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Ejercicio Del Vía Crucis
Ejercicio Del Vía Crucis
Ejercicio Del Vía Crucis
O en su lugar:
Oración inicial
Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no
fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del
Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos
aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su
pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el
hombre.
Primera Estación
San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de
Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy
cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.
Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por
Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los
suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios
sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Segunda Estación
Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo
llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la
hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le
pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron
camino del Calvario para allí crucificarlo.
Tercera Estación
Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y
nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos
nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros
pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por
otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña
aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que
caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y
confianza buscando su ayuda y perdón.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda
buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin
duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al
cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos
de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo
su misión de corredentora.
Quinta Estación
Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su
primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados
de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y
pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de
Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido
por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y
fue para él y sus hijos el origen de su conversión.
Sexta Estación
Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de
Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón».
Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se
nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas
maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de
estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».
Séptima Estación
Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la
empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin
fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al
sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la
meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su
camino.
Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido
castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento.
Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición
humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos
las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz.
Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su
cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos
cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para
reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría
sacarlas de su postración.
Octava Estación
Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una
gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús,
volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien
por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios
se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los
culpables.
Novena Estación
Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser
crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para
levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin
aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que
servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total
agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.
Décima Estación
Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y
ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo
de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por
sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del
Hijo querido.
Undécima Estación
Duodécima Estación
Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de
mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el
principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se
desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el
episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo
Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo
evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed».
Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la
cabeza entregó el espíritu.
A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante
en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María,
en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de
sus entrañas.
Decimotercera Estación
Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un
sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las
piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y
a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el
permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro,
se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las
manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la
Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida
de su Hijo.
JESÚS ES SEPULTADO