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Hay Un Rey - BS - Digital 2024

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Stamateas, Bernardo

Hay un rey : cómo experimentar Sus riquezas / Bernardo Stamateas.


- 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Presencia de Dios, 2024.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-987-8463-72-8

1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.


CDD 248.4

HAY UN REY
Cómo experimentar Sus riquezas
© Bernardo Stamateas

ISBN: 978-987-8463-72-8
Depósito legal ley 11.723

©Presencia Ediciones
José Bonifacio 332, Caballito, Buenos Aires, Argentina.
Tél.: (+54 11) 4924-1690
www.presenciadedios.com

Edición: Silvana Freddi


Diseño de tapa y diagramación: Diseño Presencia

No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cual-


quier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, me-
diante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso
previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes
11.723 y 25.446.
Índice

Capítulo 1
Hay un Rey 4

Capítulo 2
No más ansiedad 21

Capítulo 3
Vida y paz 40

Capítulo 4
Vivir elevados 54

Capítulo 5
Dios me hizo olvidar 67

Capítulo 6
Siempre habrá cosecha 83

Capítulo 7
Su bendición es nuestra bendición 99

Capítulo 8
El secreto es morir 117

Capítulo 9
El trato de Dios 131

Capítulo 10
Todas las cosas ayudan a bien 147

- 3 -
C a p í t u l o 1

Hay un Rey

Cristo nos trajo el Reino de los Cielos


Cuando recibimos a Cristo, entramos en el Reino de Dios,
pero luego de esa experiencia, necesitamos entrar al Reino
de los Cielos. El Reino de los Cielos se establece cuando el
Trono que está en nuestra vida, el gobierno de Dios, nos
gobierna aquí en la Tierra. Muchos cristianos han reci-
bido a Cristo y han entrado en el Reino de Dios, pero aún
no han experimentado el Reino de los Cielos. Porque solo
cuando nos rendimos a Él y dejamos que Su Trono nos go-
bierne, experimentamos verdaderamente el Reino de los
Cielos. Hasta que no morimos a nosotros mismos y per-
mitimos que Él dirija, gobierne y establezca todas las cosas
en nuestra vida, no entramos en las aguas profundas del
Señor. Cristo vino para traer el Reino de los Cielos.
Al recibir a Jesús como nuestro Salvador, entramos al Reino
de Dios, pero la tarea ahora es ir del Reino en el que ya es-
tamos al Reino de los Cielos. Muchos cristianos están en el
Reino, pero no en el Reino de los Cielos, ya que no se han
rendido completamente para permitir que el gobierno di-
vino rija sus vidas.

- 4 -
Hay un Rey

Todo lo que nos sucede, aunque parezca importante para


nosotros, es insignificante en comparación con el gobierno
divino. Por eso, necesitamos realizar oraciones de Reino,
reconociendo y declarando que el gobierno, el Trono y la au-
toridad de Dios están establecidos en nuestras vidas y ellos
derribarán todo lo que se oponga delante de Su presencia.
Necesitamos oraciones osadas y llenas de autoridad, por
ejemplo: “Declaro el gobierno divino sobre mi salud, mis
finanzas y mi familia. Todo lo que suceda en este día estará
rendido a la autoridad de Dios, porque Él es mi Reino y Su
gobierno está establecido”. En lugar de simplemente pedir
por situaciones específicas, afirmamos que estamos bajo la
autoridad divina, reconociendo que, al traer el Reino de los
Cielos, toda nuestra casa está bajo el mismo gobierno. De
esta manera descansamos completamente en el Señor.

Rendidos al gobierno de Dios


En Mateo 3, La Palabra de Dios narra que Juan el Bautista
comenzó a decir: “El Reino de los Cielos se ha acercado.
Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. En
el Capítulo 4, Jesús predicó lo mismo: “El Reino de los Cielos
se ha acercado. Estoy trayendo el Trono a la Tierra. El Reino
de los Cielos viene a establecerse aquí, en la Tierra”. Luego,
en Mateo 5, 6 y 7, encontramos el llamado Sermón del Monte.
Te preguntaste alguna vez: ¿Cómo es la vida de una persona
que está bajo el gobierno de Dios? ¿Cómo vive alguien que se rinde
al Señor y permite que Él sea su autoridad?
Jesús llevó a los discípulos a la montaña y, frente a una mul-
titud a la cual no estaba dirigido el mensaje, les comenzó a
enseñar cómo está constituido el Reino de los Cielos.

- 5 -
Hay un Rey

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos


es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán
consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la
tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcan-
zarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos ve-
rán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen
y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo.
—Mateo 5:3-11

En estas nueve bienaventuranzas, la palabra que se repite


es “bienaventurado”, que significa “gozo interno”. Ser bien-
aventurado va más allá de la felicidad; es un estado interno
de gozo profundo. Este gozo se traduce en un vivir cons-
tante de gozo espiritual sobrenatural. Es decir, cuando nos
rendimos al Trono, esa bienaventuranza, esa bendición, se
convierte en un vivir constante. Es así que experimentamos
un cambio de vida, donde ya no hay fluctuaciones emocio-
nales; en su lugar, hay un estado emocional permanente

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Hay un Rey

de gozo profundo, y este estado de vida se convierte en la


norma.

Cada bienaventuranza describe una característica de la


vida de todos los que estamos bajo el Reino de los Cielos,
bajo la autoridad del Trono celestial en la Tierra. Estas no son
cualidades naturales (ser pobre en espíritu, manso o paci-
ficador no es algo que podamos generar nosotros mismos),
sino que son producidas por la gracia de Cristo. Estas nueve
características son expresiones espontáneas que se mani-
fiestan cuando nos rendimos al gobierno de Dios y vienen
todas juntas. Es decir, no puedes tener misericordia y no
tener paz, por ejemplo. Las nueve características se van a
expresar en conjunto en la vida de todos los que estamos
bajo el Trono celestial y, aunque no nos demos cuenta, nos
convierten en gente “rara”, personas extrañas, diferentes,
porque tenemos un vivir muy distinto al del mundo.
Te invito a que analicemos juntos cada una de las
bienaventuranzas:

• Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de


ellos es el reino de los cielos
La primera bienaventuranza es la llave de todas las demás:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos
es el Reino de los Cielos”. Observa que no dice “los pobres”,
sino “los pobres en espíritu”. ¿Qué quiere decir “pobre en
espíritu”? Esta expresión hace referencia a la persona que
está vacía de opiniones, de pensamientos. En este contexto,
la palabra “pobre” significa “mendigo”. “Señor, no tengo
nada, no sé nada. Estoy vacío delante de Ti”. Y, cuando Dios
ve un vaso vacío, lo llena de Cristo. Si no te vacías de lo tuyo,
de lo que te enseñaron, de lo que opinas, de la manera en

- 7 -
Hay un Rey

que te educaron, serás rico de ti mismo y nunca recibirás de


Cristo. Pero, si no retienes nada de lo tuyo, nada de lo que
sabes, nada de los métodos aprendidos, y le dices: “Señor,
hoy abro mi espíritu y me vacío de todo lo mío. Soy un pobre
que no tiene nada. ¡Quiero recibir de Ti!”, Dios te respon-
derá: “¡Bienvenido al Reino de los Cielos!”.

Cuando leas La Biblia, olvídate de lo que sabes; cuando estés


orando, olvídate de tus oraciones y dile a Dios: “Señor, aquí
hay un ignorante, un mendigo, alguien que no tiene nada,
no sabe nada, no puede nada. Señor, estoy vacío, pobre”.
Esa es la llave para entrar al Reino de los Cielos. Cada día,
dile a Dios: “Todo lo que sé, todo lo que tengo, todo lo que
me enseñaron, todo lo que aprendí, todos mis logros, todo
está muerto, Señor. No hay nada en mí, soy un vaso vacío.
¡Te necesito!”. Sentirás hambre de Él, porque serás pobre en
espíritu; entonces, Él te llenará de Cristo.

• Bienaventurados los que lloran, porque ellos reci-


birán consolación
¿Qué es lo primero que te sucederá? Vas a llorar. Llorarás
cuando veas a alguien que no tiene a Cristo. En lo natural,
solemos llorar porque estamos enfermos, porque sufrimos
un robo, porque fueron injustos con nosotros, porque nos
trataron mal; pero en el Reino no se llora por eso, sino por
ver que mucha gente se está perdiendo de conocer a Cristo.
Nehemías, por ejemplo, lloró porque Jerusalén estaba
destruida y la gente no podía adorar al Señor. ¿Te ha suce-
dido algo similar alguna vez? ¡Si entras en el Reino, te va
a ocurrir! Empezarás a llorar por la gente que está atada
por el pecado, por la gente que no conoce al Señor. Ya no
llorarás porque te dieron un billete falso o por una película

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Hay un Rey

dramática; ahora tus lágrimas caerán al ver que muchos jó-


venes pierden la vida a causa de la droga, al observar la can-
tidad de gente que no ha gustado de Cristo. Y La Escritura
afirma que “los que sembraron con lágrimas, serán conso-
lados”. Cuando tus lágrimas caen por las cosas del espíritu,
el Señor trae respuesta y consolación. ¡Por las lágrimas que
estás llorando, el milagro viene en camino!

Antes de resucitar a Lázaro, Jesús lloró. ¿Por qué lloró si


lo iba a resucitar en apenas unos minutos? Lloró porque
vio lo que es la muerte; lloró porque la muerte vino por
el pecado. Jesús observó el sufrimiento de María y Marta
y pensó: “Este sufrimiento lo trajo el pecado. La maldita
muerte entró por él”. Después de llorar, Jesús ordenó: “Lá-
zaro, ven”, y el milagro ocurrió porque los que lloramos es-
piritualmente siempre seremos consolados.

En otra oportunidad, Jesús se detuvo delante de Jerusalén


y lloró. “Jerusalén, que matas a tus profetas…”, expresó y se
puso a llorar. ¿Por qué lloró Jesús? Porque Él quería que la
gente lo conociera. En lo natural, lloramos porque nos dejó
nuestra pareja, porque perdimos el trabajo, etc.; pero en el
Reino no lloramos por nada de eso, sino que lo hacemos
cuando vemos que muchos no saben adorar al Señor, que
ignoran lo que es experimentar el Cuerpo y disfrutar de
Cristo. Y ese llanto que se provoca por la obra del Espíritu
Santo siempre tiene recompensa. Ese es el milagro de la
consolación. Sembraste con lágrimas, pero con alegría vas a
cosechar. ¡Prepárate para experimentar el llanto espiritual!

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Hay un Rey

• Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán


la tierra por heredad
Los mansos heredarán la tierra, afirma La Escritura. La pa-
labra “manso” se refiere a la persona que ya no pelea, no
compite, no discute. Ya no somos obstinados, no oponemos
resistencia; ahora somos mansos, estamos rendidos, no
nos interesa compararnos o polemizar. Ahora somos como
Abraham con Lot, cuando le dijo: “¿Para dónde quieres ir,
sobrino? Si deseas ir hacia el norte, yo me voy hacia el sur;
si prefieres ir al sur, yo me voy hacia el norte”. No importa
hacia dónde vayamos, ya hemos dejado de discutir, porque
el Señor nos ha prometido que heredaremos la tierra.

Pablo dijo: “Me hice de todo a todos”. ¿Qué quiere decir eso?
Que él era como el camaleón: no discutía por opiniones,
no le interesaba pelear por nada. Cuando entramos en el
Reino, ya no exigimos nuestros derechos, no batallamos o
defendemos lo nuestro con nuestra fuerza. Eso ha muerto,
porque nuestras fuerzas naturales han desaparecido y
ahora somos dóciles. Y, cuando somos dóciles, el Señor co-
mienza a darnos la tierra por heredad.

Watchman Nee contó que, en un momento, comenzó a ru-


morearse que él vivía con una mujer. A pesar de que en ese
tiempo no existía Facebook, el chisme se desató. Nee oró, y
el Señor le dijo que no se defendiera, que le enseñaría a no
hacerlo. En ese contexto, una misionera inglesa se acercó al
pastor horrorizada y le expresó su preocupación sobre di-
chos rumores. Watchman Nee confirmó que eso era cierto
y se retiró. Otro hermano, que había presenciado el diálogo,
le preguntó a Nee si realmente vivía con una mujer, a lo que
él respondió afirmativamente, explicando que se trataba de

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Hay un Rey

su madre. El predicador había contraído tuberculosis, y su


madre había venido a cuidarlo. “¿Por qué no aclaraste bien
la situación?”, le preguntó ese hermano. Nee respondió:
“Porque no me lo preguntaron. Además, Dios me indicó
que no debo defenderme. Esto es parte de vivir en el Reino”.
Cuando entramos al Reino, como ya nos vaciamos de todo
lo nuestro, dejamos de lado nuestras propias agendas y co-
menzamos a entristecernos por aquellos que no conocen al
Señor, que no experimentan Su gozo. Dejamos de luchar,
renunciamos a la exigencia de nuestros derechos y renun-
ciamos a usar nuestras fuerzas naturales. Asimismo, nos
volvemos dóciles, permitiendo que Él luche por nosotros.
Entonces, Dios nos anuncia: “Toma la tierra que te he pre-
parado”. ¡Prepárate para recibir la posesión! ¡Esa es la re-
compensa por vivir en el Reino, bajo el gobierno de Cristo!

• Bienaventurados los que tienen hambre y sed de jus-


ticia, porque ellos serán saciados
De repente, aparece el hambre y la sed de justicia. Pero ¿qué
justicia es esta? Es la justicia de Él, de hacer Su voluntad.
Ahora tenemos hambre y sed de conocerlo a Él. Antes vi-
víamos por la justicia de “el ojo del amo engorda el ganado”,
del marido, de la mujer, de la gente, pero todo eso ha muerto
y ahora tenemos hambre y sed de la justicia de Dios. Esta
justicia, que es la voluntad de Dios, viene y nos gobierna. Ya
no asistimos a las reuniones porque nos dicen que debemos
venir, sino porque el Señor nos gobierna y nos dice que va-
yamos. Estamos restringidos por Su voz. Él nos dice cuándo
avanzar, cuándo detenernos, cuándo hablar y cuándo
callarnos. Él nos restringe y nos guía. Ya hemos muerto a
nuestras excusas, a obedecer a los demás. Ahora hay un
Trono que nos gobierna, una justicia, un carácter divino

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Hay un Rey

que nos restringe. Y esto nos hace volvernos estrictos con


nosotros mismos, pero no por tener un súper Yo, una voz
paterna que nos castiga, sino porque el Trono nos guía. Ya
no necesitamos ninguna ley externa, no requerimos de al-
guien que nos diga: “Cuídate”, “Sé más ordenado”, porque
la justicia nos hace ser estrictos con nosotros mismos. No
se trata de que obedecemos porque de otro modo Dios nos
castigaría, sino de entender que Su voluntad, que es buena,
agradable y perfecta, nos hace ser estrictos con nosotros
mismos, pero misericordiosos con los demás.

• Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos


alcanzarán misericordia
Estrictos con nosotros mismos, misericordiosos con el otro,
¡no al revés! No es que uno se permite cierta licencia y al
prójimo se lo condena por lo mismo al fuego eterno. ¿Qué
es la misericordia? Dejar de condenar al otro, de señalar
con el dedo lo que el otro no hace o hace mal. Por ejemplo,
si alguien te dice que todos los años arma el arbolito de
Navidad, no le explicas que esa es una celebración pagana
al dios Sol. En lugar de eso, le explicas: “Ah, ¡qué lindo!
¡Quieres celebrar el nacimiento de Jesús! Él va a nacer en tu
corazón, y eso es maravilloso”. Eres misericordioso con el
otro y estricto contigo, no porque te propusiste ser estricto,
sino porque ahora el Trono te gobierna.

Pero vayamos a lo práctico. ¿Sabes qué significa ser miseri-


cordioso con los demás desde una perspectiva bíblica? Estar
ciego. Al interactuar con alguien, hay quienes observan y
analizan a la persona. Comentan cosas como: “Ese hombre
nunca toma de la mano a su esposa, seguro se tratan como
amigos” o “Esa mujer se come las uñas, debe tener mucha

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Hay un Rey

ansiedad”. Somos misericordiosos cuando nos volvemos


ciegos y dejamos de analizar a los demás. Observa que, al
comer del fruto prohibido, a Adán y a Eva se les abrieron los
ojos. Algunos tienen los ojos muy abiertos y miran con aten-
ción la vida del otro. La misericordia implica estar ciego y
sordo, dejar de estudiar al otro, no escuchar chismes. ¿Re-
cuerdas qué hizo el Señor cuando Pablo se convirtió? Le
quitó la vista. ¿Por qué lo dejó ciego? Para enseñarle que ya
no debía mirar a los demás; ahora debía verlo a Él.

• Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos


verán a Dios
Cuando nos volvemos misericordiosos, un corazón limpio
se nos activa espontáneamente. ¿Y qué implica tener un
corazón limpio, puro? Que solo lo buscamos a Él. Un co-
razón puro implica tener ojos exclusivamente para Dios;
ya no nos interesa nadie más, las distracciones nos aburren
y estamos ciegos a los detalles de la vida del otro y sordos
a las voces ajenas. Es entonces cuando el Señor nos dice:
“Solo me estás mirando a Mí, tienes un corazón puro, en-
tonces, verás a Dios”. ¿Y dónde ves la mano de Dios? En el
trabajo, en tu familia y en todos lados. ¿Recuerdas cómo
fue que José terminó en Egipto? Sus propios hermanos lo
vendieron. ¿Y cómo llegó José a sus hermanos, que estaban
en Dotán? Su padre lo envió al lugar en que habitualmente
se encontraban; sin embargo, cuando José llegó allí y no los
vio, le preguntó a un hombre: “Disculpe, ¿ha visto a mis
hermanos?”. Él hombre le respondió: “Oí que iban a Dotán”.
Así que José fue a Dotán, donde lo arrojaron a un pozo, lo
vendieron y terminó en el palacio. ¡Incluso las circunstan-
cias que no entendemos terminan bendiciéndonos cuando
solo vemos al Señor!

- 13 -
Hay un Rey

La clave es buscar solo a Dios y decirle: “Señor, solo te quiero


ver a Ti, solo deseo contemplar Tu majestad y Tu belleza”. ¿Y
sabes por qué esto es tan importante? Porque lo que ves de
Cristo se te añade. En el Reino, la belleza de Cristo se refleja en
nosotros, y lo que no es Cristo, lo que es desagradable, es eliminado.
Aquello que proviene del esfuerzo humano es feo. El Señor
viene a buscar una iglesia sin arrugas. ¡Él nos va a quitar
todo lo que no es de Cristo, todo el esfuerzo humano que
nos deforma! ¡Aleluya!

Los de corazón limpio, los que solo queremos verlo a Él,


somos bienaventurados.

Por eso, en vez de ver cómo ganas a tu marido o a tu hijo,


por ejemplo, míralo a Él, porque lo vas a ver y terminarás
tus días como Jacob. Observa que Jacob, viejo y ciego, quiso
bendecir a sus nietos. Aunque en lo natural no veía nada,
en lo espiritual su vista era perfecta. Esta es la razón por la
que cruzó sus manos y le dio a cada uno su correspondiente
bendición.

• Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán


llamados hijos de Dios
Otra de las cualidades que Dios pone en nosotros es la paz.
Ahora, espontáneamente, somos pacificadores y, en vez de
llevar queja, llevamos paz. Nos convertimos en gente que
no divide, que no envenena. Somos gente tranquila en espí-
ritu. ¡Eso sí que es algo sobrenatural!
Noé bajó del barco, bebió vino de más y, por alguna ex-
traña razón, quedó desnudo en su tienda. Cam, uno de sus
hijos, entró y, cuando lo vio, enseguida llamó a los otros dos

- 14 -
Hay un Rey

hermanos: “¡Vengan, vengan! ¡Papá está desnudo!”. Sem y


Jafet tomaron la túnica de su padre y, vueltos hacia atrás, lo
cubrieron. Cuando Noé despertó de su borrachera y supo
lo ocurrido, maldijo a Cam por haber visto su desnudez y
bendijo a los hijos que lo cubrieron, porque fueron pacifica-
dores. Cristo es la sábana, la túnica que cubre. Eso hace un
pacificador, alguien que nos cubre con Cristo. Y los pacifi-
cadores somos bendecidos.

• Bienaventurados los que padecen persecución por


causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos
Serás perseguido, hablarán mal de ti por causa de la jus-
ticia. Hay personas a las que les enfurece que obedezcamos
al Trono. El mundo detesta que a nosotros nos rija Cristo.
¿Por qué nos persiguen y se burlan? Por causa de la justicia,
porque la voluntad es la justicia, porque el mundo ya no
nos domina. Estábamos en el reino de las tinieblas, pero el
Hijo nos trasladó al Reino de la vida. Aunque estamos en el
mundo, no somos del mundo. Un Trono nos gobierna; un
Rey nos dirige; un amor nos envuelve y vivimos por Él, en
Él y para Él, en el nombre del Señor. Por eso, cuando te per-
sigan, sigue adelante. Siempre habrá persecución; a veces,
esta vendrá de la propia familia, otras veces, de los vecinos
y, en ocasiones, incluso de otros cristianos que no están en
el Reino de los Cielos. Vivimos por Él, en Él y para Él. Un
día, le dijimos a Dios: “Hoy muero, Señor, y abro mi espíritu
a Ti”, y cuando abrimos los ojos, ya estábamos dentro del
Reino. A partir de entonces, Él comenzó a llenarnos.

- 15 -
Hay un Rey

Así somos los ciudadanos del Reino. Pero no tenemos que


tratar de ser pacificadores, no debemos esforzarnos por
controlarnos. La clave es estar vacío, ser pobres de noso-
tros mismos y tener hambre de Cristo, ser mendigos, nece-
sitados del Señor. Esa es la llave que nos abre las puertas del
Reino. Una vez allí, todo empieza a fluir, el vivir de Cristo
comienza a funcionar y Él empieza a aumentar.

La segunda vez será en victoria


Jesús se fue a bautizar. Juan el Bautista lo bautizó en el río
Jordán. Al día siguiente, cuando el Bautista vio a Jesús, dijo:
“Ahí está el Cordero de Dios. Él es el Cordero de Dios”. Al
otro día, cuando volvió a ver a Jesús, el Bautista declaró: “Ese
es el Rey del mundo”. Frente a estas palabras, los discípulos
del Bautista empezaron a seguir a Jesús, cambiaron de
equipo. Jesús estuvo con ellos, los ministró, pero después
se fue al desierto durante cuarenta días a buscar a Satanás.
Allí fue tentado tres veces, pero venció al diablo. Mientras
esto ocurría, los discípulos, que eran pescadores, habían
vuelto a la pesca. Cuando el Señor salió del desierto, lo hizo

- 16 -
Hay un Rey

con poder, con un aumento de vida del Padre. Luego, fue a


buscar a los discípulos, se les acercó y les dijo: “Síganme”.
Inmediatamente, ellos dejaron todo y lo siguieron. Y lo
mismo sucederá con nosotros. Si tú y yo seguimos adelante
a pesar de los ataques del enemigo, tendremos mucha más
autoridad. Notarás que tus palabras empiezan a portar más
gloria, más poder del Señor, verás que la luz de Dios habrá
aumentado en ti. Incluso, habrá lugares en los que, aun sin
decir nada, perturbarás las obras de las tinieblas. Y eso
ocurrirá porque has vencido.

Somos ciudadanos del Reino. No tenemos que intentar me-


jorar, no debemos “poner más ganas” ni esforzarnos. Lo
que necesitamos es morir y decirle: “Señor, tengo hambre
de Ti. Soy pobre, no tengo nada, no soy nada. Me abro a Ti,
Jesús”. Cuando morimos y nos entregamos de este modo,
Cristo aumenta y todo empieza a funcionar.
Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque
se sostuvo como viendo al Invisible.
—Hebreos 11:27

El texto afirma que Moisés dejó Egipto sin temor al rey,


porque se sostuvo como viendo al invisible. Sin embargo,
cuando Éxodo habla de la salida de Moisés, declara:
Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a
Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, habitó
en la tierra de Madián.
—Éxodo 2:15

¿Notas la diferencia entre los dos versículos? Uno afirma


que salió sin miedo, como viendo al Invisible, pero el otro

- 17 -
Hay un Rey

asegura que, después de matar al egipcio, huyó temeroso


de Faraón, que quería matarlo. Entonces, ¿cómo conge-
niamos los dos versículos? Lo que ocurre es que Moisés
salió de Egipto dos veces. La primera vez salió huyendo y
se dirigió a Madián, a la montaña. Allí pasó los siguientes
cuarenta años. Pasado ese tiempo, un día Dios le mostró
la zarza ardiendo y lo perfeccionó. “Tú eres las ramas”, le
dijo, “y Yo soy el fuego. Si me meto en ti, no te vas a apagar
nunca. Quítate las sandalias, Moisés, porque esta es tierra
santa. Volverás a Egipto y liberarás a Mi pueblo”. Moisés
le respondió: “Señor, no puedo hacer eso, no sé hablar, soy
torpe”. Esta fue la prueba de que realmente calificaba; si hu-
biera dicho: “Muy bien, Señor, cuenta conmigo. Yo conozco
perfectamente el palacio, sé lo que tengo que hacer”, Dios
no lo habría enviado. Pero él reconoció que no era capaz, y
Dios lo envió a liberar a Su pueblo. Moisés volvió a Egipto
y, cuando salió por segunda vez, lo hizo en victoria. La pri-
mera vez salió con miedo; la segunda vez salió con valor.
Dios te dará la segunda oportunidad. La primera vez te fue
mal, pero la segunda vez te irá bien. La primera vez, Moisés
vio a Faraón, vio el peligro, pero la segunda vez, vio al In-
visible que lo estaba acompañando. La primera vez fue con
la espada, pero la segunda vez fue con el fuego encendido
en el corazón. ¡La segunda vez es la vencida! ¡La segunda
oportunidad es la del Rey de Gloria!

La primera vez que Moisés salió de Egipto, lo hizo hu-


yendo. En esa oportunidad no cruzó el mar Rojo, sino que
lo rodeó, caminó muchísimos kilómetros. Pero la segunda
vez que salió de Egipto, cuando estaba por hacer lo mismo
que antes, Dios le indicó: “No vayas por ahí, ahora vamos
a cortar camino”, y le abrió el mar Rojo. La primera vez el

- 18 -
Hay un Rey

camino se hizo largo, pero la segunda vez no será así porque


te aguarda un milagro: Dios te abrirá camino en medio del
mar. ¡Y todo porque eres ciudadano del Reino!

Somos ciudadanos del Reino, por eso, si la primera vez nos


fue mal, la segunda vez nos irá bien. Si la primera vez salimos
solos, la segunda vez toda nuestra casa vendrá con nosotros
para ir directo a la Tierra Prometida, que es Cristo.

Las recompensas

Para concluir, querido lector, te invito a repasar las recom-


pensas que tiene cada bienaventuranza:

• Entraremos al Reino, veremos gente entregarse al Señor


y ser consolada.
• Recibiremos la tierra por heredad y satisfacción.
• Tendremos misericordia y veremos a Dios.
• Nos llamarán “hijos de Dios”.
• Recibiremos a Cristo como herencia.

- 19 -
Hay un Rey

Para entrar al Reino de los Cielos solo necesitas abrir tu boca


y decirle de corazón: “Señor, no tengo nada, no sé nada, no
puedo nada. Estoy vacío, pobre, muerto. ¡Te necesito!”. El
Señor te llenará de Cristo y, entonces, te hará llorar, te vol-
verás manso, llevarás Su paz a donde vayas, te consolará,
tu familia y amigos se entregarán a Él, recibirás la tierra
y, cuando te persigan, seguirás adelante en el nombre del
Señor hasta alcanzar la victoria.

- 20 -
C a p í t u l o 2

No más ansiedad

Cómo vivir en el Reino


Al entrar en el Reino de los Cielos, el carácter de Cristo co-
mienza a manifestarse en nosotros de manera espontánea.
Cristo empieza a fluir y las nueve características de las bien-
aventuranzas se producen espontáneamente como vimos
en el capítulo anterior. Ser pacífico, manso o misericordioso
no es una lista de acciones que debemos realizar, sino que
todas esas características empiezan a funcionar a través de
Cristo en nosotros.

Entonces, sabemos que en el Reino las personas viven va-


ciándose de sí mismas, compadeciéndose por aquellos que
no conocen a Cristo, viviendo en paz con los demás, bus-
cando solamente la voluntad de Dios, mostrando miseri-
cordia a otros, llevando la paz a donde quiera que van y per-
severando con gozo a pesar de las dificultades. Ahora bien,
una vez que ya somos pobres en espíritu, el Señor produce
el carácter de Cristo y nos enseña dos imágenes al respecto
para ilustrar cómo debemos vivir en el Reino: la sal y la luz.

- 21 -
Hay un Rey

• La sal
En la antigüedad, como no había heladeras, la sal se utili-
zaba para preservar la carne y detener el proceso de putre-
facción, de corrupción. La sal representa la palabra de auto-
ridad que está en nuestra boca. Nosotros, como creyentes,
somos llamados a soltar la palabra de autoridad en la Tierra,
que Dios nos ha dado para enfrentar y detener lo que está
podrido en el mundo, lo que está en descomposición moral,
emocional y espiritual, para que no llegue a nuestra vida,
para que no avance, para que no aumente. Si no usamos esta
autoridad, si no abrimos la boca y damos la orden cuando
Dios nos dice que lo hagamos, perdemos nuestro propósito
como cristianos y nos volvemos inútiles en el Reino.

Si la sal no se usa, pierde el sabor.


Si no usamos la orden, perdemos el sabor como cristianos.

El libro de Mateo dice:


Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvane-
ciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino
para ser echada fuera y hollada por los hombres.
—Mateo 5:13

Nuestra tarea no es mezclarnos, ser hollados con la tierra,


sino detener el avance de la tierra corrupta hacia nosotros
en el nombre poderoso del Señor. No nos guardemos la sal
en el salero, ¡usémosla! ¡Demos la orden! Al mismo tiempo,
recordemos que la orden no es orar: “Señor, te pido que
hagas algo”, sino hablarle a la circunstancia con la autoridad

- 22 -
No más ansiedad

delegada por Dios. Ahora bien, hay cuatro tipos de órdenes


que puedes dar:

1. Mover: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a


este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará” (Mateo 17:20).
Hay cosas que debes sacar de tu vida. Necesitas estar
atento; cuando el Señor te indique una circunstancia
o un problema, dale la orden de que se mueva y luego
retírate.
2. Desarraigar: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza,
podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el
mar; y os obedecería” (Lucas 17:6). Tienes que dar la orden
para que ciertas cosas no solo se desarraiguen, sino que
además se planten en el fondo del mar, de manera que
no vuelvan a aparecer nunca más en tu vida.
3. Calmar: En el barco, Jesús se levantó, dio la orden y
calmó la tormenta. Hay circunstancias a las que debes
decirles: “Terminaste. Llegó tu fin”.
4. Enmudecer: “Te ordeno que enmudezcas, te pongo un
bozal”, les dijo Jesús a las voces demoníacas. Hay voces
de gente, e incluso de ti mismo, a las que debes ponerles
un bozal y ordenarles: “Enmudece. No hables más”.

Estemos atentos y obedezcamos cuando el Señor nos diga


que demos la orden para que algo se mueva, desaparezca
para siempre, se calme o enmudezca. Dios siempre va a
guiarnos, porque estamos dentro del Reino y tenemos
sal. La sal es Cristo y, cuando Él sale de nuestra boca, todo
lo corrupto, las montañas, las tormentas, los árboles y las
voces diabólicas deberán detenerse en el nombre poderoso
del Señor. ¿Estás practicando esta autoridad?

- 23 -
Hay un Rey

• La luz
Somos la luz del mundo. Así como la sal sirve para salar,
la luz sirve para iluminar la oscuridad. Nosotros debemos
llevar la luz de Cristo a un mundo lleno de tinieblas. Así
como la sal es Cristo-palabra de autoridad, que sirve para
mover, desarraigar, calmar o enmudecer, la luz es Cris-
to-palabra como carga, y sirve para iluminar, para guiar,
para avanzar y crecer. Hay momentos en los que Dios nos
da la orden de hablarle al problema, y hay momentos en los
que llega la luz, que es la carga. ¿Por qué llamamos “carga”
a una palabra de Dios? Porque carga la gloria de Dios. La
palabra que el Señor pone en nuestro espíritu es como una
luz que nos guía a nosotros y también a los demás.

El evangelio de Mateo declara:


Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada so-
bre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una
luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero,
y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vues-
tras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos.
—Mateo 5:14

La luz está destinada a servir tanto a quienes están en la


casa como a quienes están en la ciudad, lo que significa que
las cargas que Dios nos da no son exclusivas para nosotros
o nuestra familia, sino que también son para aquellos que
no conocen al Señor.
Si la sal pierde el sabor, no sirve; es decir, si no usamos la
autoridad y damos la orden, no servimos como cristianos.

- 24 -
No más ansiedad

Del mismo modo, si tapamos la luz y no soltamos la palabra


que Dios nos da, no cumplimos con nuestro propósito en el
Reino. En este pasaje de Mateo 5, Jesús le está hablando a la
gente del Reino, no a los que recibieron a Cristo y después
hacen lo que quieren. El Señor se está dirigiendo a los po-
bres en espíritu, a la gente que se rindió de verdad y toma en
serio las cosas de Dios.

No debemos permitir que un almud tape la luz. ¿Qué era


un almud? Era una caja donde se guardaba la comida, los
granos. ¿Por qué Jesús usó la imagen del almud? Porque el
almud tapaba la luz. Aunque la palabra que Dios nos da
siempre alumbra, si la tapamos, no cumplirá su función.
Unos versículos más adelante, Jesús declara: “No se pre-
ocupen por lo que van a comer”; es decir, el almud es una
imagen escondida, simbólica, de la ansiedad. Si la ansiedad
toma la palabra, la ahoga. ¿Recuerdas cuando Jesús dijo:
“Yo soy la semilla, y me planté en distintas personas. En
algunos me planté bien, pero las preocupaciones de este
siglo, los afanes, la ansiedad, me ahogaron”? Nuestra an-
siedad puede ahogar a Cristo. Este pasaje afirma que el almud
tiene el poder de tapar y hacer que la luz no alumbre, pero
no porque la luz no sirva, sino porque la ansiedad apaga la
carga.

El poder del alma


Después de dar el Sermón del monte, en Mateo 6, vemos que
Jesús declara cinco veces: “No se preocupen”. ¿Cuál sería el
problema de preocuparnos? ¿Acaso no nos preocupamos
todos en ciertas circunstancias? Todos nos preocupamos;

- 25 -
Hay un Rey

sin embargo, cada vez que lo hacemos, ahogamos la carga.


¿Por qué? ¿Tan grave es la ansiedad? Sí.

La ansiedad es el poder estructural del viejo hombre,


nuestra naturaleza caída, el alma.

No hay persona que no tenga ansiedad.


La ansiedad es la estructura de la vida vieja, de la vida hu-
mana, del alma, de la carne. La carne y la ansiedad siempre
van juntas. Toda la vida humana es ansiedad. Solo cuando nos
morimos dejamos de preocuparnos.

La ansiedad es un poder, es el poder del alma, y dicho poder


es una reacción a las circunstancias. El alma reacciona a las
circunstancias, lo cual es inevitable. Reaccionamos cuando
vemos las noticias, cuando madrugamos, cuando tenemos
hambre, cuando alguien no nos saluda.

La ansiedad es una reacción a las circunstancias, y ese


poder ansioso, esa fuerza crece cuando la circunstancia es
un problema, un obstáculo, algo negativo. En ese caso, la an-
siedad cobra dimensión; así es como el viejo hombre libera
su fuerza caída para enfrentar las circunstancias adversas.
Y todos los días, desde que nos levantamos hasta que nos
vamos a dormir, hay problemas. Ahora bien, es verdad que
hay complicaciones de alto nivel que implican peligro, pero
muchos de los problemas actuales tienen que ver con que no
nos dieron un “me gusta” en las redes sociales, nos queda
un poco ajustada la ropa o nos miraron mal.

- 26 -
No más ansiedad

La vida del alma es una vida de reacción, y como los pro-


blemas han aumentado y lo seguirán haciendo (porque el
mundo está corrupto, en descomposición), la ansiedad tam-
bién va en aumento. Es curioso, porque en muchas oportu-
nidades, hay problemas que no tienen nombre. Estamos an-
siosos, estamos preocupados, pero ¿por qué? No sabemos
bien cuál es el motivo, no podemos identificar a qué se debe
esa preocupación; lo cierto es que el alma, que es el viejo
hombre o la naturaleza humana, está encendida porque su
estructura es la ansiedad, la preocupación.

Las preocupaciones son como los aviones: aterrizan y ¡zas!,


de pronto, estás preocupado. Y eso no es todo, dos minutos
después, llega otro avión. En los aeropuertos grandes,
cuando miras hacia el cielo, observas que los aviones hacen
fila para aterrizar. ¡A veces hay cientos de aviones en la fila!
Así son las preocupaciones, llega una, y después otra y otra.
Algunas preocupaciones son legítimas, pero otras no. Al-
gunas son grandes, otras son pequeñas, pero siempre es
ansiedad, porque la ansiedad es el alma reaccionando a las cir-
cunstancias de la vida. Y el alma encendida, su estructura
ansiosa, nunca se calma. Aunque le digas: “Tranquilízate.
No te preocupes, no pienses en el mañana, concéntrate en
el ahora. ¡Dios tiene todo en control!”, la persona sigue pre-
ocupada, ansiosa.

La ansiedad, como es la estructura del alma, no se apaga.


Tal vez se pueda calmar un poquito, hasta que aterriza otro
avión y vuelve a acrecentarse. Pero en el Reino de los Cielos,
no existe la ansiedad.

- 27 -
Hay un Rey

Cristo nunca tuvo ansiedad; la ansiedad es la reacción del viejo


hombre, y Cristo es el nuevo hombre. En el nuevo hombre, que
vive en nosotros, no hay preocupaciones.

Ahora, todos somos ansiosos, todos nos preocupamos;


entonces, ¿cómo puede ser que Jesús dijera: “No se preo-
cupen”, y Pablo, siendo más violento, expresara: “Por nada
estéis afanosos”? ¿Cómo no vamos a preocuparnos por
nada? Si nuestra constitución humana es tener ansiedad,
y la ansiedad es la estructura de nuestra vieja naturaleza,
¿cómo puede ser que, si entramos en el Reino, el Rey nos
promete cero ansiedad?

¿De qué se trata esto? No seas ansioso…


Lo que a ti te da ansiedad, quizás a otro no le dé ansiedad; y
lo que a otro lo pone ansioso, tal vez a ti no te efecte. Sin em-
bargo, todos sentimos ansiedad. Como dijimos, la ansiedad
es la reacción de nuestra vieja naturaleza a cualquier cir-
cunstancia, pero ¿en el Reino no tenemos ansiedad? Jesús
lo explicó así: “Lo que tienen que hacer en el Reino es buscar
Mi carga”. Su carga tiene que ser nuestra reacción, porque
el nuevo hombre que somos en Cristo, que vive en noso-
tros, no se mueve por reacción. Cristo se mueve por oír: Él
oía la voz del Padre. Nuestro viejo hombre reacciona con
ansiedad, pero nuestra nueva naturaleza, nuestro espíritu,
reacciona con la carga que Dios nos da.

- 28 -
No más ansiedad

La carga, lo que Dios te dice, tiene que ser tu reacción,


porque tu espíritu funciona con la voz de Dios.

Supongamos que tienes un hijo adicto. ¿Estás preocupado?


Si tu respuesta es “sí”, tu Adán ha reaccionado. Entonces,
¿qué debes hacer? Ir al espíritu y pedirle a Dios: “Señor,
dame una palabra, dame una carga”. Esa carga será tu reac-
ción espiritual. Si no buscas la carga, tus reacciones siempre
serán de ansiedad, porque todos venimos fallados. Es por
eso que nos estamos entrenando para morir a nuestras re-
acciones y oír la palabra que Dios nos da. Esa palabra nunca
porta ansiedad, porque La Palabra es Cristo, y Cristo nunca
tuvo ansiedad, ni siquiera en la tormenta. Además, la pa-
labra que Dios nos da es la luz, por lo que no podemos per-
mitir que la ansiedad la tape. Es evidente que todos necesi-
tamos entrenarnos para oír las palabras de Dios, pero ¿qué
hacemos los cristianos? Le pedimos oración al pastor o al
líder y, cuando nada ocurre, les echamos la culpa a ellos.
El modelo de iglesia del cristianismo ha formado gigantes
espirituales, profetas, pastores, para que la gente venga y
el especialista celestial le diga algo de parte de Dios. Pero
eso está muriendo. Los hijos de Dios estamos entendiendo
que, tal como declara Mateo 5:14, Cristo es la luz, y como Él
vive en nuestro interior, donde estamos nosotros, también
está Él. ¡Todos los que estamos en el Reino podemos oír las
palabras de Dios!

¿Alguna vez reaccionaste con ansiedad frente a la tor-


menta? Eso le ocurrió a Pedro. En medio de un viento fuertí-
simo, Jesús se acercó a la barca donde estaban los discípulos

- 29 -
Hay un Rey

caminando sobre el agua. Muchos pensaron que era un fan-


tasma y se asustaron, pero Pedro dijo: “Si eres Tú, manda
que vaya a Ti”. Pedro le estaba pidiendo una palabra. Jesús
le dijo: “Ven”, y esa fue la carga. Pedro bajó de la barca y
caminó en la palabra. ¿Tenía ansiedad? No. Sin embargo, al
ver el viento, pasó de modo espíritu a modo alma en apenas
unos segundos. Fue entonces que tuvo miedo y comenzó a
hundirse. De igual manera nos sucede a nosotros cuando
decimos: “Sí, yo sé que el Señor está conmigo, pero ¿qué
hago con mi hijo? ¡Estoy muy preocupado!”.

En la voz de Dios nunca hay ansiedad, sino vida y paz.

La carga, la palabra, es Cristo. Necesitamos tener intimidad,


pedir la carga y caminar en la palabra, porque para cada
circunstancia, hay una carga. Observa el siguiente pasaje:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea hu-
mana; pero fiel es Dios, que no os dejará de ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también jun-
tamente con la tentación (la prueba) la salida (la carga)
para que podáis soportar.
—1 Corintios 10:13

La carga es la salida; la palabra es la salida. Entonces, en


vez de buscar consejo o pedir oración porque estás mal, ve
al espíritu, ten intimidad con el Señor y dile: “Señor, dame
luz, dame Tu palabra para que camine sobre ella, porque
mientras no tenga Tu palabra, la ansiedad será mi guía.

- 30 -
No más ansiedad

Pero estoy en el Reino, y Tú me estás edificando, me estás


formando, y ahora he entendido que es Tu palabra la que
me guía”.

Veamos cómo lo hacía Jesús. La Escritura relata que, en una


oportunidad, mientras estaba en un lugar, le avisaron que
su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Pero Lázaro vivía en
Betania, y en esa ciudad a Jesús lo perseguían para matarlo.
Dadas las circunstancias, los discípulos le recomendaron
que no fuera. Sin embargo, Jesús les respondió: “¿No tiene
el día doce horas?”. ¿Qué quiso decir el Señor? Los discí-
pulos le habían dicho: “Cuando vayamos a Betania te van
a matar”, pero Jesús contestó: “No estoy allá, estoy acá. En
estas doce horas, estoy caminando en la palabra que Dios
me dio para estas doce horas. Cuando esté allá, el Padre me
dará la palabra para las otras doce horas”. Dicho de otra
manera, lo que Jesús estaba diciendo era: “Dios me está
guiando. Yo camino en la palabra de hoy. Cuando venga el
día de mañana, Él me dará la palabra para el mañana”.

Dios no te dará hoy la palabra de mañana. Él solo te da hoy


la palabra de hoy, para que aprendas a caminar en el hoy y
dependas de Él. Necesitamos ejercitarnos en decir: “Hoy
es domingo; Dios me dará la palabra para el domingo. El
lunes me dará la del lunes y el martes, la del martes, porque
para cada circunstancia, ya sea esta peligrosa o no, grande
o pequeña, estará la salida, que es Cristo.

No hagas nada sin tener primero una carga. Cuando te in-


viten a ir a un lugar, por ejemplo, no vayas sin antes con-
sultar al Señor. No hagas las cosas porque te gusta, porque,
si lo haces por gusto, el día que no te guste, no lo harás más.

- 31 -
Hay un Rey

Tampoco ayudes por lástima o por pena, porque, cuando


no te sientas así, no ayudarás a nadie. No hagas nada por
emoción o por motivación, ¡hazlo porque Dios te dio una
carga!
No respondas hasta que el Señor no te lo confirme. No
hagas nada si no escuchas primero la voz de Dios porque, si
Dios te dio la palabra, nadie podrá detenerte. ¡La palabra (la
carga) es la que te dirige y la que te va a sostener en medio
de la tormenta!

En una ocasión, Pablo quería ir a predicar a una ciudad,


pero el Señor se le apareció y le dio una visión en la cual un
hombre macedonio le rogaba que fuera a Macedonia para
ayudarlos. Lo que el apóstol quería hacer era algo bueno,
pero Dios le dijo: “No vas a ir adonde pensaste. Te dirigirás
a Grecia”. ¿Y sabes qué hizo Pablo? Fue a Macedonia, porque
la carga lo dirigía.

La carga debe dirigirte. La carga no deja que el alma haga


otra cosa. Entonces, ya no dudas, ya no te preguntas: “¿Será
de Dios?”, “¿Qué hago?”, “¿Voy o no voy?”, porque pasaste
tiempo en intimidad escuchando la voz del Señor.

La carga te dirige y anula que el alma haga otra cosa.

Pablo llegó a Macedonia para ayudar porque Dios le había


dicho: “Pasa y ayuda”. Él escuchó Su voz y obedeció. No-
sotros también necesitamos aprender a oír la voz de Dios,
de no hacerlo, la ansiedad será nuestro destino. Pero, si tú
mueres a la ansiedad y lo buscas a Él en intimidad, verás que

- 32 -
No más ansiedad

Su voz es dulce. “Mis ovejas oyen mi voz”, aseguró Jesús,


porque Su voz nunca se apaga. Él siempre está hablando, y
nosotros podemos y debemos oírlo en cada circunstancia.

Una asignación de Dios para tu vida


Los que estamos en el Reino nos hemos rendido completa-
mente a Cristo. Ahora, todas las circunstancias que vienen
a nosotros son una asignación de Dios. Si estás en el Reino,
todas, absolutamente todas las circunstancias que llegan a
tu vida fueron asignadas por Dios. ¿Por qué? Porque es Dios
—y no el mundo— quien dirige las circunstancias que viven
Sus hijos. Por eso, cada circunstancia es una asignación de
Dios para tu vida. Al respecto, el apóstol Pablo afirmó: “A
los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien”.
Tú y yo tenemos que tener la seguridad completa de que, si
nos hemos rendido al Señor, ninguna circunstancia escapa
de Su mano, ni siquiera las que no entendemos y nos pa-
recen locas. Estamos en las manos del Señor, y Él va a usar
todas las circunstancias para que nos ayuden a bien a los que
amamos a Dios.

Frente a cada cosa que te suceda, dile a tu espíritu: “Esta


circunstancia me fue asignada”. Ese jefe que te enloquece
te fue asignado. Esa discípula complicada te fue asignada.
Esa disminución de sueldo te fue asignada, porque a ti no te
baja el sueldo el jefe, y tampoco te lo sube. Estás en las manos
del Señor y tienes que descansar en que Él tiene Su agenda
para tu vida y, en cada circunstancia, Él quiere formarte y
edificar a Cristo en ti.

- 33 -
Hay un Rey

Ahora bien, si un árbol cayó sobre tu auto, a Dios no le in-


teresa darte otro auto, ese no es Su objetivo. Claro que de-
claramos que va a venir otro, pero a Dios no le interesa el
vehículo, sino que Cristo aumente en ti. El objetivo del Padre
siempre es edificar a Cristo en nosotros.
Dios no está atento a las circunstancias, por eso Jesús dijo:
“No se preocupen por la comida, la bebida y el vestido, ol-
vídense de todo eso. Busquen el Reino, y Yo les voy a dar
todas esas cosas por añadidura. Y sepan que a los que aman
al Señor, todas las cosas los ayudan a bien para formar a
Cristo”.

Entonces, ante cada circunstancia que venga a tu vida,


buena, mala, loca, injusta o aun por el pecado de otras per-
sonas, declara: “Señor, me paro en Tu palabra, y sé que toda
circunstancia va a formar a Cristo en mí. Y, cuando Cristo
aumente, saldré y seré más que vencedor en el nombre del
Señor, porque los hijos de Dios somos más que vencedores
por medio de Aquel que nos ama”. ¡No te sientas amenazado
por las circunstancias que te fueron dadas para edificarte!
A veces, orarás y Dios te sanará rápido; otras veces, Dios no
te sanará, entonces te preguntarás: “¿Por qué en otras oca-
siones di la orden y funcionó, y ahora di la orden y no fun-
cionó?”. Debes saber que no siempre a Dios le interesa sanar,
pero siempre le interesa que Cristo crezca. ¡Cuánta gente
recibió el coche, la casa, el milagro, y después no volvió a
la iglesia! ¿Por qué ocurre esto? Porque tienen bendiciones,
pero no tienen edificación. ¿Qué es la edificación? Que
Cristo haya aumentado en tu vida, que haya más Cristo y
menos Yo en ti. Ahora, es verdad que hay ciertas circunstan-
cias que, cuando perdemos la intimidad, Dios permite. Y las
permite para que volvamos a la intimidad.

- 34 -
No más ansiedad

Cuando estudiamos las vidas de Jacob, de Isaac y de


Abraham, observamos que Dios hizo cosas para que cada
uno volviera a la intimidad. En el caso de Abraham, Dios
hizo cosas para que volviera a la tierra prometida; con Isaac
hizo cosas para que volviera a Berseba; y con Jacob hizo
cosas para que volviera a Betel. A los tres les ocurrieron un
montón de cosas que no les tendrían que haber sucedido,
pero tuvieron lugar para que volvieran a la intimidad. Hay
situaciones adversas que están edificando a Cristo en no-
sotros; hay problemas que estamos atravesando para que
volvamos otra vez a la intimidad, porque la intimidad viene
con la carga. Si no tenemos intimidad, no recibimos la carga,
por lo que la luz estará tapada y la sal no saldrá. De este
modo, viviremos ansiosos y no seremos útiles en el Reino.
Sin embargo, si cuidamos nuestra intimidad, si todos los
días invocamos, vamos al Altar, damos la orden, adoramos,
agradecemos y nos dejamos guiar por el Señor, entonces la
voz va a fluir y, en cada circunstancia, en lugar de dudar si
podemos o no podemos, diremos: “Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece”. ¡Pídele al Señor una palabra, porque esa
será tu salida!

Parte práctica

Supongamos que estás preocupado porque tu esposa y tu


hijo tienen ansiedad y das la orden: “Ansiedad, te ordeno
que te vayas. Te cierro la boca. No tienes más autoridad”. Y, si
ya diste la orden, pero tu alma aún está un poco encendida,
no te preocupes, porque Dios te está edificando. Al Señor no
le interesan tu esposa o tu hijo, sino que Cristo crezca en ti,

- 35 -
Hay un Rey

en tu esposa y en tu hijo. Ese es Su objetivo. Lo importante


es que sigas teniendo intimidad diaria con el Señor, disfru-
tando de Cristo, y que le digas: “Señor, te amo. Eres hermoso,
maravilloso. Quiero oír Tu voz, ¡dame una palabra!”. Verás
que la carga fluirá, porque ya estás caminando con el Señor.
De pronto, Dios pone una carga en tu espíritu. Por ejemplo,
viene a tu mente la palabra “paz”. Entonces declaras: “Señor,
Tu paz está en mí. Camino en Tu paz. Cristo, eres mi paz”, y
la preocupación y la ansiedad se disiparán, porque ahora es
la carga la que te dirige, y el almud no tapará la palabra de
paz. ¡Necesitamos ir siempre a la palabra!
Mas Salomón amó a Jehová, andando en los estatutos
de su padre David; solamente sacrificaba y quemaba in-
cienso en los lugares altos. E iba el rey a Gabaón, porque
aquel era el lugar alto principal, y sacrificaba allí; mil
holocaustos sacrificaba Salomón sobre aquel altar. Y se
le apareció Jehová a Salomón en Gabaón una noche en
sueños, y le dijo Dios: Pide lo que quieras que yo te dé.
—1 Reyes 3:3-5

Salomón amaba a Dios, tenía una relación con Él. Como


no había templo, él sacrificaba y quemaba incienso en los
lugares altos. Mil holocaustos sacrificaba sobre el Altar.
Mil holocaustos implican horas y horas. Salomón pasaba
mucho tiempo muriendo en el Altar. Una noche, Dios se le
apareció y le dijo: “Salomón, pide lo que quieras que Yo te
dé”. Ora al Señor, muere en el Altar, disfruta a Cristo, y un
día la carga va a aparecer. ¿Y qué le pidió Salomón a Dios?
Veamos:

- 36 -
No más ansiedad

Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a


tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; por-
que ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?
—1 Reyes 3:9

Salomón pidió un “corazón entendido”, que en hebreo es


‫( ב ֵל ע ַמ ָ ׁש‬leb shamá) y significa “un corazón que oye”. El rey
Salomón no le pidió a Dios dinero, ni que le resolviera un
problema; le pidió: “Dame, Señor, un corazón que te oiga”.
Él no le pidió sabiduría, pero Dios le dio sabiduría, porque
a aquel que aprende a oírlo, el Señor le da todas las cosas.
El rey Salomón oró a Dios: “Señor, dame un corazón enten-
dido para juzgar a Tu pueblo, para discernir entre lo bueno
y lo malo, porque ¿quién podrá gobernar a este pueblo tan
grande?”. Lo que le estaba haciendo era confesar humilde
y sinceramente su juventud e incapacidad para decidir. Sa-
lomón era pobre de espíritu y le pidió al Señor un corazón
que lo oyera a Él. Y a Dios le agradó lo que pidió, porque la
oración que hizo Salomón fue una oración del Trono, ya que
en el Trono todos oyen a Dios. El rey salomón, al pedir un lev
shamá, había pedido conforme a la voluntad de Dios.
[…] he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí
que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha
habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levan-
tará otro como tú. Y aun también te he dado las cosas que
no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los
reyes ninguno haya como tú en todos tus días.
—1 Reyes 3:12-13

Conforme al pedido de Salomón, el Señor le dio un co-


razón sabio y entendido, tanto que no ha habido ni habrá

- 37 -
Hay un Rey

un hombre como él. Y, “de yapa”, también le dio cosas que


no había pedido (riquezas y gloria), de tal manera que no
hubiera nunca otro rey como él. Si hoy le dices a Dios: “Há-
blame, Señor, porque lo único que me interesa es oír Tu pa-
labra”, Él te dará aun lo que no pediste. Esa tiene que ser
tu oración. Pero, si a la luz la tapas con la ansiedad, vas a
ahogar al Señor. Y, si Él te da la palabra y no la usas para
ejercer autoridad, no vas a poder servir en el Reino.

En el Reino no hay ninguna circunstancia que esté fuera


de Su agenda, y Dios va a usar todas las cosas para seguir
edificándote, y te dará una palabra para enfrentar y salir de
esa circunstancia con un Cristo aumentado.

La Escritura afirma que Salomón ofreció mil sacrificios,


pero nadie sabía por qué iba todos los días a Gabaón. No
le dijo a nadie: “¿Sabes qué pasa? Estoy pidiendo, porque
no tengo idea de cómo ser rey”. Él no lo publicó en las redes
sociales, ni le pidió consejo a nadie. Lo que hizo fue buscar
al Señor. “Señor, dame una palabra para esta circunstancia.
Dame tu voz”, oraba. Generalmente, la palabra llega de
pronto y resuena en tu espíritu, y sobre esa palabra ca-
minas. Y después, nuevamente, le pides: “Señor, dame otra
palabra. Dame un leb shamá, un corazón que te escuche”.

La Biblia afirma que, después de recibir de Dios lo que le


había pedido, Salomón volvió a ofrecer sacrificio. Él no dijo:
“Bueno, Dios me habló. Listo, me voy”, sino que se quedó
buscando más del Señor. A Salomón no le interesaba una
palabra como una salida. Él había entendido que esa pa-
labra era el Señor, y que Él tenía una relación con Él, por lo
que volvió a ofrecer sacrificios.

- 38 -
No más ansiedad

“Y llegó la noche, y Dios se le apareció”, declara el pasaje.


Hoy ha llegado el momento en el que el Señor te va a decir:
“Pídeme lo que quieras”. Y le responderás: “Señor, quiero
un corazón que aprenda a escuchar Tu dulce voz. Quiero
tener una relación contigo. Quiero aprender a morir en el
Altar”. Salomón murió, murió y murió. Y es que, a veces,
antes de darte la voz, el Señor te lleva a morir, morir y morir
hasta que el Cielo se abre y Él te pregunta: “¿Qué deseas
que te dé?”. “Señor, soy inmaduro, no sé decidir”, respon-
derás, “pero lo que quiero no es madurez, ni inteligencia.
Lo que quiero es un corazón que aprenda a escucharte a
Ti”. Y entonces, Dios dirá: “Por cuando me has pedido eso,
voy a concederte lo que quieres y, además, te daré todas las
demás cosas por añadidura”.

¿Qué cosas te preocupan? Permite que el Señor te dirija.


Hay cosas que tendrás que mover, cosas que tendrás que
desarraigar, cosas que tendrás que enmudecer y cosas a las
que deberás decirles: “No tienes autoridad en mi vida. Ha
llegado tu fin”. Deja salir a tu espíritu. Eso es la sal, pero
también aprendimos que debemos oír la palabra. Que tu
reacción automática sea caminar sobre esa palabra que el
Señor te dio.

Da la orden y ten intimidad con el Señor. Disfruta de Cristo


con mucho Altar, y el Señor te dará la palabra. Las palabras
irán aumentando y te guiarán por sendas de justicia por
amor de Su nombre.

- 39 -
C a p í t u l o 3

VIDA Y PAZ

Cristo dirige nuestra agenda


Cuando somos pobres en espíritu, entramos en el Reino
de los Cielos. Cuando nos vaciamos de nosotros mismos,
cuando no tenemos opinión, cuando no sabemos nada,
cuando somos pobres y no tenemos nada en nuestro espí-
ritu, el Señor nos ubica en Su Reino. La puerta del Reino se
llama “pobre en espíritu”. Una vez allí, cuando entramos a
Su Reino, Cristo dirige la agenda. El mundo no administra
nuestra agenda, no nos dice qué está bien o qué está mal,
qué es normal o qué es anormal; el mundo ya no tiene au-
toridad sobre lo nuestro, porque ahora entramos en otra
constitución y estamos bajo el dominio del Rey de reyes y
Señor de señores.

Cristo elevó la ley


Jesús les habló a los discípulos empleando una frase clave
que repetiría seis veces: “Mas Yo os digo”. Lo que estaba
diciendo era: “Ustedes oyeron y les enseñaron ciertas cosas
sobre la ley, pero Yo les diré cuál es la verdad de lo que dice
la ley”. Jesús no estaba contradiciendo la ley, Él no puede

- 40 -
Vida y Paz

contradecir La Palabra de Dios, porque Él “es” Su Palabra.


Lo que hizo es corregir lo que les habían enseñado acerca
de La Palabra de Dios.

Jesús elevó la ley, Él anunció: “Yo no vine a oponerme a la


ley ni al Antiguo Testamento, vine a cumplirlos”. Y no solo
los cumpliría, sino que los llevaría a otro nivel de compren-
sión. Por eso, les explicó: “Ustedes tuvieron maestros que
les enseñaron a guardar la ley, pero Yo se las voy a com-
plicar aún más y les voy a revelar su verdadero significado.
Estaré elevando la ley a una dimensión superior”. Y luego
comenzó a exponer Su enseñanza.

• Mateo 5:21: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No ma-


tarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio”.
“No matarás”, eso es correcto, lo dice el quinto manda-
miento. Sin embargo, la frase: “cualquiera que matare será
culpable de juicio” había sido añadida por los maestros de
la ley. Muchas veces, tenemos conceptos agregados a las en-
señanzas de Dios que pueden confundirnos. Por eso, Jesús

- 41 -
Hay un Rey

les explicó a Sus discípulos: “Ustedes oyeron eso en la ley,


pero Yo les diré algo más profundo: el que se enoja contra
su hermano ya lo mató. Están cumpliendo el mandamiento
“no matarás”, pero tienen que saber que, cuando odian a su
hermano, ya lo mataron; por lo tanto, ya son culpables”. Y
entonces les habló del enojo violento, de la ira asesina. Lo
que les estaba explicando era que cumplir el mandamiento
de “no matarás” va más allá de, simplemente, no asesinar a
nadie. Se refiere también al odio y a la ira interna. Aunque
no asesinemos al otro, cuando pensamos, por ejemplo: “No
servís para nada”, lo estamos matando con nuestros pensa-
mientos. Como consecuencia, somos igualmente culpables
ante Dios.

• Mateo 5:27-28: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adul-


terio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.
“No cometerás adulterio” es correcto, mas el Señor añadió:
“Pero, el que mira (y aquí usa una palabra que significa
“mirar permanentemente”) para codiciar, el que con la mi-
rada desnuda a una mujer, ya adulteró con ella”. Los hom-
bres decían: “Yo no me acosté con nadie”, pero aquí Jesús
les explica que el que ve a una mujer como un objeto sexual,
como un objeto de placer, para Dios ya tuvo relaciones con
ella, ya adulteró. Es decir, ya pecó.

• Mateo 5:31-32: “También fue dicho: Cualquiera que repudie


a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que
repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace
que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete
adulterio”.

- 42 -
Vida y Paz

“Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio”,


decía el mandamiento. Y los judíos lo cumplían. Si la co-
mida estaba fría, si la mujer se retrasaba en una tarea, rápi-
damente, el marido le daba carta de divorcio y ya se mane-
jaba como un hombre libre. Esta es la razón por la que Jesús
les dijo: “No, no; solo sepárense si hay inmoralidad sexual”.

• Mateo 5:33-37: “Además habéis oído que fue dicho a los anti-
guos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.
Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo,
porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el es-
trado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran
Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco
o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no;
porque lo que es más de esto, de mal procede”.
Frente a este mandamiento, los religiosos habían inventado
una regla insólita: si juraban por Dios, por el templo, por sus
hijos, tenían que cumplir el juramento; pero, si decían: “Te
lo juro por Andrés” o “Te lo juro por tu madre”, por ejemplo,
podían tergiversar la verdad. Es por eso que Jesús les in-
dicó: “Si juran por el Cielo o por el templo, están jurando
por Dios. Así que no juren por nada; cuando hablen, que su
sí sea sí y su no sea no”.

Entonces, ¿qué es lo que nos muestra el Señor? En primer


lugar, que todos hemos aprendido cosas, y las tenemos
arraigadas en el alma. Por ejemplo, ¿cuántos han escuchado
frases como: “Tienes que orar mucho y ayunar para que tu
hijo salga de la droga”? Es por eso que el Señor corrige la
ley y la complica, la eleva. Ellos decían: “Yo no maté, no me
acosté con nadie, no juré”, y Jesús les respondió: “Sí, pero

- 43 -
Hay un Rey

¿qué pasa por dentro? Dios no mira el exterior, sino que


mira el interior”. Quizás dices: “Yo leí La Palabra, hice el
ejercicio, vine a la reunión, adoré”, y el Señor te contestará:
“Muy bien, pero ¿qué ocurre por dentro?”.

Cristo elevó la ley a lo imposible.

El Señor elevó el Reino de los Cielos y les explicó a los dis-


cípulos: “Estar en el Reino de los Cielos no es solo leer La
Biblia, ir a la reunión, no adulterar, no matar. No se trata
de ‘marcar tarjeta’ y cumplir pautas básicas, es más com-
plicado, es por dentro. Las leyes del Reino son imposibles
de cumplir”. Pero lo que es imposible para el hombre es po-
sible para Dios, y esto nos lleva a lo que el Señor nos quiere
dar. ¿Qué hace Dios con todos nosotros? Nos atrae hacia Él.
Cuando decidimos congregarnos, por ejemplo, nadie nos
lleva, sino que Él nos convoca, nos atrae, nos habla. De modo
que, cuando llegamos al Señor, cada vez que lo buscamos,
oramos, adoramos o leemos La Palabra, le estamos dando
dos cosas: nuestro corazón y nuestras fuerzas. Sin embargo,
Dios no quiere nuestras fuerzas, solo desea nuestro corazón.
Aun así, insistimos en darle nuestras fuerzas, y con ellas
ayunamos, hacemos los ejercicios, adoramos, tratamos de
que nuestra pareja vaya a la iglesia, etc. ¡No entendemos que
todas las cosas de Dios son imposibles!

- 44 -
Vida y Paz

Observa el siguiente gráfico:

Con el corazón y con las fuerzas, oramos; con el corazón y


con las fuerzas, vamos a la reunión; con el corazón y con
las fuerzas, invitamos a alguien a la iglesia; con el corazón
y con las fuerzas, cantamos. Pero ¿qué sucede? Hacemos
todo, pero nuestro hijo no se sana, nuestro matrimonio no
mejora, nuestras finanzas están cada día peor, nos can-
samos, nos agotamos. Tanto nos esforzamos que nos vol-
vemos irritables, nos estresamos y, a veces, incluso nos
enfermamos físicamente. Cuanto más hacemos, más nos
cansamos, y entonces decimos: “Me cansé de servir en la
iglesia, estoy agotado”. Y lo que sucede es que oramos mal:
“Señor, ¡ayúdame! ¡Dame fuerzas!”. Y, como Dios no nos da
lo que pedimos, nos ponemos peor. ¡Queremos dejar todo,
porque nada nos funciona! Es entonces que Dios envía aún
más circunstancias adversas para agotar completamente
nuestras fuerzas. Ahora las deudas se acumulan, la enfer-
medad empeora y, además, nos despiden del trabajo. ¿Qué
es lo que está ocurriendo? ¿Cuál es el objetivo de Dios con
tanta adversidad? El objetivo de Dios es extirpar el tumor

- 45 -
Hay un Rey

que son nuestras fuerzas; por eso, nos envía un problema


tras otro hasta que, finalmente, oramos: “Señor, no tengo
más fuerzas. Hoy muero”. Es exactamente en ese momento
cuando Él dice: “Muy bien, ahora que me das solo tu co-
razón, Yo te voy a dar Mis fuerzas, y lo que era imposible
será posible, porque no es con tus fuerzas, sino con las mías”.

Cuando dices: “¡Ya está, Señor, no puedo más,


no me quedan más fuerzas, solo me queda mi corazón!”,
Dios afirma: “Ahora sí empieza la acción”.

A veces, tardamos años en llegar al último punto. Te-


nemos que recordar que son nuestras fuerzas las que nos
matan, porque las cosas en el Reino son imposibles. Pero,
cuando finalmente le decimos a Dios: “Ya está, Señor, no
puedo más, solo tengo mi corazón”, Él pone Sus fuerzas y
declara: “Ahora usaré tu corazón como si fuese un guante,
y Mi poder se manifestará “. Pero luego, nuestras fuerzas
vuelven, y el ciclo se repite. Otra vez el Señor dice: “Apareció
un tumor, una célula cancerígena. Voy a hacerle quimiote-
rapia del Espíritu”. Y, una vez más, terminamos muriendo.
Así, a través de este proceso, Dios nos va desgastando.
¿Te preguntaste alguna vez por qué si ya dejaste en el Altar
tu ansiedad, por ejemplo, esta sigue y sigue? La respuesta
es categórica: porque hay cosas a las que Dios no les va a dar
fin en el Altar, sino que las va a dejar, como el aguijón de
Pablo, y te dirá: “Bástate Mi gracia. Yo te iré desgastando”.
Y, entonces sí, cuando tus fuerzas mueren, Cristo empieza
a actuar, y eres más que vencedor.

- 46 -
Vida y Paz

El Señor no quiere nuestras fuerzas, no quiere nuestra


sabiduría, no quiere nuestro método; Él solo quiere nuestro
corazón, porque Dios no mira lo que mira el hombre,
Él mira el corazón.

Cuando estás irritado, enojado, cansado, molesto, agotado


o ansioso, estás en el alma, porque la vida de Cristo no tiene
irritación, enojo, cansancio, agotamiento, estrés ni nada, y
todo lo que Él hace, lo hace bien. Cuando estás en el espíritu, lo
único que hay es vida y paz.

El termómetro
Vida y paz, ese es el termómetro. Si estás haciendo algo y
tocas irritabilidad, cansancio, enojo, agotamiento, estrés,
síntomas físicos o ansiedad, es porque estás usando tus
fuerzas del alma. Tu problema no es el pecado ni la tarea
que estás ejecutando, sino tus fuerzas. El problema nunca
es la labor, sino nuestras fuerzas, porque ellas se irritan, se
agotan, se cansan, se estresan, se enferman. ¿Sueles estar
en el alma todo el día? ¿Y cómo haces para vivir con vida y
paz? No hay manera. ¡Bienvenido al Reino! Pero lo que es
imposible para el hombre es posible para Dios.
¿Recuerdas la escena en la que Jesús multiplicó los panes? El
Señor hizo que la gente se sentara en grupos de cincuenta y
de cien personas. ¿Por qué habrá elegido ese momento para
hacerlo? Si estás sentado, no puedes moverte, no puedes co-
rrer. Entonces, cuando tú no puedes hacer nada, estás listo
para que el pan multiplicado llegue a tus manos, ya que lo
que es imposible para el hombre es posible para Dios.

- 47 -
Hay un Rey

Ahora bien, ¿cómo sabes si estás en tus fuerzas o en las


fuerzas de Dios? Observa lo que afirma el apóstol Pablo a
partir de su experiencia en Romanos 8:6:
Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse
del espíritu es vida y paz.

Aquí, el apóstol expresa: “Cuando se ocupen de lo malo,


experimentarán muerte, vacío, cansancio, agotamiento, es-
trés y ansiedad. Pero, si sus mentes están en el espíritu, dis-
frutarán vida y paz”. Poner la mente en el espíritu nos hace
sentir refrescados, llenos de vida, fuertes y, a la vez, con
tranquilidad y calma. Cuando realmente ponemos nuestra
mente en Cristo, tenemos paz y vida.

La paz y la vida son el termómetro que nos permiten veri-


ficar si estamos en las fuerzas de Dios o en las nuestras. Es
indispensable que constantemente chequees qué sientes en
tu espíritu mientras estás ejecutando una tarea. Si expe-
rimentas vida, frescura, alegría, gozo del espíritu y tran-
quilidad, entonces estás en las fuerzas de Dios; pero, si
mientras estás hablando con alguien, por ejemplo, te inco-
modas y molestas, la vida y la paz se irán consumiendo, y
tus fuerzas comenzarán a aparecer. La vida y la paz son un
termómetro para saber si estás en Cristo o estás en la carne.
No tienes que analizar si hiciste bien o mal la tarea, tu único
objetivo tiene que ser tocar a Cristo. No pongas el foco en si
algo dará resultado o no, chequea si hay vida y paz porque,
si hay vida y paz, hay Cristo y, si Él está, te va a ir bien.

- 48 -
Vida y Paz

No te enfoques en el resultado,
asegúrate de estar en el espíritu.

Cuanto más andamos en el espíritu, más la mente se em-


pieza a llenar de vida y paz, y nuestros pensamientos y
emociones son renovados. Cuando comemos a Cristo, Él se
manifiesta como vida y paz, y tanto nuestros pensamientos
como nuestras emociones y nuestro cuerpo comienzan a
llenarse de ambas cosas. Así, alma, cuerpo y espíritu se
mueven con vida y paz para toda la eternidad y son guar-
dados para Cristo.

El sentir vida y paz debe ser tu guía. En vez de preguntarte:


“¿Qué hago: hablo o me callo? ¿Le digo o no le digo? ¿Vendo
o compro?”, chequea si tienes vida y paz. Si hay vida y paz,
ahí está Cristo y, si Él está, tarde o temprano serás más que
vencedor.

Parte práctica

Supongamos que estás cansado, enojado, molesto, irritable.


Tocaste vejez y muerte, porque pusiste la mente en la carne.
¿Qué debes hacer? Ir a Cristo. Invocarlo y decirle de co-
razón: “Te amo, Jesús. Te amo, Jesús. Solo te amo a Ti, Señor.
Llena mi hombre interior de Ti. Te amo”. Notarás cómo el
Espíritu Santo infla tu espíritu de vida y paz, y ahora sí po-
drás volver a andar en el espíritu.

- 49 -
Hay un Rey

Muchas veces nos sucede que, cuando tocamos la carne, ni


siquiera queremos hablar con el Señor. ¡El alma tiene poder!
Por eso, necesitas abrir tu boca e invocar, porque, cuando
lo disfrutas a Él, cuando tocas Su vida, tu espíritu crece.
Dile: “Cristo poderoso, maravilloso Señor. Eres hermoso.
No hay nadie más hermoso que Tú”, y notarás las fuerzas
de la vida y de la paz en el nombre del Señor. La zarza se lle-
nará de fuego divino y no se apagará. La gente dice: “Dale,
tú puedes”, “Fuerza, adelante”, “Te queremos”, “Estamos
contigo”, pero no sirve. No obstante, cuando lo invocamos a
Él, cuando le hablamos a Él y decimos, por ejemplo: “Cristo,
eres majestuoso. Jesús, eres el Rey de gloria”, el infierno en-
tero nos escucha, y la paz y la vida aumentan en nosotros.

Sin embargo, a veces, nuestras fuerzas disminuyen y no


sabemos por qué. Tal vez hablas palabras que drenan tus
fuerzas o te quejas u opinas o reclamas o chismeas, y todo
eso te quita las fuerzas. Por eso, cuida lo que hablas, que las
palabras de tu boca sean todas en honor al Señor. Es impor-
tante que chequees, varias veces a lo largo del día, si estás
en tus fuerzas. Cuando esto suceda, ve inmediatamente a
Cristo. No busques consejo ni hables con nadie, busca al
Señor y dile: “Cristo hermoso. Señor maravilloso, a Ti can-
taré”, y le cantas una canción, le das gracias, lo adoras, le ha-
blas hasta que vuelves a llenarte de vida y de paz. Entonces,
el Señor pondrá una palabra, una carga. Y esa palabra, que
porta las fuerzas de Dios, te va a guiar.

- 50 -
Vida y Paz

La carga siempre porta gloria, y la gloria es la manifestación


del esplendor del Señor para cada circunstancia.

Dios siempre tiene una carga, una palabra, para darte. ¡No
hagas nada sin recibir esa carga!

Tu asignación fue elegida por Dios


Todas las circunstancias que atravesamos los hijos de Dios
nos fueron asignadas para edificar a Cristo. Todo lo que a
nosotros nos sucede, no lo elige el mundo, lo elige Dios. A veces,
no entendemos por qué nos ocurren algunas situaciones,
pero sabemos que el objetivo es siempre edificar a Cristo en
nosotros. Si te preguntas: “¿Por qué a mi hijo le está pasando
eso?”, debes saber que es porque Dios lo está edificando a él,
a ti y a mí también. El Padre nos está aumentando a Cristo y
nos está enseñando a depender de Él.

Asaf era un adorador. Un día, este hombre empezó a sentir


envidia. Miraba a otros y se preguntaba: “¿Por qué a este le
va bien y a mí no?”. Te cuestionaste alguna vez: “¿Por qué
a esta persona que no ora, no suelta la carga, no hace los
ejercicios, le va bien, y a mí que amo al Señor me va mal?”.
Asaf estaba enojado hasta que entró al templo y el Señor le
habló. Nuestro problema necesita una cita privada con Dios. Él
nos dará la carga para que atravesemos en victoria cual-
quier situación. Por eso, entra en intimidad con Él y dile:
“Señor, esta circunstancia me fue asignada por el Cielo
para que Cristo aumente. Dame Tu palabra ahora para que
tenga vida y paz. Quiero tu carga porque ella me asegura

- 51 -
Hay un Rey

que saldré en victoria de toda circunstancia”. Dios te dará


la carga, la palabra específica. La carga es Su fuerza, y Su
fuerza no se agota y es Su victoria. Todas las bendiciones
nos las da Dios, Él las ordena. Todo lo que tenemos es por
Su gracia.

Nuestras fuerzas se agotan, pero los que confían en el


Señor no se cansan, pues Sus fuerzas permanecen.

¿Y por qué permanecen? Porque estamos constantemente


buscándolo a Él. Al principio eran unos minutos por día o
solo en la reunión, pero esa búsqueda fue aumentando más
y más.
¿Viste alguna vez una doma de caballos? El jinete se sube al
caballo, espera a que esté tranquilo y entonces comienza a
domarlo. Nosotros somos como un caballo que Dios tiene
que domar. Luchamos y luchamos, oramos mucho, ayu-
namos, morimos en el Altar, contactamos al Señor, le pe-
dimos que nos llene de vida y paz, y Él nos da una carga.
Pero todavía seguimos sin ser domados. Nos creemos caba-
llos dóciles y obedientes, pero no, todavía nos falta ser do-
mados. El Señor nos da y nos da, pero nos caemos y nos va
mal. ¿Por qué? A veces es porque, por fuera, mostramos que
todo va bien y exclamamos: “Aleluya, Dios tiene el control”;
pero, por dentro, nuestra vida es un caos. Dios nos ve y dice:
“Este no está domado”. Entonces, viene un problema, un
drama. Oramos, adoramos, pero nada ocurre. El Señor nos
está domando, nos está sacando ese tumor que son nues-
tras fuerzas y nos dice: “Te quiero sin fuerzas. Yo seré tus
fuerzas; Yo lo haré a través de ti”. ¿Y sabes qué notaremos?

- 52 -
Vida y Paz

Vida y paz, es decir, alegría, frescura y tranquilidad del


Señor. ¡Fuimos domados, y ahora las cargas vienen una de-
trás de la otra! Por eso, si no estás experimentando vida y
paz, vuelve al espíritu, invoca al Señor. Estás en el Reino de
los Cielos, pero a veces el mundo te jala. En ese caso, vuelve
rápidamente a Cristo y dile en voz alta y de corazón: “Te
amo, Señor. Te amo, Jesús”.

Dios es un avión que no se detiene. Te lleva para acá,


te lleva para allá, y eres más que vencedor
en el nombre del Señor.

En las películas, los torneos de boxeo suelen estar arre-


glados. En el quinto round, por ejemplo, uno de los boxea-
dores tiene que ser noqueado. Nadie lo sabe, pero la pelea
estaba arreglada. La buena noticia es que nuestra victoria
ya fue comprada, ya la arregló el Señor. Todo lo demás es
circo del diablo. ¡Tu victoria y la mía fueron compradas en
el nombre poderoso del Señor!

Si estás con muchos problemas, con mucho agotamiento,


abre tu boca e invoca: “Cristo poderoso. Cristo maravi-
lloso”. Al hacerlo, estarás activando un mover de gloria
fuerte. Empezarás a experimentar vida y paz, y las fuerzas
del Señor comenzarán a aumentar más y más.

- 53 -
C a p í t u l o 4

Vivir elevados

Modo elevado o modo tierra


En este capítulo, el Señor sigue enseñándoles a sus discí-
pulos, y a nosotros, acerca de lo que la ley decía, pero tam-
bién acerca de cómo Él elevaba la ley. El siguiente pasaje,
aunque seguramente todos lo hemos leído alguna vez, es
uno de los más malinterpretados de toda La Escritura:

Mateo 5:38-41: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente
por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a
cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también
la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, dé-
jale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga
por una milla, ve con él dos”.

Aquí el Señor habla de tres cosas:

- 54 -
Vivir elevados

• Golpe en la mejilla: Que te pegaran en la mejilla era, en


aquel tiempo, la máxima humillación. Algunos prefe-
rían morir antes de que les dieran un cachetazo. El golpe
en la mejilla, entonces, habla de la humillación.
• La túnica: La túnica era una posesión, al igual que la
capa. Este punto habla de aquel que te quiere sacar un
objeto, algo que es de tu pertenencia.
• Ir otra milla: Una ley romana decía que un soldado
podía pedirle a un ciudadano que le llevara las armas
por una milla. Una vez que caminaba con las armas una
milla, ese ciudadano las dejaba, y el soldado entonces
tenía que pedirle a otra persona que las cargara. Dicho de
otra manera, los soldados usaban a la gente como burros
de carga. Sin embargo, Jesús dijo: “Si te obligan a llevar
las armas una milla, camina dos. Esto hace referencia al
cambio de voluntad.

Los tres casos (humillación, posesión de objetos y cambio


de voluntad) hacen alusión a algo que otro nos hace (nos
pega, nos saca un objeto, nos obliga a hacer algo que no que-
remos hacer); es decir, son tres acciones negativas. ¿Qué
tenemos que hacer cuando alguien nos humilla, nos saca
algo o se impone sobre nosotros? Podemos optar entre: (1)
responder con “ojo por ojo y diente por diente” (si alguien
nos pegó, le pegamos; si alguien nos robó, le robamos; si al-
guien habló mal de nosotros, ahora nosotros hablamos mal
de él; si alguien nos engañó, lo engañamos); (2) perdonar,
justificar y entender: “Bueno, me golpeó porque está eno-
jado y tiene angustia guardada”; (3) reaccionar como un ciu-
dadano del Reino. Cuando a los hijos del Reino nos humi-
llan, cuando hablan mal de nosotros, cuando nos lastiman

- 55 -
Hay un Rey

o nos obligan a hacer determinadas cosas, ponemos la otra


mejilla, le damos la túnica. Eso significa que nos elevamos.
Nuestra reacción no es devolver el golpe o comprender,
sino trascender, porque nosotros estamos sentados en los
lugares celestiales con Cristo.

Lo que Jesús dijo es: “Cuando los lastimen, no les afectará;


cuando les quiten las cosas, tampoco; cuando alguien les
imponga su voluntad, no les hará daño”. No necesitamos
pensar demasiado para darnos cuenta de que esa reac-
ción es imposible, que no existe en el plano humano; sin
embargo, los que estamos en el Señor vivimos en otra di-
mensión, una dimensión divina, sobrenatural, y estamos
elevados, sentados arriba de esas circunstancias, pues te-
nemos una vida abundante en Cristo. Cuando Él expresa:
“Dale la túnica”, volamos por arriba de esa pérdida, porque
sabemos que el Señor está en control. Ahora bien, una cosa
es perder mil pesos y otra muy distinta es perder cien mil.
Es ahí cuando nos preguntamos: “Señor, ¿dónde está Tu
control?”. ¿Qué está haciendo el Señor en estos casos? Nos
está ensanchando, porque hay cosas que ya no nos afectan.
¿Por qué?

Porque estamos elevados y eso nos lleva a tener una reacción


divina y sobrenatural que no existe en la Tierra.

En esta dimensión terrenal, es ojo por ojo o comprensión


y bondad, pero nosotros estamos en otra dimensión y las
cosas de acá no nos pueden tocar. Si perdemos la túnica,
Dios nos dará la capa; si perdemos ambas, tenemos al

- 56 -
Vivir elevados

Dueño de la fábrica. Si alguien habla mal de nosotros y nos


rechaza, tenemos a Cristo en nuestra vida, y el Padre nos ha
aceptado. Si alguien nos obliga, Dios dice: “Yo tengo una
agenda que nadie va a poder doblegar y toda tu vida está en
Mis manos”.

A los hijos del Reino, nada nos afecta. Quizás pienses: “Eso
es imposible”. Para la vieja naturaleza es imposible, pero
en el Reino todo lo hace Cristo, y para Él no hay nada impo-
sible. Pero vamos más profundo…

Cuando estamos en Cristo, estamos arriba, en lugares celes-


tiales y, si bien puede doler en lo físico, lo que sucede aquí no
nos afecta. Entonces, ¿cómo sabemos si estamos en el espí-
ritu o en la carne? Porque frente a una injuria, por ejemplo,
tal vez decimos: “Te perdono”, pero guardamos el enojo por
dentro y terminamos enfermándonos. El apóstol Pablo nos
da un “tensiómetro del espíritu” para que podamos che-
quear si estamos elevados o en modo tierra. Observa el si-
guiente gráfico:

- 57 -
Hay un Rey

Pablo dice: “Si la mente está puesta en la carne, van a tocar


muerte; pero, si la mente está en el espíritu, sentirán vida y
paz”. Entonces, si experimentas vida y paz, estás elevado,
estás en Cristo; en cambio, si cuando estás haciendo algo no
sientes ni vida ni paz, entonces, estás funcionando en modo
natural: modo “vida humana”.

Ahora bien, ¿qué quiere decir “vida y paz”? Cuando te


sientes fuerte y vivo porque estás en Cristo. Cuando estás
en el espíritu, te sientes satisfecho, tranquilo, seguro, res-
plandeciente, a gusto. Ya no dirás: “Uy, es muy difícil” u
“Ojalá Dios me ayude”, porque en ese caso estás en la carne,
funcionando en el viejo hombre.

Vida y paz van siempre juntas, como un combo.

Si vivir en Cristo es sentirnos fuertes, vivientes, satisfechos,


resplandecientes, a gusto, tranquilos y en paz, ¿qué es vivir
en la carne? Vivir en el viejo hombre es todo lo contrario,
es tocar la muerte. Cuando estamos en “modo Adán”, en
modo humano, funcionamos con nuestras fuerzas, nos
sentimos débiles, secos, sin ganas de orar ni de adorar ni
de invocar, insatisfechos, oscuros, a disgusto, intranquilos,
alterados, en una ebullición interna. Cada vez que experi-
mentas sequedad, vacío, cansancio, agotamiento, estrés o
debilidad, estás en la carne. Por lo tanto, debes pasar al es-
píritu rápidamente. A lo largo del día, en muchas ocasiones,
estamos en la carne, y la forma de detectarlo es recurrir a
ese termómetro, a ese sentir, a esa percepción interna que
nos presenta Pablo. Así nos aseguramos de estar en Cristo,

- 58 -
Vivir elevados

elevados, sintiéndonos vivientes, fuertes. Y, aunque haya


dolor o aflicción externa, por dentro tenemos paz, segu-
ridad, tranquilidad, firmeza, confianza. Cuando estamos
así, estamos en el Reino. Como resultado, el golpe, la pér-
dida, las voluntades humanas no nos tocarán. Observemos
lo que descubrió el apóstol Pablo:
[…] los cuales, después que perdieron toda sensibilidad,
se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda
clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así
a Cristo […].
—Efesios 4:19-20

Antes de recibir a Cristo, todos éramos pura carne, pura


vida humana, puro Adán. Estábamos en la vieja naturaleza
y, sin problema, nos entregábamos a la lascivia, no teníamos
límites para cometer con avidez cualquier clase de pecado.
También declarábamos: “Lo único que quiero es que mis
hijos sean felices”. No se nos ocurría anhelar vida y paz
para ellos, que fueran dirigidos por el Trono Celestial, que
tocaran la vida de Cristo. La felicidad era nuestro mayor
anhelo para nosotros y para nuestros seres queridos. “Más
vosotros no habéis aprendido así a Cristo”, dice el apóstol. ¿Qué
significa esto? La persona que no tiene al Señor puede ir y
venir, pero de repente se cruza contigo, que estás cantán-
dole al Señor. Esa canción, que parece insignificante, toca
la carne de esa persona y le produce como un electroshock
espiritual. Esa persona toca algo que nunca había experi-
mentado, toca un misterio, toca la vida. O quizás le hablas,
le compartes tu testimonio, una palabra del Cielo, y él o ella
empieza a tocar la vida, como si, a pesar de la insensibilidad
de la carne, algo sucediera.

- 59 -
Hay un Rey

Leí que hay enfermedades que, cuando son demasiado


graves, ya no producen dolor. Así le ocurre a la persona que
no tiene a Cristo, no se da cuenta de lo mal que está espi-
ritualmente. Sin embargo, de pronto toca, huele, siente y
es envuelto por algo que no puede explicar. Es el agua de
vida que Cristo le está ofreciendo. Y es entonces cuando
la persona, por obra del Espíritu Santo, descubre que hay
otra vida: la vida eterna, la vida de Cristo. Frente a ello, se
quiebra y dice: “Quiero recibir eso que tú tienes”.

Si estás orando, sirviendo, trabajando, caminando, necesitas


tener vida y paz, fuerza, alegría. Quizás estás manejando
y el Espíritu te toma la presión espiritual y te indica: “Fí-
jate cómo te estás sintiendo”. Si estás sintiendo cansancio,
agotamiento, estrés o malestar, es porque estás en la carne.
Recuerda: el problema no es la gente ni son las circunstan-
cias, es que estás en Adán y rápidamente necesitas pasar al
espíritu, donde vive Cristo. Entonces, experimentarás vida
y paz, te sentirás viviente, fresco, fuerte, seguro, tranquilo,
determinado, porque estarás disfrutando a Cristo. ¡Eso es
el Reino!

Necesitamos morir a la carne, a las excusas para no orar,


congregarnos o buscar al Señor, e ir rápidamente al espíritu,
porque en el espíritu vive Cristo, y Él es vida y paz.
Solo si sentimos vida y paz, estamos funcionando
en el Reino.

- 60 -
Vivir elevados

El Señor nos está edificando. Edificarnos implica derri-


barnos para que, poco a poco, vivamos menos tiempo en
“modo alma” y más tiempo en el espíritu. Con el tiempo,
un día encontrarás que, desde que te levantas hasta que te
acuestas, estás viviendo y disfrutando a Cristo.

Parte práctica

¿Qué tenemos que hacer cuando nos encontramos apa-


gados, cansados, estresados, inseguros, deprimidos,
con miedo? Tenemos que disfrutar de Cristo y contactar,
invocar al Señor. Cuando tu alma esté muy encendida,
cuando la carne te pregunte: “¿Cómo vas a pagar?”, “¿Quién
te va a querer?”, “¿Piensas que alguien te va a llamar?”, in-
voca: “Te amo, Jesús. Te amo, Cristo. Jesús, te adoro. Señor,
eres todo para mí”. Notarás que la carne se desinfla y tu
espíritu se llena. Volverás al espíritu y todo tu ser rebosará
de vida, de frescura, de pasión, de gloria, de victoria, de paz,
de seguridad. ¡Ese es el Trono que está gobernando tu vida!
Cuando invocas al Señor y afirmas delante de la gente que
Cristo es tu Señor, pasas rápidamente de la carne al espíritu
y Dios empieza a moverse. De este modo, Él comienza a
mostrarte qué necesitas llevar al Altar. Cuando dejas lo que
te señaló en la Cruz para su muerte, estás cooperando con
Él. Lo importante es que entregues lo que Dios te diga, no lo
que tú piensas que debes dejar. Permite que Él te sorprenda
y te muestre aspectos específicos. ¡El Altar tiene que sor-
prender! Cada vez que algo tuyo muere, algo de Cristo se
te añade.

- 61 -
Hay un Rey

Ahora bien, cuando dejas algo en el Altar una y otra vez,


y nada ocurre, no termina de morir, te preguntas: “¿Qué
sucede? ¿Por qué esto no muere?”. En este caso, lo que Dios
está haciendo es iniciar un proceso de desgaste. Hay áreas
de tu vida que Él las va a desgastar poco a poco, las va a
quemar a fuego lento.

Dios no quiere tus fuerzas, Él anhela tu corazón, porque


en él desea depositar Su poder, para que así pueda salir a
través de ti. Y no tendrás cansancio, ni muerte, ni agota-
miento, ni estrés, ni enfermedad, sino vida, alegría, fres-
cura, tranquilidad, seguridad, confianza. ¿Por qué? Porque
estás moviéndote en Él, porque estás en el Reino. Cuando
no veas resultados, pídele a Dios: “Señor, enséñame a orar”.
A veces, el Señor permitirá que ores como quieras hasta que
te desgastes, te canses y toques fondo, para que, entonces,
sin tus fuerzas, recurras a Él.

Las esposas de Abraham y Abimelec no podían tener hijos.


Y Dios le ordenó a Abraham: “Ora para que Abimelec tenga
descendencia”. ¡Qué locura! ¡Alguien que no podía tener
hijos le oró a otra persona para que tuviera descendencia!
Abraham obedeció y, cuando oró: “Que la matriz estéril se
abra”, Dios le respondió con la matriz sanada de Sara.

Veamos el caso de Pablo. El apóstol tenía un aguijón, una


aflicción, una enfermedad, algo que no se aclara, pero que
lo atormentaba. ¿Cuántas veces oró Pablo para que Dios le
quitara el aguijón? Tres veces, y Dios no se lo quitó, pero le
habló y le dijo: “Te daré Mi gracia, y Mi poder se perfeccio-
nará en tu debilidad”. Después de eso, Pablo no oró más por
el aguijón. ¿Y el aguijón se fue o no se fue? Si se fue o no, no

- 62 -
Vivir elevados

es importante, porque la gracia fue más grande y venció.


Pablo fue elevado. Del mismo modo, tú y yo tenemos que ser
elevados. No pidas que los problemas se vayan, pide ser
elevado por encima de ellos.

¡Necesitamos depender del Señor!

Durante los siete años de abundancia, José se casó con


Asenat y tuvo dos hijos. Al primero de ellos lo llamó Ma-
nasés (que significa: “Dios me hizo olvidar”). Luego, du-
rante los años de escasez, sus hermanos —los que lo habían
tirado al pozo y vendido— llegaron a Egipto y se encon-
traron con José pero, para ese momento, él ya estaba sano,
ya los había perdonado. Dios le había otorgado a José la ca-
pacidad de olvidar, liberándolo de trece años de tormento.
Se trataba de un olvido divino, no como el humano que per-
dona, pero no olvida. A veces decimos que perdonamos,
que olvidamos; sin embargo, cuando nos recuerdan el
dolor, volvemos a sentirlo. Es similar a cuando le decimos a
Dios: “Señor, dejo este pecado en el Altar”, pero luego regre-
samos con el mismo pecado. En ese caso, el Señor nos dice:
“¿Por qué me estás entregando este pecado? Ya me lo diste,
ya no está. Ahora estás libre, no me lo entregues dos veces.
Ya te he limpiado”.

Después, el Señor le dio a José un segundo hijo, y lo llamó


Efraín, que significa “fructificar”. Porque Dios enviará un
viento que te hará olvidar, y luego otro viento que te hará
fructificar. Él te dará una palabra para alimentarte, co-
merás del pan, orarás y presenciarás milagros. Dios trabaja

- 63 -
Hay un Rey

a medida en la intimidad, por eso, debes practicar. Al prin-


cipio, quizás solo oras: “Señor, sé que es con Tus fuerzas,
no con las mías. Derriba mis fuerzas”. Pero ya no repitas lo
mismo una y otra vez. Jesús oró tres veces para que la copa
pasara, pero, a la tercera vez, Dios le dio la carga. El Señor no
te tendrá años y años orando por un tema, quizás te man-
tenga orando, pero de una manera diferente, o tal vez te
diga: “Te haré olvidar el motivo de tu aflicción”, y entonces
te elevará de manera que lo que solía dolerte ya no te lasti-
mará. Dios cambiará tu agenda. Si la gente te lastima, di:
“Haz lo que quieras, yo estoy sentado en lugares celestiales.
Cristo es mi Señor, lo estoy viviendo a Él y lo que es impo-
sible para mí, es posible para Él. Me he rendido, y ahora solo
lo disfruto a Él. Te amo, Señor. Te amo, te amo, te amo”. Si el
alma te tortura, recurre a Cristo, y verás la fuerza del Señor.
Con la práctica, ya no tendrás que estar orando demasiado,
apenas le digas: “Te amo, Cristo”, tu espíritu se ensanchará.

Eliseo le dijo a un criado: “Prepárate para viajar. Llévate


este frasco de aceite. Ve hacia Ramot de Galaad y busca a
Jehú. Llévalo a un cuarto privado, lejos de sus amigos, y
derrama el aceite sobre su cabeza. Dile: ‘Esto dice el Señor:
Yo te unjo para que seas rey de Israel’. Luego, abre la puerta
¡y corre por tu vida!” (2 Reyes 9:1-3).
Dios le dio una palabra, una carga con ciencia, con un co-
nocimiento divino maravilloso. El criado obedeció. Llegó,
sacó a Jehú del lugar donde estaba comiendo junto con otros
príncipes y lo llevó a otra habitación. Allí le comunicó: “Así
dijo Jehová Dios de Israel: ‘Yo te he ungido por rey sobre
Israel, pueblo de Jehová’”, le echó el aceite y se fue corriendo.
Cuando Jehú regresó donde estaban todos los otros prín-
cipes, estos le preguntaron qué quería aquel loco que lo

- 64 -
Vivir elevados

había ido a buscar. Todavía, bajo el impacto de la palabra,


Jehú no quiso decir nada, pero los príncipes insistieron.
Cuando les contó que había sido ungido por rey sobre Is-
rael, todos los presentes empezaron a tocar el misterio, la
vida. Porque la vida y la paz se tocan, se huelen. La gente lo
percibe, aunque no sabe ponerlo en palabras. Cuando Jehú
dijo: “Dios me ha ungido por rey”, y les soltó la carga, los
príncipes tomaron sus mantos y los pusieron a los pies de
Jehú, tocaron trompeta y gritaron: “¡Jehú es rey!”. Como
verás, Jehú fue ungido rey primero en lo privado y después
en público. ¿Por qué el criado no lo ungió delante de todos?
Porque no es delante de todos, sino en privado, cuando nos
reunimos como Cuerpo, que Dios nos da cargas que nunca
nos daría a solas o en público. Esta es la razón por la que
todos necesitamos las reuniones como Cuerpo y también
en intimidad, en el portal personal.

El Señor sacó a Jehú de un lugar, lo llevó a otro y allí lo ungió,


porque Dios siempre nos va a hablar. Él lo hará en privado
para que luego se vea en público. Dios te va a sacar de donde
estás para llevarte al lugar de la intimidad y ungirte. Vol-
verás a donde estabas, pero regresarás ungido, bendecido,
fresco y en victoria.

Jesús le dijo a Pedro, a Jacobo y a Juan: “Quédense aquí


mientras voy allá”. Ellos se quedaron ahí, durmiendo, y
Cristo se fue a orar. Era un momento terrible para Jesús,
porque sabía todo lo que le sucedería en lo humano. Sabía
que el Padre le daría la espalda en la Cruz, conocía todos los
golpes físicos y mentales que sufriría, mientras el infierno
estaría aplaudiendo. Él oró y, a la tercera vez, los ángeles
lo ministraron. Se levantó, regresó y anunció: “Listo, ya

- 65 -
Hay un Rey

estuve allí, en la intimidad, y vine acá para anunciar que


hay victoria”. En la intimidad, a solas con el Señor, está la
victoria que luego anunciarás en público.

Cuando lo buscás a Él en la intimidad, recibes vida y paz,


fuerzas celestiales, victoria, ungimiento y guía. Y ya no
estás cansado, lento, ni atado a métodos. Todos debemos
morir a nuestras fuerzas y acortar esos procesos. La llave es
ser pobres en espíritu, morir y decirle a Dios: “No necesitas
desgastarme, hoy me rindo completamente”.

Durante las tres fiestas que se celebraban en Jerusalén, cada


persona tenía que llevar una ofrenda, pero había gente que
no llevaba nada. Todas las ofrendas se reunían en un lugar
y se entregaban como la ofrenda del pueblo. Cristo es la
ofrenda y cada uno de nosotros trae algo de Cristo. Algunos
traen mucho y otros traen poco, pero todos lo que tenemos
algo del Señor vamos a ministrar con autoridad, para que
Cristo envuelva y atrape a los que están caídos, derrotados,
bajo muerte y no tienen nada de Él, y sean ungidos en un
poder, en un viento del Señor.

- 66 -
C a p í t u l o 5

Dios me hizo
olvidar

La muerte del deseo


En este capítulo seguiremos profundizando las ense-
ñanzas de Jesús y Mateo 6. Lo más complejo que debe morir
en nosotros es el deseo, es decir, la necesidad de ser visto,
aplaudido, reconocido. La necesidad de la mirada, de la fe-
licitación, es aún más difícil que no odiar, porque el recono-
cimiento es la esencia del yo. Jesús lo explica con tres ejem-
plos. En primer lugar, habla del dar; luego, habla de la ora-
ción; y, por último, habla del ayuno. Finalmente, hace una
contraposición entre cuando uno hace algo para ser visto
y cuando lo hace en secreto, para ser visto solamente por
Dios. Analicemos detalladamente los siguientes pasajes:

El dar
Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta de-
lante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y
en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto
os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú
des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,

- 67 -
Hay un Rey

para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo


secreto te recompensará en público.
—Mateo 6:2-4

En este contexto, la palabra “limosna” hace referencia a


la obra de misericordia, es decir, se trata de una acción de
ayuda a alguien, y obviamente, esto también incluye dar
dinero. Lo primero que Jesús destaca sobre el dar es que
debemos evitar hacer sonar la trompeta. ¿Qué quiere decir
que no hay que tocar trompeta? Que no debemos llamar la
atención sobre nosotros mismos. Cuando ayudamos, el foco
debe ser siempre Cristo, no nosotros. Si damos una cantidad
significativa, el propósito debe ser bendecir, no buscar re-
conocimiento externo. Si alguien comenta sobre una acción
y dice, por ejemplo: “Bernardo me dio cincuenta mil pesos.
¡Qué generoso es el pastor!”, yo no bendije, sino que hice un
daño, porque la persona me vio a mí y no a Cristo. Ahora
ella está en deuda conmigo, no con el Señor. En ese caso, el
pastor hizo sonar trompeta sobre sí o la persona hizo sonar
trompeta sobre el pastor, porque la gente no tiene que se-
guir a una persona, solo a Dios.

Damos gracias a Dios por los vasos que usa,


pero no alabamos al vaso, sino al Señor, porque
Él es el tesoro.

Tenemos que aprender a dar sin buscar reconocimiento,


sin que nadie se entere, sin publicarlo en las redes sociales.
¡Y eso al alma no le gusta nada! Si alguien se entera de tu
generosidad y te felicita, minimiza la cantidad que diste

- 68 -
Dios me hizo olvidar

para mantener el enfoque en Cristo. Si no te duele pasar


desapercibido y darle la gloria a Dios, estás en Cristo. Por
el contrario, si afirmas: “Sí, di mucho dinero. Lo hice para
el Señor”, entonces buscaste el aplauso humano. Si tu mo-
tivación es recibir elogios, ya has obtenido tu recompensa:
el aplauso.

La verdadera recompensa está en la aprobación divina,


no en el aplauso humano.

Dios dice: “Si haces algo y la gente te aplaude, te llevas el


aplauso, pero, si lo haces sin buscar que te aplaudan, Yo te
daré Mi recompensa eterna”. No busques el aplauso, anhela
Su aprobación, que el Señor te diga: “Siervo bueno y fiel,
sobre poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré”.

Un recuerdo que tengo de cuando era niño y asistía a la


iglesia griega en Remedios de Escalada fue que, en una re-
unión, al contar la ofrenda, se descubrieron dos o tres mo-
nedas de oro. Todos los hermanos administradores se pre-
guntaron quién habría ofrendado esas monedas. Cuando
crecí, supe que mi padre, que no tenía nada, era quien lo
había hecho. Él había llegado de Grecia sin otra cosa que
unas cuantas monedas de oro mexicanas, y en esa ocasión
las ofrendó. Cuando por descarte llegaron a la conclusión
de que había sido él, se enojó muchísimo. “¿Qué importa
quién las ofrendó?”, dijo. La lección que recibí fue enorme:
“Si busco el reconocimiento, anulo la recompensa celes-
tial”. Por eso, ¡no hagamos sonar trompeta!

- 69 -
Hay un Rey

Luego, Jesús declara: “Que no sepa tu izquierda lo que hace


tu derecha”. ¿Cómo puede ser que hagas algo y tu izquierda
no lo sepa, si tanto la derecha como la izquierda están en
ti? Lo que el Señor está diciendo es que no necesitas pensar
demasiado lo que haces, no tienes que llevar un registro.
Cuando das, ayudas o sirves, hazlo sin llevar un registro.
Nunca digas: “Yo serví durante años. ¡Di mi vida al Minis-
terio!” o “Yo le enseñé a llevar al Altar, a invocar y todo lo
que sabe”, porque el día que hables así, estarás cancelando
toda tu recompensa en los Cielos. No hagas sonar trompeta
ni lleves registro. Olvídate de lo que hiciste. Pídele al Señor
que te limpie de los registros; que tu izquierda ya no sepa lo
que hace tu derecha.

La oración
Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos
aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas
de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os
digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores,
entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Pa-
dre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto
te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas
repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su
palabrería serán oídos.
—Mateo 6:5-7

Si oras como los gentiles y repites como un mantra: “Señor,


te pido por mi nieto. Bendice a mi sobrino, cambia a mi
marido, quita mi tristeza”, no lo hagas más. No vas a con-
vencer a Dios repitiendo frases. Tampoco le pidas a otro que
ore por tu necesidad, que haga fuerza contigo, como si por

- 70 -
Dios me hizo olvidar

mucha palabrería fueran a ser oídos. Aquí, al igual que en el


pasaje anterior, Jesús afirma que, si eres visto o aplaudido,
esa mirada y ese aplauso serán tus únicos premios.
Hay gente que presume de sus largas horas de oración y
dice: “Yo oro entre tres y seis horas diarias”. Jesús advierte
contra esta jactancia espiritual. Nadie debería preguntar
cuánto tiempo oras, ya que en la eternidad no hay tiempo.
Si estás un minuto o siete horas, para Dios es lo mismo,
porque lo único que le importa a Él es que toques y disfrutes
a Cristo, que entres en la dimensión de lo eterno.

Lo cierto es que tenemos que tener intimidad con Él todo


el día. Y, al orar, debemos olvidarnos de todo y de todos,
incluso de nosotros mismos. No estamos atentos a si nos
miran o no. Ahora bien, la carne (el yo) no es simplemente
una acción mala, sino una disposición que nos acompaña.
El pecado no es solo una acción, sino una manera de ser que
nos acompaña, que viene con nosotros incluso a la iglesia.
Así es como una persona a la que le gusta ser lustrada, viene
a la iglesia y pasa al frente cada vez que el pastor hace un lla-
mado, porque le gusta ser mirada. No obstante, en la casa,
a solas, no ora, no adora, no lee La Palabra. Hay gente que,
si pregunto: “¿A quién le gusta ser visto?”, seguramente
piensa: “No voy a levantar la mano para que me vean, que
sepan que soy una persona humilde”. Hay gente que dirige
la adoración que, cuando le dices que no va a dirigir más, no
vuelve a la iglesia. ¿Cuál es la diferencia entre adorar en el
escenario y adorar en el lugar donde se sentaron?

Todo se trata de amar a Cristo, no de hacer una tarea.


¡No te enamores de una tarea, enamórate de Cristo!

- 71 -
Hay un Rey

Cada vez que nos congregamos, no vamos a servir, sino a


disfrutar al Señor, a verlo, a tocarlo a Él, a que nuestros ojos
y los ojos de los demás desaparezcan para que solo quede
Su mirada y Su voz sobre nosotros.

Nos gusta decir: “Esto ya lo sé”, “Esto ya lo estudié”, o victi-


mizarnos expresando frases como: “Estoy muy mal”, “Hoy
nadie me saludó”. Todo para ser vistos, para llamar la aten-
ción. Pero, tarde o temprano, Dios va a tocar el área donde
nos gusta exhibirnos, ya sea en la iglesia o en otros ámbitos.
El Señor va a tratarnos y va a derribar ese deseo del yo.
Recuerda: los presumidos ya tienen su recompensa.

El ayuno
Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas;
porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los
hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su
recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y
lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas,
sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará en público.
—Mateo 6:16-18

Por último, Jesús habla del ayuno y dice: “Cuando ayunes,


lávate la cara”. ¿Qué quiso decir? Que te muestres normal,
que no hagas exhibición de tu ayuno, porque, si el Padre
te ve en lo secreto, te recompensará en público. Y aquí lle-
gamos a un punto neurálgico. Queda muy claro que hay
que hacer todo en secreto pero, entonces, ¿qué sucede con el
siguiente versículo?

- 72 -
Dios me hizo olvidar

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que


vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Pa-
dre que está en los cielos.
—Mateo 5:16

¿Hay que mostrar o no hay que mostrar nuestras obras? La


respuesta es sí a ambas. Es necesario encontrar un equili-
brio entre mostrar y no mostrar nuestras obras. Hay cosas
que deben permanecer en secreto; no es necesario contar
todo lo que vivimos en nuestra intimidad con el Señor, ni re-
velar cada acto de ayuda u ofrenda, porque el secreto mata
el yo. Las biografías de los grandes hombres de Dios revelan
detalles impactantes de sus vidas, pero ¿sabes cuándo sa-
lieron a la luz? Recién después de su fallecimiento. Durante
su vida, estos hombres prefirieron mantener en secreto
su relación con Dios y la forma en que el Señor los trató.
El Señor nos anima a mostrar, pero no todo. Es necesario
discernir qué aspectos pertenecen a nuestra intimidad
espiritual y qué testimonios debemos compartir para que
otros glorifiquen a Dios. No cuentes todo lo que ocurre en
tu portal personal, pero cuenta aquello que lleve a la gente
a ver la luz de Cristo y a glorificar a Dios. La clave está en
nunca llamar la atención sobre ti, sino sobre Él.

Todo lo que hagas, digas, ores y compartas debe conducir


a que la gente aplauda el nombre del Señor por la
obra que Él ha hecho.

Debemos exhibirlo a Él; tenemos que jactarnos en Su vic-


toria, que es nuestra victoria.

- 73 -
Hay un Rey

En La Biblia hay unos padres que no me caen nada bien y


aparecen en Juan 9. El hijo estaba ciego, y Jesús lo sanó. Los
líderes religiosos buscaron al muchacho y lo interrogaron:
“¿Quién te curó?”. El joven respondió: “No sé, solo puso Sus
manos sobre mí, y ahora veo”. “Pero ¿cómo te curó?”, in-
sistieron. “No sé, simplemente puso Sus manos sobre mí”.
Como no obtuvieron una respuesta mejor, los líderes reli-
giosos se dirigieron a los padres: “¿Es este su hijo? ¿Cómo
recuperó la vista?”. “No lo sabemos, pregúntenle a él, ya
es mayor y puede responder”, les contestaron. Y luego di-
jeron, “No queremos ser expulsados de la sinagoga”. Pero,
¡vaya prioridades que tenían estos padres! Prefirieron la
sinagoga a dar testimonio del milagro de Cristo. En lugar
de decir: “¡Sí, el Señor lo sanó! ¡Échennos si quieren!”, les
importó más ser expulsados de la sinagoga que el milagro
que el Señor había hecho en su hijo.

Si te dicen: “Eres evangelista, no te queremos más acá”, res-


ponde: “Muy bien, me retiro con gusto. Jamás voy a negar
al Cristo que obró en mí, en mi casa, en mis hijos”. Nunca
tapes lo que Él ha hecho en tu vida, por el contrario, da tu
testimonio para que la gente aplauda Su nombre y Él sea
glorificado. El Señor te recompensará porque hiciste que
Cristo sea visto.

A medida que vayas entrando en aguas más profundas, no-


tarás que, cuando alguien te agradezca y te diga: “Me sal-
vaste la vida”, te sentirás mal, no te gustarán esas palabras,
te entristecerás. Sin embargo, cuando la persona te diga:
“Le doy gracias a Dios, porque Cristo es hermoso, mara-
villoso, poderoso”, te inundará la alegría. Corrie ten Boom
decía que, cuando alguien la felicitaba, ella recibía las flores

- 74 -
Dios me hizo olvidar

(el reconocimiento), las olía rápido y le decía a Dios: “Señor,


son tuyas”.

Parte práctica

¿Cómo podemos vivir en el Reino?


[…] sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para
los deseos de la carne.
—Romanos 13:14

La carne, la antigua naturaleza tiene hambre y, frente a esto,


Pablo nos dice: “No la alimentes”. ¿De qué se alimenta la
vieja naturaleza? De las miradas de aprobación, del reco-
nocimiento. “No espero el agradecimiento, ni siquiera lo
necesito, pero…”. Esas voces, ya sean de elogio o de crítica,
alimentan y fortalecen el alma. Cuando leí el versículo de
Romanos 13, tuve una visión. El Señor me dijo: “Bernardo,
estás sacrificando cosas en el Altar, pero, al mismo tiempo,
estás alimentando tu alma”. Una parte de mí, la vieja natu-
raleza, estaba muriendo por un lado, mientras crecía por el
otro, alimentándose de las voces de la gente y de mis pro-
pias palabras. El espíritu, en cambio, se alimenta de la voz
celestial, de la voz de Cristo, no de las voces terrenales. Por
eso, Pablo nos exhorta: “No proveas, no alimentes tu ego
con las voces, ya sean positivas o negativas”.

Cada vez que una voz se levanta en forma de chisme, nos


está maldiciendo. Witness Lee señala que el chisme es como
una pequeña maldición que ingresa y afecta a las genera-
ciones venideras, porque ese oír o ese hablar trae muerte,

- 75 -
Hay un Rey

cansancio, y alimenta el alma. Todos sabemos cómo fun-


ciona el rumor: alguien dice, por ejemplo “Jorge siempre
llega temprano”. El rumor comienza a correr y, al llegar a
otra persona, esta le añade o le quita algo. Así, la historia se
transforma, y pronto alguien afirma: “Jorge siempre llega
tarde; ya lo sabía”. De esta manera, las voces malintencio-
nadas afectan y distorsionan la realidad. Por eso, ¡cuidado
con las voces! Ellas traen muerte y son pequeñas maldi-
ciones, porque no son la voz de Dios. Recuerda: cuanto
menos sepas de los demás, mejor.

Leí acerca de un pastor que iba ministrando por diferentes


países. Cuando llegaba al hogar de la familia que lo hospe-
daba, siempre le ofrecían amablemente mostrarle la casa.
Sin embargo, él se negaba a conocer la vivienda, comen-
tando que prefería quedarse en la sala de estar. Este hombre
de Dios evitaba recorrer la casa para no acumular material
que pudiera alimentar el chisme. Él aconsejaba no reco-
lectar información innecesaria, afirmando que lo mejor era
saber lo menos posible de la gente. Cuando alguien inten-
taba compartirle detalles personales o comprometedores,
su respuesta era: “No necesitas contarme eso. Mejor ha-
blemos de Cristo”.

Cuando entramos en aguas profundas, la curiosidad


del alma va muriendo y el hambre por
Cristo va en aumento.

Pídele al Señor el don del olvido para no recordar nada que


alimente el chisme. Enfócate en Cristo y no te preocupes

- 76 -
Dios me hizo olvidar

por satisfacer los deseos de la carne. Olvídate de las voces


externas y también de las voces internas, porque, a veces, lo
que escuchas son tus propias voces del pasado.

El perdón que olvida


El perdón en el Altar es distinto al perdón humano. El
perdón humano perdona con mucho esfuerzo, con mucho
dolor, y nunca olvida. Sin embargo, el perdón en el Altar per-
dona y olvida. Cuando llevamos nuestros dolores al Altar y
los dejamos en la Cruz, esta se encarga de borrarlos y olvi-
darlos. Por eso, en el Reino de Dios, las voces se borran, des-
aparecen. Observa cómo perdona Dios, porque ese perdón
es el perdón del Altar:

Hebreos 8:12: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca


más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”.

Hebreos 10:17: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y


transgresiones”.

Cuando afirmamos: “Yo perdono, pero no olvido”, en rea-


lidad no comprendimos el perdón del Altar, porque este
perdón implica olvido. El verdadero perdón del Altar no
deja espacio para contar nada, porque todo ha sido olvidado
por el poder de Cristo. Spurgeon expresó una frase genial:
“Nuestro perdón es como enterrar a un perro muerto y dejarle
la colita afuera”. Decimos que perdonamos, pero seguimos
recordando y sacando a relucir el pasado.

Recuerdo la historia de una mujer que tenía mucha inti-


midad con el Señor y aseguraba que Él le hablaba. El pastor

- 77 -
Hay un Rey

dudaba de que esto fuera cierto, así que la desafió a pregun-


tarle a Dios cuál era su pecado. Este hombre tenía un pe-
cado grave que había dejado mil veces en el Altar, pero que
todavía lo torturaba. La mujer oró y le preguntó a Dios por
el pecado del pastor. Al día siguiente, cuando se encontró
con él, el pastor le preguntó si Dios le había hablado. Ella
contestó afirmativamente. “Bueno, ¿y cuál es mi pecado?”,
insistió el pastor. La mujer respondió: “Dios me dijo: ‘Lo
olvidé’”.

El pájaro cascanueces de Clark (o cascanueces americano)


junta treinta y tres mil semillas de pino y las deposita en siete
mil lugares diferentes. Cuando llega el invierno, el pájaro se
acuerda de los siete mil lugares donde dejó las semillas y las
va a buscar para alimentarse. Hay personas que son como el
cascanueces, recuerdan año, día y hora en que les causaron
dolor. ¡Necesitamos soltar el perdón del Altar!
¿Cómo es que Dios olvida? Para responder a esta pregunta,
vayamos al ejemplo bíblico de José. José tenía diecisiete años
cuando les contó su sueño a sus hermanos. Estos, enojados,
lo arrojaron a un pozo y lo vendieron como esclavo. Trabajó
como sirviente en la casa de Potifar, cuya esposa lo acusó
falsamente de querer violarla. Así fue cómo José terminó
en prisión. Allí permaneció durante varios años. Un día, un
compañero de prisión le pidió que le interpretara un sueño.
José lo ayudó y le pidió que, cuando saliera de la cárcel, se
acordara de él. Cuando este hombre fue liberado, se olvidó de
José. Sin embargo, finalmente, José fue llamado por Faraón,
a quien le interpretó el sueño de las vacas gordas y las vacas
flacas. Faraón dijo: “No hay nadie como tú en este reino” y
lo designó para administrar todas las riquezas de Egipto.
Ahora bien, ¿cómo resolvió José las voces de los hermanos

- 78 -
Dios me hizo olvidar

que lo tiraron al pozo y lo vendieron? ¿Cómo resolvió la voz


de la esposa de Potifar que intentó abusarlo? ¿Cómo resolvió
las voces de los presos que lo torturaban? ¿Cómo hizo para
resolver todas esas voces de dolor grave durante trece años?
Dios tuvo que tratarlo, porque esas voces, si no desaparecían,
alimentarían su yo, fortalecerían su alma. Las voces de dolor
e injusticia no nos permiten disfrutar completamente de Cristo.
Notamos que nos cuesta adorar, nos cuesta orar, nos cuesta
congregarnos. Lo que hizo el Señor con José fue tratarlo a
solas, y lo hizo antes de que se encontrara con los hermanos.
Dios trata con nuestras voces a solas, antes de que nos encon-
tremos con aquellos que nos hicieron daño.

Observa qué hermoso es lo que narra el siguiente pasaje:


Recogió José trigo como arena del mar, mucho en extre-
mo, hasta no poderse contar, porque no tenía número. Y
nacieron a José dos hijos antes que viniese el primer año
del hambre, los cuales le dio a luz Asenat, hija de Potifera
sacerdote de On. Y llamó José el nombre del primogéni-
to, Manasés; porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi
trabajo, y toda la casa de mi padre. Y llamó el nombre del
segundo, Efraín; porque dijo: Dios me hizo fructificar en
la tierra de mi aflicción.
—Génesis 41:49-52

Durante los siete años de abundancia, José se casó con


Asenat y tuvo dos hijos: Manases (que significa: “Dios me
hizo olvidar”) y Efraín (que quiere decir: “Dios me hizo fruc-
tificar en la tierra de mi aflicción”). Luego, cuatro capítulos
después y ya durante los años de escasez, se encontró con sus
hermanos. Para ese momento, José ya estaba sano. Cuando
los hermanos llegaron, él les dijo: “Yo soy José. Vayan y

- 79 -
Hay un Rey

díganle a papá tres cosas: que Dios me ha puesto por padre


de Faraón, por señor de toda su casa y por gobernador de
toda la tierra de Egipto”. Jacob llegó a Egipto con sus hijos y
toda la familia finalmente volvió a reunirse. Pasó el tiempo
y, cuando Jacob murió, los hermanos pensaron: “Ahora que
papá no está, quizás José tome venganza por todo el mal que
le hicimos”. Sin embargo, cuando fueron a hablar con José,
él les respondió: “Ustedes pensaron en hacerme mal, pero
Dios lo transformó para bien”.

¿Cómo sabemos que José estaba sanado? Porque en sus pala-


bras había vida y paz. Él no les dijo: “Me tiraron al pozo, me
vendieron como basura. ¿Saben todo lo que sufrí?”. Y cuando
los hermanos fueron a Egipto y José los reconoció, La Biblia
narra que se fue a llorar a solas. No lo publicó en Facebook,
no salió a contárselo a todos.

Dios, no el mundo, tiene que conocer nuestros dolores.

José tenía vida y paz porque, cuando el Señor nos hace ol-
vidar, limpia esas voces y, en el lugar del dolor, pone guía,
fuerza, alegría, poder y tranquilidad; porque pone a Cristo,
y Él es vida y paz.

“Dios lo cambió para bien”, declaró José. Lo que José estaba


diciendo era: “Hermanos míos, estoy en la agenda de Dios.
Ustedes hicieron todo lo que quisieron, pero la agenda me
la maneja el Señor. Me tiraron al pozo, pero Dios eligió cuál
pozo; me vendieron, pero Dios eligió al comprador; me
metieron preso, pero Dios eligió la cárcel y los presos; me

- 80 -
Dios me hizo olvidar

pusieron en el palacio, pero Dios escogió a quién le iba a in-


terpretar el sueño. Por cada movimiento de ustedes hubo
un movimiento más grande de Dios, porque mi agenda la
maneja el Señor”. Todas las cosas nos ayudan a bien a los
que amamos al Señor para que Cristo sea edificado en noso-
tros. ¡Todo lo que nos sucede es para que Cristo aumente en
nosotros!

¿Cómo hizo Dios para que José olvidara? ¿Le provocó una
amnesia? No, fue un olvido espiritual. En el olvido espiri-
tual, el recuerdo no aparece, ya no te aferras más a esas voces
internas, no las retienes. Ese dolor, ese abuso, ese trauma, ese
comentario desapareció, salió de ti por el poder del Altar. ¿Y
cuándo el Señor le hizo olvidar a José? Cuando el Señor le
dio a Manasés, a “Dios me hizo olvidar”. Analicemos nueva-
mente el pasaje de Génesis:
Recogió José trigo como arena del mar, mucho en extre-
mo, hasta no poderse contar, porque no tenía número. Y
nacieron a José dos hijos antes que viniese el primer año
del hambre, los cuales le dio a luz Asenat, hija de Potifera
sacerdote de On. Y llamó José el nombre del primogéni-
to, Manasés; porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi
trabajo, y toda la casa de mi padre. Y llamó el nombre del
segundo, Efraín; porque dijo: Dios me hizo fructificar en
la tierra de mi aflicción.
—Génesis 41:49-52

“Recogió José trigo […]”, declara el texto bíblico. El trigo es sím-


bolo de Cristo. ¿Cuándo el Señor hizo olvidar a José? Cuando
buscó a Cristo. Cuando busques de Él, cuando busques Su
aplauso, Su mirada, y desaparezcan las voces internas y las
voces externas; cuando busques al Señor y lo juntes mucho,

- 81 -
Hay un Rey

en extremo, como arena del mar, hasta que no se pueda


contar; cuando Cristo crezca hasta que no tenga número y
lo disfrutes, lo invoques, lo toques, entonces nacerá un hijo
de tu espíritu, de tu vientre espiritual, que va a ser Manasés;
“Dios me hizo olvidar”. Porque la abundancia de bendición
es tan linda, es tan grande, que hace que todo dolor del pa-
sado desaparezca. El Señor te bendecirá tanto, tanto, tanto,
que olvidarás todo dolor. Es como la mamá que, al parir,
grita, puja, llora; pero, cuando finalmente tiene al bebé en su
pecho, exclama: “¡Valió la pena!”, y olvida todo el dolor. Dios
te dará tanto de Cristo que no vas a necesitar esforzarte para
olvidar. Las experiencias de alegría, de crecimiento, de vida
y de paz te harán olvidar, porque Dios te habrá hecho fructi-
ficar de manera gloriosa.

Olvídate de los demás, de la gente, de ti, de la hora, de dónde


estás, del entorno, de tus motivos de oración, de tus oraciones
no contestadas, de tus errores, de que todo aumentó, de tus
problemas, de tus resultados, de tus pensamientos. Olvídate
de tu valle de sombra y muerte, de los que te rodean, de tu
familia, de todo, y que solo quede Él.

¿Sabes qué quiere decir “cooperar”? Cooperar es decirle:


“Aquí estoy, Señor”. Y eso es lo que Dios quiere. Él no quiere
que operes, quiere que cooperes para que Él opere. Cooperar
quiere decir: “Señor, aquí estoy. Me rindo a Ti. No tengo
nada, no soy nada, no hay nada ni nadie, solo Tú. Me rindo,
Señor”. Y, cuando todo desaparece, cuando desaparecen
los aplausos, las voces, los dolores, y lo vemos solo a Él, el
Señor comienza a darnos trigo en abundancia, como las si-
tuaciones hermosas que estamos experimentando, como los
testimonios que estamos compartiendo.

- 82 -
C a p í t u l o 6

Siempre habrá
cosecha

Todo lo que hacemos es una siembra


El apóstol Pablo, al terminar el Libro de Gálatas, hace un re-
sumen de todo el libro y dice:
Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espí-
ritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer
bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.
—Gálatas 6:8-9

Aquí Pablo habla de dos siembras: la siembra para la carne


(o el yo) y la siembra para el Espíritu (o Cristo). Y así como
hay dos siembras, también hay dos cosechas: la cosecha
de muerte (tocar muerte, fatiga, cansancio, tristeza) y la
cosecha de vida (tocar fuerza, pasión, seguridad, gloria).
Entonces, solamente hay dos siembras y dos cosechas, y
cada uno de nosotros tiene que decidir hacia dónde está
sembrando. ¿Qué es sembrar? Sembrar es todo lo que haces
y todo lo que dices a lo largo del día.

- 83 -
Hay un Rey

Todo lo que hacemos es una siembra.

La ropa que nos ponemos es una siembra; la hora a la que


nos levantamos es una siembra. Cuando hablamos, es-
tamos sembrando, aunque no lo queramos. Sembrar es todo
lo que uno hace y dice a lo largo de la vida; vivir es sembrar.
Incluso aquel que dice que no quiere sembrar nada, está
sembrando, porque el no querer también es una siembra.
¡La vida humana es la siembra! Y Pablo asegura que va a
haber resultados. Siempre hay resultados en la vida; nadie
escapa ni de sembrar ni de cosechar. Cuando decimos que
no cosechamos nada, estamos equivocados, pues siempre
cosechamos, ya que todo lo que hacemos es una siembra.
Lo que dices y lo que callas, la forma en que tratas a tus
hijos, congregarte o no congregarte, todo es una siembra.
Y, de acuerdo a lo que Pablo afirma, dependiendo de “hacia
dónde sembramos”, hay dos tipos de resultados. Es decir,
todo lo que hacemos podemos dirigirlo al Espíritu, a Cristo,
o a nuestro yo, a nuestra alma, a nuestra vieja naturaleza.

Podemos sembrar para el Espíritu o para la carne.

La palabra “para” hace referencia al “objetivo”, y existen


dos objetivos o metas:
a) sembrar con el objetivo de que todo sea dirigido a Cristo
b) sembrar con el objetivo de que todo vaya a nuestro yo.

- 84 -
Siempre habrá cosecha

Los cristianos no tenemos dos metas, sino solo una.

Nuestra única meta es que todo lo que hacemos y


decimos sea para Cristo. Nuestro objetivo siempre es
Cristo; porque, si sembramos para el Espíritu, cose-
charemos vida. Por el contrario, si sembramos para
la carne, cosecharemos muerte.

El apóstol Pablo afirma que hay gente que todo lo que hace
y dice es siembra para la carne, para el yo, y así alimenta la
vieja naturaleza. Por eso, escribió este versículo poderoso:
[…] sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para
los deseos de la carne.
—Romanos 13:14

El apóstol Pablo nos exhorta a vestirnos del Señor, a no


proveer ni sembrar para los deseos de la carne, a no inflar
nuestro ego, a no dirigir nuestras acciones a nuestro yo;
porque, entonces, alimentaremos nuestra alma y, como di-
jimos, si sembramos para el alma, cosecharemos muerte.
Muchos de nuestros problemas son por sembrar para
nuestra carne. A veces nos preguntamos: “¿Por qué me
ocurre esto?”. Nos cuesta entender que, previamente,
hemos sembrado para la carne. Esta es la razón por la que
Pablo dijo: “Dejen de sembrar para la carne y no se cansen
de hacer el bien, porque a su tiempo van a cosechar”. Ne-
cesitamos tener presente que, cuando sembramos para la
carne, cosechamos rápidamente; en cambio, cuando sem-
bramos para el Espíritu, la cosecha toma tiempo, porque

- 85 -
Hay un Rey

el proceso es otro. La cizaña crece más rápido que el trigo.


¿Observaste lo rápido que crecen las peleas, por ejemplo?
¡En un segundo se puede generar una pelea de magnitudes
inauditas! Del mismo modo, también el desánimo, el can-
sancio, la demandas, la ira y el miedo crecen rápido, y esa
cosecha de muerte afecta a muchos. Lo que tú y yo cose-
chamos no solo nos toca a nosotros, sino también a nuestros
hijos, a nuestros nietos, a nuestros compañeros de trabajo, a
la gente que nos rodea. La cosecha de la carne es una onda
expansiva que termina llevando muerte, cansancio, agota-
miento y desánimo a todos los que están cerca de nosotros.

Un autor escribió algo que me impactó profundamente. Él


afirma que, cuando sembramos para la carne en un ám-
bito, terminamos perdiendo ese lugar, porque lo llenamos
de muerte. Si sembramos para la carne, ya sea en nuestro
matrimonio, en la relación con los hijos o en el trabajo, ese
ámbito resulta afectado y terminamos perdiéndolo. Sem-
brar para la carne trae muerte también a los lugares donde
estamos, por lo que no es un tema menor ni un asunto tri-
vial. Por eso, Pablo advierte: “Cuidado, no provean para los
deseos de la carne, porque eso trae muerte”.

Sembrar para la carne no solo trae desánimo, cansancio,


agotamiento, tristeza, vacío y depresión a nuestra vida, a la
vida de nuestros seres queridos, a la vida de los que nos ro-
dean y al lugar donde estamos, sino que, además, nos hace
perder y andar como errantes igual que Caín, sin tierra y
sin hogar.

- 86 -
Siempre habrá cosecha

Sembrar en todo momento


Todos sembramos a lo largo del día, y podemos hacerlo para
la carne o para el Espíritu. Tu objetivo debería ser hacer todo
para Cristo. Si haces una compra, dile: “Señor, voy a com-
prar en Tu nombre”, y entonces a esa compra la sembraste
en el Espíritu. De manera similar, si te pones una camisa,
puedes expresarle: “Señor, Tú eres mi ropa, mi vestido”.
Dirige todo lo que hagas y digas hacia el Señor. ¿Cómo lo
haces? Invocando Su nombre y diciendo, por ejemplo:
“Señor, voy en Tu nombre”, “Señor, esto es tuyo” o, sencilla-
mente, expresándole de corazón: “Jesús, Te amo” mientras
estás llevando a cabo una tarea.

Cada acción y cada palabra pueden ser una semilla


sembrada para el Reino.
Toda tu casa y la gente que te rodea recibirán la onda
expansiva de bendición cuando llegue el momento
de la cosecha.

Dios escogió a un hombre de la tercera generación y le


mostró algo glorioso: le enseñó a invocar; sin embargo,
recién en la séptima generación alguien capturó esta en-
señanza. Hay gente que no recibe en su espíritu lo que el
Señor suelta. ¡No dejes pasar lo que el Señor está dándonos,
porque son diamantes valiosos!

Observa este pasaje de Génesis:


Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le
llevó Dios.
—Génesis 5:24

- 87 -
Hay un Rey

En este contexto, “caminar” quiere decir “invocar”. Enoc


caminó y caminó, invocó e invocó. Constantemente le decía
a Dios: “Señor, Te amo. Mi Rey, eres maravilloso”, y un día
desapareció. La muerte no lo tocó más, porque, cuando lo
invocamos a Él, la muerte de la cosecha de la carne no nos
toca más; el cansancio, el agotamiento, el desánimo, ya no
nos alcanzan. No se trata de ir a la reunión el domingo y
olvidarnos del Señor hasta la semana siguiente. Todos los
días tenemos que decirle: “Te amo, Señor”, “Cristo, eres her-
moso”. Necesitamos invocar mientras caminamos, cuando
estamos en el colectivo, en la fila del supermercado. En todo
momento tenemos que sembrar para el Espíritu. Si así lo ha-
cemos, sucederán cosas maravillosas. Veamos un ejemplo
que relata Cantar de los cantares:
“¡Oh, si él me besara con besos de su boca!
Porque mejores son tus amores que el vino.
A más del olor de tus suaves ungüentos,
tu nombre es como ungüento derramado;
por eso las doncellas te aman.
Atráeme; en pos de ti correremos.
El rey me ha metido en sus cámaras;
nos gozaremos y alegraremos en ti;
nos acordaremos de tus amores más que del vino;
con razón te aman”.
—Cantares 1:2-4

La sunamita, que nos simboliza a nosotros, está enamo-


rada del Rey. Ella dice: “Oh, si Él me besara con besos de su
boca”; pero luego entra en aguas más profundas y le habla
directamente a su amado: “Mejores son tus amores que el
vino”. Está muy bien decir: “¡Cuán grande es Dios!”, pero,

- 88 -
Siempre habrá cosecha

en las aguas profundas, le hablamos a Él: “Señor, eres ma-


ravilloso, grande, hermoso. ¡Cuánto te amo!”.
La mujer no ora: “Señor, ayúdame, estoy muy mal”, sino
que se enfoca en Él y le dice: “Tu amor es mejor que el vino.
¡Qué agradable es Tu fragancia! Tu nombre es como per-
fume”. Y, mientras ella está invocando, el Señor la mete en
Sus cámaras. Cuando disfrutamos de Él, el Señor nos dice:
“Te mostraré las habitaciones de Mi vida”. Eso se llama
intimidad. Sin embargo, hay personas que no tienen inti-
midad, solo frases aprendidas de memoria, por eso el Rey
no las lleva al lugar secreto.

Cuando la mujer entra en el lugar secreto, algo sorpren-


dente ocurre: todavía no lo ve al Rey, primero se observa a
sí misma y dice:
“No reparéis en que soy morena,
porque el sol me miró.
Los hijos de mi madre se airaron contra mí;
me pusieron a guardar las viñas;
Y mi viña, que era mía, no guardé”.
—Cantares 1:6

“Soy morena, porque el sol me quemó”, afirma. Lo que


la sunamita está diciendo es: tengo pecado, estoy que-
mada, estoy mal. La mujer se mira a sí misma y descubre
su fealdad. Es entonces cuando aparece el Altar. Luego, se
da cuenta también de que hay peleas dentro de su familia.
Además, comienza a acordarse de las cosas que la obligaron
a hacer y de sus descuidos, ya que declara: “La viña, que era
mía, no la guardé”. Eso es el Altar. Cuando invocamos, Dios
nos muestra específicamente a qué debemos morir, incluso

- 89 -
Hay un Rey

nos señala aspectos de nosotros que no estaban en nuestro


radar, que ni siquiera sabíamos o recordábamos.

Cuando ella reconoce todo eso, empieza a tener hambre por


el Señor. Observa el siguiente versículo:
“Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma,
dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía;
pues ¿por qué había de estar yo como errante
junto a los rebaños de tus compañeros?”.
—Cantares 1:7

¿Qué quiere decir “apacentar”? Dar de comer. La mujer le


dice al Rey: “Muéstrame dónde comes, tengo hambre de
Ti”. Si perdemos el hambre, perdemos la intimidad, y esta
es la razón por la que nos cuesta orar, adorar, congregarnos.
Pero, al entrar en las cámaras, la mujer expresa: “Estoy mal,
he pecado, tengo problemas familiares, me han obligado a
guardar las viñas, he descuidado lo que era mío”. Y, rápida-
mente, admite: “Señor, necesito comer de Ti, necesito saber
dónde descansas. ¡Necesito de Ti, necesito Tu descanso!”.
Después de estas palabras, comienza la historia. El Rey llega
y le coloca unos aros de oro tachonados de plata, es decir, le
da algo de Cristo. Esas son las riquezas que vienen a partir
de la intimidad. La intimidad empieza cuando abrimos
nuestra boca y le hablamos a Él, cuando disfrutamos de
Cristo. Por eso, todo lo que hagas, todo lo que digas, hazlo y
dilo invocando al Señor: “Señor, Tú eres Palabra de vida. Te
amo, Te adoro”. Eso es tener intimidad. Pronto notarás que
tu espíritu crece y el Señor te empezará a mostrar las cosas
a las que necesitas morir. Sentirás hambre, anhelarás comer
de Él, descansar en Él. Y entonces la cosecha llega. Todo

- 90 -
Siempre habrá cosecha

Cantares trata sobre una mujer que cosecha, porque todo lo


que se siembra para Cristo trae cosecha.

La cosecha
Hay tres niveles de cosecha: la primicia, la cosecha y los
sobrantes. Analicemos cada nivel:

• La primicia
La primicia es un anticipo, un manojito, un poquito que te
anuncia que viene algo grande detrás. Por eso, celebra cada
pequeña victoria, cada pequeño logro. Los doce espías que
exploraron la Tierra Prometida trajeron un racimo de uvas.
Esas uvas eran la primicia, porque detrás de ellas había una
tierra de la que fluía leche y miel. Cada pequeño avance es
un indicio de que hay algo mucho más grande preparado
para ti. ¡Celebra las pequeñas victorias como un anticipo de
lo que está por venir!

Si te encontraste una tuerca, es porque Dios te está indi-


cando que detrás de eso viene el auto 0 km. Hallar una mo-
neda tiene que ser motivo de agradecimiento, ya que es la
primicia de que ganarás en euros o en dólares, en el nombre
poderoso del Señor.

La primicia es un anticipo, un indicio, un pequeño adelanto.

No subestimes lo pequeño que Dios hace; Él está viendo si le


das gracias, si lo celebras. Si tienes un dolor y este se atenúa
un poco, no digas: “Ay, ojalá que se me vaya pronto”, porque

- 91 -
Hay un Rey

ese pequeño alivio es la primicia que anuncia que viene el


milagro completo.

El manojo está indicando que se avecina


una cosecha grande para todos nosotros.

La piedra le estaba diciendo a David que un Goliat vendría


y moriría delante de sus ojos. La vara le estaba diciendo a
Moisés que un milagro se aproximaba, que el mar Rojo se
abriría. La nube le estaba anunciando al profeta que una
gran lluvia estaba cerca. Aunque se trate de una pequeña
piedra, una pequeña nube o una pequeña vara, ¡celebra!,
porque esas son las primicias. Dios te da un poco para
anunciarte: “¡Prepárate, porque ahora viene todo lo grande
que dispuse para ti!”.

• La cosecha
El segundo nivel, la cosecha, es lo mismo que vino con la
primicia, pero al 100%, de manera completa, perfecta. Dios
te da las primicias, pero luego te dará la cosecha completa.
Observarás Su obra y declararás: “Esto quedó perfecto. Es
justo lo que estaba necesitando, no le falta ni le sobra nada”.
Alza tus ojos y mira, porque la cosecha está lista. No ores
por la cosecha, ora por gente que vaya a tomarla, porque
está lista.

• Los sobrantes
El tercer nivel son los sobrantes. En la antigüedad, después
de que la cosecha se levantaba, quedaban en las esquinas
los frutos verdes que no habían madurado. A esos frutos

- 92 -
Siempre habrá cosecha

se los dejaba allí y, después de un tiempo, cuando toda la


cosecha ya había sido recogida, iban por los sobrantes. Los
sobrantes son los extras, ¡prepárate para recibir un plus, un
extra! Si Dios te dio los zapatos, vienen las medias como
extra; si te dio las vacaciones, viene el hotel como un plus;
si ganaste dos personas para el Señor, vienen veinte. Los
sobrantes están llegando, porque Dios nos va a dar de
más, mucho más abundantemente de lo que creemos y
esperamos.

¡Prepárate para recibir la primicia, la cosecha


y también el sobrante!

La viuda tenía una deuda, y se iban a llevar a los hijos como


esclavos si no pagaba. El profeta le dijo: “Echa aceite en las
vasijas”. La mujer obedeció y llenó todas las vasijas. Luego,
vendió el aceite, saldó su deuda y con lo que sobró vivieron
ella y sus hijos sin trabajar. La vasija de aceite es la primicia,
las vasijas llenas son la cosecha y la deuda saldada junto
con la no necesidad de trabajar son los sobrantes. El Señor
no solo le dio las primicias y la cosecha, sino que le dio para
que ella y sus hijos no tuvieran que trabajar nunca más.

Isaac sembró y cosechó al ciento por uno. Eso es la cosecha,


pero después siguió caminando y encontró los pozos del
padre. Esos son los sobrantes. Detrás de lo completo viene
un extra, un bonus track, algo que quedó allí, en las esquinas.
¡El sobrante es parte de la cosecha que recogiste por haber
sembrado para el Espíritu!

- 93 -
Hay un Rey

Jesús le dijo a Pedro: “Boga mar adentro y echa las redes”.


Pedro obedeció. Las redes se empezaron a romper de tantos
peces que habían capturado. Esta fue la razón por la que
Pedro llamó a los otros barcos para que lo ayudaran. Ese
día hubo pesca para Pedro y para todos los otros pesca-
dores. Todas las personas que están cerca de tu barco tam-
bién serán bendecidas, porque Dios dará abundancia para
todos. ¡Ya no pedirás prestado, ahora serás tú el que va a
prestar!

Eran diez mil personas y los discípulos tenían cinco panes


para repartir. “¿Qué podemos hacer con cinco panes? ¡Nada
de nada!”. Pensar así es sembrar para la carne. Los cinco
panes eran la primicia. Luego, Jesús les dijo a los discípulos:
“Miren, les voy a enseñar algo…”, y puso los cinco panes en
la cesta. “Ahora vayan y repártanlos”, les indicó. Mientras
los discípulos repartían los panes, estos se iban multipli-
cando. La Biblia afirma que comieron todos hasta saciarse.
Eso es la cosecha. Una vez que todos habían comido, Jesús les
dijo a los discípulos: “Les voy a mostrar el tercer nivel de
cosecha. Junten los panes que sobraron”. ¡Habían sobrado
doce cestas! Eso es el sobrante. ¡El sobrante que Dios nos dará
nos va a alcanzar para todo el año! Por eso, no te canses,
sigue invocando, adorando, buscando al Señor, teniendo
intimidad. Recuerda que cuantos más años tiene en Cristo
un creyente, más riesgo corre de perder la intimidad, el
hambre, el descanso del Señor sin darse cuenta.

Todo empieza con Cristo


Las tres fases de la cosecha se conmemoraban en tres fiestas
distintas. Había una festividad conocida como la “Fiesta

- 94 -
Siempre habrá cosecha

de las Primicias”, que se celebraba en el octavo día. Cada


pequeña primicia, por mínima que sea, debe ser celebrada.
Si tienes una deuda millonaria, pero te descontaron mil
pesos, celébralo y agradece al Señor, ya que ese pequeño
descuento es una primicia de un descuento mayor que Dios
va a darte.

Luego, llegaba la fiesta de la cosecha, conocida como “Pen-


tecostés”. Cristo resucitado fue la primicia y el descenso del
Espíritu Santo fue la cosecha. Pentecostés se conmemoraba
exactamente siete semanas, o cuarenta y nueve días, des-
pués de la Fiesta de las Primicias. A la cosecha también hay
que celebrarla. Cuando veas la bendición completa, per-
fecta y hermosa, ¡salta, zapatea, festeja porque la cosecha
ha llegado!

Finalmente, casi inmediatamente después de Pentecostés,


llegaba la “Fiesta de los Tabernáculos”, en la que se cele-
braban la satisfacción y el descanso perfecto. Esta fiesta
representa el sobrante. El Señor está en todos los detalles,
porque no solo nos da las primicias y la cosecha, sino que
además nos da los sobrantes, es decir, aquello que ni si-
quiera teníamos pensado recibir. ¡Y todo porque hemos
sembrado para el Espíritu!

Las primicias se guardaban en el templo. La gente llegaba


con un manojito de trigo o un poco de vino y lo llevaba a la
casa de Dios. Observa el siguiente pasaje:
Éxodo 22:29: “No demorarás la primicia de tu cosecha ni de
tu lagar”.

- 95 -
Hay un Rey

No demores en contar lo que el Señor hizo. ¿Por qué estás


tardando? Tal vez tu excusa es que tienes muchas cosas que
hacer, pero ¿acaso limpiar la casa o llevar el auto al taller
es más importante que compartir tu testimonio? Así no te
llegará la cosecha y solo te quedarás con la primicia, porque
no compartir lo que Dios ha hecho es sembrar para la carne,
y la carne termina destruyendo incluso los buenos lugares.
Agradece a Dios y comparte los primeros frutos, ¡no te de-
mores porque eso traerá la cosecha!

La cosecha y los sobrantes se guardaban en el granero. El


granero estaba entre la casa donde vivía la persona y el
campo. El campo es el mundo. Dios nos dará la cosecha
en el mundo, y un día llegaremos a casa para vivir con Él.
Mientras tanto, estamos en el Reino, en el granero. Cuando
nos rendimos, entramos al Reino, al granero, y allí Dios nos
empieza a dar la cosecha de lo que hemos sembrado para
Él. Ríndete a Cristo, porque te está esperando el granero, el
Reino, el Trono de Dios.
Ahora bien, definamos qué es la cosecha. Muchos piensan
que la cosecha son cosas materiales (los viajes, las sani-
dades, la prosperidad, etc.), y lo son; pero la cosecha pri-
mera, la primicia, la cosecha que trae todas las otras cose-
chas es Cristo. Si tienes esa primera cosecha, no debes pre-
ocuparte por las demás cosas.

Las primicias son nuestras primeras experiencias en Cristo.


Por ejemplo, diste la orden a un electrodoméstico roto y em-
pezó a funcionar; el Señor te mostró claramente qué debías
llevar al Altar y, cuando moriste a eso, notaste que tu vida
cambió; el Señor te dio una palabra para alguien y, cuando
se la soltaste, la persona se quebró y ahora está en el Cuerpo.

- 96 -
Siempre habrá cosecha

¿Tienes primicias de experiencias con el Señor?


¿Tienes primicias de Altar, de dar la orden, de oír la carga,
de compartir tu testimonio, de estar en el Cuerpo?
¿Tienes alguna de estas experiencias? Si tu respuesta es
“no”, entonces estás sembrando mal. Siempre que no tienes
cosecha es porque estás sembrando para la carne, porque
La Palabra asegura que, si se sembramos para el Espíritu,
siempre vamos a cosechar. ¡Prepárate para las primicias,
para las primeras experiencias con el Señor!

Después de las primicias, viene la cosecha de Cristo. Ahora


experimentas Cristo-paz, Cristo-gozo, Cristo-alegría,
Cristo-prosperidad, Cristo-avance, Cristo-vino-aceite-le-
che-miel-hierro-bronce-granada, Cristo-palmera, Cris-
to-gloria, Cristo-poder. ¡Te llenas de experiencias! Vives en
Cristo, disfrutando de Él. Ya no oras más: “Señor, ayúdame
con mi matrimonio y a mi hijo”; ahora solo buscas más de
Cristo, y Dios te ensancha, te expande. Entonces, viene la
cosecha con nuevas experiencias de parte del Señor.
Y, a continuación, viene el sobrante. El sobrante quedaba
para las viudas, para los pobres. Ahora tienes para dar.
Dios te bendijo tanto que puedes decir: “Quiero compartir
esta carga, quiero edificar. Ya tengo tres años de cristiano,
es hora de que me congregue, de que coordine un equipo,
porque el Señor me ha bendecido”. Cuando viene el so-
brante, te conviertes en un edificador.

Durante siete años, José juntó trigo. Antes de que llegaran


los años de escasez, él tenía mucho trigo, mucho en ex-
tremo, como la arena. En ese momento, tuvo a su primer
hijo, al que llamó Manasés. El nombre “Manasés” significa
“Dios me ha hecho olvidar”. José se olvidó de la casa de su

- 97 -
Hay un Rey

padre, de sus aflicciones, de su trabajo. Dios lo llenó tanto


de Cristo que olvidó todo su dolor, todo su pasado. Dios te
dará tanto de Cristo que olvidarás la lista de personas que
te lastimaron.
Este año, cada día y cada mes, habrá primicia, cosecha y so-
brante; no faltará ni el pan ni el vino ni el aceite. ¡Cristo au-
mentará en cada uno de nosotros! Disfrutaremos del Señor,
de Sus riquezas, y tendremos Cristo en abundancia para
llevar al pobre, al huérfano, al que no lo conoce. No habrá
un solo día que no disfrutemos de Él, que no busquemos
el Reino. ¡Y todas las demás cosas vendrán por añadidura!
Tendremos primicias, cosecha y sobrante para repartir a
mucha gente, y esos sobrantes serán las primicias de otros.

Para concluir, el Padre Nuestro es el esqueleto de cómo se


vive en intimidad. Como podemos observar, el pasaje habla
de Su nombre, Su Reino, Su voluntad. Todo empieza con Él.
Y, cuando lo buscamos en intimidad, el Señor se encarga
de darnos todo lo demás. Nos da pan, y el pan sana nuestro
cuerpo; nos da perdón, y ya no hay muerte ni cansancio,
ahora tenemos paz; nos libera del mal, de nuestros ene-
migos, y nuestro espíritu descansa. Por eso, ¡nunca dejes de
tener intimidad con el Señor!

- 98 -
C a p í t u l o 7

Su bendición es
nuestra bendición

Cristo es mayor que todo


Como vimos en los capítulos anteriores, El Señor les enseñó
a los discípulos acerca de cómo era vivir en el Reino de los
Cielos. Comenzó con las bienaventuranzas, y en Mateo 6:25
les habló sobre el afán y la ansiedad, dado que, cuando vi-
vimos en el Reino, bajo el Trono del Señor, no tenemos an-
siedad. Si bien en la vida humana todo nos genera ansiedad,
incluso las cosas buenas, el Señor dice tres veces: “No se
afanen”. Y nos enseñó cómo vivir sin preocupaciones,
sin ansiedad, sin afanes. ¿Eres ansioso? ¿Te da ansiedad
cuando no te contestan un wasap rápidamente? Observa el
siguiente pasaje:
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué
habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro
cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido?
—Mateo 6:25

Aquí Jesús nos enseña que “lo mayor” gobierna “lo menor”.
¿Qué es mayor: la vida o el alimento? La vida es mayor que el

- 99 -
Hay un Rey

alimento. ¿Y qué es mayor: el cuerpo o el vestido? El cuerpo.


Como observamos, el Señor nos muestra una ley: lo mayor
gobierna lo menor. Analicemos esta afirmación. El Señor nos
dio la vida; nosotros no elegimos nacer, y tampoco cuándo
o dónde nacer. No elegimos el cuerpo que tenemos, ni
nuestra altura, ni cuánto calzamos. Todo eso lo determinó
Dios, lo mayor. El Señor nos dio la vida y nos dio el cuerpo y,
si nos dio lo mayor, no tenemos que preocuparnos, porque
también nos dará lo menor. Si estamos vivos, es porque Él
nos dio la vida y, si tenemos un cuerpo, también es porque
Él nos lo dio. Y, si el Señor nos dio la vida y nos dio el cuerpo,
que son lo más grande que tenemos en la Tierra, ¿cómo no
nos dará el vestido, la bebida, la comida, la casa, los viajes,
el descanso y todo lo que necesitamos? Cuando Jesús dice:
“¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el ves-
tido?”, expresa algo muy profundo. La vida es Cristo y el
cuerpo es la iglesia, entonces, si Él nos dio a Cristo y nos dio
el Cuerpo, también nos dará a los hijos del Reino todo lo que
estamos necesitando, porque lo mayor que hay en la Tierra
es Cristo y el Cuerpo de Cristo, que somos nosotros en Él.
Y si Dios nos dio a Cristo, que es la vida, nos va a dar con Él
todas las cosas. Analicemos ahora el siguiente versículo:
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas?
—Romanos 8:32

El apóstol Pablo resume aquí el pasaje de la ansiedad y dice:


“Si Dios me dio a Cristo”, es decir, Cristo es lo más grande,
“¿cómo no me dará con Él todas las cosas? Si Cristo y el
Cuerpo de Cristo son lo más grande en tu vida, no tendrás

- 10 0 -
Su bendición es nuestra bendición

más ansiedad, porque si lo tienes a Él y a Su Cuerpo, que es


Él en ti, recibirás todo lo demás. Cada vez que lo pequeño
te traiga preocupación, háblale a la ansiedad y dile: “An-
siedad, no vengas con pequeñeces. Yo tengo la vida de
Cristo y Su Cuerpo y, si Él me dio lo más grande, también
me dará lo más pequeño”.

Si Cristo es lo más grande en tu vida, no tendrás ansiedad.


Ahora, si tu problema es más grande que Cristo, entonces tu
problema no es el problema, tu problema es que tu Cristo es
muy pequeño. Si te congregas solo para cumplir o porque la
iglesia te queda cerca, no comprendiste lo que es el Cuerpo
de Cristo.

En Cristo y en Su Cuerpo están escondidas todas las cosas,


porque Él es mayor que todo.

Cada vez que sientas ansiedad, declara: “Mayor es el que


está en mí que todo lo que me está faltando, porque Jehová
es mi pastor y nada me faltará. Si el Padre me dio lo más
grande, que es Cristo, ¿cómo no me dará la sanidad?”.

Reino natural y Reino sobrenatural


El Señor nos presenta un segundo argumento sobre por
qué en el Reino no hay ansiedad.

a. El primer argumento es que Dios nos ha provisto tanto en lo


natural, con nuestra vida y cuerpo, como en lo espiritual, con
Cristo y Su Cuerpo.

- 101 -
Hay un Rey

Si Él nos ha hecho vivir aquí y nos ha dado este cuerpo,


también nos sustentará con lo que necesitamos. Si Él nos
ha dado a Cristo y a Su iglesia, también nos proporcionará
todo lo que necesitamos.

b. En el segundo argumento cambia el enfoque y pasa de lo menor


a lo mayor. Para esto, brinda tres ejemplos de la naturaleza.

Observa los siguientes versículos:


Mateo 6:26: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”.
Mateo 6:28: “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Consi-
derad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan
[…]”.
Mateo 6:30: “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana
se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a
vosotros, hombres de poca fe?”.
Mateo 6:33: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

Jesús nos proporciona tres ejemplos: los pájaros, los lirios


y la hierba. ¿Qué está diciendo el Señor aquí? ¿Que no hay
que trabajar, como los pájaros que no hacen nada? No. El
Señor explica que los pájaros tienen un instinto, y ese ins-
tinto es salir a buscar la semilla, volar, construir su nido.
Las plantas, por su parte, tienen un instinto, que es ab-
sorber los nutrientes de la tierra, el aire y el sol. Y, del mismo
modo, la hierba crece sola. Porque tanto los pájaros como las
plantas obedecen al cuidado natural, a la soberanía natural,

- 102 -
Su bendición es nuestra bendición

a la Creación de Dios. Es decir, hay una soberanía que Dios


mantiene en la naturaleza. Dios puso leyes para cuidar a
la naturaleza. Si no lo hubiera hecho, sería un caos. Todo
lo que está en ella obedece a ciertas leyes, a una soberanía
terrenal, a una soberanía en la naturaleza.

La Creación está sostenida, cuidada por Dios.


En la naturaleza hay leyes que Dios creó para sustentarla.

Jesús les dijo a los discípulos: “Además del reino de la na-


turaleza que Dios cuida y al que le dio leyes, hay otro reino
que también creó. Ese reino es invisible, y tiene sus propias
leyes poderosas. Son las leyes del Reino de los Cielos”.
Así como Dios cuida la Tierra con Sus leyes naturales, hay
leyes celestiales que nos cuidan a nosotros, a los que bus-
camos el Reino de Dios. Pero los gentiles —los que no co-
nocen al Señor— solo se mueven por las leyes naturales.
Ellos tienen una cosmovisión que se llama “teoría de la con-
tingencia”, la cual dice que lo que sucede no tiene un pro-
pósito, sino que sucede porque sucede. Las cosas ocurren
porque ocurren. Sin embargo, los que creemos en el Señor
nos hemos dado cuenta de que las cosas no suceden porque
sí. Nosotros no solo vivimos en el reino de lo terrenal, que
es mecanicista, sino que vivimos en el Reino Celestial, un
reino espiritual que, si lo buscamos, nos otorgará todas las
cosas.

Así como hay una soberanía terrenal, también hay una so-
beranía celestial, espiritual; así como existe un reino de la
naturaleza que tiene sus leyes, hay un reino invisible que la

- 103 -
Hay un Rey

gente sin Cristo no conoce, no comprende. Esta es la razón


por la que muchas personas son fatalistas y dicen: “Si su-
cede, conviene”, “Por algo será que pasó eso”, “Las cosas
ocurren porque ocurren”. Pero nosotros no vivimos única-
mente en ese sistema, sino que tenemos otro reino, también
sustentado por el mismo Rey que creó la naturaleza, y ese
reino es el Trono del Señor, llamado el Reino de los Cielos.

Aquí el Señor establece un principio y dice: “En lugar de


esforzarse por buscar las cosas que el mundo les puede
dar, busquen el Reino porque, al buscar el Reino, el Rey
y el Cuerpo de Cristo les darán todo lo que están necesi-
tando, ¡y sin ansiedad!”. Los que vivimos en el Reino de los
Cielos operamos en dos reinos: el natural y el sobrenatural.
El reino sobrenatural no es conocido por los gentiles, por
eso tienen que esforzarse por obtener logros. Sin embargo,
cuando recibimos a Cristo, Él nos traslada de este mundo
de esfuerzo, sudor y merecimiento para ganarnos la vida al
Reino de los Cielos, donde no tenemos que agotarnos, estre-
sarnos o enfermarnos para conseguir algo. Ahora, nuestro
Padre Celestial, el Rey de la Creación, es quien nos cuida y
nos gobierna.

¿Estás un poco distraído?


Este Reino Celestial también tiene sus leyes, así como el
reino terrenal tiene las leyes de la gravedad, del día y la
noche, de la siembra y la cosecha, etc. Sin embargo, aquí
no hay ansiedad. La palabra ansiedad en griego significa
“estar distraído”. Es decir, ser ansioso es estar distraído.
“Ansiedad” también significa “estar dividido”. Un poco
antes de que Jesús hablara sobre la ansiedad, les dijo a los

- 10 4 -
Su bendición es nuestra bendición

discípulos: “Si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en ti-


nieblas”. ¿Qué es un ojo malo? Un ojo malo es el que mira
un poco el Reino y un poco lo que ocurre aquí; lee un poco
de La Palabra y mira un poco el noticiero. Si tu ojo es malo,
vivirás en tinieblas. Pero, si tu ojo es bueno, si no te distraes
y miras solo al Señor, todo tu cuerpo estará lleno de luz, y tu
Padre celestial te dará todas las demás cosas.

Estar ansioso es estar distraído de Cristo.

Cuando vivimos en el Reino, no experimentamos ansiedad,


porque Cristo, el Mayor, vive en nosotros. Al tener al Mayor,
también tenemos las cosas menores. Y no tenemos ansiedad
porque vivimos y dependemos del Reino Celestial. Noso-
tros no estamos bajo una ley, sino bajo el Trono donde el So-
berano, que es más grande que un rey, reina porque es So-
berano de reyes. Este Soberano es nuestro Padre Celestial.
En el Reino, cada circunstancia que enfrentamos es diri-
gida por el Padre Celestial. No hay nada, incluso lo peor que
nos pueda suceder, que escape a Su control. Cada situación
en el Reino será utilizada por Dios para forjar y aumentar a
Cristo en nosotros.
Lo que el Padre quiere es aumentar a Cristo, por lo que va a
dirigir todo hacia ese objetivo. Veamos estas dos historias…

Un ejemplo de esta afirmación es el caso de José. Todo co-


menzó con una túnica que le regaló el padre. Por esa túnica,
los hermanos lo tiraron al pozo; por ese pozo, fue vendido
como esclavo; por haber sido vendido, lo compró Potifar; por
haberlo comprado Potifar, la mujer lo acusó de abuso sexual;

- 105 -
Hay un Rey

por haberlo acusado, lo mandaron a la cárcel; por haber esta-


do preso, pudo interpretar el sueño de otro preso; por haberle
interpretado el sueño al preso, fue recomendado a Faraón;
por haber sido recomendado, fue llamado por Faraón; por
haber sido llamado, le interpretó el sueño de las vacas gordas
y las vacas flacas; por haberle interpretado el sueño, José ter-
minó en el palacio. ¡Todo por una túnica! Todas las cosas nos
ayudan a bien a los que estamos bajo el gobierno del Reino de
los Cielos. ¡No te salgas del gobierno de Cristo!

Rut había nacido en Moab, un pueblo maldito, pues había


surgido a partir del incesto de Lot con sus hijas. En Moab,
Rut se casó con uno de los hijos de un matrimonio oriundo
de Belén de Judá que había huido de una hambruna. La fa-
talidad tocó a la puerta de esta familia cuando el esposo de
Rut y su suegro fallecieron. Ante la difícil situación y la
persistente hambruna, Rut y Noemí, su suegra, decidieron
abandonar la tierra maldita y dirigirse a Belén, la “Casa
del pan”. En ese complicado momento de decisión, Rut le
dijo a Noemí: “Voy contigo a Belén. No te voy a dejar. Tu
pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Noemí no
tenía marido, ni casa, ni dinero, pero tenía a Dios en su vida.
De alguna manera, Rut había visto algo en ella más allá de
lo natural. En Belén, un hombre multimillonario de Dios
se enamoró de Rut y se casó con ella. De la unión de Rut y
Booz, nació David, y de la línea de David, vino Cristo. Dios
tomará incluso las circunstancias malditas y las dirigirá
para formar a Cristo en nosotros.

A los que vivimos en el Reino, ni las leyes naturales ni las


influencias enemigas nos gobiernan, sino las leyes del
Reino de los Cielos, donde todas las cosas ayudan a bien a

- 106 -
Su bendición es nuestra bendición

los que amamos a Dios. Por eso, descansa en el Señor. Todo


eso que te está sucediendo —seguramente doloroso y que
no comprendes —será dirigido por Dios para conducirte al
palacio, a la tierra de la abundancia. ¡El Señor está forjando
el aumento de Cristo en tu vida!

Hay personas que oran: “Te pido que hagas un milagro”, y


Dios hace el milagro, pero Cristo no crece mucho. Por eso,
al tiempo, pierden el milagro y vuelven a deprimirse. Solo
celebran porque vieron un resultado; pero, cuando Dios te
guía en el Reino, tu oración no es: “Señor, resuélveme este
problema”, sino: “Señor, en pobreza o en riqueza, enfermo
o sano, te pido que Cristo crezca en mí porque, si Tu gracia
aumenta, el aguijón no importa, porque mayor es el que
está en mí que el aguijón que me está lastimando”. Dios te
dará un aumento de Cristo, ¡y esa es la victoria!

Cuando todo parezca estar mal, ¡no desesperes!


Recuerda que estás en el Reino, así que todo ayuda a bien.

Cuando José vio a los hermanos, los que lo habían tirado al


pozo y vendido como esclavo, en vez de tomar venganza,
les dijo: “Dios me hizo olvidar”. Es interesante notar que no les
dijo: “Los perdono”. Y aquí hay una enseñanza:

El olvido es más grande que el perdón.

- 107 -
Hay un Rey

El perdón trae olvido, pero el olvido es más grande que el


perdón. El Señor lo había llenado tanto de trigo, que José
terminó olvidando todas sus aflicciones. Por eso, nunca te
salgas del Trono. Quizás hoy estás llorando, pero, dentro de
poco, cuando estés en el palacio y mires hacia atrás, dirás:
“Ebenezer, hasta aquí Dios me ha bendecido”. ¡Eso es el
Reino! ¡Y el Reino es para los que amamos al Señor!

Hay personas que solo tienen fe para creer en Cristo como


Salvador, pero no para vivir a Cristo cada día. Si solamente
recibiste a Cristo y estás esperando morir para ir al Cielo,
tienes poca fe, porque usaste tu fe (la fe que el Señor te dio),
solo para la salvación. Sin embargo, Jesús dijo:
Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en
el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a voso-
tros, hombres de poca fe?
—Mateo 6:30

“Hombres de poca fe”, expresó Jesús. Esta expresión hace


referencia a la fe unidireccional. No sean hombres de poca
fe, usen la fe para vivir en el Reino. Ustedes tienen al más
grande, y hay leyes que la gente que no tiene a Cristo no
conoce; pero, si entran como niños y se rinden al Señor, el
Reino es grande para que todo aquel que cree entre a vivir
en él donde cada circunstancia será dirigida por el Señor
para guiarlos al aumento de Cristo.

- 108 -
Su bendición es nuestra bendición

Parte práctica: Te seguiré amando

Supongamos que tienes un problema con tu hijo. Tu deseo


es que el Señor resuelva tu problema. Eso está muy bien, Él
lo va a hacer, pero antes tiene un objetivo más grande: edi-
ficarte, es decir, que Cristo aumente en ti para que tengas
Cristo para repartir y no seas un cristiano que solo usa su
fe para la salvación; para que no seas una persona de poca
fe, sino de mucha fe; para que tengas fe para el diario vivir,
para disfrutar del Señor. ¿Y cómo lo hará? Como lo hizo con
Abraham. Abraham es el modelo de cómo el Señor edifica.

Te comparto el siguiente gráfico:

El dibujo del corazón representa a Abraham. Abraham


amaba al Señor, tenía intimidad, invocaba, lo disfrutaba del
mismo modo que lo hacemos nosotros. El tiempo transcu-
rrió, y Dios le dio una bendición: Isaac. Quizás la bendición
que recibimos de parte de Dios es un milagro, una sanidad,
una familia, un auto, un buen trabajo, un ministerio. Le
damos gracias al Señor por esa bendición y continuamos
teniendo intimidad, disfrutando de Él. Sin embargo, poco a
poco, sin darnos cuenta, perdemos la intimidad con Cristo

- 109 -
Hay un Rey

y tenemos intimidad con nuestro Isaac. El auto, el minis-


terio, la familia, el viaje o el trabajo toma el lugar de Cristo.
Ahora nuestra intimidad es con la bendición. Frente a esto,
Dios pone en marcha el Plan B:

El Plan B es permitir que pierdas la bendición. Entonces,


nos enfermamos, comenzamos a tener problemas fami-
liares, chocamos el auto, se suspenden los viajes. Sufrimos
una pérdida. Es por eso que empezamos a orar: “Señor,
quiero mi Isaac, quiero mi auto, quiero mi familia, quiero
mi ministerio. ¡No quiero matar a mi Isaac!”. Viene la pér-
dida y, ¿qué hace el Señor? Dios restablece nuestra comu-
nión. Volvemos a Él y le decimos: “Señor, no importa mi
Isaac. Te pido perdón, porque te cambié por la bendición.
Te amo y Te anhelo solo a Ti”. Cuando Dios nos escucha,
dice: “Te bendeciré mil veces más, porque Cristo creció en
tu vida”. Ahora las bendiciones no nos quitan la intimidad,
no nos afectan. Tenemos grandes bendiciones, pero ellas no
interfieren en nuestra intimidad con Cristo. Ya no decimos:
“Tengo mucho trabajo”, “Vivo lejos”, etc. Porque, cada vez
que ponemos excusas, el Señor activa el plan “muerte a
Isaac”. Todos pasaremos por eso. Cristo irá creciendo y fi-
nalmente le diremos: “Señor, me has bendecido y, aunque
no lo hubieses hecho, yo te seguiría amando”.

- 110 -
Su bendición es nuestra bendición

John Darby, un misionero inglés, a los ochenta y seis años,


en una habitación de hotel, le dijo a Dios: “Señor, quiero de-
cirte algo: Estoy por partir a Tu Presencia y quiero que sepas
que todavía Te sigo amando”. ¡Qué bellas palabras!

Escucharlo a Él
Analicemos ahora el caso del apóstol Pedro. Jesús les pre-
guntó a los discípulos: “¿Quién dice la gente que soy?”.
Ellos respondieron: “El Bautista, Elías, uno de los profetas”.
Jesús se dirigió a Pedro y dijo: “Y tú, Pedro, ¿quién dices que
soy?”. Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” (Mateo 16). “Bien, Pedro. Eso te lo dijo Mi Padre”,
respondió Jesús. ¡Fabuloso! ¡Perfecto!

A veces somos como el apóstol: acertamos con las palabras


justas y hasta los ángeles aplauden. “Te diré algo, Pedro: edi-
ficaré Mi iglesia”, continuó el Señor. Sin embargo, Pedro no
entendió Sus palabras, sino hasta tiempo después. ¿Te pasó
alguna vez que el Señor te dijo algo y respondiste “¡amén!”,
aunque no habías comprendido ni una sola palabra? Jesús
ya le había adelantado que edificaría el Cuerpo de Cristo.
Luego, en el Capítulo 17, el Señor tomó a Pedro, a Jacobo y a
Juan y los llevó aparte solos a un monte alto. Una vez arriba,
Cristo se sacó el velo de la carne y mostró la gloria celestial
eterna. De pronto, empezó a brillar. Irradiaba una luz más
blanca que la luz del sol del mediodía, una luz que no puede
describirse. En un momento, aparecieron Moisés y Elías, y
Jesús comenzó a hablar con ellos. Al ver la escena, Pedro
dijo: “Señor, ¡qué lindo encuentro! ¿Por qué no hacemos
tres habitaciones? Una para ti, una para Moisés y otra para
Elías”. Es decir, puso a Jesús, a Moisés y a Elías en un mismo

- 111 -
Hay un Rey

nivel. Mientras aún estaba hablando, una nube brillante los


envolvió y desde la nube se escuchó la voz del Padre que
dijo: “Este es Mi Hijo amado con el que estoy muy contento.
¡Escúchenlo a Él!”. En ese momento, Moisés y Elías desa-
parecieron. Ahora Pedro había visto el Cuerpo y, además,
ahora había visto a Cristo. Allí mismo, el apóstol tuvo dos
experiencias: una por revelación y otra por visión. Eso es lo
que hace el Señor, nos permite tocar el Cuerpo, el misterio
del Cristo, que está aquí, lo tocamos y somos bendecidos
al desaparecer. Pero ¿cómo sabemos si tocamos el Cuerpo?
Perdemos la noción del tiempo. Cuando oramos en la carne,
dos minutos parecen dos siglos; en cambio, cuando estamos
en el espíritu y tocamos al Señor, disfrutamos de Cristo,
pueden pasar tres horas y no nos damos cuenta. No hubo
tiempo, porque para Dios un día son como mil años y mil
años, como un día. Y, si estuvimos un segundo, tampoco
nos dimos cuenta, porque un segundo es como tres horas y
tres horas, como un segundo.

Pedro había visto el Cuerpo y también a Cristo. Ahora bien,


más adelante en Mateo 17 se relata otra situación:
Un día, cuando Jesús y los discípulos estaban en Caper-
naúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del impuesto
del templo y le preguntaron: “¿Tu maestro no paga el im-
puesto del templo?”. En lugar de entrar y preguntarle a Je-
sús, Pedro respondió: “Sí, claro que paga el impuesto”, a lo
que los recaudadores le dijeron: “Muy bien, entonces tráe-
nos el dinero”. Apenas Pedro entró a la casa, Jesús le dijo,
“Pedro, ¿los reyes les cobran impuestos a los hijos?”. “No”,
respondió Pedro. Jesús continuó: “Muy bien, Yo te mostré
que soy el Hijo del Rey. Brillé, me manifesté como el Rey de

- 112 -
Su bendición es nuestra bendición

gloria y, además, Mi Padre te dijo: ‘Óyelo a Él’. Entonces, Yo


no pago el impuesto del templo”.

¿Qué tendría que haber hecho Pedro? Cuando le pregun-


taron si Jesús pagaba el impuesto, tendría que haber res-
pondido: “Le voy a preguntar a Él”. Eso es vivir en el Reino.
No hablar hasta que Él no nos diga lo que debemos decir.

Watchman Nee afirma que la mayoría de nuestros pro-


blemas surgen a causa de nuestras reacciones. Todos so-
lemos reaccionar ante el calor, el frío, la falta de saludo, un
insulto; en definitiva, reaccionamos ante todo. Pedro re-
accionó rápidamente frente a los recaudadores y dio una
respuesta equivocada. Al entrar en la casa, Jesús le mostró
su error. A veces creemos que las cosas son de una ma-
nera, y Dios nos revela que son de otra. Algunos solemos
reaccionar rápidamente, mientras que otros lo hacen len-
tamente. No obstante, en ambos casos es la carne la que se
expresa. Así que, volvamos a Cristo y preguntémosle a Él.

“Pedro, ve al lago y pesca con anzuelo. Ábrele la boca al


primer pescado que pesques, y allí encontrarás una mo-
neda. Llévala y dásela a los que cobran impuestos. Ese di-
nero pagará tu impuesto y el mío”, le indicó Jesús a Pedro.
Porque, cuando Jesús está, siempre habrá bendición.

Su bendición es nuestra bendición.

Ahora, ¿por qué el Señor no le dio la moneda directamente?


Porque Dios no nos da las cosas fácilmente, Él nos manda

- 113 -
Hay un Rey

a pescar, para que aprendamos y, en vez de reaccionar,


siempre consultemos con Él. ¡Así trabaja el Señor! ¿Deseas
que tus reacciones sean respuestas del Reino? Entonces es-
cucha la voz de Dios, reacciona a Su Presencia y Él reaccio-
nará a través de ti. No te salgas del Reino, porque allí están
todas las cosas.

No hables si primero no te habla Él.


Antes de hablar, escucha al Señor.

El misionero Evans hablaba de lo que dio en llamar “la


rueda de la oración”. Él decía: “Dios habla, yo hablo lo que
Él habla y Dios hace. Dios habla, yo repito lo que Dios habla
y Dios actúa”. Así es cómo se ora en el Reino. En el Reino de
los Cielos no oramos para que Dios haga, sino que le pre-
guntamos: “Señor, ¿qué quieres que ore? ¿Me quedo o me
voy de este lugar? ¿Le respondo o hago silencio? Hasta que
no me hables, Señor, no voy a hacer ni decir nada”.

El Libro de Romanos nos revela algo hermoso: en ciertos mo-


mentos, el apóstol Pablo les hablaba a los romanos, pero,
de repente, su discurso tomaba un giro inesperado y co-
menzaba a dirigirse directamente a Dios. Madame Guyón
también escribía así. Ella decía, por ejemplo: “El Señor nos
guía. Cristo, eres maravilloso. El Señor está creciendo en ti
y en mí, mostrándonos Sus riquezas, ¡porque Tus riquezas
son gloriosas!”.

Por eso, escúchalo a Él, no te apresures a reaccionar en la


carne. Háblale al Señor y, si no te responde, no hagas nada,

- 114 -
Su bendición es nuestra bendición

solo espera. Moisés estuvo cuarenta días en la montaña.


Durante todo ese tiempo solo oyó a Dios. La Biblia afirma
que, cuando bajó, su rostro brillaba. Porque, cuanto más
hablamos nosotros, menos habla Dios. Cuanto más callas
y esperas, más te habla el Señor. El Señor nos dice lo que
tenemos que decir, nosotros repetimos lo que dijo y Él obra.
¡Ese es el ciclo de la oración!

En 1 Corintios 7, Pablo dice: “Esto ha dicho el Señor”, y ex-


presa algunos conceptos; pero después explica: “Esto no lo
dice el Señor, lo digo yo”, y escribe unos versículos. Pablo
pensaba que estaba hablando él, pero Dios lo puso en La
Biblia, porque en verdad no estaba hablando el apóstol, sino
Dios. Cristo se había metido tanto en Pablo, que su hablar
natural era, en realidad, el hablar celestial.

Para terminar, mira esta historia…


Lea tenía el vientre cerrado y, por esta razón, la mujer era
menospreciada (Génesis 29:31). Ella no se defendió, solo es-
peró en Dios. Y el Señor le abrió el vientre y le dio seis hijos.

Observa este gráfico:

- 115 -
Hay un Rey

Observa el significado de cada uno de estos nombres…

“Rubén” quiere decir “te di un hijo”; “Simeón” significa “te


escuché”; “Leví” es “me uní a ti”; “Judá” quiere decir “te doy
alabanza”; “Isacar” significa “recompensa” y “Zabulón” es
“morada”. El Señor le dijo: “Lea, te doy un hijo; te he escu-
chado; Me uno a ti; te doy Mi alabanza; te doy Mi recom-
pensa; te doy Mi morada”. ¡Qué maravilloso! ¡Escucha al
Señor!

- 116 -
C a p í t u l o 8

El secreto es morir

Ni positivo ni negativo
Como vimos en el capítulo anterior, pasamos gran parte de
nuestra vida reaccionando: cuando alguien conduce lenta-
mente y nosotros queremos adelantarnos, cuando alguien
cruza mal la calle o cuando la persona delante de nosotros
camina despacio. En resumen, nuestra vida se reduce a una
sucesión de reacciones. Ahora bien, existen diferentes tipos
de reacciones. Veamos:

• Reacciones corporales: A veces lo hacemos con el


cuerpo, impulsivamente. Este tipo de reacción es
una respuesta rápida, de descarga, de malestar. Sin
embargo, hay gente que domina su cuerpo, que to-
lera estoicamente y se mantiene tranquila, calmada.
Es decir, hay personas impulsivas y también hay
personas que se mantienen en control.
• Reacciones emocionales: Las reacciones emocio-
nales son de enojo, de miedo, de ansiedad, de queja.
Hay personas negativas que ven el vaso medio vacío,
pero también hay reacciones emocionales positivas.
Las personas optimistas ven el vaso medio lleno y

- 117 -
Hay un Rey

afirman, por ejemplo: “Tengo fe que todo cambiará”,


o “Tranquilo, todo pasará”.
• Reacciones de la voluntad: Hay gente que tiene una
voluntad firme. Estas personas dicen: “Te pido que
no me hables así. No me faltes el respeto”. Tienen
un carácter firme, son personas asertivas. Pero tam-
bién hay quienes tienen un carácter débil, evitan
problemas y expresan frases como: “Bueno, déjalo,
no le digas nada que no quiero que se enoje”.
• Reacciones racionales: Hay gente que es racional,
lógica. “Estuve pensando en lo que me dijiste”, co-
mentan. Y así como hay personas lógicas, también
están quienes son más ilógicos.

Lo cierto es que ninguna de todas las reacciones que nom-


bramos sirve en el Reino de los Cielos. Todas estas deben
morir para que podamos entrar en el Reino. Observa lo que
dice Job al final de su libro:
De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.
—Job 42:5

¿Cuándo escuchó Job a Dios de oídas? Cuando tenía todo.


Cuando no le faltaba nada, Job tenía un conocimiento teó-
rico del Señor; sin embargo, cuando perdió todo, a Job se
le abrieron los ojos y fue entonces que dijo: “Ahora te veo,
Señor”. Solo cuando perdemos nuestra vida, podemos ex-
perimentar al Señor. Porque, hasta que no nos rindamos en
el Altar, nuestro cristianismo será teórico. Solo al perdernos
a nosotros mismos, los ojos de nuestro espíritu se abrirán
para poder verlo a Él.

- 118 -
El secreto es morir

Muchos de nosotros solemos orar mal. Le pedimos, por


ejemplo: “Señor, dame paz” y, de pronto, sentimos paz. Pero
¿hasta cuándo dura esa paz? Hasta que el primer problema
llega y la paz se va. Entonces, volvemos a orar: “Señor, dame
tu alegría”. Dios nos dio alegría, y cantamos, aplaudimos,
levantamos las manos. Sin embargo, al salir de la reunión,
un pequeño entredicho con nuestra pareja hace que se nos
vaya la alegría. Para muchos, la vida cristiana podría grafi-
carse de la siguiente manera:

“Señor, dame paz”, oramos; y perdemos la paz. Después


decimos: “Señor, fortaléceme”; y pronto perdemos la
fuerza. “Señor, dame alegría”; y enseguida perdemos la
alegría. Están bien, están mal; viven fluctuando porque
les falta algo: Altar. Les falta morir, rendirse.

- 119 -
Hay un Rey

Cuando morimos en el Altar, cuando le decimos: “Señor,


te doy mi vida”, Dios empieza a darnos Su victoria. En las
buenas y en las malas, Él continúa en nosotros al morir a
lo nuestro. Entonces, lo de Él se manifiesta y la victoria de
Cristo, sea cual sea, no es derrotada por ningún problema.
¡El secreto es morir a lo nuestro!

Partir y repartir
Dios tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo repartió. Es decir,
Él bendice, parte y reparte.
Dios llamó a Moisés, lo bendijo, lo partió al mandarlo a la
montaña y lo repartió para liberar al pueblo.
Dios tomó a José, lo bendijo (le dio la túnica), lo partió (lo
mandó a la cárcel) y lo repartió. Partir y repartir.
Dios no podrá llevarnos a un aumento si primero no somos
partidos, si no morimos a lo nuestro, a todas nuestras reac-
ciones (las buenas y las malas), porque en el Reino no hay ni
positivo ni negativo, ni bueno ni malo. Cuanto más muere
lo nuestro, más surge lo de Cristo, y en el Reino, el que go-
bierna es Cristo.

¿Por qué vivimos una vida de sube y baja? Porque nos falta
Altar, nos falta morir. Es tiempo de hacer un altar exhaus-
tivo, de sentarnos un día a solas con el Señor, sin celular,
durante una o dos horas, muriendo a todo. Y allí decirle:
“Señor, muéstrame a qué debo morir”, y morir a cada situa-
ción que venga a tu mente. Permanece en el Altar todo el
tiempo que sea necesario, no salgas de ahí hasta que quedes
limpio. Deja que Dios te vaya mostrando para que Él le dé
fin a todo y, entonces, estés “al día”. De esta manera, cuando

- 120 -
El secreto es morir

mires hacia atrás, podrás decirle: “Señor, a todo mi pasado


me lo hiciste olvidar en la Cruz”.

Analicemos el caso de Abraham:

Cuando Dios llamó a Abraham, él era un pagano, un idó-


latra que vivía en Ur de los Caldeos. ”Ur” quiere decir “luz”
y “caldeos” significa “demonios”. “La luz de los demonios”,
este era el nombre del lugar donde Abraham había nacido.
Pero Dios lo llamó y le dijo: “Sal de tu tierra y de tu paren-
tela”. La orden era clara: Abraham debía dejar su tierra y
también a su familia. Pero ¿qué hizo Abraham? Salió de
la tierra, pero se llevó al padre, al hermano y al sobrino.
Así somos nosotros: Dios nos da una palabra y la hacemos
por la mitad: morimos a una cosa, pero a otra no. Abraham
cumplió parte de la orden, y se llevó a Taré, a Harán y a
Lot. Harán quiere decir “seco”; Taré, “inconstante” y Lot,
“venda”. ¡Vaya familia la de Abraham! Se había llevado con
él toda la sequedad, toda la inconstancia y todos los velos.
Abraham y los demás llegaron a un lugar llamado Harán
y, ¿sabes qué hizo Dios? No le habló más y esperó a que

- 121 -
Hay un Rey

murieran su hermano y su padre. Cuando eso ocurrió,


volvió a decirle: “Abraham, deja a tu parentela”. Pero
Abraham se llevó a Lot. Él, como muchos de nosotros, iba
cumpliendo las órdenes de Dios de a poco. Pero ¿por qué se
llevó a Lot? Probablemente, porque estaba viejo, o tal vez-
sintió miedo de su vejez.

Abraham y Lot fueron a Siquem. Dios seguía bendiciendo


a Abraham, aunque estaba demorado, porque no termi-
naba de morir del todo, sino que moría lentamente. Cuando
llegaron a Siquem (que quiere decir “hombro”), a la Tierra
Prometida, Abraham levantó un altar e invocó: “Señor, eres
maravilloso. Te amo”. Fue entonces que Dios le dijo: “Esta
tierra te daré”. Sin embargo, todavía había un problema:
Lot. Las vendas todavía no se habían ido. Por eso, Dios per-
mitió que Lot se peleara con Abraham. ¿Y sabes lo que hizo?
Bendijo a Lot. Abraham le dio a escoger para qué lado iría y
él se fue hacia el otro.

Lot se fue y Abraham llegó a Hebrón sin el sobrino. Allí, en


Hebrón, Dios le dio una promesa más grande: “Esta tierra
no te la daré solo a ti, sino a toda tu descendencia por mil
generaciones”. Ahora bien, ¿qué habría pasado si Abraham
hubiera dejado al padre, al hermano y al sobrino apenas
Dios se lo ordenó? Seguramente, habría acelerado el plan de
Dios para su vida. Y eso es lo que debemos hacer nosotros,
porque cuanto más Altar tengamos, más rápido el Señor se
moverá.

Haz un Altar exhaustivo; pon un instrumental y pídele al


Señor que te muestre a qué debés morir. Deja en la Cruz
para su muerte cada cosa que el Espíritu te señale. Durante

- 122 -
El secreto es morir

los primeros cinco minutos vas a notar que todo va flu-


yendo, pero al sexto minuto tocarás la gloria. Dios te empe-
zará a sorprender. Te mostrará todo lo que tenías guardado
para que lo lleves a la Cruz; y, cuando lo hagas, el plan de
Dios se acelerará en tu vida, y lo que Él te dará no se irá ni
en las buenas ni en las malas, porque ya no vives tú, sino
Cristo en ti.

¿Cómo es posible saber si alguien pasó por el Altar? La per-


sona que pasa por el Altar es dócil, pero no dócil de alma
(porque la docilidad del alma siempre dobla las rodillas)
sino dócil de espíritu (porque fue quebrantada no delante
de la gente, sino en el Altar del Señor).

Haz un Altar exhaustivo y muere a todo lo que el Señor te


muestre. Quedate ahí un par de horas y dile: “Señor, no me
quiero levantar de acá hasta que todo lo que me muestres
muera”. Y, cuando termines, te levantarás con el Cristo de
victoria, el Cristo resucitado. Entonces sí te elevarás como
las águilas, porque si la semilla (el alma) muere, Cristo
aumenta.

Para que Cristo sea forjado


Lo bueno y lo malo, todo lo que vivimos es una materia
asignada por Dios a nuestra vida para forjar a Cristo. Si te
echaron del trabajo, si te pusieron mala cara, si hablaron mal
de ti, si ese familiar enfermó, si te aumentaron el sueldo, si
tu jefe te trata bien, si tu pareja te ama y te cuida y todas las
situaciones son una materia que Dios permitió para forjar
a Cristo en ti.

- 123 -
Hay un Rey

Del mismo modo, ninguna de nuestras reacciones sirve.


Entonces, veamos cada circunstancia y a cada persona que
llega a nuestra vida bajo la soberanía divina, como una
oportunidad que nos da Dios para forjar a Cristo en noso-
tros. Aprendamos a ver tanto lo bueno como lo malo bajo la
óptica del Rey y declaremos: “Esto me fue asignado. Dios
lo ha permitido, porque el objetivo del Padre no es que me
vaya bien, sino que Cristo crezca en mi vida”. No te enfo-
ques en los resultados, no te preguntes, por ejemplo: “¿Por
qué no tengo trabajo, si yo amo a Dios?”, porque esa falta
de trabajo es la materia que debes cursar para que Cristo
aumente. Muchas situaciones se terminan cuando damos
la orden, pero otras no, porque son una materia. Por eso, en
vez de luchar contra eso, dile a Dios: “Señor, Tú permitiste
que Lot se quede, que Taré se quede, que me suceda esto. Sé
que no lo mandaste Tú, pero lo permitiste porque yo estoy
bajo el Reino, y hay materias que permites en mi vida para
forjar a Cristo en mí”.

Cada circunstancia, buena o mala, te ha sido asignada. El


objetivo es que todas las cosas trabajen a tu favor para
que Cristo sea más grande que tus aguijones.

Eso es lo que el Padre quiere, porque esta es tu victoria: si


Cristo aumenta, ya eres vencedor.
Necesitamos dejar en el Altar todas nuestras reacciones. Ya
no nos interesa ser lógicos, sino saber cuál es Su voluntad en
cada situación. Ahora nos movemos por la vida de Cristo.
Mientras te muevas de acuerdo a lo que piensas o sientas,
de acuerdo a la lógica o de manera impulsiva, seguirás

- 124 -
El secreto es morir

atrapado en ti; pero, si mueres a lo tuyo, la vida de Cristo


será tu reacción. Él reaccionará y tendrás la victoria, porque
Cristo nunca fue vencido por ninguna circunstancia.
“¿Cuál es Tu voluntad en esta circunstancia, Señor? Dame
Tu palabra, Tu guía. Ya no quiero reaccionar yo; mi reacción,
ya sea positiva o negativa, muere. Ahora quiero moverme
por Tu vivir”, esta tiene que ser tu oración. El pastor Lucas
Márquez dice: “El Altar solo lo comprenden los que están
arriba del Altar”. La Cruz solo se entiende cuando estás cru-
cificado. La vida de Cristo solo se entiende cuando le dices:
“Señor, reacciona Tú. Dime Tu deseo, porque me quiero
mover por Tu vivir”.

El mar se volverá a abrir


Si bien existen dos tipos de reacciones: las rápidas y las
graduales, también hay dos tipos de problemas: aquellos
que requieren una resolución inmediata y aquellos para
los cuales disponemos de un margen de tiempo antes de
vernos obligados a encontrar una solución.

Cuando nos enfrentamos a reacciones rápidas o asuntos


que exigen soluciones inmediatas, no hay tiempo para
pensar. Muchas personas reaccionan con enojo, impulsi-
vidad, ansiedad o miedo cuando tienen que resolver rá-
pidamente un problema. Otras, en cambio, simplemente,
se quedan paralizadas. Nuestras reacciones dejan en evi-
dencia la fuerza que todavía tiene Adán en nosotros; todos
somos prisioneros de nuestras reacciones. Sin embargo, así
como somos uno con Adán, también somos uno con Cristo.
Si Adán tiene la fuerza del impulso, Cristo, que está en no-
sotros, tiene la fuerza del impulso celestial. Dios nos hará

- 125 -
Hay un Rey

reaccionar rápidamente cuando llegue un problema, y sin


dudar declararemos: “Escrito está, escrito está, escrito está”.
Cuando enfrentemos una dificultad, diremos: “Te adoro,
Señor. Jehová dio, Jehová quitó, bendito sea Su nombre”.
¡Nos encontraremos reaccionando en victoria, porque tam-
bién somos uno con Cristo!

Cuando Eliseo le pidió a Elías la doble porción de su espí-


ritu, Elías no se lo concedió de inmediato, sino que le puso
una condición: “Si me ves cuando me vaya, lo obtendrás; de
lo contrario, no”. La doble porción está condicionada a la fi-
delidad. Elías y Eliseo avanzaron hasta llegar al río Jordán.
Allí, Elías golpeó las aguas con el manto, y estas se abrieron.
De pronto, Elías fue llevado al Cielo. En ese momento, su
manto cayó. Elías no le dio el manto a Eliseo, sino que él lo
tomó al caer.

Eliseo rompió su ropa y luego tomó el manto. Eso es el Altar:


despojarnos de todo lo nuestro para recibir lo de Cristo,
porque hasta que no rompamos en la Cruz todo lo nuestro,
no tendremos el manto; hasta que lo nuestro no muera, lo de
Cristo no llegará a nuestra vida.

Eliseo tomó el manto y regresó a la orilla del Jordán. Su


reacción fue automática: golpeó las aguas con el manto y
exclamó: “¿Dónde está el Dios de Elías?”. Instantáneamente,
el río se abrió de nuevo. Eliseo tenía un testimonio. Dios le
había abierto el Jordán a Elías, y si lo había hecho una vez, lo
volvería a hacer. ¡Y el milagro se repitió! Dios te llevará a que
digas: “Ese testimonio es mío. Tomo para mí esa palabra
que escuché. Eso va a pasar en mi vida, en la de mis hijos,
en mi trabajo”. Entonces, cuando tengas que enfrentar una

- 126 -
El secreto es morir

circunstancia, exclamarás: “¡Soy más que vencedor!”. ¡Las


reacciones del espíritu son vida y paz!

Mucha gente buscaba a Cristo, pero me encantan las histo-


rias en las que Cristo buscó a las personas. Una vez, fue a
Gadara y le dijo al gadareno endemoniado: “Ven, te sacaré
los demonios”. En otra oportunidad, a uno con la mano seca
le indicó: “Extiende tu mano y sé sano”. Otra vez, buscó
a una mujer que había perdido a su hijo y lo resucitó. Ese
Cristo, el que irrumpe, el que no pide permiso, el que viene
sin agenda, está en nosotros y nos llevará a la victoria. Reac-
cionaremos bajo la vida, pero no bajo la vida de Adán, sino
bajo la victoria del Rey de gloria. Prepárate para cantar, para
adorar, para declarar: “Está escrito”, para dar la orden y
decir: “Si el Dios de Elías está aquí, ¡quiero al Dios de Elías!”,
¡y el mar se volverá a abrir!

Además de las reacciones rápidas, están las decisiones gra-


duales, los temas que permiten evaluar cómo vamos a re-
accionar. En cualquier caso, permite que Dios te guíe. Dile:
“Señor, no voy a hacer nada. Estoy bajo Tu vida. Muéstrame
cuál es Tu deseo en esta situación” y pospone toda reacción,
ya sea buena o mala.

Leí sobre Watchman Nee que lo excomulgaron de la iglesia


que él había fundado. Mientras Nee estaba en otra ciudad,
los líderes le mandaron una carta comunicándole que es-
taba expulsado. ¡Eran tan cobardes que no se animaban a
decírselo en persona! Watchman Nee regresó a la ciudad
y allí se encontró con que muchos estaban muy enojados.
Fue entonces cuando le dijo a Dios: “Señor, guíame Tú”. Y
el Señor le dijo: “No te defiendas”. A pesar de que lo que la

- 127 -
Hay un Rey

gente le decía era injusto, Nee no se defendió, no hizo nada.


Como había obedecido, Dios le dijo: “Porque no hiciste nada,
Yo te voy a defender”, y Dios le aumentó la revelación. ¡Qué
extraordinario! Eso es ser guiado por Dios, en vez de reac-
cionar con lógica. Nee también contó que, en una ocasión,
alguien se le acercó con una pregunta capciosa. En ese mo-
mento, cuando pidió la guía de Dios, el Señor le dijo algo que
volvió a repetirle cada vez que alguien venía con intención
de molestar: “Sonríe y vete”.

Te voy a compartir un secreto: para que Cristo reaccione en


nosotros, nosotros tenemos que reaccionar a Cristo. Cuando
Dios te dé una palabra, di: “¡Gloria a Dios!”; cuando leas un
pasaje, exprésale: “Te adoro, Señor”.

Nuestras reacciones no sirven; en el Reino, las reacciones


son bajo la vida de Cristo, no bajo la vida de Adán. Por eso,
dile a Dios: “Señor, renuncio a lo mío. Guíame y dime cuál es
Tu deseo. ¿Quieres que calle? ¿Que ejerza autoridad? ¿Que
ponga límites? ¿Que espere? Guíame, Señor, porque lo tuyo
siempre será mejor. No me apartaré del Reino, porque si me
muevo al otro reino, las leyes cambian; pero, si permanezco
bajo Tu gobierno y permito que me ministres, todo será con-
forme a Tu voluntad”.

Un maestro de la ley le preguntó a Jesús para ponerlo a


prueba: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”.
Jesús le respondió: “Ama a tu prójimo”. Pero el hombre, ha-
ciéndose el astuto, preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús,
con sabiduría, compartió la parábola del buen samaritano:

- 128 -
El secreto es morir

Había un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó, es decir,


viajaba de “la ciudad de la paz” a “la ciudad de la maldición”.
En el camino, fue asaltado por ladrones, quienes lo dejaron
medio muerto, agonizando, y además le sacaron la ropa y el
dinero. Un sacerdote y luego un levita pasaron y lo vieron
tirado al costado del camino, pero ambos siguieron de largo.
Pero llegó un samaritano [los samaritanos eran despreciados
por los judíos] y se acercó al hombre, le alivió las heridas con
vino y aceite de oliva, y se las vendó. Luego, lo subió en su
burro y lo llevó hasta un alojamiento, donde cuidó de él. Al
día siguiente, le dio dinero al encargado de la posada y le dijo:
“Cuida de este hombre. Si los gastos superan esta cantidad,
te pagaré la diferencia la próxima vez que pase por aquí”.
Jesús miró al maestro de la ley y le preguntó: “¿Quién fue el
prójimo ahí?”. “El samaritano, porque mostró compasión”,
contestó el hombre. El samaritano es Cristo.

Cristo es el prójimo que vino, bajó, nos vendó, nos colocó


sobre el Espíritu Santo, nos llevó al Cuerpo de Cristo y pagó
con Sus riquezas; y todo gasto adicional que hagamos,
cuando Él regrese, será saldado. Cristo es el prójimo, y La
Palabra exhorta: “Ama a tu prójimo”. Necesitamos amar
a Cristo y permitir que Él nos ame. El Señor no le estaba
diciendo: “Ve y ama a tu prójimo, ayúdalo”, sino: “Déjate
ayudar por Cristo”. Permite que Cristo te sane, te restaure.
No luches más y coopera. Permite que Cristo te ayude. El
Señor vino, nos curó con Su vida, y ahora estamos en la po-
sada, descansando en el Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo,
todo está pago: las vacaciones, el auto, la salud, etc.; y lo que
gastes de más, quedará saldado cuando Él vuelva. ¡Expré-
sale cuánto lo amas!

- 129 -
Hay un Rey

En el Reino nos movemos por la vida de Cristo, morimos a lo


nuestro y dejamos que Él nos guíe. Aunque Adán sea fuerte,
lo dejamos en el Altar hasta que muera. Solo así, Cristo cre-
cerá y será Él quien reaccione frente a cada circunstancia.
Pero volvamos al relato de Watchman Nee. ¿Qué tenía ese
hombre para que Cristo tuviese tal dominio sobre su vida?
Nee era un hombre muerto y nosotros necesitamos morir
para que Él aumente y nos gobierne.

Veamos qué le sucedió a Josué…


Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón
que estaba delante de él, el cual tenía una espada desen-
vainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres
de los nuestros, o de nuestros enemigos? Él respondió:
No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido
ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en
tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo?
—Josué 5:13-14

La Palabra relata que Josué preguntó mal. “Ni vine a ayu-


darte, ni vine a ayudar a tus enemigos. Estoy aquí como
Príncipe del ejército. Yo soy el Rey y vine a buscar rendi-
ción”, dijo el Señor. Josué se postró y adoró, y los ejércitos del
Reino se movieron a su favor. Ya no le preguntes a Dios cómo
lo va a hacer: “Señor, ¿lo vas a hacer así o así?”. El Señor está
aquí como el Príncipe del ejército de Jehová, solo ¡póstrate y
adórale!
Hoy sabemos que el Señor no nos has dejado ni abandonado,
porque hay trato. Y todas las circunstancias, las buenas y
las malas, las que entendemos y las que no entendemos,
están en Su agenda. Por eso, allí donde vayamos, Cristo será
nuestro vivir.

- 130 -
C a p í t u l o 9

El trato de Dios

Estamos bajo Su agenda


A través del desarrollo de estos capítulos, hemos aprendido
que Dios va a usar cada circunstancia en nuestra vida para
forjar a Cristo en nosotros, para que Él aumente, se cons-
tituya en nuestro espíritu y seamos uno con Él. Dicho de
otra manera, el Señor va a formar Su carácter en ti y en mí,
y para eso Dios va a usar todas las circunstancias, buenas
y malas, que surgen cada día. El apóstol Pablo escribió un
libro hermoso llamado Hebreos, y en el Capítulo 12 brinda la
siguiente enseñanza:
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; por-
que ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero
si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido par-
ticipantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos dis-
ciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedecere-
mos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?
Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban
como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es prove-
choso, para que participemos de su santidad. Es verdad

- 131 -
Hay un Rey

que ninguna disciplina al presente parece ser causa de


gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de
justicia a los que en ella han sido ejercitados.
—Hebreos 12:7-11

En este pasaje, Pablo explica que Dios usará las circunstan-


cias para disciplinarnos, para derribar lo nuestro y cons-
truir así el aumento de Cristo, de manera que seamos uno
con la naturaleza, el carácter y la vida de Cristo. Dios no
disciplina a los no cristianos, solo a Sus hijos. Él solo dirige
la vida de los que le dimos autoridad, desde el momento en
que recibimos a Cristo. A partir de ese día, Dios asumió el
control de cada circunstancia en nuestras vidas. Cuando re-
cibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, Dios tomó
una agenda y dijo: “A partir de ahora, Yo dirigiré cada per-
sona y situación en tu vida. Me encargaré de usar todo para
que Cristo crezca en ti”. El apóstol Pablo también destaca
que Dios no nos disciplina como nuestros padres, que nos
regañaban, nos gritaban o nos ponían límites de diversas
maneras. Su disciplina no es para castigarnos porque nos
portamos mal, ni porque Él está enojado, ni para hacernos
sufrir, sino para perfeccionarnos, para generar un fruto
en el espíritu: la paz de Cristo. Es cierto que la disciplina
puede traer tristeza, ¡a nadie le agrada sentirse restringido!
Sin embargo, es importante comprender que el propósito
de Dios al disciplinarnos es prepararnos para el futuro. La
idea es que, a medida que Cristo vaya creciendo en noso-
tros, estaremos capacitados para caminar en victoria en los
desafíos que se presenten más adelante.

- 132 -
El trato de Dios

La disciplina de Dios no busca causar sufrimiento,


sino perfeccionarnos y equiparnos para enfrentar
con éxito lo que viene.

Todas las circunstancias, las grandes y las pequeñas, son


permitidas y utilizadas por Dios para formar a Cristo en ti.
Su objetivo es perfeccionarte, entrenarte. ¡Para los hijos del
Reino no hay casualidades, no existe el azar!

Dios va a usar todas las circunstancias


para forjar a Cristo en ti.

¿Sabés por qué vivimos en Argentina? Porque Dios nos


puso acá. Él va a usar y dirigir todo lo que sucede en el país
para que Cristo crezca en nosotros. Los que amamos al
Señor tenemos que saber que Dios permite y utiliza todas
las cosas para que Cristo aumente y seamos más que ven-
cedores por medio de Aquel que nos amó. Es por eso que
Pablo decía: “En pobreza, en riqueza, en salud, en enfer-
medad, todo lo he podido en Cristo que me fortalece”. No
sabemos qué cosas Dios va a permitir, tampoco sabemos
qué aspecto de Cristo va a forjar en nosotros con una enfer-
medad o con la muerte de un ser querido, pero sí sabemos
que Él va a usar todas las circunstancias para que Cristo
aumente. Es por eso que podemos declarar: “Jehová da, Je-
hová quita. ¡Tu nombre es bendito! Yo estoy bajo Tu agenda,
Señor, y Tu Palabra dice que todas las cosas terminarán en
victoria para los que amamos a Dios”.

- 133 -
Hay un Rey

Observemos el caso de Jacob. ¡Qué vida tan difícil tuvo!


El hermano quería matarlo, peleó contra el ángel y quedó
rengo, le dijeron que su hijo José estaba muerto. ¡Cuánto
dolor! Pero un día, inesperadamente, le dijeron: “Tu hijo
está vivo y es el ministro de Economía del país más pode-
roso del mundo”. Para ese momento, Jacob ya estaba mayor,
pero había sido tratado por Dios. El Señor había utilizado
todas las circunstancias para moldearlo, aunque él ni si-
quiera sabía lo que Dios iba a producir. Antes de morir,
Jacob hizo algo hermoso. Así lo relata La Escritura:

Hebreos 11:21: “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de


los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón”.
Pronto a morir, José, los otros hijos y los nietos fueron a la
habitación de Jacob. La Palabra narra que él sacó los pies, se
sentó y se apoyó en el bastón. ¿Por qué se apoyó en el bastón?
Porque tenía la cadera rota desde la vez que había luchado
contra el ángel. Cada vez que cojeaba, Jacob recordaba el
trato de Dios. (El bastón habla de que somos peregrinos, de
que estamos de paso en esta Tierra, de que Dios nos trató.
Todos somos Jacob, a todos el Señor nos pone un bastón).
Lo cierto es que Jacob se acomodó, se sentó, se apoyó y dijo
unas palabras hermosas que ni su abuelo Abraham ni su
padre Isaac dijeron. Las bendiciones que Jacob soltó fueron
más grandes que todo lo que Abraham e Isaac habían ha-
blado, porque Jacob había sido tratado. Bendijo a sus hijos,
les habló del futuro y, luego, volvió a subir sus pies, se acostó
y partió. Todas las circunstancias, incluso aquellas donde
Satanás interfiere, son para formar a Cristo en nosotros, los
que estamos bajo Su gobierno.

- 134 -
El trato de Dios

Menos barro y más oro


A Dios no se le escapa nada, porque el único objetivo del
Padre es edificar Su casa, edificar a cada uno de Sus hijos,
quitar el barro y añadirnos oro. Hay circunstancias que han
sido diseñadas especialmente para ti. Por eso, no envidies
a los demás porque, aunque sus circunstancias puedan pa-
recer favorables, Dios también los está tratando.

Las circunstancias que Dios crea no solo son a medida,


sino que son constantes. Él nos disciplina continuamente.
La disciplina, en este contexto, implica derribar algo en
nuestra vida para añadir algo de Cristo. Si el Señor no nos
disciplina, no nos forma, no nos entrena, no tendremos nin-
guna experiencia y seremos cristianos pobres, sin testimo-
nios, sin vivencias con el Señor.

Veamos algunos ejemplos de cómo Dios usa cada circuns-


tancia para quebrar, para derribar algo de nuestra vieja na-
turaleza y aumentar algo de Cristo:
Supongamos que afirmas: “Soy muy inteligente”, y en-
tonces Dios dice: “Te voy a derribar eso”. De pronto, un día
cometes el error más grande de tu vida o haces un pésimo
negocio y pierdes todo tu capital. No obstante, sigues pen-
sando que eres bastante inteligente. Dios te mira y envía
otra situación que resuelves muy mal. ¡Otro error grave! Fi-
nalmente, buscas a Dios y oras: “Señor, no confío en mi inte-
ligencia, confío en Ti”. En ese momento, la prueba termina.
Dios elegirá qué aspecto de tu vieja naturaleza va a derribar.
Por ejemplo, ¿te gusta estar tranquilo, tener paz, vivir sin
problemas? Quizás Dios diga: “Te voy a derribar ese deseo”,
y te pone dificultades, gente complicada, conflictos en el

- 135 -
Hay un Rey

trabajo. “Ay, Señor, ¡quiero un poco de paz!”, oras, pero el


Señor te sumerge en más tormentas para que, finalmente,
mueras a tu anhelo de vivir tranquilo para que Cristo
crezca.
El Señor usará todo, pero no para castigarte, porque Él
es un buen Padre, sino para forjar a Cristo, para que algo
de ti muera; porque, si mueres, Cristo vivirá en ti, y, si
Cristo vive en ti, serás más que vencedor sin importar las
circunstancias.

Ahora bien, ¿qué hacemos con las circunstancias? Las situa-


ciones lindas son fáciles, porque traen bendición, pero ¿qué
hacemos con las otras? Frente a estas, podemos tomar tres
actitudes. Veamos:

• Resistirnos
Algunos se resisten, se enojan, se vuelven tercos. “No voy a
asistir a la iglesia, no me voy a congregar”, aseguran. Y Dios
dice: “Está bien”. Cuando nos volvemos tercos, cuando re-
doblamos la apuesta o nos enojamos con la gente, es porque
no vemos que Dios está detrás de todo. Creemos que fue
nuestra expareja, nuestro cónyuge o nuestro suegro quien
causó todo ese dolor. Pero no, estaba en las manos de Dios,
que nos estaba derribando. Pero nos enojamos, redoblamos
la apuesta y publicamos nuestra queja en las redes sociales,
la hacemos pública. ¿Y sabes qué hace Dios en esos casos?
Extiende la prueba, la hace más larga, más profunda, como
el dolor de muelas que aguantamos durante el día, pero que
empeora por la noche. El Señor extiende, repite, prolonga
la disciplina. Necesitamos recordar que a la disciplina no
la podemos evitar, pero sí podemos acortarla. A Moisés le
duró cuarenta años. ¡Cuarenta años estuvo Dios trabajando

- 136 -
El trato de Dios

en él hasta quebrantarlo! Quebrantar y llevar al palacio a


José le llevó trece años. Derribar a Job le tomó siete meses.

• Huir
La segunda opción que tenemos es escapar. Si tenemos
gente complicada alrededor, nos vamos, renunciamos, nos
separamos. “Listo, ya no aguanto más aquí, me cambio de
iglesia”, afirmamos. Y Dios dice: “Ajá, te estás escapando”.
Cuando llegamos a la nueva iglesia, oran por nosotros y
entramos en una luna de miel espiritual, pero Dios nos ad-
vierte: “No sabes lo que te preparé”. Un día, empezamos a
tener nuevos problemas con todos en la iglesia. Entonces,
¿qué hacen algunas personas? Se van. Dios dice: “Ah, ¿si-
gues escapando? Te voy a preparar una prueba más di-
fícil”. Y así comienza una semana horrible, un mes de su-
frimiento. Observa que, cuando a la sunamita se le murió el
hijo, ella fue a buscar al profeta. Le preguntaron: “¿Está todo
bien?”, y ella respondió: “Sí, todo bien”. Podría haber dicho:
“No, está todo mal. El hijo que Dios me dio se me murió. No
comprendo nada de lo que está pasando. ¡Esto es injusto!”,
pero ella no se quejó y fue a buscar al Señor. ¿Qué debemos
hacer frente a la disciplina del Señor? Ni redoblar la apuesta
ni escapar. Observa este pasaje:

Jeremías 48:11-12: “Quieto estuvo Moab desde su juventud,


y sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de
vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por tanto, quedó
su sabor en él, y su olor no se ha cambiado. Por eso vienen días,
ha dicho Jehová, en que yo le enviaré trasvasadores que le tras-
vasarán; y vaciarán sus vasijas, y romperán sus odres”.

- 137 -
Hay un Rey

“Quieto” quiere decir “sin disciplina”. Moab no había cam-


biado, era el mismo de siempre, se estaba escapando de la
disciplina, no tenía experiencias con Cristo. Por eso, Dios
le mandó trasvasadores, gente que lo pasara de aquí a allá,
y todo porque había estado quieto, escapándose de la dis-
ciplina divina. El Señor dice: “Yo te voy a formar, porque
cuando entraste en Mi Reino, te rendiste a Mi gobierno”.
Los hijos de Dios no podemos escapar a la disciplina del
Padre.

• Rendirnos
1 Pedro 5:6: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él os exalte cuando fuere tiempo […]”.
La “poderosa mano de Dios” hace referencia a Su disci-
plina. Humíllate, porque vienen tiempos en los que Cristo
va a aumentar en ti. Saldrás en victoria, pero humíllate
porque, cuando lo hagas, la prueba terminará.

La disciplina de Dios termina cuando te rindes.

¿Qué es lo que el Señor está esperando? Que la crisis nos


quebrante, nos haga dóciles, nos vuelva amplios. Que po-
damos comer una buena comida y también comida des-
agradable; que podamos dormir en un hotel de primera
categoría y también en el piso si es necesario; que ya sea en
pobreza o en riqueza, con gente buena o con gente mala,
con buen clima o con mal clima, seamos obedientes y nos
rindamos a Él. Entonces la prueba terminará rápidamente
y Cristo habrá aumentado en nosotros.

- 138 -
El trato de Dios

El secreto para salir crecidos es rendirnos.

Me impactó lo que compartió Miss Barber, quien fue la


mentora de Watchman Nee. Ella tenía cuarenta jóvenes
bajo su tutela, pero no todos toleraron el entrenamiento.
¿Sabes cuántos quedaron al final del entrenamiento? Solo
Nee. Miss Barber era una mujer fuerte en su enseñanza,
pero era guiada por el Señor. En cierta ocasión, Nee contó
que había ido a verla después de cometer un gran pecado.
Le confesó: “Hermana, cometí un gran error, lo reconocí, le
pedí perdón a Dios y sé que Él ya me perdonó. Mi comunión
con Dios está restaurada. Ahora quiero regresar al minis-
terio”. La respuesta de Miss Barber fue notable: “Con esa
actitud de demanda, posiblemente te venga otra circuns-
tancia adversa. Nunca demandes, no pidas volver a ningún
lugar. Si mantienes la humildad, en su momento, la mano
de Dios te exaltará”.

El quebrantamiento
Hay dos tipos de quebrantamiento. Analicemos cada uno:

1. Quebrantamiento corto
Se experimenta cuando Dios nos da una palabra, una en-
señanza que lleva luz a nuestra vida, y esa palabra nos
quiebra, nos quebranta, nos lleva a decir: “Sí, Señor, me
rindo”. Un ejemplo de esto es el encuentro de Pablo en el ca-
mino a Damasco. ¿Cuánto tardó Pablo en quebrantarse? Un
minuto. Pablo iba caminando cuando vino la luz. “¿Quién
eres?”, preguntó, y Jesús le respondió: “Soy Yo, al que tú

- 139 -
Hay un Rey

persigues”. Instantáneamente, Pablo cayó. Hizo tres días de


Altar y, cuando se levantó, ya era el apóstol.
A Pablo le llevó tres días, pero a muchos de nosotros nos
toma años, si es que lo logramos. Por eso, cuando Dios te dé
palabra, no la dejes pasar.
El quebrantamiento rápido viene por La Palabra: la oímos
y la aplicamos. La duración es breve, pero la intensidad y
profundidad del impacto son notables.

2. Quebrantamiento largo
En el quebrantamiento largo, Dios nos va derribando poco
a poco, a lo largo del tiempo. A través de diversas circuns-
tancias y personas que utiliza, el Señor va derribándonos
gradualmente. ¿Por qué Dios no hace la obra? ¿Por qué Dios
no convierte a esa persona? ¿Por qué Dios no sana? ¿Por qué
Dios no lo hace? A veces nos preguntamos por qué Dios
no actúa de inmediato en ciertas situaciones difíciles, pero
es parte de Su proceso de derribo para forjar a Cristo en
nosotros. Watchman Nee dice que la vida humana son co-
lumnas; en el centro de la casa, en medio de todas las co-
lumnas, está el yo. A veces, Dios derriba una columna y
toda la casa se cae. En ese momento, tocamos fondo; final-
mente, somos quebrantados y decimos: “Señor, me rindo”.
Es entonces cuando Dios declara: “La prueba terminó.
Ahora Cristo crecerá en ti”.

Cada vez que Dios te trate, derribe algo tuyo


y añada algo de Él, se notará en tu hablar.

- 14 0 -
El trato de Dios

Analicemos esta afirmación:


Todos nosotros tenemos dos voces: la voz de la boca y la
voz del espíritu. Aunque seamos muy elocuentes, cuando
hablamos sin la voz de nuestro espíritu, sin el trato de Dios
y decimos: “El Altar es muy importante… Tenemos que
morir”, por ejemplo, nada ocurre. Son palabras vacías, su-
perficiales, sin fruto, un mero discurso. ¿Por qué? Porque
nos faltan las palabras, el trato, las experiencias en el es-
píritu. Pero, cuando experimentamos a diario el Altar, en-
tonces sí, cuando le enseñemos a alguien sobre morir, el
Altar va a salir. Es decir, las palabras de nuestra boca y las
palabras de nuestra experiencia saldrán juntas. De nuestra
boca fluirá vida y espíritu, porque Su Palabra está en
nuestra boca y en nuestro corazón.

Si yo he experimentado lo que es dar la orden, si yo he dado


la orden a mis problemas, a mi propia vida, si yo he sido
tratado por Dios, entonces, cuando te hable, vas a escuchar
mi espíritu junto con las palabras. Y a eso La Biblia lo llama
“tono de la voz”.

Hablar puede hablar mucha gente, pero otra cosa es ser


forjado, tener experiencias en el espíritu. Cuando fuiste
tratado en tu espíritu, las palabras comienzan a salir con
tu espíritu y tocan el corazón del otro. De esta manera, la
persona es bendecida. Por eso, Hechos narra que Pedro, que
estaba en el aposento alto, alzó la voz después de que cayó
el Espíritu Santo. ¿Qué quiere decir que alzó la voz? ¿Que
habló fuerte? No, más que eso. “Alzar la voz” quiere decir
que lo que Dios había tratado en su corazón, salió con sus

- 141 -
Hay un Rey

palabras. ¿Y qué ocurrió cuando alzó la voz? ¡Tres mil per-


sonas se entregaron a Cristo!

Y así sucederá contigo, Dios te tratará, te dará muchas ex-


periencias y testimonios en el espíritu y, cuando la palabra
salga, lo hará con tu espíritu, y Dios hará grandes cosas.

Allí donde fuiste tocado, en el área donde


Dios te derribó, Él puso poder.

Si Dios te trató en medio del dolor, ahora tienes autoridad


para hablarle a alguien con dolor, y no van a ser palabras
vacías, sino que van a soltar al Cristo que te formó a ti. Ese
trato de Dios se llama disciplina, y son nuestras experiencias,
nuestros testimonios. Ahora, cuando hablamos, hablamos
Cristo. A Dios no le interesa que hablemos La Biblia, que la
conozcamos de memoria; lo que Él quiere es que la palabra
nos haya tratado, que tengamos experiencias con el Señor.
El relato bíblico narra que Enoc caminó con Dios. No es
lo mismo “Enoc caminó con Dios” que “Dios caminó con
Enoc”. ¿Cuál es la diferencia? Que en “Enoc caminó con
Dios” el que marcaba el ritmo era el Señor, Enoc iba al ritmo
de Él. Tú y yo le tenemos que seguir el ritmo a Dios. Si Él
camina, caminamos; si Él corre, corremos; y, si Él vuela,
volamos. Ahora bien, el Nuevo Testamento dice que Jesús
caminó con los de Emaús. Y los de Emaús iban descen-
diendo. Cuando Jesús camina contigo, es porque estás des-
cendiendo; cuando tú caminas con Él, es porque Dios te
está elevando hasta desaparecer. ¡Tenemos que aprender el
ritmo, la velocidad del Señor!

- 14 2 -
El trato de Dios

Tenemos que estar atentos. Cuando el Señor te dice: “Adó-


rame”, “Ve al Altar”, “Da la orden”, obedece inmediata-
mente, porque Él va a obrar.

Todos conocemos esta historia:

Jairo, el padre de una niña de doce años, buscó a Jesús para


que sanara a su hija enferma. Jesús accedió y, junto con Jairo,
empezaron a caminar hacia su casa. Una multitud iba con
ellos. En el camino, una mujer con hemorragia desde hacía
años pensó: “Si toco las ropas de Jesús, seré sana”. Así que
tocó el manto del Señor. Jesús, que sintió el toque, preguntó:
“¿Quién me tocó?”. Los discípulos le dijeron: “Señor, toda
una multitud te está apretando”, pero una cosa es apretar
y otra muy distinta, tocar el Cuerpo de Cristo, por lo que
Jesús insistió: “Alguien me tocó, porque de Mí salió poder”.
La mujer confesó que había sido ella, y Jesús la liberó de su
azote. Cuando finalmente llegaron a la casa de Jairo, la niña
había muerto. Sin embargo, Jesús la tomó de la mano y la
resucitó.

Esta historia nos deja varias lecciones:


a. Dios les rompió los esquemas a todos. Jairo quería que
fuera rápido y pusiera Su mano sobre la hija. Jesús no
hizo ninguna de las cosas que Jairo esperaba que hi-
ciera: no fue rápido ni le impuso las manos.

b. La mujer del flujo de sangre quería tocarlo e irse. Pero


Jesús tenía otros planes: hacer que se enterara todo el
mundo de que la había sanado.

- 14 3 -
Hay un Rey

c. La nena estaba esperando a Jesús con la mamá. La


madre, seguramente, le había dicho: “Tranquila, ya va
a llegar Jesús y te va a sanar”, pero la nena murió. Ella
estaba esperando la sanidad, pero vino la resurrec-
ción. Prepárate, Dios romperá todos los esquemas,
porque Él maneja la agenda, y Su agenda siempre es
de bendición. ¡Deja que Él maneje las circunstancias!

d. El Señor hace lo que Él quiere, como quiere y cuando


quiere. La hija de Jairo tenía doce años, mientras que
la mujer era una persona adulta. El Señor puede sanar
al pequeño y al grande; puede resucitar de la muerte y
puede sanar de una enfermedad grave; puede sanar
a un gentil y a un judío; puede sanar una enfermedad
reciente y una enfermedad de mucho tiempo; puede
sanar de manera pública y puede sanar de manera
privada; puede sanar a una mujer sola y pude sanar a
una familia completa; puede sanar sin palabras, con
un toque, y puede sanar soltando vida. Él hace lo que
quiere, de la manera que quiere. Por eso, dile: “Señor,
haz lo que Te plazca. Heme aquí, confío en Ti”.

e. La mujer del flujo hacía doce años que tenía


hemorragias. ¿Por qué Dios esperó doce años para
sanarla? ¿Por qué no la sanó el día que se enfermó
o una semana, un mes, un año después? Porque
Dios la estaba tratando. ¿Qué había hecho la mujer
durante doce años? Se había gastado todo su dinero
en médicos. Ella había aprendido que la ciencia tiene
su límite. Durante todo ese tiempo, nadie se juntó con
ella, pues era considerada inmunda. Pero aprendió
que Jesús la recibió aun siendo inmunda. También

- 14 4 -
El trato de Dios

aprendió que un simple toque al Cuerpo de Cristo


bastaba para ser libre de una enfermedad que durante
doce años no tuvo cura. Doce años le tomó al Señor
derribar a la mujer del flujo de sangre, pero lo que
le dio en ese instante hizo que toda la espera valiera
la pena. La hemorragia cesó apenas la mujer tocó el
borde del manto de Jesús. La sangre es la vida. Esta
mujer estaba perdiendo la vida, pero el Señor frenó
la pérdida. Cuando lo tocamos a Él, la sangre, que es
la de Cristo, comienza a moverse, y entonces dejamos
de perder la vida, porque Él es nuestra vida. La mujer
del flujo aprendió que no es por presión, sino por toque.
Ninguna de las personas que presionaban al Señor
fue sanada, pero esta mujer, apenas tocó al Señor, fue
sanada. Ya no ores oraciones de presión, no repitas:
“Señor, te pido que sanes a mi hijo. Señor, te pido que
sanes a mi hijo. Señor, te pido que sanes a mi hijo”,
porque no es por presión, sino por tocar Su manto.
Cuando lo hagamos, el Cuerpo liberará poder.

f. Cuando Jesús llegó a la casa de Jairo, la niña estaba


muerta. El Señor se le acercó y dio la orden: “¡Talita
Cum! (¡Niña, levántate!)”. ¿Sabes cuántas personas
había en la casa en ese momento? Siete: la niña, la
mamá, el papá, Jesús, Pedro, Jacobo y Juan. En La Bi-
blia, el número siete es el número de la perfección.
Necesitas saber que tu problema traerá un milagro
perfecto. Jesús le dijo a la criatura: “¡Niña, levántate!”.
Pero ella está muerta… ¿Cómo le va a decir que se le-
vante, si está muerta y no oye? Es que las palabras de
Cristo eran una carga que portaba gloria. Cuando Él
le dijo: “Niña, levántate”, las palabras no solo salieron

- 14 5 -
Hay un Rey

de Su boca, sino de Su espíritu. Por eso, entraron en el


cuerpo muerto y la pequeña se levantó.

La Escritura afirma que Cristo fue tratado y sufrió en todo


como nosotros. El Señor también fue perfeccionado. He-
breos declara que Él aprendió obediencia, igual que noso-
tros, para darnos el ejemplo. Él era perfecto, sin embargo,
también fue perfeccionado y, cuando soltó la palabra, la
vida entró e hizo el milagro. Así es el trato de Dios.
En todos mis años de pastorado, he conocido a muchas per-
sonas que han sido tratadas por Dios, y ese trato se nota en
el peso de sus palabras. No es porque conozcan La Biblia de
memoria, sino porque han tenido un trato personal, han te-
nido intimidad con Él, han tenido experiencias con Cristo.
Es evidente que Dios ha escrito experiencias en su espíritu,
y ese es precisamente el objetivo: derribar lo nuestro para
escribir a Cristo, para que Él crezca en nosotros.

Cuanto más de lo nuestro sea derribado, menos sufri-


miento experimentaremos. Y, cuanto más sea exaltado
Cristo, más en victoria caminaremos. Ya no nos preocu-
parán las circunstancias, porque sabremos que todas están
en las manos del buen Dios, incluso las difíciles, las que
no entendemos. Pero nos humillaremos y diremos: “Señor,
mi agenda es Tuya. Me has comprado y estás tratándome.
Quiero rendirme, no quiero prolongar mi prueba. Por favor,
no la alargues”. Si nos rendimos y permitimos que Él ma-
neje las circunstancias, ya no importará si la enfermedad es
reciente o si lleva años; si ocurre en una casa o en la calle; si
afecta a un gentil o a un judío. Mientras Cristo esté presente,
¡somos más que vencedores en el nombre del Señor!

- 14 6 -
C a p í t u l o 10

Todas las cosas


ayudan a bien

Todos seremos tratados


Es fundamental que aprendamos a leer espiritualmente
cada circunstancia que enfrentamos. Necesitamos entender
que el Señor está obrando detrás de cada situación a fin de
que Cristo aumente en nosotros.

Un autor afirma que, cuanto más vivimos en nuestro viejo


hombre, más sufrimiento experimentamos. ¿Por qué los
cristianos pasan por tanto dolor? Porque hay mucha vida
en el viejo hombre. El viejo hombre es corrupto; nuestra
vieja naturaleza está vencida, contaminada, y es un pésimo
amo. Cuanto más viva el yo, más dolor y sufrimiento ten-
dremos en todas las áreas de nuestra vida. Sin embargo, si
nos salimos del viejo hombre y buscamos que Cristo crezca
en nosotros, el sufrimiento disminuirá, la gloria aumen-
tará y entonces diremos como Pablo: “Esta leve y momentánea
tribulación me trajo un peso glorioso de Cristo”. ¿Cuál es el se-
creto? El Altar.

Todos estamos siendo tratados. Él tiene un solo objetivo:


derrumbarte para que Cristo crezca y el carácter de Él,

- 14 7 -
Hay un Rey

la vida de Él, las emociones de Él, sean tu carácter, tus


emociones y tu victoria. De nuestra parte, necesitamos
rendirnos y decirle: “Señor, sé que me estás tratando. Me
rindo. Muéstrame, enséñame, quiero salir de esta situación
con un aumento de Cristo”. Todas las cosas nos ayudan a
bien cuando nos rendimos. ¿Todas las cosas? Sí, las buenas,
las malas, las justas, las injustas, las lindas, las feas, la vida
e, incluso, la muerte. Absolutamente todas las cosas ayudan
a bien a los que amamos a Dios. ¡Esa es una promesa para
nosotros!
Observemos cómo la expresa La Escritura:
Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados”.

Desde la experiencia, no desde la teoría, Pablo afirma: “Sa-


bemos que a los que amamos a Dios todas las cosas nos
ayudan a bien”. Ese “bien” que menciona es Cristo. Y con-
tinúa: “[…] a los que conforme a Su propósito son llamados”.
¿Cuál es el propósito de Dios? Forjar a Cristo. Todo el Evan-
gelio se trata de que Cristo crezca en cada uno de nosotros.
Ese es el trato de Dios. Ahora bien, veamos al contexto que
precede a este versículo:
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra de-
bilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo
sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos indecibles.
—Romanos 8:26

Aquí, la palabra “debilidad” significa “enfermedad”, y


hace referencia a cuando estamos tristes, mal, vencidos,

- 14 8 -
Todas las cosas ayudan a bien

desanimados, doloridos. Cuando estamos en ese estado,


no sabemos qué pedir, no sabemos cómo orar; es más, si
oramos, lo hacemos como no conviene. Pero el Espíritu
Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
¡Aleluya!

Ya sabemos que todas las cosas ayudan a bien, porque


amamos a Dios pero, cuando estamos con tristeza, cuando
nos ocurre una desgracia, cuando tenemos que vivir una
injusticia o enfrentar una situación grave, incluso cuando
estamos débiles porque tenemos problemas con nuestros
hijos o con nuestra pareja, no sabemos cómo orar, porque
nuestra alma está activada. Pero para Pablo, la oración
era algo serio, de ninguna manera era lanzar palabras. El
apóstol afirma que, en circunstancias muy dolorosas, él no
supo cómo orar y necesitó ayuda. Otro ejemplo está en Fi-
lipenses: “Me gustaría estar con ustedes, pero también me
gustaría estar con Cristo, no sé qué elegir”. Aquí, desde la
cárcel, Pablo dice: “No sé si orar para irme con el Señor o
para quedarme acá”. En cierta ocasión, Moisés tampoco
supo qué orar. Deuteronomio relata que oró una oración
bastante linda: “Señor, permítenos entrar a la tierra”, pero
Dios lo detuvo: “¡Basta!”. ¿Alguna vez te frenó Dios una ora-
ción? ¿Por qué a veces Él detiene una oración? En el Salmo
77, por ejemplo, mientras el salmista estaba orando, declaró:
“Enfermedad mía es esta”. Dios lo detuvo porque estaba
orando como un enfermo. Imagínate que estás orando y,
de pronto, el Señor te dice: “¡Basta!”. El apóstol Pablo afirma
que hay situaciones profundas de la vida en las que no sa-
bemos cómo orar; sin embargo, en esos casos, él aprendió
que el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y nos enseña
qué debemos orar. ¡Los hijos de Dios tenemos ayuda para

- 149 -
Hay un Rey

todas las circunstancias! Entonces, cuando estés pasando


por adversidades, no abras tu boca y ores palabras vanas;
en lugar de eso, di: “Espíritu Santo, te necesito. Necesito tu
ayuda, porque no sé qué orar”.

La palabra “ayuda” en el versículo 26 quiere decir “coo-


perar”, y es el mismo término que se utilizaba cuando, por
ejemplo, una persona estaba intentando levantar un tronco
y otra se acercaba para ayudar y levantarlo juntos. De este
modo, al tronco, al problema, lo cargaban entre dos. En-
tonces, el Espíritu Santo viene y te dice: “Yo te voy a ayudar.
Te voy a enseñar cómo orar para que tu oración sea eficaz”.
¡Gracias, Señor!

El gemido del Espíritu


En cada circunstancia difícil, dolorosa, cuando el alma se
enciende, te sientes vencido y no sabes qué orar, el Espíritu
Santo, que está en ti, viene y gime a tu espíritu. Y ese ge-
mido, inefable, indecible, que no se puede explicar, saldrá
de ti. El Espíritu Santo gime y te hará gemir en ti, y en ese
gemido pone una palabra que es indecible, que no se puede
expresar. Así, cuando estés afligido por una enfermedad,
por ejemplo, quizás te encuentres orando: “Oh, Señor; Oh,
Señor; Oh, Señor” o “Tu Reino; Tu Reino; Tu Reino”. Estás
gimiendo con esa expresión, y ese gemido con autoridad es
la llave que el Espíritu Santo te da sin explicación para que
todas las cosas terminen bien.

Veamos otros ejemplos:


Éxodo 2:24: “Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su
pacto con Abraham, Isaac y Jacob”.

- 150 -
Todas las cosas ayudan a bien

Hacía años que los israelitas estaban esclavos; sin embargo,


cuando el Espíritu de Dios les puso el gemido, el clamor,
la palabra (que no sabemos cuál fue), ese gemido subió a
Dios, y Él se acordó que tenía un pacto con Abraham, Isaac
y Jacob. ¡Esa es una oración 100% eficaz!

El siguiente pasaje de Éxodo menciona siete cosas que Dios


les soltó a los israelitas después de haberse acordado de Su
pacto. Veamos:
Asimismo yo he oído el gemido de los hijos de Israel, a
quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de
mi pacto. Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JE-
HOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de
Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con
brazo extendido, y con juicios grandes; y os tomaré por
mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que
yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las
tareas pesadas de Egipto. Y os meteré en la tierra por la
cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a
Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo JEHOVÁ.
—Éxodo 6:5-8

- 151 -
Hay un Rey

Cuando las dificultades nos detienen y el Espíritu nos da un


gemido, nos indica qué orar, grandes cosas ocurren. Jesús
tuvo dos gemidos. El primero fue con su amigo Lázaro. Lá-
zaro estaba ya en la tumba cuando sucedió lo que relata el
siguiente versículo:
Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la
acompañaban, también llorando, se estremeció en es-
píritu y se conmovió […].
—Juan 11:33

María y otras personas estaban llorando frente a la tumba.


Cuando Jesús los vio, se estremeció. En griego, la palabra
“estremecer” en este pasaje es “gemir”. El llanto de Jesús no
fue un llanto del alma, sino un gemido del Espíritu Santo en
Su espíritu. Cristo gimió y fue conmovido por el Espíritu, y
observá qué ocurrió luego:
Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto
el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre,
gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre
me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está
alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y ha-
biendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!
Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies
con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les
dijo: Desatadle, y dejadle ir.
—Juan 11:41-43

Jesús dijo: “Gracias, Padre, porque me has oído”, pero


¿cuándo oró? Cuando gimió. Quizás el gemido fue un
“ahhh”, pero no fue un gemido del alma, sino del Espíritu
que estaba en Él. Cristo gimió, agradeció al Padre y Dios

- 152 -
Todas las cosas ayudan a bien

le dio una carga. Fue entonces cuando Cristo dio la orden:


“¡Lázaro, ven fuera!”. Cuando estés mal, necesitas detenerte
y orar: “Espíritu Santo, eres mi ayuda”, y esperar. Dios te
dará un gemido, una palabra que será 100% eficaz.
Analicemos el segundo ejemplo:
[…] y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata,
es decir: Sé abierto.
—Marcos 7:34

El hombre era sordo y tartamudo, es decir tenía problemas


para hablar y para oír. Jesús lo llevó aparte, le puso los dedos
en el oído, le tocó la lengua y, levantando los ojos al cielo,
gimió. Como en el caso anterior, aquel no fue un gemido del
alma, sino que gimió con el Espíritu, y Él le dio la palabra
“efata”. Al momento, el hombre fue sanado. ¡Todas las cosas
ayudan a bien a los que amamos al Señor!

Cristo forjado en nosotros


El apóstol Pablo, quien verdaderamente pasó por mucha ad-
versidad (lo buscaban para matarlo, naufragó, sufrió robos,
fue encarcelado), dijo: “Esta leve tribulación momentánea
produce un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Respecto a estas palabras, el pastor inglés Martyn Lloyd
Jones declaró: “Pablo tenía su problema en una mano y en
la otra, gloria, revelación, victoria. Al compararlos, afirmó:
“Mi problema es leve y está produciendo este excelente y
eterno peso de gloria”. Cuando estés mal, recuerda mirar tu
otra mano, porque allí verás a Cristo, que estará creciendo
y trayendo aumento. No mires tu aflicción, observa que
el Señor está produciendo más gloria, más victoria, más
Cristo en tu vida, porque todas las cosas ayudan a bien a

- 153 -
Hay un Rey

los que amamos a Dios. El Espíritu Santo no nos va a dejar


solos, Él vendrá con la carga, con la palabra, con el gemido,
con el efata, y el milagro ocurrirá.
Cuando la adversidad llega a tu vida, el Señor viene y te
da la victoria. Pero ¿para qué? Para formar un ministerio.
¿Qué es un ministerio? Una palabra que Dios te da más un
quebrantamiento. Dios te enseña algo, te hace pasar por
ciertas circunstancias y te lleva al quebrantamiento para
que Cristo crezca en ti. Eso es un ministerio. La gente se
muestra muy interesada en los dones espirituales, pero
muchas veces olvida que Dios la está formando para un
ministerio.

El ministerio es el Cristo forjado en nuestro espíritu.

Tener un ministerio lleva tiempo, lleva trato de Dios. A los


dones, a las habilidades, Dios los da por gracia, y gloria al
Señor por ellos, pero observa que, si bien Pablo escribe sobre
los dones en 1 Corintios, en 2 Corintios ya no habla más de los
dones ni de los milagros. ¿Y de qué habla? De sus experien-
cias. El apóstol declara: “Fui quebrantado. Dios me dejó un
aguijón, me pasó de todo en la vida, pero ahora tengo un
ministerio. Muchachos, gracias a Dios por los dones, pero
el Señor está yendo más profundo, está escribiendo a Cristo
en nuestro espíritu”. Y Cristo se escribe cuando somos que-
brantados; no se escribe por enseñanza solamente, sino
también por la experiencia de esa enseñanza.

Es similar a la técnica de esmaltado en cerámica. Primero, se


pinta la vasija, pero la pintura puede desprenderse. ¿Cómo

- 154 -
Todas las cosas ayudan a bien

solucionan esto? La introducen en un horno a altísima tem-


peratura, donde la pintura se adhiere firmemente. Muchas
veces, lo que nosotros tenemos son enseñanzas. Decimos:
“Sé acerca del Altar, sé sobre dar la orden, sé de la oración”,
pero Dios nos dice: “Realmente no sabes nada, porque con
la primera dificultad, todo se te olvidará. Te voy a meter en
el horno “. Cuando sentimos la intensidad de la prueba, el
calor del horno, nos quejamos: “¡Esto es injusto!”. Dios nos
escucha y eleva aún más la dificultad, la temperatura. “No
merezco nada de lo que estoy experimentando. Voy a de-
nunciar esto en las redes sociales”. Al ver nuestra reacción,
Dios eleva la temperatura aún más y nos deja en el horno
durante varios días.

El ministerio es cuando Dios te da una palabra y te quebranta


para que esa palabra, que es Cristo, sea tu experiencia.

Ahora, cuando hablas salen palabras y tu experiencia.


Como ves, el objetivo del Señor es muy profundo.

Ministerio es Cristo forjado en ti.

Hace unos años leí un libro extraordinario: El quebranta-


miento del hombre exterior y la liberación del Espíritu, escrito
por Watchman Nee. La obra trata esencialmente del Altar.
Ahora, haciendo una pequeña investigación, descubrí que
Nee vivió seis años de persecución, fue falsamente acusado
y echado de la iglesia. Fueron años de dolor, pero también

- 155 -
Hay un Rey

de muerte, de quebrantamiento. Nee se rindió y Dios le dio


la revelación que después compartió en su libro. Eso es un
ministerio. El ministerio no es escuchar una prédica en
YouTube y repetirla, hacer una oración de memoria o decir
lo que nos enseñaron en la escuela dominical, sino cuando
Dios nos da algo y eso se convierte en una experiencia.
2 Corintios es la biografía del ministerio de Pablo. A Pablo
lo acusaban de no ser apóstol y, frente a semejante impu-
tación, uno se pregunta dónde estaba el Señor en ese mo-
mento, por qué no le dio la victoria, por qué sufrió tanto
si verdaderamente era un tremendo hombre de Dios. El
apóstol dijo: “Ustedes están viendo el sufrimiento y no en-
tienden que Dios está forjando un ministerio en mí”. Cada
circunstancia, ya sea buena, mala, justa o injusta, está en la
agenda de Dios. Dios nos está tratando y, en vez de resis-
tirnos, debemos rendirnos.

¡Ríndete rápido! ¡Entra rápido en la experiencia! ¡Humíllate


sin demora bajo la poderosa mano de Dios!

Rendidos a Él
Lo que explica Pablo aquí es que, si no tenemos una expe-
riencia con el Altar, con dar la orden, con humillarnos, con
rendirnos, todo lo que hablemos no va a funcionar. A Pablo
lo estaban buscando para matarlo, pero él se rindió, murió
y, cuando lo hizo, vino Cristo-consuelo y lo confortó.
[…] el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones,
para que podamos también nosotros consolar a los que
están en cualquier tribulación, por medio de la consola-
ción con que nosotros somos consolados por Dios.
—2 Corintios 1:4

- 156 -
Todas las cosas ayudan a bien

Además, el apóstol vio que Cristo había crecido en él, y


ahora podía impartir con autoridad ese Cristo a otros.
Porque una cosa es que digas: “Dios consuela” y otra cosa
es que des un testimonio desde tu corazón de cómo Dios te
consoló en aquel momento y afirmes con autoridad: “Así
como lo hizo en mi vida, Él lo hará en la tuya”. ¡Eso es minis-
terio! En todas las cosas, incluso las malas, Dios va a meter
a Cristo, y lo malo unido a Cristo va a resultar en victoria a
los que amamos al Señor, a los que conforme a Su propósito
somos llamados. Si buscas un ministerio, Dios te va a llenar
de experiencias para que, cuando ministres, edifiques y
tengas resultados.

En uno de sus viajes misioneros, mientras estaba en Ga-


lacia, Pablo tuvo una afección en los ojos, un problema en
la vista. Dios no lo sanaba, así que se quedó allí y fundó
varias iglesias. Eso es tener un ministerio. Un ministerio es
una persona que se ha rendido, que se ha humillado, que
es dócil, flexible, amplia y en cuyo espíritu el Señor está
forjando a Cristo. Su espíritu se une con la voz de Dios y,
cuando sale la palabra, hay fruto, más fruto y mucho fruto.
Ayer leí una anécdota impresionante sobre una familia
del siglo pasado. Hubo una niña cuya madre era pastora.
Cuando la pastora murió, su hija —que en ese momento
tenía solamente diez años— heredó su Biblia. Esa niña
creció y, al morir, su hijo heredó la Biblia que había pertene-
cido a su abuela. Cuando este joven abrió la Biblia, encontró
una nota escrita por su mamá que decía: “Hoy mamá al-
canzó la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Estas pa-
labras estaban basadas en un versículo de Romanos 8. Esto
sorprendió a Martyn Lloyd-Jones, quien reflexionó sobre
la profunda comprensión espiritual de la niña, a pesar de

- 157 -
Hay un Rey

su corta edad y de la pérdida de su madre. “¡Cómo se debió


haber hablado en esa casa para que una niña que recién
había perdido a su mamá haya escrito esas palabras!”, dijo.
Ese es el Cristo que tenemos que escribir, pero para que Él
se escriba en nuestra casa, primero se tiene que escribir en
nosotros. ¿Y cómo se escribe? Para que Cristo se escriba en
nuestro espíritu es necesario morir, rendirnos a Él, dejar de
resistirnos a Su trato.

Pablo estaba preso, sin embargo, estaba gozoso. Él tenía un


ministerio, tenía escrito a Cristo en su espíritu. Y desde la
cárcel, escribió: “Todo lo que me ha pasado ha resultado
para el progreso del Evangelio”. La palabra “progreso”
quiere decir “avance” y hace referencia a uno que con un
machete abre camino. Lo que Pablo estaba diciendo era:
“Con lo que a mí me está ocurriendo hoy, yo estoy abriendo
camino, porque, si Dios me trata a mí, los que vengan detrás
de mí lo van a recibir en victoria, rápidamente y en creci-
miento”. ¡Tú y yo estamos abriendo camino con cada expe-
riencia en el nombre del Señor!

Abraham fue grandemente bendecido. Tuvo bendiciones


externas y bendiciones internas. ¿Qué son las bendiciones
externas? Un auto, una casa, unas vacaciones pagas, un hijo
muy buscado, un viaje soñado. Dios llamó a Abraham y, du-
rante los Capítulos 12, 13 y 14 de Génesis, le dio bendiciones
externas. Le dio un hijo, le anunció que sería padre de mul-
titudes, le permitió rescatar a Lot, lo defendió, lo protegió.
Sin embargo, en el Capítulo 15, Dios dijo: “No quiero que
Abraham se quede en la orilla pidiéndome cosas como si
Yo fuera Papá Noel. Tengo otro plan con Abraham: quiero
forjar a Cristo en él”. ¿Y qué hizo el Señor? Veamos:

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Todas las cosas ayudan a bien

Génesis 15:5: “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos,


y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu
descendencia”.

La palabra “descendencia” en este contexto significa “si-


miente”. Observa que no habla en plural, sino que dice
“simiente” en singular. El apóstol Pablo, que estaba con el
Cielo abierto para entender Las Escrituras, explicó el versí-
culo: “Esa simiente es Cristo. Abraham le creyó al Señor y
le fue contado por justicia”. Abraham venía conociendo a
Dios, pero tenía solo bendiciones externas. Sin embargo,
ahora Dios decidió hacer que Cristo creciera en él, que fuera
su semilla, porque de esa simiente bendeciría a todos los
que creyeran en Él. Abraham dijo: “Lo recibo” y, como re-
sultado, pasó a las aguas profundas.

Cada circunstancia, buena o mala, que llega a nuestra vida


está en la agenda de Dios. Para los que amamos a Dios, no
hay azar ni casualidad. Dios va a edificar Su casa y, para eso,
primero va a tomar el barro que le queramos dar: pero des-
pués tocará las áreas que nos resistimos a entregar, porque
eso también está en Su agenda. Cuanto más rápido nos rin-
damos sinceramente, más rápido terminará la prueba, más
rápido Dios escribirá el ministerio y más rápido tendremos
una vivencia, una experiencia que podremos impartir a
otros y así edificar la casa del Señor.

Como Abraham, quizás estuviste recibiendo bendiciones


externas, pero hoy llegaste al Capítulo 15. Dios quiere lle-
varte más profundo y darte una simiente, que es Cristo, para
que crezca en tu espíritu y seas a Su imagen y semejanza.

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Hay un Rey

Hoy es el momento para rendirnos, para dejar de luchar y


entender que, detrás de toda prueba, está la mano de Dios
y que, cuanto más rápido nos humillemos, más rápido Él
nos dará la victoria. Con cada circunstancia, el Señor está
formando un ministerio de poder, donde Cristo no es sa-
bido, sino vivido con experiencias de intimidad con Él. En
el nombre de Jesús, amén.

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A lo largo de esta serie, he consultado a innume-
rables autores. Fundamentalmente, he tomado
algunas de sus ideas. Ellos se merecen el recono-
cimiento y la honra por la luz que el Señor les dio
para iluminarnos a todos nosotros. Todos ellos
han bendecido mi vida, y hoy quiero compartirlo
con todos. Entre algunos de ellos, menciono a: Wat-
chman Nee, J. P. Lewis, Campbell Morgan, Witness
Lee, Madame Guyon, J. Phillips, A.B. Simpson, J.
Piper, Tony Evans, Hudson Taylor, Andrew Murray
y Charles Spurgeon.

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