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Cuentos JLG-2-pdf 1

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c~ogrejeros

a Lorenzo Homar

Llegaban de madrugada, a paso cansad


intura arriba, con los pantalones a o. Descalzos, desnudos de
1aC rremangad
ntorrillas. En las manos duras los h h osª 1a altura de las
Pa ' ac onesa d
los hombros, largas var~s de cuyos extremo paga os. Y sobre
racimos de cangrejos. s colgaban pesados
Eran negros. Unos altos, de lustrosa iel . .
das. Otros bajetones, de bembes P facciones afila-
gruesos, nanz roma y pasa
colorada. Todos negros, porque el J'íbaro no es capaz d e vivir
.. en
el mangar.
1
Junto a las viviendas miserables reci'b.,.ianl os 1as muJeres
.
con cocos llenos de café humeante y pedazos de casabe. Sueltos
los cangrejos dentro de los corrales, los hombres desayunaban en
silencio. Las mujeres conversaban tonterías y se restregaban los
ojos soñolientos.
Después los hombres se acostapan, todavía sucios del
hediondo y negro fango del manglar. Las hembras trajinaban
sobre las cuatro tablas con techo de yaguas que hacían de cocina.
Aratos volvían la mirada hacia donde el h,ombre dormía. Éste
despertaba al fin y llamaba con la voz todavía perezosa. La mujer,
entonces acudía feliz con los 01·os brillantes. Y a poco el camastro
' '
gemía bajo el peso de los cuerpos enlazados. La mujer como objeto sexual

La pequeña comunidad sólo tenía un recuerdo vago de su origen.


.
Siete hombres con sus mujeres y sus 1JOS. ie
h" s· te chozas en el
.,.
eorazon . · h hones encendidos que
oscuro del manglar. Siete ac .
marcaban, noche a noche, una hilera de lum1~osos _puntos
sus . .,. d la ciénaga sm caminos.
pensivos sobre la gran extens1on e d · d 1
. dad y el pro ucto e a
Los jueyes* se vendían en la ciu b. J roa,. s hubo entre
vent d 1 s hom res. a
aserepartíaconigualda entre O . d d'nero
aquell r cuestiones e 1 ·
a gente rencillas o disgustos Pº

*eangrejos.
102

As1,, debieron de pasar años.h Porque los hombres se


• do vi'eJ·os y los muchac os comenzaron
fueron h ac1en . a sal·1r Por
1as noc hes , con sus hachones y sus. varas.
. Nacieron,. tarnb·-1en
•t Las si·ete chozas ong1na 1es se convirtiera
otros negn os. ,, . n en,
trece. La vida siguió igual, por lo <lemas. Desinteresada
. y sed en.
11
taria Animada sólo por el cañita** que e os mismos destilaba
· Hasta que, un día, uno de los más jóvenes se desgraci~·

Fue en uno de los barrios -de esos que llaman "bajos"- de la


ciudad. En uno de esos traspatios donde se consume cerveza fría
y una radio nunca deja de sonar. Todo por una de esas palabras
a las que un hombre-si lo es- no puede dejar de responder. La cosa
fue que mató. Con el mismo puñal del otro, que fue el primero en
agredir.
Tuvo tiempo para llegar y contarlo todo. Y decir también
que la policía venía pisándole los talones.
-Pero no es na -concluyó-. Ahora mismo me voy. El
mangle es grande y sin caminos.
El más viejo hizo silencio con una mirada. Después
pronunció estas palabras graves:
-Nos vamos todos.
El "desgraciado" intentó protestar:
-Pero por uno no deben pagar todos. Además, si me
cogen siempre se va a saber que fue en defensa propia.
El viejo no habló más. Pero las mujeres empezaron a
hacer los líos y los hombres a recoger las varas y lo~ hachones.
Con eso bastaba para el éxodo.

La policía llegó al anochecer, con sus uniformes azules muy


planchados Y las botas negras, relucientes. No encontraron más
que trece chozas vacías Y una multitud de huellas ya endurecí-
d as en e1fango.

En este cuento, el narrador extradiegetico presenta la union por una causa, la solidaridad de un pueblo que
(1944)
siente que la lucha del otro es tambien suya. El negro es aqui el protagonista, el cual como se menciona
en el cuento son los unicos capaces de vivir en el manglar. Como sabemos, las condiciones de vida en un
manglar deben ser unas pesimas, ya que todo esta lleno de fango y hay muchos mosquitos, entonces se
reserva aqui lo mas bajo para que vivan los negros, quienes son marginados por la sociedad clasista que
promulgaba Pedreira en el Insularismo.

*Ron de f;b ·
a ncación cland es t·ma.
i~ 111ujer

aJuan Bosch

/\hora está como de costumbre, sentad b


donda a la orilla del camino los cod ª so bre una gran piedra
re ' os so re las r0 d"ll
cara entre las manos. El camino es roJ·o 6 . 1 as y la

corre como una h en'd a sobre las tetas'ªveterto


d
en el barro viv
d °,
Y r es e 1as lomas En
lo más alto d e una d e e llas, donde el camino se b d ·
.d l' • aca a e repente
está la planta h 1 roe ectnca en construcción. '
Desde acá, la mujer ve pequeñitos a los ho mb res, cuyas
voces llegan a retazos en el viento. Ve también reducidos
juguetes por la distancia, las grúas y las trituradoras, la~ mezcladora:
y los camiones. A ratos, entre el ruido de las máquinas, vibra en el
aire caliente el silbato mandón de un capataz.
Regularmente baja un camión por el camino, haciendo
sonar la bocina fanfarrona, y deja a la mufer envuelta en una nube
de polvo rojizo. Ella se cubre la nariz y se esfuerza por no toser,
co~teniendo la respiración. Así, algunas veces, siente al hijo
movérsele en el vientre.

Detrás de las lomas está el río. El río voluntarioso de las súbitas


crecientes, alardoso y bravucón cuando marzo le regala sus pesa-
• res b ªlosas y oscuras de su
dos aguaceros traicionero en 1as 1aJas
e d '
ion o. Y sin embargo manso y b onach,on en sus anchos
. recodos,
donde forma
' ' • d arena espeJeante.
al pasar blancas p 1ayitas e
E 'l. da le hicieron el hijo
n uno de esos recodos, sobre la arena ca 1 ' ·

a Carmen Rosa... . b desde el alto cielo


. U d
n rabioso sol e vera no castiga
b La a ausencia de b nsa .
a6ierto, donde no corría una sola nu e. verdes incontables
tnantenía la vegetación estática, en cuY?~a ascendía un vaho
Pa~ecfa morder la luz. y desde la tierra mis
cahent b d donde se
e, ochornoso. prano al reco O d
ba' earmen Rosa hab1a eg
, . 11 ado tem
·d 0 al agua con
delibera ay
nab an 1as mujeres y se h a b"ia n1ett
119
118
Al fin habló. Y entonces el padre la so , .
gozosa lentitud. Allí llevaba un rato largo cuando un ruido como Jda como asqueado. leo Y le dio la
de hojarasca pisada la hizo volver la cabeza hacia la orilla. El esPª .:_.1y no habérmelo dicho antesi se 1
. ·- amentó- ·P
hombre, que acababa de salir de entre unas matas, estaba ahora : ya verá ese desgraciado que con la honrad . h· · · 1 ~ro ya
vera, e m1 1¡a no ¡uega
de pie junto a la corriente, los brazos cruzados sobre el pecho naide!
amplio. Una sonrisa jugueteaba entre sus labios. La muchacha se Al día siguiente
, se llegó, tempranito , a 1as ob ras. Le dijo
sumergió hasta sólo dejar fuera la cabeza, y le gritó con fuerza: itario a un peon: '
auto r ' , . .
-¡Váyase, oiga! -Llameme al mgemero Ramírez • que le ve ngo a co b rar
-¡Después que tú salgas! -contestó él sin dejar de na deudita.
sonreír. u Vino sonriendo el otro, ajeno a lo que le esperaba.
Ella vio entonces sus ropas en la orilla, a unos pasos de -Yo creo qu: u~ted se ha equivocado-dijo mirando al
donde se hallaba el hombre. Lo pensó sólo un instante y salió desconocido con cunos1dad-. ¿Está seguro de que yo le debo
corriendo del agua. El hombre avanzó a su encuentro y la atajó a
algo'
medio camino. La muchacha se sintió atenazada por unos brazos -Sí, cómo no --<lijo el viejo sin levantar la voz-. ¡Esto!
fuertes, ceñida hasta el sofoco contra el cuerpo viril. Forcejeó con y de un solo machetazo le cercenó media garganta.
furia unos instantes, hasta que el hombre logró derribarla. Toda-
vía rodaron por la arena, pero al fin él quedó sobre ella. Exhausta, A Carmen Rosa se lo contaron unas horas después.
lo dejó hacer. Sollozaba y, a ratos, se mordía los labios. -Su pai se echó una muerte encima esta mañana . Ya se
Cuando el hombre se incorporó todavía jadeante, se arregló lo llevaron pal pueblo, esposao. Serán diez años, por lo menos.
los pantalones y volvió a abrirse paso entre las matas, la muchacha y el informante, antes de alejarse, le echó una mirada
quedó tendida un rato, el cuerpo desnudo cubierto de arena.
maliciosa sobre el vientre recrecido.
Desde entonces quedó sola en el ranchito . Al padre no
Después supo, por unos peones, que era un ingeniero de la
volvió a verlo; sólo supo que la sentencia había sido, en efecto,
planta en construcción. Averiguó también su nombre, pero no
de diez años. Y como pensó que el viejo no iba a resistirlos,
logró volver a verlo. Y al cabo de mes y medio, con todo el miedo
de que era capaz, descubrió que estaba preñada. prefirió hacérselo muerto de una vez.
Para vivir no le quedó más que la media cuerda en que
El padre, con quien vivía sola desde que la madre murió cuando estaba enclavado el ranchito, una cabra y media docena de
ella aún no tenía edad para recordarla, comenzó a notarla huraña, gallinas. La tierra se la dejó trabajar a medias a un vecino, Y los
esquiva aun de su presencia. Casi no comía y se pasaba las horas · huevos y la leche aportaban lo necesario para mantener ª
sentada a la puerta del ranchito, mirando los surcos que abría en distancia la miseria.
. · se hacen duras . La
el barro flojo el dedo gordo de su pie. Aprendió que las noches so l1tanas
· f· · h b' rcibido la man-
El viejo, preocupado por otras cosas, pronto se acostum- tn m1dad de ruidos que antes nunca a 1ª pe . '
bró al cambio en el carácter de su hija . Hasta que una noche, a t - d Al principio la sobre-
enian ahora despierta hasta muy rar e. . eta que a 1 vo 1ar
la exigua luz del quinqué, contempló con horror el vientre sa 1taba cualquier cosa : el golpe de un inse
esponjado de la muchacha. Entonces saltó sobre ella y la sacudió h . . ado de un perro en
e ocaba contra un tabique; el ladndo apag fl · la
por los hombros, al tiempo que le gritaba: 1 d· - alambre o¡o en
-¿Quién fue, carajo? ¡Dígame quién fue!
ª
gu d
istancia; el viento que a veces movia un
adre· sueno
- s espanto-
'
ar arra ya. Soñaba a menudo con su P _ · bién con el
Ella lloraba, desmadejada entre las brutales sacudidas del sos b Sonatf.t tam
padre. • po lados de cuadros de sangre. - s una noche
otro 1 b las entrana ·
-¡Hable, carajo, o la mato! -seguía gritando el viejo--- , e padre del hijo que lleva ª en on sus propios
so 11 0- d 1 despertar
¡Dígame quién la deshonró! . que daba a luz a su viola ory ª
8rttos.
121
120
rnastro en la pieza delantera señ 1,
de1ca . , ' a o con un .
Cuando se acercaba a los nueve meses, le dio por pa abeza al nieto y pregunto: movimiento de
largas horas sentada sobre una gran piedra redonda a la O n•¡¡sarse la c -¿Cómo se llama?
· adel
camino que llevaba a la planta en construcción. Desde allí v , -Marcial -dijo ella.
a los hombres pequeñitos, en lo alto de la loma. El polvo eia A continuación el hombre pidió f'
levantaban los camiones al pasar la obligaba a cubrirse la nq~e ente, mirando siempre al niño, que ju;:b:• a~ue bebió lenta-
Ycontener
.. la, respiración para no toser. Así, algunas veces , sear~
ntia
rn propios deditos . Poco después la mad 1 ergonzado con
sus re o acostó 1
a l h 1¡0 moversele en el vientre. itación. Entonces el viejo se dirigió resu 1 , en a otra
a . ,
h b -Lo meior sera olvidarlo todo y e tamente a su h"
1¡a:
. d empezar de nuevo
Y el hij? nació por fin, en la apretada soledad de una medianoche. s1 na a. ,
01110
La 1:1u1er pudo haber gritado al comenzarle los dolores, y los e Ella no respondió. El viejo volvió a decir·
v~cmos de seguro habrían acudido, pero se lo impidió un orgullo -Como si nada. ·
ciego. La madrugada fa sorprendió limpiándose su propia san- y fue a sentarse junto a la puerta ' donde hasta poco antes
gre, con el hijo -un montoncito de carne arrugada y palpitan- estuviera ella.
te- entre las piernas. La mujer, desde adentro, lo veía de espaldas . y penso-
Desde entonces fue sólo para el hijo, imagen viva del entonces en el otro, en el padre de su hijo. Le pareció verlo con
padre asesinado. Lo crió con un amor silencioso, refugiada toda la herida horrible en la garganta. Y esas espaldas que ahora veía
en él, sin darse cuenta apenas de cómo pasaba el tiempo. y esa cabeza blanca e inclinada, eran las de su asesino. '
En un rincón estaba el machete. Lo tomó con la mano
Un atardecer estaba la mujer sentada a la puerta del ranchito, derecha, sin producir el menor ruido, y se colocó detrás del viejo.
abstraída en la contemplación del lomerío. El muchachito de seis Levantó el arma sin premura, sostenida con ambas manos.
años jugaba con "gallitos" de algarrobo en el batey. Ella, por El niño, en el otro cuarto, al oír el golpe seco y un gemido,
costumbre, empezó a recorrer con la mirada el tramo de camino real preguntó asustado:
que llegaba hasta la casa. El día iba cayendo con una quietud -Mamá, ¿qué pasó?
presagiosa, envuelto en las últimas luces mortecinas. La mujer de Y escuchó la respuesta en una voz extrañamente opaca y
pronto fijó la vista en un punto del camino. Entornó los ojos para conminatoria, que no se parecía a la de su madre:
ver mejor y luego se fue poniendo lentamente de pie. El hijo
-Nada. Duérmase.
abandonó su juego para seguir los movimientos de la madre, y Junto a la puerta, el viejo yacía con la cabeza abierta sobre
miró también hacia el camino. A lo lejos venía un hombre,
caminando despacio. El niño preguntó, volviéndose hacia la un charco de sangre.
mujer: (1945)
-¿Quién es? El narrador extradiegético de este cuento nos presenta a la mujer
Y ella, al cabo de unos segundos, respondió con la voz como una masoquista y malagradecida que asesino a su padre
cuando él lo único que hizo fue vengarla del hombre que la desgracio.
dura: Es el síntoma del que se acostumbra a vivir en la miseria y el dolor y
-Ése es tu abuelo . defiende a quien le ha causado tanto daño, traicionando a su
progenitor. Políticamente, en PR están tan acostumbrados a que se
Lo primero que hizo al llegar fue examinar al niño de una ojeada. les pisotee y recibir migajas por parte del gobierno colonizador, que
Después se dirigió a la hija: cuando alguien decide alzar la voz y tomar acción para defender
-Me rebajaron cuatro años por buena conducta. Esto intereses que a su vez también son suyos, deciden irse de parte de
quien les ha hecho daño, creando un círculo vicioso de necesidad. Es
parece que no lo han descuidao ...
interesante que sea el personaje de una mujer, que es parte de los
Y entró en el ranchito. Ella lo siguió sin decir palabra, Y personajes marginados de la sociedad, quien traicione a la persona
el muchachito entró tras de los dos . El viejo, sentado en el borde que la ayudo vengando su deshonra. Tambien lo es el hecho de que
haya sido un ingeniero de la obra de la planta hidroeléctrica el que la
haya violado, es aquí el capitalismo una vez mas haciendo de las
suyas, aprovechándose del pobre y necesitado. Cuando el padre
asesina al ingeniero, es símbolo de venganza del pobre contra el de
clase alta que oprime al jibaro.
127

-Si no estábamos discutiendo M _


-Cállate, te digo, y no jorobe¡ -yªrtín. Yo sólo ...
Contrabando • • 1 a vendrán1
Durante unos rrunutos largos sól ·
·r del agua contra los costados de la embº se escucha el suave
ba t1 arcación M - .
n,ando hasta consumir el cigarrillo c
fu... .,
w· anms1gue
, uya co la sirn 1
a Eugenio Cu evas Arbona
elo de luc1ernaga en la oscuridad antes d u a un
; pronto le pregunta al otro: e apagarse en el mar.
-¿Por qué no sigues silbando?
-¿Ah? ... ¡oh! no sé ... se me había olvidad
.
-No. Se te qmtaron las ·º· v1a1e
Sobre la tranquila superficie de la rada, suavemente mecida por _ _ .ganas · En el pnmer • . uno
la brisa, descansa la balandra Maria Esther. La imagen de la luna sl·e""pre
.,. se asusta. A m1 me. paso igual · Mira , Ricardo , lo meiores
.
llena nada en el agua, a su costado. Sobre cubierta, hacia la parte que bajes y trates de dormir. Cuando lleguen los compañeros te
de proa, un hombre acuclillado silba la melodía lenta de una despierto.
canción criolla. Otro, tendido de espaldas a tres pasos de distan- -No tengo sueño, Martín.
cia, fuma un cigarrillo y observa calladamente el humo azul -Bueno, como quieras. Pero dime una cosa: ¿qué hacías
ascender en el espacio. tú antes de meterte en esto?
Súbitamente el primer hombre deja de silbar y se vuelve -Creía que ya lo sabía. Trabajaba en un almacén.
hacia su compañero: -¿Y por qué cambiaste de trabajo?
-Martín ... -Eso cualquiera se lo imagina. En aquello nunca iba a sacar
-¿Ah? los pies del plato. Me hablaron de esto y decidí correr el riesgo.
-¿Qué habrá pasado? -Y ahora darías cualquier cosa por estar otra vez entre
-Yo cómo voy a saber. los sacos de arroz y las pencas de bacalao, ¿no es así?
-Ya es tiempo de que hayan vuelto, ¿no le parece? -No es eso, Martín. Es que ya es realmente tarde.
En ese momento Martín expele una gran bocanada que -Lo sé, pero lo único que podemos hacer es esperar. Hasta
permanece suspendida sobre su cabeza unos instantes, para el amanecer, por lo menos. Entonces nos largamos, ¿conforme?
desvanecerse luego al soplo de la brisa. -Es que entonces puede ser demasiado tarde.
-¿Los habrán cogido? -vuelve a preguntar el otro. -¡Ya volvimos a lo mismo! Mira, Ricardo, aquí no nos van
-¡Qué cogido ni qué niño muerto! -responde Martín, a encontrar a menos que los compañeros nos delaten. Y eso no
molesto--. Ya vendrán ... y si no vienen es porque les llegó la va a pasar, ¿oíste? ¡No va a pasar! _
hora. ¿Tú no sabes que así es la cosa en este oficio? -Está bien , está bien. No hablemos mas. Esperemos.
El otro guarda silencio un rato, al cabo del cual dice : -¡Claro! Es lo único que podemos hacer.
-Pero es que si a ellos los han cogido, dentro de poco
vendrán por nosotros. , d ·taba como se había
Era pasada la medianoche. Martm Orffil ,
-¿Cómo? ¿Adivinando dónde estamos? 1 noches de espera,
acostumbrado a hacerlo durante sus argas .I d la
-No precisamente ... , Esth mientras e resto e
-Ah, ya entiendo. Es que los compañeros van a delatar- c~ando quedaba solo en la Mana er e re ente sintió
tnpulación bajaba a tierra con el contrabando. D P
nos, ¿no?
-No ... no fue eso lo que quise decir, sino que ... Es difícil que alguien lo sacudía por un homb~o. - sobresaltado.
, , , -se incorporo, .
de explicar. -¿Que fue? ¿Que pasa. a Martín lo observó pálido,
-Entonces mejor cállate. No sé cómo me he puesto a Era Ricardo. A la luz de la lun '
discutir contigo. descompuesto.
, y a amanecer.
-Vámonos, Martm. a va
128 129

-¡Qué amanecer ni qué vainas! ¿Te has vuelto loco? ¿No Ricardo se guardó el arma entre el . _
. S , cmturon 1
desconfianza. e acerco a Martín y to , Ye pantalón
ves que apenas son las dos? con mo 1a cade . ,
-Martín, ya no puedo más. Tengo miedo, ¿lo oye? ¡Tengo de mirarlo. na sm dejar
-Halemos al mismo tiempo -di" M _
miedo! ¡Vámonos! or imprimir cordialidad a sus palabra:_ ~ , esforzándose
-¡Déjate de pendejadas y estáte quieto! ¿Por qué no has p d . 1As1. ¿Ves' Ya -
salien o. · esta
dormido? Al mismo tiempo buscó con la vista .1
-¡No puedo dormir, ni quiero! ¡Lo que quiero es salir de beza el puñal en la cmtura de Ricardo e'm1ov :n~o apenas la
aquí antes de que sea demasiado tarde! ¡Decídase, Martín! ea , . d . a cu 1o bien 1 .
-Ya te dije que hasta el amanecer vamos a estar espe-
ción y, cuando iban ando un tirón, soltó la cad ª si~a-
"'ente. El peso del ancla dobló al muchach enba repentina-
rando, pase lo que pase. Así que cállate y vete a dormir. ... , 1 - 1 oso relabod
Martín tomo e puna con un movimiento r' "d r a.
Martín le dio la espalda y volvió a cerrar los ojos. Pero ·- d 1 t d api o Y lo hundió
entonces oyó que Ricardo lo llamaba de un modo distinto, con sobre los nnones e o ro una, os, tres veces. Ricardo n 0
,
a enderezarse. Sólo alcanzó a gemir: llego
la voz dura y opaca. Martín conocía aquel tono de voz. Lo había
-Mar ... tín ...
escuchado en muchos lugares, en tabernas, en muelles solitarios, en
y cayó pesadamente al agua.
el mar, lo había escuchado en muchas ocasiones, pero siempre
en boca de hombres desesperados, capaces de cualquier cosa. Se
volvió hacia Ricardo cuando éste pronunció, por segunda vez y Un cuarto de hora después, a lo sumo, Martín descubrió el
en el mismo tono: pequeño bote de remos en que regresaban los cuatro hombres
-¡Martín! que habían bajado a tierra.
Lo vio de pie, con el puñal en la mano. Tenía los labios El capitán fue el primero en subir a la Maria &tber. Dijo:
contraídos y la mirada torva. -La policía nos cerró el camirlo de regreso. Tuvimos que
-¡Martín, o nos vamos o me voy yo solo! -declaró. dar un rodeo por Llano Verde. Nos tomó menos tiempo del
Martín se puso de pie lentamente. Forzó una sonrisa y que calculamos, después de todo.
empezó a hablar con inusitada suavidad, casi con ternura: -Sí, jefe -dijo Martín-. Yo me imaginé que algo les había
-Mira, Ricardo, eso no es necesario. Si estás tan em- pasado, pero nunca dudé que todo saldáa bien al fin y al cabo.
peñado en irte, nos vamos y se acabó. Pero deja eso, mucha- -Claro. ¿Y Ricardo?
cho. Tú sabes que soy tu amigo . -¿Ricardo? Ah, sí. Sucede que ... ese muchacho no estaba
-Ahora no, Martín. Ahora me estoy jugando la vida hecho para estas cosas. La espera lo puso tan nervioso que llegó
contigo. ¡Muévete! a amenazarme con esto para que nos fuéramos -y mostró el
Era la primera vez que lo tuteaba. Eso le confirmó a puñal, todavía ensangrentado--. Entonces, usted comprende,
Martín que el peligro era real. Volvió a hablar, midiendo cui- no me quedó más remedio ...
dadosamente las palabras: El jefe asintió con la cabeza y comentó:
rirnervia¡·e. A
-Como tú digas, Ricardo. Pero ya verás, ya verás que -Fue mala suerte que le pasara eso en Su P . _ .,
después vas a arrepentirte por haberme ofendido sin razón.•• a 10 mejor con el tiempo hubiera podido ... -se interrumpio, m~vio
mí, tu amigo. 1ª cab eza una sola vez y al cabo d e una b reve pausa ' ordeno-:
-¡No hables más! Sólo quieres ganar tiempo, pero no lo B ' hace tarde'
i ueno, muchachos vámonos largando, que se , · dena
vas a conseguir. ' . 1 da tomo 1a ca
Martín corrió entonces hacia e an ubi"rla él solo
-Ya nos vamos, Ricardo. Ven, ayúdame a subir el ancla . ent t empezo a s '
-¡Súbela tú solo! re ambas manos y casi alegremen e .
completamente solo, sin ayuda de nadie.
-Yo solo no puedo, y tú lo sabes. O me ayudas o nos
quedamos. De eso no tengo yo la culpa. El narrador extradiegetico nos presenta la critica otra vez de la forma en que el pobre tiene que salir hacia adelante, (1945)
por
culpa del capitalismo que obliga a las personas a trabajar mas y ganar mas dinero para poder tener una vida con la
menor cantidad de necesidades posible. El personaje de Ricardo representa al hombre trabajador dentro del ambiente
de necesidad que lo rodea, el cual lo obliga a dejar el trabajo honrado que tenia para poder vivir mejor, economicamente
hablando. Se presenta la opresion del pueblo trabajador para sobrevivir en un lugar en donde la condicion politica de
colonia lo consume y no le permite echar hacia adelante, debido a las imposiciones que representa la misma.
131

mano los que recordaban completo o sin deformaciones el


padrenuestro aprendido en la infancia de una madre o una
Creer o no creer abuela rezandera. El mismo José Maceira había expresado su
indevoción religiosa en dos o tres ocasiones, pero una de ellas
arraigó con fuerza en su memoria porque dio lugar a lo que él
interpretó entonces como un ofensivo desafío a la integridad de
su carácter. Cierto joven y casi desharrapado misionero, de los
que muy raramente pasaban por el campamento, ~o ~~cuchó
declarar su ateísmo en presencia de otros peones y lo invito a que
expusiera las razones de su descreimiento. .
El mulato José Maceira, a sus cuarenta y cuatro años cumplidos -Una de dos -se avino a explicar el mulato--. O Dios
(según la cuenta de su difunta madre, que había recordado el año es un invento de los hombres, y a mí nunca me ha gustado creer
pero olvidado el día y el mes de su nacimiento), hubiera gozado en fantasías ; o los hombres son un invento de Dios, y ése es el
de excelente salud a no ser por los periódicos embates de peor de todos los inventos que se han hecho en este mundo.
paludismo que padecía. Era, por el tiempo en que aconteció lo Ahora ya sabe, señor, por qué no puedo ser creyente. ,
que aquí se narra, capataz de una de las cuadrillas de peones que -Eso que acabas de decir, hijo mío -contesto el otro
desmontaban una especie de tierra de nadie entre dos de las con paciencia cargada de seguridad-, se lo he oído decir, tantas
Guayanas. Con qué fin último y por cuenta de quién trabajaban veces como tú no te imaginas, a muchos otros hombres tan
eran detalles que a ninguno de los peones se le habían explicado equivocados como tú. Es un sacrilegio, como lo sabe todo b~en
nunca; y a ninguno, tampoco, le había interesado averiguarlo cristiano, producto de la irreflexión y la soberbia que su~le~ arudar
mientras cobrara puntualmente sus jornales. Pero todos acepta- en el alma del incrédulo mientras no descubre la proxiffi!dad del
ban como afirmación creíble lo que de aquella región selvática fin de sus días en este mundo. Entonces, hijo, esas falsedades se
decían sus escasos pobladores: que Dios la creó primero y el derrumban como un árbol tocado por el rayo. Se trata, en ese
Diablo se la robó después. caso, del rayo de la fe que envía nuestro Se~or pa_ra salvar el alma
Del propio José Maceira también se decían a veces cosas del pecador arrepentido. Por ahora no te digo ma_s, pero te ~ego
no menos inquietantes. Como, por ejemplo, que era un evadido que medites sobre esto en tus momentos de sosiego Y de smce~
de la colonia penal francesa llamada Isla del Diablo (el Maligno, ridad contigo mismo.
al parecer, era terrateniente de importancia por aquellos rum- El capataz consideró innecesaria una respuesta, pe_ro
bos); pero eso, a todas luces, era más invención fantástica que pensó que el verdaderamente soberbio era aquel hombrec1to
presunción probable. Lo que a ciencia cierta se sabía, porque él hablador que , sin tomarse el trabajo de empezar a conocerlo, se
mismo lo había contado alguna vez, era que descendía de había atrevido a poner en duda el temple de su ánimo frente a lo
aventureros brasileños que en un tiempo intentaron, sin lograr- que, a fin de cuentas, es lo más natural y lo único seguro con que
lo, asentarse en las márgenes de uno de los afluentes del Orinoco. puede contar cualquier varón o hembra que tenga lo que -~ebe
Se sabía, además, sin que hubiera sido necesario preguntárselo, tener dentro de la cabeza. José Maceira sólo se encog10 de
que no le gustaba hablar más de la cuenta y que jamás permitía que hombros, pero miró de reojo a los presentes y c_ompro~ó con
alguien desobedeciera una orden suya. ¡Ah!. .. y también que no disgusto que la perorata del misi?nero no ha~ía de1ado de 1mpre~
creía en Dios. sionar a varios de ellos. y se alejo del grupo sm gasto de gestos 01
Esto último, por cierto, tenía poco de insólito entre palabras.
aquellos hombres que compartían con José Maceira una vida más Todos los domingos, cuando las tercianas no lo ataban a
bien exenta de preocupaciones ultraterrenales. Allí se era cre- la hamaca, José Maceira acostumbraba salir ~e cace~~- Era su
yente, cuando se daba el caso, más por costumbre heredada que manera de descansar y no aburrirse en compama de pro1unos tan
por fe consciente; y aun así podían contarse con los dedos de una
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poco comunicativos como él. Se metía en la catinga (como seguía dejaron oír hasta poco antes del mediodía. Pero después de esa
nombrando a la selva por más que a lo largo de los años hubiese hora sólo llegó hasta el campamento la débil resonancia de un
ido abandonando su lengua materna en favor del español), a eso estampido lejano, tan débil que apenas dos hombres pudieron
de las ocho de la mañana, con un machete y una escopeta de dos percibirla. Uno de ellos, antiguo peón de caucherías que conocía
cañones, una tira de carne seca y una cantimplora llena de agua los peligros de la selva tan bien como las cicatrices de sus manos,
mezclada con aguardiente de caña. La escopeta, por cierto, tenía se permitió murmurar:
su propia historia, digna de recordarse por lo que revela sobre el -Más le valdría a ese hombre no alejarse tanto.
carácter de su propietario. Era un arma muy fina, de fabricación Pero un muchachón de Ciudad Bolívar, recién llegado al
inglesa, y por lo tanto rara en aquellas partes, donde se preferían campamento por aquellos días, replicó con una risita casi irres-
artefactos más toscos y de menos precio. Pero José Maceira no la petuosa:
había comprado; se la había ganado, jugando a las cartas, a un -No se preocupe, vale. Ese amigo tiene cara de saber
revejido rufián llegado una vez al campamento con su triste siempre dónde se mete.
tropilla de rameras macilentas y arrugadas. El perdidoso, al final El viejo, que era reservado por naturaleza y prudente por
de la partida; le había propuesto a José Maceira cederle una de experiencia, se guardó de decir más. Pero llegó a su fin el día,
sus pupilas en lugar de la escopeta, con la que estaba muy sobrevino la noche casi de repente, como es usual en aquellas
encariñado. latitudes, y en el transcurso de toda ella nadie sintió regresar a
-No -le contestó el mulato-. El arma tiene dos venta- José Maceira. Rayando el alba los hombres salieron de sus
jas sobre cualquiera de tus guarichas. hamacas, mirándose los unos a los otros en silencio. Sólo a mitad
-¿Cuáles son? -preguntó el otro con franca curiosidad. de la jornada, recién consumido el rancho, se acercó el cauchero
-La primera -explicó José Maceira- es que a la esco- al jefe del campamento:
peta no hay que darle de comer ni comprarle ropa. Y la segunda -Si usted no manda otra cosa, señor, salgo a buscarlo
es que con ella puedo disparar dos veces sin necesidad de ahora mismo.
recargar. -Está bien --dijo de inmediato el otro-. Llévese la
-Buenas razones -aceptó el rufián sonriendo-, pero gente que necesite.
los cartuchos no estaban incluidos en la apuesta. Partió el viejo con otros dos peones, aviados con sus
-De acuerdo --dijo el mulato-. Te los cambio por dos machetes y una razonable cantidad de provisiones. Regresaron
garrafas de aguardiente. pasados cinco días, trayendo la escopeta, el machete y la cantim-
-Que sean tres -regateó el visitante-, porque mis plora de José Maceira. En el trayecto hasta la cabaña del jefe se
muchachas también saben lo que es la sed. les fueron uniendo, empujados por la expectación, los siete u
Y con la fuerza de ese argumento quedó cerrado el trato. ocho compañeros de trabajo que se hallaban a esa hora en el
Cuando José Maceira salía a cazar, durante una parte de la lugar. Pero a ninguno de ellos le dirigió la palabra el viejo; sólo
mañana el retumbo de sus disparos llegaba hasta el campamento, cuando estuvo frente al jefe le informó con la seca precisión de
cada vez más apagado a causa de su progresivo alejamiento. El un parte militar (hábito no olvidado de sus años mozos, cuando una
hombre regresaba al caer la tarde con las dos o tres piezas cobradas, leva lo convirtió en soldado durante varios meses):
que inmediatamente regalaba a los primeros curiosos que se -Tendría dos días de muerto cuando lo encontramos.
acercaban. Porque él, y eso no lo ignoraba nadie, cazaba por gusto Como no aprecié golpes ni heridas, barrunto que esta vez el
y no por interés de lucro o urgencia de comer. chucho acabó con él. Antes de l:!nterrarlo encontré este papel en
Uno de aquellos domingos José Maceira se internó más un bolsillo de su pantalón. Usted verá lo que dice ahí, porque yo
temprano que de costumbre en la maleza y desapareció rápida- ni los muchachos sabemos de leer.
mente entre los primeros árboles. Los traquidos de su escopeta, El jefe del campamento, una vez solo, desdobló sin prisa
cada vez menos audibles por lo que se acaba de explicar, se la hoja de papel. Conforme avanzó en la lectura de los escasm
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renglones escritos a lápiz, su semblante fue ensombreciéndose a ratos espaciados. Su experiencia, empero, le había enseñado
hasta que finalmente cerró los ojos. Cuando al cabo de unos que ese inconveniente sólo era irresoluble en días nublados: sin
segundos volvió a abrirlos, había tomado la decisión de no ese impedimento, el ángulo de oblicuidad de los rayos de luz que
mostrarle ni hablarle de aquello a nadie. se filtraban entre el ramaje representaba un indicio fiable de la
ubicación del sol. El otro problema consistía en que, para que ese
José Maceira se había propuesto, el domingo aquél, internarse en método de orientación tuviera buenos resultados, él tendría que
la selva hasta donde fuera necesario para tratar de cazar un tigrillo de haber avanzado en línea recta desde que salió del campamento,
pelaje casi dorado que le había descrito, días antes, un indio y sabía muy bien que ése no había sido el caso. Tal conclusión
vagabundo que sólo permaneció dos horas en el campamento. habría bastado para descorazonar a un hombre menos seguro de
Por eso había salido más temprano que de costumbre, y, como sí mismo que José Maceira; pero éste, además de su reciedumbre
era habitual en él, sin enterar de su intención a nadie. de carácter, contaba con otra importante reserva de confianza: su
Avanzó por parajes no recorridos en sus expediciones familiaridad con lo que otros, menos avezados que él a aquellas
anteriores, con la escopeta colgada de un hombro y abriéndose realidades, seguían llamando ingenuamente los misterios de la
paso en la espesura a golpes de machete. Abatió y dejó sin selva. Animado por la seguridad de ese conocimiento, volvió a
recoger varias piezas menores que se pusieron a su alcance ( ésos avanzar con el auxilio de la renovada eficacia de su machete, sólo
fueron los disparos que llegaron a oírse en el campamento), que en esta ocasión dejando la elección del rumbo al albedrío de
pensando sólo en el tigrillo que el indio le había metido en la su experiencia. No ignoraba, porque su suficiencia no rayaba en la
cabeza. Atravesó un claro en el que no tuvo que recurrir a su desaprensión, que al hacer tal cosa corría el riesgo de incurrir en
machete y se adentró nuevamente en la maleza, llena ahora de un error fatal; pero igualmente le constaba que no tenía otra
unos arbustos retorcidos y espinosos contra los que poco podía alternativa.
el filo de su arma, y en cambio se ensañaban con su ropa y en su Desde el momento en que comprendió que se había
piel con una especie de vengativo resquemor. Cuando la fatiga de,scaminado ("perdido" fue una palabra que nunca pasó por su
lo obligó a detenerse para sosegar su aliento y refrescarse la mente), José Maceira se propuso reducir al mínimo su consumo
garganta con dos tragos del agua alcoholizada, tuvo que decirse, de carne y agua. Y a ese propósito se atuvo de ahí en adelante,
contrariado pero ajeno todavía al desánimo, que no tenía objeto pero como durante el primer día había comido y bebido sin otra
continuar en aquella dirección. consideración que su apetito, al atardecer del segundo dispuso
Volvió a atravesar el claro, esta vez en sentido inverso, de su última ración. Eso le permitió dormir varias horas esa noche
con el propósito de reencontrar la senda que su machete había con relativa tranquilidad, pero sin apartar una mano de la esco-
abierto hacía apenas un par de horas. Pero no lo consiguió. Era peta colocada a lo largo de su costado derecho. Despertó confor-
como si la vegetación, en aquel corto espacio de tiempo, hubiese tado por el descanso, pero sintiendo ya los apremios de la sed Y
vuelto a cerrarse sobre sí misma en un increíble alarde de su el hambre. Los mitigó lamiendo primero el rocío que cubría las
poder de recuperación. José Maceira reconoció, ahora sí, que se hojas de un arbusto aercano, y masticándolas después para
\ llegar h asta su estomago
extraerles el. jugo que hizo , . reparar
sm
había extraviado. Pero ese contratiempo (sólo así lo juzgó, sin
mayor preocupación) tenía remedio: le bastaba recordar la posi- demasiado en su sabor más bien amargo.
ción del sol en el cielo despejado cuando había atravesado el Apeló al mismo recurso, variando sólo la elección de l_:1s
claro. Y la recordaba bien: aquel reloj infalible señalaba casi hojas, en otras dos ocasiones durante el resto de ese ter~er dta,
exactamente el mediodía. Dado que él lo había tenido de frente sin interrumpir su marcha pero luchando ya contra la fatiga que
al salir del campamento, sólo tenía que seguirlo ahora en su el esfuerzo y la pobre alimentación hacían cada vez mayor. El
descen~p hacia el poniente. Ese elemental razonamiento plan- zumo de las hojas masticadas·, de otra parte, acabó por abotagar
teaba, sm embargo, dos problemas. Uno era que el tupido follaje su lengua y hacerle más difícil la respiración. Y el peso de la
de los árboles no le permitía observar directamente el astro sino escopeta colgada de su hombro, que hasta entonces había sido
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insignificante, empezó a hacer oneroso cada uno de sus pasos• misma mano que usó para enjugar la humedad, sacó en seguida
pero renunció a deshacerse del arma en previsión de algú~ del bolsillo el pedazo de papel y el gastado lápiz con que hacía
sus apuntes de jefe de cuadrilla. Apretando los dientes y domi-
en:uentro que lo mismo podía ser peligroso que servirle para
nando hasta donde podía el temblor de la mano, escribió afano-
satisfacer su hambre. Lo cierto y más decisivo, por lo demás, era
samente unos cuantos renglones torcidos. Cuando terminó, plegó
que, pese al evidente agravamiento de su situación, su voluntad
el papel en cuatro dobleces y lo introdujo en un bolsillo de su
de supervivencia no lo había abandonado un solo instante.
pantalón. El lápiz resbaló entre sus dedos y él ni siquiera hizo el
Pero al cuarto día, a causa de su determinación de no
intento de ver dónde había caído. Al cabo de unos segundos, con
inclinar la cabeza para poder mirar en otro momento hacia
los párpados cubriéndole ya los ojos, inclinó la cabeza e imploró
adelante, tropezó con un tronco derribado y cayó de bruces
con la voz del pensamiento, la única que le quedaba: "Escúcha-
sobre la hojarasca que recibió su cuerpo sin resistencia ni ruido.
me, Dios mío. Escúchame y, aunque no lo merezca, hazme la
Jadeó con la mitad de su cara hundida en el colchón vegetal y por
gracia de salvarme". A continuación no supo más de sí ni del
un momento cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, consciente del
riesgo que entrañaba quedarse dormido en esas circunstancias mundo que lo rodeaba.
decidió incorporarse sin mayor dilación. Apoyándose primero e~
Dos meses después del hallazgo de los restos de José Maceira,
las manos y después en los antebrazos y las rodillas, consiguió
presentó su renuncia y abandonó su puesto el jefe del campamen-
levantar su cuerpo hasta quedar sentado. Y justo entonces,
to en que aquél había vivido y trabajado. El jefe, descendiente de
mientras trataba de aclarar sus pensamientos nublados por el
alemanes, había sido un hombre de gran presencia física, alto y
cansancio, sintió con un sobresalto el hormigueo que le empezaba
fornido, "de mucho hueso" como suelen decir los españoles;
en los dedos de un pie y ascendía rápidamente por su pierna.
pero al salir de la selva, minado su organismo por una despiadada
Por más que en aquellos momentos José Maceira hubiera
sucesión de enfermedades tropicales, era una ruina humana.
querido imaginar otra cosa, el inconfundible ataque de la terciana
Quienes lo conocieron en la pequeña ciudad brasileña donde se
no se lo habría permitido. Artero como nunca, el viejo enemigo fue a vivir, se acostumbraron a verlo pasar la mayor parte del día
se hacía presente ahora para abrumar a su víctima con la certi- en un café frecuentado por actores retirados o cesantes y perio-
dumbre de que se hallaba irremediablemente desamparado y distas de medio pelo. Retraído y melancólico, rehuía las conver-
solo. José Maceira alcanzó a maldecir la imprevisión que lo había saciones pero bebía mucha cerveza que su médico, según averiguó
llevado a internarse en la selva dejando en el campamento toda un parroquiano especialmente curioso, le había prohibido desde
su provisión de quinina; pero aún le quedaron fuerzas para que empezó a atenderlo de sus males. Sólo de cuando en cuando
ponerse en pie y dirigirse con pasos vacilantes, mientras el se le veía sacar de su cartera un amarillento pedazo de papel que
hormigueo le llegaba hasta la espalda, hacia el más cercano de un
desdoblaba lentamente y acercaba con un gesto casi maquinal a
grupo de árboles de altura extraordinaria. Dejó caer su cuerpo sus ojos grises y cansados. Leía lo que evidentemente estaba
una vez más, ahora con el propósito de quedar sentado y con la
escrito allí sin que su expresión delatara ninguna reacción apre-
espalda apoyada en el gran tronco. Sacudido ya por los primeros
ciable, y al cabo de unos minutos volvía a doblarlo y guardarlo
escalofríos, trató de articular una palabnÍ para asegurarse de que
aún era capaz de oír su propia voz, pero el intento murió en el en su cartera.
Esa costumbre acabó por intrigar a quienes lo observa-
fondo de su garganta atormentada. Y entonces, por primera vez
ban, y fue el curioso de marras el que tuvo la ocurrencia de
en su vida, José Maceira pensó voluntariamente en Dios.
sobornar a uno de los meseros del café para que espiara el
S~tió, sin ~mbargo, con suficiente claridad para saber
contenido de aquel papel mientras le reponía sus botellas de
que todavia ?º deliraba, que aquel pensamiento -no provenía de
su cerebro smo desde una memoria ajena que no lograba iden- cerveza al enigmático lector. Era bueno para esas trapacerías el
tificar. Sin tener que_ tocarse la frente, comprtndió por el sudor hombre, y aprovechando en varias ocasiones la habitual distracción
que llegaba a sus parpados que la fiebre ya lo invadía. Con la de su víctima, llegó a memorizar el texto misterioso. Vertiendo al
castellano los vocablos portugueses que en él había (el mese
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era paraguayo y conocía los dos idiomas), informó que lo q ro
tortuosamente escrito a lápiz podía leerse allí era lo siguient:e
Sé que no tengo salvación. Sé que voy a delirar y q~e
quizá llegue a rogarpor mi vida a Dios. Yyo no creo en Dios. Así lo
declaro ahora, aunque dentro de unos momentos, cuando no
sepa lo que hago, niegue esto que escribo con mis últimasfuer.zas
No importa lo que piense o diga entonces, ¡no creo en Dios! ·
José Maceira

(1944/1990)
El ambiente en este cuento es uno diferente a los anteriores, pues se encuentran en la selva en America del Sur. El narrador extradiegetico narra una diegesis
que se concentra en la sobrevivencia del hombre. Se cuestiona ademas la existencia de Dios por parte de Maceira, el personaje prijcipal, quien en sus momentos
de delirio, penso en Dios de manera voluntaria para pedir por su salvacion. Algo dentro de si le recordo lo que habia aprendido o quizas le habian inculcado de
nino. El tema de la religion se presenta aqui a modo de critica, pues como sabemos, la religion cristiana es implantada en la Isla por parte de los colonizadores.
Ademas, cuando se menciona en el cuento que "Dios la creo primero y el diablo se la robo despues", entendemos que es alusion a la condicion de vida que se
da en la selva en donde hay que aprender a sobrevivir, igual que hay que aprender a sobrevivir en Puerto Rico debido a las condiciones de vida y trabajo que se
les ha impuesto por siglos.
Me voy a morir

a José Antonio Torres Martinó

Esto duele. Y ya no puedo ni moverme. De cualquier manera no


me iban a dejar ir vivo, aunque fuera arrastrándome, así que qué
más da. Tuvo que ser un tiro de suerte, porque esa gente no
puede haber he'cho puntería desde allá arriba, a esa distancia.
Pero de suerte o lo que fuera, la verdad es que ya me desgracia-
ron. No me voy a engañar, para qué, si esto es igualito a lo de mi
compadre Antulio aquella noche que la policía lo confundió con
un ladrón a la salida del pueblo. Le tiraron antes de verle la cara y
después dijeron que él había echado a correr y por eso les pareció
sospechoso. ¡Sospechoso y le tiraron a matar! Y yo que conocía
tan bien a mi compadre y sé que él nunca le hubiera corrido por
delante a ningún hombre, cuantimás que no tenía delito que
esconder. Le tiraron a matar sin saber quién era y el balazo le
entró entre el ombligo y la ingle, igualito que a mí. De una cosa
así no se salva ni. .. ¡carajo, esto duele!
Yo se lo dije a Geño. Cuando propuso que hiciéramos el mitin
frente a la Administración de la central, bien claro que se lo dije: "Esa
gente es capaz de cualquier cosa. Acuérdate de lo que hicieron en
Aguirre y ninguno fue a fa cárcel".:Pero Geño es un alma de Dios, ¡qué
iba a imaginarse esto! Mira lo que me contestó: "No, chico, no son
locos". ¡No son locos! Eso lo sé yo mejor que él, lo que son es unos ...
¡esto duele, es como si tuviera una brasa pegada ahí en la herida! Y
debo estar desangrándome hace rato, porque ya me siento mojado
hasta las rodillas. Será cuestión de media hora todavía. A lo mejor
menos. Dos veces han tratado de venir a recogerme y las dos veces
han empezado a disparar desde allá arriba. Más vale que no se
vuelvan a arriesgar, no sea que vayan a desgraciar a otro por querer
ayudarme a mí, que ya no tengo remedio.
y O se lo dije a Geño: "No hay que ir a meterse en!ª central,
que esa gente es capaz de cualquier cosa". Pero Ge~o no los
conoce como los conozco yo. Me .dijo Geño: "Es que quieren traer
rompehuelgas y nosotros tenemos que advertirles que no hagan eso
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porque entonces va a ser peor". ¡Qué Geño, bendito! ¡Advertir!


que no traigan rompehuelgas! Pero yo no po d.,1ª d_eJar es
. lo solo en
un momento así y no me arrepiento de haber venido, no.
·Si esto no doliera tanto! Si se acabara pronto, por lo menos
Pero es igualito a lo de mi compadre Antulio. Nadie podía salvarlo·
pero duró su buena media hora y eso que lo recogieron en seguida'.
¿Ya habrán avisado a casa? Ojalá que no, no sea que a Pela le dé
por tirarse para acá. Lo siento por los muchachos más que por ella,
la verdad, porque todavía son chiquitos. Vitín que todavía no
cumple cuatro años y no se va a acordar de mí cuando sea grande.
Lo peor es tener que morirme así, como un buey en el matadero.
Si hubiera podido llevarme por delante a uno de esos hijos de su
mala madre, a uno tan siquiera. Pero no. Tenía que ser así. El pobre
hasta para morirse es desgraciado.
Los pobres muchachos, que no tienen la culpa. Tendrán
que empezar a trabajar antes de ser hombres, a dejar la vida en
la maldita caña para después acabar sabe Dios cómo. Así como
yo, a lo mejor, como los bueyes en el matadero. Ya duele menos.
Igualito que mi compadre Antulio, que un poquito antes de
morirse dijo que se sentía mejor.
Ahora no se oye nada. Pero seguro que no se han ido,
segu:o que están ahí detrás, mirándome sin saber qué hacer. ¿Y qué
podnan hacer? --;Igun?s tendrán vergüenza ahora por haber corrido
hcuab~do ehmphezo _el tir~teo. Pero no tienen razón, yo también lo
u 1era ec o s1 hubiera tenido tiempo M · · l b
G ~ d ,, · e 1mag1no a po re
eno, espues de lo q~e yo le dije. Pero no fue culpa de él y a mí
me ?ustar~a poder dectrselo. Lo que está de pasar... Lo malo es
monrse as1, porque de otra manera alg,, d.,. ,,
Ya casi. no duele. Lo que no un 1a tenia que ser·
compadre Antulio, que estuvo idi:guanto es la sed. Igualito que mi
hablar. Y no se la dieron s 1 p ndo agua hasta que ya no pudo
iba a morirse. ' e ª negaron sabiendo que como quiera
Geño no debería pensar u ,,
muere un pobre nadie tiene 1 ql e e,,1tuvo la culpa. Cuando se
,
m1 me gustaría poder decírselo. Per~
ª cu pa El toda v1a ,,
no sabe eso y a
No es tan difícil esto de m . los muchachos, y Pela ...
Mi compadre Antulio ni sed'1 . onrse. Todo es según y cómo.
0 cuenta n·
cuenta Y otros no. Dicen · icen que unos se dan
D.icen.. . que eso depende .
El narrador intradiegetico homodiegetico presenta tragicamente la vida, muerte y sufrimiento de la clase pobre trabajadora, a traves de los ojos narrativos. El
personaje/narrador se encuentra en su lecho de muerte y pasan por el todas las penurias a las que se tiene que enfrentar un pobre, incluso a la hora de morir.
Ademas, se critica el abuso policiaco que pasa sin ser juzgado por el gobierno, quienes abusan de su poder. El hecho de que el tenga sed continuamente,
puede ser indicio del desespero de no poder hacer nada, de estar dominados bajo una colonia capitalista que maltrata al pobre. Se presenta aqui la lucha de
clases, pues el personaje/narrador es herido en un mitin que se llevo a cabo en la central azucarera. Se denuncia la prepotencia y abuso de poder de los
duenos de la industria azucarera, que cabe recordar que eran absentistas, gringos blancos que explotaban al jibaro. Por otro lado, la comparacion con su
compadre Antulio nos da a entender que se denuncia no solo la muerte del personaje/narrador, sino la de muchos otros como Antulio que eran asesinados
(1946)
cuando intentaban luchar por sus derechos. Hay un flujo de la conciencia del personaje que nos va adentrando en la historia y a su vez en la critica de un
sistema capitalista explotador, que vino con la condicion de colonia.
163
intertextualidad con el Tuntun de pasa y griferia de LPM
El escritor cachondos que el gongo cuaja/ En ríos de azúcar y de melaza.
"¡Qué buen poeta mi tocayo! Temas vulgares, en ocasiones, ¡pero
qué sentido del ritmo y del vocablo exacto!"
Cuando la muchacha volvió a la mesa, trayendo un
a Luis Rafael Sánchez cenicero, él apagó el cigarrillo en el fondo de la taza del café y le
tomó una mano.
-Laura ...
La muchacha hizo un intento débil, instintivo, de retirar la
Aquel domingo, cuando el escritor se despertó, la luz del sol mano.
entraba ya por las ventanas entreabiertas y bañaba la habitación de -¿Qué es? -preguntó con un asomo de alarma.
claridad. El hombre se incorporó en la cama y se desperezó -Laura, yo nunca había advertí... quiero decir, yo nunca
bostezando largamente. Después se levantó, metió los pies en las me había fijado bien en ti. ¿Sabes que eres muy bonita?
pantuflas y envolvió su cuerpo en una elegante bata de seda azul. -¡Ay, Virgen, don Luis, no diga eso! -y seguía tratando
Salió a la sala. de zafar la mano, pero él no se la soltaba.
-¡Laura! -llamó. -¿Por qué no voy a decirlo, si es verdad?
-¡Señor! -respondió una voz de mujer joven desde la -Don Luis, no sea así, déjeme ir.
cocina, en el fondo de la casa. El hombre le rodeó el talle con un brazo.
-¿Dónde está el periódico? -Laurita -le dijo, apoyando un lado de su rostro sobre
-En la mesita al lado del sofá, don Luis. uno de los senos estupendamente firmes-. Laurita, acompáña-
Se sentó a leerlo antes del baño, pero los ojos todavía me a mi cuarto. Un ratito nada más.
pesados de sueño le dificultaron la lectura. Explicó entonces, La muchacha liberó su mano de un tirón:
alzando la voz, lo que quería de desayuno, y con una toalla limpia -¡Don Luis!
alrededor del cuello se dirigió al cuarto de baño. Él se puso de pie.
Se dio en primer lugar un prolongado duchazo, recreán- -Tú sabes que la señora está en casa de sus parientes Y
dose con la blancura de la espuma que hacía el jabón cuando le no viene hasta mañana. Vamos, compláceme, mira qu·e te voy a
daba vueltas entre las manos. Después, una vez seco, se afeitó hacer un regalito.
esmeradamente, comprobando satisfecho en el espejo que le La muchacha se cubrió la cara con ambas manos Y se fue
había quedado impecable Jalínea del bigote recortado yya entrecano. sollozando a la cocina. Él permaneció de pie junto a la mesa,
Finalmente se aplicó la loción con una serie de palmaditas sintiendo el súbito golpeteo de la sangre en sus sienes.
vigorosas en las mejillas. "¡Bah! Jíbara bruta!", se dijo. "Trataré otra vez de aquí a
Vestido ya, en la mesa, la sirvienta le trajo un vaso de jugo unos días y, si no se da, a la calle y se acabó."
de toronja. A continuación, huevos fritos con jamón, después Consultó el reloj pulsera. Las nueve y -media. Vio por
el café con leche (cargado, como era de su gusto) y tostadas con una ventana abierta un pedazo de cielo azul purísimo. La luz del
mermelada de melocotón. sol chocaba con todos los objetos y trazaba dibujos caprichosos
Estaba encendiendo un cigarrillo cuando la sirvienta reapa- en el piso. · . ,
reció para retirare! cubierto. El hombre la observó mientras regresaba Con un segundo cigarrillo entre los labios, penetro en la
a la cocina. Era una mulata clara, de veinte años a lo sumo, que biblioteca (la pieza, originalmente, había estado destinada a los
caminaba con un involuntario cimbreo de las caderas genero- hijos que el matrimonio nunca tuvo, y sólo con el tiempo los libros
sas. El escritor no pudo reprimir la evocación libresca: Culípandeando fueron invadiéndola poco a poco) y echó llave desde adentro.
la Reina avanza / Y de su inmensa grupa resbalan / Meneos Recorrió con la mirada las ordenadas hileras de volúmenes en los
estantes. Respiró hondamente, como en un santuario. Y experi-
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mentó , como siem pre, una especial . sat1sfacc1on


. . , cuando alcanzó Encendió otro cigarrillo y volvió a recorrer con la mirada las
a ver 1a colee c1on·, d e e¡-as1cos
• castellanos bellamente encuader- hileras de volúmenes en los estantes.
nada en pasta valenciana. Aquella colección había sido propie- "Leeré un poco", se dijo. "Me hará bien."
~ad de Francisco Salas, el viejo periodista amigo suyo. El día que De la calle llegaban algunos ruidos apagados, que el escritor
e st e agonizaba, después de una enfermedad de varios meses él apenas distinguía: un pregón, un bocinazo, un grito de muchacho ...
hab'1ª !ºd o a v1s1tarlo.
· · En los momentos en que se dirigía a uno de los estantes, llegó hasta
Pero Salas ya no podía reconocer a nadie, 'así
que solo permaneció unos minutos en la habitación. En la sala la habitación, con toda claridad, el sonido de dos detonaciones.
Pero el oído del escritor, entregado ya a la compleja armonía de
ª~ momento de despedirse, la esposa del enfermo le dijo, ven~
c1endo su cortedad con un evidente esfuerzo: un párrafo de Proust, fue incapaz de prestarle atención.
-La enfermedad de Paco ha acabado con nuestros aho-
En la esquina más cercana, a unos cincuenta metros de la casa del
rros. Estoy en una situación en que van a hacerme falta ochenta
escritor, se había apostado desde las siete un grupo de die~
pesos para completar los gastos del entierro.
hombres. Los bolsillos de sus ropas de obreros, abultados como s1
Él volvió la cabeza aparentando distracción, pero al hacer-
contuvieran objetos irregulares y deformes, llamaban la atención
lo su mirada tropezó con el estante en que Francisco Salas había
de los escasos transeúntes de la hora. Uno de los hombres --corto
colocado amorosamente su colección de clásicos.
de estatura, delgado, ya no joven- se movía entre los demás
-Señora, se me ocurre que yo podría ayudarla.
hablando en tono bajo y con pocos ademanes. Sus compañeros,
-No sabe cómo se lo agradecería. Usted siempre fue tan
a veces sin mirarlo, asentían con la cabeza a sus palabras.
buen ainigo de Paco ... A medida que pasaba el tiempo aumentaba el tránsito de
-Yo estaría dispuesto a adquirir esa colección por los
gente: señoras y muchachas acicaladas ru~~º-ª la iglesia, velo Y
ochenta pesos que acaba de mencionar. ¿Le parece?
misal en mano; sirvientas en busca del penod1co o del pan para
La mujer miró los libros -los nombres ilustres grabados
el almuerzo; hombres que iban al juego de béisbol, exaltado de
en oro en los lomos de las finas encuadernaciones- y balbu-
antemano el entusiasmo partidario. Pasaban unos cuantos auto-
ceó: móviles con familias que se dirigían al campo o a la playa. El
-Pero ... esa colección ... costó casi mil pesos, y está muy
grupo de obreros permanecía -impasible, casi hosco- en su
bien cuidada. Usted sabe que Paco ...
El hombre hizo ademán de ponerse el sombrero. La mujer esquina.
A eso de las nueve y media apareció en el extremo de la
se apresuró a aceptar: calle un camión cargado de hombres. Venían también dos poli-
-Bueno, don Luis, en un caso así...
cías uno en cada estribo. A una orden del que parecía jefe del
Él le dijo, contando los billetes en la cartera antes de
gru~o, los hombres de la esquina se echaron a la calle y formaron
sacarlos: una valla de una acera a la otra. El camión se detuvo frente a ellos.
-Después enviaré a alguien por los libros.
Algunos transeúntes se detuvieron también, para observar. Los
(No sabía, no podía saber, que en ese instante ya estaba
que venían en el camión tenían aspecto idéntico al de los que
hablándole a una viuda).
estaban en la calle. Uno de los policías se dirigió a estos últimos:
El escritor, ahora, se sentó a su mesa de trabajo, frente al
retrato del difunto tío solterón que le había legado tres casas de -¡A ver! ¿Qué es lo que pasa?
Se adelantó el jefe del grupo, en actitud sosegada:
vecindad en Puerta de Tierra (cuya renta le permitía dedicar todo
--Lo único que queremos es hablar con los compañeros
su tiempo a la literatura). Colocó ante sí la cuartilla en blanco,
tomó la pluma y apoyó la cabeza en la otra mano. que vienen ahí arriba . Eso no está en contra de la ley. . . ,
Media hora después no había logrado una sola oración El policía le contestó, después de un instante de vacilac1on:
coherente. Se levantó irritado, con un comienzo de jaqueca. -Si ellos lo quieren oír, hable. Pero nada de discursos,
que tenemos prisa. No se puede interrumpir el tránsito.
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El camión ya se_ponía en marcha. El obrero volvió a gritar:


-No hay problema --dijo el otro-. El camión está
parado en su derecha. -¡Párate, que me apeo! ¡Párate, carajo!
El camión avanzó sobre los que impedían su paso. Éstos
-¡Bueno, bueno, acabe!
se echaron a un lado para no ser arrollados, al tiempo que Je
El obrero se dirigió a los del camión:
gritaban al chofer y a los dos guardias:
-Comp~ñeros, a ustedes los llevan a ocupar los puestos
-¡Déjenlo bajar! ¡Déjenlo bajar!
que nosotros ~e¡amos para ir a la huelga. Y a pesar de que los El que encabezaba a los de abajo gritó entonces, sacan-
llevan u_~ domingo, para burlar nuestra vigilancia, han pedido la do un puñado de piedras de un bolsillo y lanzando él mismo la
protecc1on de la policía. Compañeros, si nadie ocupa esos pues-
tos, los patrones tendrán que aceptar nuestras demandas, que primera:
-¡Ahora, muchachos!
representan el pan de nuestros hijos. Y una recia pedrea se desató sobre el camión. El grupo
Los dos policías se miraron brevemente, de soslayo. El de curiosos se deshizo en una carrera apresurada. El chofer del
que hablaba continuó: camión aplicó los frenos, asustado, y se echó sobre un costado
. -Pero si alguien ocupa esos puestos, nos quedaremos en el asiento. Los obreros que venían arriba empezaron a bajarse
sin trabaj~, indefensos ante los patronos. ¡Compañeros, ustedes atropelladamente. Uno de los policías intentó contenerlos,
son t'.aba¡adores lo mismo que nosotros! ¡Si no luchamos juntos, pero los hombres corrían en todas direcciones y se unían a los de
seguuemos t~da la vida en la miseria! ¡Compañeros, hoy por abajo. Entonces el otro policía, agazapado junto a uno de los
nosotros, manana por ustedes! ¡A bajarse! guardafangos del vehículo, sacó su revólver sin premura y
Los obreros del camión empezaron a cuchichear entre sí. buscó con la mirada al jefe de los huelguistaS. Apuntó cuidado-
Los de la calle les gritaban: samente, apoyando la mano que empuñaba el arma en la palma
-¡A bajarse! de la otra, y disparó dos veces. La víctima se llevó las manos al
-¡A la calle! abdomen, abrió la boca y cayó de bruces. Al sonar los disparos,
Uno de los policías dijo de pronto: se produjo una desbandada general hacia las esquinas más
-Están perdiendo el tiempo; ninguno va a bajarse. Si- cercana_s. Con la calle despejada, los dos policías caminaron
gue, chofer. hacia el caído. El que había hecho fuego lo tocó con la punta del
Pero en ese momento uno de los de arriba, un mulato pie. El cuerpo no se movió.
achaparrado, de voz gruesa, gritó: -Lo mataste --dijo el otro policía.
-¡Yo me bajo, coño! -Ajá. Mira a ver lo que tiene en los bolsillos.
Y saltó a la calle. Los de abajo acogieron su decisión con El otro empezó el registro con desgana. Sacó por todo
exclamaciones de aliento: unas monedas, un pañuelo sucio, varias piedras y una cartera
-¡Así se hace! vieja con un amarillento retrato de mujer y un carnet de miem-
-¡Pa'bajo! ¡Sean hombres! bro del sindicato de obreros de la construcción, expedido a
Los dos policías volvieron a cambiar miradas rápidas El nombre de Agapito Olivo hacía menos de un año.
mulato les gritaba ahora a sus compañeros: · -Ve a dar parte--dijo el primer policía-. A nosotros no
-¡Bájense!. .. ¿qué esperan? nos toca levantarlo.
Ya había en los alrededores un nutrido grupo de espec- Y como viera que su compañero, los ojos fijos en el
tadores que crecía por momentos. muerto, no se disponía a cumplir la orden, le preguntó con
Uno_de los policías repitió la orden al chofer:
-¡Sigue! aspereza:
-¿Qué te pasa?
. Pero otro de los obreros del camión gritó en el mismo -No, nada. Es que ese hombre ...
instante:
-¿Qué?
-¡Aguanta, que yo también me quedo!
-Pues ... no estaba armado.
-Eso acabas de descubrirlo ahora. Dime una cosa: ¿cuánto
tiempo llevas tú en la policía?
-Seis meses.
-Me lo imaginaba. A ustedes los nuevos lo que les hace
falta es otro Domingo de Ramos en Ponce, para que aprendan
bien el oficio. ¡Bueno, camina, que ya mismo vuelve a amonto-
narse.aquí la gente!
Un Buick azul que pasaba por allí en ese momento, se
detuvo. Una mujer joven, muy maquillada, asomó la cabeza por
la ventanilla y apenas logró reprimir un chillído cuando vio el
cadáver. Le cubrió los ojos a un muchachito rubio que llevaba en
el regazo y se agitaba haciendo esfuerzos por mirar, y le dijo al
hombre que conducía:
-¡Sigue, Jorge, sigue!
Y cuando se hubieron alejado media cuadra:
-¡Ay, Virgen, seguro que era un ladrón! ¡Ya estas horas!
En este país dentro de poco la gente decente no va a poder vivir.
Las primeras moscas empezaban a posarse sobre la cara
del muerto.

Allá en su biblipteca, el escritor volvió a colocar en el estante el


volumen que acababa de hojear. El murmullo creciente que
venía de la calle no alcanzaba aún a molestarlo. y todavía
irritado por no hallar nada sobre qué escribir, rumió el s~ntimien-
to de impotenc~a que s~ntía rebulléndole en el pecho:
-¡Maldito destino! ¡Tener que vivir en un país donde
nunca pasa nada!

La voz narrativa extradiegetica omnisciente nos narra dos diegesis que convergen la una con la otra. al principio no parecen guardar relacion, pero estan ligadas la
(1948)
una a la otra pues ambas representan el abuso de poder. En primer lugar, esta la diegesis que narra la historia del escritor, el cual es un inescrupuloso de clase alta
que abusa de su condicion economica para aprovecharse de su supuesto amigo en su lecho de muerte practicamente robandole su coleccion de libros, pues el
precio pagado estaba muy por debajo. En segundo lugar, se nos presenta el intento de violacion a su sirvienta que, valga la aclaracion, es interesante el hecho de
que sea mulata. Ademas, la intertextualidad con el poema "Majestad negra" de Luis Pales Matos exaltando la figura de la mujer negra de una forma sexualmentre
atractiva. Es la tirania del poder contra el desvalido en su condicion economicamente pobre. Cuando el menciona las palabras "jibara bruta" nos remontamos
nuevamente a muchos de los cuentos anteriores en donde se presenta al jibaro como negro y al pudiente de clase blanca. Por otro lado, tenemos una segunda
historia, en la cual la voz narrativa nos presenta la lucha obrera y el abuso de poder, pero esta vez por parte de la policia. Se presenta la lucha por adquirir
derechos del trabajador y se insta a la policia a unirse, pues son parte de la clase tarbajadora del pais. No obstante, como continua ocurriendo hoy dia en nuestra
Isla, estod deciden someterse al patrono colonizador y explotador, siendo participes del abuso a la clase trabajadora. Es interesante que el primer personaje/policia
que decide bajarse del camion es un "mulato achaparrado", quien se une a la lucha de los trabajadores. Es evidente que la raza negra por siglos ha sido oprimida y
hay aqui una union de pueblo para tratar de destruir lo que los oprime. El suceso del asesinato de uno de los huelguistas por parte del policia, el cual fue con toda
intencion y alevosia, presenta el despotismo por parte de la policia y el gobierno hacia la gente que lucha por un futuro mejor. Es el capitalismo venciendo una vez
mas para dejar claro quien tiene el poder. Hay una tercera historia que aparece como intertextualidad en este cuento y es la mencion del domingo de Ramos en
Ponce, haciendo alusion a la famosa Masacre de Ponce en donde la policia comenzo a disparar y mato a muchos independentistas que luchaban pacificamente por
sus ideales en contra de los colonizadores. Hay una similitud entre ambos sucesos y la critica sigue siendo el abuso de poder. Los pobres tienen que luchar para
poder obtener mejores oportunidades de vida, mejor salario, que asu vez equivale a una mejor alimentacion y salud. Por otra parte, cuando pasa la senora blanca
de clase alta que ve al huelguista en el piso, lo juzga de ladron por su aspecto y ni siquiera se cuestiona el porque la policia lo mato.Se Ademas, la forma en que
termina el cuento es totalmente sarcastica porque retomamos nuevamente la historia del escritor y el vive tan enajedado a lo que sucede a su alrededor que
termina maldiciendo el vivir en un pais en el que no pasa nada, cuando cerca de su casa habia ocurrido toda una serie de eventos que culminaron en el asesinato
de un humilde trabajador.

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