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Ejercicio Del Vía Crucis

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EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS

Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...

O en su lugar:

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no
fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del
Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos
aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su
pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el
hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos


acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón,
y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa
tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir
experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo.
Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla
sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar...
Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la
ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la


luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál
es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu
pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.


«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no
podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no
encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante
la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia
que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera
crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de
Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy
cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por
Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los
suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios
sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo
llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la
hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le
pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron
camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en


espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su
patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando
sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la
vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día,
y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación,


debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron
aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y
pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de
los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su
voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y
nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos
nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros
pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por
otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña
aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que
caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y
confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Cuarta Estación

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados,


jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí
María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la
muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la
Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en
cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez
que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que
se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda
buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin
duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al
cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos
de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo
su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su
primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados
de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y
pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de
Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido
por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y
fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús,


que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los
unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren
hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y
desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía


aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de
dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura
de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la
sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo,
Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con
el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de
gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de
Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón».
Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se
nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas
maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de
estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la
empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin
fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al
sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la
meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su
camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido
castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento.
Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición
humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos
las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz.
Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su
cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos
cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para
reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría
sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Octava Estación

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una
gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús,
volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien
por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios
se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los
culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no


faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor
de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los
buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso
orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la
conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los
valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser
crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para
levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin
aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que
servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total
agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad


del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de
seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta
entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a
beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos
invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a
Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Décima Estación

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado


con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad
del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no
quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos
supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin
cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en
la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y
ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo
de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por
sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del
Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén


«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el
momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos
de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el
cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en
un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo,
encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación:
«Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos
ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de


insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos
imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea
capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la
cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la
paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan
dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador. Amén

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de
mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el
principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se
desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el
episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo
Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo
evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed».
Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la
cabeza entregó el espíritu.
A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante
en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María,
en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de
sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación

JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un
sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las
piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y
a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el
permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro,
se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las
manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la
Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida
de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y


ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo
martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que
anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimocuarta Estación

JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de


María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de
allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él
enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las
santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas
frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo.
Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y
regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de


tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de
que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones
humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la
resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha
convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto
simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los


dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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