La Gaviota
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La gaviota
Anton Pavlovich Chejov
(CHAIKA)
(1895)
Traducción de E. Podgursky
PERSONAJES
Acto primero
La escena representa un trozo de parque en la hacienda de SORIN. Al fondo, la ancha
alameda que conduce al lago aparece cortada por un estrado provisional dispuesto para una
función de aficionados que oculta totalmente la vista de aquel. A la derecha y a la izquierda
del estrado se ven arbustos, varias sillas y una mesita.
Escena primera
Acaba de ponerse el sol. En el estrado, detrás del telón, se encuentra IAKOV y algunos
MOZOS más. Se oyen toses y golpes; MASCHA y MEDVEDENKO, de vuelta de un paseo,
aparecen por la izquierda.
MASCHA.- ¡Qué tontería! (Toma rapé.) Su amor me conmueve, solo que... no puedo
corresponder a él. Eso es todo. (Tendiéndole la tabaquera.) Sírvase.
Escena II
SORIN.- (A MASCHA.) ¡María Ilinichna! ¡Si fuera tan amable de decir a su padre que
soltaran a ese perro que está aullando! ¡Mi hermana no ha podido dormir en toda la noche!
SORIN.- ¡Eso significa que otra vez se va a pasar el perro aullando toda la noche!...
¡Nunca me he sentido a gusto en el campo! ¡Cuando alguna vez se me ocurría venir aquí a
descansar..., en unas vacaciones de veintiocho días..., era tanto lo que me molestaban todos
con una serie de tonterías, que desde el primer día tenía gana de marcharme! (Ríe.) ¡Siempre
me marché de aquí con gusto! ¡Claro que ahora estoy retirado, y no tengo otro sitio donde
meterme!... ¡Lo quieras o no lo quieras..., hay que vivir!
IAKOV.- (A TREPLEV.) ¡Konstantin Gavrilich! ¡Nosotros nos vamos a bañar!
TREPLEV.- Bien, pero ya saben que dentro de diez minutos tienen que estar listos.
(Consultando el reloj.) Pronto va a empezar.
TREPLEV.- (Con una ojeada al estrado.) Ahí tienes ya el teatro... El telón, el primer
bastidor, el segundo y, detrás, un espacio vacío... Ninguna decoración... La vista se abre sobre
el lago y el horizonte. Levantaremos el telón a las ocho y media en punto; hora en que la luna
estará ya alta en el cielo.
SORIN.- ¡Magnífico!
TREPLEV.- ¡Claro que si Sarechnaia llega con retraso, todo el efecto se malogrará!... Ya
debía estar aquí... Su padre y su madrastra la guardan tanto, que para ella salir de casa es tan
difícil como salir de la cárcel. (Arreglando la corbata a su tío.) Tienes despeinada la barba y
el pelo. Deberías cortártelo.
SORIN.- (Atusándose la barba.) Esta ha sido siempre la tragedia de mi vida. Cuando era
joven, mi exterior era el del borracho empedernido, por lo que las mujeres nunca me
quisieron. (Sentándose.) ¿Por qué está mi hermana de tan mal humor?
TREPLEV.- ¿Por qué?... Porque se aburre. (Sentándose a su lado.) Tiene celos. Se siente
predispuesta contra mí, contra la función, y como además es Sarechnaia y no ella la que va a
representarla, contra la obra misma... No la conoce todavía, pero ya la aborrece...
TREPLEV.- La enoja la idea de que en este pequeño escenario vaya a ser Sarechnaia, y no
ella, la que obtenga un éxito. (Consultando el reloj.) Mi madre es una curiosidad psicológica.
Tiene indiscutible talento, es inteligente, capaz de verter abundantes lágrimas con la lectura
de un libro, se sabe de memoria a Nekrasov (1), y cuida a los enfermos como un ángel, pero...,
¡atrévete a elogiar delante de ella a la Duse!... ¡Ay, ay, ay!... Solo se la puede ponderar a
ella..., escribir sobre ella..., entusiasmarse con su extraordinaria manera de representar La
dame aux camélias o La niebla de la vida..., y como aquí, en el campo, carece de esa droga,
se aburre, se enfada, todos somos sus enemigos y todos tenemos la culpa de todo... También
es supersticiosa; la dan miedo las tres velas y el número trece y, además, es avara. En el
Banco de Odessa guarda setenta mil rubios. Lo sé con seguridad; pero, eso sí..., si la pides que
te preste algún dinero..., se te echará a llorar.
SORIN.- ¡Lo que pasa es que se te ha metido en la cabeza que a tu madre no le va a gustar
tu obra, y te has puesto nervioso!... ¡Cálmate!... ¡Tu madre te adora!
TREPLEV.- (Deshojando una flor.) ¿Me quiere?... No... ¿Me quiere?... No... Me quiere...
No... (Riendo.) ¿Ves?... ¡Mi madre no me quiere!... ¡Ya lo creo!... ¡Como que desea vivir,
amar, usar blusitas claras; y yo, con mis veinticinco años, la estoy siempre recordando que no
es tanta su juventud!... ¡Cuando no estoy delante..., no pasa de los treinta y dos años, y en mi
presencia tiene que tener cuarenta y tres!... Por eso me aborrece... Sabe también que no
admito el teatro. Ella, en cambio, lo adora y cree hacer un servicio a la humanidad sirviendo
al sagrado arte, mientras que, en mi opinión, en el teatro contemporáneo todo es rutina y
prejuicio... Se alza el telón, y en un cuarto de tres paredes, iluminado por luz artificial, ves a
esos grandes talentos, a esos sacerdotes de arte sagrado, representando a la gente comiendo,
bebiendo, andando, vistiendo trajes de chaqueta... Yo, cuando los veo (a través de cuadros y
frases vulgares), esforzándose por exponer una moral floja, cómoda de comprender y útil
solamente para usos domésticos..., cuando me presentan en mil variaciones siempre lo mismo,
siempre lo mismo, y siempre lo mismo..., me escapo como se escapaba Maupassant de la torre
Eiffel, que decía aplastarle la sesera con su vulgaridad.
TREPLEV -¡Pero hace falta introducir en él nuevas formas!... Hacen falta nuevas
formas..., y, si no se encuentran..., ¿qué utilidad es la suya? (Consultando de nuevo el reloj.)
Quiero a mi madre... La quiero mucho, pero es una mujer de vida desbarajustada... Siempre se
la ve acompañada de ese escritor, su nombre se desgasta en los periódicos y todo esto me
cansa... Unas veces es el egoísmo del simple mortal el que habla solamente en mí..., otras, me
da pena que mi madre sea una actriz célebre, y me parece que si fuera una mujer como otra
cualquiera, yo sería más feliz... ¡Tío!... ¿Puede haber situación más necia y desesperada que la
mía?... ¡Cuando recibe la visita de toda clase de celebridades..., escritores, artistas..., el único
entre ellos que no es nada soy yo! ¡Y si toleran mi presencia, es solo porque soy su hijo!... Y,
en realidad, ¿quién soy?... ¿Qué represento?... Dejé la Universidad al tercer año..., no tengo ni
talento, ni un «grosch» de dinero, y mi pasaporte me describe como «meschanin de Kiev» (2)...
Mi padre, aunque también famoso actor, era «meschanin de Kiev»... Pues, como te iba
diciendo..., cuando me ocurría ser objeto, en su salón, de la atención condescendiente de todos
esos escritores y artistas..., experimentaba la sensación de que las miradas de todos ellos
medían mi nulidad... Adivinaba sus pensamientos, y la humillación me hacía sufrir.
SORIN.- ¡Por cierto!... Dime, por favor, ¿qué clase de hombre es el escritor ese? ¡No se le
comprende bien! ¡Está siempre tan callado!
SORIN.- A mí, hermano, me gustan los literatos. En otros tiempos, deseaba ardientemente
dos cosas: casarme y ser literato. ¡Pero ninguna de las dos se me logró!... Sí... ¡A fin de
cuentas, aun ser literato de segundo orden es agradable!
TREPLEV.- (Tendiendo el oído.) Oigo pasos. (Abraza a su tío.) ¿Sabes?... ¡No puedo vivir
sin ella!... ¡Hasta el ruido de sus pasos es maravilloso!... ¡Soy locamente feliz! (Avanzando
apresurado hacia NINA SARECHNAIA, que acaba de entrar.) ¡Hechicera mía!...
¡Ensueño!...
SORIN.- ¡Me parece que tienes ojitos de haber llorado! ¡Vaya, vaya!... ¡Eso no vale!...
NINA.- ¡No es nada!... ¿Ves lo fatigosamente que respiro todavía?..., pues dentro de media
hora tengo que volverme. Necesitaré darme prisa. ¡No puedo estar mucho tiempo, así que, por
el amor de Dios, no me retengan!... Mi padre no sabe que estoy aquí.
SORIN.- Ya voy yo... Ahora mismo voy. (Se dirige hacia la derecha y canta.) «¡En
Francia, dos granaderos!»... (Volviendo la cabera.) Esto me recuerda que, en cierta ocasión en
que me había puesto a cantar como ahora, me dijo un fiscal: «¡Excelencia..., su voz es
potente, pero...» (Aquí se calló y, después de pensarlo un poco, terminó así...)
«desagradable!»... (Sale riendo.)
NINA.- Mi padre y su mujer no me dejan venir. Encuentran que la vida aquí es muy
bohemia y tienen miedo de que quiera hacerme actriz... ¡En cambio, a mí el lago me atrae
como a una gaviota!... ¡Mi corazón está lleno de usted! (Mira a su alrededor.)
TREPLEV.- Un olmo.
NINA.- ¡Imposible!
NINA.- ¡Tsss!...
TREPLEV.- (Al oír pasos.) ¿Quién está ahí?... ¿Es usted, Iakov?
TREPLEV.- ¡Que ocupe cada uno su puesto! ¡Ya es la hora! ¡Está saliendo la luna!
TREPLEV.- ¿Hay alcohol?... ¿Y azufre?... ¡Cuando aparezcan los ojos rojos, tiene que
oler a cera! (A NINA.) ¡Vaya usted ya! Todo está preparado. ¿Se siente nerviosa?
NINA.- Sí, mucho... A su madre no la temo, pero estará ahí Trigorin, y me da miedo y
vergüenza trabajar delante de él... ¡Delante de un famoso escritor!... ¿Es joven?
TREPLEV.- Sí.
TREPLEV.- ¡Personajes vivos!... ¡No hay que representar a la vida como es..., ni como va
a ser..., sino como nosotros la vemos en nuestros sueños!
NINA.- ¡Además, su obra carece de acción!... ¡Puede decirse que es solo un recitado!...
¡Tampoco, a mi parecer, en una obra debe faltar el amor!... (Salen ambos, y van a situarse
detrás del estrado.)
Escena III
POLINA ANDREEVNA.- ¡No se cuida usted nada!... ¡Qué terquedad!... ¡Es usted médico,
sabe perfectamente que el aire húmedo le es perjudicial y, sin embargo, le gusta
mortificarme!... ¡Ayer hizo usted a propósito el quedarse todo el anochecer en la terraza!
POLINA ANDREEVNA.- ¡Y es que estaba usted metido en una conversación tan animada
con Irina Nikolaevna, que no notaba el frío!... ¡Confiese que le gusta!
POLINA ANDREEVNA.- ¡Siempre están ustedes todos dispuestos a caer de rodillas ante
una actriz!... ¡Todos!
DORN.- (Canturreando.) «¡Ante ti otra vez estoy!»... Mire... El que la sociedad quiera a
los artistas y los acoja de manera distinta que acogería, por ejemplo, a un comerciante..., es
natural... ¡Idealismo puro!
Escena IV
SCHAMRAEV.- ¡Ella, en el año mil ochocientos setenta y tres, durante la feria de Poltava,
tuvo una actuación maravillosa!... ¡Una verdadera maravilla!... ¿No sabe usted también por
dónde anda ahora Chadin, Pavel Semionovich..., el actor cómico?... ¡En Rasplaiuv trabajó de
un modo incomparable!... ¡Mejor que Sadovskii! ¡Se lo juro!... ¿Dónde esta ahora?
ARKADINA.- ¡Me pregunta usted siempre por personas antediluvianas!... ¿Cómo voy a
saberlo? (Se sienta.)
SCHAMRAEV.- (Con un suspiro) ¡Paschka Chiadin!... ¡Ya no hay ninguno como él!... ¡El
teatro, Irina Nikolaevna, está en decadencia!... ¡Donde antes había fuertes robles, ahora no
quedan más que troncos!...
DORN.- ¡Es verdad!... ¡Sin embargo, hoy en día hay menos talentos brillantes, pero el
actor medio es mucho mejor!
SCHAMRAEV.- ¡No estoy de acuerdo!... ¡Claro que es cuestión de gusto! «De gustibus
aut bene aut nihil»... (TREPLEV sale de detrás del estrado.)
ARKADINA.- (A su hijo.) ¡Hijo querido!... ¿Cuándo vais a empezar?
TREPLEV.- (Citando, a su vez, Hamlet.) «¿Y por qué cediste al vicio y buscaste el amor
en el abismo del crimen?» (Detrás del estrado suena el toque dado con un cuerno de caza.)
¡Señores! ¡Va a comenzar! ¡Les ruego presten atención! (Pausa.) ¡Empieza! (Da unos golpes
con un palito y dice, alzando la voz:) «¡Oh vosotras, honorables y viejas sombras que pasáis
raudas en la noche sobre este lago!... ¡Adormecednos para que podamos contemplar en sueños
lo que habrá de suceder dentro de doscientos mil años!»
ARKADINA.- Que así sea... Nos estamos durmiendo. (Se alza el telón, descubriendo la
vista del lago. La luna, alta en el cielo, se refleja en el agua. Sobre una gran piedra, y, toda
vestida de blanco, está sentada NINA SARECHNAIA.)
NINA.- ¡Soy una solitaria! ¡Solo una vez, cada cien años, abro la boca para hablar! ¡Mi
voz resuena tristemente en el vacío y nadie me oye!... ¡Tampoco vosotras, pobres lucecitas,
me oís!... ¡El putrefacto pantano os hace nacer en la madrugada, y vagáis hasta el amanecer
sin pensamiento, sin voluntad y sin percibir el pulso de la vida!... ¡El padre de la escoria
eterna..., el diablo, temiendo que renazca en vosotras la vida..., os troca a cada instante (como
a las piedras y al agua) en átomos, y os mudáis sin cesar!... ¡Solo en toda la eternidad
permanece inmutable..., inalterable un espíritu! (Pausa.) ¡Como un prisionero arrojado a un
profundo y vacío pozo!... ¡Y yo no sé dónde estoy, ni lo que me espera!... ¡Lo único que no
me ha sido revelado es que, en la lucha cruel y encarnizada con el diablo..., he de vencer y
que, tras esto, materia y espíritu se fundirán en maravillosa armonía, comenzando el reinado
de la libertad para el universo!... ¡Esto, sin embargo, no acaecerá hasta que, poco a poco, al
cabo de una hilera de millares de años, la Luna, el claro Sirius y la Tierra se tornen en
polvo!... ¡Entre tanto, todo será horror, horror!... (Pausa. Sobre el lago surgen dos puntos
rojos.) ¡He aquí que ya se acerca mi poderoso adversario!... ¡Veo sus terribles ojos, color
carmesí!»...
TREPLEV.- Sí.
TREPLEV.- ¡Mamá!
TREPLEV.- (Con súbito acaloramiento y fuerte voz.) ¡Se acabó el espectáculo! ¡Basta!...
¡Telón!
TREPLEV.- ¡Basta! ¡Telón! (Este desciende.) ¡Perdonen!... ¡No había tenido en cuenta
que escribir obras y representarlas es privilegio de unos cuantos!... ¡He interrumpido el uso de
ese monopolio!... ¡A mí!... ¡Yo!... (Intenta decir algo, pero no puede, y con un ademán de
enojo desaparece por la izquierda.)
SORIN.- ¡Irina!... ¡No se puede, querida, tratar así al amor propio juvenil!...
ARKADINA.- ¡El mismo nos había advertido de que todo era una broma..., y yo,
naturalmente, como una broma lo he tomado!
ARKADINA.- ¡Ahora va a resultar que ha escrito una gran obra!... ¡Vaya por Dios!...
¡Quiere decirse que, al organizar este espectáculo y obsequiarnos con azufre, no se trataba de
una broma, sino de una demostración artística!... ¡Pretendía enseñarnos cómo se debe escribir
y trabajar en escena!... ¡En fin!... ¡Ya nos ha aburrido bastante!... ¡Las salidas de tono y los
alfilerazos aburren a cualquiera!... ¡Es un chico caprichoso y susceptible!
SORIN.- El lo que quería era proporcionarte un gusto.
ARKADINA.- ¿Sí?... ¡Y, además, no ha elegido una obra normal..., sino que nos ha
obligado a escuchar todo un delirio decadente!... ¡Como broma, estoy dispuesta a escuchar
incluso «delirios»..., pero aquí hay pretensiones a nuevas formas..., a una nueva era del arte!...
¡A mí me parece que lo que demuestra no es que ha encontrado «nuevas formas», sino que
tiene mal carácter.
ARKADINA.- ¡Pues que escriba como quiera y como pueda; pero que me deje a mi en
paz!
ARKADINA.- Muy justo; pero no vamos a seguir hablando de obras ni de átomos... ¡El
anochecer está sumamente agradable! (Tendiéndole el oído.) Me parecia oír cantar... ¡Qué
delicia!
SORIN.- ¡Bravo!
ARKADINA.- ¡Bravo, bravo!... ¡La hemos admirado!... ¡Con un exterior y una voz tan
maravillosos como los suyos, es imposible..., un verdadero pecado..., vivir escondida en el
campo!... ¡En usted hay talento!... ¡Escuche!... ¡Tiene que trabajar en escena!
NINA.- ¡Oh!... ¡Ese es, precisamente, mi sueño! (Suspira.) ¡Pero nunca se realizará!
NINA.- Sí.
TRIGORIN.- Me gusta pescar. Para mí no hay mayor placer que sentarse a una orilla al
atardecer, y seguir con la vista el movimiento del flotador.
ARKADINA.- (Riendo.) ¡No le hable así!... ¡Cuando le dicen cosas bonitas se queda
pegado!
SCHAMRAEV.- Recuerdo que una vez, en la ópera de Moscú, cuando el célebre Silva
atacaba el «do» más bajo de la escala..., se encontraba como a propósito en la galería uno de
nuestros cantores sinodales. Pues bien..., figúrense cuál sería nuestro asombro al oír un
«¡Bravo, Silva!», dicho desde arriba y en una octava todavía más baja... Así... (En un hilo de
voz bajísimo.)
ARKADINA.- Pero ¿por qué?... Por qué tan temprano? ¡No se lo permitimos!
ARKADINA.- ¡En realidad. esta muchacha es una desgraciada!... Dicen que su difunta
madre dejó toda su enorme fortuna a su marido. ¡Toda, hasta la última «kopeika»!... Por eso,
ahora esta niña se ha quedado sin nada, pues parece ser que su padre ha hecho testamento a
favor de su segunda mujer!... ¡Es indignante!
SORIN.- (Frotándose las manos, que se le han quedado frías.) Vámonos nosotros
también. Esto se ha puesto muy húmedo. Me duelen las piernas.
ARKADINA.- Las tienes como de madera. Se ve que andas con dificultad... ¡Vámonos,
pues, viejo mío desdichado! (Le agarra del brazo.)
SORIN.- Oigo otra vez aullar al perro. (A SCHAMRAEV.) ¡Tenga la bondad, Ilia
Afanasievich, de decir que le suelten!
DORN.- (Solo.) No sé... Puede que yo no entienda nada, o que me haya vuelto loco, pero
la obra me ha gustado. Hay algo en ella... Cuando esa niña habló de la soledad..., y después,
cuando aparecieron los ojos rojos del diablo..., las manos me temblaban de nervioso que
estaba... Es una cosa fresca..., ingenua... Aquí me parece que viene. Tengo gana de decirle
muchas cosas gratas.
TREPLEV.- Maschenka anduvo buscándome por todo el parque. ¡Es una criatura
insoportable!
TREPLEV.- ¿De modo que..., que usted opina que debo continuar?
DORN.- Y esto, además... ¡En la obra tiene que haber un pensamiento claro y resuelto!...
¡Tiene usted que saber para qué escribe!... De otro modo..., si sigue usted un camino
pintoresco, pero que no conduce a ningún fin determinado, corre el peligro de extraviarse, y
de que su propio talento sea su destrucción.
TREPLEV.- (Con acento desesperado.) ¿Qué hacer?... ¡Quiero verla!... ¡Es indispensable
que la vea!... ¡Me voy!
Escena V
Entra MASCHA.
MASCHA.- Cuando no se tiene otra cosa que decir, se dice: «¡Juventud, juventud!» (Toma
rapé.)
DORN.- (Quitándole la tabaquera y tirándola entre los arbustos.) Me parece que en casa
deben de estar jugando... Tengo que irme.
MASCHA.- ¡Espere!
DORN.- ¿A qué?
MASCHA.- ¡Vuelvo a decírselo una vez más!... ¡Me gustaría hablar con usted!...
(Nerviosa.) ¡No quiero a mi padre y, sin embargo, el corazón me guía hacia usted sin que yo
mismo sepa la razón! ¡Mi alma entera ve en usted un ser que le es próximo!... ¡Ayúdeme!...
¡Si no lo hace, haré yo de mi vida un escarnio y la destrozaré!... ¡No puedo más!
MASCHA.- ¡Sufro!... ¡Nadie puede imaginar mis sufrimientos!... (Reclina la cabeza sobre
el pecho de él, y añade quedamente.) ¡Quiero a Konstantin! DORN.- Pero ¡qué nerviosos
están todos!. ¡Qué nerviosos!... Y ¡cuánto amor!... ¡Oh, lago embrujado'... (Cariñosamente.)
¿Y qué puedo hacer yo, criatura?... ¿Qué puedo hacer?... ¿Que?...