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1A

Papá juega con nosotros

Una tarde invité a mis compañeros a venir a casa para jugar a los cowboys. Estábamos
en el jardín y mamá nos había dicho que nos llamaría para merendar.

–Bueno –dije yo–, vamos a ver: yo soy el bueno y tengo un caballo blanco, y vosotros
sois los bandi- dos, pero al final gano yo.

Los otros no estaban de acuerdo, lo cual es un rollo; cuando uno juega solo, no se
divierte; y cuando no se está solo, los demás arman un montón de discu- siones.

–¿Por qué no voy a ser yo el bueno? –dijo Eudes–; y, además, ¿por qué no voy a tener
un caballo blanco también yo?

–¿Y quién será el prisionero? –pregunté yo.

–Bueno, será Godofredo –dijo Eudes–. Vamos a atarlo al árbol con la cuerda de tender
la ropa.

–¡Eso no está bien! –dijo Godofredo–. ¿Por qué yo? No quiero ser el prisionero; ¡soy el
mejor vestido de todos!

–¿A qué viene eso? –dijo Eudes–. ¡Yo no me niego a jugar, aunque tengo un caballo
blanco!

–¡Quien tiene el caballo blanco soy yo! –dije.

Eudes se enfadó y dijo que el caballo blanco era de él y que si no me gustaba me daría
un puñetazo en la nariz.

–¡Prueba! –le dije. Y lo consiguió. Rufo silbaba a todo silbar y decía:

–Síii, soy el sheriff, síii, y os detengo a todos.

Y Alcestes le dio un hachazo en el quepis, diciendo que lo hacía prisionero. Y Rufo se


enfadó porque su silbato había caído en la hierba. Y yo lloraba y le de- cía a Eudes que
estaba en mi casa y que no quería volver a verlo. Todos gritaban; era estupendo. Nos
lo pasábamos fenómeno.

Y después papá salió de casa. No tenía pinta de es- tar muy satisfecho.

–¡Eh, chicos! ¿Qué es todo este barullo? ¿Es que no sabéis divertiros tranquilamente?

–La culpa es de Godofredo, señor; no quiere ser el prisionero –dijo Eudes.

Relaciona.

Eudes • era el sheriff.


Godofredo • quería atar a Godofredo a un árbol.

Rufo • quería ser el prisionero.

El padre de Nicolás • no quería ser el prisionero.

Indica con números el orden en que suceden estos hechos:

Los niños se fueron a merendar.

Los niños jugaron a los cowboys.

El padre de Nicolás se puso a jugar con los niños.

Los niños se fueron a jugar al cuarto de Nicolás.

Los niños encontraron al padre de Nicolás atado a un árbol.

Contesta.

¿Por qué dos razones admiraban Nicolás a su padre?

¿Qué niño de la pandilla de Nicolás era más agresivo? ¿Por qué?

Escribe en que consiste cada una de las partes de la historia.

Inicio:

Nudo:

Desenlace:

Subraya y busca en el diccionario las palabras que no conozcas.

Identifica los personajes y describe a los principal.

2A

El Barco

Érase una vez un niño que tuvo la suerte de conseguir un barco para él solo. Era un
velero enorme; pe- ro el niño era experto en cosas de vela y lo podía manejar sin
ayuda.
Durante algunos años, navegó de isla en isla. Pero un día el tiempo empezó a
empeorar. El cielo se llenó de nubes y el viento comenzó a soplar con tanta fuerza que
las velas quedaron hechos jirones. El niño se dio cuenta enseguida de que aquella
tormenta estaba dirigida contra él por algún enemigo que sabía magia negra; por eso
bajó al camarote, cerró la puerta y esperó a ver qué pasaba.
–¡Ja, ja! ¡No pienses que estás solo! –dijo una voz perversa y cruel a sus espaldas.
El niño se volvió asustado y vio a un loro en la libre- ría del camarote.
–¡Oh, Dios mío! –dijo el niño–. ¡Qué susto me has da- do! Pensé que eras la bruja que
ha causado la tormenta.
El loro ladeó la cabeza y se rascó la oreja con la pata, lanzando de nuevo una larga y
perversa carcajada. Entonces, para sorpresa suya, el niño vio que el loro comenzaba a
transformarse. Sus alas se convirtieron en brazos largos y escuálidos; su pico, en una
gran nariz aguileña; y sus brillantes plumos, en ha- rapos chillones y andrajosos.
Cuando el niño vio que se trataba de una bruja, comenzó a avanzar poco a poco hacia
la estufa del ca- marote, donde guardaba su badila 1 mágica. Pero la bruja le dijo:
–Sé lo que estás buscando. ¡Tu badila mágica! ¡Ja, ja! La he puesto en un lugar seguro,
donde tú no la encontrarás, jovencito.
–Eso es lo que tú te crees –dijo una voz enérgica desde las escaleras del camarote. Y
para sorpresa de ambos, la badila apareció y arremetió contra la bruja.
–¡Bien! –decía el niño complacido–. ¡Dale duro!
¡Échala fuera!
La pequeña y simpática badila persiguió a la bruja hasta cubierta. Una vez allí, la bruja
saltó al mar por la borda, pensando en que flotaría y podría ponerse a salvo. Pero no
contaba con que la badila mágica había realizado un cambio maravilloso: había trans-
formado el mar en dragones, que, tan pronto como vieron a la bruja, abrieron sus
blancas y espumean- tes mandíbulas y se la tragaron. Luego, los dragones comenzaron
a alejarse en diferentes direcciones y el barco fue descendiendo, hasta que quedó
sobre el arenoso fondo de lo que había sido el mar.
El niño estaba muy emocionado al ver las maravillas del fondo del mar. Entre ellas, vio
los restos de un viejo galeón español cubierto de algas y percebes. Enseguida
descendió por un costado de su barco y corrió por la arena a explorar el buque
naufragado. Estaba lleno de cofres de oro y alhajas.
El niño cogió algunos cofres y los almacenó en la bodega de su velero. Pero una vez
hecho esto, comenzó a preocuparse. ¿Cómo saldría de allí? ¿Cómo iba a navegar si no
había mar por donde hacerlo?
Volvió al galeón y continuó explorando; entonces encontró un extraño martillo con una
inscripción mágica:
Cuando las aguas desaparezcan, da tres martillazos en el fondo.
El niño cogió el martillo y golpeó la roca. De repente, el agua comenzó a brotar del
suelo a borbollones, como si todas las tuberías de la Tierra hubiesen estallado. No
había tiempo que perder, así que corrió hacia su barco, y antes de que el agua le
llegara hasta la barbilla, consiguió subir a bordo.
Mientras tanto, el agua rugía, se arremolinaba y subía más y más deprisa. Al poco rato,
el niño notó que su barco comenzaba a bambolearse, se elevaba y quedaba flotando.
Cuando el barco estuvo flotando de nuevo, el niño colocó las velas de repuesto y puso
rumbo hacia las playas de su tierra natal; allí desembarcó finalmente con todas las
alhajas y el oro que había sacado del galeón español.

Contesta.

¿Quién salvó al niño?

¿Por qué a la bruja no le importó saltar por la borda?

¿Dónde guardaba el niño su badila mágica?


¿Cuándo flotó de nuevo el barco del niño?

¿Cómo es la lectura «Un cuento del mar»?

¿Por qué motivo el niño consiguió salir bien librado de sus aventuras?

Imagina lo que el niño escribiría en su diario de navegación el día en que


encontró a la bruja. Ponle fecha y redáctalo en primera persona.

Puedes empezar así

24 de septiembre de 1990

El mar ha amanecido hoy en calma, pero a las doce del mediodía he notado

Escribe en que consiste cada una de las partes de la historia.

Inicio:

Nudo:

Desenlace:

USO DEL DICCIONARIO

Subraya y busca en el diccionario las palabras que no conozcas.

Identifica los personajes y describe a los principales.


3A

Un negocio ruinoso

No hace mucho tiempo, vivía en Tánger un humilde zapatero remendón que


tenía un canario. Un día, mien- tras estaba remendando zapatos, un viejo
peregrino oyó el canto del pájaro y quedó fascinado. Se quedó más de una
hora mirándolo fijamente, con los ojos y la boca muy abiertos, y luego empezó
a suplicar al zapatero que se lo vendiese, cosa que este no esta- ba dispuesto
a hacer porque tenía cariño al pájaro. Pero el peregrino insistió tanto que, al
final, el zapa- tero aceptó vendérselo por veinte monedas.
El peregrino era pobre, y veinte monedas era un pre- cio muy elevado para un
canario; pero, aun así, reu- nió el dinero, compró el pájaro y se marchó.
Pasaron tres días, y el peregrino volvió con el ca- nario.
–Devuélveme mis monedas y toma tu pájaro. El zapatero se enfadó
mucho al oír aquello.
–Yo no quería vendértelo. Fuiste tú quien insistió en comprarlo. Y ahora vienes
a molestarme otra vez.
¿Qué derecho tienes a hacer eso?
–El pájaro no canta –le respondió el peregrino–. Desde que me lo llevé a casa,
se ha quedado posa- do en su jaula y no le he oído cantar ni una sola vez.
–Me es igual –dijo el zapatero–. En el trato que hici- mos no pusimos como
condición que el pájaro can- tase. Y te repito que yo no quería vendértelo. Así
que… lárgate.
Entonces el peregrino empezó a dar voces, y se for- mó un corro de
espectadores que querían saber cuál era el problema. Los dos interesados
contaron su historia y en parte porque el peregrino era mayor y parecía muy
furioso, y en parte porque los buenos musulmanes tienen debilidad por los
hombres san- tos, todos se pusieron en contra del zapatero.
–¿No te da vergüenza? –le dijeron–. Devuélvele a es- te pobre hombre sus
veinte monedas y quédate con tu pájaro.
Y así lo hizo: le dio al peregrino sus veinte monedas, con la esperanza de que
lo dejara tranquilo.
–Un momento –dijo el peregrino–. Le he dado de co- mer a este pájaro inútil
durante tres días. Es justo, pues, que me pagues las semillas que se ha
comido.
Al oír esto, el zapatero se puso más que furioso. Ha- bía deshecho el trato por
pura amabilidad y ahora el viejo quería que le pagase el importe de las
semillas. Eso, dijo, no lo haría jamás, aunque le cortasen la cabeza o lo
arrastrasen desnudo por las calles de Tánger. Pero el viejo peregrino se puso
todavía más furioso, llamó a la guardia e hizo llevar al zapatero a rastras ante
el Pachá.

–Este no es caso para que lo juzgue yo –dijo el Pa- chá tras haberle
escuchado–, sino el Juez Supremo de todos los casos de Pacotilla.

Así pues, la guardia se hizo cargo de los dos litigan- tes y los condujo hasta la
casa del juez.

El juez los escuchó con mucha atención, y no le quedó ninguna duda de que
hablaban completa- mente en serio. Luego dictó sentencia.

–Es evidente que el peregrino está en su derecho –le dijo al zapatero–, así que
debes liquidar la deuda que tienes con él por los tres días que ha dado de
comer a tu canario. Pero hay algo en tu contra –aña- dió al tiempo que se
volvía hacia el triunfante pere- grino–. Durante tres días este zapatero se ha
queda- do sin el canto de su pájaro, y debes resarcirle. Por tanto, te condeno a
pasar tres días dentro de una jaula en el taller del zapatero y a cantar para él
tan bien como lo hace su pájaro.

Entonces llamó a sus guardias, como si tuviera que decirles algo importante,
dejando al peregrino sin vi- gilancia. Y no hace falta decir que, cuando
miraron, el peregrino había desaparecido; y ya nunca volvió a molestar a
nadie en Tánger.

Responde.

¿Quién compró el canario?

¿Cuándo huyó el peregrino?

¿Quién dictó sentencia?

¿En qué ciudad se sitúa la historia?


¿Qué personaje de la lectura te parece más simpático? ¿Por qué motivos?

¿Qué animal te gustaría tener en tu casa? Explica por qué has elegido ese
animal.

Ordena estos hechos tal como sucedieron:

El zapatero devolvió el dinero. El peregrino pidió el importe de las semillas.

El peregrino llamó a la guardia. El Pachá no quiso juzgar al zapatero.

El zapatero se negó a pagar. El peregrino reclamó sus monedas.

Escribe en que consiste cada una de las partes de la historia.

Inicio:

Nudo:

Desenlace:

Subraya y busca en el diccionario las palabras que no conozcas.

Identifica los personajes y describe a los principales.

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