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Vocación Misionera

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CENTRO DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS ARQUIDIOCESANO DE PASTORAL

GESTIÓN 2022 – SEGUNDO AÑO


SEGUNDO SEMESTRE

Materia: IDENTIDAD Y VOCACIÓN MISIONERA


Docente: Lic. Marcos Cruz Vedia
Fechas de clases: días martes Horario
Octubre: 25, - 1ra. Parte: 19:00 a 19:55
Noviembre: 03, 08, 15 - Receso 10 min.
Evaluación: viernes 18 de noviembre - 2da. Parte: 20:05 a 21:00

Introducción
El Papa Francisco expresa cual es el camino que debe seguir la Iglesia para ser fiel a su
vocación: “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un
cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación.”
(EG. 27).
Esto es tan importante que nadie debe quedarse al margen de esta renovación misionera:
“ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los
procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya
no favorezcan la transmisión de la fe.” (DA 365).
Pero por qué insiste el Papa Francisco en la opción misionera para una transformación de la
Iglesia. En primer lugar, porque es necesario volver al corazón del mensaje del evangelio; en
segundo lugar, porque la realidad nos interpela y exige renovar nuestros métodos, estilos y
ardor evangelizador; y, en tercer lugar, porque la propuesta del Pontífice, está en continuidad
con la reflexión teológica de sus antecesores, la Ad gentes del Concilio Vaticano II, la Evangelii
Nuntianti, la Redemptoris missio y el Documento de Aparecida:

• “Jesús les dijo: Yo tengo que anunciar también a las otras ciudades la Buena Nueva del
Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4, 43).
• “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes” (Jn 20, 21).
• “A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está cerca! Sanen enfermos,
resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin
pagar, denlo sin cobrar” (Mt 10, 7-8).
• «La Iglesia peregrina es, por naturaleza, misionera, porque toma su origen de la misión
del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio del Padre».1

1
AG 2.
• Ella comparte y continúa la obra de Jesucristo, y como tal, es una comunidad que
proclama, vive y da testimonio del reinado de Dios, por eso la misión «pertenece, a la
naturaleza íntima de la vida cristiana»,2 es su razón de existir. Y como discípulos de
Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo
inaugurando el Reino.3
• La misión es, ante todo, el testimonio de todos los cristianos, tanto personalmente como
en comunidad, del «nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de
Jesús de Nazaret Hijo de Dios».4
• Este testimonio y anuncio debe hacerse con el debido respeto a la cultura y al contexto5.
• «Bendecimos a Dios con ánimo agradecido, porque nos ha llamado a ser instrumentos
de su Reino de amor y de vida, de justicia y de paz, por el cual tantos se sacrificaron. Él
mismo nos ha encomendado la obra de sus manos para que la cuidemos y la
pongamos al servicio de todos».6

LA VOCACIÓN MISIONERA Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


Evangelii Gaudium
Del 7 al 28 de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Allí
se recordó que la nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres
ámbitos:
1. En primer lugar, el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu,
para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y
que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida
eterna». También se incluyen en este ámbito los fieles que conservan una fe católica
intensa y sincera, expresándola de diversas maneras, aunque no participen
frecuentemente del culto. Esta pastoral se orienta al crecimiento de los creyentes, de
manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.
2. En segundo lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que no viven
las exigencias del Bautismo», no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no
experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se empeña
para que vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el deseo de
comprometerse con el Evangelio.
3. Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la
proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han
rechazado.
Los cristianos, por tanto, tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, y el
Papa nos dice cuál es la manera o estilo misionero: “no como quien impone una nueva
obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un
banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»”.

2
RM 1.
3
Cf. DA 30-32
4
EN 22.
5
Cf. EN 29-30.
6
DA 24.
La Nueva Evangelización es nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones y nueva en
su ardor. Esto no significa que hay un nuevo evangelio, con contenidos nuevos, lo
verdaderamente nuevo es la situación del mundo.
En palabras del Papa Francisco la Nueva Evangelización es:
Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva
alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el
mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles
siempre nuevos; aunque sean ancianos […] Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra
vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la
propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en
los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez
que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos
caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras
cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción
evangelizadora es siempre «nueva». EG 11
En el contexto en que vivimos, no sólo por las grandes transformaciones sociales,
culturales y políticas que transforman la manera de vivir de las personas, sino también por la
necesidad de renovación de la Iglesia, la actividad misionera, «representa aún hoy día el mayor
desafío para la Iglesia» porque «la causa misionera debe ser la primera», y por tanto, estamos
llamados a reconocer que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia.
En esta línea, los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos quedarnos
tranquilos en espera pasiva en nuestros templos» y que hace falta pasar «de una pastoral de
mera conservación a una pastoral decididamente misionera».
Esta tarea sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia: «Habrá más
gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no
necesitan convertirse» (Lc 15,7).

LA FORMACIÓN EN UN CONTEXTO DE PASTORAL MISIONERA


Para muchos especialistas, las transformaciones que atraviesan nuestras sociedades son
tan profundas y significativas que hablan de un cambio de época. Estas transformaciones
afectan en la vida de las personas y por tanto, también tiene repercusión en la vivencia de la fe
y exigen una renovación eclesial acorde a nuestro tiempo y guiada por el Espíritu Santo.
En este apartado, vamos a enunciar a modo de sugerencias, algunos presupuestos que la
formación cristiana y la catequesis deben asumir para una renovación misionera según los
documentos de Aparecida, Evangelii Gaudium, el Directorio General de Catequesis, Laudato sií
y Fratelli tutti.
1. Un nuevo paradigma de formación
Es necesario pasar a una formación y catequesis catecumenal de iniciación cristiana (DA
289-294) y no únicamente centrada en los sacramentos. La catequesis centrada en la
recepción de los sacramentos se torna insuficiente si no se concentra en el encuentro personal
con Jesucristo, en el discipulado, en la incorporación a una comunidad de fe y en el servicio
comunitario y social.
Siguiendo la tradición de la Iglesia, el catecumenado es un período que puede prolongarse y
que cuenta con diversas etapas o «elementos esenciales»:

• El anuncio de la Palabra,
• la acogida del Evangelio que lleva a la conversión,
• la profesión de fe,
• el Bautismo,
• la efusión del Espíritu Santo,
• el acceso a la comunión eucarística. (CIC 1229).
Como vemos, estas etapas se aplican al proceso en el que se celebran los sacramentos de
iniciación cristiana y van más allá de una catequesis presacramental, se centran en la
experiencia y vivencia de fe a partir del kerigma.
Por tanto, la catequesis necesita ser kerigmática y experiencial, más allá de lo solamente
doctrinal (DGC 62). Los espacios o instancias de formación eclesial y la catequesis kerigmática
se encaminan al encuentro personal con Jesucristo, a la conversión real y a la educación
integral de la fe. En ese sentido el Papa Francisco nos indica en qué consiste la educación
integral: “Para educar hay que buscar integrar el lenguaje de la cabeza con el lenguaje del
corazón y el lenguaje de las manos. Que un educando piense lo que siente y lo que hace,
sienta lo que piensa y lo que hace, haga lo que siente y lo que piensa. Integración total”.
En esa misma línea, la catequesis es mistagógica, donde el protagonismo de la
comunidad parroquial y del catequista consiste en encaminar y acompañar al catecúmeno a
una experiencia de encuentro con el Misterio Divino, con el Padre que ama, con Jesucristo que
nos salva, que en última instancia es gracia del Espíritu Santo.
2. Superar un enfoque fragmentario
La catequesis debe despojarse del enfoque fragmentario. Los jóvenes y niños consideran la
pertenencia a la Iglesia como algo temporal, como etapas en las que debe “asistir” para cumplir
ciertas exigencias, por eso vemos que los niños y jóvenes “desaparecen” después de la
celebración de los sacramentos.
Esta misma fragmentación se da en la pastoral de nuestras parroquias, donde se
encomienda al catequista la tare de transmitir la fe, dejando al margen a toda la comunidad
parroquial que es, en realidad, el “lugar” donde el niño y el joven desarrolla su iniciación
cristiana. Hace falta una mayor conciencia de pertenencia y comunión eclesial.
Esta forma de separar los tiempos, los espacios, los roles, tiene su efecto en la idea de
Iglesia que reproducimos, en la forma de vida cristiana que reflejamos. Si bien es cierto, hay
tres acciones en la misión evangelizadora de la Iglesia, y en una de ellas está la catequesis,
estas deben complementarse mutuamente, según el siguiente esquema:
La misión evangelizadora de la Iglesia

ACCION
MISIONERA
Kerigma,
testimonio,
conversion .

Misión
evangelizadora
de la Iglesia

ACCIÓN ACCIÓN PASTORAL


CATECUMENAL
catequesis, ad intra y ad extra.
iniciación, Palabra, Liturgia,
enseñanza, comunidad,
sacramentos servicio

En la acción misionera es donde se debe proclamar el kerygma, que suscita la fe, la


conversión y la adhesión a Jesucristo y a su proyecto del Reino de Dios.
Luego viene la acción catequística. Para llegar a este momento la persona tiene que haber
recibido el kerygma, es decir, haber hecho su adhesión al Señor y haberse convertido.
El Directorio Catequístico General nos dice: “Toda la acción evangelizadora busca favorecer
la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión ‘inicial’ de una persona al Señor,
suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone
fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión…” (DCG. 80).
La catequesis es profundización de la fe, de una manera gradual y sistemática, pero
implica haber tenido un encuentro personal con el Señor. A veces damos por supuesto que los
que se acercan a la catequesis ya han tenido este encuentro, cuando en realidad solamente
tienen un conocimiento superficial de Jesucristo. Por lo tanto, lo que reciben en la catequesis
se queda, en la mayoría de los casos, en un conocimiento meramente intelectual, que no se
transforma en vida, porque no produjo la adhesión.
La catequesis es la que hace crecer la fe que ya tenemos en Jesucristo, pero si no lo hemos
encontrado y no nos hemos adherido a Él por el kerygma ¿no corremos el peligro de que la
catequesis sea simplemente aumentar conocimientos teóricos sobre la fe?
La catequesis se dirige al convertido, a la gente que ha recibido, aceptado, entendido el
mensaje. Es por lo tanto realmente peligroso y a menudo desafortunado presentar la
catequesis a quienes no han recibido el kerygma. Este sigue siendo el punto de partida y la
referencia constante de la catequesis. Sin él, la catequesis corre el peligro de no ser más que
mera enseñanza religiosa, la cual no penetra realmente en el corazón creyente, ya que no hay
punto de entrada en una fe que todavía no existe. Con el kerygma, al contrario, la catequesis
adquiere su verdadero lugar.
La tercera acción es la pastoral. Quien se ha encontrado con Jesucristo y su proyecto del
Reino de Dios y se ha convertido; ha profundizado su fe en la catequesis para poder dar razón
de su esperanza (cf. 1 Ped. 3,15) y para saber qué cree y por qué lo cree; esa persona debe
ser acogida en una comunidad a medida humana. Ese es el lugar donde seguirá viviendo su
religiosidad con otros hermanos, creciendo en la fe, la esperanza y la caridad por medio de la
oración, la Palabra de Dios, los sacramentos y también en el servicio a los hermanos. “No
puede haber vida cristiana sino en comunidad” (D.A. 278 d). En la comunidad es donde se es
discípulo misionero
3. Incorporar el espíritu misionero
La Iglesia no puede encerrarse en sí misma, necesita tener como perspectiva la salida
misionera que lo incruste en la realidad, y con el mundo se transformen según los criterios del
Evangelio. “La misión, no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la
experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona
a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia todos los confines del mundo” (DA 145).
La formación cristiana y la catequesis no deben olvidar la identidad misionera y de forma
especial la misión ad gentes como perspectiva. Por tanto, la misión hoy nos invita más a un
“modo de ser” que a un “hacer”: ser más servidora, dialógica y solidaria. La naturaleza de la
Iglesia no es “una fortaleza cerrada”, sino “una tienda de campaña" capaz de "agrandarse para
recibir a todos": es una Iglesia en salida, "una Iglesia con las puertas siempre abiertas". (Papa
Francisco).
Aplicado en la catequesis sugiere: “imaginar y organizar nuevas formas de acercamiento” al
pueblo, a los niños, a los jóvenes (DA 286); valentía y creatividad (DA 287); renovar las
modalidades catequéticas (DA 294); comprometer a la comunidad parroquial.

KERIGMA

1. Necesidad del kerygma como experiencia fundante


Ya antes del Concilio Vaticano II se fue tomando conciencia de la incidencia que ejercían los
cambios en el mundo sobre la evangelización. Desaparecía la tradicional sociedad cristiana y
se instauraba una sociedad mucho más secularizada y descristianizada. El contexto en que se
debía educar en la fe no era más el de la cristiandad, sino un contexto misionero.
La toma de conciencia de esta situación ha crecido en la Iglesia. Estamos en un contexto
que debe ser misionado porque los cristianos convertidos son muy pocos, hay gran cantidad de
bautizados que no conocen a Cristo ni el Evangelio, y no se sienten parte de la Iglesia. Son
bautizados que no han hecho personalmente la elección de ser cristianos. Tenemos una gran
multitud sacramentalizada pero no verdaderamente convertida.
Considerando la situación misionera, o de la nueva evangelización, es necesaria la
coordinación de la acción catequística con la acción misional que la precede y con la acción
pastoral que la continúa.
En ese sentido, el kerygma debe ser lo primero, el fundamento, la base y la fuente de
nuestra fe. El kerygma ha de ser la “experiencia fontal” del río de nuestra fe.
Por eso el Documento de Aparecida plantea con toda claridad:
Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin
corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad
de una iniciación cristiana verdadera. Por eso la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus
acciones.” (D.A. 278 a).
En estos momentos donde nuestras comunidades cristianas viven en contextos misioneros
donde la mayoría son indiferentes a los valores del cristianismo.
La experiencia de vida cristiana comienza después de haber tenido un encuentro personal
con Jesucristo. Nosotros, como Iglesia –y especialmente como agentes de pastoral– “debemos
ofrecer a todos nuestros fieles un encuentro personal con Jesucristo” (DA 226 a), “se ha de
propiciar el encuentro con Jesucristo” (D.A 278 a) a través del kerygma.
2. Objetivos del kerygma
El Objetivo del kerygma es suscitar, reavivar la fe y la conversión (cf. CT 19). Ha de llevar
a una adhesión global personal y explícita a Jesucristo: aceptándolo como único Salvador y
Señor (cf. CT 19 y 20; CFL 33; RM 46) mediante la acción del Espíritu Santo.
El objetivo del primer anuncio, es “provocar la fascinación” (cf. D.A. 244) y el
enamoramiento de la persona de Jesús, para suscitar la conversión inicial.
Juan Pablo II decía que todo cristiano debe tener “un encuentro vivo de ojos abiertos y
corazón palpitante, con Cristo resucitado” (Homilía en Santo Domingo, 26/01/79). Por su parte,
el Papa Benedicto XVI nos recuerda lo decisivo que es el “Encuentro” con el “Acontecimiento”
Jesús de Nazaret: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).
Podemos decir que sus fines son:
a. La adhesión a Jesucristo como Salvador, acogiendo el Reino de Dios.
b. La conversión inicial.
c. Reconocimiento del Señorío de Jesús.
d. Efusión del Espíritu Santo.
e. Integración a la comunidad eclesial.
Anunciado de modo testimonial y lleno de ardor, el kerigma busca cambiar el corazón de la
persona y lo lleva a la decisión de entregarse a Jesucristo y al Reino de Dios.
a. La adhesión a Jesucristo como Salvador, acogiendo el Reino de Dios.
La finalidad primaria de la proclamación del kerygma no es conocer en detalle las verdades
de la fe, los ritos y las costumbres de la Iglesia, sino entrar en la fe, dar acceso a ella. Se
proclama el kerygma en vistas a la adhesión de una persona a la fe en Jesucristo. Es la
acogida a la propuesta de Dios y a su deseo de salvación (cf. Hch 3,26; 4,12; 13,38-39).
La finalidad de la proclamación del kerygma es suscitar la fe en Jesús de Nazaret en cuanto
Salvador y Señor, de forma que tal aceptación se actualice en salvación y Vida para el
creyente. Por eso, en el kerygma la adhesión a Jesucristo, es una opción de fe. Consiste en
conceder confianza (fe) a Dios que se nos manifiesta en su Hijo; es entrar en el Proyecto del
Padre: el Reino de Dios.
b. La conversión inicial
La fe en Jesucristo debe ser seguida por la conversión a Él (cf. Hch. 11,21).
Pertenece al anuncio kerygmático el llamado a la conversión. En el Antiguo Testamento
este concepto de conversión ya era bien conocido; se expresaba con la palabra ‘shûb’ que
significa cambio de camino, dejar el camino del mal y tomar el camino del Señor. Cambio de
camino (conversión) traduce algo bien concreto, como es propio del pensamiento semita.
Al anunciar la conversión en el mundo helénico, más intelectualizado, los autores del Nuevo
Testamento usan el término ‘metanoia’, que significa un cambio de mentalidad. Es la
conversión a una verdad demostrada, más que algo intelectual o una adhesión de la razón.
Ahora bien, la conversión que busca la proclamación del kerygma es la conversión inicial.
Es el cambio sustancial de la persona, colocando a Jesús vivo como centro de la existencia y
buscando la salvación solamente en Él. Es repensar el fundamento de la vida. No es una
conversión sobre algunos aspectos de ella (conversión moral), sino una conversión que apunta
al eje de la vida que ahora comienza a girar alrededor de Cristo (conversión religiosa). Por eso
se la llama conversión inicial. Es la respuesta al anuncio del kerygma, que lleva al abandono de
cualquier tipo de ídolos, es la vuelta real al único Dios vivo y verdadero, buscando la salvación
solamente en Jesucristo. A esto se le llama “conversión”, (“metanoia”): es un verdadero cambio
de mentalidad.
La adhesión a Jesucristo implica un cambio de raíz de la opción fundamental, del proyecto
de vida, una conversión que nos lleve a sepultar al hombre viejo y nos haga vivir como hombre
nuevo. La vida nueva del discípulo toca los valores fundamentales en donde se inspira su
existencia, los modos de pensar y de juzgar sobre su relación con la realidad, los hábitos
morales, sus relaciones concretas con los demás. Esta conversión, que es ante todo del
corazón y de la mente, no debe quedarse sólo en un cambio interno, sino que afecta a las
relaciones de la persona con Dios, con los demás, con la sociedad, con las situaciones, con la
historia.
Se debe tomar conciencia de la dimensión eclesial, social y política de la conversión. Los
cristianos somos responsables de cómo se va construyendo la historia. La conversión implica
un verdadero compromiso en ser constructores del Reino de Dios.
Como la conversión es obra de la gracia –porque en todo el anuncio kerygmático hay
primacía de la gracia– más que procurar convertirnos nosotros debemos dejarnos convertir por
el Señor, dejarnos convertir por el Reino de Dios. Debemos decir con el escritor sagrado:
“Vuélvenos hacia ti, Señor, y volveremos” (Lam. 5,21).
c. Reconocimiento del Señorío de Jesús
Después de reconocerlo y aceptarlo a Jesucristo como Salvador, el discípulo debe
reconocer a Jesús como el Señor de su vida, del cosmos y de la historia. Y debe consagrar a
su señorío todas las áreas de su vida.
En la primera comunidad cristiana el reconocimiento de Jesús como “Señor” era una
auténtica profesión de fe. (Rom. 10,9; 1 Cor 12,3; Col 2,6; Ap 19,16). Así lo había proclamado
el Apóstol Tomás (cf. Jn 20,28) y Pedro lo predicaba en Pentecostés (cf. Hch 2,36). El Padre ha
glorificado a su Hijo Jesucristo y merece el título de “Señor” (cf. Flp 2,11).
El kerygma tiene como uno de sus objetivos hacerlo a Jesús ‘Señor’, es decir, centro,
dueño, cabeza y jefe de toda nuestra vida. Y trabajar por la instauración del Reino de Dios para
que Jesús sea Señor del universo y Señor de la historia.
d. Efusión del Espíritu Santo
Pedro, en Pentecostés, ante la pregunta de la gente sobre qué debían hacer –después
de haber escuchado su mensaje– dice: “Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de
Jesucristo para que le sean perdonados sus pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo”
(Hch 2, 38). Si al ser interpelados por el anuncio creemos y nos convertimos de nuestros
pecados, recibiremos la efusión del Espíritu Santo.
Y el don del Espíritu obrará en nosotros lo que hizo en los primeros cristianos: nos dará la
fuerza para ser auténticos discípulos misioneros, construirá la comunidad, derramará los
carismas necesarios y dará el impulso misionero.
e. Integración a la comunidad eclesial
Concluye el relato de Pedro en Pentecostés: “Los que recibieron su palabra se hicieron
bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil” (Hch 2,41). Y a continuación dice
cómo era y que hacía la primera comunidad cristiana (cf. Hch 2,42-47).
Quien se ha adherido a Jesús y al Reino, se ha convertido a Él, lo acepta como Señor y
recibe el don del Espíritu Santo, debe integrarse a la comunidad cristiana. “No puede haber
vida cristiana sino en comunidad” (DA 278 d).
La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia… La fe nos libera
del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión constitutiva
del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir
una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con
el Papa” (DA 156). Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, a través del
sacerdocio común del Pueblo de Dios, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la
Trinidad, pues la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria. (DA 157).
La comunidad es el lugar donde se vive el Reino de Dios. Es donde mostramos que todo lo
que anunció Jesús se puede vivir. La integración a la comunidad debe quedar bien clara en la
proclamación del kerygma, porque de lo contrario correríamos el peligro de generar cristianos
“intimistas” con el Señor, pero sin un verdadero compromiso comunitario.
3. Kerygma de Jesús y kerygma de los Apóstoles
Comenzamos por esta distinción teniendo presente lo que nos dice Juan Pablo II en su
Encíclica Redemptoris Missio.
Allí Juan Pablo nos habla de dos kerygmas: “el de Jesús” y “el de los Apóstoles”. Y nos
llama a un desafío: “unir” a los dos. Nos dice: “Es en el anuncio de Jesucristo, con el que el
Reino se identifica, donde se centra la predicación de la Iglesia primitiva. Al igual que entonces,
hoy también es necesario unir el anuncio del Reino de Dios (el contenido del ‘kerygma’ de
Jesús) y la proclamación del evento Jesucristo (que es el ‘kerygma’ de los Apóstoles). Los dos
anuncios se completan y se iluminan mutuamente.” (R.M. 16).
Y más arriba dice Juan Pablo:
Los discípulos se percatan de que el Reino ya está presente en la persona de Jesús y se va
instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo a través de su vínculo misterioso con él. En
efecto, después de la resurrección ellos predicaban el Reino, anunciando a Jesús muerto y
resucitado, Felipe anunciaba en Samaría ‘la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de
Jesucristo’ (Hch. 8,12). Pablo predicaba en Roma el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor
Jesucristo (cf. Hch. 28,31) Es en el anuncio de Jesucristo, con el que el Reino se identifica, donde se
centra la predicación de la Iglesia primitiva. (R.M. 16).
Los primeros cristianos tenían claro que en Jesús se hacía presente el Reino, al anunciar a
Jesucristo se daba por supuesto el tema del Reino. Las primeras comunidades cristianas
anunciaban la llegada del Reino de Dios no tanto con palabras, sino con su vida. Su manera de
vivir era un anuncio de que el Reino de Dios ya estaba presente y que en la comunidad ya lo
estaban viviendo.
4. El kerygma a los paganos de Atenas
Pablo habla para gente culta e imbuida de la filosofía estoica y procura usar el mismo
lenguaje de sus interlocutores (cf. Hch 17,22-34). Si comparamos la proclamación del mensaje
a los judíos con la predicación a los paganos, vemos que el núcleo central es siempre la muerte
redentora, la resurrección gloriosa de Jesús Salvador y la actitud de conversión frente a este
acontecimiento. Pero teniendo presente los dos auditorios diferentes, a los judíos les presenta
la Pascua de Cristo como la realización del designio salvador de Dios, comenzado en tiempos
de Abraham; y en cambio, en la predicación a los paganos se remonta a la vocación histórica
de los primeros hombres.
5. El kerygma de Juan
El apóstol San Juan se coloca como el heraldo de una Buena Noticia que él ha visto y oído
(cf. 1 Jn. 1,1-4).
Como lo hace toda la predicación apostólica, Juan pone el centro de la fe cristiana en el
misterio pascual de Jesucristo, la víctima propiciatoria de nuestros pecados (cf. 1 Jn. 2,1-2).
Pero este apóstol mira este acontecimiento desde la perspectiva del amor:
• Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. (Jn 3,16-17).
• Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos
Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por
nuestros pecados. (1 Jn 4,9-10).
• No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. (Jn 15,13).
• Jesús es el Buen Pastor que viene a dar la vida por sus ovejas, a fin de que ellas
tengan Vida, y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10-11).
• Amor del Padre que envía a su Hijo Unigénito, amor del Hijo que entrega su vida por
nosotros.
• Amor que Jesús exige entre sus discípulos: “Ámense los unos a los otros” (Jn. 13,34-35;
15,12.17).
• Amor que se debe convertir en servicio (cf. Jn. 13,1-17).
• Amor y servicio son valores del Reino de Dios que anunció Jesús.
a. ¿Hay un kerygma de la Iglesia?
Ahora bien, ¿no cabría hacerse esta pregunta?: ¿Hay un “kerygma de la Iglesia”?
Indudablemente la Iglesia tiene un kerygma que, en lo esencial, es siempre el mismo: el
anuncio del Reino de Dios y la proclamación del evento Jesucristo, tal como lo plantea Juan
Pablo II en Redemptoris Missio (cf. RM 16), como ya hemos visto.
Estas preguntas tienen otro sentido: Manteniendo este contenido esencial ¿no hay otros
elementos que deben presentarse en el kerygma? ¿No habrá que dar un anuncio lleno de ardor
y testimonial del llamado que Dios nos hace a vivir la fe en una vida comunitaria y que esa vida
comunitaria tenga por centro la celebración de la Eucaristía? ¿No tendríamos que proclamar
con fuerza de kerygma el Sacramento de la Reconciliación para el perdón de los pecados?
La “experiencia fundante” de la vida cristiana es fruto del kerygma, por tanto, lo que no
fue recibido allí, cuando después lo es en forma de catequesis no llega al corazón de la misma
manera. Por eso, en esta experiencia fundante de vida cristiana que es fruto del kerygma, ¿no
debería incluirse este anuncio más bien eclesial?

LA RENOVACIÓN MISIONERA

Una vez analizado la comprensión de la misión en los documentos del magisterio eclesial,
enumerado los presupuestos de una formación en un contexto de pastoral misionera, e
identificado los desafíos misioneros a la catequesis que gestó el V CAM, ahora corresponde
aplicar esos criterios y responder a esos desafíos a través de una propuesta renovadora de la
pastoral.
En este acápite vislumbraremos los elementos de una catequesis entendida como proceso
de iniciación cristiana, renovada a partir del criterio misionero. Para ello no podemos perder de
vista lo elementos que deben lograr conjugarse: comunidad de fe que evangeliza, catequesis
en clave catecumenal y misión como criterio de renovación.
1. Comunidad de fe que evangeliza
La iniciación cristiana es un proceso en el que el niño o joven se introduce en una nueva
manera de vivir, el cristiano asume un nuevo modo de vida que, no está sujeto a la celebración
de un sacramento, lo central es el encuentro personal con Jesucristo. Esta misión es propia de
la comunidad parroquial, es la comunidad que anuncia, testimonia y acompaña a los
catecúmenos. Esto no significa que se despoja de toda responsabilidad al catequista, al
contrario, él sigue siendo el responsable del proceso de iniciación, pero involucrando a toda la
comunidad parroquial.
Para ello necesitamos dar pasos:
• Exige un compromiso de crecer en la conciencia de pertenencia y comunión en la
Iglesia.
• Enriquece y potencia los ministerios, es decir, las fuerzas vivas de la parroquia se ponen
al servicio de los catecúmenos desde y a través de su propio carisma.
• Genera diálogo, acorta distancias, enriquece el conocimiento mutuo entre los grupos de
la parroquia.
2. La formación de los discípulos misioneros
La catequesis debe transformarse cada vez más en un proceso de iniciación cristiana, en el
que se favorezca el encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo y resucitado, cuyo
fruto sean vidas renovadas y transformadas que vivan como discípulos misioneros, con clara
conciencia de pertenencia a una comunidad parroquial y comprometidos con la realidad, sobre
todo, con la situación de los más pobres.
Suponiendo que la iniciación cristiana es un proceso gradual, personalizado en lo posible,
comunitario, introductorio a una forma de vida, que favorece el encuentro, que es experiencial,
nos parece oportuno recordar lo que nos propone Aparecida para la formación de los discípulos
misioneros:
• Encuentro. Es Jesús el que sale a nuestro encuentro. Nos corresponde dejarnos
encontrar con Él. En ese sentido la catequesis es kerigmática y mistagógica. “Invito a
cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora
mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse
encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien
piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría
reportada por el Señor»” (EG 3).
• Conversión: cambio de modo de vivir, personal y eclesial: “No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (DCE 1).
• Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y
seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y
de su doctrina.
• Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad (Jn 13,35; 1 Cor 12-27).
• Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad
de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo,
muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más
necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios.
3. La misión como criterio de renovación
En la carta programática de su pontificado, el Papa Francisco expresa:
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los
estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado
para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de
estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar
que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea
más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y
favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.
Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia
debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión
eclesial» (EG 27).
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha
hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. (EG 33).
• La calve de la renovación misionera es centrarse en el corazón del evangelio (EG 34-39)
• La misión se encarna en los límites humanos. La Iglesia sale de sí para llegar a todas las
periferias, geográficas y existencial del ser humano. (EG 40-45)
• En la misión, la Iglesia es como una madre de corazón abierto, es guiada por la
misericordia, más allá de cumplir los preceptos, la ley que guía a la Iglesia es la
misericordia, como el corazón abierto de una madre ante su hijo. (EG 46-50)
Hacia/en las Periferias
Kerigmática

Mistagógica

Formación

Experiencia Pertenencia
Misionera

Creativa Itinerario

Comunidad de Fe
Corazón del Evangelio
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

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