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La Fe en Dios Cuando Los Tiempos Son Felices

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La fe en Dios cuando los tiempos son difíciles

Sermón: La fe en Dios cuando los tiempos son difíciles.

Introducción: La verdad es que confiar en Dios cuando todas las cosas van bien no
es difícil; por el contrario, cuando enfrentamos desafíos, gigantes u obstáculos
por superar, es cuando la solidez y fuerza de nuestra fe en Dios será puesta en
evidencia.

La Biblia nos enseña que, mediante la fe, los héroes del capítulo once de la
Epístola a los Hebreos lograron grandes victorias y conquistas, y se nos recuerda
que sin fe es imposible agradar a Dios. Sin duda, todos viviremos momentos en donde
nuestra oración será: “Señor, fortalece mi fe, y ayúdame a confiar en ti”.

1. Los instrumentos divinos a veces son difíciles de entender.

Lucas 23:24-27 “Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían; y les
soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien
habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos. Y llevándole, tomaron a
cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que
la llevase tras Jesús. Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que
lloraban y hacían lamentación por él”.

El actuar de Pilato, y la absurda petición del pueblo, me refiero a pedir la


libertad de Barrabás (un homicida y ladrón), mientras pidieron la condena para
Jesús, son circunstancias difíciles, además de incomprensibles para los discípulos
y seguidores del Maestro en aquel momento. Era un tiempo además doloroso, por eso,
las mujeres lloraban y se lamentaban por él.

En este caso, todo esto era parte del plan de salvación para la humanidad, era este
un momento difícil de vivir y asimilar, pero era la voluntad de Dios para su Hijo.
En otras ocasiones, por la toma de malas decisiones, vivimos momentos difíciles y
dolorosos, estos tiempos no vienen a ser pruebas, son consecuencias.

Es muy importante tener en cuenta que, en estos tiempos, la comunión con Dios en lo
secreto vendrá a ser nuestra fuerza, aquella relación personal y estudio sincero de
la palabra del Señor será la fuente de nuestra fe y confianza en la buena voluntad
de Dios.

Nos sigue diciendo el evangelio de Lucas 23:28-31 “Pero Jesús, vuelto hacia ellas,
les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y
por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las
estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces
comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos.
Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, en el seco, ¿qué no se hará?”.

Estas mujeres, a quienes el Señor Jesús llamó “Hijas de Jerusalén”, indicando que
eran de esta ciudad y, por lo tanto, no eran seguidoras del Maestro desde la región
de Galilea, lloraban al ver la tortura con la cual castigaban al Señor, y al pensar
en los dolores y sufrimientos que iba a experimentar hasta morir en la cruz; sus
lágrimas no eran de arrepentimiento, eran de dolor por el sufrimiento ajeno. Es por
eso que, el Maestro las exhorta a pensar en ellas más que en el dolor de él.

Las palabras del Señor Jesús fueron: “No lloréis por mí, sino por vosotros mismas y
por vuestros hijos. Porque vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las
estériles, y los vientres que no concibieron”. Si para la mentalidad judía, tener
hijos es señal de bendición y favor divino, entonces ¿por qué el Señor dice estas
palabras?
El Señor Jesús hace referencia a aquel tiempo en el que la ciudad de Jerusalén será
atacada, y las mujeres sufrirán la pérdida de sus bebés e hijos, por eso el Señor
Jesús dijo: “Ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días”,
serán tiempos de gran tribulación, Mateo 24:19-21.

La expresión final del Señor: “Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, en el
seco, ¿qué no se hará?”. Palabras que nos recuerdan que a veces el dolor o el
sufrimiento es parte del camino, el hecho de que seamos cristianos, hijos de Dios
en esta tierra, no significa que no viviremos ciertos momentos difíciles, de lo
que, si podemos estar seguros, es que Dios nos ayudará y fortalecerá siempre.

2. Perdonar y pedir perdón, dos aspectos esenciales para superar las crisis.

Nos dice el evangelio de Lucas 23:32-34 “llevaban también con él a otros dos, que
eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la
Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Y Jesús decía: padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen, y
repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes”.

También dos criminales eran llevados con Jesús para sufrir la misma condena, la
crucifixión. Por supuesto, con una gran diferencia, ellos iban por sus propios
crímenes, Cristo iba por los crímenes y pecados nuestros.

El Señor Jesús en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Además, delante de él, los soldados romanos repartían entre sí sus vestidos.
Cualquiera de nosotros se indignaría, tal vez lanzaría malas palabras y
maldiciones, etc. Pero, el Maestro, quien nunca deja de enseñarnos, en su momento
de mayor dolor y causado por ellos, rogó por sus vidas, y pidió al Padre celestial
que los perdonará.

¿Cómo reaccionamos cuando somos ofendidos? ¿Cuáles son nuestras palabras cuando
abusan de nuestra confianza o pisotean nuestros derechos? Porque el juicio de Jesús
fue amañado, pero, todo era parte del plan redentor ¿Quiénes somos, cuando por ser
hijos de Dios, sufrimos persecución? ¿Cómo nos comportamos cuando actúan
indebidamente contra nosotros? Por lo general, reaccionamos, y no reflexionamos,
entonces actuamos según nuestro propio parecer, y no según el de Dios; y por
supuesto, cometemos errores, vivimos fracasos y dolores.

Nos dice la Biblia en Lucas 23:39-43 “Y uno de los malhechores que estaban colgados
le injuriaba diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en
la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos
lo que merecieron nuestros hechos; más éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús:
Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te
digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Ante los dolores de la cruz y en una condición de agonía, podemos observar que uno
de los criminales insultaba al Señor; mientras que el otro, le habló con temor de
Dios, y también reconoció que por sus crímenes y pecados estaba en aquella cruz, y
hablándole al Señor Jesús le rogó por su perdón, y es quien recibió la promesa de
salvación: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Ante los dolores y en agonía, observamos varias actitudes en este criminal;


primero, es que, a pesar de todo, en su corazón surge temor de Dios; segundo,
reconoció sus malas obras; y tercero, acudió por ayuda a Jesús, quien no lo
decepcionó. Lo más valioso e importante no fue estar en el paraíso, sino estar con
Jesús allí.

Vemos dos criminales con dos actitudes diferentes, y dos resultados distintos. Uno
fue condenado, y el otro fue salvado. Recordemos la figura del sol iluminando un
bloque de hielo y un bloque de barro, el primero se deshace ante el calor del sol,
mientras el segundo se endurece; es el mismo sol para los dos, pero vemos
diferentes resultados; de igual modo, es el mismo Dios para todos, la diferencia
está en nuestra actitud ante él.

3. Confiar en Dios, siempre te conducirá al cumplimiento de su propósito.

Nos dice el evangelio de Lucas 23:44-46 “Cuando era como la hora sexta, hubo
tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el
velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”.

Después de llevar tres horas en la cruz, desde la hora tercera (9:00 am) hasta la
hora sexta (12:00 m), vinieron tinieblas sobre sobre la tierra hasta las tres de la
tarde, en aquel momento, es decir, cumplidas seis horas en la cruz, y habiendo
experimentado los más terribles dolores, y habiendo derramado abundante sangre,
Jesús gritó diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Esta última expresión del Señor Jesús, nos permite ver varias cosas: En primer
lugar, acude a su Padre celestial, Aquel que nunca nos abandona, aunque el momento
sea difícil y doloroso; Aquel que siempre estará atento a nuestro clamor y pedido
de ayuda; Aquel que nunca cierra sus oídos y nunca deja de amarnos, porque somos
sus hijos.

En segundo lugar, acude a las manos del Padre celestial. Sin duda alguna, no
existen mejores manos que estas, las más poderosas, y al mismo tiempo las más
generosas. Las manos del Padre celestial nos muestran el más seguro lugar en el que
somos protegidos y guardados del mal, son también las manos del alfarero, Aquel que
moldea nuestro carácter. Son las mejores manos.

En aquellas manos, dijo el Señor: “encomiendo mi espíritu”. Aquí la palabra


“encomiendo” se traduce del término griego “paratithemi”, que además quiere decir:
Confiar. Depositar. El Señor Jesús confió y depositó su vida completamente en las
manos de su Padre celestial, Aquel que nunca le fallaría.

De hecho, el Señor Jesús ya conocía lo que el Padre al respecto había prometido:


“Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”,
Salmo 16:10. Y en efecto, el Padre lo levantó de entre los muertos al tercer día,
como lo había prometido; y es que Dios no miente, él siempre cumplirá sus buenas y
poderosas palabras.

4. Tu fe en Dios verá la gloria del Señor.

Nos dice Lucas 23:47-49 “Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio
gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la multitud
de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido,
se volvían golpeándose el pecho. Pero todos sus conocidos, y las mujeres que le
habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas”.

Esta porción bíblica destaca en primer lugar, la reacción del centurión romano
(centurión, es decir, jefe de cien soldados), quien al ver lo que había acontecido,
dio gloria a Dios, y dijo: “Verdaderamente este hombre era justo”. Era un gentil,
no era hebreo, sin embargo, él concluyó que este hombre crucificado, era justo.

¿Qué cosas sucedieron, que vio el centurión romano, y que lo llevaron a concluir
que aquel hombre crucificado era justo? Los cuatro evangelios nos hablan de la
crucifixión, y nos añaden detalles, por eso, sabemos que en el momento en el que el
Señor Jesús entregó su vida, la tierra tembló y las rocas se partieron, además el
velo del templo se rasgó en dos (aunque esto último el centurión no lo vio, pues
fue en el templo, y ellos estaban en las afueras de la ciudad).

Personalmente, creo, que la última oración que el Señor Jesús levantó, impactó el
corazón de aquel centurión, pues el Señor Jesús dijo en alta voz: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”. Palabras que salen de un corazón único y rendido
totalmente a la voluntad del Creador, palabras que expresan una fe que sobrepasa
todo entendimiento humano, y una oración tan poderosa que hizo temblar la tierra.
Nos dice el evangelio de Mateo que este centurión y sus compañeros temieron en gran
manera, y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

Había una gran multitud, y quizá entre ellos había muchos de los que antes habían
gritado: “crucificadle”, también ellos vieron lo que había sucedido, y ante esto
dice el texto bíblico que “se volvían golpeándose el pecho”, en una expresión de
tristeza, quizá acusados por su conciencia y temiendo un castigo divino por haber
crucificado un justo, pero no era una señal de verdadero arrepentimiento. Esto
sucede muchas veces, es decir, ante la crudeza de la crucifixión muchos sienten
dolor y admiración, pero no hay arrepentimiento.

Los que conocían a Jesús y las mujeres que le siguieron desde Galilea miraban todas
estas cosas, además de los propios discípulos del Señor. En aquel momento de
padecimiento y muerte del Maestro, muchos pensamientos vinieron a la mente de los
seguidores y discípulos de Jesús, dudas, incertidumbre, decepción, temor, etc; de
hecho, varios de ellos volvieron a la pesca al mar de Galilea.

Son tiempos difíciles e incomprensibles, son tiempos en los que la fe es realmente


desafiada a confiar en Aquel que ha prometido. Son tiempos en donde creer en las
palabras de Dios, va en contra de las circunstancias y de los sentimientos. Son
tiempos en donde debemos decir: Aunque no vea, creeré. Aunque sea difícil y
doloroso, en él esperaré. Aunque las circunstancias sean adversas y contrarias,
confiaré en Dios y en sus promesas. Pues al final, los cielos y esta tierra
pasarán, pero las palabras de Dios para siempre permanecerán.

Después de este tiempo difícil y oscuro, brilló la gloria y la fidelidad de Dios,


pues se alcanzó la más grande victoria:

Vino el derramamiento del Espíritu Santo en pentecostés,

Nació la iglesia del Señor Jesucristo,

Poderosas señales y milagros acompañaron a la iglesia,

Y poderosos hombres de Dios llevaron el evangelio por el mundo conocido.

Conclusión: Este estudio, nos recuerda que Dios sabe muy bien lo que hace, que todo
lo tiene bajo control. Nada lo puede sorprender, pues todo lo sabe, y al final, sus
buenos y poderosos planes prevalecerán. Podemos confiar en sus poderosas y buenas
manos toda nuestra vida, familia y futuro; él es bueno y todo lo hace para gloria
de su nombre y bendición nuestra. A Dios sea toda la alabanza.

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