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Leccion 07
Leccion 07
Leccion 07
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Salmos 136; 51; 130; 113; 123.
PARA MEMORIZAR:
“Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque tu
amor es grande hasta los cielos, y hasta las nubes tu fidelidad” (Sal. 57:9, 10).
1 Alabad a Jehová, porque él es bueno, Porque para siempre es su misericordia. 2 Alabad al Dios de los dioses, Porque para siempre es su
misericordia. 3 Alabad al Señor de los señores, Porque para siempre es su misericordia. 4 Al único que hace grandes maravillas, Porque
para siempre es su misericordia. 5 Al que hizo los cielos con entendimiento, Porque para siempre es su misericordia. 6 Al que extendió la
tierra sobre las aguas, Porque para siempre es su misericordia. 7 Al que hizo las grandes lumbreras, Porque para siempre es su
misericordia. 8 El sol para que señorease en el día, Porque para siempre es su misericordia. 9 La luna y las estrellas para que señoreasen
en la noche, Porque para siempre es su misericordia. 10 Al que hirió a Egipto en sus primogénitos, Porque para siempre es su
misericordia. 11 Al que sacó a Israel de en medio de ellos, Porque para siempre es su misericordia. 12 Con mano fuerte, y brazo
extendido, Porque para siempre es su misericordia. 13 Al que dividió el Mar Rojo en partes, Porque para siempre es su misericordia; 14 E
hizo pasar a Israel por en medio de él, Porque para siempre es su misericordia; 15 Y arrojó a Faraón y a su ejército en el Mar Rojo,
Porque para siempre es su misericordia. 16 Al que pastoreó a su pueblo por el desierto, Porque para siempre es su misericordia. 17 Al que
hirió a grandes reyes, Porque para siempre es su misericordia; 18 Y mató a reyes poderosos, Porque para siempre es su misericordia; 19
A Sehón rey amorreo, Porque para siempre es su misericordia; 20 Y a Og rey de Basán, Porque para siempre es su misericordia; 21 Y dio
la tierra de ellos en heredad, Porque para siempre es su misericordia; 22 En heredad a Israel su siervo, Porque para siempre es su
misericordia. 23 Él es el que en nuestro abatimiento se acordó de nosotros, Porque para siempre es su misericordia; 24 Y nos rescató de
nuestros enemigos, Porque para siempre es su misericordia. 25 El que da alimento a todo ser viviente, Porque para siempre es su
misericordia. 26 Alabad al Dios de los cielos, Porque para siempre es su misericordia.
Salmo 136 convoca al pueblo de Dios a alabar al Señor por su misericordia revelada en la Creación
(Sal. 136:4-9) y en la historia de Israel (Sal. 136:10-22). “Misericordia” (en hebreo hesed, ‘amor
inalterable’) transmite la bondad y la lealtad de Dios hacia su Creación y hacia su pacto con Israel. El
salmo muestra que el inmenso poder y la magnificencia de Dios se basan en su amor inquebrantable. El
Señor es el “Dios de los dioses” y “el Señor de los señores”, un modismo hebreo que significa “el Dios
más grande” (Sal. 136:1-3), no porque haya otros dioses, sino porque él es el único Dios.
Los grandes prodigios del Señor, que nadie más puede imitar, son la demostración innegable de su
dominio (Sal. 136:4). Dios creó los Cielos, la Tierra y los cuerpos celestes, que los paganos adoran (Deut.
4:19). Sin embargo, los salmos despojan de su autoridad a los dioses paganos y, por extensión, a
toda fuente de seguridad humana. Son meras cosas creadas, no el Creador; una distinción fundamental.
La imagen de la mano fuerte y del brazo extendido del Señor (Sal. 136:12) resalta la eficacia del
poder de Dios y el gran alcance de su misericordia.
La misericordia de Dios en la Creación y en la historia debería inspirar a su pueblo a confiar en él y a
permanecer fiel a su Pacto. El estribillo “porque su amor es para siempre” se repite 26 veces en este
Salmo para garantizar a los fieles que el Señor no cambia y repetirá sus favores pasados con cada nueva
generación. Dios se acuerda de su pueblo (Sal. 136:23) y es fiel a su Pacto de gracia. La creencia en la
misericordia perdurable del Señor está en la base de la fe bíblica, que incluye la adoración jubilosa y la
confianza, así como la contrición y el arrepentimiento. Salmo 136 (vers. 23-25) concluye con el
cuidado universal de Dios por el mundo. La misericordia de Dios se extiende no solamente a Israel,
sino a toda la Creación. El salmo habla así de la universalidad de la gracia salvífica de Dios y exhorta al
mundo entero a sumarse a Israel en alabanza al Señor (ver también
Luc. 2:10; Juan 3:16; Hech. 15:17).
¿De qué manera la imagen de Jesús en la cruz, que muere como sustituto por nuestra pecaminosidad, revela más
poderosamente la gran verdad, hablando de Dios, de que “su amor es para siempre”?
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Lunes 12 de febrero | Lección 7
1 Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. 2
Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. 3 Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está
siempre delante de mí. 4 Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido
justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. 5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi
madre.
El rey David derrama su corazón ante el Señor para pedir el perdón de los pecados
durante los momentos espiritualmente más oscuros de su vida (2 Sam. 12). El perdón es el
extraordinario don de la gracia de Dios, el resultado de “tu inmensa ternura” (Sal. 51:1). El
rey David apela a Dios para que lo trate no con- forme a lo que merece su pecado (Sal.
103:10), sino conforme a su carácter divino; es decir, su misericordia, su fidelidad y su
compasión (Sal. 51:1; Éxo. 34:6, 7).
Lee Salmo 51:6 al 19. ¿Cómo se describe aquí el perdón de los pecados?
¿Cuál es el objetivo del perdón divino?
6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y
seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. 8 Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido.
9 Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un
espíritu recto dentro de mí. 11 No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. 12 Vuélveme el gozo de tu
salvación, Y espíritu noble me sustente. 13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán
a ti. 14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. 15 Señor, abre mis labios, Y
publicará mi boca tu alabanza. 16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. 17 Los sacrificios de
Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. 18 Haz bien con tu
benevolencia a Sion; Edifica los muros de Jerusalén. 19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, El holocausto u
ofrenda del todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.
El perdón divino implica algo más que una proclamación legal de ino- cencia.
Produce un cambio profundo que alcanza lo más íntimo del ser humano (Sal. 51:6; Heb. 4:12).
Produce una nueva creación (Sal. 51:10; Juan 3:3-8). El verbo hebreo bará, traducido como
“crear”, describe el poder creador divino (Gén. 1:1). Solamente Dios puede bará; únicamente
Dios puede producir un cambio radical y duradero en el corazón de la persona arrepentida
(2 Cor. 4:6).
David pide purificación con hisopo (Lev. 14:2-8; Sal. 51:7). Siente que su culpa lo
mantiene proscrito de la presencia del Señor, del mismo modo que el leproso está proscrito
de la comunidad mientras dura el estado de impureza (Sal 51:11). Teme que los sacrificios
no puedan restaurarlo plenamente, porque no había sacrificio que pudiera expiar sus
pecados premeditados de adulterio y asesinato (Éxo. 21:14; Lev. 20:10).
Únicamente la gracia divina incondicional podía aceptar el “corazón con- trito y
humillado” de David como sacrificio, y devolverle la armonía con Dios (Sal. 51:16, 17).
Al pedir la purificación con hisopo, quiere volver a la presencia de Dios.
Si Dios puede perdonar a David por adulterio, engaño y asesinato, ¿qué esperan- za existe para ti?
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Lección 7 | Martes 13 de febrero
1 De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. 2 Señor, oye mi voz; Estén atentos tus oídos A la voz de mi súplica.
3 JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? 4 Pero en ti hay perdón, Para que seas
reverenciado. 5 Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. 6 Mi alma espera a Jehová
Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana. 7 Espere Israel a Jehová, Porque en
Jehová hay misericordia, Y abundante redención con él; 8 Y él redimirá a Israel De todos sus pecados.
La gran aflicción del salmista está relacionada con sus propios pecados y
los de su pueblo (Sal. 130:3, 8). Los pecados del pueblo son tan graves que
amenazan con separarlo de Dios para siempre (Sal. 130:3). Las Escrituras
hablan de los registros de los pecados que se guardan para el Día del Juicio
(Dan. 7:10; Apoc. 20:12), y de los nombres de los pecadores que se borran del
Libro de la Vida (Éxo. 32:32; Sal. 69:28; Apoc. 13:8).
El salmista apela así al perdón de Dios, quien eliminará el registro de los
pecados (Sal. 51:1, 9; Jer. 31:34; Miq. 7:19). Sabe que “Dios no es airado por
natu- raleza. Su amor es eterno. Su ‘ira’ solamente se despierta cuando el
hombre no aprecia su amor. [...] El propósito de su ira no es herir, sino curar
al hombre; no destruir, sino salvar a su pueblo del Pacto (ver Ose. 6:1, 2)” (Hans
K. LaRondelle, Deliverance in the Psalms [Berrien Springs, MI: First
Impressions, 1983], pp. 180,
181). Notablemente, es la disposición de Dios a perdonar los pecados, y no
a castigarlos, lo que inspira reverencia a Dios (Sal. 130:4; Rom. 2:4). La
adoración auténtica se construye sobre la admiración del carácter de amor
de Dios, no sobre el temor al castigo.
Los hijos de Dios son llamados a esperar en el Señor (Sal. 27:14; 37:34). La
palabra hebrea leqavot (‘esperar’) podría significar etimológicamente “estirarse”,
y es la raíz de la palabra hebrea para “esperanza”. Por lo tanto, esperar al Señor
no es entregarse pasivamente ante circunstancias miserables, sino más
bien es “estirarse” lleno de esperanza o ilusionarse con la intervención del Señor.
La esperanza del salmista no se basa en su optimismo personal, sino en la Palabra
de Dios (Sal. 130:5). La espera fiel en el Señor no es en vano porque, tras la
noche oscura, llega la mañana de la liberación divina.
Observa cómo la súplica personal del salmista se convierte en la de
toda la comunidad (Sal. 130:7, 8). El bienestar personal y el de todo el
pueblo son inseparables. Por ende, no oramos únicamente por nosotros
mismos, sino por la comunidad. Como creyentes, formamos parte de una
comunidad, y lo que impacta en una parte de la ella repercute en todos.
Piensa en la pregunta: “Señor, si miraras los pecados, ¿quién podría subsistir?” (Sal.
130:3). ¿Qué significa eso para ti personalmente? ¿Dónde estarías si el Señor mirara tus
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Miércoles 14 de febrero | Lección 7
pecados?
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Miércoles 14 de febrero | Lección 7
ALABANZA AL DIOS MAJESTUOSO Y MISERICORDIOSO
Lee Salmos 113 y 123. ¿Qué dos aspectos diferentes del carácter de Dios se describen en
estos salmos?
1 Alabad, siervos de Jehová, Alabad el nombre de Jehová. 2 Sea el nombre de Jehová bendito Desde ahora y para siempre. 3 Desde
el nacimiento del sol hasta donde se pone, Sea alabado el nombre de Jehová. 4 Excelso sobre todas las naciones es Jehová, Sobre los
cielos su gloria. 5 ¿Quién como Jehová nuestro Dios, Que se sienta en las alturas, 6 Que se humilla a mirar En el cielo y en la tierra?
7 Él levanta del polvo al pobre, Y al menesteroso alza del muladar, 8 Para hacerlos sentar con los príncipes, Con los príncipes de su
pueblo. 9 Él hace habitar en familia a la estéril, Que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.
1 A ti alcé mis ojos, A ti que habitas en los cielos. 2 He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, Y como
los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de
nosotros. 3 Ten misericordia de nosotros, oh Jehová, ten misericordia de nosotros, Porque estamos muy hastiados de menosprecio. 4
Hastiada está nuestra alma Del escarnio de los que están en holgura, Y del menosprecio de los soberbios.
Salmos 113 y 123 alaban la majestad y la misericordia del Señor. La majestad del Señor se
revela en la grandeza de su nombre y en el lugar exaltado de su Trono, que está por encima de
todas las naciones y de los Cielos (Sal. 113:4, 5; 123:1). “¿Quién es como el Señor, nuestro Dios?”
(Sal. 113:5) es una declaración de fe de que ningún poder dentro o fuera del mundo puede desafiar
al Dios de Israel.
Las inalcanzables alturas donde habita el Señor se ilustran al señalar que el Señor está
dispuesto a “humillarse” o que “se digna contemplar los cielos y la tierra” (ver Sal. 113:6, NVI;
énfasis añadido). El hecho de que Dios habite en las alturas no le impide ver lo que ocurre aquí abajo.
La misericordia del Señor se manifiesta en su bondadosa disposición a intervenir en el mundo
y a salvar a los necesitados y a los pobres de sus problemas. Es evidente que su mano generosa no
está oculta a sus siervos, aunque su morada esté en los Cielos lejanos.
La grandeza y el cuidado de Dios, que no pueden discernirse plenamente en la asombrosa
trascendencia de Dios, se hacen explícitos en las obras de mi- sericordia y compasión del Señor. Los
necesitados, los pobres y los oprimidos pueden experimentar de primera mano el poder soberano de
Dios en las notables intervenciones que él puede realizar en su favor. El Dios exaltado
manifiesta su grandeza al utilizar su poder para exaltar a los abatidos. El pueblo es libre de
acercarse al Señor porque su soberana majestad y supremacía no cambian el hecho de que él
es su bondadoso Creador y Sustentador, y que el pueblo es su siervo, su hijo amado.
De esta manera, la adoración está motivada no solamente por la magnificencia de Dios,
sino también por su bondad. La alabanza no está limitada por el tiempo ni el espacio (Sal. 113:2,
3). La grandeza y la misericordia de Dios se manifiestan mejor en Jesucristo, que estuvo
dispuesto a descender del Cielo y ser abatido hasta la muerte en la Cruz para elevar a la
humanidad caída (Fil. 2:6-8). Allí, en la Cruz, tenemos las máximas razones para adorar y alabar a
Dios por lo que ha hecho por nosotros.
Medita sobre la Cruz y lo que allí sucedió en tu favor. ¿De qué te ha salvado Jesús?
¿Por qué es tan importante tener presente la Cruz?
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Lección 7 | Jueves 15 de febrero
NO OLVIDES NINGUNO DE SUS BENEFICIOS
Lee Salmo 103. ¿Cómo se describe aquí la misericordia de Dios?
1 Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. 2 Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus
beneficios. 3 Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; 4 El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona
de favores y misericordias; 5 El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila. 6 Jehová es el que hace justicia Y
derecho a todos los que padecen violencia. 7 Sus caminos notificó a Moisés, Y a los hijos de Israel sus obras. 8 Misericordioso y clemente
es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia. 9 No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el enojo. 10 No ha hecho
con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. 11 Porque como la altura de los cielos sobre
la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. 12 Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras
rebeliones. 13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición;
Se acuerda de que somos polvo. 15 El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, 16 Que pasó el viento por ella,
y pereció, Y su lugar no la conocerá más. 17 Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le
temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; 18 Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para
ponerlos por obra. 19 Jehová estableció en los cielos su trono, Y su reino domina sobre todos. 20 Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles,
Poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, Obedeciendo a la voz de su precepto. 21 Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos,
Ministros suyos, que hacéis su voluntad. 22 Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, En todos los lugares de su señorío. Bendice, alma
mía, a Jehová.
Salmo 103 enumera las múltiples bendiciones del Señor. Las bendiciones incluyen “todas las
cosas buenas” (Sal. 103:2, NTV) para una vida próspera (Sal. 103:3-6). Estas bendiciones se basan en el
carácter misericordioso de Dios y en su fidelidad al pacto con Israel (Sal. 103:7-18). El Señor “se
acuerda” de la fragilidad y la fugacidad humanas, y se compadece de su pueblo (ver Sal. 103:13-17). El
recuerdo es algo más que una mera actividad cognitiva. Implica un compromiso que se expresa
en la acción: Dios libera y sostiene a su pueblo (Sal. 103:3-13). Las poderosas imágenes de Salmo
103:11 al 16 ilustran la inconmensurable grandeza de la gracia de Dios, que únicamente puede
compararse
con la infinita inmensidad de los cielos (Isa. 55:9).
¿Cómo debe responder el hombre a la bondad de Dios?
En primer lugar, bendiciendo al Señor (Sal. 103:1, 2, RVR 1960).
La bendición se entiende generalmente como un acto de otorgar beneficios materiales y espirituales a
alguien (Gén. 49:25; Sal. 5:12). Puesto que Dios es la Fuente de todas las bendiciones, ¿cómo pueden los
seres humanos bendecir a Dios? Alguien inferior puede bendecir a un superior como forma de agradecerle
o alabarlo (1 Rey. 8:66; Job 29:13). Dios bendice a las personas confiriéndoles el bien, y las personas
bendicen a Dios alabando el bien que hay en él; es decir, reverenciándolo por su carácter
misericordioso.
En segundo lugar, al recordar todos sus beneficios y su Pacto (Sal. 103:2, 18-22), al igual que el Señor
recuerda la débil condición humana y el pacto con su pueblo (Sal. 103:3-13). Recordar es un aspecto
esencial de la relación entre Dios y su pueblo. Del mismo modo que Dios recuerda sus promesas al pueblo,
el pueblo debe recordar la fidelidad de Dios y responderle con amor y obediencia.
Con esta idea en mente, estas famosas palabras de Elena de White son muy apropiadas: “Sería bueno
que cada día dedicásemos una hora de reflexión en la contemplación de la vida de cristo.
Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena,
especialmente de las finales. Mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra
confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor y seremos más profundamente imbuidos de
su espíritu. Si queremos ser salvos al fin, debemos aprender la lección de penitencia y humillación al pie de
la Cruz” (El Deseado de todas las gentes, p. 63).
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Viernes 16 de febrero | Lección 7
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