Apantallados Por El Celular
Apantallados Por El Celular
Apantallados Por El Celular
Un mundo conectado
Esta definición de adicción sin sustancia ha generado polémica y los expertos continúan discutiendo sus
implicaciones. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha propuesto integrar en la más reciente versión de
su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) sólo la adicción a los videojuegos, de la que hay más
evidencia.
El uso y el abuso del teléfono celular se ha disparado en los últimos años. Según GSMA Intelligence,
corporación que representa a los industriales de este ramo, hay más de 5 000 millones de teléfonos celulares
en el mundo. Esto significa que alrededor de 65 % de los habitantes del planeta cuenta con uno de estos
dispositivos. En México el 72 % de la población de seis años o más los utiliza, según la Encuesta Nacional
sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2017. De estas personas, 80 %
tiene un celular inteligente que se conecta a internet.
Aunque la cifra total va en ascenso, se han registrado cambios importantes en los hábitos de los usuarios.
Cuando los celulares comenzaron a popularizarse —y se usaban principalmente para hacer llamadas— se
hablaba de posibles riesgos de cáncer por las ondas de radio de baja frecuencia que emiten estos aparatos.
Esta asociación nunca quedó claramente demostrada. Hoy los celulares tienen una infinidad de aplicaciones
más allá de las llamadas que mantienen a los usuarios enganchados, ya sea para establecer la mejor ruta al
trabajo, solicitar un servicio de taxi o comida, ver películas, jugar videojuegos, programar el ejercicio diario o
simplemente consultar el clima.
Paralelamente, los riesgos que temen los expertos también se han modificado: hoy ya no se habla tanto de
radiaciones y cáncer, sino de un abanico de alteraciones que van desde trastornos oculares hasta efectos en
los ciclos de sueño-vigilia y la capacidad de concentración, e incluso trastornos de tipo conductual como el que
experimentó David.
Sin relación con el cáncer
En numerosos estudios epidemiológicos se ha investigado si hay relación entre el uso de celulares y tumores
malignos y benignos en el cerebro u otras partes del sistema nervioso. Estos trabajos responden a la inquietud
sobre los posibles riesgos de la exposición a las ondas de radio que generan las antenas de dichos aparatos
(funcionan a frecuencias entre 450 y 2700 Megahertz) y que pueden ser absorbidas por el cuerpo humano.
Entre los estudios más importantes figuran el Interphone (de control, realizado por un consorcio de expertos en
13 países), así como los llamados Danés y del Millón de Mujeres, que hicieron seguimiento a grandes grupos
de población. Aunque se han encontrado algunas asociaciones (por ejemplo, en el primero se observó un
aumento moderado del riesgo de glioma en un pequeño segmento de los participantes que pasaron más tiempo
en llamadas), ninguno encontró evidencias firmes de un mayor riesgo de cáncer.
El único efecto biológico que sí ha sido claramente ligado con la exposición a las ondas electromagnéticas de
los celulares es un calentamiento en la zona del cuerpo en la que se apoya el aparato. El celular, como el horno
de microondas, emite ondas de radio de baja frecuencia que no tienen suficiente energía para romper átomos
o moléculas y no deben confundirse con la radiación de los elementos radiactivos, esa sí dañina y cancerígena.
Conductas riesgosas
La OMS considera que “dada la enorme cantidad de usuarios de teléfonos móviles, hasta el más mínimo
aumento en la incidencia de efectos adversos podría tener implicaciones importantes en el ámbito de la salud
pública”. El organismo destaca que la investigación sobre esos posibles impactos en la salud se ha centrado
fundamentalmente en si tiene relación con el cáncer, la interferencia de las ondas electromagnéticas con otros
dispositivos como los marcapasos, las probabilidades de accidentes de tráfico y otros efectos adversos.
Entre estos efectos adversos reportados en los estudios científicos, señala la OMS, se incluyen cambios en la
actividad cerebral, en los tiempos de reacción y en los patrones de sueño. Sin embargo, la organización
reconoce que estos “son mínimos y en apariencia no impactan significativamente la salud”.
a) Cierto.
b) Falso.
a) En la mesa.
b) En el bolsillo.
c) En la bolsa o mochila.
b) Ni bien ni mal.
b) Jugar en el celular.
c) Mirar a mi alrededor.
c) Recibir notificaciones.
a) Con frecuencia.
b) A veces.
c) Casi nunca.
a) Alguien de telemercadeo.
b) Un familiar.
c) Tu mejor amigo.
cosas importantes.
10. Estás súper ocupado pero escuchas el sonido de que entró un mensaje…
c) Lo revisas después.
11. En un encuentro con amigos o tu pareja ¿te ha sucedido molestarte por su manera de clavarse con su
celular?
b) Sí, en ocasiones.
c) Con frecuencia.
a) Cierto.
b) Falso.
13. Cuando uso mi celular ignoro a las personas con las que estoy.
a) Quizá sí.
b) A veces.
c) Trato de evitarlo.
14. ¿Qué es peor?
15. ¿Cuánto tiempo puede pasar sin que revises si tienes notificaciones en tu celular?
a) 30 minutos.
b) 2 horas.
c) > 4 horas.
Resultado: Por cada respuesta a) suma 9 puntos; por cada respuesta b) suma 7 y por cada respuesta c) suma
4 puntos. Comprueba tu resultado: Menos de 85 puntos: uso leve. De 86 a 99 puntos: uso moderado. Más de
100: uso desmedido.
Nota: Este cuestionario no es un diagnóstico decisivo, es meramente para ayudarte a tomar conciencia sobre
cómo utilizas el celular.
Reflexiona y cuéntanos
¿Qué saben con certeza los especialistas acerca del uso excesivo del celular?
El psiquiatra Juan Pablo de la Fuente Stevens, de la Facultad de Medicina de la UNAM, explica que, en primer
lugar hay que preguntarse por qué una persona pasa tanto tiempo enganchada a la pantalla del celular o la
tableta, además de observar los síntomas subyacentes. De la Fuente precisa que podemos evaluar el impacto
de esta conducta en la salud mental desde la perspectiva de las adicciones: la conducta deja de ser normal
cuando la búsqueda en internet se vuelve compulsiva y cuando no se puede controlar el impulso pese a sus
consecuencias negativas. “Puede ocurrir algo similar al consumo excesivo de alcohol. Si llega el fin de semana
y una persona se siente estresada y bebe unas cervezas, se considera una conducta normal. Pero si cada vez
que se siente deprimida, enojada, triste o ansiosa, la persona recurre a las bebidas alcohólicas, ahí habría un
foco rojo”, advierte De la Fuente. Sobre los trastornos conductuales dice: “Si cada vez que estás aburrido o
estresado sacas el celular y te enganchas a las redes sociales o a Facebook, sería una señal de alarma”.
Tiempo perdido
David reconoce que para él era imposible dejar de mirar el celular a cada rato aunque tuviera otras tareas, y
que prefería los chats a los encuentros reales. Juan Pablo de la Fuente apunta que no hay un margen de tiempo
definido para considerar negativa esta conducta: lo es cuando comienza a afectar las relaciones sociales y las
actividades diarias. Al mismo tiempo, añade el académico, al trabajar con ese tipo de pacientes los expertos en
salud deben observar si presentan problemas de trasfondo, como baja autoestima, ansiedad, irritabilidad,
escasa capacidad para socializar o incluso trastornos como déficit de atención o depresión.
El caso de niños y adolescentes enganchados a las pantallas resulta de especial interés. Unos expertos en el
Reino Unido realizaron un análisis sobre la relación entre bienestar psicológico y uso de esas tecnologías en
ese grupo de población. En su artículo titulado “La asociación entre bienestar adolescente y uso de tecnologías
digitales”, publicado en la revista Nature, Amy Orben y Andrew K. Przybylski del Departamento de Psicología
Experimental de la Universidad de Oxford, reportan que aplicaron una nueva metodología para examinar tres
grandes bases de datos sobre este tema. En lugar de hacer análisis estadísticos, los expertos examinaron todas
las posibilidades teóricas combinando las variables del estudio. Encontraron que la relación entre bienestar y
uso de tecnologías digitales puede variar entre positiva, no significativa y negativa en función de cómo se
manejan los datos.
Los expertos encontraron que permanecer más tiempo enganchado a la pantalla se asocia débilmente con un
menor nivel de bienestar. Para poner esto en perspectiva, los autores examinaron también la relación entre
estar bien y otras variables, como abuso de alcohol, padecer acoso, dormir lo suficiente, comer verduras, llevar
lentes e incluso ir al cine. Descubrieron que el bienestar estaba más fuertemente ligado con la mayoría de esos
factores que con la tecnología. Estos resultados sugerirían que la inquietud por los efectos negativos del abuso
del celular y la tableta podría ser exagerada.
Los autores del estudio afirman que necesitamos más y mejores datos para discernir los efectos de estos
dispositivos y saber si usarlos en exceso reduce el bienestar o si, a la inversa, empezamos a usarlos en exceso
y compulsivamente cuando baja el bienestar.
Hasta la recámara
Otros estudios sugieren que el empleo desmedido de celulares, sobre todo en la noche, puede alterar los
llamados ritmos circadianos (procesos fisiológicos sincronizados con el ciclo natural del día y la noche), lo que
afecta los patrones de sueño y puede conducir a alteraciones del comportamiento y el estado de ánimo. Esto
ocurre porque el cerebro reacciona a la luz artificial —y especialmente a la luz azul de las pantallas LED— como
si fuera luz de día y ajusta el ritmo del reloj fisiológico, desequilibrándolo. El organismo interpreta la persistencia
de luz por la noche como una prolongación del día y responde con reacciones fisiológicas que favorecen el
estado de alerta e inhiben la producción de melatonina, hormona esencial para conciliar el sueño.
Por ejemplo, en estudios realizados en la Universidad Harvard para comparar los efectos de la exposición a luz
azul y verde durante un mismo periodo (6.5 horas), se observó que la primera inhibió la secreción de melatonina
hasta dos veces más y alteró los ciclos circadianos tres veces más que la segunda. Los efectos son
perjudiciales, como confirma Satchin Panda, investigador del Instituto Salk de California. ¿Qué tan
perjudiciales? Además de alterar los patrones de sueño —como le sucedía a David por eternizarse en el chat
hasta altas horas de la noche—, el empleo abusivo de celulares o tabletas puede producir alteraciones de
conducta como ansiedad, episodios depresivos y baja autoestima. Así lo señala otro estudio desarrollado por
investigadores de las universidades Murdoch y Griffith (Australia), titulado “Los teléfonos celulares en la
recámara: hábitos de sueño y subsecuente desarrollo psicosocial en adolescentes”. En dicho trabajo, dirigido
por la investigadora Lynette Vernon, los científicos examinaron el empleo del celular y las consecuencias en la
salud mental de un grupo de 1 101 estudiantes de preparatoria en ese país durante un periodo comprendido
entre 2010 y 2013.
Vernon, ex-profesora de bachillerato que ya había observado a sus alumnos llegar a clases desvelados e
incapaces de concentrarse, confirmó sus sospechas: el abuso del celular se puede asociar con un aumento en
el nivel de desajustes en la adaptación psicosocial de los adolescentes. Estos hallazgos justifican los temores
de muchos padres de familia que, como en el caso de David, ven pertinente poner límites al tiempo que pasan
sus hijos frente a la pantalla. Una encuesta efectuada en Estados Unidos entre más de 1 000 adultos con al
menos un hijo de entre 13 y 18 años da cuenta de ello. La encuesta, coordinada por investigadores de la
Universidad de Michigan, encontró que 56 % de los padres cuyos hijos padecían problemas de sueño atribuyó
el problema a los aparatos electrónicos conectados a internet y a las redes. Aunque los padres consideraron
que el exceso de tareas o la relación con sus compañeros de clase también afectaban el sueño de los jóvenes
(43 % de los encuestados), el factor más influyente fue el uso de dispositivos electrónicos según la pediatra
Sarah Clark, una de las autoras de la encuesta.
Entonces ¿debería limitarse el acceso de los adolescentes al celular, al menos cuando se encierran en sus
recámaras? Lynette Vernon, titular del estudio en Australia, sostiene que sus hallazgos constituyen una clara
evidencia de que sí. Incluso los jóvenes que esquivan el reclamo de sus padres diciendo que necesitan el
aparato para usarlo como despertador deberían utilizar relojes para mantener una distancia física con el celular,
advierte la especialista de la Universidad Murdoch.
Eduardo Pedrero y María Teresa Rodríguez, expertos en adicciones, advierten en un artículo: “Es evidente que
existe una problemática relacionada con el uso del teléfono móvil, pero la ausencia de criterios diagnósticos y
la precaria calidad de los estudios dificultan la definición del problema. Es necesario delimitar y unificar criterios
que permitan realizar estudios comparables y de calidad”.
Después de recibir apoyo clínico, David ahora está consciente de los riesgos que implica estar todo el día
pegado al celular.