia difícil, pues
vemos claramente que no somos capaces de orar. Cuanto
más convencidos estuviéramos de saber hacerlo, tanto
más nos sentiríamos como un rico desheredado, que
hasta este momento había estado sentado frente a una
copiosa mesa, y ahora tiene que contentarse con las
miserables sobras que caen de ella. Como la cananea, que
se tiene que alimentar de las migajas que caen de la mesa.
En cierta etapa de la vida interior, nos
pasará lo mismo y tendremos que alimentarnos de
129
“migajas de oración”, luchando por permanecer ante Dios
esperando confiadamente en su Misericordia. No hay que
temer que vayamos a morir de hambre. Dios derrama
sobre nosotros infinidad de migajas espirituales, incluso
aunque no las percibamos. Son tan abundantes que
bastan para satisfacer todas nuestras necesidades
espirituales. La única condición para recibirlas es
ponernos ante Dios como el mayor de los pordioseros,
extender las manos hacia Él con el gesto de mendigo y
esperarlo todo de Él.
Nuestro Salvador desea que tratemos de
implorar su Misericordia, incluso cuando tengamos la
impresión de que esto no tiene ningún valor. Sólo Dios
sabe cómo es en realidad nuestra oración. Nuestra
percepción subjetiva puede ser engañosa, como lo era la
satisfacción ilusoria del fariseo, a quien le parecía salir
justificado del templo.
Cuando nos alimentemos de las migajas de
la oración, experimentemos nuestra incapacidad y
veamos claramente quiénes somos por nosotros mismos,
intentemos entonces apoyarnos en la verdad de nuestra
miseria y esperarlo todo de nuestro Padre Celestial. No
contemos con ningún mérito propio ni con ninguna
“capacidad espiritual”, contemos sólo con su Misericordia
infinita, que nos irá purificando de la tendencia a
apoyarnos en el don de la oración separado de Dios.
Santa Teresita del Niño Jesús nos puede
ayudar a orar con su indicación: Reconocer uno su propia
nada, y esperarlo todo de Dios.45 Sus palabras nos enseñan
que no tenemos nada fuera de nuestra miseria, que

45
Santa Teresita del Niño Jesús, Cuaderno Amarillo, 6.8.8: “Es
reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios, como un niño lo
espera todo de su padre...” (Obras Completas, Editorial Monte
Carmelo, Burgos 1998, pág. 880).
130
separados de Dios, todos nuestros apoyos son una ficción.
Por lo tanto, ya que no tenemos otro apoyo, recurramos a
Jesús, nuestro único intercesor y abogado ante el Padre
Celestial. La pequeña santa nos invita a que con la mayor
frecuencia posible abandonemos durante la oración todos
los apoyos ilusorios, -reconoce que eres nada-, porque éstos
apoyos nos estorban para esperarlo todo de Jesús.

Cercados por Dios

A medida que nos acercamos a Dios, va


cambiando no sólo nuestra oración, sino también nuestra
actitud ante las pruebas de fe que vivimos. Al principio
de este camino, tratamos de adquirir la virtud de la
humildad con nuestro propio esfuerzo. Emprendemos un
trabajo interior, gracias al cual aprendemos, cada vez
mejor, a dominarnos, y ante las humillaciones nos
comportamos como si ya fuéramos humildes. Sin
embargo, surge en nosotros una forma oculta de orgullo
espiritual, cuya fuente es la apropiación de nuestra
capacidad para dominar los reflejos del egoísmo.
Cuando empezamos a sentirnos personas
humildes, el Señor tiene que intervenir para salvarnos del
crecimiento de nuestro orgullo espiritual. Entonces,
disminuye nuestra paciencia y resistencia psicológica,
cualquier tensión nos quita la paz interior y la alegría.
Cuando Dios nos quita la capacidad de dominarnos, cada
prueba de fe termina en derrota y descubrimos que por
nosotros mismos no somos capaces de lograr la humildad.
Tenemos la oportunidad de darnos cuenta
de que nuestra idea sobre la proporción que hay entre la
acción de la gracia de Dios y la nuestra, era
completamente falsa. En nuestro esfuerzo por ser
131
humildes, nos apoyábamos excesivamente en nosotros
mismos, y buscábamos poco el apoyo en Dios. Sólo
nuestra apertura a Él puede hacer que dejemos de herir a
los demás con nuestra fuerza o con nuestra tristeza.
Estar “cercados por Dios” es una
bendición, ya que nos permite reconocer que en nosotros
no hay ningún bien sobrenatural, y que sólo Dios puede
salvarnos, a nosotros y a quienes nos rodean, de las
consecuencias de nuestro orgullo. Entonces podremos ver
que si no pedimos Misericordia, la bestia del egoísmo que
duerme en nuestro interior, comenzará en cualquier
momento a destruir a quienes se encuentran a nuestro
alrededor, y el mal explotará sin límites.
En esta situación, la única solución es
implorar la Misericordia de Dios: Jesús, ¡ven a mi y únete
conmigo, porque veo sólo mal en mi interior! No soy
capaz de dominarme. Si no te unes a mí, me perderé
completamente y pecaré sin cesar.
El Señor desea que nos demos cuenta de que sólo
Él, uniéndose a nosotros, puede ser humilde en nosotros y
por nosotros46, porque por nuestras propias fuerzas no
lograremos ninguna humildad. De este modo quiere
empujarnos a orar y a buscar apoyo únicamente en Él. Al
mismo tiempo, Él acepta que nuestra motivación siga
siendo egoísta, pues de hecho sólo oramos porque vemos
la devastación que ocasiona nuestro mal, mal que ya no
somos capaces de dominar por nuestras propias fuerzas.
Es importante que nuestra búsqueda de apoyo en
Dios y sólo en Él, esté llena de verdadera determinación47,

46
Ver nota 25.
47
“Importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada
determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien
murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no
tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el
132
y ésta sólo aparece cuando, cercados por las
circunstancias, dejamos de contar con nuestras propias
fuerzas, y nos sentimos impotentes ante nuestro mal.
No nos preocupemos cuando disminuya
nuestra capacidad de obrar el bien ni cuando veamos que
seguimos estando lejos del ideal soñado de la santidad.
¿Por qué queremos continuamente demostrarnos a
nosotros mismos y a los demás que estamos en orden, que
somos capaces por fin de hacer algo, que a pesar de todo
somos buenos? ¿Queremos acaso merecer con nuestra
“bondad” el amor de Dios? ¿No será que queremos
recibir el amor del Creador a cambio de nuestros logros y
cualidades? Pero de hecho, el único intercambio posible
entre el hombre y Dios es el de recibir su perdón y su
misericordia “a cambio” de los pecados y la miseria que le
entregamos.
Las palabras de santa Teresita del Niño
Jesús sobre el reconocimiento de la propia nada y
esperarlo todo de Dios, expresan también esta verdad.
Para que la podamos aceptar y acoger, Dios nos tiene que
purificar del orgullo de la buena opinión de nosotros
mismos, que vuelve continuamente, y también de nuestra
supuesta “perfección” relacionada con él.
El orgullo impide constantemente que
pueda hacerse realidad el bien que Dios quiere para
nosotros y para el mundo. Pues aunque nuestro Creador,
es la única fuente de todo bien, por nuestro orgullo,
vivimos de espalda a Él. En lugar de esperarlo todo de
Dios contamos siempre con nosotros mismos, nos
apoyamos en nosotros y creemos sólo en nosotros.

mundo...” (Santa Teresa de Jesús Camino de perfección -Autógrafo de


Valladolid-, cap. 21, 2; Obras Completas, Editorial de Espiritualidad,
Madrid 2000, pág 721).
133
El último lugar

El proceso de las purificaciones espirituales


es tan doloroso precisamente porque va acompañado de
la manifestación de la verdad sobre nuestro orgullo. Dios
lo va descubriendo de forma gradual y delicada, pero a
pesar de eso cada vez que descubrimos un nuevo aspecto
de el, podemos experimentar dramáticas rebeldías de
nuestro egoísmo. La causa principal de estos tormentos es
precisamente el dolor del orgullo herido, que protesta y se
opone a la verdad sobre nosotros mismos. Echamos la
culpa a los que nos rodean o a las circunstancias,
procuramos justificarnos o buscamos a los culpables de
aquello que se acaba de descubrir; todo con tal de
mantener intacto, si podemos, nuestro egoísmo.
El proceso de las purificaciones está
descrito en las palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame” (Mc 8, 34). Para someterse al proceso de las
purificaciones del orgullo de la buena opinión sobre uno
mismo hay que negarse a sí mismo. Esto significa tomar la
cruz de la propia verdad y seguir a Jesús, y por lo tanto,
querer ser el último, correr para alcanzar el último lugar
aquí en la tierra48.
48
Carlos de Foucauld en sus notas del retiro en Nazaret (5-15 nov
1897) escribió: “...puesto que Dios ha aparecido como el último de los
obreros. Para mí, buscar siempre el último de los últimos puestos, para
ser también pequeño como mi Maestro”. Esta palabras son eco de
otras que él había escuchado poco después de su conversión, durante
una homilía pronunciada por su director espiritual, el padre Huvelin:
“Jesús eligió el último lugar de tal manera, que nunca nadie se lo
podrá arrebatar” (Charles de Foucauld, Escritos Esenciales, Sal
Terrae, Santander 2001, pág. 69 y 40).
Y en la misma línea, Santa Teresita del Niño Jesús escribe en su
Manuscrito C 36vº: “Sólo tengo que poner los ojos en el santo
134
Cristo, siendo el primero, llegó a ser el
último entre los últimos, y de esta forma nos mostró cómo
debería ser nuestra actitud ante todo lo que nos ofrece el
espíritu de este mundo, también ante el apego a la propia
“perfección”. Él tomó sobre sí la bajeza y pecaminosidad
de nuestros apegos, y espera que sigamos sus huellas,
para que aprovechemos plenamente el Sacrificio que
ofreció por nosotros. Espera que, imitándole, aceptemos
perder todo y a todos, incluso la orgullosa opinión de ser
buenos.
Esta carrera por ocupar el último lugar en
la tierra tiene que convertirnos, en definitiva, en personas
que consciente y voluntariamente adopten la actitud del
pobre de espíritu, que reconozcan que son nada y que
esperen todo de Dios. Sólo alguien así procurará tener un
único deseo: que no sea él quien viva, sino Cristo en él.

Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia


dónde correr... No me abalanzo al primer puesto, sino al último; en
vez de adelantarme con el fariseo, repito, llena de confianza la
humilde oración del publicano” (Santa Teresita del Niño Jesús, Obras
Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, pág. 326).
En una oración compuesta por ella, para la hermana Marta de Jesús,
con ocasión de su 32º cumpleaños, el día 16 de julio de 1897, escribe:
“Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra, tu nos dijiste:
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y vuestra
alma encontrará descanso”. Sí, poderoso Monarca de los cielos, mi
alma encuentra en ti su descanso al ver como, revestido de la forma y
de la naturaleza de esclavo, te rebajas hasta lavar los pies de tus
apóstoles. Entonces me acuerdo de aquellas palabras que
pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: “Os he dado
ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis. El discípulo no es más que su maestro... Puesto que sabéis
esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica” (Santa Teresita del
Niño Jesús, Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998,
pág. 767-768).

135
Las pruebas que nos superan

Dios quiere que comencemos a elegir por


nosotros mismos la pobreza espiritual como un valor
especial y como un don. Respetando nuestra voluntad,
espera que le demos permiso para actuar libremente en
nuestra vida, y poder realizar en nosotros todo lo que
desea.
El Creador, con gran delicadeza hacia
nuestro egoísmo, a menudo nos coloca únicamente al
borde del abismo, para que podamos convencernos de
que no somos capaces de aceptar un despojamiento total.
Cuando esto se hace evidente para nosotros,
inmediatamente disminuye sus exigencias y nos despoja
sólo un poco.
Nuestro Señor disminuye la intensidad de
las purificaciones al ver nuestra incapacidad para
soportar ciertos sufrimientos. Esto debería ser para
nosotros un signo evidente de que continuamente nos
resistimos a la acción de la gracia en nuestra vida. La
causa de esto es la falta de confianza, pues quien
desconfía cierra las puertas de su corazón y no quiere
abandonarse en todo a Dios.
Esta desconfianza es nuestro drama. Sin
embargo, necesitamos abandonarnos a nuestro Padre tal y
como somos, renunciando a la buena opinión que
tenemos de nosotros mismos. Es necesario que nos
entreguemos a Él como aquellos que se muestran
incapaces de resistir las pruebas de fe que les son
enviadas, porque no son capaces de confiar en el supremo
Amor.
Al que no vive concentrado en sí mismo le
resulta mucho más fácil caminar hacia la santidad.
Cuando ve su mal implora a Dios Misericordia, sin saber
136
siquiera si confía en Él o si le da gracias por su amor.
Entonces puede aparecer en el alma una especie de
certeza de que Dios vendrá a salvarle.
El Padre Celestial, en atención a esta
certeza de la fe, responde siempre a nuestra súplica. Pero
su respuesta, puede ser completamente distinta a la que
nuestra razón podría esperar. Él, en su omnipotencia,
puede servirse de cualquier instrumento, que de esta
manera se convierte para nosotros en un verdadero apoyo
divino. Si como dice la Sagrada Escritura, nuestro Señor
puede hacer que “griten las piedras” (cf. Lc 19, 40),
¡cuánto más será capaz de realizar el milagro inconcebible
de salir al encuentro de nuestros deseos!

Despreciar el apego a las ilusiones

Quien desea buscar apoyo únicamente en


Dios debe despreciar su tendencia a apoyarse en
cualquier cosa fuera de Él. Merece la pena seguir la
indicación de san Juan de la Cruz, que dice sin rodeos que
hay que vivir en “mucha humildad y desprecio de sí
mismo y de todas sus cosas”49. Cuánto más grandes sean
los dones que Dios nos da, con tanta mayor fuerza hemos
de despreciar nuestra tendencia a apoyarnos en ellos,
como si por sí mismos fueran Dios.
Se trata sobre todo de la tendencia que
tenemos de construir nuestro estado de ánimo sobre
aquello que Dios, por medio de su gracia, realiza en
nosotros mismos o en nuestro círculo social más cercano.
Sería bueno que nos diéramos cuenta con cuánta facilidad

49
Cf. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 9, 3; Obras
Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 350.

137
nace en nosotros una satisfacción oculta cuando alguien
que queremos mucho se hace mejor o se acerca a Dios. Es
verdaderamente ridículo que seamos capaces de
apropiarnos hasta del misterio de la actuación de Dios en
el alma humana y de construirnos a partir de ella, un altar
para nuestro “yo”.
La persona que desprecia su tendencia a
apoyarse en los dones de Dios tiene la inclinación a
apoyarse directamente en Dios, a través de la fe y la
oración. Para satisfacer la necesidad natural de seguridad,
recurre a su Padre Celestial, lo busca continuamente y
quiere unirse a Él. También guarda la debida distancia
con todo lo que Dios le obsequia. Acoge cada don con
gratitud y se alegra con él, pero no fundamenta su
sentimiento de seguridad en esos dones. Sabe que
apoyarse en los dones de Dios despierta el orgullo, al que
nuestro Señor debe oponerse.
Por nosotros mismos jamás llegaremos a
esta actitud de desprecio hacia todos los apoyos ilusorios.
Solamente podemos reconocer esta verdad acerca de
nosotros mismos: que nos apegamos a todo aquello en lo
que se puede apoyar nuestra razón, nuestra memoria o
nuestra experiencia.
Si despreciamos las ilusiones de los
apoyos, es como resultado de la actuación de una gracia
divina especial. Sólo gracias a ella podemos ver nuestros
apoyos ilusorios tal como son en realidad, de lo contrario
nos seguiríamos apegando a las ilusiones y apariencias.
Es importante que procuremos aprovechar
esta gracia lo mejor posible, cada vez que se nos da. De
esto dependen muchos acontecimientos en nuestra vida:
Dios puede darnos todo si despreciamos nuestra
tendencia a buscar la ilusión de apoyarnos en aquello que
recibimos.

138
Porque de hecho, Él mismo es la Verdad y
ama en nosotros la verdad.

139
Cuarta Parte

DIOS, ÚNICO APOYO

“Viva como si no hubiese en este mundo


más que Dios y ella,
para que no pueda su corazón
ser detenido por cosa humana”.

San Juan de la Cruz,


Doctor de la Iglesia
Obras Completas,
Dichos de Luz y Amor, 143.
Editorial de Espiritualidad, Madrid
1993, pág 108

140
141
La vida del hombre es un continuo diálogo
con el Creador, diálogo que aspira a la verdad. Y la
verdad, lo queramos reconocer o no, es que somos sólo
criaturas, cuyo capital es la debilidad, y pecadores, cuya
única riqueza es la miseria espiritual. Dios desea que,
después de reconocer esta verdad, coloquemos nuestra
debilidad frente a su omnipotencia, y la inmensidad de
nuestras infidelidades frente a su Misericordia infinita.
¿Tenemos otra salida? La realidad es que
no somos un apoyo ni para nosotros mismos ni para los
demás. Únicamente podemos agarrarnos con fuerza de la
mano del Creador, de su omnipotencia e infinito amor
para que se realice en nosotros aquel extraordinario
desposorio, ante cuyo horizonte ha querido situar nuestra
vida. El matrimonio espiritual de la “nada” humana con
el Todo divino, que ansía entregarse al hombre sin
reservas, transformarlo y llenarlo con la felicidad de sí
mismo.

142
143
1. ENCONTRAR A DIOS EN
TODO
Todo lo que Dios ha creado está penetrado
por su soplo de vida, su voluntad y su acción. El Creador
está presente en el mundo que nos rodea, en los animales,
las plantas y las cosas por el acto mismo de la creación y
por medio de la voluntad concreta que El ha establecido
para cada cosa. Pero está especialmente presente en el ser
racional, en el que mora como en su templo. Todo el
mundo creado cumple la voluntad de Dios y está lleno de
su presencia; esta presencia puede convertirse para el
pobre de espíritu en un verdadero apoyo. También los
acontecimientos que según su plan han de empujarnos
hacia Dios y llevarnos a la unión con Él, están llenos del
amor del Creador.

Saliendo al encuentro de la Presencia que nos ama

Si contempláramos el mundo con los ojos


de la fe, nos daríamos cuenta de que el Creador está
presente en todo y que nuestro único apoyo auténtico es
ésta presencia de Amor. En el Areópago de Atenas, san
Pablo habló de esta presencia de Dios que impregna el
mundo entero: “Pues en él vivimos, nos movemos y
existimos” (Hch 17, 28).
Si recordáramos esta verdad fundamental
de nuestra fe, procuraríamos adoptar en nuestra relación
con el mundo una actitud orante, para adorar a Dios
presente en toda la creación.
¿En qué consiste esta actitud?
El Señor espera que, sirviéndonos de las
cosas, salgamos al encuentro de los planes y designios
144
que Él asoció con cada una de ellas. Al coger un bastón o
un lápiz, al poner las manos en el volante del coche o en
el teclado del ordenador, deberíamos procurar servirnos
de cada instrumento de acuerdo con la voluntad de Aquel
que los creó.
Deberíamos tener cuidado de no abusar de
la presencia de Dios junto a nosotros. Todas nuestras
ocupaciones deberían estar de acuerdo con los planes del
Creador, de tal manera que no utilicemos ni nuestros
conocimientos, ni nuestras capacidades y medios
materiales en contra de su voluntad.
De este modo, podríamos en cada instante
adorar a Dios presente en el mundo, y percibir que todo a
nuestro alrededor esta lleno de su Presencia amorosa. La
conciencia cada vez más profunda de la presencia y
actuación de Dios en el mundo, llenaría nuestra vida de
paz y armonía, nos ayudaría a encontrar apoyo en Él
mismo50.
Jesucristo dijo de sí mismo: “Mi alimento es hacer
la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). El alimento
fortalece, y por lo tanto constituye un apoyo. Esta
afirmación de Cristo indica que, cuando buscamos la
voluntad de Dios, la que El ha establecido para cada cosa,
podemos encontrar en cada momento de nuestra vida el
apoyo más auténtico y seguro.

La Presencia que exige una respuesta

50
“Todo nos lleva hacia Él; las flores que crecen al borde del camino
no cautivan nuestros corazones. Las miramos, las amamos porque nos
hablan de Jesús, de su poder, de su amor, pero nuestras almas
permanecen libres” (Santa Teresita del Niño Jesús, Obras Completas,
Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, Carta 149, pág. 488).
145
Cuando el hombre descubre a Dios, y
reconoce su presencia en el mundo, no puede permanecer
indiferente. Tiene que elegir: o le sigue, o le da la espalda.
Es posible que Dios nos oculte su presencia en la vida
cotidiana por nuestra falta de fe. Podría ser un riesgo
demasiado grande que estando ante Él cara a cara le
diéramos la espalda, y le abandonáramos para siempre.
Dios desea que al verlo en nosotros
mismos y en la realidad que nos rodea, tratemos de
responder a esa Presencia. Si lo hiciéramos, tendríamos
otra actitud hacia las cosas, las plantas y los animales,
pero sobre todo hacia el prójimo. San Bernardo afirma
claramente que la presencia de Dios en el ser humano
tiene un carácter particular: Dios está en las criaturas
irracionales pero éstas no lo pueden comprender. Los
seres racionales pueden alcanzarlo con el conocimiento,
pero sólo los justos por el amor”51.
Si recordáramos esta presencia especial de
Dios en las personas, por respeto a ella, trataríamos de no
manipularlas, esclavizarlas, e idolatrarlas. Por temor a
crucificar a Cristo presente en el prójimo evitaríamos
apoyarnos en las personas más de lo que Dios quiere.
Sabríamos que contar con el apoyo de alguien sin tener en
cuenta a Dios, es un absurdo que ofende al Creador.
La presencia de Dios en cada persona hace
que incluso los pecados de los demás puedan estar llenos

51 «… aunque es cierto que Dios está en todas partes, por su


simplicísima sustancia, sin embargo en las criaturas irracionales no
está como en las que gozan de razón; y dentro de éstas, con relación a
su eficacia, es muy distinta su presencia en los buenos y en los malos.
Por supuesto, las criaturas irracionales ni siquiera pueden conocerle;
con todo, únicamente los buenos la experimentan por el amor» (San
Bernardo de Claraval, Sobre las alabanzas de la Virgen Madre,
Homilía 3, en“Las alabanzas de María y otros escritos escogidos”,
Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1998, pág. 68).
146
de significado para nosotros. Tal vez si somos conscientes
de algunos pecados de nuestro prójimo, lo es para que
descubramos en ellos un mensaje que Dios nos dirige a
nosotros y de este modo, nos convirtamos, para que con
humildad reconozcamos nuestro propio mal y
recurramos con contrición a su Misericordia.

Dios presente en los acontecimientos

Podemos percibir la presencia de Dios en


los acontecimientos importantes y en los insignificantes,
en los favorables y en los difíciles de aceptar. En el lápiz
que se acaba de romper; cuando en un camino liso
tropezamos y nos caemos, en una conversación con
alguien que nos escucha atentamente, y también en la que
mantenemos con alguien cerrado a nuestras palabras.
Podemos encontrar a Dios en la enfermedad de un niño y
en la oferta de un trabajo interesante, en un temblor de
tierra y en los fértiles campos de trigo.
Por eso deberíamos preguntarnos con
frecuencia: ¿Qué quiere Dios de mi? ¿Por qué me habla
así? Si recibimos la gracia de encontrar la respuesta
apropiada, podremos abrirnos plenamente a la presencia
de Dios y salir al encuentro de los designios del Creador
relacionados con los diversos acontecimientos.
En el Antiguo Testamento se narra la
historia de José que fue vendido por sus hermanos y
conducido como esclavo a Egipto. Mientras se encontraba
allí, Dios habló al faraón a través de diversos fenómenos
naturales: siete años fértiles y siete de sequía. Gracias a
esta actuación del Creador, José pudo jugar un papel de

147
singular importancia en relación a su familia y a su
pueblo.
La intervención de Dios es muy poderosa
en toda la historia de Israel, sobre todo en los
acontecimientos que pondrían a prueba al pueblo elegido
para convertirlo en el Pueblo de Dios, en la autentica
propiedad del Señor. El camino de los israelitas por el
desierto está lleno de la presencia de Dios a través de
fenómenos extraordinarios: la columna de fuego, la tierra
que se abre para tragarse a los rebeldes, el maná que cae
del cielo...
El Creador está presente no sólo en los
acontecimientos sobrenaturales, sino también cuando
actúa de manera imperceptible, ocultándose tras el velo
de las leyes de la naturaleza. El movimiento de las
estrellas en el cielo está llenos de su actuación, todo el
Cosmos se somete a su voluntad. Dios interviene en el
mundo que nos rodea en cada instante, sostiene su
existencia e influye en todo lo que sucede.
En el salmo 139 podemos encontrar recogida la
afirmación de esta verdad:

“¿Adónde iré lejos de tu aliento,


adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te
encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha”52.

52
Salmo 139, 7-10. Traducción de la Liturgia de las Horas.
148
Dios sostiene nuestra vida en cada
momento. De hecho nadie puede prolongar su vida en la
tierra ni un instante, es nuestro Señor quien decide
cuándo hemos de morir. Todos los métodos curativos
existentes, las medicinas y técnicas quirúrgicas están
penetrados por el poder omnipresente de Dios. Gracias a
Él fueron descubiertos y Él hace que resulten eficaces o
no. Por eso, al someternos a un tratamiento médico, o
incluso al tomarnos un simple analgésico, deberíamos
ante todo pedir que Dios quiera asociar a ellos su gracia.
Sin ella ninguna medicina puede ser eficaz.
En cada situación, fácil o difícil, agradable
o dolorosa, Dios presente en ella a través de su voluntad
puede ser nuestro apoyo. Al apoyarnos en esta voluntad
cooperamos con la gracia del momento, por la cual
nuestra vida puede volverse cada vez más armoniosa,
conducirnos a la unión de nuestra voluntad con la de
Dios, y santificarnos.

El templo de nuestro interior

Gracias a la cooperación con la gracia


podemos comenzar a encontrar a Dios no sólo en el
mundo exterior, sino también en nuestro interior, al que
el Espíritu Santo viene como el dulcis Hospes animae (dulce
Huésped del alma). Santo Tomás de Aquino escribe
acerca de la presencia de Dios: “Fuera de la forma común
y general según la cuál Dios está presente en todo por
medio de su ser, de su poder y de su presencia... existe
todavía otra forma especial, propia exclusivamente de los
seres racionales, en quienes Dios mora como ser conocido
en quien conoce y amado en quien ama53. Y ya que la
criatura racional puede elevarse a Dios con el

53
Subrayado por la redacción.
149
conocimiento y el amor, y así alcanzarlo a Él mismo
dentro de sí, por lo tanto, en razón de esta relación
especial no sólo se dice que Dios está en el ser racional,
sino que habita como en su templo”.54
Es imposible comprender plenamente lo
que significa que el Creador Omnipotente habite en el
alma del hombre. Para entenderlo, aunque sea un poco,
podemos servirnos de algunas imágenes. San Basilio
compara el alma habitada por el “Dulce Huésped” con un
hierro sumergido en el fuego de una hoguera: “Así como
el hierro que está en el fuego no pierde su naturaleza, sino
que incandescente por la violencia del fuego adopta de
alguna manera su naturaleza, su color, su temperatura y
su actuación, transformando sus propiedades a semejanza
de las del fuego, así se santifican y divinizan las
facultades del alma, por la unión con Aquel que es la
santidad misma”.55

Las pruebas de su amor

Nuestro apoyo en Dios puede ser


superficial e incluso aparente, cuando no es más que una
construcción mental, una convicción teórica que no
influye en nuestra vida práctica.
En el proceso de las purificaciones Dios, de
alguna manera, levanta el velo, descubre toda la
hipocresía de nuestra aparente vida de fe, esperanza y
caridad. Entonces, los cálculos humanos empiezan a
fallarnos cada vez más y todo en nuestra vida se vuelve
poco a poco imposible de prever. De este modo llegamos

54 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, qu. XLIII, a. 3.


55 St. Basil, “Contra Eunomium”, Lib. III, Sources Chretiennes,
Oeuvre 305, Les Éditions du Cerf.
150
a descubrir tanto nuestras esclavitudes como nuestra falta
de abandono en su amor paternal.
A pesar de todos los apoyos que Dios nos
concede, continuamente contamos con nuestras propias
posibilidades, nuestros talentos, nuestra inteligencia, o
con las relaciones con los demás. Olvidamos
permanentemente que no pueden ser nuestra esperanza
los apoyos que nos han sido dados sólo por algún tiempo,
sino sólo su Dador.
El otro extremo que nos amenaza es
menospreciar lo que Dios nos da, e intentar heroicamente
“no apoyarnos en nada”. Nuestro Padre que nos ama,
quiere que los apoyos que recibimos en cada situación
sean una ayuda para nosotros. Rehusar estos apoyos
equivale a rechazar su mano con orgullo y aspirar
“heroicamente” a la santidad por nosotros mismos,
adelantándonos a la actuación de la gracia.
Cada vez que experimentamos
sufrimientos, necesitamos tener ante nuestros ojos nuevas
pruebas de la Misericordia de Dios para con nosotros.
Puede ser, por ejemplo, el hecho de que por lo menos
estamos vivos, de que podemos pensar, alegrarnos,
cuidar a alguien o manifestar nuestra gratitud a los
demás. Todo el bien que experimentamos es también una
prueba del amor de Dios, amor incondicional, que
perdona. Es también un apoyo que Él nos da.
De hecho, es Dios mismo quien se nos da
como apoyo, a través de sus dones. La belleza del mundo
que nos rodea, el bien que recibimos de los demás, así
como nuestros propios valores y capacidades, no son otra
cosa que una forma de su presencia en nuestra vida.
Nuestro corazón, sin embargo, está creado para apoyarse
en Él y no en sus dones. Cada don que tenemos nos es
dado para conducirnos a la unión transformante en el
Amor.
151
2. EL CORAZÓN HUMANO
APOYADO EN DIOS

En la vida interior, Dios se va volviendo


gradualmente nuestro apoyo, en la medida en que se
frustran nuestras expectativas respecto a los demás y
experimentamos la debilidad del propio “yo”. Las
situaciones de despojamiento, que nos empequeñecen
ante Dios, nos empujan a entregarle cada vez más el
timón de nuestra vida, con la certeza de que, pase lo que
pase, todo depende de Él.
Este es un camino de paz interior, armonía
y libertad. En él puede nacer también en nosotros el deseo
de vivir en la verdad: puesto que realmente Dios es Todo,
quiero reconocer que todo se lo debo a Él y vivirlo.

Vive como si todo dependiera de Dios

A pesar de que hayamos sido bautizados y


de que nos consideremos creyentes, a diario vivimos
apoyándonos en nosotros mismos y no en Dios. Damos
por supuesto que casi todo depende de nosotros y de las
bien conocidas leyes naturales que gobiernan el mundo.
Pensamos sobre multitud de cosas, sacamos conclusiones
y planeamos el futuro olvidándonos completamente de
Dios. Nos comportamos como si fuéramos dioses, con la
posibilidad de crear el mundo y de disponer los
acontecimientos según nuestra voluntad. Construimos el
imperio de los apoyos humanos y queremos gobernarlo
por nosotros mismos.
Debemos vivir como si todo dependiera de
nosotros, pero recordando, al mismo tiempo, que en
152
realidad todo depende de Dios. La expresión “como si”
subraya la actitud adecuada que el cristiano debe tener
hacia todo lo que hace, planea y se propone56. Cuando
esto se olvida, desaparece también la conciencia de que,
esencialmente, todo depende de Dios, que está presente
en nuestra vida a través de los distintos acontecimientos y
de toda la realidad que nos rodea. Sin embargo, Él está
presente únicamente en el “ahora” que nos rodea, en el
presente. El futuro siempre es algo hipotético, mientras
Dios no quiera hacerlo realidad el día de mañana.
Si miráramos el mundo con los ojos de la
fe, veríamos que en nuestra visión del futuro, sólo es real
aquello a lo que Dios quiera vincular su gracia, lo que
desee realizar de acuerdo con su voluntad santa. Los
planes y propósitos que nos absorben tanto, son sólo
apoyos inútiles e ilusorios, mientras el Creador del
universo no quiera hacerlos realidad. Hacer planes, como
si el futuro dependiera de nosotros, es hacer castillos en el
aire, independientemente de lo justos que, desde el punto
de vista humano, pudieran parecer nuestros argumentos.
Si recordáramos que todo depende de Dios, al realizar
nuestros planes y propósitos, guardaríamos la distancia
necesaria respecto a ellos, la relación adecuada con los
apoyos ilusorios.
¿Puede el cristiano liberarse por sí mismo
de los apoyos ilusorios? Naturalmente que no, pues ya
que ha de vivir como si todo dependiera de él, de alguna
manera está obligado a moverse en el ámbito de las

56
”Orad como si todo dependiese de Dios, pero trabajad como si todo
dependiera de vosotros” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2834).
Dicho atribuido a San Ignacio de Loyola (cf. Pedro Ribadeneira,
Tractatus de modo Gubernandi, Sancti Ignatii, c. 6, 14: MH SI 65,
631); (ver nota 6).

153
ilusiones. Sin embargo, necesita llamarlas por su nombre,
tanto ante sí mismo como ante Dios.
Los únicos apoyos verdaderos son aquellos
a los que el Creador vincula su gracia. Todos los demás
apoyos, en los que Dios no está presente, se convierten en
una ficción, una mera ilusión sin consistencia. Se
asemejan a una cuenta en un banco que ha quebrado: ¿De
qué sirve tener millones en ella, si el banco ya no existe?

Entre la “nada” humana y el Todo divino

San Juan de la Cruz, al describir el camino


del alma hacia la unión con Dios, advierte sobre la
necesidad de guardar distancia ante los apoyos ilusorios:
“Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada”57. Si
realmente hemos de unirnos con Dios, si hemos de ser
todo, no merece la pena ser algo en nada, en aquello que es
una mera ilusión. Y todo lo que nos rodea será
únicamente un apoyo ilusorio, si Dios no vincula a ello su
gracia.
San Juan de la Cruz habla a continuación
de las condiciones necesarias para aspirar a esta unión:
“Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
Porque para venir del todo al todo, has de negarte del
todo en todo”58. ¡Cuántas veces pensamos en nuestros
apoyos psicológicos o materiales como si ellos fueran
realmente permanentes e inmutables! En eso fundamos la
amistad, el amor y también la confianza que ponemos en
nosotros mismos. Damos por supuesto que podemos
contar con nosotros mismos y con los demás. San Juan de

57 San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, I, 13, 11; Obras


Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 212.
58 Idem I, 13, 12
154
la Cruz, en cambio, dice que cuando construimos nuestra
vida, aunque sea sólo en cierta medida, sobre los apoyos
ilusorios, cuando reparamos en ellos, entonces dejamos de
arrojarnos al Todo, es decir a Dios. Hemos de vivir entonces
como si pudiéramos apoyarnos en nosotros mismos o en
los demás, pero recordando que el único apoyo real para
nosotros es sólo Dios.
Incluso si verdaderamente encontráramos
un apoyo psicológico profundo y seguro, uno que nos
diera la impresión de que poseemos todo lo mejor que
hay en este mundo, deberíamos seguir las advertencias de
san Juan de la Cruz: “Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer; porque si quieres tener
algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro”59. Hemos
de aprovechar cada don divino, incluso aquel que nos
parezca todo, conservando la libertad de corazón y no
deseando el apoyo que en él encontramos. Nuestro Dios
es un Dios celoso y no compartirá nuestro corazón con
ningún ídolo.
El pobre de espíritu al apoyarse
únicamente en el Redentor, no desea encontrar apoyo en
nada ni en nadie fuera de Dios. A diario implora
Misericordia a su Señor, porque esta súplica es su única
forma de vivir en presencia de su oscuridad espiritual,
que va descubriendo cada vez con mayor claridad. San
Juan de la Cruz describe este estado sirviéndose de la
imagen del leño que va siendo consumido por el fuego. El
fuego material, al abrazar el madero comienza primero
por secarlo, después lo va “poniendo negro, oscuro y feo,
y aún de mal olor”.60

59 Ibidem
60
San Juan de la Cruz, Noche Oscura, II, 10, 1; Obras Completas,
Editorial de Espiritualidad, Madrid 1993, pág. 513.
155
No tengamos miedo de que, a semejanza
de la madera quemada en el fuego, nos volvamos cada
vez más negros. La causa de este miedo es el deseo de ser
útiles como los trozos de madera de los que pueden
hacerse diferentes objetos necesarios. Nos horroriza la
posibilidad de perder la buena opinión de nosotros
mismos y de volvernos ceniza negra, inútil, por eso
tenemos miedo de ser sumergidos en el fuego del Amor
Divino.
Los santos, en la medida en que se van
uniendo a Dios, descubren en sí mismos la espantosa
imagen de su miseria, descubren que en esencia son
“nada”. Uno de los síntomas de esta miseria humana, es
precisamente la búsqueda de apoyos ilusorios y la huida
de Dios, el único apoyo verdadero. La luz de la gracia
divina, al penetrar en el hombre, le muestra con toda
claridad los diversos mecanismos de estas huidas.
También le muestra lo fuertemente que están unidas estas
huidas a su vida cotidiana y lo difícil que es liberarse de
ellas.
Si Dios nos “cerca” con la conciencia de la
flaqueza psicológica y de la debilidad y con
acontecimientos que nos muestran nuestra incapacidad
para ser humildes, es para empujarnos a desear y pedir la
unión con Él. Cuando esto sucede, la madera de nuestra
alma es penetrada por el fuego del Amor Divino. El
proceso de quemar la madera se intensifica descubriendo
la negrura de la madera carbonizada, haciéndonos cada
vez más débiles y más desvalidos, y por lo tanto de nuevo
“obligados” a unirnos a nuestro Señor.
Al implorar Misericordia, el pobre de
espíritu no sabe cuánta limosna recibirá de Dios61. No

61
”El hombre es un mendigo de Dios” dice el Catecismo de la Iglesia
Católica, 2559.
156
sabe de qué o de quién se servirá el Salvador para
socorrerlo. Sólo sabe que tiene que esperarlo todo de
Dios, porque Él es su único apoyo.
La unión transformante, a la que estamos
llamados, es el encuentro del hombre con Dios, en el que
la “nada” humana ya no opone más resistencia y se deja
consumir por el Todo de Dios.

Suplicar el temor de Dios

Son santos los que se han unido


plenamente a Dios encontrando el apoyo más seguro en el
cumplimiento de su voluntad, que se convierte en el
objetivo y en el sentido de su vida. Lo mismo podría
suceder con nosotros si en todo lo que hacemos nos
apoyáramos en El. Por desgracia al hacer lo que Dios
espera de nosotros, nos desanimamos con mucha
facilidad, empezamos a dudar, y caemos en el desaliento
y la desgana.
La causa más importante de nuestra falta
de perseverancia en el cumplimiento de la voluntad de
Dios es apoyarse en uno mismo y ver el mundo como si
Dios no existiera. La tentación satánica expresada en las
palabras “seréis como dioses” (Gn 3, 5), significa que al
igual que nuestros primeros padres, queremos actuar de
acuerdo con nuestra propia voluntad, sin preguntarnos
cuáles son los planes de Dios Todopoderoso.
Si realmente creyéramos en la
omnipotencia de Dios, en que Él y nadie más que Él
decide sobre el mundo y sobre nuestra vida, contaríamos
únicamente con Él. También recurriríamos a Dios en cada
momento de nuestra vida con la oración y con una súplica
llena de determinación.

157
De hecho todo depende de Dios. A Él le
debemos nuestra veneración y respeto, lo que llamamos
“temor de Dios”62. Cuando no hay este “temor de Dios”,
damos excesiva importancia, a cuestiones de segundo
orden, a situaciones y circunstancias que frente a la
actuación de Dios son secundarias. Tememos a los
hombres y a las reglas establecidas por ellos, creyendo de
verdad que gobiernan el mundo, en vez de temer
únicamente a Dios, sin cuya voluntad nada puede
suceder.

62
El temor de Dios “constituye el fondo de toda auténtica actitud
religiosa. Así pues, en los dos Testamentos el temor y el amor se
dibujan realmente, aunque en forma diversa. Importa más distinguir el
temor religioso del miedo que todo hombre puede experimentar en
presencia de los estragos de la naturaleza o de los ataque del enemigo
(Jr 6, 25; 20, 10). Sólo el primero tiene lugar en la revelación bíblica
(...). Ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados, aterradores,
el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una
presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez (...).
Por el contrario, el temor reverencial es el reflejo normal de los
creyentes ante las manifestaciones divinas (...). El temor de Dios
comporta modalidades diversas que contribuyen, cada una en su
rango, a encaminar al hombre hacia una fe más profunda. En la
auténtica vida de fe el temor se equilibra gracias a un sentimiento
contrario: la confianza en Dios (...). Dios rodea a los hombres de una
providencia paternal que atiende a sus necesidades. “¡No temas!”, dice
a los patriarcas al notificarles sus promesas (Gn 15, 1; 26, 34); la
misma expresión acompaña las promesas escatológicas aportadas al
pueblo que sufre (Is 41, 10. 13s; 43, 1-5; 44, 2), así como las promesas
de Jesús al “pequeño rebaño” que recibe del Padre el reino (Lc 12, 32;
Mt 6, 25-34). En términos semejantes anima Dios a los profetas al
confiarles su dura misión: tendrán que habérselas con los hombres,
pero no deben temerlos (Jer 1, 8; Ez 2, 6; 3, 9; cf. 2 Re 1, 15). Así la
fe en él es la fuente de una seguridad que destierra hasta el mero
miedo humano... Los verdaderos creyentes, apoyados en su confianza
en Dios, destierran de su corazón todo temor (Sal 23, 4; 27, 1; 91, 5-
13) (Léon Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder,
Barcelona 1996, pág. 877-878).
158
Precisamente de este temor de los hombres
viene nuestra parálisis y desánimo ante las circunstancias
adversas y los vientos contrarios que nos dificultan
alcanzar la meta. Al mismo tiempo olvidamos que sólo
hay dos posibilidades, o Dios quiere estas dificultades por
motivos que no tenemos por qué comprender, o por lo
menos las permite.
¿Quizás con todo esto quiere mostrarnos
nuestra falta de fe? Nuestra actitud hacia los hombres y
las “reglas del juego” creadas por ellos es un tipo de
idolatría: o les tenemos un miedo exagerado o les
adoramos perdidamente, despreciando al mismo tiempo
a Dios Todopoderoso. Si nuestro corazón estuviera lleno
de temor de Dios, si en cada circunstancia buscáramos
apoyo en nuestro Creador y Señor, surgiría en nosotros
un distanciamiento respecto a todos los cálculos ilusorios
de la razón no iluminada por la fe.

La sabiduría de la fe

Si la fe fuera nuestro apoyo, tendríamos la


certeza de que no hay situaciones, por difíciles que
parezcan, que no se puedan resolver, por tanto no hay
motivos para caer en el desánimo ante las circunstancias
desfavorables. Sabríamos que basta reconocer con
contrición que no buscamos apoyo en la voluntad del
Señor y en su amor, para encontrar en nosotros mismos,
de forma renovada, la fuerza de Dios para actuar.
El tema que ocupa más espacio en los
escritos de san Juan de la Cruz, es la fe, que es el medio
fundamental para buscar apoyo en Dios y unirse a Él. El
Doctor Místico señala que cuando la acción natural de la
razón es penetrada por la acción de Dios y sometida a Él,

159
se convierte entonces en fe, permitiéndonos apoyarnos en
el poder y amor infinitos del Creador.
Con frecuencia participamos en la santa
Misa y recibimos el Cuerpo de Cristo. ¡Hemos
experimentado tantos signos de la presencia y del poder
de Dios! Somos testigos del Señor que muchas veces pasa
a nuestro lado, y sin embargo, nos comportamos
continuamente como si nada viéramos ni nada
experimentáramos. Cada vez que Dios pasa por nuestra
vida es una llamada que Él nos dirige, a nosotros hombres
de poca fe: ¿Por qué dudas? Este es el mejor momento para
que reconozcas, lleno de contrición, que piensas y actúas como
si Yo no existiera. Pero no olvides que YO SOY. 63
¿Qué es todo el poder y la fuerza de este
mundo, que no es, ante Dios, el único que puede decir de
sí mismo YO SOY? Y si esto es así, ¿porqué nos
preocupamos y desanimamos? Esto no es solo una
estupidez, sino también una ofensa a Dios: porque
supone tratar a AQUEL QUE ES como si fuera impotente
ante el poder de este mundo. Dios, que en su Hijo se ha
dejado crucificar por el hombre, nos ha dado de esta
forma, una muestra de su poder y su fuerza que “se
muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor 12, 9). Toda
debilidad, que encontramos en nosotros mismos y en el
mundo que nos rodea, está traspasada por la fuerza de
Dios, fuerza que siempre y en todas partes constituye un

63
A la pregunta que Moisés le hace sobre su identidad, Dios responde:
“YO SOY EL QUE SOY”. Prevalece la interpretación de que aquí se
trata de explicar el nombre de Dios como Aquel que hace que algo
exista o suceda, es decir, ve en Yahvé, al Creador y Señor de la
historia. Los israelitas, al encontrar a Dios en la naturaleza y en la
historia, confesaban su fe en Él como Aquel que creó el mundo, los
eligió a ellos para ser el pueblo de la alianza y dirige los destinos de la
humanidad. (Enciclopedia bíblica, Varsovia, 1999, Prymasowka,
Seria Biblijna, pág. 407).
160
apoyo para nosotros. Esta fuerza quiere revelarse en el
mundo, aunque parezca completamente dominado por
los respetos humanos y las reglas de juego de los
hombres.
No pensemos que llegaremos a librarnos
completamente del temor de los hombres, pues es nuestra
segunda naturaleza. Sin embargo, es importante tratar
nuestra tendencia a apoyarnos en el sistema de cálculos
humanos, con cierta ironía y distancia para aprender a
burlarnos de lo que podríamos llamar “estupidez de la
incredulidad”, que tanto limita la acción de Dios.
¡Cuántas obras maravillosas y planes de Dios se
destruyen, por esta estupidez nuestra!
Nuestra única salvación es llevar a los pies
de Jesús esta “estupidez de la incredulidad” y suplicarle
que se una a nosotros, hombres que por su poca fe limitan
los extraordinarios planes de Dios. Entonces Él puede
venir y, penetrando nuestro pensamiento y nuestra
voluntad, tomar en sus manos el timón de nuestra vida.
El Creador hace depender su voluntad de la actitud
interior del hombre, por eso esta oración es la única
posibilidad que tenemos para dejar de poner obstáculos a
su omnipotencia.

Entregar el “timón” de nuestra vida

Durante las purificaciones, Dios nos habla


fundamentalmente a través de los acontecimientos
cotidianos y de las situaciones en las que no podemos
recurrir a los esquemas y reglas de comportamiento del
pasado, cuando teníamos completamente en nuestras
manos el timón de nuestra vida. Es como si trastocara el
orden que existía hasta entonces e hiciera que las

161
soluciones que hasta este momento eran adecuadas, en
esta nueva etapa se vuelven inadecuadas.
La gracia actúa sobre la naturaleza, pero
existe una primacía del orden de la fe respecto del orden
natural. El orden de la fe sirve a nuestra unión con Dios,
hace que no seamos nosotros quienes dirijamos nuestra
vida, sino Cristo que vive en nosotros (cf. Ga 2, 20).
Cuando Dios quiere enseñarnos a someternos
continuamente a las inspiraciones del Espíritu Santo y a
estar atentos a su actuación, tiene que trastocar el orden
establecido hasta entonces para que no nos apoyemos
demasiado en él, estemos abiertos a la gracia del
momento y le permitamos que sea Él quien nos conduzca
con su inspiración.
“Entregar el timón” puede ser algo muy
difícil para quienes se han habituado a planear y a
organizar todo por sí mismos. Claro que si Dios nos
ilumina con la luz de la fe, vemos con claridad que esto
no supone ningún riesgo, porque tanto antes como ahora
estamos ocultos en los brazos de Dios64.
De esto mismo nos habla el mensaje que la
Santísima Virgen de Guadalupe dirigió en 1531 en México
al indio recién convertido al cristianismo san Juan Diego,
recogido y conservado por la tradición en el relato de las
apariciones. María le invita a que en la difícil situación en
que se encuentra busque su apoyo total en Ella: “Escucha,
ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te
espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu
corazón (...). ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás
bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu

64
Esta conciencia está muy bien expresada en el salmo 131: “Señor,
mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo
grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis
deseos como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre” (Traducción de la Liturgia de las Horas).
162
alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis
brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”65
Todos nuestros sufrimientos seguirán
siendo un peso difícil de llevar mientras creyendo en
nosotros mismos, busquemos y contemos con los apoyos
humanos. Los brazos de María, en los que podemos
encontrar la seguridad y la felicidad, son en realidad los
brazos de Dios, que llena completamente a Aquella a
quien la Iglesia llama “Esposa del Espíritu Santo”.

65
Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis
Guerrero Rosado, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan
Diego, Editorial Porrúa, México 2001, pág. 182.
163
164
3. SÓLO DIOS BASTA

El hombre humilde y pobre de espíritu no


busca apoyos ni en sí mismo ni en el mundo que le rodea.
Tiene una percepción de la realidad diferente porque
busca apoyo en otra cosa. La pobreza espiritual y la
oración humilde hacen que el hombre se vuelva, ante
Dios, como un mendigo que nada tiene fuera de Él66.
Este mendigo de Dios, al no hacerse
problemas ilusorios, tampoco busca apoyos ilusorios. Lo
único que le importa es el Reino de Dios.
Para poder llegar a esta actitud debemos
ser abrazados por el fuego del Amor Divino que
consumiendo nuestras ilusiones, no sólo nos protegerá de
las heridas que éstas ocasionen, sino que eliminará los
obstáculos para que alcancemos la unión con Él; unión
con Aquel cuyo amor es capaz de satisfacer todos los
anhelos del corazón del hombre. Dios ama tanto este
puñado de ceniza que es el hombre, que por medio de la
unión transformante nos quiere introducir en el
inimaginable mundo de su felicidad divina.

La oración del mendigo

En la oración del Padre nuestro, Jesucristo


mismo nos ha dejado una indicación sobre la actitud
espiritual adecuada ante Dios: la actitud del mendigo, la
del hombre que no tiene ningún apoyo fuera de Dios.

66
El Catecismo de la Iglesia Católica describe a la humildad como la
“disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la
oración”, y al hombre que ora como “mendigo de Dios” (Catecismo
de la Iglesia Católica, 2559).
165
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Con estas
palabras el mendigo de Dios se dirige a su Creador, a su
Padre que está en el cielo. Al recurrir a Él de esta forma,
quiere honrar la grandeza del Señor de la Creación y
pedirle lo que es más importante para su propia
existencia de mendigo. Las peticiones del mendigo
definen su relación con Dios y la jerarquía de importancia
de los problemas de su vida.
Santificar el nombre del Señor, darle el
honor y la gloria que se le deben doblando las rodillas al
escuchar su Nombre (cf. Flp 2, 9-11), ¿no es, acaso,
sumergir la propia vida en el espíritu del cielo? Pedir que
venga a nosotros el Reino de Dios ¿no es también suplicar
que venga el cielo, ese cielo que el mendigo de Dios
anhela y por el cual suspira? El camino hacia esa meta
esta en la realización de la voluntad de Dios: Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo. Esto es lo que reclama
el mendigo de Dios, lo que suplica y mendiga.
A continuación la oración del Señor
enumera los bienes que el mendigo de Dios debería pedir
en segundo lugar: Danos hoy nuestro pan de cada día. Estas
palabras muestran que tenemos derecho a pedir todo lo
que nos es necesario para llevar una vida digna,
sometiendo todo, claro está, a la voluntad de Dios.
Del mismo modo que el pan de cada día es
alimento para el cuerpo, el perdón de los pecados es
imprescindible para el alma del mendigo de Dios. Por eso,
inmediatamente después, pide: Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Desde el punto de vista de la vida eterna esto es lo más
importante, pues sin el perdón de nuestras ofensas no
puede haber salvación. Lo esencial de esta petición no es
únicamente pedir perdón por los pecados. Con estas
166
palabras el mendigo de Dios, de alguna manera pone en
jaque a su egoísmo, se pone prácticamente una soga al
cuello: si no es misericordioso con quienes le ofenden,
nada le será perdonado.
Mendigo de Dios es quien tiene conciencia
de que sin el apoyo de Dios caerá. Por eso su suplica
incluye la petición: No nos dejes caer en la tentación y
líbranos del mal. En ella está contenida también la
siguiente idea: obsequiado con libre voluntad, el pecador
no necesariamente tiene que ser tentado para caer. Incluso
aunque Dios nos preservara totalmente de las tentaciones,
podríamos seguir pecando. Por eso el mendigo de Dios
pide: “líbranos del mal”, es decir “no permitas que se
realice el mal”.

La actitud del mendigo de Dios

El análisis de la Oración del Señor muestra


claramente cual es la actitud que el mendigo de Dios
adopta ante el mundo, para no buscar en él apoyos
ilusorios. ¿Nuestra jerarquía de peticiones es acaso la
misma que la de la Oración del Señor? ¿No estamos llenos
de exigencias?
Toda pretensión es lo opuesto a la actitud
del mendigo. Lo normal es que quien sobrevive gracias a
las limosnas de los demás nunca ponga condiciones
como: “Sólo acepto billetes de 50 euros”. Si tuviera estas
exigencias, no recibiría nada. El mendigo acepta con
gratitud la limosna que recibe, está libre de una actitud
exigente.
El mendigo esta convencido de que vale la
pena extender sus manos pidiendo limosna. De hecho hay
personas cuyo único medio de sustento es aquello que
mendigan y si eso no les diera para vivir, con seguridad
167
cambiarían la forma de obtener ingresos. Si tú tampoco
quieres vivir de ilusiones, y si, liberándote de ellas,
aceptas reconocer que eres mendigo de Dios, puedes estar
seguro de que Él no te negará la limosna. Poniéndote ante
el Señor con las manos extendidas en gesto de súplica,
siempre recibirás lo mejor. Si no tratas de hacer esto,
significa que no vives en la verdad y que no buscas apoyo
en Dios.
Un mendigo es mendigo, sólo cuando
mendiga. Cuando deja de mendigar, rápidamente puede
comenzar a pensar que es ya otra persona. Puede llegar a
ahorrar tanto que cuando abandona su ocupación y se
viste como es debido a nadie se le ocurre llamarle
mendigo. En términos espirituales puedes dejar de
mendigar tanto cuando te absorbe el trabajo que realizas,
como cuando te arrodillas y rezas. Si no te diriges
interiormente a Dios pidiéndole humildemente su
Misericordia, no reconoces en ese momento la verdad de
que ante El eres mendigo.
Si ves que no eres un verdadero mendigo
de Dios, entrega esta miseria a tu Redentor. Pídele que Él
mismo venga y se una a ti. Entonces como verdadero
mendigo de Dios puede suceder que le encuentres en
todo lo que te rodea: en las cosas, en tus asuntos, en los
acontecimientos y en las personas.

Como el ciego de Jericó

“Separados de mí no podéis hacer nada”


(Jn 15, 6). Estas palabras de Jesús nos descubren nuestra
total dependencia de Dios, dependencia semejante a la de
un niño pequeño o a la de una persona que no tiene nada,
a la de un mendigo. En realidad no se trata de que nos
“volvamos mendigos”, para así agradar a Dios y poder
168
recibir sus gracias. Las palabras de Jesús expresan
simplemente un hecho objetivo: que en realidad somos
mendigos. Todo lo que somos y tenemos es don y limosna
de Dios. Dios nuestro Señor está enamorado de la verdad
y no de que “adoptemos una mera actitud de mendigo”.
Por eso espera que tratemos de reconocer y de vivir
conforme a nuestra condición de mendigos. Permanecer
en las ilusiones siempre es perjudicial y peligroso. ¿Por
qué entonces nos resulta tan difícil reconocer nuestra
condición de mendigos de Dios?
El cardenal Joseph Ratzinger expresa este
asombro al preguntarse por qué continuamente nos
negamos a entregarle a Dios nuestra existencia “junto con
nuestra incapacidad para la fe y la oración”67. Él ve en el
apego a una falsa autosuficiencia la causa de muchos
sufrimientos e incluso de muchas neurosis del hombre
contemporáneo. “El hombre es un mendigo de Dios”, dice
san Agustín, y el cardenal Ratzinger añade que “no le
hacemos a Dios ningún favor si reconocemos la verdadera
situación de nuestra existencia, que consiste en la
necesidad que tenemos de ayuda, de expresarnos, de
buscar un confidente y de la posibilidad de mendigar”.
El mendigo de Dios, al vivir en la verdad,
sabe bien que no tiene nada por sí mismo. Pero al mismo
tiempo, sabe también que es imposible vivir sin apoyarse
en algo. Por eso toda su existencia es una súplica, una
incesante y ardiente llamada a Dios como su único apoyo
real. Santa Teresa de Jesús llega incluso a afirmar que “lo
que habemos de hacer es pedir como pobres necesitados

67
Joseph Ratzinger, Dogma und Verkündigung, Erich Wewel Verlag,
München 1973, pág. 123-124.
169
delante de un grande y rico emperador y luego bajar los
ojos y esperar con humildad”68.
El cardenal Ratzinger recuerda que cuando
en la celebración de la Santa Misa pronunciamos las
palabras del Kyrie eleison repetimos la súplica mendicante
del ciego de Jericó, en la que se expresa el
“reconocimiento de quiénes somos nosotros y de quién es
Dios” (cf. Mc 10, 46-52). Subraya también que por esta
actitud “nos expresamos conforme a la realidad: Señor
mío, dígnate mirarme, soy nada pero Tú eres todo; soy miserable
pero Tú eres rico, puedes curar todas las miserias del mundo.
Soy pecador y malo pero Tú eres plenitud de amor desbordante”
69.

La creciente Oscuridad

Dios, en respuesta a la súplica del


mendigo, viene para unirse con él. San Juan de la Cruz
presenta el proceso de la unión con Dios ayudándose de
una expresiva imagen: el leño ardiente que se consume en
el fuego del amor de Dios.70

68
Santa Teresa de Jesús, Castillo Interior o Las Moradas, IV 3, 5;
Obras Completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2000, pág 854.
69
Joseph Ratzinger, Ibid.
70
”El procedimiento que sigue la purgativa y amorosa noticia o luz
divina en el alma para purificarla y disponer a la unión consigo de una
manera perfecta –escribe san Juan de la Cruz- es el mismo que sigue
el fuego con la madera para transformarla consigo. El fuego material
lo primero que hace es comenzar a secar la madera, exprimiéndole la
humedad y haciéndole llorar el agua que tiene. Después la va
volviendo negra, oscura y fea, e incluso de mal olor, y, secándola poco
a poco, le va quitando todo lo que tiene feo y oscuro contrario al
fuego. Por último, comienza a inflamarla por fuera y a calentarla,
hasta que consigue transformarla en sí y dejarla hermosa como el
mismo fuego. En este momento no queda ya ninguna pasión ni acción
propia de la madera, excepto el peso y la cantidad, que son más
170
La oscuridad y negrura que van
apareciendo mientras el alma se quema en el fuego del
Amor Divino, reflejan el proceso del descubrimiento de
nuestra verdad, y por lo tanto la pérdida de apoyo en
nosotros mismos. De hecho no se puede creer en la
oscuridad ni apoyarse en ella. Esta negrura es como la del
leño carbonizado, como la de la ceniza negra.
Únicamente puede calentar e iluminar mientras esté
inmersa en el fuego. Por sí mismo no sirve para nada, no
constituye ningún apoyo. Sólo tiene valor el fuego que la
envuelve. La oscuridad del alma que se va manifestando
es una compañera inseparable de nuestras experiencias en
el camino a la santidad, cuando todas las ilusiones y
falsedades se queman gradualmente en el fuego del amor
de Dios.
No hay que asustarse porque nuestra situación sea
cada vez peor. En cierto sentido puede decirse que “tanto
peor, tanto mejor”71 Cuanta más desamparados estemos
frente al mal que vemos en nosotros mismos y cuanto más
nos volvamos a Dios por ello, tanto mejor para nosotros.
En definitiva, lo esencial es que busquemos apoyo
únicamente en Dios que, al cercarnos por medio de los
acontecimientos y las circunstancias, quiere conquistarnos

densos que los del fuego, habiendo adquirido las propiedades y


acciones del fuego. Seca está ya la madera como el fuego, y como él
caliente y luminosa como él. Es más ligera que antes. Y el fuego es el
autor de este cambio” (San Juan de la Cruz; Noche Oscura, II, 10, 1;
edición de Jesús Martí Ballester, Noche oscura leída hoy, Paulinas,
Colección Fermentos, Madrid 1983, pág 139) .
71
El Padre Benedictino John Chapman en sus “cartas sobre la
oración”, subraya que cuantas más desilusiones y fracasos tenemos,
tanto más tenemos que apoyarnos en Dios “la vivencia de semejante
estado es muy desagradable”, pero “tanto peor, tanto mejor” (J.
Chapman, The Spiritual letters of Dom Jhon Chapman O.S.B., letter
26, New York, Sheed & Ward, 1935, pág. 84).
171
para sí, purificarnos con el fuego de su amor y
obsequiarnos con la felicidad verdadera.
Es fundamental que creamos que Jesús
murió realmente por nosotros siendo pecadores. Así nos
amó y nos redimió. La oscuridad espiritual que
descubrimos en nosotros no constituye un obstáculo para
su amor. Al contrario, cuando la aceptemos
profundamente, nos será más fácil buscar apoyo en Él,
recurriendo con contrición al Señor suplicando su
Misericordia.
Hemos de ir corriendo hacia Jesucristo,
Médico divino, en quien está nuestra única esperanza con
cada enfermedad del alma que descubrimos. Si le
pidiéramos que nos librara y curara en cada ocasión, tal
vez nunca tendríamos que ponernos enfermos
espiritualmente. De hecho Jesús, por su sufrimiento en la
cruz, redimió no sólo los pecados que cometemos sino
también aquellos de los que nos preserva.
Santa Teresita del Niño Jesús escribe sobre
ello así: “Reconozco que, sin El, habría podido caer tan
bajo como santa María Magdalena, (...) Lo sé muy bien: Al
que poco se le perdona poco ama. Pero sé también que a
mí Jesús me ha perdonado mucho más que a santa María
Magdalena, pues me ha perdonado por adelantado
impidiéndome caer”.72
Es necesario que realizando continuos
actos de humildad tengamos siempre presente nuestro
pecado reconociéndolo antes de que efectivamente lo
cometamos. Nuestra imitación de la Santísima Virgen, la
humilde esclava del Señor, debería consistir precisamente

72
Santa Teresita del Niño Jesús; Historia de un alma, cap. IV, 38vº;
Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998. pág. 151.

172
en suplicar continuamente misericordia desde el fondo de
nuestra bien conocida miseria. Entonces Dios podría
poner los ojos en nuestra humildad y preservarnos de
toda caída. De este modo la Pasión que nuestro Salvador
padeció en la Cruz también por nuestros pecados
actuales, quedaría limitada sólo en la medida que es
imprescindible para preservarnos de los pecados.

El fuego que inflama la ceniza del hombre

Nuestro Señor desea que no nos


preocupemos demasiado ni por los asuntos temporales ni
por nuestro camino hacia Él. El Creador quiere que
nuestros corazones, libres de toda preocupación
encuentren su apoyo en Él.
A través de la imagen del leño ardiente,
san Juan de la Cruz muestra el camino hacia la libertad
plena. Cuando ha quedado completamente consumido
por el fuego, lo único que queda de él es ceniza, que sin
embargo, al estar inflamado por su llama, ha adquirido
las mismas propiedades del fuego: seca, calienta e
ilumina.
Merece la pena caer en la cuenta de que
Dios, ya desde el principio de la historia, descubre al
hombre su verdadera condición, llamándole “polvo”. El
libro del Génesis nos transmite esta condición del hombre
después de su caída, con las palabras que el Creador
dirige a Adán tras el pecado original: “Polvo eres y al
polvo tornarás” (Gn 3, 19). El hombre, aunque posee una
dignidad plena, por haber sido creado a imagen y
semejanza de Dios y redimido con la sangre del Salvador,
es únicamente polvo, y su cuerpo después de la muerte, al
polvo volverá. Si reconociéramos, aunque fuera sólo en
parte, lo que los santos saben de sí mismos, tendríamos
173
una profunda conciencia de que somos únicamente
miseria, un puñado de polvo amado por Dios, en el que el
Creador del Universo desea vivir.
Sin embargo, ¿quién de nosotros piensa así
de sí mismo? Todos preferimos pensar que por nosotros
mismos somos “alguien”. No obstante, toda nuestra
supuesta grandeza es sólo un espejismo y una ilusión, con
la que siempre de nuevo tratamos de llenar nuestro
corazón, un apoyo ilusorio que buscamos en nosotros
mismos y en los demás, en el dinero y en los éxitos. Dios
quiere quemarlos todos en el fuego de su amor, pues ama
tanto ese puñado de polvo que somos, que Él, el Creador
del Universo, lo quiere inflamar de Sí mismo.
Cuando el Señor comienza a quemar
gradualmente nuestras ilusiones, todo deja de tener
sentido para nosotros. Cada vez nos resulta más difícil
apoyarnos en nuestro obrar, incluso cuando éste está
relacionado con el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Esto sucede porque continuamente nos esforzamos en
apoyarnos en una ilusión, en lugar de alegrarnos con la
verdad. Y la verdad es que el hombre es polvo y ceniza. Si
nos apoyáramos en ella, le repetiríamos a Dios con
confianza: Veo que soy únicamente polvo y ceniza y que mi
vida sólo tiene sentido cuando me abraza el fuego de tu amor.
Me alegro de que hayas querido mostrarme esta verdad y te
suplico: únete a mí para que tu acción me penetre hasta el
fondo.
Para que deseemos orar de esta forma,
tienen que quemarse primero nuestros “sueños de poder”
y todas las demás ilusiones a las que nos hemos ido
apegando. Entonces comenzaremos a entender que la
vida sólo tiene sentido unida a Jesucristo, pues todo lo
demás se convertirá en polvo.

174
Nos daremos cuenta, por ejemplo, de que
adquirir conocimientos no tiene ningún sentido si no es
para cumplir la voluntad de Dios. Tanto el cerebro
humano como la mayoría de las obras que hoy surgen en
el mundo se volverán algún día polvo. ¿Puede entonces
aquello que mañana se convertirá en polvo ser realmente
un verdadero apoyo? Sólo la presencia de Jesucristo
oculta en las obras que realizamos en cumplimiento de su
voluntad constituye para nosotros un apoyo real.
No sólo la realización de una actividad
concreta, sino también el retirarse de ella cuando esta es la
voluntad de Dios, puede facilitarnos el camino hacia la
comunión con Jesús y de esta manera constituir para
nosotros un verdadero apoyo. Lo mismo ocurre con todo
lo que hacemos tratando de realizar la voluntad de Dios,
con independencia de que nuestro esfuerzo sea coronado
con un éxito visible para nosotros, o por el contrario con
el fracaso.
Podemos encontrar un valioso apoyo, por
ejemplo, cuando tratamos de ayudar a alguien y vemos
que el efecto de nuestra acción es contrario al que
hubiésemos querido. No hay que sorprenderse. Si el
Señor no asocia su gracia a nuestra acción, sólo podemos
perjudicar a los demás. ¿Pueden acaso la ceniza y el polvo
negros constituir, por sí mismos, un apoyo para alguien?
Sólo pueden ensuciar a todos a su alrededor. Todo el que
trata de ayudarnos, incluso aunque no se dé cuenta, sale
ensuciado con el hollín de nuestra miseria. Ver esto es
doloroso, sin embargo, podemos encontrar en esta
conciencia de nuestro mal un profundo sentido. De hecho
no nos queda más remedio que recurrir a Jesús para que

175
Él en nosotros y por nosotros73 se encuentre con los
demás. Sólo de esta forma podremos ayudarles de
verdad. Todos los acontecimientos que nos muestran
nuestra debilidad, pecaminosidad y extravío esconden en
sí mismos una oportunidad oculta para encontrar el
apoyo verdadero, cuando confesamos ante Dios la verdad
sobre nosotros mismos y le pedimos que se una a
nosotros, que abrace con el fuego de su amor la ceniza de
nuestra alma.

Espejismos quemados en el fuego de Dios

El problema de la liberación de los apoyos


en el fondo consiste en el desprendimiento de los apegos.
San Juan de la Cruz afirma que incluso el más pequeño
apego, elegido de manera consciente y voluntaria, es
como un hilo atado a la pata de un pájaro, que no le
permite echarse a volar. “Porque eso me da que una ave
esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque,
aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al
grueso, en tanto que no le quebrare para volar”.74
También nosotros, como el pájaro que es
incapaz de cortar por sí mismo el hilo que lo ata a la
tierra, podemos ser incapaces de liberarnos por nosotros
mismos de la esclavitud de nuestros apoyos humanos.
Por eso si Dios mismo corta el hilo que nos ata,
deberíamos estar agradecidos por esa gran gracia.

73
La afirmación “en nosotros y por nosotros” hay que entenderla con
el contexto de las palabras que Jesús dirigió a Santa Margarita Maria
de Alacoque (ver nota 25).
74
Cf. San Juan de la Cruz; Subida al Monte Carmelo, I, 11, 4; Obras
Completas, Editorial Espiritualidad, Madrid 1993, pág 204.
176
El proceso de despojamiento por el que
todas las ilusiones son quemadas, puede conducirnos a
un estado en el que la gracia de Dios puede impregnar
completamente nuestra alma. Este proceso abarca todas
nuestras ilusiones acerca de quién somos y la necesidad
de ponernos delante de Dios en la verdad –como
pecadores. Así como en la última fase del proceso de
combustión de la madera, el fuego la abraza por
completo, de igual forma el proceso de las purificaciones
puede conducir a que el alma humana sea abrazada por la
“llama del amor vivo” de Dios. La persona que es
introducida en las purificaciones, al mismo tiempo que
pierde las ilusiones en los apoyos humanos, crece
incesantemente en ella la sed de Dios. Solamente
encuentra la paz en el encuentro con Él por la fe. Pero
esto le exige cuestionar todo lo que la vincula con este
mundo.
La unión con Dios se alcanza cuando nos
presentamos ante Él “desnudos”, despojados de todos los
apoyos, de todo lo que podría constituir para nosotros
cualquier tipo de valor fuera de Él. El fuego del amor de
Dios es en realidad nuestra única esperanza. Si las
ilusiones que tenemos no se queman en esta vida, esto
tendrá que suceder después de la muerte de una forma
incomparablemente más dolorosa. De hecho, en el cielo
ya no habrá apoyos ilusorios, únicamente nuestra
participación en la vida interior de Dios.
Nuestro Señor quiere unirse con nosotros y
con cada hombre ya aquí en la tierra. Quiere penetrar tan
profundamente el polvo humano que nos volvamos uno
con Él: Fuego y ceniza. Gracias a esta unión, el fuego,
inflamando la ceniza, le comunica su riqueza y su poder,
y comparte con ella todo su amor. La llama, como dice
san Juan de la Cruz, “... comenzándole a inflamar por de

177
fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle
tan hermoso como el mismo fuego”.75

SÓLO DIOS BASTA. 76

75
San Juan de la Cruz; Noche Oscura II, 10, 1; Obras Completas,
Editorial Espiritualidad, Madrid 1993.
76
Después de la muerte de Santa Teresa de Jesús, se encontró en su
breviario una hoja con un verso cuyas últimas palabras decían: “Sólo
Dios basta” (Obras Completas, Poesía “Nada te turbe”, Editorial de
Espiritualidad, Madrid 2000, Poesía 6, pág 1159).
178
Nota del autor:
Cuando no se indique otra cosa las citas bíblicas
estarán tomadas de la Biblia de Jerusalén, Desclée
de Brouwer, Bilbao 1995.
Las de San Juan de la Cruz estarán tomadas de
las Obras Completas, 5ª edición crítica, Editorial
de Espiritualidad, Madrid 1993.

179

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