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Nils Jacobsen - Ilusiones de La Transición. El Altiplano Peruano, 1780-1930-Instituto de Estudios Peruanos (2013)

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Nils lacobsen

llusiones de
la transición
El altiplano peruano, 1780-1930

Traducción de Javier Flores


y Nicanor Domínguez

% BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERÚ

IEP Instituto de Estudios Peruanos


gz(/

Serie: Historia Económica, 19

NILS ]ACOIISI2N

BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERÚ

Antonio Miró Quesada 441-445, Lima 1

Telf.: (51-1)613—2000/Fax: (51-1)613—2552


www.bcrp.gob.pe
IEP INSTITUTO DE ESTUDIOS PERUANOS
Horacio Urteaga 694, Lima 11 '

Telf.: (Sl—1) 332—6194/ Fax: (Sl-1) 332-6173


www.iep.org.pe
ISBN: 978-9972-51-372-5
ISSN: 2071—4246
Impreso en Perú
Primera edición:
1000 ejemplares
Hecho el depósito legal
en la Biblioteca Nacional del Perú N.º 2013-03065
Registro del proyecto editorial
en la Biblioteca Nacional: 11501131300169

Corrección de textos: Sara Mateos


Diagramación: Silvana Lizarbe/Sandy Mansllla
_

Diseño de portada: Carmen ]avier/


Composición de portada: Gino Becerra
Cuidado de edición: Odín del Pozo

Prohibida la reproducción total oparcial de las características gráfcas de este Izbro


por cualquier medio sin permiso de los editores.

IACOIISEN, Nils

Ilusiones dela transición. ElAltiplanopcruan0, 1780—1930… Lima,lEP, 2013. (Historia


Económica, 19)

1. CONDICIONES ECONÓMICAS; 2. CONDICIONES SOCIALES; 3. TENENCIA


DE LA TIERRA; 4. PERÚ; 5. AZÁNGARO

W/05.01.01/H/19
CONTENIDO

G/+G

LISTA DE CUADROS, MAPAS Y FIGURAS ........................................................... 8


11
LISTA DE ABREVIATURAS .......................................................................................
A LA EDICION EN ESPANOL ................................
...13
PREFACIO
23
PREPACIO ............................................................................................................
27
1. INTRODUCCION: ¿Por qué, dónde y cuántos? ............................................

I. CRISIS Y REACOMODO, 1780—1855

71
2. DEL “ESPACIO ANDINO” AL EMBUDO EXPORTADOR ..........................................
139
3. COLONIALISMO A LA DERIVA .......................................................................

4. LA OLIGARQUIZACION DE LAS VISIONES LIBERALES ......................................... 183

II. EL CICLO DE EXPORTACIÓN DE LANA, 1855—1920

5. LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL ..................... 249

6. LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA ............................................ 321

7. LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA ....................... 419

8. GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS ........................................................ 465

9. CONCLUSION: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS ......................................... 531

571
GLOSARIO .........................................................................................................
575
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................

M&M
LISTA DE MAPAS, CUADROS Y FIGURAS

MAPAS

1.1 Las tres provincias del altiplano 26


peruano ......................................
1.2 Provincia de Azángaro, ca. 1920 ............................................................. 46
6.1. Las diez parcialidades con las ventas de tierras más grandes ------------- 360

CUADROS

1.1. Población de la província de Azángaro, 1573—1972, según los


censos y los padrones de tributarios ...................................................... 57
1.2. Tasas de crecimiento demográfico de la provincia de Azángaro,
derivadas de los conteos de población ........................ ............ 58
2.1. Exportaciones e importaciones anuales de la provinc1a de Azangarºv
1825—1829
3.1. Estancias de ganado en la provincia de Azángaro, 1698
y 1825—1830 ........................................................................................... 143
3.2. Composición de los tributarios de Azángaro, 1758—1859
y 1825-1826 ........................................................................................... 158
4.1. Haciendas en Azángaro con cinco mil 0 más OMR, mediados
del siglo XIX ......................................................................................... 192
4.2. Propiedades de María Rivero, vda. de Velasco, 1854 ................. 197
4.3. Cabezas de ganado en tres provincias del Altiplano, 1807-1829 ........ 199
4.4. Capital ganadero en las haciendas de Azángaro según tipo de
propietario, 1825—1829 ........................................................................ 201
5.1. Promedios anuales de exportaciones de lana de oveja por Islay
y Mollendo por quinquenios, 1855— 1929 ............................................ 253
5.2. Promedios anuales de exportaciones de lana de alpaca por Islay
y Mollendo por quinquenios, 1855-1929 ............................................ 254
5.3. Precios FOB y CIF de la lana de oveja peruana, 1861-1929
(en soles m. n. por kg) .......................................................................... 261
5.4. Principales periodos de tendencias de los precios y volúmenes de
exportación de la lana peruana, 1855-1919 ......................................... 267
5.5. Composición de las exportaciones de Islay y Mollendo por valor,
1863-1930 (porcentajes) ....................................................................... 271
5.6. Producción de lana en el sur peruano (estimados) y exportaciones
de Islay y Mollendo, 1840— 1917 (toneladas métricas)
......................... 281
6.1. Número y valor de todas las ventas de tierra en la provincia de
Azángaro por decenios, 1851—1920 ...................................................... 326
6.2. Compras de tierra hechas por los grandes terratenientes
hispanizados a todas las demás categorías, 1852—1919 ....................... 334
6.3. Precios de haciendas escogidas en Azángaro, 1854—1963 .................... 347
6.4. Precios de pastizales de haciendas, 1850—1916 (en soles m. n.) .......... 348
6.5. Precios de las ovejas criollas adultas en Azángaro, 1850-1915 ........... 348
6.6. Ventas, en números absolutos y promedio, de treinta y dos
haciendas en Azángaro, 1850-1920 ..................................................... 404
6.7. Frecuencia de ventas de treinta y dos haciendas en Azángaro,
1850—1920 .............................................................................................. 404
6.8. Haciendas de la Iglesia en Azángaro enajenadas mediante
consolidación o venta, 1912-1920 ........................................................ 413
7.1. Desarrollo de la población de las comunidades campesinas de
Azángaro, 1876—1940 ............................................................................ 435
7.2. Población de ganado de Azángaro, 1825-1959 .................................... 439
7.3. Promedios de contribución de predios rústicos por propiedad,
1897 y 1912, ordenados según la tasa de cambio porcentual
en cada distrito de Azángaro ............................................................... 449
8.1. Población permanente de algunas haciendas, 1862—1972 ................... 467
8.2. Composición de los rebaños de ovejas en tres haciendas
(porcentajes entre paréntesis) .............................................................. 497
9.1. Proporción de la población rural de haciendas y de comunidades
campesinas en la provincia de Azángaro, 1876-1961 .......................... 560

FIGURAS

2.1. Producción de plata en el Alto y el Bajo Perú, 1701-1820 .................... 88


2.2. Red comercial de Juan Paredes, ca. 1850 ............................................. 133
3.1. Cobro medio anual del tributo y de la alcabala en el Altiplano
septentrional, 1751-1822 ...................................................................... 178
4.1. Ocupaciones en la ciudad de Azángaro por grupo étnico, 1862 ....... 235
5.1. Volumen anual de exportaciones de lana de oveja y alpaca por
Islay y Mollendo, 1855-1929 (promedios quínquenales) ................... 255
5.2. Valor de las exportaciones de lana de oveja y alpaca por Islay
soles m. n., 1855-1919
y Mollendo en libras esterlinas británicas y
:
(promedios quinquenales; 1855-1859 100) ..................................... 255
5.3. Tasas de cambio entre las monedas bolivianas y los soles m. n. en
las transacciones de Azángaro, 1895- 1910 ........................................... 264
6.1. Ventas de tierra en Azángaro, por categoría de prºpiedad Y gama
de precios, 1852—1910 ........................................................................... 330
6.2A. Categorías sociales de los vendedores en las ventas de tierra en
Azángaro, 1852—1910 ........................................................................... 332
6.2B. Categorías sociales de los compradores en las ventas de tierra en
Azángaro, 1852—1910 ........................................................................... 333
6.3. Promedio anual de las transferencias de tierra al sector hacendado
Y delas exportaciones de lana de oveja, 1856-1910) en 50135 m. n- '---338
7.1. Ingreso anual de los
campesinos en Chupa en 1897» por edad --------- 455
LISTA DE ABREVIATURAS

A. Asiento (se refiere a las anotaciones específicas enumeradas


sobre las propiedades en el Registro de la Propiedad Inmueble
de Puno)
AFA Archivo del Fuero Agrario (hoy sus fondos se encuentran
integrados al AGN)

AFA-P Archivo del Fuero Agrario, fondos sobre la hacienda Picotani


AFA-R Archivo del Fuero Agrario, correspondencia de la casa
comercial Rícketts y Cía.
AFA—S Archivo del Fuero Agrario, fondos sobre la hacienda Sollocota
A]A Archivo del Juzgado de Primera Instancia, Azángaro
AGN Archivo General de la Nación, Lima
ANE Archivo Nacional de Bolivia, Sucre
Apéndice
BMP Biblioteca Municipal de Puno
BNP Biblioteca Nacional del Perú, Lima
cap. Capítulo
Cfr. Compárese
CIF “Cost, Insurance, Freight”: el precio de un producto puesto en
el depósito del importador en el puerto de arribo en ultramar
(p. ej., para la lana peruana, Liverpool)
Dirección
Folio
“Free On Board”: el precio de un producto puesto a bordo en
el puerto de embarque (p. ej., para la lana peruana, Mollendo)

Hda. Hacienda
Ibid. Ibídem
Min. Ministerio
MPA Archivo de Mauro Paredes, Azángaro (hoy Arequipa)
Nota
n. d. Dato numérico no disponible
OMR “Ovejas madres en reducción”: medida convencion£í1 en el
Altiplano para presentar un número único de ganadº de tºdº
tipo, que convierte vacas, caballos, burros, alpacas, etº?" en una
cifra equivalente de ovejas a través de
proporciones ñ)a$ (P- º)”
un caballo equivale a diez ovejas)
Partida (del Registro de la
Propiedad Inmueble de Punº)
prot. Protocolización de un contrato notarial
REPA .
Registro de Escrituras Publicas '
,
(65 deº… los t(_) mos
.
. ,
de Azangaro
.
manuscr1tos en los cuales se reg1stran los contratos notar ¡a e s)
. 1

REPAr Registro de Escrituras Públicas de Arequipa


REPC Registro de Escrituras Públicas de Cuzco
REPP Registro de Escrituras Públicas de Puno .

RPIP Registro de la Propiedad Inmueble de Puno


S./m. n. Soles moneda nac1onal (en contraste
.
&
“ soles
mo neda
boliviana”)
sigts. Siguientes
Tomo
PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPANOL

La edición en lengua española de Mirages ofTransiti0n debe leerse como


un documento de investigación histórica producto de un tiempo ya pa-
sado: aparece una generación después de que yo empezara a trabajar
sobre este tema. En enero de 1975, llegué al Perú por primera vez para
iniciar la investigación de archivos sobre la historia de la tenencia de la
tierra, el comercio y las estructuras sociales en una provincia de la sierra
durante el período republicano, tema de mi investigación doctoral en la
Universidad de California, Berkeley. Puse punto f1nala mi tesis en 1982,
y luego de muchos más años de investigación y escritura, en
1993 apare—
ció la versión original del libro en inglés. Se proyectó la publicación de
la versión en lengua española, pero fracasó debido a varias razones. Por
fin, treinta y siete años después de mi primera visita al país, gracias al
esfuerzo y a la paciencia de mi amigo Carlos Contreras, los lectores his-
panohablantes tendrán acceso a este estudio. Lo que el lector tiene en sus
manos es una traducción bastante exacta del texto original, enmendada
solamente por correcciones de tipo técnico.
Sin duda, si este trabajo fuera el fruto de una investigación llevada
a cabo estos últimos años, sería muy distinto, por dos razones: primero,
por los avances en la investigación sobre algunos
de los problemas trata-
dos en mi estudio; segundo, por los cambios habidos en las perspectivas,
los paradigmas y los intereses congnitívos dentro de la profesión de his-
toriador ocurridos en las últimas dos décadas. La investigación histórica
acerca de los temas tratados en mi estudio ha progresado en los últimos
veinte años, y ello sugiere la necesidad de corregir algunas de m15 afir-
maciones, o por lo menos ha ofrecido mucha más información detallada
y clara sobre algunos de los procesos
que yo había intentado eluc1dar_
Aquí solo puedo mencionar a algunos de los autores cuyos estudios re-
CÍ€UÍCS (65 decir,
posteriores a 1992) habrían afectado las concluslones
de este libro. Incluyo a Neus
Escandell, Adrian Pearce, Christina Maz-
zo, John Fisher, Juan Carles Estenssoro Fuchs, Charles Walker, Sinclair
Thomson, Sergio Serulnikov, Ward Stavig, Núria Sala i Vila, Scarlett
O'Phelan, David Cahill, Francois—Xavier Guerra, Brooke Larson, Cec1lra
Méndez, Mark Thurner, Alejandro Diez Hurtado, Víctor Peralta, Marta
Irurozqui, Laura Gotkowitz, Esteban Ticona, Roberto Choque Canqur,
Thomas Abercrombie, Nicanor
Domínguez, Analyda Álvarez—Calderon)
Victoria Castillo, Marcela Calísto, Eric Mayer, Jaymie Patricia Heil-
man, Ponciano del Pino, ]efrey Gamarra, Lewis Taylor, David Nugent,
Florencia Mallon, Thomas Krúggeler, José Luis Rénique, Marisol de la
Cadena, Deborah Poole, Gerardo Leibner, Natalia Sobrevilla, Cristóbal
Aljovín, Gabriella Chiaramonti, Sarah Chambers, Carlos Ramos, Carlos
Aguirre, Christine Húnefeldt, María Emma Manarelli, Vincent Peloso,
Carmen McEvoy, Ulrich Miicke, Carlos Forment, Íñigo García Bryce,
Fernando Armas Asín, Alicia del Águila, David Parker, Paulo Drinot,
Paul Gootenberg, Alfonso
Quiroz, Carlos Contreras, Johnny Zas Fritz,
José Deustua y Enrique Mayer. Que
yo sepa, no existe ningún nuevo es—
tudio importante sobre la historia
agraria dela sierra surperuana.
Dados los avances historiográñcos efectuados
por €SÍOS estudiosos
así como por otros, dados los
y nuevos enfoques y perspectivas que do-
minan las ciencias sociales las humanidades
y hoy en día, ¿qué habría
hecho de otro modo, si hubiera escrito este libro
en estos últimos años?
Deseo subrayar cuatro
aspectos fundamentales que una obra de esta in—
dole deberia incorporar en la actualidad:
primero, la etnohístoria o la
antropología hÍSÍÓTÍCH; segundo, la historia oral y la memoria histórica;
tercero, los imaginarios políticos de los campesinos indígenas y los de
otros grupos subalternos e intermedios, y su impacto sobre la formación
del Estado-nación desde abajo hacia arriba;
y cuarto, la historia feminis—
ta y de género.
El libro ofrece ideas útiles
acerca de la historia social de los ayllus
y de las parcialidades, así como de sus varios sistemas para clasificar a

14 | NILS JACOBSEN
sus miembros: analiza tanto los estatus atribuidos (kuraka, originario y
forastero), como las variables socioeconómicas (desde la tenencia de la
tierra y la propiedad de ganado hasta las profesiones, y la diferenciación
entre los campesinos comuneros y los colonos hacendados). Hoy en día
intentaría analizar las comunidades también en cuanto a las continui—
dades y los cambios sufridos por su cultura y sus identidades.l ¿Hasta
qué punto representaban todavía algunos ayllus en particular los asenta-
mientos y grupos familiares prehispánicos, y cómo habrían de ser influi-
dos por el proyecto toledano de las reducciones? ¿Cuál fue el impacto de
las prácticas e instituciones religiosas de carácter local (desde la continua
adoración de la pachamama y los sitios sagrados naturales, y los sacrifi-
cios hechos en su honor, hasta las capillas rurales, las fiestas patronales,
las cofradías y el ritual católico) sobre la formación de la identidad co-
munitaria? ¿Pueden el sistema prehispánico de parcialidades y las luchas
5imbólicas entre ayllus vecinos trazarse en el paisaje de las comunidades
del Altiplano en el siglo diecinueve y comienzos del veinte? ¿Podrían
encontrarse restos de sistemas de gobierno étnicos aymaras en Altí-
el
las
plano norteño poscolonial? ¿Hasta qué punto seguían representando
familias kuraka de fines de la Colonia y de comienzos de la República
los significados simbólicos y prácticos, así como las funciones, de los
señores naturales prehispánicos? ¿Habría cierta continuidad entre
las
autoridades comunitarias de alto rango en cuanto segundas e lzilacatas, y
aquellos del Altiplano prehispánico? Otro tema que desearía investigar
los aspectos multifacéticos de la
con profundidad es aquel que atañe a
tenencia de la tierra, y de las prácticas agriculturales y pastorales en las
comunidades con respecto a sus manisfestaciones étnicas y culturales
locales.2 La exploración de este tipo de cuestiones etnohistóricas tendría

1, Nuria Sala i Vila trabaja en este momento sobre la etnohistoria de las comunidades
del Altiplano. Comunicación personal, agosto de 2012.
2, En 1974, cuando obtuve de la Fundación Doherty una beca para hacer mi investi-
del comité de
gación doctoral en el Perú, John Murra, por aquel entonces miembro
selección para esta beca, supo enviarme, en un gesto cordial que aún recuerdo, una
decía: “Para que tenga una pers-
separata de uno de sus artículos, dedicado a mi, que
el umbral
pectiva andina de la tenencia de la tierra”. Dado que yo me encontraba en
de mi carrera de historiador, me sentí halagado de que un intelectual tan célebre
reconociera el potencial de mi proyecto de investigación. Pero, desgraciadamente, no
mis esfuerzos en dirección del descubri-
supe valorar su consejo de que encauzara

PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPANOL | 15


como resultado un conocimiento más profundo de la compleja y doloro—
sa incorporación de las etnias y las comunidades indígenas al sistema de
gobierno, a la economía y a la sociedad de la República peruana. Sin em-
bargo, estas cuestiones etnohistóricas siempre tendrían que combinarse
con el tipo de análisis socioeconómico que presento en este estudio.
La historia oral y la memoria histórica son instrumentos metodo-
lógicos y constituyen modos de enfoque sustanciales para conocer el pa—
sado. Si bien es cierto que para este estudio llevé a cabo unas cuantas
entrevistas con antiguos hacendados y con un representante de la Aso—
ciación de Ganaderos (que data de la época prerreforma agraria), hoy en
día me esforzaría por entrevistar a agricultores de las comunidades in—
dígenas y a antiguos colonos de hacienda, especialmente los de aquellas
comunidades y antiguas haciendas que hubiesen sufrido serios conflic—
tos sociales. Este nuevo enfoque generaría datos empíricos de gran valor
acerca de cómo los conflictos y el cambio hubiesen ocurrido a escala
local. También, y lo que es aún más importante, nos brindaría pistas
para comprender cómo se recuerda el “tiempo de la hacienda”, cuáles
fueron los mayores desafíºs que enfrentaron los agricultores indígenas
y los colonos, cuáles las peores injusticias, y sus mejores estrategias para
lidiar con ambos. Hoy en día se sabe cuán compleja y traicionera suele
ser la memoria histórica, y cómo ciertos aspectos de experiencias pasa-
das se olvidan, mientras que otros van cambiando debido a la memoria
individual y colectiva.3 Los “paisajes de la memoria” derivados de en—
trevistas que constituyen la historia oral revelarían la diferencia entre la
narrativa histórica de los campesinos indígenas en el Altiplano, y aquella

miento de lo especiflcamente andino en el modo en


que los agricultores indígenas de
la sierra sureña se enfrentaban a la cuestión de la
propiedad y el trabajo de su tierra.
Como pude lamentarlo años más tarde, durante mi formación universitaria
no se
me había presentado la oportunidad de adentrarme en el estudio de la antropología
andina.
3. Para un estudio ejemplar de los peligros las
y promesas metodológicos y conceptua—
les de la historia oral, véase Daniel Iames, Doña María's Story:
Life History, Memory,
and Political Identity (Durham, NC: Duke University Press, 1990). La de la
promesa
historia oral para el Altiplano quedó demostrada en el libro titulado
Yofui canillita
de José Carlos Mariátegui: (auto)biogmfía de Mariano Larico
Yujm, ed. por José Luis
Ayala (Kollao: Ed. Periodistica, 1990), basado en entrevistas con un líder
campesino
de la comunidad Huancho en la provincia de Huancané.

16 | NILS JACOBSEN
propuesta en los libros escolares de historia peruana, si es que hay tal di-
ferencia. Dicho de otro modo, nos dirían de qué manera los campesinos
indígenas han formado y mantenido percepciones de la historia local y
nacional “contrahegemónicas”.4
Este problema está estrechamente relacionado con distintos ima—
ginarios políticos formados por varios grupos sociales y étnicos en el
Altiplano. Me he ocupado de este problema en el último capítulo del
libro, al escribir sobre el ciclo de rebeliones y movimientos sociales entre
la década de 1910 hasta 1925 aproximadamente. Hoy en día, explora-
ría cómo se ha formado el pensamiento político de distintos grupos en
el Altiplano, y qué cambios ha sufrido, en un plazo mayor, comezando
por la Gran Rebelión de 1780-1782 hasta la Gran Depresión
de 1929-
1932. ¿Cuándo y cómo fue adoptado el objetivo de crear un Perú inde-
pendiente por grupos específicos de campesinos, y qué significaba esto
el republicanismo, las elecciones y
para ellos? ¿Qué significado tenían
los derechos de los ciudadanos para los campesinos, para las élites del
Altiplano, para los grupos intermedios como los cargadores de mulas,
los comerciantes, los artesanos y demás? ¿Cuál fue el rol del clientelis—
mo y las alianzas políticas verticales en los imaginarios políticos de las
comunidades? ¿Formaron acaso los campesinos de ciertas comunidades
sus propias nociones acerca de las jurisdicciones políticas apropiadas y
de sus límites, así como el tipo de cortes y conceptos legales a través de
los cuales sus disputas deberían ser adjudicadas? ¿Solían las comuni-
dades negociar, mediante sus segundas e hilacatas, con las autoridades
políticas locales y provinciales, así como con los dueños de las haciendas
aledañas, y debían aquellas élites sociales y políticas escuchar a las auto—
ridades campesinas y adaptar sus propios planes a las demandas de los
comuneros? ¿Dónde se situaron las comunidades del Altiplano durante
las guerras civiles y los concursos electorales nacionales en el siglo XIX?
Este tipo de cuestiones han sido tratadas por algunos historiadores para
varias regiones de los Andes. Sin embargo, para el Altiplano peruano

Para dos estudios ejemplares sobre etnohistoría andina desde la perspectiva de la


memoria de los pueblos indígenas, véase Thomas Abercrombie, Pathway5 ofMemory
and Power (Madison: University ofWisconsin Press, 1998), y Joanne Rappoport, The
Politics ofMemory: Native Historical Interpretati0n in the Colombian Andes, segunda
ed. (Durham, NC: Duke University Press, 1998).

PREFACIOA LA EDICIÓN EN ESPANOL| 17


decimonónico, todavía sabemos muy poco acerca de ello.5 La discusión
de los imaginarios políticos y las estrategias de los campesinos y otros
grupos socioétnicos también necesitan relacionarse cuidadosamente al
tipo de coyunturas sociales y económicas, y a los cambios explorados
por mi libro.
Finalmente, si yo hubiese escrito este libro hoy en día, hubiese pres-
tado más atención a los problemas de género. Después de más de cuatro
décadas de historia feminista y de género, ya no cabe duda de que estas
cuestiones constituyen una variable independiente que explica y ayu-
da a comprender amplios procesos históricos. La situación de la mu-
jer, sus derechos legales (o la ausencia de dichos derechos), su quehacer
diario, así como las múltiples formas en que la mujer es explotada son
de importancia central para varias cuestiones que inciden sobre la his-
toria moderna del Altiplano. ¿De qué forma afectó la mujer campesina
la producción y reproducción al nivel de las estancias familiares, de co—
munidades enteras y de las familias de los colonos? ¿Cómo influyó en la
cohesión de las comunidades y en las nociones de la tenencia de la tierra?
¿Será verdad, como sostienen algunos historiadores respecto del período
colonial así como de otras regiones del Perú en la etapa republicana, que
la mujer campesina se percibía con frecuencia como un ser socialmente
conservador, y actuaba como tal? ¿Qué ocurría con las relaciones pa-
triarcales entre los hombres de la élite y las mujeres subalternas, por un
lado, y aquellas entre hombres campesinos y mujeres del mismo sector:
funcionaban de un modo similar, y acaso tenían efectos similares en
la mujer subalterna? ¿Hasta qué punto y de qué manera podía la
mujer
campesina negociar su dependencia en el seno de las relaciones patriar—
cales en las que estaba atrapada? ¿En qué esferas de su vida,
y de sus
actividades sociales, económicas y culturales tenía la mujer una
mayor
autonomía? ¿Y cómo afectaron la explotación de la mujer los cambios
socioeconómicos y políticos en el siglo que siguió a la independencia?
Desde un punto de vista más amplio, ¿podría ser que el patriarcado (y el
paternalismo) hubiesen sido un apoyo vital para la estabilidad del orden
social y político del Altiplano durante el boom de la exportación de lana,

5. Christine Hñnefeldt está preparando una monografía sobre la participación política


de las comunidades del Altiplano en la formación del Estado
peruano durante el
siglo XIX; comunicación personal, junio de 2012.

18 [ NILS JACOBSEN
o por el contrario, quizás la agencia de la mujer bajo el dominio del pa—
triarcado también ofreciera oportunidades para mobilizarse en contra
de aquel orden? Una vez más, es de suma importancia proveer el contex-
to socioeconómico de las relaciones de género correspondientes a cada
uno de los períodos de la historia moderna del Altiplano.
Aun si un trabajo de este tipo se orientase hoy mismo hacia estas
de mi estu-
y otras nuevas perspectivas y nuevos problemas, gran parte
dio original ha conservado su importancia hasta la actualidad. Mi for-
mación en cuanto historiador tuvo lugar durante los años en los que el
análisis de dependencia
la dominaba las ciencias sociales yla percepción
popular en el Perú y en muchas regiones de América Latina. Mi pro-
pio enfoque intelectual, escéptico, me llevó a interpretar la historia del
Altiplano durante el tardío ciclo de la plata y el ciclo de la exportación
de la lana de forma más ambivalente y hasta contradictoria. Mi análisis
demostró que el boom de la exportación de la lana no condujo solo a un
patrón de tenencia de tierras agudamente polarizado entre latifundis-
tas y empobrecidos agricultores comunitarios. Este libro aporta amplias
pruebas sobre el hecho de que el boom de la exportación de lana fue
beneficioso para muchos nuevos propietarios de ñncas pequeñas (algu-
nos de ellos procedían de comunidades campesinas), así como para un
estrato de agricultores relativamente pudientes en las comunidades. Pre-
senta también un análisis profundo de los esfuerzos por parte de algu-
nos hacendados de modernizar las haciendas donde se criaba el ganado
en el Altiplano desde comienzos del siglo veinte, así como de las grandes
fuerzas —las de los colonos de las haciendas y las de la mayoría de los
propietarios más tradicionales de haciendas— desplegadas en su contra.
Ilustra lo que sucede cuando uno se aferra a antiguos estilos de opera-
ción de ganado que no exigen un alto capital fijo. En resumen, aun des-
pués de cerca de setenta años de una masiva expansión de las haciendas,
para la década de 1920 la propiedad de la tierra en Altiplano seguía
el
siendo mucho más diferenciada que lo que había sugerido las críticas
dependentistas de la ganadería de exportación. Además, en cuanto a los
sistemas de comercio, este libro muestra cómo la plena incorporación
del Altiplano al mercado mundial de las lanas no destruyó los sistemas
regionales de comercio; de hecho, el comercio regional de productos ar—
tesanales y agropecuarios bien puede haberse intensificado en conexión
con el naciente comercio de exportación. Estos descubrimientos exigen

PREFACIOA LA EDICIÓN EN ESPANOL | 19


una mayor reflexión y un estudio más profundo de la variedad de efectos
que tienen los mercados mundiales sobre los sistemas de producción y
de comercio en otras regiones y otros sectores del Perú a través de su
historia.
Este libro va más allá de semejante análisis estructuralista. Uno de
los hilos conductores de mi estudio yuxtapone y relaciona entre sí la
estructura de la propiedad y la distribución del ingreso y el comercio
diferenciadas, con lo que he llamado una visión neocolonial de la socie—
dad, de la cultura y de la política desarrollada especialmente por la élite
de hacendados del Altiplano, los comerciantes y las autoridades. Esta
visión, puesta al día en distintos períodos entre los años 1850 y mediados
del siglo veinte al incorporar nuevas nociones del progreso de la civiliza-
ción, sufría de una polarización absoluta: por un lado estaban las élites
que se consideraban ilustradas, y por lo tanto tenían el derecho de con-
centrar el poder en sus manos para beneficio de la sociedad entera, y por
otro, los campesinos indígenas caracterizados como bárbaros, perezo—
sos, pasivos y hasta estúpidos; una visión polarizada que obedecía a las
dícotomías coloniales y a los imaginarios racistas modernos. Sospecho
que dentro de las comunidades indígenas también existían visiones ex—
tremas de este tipo, que obviamente invertían los valores asociados con
los indígenas y los místis.6 Este contraste e interacción entre estructuras
socioeconómicas (y hasta políticas) flexibles, cambiantes y diferencia-
das, y visiones (o imaginarios) polarizantes de la nación
peruana, que
comencé a desarrollar en mi estudio de la historia moderna del Altipla—
no, creo yo sigue siendo de importancia fundamental para comprender
la moderna historia peruana. Nos ayuda a
comprender las realidades
multifacéticas y conflictivas del Perú de ayer de hoy.7
y

6. He comenzado a explorar esto en


mayor detalle en los artículos siguientes: “Opinio-
nes y esferas públicas en el Perú del tardío siglo XIX: Una red de
múltiples colores en
una tela hecha jirones”, en Cristóbal Aljovín y Nils Iacobsen, eds, Cultura política en
los Andes, 1750-1950 (Lima: Fondo Editorial
UNMSM e IFEA, 2007), pp. 411-438, y
en “Conflictos políticos e identidad étnica: El Altiplano
peruano entre 1866 y 1868”,
en Nils ]acobsen y Nicanor Domínguez, Juan Bustamantey los límites del liberalismo
en elAltiplano: La rebelión de Huancané, 1866-1868 (Lima: SER,
2011), pp. 67—84.
7. El debate reciente entre Sinesio López y Martín Tanaka en las
páginas de La Re—
pública (ediciones de de enero, 29 de enero, 5 de febrero, 12 de febrero, 18 de
1

marzo, 25 de marzo de 2012) guarda estrecha relación con mi argumento sobre el

20 [ NILS JACOBSEN
La magnitud de la crisis financiera y económica que hirió al mundo
en 2008, cuyas tristes consecuencias siguen vigentes hasta el día de hoy,
ha comenzado a reconñgurar las perspectivas de la profesión de histo—
riador, por lo menos aquí en los Estados Unidos. Mientras que por más
de dos décadas la gran mayoría de los historiadores prestó atención a
varios aspectos de la cultura, la raza, el género y la memoria, y mientras
que la mayoría de los jóvenes que ingresaban a la profesión hacía a un
lado la historia económica, uno se topa hoy con un renovado interés por
los problemas del comercio, de las finanzas, de las condiciones laborales
y de la producción, aunque dicho interés incluya perspectivas concep—
tuales algo distintas de las que supieron inspirar mi estudio. Por esto
tengo la esperanza de que este libro contribuya a ahondar interés
el de
los jóvenes historiadores peruanos con respecto a la fascinante historia
rural de su país, de la gente que allí luchó ya sea para vivir dignamente,
o para acumular ganancias y poder.
Debo agradecer a las personas que me han ayudado para que viera
la luz esta edición en lengua e5pañola de mi estudio: En primer lugar, a
mi amigo Carlos Contreras, sin cuyos esfuerzos a la vez pacientes y enér-
gicos esta empresa no hubiese podido llegar a buen puerto. Agradezco a
Javier Flores y a Nicanor Domínguez por su traducción concienzuda y
precisa de mi texto original en inglés, que puede prestarse a confusión
por ser excesivamente técnico. Cabe mencionar que a pesar
de que nos
esforzamos por incluir el lenguaje original en español de las citas tex—
tuales, debido a razones de tiempo esto no ha sido posible en todos los
casos. Por lo tanto, algunas citas representan traducciones en inglés de
un original en español, vueltas a traducir para este trabajo. Agradez-
co a Odín del Pozo del Instituto de Estudios Peruanos por el cuidado
edición del libro. Doy las
y el esmero con los cuales ha preparado esta
gracias a Elizabeth Quick, estudiante de doctorado en historia del Perú

contraste y la interacción entre estructuras y visiones. Las dos posiciones debatidas


fueron las siguientes: por un lado, se sugería que el fracaso cíclico de las políticas y
los movimientos progresistas en el Perú —debido a la “captura del Estado” por las
élites empresariales exclusivistas— reproducía duras condiciones verticales de poder
y de distribución de recursos y de ingresos; por otro lado, se
señalaban los cambios
sustanciales ocurridos en estas áreas apesar de los fracasos sucesivos de dichos mo-
vimientos progresistas.

PREFACIOA LA EDICIÓN EN ESPANOL | 21


moderno, por su diseño
experto de las tablas y de los gráficos en lengua
búsqueda de las citas originales
Agradezco especialmente a mi en español.
de este nuevo prefacio, esposa Irene Coromina por la traducc1on
co n la precisión y magníñco
sentido del estilo
los ciudadanos de
Azángaro y de todo el Altiplano
privilegio y una de las mejores peruano. Ha sido un
cerlos y estudiar su experiencias d e mi vida el llegar a cono-
fascinante historia y cult
¡Causachun Departamento de ura. ¡Causachun Azángaro!
Puno!

Illinois, noviembre de 2012

22 | NILS JACOBSEN
PREFACIO

U'NA de los rendimientos


decrecientes
LUCHA QUIJOTESCA CONTRA LA LEY
de cuando debí haberlo Ire-
C120 que publicara este libro años después
o_ En
C0nSCCU€HCÍa, es p05ible que esté más
equilibrado, pero tambren
resulta exceSivamente complejo debido a los años pasados reflexronando
Mi prolonga-
Viejos problemas y los datos, nuevos y antiguos.
sobre los
crecía cada vez mas:
ro feexamen tambíén significó que el manuscrito ev1tar
azon Pºr la cuál fue necesario efectuar extensos cortes para asi
a-g0biar la Paciencia voluntad del lector. Muchos datos empr—
yla buena
figura en m1 tesrs,
rlcos han Sido
eliminados. Parte de esta información
(Me
Zs?áríslmatºríales pueden solicitárseme directamente. se ex trlefílrgnc;r;
a _gun05 de los cuadros descartados,_de los es )
cua
Conc] Uslones de pagina).
que ñguran en las notas de pre desde 1975 ha Si.d o
La ayuda recibí trabajando en este proyecto
En0r
que don Manuel
m_e' Lºs notarios don Francisco Santa Cruz Zegarra y
así como el difuntotdj(;£)1annli(-3
1£ZIC10 Górnez (ambos de Azángaro),
Garnrca Ormaechea (de Puno), generosamente pelrm1br1 cºlec-
mi esº
Pºsa y Yº trabajáramos en sus ofic1nas con sus 1nva ora
es
Paredes, un aboga do d
Cio 'e
zPes de regi5trºs nºtariales. El doctor Mauro
y
ilimitado a su archivo y,bibli<;teca, ocroípacr;1ro
su Í?Cgoaro, medio acceso de
de la historia local a traves rscusrd' tyr
tas, El dconººlmiºnt0 1rec o de]
Oct… HUmberto Rodríguez Pastor, en ese entonces
Archivo del Fuero Agrario
en Lima, fue también
generoso durante mi trabajo sumamente servicial Y
en dich o repositorio documental único. En
Sucre, el doctor Gunnar
Mendoza me guió
liosas sobre el Altiplano expertamente a fuentes va-
septentrio nal en el Archivo Nacional de
Bolivia,
edicación y comprensión académica-
Reforma Agraria del ersonal de la antigua Subdirección de
Ministerio de Agricultura, la
pal y el Registro de la Biblioteca Munici-
Propiedad Inmueble, todos ellos
chivo Departamental
de Arequi en Puno, el Ar—
y la Biblioteca Nacional pa, y el Archivo General
de la Nación
en Lim a, por haberme
colecciones. Mi otorgado acceso a sus
esposa y yo apre ciamos profundamente
con que se nos recibió la hospitalidad
en el Per ú, especialmente
Ormaechea Frisancho e por parte de Graciela
los padres Ronald
Ignacio Cruz Mamani sus familias
y en Puno;
Llerena, René Pinto su
Mariel Romero de Farfán y equipo pastoral en Azángar0;
en Lima; y María Mayer,
familia en Lima. Martin Scurrah y 511
Mi comprensión de
mucho a las discusion
Perú, Europa y Estados
Unidos, e
Appleby, Heraclio Bonilla,
Manuel Burga, John
Flores—Galindo, Luis Coatsworth, Alberto
Miguel Glave, Jurgen Golte,
Edwin Grieshaber, Marcel Michael Gonzales,
Haitin, Thomas Krúggeler,
Enrique Mayer, Rory Miller, Reinhard Liehr,
Magnus Mórner, Scarlett O,Phelan
Benjamin Orlove, Franklin Godºy,
Pease G. Y., Vincent
Puhle, Susan Ramírez, Peloso, Hans—]úrgen
Augusto Ramos Zambrano,
Charles Walker. Algunos Karen Spalding Y
de ellos
documentación. generosamente me proporcionaron
David Cahill, Frederic
bros del Social History ]aher, Erick Langer, Rory
Miller y los miem-
Group d e la Universidad de
comentaron capítulos del Illinois, leyeron y
manus crito. Tulio Halperín,
na Wilson y tres lectores anóni Joseph Love, Fio-

'
rar el libro;
mente. Por cierto, los errores las
y ideas equivocadas
íntegramente míos. Dan Gunter, que aún queden son
Helen McWílliam
de la University of
California Press, hicieron y Mark Pentecost,
manuscrito a la imprenta fuera lo que el proceso de llevar el
menos doloroso posible,
y que el libro
24 | NILS JACOBSEN
fuera bruto que les entre-
gué_ Línaerlídfzíomo
lo permitían los materiales en Puhle ]O-
esta cruc1al ayuda prestada: Hans-]úrgen y
5€ph Love, mis C 10 las universidades de
egas lat1noamer1camstas sentar en
Bielefeld e Illinof) consejos en torno a cuestiones
me prestaron su guia y
académicas y riff» y me aseguraron que se
trataba de un pro-
Y€c to digno depco e51pnales, hIZO Tuho Halperín, mi profesor
Lo mismo
en la UníVersid drgp etarse. Berkeley, quien supervisó la tesis en
la Cual libr(Í e_Cahforma, en
este basandose. Su apoyo fue invalorable yles estoy
pmqu damente agra C0nt(linua de suerte único que tuviera la
ec1do. Fue un golpe
ºpºrtunidad de estudiar con Halperm y de cont1nuar contando con él
cºmo amigo 5 penetrantemente analítico,
dialéctico sut'1u enfoque de la historia r1c0, siendo mi mo—
1
mente 1ron1co'pero humanista, continúa
delo de Cómo enfocar el pasado. Lo que
615
que los h15toriadores debieran
Sea que él.
haya este libro de valor,. le debe bastante a
Agrade2C tamb1en el financ1am1entoque este proyecto obtuvo de
las Siguientes ;) el Ilniversity of Califor-
Foundation:
nia Regents' Fulíntes: la Doherty (Berkeley) Center
Univer51ty of Cal1forn1a
fºr Latin Am º_ 0Wsh1p, el la Fundac1ón Tinker, la Mabelle McLeod
Studies,
eWis Foundaetr_1can
Language Area Fellowships, la Research
Cºmisión de 1 108,
los Foreign Board y el De-
de Bielefeld, y la Research
partamento deaH_nlversrdad Harned
15t0r1a de la Un1vers1dad de .Illln01s. Barbara
mecanog ra ñó manuscrito para el
una versron prev1a del
Procesadºr de texpertamente de investigacion capaces en
las per—
€X'ºOs.
Tuve asrstentes El
sonas de Món“ Mendoza. mapa
del
Garr1do, Klaus Hartung y Pauhna
11Cfa Blank. Vaya un
Capítulo
preparado profeswnalmente por P.
enºrme “¡Mu hUC
a todos ellos por su ayuda.
Agrade2cc aS¡grac1as! mos trada
0 asrm15mo a Johanna Iacobsen la comprensión
Pºr …“1 preo cuando eso 51gn1ñcaba sa-
. .

CuPaClOrl con este proyecto, aun



»

CriñCar l os .
Teresa Jacob-
planes para emprender algo Juntos. Por último,
.

Sen a ud '
desde acopio
el de información
astayla :; º_n_tf>das las fases del proyecto, haber
final del manuscrito. A todos les agradezco no
el
perdido 1aVIslon
Cºnñanza en que podría completar este trabajo.

PREFACIO] 25
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Capítulo 1

INTRODUCCIÓN:
'
¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTO 5.7

LA TARDE ,
23 1965, en mediº o melancói1co
DEL
invierno limeño,
DE JUNIO DE
h;
Fiel r(r)1$e 30c?a1€5
Y ““T“”
un romin€ntes 6161… C.

grups
literarios se reunió alrede dedí io de la espaclosa
una mesa en €13Ud15;r
casona propiedad del “(t)f1tº
de Estudios P€rua2ía Habían
acudido
Para reunirse con el In-Stlr 'Arguedas, en una
antropólºgº Jose» ÍVi;a
escrlt0dzs las novela. Arguedas'
discusión Pública sobre Tº sangre5, 5_u u “
uno de los más de 1perú, había deseadº
impºrta.ntes aue utoresíndigen15tíls Glela
retratar los varios al a tr avé5 del prisma
Cºnñlºtº_s q dividían P.als los hacendados,
sociedad PrºvinCial
d? la Slerrsas a sur: los confhº.tºS en tre
quº deseaban agrícolas eñclº_nt€5 ue despreciaban
a Su fuerza ººnStr…,r emprelos ífplotaban brutal-
laboral gamonales> q…enífn
mente a sus “colonos inglgºflla' >i,5m0 con ellos algunas.
Y a tiempº Cºmpargglista
nociones acerca de la nat“ Irr;leza de su mundo,
religiºsa y persdos
ietarí05 de las gran e haciendas Y 1.35 c0-.
OS
Conflictos entre 105
P?ºp de Obra codic1ai)an,
munidades indígenas cuyas tierras y manº
05 conflictos Vecmas,omunidad€5 entre su ntigua jerarq…a de
surgidos aelebraciorles Y a los
autoridades, que aun seenflafr;ban
a al ciclo anual dleoí
múltiples rituales eaban la solidaridad en campºs en tºmº a
38
casas y en las quelllfº;r; los nuevos dirigentes, duca
& dos en e56uelas,
cap1 a »
en el ejército, o mientras vivían como trabajadores asalariados en las
ciudades, que buscaban la revolución cuando hablaban de solidaridad
y diagnosticaban la explotación clasista del campesinado, en lugar de la
brutalidad o la bondad de este o de aquel gamonal.
Arguedas había expresado su esperanza en que la cosmovisión má-
gica y fraterna, compartida por muchos campesinos andinos, pudiera
de algún modo surgir victoriosa, no obstante el avance de las modernas
estructuras económicas y sociales capitalistas. Varios de los panelistas
reunidos esa noche de junio le reprocharon a Arguedas la imagen de
la sociedad peruana presentada en la novela, así como la dirección del
cambio allí sugerida. Henri Favre, un joven antropólogo francés, negó
que una sociedad de castas aún existiera en los Andes: “he vivido diecio—
cho meses en Huancavelica […] y no encontré indios, sino campesinos
explotados”. En el debate intelectual y político acerca del curso futuro
de la sociedad peruana, señalaba Favre, la visión anticuada adoptada
en la novela de Arguedas solo podía tener “un impacto […] más bien
negativo”.l El joven sociólogo peruano Aníbal Quijano, quien pronto se
convertiría en un importante defensor de la teoría de la dependencia,
criticó a Arguedas el que no hubiese captado la transición de una socie-
dad de castas a otra de clases. Para Quijano, Arguedas no había logrado
integrar sus ideas sobre una solución india a los problemas agrarios del
Perú contemporáneo, con los cambios, evidentes y acelerados, de los va-
lores, las normas y las estructuras “tradicionales” a otros “modernos”?
Arguedas se sintió aplastado por esta abrumadora crítica realizada
por algunos de los intelectuales peruanos de vanguardia de la época. Esa
misma noche escribió una nota en la cual renunciaba a su voluntad de
vivir. “Creo que hoy mi vida ha dejado por entero de tener razón de ser
[…] [habiendo sido] casi demostrado por dos sabios sociólogos un eco-
y
nomista […] de que mi libro “Todas las sangres' es negativo para el país,
no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas han declinado
creo que írremedíablemente […] Me voy o me iré a la tierra en que nací
y procuraré morir allí de inmediato”.3 De algún modo, Arguedas logró

]. ¿He vivido en vano?, 38—39.


2. Ibid., 55-61.
3. Ibid., 67-68.

28 [ NILS JACOBSEN
reunir fuerzas como para vivir y escribir por otros cuatro años más, pero
se suicidó a finales de 1969.
Este hombre, intensamente creativo y sensible, percibía una brecha
entre el mundo andino en el que había nacido, con su legado de valores
comunitarios y su espiritualidad naturalista, y el mundo racional, urba-
no y occidental en el cual trabajaba y se comunicaba, y por más que lo
intentó, no logró cerrar esa brecha en su propia mente. Su carrera inte-
lectual comenzó hacia el final de la primera oleada de escritos proindí-
genas de las décadas de 1920 y 1930, cuando muchos de los intelectuales
peruanos propusieron tenazmente una imprecisa solución indígena a los
problemas de la identidad y el desarrollo nacionales del Perú; lo que no
pudo hacer fue reconciliarse con las presuntuosas visiones progresistas
de los socialistas y desarrollistas de la década de 1960, quienes preveían
el surgimiento de una cultura y sociedad mestizas integradas, fruto de
una revolución o bien de reformas sociales y económicas.
Hoy la mayoría de los peruanos ha abandonado el optimismo de los
años sesenta y comienzos de los setenta, luego de más de una década de
una inmensa y agobiante deuda externa, la fuga de capitales, un tráf1co
de cocaína incontrolable, una inflación desbocada, el desempleo o los
salarios de hambre con que un número cada vez más grande de traba-
jadores vive, y una brutal guerra civil. Habiendo perdido toda certeza o
visión de hacia dónde es que el Perú viene dirigiéndose, los intelectuales
peruanos aceptan hoy el aleccionador reconocimiento de que el racis—
mo y la violencia se encuentran profundamente arraigados en la socie-
dad peruana, y que las diferencias extremas de poder continuamente
reproducen altos niveles de desigualdad social y una visión polarizada
de la estructura política [polity]. En esta atmósfera, para algunos obser-
vadores, los relatos de Arguedas sobre la existencia de un conflicto irre—
suelto entre el mundo campesino de los Andes y el del Perú capitalista
y urbano, parecen ser tan proféticos como anacrónicos en los detalles.
Aunque la sociedad continuó experimentando un rápido cambio tanto
en la sierra como en la costa, los legados del colonialismo se ven hoy más
fuertes y duraderos de lo que muchos peruanos esperaban hace cuarenta
y cinco años.
El presente libro explora los ciclos y las transformaciones a largo
plazo de una economía y sociedad provinciana agraria de la sierra andi-
na del Perú, durante el siglo y medio que se extiende desde la crisis del

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 29


orden colonial hasta la crisis de la economía de exportación. Aunque me
concentro en temas relativos al comercio, la tierra, la mano de obra y la
ganadería, así como en la cambiante configuración de los grupos socia-
les involucrados, busqué siempre establecer cómo fue que unas constela—
ciones especíñcas de poder influyeron sobre el alcance y la dirección del
cambio socioeconómico. La conclusión general es que en el Altiplano
peruano, el persistente legado del colonialismo fue el factor crucial que
bloqueó la transición al capitalismo. Por “legado del colonialismo” no
me refiero al impacto que las normas y estructuras culturales, jurídicas
y políticas hispanas tuvieron en el Perú luego de la Independencia. Aun-
que tales herencias son innegables, unas distinciones culturales amplias
——como la que contrasta a los angloamericanos protestantes frugales y
orientados a metas, con los latinoamericanos católicos y rentístas— no
tienen mucha validez al explicar por qué una sociedad logró efectuar la
transición hacia una economía industrial capitalista altamente produc-
tiva, en tanto que otra no lo consiguió, o solamente alcanzó una versión
deformada e ineficiente de dicha economía.4
El “legado del colonialismo” tampoco quiere decir que el Perú
cayó indefenso del colonialismo formal de España a un neocolonialis-
mo informal, controlado primero por Inglaterra y luego, desde aproxi-
madamente 1900, por Estados Unidos. Hoy va quedando cada vez más
claro que la rápida “internacionalización” del comercio peruano entre
las décadas de 1820 y 1850, no significó la materialización instantánea
de la dominación extranjera. En realidad, la influencia extranjera fue
probablemente más débil durante el temprano periodo independiente
que durante el tardío periodo colonial, o que a finales del siglo XIX y
comienzos del XX, y las coaliciones contrarias al libre comercio mantu-
vieron una influencia considerable en los debates librados en torno a la
política económica.5

4. Este tipo de explicación cultural, bastante popular entre los latinoamericanistas


todavía en la década de 1960, subyace incluso a la influyente interpretación nor-
teamericana de Stanley y Stein, Colonial Heritage, escrita ostensiblemente desde la
perspectiva dependentista.
5. D. Platt, “Dependency”, 113—131; Gootenberg, Between Silver and Guano; Mathew,
“The First Anglo-Peruvian Debt'1562—586.

30 | NILS JACOBSEN
Es claro que la influencia de los extranjeros comerciantes, ñnancis—
tas, empresarios mineros e industriales, propietarios de ferrocarriles y de
otra infraestructura, llegó a ser sumamente fuerte durante la era de las
“economías de exportación maduras”, entre la década de 1890 y la Gran
Depresión de 1929-1932. Sin embargo, no ha resultado fácil explicar por
qué no se logró alcanzar un sostenido incremento de la productividad,
la profundización de los mercados y la acumulación de capitales, como
una consecuencia más o menos automática de una economía especia—
lizada en la exportación de materias primas y que dependía del capital
extranjero.“ Es más, la relación de dependencia que el Perú tenía con los
empresarios, corporaciones y élite tecnológica europeos y norteameri—
canos fue configurándose en conformidad con los intereses de diversos
grupos domésticos regionales y nacionales, los cuales usaron a sus inter-
locutores extranjeros lo mejor que pudieron para promover sus propios
proyectos. En el caso del Altiplano peruano, la dependencia sirvió como
un catalizador de cambios en su economía y sociedad, pero la naturaleza
de dichas transformaciones no puede ser vista de modo lineal, inevitable
o predeterminado por la penetración capitalista extranjera.
Entonces, ¿qué es lo que se quiere decir con el “legado del colonia—
lismo”? Esto alude a la tendencia de la mayoría de los grupos sociales en
el Altiplano ——los campesinos de las comunidades indígenas, los gran—
des terratenientes, comerciantes, sacerdotes, funcionarios, policías y
militares hispanizados— a emplear visiones polarizadas de la sociedad,
tales como las de colonizadores/colonizados, españoles/indios, notables
civilizados/campesinos bárbaros, para construir, definir y fortalecer su
propio poder e identidad social. A medida que los patrones comercia-
les, las relaciones de producción, la composición de los grupos sociales
y la naturaleza del Estado experimentaban importantes cambios entre
la década de 1780 y 1930, la mayoría de los actores sociales del Altiplano
recurrieron y se basaron repetidas veces en estas visiones polarizadas,
extraídas de la memoria del pasado colonial, para así incrementar o de—
fender su acceso a los recursos económicos.
Entre finales del siglo XVIII y 1900, la estructura política y adminis-
trativa del régimen colonial, su sistema tributario, sus nociones legales

6. Bushnell y Macaulay, The Emergente, cap. 13; Lewis, The Evolution.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 31


sobre la propiedad corporativa de la tierra y su esquema de categorías
sociales se fueron desmantelando gradualmente. Es más, para 1900, los
terratenientes, comerciantes y autoridades del gobierno eran un grupo
algo distinto de la élite dominante a mediados del siglo XVIII, pues desde
la Independencia muchos de ellos ascendieron a partir de sus humildes
orígenes como arrieros, pequeños comerciantes o modestos propietarios
de tierras. Para 1900, las comunidades indígenas habían experimenta—
de grandes cambios durante el siglo precedente, y en ciertos aspectos la
identidad misma del “indio” era distinta de la de su predecesor colonial.
Aunque la sociedad y la economía del Altiplano cambiaron profunda-
mente en respuesta a la creciente demanda de sus materias primas en el
mercado mundial, y a nuevas corrientes de ideas políticas y sociales, las
divisiones y los modos de construcción del poder coloniales no desapa—
recieron, sino que tomaron una nueva forma.
Nuevos y emprendedores hacendados justificaron la incorporación
de más y más colonos a sus haciendas, afirmando que los campesinos
indios minifundistas eran improductivos y culturalmente degenerados.
Los campesinos indígenas insistían en utilizar nociones reconstituídas
de la solidaridad comunal, puesto que no podían confiar plenamente
en que el orden público protegiera sus actividades individuales como
ganaderos, agricultores o comerciantes. Los agentes de las casas comer—
ciales, los comerciantes itinerantes y los tenderos buscaron fortalecer sus
negocios y estabilizar sus ganancias al crear lazos cuasimonopólicos con
sus proveedores y clientes a través del crédito, el parentesco simbólico
(el compadrazgo) o la fuerza bruta. La implantación de normas legales
burguesas de protección de la propiedad en general fracasó en el campo,
comprometida por el uso contradictorio e interesado de sus preceptos y
su incumplimiento, tanto por parte de los grandes hacendados como de
los campesinos. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, las relaciones
de poder jerárquicas neocoloniales fueron restablecidas a lo largo y an—
cho del Altiplano, precisamente cuando las redes comerciales se hacían
más densas y la competencia por el control de la tierra se agudizaba.
En los últimos treinta y cinco años, muchos autores postularon
que
la transición al capitalismo era el paradigma más significativo
para el
análisis de los multifacéticos cambios producidos en las sociedades y
economías agrarias latinoamericanas, especialmente para el siglo poste-
rior a la independencia del dominio colonial. Algunos autores, asociados

32 | NILSJACOBSEN
sobre todo con los enfoques de la dependencia y del sistema capitalista
mundial, ubicaron esta transición en el siglo que siguió a la conquista
española, subrayando el crecimiento de la producción agrícola para el
mercado.7 Sin embargo, la mayoría de los estudios empíricamente bien
sustentados sitúan la transición entre la década de 1860 y 1930, o incluso
a mediados del siglo XX, dependiendo de las circunstancias específicas
de la región analizada. Estos investigadores enfatizan las estructuras
de clase y las relaciones de producción rápidamente cambiantes en los
complejos agrarios latinoamericanos, a consecuencia de una integra-
ción más estrecha en los florecientes mercados internacionales domina-
dos por las economías industriales capitalistas de Europa Occidental y
Norteamérica.8
Como tipo ideal, el capitalismo significa la existencia, o más pre-
cisamente el ascenso gradual hasta alcanzar el dominio, de tres con—
diciones claves en la organización de la actividad económica y de las
relaciones sociales. (1) Un mercado interno, que tiende a “fijar precios”
o a autorregularse, contribuye a la profundización de la división del tra—
bajo, al mismo tiempo que se da un proceso de acumulación del capital.9
(2) Un número cada vez más grande de productores es separado de los
medios de producción, y el trabajo asalariado pasa a predominar en los
sectores manufacturero y de servicios. En la agricultura, el capitalismo
puede tomar la forma de grandes empresas basadas en trabajadores ru—
rales ——que a menudo fueron antes campesinos minifundístas— o de
granjas familiares —que no necesariamente emplean trabajadores asa—
lariados—, las cuales, al reinvertir sus ganancias, se convierten en enti—
dades con un uso cada vez más intensivo de capital. Ambas vías tienen
en común el desplazamiento masivo de los productores rurales menos

. Bagú, Economía; Frank, Capitalism; Wallerstcin, The Modern World System.


8. Stavenhagen, Social Classes in Agrarian Societies; de ]anvry, Agrarian Question; Bar-
tra, Estructura agraria; Duncan y Rutledge, Land and Labour; Bergad, Coffee; Ro-
seberry, Coffee; Seligson, Peasrmts; Sábato, Agrarian Capitalism. Para el Perú, véase
Mallon, Defense of Community; Burga, De la encomienda; Piel, Capitalisme agraire;
Gonzales, Plantation Agriculture; Macera, Las plmltacíone5 azucareras; Caballero,
Economía agraria.
9. Con respecto a los distintos sistemas de mercado, de los cuales no todos se asocian
con el capitalismo, véase Polanyi, The Great Transformation.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 33


eficientes, especialmente los pequeños campesinos o granjeros, al incre—
mentarse el uso intensivo del capital y el nivel de productividad de la
producción agrícola. (3) La propiedad privada es reconocida legalmen-
te, realmente protegida y aceptada convencionalmente. La dinámica del
capitalismo no puede desarrollarse plenamente sin una noción común-
mente aceptada de propiedad privada, sancionada efectivamente por el
Estado. Una comprensión compleja, conflictiva y superpuesta del dere-
cho a usar y disponer de la tierra, frecuentemente acompañada sobre el
terreno por unos linderos mal definidos, desanima a los terratenientes
de buscar optimizar sus inversiones de capital reinvirtiendo las
ganan-
cias en operaciones mejoradas y más productivas.
En el mejor de los casos, el Altiplano peruano fue testigo de una ver-
sión incompleta de estos procesos en el siglo medio transcurrido entre
y
el periodo colonial tardío el inicio de la Gran
y Depresión. En ese enton—
ces, se inició o se intensificó una serie de procesos de crucial importancia
para el desarrollo de una economía agraria capitalista. Los productores
rurales se vieron empujados cada vez más a mercados monetizados, en
tanto que una revolución en el transporte y las comunicaciones permí-
tió que se estableciera una red bastante densa de comerciantes agentes
y
comerciales. Con una sucesión de iniciativas, el tardío régimen colonial
borbónico y varios de los gobiernos republicanos del Perú del siglo XIX
adaptaron gradualmente el marco legal de la propiedad al ideal liberal.
En efecto, para inicios del siglo XX, la
propiedad colectiva de la tierra
por parte de las comunidades campesinas y de la Iglesia Católica se había
reducido hasta casi resultar insignificante. En el Altiplano había surgido
algo que a primera vista parecería ser un activo mercado de tierras. Por
ese entonces, algunos hacendados progresistas buscaban también acabar
con el sistema de privilegios y obligaciones de sus colonos, convertirles
y
en trabajadores rurales asalariados más productivos y especializados.
Sin embargo, todos estos
procesos o se estancaron a medio camino
——a menudo
por medio siglo 0 más—, o produjeron resultados ines-
perados en el marco de una transición al capitalismo. La red comercial
monetízada cada vez más profunda tomó la forma de un intercambio in-
tensificado basado en relaciones sociales jerárquicas, clientelistas coer-
y
citivas. La mayoría de los propietarios de las haciendas ganaderas veían
pocas razones para acabar con el engorroso sistema del colonato, incluso
durante los periodos de alza sostenida de los precios de sus principales

34 | NILS JACOBSEN
productos, a pesar que este limitaba la productividad de sus fundos. Los
pocos hacendados que intentaron pasar a un sistema de trabajadores
asalariados especializados se toparon con una enorme resistencia, lo que
retrasó este cambio por treinta o cuarenta años. Asimismo, la compra,
venta e hipoteca de la tierra se incrementaron notablemente, en respues-
ta alos incentivos del mercado y a la penetración de las nociones libera-
les de propiedad. Pero en lugar de consolidar una convención de títulos
de propiedad seguros, precisos y plenos, muchas de estas transferencias
se basaron en el clientelismo, el engaño o la fuerza, y no lograron apa—
ciguar las luchas endémicas que se libraban en torno a los derechos de
usufructo y los linderos de las propiedades en litigio.
En suma, el proceso de cambio en el Altiplano peruano fue impul—
sado por las mismas fuerzas que movieron la transición al capitalismo
en otros lugares: impulsos del mercado, el proceso de trabajo y las nor-
mas legales referidas a la propiedad. Y sin embargo, estas mismas fuerzas
de fuerzas
provocaron el resurgimiento yla readaptación de un conjunto
sociales más antiguas que conformaron un serio obstáculo para el sur—
gimiento del capitalismo: el monºpolio, el clientelismo yla solidaridad
comunal. Las presiones del mercado y la redefinición del proceso laboral
fuertes
y de las normas legale3, no fueron lo suficientemente como para
vencer a aquellas fuerzas sociales más antiguas, entendidas como modos
arraigados de comportamiento que tendían a la institucionalizacíón. Es-
tas viejas fuerzas quedaron como catalizadoras de un cambio de
direc—

ción sui génerís. Así, la transición al capitalismo agrario no pasó de ser


un espejismo: algo que se esperaba 0 temía como inminente, cuyo perfil
era siempre visible, pero que jamás llegó a materializarse.
Recientemente, los historiadores han pasado a criticar la idea de que
el desarrollo del capitalismo industrial en Europa Occidental, particu-
larmente en Inglaterra y Francia, nos brinda el caso clásico de desarrollo
frente al cual todos los demás casos deben medirse. La crítica tiene dos
ángulos. Por un lado, no tiene sentido establecer que la experiencia de
un país en particular sea el modelo clásico que todos los demás deban
seguir, si desean alcanzar el prºgreso adecuado. En cada sociedad, el
momento, la dirección y las modalidades del cambio dependen en gran
medida de una serie de variables específicas a dicha sociedad, desde el
paisaje y el clima hasta las normas culturales, la educación, la infraes-
tructura, las relaciones de clase y la distribución del poder. De otro lado,

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 35


resulta cada vez más evidente que incluso los países del modelo clásico
experimentaron una transición al capitalismo mucho menos definida
de lo que se pensaba: las aristocracias continuaron siendo poderosas a
lo largo del siglo que siguió a las
supuestas revoluciones burguesas, los
mercados se vieron mucho más limitados por las externalidades de lo
que se creía, y en ciertas regiones la agricultura adoptó los métodos del
cultivo científico con suma lentitud.'º
En el presente estudio busco
presentar el complejo patrón de con—
tinuidad y cambio que se dio en el Altiplano
peruano como un proceso
único y abierto, con fases de cambio acelerado, puntos muertos entre las
principales fuerzas sociales, patrones de cambios cíclicos, y —10 que no
es sino uno entre varios patrones posibles—— ciertas transformaciones
lineales. Deseo ir más allá de las críticas antedichas
y rechazar la visión
teleológica de que el cambio en una economía y sociedad latinoameri—
canas dadas, preparan ineluctablemente el triunfo del capitalismo. En el
Altiplano peruano, la transición al capitalismo se inició en las décadas
que siguieron a la conquista española con la introducción de la moneda,
el pago de salarios a los
trabajadores mineros y un limitado comercio de
tierras. Esta transición prosigue hoy en día, con un creciente número de
empresas agrarias que operan sobre la base de relaciones de producción
capitalistas.
Con la desaparición del conflicto entre capitalismo y socialismo
como cuestión central de la esfera político-económica mundial, se hace
necesario que los científicos sociales desarrollen la capacidad de imaginar
el final de la era capitalista
en la historia del mundo de otro modo que con
una revolución proletaria, salvo que estén dispuestos a aceptar la idea de
una victoria final del capitalismo sobre el socialismo y el “fin de la his—
toria”. A medida que, en un mundo cada vez más interconectado,
unos
nuevos paradigmas comienzan a definir los conflictos centrales entre
estados—nación, comunidades étnicas y religiosas, corporaciones trans—

10. Para Latinoamérica, véase Bauer, “Industry”. Para la vía española de la transforma-
ción agraria véase la obra magistral de Herr, Rural Change, esp. 712—754. Con res-
pecto a la persistencia de los rasgos del antiguo régimen después de las presuntas
“revoluciones” gemelas — la burguesa y la industrial—, consúltese A. Mayer, The
Persistence; Weber, Peasants into Frenchmen. Con respecto a la especificidad de toda
y
cada una de las vías de desarrollo, véase Blackbourn Eley, The Peculiaríties.
y

36 | NILS JACOBSEN
nacionales, agencias internacionales y movimientos ciudadanos, no todas
las regiones y sociedades del mundo estarán dejando la “era del capitalis-
mo” plenamente transformadas según la lógica interna de dicha forma
histórica de organizar la economía y la sociedad. El Altiplano peruano es
una de estas regiones. Este se vio fuertemente afectado por el capitalismo
los recu—
pero no fue reconfigurado íntegramente a su imagen, puesto que
rrentes puntos muertos entre sus fuerzas sociales debidos al colonialismo,
hicieron que se revitalizaran unas normas y modos de comportamiento
económico más antiguos, en una suerte de cambio defensivo.
Quienes desean afirmar que el capitalismo subsume cada vez más
——de modo directo o indirecto— a todas las áreas de la actividad econó-
mica en América Latina, enfatizan su lógica de desarrollo desigual.ll Esta
indudablemente es una de las características distintivas del capitalismo,
del mundo
pero de ahí no se sigue que todos los desarrollos desiguales
la penetración capitalista. El Estado
actual encuentren su explicación en
realidad jamás renunció a la centralización
peruano independiente en
del poder político, iniciada por los Habsburgo españoles mediante el
patrimonialismo burocrático y el mercantilismo, y que fuera acrecen-
tada por los Borbón a través de controles administrativos y fiscales más
eficientes y profundos.12 El establecimiento de la primacía urbana cada
de las capitales
vez más manifiesta de Lima, así como la de la mayoría
jurisdicciones, tiene
departamentales y provinciales en sus respectivas
de los recursos por decisiones
tanto que ver con la distribución desigual
administrativas de quienes ocupan posiciones de poder —la extracción
del campo de las provincia del interior, y la acumulación entre aquellos
las capitales, especialmente
que se hallaban asociados con el Estado en
en Lima—, como con las diferentes tasas de ganancia y acumulación de
de ellas pro-
capital. Había, en suma, dinámicas de desigualdad, algunas
venientes de la época colonial y otras que acababan de aparecer durante
el último siglo, cuyas raíces eran independientes de la economía capita-
lista. Debemos tomar en cuenta estas dinámicas antes de sostener que
social—— es
cualquier caso particular de desarrollo desigual —regional o

11. Para un elocuente y reciente enunciado, consúltese Roseberry, Historíes and


Anthropologíes.
12. Cfr. Véliz, The Centralist Tradition.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 37


fruto del capitalismo. Esto resulta particularmente cierto para aquellas
regiones en las cuales, aun hoy, las relaciones de producción capitalistas
no han llegado a predominar directamente.
El proceso de cambio analizado en este libro estuvo repleto de
am-
bigúedades, y podría ser útil mencionar brevemente a las tres principales
desde el principio. Podemos pintar la sociedad del Altiplano antes de
1930 con dos imágenes contradictorias. Aspectos tales como la distribu—
ción del ingreso y la propiedad de la tierra tenían como base una escala
finamente graduada, con “sectores medios” que incluían a los campesi—
nos medianos y prósperos, así como a los dueños hispanizados de peque-
ñas fincas, que fueron mucho más prominentes de lo
que usualmente se
asume. Al mismo tiempo, la sociedad del Altiplano estaba sumamente
polarizada, fundamentalmente en la forma en que la propia gente enten-
día el honor y el estatus, así como en las interacciones sociales
que tenían
estas nociones como base. Para captar su dinámica de cambio, debemos
tener en cuenta ambas imágenes de la sociedad altiplánica.
En segundo lugar, el proceso multiforme de cambio histórico tra-
jo consigo, simultáneamente, pérdidas y ganancias
para grupos sociales
específicos. El auge del liberalismo, por ejemplo, no solo trajo consigo
un intento de liquidar las tradiciones comunitarias del campesinado
indígena, sino que además preparó el terreno para nuevas formas de
asociación y de participación política. Son pocos los procesos históri-
cos de envergadura (en contraste con hechos y actos discretos),
que no
muestran efectos ambivalentes con respecto a los intereses de un mismo
grupo social.13
Como ya se dijo, aquí vemos y caracterizamos el desarrollo econó—
mico y social en el Altiplano tanto según los ciclos como según las trans—
formaciones. Podemos observar “ciclos” —además del
patrón anual de
producción y vida social del campo, y del patrón de aproximadamente
siete años del aumento y caída del nivel del
agua en el lago Titicaca, co—
rrelacionado con periodos de sequía e inundación— en los movimien-
tos seculares dela actividad económica global: periodos de unos setenta
años de crecimiento seguidos de intervalos de estancamiento crisis de
y

13. Esto no niega la perogrullada de que las tendencias dominantes de


una época, bene—
fician o dañan los intereses de un
grupo social en relación con otro, lo que constituye
un elemento crucial en mi valoración de los ciclos en el desarrollo del Altiplano.

38 | NILS JACOBSEN
aproximadamente igual duración. En estas ondas seculares se dan rit-
mos ascendentes o descendentes más breves. La correlación de fuerzas
entre la élite hispanizada del Altiplano y el campesinado estaba ligada a
estos ciclos económicos amplios, con periodos de punto muerto global
de
que favorecían la autonomía de las comunidades indígenas, y épocas
crecimiento que experimentaron ofensivas de parte de los hacendados
y comerciantes hispanizados. Por supuesto que cada fase de estos ciclos
también tuvo resultados compensadores. Algunos terratenientes his—
panizados expandieron sus haciendas incluso durante los periodos de
estancamiento, y si bien es cierto que la autonomía de las comunidades
campesinas se vio seriamente afectada durante las fases en que se die-
ron unas grandes ofensivas latifundistas y crecimiento económico, no es
igual de seguro que la mayoría de los campesinos haya experimentado
simultáneamente una caída en sus niveles de ingreso. En su sentido más
abstracto, “ciclos” también alude a la reconstrucción de las divisiones
coloniales en el Altiplano poscoloníal. Las eras de jerarquía y monopolio
alternaron
en la economía y en las estructuras de poder del sur peruano
con otras de estructuras socioeconómicas más abiertas, competitivas y
horizontales.14
Pero este patrón cíclico de desarrollo jamás llevó la economía y la
sociedad del Altiplano de vuelta a su punto de origen. Los ciclos no son
de
círculos cerrados. Las instituciones pueden recuperar su vigor luego
comunidades campesinas y las élites
un periodo de decadencia, y las
defensa de
provinciales pueden citar antiguas normas y privilegios en
del mercado y
sus derechos. Al mismo tiempo surgen nuevos patrones
canales través de los
el transporte, nuevas corrientes de ideas, nuevos a
cuales articular el poder político y nuevos espacios de conflicto social,
todo lo cual alterará dichas normas e instituciones, aunque su continui-
dad se mantenga ininterrumpida en la mente de los grupos interesados.
Esto es lo que se quiere decir aquí con transformaciones. En Altipla-
el
de transformación
no, los patrones cíclicos de desarrollo y los patrones
se fundieron de tal modo que es posible hablar de una modernización
conservadora.15

14. Véase ]acobsen, “Between the “Espacio Peruano' and the National Market“.
15. Cfr. De Trazegnies, La idea de derecho, sobre todo la tercera parte.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 39


En este libro examino varios temas importantes
para el estudio de
la transformación de las economías y de las sociedades de América Lati—
na, entre el periodo colonial tardío y la Gran Depresión:

1, La naturaleza cambiante de los mercados:


aquí estudio la cambian-
te gama de mercancías comerciadas, la configuración espacial de
los circuitos comerciales, la decadencia y reconstitución de las je-
rarquías sociales de los comerciantes, y el destino de las redes para-
lelas de intercambio basadas en distintas nociones de utilidad. Esta
exploración me lleva a reevaluar los efectos de la dependencia sobre
el desarrollo económico regional,
que resultan haber sido mucho
menos fuertes de lo que a menudo se asume. No es la fortaleza sino
la debilidad de los comerciantes extranjeros —incluso durante la
era del crecimiento liderado por las exportaciones la que debe
explicarse.16 Aunque ellos se beneficiaron más que nadie con la eco—
nomía de exportación de lana del Altiplano, en última instancia no
lograron alcanzar el tipo de transformación de la región productiva
por la que habían estado presionando.
2. La distribución de la tierra y la cuestión del latifundismo: cuestione
la noción de un largo predominio de las haciendas desde la
época
colonial; en el contexto de una gran transferencia de tierras de las
comunidades campesinas hacia el sector hacendado durante la era
de la expansión de exportaciones, ampliamente reconocida
en la
bibliografía, lo que debe enfatizarse es más bien la creciente im—
portancia de las propiedades de tamaño más bien pequeño. Tam—
bién cuestiono que las transferencias de tierras,
que fueron cada vez
más frecuentes a finales del siglo XIX y comienzos del XX,
queden
idóneamente descritas como un mercado de tierras, cuestión
esta
estrechamente asociada al significado convencional los diversos
que
grupos sociales del Altiplano le asignaban a la tierra.

16. Esta cuestión ha sido abarcada desde la perspectiva de Lima


por Gootenberg, Bet-
ween Silver and Guano, en las décadas inmediatamente posteriores a la Independen—
cia. Para las regiones del interior, como el Altiplano, ella
conservó su importancia
después de la consolidación del Estado liberal guanero, e incluso aún en la década de
1920.

40 | NILS JACOBSEN
3. La continuidad y el cambio en las comunidades campesinas: la soli-
daridad continua y ciertamente revitalizada de las comunidades, se
dio simultáneamente con un proceso de crecientes presiones demo-
gráficas —relacionadas con la tierra— y comerciales, así como una
cambiante relación con el Estado. La comunidad es vista aquí como
un constructo conflictivo, moldeado por —y expresando a— no
solo las cambiantes presiones externas, sino también por las cons-
telaciones internas de poder entre diferentes grupos y familias con
distintas aspiraciones a lo largo del tiempo.
4. El paternalismo, la subordinación y la autonomía en las haciendas:
el dominio que los grandes terratenientes tenían sobre su fuerza de
trabajo residente fue quizás más frágil de lo que generalmente se
asume, aun cuando este era omnipresente. En efecto, mi trabajo
del poder entre la ha-
apoya la noción de una construcción paralela
cienda y comunidad, sugerida
la recientemente para la sierra central
lo ayuda entender la dinámica de
peruana por Gavin Smith, que a
la subordinación y la autonomía que experimentaron los colonos
andinos.17
5. La racionalidad de las estrategias económicas de los hacendados:
de las haciendas señoriales,
aunque es posible hablar de la eficiencia
dise-
discrepo con la noción, introducida por los revisionistas que
ñaban modelos de la hacienda andina durante la década de 1970,
de
de que sea útil presentar al hacendado como un optimizador
beneficios en términos neoclásicos. Tal como Alan Knight reciente-
mente sugíríera para México durante el Porfiriato, debemos tomar
más en serio a los críticos contemporáneos de la hacienda, aunque
.
. 18

sm regresar SUS esquemas €VOlUCIOHISÍHS.


.
21

Estas cuestiones son exploradas a través del estudio de Azángaro,


una provincia del Altiplano, durante un lapso de unos ciento cincuenta
años, desde la década de 1770 a la de 1930. Trazar el proceso de cambio
complejo y contradictorio de una economía y sociedad rurales a lo largo
de siglo y medio, permite detectar los ciclos más largos ya identificados.

17. G. Smith, Livelíhood and Resistance, esp. cap. 2.


18. Knight, “The Mexican Revolution”, 19.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 41


Ello brinda cierta protección contra la exageración del poder de per-
manencia de ciertos cambios dramáticos pero de corto alcance, y abre
nuestra perspectiva a las características de largo plazo de una sociedad
regional, el impacto de su cultura, su medio ambiente, y sus relaciones
de poder y estatus evolucionadas históricamente.
El Altiplano nos ofrece un escenario fascinante en donde explorar
los temas mencionados. Sus habitantes recuerdan una historia orgullosa
y larga. La región, una de las áreas centrales de la civilización andina,
pasó a primer plano por vez primera con el surgimiento de Tiwanaku, un
Estado cuyo núcleo se encontraba inmediatamente al sur del lago Titica—
ca, y que mantuvo cierta hegemonía cultural sobre una gran extensión
de los Andes del sur durante buena parte del primer milenio de nuestra
era. Los reinos étnicos de los lupakas y kollas, que dominaron el Altipla-
no septentrional desde el declive de Tiwanaku y hasta la incorporación
forzada de la región al Imperio inca a mediados del siglo XV, han pasado
a servir como modelos para la interpretación que los etnógrafos actuales
hacen de las formaciones políticas andinas prehispánicas, que enfatizan
las “unidades concéntricas de parentesco” ligadas por intercambios recí—
procos de recursos materiales y rituales, y que tenían como base la maxi—
mización del uso de distintos pisos ecológicos, desde los asentamientos
en oasis de la costa del Pacífico, hasta colonias situadas inmediatamente
por encima de los bosques húmedos tropicales al este de los Andes.
Durante los siglos del dominio colonial español, el Altiplano se
encontró en el centro de los circuitos comerciales que unían las ricas
zonas argentíferas del Alto Perú (la actual Bolivia) con Lima, el centro
administrativo y mercantil del virreinato. En el siglo XIX, el Altiplano
septentrional fue una de las primeras regiones internas del Perú en ser
integrada a los mercados mundiales, en tanto que su población continua—
ba siendo abrumadoramente monolingfre, de campesinos de comunidad
indios quechua o aimara—hablantes. Con la decadencia de la economía
de exportación y la consolidación del Estado-nación
peruano limeño—
céntrico a mediados del siglo XX, el Altiplano se ha visto marginado
cada vez más, convertido en una región pobre y “atrasada” en medio de
la “mancha india” del país. En el largo plazo de dos mil años, podemos
leer la historia de la región como la de una decadencia, desde el poder
y el esplendor de Tiwanaku, pasando por la subordinación ——en térmi—
nos relativamente favorables— al imperialismo incaico, el colonialismo

42 | NILS JACOBSEN
español, y la expansión capitalista europea, hasta ser hoy un área pobre
y aislada de la nación peruana.
Pero también podemos leer su historia de modo contradictorio y
ambiguo. El Altiplano fue durante siglos un espacio abierto al tránsito
de ejércitos, comercio e ideas conquistadores. Los habitantes de la re—
gión se han adaptado activamente a las cambiantes instituciones, rela-
ciones de producción y estructuras estatales introducidas por poderosas
fuerzas externas, respondiendo quizás con mejor disposición de lo que
otros pueblos en otras partes de los Andes lo hicieron. Pero el Altipla-
no también fue un reducto de la resistencia andina a la colonización
europea: la población española siempre fue escasa, y antes del siglo XX
ningún centro urbano importante se desarrolló en los aproximadamen-
te quinientos kilómetros que hay entre el Cuzco y La Paz. Aun hoy, los
ciudadanos prósperos y educados de Lima creen que solo alguien medio
loco escogería vivir en esta zona, a la cual consideran un lugar frío y de-
solado, que no cuenta con los más mínimos atractivos urbanos. Durante
el siglo y medio del que se ocupa el presente libro, este espacio estuvo a
la vanguardia de la mayoría de las rebeliones y guerras civiles que con-
vulsionaron al Perú. Una vez más tenemos la imagen de una sociedad
regional que adopta el cambio pero que cuenta con un vigoroso senti-
do de identidad propia, a través de la cual busca moldear y suavizar los
cambios introducidos desde fuera.
En el presente estudio me concentro en Azángaro, una provincia
situada inmediatamente al norte del lago Titicaca, en el departamento
de Puno. Con los límites que esta provincia mantuvo entre 1854 y 1989,
tuvo más del doble de la extensión del Gran Ducado de Luxemburgo, y
un poco más que el estado de Delaware. Una provincia como Azángaro,
que ha existido en alguna forma desde al menos mediados del siglo XVI,
constituye una legítima unidad de estudio puesto que sus estructuras
de autoridad, redes sociales y canales de comercialización le dieron un
significado a esta unidad administrativa. Sus habitantes se identifican a
sí mismos como azangarinos desde el siglo XIX, aun cuando dicha iden-
tidad se ha desdibujado en los distritos más remotos. En 1989 tuvo éxito
la campaña que el pueblo de Putina llevara a cabo durante décadas para
convertirse en capital de una nueva provincia, tras lo cual se llevó con—
sigo algunos territorios de la antigua provincia de Azángaro que figuran
prominentemente en esta investigación.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 43


presente estudio se encuentra dividido en dos partes y nueve
El
capítulos. El resto de esta introducción esboza las características fun-
damentales del medio ambiente del Altiplano y la historia demográñca
de Azángaro, dos aspectos fundamentales para la comprensión del de-
sarrollo de la región. Los siguientes tres capítulos conforman la prime—
ra parte, que trata de la era de crisis que se inició hacia 1780 y que se
extendió hasta mediados de la década de 1850. El capítulo 2 estudia la
crisis de los circuitos comerciales coloniales que ligaban al Altiplano y la
gradual reconstrucción de otros circuitos nuevos a partir de la década de
1820. En el capítulo 3 examino cómo fue
que la estructura agraria de la
región y los mecanismos coloniales de extracción de excedentes del cam-
pesinado indígena, se vieron afectados por el advenimiento de la crisis
entre las década de 1780 y 1820. En el capítulo 4 exploro de qué modo
los hacendados y los campesinos de comunidad afrontaron los retos
y
oportunidades que la independencia política del Perú presentaba, bajo
condiciones de una continua depresión comercial.
Los cinco capítulos de la segunda parte cubren la era de la expan—
sión, desde finales de la década de 1850 hasta 1920. El capítulo 5 comien—
za con una reevaluación de los circuitos y sistemas de comercialización.
A ello le sigue, en el capítulo 6, un análisis de las transacciones de tierras,
la expansión de las haciendas, y los diversos modos en
que se adquiría y
retenía la tierra. En el capítulo 7 examino con mayor detenimiento a las
comunidades campesinas en el contexto de las presiones comerciales, las
cambiantes constelaciones de poder local y el Estado. En el capítulo 8 me
ocupo del régimen laboral y la economía de las haciendas ganaderas del
Altiplano, así como de los valientes intentos realizados para cambiarlas.
El capítulo 9 muestra cómo
para comienzos de la década de 1920, el
Altiplano septentrional ingresó nuevamente a un periodo de crisis y es—
tancamiento, y resume los principales puntos del libro.

Geografía y ecología de Azángaro

El viajero que llega al Altiplano, ya sea por el sistema de estrechos valles


interandinos cuzqueños hacia el noroeste —con su frondosa agricultura
en los fondos de los valles y sus formaciones rocosas de empinada pen—
diente y tonos rojizos y grises—, ya a través de las desoladas y yermas
alturas de la Cordillera Occidental, que deben atravesarse cuando uno

44 | NILS JACOBSEN
llega desde Arequipa, no podrá evitar maravillarse ante la vista que se le
ofrece al descender hacia la gran cuenca interandina de la cual el depar-
tamento peruano de Puno solo comprende su sector más septentrional.
Aquí la vista se abre a una planicie que se extiende hasta el horizonte, y
que resplandece con el color dorado que el intenso sol del Altiplano
le
concede a los interminables pastizales durante la prolongada estación
seca, que corre de abril a noviembre.
Hacia el norte, la cuenca del Titicaca comprende la tercera parte del
Altiplano, que se extiende a lo largo de unos mil doscientos kilómetros
desde la línea que divide los actuales departamentos de Puno y Cuzco en
dirección sur, hasta la frontera entre Bolivia y Argentina. Está rodeado
de los Andes, que se bifurcan en
por la Cordillera Oriental y Occidental
el extremo nororiental de la cuenca en Nudo de Vilcanota, a los cator—
el

ce y medio grados de latitud sur. En el lado boliviano, a unos cuatrocien-


tos kilómetros hacia el sureste, la cuenca del Titicaca queda separada de
otras cuencas hidrográficas tan solo por algunos cerros en las cercanías
de La Paz.19
El lago Titicaca, a una altura de 3.812 metros sobre el nivel del mar,
de casi doscientos kilómetros de largo y hasta setenta kilómetros de an—
cho, proporciona el medio ambiente especial que le permitió al Altipla—
no convertirse en una de las áreas más densamente pobladas de nuestro
planeta, a alturas comparables. El lago moderó la dureza del clima y fa-
voreció la producción agrícºla en la estrecha franja que corre alrededor
de su orilla. Las plantas lacustres y los recursos pesqueros suministran
materiales de construcción y una reserva natural de alimentos para la
densa población lacustre en tiempos de escasez. El lago facilitó la nave-
gación y el transporte desde la época prehispánica, pero especialmente
desde la introducción de la navegación a vapor.
La provincia de Azángaro, que cubría un área de 6.643 kilómetros
cuadrados según sus límites entre 1854 y 1989, se encuentra en el extre—
mo norte del Altiplano (mapa 1.2). En sus extremos más amplios, la pro—
vincia se extiende unos ciento cuarenta kilómetros de norte a sur y otros
cien de este a oeste, y en su límite meridional casi toca las orillas del lago

19. Romero, Monografía del departaniento de Puno, 75—76; C. Smith, “The Central An-
des”, 266; Romero, Perú, 188—191.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 45


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Mapa 1.2. Província de Azángaro, ca. 1920

46 | NILS JACOBSEN
Titicaca, en la desembocadura del río Ramis. Hacia el norte y el noreste
asciende hacia las crestas de la Cordillera de Carabaya, con alturas por
encima de los cinco mil metros. Hacia el oeste, el límite con la provincia
de Lampa sigue bastante de cerca el curso del río Pucará. Desde Tirapata,
en el límite noroccidental de Azángaro con la provincia de Melgar, sigue
una línea mal definida en dirección al norte hasta alcanzar la cresta de la
Cordillera Oriental detrás de Potoni. El límite sudoriental mira hacia la
provincia de Huancané y corre desde un punto ubicado entre la boca del
río Ramis y el pueblo de Huancané, en dirección nororiental subiendo
directamente hasta la cresta de la cordillera en las cercanías de Ananea.
Azángaro cubre buena parte de la cuenca de los tres principales tri-
butarios del Ramis, el más importante de los afluentes del lago Titicaca.
Dos de esos tributarios —el río Crucero (conocido como Azángaro al
sur de Asillo) y el río Putina— dividen en tres partes la provincia en
dirección norte—sur. Los distritos más occidentales de Azángaro descien-
den hacia planicies que están frente al tercer río, el Pucará. En la parte
central de la provincia los ríOs serpentean por unas amplias pampas se-
paradas por cadenas de cerros.
En las partes norte y noreste de la provincia los valles de estos ríos se
los cinco
angostan. Aquí la cordillera asciende hasta alturas superiores a
mil metros, como el Cerro Surupana en el distrito de San José, que retie-
ne su manto nevado todo el año. Hacia el sur y suroeste de la provincia
las pampas se ensanchan. En los distritos de Samán, Achaya, Caminaca
yla parte sur de Arapa el paisaje se hace plano. Los cerros ya no dividen
el curso de los ríos Pucará y Azángaro durante los últimos diez o quince
kilómetros antes de que se junten para formar el río Ramis. En el área
de Samán y Taraco -—este último distrito forma parte de la provincia de
Huancane' desde 1854—, el río alcanza un ancho de cien metros y una
profundidad de ocho a diez metros. A finales de la estación de lluvias,
este río frecuentemente inunda los campos y pastizales circundantes,
causando considerables daños.ºº
Además de numerosos ríos y riachuelos, pequeños lagos y lagunas
ayudan a los habitantes de Azángaro a enfrentar la periódica escasez de
agua. El extremo sur del lago Arapa, más grande
el de estos lagos, que

20. Romero, Perú, 212—213; Romero, Monografía del departamento de Puno, 99-101.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? ¡ 47


tiene una circunferencia de unos cincuenta kilómetros, está a solo dos
kilómetros del lago Titicaca. La laguna mucho más pequeña de San Juan
de Salinas, a unos diez kilómetros al norte de Arapa, tiene
una conside—
rable importancia en la provincia como una fuente estable de sal de alta
calidad. Un manantial de aguas minerales en una isla constantemente
reabastece sus salobres aguas. Cuando sus orillas retroceden durante la
estación seca, los campesinos indígenas recogen la sal cristalizada en el
lecho seco del lago. Comercializada hasta el siglo XIX
por todo el Altipla—
no septentrional y las áreas adyacentes en el sistema de valles del Cuzco,
la sal de San Juan de Salinas ha sido un recurso
importante desde al
menos la época incaica.21
Los suelos de la provincia, que en muchas partes han quedado ago—
tados por siglos de uso,22 difieren por lo general entre si según el relieve
del terreno. El suelo en la franja situada inmediatamente a orillas del
lago Titicaca —lo que incluye algunas pampas en los distritos más me—
ridionales de Azángaro— está formado por depósitos aluviales y lacus-
tres.23 Estos suelos,
que varían entre moderadamente ácidos y neutrales,
y que son deficientes tanto en nitrógeno como en fosfatos, contienen
un porcentaje relativamente alto de componentes orgánicos y no necesi—
tan descansar por más de un año para recuperarse naturalmente.24 Las
pampas y suaves laderas de los cerros más alejados del lago tienen suelos
de poca profundidad
y pedregosos de menos de treinta centímetros de
profundidad, así como suelos arcillosos bien drenados de mayor profun—
didad, de color marrón-oscuro a marrón-grisáceo. En las depresiones,
los suelos mal drenados forman
pequeños pantanos. Todos estos suelos
son además deficientes en nitratos y fosfatos. La sal y los minerales se
acumulan allí donde no hay un drenaje adecuado, dejando el suelo del
todo infértil;25 estos lugares infértiles salinos, alos
y que en Azángaro se

21. Romero, Monografía del departamento de Puno, 138; Salas Perea, Monografía, 168;
Rossello Paredes, Murales de Azángara, 5—6.
22. Martínez, Las migraciones, 17.
23. Es posible que en tiempos prehistóricos el lago
haya cubierto una superficie más
grande; véase Romero, Perú, 190, 218.
24. Ibid., 218; Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional 27:12.
25. Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional 27:11; Romero, Perú, 218; Dollfus, Le
Pérou, 37.

48] NILSJACOBSEN
conoce como collpares, son un rasgo codiciado de las propiedades, pues
sirven para combatir las enfermedades del ganado. Los suelos en las em—
pinadas laderas de la cordillera por encima de los cuatro mil metros son
poco profundos y rocosos.
Dos factores influyen más en el clima de Azángaro que cualquier
otro: las posibles heladas que caen durante unos siete meses del año, y las
precipitaciones lluviosas marcadamente estacionales durante tres o cua—
tro meses, con grandes fluctuaciones anuales. Las temperaturas medias
fluctúan enormemente en cada periodo de veinticuatro horas. Durante
el día, el sol tropical hace que el termómetro se eleve hasta los veinticinco
grados Celsius; inmediatamente después de la puesta del sol, se impone
el frío, con temperaturas a menudo inferiores a los cero grados. Las fluc—
tuaciones mensuales de la temperatura son ligeras y varían de un prome-
dio de 10,2 grados Celsius en enero a 6,5 grados Celsius en julio, a orillas
del lago en Puno. Pero sí hay una diferencia entre las temperaturas por
encima de los cero grados y las heladas nocturnas.26 Entre abril y octu—
bre, los agricultores tienen que vérselas con estas heladas, que solo dejan
una corta estación de crecimiento de las plantas. En la cordillera, las
heladas ocurren todo el año a alturas superiores alos cuatro mil metros.
Las precipitaciones fluctúan bastante en el Altiplano septentrional,
tanto de un año a otro como a lo largo de cada año. Las lluvias anuales
pueden caer por debajo de los 500 milímetros y llegar hasta mil milí-
metros, con una media de 580-600 milímetros en un lapso de treinta
años.27 Los patrones pluviales dividen el año en dos estaciones, el verano
lluvioso y caliente, y el invierno frío y seco. El periodo de mayo a agosto
está virtualmente libre de lluvias, y el 90% de las precipitaciones caen
entre mediados de noviembre e inicios de abril, con un pico en enero y
comienzos de febrero. Las precipitaciones que caen entre septiembre y
mediados de noviembre, escasas en términos absolutos, son de impor-
tancia estratégica para la agricultura. Como los suelos se secan y endure—
cen durante los meses de invierno, las lluvias de septiembre son cruciales
para la siembra, pues brindan un periodo de crecimiento adecuado a las
plantas para que maduren antes de las heladas de abril. La demora de las

26. Dollfus, Le Pérou, 36.


27. Romero, Perú, 207; Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional 27: 5.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 49


primeras lluvias puede tener consecuencias tan devastadoras como las
de una auténtica sequía.28 De cualquier modo, las sequías son frecuentes
y causan severas crisis de subsistencia y hambre entre el campesinado del
Altiplano.29 El otro extremo, la sobreabundancia de lluvias, también se
da, inundando periódicamente las áreas de la agricultura más intensiva
alrededor de las orillas del lago y los valles, y destruyendo los cultivos.
Las heladas y granizadas frecuentemente ocurren. La
mayor parte
de la cosecha puede quedar destruida en años con severas heladas, di—
gamos a inicios de abril. Con un clima tan severo, las condiciones óp-
timas para la agricultura y la crianza de ganado son escasas. En 1831
José Domingo Choquehuanca, vivamente interesado en el
progreso de
su provincia natal, observaba que Azángaro no había sido bendecida con
“buenos pastos” en cuatro de los últimos cinco años debido a lluvias
excesivas, la sequía o las severas heladas.30 Los microclimas desempeñan
un papel importante en los esfuerzos realizados para evitar los efectos
del agreste clima sobre los cultivos. Las plantas pueden morir
en un lu—
gar porla helada, mientras que a apenas treinta metros de distancia no se
ven afectadas. Al sembrar, los agricultores eligen cuidadosamente
pun-
tos abrigados del viento, en las laderas o en pequeñas depresiones 0 ca-
ñones, evitando así las pampas azotadas por los vientos y a merced de las
heladas. El temor a las heladas y granizadas ha dado origen a numerosas
invocaciones y ritos entre el campesinado indígena.31
A alturas por encima de los 3.800
metros, solo la cercanía del Alti—
plano a la línea ecuatorial y el intenso sol permitieron que hubiese sufi-
ciente vegetación como para sustentar a grandes poblaciones animales

28. Romero, Perú, 209—21 1.


29. Algunos autores sugieren que las sequías severas se dan en ciclos de cinco o siete
años; véase ibíd., 211. Dollfus (Le Pérou, 37) describe los efectos de las
sequías de
1955-1957, las más devastadoras de la historia reciente; el estudio masivo del de-
sarrollo del Perú de finales de la década de 1950 (el Plan regional, publicado
por
el Ministerio de Hacienda
y Comercio) fue llevado a cabo en respuesta a las per-
turbaciones económicas, sociales y demográf1cas causadas
por las sequías. Para los
devastadores efectos de una sequía que se extendió de 1814 a 1816, consúltese Cho—
quehuanca, Ensayo, 59.
30. Choquehuanca, Ensayo, 62.
31. Romero, Monografía del departamento de Puno, 408.

50 | NILS JACOBSEN
más
y humanas. Esta vegetación se hace cada vez más escasa mientras
vayamos al sur, adquiriendo condiciones desérticas en las grandes sa—

linas en la margen sudoccidental del Altiplano en Bolivia. Incluso la


vegetación en Puno es relativamente pobre. Solamente unos cuantos ár-
boles florecen en este medio ambiente. Especies nativas como el kkolli
(Polylepis racemosa) y la queñua (Polylepis besseri) sobreviven sobre todo
en bosquecillos de arbustos en las laderas de los cerros; los especímenes
de
que alcanzan dimensiones de árbol solo raras veces adornan la plaza
armas de algún pueblo del Altiplano o vera la del camino que lleva al
complejo edificado de alguna hacienda. Estos árboles han sido sobreex-
plotados durante siglos como material de construcción y leña.32 El euca—
lipto, introducido de Australia, se ha adaptado bien en la zona a orillas
del lago, pero pocos crecen en el Altiplano mismo.
En términos generales, esta es una pradera sin árboles, que recuerda
las estepas del Asia central. La flora más común son los pastos —chi-
llihua (Festuca dissitiflora), chillilma crespillo (Festuca rigescens), grama
(Poo meyeni), chije (Sporobulus), y cebadílla (Bromas unioloídes)— que
cubren pampas y laderas en densidades variables según la altura, los
microclimas, el grado de humedad y los suelos.33 Las diferencias en su
cantidad y calidad tuvieron un papel importante en la ubicación de las
de la tierra.
operaciones ganaderas de la zona, e influyeron sobre el valor
Algunos pastos altiplánicos pueden enfermar al ganado, especialmente
el ichu o paja brava (Stipa pungens), un pasto duro con puntas espinosas
de alto en las lade-
que crece en manojos de hasta sesenta Centímetros
florecen en las
ras de ambas cordilleras.34 Diversas plantas semiacuáticas

32. Pulgar Vidal, Geografía, 92; Romero, Perú, 220.


el (Trifolium amabile),
33. Aunque los pastos leguminosos son raros en el Altiplano, layo
ha sido usado en Azángaro como forraje animal al menos
que es semejante al trébol,
Ensayo, 11; Romero, Perú, 220; De
desde el temprano siglo x1x; véase Choquehuanca,
Lavalle y García, “El mejoramiento”, 74-75. Quisiera agradecer a Marcel Haitin que
el

información sobre los pastos pastizales, véase


me señalara esto último. Para más y
]acobsen, “Land Tenure”, 21—22.
34. Romero, Perú, 219; C. Smith, “The Central Andes”, 269. En 1831, Choquehuanca
(Ensayo, 11) mencionó como pastos importantes a la quísna, huaylla, sicuya (usa-
dos no solo como forraje, sino también para techar), el mrhuayo (particularmente
idóneo como forraje para las llamas) y som, que florece en las partes húmedas de las
obras modernas.
pampas. No he hallado mención alguna de estos pastos en

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 51


partes mal drenadas de las pampas y en las aguas poco profundas cerca
de las orillas de los lagos, entre ellas el preciado llacho (Miriophilium titi-
cacensis), que proporciona forraje durante la estación seca.35
En 1959 solo un estimado de 22.400 hectáreas de la provincia fue-
ron dedicadas al cultivo, esto es alrededor del 3,5% de la superficie total
de la provincia, mientras que más del 90% de la tierra consistía de
pas-
tos naturales: una distribución que probablemente no haya cambiado
mucho durante los últimos doscientos años. Con todo, la agricultura
fue y continúa siendo de importancia estratégica
para el sustento de la
población rural. El grado en el que los cultivos regionales suministran el
alimento necesario para las familias campesinas, es lo que determina su
libertad para disponer de sus rebaños de animales. Cuando los cultivos
son insuficientes, hay que vender o intercambiar un número de animales
más alto para conseguir los alimentos necesarios. Así, las cosechas influ—
yen directamente sobre las poblaciones de ganado, un aspecto clave en el
bienestar económico de la región.36
Muchas plantas alimenticias de clima templado no maduran en el
Altiplano, y las cosechas son altamente inseguras debido a los frecuentes
desastres climáticos. La papa, una planta originaria de los Andes, fue de
lejos el más importante cultivo en el Altiplano septentrional desde tiem—
pos prehispánicos.37 Con un límite superior de cultivo situado hacia los
3.900 metros, la papa es cultivada en todos los distritos de la província de
Azángaro.38 Aunque parte de la producción se consume fresca durante
los meses que siguen a la cosecha, históricamente una parte más gran-
de fue consumida bajo su forma deshidratada, a la que se conoce como

35. Romero, Monografía del departamento de Puno, 236—237; para otras plantas semía-
cuáticas no identificadas en obras modernas, véase Choquehuanca, Ensayo, 11. La
célebre totom (Malacochete totora) rara vez es empleada como forraje debido a su
gran versatilidad; se la usa para construir embarcaciones, esteras y techos, y también
es un alimento delicioso para los humanos.
36. Con respecto a la relación existente entre la agricultura y la ganadería en los Andes,
véase Golte, La racionalidad; Figueroa, Capitali5t Development; Caballero, Economía
agraria; véase también Crotty, Cattle, Economics, and Development.
37. Para la producción de cultivos de Azángaro, véase Iacobsen, “Land Tenure”, 24, cua—
dro 1-3.
38. Romero, Perú, 218; Choquehuanca, Ensayo, 15—55.

52 | NILS JACOBSEN
chuño.39 Otros tubérculos nativos, como la oca (Oxalis tuberosa) y a la
papa lisa u olluco (Ullucus tuberosus), se producen en menor cantidad.40
En comparación con la persistente y abrumadora importancia de
los tubérculos, la fortuna de otros cultivos ha experimentado cambios
considerables. Tales cambios han signado en particular a la quinua
(Chenopodium quinoa) y la cañihua (Chenopodium canihua), granos an-
dinos cuya producción estuvo concentrada en las áreas a orillas del lago.
El cultivo de estos granos fue mucho más amplio hasta el temprano pe-
riodo colonial de lo que sería en el siglo XIX. La producción de los granos
andinos continuó cayendo hasta la década de 1970 —cuando el gobier-
no militar promovió su consumo debido a su alto valor nutritivo—, en
parte porque la producción por hectárea es inferior a la de la papa, y en
parte porque los consumidores urbanos no los han favorecido.41 Desde
el siglo XVII, la cebada ha venido restando terreno a la quinua y la cañi-
hua.42 Como su límite superior de cultivo cae alrededor de los cuatro mil
metros, ella usualmente no llega a madurar en el Altiplano y sus tallos y
hojas se usan como forraje.43 A fines de la década de 1950, su producción
aún era ligeramente inferior a la de los granos andinos.44 Sembrada por
todo Azángaro, la cebada se encuentra principalmente en los distritos de

39. Las papas se esparcen sobre un campo abierto durante la época de las fuertes heladas,
entre junio y julio. Después de exponerlas a las heladas nocturnas por unos ocho
días, se las pisa para exprimir los líquidos, se las deja unos cuantos días más para que
se híelen de noche y luego quedan listas para su almacenaje durante largo tiempo. La
moraya, una variedad más deseada y costosa del chuño, es colocada por unos cuantos
días en los riachuelos por donde corre el agua, entre dos tratamientos con la helada;
véase Choquehuanca, Ensayo, 9—10.
40. Pulgar Vidal, Geografía, 97-98.
41. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, 1: 161-162; Choquehuanca, Ensayo, 9, 15-55; Ro-
mero, Perú, 222; Pulgar Vidal, Geografía, 95—96.
42. Romero (Perú, 221) informa que la cebada se cultivaba ampliamente durante el pe-
riodo colonial como forraje para los grandes rebaños de mulas. Sin embargo, en
la década de 1650 apenas si se la sembraba en el Altiplano porque se creía que no
soportaría el duro clima de la región; véase Cobo, Historia del Nuevo Mundo, 1: 161.
43. Choquehuanca, Ensayo, 9.
44. Una relación no muy confiable de la producción agrícola a comienzos de la década
de 1950, sostiene que hubo una producción más alta de cebada que de quinua y ca-
ñihua; véase Guevara Velasco, Apuntes, Vol. 1.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y cuAmos7 | 53


Arapa y Samán, donde este cultivo es usado como forraje por las empre-
sas de engorde de ganado desde al menos finales del siglo XIX.
Campesinos y hacendados han intentado sembrar diversos vegetales
desde el periodo colonial, entre ellos cebolla, zanahoria, repollo —el
y
más importante— habas. Aunque algunas de estas plantas llegan a ma—
durar en nichos bien protegidos en las laderas de los cerros de los distri—
tos de Arapa y Chupa, solo pueden cultivarse pequeñas cantidades. Esto
también vale para el maíz y el trigo, que rara vez llegan a madurar en el
Altiplano. El suministro de estos cereales, que son importantes productos
alimenticios desde las épocas prehispánica y colonial, respectivamente,
debe obtenerse a través de un vivo intercambio con los valles alrededor del
Cuzco y con zonas en las laderas orientales occidentales de los Andes.“15
y
Los animales más grandes que hubo en el Altiplano en tiempos
prehispánicos son los camélidos. La llama y la alpaca, las dos especies
domesticadas de esta familia, son los mamíferos grandes más comunes
de la región. El guanaco la vícuña, las dos especies silvestres de camé-
y
lidos, todavía recorrían las aisladas laderas y faldas de la cordillera de la
provincia de Azángaro en el primer cuarto del siglo XX, en número con-
siderable. Las vícuñas, que viven en rebaños altamente estratificados de
unos cincuenta animales, vienen siendo cazadas desde la época colonial
por su pelaje extraordinariamente fino. También se ha cazado con regu—
laridad a una variedad andina del venado (Cervus anticencis), al
puma
(Felix concolor) y al zorro. Los
pumas y zorros atacan a los rebaños de
los animales domésticos más
pequeños, causando frecuentes pérdidas.46
También se cazan varios animales más pequeños, entre ellos la vizcacha
(Lapidum peruvianum) —un roedor— y los patos silvestres,
que abun-
dan en las abrigadas bahías de los lagos.'*7 Aunque la cacería
puede tener
motivos comerciales —como en el caso de la vicuña— o servir
para eli—
minar depredadores del ganado ——como la caza de
pumas y zorros—,
también ha tenido una función más fundamental:
para sobrevivir en
años de magras cosechas y una provisión insuficiente de alimentos, la

45. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, 1: 162; Choquehuanca, Ensayo, 9; Romero, Mono—
grafía del departamento de Puno, 412-413.
46. Romero, Monografía del departamento de Puno, 246—249; Choquehuanca, Ensayo, 12.
47. Romero, Monografía del departamento de Puno, 247, 250, 436.

54 [ NILS JACOBSEN
población rural de la región se dedica a la caza, junto a la recolección de
raíces silvestres y bayas.48
Aunque la fauna de lagos y ríos solamente comprende un número
limitado de especies, algunos tipos de peces se convirtieron en una im—
portante fuente adicional de alimento e ingresos, particularmente para
los pobladores que viven a orillas de los lagos Titicaca y Arapa. Los peces
comestibles preferidos son las bogas (Orestia pentlandi) y el humantus,
estimados también por los pobladores urbanos. El carachis (Orestia al-
bus), un pez algo pequeño y enjuto, es una fuente barata de proteína
forma deshidratada. Los ríos de
y se le comercia por toda la región en
Azángaro contienen el pez cºmestible nativo más grande del Altiplano,
el suche (Trychomicterus dispar), que alcanza los treinta y cinco centí-
metros. Durante siglo
el XIX y comienzos del XX, algunas variedades de
peces del Altiplano se conseguían en mercados tan lejanos como los del
Cuzco y Arequipa.49
Podemos extraer dos conclusiones de este cuadro general del medio
ambiente del Altiplano septentrional. (1) Como el medio ambiente se
aproxima al límite posible para el sustento de grandes poblaciones
hu—

manas, este ha sido menos maleable que de otras zonas climáticas más
el
favorecidas. La gente del Altiplano no puede cambiar fácilmente de una
orientación predominantemente de pastoreo a productores de exceden-
tes de cultivos alimenticios. Bajo las condiciones tecnológicas predomi—
nantes tanto durante periodo
el colonial como durante el republicano,
del área cultivada habría producido rendimien-
una extensión drástica
tos decrecientes debido a la dureza del clima. Las evidencias sugieren que
las sociedades prehispánicas pusieron un área considerablemente más
grande bajo cultivo gracias al uso de terrazas en las laderas de los ce—
los problemas del drenaje,
rros y camellones en las pampas, resolviendo
el riego y la protección de los vientos helados.50 Con todo, la principal
riqueza de la región consistía en sus abundantes rebaños de ganado, in—
cluso antes de la llegada de los españoles.51 (2) Ello no obstante, debemos

48. Dollfus, Le Pérou, 37; Romero, Monografía del departamento de Puno, 247.
49. Ibid., 252-253, 438; Choquehuanca, Ensayo, 13.
50. Ibid., 14; Erickson, “An Archaeological Investigation”. Con respecto al trabajo reali—
zado por Alan Kolata en Tíwanaku, consúltese Obermiller, “Harvest from the Past”.
51. Cobo, Historia delNuevo Mundo, 1: 163.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 55


enfatizar que el medio ambiente permite realizar una serie de otras acti-
vidades económícas primarias. Pese a su escala limitada, la agricultura,
con su notable diferenciación local, tuvo una importancia estratégica. La
caza y la pesca ayudan a mantener a la población en años de malas cose-
chas y alta mortandad del ganado, además de ofrecer un ingreso regular
a un pequeño grupo de personas. Sería erróneo considerar al Altiplano,
en cualquier momento de su historia, como una economía únicamente
ganadera.

El desarrollo a largo plazo de la población de Azángaro

Solo recientemente la historia demográfica


peruana ha comenzado a
brindar estimados de la población bastante confiables para la era prees-
tadística. La mayoría de las cifras con las que contamos hasta el censo de
1940 deben todavía ser utilizadas con cautela, dada la infinidad de
erro-
res en la recolección de los datos, así como las imprecisiones y cambios
en las unidades administrativas cubiertas. Lo que aquí presento sobre la
población de Azángaro debe verse como una gruesa aproximación a las
tendencias principales y a los puntos de inflexión.
En contraste con la Nueva España, la caída de la población en el
Perú andino, y en la provincia de Azángaro en particular, continuó al
menos por un siglo y medio después de la conquista española. Aquí ella
alcanzó su nadir durante las epidemias que asolaron
gran parte del Alto
y Bajo Perú en 1687, y nuevamente entre 1718 y 1720. Durante el siglo
XVII la onerosa mita de Potosí, una leva de
trabajadores mineros im—
puesta a la población indígena de Azángaro junto a la de otras dieciséis
provincias, contribuyó también a la perdida de población y promovió
una emigración masiva de los que buscaban escapar a esta y a otras ím—
posiciones hispanas. Para el año de 1700, una gran parte de los habi—
tantes de las comunidades de Azángaro eran forasteros, personas
cuyos
ancestros no habían nacido en la comunidad donde ahora residían. En
1690, el cura de la parroquia de Chupa le informó al obispo del Cuzco
que todos sus feligreses indios eran forasteros.52 Este creciente segmen—
to de la población, no parece haber sido incluido regularmente en los

52. Villanueva Urteaga, Cuzco 1689, 114—115.

56 | NILS JACOBSEN
Cuadro 1.1
POBLACIÓN DE LA PROVINCIA DE AZÁNGARO, 1573-1972, SEGÚN LOS CENSOS

Y LOS PADRONES DE TRIBUTARIOS

ANOS INDIOS TOTAL

1573/78 25.482 n. d.
16153 22.443 n.d.
1690 6.855 7,192
1725a 9.129 n.d.
1754“ 10.228 n. d.
1758/59 12.604 n.d.
1786 26.573 n. d.
1798“ 28.844 32.103
1826 36.052 n.d.
1825/29 37.579 43.291
1845“ n. d. 38.471
1850“ 46.133 48.144
1862 n.d. 46.954
1876 n.d. 45.252
1940 92.845 97.038
1961 n.d. 111.468
1972 n. d. 122.210

Nota: las cifras excluyen acá a Taraco, Pusí y Poto.



Resté 11,39 por ciento a los totales de la provincia, el promedio de las doctrinas de Pusí y
Taraco, y el anexo () viceparroquia de Pato en los recuentos de 1786, 1826 y 1825—1829.
Fuentes: Cook, “Population Data for Indian Peru”, 113; Vollmer, Bevíilkemngspolitík, 281—284;
Villanueva Urteaga, Cuzco 1698, 111—126; Wightman, Indigenous Migration and Social Change,
66; Macera, Tierra ypoblacíón, 161-162 (multiplicación del número de tributarios de 1758/59
india total; resta de 1,6 por ciento de la
y 1786 por 4,5 como un estimado de la población
población de Peto, que no fue enumerada por separado); Mórner, Perfl, 132 y 133; Kubler, The
Indian Caste, 11, 28, 34; Choquehuanca, Ensayo, 15-53 (para 1825/29 multipliqué el número de
tributarios por 4,5 como un estimado de la población india total); Correa Peruano, 30 de julio
de 1845, citado por Castelnau, Expedition 4: 129; censo de 1862, BMP; censos nacionales de 1876,
1940, 1961 y 1972.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 57


TASAS DE Cuadro 1.2
CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO
DE LA PROVINCIA
DE AZANGARO, DERIVADAS
DE LOS
CONTEOS DE POBLACION

ANOS CRECIMIENTO
ABSOLUTO LAPSO TASA ANUAL

%]
(PORCENTAJE)
(ANOS) (PORCENTAJE)

INDIOS
1573/78—1725
—64,2
1615—1725 ca. 150 —0»43
-59,3 110
1725—1786 —054
291,1
1725—1798 61 3»13
316,0 73
1725—1825/29 2»96
411,6
1786-1825/29 ca. 102 3,05
41,4 ca.
1798—1825/29 41 1,01
30,3
ca. 29 1,04

1825/29-1876
4,5
1825/29-1850 ca. 49 0,09
11,2
1825/29—1862 ca. 23 0,49
8,5
1850—1862 ca. 35 024
—2,5
1850-1876 12 —0,21
—6,0
1876—1940 26 —023
114,4
1940-1972 64 1,79
25,9
32 0,80
Fuentes: véase el
cuadro 1.1.

padrones de tributarios

x
de las
mediados de la década de comunidades donde residían sinº h35ta
1720. El
entre 1690 crecimiento de la población
y 1725 —algo i
mprobable, dadas las pérdidas
indígºna
¿¡ epidemia de más de 50%
ello, nuevos métodos de 1718-1720—
de recuento.53 simplemente refleja, Pºr

53. Tschudi, Reisen durch Sú'damer


ika 5: 359; citando
regui, un sacerdote de a Juan Domingo Zamacola Táu-
Cayma, cerca de Arequipa, Y
en el siglo XVIII, Tschudí 3111de a
58 [ NILS JACOBSEN
Las ' ' incre-
(cuadros_l.iy 1.2) sugieren un rápido
-

mento iii5on1bles
declí1rí)so
los Siguientes sesenta y cinco años hasta
mediados de la d;5c121n (áurante obstante las fuertes pérdidas de vida
su fri das durante laa 3 e)1780, no
Amaru a comienzos de este dece-
nio, Lºs 26 ehon de_Tupac
recuento e tr1butanos llevados a cabo durante la década de
1750 fueron bs
mu las reformas administrativas aplicadas durante
.

las Visitas de Ary l211J05, y


y a los funcionarios captar
una mayor parteeccl e Í Escobedo permitieron ex1stente en la revisita de 1786
y en el Censo alpoblac1orsi4indigena
epísc de 1798. 8ea cual fuera la tasa exacta, caben po-
Cas dudas lOpa
de que poblac1on 1nd1genade Azángaro creció rápidamente
“rante el segunda0 XVIII.55 Fue también durante
)_'te_rcer cuarto de151glo
este Pºriodo de
económico, que el segmento no indígena de
la Pºblación ;rec1m1ento de fami-
120 mas vrsible, además de las pocas docenas
li as de miner56 desde el
08, hacendados y funcionarios españoles evidentes
Siglo XVI.
E hasta mediados de la década
de 23,1Z%%1íesiílba dela época colonial y
18
indigena Azángaro de creció a una tasa modesta de
Cerca de 1,0% ¡ÍCI(3n del siglo XIX el
ano. Durante las primeras dos décadas
Altiplano sufri?
0 severas epidemias y sequías, así como los efectos pertur-
adores de las de 1ndependencra, con su repetido
reclutamiento
e lºs campeSiguer516'as durante el
tales calamidades no habían faltado
me dio Siglo unos. Pero Más allá de la congruencia

x
preced10 a la revasrta de 1786.
gºfn€ral con Cioe r1tmos de la región, resulta
aun difícil 15 económicos semlseculares
ex esta desacelerac16n demográfica.
Las incer[;.íicar lo toca al siglo que siguió
a la umbres no disminuyen en que
1

Independ enc1a. Los recuentos de fines de la década de 1820 y los que

la doctrina
Una Ca'd , verosímil de 23 mil a dos mil h abítantes en
de Azáln aadºmograñca poco afirma la epide mia de 1719-1720
ro. Choquehuanca (Ensayo, 57-58) que
redujo lag poblac10n de la Indigenous Migration and
S octal
. provincia al tercio. Wightman,
Change, 42_44, 67-73,
54 .
Cºmun
personal de David Cahill, febrero de 1989.
_)
55.
El anál_1_ºººlºn de Are—
ls de 105 .
de la parroquia de Yanahuara, cerca
arlí r_€glstros parroquiales de 2,4% entre 1738 y
quípa, 010 ““ Incremento anual natural de la población
747; Véa Sº
56. Cººk, “La población”, 33.
Con re 5 Peru”; Mace—
, de 1803-1805, véase Tandeter, “Crisis in Upper
ala Sequ1a
ra y M ¿5 estº del Perú colonial”.
q ez Abantº, “Informaciones geográficas

CUANTOS? | 59
INTRODUCCIÓN: ¿POR out, DÓNDE Y
se hicieron en 1850 y 1862,
no se basaron en modernos métodos estadís—
ticos y por lo general se les
considera poco fidedignos.57 Incluso el censº
de 1876, llevado a cabo
tras penosos preparativos, contiene numerºsºs
errores y categorías confusas.58 Y
para el Altiplano hay un muy desafof'
tunado vacío sin ningún recuento poblacional
intervalo que media entre los útil para el prolongado
Si damos crédito
censos de 1876 y 1940.
a los datos censales, la ,
garo creció a una tasa anual de población global de Azan'
0,49 % entre los años inmediatamente
posteriores a la Independencia
te los siguientes veintiséis
(1825—1829) y 1850, solo
para caer duran“
años, hasta 1876, a un nivel apenas 45% Pºr
encima del de cincuenta
años antes. Solo durante los siguientes Sesenta
y cuatro años hasta 1940, el
crecimiento poblacional de largo plazo, (lu?
había comenzado durante el
segundo cuarto del siglo XVIII, se reanu_dº
con un incremento de 114%.
Al fluctuar su población entre los 43 mll Y
54 mil pobladores
entre las décadas de 1820 y 1870, la densidad Pºbla—
cional promedio de
Azángaro fue de unos siete u ocho habitantes Pºr
kilómetro cuadrado. Algunas
zonas, particularmente en los distr1tºS
cercanos al lago Titicaca y en ciertos
sectores de los distritos de Asillº Y
Azángaro, t€nían densidades
poblacionales mucho más altas, mientras
que las cadenas de montañas intercaladas
valles y las laderas de la con las amplias planicies de lºs
Cordillera de Carabaya, estaban apenas ocuP?'
das por unas cuantas
familias de pastores. Al crecer la población a mas
de 97 mil habitantes
para 1940, la densidad poblacional media de Alfiº”
garo alcanzó el nivel de unas quince
Es posible personas por kilómetro cuadradº-
que el censo de 1850 haya exagerado deliberadamente 12i
población de Azángaro, ya
que fue preparado por el Ministerio de Gue-
rra para “reforzar un decreto presidencial
ordenando el reclutamiento
de tropas frescas”, con miras
a las inminentes hostilidades con Bolivia.59
Más allá de su veracidad, debemos
explicar el declive de la población
entre 1850 y 1876, o su casi estancamiento
entre 1825-1829 y 1876. In-
fortunadamente no podemos medir el
impacto de la emigración y el
reclutamiento militar, aunque ambos factores evidentemente tuvieron

57. Gootenberg, “Population and Ethnicity”.


58. Miller, “Reinterpreting the 1876 Census”; C.
Smith,“Patterns”, 77-78.
59. Kubler, The Indian Caste, 28, 34.

60 | NILS JACOBSEN
algún papel.60 Diversas fuentes se refieren a unas emigraciones al me-
nos estacionales de campesinos varones hacia el piedemonte oriental de
los Andes (la ceja de selva) en Apolobamba y Pelechuco (Bolivia), y con
menor frecuencia a Carabaya, Sandia y el sistema de valles del Cuzco.61
Durante las guerras civiles que siguieron a la Independencia, los jóvenes
eran a veces cogidos en las comunidades campesinas del Altiplano para
conformar los regimientos de los caudillos en pugna. Algunos de esos
reclutas campesinos jamás regresaron a casa.62
Podemos decir algo más de las epidemias. Entre 1856 y 1858, una
severa enfermedad, probablemente tifus o fiebre tifoidea, afectó las sie—
rras del Perú y Bolivia desde ]auja por el norte hasta Potosí al sur, coin-
cidiendo con el intervalo en que se revirtió el crecimiento poblacional
de Azángaro de los treinta años previos. Según el viajero suizo Johann
Jakob von Tschudi, la epidemia mató cerca de trescientos mil indios,
despoblando completamente algunos pueblos.63 Aunque las pérdidas
fueron más grandes en el departamento del Cuzco, el cónsul británico
en Islay informó expresamente de su horrible paso por el departamento
de Puno.“
Podemos así explicar la caída de la población de Azángaro entre los
censos de 1850 y 1862, como algo que se debió mayormente a la epidemia
de 1856-1858. Pero no hay evidencias con las cuales explicar el descenso
continuo —aunque mínimo—— hasta 1876. Por cierto, fue en este perio-
do que las provincias de Azángaro y Huancané fueron sacudidas por la

60. Consúltese ]acobsen, “Land Tenure”, 38, cuadro 1—7, con respecto al índice de mascu-
linidad de Azángaro como indicador delos patrones migratorios.
61. Por ejemplo, en 1887 Petrona Mamani y su esposo Antonio Poma, de Arapa, Vendie-
ron sus tierras porque se habían mudado permanentemente a Patambuco, en la ceja
de la selva de Sandia; véase REPA, año 1887, Rodríguez, f. 136, n.º 64 (24 de mayo de
1887).
62. En 1861, la viuda Petrona Quispe, de Muñani, una vieja campesina, entregó su es-
tancia Chichani al hacendado Juan Antonio Iruri porque Pedro Nolasco Luque, su
único hijo sobreviviente, había partido hacía tiempo con el ejército y nadie conocía
su paradero, o si aún seguía con vida; REPA, año 1861, Manrique, f. 169, n.º 79 (nov.
30, 1861).
63. Tschudi, Reisen durch Súdamerika, 5: 210-211.
64. Grandidier, Voyage, 196; informe del cónsul británico Wilthew acerca del comercio
de Islay en 1856, en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 102.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 61


“rebelión de Bustamante” de 1866—1868. En la represión subsiguiente,
las autoridades planearon reasentar comunidades indígenas completas
en la ceja de selva de Carabaya.65 Pero tras las fuertes protestas públicas,
las represalias jamás se llevaron a cabo en la extensión planeada,
y el
descenso poblacional entre las cifras del censo de 1862 y 1876 es menor
en algunos de los centros de la rebelión (Samán, Putina y Muñani) que
en los distritos que no estuvieron involucrados. Aunque no podemos ex-
cluir con certeza que otros procesos de corto plazo hayan tenido lugar en
este intervalo, resulta igual de probable que se hayan cometido simples
errores en el censo, que se diera una cifra demasiado alta para 1862, muy
baja para 1876, o ambas cosas. Lo más plausible parece ser un notorio
subconteo en el censo de 1876.
El fuerte crecimiento demográfico de la provincia en los siguientes
sesenta y cuatro años, promediando un 1,8% anual según los datos cen—
sales, podría haberse dado
aunque en la superñcie ninguno de los prin-
cipales factores que influyen en la población haya cambiado mucho. Las
levas para el Ejército la Guardia Nacional prosiguieron aun después de
y
terminada la Guerra del Pacífico y la subsiguiente guerra civil de 1895.66
Además, la emigración ala ceja de selva tal vez se intensificó. Entre 1900
y 1930, los campesinos de los distritos altiplánicos más cercanos a la
Cordillera Oriental, como Muñani, Putina, Rosaspata y Conima, fueron
reclutados a través de contratos de enganche (pagos adelantados a crédi-
tº) para que trabajaran como recolectores de caucho en el valle de Tam-
bopata, en la provincia de Sandia. La producción de café y coca en esta
provincia de piedemonte, la más meridional del Perú, también atrajo un
número cada vez más grande de campesinos del Altiplano, mientras
que
otros continuaban su emigración a la ceja de selva boliviana alrededor de
Apolobamba y Pelechuco.67 Solo la depresión de comienzos de la década
de 1930 y el estallido de la Guerra del Chaco
entre Bolivia y Paraguay en
1932 —que despertó entre los
trabajadores peruanos en el piedemonte

65. Con respecto a la “ley del terror”, véase ]. Basadre, Historia dela república, 4: 1653; E.
Vásquez, La rebelión de Juan Bustamante, 190—192.
66. Con respecto a las prácticas de reclutamiento en la provincia de Azángaro las me-
y
didas tomadas por las haciendas para contrarrestar sus efectos, véase Fischer a Cas—
tresana, Pícotani, 25 de julio de 1909, AFA-P.
67. Martínez, Las migraciones, 79-90, 115-117.

62 | NILS JACOBSEN
boliviano el temor a ser reclutados por el ejército de este país—, trajeron
consigo un breve respiro al gradual incremento de la emigración prove-
niente del Altiplano.
Para 1940, hasta 35.688 personas, el 6,2% de los nacidos en el de-
partamento de Puno, habían emigrado de este a otras partes del Perú, y
casi la mitad de ellos al de Arequipa. Solo un tercio de esta cifra había
inmigrado al departamento, previniendo de Bolivia el contingente más
grande (36,7%). Para 1940 la pérdida migratoria neta de Puno sumaba
más de 23 mil personas, el 4,2% de la población departamental. Aunque
pequeña en comparación con las pérdidas migratorias masivas comunes
desde la década de 1950, está perdida disminuyó aun más las tasas de
crecimiento poblacional. Muchos emigrantes de Azángaro se dirigieron
a Arequipa 0 al Cuzco. En 1907, por ejemplo, encontramos a Gertrudis
Quispe Amanqui, una campesina de la parcialidad de Ccacsani, en el
distrito de Arapa, viviendo permanentemente en Arequipa y vendiendo
quesos en su mercado.68
Las epidemias continuaron cobrando víctimas en la población de
Azángaro durante el periodo que corre entre los censos de 1876 y 1940.
Manuel E. Paredes, el único médico en la provincia, descendiente de una
importante familia de hacendados, informó en 1919 que “se ha presenta-
do la gripe el año último, habiendo hecho estragos en la indiada con un
porcentaje de casos fatales espantosísimo”. El tifus y la viruela también
devinieron en epidémicos durante ciertas temporadas, y el sarampión
había causado “no escasa mortalidad” entre los niños en años anteriores.
Sin embargo, las infecciones gastrointestinales y la tuberculosis eran ra—
ras debido al agua de beber saludable y a la baja densidad poblacional.69
Durante las primeras décadas del siglo XX, el número de víctimas
mortales debido a las enfermedades infecciosas se mantuvo elevado en
Azángaro. Hay referencias a una epidemia (posiblemente de peste bubó—
nica) en 1903 y al estallido de tifus exantemático en 1908, ambas de las
cuales causaron muchas muertes. La epidemia de 1903 mató a cuarenta y

68. REPA, año 1907, Jiménez, f. 456, n.º 178 (3 de sept. de 1907).

69. “Informe del médico titular de Azángaro”, 10 de agosto de 1920, citado en Roca Sán—

chez, Por la clase indígena, 284—285.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 63


cinco pastores tan solo en las haciendas
Checayani y Caravilque.70 Dadas
las evidencias de continuas levas
para el Ejército, el gradual incremento
de la emigración y algunas serias
epidemias, resulta difícil explicar la
media de 1,8% anual en el crecimiento dela
población entre 1876 y 1940,
que sugieren los censos de dichos años,
Una revisión de las tasas de natalidad
y defunción para los años
de 1924-1925, sugiere que unas tasas de
crecimiento más bajas para el
periodo 1876-1940 son plausibles.71 Los registros de nacimientos prº-
bablemente son bastante exactos, ya
que casi todos consideraban esen-
cial el bautizo de los recién nacidos; las
muertes, en cambio, a menudo
quedaban sin registrar, pues los campesinos buscaban evitarse el gasto
de un funeral en la iglesia.72 La tasa de nacimientos
de 2,6% para 5915
distritos de Azángaro en 1924-1925 es casi idéntica la de entre 2,1% y
a
2,6% para los años que van de 1941 a 1945,
que fuera reportada por la
oficina de estadísticas del Perú para la totalidad de Puno. Sin embargo,
la tasa de mortandad reportada, de 0,35%
para los seis distritos en 1924—
1925, contrasta con las tasas de mortandad de
entre 1,1% y 1,4% para
todo el departamento de Puno entre 1941 1945. Esta diferencia sugiere
y
vigorosamente que la mayoría de las muertes quedaron subregistradas
en 1924—1925. Mientras que basarse en esta tasa de mortandad increíble—
mente baja arrojaría una tasa de crecimiento natural de la población del
2,2% para 1924—1925, la aplicación de las cifras de mortalidad más con—
fiables de 1941-1945 (una tasa media de 1,26%) tendría
como resultado
una tasa de incremento natural de la población de 1,34% para mediados
de la década de 1920. Esto es casi una tercera
parte menos que la tasa
media requerida para alcanzar el incremento poblacional, sugerido por
los censos para el periodo que va de 1876 a 1940.

70. “Memoria del médico titular de las provincias Azángaro y Ayaviri


para el año de
1908”, en Memoria del Presidente de la H. Junta Departamental,
ap. 21, 99-103; con
respecto al cierre del puerto de Mollendo por dos meses en 1903, debido al estallido
de la peste bubónica, véase Bonilla, Gran Bretaña, 4: 57; para la epidemia en las ha-
ciendas Checayani y Caravilque, véase REPA, año 1904, Jiménez, f. 597, n.” 235 (9 de
enero de 1904).
71. ]acobsen, “Land Tenure”, 44, cuadro l-9.
72. Esta evaluación sigue a Brading, Haciendas, 50-53.

64 | NILS JACOBSEN
Si asumimos que tanto las cifras de 1940 para la población total
de Azángaro como las de nacimientos entre 1924 y 1925 son bastante
confiables, el censo de 1876 debe haber subestimado a la población pro—
vincia] en cerca de 15%. Los datos de Choquehuanca para 1825-1829
también subestiman a la población de Azángaro. Aunque una tasa de
mortandad de 2,8% parece posible para estos años, una tasa de naci-
mientos de 4,6% resulta altamente improbable. Partiendo del supuesto
de estadísticas de nacimientos bastante exactas, este error solo podría
deberse a unas cifras bajas para la población total y para las tasas de
mortalidad.
En conclusión, quisiera presentar un modelo del probable desarro—
llo demográfico de Azángaro a largo plazo. La población de la provincia
cayó entre el periodo de la conquista y finales del siglo XVII, pero no
a niveles tan bajos como los que sugiere el conteo de 1690. Solo la de—
vastadora epidemia de 1718-1720 marcó el nadir de la población india
de Azángaro. Las siete décadas que siguieron a la epidemia vieron una
rápida recuperación de la población, quizás del orden de 2% anual, una
recuperación de la fertilidad bien conocida en el caso de las consecuen-
cias delas principales epidemias europeas. Esta recuperación se propagó
de modo más uniforme a lo largo del periodo, de lo que sugieren las
revisitas tributarias de la década de 1750. Ella coincidió con una época
de crecimiento económico y presenció el establecimiento de un sector
significativo de población no indígena en Azángaro, aunque la provin—
cia continuaría siendo un 90% india hasta bien entrado el Siglo XX. El
crecimiento demográñco de Azángaro perdió velocidad entre la década
de 1790 y mediados de la de 1820; esta desaceleración coincidió con el
inicio de un largo periodo de crisis económica, que examinaremos en el
siguiente capítulo.
De los censos tempranos del periodo republicano, los de la década
de 1820 y el de 1876 parecen haber subestimado a la población de Alan—
garo, mientras que los de 1850 y 1862 estuvieron más cerca de la realidad
o fueron muy altos. Durante el primer cuarto de siglo luego de la Inde—
pendencia, la población provincial continuó creciendo a la modesta tasa
de finales de la época colonial. La epidemia de 1856—1858 causó pérdidas
poblacionales importantes que aún no habían subsanadas cinco años
más tarde, al realizarse el censo de 1862. En contra de lo que indica el
censo de 1876, podemos asumir con certeza un crecimiento poblacional

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? | 65


durante la siguiente década, pero la epidemia del decenio de 1850 tuvo
un impacto importante sobre el desarrollo demográfico de Azángaro
para todo el periodo intercensal que va de fines de la década de 1820 a
1876. A diferencia de algunos recientes estudios regionales y nacionales,
yo calculo que la población de las provincias del Altiplano, como Azán…
garo, solo experimentó un crecimiento mínimo durante este medio si—
glo.73 Esta cuasi estasis se dio fundamentalmente durante el resto de la
crisis económica de largo plazo, que comenzó durante la década de 1780
y llegó a su fin a mediados del decenio de 1850. Durante el siguiente y
prolongado periodo intercensal —1876—1940—, el crecimiento demo,
gráfico de la región llegó a ser lo suficientemente robusto como para su-
perar los efectos de epidemias, emigraciones y reclutamientos militares.
Sin embargo, debido al subconteo de 1876, este crecimiento fue conside—
rablemente menor de lo que sugieren los datos brutos del censo, quizás
cerca a 1,3% al año, comparable con el crecimiento de la población de la
Europa preindustrial durante el siglo XVIII.
Entre la conquista y 1720, y nuevamente a partir de la década de
1930, el desarrollo de la población de Azángaro no se correlaciona fácil_
mente con los ciclos económicos de largo plazo. En la fase inicial, la falta
de inmunidad de los indios a las enfermedades europeas, y aproximada—
mente a partir de la década de 1930, el dramático impacto de los antibió—
ticos y las campañas de salud pública, fueron los factores predominantes
que influyeron sobre las tendencias demográficas, a pesar de los ciclos
económicos. Pero durante aproximadamente los dos siglos intermedios,
entre 1720 y la década de 1930, podemos notar cierta correlación entre
la población y la economía: una era de crecimiento durante las décadas
de mediados del siglo XVIII, seguida de un periodo de crisis entre la de
1780 y mediados de la de 1850, y otro periodo de crecimiento a partir del
decenio de 1860. Esta, a decir verdad, no es una correlación clara y pre—
cisa, y es especialmente confusa en el primer tramo, la transición entre
el crecimiento y el estancamiento a finales del siglo XVIII y comienzos
del XIX, cuando el descenso económico aparece con mayor rapidez y es
más drástico que la crisis demográfica. Tampoco hay suficiente infor—
mación como para afirmar con certeza si la población impulsó el ciclo

73. Cfr. Gootenberg, “Population and Ethnicity”; Glave, “Demografía”.

66] NILSJACOBSEN
económico (como lo sugiriera Esther Boserup y lo aplicara Eric van
Young de modo tan convincente a la región de Guadalajara, en México,
durante el siglo XVIII),74 0 si en cambio, como en el modelo malthusía—
no, era la economía la que determinaba los patrones demográficos. En el
largo plazo de doscientos años, una relación interdependiente entre las
tendencias económicas y demográficas del Altiplano nos brinda el mo-
delo más realista, aunque durante períodos más breves, uno u otro factor
podría haber sido abrumadoramente influyente. Al tratar de entender la
evolución socioeconómica del Altiplano peruano en los siguientes capí-
tulos, resulta de crucial importancia tener en mente tanto el desarrollo
de la población de la región en el largo plazo, como su ecología agreste
pero sorprendentemente variada.

74. Van Young, Hacienda and Market.

INTRODUCCIÓN: ¿POR QUE, DÓNDE Y CUANTOS? ¡ 67


Crisis y reacomodo,
1780— 1855

f—fv—'á'-I.ms=—ev—w
/—“í
Capítulo 2
DEL “ESPACIO ANDINO” AL EMBUDO EXPORTADOR

LA PROVINCIA DE AZÁNGARO “es abundantísima de ganados, que es su prin-


cipal comercio, y en lanas, y sebo, y algunos cerdos”.l Esta descripción
de la economía provincial, escrita por el geógrafo Cosme Bueno hacia
1770, apenas si difiere de la que hicieran los viajeros un siglo más tarde.
La riqueza de Azángaro descansa principalmente sobre los productos
de sus rebaños de ganado desde la época preincaica. Pero la forma en
que estos recursos ganaderos fueron explotados cambió
de modo im—
portante entre mediados del siglo XVIII y la segunda mitad del XIX. La
economía de Azángaro tuvo que adaptarse alos cambios producidos en
los circuitos comerciales, los cuales redeñnieron las relaciones existentes
entre el mundo externo y los campesinos, hacendados y comerciantes, y
al mismo tiempo generaron cambios en la distribución del ingreso y en
los modos de explotación entre los distintos grupos sociales de la región.
En su nivel de integración más alto, este cambio quedó signado por
la gradual extinción de la economía de abastecimiento de la minería co-
lonial, y la subsiguiente integración de las áreas ganaderas del sur perua-
no a un creciente mercado internacional de lanas, transición esta que
abarcó las décadas transcurridas entra 1770 y 1850. Los tres procesos que

1. Bueno, Geografía, 115; De Alcedo, Diccionario, 1: 162-163.


más contribuyeron a esta transición fueron la crisis de la producción de
plata en el sur andino; los levantamientos políticos y sociales producidos
entre las décadas de 1780 y 1840, que llevaron a la creación de los estados
independientes de Perú y Bolivia, y a la fractura del “espacio comercial”
que tenía su núcleo en el Altiplano; y la industrialización europea, que
fomentó una nueva calidad de flujos de mercancías, capitales y mano de
obra a escala mundial.
Pero por fuerte que fuera el impacto que estas fuerzas de cambio
macrorregionales, e incluso globales, tuvo en el Altiplano septentrional,
gran parte de su economía y sociedad agrarias no fueron tocadas por
ellas. A pesar de la perturbación del mercado colonial desde las décadas
finales del siglo XVIII, el Altiplano septentrional mantuvo un activo ín-
tercambio comercial con las regiones vecinas, ecológicamente distintas,
del sur peruano. El intercambio de alimentos y bienes domésticos de
nivel local, característico de las arraigadas sociedades campesinas, con—
tinuó sin mengua alguna.
En este capítulo esbozo los diversos desarrollos de los mercados
para la economía ganadera del Altiplano septentrional, desde el periodo
colonial maduro hasta la era de crisis. Intento responder a las siguientes
preguntas: ¿cómo afectaron a los distintos grupos sociales de Azángaro,
las alzas y bajas en la demanda de productos ganaderos?, ¿en qué medida
participaron los campesinos en el mercado?, ¿cuál fue la naturaleza de
este mercado, y es posible acaso verlo aislado de la distribución del poder
y de la estructura sociocultural de la sociedad altipláníca?

La integración de Azángaro en los circuitos comerciales


del Perú colonial

Durante la mayor parte del periodo colonial, la función económica


primaria de Azángaro fue la de abastecer los centros mineros del vi-
rreinato.2 En su papel de “anexo indispensable pero secundario” de la
economía minera, Azángaro y los partidos (provincias) vecinos de Lam—
pa y Paucarcolla, contribuyeron con lana de oveja y alpaca, pieles y cue-
ro, chalona (carne de oveja seca y salada), carne de alpaca y llama, sebo

2. Céspedes del Castillo, Lima y Buenos Aires, 65; Assadourian, El sistema.

72] NILSJACOBSEN
y chuño para los centros mineros y los pueblos ubicados entre Cuzco y
Potosí.3
Aunque los centros mineros más importantes —Potosí, Porco y
Oruro—— se hallaban en el extremo sur del Altiplano central andino, &
unos quinientos a ochocientos kilómetros de Azángaro, los actuales de-
partamentos de Puno y Arequipa fueron también centros mineros de
cierta importancia por derecho propio, necesitados de los suministros
de las regiones productoras de ganado del Altiplano septentrional. Du-
rante un breve lapso a mediados del siglo XVII las minas de Laikakota,
en las afueras del pueblo de Puno, produjeron millón y medio de pesos
anuales tan solo en reales impuestos. Las minas de plata de San Antonio
de Esquilache se hallaban en la Cordillera Occidental, a unos treinta o
cuarenta kilómetros al oeste de Puno. Y según Emilio Romero, el dis—
trito aurífero de Carabaya, que se extendía desde la alta meseta de la
Cordillera Oriental, alrededor de Ananea y Foto, hasta los valles de la
ceja de selva de Tambopata e Inambari, produjo 139 millones de pesos
de oro durante todo el periodo colonial, esto es más de un tercio de la
producción total del virreinato.4
Hacia 1770 se trabajaban minas de plomo en la vecindad de Asillo,
dentro de la provincia de Azángaro. Para ese entonces diversas minas con—
tinuaban operando en la provincia de Lampa, aunque eran de mineral de
baja ley.5 En las faldas occidentales de los Andes, en el obispado de Arequi-
pa, las minas del partido de Cailloma fueron incrementando su produc-
ción en el siglo XVIII.6 En cambio, para finales del siglo XVIII, la mayoría
de los distritos mineros de Puno habían sido abandonados por completo,
o bien habían quedado reducidos a una sombra de lo que alguna vez fue-
ron. Sin embargo, entre 1775 y 1824, el departamento de Puno todavía
producía 1.765.632 marcos de plata, de siete a nueve pesos el marco.7

3. Piel, Capitalisme agraire, 1: 132-133; Bueno, Geografía, 113-115; Cobb, “Supply and
Transportation",31—33;G1ave, Trajínantes, 9-67.
Romero, Historia económica del Perú, 154—155; De Alcedo, Diccionario, 1: 89.
Bueno, Geografía, 113—115; De Alcedo, Diccionario, 1: 165.
>¡.º*.U':º“

Flores—Galindo, Arequipa, 19.


De Rivero y Ustáriz,“Visita a las minas del departamento de Puno en el año de 1826”,
en su Colección de memorias, 2: 36; Markham, Travels, 99—102.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 73


El comercio de Azángaro durante el periodo colonial no se limitó al
abastecimiento de los centros mineros. Debido a la peculiar ecología de
la Cordillera Central de los Andes, las regiones vecinas de distinta altura
se complementan entre sí al producir bienes agrícolas y pecuarios, que
van desde aquellos de clima tropical hasta los de zonas de clima frío.
Desde la época preincaica, el Altiplano ha mantenido un vivaz intercam—
bio de bienes con las áreas costeras al oeste, los valles interandinos al
norte y la ceja de selva al este. Hasta la época de la conquista española,
este intercambio había tenido lugar dentro del marco de los reinos étni-
cos altiplánicos, entre ellos los lupakas y los kollas (cuyo dominio incluía
el área actual de Azángaro),
que habían fundado colonias a ambos lados
—occidental y oriental— de los Andes para tener acceso a un máximo
de pisos ecológicos y sus productos agrícolas.8 Este intercambio vertical
de productos continuó alo largo de todo el periodo colonial, y en efecto
aún hoy se lleva a cabo. Sin embargo, la penetración de las estructuras
coloniales hispanas en las sociedades indígenas andinas alteró la organi—
zación y la racionalidad de este intercambio. La política colonial española
de estabilizar ala población indígena en un solo lugar, comenzó a cortar
el acceso de los grupos de parentesco a tierras en otros pisos ecológicos.
En la época prehispánica, este acceso había permitido la autosuficiencia
de los grupos de parentesco extensos, pero durante el periodo colonial el
intercambio vertical devino en comercio monetario o en trueque entre
personas que vivían en comunidades indígenas espacialmente separa—
das, o en pueblos españoles que no tenían lazos de parentesco.
Este es el contexto del tardío comercio colonial de Azángaro con
Arequipa y sus valles agrícolas circundantes, con el Cuzco y los pueblos
de los valles del Vilcanota y Urubamba, y con las regiones de la ceja de
selva de Carabaya y Larecaja. En 1791, el virreinato de Buenos Aires, del
cual el Altiplano septentrional formó parte entre 1776 y 1796, exportó
214 mil pesos en carne seca y ganado vivo a la intendencia de Arequipa
en el virreinato del Perú.9 La mayoría de esos productos provenía de los
partidos de Azángaro, Lampa, Paucarcolla y posiblemente Chucuito.10

8. Murra,“El control vertical”, 89-123.


9. Cephalío, “Disertación”.
10. La producción ganadera del Altiplano meridional abastecía a las ciudades
y centros
mineros entre La Paz y La Plata.

74 | NILS JACOBSEN
Tan solo la ciudad de Arequipa compraba cada año 54.800 ovejas en pie,
1.500 vacas vivas y 100 mil chalonas del Altiplano, valoradas en 99 mil
pesos. Además, Arequipa importó sebo de Azángaro y las provincias
vecinas por un valor de 11 mil pesos, mil pesos de lana no procesada
y cantidades considerables de chuño, mantequilla y queso. A cambio,
Azángaro recibió licor, que comprendía casi el 75% de las exportaciones
arequipeñas al Alto Perú, así como vino, maíz, aceite, algodón, harina
de trigo, ají y azúcar.11
Aunque en menor cantidad, la gama de productos exportados desde
Azángaro y las provincias vecinas del Altiplano al Cuzco en 1791, era
bastante similar a los bienes exportados a Arequipa. Además de lana por
valor de 30 mil pesos y 25 mil pesos en telas baratas de lana, la región
vendió 120 mil ovinos vivos valorados en 60 mil pesos a la intendencia
del Cuzco. ” Es más, el Cuzco recibió del Altiplano septentrional 18 mil
de chalonas. A cam-
pesos de sebo, 500 pesos de queso, y 8. 750 pesos
bio, el Altiplano septentrional compró de los valles cuzqueños azúcar
de hoja de coca, harina y, lo
y otros dulces, ají, una pequena cantidad
más importante de todo, maíz. Una pequeña parte de las voluminosas
exportaciones de tela del Cuzco hacia el virreinato de Buenos Aires debe
asimismo haberse vendido en Azángaro y las provincias vecinas. Esta
última zona suministraba a los valles de ceja de selva de las provincias
de Carabaya y Larecaja, los mismos productos que enviaba al Cuzco y
Arequipa. A cambio, los valles le proporcionaban coca en gran cantidad,
algo de maíz, y una variedad de frutos tropicales en pequeña cantidad.
Este comercio entre el norte del Altiplano y las regiones vecinas,
ecológicamente distintas, no puede explicarse fundamentalmente en
función a la economía minera del Perú. Azángaro y las provincias adya—
centes balanceaban los déficit de nutrición impuestos por la ecología con
importaciones de cereales, azúcar, ají y diversas frutas, hierbas y otros
alimentos desde Cuzco, Carabaya y Arequipa. A cambio, sus exporta-
ciones proveían a estas regiones con productos ganaderos escasos para

11. Cephalío,“Disertación”; Barriga, Memorias, 1: 52—57.


12. Esta enorme cantidad de ovejas debe haber servido tanto como suministro de carne
para las ciudades como para repoblar las haciendas ganaderas del Cuzco, suminis-
trando así también indirectamente lana a los obrajes de Quispicanchis y Canas y
Canchis.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR ] 75


la alimentación, vestido, luz y otros usos industriales. Muchos bienes
de este intercambio complementario respondían a una demanda más
bien inelástica, y la tendencia de largo plazo en el volumen del comercio
dependía principalmente del crecimiento de la población y del grado de
competencia de fuentes de suministro alternativas (por ejemplo, las im-
portaciones). Dado que una buena parte de este comercio podía tomar
la forma de trueque, solo dependía indirectamente de las coyunturas del
sector minero y de su suministro de monedas a la economía monetaria.
Pero para algunas mercancías este nexo minero era importante, como
en el caso del aguardiente de uva proveniente de Arequipa. Matheo COS—
sío, diputado de comercio de Arequipa, explicaba en 1804 la caída en las
ventas de alcohol: “por la falta de trabajos de minas en las Provincias
de la Sierra [...], no ha habido circulación de dinero en ellas y de consi-
guiente tampoco han tenido consumo los aguardientes”.13
Algunos de los productos del Altiplano no eran enviados a los cen-
tros de consumo en bruto, sino que eran procesados por artesanos o en
obrajes, ya fuera en la provincia misma o en las regiones vecinas. La lana,
en particular, era transformada en mantas, telas burdas, alforjas y otros
géneros textiles antes de ser transportada a Potosí, Oruro y otros cen-
tros mineros. Durante los siglos XVII y XVIII, este procesamiento tenía
lugar en parte en los notorios obrajes, talleres textiles tecnológicamente
atrasados de propiedad de españoles, criollos, mestizos y caciques ricºs,
y hasta de comunidades religiosas. Uno de estos obrajes estuvo situado
en Muñani, en la provincia de Azángaro, hasta 1781, y había unos cuan-
tos otros en los partidos vecinos del Altiplano.” Durante el siglo XVIII,
la concentración más importante de obrajes se daba en algunos parti-
dos del sur del obispado del Cuzco, especialmente en Canas, Canchis,
Quispicanchis y Chumbivilcas.15 Gran parte de la lana de Azángaro era
llevada a estos obrajes, donde se la transformaba en ropa basta para los
mercados del Alto Perú. Aún en 1791, en un periodo de crisis para las

13. Macera y Márquez Abanto, “Informaciones geográficas del Perú colonial”, 229.
14. Los obrajes de Paucarcolla produjeron frazadas para el ejército todavía en la Guerra
del Pacífico en 1879; M. Basadre y Chocano, Riquezas peruanas, 103; Romero, Histo—
ria económica del Perú, 138-140.
15. Silva Santisteban, Los obrajes, 150; Mórner, Perfil, 82-88.

76 | NILS JACOBSEN
manufacturas textiles del sur peruano, el virreinato del Río de la Plata
seguía exportando al Cuzco 30 mil arrobas de lana (345 mil kilos), la
mayor parte de la cual provenía de Azángaro y de las provincias vecinas
de Lampa y Paucarcolla.16 Los envíos de lana desde el Altiplano noro—
riental hacia el Cuzco habían sido más grandes antes de 1776.
Curiosamente, en 1791 el virreinato de Buenos Aires también ex—
portaba 200 mil varas (182 mil metros) de telas de lana al virreinato de
Lima por la ruta del Cuzco.17 Estas jergas eran más baratas que las que
el Cuzco exportaba al Alto Perú, y probablemente eran fabricadas por
tejedores rurales indígenas en las provincias del Altiplano septentrional,
bajo la forma de producción doméstica. Que pudieran ser comerciali-
zadas en una zona en la cual se procesaba gran parte de la lana en telas,
echa cierta luz sobre la estructura del mercado en el sur andino en esta
época. En lugar de un único sistema de comercialización integrado, en
el cual todas las clases sociales consumían bienes producidos mediante
había más bien varios mer—
procesos técnicos esencialmente similares,
cados bastante segregados para mismo tipo de bien (como textiles de
el
lana), separados por la condición socioeconómica y las costumbres loca-
les de los consumidores, y por procesos productivos diferentes. Aunque
los sectores acomodados de la sociedad colonial en las grandes ciuda-
des estaban acostumbrados a comprar telas manufacturadas en talleres
europeos, las clases más pobres de las urbes y
las grandes poblaciones
mineras, que no tenían acceso inmediato a los paños tejidos por los arte-
sanos rurales campesinos, tenían que recurrir más bien a los productos
salidos de los obrajes.18 Las telas producidas en los telares de los hogares
campesinos aún tenían un mercado entre los campesinos que no produ-
cían suñciente lana para cubrir sus propias necesidades de vestimenta, y
también entre los pobres de las ciudades, quienes solo podían costear los
materiales más baratos.

16. Cephalío, “Disertación”, cuadro 2, entre los ff. 228 y 229; todavía en 1780 el obraje de
Chacamarca, en el partido de Vilcashuamán, cerca de Huamanga (unos 500 kilóme—
tros al noroeste de Azángaro) recibía el 80% de su lana cruda del Collao; véase Salas
de Coloma, “Los obrajes huamanguinos”, 228, cuadro I.
17. Cephalio,“Disertacíón”.
18. Con respecto a la gran variedad de textiles europeos vendidos en Arequipa durante
la década de 1780, véase Barriga, Memorias, 1: 96-99.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 77


'C»"

La gran mayoría de las unidades domésticas


campesinas indígenas
en Azángaro hilaban y tejían lanas de oveja y alpaca. Varias otras arte-
sanías rurales eran practicadas por grupos más pequeños de campesinos.
Un censo industrial del partido de Lampa
para 1808 enumeraba veinte
productos artesanales distintos elaborados en el partido, además de la
gran variedad de textiles, como por ejemplo sombreros, zapatos, cucha—
ras, cerámica, esteras de carrizo, jabón, e incluso algunas ruedas para los
molinos de minerales.19 Varias comunidades indígenas de la parroquia
de Santiago de Pupuja, en Azángaro, producían —aún lo hacen— uten-
silios de cerámica para cocinar “de buena calidad
y muy especial barniz
[…] que si pasara a Lima tendría estimación
pues le excede en mucho a
las que allí trabajan”.ºº Aunque la mayoría de los bienes artesanales
eran
producidos en pequeña cantidad, bastaban sin embargo para conformar
un excedente al que se podía comerciar.
Las artesanías rurales conformaban una parte integral de la econo-
mía de las unidades domésticas de los campesinos de Azángaro, com-
y
plementaban el ingreso proveniente de sus escasos cultivos y animales.
En contraste con los complejos protoindustríales
europeos de los siglos
XVIII y XIX, para la mayoría de los hogares
campesinos del Altiplano, el
ingreso procedente de la producción artesanal era subsidiario con res-
pecto al agrícola. En la provincia de Lampa, por ejemplo, durante los
primeros años del siglo XIX, el valor de todos los textiles y bienes artesa-
nales sumaba menos de la mitad del valor de los cultivos, los
productos
pecuarios y los rebaños correspondientes. Si todas las artesanías se hu-
biesen vendido, cada hogar campesino habría recibido
un promedio de
seis a ocho pesos anuales. Las tres comunidades
campesinas de la parro-
quia de Santiago de Pupuja vendieron unos dos mil pesos de cerámica
anualmente en los primeros años del siglo XIX,
poco más de cinco pesos
por hogar en promedio.21
Los complejos protoindustríales
europeos como las regiones pro—
ductoras de lino de Flandes y Westfalía producían unos vastos
para

19. “Partido de Lampa de la provincia e intendencia de la ciudad de Puno”, 23 de


mayo
de 1808, BNP.
20. Macera y Márquez Abanto, “Informaciones geográficas del Perú colonial”, 250.
21. Calculando 1,5 varones tributarios por hogar; sobre la base de cifras de la retasa del
tributo de 1786 en Macera, Tierra ypoblacíón, ]: 162.

78]N1LSJACOBSEN
mercados de exportación. En una compleja interacción entre la presión
demográfica, la diferenciación socioeconómica dentro de las sociedades
campesinas, y la adaptación de los comerciantes a las cambiantes estruc-
turas de los mercados, el hilado y el tejido para mercados externos le
permitió a un floreciente estrato campesino permanecer en la tierra, no
obstante la insuficiencia de este recurso. Esta industria rural sustentó así
el crecimiento de la población y llevó a un notable ensanchamiento del
mercado interno para alimentos producidos localmente, dado que un
creciente número de campesinos pobres necesitaba comprar cereales y
materias primas industriales no procesadas a los estratos campesinos
más ricos.22
En el Altiplano del siglo XVIII, la producción de textiles de lana y
otros productos artesanales en las unidades domésticas campesinas no
tenía su origen en procesos demográficos y socioeconómicos similares,
de
ni llevó tampoco a una intensiñcacíón apreciable del mercado interno
la región. El impresionante crecimiento de la población en el Altiplano
durante el último siglo del régimen colonial, provocado
septentrional
sobre la pobla-
por el efecto decreciente de las enfermedades epidémicas
ción indígena, se vio sustentado por una creciente producción agrícola y
debido a la subutili-
ganadera, que pudo crecer a la par que la población
Con-
zación de la tierra en una época de bajas densidades demográfica.
de Europa
trariamente a la experiencia de las regiones protoindustriales
de artesanías rurales en el Altiplano no fue,
Occidental, la producción
necesaria del crecimien-
entonces, el elemento decisivo o la precondición
de lo que 0.
to de la población.23 Las artesanías rurales —una expresión
Hufton llamó la “economía de supervivencia” campesina, caracterizada
domésticas antes que cualquier
por la agrupación de trabajo en unidades suministraban los bienes
tendencia a una mayor división del trabajo—
necesarios para el consumo dºméstico así como para sufragar los costos
de las modestas compras efectuadas en los mercados locales y regionales,

22. Véase Kricdte, Medick y Schlumbohm, Industrialisiertmg; para un excelente estudio


de caso, véase Mooser, Lándliche Klassengesellschaft.
23. Esto coincide con la idea de Emmanuel LeRoy Ladurie de que en Francia, durante los
siglos XVI y XVII, el desarrollo de la población —conñgurado en última instancia por
regímenes epidemiológicos— era la variable independiente y economía variable
la la
dependiente; véase su “Die Tragódie des Gleichgewichts”, 40.

DEL ”ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 79


y para pagar las contribuciones y gravámenes civiles y religiosos?“1 En los
mercados locales, estos bienes podían ser intercambiados por alimentos
de primera necesidad en aquellos años en
que las cosechas de los pro—
pios productores quedaban cortas, o de manera más permanente para
aquellos que contaban con muy poca tierra. Estos bienes —al igual que
los productos ganaderos— eran asimismo intercambiados en los merca-
dos interregionales de Arequipa y Cuzco por alimentos suplementarios
y productos que perturbaban, como el maíz, las hojas de coca y el licor.
Aunque estos intercambios eran importantes para la vida campesina,
ellos necesariamente permanecieron a un bajo nivel de intensidad
y no
pudieron conformar la base de un mercado interno dinámico.
Esta condición fue exacerbada por la naturaleza asimétrica de mu—
chos de los intercambios comerciales en los
que intervenían los campe-
sinos. Las mantas, bayetas, alforjas, otros textiles productos
y ganaderos
eran extraídos de la economía campesina por un pequeño grupo de pro-
vincianos poderosos localmente, a través de una serie de mecanismos
coercitivos que constituían la esencia misma del régimen colonial. Los
corregidores, en particular, que eran los funcionarios del rey más altos
en las provincias, sus tenientes, y algunos de los poderosos curacas cu-
y
ras, combinaban su posición de autoridad con actividades comerciales,
en las cuales los campesinos de su jurisdicción conformaban a la vez
un
mercado cautivo y la fuente inevitable de alguna de las mercaderías de
su circuito comercial.
En Azángaro en el siglo XVIII, algunas comunidades aún
eran obli-
gadas a pagar su tributo en telas, un curaca guardaba
para el incre—

mento anual de los ganados pertenecientes a los bienes comunales,
y
en la década de 1690 un corregidor tenía ovejas vivas —probablemente
tomadas a los campesinos—— vendiéndose en lugares tan lejanos
como
Lima y Potosí. Los corregidores, curacas y curas de Azángaro utilizaban
una gran variedad de ardides para conseguir los productos más comer—
cializables de los campesinos indígenas, algo de lo
que dan fe las inves—
tigaciones oficiales, las peticiones efectuadas por las comunidades ante
el protector de naturales en La Plata, los
casos judiciales seguidos ante la

24. 0.H. Hufton, The Poor of Eighteenth Century France, 1750—1789 (Oxford: Oxford
University Press, 1974), 15, citado por Mooser, Landliche Klassengesellschaft, 48.

80 ] NILS JACOBSEN
audiencia de esta ciudad, y las breves pero violentas revueltas locales.25
En este patrón de comercio asimétrico, los precios eran fijados no por el
mercado sino por los poderosos. Mientras que estos ganaban el doble al
venderle caro a los campesinos y comprarles barato, el poder adquisitivo
de estos últimos se reducía severamente. En suma, los mercados locales
del Altiplano septentrional se mantuvieron débiles durante el siglo XVIII
tanto por la naturaleza intrínseca de los intercambios efectuados entre
unidades domésticas campesinas indiferenciadas, como por los meca—
nismos de extracción asimétrica de excedentes facilitados por el régimen
colonial. Es incorrecto hablar de un fuerte mercado interno en esta re—
gión durante el último siglo del dominio colonial.
El Altiplano septentrional tenía una ubicación central en los cir—
cuitos de comercio a larga distancia, que habían articulado el vasto “es—
pacio andino” desde fines del siglo XVI.26 La mayoría de los productos
transportados entre el Alto y el Bajo Perú tenían que pasar a través del
corredor establecido a lo largo de las orillas del lago Titicaca. El gran
camino que conectaba Lima, el centro administrativo y comercial del
virreinato, con el crucial centro minero de Potosí, se extendía a lo largo
de unos veinte o treinta kilómetros del límite occidental de la provincia
de Azángaro. Este camino, que fue la columna vertebral del virreinato
hacia el
peruano hasta al menos la década de 1770, operaba dirigiendo
Potosí y
sur ——como un embudo— todos los suministros necesarios en
los restantes centros mineros del Alto Perú, mientras que conducía hacia
el norte a los metales preciosos ——a Lima— y las grandes recuas de mu-
las de Tucumán y Salta, para su venta en todo el Bajo Perú.27 Otro cami—
no que alimentaba a la vía principal transversal en Lampa, conectaba al
Altiplano con Arequipa y sus valles costeros. Aunque no era tan impor—
tante para el comercio de larga distancia como la ruta Lima-Cuzco-La
Paz—Potosí, era de gran importancia para el intercambio vertical llevado

25. Véase por ejemplo “Información testimonial tomada por el corregidor de Potosí en
1690”, en Sánchez Albornoz, Indios y tributos, esp. 128—130; O,Phelan Godoy, Re-
bellions, 99-108; O'Phelan Godoy, “Aduanas”, 58—61; Spalding, Huarochirí, 200-204;
ANB, EC año 1762, n.º 144.
26. Véase Assadourian, El sistema.
27. Céspedes del Castillo, Lima y Buenos Aires, 65-66.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 81


a cabo entre el Altiplano
septentrional y las zonas de Prºdquón agrícola
alrededor de Arequipa.28
Esta ubicacion -

estrateglca trajo consigo un nivel Pººº Comun de


) -

, : ,

comerc1o y de servicios d e
Sm embargo, eran
.
transportes en el Altiplano Septentrlonjli
comerciantes y arrieros de las ciudades españºlas e
Cuzco, Arequipa, La Paz, Potosí
ban, quienes controlaban la y La Plata, y los valles que las circundíllº
mayor parte de este tráfico Y CºseCh,aban a
mayoría de sus beneficios. En cierto
había convertido en sentido, el Altiplanº Septentrlºnal 5—6

un espacio interno desde el tardío siglo XVI) dºml-


nado Por los centros primarios
los intereses españoles de la economía Cºlºnial” Para
mercantiles de estas ciudades, la importancia de A2ángar0 Y
sus provincias vecinas residía
los productos ganaderos
tanto en su ubicación estratégica Cº.mº en
con los la región misma contribuía' Sm.em-
bargo, para el siglo XVIII los que
curacas, corregidore$ Y pequeñºs arrieros
independientes habían incrementado
sus actividades como Cºmeraan-
tes y empresarios de
transporte a lo largo del sur andino. Alguna.s delas
mulas enviadas hacia el
norte desde Tucumán y Salta eran retenldas en
el Altiplano
septentrional, tanto para el uso propio de los arrieros comí:
para revenderlas luego de algunas
semanas o meses de hacerlas Pa_siar.
La ubicación
estratégica que la cuenca septentrional del T_1tlºaca
tuvo para los circuitos comerciales
coloniales, generó cargas adiC10.nales
para el campesinado, así como Oportunidades. Ya fuera como mztay05
que trabajaban para el corregidor,
como yanaconas de los hacendados.) o
simplemente como trabajadores “libres” más
o menos forzadºS a seerr a
cualquiera con poder o influencia en la
provincia, los campeSinºS teman
que dejar sus comunidades con regularidad de
y acompañar a las recua5
mulas o llamas hacia Potosí,
Arequipa o incluso Lima. Las regulac10n€5
virreinales referidas a las condiciones laborales de los indios empleadºS
en tales viajes eran por lo general
ignoradas. Los corregidores Y curaca$
frecuentemente exigían a los campesinos
que usaran sus propias bestias
de carga y se rehusaban a
compensarles por las pérdidas de los anlma-
les. La paga era insuficiente
y los campesinos eran responsables por 13

28. Ibid.; Flores-Galindo, Arequipa, 23.


29. De Rivero y Ustáriz, “Visita a las minas”, en
su Colección de memorias, 2: 21; Choque-
huanca, Ensayo, 64; Glave, Trajimmtes, 23-79.

82 | NILS JACOBSEN
pérdida o deterioro de los bienes que se les habían confiado. El trajín, que
es como se conocía a estos viajes con animales de transporte, se convir—
tió así en una seria forma de explotación de los campesinos del Altiplano
septentrional.
Al mismo tiempo, esta posición geoeconómica central hizo que para
algunos cuantos campesinos indígenas de las provincias de Azángaro,
Lampa, Paucarcolla y Chucuito resultara más fácil entrar al negocio co—
mercial y de transporte a pequeña escala. Ellos podían complementar
su economía de subsistencia no solo vendiendo sus propios productos
agropecuarios y artesanales, sino alquilando sus servicios como arrieros
con sus propias llamas o mulas, o incluso comprando bienes para luego
revenderlos. Este tipo de comerciante indio era una figura común en los
caminos del Altiplano del siglo XVIII.30
Entonces, para mediados de dicha centuria Azángaro y sus pro-
vincias vecinas ocupaban una posición relativamente favorable en la
compleja economía colonial del sur andino. Es cierto que la propia pro—
ducción minera de la región había caído desde el tardío siglo XVII, pero
la población de los centros urbanos Vecinos se había incrementado, y la
minería se había recuperado en el Alto Perú. Al disminuir los precios de
los textiles desde el temprano siglo XVIII debido al alza de las importa-
ciones europeas, los complejos obrajeros rivales de Quito cedieron parte
de su participación en el mercado alto peruano a los obrajes del Cuzco,
La produc—
que se beneficiaron con los costos de transporte más bajos.
ción textil floreció allí brevemente durante las tres primeras cuartas par—

tes del siglo XVIII, y en consecuencia la demanda de lana del Altiplano


también creció.31 Estos fueron, entonces, los factores que impulsaron la
demanda de los bienes ganaderos del Altiplano en el comercio de larga
distancia hasta la década de 1770.
Además de los circuitos comerciales articulados a través de la econo—
mía minera, hubo también otros, Con bases menos cíclicas, para comer-
cializar productos ganaderos y artesanales del Altiplano septentrional.

30. Glave, Trajinantes, 23-79; Sánchez Albornoz,lndíosy tributos, esp. 130; Quejas contra
el curaca Diego Choquehuanca de los indios de los ayllus Nequeneque, Picotani y
Chuquini (1760-1762),ANB, EC año 1762, nº 144.
31. Tandeter y Wachtel, Precios, 9-15, 23-30; Tyrer, “The Demographic and Economic
History”, 97—98; Moscoso, “Apuntes”, 67—94.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 83


:;;º.rcam_º de
Strntas
. e5pecralmente con el sistema de valles del Cu
€reqállpa su interior
agrícola—, como el mercado local __qu9: eStarefa
Y

ºn
c1a
perlas as—,_eran solo de mo 0
y b ¿gas de los c1rcu1tos afectados
312 as .

La mayor de la minería de plata.


parte del comercio en el ,
ductos, el trabajo y los Altiplano d€p€ndía de los pro,
la ex
tracc1ón de excedentes recursos del campesinado indígºnº' Sºlo de
de la economía
la campesina, en las esferas tantº
producción como de la circulación, arrler05
com.erc13r a través del eSpacio
permitía a mercaderes Y
te difíciles de andino Y sus condiciones extremadamenl
transporte, y aun aSi obtener buenas ganandas' Pero la
escasa paga que los
Campesinos indígenas recibían lanas
o cueros, y la requisa de pºr su trabajº,
su “economía de la
sus bestias de carga sin
pagº algunº» reforzarºn
escasez”, es decir el intento de cubrir la mayºría.?e
las necesidades de
subsistencia de una familia mediante la Prºducaon
doméstica. Las pºsibilidades
del mercado interno se veían así limitadas
pºr las características esenciales de la
mediados del siglo XVIII, el economía colonial peruana' para
próspero comercio de la élite del Altiplano
septentrional dependía no solo de
de la competitividad la fortuna de la economía minera Y
de los Obrajes del
estabilidad política en su sur peruano, sinº también de su
sentido más amplio.
La crisls colonial
tardía de los circuitos comerciales del sur peruano
Entre el último cuarto del
siglo XVIII y las turbulentas tres primeras
décadas que siguieron a la
independencia del Perú en 1821, una serle
aparentemente interminable de acontecimientos hicieron
CÍFCUÍtOS comerciales
pedazos 105
que había generado la modesta prosperidad de
Azángaro a mediados del siglo XVIII,
sucesos que infligieron dur05
golpes a la mismísima base
productiva de la economía ganadera de la
provincia. Estos sucesos van desde acciones
políticas y decretos adml-
nistrativos, o la destrucción y la dislocación causadas
por las guerras Y
rebeliones, hasta cambios más graduales en las estructuras
económicas
y comerciales. Todo esto contribuyó a una lenta parálisis de la economia
minera del sur del antiguo virreinato
peruano.

84 | NILS JACOBSEN
El primer paso visible en este proceso fue la separación del nuevo
virreinato de Buenos Aires del virreinato del Perú en 1776. En él se inclu-
yó a la audiencia de Charcas, y con ella al Altiplano septentrional. Para
los intereses económicos y fiscales de Lima, la pérdida del control sobre
Potosí y los demás centros mineros del Alto Perú fue un duro golpe.
Aunque el nuevo virreinato ostensiblemente buscaba fortalecer las de-
fensas españolas de la expansión militar y comercial portuguesa e ingle-
sa en la Banda Oriental (el actual Uruguay) y las costas de la Patagonia,
la medida también respondía a un cambio en el centro de gravedad del
Imperio español en América del Sur, del Pacífico a la costa del Atlánti-
co.32 Desde comienzos del siglo XVIII, un activo comercio de contraban-
do había desviado parte de la producción de plata altoperuana, de la ruta
de exportación monopólica a través del Callao y Portobelo hacía Buenos
Aires, y este último puerto importaba bienes para el interior. Dicha ten—
dencia se fortaleció después de la década de 1740 con la autorización
del registro suelto (naves individuales con licencia para navegar fuera del
sistema de flotas) y de la ruta por el Cabo de Hornos, lo que incrementó
el contrabando entre Buenos Aires y el Alto Perú. Los mineros y comer—
ciantes del Altiplano meridional apoyaron la reorganización imperial de
la década de 1770, porque así podían recibir mercaderías europeas más
baratas a través del Río de la Plata.33
el
Las consecuencias económicas que esta reorganización tuvo para
recortado virreinato del Perú, e indirectamente para la zona inmediata a
la frontera del Altiplano septentrional, se hicieron evidentes rápidamen-
te. En 1777, el virrey Cevallos de Buenos Aires decretó que en adelante,
la producción de plata y oro del Alto Perú solo podría ser acuñada en
Potosí, no así en Lima, y que nada de plata ni oro sin sellar podía ser
de me-
exportado al Bajo Perú. Buscaba así canalizar toda la producción
tales preciosos del Alto Perú a través de Buenos Aires en lugar de Lima.
El decreto hizo que gran parte del comercio del Bajo Perú con los centros
mineros del Alto Perú se hiciera ilegal. Hasta 1777 los textiles, cerea-
les, azúcar, alcohol y otros suministros que eran llevados en gran canti—
dad del Cuzco, Arequipa y otras partes del Bajo Perú a Potosí y Oruro,

32. Céspedes del Castillo, Lima y Buenos Aires, 65-66; Kossok, El virreinato, 57-60, 68-79.
33. Haring, The Spanish Empire in America, 315-316; Kossok, El virreinato, 57.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR ] 85


yormente con plata
ctos exportables no acuñada (la plata pz…na)- Comº
preciosos, no bastaba del Alto Perú, fuera s rn€tales
tación de oro para pagar tales i?bl(r)
la expºr'
y plat a sin importaciones) _pr0
que ahora afectaba acuñar contribuyó las dificultades
a crec1entíS
Azángaro y la rcio entre ambos
totalida d del Altiplano virreinat05- _

mente afectado septentrional V ¡erºn serlº”


su importa
Cuzco, nte comercio
separadas con las regiºnes de Ar€quipay
dos virreinatos. ahora de la cuenca del lºs
Titicaca a entre
circuito comercial comer ciantes y Productores pºrambºS
Los la
frontertremos
e ntre el en ex
de Arequipa Altiplano y los valles '
d1nºs
y Cuzco, costerºS º 'nteran 1

e moneda experimentaron una , 311 e


la plata acuñada. Aunque los escasez cada Vez maífíeso
residentes del Altiplano
&
no acuñada (1 e
Potosí y las
para comprar
produ ctos de minas cercanas, no ter,llinutililarla
comercio quedaba Arequipa 0 Cuzco, Pºd_lía Su
en la medl en que
mir que durante c ontrolado por las
es te . autoridades reales. P 0 demos a51_1'
nuevamente a hace periodo de escasez
rse importante. de efect1vo, el t ru€qu e Vº VI
-

El 12 de
Libre
octu bre de 1778
Comercio, que el rey
Carlos III em1t10 ., 13 Ord enanza de
.

español, llevadas culminaba las Impºrlº


.

a cabo a reformas .

05 puertos ritmo acelerado comercraies dí1aptufa


de La desde la
Habana y Manila calamltosa-n leseS-
ordenanza en 1762,
permitía el pºr parte de los g¡n5ulares 1
y la mayoría de comercio directo
las áreas entre trece Puertºs
Cºloniales pí?o
al de hispanas, entre ellos cua Pu€ ríºs
América del Sur. ' de la
en palabras Los amb1c1osos Ob)e t
. .
VOS
.
1
d
»

' _

x
€ tºdo
desarrollar a tºdo el comº .

os españoles impÍZ-(i)a5 pri“


sintió después stría hispana”_35 y una fuente de
de 1783, El efecto m2'1d se
des entre cuando Pleno de la med1 a Solo
Inglater ra Y la Paz
puso fin a las hostilida'
de París
ESPaña. En
los años
siguientes las me ¡caderíáls
34. Céspedes del
Castillo, Lima
342. yBuenosAires, s”,
35. ]. Fisher,
120—
121; O'Phelan Godoy, “ Las fº for…3
Commercial
Relatiºns, 14_

86 [
NILS JACOBSEN
una
los mercados hispanoamericanos y ejercieron
?Eír0tie;eisriigilndíaron los bienes
los prec105 al por menor de
es;endente sobre espanola
maHUfacturad…OS' n 1?85,¡la5 importac1ones que la America
hacía de Es de 8618 veces con respecto
Se habian incrementado mas
a los nivelefíina1 idea de cr1515 económica ge—
6, 7716. C_Zontra la ant1gua una
neral en el Pe ru on1al tardio,/Fisher demostro concluyentemente ('que
co
el recortado Vlrremato Participo plenamente en esta enorme expan51on
del comerc'lo trasatlant1co.36
bienes europeos permaneció
ligadlziaa ZZP3CÍC(ÍIad del Perú para importar decadas
pro 1ucc10n de metales prec1osos durante lasult1mas la
del régime co on1al el primer cuarto de siglo despues de Indepen-
y
dencia Non el del comerc1o tra-
Sat1ántic<) hsorprende,
entonces, que vasto renacer crec1m1ento_en
Ido acompanado de un 1mpresionante
la Produc
”aya de los ñlones rec1en
de plata. Basado en la eXplotac1on
descubiertClºn central peruana, y en Hual-
05 en Cerro de Paseo, en la Sierra del
la producción de plata
gaYºC, en la intendencia norteña de Trujillo,
mediados de la década
.

r más del doble entre


deecortadº virreinato creció en
. .

nivel hasta 1810, cuan—


1770 Y finales del siglo, manteniendo su alto ..
duraría los Siguientes qu1nce anos.
.
.

d 1…C10
. ' '
caída
_

una
.
prec1pitada que
TO 1630 y 1740, la producción
ras su larga depresión entre las décadas de de modo
recuperó hasta 1802, aunque
25 Plata del Alto Perú también se niveles deprimidos
uchº menos vigoroso, y gradualmente cayó hasta
durante las siguientes tres décadas (fig. 2.1). la
de la cuarta parte de
Aunque el Bajo Perú dio cuenta de menos los primeros dos
del viejo virreinato durante
£).ríduººión total de plata siglo XIX este había su-
18 OS del dominio colonial, para el temprano
(fig. 2.1). Pero este
segundo auge
Pcrado la Prºducción del Alto Perú fines
la
en cantidad con Primera
bonanza a
g;llrlér? andino, cºmparable 1ntegrador y
elm1smo efecto Sirv1ó
º XVI Y Comienzos del XVII, no tuvoand1no”.
1_g
Más b1en como
Vit ahzadºr Sºbre el
conjunto del “espacio comerciales distintos
motºr del Crecimiento y consolidación de espacios
lado, y en los Andes del
y Separadºs en el centro y norte del Perú, de un de la plata
s ur, del otro. En el Bajo Perú, más de las dos terceras partes

x—
36_ ,
Ibid., 46, 55; para los efectos del comer
Arístocracia en vilo”, 274-277, y Haitin,
284-286.
cio basado en Lima,
“Urban Market and
véase Flores—Galindo,
Agrar1'an Hinterland”,

EMBUDO EXPORTADOR
| 87
DEL "ESPACIO ANDINO" AL
…E……

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Z¿Z ….…r
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en la sierra central y septentrional. Losproductores
;1;<Iflraoer rp)rso(cilélcgdas es—
del Cuzco no podran compet1r conllos
uno y textiles Trujillo, en
tancieros ob de las 1ntendenc1as de Tarma,.Lima y
aprovi5i)cl) rayeros en expansión
el nam1ento delos nuevos campamentosm1neros
En el Alto Perú, y
Y el prós e ro mercado de ia crec1ente c1udad de Lima.
Particulfr producc1dn de. plata se
mente en Potosi, recuperacion dela del trabajo mztayo, en
la
alcanzó grac1as a
una explotacwn mas 1ntenswa
tant º (1316 la poblac1on de Potosí cont1nuaba su larga caída.37
con
suministros no creció— proporcional/mente
Prldtsilii la.f1€manda/de las
la
argent1fera del Alto Peru. Mas importante aun para
eConomíCC13nEl fue que el Altipla—
y del. Cuzco,
da_S Altiplano septentrionalcomerc1ales cada vez mas haora el
no meri lonal
oriento sus patrones
Río de ] a Plata, hac1a donde ahora fluía el grueso del metal prec1oso,
d la región recibía importaciones europeas, especialmente
feXteíslíí donde de producc1on local.
, 2151 como amplia gama de suministros
una srendo 1mportante para
Aun u º ºl el Alto Peru continuo
_Cºmerc1o con las
los c?) Cuzco y Arequ1pa durante
y productores de Puno., Slg10
últim;nºrflantes durante el pr1mer
decadas del periodo colonial e incluso 1780 el te-
de'cada de
_8
la
a la Independencia, para mediados de
5332“? andino” estaba desmtegrandose, y
los flujos
e. antiguo “espacio m1neras posrt1vas
Come rClales reflejaban cada vez menos las coyunturas
de Pºt05Í Oruro.
u Libre Comercio, los pro-
cºmº Consecuencia de la Ordenan2a' 5 de de 1778,
d UC tos menores que antes
europeos se vendian ahora a prec10
,
peruanos.
% algunºs de ellos competían
seriamente con los productos
fábricas a vapor,
os text1les europeos de lana y algodón, producidos por salidos
similares
a venderse a menor precio que productos través del
;omenzaron al Perú a
los Obrajes 151105 no solo ingresaban
Ce peruanos. Perú a través de
cada vez más al Bajo

x
SÍT_10 que se les importaba
Billaº' constituían la raíz del problema.
ºf108 dlres. Los costos de transporte de Breta—
Se Castillo, después de 1772? un terc1o del hno
ñag¿m Cespedes
del desde Cá—
le despachaba
en Arequipa costaba 337 pesos Si se Callao.38
diz aºíldldo silo era a través del
raVºS de Buenos Aires, pero 361 pesos

37. Tandeter, “ Trabajo forzado”.


38. ' 185.
cespedes del Castillo, Lima y Buenos Aires,

EXPORTADOR 89
"ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO
|

DEL
Los mercaderes y productores textiles del Bajo Perú no solo €5tº ban Pºf'
diendo su antigua Parte de los mercados del Alto Perú, Slrlº que ademas
ad05
cedían cada vez más terreno a las importaciones europeas en me rc
domésticos como Arequipa y Cuzco.
Los aspectos fiscales de las Reformas Bºrbóni685> llevadas a la prác-
III,
tica por el grupo de burócratas ilustrado o protoliberal de Cí1r los
da de
golpearon con gran fuerza a los Andes del sur a finales _d€ la de?c?nadas
1770, y exacerbaron las
rupturas en los circuitos comerc1ales orlgll of
Por el establecimiento del virreinato del Río de la Plata. Pr€OCUPa (;) P())li,
el incremento de las
rentas coloniales para el beneficio de la me,trd5105
Madrid elevó la alcabala ——un impuesto a la venta de la mayoria
1772 Y
bienes comerciados
por españoles y mestizos—— de 2% a 4% en im“
luego a 6% en 1776. En 1778, el virrey Manuel de Guirior ln1pusº
ug ctº
puesto del 12,5% sobre la producción de alcohol, el Prínºlpal pro u
comercial de Are ui a.
Estas nuevasqudidas fiscales solamente fueron implºr_mentadas S;e
-

riamente en 1777, luego de que el visitador general Antomo de AreCu_


llegara a Lima, pero entonces el plan fue aplicado con ganas. Unas c1rc
lares encargaron a los corregidores la cobranza de la alcabala Y la pues ta
en práctica de las disposiciones
para frenar el contrabando de plata 2;
oro no registrados. La alcabala debía ser ahora pagada Pºr Persºnas qu
antes habían estado exentas, los indios en particular, y fue aplicada a una
amplia gama de productos, la coca inclusive. Se establecieron aduanas
para asegurar el cumplimiento del pago de los impu€5t05 Y dereChos SO-
bre el comercio, primero en el Alto Perú (Cochabamba en 1774» La Paz
en 1776), y luego en las ciudades sureñas del Bajo Perú (Arequipa Y Cuz-
co en 1780). Así, los gravámenes cargados al comercio regional no solo se
incrementaron enormemente, sino h1zº
que además su cumplimierlto se
mucho más duro en el sur andino, lo los Corr1€fºlanteS
que hizo que para
resultara más difícil evadir su pago.39
Estas rigurosas medidas fiscales contribuyeron en gran me_dlda ¡¡ .

forjar la frágil pero amplia coalición de intereses que hizo eclos1ón en


1780, en el complejo ciclo de movimientos sociales comúnmente
conº-
cido como la rebelión de Túpac Amaru, al
que fue el desafío más serlo

39. O'Phelan Godoy, Rebellions, 162—168.

90 [ NILS JACOBSEN
dominio hispano que surgiera en todas sus posesiones americanas desde
la conquista. Distintos grupos sociales del sur andino tenían diversos
motivos para estar descontentos con la política económica del régimen
Borbón, pero el drástico incremento de la alcabala y la nueva y rigurosa
forma de cobrarla a través de aduanas internas afectaron a indios, mes-
tizos y criollos por igual.40
La rebelión, originada en el corregimiento de Tinta, cerca del extre—
mo más al sudoeste del sistema de valles del Cuzco, en el centro mismo
de la producción textil obrajera, se extendió rápidamente a la cuenca del
lago Titicaca, donde la lucha alcanzó su mayor intensidad, brutalidad y
duración. José Gabriel Condorcanqui, el cacique de Tungasuca que había
adoptado el nombre de Túpac Amaru II, y que sostenía descender del
último Inca, inició la rebelión como una forma de obligar a la admi-
nistración virreinal a extirpar los abusos que sufrían criollos, mestizos
e indios. Poco después de sus triunfos militares iniciales en el valle del
Vilcanota, Túpac Amaru cruzó hacia el Altiplano con un ejército rebelde
calculado en varios miles de hombres. Se topó con la resistencia ineficaz
de los corregidores de Azángaro, Carabaya y Lampa, y tomó el control
de todo el Altiplano al norte de la ciudad de Puno. El 13 de diciembre de
1780, Túpac Amaru entró al pueblo de Azángaro, colocó a sus propios
administradores y tuvo particular cuidado de destruir las extensas pro-
piedades urbanas y rurales de la familia del curaca Diego Choquehuan—
ca, que apoyó lealmente a la causa realista en todo
momento:“
José Gabriel Túpac Amaru fue capturado en abril de 1781, apenas
a cinco meses de haber iniciado la rebelión. Después de ser juzgado, el
el 18 de mayo de 1781 en
y muchos de sus parientes fueron ejecutados
el Cuzco, crueldad.
con ejemplar Pero este no fue el final de la rebelión.

40. Ibid. La bibliografía sobre la rebelión de Túpac Amaru ya es vasta; para las distintas
rebelio-
interpretaciones, véase Campbell, “Recent Research”, 3-48; Golte, chartos y
Gabriel Túpac Amaru; Flores-
nes; Cornblit, “Society and Mass Rebellion”; Vega, José
Galindo, Túpac Amaru II; yAcms del Coloquio. La mejor versión general sigue siendo
la de Lewin, La rebelión.
41. De Angelis, Colección 4: 347; para otrºs curacas realistas en Azángaro, véase “Carta
del Ilmo. Sr. Dr. D. Juan Manuel Moscoso, Obispo del Cuzco, al de La Paz, Dr. D.
Gregorio Francisco del Campo, sobre la sublevación de aquellas provincias”, en ibíd.,
4: 443.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 91


Su foco se desplazó ahora hacia el Altiplano, tanto al norte como al sur
del lago Titicaca, donde las principales ciudades fueron cercadas y varias
de ellas —Puno y Oruro— tomadas por los rebeldes. El Altiplano sep—
tentrional estuvo bajo control rebelde efectivo entre diciembre de 1780
y comienzos de 1782, y algunos jefes militares campesinos continuaron
luchando hasta el año siguiente en algunas zonas aisladas.
Diego Cristóbal Túpac Amaru, el comandante supremo del movi—
miento en el norte tras la captura de su primo José Gabriel, estableció su
cuartel general en Azángaro. Desde allí envió tropas y despachó instruc—
ciones a todo el Altiplano. El movimiento se radicalízó después de abril
de 1781, y los indios asumieron un papel dirigente cada vez mayor a me—
dida que criollos y mestizos retiraban su apoyo, temerosos de perder sus
privilegios sociales y de la posibilidad de que el campesinado indígena
movilizado desatase una “guerra de castas”. Diego Cristóbal jamás logró
establecer en el Altiplano septentrional, la estructura de mando discipli-
nada y jerárquica que su primo mantuvo en su base familiar en el valle
del Vilcanota. En Azángaro y las provincias adyacentes, unos jefes más
o menos independientes ——a menudo curacas menores o insatisfechos,
pero con una vigorosa base entre las comunidades campesinas— busca-
ron cumplir cada vez más con su propia agenda local. Los campesinos
indígenas dejaron de pagar el tributo, no cumplieron con su obligación
de la mita en Potosí, y tomaron ganado de las haciendas de la Iglesia,
de criollos y de curacas. Con la huida de los corregidores, los repartos
forzosos (la distribución forzada de mercancías a los campesinos) ob—
viamente colapsaron.
Los choques entre los ejércitos realista rebelde, así como las ma—
y
tanzas, destrucción y robos cometidos al azar por ambos, devastaron la
población de Azángaro, su capital ganadero, y su infraestructura pro—
ductiva. Describiendo la rebelión dos años después de su supresión, un
sacerdote peruano calculó las muertes en aproximadamente 100 mil in-
dios y 10 mil peninsulares y españoles americanos.42 Azángaro fue una
de las áreas en donde el número de víctimas había sido tan terrible
que

42. Sahuaraura Titu Atauchi, Estado del Perú, 14, n. 32; con respecto al simbolismo de la
violencia masiva en el transcurso de la rebelión, véase Flores-Galindo, Buscando un
Inca, 133-139; para el escepticismo con respecto al grado de violencia
y destrucción
durante la rebelión, Mórner, Pcrfl de la sociedad rural, 123-129.

92] NILSJACOBSEN
“no se puede contar los indios muertos”. El número de campesinos tan
solo de esta provincia, caídos en combate 0 en acciones punitivas lleva—
das a cabo tanto por realistas como por rebeldes, podría muy bien haber
alcanzado los millares.43
Aunque pequeñas en comparación con las pérdidas indias, las
muertes y la emigración permanente de la población blanca y mestiza
tuvieron enormes consecuencias para la economía del Altiplano septen-
trional. Los comerciantes, hacendados y oficiales reales españoles o mes—
tizos huyeron con sus familias, dejando tras de si todas sus pertenencias.
Tan solo en la parroquia de Arapa, veintitrés “españoles” —criollos con
antecedentes étnicos mayormente mestizos— emigraron durante la re-
belión hacia La Paz, Buenos Aires e incluso a España]H
La destrucción de la propiedad acompañó a la despoblación del
Altiplano. El daño más duradero a la base económica de Azángaro se
cometió al diezmarse los rebaños de ganado. Ovejas, vacas y animales
de transporte fueron requisados por ambos ejércitos en cualquier ha-
cienda que cayera cerca de su camino, indicándose que las tropas de
Túpac Amaru supuestamente consumían cuatro mil ovejas
al día.45
Muchos animales fueron tomad05 por soldados o campesinos de
ha—

ciendas abandonadas o a menudo mal protegidas, para así enriquecerse.


Los campesinos llenaron sus propias estancias con animales robados,
en tanto que las tropas realistas enviadas desde Arequipa y Moquegua
descuento en
a reocupar el Altiplano vendían las ovejas robadas con un
estas ciudades.46 Cuando la rebelión fue vencida luego de dos largos años
de derramamiento de sangre y destrucción, el daño a la economía gana-
dera de Azángaro no pudo ser reparado en unos meses, ni siquiera en
al Jáuregui, los
un año o dos. En una dramática súplica dirigida virrey
corregidores de Azángaro y Carabaya, Lorenzo Sata y Zubiría y Miguel
de Urviola, predijeron que el empobrecido Altiplano septentrional iba a

43. Sahuaraura, Estado del Perú, 116, n. 28-29; L. Fisher, Last Inca Revolt, 254—255; Iac0-

bsen, “Land Tenure”, 70-71.


44. “Breve reseña histórica”, 9.
45. De Paz, Guerra separatista, 1: 270-271.
8 de mayo
46. Diego Cristóval Túpac Amaru a Juan Manuel Moscoso, obispo del Cuzco,
de 1782, en ibíd., 2: 239; véase también ibíd., 1: 284.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 93


“agotar la real hacienda de su sustancia” por un largo tiempo.47 En 1784,
más de un año después de reestablecida la calma, el párroco de Juliaca, a
pocos kilómetros de Azángaro, describía las consecuencias de la rebelión
en los siguientes términos: “Las haciendas de las iglesias, conventos y
monasterios, y de personas privadas se ven hoy en la mayor decadencia;
muchos años deberán pasar todavía para reconstruirlas. Muchas casas
en los pueblos y otros lugares están quemadas, por obra tanto de los in—
dios rebeldes como de las tropas españolas, que destruyeron los pueblos.
En algunos lugares causa llanto el ver esas ruinas”.48
Para mediados de la década de 1780, tanto la coyuntura como la
estructura de los circuitos comerciales que unían al Altiplano septen-
trional con la economía colonial más amplia, habían experimentado
una transformación fundamental, producto de tres procesos distintos:
la implementación de las políticas reformistas borbónícas, la penetra-
ción de los textiles europeos en los mercados andinos, y la destrucción
y reacomodos de poder debidos a la rebelión de Túpac Amaru. Los con-
temporáneos observaron una “notable decadencia” en las exportaciones
de paños de lana de los obrajes del Cuzco al Alto Perú, debido al “incre-
mento de las importaciones de telas de lana europeas por la vía del Río de
la Plata”.49 Este control cada vez más reducido que los obrajes cuzqueños
tenían sobre los mercados del Alto Perú, y aun en cierta medida sobre
los del sur del Bajo Perú, fue ciertamente uno de los principales factores
de la decadencia económica de la región del Cuzco durante el tardío si—
glo XVIII.50 Esto tuvo un efecto depresivo similar sobre la ganadería en
el Altiplano septentrional,
cuya producción lanera encontraba su salida
mayormente a través de los obrajes cuzqueños. Después de 1782, la es-
casez de circulante, la inundación de los mercados con importaciones
europeas baratas, y los obstáculos al comercio entre los virreinatos del
Perú y Buenos Aires, impidieron que la producción obrajera del Cuzco

47. Petición de los corregidores de Carabaya y Azángaro, 18 de enero de 1781, ANB, EC


año 1781.
48. Sahuaraura, Estado del Perú, 10, n. 10.

49. Ccphalio, “Disertación”, 225.


50. Government, 127-128; Glave y Remy, Estructura agraria, 442—443,
]. Fisher, 518—519,
hablan de una crisis de sobreproducción en la sierra sur entre 1780 y 1820.

94 | NILS JACOBSEN
y la economía ganadera del Altiplano septentrional se recuperaran vigo—
rosamente de los estragos de la rebelión.
Las autoridades de Lima y Madrid mostraron una creciente preocu—
pación con respecto a la decadencia económica de lo que hoy es la sierra
sur peruana, y en particular de la intendencia y ciudad del Cuzco, una
decadencia dramatizada por la destrucción producida por la rebelión de
Túpac Amaru. En 1788 se estableció una audiencia en el Cuzco, en un
intento de detener esta decadencia y de revitalizar la ciudad y las áreas
rurales que la circundaban, haciendo que el gobierno prestara mayor
atención a dicha región, y que fuesen innecesarias las largas y costosas
apelaciones judiciales a la distante Audiencia de Lima. Las provincias
de Azángaro, Lampa y Carabaya fueron puestas bajo la jurisdicción ju—
dicial de la Audiencia del Cuzco, mientras que las demás provincias de
la intendencia de Puno quedaron bajo la jurisdicción de la Audiencia
de Charcas. Las tres provincias del Altiplano septentrional dependían
entonces judicial y eclesiásticamente del Cuzco, en el virreinato del
Perú, mientras que administrativamente aún pertenecían al virreinato
de Buenos Aires. Lo poco práctico de este arreglo, advertido ya a me—
diados de la década de 1780 por el visitador Escobedo, persuadió al rey
el de febrero
a reintegrar la intendencia de Puno al virreinato del Perú
1

de 1796.51 Pero este cambio tan solo trasladó la línea divisoria entre los
dos virreinatos del extremo norte del Altiplano a la orilla sur del lago
Titicaca. La barrera administrativa que dividía el espacio comercial del
Altiplano septentrional no desapareció.
En 1801, un plan preparado por Francisco Carrascón y Sola, pre-
bendado de la catedral del Cuzco, Sugirió un arreglo administrativo su-
mamente distinto para el Altiplano. El clérigo proponía la creación
de
Puno cubriera todo
un nuevo virreinato que tuviera su centro en y que
el territorio de la Audiencia de Charcas y de las intendencias de Puno
la principal ventaja de un cam-
y Cuzco.52 Carrascón consideraba que
bio administrativo de semejante envergadura, sería incrementar el con-
trol político y militar sobre la zona densamente poblada del Altiplano
septentrional, cuya ingobernable población indígena generó a los más

51. Government, 49-52.


]. Fisher,

52. “Nuevo plan que establece la perpetua tranquilidad del vasto imperio del Perú y pro-
duce sumas ventajas a todos los dominios de S. C. M.”, en Juicio de límites, 4: 95—1 12.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 95


feroces rebeldes durante la sublevación de Túpac Amaru. Pero lo más
importante es que el plan demuestra que la totalidad del Altiplano, con
extensiones en las zonas adyacentes del actual sur peruano, era todavía
concebido como una región unificada cultural, social y económicamen—
te. Cualquier frontera que dividiera la región en dos no correspondía a
los antiguos patrones comerciales y de asentamiento, ya fuese que ella
corriera a lo largo del Altiplano en el río Desaguadero, cerca al extremo
sur del lago Titicaca, o más bien por la margen noroccidental de la cuen-
ca altiplánica.
Además de expresar cambios en la estructura del poder político y
económico en el eje entre Lima y Buenos Aires, toda división adminis-
trativa de este tipo tendía a marginar las zonas del Altiplano que caían
a ambos lados de la frontera. El proyecto de un nuevo virreinato que
tuviera su centro en Puno fue rápidamente olvidado, la división admi-
nistrativa del Altiplano no fue revertida, y asumió más bien un carácter
mucho más serio con el establecimiento de las repúblicas independientes
del Perú y de Bolivia en la década de 1820.
Durante las restantes tres décadas previas a la independencia del
Perú en 1821, el comercio del Altiplano septentrional continuó viéndo-
se afectado por una gran inestabilidad. Las guerras internacionales, re—
beliones y campañas militares libradas de modo casi continuo a partir
de 1809 en una zona u otra del sur andino, entre el Cuzco y Potosí, así
como una serie de devastadoras sequías, generaron fluctuaciones de cor-
to plazo en los precios y el acceso al mercado. El comercio basado en la
producción campesina parece haber resistido esta inestabilidad, mejor
que aquel que tenía como base a los bienes comerciales de empresas es—
pañolas y criollas.
En 1803, el Consulado de Lima informó que la producción de paños
de lana de los Obrajes alrededor del Cuzco había caído a unas 700 mil
varas al año, desde un nivel de tres millones de varas apenas treinta o
cuarenta años antes. Esta caída necesariamente deprimió la producción
lanera de Azángaro y las provincias vecinas. Además de la continua pre-
sencia de paños europeos en los mercados del Bajo y Alto Perú, a partir
de la década de 1790 la producción textil del Cuzco se enfrentó a la cre-
ciente competencia de los obrajes de La Paz, La Plata y Córdoba.53

53. Flores-Galindo,Arequipa,39-44.

96 | NILS JACOBSEN
Hay indicios de que en las décadas finales del la época colonial, los
textiles producidos por campesinos indígenas en los telares de su propio
hogar, no cayeron tan drásticamente como lo hicieron los de los Obrajes.54
Los paños baratos producidos por la industria doméstica aún no habían
sido afectados por la competencia de las importaciones europeas. Otro
factor podría haber sido que estos dispersos lugares de producción sufrie-
ron menos destrucción durante la sublevación de Túpac Amaru que los
obrajes. Sea cual fuere la razón, en los primeros años del siglo XIX la in-
tendencia de Puno mantuvo un comercio vivaz en “vayetas, colchas, terli-
ces, vayetones, frazadas, jergas, tocuyos y alfombras tejidas por los indios
se hace un continuo giro a varios lugares de la costa, especialmente a la
ciudad de Arequipa, donde se acopian dichas especies para el uso de gen—
tes pobres, y aún pasan a Lima sus partidas de lanas para su venta en las
manterías”.55 La situación económica de los campesinos no se vio afectada
con tanta dureza por las dislocaciones y rupturas que plagaron las ope-
raciones ganaderas, la industria textil y las redes comerciales controladas
por el estrato superior de la sociedad del Altiplano septentrional, desde
el último cuarto del siglo XVIII hasta bien entrada la época republicana.
Azángaro se vio nuevamente envuelto en otro levantamiento ape-
nas unos treinta años después de que la rebelión de Túpac Amaru hu-
biese sido aplastada, y marcó el inicio de la lucha por la independencia
política en la sierra sur peruana. Durante la rebelión de Pumacahua,
iniciada en 1814 por los ciudadanos criollos del Cuzco contra los fun-
cionarios peninsulares en dicha ciudad, los jefes rebeldes nuevamente
dirigieron su campaña militar hacia el sur y ocuparon la mayor parte de
la intendencia de Puno. Sus huestes fueron reforzadas por indios de las
provincias de Azángaro y Carabaya, “algunos de los cuales habían servi-
do en la rebelión de Túpac Amaru y querían vengarse de los españoles”.56
Aunque fue rápidamente aplastada por las fuerzas del rey dirigidas por

54. Ibid., 44.


55. Roel, Historia social, 223.
56. Cornejo Bouroncle, Pu¡nacalma, 369-370. En 1814, el pequeño José Rufino Echeni-
que, de cinco años de edad, futuro presidente del Perú y cuya familia poseía hacien—
das en las provincias de Carabaya y Azángaro, escapó de ser linchado por una turba
en el pueblo de Phara, Carabaya, solo por la compasión de uno de los campesinos
indios; véase Echenique, Memorias, 1: 4.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 97


el mariscal Ramírez, la rebelión de Pumacahua tuvo en general los mis—
mos efectos devastadores sobre la economía rural de Azángaro que el
movimiento encabezado por Túpac Amaru. La provincia se encontró
una vez más en medio de uno de los focos de la sublevación y de las
operaciones militares realistas subsiguientes, que aún proseguían en
Azángaro meses después de la aplastante derrota rebelde en Umachiri,
en marzo de 1815.57
Desde mediados de 1815, la inteligente administración del virrey
Abascal —valíéndose del cambio de opinión en Europa después de
Waterloo, favorable a las fuerzas legitimistas— logró recuperar el terre-
no perdido por la causa realista en el Perú y en algunos territorios colo-
niales vecinos. Pero la depresión estructural del comercio, la producción
textil y las operaciones de crianza de ganado del sur peruano no logró
ser superada hasta el final de la época colonial. En 1816, cuando Abascal
redactó su memoria de gobierno para su sucesor, Joaquín de Pezuela, era
agudamente consciente de la persistencia de estos problemas.

Hecha abstraccion de los efectos de luxo que no se conocen, los toscos texi—
dos de Algodón y lana surtirán para el común vestuario de los Pueblos de
todo el país y exportaban su sobrante en considerable porción al Reyno de
Chile. Después de aquella fecha [la real cédula del comercio libre de octubre
de 1778] empezaron á decaer los de lana por la mejor calidad y baratu-
ra de los paños ordinarios Españoles y ultimamente los de Algodón por el
Contrabando: de suerte que no teniendo salida hán venido á arruinarse á
un tiempo las Estancias, y obrages que cosechaban las primeras materias y
disponían los texídos.5B

Las campañas militares que llevaron a que el Perú se independizara


de España entre 1820 y 1825 afectaron al comercio del sur peruano de
diversos modos. Tras la ocupación de gran parte de la costa entre Arica y
Paita por parte de los insurgentes en 1820, el ejército español comandado
por el virrey La Serna se retiró a la sierra sur, convirtiendo a las intenden—
cias de Cuzco y Puno en la plataforma desde donde efectuar repetidas
incursiones en las regiones controladas por los insurgentes. El ejército

57. Cornejo Bouroncle, Pumacahua, 385-447, 487-490.


58. De Abascal y Sousa, Memoria de gobierno, 1: 219.

98 | NILS JACOBSEN
realista contaba con las provisiones de las haciendas y obrajes de la región,
y la mayoría de sus soldados fueron reclutados allí, un patrón establecido
desde las primeras campañas efectuadas contra las rebeliones en el Alto
Perú y las invasiones de los insurgentes del Río de la Plata en 1809-1810?9
Al mismo tiempo, el Altiplano septentrional recuperó brevemente
el acceso ilimitado a sus mercados anteriores a la crisis. Tras fracasar
varios intentos de los ejércitos patriotas de Buenos Aires para ocupar el
Alto Perú, el Altiplano meridional volvió nuevamente a formar parte del
virreinato del Perú entre 1818 y la derrota realista a fines de 1824. Las
telas de lana, las pieles y la carne seca pudieron nuevamente pasar sin
restricción alguna desde el Cuzco y el Altiplano septentrional, a Potosí y
otros centros urbanos y mineros del Alto Perú. La competencia que Cuz-
co y Puno sufrieran antes de 1810, de parte de los productores textiles de
las provincias del interior de Argentina y de las importaciones europeas
llegadas a través de Buenos Aires, se redujo al nivel de tráfico clandesti-
no.60 Entre 1820 y 1824 el comerciante español De la Cotera, un residente
en Arequipa que tenía un papel privilegiado en el comercio con el Alto
Perú “debido a su influencia con el Virrey La Serna”, vendió anualmente
en Potosí paños de lana de los obrajes del Cuzco por un valor cercano
a los 500 mil pesos, un nivel de ventas considerablemente superior al
de 1791.61 José Domingo Choquehuanca debe haberse referido a estos
años cuando escribió en 1831 que para Azángaro, las “ventas de bayetas,
mantas, bolsas y ponchos negras y teñidas al Alto Perú antes de las revo-
luciones emancipadoras eran muy lucrativas”.62

El auge del circuito comercial de exportación de lana después


de la Independencia

La derrota final de los realistas en Ayacucho, en diciembre de 1824, la


integración de Azángaro a un Perú independiente, y el establecimiento

59. Ibid., 22193.


60. Halperín Donghi, Revolución yguerm, 79-80.
61. Pentland, Informe, 104; Charles Ricketts a George Canning, Lima, 1826, en Bonilla,
Gran Bretaña, 1: 64.
62. Choquehuanca, Ensayo, 64.

"
DEL ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 99
de Bolivia como una república separada, pusieron fm a esta coyuntu—
ra favorable y reforzaron la crisis estructural de la economía ganade—
ra de la región, que se había vuelto evidente cuatro décadas antes. Dos
tendencias seculares obligaron ahora a los hacendados y comerciantes
a readaptar la comercialización de sus productos: el acelerado declive
en la comercialización de los paños de lana producidos en la región, yla
creciente demanda de lana sin procesar en la Europa en vías de indus—
trialización. Ambas tendencias comenzaban a influir en la economía re—
gional del sur peruano cuando, tras la batalla de Ayacucho, los mercados
y productos de las intendencias del Cuzco, Puno y Arequipa se hicieron
directamente accesibles a los comerciantes europeos y norteamericanos
en los puertos de la costa.
Hasta la década de 1840, Gran Bretaña y otras naciones en vías de
industrializarse vieron al Perú y a toda América Latina fundamental—
mente como un mercado importante para su creciente producción de
bienes manufacturados.63 En los años que siguieron a la derrota de los
realistas, el Perú se vio inundado de mercancías que caían mucho más
allá de su capacidad de consumo. Samuel Haigh, un agente comercial
británico que estuvo en Arequipa entre junio de 1825 y febrero de 1827,
lamentaba la inundación de la ciudad con productos manufacturados
británicos, “habiendo caído los precios proporcionalmente al abrirse el
comercio libre de golpe”. Haigh atribuía esta situación insatisfactoria al
sistema de ventas por comisión. Los manufactureros británicos, al no
conocer las condiciones del mercado, estaban remitiendo un “suminis—
tro grande y constante” de mercaderías al Perú, manteniendo “al mer—
cado inundado de telas pesadas sin variedad 0 selección, así de cantidad
como de calidad”. Los exportadores estaban experimentando por lo ge—
neral “grandes pérdidas”, y “el comerciante comisionado obtiene peque—
ñas ventajas en proporción a sus molestias”. Concluyó que “ los mercados
de América del Sur han sido sumamente sobrestimados”.64
El grupo más importante de importaciones europeas eran los te-
jidos de algodón y lana. Durante las décadas de 1830 y 1840, ellos

63. Halperín Donghi, Historia contemporánea, 147.


64. Haigh, Sketches, 380—381; véase también Gootenberg, “Merchants, Foreigners, and
the State”, 175-177.

100] NILSJACOBSEN
representaron un asombroso 80% de todas las importaciones británicas
del Perú.65 Lo que era potencialmente más dañino de estas importacio-
nes era que su precio cayó rápidamente después de 1820. Entre 1817 y
1850, el precio de las telas de algodón en los puertos británicos cayó en
72% y el de las telas de lana en 63%. Según algunos estimados, los pre-
cios de las importaciones peruanas se hundieron casi en 50% tan solo a
inicios de la década de 1820.66
El impacto que estos bienes europeos tuvieron en los numerosos
grupos de artesanos y fabricantes en el Perú, y en realidad en toda Amé—
rica Latina, es un tema altamente controvertido en la bibliografía, de-
bido en parte a que cae en el centro del debate sobre la dependencia,
pero también porque las evidencias históricas contemporáneas son tan
contradictorias como vagas. Las peticiones y denuncias públicas hechas
por políticos y comerciantes del sur peruano en las décadas que siguie-
ron a la Independencia, parecen respaldar bastante a aquellos autores
que defienden la posición dependentista extrema, según la cual el Perú
pasó suavemente de la esfera mercantilista española al sistema comercial
dominado por Inglaterra, en el cual solamente producía materias primas
para el mercado mundial e importaba todos sus productos manufactu-
rados, dándose una rápida destrucción concomitante de su producción
textil doméstica.
Ya a mediados de 1826, Aparicio, el prefecto de Puno, sostenía que
las manufacturas de franelas, bayetas toscas, camelotes burdos y otros
textiles de lana, que hasta ese entonces habían dado empleo a entre 15
mi] y 20 mil familias del departamento, habían desaparecido por com-
pleto, y ello porque los textiles producidos localmente habían sido supe—
rados por las importaciones europeas gracias a su “extrema baratura”.
Signiñcativamente, Aparicio pasó a explicar que otra razón de la rui—
na de las manufacturas laneras de Puno era que los extranjeros estaban
comprando lana “en todos los pueblos de Collao”.67 Los comerciantes

65. Bonilla, “Aspects”, 1: 65.


66. Gootenberg, “Merchants, Foreigners, and the State”, 44.
67. “Manuel Aparicio, Prefecto de Puno al Ministro de Estado en el departamento de
Gobierno y Relaciones Exteriores”, Puno, 15 de junio de 1826, citado en Bonilla, Del
Río y Ortiz de Zevallos, “Comercio libre”, 18. La formulación clásica de la posición
dependentista sigue siendo la de Cardoso y Faletto, Dependencia; para el Perú, véase

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 101


británicos y franceses que operaban desde Arequipa podían pagar pre-
cios más altos por la lana no procesada que los dueños de obrajes. De este
modo, no solo la masiva importación de textiles de lana desde Europa
contribuyó a acrecentar las presiones que sufrían las industrias procesa—
doras de lana del sur peruano, sino también el inicio mismo de la expor-
tación de este producto.
El alarmista informe de Aparicio reflejaba la posición de los dueños
de obrajes y estancias ganaderas, así como la de los comerciantes de Cuz—
co y Puno, quienes advertían que la nueva ola de importaciones textiles
anunciaba la muerte de su negocio antes floreciente. Hasta finales de la
década de 1840 hubo quienes defendían la protección de las telas de lana
y algodón contra la competencia de las mercaderías europeas.68 Aunque
todavía no contamos con un estudio detallado de la industria textil en
el Cuzco y Puno durante la Independencia temprana, está cada vez más
claro que la crisis tuvo una compleja serie de causas: el declive de las
ventas en los mercados bolivianos, el alza en los costos de transporte,
la ruptura del comercio durante las guerras civiles, y la falta de capital
para modernizar las ineficientes manufacturas, lo que a su vez se debió
a la depresión de la economía agraria del sur andino. La rápida caída
en los precios de muchos textiles que siguió a la ola de importaciones a
comienzos y mediados de la década de 1820, simplemente exacerbó estos
problemas y aceleró la salida de los productos de obrajes de los mercados
andinos entre Arequipa y Potosí.
Ello no obstante, los circuitos coloniales de los textiles de obraje
del Cuzco y Puno, dominados por mercaderes de la ciudad imperial,
tuvieron una muerte lenta. La avalancha de telas importadas después
de mediados de la década de 1820 llevó a la quiebra de varios de los co-
merciantes importadores europeos y al retiro de otros del comercio con
el interior, acosados por las leyes proteccionistas y la hostilidad de las
élites mercantiles criollas de Arequipa, Cuzco, Ayacucho y otras ciuda—
des. El nivel de las importaciones textiles disminuyó durante la mayor
parte de la década de 1830, y la efímera Confederación Perú—Boliviana

Bonilla y Spalding, “La independencia en el Perú”, 15—65; para una posición opuesta,
véase D. Platt, “Dependency”, 113- 131.
68. De Rivero, Memorias, 27; Gootenberg, “Merchants, Foreigners, and the State”, 206;
Tamayo Herrera, Historia social del Cuzco, 36-43.

102 | NILS JACOBSEN


de Andrés de Santa Cruz (1836-1839) le trajo cierto respiro a los obrajes
sobrevivientes, al darle a sus productos el libre acceso a los mercados
bolivianos.69
La mayoría de los obrajes restantes cerró sus puertas entre 1841 y
1846. Durante estos años, los enfrentamientos militares (causados tan—
to por los conflictos internos en el Perú como por la reanudación de
la guerra con Bolivia) fueron particularmente severos, el sentimiento
proteccionista iba creciendo en Bolivia, y el costo del flete marítimo
disminuyó fuertemente cuando los vapores comenzaron a recorrer la
costa del Pacífico entre Valparaíso y América Central, trayendo consigo
una nueva oleada de importaciones europeas a precios más bajos.” La
década de 1840 vio así la extinción final de unos venerables comercio e
industria coloniales, que habían sido centrales para la prosperidad de los
hacendados, arrieros y comerciantes de Puno y Cuzco. Aunque es posi-
ble que algunos de los antiguos comerciantes textiles hayan sobrevivido
incursionando en el comercio de la coca, incrementando las ventas de
importaciones o participando en el comercio de exportación de lana,
para muchos de los comerciantes del Cuzco, la extinción de la produc—
ción obrajera trajo consigo el empobrecimiento, a medida que la ciudad
dejaba de ser un centro comercial importante en el sur andino.
Pero la desaparición de los talleres laneros comerciales en el Cuzco
y Puno, de ningún modo implicó el fin de la producción textil doméstica
de los campesinos del Altiplano y de numerosas áreas de los Andes pe-
ruanos. Esta era en parte una producción de subsistencia para los propios
hogares campesinos, y fue bastante impermeable a cualquier cambio en
los precios del mercado de telas comparables a las diversas calidades
de textiles fabricados en casa. Con todo, los campesinos del Altiplano
también continuaron vendiendo o trocando sus textiles a lo largo de los
Andes del sur, no obstante la dramática caída de precio. A diferencia de
los propietarios de los Obrajes y los comerciantes de telas, ellos si podían
resistir la caída de los precios porque contaban con el trabajo familiar
y usaban sus propias llamas o mulas para transportar sus productos al

69. Langer, “Espacios coloniales y economías nacionales”, 140-147; Mórner, Notas sobre
el comercio, 10.
70. Gootenberg, “Merchants, Foreigners, and the State”, 215-216; Tamayo Herrera, His-
toria social del Cuzco, 41-43; Bosch Spencer, Statistique commerciale, 50-51, 331.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 103


mercado. Es más, al desintegrarse gradualmente el control monopólico
sobre la comercialización campesina, comenzando con la prohibición
del reparto de los corregidores en 1783, la participación del precio final
de mercado que los productores campesinos retenían fue aumentando.
Así, la rápida caída del precio de mercado de los textiles se tradujo en un
descenso menor en el precio que los productores campesinos retenían.71
Siete años después de que el prefecto Aparicio sostuviera la virtual
destrucción de la producción textil altiplánica, José Domingo Choque—
huanca, el culto descendiente de la familia de curacas más poderosa de
Azángaro, publicó un tratado estadístico que cubría todo, desde los na—
cimientos y muertes hasta la pesca yla producción de oro en la provincia
entre 1825 y 1829.72 Surge aquí una imagen del todo distinta, del impacto
que las importaciones europeas y las exportaciones de lana tuvieron so—
bre la producción de paños en una de las principales provincias criado-
ras de ganado del Perú, bastante alejada de los puertos costeros (véase
cuadro 2.1).
Según los estimados de Choquehuanca, Azángaro aún recibía más
de un tercio del total de sus “ganancias exportadoras” de la venta de
jergas, bayetas teñidas, mantas y bolsas para la coca, mientras que solo
7.300 arrobas (unas 84 toneladas métricas) de lana ——a lo más un tercio
de la producción total— eran despachadas anualmente fuera de la
pro-
vincia sin procesar, tanto a los Obrajes del Cuzco como para su exporta-
ción por Islay, el puerto arequipeño de la costa del Pacífico. En efecto, al
ser las exportaciones de lana a ultramar aún
muy reducidas, la provincia
probablemente vendió considerablemente menos lana sin procesar a fi-
nales de la década de 1820, de lo
que había vendido antes de la caída de
la producción textil obrajera en el Cuzco
y Huamanga en la década de
1780. Los cuidadosos cálculos de Choquehuanca
sugieren que cerca de
seis mil telares aún estaban en funcionamiento en la provincia inme—
diatamente después de la Independencia, la mayoría de ellos en hogares
campesinos. Producían casi el doble para su subsistencia, de lo que se
comercializaba fuera de la provincia.

71. En la década de 1790, Tadeo Haenke anotó


que la abolición de los repartos había
disminuido el precio de muchos bienes para los indios en la mitad o más; véase su
Descripción del Perú, 112—114.
72. Choquehuanca,Ensaya.

104] NILSJACOBSEN
Cuadro 2.1
EXPORTACIONES E IMPORTACIONES ANUALES DE LA PROVINCIA DE AZÁNGARO, 1825-1829

VALOR VALOR
EXPORTACIONES IMPORTACIONES
(PESOS) (PESOS)

Plomo, 400 quintales 1.600 Harina, 2.720 fanegas 19.040


Bayetas, 2.970 piezas 35.640 Maíz, 3.190 cargas 9.570

Bºyºtºs º“ Cºlº“ 20'000


5.000 Azúcar, 325 arrobas 2.275
varas
Frazadas, 6.000 3.000 Panes de azúcar 2.575
Bolsas de coca, 5.000 1.250 Hojas de coca, 5.790 cestos 40.530
Cerámica 1.500 Alcohol, 1.240 quintales 24.800
Velas 500 Mantequilla, 67 arrobas 808

Queso 17.000 Vino, 124 arrobas 744

Manteca 150 Vinagre, 25 arrobas 150

Sebo, 1.179 quintales 14.148 Aceite, 9 arrobas 31

Chalonas, 39.500 piezas 19.750 Ají seco, 1.420 arrobas 4.260


Pieles de Vicuña, 160 80 Higos secos, 385 arrobas 750
Lana, 7.300 arrobas 3.650 Tabaco, 555 atados 337

Vacas, 1.190 cabezas 7.140 Chocolate, 174 arrobas 1,740

Toros jóvenes, 19…


7.640 Algodón, 154 arrobas 385
cabezas
Ovejas, 16.200 cabezas 8.100 Añil, 642 libras 2.568
Pescado 1.100 Palo Brasil [Brazilwood], 705 libras 352
Bienes europeos 9.960
Total 127.248 Total 120.925

Nota: estas cifras excluyen a Pusi, Taraco y Pote.


Fuente: Choquehuanca, Ensayo.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 105


avalancha de importaciones europeas que llegó a los puertos pe—
La
ruanos a mediados de la década de 1820, se manifestó como un mero
goteo en las remotas provincias del interior como Azángaro, donde ape-
nas si representaban un poco más del 8% de las compras externas de esta
provincia. Es claro que el consumo de tejidos europeos quedaba limitado
a unas pocas docenas de sacerdotes, hacendados, burócratas y profesio-
nales junto con sus familias, encantados de que la reducción en el precio
de las importaciones les permitiera vestirse con “delicados materiales”,
mientras que antes de la Independencia sus padres solo habían podido
pagar los “materiales burdos” producidos por los obrajes. Los textiles
europeos sirvieron más como emblemas de la emergente y reducida élite
rural del sur peruano, una marca de su “civilización”, que como bienes
de consumo para la inmensa mayoría de los campesinos indígenas.73
Entre las élites rurales y las clases medias urbanas, las importacio—
nes europeas habían calado profundamente en los mercados de textiles
de obraje debido al rápido abaratamiento de los precios ofrecidos
por los
textiles producidos con maquinarias, que eran de calidad relativamente
alta y culturalmente deseables, a precios que los productores cuzqueños
no podían igualar. Pero era otro asunto separar al campesinado indíge-
na y alos sectores urbanos más pobres, sirvientes domésticos, artesanos
pobres, cargadores y transportistas del uso de materiales de fabricación
doméstica, proceso este que abarcó al menos un siglo después de la In-
dependencia. Antes de ella, las autoridades de Azángaro castigaban a
los indios por usar
ropas de Castilla, por considerarlo una muestra de
insolencia. Y si bien las leyes suntuarias
cayeron en desuso después de
la Independencia, los indios continuaron usando
jergas de fabricación
casera, incluso cuando podían comprar los materiales importados, de—
bido a que “a la persona
que viste con decencia el administrador de la
parroquia le dice: (vistes con materiales costosos, así que tienes dinero,
entonces tienes que pagar más [derechos parroquiales] '”.74
A decir verdad, cuando la
importación de textiles comenzó a ex-
pandirse nuevamente con rapidez a precios cada vez más bajos durante

73. Ibid., 65; Kriíggeler, “Sozial und Wirtschaftsgeschichte”, 13—14; Kriiggeler, “El doble
desafío”; De Rivero, Memorias, 12.
74. Choquehuanca, Ensayo, 69.

106 [ NILSJACOBSEN
las décadas de 1840 y 1850, ciertos materiales importados —sobre todo
“driles”, “telas caseras” y “telas para camisa” de algodón ligero pero
también algunas jergas parecen haber pasado a ser productos de con—
sumo masivo en el sur del Perú. En el caso de algunas prendas de vestir,
como las camisas y la ropa interior, el campesinado recurrió cada vez
más a las importaciones inglesas baratas después de mediados de siglo.
Pero las telas para ponchos, llicllas, faldas y chalecos de mujer continua—
ron siendo tejidas en los hogares campesinos. Lo mismo sucedió con las
mantas, alforjas para las llama5, cinturones de lana y bolsas para la coca.
Los sombreros de fieltro de lana de producción local siguieron estando
de moda incluso entre los mestizos urbanos, y el tejido de gorros, me-
dias y guantes tal vez creció durante la segunda mitad del siglo XIX.75 De
hecho, Paul Marcoy se topó con muchas mujeres de hogares campesinos
e incluso de criollos empobrecidos mientras viajaba a través de la pro-
vincia altiplánica de Lampa, en 1860, que vendían lana hilada de oveja y
alpaca en el pueblo, lo que evidencia la supervivencia de una división del
trabajo rudimentaria en los oficios textiles de Puno.76
Un estimado conservador sugiere que entre 1837 y 1840, años de
creciente exportación, más del 50% de la producción anual de lana de
ovino del sur peruano fue retenida para consumo doméstico.” En años

75. Bosch Spencer, Statistique commerciale, 50—51; con respecto a la vestimenta india
alrededor de 1870—1900, véase Plane, Le Pérou, 27, 40-44; Forbes, On the Aymara In-
dians, 37; a pesar del racismo de algunos pasajes, Tschudi (Peru, 2: 174—175) describe
admirado cómo a comienzos de la década de 1840 los indios seguían tejiendo “telas
de excelente fmura”. Para una visión seguramente exagerada de la falta casi total de
dependencia de los indios con respecto a las importaciones, véase Markham, Travels,
76, n. 6.
76. Marcoy, Travels, 1: 79, 84—85, 103.
77. Calculo que hacia 1830, la población ovina del Perú meridional debe haber sido de
2.242.799 cabezas, y la de camélidos de 380.423 cabezas. Estas cifras están basadas
en la ratio entre la población de ganado de unas cuantas provincias del Altiplano a
comienzos del siglo XIX, que figura en el cuadro 4.3, y la de 1959, incluida en Min. de
Hacienda y Comercio, Plan regional, 28: 239—259. Apliqué estas ratios a las cifras de
1959 del total de las poblaciones de ovejas y camélidos en el sur peruano, para llegar
así a los estimados para 1830. El sur peruano incluye los actuales departamentos de
Apurímac, Arequipa, Cuzco, Madre de Dios, Moquegua, Puno y Tacna. Al calcu—
lar la producción de lana en 1830, usé la cifra de producción media por animal de
1959, incluída en el Plan regional. Dicho cálculo da como resultado un estimado de

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 107


pico de exportación, como 1840 y 1841, lo exportado podría haber dado
cuenta de hasta el 60% de la producción total; sin embargo, hasta finales
de la década de 1850 las exportaciones fueron generalmente menores en
estos años pico, y así las tasas de retención doméstica habrían sido de
más del 50%. Aunque los datos tempranos de las poblaciones de alpacas
son menos exactos, parecería que después de 1840 se exportó un porcen—
taje considerablemente más alto de lana de alpaca. Con el retiro de los
obrajeros y comerciantes criollos y mestizos de la producción textil, una
parte cada vez más grande de la lana cruda retenida en el sur peruano,
quedó bajo el control de los campesinos para su procesamiento, consu—
mo de subsistencia, y su trueque y comercio.
Esta “campesinización” de las industrias textiles de Azángaro se
inició antes de la Independencia. Incluso
para la década de 1780, gran
parte de las telas en todo el sur andino era producida, transportada y
vendida por campesinos. Las guerras de la independencia disminuyeron
el comercio y al mismo tiempo
redujeron aún más el papel de los comer—
ciantes mestizos y criollos. Los comerciantes profesionales del Alto Perú
dejaron de dirigirse a Azángaro a comprar telas. Para 1830, los tejidos de
la provincia eran vendidos
por comerciantes campesinos y posiblemente
por sus curacas en circuitos reducidos, fundamentalmente en sus viajes
periódicos a los valles del Cuzco y Arequipa, así como a las cercanas re—
giones bolivianas de montaña como Apolobamba; estos viajes también
servían para comprar provisiones de maíz, ají, hojas de coca y alcohol.78
Al igual que en muchas
partes de México luego de la Independencia, el
colapso de la economía comercial controlada por criollos y mestizos en

1.677.614 toneladas métricas de lana de oveja, 652.045 toneladas métricas de lana


y
de camélido producidas en el sur
peruano en 1830. La exportación media de lana de
oveja de Islay en 1837-1840 fue de 764.382 toneladas al año, 0 45,6% de la produc-
ción estimada de lana de oveja del sur peruano. El año pico de 1840 vio la exporta—
ción de 904.767 toneladas de lana de oveja, el 53,9% de la producción estimada. Las
exportaciones medias anuales de lana de camélido por Islay en 1837-1840 fueron de
345.125 toneladas métricas, 0 52,9% de la producción estimada. En los años álgidos
de 1840, 598.117 toneladas de lanas de camélido fueron exportadas, esto es el 91,7%
de la producción. Los precios [rates] de las lanas exportadas son estimados máximos
[upper—bound].
78. Choquehuanca, Ensayo, 28, 37 n. 1, 64.

108 | NILS JACOBSEN


el Altiplano septentrional, estuvo acompañado de la supervivencia y la
mayor autonomía de las actividades comerciales campesinas.79
Uno de los principales problemas que afectaba a la economía gana-
dera y agrícola del Altiplano peruano, eran las vicisitudes del acceso a los
mercados bolivianos. Después de 1825, el flujo comercial que cruzaba el
río Desaguadero, que se había convertido en una frontera internacional,
jamás volvió a alcanzar el volumen que aún prevalecía en 1791, luego del
inicio de la crisis colonial tardía en la región. Las exportaciones textiles
del sur peruano a Bolivia fueron las más afectadas, y ya en 1826 habían
caído hasta el bajo valor de alrededor de 50 mil pesos. Tal como el histo-
riador húngaro Tibor Wittman señalara, para los intereses comerciales
“cortar la comuni-
y terratenientes de La Paz fue de gran importancia
cación con las provincias de Arequipa y Cuzco, con fin de dominar el
el
abastecimiento agrícola de las regiones mineras”.80
Sin embargo, después de mediados de siglo, Bolivia aún dependía
de las importaciones del sur peruano para el suministro de algunos
bie—

nes agrícolas claves. Las importaciones que Bolivia hacía cada año
del
Perú sumaron 414 mil pesos en 1826 y 592 mil pesos en 1851. Aproxima-
damente 80% de ellas eran productos agrícolas de los valles alrededor
de Arequipa y Cuzco: alcoholes, vino, azúcar, ají y ——de cada vez me-
nor importancia— algodón crudo. El Altiplano solamente contribuyó
con restante 20% de estas exportaciones: ganado en pie, carnes secas,
el
mantequilla y queso, y papas y chuño. Estas importaciones eran parti—
el
cularmente odiosas para los proteccionistas bolivianos, puesto que
comercial
Altiplano de su país producía los mismos bienes.81 La balanza
de Bolivia con Perú fue altamente negativa
el durante las primeras tres
décadas republicanas. El cónsul británico Pentland informó que en el

año de 1826, el valor de las exportaciones al Perú era de 153 mil pesos, lo
maíz” de Cochabamba para
que incluía “una gran cantidad de harina y
el departamento de Puno. Para 1851 esta cantidad se había reducido a

79. Para México entre la década de 1820 y 1860, véase Tutino, From Insurrection to Revo-

lution, 229.
80. Wittman, Estudios históricos sobre Bolivia, 174.
81. Pentland, Informe sobre Bolivia, 105; José María Dalence, Bosquejo estadístico de Bali-
via (Chuquisaca, 1851), citado en Peñaloza, La Paz, 4: 24.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 109


apenas mil pesos, sobre
52
todo h0)as de coca de las yung8 5 p a ra Su venta
.

en Puno.82
Este déficit
comercial era extremadamente intº”
reses comerciales de irritante Pag?) 1325 que
La Paz,
se produjeron y contribuyó a los repetldºs
entre el Perú Bolivia (1838 1850"
Esto hizo y entre las décadas _de y
que el P erú fuera
devaluadas, que inundado por
monedas b0hvla?ca as de plata
para 1847 se habían monº a
usada en la circulación convertido ca51 la un
en
interna del país. Además, llevo la licación e
unos aranceles bolivianos a ap
cada vez más ercadel'Ías
peruanas, mutuas
recriminaciones proteccionistasa laS r:1€nazas
guerra e interrupciones comerciales,
del comercio repetldassos países'
0
que alcanzó su temporales
punto más álgido durante entre amb
Manuel Isidoro Belzú los gobl€rnºS livianºs
y José María 6% 33
La larga Linares, entre 1859 Y 18
depresión de la de la tem“
Prana década de 1800 minería de plata
' y la de 1850, así como e] bolivrana_detso de la Pº-
Altiplano, disminuyeron la estancamleá1
ganaderos como ca demanda e roductºs
solo fue sebo y 5 Aunque
parcialme nte e xitoso, queso, y redujeron los preclºcémpeten'
cia de bienes el proteccionismo
pecuarios del sur Cºntra la]
para frenar la caída peruano fue consideradº a o esencia
de los precios.
fueron En este inestable amblente geomºfºía'
principalmente 1 ' '

rueque de bienes ganaderos Comº


el con .La P:Z¿e
colapso de la industria de la Plata
estado del Alto mmer: [del
comercio] desde niveles Perú, trajo COn5igº la (c aída
anormalmente altos a niveleS más no rmal€5,'

X
consistentes con la
Los hacendadospoblación campesina de la regíófl”—84
tar el descenso de del Altiplano peruano encontraron dlflC1 , 'l de aceP' _

su comerc1o .
16ac a;
.
con las reg1ones al sur del lag 0 Tlf
. .

82. Pentland, Informe


sobre Bolivia, ecº“
nómica de Bolivia, 105; Peñaloza, La
.

2: 91—92. _
Paz, 42 24; penaloza> H i5t0“”
83. Con respecto las
a relaciones de
1830 y 1860,
véase ]acobsen, comerciales en tre el Perú y Bolivia 'cad35
] as “Land Tenure”, entre'lasddíntes qu
rupturas en el c 88—90; sobre la contmulda
omercio fr onterizo nlal 65
.
economías naciona les”. andino, vease
, 5010
.
Langen “Es P ac105
84. Langer, “Espacios
coloniales y
economías nacionales”, 146-
110 ] NILS JACOBSEN
u soberana distinta. No
?u;ríli1lzílerii??£ 1ncorporadasa unalosrepública
.

miembros de
que hrcreron que
comerciales
la élite administr freses
y cornerc)ral del Altrplano
septen—
1va,bterratenrente
tríona1 per5istieraan en de esta zona. Casi igual
uscar la reun1ñcac¡10n
de importantes f los frecuentes
una serre/de otros vrnculos, como
laZos familiares 1Í€ron ambos
comun del campesrnado_ indígena a
lados del río De;aa:;1¿itura socral y econo—
y general adaptacrorr
mica Paralela a u me Si? Enrente geogra
¿% un; y clrrnatrco compartrdo.
“co
Ya En 1829 el ñam en la
coron e R u no Macedo, clueno de varras_bacrendas
1

pr0Vincia de Azá encabezo una efrmera consprracron en Puno que


busca ba unir est endgaro, Bolrvra, contan—
epartamento, Arequroa y Cuzco con
do con el activo Andres de Santa Cruz.85
apoyo ,de.1 presrderrte bolrvrano
En 1836, cuand establecer la confedera-
ult1mo_ logro finalmente
Ción entre el Per(l)í es];e
Y 0er1a bajo su mz;grdo, hallo bastante apoyo entre los
no tables del de de Puno.“. Incluso aquellos que”rechazaban
apºyarle por uP€irtamento 1nvasor
de ¡[la] patr1a , favorecran
la rellníñcaciccl') ºde 1Consrderabanun aunque a la usan-
€ as dos republicas andrnas vecrnas,
z a centralista 11€ 51mple de Bol1vra, el
P esto es, la reanex10n pura y
Plan Seguido rualna:
e caud;llo cuzqueno Agust1n
Gamarra, el prrncrpal
adV€rsario de Sºr anta Cruz.
El f raºa50 .
del Perú y Bolivia solo su-
¿? la reunrñcacrón polítrca comerciales coloniales que
_ _

brayó la
ruPtura 1rreversrble de los circuitos del Alti—
ha ' Perú con los centros mineros
-

Plflií)ilgálslcdilado.a gran parte del


de productos ganaderos de Puno
elcrelcrentes exportacrones y
a Bºlivia de sus negocros text11es, forzaron estancreros
a
y

&
(Clºlapso un padron comercral
Cºmerciantes º Alt1plano
peruano a adaptarse-a un
del to do
díst'Into: la exportacrón de materras pr1mas, esta vez como

85. terratenientes y políticos, entre


E
eplºs Cómplices de Macedo
figuraban n otables
61112;
los azangarinos José Mariano
Zdr0 Aguirre y
Pedro Miguel Urbina, y tal vez
ease Herrera Alarcón, Rebeliones, 13-44.
86 '
Escob º
º
Y loséDomingo Choquehuanca; v
Macedo fueron diputa-
L0 Cazorla y Iosé Antonio de
do; Eaºlºndados azangarínos Juan de 1836 declaró la creación
de un
a Asamblea de Sicuani, que el 17 de marzo
dn Cruz; véase Valdivia, Memorias,
Esta
º Sur—Peruano bajo el protectorado de Santa
160 '
esta opinión;
87. El
Manuel José Choquehuanca, primo de lºs é Domingo, tenía
Véacs(;rinel
una, Choquehuanca el amauta, 51.

EXPORTADOR | 111
EMBUDO
DEL "ESPACIO ANDINO" AL
“anexo secundario pero indispensable” de las economías industriales de
Europa. Desde mediados del siglo XVIII, se exportaban a Cádiz peque-
ñas cantidades de lana de vicuña, oveja y alpaca del Altiplano, así como
de corteza de chinchona (de la que se extrae la quinina), recolectada en
los bosques lluviosos tropicales de la provincia de Carabaya, vecina a
Azángaro.88 Pero sería solo después de 1825, que el monto de estas ex-
portaciones alcanzó un nivel a partir del cual pudo comenzar a reconfi—
gurar el sistema comercial de la economía agraria de la región.
Las estadísticas de las exportaciones
peruanas de lana durante el
siglo XIX son problemáticas. El gobierno no comenzó a publicar estadís—
ticas de exportación con regularidad hasta 1891. Solo contamos con esta—
dísticas correspondientes más tempranas en fuentes peruanas impresas
para años dispersos. Esta falta de datos hizo que varios investigadores,
sobre todo Shane Hunt y Heraclio Bonilla,
construyeran estadísticas de
exportación basadas en las cifras de importación de los principales so-
cios comerciales peruanos en ultramar: Gran Bretaña, Francia, Estados
Unidos y algunos otros más.89 Los dispersos datos peruanos y los estu—
dios de Bonilla y Hunt ofrecen cifras bastante distintas hasta la década
de 1850, tanto para el volumen como
para el valor de las exportaciones
de lana. Debido a las obvias inexactitudes errores en las fuentes dispo-
y
nibles, solo podemos estimar las exportaciones
peruanas de lana antes
de mediados de siglo.”
Los dos tipos principales de lana exportada
por el Perú eran de ove-
ja y de alpaca. En ambos casos, la sierra sur —el Altiplano las laderas
y
montañosas del departamento de Puno, así como las provincias vecinas
en los departamentos de Arequipa y Cuzco— fue la zona de producción
más importante. La sierra central
peruana en Junín y los departamen-
tos adyacentes había sido otra zona
importante de producción de lana
de oveja, pero en los siglos posteriores la
a conquista perdió la mayoría
de sus rebaños de camélidos. Entre 60% 80% de la lana de
y oveja era

88. De Amat y Junient, Memoria de gobierno, 230-232.


89. Hunt, Price and Quantum Estimates, 38—40; Bonilla,“Aspects”, 1: 26, 33, 39, 45; Boni-
lla, “Islay”, 31-47.
90. Con respecto a las estadísticas de exportación de lana sus problemas, véase Jacob—
y
sen, “Land Tenure”, 93-102.

112|N1LSJACOBSEN
exportada a través de Islay y, después de 1873, del puerto de Mollendo
que le sucedió, ambos en rocosa y desértica costa del departamento de
la
Arequipa, siendo los restantes fardos canalizados mayormente a través
del Callao y Arica. La participación de Islay era aun mayor en el caso
de la lana de alpaca. Aunque la mayor parte de la lana de Puno y de las
provincias vecinas fue embarcada a través de Islay y Mollendo, una parte
fue exportada por Arica, que también servía como puerto para los em-
barques de lana del Altiplano boliviano.
Las exportaciones peruanas de lana se mantuvieron a un bajo nivel
durante la primera década después de la Independencia, no excediendo
jamás el valor de 75 mil pesos, y se redujeron casi a cero en algunos
años a comienzos de la década de 1830. Hasta esta década la industria
pañera europea, la inglesa en particular, recibió sus materias primas de
fuentes cercanas: las islas Británicas, España, Alemania y Rusia. No sor-
prende por ello que el agente comercial Samuel Haigh, que buscaba fre-
néticamente “retornos” que enviar desde el sur peruano a mediados de
la década de 1820, ni siquiera considerara la lana como una mercancía
relevante?1
Las exportaciones de lana de oveja crecieron entre mediados de
la década de 1830 y 1841, lo que hizo que el viajero sueco Carl August
Gosselman, que recopilaba información sobre el comercio sudameri—
cano para su gobierno, observara que “con el tiempo la lana de oveja
probablemente se convertirá en el principal artículo de exportación del
Perú”.92 Entre 1835 y 1841, la exportación peruana de lana de oveja casi se
duplicó, de 763 a 1.446 toneladas métricas. Debido tanto a la intensifica—
ción de las guerras civiles en el Perú, que afectaban el suministro, como
a una crisis industrial en Inglaterra, estas exportaciones se hundieron
en 50% en 1842 y se mantuvieron deprimidas por lo menos hasta 1846,
y posiblemente hasta 1851.93 Como esta larga depresión de la década de
1840 coincidió con la crisis final de la producción textil obrajera, los

91. Ibíd., Haigh, Sketches, 380-381.


95—96;

92. Gosselman, Informes, 76-77.


93. Para los años que van de 1843 a 1851 solamente se cuenta con unas cuantas estadís-
ticas contradictorias de exportación de lana. Véase ]acobsen, “Land Tenure”, 97-99;
Hunt, Price and Quantum Estimares, 38-39; Bonilla, “Islay”, 42-43; Esteves, Apuntes
para la historia económica, 38—45.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR [ 113


hacendados se vieron particularmente afectados, tanto
como lo fueron
en los años inmediatamente posteriores a la Independencia. Al ver
que
sus esperanzas de una renovada r1q11€Za basada en la exportación de lana
se desvanecían temporalmente, Sº V01Vieron por última vez, como
ya se
indicó, hacia una campana de protección de los mercados domésticos
y
buscaron urgentemente acuerdos comerciales favorables con Bolivia.”
Las décadas de 1840 a 1870 vieron el rápido crecimiento la trans—
y
formación tecnológica de las ÍndUStrías de paños de lana y estambre en
el Reino Unido, el principal comprador de lana del Perú. Después de ha-
berse rezagado con respecto a la industria textil del algodón en la adop—
ción de la maquinaria a vapor, las fábricas de tejidos de lana vivieron
un tempestuoso periodo de innovación y crecimiento durante el tercer
cuarto del siglo, puesto que la cantidad total de lanas consumida en el
Reino Unido creció en más del doble entre 1845-1849 y 1870—1874, y el
número de telares mecánicos instalados en los sectores de paños y de
pacotilla de la industria —que se rezagó con respecto al de los estam-
bres—— saltó de 9.439 en 1850 a 48.218 en 1870. Esta
expansión se dio al
tiempo que los rebaños de ovejas británicas se estancaban después de la
década de 1830, y que los rancheros de la Europa continental enfrenta—
ban una creciente demanda doméstica, dejando una porción decreciente
de la producción de lana para su exportación a Gran Bretaña. Aunque la
lana de ultramar apenas representaba el 1% de las importaciones laneras
británicas en 1815, ya en 1849 ella daba cuenta de las dos terceras partes
de las importaciones, y su participación continuó creciendo durante las
siguientes dos décadas, al mismo tiempo que el consumo total iba incre—
mentándose rápidamente?5 Para mediados de la década de 1850, las ex—
portaciones peruanas de lana de ovino habían comenzado a beneficiarse
con esta alza en la demanda de lanas de ultramar. Las exportaciones
crecieron constantemente por lo menos a partir de 1854, con volúmenes
que en 1857 superaron las mil toneladas métricas por vez primera desde
1841. Aún más importante es que el precio (FOB) de 26 pesos el quintal

94. Gootenberg, “The Social Origins”; De Rivero, Memorias, 68—69.


95. Deane y Cole, British Economic Growth, 192—210; Southey, Rise, 4; Dechesne,
L'évolution, 140—141.

114 | NILS JACOBSEN


de lana (lavada) en 1856, había más que duplicado el nivel predominante
en la primera fase expansiva de finales de la década de 1830.96
La exportación de lana de alpaca a Europa comenzó después que
la de oveja. Las primeras muestras de fibra fueron enviadas a Inglaterra
apenas unos doce años después de la Independencia por las casas expor—
tadoras británicas, sobre todo por Mohens and Company. Como la fibra
de alpaca es mucho más fina que la de oveja y puede alcanzar hasta 30
centímetros de longitud, su procesamiento requería de maquinaria es-
pecial. El volumen de las exportaciones peruanas se disparó una vez que
estas máquinas fueron diseñadas por el fabricante británico Titus Salt.
De un humilde comienzo de 57 quintales en 1834, la exportación total
de lana de alpaca proveniente de los puertos peruanos alcanzó los 16.500
quintales para 1840 en el corto lapso de siete años.97
En contraste con el desarrollo de las exportaciones de lana de ovino,
la década de 1840 aparentemente no vio un marcado declive de las ex-
portaciones de lana de alpaca. Fue solo en dos años —1844 y
1845—— que

las exportaciones cayeron a menos de 14 mil quintales, y en la segunda


mitad de la década alcanzaron nuevas cotas. Para ese entonces, apenas
diez años después de su introducción comercial, la lana de alpaca había
las lanas
adquirido gran estima en los mercados europeos como una de
ligeras más finas, reemplazando incluso a la seda en usos tales como el
forro en los sacos de caballero.98 Esta preferencia se vio reflejada en los
precios. Unos cuantos años después de su introducción, su precio era
más del doble del de la lana peruana de ovino. Los precios de la lana de

alpaca continuaron subiendo en la década de 1850. En 1857, con una


cotización de 74 pesos y 4 reales por quintal (FOB), la fibra costaba casi
tres veces el precio de la lana peruana de oveja.99

96. ]acobsen, “Land Tenure”, 97-99; Hunt, Price and Quantum Estimates, 38—39; Bonilla,
“Islay”, 42-43; R. Miller, “The Woo] Trade”.
97. Pueden encontrarse estadísticas detalladas de la exportación de lana, emitidas aquí
Booms”, 492—500, y en ]acobsen,
por razones de espacio, en ]acobsen, “Cycles and
“Land Tenure”, ap. 1, 815-833.
98. Southey, The Rise, 35-37, 77.
99. Iacobsen, “Land Tenure”, 99- 102; Hunt, Price and Quantum Estimates, 38-40; Bonilla,
“Islay”, 42—44.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR [ 115


D u rante los
primeros año s del 1840,
la lana de tráfico, y Pºr lº menos
oveja dominó las
ex ilaíi;uiente
década, el volumen Pºrtaciones lanera de IslaY' En
de las e a1canzó a
paridad con las de xportaciones de lana de 31P3C2Í
oveja, eq uilíbrio este aícios de la
década de 1870. Otra
fue la historia que continuó h215ta …
con respecto al valor de las expºrta—'

, los metales .
o-
clave, nº
1
graron añadir un prec1osos, la , '
Cºlºmal
renov ado vigor a la mercanc1a su.eX'
Pºrtación directa. Las economía regional mediar'l;rítal
departamento de minas de las cordilleras Oººidental Y Orl
de
Puno, que solo de Prº-
ducción de plata fueron un centrº
durante el tardío Secundarlcl))lemente
entre la temprana siglo XVIII, decayer0n
dencia al escasear década de 1800 y el final de las nºta-ndepen'
el guerras de 1clutadºs
los trabajadores mercurio, ser
mineros Pºr los perturbado el transPºrte Y re 1325, a
ejércitos patriota realista. Para
s habían y Ian
inundado. Otras que dado abandonadas Y e hab1
eran muchasiíias

x
males de Azangaro
-
I trabajadas de manera aleatoria- Las m colº“
distrito de lavaderos fuerºn mayormente abandonadas> Y en 6 5010
e
de oro de 132
Pero durante los Foto seguía siendo
siguientes quince explºtadº'
_

extranyeros ——entre años, 105 Y Sobre


todo 105
ellos Punºñºs o .
en las guerras de comerciantes, hombres , rt1C1p a
-

indepen dencra _ que hablan pa s


y aventureros—_ hrc1€r0n n umºr 050
. .

100. Haigh,
Sketches, 381.
101.
Choquehuanca, E
mayo, 13; De Rivero
2: 5—36;
Romero, Monografía Y Ustáriz, “Visita ,,
a las mlnas en su
. Colº“ ió")
ción minera”. del depar “Prºd“ ¿.
»

tamente de Puno, 439-456; Deustº 8)

116 ] NILS JACOBSEN


de capital en
lntento las minas abandonadas e invertir algo
.

equiposmdi;;ng_rlr tuvieron éxito por un breve


_1ml?(,)rtados. Estos
esfuerzos
de plata peruana
lapso. La
Part' de Puno en la producción total
Creció de 8,4%1)C¿PÍC10n 1825 1834. El punto más
re 1800 y1820, a 10% entre y
alto de esta déb'r11 finales de la década
fue alcanzado entre
de 1830 e iniciol drecuperación 1845 Puno apenas producía
e la de 1840. Con todo, en
unos 40 mil …; nueve pesos el marco, en
com-
unoºsº;2de Plata de srete a de la recuperación
paración Cºn m11 marcos en 1805, el climax
colonial tardia_1oz
E las afueras de la
ciudad de Puno, fue
ldcºaí(s)tge la,mina IY13»nt0, en de la minería de
tíPico de resucitar el sector
Plata en e] A1Í.elflmºfºs intentos entregada al ge-
En 182.6 ella le fue
septentrional. de la
flºral O'Brien 1lilan'0 que había part1c1pado en las guerras
Independenci) Dn 1flafldes de la ¡rima, la traspasó
de fracasar la reapertura socavón de
al ComerCianta-' espues 1830 completó un
19h“ Begg, quien en
renaje iniciag(l)nglesa c0m1enzos dei 51glo XVIII
ba)o los auspiclos del rnar—
qUés de Villa maqu1nar1a mine:
R' Aunque Begg1rnportó una costosa en 1839 abandono
ra desde Inglatlca.
Y empleó a un 1ngen1erobr1támco, ano
Sus intentºs deerí,a de Manto y rnur10 un
tener gananc1as de la m1na
espués en Ch'cl) e, Los empresarios peruanos
en med…— de la pobreza.
escala, pero ella fue abando-
1

Cºntinuaron o la mina a modesta


nada Pºco de perando la Ciudad de
de 1851. Aunque las minas alrededor_de
_uno aún emsllºues
anti];
eaban 932 trabajadores en los años inmediatamente
rlores a la Indp se habla reduc1do a 30.
ePºndenc1a, para 1845 su número
En Cºntr la plata, Puno era una
1mportante zona producto—

x
;Stechn en la Cordillera
Oro del e…“ El m€tal se encontraba en lavaderos
hasta 1854, y en
riental alr d ed… de
Fºtº, que fue parte de Azángaro de Carabaya. El
laVaderos me, de la provincia
al en la montaña un todo,
ºrº era de masen… .este, la economía peruana como
1mportancia para

de Puno, 448;
02" del departamento
Deu “
Marí:;llaar;l P;oducción minera”;
Romero, Monografía 404-405; De Rivero y Ustáriz,
3:
Expe dirían, 55.

isita a las ;Z1-Iels',,99_102;.Castelnau, nechea, Dos viajeros franceses,
2: 36; Porras Barre véase Deus-
C0€ecczán, Independencia,
ºn respecto llnas ¿

& m1nena de plata en Puno


después de la
tua_ La minería
za, 86-96. Travels,
103_
Rome ro, 44 1, 454-456; Markham,
Monºgrafia, del departamento de Puno,
99—102

EXPORTADOR | 117
AL EMBUDO
DEL "ESPACIO ANDINO"
tanto durante el periodo
colonial como en el Slg10 In de-
Pº“ºrlor a la c0n51'
. '
pendencia, pero José Deustua .

sugirió convincentement_e que


nte más importante 255 de las
dos terceras en el sur, donde se
partes del total nacional produlº_rºcrl1
in depen'
diente.104 El
aislamiento geográfico de
en el temprano
Pº“º_ º embargo,
inhibió su explotación la región aurífera, Sln
valles tropicales de comercial a gran escala. El '(r21115p0rte hacia los
empinados Y es trech05 º
Carabaya, a lo largo de . a-
minos de herradura,
la región era difícil, y el 1.05 en
precio de todos los Surálllsllcsltesde
. .

productora, la mayoría de los e


Altiplano inclusive, alimentos acarrea
era más del doble que en Puno 0 0Habí a que
llevar trabajadores
a los valles Cuzcoí 5 distritºs
adyacentes en las escasamente pobladºS d65de 0
provincias de Azángaro, perº
05
campesinos de la sierra Huancané Y
eran reacios a Lam£aº)ar lºs
cálidos y húmedos a tr_º 2:1Jes en
valles por periodos comprometerse políti'
cas, hacendados extensos. LaS autºrlda
y empresarios del lotar las
zonas auríferas, se Altiplano que deseaban
eXI;
trar trabajadores quejaban de las dificultades que tenían encon'
al día más
Pese a los salarios
relativamente eleVad05: cua
partrº real€5
provisiones, en trabajºs
públicos en el Altiplano.105 comparación con los dos reales Pºr
La producción
comercial de oro en así a Pº'
queña escala durante la Carabaya Se
,
despues de república temprana. Durante mantuvº/n
la e5tado seca
Y

completar las cosechas el"


mítían que algunos en el Altiplano, los hacend ados P
_

cient os de colonos
jaran a los ríos nidad b aº
Inambari, Tambopata y campes1nos de comu dimen'£º5
.
'

fluviales en busca y Challuma a lavar los Se


de

104. Deustua, “El


ciclo interno”,
23—49.
105. Ibid., 27; M.
Basadre y
ration, 2: 91—92. Chocano, Rifiuezas Explº'
peruanas, 144; Hernd0n y G1lbb0n)

118 | NILS JACOBSEN


tra- de
Para lºs Campesmos altiplánicos llevados allí bajo con diciones
.

bajº fo a ellos cuando


Cºfltlnuó siendo más bien un refugio par
_

formabrazíiíi[ dirigidas a
aCtivídades económicas autónomas, vendían el
cºmplementa? ?; SuSut5)
SlStencra domést1ca. Los
campesinos
de
Oro en Pºlvo en las ferias anuales
que recºl€Ctaban a los comerciantes de Carabaya que
Crucero y Ros
a.spata) Sobre las
faldas de la Cordillera a
descienden h ac1a el Altiplano. Desde allí la mayor parte del oro llegaba
la C eca sustancial del oro
dºl Cu Zºº- En Cºntraste con la plata, una parte , ,
la economia domest1ca?º6
_

no er a eXport da '
Sln0 retenida crrculando en
. .
a Carabaya
En aurífera tuvo lugar en
Cuandºáils1%elrl£a Pequºña bonanza involucra—
de apellido lºoblete, unos arec1u1peños
grandes canti-
Cºmerci 0 º Cºfteza de ch1nchona, descubr1eron
Os en El aEOS
uno de los tributarios
ades de Oro
en en las arenas del Challuma,
del Madre de D.pºlvº llegaron a Carabaya, y
Bu5cadores de todo el mundo suerte en
muchos hacendlos' de1 Altiplano también intentaron probar
los lavaderºs Ead05
ellos se hallaba el puneñoManuel
Costas, un gran
comercrahzacrón de
acendado, f'un3tr; a f” de una longeva compania
de
fracasaron no
ana y efímero 1878. Sus empresas
Prº5_1dente del Perú en en vi-
ºbstante las lnVer810nes realizadas en maquinaria procesadora y
_

trabajadores.
_

La mayoría
Viend as
Para adm11118tradores y unos cuantos , ,
— —

de Os de… , , .
Para 1852, la reg10n aurr—
1
a S busCadores tampoco tuvo ex1to.
condición usual de
Era d º Cara
estaba regresando nuevamente a su ,
aVado 0Cas_baya md1genas y de algunos
. .

(mal de ºrº Pºr parte de campesinos cual no se nece51taba


1
.

Cuantos av e ntur€ros locales, en la temporada en la


m“Ch en el Altiplano.107
la agricultura y la ganadería
.

Eltsrírt;aáºlparfl de Efuno
peruano y en el departamento
a el sur la economia regional
en particular) m1nerra en
Cºnt1nuo siendo importante para
la lndependenc1a, puesto
urante el pr)' de siglo posterior a la recupe-
que empre5arl'mer Cuarto invirtieron capital en

&
y peruanos 1840 y 1852 fue
ración de est 135 e?<iran)eros el periodo entre
a eblhtada industria. Pero extremadamente
se hizo
teStig0 del f
raºasº de estos esfuerzos, y el capital
“El ciclo interno”,
106 .
Rºme ro, 444-450; Deustua,
del departamento de Puno,
,
27, 31—351.V10nºgmflº
de la repúbltca 2: 848-
.
.
107 Basadre, Historza
' lbíd 3 1-
') .
Markiiam, Travels, 206-211; ]. de la minería en la
849; Herri? Sobre el arraigo
ºn Y_ Glbb0n, Exploration 2: 91-92. 9-11.
ecºnºmía agrar¡a andina, véase Contreras, Mineros, esp. caps.

EXPORTADOR | 119
AL EMBUDO
DEL "ESPACIO ANDINO"
escaso al retirarse los
extr anjeros de las uisíf1
emPresas mmera'sónLa req a
.
endémica de mulas _

del comercio de por pa rte de los militares la tempºr


mulas de y interrupCl

nuir la presión de las


élites provinciales uctºs en
los sectores sobre su trabalº.

agrícola y textil, los y,pílogoca ob 1”


gación de campe5inos indigºnas
aceptar el trabajo asalariado sentlamineros_
realidad la minería, al en los
igual la campamentºs nvírtíéndo'
se cada vez más que manufactura textil) fue CO
en una esfera
autónoma de actividad ina. Cuan”
cºrría el Altiplano en Campfss de la élite
1860, sus informan
os que los indios "ecaS
de orº Y
plata, pero
que rehusaban
conocían muchaS vetas
revelarlas por temor r11)1ecierarl las
levas laborales a que Se ,reSta
en las minas, la de a
impotencia que la élite que viene a ser una metafora -dónea
sentía ante la autonomía
11()

8
a corteza del campesuia'
árbol de la quina
gran importancia fue la otra mercancla q ue alcanZó
en las ués de
Independencia. exportaciones del sur peruanº
la producción Aunque la mayor cantidad de esta .desíima para
de quinina, la materli_1 1130
recolectada en las medicina “curalotod0” del Slg XIX, era
provincias de la ceja de
selva boliviana de Ap Olobamba

parte del naturalista


francés Hugues ía Sidº
comisionado por el Algern0n Weddell) que hÍ360
Museo de Historia Pºr
Clements Markham, Natural de parís, )!
que recolectara que fue instruido .elr1nico
Par,a
semill as del por el gobiernº b…a
árbol en Carabaya las Cel”
arecer fue exitoso.“)9 y transplanta ra a
uchos hacendados

x
la quina, del 'O de
entre ellos Mariano Altiplano participaron en el Cºmeráileñº
de la hacienda Riquelme , comerciante de lanas
Checay ani en Z1Iueño
arrendatario de hacien Muñani, y José Manuel
das en Torres,l
de 1850, Torres el mismo distrito. A mediadºS de -3 década
recibi Ó grandes
adelantos de dinero de CºmerCla ntes en

108. Marcoy, Travels,


1199—100.
109. Basadre, Historia
dela repúblim, 3: 1310;
Dancuart y Rodríguez, Anales, 3' _41_42_
120 [ NILS JACOBSEN
La Paz tuvo repe-
de Puno para que despachara la corteza, y
.

tidas di)flilca 1C1udad


debido a los primitivos
u tade5. para Cumplir con sus contratos
la ceja de selva bo—
arreg105 Prºductivos
en los bosques.Ӽ El operaba en
erciantes como 105 campesmos
.
thana) u reg10n & la
que tanto los com
- »

indígenasn; la década de 1920,


º Azangaro frecuentemente viajaban hasta
Ya fu
EZ ííggftºpbsitos comerciales o trabajar.fluctuaban ampl1/amente
a '
de la corteza de qu1na la
de un año otrr ac(110n?5
a de su recolecc1on y a
a la pr1m1t1va naturaleza
renlota ubicaci(3' ;bld0 € 105 bosques de cahsaya.
En 1835, las exportaciones
e Pu€rt05 erº“ de 14 mil qu1nta-
llanos alcanzaron el elevado volumen las dos terceras
es (Valºrizfd
en 440 mil pesos), cielos cuales mas cie de
Partes prºven(»)S de exportac1ones peruanas
Carabaya o Bolrvm. Las
&
corteZa to dla“ Esta proporc1oncambro
avra superaban a las de lana.-”'l de
en lºs Siguie de las exportac1ones
anos Cºn la rápida expan51on
ana, tanto dntes 1850 y 1859, las exportac1ones
e alpaCa cºmº de oveja. Entre
fiº corteza or 15137 constante descenso, provocado
experimentaron un cahsaya,
Inicialmenf de alta cahdad de
por la adulteración de la corteza
que hizo ue
Su fuera imposible.112 …

alt1plamca, los anos


,
Paraqcí Venta
_
_

hacendados de la ehte
, .

y
¿Urrid0merºlantes decada ¡de/1850 fueron quizas
entre 1842 e inicios de la de una economia
a ase fs
más rustrantº la larga y tortuosa transic1on
en materias primas.
abastº—ceder de exportac1on de
a_para 1? rºmería a otra los 1ntentos/de
rev1ta-
Stos añºs de
Vlerºn Sln…1táneamente el fracaso de plata
liZar lºs en la m1ner1a
Patrºnes c0merciales coloniales basados desvanec1m1ento de las . .

y & Ve el
de teXtilºs de lana en el Alto Perú, y Eu-
ºSperanta
de las ventas de lana cruda en
nzas de una rápida aceleraCión ná-
los prec1os. En un

x
.
a
rºpa) a .
las y deteriorarse de
isis dellhunfhrse exPortaciones 1845, Franc1sco
a Crlsis de la agricultura del sur peruano en
iVero ganad eros de la región.
expre5aba la Perplejidad de los intereses las exportaciones de .

tiempo que se incrementaran


p e (1 í a al m15m0 .

40; Romero, Historia


De Rivero, Memorias,
110. D me……
y Rºdríguez, Anales, 3: 41-42; de 1855)'
' ' (22 de mayº
"º""ºº dºl Perú, 344; REPA, año 1855, Oblitas
ECO

111. G 47: 401-402.


- Parlamento, Sessional papers, 1837-1838,
l'a n Bretana,
Bonilla,
112.
Inf el comercio de
Islay en 1863 Y 1864' en
Grt?;ílges del Cónsul Cocks sobre
Travels, 206-
refaña, 4: 140-144, 164; Markham,

EXPORTADOR] 121
AL EMBUDO
DEL "ESPACIO ANDINO"
lana mejorada a precios más altos, yla protección de “algunas fábricas de
telas burdas”, por cuyos productos “el consumidor podría pagar un pre—
cio igual al que hoy está satisfecho en pagar por productos similares de
la industria europea”.113 En esta difícil coyuntura, la élite del Altiplano
miraba hacia la montaña de Carabaya, esperando explotar no solo sus
mercancías exportables, como el oro o la corteza de quina, sino también
una amplia variedad de productos que pudieran fortalecer su posición
en los mercados domésticos. Pero esta era una región de frontera, en la
cual se exacerbaban al máximo todos los problemas usuales que la aco—
saban en su base en el Altiplano: altos costos de transporte, carencia de
capital y escasez de mano de obra.
En 1851, Agustín Aragón, hacendado y tratante de lana de San An—
tón, en la provincia de Azángaro, poseía una plantación cafetalera en la
quebrada de Ayapata, a unos ochenta kilómetros al norte de San Antón,
al otro lado de la Cordillera de Carabaya.'14 Trece años más tarde su cu—
ñado Simeón Rufino Macedo, hijo del coronel Macedo (quien dirigiera
la conspiración
para unir Puno, Cuzco y Arequipa con Bolivia en 1829)
y propietario de varias haciendas en los distritos de Potoni y Asillo en
Azángaro, formó una compañía con un francés para construir una “fin—
ca de coca para todo tipo de frutos y plantas comestibles en la montaña
de Inambari o en cualquier otro punto de los valles de la província de
Carabaya”, El proyecto fracasó pese a sus elaborados preparativos, que
incluyeron la construcción de un alambique para aguardiente de caña
y el uso de peones de las haciendas de Macedo en Azángaro. El magro
capital inicial de cuatro mil pesos, todo lo que un hacendado del Alti—
plano como Macedo podía reunir, resultó insuficiente para sobrellevar
los gravísimos problemas de
transporte y comunicación que la región
selvática de Puno presentaba.115
Estimulados por el conocimiento de esta región que hombres como
Riquelme, Aragón y Macedo habían adquirido en el comercio de la cor-
teza de quina y en las aventuras auríferas, los esfuerzos por desarrollar la
agricultura tropical de Carabaya buscaron capturar el propio mercado

113. De Rivero, Memorias, 27, 66.


114. M. Basadre y Chocano, Riquezas peruanas, 122.
115. Ibid., 144; REPA, 1864, Patiño, f. 133, n.º 57 (24 de dic. de 1864).

122 | NILS JACOBSEN


de Puno para bienes tales como las hojas de coca, las frutas y el arroz, que
hasta ese entonces eran suministrados por las vecinas regiones de ceja de
selva de Bolivia y el Cuzco. Estos hombres esperaban también partici-
par de las considerables ganancias de cultivos de exportación como el
café y el tabaco, un potencial ya demostrado por regiones tales como
las yungas de La Paz. Pero luego de que las perspectivas de la economía
ganadera del Altiplano brillaran con la sostenida demanda exportadora
de lana de mediados de la década de 1850, los esfuerzos realizados por
los hacendados y comerciantes de la región para explotar las riquezas
potenciales de los valles adyacentes de montaña perdieron bríos. Para los
campesinos indígenas del Altiplano y para los aventureros ocasionales,
Carabaya continuó siendo accesible en sus propios términos, mientras
buscaban independientemente oro, sembraban algunos cuantos campos
con cocales, maíz y frutas, o recolectaban corteza de quina. Ahora la
élite del Altiplano se contentaba mayormente obteniendo ganancias con
estos bienes comprándoselos a los campesinos y aventureros en las ferias
de Crucero y Rosaspata, o en sus almacenes en el pueblo de Azángaro,
cuando estos retornaban al Altiplano al finalizar la estación seca.
El fracaso relativo del fortalecimiento tanto del comercio regional
la de
como del tráfico de exportación a través de la colonización de ceja
el
selva de Puno a mediados del siglo XIX, contrasta diametralmente con
de
éxito de similares esfuerzos de las élites comerciales y terratenientes
la sierra central. Allí el comercio regional se intensificó entre finales de la
década de 1840 y 1879, debido a la venta del azúcar y el licor producidos
Esta
en las nuevas plantaciones en el piedemonte amazónico de Junín.
diferencia resalta la mayor disponibilidad de capital y la mayor densidad
de la población en la sierra central.116 La ceja de selva de Puno solo se
convertiría en una importante productora comercial de bienes agrícolas
de una
con la construcción de caminos de acceso, primero por parte
compañía minera extranjera en la década de 1890, y en la de 1920 por el
gobierno peruano, en un periodo en que presión
el la sobre la tierra se
había incrementado notablemente en Altiplano.
el

116. Para la sierra central, véase Manrique, Mercado interno, esp. 108—141; Wilson, “Pro-
piedad”, 36-54.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 123


El sistema comercial hasta mediados de siglo
Unos nuevos patrones mercantiles que incorporaban distintos circuitos
espaciales, a nuevos grupos de comerciantes y a las novedosas modalida—
des del intercambio, fueron constituyéndose gradualmente durante las
primeras tres décadas posteriores a la Independencia, al mismo tiempo
que las élites terratenientes y mercantiles del sur peruano intentaban
desesperadamente adaptar sus actividades económicas a las nuevas con-
diciones políticas, comerciales y sociales. Para mediados del siglo XIX,
los diversos productos agropecuarios del Altiplano septentrional y de
sus regiones circundantes, pero ecológicamente distintas, alimentaban
todos un complejo comercio basado en gran medida en la reciprocidad.
El comercio para la exportación
y el de consumo local se hallaban estre-
chamente interconectados.
Después de 1842, los comerciantes europeos y norteamericanos
ganaron rápidamente el control del comercio exterior del sur peruano,
estableciéndose en las ciudades de Arequipa y Tacna, desde donde ma-
nejaban tanto la exportación de productos peruanos y bolivianos, como
la importación de bienes manufacturados de Europa y Norteamérica.117
Pese a su importancia estratégica, la comunidad mercantil extranjera
en el Perú meridional fue reducida hasta mediados del siglo. En 1827,
Arequipa tenía alo más cuarenta residentes británicos, y los comercian-
tes de otras naciones podían contarse con los dedos de una mano. Para
finales de la década de 1850, la comunidad extranjera de Arequipa ha—
bía crecido a apenas unos ochenta miembros, treinta y seis de los cuales
eran alemanes y la mayoría de los demás ingleses.118 Muchas de las casas
comerciales extranjeras en Arequipa eran sucursales de compañías más
grandes establecidas en Lima 0 Valparaíso… A menudo tenían sociedad
o lazos aún más estrechos con firmas de Londres, Liverpool, Hamburgo
o El Havre.119
Antes del último cuarto del siglo XIX, los comerciantes de Are-
quipa recurrían a tres canales para comprar lanas y otros productos de
exportación: el envío directo ¡1 Arequipa por parte de los productores,

117. Tschudi, Reisen durch Síidamerika, 5: 167.


118. Ibid., 5: 351; Haígh, Sketches, 380-381.
119. Tschudi, Reisen durch Sildamerika, 5: 179—180.

124 | NILS JACOBSEN


las compras realizadas a diversos tipos de comerciantes peruanos inde—
pendientes, y los contratos en las ferias comerciales anuales. Algunos
productores campesinos indígenas de lana del Altiplano llevaban la fibra
trasquilada directamente a las tiendas y almacenes de los comerciantes
extranjeros en Arequipa, combinando estas ventas con sus viajes anuales
para comprar las provisiones necesarias de los valles costeros, como azú-
car, aguardiente y ají seco. Pero eran los productores de mayor cantidad
de lana, los hacendados, quienes obtenían las mayores ventajas con las
ventas directas a los exportadores extranjeros en Arequipa. Los hacen—
dados obtenían precios más altos cuando vendían su lana allí, y el costo
añadido del transporte era mínimo pues podían contar con bestias de
carga pertenecientes tanto a sus haciendas como a sus pastores. Estos úl-
timos eran obligados a acompañar el transporte de la lana sin compen-
sación adicional alguna, un servicio al cual se conocía como la alquila.
El único coste adicional para el hacendado lo constituían las provisiones
las
para los pastores y el forraje para los animales de carga, mayormente
frugales llamas. Además, la venta directa a los exportadores en Arequipa
ahorraba a los hacendados el inconveniente de tener que tratar con los
arrieros, a los cuales se consideraba problemáticos y poco confiables.…
Mucho más frecuente que el envío directo de lana por parte de los
productores a un exportador en Arequipa, era el acopio de la lana por
parte de uno o más niveles de comerciantes peruanos, quienes a su vez
vendían grandes cantidades a las casas exportadoras. Estas compras de
lana locales, provinciales y regionales a menudo tenían como base redes
preestablecidas de clientes, e incluían transacciones crediticias así como
la venta de otras mercancías. En esta fase temprana, el acopio de lana
en la zona de producción y su transporte a la costa estaba controlado en
del Altiplano, un patrón
gran medida por los hacendados y comerciantes
solo después de la Guerra del Pacífico.
que cambiaría signiñcativamente
La naturaleza atomizada de la producción —con miles de campesinos
indios suministrando más de la mitad de toda la lana cruda todavía en
la década de 1870— y todos los gastos, incertidumbres y demoras en la
comunicación y transporte, hizo que para los comerciantes extranjeros
resultara difícil y potencialmente no rentable el intentar controlar los

120. Hermenegildo Agramonte a Juan Paredes, Cabanillas, 3 de dic. de 1850, MPA.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR | 125


circuitos comerciales que conectaban el entrepót comercial y las ciudades
portuarias con el interior. Los nuevos mercaderes peruanos emergentes
dispusieron de bastante espacio para expandir sus propias operaciones
comerciales en el interior, y conservar un alto grado de autonomía con
respecto a los mercaderes exportadores. Esta constelación solo cambió
durante el último cuarto del siglo.121
Juan Paredes fue un importante acopiador provincial de lana en
Azángaro entre las décadas de 1840 y principios de la de 1870. Nacido en
1804 como hijo de un arriero, heredó una recua de mulas y un modesto
capital líquido de dos mil pesos. Para la década de 1840, Paredes había
progresado; de ser un simple transportista, pasó a realizar diversas acti—
vidades comerciales por cuenta propia. A partir de la propiedad de una
hacienda de mediano tamaño heredada por su esposa, comenzó también
a involucrarse en la tenencia de la tierra, tradujo su papel como comer—
ciante y hacendado en poder político en la provincia, y a su vez utilizó
su poder e influencia durante las tres últimas décadas de su vida para
expandir ampliamente las propiedades agropecuarias de su familia.122
Paredes compraba lanas en toda la provincia, tanto directamente de
los productores, fueran estos dueños de pequeñas o medianas haciendas
o campesinos indígenas con tierras, como de acopiadores de nivel dis-
trital, que a su vez frecuentemente eran hacendados. En los cuatro a seis
meses anteriores a la trasquila de marzo o abril se redactaban los contra—
tos, especificando cuánta lana un productor o comerciante dado debía
entregarle a Paredes, una vez que la nueva lana estuviera disponible. El
comprador usualmente adelantaba un gran porcentaje del precio total
al momento de cerrar el contrato. Los adelantos tenían la función de
asegurar la entrega y hacían que fuera más difícil para el vendedor pedir
un precio más alto por su lana al momento de entregarla.123 Las canti-
dades adquiridas por los acopiadores provinciales de lana variaban de
los dos quintales (doscientas libras) hasta los cincuenta quintales (cinco
mil libras). Paredes a su vez vendía la lana a acopiadores regionales que

121. Glade, The Latin American Economics, 202-203; Gootenberg,“Merchants, Foreigners,


and the State”, 203-222.
122. Testamento de Iuan Paredes, 8 de dic. de 1874, MPA.
123. Juan Bautista Zea a Juan Paredes, Arapa, 10 de marzo de 1847, MPA.

126 | NILS JACOBSEN


manejaban volúmenes más grandes de lana, pero a veces también la ven—
día directamente a las casas comerciales peruanas o extranjeras en Are—
quipa. Estos comerciantes contrataban con Paredes en forma bastante
similar a lo que él hacía con sus pequeños proveedores. Ellos también
le adelantaban una parte considerable del precio total de la compra me-
ses antes de la entrega, fondos que Paredes necesitaba para efectuar los
adelantos a sus proveedores. Para funcionar como acopiadores de lana
de mayor nivel y gran volumen, hombres como Agustín Aragón de San
Antón, Hermenegildo Agramonte de Cabanillas y Mariano Riquelme
de Azángaro, necesitaban tener acceso a una cantidad mayor de capi-
tal líquido y poseer instalaciones donde lavar la lana. Gran cantidad de
monedas, siempre escasas en el Altiplano, eran necesarias para comprar
500, milo más quintales de lana, ya que los adelantos de efectivo alo
lar—

vitales el negocio. Contar


go de la cadena de comercialización eran para
del
con instalaciones para lavar la lana fortalecía la posición negociadora
comerciante frente a los exportadores.124
Las relaciones de negocios se hallaban imbuidas de un sentido de
obligación, confianza y amistad, puesto que eran la extensión natural
de
los lazos de clientelismo más amplios que permeaban la sociedad altiplá-
nica. En sus cartas a Paredes, el negociante José Mariano Escobedo, un
azangarino que vivía en Arequipa y que probablemente era su socio más
importante en el negocio lanero, usualmente comenzaba con la afectuosa
fórmula de encabezamiento “Mi querido paisano y amigo”.125 La natu—
raleza más que comercial de la relación entre Paredes y sus acopiadores
de lana de las haciendas y pueblos de la provincia, resulta evidente en
una carta que recibió en 1845. Manuel Mestas, un pequeño hacendado de
Caminaca, le informaba allí que no iba a poder entregar las cien arrobas
de lana acordadas. El proveedor trataba de aplacar a Paredes como sigue:

Ardientemente suplico a tu buen corazón que como buen amigo pue—


das considerar la mejor forma de librarme del problema dicho por ahora

124. Hermenegildo Agramonte a Juan Paredes, Cabanillas, 3 de dic. de 1850; Agustín Ara—
gón a Juan Paredes, Checayani, 22 de sept. de 1853; Aragón a Francisco Esquiroz, San
Antón, 15 de marzo de 1867; todos en MPA.
125. Véase p. ej. Escobedo a Paredes, Arequipa, 11 de abril de 1862; véase también Agustín
Aragón a Paredes, Checayani, 22 de sept. de 1853; ambos en MPA.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR] 127


porque me encuentro incapaz de
_
toda
cumphr [con el contrat o ] bu sc0 con
.

satisfacción tu generosidad -
ofreciendo en mi —

u e no va
go nada tal vez podré servirle insignificanc1a Í:—necll que
algún día en P
favor
ahora le pido,
cuyo favor espero [conseguir] compensaclon
med10 de su corazón angº'
lícal; las ochenta por
arrobas y tanto pronto estarán listas conducidas ¿
dicha capital [Azángaro] para 536
a su disposición según el contratº-

Mestas estaba .

ev1dentemente preocupado uenº 1215

mucho mas ,
graves que la Simple perdida
, . por unas coll5€c ca 50
de '
un soc10 Cºm erclalr
.
en .

Paredes tomara .

cualq '

s del Cuzco ue
y Arequipa, a51; como bienes '
-

1mp0r tad057 q
-

otro modo solamente ,


eran acce51bles con dificultad 0 a 1 n preciº mas
.
.
alto; para tener a 1

de gobernador,
poyo en conseguir o mº ºs
conservar cargºS localetseífesión
alcalde o juez de a
favor de Mestas paz en su distrito; Y su 111
ante los tribunales. El un
aspecto de la rn ultifacética comercio laner0 era 50 el mente
relac1ón ex1stente entre hºmbres comº ] uan
. .

Paredes y Manuel Mestas.


Los beneficios
eco
el n1vel en el
co.
mercializado ' merciante ingresaba a a cadena 1

a los exportadores
en Arequi pa, tanto o .
1

alcanzarse.1 mayor sería el Preºlodqlíídís de


1850 y 1860, los persas indican que durante las 2132… en“
acopiadores provinciales de lana
tre 28% y 38% del solamente pag
precio FOB de la lana de de IslaY'
a sus proveedores ovino en el Pufº,rtlooo%
en Azángaro. En 1862 más
por lana sin lavar Juan Paredes rec1brº
entregada en Arequipa de 10 d o en

x
Azángaro, y 160% más si que él habla pag a
la entr

des
s de haciendas y comerc1ant€5 de g ran
.

126. Mestas a Paredes,


Caminaca, 12 de julio de
127. 1845, MPA.
Appleby, “Exportation
and it s Aftermath”,
128. Véase )acobsen, 55.
“Land Tenure”,
cuadro 2—1, 112-112a.

128 | NILS JACOBSEN


V0lúm directamente en
aPr0Vechar las ventas realizadas
,
Arequi?ae,soílean El sistema comercial
a los acopladores regionales.
JerárquicO aSigrfll;flf)nos a los más grandes hacendados y
a un n_mYOr benetlcro
alos cºmerciante mas del Alt1plano que alos propietarios campe-
srnos, hacendado; ricos
comerc1antes.
Las ferias níarg1nales y pequenos ser1e de pueblosdel Altiplano
an es Celeb_radas en una
combinaban las ñl;a de un santo patrono con Jaranas popu-
ares y múltiples C Stt_aááellgiosas de ellas, a
a 1V1 ades comeruales. La mas importante
a Que aSistían
de Cenas—de m11es de campesmos, armeros, comerciantes
e lana, la feria de V11que,
Cºmerc' importadores y tenderos, era de Puno, sobre
un Pequeño pobllantes
adº a unos treinta kilómetros al oeste el cam1no al
111an a Areqmpa-129 Otras tenían lugar en Pucará, en
e Ca .
,

del lago Titica-


. .

uZCO., e
n Rosa5pata, eS'íratégrcamente s1tuada al noreste
.
.

ca a de caminos en
€oííliíiecrznáer.do cºn Bolivia; y en Crucero, un cruce
a llamas más importantes
rle_rltal, donde los senderos para
Partían hacia]
ceja de selva de Carabay_a.Ӽ .
_

La feria díXr/l'cla colon1al, posrblemente


que, º_5tablemda en periodo
el
hac1enda Yanar1-
1
bajo los la Vec1na
auspicio 5 de los Jesuitas que poseían )
CO
' era Cel brada semanas alrededor de Pentecostes,
&
durante dos a cuatro in-
en maYO
, para Venerar “al Santo Cristo cuyos
milagros son célebres'
C1u 50
Markham nos dejó una
en ,
Ingares”,… Clements
1

pintore3cosdmas apartadºs
a escr1PCÍÓn de la feria en 1860:

Fu del Tucumán esperando


que los
arreiízrlo(síel epueb10 había miles de mulas de todo
133 Compraran. En la plaza
había puestos llenos
apartados
tipo de p€0rduílnos de Manchester y Birmingham; enlugares mas
abia Pºlv ¿fºtºs de las mmas, corteza y chocola-
e orº Y Café de Carabaya, plata

x
te de Boliv(') de lana'de punto,modrstos
Cºn cristalería y prendas
franceses ¡1ta'¡?1emar_lºs en sus diversos trajes p1nt0-
lanºs» Indios quechuas y aimaras estaba repleto
reSCos; de haechº» […] El cam1no
t0das las naciones y lenguas tenderos nat1v05,
e persona la fer1a de V1lque:
Venían de Arequipa ¿1
de lana, y una
Cºmerciants qllº summ1stros
es lngleses llegados a concertar sus

,
Geografta del Peru,
,
129_
P0rr as 13 204; M. Paz Soldán,
arreneChºa» DOS Viajeros franceses,
423
130.
Con r es 107-108.
PeCtº a la f€r1a de Pucará véase Marc0y, Travels,
_
1:
131_
Bu8ta m
antº»Ápuntes, 10; Markham, Travels, 284.

EXPORTADOR | 129
AL EMBUDO
DEL "ESPACIO ANDINO"
ruidosa compañía de ' hast a
a compra r mu as, y armadºs 5“ 5
'
armeros en cam1no 1
los dientes con . ' ' fende r
pistolones,v1e]as armas e inmensa 5 da g 215, p ara de
.
bolsas de dinero.132

El
volumen de los negocios
realizados en la fer1fi a . de la déCa-
da de 1840 Podría fígílzeínillones
haber alcanzado entre los 2
Pesos.133 Como el 750_II?11Y
cónsul británico Wilthew escribiera a Foreign Ofñºri 1
en 1859, el “éxito
o fracaso de la feria
tancia para la es un asunto d€ nº menor ímPº 5
comunidad comercial” , allí se acordaban “numerosº
contratos para la y
entrega de lana”.…
El crecimiento
de las ferias en las nd€Pe_Ir
décadas poster10feSríílaaclorrlercla
_

dencia d emuestra los


del sur
cambios y continuidades en
Peruano. De un lado, las ºººnc;)uca rá Y o“?
13_

partes, de personas de “todas reuniones en


Vllf,luer)¡tre
las naciones ellas comºs,
ciantes de mulas de y ler'lguas
í)º
traban que en los
Argentina y diversos livianºs) demº
Andes, el comercio negocraptes (21€ ningún mo
había desaparecido transnacrona 1
a n'
dino se hallaba por completo. Pero cuando el espaC io Comercial e
en su apogeo entre medla dos .

XVIII, no había finales del Slglº .

necesidad alguna de ferias XVíiíipaºión de ttarºn


enorme alcance como Vil con una par
205 en
vendedor y comprador Clue a mediados del siglº XIX. L0(56bamº
se habían establecido en
repartos) o a través de por la fuerlámiliares, au n
estrechas relaciones
cuando cubrían distancias corporatlvas 0,
tan grandes como la CuZ_ºº
que habla entre ercialº 5
e competencia
tacto personal el incipiente, en tantºncíl; e
y estab lecimiento de segu_íaíf
relaciones de C(_)nñal

x
siendo
considerados un elemento crecimler.l
to de las ferias esencial del comerc10- E
de importación
estuvo e ntonces íntimamente comerºl
ligadº al nu€*áº;
de comerciantes
y expo rtación, así
como al establecimlento un grupº
extra njeros, ajenos al ente esta ¡'
cido en el
sur peruan o, tejido sºcial
y que se hallaban larga? jerarqu1
en la cúspld€ º la
132. Markham,
Travels, 284.
133. Para el estimado
má 5 bajo, véase M.
(15
6 1 rn
alto, Bustamante, Paz Soldán, Geografía del Peru,, 4231. P ¿ra
Apuntes, lo.
134. M- Paz
Soldán, Geografía
del Perú, 423; rºíº
de Islay en C 1c0m€
1859, en Bonilla, informe del cónsul Wllth€w
.
5 obre
Gran Bretaña, 4:
247.

130 | NILS JACOBSEN


Cºmercial Posteriºr ala Independencia. En un medio donde el transpor—
te y las
las ferias
COmuniCaCiones eran altamente inseguros y costosos,
Heron Virtualmente el del cual estos
único medio a través comerc1antes
Pºdían e5tableºer
Vínculos directos con la gran cantidad de pequenos
prºduCtores Y Comerciantes
e las menores que controlaban la mayor. parte
mercancías de exportación, la lana en particular.135 Las ferias m-
tr0dujer0n un elernºnto
de competitividad, en un medio comerc1al en
los
c:¿1de grand_º$ terratenientes y acopiadores de lana del Altiplanº bps-
an monºpºhlar las
relaciones comerciales de sus poblac1ones loca es.
Para lºs
indígenas criadores de ganado, la posibilidad de vender su
“ana en alguna de
las ferias anuales a comerciantes nacionales y extran-
l/eeros r1Vales, lºs brindaba su
una alternativa significativa con respecto 'a
nta—a los ComerCíantes
& y hacendados locales de sus propios d1str1tos.
ex…enda misma de
nº cºntaban un grupo diferente de comerciantes, que aun
cºn fuertes vínculos sociales con los grandes terratenrentes
el
áu(;tr0_s miºfrilbrºs de la élite local del
dlCha ehte Altiplano, perjudicó doínrnáz
ejercía sobre el comercio. La ru1dosa protesta rea 12a
Po
mdtliíííimoridadºs Pºlíticas de Puno a f1nales dela década deelrfíío,dce%r;
e la
entonc Cºmpra de lana por parte de comerciantes extran) aci¿n
¡es ser entendida Como algo más que una 51mple preocup por
a P o Slble
escasa de la fibra. Aún más importante es que ella expres aba
a h22333 Pºrder 105 mOnopolios comerciales locales que ger;rqri;tgesr(ár;
interc¿¡mafíos' Cºrregídores o curas, imponer sas prpp;os
lo a lºs campesinos. Las repetidas d1ñcu ue los co-
mercíant
10ca1es tuVieron
ta5;s ;1ra entregar
18
as cantiís en las décadas de 1.840 y p
adºs acºrdadas de lana tal vez se e ueños
debieron a qt(11e g ir?nítirse
5
prºduct los campe5ínos indígenas en particular,
retener Sorels, po trafelpia
ana cºn la esperanza de venderla en la srgu1en e , prºba-
ºment:
' aun mejºr precio.

embargº»
. _

de a 5
1

erias no debemos exagerar este aspecto compet1trvo .

15P6rfsígllerciales— La jerarquía de intermediarios era absolillíírlnze;tf n1ne 1



acºpio de Para que las casas comerciales de Arg:qu1pínalas
as mercanCías de importa-
Ciºnes
al exportacron ly drstr(11 uyearndes
6 lanas Cpor men0r_ Era con los comerc1antes e gr vºlúmenes
tratos más
exportadores concertaban los con
On Qu1enes los

V'ea5e '
, 75.
American Economies, 202-203; Flores-Galindo, Arequipa
Gladº» The Latin
-

EXPORTADOR | 131
DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO
significativos en Vilque y Pucará. Los productores campesinos usual-
mente no contaban con las reservas de dinero en efectivo necesarias
como para guardar sus lanas hasta las ferias, y usualmente se veían obli-
gados a vender a los comerciantes y hacendados criollos o mestizos de la
localidad. De hecho, la red de obligaciones creada por el comercio lane—
ro, fue uno de los procesos a través de los cuales la nueva y emergente éli—
te terrateniente y mercantil del Altiplano septentrional buscó restablecer
un mayor grado de control sobre el campesinado de la región. Con todo,
dicho control se había vuelto frágil en las décadas posteriores a la Inde—
pendencia, y los elementos competitivos introducidos a través de la fe—
rias contribuyeron a una mayor autonomía campesina. Las nuevas élites
mercantiles y terratenientes del Altiplano solo consolidarían su control
sobre la comercialización campesina en las décadas entre 1860 y 1890.
La interrelación entre los comercios de exportación e importación
y los intercambios puramente domésticos, aparente en los negocios lle—
vados a cabo en las ferias anuales, puede ser explorada en mayor pro—
fundidad a través de la red de transacciones comerciales de Juan Paredes
(fig. 2.2). Sus negocios consistían tanto en la exportación como en la
venta local de bienes producidos ya fuera en sus propias haciendas o ad—
quiridos dentro de la provincia, y la compra de productos de las regio—
nes vecinas o importados de Europa para su propio consumo o para su
reventa en la provincia. Dado que la escasamente poblada provincia de
Carabaya no contaba con un grupo de comerciantes que residieran en la
localidad, para conseguir bienes de otras regiones ella dependía de los
comerciantes del Altiplano. Así, en Carabaya, Paredes no solo vendía
una serie de artículos producidos en Azángaro sino también mercancías
llevadas desde Arequipa 0 el Cuzco.
El comercio de Paredes era a menudo triangular. Por ejemplo,
cuando Juan Bautista Zea, de Arapa, acordó venderle cincuenta arrobas
de lana a comienzos de 1847, también le pidió que le remítíera una carga
(cuatro a cinco arrobas) de maíz. Aunque la lana sería vendida en última
instancia en Arequipa para su exportación, Paredes compraba el maíz en
el Cuzco o Carabaya. Allí, a su vez, vendía animales en pie, carne seca o
sebo, a cambio de cereales u hojas de coca.136

136. Juan Bautista Zea a ]uan Paredes, Arapa, 10 de marzo de 1847; Juan Medrano a Pare-
des, Caíra (depto. del Cuzco), nov. de 1857; ambos en MPA.

132 | NILS JACOBSEN


Figura 2.2
RED COMERCIAL DE JUAN PAREDES, CA. 1850

Ceja de selva
(Carabaya, Apolobamba)

010

uo

0A[0Cl

Lana
__>€ O Chupa
Maíz
3,—
€9
¡9
€.
O Arapa
Provincia de Azángaro

Clave
Almacén de Juan Paredes, pueblo de
Azángaro
Capitales de distrito en la provincia
w—¡>0)X
de Azángaro
Las fincas de los Paredes
Hojas de coca, alcohol, azúcar, maiz
Ganado en pie, lana, mantequilla,
queso chuño
Islay
///////Á Dt'…
7 '
"ldl
COÍÍ1¿ÍÍ¡ZY¡ÁÍ£ÍQÍZ£TTiíll»lfcsdeí

<> Feria comercial anual

0 Puerto del comercio ultramarino

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR] 133


La naturaleza recíproca del comercio tenía mucho que ver con las
relaciones clientelistas y sumamente personales de los negocios. Pero
había también otro poderoso motivo para la reciprocidad de las rela-
ciones comerciales: la escasez de moneda. Al establecer asociaciones
comerciales de largo plazo, en las cuales esencialmente se pagaban los
bienes comprados a un socio con otros bienes, la necesidad de dinero en
efectivo quedaba reducida al mínimo. Esta práctica era crucial en una
sociedad en la cual, tal como el hacendado Andrés Urviola, de Muñani,
escribiera en 1867, “nos encontramos muy pobres; tal es la escasez de
monedas que no hay dinero para nada”.137 Técnicamente, el comercio
recíproco se basaba en las cuentas corrientes que ambos socios llevaban
de los bienes comprados y vendidos entre ellos, y estas cuentas fueron
ajustadas normalmente una vez cada año. Solo una fracción del valor
total de los negocios llevados a cabo entre dos socios debía ser alguna vez
pagada en efectivo.
El flujo de mercaderías en el comercio interregional de Azángaro
alrededor de 1850 no era en absoluto tan distinto, entonces, de lo que
había sido en el siglo XVIII: maíz, trigo y hojas de coca del Cuzco a cam-
bio de ganado en pie de Azángaro. Los envíos de lana al Cuzco
eran
ahora mucho menores. Hojas de coca, maíz y frutas de la ceja de sel—
va de Carabaya y Bolivia eran comerciados por carne seca y chuño de
Azángaro. Los comerciantes de la provincia también se beneñciaban cºn
su posición como intermediarios en la exportación de productos tales
como corteza de quina y polvo de oro de Carabaya, y al abastecer a dicha
región con alcohol, azúcar y otros productos de Arequipa y el Cuzco.
Arequipa recibía carne seca, ganado en pie, sebo, mantequilla y queso
de Azángaro para su propio
consumo, mientras que proveía a la provin-
cia altipláníca de alcohol de caña, vino, azúcar, ají, frutas
secas, aceite y
otros productos agrícolas. Pero el nuevo elemento en la relación comer—
cial de Azángaro con Arequipa radicaba en
que esta última estaba con-
virtiéndose en el centro de las exportaciones de lana del Altiplano y de la
importación de bienes europeos. El comercio decreciente del Altiplano
peruano con los centros urbanos y mineros bolivianos, la pieza central
del circuito comercial de la región durante el periodo colonial, estaba

137. Andrés Urviola a Manuel E. Paredes (su yerno), Muñani, 9 de nov. de 1867, MPA.

134 | NILS JACOBSEN


siendo reemplazado gradualmente con un circuito reestructurado en
el cual Arequipa actuaba como embudo de la producción regional de
exportación. Aunque aún no fuese evidente para muchos observadores
en la época, para inicios de la década de 1850 Arequipa ya estaba en ca—
mino de convertirse en el centro urbano hegemónico de un espacio sur-
peruano reducido, una posición que esta ciudad alcanzaría plenamente
entre 1870 y 1890, mientras que la decadencia del Cuzco continuaba.138
lean Piel ha sugerido que durante las primeras dos o tres décadas
después de la Independencia, el Altiplano peruano gozó “cierta medida
de prosperidad regional basada en la agricultura”.139 Su interpretación
tiene como base la subida de las exportaciones de lana de la región a
partir de finales de la década de 1830, periodo en el cual la mayoría de
las otras regiones agrícolas del Perú permanecieron estancadas. Pero las
utilidades de la exportación de lana no representaron una fuente adicio—
nal de ingreso para el Altiplano, por encima de un nivel por lo demás
estable. Más bien, estos ingresos tenían que reemplazar a los que se per—
dieran del comercio de paños de lana y otros productos ganaderos con
el Alto Perú, y de las ventas de lana cruda al Cuzco. Resulta sugerente
de ovino del Altiplano
que en 1791, la venta de 7.500 quintales de lana
de
septentrional solo a la intendencia del Cuzco, representó casi el 50%
las exportaciones de lana de oveja desde Islay en muy
el favorable año de
1840, ¡y estas exportaciones incluían la producción de provincias en los
departamentos del Cuzco y Arequipa! Si le añadimos a 1791 monto
el

sustancial de los paños de lana de producción doméstica y de los Obrajes


del Altiplano septentrional vendidos en el Alto Perú, es probable que el
volumen total de la lana comercializada en dicho año, cuando el circuito
colonial del sur peruano ya estaba experimentando una crisis, haya
al—

canzado o superado el volumen exportado en 1840.


Pero la afirmación de Piel sobre la prosperidad regional en el depar-
tamento de Puno durante el temprano periodo independiente, podría
estar más cerca de la realidad en relación con la economía campesina. El
cierre de los obrajes, el estancamiento de la producción de metales pre—
ciosos, las mayores dificultades para acceder a los mercados bolivianos,

138. M. Paz Soldán, Geografía del Perú, 464; ]. Basadre, Historia de la república, 3: 1290-
1291; Flores-Galindo, Arequipa, 108-109; Marcoy, Travels, l: 52.
139. Piel, “The Place of the Peasantry”, 120-122.

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR] 135


los crecientes costos de transporte y crédito, y los precios estancados de
materias primas y tierras afectaron a las élites terratenientes y mercanti—
les del Altiplano, pero tuvieron mucho menor impacto sobre los campe—
sinos. La producción yventa al por menor de las artesanías tradicionales,
sobre todo los paños de lana, continuaron siendo una fuente viable de
ingreso monetario para la economía de la unidad doméstica campesina.
Su mayor autonomía minimizó los efectos de la caída de los precios de
sus tejidos, al disminuir la imposición de precios por los poderosos lo—
cales o provinciales. La apertura del comercio de lana y la aparición de
un grupo social distinto de comerciantes extranjeros añadieron más ele—
mentos competitivos al comercio regional, al menos mientras los expor-
tadores y la emergente jerarquía comercial peruana siguieran viéndose
con tanta desconfianza como con espíritu de cooperación. El rápido cre-
cimiento de las exportaciones de lana de alpaca, producida en mucha
mayor medida que la de oveja por campesinos indígenas, fue especial—
mente importante para los pastores indígenas. En suma, mientras que
las élites del Altiplano luchaban
por recuperar su prosperidad en unos
circuitos comerciales que venían experimentando cambios importantes,
la economía campesina iba ganando autonomía.
Durante los ochenta años transcurridos entre 1775 y 1855, los pa—
trones del comercio en el Altiplano septentrional experimentaron una
compleja crisis de transición que afectó a las élites de la región y al cam—
pesinado, de modos notoriamente distintos. Ella tocó cada aspecto im-
portante del comercio controlado por la élite: los flujos de mercancías,
el espacio comercial, la
composición social de todos los grupos de inter—
mediarios comerciales, y la forma en
que se llevaban a cabo los negocios.
A mediados del siglo XVIII los circuitos comerciales coloniales, basados
en el aprovisionamiento de los centros mineros del Alto Perú, habían
generado una modesta prosperidad para las élites interconectadas de
hacendados, curacas, curas y oficiales de la Corona en Aza'ngaro y las
provincias vecinas. Pero estos circuitos entraron en decadencia entre las
décadas de 1780 y 1840. La recuperación colonial tardía de la minería
de plata dejó de lado a las intendencias de Puno
y el Cuzco, en tanto
que el “espacio andino” se desgarraba cada vez más, fraccionado por el
crecimiento de dos polos, el eje Potosí-Buenos Aires y la economía urba-
na y minera del Perú central y septentrional, quedando el sur peruano
suspendido en el medio.

136 | NILS JACOBSEN


Estos problemas se vieron exacerbados al hundirse la minería de
plata después de 1800, y al fracasar definitivamente los breves intentos
de revitalizarla después de la Independencia en la década de 1840. La
industrialización europea invadió los mercados del pilar de la economía
ganadera del Altiplano, los textiles de lana, en varias oleadas a partir
de la década de 1780. La competencia de los precios externos aceleró
la extinción de los ineficientes obrajes, mientras que las rebeliones, las
guerras de independencia, y las posteriores guerras civiles perturbaron
las rutas comerciales e hicieron que los mercados fueran inseguros, y el
capital y el transporte más costosos. Las élites mercantil y terrateniente
intentaron salvar lo más que pudieron del antiguo comercio en las déca—
das posteriores a la Independencia, aprovechando al mismo tiempo las
oportunidades presentadas por la demanda exportadora de lana, corteza
de quina y plata. Pero los nuevos circuitos comerciales resultaron ser
inicialmente inestables. Para mediados de la década de 1840, el antiguo
comercio textil, los mercados bolivianos y el nuevo comercio de expor—
tación se hallaban simultáneamente en crisis. Durante un breve lapso,
la única salvación pareció estar en la difícil explotación comercial de la
frontera de montaña hacia el este.
élites
Hay una cierta ironía en la situación económica vivida por las
del Altiplano septentrional en las décadas posteriores a la Independen—
cia. De un lado, su autonomía creció con la decadencia de los circuitos
comerciales coloniales en los cuales los comerciantes, arrieros y hacen-
dados de la intendencia de Puno dependían para sus negocios de comer-
ciantes del Cuzco, Arequipa, Potosí 0 La Plata. Al desgarrarse el espacio
andino, el Altiplano septentrional fue dejando cada vez más de ser un
“espacio interno”. Podría incluso decirse que las élites regionales se
hi—

cieron sujetos históricos visibles por vez primera, distintos y separados


de los mercaderes, hacendados y fumionarios que vivían en las ciudades
del Cuzco 0 Arequipa. De otro lado, esta creciente autonomía no coin—
cidió con una mayor prosperidad; ella más bien se dio en una época de
estancamiento o de caída de los precios de las mercaderías, mercados in-
seguros, transporte y capital costosos, guerras recurrentes, y el inicio de
las prácticas comerciales competitivas introducidas por los comercian—
tes extranjeros. Lo más importante fue que la “liberación” temporal de
los comerciantes y hacendados del Altiplano septentrional con respecto
a las élites mercantiles coloniales de los centros urbanos circundantes,

DEL "ESPACIO ANDINO" AL EMBUDO EXPORTADOR] 137


coincidió con la creciente autonomía del campesinado de la región. A
diferencia de los comerciantes y hacendados criollos, los campesinos del
Altiplano septentrional, al verse menos afectados por la competencia en
los precios, continuaron encontrando suficientes mercados para sus pa-
ños de lana baratos —así como para otros productos artesanales y gana—
deros— en el Cuzco, Arequipa y aun Bolivia. También se beneficiaron
inicialmente con la introducción de la competencia en los emergentes
comercios de exportación de la lana y la corteza de quina.
Para mediados de la década de 1850, los precios elevados de la lana
peruana de alpaca y oveja estaban señalando el inicio de un periodo de
bonanza en la exportación de lana. Entonces, para este momento Azán—
garo y el Altiplano septentrional ya habían completado su reacomodo de
una economía abastecedora de la minería, a otra de base exportadora.
La élite terrateniente de la región, entremezclada con los comerciantes y
las autoridades políticas, buscó estrategias alternativas para restablecer
su control sobre la población indígena con miras a maximizar su explo—
tación del campesinado. La expansión de las haciendas y la integración
concomitante de un número cada vez más grande de campesinos dentro
de la economía terrateniente tuvieron sus raíces —entre otras causas—
en este intento de los hacendados por recuperar el control sobre la eco-
nomía campesina.

138 | NILS JACOBSEN


Capítulo 3
COLONIALISMO A LA DERIVA

AZÁNGARO Y TODO EL ALTII'LANO SEPTENTRIONAL habían participado en los in—

tercambios de mercado desde la segunda mitad del siglo XVI, en el marco


de la política económica colonial española. Pero para finales del periodo
colonial tardío no eran una “economía de mercado”, ni mucho menos
una “sociedad de mercado”. En efecto, estos términos seguirían siendo
inapropiados incluso a comienzos del siglo XX; es decir, no existía nada
cercano a un mercado autorregulado en el cual los valores de todas las
mercancías comerciadas o intercambiadas estén determinados funda—
mentalmente por el equilibrio entre la oferta y la demanda. La posición
social de las personas tampoco estaba determinada principalmente por el
valor de cambio de sus capacidades o los bienes que ofrecían en el mer-
cado. Más bien la costumbre, los privilegios y el poder ejercían todos una
fuerte influencia sobre los intercambios en el mercado y las oportunida—
des sociales de personas, familias y grupos.' Los cambios ocurridos en la
sociedad agraria azangarína durante las décadas finales del régimen co-
lonial, tuvieron lugar sobre el trasfondo de esta interdependencia entre el
comercio y las relaciones de producción sociales, culturales y económicas.

1. Esta distinción tiene como base a Polanyi, The Great Transformation, esp. los caps.
4-6.
El colonialismo español afectó a las diversas regiones de América
de distinto modo, y penetró en las sociedades indígenas en momentos
diferentes. Azángaro formaba parte de uno de los dos núcleos del im-
perio español en América ——Mesoamérica y los Andes Centrales—, que
se convirtieron en los centros de la colonización europea entre las dé—
cadas de 1520 y 1550. Sin embargo, aunque la experiencia colonial del
Altiplano septentrional difirió bastante de la de las regiones de frontera
—como el cercano piedemonte amazónico, los territorios controlados
por los araucanos al sur de Chile, o la “tierra adentro” del norte de Méxi-
co——, sí se mantuvo como una suerte de espacio interno dominado hasta
el final mismo de la época colonial. Alejado de los principales centros
urbanos hispanos —el Cuzco estaba a tres días a caballo—, la región era
impopular entre los españoles por su clima helado y la feroz autonomía
de los pastores indígenas.2
Aunque geográfica y socialmente más alejada de los centros colo—
niales españoles, la sociedad rural en provincias como Azángaro fue ca—
racterizada del modo más dramático por el colonialismo. Un puñado de
representantes directos del Estado colonial y unos cuantos hacendados,
mineros y comerciantes, españoles o culturalmente hispanizados, cho-
caban allí y al mismo tiempo vivían junto con una abrumadora mayoría
de campesinos indígenas, quienes se adaptaban lo menos posible para
salvar así lo que pudieran de su identidad étnica.3 La doble función de
todo régimen colonial —controlar política y socialmente a la población
conquistada y explotarla económicamente— dejó una huella indeleble
sobre la estructura de la sociedad rural de Azángaro. Pero las fuentes
sugieren, incluso para el periodo colonial tardío, que el extraordinario
poder de los representantes privados, reales y eclesiásticos del régimen

2. Con respecto a las regiones nucleares y de frontera, consúltese Schwartz y Lockhart,


Early Latin America; Cangas, Compendio histórico, geográfco ;! genealógico )! político
del Reino del Perú (1780), citado por Moreno Cebrián, El corregidor, 79. La noción
de Alistair Hennessy de una “frontera de inclusión”, en la cual “las facetas étnicas,
culturales y económicas de la sociedad indígena son absorbidas dentro de la sociedad
occidentalizada”, puede ser aplicada a Azángaro en el siglo XVIII; véase su The Fron—
tier, 19.
3. Véase p. ej. Spalding, De Indio a campesino; Macera, “Instrucciones”; Macera, Mapas
coloniales de haciendas cuzqueñas; Macera, “Feudalísmo colonial americano”; Golte,
Bauern in Peru.

140 | NILS JACOBSEN


colonial contrastaba marcadamente con los precarios asentamientos
hispanos en Azángaro y en las vecinas provincias del Altiplano.

La formación de las haciendas ganaderas hasta 1750

Entre la década de 1540 y 1573, todos los indios de la región de Azángaro


fueron repartidos a diez encomenderos, a quienes se les confió tanto el
derecho de cobrarles tributo como la responsabilidad de velar por su
bienestar. Pese a la separación legal entre la encomienda y la propiedad
de la tierra, estos hombres establecieron algunas de las primeras hacien-
das de Azángaro.4 En varios casos los encomenderos combinaron merce-
des de indios en los valles templados cercanos al Cuzco, con aquellas en
la zona ganadera, más alta y fría, de Azángaro, lo que sugiere una tem-
prana integración de ambas regiones dominadas por los colonizadores
residentes en la ciudad del Cuzco.5
La descripción detallada de la formación temprana de las haciendas
en el Altiplano septentrional cae fuera del alcance del presente estudio.
Baste con decir que los mecanismos empleados en la transferencia de
tierras de indios a españoles, fueron aquí los mismos que en otras partes
bien estudiadas de Hispanoamérica: mercedes de tierra hechas por el
rey a colonizadores beneméritos, con la obligación legal de residir en
una ciudad española; la apropiación de facto de tierras de campesinos
indígenas utilizando procedimientos mayormente ilegales y fraudu—
lentos; y la reafirmación de la posesión de facto por parte de oficiales
reales itinerantes durante sucesivas evaluaciones de los títulos de tierras
(composiciones).6 Para Azángaro, tenemos evidencias de estas visitas de

Cook, Tasa de la visita, 87-110.


En los siglos XVI y temprano XVII, los dueños de encomiendas en Azángaro o en las
provincias vecinas del Altiplano tenían encomiendas y eran hacendados o promi—
nentes titulares de cargos en el Cuzco; entre ellos figuraban Juan de Berrio, Martín
Hurtado de Arbieto, Jerónimo de Costilla y Doña Beatriz Coya, hija del Inca Sayri
Túpac. En todos los casos, la base de poder primaria era el Cuzco. Véase Glave y
Remy, Estructura agraria, 81-83, 112, 118, 120, 124, 128, 146-148; Cook, Tasa de la
visita, 87-89, 107.
6. Piel, Capitalisme agraire, 1: 147-167; Clave y Remy, Estructura agraria, cap. 3; K. Da-
vies, Landowners; el examen más exhaustivo de la élite terrateniente en el Perú colo-
nial es Ramírez, Provincial Patriarchs, esp. el cap. 6.

COLONIALISMO A LA DERIVA] 141


tierras (evaluaciones judiciales de títulos de propiedad) en 1595, 1607,
1655 y 1717.7
En la demora en la formación de las haciendas, podemos detectar
el lento y precario establecimiento de la explotación española directa en
el Altiplano septentrional. Al igual que en el resto de la Hispanoaméri-
ca nuclear, el proceso se inició en Azángaro finales del siglo XVI, y en
&

particular durante el XVII, a medida que el crecimiento de las ciudades


coloniales y de una compleja economía minera estimulaba el desarrollo
de las estancias ganaderas españolas que complementaban los bienes ex—
traídos de la economía campesina indígena. Pero a diferencia de otras
regiones del imperio, en el Altiplano septentrional la fase formativa de
la conformación de las haciendas no concluyó o se desaceleró a finales
del siglo XVII. Por el contrario, más de estas unidades se formaron entre
1689 y el final de la época colonial que antes (cuadro 3.1); probablemente
la mayor parte de las haciendas posteriores a 1689 se formó antes de 1780.
En 1689 la mayoría de las estancias ganaderas de Azángaro estaban
ubicadas en dos concentraciones ampliamente distantes entre si. El fértil
valle alrededor de Muñani y Putina, en la parte oriental de la provincia
cerca a la Cordillera de Carabaya, tenía la mayor concentración de ellas.
La mayoría pertenecía a españoles que explotaban las minas de oro y plata
en la cordillera adyacente y en el piedemonte de Carabaya; en palabras de
una fuente contemporánea: “d[ic]has estancias sirven de despensas a los
mantenimientos, para el sustento de los que trabajan las minas”. Todavía
en 1819, las minas abandonadas en el distrito minero de Aporoma eran
dependencias de la estancia de Guasacona, en Muñani.8 La otra concen-
tración de haciendas se hallaba en las márgenes occidentales del corregi-
miento, enlas parroquias de Asillo y Santiago de Pupuja, cerca del camino
real que lleva del Cuzco al Alto Perú o directamente sobre él. Dichas es-
tancias ganaderas eran propiedad sobre todo de españoles que residían

7. Para 1595: “Datos para un estudio monográfico”, 3. Para 1607: ocho manuscritos
distintos de “visitas de estancias” y“visitas de ayllos”, ANB, Materiales sobre tierras e
Indios, año 1607, n.05 5, 9,12,13,14, 15, 16, 19 y 20. Para 1655: litigio por el despojo
de tierras de Acañani yVíscachaní, Putina; ANB, Materiales sobre tierras e Indios, año
1759, n.º 102. Para 1717: litigio por el deslinde de la hacienda Purína, dist. de Asillo,
13 de marzo de 1915, AIA.

8. REPC, ]. C. Jordán, 1819—1820, ff. 132—135 (16 de mayo de 1819); Villanueva Urteaga,
Cuzco 1689, 112.

142 | NILS JACOBSEN


Cuadro 3.1
ESTANCIAS DILGANA1)O EN LA PROVINCIA DE AZÁNGARO, 1698 Y 1825-1830

PROPIETARIO 1689 1825—1830

Es añoles 33
Cfracas ] 68

Iglesia 4 34

Comunidades 4 8

Propietario desconocido 2 __
Total 48 110

Nota: estas cifras excluyen a Poto, Pusi y Taraco.


Fuentes: Villanueva Urteaga, Cuzco 1689, l 1—126; Choquehuanca, Ensayo,
1 15—53.

en el Cuzco, o con menor frecuencia en Arequipa, entre ellos los descen—


dientes de los encomenderos originales que aún ostentaban tal título. Por
ejemplo, a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, San Francisco de
Purina, en Asillo, le perteneció al encomendero don Jerónimo de Costi-
lla, marqués de Buenavista, un vecino del Cuzco.9 El Colegio Grande del
Cuzco, de los jesuitas, tenía dos estancias en Santiago desde comienzos
del siglo XVII. La cercanía al camino real, que facilitaba la comunicación
tanto con el Cuzco como con el Alto Perú, era esencial para que la for—
mación de las haciendas por parte de unos poderosos señores absentistas
resultara posible y beneficiosa. Estas estancias proveían al Cuzco de lana,
carne seca y otros productos ganaderos, y tal vez también despachaban
dichos productos directamente a los centros mineros del Alto Perú.
Además de estas dos concentraciones de haciendas, en 1689 los
párrocos de Azángaro solo mencionan un puñado de estancias en los
informes que enviaran al obispo Mollinedo del Cuzco: una, propiedad
del curaca don Manuel Chuquiguanca, a unos cuantos kilómetros del
pueblo de Azángaro; otras cuatro, propiedad tanto de españoles como

9. Villanueva Urteaga, Cuzco 1689,118—119;1itigí0 por el deslinde de la hacienda Purína,


dist. Asillo, 13 de de marzo de 1915, A]A.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 143


de comunidades indígenas en las cercanías del lago Arapa, y otras dos
más al sur, sobre el camino real, en el anexo Achaya de la parroquia de
Caminaca, al menos una de las cuales era propiedad de la comunidad
indígena. Así, hasta finales del siglo XVII un vasto corredor central ya…
cía esencialmente libre de haciendas españolas y pasaba a través de la
provincia de Azángaro, desde las laderas de la Cordillera de Carabaya
alrededor de Potoni, al norte, por los modernos distritos de San Antón y
San José, hasta las amplias pampas alrededor del pueblo de Azángaro, y
todo el territorio que se extiende hasta el extremo meridional de la pro-
vincia en Samán y Caminaca, cerca al lago Titicaca. Virtualmente toda
esta tierra aún pertenecía a los campesinos indígenas, sus comunidades
y sus curacas. Aquila autoridad española solamente estaba representada
directamente por el párroco, el corregidor y sus asistentes.
¿Por qué razón la presencia española en el centro de la que habría
de ser una de las principales provincias ganaderas del Perú, fue tan pre-
caria antes del siglo XVIII? No puede haberse debido al medio ambiente,
Como lo demuestra lo sucedido a finales del siglo XIX e inicios del XX,
gran parte de la tierra en este corredor central de Azángaro comprendía
buenos pastizales, propicios para la formación de haciendas ganaderas.
La ubicación ciertamente influyó en la configuración espacial de las em-
presas españolas durante el siglo XVII. La cercanía a la región minera y a
la principal arteria comercial del virreinato atrajo dos tipos diferentes de
empresarios y terratenientes españoles: mineros relativamente modes-
tos, que vivían en sus haciendas cuando no estaban en los campamentos
mineros estacionales, y poderosos terratenientes absentistas ligados a las
aristocráticas familias del Cuzco. Pero la lentitud de los españoles para
establecer empresas agrarias en la parte central de la provincia podría
también haberse debido a la cohesión de la sociedad indígena, al poder
de los curacas y a la menor pérdida de población sufrida por esta parte
de Azángaro. Las sociedades indígenas basadas en la crianza de gran-
des animales domésticos antes de la conquista, tal vez estaban en mejor
posición para defenderse de la usurpación española de sus tierras que
las sociedades basadas en una agricultura intensiva. Los asentamien—
tos dispersos de los pastores desaceleraron la propagación de epidemias
mortales, y la necesidad de extensas tierras de pastoreo para los rebaños
de camélidos permitió a las comunidades indígenas reclamar grandes
áreas como indispensables para su subsistencia. Al ocupar físicamente

144 | NILS JACOBSEN


grandes pastizales, los rebaños de las comunidades indígenas ayudaron
a proteger su tierra.10
Junto con el gran incremento en el número de haciendas entre la
década de 1690 y la de 1770, también se modificaron sus patrones espa-
ciales y de propiedad. Mientras que los dos centros (en torno a Putina—
Muñani y Asillo—Santiago) representaban el 85% de todas las haciendas
en 1689, para el periodo colonial tardío solo 53% se ubicaba allí. La Igle-
sia, que poseía menos del 10% de las haciendas en 1689, controlaba casi
la tercera parte a finales del periodo colonial. Más de la mitad de las
nuevas haciendas eclesiásticas formadas después de 1689 se encontraban
en el área central de la provincia, donde antes ellas casi no existían. La
rápida expansión de las tierras eclesiásticas en zonas controladas por las
comunidades de indios y sus curacas, sugiere el creciente poder y parti-
cipación de los párrocos en la economía campesina durante las primeras
décadas del siglo XVIII.11
Las doctrinas habían tomado posesión de algunas tierras a comien-
zos del periodo colonial, ocupando quizás algunas tierras comunales
asignadas a los sacerdotes de la religión incaica.12 Pero la mayor parte
de la tierra que aparecía como haciendas de la Iglesia después de 1689
había pertenecido antes a curacas o a comunidades indígenas. A fines
del siglo XVI el curaca Diego Choquehuanca, fundador y auspiciador
financiero de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Azánga-
ro, donó extensas propiedades a la parroquia para ayudar a cubrir los
costos de construcción y los gastos administrativos.13 Es posible que las

10. Véase Iacobsen, “Livestock Complexes”, 113-142. Con respecto al uso que las comu—
nidades campesinas hacían de los rebaños de ganado, como un mecanismo protector
de la usurpación de tierra por parte de los españoles en México central, consúltese C.
Gibson, Aztecs, 212, 262, 540, n. 33. Crotty (Caltle, Economias, and Development, 87-
88) propuso una fascinante especulación según la cual la gran vulnerabilidad de las ci-
vilizaciones prehispánicas al contacto europeo, debió bastante a que en América hubo
una ausencia casi total de conflictos entre culturas de pastores y agricultores: esto
tuvo, claro está, un gran impacto sobre el desarrollo militar en el hemisferio oriental.
1]. O'Phelan Godoy, Rebellions, 53—57.
12. Spalding, De indio a campesino, 50.
13. Luna, Choquehuanca el anzauta, 81—98. La mayoría de estas estancias no figuran en el
informe del padre José de Moscoso, doctrínero de Azángaro, al obispo Mollinedo en
1689.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 145


comunidades también hayan donado tierras a sus parroquias; en otros
casos probablemente perdieron el control sobre ellas contra su voluntad,
mediante el manejo que los sacerdotes hacían de las propiedades delas
cofradías, o al no poder pagar ciertas contribuciones.14 En contraste con
otras áreas de la América española, las iglesias de las doctrinas del Alti—
plano concentraron más tierra que las órdenes, conventos o la diócesis
cuzqueña. Esto haría que las tierras de la Iglesia fueran más resistentes a
la legislación liberal en el siglo XIX.
Entre los terratenientes más ricos de Azángaro se hallaban algu—
nas de las más importantes familias de curacas de la provincia.15 Entre
mediados del siglo XVI y mediados del XVIII, muchos curacas “pasarºn
a incorporarse gradualmente al grupo de mercaderes provinciales, ad-
ministradores y terratenientes”.16 Ellos usaron sus puestos de autoridad
sobre las comunidades indígenas no solo como intermediarios con la
élite peninsular y criolla, sino también en su propio beneficio como em—
presarios o terratenientes privados. Tal comportamiento constituía una
ruptura con las formas de interacción social de la sociedad andina pre-
hispánica y llevó a tensiones entre los comuneros indígenas y los curacas.
Los Choquehuanca, la familia más rica y poderosa de curacas, re-
montaban su linaje a un hijo del Inca Huayna Cápac.17 La familia poseyó
el cacicazgo, o cargo de cacique, de la parcialidad Anansaya de Azánga—
ro casí ininterrumpidamente a lo largo del periodo colonial, aunque su
control de este lucrativo cargo fue desafiado varias veces. A mediados
del siglo XVI Diego Choquehuanca fue declarado hidalgo y recibió del
rey el título de marqués de Salinas. Para 1780 los Choquehuanca poseían
once estancias en Azángaro, entre ellas las grandes y valiosas estancias
de Pícotaní, Checayani y Nequeneque en Muñani, y Puscallani, Ccalla
y Catacora alrededor de Azángaro. La relación de servicios que la fami—
lia prestase al rey durante la rebelión de Túpac Amaru, hecha por Josef

14. Cfr. Celestino y Meyers, Las cofradías, 149—156.


15. Véase el caso del poderoso curaca del XVII, Bartolomé Tupa Hallicalla de Asillo, ana—
lizado en Clave, Trajinantes, cap. 6.
16. Spalding, De india ¿¡ campesino, 55.
17. Con respecto a la historia de la familia Choquehuanca, véase Luna, Choquehuanca el
amaum; Salas Perea, Monografía, 18-19; Torres Luna, Puno histórico, 183—203.

146 | NILS JACOBSEN


Ch0quehuanca, resalta el orgullo de la familia y su sentido de exalta-
ción social. enfatizaba
El la generosidad y buena voluntad que su familia
siempre había mostrado a los españoles, al extremo de que sus dos her—
manas “estaban incluso casadas con europeos, por el amor que profesa-
mos a la Nación”. Ellos tenían propiedades “suficientes para mantener el
esplendor que corresponde al honor y nacimiento de nuestro linaje”; en
Azángaro, “ninguna casa estaba situada más cómodamente”.18
Ninguno de los cuarenta y seis curacas que aparecían en las listas de
tributos de la provincia para 1754, se aproximaba ala riqueza y poder de
los Choquehuanca. Aunque la mayoría probablemente vivía como cam—
pesinos relativamente prósperos, sumergidos en la sociedad indígena de
sus comunidades, unas cuantas otras familias poseían riquezas compa-
rables a las de los hacendados españoles, entre ellos los Mango Turpo,
probablemente curacas de la parcialidad Urinsaya de Azángaro.19
Durante las primeras tres cuartas partes del siglo XVIII, la incorpo-
ración de las tierras a las haciendas ganaderas se dio de modo acelerado
entre todos los grupos de terratenientes, la Iglesia, españoles y mestizos
particulares, los curacas y también las comunidades indígenas, las cuales
usaban cada vez más el arriendo de las estancias comunales para ayudar
a pagar su tributo y las contribuciones eclesiásticas. Y el interés por la
producción ganadera fue creciendo a medida que la producción textil del
sur peruano se iba expandiendo.20 Como este interés se produjo cuando
la población del Altiplano septentrional estaba en su punto más bajo, la
Corona facilitó la adquisición de las tierras indígenas “sobrantes”?

18. Relación de los servicios y pérdidas dela familia Choquehuanca durante la rebelión
de Túpac Amaru, ANE, EC año 1782, n.º 57.
19. Para las propiedades de Cristóbal Mango Turpo en 1741, véase Salas Perea, Monogra-
fía, 20-21.
20. En el Cuzco también fue en las provincias ganaderas —Canas y Canchis y Chum-
bivilcas—— donde el número de haciendas creció de forma notable entre 1689 y la
década de 1780, mientras que en todas las demás provincias se estancó o cayó. Véase
Mórner, Perjñl, 32, cuadro 17.
21. Por ejemplo, en 1689 se decía que la hacienda Ccalla, a mitad de camino entre los
pueblos de Azángaro y Arapa, pertenecía a una comunidad india, pero para el tardío
período colonial los Choquehuanca la reclamaban; véase Villanueva Urteaga, Cuzco
1689, 1 15.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 147


Una real cédula del 15 de octubre de 1754 facilitó el proceso de ex—
pansión de las haciendas al simpliñcar el procedimiento burocrático de
la venta y composición de las tierras del rey.22 En 1762 la familia del cu—
raca Diego Choquehuanca ocupó grandes porciones de las tierras en el
área de Muñani, lo que provocó una batalla legal con tres comunidades
de indios o ayllus. En su testimonio ante el comisionado de la Audiencia
de Charcas, Andrés Hanco, indio originario del ayllu Picotani, declaró
que doña María Choquehuanca, hija del curaca, había tomado posesión
de tierras pertenecientes a los indios del ayllu Nequeneque, donde cons—
truyó un edificio con tres habitaciones grandes “a costa de los indios, sin
pagarles nada”, precisamente en el lugar donde la cabaña de uno de los
comuneros expulsados se había levantado. Los “muchos pedazos de tie—
rra” tornados por Diego Choquehuanca de los tres ayllus en total “pue-
den sumar cerca de cuarenta leguas de tierra”. El curaca estaba privando
a los campesinos indígenas “de criar ganado y cultivar los campos, di—
ciendo que estas eran sus tierras por comprarlas sus antepasados”.23 Es
posible que los Choquehuanca realmente hayan tenido títulos legales al
menos sobre algunas de estas tierras desde finales del siglo XVI, pero in—
tentaron incorporarlas a la producción efectiva de sus estancias solo en
la segunda mitad del siglo XVIII, infringiendo severamente la posesión,
legalmente tenue aunque real, que los tres ayllus tenían de estas tierras.
Sin embargo, la Audiencia de Charcas confirmó el derecho del curaca a
ellas el 21 de noviembre de 1762, y el procedimiento formal de toma de
posesión se llevó a cabo el 16 de mayo de 1765.
La escasez de mano de obra fue una de las razones principales que
indujeron a las élites del Altiplano a establecer haciendas en lugar de
recurrir exclusivamente a la extracción de excedentes de la economía
campesina. Pero el establecimiento de una fuerza laboral permanente en
las estancias ganaderas andinas fue un proceso de largo plazo, que esta—
ba lejos de haber terminado para la segunda mitad del siglo XVIII. Según
Karen Spalding, este proceso comenzó a gran escala solo a mediados del

22. Roel, Historia social, 276—277; el virrey José F. de Abascal y Sousa sostuvo, en su Me—
moria de gobierno, 1: 286, que sobre la base de esta cédula, muchas tierras fueron
vendidas () confirmadas por composición entre 1754 y 1780.
23. Quejas contra Diego Choquehuanca de los indios de los ayllus Nequeneque, Picotani
y Chuquini, ANB, Materiales sobre tierras e indios, EC año 1762, n.º 144.

148 [ NILS JACOBSEN


siglo XVII, rezagado considerablemente detrás del proceso de absorción
de tierras. Antes las haciendas recurrían fundamentalmente al trabajo
en forma de mita y obligaciones tributarias de las comunidades indíge-
nas.24 Con los crecientes repartos de bienes (la distribución coercitiva de
productos) efectuados por los corregidores, los indios se vieron menos
y menos capaces de pagar por los bienes que se les amontonaban. Los
campesinos pobres comenzaron a cancelar sus deudas trabajando en las
haciendas, cuyos dueños pagaban al corregidor por este suministro de
mano de obra.25 Es más, el mismo proceso de adquisición de tierras por
parte de las haciendas, frecuentemente hizo que los campesinos engro-
saran las filas de los trabajadores dependientes o yanaconas. Las familias
indias permanecieron en sus tierras, que eran incorporadas a una ha-
cienda.26 Algunas familias prefirieron huir de las obligaciones impuestas
a las comunidades ——el pago del tributo, el trabajo en la mita y los repar-
tos de los corregidores— buscando refugio en la relativa seguridad del
yanaconaje en las haciendas.27
A lo largo del periodo colonial, los propietarios intentaron fijar un
mayor número de campesinos indígenas en sus haciendas como una
mano de obra servil permanente. El trabajo de los yanaconas era más
barato pues podía ser pagado fundamentalmente con el usufructo de
los derechos de pastoreo y campos de cultivo. Asentar a un yanacona en
la hacienda también le daba al hacendado acceso al trabajo de su espo—
sa e hijos. El control sobre trabajadores permanentemente establecidos
reducía los pagos monetarios por mano de obra mediante una serie de
manipulaciones, como cobrar excesivamente por los alimentos y com-
prar los productos ganaderos de los propios yanaconas (pieles y lana)
a bajo precio.” Pero aun más importante debe haber sido la búsqueda
de una fuente segura de trabajadores. Dado que la población indígena
disminuyó hasta el primer cuarto del siglo XVIII, y que la mano de obra

24. Piel, Capitalisme agraire, 1: 170.


25. Spalding, De indio (¡ campesino, 144-145.
26. Piel, Capitali5me agraire, 1: 170; Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas, 1: 321.
27. Golte, Bauern in Peru, 64; Santamaría, “La propiedad”, 261-262.
28. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, CXll-CXV; Piel, Capitalisme agrai—
re, 1: 211.

COLONIALISMO A LA DERIVA] 149


continuó escaseando durante mucho tiempo después, a los hacenda—
dos les preocupaba que un número suficiente de mitayos y trabajadores
asalariados pudiera ser reclutado para sus haciendas, una vez que las
necesidades prioritarias del sector minero hubiesen quedado satisfe—
chas. Las haciendas con pocos o ningún yanacona tenían que recurrir
a los trabajadores asalariados (la “gente de ruego”), con lo que su valor
disminuía.29
Aunque numerosas y repetidas reales cédulas —sobre todo el “aran—
cel de salarios” del virrey Duque de la Plata de 1687— reglamentaron la
paga de los colonos de las estancias ganaderas, los salarios monetarios
estipulados eran pagados mayormente en especie.30 Aun más, los admi-
nistradores frecuentemente lograban minimizar el pago de cualquier
forma. El tributo de los yanaconas era deducido de su paga, y se les co-
braba por cada cabeza de ganado que se perdía, un contratiempo fre-
cuente bajo condiciones de pastoreo en campo abierto.31 Los precios que
debían pagarle a la hacienda por los alimentos, más allá de las pequeñas
raciones (avíos) recibidas como parte de su salario, eran más altos de los
que se podía encontrar en mercados urbanos, a veces hasta en 100%.32
A resultas de estas prácticas, los yanaconas frecuentemente recibían solo
una pequeña fracción de su salario monetario en cualquier forma. El
pago por el trabajo constaba de avíos limitados y del derecho de usu—
fructo a los pastos y campos agrícolas de la hacienda.33 Al dispensar a

29. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, LXVI-LXVII; tasación de las anti—
guas estancias ganaderas jesuitas de Llallahua y Titiri, doctrina de Santiago de Pupu-
ja, en 1771, en ibíd., CXLVII-CXLVIII.
30. “Arancel de los jornales de Perú, 1687”, en ibíd., 145—146; véase también “Obligacio—
nes que han de tener los Indios Yanaconas de esta estancia [Camara, 12 de mayo de
1693]”, en ibíd., 74-75.
31. Ibid., XXI—XXII; Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas, 1: 295-296.
32. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, CXII-CXV.
33. Hasta donde tengo noticia, no existe ningún análisis exhaustivo de la cuestión del
peonaje por deudas en las haciendas peruanas del siglo XVIII, comparable con los de
Herbert Nickel, Herman Konrad y otros sobre México. En la década de 1740, Juan y
Santacilia y Ulloa observaron que las haciendas ganaderas andinas a menudo se es—
forzaban por endeudar a sus mitayos, en un intento de retenerlos permanentemente.
Pablo Macera supone que hubo un peonaje por deudas en las haciendas jesuitas pe—
ruanas durante el siglo XVIII. El reporta que las deudas eran consideradas una parte

150 | NILS JACOBSEN


los yanaconas de la mita y de los repartos de los corregidores, y al fijar
tasas especiales del tributo para ellos (a ser pagado por el hacendado),
la administración colonial definió legalmente su estatus como el de una
casta.34 A inicios del siglo XVIII, cuando el rey ordenó que a los yana—
conas no se les debía impedir dejar las haciendas, la oposición a esta
medida fue tan fuerte en la Audiencia de Charcas que esta real cédula no
se publicó allí.35
La actividad económica de las estancias ganaderas siguió siendo
azarosa. Tres instrucciones expedidas consecutivamente para los admi—
nistradores de la estancia de Ayuni y Cámara, propiedad de los jesuitas,
entre las décadas de 1690 y 1730, indican que la orden estaba intentando
instituir una explotación más eficiente de sus ganados y una mayor pro—
ductividad laboral, aunque con poco éxito. Los rebaños de ovejas ma-
dres, carneros, crías de año y ovejas viejas para el sacrificio, debían ser
separados para regular el ciclo reproductivo de los animales y disminuir
las exorbitantes tasas de mortandad entre las crías recién nacidas, que
normalmente alcanzaban 50%. Pero las repetidas admoniciones que fi-
guran en las instrucciones jesuitas para que se implementaran tales mé-
todos mejorados de crianza, dejan en claro que tuvieron poco éxito en
sus propias estancias. La mayoría de los estancíeros del Altiplano jamás
intentaron siquiera aplicarlos.36
En resumen, la tierra siguió siendo abundante en el Altiplano sep-
tentrional durante el último siglo del periodo colonial, aun cuando el

tan integral del funcionamiento de la hacienda, que se las contaba junto con las in—
versiones de capital. Algunas haciendas empleaban guatacos para captar campesinos,
y buscadores para prender a los colonos fugados. Sin embargo, las instrucciones de
1702 para las estancias ganaderas jesuitas de Ayuni y Camara, en el Cuzco, ordenaban
que jamás se diera a los colonos más dinero 0 bienes de los que se les debía por el
trabajo realizado, “porque el indio, cuando debe, huye y la hacienda le pierde”. Véase
Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas, 1: 293-294; Macera, Mapas coloniales de
haciendas cuzqueñas, LXXXV, CIX-CXI. Para el México prerrevolucionario, véase Nic-
kel, “Zur Immobilitát”, 289-328; Konrad, A ]esuit Hacienda, 232. Para una reinterpre—
tación del crédito extendido a los colonos, véase Bauer, “Rural Workers”, 34—63.
34. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, XCI-XCII.
35. Ibid.
36. Macera, Mapas coloniales de haciendas cnzqueñas, 76-102; Juan y Santacilia y Ulloa,
Noticias secretas, 1: 296-297; Iacobsen, “Land Tenure”, 193-195.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 151


acceso a ella por parte de grupos sociales específicos era cuestionado
cada vez más. Cuando se arrendaba una hacienda, el alquiler anual solo
reflejaba el valor de su capital ganadero. Una estancia con mil ovejas
usualmente valía los mismos cien pesos de alquiler anual que un rebaño
de igual tamaño sin pastizales. Esta cotización convencional se mantu—
vo invariable entre 1689 y el final del periodo colonial.37 La tierra en si
misma aún tenía poco valor;” lo que contaba era el capital ganadero y
la posibilidad de explotarlo en forma segura con un mínimo de gastos
operativos en moneda. Desde la perspectiva de los intereses comerciales
españoles, la tierra en el Altiplano septentrional aún se hallaba en una
fase incipiente de su puesta en valor. A diferencia de una sociedad feudal
madura, el control de la tierra en sí mismo no podía asegurar el poder
o la riqueza.
¿Cómo, entonces, explicar la formación acelerada de las estancias
ganaderas durante los primeros tres cuartos del siglo XVIII? Después de
1720 la población humana creció y las poblaciones pecuarias parecen
haber seguido la tendencia, particularmente frente a la bonanza textil
del Cuzco y la creciente demanda de carne. Sin embargo, la explotación
de los rebaños de ganado fuera de las haciendas se hizo cada vez más di-
fícil. Ya en 1689 el cura de Azángaro se quejaba de los grandes problemas
que la parroquia tenía para mantener sus rebaños de ovinos pastando en
tierras asignadas informalmente por las comunidades indígenas con este
fin. La parroquia no tenía “indios sétimas destinados de este pueblo, i su
jurisdicción”. Por esa razón, ella tenía que solicitar indios “de diversas
partes” como pastores “a ruego y fuerza de plata”. Estos trabajadores
libres, “quando quieren dejan el ganado solo en las campañas, i se ban;
i las mas beses lo hacen por haberlo menoscabado, i destruido”.39 Estas
inseguridades se multiplicaban al tiempo que iban creciendo los reba-
ños que merodeaban por los pastos comunales. Durante los períodos

37. Villanueva Urteaga, Cuzco 1689, 77, 112; Macera, Mapas coloniales de haciendas
cuzqueñas, CXLVIl—CXLVIII; alquila de la Estancia Parpuma (doctrina de Azángaro),
REPC, ]. C. Jordán, 1816-1818, f. 384 (3 de marzo de 1818). En casos excepcionales
(muy buenos pastizales, suficiente agua, una fuerza laboral permanente y abundan-
te), el alquiler era más alto hasta en una quinta parte.
38. Flores-Galindo,Arequípa,17.
39. Villanueva Urteaga, Cuzco 1689, 112.

152 | NILS JACOBSEN


favorables para la producción ganadera que coincidían con el crecimien-
to de poblaciones humanas y pecuarias, la única forma de resguardar
los rebaños y asegurar una fuerza de trabajo conñable era consolidando
las estancias. Solo entonces se le podía solicitar al rey la asignación de
mitayos o establecer yanaconas en las tierras. Pero las estancias que se
desarrollaron en esta coyuntura de mediados del siglo XVIII mantuvie—
ron una rudimentaria organización interna.

La tenencia de la tierra en las comunidades indígenas

El patrón de tenencia de la tierra en las comunidades campesinas indíge-


nas estuvo altamente interrelacionado con el desarrollo del complejo de
la hacienda colonial. Las comunidades sufrían directamente con cual-
quier expansión de las haciendas circundantes, y hubo vínculos labo-
rales entre ambas instituciones. Hacia el final de la época colonial, los
conceptos hispanos de la propiedad se inñltraban cada vez más en las
comunidades indígenas.40
Para el siglo XVIII, el ayllu o parcialidad indígena difería en muchos
aspectos de las instituciones andinas anteriores a la conquista. El ayllu
del Imperio inca y los reinos étnicos preincaicos estaba conformado por
grupos familiares extendidos, los cuales controlaban el acceso indivi-
dual a los recursos materiales y espirituales, y mediaban las obligaciones
y privilegios de sus miembros en el conjunto de la sociedad.41 Antes de la
colonización española, los ayllus pertenecían a una de dos mitades, las
parcialidades incaícas de Anansaya y Urinsaya, en que todo nivel de la
sociedad estaba dividido, desde los grupos locales de parentesco de los
agricultores y ganaderos hasta la nobleza incaica. Durante los siglos de
dominio colonial, los ayllus fueron experimentando una gradual trans-
formación en asentamientos definidos por su ubicación geográfica y sus
derechos sobre la tierra, a menudo sancionados por el rey. Aunque los la-
zos de parentesco —reales o simbólicos— siguieron siendo importantes,

40. Piel, Capitalisme agraire, 1: 189.


41. Ponce de León, “Aspectos económicos del problema indígena”, 139—141; Spalding,
Huarochirí, 48—53.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 153


se hicieron menos rígidos, y los ayllus fueron poblados cada vez más por
campesinos indígenas de distintas regiones.
El programa de reducciones del virrey Toledo, iniciado en la década
de 1570,42 y la migración de gran parte de la población india, particular—
mente en la jurisdicción de la Audiencia de Charcas, contribuyó a esos
cambios estructurales en las comunidades indígenas. Estas migraciones
fueron impuestas en parte por la administración colonial, siendo la mita
de Potosí el ejemplo más masivo y notorio.43 Ellas también representaron
de alguna manera una reacción defensiva de los pueblos indígenas con—
tra las exacciones de la sociedad colonial española: la huida hacia áreas
fuera del alcance del rey, la Iglesia, o los empresarios privados, o hacia el
anonimato en otras comunidades y pueblos. El desarrollo demográfico
posterior a la conquista también demostró ser un obstáculo formidable
para el mantenimiento de la continuidad cultural e institucional. El de—
clive de la población de las comunidades indígenas llevó a la creciente
usurpación de sus tierras por parte de diversos sectores de la sociedad
colonial peruana a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Todas las tierras de comunidad fueron reclamadas legalmente por
la Corona, que otorgaba su usufructo a las familias indígenas de las co—
munidades a cambio del pago del tributo y del servicio laboral de la mita.
Esta noción legal ha sido considerada como la base de un duradero pacto
entre el Estado colonial y las comunidades indígenas.44 Efectivamente es
cierto que la Corona tenía un fuerte interés por conservar la economía
comunal campesina, dado que en el Perú ella fue el principal soporte de
la riqueza privada y la liquidez fiscal durante todo el período colonial.
Desde la época de Toledo había surgido todo un corpus de leyes e insti—
tuciones protectoras para salvaguardar este interés, entre ellos los protec—
tores de indios, nombrados en las audiencias, y los corregidores de indias.45
Sin embargo, los empresarios españoles, los clérigos, instituciones ecle-
siásticas y curacas encontraron formas de apropiarse de las tierras del rey

42. Spalding, Huarochirí, 156-167; Stern, Peru's Indian Peoples, 76—113.


43. Bakewell, Miners of the Red Mountain; Cole, The Potosí Mim; Tandeter, “Trabajº
forzado”.
44. Véase p. ej. Assadourian, El sistema, 313; T. Platt, Estado boliviana, esp. el cap. 1.
45. Kubler,“The Quechua”, 346.

154 [ NILS JACOBSEN


tomándolas de las comunidades, particularmente dado que el número
cada vez más reducido de campesinos no podía trabajar efectivamente
todas las tierras que la Corona les había otorgado en usufructo.46
Durante el siglo XVIII, con el creciente impacto de las nociones
ilustradas de la propiedad y la producción agrícola eficiente, la política
protectora de las autoridades coloniales con respecto a los indios se hizo
conflictiva y podría haber contribuido muy bien a la disminución de las
propiedades comunales. De un lado, la Corona se mostró cada vez más
preocupada porque las comunidades tuviesen suficientes tierras para
que las familias que las conformaban subsistieran y cumplieran con sus
obligaciones fiscales y laborales. Las composiciones de tierra en favor de
las comunidades se hicieron cada vez más frecuentes entre 1710 y 1780,
mejorando el título con el cual las comunidades poseían su tierra.47 Sin
embargo, al mismo tiempo se tendió a asignar menor validez a los de-
rechos históricos sobre las tierras. Los burócratas y juristas ilustrados
deseaban más bien basar el derecho de los miembros de las comunidades
que tenían tierras, sobre el principio de que los “quíñones [las parcelas]
asignados a los pobladores fuesen todos iguales y acomodados a lo que
una familia puede necesitar y beneficiar”, tal como Joaquín Costa pa—
rafraseara las ideas del conde de Campomanes.48 Durante las décadas
de mediados del siglo XVIII, tales preceptos gradualmente permearon la
práctica judicial del Perú colonial. Los funcionarios reales comenzaron
a llevar a cabo redistribuciones periódicas de tierras en las comunidades.
Cada familia indígena de miembros plenamente reconocidos de la co-
munidad recibía una extensión uniforme de tierra, que variaba de región
a región. Las tierras comunales “sobrantes” debían venderse en subasta,
creando así una nueva fuente de ingreso para el tesoro del rey español.49
Como esta política surgió justo durante las décadas que siguieron
inmediatamente al nivel mínimo de la población indígena del Perú, ella

46. Piel, Capitalisme agraire, 1: 182—183.

47. Ibid., 1: 191-195; Spalding,Huarochirí, 183.


48. Costa, Colectivismo agrario en España, 7: 174; para las nociones ilustradas españolas
de la propiedad, véase Herr, Rural Change, esp. los caps. 1 y 2; para el uso de dichas
nociones en el Altiplano, véase ]acobsen, “Campesinos”.
49. Spalding, De indio (¡ cmnpcsino, 143; Spalding, H1mrochirí, 205—208.

COLONIALISMOA LA DERIVA | 155


produjo severos problemas al recuperarse la población en el segundo
cuarto del siglo XVIII. Las tierras restantes pronto no bastaron para su—
ministrar campos agrícolas y pastizales a todos los indios que vivían
en las comunidades, para que alimentaran a sus familias y cumplieran
sus obligaciones con las distintas autoridades civiles y religiosas.50 Ya a
mediados del siglo XVIII, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, los autores de
las Noticias secretas, advirtieron que “al presente son muy reducidos los
ámbitos que les han quedado [a los indios], y la mayor parte de ellos
están sin ningunas”.51
La diferencia entre los campesinos de comunidades con y sin tierra
quedó en cierta medida institucionalizada por la administración colo-
nial. En el Altiplano la distinción entre originarios y forasteros, pagando
los primeros una tasa de tributo más alto, se basaba no tanto en el ori—
gen geográñco de los indios como en sus privilegios en las comunidades
corporativas.52 Aunque el términoforastero describía originalmente a un
indio que residía en una comunidad que no era su lugar de nacimiento,
continuó siendo utilizado para los descendientes de estos a lo largo de
varias generaciones, esto es personas que habían nacido y que continua—
ron viviendo en la misma comunidad sin adquirir el pleno derecho de
usufructo de las tierras comunales. Muchas familias de forasteros po—
seían una pequeña parcela de tierra, pero su objetivo siempre era unirse
al ayllu para obtener una porción de las tierras comunales y a5í con—
vertirse en miembros plenos de la comunidad, u originarios.53 Mientras
tanto, sobrevivían trabajando en las haciendas vecinas, convirtiéndose
en clientes de originarios más acomodados, o arrendando tierras a la
comunidad o a alguno de sus integrantes.54 En 1761, por ejemplo, Juan
Calsina, un notable del ayllu Anansaya de Azángaro, abrió juicio ante

50. Spalding, Huarochirí.


51. Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas, 1: 296.
52. Santamaría, “La propiedad”, 261.
53. Ibid.; Choquehuanca (Ensayo, 16, n. 4) afirma que, a los forasteros o sobrinos, que
es como se les conocía en Azángaro después de la Independencia, se les asignaron
“estancias en los lugares que los originarios no ocupaban”; para una merced de una
parcela de tierras comunales que ninguno de los miembros usaba, otorgada en 1772
por el cacique, véase “Documento para la historia de Azángaro”, s. p.
54. Wightman,IndigenousMigrazían.

156 | NILS JACOBSEN


la Audiencia de Charcas contra dos familias de forasteros, Nicolás y Se—
bastián Catari y los Amaru. Dos años antes había aceptado sus súplicas
y les había permitido “barbechar y sembrar” —presumiblemente como
arrendatarios— un terreno dentro de su estancia de Calaguala Hallapi-
se, que su familia había poseído desde el tiempo de su bisabuelo Francis-
co Aiaviri Calsina. Ahora las familias Catari y Amaru habían extendido
las secciones en las que estaban sembrando hasta llegar a la casa de Cal-
sína. El pedía a la audiencia que expulsara a las dos familias de forasteros
de sus tierras; el tribunal decretó lo pedido.55
A lo largo del siglo XVIII, el problema de los campesinos de comu-
nidad sin tierras, o con tierras insuficientes, parece haberse vuelto más
serio. En Azángaro, el número de originarios cayó en 37% entre las revi-
sitas de 1758—1759 y 1786, mientras que el de forasteros se incrementó en
239% (cuadro 3.2). En 1786, cerca de las dos terceras partes de los foras-
teros poseían algunas tierras. Durante el último cuarto del siglo XVIII,
los originarios a menudo buscaron ser registrados como forasteros para
así evadir la mita a Potosí y pagar menos tributo. En suma, el número
de campesinos de comunidad que poseían suficientes tierras comuna-
les como para mantener su subsistencia familiar y sostener las distintas
exacciones de la Corona, la Iglesia y los empresarios privados, parece ha-
ber caído en las décadas que antecedieron a la rebelión de Túpac Amaru.
Pero este no puede haber sido todo el cuadro en lo que toca ala pro-
piedad dela tierra por parte de los campesinos indígenas. ¿Qué hay de los
campesinos más prósperos? ¿Acaso para ellos era imposible incrementar
sus propiedades pese a disponer de los medios económicos con que ha—
cerlo? Dicha expansión era efectivamente imposible dentro del marco de
la comunidad, ya que las autoridades coloniales emprendían redistribu-
ciones periódicas de la tierra con el objetivo concreto de equiparar los
terrenos de todos los originarios.56 Pero los campesinos podían adquirir
tierras fuera de las comunidades con pleno dominio, comprándolas a
propietarios privados o por composición con el rey. Tal debió haber sido
el caso de las tierras dela familia Turpo en Asillo, por ejemplo. En 1900,
Gabino Turpo solicitó la inscripción en el registro departamental de la

55. ANB, año 1761, n.º 102 (5 de sept. de 1761).


56. Spalding, De indio ¿¡ campesino, 119—121.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 157


Cuadro 3.2
COMPOSICION Dia LOS '1'mummuos DE AZÁNGARO, 1758-1859 Y 1825-1826

1758-1759 1786 1825-1826


NUMERO % NUMERO % NÚMERO %

Originarios 1.242 44,3 779 13,2 1.542 18,5

Forasteros 1.510 53,9 5.126 86,8 6.809 81,5

Con tierra n. d. n. d. [3.611] [61,1] n.d. n. d.


Sin tierra n. d. n. d. [1.515] [25,6] n. d. n.d.
Uros 49 1,7 — — — ——

Total 2.801 99,9 5.905 100,0 8.351 100,0

Nom: estas cifras excluyen a Taraco, Pusi y Foto.


Fuentes: Maceta, Tierra ypoblacíón, 161 -162; Choquehuanca, Ensayo, 15-54.

propiedad inmueble de Puno, de diversos campos agrícolas en el ayllu


Silluta de la parcialidad Urinsaya. El explicaba que su título se remonta…
ba varias generaciones atrás hasta Mateo Turpo, quien había adquirido
las tierras en algún momento del periodo colonial por composición cele…
brada en Potosí ante el protector de indios Francisco de Mina.57
Al interferir la Corona cada vez más en la tenencia comunal de la
tierra, solo la que era poseída fuera de las comunidades le garantizaba
una posesión relativamente segura al campesino. La propiedad privada
de la tierra entre los campesinos indios, fue una de las señales de que
las normas de propiedad y los conceptos españoles de la posición del
individuo dentro de la sociedad habían penetrado en el mundo indíge…
na andino. A veces los campesinos adquirían tierras y ganado como la
base para disputarle el cargo al curaca.58 Parece que los campesinos que

57. RPIP, t. 2, f. 240, p. CV, A. n.º 1, 15 de dic. de 1900.


58. Comunicación personal de David Cahill, feb. de 1989. Los indios que tenían tierras
con un título de dominio directo (o sea propiedad absoluta) estaban ansiosos por
conservar su estatus como miembros de comunidades, para así gozar de su protec—
ción y privilegios.

158 | NILS JACOBSEN


acumulaban tierras en pleno dominio frecuentemente provenían de las
filas de los principales —los funcionarios comunales más altos—— o de
los curacas.59 La propiedad privada de la tierra por parte de campesinos
indígenas debe haber alcanzado proporciones considerables en Azánga-
ro a fines del periodo colonial.60 Solo así es posible explicar la paradójica
combinación de una baja densidad demográfica, la incipiente formación
de haciendas y la escasez de tierras comunales. La propiedad privada de
la tierra introdujo un nuevo tipo de diferenciación socioeconómica en
las filas del campesinado indio.61

La explotación del campesinado indígena

En provincias rurales como Azángaro, el sistema de explotación colo-


nial continuó siendo “indirecto” hasta el final del periodo colonial. El
excedente era extraído del campesinado indígena bajo la forma de pagos
en especie, dinero y en trabajo, y dejaba a la mayoría de los súbditos
coloniales en su propia sociedad agraria. Todos los miembros de la élite
provincial, desde los representantes del rey hasta los sacerdotes, curacas
y empresarios privados, usaron su autoridad sobre la población indígena
para beneficiarse personalmente. La administración civil y eclesiástica
estuvo inextricablemente entrecruzada con la apropiación privada. Al
mismo tiempo, solo una minoría de indígenas sufrió la “explotación di-
recta” como trabajadores serviles en las propiedades rurales, en las mi—
nas o en los Obrajes.
Las dos formas principales en que la administración colonial ex—
traía el excedente a los campesinos comuneros indígenas eran el tributo
y los servicios laborales obligatorios. En el siglo XVIII las tasas del tributo
continuaron variando de provincia 3 provincia.62 La de los corregimien—
tos del Altiplano septentrional era relativamente baja. En 1779, el doctor
Baquíjano, el protector de indios de la Audiencia de Lima, señaló que las
tierras comunales indígenas eran extremadamente escasas —muy por

59. Conjetura basada en los apellidos de campesinos acomodados en el temprano perio—


do posterior a la Independencia.
60. Cfr. Poole, “Qorilazos abigeos”, 268-269.
61. Spalding, De indio a campesino.
62. Santamaría, “La propiedad", 270—271.

COLONIALISMOA LA DERIVA | 159


debajo de lo asignado legalmente—, y que “debido a la esterilidad [de la
tierra] y [las] frecuentes irrupciones [inundaciones]” eran “casi inútiles
y estériles”. En consecuencia, los indios de la provincia de Paucarcolla
estaban sufriendo carestía, y “lejos de ser capaces de cosechar los culti—
vos para comerciarlos, en la mayoría de los casos les faltan incluso para
su propio sustento, así que se ven forzados a mantenerse con hierbas
silvestres”. Coincidiendo con la petición de los indios, sugería reducir su
tasa del tributo.63
La recolección del tributo era responsabilidad de los curacas, quie—
nes debían entregar los pagos a los corregidores cada seis meses. El sis—
tema tuvo como resultado un gran número de abusos, tanto contra el
rey como contra los comuneros. En 1762, los indios de los tres ayllus
de Muñaní, en la provincia de Azángaro, se quejaron de que su cacique
Diego Choquehuanca había escondido varios indios para que no fueran
ingresados en el padrón de tributarios y así quedarse con su tributo, por
el que estaba cobrando hasta dos pesos por semestre a muchachos de
doce años (legalmente exentos), y tres por semestre a sus yanaconas, a
quienes había declarado temporalmente como originarios.“
La otra obligación principal impuesta a los indios de comunidad
por la Corona consistía en el trabajo forzado o mita. La administración
colonial española justificaba el uso continuo y ciertamente bastante am-
pliado de esta institución incaica, aludiendo a la supuesta tendencia de
los indios a la ociosídad y a la supuesta necesidad del trabajo forzado
para el “bien común” del reino.65 Sancionada y administrada por el go-
bierno colonial, la mita beneficiaba mayormente a empresas económicas
privadas. Fue usada en las minas, haciendas agrícolas y ganaderas y en
Obrajes. El empleo en actividades estatales, como las obras públicas, el
servicio postal y los tambos (estaciones y posadas en los caminos), fue
de importancia secundaria.66 En la mita minera, una séptima parte de la

63. La Audiencia de Charcas dictaminó en conformidad con ello el 9 de sept. de 1779;


ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1779, nº 224.
64. Quejas contra el cacique Diego Choquehuanca por indios de los ayllus Nequeneque,
Picotani y Chuquiní, ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1762, n.º 144.
65. ]. Basadre, “El régimen de la mita”; y Juan y Santacilia y Ulloa, Noticias secretas, 1:
289—290.

66. ]. Basadre, “El régimen dela mita”, 334.

160 ] NILS JACOBSEN


población masculina adulta de una comunidad indígena servía un turno
anual como mitayos. A partir del siglo XVI, Azángaro fue uno de los die-
ciséis corregimientos que enviaba mitayos a las minas de plata de Potosí.
La mita de Potosí tuvo un tremendo impacto social y económico so-
bre los pueblos indígenas del Altiplano. Después de interpretar las tristes
kacharparis (danzas de partida), los varios cientos de mitayos reunidos
en la capital provincial iniciaban su viaje de dos meses y 600 kilómetros
de largo hacia las minas. Acompañados por sus mujeres e hijos, llevaban
consigo llamas para transportar sus utensilios domésticos, maíz y papas,
y algunas alpacas por la carne. George Kubler ha calculado que solo la
mita de de la provincia de Chucuito a Potosí involucraba el movimiento
de treinta a cincuenta mil animales cada año. Muchos mitayos no regre-
saban a su comunidad al ñnalizar su turno, algunos por haber fallecido
y otros por quedarse en Potosí.67 Durante el siglo XVII el número de
mitayos que llegaba al Cerro Rico cayó fuertemente, recuperándose en
algo después de la década de 1730. Muchos campesinos pagaban ahora
a los dueños de las minas para eximirse de sus obligaciones laborales.68
Para el siglo XVIII, los doctrineros habían pasado a ser figuras pode-
rosas en el Altiplano, que se beneñciaban enormemente con la autoridad
que tenían sobre sus feligreses indios. Ellos cobraban por cada servicio
realizado ——bautismos, matrimonios y funerales— y obligaban a los
miembros individuales de las comunidades indígenas a hacerse cargo
de la preparación de las fiestas anuales en honor a los santos patronos.
Los indios que recibían esta responsabilidad debían pagar algunos orna-
mentos nuevos para el santo patrono, proporcionar comida y bebida a
todos los celebrantes, contratar músicos y por último, aunque no menos
importante, pagarle al cura.69 Tales exacciones a menudo endeudaban a
los campesinos, una situación de la cual solo podían librarse vendiendo
algunas de sus tierras o animales, o comprometiéndose a trabajar para el
doctrinero. Los curas también operaban como comerciantes, utilizando
a sus parroquianos indígenas como un mercado cautivo, aun cuando es-
tas prácticas estaban prohibidas por la Iglesia. Los sacerdotes provenían

67. Kubler, “The Quechua”, 372-373.


68. Cole, Potosí Mita, cap. 2.
69. Golte, Bauern in Peru, 74.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 161


con frecuencia de familias pobres y sus fuentes legales de ingresos
bastaban para brindarles una vida acomodada, particularmente si te—
no
nían que mantener a una familia ilegítima.70
La singular posición de los curacas en la sociedad colonial peru¿¡_
na —líderes privilegiados de la sociedad indígena y representantes de
la autoridad colonial hispana— les ofrecía muchas oportunidades de
enriquecerse, legal e ilegalmente, mediante diversas exacciones de las
comunidades indígenas. Nicolás Sánchez Albornoz señaló que ya a &.
nales del siglo XVII, la población indígena del Altiplano mostraba una
particular frustración y rabia contra la explotación que sufría de rna—
nos de sus propios señores étnicos.71 Durante el siglo XVIII, indios de
comunidad de Azángaro frecuentemente abrieron juicio a sus curacas
ante la Audiencia de Charcas.72 Sus acusaciones muestran la amplitud de
los papeles económicos de un curaca poderoso del Altiplano,
que iban
desde propietario de haciendas a funcionario local investido de autori—
dad por el virrey para cobrar el tributo y despachar mítayos, a mercader
que comerciaba con bienes producidos localmente o importados. La ex-
traordinaria habilidad de Diego Choquehuanca para acumular riquezz¡
privada dependió de su acceso al campesinado indígena y su control del
mismo, tanto en las comunidades cuyo vocero se suponía que era, como
en sus propias haciendas. Para mediados del siglo XVIII la autoridad de
Choquehuanca ya no se basaba tan solo en los lazos de parentesco y con-
fianza recíproca. Los indios de comunidad abrían juicios contra lo
que
sentían eran exacciones excesivas de su curaca y usualmente buscaban
escapar al cumplimiento de estas exacciones, una resistencia por la cual
a menudo recibían un castigo brutal. Muchos curacas se comportaban
de algún modo con el campesinado indígena como empresarios, utili—
zando su autoridad sancionada por el rey para fines privados, tal como
lo hacían otros miembros de la élite colonial provinciana.73

70. Macera, Iglesia y economía, 29-30; para los repartos de bienes efectuados por curas,
véase también Amat y Iunient, Memoria de gobierno, 200.
71. Sánchez Albornoz, El indio, 94.
72. Véase, por ejemplo, ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1762, n.º 18; EC
año 1762, n.º 144; y EC año 1783, n.º 76.
73. Spalding, De indio a campesino, 55.

162 | NILS JACOBSEN


Los infames repartos de bienes de los corregidores, que se convirtie-
ron en tan pesada carga para el campesinado indígena del Perú durante
el siglo XVIII, no eran en modo alguno un abuso sin precedentes. Sin
embargo, los corregidores practicaban el reparto y otras transacciones
mercantiles impuestas al campesinado indígena a una escala mayor
que la de los curacas o los curas. Ya en 1649, los ingresos del corregidor
de Azángaro provenientes de sus actividades comerciales —la venta de
vino en la provincia, y de ovejas y alforjas de producción local en el Alto
Perú— sumaron treinta mil pesos en un periodo de dos años.“
El siglo XVIII fue testigo de un tremendo incremento en la cantidad
de bienes repartidos entre el campesinado indígena. Reconociendo que
salario que la administración virreinal podía pagar a los corregidores
el
era insuficiente, la reforma del sistema de repartimientos en 1751—1756
legalizó por primera vez la práctica, limitándola y definiéndola median-
te aranceles específicos.75 El arancel de Azángaro permitía ventas hasta
por 114.500 pesos durante los cinco años de duración del cargo.76 Esto
signiñcaba un gasto de unos diez pesos por cada hombre, mujer y niño
indígenas cada cinco años, o cerca de 45 pesos por familia. En compa—
ración, esta familia podría haber estado pagando entre 36 y 80 pesos
en tributo en este mismo periodo quinquenal.77 Los corregidores, sin
embargo, no se contentaban con vender bienes limitados en el monto
y precio establecidos por el arancel.78 Antes de completar su periodo en
1771, Fernando Inclán y Valdez, corregidor de Azángaro, ya había repar—
tido "paños de Castilla, paños de la tierra y mulas” por valor de 43.293
pesos solo en la parroquia de Asillo. Cuando además de estas ventas hizo
otro reparto de 45 mulas por otros 1.440 pesos, la cacíca y gobernadora
de Asillo, Polonia Fernández Hidalgo, solicitó a la Audiencia de Charcas
que ordenara al corregidor retirar este último reparto porque los indios

74. Francisco Álvarez Reyes, “Descripción breve del distrito de la Real Chancillería de la
Ciudad de la Plata” (26 de agosto de 1649), en Juicio de límites, 3: 216.
75. Moreno Cebrián, El corregidor, 279—316.

76. Ibid., 321.


77. Esta cifra supone que entre uno y dos miembros varones adultos de la familia paga-
ban la tasa de tributo como originarios, de entre seis y ocho pesos al año.
78. Golte, Repartos y rebeliones, 105, calculó un reparto per cápita para la provincia de
Azángaro de 9,92 pesos en 1754.

COLONIALISMOA LA DERIVA] 163


con frecuencia de familias pobres y sus fuentes legales de ingresos no
bastaban para brindarles una vida acomodada, particularmente si te—
nían que mantener a una familia ilegítima.70
La singular posición de los curacas en la sociedad colonial perua-
na —líderes privilegiados de la sociedad indígena y representantes de
la autoridad colonial hispana— les ofrecía muchas oportunidades de
enriquecerse, legal e ilegalmente, mediante diversas exacciones de las
comunidades indígenas. Nicolás Sánchez Albornoz señaló que ya a fi—
nales del siglo XVII, la población indígena del Altiplano mostraba una
particular frustración y rabia contra la explotación que sufría de ma—
nos de sus propios señores étnicos.71 Durante el siglo XVIII, indios de
comunidad de Azángaro frecuentemente abrieron juicio a sus curacas
ante la Audiencia de Charcas.72 Sus acusaciones muestran la amplitud de
los papeles económicos de un curaca poderoso del Altiplano, que iban
desde propietario de haciendas a funcionario local investido de autori—
dad por el virrey para cobrar el tributo y despachar mitayos, a mercader
que comerciaba con bienes producidos localmente o importados. La ex—
traordinaria habilidad de Diego Choquehuanca para acumular riqueza
privada dependió de su acceso al campesinado indígena y su control del
mismo, tanto en las comunidades cuyo vocero se suponía que era, como
en sus propias haciendas. Para mediados del siglo XVIII la autoridad de
Choquehuanca ya no se basaba tan solo en los lazos de parentesco y con—
fianza recíproca. Los indios de comunidad abrían juicios contra lo que
sentían eran exacciones excesivas de su curaca y usualmente buscaban
escapar al cumplimiento de estas exacciones, una resistencia por la cual
a menudo recibían un castigo brutal. Muchos curacas se comportaban
de algún modo con el campesinado indígena como empresarios, utili—
zando su autoridad sancionada por el rey para fines privados, tal como
lo hacían otros miembros de la élite colonial provinciana.73

70. Macera, Iglesia y economía, 29—30; para los repartos de bienes efectuados por curas,
véase también Amat y Iunient, Memoria de gobierno, 200.
71. Sánchez Albornoz, El indio, 94.
72. Véase, por ejemplo, ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1762, n.“ 18; EC
año 1762, n.º 144; y EC año 1783, n.º 76.
73. Spalding, De indio (¡ campesino, 55.

162 | NILS JACOBSEN


Los infames repartos de bienes de los corregidores, que se convirtie-
ron en tan pesada carga para el campesinado indígena del Perú durante
el siglo XVIII, no eran en modo alguno un abuso sin precedentes. Sin
embargo, los corregidores practicaban el reparto y otras transacciones
mercantiles impuestas al campesinado indígena a una escala mayor
que la de los curacas o los curas. Ya en 1649, los ingresos del corregidor
de Azángaro provenientes de sus actividades comerciales —la venta de
vino en la provincia, y de ovejas y alforjas de producción local en el Alto
Perú—— sumaron treinta mil pesos en un periodo de dos años.74
El siglo XVIII fue testigo de un tremendo incremento en la cantidad
de bienes repartidos entre el campesinado indígena. Reconociendo que
el salario que la administración virreinal podía pagar a los corregidores
era insuficiente, la reforma del sistema de repartimientos en 1751—1756
legalizó por primera vez la práctica, limitándola y definiéndola median—
te aranceles específicos.75 El arancel de Azángaro permitía ventas hasta
del cargo.76 Esto
por 114.500 pesos durante los cinco años de duración
significaba un gasto de unos diez pesos por cada hombre, mujer y niño
indígenas cada cinco años, o cerca de 45 pesos por familia. En compa-
ración, esta familia podría haber estado pagando entre 36 y 80 pesos
sin
en tributo en este mismo periodo quinquenal.77 Los corregidores,
embargo, no se contentaban con vender bienes limitados en
el monto
y precio establecidos por el arancel.78 Antes de completar su
periodo en
1771, Fernando Inclán y Valdez, corregidor de Azángaro, ya había repar—
tido “paños de Castilla, paños de la tierra y mulas” por valor de 43.293
de estas ventas hizo
pesos solo en la parroquia de Asillo. Cuando además
otro reparto de 45 mulas por otros 1.440 pesos, la cacica y gobernadora
de Asillo, Polonia Fernández Hidalgo, solicitó a la Audiencia de Charcas
los indios
que ordenara al corregidor retirar este último reparto porque

74. Francisco Álvarez Reyes, “Descripción breve del distrito dela Real Chancillería de la
Ciudad dela Plata” (26 de agosto de 1649), en Juicio de límites, 3: 216.
75. Moreno Cebrián, El corregidor, 279-316.
76. Ibid., 321.
77. Esta cifra supone que entre uno y dos miembros varones adultos de la familia paga—
ban la tasa de tributo como originarios, de entre seis y ocho pesos al año.
78. Golte, Repartos y rebeliones, 105, calculó un reparto per cápita para la provincia de
Azángaro de 9,92 pesos en 1754.

COLONIALISMO A LA DERIVA [ 163


aún debían 23 mil pesos de los bienes previamente repartidos. Las com-
pras forzadas excesivas hicieron que a los indios les resultara imposible
pagar su tributo a tiempo. La cacica también recordó a las autoridades
que la población de Asillo era mucho menor que la de la doctrina de
Azángaro. La Audiencia de Charcas amonestó al corregidor para que
limitara sus repartos a la cantidad permitida por el arancel y no vendiera
a los indios nada en contra de su voluntad.79 Pero es de dudar que esta
orden haya cambiado sus prácticas. Incluso el reparto previo de efectos
en Asillo, una parroquia que representaba cerca de la sexta parte de la
población indígena de la provincia, signiñcaba que Inclán probablemen-
te había vendido bienes por cerca de 260 mil pesos en toda la provincia
de Azángaro, más del doble de la cantidad permitida por el arancel.
Los repartimientos de efectos eran particularmente odiosos
para
los indios debido a algunas de las formas en que se les llevaba a cabo:
los precios sumamente elevados de los bienes vendidos por el corregidor
contra el bajo precio de los que este compraba a los campesinos; la in-
utilidad de algunos artículos que los indios se veían forzados a comprar
(hasta las mulas, el artículo más importante en el reparto de Azángaro,
les era de utilidad más bien dudosa, bien equipados como estaban con
las llamas, animales de transporte más baratos); y el uso de las mulas
repartidas para transportar las mercaderías del corregidor sin com-
pensación alguna.80 En el transcurso del siglo XVIII, los campesinos de
Azángaro lucharon repetidas veces contra las obligaciones que les eran
impuestas por las ventas forzadas de los corregidores. En 1741, esta lucha
llevó a una rebelión contra el corregidor Alfonso Santa." En 1780, cuan—
do Gregorio de Cangas clasificaba todos los corregimientos del Perú se—
gún su rentabilidad, anotó que si bien Azángaro era un corregimiento de
primera clase, se hallaba entre los peores del virreinato debido al clima
frío y a la “belicosidad de sus habitantes”.82
Curacas, curas, corregidores y hacendados basaban los soportes
económicos de su estatus de élite en la extracción de excedentes de los

79. ANB, EC año 1771, n.º 113.

80. Para los abusos del reparto en Azángaro, véase Moreno Cebrián, El corregidor, 176,
203, 207, 222.
81. L. Fisher, The Last Inca Revolt, 254.

82. Moreno Cebrián, El corregidor, 79.

164 | NILS JACOBSEN


indios de comunidad. Como todas estas élites de provincia recurrían a
los mismos campesinos indígenas como “recurso económico”, y dado
que a menudo procedían de modo ilegal en sus tratos, para que todo
el
sistema funcionara era esencial que todos ellos cooperaran entre sí. Hay
bastantes evidencias de dicha colusión de corregidores, curacas y sacer—
dotes.83 Ella podía tomar muchas formas distintas, como por ejemplo
de los tribu—
que el curaca y el corregidor “compartieran las ganancias”
tos que retenían, falsificando los padrones de tributarios.“ Si por alguna
razón la cooperación entre los diversos sectores de la élite se rompía, su
control y explotación del campesinado indígena se veía en peligro.

La crisis colonial tardía

de foras-
Después del segundo cuarto del siglo XVIII, muchas familias
teros enfrentaron una creciente escasez de tierras debido al renovado
crecimiento de la población indígena del Altiplano. Los originarios se
hicieron más reacios a compartir sus tierras comunales con el número
cada vez más grande de recién llegados, o con el segundo o tercer hijo de
las familias originarias y forasteras ya establecidas en las comunidades.
de
Los administradores coloniales a cargo de la redistribución periódica
los originarios en ellas eran
las tierras comunales, coincidían con que
demasiado escasas como para incluir en el reparto a todos los indígenas
sin tierra. Durante las décadas de 1770 y 1780 se generalizó la preocupa-
del
ción por la escasez de tierra, como una causa del empobrecimiento
campesinado indígena.85
durante
Aunque los conflictos por la tierra habían venido creciendo
las décadas precedentes, tanto entre los diversos grupos en el interior de
las comunidades como entre los campesinos indígenas y sector el ha-
cendado en expansión, desde una perspectiva actual, las afirmaciones
de una escasez de tierras en el Altiplano a ñnales del siglo XVIII siguen

83. Ibíd.; en la p. 184 el autor menciona la “alianza cacique—corregidor”.


84. Informe de Diego Cristóbal Túpac Amaru, 18 de oct. de 1781, en De Angelis, Colec—

ción de obras, 4: 421.


85. ANB, Materiales sobre tierras e indios, EC año 1779, n.º 224; luz… y Santacilia y Ulloa,
Noticias secretas, 1: 232.

COLONIALISMOA LA DERIVA | 165


resultando desconcertantes. Después de todo, la densidad de la pobla-
ción de Azángaro todavía era bastante baja, y la tierra en sí misma seguía
siendo de poco valor. Es más, pese al establecimiento de nuevas hacien—
das durante las primeras tres cuartas partes del siglo XVIII, su número
y extensión total continuaron siendo modestos en comparación con la
situación existente a inicios del siglo XX. En efecto, unos estimados con-
servadores sugerirían que en Azángaro, el campesinado controló al me—
nos el 50% de la tierra útil para la agricultura hasta finales del periodo
colonial.
El problema se resuelve por sí solo si consideramos los efectos del
creciente nivel de explotación al que la mayoría de los grupos campe-
sinos estuvo sujeto en el transcurso del siglo XVIII. Los pagos y servi-
cios debidos a los representantes del rey y de la Iglesia, así como a otros
miembros de las élites provinciales, obligaron a los indios a vender o
beneficiar un número cada vez más grande de sus animales.86 Para la
década de 1770, la dependencia del ganado para pagar el tributo, las deu—
das por el reparto de los corregidores y otras exacciones —algo inevi—
table para campesinos cuyo ingreso principal provenía de la crianza de
animales—, impidieron el crecimiento natural de los rebaños y es p05i—
ble que los haya consumido. En todo caso, los oficiales reales, a quienes
no interesaba mucho ver estas causas de la pobreza indígena ligada al
sistema socioeconómico al cual representaban, atribuyeron más bien el
estancamiento de los rebaños a la “infertilidad” del suelo del Altipla—
no y asumieron que los pastizales simplemente no podían soportar más
animales. De allí solamente había un paso para concluir que el acceso
campesino a la tierra se había vuelto peligrosamente insuficiente.
En la décadas previas a la rebelión de Túpac Amaru, producida a
comienzos de la década de 1780, la élite provincial de Azángaro —co-
rregidores, curas, curacas y grandes terratenientes hispanizados— había
incrementado la extracción de excedentes de la economía campesina in—
dígena, justo cuando la administración virreinal gravaba nuevos impues-
tos a los indios y expandía su incidencia. Este visible endurecimiento de

86. De igual modo, en diversas partes de Europa muchos campesinos tenían suficientes
recursos de tierra, pero a mediados del siglo XVIII, enfrentados a las crecientes rentas,
impuestos y derechos, a duras penas guardaban lo suñciente de sus productos para la
simple reproducción de su familia. Cfr. Harnisch, Die Herrschaft Boitzenburg, 219-221.

166 | NILS JACOBSEN


las presiones llevó a lo que podríamos denominar “sobre—explotación”,
lo que tuvo serias consecuencias para el conjunto del tejido social. La
colusión entre los diversos sectores de la élite fue disolviéndose en medio
de la pugna por el limitado ingreso que podía derivarse del trabajo, la
tierra y la producción indígenas. En su memoria de gobierno, escrita en
1776, el virrey Amat y Iunient manifestó su preocupación con respecto a
los daños causados por las acciones de los corregidores:

No solamente los Yndios sino los vecinos honrrados que […] poseen Ha-
ziendas en las Provincias, aun son mas perjudicados [con el reparto de los
corregidores], pues a sus Mayordomos y trabajadores alcanza la codicia de
los Corregidores, a quienes los obligan á pagar crecidas cantidades por sus
sirvientes y Yanaconas, y si no lo ejecutan, les bejan, prenden, y los separan
del trabajo […] y si estos se quejan y claman amargamente, los causan y
tratan como tumultuantes [...].E7

En Azángaro, un grave conflicto entre la familia del curaca Die—


afloró inme-
go Choquehuanca y el corregidor, Lorenzo Sata y Zubiria,
diatamente después de la represión de la rebelión de Túpac Amaru. En
diciembre de 1782 el corregidor estaba usando a la milicia provincial
miles de cabezas de ganado
para evitar que los Choquehuanca tomaran les
de varias comunidades indígenas, que la familia del curaca sostenía
habían sido robadas de sus haciendas durante la rebelión. Josef Cho-
quehuanca, el hijo del curaca, llamaba al corregidor “nuestro enemigo
capital” y se rehusaba a efectuar nuevos repartos; fue encarcelado pero
la Audiencia de Charcas posteriormente le absolvió de todos los cargos.88
Este tipo de lucha entre diversos sectores de la élite provincial del sur
in-
peruano colonial, tendía a desestabilizar el control del campesinado
dígena y su explotación. Los indios podían pedir ayuda a una autoridad
contra los abusos de otra, con cierta e5peranza de que serían escuchados.
Las luchas entre corregidores, curacas, curas y otros miembros de la élite

87. Amat y Iunient, Memoria de gobierno, 193.


88. ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1783, n.º 76; Luna, Choquehuanca el
arnauta, 81-98; Lewin, La rebelión, 193; para los conflictos en la élite entre sacerdotes
y curacas en Coporaque, Cuzco, justo antes de la rebelión de Túpac Amaru, véase
Hinojosa Cortijo, “Población”, 232-233, 255.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 167


de provincia permitían a la audiencia descubrir prácticas ilegales, hasta
entonces encubiertas por la colusión de todos los que se beneñciaban con
ella5. Este debilitamiento de la cohesión de la élite facilitó la rebelión de
Túpac Amaru de 1780—1782. En el Altiplano, la participación campesina
en la rebelión se dirigió tanto contra los abusos cometidos por los corre—
gidores, curacas y grandes hacendados, como contra la carga ñscal más
pesada que la administración virreinal intentó imponer a la mayoría de
los sectores de la sociedad peruana.89
En 1780, uno de los primeros pasos que las autoridades de Lima
tomaron para contener la rebelión fue prohibir los repartimientos de
efectos de los corregidores.90 Tras permitir inicialmente que estos per—
manecieran en su cargo hasta el final de su periodo quinquenal, un
decreto del 5 de agosto de 1783 ordenó su inmediata destitución.91 Sin
embargo, en Azángaro los repartos continuaron hasta el final de la época
colonial ——aunque a menor escala— con los subdelegados, los funcio-
narios que remplazaron a los corregidores. En 1789 los subdelegados de
Azángaro, Lampa y Carabaya malversaron fondos de las cajas reales para
repartir mulas y ropa por valor de 60 mil pesos entre los indios de sus
provincias.92
Pese a su derrota militar, la rebelión de Túpac Amaru sí trajo consi—
go una serie de cambios duraderos en el Altiplano. La posición de los cu—
racas fue debilitada, medida esta tomada por la administración virreinal
no tanto para controlar los abusos que la nobleza indígena andina come—
tía con sus súbditos, como para impedir que estos miembros privilegia-
dos de la sociedad colonial jamás volvieran a liderar una sublevación. El
cargo de cacique ya no sería hereditario; se ordenó que en su lugar los Oñ—
ciales reales nombraran “hombres de buen carácter” que tuvieran fama
de ser leales al rey de España; podían incluso ser españoles.93 En muchas

89. Vega, José Gabriel Túpac Amaru.


90. ]. Fisher, Government, 78-79.
91. Ibid.
92. Ibid., 51; Fisher también enumera (92-93) un caso de abusos cometidos en 1801 por
Antonio Coello y Doncel, el subdelegado de Azángaro; Moreno Cebrián, El corregi-
dor, 700—701;Cahi11, “Curas”.
93. L. Fisher, The Last Inca Revolt, 223; Sahuaraura Titu Atauchi, Estado del Perú, 7, n. 4.

168 | NILS JACOBSEN


comunidades los curacas también tuvieron que ceder sus poderes oficia—
les a los alcaldes y recaudadores de tributo, entre ellos la recaudación de
este último.94
En Azángaro, el clan de los Choquehuanca vio entonces el inicio
del declive de su poder y riqueza. Este declive probablemente fue cau-
sado tanto por la destrucción que la rebelión inflingió a sus propieda-
des, como por las nuevas restricciones legales impuestas a su cargo. La
mayoría de las haciendas ganaderas de la familia habían sido quema—
das y saqueadas por los rebeldes, y varios miembros de la familia fueron
muertos. Al comenzar la década de 1790, esta familia ya había disipado
sus energías en juicios entre los numerosos descendientes del viejo cu-
raca, antes incluso de la muerte de Diego Choquehuanca en 1796.95 La
familia Mango Turpo también sufrió pérdidas durante la rebelión. Tras
un largo proceso burocrático, el virrey de Buenos Aires nombró a Tomás
Mango curaca de la parcialidad Anansaya de Asillo, en algún momento
entre 1786 y 1790. Pero ya en julio de dicho año, otro indio principal de
Asillo había cuestionado su nombramiento afirmando que los Mango
Turpo estaban practicando “extorsiones, abusos y ultrajes” contra los
indios de comunidad.96
La rebelión tuvo un impacto sobre la tenencia de la tierra en el Al-
tiplano, que no ha sido plenamente reconocido por los investigadores.97
Las tropas de Túpac Amaru y las bandas de campesinos independientes
control inin-
ocuparon muchas haciendas durante sus quince meses de
terrumpido en Azángaro y las provincias vecinas.93 En algunos casos
febrero y marzo
—por ejemplo, durante el levantamiento de Oruro en

94. Roel, Historia social, 372-376. Cfr. Cahill, “Towards an Infrastructure".


95. ANB, Materiales sobre tierras e Indios, EC año 1782, n.º 57, y EC año 1783, n.º 7; carta
de Manuel Isidoro Velazco Choquehuanca a un periódico de Arequipa del 3 de enero
de 1925, en Luna, Choquehuanca el amaum, 100-102, n. 2; ibíd., 81-98.
96. “Oficio del Señor Antonio Zernadas Bermúdez [oidor de la Audiencia del Cuzco] al
Señor Gobernador Intendente de Puno”, 18 de feb. de 1791, en Cornejo Bouronclc,
Pumacahua, 216—217; Salas Perea, Monografia, 22-23. Para ejemplos de las exitosas
luchas legales libradas por las comunidades contra los curacas recién impuestos, véa—
se Walker, “La violencia”.
97. Cfr. Larson, Coloniali5m, 277.
98. Vega, José Gabriel Túpac Amaru, 29-30.

COLONIALISMO A LA DERIVA [ 169


de 1781—, los campesinos indígenas forzaron a los dueños de las hacien—
das a firmar contratos notariales que hicieron a los campesinos los pro—
pietarios legales de estas tierras de hacienda.99 En Azángaro los títulos de
estancias privadas y eclesiásticas fueron quemados.'ºº Por supuesto que
buena parte de las tierras ocupadas espontáneamente por los campe—
sinos indígenas durante la rebelión fueron recuperadas posteriormente
por sus antiguos propietarios. Pero muchos de los residentes españoles
de la región habían muerto o habían abandonado el Altiplano perma—
nentemente. Los vacíos en las filas de la élite terrateniente de Azángaro
comenzaron a ser llenados por nuevos propietarios, de origen criollo o
mestizo, ya en las cuatro últimas décadas del periodo colonial; en cam-
bio, este proceso solo ocurrió después de las guerras de independencia
en aquellas regiones del virreinato que no se vieron afectadas por la
rebelión.
Al mismo tiempo, algunas de las tierras ocupadas por los campesi—
nos rebeldes jamás fueron reclamadas. Un informe de la intendencia de
Puno de 1803, todavía describía a todo el Collao como “muy despoblado
de gente española y de otras castas desde el tiempo de la rebelión de
Tupamaro y los Cataris”.“” Solo ocho familias de peninsulares o criollos
residían en el pueblo de Azángaro en 1813.102 Tanto las haciendas priva—
das como las de la Iglesia se vieron afectadas por la rebelión. En 1799,
casi dos décadas después de la derrota de Túpac Amaru, los campesinos
indios seguían ocupando tierras en el Altiplano septentrional, que pa—
rroquias y conventos decían eran suyas antes de la rebelión. Muchas ha—
ciendas eclesiásticas se vieron reducidas a la mitad de su tamaño previo.
El capital ganadero de las haciendas sufría ahora “grandes pérdidas cada
año” debido a la escasez de pastos. Una fuente de la época indicaba que
aun cuando los jueces reales habían ordenado repetidas veces a los cam—

99. Lewin, La rebelión, 576. Para los planes rebeldes de repartir las tierras de las hacien-
das, véase Vega, José Gabriel Túpac Amaru, 30—31.
100. Solicitud de los curas doctrineros de Orurillo y Santiago al obispo del Cuzco, 5 de
oct. de 1799, en Comité Arquidiocesano, Túpac Amaru, 368.
101. Roel, Historia social, 223.
102. “Expediente sobre la queja presentada por el pueblo de Azángaro para que el gobier-
no virreynal ponga término a los desmanes que comete el Subdelegado Escobedo“, 2
de abril de 1813, BNP, MS. D 656.

170 | NILS JACOBSEN


pesinos que devolvieran dichas tierras a la Iglesia, “no ha sido posible
conñnarlos a sus justos límites. Esta tolerancia al abuso se extiende gra—
dualmente tanto así que dentro de poco esas estancias dejarán de existir
y con ellas el culto divino y la guía espiritual ofrecida en beneficio de
los propios indios”.103 Los campesinos aprovecharon el caos de los largos
meses de rebeldía y el desorden en el cual cayó la iglesia de Azángaro
durante los años subsiguientes (con al menos un cura párroco juzgado
como cómplice de los rebeldes), para deshacer lo que había ocurrido
durante la mayor parte del siglo XVIII: la consolidación de las tierras
comunales otorgadas informalmente a parroquias y cofradías en nuevas
haciendas ganaderas.
El ritmo de las ventas legalmente sancionadas y de la composi—
ción de tierras del rey, lo que incluía a las tierras en usufructo de las
comunidades indígenas, se desaceleró tras la rebelión de Túpac Amaru.
Aplicando las nociones ilustradas sobre la propiedad de la tierra y los
productivos agricultores independientes, la Ordenanza de Intendentes
de 1782 dio a estos el poder de investigar los títulos de tierras y corregir
las apropiaciones abusivas de los campos comunales. Los intendentes
debían nombrar jueces y agrimensores en cada partido, y sus decisiones
se apelarían ante la Junta Superior de Real Hacienda de Lima. Pero
dada
la gran cantidad de apropiaciones de facto que se dieron en siglo XVIII,
el

estas normas generaron tantas quejas y protestas que el virrey de la Croix


las suspendió.104 En consecuencia, entre finales de la década de 1780 y al
menos 1816, la administración virreinal expidió títulos legales de venta
o composición de tierras solo en “muy raros casos”.105
Sin embargo, nuevas ventas de tierras comunales se llevaron a cabo,
algunas de ellas en Azángaro, durante el mandato de José González y
Montoya como intendente de Puno entre 1801 y 1806. En noviembre
de 1802, Nicolás Montesinos, alcalde recaudador de tributos de Asillo,
solicitó al intendente la composición y venta de la estancia Caiconi a
su favor. Montesinos afirmaba que la estancia, situada a unos cuarenta

103. Petición de los curas doctrineros, 5 de oct. de 1799, en Comité Arquidiocesano, Tú-
pac Amaru, 368.
104. De Abascal y Sousa, Memoria de gobierno, 1: 286—287.
105. Ibíd.

COLONIALISMOA LA DERIVA | 171


kilómetros al noreste de Asillo, en las faldas de la Cordillera de Carabaya,
comprendía tierras del rey baldías. Los testigos respaldaron su pedido.
Ellos explicaron que la tierra había estado bajo el control de los “caciques
y recaudadores de tributos” de Asillo “por costumbre” desde que tenían
memoria. Cuando una nueva persona ocupaba dicho cargo, también
asumía la posesión de Caiconi como una dependencia del cargo, sin
que los herederos de sus predecesores reclamaran derecho hereditario
alguno. Los testigos, todos ellos residentes españoles en Asillo, fueron
un tanto vagos en lo que toca al derecho que la comunidad indígena
tenía sobre las tierras de la estancia. Uno declaró tajantemente que “el
común de indios del ayllu Hila, donde la dicha estancia se ubica, nunca
la han poseído”. Pero, según otro testigo, “los indios de la comunidad
nunca se han beneficiado de ellas [las tierras de Caiconi], aunque se
dice que pertenecen a la comunidad”. Sin embargo, todos los testigos
coincidieron en que un cambio en el “régimen de propiedad” de Caiconi
no afectaría a los comuneros, ya que en primer lugar ellos jamás se
habían beneficiado con ella; además, ellos ya poseían suficientes tierras
de cultivo y pastos. Subrayaban, por el contrario, que la composición y
venta de Caiconi resolvería el perjuicio sufrido por la Real Hacienda,
puesto que nunca se habían pagado impuestos sobre dichas tierras.
En consecuencia, las autoridades reales en Azángaro y Puno dieron
todos los pasos acostumbrados para conferir a Montesinos el título sobre
Caiconi, incluyendo la oferta pública de las tierras por voz de pregonero
en la plaza de Asillo, en nueve ocasiones distintas. Luego de que en algún
momento de 1803, Montesinos pagara el valor establecido de la estan-
cia en la Caja Real de Chucuito, el asunto fue trasladado a Lima
para
que la Junta Superior de Hacienda expidiera el título respectivo. Allí,
sin embargo, el procedimiento se detuvo, y aunque Montesinos estaba
en posesión de Caiconi, aún no se le había otorgado título en 18073º6 Un
decreto de la Junta Superior del 19 de agosto de 1809 declaró nulas y sin
valor a las ventas y composiciones efectuadas por el intendente Gonzá-
lez en Puno. Ello no obstante, en abril de 1813 el cabildo de Azángaro,
“compuesto mayormente de indios leales que han envejecido en servicio

106. “Composición y venta de la Estancia Caiconi”, 16 de nov. de 1802, Archivo dela Pre-
fectura, Puno.

172 ] NILS JACOBSEN


de Su Magestad”, se quejaba de que muchas de las tierras comunales
vendidas ilegalmente bajo los auspicios de González, aún no habían sido
devueltas a los indios de las comunidades?º7
Estos conflictos por la tierra durante las décadas que siguieron a la
rebelión de Túpac Amaru, nos brindan evidencias de los cambios ocu-
rridos en las nociones de propiedad y del surgimiento de un nuevo tipo
de conflicto entre los sectores indígena y español de la sociedad colonial
del Altiplano. Las parroquias, los curacas e incluso los residentes criollos
o mestizos particulares, inicialmente recibieron el derecho de usufructo
sobre los pastizales de parte de las comunidades indígenas, con fines con-
cretos y bien definidos: a las parroquias se les permitía utilizar los pro-
ductos de los ovinos, vacunos o camélidos que estuvieran pastando ahí
dotar a un
para sustentar a un hospital, un fondo parroquial especial, o
santo patrón; un curaca recibiría tierras como privilegio de su cargo, en
reconocimiento de los servicios recíprocos que se suponía presentaba ala
comunidad; los criollos y mestizos podían levantar capillas rurales, cuya
mantención estaría naturalmente a cargo de las tierras circundantes.108
Para las comunidades de indios, los derechos de uso de la tierra no
tuvieron como base una noción universal de propiedad, sino más bien
acuerdos extremadamente específicos que ligaban el control material de la
tierra con el mantenimiento de obligaciones mutuas entre la comunidad
usufructo.109 En el
y la persona o institución que se beneñciaba con dicho
transcurso del siglo XVIII, esta noción del uso de la tierra fue cuestionada
cambio originado
por las autoridades coloniales y las élites provinciales, un
tanto en el intento de alcanzar un control más efectivo sobre las operaciones
Si el
ganaderas, como en las concepciones ilustradas de la propiedad.
beneficiario de estos derechos tradicionales de uso comenzaba a levantar
los
un conjunto de edificios en las tierras, y trataba como yanaconas a
de lo
pastores que la comunidad tradicionalmente enviaba ——como parte
considerar esto
que se percibían como obligaciones mutuas—, ella podía
como una infracción del derecho de uso tradicional y tomar medidas para

107. “Expediente sobre la queja presentada por el pueblo de Azángaro”, 2 de abril de 1813,
BNP.
108. Sallnow, “Manorial Labour”, 39-56.
109. Enrique Mayer, “Tenencia y control comunal”, 59-72.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 173


restablecer la situación precedente. Los campesinos llevarían rebaños a
los pastizales ahora en disputa, y la comunidad presentaría peticiones y
entablaría juicios ante las autoridades.
Antes de la década de 1780, las comunidades del Altiplano parecen
haber tenido poco éxito con tales medidas. Las élites provinciales se ha—
llaban relativamente unidas y las autoridades aún no estaban demasia—
do preocupadas por la supuesta escasez de tierra para los campesinos,
y veían más bien cada composición a favor de un propietario indivi—
dual, como un paso más hacia un orden económico más racional. Para
la década de 1780 esta situación había cambiado. Los conflictos entre
corregidores o subdelegados, curas, curacas y hacendados crearon opor—
tunidades para que las comunidades recuperaran las tierras ante una
oposición debilitada. Podían entonces esperar encontrar una recepción
favorable a sus demandas en los tribunales y entre los funcionarios de
más alto rango. El temor a las explosivas consecuencias de una supuesta
escasez de tierras para los campesinos, hizo que se restringiera la enaje—
nación de las tierras comunales.
Es posible que la considerable pérdida de interés
por expandir las
haciendas ganaderas o formar otras nuevas después de la década de 1780,
al estancarse o incluso declinar la demanda de productos ganader05,
haya sido de igual importancia para este cambio de tendencia. Hacia
1810, por ejemplo, el hacendado Gregorio Choquehuanca, hijo del di-
funto curaca Diego y canónigo en el cabildo catedralicio de Chuquisaca,
permitió que diversas familias indígenas gozaran el usufructo de estan—
cias alas cuales él consideraba “partes integrales” de su hacienda Ccalla,
en la parroquia de Azángaro, sin obligarlas a que le prestaran servicio
como yanaconas.Ҽ
Sin embargo, para los campesinos indios más pobres, para los fora5-
teros y los hijos menores de los originarios, el acceso a la tierra continuó
siendo precario durante el resto del periodo colonial. Un número cada

110. Sería solamente en 1870, en una fase de rápida expansión de las haciendas,
que los
descendientes de Choquehuanca reclamaron la tierra a los descendientes de dichas
familias indias. Véase el Interdicto de adquirir el fundo Caluyo—Oque—Chupa, 3 de
sept. de 1920, AIA. Para la abrupta caída en el número de yanaconas de las haciendas
productoras de maíz de Larecaja, Bolivia, durante el tardío siglo XVIII, véase Santa-
maría, “La estructura agraria”, 589.

174 [ NILS JACOBSEN


vez más grande de ellos abandonó las comunidades donde habían vivido
por generaciones. Esto se debió en parte a una serie de desastres sociales
y naturales. Inmediatamente después de la rebelión,
el Altiplano sep—
tentrional fue afectado por la sequía entre 1782 y 1784, lo que produjo
la pérdida de cosechas, una reducción más de los rebaños de ganado y la
muerte de muchas personas por hambre.… El precio de varios alimentos
de primera necesidad —entre ellos maíz, harina y legumbres— alcanzó
los niveles más altos jamás registrados en el Collao en 1784, a más de un
año de pacificación
la efectiva de la región.”2
Al escasear los alimentos, los indios buscaban la oportunidad de
ganarse algunos cuantos reales dedicándose al comercio minorista,
tra—

bajando como sirvientes o ayudando a los viajeros en los caminos.… El

nuevo siglo no trajo ningún alivio. Una epidemia de angina en 1802-


1803 dio muerte a la décima parte de la población de la provincia, y las
de los indios
guerras de independencia vieron el reclutamiento masivo
de Azángaro, sobre todo por parte de las fuerzas realistas, ya desde 1810-
1811. Las severas heladas que afectaron a todo el sur peruano, en conjun—
ción con las campañas militares, provocaron una escasez de alimentos
José Domingo Choquehuanca, las
tan severa en 1814 y 1816 que según
calles de Azángaro y su campiña estaban repletas de cadáveres de perso-
nas muertas por inanición.…
La vagancia, que es como las autoridades de ese entonces se referían
a la creciente movilidad de la población indígena del Altiplano,
tenía
también otras causas.115 Según una fuente, durante las negociaciones
llevadas a cabo a finales de 1781 entre Diego Cristóbal Túpac Amaru y el

11 1. Sahuaraura Titu Atauchi, Estado del Perú, 15, n. 37.

112. Ibíd.,12.
1 13. Ibid.
114. Choquehuanca, Ensayo, 57, 59; para el reclutamiento militar en Azángaro, véase
“Expediente formado a consecuencia de la representación que los Indios de Pupuja
hacen ante el Justicia Mayor de Azángaro para no volver a ser alistados para la expe-
dición y dicho Justicia Mayor lo dirige original a la Exma. Iunta Provincial”, Cuzco, 9
de oct. de 1813, BNP, MS. D 515.
115. La mayoría de los intendentes promulgaron decretos contra la vagancia. En su Bando
de Buen Gobierno del 30 de diciembre de 1806, Quimper, el intendente de Puno,
impuso a los vagos un castigo de un mes de trabajo forzado en obras públicas; véase
]. Fisher, Government, 171.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 175


mariscal del Valle, en torno a un perdón general, “la gente de Azángaro
se llenó de tal desesperación al oír que los corregidores iban a regresar”,
que muchas familias partieron hacia el borde oriental de los Andes, ha-
cia Carabaya y Apolo (en la actual Bolivia), junto con sus ganados de—
y
más pertenencias.“6 La huída hacia las márgenes de la zona colonizada
por los españoles siempre fue un método con el cual evadir las excesivas
cargas impuestas a los indios por las autoridades coloniales. Algunos Oñ-
ciales reales habían expresado desde hacía mucho tiempo su temor de
que los repartos abusivos, el alza de los reales impuestos y los derechos
eclesiásticos, índujeran a los indios a retirarse a vivir con las “naciones
bárbaras e infieles”.117
Pero entre los campesinos más pobres del Altiplano había otra ex—
presión de esta “vagancia”, probablemente más frecuente: la ocupación
precaria de las tierras subutilizadas. Pablo José de Orícain narró este
fenómeno con dramático detenimiento en su descripción del obispado
del Cuzco en 1790, cuyo extremo más meridional estaba conformado
por el partido de Azángaro:

No menos doloroso es el hecho que muchos indios deambulan, perdidos


en las regiones de montaña más empinadas y áridas, junto con su familia
y animales, con el pretexto de llevarlos de un pasto a otro. Vagan llevando
unos palos pequeños; donde quiera que encuentran una fuente de agua y
suficientes pastos levantan un refugio temporal hasta
que los residentes de
dicho lugar les obligan a rendir servicios o pagar rentas; cuando perciben
cualquier obligación formal desmontan su cabaña y se pasan a otra jurisdic-
ción, y de este modo migran de un lugar al otro.118

116. L. Fisher, The Last Inca Revolt, 358.


117. Para la preocupación del virrey Amat y ]uníent en la década de 1770, véase su Memo-
ria de gobierno, 193—194. En las décadas de 1780 y 1790, los mitayos de Azángaro se
quedaban en Potosí después de terminado su turno e iniciaban un pequeño comer-
cio de sebo de su provincia nativa, no obstante los nuevos decretos
que obligaban
a los mitayos a regresar a sus comunidades, para así frenar la pérdida de la escasa
población rural. Véase Tandeter, “Trabajo forzado”, 35.
118. Pablo ]osé Oricain, “Compendio breve de discursos varios sobre diferentes materias
y noticias geográficas comprehensivas a este Obispado del Cuzco” (1790), en Juicio
de límites, 11: 331.

176 | NILS JACOBSEN


Un número cada vez más grande de forasteros e hijos de origina-
rios, con insuficientes tierras o sin ellas, tomaba la posesión precaria de
cualquier pastizal que no estuviera utilizado plena o permanentemente
por aquellas personas o instituciones que se consideraba tenían derechos
sobre ellos. Estas podían ser tierras que las comunidades consideraban
les pertenecían, pero que la Corona creía baldías, 0 secciones marginales
de haciendas recientemente formadas por terratenientes privados, cura-
cas o doctrinas, que estuvieran subutilizadas y tuvieran títulos incier-
tos. Dichas ocupaciones permitían a los campesinos más pobres escapar,
aunque fuera de modo frágil y precario, a las dos condiciones que más
amenazaban su supervivencia: la carencia de tierras y la pesada carga de
impuestos y gravámenes.
El debilitamiento de diversos sectores de la élite colonial de la sierra
sur, que comenzó a inicios de la década de 1780, tal vez disminuyó
el

control que se tenía sobre el campesinado indígena como fuerza laboral,


no obstante los severos bandos dictados contra el vagabundaje.119 Con
la abolición de los repartos de bienes, que fueron proseguidos a menor
escala y con menos regularidad por los subdelegados, uno de los meca—
nismos más poderosos para obligar a los campesinos a trabajar fuera
de sus comunidades o a vender productos a comerciantes hispanizados,
había dejado de ser efectivo. Que la abolición de los repartos llevara a
una menor producción y trabajo de los indios en beneficio de los
hacen—

dados, comerciantes, caciques y curas, fue precisamente que lo hizo que


el visitador general Escobedo propusiera la renovación del tráfico oficial
fue
con los indios bajo el eufemí5tico nombre de “socorros”, un plan que
revueltas.120 La
prontamente abandonado por temor a provocar nuevas
política de la Corona con re5pecto a los indios debía seguir un curso que
fuera entre el Escila de una extracción de excedentes demasiado fuerte,
lo que provocaría la retirada total o parcial de los indios del orden co-
lonial, y el Caribdis de una limitación excesiva de tales exacciones, lo
inevitable-
que concedería demasiada autonomía al campesinado e iría
mente en detrimento de los intereses de las élites de provincia, que eran
los principales sostenes del régimen colonial en el mundo rural andino.

119. Para una posición contraria, véase Cahill,“Cums”.


120. ]. Fisher, Government, 88-89.

COLONIALISMO A LA DERIVA | 177


1751—1822

SEPTENTRIONAL,

Puno.

de
real
ALTIPLANO

caja

EL
1803:

EN 86—99,

3.1
de
2:
Figura ALCABAIA

partir

a 446-452;

LA

DE
Chucuíto;

Y 88-10],

1771-80

TRIBUTO
y 1:
Carabaya

DEL Treasuríes

1761-70

ANUAL
de
Royal
Alcabala

Tributo
reales

MEDIO

a B 1751-60
cajas
Klein,

COBRO

1800:
y
— TePaske

O O
200
O hasta

(001 = ZZ/ozsl-Isu) ºº!pu! Nota:


Fuente:
Pero bajo las críticas condiciones surgidas a inicios de la década de 1780,
la Corona se vio forzada a seguir un curso que la sacara de este dilema,
y que buscaba establecer un nexo monetario más fuerte y directo entre
ella y el campesinado indígena, y limitar la extracción de excedentes por
parte de las élites provinciales.
Mientras que el peso de los repartos y exacciones de los curacas se
redujo, en el Altiplano septentrional los pagos por el tributo crecieron
dramáticamente, especialmente en la segunda mitad de la década de
1780 (fig. 3.1).… Estos incrementos pueden atribuirse solo en parte al
crecimiento de la población indígena. Los ingresos por tributos en las
cajas reales de la región crecieron 15 veces entre la década de 1750 y me—
diados de la de 1820, varias veces la tasa de crecimiento de la población
indígena. La diferencia se explica con los mejores y más sistemáticos mé—
todos de recaudación, un esfuerzo iniciado en la década de 1750 pero
los alcaldes y recau-
que culminó en la de 1780, cuando en muchos casos
dadores de tributo le tomaron la posta a los curacas.122 Los subdelegados,
habían reemplazado a los corregidores como la máxima autoridad
que
en las provincias, estaban legalmente impedidos de efectuar repartos y
tenían un vivo interés personal en maximizar el cobro del tributo, pues-
to que ellos retenían el 3% de los impuestos pagados. No parece ser una
Simple coincidencia el que los pagos tributarios se hayan incrementado
dramáticamente precisamente en la década que siguió a la prohibición
legal del comercio forzoso con los indios, y cuando el comercio legal se
estancaba en el Altiplano —a diferencia de otras áreas del Perú—, tal
como lo evidencia la estabilización de lo recaudado por la alcabala.
En suma, las décadas comprendidas entre el estallido de la rebelión
de Túpac Amaru y la caída del régimen colonial español, representan la
primera fase en una larga era de transformación de la economía agraria
crisis de múl-
y de la sociedad en el Altiplano. Ella tenía su origen en una
tiples facetas, que minó la viabilidad del orden colonial que había estado
firmemente arraigado desde las reformas toledanas de la década de 1570.
Este orden se basaba fundamentalmente en la explotación “indirecta”
del campesinado comunero, esto es en la extracción de excedentes de

121. ]. Fisher, Government, 112-113.


122. Ibid., lll-114.

COLONIALISMO A LA DERIVA [ 179


sus economías formalmente autónomas bajo la forma de productos, tra—
bajo y dinero, a través de la mediación de las autoridades coloniales. La
ruptura de los circuitos comerciales regionales; el debilitamiento de la
cohesión de la élite provincial; el crecimiento de la población en las co—
munidades indígenas y los conflictos internos concomitantes en torno a
la tierra; el cambio de la explotación informal de las tierras campesinas
por parte de curacas, curas y particulares mestizos y criollos, a su cre—
ciente incorporación en haciendas formalizadas; y el impacto de las po—
líticas fiscales y agrarias del “despotismo ilustrado” de los Borbón: todo
ello contribuyó a socavar el orden colonial establecido.
A partir de la década de 1780, los miembros de todos los
grupos so—
ciales del Altiplano estaban intentando redefinir sus actividades econó—
micas y sus relaciones mutuas, mientras los contornos del nuevo orden
permanecían aún borrosos. Los hacendados, curacas, curas y comer—
ciantes hispanizados entraron en una fase de dificultades e inestabili-
dad a medida que sus intercambios comerciales con el Alto Perú iban
disminuyendo, que se debilitaba su control sobre la economía campesi—
na, y que los Borbón bloqueaban cada vez más la consolidación de sus
propiedades rurales.
Para los campesinos del Altiplano, las décadas que corren desde la
de 1780 a comienzos de la de 1820 deben haberles parecido un
sorpren—
dente “claroscuro”, tal como Eric Van Young lo anotara para el caso de
la Nueva España. Para ellos, este periodo trajo consigo una creciente in—
terferencia en los asuntos comunales, tales como el nombramiento de los
curacas y la disposición de sus pastos y tierras de cultivo. Con la com—
plicidad de los funcionarios vírreinales, las propiedades pertenecientes
a las antiguas cajas de comunidad fueron a menudo usurpadas
por los
mestizos y criollos que las habían arrendado,123 y el cobro del tributo

123. Informe del 31 de dic. de 1791 de Pedro Antonio Zernadas Bermúdez, oidor de la
Audiencia del Cuzco y presidente de la Comisión de la Caja General de Censos de
Indios del Cuzco, titulado “Razón de los principales censos perdidos, unos
por ha-
berse arruinado las fincas sobre que estaban impuestos, otros por haberse oblado,
y no vuelto a imponerse, y otros por haberse perdido en los pleitos de concurso de
acreedores y de mas seguidos contra las fincas en que estaban impuestos”; BNP, MS. C
1274. Según Zernadas, se habían perdido íntegramente propiedades comunales
por
valor de 50.489 pesos; unas propiedades por un valor de 120.138 pesos se hallaban

180 ] NILS JACOBSEN


entre aquellos campesinos que no habían abandonado sus comunidades
se mantuvo a un nivel sumamente elevado hasta el inicio de las guerras
de independencia.
Y sin embargo, el advenimiento de la crisis también fortaleció la
autonomía del campesinado del Altiplano, de varios modos. Los repar—
tos forzosos de bienes, un aspecto central del orden colonial desde por
lo menos finales del siglo XVII, se habían reducido en gran medida, y
los empresarios privados tenían más dificultades para manejar la econo—
mía campesina en provecho propio. La ambigua política agraria de los
Borbón detuvo finalmente la consolidación de las propiedades rurales
privadas recientemente formadas, así como la incorporación de más tie-
rras comunales a las que ya se hallaban establecidas; y si bien la política
seguida por la Corona de limitar las tierras comunales a un monto espe-
cífico por familia había ayudado a generar una seria escasez de tierras en
las comunidades, el bloqueo de toda expansión de las haciendas sobre lo
que las autoridades calificaban de terrenos baldíos, favoreció indirecta-
mente la apropiación temporal de dichas tierras por ocupantes precarios
campesinos. El intento de alcanzar un mayor control del campesinado
a través de las autoridades coloniales también se topó con unas serias
limitaciones. Su expulsión de tierras que la Corona creía formaban parte
del real dominio 0 pertenecían a propietarios privados o eclesiásticos
mayormente fracasó, y los indios de Azángaro aprovecharon exitosa-
mente la nueva legislación durante los años cruciales de la “captividad
napoleónica” de la monarquía española, para así impedir la recolección
del tributo durante más de un año.124
De este modo, en áreas rurales como el Altiplano septentrional, el
orden que los reformadores borbónicos en Lima y Madrid esperaban
crear, comenzó a ser ahogado por las contradicciones de sus propias

en el limbo y la renta no había sido pagada por años; solo se venían pagando los
alquileres de otras propiedades más, valorizadas en 29.783 pesos.
124. José Victoriano de la Riva, Contaduría General de Puno, a Mariano Escobedo, Ius-
ticia Mayor de Azángaro, Puno, 27 de mayo de 1813, BNP, MS. D 456, en torno al
incumplimiento del cobro de la “Contribución provisional” por parte del subdelega-
do, luego de la abolición del tributo en 1812. Con respecto a la autonomía del cam-
pesinado en el Cuzco luego de la rebelión de Túpac Amaru, véase Walker, “Peasants,
Caudillos, and the State", caps. 2-3.

COLONIALISMOA LA DERIVA | 181


políticas. Estas contradicciones quedan resumidas en la escasez legal de
tierra para el campesinado en una región de baja densidad poblacional,
una región en donde ella era tan abundante que no tenía un valor de
cambio distinto del de los rebaños de ganado a los que podía mantener.
Antes de que los contornos del nuevo orden “liberal” lograran
emerger,
bajo condiciones comerciales y políticas más favorables para los hispani—
zados hacendados, comerciantes y nuevas autoridades provinciales de la
república, fueron los campesinos indígenas quienes más se beneficiaron
con la incertidumbre. Habiendo alcanzado por el momento un equilibrio
con las élites coloniales que presionaban sobre los recursos comunale5,
esta autonomía ampliada les proporcionó un breve respiro, que habría de
resultar vital para su capacidad de hacer frente a las intensas presiones
que las rejuvenecídas élites provinciales ejercerían a partir de 1850.

182 [ NILS JACOBSEN


Capítulo 4
LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES

UNOS CUANTOS ANOS DESPUES DE LA INDEPENDENCIA, José Domingo Choque-


huanca trazó un cuadro sombrío de la decadencia y empobrecimiento
de la provincia de Azángaro. La mayoría de las casas de adobe en los
pueblos se hallaban en mal estado, “y si alguien trata de vender, no habrá
quien compre, lo que es resultado de la despoblación y la pobreza de la
zona”. Salvo por unas cuantas minas, todas ellas habían sido abandona-
das. Y las “muy pocas” estancias dedicadas ala cría de ganado, “la rique-
za de la provincia”, languidecían, y nadie emprendía su mejora “debido
a la ignorancia, insuficiente capital, o falta de aplicación”.]
Choquehuanca estaba expresando en parte la frustración de alguien
que ama su tierra, ante la crisis que había azotado la economía y el mis-
mísimo orden social del Altiplano durante las décadas precedentes. Pero
un nuevo elemento también influía en su percepción: estaba pintando la
situación de la provincia desde la perspectiva de sus convicciones libe-
rales. El reportó la riqueza natural del Altiplano y su empobrecimiento
debido a las defectuosas instituciones humanas. Este penoso estado de
cosas era culpa de la tiranía del régimen español recientemente vencido,
la pesada y aún creciente carga de la Iglesia sobre la industria ganadera,

l. Choquehuanca, Ensayo.
y la ignorancia y superstición del campesinado indígena. De removerse
estos obstáculos, entonces la virtuosa propensión hacia el automejora-
miento de hacendados, artesanos, comerciantes y campesinos por igual
ciertamente llevaría a la prosperidad en Azángaro, tal como lo prome-
tían las riquezas naturales de la provincia en minería, ganadería, pesea,
industria y comercio. Choquehuanca anotaba que en efecto, algunos de
los mejores ciudadanos ya estaban comenzando a adoptar las costum—
bres de una sociedad ilustrada.
El estudio de Choquehuanca sobre Azángaro, publicado en 1831,
reflejaba acertadamente el momento histórico. Atrapados en una cri-
sis trascendental que había tocado la mayoría de los aspectos del orden
social, político y económico del Altiplano septentrional, los principales
ciudadanos de la región estaban empezando a ver con más claridad la
dirección en la que querían que las cosas se dirigieran para así alcanzar
estabilidad y opulencia. Pero pasaría otro cuarto de siglo antes de que
un régimen agrario liberal se estableciera firmemente en el Altiplano
peruano, libre de los obstáculos y ambigtíedades del tardío orden co—
lonial, pero todavía distante de las esperanzadoras visiones de los años
inmediatamente posteriores a la Independencia. Mientras tanto, bajo la
decepcionante superficie del caos político y el estancamiento económi—
co, unos importantes cambios venían afectando los patrones de tenencia
de la tierra y la estratificación social de la región.

Haciendas languidecientes

Durante el periodo inmediatamente posterior a la Independencia, los


hacendados y otros miembros de la élite hispanizada mostraron poco
interés por adquirir tierras de los campesinos indígenas. La mayor acti—
vidad de compra y venta, así como de arriendos, se dio más bien dentro
del sector terrateniente.2 Para muchas de las viejas familias establecidas
en el Altiplano o el Cuzco, las dificultades económicas causadas por la
dislocación comercial y las pérdidas relacionadas con la guerra habían

2. Romero, Historia económica del Perú, 241-242. Con respecto al mercado de tierras
en el Cuzco durante la temprana república, véase Mórner, Campraventas, esp. 42,
cuadro 6.

184 | NILS JACOBSEN


pasado a ser tan críticas que no pudieron conservar sus propiedades.
La composición de la élite terrateniente de Azángaro cambió conside-
rablemente durante las décadas que siguieron al final de las guerras de
independencia. Para 1825, aquellas familias de hacendados criollos que
acumularon propiedades en Azángaro a partir de las encomiendas del
siglo XVI, habían desaparecido ya de la provincia.3 Para mediados de
siglo, al menos nueve de las 38 familias representadas entre los cincuenta
oficiales del regimiento de milicias de Azángaro en 1806, habían desapa-
recido de las filas de los hacendados de la provincia.4 De los propietarios
de grandes haciendas, fueron especialmente los miembros del patriciado
colonial cuzqueño quienes renunciaron a sus tierras en el Altiplano, prº-
ceso este que había comenzado incluso antes de la Independencia. Otras
familias continuaron viviendo en Azángaro pero perdieron sus hacien—
das, o vieron cómo sus propiedades se fragmentaban debido a sucesiones
con numerosos herederos. Entre estas últimas fueron notorios los casos
de las familias Choquehuanca y Mango, quienes sufrieron la abolición
de los cargos cacicales por decreto del 4 de julio de 1825, así como inter—
minables conflictos legales por la herencia.—“'
Personas 0 familias de fuera de la provincia adquirieron haciendas
de estos re-
en Azángaro entre las décadas de 1810 y 1840. La mayoría
cién llegados contaba con los ingresos provenientes de un puesto militar,
un cargo administrativo o un nombramiento eclesiástico, o bien habían
acumulado alguna riqueza como comerciantes antes de convertirse
en terratenientes en el Altiplano.6 Francisco Lizares, por ejemplo, un

3. Por ejemplo, la hacienda Purína, en Asillo, pasó de los herederos del encomendem
de Asillo a las manos de la Iglesia en algún momento entre 1717 y 1828; Expediente
judicial, 13 de marzo de 1915, AIA; RPIP, t. 5, f. 453, p. CLII, A. n.º (9 de marzo de
1

1914).
4. “Regimiento de Dragones del Partido de Azúngaro, provincia de Puno”, 6 de oct. de
1806, BNP; información de mediados de siglo, basada en mi índice de personas que
tomaron parte en transacciones de tierras en los contratos notariales desde 1852, y
en el censo de población de la provincia de Azángaro de 1862, BMP.
Dancuart y Rodríguez,Anales, 1: 222; Luna, Choquehuanca el amaum, 27, 56—64.
Cfr. Ramírez, Provincial Patriarchs, 136, para la costa norte en el siglo XVII. Sábato
(Agrarian Capitalism, 61) encontró la misma preponderancia de personas con cargos
y comerciantes enla década de 1830, entre los propietarios de estancias ganaderas en
Buenos Aires.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 185


criollo nacido en Urubamba, cerca del Cuzco, antes del inicio del siglo,
fue sargento mayor en el ejército realista hasta bien entradas las guerras
de independencia.7 Llegó a Azángaro en algún momento a comienzos
de la década de 1820. Durante las tres décadas siguientes, Lizares ma-
niobró para sentar las bases de dos linajes distintos de familias hacen—
dadas azangarinas. Al momento de su muerte, ocurrida hacia 1850, su
esposa Juliana Montesinos, nativa de Azángaro, y sus tres hijas legítimas
—María Dolores, Augustina y Antonia Lizares Montesinos—, hereda—
ron cuatro haciendas de pequeño a mediano tamaño en los distritos de
Azángaro y Arapa, provistas de más de 1.700 cabezas de ovinos y 140
vacas. Entre 1829 y la década de 1830, la Iglesia le había dado a Lizares
dos de estas propiedades en enfiteusis, por 150 años.8 Al igual que otras
personas de medios limitados, Lizares estaba dando los primeros pasos
para la conformación de propiedades rurales considerables: arriendos
de corto plazo, o de preferencia el arrendamiento de largo plazo de una
hacienda de la Iglesia.
A partir de la herencia de Francisco Lizares su amante Josefa Quí—
y
ñones, José María Lizares Quiñones, su hijo ilegítimo, llegó a ser uno
de los hombres más ricos y poderosos de Azángaro en la segunda mitad
del siglo XIX. El origen de la posesión de la mayoría de sus numerosas
propiedades es oscuro, pero ya para 1840 Francisco Lizares estaba ex—
pandiendo la pequeña hacienda Muñani Chico ——propíedad de Josefa
Quiñones, una mujer de cierta notoriedad en la sociedad provincial de
Azángaro— comprando tierras a los campesinos vecinos. Esta finca ha—
bría de convertirse en una extensa hacienda durante los años finales del
siglo XIX, y sería la pieza central de las vastas propiedades de los Lizares
Quiñones.9

7. Información tomada de un retrato de Francisco Lizares en posesión del señor Ar—


mando Dianderas, Arequipa.
8. Testamento de María Dolores Lizares Montesinos, hija de Francisco Lizares, del 4
de julio de 1904; REPA, año 1904, Jiménez, f. 837, n.º 319. Contratos de enñteusis de
las fincas Huntuma )! Cuturi; REPP, año 1913, González, f. 54, n.º 20 (14 de enero de
1913), y f. 224, n.º 75 (23 de abril de 1913).
9. Arreglo extrajudicial concerniente a las tierras de la Hacienda Nequeneque (distrito
de Muñani) entre Hilario Velazco y José María Lizares Quiñones, 4 de dic. de 1854;
REPA, año 1854, Calle. Para una descripción despiadada de Josefa Quiñones y sus

186 [ NILS JACOBSEN


Manuel Ruperto Estévez, otro recién llegado, había trabajado como
mercader en Arequipa durante los últimos años del dominio colonial.
Desde allí dirigió un importante comercio de productos europeos y de
hojas de coca con el Cuzco y el Altiplano. En la década de 1830 llegó a ser
el administrador de la tesorería departamental de Puno, y en 1846 com—
pró la hacienda Huasacona, en el distrito de Muñani, a Juliana Aragón,
viuda de Riquelme, cuya familia había adquirido la propiedad apenas
en el decenio de 1830.” El capital ganadero de Huasacona, que había
Sido una de las más importantes estancias de la provincia desde el siglo
XVII, sumaba 15 mil “ovejas madres en reducción”, o unidades de ovinos
(abreviado como OMR; esta sigla es la unidad básica para el conteo del
ganado). Para una compra de estas dimensiones, Estévez solamente usó
su propia caudal así como líneas de crédito de fuera de la provincia.“
Al igual que la mayoría de los hacendados prósperos, él jamás vivió en
su hacienda, y ni siquiera lo hizo en la provincia. Dos años después de
comprar Huasacona, la arrendó a un vecino notable de Muñani que
la

manejó durante décadas.12


Durante las dos décadas que siguieron a la ocupación de Lima por
parte de San Martín en julio de 1821, los sucesivos gobiernos peruanos
fueron conñscando las propiedades pertenecientes tanto a los españoles
peninsulares como a las instituciones civiles y religiosas. Se ha asumido
significa-
por mucho tiempo que el temprano Estado peruano tuvo un
tivo papel en la transformación de la clase de los grandes terratenientes
del país, al repartir a ciudadanos particulares las propiedades confis-
cadas mediante donativos, ventas o adjudicaciones. Esta redistribución
probablemente ayudó al tesoro público y creó “una nueva aristocracia

descendientes, véase el vitriólico panfleto obra de un autor anónimo (que se cree fue
Luis Felipe Luna), Biografía criminal, 4-11.
10. REPC, años 1823—1825, Jordán, f. 328 (5 de julio de 1824); para la venta anterior de
Huasacona las aristocráticas familias cuzqueñas, véase REPC, años 1819-1820,
por
]ordán, ff. 132—134 (16 de nov. de 1819).
1 1. Estévez había tomado grandes préstamos de su hermano Pedro, un comerciante en
Tacna, para así cubrir el considerable precio de compra de Huasacona y otras dos
pequeñas haciendas en la península de Capachica, cerca de Puno; REPP, año 1853,
Cáceres (8 dejulio de 1853), y año 1854 (7 dejulio de 1854).
12. RRPP, año 1854, Cáceres (17 de feb. de 1854).

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES] 187


terrateniente republicana” endeudada y comprometida con gobiernos
particulares.13 Aunque dicha redistribución tal vez fue frecuente en la
costa, en Azángaro solamente unas cuantas haciendas fueron transferi—
das mediante la intervención estatal. Las instituciones que sufrieron la
mayor pérdida de tierras fueron los fondos de las comunidades. En 1821
la Caja de Censos de Indios en Lima, la organización central que reunía
todos los fondos comunitarios, fue incorporada a la recién creada Di—
rección de Censos y Obras Pías.14 En los siguientes años se descuidamn,
olvidaron o suspendieron los pagos de los arrendatarios de las antiguas
propiedades de la Caja. En 1825 se redujo el interés de los créditos otor—
gados por la Caja, de 5% al año a 2% para las propiedades rurales y 3%
para las urbanas. A los deudores se les permitió amortizar dichos crédi—
tos pagando con documentos de la deuda pública a su valor nominal, a
pesar que su valor de mercado era mucho más bajo. Muchas propiedades
de la Caja de Censos fueron simplemente usurpadas
por aquellos que las
tenían en usufructo.15
En Azángaro, la hacienda Payamarca, de los fondos comunales de
Asillo, fue adjudicada a la Sociedad de Beneficencia Pública de Puno
algún tiempo después de su fundación en la década de 1830. En 1853
la Beneficencia la vendió a José Mariano Escobedo. Este era un comer—
ciante de lanas y en ese entonces uno de los dos senadores de Puno en el
Congreso peruano, y había estado en posesión de Payamarca en virtud
a un censo otorgado por el fondo comunal a la madre de Escobedo en
los primeros años del siglo. Este,
que tal vez era sobrino del subdelegado
Ramón Escobedo, a quien los campesinos de Azángaro acusaban de ha—
berse apropiado ilegalmente de tierras comunales en 1813, pagó el precio
de compra de seis mil
pesos en bonos de la deuda interna, redimibles en
la Caja de Consolidación, establecida
por el presidente Echenique en su
famoso plan de consolidación de la deuda interna.16

13. Piel, Capitulisme agraírc 1: 261; véase también ]. Basadre, Historia de la república, l:
182.
14. Valdez de la Torre, Evolución, 158.
15. ]. Basadre, Historia dela república,
1: 171—172; Valdez de la Torre, Evolución, 158.
16. REPP,año 1853, Cáceres (7 de junio de 1853); para la historia temprana de los Esco—
bedo en Azángaro, véase Wibel, “The Evolution”, 189— 190.

188 | NILS JACOBSEN


En Azángaro, la Iglesia sufrió pocas pérdidas de tierras por con-
ñscaciones. Entre 1834 y 1839, durante los gobiernos liberales de Luis
José de Orbegoso y Andrés de Santa Cruz, tales conñscaciones fueron
frecuentes en muchas partes de la república.17 En 1835 el presidente Or-
begoso ordenó a José Rufino Echenique, el futuro mandatario, “capi—
talizar y vender todas las propiedades poseídas en manos muertas que
existieran [en Puno] con el fm de procurar recursos al ejército”. Al ente-
rarse de cuánta corrupción conllevaba este proceso y cómo los posesores
temporales de muchas propiedades veían en él la forma más conveniente
de obtener títulos plenos de propiedad, Echenique decidió que este “he-
cho encerraba una expropiación violenta contrario a mis principios” y
renunció a la comisión.la En efecto, en la provincia de Azángaro, la ma-
yoría de las haciendas de la Iglesia no fueron tocadas por la expropiación
estatal durante las primeras décadas después de la Independencia.19
Los padrones de la contribución de predios rústicos de la vecina
provincia de Lampa para 1843 y 1850, nos dan una idea aproximada de
la distribución del tamaño de las haciendas altiplánicas. Su número en
dicha provincia creció modestamente de 154 en 1843 a 184 en 1876; sin
embargo, este incremento tal vez simplemente refleja un cambio en la
terminología.20 El tamaño físico de la mayoría de las haciendas no fue
medido en el Altiplano sino hasta después de 1900; debemos por ello
basamos en el capital ganadero ——expresado en OMR— como índice de
su tamaño…
En 1843 la provincia de Lampa contaba con 21 grandes haciendas
de cinco mil 0 más ovejas, algo menos de una séptima parte del número

17. Un decreto emitido por el presidente Ramón Castilla el 6 de agosto de 1846, facilitó
el retorno de las haciendas eclesiásticas ———cxpropiadas durante los gobiernos de Or—
begoso y Santa Cruz—— de sus dueños de ese entonces a los propietarios originales;
véase Valdez de la Torre, Evolución, 172-173.
18. Echenique, Memorias, 1: 94.
19. La excepción signiñcativa fue la venta de la hacienda eclesiástica de Pasincha por par—
te del Estado a Juan Antonio de Macedo, un partidario de Santa Cruz, el 2 de marzo
de 1836, en 1.500 pesos.
20. Entre 1843 y 1850, casi todas las haciendas recién listadas eran pequeñas fincas mar-
ginales con 600 a mi] OMR.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 189


total de haciendas.21 De las 154 haciendas de Lampa, 54% eran de media—
no tamaño (entre mil y cinco mil OMR), y 32% eran pequeñas (menos
de mil OMR). Solo nueve tenían diez mil 0 más unidades de ovinos. En
1843 el predio más grande, la hacienda Miraflores en el distrito de Caba—
nillas, propiedad de la Beneficencia Pública del Cuzco, mantenía en sus
pastizales 16 mil OMR de su propiedad, más dos mil OMR pertenecien—
tes al arrendatario de largo plazo. Por lo que sabemos de la capacidad
de carga de los pastos altiplánicos, podemos calcular que una hacienda
como Miraflores requería entre 6 mil y 18 mil hectáreas para mantener a
estos rebaños de ovejas.22 Aunque tales haciendas eran varias veces más
grandes que la mayoría de los predios pequeños o de mediano tamaño,
no alcanzaban las dimensiones de los vastos latifundios ganaderos del
norte de México, y ni siquiera de algunas de las haciendas agropecuarias
del Bajío, descritas por David Brading para los siglos XVIII y XIX.23
Los padrones de contribuciones tasaban el ingreso neto producido
por una hacienda con una tarifa plana del 10% de su capital pecuario. Por
ejemplo, en 1843 se asumió que la hacienda Miraflores y sus 18 mil OMR
le generaban a su arrendatario un estimado de 1.800
pesos de ingreso
anual. Pero en las décadas de 1840 y 1850, los arrendatarios de estos pre—
dios también pagaban generalmente un arriendo fijado en 10% del capi—
tal pecuario, cuando los rebaños utilizaban íntegramente la capacidad de
carga.24 La proporción concreta de ingreso a ganado debe entonces haber
superado la ratio ficticia de 1:10, utilizada como base para la tasación del
impuesto.25 Aun así, pocas haciendas podrían haber generado un ingreso

21. “Padrón de contribución de predios rústicos […] de Lampa, 1843”; “Padrón de con»
tribuciones prediales [...] de Lampa, 1850”, ambos en el AGN.
22. Romero (Monografía del departamento de Puno, 436) señaló apologéticamente que
“la extensión de una hacienda no siempre es una señal de riqueza y prosperidad”.
Según él, el latifundismo de Puno era una consecuencia necesaria de la escasez de
pastizales.
23. Brading, “Hacienda Proñts”, 33.
24. Véase p. ej. el arriendo de la hacienda Calacala, distrito de Chupa, por Martina Car—
pio,Vda. de Urbina, a Bonifacio Ramos, en 1853, REPP, año 1853, Cáceres (5 de oct.
de 1853).
25. Para aquellas haciendas explotadas directamente por sus dueños, el Estado les carga—
ha una contribución ala propiedad rural de 4% del valor tasado de la ganancia anual
de la hacienda. De ser manejada por arrendatarios o titulares enñtéuticos, se cargaba

190 | NILSJACOBSEN
anual de cuatro mil 0 cinco mil pesos. La mayoría de las haciendas de
Lampa, que tenían entre mil y cinco mil OMR, deben haber generado in-
gresos anuales netos inferiores a los mil pesos.26 Las pequeñas haciendas
generaban a lo sumo un ingreso de doscientos pesos al año.
Ni siquiera las haciendas más grandes del Altiplano producían un
ingreso que por sí mismo hiciera de sus propietarios hombres o mujeres
acaudalados, salvo según los estándares regionales más chatos. A dife—
rencia de muchas haciendas viñateras y azucareras de la costa, una de
las aproximadamente doce haciendas muy grandes del departamento de
Puno no llegaba a conformar una propiedad y brindar un ingreso sufi—
ciente, como para ubicar a su propietario dentro de la fluida clase alta
peruana. La propiedad de una pequeña finca solo sustentaba un estilo de
vida extremadamente modesto, en el cual tenía gran importancia poder
acceder a cierto tipo de alimentos y a algunos trajes y menaje doméstico
de origen europeo, para así mantener la distinción entre la propia posi-
ción social y la de los campesinos indios.
El rango de tamaño de las haciendas de Azángaro a mediados del
siglo XIX era similar al de la provincia de Lampa. En opinión de Cho-
quehuanca, de las 70 haciendas poseídas por particulares, 57 eran “sólo
algunas pequeñas propiedades, cuyos productos difícilmente bastan para
subsistir”.27 De las trece grandes haciendas con cinco mil 0 más unidades
de ovinos (cuadro 4.1), ocho eran casi contiguas: de Puscallani en el ex-
tremo nororiental del distrito de Azángaro, hasta Picotani, Huasacona,
Checayani, Muñani Chico y Nequeneque en el distrito de Muñani, pro-
siguiendo luego hacia el sudeste, hacia Tarucani/Sirasirani y Pachaje, en
el distrito de Putina. Esta había sido una de las regiones terratenientes
centrales de la provincia ya desde el siglo XVII. Las haciendas de media-
no y pequeño tamaño se encontraban más dispersas, aunque se reducían
considerablemente en el rincón sudoccidental de la provincia.

un impuesto adicional del 2%. Sin embargo, es solamente en casos excepcionales que
los padrones de contribuyentes de Lampa para 1843 y 1850, enumeran explícitamen—
te una ganancia de 50% más en las haciendas tenidas por arriendo o en enfiteusis,
esto es una proporción de ganancia-capital ganadero de 1,5:10.
26. Dicho estimado supone una proporción de ganancia—capital ganadero de 2:10, 10
que permitía que el propietario y el arrendador tuvieran partes iguales del ingreso.
27. Choquehuanca, Ensayo, 60.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 191


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De Rivero,
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31- Memorias , 9.
El
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Vºlatilidad d dio en partes
Clºnde se cu1te-
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distrito de Muñani;
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éaSe,
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, patirñge;nglºr Tasación de Llallahua en 1771 en
' ' 8? n-º 18 (22 de abril de
1863).
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.

CXLVII-CXLVIII; tasac1ón
de Huan—
apas Cºlonzales
'
de hacienda5 cuzqueñas,
Carani,Azá
Ugaro, 12 de abril de 1845, MPA—

LIBERALES | 193
OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES
LA
Los peritos agrimensores eran a menudo hacendados ellos mismos
ybasaban sus cálculos en la calidad de la tierra y en otros factores, deter—
minando cuántas unidades de ganado podía mantener una propiedad a
lo largo del año. Las inspecciones oculares les servían para llegar a tales
conclusiones. El mismo criterio usado para valuar la hacienda Llallahua
en 1771 se aplicó casi cien años más tarde, en 1869, en ocasión de una
disputa en torno al nivel de renta adecuado para la pequeña hacienda
Anchoc, propiedad de la parroquia de San Miguel de Achaya. Casimira
Zea, viuda de Hidalgo, la posible arrendataria, mencionó los siguientes
criterios:

Uno tiene que averiguar la extensión de la hacienda, la calidad y el tipo de


sus pastos, su capital en ganado, tanto en ovejas como en vacas, si la hacien—
da es buena en todo sentido, [y si] contiene un gran capital ganadero, no
cabe duda de que uno podría muy bien pagar 15 por ciento de renta por
ella, puesto que en ese caso la utilidad que produce es real o de nivel regular.
Pero en caso contrario, como sucede cuando intento arrendar una pequeña
finquita, una renta de 15 por ciento resulta bastante excesiva y la hacienda
apenas si daría alguna utilidad […] [Achoc es] pequeña en tamaño, árida,
tiene pocos pastos […] ningún abrevadero ni un complejo edificado con—
fortable, ni tampoco tiene sus propios indios o pastores, de modo que para
los servicios necesarios uno tiene que suplicar y rogar a gente de fuera de la
finca, que no se quedan para siempre. Su capital en ganado es extremada—
mente pequeño puesto que no tiene más de 1,000 cabezas, y con este capital
uno solamente puede sacar una utilidad muy pequeña de la finca, la cual
podría alcanzar el 15% que se ha indicado como renta por la tesorería del
obispado.33

En las tasaciones, todos los factores que influían sobre la calidad y


rentabilidad de una estancia ganadera altiplánica quedaban subsumi—
dos convencionalmente en una cifra: el valor de una unidad de capital
pecuario, incluidos los pastos que necesitaba.34 Puesto de otro modo,
incluso en la década de 1860, la tierra en el Altiplano seguía siendo de
escaso valor en y por sí misma. Al igual que en la época colonial, ella

33. REPP, año 1869, juez no nombrado (15 de feb. de 1869).


34… Para la costa norte durante el siglo XVIII, véase Burga, De la encomienda a la hacien—
da, 111-112.

194 | NILS JACOBSEN


era tratada como un accesorio del ganado, la “mercancía principal” que
determinaba su valor de cambio.35
Los hacendados más acaudalados, aquellos que podía decirse per-
tenecían a la élite regional del sur peruano, a menudo poseían varias
haciendas, además de propiedades urbanas e inversiones en minas o en
el comercio. María Rivero, viuda de Velasco, nacida en la pequeña loca-
lidad ferial de Vilque, al oeste de Puno, era una de las personas más ricas
del departamento de Puno a mediados del siglo (cuadro 4.2). No fue
nada atípico que una parte significativa de sus propiedades —la hacien—
da Añavile, la mina Jesús María y una casa en Arequipa— fuera vendida
a su muerte para pagar diversas deudas públicas y privadas (entre ellas
impuestos atrasados); lo que sobrara de las ventas debía ser distribuido
entre los pobres de la ciudad de Puno.36
Los padrones de contribuyentes de Lampa de 1843 y 1850 revelan
otro importante aspecto de la estructura de la hacienda altiplánica de la
época.37 En 1843, casi la mitad de todas ellas no eran operadas por sus
dueños. Once de las 71 haciendas estaban bajo enfiteusis por las tres “vi-
das civiles” acostumbradas (150 años). Tales arreglos de largo plazo eran
utilizados mayormente por los propietarios corporativos, como parro-
quias y conventos, para recibir un flujo estable de ingresos de sus propie-
dades. Muchas de las otras 60 propiedades, que operaban bajo contratos
de arrendamiento de corto plazo, también pertenecían a propietarios
corporativos, mayormente parroquias.33 Pero había también un número
considerable de propietarios privados de haciendas que preferían dar—
las en arriendo a administrarlas directamente.39 Esta tendencia era más
pronunciada en el caso de las propiedades más grandes. En 1843, un sor—
prendente 80,9% de todas las grandes haciendas de la provincia de Lam—
reduce
pa no eran administradas por sus propietarios. El porcentaje se

35. Cfr. Manrique, Mercado interno, 86.


36. REPP, año 1854, Cáceres (24 de enero de 1854).
37. ]acobsen, “Land Tenure”, 41 ], cuadro 5—15.
38. No podemos establecer el número exacto de haciendas arrendadas en la provincia
de Lampa en 1843 pertenecientes a titulares corporativos, debido a que no contamos
con información sobre los propietarios de 55 haciendas arrendadas.
39. De Rivero, Memorias, 43.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 195


a 55,9% para las haciendas de mediano tamaño y a apenas 14,3% entre
las pequeñas. La muestra de grandes haciendas de Azángaro a mediados
de siglo (cuadro 4.1) sugiere un porcentaje igualmente alto de adminis—
tración indirecta de haciendas (cerca del 70% del total). En el padrón de
contribuyentes de Lampa de 1850, el porcentaje de las que eran operadas
por sus propietarios ya había comenzado a ascender apreciablemente
hasta casi alcanzar las dos terceras partes, siendo el giro más marcado
entre las de mediano tamaño. Este cambio podría ser un indicio tempra—
no de una mejor coyuntura.
Durante los difíciles años que siguieron a la Independencia, muchos
propietarios de haciendas en el Altiplano no estaban dispuestos a explo—
tar ellos mismos sus propiedades. Además de incrementarse los riesgos
e incertidumbres, se hizo también más difícil conseguir trabajadores
externos a la hacienda para la trasquila de la lana y la matanza de los
animales viejos, en tanto que el costo del transporte así como del cré—
dito había aumentado. Sin embargo, los arriendos se habían estancado
o inclusive caído desde la década de 1770. En estas circunstancias, mu-
chos propietarios de haciendas preferían el ingreso relativamente seguro
y constante de los arriendos a operar directamente sus propiedade5, aun
cuando esto disminuía el nivel de ingreso absoluto. Los dueños de pe—
queñas propiedades a duras penas podían darse el lujo de renunciar al
ingreso que les proporcionaba un inquilino, ya que para cubrir sus ne—
cesidades generalmente necesitaban cada peso que pudieran conseguir.
Los mayores ingresos de los propietarios de las grandes haciendas, multi-
plicados a menudo debido a la posesión de varias de ellas, les proporcio—
naban más espacio de maniobra en lo que toca a la forma de operar una
propiedad. El absentismo de los grandes propietarios también favorecía
el que se dieran las haciendas en arriendo, puesto que las dificultades del
transporte y el estado de las comunicaciones hacían que una adecuada
supervisión de su manejo resultara casi imposible. En cambio, la ma—
yoría de los propietarios de haciendas de mediano tamaño vivía en el
pueblo de Azángaro o en la capital del distrito donde ella estuviese. Los
propietarios de las haciendas pequeñas frecuentemente vivían en ellas.40

40. Para la venta de una estancia debido a que su propietario vivía lejos y no veía cómo
manejarla rentablemente, véase REPP, año 1857, Cáceres (10 de nov. de 1857).

196 | NILS JACOBSEN


Cuadro 4.2
PROPIEDADES DE MARÍA RIVERO, VDA. DE VELASCO, 1854

A. HACIENDAS GANADERAS CAPITAL GANADERO

Hda.- Toroya, dist. Cabana " "


8.000 ovejas
Hga.éñavile, dist. Cabana 5.000 ovejas
660 ovejas
Hda. Tolapalca, dist. Vilque 25 llamas

3.300 ovejas
Hdas. Cochela Tango y Chijollane, dist. 50 vacas
Atuncolla 5 toros

3.300 ovejas
Hda. Buenavista, dist. Caracoto 50 vacas
5 toros

2.200 ovejas
Hda. Chujura, dist. Vilque 25 vacas
5 toros

Hda. Óquera, dist. Vilqiie 2.200 ovejasg____4


Estancias Taccara y Quillora 550 ovejas

Total capitalganadero 25.210 ovejas


125 vacas
15 toros
25 llamas

B. OTROS BIENES RAICES"*

3 casas en Vilque
4 casas en Puno
1
casa en Arequipa
3 campos de cultivos con sus chozas, en las afueras de Puno
1 molino de mineral de plata, en las afueras de Puno

Hacienda mineral Jesús María, dist. Tiquillaca


" Faltan en esta lista: hacienda mineral Peto, ubicada en la Cordillera de Carabaya, al noreste de
Muñani. A comienzos de 1854 Rivero le arrendó esta célebre mina de oro a Juan Bustamante,
el viajero y posteriormente líder de un levantamiento indígena, en 2.450 pesos al año (REPP,
año 1854, Cáceres [25 de enero de 1854]).
Fuente: testamento de María Rivero, Vda. deVelasco, REPP, año 1854, Cáceres (24 de enero de 1854).

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES ¡ 197


La poca capacidad de generar ingresos de las haciendas ganade-
ras del Altiplano hacia 1850 tenía otra causa más, su escasa capitaliza-
ción. El padrón de contribuyentes de Lampa de 1843 menciona varias
haciendas “en casco”, sin ganado alguno. En 1854, Manuela Cornejo,
viuda de Collado, arrendó a Gaspar Deza su hacienda Quisuni, en el
distrito de Putina, en veinte pesos anuales. La hacienda, probablemente
bastante pequeña, no tenía capital pecuario en ese momento, lo que no
solo reducía los ingresos de la propiedad a una cantidad ínfima, sino
que además provocaba las usurpaciones de los vecinos?1 Numerosas ha—
ciendas tenían menos capital ganadero de lo que sus pastos permitían.
Los propietarios se esforzaban por incrementar los rebaños, a veces sin
mayor éxito. Las haciendas a menudo continuaban en las mismas condi-
ciones de subcapitalización durante años, y a veces décadas, después de
que los propietarios hubiesen encargado a sus arrendatarios o adminis-
tradores que renovaran el ganado.42 La escasa capitalización de las ha-
ciendas constituía un problema más grave para los dueños de pequeñas
propiedades que para los terratenientes más ricos, quienes podían usar
los ingresos procedentes de una hacienda para incrementar su ganado,
al mismo tiempo que usaban otras fuentes de ingreso para los gastos
de supervivencia cotidianos. Sin embargo, las evidentes dificultades que
había para capitalizar las haciendas contribuyeron al estado deprimido
de las empresas ganaderas de todo tamaño.
Las estadísticas correspondientes a diversas provincias altiplánicas
para las últimas décadas de la época colonial y los primeros años después
de la Independencia, sugieren bajos niveles de población pecuaria (cua—
dro 4.3). Las cifras para Azángaro durante los años finales de la década
de 1820, probablemente más exactas que las de Lampa y Huancané, se
traducen en una densidad de ganado media apenas superior a una OMR
por hectárea de pastos. Para 1920, la densidad ganadera en la provincia
se había duplicado.43 El crecimiento de las poblaciones de ganado superó

41. REPP, año 1854, Cáceres (3 de junio de 1854).


42. Para el fracaso de largo plazo en volver a repoblar el capital ganadero de la hacien-
da San Francisco de Pachaje, Putína, véase REPP, año 1858, Cáceres (29 de sept. de
1858); REPP, año 1859, Cáceres (5 de abril de 1859); “Matrícula de predios rústicos,
provincia de Azángaro, año de 1902”, BMP.
43. ]acobsen, “Land Tenure'1871-881, ap. 6.

198 | NILS JACOBSEN


Cuadro 4.3
CABEZAS DE GANADO EN TRES PROVINCIAS DEL ALTIPLANO, 1807—1829

HUANCANE, 1807“ LAMPA, 1808b AZÁNGARO, 1825/29“

N % N % N %

Ovejas 139.862 81,6 142.444 92,7 316.568 87,9


Ganado vacuno 5.999 3,5 3.748 2,4 17.326 4,8

Llamas 15.426 9,0 5.125 3,3 7.125 2,0

Alpacas 3.257 1,9 601 0,4 — _“


Caballos 1.200 0,7 574 0,4 8.510 2,4

343 092 0,1 1.030 0,3


Mulas 0,2
Burros 1.200 0,7 342 0,2 1.870 0,5

Cerdos 4.113 2,4 653 0,4 7.850 2,2

Total 171.400 100,0 153.579 99,9 360.279 100,1

Fuentes y notas:
=
Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, LXI-LXII.
manifiesta
**
“Partido de Lampa de la provincia é intendencia de la Ciudad de Puno: Estado que
clasificados, en segundo lugar los valores
en primer lugar numero
el de pueblos y habitantes y
este
de todos los frutos y efectos de agricultura, de industria y minerales que ha producido
medida de cada clase”,
partido en todo el año de 18..[sic], distinguido por el numero, peso o
Lampa, 23 de mayo de 1808, BNP.

Choquehuanca, Ensayo, 15-53; excluye a Peto, Pusi yTaraco.

Posiblemente agrupados junto con las llamas.

el de la población humana de la provincia en más del 50% durante


el
humana
Siguiente siglo. Mientras que la ratio entre ganado y población
1825-1829, en 1940-1945 era de 24:1.
llegó aproximadamente 3 15:1 en
Infortunadamente, no podemos efectuar cálculos confiables sobre
la población de ganado del Altiplano para periodos anteriores a 1800.
Dadas las pequeñas poblaciones humanas, sin embargo, parece poco
probable que a comienzos o mediados del siglo XVIII, su densidad al-
canzara o incluso superara los ínfimos valores de 1825-1829. Las condi—
ciones ecológicas del Altiplano, así como las características de las ovejas
y camélidos domésticos, no permitían que esos animales se mantuvie-
ran a sí mismos; estos rebaños siguen la frontera de los asentamientos

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES ¡ 199


humanos en lugar de precederlos. En consecuencia, cierta correlación
prevalecería en el Altiplano en el largo plazo, entre las poblaciones hu-
manas y los rebaños, siempre y cuando no se superara la capacidad de
carga máxima de los pastizales y la sociedad regional continuara siendo
predominantemente agraria. Sin embargo, hay evidencias circunstan-
ciales que sugieren que la ratio entre las poblaciones de ganado y hu-
mana, era considerablemente más alta a comienzos y mediados del siglo
XVIII de lo que fue cincuenta a setenta años más tarde?4 En otras pala-
bras, entre las décadas de 1770 y 1840 la población de ganado, que seguía
creciendo lentamente en términos absolutos, se mantuvo por debajo del
crecimiento de la población humana en Azúngaro. Las constantes gue-
rras civiles y campañas militares “contribuyeron en no poca medida a
disminuir el capital de las haciendas”, tal como un autor perspicaz co-
mentara en 1845.45 Es más, el moderno análisis climático de larga dura-
ción halló que en los Andes, estas décadas caen en medio de un periodo
secular de precipitaciones inferiores a la media, lo que produjo una recu-
rrente escasez de pastos y una caída concomitante en las tasas naturales
de crecimiento del ganado.46 José Domingo Choquehuanca nos informa
que en los años comprendidos entre 1825 y 1829 “no hubo un solo año
de pastos abundantes”.47

44. Durante la década de 1750, la población humana de Azángaro apenas era una tercera
parte de la de 1825-1829. Asumiendo el mismo número medio de OMR por hacien-
da, y la misma proporción entre animales en los sectores hacendado y campesino que
había en 1825—1829, y calculando que el número de haciendas en la provincia en la
década de 1750 era 70 —un incremento de 23 con respecto a la cifra de 1689—, la
proporción entre las poblaciones de ganado y humana en dicha década podría haber
sido hasta de 30:1. El estimado asociado de la población ganadera en la década de
1750 es de 414.697 OMR. Estos son estimados para el límite inferior, puesto que no
dan cuenta de los considerables rebaños de ganado vacuno y ovino pertenecientes a
la Iglesia y a miembros particulares de la élite, que eran pastoreados en las tierras de
las comunidades. El estimado de la población humana provincial tiene como base
que un 8% de la población provincial sea blanca o mestiza, por encima de la pobla-
ción india calculada a partir de las retasas del tributo de 1758-1759.
45. De Rivero, Memorias, 43.
46. Thompson, Mosley-Thompson, Bolzan y Koci, “A 1500-Year Record”; los autores
sugieren una precipitación por debajo del promedio a partir de la década de 1720 y
hasta la de 1860.
47. Choquehuanca, Ensayo, 62.

200 | NILS JACOBSEN


Cuadro 4.4
CAPITAL GANADERO EN LAS HACIENDAS DE AZÁNGARO SEGUN TIPO DE PROPIETARIO, 1825—1829

OVEIA5 GANADO VACUNO

PROMEDIO PROMEDIO
TIPO DE PROPIETARIO TOTAL % ¡,OR TOTAL % FOR
HACIENDA IIACIENDA

Familias particulares 55.940 44,0 823 3.749 71,8 51

Comunidades 11.225 8,8 1.403 —— —— —


60.000 1.765 1.470 28,2 43
Iglesia o capellanias 47,2
Total de haciendas 127.165 100,0 1.155 5.219 100,0 47

Nota: estas cifras excluyen a Foto, Pusí y Taraco.


Fuente: Choquehuanca, Ensayo, 15-53.

Choquehuanca asimismo asignaba mucha importancia a las exten-


sas propiedades eclesiásticas en Azángaro. La Iglesia poseía 34 haciendas
ganaderas en la provincia en 1825-1829, cerca del 31% de todas
ellas;48

le pertenecía también el 8,5% del ganado de la 10


provincia, que corres-
pondía al 28,2% del ganado de todas las estancias ganaderas, así como
el 19% de las ovejas de la provincia, 0 el 47,2% de las ovejas de hacienda
(cuadro 4.4). La abrumadora mayoría de las haciendas eclesiásticas per-
tenecía a las parroquias y eran administradas por el obispado del Cuzco.
A comienzos de la época republicana solo dos haciendas, ambas situadas
en el distrito de Santiago de Pupuja, pertenecían todavía a las órdenes
religiosas: la hacienda Quera, del convento de las Nazarenas del Cuzco, y
la hacienda Achosita, del convento de Santo Domingo del Cuzco.
Como buen liberal decimonónico, Choquehuanca encontraba en la
Iglesia una explicación conveniente de los males que la provincia sufría.
Como las parroquias a menudo arrendaban sus haciendas por plazos re-
ducidos a personas que no vivían en la provincia, el número de hacenda-
dos 0pulentos que de otro modo podrían haber residido en sus pueblos

48. ]acobsen, “Land Tenure”, 222, cuadro 3-6.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 201


era más bien reducido.49 Aún más nocivo era que las haciendas de la Igle-
sia no estaban recibiendo las mejoras que cualquier propietario priva-
do habría emprendido. Su capital ganadero jamás crecía, puesto que los
arrendatarios de corto plazo estaban ansiosos por vender todo incremen-
to de los rebaños para así tener una gran ganancia durante los pocos años
que duraba el arriendo. Podemos suponer que dichas ganancias eran a
menudo remitidas fuera de la provincia, ya que muchos arrendatarios
abandonaban Azángaro una vez terminado el periodo de arriendo.50
Es cierto que las propiedades eclesiásticas rurales dadas en arriendo
a corto plazo, frecuentemente eran dejadas en peor estado que aquel en
que los arrendatarios las recibieron, con el capital ganadero pecuario
disminuido y las instalaciones deterioradas. Pero la Iglesia arrendaba
sus haciendas más grandes y mejor capitalizadas en enñteusis por 150
años.51 De las doce de este tipo en las tres décadas que siguieron a la
Independencia, cinco fueron entregadas a miembros de antiguas fami-
lias dela provincia (los Macedo y los Riquelme). Otras cuatro haciendas
fueron dadas a cuzqueños (Francisco Lizares y José Joaquín de Tapia)
que fundaron familias en Azángaro. Solo los arrendatarios de las tres
haciendas restantes parecen no haber sido viejos residentes de Azángaro.
Asegurada la posesión de dichas propiedades por 150 años, los arrenda-
tarios enñtéuticos, claro está, no tenían ninguna razón para saquearlas.
A los once años de haber tomado en enñteusis la hacienda Potoni en
1849, Ruñno Macedo casi había duplicado su capital pecuario hasta su-
mar diez mil ovinos, declarando que había realizado “valiosas mejoras
[…] en la finca, que constaban de dos casas suficientemente cómodas,
corrales cercados para la matanza, campos de cebada vecinos a estos, y
dos acequias construidas a gran costo para irrigar los ahijaderos. Todas
estas mejoras nos han costado mucho más de 4,000 pesos”.52
En resumen, la crítica de Choquehuanca a la Iglesia como terrate-
niente puede ser aceptada solo en cierta medida. Debemos buscar más

49. Choquehuanca, Ensayo, 57.


50. Ibid., 62.
51. Iacobsen, “Land Tenure”, 230, cuadro 3-8.
52. REPA, año 1860, Manrique (24 de agosto de 1860); REPA, año 1865, Patiño (22 de
mayo de 1865).

202 | NILS JACOBSEN


bien la principal explicación de la depresión de la economía ganadera
de la provincia, durante los primeros años de la época republicana, en
la crisis comercial que golpeó a la sierra sur peruana desde la década de
1780, así como en la destrucción producida en la región por la rebelión
de Túpac Amaru y las guerras de independencia, condiciones econó-
micas y sociales estas que se vieron exacerbadas por un ciclo secular de
precipitaciones inferiores a la media.
Al igual que en otras repúblicas hispanoamericanas, en el Perú ín-
dependiente los políticos liberales buscaban limitar la influencia econó—
mica de la Iglesia y liberar las propiedades de gravámenes. Ya en 1823,
una “declaración constitucional” había abolido todas las trabas colonia-
les al libre ejercicio del derecho de propiedad, como capellanías, censos
y mayorazgos. El Código Civil de 1852 prohibía las donaciones de tierras
a manos muertas y la fundación de nuevas capellanías, censos y obras
pias; también autorizó la liquidación de los gravámenes existentes.53
Pero en Azángaro, los gravámenes eclesiásticos y las facilidades cre-
diticias tuvieron un papel menor: solo hallé tres casos de capellanías en
la província.54 ¿Cómo explicar esta aparente ausencia casi total de cape—
llanías, censos y otras operaciones crediticias eclesiásticas relacionadas
con la tierra, en contraste con lo que sabemos de otros complejos regio—
nales de haciendas en Hispanoamérica hasta mediados del siglo XIX?55
En primer lugar, el valor de la mayoría de las haciendas era demasiado
bajo y sus propietarios a menudo tan pobres que no podían pagar un
gravamen significativo. Antes de 1850, una capellanía de tres mil pesos
casi alcanzaba el valor de la mayoría de las haciendas de la provincia, y
habría tenido como resultado la transferencia total de su utilidad neta
anual, del propietario al beneñciario eclesiástico. Los casos aislados de
capellanías o de otros gravámenes corresponden a las más grandes ha—
ciendas de la provincia, como Picotani o Huasacona, o representaban

53. De Trazegnies, La idea de derecho, 188; García Jordán, “La iglesia peruana”, 19-43.
54. Al parecer, durante el tardío periodo colonial, un número más grande de capellanías
solamente constaba de rebaños de ganado, sin tierras. Comunicación personal de
David Cahill,julio de 1988.
55. En la intendencia de Arequipa, las capellanías y los préstamos tuvieron un papel
importante hasta al menos 1840, y los terratenientes consideraban que eran una pe-
ligrosa sangría de sus ingresos; véase Wibel, “Evolution“, 114-115, 353.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 203


en realidad su transferencia total a un beneñciario eclesiástico, como la
“Hacienda Capellanía” Loquicolla Grande.56 En segundo lugar, Puno se
convirtió en sede de una diócesis solo en 1866. Antes de dicha fecha, la
negociación de préstamos de la Iglesia y la administración de las dona—
ciones a beneficiarios eclesiásticos tenían lugar en el Cuzco, a unos tres
o
cuatro días a caballo de Azángaro.57 Los hacendados azangarínos natu—
ralmente padecían muchos inconvenientes para negociar con un centro
tan distante; es más, los terratenientes que se hallaban en la vecindad
inmediata del Cuzco deben haber tenido ventaja al solicitar crédito a la
diócesis o a algún convento, dado que podían mantener contactos más
cercanos con la jerarquía eclesiástica.58 Con una débil posición competi—
tiva en la obtención de préstamos, los propietarios del Altiplano bien pu—
dieron haber restringido su celo en el otorgamiento de donaciones tales
como las capellanías, ya que los dividendos de dichas inversiones —en
términos de mayor influencia con respecto a la jerarquía eclesiástica en
el Cuzco—— eran
muy bajos.

La reforma agraria de la década de 1820


y el campesinado del Altiplano

La explosiva mezcla de condiciones de estancamiento


para las estancias,
la vigorosa reacción de los campesinos a las
pérdidas de tierras anterio—
res, y los decretos y leyes reformistas liberales tuvieron un gran impacto
sobre la tenencia de la tierra entre el campesinado altiplánico. Inicial—
mente, la ignorancia que los líderes bolivarianos tenían de las distintas
realidades del campo peruano, limitó la efectividad de sus medidas de

56. Para Loquícolla Grande, véase REPP, año 1856, Cáceres (31 de oct. de
1856); REPP,
año 1859, Cáceres (10 de enero de 1856); REPP, año 1913, González, f. 363, n.º 118 (6
dejunio de 1913); para Picotani, véase REPA, año 1879, Torres Núñez, f. 25, n.º 53 (7
de mayo de 1879); REPP, año 1897, González, n.º 11 (7 de feb. de 1897);
RPIP, t. 3, f.
379, p. LXXXIII, A. n.” 2 (29 de sept. de 1906); con respecto a Huasacona, Véanse los
contratos listados en las notas 10 y 11.
57. De Piérola, Anales.
58. Salvo por unas cuantas excepciones, en el arzobispado de Lima durante el
siglo XVII,
las propiedades cargadas de gravámenes debidos a censos eclesiásticos se encontra—
ban cerca de la ciudad; véase Hamnett, “Church Wealth in Peru”.

204 | NILS JACOBSEN


reforma agraria. Al final, una ley que constituía un curioso equilibrio
entre los conceptos liberales de la propiedad y el reformismo ilustrado
borbónico, contribuyó enormemente a dar forma al régimen de propie-
dad rural del país durante décadas.
El pensamiento borbónico tardío sobre los regímenes de propiedad
rural había sido presa de unas contradicciones insuperables. De un lado
se aspiraba a una amplia distribución de la propiedad de la tierra, como
el camino más prometedor para el incremento de la producción agrícola.
De otro lado, por razones de necesidad fiscal y orden social, los Borbón
jamás pudieron realmente renunciar a la peculiar relación existente en-
tre la Corona y el campesinado indígena, que habían heredado de los
Habsburgo. A comienzos del siglo XIX todavía dependían del campe-
sinado para la solvencia fiscal de la colonia, así como para el acceso re—
gulado al trabajo indígena. A cambio debían garantizar como mínimo
la continuidad de las jerarquías sociales y las costumbres dentro de las
comunidades de indios, aun cuando las políticas seguidas por la Corona
se hicieron más contradictorias en este sentido después de 1780.
Debido
a esta especial relación, simbolizada por el nexo del tributo,
los Borbón
se sentían impedidos a desechar los patrones establecidos de usufructo
de las tierras comunales, que pudieran afectar la capacidad o la dispo-
sición de los indios originarios a pagar una tasa del tributo más alta y
les
a asumir los onerosos cargos en sus comunidades. Por mucho que
preocupara el lograr una amplia distribución de la propiedad producti-
al campesinado
va, los Borbón no encontraron una forma de convertir
indígena en propietarios individuales con título pleno sobre sus tierras,
según los liberales de la propiedad, sin abandonar la relación
conceptos
especial que constituía la indispensable base fiscal y social del régimen
colonial en los Andes.
El virrey ]osé Fernando de Abascal y Sousa, tan crítico del liberalis-
mo como pragmático en cambiar de opción política, percibía claramen-
te el vínculo existente entre el estatus especial de los indios y los límites
de la reforma agraria. Fue solo después de que las Cortes de Cádiz, muy
a disgusto del virrey, abolieran la mita y el tributo en 1812, socavando así
críticamente la estabilidad del régimen colonial, que Abascal consideró
la idea de distribuir tierras a las familias empobrecidas y sin tierras de
mestizos, a cuya condición atribuía gran parte del bandolerismo y la cri—
minalidad existentes. En su informe de 1816 sugirió que “la propiedad

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES [ 205


de esas
mismas tierras
Estado y sus que corresponden ., ”' l
muchos sobrantes por derecho dºerífa,Ver510n
nisim0 para colocar son un medio Oportu'
' infinitas familias de “que Se p'resíendolos
' de 13
n vivido y de la Mestlsos,
mala reputación red…;lán
que Sº grangeadº
º
que se h a'n entrega
; embriaguez á

Desde esta
de José de San Perspectiva, la renovada abolición del . 01“ Parte
Martín, mediante …buíic; I1821, fue
un prerrequisito decreto del 27 de
clave para las agº,stotomadas Pºr
el régimen primeras medidas
republicano. El 8 de agrarlalstí
hallaba bajo abril de 1824, lan0 aún
Se
control realista,
Simón cuandº? el Ad Prrujillo
todas las tierras Bolívar decretº de_S e que
del Estado
tercera Parte a debían ser vendidas una
su valor de a un pr ec10 enor en
propietarios de las tasación. Los indios debían Ton5ideradºs
denaba además el tierras que en ese momento SerE1dºcreto ºf'
poseyºmn-
tuvieran parcelas, reparto de tierras comunales a que Fº
aq_llº“º_5 mudios
_

para que así “ningún


Parcela”. Las tierr indio estuv1era respººtlva
¡ISC
mismas condiciones omunales excedentes debían smdsidas bajº
ser ven
2.15

que las demás tierras


En da províl1cl
necesar1a comisionados para así estatales-_ 135 C? ;ras “con º
exactitud, imparcialidad dístribulr nº
La primera y justicia”.60
la propiedad incursión de Bolívar de
rural del Perú en el labertho d_º structura
12_1
venta de tierras
del Estado perseguía un doble ºbjetlvº' utilizar
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cual recaudar el a menos de


su valor, comº med 10 3 tr av€5, , .
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VISIONES LIBERALES | 207


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206 | NILS JACOBSEN


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VISIONES LIBERALES | 207


LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS
debilitamiento del contenido liberal en la legislación agraria se
El
hizo más marcado al siguiente año. Debido a la creciente presión fiscal,
en agosto de 1826 el Consejo de Gobierno Bolivariano —en el cual refor—
mistas borbónicos como Hipólito Unanue y José de Larrea y Loredo te—
nían puestos prominentes—— volvió a introducir el tributo indígena bajo
la eufemística denominación de “contribución de indígenas”, medida
esta que reproducía la mayoría de las características del impuesto
que
le precedió. La inevitable consecuencia
para el programa agrario llegó
casi de inmediato, cuando en diciembre de 1826 Bolívar ordenó a las
autoridades de provincias que al momento de repartir las tierras comu—
nales, prefirieran a los originarios —que pagaban la tasa completa de la
contribución de indígenas— antes que a los forasteros.63
Tal y como estaban las cosas en diciembre de 1826, los bolivarianos
habían eliminado cualquier privilegio legalmente reconocido de las co-
munidades indígenas, pero habían reconocido la estratificación existente
basada en el prestigio social y la riqueza, ratificando así el mayor dere—
cho de los ex caciques y originarios a las tierras comunales. Habiendo
entendido la escasez de tierras comunales en muchas regiones del país,
sus ideas habían retrocedido a la práctica de los Borbón de distribuir
cantidades estrictamente limitadas de campos comunales, de modo tal
que ello reañrmara las jerarquías sociales en las comunidades, aunque
ahora con la decisiva diferencia de
que los terrenos iban a ser poseídos en
dominio directo o absoluto.
Sin embargo, estos principios distributivos en el interior de las co-
munidades chocaban con el principio más liberal del decreto agrario
original de 1824 que se había mantenido, es decir, que cada indio debía
poseer cualquier tierra que tuviera en ese momento, sin contradicción
alguna. Esta norma no podía aplicarse a tierras en el interior de la co-
munidad, sino únicamente a campos que los indios poseyeran fuera de
ellas, a menudo bajo las precarias condiciones del periodo colonial tar-
dío. Es más, los legisladores bolivarianos le retiraron el
concepto clave
de la propiedad liberal, el de la circulación sin trabas, a todas las tierras
que los indios poseyeran en dominio directo, pues impusieron la pro-
hibición de venderlas durante 25 años. Preocupadas por la capacidad

63. Dancuart y Rodríguez,Anales, 1: 277-278; Valdez de la Torre, Evolución, 148.

208 | NILS JACOBSEN


del campesinado indígena para competir con las poderosas élites pro—
vinciales en el mercado libre idealistamente imaginado, las autoridades
bolivarianas sacrificaron la noción liberal de la circulación irrestricta
de la propiedad, para así salvaguardar el viejo objetivo borbónico de un
amplio reparto de la tierra productiva.64
Como los bolivarianos entendieron muy bien, especialmente des-
pués de la gira triunfal del Libertador por la sierra sur a mediados de
1825, la implementación de sus medidas de reforma agraria dependía
de los patrones del poder en las provincias. Dado que su programa iba
más allá de la simple transformación del derecho de usufructo y la te-
nencia precaria e insegura de los campesinos indígenas en derechos de
propiedad plenos, buscando también la redistribución de las tierras co-
munales, necesitaban por ello contar también con la disposición de las
autoridades locales para llevar a cabo estas medidas “con imparcialidad
de Bolívar parecen ha-
y justicia”. Aquí las medidas de reforma agraria
ber naufragado por completo. En provincias, las comisiones de tierras
no lograron llevar a cabo las mediciones y el registro de las tierras co-
munales, o cometieron sino “los abusos más perniciosos” al conceder
injustamente títulos de propiedad a sus favorecidos, no obstante carecer
de autoridad “para expedir títulos, o confirmar los de quienes tuvieran
la posesión, y especialmente de distribuir tierras o llevar a cabo compo—
siciones; solo estaban autorizados a informar [al gobierno]”.65 En agosto
de 1827, una resolución parlamentaria reiteraba que no debía venderse
ningún terreno comunal hasta que las comisiones de tierras hubiesen
fue ad-
presentado sus informes al gobierno central.66 De este modo se
virtiendo cada vez más que para lograr cualquier cosa relacionada con el
problema agrario, las autoridades provinciales, estrechamente vincula-
das a las élites, debían ser en general removidas del proceso.
La ley que habría de tener un impacto duradero sobre los patrones de
tenencia de la tierra, al menos en los que a Azángaro respecta, fue apro-
bada por el Congreso el 27 de marzo de 1828. Ella nuevamente declaraba
a los indios, pero ahora también a los mestizos, como propietarios de las

64. Piel, Capitalisme agraire, 1:281-282.


65. Circular de febrero de 1827, citada en Valdez de la Torre, Evolución, 152.
66. Ibid., 149.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 209


tierras que al presente ocuparan sobre la base del reparto periódico de las
tierras comunales, o ——en el caso de tierras fuera de las comunidades, tal
como las definieran las autoridades borbónicas “sin contradicción”,
esto es, sin que otros pretendientes les disputaran la posesión. La única
limitación impuesta a su derecho de vender estas tierras era ahora la esti—
pulación de que pudieran leer y escribir. Los indios y mestizos sin tierras
recibirían las tierras restantes pertenecientes al Estado, una vez que las
juntas departamentales hubieran recopilado las estadísticas corre5pon—
dientes. De haber algunas tierras sobrantes luego de este proceso, debían
asignarse a las escuelas para proveerlas de rentas.67
En las siguientes décadas, esta ley debe haber circulado incluso en
los rincones más remotos del Perú. Los campesinos indígenas conside—
raban que sus disposiciones eran la base de su derecho a una estancia.
Por ejemplo, cuando el 10 de mayo de 1859 María, Carmen y Sebastian
Carcausto vendieron a Juan Paredes la estancia Ccatahui Sencca, en el
ayllu Urinsaya, distrito de Azángaro, señalaron haber heredado la tierra
de su padre, “a quien la ley del año 28 halló en posesión y desde entonces
somos propietarios [de la estancia] ”.“
La diferencia crucial entre la ley de 1828
y las medidas bolivaria—
nas previas, radicaba en la influencia que los comisionados o cualquier
otra autoridad provincial podían ejercer sobre su ejecución. Ahora el
otorgamiento del pleno derecho de propiedad a los campos que al pre—
sente ocupaban los indígenas o mestizos debía proceder de inmediato,
índependientemente y antes de cualquier registro y tasación de tierras
por parte de las autoridades. La distribución de campos comunales o del
Estado a los indios y mestizos sin tierra, se daría por separado y luego de
la simple extensión de los derechos de propiedad sobre cualquier terreno
que se tuviera en ese momento, en usufructo o en tenencia precaria.
En el Altiplano, esta extensión de los títulos de propiedad tuvo el
efecto de una reforma agraria. Además de reafirmar el derecho de los
campesinos sobre las tierras comunales, reforzó también su título sobre
las tierras que ocupaban y trabajaban precariamente,
pero que habían
permanecido en un limbo legal durante las últimas décadas del régimen

67. Dancuart y Rodríguez,/Malas, 2: 136; ]. Basadre, Historia dela república, 1: 227.


68. REPA, año 1859, Manrique (10 de mayo de 1859).

210 | NILS JACOBSEN


colonial: tierras que habían sido reclamadas por hacendados privados,
la Iglesia, los curacas o sus sucesores como cobradores del tributo, pero
que la Corona se había rehusado cada vez más, desde la década
de 1780,
a entregar en dominio directo mediante composiciones; campos que
o
jamás habían sido reclamados como propiedad por los miembros de la
élite colonial y que la Corona había considerado tierras realengas, pero
que eran habitualmente ocupados por forasteros u otros que no tenían
suficiente acceso a la tierra en las comunidades.
Frente a la debilitada posición de los terratenientes de la élite, en
Azángaro, la ley de 1828 logró deshacer, de un solo golpe, la paradóji-
ca condición de fines del período colonial de escasez de tierras entre
el

campesinado, en un momento en que esta abundaba y había una baja


densidad poblacional. El gobierno central abandonó sus esfuerzos por
desalojar a los campesinos de las tierras que ocupaban en 1828, tal como
lo hicieran los Borbón al declarar repetidas veces como realengas a todas
las tierras de comunidad y a gran parte de las que eran trabajadas preca-
riamente por los campesinos fuera de estas. Los hacendados y la Iglesia
perdieron la batalla legal librada en torno a buena parte de la tierra que
habían intentado integrar a sus propiedades en las décadas anteriores a
1780, y en algunos casos incluso después.
A decir verdad, la ley de 1828 fracasó y no logró redistribuir nada
de tierra, al igual que las medidas bolivarianas. En Azángaro “no había
[…] y así el artí—
una pulgada de tierra sin alguien en posesión precaria
culo 2 de la ley [referido a la distribución de tierras públicas excedentes]
ha sido inaplicable”.69 Las autoridades provinciales sí lograron vender o
confirmar ilegalmente, mediante composición, algunas tierras públicas
consideradas sobrantes —o “tierras de oñcio”— luego de la abolición del
de tierras bolivarianasiº
cargo de cacique y de las primeras mediciones
Pero no cabe duda alguna de en esta región, los principales bene-
que
ficiarios de la ley de 1828 fueron las miles de familias campesinas que
habían poseído precariamente tierras fuera de las comunidades desde
finales del siglo XVIII. La ley solidiñcó el punto muerto temporal en-
tre los sectores campesino y terrateniente en el Altiplano septentrional.

69. Choquehuanca, Ensayo, 72.


70. Ibíd.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES [ 211


Todo intento futuro de controlar tierras campesinas no podría basarse
ya sobre títulos coloniales. En las décadas de rápida aceleración de las
transferencias de tierras que siguieron a 1850, los notarios reconocían
rutinariamente los títulos de propiedad del campesinado basados enla
ley de 1828.
Esta interpretación no refuta la idea de que las leyes agrarias de la
década de 1820 facilitaron legalmente el despojo de las tierras de indí—
genas a fines del siglo XIX e inicios del XX, pero sí demuestra que las
medidas de dicha década no constituyeron una simple y equivocada
aplicación de unas abstractas nociones liberales de la propiedad. Los
objetivos de los reformadores agrarios de los años de la década de 1820
——incrementar las rentas, una amplia distribución de la tierra su libre
y
circulación— no podían alcanzarse de una sola vez.
En las luchas políticas libradas entre diversas facciones en Lima las
y
autoridades y grupos de élite de provincias para deñnir una política rea—
lista, el impulso liberal se vio atenuado y modificado de tal manera
que
al final, las medidas agrarias mostraron tanto continuidades reformistas
borbónicas como nuevas iniciativas liberales. 5010 después de 1850 se
vería el efecto que el reemplazo de los confusos derechos sobre el uso
de la tierra y la tenencia precaria, con títulos individuales de
propiedad,
habría de tener sobre el desarrollo de un mercado de tierras idealmente
libre. Para los reformadores de la década de 1820, este efecto de
largo
plazo ciertamente fue de importancia secundaria. Su atención estuvo
mayormente dirigida a asegurar la recaudación de rentas estatales entre
los pequeños propietarios indios mestizos, a estimular la
y y producción
agrícola mediante una amplia distribución de la tierra.
La renovada dependencia de una capitación indígena trajo consigo
el reconocimiento de las jerarquías sociales
en las comunidades, aunque
sin los privilegios corporativos coloniales y los poderes oficiales asocia—
dos a ellos.71 En efecto, los intereses fiscales hicieron que los primeros go—
biernos republicanos mantuvieran un ojo avizor sobre la preservación de
la base agraria indígena. Todavía en 1847,
apenas dos o tres años antes de
la explosión de la renta guanera, Manuel del Río, ministro de Hacienda

71. Véase Langer, “El liberalismo”, 59-95, con respecto a la temprana legislación republi—
cana sobre la tierra en Bolivia.

212 | NILS JACOBSEN


durante el primer gobierno de Ramón Castilla, pidió una ley que permi—
tiera a los indios vender sus tierras solamente a otros indígenas. El temía
que un uso generalizado de su derecho a venderlas libremente a quien
quisieran, podría llevar a una seria caída en la recaudación de impues-
tos, ya que los indios con poca o ninguna tierra solamente pagarían la
mitad de la contribución indígena.72
Los críticos del liberalismo peruano decimonónico han afirmado,
que las leyes agrarias implementadas en la década de 1820 produjeron un
ciclo inmediato de usurpación de tierra por parte de los grandes terrate-
nientes hispanizados.73 Y sin embargo, entre finales dela década de 1820
yla de 1850, la transferencia de tierras del sector campesino de Azángaro
al sector hacendado se dio a un ritmo algo lento. En efecto, en el dece-
nio de 1850 las tierras campesinas solo pasaron al sector terrateniente
a cuentagotas (véase el capítulo 6), y no hay razón alguna para creer
de la hacienda haya
que durante las dos décadas anteriores la expansión
avanzado a mayor velocidad, particularmente dado el nivel deprimido
del mercado de lanas durante la mayor parte de la década de 1840.74 Aun—
——sobre todo Fran—
que algunos hacendados de la república temprana
cisco Lízares en Muñani— sí expandieron sus propiedades sobre tierras
campesinas, ellos siguen siendo casos aislados. Durante las tres décadas
posteriores a la Independencia, los campesinos indígenas de Azángaro
conservaron sus campos, que acababan de serles otorgados en dominio
directo y absoluto, con menores amenazas y temores de ser despojados
que durante el último siglo colonial.75

72. Min. de Hacienda, Memoria [1847], 3-4. Véase también la circular del prefecto Ra—
món Castilla a cinco subprefectos del departamento de Puno, 5 de dic. de 1834, en
Instituto “Libertador Ramón Castilla”, Archivo Castilla, 4: 183.
73. Véase, por ejemplo, T. Davies, Indian Integration in Peru, 22; Sivirichi, Derecho indí-
75.
gena, 102; y Mariátegui, “El problema de la tierra”, en sus Siete ensayos,
74. el
Macera, Las plantaciones azucareras, CL, menciona “equilibrio” en el “conflicto se—

cular entre las comunidades indias y las haciendas” entre las décadas de 1780 y 1850.
75. Para interpretaciones similares referidas a México, véase Coatsworth, “Railroads”,
48—71;Tutino, From Insurrection to Revolution, cap. 6; González Navarro (Anatomía,
142-147) demuestra que los intentos realizados en México central por los gobiernos
nacional, estatal o provincial, así como por las autoridades locales, para privatizar
las tierras de comunidad, fracasaron antes de 1855 debido a la implacable oposición
campesma.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 213


A menudo se asume que la legislación del decenio de 1820 abolió le—
galmente a las comunidades.76 Si bien es cierto que las reformas de dicha
década legalmente privatizaron todas las tierras poseídas comunitaria—
mente, ninguna ley o decreto llegó al extremo de prohibir positivamente
a las comunidades indígenas. Esto vale también para el resto del siglo
XIX. Ni siquiera el Código Civil de 1852 las abolió, sino que simplemente
siguió la tradición legislativa, ya bien establecida para entonces, de ig—
norar la institución por completo.77 En palabras de Jorge Basadre, para
mediados del siglo XIX las comunidades indígenas se habían convertido
en “un patrimonio jurídico sumergido, vivo en el alma y las costumbres
de los campesinos, aunque invisible y extraño a la mentalidad formal de
los legisladores, magistrados y autoridades”.78
Dado que el Estado nacional le había retirado su protección legal
a las comunidades, y que había dejado de hacer cumplir las funciones
tradicionales que dieron a todas ellas ciertas características comunes du—
rante la época colonial, su continua vitalidad dependía primordialmente
de las circunstancias locales, siendo las más importantes las relaciones
de producción, el tipo de producción (particularmente el contraste entre
comunidades ganaderas y agrícolas), el grado de integración al mercado,
la constelación del poder entre los campesinos indígenas las élites loca—
y
les, yla cohesión en el interior de las comunidades. En consecuencia, las
comunidades indígenas en las distintas regiones del Perú experimenta—
ron un proceso de creciente diferenciación después de la década de 1820,
particularmente en lo que toca a sus sistemas de tenencia de la tierra.79
En muchas partes del departamento del Cuzco, las tierras de co—
munidad continuaron siendo redistribuidas anualmente y no fueron
tratadas como propiedad privada en términos de la herencia. Pero en el
Altiplano, la ley de 1828 sí creó propietarios campesinos individuales y
redujo la propiedad comunal al mínimo. Sin embargo, este cambio no
significó la desaparición de las comunidades de Azángaro. Por ejemplo,
en febrero de 1844, la comunidad de Tiramasa acusó a un tal Juan Arpita
ante el juez de paz de Azángaro, de haber invadido los terrenos llamados

76. T. Davies, Indian Integration in Peru, 21.


77. Sivirichi, Derecha indígena, 210 y sígts.
78. ]. Basadre, Historia de la república, 3: 1309.

79. Valdez de la Torre, Evolución, 159.

214 ] NILS JACOBSEN


Moroquere, Calasacsani y Chijurani. Los representantes de la comuni—
dad explicaron que “las tierras en cuestión pertenecen a la comunidad
y son mandas en las cuales siembran anualmente sus cultivos en
el mo—
mento adecuado”. Arpita objetó que Chijurani era de su propiedad. El

juez de paz resolvió la disputa ordenando a cada parte, la comunidad y


Juan Arpita, no transgredir la propiedad del otro. Se trazó entonces una
línea divisoria con un arado, lo que satisfizo a ambos bandos.80 Vemos
así que la comunidad de Tiramasa estaba lo suficientemente viva como
para defenderse de las invasiones. La tierra en cuestión era usada como
parcelas agrícolas, las llamadas mandas o levas de la comunidad, que
conformaron el núcleo sobreviviente de las tierras comunales en Azán-
mínimos
garo hasta bien entrado el siglo XX. Pero estos terrenos eran
——no más de unas cuantas hectáreas—— en comparación con las vastas
tierras de pastoreo que habían pasado a ser consideradas propiedad prí-
vada de familias campesinas desde los decretos de la década de 1820.
Al describir el proceso gradual de privatización de las tierras co-
munales en el Perú, la mayoría de los investigadores sostiene que los
pastizales continuaron siendo propiedad comunal por más tiempo que
los campos agrícolas.81 En Azángaro, sin embargo, sucedió lo contrario.
¿Por qué fue que el patrón de tenencia de la tierra de las comunidades
evolucionó aquí de modo tan distinto al de otras regiones del país? La
comunidades
respuesta a esta pregunta radica en la base económica de
específicas. A medida que el concepto de propiedad privada penetra en
las estructuras comunales tradicionales, será aceptado primero en aque—
lla parte de las operaciones económicas campesinas que constituyen la
principal actividad con que adquieren sus ingresos, en particular si esta
les vincula con el mercado. El concepto de ganancia individual, que una
interacción de largo plazo con el mercado promueve, fortalecerá el de—
seo campesino de tener un control exclusivo e irrevocable sobre la
tie—

rra que permita producir un excedente comercializable. La competencia


por las tierras empleadas en la producción de estos bienes será aguda.
Por el contrario, aquellos campos usados para la producción de bienes

80. REPA, año 1892, Meza (21 de dic. de 1892, prot. de los procedimientos originales del
23 de feb. de 1844).
81. Véase, por ejemplo, Valdez de la Torre, Evolución, 159, especíñcamente sobre las co-
munidades de Puno.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 215


consumidos únicamente por las familias campesinas en el interior de
la comunidad, estarán menos sujetos a las presiones privatizadoras de—
bido a que ningún valor de mercado estará ligado a dichos bienes. Por
lo tanto, la competencia individual por estos recursos tenderá a ser más
débil. En Azángaro, los campesinos indígenas comenzaron a abandonar
primero los patrones comunales de tenencia de la tierra en los pastizales,
puesto que la ganadería era la actividad económica de mayor importan—
cia para cada familia. Aunque la competencia por los pastizales era agu-
da, los campesinos dejaron en cambio las pequeñas parcelas agrícolas
para que fueran trabajadas bajo un régimen comunitario.
Al igual que el problema de la tierra, la efectividad en el recluta—
miento de trabajadores, el cobro de los impuestos y diversos métodos
para explotar los recursos indígenas dependían en última instancia de
los patrones del poder en los ámbitos provincial y local.82 En agosto de
1821, un decreto de San Martín abolió todo tipo de servicio laboral for—
zoso, lo que incluyó a la mita y el pongueaje (servicio doméstico).83 Pero
tales decretos no pudieron cambiar automáticamente las prácticas larga-
mente arraigadas de los terratenientes y las autoridades civiles y eclesiás—
ticas, acostumbrados a dominar la sociedad provincial. En diciembre de
1828, la Junta Departamental de Puno, con José Domingo Choquehuan—
ca y José Ignacio Evia como representantes de la provincia de Azángaro,
denunció las “infracciones a la Constitución” de las que los campesinos
indígenas eran comúnmente víctimas. La larga lista de abusos incluía los
trabajos forzados realizados para las autoridades civiles y eclesiásticas,
los pagos arbitrarios y excesivos cobrados por jueces y curas, el cobro
de impuestos locales ilegales y la requísa de ganados campesinos y otras
propiedades sin compensación alguna. Tales abusos habían sido una
práctica rutinaria bajo el régimen colonial, pero la junta departamental
puneña hallaba particularmente deplorable que “la injusticia del más
fuerte pueda prevalecer bajo un gobierno liberal” (subrayado mío).84

82. Húnefeldt, “Poder y contribuciones”.


83. Valdez de la Torre, Evolución, 143.
84. “Infracciones de la Constitución en el Departamento de Puno manifestadas por la
representación departamental”, dic. de 1828, en Puertas Castro, José Domingo Cha—
quehuanca, 22—27.

216 | NILS JACOBSEN


Con todo, si bien lamentaba las prácticas “poco liberales” de las
autoridades locales en las provincias de Puno, la junta departamental
elaboró casi al mismo tiempo, en diciembre de 1828, un proyecto de có—
digo minero departamental (un Reglamento de minería) que incluía un
elaborado plan de reclutamiento de mano de obra casi idéntico a la mita
colonial. Los gobernadores distritales debían determinar el número de
vagos y personas “perjudiciales” en sus jurisdicciones. Un comité de su-
pervisión minera, elegido por todos los dueños de minas del departa-
mento, asignaría los contingentes de trabajadores a ser enviados a cada
una de ellas. Los subprefectos serian responsables por el envío de los
trabajadores al operador de la mina, quien debía pagarles un salario y
un monto por la distancia recorrida en su viaje de ida y vuelta, además
de brindarles una vivienda “cómoda y saludable”. El código incluía una
disposición para la contratación de “trabajadores voluntarios”, a través
de los gobernadores de distrito mediante pagos por adelantado. La junta
departamental proponía así confiar el reclutamiento de la mano de obra
indígena destinada a la minería ——una operación que por definición y
necesidad involucraba el uso de la fuerza— a las mismas autoridades
locales a las cuales acababa de acusar de cometer serios abusos contra la
libertad y los derechos de propiedad de los indios.85
No sabemos si este código minero llegó alguna vez a hacerse efec-
tivo. El reducido número de trabajadores que las minas de oro y plata,
en los diversos distritos del departamento de Puno, requerían para sus
difíciles actividades en las décadas que siguieron a la Independencia,
fue ciertamente reclutado utilizando alguna forma de coerción.86 Con
todo, hasta mediados del siglo, tales medidas tuvieron un éxito limitado.
Durante el breve frenesí minero de comienzos de la década de 1850, las
autoridades se quejaban de la escasez de trabajadores para las minas en
la Cordillera de Carabaya. Los campesinos de Azángaro se rehusaban a

85. Ibíd., 28.


86. En 1860, Paul Marcoy se topó con un grupo de indios que cantaban y danzaban “ka-
charparis”, la ceremonia de despedida de los mitayos durante el periodo colonial. La
ceremonia era entonada para los “indios de Pujuja [sic] o Caminaca que el subpre—
fecto de Lampa [sic] ha enviado a trabajar en alguna mina en la Raya [una zona
montañosa de frontera entre el Altiplano y el departamento del Cuzco]”; Marcoy,
Travels, 1: 113.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 217


trabajar en las operaciones de lavado de oro en Poto, pertenecientes a la
señora Rivero viuda de Velasco, aun cuando allí podían “ganar salarios
sustanciales”.87 La maquinaria coercitiva, que ya no contaba con la san-
ción del Estado central, se había vuelto inestable. Con la apertura del
comercio de exportación de lana y cascarilla, los campesinos encontra—
ron medios alternativos con los cuales generar el dinero en efectivo que
necesitaban para pagar diversos impuestos y derechos, y adquirir textiles
para camisas de Manchester.
Tras su restablecimiento en 1826, la contribución de indígenas con-
tinuó siendo la segunda fuente más importante de ingreso para el go-
bierno central, hasta poco antes de que Ramón Castilla la aboliera en
1854.88 Aunque en términos absolutos, el monto recaudado era más alto
en 1850 de lo que el cobro del tributo había sido en la década de 1790,
la cantidad pagada por tributario era menor.89 En el departamento de
Puno, la cobranza por indio tributario cayó en una quinta parte, de un
promedio de 5,29 pesos durante la década de 1790 a 4,22 pesos en 1846.90

87. M. Basadre y Chocano, Riquean peruanas, 144.


88. ]. Basadre, Historia de la república, 1: 178; Siviríchi, Derecho indígena, 121; ]acobsen,
“Taxation”, 311-339.
89. ]acobsen, “Taxation”, 325, cuadro 2, donde calculo que el cobro del tributo per cápita
cayó de 1,35 pesos en 1795 a 1,04 pesos en 1850, una caída de 23%.
90. El cobro medio del tributo en la intendencia de Puno durante la década de 1790
(190.691,2 pesos), calculado a partir del ingreso bruto de las cajas reales de Carabaya
y Chucuito, dado por TePaske y Klein, The Royal Treasuries, 1: 99—101, 2: 97—99. Se
calculó el número de tributarios en Puno en 1793 como sigue: según “El Obispado
del Cuzco Visitado por su actual Diocesano el Y. N. D. D. Bartholomé María Heras
[…] que lo exercía el dho. Sr. pr. todo el [sic] en 5 años continuos y se dio a luz el
año de 1798”, reimpreso facsímilarmente en Mórner, Perfl, entre las pp. 132 y 133, el
porcentaje de indios en la población total de los tres partidos del Altiplano pertene-
cientes al obispado del Cuzco fue de 86,85%. Para llegar a la población total india de
la intendencia de Puno, apliqué este porcentaje a la población total de la intendencia
según el censo del Virrey Gil y Lemos de 1793 (186.682), dada por Romero, Mono—
grafía del departamento de Puno, 225; dívidí la población india total con el factor
convencional de 4,5 para llegar al número de tributarios (36.030) en la intendencia.
Los valores de 1846 fueron calculados como sigue: según el “Estado que manifiesta
el valor anual de la contribución jeneral de indíjenas y sus gastos con distinción de
lo que satisfacen los poseedores de tierras y de lo que pagan los que no las tienen”,
en Min. de Hacienda, Memoria [1847], 53.612 tributarios indios estaban registrados
en los padrones más recientes de la contribución indígena en Puno, que se esperaba

218 | NILS JACOBSEN


En la provincia de Azángaro, la cantidad media que cada tributario de—
bía según los padrones, bajó de 5,92 pesos al año a finales de la década
de 1820, a 5,55 pesos en 1843. El monto nominal de esta capitacíón per—
maneció sin cambios desde que fuera reintroducida en 1826 y abolida en
1854: 10 pesos anuales por originario y 5 pesos por forastero.
Varios factores podrían explicar esta decreciente tributación efec-
tiva de los indios en el Altiplano —y, en general, en todo el país— en-
tre el período colonial tardío y mediados del siglo XIX. Como Nicolás
Sánchez Albornoz sostuviera para el Altiplano boliviano,91 el declive de
largo plazo de la proporción de originarios con respecto a los
foraste—

ros (o “sobrinos”) debe haber proseguido hasta mediados del siglo XIX,
incrementando así peso que menor tasa
el la impositiva para los foras-
vecinas
teros tenía en la tasa media. Pero en Azángaro y las provincias
del Altiplano septentrional, la caída en el número de originarios había
alcanzado ya su punto más bajo para cuando el visitador general Ma-
de los tributarios a mediados de
riano Escobedo emprendió el recuento
la década de 1780, luego de la rebelión de Túpac Amaru.92 Dado que el
los padrones de
número total de campesinos indígenas registrados en

general de la
pagarían un total de 306.926,25 pesos en 1846. Pero según la “Cuenta
la Sección de Valores del
administración de las rentas de la república”, preparada por
Tribunal de Cuentas, también incluida como anexo a la Memoria [1847], para mayo
1846
de 1847, 88.073 pesos y 2,5 reales de todos los impuestos directos debidos por
fueron
aún no habían sido pagados (aunque se les debía cobrar durante el año en que
tasados). La posibilidad de que hubiesen sido pagados en meses subsiguientes parece
480 mil pesos
remota, dado que el tesoro de Puno también enumeró deudas de unos
de impuestos directos de años previos. La parte abrumadora de estas “quiebras” o
deudas tributarias, debe provenir de la contribución de indígenas ímpaga, puesto
totales del departamento.
que da cuenta de más del 95% de los impuestos directos
La deuda de la contribución indígena en 1846 aún habría sumado 80.493 pesos y
4,25 reales, incluso si asumimos que no se pagó ni un solo real de todos los demás
impuestos directos debidos en Puno para 1846. Resté este monto de la cantidad de-
bida según las matrículas y llegué a la cifra de 226.432 pesos, 5,75 reales, realmente
pagados por las contribuciones de indígenas en Puno durante 1846. La división de
dicha suma mediante el número de tributarios listados en las matrículas dio la con-
tribución india media pagada por tributario.
91. Sánchez Albornoz, Indias, 43.
92. En Azángaro, la proporción de originarios a forasteros era de 1:6.6 en 1786, 1:45 en
1825—1829 y 1:7.3 en 1843.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 219


tributarios creció durante el temprano periodo independiente, el núme—
ro de originarios creció también proporcionalmente. En los padrones
de mediados de la década de 1820, el número de originarios creció con
mayor rapidez aun que el de los forasteros, lo que sugiere que algunos
de estos últimos, que durante largo tiempo habían tenido menos que
una asignación completa de tierras en el interior de las comunidades,
se pasaron ahora temporalmente a la categoría de originarios, quizás
para conservar así la distinción respecto de aquellos otros campesinos
que 5010 entonces recibieron un título de tierra mediante las medidas de
reforma agraria.93
Esto causó gran confusión entre los comisionados provinciales en—
cargados de elaborar los padrones de tributarios para la contribución
de indígenas. Luego de que cada terreno de los campesinos hubiese sido
confirmado por las leyes de la década de 1820, ¿cuánto sentido tenía dis—
tinguir aún entre originarios y forasteros? Aunque la distinción podía
todavía reflejar la distinta cantidad de tierra controlada por los miem—
bros de cada grupo en las antiguas comunidades, ahora había muchos
forasteros con tanta tierra fuera de las comunidades de origen colonial
como las que las familias de originarios controlaban dentro de ellas. El
padrón de 1830 para la provincia de Huancané reunía a todos los tri—
butarios indios bajo la categoría “con tierras”; el de 1850 para la misma
provincia distinguía nuevamente entre originarios y forasteros, subra—
yando, sin embargo, que los miembros de ambos grupos tenían tierras.
Los padrones de las provincias de Lampa, Carabaya y Azángaro distin—
guían mayormente entre tributarios “con tierras” y “sin tierras”, inclu—
yendo esta ultima categoría a entre dos tercios y cuatro quintas partes de
todos los tributarios. Y el último padrón de la contribución de indíge—
nas de la provincia de Chucuito, de 1853, un año antes de su abolición,
adoptó una categorización mucho más diferenciada de los tributarios en
originarios, forasteros, uros, sacristanes, mestizos y yerbateros (recolec—
tores de forraje); esta atomización de las categorías también caracterizó

93. La decreciente tasa tributaria media per cápita debida de 1825-1829 a 1843 se debe a
la renovada caída de la proporción entre originarios y forasteros en Azángaro entre
1825-1829 y 1843.

220 [ NILS JACOBSEN


a los padrones de tributarios indígenas al otro lado de la frontera, en
Bolivia, a mediados del siglo XIX.”
Estas diversas categorizaciones ya no reflejaban el acceso diferen-
ciado a la tierra por parte de distintos grupos de campesinos indios: los
patrones de tenencia de la tierra en provincias vecinas como Huancané
y Azángaro, eran demasiado similares como para prestar credibilidad
a los datos de los padrones, según los cuales todos los campesinos de
Huancané poseían tierras, mientras que las tres cuartas partes de los
de Azángaro no tenían nada. Las listas más bien reflejaban ahora unas
diferencias de estatus profundamente arraigadas entre los campesinos
de comunidades indias, junto con los intereses fiscales del gobierno de
mantener el número de campesinos que pagaban la contribución com-
pleta como originarios.95
La causa fundamental de la caída en la recaudación de la contri-
bución indígena fueron las “quiebras”, esto es la incapacidad de las au—
toridades distritales y provinciales para hacer que todos los tributarios
indígenas pagaran. En 1846 los indios del departamento de Puno deja-
ron de pagar más de la cuarta parte de la contribución que debían; este
no fue un incidente aislado, ya que para entonces se habían acumulado
más de 450 mil pesos en deudas de años anteriores.96 Durante su manda-
to como prefecto de Puno entre junio de 1834 y marzo de 1835, Ramón
Castilla suplicó continuamente a los subprefectos en las provincias que
remítieran las deudas largamente pendientes a la tesorería departamen—
tal, al parecer con poco éxito. Luego de que les hubiese recordado re—
petidas veces desde fines de junio, que debían remitir rápidamente las
sumas aún adeudadas por la contribución del periodo de San Juan (a
ser recolectada en o alrededor del 24 de junio), el 18 de octubre Castilla

94. Macera, Tierra ypoblación, 1: 257—266. Los mas eran los restos de un antiguo grupo
étnico del Altiplano. Los sacristanes y yerbateros al parecer eran campesinos de co—
munidad cuyas familias tradicionalmente ocupaban ciertos cargos.
95. Ya en la década de 1790, Tadeo Haenke consideraba que la distinción entre origi-
narios y forasteros era “ridícula”, pues los forasteros “hoy son tan originarios como
aquellos que llevan la etiqueta, y probablemente más acomodados”; Haenl<e, Des—
cripción del Perú, 111.
96. Para cifras y fuentes precisas, véase la n. 90. Para el caso del Cuzco, cfr. Peralta Ruiz,
En pos del tributo, caps. 3-4.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES [ 221


amenazó a las subprefectos con cesarlos de no haber rendido las cuentas
de dicho periodo para ñnes de mes. Pero para el 17 de noviembre esta—
ba engatusándoles, diciéndoles que debían llevar a cabo la recolección
de la contribución para el periodo de Navidad “desplegando toda [su]
energía, influencia y autoridad en la provincia”, y comenzar a remitir “la
mayor cantidad posible” a la tesorería departamental “sin omitir medida
alguna para efectuar el pago de las grandes deudas pasadas”.97
Los subprefectos eran reemplazados en poco tiempo debido a los
nombramientos que los cambiantes gobiernos nacionales hacían por ra—
zones de patronazgo, y a menudo permanecían en el cargo por menos de
un año. Ellos tenían grandes dificultades para regularizar la cobranza
de los impuestos en sus provincias, y su desempeño rara vez era supervi-
sado mediante las “residencias”, tal como lo prescribía la ley.” No cabe
duda de que los subprefectos nombraban nuevos gobernadores de dis—
trito con igual frecuencia, y eran estos quienes realmente supervisaban
la cobranza de la contribución personal. La inestabilidad de la adminis—
tración local y provincial debilitó la capacidad de las autoridades para
recaudar la contribución, y brindó mayores oportunidades a algunºs
gobernadores y subprefectos de engañar a la tesorería reteniendo parte
de lo recaudado. Por un lado, en esta situación los campesinos indígenas
tal vez encontraron más fácil evadir el pago. Y del otro, la recolección se
hizo más arbitraria puesto que dependía de la actitud y la capacidad de
hacerla cumplir de cada funcionario local, que a menudo era él mismo
un indígena acomodado o un pequeño terrateniente mestizo,”

97. Circulares, Ramón Castilla a cinco subprefectos del departamento de Puno, 18 de


oct. de 1834 y 17 de nov. de 1834, en Instituto “Libertador Ramón Castilla”, Archivo
Castilla, 4: 146, 169.
98. Para el 31 de enero de 1835, cuatro ex subdelegados o subprefectos de Azángaro
debían 28.703 pesos por impuestos no entregados; esta cifra no incluía las deudas
consideradas incobrables; Ramón Castilla al Ministro de Estado en el Departamen—
to de Hacienda, Puno, 6 de feb. de 1835, en ibíd., 4: 223—225; para la inestabilidad
y la naturaleza cuestionada de la administración local, véase Húnefeldt, “Poder y
contribuciones”.
99. Para los procedimientos de recaudación, véase Choquehuanca, Ensayo, 60—61.

222 | NILS JACOBSEN


Aunque a comienzos de la época republicana, los campesinos del
Altiplano septentrional disfrutaron de una mayor estabilidad en el con-
trol de la tierra y enfrentaron levas laborales menos severas y eficaces, así
como niveles de tributación decrecientes, las frecuentes guerras civiles
trajeron consigo un tipo de perturbación que antes de 1810 solo había
surgido con las campañas entre realistas e insurgentes. Dado que mu—
chas de estas luchas se libraron en el sur peruano, el departamento de
Puno se vio convertido una y otra vez en el escenario del reclutamiento y
el aprovisionamiento efectuados por ambos bandos en pugna, especial—
mente entre 1834 y 1844.
A comienzos de 1834, el país se vio envuelto en la lucha por el poder
entre el ex presidente Agustín Gamarra y el presidente electo Luis José
de Orbegoso. En Puno, el viajero francés Etienne, conde de Sartiges, fue
testigo de cómo los soldados de un regimiento que apoyaba a Gamarra
salían de noche y rodeaban los caseríos próximos a la ciudad. En la ma—
ñana sacaron a los hombres hábiles de las chozas, les ataron las manos
y se los llevaron a Puno. “Allí procedieron a cortarles los cabellos y a
marcarles las orejas de modo que pudieran ser reconocidos y ejecutados
en caso de desertar. Los conscriptos eran encerrados en una iglesia con-
vertida en barraca. Los dejaban salir solo dos veces al día para los ejer-
cicios”. Unos días más tarde, cuando de Sartíges pasaba por Lampa, vio
cómo las tropas pertenecientes a una división bajo el mando del coronel
Miguel San Román “actuaban como si estuvieran en un país enemigo:
caballos, mulas, ganado, forraje, alimentos: todo lo exigían en nombre
de la patria”.'ºº
La leva de padres o hijos adultos y la requisa de ganado (el infame
“chaqueo”) y alimentos afectaban inevitablemente el ingreso de las fami-
lias campesinas, especialmente cuando estas depredaciones tenían lugar
en momentos clave del ciclo agrícola. Es probable que las comunidades
campesinas cercanas a los caminos principales, como las de Santiago de
Pupuja, hayan sufrido estos abusos con más frecuencia que las comu-
nidades más remotas de las partes central y oriental de la provincia de
Azángaro. En general, este tipo de explotación a manos de los ejércitos

100. Porras Barrenechea, Dos viajeros franceses, 53, n. d, 55; Markham, Travels, 177. El
reclutamiento causaba tal horror a los campesinos que algunos jóvenes se suicidaban
para escapar a él; véase Bustamante, Apuntes, 90-93.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 223


de los caudillos estuvo marcado por su naturaleza arbitraria y aleato-
ria, lo que hizo que resultara peor para los afectados, aunque tal Vez
perjudicara solo a un limitado número de comunidades durante breves
periodos. Era algo del todo distinto de las más sistemáticas levas anuales
de comienzos del siglo XX, en cuyo transcurso el Ejército registraba el
Altiplano de un extremo al otro, pero también de la aplicación bastante
burocrática de la mita durante el periodo colonial. La explotación del
campesinado indígena por parte de los ejércitos de los caudillos, es una
evidencia más de las estructuras de poder cada vez más imprevisibles y
personalistas del Altiplano rural, durante las primeras décadas posterio-
res a la Independencia.
Hace unos ochenta años, José Carlos Mariátegui afirmó rotunda—
mente que con la independencia del Perú “se inauguró así un régimen
que —cualesquiera hayan sido sus principios— empeoraba en cierto gra-
do la condición de los indígenas en vez de mejorarla”.'ºl Ello no obstante,
durante las décadas que siguieron a la Independencia, el campesinado
indio del Altiplano disfrutó de una mayor autonomía. Liberados de las
medidas coloniales más perjudiciales, como la mita de Potosí y los lími—
tes estrictos que los Borbón fijaron a las dimensiones de las prºpiedades
de la comunidad, los campesinos pudieron consolidar su control sobre
la tierra y reconstruir las instituci0nes comunales, en aquellos asenta-
mientos donde los forasteros habían pasado de ser ocupantes precarios a
propietarios. La legislación agraria simplemente brindó el espacio legal
necesario para esta consolidación. El incipiente Estado central no res-
paldó automáticamente los intereses de las élites provinciales, como sí
lo hicieran los Borbón hasta 1780. El creciente espacio de maniobra del
campesinado indígena fue el resultado tanto de su propia firmeza desde
los días de la rebelión de Túpac Amaru, como también de la prolongada
debilidad de las élites provinciales, en medio de una crisis comercial se-
misecular y una amplia recomposición social.'º2
Sin embargo, su creciente autonomía no necesariamente trajo con-
sigo un bienestar material cada vez más grande. Los campesinos también

101. Mariátegui, “El problema de la tierra”, en sus Siete ensayos, 69.


102. Para el caso del Cuzco, véase Walker, “Peasants, Caudillos, and the State”, caps. 5-6, y
Peralta Ruíz, En pos del tributo, 67.

224 [ NILS JACOBSEN


se vieron afectados por el precio decreciente de sus textiles domésticos.
La caída en la extracción de excedentes no elevó sus ingresos por encima
de lo que podríamos llamar el nivel de subsistencia, como para que todos
pudieran resistir los años malos sin pasar privaciones. La sequía de 1848
inmediatamente produjo una hambruna en Puno al perderse la cose—
cha, y la epidemia de tifoidea de mediados de la década de 1850 devastó
a la población del Altiplano.”3 Pero en lo que toca a los mejores años,
me inclino a coincidir con la observación hecha por Modesto Basadre
y Chocano, subprefecto de Azángaro a comienzos de la década de 1850,
según la cual “el campesino indio de Azángaro, con sus pequeños terre—
nos de cultivo y sus ganados, tenía lo suficiente para cubrir sus limitadas
necesidades”.'º4

La sociedad de Azángaro a comienzos de la época de la Independencia

Todavía en 1810, Azángaro era una provincia en la cual solamente un


puñado de oficiales reales, sacerdotes y empresarios criollos o mestizos
vivía como intrusos y explotadores en medio de un mundo indígena.
Para la década de 1860, las élites no indígenas habían comenzado confia-
damente a verse a sí mismas como las amas legítimas de este mundo, fir—
memente encaramadas sobre la cúspide de una sociedad provincial que
iba haciéndose más estructurada y diferenciada, a pesar de que las ba-
rreras legales de la sociedad colonial de castas estaban desapareciendo.
Hasta mediados del siglo XIX ningún asentamiento en la provincia
había alcanzado el estatus de ciudad. Azángaro fue un corregimiento
de indios durante la época colonial, y el régimen virreinal no recono—
cía centros urbanos que no fueran de españoles. Los pequeños centros
poblados que sí existían a mediados del siglo XVIII surgieron alrede—
dor de las iglesias parroquiales, campamentos mineros e incluso estan—
cias partícularmente importantes.105 Hasta la década de 1820 ningún

103. Min. de Hacienda,Memoría [1849], 8. Para la epidemia de tifoidea de mediados de la


década de 1850, véase el cap. 1.
104. M. Basadre y Chocano, Riquezas peruanas, 144.
105. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 7-8; Urquiaga Vásquez, Huella históri-
ca de Putina, 28-29, 46.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES [ 225


asentamiento contaba con más de 550 residentes, y varios de ellos tenían
menos de 100. En conjunto, estos pequeños núcleos sumaban aproxima-
damente el 6% de la población de la provincia.
Los tres centros más grandes eran Putina, Azángaro yAsillo. Mien—
tras que los dos últimos fueron lugares de cierta importancia en la época
prehispánica, Putina había sido fundado por mineros y estancieros es-
pañoles hacia el año de 1600. Para comienzos del siglo XIX, Putina tenía
considerablemente más pobladores españoles que las otras parroquias
de la província.106 Como “provincia indígena” sin una ciudad españo-
la, los pueblos debieron haber tenido sus cabildos de indios. Pero para
finales del periodo colonial, la intromisión de los criollos y mestizos en
los ex corregimientos de indios había llegado a ser cosa tan común que
algunos de ellos ocupaban cargos de alcaldes y regidores en los cabildos.
Con todo, aún en 1813, la mayoría de los regidores del pueblo de Azánga-
ro seguían siendo indígenas.107 En núcleos más pequeños probablemente
no existían instancias corporativas fuera de las autoridades comunales
indígenas, al menos hasta el establecimiento de la administración repu-
blicana a finales de la década de 1820.
La apariencia física de estos pueblos subrayaba su distancia social
con respecto a las ciudades españolas. A lo más doscientas casas de ado-
be, de baja altura y con techos de paja, se amontonaban alrededor de
las iglesias parroquiales, los únicos edificios imponentes que había en la
provincia. En la mayoría de los pueblos había una plaza frente a la iglesia;
allí se levantaban puestos de mercado y se celebraban las procesiones los
días de culto de los santos patronos. Las calles se extendían “sin ningún
orden”, una mezcla entre un rudimentario plano español en cuadrícula
y los conceptos indígenas de nucleamiento, aunque aglutinados ahora en
torno al templo cristiano.

106. Según un “Padroncillo de confesiones de la doctrina del pueblo de Putina” de 1809,


al menos 117 españoles vivían en la parroquia; véase Urquiaga Vásquez, Huella histó—
rica de Putina, 57-59. En 1813, el vecindario (los ciudadanos españoles) de Azángaro
sumaba apenas ocho familias; véase “Expediente sobre la queja presentada por el
pueblo de Azángaro para que el gobierno virreynal ponga término a los desmanes
que comete el subdelegado [Ramón] Escobedo”, 2 de abril de 1813, BNP, MS. D 656.
107. “Expediente sobre la queja”; Putina tenía alcaldes criollos al menos desde 1792; Ur-
quiaga Vásquez, Huella histórica de Putina, 104.

226 | NILS JACOBSEN


La mayoría de las casas en los pueblos eran de los campesinos. Se
trataba de humildes cabañas rectangulares de adobe, mayormente con
una sola habitación de unos seis por tres metros. No tenían ventanas ni
un techo debajo del tejado de paja; el suelo apisonado servía de piso y
el bajo marco de la puerta se cerraba usualmente con un cuero, ya que
la madera era muy cara en el Altiplano, que no tiene árboles. Detrás de
esta cabaña se extendía un terreno de unos 300 ó 400 metros cuadrados
cercado por un muro de piedra o de adobe; en este cerco se cuidaban los
animales y se almacenaban el forraje, el combustible, los implementos
agrícolas y otras herramientas. Varias de estas casas permanecían vacías
durante la mayor parte del año, puesto que pertenecían a campesinos
indígenas que vivían en sus estancias en el campo circundante, y que
pasaban algún tiempo en los pueblos solo durante los días de mercado, o
en las semanas de las principales festividades, 0 bien mientras realizaban
negocios oficiales. Otras cabañas en las afueras de los pueblos eran habi-
tadas permanentemente por campesinos que poseían tierras en las inme—
diaciones. La distinción entre un espacio “urbano” y el campo era fluida.
Las residencias de los ciudadanos notables eran más grandes y es—
taban mejor amobladas que las de los campesinos, pero compartían
el mismo tipo de materiales de construcción y de utensilios domésti-
cos. Las “casas completas”, que es como José Domingo Choquehuanca
denominara a las residencias de la élite, se distinguían por tener “una
puerta a la calle, un patio y todas las demás características de comodí-
dad y seguridad que se esperan de una casa”.108 Tenían piso de madera,
paredes enlucidas, algunos muebles, platos y cubiertos de plata produ—
cidos localmente o en alguno de los muchos pueblos de los Andes del
sur, célebres por una artesanía en particular. Las mercaderías europeas
eran escasas y consideradas posesiones valiosas hasta por los ciudada—
nos más acomodados. Para Choquehuanca, los ciudadanos notables de
Azángaro aún vivían “a la rústica” en fecha tan tardía como el decenio
de 1820, en casas que dejaban mucho que desear desde el punto de vista
del confort moderno, y ni qué decir del lujo. Mientras que las residen-
cias de los comerciantes, mineros y los terratenientes más importantes
en ciudades como Puno, Arequipa 0 el Cuzco estaban valoradas en tres

108. Choquehuanca, Ensayo, 15,11. 1.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 227


mil a seis mil pesos o más, en la provincia de Azángaro apenas si había
una casa que valiera más de 900 pesos, costando las simples cabañas de
los campesinos apenas unos 20 pesos. Incluso estas modestas y rústicas
residencias de la élite fueron escasas en Azángaro hasta después de la
Independencia. Choquehuanca contaba 30 en Putina, 23 en Azángaro y
apenas seis en Asillo; varios pueblos no tenían casa alguna con patio 0
puertas de madera.109
En estilo, tamaño y comodidades, había pocas diferencias entre las
casas de los pueblos y los complejos de edificaciones en el campo. Allí los
campesinos vivían en pequeñas concentraciones de cabañas del mismo
tipo, a menudo agrupadas intrincadamente de modo tal que revelaban
las relaciones existentes entre la familia nuclear y el grupo de descen—
dencia patrilineal. Los “caseríos” de las estancias del Altiplano no tenían
nada de la grandeza de muchas haciendas coloniales mexicanas, o in—
cluso de sus grandes contrapartes del Cuzco. Los caseríos de la mayo—
ría de las haciendas estables podían ser de dos patios de profundidad,
dedicándose las habitaciones alrededor del segundo patio a almacenar
papas, lana, cueros y chalonas de oveja, o a producir quesos. A un cos—
tado podía haber una capilla, “indecentemente vacía y carente de los
adornos necesarios”, dedicada al santo patrono local conmemorado por
algún milagro o aparición;“º sin embargo, la mayoría de las haciendas
no contaban con ella. Para darle al caserío un aspecto más grandioso
y digno, el camino de acceso que llevaba a la puerta principal estaba a
menudo flanqueado por gráciles árboles de kkolli. Mientras que las es—
tancias campesinas se hallaban dispersas a lo largo del paisaje, en medio
de amplias llanuras, a orillas de un río o en las laderas, los complejos de
edificaciones de las haciendas tendían a levantarse al pie de los cerros,
ligeramente por encima de la pampa que tenían al frente. Es posible que
tal ubicación haya sido elegida para una mejor defensa contra campesi—
nos rebeldes.
Hasta la década de 1820, Azángaro fue una sociedad rural demasia—
do rústica como para que los patrones de consumo sirvieran como un

109. Ibid., 15-52; el valor medio de las “casas completas” a finales de la década de 1820 era
de 417 pesos, y 24 pesos las “incompletas” (chozas campesinas de una habitación).
110. Choquehuanca, Ensayo, 17, n. 2; Sallnow,“Manorial Labour”, 39—56.

228 | NILS JACOBSEN


criterio importante de distinción social. “Antes del actual régimen [es
decir, el Perú independiente] la mayoría de la gente vestía bayetas y otros
materiales bastos”, observó Choquehuanca, pero “mientras que nues—
tros padres amontonaron oro y plata, vivían tristemente, sin disfrutar
de las comodidades de una sociedad civilizada”.“' Las jerarquías sociales
eran conñguradas por los privilegios y la autoridad provenientes de los
modestos cargos civiles y eclesiásticos, y a través de la posición que una
persona tenía en el sistema de castas. Las distinciones eran subrayadas y
actualizadas por el lugar y el honor asignados a las familias en las fiestas
religiosas y en las ceremonias civiles, tales como los homenajes realiza—
dos para los dignatarios que arribaban a la provincia.
Pero en el inestable contexto de comienzos del siglo XIX, los pri-
vilegios y la autoridad parecen haber sido unos endebles puntales de la
jerarquía social. Para 1806, el recientemente formado Regimiento de
Dragones de la Milicia de Azángaro, que debía haber ofrecido a criollos
vacíos en las
y mestizos un espacio de distinción social, ya tenía lugares
filas de sus oficiales. El ayudante Cayetano Castro había dejado la pro—
Montesinos, de la Se-
vincia y nadie sabía su paradero; el capitán Nicolás
gunda Compañía, estaba viviendo en el Cuzco hacía dos años; el capitán
Mariano Cáceres, de la Décimo Primera Compañía, estaba ausente y era
alcalde interino en un pueblo de la provincia de Apolo, en el virreinato
de Buenos Aires; el teniente Juan Balenzuela, de la Duodécima Compa-
el
ñía, había huido luego de cometer actos dañinos a los reales intereses;
teniente de granaderos Carlos Velarde había partido al Cuzco y casado
con una mujer indígena sin permiso.112 Las cosas empeoraron después
de la Independencia. La milicia provincial, ahora llamada Regimiento
Cívico de Caballería, era “puramente nominal”. Los oficiales comisio-
nados para liderar unidades en los distritos vecinos rehusaban ir para
“no tener que descuidar el cuidado de su hogar, ni incurrir en onerosos
gastos”. La lista de miembros de carrera del ejército incluía a hombres
mayores e inválidos. Al estar limitado a los mestizos de la provincia,
el

111. Choquehuanca, Ensayo, 65; para observaciones similares sobre una comunidad de
ganaderos en México a mediados del siglo XIX, véase González, Pueblo en vilo, 104-
105.
1 12. “Regimiento de Dragones del Partido de Azángaro, provincia de Puno”, 6 de oct. de
1806, BNP.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES |


229
número de hombres disponibles era muy reducido. El regimiento solo
existía sobre el papel.113
Más desconcertante desde la perspectiva de los privilegiados, era
que las formas de sumisión y de piadoso respeto que la élite provincial
usualmente esperaba de los indios durante la época colonial, se relajaro n
temporalmente con la afectación ideológica igualitaria de la incipiente
república. “Ha sido notable, en los cinco años transcurridos desde la In—

dependencia, que dicha sumisión servil está comenzando a desaparecer;


por dicha razón quienes están acostumbrados a ver a los indios temblar
se encuentran con que el mundo está perdido y que ya no hay más res—
peto ni subordinación”.'H
Para liberales como José Domingo Choquehuanca, la crisis de au—
toridad y privilegios era deseable. El subrayó otro criterio de estratifi—
cación, más acorde con su creencia en la perfectibilidad del individuo
mediante la educación, la diligencia y aplicación. Para Choquehuanca,
la distribución del ingreso y la propiedad eran de importancia capital>
no obstante reflejar aún las inequidades del tiránico régimen español_
Las normas e instituciones liberales de la república permitirían a todos
mejorar su situación. En 1830 la distribución de la riqueza en Azángaro
demostraba tanto los efectos duraderos de la sociedad de castas colonial,
como el empobrecimiento que la provincia sufriera durante las décadas
precedentes.
Choquehuanca siguió un índice combinado del ingreso y la propie_
dad, basado al parecer en la noción ñsiocrática de la renta neta, y dividió
la población de Azángaro en tres “clases” básicas: “ricos”, “acomodados”
y “pobres”. Con respecto a la “pobreza de la provincia”, el consideraba
que eran ricos aquellos que “poseen valores de hasta 50,000 pesos y que
pueden vivir en abundancia ya que su consumo es menor que sus in—
gresos”. Con esta vaga definición solo encontró tres personas ricas en la
provincia, dos de ellos curas y la tercera un terrateniente.
Los acomodados eran definidos como aquellos “que pueden vivir
sin necesidad y que asi pueden pagar todos los impuestos que deben
y
sufragar todos los demás gastos necesarios”. Choquehuanca subdividió

113. Choquehuanca, Ensayo, 16, n. 1, 60.


114. Ibid., 68.

230 [ NILS JACOBSEN


esta “clase” en tres grupos de personas según sus “ahorros y comodidad
material”. La capa superior comprendía al resto de los párrocos, unas
diez personas que estaban en posición de acumular fondos gracias a los
a veces sustanciosos derechos parroquiales. Les seguían los “viejos pro-
pietarios, comúnmente llamados hacendados. Estos solo llegan a trece
[familias], aunque los cuadros muestran 70 fincas de propietarios priva—
dos […] Las otras fincas son simplemente pequeñas propiedades, cuyos
productos difícilmente bastan para subsistir”. El estrato inferior de los
acomodados comprendía a los “nuevos propietarios” ——los indios que se
habían beneficiado con las leyes agrarias de la década de 1820— y algu-
nos mestizos que poseían tierras o ejercían algún “comercio industrial”.
Entre ellos deben haber estado los propietarios de las pequeñas fincas.
Choquehuanca colocó a las dos terceras partes de la población indígena
de la provincia en las filas de los “nuevos propietarios”.
Los pobres reunían a los indios restantes y “otros habitantes”. “Su-
fren todo tipo de privación por falta de alimentación y otras necesidades
vitales; son tan pobres que en años de escasez comen raíces y muchos
se mueren de hambre”. Choquehuanca enfatizó que estas eran personas
muy trabajadoras que intentaban pagar sus tributos y derechos parro-
quiales, lo que venía a ser un elocuente comentario sobre el peso que las
exacciones del Estado y de la Iglesia tenía sobre los pobres del campo.“5

115. Ibíd., 60. El estimado implícito del tamaño de la clase de los pobres efectuado por
india—— es
Choquehuanca —fundamentalmente una tercera parte de la población
alto. En este grupo quedaban incluidos los campesinos realmente sin tierras —me-
nos del 10% del campesinado indio, según mis estimados— y los colonos de las
haciendas, aunque resulta difícil saber por qué su forma de ganarse la vida habría
sido menos segura que la de los campesinos de comunidad medianos. Pero según
mis estimados, estos dos grupos juntos daban cuenta de apenas alrededor del 23%
del campesinado indio. Si el estimado que Choquehuanca hizo de la población pobre
de la provincia no es simplemente demasiado elevado —una posibilidad sumamente
probable—, entonces tal vez los más pobres de los “nuevos propietarios” también
sufrían una periódica escasez que amenazaba su vida. A continuación figuran mis
estimados del campesinado indio de Azángaro (excluyendo a Pote, Taraco y Pusi),
según el estatus de tenencia de la tierra y las categorías fiscales entre 1826 y 1835:
colonos en las haciendas, 13,8%; originarios, 22,3%; forasteros con tierras, 54,7%;
forasteros sin tierras (excluyendo a los colonos), 9,1 %; para las fuentes ylos métodos
de cálculo, consúltese Iacobsen, “Land Tenure”, pp. 834-841, ap. 2.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 231


número de hombres disponibles era muy reducido. El regimiento solo
existía sobre el papel.…
Más desconcertante desde la perspectiva de los privilegiados, era
que las formas de sumisión y de piadoso respeto que la élite provincial
usualmente esperaba de los indios durante la época colonial, se relaja
ro n
temporalmente con la afectación ideológica igualitaria de la incipiente
república. “Ha sido notable, en los cinco años transcurridos desde la In-
dependencia, que dicha sumisión servil está comenzando a desaparecer;
por dicha razón quienes están acostumbrados a ver a los indios tembla r
se encuentran con que el mundo está perdido y que ya no hay más
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peto ni subordinación”.“'*
Para liberales como José Domingo Choquehuanca, la crisis de au_
toridad y privilegios era deseable. El subrayó otro criterio de estratifi—
cación, más acorde con su creencia en la perfectibilidad del individuo
mediante la educación, la diligencia y aplicación. Para Choquehuanca,
la distribución del ingreso y la propiedad eran de importancia
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no obstante reflejar aún las inequidades del tiránico régimen e5pañ01_
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mejorar su situación. En 1830 la distribución de la riqueza en Azánga ro
demostraba tanto los efectos duraderos dela sociedad de castas colonial,
como el empobrecimiento que la provincia sufriera durante las décadas
precedentes.
Choquehuanca siguió un índice combinado del ingreso y la propie-
dad, basado al parecer en la noción ñsiocrática de la renta neta, y dividió
la población de Aza'ngaro en tres “clases” básicas: “ricos”, “acomodados”
y “pobres”. Con respecto a la “pobreza de la provincia”, el consideraba
que eran ricos aquellos que “poseen valores de hasta 50,000 pesos y que
pueden vivir en abundancia ya que su consumo es menor que sus in—
gresos”. Con esta vaga definición solo encontró tres personas ricas en la
provincia, dos de ellos curas y la tercera un terrateniente.
Los acomodados eran definidos como aquellos “que pueden vivir
sin necesidad y que asi pueden pagar todos los impuestos que deben
y
sufragar todos los demás gastos necesarios”. Choquehuanca subdividió

113. Choquehuanca, Ensayo, 16, n. 1, 60.


114. Ibíd., 68.

230 ] NILS JACOBSEN


esta “clase” en tres grupos de personas según sus “ahorros y comodidad
material”. La capa superior comprendía al resto de los párrocos, unas
diez personas que estaban en posición de acumular fondos gracias a los
a veces sustanciosos derechos parroquiales. Les seguían los “viejos pro-
pietarios, comúnmente llamados hacendados. Estos solo llegan a trece
[familias], aunque los cuadros muestran 70 fincas de propietarios priva—
dos […] Las otras fincas son simplemente pequeñas propiedades, cuyos
productos difícilmente bastan para subsistir”. El estrato inferior de los
acomodados comprendía a los “nuevos propietarios” —los indios que se
habían beneficiado con las leyes agrarias de la década de 1820— y algu-
nos mestizos que poseían tierras o ejercían algún “comercio industrial”.
Entre ellos deben haber estado los propietarios de las pequeñas fincas.
Choquehuanca colocó a las dos terceras partes de la población indígena
de la provincia en las filas de los “nuevos propietarios”.
Los pobres reunían a los indios restantes y “otros habitantes”. “Su—
fren todo tipo de privación por falta de alimentación y otras necesidades
vitales; son tan pobres que en años de escasez comen raíces y muchos
se mueren de hambre”. Choquehuanca enfatizó que estas eran personas
muy trabajadoras que intentaban pagar sus tributos y derechos parro-
quiales, lo que venía a ser un elocuente comentario sobre el peso que las
exacciones del Estado y de la Iglesia tenía sobre los pobres del campo.115

115. Ibid., 60. El estimado implícito del tamaño de la clase de los pobres efectuado por
índia-—— es
Choquehuanca —fundamentalmente una tercera parte de la población
alto. En este grupo quedaban incluídos los campesinos realmente sin tierras —me-
de las
nos del 10% del campesinado indio, según mis estimados—— y los colonos
haciendas, aunque resulta difícil saber por qué su forma de ganarse la vida habría
sido menos segura que la de los campesinos de comunidad medianos. Pero según
mis estimados, estos dos grupos juntos daban Cuenta de apenas alrededor del 23%
del campesinado indio. Si el estimado que Choquehuanca hizo de la población pobre
de la provincia no es simplemente demasiado elevado ——una posibilidad sumamente
probable—, entonces tal vez los más pobres de los “nuevos propietarios” también
sufrían una periódica escasez que amenazaba su vida. A continuación figuran mis
estimados del campesinado indio de Azángaro (excluyendo a Foto, Taraco y Pusi),
según el estatus de tenencia de la tierra y las categorías fiscales entre 1826 y 1835:
colonos en las haciendas, 13,8%; originariºs, 22,3%; forasteros con tierras, 54,7%;
forasteros sin tierras (excluyendo a los colonos), 9,1 %; para las fuentes y los métodos
de cálculo, consúltese Iacobsen, “Land Tenure”, pp. 834-841, ap. 2.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES ] 231


La clasificación de Choquehuanca reproducía viejas ideas sobre el
bienestar relativo de la gente, que distinguía entre aquellos que se en-
riquecían, al exceder sus “rentas” a sus necesidades; aquellos que lleva—
ban una vida segura, más o menos cómoda, sin acumular riquezas ni
verse amenazados por el hambre; y aquellos que vivían constantemente
amenazados por la necesidad. Durante los primeros años después de la
Independencia, Azángaro fue, en términos económicos, una sociedad
comparativamente homogénea, con muy poca gente que “acumulaba ri—
queza” y una amplia mayoría de personas que vivían más o menos bien,
sin pasar necesidades. Pero existía una minoría sustancial de campesi—
nos pobres, algunos de ellos sin tierras, cuyo bienestar peligraba seria-
mente en años de escasez. Choquehuanca enfatizaba este problema para
demostrar la herencia de explotación e ignorancia dejada por el colo—
nialismo hispano. Los precios decrecientes de los bienes artesanales y
la reducción de las redes comerciales de larga distancia, golpearon con
mayor dureza a aquellos campesinos que para su reproducción familiar,
o no tenían tierras 0 tenían muy pocas, e igual sucedía con su capital ga—
nadero. Con todo, este grupo era quizás más pequeño de lo que el autor
sugiere, y en las primeras décadas después la Independencia ciertamente
no estaba creciendo.
Llama la atención que los párrocos estuvieran en la cima de la socie-
dad azangarina en términos del ingreso. Es posible que Choquehuanca
haya exagerado este punto debido a sus inclinaciones anticlericales. Sin
embargo, esta situación subraya las proporciones relativamente modes—
tas de la riqueza terrateniente en el Altiplano, en el temprano periodo
posterior a la Independencia, y sugiere que los curas sobrevivieron a las
guerras y a la dislocación del comercio en mejor pie que otros grupos
de la élite. Los párrocos supuestamente ganaban entre dos mil y cuatro
mil pesos anuales por bautismos, funerales, matrimonios, ceremonias
por los santos patronos y ofrendas de altar.116 Estas cifras pueden ser
irrealmente altas, pero hasta los 1.500 pesos que el padre Bonifacio Deza
(párroco del pueblo de Azángaro, el beneficio más lucrativo de la provin—
cia) obtenía según el padrón de 1850, representaban una enorme suma

116. Choquehuanca, Ensayo, 15—48.

232 | NILS JACOBSEN


de dinero para la sociedad altiplánica de la época. Los curas continuaron
encontrando maneras de extraer recursos a sus feligreses indios.117
Acá no necesitamos abundar en la situación económica de los ha—
cendados. Choquehuanca simplemente confirma lo que ya se sugirió,
esto es que solo había aproximadamente una docena de grandes hacien-
das en la provincia y que todas experimentaban una mala época, redu—
ciendo así la renta que sus dueños podían esperar obtener. Sin embargo,
el estrato inferior de los acomodados requiere de un mayor examen.
Aquí Choquehuanca colocó no solo a los dueños de las pequeñas fincas
también a aquellos
y a la gran mayoría de campesinos indígenas, sino
que ejercían algún comercio. En otras palabras, el sugería que en lo que
toca a su bienestar económico, grupos diversos eran en realidad bastante
indiferenciados. Los ingresos y los niveles de vida no habían abierto un
de finca, el comerciante
gran abismo entre el pequeño propietario una y
muchos campesinos indígenas.
Durante las primeras décadas posteriores a la Independencia, las
actividades artesanales y el comercio conformaban dos sectores más o
menos distintos en Azángaro. Un pequeño número de comerciantes,
tenderos y artesanos en la capital provincial y en los pueblos más gran-
colo—
des, ganaba un ingreso modesto pero suficiente en sí mismo para
carlo entre los acomodados, ese vago sector intermedio de una sociedad
rural más bien pobre. Sin embargo, la gran mayoría de quienes comer—
de
ciaban, era campesinos. En su caso, la venta de unos cuantos cestos
de fabricación
hojas de coca, una o dos arrobas de maíz, algunas bayetas
doméstica, o cerámica, le sumaba una pequeña cantidad de dinero a ho-
de ganado.118
gares por lo demás basados en la agricultura y la crianza
El padrón de la contribución general de industrias de 1850 confirma
el escaso número y la magra posición económica de los artesanos, co-
merciantes y profesionales “urbanos” a tiempo completo. El impuesto

117. “Contribución general de industria, Padrón de contribuyentes del Pueblo de Vil-

capaza, Capital de la Provincia de Azángaro que empieza a regir desde semestre


el

de San Juan de 1850”, archivo privado de Augusto Ramos Zambrano, Puno; para el
estilo de vida de los sacerdotes en el Altiplano alrededor de 1850, véase Herndon y
Gibbon, Exploration, 2: 88; Mórner, The Andean Past, 133.
1 18. Altamirano, “La economía campesina”, 93-130, sugiere el papel preponderante que la
producción artesanal tenía para la subsistencia campesina.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 233


era fijado a una tarifa plana de 4% del ingreso anual por encima de los 50
pesos derivados del comercio, la producción artesanal, las profesiones, el
funcionamiento de las fincas arrendadas y el empleo no gubernamental
(por ejemplo, administradores de hacienda).119 De 67 hogares dedicados
principalmente a estas actividades en el distrito de Azángaro, solo 23 ob—
tenían de su “industria” un ingreso mayor a los 50 pesos. Sus ganancias
variaban entre 88 y 200 pesos, siendo el ingreso más alto listado el de
un abogado, el cobrador provincial del diezmo eclesiástico, y un comer—
ciante. Se declararon 27 jefes de hogar “sin ocupación lucrativa” o “sin
propiedades”. Estos deben haber sido comerciantes, artesanos, tenderos
y posiblemente unos cuantos empleados con un ingreso monetario tan
bajo que quedaron dispensados del impuesto.120
Sin embargo, el número de hogares que complementaban sus in—
gresos mediante actividades artesanales o comerciales continuó siendo
elevado. En el censo de población de 1862, cerca del 50% de todas las
per-
sonas en el pueblo de Azángaro para las que se señaló alguna ocupación
fue listado como comerciantes, tenderos o artesanos (los trabajadores
textiles inclusive; véase la figura 4.1). En general, no había blancos en—
tre los artesanos, fueran estos albañiles, panaderos, fabricantes de velas,
tintoreros o plateros; la mayoría eran varones indios. La artesanía jugaba
un papel particularmente prominente para la pequeña población clasi—
ficada como mestiza. Excepción hecha de unos cuantos sastres varones
blancos, la todavía importante producción textil era controlada por mu-
jeres de toda procedencia étnica. Casi todas las mujeres blancas en este
sector trabajaban como costureras. Ellas eran viudas o esposas en hoga—
res de dueños de fincas o de comerciantes relativamente pobres. Mien—
tras que las mestizas en este sector se dividían por igual entre costureras
e hilanderas o tejedoras, casi todos los trabajadores textiles indígenas
era hilanderos o tejedores. Salvo por unos cuantos mestizos, la artesanía
proporcionaba solo un ingreso complementario para los hogares, y hasta
el puñado de artesanos a tiempo completo
que había en Azángaro, pro—
bablemente tenía acceso a algunas tierras para su subsistencia.

119. Véase Dancuart y Rodríguez, Anales, 2: 134; Calle, Diccionario, 3: 324-326.


120. “Contribución general de industria”, archivo privado de Augusto Ramos Zambrano,
Puno.

234 | NILS JACOBSEN


Figura 4.1
OCUPACIONES EN LA CIUDAD DE AZÁNGARO POR GRUPO ETNICO, 1862

Trabajadores
textiles
Propietarios
de tierras
23,4%
Empleados
administrativos
2,6%

Profesionales
27,3%
Comerciantes,
arrieros, tcnderos
26,0%

Eclesiástieos
3,9%

Agricultores , .
Profesronales
Propietarios pastores
.
0 ' 3u/º
de tierras 10,9%
0,8%

C_omercjanáes, Empleados
arrrercl>s,6eo/n
eros domésticos
' “ 39,5%

Artesanos
13,7%

Trabajadores Emgleados
textiles admimstrat1vos
21,7% 1,5%

Arriba: blancos. Abajo: indios.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 235


Agricultores, Empleados
pastores domésticos
5,7%
Empleados
administrativos
2,8%

Comerciantes,
arrieros, tenderos Tr abaJº_ldºfºs
_

37,2% textiles
25,7%

Artesanos
17,1%

Agricultores, Profesionales Eº1%5íáftíººs


pastores 4,4% X '6Á'
8,8% …,

Propietarios Emplea-dos
de tierras domésticos
4,2% 31,5%

Comerciantes,
arrieros, tenderos
15,6%

Empleados
administrativos
1,8%

Artesanos
Trabajadores
_

l l 8%
,
textiles
21 ,2%

Arriba: mestizos. Abajo: todos los grupos étnicos.


Fuente: manuscrito del censo de 1862, BMP.

236 ] NILS JACOBSEN


El comercio y la administración de tiendas eran las únicas ocupa—
ciones en el censo de 1862, a las cuales un gran número de personas de
los tres grupos étnicos tenían acceso. El rango de los ingresos prove—
nientes del comercio era mayor que entre los artesanos. Algunas de las
familias más prósperas de la sociedad provincial azangarina practicaban
el comercio, usualmente en conjunción con la propiedad de haciendas.
Juan Paredes pertenecía al pequeño grupo que tenía un considerable in—
greso proveniente del comercio, de 200 pesos anuales según el padrón de
1850. Este tipo de actividad requería de una extensa red de contactos y
acceso al crédito, que permitiera el intercambio de muchas mercancías
distintas. En el otro extremo de la jerarquía comercial se hallaban algu-
nos campesinos indígenas, que después de completar la cosecha hacían
uno o dos viajes anuales a la montaña o a los valles alrededor del Cuzco
0 Arequipa. Su comercio era pequeño en volumen y especializado en
lo que toca a los productos intercambiados. Casi todas las mujeres ac-
tivas en el comercio eran o tenderas o administraban chicherías. Estas
actividades producían un magro ingreso monetario cuando no estaban
directamente asociadas con el comercio propiamente dicho de produc-
tos ganaderos, alcohol, maíz, azúcar o bienes importados por algún otro
miembro del grupo familiar, puesto que las tiendas minoristas puras 5010
vendían una pequeña cantidad de mercadería. Aunque las actividades
mercantiles podían generar un retorno respetable para los estándares
de
provinciales, los practicantes del comercio se hallaban estratificados
modo bastante rígido a lo largo de líneas étnicas y de género, tanto como
los artesanos. Pero esta no era una clara división “urbano”-rural, ya que
muchos artesanos y comerciantes campesinos vivían en los pueblos.…
Los indios de Azángaro, que a lo largo del siglo XIX continuaron
conformando cerca del 90% de la población provincial, estaban d1feren-
ciados internamente por múltiples aspectos: diferencias de estatus entre
curacas, originarios y forasteros, o entre colonos de hacienda y campesr—
nos de comunidad; diversos niveles de cargos honoríficos en comunida—
des y parroquias; y las dimensiones puramente económicas del ingreso y
la riqueza. El estatus y la condición económica aún coincidían en grado
considerable en definir la posición de muchas familias, pero los indios

121. Véase Orlove, “Urban and Rural Artisans”, 209.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 237


de Azángaro hacía tiempo que habían dejado de formar parte de
una
jerarquía social integrada y unidimensional.
Todavía en la década de 1870, más de las tres cuartas partes de los
indios de la provincia vivían fuera de las haciendas ganaderas y esta—
ban en cierto modo asociados con algún ayllu o parcialidad. La dife-
renciación económica entre estos campesinos de comunidad dependía
principalmente del acceso a la tierra, que determinaba el tamaño de los
rebaños que una familia podía poseer. Como ya se señaló, las reformas
agrarias de la década de 1820 habían reducido las diferencias entre cura-
cas, originarios y forasteros en términos de su acceso a la tierra, pero en
las décadas inmediatamente posteriores estas diferencias aún no habían
desaparecido del todo. Aunque ahora muchos forasteros poseían tierras
suficientes para la subsistencia de su familia, lºs campesinos más pobres
con menos tierra probablemente provenían de este grupo, y los más ri-
cos propietarios indígenas podían todavía encontrarse entre los cura—
cas ya oficialmente abolidos. Pero estos últimos seguían disfrutando del
respeto de los comuneros indígenas, y es posible que hayan continuado
recibiendo los servicios laborales y productos de sus comunidades, aun
cuando los antiguos linajes sobrevivientes de curacas nobles estaban
ahora completamente integrados a la élite provincial terrateniente.122
Las familias de curacas menores
que alguna vez tuvieron el poder en
parcialidades individuales, como los Carcausto y Zecenarro Mamani
en Azángaro, los Callohuanca en Asillo, los Amanqui en Arapa,
y los
Carlosvisa en Achaya, seguían teniendo propiedades impresionantes a
mediados del siglo XIX, con rebaños de hasta mil ovejas.123 Los origina-
rios aparentemente también continuaron figurando entre las filas de los
campesinos más acomodados; para la década de 1820 eran mayormente
indístinguibles de los principales, aquellos que ocupaban los cargos más
altos y honorarios, y que estaban exentos de los “servicios mecánicos”.

122. En un camino de montaña, Clements Markham se topó con un “joven activo


y ca-
zador de vicuñas, bien montado y provisto de un arma de fuego”, que sostuvo estar
en una expedición de compra de lana para “el cacique Choquehuanca de Azángaro”;
Travels, 196.
123. Por ejemplo, la estancia San Antonio de Lacconi de los Zecenarro Mamani, en el dis-
trito de Azángaro, tenía en 1862 cien vacas, más de mil ovejas y un "recua sustancial
de caballos y mulas". REPA, año 1862, Patiño, f. 332, n.º 159 (31 de oct. de 1862).

238 | NILS JACOBSEN


Muchos enviaron a sus hijos a residir en Arequipa por algunos años para
que aprendíeran castellano, y vivían a menudo como sirvientes en ho-
gares pudientes…
Cerca de una séptima parte del campesinado indígena de Azángaro
trabajaba como colono en las haciendas ganaderas, un porcentaje que
se incrementó después de mediados de siglo.125 Como los hacendados
no hacían esfuerzo alguno por controlar la economía campesina de los
colonos, sus rebaños variaban entre una docena y quinientas o más ca-
bezas de oveja. Además del derecho de usufructo en los pastizales de la
hacienda y un campo de cultivo, su remuneración dependía del tamaño
de los rebaños de la hacienda que se les encargaba; cuatro reales men—
suales por cada cien ovejas fue una tarifa usual durante la década de
1840.126 Sin embargo, la riqueza 0 pobreza relativa de los colonos depen-
día principalmente de su propia economía campesina, de la cantidad de
de sus
productos ganaderos que pudieran vender o trocar, del tamaño
interna
pr0pios cultivos y de su producción artesanal. La diferenciación
de los colonos era grande, ciertamente mucho mayor que la diferencia
de comu-
en el ingreso entre este grupo como un todo y el campesinado
nidad. Dado que las haciendas a menudo estaban escasas de ganado y
colonos tenemos razón alguna para
que el control sobre los era laxo, no
económica diñriera mucho de la de este últi—
suponer que su situación
mo grupo. La diferencia real entre ambos grupos tenía más que ver
con
cuestiones de estatus y honor que con el bienestar material.
En suma, entre las décadas de 1820 y 1860, la diferencia entre los
la
estratos más ricos y los más pobres de la distribución del ingreso y
propiedad en Azángaro era relativamente pequeña, en comparación
con otros sistemas de hacienda en América Latina. Unos veinte curas y

124. Choquehuanca, Ensayo, 67. A mediados del siglo XIX, las familias establecidas en
dicha ciudad tenían “pajes” indios, muchachos que servían a la dama de la casa y
familias en la sierra
que eran admirados como algo exótico. Se les “compraba” a sus
a cambio de “unas cuantas piastras y una provisión de cacao y brandy”; Marcoy,
Travels, 1: 43-44.
125. Para tasas muy parecidas de mano de obra rural, empleada en las haciendas del de-
partamento del Cuzco en 1845, véase Peralta Ruiz, En pos del tributo,
60—61.

126. Bustamante, Apuntes, 19; “Cuaderno de la Hacienda Quimsachata que corre desde
primero de Agosto de 1841 a cargo del Mayordomo Manuel Machaca”, MPA.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 239


hacendados, algunos de los cuales también eran activos en el comercio,
obtenían un ingreso anual de entre 500 y 1.500 pesos. Sin embargo, la
mayoría de los hacendados no ganaba más de 100 a 200 pesos al año.
Los pocos profesionales de la provincia no ganaban más que esto. Entre
los comerciantes, una pequeña élite con extensas conexiones mercanti-
les ganaba unos 200 o 300 pesos anuales, mientras que la mayoría de los
vendedores ambulantes, tenderos y arrieros indios y mestizos ganaba
entre 20 y 80 pesos por sus esfuerzos. Entre los artesanos la escala era
más baja. Aquí también un grupo pequeño, mayormente de mestizos
que ejercían su oficio en los pueblos, ganaba considerablemente más que
los artesanos indígenas, fueran urbanos o rurales. Por último, el cam—
pesinado, de múltiples estratos, incluía toda la gama desde los grupos de
ingreso intermedio hasta la pobreza absoluta, ganando la mayoría de las
familias campesinas un ingreso bastante inferior a los 100 pesos.
Semejante escala de ingresos debe ser, sin embargo, tomada con
cautela. Como Lewis Taylor señalara para Cajamarca durante el siglo
XIX, “[l]as categorías ocupacionales aplicadas a personas y
grupos so-
ciales particulares —hacendados, mineros, campesinos, trabajadore5,
artesanos, arrieros, mercaderes, etc.— […] tienden a esconder la com-
pleja naturaleza de la vida de la población trabajadora”.127 A mediados
del siglo XIX, y durante largo tiempo después, la población de
Azánga-
ro ——españoles e indígenas, población urbana tanto como rural— de-
pendía de múltiples actividades, combinando la crianza de ganado y la
agricultura con el comercio, la administración de tiendas, la producción
artesanal y la minería.
Las jerarquías de ocupación, propiedad e ingreso aún no habían
cambiado mucho entre fines de la década de 1820 y 1860. Con todo,
después de mediados de siglo la sociedad de Azángaro mostraba una
textura sutilmente diferente. Este cambio no puede ser caracterizado
simplemente como el paso de una sociedad de castas a otra de clase5,
como ha sido sugerido por muchos autores.128 Es cierto que la ubicación
que uno tenía en la jerarquía colonial de castas étnicas, reañrmada por

127. Taylor, “Earning a Living”, 103-104. Para múltiples ocupaciones artesanales dentro
de una sola familia, véase Herndon y Gibbon, Exploration, 2: 69; Mórner, Historia
social latinoamericana, 187-233.
128. Véase por ejemplo Spalding, De indio ¿: campesino, 192.

240 | NILS JACOBSEN


la legislación de la década de 1820, perdió su definición y respaldo legales
como medida de honor y estatus una vez que Ramón Castilla aboliera la
contribución de indígenas en 1854. En su lugar, la élite de provincia defi-
nió su superioridad cada vez más en términos de estilos de vida, ingresos
y propiedades. Estas eran las ideas liberales de una sociedad civilizada
que José Domingo Choquehuanca subrayó en 1831, como la vía que
lle-
varía a Azángaro a superar su herencia colonial de desigualdad racial y
explotación. Pletórico de esperanza en que las leyes e instituciones libe—
rales de la república permitirían a todos los ciudadanos compartir los
beneficios de la civilización y la prosperidad, él percibía que la “parte ci-
vilizada” de la población de Azángaro, conformada principalmente por
autoridades públicas y hacendados, adoptaba poco a poco este nuevo
estilo de vida. Estaban asumiendo “maneras y modos de actuar decentes
en el buen
y agradables” y “costumbres modernas, como por ejemplo
gusto y disposición de la mesa y en las modas”.129
Luego de que el gobierno nacional retirara su apoyo a la sociedad
de castas durante el segundo gobierno de Castilla (1854-1862), las élites
refor-
provinciales comenzaron a utilizar dichas nociones liberales para
estratificación. esta ideología se
zar una reconstituida ideología de Pero
mezcló con los viejos prejuicios étnicos, para crear así una visión nueva
reflejada en
y más polarizada de la sociedad. Esta polarización quedó
los censos. En 1789, solo 561 personas fueron consideradas españolas en
Azángaro, apenas un 1,5% de la población. En dicho año, 3.106 perso-
nas, u 8,6% de la población de la provincia, fue clasiñcada como mes-
tiza, y cerca del 90% como india. El censo de 1876 solamente registró
1.293 mestizos, el 2,8% de la población de Azángaro, mientras que la
población blanca había crecido a 1.308 personas. Ya en el censo de 1862,
la categoría de mestizo había quedado limitada a unos cuantos arrie-
ros, tenderos, artesanos y administradores de haciendas.Ӽ Ellos fueron
transformados en un grupo étnico vago y residual cuyo estilo de vida,
ingreso y condiciones como propietarios no podían ser ubicados con
facilidad en la emergente visión étnica polarizada de la sociedad: de un

129. Choquehuanca, Ensayo, 65.


130. “El Obispado del Cuzco […] año de 1798”, en Mórner, Perfil, 132-133; Dir. de Esta—
dística, Resumen del censo [1876], 93- 109; “Censo de población de 1862, provincia de
Azángaro”, BMP.

LA OLIGARQU|ZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 241


lado, los “civilizados” hacendados, autoridades civiles y eclesiásticas, y
comerciantes prósperos, a los que se consideraba blancos y que lucían
un estilo de vida “moderno”; y del otro, la abrumadora mayoría de in—
dígenas “bárbaros” que persistían en sus “anacrónicas” costumbres.131
En la práctica de las élites republicanas de provincia, las ideas libe—
rales se transformaron, de un llamado moralizador y esperanzado
para
que todos los grupos sociales se emanciparan de las constricciones de
la tiranía “medieval” española, en una justificación de las pretensiones
excluyentes de la supremacía social y el poder político.132 Las leyes agra—
rias de la década de 1820, la abolición de la contribución indígena en
1854 y la aprobación de un Código Civil ampliamente liberal en 1852,
diseñado para fortalecer y esclarecer los derechos de propiedad, no me—
joraron en absoluto la condición de los indios, en términos de su trato
social ni del reconocimiento de sus derechos por parte de los poderosos
locales. Aquellas pocas personas en el Altiplano que a mediados de si—
glo continuaban luchando por la emancipación de los indios, quedaron
consternadas con las prácticas seudoliberales de sus pares. En 1867, Juan
Bustamante, un hombre de negocios y político de la província de Lampa,
que había sido testigo presencial de la revolución francesa de 1848, y que
poco después habría de promover una rebelión indígena, lamentaba la
“horrible condición a la que la casta indígena está sujeta”:

Los generosos esfuerzos de las autoridades ilustradas


por aliviar las nefarias
cargas que abruman a las tres cuartas partes de nuestra población resulta—
ron estériles e impotentes. El indio no se resiste a civilizarse, ni tampoco
es incapaz de convertirse en un ciudadano educado, laborioso, moral e in-
dependiente. […] Las personas opuestas a la regeneración del indio y que
frustraron todo esfuerzo bien intencionado […] se enriquecen a sí mismas
abusando de la ignorancia, la humillación y el abandono del indio. Ellos

131. Para los mestizos en el Cuzco a comienzos de la república, véase Remy, “La sociedad”,
451-484.
132. Con respecto al liberalismo “excluyente” en Perú, véase Gootenberg, “Beleaguered
Liberals”; para los debates argentinos, consúltese Halperín Donghi, “Argentina”. Para
el consumo como un determinante del estatus social en la Latinoamérica decimonó-
nica, cfr. Bushnell y Macaulay, The Emergente ofLatin America, 52—53.

242 [ NILS JACOBSEN


no quieren que éste abra los ojos a la luz de la verdad, de modo tal que no
conozca sus derechos y se emancipe él mismo de sus opresores.133

Para mediados del siglo XIX, una nueva paradoja había comenzado
a caracterizar a la sociedad del Altiplano. Mientras que la mayoría de las
familias en la provincia continuaba viviendo con modestos ingresos y
propiedades —habíendo apenas un puñado de ciudadanos prósperos y
una considerable minoría de pobres en los extremos del espectro econó—
mico—, la nueva élite republicana se definía a sí misma a través de una
visión cada vez más polarizada del estatus social y el prestigio, encarna-
da en su trato a los indios. Hasta la década de 1860 todavía podían ha-
llarse casos de indios ricos y prestigiosos que eran tratados como iguales
fieles alia-
por los notables, por ejemplo, en el papel de ñadores o como las déca-
dos de prominentes azangarinos en empresas políticas.134 En
das subsiguientes semejante igualdad fue haciéndose rara, a medida que
los hacendados, comerciantes y autoridades asociaban la “indianidad”
los indios
con campesinos o colonos de hacienda atrasados. De allí que
relativamente prósperos que aspiraran a obtener prestigio fuera de sus
propias comunidades, tuvieran que demostrar su valía y civilización a

través de su conocimiento de la lengua castellana, la vestimenta europea,


les
su residencia en la ciudad y los papeles que estuvieran dispuestos ——y
las ceremonias religiosas civiles.
fuera permitido— a desempeñar en y
No fue coincidencia alguna que los ciudadanos notables de Azánga-
la
ro solicitaran ahora que la capital provincial fuera elevada a categoría
de ciudad, petición que finalmente fue promulgada como ley por el Con—
Para el censo de
greso en 1875. Putina recibió el mismo honor en
1889.135

1862, el pueblo de Azángaro había establecido ñrmemente su “primacía


urbana” en la provincia. Su población se había triplicado desde finales de
la década de 1820 hasta alcanzar las 1.595 personas, mientras que otros
pueblos habían crecido con mayor lentitud. Durante el gobierno de José

133. Bustamante, Los indios del Perú, 19—20.


134. Véase la fianza presentada por los acomodados campesinos Francisco Zecenarro
para Manuel E. Roselló, REPA, Manrique, año 1859 (26 de feb. de 1859); y Francisco
Puraca para Antonio Chávez, REPA (minutas), Patiño, año 1863, f. 72 (11 de nov. de
1863).
135. Calle, Diccionario, 1: 268, 3: 633.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 243


Rufino Echenique, a comienzos de la década de 1850, se construyó en
Azángaro el local de la municipalidad y un canal desde el lago Lolanta, a
un kilómetro de distancia del pueblo, para que suministrara agua pota—
ble “de buena calidad”.136 En 1862 funcionaban dos escuelas para niños
en la provincia. De los 95 alumnos del Colegio Municipal de Azángaro,
93 fueron clasificados como blancos.137 Aunque la provincia distaba de
experimentar un proceso de urbanización, la distinción entre ciudad y
campo se iba haciendo más marcada al aparecer algunas rudimentarias
comodidades de la vida urbana.
El número de funcionarios y autoridades estatales, aún
pequeño en
términos absolutos, también había crecido signiñcativamente desde la
Independencia. El juez de primera instancia y sus secretarios y porteros
subalternos, los jueces de paz en cada distrito, los gobernadores en los
distritos y, en la cima, el subprefecto y el diputado provincia] al Congre-
so, eran ahora cargos abiertos a la élite local y provincial, una multipli-
cación de los puestos de poder y autoridad a través de los cuales podían
extraerse bienes y servicios del campesinado indígena. Los concejos
municipales dejaron de ser cabildos de indios, y los regidores y alcaldes
resultaban ahora elegidos de entre las filas de las élites de provincia; sola—
mente los concejos en aquellos distritos con pocas haciendas y un núcleo
“urbano” particularmente pequeño, como Samán o Achaya, contaban
todavía con campesinos indios entre sus miembros.138
Entonces, para la década de 1850, una nueva élite republicana había
avanzado bastante en su camino hacia la redefinición de los patrones de
predominio y dominación en el Altiplano. Ella se apropió de las nocio—
nes liberales de la civilización como la base de su preeminencia frente a
la inmensa mayoría de indígenas. Había comenzado así un
proceso de
“modernización tradicional”. Las élites recién emergentes injertaron se-
lectivamente las nociones de una cultura política constitucional, normas
legales liberales y valores culturales y patrones de consumo burgueses,
dentro de las antiguas normas de conducta social en las cuales el honor de
la familia y un severo orden de dominación
y subordinación patriarcal,

136. Echenique, Memorias, 2: 181.


137. Leubel, El Perú, 233; “Censo de población de 1862, provincia de Azángaro”, BMP.
138. Urquiaga Vásquez, Huella histórica de Putina, 76.

244 | NILS JACOBSEN


conservaban aún su irrestricta validez y legitimidad.139 En contraste con
la temprana concepción liberal de esperanza y moralidad de un Cho-
quehuanca, para mediados de siglo las élites azangarinas se apoyaban
en su farisaica convicción de que ellas representaban el progreso de la
civilización en una atrasada provincia indígena, para justificar así las
innumerables formas de explotación y abuso del campesinado. Como
era de esperarse, en el Altiplano pocos miembros de la élite se atrevieron
a profesar los principios anticlericales del liberalismo europeo; la Iglesia
habría de permanecer como el principal sustento de este orden superfi-
cialmente modernizado pero todavía patriarcal.
Al observador ocasional le debió parecer que el Altiplano de media-
dos de siglo no había cambiado nada. Los pueblos seguían siendo aglo-
meraciones de casas de adobe con techos de paja sin atractivo alguno.
Las haciendas continuaban operando de la misma manera que hacía un
siglo. Imbuidas de los valores y estilos de vida modernos, muchas de
las familias de la élite que se consideraban a sí mismas blancas, habrían
parecido más bien rústicos mestizos algo groseros en Lima o incluso en
Arequipa. Con todo, los nuevos terratenientes, comerciantes y funciona—
rios republicanos, habían encontrado una forma de adaptar su dominio
sobre la vasta mayoría campesina indígena a los distintos patrones co-
merciales, legales y políticos provenientes de Lima y Europa. Estaba pre-
parado el escenario para el ascenso del gamonalismo, esa versión andina
peculiarmente violenta del “caciquismo”. Las élites azangarínas estaban
listas para aprovechar las oportunidades que la expansión de los merca-
dos ofrecía a su producción ganadera.

139. Cfr. De Trazegnies, La idea de derecho, 30-36, 285—340.

LA OLIGARQUIZACIÓN DE LAS VISIONES LIBERALES | 245


%…"W
II
El ciclo de exportación de lana,
18 5 5 - 1920

/—.4'—3.w.'—=——=&r-—
Capítulo 5

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES

Y EL COMERCIO REGIONAL

LA MAYORÍA DE LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS experimentó un periodo


medida que
de rápido crecimiento entre las décadas de 1850 y 1920, a
la prolongación de la navegación a vapor y de las líneas férreas entre los
minera, per-
principales puertos y las zonas de producción agrícola y
alimentaran las florecientes
mitía que las materias primas de la región
El Perú
economías industriales de Europa Occidental y Norteamérica.
ciertamente participó en esta experiencia de rápido crecimiento, pero
desarrollo económico durante estas siete u ocho décadas se vio de-
su
bilitado, más que ningún otro país de América Latina, por una devas-
tadora depresión que se extendió de 1873 hasta ñnales de la década
de
1880. La depresión fue causada por el colapso del lucrativo comercio de

exportación guanero, la destrucción y pérdida de recursos inflingidas


las chilenas durante la Guerra del Pacífico (1879—1883), y las
por tropas
crisis cíclicas particularmente severas que hundieron al mismo tiempo
a las economías europeas.1 El crecimiento del comercio extranjero, de

1. Hunt, “Growth and Guano”, 255-318; Bonilla, Guano y burguesía; Yepes del Castillo,
Perú 1820—1920; para América Latina en general, véase Glade, “Latin America”, 4:
1—56.
la inversión de capital y de los ingresos fiscales fue impresionante en las
décadas posteriores a la crisis.2 Pero llegó con unos costos considerables:
una creciente dependencia en el desempeño de sectores exportadores
claves; el declive del “desarrollo autónomo” y la caída del crecimiento
de la producción industrial interna; el crecimiento de la propiedad ex»
tranjera de las empresas; la intensiñcación de las disparidades regionales
y sociales del ingreso; y la concentración del sector moderno de la eco—
nomía en Lima y en unos cuantos enclaves a lo largo de la costa norte y
en la sierra central.3
En este capítulo examino el grado en que el sur del Perú compartió
esta paradójica experiencia nacional, de fuerte crecimiento con pocos
beneficios duraderos. Propongo que el crecimiento del comercio exte—
rior, aunque significativo para los niveles regionales, fue menos impre—
sionante en el sur que en el norte y centro. Los ciclos comerciales no
fueron tan disruptivos para la región antes de 1920, como sí lo fueron
para el Perú en su conjunto, y el crecimiento de las exportaciones de
lana estuvo asociado a una expansión del comercio doméstico regional.
En grandes zonas del sur peruano, especialmente en el Altiplano, el co—
mercio siguió estando configurado por el bajo ingreso per cápita, la fuer-
za de la economía doméstica campesina y una estructura sociopolítica
clientelista neocolonial.

El desarrollo de las exportaciones del sur peruano

Para la década de 1850, la exportación de lana a Europa se había conver—


tido en la fuente más importante de ingresos del Altiplano. Los produc—
tores y comerciantes se adaptaron al nuevo sistema de comercialización,
luego de la lenta caída de la economía colonial de suministros mineros.
Sin embargo, resulta difícil hablar inequívocamente de un arrollador
auge exportador de lana en el sur peruano durante los siguientes sesenta

2. Las exportaciones se cuadruplicaron entre el nadir de 1883 y 1910, de 1,4 a 6,2 millo-
nes de libras esterlinas, y es posible que hayan vuelto a duplicarse nuevamente hasta
1919; las inversiones de capital británico y de EE.UU. crecieron casi diez veces entre
1880 y 1919, de US$ 17 a US$ 161 millones; Thorp y Bertram, Perú 1890—1977, 27,
338.
3. Ibid., caps. 3—7.

250 | NILS JACOBSEN


cincº años. La evaluación del desempeño de la exportación de dicho
0ducto en este periodo depende de variables específicas: el volumen o
Valor de las exportaciones, la exportación de lana de oveja o de alpaca,
10 más importante, la moneda que se utiliza como base para los cál-
cillºs' La tarea se ve dificultada aún más por el hecho de que, a pesar de
la importancia
estratégica que la lana tenía para la región, el Perú jamás
los mercados …-
llegó a ser una fuente principal de este producto para
durante el primer cuarto del siglo XX, las exportamones
ernacionales:
del país constituyeron entre una tercera parte y la mitad del 1%
de lana
de la producción mundial.4 La mayoría de las publicaciones sobre co—
datos sobre
mefCiº internacional ni siquiera se molestaban en incluir
de modo tal que las estadísticas sobre temas
las exportaciones peruanas,
el precio FOB de la lana en los puertos peruanos, la forma
tales como
de este producto en las naciones consum1doras, e
en que se disponía
inclusº el volumen de las exportaciones, resultan menos confiables para
el perú que las de productores importantes como Argentina o Australia.
es
Aunque la información para los años comprendidos entre 1855 y l920
inmediatamente posterior a la
más conñable que aquella para la época
Independencia, las estadísticas que examinaremos deben ser vistas con
anuales.5
Cautela, particularmente en lo que toca a las fluctuaciones _

alta ratio de tierra/mano de obra ——Austraha,


Cinco países con una
crecieron hasta
Nueva Zelanda, África del Sur, Argentina y Uruguay——
el comercio mundial de lanas durante la segunda mitad del 51-
dominar
,10 XIX. Al crecer rápidamente las modernas industrias
laneras, primero
en Inglaterra entre 1850 y finales de la década de 1870, y luego en otros
los Estados Unidos, estos proveedores de ultramar
países europeos y en
del mercado mundial de
llegaron a controlar una creciente participación

_/_____
4_ No hay cifras confiables para la producción total de lana del Perú antes de finales de
la década de 1930. En 1921, la producción mundial estimada sumaba 3.003 millones
de libras inglesas; en dicho año el Perú exportó unos 14 millones de libras inglesas,
incluyendo lanas de oveja y de camélido. Véase Hamilton, A Statistical Survey, 56,
cuadro 17; Woo! Year Book, 1930, 29-30.
5. Los márgenes de error de las estadísticas de exportación de la lana peruana para la
mayoría de los años que caen entre mediados de la década de 1850 y 1920, tienen
una gama de 10%, subiendo solo excepcionalmente a 20%. Véase la cuidadosa com-
paración de las estadísticas peruanas de exportación y británicas de importación en
Miller, “The Woo] Trade”.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 251


ñbras animales. El patrón cambiante del comercio lanero se aceleró con
la disminución de los rebaños de ovejas en la mayoría de los principales
países consumidores de lana de Europa Occidental.6
El Perú también se benefició con este rápido crecimiento de la de—
manda de fibras de ultramar. Pero no pudo mantener el ritmo de los
cinco principales exportadores de lana debido a que sus regiones pro-
ductoras, sobre todo el Altiplano, carecían de la única condición que
les permitiría aumentar su producción para la exportación, en estrecha
correlación con el crecimiento de la demanda: la abundancia de tierras
no empleadas en la producción para el mercado interno, o para la subsis—
tencia de los hogares campesinos. Mientras que países como Sudáfrica y
Australia incrementaron sus exportaciones de lana de oveja más de diez
veces entre finales de la década de 1850 y 1911-1915, el Perú solamente
duplicó las suyas. Ya a mediados de la década de 1860, las exportacio-
nes peruanas de lana de oveja alcanzaron un volumen máximo que no
sería superado hasta los años del auge entre 1916 y 1919. El volumen de
las exportaciones nacionales de lana de alpaca aumentó de modo algo
más constante, creciendo alrededor de 150% entre finales de la década
de 1850 y 1910-1914 (cuadros 5.1 y 5.2). Pero si bien la elasticidad de la
oferta de lanas para mercados de exportación era mucho más baja en
el Perú que en los principales países exportadores, ella no estuvo del
todo ausente. En el corto plazo los comerciantes, grandes hacendados y
campesinos adaptaron sus remesas de lana a la demanda internacional.
Es más, durante varias décadas la producción lanera
peruana creció con
mayor rapidez que las exportaciones. Debemos por ende considerar un
creciente consumo doméstico, como uno de los factores que limitaron la
expansión de las exportaciones.
Las exportaciones de lana de ovino embarcadas en Islay, el puerto
de la costa arequipeña que recibió la mayor parte del comercio marítimo
del sur peruano hasta 1870, se expandieron vigorosamente desde media-
dos de la década de 1850 hasta 1867, tanto en términos de su volumen
como de su valor (cuadro 5.1). En este último año se exportaron casi
dos mil toneladas métricas, cerca del doble de la cantidad media anual
exportada en el quinquenio 1855—1859, que en si mismo fue un periodo

6. Deane y Cole, British Economic Growth, 196—201; Mues, Die Organisation, 152.

252 | NILS JACOBSEN


Cuadro 5.1
PROMEDIOS ANUALES DE EXPORTACIONES DE LANA DE OVEJA POR ISLAY Y MOLLENDO

POR QUINQUENlOS, 1855—1929

VOLUMEN VALOR (LIBRAS VALOR


ÍNDICF, ÍNDICE ÍNDICE
PERIODO
(KG) ESTERLINAS)" (SOLES M. N.)“

1855—59 1.001.910 100,0 106.275 100,0 532.585 100,0

1860—64 1.216.358 121,4 149.069 140,3 779.390 146,3

1865—69 1.297.899 129,5 153.275 144,2 798.197 149,9

1870-74 1.006.346 100,4 120.011 112,9 646.088 121,3

1875-79 1.040.944 103,9 110.291 103,8 622.092 116,8

1880-84 959.926 95,8 84.463 79,5 581.440" 109,2

1885—89 984.747 98,3 72.060 67,8 494.618 92,9

1.173.084 85.171 80,1 687.983 129,2


1890-94 117,1
1.137.954 113,6 76.394 71,9 803.325 150,8
1895-99
1900—04 1.140.540 113,8 81.856 77,0 808.572 151,8

1.159.626 107.275 100,9 1,057.019 198,5


1905-09 115,7
1910-14 1.458.014 145,5 136.524 128,5 1,363.569 256,0

1915-19 2.069.163 206,5 456.815 429,8 3,983.198 747,9

1920—24 1.448.162 144,5 220.949 207,9 n. d. n. (1.

1925-29 1.532.578 153,0 225.787 212,4 n. d. n. d.

º En el puerto de importación británico.


b
Excluyendo & 1882.
Fuente: ]acobsen, “Land Tenure”, 815—833, ap. 1.

récord de exportación de lana. Al subir los precios vigorosamente como


reacción a la hambruna del algodón y crecer rápidamente las industrias
laneras británicas, el valor total de las exportaciones de lana de ovejas
subió casi 200% entre 1855 y 1867 (figuras 5.1 y 5.2).7 La expansión se

7. Calculado sobre la base de los precios de importación ingleses, por falta de una serie
de largo plazo de precios de lana peruana FOB. Dada la importancia de las devalua-
ciones, calculé el equivalente en soles de los precios de importación en libras ester-
linas. Convertí los valores para los años anteriores a 1863 de pesos a soles decimales

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 253


Cuadro 5.2
PROMEDIOS ANUALES DE EXPORTACIONES DE LANA DE ALPACA POR lSLAY Y MOLLENDO
POR QUINQUENIOS, 1855-1929

VOLUMEN VALOR (LIBRAS VALOR


PERIODO ÍNDICE ÍNDICE ÍNDICE
(KG) ESTERUNAS)" (sOLES M. N.)“

1855-59 978.332 100,0 271.025 100,0 1.367.861 100,0


1860—64 1.018.446 104,1 303.931 112,1 1.564.604 114,4
1865—69 1.143.945 116,9 343.617 126,8 1.782.383 130,3
1870—74 1.427.770 145,9 395.782 146,0 2.135.593 156,1
1875-79 1.537.059 157,1 330.523 122,0 1.860.059 136,0
1880—84 1.446.472 147,8 195.206 72,0 1.167.078 85,3
1885-89 1.693.528 173,1 176.202 65,0 1.206.593 88,2
1890—94 1.994.276 203,8 225.045 83,0 1.833.829 134,1
1895-99 2.137.266 218,5 253.815 93,7 2.660.655 194,5
1900—04 2.286.133 233,7 264.502 97,6 2.614.000 191,1
1905—09 2.351.060 240,3 279.155 103,0 2.750.776 201,1
1910-14 2.211.559 226,1 255.984 94,5 2.497.405 182,6
1915-19 2.648.845 270,8 701.093 258,7 6.088.178 445,1
1920-24 2.247.466 229,7 415.424 153,3 n. d. n. (1.

1925-29 2.445.344 250,0 482.368 178,0 n. Cl. 1]. d.


::
En el puerto de importación británico.
Fuente: ]acobsen, “Land Tenure”, 815—833, ap. 1.

vio interrumpida debido a las guerras civiles en años individuales, como


1857 y 1865, cuando el camino al puerto estuvo bloqueado y los animales
de transporte escaseaban.8

:
m. n., utilizando la conversión 1 peso 0,80 soles m. n. Hay detalladas estadísticas de
exportación de la lana en ]acobsen, “Cycles and Booms”, 491—500.
8. Bonilla, Gran Bretaña, 4: 103, 105-107, 168-169; Tschudi, Reisen durch Siidamerika,
5: 351.

254 | NILS JACOBSEN


Figura 5.1
VOLUMEN ANUAL DE EXPORTACIONES DE LANA DE OVEJA Y ALPACA POR ISLAY Y MOLLENDO,
1855- 1929 (PROMEDIOS QUINQUENALES)

3.000-

2,500 A

+ Lana de oveja
'“fS' Lana de alpaca g _/u
:; ¡_/“ .

E 2.000—

E
23

'u
2g 1.5001
¡2

1.000—
¡,,/S/
500

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,
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**5,Q,5,Q,5,
** ¿**ººb <9 <*>© © eº© © © ¿” ºsº ©”

Elaboración del autor


Figura 5.2
VALOR DE LAS EXPORTACIONES DE LANA DE OVEJA Y ALPACA POR ISLAY Y MOLLENDO

EN LIBRAS ESTERLINAS BRITÁNICAS Y SOLES M. N., 1855—1919


(PROMEDIOS QUINQUENALES; 1855-1859 : 100)
800 —1

750 4 Y

700 —
I
650 < !
600 “
—o-— Lana de oveja cn soles m. n. ,
550 º
—-l'1—— Lana de oveja en libras esterlinas '
500
, ' "A" - Lana de alpaca en soles m. n.
índice

450
de 400 …
-->(" Lana de alpaca cn libras esterlinas

Puntos 350—
300—
250—

200-
150-
100—

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x$55' ¿” xº” xº“


Q

Elaboración del autor

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL| 255


La exportación de lana de ovino se contrajo brevemente entre 1868
y 1870, cayendo los precios hasta en 30%, y derrumbándose el valor total
de las exportaciones a menos de la mitad de su nivel máximo a mediados
de la década de 1860 (de 1.151.318 a 413.241 soles m. n.). Cuando el co—
mercio se recuperó nuevamente durante la mayor parte de la década de
1870, los precios de la lana de oveja en Gran Bretaña (precios CIF [esto
es, el precio que incluye costos, seguros y fletes]) mostraron por primera
vez los efectos de la sobreproducción de lana en Australasia y el Río de la
Plata.9 Después de 1873 la industria lanera británica, la importantísima
consumidora de las lanas de ovino peruanas, fue duramente golpeada
por la reducción de los mercados de exportación en la Europa continen—
tal y en Estados Unidos, debido tanto a una severa crisis cíclica como al
cambio de la moda, cuando los consumidores comenzaron a abando-
nar los productos Bradford de estambre por tejidos suaves de lana pum,
fabricados a menudo con lana de merino; este ramo de la industria se
había desarrollado más en Francia, a donde el Perú vendía poca lana.10
Aún en 1877, el mejor año de la década, el valor total de las exportaciones
de lana de ovino (en moneda peruana) se hallaba alrededor de 25%
por
debajo del valor récord de 1867.
Durante la década de 1880, el doble golpe de la crisis industrial en
Europa y la Guerra del Pacífico, produjo la más severa depresión de la
exportación de lana del sur peruano en todo el periodo considerado.
Ya para 1879, los precios CIF británicos habían caído 20%
por debajo
del promedio de 1855-1859. En 1880 los chilenos bloquearon el
puerto
de Mollendo y destruyeron sus instalaciones. Aunque no hubo acciones
militares en la zona de producción lanera del sur peruano, las bestias de
carga necesarias para transportar la lana esquilada a las estaciones de
tren escaseaban, y el Ejército encargó gran cantidad de uniformes a los
talleres y a la única fabrica textil existente de Urcos (en el departamento
del Cuzco), disminuyendo así los excedentes de lana exportables.ll Para
1882, la cantidad de lana de oveja exportada a través de Mollendo había

9. Lewis, Evolution, 80—81; Sábato, “Wool Trade”, 65.


10. Saul, Studies, 102.
11. Informe del cónsul Robilliard acerca del comercio de Mollendo en 1880, en Bonilla,
Gran Bretaña, 5: 5-7; Manrique, Y21warMayu, 103—105.

256 | NILS JACOBSEN


caído a poco más de la mitad del monto promedio de 1855—1859. Aunque
el reestablecimiento de la paz en 1883 permitió la venta de las existencias
acumuladas durante los años de guerra —las exportaciones de lana casi
se triplicaron en 1884 con respecto al año anterior—, la caída continuó
hasta 1887, tal vez debido a la guerra civil entre Miguel Iglesias y Andrés
Avelino Cáceres.12 Aun así, el sur peruano sufrió menos con la guerra y
sus consecuencias que el centro y norte del país, donde la década de 1880
vio la crisis económica y social más severa entre las guerras de indepen—
dencia y la Gran Depresión de 1929—1932, lo que provocó la bancarrota
de muchos hacendados y un descontento social endémico.13
La recuperación de las exportaciones de lana de ovino del sur pe—
ruano coincidió con un periodo difícil para el comercio internacional.
El volumen de exportación desde Mollendo se incrementó moderada-
mente desde finales dela década de 1880 hasta 1897, alcanzando un pico
25% más alto que el promedio de los años 1855-1859, pero todavía sus-
tancialmente por debajo de los años de auge de mediados de la década
de 1860. Pero a comienzos de la década de 1890, los precios en Liverpool
y en Londres prosiguieron con su larga caída, iniciada en 1873, a menos
de las dos terceras partes del precio promedio de finales del decenio de
1850.14 La producción mundial de lanas creció en más de un tercio entre
1887 y 1895, afectada especialmente por el vertiginoso crecimiento de los
rebaños de ovejas en Australia.15 Este crecimiento repentino de la oferta
coincidió con una severa caída en la demanda durante la depresión de
1890—1895. La crisis cíclica intensificó la crisis estructural de la indus—
tria lanera británica —que todavía era de lejos la cliente más importante

12. Informe del cónsul Robillíard acerca de] comercio de Mollendo en 1886, en Bonilla,
Gran Bretaña, 5: 9.
13. Miller, “Wool Trade”, 299; Manrique (Yawar Mayu, 94-135) incluso afirma —erró-
neamente, para mí— la opulencia relativa de los productores de lana durante la gue-
rra debido a la mayor demanda doméstica para la producción de uniformes y otros
artículos.
14. Sartorius von Waltershausen, Die Entstehlmg der Weltwirtschaft, 419; Lewis, Evolu-
tion, 280-281, cuadro A. 11.
15. Para la producción mundial de lana, véase Lewis, Evolution, 277, cuadro A. 10. La
población de ovejas de Australia casi se duplicó entre 1880 y 1895, y alcanzó un pico
de 100.940.405 en este último año; véase Mues, Die Organisation, 155, ap. 9.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 257


de las lanas peruanas—, la cual vio sus mercados erosionados por el
creciente éxito de la competencia extranjera.16 Así, el valor total de las
exportaciones de lana de oveja del sur peruano, en términos de libras
esterlinas en los puertos británicos, solo se recuperó ligeramente desde
su nadir en la década de 1880.
Después de 1895, los mercados internacionales de lanas iniciaron
un largo periodo de prosperidad. Al estancarse la producción global de
este producto, los precios aumentaron sostenidamente hasta el final de
la Primera Guerra Mundial, excepción hecha de las breves recesiones de
1907-1908 y 1911-1912.17 Las exportaciones peruanas de lana de ovino no
se beneficiaron inmediatamente con este aumento de precio. El sur pe—
ruano exportaba sobre todo lanas no procesadas que eran consumidas
por las fábricas textiles de los alrededores de Bradford, que producían
los tradicionales tejidos de estambre cuya participación en los mercados
continuaba cayendo.18 Así, en contraste con los precios promedio de los
mercados internacionales, los precios CIF de la lana de oveja peruana
comenzaron a recuperarse solo después de 1904; 1915 fue el primer año
desde 1878 en el que superaron el nivel promedio de 1855—1859. Es posi-
ble que el volumen exportado haya reflejado estas condiciones de merca—
do específicas para la lana de ovino peruana. Este se estancó hasta 1902
entre las 900 y 1.200 toneladas, casi el mismo nivel que durante la segun-
da mitad de la década de 1850. Pero después de 1903, las exportaciones
se expandieron vigorosamente y alcanzaron más de dos mil toneladas en
1911, un volumen ligeramente superior al tope previo de 1867. Los envíos
de Mollendo cayeron breve pero marcadamente en los años de recesión
de 1907-1908 y 1912.
Tras una breve crisis en el negocio lanero del sur peruano durante
los primeros meses de la Primera Guerra Mundial, provocada por los
males financieros del país, la escasez europea debido a la guerra provocó
un auge en las exportaciones de lana sin precedente entre 1915 y 1919, el
primer año de la posguerra. Con más de 2.500 toneladas, el volumen de

16. Sigsworth y Blackman, “The Woolen and Worsted Industries”, 142—144; Saul, Studies,
106—107.

17. Lewis, Evolution, 277-281, cuadros A.10,A. 11.


18. Saul, Studies, 126—127.

258 | NILS JACOBSEN


las exportaciones de lana de oveja en el año pico de 1917 fue mayor en
más de dos veces y medio que el promedio de 1855-1859. Aunque solo
haya sido un incremento modesto sobre años pico anteriores como 1867
0 1911, este crecimiento
de las exportaciones demuestra la capacidad de
respuesta de comerciantes y productores a unas condiciones de mercado
favorables.“) Para 1918, un kilo de lana de oveja peruana promedio se
vendía a 79,4 peniques en los puertos ingleses, más de tres veces el pro-
medio de 1855—1859. La combinación de precios extremadamente altos
volúmenes récord de exportación produjo una bonanza de ingresos
durante el quinquenio 1915-1919. Al año siguiente, en 1920, los precios y
105 volúmenes de exportación se derrumbaron precipitadamente, lo que
tuvo severas repercusiones para la economía del sur peruano (las que se
examinarán con mayor detenimiento en el capítulo 9).
En general, el registro de las exportaciones de lana de oveja perua—
nas, desde mediados de la década de 1850 a 1920, no es el de un cre-
cimiento impresionante. Los precios y el valor total, en términos de
moneda británica, experimentaron dos periodos de crecimiento, de 1855
a 1867 y de 1903-1904 a 1919»1920. Aunque la Primera Guerra
Mundial
llevó brevemente a una bonanza exportadora de proporciones mucho
más grandes que la del primer ciclo de expansión, Volumen exportado
el
solo había crecido modestamente del primer al segundo pico. En medio
hubo un periodo de declive, de 1867-1872 a 1882—1895 (dependiendo de
si nos fijamos en los precios o en el volumen), y otro de recuperación
vacílante, desde finales de la década de 1880 a comienzos del decenio de
1900.
La imagen se ve distinta si consideramos los costos de transporte y
las tasas de cambio de la moneda. La dramática reducción en el precio de
los fletes marítimos entre la década de 1850 y los primeros decenios del
siglo XX ———generada primero por los veleros de casco de acero y, a partir
de la década de 1870, por las líneas de vapor regulares —- contribuyó, en
palabras de Berrick Saul, “al continuo declive de los precios de impor-
tación para Gran Bretaña durante la (Gran Depresión, [de 1873 a 1895],
al mismo tiempo que reducía el impacto de los términos de intercambio

19, Para la temprana crisis por la guerra en el Perú, véase Albert y Henderson, South
America, cap. 2. Para los mecanismos con los cuales incrementar la producción de la
lana en respuesta a una demanda vigorosa, véase Burga y Reátegui, Lanas, 47-48, 99.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 259


desfavorables para los productores primarios”.20 En otras palabras, una
parte cada vez más grande de los precios CIF le correspondía a los ex—
portadores. La reducción de los costos de transporte varió enormemente
según mercancías y rutas específicas, beneñcíándose más por lo general
los bienes que recorrían la mayor distancia y eran de gran volumen/bajo
valor.21 Rory Miller ha sugerido que entre 1863 y finales de la década de
1880, las tarifas marítimas para el transporte de la lana de ovino del Perú
a Liverpool cayeron por lo menos en 50%. Mis propios cálculos (véase
el cuadro 5.3) indican que casi la mitad de la precipitada caída de los
precios internacionales de la lana, entre comienzos de la década de 1870
y mediados de la de 1890, fue absorbida por la reducción en el costo del
transporte ultramarino, los seguros y otros costos adicionales. Para los
productores peruanos, el efecto de la disminución de los precios CIF fue
mucho menos drástico y más breve de lo que parecería a primera vista.22
Se alcanzó un efecto compensatorio de similares proporciones me—
diante la devaluación de la moneda. Desde comienzos de la década de
1870, a medida que la plata era desmonetizada en un país tras otro, ella
perdió el 50% de su valor en relación con el oro hasta mediados del de—
cenio de 1890. La adhesión peruana al patrón plata llevó a la devaluación
del sol de plata en la misma proporción desde la década de 1860, lo que
expresa el poder de los exportadores agrícolas, especialmente entre 1887 y
1895.23 Cuando el gobierno de Piérola
pasó al patrón oro entre 1897 y 1900,
la tasa de cambio se estabilizó en unos 24 peniques
por sol.24 Esta paridad
se mantuvo, con apenas ligeras fluctuaciones, hasta que el auge exportador
peruano durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mun-
dial, llevó a una breve revaluación del sol de cerca del 20%, solo para caer
debajo de la paridad con el oro a comienzos de la década de 1920.
Esta devaluación de la moneda hizo que la caída de los precios de
lana de oveja en el último cuarto del siglo XIX fuera, en cuanto a soles,

20. Saul, Studies, 93.


21. Bairoch, The Economic Development, 119, cuadro 35.
22. Miller, “Wool Trade”, 303-304.
23. Garland, La moneda en el Perú, 67; Quiroz, “Financial Institutions”, 232—237; Thorp
y Bertram, Peru 1890—1977, 2630; Jacobsen, “Land Tenure”, 277, cuadro 4-1.
24. Moll y Barreto, “El sistema monetario del Perú”, 146-148.

260 | NILS JACOBSEN


Cuadro 5.3
PRECIOS FOB Y CIF DE LA LANA DE OVE]A PERUANA, 1861-1929 (EN souss M. N. pon KG)

FOB CIF
DIFERENCIA FOB COMO %
lSLAY Y PUERTOS
CIF FOB DE CIF
MOLLENDO BRITÁNICOS

1861—66 0,50 0,68 0,18 73,5

1886—92 0,41 0,51 0,10 80,4


1928—29 1,79 1,93 0,14 92,7

Fuentes: precios FOB: Bonilla, Gran Bretaña 4: 164-256, 5: 2-94; Dirección General de Aduanas,
Sección de Estadística, Estadística 1928: 378—379, 1929: 372—374. Precios CIF: Bonilla,“lslay'i
43—

44, cuadro 5; Behnsen y Genzmer, Weltwírtschaft der Welle, 84.

Ya en 1889 el precio estaba por en—


menos severa y más corta (fig. 5.2).
cima del promedio para 1855—1859, y en 1894 superó el pico previo de
mediados de la década de 1860. En términos de soles, en 1897 el valor
CIF de las exportaciones de lana de oveja a través de Mollendo se
ha—

llaba solo 21% por debajo del mejor año de la década de 1860, y para
1905 había superado el pico previo de 1867 en casi 30%.25 Si tomamos en
consideración los precios FOB, toda la década comprendida entre 1892 y
1902 (antes de la renovada expansión de los volúmenes de exportación)
decenio de creciente prosperidad el comercio de
aparece como un para
lana de oveja del sur peruano.26
Pero el papel de las transacciones monetarias en dicha región fue
más complejo de lo que este análisis sugiere. El departamento de Puno
dependió fundamentalmente de monedas bolivianas como medio de
circulación por lo menos hasta 1910, en tanto que la moneda peruana

25. En función de la libra esterlina, los ingresos para 1890, el mejor año de este periodo,
cayeron 56% por debajo de 1864, el mejor año del decenio de 1860.
26. El valor promedio de las exportaciones de lana de oveja procedentes de Islay y Mo-
llendo, FOB, en soles m. n.: 1861-1866: 653.891 soles; 1892-1903: 616.654 soles. Para
calcular los precios FOB de 1892—1903, usé la proporción media de los precios CIF y
FOB de 1886—1892.

LA SIMBIOS|S DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL! 261


seguía siendo escasa. Según un cálculo, unos 34 millones de pesos fue-
ron acuñados en Bolivia, entre la primera emisión de moneda feble efec—
tuada durante el gobierno del presidente Santa Cruz en 1829 y el final
de dicha práctica tras la caída del gobierno de Melgarejo en 1869, diez
millones de los cuales circularon en el Perú.27 Los repetidos intentos rea—
lizados por los gobiernos peruano y boliviano para retirar de circulación
esta moneda feble resultaron insuficientes, y los devaluados “quintos” y
“arañas” —monedas valuadas a un quinto y un cuarto del peso bolivia—
no— siguieron siendo la moneda más común en el Altiplano peruano
décadas después su última acuñación.28 En 1890, el gobierno peruano
nuevamente emprendió la conversión de toda la “mala moneda” que
circulaba en el sur del país; los comerciantes y el público en general,
duramente afectados por las pérdidas sufridas durante la conversión del
papel moneda a finales de la década de 1880, se opusieron a esto. Aunque
la operación pareció tener éxito
en el Cuzco y Arequipa, el ministro de
Hacienda y Comercio tuvo que admitir que “ya que [en Puno] las pese—
tas bolivianas llamadas arañas son la única moneda circulante, será algo
más difícil dejar que desaparezca pronto”.29 Dado
que los pastores indios
insistían en que se les pagaran sus lanas y cueros en monedas, el retiro de
la moneda boliviana sin reemplazarla
con una moneda peruana de baja
denominación, habría llevado al colapso del comercio de exportación
lanero.
La confusión monetaria en el Altiplano
peruano fue mayor entre
mediados de la década de 1880 y 1905. Predominaban los pesos bolivia—
nos devaluados y monedas de la más reciente acuñación, el boliviano, a
las que se conocía en Azángaro como “soles moneda boliviana”,
pero la
circulación de los “soles moneda nacional” (soles m. n.) peruanos gra—
dualmente creció. Todavía en la década de 1890, algunos pesos “fuertes”
continuaban cambiando de mano, probablemente monedas oficiales pe—
ruanas anteriores a la introducción del sol en 1863. En 1920, las monedas

27. Benavides, Historia de la moneda boliviana, 39—41.


28. Para los intentos peruanos de ocuparse de la moneda feble boliviana, véase Garland,
La moneda en el Perú, 33-35; Echenique, Memorias, 2: 202—203; ]. Basadre, Historia
de la república, 3: 1451-1452; para los
programas bolivianos de conversión, véase
Benavides, Historia de la moneda boliviana.
29. Min. de Hacienda y Comercio, Memoria [1890], LXII-LXVII.

262 | NILS JACOBSEN


bolivianas todavía eran un extendido medio de cambio en el Altiplano
peruano. Para ese entonces muchas tiendas en ciudades como Puno, Iu-
liaca y Ayaviri, e incluso más al norte, en Sicuani y Cuzco, consideraban
que el cambio de moneda era una parte importante de sus negocios, y
en sus avisos comerciales anunciaban este servicio prominentemente.30
La moneda boliviana fue el lubricante del comercio a lo largo del área
productora de lana, hasta por lo menos 1910.
El predominio de las monedas bolivianas es importante para el cál—
culo de los ingresos regionales a partir de las exportaciones, puesto que
su tipo de cambio fluctuaba con respecto a la moneda peruana. Bolivia
solo adoptó el patrón oro en 1908, once años después de que el Perú hu—
biese dado dicho paso.31 Durante este periodo, las monedas bolivianas
de plata se depreciaron con respecto a los soles m. n. peruanos, en pro-
porción al valor decreciente de la plata en los mercados internacionales,
exactamente igual a como lo hiciera la moneda peruana con respecto
a la libra esterlina hasta 1897 (fig. 5.3).32 Dado que a los productores se
les pagaba abrumadoramente en devaluados pesos del país altiplánico o
de las
en bolivianos, su devaluación generó mayores ganancias a partir
exportaciones de lana durante varios años, entre 1898 y 1910.
Pero las fluctuaciones en el valor de las monedas bolivianas en el
Altiplano peruano muestran otra influencia: la de las fluctuaciones
en la demanda de la lana. “La moneda se hace cada día más escasa y
los precios en plata [de dicho producto] se reducen, como es natural”,
anotaba a mediados de 1915 un comerciante en Ayaviri, al comenzar la
bonanza ocasionada por la Primera Guerra Mundial.33 La demanda de
moneda —y hasta la década de 1910, esto signiñcaba mayormente mone-
das bolivianas— en el Altiplano era determinada principalmente por la

30. Guía general; para un modelo de los circuitos de cambio de monedas véase Burga y
Reátegui, Lanas, 163-167.
31. Benavides, Historia dela moneda boliviana, 97-99.
32. Los acontecimientos políticos en Bolivia (como la guerra con el Brasil en torno al
territorio de Acre en 1902—1903) también tuvieron un papel en la depreciación de SU
moneda. La adopción del patrón plata por parte de China e India, y el apuro de Gran
Bretaña por comprar plata para abastecer a dichos países, llevaron a una breve apre-
ciación delos pesos bolivianos y los pesos de moneda feble a partir de 1904; ibíd., 83.
33. Paco Gutiérrez a Ricketts, Ayaviri, 8 de mayo de 1915, Lb. 26-Interior, AFA-R.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL [


263
Figura 5.3
TASAS DE CAMBIO ENTRE LAS MONEDAS BOLIVIANAS Y LOS SOLES M. N.
EN LAS '1'RANSACC10NES DE AZÁNGARO, 1895—1910

0,9 —

Soles …. n. por l

_ …

¿…“/”“x” “sol" boliviano


'/…
. .a.
!: xx . 1

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0'8 _ X.
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0,7 —
X Soles …. n. por 1

E
peso boliviano
'.'.'_

%

X
_

0,6 -

0.5
1895 1900 1905 1910

Fuentes: REPA y REPP, l895—1910

coyuntura exportadora: un auge en las exportaciones llevó a la aprecia—


ción delas monedas bolivianas con respecto alos soles m. n., y las crisis
comerciales, como las de los años de 1901—1902 y 1907—1908, hacían caer
su valor. Tales fluctuaciones monetarias atenuaban el precio pagado a
los productores en periodos de bonanza y disminuían la tasa de la caída
durante los años de crisis, encareciendo al mismo tiempo las mercade—
rías importadas. El libre mercado monetario del Altiplano sirvió como
un amortiguador —especialmente para los campesinos indígenas, que
dependían más de la moneda boliviana— frente a los vaivenes del ciclo
exportador de mercancías.
Las exportaciones de lana de alpaca desde Islay y Mollendo se de-
sarrollaron de diferente modo que las de lana de oveja (véanse los cua-
dros 5.2, figs. 5.1, 5.2). A finales de la década de 1850, los volúmenes de
exportación de ambas fibras, de alrededor de mil toneladas, eran casi
iguales. Pero entre 1869 y 1920, las exportaciones de alpaca superaron
a las de oveja en todos los años salvo uno. Con exportaciones de hasta

264 | NILS JACOBSEN


2.600 toneladas durante la primera década del siglo XX, los volúmenes
exportados de lana de alpaca a menudo duplicaron a los de la de oveja.
Los primeros crecieron de modo algo constante durante todo el periodo
a partir de 1855-1859. 5010 los promedios de dos quinquenios ——1880-
1884 y 1910-1914— muestran un declive moderado. Sin embargo, el cre-
cimiento constante en el volumen de las exportaciones de lana de alpaca
no logró traducirse en un crecimiento igualmente vigoroso de su valor,
ya que los precios experimentaron una caída más larga y profunda que
los de la lana de oveja. La de alpaca solo era producida por tres países an-
dinos (proviniendo la parte del león del sur peruano); hasta bien entrado
el siglo XIX, la totalidad de los consumidores industriales comprendía
un pequeño número de fabricantes ubicados principalmente en el West
Riding, y la demanda por la preciosa fibra dependía muchísimo de las
modas. Así, las condiciones de mercado de la lana de alpaca diferían
enormemente de la de ovino.
Los productores andinos tenían poco control sobre los precios,
puesto que la producción de esta lana se hallaba ampliamente dispersa
entre un gran número de pequeños propietarios indígenas, que no con—
taban con organización alguna y tenían escasa información sobre las
condiciones de mercado. Por el contrario, durante muchos años unos
cuantos procesadores lograron imponer bajos precios. Tres compañías
manufactureras que fueron “abrumadoramente dominantes” como
consumidoras de las importaciones británicas de lana de alpaca hasta
comienzos de la década de 1870 ——Fosters, Titus Salt y G. & I. Turner—,
de sus
se coludieron frecuentemente para mantener bajos los precios
materias primas.“ En Estados Unidos, un mercado de creciente impor-
tancia desde las décadas finales del siglo XIX, la Farr Alpaca Company,
el principal consumidor, tuvo éxito en desalentar la entrada de nuevos
competidores en el mercado.35
Además de la debilidad cíclica y estructural de la demanda, debe-
mos tomar en consideración estas evidencias de un control oligopólico

34. Sigsworth, Black Dyke Mills, 237, 243-256; estoy en deuda con Gordon Appleby por
esta referencia. El manejo de la lana de alpaca al parecer se convirtió en un negocio
especializado en Arequipa, 10 que incrementó el control oligopsónico local; comuni-
cación personal de Rory Miller, agosto de 1990.
35. Hutner, The FarrAlpaca Company, 32-34.

LA 51MBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 265


sobre el mercado de la lana de alpaca, como un factor que subyació a la
depresión particularmente severa y de largo plazo de sus precios. Esta
ñbra, mucho más ñna y larga, siempre se había vendido a precios consi—
derablemente más altos que los de la lana de oveja. La prima por la alpaca
alcanzó un máximo en las décadas de 1850 y 1860, con precios dos veces
y medio más altos que los de lana de oveja. Cuando los precios interna—
cionales de la lana iniciaron su declive de largo plazo a mediados de la
década de 1870, la lana de alpaca recibió un golpe considerablemente
más duro y prolongado que la de oveja. Un cambio en la moda en el de—
cenio de 1870 exacerbó la crisis cíclica a lo largo de los siguientes quince
años, llevando los precios CIF de la alpaca de un pico de 96,8 peniques
por kilo en 1864, a un mínimo de 22,3 peniques en 1888.36 En términos
de libras esterlinas, el precio no alcanzó el nivel promedio de 1855—1859
en ningún año entre 1876 y 1917, y durante la mayoría de los años de este
periodo fue de menos de la mitad del precio medio de finales de la déca—
da de 1850. Pese al continuo crecimiento de los volúmenes exportados,
los promedios quinquenales del valor total permanecieron por debajo
o apenas por encima del valor del periodo 1855-1859, hasta los años de
bonanza de la Primera Guerra Mundial (los valores de exportación de
la lana de oveja en libras esterlinas habían experimentado una recupera—
ción más sostenida desde 1905). Los precios de la lana de alpaca se bene—
ficiaron con la bonanza de la Primera Guerra Mundial, pero en menor
medida delo que ocurrió con los precios de la de oveja.37
Por supuesto que debido a la devaluación de la moneda peruana, la
caída de los valores de exportación de la lana de alpaca, en términos de
soles m. n. durante la década de 1880, fue también menos aguda que si la
midíéramos en libras esterlinas. Ya en 1895, el valor total de las exporta—
ciones de lana de alpaca en soles m. n. superó el pico previo de 1866. Con
esta medida, los valores de la exportación de alpaca subieron en paralelo
a los de la lana de ovino durante el resto del periodo, no obstante el
fuerte crecimiento en el volumen. Sin embargo, el comercio de alpaca se

36. Sigsworth, Black Dyke Mills, 254.


37. Burga y Reátegui, Lanas, 35, hablan de un “ciclo de la alpaca” en 1915-1919. Aunque
esta descripción es exacta en el caso de Ricketts, para el sur peruano como un todo
los años de auge fueron un “ciclo de la lana de oveja”. Los precios y el volumen expor-
tado de esta fibra subieron con mayor rapidez que los de la lana de alpaca.

266 | NILS JACOBSEN


Cuadro 5.4
PRINCIPALES PERIODOS DE TENDENCIAS DE Los PRECIOS Y VOLUMENES DE EXPORTACION

DE LA LANA PERUANA, 1855-1919

PRECIOS CIF DE LA LANA DE OVEIA PERUANA EN PUERTOS BRITÁNICOS

LIBRAS ESTERLINAS SOLES M. N.

1855º—1872: Alza 1855“-1872: Alza

1872“ 1897: Caída 1872—1885: Caída


1897-1902: Estancamiento 1885-1894/95: Alza
1902-1918/19; Alza 1894/95—1903: Estancamiento
1903—1918/19: Alza
PRECIOS CIF DE LA LANA DE ALPACA PERUANA EN PUERTOS ERITANICOS

LIBRAS ESTERLINAS SOLES M. N.

1855º-1875: Alza 1855º-1875: Alza


1875-1888: Caída 1875—1888: Caída
1838-1914: Estancamíento 1888-1895/96: Alza

1914-1918/19: Alza 1895/96—1914: Estancamiento


1914-1918/19: Alza
VOLUMEN DE LAS EXPORTACIONES DE LANA DE ISLAY/MOLLENDO

LANA DE OVEJA LANA DE ALPACA

1855º-1867: Crecimiento 1855*'-1876: Crecimiento


1867-1882: Caída 1876-1883: Caída
1882-1892: Recuperación 1883-1905/6: Crecimientº
1892-1902: Estancamíento 1905/6-1914: Estancamiento
1902—1917/18: Crecimiento 1914-1918: Crecimiento

¿
0 antes.

benefició menos con la reducción de los costos de transporte ultramari-


no que el de la lana de ovino.38
___,.——————————

33_ Los precios FOB como porcentaje de los precios CIF de la lana de alpaca se desenvol-
vieron como sigue: 1861-1866: 68,7%; 1886-1891: 74,0%; 1928-1829: 74,7%. Dentro
de estos periodos hubo enormes fluctuaciones de año a año. Esto, junto con las dife-
rencias inesperadamente grandes entre los precios CIF y FOB, sugiere que el mercado
de alpaca era más especulativo que el de la lana de oveja.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 267


Aunque las tendencias de largo plazo de los precios y los volúmenes
de lana exportados (cuadro 5.4) subrayan la reacción de los productores
y comerciantes del sur peruano a la demanda externa, hay dos problemas
que requieren de especial consideración.39 (1) ¿Por qué los volúmenes de
exportación de lana de oveja se estancaron entre 1892 y 1902 cuando,
ya en 1893-1894, los precios CIF en soles m. n. habían alcanzado niveles
comparables al pico previo de mediados de la década de 1860? (2) Por
el contrario, ¿por qué los volúmenes de exportación de lana de alpaca
continuaron creciendo tan vigorosamente entre mediados de la década
de 1880 y 1905—1906, cuando los precios en libras esterlinas se mantu-
vieron deprimidos a lo largo de este periodo y aun los precios en soles
m. n. no lograron volver al nivel de mediados de la década de 1860? Para
responder a estas preguntas debemos considerar el desarrollo de la pro—
ducción doméstica de ambas fibras, las ratios cambiantes entre consumo
doméstico y exportación, y el impacto de la demanda extranjera sobre
los diferentes grupos de productores de lana.
La información sobre estos puntos es fragmentaria. Parece impro-
bable, sin embargo, que un desarrollo fuertemente diferenciado en la
producción de ambas ñbras haya causado estas fases de volúmenes de
exportación contracíclícos. Durante el siglo que siguió a la Independen—
cia, las poblaciones de ovejas en el Altiplano y las zonas ganaderas veci—
nas crecieron aproximadamente tres veces, en tanto que los rebaños de
alpacas podrían haber crecido con algo más de rapidez. Como se señaló
en el capítulo 2, hacia 1840 se exportaba un porcentaje más alto de la
producción total de lana de alpaca que de la de ovino. Dadas las ten—
dencias de los volúmenes de exportación y la producción total de am-
bas fibras, esta situación no cambió durante los siguientes ochenta años.
Todos los estimados del temprano siglo XX sugieren una producción de
lana de ovino considerablemente mayor que la de alpaca, aunque las ex-
portaciones de esta última continuaran superando a la primera.40 Por lo

39. Con respecto a la correlación entre las exportaciones de lana del sur peruano y los
ciclos Kondratieffinternacionales, consúltese ]acobsen, “Cycles and Booms”.
40. Según la Asociación Nacional de Productores de Lana, en 1942 alrededor de 4.085
toneladas de lana de oveja y 2.318 toneladas de lana de alpaca fueron 0 bien expor—
tadas o sino consumidas por las fábricas en todo el Perú. Se calcula que otras dos
mil toneladas más, no distinguidas en cuanto al tipo de lana, fueron usadas por la

268 [ NILS JACOBSEN


tanto, el estancamiento de las exportaciones de lana de oveja durante los
años en que las condiciones del mercado mejoraron entre 1892 y 1902,
no puede explicarse afirmando que se había alcanzado el techo de la
producción. En todo caso, la expansión de las exportaciones de lana de
alpaca tal vez se vio afectada por la baja oferta, especialmente en aquellos
años de demanda rápidamente ascendente. El ingeniero británico A. ].
Duffield, quien sostenía haber estudiado los métodos de producción de
lana en el Perú durante cuatro años, escribió en 1877 que “toda la lana de
la alpaca, la llama y la vicuña es enviada a Inglaterra. Ningún peruano de
cualquier condición social ha tenido el coraje o el sentido de hacer algo
para extender la producción de lana de alpaca”. Si su producción se
hu—

biese expandido, el Perú podría haber obtenido “un ingreso neto anual
de 20 millones de libras esterlinas”?1
Aunque esta cifra ciertamente era una licencia poética, pensada
para subrayar el fracaso de la élite peruana durante la “era del estiér-
col de ave”, otras evidencias también sugieren que en la segunda mitad
del siglo XIX, los campesinos indígenas vendían generalmente la ma-
yor parte o la totalidad de su lana de alpaca.42 El campesinado indígena
de Chumbivilcas, una provincia ganadera del departamento del Cuzco,
poseía cerca del 72% de los camélidos domésticos de su provincia to-
davía en 1927, y este porcentaje debe haber sido incluso mayor durante
los sesenta años precedentes.43 Como los hacendados continuaron mos-
trándose renuentes a ingresar en el negocio de la crianza de alpaca, la
oferta de esta fibra era sumamente dependiente de la producción cam—
pesina. Salvo por algunos cuantos artículos de vestimenta ceremonial,
el

producción doméstica india 0 por los artesanos urbanos. Si generosamente asumi-


mos que el 50% del consumo doméstico y artesano era de lana de alpaca, entonces
el total de la producción nacional de lana habría constado de un 58,2% de lana de
oveja, 38% de lana de alpaca y 3,8% de lana de llama y hzmrizo (un cruce de llama y
alpaca.) En el sur, la proporción de la alpaca fue tal vez más elevada. Véase Memoria
[. . .] de la Industria Lunar, 56.
41. Duffield, Perú, 15-16.
42. Forbes, On the Aymara Indians, 69-70.
43. Véase Burga y Reátegui, Lanas, 88. Calculo que la participación de los campesinos de
comunidad y los colonos de hacienda en los camélidos de la provincia de Azángaro
hacia 1920 era de entre 60% y 70%; véase ]acobsen, “Land Tenure”, 871-881, ap. 6.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL [ 269


campesinado parece haber sustituido su consumo doméstico de lana de
alpaca con la de oveja y llama. Esta sustitución fue promovida tanto por
el precio con prima pagado por la primera, como por las fuertes presio-
nes que los comerciantes de lanas ejercían sobre ellos. Los comerciantes
aún podían lograr grandes ganancias incluso durante la larga fase de
demanda decreciente de lana de alpaca, trasladando la parte del león de
las reducciones de precio a los productores campesinos. Así, el papel que
esta lana desempeñó en la economía doméstica del campesinado y las
prácticas comerciales explotadoras en las que este era obligado a partici—
par, ayudan a explicar la incapacidad de las exportaciones de dicha lana
para responder al descenso de largo plazo de la demanda internacional.
Las exportaciones de lana de oveja, en cambio, respondieron más
de cerca a las fluctuaciones de la demanda internacional. Una parte más
alta ——quizás superior a 50% hacia la década de 1890— era producida
en haciendas. El estancamiento de las exportaciones a mediados y fi-
nales del decenio de 1890 corresponde a una fase en la cual, debido a la
devaluación de la moneda y a los crecientes niveles de protección indus—
trial, los términos de intercambio favorecían al procesamiento domés-
tico por encima de la exportación. Varias fábricas de lana abrieron en el
sur y en Lima.44 Los productores y comerciantes de este producto deben
haber vendido una participación creciente aunque todavía pequeña de
la lana trasquilada a estas nuevas fábricas. Para 1902, la producción de
las fábricas cuzqueñas podría haber comenzado a afectar la demanda
campesina de telas importadas baratas en el sur, pues el vicecónsul bri—
tánico en Mollendo informaba de una drástica caída en las ventas de
jergas de Bradford con respecto a años anteriores.45 Pero en los siguientes
años, los términos de intercambio volvieron a favorecer la exportación
de materias primas debido a la caída de los aranceles
para los textiles, la
estabilización de la moneda y el estancamiento de la oferta internacional

44. Thorp y Bertram, Peru 1890—1977, 33-35, 348-349 (cuadros A.4.2, A.4.3); Wright,
The Old and the New Peru, 448; Yepes del Castillo, Perú 1820—1920, 171-172; Boloña,
“Tariff Policies”, 83, cuadro 3.3.
45. Informe del vicecónsul Robilliard acerca del comercio de Mollendo en 1902, en Bo—

nilla, Gran Bretaña, 4: 52.

270 | NILS JACOBSEN


Cuadro 5.5
COMPOSICIÓN DE LAS EXPORTACIONES DE ISLAY Y MOLLENDO vou VALOR, 1863-1930
(PORCENTAIES)

18633 1886-92 1897-1901 1902-04º 1909—14 1915—19 1920-24 1925—30

Lana 76 41 40 62 61 81 65 66

2 6 5 4 3 4
Cueros -— 1

Animales vivos — _ _ _ 1 1
_ __

Pergaminos — _ _ _ 1 1 2 4

Cascarilla 13 8 1
_ __ _. __ _
Coca —— 2 4 7 2 1 1 1

Café -—
_ 1
_ _. _. __ 1

Caucho ——
_ 8 2 10 2 __ _
Algodón -—
_ _ _ _ 1 g 9

Azúcar — _ _ _. __ 2 7 2

Oro 3 — _ 5
_ __ __

2

4'
Plata 6 16 11 9 1 2'
2 2 4 4
Cobre — 18 15 3

Petróleo —— __ _ _ _ 1
_ _
Bórax — — 6 5 6 — 1 ——

Plata acuñada 1 8 8 1 1
_ __ _
" [1114 2 4 2
Otros 6 4 1

101 98 99 99
Total 99 100 100 101

" Las cifras de 1863-1901 incluyen las exportaciones bolivianas através de Mollendo.

Error aritmético en la fuente: el “Total”es más pequeño quela suma de las exportaciones; por
lo tanto no hay remanente.
*
A partir de 1902 en adelante, las cifras solamente incluyen las exportaciones del sur peruano,

Error aritmético en la fuente: el “Total” es demasiado grande por unos 2.000.000 S.Im. n.
“Otros” debe en consecuencia reducirse.
' Incluye minerales combinados de plata y oro.
Fuentes: Bonilla, Gran Bretaña, vol. IV; Dirección General de Aduanas, Sección de Estadística,
Estadística, serie anual.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 271


de lanas. El procesamiento industrial de este producto en el Perú parece
haberse estancado, en tanto las exportaciones volvían a aumentar.46
Aun cuando la lana dominó el comercio exterior de la región, el sur
peruano jamás se convirtió en una economía monoexportadora entre la
década de 1850 y 1920. La participación de largo plazo que la lana tenía
en el valor total de las exportaciones de Islay y Mollendo se mantuvo
en alrededor de 60% y 65% (cuadro 5.5). Ella creció brevemente hasta
alcanzar 80% o 90% en los años de bonanza de las décadas de 1860 y
1910, y es posible que haya caído por debajo del 60% en las décadas de
baja de los precios de este producto, desde mediados de la década de 1870
hasta mediados del decenio de 1890.47 Al iniciarse el nuevo siglo, otros
productos ganaderos, especialmente los cueros de vaca, representaban
hasta el 7% u 8% de las exportaciones del sur peruano.
Una amplia variedad de mercancías agrícolas y mineras comple-
mentaba las exportaciones laneras del sur peruano. La mayor parte de
ellas solo contribuyeron durante una década o dos al comercio exterior
de la región en cantidades apreciables, pero al ser desplazado un produc-
to delos mercados internacionales, otros iban creciendo. La cascarilla (la
corteza del árbol de la chinchona) continuó siendo el segundo producto
de exportación de la región en el decenio de 1880,
pero se redujo hasta
ser insignificante durante la siguiente década, al reemplazar la aspirina
a la quinina como curalotodo. En la década de 1890, las hojas de coca,
el caucho y el bórax comenzaron a
exportarse desde Mollendo en gran
cantidad, con lo cual cada uno representó brevemente entre el 7% y el
20% del total de las exportaciones del sur peruano. Pero para comienzos
de la década de 1910, estos productos habían decaído, desplazados
por
productos sustitutos, por productores extranjeros más eficientes, o por
conflictos con el gobierno peruano.48 El algodón —y más brevemente—

46. Thorp y Bertram, Peru 1890-1977, 124-127; Lewis, Evolution, 170—171.


47. Sin embargo, el cuadro 5.5 exagera dicha caída
para los años de 1886 a 1901 porque
las exportaciones de minerales de Bolivia —que no fueron listadas por separado en
las estadísticas comerciales disponibles hasta 1902— representaron una parte cada
vez más grande de las exportaciones totales de Mollendo hasta que finalizó la cons—
trucción del tren entre La Paz y Arica en 1912.
48. Iacobsen, “Free Trade”, 153; informes de los vicecónsules británicos acerca del co—
mercio de Mollendo en 1898, 1900, 1901 y 1908-1909, en Bonilla, Gran Bretaña, 4:
32, 40—47, 79; Dunn, Peru, 464-465.

272 | NILS JACOBSEN


el azúcar, ambos cultivados en los valles situados entre Arequipa y la
costa, llegaron a ser importantes productos de exportación del sur del
país desde mediados del decenio de 1910.
Minerales como la plata, el oro y el cobre fueron, por supuesto, las
otras exportaciones principales de la región. Sin embargo, aunque toda-
vía en 1840 cerca de la mitad de las exportaciones regionales provenía
de menas, concentrados y barras (especialmente la plata) 0 monedas,
en la sierra sur la minería parece haber experimentado una larga deca-
dencia entre la década de 1850 (después del efímero auge de la explo-
ración aurífera en la montaña de Puno) y la de 1880, tal vez debido a la
carencia de capital, la escasez de mano de obra y sobre todo lo remotos
de
que eran muchos depósitos, lo que tenía como resultado unos costos
transporte exorbitantes.49 La extensión de la conexión ferroviaria desde
el puerto de Mollendo hasta el Altiplano septentrional para finales de la
década de 1870, la mayor estabilidad política existente después de 1886,
y la rápida caída en los tipos de cambio entre 1890 y 1893,
llevaron a un
alza en la actividad minera en la sierra sur. Entre comienzos de la década
de 1890 y 1907, los capitalistas británicos, estadounidenses y peruanos
realizaron sustanciales inversiones en maquinaria para la extracción y
el procesamiento de minerales de plata y oro en la provincia arequipeña
de Cailloma y en las de Lampa, Carabaya y Sandia, en Puno.50 La alta
proporción de minerales en las exportaciones globales de Mollendo
du—

rante el decenio de 1890 se debió, en gran medida, a los crecientes envíos


de plata, cobre y estaño desde Bolivia. Pero durante 1902—1904, cuan-
do las estadísticas de las exportaciones peruanas y bolivianas a través
de Mollendo figuran por separado por vez primera, el oro, la plata y el
cobre aún representaban el 17% de las exportaciones peruanas por ese

49. Véanse los informes de los cónsules británicos acerca del comercio de Islay y Mollen-
do en 1862, 1863, 1871 y 1878 en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 133, 144, 190—191, 257;
para al decadencia de la minería de plata desde finales de la década de 1840 hasta
1890, véase Deustua, “Producción minera”. Para el papel crucial que los costos de
transporte tenían en la minería de la sierra central, véase Contreras, “Mineros”. Para
las coyunturas mineras boliviana y mexicana, cfr. Mitre, Los patriarcas de la plata;
Urrutia de Strebelski y Nava Oteo, “La minería”, 119-145.
50. Informes de los cónsules británicos acerca del comercio de Mollendo en 1890, 1898,
1900, 1901,1902,1906—1907,1908-1909 y 1910—1911, en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 17,
32, 40, 47, 52, 74, 79, 87; Wright, The Old and the New Peru, 357.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL ] 273


puerto. Con todo, durante la década de 1910 las exportaciones de mine-
rales cayeron. El oro era comercializado principalmente dentro del Perú;
un giro temporal al mercado doméstico podría también dar cuenta de la
caída por algún tiempo de las exportaciones de plata.51
Esta amplia gama de exportaciones secundarias constituía regular—
mente casi una tercera parte de los ingresos provenientes del comercio
exterior. Ellas no solo amortiguaron las fluctuaciones cíclicas del co-
mercio lanero, sino que extendieron el ámbito geográfico del comercio
monetizado a diversos y distantes distritos, desde los valles de Arequipa
hasta sus zonas mineras en la sierra, y al extenso piedemonte oriental
de los Andes. La amplia variedad de exportaciones fortaleció las redes
de comercio regional dirigidas por comerciantes hispanizados
y extran—
jeros. Aunque el comercio regional, fuera de los circuitos mantenidos
por el campesinado, se había atrofiado durante los largos decenios de
mercados decrecientes entre finales del siglo XVIII y 1850, ahora alcanzó
una nueva vitalidad, en una interrelación cercana pero complicada con
las industrias de exportación.

Importaciones, producción doméstica


y circuitos comerciales regionales

La balanza comercial del sur


peruano con los países extranjeros a través
de Islay y Mollendo, fue positiva durante la mayoría de los años trans—
curridos entre mediados de la década de 1850 y 1919.52 Los superávit
comerciales fueron particularmente impresionantes a mediados de la
década de 1860 y durante la Primera Guerra Mundial, pero fueron gran—
des en la mayoría de los años a partir de la década de 1890. Estos exce—
dentes salían en parte de la región hacia Lima, bajo la forma de derechos
de importación e impuestos directos e indirectos. Con el superávit de

51. La exportación de monedas, considerable en ciertos años,


parece haber estado vincu—
lada no alos déficit en la balanza de pagos, sino más bien al intento de retirar la mo—
neda boliviana de circulación en el sur peruano durante la década de 1890. Informe
del vicecónsul británico Rowlands acerca del comercio de Mollendo en 1908—1909,
en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 79; Deustua, “El ciclo interno", 23—49.
52. Se puede obtener del autor un cuadro de la balanza comercial de Islay y Mollendo en
1853— 193 1.

274 | NILS JACOBSEN


su balanza comercial, el sur, al igual que otras regiones provinciales del
Perú, ayudaba a pagar los altos niveles de importaciones que se consu-
mían en la capital, cuyo puerto, el Callao, consistentemente recogía una
parte de las importaciones mucho mayor que su porcentaje de la pobla-
ción nacional y de la capacidad exportadora de su interior. Pero parte de
estos excedentes debe haber sido retenida en el sur, y haber contribuido
al crecimiento de los gastos de consumo o de inversión satisfechos con
mercaderías producidas regionalmente.
“Al menos el 60% de la población del Perú es prácticamente irrele—
vante en lo que a la compra de bienes extranjeros se refiere”, escribió en
1925 William E. Dunn, el agregado comercial de la embajada de EE. UU.
en Lima. Según él, los campesinos indios, que vivían en sus “desnudas
andinas” y que ca-
y desoladas chozas de barro o piedras en las alturas
recían “de la más remota idea de las comodidades la vida”, limitaban
de
sus compras de bienes manufacturados a “unas cuantas herramientas
baratas, o a una ocasional novedad que se les antoje”. Ellos gastaban las
“pequeñas sumas” que ganaban con la venta de lana y otros productos,
comprando alcohol y hojas de coca. Dunn consideraba que los “mesti-
zos de la clase baja” y sus “ruinosas casas […] amobladas solo con unos
pocos artículos domésticos indispensables”, eran consumidores apenas
“el po—
mejores de artículos importados. De hecho, él consideraba que
der de compra conjunto del pueblo peruano bien puede ser comparado
con el de una ciudad estadounidense promedio de 650,000 [habitantes]”
(el Perú tenía unos cinco millones de habitantes en ese entonces).
La

demanda de una amplia gama de bienes de consumo de alto nivel, es-


pecialmente importante para el comercio exterior de Estados Unidos a
comienzos del siglo XX, se concentraba en las principales ciudades del
Perú, particularmente en Lima.53
Aunque los prejuicios culturales de Dunn son notables, no hay
razón alguna para acusarle de haber subestimado la propensión de los
campesinos indígenas a consumir bienes importados. Después de todo,
era su trabajo identificar posibles mercados para los productos esta-
dounidenses. El sur peruano y su gran concentración de campesinos in-
dios, consumía relativamente pocos bienes importados con relación a su

53. Dunn, Peru, 24.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL] 275


población. Durante las dos primeras décadas del siglo XX, la región, con
cerca de una tercera parte de la población del país, daba cuenta del 10%
al 15% del total de las importaciones peruanas.54 Al carecer de grandes
centros urbanos, la desproporción entre población y consumo de impor—
taciones era por supuesto aún mayor en el Altiplano. Ya en 1850, a pocos
años de la crisis final de las manufacturas textiles del sur peruano, la im—
portante feria comercial de Vilque veía compras mayoristas de productos
regionales para la exportación por valor de 490 mil pesos, mientras que
las ventas de productos importados a comerciantes y consumidores del
Altiplano sumaban apenas 300 mil pesos.55 Y en el periodo 1920-1935,
la casa importadora y exportadora arequípeña de Guillermo Ricketts
y
Compañía “compraba mucho [principalmente lanas para exportación]
y vendía poco [de lo ímportado]” en Puno.56
De los 52 distintos artículos de vestimenta importados al Perú en
1913, los que ingresaron a través de Mollendo representaban el 10% o
más de las importaciones nacionales de apenas 15 artículos.57 La vestí—
menta confeccionada de importación no se vendía mucho en el sur del
Perú, ya fuera porque su alto precio limitaba la demanda a dos o tres
tiendas minoristas en Arequipa, 0 porque los tipos de ropa más baratos
ya se producían en pequeños talleres textiles domésticos, o bien por—
que la mayoría de las familias “notables” en las provincias continuaba
contando con los servicios de costureras y sastres para sus principales
artículos de vestir, como vestidos y trajes.58 Una amplia gama de bienes
de consumo importados enfrentaban problemas similares en el
sur pe—
ruano. La producción doméstica y artesanal seguía suministrando mu-
chos de los bienes de consumo tradicionales. Al mismo tiempo, muchos
artículos en el grupo cada vez más amplio de mercancías recientemente
añadidas a los patrones de consumo de esta región, especialmente en la

54. Las importaciones a través de Mollendo dieron cuenta de entre 7,2%


y 11,0% de
las importaciones nacionales entre 1909
y 1916. Las importaciones totales del sur
peruano fueron algo más altas.
55. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 81.
56. Burga y Reátegui, Lanas, 151.
57. Mi propio cálculo, basado en Montavon, Wearing Apparel in Peru, 16—21.
58. Montavon, Wearing Apparel in Peru.

276 | NILS JACOBSEN


década de 1890, eran producidos por un número cada vez más grande de
pequeñas fábricas y talleres artesanales en Arequipa y Cuzco, o en Lima
y otras ciudades de la costa.
A decir verdad, un grupo cada vez más amplio de bienes impor-
tados sí circulaba a través de la sierra sur, integrando los caseríos más
remotos y las familias campesinas más humildes a una cadena comercial
cuyo otro extremo caía en las fábricas de Bradford, Limoges o Essen. Ya
en las décadas de 1830 y 1840, ciertos materiales textiles, artículos de
ferretería, de vidrio y alimentos importados se consumían en las pro—
vincias del Altiplano. Los patrones de consumo cambiaron considera—
blemente tras la llegada del ferrocarril, especialmente después de finales
de la década de 1880.59 La gama de productos disponibles en las tiendas
del Altiplano y en sus mercados se expandió rápidamente, y muchos de
los nuevos artículos que se ofrecían eran importados. En 1858 la tienda
de abarrotes de José Pantígoso Chávez, en la plaza mayor de la ciudad de
Puno, ofrecía un total de 74 artículos, de los cuales 21 eran productos de
importación, 36 eran nacionales, mientras que los 17 restantes eran de
origen incierto.60
En comparación, en 1890 la Casa de Comercio de Efectos Ultrama-
rinos y de Abarrote Moller y Compañía, también en la ciudad de Puno,
ofrecía 241 artículos distintos, 148 de los cuales eran probablemente ím-
portados, 35 nacionales, y otros 58 de orígen incierto.61 Los hacendados
más ricos de Azángaro compraban muebles, artículos para el hogar, ropa
y productos alimenticios de lujo, todos ellos importados. Por
ejemplo,
febrero de 1873 el hacendado Manuel E. Paredes, de Azángaro, reci-
en
bió comidas especiales, bebidas, cristales y loza de un almacén general
5 1/2 reales,
y de telas de Puno. De la cuenta, que sumaba 142 pesos y
al menos 56 1/2 pesos correspondían a artículos importados, entre ellos
cerveza noruega y pescado enlatado español.62 En el testamento, fecha-
do en 1909, del hacendado Mariano Wenceslao Enríquez, párroco de

59. Krúggeler, “Lífestyles in the Peruvian Countrysíde”.


60. REPP, Cáceres, año 1858 (17 de ago. de 1858).
61. REPP, año 189011, San Martín, n.º 18 (30 de abril de 1890).
62. Mercedes Martínez a Manuel E. Paredes; Puno, 17 de feb. de 1873, MPA.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL1277


Azángaro por muchos años, figuran artículos importados tales como
“un piano francés nuevo”, una máquina de escribir y otra de coser.63
Los campesinos indígenas también gastaban algo de dinero en pro—
ductos importados. A comienzos de la década de 1860, probablemen-
te durante el apogeo de la fortaleza relativa de las importaciones en los
mercados sur-peruanos, el viajero inglés Clements Markham sostuvo,
con considerable exageración, que “casi toda la ropa de lana de los in-
dios peruanos se importa ahora de Yorkshire, y sus telas para camisas de
Lowell”.“ A más tardar en la última década del siglo XIX, los campesinos
y los pobladores urbanos más pobres del Altiplano comenzaron a com-
prar artículos importados tales como herramientas básicas (p. ej. tijeras
y rejas de arado), agujas, espejºs y tintes de anilina.“5 Para el sur del Perú
en conjunto, la composición de las importaciones experimentó un cam-
bio fundamental entre las décadas de 1860 y 1910. En 1863, al menos el
52,3% del total de las importaciones a través de Islay eran textiles, pero
su participación cayó a un promedio de 34,9% entre 1913 y 1916. Para
mediados de la década de 1910, el 40,5% de las importaciones llegadas
a través de Mollendo consistía de productos de metal, cerámica, vidrio,
cemento, madera, pinturas, aceite, objetos de caucho, herramientas y
máquinas, una serie ampliada de bienes de consumo e inversión difícil
de desenmarañar.66
Pero no debemos exagerar el peso de tales importaciones en el gasto
global de la población del Altiplano, de los campesinos de comunidad a
los grandes hacendados hispanizados. Salvo
por ciertos textiles, las com-
pras de bienes importados por parte de hacendados o campesinos indí—
genas constituían gastos ocasionales extraordinarios y no correspondían
a su consumo cotidiano. Los artículos en la dieta normal, no solo de los

63. Testamento de Mariano Wenceslao Enríquez, in REPP, año 1909, Garnica, f. 375, n.º
187 (27 de oct. de 1909).
64. Markham, Travels, 76, n. 6.
65. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 84—85; véase también el inventario de una
tienda de Puno en REPP, año 189011, San Martín, n.º 18 (30 de abril de 1890).
66. La sustitución de las importaciones de textiles avanzó más rápido en todo el país
que
en el sur peruano. Entre 1911 y 1914, los textiles y la ropa dieron cuenta solamente
del 19% al 22% de las importaciones nacionales totales. Véase Thorp y Bertram, Peru
1890—1977, 119, cuadro 6.4; Boloña, “Tariff Policies”, 253—263.

278 ] NILS JACOBSEN


campesinos sino también de los hacendados, provenían mayormente de
regiones adyacentes del Altiplano, cuando no de la propia producción
de los criadores de ganado.67 Los pagos efectuados por el maíz, arroz, ñ-
deos, harina, sal, frutas frescas y secas, y azúcar de producción domésti—
ca ocasionaban considerables gastos, en particular para los campesinos.
Una gran parte del ingreso se dedicaba a conseguir estimulantes tales
como hojas de coca o alcohol (aguardiente de caña para los campesinos,
pisco, vino y cerveza para los hacendados). Las velas y el combustible
(si el estiércol de los animales que uno tenía no bastaba), las vasijas y
los cubiertos de mesa y otros productos para el hogar de producción
local, debían adquirirse con regularidad. Aunque la construcción de la
choza de adobe de un campesino solo requería de la compra de madera
—un artículo que no es barato en el Altiplano, que no tiene árboles—,
la construcción de la residencia urbana de un hacendado y, en general,
la inversión en inmuebles urbanos requerían mucho dinero. Tanto los
hacendados hispanizados como los campesinos indígenas invertían sus
ahorros provenientes de la venta de lana u otros productos pecuarios
en tierra y ganado. Había gastos de transporte, de la educación de los
hijos en el caso de los hacendados más pudientes, y por último, aunque
no menos importante, el pago de numerosos impuestos y gravámenes
nacionales, municipales y eclesiásticos. En suma, luego de vender su pro-
ducción a los comerciantes, los productores de lana del Altiplano no se
daban la vuelta y gastaban inmediatamente todas sus ganancias en pro-
ductos importados. Esto era evidente para Clements Markham, quien se

67. Las importaciones del sur peruano de alimentos de primera necesidad, fundamen-
talmente harina de trigo de Chile, dieron cuenta solamente del 5% al 10% de las im—
portaciones totales entre la década de 1860 y los años de la Primera Guerra Mundial,
de las
y aumentaron de modo aproximadamente proporcional al crecimiento general
importaciones. Antes de la década de 1920 no hubo ninguna señal de una seria cs—
casez de alimentos a largo plazo en la región. Informes sobre el comercio de Islay en
1863 del cónsul Cocks, en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 140; y el cuadro sobre las impor—
taciones de Mollendo, 1910-1931, preparado por el autor. En su artículo “Succulence
and Sustenance”, Vincent Peloso sostiene que los precios y la disponibilidad de los
alimentos de primera necesidad, el pan en especial, se convirtieron en una cuestión
política en el Perú por vez primera en la década de 1860, especialmente después de la
Guerra del Pacífico. Esto fue un problema para las clases trabajadoras de Lima, pero
no para el campesinado del Altiplano.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL |


279
preguntaba qué hacían los criadores de alpacas “con las enormes sumas
de dinero así recibidas”. Sugirió entonces que usualmente enterraban
este ingreso en metálico.68
Entre el campesinado del Altiplano, los entierros podrían efectiva—
mente haber sido un método común de ahorrar dinero para grandes
gastos especiales (p. ej., bautismos, matrimonios y funerales), esto es
una forma de consumo diferido. Pero en general, este incremento de los
ingresos que las exportaciones de lana y las actividades asociadas lleva—
ron a la región, estimuló el comercio regional de bienes producidos do-
mésticamente. Desde la década de 1850, la exportación de lanas se había
convertido en el sector líder de la economía del sur peruano. Al crecer
los ingresos por exportación, la demanda de bienes producidos domés—
ticamente se elevó. Las lanas ahora estaban alimentando las economías
de la sierra sur, tal como la plata lo había hecho durante
gran parte de
la época colonial. Como señalan Manuel Burga y Wilson Reátegui, las
exportaciones laneras ayudaron a conformar una región económica que
devino en dinámica mediante dicho comercio.69
Lo que había cambiado con respecto al siglo XVIII era la defini-
ción espacial de la región económica, la composición social de las redes
comerciales y la distribución de los beneficios de dicha actividad. No
cambió, sin embargo, la relación simbiótica existente entre la coyuntura
de una importante mercancía de exportación
y las coyunturas de una
amplia gama de bienes intercambiados regionalmente. Para mediados
del siglo XIX, el fortalecido nexo del comercio exterior había debilitado
e incluso destruido actividades de procesamiento
y flujos comerciales
específicos, pero no tuvo la fuerza o el impacto explosivo a lo largo de
los siguientes setenta años como
para eliminar por completo el comer-
cio de bienes artesanales y otras mercaderías procesadas de producción
regional. Hay, por el contrario, indicios de que la proporción de bienes
producidos en la región o en el país, creció aproximadamente después
de 1870 con respecto al total de bienes consumidos en el sur
peruano.
Tomemos el caso clave de las lanas. Hasta la década de 1840, cerca
del 60% de la lana de oveja y más de un tercio de la de alpaca
que se

68. Markham, A History, 498; Markham, Travels, 102-103.


69. Burga y Reátegui, Lanas, 179.

280 | NILS JACOBSEN


Cuadro 5.6
PRODUCCION DE LANA EN EL SUR PERUANO (ESTIMADOS) Y EXPORTACIONES DE ISLAY

Y MOLLENI>O, 1840-1917 (TONELADAS METRICAS)

% RETENIDO
PRODUCCION EXPORTACIONES
EN EL SUR PERUANO

OVEJAS ALPACA OVEJAS ALPACA OVEJAS ALPACA

1840 2.152,0 925,7 904,7 598,1 58,0 35,4


1867 3.432,9 1.664,7 1.985,0 1.337,4 42,2 19,7

1917 5.804,9 3.033,3 2.560,5 2.247,0 55,9 25,9

Fuentes: las exportaciones están basadas en Iacobsen, “Cycles and Booms”, 490-500, cuadros
3—6; Jacobsen, “Land Tcnure”, 815-833, ap. 1. Para la producción de lana construía estimados
de línea de base para 1830 y 1929. Para 1830 véase el cap. 2, n. 76. En 1929 ——el otro año de
línea de base— se llevó a cabo el primer censo nacional agrícola y ganadero; véase Dirección
de Agricultura y Ganadería, Estadística general agro—pecuaria. Sus cifras no son conñables. Para
el departamento de Puno calcula una población de ovejas casi idéntica a la de 1959, en tanto
dicho año. Dado que
que para los camélidos da alrededor dela quinta parte dela población de
1959 los rebaños de doméstico del sur habían quedado diezmados por la
para ganado peruano
catastrófica sequía de mediados de la década de 1950, estímé en 10 por ciento el crecinnento
los
neto de las poblaciones de ganado y de la producción de lana entre 1929 y 1959. Llegué a
de
estimados de 1840, 1867 y 1917 calculando el crecimiento lineal absoluto entre los dos años
base. Esto, claro está, sólo nos da estimados algo toscos.

producía en sur del Perú, no se exportaba sino que se la procesaba


el
en la región, ya fuera en telares de hogares campesinos o en los obrajes
que aún subsistían. La mayoría de estos últimos colapsó finalmente
a
mediados de la década de 1840, una nueva oleada de textiles importados
baratos ingresó a la región, y el precio de la lana subió dramáticamente
durante las décadas de 1850 y 1860. Por dicho motivo, la proporción dela
lana que se exportaba parece haberse incrementado notablemente. Para
1867, es probable que apenas un 42% de la lana de ovino y un 20% de la
de alpaca hayan sido retenidos en el país (cuadro 5.6), confirmando así
las frecuentes quejas de los cónsules británicos de que las exportaciones
de esta última se veían limitadas por una oferta apretada. Pero alo largo
de los siguientes cincuenta años esta tendencia se revírtió, a medida que
los rebaños crecían con mayor rapidez que las exportaciones de lana. En
todo el periodo 1830-1917, la población ovina del sur peruano podría

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL] 281


haber crecido casi tres veces y media, mientras que las exportaciones
de lana de oveja crecieron 2,8 veces entre 1840 y 1917. Los rebaños de
alpaca deben haber crecido más de cuatro veces y media, expandiéndose
las exportaciones 3,7 veces entre 1840 y 1917.70 Se calcula que entre 1867
—cuando la ratio de las exportaciones de lana probablemente alcanzó
su punto más alto— y 1917 la producción de lana de oveja creció en casi
70%, pero las exportaciones solo 30%. La proporción de la lana retenida
domésticamente se elevó así al menos a un 55,9% en el caso de la lana de
oveja y un 25,9% más modesto en el caso de la de alpaca.71
Dos razones explican el creciente consumo interno de lana cruda.
Una de ellas es la apertura de modernas fábricas textiles en el sur pe-
ruano, que procesaban las materias primas producidas en la región. La
primera de ellas fue abierta en 1861 en la hacienda Lucre, sede de un
antiguo obraje cercano al Cuzco, por los Garmendia, una prominente
familia de grandes hacendados desde la época colonial. Luego de apenas
unos veinte años de casi total postración de la producción textil contro—
lada por la élite, este fue el primer paso en la reversión de dicha tenden—
cia. Pero la industria textil moderna del sur peruano creció con suma
lentitud. Entre 1895 y 1910, dos fábricas más comenzaron a operar en
Maranganí y en Urcos, centros de la producción textil colonial cuzqueña
en las provincias de Canchis y Quispicanchis, y otra más abrió en Are—
quipa. La fábrica de Maranganí, “una de las empresas más progresistas
y al día de Sudamérica”, tenía instaladas modernas máquinas inglesas,
alemanas ybelgas. Para la mano de obra ella dependía de los indios cam-

70. Elegí 1840 como punto de partida porque las pocas exportaciones iniciales de lanas
alrededor de 1830 habrían distorsionado el cuadro.
71. Estos son estimados bajos, en especial para 1917. Ellos se refieren a los años pico de
exportación de lana y tienen como base el supuesto de un crecimiento lineal absoluto
de las poblaciones de ganado entre 1830 y 1917. En realidad, el crecimiento absolu-
to de los rebaños debe haber sido considerablemente mayor entre 1890 y 1917 que
antes. De este modo, es probable que para finales de la Primera Guerra Mundial, la
parte de las lanas que permaneció dentro de los confines del sur peruano haya vuelto
a alcanzar las dos terceras partes en el caso de la de oveja, y la tercera parte en el de la
alpaca. Para 1942, la Junta Nacional de la Industria Lanar calculaba que de un total
de 8.667,9 toneladas métricas de lana de todo tipo, 5.148,8 toneladas —alrededor de
60%— fueron retenidas en el país. Véase Memoria […] de la Industria Lunar, 56.

282 [ NILS JACOBSEN


pesinos de comunidad y de los colonos, lo que siguió siendo la norma en
todas las fábricas textiles cuzqueñas hasta 1920.72
Estas unidades productivas eran pequeñas en términos de capital,
capacidad instalada y fuerza laboral en comparación con las fábricas la—
neras de Lima, y especialmente con las fábricas algodoneras de la capital,
propiedad de poderosas empresas extranjeras como la W. R. Grace y la
Duncan Fox and Company. Ahora el mercado sur peruano para manu—
facturas textiles de lana era disputado por tres grupos de productores:
las fábricas ubicadas en la región misma, en Lima y en Europa. Para
la segunda década del siglo XX se vendían en la región más textiles de
producción nacional que importados. Y aunque las grandes fabricas li—
meñas dominaban el mercado de productos de algodón, las fábricas del
sur fueron relativamente fuertes en textiles de lana hasta el final de la
Primera Guerra Mundial, especialmente en los departamentos de la sie-
rra como Cuzco, Apurímac y Puno, e incluso brevemente en Arequipa.
Las fábricas cuzqueñas se especializaban en bayetas, casimires, franelas
y frazadas dirigidos a campesinos y otros consumidores de pocos recur—
sos, un segmento del mercado en el cual su menor costo de transporte e
íntimo conocimiento de los estilos y arreglos de comercialización regio-
nales les daba una ventaja.73
Sin embargo, según un informe de 1918, las fábricas peruanas aún
absorbían apenas unas 680 toneladas métricas de lana de oveja, por de-
bajo de] 10% de la producción nacional y poco menos del 20% de las
exportaciones.74 Aunque este uso industrial de las lanas contribuía cla-
ramente al cambiante equilibrio entre las exportaciones y el consumo
doméstico, el hecho sorprendente es el continuo peso de su procesa-
miento en los hogares campesinos. La ropa tejida en los rústicos telares
de los hogares campesinos debe haber consumido entre 45% y 55% de

72. Wright, The Old and the New Peru, 448; Yepes del Castillo, Perú 1820-1920, 171—172;

Burga y Reátegui, Lanas, 138—139.


73. Burga y Reátegui, Lanas, 136—137; Wright, The Old and the New Peru, 448.
74. Yepes del Castillo, Perú 1820—1920, 171-172; la afirmación hecha por el autor de que
la producción industrial doméstica de lana era de alrededor del 10% de su monto
exportado podría inducir a error, puesto que él incluye en las cifras de exportación
tanto la de oveja como la de alpaca. Las fábricas nacionales prácticamente no consu—
mían nada de lana de alpaca.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 283


toda la lana de oveja y cerca de una cuarta parte de toda la de alpaca
producidas en el sur peruano, incluso durante el apogeo de la bonanza
exportadora de lanas hacia el final de la Primera Guerra Mundial, casi
un siglo después de abrirse el comercio exterior directo con Inglaterra, y
más de 50 años después de la instalación de la primera fábrica textil mo—
derna en el país.75 Los estimados son demasiado toscos como para indi—
car con seguridad si la participación relativa de la producción doméstica
campesina, en la disposición de la producción lanera total de esta región,
comenzó a caer a lo largo del primer siglo después de la Independencia,
cuando el consumo de lana en los obrajes fue reemplazado por su expor—
tación y el procesamiento en fabricas modernas. Pero es claro que con el
vigoroso crecimiento de las poblaciones de ganado, la cantidad absoluta
de lana procesada en los hogares campesinos continuó creciendo hasta
1920. Aunque la población rural y los estratos urbanos más pobres de los
pueblos del sur peruano ya compraban ciertos artículos textiles desde las
décadas de 1830 y 1840, y habían comenzado a usar productos de lana
de manufactura doméstica [domestically] desde el decenio de 1860, la
reducción concomitante en el consumo per cápita de textiles de produc—
ción casera fue más que compensada con el incremento de la población
regional, que continuó dependiendo de algunos textiles de fabricación
doméstica. Para reiterar este aspecto crucial: la cantidad absoluta de tex—
tiles de lana producidos en los hogares campesinos continuó creciendo
durante el siglo posterior a la Independencia, aun cuando su consumo
per cápita comenzó a caer.
Esta mayor producción de tejidos caseros de lana no habría sido
inusual como fenómeno de transición relativamente breve, que acom—
pañó a la formación de un mercado interno integrado juntamente con
el predominio emergente del modo de producción capitalista, tal como
Emilio Sereni lo mostrara para el caso italiano. El procesamiento de lino
y cáñamo en los hogares rurales de Italia prosiguió a un alto nivel duran—
te un lapso de unos treinta años, luego del inicio de la formación de una

75. Podemos estimar que en 1918 se procesó en los hogares campesinos el 52,2% de la
lana de oveja, incluso en el caso de que la totalidad de las 680 toneladas de esta lana
consumidas por las fábricas del país hubiesen sido producidas en el sur peruano.
Para la lana de alpaca he supuesto que casi toda la fibra no exportada era procesada
en los hogares campesinos.

284 | NILS JACOBSEN


industria textil 3 gran escala en la década de 1860, y el número de telares
el
en campo continuó creciendo incluso hasta comienzos de la década de
1890. Pero la apertura de Italia al comercio exterior masivo, las políticas
liberales del Resorgimiento, y, después de 1880, una política de protec—
ción industrial, crearon un mercado nacional en el cual los productores
rurales sucumbieron progresivamente ante las grandes fábricas de las
ciudades del norte, la industria y la agricultura se separaron del todo
y el Mezzogiorno fue convertido en un “territorio dependiente” de los
industrialistas norteños.76
En la perspectiva comparativa de Europa Occidental, Sereni consi—
dera que la transición italiana hacia un mercado nacional capitalista fue
dolorosamente lenta, detenida por “remanentes feudales”. Pero el caso
peruano fue sumamente distinto. Antes de 1930 no había surgido nin-
gún mercado nacional; en lugar de funcionar como arietes que derriba—
ran las murallas de los modos de producción e intercambio tradicionales
del sur peruano, el comercio exterior yla industria moderna se adapta-
ron a los intereses regionales; la agricultura yla industria continuaron
fuertemente ligadas, yla producción casera creció junto con el comercio
externo y la industria moderna, cuya capacidad de expansión perma-
neció así limitada.77 La baja productividad de la producción agrícola y
artesanal, así como la estructura neocolonial de la sociedad, hicieron
que la sierra sur peruana resistiera a las fuerzas de cambio.
El dinero que circulaba en el sur peruano a través de las actividades
exportadoras, estimuló así una amplia gama de producción y procesa—
mientos domésticos para el comercio regional, sin cambiar drástica-
mente el modo a través del cual estas mercancías eran producidas. La
demanda de muchas de ellas se movió junto con la economía de expor—
tación. El maíz escaseó en el Cuzco en 1917, cuando la demanda del área
ganadera nuclear, entre Sicuani y el lago Titicaca, creció juntamente con
el auge exportador lanero.78 En la década de 1910, el ganado ovino y va-
cuno vivo de Puno y el maíz del Cuzco hallaron brevemente unos fuertes
mercados en Tarapacá —la provincia anexada por Chile—, cuando las

76. Sereni, Capitalismo y mercado nacional, 99-119.


77. Cfr. Jacobsen, “Free Trade”, 145-175.
78. Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 121; Burga )! Reátegui, Lanas, 37-39.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL] 285


exportaciones de nitrato de la zona alcanzaron su máximo nivel.79 El
consumo de aguardiente de uva de los valles de Moquegua y alrededores
de Arequipa creció a partir de la década de 1850 en las áreas rurales del
Altiplano. Luego de que el ferrocarril facilitara el acceso desde la costa
a la sierra sur, el aguardiente de caña de las haciendas azucareras acele—
radamente modernizadas de la costa norte desplazó a los alcoholes de
uva sureños, y el consumo campesino de aguardiente de caña creció en
estrecha relación con las coyunturas del mercado de lana.80
Además de los diversos productos de lana, una amplia gama de pro—
ductos artesanales encontró una vigorosa demanda a lo largo del sur
peruano. Los artesanos del Altiplano y los talleres de Arequipa 0 Cuzco
no solo continuaron produciendo los mismos bienes requeridos tradi—
cionalmente, sino que adaptaron su producción a los cambiantes pa—
trones de consumo urbano. Los olleros de Santiago de Pupuja y Pucará
diversiñcaron su producción, pasando de las simples jarras y ollas usa—
das para cocinar en la mayor parte del Altiplano, a crear vasos, ceniceros
y piezas ornamentales que las familias urbanas de clase media buscaban.
Las curtiembres también adaptaron su producción a las nuevas deman-
das urbanas de calzado, accesorios de vestir menaje, especialmente en
y
Arequipa.81
Debido a esta articulación entre el comercio extranjero y regional,
el sur peruano adquirió su contorno como una región comercial distin—
ta durante la segunda mitad del siglo XIX. Desde el Desaguadero hasta
Abancay, de Huancané a Camaná, y de Quillabamba a Moquegua, doce-
nas de circuitos comerciales transmitían los impulsos de las actividades
exportadoras a los remotos valles y laderas montañosas donde se pro-
ducían las mercancías para el mercado regional. Mientras que los inter—
cambios regionales se íntensiñcaban junto con el comercio exterior, el
comercio con Bolivia, que había sido el polo principal del antiguo patrón
de intercambio colonial, perdió
peso relativo. El sur peruano se convir-
tió en una región diferente, para la cual los vínculos con Liverpool eran
más importantes que los que tenía con Lima. La línea ferroviaria que

79. Burga y Rcátegui, Lanas, 37; Dunn, Peru, 144-150.


80. Forbes, On the Aymara Indians, 57; Guía general, 213.
81. Romero, Monografía del departamento de Puno, 506—507.

286 ] NILS JACOBSEN


unía el puerto de Mollendo y el centro comercial de Arequipa con la sie-
rra, se convirtió en la columna vertebral de esta región comercial desde
comienzos de la década de 1870 y erigió nuevas jerarquías comerciales,
promovió nuevos centros urbanos y relegó otros a una posición mar—
ginal dentro de dichas jerarquías. La creación de una nueva jerarquía
espacial en el comercio del sur peruano debido al auge de la exportación
lanera y la construcción de un moderno embudo transportador, fueron
de la mano con la renovación e intensificación de la jerarquía social del
comercio: la creciente centralidad de los comerciantes importadores y
exportadores, que se beneficiaban más con las ventajas de los medios
de transporte y de comunicación mejorados; el establecimiento o —en
algunos poblados— la expansión de diversos niveles de intermediarios,
desde vendedores mayoristas, acopiadores regionales y propietarios de
almacenes generales bien surtidos, ubicados en los centros más impor—
tantes a lo largo de la línea del ferrocarril, hasta vendedores y comprado-
res de lana itinerantes; y la incorporación subordinada de comerciantes
mestizos e indígenas a los peldaños inferiores de estas jerarquías. Como
Gordon Appleby sostuviera convincentemente, el comercio en el sur pe-
ruano se organizó según un modelo “dendrítico”, semejante a un árbol
en el cual las hojas o incluso la más lejana rama en la copa dependen en
última instancia del tronco principal.82
Pero esta no es toda la historia. Gran parte del comercio regional
continuó fluyendo fuera de los canales de este sistema “dendrítico”, aun
cuando no escapaba a su influencia en términos de las fluctuaciones de
la demanda. Fueron muchos los puntos de conflicto y tensión que sig-
naron los intentos —efectuados por aquellos comerciantes firmemen-
te arraigados en la jerarquía importadora-exportadora— de imponerle
sus rutas comerciales, sus precios y su intermediación comercial a los
campesinos, arrieros y otros que continuaban utilizando circuitos co-
merciales más antiguos y autónomos, basados en la complementariedad
intrarregional. Los conflictos que estallaron en el comercio del sur pe-
ruano desde finales del siglo XIX, no fueron principalmente entre grupos
que intentaban imponer el comercio exterior contra el mantenimiento
de los intercambios intrarregionales, o viceversa. En el Altiplano, en

82. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 100—107.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REG!ONAL | 287


particular, eran pocos los comerciantes que no tenían un pie en ambos
tipos de actividades. Lo que estaba en juego era la distribución social de
los beneficios dentro de un sistema comercial regional, conformado
por
elementos heterogéneos.
Dos estudios sobre otras regiones andinas han enfatizado que, entre
las décadas de 1870 y 1880, los circuitos comerciales regionales fueron
trastocados debido a los corrosivos efectos del liberalismo económico
y la guerra. Tristan Platt ha señalado el “mercado interno” del maíz y
trigo en el Alto Perú y Bolivia hasta la década de 1860. Cochabamba
y, después de la Independencia, Chayanta, aprovisíonaron al Altiplano
septentrional boliviano y a las regiones adyacentes del sur peruano con
sus cosechas. A los campesinos de comunidad de Chayanta les tocó des—
empeñar un papel prominente en el “mercado interno”, que duró mien-
tras el Estado boliviano prosiguió una política comercial proteccioni5ta
y mantuvo su alianza con los indios, simbolizada por el nexo tributario.
Este “mercado interno” quedó destruido en poco más de una década,
cuando entre finales de la década de 1860 y comienzos del decenio de
1880, la élite nacional boliviana se volvió hacia una política líbrecambis—
ta —con lo que permitió que los granos chilenos inundaran el mercado
nacional— y al mismo tiempo intentó instituir una política liberal de
tierras, la cual, de haber tenido éxito, habría destruido al ayllu indígena
y lo habría reemplazado por toda la república con grandes haciendas.83
El otro caso se refiere a la sierra central
peruana, estudiada por Nel-
son Manrique. Un mercado regional dinámico y relativamente autóno-
mo, basado en la creciente demanda de productos ganaderos en Lima y
un comercio intensivo en alcohol de caña de producción local, se desa—
rrolló allí desde la década de 1840. En contraste con el cuadro que Platt
trazara para Chayanta, esta coyuntura de mercado regional benefició
fundamentalmente a los grandes hacendados y comerciantes. La región
entró en crisis debido a la destrucción y a la movilización social genera-
das por la Guerra del Pacífico. A medida que la mayoría de las familias
de la oligarquía regional de la sierra central veía cómo sus propiedades
eran destruidas, sus fuentes de crédito desaparecían y sus mercados eran
invadidos, ellas fueron perdiendo el control sobre la economía regional,

83. T. Platt, Estado boliviano, caps. 1»2.

288 | NILS JACOBSEN


primero ante los empresarios mejor capitalizados de Lima y, a partir de
1900, ante el “capital imperialista” que tomó el control de la industria
minera del cobre. Para Manrique, la formación y caída del mercado re-
gional de la sierra central fueron etapas inevitables en la formación del
mercado nacional peruano.84
El sur peruano experimentó un desarrollo diferente. Tras la penosa
adaptación al desplazamiento de ciertos productos domésticos por parte
de las importaciones, entre las décadas de 1780 y 1850, el mercado regio—
nal quedó ligado al crecimiento del comercio exterior. La liberalización
de las importaciones en las décadas de 1850 y 1860 ayudó a establecer al
comercio exterior como el sector estratégico y líder de la economía del
sur peruano, favoreció la formación de nuevas jerarquías mercantiles
dominadas por las casas extranjeras de Arequipa, y de este modo fomen—
tó el crecimiento del patrón comercial “dendrítico” que definió al sur
como una región en y por sí misma. Pero esta liberalización comercial
no llevó a una crisis general del comercio intrarregional, como la que
Platt describiera para Chayanta. La diferencia crucial entre ambos casos
radica en las mercancías involucradas y en los productores. En Chayan-
ta, los productos estratégicos de la participación campesina en el “mer—
cado interno” ——cereales— podían ser fácilmente reemplazados con
importaciones, una vez que los aranceles y las condiciones de transporte
favorecieran tal reemplazo. En el sur peruano, la mercancía estratégica
de exportación era producida en gran medida por los campesinos. La
misma actividad de la crianza de ganado que involucraba al campesina-
do en el nexo exportador, producía al mismo tiempo una amplia gama
de bienes para el comercio regional, desde lana y cuero hasta carne, sebo,
mantequilla y queso. Los acopiadores de lana difícilmente habrían que—
rido que los campesinos dejaran de intercambiar y comerciar tales mer-
cancías, puesto que ello les habría hecho totalmente dependientes del
ingreso proveniente de la venta de lana para la exportación, lo que habría
llevado inevitablemente a la demanda de precios más altos por la lana de
los campesinos.

84. Manrique, Mercado interno, esp. 139-141, 191-194, 265-270; Wilson, “Propiedad e
ideología”, 36-54; Burga, “El Perú central”, 227-310; Mallon, The Defense ofCommu-
nity, cap. 4.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 289


Otras mercancías de diferentes partes del sur peruano, como hojas
de coca, té y café, alcohol de caña y de uva, ají, pasas y aceitunas, tenían
poco que temer de las importaciones ultramarinas. Entre 1888 y 1897,
los aranceles de importación más altos y la devaluación del tipo de cam»
bio produjeron niveles más elevados de protección efectiva, pero esta si-
tuación no benefició automáticamente al comercio regional controlado
por los campesinos; ella más bien, llevó a una modesta sustitución de
importaciones mediante unas cuantas fábricas nuevas, como las textiles
ya examinadas anteriormente, fundiciones de hierro y cervecerías, que
simplemente desplazaron el origen de los productos manufacturados
que se enfrentaban con algunos de los productos domésticos campesi—
nos. Antes de 1920, los industriales y comerciantes eran o bien los mis-
mos, o sino los primeros eran sumamente dependientes de los segundos.
Por esta razón, el debate nacional librado en torno a los aranceles a la
importación durante la década de 1890 no parece haber dividido a la éli—
te empresarial de la región. Hasta el final del auge exportador de la Pri—
mera Guerra Mundial, la mayoría de los miembros de esta élite siguieron
siendo librecambistas, en Cuzco y en Puno tanto como en Arequipa.85

El sistema comercial del Altiplano entre 1850 y 1920

Hasta finales de la década de 1850, la exportación de lana a través de


Islay estuvo controlada por apenas cuatro compañías extranjeras que
operaban desde Arequipa: dos británicas, una francesa y una alemana.86
Para ellas, la importación de bienes manufacturados de Europa era tan
importante como su negocio de exportación. En ambas actividades las
casas extranjeras todavía operaban principalmente en la misma Are-
quipa. Como importadores, operaban como comerciantes mayoristas;
como exportadores compraban la lana a los intermediarios directamen-
te en Arequipa, 0 hacían cada año una expedición a alguna de las ferias
anuales del Altiplano.87

85. Cfr. Iacobsen, “Free Trade”; para la protección efectiva a comienzos de la década de
1890, véase Boloña, “Tariff Policies”, 91-92.
86. Grandidier, Voyage, 50; las cuatro compañías probablemente eran Gibbs and Com-
pany, lack Brothers, Braillard et Compagnie, y Guillermo Harmsen y Compañia.
87. Informe del cónsul Vines sobre el comercio de Islay en 1870 y 1871, en Bonilla, Gran
Bretaña, 4: 189.

290 | NILS JACOBSEN


En estas circunstancias, los comerciantes independientes peruanos
tenían un papel considerable que desempeñar en todas las etapas del
acopio de lana, anteriores a la exportación final. Hombres acaudalados
como José Mariano Escobedo, un azangarino que vivía en Arequipa,
0 el arequipeño José María Peña, a menudo entraban al comercio de
lana solo como una rama comercial entre varias otras.88 Escobedo te-
nía varias haciendas en Azángaro y recibió grandes contratos de obras
públicas del gobierno. En 1851 se inició en el comercio lanero como so—
cio del comerciante alemán Guillermo Harmsen.89 Peña había sido pro-
pietario de minas de oro en la Cordillera de Carabaya desde antes de
1850.90 El formó una compañía con el boliviano Eusebio Prudencio en
algún momento antes de 1865, “para la compra de corteza de chinchona
y lana de alpaca y la venta de mercancías en Soraicho”, en la provincia
de Huancané, desde donde se podía organizar con facilidad el comercio
con el lado boliviano del lago, así como con la ceja de selva. Prudencio
debía encargarse del negocio en Soraicho, en tanto que Peña arreglaría
las ventas en Inglaterra, así como la compra de mercaderías peruanas e
importadas que tuvieran demanda en la margen oriental del Altiplano.91
Peña probablemente tenía contratos similares con comerciantes de otras
regiones productoras de lana, y sus operaciones mercantiles se extendían
por todo el Altiplano.
Los comerciantes que contaban con el capital necesario, se asocia-
ban con personas que pudieran asegurar el suministro de lana con sus
propias y grandes haciendas. Este fue el caso de la compañía fundada
por Manuel y José María Costas y Antonio Fernández, todos de Puno,
el 15 de abril de 1853.92 Fernández consideraba que no podría pagar su

88. Los negocios laneros de Peña y Escobedo eran lo suficientemente significativos como
para que sus nombres aparecieran en un informe de 1856, enviado al fabricante
Fos—

ter en Inglaterra,junto con los de las cuatro compañías extranjeras, como principales
compradores de lana de alpaca; véase Sigsworth, Black Dyke Mills, 236-237.
89. Testamento de José Mariano Escobedo del 24 de oct. de 1859, en REPAr, año 1870—

1871, ]. Cárdenas, f. 81 1.
90. REPAr, año 1852,I. Cárdenas (5 de marzo de 1852); REPA, año 1863,Manriquc, f. 10,
n.º 7 (27de enero de 1863).
91. REPAr, año 1867, Cárdenas (31 de mayo de 1867).
).

92. REPP, Cáceres, año 1859 (8 de oct. de 1859).

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 291


parte del capital de la compañía, así que fue cubierto por los hermanos
Costas a crédito. Estos hermanos consideraban ventajoso unirse en una
misma empresa con Fernández, porque este era dueño y arrendatario de
numerosas haciendas ganaderas, y porque prometí ' “ceder a la sociedad
toda la lana de oveja procedente de sus haciendas”. Sucede que dichas
haciendas se encontraban al oeste de Puno, en el embudo geográfico del
Altiplano que lleva al principal camino de arrieros para Arequipa, razón
por la cual ellas podían muy bien servir como almacén y como puntos
de lavado y empaque de las lanas que la compañía comprara, antes de su
transporte a través de la Cordillera Occidental.93
Apenas seis años después de fundada la compañía, Fernández reco—
noció deber a sus socios la asombrosa suma de 53.832 pesos y 4 reales,
cantidad que correspondía a más del 10% del valor total de las expor—
taciones anuales promedio de lana de Islay en la década de 1850, y más
del valor de las haciendas más grandes del Altiplano en aquellos años.
Dicha deuda representaba retiros de dinero en efectivo de los fondos de
la compañía, así como la venta de cantidades significativas de lana de
ovino de la compañía efectuada por cuenta propia de Fernández, como
pago de deudas privadas con las casas exportadoras de Arequipa.94 La
magnitud de tales transacciones sugiere que un número relativamente
pequeño de comerciantes laneros peruanos, tanto individuales como
compañías, debe haber proporcionado una gran parte de toda la lana
exportada posteriormente por las casas de Arequipa. Pese a las fuertes
deudas en que incurriera su socio Fernández, la familia Costas continuó
su negocio en el comercio de la lana al menos hasta 1925.95
La tendencia de las casas extranjeras a limitar sus operaciones mer—
cantiles mayormente a Arequipa antes de la década de 1870, y la conse-
cuente posición sólida de comerciantes peruanos como Escobedo, Peña
y Costas, también tuvieron consecuencias para la estructura de la red
crediticia del sur peruano. Durante las décadas de 1850 y 1860, los co—
merciantes laneros y hacendados del Altiplano dependían considerable—
mente menos del crédito de las casas exportadoras de Arequipa —por

93. Ibid.
94. Ibid.
95. Bedoya, Estadísticas.

292 | NILS JACOBSEN


ejemplo, para sus compras de lana o sus inversiones en bienes raíces—,
de lo que sería el caso hacia finales de siglo. Los grandes acopiadores re—
gionales de lana aparentemente contaban con suficiente capital de traba-
jo, como para no necesitar que los exportadores les hicieran un adelanto
para la compra de grandes cantidades de lana; podían así operar inde-
pendientemente y decidir cuándo y a quién venderían sus lanas. Parecen
haber sido estos acopiadores regionales los que extendían crédito a sus
proveedores.
En el Altiplano hubo otra importante fuente de crédito duran-
te el tercer cuarto del siglo XIX. Un pequeño grupo de comerciantes,
que coincidía parcialmente con los acopiadores regionales de lana, se
había convertido en una suerte de banqueros especializados que exten—
dían crédito a docenas de tenderos, hacendados y magistrados. Anto—
nio Amenábar era uno de estos “comerciantes banqueros”. Nacido en
Córdoba, Argentina, entre 1824 y 1826, se vio envuelto en una amplia
gama de empresas en Puno y Tacna, entre ellas el transporte (invirtió la
en el primer barco de carga de metal que navegó en el lago Titicaca) y
recaudación de impuestos del gobierno.96 En 1865, sus tiendas en Puno
contenían productos, importaciones inclusive, por valor de 40.839 pe—
sos. Al mismo tiempo tenía créditos pendientes de pago, extendidos a
partir de 1860, que sumaban 46.675 pesos (incluyendo intereses). Entre
sus 54 deudores, que le debían entre 70 y 6 mil pesos de principal (ade-
más de los intereses), se encontraban miembros de las familias más ricas
Núñez,
y poderosas del departamento: los Macedo, Pino, San Román,
Aguirre, Tovar y los Aréstegui. Algunos de ellos tenían haciendas en la
provincia de Azángaro.º7 Nueve años más tarde, en 1874, su testamento
ya no incluía la mercadería de una tienda, la cual posiblemente era para
ese entonces propiedad de su esposa mediante una “división de bienes”.98

96. REPP, año 1871, Cáceres (27 de abril de 1871); REPP, año 1874, Cáceres (7 de oct. de
1874).
97. Primer testamento de Antonio Amenábar en REPP, año 1865, Cáceres (17 de nov. de
1865).
98. Segundo testamento de Antonio Amenábar en REPP, año 1875, Cáceres (24 de agosto
de 1875).

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 293


Pero aún tenía créditos pendientes que alcanzaban los 36.500 pesos,
extendidos a doce clientes desde 1871.99
En una escala más pequeña, algunos comerciantes provinciales pa—
recen también haber intentado alcanzar cierta especialización en estas
operaciones crediticias. Un buen ejemplo de ello es el de Pedro Palazue-
los, hacendado y comerciante de Putina, en la provincia de Azángaro.
Tras su muerte, acaecida en algún momento antes de mayo de 1865, su
viuda e hijo intentaron cobrar unos 5.800 pesos en deudas pendientes
por el crédito extendido a nueve clientes, la mayoría de los cuales eran
prominentes azangarinos. Además de las deudas de otros nueve clien—
tes, probablemente muy pequeñas, los herederos de Palazuelos también
intentaron recuperar el ganado arrendado y seis mil pesos entregados
como adelanto a campesinos indígenas, por la venta de lana y carneros
de matanza.100 La cantidad de créditos monetarios de uso general exten-
didos por Palazuelos, y el número de sus deudores, justifican que le cali—
ñquemos de prestamista especializado. Pero resulta borroso el límite con
respecto a un fenómeno más generalizado de pequeños préstamos de di-
nero, practicado por muchos hacendados y comerciantes en el Altiplano.
La escasez de dinero en efectivo amenazaba las vitales transacciones
comerciales cotidianas de muchas familias. En una época de creciente
comercio, una densa red de pequeñas y recíprocas transacciones crediti-
cias, organizada a través de los lazos de parentesco y de confianza entre
amigos, fue surgiendo en los pueblos y aldeas del Altiplano. Estos pe—
queños intercambios a crédito podían convertirse imperceptiblemente
en relaciones de crédito más jerárquicas y asimétricas, construidas por
los comerciantes provinciales que tenían algo más de efectivo y que es-
taban dispuestos a beneficiarse directamente con la escasez de dinero, o
a construir una clientela dependiente para sus actividades mercantiles.
Con el incremento de las exportaciones de lana y de otras materias
primas del sur peruano, la demanda de bestias de carga también cre-
ció durante las décadas de mediados del siglo XIX. Un vivaz comercio
de mulas de Salta mantuvo la oferta de estos animales, por lo menos
hasta finales de la década de 1860. En junio de 1857, por ejemplo, 105

99. Ibid.
100. REPA, año 1865, Patíno, F, 58, n.º 22 (26 de mayo de 1865).

294 | NILS JACOBSEN


mercaderes Juan Bautista Coret y Telésforo Padilla, de Salta, y Simón de
Oteira, de La Paz, pasaron por Puno con unas 1.600 mulas que espera-
ban vender en su camino a Lima, buena parte de ellas probablemente en
los alrededores de Arequipa.101 En Puno, Oteira compró otras 450 mulas
a Fernando del Valle, un hacendado local y “comerciante banquero”.'º2
Parecería que Del Valle adquiría regularmente mulas para engordarlas
en sus haciendas en Acora, luego de su largo viaje desde Argentina. El
revendía algunos de estos animales a comerciantes itinerantes y con-
servaba las suficientes para sus propias recuas, con las que transportaba
pisco de Moquegua a La Paz.103
El negocio del transporte se concentró en Arequipa y sus valles adya-
centes durante el tercer cuarto del siglo XIX, al convertirse esta ciudad en
el centro de almacenaje y distribución para el comercio del sur peruano.
En la década de 1860 Markham consideraba que los arrieros arequipeños,
cuyos rebaños de mulas cada vez más numerosos habían ocupado mayor
la

parte de la fértil campiña de la ciudad y desplazado el cultivo de alimentos,


eran una “clase acaudalada de hombres”.104 Por supuesto que estas recuas
de mulas no tenían el monopolio de los requerimientos del transporte en
el sur del Perú. Los campesinos con tierras y los hacendados transporta-
ban gran parte de sus productos en sus propias llamas. Y los empresarios
ani—
transportistas especializados del Altiplano que trabajaban con estos
males, también siguieron recorriendo las rutas transandinas.105
Las extremas dificultades del transporte entre la costa y el Altipla-
no, eran una de las razones por las cuales los comerciantes extranjeros
limitaban sus actividades mayormente a transacciones en Arequipa mis—
ma. En palabras de un viajero extranjero: “la mayoría de los caminos no
de 4.260
son más que senderos de mulas y conducen a pasos en los Andes
de nieves hielo”.106 El
a 5.180 metros sobre el nivel del mar, en medio y

101. REPP, año 1857, Cáceres (10 de junio de 1857).


102. REPP, año 1857, Cáceres (18 dejunio de 1857); REPP, año 1861, Cáceres (12 de julio
de 1861).
103. REPP, año 1881, Cáceres (18 dejulio de 1881).
104. Markham, Travels, 77.
105. Tschudi, Reisen durch Sudamérica, 5: 195.

106. Markham, History, 452.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL [


295
correo regular establecido entre Arequipa y Puno cubría la distancia en—
tre ambas ciudades en tres días, y las recuas necesitaban al menos cinco
para cubrir la misma ruta.'º7
Entre más o menos 1860 y 1875, los cambios producidos en la es-
tructura comercial del sur peruano comenzaron a afectar el equilibrio
existente entre los distintos grupos sociales involucrados. El auge de las
exportaciones de lana y las condiciones comerciales mayormente fa—
vorables de la década de 1860, llevaron al establecimiento de muchas
nuevas casas de exportación.108 Ya en 1862, la comunidad mercantil de
Arequipa 6 Islay clamaba por una conexión ferroviaria que uniera a la
Ciudad Blanca con su puerto.'º9 El 18 de diciembre de 1869, el gobierno
peruano encargó a Henry Meiggs, un ingeniero estadounidense invo-
lucrado en el negocio del salitre, que construyera una línea férrea de la
costa del Pacífico hasta Puno, pasando a través de Arequipa. Se escogió
como punto terminal un lugar a unos cuantos kilómetros al sur del vie—
jo puerto de Islay, y la línea que conectaba Arequipa con Mollendo fue
abierta al tráfico el 1 de enero de 1871. Para 1873 quedaron completados
los 351 kilómetros de la línea hasta Puno, que atravesaba la Cordillera
Occidental a una altura de unos 4.500 metros en Crucero Alto.Ҽ Desde
Puno, un servicio regular de naves a través del lago Titicaca conectaba
esta línea con Bolivia, y para los primeros años del siglo XX, numerosos
barcos de carga habían establecido vínculos regulares con toda una serie
de pequeños puertos, entre ellos Moho y Huancané al norte, e llave, luli,
Yunguyo y Desaguadero al sur.…
Con la construcción de la línea del ferrocarril que finalmente
unió al Cuzco con la línea Puno-Arequipa, la parte septentrional del
Altiplano comenzó a ser integrada a este moderno embudo de transpor-
te, a y desde el puerto costeño. Meiggs recibió el contrato del gobierno

107. Romero, Monografía del departamento de Puno, 468.


108. Informe del cónsul Cocks sobre el comercio de Islay en 1862, en Bonilla, Gran Breta-
ña, 4: 136.
109. Ibid.
110. Bonilla, Gran Bretaña, 4: 235; Romero, Monografía del departamento de Puno, 514—
515; Min. de Fomento, Dir. de Obras Públicas yVías de Comunicación, Economía 41
(con la fecha errada —1876——— para la apertura del ferrocarril).
111. Romero, Monografía, 492-493;App1eby, “Exportation and its Aftermath”, 114-115.

296 | NILS JACOBSEN


para construir esta línea en diciembre de 1871. Ella partía del tramo ya
construido a la altura de Juliaca, a unos 40 kilómetros al norte de Puno,
y seguía un curso en dirección septentrional que bordeaba el límite entre
las provincias de Lampa y Azángaro, a lo largo de unos 60 kilómetros.
Este trayecto, que se hizo necesario cuando los poderosos ciudadanos de
Lampa rechazaron el paso de la vía a través de su pueblo,112 dio origen
a cuatro estaciones ferroviarias —Calapuja, Laro, Estación de Pucará
y Tirapata—— convenientemente situadas con respecto a gran parte de
las zonas ganaderas de Azángaro. Los 131 kilómetros que llevan al pue—
blo de Santa Rosa, cercano al borde noroccidental del Altiplano, habían
quedado completados para mediados de la década de 1870, antes de que
la crisis financiera detuviera el avance de las construcciones. Todo el Al-
tiplano peruano se hallaba a razonable distancia del transporte en tren
o en barco; salvo por los caseríos aislados de ambas cordilleras, ahora la
mayoría de las poblaciones se encontraban a dos días de viaje en mula,
desde las estaciones de tren o de los puertos.…
El tráfico de esta línea continuó siendo modesto hasta la década de
1920. Un tren de pasajeros viajaba cada día en ambas direcciones, en-
tre Arequipa y Mollendo, y solo corrían dos por semana de Arequipa a
Puno, cubriendo la distancia de 350 kilómetros en diez o doce horas. Los
trenes de carga no eran más frecuentes y su horario a menudo cambiaba
según las condiciones del tráfico. Estas frecuencias permanecieron esen-
cialmente inalteradas hasta mediados de la década de 19203” El ferroca-
rril operó a pérdida durante sus primeros años. Se lo construyó, no para
dar cabida al comercio ya existente, sino para que generara su propio trá—
fico mediante una reducción significativa de los costos de transporte y la
esperada expansión del comercio. Tales expectativas del gobierno y de la
élite empresarial del sur peruano resultaron ser sumamente optimistas,
en el mejor de los casos. En contraste con México, donde el paso de un
sistema de transporte lento e ineficiente al ferrocarril contribuyó a un

1
12. Appleby,“Exportation and its Aftermath”, 111.
1 13. La prolongación de la línea ferroviaria al departamento del Cuzco solo fue comenza-
da a comienzos de la década de 18905; ella llegó a la Ciudad Imperial en 1908; Min.
de Fomento, Economía, 41-42.
114. Informe del cónsul británico Graham sobre el comercio de Islay en 1874, en Bonilla,
Gran Bretaña, 4: 241; Dunn, Peru, 57.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 297


sólido crecimiento económico,“5 el crecimiento del comercio y de la pro—
ducción del sur peruano continuó siendo relativamente modesto. La mo—
dernización del sistema de transporte no logró transformar las relaciones
de producción en el campo o profundizar el mercado. Los fletes ferrovia—
rios crecieron fundamentalmente concentrando los flujos comerciales a
través de la consolidación del sistema dendrítico, retírándole trabajo a
los arrieros. Los ferrocarriles aceleraron el crecimiento económico en
América Latina sobre todo cuando las mercancías a ser transportadas
eran productos voluminosos, como minerales 0 granos, y cuando había
recursos vírgenes (tierra, importantes depósitos minerales no explota—
dos) en la zona de producción a la que se accedía con las vías férreas.
Ninguna de estas condiciones prevalecía en el caso del Altiplano. Es má5,
dado que los costos de transporte solo representaban una pequeña parte
de los valores FOB de las lanas —no más del 15% según un estimado—,
la reducción de los fletes al cambiar mulas y llamas
por el ferrocarril,
solamente podía generarle un pequeño ahorro al productor.116
Paradójicamente, al florecer el comercio, este moderno embudo
de transporte rápidamente alcanzó su capacidad máxima. Los cónsules
británicos se quejaban continuamente de los cuellos de botella causados
por la escasez de furgones, el ineficiente servicio de vapores en el lago
Titicaca y la insuficiencia de los almacenes del puerto de Mollendo.117 La
Peruvian Corporation, la empresa británica propietaria del Ferrocarril
del Sur y de los vapores del lago desde 1890, aparentemente se adaptó
al medio comercial del sur
peruano manteniendo escaso el espacio de
transporte.118 Pero las tarifas de transporte parecen haber sido relativa—
mente bajas, en comparación con las de otras líneas en el Perú.119

1
Véase Coatsworth, Growth Against Development, cap. 4.
15.

116. Estoy en deuda con Rory Miller (comunicación personal, agosto de 1990) por estas
ideas. Véase su tesis,“British Business”, 290—294, y su artículo, “Grace Contract'1324-328.
117. Informe del cónsul británico Graham sobre el comercio de Islay en 1875; informe
del vicecónsul británico Robilliard sobre el comercio de Mollendo en 1900; ambos
en Bonilla, Gran Bretaña, 4: 39, 244.
118. Con respecto al establecimiento de la Peruvian Corporation por parte de los anti—
guos tenedores de bonos de la deuda externa peruana, véase Miller, “The Making of
the Grace Contract”.
119. Miller, “British Business”, 350—352, ap. A. Y sin embargo, en 1903 el agregado comer—
cial francés Auguste Plane sostenía que en 1903 la Peruvian Corporation cobraba

298 | NILS JACOBSEN


——./

Sin embargo, los comerciantes y ganaderos del Altiplano se que—


jaban con frecuencia de que las tarifas de la Peruvian Corporation fa-
vorecían a las importaciones y las mercaderías bolivianas en tránsito,
más que a las mercancías de las sierras del Cuzco y Puno enviadas hacia
la costa.120 Ser marginalmente rentable durante los cuarenta primeros
años del ferrocarril, dependía de las cargas que iban y venían de Bolivia,
especialmente de minerales pero también de lana de los departamentos
de La Paz y Oruro, así como de importaciones para el mercado urbano
de La Paz. Pese a la gran importancia que la lana tenía para la economía
regional, sus envíos desde las zonas de producción peruanas, el núcleo
central de las operaciones del ferrocarril, jamás generaron suficiente ne-
gocio como para que los viajes de bajada no salieran a pérdida. Cuando
la nueva línea La Paz—Arica abrió en 1912, los flujos bolivianos a través
del Ferrocarril del Sur se redujeron drásticamente, lo que tuvo “catastró-
ficos efectos” para su rentabilidad. En compensación, en 1919 la Peru-
vian Corporation inició una serie de incrementos de tarifas por encima
del incremento de los costos. En la década siguiente la compañía intentó
incrementar el tonelaje de lana enviada por ferrocarril desde el Altiplano
a Mollendo. Hasta mediados de la década de 1920 ella buscó infructuo-
samente establecer una gran asociación de productores de lana bajo su
control en Puno y Cuzco, un proyecto que intentaba asegurar mayores
envíos de lana a través del ferrocarril. Todavía en 1932, el Ferrocarril
del Sur solamente obtenía el 7,4% de sus ingresos totales por fletes del
transporte de lana.121
El ferrocarril no reemplazó de la noche a la mañana al transporte
con llamas mulas. Las recuas todavía eran necesarias para llevar la
y

7,04 soles m. n. por cada 100 kilogramos de carga desde Sicuani -—el centro de co—
mercio lanero más septentrional de la provincia de Canas del Cuzco— hasta Mo-
llendo, en tanto que el flete cobrado por los mismos 100 kilogramos sería de 3,80
soles m. n. de transportársele por llama; Plane, Le Pérou, 55; calculé el flete por llama
sobre la base de que la distancia de Sicuani a Mollendo es de 500 kilómetros; el flete
cobrado por el transporte en mula habría caído entre los precios del ferrocarril y las
llamas. En 1931, la Peruvian Corporation cobraba alrededor de 7,00 soles m. n. por
algo menos de 100 kilogramos de lana desde Estación de Pucará hasta Arequipa;
véase Manuel Paredes a Ricketts, Azángaro, 8 de sept. de 1931, Lb. 601, AFA—R.
120. H. Sánchez a Ricketts, Cojaza, 5 de dic. de 1923, Lb. 381, AFA—R.
121. Bertram, “Modernización”, 7-11, 17; Min. de Fomento, Economía, 43.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL [ 299


lana y otros productos pecuarios de las haciendas y los centros urba—
nos de acopio no conectados a la línea del tren, hasta los almacenes en
las estaciones ferroviarias y los puertos lacustres, y para llevar de vuelta
provisiones nacionales o importadas, transportadas al Altiplano desde
la costa 0 Arequipa en tren. El transporte animal tampoco desapare—
ció inmediatamente de los antiguos senderos de mula que cruzaban la
Cordillera Occidental. Todavía en la década de 1920, casi el 20% a 25%
de la lana exportada del Altiplano era transportada hasta Arequipa en
recuas de llamas o mulas.122 Muchos dueños de pequeñas y medianas
haciendas, en particular, que deseaban beneficiarse con la venta directa a
las casas exportadoras de Arequipa, pero que no estaban en posición de
beneficiarse con las fluctuaciones diarias de los precios de la lana, prefe—
rían utilizar sus propias llamas o las de sus pastores, como un medio de
transporte barato.
Las nuevas empresas extractivas que se desarrollaron en el depar—
tamento de Puno a partir de la década de 1890 —minería de oro en la
cordillera y el piedemonte de Carabaya, y recolección de caucho más
abajo en el bosque tropical—, generaron un negocio adicional para los
arrieros y llameros en los caminos y senderos que alimentaban la línea
del ferrocarril. El aprovisionamiento de las compañías mineras
y cau—
cheras en las provincias de Carabaya y Sandia resultó beneficioso tanto
para los hacendados del Altiplano, que enviaban sus propias llamas de
transporte o las de sus colonos, como para los arrieros profesionales, la
mayoría de ellos de Arequipa, que transitaban por estos nuevos circuitos
con recuas de hasta cien mulas.123
La construcción de mejores caminos, transitables
por vehículos de
cuatro ruedas, comenzó en el Altiplano peruano después de mediados
de la década de 1890. La Inca Mining Company, una compañía de pro—
piedad estadounidense, construyó un camino de la estación ferroviaria
de Tirapata hacia sus minas de oro en Santo Domingo, a orillas del río

122. Entrevista con José Luis Lescano, antiguo presidente de la Asociación Ganadera del
Departamento de Puno, Puno, 25 de nov. de 1975; Carlos Barreda, “Cameros: la
industria de las lanas en el Perú y el departamento de Puno”, La vida agrícola, 6: 65
(1929), 355-362, reimpreso en Flores-Galindo,Arequipa, 159, ap. 6.
123. REPA, año 1910, Jiménez, f. 779, n.º 337 (12 de ago. de 1910); REPP, año 1910, Gon—
zález, f. 42, n.º 16 (17 de feb. de 1910).

300 | NILS JACOBSEN


Inambari. Este camino recorría unos 90 kilómetros en la provincia de
Azángaro, conectando sus distritos septentrional y oriental (Asillo, San
Antón y Potoni) con la línea del tren de forma más cómoda.124 Los pro-
yectos de construcción de caminos públicos unían Azángaro, la capital,
con la estación del tren en Estación de Pucará (a una distancia de unos
30 kilómetros) ya para 1896, y Azángaro con Asillo (unos 20 kilómetros)
para 1916. Durante la década de 1920 la parte oriental de la provincia, al-
rededor de Muñani y Putina, fue incorporada a la red vial tanto a través
del pueblo de Azángaro como por Juliaca, mediante una ruta meridional
más directa que pasaba por Huancané (véase el mapa 1.1).
Para finales de la década de 1920 la red vial de Puno, con unos dos
mil kilómetros de caminos mejorados ya completados, era la más ex—
tensa de todo el país. Un observador explicaba este progreso compara-
tivamente rápido como una consecuencia tanto de un terreno favorable
——las amplias pampas del Altiplano—— como de la abundancia de traba-

jadores indígenas obligados por las autoridades locales y los hacendados,


a participar en las pesadas labores de construcción de caminos. Estos
factores eran importantes, pero los nuevos caminos también resaltaban
la influencia que la élite departamental tuvo en la política nacional
du—

rante el primer tercio del siglo XX. Paradójicamente, aunque ya en 1913


la condición de los caminos del Altiplano era descrita como “excelente”,
aún no existía casi ningún vehículo motorizado en la zona. Sería solo
durante la década de 1920 que los camiones comenzarían a asumir un
Al
papel importante en el transporte de y hacia las estaciones de tren.
igual que en el caso del ferrocarril, la construcción de caminos precedió
largamente a su demanda efectiva.125
Pese a su modesto impacto sobre la escala del comercio y en las rela-
ciones de producción, debemos considerar la modernización del sistema

124. Romero, Monografía del departamento de Puno, 477.


125. “I. A. Lizares Quiñones se presenta ante la consideración de su pueblo” (volante;
5. p. i., 5. f. [probablemente a comienzos de 1932]), en MPA; Paz-Soldán, La región
Cuzco-Puno, 23, 68; Diez Canseco, La red nacional de carreteras, 118; Dunn, Perú, 76,
89. Con respecto a otras infraestructuras nuevas de comunicaciones en Azángaro (la
línea del telégrafo y el servicio postal), véase REPA, año 1907, Jiménez, f. 483, n.º 190
(19 de sept. de 1907); Romero, Monografía del departamento de Puno, 484; y REPA,
año 1903, Jiménez, f. 536, nº 214 (12 de dic. de 1903).

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 301


de los—cambios pro-
detransporte como el motor más importante detrás 50C131es
ducidos en los patrones espaciales y en las estructuras y econó—
de 1,05 pºblados
micas del comercio en el Altiplano.126 Antes, el papel
asr como en la
en el acopio de lana y otras mercancías de exportac1on,
distribución de los bienes importados, había sido relativamente pequeño
dado que en un “paisaje de transporte uniforme Y Pr1m1thº una gran »

cantidad de productos podían ser transportados del productor al cen-


611105 Pueblos,
tro comercial —Arequipa— sin ser manipuladoS aunque
distintos de intermediarios.127 El camb1o del modo
pasaran por niveles
mulas al ferro-
predominante de transporte, de las recuas de llamf15 Y
carril y a los vapores lacustres, provocó el sufg1mlºntº de los centros
comerciales, ubicados estratégicamente sobre la línea del tren o a orillas
del lago, en donde los comerciantes realizaban el transvase de bienes que
fluían en ambas direcciones a través del embudo. Puno, Juliaca yAyaviri
eSPHCÍ31- Otrºs centros co-
se beneficiaron más con este nuevo patrón
merciales importantes debían su existencia misma al ferrocarril, entre
ellos Estación de Pucará y Tirapata, en la provincia de AZángaro.125 Al-
las Ventajas de estar
gunos de los centros urbanos que no compartieron
situados sobre la línea del tren o a orillas del lago, lograron mantener
o incluso incrementar su actividad comercial. Así ocurrió con el pue—
la oriental de la provincia,
blo de Azángaro y con Putina, en parte que
permanecieron como centros secundarios de acopio de lana debido a su
distancia de las estaciones ferroviarias o de los puertos.129
Un número cada vez más grande de mercaderes, tenderos y esta—
blecimientos comerciales comenzó a abrir sus negocios, y la penetración
del comercio de las casas exportadoras arequipeñas se intensificó. Estos
cambios ya estaban haciéndose visibles a mediados de la década de 1870,
a pesar de que la crisis y destrucción causadas por la Guerra del Pacífico
retardaron su pleno desarrollo hasta alrededor de 1890. Algunos de los
nuevos comerciantes y tenderos vivían hacía tiempo en el departamento
de Puno; muchos otros venían de Arequipa, Cuzco, Tacna y otras partes

126. Flores-Galindo, Arequipa, 83.


127. Appleby,“Exportation and its Aftermath", 110.
128. Ibid., lll.
129. Ibid., 115-116.

302 | NILS JACOBSEN


¡leiPerú, y bastantes venían del extranjero. Salvo por los empresarios e
ingenieros en las minas que acababan de abrirse, los extranjeros se esta-
blecieron en los pueblos más grandes, principalmente en Puno y —tras
el inicio del nuevo siglo— en Juliaca, que se convirtió rápidamente en el
principal centro de acopio de lana del departamento debido a su ubicación
estratégica como eje de las nuevas líneas de transporte. Muchos extran—
jeros combinaron las actividades mayoristas y minoristas, y establecie-
ron tiendas muy bien surtidas con almacenes adyacentes, donde vendían
mercaderías peruanas e importadas, y compraban “productos del país”,
fundamentalmente lana y cueros pero también oro, caucho y café.130
Podemos considerar a Rodolfo Móller como un ejemplo del mino—
rista extranjero en Puno. Su Casa de Comercio de Efectos Ultramarinos
variedad de merca—
y de Abarrote Móller y Compañía, tenía una gran
derías extranjeras y nacionales: diez botellas de “agua de colonia, mejor
calidad”, un centenar de envases con distintos tintes de anilina, 26 cajas
de
de cerveza noruega marca Lion, 27 varas de franela angosta blanca
“Chardio”,
algodón, 221 paquetes de hilo blanco para máquinas de coser
Móller
kerosén de Tumbes, papel, cubiertos de mesa, tijeras y cuchillos.131
había obtenido la mayoría de estos productos a crédito de la casa impor—

tadora-exportadora de Enrique W. Gibson y Compañía de Arequipa.


de
Los peruanos, tanto del departamento de Puno como de fuera
del Al-
él, que habían engrosado las filas de los comerciantes y tenderos
tiplano desde la década de 1870, se extendieron de modo
más homogé—
neo por los poblados de la región. En Azángaro, los recién
llegados se
de las
establecieron sobre todo en la capital de la provincia, en algunas
capitales distritales más grandes como Asillo y Putina, y por supuesto
donde los
en las estaciones del tren en Tirapata y Estación de Pucará,
almacenes y las tiendas se alzaban a lo largo de las vías del tren, sobre lo
que antes habían sido pastizales.
Muchos de los recién llegados originalmente aparecieron en el Al-
tiplano como arrieros o comerciantes itinerantes de Arequipa 0 de las

130. Los hermanos Edward y Thomas Sothers, por ejemplo, residentes británicos en Puno
en 1885, se llamaban a sí mismos “comerciantes y mineros”. Ellos exportaban lana de
alpaca y de oveja por consignación a Henry Kendall and Sons, Londres; RRPP, año
1885, Cáceres (4 de feb. de 1885).
131. REPP, año 189011, San Martín, n.º 18 (30 de abril de 1890).

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 303


regiones aledañas, con las cuales Puno tradicionalmente mantenía un
activo intercambio comercial. Uno de estos personajes era Manuel Six—
to Mostajo Yáñez. Su padre, un vendedor itinerante de Arequipa, había
pasado con frecuencia por Azángaro en sus viajes de ventas a Sandia, la
región de piedemonte al noreste de la província. Manuel continuó con
este negocio. En algún momento de la década de 1890 casó con Victoria
Enríquez, que pertenecía a una vieja familia hacendada de Azángaro y
era la sobrina (o quizás hija) de Mariano Wenceslao Enríquez, el anti—
guo párroco del pueblo. Mostajo estableció entonces su residencia en
la capital provincial, levantó aparentemente con la ayuda financiera
del padre Enríquez— una gran casa en la plaza de Armas y abrió una
tienda donde vendía artículos como telas, vidrios de ventanas y así por
el estilo.132 Se convirtió entonces en agente comprador de lana para la
casa exportadora arequipeña Ricketts, y en 1903 recibió un contrato del
servicio postal peruano para que transportara equipajes y paquetes de
Azángaro a Sandía.133 Ya en 1901 Mostajo se había integrado tan bien a la
sociedad provincial de Azángaro, que a partir de dicho año se convirtió
en tesorero del consejo municipal del pueblo.134 Mantuvo, sin embargo,
sus expediciones comerciales a la ceja de selva y a las ferias anuales de
Pucará, Rosaspata y Cojata hasta el final de su carrera comercial. En
1930, Mostajo pidió para esos circuitos itinerantes, productos que in—
cluían chales de lana, faldas baratas de fieltro, sombreros baratos, som-
breros italianos de Borsalino, paño de algodón, hilo, tintes de anilína e
incluso bicicletas sin ensamblar.135
De los antiguos residentes de Azángaro, un número cada vez más
grande de hacendados diversiñcó sus actividades y las extendió al comer-
cio de lana y a abrir tiendas, tal como la familia Paredes lo había venido
haciendo desde la década de 1840. Hacia 1890, los medio hermanos Ber—
nardino Arias Echenique y José Sebastián Urquiaga heredaron la hacienda

132. Entrevista con Agustín Román (nacido en 1892),Azángaro, 15 de mayo de 1977.


133. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 85.
134. REPA, año 1901, Jiménez, f. 336, n.º 123 (4 de sept. de 1901).
135. Entrevista con Agustín Román, Azángaro, 15 de mayo de 1977; para historias de
vida similares de los comerciantes recién llegados a Azángaro, véase ]acobsen, “Land
Tenure”, 327.

304 | NILS JACOBSEN


Sollocota, una pequeña hacienda ganadera de origen colonial, alrededor
de la cual levantaron un vasto complejo terrateniente. Al mismo tiempo
entraron en el negocio de comerciar licor en la ciudad de Azángaro, y al
menos Urquiaga también actuaba como comerciante de lana.136
Los propietarios de haciendas estratégicamente situadas, podían
aprovechar su ubicación para adquirir la producción de los campesinos
dueños de estancias ganaderas de las zonas circundantes. Esta tendencia
ya había sido observada en 1864 por el naturalista italiano Antonio Rai-
mondi, con respecto a una hacienda en el distrito azangarino de Potoni,
en las faldas de la Cordillera de Carabaya: “La hacienda Potoni tiene
como su objeto la recolección de lana de oveja del campo que le rodea, y
la mucho más valiosa producción de lana de alpaca, producida en la pro-
vincia vecina de Carabaya”.137 En 1904, Mariano C. Rodríguez, hacenda—
do y comerciante de Rosaspata, en la provincia de Huancané, se ofreció
a vender productos del Altiplano a la casa Ricketts y Compañía de Are-
quipa. El explicaba que su hacienda Huaranca Chico se hallaba cerca de
la frontera con Bolivia y que allí, en la hacienda, “se pueden comprar fá-
cilmente todos los productos [lana, caucho y corteza de chinchona]”.138
Para los comerciantes del Altiplano, el acceso a la producción de los pe—
queños propietarios era una calificación más importante que el conoci-
miento formal de las operaciones comerciales.139 Rodríguez le explicaba
a Ricketts que su familia usaba los ingresos procedentes de su actividad
ganadera “para cubrir cómodamente nuestras necesidades”. En sus ne-
gocios no gastaba ningún dinero en el arriendo y muy poco en salarios,
cobrar. De
porque “tenemos indios que trabajan para nosotros casi sin
este modo puedo utilizar las ganancias del negocio para capitalizar[lo]
el fun-
y cubrir las pérdidas empresariales imprevistas”.”0 Mientras que
cionamiento de las haciendas ganaderas debía proveer los ingresos para
un estilo de vida confortable, Rodríguez esperaba utilizar sus activida-
des comerciales c0mo fuente de acumulación de capital.

136. Lb. 19 (1912), AFA-R; entrevista con Agustín Román, Azángaro, 15 de mayo de 1977.
137. Raimondi, El Perú, 1: 132.
138. M. C. Rodríguez a G. Ricketts, Rosaspata, de dic. de 1904, Lb sin número,
1 AFA»R.

139. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 57.


140. M. C. Rodríguez a G. Ricketts, Rosaspata, 1 de dic. de 1904, Lb sin número, AFA-R.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 305


Por debajo de las filas de los comerciantes y mercaderes itinerantes
especializados mestizos, florecía el mundo fluido y complejo del trueque
y el comercio campesinos. El intercambio entre los pastores campesinos
del Altiplano y los productores agrícolas de distintos pisos ecológicos, ha
sido una parte importante de la estructura de la sociedad andina desde
la época prehispánica. Los viajes efectuados por los dueños de las estan—
cias ganaderas desde Azángaro a las regiones de ceja de selva de Cara-
baya, Sandia o los valles adyacentes de Bolivia, servían usualmente para
intercambiar lana, carne seca, cueros y otros productos del Altiplano por
hojas de coca, maíz y plantas medicinales para el propio consumo de los
pastores. Pero de allí solo había un pequeño paso a comerciar más de
dichos productos de los que se necesitaban para la subsistencia familiar,
en particular cuando los términos de intercambio favorecían a los pro—
ductores ganaderos.… Si uno de estos viajes salía bien, un campesino de
Azángaro podía ganar con el trueque o venta de sus productos en la ceja
de selva, y nuevamente al regresar al Altiplano
y vender los excedentes
de maíz u hojas de coca.
Tomas Lipa, un campesino de Putina, parece haberse dedicado a
este tipo de comercio, haciendo frecuentes viajes a la provincia boliviana
de Caupolicán. En 1888, arrendó un sector de los pastos de la hacienda
Chamacca, en el distrito de Azángaro, y prometió a sus dueños, Josefa
González y su esposo Lorenzo Aparicio, llevar una mula cargada con
productos por cuenta de ellos en cada viaje que hiciera a Bolivia.”2 En
1907, 19 años más tarde, su hijo Pablo Lipa otorgó un crédito de 1.200 50—
les al notario Filiberto Aparicio González, hijo de Lorenzo, quien enton—
ces le entregó toda la hacienda Lipa como garantía por los cuatro años
obligatorios y cinco voluntarios del tiempo que duraba el contrato.… El
comercio le permitió al joven Lipa acumular esta gran cantidad de di—
nero en efectivo, y con él conseguir la posesión temporal de una hacien-
da. Otros campesinos hallaban una vía al comercio abriendo pequeñas
tiendas en sus comunidades rurales —vendiendo unas cuantas libras de
hojas de coca, azúcar y así por el estilo—, o vendiendo a los acopiadores

141. Orlove,Alpacas, Sheep, and Men, 142.


142. REPA, año 1888, González Figueroa, f. 21, n.º 12 (14 de marzo de 1888).

143. REPA, año 1907, Jiménez, f. 3, n.º 2 (8 de enero de 1907).

306 | NILS JACOBSEN


urbanos no solo su lana trasquilada sino también la de sus parientes y
vecinos. Como señalara Benjamín Orlove, los campesinos que se dedi—
caban a este trueque y comercio “se fundía[n] imperceptiblemente con
los compradores itinerantes”.144
A medida que las redes comerciales del Altiplano se iban haciendo
más densas, las casas exportadoras e importadoras de Arequipa fueron
fortaleciendo su posición con respecto a los demás grupos involucra-
dos.'45 La comercialización de las lanas peruanas en el extranjero prosi-
guió de la misma forma a lo largo de todo el periodo bajo consideración.
La lana de oveja era vendida por las casas exportadoras de Arequipa en
subastas realizadas en Londres y Liverpool, en tanto que la de alpaca era
vendida “según el sistema aún más arcaico de contratos privados entre
los tratantes y manufactureros” en Inglaterra.146 En cambio, para co—
mienzos de siglo Australia y Nueva Zelanda habían establecido subastas
nacionales de lana, y Argentina había desarrollado un sistema interme—
dio en el Cual competían entre sí las casas de exportación que la remitían
directamente a los fabricantes franceses, los agentes de compras de las
los
casas europeas y los agentes consignatarios.147 En el sistema peruano,
precios eran menos sensibles a las condiciones de la oferta local, en tanto
a los
que la posición de los exportadores se veía fortalecida con respecto
productores.
La mejora en las condiciones de transporte y las rápidas conexiones
de comunicación (el telégrafo) entre la costa y el Altiplano, le permitie-
de
ron a las casas arequipeñas hacer valer sus ventajas: mayores recursos
capital, vínculos con los importadores europeos de lana e información
actualizada sobre los precios y las condiciones del mercado. Desde la
década de 1870, y particularmente durante la recuperación económica
que siguió a la Guerra del Pacífico, compañías como Gibson, Stafford,

144. Orlove, Alpacas, Sheep, and Men, 49.


145. Las operaciones de las casas exportadoras de lana fueron estudiadas exhaustivamen-
te por Appleby, Burga y Reáteguí, y Orlove, y el siguiente examen está basado funda-
mentalmente en su trabajo: Appleby, “Exportation and its Aftermath”, esp. el cap. 2;
Appleby, “Markets", 27—34; Burga y Reátegui, Lanas; Orlove,Alparas, Sheep, and Men,
cap. 4.
146. Appleby,“Exportation and its Aftermath”, 55—56.

147. Ibid.; Sábato, “Wool Trade”.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 307


Ricketts y Braillard habían establecido puestos de compra y venta en los
centros comerciales y en estaciones de ferrocarril claves en la zona de
producción lanera del sur del Perú, desde el Desaguadero por el sur has…
ta Sicuani al norte, y de Coníma (provincia de Huancané) al este hasta
Santa Lucía (provincia de Lampa) al oeste.148
Los arreglos específicos de penetración del mercado variaban bas_
tante. Las casas exportadoras abrieron sucursales en los centros más im-
portantes. Algunos comerciantes del Altiplano se convirtieron en sus
agentes exclusivos y manejaban todas sus compras y ventas a través de
una casa arequipeña. Entre los comerciantes independientes, algunos
cerraron contratos de largo plazo con las casas de Arequipa, mientras
que otros lo hicieron con diversas firmas exportadoras de esta ciudad.
Para sus compras de fibra, las sucursales, los agentes y los grandes
aco_
piadores independientes de lana dependían de tres fuentes. Los dueños
de haciendas de pequeño y mediano tamaño con frecuencia
ofrecían
anualmente la lana de su trasquila a los agentes, y la entregaban
en las
tiendas y almacenes de dichos agentes en sus propias bestias de
Muchos colonos y pequeños propietarios campesinos llevaban carga.
pequeñas
cantidades de lana a las tiendas de los comerciantes de modo irregu—
lar. Y por último, cientos de comerciantes itinerantes,
que usualmente
trabajaban en circuitos firmemente establecidos, peinaban los mercados
semanales en las capitales de distrito y las comunidades, así como
en las
ferias anuales, en busca de toda la lana
que pudieran encontrar o com—
prar, para luego venderla a los agentes. Muchos pequeños comerciantes
trabajaban para un solo agente y una única casa exportadora.“19
Los propietarios de las más grandes haciendas preferían
tratar di—
rectamente con las compañias de Arequipa. José Guillermo de Castre5a—
na, hombre de negocios arequipeño y dueño, desde 1906, de la hacienda
Picotani en el distrito de Muñani, daba regularmente instrucciones
al administrador de su hacienda acerca de cuándo
despachar la lana
trasquilada a Estación de Pucará y de allí a Arequipa.150 Mediante sus

148. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 62-63.


149. Ibid., 58.
150. Fischer a Castresana, Picotani, 9 de
ago. de 1908, AFA-P. Los grandes productores de
lana de Argentina también le vendían directamente alos exportadores; véase Sábato,
“Wool Trade”, 55.

308 [ NILS JACOBSEN


vínculos sociales con una u otra casa exportadora, Castresana obtenía
información acerca de las fluctuaciones del precio de la lana y adaptaba
a ellas el cronograma de transporte de dicho producto.
Las casas de Arequipa otorgaban regularmente créditos para la
compra de lana a sus agentes y a comerciantes independientes, que ha-
cian lo mismo con sus proveedores. En 1920, las aproximadamente diez
agencias compradoras de lana en Santa Rosa (provincia de Melgar) re—
cibían 6 mil a 15 mil soles semanalmente en moneda, de sus respectivas
casas exportadoras en Arequipa.151 Al adelantar una gran parte del valor
total de la lana, los comerciantes esperaban asegurar así su suministro.
La compra de este producto era sumamente competitiva a cada nivel,
entre los exportadores arequipeños, entre los agentes y entre los comer—
ciantes itinerantes. Las casas de Arequipa intentaban alcanzar el control
total de las zonas de producción locales, y estaban dispuestas a que sus
agentes pagaran precios considerablemente más altos por la lana a
los
comerciantes itinerantes durante una fase intermedia, para mantener así
a raya a la competencia.152
Las casas arequipeña5 ejercían una influencia predominante sobre
los precios de corto plazo de la lana en el Altiplano. Ellas telegrañaban
cada semana la cotización a los comerciantes que allí residían y se re-
husaban a comprar lana a precios más altos. El comerciante calculaba
entonces el costo de manejo y los fletes, así como su margen de ganancia,
las
para determinar el precio que podía pagar a sus proveedores. Aunque
cotizaciones debían en general seguir los precios establecidos en las su-
bastas de lana de Londres, losexportadores podían permitirse variar los
márgenes existentes entre la cotización del mercado mundial y el precio
al que compraban la lana, particularmente cuando el mercado estaba
a la baja.153 En 1921, por ejemplo, la Sociedad Ganadera del Departa—
mento de Puno, organizada por los hacendados durante la cúspide de
la crisis que siguió a la Gran Guerra, se quejaba de que los precios que

151. Guía general, 207—209.


152. Olivares a Ricketts, Cabanillas, 5. f., Lb. 273, AFA—R, citado en Appleby, “Exportation
and its Aftermath”, 60—61 .
153. Con respecto a la comercialización de las lanas sudamericanas en Europa, véase Be—
hnsen y Genzmer, Weltwirtschaft, 36—39; para las lanas peruanas, véase Orlove,A1pa-
cas, Sheep, and Men, 35-37.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL |


309
los comerciantes arequipeños les pagaban por su lana no solo habían
caído rápidamente desde los prósperos años del conflicto, sino que eran
incluso bajos en comparación con los niveles previos a este: 11 pesos por
quintal para los clientes antiguos, en comparación con 35 pesos antes
de la guerra.154 Con todo, en 1921 los precios pagados en los puertos bri—
tánicos por la lana de ovino peruana promedio, se mantuvieron casi al
mismo nivel que en 1913. La clave de la vigorosa posición de los expor—
tadores con respecto a sus proveedores residía en su capital de trabajo
relativamente abundante, que les permitía acumular existencias en sus
depósitos. Así, como Appleby señalara, “[e]n un mercado a la baja, la
casa arequipeña podía o bien suspender sus compras o sino fijar precios
extremadamente bajos hasta que pudiera disponer de sus existencias de
lanas de alto precio”.155
Los productores y pequeños comerciantes no se hallaban del todo
indefensos ante los precios dictados por los exportadores. La viva com—
petencia entre casas como Gibson, Ricketts y Stafford les permitía vender
su lana al mejor postor.156 Sin embargo, muchos hacendados y comer-
ciantes laneros preferían mantener lazos comerciales duraderos con una
casa porque los exportadores podían conceder una serie de ventajas a sus
clientes antiguos, entre ellas mejores condiciones crediticias, servicios
bancarios, un trato preferente en el suministro de los bienes importados,
y precios garantizados por la lana durante los tres a seis meses que trans-
currían entre el contrato y su despacho efectivo.157
Con la penetración de las casas exportadoras arequipeñas en las
etapas iniciales de acopio del comercio lanero, los vínculos crediticios
directos entre ellas y los dueños de las haciendas más grandes, los co—
merciantes y los tenderos del departamento de Puno se fueron haciendo
más frecuentes. Los hacendados que vendían sus productos pecuarios

154. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memoria presentado al supremo go-
bierno, 5—6.

155. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 63.


156. Véase, por ejemplo, Solórzano a Ricketts, Putina, 8 de junio de 1902, Lb. sin número,
AFA-R, donde Solórzano ofrece 66 quintales de lana de alpaca a Ricketts y Ratti, y
vendería al postor más alto; véase también Burga y Reátegui, Lanas, 84-85.
157. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memoria presentada al supremo go-
bierno, 5-6; Appleby, “Exportation and its Aftermath“, 63.

310 | NILS JACOBSEN


directamente a los exportadores mantenían cuentas corrientes con ellos,
mediante las cuales_adquirían bienes importados a crédito con la garan—
tía de la siguiente trasquila de su lana. Los testamentos de los hacendados
a menudo enumeran las deudas con las casas importadoras-exportado-
ras.158 Entre mediados de la década de 1870 e inicios del siguiente dece—
nio, esta creciente dependencia crediticia llevó a numerosas ventas de
bienes raíces urbanos en el departamento de Puno, efectuadas por los
comerciantes y hacendados locales a las casas exportadoras en pago por
sus deudas, probablemente debido a la caída de los precios de la lana.'59
Sin embargo, antes de la década de 1920 los comerciantes de Arequipa,
Juliaca y Puno rara vez obtuvieron el control de propiedades rurales im-
portantes en la provincia de Azángaro mediante una ejecución judicial.
El crédito bancario moderno hizo su aparición en el sur del Perú
con la fundación del Banco de Arequipa en 1871. El banco, que tenía su
sede en la capital de la oligarquía regional, extendió sus operaciones a
Cuzco y a Puno.160 Junto con la creciente importancia de las grandes ca-
sas importadoras—exportadoras, los bancos gradualmente fueron reem-
plazando como instituciones crediticias del Altiplano a comerciantes
banqueros como Amenábar 0 Del Valle. Este proceso queda simboli-
zado en un contrato de crédito de 1875, en el cual un tendero de Puno
recibió un crédito de 1.700 pesos del Banco de Puno ——probablemente
una sucursal del Banco de Arequipa—, pero dependió del comerciante
banquero Fernando del Valle como cosignatario del préstamo, y este a su
vez recibió una hipoteca sobre bienes raíces como garantía de sus posible
obligaciones con el banco.161
El Banco de Arequipa y su sucursal en Puno cayeron víctimas del
colapso financiero peruano de 1876. Sería solo a fines de la década
de
1880 que otro banco comenzaría a operar nuevamente en Arequipa, y
Puno tendría que esperar hasta comienzos de la década de 1920 para que

158. Véase, p. ej., testamento de Manuel Díaz Cano, REPA, año 1895, Meza, f. 148, n.º 62
(19 de ago. de 1895); testamento de Adoraida Gallegos, REPP, año 1901, González,
f-

639, n.º 268 (5 de sept. de 1901).


159. REPP, año 1877, Cáceres (8 de dic. de 1877); REPP, año 1878, Cáceres (18 de junio de
1878); REPP, año 1881, Cáceres (21 de julio de 1881).
160. Flores-Galindo,Arequipa,91.
161. REPP, año 1875, Cáceres (11 de nov. de 1875).

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 311


una sucursal del Banco del Perú y Londres abriera sus puertas.162 Entre
finales de la década de 1890 y la Primera Guerra Mundial, el reconstitui-
do sistema bancario peruano permaneció indiferente a los agroexpor_
tadores; los bancos seguían una política monetaria estable en oposición
a los intereses exportadores, y consideraban que las hipotecas agrícolas
eran un mal riesgo. En 1902, Wenceslao Molina, profesor de crianza de
animales en la Universidad de San Marcos de Lima y heredero de la ha-
cienda Churura, en Putina, esbozó un programa de medidas necesarias
para el restablecimiento de una moderna industria ganadera en el Perú.
Reflejando la frustración general que los grandes agroexportadores sen—
tían con el sistema crediticio tras la adopción del patrón oro, Molina
exigió el establecimiento de bancos hipotecarios agrícolas “que puedan
llenar el vacío dejado al presente [por las instituciones bancarias existen-
tes], que otorgan créditos solo a los comerciantes y los mantienen fuera
del alcance de los esforzados rancheros”.'63
El trabajo de Alfonso Quiroz sobre las instituciones financieras pe-
ruanas confirma la crítica hecha por Molina. Pero no obstante su re—
nuencia a financiar mejoras agrícolas, los bancos sí desempeñaron un
papel cada vez más grande en el financiamiento de las exportaciones.
Con su ayuda, las letras de cambio finalmente se hicieron algo común
en el negocio de exportación de lana, lo que fue un primer paso para
aliviar la escasez crónica de efectivo en el Altiplano. Pero solo los gran—
des comerciantes y productores se beneficiaron con la introducción de
este instrumento financiero.164 La dependencia que los hacendados te-
nían del crédito de las casas exportadoras incrementó su multifacética
dependencia de estos comerciantes, y ellos inevitablemente resintieron
su debilidad relativa.165 Cada vez que los ingresos por la exportación de
lana caían, los hacendados experimentaban la distribución desigual de
los beneficios del comercio de modo particularmente agudo y pedían
medidas “para librarse del yugo de las casas exportadoras”, tal como

162. Quiroz, “Financial Institutions”, 54, cuadro 3.


163. Universidad Mayor de San Marcos, Discurso, 18—19.
164. Quiroz, “Financial Institutions”, 77-78, 249-250, 340—363.

165. Burga y Reátegui, Lanas, 58.

312 | NILS JACOBSEN

..—xc— »
lo hicieron después de la breve baja en el mercado de 1901—1902.166 Este
¿onflicto de intereses se intensificó en el periodo de aguda recesión a
comienzos de la década de 1920.167 Antes de esta fecha, sin embargo, los
largos periodos de mejora en las condiciones del mercado acallaron el
conflicto y no tocaron la hegemonía de las casas exportadoras. En pala-
bras del dueño de una pequeña hacienda en Azángaro, “los mayoristas
andaban”.168
Si los hacendados tenían razón para quejarse dela distribución des—
igual de los beneficios del comercio lanero, los campesinos indígenas
que ingresaban al mercado con pequeñas cantidades de lana se hallaban
en una posición mucho más desventajosa. Aunque la competencia algu-
¡las veces hacía que los exportadores de lana y sus agentes en el Altiplano
5uperaran mutuamente sus ofertas para asegurar la producción de una
ran hacienda, los pequeños propietarios indígenas rara vez recibían este
beneficio.169 Esta no era sino una de las consecuencias económicas de la
dominación sociocultural de los pequeños propietarios indios, por parte
¿lelos grupos sociales que controlaban la comercialización de la lana.
Los comerciantes laneros del Altiplano clasiñcaban automática-
mente la lana de oveja en “lana de hacienda” y “lana común”. Se asumía
uni-
que la primera tenía fibras más largas y finas, era de un color blanco
forme y tenía menos paja y suciedad. La que se compraba a los dueños
indígenas de estancias era automáticamente degradada por considerarse
mezcla
que era más sucia y de fibra más corta, y contaba con una mayor
de lana negra.”º De este modo, los campesinos recibían considerable-
mente menos por su producto que los hacendados. En 1920, por ejemplº,
105 agentes compradores de lana en Santa Rosa pagaban cinco soles me—
nos por quintal de lana de oveja a los campesinos que a los hacendados,
al precio corriente de 55 soles el quintal, lo que venía a ser un descuento
de casi 10%.171 Al comprar lana a los indios, los comerciantes a veces

166. Universidad Mayor de San Marcos, Discurso, 21-23.


167. Burga y Reátegui, Lanas, 58.
168. Entrevista con Agustín Román, Azángaro, 15 de mayo de 1977.
169. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 61.
170. Orlove, Alpacas, Sheep, and Men, 49.
171. Guía general, 207-209.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 313


utilizaban escalas trucadas. Ellos descontaban una libra de cada quintal
por suciedad, humedad y el peso de la soga que sujetaba los fardos, aun—
que dichas pérdidas de peso eran calculadas sobre el precio básico de la
lana sin lavar. Cuando los campesinos querían vender lana o cuero a los
comerciantes, eran a menudo interceptados en las afueras de los pueblos
por los alcanzadores, quienes buscan persuadirles de que vendieran sus
productos a un comerciante en particular, persuasión esta que podía to—
mar la forma de adelantos de dinero, alcohol o fuerza bruta.172 Una vez
en la tienda, les obligaban a comprar alcohol, azúcar o maíz a precios
inflados.173
En algunas partes de la sierra sur, el acopio de lana producida por
los campesinos podía ser organizado de modo similar a los repartos de
bienes de la época colonial. En una aldea de la provincia de Chumbivil—
cas, en el departamento del Cuzco, los campesinos protestaron en 1882
porque “en ciertas temporadas del año [los comerciantes de lana] de dis-
tintos pueblos vienen a nuestras chozas […] y nos imponen un precio
excesivamente bajo. Al momento de la trasquila nos arrebatan [la lana]
arbitrariamente, pesando un quintal como si fuera una arroba. Cuando
por esta misma razón somos incapaces de pagar toda la deuda que nos
obligan a contraer, duplican nuestras pérdidas cobrándonos intereses
usurarios, y terminan llevándose en secreto todo nuestro ganado”."* En
la provincia puneña de Chucuito, las autoridades mismas practicaban un
sistema forzoso de acopio de lana todavía en 1920. En diciembre 0 ene—
ro, unas cuantas semanas antes de la esquila, el gobernador del distrito
repartía a los pastores indios el dinero que le había sido prestado por
los comerciantes de lana, obligándoles así a entregarle cierta cantidad

172. Roca Sánchez, Por la clase indígena, 169; Lazarte a Ricketts, Santa Rosa, 12 de feb. de
1930, Lb. 556, AFA-R, citado por Appleby, “Exportation and its Aftermath", 62. Esta
práctica se había vuelto tan perturbadora para la década de 1920 en ciudades como
Sicuani y Ayaviri, que incluso algunos de los comerciantes mismos pidieron que se
tomaran medidas legales contra los alcanzadores, que eran detestados por los indios
y que en última instancia perjudicaban los negocios de estas ciudades; véase Burga y
Reátegui, Lanas, 105.
173. Burga y Reátegui, Lanas, 207—209, 213; Roca Sánchez, Por la clase indígena, 169.
174. Solicitud de los indios de la parcialidad Quíñota, Chumbivilcas, 12 de mayo de 1882)
citado en Manrique, Yawar Mayu, 113.

314 | NILS JACOBSEN


especificada de este producto. Si se rehusaban a aceptar sus condiciones,
el gobernador hacía que las autoridades comunales depositaran el dine—
ro enla choza del campesino, y este sabía que “debía entregar la cantidad
equivalente de lana”.175 Los alcaldes y subprefectos entraban al negocio
lanero precisamente porque tenían poder sobre los pastores indígenas y
podían así garantizar el suministro a los exportadores.176
Imponer precios bajos y asegurar el suministro para comerciantes
y autoridades específicos: tales eran los objetivos de estos métodos de
engaño y fuerza. Dichas estratagemas eran aplicadas una y otra vez por
aquellos que tenían influencia sobre los productores campesinos indíge—
nas. Esos métodos subvertían un mercado intrínsecamente competitivo,
convirtiéndolo así en una infinidad de relaciones de apropiación mono—
pólicas. Pero ellos ya no eran la precondición misma de la participación
campesina en el mercado, como los repartos de mercancías aún lo ha—
bían sido durante el siglo XVIII.
Entre 1850 y 1920, los pastores indígenas vieron cada vez más a las
transacciones de mercado con comerciantes hispanizados, como una
parte regular e importante de la economía de subsistencia de su unidad
doméstica. Su margen de autonomía en las relaciones de intercambio fue
disminuyendo a medida que el sistema dendrítíco iba madurando des-
pués de la Guerra del Pacífico. Entre la élite de Puno aún florecía en las
décadas de 1850 y 1860, una leyenda según la cual los campesinos indí—
genas habían enterrado unos diez millones de pesos bolivianos, que eran
sus ingresos procedentes de la creciente venta de lana, un dinero que de
este modo “desapareció de circulación”.177 Había, en otras palabras, una
esfera de circulación monetízada entre los campesinos, que yacía fuera
del control de los comerciantes del Altiplano.
En los siguientes sesenta años, los factores de atracción y repulsión
hicieron que los campesinos dependíeran cada vez más de los comercian—
tes hispanizados. La red cada vez más densa de comerciantes itinerantes
y agentes compradores de lana, especialmente después de 1890, hizo que

175. Informe dela comisión, en Roca Sánchez, Por la clase indígena, 219.
176. Nieto a Ricketts, Puno, 30 de sept. de 1927, Lb. 493; Lazarte a Ricketts, Santa Rosa, 1

de feb. de 1930, Lb. 556, AFA-R.


177. Forbes, On the Aymara Indians, 35-36.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 315


resultara más difícil escapar a sus presiones de compra. La decreciente
base territorial de las parcialidades, provocada por la expansión de las
haciendas y el incremento de la población, hizo que la mayoría de las
familias campesinas tuviera rebaños en promedio más pequeños. Las
medidas fiscales buscaban captar una mayor parte del ingreso moneta—
rio campesino procedente de la venta de lana. Entre 1867 y la década de
1890, los gobiernos de Lima realizaron repetidos intentos de cobrar la
contribución personal, una nueva capitación que reemplazó a la contri—
bución de indígenas. La creación de un nuevo impuesto al consumo de
alcohol en 1887, de la alcabala sobre alcohol, azúcar y tabaco en 1904, y
la extensión después de 1902 del cobro de la contribución de predios rús—
ticos —que en Azángaro afectaba principalmente a los campesinos—,
eran al mismo tiempo medios y expresión de un control más efectivo
sobre el campesinado, especialmente después de la década de 1890. El
ferrocarril y el telégrafo, así como el establecimiento de puestos de la
policía rural en cada provincia después de 1895, hicieron que fuera más
fácil reprimir los alzamientos o desalentarlos antes de
que se produjeran.
Pero esta mayor dependencia de las transacciones de mercado no
significó el abandono de las metas tradicionales de la economía cam—
pesina: la subsistencia de la familia en el contexto de la solidaridad co—
munal. El dinero en efectivo recibido por los productos pecuarios de
manos de los comerciantes, pagaba los considerables gastos generados
por fiestas como las del santo patrón de la comunidad, un bautismo, una
boda o un funeral. Los pastores indígenas del Altiplano septentrional
quizás sí hicieron compras en efectivo de mercaderías tales como sal,
cerámica o alcohol, con las cuales mantenían vigentes las viejas rela—
ciones de trueque en regiones vecinas como la montaña de la provincia
boliviana de Larecaja. Como la paridad de los valores de cambio de los
bienes conseguidos en trueque permanecía constante durante períodos
más prolongados, durante las fases de subida de los precios de lana y
cuero resultaba ventajoso comprar los bienes así adquiridos con dinero
en efectivo, recibido a cambio de los productos ganaderos.178
Los campesinos indígenas retuvieron bastante lana fuera del co-
mercio de exportación incluso durante los años de bonanza. Otros
productos ganaderos, entre ellos el sebo, los cueros de oveja y la carne

178. Véase Molino Rivero, “La tradicionalidat ”, 603-636.

316 [ NILS JACOBSEN


seca, entraban aun en menor proporción en el sistema dendrítico de co-
mercio monetizado. Además del consumo directo en el hogar campesi-
no, estos bienes continuaban sirviendo como medios de intercambio en
las relaciones de trueque tradicionales. Por ejemplo, cada mes de mayo,
después de la temporada de trasquila, los colonos de la hacienda Picota-
ni la dejaban y descendían a los valles de Sandia para aprovisíonarse de
maíz, hojas de coca y otros alimentos a cambio de productos ganaderos y
bayetas de elaboración doméstica.179 Durante el auge de la Primera Gue—
rra Mundial, los campesinos de los alrededores de Juliaca se rehusaron
a vender jergas a los comerciantes a los cuales les vendían lana cruda,
puesto que estaban llevando montos cada vez más grandes de estos te-
jidos de manufactura casera 150 kilómetros más al norte, a Sicuani, el
punto tradicional donde se aprovisíonaban de maíz.180
Los productores ganaderos indígenas no rechazaban su incorpora—
ción al mercado, puesto que habían llegado a depender del dinero en
efectivo como parte de su estrategia de subsistencia familiar. A lo que sí
objetaban era a la fuerza y el engaño que los comerciantes y autoridades
rutinariamente les imponían en el “mercado”. Pero ellos no aceptaban
dicha explotación con resignación. Los indios “dan vida a los negocios en
esta región”, le escribió Francisco Rodríguez —comerciante de lana de
Santa Rosa— a Ricketts en 1918, y esta posición de mercado les permitió
hacer uso de estratagemas, trucos y del simple sentido común para revo-
car y limitar su explotación a manos de comerciantes inescrupulosos.181
Los indios mezclaban paja y basura con la lana, la humedecían e incluso
le echaban agua con azúcar para aumentar su peso.182 En 1932, cuando
los aduaneros bolivianos comenzaron a cobrar derechos de exportación

179. Medina a Castresana, Picotani, 12 de mayo de 1907, AFA-P. Un mercado funcionaba


con regularidad en Sandia para 1920, donde campesinos de las comunidades y ha-
ciendas de Azángaro y la provincia de HuanCané ofrecían carne de oveja fresca, carne
seca, queso, manteca, mantequilla, pan, bayetas y sargas a cambio de maíz y hojas
de coca; los intercambios estaban haciéndose más impersonales, intensivos y tal vez
monetizados, en contraste con las expediciones anuales de trueque que a menudo
unían a comunidades y familias especíñcas a lo largo de las generaciones; véase Guía
general, 229.
180. Lazarte a Ricketts, Cabanillas, de nov. de 1919, Lb. 281, AFA—R.
1

181. Rodríguez a Ricketts, Santa Rosa, 8 de sept. de 1918, Lb. 261, AFA-R.

182. Pujalt a Ricketts, 18 de nov. de, 1917, Lb. 229, AFA-R; Burga y Reátegui, Lanas, 106.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 317


sobre este producto, los pastores de alpacas al sur de la frontera dejaron
de vender su lana a los comerciantes peruanos en pueblos fronterizos
como Cojata y Moho, trabando más bien relaciones con los comerciantes
en Puerto Acosta, al lado boliviano de la frontera.183 Los pastores campe—
sinos buscaban adaptar sus ventas tanto a los ritmos y requerimientos de
su economía doméstica, como a las fluctuaciones del mercado.
Durante la década de 1920, época de precios inestables de la lana,
los comerciantes se quejaban una y otra vez de la “ausencia de indios” en
los mercados semanales 0 en las ferias anuales. “Los indios retienen [su
lana de alpaca] esperando la mejora de los precios, solo venden las can-
tidades indispensables para satisfacer sus necesidades más apremiante5”,
escribía en septiembre de 1926 Hipólito Sánchez, el agente de Ricketts
en Moho, provincia de Huancané.184 Ellos intentaban vender la lana du—
rante la temporada de precios más altos, de septiembre a diciembre, que
coincidía con los meses del ciclo agrícola cuando la comida de la cosecha
anterior comenzaba a escasear. Las ventas de lana se incrementaban, ¿mí
como las compras de alcohol, antes de celebraciones tales como el Car—
naval, o las fiestas de los santos patronos.“
Los campesinos consideraban que el comercio era una comple-
ja habilidad que se confiaba solo a los miembros más experimenta—
dos y honorables de la familia, una actividad en la cual se preparaba a
los hijos desde tierna edad, cuando acompañaban a sus padres en sus
expediciones a centros urbanos de mercadeo o a valles subtropicales
lejanos. Para dar cierta estabilidad y previsibilidad al comercio en es-
tos entornos extraños, los campesinos buscaban establecer relaciones
comerciales duraderas con sus compadres (los padrinos de sus hijos, a

183. Saravia a Ricketts, Cojaza, 13 de abril de 1932, Lb. 619, AFA-R.


184. Sánchez a Ricketts, Moho, 14 de sept. de 1926, Lb. 452, AFA—R.
185. Arturo López de Romaña a Ricketts, Lagunillas, 21 de feb. de 1918, Lb. 260, AFA-R;
Guía general, 213; Burga y Reátegui, Lanas, 97. En noviembre de 1919, los campesi-
nos se rehusaron a aceptar un contrato para tejer cordoncillos, “porque es tiempo de
sembrar las chacras y están muy ocupados”; A. Ratti a Rícketts, 19 de nov. de 1919,
Lb. 281, AFA-R. En el transcurso de las celebraciones las lanas no serían despachadas
por una semana 0 más, porque “todos los indios […] regresan a sus estancias y uno
no puede contar con ellos para la clasificación, el empaquetado y el transporte”;
Francisco Mariño a Ricketts, Puno, 9 de feb. de 1929, Lb. 540, AFA—R. El mercado
laboral, al igual que el de productos, estaba incrustado en el ciclo agrícola.

318 | NILS JACOBSEN


quienes buscaban como protectores). Un comerciante podía tener hasta
600 compadres entre los campesinos que le vendíanlana.186
Pero la resistencia siempre resultó frágil. El mismo compadre a
quien un campesino le confió sus ventas de lana por muchos años, podía
también abusar de dicha dependencia. Y los intentos de retener la lana
trasquilada hasta que los precios subieran, fracasaban cuando había una
prolongada caída de los mismos, o cuando los alimentos escaseaban de—
bido a las malas cosechas. Entonces, el patrón inverso se ponía en movi-
miento: los campesinos tenían que comercializar su lana lo más rápido
posible, sin importar las pérdidas. Trasquilaban entonces a los animales
antes de tiempo y llevaban fibras más cortas al mercado; por ende, el pre-
cio que recibían podía ser doblemente bajo, debido a lo inoportuno de
la época para la venta y la baja calidad de su lana.187 Por supuesto que los
campesinos pobres, con escasos recursos en tierras y animales, enfrenta—
ban estos problemas con mayor frecuencia que los comuneros y colonos
acomodados. Y los pastores de alpacas, como aquellos en las alturas de la
Cordillera de Carabaya, que tenían un control indiscutido sobre el cono-
cimiento de la producción de la preciosa fibra de camélido, deben haber
tenido una posición de mercado más estable que la de los comuneros que
producían lana de oveja en el Altiplano propiamente dicho.
Es posible que el mercado de lana haya impulsado este tipo de dife-
renciación social entre el campesinado, mediante la tremenda intensifi-
cación de la competencia por la tierra. Pero comuneros y colonos tenían
una serie de estrategias compensadoras a su disposición, que mitigaron
tales efectos del mercado lanero hasta antes de 1920. Para bien 0 para
mal, la prosperidad de los pastores indígenas del Altiplano —así como
la de los hacendados, transportistas, comerciantes y administradores—
había quedado ligada a los vaivenes de la demanda internacional de este
producto, del mismo modo que antes había dependido de la fortuna de
los centros mineros del Alto Perú hasta el final de la época colonial…

186. Burga y Reátegui, Lanas, 104—105; con respecto ala separación del comercio de larga
distancia y el local que aprovisionaba a las élites urbanas, véase Appleby, “Exporta—
tion and its Aftermath”, 185—186. Entre los campesinos, el comercio alarga distancia
era una actividad masculina, y las ventas en los mercados locales de pequeñas canti—
dades de alimentos era una labor femenina.
187. Saravia a Ricketts, Cojaza, 1 de ago. de 1924, Lb. 418,AFA-R.

LA SIMBIOSIS DE LAS EXPORTACIONES Y EL COMERCIO REGIONAL | 319


Capítulo 6
LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA

EN EL ALTIPLANO, las primeras décadas de la república estuvieron marca—


das por un equilibrio relativo entre los sectores hacendado y campesino.
Esta situación comenzó a cambiar durante la década de 1850. Ya en 1867,
el coronel Andrés Recharte, subprefecto de Azángaro, podía decir que
“la mayoría de los daños y abusos sufridos por los indios han prevenido
de la codicia de los mestizos por su tierra”.' Luego de la lenta decadencia
de la economía colonial de abastecimiento de los centros mineros y los
trastornos causados por las guerras de la independencia, una élite terra—
teniente nueva y emergente gradualmente se fue adaptando a la econo-
mía de exportación de lana. Para mediados de siglo, a medida que las
perspectivas de la exportación de este producto iban mejorando, dicha
élite buscó controlar al importante sector campesino de modo más ex—
haustivo, para así poder captar una mayor parte del ingreso regional. En
este capítulo examino los aspectos centrales de los cambios producidos
en las relaciones de propiedad en Azángaro, entre mediados de la década
de 1850 y 1920.2

]. Recharte & Juan Bustamante, Azángaro, 17 de feb. de 1867, publicado en El Comercio,


Lima, 12 de sept. de 1867, reimpreso en E. Vásquez, La rebelión de ]mm Bustamante,
301—303.

2. Para un examen de estas fuentes, véase ]acobsen, “Land Tenure”, cap. 5.


Consideraciones metodológicas

He diseñado una metodología con la cual responder a preguntas como


las siguientes: ¿cómo evolucionaron con el tiempo los “flujos” de tierra
que se dieron entre los diversos grupos sociales?, ¿cómo varió la distri—
bución del tamaño de las parcelas de tierra ofrecidas en venta entre los
distintos grupos sociales? Los contratos notariales ofrecen fragmentos
de información que permiten construir juiciosamente, un esquema con
el cual clasificar a todos los participantes en las transacciones. En ellos
normalmente se indica la ocupación, el lugar de nacimiento y residencia,
la capacidad de hablar castellano, y ———no siempre—— el origen socíoétni—
co, así como cualquier cargo público ocupado por cada una de las par—
tes. Reuní esta información en un índice de todos los participantes en
las transacciones notariales, el cual suma unas ocho mil fichas, y asigné
cada una de las partes en estas transacciones, a una de las siguientes
categorías:

Campesino indígena
2. Gran terrateniente hispanizado
3. grupo intermedio (incluye a personas de estatus social no
determinable)
Iglesia
5. Beneficencia pública

La consistencia interna de las asignaciones se mantuvo mediante


el uso de criterios claros en la evaluación de los indicadores sociales.
Algunos valores colocaban a la persona en la categoría 1 (“campesino
indígena”): por ejemplo, las ocupaciones de labrador o pastor, las etique-
tas socioétnicas indígena 0 indio, el desconocimiento de la lengua caste—
llana, y la residencia en una parcialidad o ayllu. Otros valores indicaban
que la persona pertenecía a la categoría 2 (“gran terrateniente hispaniza—
do”): por ejemplo, ocupaciones como las de hacendado o abogado, el co—
nocimiento del castellano y el tener cargos como gobernador, subprefecto
ojuez de primera instancia. Ciertos términos eran utilizados de manera
tan indiscriminada que los consideré neutros. Algunos notarios aplica—
ban las designaciones ocupacionales de propietario y comerciante a todo

322 | NILS JACOBSEN


tipo de persona como un binomio indisoluble, tanto al campesino que
vendía una parcela en 50 soles m. n., como a un hacendado que vendía
una hacienda en cinco mil soles m. n.
Para efectuar una asignación, al menos dos indicadores sociales
deben apuntar inequívocamente a la categoría o 2. Por ejemplo, para
1

asignar a una persona a la categoría 1 (“campesino indígena”), ella tenía


que ser descrita como indígena y labrador, como alguien que no habla-
ba castellano y que vivía en una parcialidad. Si los indicadores sociales
mostraban alguna ambivalencia, o si solo había escasa información so-
bre una de las partes en el contrato, coloqué a la persona en cuestión en
la categoría 3. Por lo tanto, dos subgrupos comprenden los miembros
de esta categoría: personas para las que hay insuficiente información, y
otras para las cuales los indicadores sociales parecen ambiguos, esto es
un grupo realmente intermedio que incluye desde los campesinos indí-
genas a los grandes terratenientes hispanizados.
Este problema nos lleva al de la concepción que subyace al esquema
de clasificación. La estratificación social de Azángaro de finales del siglo
XIX y comienzos del XX era considerablemente más compleja de lo que
este esquema sugiere. Sin embargo, lo que importaba aquí era escoger
una clasificación que reflejara un elemento estructural subyacente de la
sociedad de Azángaro, y que al mismo tiempo permitiera clasificar a la
mayoría de las partes en los contratos, no obstante la limitada informa-
ción existente sobre sus antecedentes sociales. Así, este esquema permite
lograr un compromiso entre las limitaciones de una fuente demasiado
imperfecta y los problemas que deseaba investigar.
Las categorías son vistas como parte de una escala continua, en la
cual los diversos grupos de estatus de la sociedad azangarina se disuelven
imperceptiblemente el uno en el otro. La escala está limitada a ambos
extremos por tipos ideales, conformados por la concentración total de
todos los indicadores sociales capaces de definir una categoría. Las dos
primeras están pensadas como tipos ideales en los extremos polares de
la escala social de Azángaro. De un lado, el campesino indígena que na-
ció y que pobremente vivía en una comunidad indígena, de los ingresos
derivados del pastoreo y del cultivo de pequeñas parcelas de tierra; que
era un hablante monolíngúe quechua sin educación alguna; que era eti—
quetado de “indio” por los miembros de todos los demás grupos sociales
(los notarios inclusive); que vestía ropas de bayeta burda de fabricación

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 323


casera; y que obtenía un ingreso suplementario trabajando en las ha—
ciendas vecinas, de la producción doméstica artesanal o del comercio al
menudeo, actividades todas que siempre eran de carácter secundario y
que no rompían el patrón predominantemente agrario de su vida. En el
otro extremo de la escala tenemos al gran terrateniente hispanizado, el
tipo ideal de la categoría 2, que hablaba español y había tenido una edu—
cación formal; que poseía una o más grandes haciendas que empleaban
a docenas de familias campesinas como colonos; que usualmente vivía
en una casa en la capital de la provincia, y que incluso podía poseer otra
en Puno, Arequipa 0 Lima; que vestía trajes europeos, consumía bienes
importados, tenía cargos administrativos, legislativos y judiciales im—
portantes enla provincia o el departamento; y que mantenía un estrecho
contacto con los estratos superiores de la sociedad regional y nacional.
Esta construcción de tipos ideales describe tanto la fluidez como la mar—
cada polaridad de la estratificación socioétnica de la sierra peruana.3
La mayoría de las personas que aparecen en las transacciones nota-
riales no eran tipos ideales de “campesinos indígenas” o “grandes terra-
tenientes híspanizados”, sino que más bien se acercaban a uno de estos
dos constructos polares. Considero que es adecuado incluir ala mayoría
de los comerciantes y funcionarios públicos en la categoría 2, puesto que
ellos se inclinaban hacía el tipo ideal de los grandes terratenientes hispa-
nizados. Después de todo, esta es la razón por la cual aparecían con tanta
frecuencia ante los notarios como compradores de tierras. Socialmente,
ellos tenían más en común con los más grandes hacendados de la pro—
vincia que con el campesinado indígena. La categoría 2 comprendía así
a todos los sectores de la élite provincial de Azángaro, de la cual el gran
hacendado era la figura dominante.
La categoría 3 incluye a pequeños comerciantes, propietarios de ha-
ciendas muy pequeñas (que empleaban quizás dos o tres colonos) que
se confundían imperceptiblemente con las estancias campesinas, perso-
nas cuyo conocimiento del español fluctúa constantemente en los regis-
tros notariales, y las que vivían por lo general en las capitales de distrito
pero que también podían vivir en sus modestas propiedades rurales. En
la mayoría de los casos resulta mínima la distinción entre este grupo

3. Fuenzalida, “Poder, raza y etnia”, en Fuenzalida et al., El indio y el poder, 63-64.

324 [ NILS JACOBSEN


intermedio y los hacendados empobrecidos, por un lado, y los campesi-
nos acomodados por el otro. Para el presente estudio, la distinción tiene
como base un corte arbitrario en la escala continua, al exigir la presencia
de dos indicadores sociales como señal mínima de “concentración”, para
así asignar una persona a una delas dos categorías polares.
Aunque la información sobre la situación económica de las partes
contratantes (por ejemplo, el monto y el tipo de propiedad rural tenida
antes de su participación en las transacciones notariales) influyó sobre
su asignación a una de las categorías sociales, las transacciones mismas
no fueron usadas con este ñn. A decir verdad, una persona que comprara
o vendiera una gran hacienda quedaba excluida ipso facto de la categoría
1. Pero dado que la acumulación o pérdida de bienes raíces tiene que ser
vista como un indicador importante de la movilidad social en Azángaro,
tener en cuenta las transacciones notariales para determinar la categoría
social de un persona habría tenido como resultado una argumentación
circular. Así, alguien que en los contratos más antiguos muestra todas
las características de un campesino indígena será considerado como tal
en todos los contratos subsiguientes, aun cuando haya compradº tal
cantidad de tierras que al final de su “carrera” sería más razonable colo-
carle en la categoría 3, o incluso en la 2.

La expansión de la hacienda

El enorme incremento de las ventas entre 1850 y 1920, es el factor indi—


vidual más importante que influyó sobre los patrones provinciales de
tenencia de la tierra. Las ventas de propiedades rurales comprendieron
la abrumadora mayoría de los contratos registrados por los notarios. Su
número anual y su valor total crecieron desde unas cuantas en la déca—
da de 1850, hasta alcanzar proporciones de avalancha durante las dos
primeras décadas del siglo XX.4 Cerca de las tres cuartas partes de todos
los contratos de venta acordados entre 1851 y 1920, fueron concertados
durante las dos últimas décadas de dicho periodo (cuadro 6.1).
Este crecimiento de las ventas de tierras no se desarrolló de modo li-
neal. Un primer ciclo alcanzó su pico en 1867 con 47 contratos de venta,

4. Para las estadísticas de las ventas anuales de tierra, véase Jacobsen, “Land Tenure”, ap. 4.

LAARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 325


Cuadro 6.1
NÚMERO Y VALOR DE TODAS LAS VENTAS DE TIERRA EN LA PROVINCIA DE AZÁNGARO
POR DECENIOS, 1851—1920 _

Puncm PROMEDIO
(sol,/¡;LSÍIN.) % NÚMERO % DE
vENTA
(sores M. N.)
1851—60 39.002,62 2,5 26 0,6 1.500,10
1861-70 97.460,40 6,3 197 4,2 494,72
1871-80 65.786,78 4,2 187 4,0 351,80
1881—90 75.128,63 4,8 255 5,4 294,62
1891-1900 171.307,98 11,1 606 12,9 282,68
1901-10 523.995,73 33,8 1.789 37,9 292,90
1911-20“ [576.724,95] [37,2] [1.655] [35,1] [348,47]
Total 1.549.407,09 99,9 4.715 100,1 328,61
3
Estimado basado en los valores de 1913—1914 y 1918—1919.
Fuentes: REPA, 1854-1920; REPP, 1852-1920.

valuados en 35.549 soles m. n.; su frecuencia y valor cayeron luego hasta


comienzos de la década de 1880. La recuperación solo comenzó después
del final de la Guerra del Pacífico, y desde comienzos a mediados de la
década de 1890 se alcanzó un nivel cercano al del año pico previo de
1867. Un salto cuantitativo se produjo en 1898-1899, cuando en el lapso
de dos años, la frecuencia de las ventas aproximadamente se triplicó, alo
que le acompañó un menor incremento del valor total. Después de 1904,
su frecuencia volvió a crecer hasta alcanzar las 297 ventas durante 1908,
cinco veces más que en 1867, el año pico del primer ciclo. Entre 1908
y 1913, el número y valor total de las transacciones de tierras alcanza-
ron su punto máximo de todo el periodo que venimos considerando. En
1914 siguió una caída breve pero marcada. La recuperación a lo largo del
resto de la década no logró reconquistar el febril ritmo de ventas de los
años anteriores a la guerra.5

5. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalísmo”, 51, colocan el pico de las ventas de


tierras en 1915.

326 | NILS JACOBSEN


El desagregado de todas las ventas según su precio permite entender
con mayor claridad los tipos de propiedades que cambiaron de manos
en Azángaro. El precio en más del 88% de todas las ventas fue de menos
de 500 soles m. n., y en casi las dos terceras partes de todos los casos fue
inferior a 200 soles m. n. En cambio, solo el 2,9 % de todas las transac—
ciones con indicación de precio concierne a campos por los cuales un
comprador pagó dos mil soles m. n. o más. ¿Pero cuánta tierra podía
comprarse por 200, 500 o dos mil soles m. n.? No había una correlación
fácilmente distinguible entre el precio de la tierra y su tamaño. Además
de factores tales como la calidad y ubicación de la tierra, la posición so—
cial del comprador y el vendedor a menudo influía sobre el precio. Los
hacendados poderosos podían forzar a los campesinos que dependían
de ellos para conseguir crédito y trabajo, a que vendieran sus estancias
ancestrales a un precio muy por debajo de su “valor de mercado”.6
Si distinguimos los contratos de venta según las categorías de pro—
piedad, la preponderancia de las estancias resulta abrumadora. ¿Pero
qué entendían los contemporáneos con dicho término? Durante el pe—
riodo colonial, este aludía a los ranchos ganaderos.7 En algunas partes
de Hispanoamérica, y sobre todo en Argentina, estancia aún hoy en día
se refiere a una gran propiedad ganadera. En el Altiplano, sin embargo,
había dejado de tener dicho significado para mediados del siglo XIX. Tal
como David Brading lo describiera para México centro-occidental, en
el

Altiplano fue solo en el siglo XVIII que el termino hacienda comenzó a


usarse para aludir a un tipo particular de propiedad rural. Tomó un siglo,
desde mediados del XVIII a mediados del XIX, para que este reemplazara
a estancia en el campo semántico de “propiedad ganadera que opera con

6. Véase la venta de la estancia Huilapata, ayllu Hurinsaya-Cullco del distrito de Azán-


garo, hecha por la viuda Eugenia Umasuyo y Condori, de 42 años, hablante monolin-
gtie quechua que vivía en el mismo ay]lu, a Carlos Abelardo Sarmiento y Espinoza, en
100 soles m. n. Umasuyo era una pastora en la finca Cullco de Sarmiento y estaba en
deuda con su patrón por animales desaparecidos. Con una extensión de un kilóme-
tro cuadrado, Huilapata habría valido considerablemente más de haber sido vendida
por un gran terrateniente hispanizado. Véase REPA, año 1903, Jiménez, f. 363, n.º 165
(15 de sept. de 1903).
7. Konetzke, Die Indianerkulturen, 51—53.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 327


trabajo semiservil”.8 Para la década de 1850, tales propiedades usualmen—
te eran llamadas haciendas ofincas, pero a veces todavía se usaba estancia
con este significado.9 En 1849, al hablar de las “haciendas” de la región, el
puneño Juan Bustamante todavía se refería a sus dueños como “estancie—
ros”, un término que pronto sería reemplazado por el de “hacendado”.*º
En el Altiplano peruano no se usó más el término estancia para
aludir a las propiedades ganaderas después de la década de 1860. En su
nuevo campo semántico aludía más bien a la “granja” rural de los cam—
pesinos indígenas, con sus chozas de adobe, un canchón (corral) cercado
por una pared de piedras, pastizales y algunas parcelas sembradas con
papas, quinua y otros cultivos. En la reciente terminología de las cien—
cias sociales, estancia pasó a equivaler a “unidades agrícolas de tamaño
familiar o subfamiliar”.11 Escribiendo en 1947, Juan Chávez Molina, el

8. Brading, Haciendas and Ranchos, 63. Borde y Góngora, Evolución, 1:58 es un intento
insatisfactorio de explicar el cambio del término estancia a hacienda en las gran-
des propiedades del valle central de Chile durante el siglo XVIII. Toda explicación
tendrá que hacer frente a un aparente cambio en la percepción de la diferenciación
socioeconómica entre las diversas propiedades rurales y sus dueños. Para el uso con-
vencional de estancia en el Altiplano para las grandes propiedades durante el siglo
XVIII, véase el deslinde de la estancia San Francisco de Purina, Asillo, efectuado
por
Mateo de Suero y González, juez visitador de tierras el 23 de junio de 1717, conte—
nido en el expediente judicial sobre el deslinde de San Francisco de Purina, juez de
primera instancia ]. A. Pacheco Andia, Azángaro, 13 de mar. de 1915, AM; Macera,
Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, 21-25. Para el uso temprano del término
hacienda, Véanse las acusaciones hechas contra el cacique Ioséf Choquehuanca, 1 de
dic. de 1782— 3 de enero de 1783, Materias Sobre Tierras e Indios, EC año 1783, n.º
76, ANB. Resulta particularmente llamativo el uso persistente de hacienda para las
propiedades de Azángaro durante los primeros años después de la Independencia en
Choquehuanca, Ensayo.
Por ejemplo, el 23 de junio de 1855, juan Paredes hipotecó su “estancia Huancarani”
en Azángaro, la misma que ya había sido llamada una hacienda diez años antes en
una tasación. REPA, año 1855, Oblitas (23 de junio de 1855); tasación de la hacienda
Huancarani,Azángaro, 12 de abril de 1845, MPA. Para otros usos tardíos del término
estancia para propiedades que pronto solo serían conocidas como haciendas ofincas,
véase REPA, año 1855 (22 de enero de 1855); REPA, año 1855, Manrique (23 de ago.
de 1855); REPA, año 1859, Manrique (12 de junio de 1859).
10. Bustamante, Apuntes, 17-19.
11. Recientes informes de organizaciones gubernamentales o internacionales tienden a
ver la “estancia” como un núcleo de asentamiento mínimo, por debajo del nivel de

328 [ NILS JACOBSEN


heredero de la hacienda Churura, en el distrito de Putina, sostuvo tajan-
temente que “la estancia hoy es una pequeña propiedad”.12 El término
había perdido la connotación de rancho ganadero. En un análisis de la
estratificación social de Puno en 1931—1932, Oswaldo Zea afirmó que “en
la zona de chacarismo [cultivos de alimentos], las pequeñas propiedades
están difundidas'y se les llama estancias”.13 El predominio de estas últi-
mas en las transacciones de tierras de Azángaro, nos brinda así un primer
indicio de que las tierras del campesinado comprendían la parte del león
de las propiedades rurales que cambiaron de mano en la provincia.H
En conjunto, haciendas y fincas sumaban poco más del 5% del nú—
mero total de ventas.15 En promedio, menos de tres haciendas fueron
compradas y vendidas anualmente entre la década de 1850 y 1910. El ta-
maño no fue un criterio suficiente con que distinguir a fincas yhaciendas
de las propiedades rurales menores (figura 6.1). Los intentos de basamos
en criterios cuantitativos para definir qué cosa constituía una finca o
hacienda, como el tamaño mínimo, el número mínimo de cabezas de
ganado, o la producción mínima de la propiedad, resultaron insatisfac-
torios.16 Con estos criterios había una considerable superposición entre

“aldea”, “pueblo” o de la “comunidad” no nucleada. Véase Comité Interamericano de


Desarrollo Agrícola, Tenencia de la tierra, 128, n. 23. Este uso del término apareció
Dir. de Estadística,
por vez primera en el censo nacional de población de 1940. Véase
Censo nacional [1940], 8: 88-119.
12. Juan Chávez Molina, “La comunidad indígena", Lanas y Lunares, nos. 8-9 (1947),
reproducido en Flores-Galindo, Arequipa, 165.
13. Zea, “Constatación”. Una propiedad que había pasado de un campesino a un miembro
de la élite de Azángaro no dejaba de ser una estancia de inmediato. Véase el uso del
término estancia para denotar las partes constitutivas de la hacienda Rosario, distrito
de Potoni, en REPA, año 1899, Paredes, f. 53, n.º 26 (25 de abril de 1899). Los sectores
bien establecidos de las haciendas eran conocidos como cabañas o tianas en el Altipla-
no, pero como estancias en el Cuzco; véase Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 21.
14. El uso de los términos inmueble yfzmdo se hizo común después del establecimiento
del Registro de la Propiedad Inmueble en Puno a finales de la década de 1880.
15. La distinción entre fincas y haciendas se borró en el uso contemporáneo, pero las
fincas tendían a ser haciendas pequeñas.
16. Para una defmición que usa el tamaño como criterio, véase V. Jiménez, Breves apun-
tes, 10-12; para una definición basada en un mínimo capital ganadero, véase Quiroga,
La evoluciónjurídica, 68 n.; para una definición basada en la producción, véase Burga
y Flores-Galindo,Apogeo, 150, n. 3.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 329


Figura 6.1.
VENTAS DE TIERRA EN AZÁNGARO, POR CATEGORIA DE PROPIEDAD Y GAMA DE PRE;CiÓS,
"

.
1852-1910 _../

_
. Estancias (n= 804)
1

Fundos; inmuebles (nºi_67),'


categoria
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0 | Terrenos (n1204)
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El Fincas (112122) º--


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cada
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El Haciendas (11:38)
de
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dentro

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transacciones
NO
|

de

20—-
Porcentahe

1-49 50-99 100-199 200-499 500-999 LOCO-1.999 2.000—4999 5.000ymás


Soles m. n. por transacción

las fincas pequeñas y las estancias campesinas.17 Era su organización


social interna lo que distinguía a la hacienda de una estancia campesi—
na 0 de otras pequeñas propiedades familiares: una población estable y
jerárquicamente ordenada que residía en sus tierras, cuyos miembros es—
taban “directamente ligados al propietario o su representante mediante
una serie de obligaciones personales, de naturaleza tanto material como
simbólica”.18
Así, a partir de la década de 1850, la misma conñguración paradóji—
ca de continuidades y polaridades que vimos en el caso de la estructura

Francois Bourricaud anotó que en Puno, “la extensión de la hacienda varía, que el
mismo hacendado como tipo social está muy lejos de ser homogéneo, [y] que las
actividades agrícolas a las que se dedica son también variables”; Cambios en Puno, 128.
18. Favre, “Evolución”, 347; véase también M. Vásquez (Hacienda, 9—10), quien subraya
la gran extensión de las haciendas.

330 ] NILS JACOBSEN


social de la región, cristalizó también en el régimen de tenencia de la
tierra del Altiplano: por un lado, un espectro continuo en el tamaño
de las propiedades, desde las grandes haciendas hasta las pequeñas pro—
piedades; y, por el otro, una marcada yuxtaposición de la hacienda y la
estancia campesina indígena. Esta dicotomía se basaba en la división
neocolonial entre una élite rural hispanizada y un campesinado indíge-
na, una división que hundía sus raíces más en las percepciones de los dos
grupos que en la distinta racionalidad de sus actividades económicas.
¿Acaso la aceleración de las transferencias de tierras alteró el pa—
trón de su tenencia en Azángaro, o simplemente representó más bien un
de bienes
mayor intercambio de propiedad entre las mismas categorías
raíces y propietarios? Para responder a esta pregunta debemos distinguir
entre las ventas de tierras según el origen social de vendedores y com-
pradores. De las tres categorías de la escala social, en Azángaro, solo los
miembros de la categoría de grandes terratenientes hispanizados apare-
cen como compradores netos de propiedades rurales. Es únicamente en
el caso de este grupo, que el número y el valor de las compras de tierras
el
superan a sus ventas (figura 6.2). Según su valor, aproximadamente
70% de todas las transferencias de tierra efectuadas alas propiedades de
este grupo representan terrenos o estancias de campesinos indígenas; en
número, estas transferencias alcanzan casi el 86%. El grupo intermedio
de terratenientes contribuyó con alrededor del 27% del valor y el 13%
del número de parcelas compradas por los grandes terratenientes.
Las compras hechas por los grandes terratenientes hispanizados
fueron más marcadamente cíclicas de lo que fue el total de las ventas de
la provincia. Luego de una cantidad insignificante de compras a campe-
sinos y miembros del grupo intermedio durante la década de 1850, los
grandes terratenientes hispanizados ampliaron sus propiedades al reali-
zar más de 140 compras certificadas notarialmente durante la década de
1860, alcanzando estas transacciones un pico en 1867. Dichas compras
cayeron uniformemente durante los siguientes dos quinquenios, hasta
llegar a un mínimo de 35 transacciones en el periodo 1876-1880, aproxi-
madamente un 60% por debajo del nivel de 1866—1870.
Las compras de tierras a los campesinos indígenas continuaron a
un bajo nivel a comienzos de la década de 1880 y comenzaron a repuntar
nuevamente en el quinquenio de 1886-1890 (cuadro 6.2). La breve olea-
da de compras de los grandes terratenientes hispanizados al comenzar

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 331


Figura 6.2 A
CATEGORIAS SOCIALES DE LOS VENDEDORES EN LAS VENTAS DE TIERRA EN AZÁNGARO,
1852- 1910

Otros
1,2%

Campesinos Grandes
indígenas terratenientes
39,2% hispanizados
42,6%

Grupo
inlenncdio
17,0%

01705
Grandes
terratenientes
hispanizados
]
2,0%

Grupo
intem1edio
13,5%

Campesinos
indígenas
73,6%

Arriba: por valor de ventas. Abajo: por número de ventas.


Fuentes: REPA y REPP, 1852-1910.

332 | NILS JACOBSEN


Figura 6.2 B
CATEGORIAS SOCIALES DE LOS COMPRADORES EN LAS VENTAS DE TIERRA EN AZÁNGARO,
1 852- 19 10

Campesinos Otros
indígenas 05%
5,5%

Grupo
intermedio
1
0,2%

Grandes
terratenientes
hispanizados
83,8%

Campesinos
indígenas
4,4%
1

Grupo
intermedio
14,4%

Grandes
terratenientes
hispanizados
70,9%

Arriba: por valor de compras. Abajo: por número de compras.


Fuentes: REPA y REPP, 1852—1910.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 333


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el decenio de 1880, fue producto exclusivamente del incremento de las
transacciones con personas asignadas al grupo intermedio. Dichas tran—
sacciones ocurridas durante los difíciles años de la Guerra del Pacífico,
tal vez indican los problemas que los empobrecidos propietarios de las
fincas marginales tuvieron que enfrentar. La doble crisis de comienzos
de la década de 1880, cuando los desórdenes en la producción ganadera
la
y en la comercialización de la lana relacionados con guerra, se suma-
ron al problema de la caída de los precios de este producto, quizás haya
sido la causa de cierta concentración de la propiedad dentro del sector
hacendado, mientras que expansión
la de las haciendas sobre terrenos
campesinos se desaceleró.19 Por ejemplo, el 1 de septiembre de 1881, los
hermanos Felipe y Manuel Figueroa Obando vendieron la Finca Anto—
collo y Antaña en el distrito de Putina, sin capital ganadero, en 3.600
los hermanos había estado
pesos (2.800 soles m. n.). Al menos uno de
endeudado por cinco años; durante guerra aparentemente no vieron
la
forma de librarse de esta deuda que no fuera la venta de sus tierras.20 Los
Figueroa Obando desaparecieron del grupo de propietarios de haciendas
en Azángaro después de 1881.
La transferencia neta de tierras de los campesinos indígenas a los
grandes terratenientes hispanizados (compras menos ventas) acentúa
el
1885.
nadir de la curva de la expansión de las haciendas entre 1876 y
En el largo plazo, esta medida es la que mejor representa la naturaleza
cíclica de la formación de la hacienda en ciertas partes de América La-
tina o, como plantea Eric Hobsbawm, cómo “en el curso de la historia
vol-
postcolonial las haciendas se formaron, expandieron, dividieron y
vieron a formar, dependiendo de los cambios políticos y de coyuntu-la
durante
ra económica”.º' Las ventas a los campesinos se incrementaron
esta década de severa crisis comercial, ñscal y política, justo cuando las
decre-
compras efectuadas por los grandes terratenientes hispanizados
de posterior la Independencia, los
cían. Al igual que en cuarto
el siglo a

19. Para la posición opuesta —esto es, que la Guerra del Pacífico fortaleció el poder de
los gamonales con respecto al campesinado en la sierra sur—, véase Manrique, Yawar
Mayu, 116—124.
20. REPA, año 1881, González Figueroa, f. 140, n.º 73 (10 de sept. de 1881); REPA, año
1876, Zavala, f. 7, n.º 5 (24 de ago. de 1876).
21. Hobsbawm, “Peasant Land Occupations”, 151.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 335


campesinos se beneficiaron con la crisis de la élite terrateniente hispani—
zada, al menos en lo que respecta a la retención de sus tierras.22
Las compras de tierras por parte de los grandes hacendados hispa—
nizados se recuperaron a comienzos de la década de 1890, y a partir de
la segunda mitad de la década ellas crecieron a tal velocidad
que todas
las transacciones anteriores palidecen en comparación. El valor de sus
adquisiciones se incrementó en 160% de 1891-1895 a 1896—1900, a lo que
siguió un salto aún mayor en 1901-1905 de más de 50%, y otro aumento
de 125% del primer al segundo quinquenio del siglo XX. El pico de la
expansión de la hacienda se alcanzó entre 1908 y 1913. Durante 1908,
cuando hubo un total de 212 compras, el frenesí de las adquisiciones de
tierras por parte de los hacendados y otros miembros de la élite provin—
cial se acercó a las dos transacciones cada tres dias.23
¿Cómo explicar la aceleración del ritmo de expansión de la hacien—
da entre fines de la década de 1850 y 1913? Tanto los observadores de
la época como los estudiosos modernos han señalado las condiciones
favorables que se cree prevalecían en el comercio de exportación lanero
del sur peruano, como el incentivo más importante
para que muchos
de los grandes hacendados hispanizados expandieran sus propiedades
y
crearan otras nuevas.24 En 1916, José Sebastián Urquiaga —quien, me-
diante una de las más espectaculares campañas de compra de tierras en
Azángaro, había convertido a la pequeña finca materna de Sollocota en
una de las haciendas más grandes de la provincia— explicaba este con—
texto como sigue:

&—
22. Jean Piel sostiene una relación inversa general entre las condiciones de campesinos
hacendados; véase “The Place of the Peasantry”, 119—120.
y

23. Este periodo coincide con uno de los períodos más álgidos de transferencias de tierra
de las comunidades campesinas a las haciendas en el departamento de La Paz, Bo-
lívia; véase Grieshaber, “La expansión”, 33—83; Rivera Cusicanqui, “La expansión del
latifundio”.
24. Véase Urquiaga, Sublevacíones, 36; Bertram, “Modernización”, 7; Hazen, “The
Awakening of Puno”, 20; Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 42-43; Burga y
Flores-Galindo, Apogeo, 117—118; Chevalier, “Temoignages litteraires”, 824-825. Che-
valier erróneamente piensa que la principal fase de expansión de la hacienda siguió a
la Primera Guerra Mundial.

336 | NILS JACOBSEN


Hace unos 25 años [esto es, 1890—1891], las haciendas del departamento de
Puno pasaban casi desapercibidas como propiedades rentables; sus produc-
tos, así como el ganado, lana, carne seca, queso, mantequilla, etc., eran ven-
didos a precios extremadamente bajos, a menos de la mitad de lo que hoy
son. Y a medida que la mejora de los precios se ha hecho sentir año tras año,
el interés por la adquisición de fincas en el interior se despertó. Pero como
los propietarios no vendían sus propiedades, con muy pocas excepciones, la
gente pensó en comprar las estancias de los indios de los ayllus.25

Las compras de tierras efectuadas por los hacendados siguieron lo


suficientemente de cerca a las condiciones del mercado de exportación
de la lana —el producto más importante de las haciendas ganaderas del
Altiplano—, como para que reflejaran los movimientos cíclicos de los
precios y los volúmenes de exportación de dicho producto (figura 6.3).26
El año de 1914 confirma la estrecha correlación existente entre las con—
diciones comerciales y las compras de tierras efectuadas por los grandes
hacendados hispanizados. La breve ruptura de los circuitos comerciales
y crediticios en el sur peruano producida por el estallido de Primera
la
Guerra Mundial, coincidió con una aguda reducción en las adquisicio-
nes de tierras hechas por los terratenientes.27

25. Urquiaga, Sublevaciones, 36.


26. La correlación año a año (r de Pearson) entre los precios de la lana de oveja peruana,
de
en soles m. n., en los puertos británicos de importación, y el número de compras
tierra hechas por los grandes terratenientes hispanizados de los campesinos indíge—
nas, de 1855 hasta 1910, es de r = .66 y r2 = 0,44 (signiñcativo al nivel de 0,00001);
de los precios de la
para el mismo periodo, la correlación entre la misma medida
lana de oveja peruana y el valor de la misma categoría de compras de tierra es de r =
0,63 y r2 : 0,40 (signiñcativo al nivel de 000001). Las oscilaciones parecen ser más
fuertes para las compras de tierra de los hacendados que para las exportaciones de
lana, particularmente después de 1895. Tal vez los hacendados no intentaron afinar
su estrategia de expansión a un nivel particular de la coyuntura económica, intentan-
do más bien adquirir tantos pastizales como fuera posible cuando la demanda de los
productos pecuarios crecía. Bajo condiciones económicas opuestas, cuando la caída
de los precios o el volumen exportado de la lana reducía sus ingresos y el crédito se
hacía más restringido, los hacendados individuales tal vez no consideraban reducir
lentamente sus compras de tierras sino que las detenían por completo, al menos en
la medida en que ellas involucraban desembolsos inmediatos de dinero.
27. Aunque la caída en la cantidad de exportaciones de lana realizadas a través de Mollen-
do en 1914-1915 no es perceptible, los mayoristas al parecer redujeron sus compras

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 337


Figura 6.3
PROMEDIO ANUAL DE LAS TRANSFERENCIAS DE TIERRA AL SECTOR IIACENDADO
Y DE LAS EXPORTACIONES DE LANA DE OVEJA, 1856— 1910, EN SOLES M. N.

600 -1 1

500 *

400 <
+ Transferencia neta de tierra del sector campesino al hacendado

(1856-1910=100) - -€3-' Exportaciones anuales de oveja de lana de Islay y Mollendo, cn soles m. n.

300 *

índice

de
200 -
Puntos

100 -

0 . . v . . | . v v
: ]

1856-60 186I-65 1866-70 1871-75 1876-80 1881-85 1886—90 1891-951896-19001901-05 1906-10

Pero algo había cambiado para finales de la década de 1910. En estos


años el valor de las exportaciones de lana alcanzó niveles sin precedente,
y los hacendados eran más prósperos que nunca. Y sin embargo, aun—
que en 1918 y 1919 nuevamente adquirieron muchas más tierras que las
que compraron en el año de crisis de 1914, las adquisiciones hechas a
los campesinos cayeron considerablemente por debajo de los niveles de
1908—1913. La correlación con la adquisición de tierras se rompió, pre—
cisamente cuando el mercado lanero alcanzaba su pico. Una poderosa
razón desalentó a muchos hacendados de intentar adquirir más tierras
campesinas: la rebelión de Rumi Maqui, que se había propagado por
varios distritos ganaderos de la provincia de Azángaro desde mediados
de 1915, elevó el nivel de la resistencia campesina a la usurpación de sus

en la Zona de producción, y el crédito —a diferencia del ciclo clásico en las naciones


capitalistas industrializadas— fue restringido. Véase Burga y Reátegui, Lanas, 34.

338 | NILS JACOBSEN


tierras hasta un punto no visto en el Altiplano desde el periodo colonial
tardío. La resistencia que los comuneros presentaron a los hacendados
continuó durante el resto de la década, y para comienzos del decenio
de 1920 se hizo más amplia y más cargada ideológicamente.28 La onda
expansiva de las haciendas comenzó entonces a revertirse, antes incluso
de que la cresta de la ola de prosperidad causada por las crecientes ex—
portaciones de lana hubiese alcanzado su punto más alto.
Otros autores han explicado el drástico y algo repentino incremento
de las compras de tierra por parte de los hacendados hispanizados desde
mediados de la década de 1890, como un resultado del cambio en las
relaciones del poder político. Karen Spalding sugirió que los hacendados
requirieron de un vigoroso apoyo militar para cambiar el equilibrio del
control de la tierra a su favor. Las condiciones para que se extendiera
dicho apoyo militar solo fueron creadas cuando la oligarquía cívilista
efectivamente tomó el poder en Lima, luego de la victoria de Piérola so-
bre las fuerzas de Cáceres en 1895. De este modo, el crecimiento de las
haciendas ganaderas altiplánicas “fue fundamentalmente el producto
de la alianza de la élite política serrana con los nuevos ricos de la costa,
quienes a su vez dependían de una alianza con el capital extranjero”.29
Esta tesis presenta dos serios problemas. (1) No hay ninguna evi-
dencia del desarrollo de semejante alianza general de clases entre los
hacendados del Altiplano y la oligarquía gobernante de la costa. Los ha-
cendados políticamente activos de Azángaro se encontraban divididos
los repre—
por motivos partidarios, y muchos de ellos se enfrentaron a
sentantes locales y regionales del Partido Civil gobernante en Lima entre
1899 y 1912. (2) En circunstancias normales, para expandir sus propie-
dades sobre las tierras del campesinado, los hacendados hispanizados del
Altiplano no necesitaban que el gobierno central enviara contingentes

28. Hazen, “The Awakening of Puno”, 139-150; D. Mayer, “La historia”, 291-292; Busta-
mante Otero, “Mito y realidad”; Ramos Zambrano, Movimientos.
29. Spalding, “Estructura de clases”, 26. Para el modelo general de una alianza de clases
entre la oligarquía nacional y las élites provincianas de la sierra, véase Cotler, Clases,
128—129, 158—160, y Mallon, The Defense of Conmzunity, 134-135; para Azángaro,
véase Ávila,“Exposicíón", 13; para el caso de La Paz, véase Grieshaber, “La expansión”,
42-53.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 339


militares o policiales.30 Ya en 1874, el subprefecto de Azángaro Daniel
Rossel y Salas, un originario de Putína quien luego sería juez de la Cor-
te Superior de Puno y copropietario, por matrimonio, de la hacienda
Huasacona en Muñani, había descrito vívidamente cómo los grandes
terratenientes de la provincia podían efectuar incursiones armadas con
total independencia ——y ciertamente en contra de la voluntad— de la
policía nacional.31
En 1931, José Frisancho ——quien descendía de una prominente fa—
milia de hacendados del distrito altiplánico de Pucará, y cuya carrera
judicial le llevó desde la posición de fiscal dela Corte de Primera Instan—
cia de Azángaro a la presidencia de la Corte Suprema del Perú— presen—
tó un argumento similar al de Spalding.32 Para él, el centralismo de la
“pseudo-aristocracia” de Lima posterior a 1895 subvirtió el temple polí-
tico y moral de la sociedad serrana, haciéndola servil y corrupta.33 Esta
distorsión tuvo un impacto repentino y dramático sobre la propiedad de
la tierra en la sierra. Entre la Independencia y 1895, sus probos hacen-
dados patricios fueron “simples conservadores de las haciendas colonia-
les”, y no hubo “ni un solo caso” en el cual las tierras de las comunidades
indígenas hayan quedado incorporadas a un latifundio. “Después de
1895 se dio la rápida transformación de las comunidades en latifundios,
en tal medida que en algunas provincias los ayllus han desaparecido”.34
Para Frisancho, el nuevo régimen político establecido por Piérola
llevó a la superficie de la sociedad del Altiplano, a un grupo de personas
que no tenía ningún escrúpulo en apropiarse de las tierras campesinas.
En realidad, sin embargo, no hubo ninguna repentina ruptura cualitati—
va en las relaciones entre hacendados e indios, y más específicamente en
los métodos de adquisición de las tierras campesinas. Toda la panoplia

30. Para un debate de las ideas de Spalding, véase ]acobsen, “Desarrollo económico”;
para una alternativa al modelo dependentista—alianza de clases del régimen político
peruano durante la “República Aristocrática" (1895-1919), véase Miller, “La oligar-
quía costeña”, 551-566.
31. “Memoria del Subprefecto", 64-75.
32. Frisancho, Del jcsuiti5mo al indianísmo; para la vida de Frisancho, véase Frisancho
Pineda,Álbum de oro, 4: 153.
33. Frisancho, Deljesuitismo al indianísmo, 31-32.
34. Ibid., 29, 38.

340 | NILS JACOBSEN


de una sociedad paternalista y neocolonial —desde las celadas mediante
el endeudamiento, hasta las tretas legales y la fuerza bruta— fue arrai—
gando gradualmente en las décadas anteriores a 1895.
Pero el análisis de Frisancho incluye una importante observación:
tras fin de la Guerra del Pacífico, y cada vez más en la década de 1890,
el
muchos recién llegados al Altiplano comenzaron a formar haciendas a
partir de diversas estancias campesinas. Estos nuevos pobladores fueron
atraídos por las oportunidades económicas ligadas alas efímeras bonan-
zas minera y cauchera en la ceja de selva de Carabaya y Sandia, así como
por el crecimiento de las redes comerciales en el Altiplano. Es posible
que las campañas militares de la Guerra del Pacíñco y las subsiguientes
guerras civiles, también hayan hecho que algunos soldados y oficiales se
asentaran en el Altiplano.35 Entre los 436 varones listados en el padrón
electoral de Azángaro de 1897, 96 habían nacido fuera de la provincia.36
El ingreso de estos recién llegados a finales de la década de 1880 y co-
mienzos de la de 1890, da cuenta de una buena parte del incremento en
las compras de tierra en Azángaro después de 1895.
Las dos décadas transcurridas entre la victoria de Piérola en la
el
guerra civil de 1895 y la Primera Guerra Mundial, marcaron punto
alto del poder gamonal sobre el campesinado indígena del Altiplano.
La consolidación del régimen oligárquico peruano durante la llamada
“República Aristocrática” armó el escenario que permitió a la élite re—
gional de grandes hacendados, comerciantes y funcionarios, aprovechar
plenamente la coyuntura comercial favorable que estimulaba su apetito
de recursos agropecuarios y mano de obra campesina. La penetración de
una moderna red de transportes y comunicaciones a través de la sierra

35. Un militar tal era el teniente coronel Juan Manuel Sarmiento, nacido en Tacna, quien
estaba comprando tierras en San José durante la primera parte dela década de 1890.
Véase por ejemplo REPA, año 1891, Meza, f. 12, n.º 6 (3 de feb. de 1891). En otro caso,
César Rubina al parecer llegó a la província durante la Guerra del Pacífico, casó con
la azangarina Bernardina Hermosilla y compró tierras a comienzos de la década de
1880. En 1883 o 1884, Rubina dejó Azángaro con la división del coronel Remigio
Morales Bermúdez, con la cual marchó a Lima. Después de no recibir información
alguna sobre su paradero por varios años, en 1888 Bernardína Hermosilla solici-
tó exitosamente el derecho a actuar índependientemente en asuntos legales. Véase
REPA, año 1888, González Figueroa, f. 66, n.º 34 (28 de sept. de 1888).

36. Perú, Registro electoral [1897].

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA] 341


sur, avivada por las exageradas expectativas de desarrollo económico, y
la expansión de la infraestructura y los medios fiscales del Estado cen—
tral, ayudaron a fortalecer a la élite altiplánica después de 1895.
Pero la vía mediante la cual esta élite se había formado, de modo
incipiente y contradictorio entre la década de 1820 y 1850, y en un pri—
mer momento bullente de poder entre finales de la década de 1850 y
comienzos de la de 1870, era exclusiva del sur. Esta élite de reciente for—
mación estaba en deuda con el gobierno central solo debido a su rela—
tiva debilidad en la sierra meridional. La base del poder de los grandes
terratenientes, independientemente de cualquier alianza con los grupos
oligárquícos en el ámbito nacional, radicaba en su inserción favorable en
los circuitos comerciales en expansión que tenían su centro en Arequipa,
así como en la consolidación de sus sistemas de clientelismo, proceso
este que se vio facilitado por la expansión comercial. Es cierto que a par-
tir de la década de 1890, la élite provincial del Altiplano esperaba recibir
un apoyo cada vez más grande del gobierno central para consolidar sus
ganancias con respecto al campesinado, tanto mediante la distribución
entre sus clientes de fondos y cargos derivados de Lima, como en el cam—
po a través de contingentes policiales y militares más fuertes. Con todo,
los gamonales jamás se vieron a sí mismos como socios menores de la
oligarquía limeña. Ellos insistieron en conservar un poder independien—
te en las provincias, frente a lo que percibían como la amenaza de una
subversión modernizadora promovida por el gobierno central.

El valor de la tierra

Sila mejora de la coyuntura económica para los productos ganaderos del


Altiplano, efectivamente constituyó la motivación principal del rápido
incremento de las compras de tierras efectuadas por la élite de Azánga-
ro, entonces esta mejoría debería verse reflejada en las tasas de arriendo
de las haciendas y en el precio mismo de la tierra. Las tasas de alquiler
pagadas por las haciendas ganaderas de Azángaro muestran un desarro-
llo notablemente claro,37 no obstante los problemas que la base de datos

37. Los arrendatarios a menudo debían efectuar un pago único (juanillo) al inicio del
periodo contractual, un depósito no retornable que sumaba hasta varios alquileres

342 | NILS JACOBSEN


presenta.”. De poco más de 8% del capital productivo en soles m. n.
(apenas más del 10% en pesos) durante la década de 1850, la tasa media
saltó a poco menos del 10% en soles m. n. (algo más del 12% en pesos)
en la de 1860. Durante los siguientes 20 años se estancó y un nuevo au—
mento sería visible solo durante la década de 1890. La tasa subió de 12%
en soles m. n. durante la década de 1890 a 15,6% en el decenio siguiente,
y a 22% entre 1910 y 1917, casi tres veces más alto que en la década de
1850. El promedio del arriendo anual pagado por una hacienda comple-
tamente capitalizada con mil OMR saltó de 80 soles m. n. en la década de
1850, a 220 soles m. n. durante los años de bonanza de la Primera Guerra
Mundial.39 En ese entonces una hacienda producía tanto en alquileres
mensuales sin ningún capital ganadero, como lo había hecho 60 años
atrás estando completamente capitalizada.40
La creciente rentabilidad del manejo de una hacienda ganadera du—
rante la década de 1860, expresada en el ascenso de los arriendos, coinci-
dió con el primer impulso para la expansión de la hacienda en Azángaro
después de la Independencia. Cuando la economía exportadora de lana
del sur peruano experimentó su fase de retracción, de alrededor de
1873 hasta mediados de la década de 1880, los alquileres se estancaron
y los hacendados redujeron sus compras de tierras, alcanzando un nivel
extremadamente bajo entre mediados de la década de 1870 y 1885.'*1 El

anuales. Este depósito no ha sido tenido en cuenta al calcular las tasas de alquiler
promedio. Para la metodología con la cual se llegó a este índice, véase Jacobsen,
“Land Tenure”, 431—432.
38. ]acobsen, “Land Tenure”, 427, cuadro 5-21.
39. Jiménez, Breves apuntes, 84-85, da tasas de alquiler promedio para distintas clases de
propiedad, como sigue: ñncas de primera clase: 15% al ganado productivo y 6% por
la capacidad de mantener ganado de los pastizales en exceso. Fincas de segunda clase:
12% al ganado productivo y 5% por la capacidad de los pastizales en exceso. Fincas
de tercera clase: 10% al ganado productivo y 4% por la capacidad de los pastizales en
exceso.
40. Véase el arriendo de la hacienda Cuturi, distritos de Arapa y Santiago, a 9% (en soles
m. n.), REPP, año 1911, González, f. 543, n.º 221 (16 de sept. de 1911); y el arriendo
de la hacienda Cututuní, también en el distrito de Arapa, a 8% (en soles m. n.), REPP,
año 1917, Aramayo González, f. 235, n.º 106 (8 dejulío de 1917).
41. En algunos casos, las tasas de alquiler efectivamente cayeron durante la década
de 1870. El posible arrendatario de la hacienda Huatacoa, en Santiago de Pupuja,

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 343


crecimiento de los ingresos provenientes de la exportación de lana des-
pués de mediados de la década de 1880 —que debido a la devaluación de
la moneda peruana, precedió a la recuperación de la coyuntura interna-
cional de la lana en unos diez años— quedó reflejado en los renovados
incrementos en los precios de alquiler a partir del inicio de la década de
1890. Estos incrementos a su vez prepararon el escenario para una nueva
oleada de compras de tierras por parte de nuevos y viejos hacendados,
la que alcanzó su clímax durante los cinco años anteriores a la Primera
Guerra Mundial.
Es solo en el caso de fincas pequeñas, usualmente propiedades de
la Iglesia, que contamos con grupos continuos de contratos de alquiler
para una misma propiedad, los cuales abarcan la mayor parte del pe-
riodo que corre entre las décadas de 1850 y 1910.42 Soñata, una de estas
pequeñas fincas de propiedad eclesiástica, se hallaba en la parcialidad
Cacsani de Arapa. Debido a su ubicación favorable en un recodo del río
Azángaro, en 1913 esta finca podía dedicar al cultivo 100 hectáreas de un
total de 668. En los restantes pastos de segunda y tercera categoría se po—
dían mantener unas 1.070 ovejas.43 Sorprendentemente, el alquiler que
la Iglesia cobraba por Soñata reflejaba el ascenso general del precio de los
arriendos con un considerable retraso. Tras descuidar incluso el cobrarle
al arrendatario por los pastos sobrantes en 1860, la tasa se mantuvo ín-
alterada en 10% (en pesos) hasta la década de 1890. Fue solo después de
1901, y luego nuevamente en 1914, que la renta anual pagada por Soñata
participó de la tendencia alcista general de las tasas de alquiler.
Debemos buscar la explicación de este resultado “nada ortodoxo”
en el alza más lenta que el promedio del precio mínimo de los arriendos.

escribió en 1871: “Si durante los últimos seis o siete años hubo cierto incremento
en el alquiler de las fincas en vista del incremento [en el precio] de sus productos,
actualmente, como [el precio de sus productos] ha vuelto a caer, […] está claro quela
única razón que podría […] justificar el alza en el alquiler ha desaparecido". El sugirió
y se le concedió una reducción del arriendo al 10% (en pesos; 8% en soles m. n.);
véase RRPP, año 1871, Cáceres (17 de mayo de 1871).
42. Las haciendas más grandes rara vez aparecen en el mercado de arrendamientos des—
pués de 1890.
43. REPP, año 1913, González, f. 224, n.º 75 (23 de abril de 1913); Iacobsen “Land Tenu—
re”, 439, cuadro 5—23.

344 | NILS JACOBSEN


Las ñncas pequeñas, que a menudo estaban subcapitalizadas y equipadas
con una fuerza laboral de colonos insuficiente, muy poca agua y pastiza-
les inferiores, no tomaron parte en la creciente rentabilidad del manejo
de las haciendas durante la década de 1860 y en el periodo 1890—1920, en
igual medida que las grandes. En el caso de dichas propiedades, la Iglesia
solamente podía encontrar arrendatarios a tasas inferiores al promedio.
Resulta más difícil determinar el desarrollo del valor de la tierra
durante este periodo de 65 años. El problema más obvio consiste en la
escasez de información acerca del tamaño de las propiedades, el cual
se menciona en los contratos notariales solo en el temprano siglo XX.
La medición de predios, efectuada fundamentalmente por agrimenso-
res no profesionales, era un requisito para su inscripción en el registro
de tierras departamental, establecido en 1889. Aunque estas mediciones
pretendían ser exactas hasta el último metro cuadrado, su precisión es
más bien baja y podían variar en un 25% o más.44 Hasta la década de
1890, las raras menciones del tamaño de una propiedad solo indicaban
su perímetro aproximado o su longitud y ancho en kilómetros. Por ello,
no es posible determinar el desarrollo de los precios promedio por hec-
tárea en un período de tiempo más prolongado.
La única forma de utilizar la gran base de datos de los contratos
notariales de venta para medir los cambios en el precio de la tierra, con-
siste en determinar su precio promedio por transacción. Para la mayoría
de categorías de venta, el precio medio de compra por transacción cayó
entre las década de 1860 o 1870, y los decenios de 1880 y 1890. En todos
los casos este creció entre esta última década y la primera del siglo XX.
Podemos interpretar estos cambiantes niveles de precios promedio de
dos formas: o los precios de la tierra cayeron entre aproximadamente
1870 y 1890, o el tamaño medio de las parcelas puestas en venta se redu—
jo. La historia de algunas propiedades individuales sugiere que el precio
de la tierra no disminuyó, incluso durante los difíciles años entre ñnales
de la década de 1870 y comienzos del siguiente decenio. Parecería así que
el tamaño medio de las parcelas puestas en venta tendió a reducirse entre
las décadas de 1860 y las de 1880 o 1890, lo que constituye un indicio
temprano del impacto que el crecimiento de la población tuvo sobre el

44. Iacobsen, “Land Tenure”, 440.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA |


345
patrón de tenencia de la tierra en Azángaro. No podemos, por cierto,
excluir la posibilidad de que el valor de la tierra haya ya comenzado a
elevarse en las décadas de 1860 o 1870, y que estos incrementos simple—
mente no aparezcan en el valor medio de las ventas debido a la reduc—
ción del tamaño promedio de las parcelas. Es igualmente posible que la
reducción de tamaño continuara después de la década de 1890, pero que
ahora quedara cubierta por un incremento más fuerte en el precio de la
tierra. Podríamos interpretar el peculiar desarrollo del precio medio de
compra por transacción, como el producto de una configuración “en
tijera” del valor de la tierra y el tamaño medio de las parcelas ofrecidas
en venta: hasta la década de 1880 0 comienzos de la de 1890, el tamaño
promedio decreciente tuvo un impacto más fuerte sobre los precios me-
dios de compra del que tuvo el creciente valor de la tierra; esta relación
se revirtió después de 1900.
Los precios de la tierra organizada en haciendas experimentaron
agudos incrementos entre la década de 1850 y 1920, generalmente de
entre 100% y 200% (cuadro 6.3). Los incrementos se dieron tanto en la
fase inicia], desde finales de la década de 1850 a la de 1880, como en la
segunda mitad del periodo, a partir del decenio de 1890. Las haciendas
cuyo valor bajó temporalmente (Loquicolla Chico, Huañing0ra) habían
experimentado una caída en su población de ganado.45
La variable crucial en la tasación de los pastizales era su capacidad
de carga ganadera. Podemos reunir una serie de cifras sobre el valor de
la unidad de tierra necesaria para alimentar una oveja anualmente más
el valor de la oveja misma,
que cubra un periodo más prolongado (cua-
dro 6.4). Esta fue la medida convencional con que tasar las haciendas
desde la época colonial. Por supuesto que el tamaño real de esta unidad
variaba según la capacidad de carga de la tierra. En total, el precio de una
unidad de pastizales de la mejor calidad necesaria para alimentar a una
oveja, más la oveja misma, creció entre 250% y 300% entre la década de

45. La decadencia y estancamiento subsiguiente del precio de venta de la hacienda Cala-


Cala, en Chupa ——una gran propiedad desde la época colonial—, desde fmales de la
década de 1860 a 1900, podría deberse a las transacciones entre hermanos y herma-
nas, pero no debemos descartar la decadencia del capital ganadero y de los edificios
e instalaciones.

346 | NILS JACOBSEN


Cuadro 6.3
PRECIOS DE IIACIENIJAS ESCOGII)AS EN AZÁNGARO, 1854—1963

CONTEXTO DE LA FIJACION
FECHA DE LA TASACION PRECIO (SOLES M. N.)
DEL PRECIO

HUASACONA, DIST. MUNANI

7 de julio de 1854 27.652,00 Venta


9 de mayo de 1889 40.000,00 Venta
20 de mayo de 1925 181.073,00 Tasación
24 de abril de 1937 287.437,00 Venta
CIIECAYANI v ANEXO QUESOLLANI, DIST. MUNANI
23 de oct. de 1902 54.000,00 Tasación
31 de mayo de 1904 44.777,40 Tasación
5 de nov. de 1963 443.992,80 Tasación
CIIECCA, DIST. SANTIAGO DE PUPUIA

3 de enero de 1863 10.400,00 Canje


21 dcjulio de 1899 20.000,00 Tasación
LOQUICOLLA CIIIC0, DIST. PUTINA
11 de marzo de 1862 8.000,00“ Venta
30 de abril de 1882 6.000,00b Venta
ICIIOC0LL0, DIST. PUTINA
3 de julio de 1859 5.308,00 Tasación
10 de enero de 1875 10.032,00 Venta
28 de mayo de 1917 20.450,00 Tasación
CALACALA, DIST. CHUPA
Tasación
3 de julio de 1859 15.344,90
9 de feb. de 1867 24.000,00 Venta
4 de junio de 1872 19.200,00 Promesa de venta
22 de julio de 1893 19.200,00 Venta
25 de abril de 1899 19.200,00 Venta
QUICI IUSA, DIST. AZÁNGARO
20 de sept. de 1862 3.200,00 Venta
5 de dic. de 1912 8.000,00 Tasación
HUANINGORA, DIST. ACI IAYA

23 dejunio de 1866 4.800,00“ Tasación


23 de julio de 1893 3.200,00“' Venta
4 de dic. de 1910 15.600,00“ Tasación

Incluye 2 mil cabezas de ganado. / " Sin ganado. / “ Incluye 2 mil OMR. / Incluye mil OMR. / Incluye mil OMR.

“' “

Fuentes: REPA y REPP, 1854—1902; RP1P, vols. 1—3; Ministerio de Agricultura, Zona Agraria 12 (Puno),
Expediente de Afectación: Huasacona.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 347


Cuadro 6.4
PRECIOS DE PASTIZALES DE HACIENDAS, 1850-1916 (EN SOLES M. N.)

PRECIO von 11ECTÁREA


(SIN OVEJAS)

18505h 1,50<2,00
1895“ 3,00
1902¿ 3,00 0,75 5,40
1908c 3,20 7,20
1912/13r 5,00 1,80 11,25
191613 5,50

La capacidad de carga por hectárea de los mejores pastizales fue estimada diversamente entre 3,0 y 4,5
OMR.
Estimado en la tasación de la hacienda Huancarani, Azángaro, 12 de abril de 1845, MPA; REPA, año 1863,
Patiño, F. 53, nº 18 (22 de abril de 1863).
Tasación de la hacienda Solloc0ta en REPP, año 1895, San Martín, n.º 83 (9 de nov. de 1895).
Jiménez, Breves apuntes, 83. Los valores por hectárea son mis propios cálculos a partir de Ximénez,
utilizando capacidades de carga más altas, de entre 1,5 y 4,5 OMR
por hectárea.
Cisneros, Frutos de la paz, 262.
Tasaciones de diversas haciendas entre el 4 de sept. de 1912 y el de mayo de 1913, en REPP, 1912-1915.
1

Urquiaga, Sublevnciones, 24.

Cuadro 6.5
PRECIOS DE LAS OVEJAS CRIOLLAS ADULTAS EN AZÁNGARO, 1850— 1915

PRECIO CONVENCIONAL“ GAMA DE I>RECIOS


(SOLES M. N.) (SOLES M. N.)

Década de 1850-temprana década de 1860 0,40 ——

Mediados de la década de 1860—mediados


de la década de 1890 1'00 0'67_1'20

Finales de la década de 1890— 1908 1,50 0,56-1,75


1909—1913 2,00 1,50—3,00
1915 3,00 ——

Este es el precio hallado con mayor frecuencia durante un periodo especíñco; sin embargo, no
necesariamente es la media estadistica.
Fuentes: Juan Medrano a Juan Paredes, Caira, nov. de 1857, en MPA; 24 contratos notariales, REPA y REPP,
1863-1915.

348 | NILS JACOBSEN


1850 y el segundo decenio del siglo XX.46 Nuevamente podemos distin-
guir dos olas de incremento de los precios, una anterior a la década de
1890, probablemente durante la de 1860, y una segunda que muestra un
incremento considerablemente mayor, entre 1902 y la Primera Guerra
Mundial.
Este desarrollo de los precios de la tierra estuvo estrechamente liga—
do al de las ovejas vivas, el cual creció más a menos al mismo ritmo que
el del valor de la tierra (cuadro 6.5). El precio del ganado fue el factor cla—
ve que influyó directamente sobre el valor de las tierras de pastoreo del
Altiplano. Los valores de ovinos yvacunos a su vez estaban directamente
relacionados con el precio de sus productos derivados, y aquí la lana era
crucial para el Altiplano. Las dos fases de aceleración de los precios de
ovino se dieron cuando el de la lana subió entre finales de la década
de 1850 y comienzos de la de 1870, y nuevamente entre mediados del
decenio de 1890 y la Primera Guerra Mundial. El precio del ganado, sin
embargo, no participó en la caída de las décadas de 1870 y 1880; tan solo
se estancó. Dicho estancamiento probablemente reflejaba la inflación
interna en el Perú, pero podría asimismo indicar que la tradición de pre-
cios convencionales, inmune a las fuerzas de corto plazo del mercado,
aún tenía cierta influencia sobre el precio del ganado. El impulso para el
aumento en el precio de la tierra durante la década de 1860, y nuevamen-
te desde alrededor de 1895 y el final de la Primera Guerra Mundial, pro-
vino ——transmitido por los precios ganaderos——- de la elevada demanda
la lana.
por el producto comercial más importante del Altiplano:
La argumentación precedente sobre los precios de arriendos y tie-
rras, tiene como base información referente a haciendas o campos en
el sector hacendado. El desarrollo del precio de mercado de las tierras
campesinas es mucho menos claro. Es más, esta noción misma podría
estar errada. Tomemos el caso de la formación de la hacienda Lourdes,
en el distrito de Potoni, entre 1880 y 1901.47 Las ocho distintas estancias
y fincas que conformaban la nueva propiedad habían
sido adquiridas
por Adoraida Gallegos en no más de 4.600 soles m. n. Aun así, en 1901,

46. Slatta, Gauchos and the Vaníshing Frontier, 143, reporta un salto de 250% en el precio
de la tierra en la vecindad de Buenos Aires entre 1852 y 1860, en respuesta al alza de
los precios de la lana en Inglaterra; véase también Sábato,Agmrían Cnpitali5m, 53—56.
47. Iacobsen, “Land Tenure”, 448, cuadro 5-26.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 349


a menos de diez años de que la mayoría de las parcelas hubiesen sido
compradas, una tasación dio 12.156 soles m. n. como valor de la hacien—
da Lourdes, un precio en absoluto improbable para una hacienda que se
extendía sobre 11.719 hectáreas. Solo una pequeña parte de este salto de
casi 200% en el valor de la propiedad integrada, por encima del valor de
compra de las estancias componentes, refleja la tendencia general de los
precios. La mayor parte se debió al valor unitario más alto de la tierra
organizada como hacienda, con una fuerza laboral residente estable y su
propio capital ganadero, en comparación con las tierras campesinas no
consolidadas. La formación de la hacienda Lourdes muestra las ventajas
económicas de que gozaban los propietarios de haciendas de Azángaro,
por encima de los propietarios campesinos.
Las repetidas ventas de tierras campesinas revelan un desarrollo
más bien peculiar de los precios. El 24 de abril de 1908, por ejemplo,
Teresa Quispe Huarcaya, de la parcialidad Curayllo, en Arapa, vendió
la estancia Collini Accohuani a José Albino Ruiz, político y dueño de
la gran hacienda Checayani en Muñani, en 200 pesos. “Más de veinte
años” antes ella había comprado la estancia a Marta Huarcaya por el
mismo precio.48 En un caso similar, el campesino indio Marcelo Sacaca
compró en 1888 la estancia Pachaje Chico, en Putina, por 1.600 “soles
en quintos bolivianos” (soles q. b.), con dinero heredado de su suegra
Juliana Quenallata. Cerca de 20 años más tarde, el 22 de junio de 1907,
dos nietas y coherederas de Juliana Quenallata, Iacoba
y María Mejía
Machaca, junto con sus esposos, vendieron su parte de Pachaje Chico a
Manuel Esteban Paredes Urviola, miembro de uno de los clanes terrate»
nientes más grandes y el único médico de la provincia, sobre la base de
la transacción de 1888, sin ningún incremento de precio.49 Pero en otros
casos las tierras campesinas experimentaron incrementos sorprendente—
mente grandes de precio en periodos muy cortos. El 25 de junio de 1910,
Francisco Adrián Toro Nafria, comerciante y hacendado de Asillo, com—
pró el fundo Quisini, situado en la parcialidad lila o Supira (los contra-
tos notariales se contradicen), en el distrito de San Antón, al campesino

48. REPA, año 1908, Jiménez, f. 801, n.º 320 (24 de abril de 1908).
49. REPP,año 1888, Cáceres (22 de junio de 1888); REPA, año 1907, Jiménez, f. 127, n.º
48 (27 de marzo de 1907).

350 | NILS JACOBSEN


Dámaso Híspanocca Vilca, en 50 soles m. n. Dos meses después, el 31 de
agosto de 1910, Toro Nafría volvió a vender el terreno a Pablo Anco Tur-
po y su esposa Victoriana Turpo Ccallasaca, campesinos de San Antón,
en 150 soles m. n., una ganancia del 200%, apenas disminuida por los
pagos por la escritura de propiedad y el impuesto a las ventas.50
El desarrollo de precios tan contradictorios como estos para las
propiedades campesinas individuales, refleja la posición social de am—
bas partes en las transacciones. Cuando la propiedad era revendida sin
incremento de precio alguno aun después de varias décadas, el vendedor
era un campesino indígena y el comprador un gran hacendado hispa-
nizado. Las ganancias especulativas, en cambio, se daban cuando gran-
des hacendados hispanizados revendían o trocaban una propiedad a los
campesinos. Entonces, lo que sucedía con los precios tenía una explica—
ción común en el dominio social de una parte contractual sobre la otra.
La naturaleza del precio de la tierra cambió lentamente en el Alti—
plano. Hacia 1850, este, al igual que el precio de los arriendos y el ganado,
aún tenía un fuerte carácter convencional. Las fluctuaciones económicas
de corto plazo no perturbaban fácilmente esta estructura de fijación de
precios. En esta región, todos los que estaban involucrados en las tran-
sacciones de tierra o ganado compartían un entendimiento común so-
bre dichas reglas de fijación de los precios. En los contratos notariales a
menudo aparecían frases como “de acuerdo con las convenciones usadas
en este departamento”, o “ñjado por costumbre en”. Esto no quiere decir
que el valor de la tierra y el precio del ganado no tuvieran relación alguna
con las condiciones del mercado, sino más bien que se necesitaban gran-
des cambios económicos seculares para promover el reajuste de estos
precios convencionales. Así, por ejemplo, el precio convencional de una
oveja adulta se mantuvo en cuatro reales desde comienzos del siglo XIX
hasta la década de 1850.51 En la década de 1850 el precio de arriendo de

50. REPA, año 1910, Jiménez, f. 711, n.º 306 (25 de junio de 1910), y f. 790, tlf” 340 (13
de ago. de 1910). Para una ganancia especulativa aún más grande con las tierras
campesinas, véase la serie de intercambios de propiedad (permutas) efectuados por
Ildefonso González ——un gamonal y comerciante de ganado de Arapa— con campe-
sinos; ]acobsen, “Land Tenure”, 450—451.
51. “Partido de Lampa [...]; Estado que manifiesta […]"; Lampa, 23 de mayo de 1808,
BNP; Juan Medrano a Juan Paredes, Caira, nov. de 1857, MPA.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 351


las haciendas continuó calculándose sobre la misma base del 10% del ca-
pital ganadero, tal como lo había sido en el decenio de 1770.52 Los pocos
ejemplos con los que contamos para analizar los valores de la tierra en
este periodo inicial sugieren el mismo tipo de estabilidad.53
Durante los siguientes sesenta años, el impacto de las condiciones
de mercado sobre el valor de la tierra se hizo más generalizado, y las
convenciones gradualmente perdieron fuerza como la base con que de-
terminar los precios y el arriendo de tierras y ganado. Este desarrollo se
vio auxiliado por la creciente capacidad técnica para medir la calidad
y
extensión de la tierra. Pero sus causas yacían en la creciente conciencia
del impacto que las fluctuaciones del mercado tenían, sobre el valor de la
tierra y los niveles de ingreso de algunos de los hacendados de la región,
lo que en sí mismo era consecuencia del vínculo con el mercado mundial
de lana. Para 1920, este proceso, mediante el cual el precio de los pasti—
zales llegó a reflejar las condiciones del mercado para los productos
ga-
naderos del Altiplano, estaba lejos de haberse completado. La estructura
de f1jación de precios de la tierra en Azángaro siguió siendo ambigua
durante los primeros años del siglo XX, lo que en ocasiones llevó a pre—
cios aparentemente erráticos de una misma propiedad. Esta ambigúedad
permitía a los miembros de los grupos socialmente dominantes obtener
una ganancia extra en las transacciones de tierras con los campesinos y
con instituciones terratenientes tradicionalistas, como la Iglesia.
Para resumir el desarrollo del valor de la tierra en Azángaro: el
valor de las haciendas generalmente subió entre 100% y 200% entre la
década de 1850 y alrededor de 1920, incrementándose los precios de los
pastizales de máxima calidad hasta en 300%. Las haciendas de primera
clase, provistas de los mejores pastos, suficientes trabajadores residen—
tes y, lo más importante, gran extensión, experimentaron un alza más
pronunciada en su valor que las haciendas pequeñas, con escasos recur—
sos naturales y laborales. En cambio, el precio de la tierra campesina no
refleja las condiciones del mercado, porque en la mayoría de los casos
este se formaba a partir de las configuraciones sociales existentes entre

52. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, CXLVII—CXLVIII; REPP, año 1853,
Cáceres (5 de oct. de 1853).
53. Macera, Mapas coloniales de haciendas cuzqueñas, CXLVII-CXLVIII; REPA, año 1863,
Patino, f. 53, n.º 18 (22 de abril de 1863).

352 ] NILS JACOBSEN


comprador y vendedor, antes que por la tendencia general de los precios.
Con todo, para las haciendas, el vínculo entre las exportaciones de lana,
el precio del ganado y los valores de la tierra explica por qué los hacen-
dados, antiguos y nuevos, adaptaron sus compras de tierra al ritmo de
la economía regional exportadora de lana: las utilidades procedentes del
funcionamiento de las haciendas siguieron ese ritmo.

La geografía y ecología de la expansión de la hacienda

La enorme expansión de las haciendas sobre las tierras campesinas entre


finales de la década de 1850 y 1920, afectó de modo desigual a los distri-
tos y comunidades de Azángaro. Mientras que los cuatro distritos en los
cuales los campesinos indígenas vendieron la mayor cantidad de tierra
a los grandes hacendados hispanizados y a los miembros del grupo in-
termedio, dieron cuenta de más del 60% de todas las transacciones, los
cuatro distritos con las menores ventas hechas por los campesinos ape-
nas comprendieron el 8,5%.54 En Azángaro, que era de lejos el distrito
con la mayoría de las ventas de campesinos a otros grupos de propieta—
rios (cerca del 30% del número total), los primeros traspasaron tierras
valuadas en más de 96 mil soles m. n. en 563 transacciones realizadas
hasta 1910. En el otro extremo, en el distrito de Caminaca, los notarios
registraron apenas 18 de esas transacciones, por un total de menos de
2.700 soles m. n.
Las distintas zonas ecológicas y de uso de la tierra en la provincia,
influyeron sobre la distribución espacial de la venta de tierras. Caminaca
y Saman, en la parte meridional de la provincia, apenas si experimenta—
ron una expansión limitada de la hacienda sobre tierras campesinas. La
agricultura tenía un papel relativamente más importante enlas planicies
que se extienden entre los lagos Titicaca yArapa, que en otras partes de la
provincia. Allí, solo unas cuantas haciendas pequeñas se habían estable-
cido hasta mediados del siglo XIX, y la tierra estaba distribuida de modo
más equitativo que en las áreas de pastoreo de la provincia. La distribu—
ción comparativamente equitativa de la tierra y la ausencia de hacenda-
dos p0derosos inhibieron el avance subsiguiente de la hacienda sobre las

54. Iacobsen, “Land Tenure”, 458, cuadro 5-28.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 353


comunidades campesinas, puesto que las grandes aglomeraciones de tie—
rra no pudieron servir como punto de partida para los planes de expan-
sión. Cuando finalmente se formaron unas cuantas haciendas pequeñas
en Saman después de 1900 —entre ellas la finca Santa Clara, propiedad
del hacendado y comerciante ganadero Ildefonso González, de Arapa, y
la finca San Juan, del mercader local y comerciante de ganado Mariano
Abarca Dueñas—, la resistencia campesina fue particularmente firme.55
Después de 1912 se produjeron sangrientos choques entre esos gamena-
les y los campesinos.56 Los primeros pudieron inflingir a los segundos la
pérdida de tierra, de pertenencias materiales e incluso de su vida en el
corto plazo. Pero en Saman, el equilibrio del poder entre campesinos y
haciendas era tal, que después de 1940 ninguna hacienda subsistía.57
Los cuatro distritos en los cuales la expansión de la hacienda tuvo
el mayor impacto con relación a la población, se encuentran en la
zona
predominantemente de pastoreo al noreste del poblado de Azángaro.
Las condiciones ecológicas favorecían la crianza de ganado en tres de
ellos ——San José, San Antón y Potoni——, pero a comienzos del perio-
do republicano solo había un puñado de haciendas, quizás debido a su
aislamiento de los circuitos comerciales y de comunicaciones de la época.
Allí, la expansión de la hacienda tuvo consecuencias particularmente

55. Para la formación de la finca Santa Clara, véase la venta de 22 parcelas distintas en
la parcialidad Chejachi del distrito de Saman, efectuada
por unos 60 a 70 campesi-
nos a Ildefonso González Abarca, por un total de 1.229 soles m. n., REPA, año 1904,
Jiménez, f. 631, n.º 245 (19 de enero de1904). Con respecto a la finca San luz…, de
Mariano Abarca Dueñas, véase RP1P, t. 6, f. 52, p. CLXX1V, A. (8 de junio de 1914);
1

aunque San Juan no aparece en la “Matrícula de contribuyentes de predios rústicos"


de Azángaro de 1897, si lo hace en la de 1902. La ya citada “anotación preventiva” en
RPIP alude a un proceso de demarcación entre San Juan y propiedades campesinas
adyacentes del S de julio de 1901, precisamente durante el intervalo entre las dos
matrículas. Este conflicto y la demora de Abarca Dueñas en registrar la delimitación
jurídica en el registro de la propiedad inmueble departamental hasta 1914 sugiere
que la formación de San ]uan involucró la usurpación de tierras.
56. Frisancho, Deljesuitismo al indíanismo, 39; Frisancho, Algunas vistas fiscales, 33; Ma—
riano Abarca Dueñas parece haber sido uno delos principales instigadores de los cho—
ques con campesinos; véase Francisco Chukiwanca Ayulo, “Relación de los hechos
realizados en Azángaro el 1 de diciembre de 1915”, El Deber Pro—Indígena, Boletín Ex-
traordinario, n.º 40 (enero de 1916), reimpreso en Reátegui Chávez, Documentos, 23.
57. Salas Perea, Monografía, 165.

354 | NILS JACOBSEN


dramáticas para el patrón de tenencia de la tierra. Aunque al inicio del
periodo independiente había un número considerable de haciendas en
Azángaro, el cuarto distrito de este grupo, este era también donde se
encontraba el mayor número de parcialidades campesinas. La combina—
ción de una fuerte base hacendada y de abundantes tierras campesina5,
así como las ventajas ofrecidas por el centro provincial y sus oportunida-
des comerciales y administrativas, explican el predominio de Azángaro
en las adquisiciones de tierra por parte de los grandes hacendados ya
establecidos 0 por quienes aspiraban a serlo.
Con sus fértiles pastizales de valle y sus áridas laderas cordillera—
nas impropias para el cultivo, Muñani y Putina eran de las zonas mejor
dotadas para la cría de ganado en el departamento de Puno. Sin embar-
go, en proporción a su población, ambos distritos experimentaron una
baja tasa de ventas de tierras campesinas a otros grupos de propietarios.
Aquí, una gran parte de las tierras campesinas ya había sido absorbida
por las haciendas al comenzar el temprano periodo republicano. Para
la década de 1870 quedaban pocas tierras campesinas en Muñani. En
Putina algunas parcialidades sobrevivieron al menos hasta el temprano
siglo XX, y las ventas de tierras campesinas fueron algo frecuentes en
términos absolutos. Las transacciones entre hacendados y los terrate-
nientes intermedios tuvieron un mayor peso en Putina que en cualquier
otro distrito, lo que corrobora la existencia de numerosas haciendas y
pequeñas propiedades no campesinas desde antes de 1850.
En contraste con lo que sucediera en los siglos XVII y XVIII, la
“frontera de la hacienda” en Azángaro se desplazaba ahora hacia afuera
desde el centro de la provincia. Durante las décadas de 1850 y 1860, más
del 80% de las ventas de tierras campesinas a los hacendados y terrate-
nientes intermedios involucraron tierras en el distrito de Azángaro, con
apenas unas cuantas en todos los demás distritos. Podemos atribuir el
grueso de las compras a Juan Paredes y a José María Lizares, los hacen-
dados más dinámicos de la provincia entre la Independencia yla Guerra
del Pacífico. Ambos provenían de familias llegadas a Azángaro después
de la Independencia, y ambos ejercieron cargos administrativos y parti-
ciparon en el comercio en la capital provincial. Ellos lograron construir
un sistema de clientelismo con más facilidad en la vecindad inmediata
de su lugar de residencia, sede de los negocios y el poder oficial, y fue así
como iniciaron sus compras de tierra en el distrito de Azángaro.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA |


355
Aunque el mercado para los productos pecuarios había mejorado,
en este periodo la mayoría de las familias hacendadas en el resto de la
provincia no amplió sus propiedades sobre las tierras campesinas. Hasta
finales de la década de 1860 seguía siendo relativamente fácil encontrar
haciendas que arrendar, y a pesar del auge exportador de la lana,
un
número suficiente de hacendados y dueños de pequeñas propiedades no
campesinos seguía estando dispuesto a vender tierras. Aparentemente
no todos los hacendados establecidos venían beneñciándose con las C0n_
diciones favorables del mercado, y algunos se vieron forzados a renun_
ciar a sus haciendas. Tales ventas ocurrieron incluso durante la segunda
fase de la bonanza, después de la década de 1890.
La oferta y la demanda de tierras de pastoreo continuaron mayºr_
mente en equilibrio durante la década de 1860. Fuera de la situación En
los distritos de Azángaro y Muñani, los posibles compradores de tierra
no tenían necesidad alguna de recurrir a las estancias campesinas. Des_
pués de 1890, en cambio, la floreciente demanda no podía ser satisfecha
ya con las propiedades no campesinas que se ofrecían en venta. Durante
el primer periodo de bonanza en la década de 1860, el patrón de la
te»
nencia de la tierra en Azángaro aún se hallaba afectado tanto por los
cambios en la composición de la clase hacendada, como por la expansión
abierta de la hacienda, mientras que después de 1890 el peso de estos
factores se desplazó decididamente al segundo de ellos.58
Entre 1870 y 1890, la “frontera de la hacienda” avanzó en algunºs
distritos en los que ya existían relativamente muchas haciendas, entre
ellos Putina, Arapa y Santiago. Algunos de los distritos
que habrían de
convertirse en lugares centrales de la expansión de la hacienda entre la
década de 1890 y 1920, como San ]osé, San Antón y Potoni, experimen_
taron poca o casi ninguna transferencia de tierra, de los campesinos a los
hacendados y propietarios intermedios. Hasta 1890, las compras de tie—
rras campesinas sirvieron mayormente para ampliar las haciendas bien
establecidas, más que para formar otras nuevas. Aunque unas cuantas
haciendas nuevas se formaron en la década de 1870 o antes, la mayo-
ría fue fundada después de 1890. Solo la creciente demanda de tierra,
que comenzó en la última década del siglo XIX —coincidiendo con el

58. Véase ]acobsen, “Land Tenure”, 480, cuadro 5—33.

356 | NILS JACOBSEN


ingreso de un número sustancial de recién llegados al mercado de tierras
de Azángaro——, hizo que los aspirantes a hacendado penetraran en las
comunidades indígenas, hasta ese entonces no afectadas. Era más fácil
adquirir tierras campesinas en distritos con un complejo de haciendas
largo tiempo establecido, puesto que estos se hallaban ligados de modo
más estrecho a los patrones de dependencia y paternalismo. En cambio,
la mayoría del campesinado en zonas tales como San Antón y Potoni,
había vivido y trabajado tradicionalmente fuera de la esfera de influencia
de las haciendas.
En estas zonas, el avance de la “frontera de la hacienda” se vio asis—
tido después de 1890, por la apertura del camino desde la estación fe—
rroviaria de Tirapata —que pasaba por Asillo, San Antón—— a través del
distrito de Potoni a Macusani, y de allí a la ceja de selva de Carabaya. El
comercio vinculado con la explotación de caucho y oro en la provincia
de Carabaya, que ahora pasaba por esos distritos, y la creciente red de
compradores itinerantes de lana que visitaban regularmente cada par-
cialidad, multiplicaron las oportunidades existentes para involucrar a
los campesinos en sistemas de clientelismo como preludio de los planes
de expansión de tierras. La ola de transferencias de tierras de los cam-
pesinos a los hacendados y propietarios intermedios durante los trein-
ta años posteriores a 1891, abarcó casi toda la provincia. Solo Muñani
——donde quedaban ya pocas tierras campesinas— y Camínaca queda—
ron mayormente libres de la avalancha. Este periodo vio el crecimiento
particularmente rápido de viejas y nuevas haciendas en los distritos no—
rorientales de Potoni, San Antón y San José. Tal vez no fue una simple
coincidencia que la rebelión campesina más seria, la de Rumi Maqui en
1915—1916, haya tenido como centro al distrito de San José.
La venta de tierras campesinas a los hacendados y terratenientes in-
termedios varió bastante de una parcialidad a otra. Debemos interpretar
los datos con mucha cautela, ya que los límites de las parcialidades o ay-
llus podían cambiar a lo largo del tiempo.59 En siete de los diez distritos

59. A medida que la población iba creciendo, las comunidades se dividían en otras nue-
vas. Un mismo nombre de una comunidad que aparece en diversos contratos no—
tariales podría estar refiriéndose a distintas entidades. Véase Hobsbawm, “Pcasant
Land Occupations”, 126, 143. Para los problemas metodológicos, véase lacobsen,
“Land Tenure”, 483.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 357


de Azángaro con seis o más parcialidades, más del 50% de todas las ven—
tas de tierras campesinas tuvieron lugar en apenas dos de las parciali—
dades. En cinco de estos distritos, las dos comunidades con la mayor
actividad de ventas sumaron más del 70% de todas estas transacciones.
De las cinco parcialidades de Saman, una —Chejachi— dio cuenta del
82% de todas las ventas de tierras campesinas a las otras categorías de
terratenientes (88,6% en valor). Chejachi se encuentra sobre la frontera
norte de Saman, cerca al distrito de Arapa. Los hacendados que poseían
tierras en este último distrito extendieron sus compras al distrito vecino.
Azángaro y San José, los dos distritos en los cuales las ventas de tierras
campesinas estuvieron menos concentradas en unas cuantas parcialida-
des, fueron aquellos con el número y valor más altos en las ventas. Aquí
la expansión y fundación de nuevas haciendas se extendió sobre la ma—
yor parte de aquellos distritos, sin que ninguna parcialidad sobresaliera.
La diferencia de tamaño y población de cada comunidad podría ex-
plicar algunas de estas variaciones. Ante la ausencia de información sobre
la extensión de las parcialidades, evalué la relevancia de la población
esco-
giendo dos distritos —Caminaca y San Antón— para los cuales las par-
cialidades enumeradas en los censos de 1862, 1876 y 1940 permanecieron
iguales y eran casi idénticas a las que aparecían en los registros notariales.
La población en efecto si marca la diferencia en el ranking y la propaga—
ción de la venta de tierras en diversas parcialidades. Pero ella no explica
algunas grandes variaciones. Utilizando la población promedio de los tres
censos, en Hila, San Antón, se efectuó una venta por cada siete miembros
de la comunidad, mientras
que en Sullca hubo una venta por cada treinta
y tres personas. En términos del valor, en Sillota se vendió diez veces más
tierra per cápita que en Sullca. En Caminaca, con apenas unas cuantas
ventas de tierras campesinas, las ventas per cápita diferían poco en tres
parcialidades, aunque no las hubo en una cuarta comunidad.60
¿Qué es lo que explica esta gran variación en las ventas de tierra per
cápita en distintas parcialidades? Al igual que entre los distritos, el peso
variable de la agricultura y la crianza de ganado probablemente tuvo
un papel importante. Lo mismo vale para las condiciones específicas de
ubicación, como la cercanía de una parcialidad a haciendas establecidas

60. Jacobson, “Land Tenure”, 487, cuadro 5—35.

358 | NILS JACOBSEN


y la disponibilidad de agua, buenos pastos y collpares. En conjunto, las
diez parcialidades con el número o valor más alto de ventas de tierras
campesinas a los hacendados o terratenientes intermedios (mapa 6.1),
dan cuenta de un tercio de dichas ventas. Algunos factores de ubicación
específicos ayudan a explicar las fuertes pérdidas de tierras en la mayoría
de estas comunidades. La parcialidad Iayuraya, por ejemplo, se encon-
traba en el terreno montañoso y quebrado al suroeste de la pampa del río
Tarucani, entre Muñani y Putina. Iayuraya era la única zona de expan-
sión posible para muchas de las haciendas agrupadas alrededor de estos
dos pueblos, y sobre todo para la hacienda Checayani, ya que se hallaban
cercados por otras haciendas por todos lados. De igual manera podemos
detectar razones para la limitada enajenación de tierras en algunas co—
munidades en su respectiva ubicación. Entre 1850 y 1910, la parcialidad
de Sillota, en Asillo, perdió apenas un tercio de las parcelas que Collana
perdiera (en el mismo distrito y periodo) a favor de los hacendados y
propietarios intermedios, a pesar de que esta última tenía 50% menos
habitantes. Gran parte del territorio de Sillota, al norte del pueblo de
Asillo, ofrecía condiciones bastante favorables para la agricultura en las
laderas a baja altura a ambos lados del río Grande; allí solo se desarro—
llaron fincas pequeñas.
las par—
¿Pero bastan los factores de ubicación para explicar por qué
cialidades se vieron afectadas de modo tan distinto por proceso de
el
de las
expansión de la hacienda? Es probable que la situación interna
vulne—
parcialidades haya tenido un papel importante al determinar su
rabilidad frente a las presiones externas. Factores tales como la solidari-
dad comunal, la riqueza 0 pobreza de los miembros de la comunidad, la
presión demográfica sobre la tierra, las divisiones entre campesinos ri-
cos y pobres, y la supervivencia de las tradiciones culturales autónoma5,
podían ayudar o estorbar el acceso de los forasteros que aspiraban a ser
terratenientes a la tierra de los comuneros. Las tradiciones culturales e
ideológicas y la política locales intervinieron así, bloqueando o facilitan-
do la avalancha de la expansión de la hacienda.61

61. En su estudio The Defense ofCommunity, Florencia Mallon demostró el impacto que
tales factores locales tuvieron sobre las comunidades del valle del Mantaro.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 359


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Mapa 6.1. Las diez parcialidades con las ventas de tierras más grandes

360 | NILS JACOBSEN


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Estrategias de expansión

Las interpretaciones acerca de las modalidades de la expansión de la ha-


cienda en el Altiplano se agrupan alrededor de dos extremos, a los que
podemos llamar los mitos del libre albedrío y de la fuerza bruta. Los
apólogos han subrayado la legalidad de la mayoría de las adquisiciones
de tierra hechas por los hacendados, y descrito las compras de tierras
campesinas como un contrato entre partes libres e iguales, al menos
en lo que a la transacción respecta. Esta visión apologética fue expresa-
da por la primera organización de propietarios de haciendas de Puno,
en una petición dirigida al presidente Augusto B. Leguía en 1921. Sus
miembros afirmaban que las haciendas se basaban ya fuera en mercedes
coloniales de tierras y composiciones, ya en “títulos justos y legales de las
tierras […] compradas, sin dolo y conforme a ley, de los indios desde el
periodo en que fueron declarados propietarios de la tierra que ocupaban
y libres de venderlas”.62
La otra visión extrema sobre la formación de la hacienda se hizo
ampliamente conocida con el auge del indigenismo en la segunda
dé—

cada del siglo XX, y se ha mantenido como uno de los puntos de acu-
sación contra el régimen agrario de la sierra sur anterior a 1969. Como
dijera el sociólogo Jorge Lora Cam en 1976, “…as haciendas en Puno
la tierra de in—
se formaron mayormente con la usurpación violenta de
dios de comunidad, convirtiendo a algunos de ellos en siervos del poder
gamonal, mientras que otros fueron expulsados cuando no liquidados
físicamente”.63
Ambas caracterizaciones del proceso de formación y expansión de
la hacienda, no logran captar la complejidad de los patrones de interac-
ción socioeconómica en el Altiplano a finales del siglo XIX y comienzos

62. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memorial, 8. Véase también la apo—
logía de José Luis Quiñones, un hacendado y diputado de Azángaro en el Congreso,
contra las acusaciones de una represión brutal y egoísta de las demandas campesinas
luego dela supuesta rebelión de Bustamante; El Comercio, 14 de sept. de 1867, reim-
preso en E. Vásquez, La rebelión de Juan Bustamante, 305-306.
63. Lora Cam, La sem:feudalídad, 132; estoy en deuda con Gordon Appleby por pro-
porcionarme extractos de esta tesis. Para la misma posición, véase Giraldo y Franch,
“Hacienda y gamonalismo”, 63.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 361


del XX. Una transacción de venta entre agentes económicos libres e igua-
les y una usurpación violenta de tierra tienen una cosa en común: ambas
son acciones en un punto corto y específico en el tiempo. Ambas partes,
vendedor y comprador en el primer caso, y agresor y víctima en el segun—
do, no necesitan haber interactuado previamente. Esta falta de interac—
ción puede ser característica, de un lado, de las sociedades de mercado
individualistas en las cuales todos los actores tienen la libertad de tomar
decisiones económicas, al menos idealmente, y del otro, de sociedades
en donde la cohesión social se ha quebrado por completo, como en una
conquista 0 guerra civil. Pero en una sociedad como la de Azángaro,
levantada sobre unos viejos lazos familiares, religiosos y comunales, y
sobre jerarquías neocoloniales, las transacciones de venta entre agentes
económicos libres e iguales y las usurpacíones violentas de tierras, eran
simplemente las formas extremas de adquisición de tierra a una escala
en la cual la mayoría de los casos quedaban caracterizados por una mez-
cla de volición y coerción.64 La posición social de las partes contratantes,
sus recursos económicos, la existencia o ausencia de lazos de parentesco
entre ellas y otros factores más, prestaban un significado especial a cada
transacción individual.
Las compras de tierra, la forma más frecuente de formación y ex—
pansión de las haciendas, variaban bastante en lo referente al tipo y ta—
maño de la tierra, el estatus social del vendedor y del comprador, y las
circunstancias que conducían a la transacción. Aquellos que tenían su-
ficiente capital o acceso al crédito intentaban comprar ñncas pequeñas
como piezas centrales en el proceso de formación de una nueva gran
hacienda. El ejemplo más espectacular de dicha estrategia es el de la for—
mación de la hacienda San José, en el distrito del mismo nombre. Los
medios hermanos José Sebastián Urquiaga Echenique, nacido en 1857,
y Bernardino Arias Echenique, nacido en 1860, heredaron la hacienda
Sollocota de su familia materna en algún momento de mediados de la
década de 1880, la cual se hallaba en la zona limítrofe de los distritos
de Azángaro y San José.65 En el siglo XVIII la hacienda le perteneció a

64. Cfr. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 55.


65. REPP, año 1888, Cáceres (17 de abril de1888); Giraldo y Franch, “Hacienda y gamo—
nalismo”, 141-142.

362 | NILS JACOBSEN


Miguel de Echenique, un minero español que trabajaba vetas en Caraba-
ya y que fue un ancestro del presidente José Rufino Echenique. Aunque
decayó gradualmente, Sollocota se mantuvo bajo el control de la fami—
lia durante el temprano periodo republicano.66 En la década después de
que Carlota Echenique, madre de José Sebastián y de Bernardino, asu-
miera la administración de la hacienda mayormente descapitalizada, lo
que ocurrió en algún momento de la década de 1860, ella se dedicó a
repoblarla con ganado vacuno y ovino.67 Las propiedades de la familia se
expandieron solo después de que José Sebastián y Bernardino heredaran
la ñnca. Entre 1891 y 1905 ambos compraron 65 propiedades distintas,
casi todas situadas en las inmediaciones de la hacienda Sollocota, algu—
nas en la parte norte del distrito de Azángaro, pero la mayoría de ellas en
San José. Entre estas propiedades había varias fincas de tamaño peque-
ño a mediano, como la finca Parcani, con un capital ganadero de 1.800
ovejas, y la ñnca Unión. Aunque Parcani era una hacienda más antigua,
Unión había sido formada recientemente por José Guillermo Riquelme,
su anterior dueño, mediante la aglomeración de al menos trece estan-
cias campesinas.68 En febrero de 1903, Urquiaga y Arias Echenique le
compraron la finca Quimsacalco, una hacienda de origen colonial con
capacidad para cuatro mil ovejas, a los tres hermanos y hermanas de José
Guillermo Riquelme, en doce mil soles m. n.69
A partir de 1905, los dos medios hermanos comenzaron a com-
divi-
prar tierra por separado, y podemos suponer que hacia dicho año
dieron efectivamente su propiedad.70 Urquiaga recibió la antigua finca

66. José Rufino Echenique, el futuro presidente, menciona Sollocota como propiedad de
su familia en 1834; véase sus Memorias, 1: 90.
67. REPA, año 1871, Patino, f. 399, ¡Lº 186 (26 de abril de 1871).
68. REPA, año 1902, Jiménez, f. 631, n.º 231, y f. 636, n.º 232 (ambos del 12 de abril de
1902).
69. REPP, año 1903, Jiménez, f. 48, n.º 22 (6 de feb. de 1903). Cada vez más endeudados,
los Riquelme se habían empobrecido y el capital ganadero de Quimsacalco cayó de
cuatro mil OMR en 1860 a mil en 1881, y a cero para el momento de la venta a Ur-
quiaga yArias Echenique. REPP, año 1867, Cáceres (27 de junio de 1867); REPA, año
1881, González Figueroa, f. 120, ¡Lº 61 (4 dejunio de 1881); REPA, año 1903, Jiménez,
f. 66, n.º 27 (9 de feb. de 1903).

70. Solamente contamos con una referencia a un “reconocimiento” de la división de


su propiedad que data de 1925, cerrada entre Arias Echenique y los herederos de

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 363


materna de Sollocota, para ese entonces bastante ampliada con algunas
de las propiedades compradas desde comienzos de la década de 1890.
Arias Echenique se convirtió en dueño exclusivo de la mayoría de las
propiedades adquiridas, entre ellas las tres fincas Quimsacalco, Parcani
y Unión. Todas estas tierras fueron incorporadas a una nueva hacienda
llamada San José. El estrecho río del mismo nombre trazaba ahora el
límite entre las dos haciendas a lo largo de unos 15 kilómetros. Tanto Ur-
quiaga como Arias Echenique continuaron expandiendo sus propias ha—
ciendas a lo largo de la década de 1910 y tuvieron éxito en integrar otras
haciendas más (la hacienda colonial Puscallani pasó a formar parte de
Sollocota), así como docenas de estancias campesinas. Según una medi—
ción, para 1925 la hacienda San José se extendía sobre 40 mil hectáreas
en los distritos de San José, San Antón y Potoni.71 Tras años de conflictos
legales, en 1944 pasó a la posesión de la Sociedad Ganadera del Sur, una
corporación que poseía una docena de grandes haciendas en el departa—
mento de Puno y que estaba controlada por los Gibson de Arequipa, la
más grande casa importadora, exportadora y bancaria del sur peruano.72
En el transcurso de medio siglo, algunas de las tierras de San José habían
sido explotadas mediante cuatro diferentes niveles o tipos de propiedad.
Unas estancias originalmente campesinas habían sido integradas a una
pequeña finca (Unión), la cual llegó a formar parte de la gran hacienda
San José, y esta a su vez fue adquirida por la más grande compañía terra—
teniente del sur peruano. La formación de la nueva hacienda San José,
lograda en treinta años a lo sumo, se basó en la integración de una serie
de haciendas más antiguas junto con la compra de docenas de estancias
campesinas. Sin las antiguas haciendas —en sí mismas de una extensión
de varios miles de hectáreas—, San José habría quedado como una finca

Urquiaga; véase Min. de Agricultura, Zona Agraria 12, Subdirección de Reforma


Agraria, Expediente de Afectación, Sociedad Ganadera del Sur.
71. Este tamaño fue registrado por Leopoldo Lasternau en 1925; según una medición
hecha por Víctor Molina A. y Sergio Dianderas L. en 1958, San José solamente cu-
bría 9.973 hectáreas. Aunque 40 mil hectáreas habrían hecho a San José extraordina-
riamente grande para los estándares regionales, la medida más pequeña podría ser
un subestimado deliberado debido a un disputa con varias comunidades de indios;
véase ibíd.
72. Ibid.

364 ] NILS JACOBSEN


de mediano tamaño, al igual que la mayoría de las nuevas fincas que solo
incorporaban estancias campesinas.73
Este tipo de aglomeración era una opción disponible solo para los
hacendados más ricos, poderosos y grandes de la provincia.“ En la ma-
yoría de los casos la expansión 0 formación de las nuevas haciendas de-
pendió íntegramente de la incorporación de estancias campesinas. Este
fue un proceso lento y tedioso, que requería del contacto con numerosos
campesinos indígenas, algunos de los cuales tal vez solo tenían parcelas
minúsculas. Dada la avanzada fragmentación de las propiedades cam-
pesinas originales desde el periodo colonial y la temprana república,
los posibles compradores a menudo tenían que realizar investigaciones
genealógicas para ubicar a todas las personas con derecho sobre una es-
tancia.75 Así procedió José Albino Ruiz en 1908, cuando adquirió una
serie de propiedades campesinas en la zona limítrofe entre los distritos
de Azángaro y Arapa, “con el propósito de formar una pequeña finca
llamada Calahuire”.76 Este había sido el nombre de la propiedad original
del indio Carlos León Huarcaya a mediados del siglo XVIII. Ruiz ahora
estaba comprando unas diez partes distintas a los descendientes de ter-
cera y cuarta generación, todos los cuales remontaban su linaje hasta
dicha raíz común, que era el “tronco” de la familia.77
La mayoría de las transacciones de tierras entre hacendados y cam—
pesinos no mencionan las circunstancias en las que fueron concertadas,
y con su lenguaje formulista dan la impresión de un acuerdo
comple-
tamente libre entre ambas partes. Pero un número suficiente de con-
tratos nos permite entrever la gran variedad de medios diseñados para

las
73. En el valle de quuetepeque, en la costa norte, las haciendas recién fundadas entre
décadas de 1850 y 1890 también tendieron a permanecer pequeñas; véase Burga, De
la encomienda, 196.
Albi-
74. Compárese con el caso de la hacienda Checayani (Muñani), expandida por José
no Ruiz; la hacienda Picotani (Muñani), una de las vastas haciendas coloniales de la
familia Choquehuanca, debía su importancia en el siglo XX en parte a la incorpora—
ción de las haciendas Toma y Cambría —de 3.500 y 5.600 hectáreas, respectivamen-
te— entre 1898 y 1920.
75. Urquiaga, Sublevaciones, 37.
76. REPA, año 1908, Jiménez, f. 778, n.º 311 (20 de abril de 1908).

77. REPA, año 1908, ]iménez, f. 814, n.º 324 (25 de abril de 1908).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 365


convencer a los campesinos de que renunciaran al control de sus tierras.
Estos frecuentemente habían recibido comida a crédito del hacendado
“para el sustento de su familia” durante varios años. El acreedor presen-
taba ñnalmente la cuenta y si el campesino era incapaz de pagar la deuda
en moneda 0 con alguna mercancía, como lana o ganado, se le exigía
el pago en forma de tierras. Hallé 165 casos en los cuales estas fueron
vendidas explícitamente como pago a una deuda. Pero en realidad su
número fue más grande, ya que muchos contratos notariales carecen
de precisión como para enumerar tales circunstancias. Las deudas
que
llevaban a la venta de tierras podían surgir a partir de una gran diver-
sidad de situaciones. La compra de ovejas a crédito, o las obligaciones
monetarias vinculadas a las fiestas de la Iglesia, a veces hacían que los
campesinos vendieran sus tierras.78 Más frecuentes fueron los casos de
deudas incurridas para solventar los gastos de un funeral adecuado.79
Los ancianos frecuentemente renunciaban a sus campos a cambio
de beneñcios materiales futuros —entre ellos el
pago de su funeral—,
antes que como pago de deudas pasadas. Juliana Ramos, dueña de una
pequeña tienda en Asillo pero de origen campesino, cuyo marido y su
único hijo habían muerto, vendió en enero de 1893 su “hacienda” Viluyo
al teniente coronel Juan Manuel Sarmiento, oficial militar
cuzqueño, en
140 soles, junto con las estancias vecinas de Misquichuno
y Hulquícun—
ca, y su pequeña tienda en la plaza de Asillo. Explicaba ella que las pro-
piedades podrían valer algo más, pero que consideraba la diferencia una
donación a Sarmiento por los servicios “que he recibido del comprador
y por aquellos que recibiré ya que dicho Sr. Sarmiento se compromete
a alimentarme y vestirme, curarme cuando esté enferma, y enterrarme
cuando Dios me llame”.80
La venta de la tierra iba emparejada con la expectativa de ayuda ma—
terial y protección de un poderoso hacendado. Un campesino a menu—
do no tenía otra opción que pasar a formar parte de tales dependencias
clientelistas. Para los hacendados decididos a expandir sus propiedades,

78. REPA, año 1858 (26 de abril de 1858); Ávila, “Exposición”, 16-23; REPA, año 1868,
Patino, f. 189, n.º 96 (12 de mar. de 1868).
79. REPA, año 1909, Jiménez, f. 299, n.º 120 (28 de ago. de 1909).

80. REPA, año 1893, Meza, f. 12, n.º 8 (18 de enero de 1893).

366 | NILS JACOBSEN


esas transacciones les ofrecían importantes ventajas. Era más fácil per—
suadir a un pequeño propietario indígena que había llegado a depender
del hacendado a que renunciara al título legal de sus tierras, que tener
que vérselas con campesinos ferozmente independientes y que contaban
con suficientes medios económicos como para rechazar cualquier oferta
de compra, o tener que recurrir a costosas batallas legales o medidas
coercitivas.
Adquirir las tierras de un campesino endeudado frecuentemente
reducía el precio efectivo de compra. Aunque las escrituras notariales
de venta usualmente señalan que el vendedor había recibido el precio
completo a su “entera satisfacción”, en muchos casos el pago solo se
ha—

cia después o incluso no se hacía en su totalidad.81 Si el vendedor era un


campesino cliente, comprador podía pagar una parte
el considerable del
de
precio total en especies, como alimentos, cuyo precio podía ser fijado
modo favorable para él.82 En muchos casos los hacendados retenían una
parte del precio de compra para pagarlo posteriormente a un copropieta-
rio que no se hallaba presente en la transacción; este dinero era a menudo
retenido para siempre por el comprador. En otros casos, los hacendados
solo tenían que pagar una parte del precio de compra en recompensa por
el
los servicios ya prestados al vendedor, o por los que se le prestarían en
futuro. En 1867, Juan Paredes adquirió una estancia en el ayllu Hilahuata
de la
a una campesina viuda, pagando en efectivo solo una cuarta parte
en re-
propiedad y recibiendo el usufructo del resto, sin cargo alguno,
lo cual
compensa por criar al hijo menor de la mujer en su propio hogar,
beneficio que una carga.83
para el hacendado ciertamente era más un
Los casos en los cuales los hacendados hispanizados pagaban solo
de
una pequeña parte del precio de compra por una parcela, luego
ofrecer consejos legales —usualmente sin tener título profesional para
ello—, se han vuelto célebres.84 En 1889, se le condenó al teniente co-
ronel Víctor Gregorio Roselló ——descendiente de una antigua familia
terrateniente azangarina y veterano de la Guerra del Pacíñco— el pago

81. Urquiaga, Sublevacianes, 40; Ávila, “Exposición", 16-23.


82. Véase p. ej. REPA, año 1907,Aparicio, f. 14, n.º 9 (11 de sept. de 1907).
83. REPA, año 1867, Patiño, f. 181, n.º 91 (16 de dic. de 1867).

84. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 57.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 367


de las cuatro quintas partes del precio original de 500 soles m. n.
por
la estancia Callapani, en el distrito de Santiago de Pupuja, en recono-
cimiento a sus esfuerzos judiciales a favor de los vendedores, un grupo
de campesinos y tejedores de la parcialidad Mataro, del mismo distrito.
Además se le condonó también el pago del quinto restante del precio de
venta como “indemnización por todos los daños que nosotros [los ven-
dedores] le hemos causado
por repetidos ataques a sus propiedades”.85
Roselló adquirió así el título legal sobre Callapaní sin pagar un centavo
a los dueños anteriores.
Este contrato demuestra la ambivalencia del paternalismo, en el
contexto de un complejo de haciendas en expansión y de relaciones so-
ciales neocoloniales. ¿Cómo podemos creer que los propietarios campe—
sinos de la estancia Callapani hayan buscado a Roselló como su portavoz
en casos judiciales, cuando habían tenido conflictos tan serios con él
como para que produjeran repetidos ataques contra sus haciendas? Los
contratos notariales no pueden reflejar directamente lo que afirmaban
los campesinos, mayormente analfabetos quechua hablantes; tan solo
oímos lo que el notario puso en su boca. En el presente caso, las declara-
ciones directas de los campesinos probablemente habrían revelado
que
habían sido obligados o engañados para llegar a un acuerdo con Roselló.
Aquí el establecimiento de relaciones de clientelismo fue una estrategia
unilateral del hacendado hispanízado, para conseguir acceder a la tierra
y al trabajo de los campesinos indios.
Pero semejantes lazos de clientelismo en modo alguno necesitaban
basarse en el engaño o la coerción. Aunque la parte dominante fuera
probablemente la que más ganaría, los beneficios recíprocos para los
campesinos dependientes, bajo la forma de protección, crédito y ali-
mento en época de necesidad, podían constituir ventajas significativas.
Algunos campesinos aceptaban depender de un gamonal paternalista
como una estrategia prudente a seguir, sin ser víctimas de una celada
especíñca más allá de la que conformaba la estructura de la sociedad.86

85. REPP, año 1899, Toranzos, n.º 74 (16 de oct. de 1899).


86. Para un caso de un donativo de tierra hecho por un campesino a un hacendado,
véase REPA, año 1910, Jiménez, f. 761, n.º 329 (prot. de una “escritura privada" de
1895); para el legado hecho por una campesina a un hacendado, véase el testamento
de Carmen Hancco, REPA, año 1899, Paredes, f. 60, n.º 27 (25 de abril de 1899).

368 | NILS JACOBSEN


Estas relaciones sociales subyacentes quedan indicadas por las pro—
gadas tardanzas que a menudo tenían lugar, entre la conclusión de un
10
ptrato informal y la inscripción de la escritura en el registro notarial.
¿ contrato original podía celebrarse ante el juez de paz del distrito o en
41 del hacendado. Era sabido que muchos jueces de paz eran corrup-
¿ 5, Un campesino indígena podía ser inducido a que renunciara a sus
f rechos sobre las tierras, sin siquiera advertir el impacto de esta ac—

,ón.57 Era bastante sencillo improvisar un contrato informal mediante


¿1
gaños o falsificaciones, ya que la mayoría de los campesinos no podían
¿
¡mar y uno de los testigos lo hacía por ellos. Era solo años después que
88

6 arte interesada llevaba la transacción ante el notario para elevarla al


ado de escritura de propiedad legalmente reconocida. Entretanto, el
;rnpesino podía haberse convertido en colono de la hacienda del com-
ígdor, y al mismo tiempo continuaba viviendo en su antigua estancia.
En otros casos, el propietario campesino original había muerto en el
¡erin. 5010 entonces el hacendado se acercaba a los herederos para exi-
menudo que parte
¡r la reafirmación de la venta original, reclamando a
96] precio de compra ya había sido pagado por adelantado (“ en arras ”)

al difunto. Los herederos, que no estaban al tanto del contrato informal

Ávila,“Exposición”, 16— 23; Frisancho, Algunas vistasfsmles, 17.


87'
Por ejemplo, en 1906, Alejandro Cano, un juez de la Corte Superior de Puno y usur-
58'
pador de tierras algo inescrupuloso, indujo a Mariano Condori a que le vendiera
su fundo Charquismo en la parcialidad Titire, del distrito de Santiago de Pupuja.
Catorce meses más tarde, Condori decidió vender Charquismo a un tercero, Juan
Gualberto Dianderas Bustínza, un descendiente de una vieja familia hacendada de
Santiago, y declaró lo siguiente: “Hace un año el Sr. Dr. Cano me hizo presentarme
y de modo engañoso me dio cuarenta y cuatro soles q.b. y me hizo firmar un docu-
mento sobre la venta de mis partes de Charquismo que estoy vendiendo hoy. Como
recibí dicho dinero contra mi voluntad y a fin de evitar reclamaciones y litigios por
parte del dicho Dr. Cano, prometo pagarle dicho dinero sin cobrarle la renta por la
parte de la propiedad que él [Cano] ha usado para pastar ganado y cultivar”. Ello
no obstante, Cano había hecho protocolizar el documento original y estableció una
serie de procedimientos legales a través de los cuales Federico González Figueroa, el
juez de primera instancia de Azángaro, le otorgó la posesión judicial de Charquismo
el 23 de octubre de 1907. Aunque en el contrato de venta con Dianderas el precio
de venta fue listado como de 448 soles m. n., una suma que probablemente jamás
fue pagada, Cano solamente pagó 230 pesos (166 soles m. n.); véase REPA, año 1907,
Jiménez, f. 71, nº 31 (l de marzo de 1907), y f. 527, n.º 208 (23 de oct. de 1907).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 369


de las cuatro quintas partes del precio original de 500 soles m. n. por
la estancia Callapani, en el distrito de Santiago de Pupuja, en recono—
cimiento a sus esfuerzos judiciales a favor de los vendedores, un grupo
de campesinos y tejedores de la parcialidad Mataro, del mismo distrito.
Además se le condonó también el pago del quinto restante del precio de
venta como “indemnización por todos los daños que nosotros [los ven-
dedores] le hemos causado por repetidos ataques a sus propiedades”.85
Roselló adquirió así el título legal sobre Callapani sin pagar un centavo
a los dueños anteriores.
Este contrato demuestra la ambivalencia del paternalismo, en el
contexto de un complejo de haciendas en expansión y de relaciones so—
ciales neocoloniales. ¿Cómo podemos creer que los propietarios campe—
sinos de la estancia Callapani hayan buscado a Roselló como su portavoz
en casos judiciales, cuando habían tenido conflictos tan serios con él
como para que produjeran repetidos ataques contra sus haciendas? Los
contratos notariales no pueden reflejar directamente lo que añrmaban
los campesinos, mayormente analfabetos quechua hablantes; tan solo
oímos lo que el notario puso en su boca. En el presente caso, las declara—
ciones directas de los campesinos probablemente habrían revelado que
habían sido obligados o engañados para llegar a un acuerdo con Roselló.
Aquí el establecimiento de relaciones de clientelismo fue una estrategia
unilateral del hacendado hispanizado, para conseguir acceder a la tierra
y al trabajo de los campesinos indios.
Pero semejantes lazos de clientelismo en modo alguno necesitaban
basarse en el engaño o la coerción. Aunque la parte dominante fuera
probablemente la que más ganaría, los beneficios recíprocos para los
campesinos dependientes, bajo la forma de protección, crédito y ali-
mento en época de necesidad, podían constituir ventajas significativas.
Algunos campesinos aceptaban depender de un gamonal paternalista
como una estrategia prudente a seguir, sin ser víctimas de una celada
específica más allá de la que conformaba la estructura de la sociedad.86

85. REPP, año 1899, Toranzos, n.º 74 (16 de oct. de 1899).


86. Para un caso de un donativo de tierra hecho por un campesino & un hacendado,
véase REPA, año 1910, Jiménez, f. 761, n.º 329 (prot. de una “escritura privada” de
1895); para el legado hecho por una campesina a un hacendado, véase el testamento
de Carmen Hancco, REPA, año 1899, Paredes, f. 60, n.º 27 (25 de abril de 1899).

368 | NILS JACOBSEN


Estas relaciones sociales subyacentes quedan indicadas por las pro—
longadas tardanzas que a menudo tenían lugar, entre la conclusión de un
contrato informal y la inscripción de la escritura en el registro notarial.
El contrato original podía celebrarse ante el juez de paz del distrito o en
casa del hacendado. Era sabido que muchos jueces de paz eran corrup-
tos. Un campesino indígena podía ser inducido a que renunciara a sus
derechos sobre las tierras, sin siquiera advertir el impacto de esta ac-
ción.87 Era bastante sencillo improvisar un contrato informal mediante
engaños o falsiñcaciones, ya que la mayoría de los campesinos no podían
firmar y uno de los testigos lo hacía por ellos.88 Era solo años después que
la parte interesada llevaba la transacción ante el notario para elevarla al
grado de escritura de propiedad legalmente reconocida. Entretanto, el
campesino podía haberse convertido en colono de la hacienda del com-
prador, y al mismo tiempo continuaba viviendo en su antigua estancia.
En otros casos, el propietario campesino original había muerto en el
ínterin. Solo entonces el hacendado se acercaba alos herederos para exi—
gir la reafirmación de la venta original, reclamando a menudo que parte
del precio de compra ya había sido pagado por adelantado (“en arras”)
al difunto. Los herederos, que no estaban al tanto del contrato informal

87. Ávila,“Exposición'l 16-23; Frisancho, Algunas vistas]íscnles, 17.


88. Por ejemplo, en 1906, Alejandro Cano, un juez de la Corte Superior de Puno y usur-
pador de tierras algo inescrupuloso, indujo a Mariano Condori ¿¡ que le vendiera
su fundo Charquismo en la parcialidad Titire, del distrito de Santiago de Pupuja.
Catorce meses más tarde, Condori decidió vender Charquismo a un tercero, Juan
Gualberto Dianderas Bustinza, un descendiente de una vieja familia hacendada de
Santiago, y declaró lo siguiente: “Hace un año el Sr. Dr. Cano me hizo presentarme
y de modo engañoso me dio cuarenta y cuatro soles q.b. y me hizo firmar un
docu-
mento sobre la venta de mis partes de Charquismo que estoy vendiendo hoy. Como
recibí dicho dinero contra mi voluntad y a fin de evitar reclamaciones y litigios por
parte del dicho Dr. Cano, prometo pagarle dicho dinero sin cobrarle la renta por la
parte de la propiedad que él [Cano] ha usado para pastar ganado y cultivar”. Ello
no obstante, Cano había hecho protocolizar el documento original y estableció una
serie de procedimientos legales a través de los cuales Federico González Figueroa, el
juez de primera instancia de Azángaro, le otorgó la posesión judicial de Charquismo
el 23 de octubre de 1907. Aunque en el contrato de venta con Dianderas el precio
de venta fue listado como de 448 soles m. n., una suma que probablemente jamás
fue pagada, Cano solamente pagó 230 pesos (166 soles m. n.); véase REPA, año 1907,
Jiménez, f. 71, n.º 31 (1 de marzo de 1907), y f. 527, n.º 208 (23 de oct. de 1907).

LAARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 369


que el hacendado presentaba como prueba documental de sus afirma—
ciones, frecuentemente no podían hacer nada —fuera de arriesgarse a
tomar acciones legales, con todos sus costos y demoras—, salvo aceptar
la reafirmación notarial de la venta.89
De 3.060 contratos de venta entre 1854 y 1910, 278 de ellos fueron
protocolizaciones, con una demora promedio de casi ocho años entre el
acuerdo informal de venta y su ingreso en el registro notarial como es—
critura de propiedad.90 En otros 460 contratos se decía que el comprador
había estado en posesión de la propiedad por al menos cuatro semanas y
hasta 40 años, antes de la certificación notarial. Entre la conclusión in-
formal de un contrato de venta y su registro notarial, hubo en total una
demora en al menos el 24,1% de todas las transacciones de venta.
La peculiaridad del mercado de tierras del Altiplano queda ilustra-
da con la importancia que tenían las transacciones conocidas como an—
ticresis o prenda pretorial. Esta involucraba la extensión de un crédito a
un propietario de tierras, quien en lugar de hipotecarlas como respaldo
al préstamo, las entregaba en usufructo al acreedor por un periodo de
entre cinco y diez años, al final del cual el préstamo debía ser pagado y
la tierra devuelta al propietario. El arriendo de la tierra y los intereses
del préstamo eran considerados de igual valor, para que así el deudor
no pagara intereses y el acreedor no pagara alquiler. De este modo, un
contrato de anticresis cumplía dos funciones, el otorgamiento de crédito
yla transferencia de tierra a mediano plazo, con un mínimo de transac—
ciones con dinero en efectivo.
Cuál de las dos funciones era la principal en la transacción, era algo
que dependía de las relaciones sociales entre las partes contratantes. Si el
acreedor era un gran terrateniente hispanizado yla persona que entrega-
ba una parcela de tierra era un campesino indígena, entonces la función
primaria del contrato era la apropiación de la tierra por parte del gran te-
rrateniente. El hacendado obtenía una parcela durante cinco o diez años,
a cambio de haber extendido una suma de dinero considerablemente
inferior al precio de venta. Si el campesino no pagaba el préstamo en
la fecha señalada, el acreedor podía exigir la venta formal de la parcela,

89. Véase p. ej. REPA, año 1873, Patíno, f. 43, nº 70 (28 de enero de 1873).
90. Las protocolizaciones de unos cuantos notarios se han perdido.

370 | NILS JACOBSEN


por la cual solo pagaría una suma adicional mínima. De este modo, los
contratos de anticresís incumplidos representaban una variante de la
“estrategia de demora” ya examinada.91 Por ejemplo, Adoraida Gallegos
empleó sistemáticamente los contratos de anticresís con más de quince
estancias campesinas, para así conseguir el control de los campos en las
márgenes de su hacienda Lourdes.92
Pero los contratos de anticresís fueron más importantes para los
campesinos que para los grandes hacendados hispanizados.93 Casi una
tercera parte de todos estos contratos fueron acordados entre campe-
sinos, una proporción mucho mayor que en el caso de las ventas. Su
popularidad entre campesinos y propietarios intermedios refleja dos
características importantes de la sociedad rural de Azángaro: la esca-
sez de circulante y la incertidumbre del pago de los préstamos.94 Estos
afectaban a los pobres con más dureza, así que ellos en la medida de lo
posible recurrían a transacciones que minimizaban el flujo de dinero
en efectivo. Para los terratenientes pobres necesitados de una significa-
tiva cantidad de dinero, el contrato de anticresís resultaba preferible a
hipotecar sus tierras, ya que los liberaba del pago regular de intereses.
Los acreedores, especialmente los campesinos y otros pequeños terra-
tenientes, preferían asumir la posesión de una parcela de tierra como
garantía tangible hasta el pago del préstamo, antes que arriesgarse a la
incertidumbre y los problemas del cobro de los intereses y el principal de
un préstamo. Los contratos de anticresís reflejaban, entonces, la fragili-
dad del mercado crediticio del Altiplano, la debilidad de su marco legal
para hacer cumplir los contratos, y el alto nivel de protección material
exigido contra las pérdidas en las transacciones, especialmente por los
propietarios de tierras más pobres.

91. REPA, año 1871, Patiño, f. 389, n.º 180 (28 de marzo de 1871); REPA, año 1881, Gon—
zález Figueroa, f. 132, n.º 69 (29 de ago. de 1881); RP1P, t. 9, f. 497, p. CM1V, A. 1
(10
de ago. de 1921).
92. Véase la transferencia de anticresís de la estancia Moccopata Villacollo, parcialidad
Llaullí, distrito de Potoni, que linda con la hacienda Lourdes, a Adoraida Gallegos,
REPA, año 1910, Jiménez, f. 756, n.º 327 (23 de julio de 1910).

93. Iacobsen, “Land Tenure”, 536, cuadro 6—4.

94. Burga y Reátegui, Lanas, 156-170.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 371


contrato de anticresis constituyó una alternativa al arriendo o la
El
compra de tierra. Aunque el arriendo de tierras campesinas involucraba
transacciones con dinero en efectivo más pequeñas, no era una opción
real puesto que los campesinos eran renuentes a renunciar al control de
sus tierras a cambio de un pequeño alquiler. Para proveer la subsistencia
cotidiana, resultaba obviamente más económico trabajar la tierra uno
mismo que depender de una renta por alquiler, la que debía caer consi—
derablemente por debajo del valor bruto de los bienes producidos por la
tierra. Los campesinos se decidían a renunciar al control de sus campos
solo cuando necesitaban sumas importantes de dinero bajo circunstan—
cias críticas o extraordinarias, tales como celebraciones familiares, fu-
nerales, malas cosechas o una epidemia del ganado. Desde la perspectiva
tanto del dueño como de una persona con limitados recursos de dinero
en efectivo que deseaba adquirir tierras, un contrato de anticresis po-
día ser preferible a una transacción de venta declarada. El dueño podía
esperar recuperar el control sobre su terreno al pagar el préstamo. Para
la persona con dinero en efectivo limitado, interesada en adquirir tie-
rras, una anticresis era más barata que una compra declarada, y también
mantenía dicha opción abierta.
En Azángaro resulta llamativo el contraste entre el uso de los con-
tratos de anticresis y los arriendos. Los arrendamientos de tierras de
campesinos o miembros del grupo intermedio, solo tuvieron un papel
mínimo entre las estrategias seguidas por los grandes terratenientes his—
panizados para acceder a más tierras. Los campesinos indígenas se las
alquilaron a los terratenientes hispanizados solo en apenas el 7,3% de
todos los arriendos. Los contratos de alquiler fueron concertados abru—
madoramente sobre tierras pertenecientes a los hacendados (50,0%) y
a la Iglesia (20,1%). En la mayoría de los casos estas propiedades fue—
ron arrendadas a grandes hacendados hispanizados. Las parroquias y
los conventos cuzqueños jamás arrendaron sus fincas a los campesinos,
un hecho importante para evaluar el papel económico de la Iglesia en la
provincia. Los propietarios intermedios, en cambio, sí tuvieron cierto
acceso a las tierras arrendadas tanto por los grandes hacendados hispa-
nizados como por la Iglesia.
Los recién llegados a la provincia ——comerciantes blancos y mes—
tizos, transportistas, administradores, abogados y curas— frecuente-
mente carecían de suficiente capital como para comprar una hacienda

372 | NILS JACOBSEN


consolidada, o no habían establecido aún fuertes lazos de clientelismo
que les permitieran formar una nueva hacienda; estos recién llegados
a menudo comenzaban sus empresas como arrendatarios de fincas pe-
queñas o medianas. En la quinta parte de todos los contratos de alqui—
ler, el arrendatario había nacido fuera de la provincia de Azángaro. Por
ejemplo, Felipe R. López, comerciante nacido en 1851 en la península de
Capachica, cerca de la ciudad de Puno, llegó a Azángaro en algún mo-
mento de mediados de la década de 1880 junto con su esposa, la arequi-
peña Petronila Butiler, y estableció una pequeña tienda de textiles.95 Para
1889 tomó en arriendo la pequeña finca Upaupani, a 3,2 km de la capital
provincial, de un miembro del clan Paredes, a cambio de un alquiler
anual de 32 soles q. b. (26,66 soles m. n.). Por entonces, Upaupani no
tenía ningún capital ganadero.96 En 1899, López y su esposa arrendaron
la pequeña finca Pumire por cinco años, probablemente con capital ga-
nadero, y por un alquiler anual de 100 soles q. b. (63,37 soles m. n.).97 Fue
solo al siguiente año, luego de más de una década de vivir en Azángaro,
que López comenzó a comprar tierras.
Sin embargo, la mayoría de los arrendatarios eran hacendados bien
establecidos. Incluso los hacendados más grandes de la provincia, como
el clan Paredes o los Lizares Quiñónez, encontraban ventajoso el alqui—
ler de haciendas adicionales, porque, en palabras de un terrateniente,
esto podía “adelantar la industria [productividad] de sus haciendas”.98
Arrendar estancias o ñncas adyacentes a sus propias haciendas podía
generar economías de escala, permitiéndoles así tener más ovejas por
rebaño o formar más rebaños para las diferentes categorías de ovejas, y
así conseguir mejores resultados en su crianza.
Pero el número de propiedades ofrecidas en arrendamiento no
mantuvo el ritmo de la creciente demanda de tierras; el número de con—
tratos de arriendo concertados entre grandes hacendados hispanizados
disminuyó levemente, de 34 en 1851-1870 a 31 en 1871—1890, y otros 31

95. “Matrícula de contribuyentes de predios rústicos para el año de 1897, provincia de


Azángaro”, BMP.
96. REPA, año 1889, González Figueroa, f. 16, n.º 7 (29 de enero de 1889).

97. REPA, año 1899, Paredes, f. 25,nº 14 (27 de marzo de 1899).


98. REPA, año 1870, Patino, f. 330, nº 150 (13 de oct. de 1870).

LA ARROLLADORA EXPANSION DE LA HACIENDA | 373


contratos durante los siguientes veinte años. Al formarse nuevas ha—
ciendas y ampliarse las antiguas a un ritmo más bien espectacular, la
posibilidad de arrendar tierras a los grandes hacendados hispanizados
fue reduciéndose más. El interés que estos tenían por administrar sus
propias haciendas estaba creciendo.
Cuando un hacendado no lograba adquirir tierras con alguno de
los procedimientos contractuales ya descritos, podía recurrir más bien
al sistema judicial. En 1916, José Frisancho, fiscal de Azángaro durante
gran parte de la segunda década del siglo XX, publicó una crítica mor-
daz de la administración de justicia en la provincia.99 Ella culminaba
con la afirmación, a menudo citada, de que “pese a haber sido víctima
de frecuentes crímenes, en ningún caso ha alcanzado el indio justicia
frente a algún hacendado”. En opinión de Frisancho, el personal judicial
de Azángaro —desde el juez de primera instancia hasta los jueces de
paz distritales, los escribanos, los peritos nombrados por los tribunales
y los testigos— se había sometido a los intereses de los grandes hacenda—
dos, intereses que encontraban su expresión más fuerte en la acelerada
apropiación de las tierras del campesinado indígena.100 Esto explicaba
en general por qué en Azángaro, “el latifundismo ha llegado a un grado
extremo de preponderancia, mucho mayor que en ninguna otra provin—
cia del Altiplano peruano”. Frisancho se resignó en su lucha contra la
“desnaturalización forense” en Azángaro, y halló que cualquier intento
de reforma debía fracasar “ante la impenetrable resistencia del ambiente
social, guardando celosamente sus intereses particulares”.101 Debido a
tales críticas, es un lugar común caracterizar al sistema judicial de la
sierra durante el primer siglo del Perú republicano como un sirviente de
los intereses de clase de los hacendados, esto es como una herramienta
de explotación del campesinado indígena.102

99. Frisancho, Algunas vistasfíscale5.


100. Ibid., 8—17. Para el uso de artimañas judiciales y administrativas en la apropiación
de tierras de los asentamientos fronterizos en Colombia, véase LeGrand, Frontier
Expansion.
101. Ibid., 14, 19.
102. Véase por ejemplo Mariátegui, “El problema del indio, su nuevo planteamiento", en
sus Siete ensayos, 36-37; Golte, Bauern in Peru, 102.

374 | N[LS JACOBSEN


En realidad, los tribunales cumplían un papel más complejo en la
sociedad provincial serrana. Ellos funcionaban como un espacio donde
poner a prueba el poder de los litigantes. El resultado de un juicio no
necesariamente se basaba en cuál de las partes tenía la ley de su lado,
sino más bien en quién podía ejercer más influencia en la corte. Tales
influencias podían tomar la forma de una mejor preparación legal, más
dinero que gastar en el juicio —no necesariamente en sobornos, sino
para pagar abogados y apelaciones a instancias superiores— y una ma—
yor influencia para concertar arreglos de quid pro quo con el personal
judicial, que requerían de bazas que negociar con valor fuera del sistema
judicial.103 En una contienda legal entre un gran hacendado hispanizado
y un campesino indígena, el resultado podría muy bien haber estado
cantado. Pero los campesinos frecuentemente contaban con el respaldo
de otro hacendado, en cuyos clientes se habían convertido. El juicio se
convertía entonces en una competencia entre dos hacendados y el resul—
tado no estaba en modo alguno asegurado. Los litigios por tierras entre
hacendados o entre campesinos ocurrían con tanta frecuencia como las
batallas legales entre estos dos actores.
Ver el sistema judicial como un espacio para contiendas de poder
entre los gamonales y sus clientes ayuda a explicar por qué muchos casos
judiciales sobre tierras jamás llegaron a su fin. De cada 100 casos sobre
este tema llevados a las cortes en el departamento de Puno en 1893, solo
cinco fueron concluidos en ese año.… Muchos juicios se arrastraban du-
rante años o aun por generaciones. Los litigantes a menudo decidían
abandonar el pleito judicial y llegar a un arreglo extrajudicial. La parte
económicamente más débil habría quedado exhausta por el alto costo
del litigio y estaba ahora dispuesta a aceptar los términos de la parte más
fuerte. En el contexto de las estrategias de expansión de la hacienda, tales
casos constituían la prolongación de los medios económicos de adquisi—
ción de tierra en el ámbito judicial.105 En algunos casos, hasta la amenaza
de un litigio podía bastar para obligar a los terratenientes pobres a que
renunciaran a sus pretensiones.106

103. Cfr. Mallon, Defense ofCommunity, 157.


104. Memoria del año judicial de 1893, 4.
105. REPA, año 1888, Giraldo, f. 89, n.º 44 (27 de nov. de 1888).
106. REPA, año 1880, Torres Núñez, f. 66, n.º 39 (31 de ago. de 1880).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 375


En ausencia de un título sobre la propiedad reclamada, la parte in—
teresada podía iniciar un trámite de formación de títulos supletorias. Se
llamaba a testigos para verificar la posesión legal e incuestionada del so-
licitante, y las notificaciones llamando a cualquiera que se opusiera al
otorgamiento del título judicial eran publicadas y colocadas en lugares
públicos. Ni los testigos ni el público llamado a oponerse constituían,
claro está, una solución efectiva a los abusos. Era fácil encontrar testigos
que le apoyaran entre los clientes y amigos del demandante, y era posible
que los campesinos, cuya tierra era por lo general la que estaba en juego
en estos procedimientos, no leyeran las notificaciones públicas. En 1903,
Adoraida Gallegos inició un proceso sobre las estancias Ccaramocco,
Chuantira y Pisacani, en el distrito de Potoni. Ella sostenía haber he—
redado dichas tierras de su padre, Gerónimo Gallegos, pero no había
ningún testamento que lo probara. Cuatro testigos, todos campesinos
indígenas de Potoni, confirmaron su reclamo, el juez de paz hizo que se
colocaran las notificaciones en el pequeño centro poblado durante 30
días, y estas fueron publicadas 19 veces en el periódico puneño El Ciu—
dadano, que no era probable que fuese leído por alguien en Potoní, a 220
km al norte y que apenas contaba con un puñado de habitantes que no
eran analfabetos. Al no surgir ninguna oposición, Gallegos recibió un
título judicial sobre las estancias del juez de primera instancia de Puno,
con lo que estas pasaron a formar parte de su hacienda Lourdes.107
Procedimientos judiciales tales como la formación de títulos suple—
torios, la queja de desahucioy el interdicto de adquirir, tuvieron un notorio
papel en la apropiación subrepticia de tierras por parte de miembros de
la élite provincial.108 En 1913, cuando la ola de expansión de la hacienda
alcanzaba su punto máximo, el presidente de la Corte Superior de Puno
admitió que “el interdicto de adquirir facilita enormemente la usurpa—
ción de tierras”. No era raro que el propietario indígena de una estancia,
que ignoraba que se había llevado a cabo un procedimiento legal, “viese
a un juez acercarse a su cabaña acompañado por una persona ala que no
conocía y a quien el personaje judicial le entregaba formalmente la tierra
que él [el dueño real] había heredado de sus antepasados” lºº

107. RPlP, t. 2, f. 337, p. VII, A. 6 (5 de enero de 1907).


108. Para detalles de estos procedimientos, véase lacobsen, “Land Tenure”, 551—560.
109. Memoria leída en la ceremonia de apertura del año judicial de 1913, 11.

376 ] NILS JACOBSEN


El Registro de la Propiedad Inmueble de Puno está repleto de ejem-
plos de Azángaro, en que tales procedimientos judiciales llevaron al fin
deseado sin ninguna oposición pública.“ Los casos en que los campesi-
nos resistían exitosamente tales procedimientos eran raros, aunque no
del todo desconocidos.… Pero más que cualquier procedimiento judicial
concreto, la venalidad y parcialidad de los jueces, escribanos y testigos
hacían que el uso del sistema judicial pareciera promisorio para quienes
intentaban ganar el control de alguna parcela de tierra, lo que era un
problema particularmente severo en el ámbito distrital.112
Por último, la expansión de la hacienda podía darse mediante la
usurpación violenta de las propiedades vecinas. José Ávila, quien fuera
juez en Azángaro en las décadas de 1960 y 1970, nos dejó una descripción
del tipo ideal de la secuencia de actos violentos destinados a usurpar las
tierras:

La apropiación de tierras de los indios comienza con el acto de colocar


diariamente vacas y mulas pertenecientes al usurpador, en los pastizales y
campos cultivados del indio. En esto los colonos y empleados del latifun-
dista usan la fuerza, y ellos proceden a matar las pocas cabezas de ganado
vacuno del indio para su propio consumo. Alternativamente arrean el ga—
nado del indio al complejo de edificios central del latifundio, [sacrifican
¡¡ los animales allí] y se reparten entre ellos la mayor parte de la carne y

cueros, reservando los cuerpos de los animales mejor alimentados para


el
las autoridades de la provincia. El saqueo de
patrón, o como presentes para
la choza del indio comienza en los siguientes días, con miras a debilitar su
situación económica. Esto continúa hasta que bajo la presión de esta mues-
tra de fuerza, el dueño decide firmar la escritura de venta. Como precio de
venta reciben una pequeña suma en moneda 0 especie, según el capricho
del usurpador de la tierra.…

1 10. Véase por ejemplo la posesión judicial del fundo Condoriri, distrito de Potoni, por
Paulina Portillo Vda. de Santos y sus cinco hijos, y el subsiguiente registro del título
de propiedad en RPIP, t. 8, f. 481, p. DCLCCI, A. 1 (22 de abril de 1919).
111. Para un ejemplo de una resistencia exitosa, véase el Expediente Judicial del 13 de

mayo de 1920, AM.


112. Frisancho, Algunas vistasñscales, 17.
113. Ávila, “Exposición”, 22.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA ]


377
Esta descripción incluye distintos actos violentos contra propieta-
rios de tierras, los que fueron temas recurrentes en los procesos judi-
ciales así como en la literatura indigenista de la época.114 Ávila sitúa los
episodios individuales de agresión en el marco de un uso creciente de
la fuerza como parte de una estrategia de usurpación global, pero cada
uno de estos episodios podía darse por separado. El incremento de las
acciones de fuerza era innecesario, si los campesinos se sometían a un
hacendado vecino luego del repetido pisoteo de sus sembríos y el consu—
mo de sus pastizales por parte de los ganados del gamonal.
Las pretensiones opuestas sobre la misma parcela de tierra fueron
algo común en el Altiplano durante el siglo XIX y comienzos del XX. Las
laberinticas historias de los títulos de propiedad y las vagas definiciones
de los linderos podían justificar reclamos rivales sobre innumerables
propiedades. La delimitación de los linderos usualmente se basaba en
accidentes geográficos como las cimas de los cerros, los arroyos e incluso
los árboles o matorrales, y en el mejor de los casos en acequias o mojones
de piedra fácilmente cambiables. Muchas usurpaciones podían justifi-
carse como la recuperación de tierras realmente pertenecientes al inva-
sor.115 Incluso el conocimiento pleno de todos los títulos de propiedad
relevantes no siempre deja en claro cuál propietario tenía el derecho más
válido, ya que los títulos mismos podían superponerse. Las usurpacio—
nes violentas se daban no solo en el contexto de la invasión de las tierras
campesinas por parte de las haciendas, sino también en las interacciones

114. Para los litigios entorno a la invasión de los campos por parte del ganado del vecino,
véase el pleito entablado por Manuel E. Rossello, propietario de la hacienda Chicta—
ni, contra Julia Paredes de Cantero, dueña de la hacienda Huancarani, Expediente
Judicial del 4 de dic. de 1918, A]A; para litigios en torno al abigeato, véase el caso
entre Celso Ramírez, colono de la hacienda Ocsani, y Simón Segundo Huanca, quípu
(capataz) de la hacienda Sollocota, Expediente ]udicial del 4 de oct. de 1922, AIA;
para juicios en torno al saqueo y la destrucción de chozas campesinas, véase el poder
otorgado por los indios de los ayllus Caroneque y Choquechambi, distrito de Mu—
ñani, Juan Manuel Martínez, contra los propietarios dela hacienda Muñani Chico,
¡¡

REPA, año 1863, Patiño, f. 157, n.º 67 (23 de dic. de 1863); Roca Sánchez, Por la clase
indígena, 242-243.
115. Véase el pleito de Manuel E. Jiménez contra varios campesinos indios del distrito
(antes parcialidad) de Salinas, concerniente alas parcelas de Huancarani Llustaccarc-
ca, Expediente Judicial del 9 de mayo de 1932, AIA.

378 [ NILS JACOBSEN


entre hacendados así como entre campesinos.“ Las muestras de fuerza
eran el otro aspecto de la sociedad clientelista de Azángaro. Ellas per—
meaban las relaciones entre los miembros de todos los grupos sociales
del Altiplano, aunque los campesinos resultaban siendo las víctimas con
mayor frecuencia.
Resulta difícil calcular cuán importantes fueron las usurpaciones
violentas de tierras campesinas, entre la década de 1860 y 1920, para el
proceso global de expansión de las haciendas en Azángaro. Aunque los
hostigamientos menores, como introducir ganado en los pastizales de
un terrateniente vecino, se daban con regularidad, el uso de niveles más
serios de violencia, como la destrucción de las casas de los campesinos,
jamás perdió su condición de acto extraordinario. Sin embargo, la gran
oleada de compra de tierras por parte de los grandes hacendados hispa—
nizados, entre la década de 1890 y 1920, llevó a una endémica violencia
abierta en el campo azangarino, que era una expresión del punto muerto
crítico al que se acercaba la sociedad neocolonial del Altiplano.
Las estrategias de expansión de la hacienda se diferenciaban aún más
debido a una serie de variables económicas, entre ellas el tamaño de las
parcelas adquiridas, su dispersión o concentración, y la disponibilidad
de capital para sus operaciones. Las compras de tierra por parte de los
grandes terratenientes relativamente marginales o pobres, diferían con-
siderablemente de las que hacían las familias más ricas y poderosas de la
provincia.117 Los comerciantes itinerantes, vendedores minoristas en las
capitales de distrito, los pequeños arrieros, los tinterillos y otros mistis
(miembros de la élite local, usualmente de origen mestizo), desesperados
fondos
por alejarse de las filas del campesinado indígena, contaban con

116. Véase el poder extendido por los campesinos de la parcialidad de Chacamarca, dis—
tríto de Samán, para entablar un pleito contra “los indios de la parcialidad Titihui,
Huaucane', por los delitos de haber irrumpido enlas casas, destruido más de treinta
chozas, robado equipos y menaje doméstico, y destruido los sembríos”; REPA, año
1882, Torres Núñez, f. 25, n.º 13 (22 de mar. de 1882).
117. Solamente las familias hacendadas más acomodadas y poderosas podían comprar
tierras a quince, veinte o hasta cincuenta campesinos ala vez. En 1908, José Angelino
Lizares Quiñones compró 29 propiedades distintas a 43 campesinos y un terrate—
niente hispanizado con un solo contrato, por valor de 3.068 soles m. n.; se anotó
que todas estas parcelas “forman hoy en día la Hacienda Huancané”. REPA, año 1908,
Jiménez, f. 1275, n.” 504 (29 de dic. de 1908).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 379


exiguos que apenas si bastaban para comprar unas pocas y pequeñas par—
celas con las que ampliar sus pequeñas fincas, convertirse en propietarios
de fincas marginales, o agrandar las dispersas estancias que poseían.
César Salas Flores, por ejemplo, un huérfano nacido en la capital
de la vecina provincia de Lampa, llegó a Azángaro como peón con un
grupo de arrieros, en algún momento de finales de la década de 1880
o comienzos del siguiente decenio.118 Casó con Isabel Mango, una des—
cendiente de una empobrecida familia de curacas, que solo llevó una
pequeña propiedad al matrimonio. Salas mismo no tenía capital alguno,
ni estableció ningún comercio o negocio de transporte en Azángaro;119
su ocupación principal era, más bien, trabajar como tinterillo y adqui-
rir pequeñas propiedades campesinas entretanto. Para 1909, Salas ha—
bía aglomerado de seis a ocho estancias campesinas alrededor de las dos
propiedades más grandes. En diciembre de 1892, adquirió Vilquecunca
—una de las dos propiedades centrales, ubicada a cinco kilómetros al
noroeste de Azángaro, en la llanura del Río Grande, cerca del camino de
Asillo—— en 520 soles
q. b. (433 soles m. n.) a los campesinos José María y
Juan Quispe.120 La nueva ñnca en formación quedaba dentro del territo—
rio delas parcialidades ]allapise y Urinsaya, y se extendía —al igual que
muchas haciendas— desde las orillas del río hasta las laderas del cerro
Mamanire, en la margen nororiental del macizo de suaves laderas que
separa a los ríos Azángaro y Pucará. Aunque Vilquecunca fue conocida
como “finca” después de 1899, tomó más tiempo hacerla efectivamente
funcionar. En 1900, Salas la entregó junto con sus siete u ocho cabañas
—las estancias aglomeradas—— en anticresis a Norberto Vásquez, otro
comerciante recién llegado, que estaba sumamente ocupado formando
haciendas, a cambio de un crédito de 240 soles m. n., obviamente sin
capital ganadero.… A finales de junio de 1907 recuperó Vilquecunca de
manos de Vásquez, solo para cerrar otro contrato de anticresis con él dos
meses y medio después. Esta vez, sin embargo, Salas le cedió solamente

118. Entrevista con Agustín Román, nacido en 1892, Azángaro, 15 de mayo de 1977.
119. Ibid.; inventario de bienes de Isabel Mango, REPA, año 1906, Jiménez, f. 963, n.“ 303
(16 de feb. de 1906).
120. REPA, año 1892, Meza, f. 360, n.º 202 (27 de dic. de 1892).
121. REPA, año 1900, ]iménez, f. 566 (3 de ago. de 1900).

380 | NILS JACOBSEN


una de las estancias que conformaban la finca —Cangallo Llinquipata
Quilínquilini— por un crédito de 200 soles m. n.122 Salas, aparentemen—
te, ahora necesitaba la mayor parte de la finca para sí mismo, y pode-
mos asumir que le había tomado todo este tiempo formar un capital
ganadero proporcional a los pastizales de Vilquecunca. Operar él mismo
la hacienda sin el capital ganadero mínimo necesario habría sido tanto
antieconómico como peligroso, ya que las haciendas con poco o ningún
ganado invitaban a su usurpación por parte de los vecinos. Apenas un
año antes de retomar el control directo de la mayor parte de Vilquecun—
¿a, Salas entregó Anccosa —la segunda finca que estaba formando, a
unos 15 kilómetros al oeste de Azángaro, en el distrito de Asillo— en
anticresis, también sin capital ganadero.123 Tal vez estaba reuniendo todo
5u capital ganadero, para así usar la capacidad de carga de la finca más
grande del modo más intenso posible. La formación de fincas efectiva-
mente operativas comenzaba, entonces, solo con la aglomeración de una
base territorial suficiente.
Estas nuevas haciendas que lo eran solo de nombre, pasaban por
una fase de transición en la cual su manejo difería poco de su situación
como estancias campesinas independientes. Los anteriores dueños cam-
pesinos, obligados a permanecer como colonos de la nueva hacienda,
te—

medida tradicional de
nían ahora que sembrar unas cuantas masas (una
el
tierra equivalente a 760 metros cuadrados) papas y quinua para pa-
de
trón, y realizar servicios de transporte o domésticos. Pero al carecer del
capital necesario, el hacendado marginal podía ser incapaz de hacer un
uso pleno de los recursos laborales y de pastos por bastante tiempo. Este
roceso contrasta con la formación de haciendas por parte de algunas de
las familias más ricas de la provincia. En el caso de las haciendas San José
Sollocota, los propietarios contaban con un núcleo preexistente de una
o más haciendas antiguas, y tenían suficiente capital como para apro-
visionar los crecientes pastizales con ovejas y vacas adicionales. En este
caso, el tránsito desde unas tierras campesinas débilmente aglomeradas,
hasta una hacienda bien integrada y plenamente dotada de ganado, debe
haber sido más rápido.

122. REPA, año 1907, Jiménez, f. 330, n.º 121 (28 dejunio de 1907),yf. 476, n.º 187 (18 de
sept. de 1907).
123. REPA, año 1906, Jiménez, f. 1203, n.º 384 (30 de junio de 1906).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 381


marginales como César Salas apenas
Los grandes terratenientes
contaban con suficientes medios e influencias como para formar una
hacienda dentro de una zona estrechamente circunscrita, quizás 5010
dentro de una parcialidad. Pero la mayoría de las familias de hacenda—
dos más ricos adquirían tierras por toda la provincia, y en algunos casos
incluso en varias de estas. Cuando José Angelino Lizares nació a media—
dos de la década de 1860, su familia ya había alcanzado la influencia y
el poder en Azángaro pues tanto su padre, José María Lizares, como sus
abuelos, Francisco Lizares y Josefa Quiñones, habían incrementado per—
sistentemente las propiedades de la familia.124 Cuando José María Liza-
res Quiñones traspasó la administración de sus haciendas a sus hijos José
Angelino y Francisco en 1895, la familia poseía siete fincas en Muñani
y Azángaro (Muñani—Chico, Arcopunco, Calla—Tomasa, Ticani, Tintire,
Quichusa y Cayacayani) y varias estancias más pequeñas en Azángaro
y Santiago de Pupuja, con un capital ganadero total de 28 mil OMR.125
José Angelino continuó con la adquisición de tierras en Santiago,
Azángaro y Muñani, y se expandió todavía más en San Antón, Arapa
y Chupa. Sus propiedades estaban ahora dispersas a lo largo de unos
seis mil kilómetros cuadrados de territorio. El logró formar nuevas ha-
ciendas en partes ampliamente dispersas de la provincia porque no solo
tenía suñcientes recursos monetarios, sino que además podía recurrir
a numerosos vínculos sociales que se extendían más allá de la capital
provincial y del bastión familiar en Muñani. Estos lazos se derivaban en
parte de las conexiones familiares y en parte de unas redes de cliente-
lismo más amplias. Sus compras de tierras en San Antón siguieron a su
matrimonio con Leonor González Terrazas, la hija del juez de primera
instancia Federico González Figueroa, quien había estado formando la
finca Cangalli, en San Antón, desde alrededor de 1900. Entregada como
dote de la esposa de Lizares Quiñones, Cangalli se convirtió en el núcleo
de su nueva hacienda Esmeralda.126 En Chupa, la formación de nuevas

124. Para una versión vitriólica de las prácticas usurpadoras de tierras de Lizares, véase la
anónima Biografía criminal; véase también Lora Cam, La semifeudalídad, 150-153.
125. REPA, año 1895, Meza, f. 107, n.“ 48 (27 dejulio de 1895).
126. Con respecto a la formación de la hacienda Cangalli/Esmeralda, véase REPA, año
1902, ]iménez, f. 879, n.º 341 (6 de nov. de 1902).

382 [ NILS JACOBSEN


haciendas por parte de Lizares Quiñones, a pesar de la decidida resis—
tencia presentada por los campesinos de comunidad, contó con el apoyo
de los Salas, una de las más influyentes familias locales. Tanto Lízares
Quiñones como Nicomedes Salas recibieron títulos militares durante los
gobiernos caceristas entre 1886 y 1895.127
La influencia de Lizares Quiñones en toda la provincia debió mu-
cho a su carrera política, que se inició como alcalde del concejo pro-
vincial de Azángaro durante los primeros años de la década de 1890.
Ocupó la representación parlamentaria de la provincia en la Cámara de
Diputados durante muchos años, entre 1908 y 1929, a lo que siguió un
breve periodo como senador por Puno hasta la caída del régimen de Le-
guía en 1930.128 Estos cargos le permitieron a Lizares congraciarse con
algunos de los notables del distrito, e influir sobre la distribución de los
de
cargos administrativos a los niveles provincial y distrital en servicio
sus intereses. El desarrollo de esta “infraestructura” sociopolítica por
toda la provincia incrementó su capacidad para inducir a los propieta-
rios locales a que le vendieran tierras, y para aplicar presión en los casos
en que estos se rehusaban.
La mayoría de los grandes hacendados de Azángaro siguieron la es-
trategia de Lizares Quiñones de ampliar haciendas dispersas por toda la
provincia, pero unos cuantos ricos compradores de tierras, cuyas biogr.

fías sugieren recursos económicos y políticos similares a los de Lizares,


optaron por no formarlas así. Algunos de los más prominentes fueron
Arias Echenique y Urquiaga (ya mencionados) y José Albino Ruiz, el
dueño de la gran hacienda Checayani, en el distrito de Muñani. Ellos se
concentraron en desarrollar una única hacienda muy grande, mientras
que la mayoría de las fincas de Lizares Quiñones, al igual que las de otros

127. José Angelino Lizares Quiñones era coronel del ejército regular en 1895 y según su
propia versión, dada en respuesta a las acusaciones que se le hacían tildándolo de
oportunista político, sostuvo ser un ardiente cacerísta hasta el final de su carrera po-
lítica en 1930; véase su volante “J. A. Lizares Quiñones se presenta”. Nicomedes Salas
fue nombrado capitán del Batallón Azángaro número 9 de la Guardia Nacional el 23
de agosto de 1890 por el presidente cacerista Remigio Morales Bermúdez. Aunque
Salas era pierolista en 1895, ambas familias seguían teniendo estrechos vínculos unos
diez años más tarde. Véase G. Salas, Rasgos biográfcos, 6.
128. Lizares Quiñones, “I. A. Lízares Quiñones se presenta”.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 383


terratenientes hispanizados dueños de propiedades dispersas, como el
clan Paredes, González Figueroa y los Roselló, eran simplemente de me-
diano tamaño. Es posible que unas circunstancias locales específicas
hayan influido sobre estos patrones divergentes: la hacienda Muñani-
Chico de Lizares Quiñones, por ejemplo, estaba totalmente rodeada por
otras haciendas, lo que impedía su expansión. Pero esto podría asimis—
mo reflejar también la primera aparición de objetivos algo divergentes.
Para una minoría de hacendados, la formación de haciendas ganaderas
eficientes fue haciéndose cada vez más importante, y ellos enfatizaban
alcanzar el máximo tamaño posible. Pero aun así, la mayoría de los ha-
cendados expandía sus haciendas fundamentalmente para incrementar
su poder e influencia en la provincia. Aquí, una amplia dispersión geo-
gráfica de dichas haciendas solo podía traer ventajas. En otras palabras,
la adquisición y expansión de ñncas que Lizares Quiñones hiciera en
seis distritos distintos, no solo tuvo como base su ya considerable pO—
der sociopolítico, sino que además sirvió también para incrementarlo y
fortalecerlo.
Henri Favre anotó para el departamento de Huancavelica, en la
sierra central, que el curso seguido por el proceso de expansión de la
hacienda entre fines de la Guerra del Pacíñco y 1919 discurríó por tres
vías distintas: (l) la expansión de las haciendas existentes mediante la
incorporación de las propiedades circundantes, (2) la conformación de
haciendas completamente nuevas mediante la compra de una gran can-
tidad de propiedades pequeñas, y (3) la reconstitución de las haciendas
coloniales que se habían fragmentado desde el periodo virreinal.129 Las
primeras dos formas de expansión también caracterizaron el desarrollo
de la propiedad de la tierra en Azángaro. Sin embargo, la reconstitución
de haciendas coloniales divididas solo se dio rara vez en el Altiplano.
No eran muchas las que se habían fragmentado para el tardío siglo XIX.
Las pocas reconstituciones en la provincia de Azángaro tuvieron lugar
en Putina y Muñani, distritos cuya economía ganadera estuvo estrecha—
mente ligada a la actividad minera en el periodo colonial.130 Al igual que

129. Favre, “Evolución", 243.


130. Por ejemplo, Manuel Isidro Velasco Choquehuanca sostenía que su padre Hilario y él
mismo estaban formando nuevamente la hacienda Nequeneque-Mallquine en Mu—
ñaní desde la década de 1840; dicha propiedad había sido formada en 1596 mediante

384 | NILS JACOBSEN


en Huancavelica, la discontinuidad más pronunciada en los patrones de
tenencia de la tierra en algunas de las haciendas de Putina y Muñani, se
debió quizás a la integración de las empresas mineras con las haciendas
ganaderas. Una vez que las primeras entraron en decadencia, algunas
haciendas asociadas a ellas también lo hicieron, y los empobrecidos due—
ños no lograron evitar su desintegración física.
Pero la expansión del sector hacendado en Azángaro fue un proceso
mucho más complejo que el que sugiere la clasificación de Favre. Las
variaciones en las modalidades de las transacciones de tierras, el valor
medio de las propiedades adquiridas, la concentración o dispersión de
las propiedades, y el número de vendedores por transacción, le dieron a
cada proyecto expansionista una significación social y económica dis-
tinta. Esta complejidad contribuyó al surgimiento de un patrón de pro-
piedad de la tierra, que para la segunda década del siglo XX estaba lejos
de ser un paisaje uniforme de grandes haciendas.

Herencia y venta: la estabilidad de las familias terratenientes

Hace más de sesenta años, Emilio Romero (1899—1993), un distinguido


historiador y ensayista peruano nacido y criado en Puno, escribió que
“hacia el ñnal del siglo XIX […] la propiedad en la sierra se ha dividido
algo”?” En el caso de Azángaro no podemos sustentar su afirmación
de este modo general. Aunque la parcelación comenzó a afectar a las
estancias campesinas y las propiedades de otros pequeños propietarios,
las haciendas sobrevivieron a la crisis de la herencia sorprendentemente
intactas. Las familias hacendadas, plenamente conscientes de los peli—
gros que toda división de la propiedad familiar conlleva, siguieron
ela—

boradas estrategias para contrarrestar las tendencias centrífugas de la


herencia. Pero más que cualquiera de estas estrategias, lo que impidió la

composición con el rey por sus ancestros, los caciques Choquehuanca, y se desinte—
gró debido a las desventuras que la familia sufriera después de la rebelión de Túpac
Amaru. La declaración dada por Velasco, publicada en un periódico de Arequipa el 3
de enero de 1925, está reimpresa en Luna, Choquehuanca el amauta, 100—102, n. 2.
131. Romero, Historia económica del Perú, 284; Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalis—
mo”,132-137.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 385


atomización de las propiedades familiares antes de 1920 fue el ambiente
expansionista en el comercio y en la crianza de ganado.
La propiedad se transmitía de una generación a la siguiente de tres
formas: (1) los propietarios traspasaban la propiedad antes de su dece—
so; (2) los testamentos especificaban cómo era que los albaceas debían
repartir los bienes tras la muerte del testador; (3) los bienes de una per_
sona que moría intestada eran repartidos estrictamente en conformi—
dad con las normas legales que regían la herencia. La primera forma de
transferencia de la propiedad era conocida como anticipo de legítima.
Usada cuando el dueño no podía hacerse cargo debidamente de su ha—
cienda, fundamentalmente debido a problemas de vejez, estas transfe—
rencias usualmente tomaban la forma de una donación. Pero a veces los
padres también vendían tierras a sus hijos. Esta forma de tran5ferencia
generacional brindaba el mayor grado de decisión al dueño, quien podía
favorecer a un heredero preferido sin entrar en conflicto con las leyes de
herencia peruanas. Es más, distribuir la hacienda en vida del testador
permitía el ejercicio continuo de la autoridad paterna para así acabar
con la discordia entre sus herederos, quienes a menudo debían prometer
“conservar las buenas relaciones familiares”.132
La transferencia generacional de la propiedad a través de testamen—
tos imponía mayores limitaciones al testador. La ley peruana de sucesio-
nes, inserta en el Código Civil de 1852, se basaba en los dos principios
hispanos de la igualdad de herencia y la bilateralidad. Por ley y en la
práctica, los descendientes directos del testador, sus hijos y los descen-
dientes de estos, tenían precedencia como herederos. Las propiedades
que marido y mujer llevaban al matrimonio (los bienes raíces) siempre
permanecían como propiedad separada de cada cónyuge. Un testador
casado solo podía disponer de los bienes que él o ella hubiese llevado al
matrimonio y el 50% de la propiedad que la pareja hubiese acumulado
en su transcurso (los gananciales), mientras que el otro 50% le pertene-
cía automáticamente al cónyuge.

132. Véase el anticipo de legítima de una mitad del patrimonio de José María Lizares Qui—
ñones, concertado entre su esposa, Dominga Alarcón, y sus hijos; REPA, año 1906,
Jiménez, f. 1427, n.º 473 (14 de oct. de 1906). El testamento de Dominga Alarcón se
encuentra en REPA, año 1905, Jiménez, f. 517, n." 206 (4 de oct. de 1905).

386 [ NILS JACOBSEN


Dada la rápida expansión de muchas propiedades familiares, el peso
de los gananciales con respecto a los bienes raíces podía ser grande, y la
parte de la propiedad que le correspondía al cónyuge sobreviviente podía
aproximarse al 50%. Más aún, frecuentemente era la mujer quien aporta-
ba el grueso de los bienes raíces al casarse. Aunque la ley peruana trataba
a las esposas como menores de edad que necesitaban del consentimiento
de su esposo para efectuar transacciones legales, tras su muerte las viudas
a menudo se encontraban convertidas en propietarias con total control
sobre la mayor parte del patrimonio de la familia.133 De este modo, una
viuda podía llegar a tener las acciones mayoritarias en los grandes com—
plejos de haciendas, en particular cuando era considerablemente menor
que su esposo (como en el caso de un segundo matrimonio), cuando la
pareja no tenía hijos, o cuando el marido había muerto joven y los hijos
aún eran menores de edad. En muchos casos, las viudas eran declaradas
albaceas del patrimonio de su difunto cónyuge y tutoras de sus hijos,
controlando sus propiedades hasta que alcanzaran la mayoría de edad. A
mediados de la década de 1870, Juana Manuela Choquehuanca, por ejem—
plo, controló la hacienda paterna de Picotaní, en la cordillera arriba de
Muñaní, durante unos veinte años tras la muerte de su esposo, Mariano
Paredes.… Carmen Piérola, nacida en Bolivia, se las arregló para casarse
sucesivamente con tres hijos de Juan Paredes entre finales de la década de
1870 y 1904, sobrevivirlos a todos y en el transcurso de ello administrar
—y expandir— una gran parte de las haciendas del clan familiar.135
La minoría de edad legal de las esposas y las normas sociales de
Azángaro, que les asignaban un papel doméstico & las mujeres en las
familias terratenientes, les impedían que administraran las haciendas
durante su vida conyugal. Tras la muerte del esposo, la viuda tenía que
afrontar tareas a las que no estaba acostumbrada, y que se veían dificulta-
das por una sociedad en la cual el ejercicio de la autoridad estaba ligado a
las amenazas o a la aplicación de la fuerza. Nada sorprendente, las viudas

133. Lavrín y Couturícr, “Dowries and Wills”, 287.


134. (27 de oct. de 1905);
RPIP, t. 3, f. 278, p, LXXXIII, A. 1 REPP, año 1855, Cáceres (23 de
julio de 1855).
135. Véanse los testamentos de Carmen Piérola, REPA, año 1894, Meza, f. 275, n.º 32 (4 de
abril de 1894), y Pedro José Paredes, REPA, año 1902, Jiménez, f. 882, nº 342 (14 de
nov. de 1902); Iacobsen, “Land Tenure”, ap. 5.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 387


frecuentemente encargaban la administración del patrimonio familiar a
un amigo o pariente, dejaban más decisiones al administrador de la finca
o incluso lo arrendaban. Todas estas opciones corrían el riesgo del dete_
rioro de la hacienda, por negligencia o sobreexplotación intencional.136
Las haciendas familiares entraron en más de una ocasión en fase
crítica, cuando pasaban al control de una viuda o de una hija joven y
soltera del difunto jefe de familia. En contraste con las mujeres de fa…
milias campesinas y de pequeños tenderos, que a menudo estaban ac05—
tumbradas a tomar decisiones sobre asuntos económicos, las mujeres
de la élite terrateniente habían sido socializadas de modo tal como para
económicos.137 En varios casos, las
que no se preocuparan de los asuntos
viudas o las jóvenes herederas solteras no lograron conservar las hacien-
das familiares.138 La sociedad de la época las consideraba incapaces de
administrar las haciendas ganaderas. En opinión de un cura de Saman,
la “incapacidad en la que [las mujeres cabeza de familia] se hallaban
para mejorar su suerte” condenaba a sus familias
al empobrecimiento.139
Pero ciertamente hubo mujeres en Azángaro que tuvieron un gran éxito
como terratenientes o comerciantes.140 Adoraida Gallegos, quien jamás

136. Para el deterioro de la gran hacienda Tarucani durante sus arriendos en las décadas
de 1880 y 1890, véase REPA, año 1908, Jiménez, f. 893, n.º 350 (4 de junio de 1908,
prot.).
137. Wilson, “Propiedad e ideología”, 52; con respecto a las mujeres campesinas y tende-
ras, véase Escobar, “El mestizaje”, 159.
138. No puedo decir con certidumbre estadística si las ventas de propiedad por parte de
las herederas femeninas se daban con más frecuencia que las de los herederos mascu-
linos. Durante el tardío siglo XV11y e1XV111,10s bienes raíces de la aristocracia inglesa
heredados a través de la línea femenina, tendían a ser vendidos con mayor frecuencia
Pero la herencia inglesa
que aquellos que eran traspasados a los herederos varones.
no era bilateral, y las hipotecas sobre las propiedades heredadas por las hijas eran
más elevadas.Véase Clay, “Marriage”, 503-518. Dos de los muchos ejemplos de Azan-
garo son la venta de Picotaní, efectuada por Juana Manuela Choquehuanca en 1893,
y las de las haciendas [estates] Aragón en San Antón,
efectuadas por Manuela Laste—
ros alrededor de 1910.
139. REPP, año 1870, Cáceres (7 de nov. de 1870). Para un retrato convincente de las bases
de la autoridad gamonal, véase Burga y Flores-Galindo, Apogeo, 104-113.
140. Según Bourricaud, a mediados del siglo XX las mujeres tendían a dominar los asun-
tos económicos en las familias altiplánicas de hacendados y tenderos; Cambios en
Puno, 185.

388 [ NILS JACOBSEN


contrajo matrimonio, formó uno de los más grandes complejos de ha-
ciendas de la provincia entre la década de 1880 y 1920. Quizás sea algo
más que una coincidencia el que ella se haya convertido en una figura
legendaria en Azángaro, cabalgando por los linderos de su hacienda con
pistola al cinto, no dudando en dar de latigazos a cualquier vecino que
intentara apropiarse de sus tierras; en suma, ella era una mujer que ac-
tuaba “como un hombre”?“ La leyenda misma parece confirmar cuán
excepcionales eran las mujeres independientes como estas entre las fa—
milias de hacendados de la provincia.
Aunque el derecho hispano y peruano prescribía la igualdad de la
herencia entre todos los hijos legítimos, el testador tenía la posibilidad
de incrementar la parte de cualquiera de sus hijos con una mejora, usual-
mente un quinto o un tercio de toda su propiedad. Asunción Lavrin y
Edith Couturier sugirieron que en México colonial, las mejoras servían
“para reforzar la posición social de la familia y evitar el deterioro de su
estatus económico", o en otras palabras favorecer al heredero que pro-
metiera mantener unido al patrimonio familiar con más eficiencia.142 En
Azángaro, el propósito declarado de las mejoras era premiar al hijo que
había ayudado al testador durante su ancianidad con particular dedica—
ción, o asegurar la situación material del heredero que enfrentaba la ma—
contraído un
yor incertidumbre económica, quizás una hija que había
matrimonio desventajoso o que probablemente permanecería soltera.143
Pero las mejoras aparecieron rara vez en los testamentos de los terrate-
nientes azangarinos.
Las consideraciones de estrategia familiar tal vez tuvieron un papel
más grande en la disposición del testador en lo que toca a la calidad y
el tipo de propiedad, antes que su cantidad. El heredero que el testador
esperaba fuera más capaz de preservar y mejorar las propiedades y la
posición social de la familia, tendía a recibir el núcleo de las posesiones,
esto es la hacienda mejor establecida, más grande y lucrativa. En 1905,

141. Paredes, “Apuntes”, 64.

142. Lavrin y Couturier, “Dowries and Wills", 286.


143. Véase por ejemplo la mejora otorgada por Luis Choquehuanca a su hijo José, en
recompensa por los valiosos servicios prestados durante su vejez; REPP, año 1897,
González, n.º 11 (7 de feb. de 1897).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 389


en el acuerdo alcanzado por José María Lizares y Dominga Alarcón ——la
esposa de quien estaba separado —— y que sería su última voluntad, el
especificaba que, cualquiera que fuese el destino de las demás fincas de
la familia, su hijo José Angelino debería recibir —por sus “leales servi—
cios”— las haciendas Muñani—Chico y Nequeneque, las más grandes y
mejor establecidas de las propiedades de la familia. A pesar de la dis—
tribución equitativa del patrimonio familiar entre todos los herederos
—en términos cuantitativos o de su valor monetario—, el hijo en el que
más se confiaba recibiría las mejores haciendas de la familia.…
Siguiendo la tradición legal española, la mayoría de los testadores
intentaban realizar una distribución equitativa de sus propiedades entre
sus hijos legítimos, sin importar el sexo o el orden de nacimiento. El
objetivo de proveer a cada heredero iguales posesiones materiales, tenía
prioridad sobre el de asegurar el mantenimiento de la posición social y
económica de la familia, mediante la acumulación de propiedades en
manos de un único heredero. Aunque contradictorios en apariencia, es—
tos objetivos eran en realidad complementarios entre sí. Los testadores
sabían muy bien que el mayor peligro para la conservación de la posición
económica y social de la familia eran las interminables pugnas legales.
La necesidad de vender tierras para cubrir los costos de un litigio daña—
bala fortuna no solo de las familias campesinas, sino también la de los
hacendados, como en el caso de la familia Choquehuanca (que se verá
más adelante). Evitar costosos litigios constituía una precondición para
preservar la posición social y económica de la familia; la distribución
equitativa del patrimonio familiar entre todos los herederos era lo que
mejor aseguraba este objetivo.145

144. REPA, año 1905, Jiménez, f. 204, n.º 78 (3 de abril de 1905).


145. La herencia de los hijos ilegítimos reconocidos por su padre dependía fundamental—
mente de la constelación familiar (el número de hijos legítimos, la distancia social
entre la madre y el padre) y del capricho del padre. La ley prescribía que los hijos
ilegítimos debían recibir una quinta parte del patrimonio de su padre. Pero en la
práctica, un hijo ilegítimo podía recibir todo (como en el caso de Natalia, la hija ile—
gítima y única de Santiago Riquelme), o apenas un legado monetario mínimo. REPA,
año 1892, Meza, f. 337, n.º 177 (22 de nov. de 1892); REPA, año 1895, Meza, f. 148, n.º
62 (19 de ago. de 1895). Cfr. Wilson, “Propiedad e ideología”, 43.

390 | NILS JACOBSEN


Si alguien fallecía intestado, el patrimonio debía dividirse entre
los herederos de ley en conformidad con las normas legales. El cónyuge
sobreviviente recibiría sus gananciales, la quinta parte del patrimonio
iría a los hijos ilegítimos reconocidos y el resto se dividíría en partes
iguales entre los hijos legítimos. No podía otorgarse ninguna mejo-
ra 0 legado, y normalmente ninguno de los herederos de ley podía ser
desheredado. La división del patrimonio podía llevarse a cabo ya fuera
mediante un acuerdo extrajudicial alcanzado dentro de la familia, ya
con un procedimiento legal que incluía su inventario, tasación y subsi—
guiente división judicial. Si el procedimiento prometía ser prolongado,
el patrimonio era puesto en depósito judicial. El administrador nom-
brado por el tribunal se encargaba de asegurar la integridad y continua
generación de ingresos de las propiedades, a las cuales frecuentemente
optaba por dar en arriendo.146
En apariencia, estos aspectos formales de la herencia sugieren que la
transferencia generacional de las haciendas llevaba a la dispersión de los
complejos de propiedades familiares, pero en qué medida tal dispersión
en efecto tenía lugar, era algo que dependía de dos factores, el número
de herederos y la forma en que estos decidían manejar el patrimonio. El
número de hijos variaba ampliamente en las familias de hacendados,
desde ninguno hasta 18, los hijos ilegítimos inclusive. En 29 testamen—
tos de grandes hacendados hispanizados azangarinos dados entre 1854 y
1909, el número medio de hijos por testador, de todos los matrimonios y
relaciones extramaritales, fue de 4,89. Pero en promedio, solo 2,17 hijos
aún estaban vivos al momento del último testamento del padre o de la
madre. Las cifras fueron más altas para los ocho testadores entre 1854
al
y 1878 (un promedio de 8,125 hijos, con 3,75 de ellos sobrevivientes
momento del testamento de los padres) que para los casos entre
21 1892

146. Véase el depósito judicial de los bienes de Cipriano Figueroa a finales de la década
de 1860. El albacea arrendó de inmediato las cuatro fmcas de Figueroa en Putina
(Canco, Huancarani, Mihani y Antacollo); REPA, año 1869, Patiño, f. 130, n.º 65 (14
de ago. de 1869), y f. 138, n.º 65 (15 de ago. de 1869); REPA, año 1872, Patiño, f. 9, n.º
31 (2 de sept. de 1872). Para 1910, las fincas Huancaraní, Mihani y Antacollo habían
pasado a ser propiedad de la Beneficencia Pública de Puno, aparentemente debido al
proceso inconcluso de sucesión intestada; véase la Memoria del Director dela Socie—
dad de Beneficencia Pública [1910].

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 391


y 1909 (un promedio de 3,6 hijos, con 1,57 sobrevivientes al momento
de dictarse el testamento).147 El número de hijos que sobrevivían a sus
padres fue en promedio más bien bajo. A decir verdad, en unas cuantas
familias de hacendados fueron cuatro, cinco o hasta ocho los hijos que
debieron compartir el patrimonio de los padres. El gran patrimonio de
Juan Paredes apenas si alcanzó para legarle una finca a cada uno de los
seis hijos legítimos sobrevivientes, dejando la finca Lacconi para los dos
hijos ilegítimos y separando la pequeña ñnca San Juan de Dios para una
institución de beneficencia.148 Pero en muchos casos el patrimonio fa-
miliar debía repartirse entre apenas dos herederos, o trasferirse íntegra—
mente a un solo hijo o hija sobreviviente.
Los herederos a menudo buscaron operar las propiedades conjunta—
mente, siguiendo así el pedido de muchos padres de que no se dividieran
las fincas familiares.149 En septiembre de 1893, por ejemplo, los cuatro
hijos sobrevivientes de Mariano Solórzano y Augustina Terroba, comer-
ciantes de Putina que habían desplazado su negocio a la capital depar-
tamental, establecieron formalmente una compañía para administrar el
patrimonio indiviso dejada por sus padres. El capital de la compañía
consistía de los bienes raíces de la familia, entre ellos las haciendas Coll—
pani y Loquicolla Chico en Putina y dos grandes casas en la ciudad de
Puno, así como capital ganadero, el mobiliario de las casas y créditos
de sus negocios. El objetivo de la compañía era “administrar, mejorar e
incrementar la propiedad que constituye su capital”, y “dedicarse a los
negocios acostumbrados dela familia, como el comercio de lana, cultivo
de papas, cebada y quinua, beneficio de ganado, comercio de alcohol,

147. Diana Balmori y Robert Oppenheimer consideran que tales tasas de natalidad de—
crecientes entre la segunda generación de las oligarquías chilena y argentina en vías
de consolidación, son un indicador de un distanciamiento social con respecto a las
personas externas a ella; “Family Clusters”. Las tasas de reemplazo de 29 testadores
hacendados de Azángaro entre 1854 y 1909 fueron de 1,9 para el número total de
hijos (2,24 durante el periodo de 1854 a 1878,y de 1,67 de 1892 a 1909),y0,85 para el
número de hijos que sobrevivian al momento de darse el testamento (1,03 de 1854 a
1878, y de 0,73 de 1892 a 1909). Pero esto incluye a testadores solteros. En la propor-
ción padres/hijos incluí a todos los cónyuges de los testadores que estuvieron casados
más de una vez, así como a las parejas de las relaciones extramaritales productivas.
148. Testamento de Juan Paredes, 8 de dic. de 1874, en MPA.

149. Cfr. Balmori y Oppenheimer, “Family Clusters”, 245-246.

392 [ NILS JACOBSEN


y otras transacciones hasta por un valor de 1,000 soles mensuales”.”º
La administración de la compañía debía rotar trimestralmente entre los
cuatro hermanos y socios. El socio administrador recibiría el 55% de
las utilidades o pérdidas de los nuevos contratos de negocios celebrados
bajo su gestión. Se distribuirían 50 soles mensuales a cada socio de las
ganancias de la compañía para su subsistencia, y el resto de las ganancias
sería reinvertido. Los bienes inmuebles de la compañía no podían ser
vendidos, y las ganancias procedentes de la venta de otras propiedades de
la compañía debían ser reinvertidas en la compra de más bienes raíces.
La compañía no duró mucho tiempo. Ella fue disuelta diez meses
después de su fundación y la propiedad dividida entre cinco herederos,
entre ellos la viuda del hermano difunto, Mariano Casto Solórzano.
Cada heredero recibió una porción por valor de 13 mil soles m. n. Para
realizar una división equitativa, se formaron tres fincas a partir de las
dos haciendas preexistentes. A Adrián le tocó la porción que incluía la
mayor parte de la hacienda Collpani, y la que contenía la mayor parte de
las tierras de la hacienda Loquicolla Chico le fue entregada a Julio. La
finca Pampa Grande, recién creada sobre todo en las tierras de Loquico-
lla Chico, le tocó a Emilia Toro, la viuda de Mariano Casto Solórzano,
en representación delos derechos de su hija Natividad. Los otros dos he-
rederos, María Manuela y Natalia, recibieron las casas en Puno y varias
pequeñas chacras ubicadas en las afueras de esta ciudad.151
En los siguientes años solamente dos de los cinco hermanos y her-
manas continuaron con el mismo tipo de actividad económica que sus
padres habían tenido, la ganadería y el comercio… Los otros tres herede—
ros, o sus descendientes, desplazaron la fuente de sus ingresos a la ciudad
de Puno. Adriano Solórzano, que había recibido la mayor parte de la ha—
cienda Collpani, estudió derecho en Lima y Arequipa, y en julio de 1900
fue acreditado como abogado en Puno.152 El sacó préstamos respaldán-
dolos con Collpani, arrendó la hacienda a otros miembros de la familia
y en diciembre de 1905 aceptó venderla a su hermano Julio por 10.500

150. REPP, año 1893—1894, Toranzos, n.º 156 (3 de sept. de 1893).


151. REPP, año 1893—1894, Toranzos, n.º 337 (11 de julio de 1894).
152. Salas Perea, Monografía, 75.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 393


soles m. n., sin ganado.153 Se retiró así efectivamente de la ganadería y el
comercio, y se dedicó a trabajar como abogado, profesor y periodista en
Puno, convirtiéndose en una figura pública prominente y de conñanza
en la capital del departamento.154
La ñnca Pampa Grande, propiedad de Natividad, la hija menor de
edad del difunto Mariano Casto Solórzano, fue administrada entre 1896
o 1897 y 1904 por Alberto Gadea, el segundo esposo de su madre Emilia
Toro y director del Colegio Nacional San Carlos, de la ciudad de Puno,
durante la década que siguió a la victoria de Nicolás de Piérola en la
guerra civil de 1895.155 Tras la muerte de Emilia Toro, acaecida en algún
momento antes de abril de 1904, Pampa Grande fue arrendada conjun-
tamente a Natalia Solórzano de Zaa y a su hermano Julio, quien todavía
arrendaba la finca en la década de 1920. Natividad y su familia materna
se convirtieron en rentistas urbanos.156
María Manuela Solórzano se había casado con el notario San Mar-
tín de Puno, antes incluso del establecimiento de la compañía en 1893.
En la subsiguiente división del patrimonio paterno, recibió una de las
casas grandes en la ciudad de Puno. En los registros notariales no vuelve
a aparecer como propietaria de tierras en Azángaro, y podemos asumir
que ella y su familia vivían de los ingresos procedentes del negocio de su
esposo y de cualquier propiedad que el tal vez poseyó.
Natalia Solórzano había recibido la otra propiedad urbana en la
partición de 1894, pero ella y Arturo Zaa, su marido, continuaron sien—
do activos comerciantes en la provincia de Azángaro. Para 1900 la pa—
reja estaba nuevamente adquiriendo tierras por alquiler o anticresis en
la misma zona donde se hallaban las haciendas de la familia. En 1913,
Zaa y su esposa adquirieron de la diócesis de Puno la hacienda Loqui—
colla Grande, vecina a la hacienda Loquicolla Chico, de propiedad de la

153. año 1900, González, n.º 218 (12 de nov. de 1900); REPP, año 1904, González,
REPP,
n.º 56 (11 de marzo de1904);REPP, año 1905, González, f. 364, n.º 137 (30 de
f. 148,

mayo de 1905); REPP, año 1905, González, f. 894, n.º 324 (12 de dic. de 1905).
154. Salas Perea, Monografia, 75.
155. Con respecto a la importancia que Gadea tuvo para las instituciones educativas de
Puno, véase Romero, Monografía, 375.
156. REPP, año 1904, González, f. 254, n.º 91 (20 de abril de 1904); REPP, año 1917, Gon—
zález, f. 191, n.º 94 (2 de julio de 1917).

394 | NILS JACOBSEN


familia Solórzano, a cambio de propiedades urbanas.157 Natalia Solór—
zano y su marido estaban así restableciendo su posición como grandes
terratementes y comerciantes.
Julio Solórzano, el quinto heredero, quien había recibido la mayor
parte de la hacienda Loquicolla Chico en la división de las propiedades,
logró pronto expandir sus tierras en Putina mediante arriendos y com-
pras a miembros de la familia, así como a otros hacendados.158 Tras la
disolución de la compañía familiar, se estableció en el comercio de venta
de lana a casas exportadoras arequipeñas, como Stafford y Ricketts, pro—
bablemente haciéndose cargo de las viejas conexiones familiares.159 Para
1902 era dueño de la más importante tienda de textiles en Putina,'ºº y en
una década su posición podía compararse favorablemente con la de sus
padres, a pesar de la división del patrimonio.
Así, de los cinco herederos del patrimonio de Mariano Solórzano
y Augustina Terroba, solamente dos continuaban poseyendo
haciendas
ganaderas y comerciando en una amplia gama de bienes. Unos diez años
después de la división de 1894, las propiedades rurales volvieron a con—
centrarse en manos un de heredero mediante la compra que Julio hiciera
de Collpani y su arriendo a largo plazo de Pampa Grande. Dos herede-
ros, Iulio y Natalia, lograron expandir las propiedades familiares sobre
haciendas y estancias vecinas. Los herederos que renunciaron al control

157. Véase el contrato de anticresis de parte de la hacienda Collpani del 12 de nov. de


1900, listado en la nota 153; arrendamiento dela finca Loquicolla Grande, REPP, año
1902, González, f. 658, n.º 233 (11 de oct. de 1902) y renovación de dicho contrato,
REPP, año 1910, Garnica, f. 714, n.º 331 (13 de mayo de 1910); adquisición de Loqui-
colla Grande, REPP, año 1913, González, f. 363, ¡Lº 118 (6 de junio de 1913).
158. REPP, año 1904, González, f. 148, n.º 56 (11 de marzo de 1904) y f. 254, n.º 91 (20 de
abril de 1904); REPP, año 1905, González, f. 894, n.º 324 (12 de dic. de 1905); REPP,
año 1917, González, f. 191, n.“ 94 (2 de julio de 1917); REPA, año 1903, Jiménez, f.
399, n.º 180 (lo de oct. de 1903); Julio Solórzano alquiló la finca Mihani en Putina,
una de las que había administrado su padre Mariano como albacea de los bienes de
Cipriano Figueroa, al menos entre 1909 y 1930; véase REPP, año 1909, González, f.
179, n.º 79 (14 de mayo de 1909), y Memoria leída por el director de la Beneficencia
Pública [1930].
159. Solórzano a Guillermo Ricketts en Arequipa, Putina, 31 de dic. de 1898, Lb. sin nu—
mero, AFA-R.
160. “Matrícula de contribución industrial para el año de 1902, provincia de Azángaro”,
BMP.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 395


sobre su parte de las tierras familiares las vendieron preferentemente a
miembros de la familia, tal como quedaba estipulado en muchas parti-
ciones de haciendas.161 En el caso de la familia Solórzano, los tres here—
deros que perdieron el control de las haciendas familiares por decisión o
debido a las circunstancias, no sufrieron ningún descenso social. Ellos
se las arreglaron para transferir su estatus social a una base urbana me-
diante el matrimonio o su ocupación.
La mayoría de los complejos de múltiples haciendas de Azángaro
experimentó particiones similares tras la muerte del patriarca. Antes de
1920, estas particiones rara vez llevaron a una fragmentación de largo
plazo de los patrimonios familiares. Este fue un periodo en el cual las
viejas haciendas se expandieron rápidamente y se formaron otras nue—
vas. El estatus social de los padres y las redes de clientelismo usualmente
podían ser transferidos a la siguiente generación. Esta situación ayudaba
a los herederos a expandir su parte del patrimonio familiar mediante la
compra o el arriendo de propiedades adyacentes, tal como Julio Solórza—
no lo hiciera. En lo que resultó ser un patrón recurrente, algunos herede—
ros se retiraron por completo de la actividad terrateniente, mientras que
uno o dos de ellos participaban agresivamente en la ola de expansiones y
formación de nuevas haciendas. Los hijos o nietos de los fundadores que
habían establecido o consolidado el patrimonio familiar entre la década
de 1840 y comienzos de la de 1870, a veces compraron tanta o más tierra
que sus padres o abuelos. Además de la familia Lizares, podemos citar a
los descendientes de José Paredes, cuya nieta Sabina, junto con su esposo
Carlos A. Sarmiento, formaron parte del grupo de los cinco más grandes
compradores de tierra entre la década de 1850 y 1920.162
Los herederos intentaban asegurar la integridad territorial de una
sola finca paterna empleando alguna de las siguientes tres técnicas: (1)
administrarla conjuntamente (pro indivisa); (2) rotar el arriendo de
la hacienda a cada uno de los herederos, mientras que los otros reci—
bían la renta correspondiente a su parte de la hacienda; o (3) arrendar
toda la propiedad a una tercera persona y dividir la renta entre todos

161. Véase, por ejemplo, el acuerdo familiar con respecto a las haciendas Carasupo Gran—
de y Iayuni, distrito de Muñani, entre Trinidad y Juan Indalecio Urviola Riveras,
REPA, año 1910, Jiménez, f. 605, n.º 264 (30 de abril de 1910).

162. ]acobsen, “Land Tenure”, 861-870, ap. 5.

396 | NILS JACOBSEN


los herederos. La administración conjunta de una hacienda tendía a ser
la opción adoptada particularmente por los herederos de familias más
bien pobres, que siempre habían vivido en la finca misma o en la capital
de distrito y que no tenían ninguna otra fuente de ingreso. Pero estos
arreglos eran frágiles, y no resolvían el problema principal de tener un
número cada vez más grande de miembros de la familia que dependía
del ingreso de una sola propiedad. Estos arreglos no duraron más de diez
años en la mayoría de los casos en los cuales se les aplicó a haciendas
grandes o de mediano tamaño. A los herederos que abrían un negocio,
construían una nueva casa en el pueblo, 0 tenían alguna otra necesidad
urgente de dinero en efectivo, les interesaba vender sus partes. Una y
otra vez, un heredero logró reunir todas las partes de la hacienda, po-
niendo así fin al peligro de que la propiedad se disgregara.163
Un ejemplo fascinante es el caso de la hacienda Checayani, en Mu-
ñani, donde la propiedad fue reuniñcada solo en la tercera generación. La
hacienda le había pertenecido a la familia Choquehuanca a finales del siglo
XVIII. Para 1892, ella había quedado dividida entre siete nietos de María-
no Riquelme, el último propietario de toda la hacienda, quien la adquirió
en algún momento antes de 1844. En 1906, Natalia Riquelme y su marido,
José Albino Ruiz, eran nuevamente los únicos dueños de Checayani, algo
de lo cual el abuelo de ella había disfrutado por última vez hacía más de
cincuenta años, y luego de quince años de conflictos intrafamiliares, de
la disputa de dos parientes políticos por el control de la hacienda, de la
decisión momentánea de la familia de renunciar por completo al control
de la propiedad, y de más de 25 contratos notariales entre los miembros de
la familia.164 Cuando Natalia Riquelme dictó su quinto testamento poco
antes de su muerte, acaecida mientras daba a luz en 1908, ella reflexionó
sobre la tortuosa historia de la propiedad de Checayani y aconsejó a sus
herederos que no renunciaran alo que se había logrado:

Declaro […] para que mis hijos puedan saber que toda la documentación del
[título] de la Finca Checayaní, hasta su inscripción deñnitíva y la posesión

163. Con respecto a la sierra central peruana, cfr. Wilson, “Propiedad e ideología“, 42.
164. Para una historia de la propiedad de Checayani, véase RP1P, t. 1, f. 145, y t. 3, f. 142, p.
xc, A. 4 (10 de ago. de 1904) y asientos subsiguientes.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA] 397


judicial, fue una empresa sumamente difícil que costó muchos miles de so—
les e innumerables privaciones. Todo esto se debe a mi esposo, don 105é
Albino Ruiz, a quien mis hijos debieran estar eternamente agradecidos. Les
recomiendo así, a ellos y a sus herederos, que jamás vendan Checayani a una
persona de afuera [de la familia] […] a fin de conservar la integridad de la
finca, para que así esta hacienda que fue adquirida por mi abuelo Mariano
Riquelme y su esposa Juliana Aragón no vaya a desaparecer.165

En la década de 1980, el núcleo de Checayani, que no fue afectado


por la reforma agraria durante la primera parte de la década de 1970,
aún seguía en posesión y bajo la administración de Martín Humfredo
Macedo Ruiz, el nieto de Natalia y propietario de quinta generación de la
misma familia. En realidad, ninguna de las grandes haciendas de Alain—
garo, y relativamente pocas de las de mediano tamaño, fueron divididas
por motivos de herencia antes de 1920.166
La excepción sobresaliente a dicha estabilidad de los complejos ha—
cendados familiares concernió a la familia Choquehuanca. Los conflic—
tos legales ocuparon a los numerosos descendientes del cacique Diego
Choquehuanca durante todo un siglo, luego de su muerte en 1796. De
las once haciendas que la familia poseía en la provincia de Azángaro al
momento de la rebelión de Túpac Amaru, solo cinco permanecían como
propiedad de la familia en la década de 1840: las haciendas Catacora,
Ccalla y Puscallani en el distrito de Azángaro, y las haciendas Picotani y
Nequeneque en Muñani. Para 1910, la familia había perdido definitiva—
mente a tres de ellas (Catacora, Puscallani y Picotani) y solo controlaba
partes de las otras dos.167 Cada una de las cuatro líneas de descendientes

165. REPA, año 1908, Jiménez, f. 778, n.º 331 (20 de abril de 1908).

166. Entrevista, Martín Humfredo Macedo Ruiz, Azúngaro, julio de 1976. Para casos si—
milares de títulos de propiedad reuniñcados, véanse las historias de la propiedad de
la hacienda Calacala, RPIP, t. 1, p. CXXI, ff. 191-192, y t. 7, ff. 428-429; y hacienda
Huasacona, Min. de Agricultura, Zona Agraria 12, Puno, Subdirección de Reforma
Agraria, Expediente de afectación, Huasacona, 1969.
167. Para la venta de Catacora, véase REPA, año 1906, Jiménez, f. 1296, n.º 422 (10 de
ago. de 1906); para Puscallani, véase REPP, año 1897, González, n.º 157 (20 de sept.
de 1897); para Picotani, RPIP, t. 3, f. 278, p. LXXXIII A. (27 de oct. de 1905). En su
1

testamento de 1894, Luis Choquehuanca sostuvo poseer tres fincas. El en realidad


no estaba en posesión de ninguna de ellas y conservaba sus pretensiones a través de

398 | NILS JACOBSEN


de los Choquehuanca, que tenían algún derecho sobre la propiedad fa-
miliar, se enfrascó en batallas legales por estas cinco haciendas, enfren-
tándose a todos los demás miembros de la familia. Varios de los casos
fueron decididos por la Corte Suprema de Lima y 5010 luego de décadas
de litigios. Cada generación provocó nuevos desacuerdos entre los he—
rederos.168 Debemos considerar a los costosos e interminables juicios,
como la causa principal de la pérdida final de la mayoría de las haciendas
de los Choquehuanca y el consecuente empobrecimiento de casi todos
los miembros de la familia. Las sucesivas generaciones de los Choque-
huanca concertaron gruesos préstamos para cubrir los costos judiciales,
prometieron a sus abogados parte de las haciendas en pago por sus ho-
norarios, y procedieron a vender partes de una hacienda o toda ella, y
todo para sufragar los honorarios y derechos de abogados y tribunales.169

una serie interminable de pleitos, la mayoría de ellos contra sus propios parientes;
REPA, año 1894, Meza, f. 405, n.º 196 (21 de nov. de 1894). Para una importante
do-
cumentación nueva sobre los Choquehuanca, véase Ramos Zambrano, José Domingo
Choquehuanca.
168. Torres Luna, Puno histórico, 190; Luna, Choquehuanca el amanta, 27; REPA, año 1861,
11 (7 de
Manrique, f. 150, n.º 71 (8 de nov. de 1861); REPP, año 1897, González, n.º
feb. de 1897); REPP, año 1862, Cáceres (7 de marzo de 1862); REPA, año 1896, Meza,
f. 316, n.º 136 (10 de marzo de 1896). Resulta particularmente interesante el juicio
interminable de Hilario Velasco y su hijo Manuel Isidro contra todos los demás des-
cendientes de Diego Choquehuanca; ambos sostenían tener derecho sobre todas las
haciendas de la familia, incluso aquellas que ya no eran propiedad de los Choque-
de
huanca, como la hacienda Checayani. Véase REPP, año 1871, Cáceres (29 de mayo
1871); versión de Manuel Isidro Velasco en Luna, Choquehuanca el amanta, 100-102,
de enero de
n. 2; RP1P, p. CV, A. de 25 de oct. de 1909, en t. 4, ff. 374-376; A. 2 del 31
1

1 de julio
1940, en t. 4, f. 376; A. 3 del 29 de abril de 1943, en t. 4, ff. 376-378; A. 4 del
de 1943, en t. 4, f. 379; A. 5 del 25 de junio de 1948, en t. 21, ff. 307-308; A. 6 del 17 de
de A. 8 del 16 de dic. de 1949, en t. 21, ff. 308-31 1; A. 9 del
nov. 1949, en t. 21, f. 307;
15 de oct. de 1956, en t. 21, ff. 31 1-312; A. 10 del 21 de enero de 1957, en t. 21, f. 312,
de junio de 1904).
y t. 29, f. 476; REPA, año 1904, Jiménez, f. 758, n.º 302 (9
169. En un codiciio a su testamento del 21 de octubre de 1897, Luis Choquehuanca decla—
ró que el abogado Melchor Patino habría de recibir un tercio de la hacienda Ccalla
como pago por sus servicios legales, prestados en el juicio en curso en torno a la ha-
cienda; véase REPP, año 1897, González, n.º 183 (21 de oct. de 1897). En 1892, ]uana
Manuela Choquehuanca, hija del coronel Manuel Choquehuanca, vendió la pequeña
finca Chosequere, en el distrito de Azángaro, para financiar un pleito contra su yerno
Rafael Aguirre; véase REPA, año 1892, Meza, f. 342, n.º 180 (3 de dic. de 1892). A fin
de financiar el juicio entorno a la hacienda Puscallani, en algún momento entre 1865

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 399


Para la primera década del siglo XX, la familia había perdido su preemi—
nencia entre los terratenientes de Azángaro.170 Los Choquehuanca, que
en 1780 eran los mayores hacendados de la provincia, habían pasado a
ser marginales unos 120 años más tarde.
Los litigios intrafamiliares por la tierra eran comunes entre las fa—
milias de hacendados de Azángaro, pero los Choquehuanca tienen el ré—
cord de duración, frecuencia y ubicuidad de tales luchas, habiendo casi
cada rama de la familia enjuiciado a las demás en algún momento u otro.
Hasta cierto punto, podemos ver la falta de cohesión familiar, que pro-
dujo efectos tan devastadores, como una consecuencia de la pérdida del
cargo de cacique. Las haciendas de los Choquehuanca permanecieron
intactas mientras algún miembro de la familia poseyó el cacicazgo de
la parcialidad Anansaya de Azángaro.171 Su pérdida parece haber traído
consigo la atrofia de la estructura intrafamiliar de la autoridad: ningún
heredero podía reclamar primacía alguna sobre sus hermanos y herma-
nas o primos. Al perder los Choquehuanca los beneficios económicos
asociados con el cacicazgo, como el salario del cacique y la oportunidad
de explotar a los campesinos indígenas, se desencadenó una caótica lu—
cha por los recursos de la familia.172 Lo que a primera vista parece ser el

y comienzos de la década de 1870 Luis Choquehuanca tomó préstamos de Juan Pa-


redes que sumaban más de 4 mil pesos, de los cuales aún debía 2.300 pesos a finales
de la década de 1890 (los herederos de Paredes sostenían que la cifra sumaba 2.905
pesos); véase el segundo testamento de Choquehuanca del 7 de feb. de 1897, REPP,
año 1897, González, nº 11 (7 de feb. de 1897); testamento de Juan Paredes del 8 de
dic. de 1874, en MPA; y la venta de una parte de este crédito por parte de los herederos
de Paredes a I. S. Urquiaga y B. Arias Echenique, REPA, año 1899, Paredes, f. 14, n.º 9
(10 de marzo de 1899).
170. Solamente uno de los descendientes —Manuel Isidoro Velasco— poseía aún una
gran ñnca, la hacienda Nequeneque—Mallquine en Muñani; Luna, Choquehuanca el
amauta, 100—102, n. 2.
171. No hay evidencia alguna que sugiera que a los Choquehuanca se les otorgó un ma-
yorazgo. Esto no figura en el procedimiento seguido por Gregorio Choquehuanca
en 1792 para probar la nobleza de la família; véase el “Extracto de las pruebas". Es
posible que gran parte de sus tierras hayan sido consideradas “tierras de oficio”, pri—
vilegios del cargo de cacique que pasaban a la posesión del heredero que asumía el
cargo sin ser divididas.
172. Es posible que a mediados del siglo XIX, los Choquehuanca aún hayan gozado de un
reconocimiento informal como caciques de parte de los campesinos de su parcialidad.

400 | NILS JACOBSEN


declive peculiar de una sola familia de grandes terratenientes, fue tal vez
elsíntoma de la decadencia de un grupo social, la rica élite colonial de
familias de caciques, descendientes en su mayoría de la nobleza andina
prehispánica.173
Las haciendas de familias de terratenientes pobres enfrentaban el
agudo peligro de la atomización, cuando ninguno de los herederos lo-
graba adquirir otra propiedad o establecerse en algún comercio o nego-
cio de igual prestigio y potencial de ganancias. Este problema no surgió
a menudo en el periodo en el cual las oportunidades comerciales flore—
cieron y era bastante fácil conformar nuevas haciendas. Nada sorpren-
dente, los pocos casos de atomización a largo plazo de las haciendas de
Azángaro, tuvieron su origen en el periodo de dificultades económicas
anterior a la década de 1850.
Las fincas experimentaron un proceso de fragmentación de dos
maneras diferentes. Las parcelas de todos los herederos podían ser divi—
didas, lo que tenía como resultado estancias independientes de tamaño
cada vez más reducido. Esta fue la suerte corrida por la finca Nuestra
Señora de las Nieves de Chocallaca, en Putina, poseída y administrada
por última vez como una unidad a finales del siglo XVIII por un tal Juan
Ortiz. Cien años más tarde, los nietos, bisnietos y tataranietos de Ortiz
tenían todos estancias independientes o partes de ellas, unidas tan solo
por lazos de familia entre los dueños y la memoria de una “antigua finca
ya extinguida”.174

173. Cfr. el destino de la familia cacical de los Apoalaya y Astocuri de Jauja, uno de los
clanes terratenientes más acaudalados de la sierra central peruana durante los siglos
XVII y XVIII, en Celestino, La economía pastoral, 48.
174. A continuación aparecen todos los contratos notariales relevantes de partes de la
finca Chocallaca: REPP, año 1853, no se indica el notario (26 de ago. de 1853); REPA,
año 1894, Meza, f. 404 (9 de nov. de 1894, prot.); REPA, año 1895, Meza, f. 153, n.º 63
(28 de ago. de 1895, prot.); REPA, año 1904, Jiménez, f. 892 (6 de ago. de 1904, prot.);
REPA, año 1862, Patiño, f. 270, n.º 128 (2 de ago. de 1862); REPA, año 1855, no se in-
dica el juez (22 de enero de 1855); REPA, año 1855, Calle (15 de enero de 1855); REPA,
año 1870, Patiño, f. 218, n.º 116 (21 de mayo de 1870); REPA, año 1904, Jiménez, f.
891 (6 de ago. de 1904, prot.); REPA, año 1874, no se indica el juez (4 de sept. de 1874,
fecha de las minutas de1 contrato); REPA, año 1884, Miranda, f. 64, nº 35 (18 de sept.
de 1884); REPA, año 1885, Miranda, f. 178, n.º 86 (2 de ago. de 1885); REPA, año 1887,
Rodríguez, f. 138, n.º 65 (3 de junio de 1887); REPP, año 1900, González, f. 438 (17
de sept. de 1900, prot.); REPA, año 1902, Jiménez, f. 543, n.º 188, y f. 545, n.º 189 (18

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 401


En la otra forma de dispersión de las fincas, los herederos jamás
dividían formalmente la propiedad y continuaban poseyéndola y ope-
rándola pro indiviso. Pese a la fragilidad de estos arreglos, bajo ciertas
condiciones una finca podía permanecer como propiedad común de
todos los herederos aun por varias generaciones. Pero si bien se preser-
vaba la integridad de la propiedad, a largo plazo su estructura interna
cambiaba profundamente. En efecto, el número cada vez más grande
de copropietarios perdía la característica de hacendados y se aproxima—
ba gradualmente al estatus de miembros de una comunidad campesina.
Este proceso se dio en la ñnca Carasupo Chico, en Muñani. La propie-
dad había pertenecido a un tal Diego Vargas probablemente antes del
final de la época colonial. Hacia 1900, unos 25 herederos —al menos bis—
nietos de un antepasado común—— vivían en la propiedad junto con sus
familias. Aunque todos los herederos continuaban poseyendo la tierra
en conjunto, cada familia trabajaba individualmente un pequeño seg-
mento, una cabaña. En negociaciones con gente de fuera ——por ejemplo,
con los hacendados vecinos en torno a disputas de linderos— actua-
ban como un grupo que representaba a toda la propiedad. Para 1900, el
estatus de Carasupo Chico estaba haciéndose confuso. A veces todavía
se referían a ella como ñnca, pero en otros documentos se la llamaba
parcialidad o comunidad. En un registro de la propiedad rural de 1897,
los propietarios de Carasupo Chico figuraban como sigue: “José S. En-
dara, Mariano Arizales, Felipe Serna, y los otros comunarios”. En julio
de 1907, todos los copropietarios arrendaron Carasupo Chico a Federico
Gonzales Figueroa, un hacendado vecino. Dado que vivían en la propie—
dad, podemos asumir que se convirtieron en pastores del arrendatario.
Hacia 1900, la mayor parte de la generación de los dueños de Carasupo
Chico ya no hablaba español. Aunque algunos trabajaban como tejedo-
res o zapateros rurales, otros eran denominados agricultores, una de-
nominación ocupacional casi siempre aplicada al campesinado en los
contratos notariales.175 Al final de un proceso que se había extendido a lo

de enero de 1902); REPA, año 1903, Jiménez, f. 113, n.º 49 (5 de marzo de 1903). Los
intentos de reunificar la hacienda dentro de la familia continuaron siendo débiles y
ya era demasiado tarde, puesto que solamente se
lo intentó en la tercera generación.
175. REPA, año 1907, Jiménez, f. 339, n .º 135 (5 de julio de 1907); REPA, año 1907, limó—
nez, f. 416, n.º 161 (10 de ago. de 1907); REPA, año 1908, Jiménez, 1145, n.º 454 (23
f.

402 | NILS JACOBSEN


largo de al menos tres generaciones, los herederos del hacendado Diego
Vargas se habían convertido en campesinos.
La mayoría de las familias lograban conservar sus haciendas por
dos o tres generaciones. Dos factores probablemente contribuyeron más
que ningún otro a dicha estabilidad: en promedio, la tasa de reemplazo
se mantuvo relativamente baja en este periodo gracias a que la mortali-
dad infantil era todavía bastante elevada; y las tendencias expansionistas
de la economía exportadora de lana del sur peruano, entre finales de la
década de 1850 y 1920, crearon alternativas generadoras de ingresos en
la economía regional para los “herederos excedentes”. Esos herederos
podían formar nuevas haciendas, establecerse en el comercio o buscar
puestos en la administración pública. La expansión ayudó así a reducir
el peso de mantener un creciente número de descendientes que gravaban
las haciendas familiares. Aunque el traspaso de las propiedades agrarias
de una generación a la otra a menudo conllevaba una crisis, las hacien-
das familiares se mantuvieron por lo general unidas, para expandirse
después mediante la reuniñcación de la mayoría de las porciones a ma—
nos de uno o dos herederos y la adquisición de más tierras.
La estabilidad en la propiedad de las haciendas queda confirma—
da con una muestra de 32 fincas y haciendas, para las cuales contamos
con información sustancialmente completa sobre las transferencias de
títulos entre la década de 1850 y 1920 (cuadros 6.6, 6.7). En promedio,
hubo cerca de una venta por hacienda durante el periodo de 70 años
que corre entre 1851 y 1920, y más de la tercera parte (37,5%) no entró
jamás al mercado. Para poder medir la continuidad en la posesión de
las haciendas por parte de las familias terratenientes de Azángaro, ne-
cesitamos excluir las transacciones de venta producidas en el interior de
las familias. La mitad de las 32 propiedades no experimentaron ventas
fuera de la familia entre 1851 y 1920. Trece propiedades fueron vendidas
una vez fuera de la familia del propietario, pero solamente tres pasaron
a diferentes familias dos o tres veces.

de sept. de 1908, dos prots.); REPA, año 1908, Jiménez, f. 1150, n.º 457 (13 de oct. de
1908); REPA, año 1909, Jiménez, f. 378, n.º 160 (23 de oct. de 1909); REPP, año 1909,
Garnica, f. 407, n.º 199 (12 de nov. de 1909, prot.); “Matrícula de contribuyentes
[1897]”, BMP. El censo nacional de 1876 todavía llamaba hacienda a Carasupo Chico,
el de 1940 lo llamó estancia y en el de 1961 aparece como una parcialidad; véase Dir.
Nacional de Estadística y Censos, Censo de 1961, 4: 125.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 403


Cuadro 6.6
VENTAS, EN NÚMEROS ABSOLUTOS Y PROMEDIO, DE TREINTA Y DOS IIACIENDAS EN AZANGARO,
1850—1920

VENTAS VENTAS
TOTAL DE VENTAS
INTRAFAMILIARES EXTRAFAMILIARES

N N N
N PROMEDIO N PROMEDIO N PROMEDIO
POR HDA. POR HI)A. POR IIDA.

Hdas. grandes 10
7 0,7 3 0,3 1,0
(N: 10)

Las demás hdas 21 0 , 95


3 0,13 18 0,81
(N = 22)

Todas las hdas. 31 0 , 96


10 0, 3 l 21 0,65
(N = 32)

Nota: estas cifras incluyen los canjes de propiedad.


Fuentes: REPA y REPP, 1852—1920.

Cuadro 6.7
FRECUENCIA DE VENTAS DE TREINTA Y Dos HACIENDAS EN AZANGARO, 1850-1920

HACIENDAS CON (N DE VENTAS):

VENTAS
VENTAS EXTRAFAM1LIARES TOTAL DE VENTAS
INTRAFAMILIARES

0 1 2 0 1 2 3 0 1 2 3

Hdas. grandes
(N = 10)
5 3 2 7 3
_ — 5 I 3 1

Las demás hdas. 2 7 2 2


19 3 — 9 l0 1 1 1

(N = 22)
Todas las hdas. 16 l 2 12 12 5 3
24 6 2 13
(N = 32)

Nom: estas cifras incluyen los canjes de propiedad.


Fuentes: REPA y REPP, 1852-1920.

404 | NILS JACOBSEN


Estas cifras indican un notable grado de estabilidad en la tenencia
de la tierra en el sector hacendado de Azángaro. Para un periodo com-
parable de setenta años, de 1690 a 1760, siete de once haciendas en la
zona de Huancavelica fueron vendidas más de tres veces, y solamente
una permaneció como propiedad de la misma familia durante todo este
lapso.176 Pero la estabilidad global de la propiedad de la tierra en el sec-
tor hacendado de Azángaro oculta diferencias más bien significativas
entre las grandes haciendas y las fincas de pequeño y mediano tamaño:
aunque siete de las diez grandes haciendas en esta muestra jamás fueron
vendidas fuera de la familia entre la década de 1850 y 1920, lo mismo
vale solo para nueve de las otras 22 propiedades, es decir, poco más de
40% en comparación con el 70% en el caso de las grandes haciendas.
Al mismo tiempo, solo una pequeña fracción de las fincas pequeñas y
medianas fue alguna vez transferida por venta en el interior de la misma
familia, en tanto que tales ventas se dieron en la mitad de los casos de
las grandes haciendas. Estas últimas fueron vendidas con mucha menor
frecuencia que las primeras, y era más probable que fueran compradas
por otro miembro de la familia, quizás un heredero que intentaba reunir
todas las porciones. Las f1ncas de pequeño y mediano tamaño mostra—
ron una propensión más alta a ser vendidas y era menos probable que
fueran adquiridas por otro miembro de la familia. Dicho de otro modo,
quienes heredaban parte de una finca pequeña o mediana se topaban
con más dificultades para reuniñcar la propiedad de sus padres, que las
familias que poseían grandes haciendas. Esto confirma que la transfe-
rencia generacional de las propiedades era una situación más crítica para
los hacendados pobres que para la élite terrateniente de Azángaro.

Las tierras de la Iglesia

Pese a los repetidos intentos efectuados por los liberales y los caudillos
militares para expropiar las haciendas de la Iglesia en Azángaro, estas
sobrevivieron casi intactas hasta el temprano siglo XX.'77 Ninguna de

176. Favre, “Evolución”, 108-117; Favre no distingue las ventas realizadas dentro y fuera
de la familia.
177. ]acobsen, “Land Tenure”, 658, cuadro 6-13.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 405


ellas era administrada directamente por organizaciones eclesiásticas.
Las fincas de la Iglesia eran relativamente pequeñas, excepción hecha
de dos o tres haciendas —Purina y Posoconi en Asillo, y Potoni en el
distrito homónimo—, y tenían un tamaño medio ligeramente inferior
al promedio de todas las haciendas de la provincia. Con la creación de
nuevas haciendas, la participación de las de la Iglesia cayó de casi un ter—
cio a comienzos de la década de 1830, a entre 10% y 15% para la segunda
década del siglo XX.
Algunas haciendas eclesiásticas fueron arrendadas por recién lle-
gados, como un primer paso accesible para convertirse en hacendados,
pero la mayoría fue arrendada o tenida en enfiteusis por las familias
establecidas de grandes hacendados de la provincia. Un terrateniente a
menudo arrendaba una hacienda eclesiástica inmediatamente adyacente
a una finca de su propiedad, e integraba ambas en una sola operación
ganadera. En el caso de la hacienda Posoconi, en Asillo, el coronel Rufi-
no Macedo la adquirió en enfiteusis en 1829 por 150 años, y hacia 1840
vendió sus derechos enfitéuticos a José Mariano Escobedo, un comer—
ciante y político azangarino residente en Arequipa. Posoconi, de 1.568
hectáreas, tenía un capital ganadero de 4.080 cabezas de oveja y producía
rentas de 400 pesos anuales para la iglesia de Asillo,178 Como no tenía un
suministro adecuado de agua, era completamente lógico integrarla con
alguna hacienda vecina. La familia Escobedo había estado en posesión
de la finca Payamarca desde 1805 gracias a un censo; esta fue primero
propiedad de la comunidad indígena de Asillo, y desde comienzos de
la década de 1830, de la Sociedad de Beneñcencia Pública de Puno.179
Escobedo compró otras tres importantes propiedades entre mediados
de la década de 1830 y 1857, todas ellas colindantes con Payamarca
y
Posoconi. Aunque la Iglesia continuó teniendo el título de propiedad de
Posoconi y su capital ganadero, para fines de la década de 1850 el com-
plejo en su conjunto era operado como una sola hacienda y contaba con
el considerable capital ganadero de 16.600 ovinos. Escobedo legó todas

178. Testamento de Rufino Macedo, REPA, año 1865, Patino, f. 35, n.º 19 (22 de mayo. de
1865); tasación de Posocconi de dic. de 1912 de Facundo Gilt, REPP, año 1915, Gon-
zález, f. 394, n.º 154 (26 de junio de 1915).
179. REPP, año 1853, Cáceres (7 de junio de 1853); primer testamento de José Mariano
Escobedo, REPAr, año 1870-1871, Cárdenas, f. 811 (17 de ago. de 1846).

406 | NILS JACOBSEN


estas propiedades a su hija ilegítima Teresa O”Phelan,'*º cuyo esposo, el
arequipeño Manuel Velando, compró otras estancias campesinas adya—
centes y una finca durante la década de 1870. Rosaspata, otra finca ad—
yacente, fue añadida al complejo durante los primeros años de la década
de 1910.181
Para la década de 1910, Posoconi se había convertido en el centro de
un extenso complejo privado de haciendas que cubría unas 4.673 hectá-
reas, que la rodeaban por todos lados. Los Velando O“Phelan finalmen-
te consolidaron el título de propiedad de la hacienda en 1915, cuando
la Iglesia les vendió el dominio directo de Posoconi en 4.800 soles m.
n., aproximadamente una cuarta parte del valor en que estaba tasada.182
Incapaces de pagar las masivas deudas contraídas durante los años de
bonanza de la Primera Guerra Mundial, en 1923 los Velando O”Phelan
tuvieron que vender Posoconi a la casa mercantil arequípeña de Enrique
W. Gibson en 13.500 libras peruanas (135 mil soles m. n.), con más de
36.338 cabezas de ovejas. En 1926, la hacienda pasó a formar parte de la
recientemente fundada Sociedad Ganadera del Sur.183
Durante todo el primer siglo después de la Independencia, los críti-
cos liberales continuaron criticando a las propiedades en manos muertas
de la Iglesia por la influencia regresiva que ellas tenían en la agricultura
peruana, tanto como Choquehuanca lo hiciera ya en 1830. Al no advertir
el efecto de los cambios en los mercados de mercancías como la lana, el
agrónomo francés ]. B. Martinet acusó erróneamente a las propiedades
en manos muertas de incrementar los precios de la tierra y los arriendos
durante la década de 1860.184 Todavía en 1930, el cientíñco social cuz-
queño Julio Delgado hizo la misma acusación que Choquehuanca había

180. Segundo testamento de José Mariano Escobedo, REPAr, año 1870-1871, Cárdenas, f.
811 (24 de oct. de 1859).
181. Min. de Agricultura, Zona Agraria 12, Puno, Subdirección de Reforma Agraria, Ex-
pediente de afectación, Sociedad Ganadera del Sur, vol. 1, Historia de los títulos de
propiedad de la hacienda Posocconí, 17 de oct. de 1967.
182. REPP, año 1915, González, f. 394, n.“ 154 (26 dejunio de 1915).
183. Min. de Agricultura, Zona Agraria 12, Expediente de afectación, Sociedad Ganadera
del Sur, vol. 1, Historia de los títulos de propiedad de la hacienda Posocconi, 17 de
oct. de 1967.
184. Martinet, La agricultura en el Perú, 38-39.

LAARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 407


hecho cien años antes contra las propiedades de la Iglesia, afirmando que
la productividad de sus fincas declinaba con los arriendos de corto plazo
puesto que “el arrendatario no se preocupa de hacer mejoras, solo de
obtenerla mayor ganancia posible extrayendo el máximo de la tierra”.185
La crítica de Delgado es correcta para las aproximadamente 20 ha-
ciendas eclesiásticas de Azángaro que de hecho eran operadas con con—
tratos de arriendo de corto plazo. Pero la importancia global de estas
unidades era limitada puesto que eran mayormente pequeñas, compren-
dían unos cuantos cientos de hectáreas y tenían una capacidad ganadera
que raramente superaba las mil ovejas. Los arrendatarios a menudo so-
breexplotaban estas fincas durante los cinco a nueve años de su arrien—
do. Una y otra vez las haciendas terminaban con menos ganado al final
del arriendo que al comenzar este.186 Para las parroquias de Azángaro
y la diócesis de Puno que compartían los ingresos procedentes de estas
haciendas, las pérdidas recurrentes de capital se traducían en una dismi-
nución de sus rentas. Debido a la subcapitalización y a la inseguridad de
sus linderos, estas haciendas eclesiásticas eran arrendadas regularmente
a menor precio que las haciendas privadas, y la Iglesia se veía forzada a
ceder parte del arriendo anual al arrendatario para que restableciera los
rebaños. La hacienda Ocra, en Muñani, perdió las tres cuartas partes
de su capital ganadero entre 1870 y 1890, mientras estuvo arrendada a
Luis Paredes; la Iglesia tuvo que aceptar la correspondiente disminución
en su renta efectiva cuando entregó la hacienda a José Angelino Lizares
Quiñones, un nuevo arrendatario, en 1890.187 Pero el bajo arriendo no
quedaba limitado a las haciendas eclesiásticas alquiladas a corto plazo.
Como los pagos anuales de las haciendas enñtéuticas quedaban fijados
por los 150 años de duración del contrato, después de aproximadamente
1860 estos quedaron considerablemente rezagados con respecto al cre—
ciente precio de arriendo pagado por las haciendas privadas.
La Iglesia solo hizo débiles esfuerzos por recuperar las pérdidas pro—
ducidas por la sobreexplotación de sus haciendas. En lugar de tomar ella

185. Delgado, Organización, 28.


186. REPP, año 1914, Garnica, f. 496, nº 245 (23 de abril de 1914); ]acobsen,“Land Tenn—
re", 650, cuadro 6—12.
187. REPA, año 1890, Meza, f. 35, n.º 41 (13 de oct. de 1890), y f. 39, n.º 43 (14 de oct. de
1890).

408 | NILS JACOBSEN


misma medidas legales contra el arrendatario responsable, simplemente
obligaba al siguiente arrendatario a que se encargara de recuperar el ga-
nado desfalcado. A juzgar por la crónica subcapitalización de muchas de
las pequeñas fincas eclesiásticas, estos esfuerzos por lo general tuvieron
poco éxito. A la Iglesia le resultaba difícil presentar cargos contra los an-
tiguos arrendatarios, quienes culpaban a los pastores por la disminución
del capital ganadero de la hacienda, dejaban Azángaro una vez termina—
do el arriendo, o alegaban su pobreza e incapacidad de pagar la deuda.188
La única alternativa real consistía en arrendar todas las haciendas me—
diante contratos de enfiteusis de largo plazo. Pero eran pocos los arren-
datarios que se podía hallar que estuviesen dispuestos a recibir fincas
pequeñas, subcapitalizadas e inestables por más de unos cuantos años.
Pero para comenzar, ¿por qué la Iglesia no evitó tal saqueo de sus
haciendas? Era poco probable que un sacerdote fuera a movilizar a los
colonos de una de las fincas de la parroquia para detener por la fuerza
las invasiones de los hacendados vecinos, la cual era una medida habi—
tualmente tomada por los hacendados privados. Aún más importante
era que los párrocos estaban firmemente ligados a la sociedad local de
sus parroquias a través de contratos comerciales, amistades y relaciones
familiares. Dado que el cura y los arrendatarios usualmente pertenecían
al mismo grupo pequeño de notables distritales, aquel normalmente
buscaba con poco entusiasmo el pago del capital ganadero eclesiástico
perdido o desfalcado, y recomendaba a la diócesis que arrendara las ha—
ciendas a bajo precio.189 Parece así que la Iglesia nunca pudo evitar el
saqueo de sus pequeñas fincas, ni tampoco podía esperar recuperar la
mayoría de sus pérdidas debidas a los contratos de corto plazo.
La descapitalización de las pequeñas fincas eclesiásticas permitió a
los arrendatarios, que a menudo eran ellos mismos dueños de haciendas,
mejorar sus ingresos, incrementar su propio capital ganadero y arrendar
pastizales a bajo precio para complementar el forraje de sus animales. A

188. Por ejemplo, en 1870 el cura parroquial de Samán aceptó 700 pesos como pago total
de una deuda de 2.700 pesos debida por Manuela Urbina Vda. de Toro, por ganado de
la Iglesia, presumiblemente porque la deudora no podía pagar más; REPP, año 1870,
Cáceres (7 de nov. de 1870).
189. Delgado (Organización, 27) sostiene que las haciendas de los conventos del Cuzco
eran usualmente alquiladas a los parientes del síndico de la institución.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA [ 409


contrapelo de la opinión de los críticos de la Iglesia, sus haciendas en sí
mismas no pueden ser consideradas un factor importante que impidió
el progreso económico de la sierra peruana. Ellas eran un elemento con-
sustancial a un sistema agrario que por numerosas razones no estimula—
ba el desarrollo de la economía rural. En suma, el régimen de propiedad
agraria de la Iglesia contribuyó a la estabilidad económica del régimen
señorial ganadero del Altiplano hasta el temprano siglo XX. Dicho ré—
gimen subsidiaba los intereses de las familias hacendadas, antiguas y
nuevas, que para mantener su estatus socioeconómico privilegiado, con—
tinuaban dependiendo de unas relaciones de producción que hacían un
uso extensivo del capital.
La ley número 1447 entró en efecto el 7 de noviembre de 1911 y obli—
gó a los propietarios de todos los bienes inmuebles tenidos en enfiteusis,
a que vendieran su título (dominio directo) a los enñteutas, las personas
que gozaban del derecho de usufructo sobre tales propiedades. Esta ley,
aparecida medio siglo después del apogeo de la legislación anticlerical en
toda América Latina, fue un paso importante en la reducción de las pro—
piedades de manos muertas; ella no parece haber generado acalorados
debates públicos sobre el papel de la Iglesia en la sociedad civil. La ley
prescribía la parte del valor tasado de la propiedad que el enñteuta debía
pagar según una complicada formula, y dicha parte disminuía cuanto
más tiempo hubiese transcurrido desde la firma del contrato. El obispo
de Puno, Valentín Ampuero, inmediatamente comenzó a implementar
la ley, ordenando que se tasaran todas las haciendas eclesiásticas en cues—
tión. En Azángaro, la primera finca enfitéutica, la hacienda Cancata, en
Santiago de Pupuja, fue consolidada el 11 de septiembre de 1912. Para
finales de 1918, once fincas enf1te'uticas de la Iglesia en Azángaro, entre
ellas haciendas tan grandes y valiosas como Purina y Posoconi, habían
sido enajenadas mediante su consolidación (cuadro 6.8). Pero por ra-
zones que no están del todo claras, el obispo Ampuero fue un paso más
allá y sin que mediara obligación legal alguna, inició la venta total de
las fincas eclesiásticas operadas bajo arriendos de corto plazo, decisión
esta que le ganó severas críticas dentro de la Iglesia.190 Entre abril de

190. Ampuero, un clérigo ultramontano, parece haber estado preocupado por expandir
la educación católica en el Altiplano. El revitalizó el seminario de San Ambrosio en
Puno y defendió el establecimiento de una “escuela taller” para la “rehabilitación de

410 | NILS JACOBSEN


1912 y marzo de 1914, la diócesis vendió seis fincas en Azángaro que
operaban bajo contratos de corto plazo. Ellas fueron adquiridas sobre
todo por los arrendatarios que las tenían en posesión efectiva. En total,
en los siete años posteriores a la ley de consolidación, la Iglesia enajenó
17 haciendas en Azángaro, la mitad de todas sus propiedades rurales en
esta provincia. La reducción delas propiedades eclesiásticas fue conside-
rablemente más acentuada por valor y área, puesto que la mayoría de sus
grandes haciendas fue consolidada o vendida. Desde entonces, el papel
de la Iglesia como terrateniente, con 5% a 7% de todas las haciendas, se
hizo insignificante en Azángaro.
Los titulares de las haciendas enfitéuticas se beneficiaron enorme-
mente con la consolidación. Después de disfrutar de arriendos a precio
de ganga durante décadas, ahora solamente tuvieron que pagar una frac-
ción del valor tasado de la hacienda. En mayo de 1913, Elena Landaeta,
viuda de José Luis Quiñones, pagó 3.786,42 soles m. n. por la consoli-
dación de la hacienda Parpuma, valuada en 9.351 soles m. n. Dos me—
ses más tarde ella vendió la finca y unas cuantas estancias adyacentes
a Pío León Cabrera, un notorio acaparador de tierras de la provincia
de Sandia, en 18 mil soles m. n.191 Con la ley de consolidación, la élite
terrateniente del Altiplano —y presumiblemente del resto del Perú—— se
benefició por última vez de la Iglesia como actor principal en el Antiguo
Régimen agrario de la región.
Se considera que la importancia de la Iglesia para la estructura agra-
ria hispanoamericana tuvo tres factores como base: (1) su papel como

la mujer india mediante la religión, la moral, el trabajo y la higiene”. Ampuero man-


tuvo una activa prensa católica; véase Robles Riquelme, “Episcopología de Puno”, 87.
Tales actividades, que requerían de mayores finanzas eclesiásticas, deben ser tenidas
en cuenta en el contexto de la violenta campaña que Ampuero emprendiera contra
la obra educativa que los misioneros adventistas procedentes de Argentina y Estados
Unidos llevaban a cabo en el Altiplano desde 1911. Véase Hazen, “The Awakening
of Puno”, 39. Las pequeñas fincas alquiladas por corto plazo y que rendían magros
ingresos cada año, estaban pasando a ser una mala inversión. En 1926, la Sociedad
de Beneficencia Pública de Puno, otro terrateniente institucional, solicitó permiso
al gobierno para vender sus cinco fincas en la provincia de Azángaro, “porque pro-
ducen alquileres mínimos"; véase Memoria leída por el director de la Benqñrcncia
Pública [1928], 13-14.
191. REPP, año 1913, González, f. 478, n.º 156 (12 de julio de 1913).

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA | 411


terrateniente; (2) la “enorme cantidad de gravámenes” ———como capella—
nías y obras pías— que pesaban sobre las haciendas de propiedad pri-
vada; y (3) su papel como acreedora de los propietarios de haciendas
privados. Para Arnold Bauer, la influencia de la Iglesia declinó significa-
tivamente en toda Hispanoamérica en el siglo que corre de 1750 a 1850,
debido a la acción anticlerical de los reformadores borbónicos, de los
líderes políticos y militares de la era de las guerras de independencia,
y también de los políticos liberales de mediados del siglo XIX.192 En el
Altiplano peruano, sin embargo, su influencia en la estructura agraria
declinó con mucha mayor lentitud durante el primer siglo después de
la Independencia, quizás porque la región estaba lejos de los centros de
poder civil y eclesiástico. Allí los gravámenes eclesiásticos jamás habían
sido muy grandes, y para el siglo XIX tampoco hay muchas evidencias de
que la Iglesia fuera una fuente de crédito. Las leyes de abolición de cape-
llanías y censos dadas antes de la Guerra del Pacífico solamente evitaron
que se hicieran nuevas donaciones o gravámenes. Martinet encontraba
todavía en 1877 que “las capellanías en el Perú aún existen casi en su
integridad”.193 En Azángaro, las pocas capellanías finalmente dejaron de
existir a comienzos del siglo XX; el crédito eclesiástico a los hacendados
privados siguió siendo tan raro como lo había sido en 1850, o incluso en
1820.… Pero el papel de la Iglesia como terrateniente continuó siendo
importante durante casi un siglo después de la Independencia, para des—
aparecer virtualmente con la ejecución de la ley de consolidación.

192. Bauer, “The Church”, 70-98.


193. Martinet, La agricultura en el Perú, 38-39. La prohibición de crear nuevos censos 0
propiedades en enñteusís volvió a ser reiterada en la ley de consolidación de 1911;
véase Espinoza y Malpica, El problema, 207.
194. La capellanía de Picotani fue en 1904; véase RPIP, t. 3, f. 379, p. LXXXIII A. 2 (29 de
sept. de 1906); ]acobsen, “Land Tenure”, 660-662.

412 [ NILS JACOBSEN


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Comuneros preparando la tierra para la siembra. Provincia de Melgar.
Fotografía de Pedro Condori, 'l'nllcrcs de Fotografía Social ('I'AFOS), 1989.

Miembros de una cooperativa (ex hacienda) cerca dc Ayaviri, cnsaczmdo y pasando la lana
de alpaca que despacharán ;! los comerciantes mayoristas. Fotografía de TAFOS 1989.

414 | NILS JACOBSEN


(Imnplcjoccmrnl dcln hacienda Muñnni(íl1imdclu tl¡milindcl,izzn*cs Qui1'wncs.
Advíórtnsc el mirador c|uv;ldo hada ln dcrccha. l*'ulugmfín del autor, lº)7(w.

El fin de una cm: la cooperativa (cx hacienda) Qui…suni cn Orurillo. prnvin(ixl dc Melgar.
después de que fuera destruida c incendiada por un dcs¡¿1cumcntu dc Scndcru Luminusn.
Fotografía de l)¿imusu Quispe, 'I'AFOS, agusto dc 1989.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DE LA HACIENDA |


415
Adnrnida (¡¿lllcgm, propietaria dc la huuicnda Luurdcs. (. lº)l()_
l"<)lugml'íu dc] archivu priv;uln (lc Mauro I'nrcdcs. Ay.;ingam.

)…Ó Angelino l.i7,urc.s Qui…)ncs, uno de In más pudcrosm hacendados y polítims dc Alaingdl'u
durante los inicios del xiglo veinte. Fotografía de un pantlclu electoral… Iº)24.

416 | NILS JACOBSEN


l)csíilc electoral en la villa de A7.ángurn ¿¡ favor de José Angelino l.izarcs Qu¡ñoncs, 1924.
l*'otugrufíu del archivo privado de Mauro Paredes, A7.¿inguro.

Asamblea fundadora de la Sociedad Fraternul dc 'l“ralmj-.1dores dc Alaingaro en 1929.


Algunos hacendados se hicieron miembros. Sentado, como segundo del lado dcrccho, está el
subprcfccto de la provincia. Fotografía del archivo privado de Mauro Paredes. Ax;ingur0.

LA ARROLLADORA EXPANSIÓN DELA HACIENDA 1


417
Capítulo 7

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO


Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA

LA HISTORIA DE LA COMUNIDAD campesina andina durante el siglo que si-


guió a la Independencia aún está mayormente por escribir.1 Ignorada por
las leyes, los tribunales y la administración de la república peruana, la
comunidad asumió una desconcertante variedad de formas y funciones.
Los regímenes de propiedad, el grado y la naturaleza de la cooperación
económica y de las tradiciones culturales y rituales locales autónomas,
las relaciones con las jerarquías de autoridad y poder: todas estas varia-
bles se desarrollaron de distinto modo en diferentes regiones del país
habría
y cambiaron con el paso del tiempo. Para 1920, un observador
tenido problemas para señalar qué tenían en común las comunidades de
la costa norte, el valle del Mantaro y el Altiplano.
En este capítulo me concentre en la propiedad y el usufructo de la
tierra, la desigualdad social y el surgimiento de nuevas comunidades en
Azángaro entre mediados del siglo XIX y 1920. Durante este periodo, la
autonomía de las comunidades enfrentó su más grande desafío desde las

1. Para contribuciones recientes e importantes, véase Mallon, The Defense of Commu-


nity; Grieshaber, “Survival”, 223-269; T. Platt, Estado boliviano; Húnefeldt, “Poder y
contribuciones”, 367-407; Contreras, “Estado republicano”, 9—44 y el próximo estu-
dio de Luis Miguel Glave de los canas del sur del Cuzco.
reformas toledanas del tardío siglo XVI. A medida que su base de recur—
sos iba cayendo bajo una creciente presión externa e interna, las comu—
nidades fueron readaptando el significado y el ámbito de la solidaridad
comunal. El surgimiento de numerosas comunidades nuevas basadas en
grupos de descendencia familiar, da fe de la continua vitalidad de esta
institución andina crucial, incluso en épocas de adversidad.

La tierra, la gente y los animales en las comunidades


Podemos tener una primera impresión de la extraordinaria compleji—
dad y el cambiante significado de la comunidad campesina del Altipla—
no, examinando tres términos utilizados para referirse a ciertos de sus
aspectos durante el siglo XIX y comienzos del XX: parcialidad, ayllu y
comunidad. El primero de ellos era de lejos el término más frecuente
en el uso contemporáneo. Usualmente aludía simplemente a todos los
terrenos dentro de una zona geográfica delimitada de modo más o me—
nos claro según los criterios tradicionales. Incluso algunas haciendas
propiedad de grandes terratenientes hispanizados eran descritas como
ubicadas dentro de una parcialidad.2 Este era también el término pre—
ferido para los aspectos institucionales de la comunidad, las jerarquías
de cargos religiosos y civiles que daban forma a la organización de la
solidaridad comunal y articulaban las relaciones con los gobernadores,
jueces de paz y curas en los distritos.
Aunque menos popular entre los funcionarios hispanizados, el tér—
mino aleu era utilizado esencialmente con los mismos significados que
parcialidad. Podría pensarse que usos tales como el de “parcialidad Urin—
saya, ayllu Cullco” (1869) expresaban la antigua estructura en mitades.
Sin embargo, esta noción prehispánica parecería haber desaparecido en
general; otras referencias a las mismas comunidades invertían el uso de
los dos términos. Semejante encapsulamiento probablemente reflejaba la
reciente formación de subdivisiones en las comunidades campesinas.3

2. La finca Mihani, por ejemplo, fue descrita como situada “en el ayllu Cura del distrito
de Arapa”,R1—ZPP, año 1907, Gonzales, f. 238, n.º 105 (20 de mayo de 1907); tal como
más adelante sostendremos, los términos ayllu y parcialidad eran usados a menudo
de modo intercambiable.
3. REPA, año 1869, Patiño f. 32, n.º 21 (8 de marzo de 1869); REPA, año 1910, Murillo, f.
218, n.º 127 (1 de feb. de 1910). En unos casos raros, una misma estancia campesina

420 ] NILS JACOBSEN


Como parcialidad y ayllu eran usados cada vez más para denotar
los aspectos territoriales e institucionales de las comunidades, el uso de
comunidad, el tercer término, fue haciéndose más restringido. Hasta el
ñnal de la época colonial usualmente significaba los tres aspectos, con-
siderados ampliamente como superpuestos: una institución corporati—
va refrendada por el rey, su base territorial y el usufructo de la tierra
controlada en común. Este tercer campo semántico separó el uso del
término comunidad del de parcialidad y ayllu en el siglo posterior a la
Independencia, llevando a su menor utilización en las transacciones no-
tariales y en la documentación administrativa. Cuando se le empleaba
en conexión con la tierra, se refería a la propiedad o al usufructo en
común.4 Después de 1850, cada vez que se usaba parcialidad o ayllu en
conexión con la tierra, se trataba de un enunciado acerca de la ubicación
geográfica de esta última, no de su título o uso.
Después de promulgadas las leyes de reforma agraria en la déca—
da de 1820, la comunidad como institución y cualesquier tipo de régi—
men de propiedad en común que subsistiera dentro de ella, quedaron
separados entre sí. Como la propiedad comunal era ajena a la legislación
republicana, dicha noción quedó reflejada en la semántica y en la termi-
nología usada. “Comunidad”, el término que significaba el uso 0 pro-
piedad en común de la tierra, dejó de usarse para aludir a la comunidad
como institución.
Cuando los intelectuales peruanos comenzaron a abrazar el legado
indígena del país —en especial en el sur, pero también en Lima
des—

pués de la década de 1910—, quedaron especialmente fascinados con


las comunidades campesinas indígenas. Muchos indigenistas esperaban
encontrar en ellas la organización social que, sin destruir a la sociedad
andina, pudiera desplazar al mundo rural serrano, del mejor modo po-
sible, hacia un “cooperativismo socialista”, tal como Hildebrando Cas-
tro Pozo escribiera en 1924. Para los indigenistas, la característica más

era mencionada como parte de distintas parcialidades. Para la idea de que la parciali-
dad en el sentido incaico de una media comunidad definida por linajes complemen—
tarios sobrevivió hasta el siglo XX, véase Mostajo,“Apuntes”, 752.
4. Con respecto a la desarticulación posterior a la Independencia de diversas “funcio-
nes” de las comunidades, ocurrida en Morelos, México, véase Warman, Y venimos (¡
contradecir, 315.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 421


importante de las comunidades era el supuesto predominio continuo
de la propiedad comunal de la tierra.5 La creciente fortaleza política de
la campaña indigenista quedó codificada por vez primera en la Consti—
tución de 1920, elaborada debido a la toma del poder por parte de Au—
gusto B. Leguía. El artículo 58 incluía el primer reconocimiento oficial
desde la Independencia, de la que ahora se denominaba la comunidad de
indígenas. Subrayando el estrecho vínculo existente entre comunidad y
propiedad, el artículo 41 proclamaba que: “la propiedad perteneciente
al Estado, a las instituciones públicas y a las comunidades indígenas es
inalienable y solo puede transferirse por título público en los casos y en
las formas prescritas por la ley”.6
En 1925, el gobierno comenzó a registrar las parcialidades y ay-
llus que habían obtenido el reconocimiento oficial. Este fue el punto de
partida para el surgimiento de una categoría de comunidad legalmente
uniforme, en la cual los límites geográficos, las instituciones internas
y la propiedad comunal de la tierra volvieron a coincidir, tal como ha-
bía sido el caso durante el periodo colonial.7 Todas las tierras dentro de
los límites de la comunidad eran de su propiedad, y ninguna podía ser
enajenada a personas exteriores a ella, un concepto legal reforzado por
los artículos 208 y 209 de la Constitución de 1933 y por el Estatuto de
Comunidades Indígenas del Perú, de 1936.8 Pero a diferencia de la época
colonial, solo una minoría de las comunidades buscó y consiguió dicho
reconocimiento oficial. Todavía en 1958, solo el 24,6% de las 5.986 co—
munidades conocidas en el Perú habían sido registradas. En la inmensa
mayoría de las comunidades no reconocidas, la transferencia de tierras
continuó sin restricción alguna. Para 1958, en Puno, una proporción
considerablemente menor de las comunidades conocidas que en cual—
quier otro departamento del Perú —apenas 30 de 1.396, o 2,1%———, había

Resulta paradigmática la obra Del ayllu al cooperativismo socialista, de Castro Pozo.


Véase también su Nuestra comunidad indígena, 16, donde el autor afirma que “todas
las comunidades a las cuales tuve oportunidad de observar descansan, en mayor o
menor medida, sobre la propiedad común de la tierra”.
6. Sivirichi, Derecho indígena, 122.
Ibíd., 123; Yambert,“Thought and Reality”, 70.
T. Davies, Indian Integration in Peru, 117; Handelman, Struggle in the Andes, 31-33.

422 ] NILS JACOBSEN


elegido y alcanzado dicho estatus.9 Su renuencia a buscar el reconoci-
miento of1cial, sugiere cuánto se habían separado los regímenes de pro-
piedad y los aspectos institucionales de las comunidades en la mente del
campesinado del Altiplano.
Todo esto indica que en esta región, la propiedad comunal de la
tierra tuvo una tenue supervivencia hasta el siglo XX. En general, fueron
cuatro los tipos de propiedad que continuaron estando sujetos a algún
grado de control común por parte de los grupos más grandes de campe—
sinos de comunidad: (1) las tierras agrícolas con una rotación de cultivos
ñja, como la manda, lihua, suyo o aynoca; (2) las tierras reservadas para
el pago de derechos a las autoridades civiles y religiosas; (3) los recursos
especiales de las comunidades, como el acceso a lagos, abrevaderos, ma-
nantiales y depósitos minerales, así como los derechos consuetudinarios
de grupos de familias campesinas (por ejemplo, el derecho de paso a
través de parcelas privadas); (4) los pastos comunales. No toda comuni-
dad comprendía los cuatro tipos de propiedad comunal, y su extensión
variaba de distrito a distrito. La frecuencia, extensión y ubicación de los
la cuestión
pastos comunales, el cuarto tipo de propiedad comunal, era
crucial del patrón de tenencia de la tierra de las comunidades agrarias
la
dedicadas fundamentalmente a ganadería.
El patrón de tenencia de la tierra de tipo lihua reforzaba las institu—
ciones comunales mediante un sistema fijo de rotación obligatoria, muy
parecido a los sistemas de campos abiertos (open jields) de la Europa
del Antiguo Régimen. Cada familia recibía una franja de tierra dentro
del campo dedicado a un cultivo. Una rotación de tres o cuatro cultivos
anuales distintos, era practicada en el suelo relativamente fértil del cin-
turón a orillas de los lagos Titicaca y Arapa. Ella casi siempre comenzaba
con papas, continuaba entre el segundo y cuarto años con cebada, ave-
na, quinua, ocas o pallares en distinto orden, tras lo cual las parcelas se
dejaban en barbecho durante uno o dos años?º En partes más áridas del
Altiplano, como la parcialidad Llaulli de San José, las parcelas de lihua

9. Handelman, Struggle in the Andes, 32. Para el valle del Mantaro, véase Winder, “The
Impact of the Comunidad”, 209—240.
10. Roca Sánchez, Por la clase indígena, 227-228; Bourricaud, Cambios en Puno, 111; para
el distrito de Cuyocuyo, provincia de Sandia, poblado mayormente por campesinos
de Putina, Chupa y Muñani, véase Nalvarte Maldonado, Cuyocuyo, 30-31.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 423


podían sembrarse solo una vez cada siete años.… Después de la cosecha,
la lihua era abierta al ganado de todos los copropietarios, para que se
alimentase con los rastrojos o las hojas sobrantes.12
Hacia 1900, había lihuas o mandas en la mayoría de los distritos de
Azángaro, en donde muchas de las familias de una parcialidad tenían par—
celas, aunque no necesariamente todas. En algunas comunidades —por
ejemplo, la recientemente formada comunidad de San ]osé—, los rituales
anuales de distribución de las franjas de tierra dentro de la lihua perdura—
ron hasta mediados del siglo XX, aun cuando cada familia siempre recibía
la misma franja.13 El título pertenecía a familias individuales.” Las par—
celas de lihua parecen haber sido pequeñas y de distribución desigual. En
1932, en una comunidad en Salinas, al sur de Azángaro, 28 campesinos
tenían 101 parcelas agrícolas de una masa (760 metros cuadrados) cada
una, lo que sumaba un total de 7.676 hectáreas, 0 0,274 hectáreas por per-
sona. Un comunero tenía diez masas (0,76 hectáreas), mientras que algu—
nos solo tenían una (0,076 hectáreas).l5 Además de sus parcelas en la lihua,
la mayoría de los campesinos también sembraban las tierras de sus propias
estancias, usualmente en la vecindad inmediata del lugar en donde vivían.
Algunas comunidades separaban parcelas espaciales de tierra lla-
madas yanasis, “que tenían que ser cultivadas exclusivamente para el
gobernador y sin cobrarle”.16 Una de las obligaciones de los más altos

11. REPA, año 1867, Patiño, f. 120, n.º 57 (14 de junio de 1867).
12. Bourricaud, Cambios en Puno, 112.
13. Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional, 5: 38; L. Gallegos, “San ]osé”, 11.
14. Véase Bourricaud, Cambios en Puno, 112, para la desaparición de la tenencia comu—
nal en los aynocas en la década de 1950. A comienzos del siglo XX, las parcelas de tie—
rra en la lihua de la parcialidad de Cayacaya, en Putina, fueron vendidas libremente
por campesinos individuales a personas que no formaban parte de la comunidad;
véase, por ejemplo, HEPA, año 1908, Jiménez, f. 1219, n.º 482 (19 de nov. de 1908).
Véase también Perú, Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional, 5: 38.
15. Litigio por la parcela de Huancarani-Llustaccarcca, Azángaro, 9 de mayo de 1932,
AIA; una masa es la cantidad de tierra que una cuadrilla de tres hombres puede arar,
sembrar o cosechar en un solo día; véase Mishkin, “Contemporary Quechua”, 418-
419; para el área de una masa como 760 metros cuadrados en Azángaro, véase Ávila,
“Exposición”, 43; L. Gallegos, “San José”, 11.
16. Roca Sánchez, Por la clase indigena, 233; para la década de 1870, véase Martinet,
La agricultura en el Perú, 40—41. Para las parcelas de comunidad reservadas en el

424 | NILS JACOBSEN


oficiales de la comunidad era supervisar que el arado, la siembra, el
deshierbado y la cosecha de estas parcelas se llevaran a cabo oportuna—
mente, y velar por el cuidado de las ovejas que la comunidad mantenía
en sus propios pastizales para las autoridades.17 Las parcelas de yamzsis
se limitaban a la provincia de Huancané y a los distritos adyacentes de
Azángaro, especialmente Chupa y Samán.18 Pero las autoridades loca-
les recibían productos agrícolas y ganaderos de las comunidades incluso
cuando no se separaban campos yanasis. Año tras año, las autoridades
comunales seleccionaban con este fin algunas de las mejores parcelas de
las estancias familiares individuales, de forma rotativa. Un autor de la
época calculaba que cada comunidad de Azángaro dedicaba anualmente
entre 80 y 120 masas (6,08 a 9,12 hectáreas) de tierras de cultivo privadas
al gobernador, las cuales requerían, para su barbecho, de sesenta campe-
sinos durante cuatro a seis días con sus tacllas (arado de pie).19
Los recursos especiales a menudo eran tenidos como propiedad
común. Los manantiales, arroyos, lagunas y las orillas de ríos y lagos
podían ser usados por muchas (aunque no necesariamente todas) las
familias campesinas de una comunidad para regar sus huertos, abrevar
los animales, alimentarlos con plantas semiacuáticas y pescar. Los cami—
nos que llevaban a estos lugares eran considerados servidumbres de todas
las tierras adyacentes, incluso cuando cruzaban terrenos de particulares.
Sin embargo, estos recursos no parecen haber sido considerados propie-
dad común de las comunidades como instituciones; más bien iban junto
a la propiedad de parcelas específicas o de residir en sus alrededores.

departamento del Cuzco para la Iglesia y las municipalidades, véase Mishkin, “The
Contemporary Quechua”, 421. En las comunidades de Azángaro no hallé evidencia
alguna de la propiedad de tierras en común poseída por las cofradías de Azángaro.
Para su importancia en la sierra central peruana, véase Celestino y Meyers, Las cofra-
días, 161—162, 186.
17. Urquiaga, Sublevaciones, 11-15.
18. REPA, año 1907, Jiménez, f. 480, n.º 189 (19 de sept. de 1907); REPA, año 1907, ]imé-
nez, f. 193, n.º 61 [un error; debiera ser 71] (19 de abril de 1907). A mediados dela
década de 1960, muchas escuelas de comunidad en la zona limítrofe entre las provin—
cias de Huancané y Azángaro tenían a veces extensos campos yanasis, que antes del
establecimiento de las escuelas habían sido administrados porla Caja de Depósitos y
Consignaciones. Véase Martínez, Las migraciones, 28.
19. Urquiaga, Sublevaciones, 11—12.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 425


Cuando las estancias o parcelas de tierra se vendían, alquilaban o trans—
ferían de cualquier modo, se indicaba el derecho a estas servidumbres.
Las haciendas adyacentes también podían compartirlas.20
Los derechos en común tendían a desaparecer cuando estos recur-
sos especíñcos tenían un peso preponderante para la economía campe—
sina. El ejemplo más notorio en la provincia de Azángaro fue el de la
explotación del lago de Salinas, a unos doce kilómetros al sudeste del
poblado de Azángaro. Los campesinos de comunidad poseyeron prácti—
camente la totalidad de las orillas del lago hasta la década de 1870. Estas
se encontraban divididas en pequeños segmentos poseídos privadamen-
te, de entre 20 y 100 metros de ancho, a los cuales se conocía como las
entradas de sal. Solo el título a una de tales entradas daba a una familia
el derecho a extraer sal del lecho seco del lago entre junio
y diciembre,
cuando las aguas se retiraban. La cantidad de este bien que una fami—
lia podía extraer dependía aparentemente del ancho de la entrada.21 En
1896, el gobierno de Piérola estableció el estanco de la sal e instituyó un
impuesto sobre ella “para el rescate de Tacna y Arica”, ocupadas por Chi-
le desde la Guerra del Pacífico. Al igual
que en otras salinas de la sierra
explotadas por campesinos, en el lago Salinas estas medidas llevaron a
un incremento de precio de entre 400% a 800% ——de entre 5 a 10 centa—
vos hasta 51 y 56 centavos por quintal de sal—, y a la pérdida del control
campesino sobre su comercialización. El ciclo subsiguiente de protestas
campesinas fue reprimido militarmente.22

20. Para ejemplos de servidumbres, véase REPP, año 1909, Deza, f. 24, n.º 11 (10 de feb.
de 1909); REPA, año 1909, Aparicio, f. 48, n.º 226 (23 de julio de 1909); REPA, año
1909, Jiménez, f. 279, n.º 113 (25 de ago. de 1909).
21. REPA, año 1903, ]iménez, f. 564, n.º 220 (21 de dic. de 1903).
22. Durante las siguientes dos décadas, varios hacendados consiguieron un acceso di-
recto a los depósitos de sal de Salinas, comprando entradas a los campesinos de la
comunidad; véase REPA, año 1900, Jiménez, f. 379 (9 de enero de 1900); REPA, año
1909, Jiménez, f. 126, n.º 51 (29 de abril de 1909). Con respecto al monopolio de la
sal y las rebeliones que estallaron en su contra, véase Kapsoli, Los movimientos, 19,
32-35; Husson,“1896—La révolte du sel”; Husson, De la guerra a la rebelión, segunda
parte; Urquiaga, Sublevaciones, 43—48; Memoria del Sr. Prefecto [1901], 31. Los cam-
pesinos comuneros que continuaban explotando la sal de la laguna Salinas aún no
habían aceptado a la compañía salinera estatal en 1920; véase Roca Sánchez, Por la
clase indígena, 246.

426] NILSJACOBSEN
¿Cuán frecuentes y extendidos estuvieron los pastizales comuna—
les en las parcialidades de Azángaro entre la década de 1850 y 1920? En
1921, Carlos Valdez de la Torre calculó los patrones de tenencia de la
tierra en las comunidades del Altiplano: “En el departamento de Puno
la evolución de la propiedad agrícola indígena ha alcanzado un mayor
grado de especificidad que en el Cuzco; en Huancané, Chucuito, Azán—
garo, Lampa y posiblemente en las otras provincias cada individuo es
propietario de su parcela y puede venderla libremente. No hay parce-
las redistribuidas regularmente y la propiedad permanece indivisa sólo
en lo que respecta a pastos y cerros”.23 Esta evaluación hecha por Valdez,
un cuzqueño con limitados conocimientos de las circunstancias locales
de Puno, resulta paradójica: aunque ella subraya que para la década de
1920, la privatización había avanzado más en las comunidades puneñas
que en las del Cuzco, también decía a sus lectores que “solo” los pastos y
cerros quedaban como propiedad comunal. ¡Pero más del 90% de todas
las tierras en el Altiplano eran pastizales!
Las referencias a “terrenos comunes” 0 “propiedades de comuni—
dad” aparecen con frecuencia en los contratos notariales, pero solo en
unos cuantos casos se mencionan pastos comunales. Un caso se refiere
a los terrenos de Incacancha, Cuncapampa, Patapampa y Coparciopa—
ta, en la parcialidad Yanico del distrito de Arapa. Hacia 1870, Melchor
Quispe, campesino de Yanico de 50 años de edad, reclamó estas parcelas
como propiedad privada, mientras que un gran grupo de otros cam-
pesinos de la misma parcialidad las consideraba tierras comunes. Para
terminar la costosa batalla legal, en marzo de 1871 ambas partes llegaron
a un acuerdo extrajudicial. Esas tierras debían ser de “disfrute común de
todas las personas referidas [Quispe y otros 33 campesinos de comuni—
dad] para que se puedan beneficiar de sus pastos como antes sin formar
cabañas ni otros obstáculos”. Si por cualquier razón resultaba necesario
levantar cabañas, la construcción sería llevada a cabo solo con la apro—
bación de todas las familias con derechos sobre la tierra. Y esta solamen—
te podría arrendarse a una de las partes contratantes, jamás a terceras

23. Valdez de la Torre, Evolución, 159, 169, subrayado mío); Roca Sánchez, Por la clase
indígena, 227-228. Para estimados de los pastizales comunales en 1959, véase Perú,
Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional, 5: 38.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA [ 427


personas. Todos acordaron sufragar las costas de un litigio librado por
dichas tierras contra forasteros.24
Es indudable que estos campos eran un ejemplo de pastos comu-
nales, y el contrato buscaba evitar su división interna, privatización y
enajenación. El requisito de obtener permiso antes de construir vivien—
das en ellos preveía la formación de nuevas unidades familiares dentro
del grupo de familias participantes; sin embargo, el permiso debía ser
controlado celosamente por todas las partes interesadas. Los derechos de
cada interesado en estas parcelas dependían de su disposición a salir en
su defensa contra potenciales interesados foráneos, en particular contri—
buyendo a los costos judiciales, de ser necesario. No compartir los costos
de la defensa de la propiedad comunal era a menudo considerado como
la renuncia al título sobre ella.25
Para interpretar este caso, resulta de crucial importancia el número
de campesinos que poseían derechos sobre los pastos comunes. En 1876,
la parcialidad de Yanico tenía una población de 764 personas, las cuales
conformaban al menos unas 150 familias nucleares.26 Aun si asumimos
que en conformidad con el acuerdo de 1871, cada uno de los 34 campe5i—
nos varones que tenía derecho sobre dichos pastos representaba a distin-
tas familias nucleares, resulta que menos de la cuarta parte de todas las
familias de Yanico compartían estos derechos. En otras palabras, no se
trataba de pastizales comunes de la parcialidad de Yanico sino de cierto
grupo de campesinos, quienes se definían por algún otro criterio aun
cuando vivían dentro de esta parcialidad.
Un segundo ejemplo nos ayuda a identiñcar estos grupos específi-
cos dentro de las comunidades. En abril de 1863, 23 campesinos indios
de las parcialidades Choquechambi y Caroneque, en el distrito de Mu-
ñani, iniciaron un litigio contra José Luis Quiñones y su medio hermano
José Maria Lizares Quiñones, los propietarios de la hacienda Muñani

24. REPA, año 1871, Patiño, f. 391, n.º 181 (29 de marzo de 1871).
25. Véase la pérdida de sus derechos en el fundo Iaputira, parcialidad de Cayacaya-Pi—
chacani, del distrito de Putina, por parte de los herederos de Ambrosio Mamani por
no haber participado en las costas de la defensa legal, REPA, año 1909, ]iménez, f. 68,
n.º 26 (12 de feb. de 1909).
26. Dirección de Estadística, Resumen del censo [1876], 103. El número de familias tuvo
como base un estimado de cinco personas por familia.

428 | NILS JACOBSEN


Chico, por haber estos usurpado diversas parcelas pertenecientes a la
comunidad. Entre otros puntos, ellos dieron instrucciones a su apodera-
do judicial para que tomara medidas legales contra la siguiente pérdida:

Igualmente deberá rechazar el violento despojo que el actual ]uez de Paz


del distrito de Muñani, don Juan Antonio Iruri, ha perpetrado mediante
la demarcación de linderos […] de las parcelas Accopata, propiedad de los
Ccoris, parte integral de los comunes que todos nosotros los indios usamos pa—
cíficamente para mantener nuestro ganado, y hoy sufrimos muy graves daños
[…]; el pretexto [para la demarcación de linderos fue que] Pedro Quispe
había vendido las tierras de Accopata aunque era claro que todos los otros
coherederos eran dueños, y mediante la dicha demarcación varias familias
también sufrieron despojo.27

Cuando Pedro Quispe casó con Francisca Ccori, sus suegros les
asignaron parte de la estancia familiar, es decir las tierras llamadas
Ac—

copata, “con linderos perfectamente señalados […] para que pudiéramos


vivir independientemente”. Tras la muerte de la mayoría de los hijos, “y
hallando nuestra fortuna en un estado de decadencia luego de más de
cuarenta años de matrimonio”, en febrero de 1863 la pareja firmó un
contrato prometiendo vender la referida Accopata y otras dos partes de
las estancias de la familia Ccori —entonces en posesión de la familia del
hermano y la hermana de Francisca Ccori— a José Luis Quiñones y José
Maria Lízares Quiñones. Pedro Quispe afirmaba haber recibido auto-
rización para iniciar la venta de estas partes de la familia de su esposa.
Pero los Ccori pronto se opusieron a la venta propuesta y exigieron una
división legal de las tres partes de la estancia Ccori. En estas circunstan-
cias debe haberse llevado a cabo la demarcación de los linderos, gracias
a la cual el juez de paz Iruri, medio hermano de los dueños de Muñani
Chico, adjudicó Accopata —la parcela de Quispe en la estancia de la
familia Ccori— alos Lizares Quiñones debido al acuerdo de venta. Aun—
que originalmente todas las partes de la estancia estaban incluidas, solo
Accopata se convirtió efectivamente en parte de Muñani Chico debido
a la resistencia que los Ccoris y otros campesinos de la comunidad pre-
sentaron. Pero los campesinos lucharon incluso contra la pérdida de esta

27. REPA, año 1863, Patiño, f. 55, n.º 19 (25 de abril de 1863); subrayado mío.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA ]


429
tierra. Para 1872 aún no terminaban los juicios, así como el odio entre
los Ccoris y su pariente político Pedro Quispe.28
¿Cuáles eran, entonces, los pastizales comunes entre los que los
campesinos de la comunidad incluían a Accopata? Este terreno, junto
con las otras partes de la estancia Ccori, eran utilizados por todos los
miembros de una familia extensa como pastos de sus diversos rebaños.
El jefe de la familia Ccori había asignado un sector de la estancia a su hija
y a Pedro Quispe, el esposo de esta última, probablemente para que le-
vantara una vivienda y esclarecer los derechos de herencia. Sin embargo,
esto no puso fin a la práctica de pastar indiscriminadamente los rebaños
de diversos miembros de la familia en las distintas partes de la estancia
familiar. Accopata era así, tanto una propiedad individual como pasti-
zales comunes para una familia extensa de campesinos de comunidad.
No hay nada en la documentación que sugiera que para la segun—
da mitad del siglo XIX, las comunidades campesinas de Azángaro, como
entidades corporativas, aún hayan tenido derechos sobre los pastos co-
munales. De hecho, de todas las categorías de propiedad para las cuales
había algún tipo de tenencia común o grupal, solo las tierras de yanasís, la
segunda categoría, constituía claramente una propiedad comunal corpº-
rativa. Aunque compartidos por todos los miembros de una comunidad
en casos específicos, los derechos sobre las parcelas de lihua no se deriva-
ban de la pertenencia a la comunidad como corporación, sino más bien
del derecho tradicional de las familias al u5ufructo de ciertas parcelas.
Lo mismo vale para los derechos sobre las servidumbres y los pastizale5.
La comunidad indígena, en tanto corporación claramente definida,
existía solamente en relación con las autoridades civiles y eclesiásticas
de la sociedad más amplia. Su función como titular corporativa de
pro-
piedades era vigorosa, siempre y cuando el Estado colonial tratara con
el campesinado indígena a diversos niveles a través de las comunidades,
no solo con respecto a las tierras trabajadas en usufructo por familias
campesinas individuales, sino también a las extensas propiedades de las
cajas de comunidad y de las cofradías. Para el tardío siglo XIX, solo las
autoridades locales trataban con las comunidades como corporaciones,
en tanto que las demandas de las autoridades civiles y eclesiásticas de

28. REPA, año 1872, Patiño, f. 30, n.º 17 (22 dejunio de 1872).

430 | NILS JACOBSEN


mayor rango habían mayormente cesado o eran dirigidas directamen—
te a familias individuales. La función corporativa de las comunidades
con respecto a las autoridades locales aún encontraba su expresión en
la supervivencia de parcelas específicas mantenidas para el gobernador,
el cura y el juez de paz, aun cuando en la mayoría de ellas, dichas car—
gas habían sido asignadas a parcelas de familias campesinas individua-
les. Los grupos de familias campesinas que seguían utilizando la tierra
conjuntamente, continuaron existiendo por debajo del nivel de las de-
bilitadas comunidades corporativas, incluso cuando los miembros de
algunas de estas familias estaban convencidos de que tenían el derecho
de propiedad pleno, y veían dicha idea reforzada por la presión que los
terratenientes foráneos ejercían para comprarles la tierra.29
En un intento de superar la yuxtaposición formal entre comunidad
de
y hacienda, Benjamín Orlove y Glynn Custred describieron un tipo
organización social del sur peruano, que semeja las condiciones exis—

tentes en Azángaro entre la década de 1850 y 1920. Los “grupos de des-


cendencia localizada” que se encuentran entre los pastores de las altas
laderas de la Cordillera Occidental, en la provincia arequipeña de Casti-
lla, constan de tres a diez hogares, los cuales están

[…] ligados usualmente por lazos agnaticios; los jefes de hogar frecuente—
mente son hermanos o primos patrilaterales. Las viviendas se encuentran
distan—
en unos núcleos poblacionales con nombre, separadas entre sí por
cias de más de un kilómetro. Estos grupos tienen a veces una profundidad
de 3 generaciones […] Cada grupo de descendencia localizado posee algu—
nos de los escasos pastizales permanentes, junto con las chozas y corrales
ubicadas en ellos […] En virtud a su pertenencia a un grupo de descenden-
cia localizado, las personas tienen derecho de pastoreo tanto en los pastiza—
les permanentes como en los que crecen en la estación de lluvias […] Cada
hogar utiliza una porción de la tierra para su propio mantenimiento, pero
la propiedad sigue siendo corporativa [colectiva], actuando el jefe de hogar
más antiguo como ejecutor. En tales casos sólo los hijos y las hijas solteras
pueden aspirar a tener acceso a la tierra.30

29. Delgado, Organización, 14; Ponce de León,*?&spectos económicos del problema indí-
gena”, 139—141.
30. Orlove y Custred, “The Alternative Model”, 45-46; Orlove, “Native Andean Pasto-
ralists”. Es importante distinguir claramente entre estos pastores geográficamente

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 431


Con algunas modificaciones, podemos aplicar este modelo a las
comunidades del Altiplano. La relación entre título de propiedad y uso
efectivo de la tierra podría haber variado. Un grupo de descendencia po—
día utilizar algunos o todos sus pastizales y parcelas agrícolas conjunta-
mente, ya fuera con título conjunto a las tierras (pro indiviso), ya incluso
después de haber efectuado la distribución formal de todas las partes en-
tre los coherederos. El derecho mancomunado a los campos ancestrales
no aseguraba automáticamente que el usufructo no le correspondiera a
familias individuales. En la mayoría de los casos en los cuales ya se había
efectuado una división legal de las tierras ancestrales, al menos algunos
de los campos eran usados por familias individuales. En contraste con
la organización social prístina de los pastores de la cordillera, los
grupos
de descendencia campesinos del Altiplano tendían a ser más abiertos;
los mecanismos incorporados para perpetuarse defenderse a sí mismos
y
de las alteraciones de las fuerzas externas eran usualmente débiles.
Hay
pocas evidencias que sugieran que en Azángaro, los valiosos pastizales
de la estación seca y las áridas cumbres de los cerros, hayan sido poseídos
en común por los grupos de descendencia con más frecuencia que otros
tipos de pastos.3I
Al igual que en el caso de las tierras de la familia Ccori, el usu-
fructo común de la tierra en los grupos de descendencia campesinos de
Azángaro, fue puesto en peligro y subvertido por presiones externas e
internas. En una sociedad rural clientelista con una demanda acelerada
de tierra, algunos campesinos dentro de los
grupos de descendencia po-
dían verse forzados a vender sus derechos en la estancia ancestral a una
persona externa poderosa. Esta situación produjo numerosos casos de
litigios en los cuales un grupo de campesinos luchaba contra la venta de
una porción de la estancia familiar por parte uno de los coherederos. A
un nivel, aquí se reflejaban conceptos contradictorios pero coexistente5
en torno al derecho sobre las tierras campesinas: incluso cuando nadie
dudaba que un campesino había heredado el título a una parte específica

aislados, a los que encontramos a alturas que van entre los 4.200 y los 4.800 metros
sobre el nivel del mar, y el campesinado del Altiplano propiamente dicho.
31. Para las mayas (pastizales de la estación seca) y las cumbres de las colinas en manos
de familias campesinas individuales, véase REPA, año 1897, Paredes, f. 20, n.“ 10 (26
de enero de 1897); REPA, año 1908, Jiménez, f. 1222, n.º 483 (19 de nov. de 1908).

432 | NILS JACOBSEN


de la propiedad familiar, para los coherederos no quedaba del todo claro
que esto le diera el derecho a vender dicha parte a alguien ajeno al gru—
po. En otro ámbito, estos conflictos legales demostraban que el grado
de bienestar económico podía variar bastante dentro de los grupos de
descendencia. Algunos miembros quedaban endeudados con personas
ajenas al grupo al hipotecar su parte de la estancia familiar, mientras que
otros en el interior de el permanecían económicamente independientes.
Hay pocas evidencias que sugieran que en Azángaro, los grupos de des-
cendencia hayan intentado impedir la transferencia de una parte de las
tierras familiares a los campesinos que no formaban parte del grupo,
cuando estos se casaban con una heredera.32 Tales transferencias consti—
tuían otra fuente de presión externa sobre el usufructo mancomunado
de la tierra por parte de los grupos de descendencia campesinos.
Había muchas causas posibles de tensión en estos grupos. Tras la
muerte del jefe de una familia extensa que había controlado todas las
tierras familiares, las relaciones entre los hermanos, primos, sobrinos y
tíos frecuentemente mostraban tanta competencia como solidaridad. El
miembro de mayor edad de la siguiente generación carecía a menudo de
la autoridad del difunto patriarca.33 Los litigios entre los campesinos del
Altiplano, frecuentes a f1nales del siglo XIX, eran alimentados en no poca
medida por los conflictos intrafamiliares. Los pleitos judiciales eran in—
compatibles con el mantenimiento del usufructo mancomunado de una
propiedad rural por parte de un grupo de descendencia.
Todas las familias nucleares de estos grupos de descendencia usual—
mente administraban sus propios rebaños, incluso cuando la tierra era
usada mancomunadamente por ellas. Esta independencia inevitable-
mente llevó a la diferenciación de la riqueza. Mientras que un campe-
sino incrementaba sus rebaños con el matrimonio, compraba algunos
animales y era capaz de mantener baja la mortandad de sus animale5,

32. En ocasiones, los grupos de descendencia que usaban conjuntamente los campos de
la familia, compraban la parte de una coheredera que había casado con un campe—
sino de fuera del grupo; véase REPA, año 1909, Jiménez, f. 279, n.º 113 (25 de ago. de
1909).
33. Para un típico conflicto en las familias campesinas entre huérfanos menores de edad
y un tío, instituido como su tutor, véase REPA, año 1862, Patiño, f. 332, n.º 159 (31 de
oct. de 1862).

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 433


su pariente tal vez perdía ovejas con un duro invierno o se veía obli-
gado a vender animales para cubrir los gastos asociados con un cargo
comunal. Las diferencias en el tamaño de los rebaños no amenazaban
el uso mancomunado de las tierras ancestrales por parte del grupo de
descendencia, siempre y cuando los pastizales fueran abundantes, pero
las tensiones inevitablemente se acumularían una vez que los rebaños
presionaran con fuerza sobre este recurso familiar. En una situación
como la antedicha, los campesinos más ricos del grupo buscaban au—
mentar sus derechos de uso de la tierra en cualquier forma posible. Si se
había adquirido una parcela de tierra o se había incurrido en gastos para
su defensa, los campesinos que pagaron dichos gastos podían sostener
contar con un mayor derecho sobre las tierras de la familia, que aquellos
miembros del grupo que eran demasiado pobres como para contribuir.“
¿Pero cuándo fue que los pastizales comenzaron a escasear en las
comunidades campesinas de Azángaro? Escribiendo en la década de
1940, el antropólogo Bernard Mishkin sugirió para la sierra sur peruana
en general, que “un pronunciado incremento en el número de ganado,
con la resultante competencia por los pastizales, ha removido todo ves-
tigio de pastos comunales”.35 La ratio animal/tierra en las comunidades
quedaba determinada por tres factores: la cantidad de pastos dispo—
nibles, el tamaño de los rebaños y —como factor secundario con una
fuerte correlación con los dos factores principales— la población de las
comunidades.
El crecimiento de la población humana es el factor más claro. En
la mayoría de los distritos, la población en general creció más rápido
que la de los pequeños propietarios (cuadro 7.1). Dicho incremento se
explica por el crecimiento demográfico en los centros “urbanos”, los
campamentos mineros y sobre todo en las haciendas. Estos datos con—
firman claramente el crecimiento del sector hacendado en la provincia.
En los distritos que tuvieron un incremento mínimo de las haciendas,
como Samán y Caminaca, las tasas de crecimiento poblacional de todo
el distrito y de los comuneros muestran la diferencia más pequeña. En

34. Para las batallas legales entre campesinos emparentados, véase Bourricaud, Cambios
en Puno, 116-117; Martínez, “El indígena”, 182.
35. Mishkin, “The Contemporary Quechua”, 421.

434 [ NILS JACOBSEN


“'x_../ …,

Cuadro 7.1
DESARROLLO DE LA POBLACIÓN DE LAS COMUNIDADES CAMPESINAS DE AZANGARO, 1876-1940

CRECIMIENTO CRECIMIENTO PORCENTUAL,

1876 1940 PORCENTUAL, 1876-1940, POBLACIÓN

1876-1940 TOTAL DE CADA DISTRITO

Achaya 1.672 2.099 25,5 53,6

Arapa 3.371 6.710“1 99,0 148,1

Asillo 4.089 8.045 96,7 142,0

Azángaro 4.323 8.780h 103,1 134,7

Caminaca 1.731 3.293 90,2 88,2

Chupa 2.875 6.0536 110,5 184,6

Muñani 230 224 —2,6 93,1

Potoni 947d 547 —42,2 36,5

Putina 1.507 2.625 74,2 95,5

Saman 4.362 8.448 93,7 94,2

San Antón 1.439 2.509 74,3 107,9

San José 1.816 1.928 6,2 76,4

Santiago 3.770 5.541 47,0 92,7


Total 32.132 56.802 76,8 114,4


Echuye a la Villa de Betanzos, clasificada como pueblo en este censo.
**
Incluye a San Juan de Salinas, parte de Azángaro hasta 1908.

Excluye a Huilacunca—Ayrampuní, clasificada como pueblo en este censo.

Excluye a los campamentos mineros y de construcción.
Fuentes: véase el cuadro 1.1.

distritos con una rápida expansión de las haciendas, como San José y
Chupa, la tasa de crecimiento dela población total fue considerablemen-
te más alta que la de los campesinos comunitarios. Estas cifras, claro
está, sugieren una transferencia de población de las comunidades a las
haciendas o centros urbanos.
Algunos estudios sostuvieron que había una correlación entre la
expansión de la hacienda y la distribución espacial de la población en
el Altiplano. Una guía comercial del sur peruano para 1920 sugiere que

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 435


“la absorción de las comunidades y pequeñas propiedades de los indios
por los hacendados, ha influido mucho en la despoblación gradual de
ciertas áreas”.36 Sin embargo, en la mayoría de los distritos de Azánga—
ro, su expansión no causó una despoblación (cuadro 7.1). Según una
idea más específica, la expansión de la hacienda habría provocado un
desplazamiento de la población del Altiplano hacia zonas con una alta
concentración de parcialidades campesinas y pocas haciendas, princi-
palmente a la franja alrededor del lago Titicaca y las grandes pampas
al norte y este de Juliaca, incluyendo algunas partes de la provincia de
Lampa y los distritos azangarinos de Achaya, Caminaca y Samán.37 Pero
tal patrón tampoco es distinguible en la prºvincia de Azángaro antes de
1940. Algunos distritos —Chupa, por ejemplo— en los cuales el sector
hacendado se engulló gran parte de las tierras campesinas, experimen-
taron un crecimiento global de la población por encima del promedio,
en tanto que otros con una rápida expansión de las haciendas —Poto-
ni, por ejemplo— solo vieron un lento incremento de su población. Sa-
mán y Caminaca, que tuvieron una expansión mínima de las haciendas,
experimentaron un crecimiento demográfico inferior al promedio. Es
probable que las condiciones ecológicas hayan tenido un fuerte impac-
to sobre el crecimiento diferencial de la población entre los distritos.
La idoneidad de la tierra para la producción de cultivos suplementarios
podría haber influido, en particular, sobre los niveles poblacionales 505—
tenibles en las comunidades.38 Este factor explica el crecimiento demo—
gráfico superior al promedio en Chupa, Arapa, Asillo y en Azángaro, el
distrito con el patrón de uso de la tierra más complejo.
La población de las comunidades creció posiblemente en 50% o
60% entre 1876 y 1940,39 pero hubo grandes variaciones de un distrito a
otro. Al no contar con una medida de la extensión de las tierras campe-
sinas vendidas a hacendados y a propietarios intermedios, solo podemos

36. Guía general, 211; Málaga, “El problema social", 32-34.


37. Min. de Hacienda y Comercio, Plan regional, 5: 6.
38. Cfr. Grieshaber, “Survival”, esp. 242, 262.
39. Dicho estimado de crecimiento está deflactado, puesto que el censo de 1876 proba—
blemente no contó alrededor del 15% de la población, tal como se sugiriera en el
capítulo 1.

436 | NILS JACOBSEN


presentar un índice tosco del incremento de la presión demográfica en
el sector comunal de cada distrito, considerando el efecto combinado
del crecimiento de la población y la pérdida de tierras en personas que
no formaban parte de las comunidades. La densidad demográfica en las
comunidades creció más en los distritos de Arapa, Asillo, Azángaro y
Chupa, puesto que allí los campesinos perdieron muchas tierras frente
a las haciendas, en tanto que su población creció a un ritmo elevado. En
Putina, San Antón, Caminaca, Samán, San José y Santiago, las comu—
nidades experimentaron un incremento moderado en la densidad de la
población. Por ejemplo, debido al bajo crecimiento de la población, en
las comunidades de San José, una tasa elevada de venta de tierras tuvo
un menor efecto sobre su densidad. Esta última creció menos en las co-
munidades de los distritos de Achaya, Muñani y Potoni debido a que el
crecimiento demográfico o el nivel de las ventas de tierras a personas
que no pertenecían a las comunidades estuvo entre bajo e intermedio.
En Muñani, el rudimentario sector comunal que había sobrevivido a
una expansión anterior de la hacienda vio pocos cambios en su densidad
demográfica; allí, debido a la escasa base territorial que les quedaba a
las comunidades, la densidad probablemente ya se había acercado a sus
límites ecológicos incluso hacia 1870 o 1880.40 Este caso resulta excep-
cional: antes de 1920, la mayoría de las comunidades no había alcanzado
el límite de su capacidad para sostener poblaciones humanas bajo los
patrones de uso de la tierra prevalecientes.
De este modo, la densidad poblacional en las comunidades de la
mayoría de los distritos creció a una amplia variedad de tasas durante el
intervalo censal 1876-1940. Pero fueran cuales fuesen las diferencias lo-
cales, la cantidad de tierra disponible para muchas familias campesinas
disminuyó, confirmando así el decreciente tamaño medio de las parcelas
de tierra vendidas por los campesinos indígenas. En muchos casos, para
1900, entre 10, 20 o más campesinos emparentados poseían partes de una
propiedad que todos recordaban había pertenecido a un ancestro común
hacía unas cuantas generaciones. El fundo Chafani Choquechambi, por

40. Sin embargo, esto no podría haber sido así puesto que Chijos, la otra comunidad
sobreviviente de Muñani, que está situada a gran altura en la cordillera y donde vi-
vían pastores relativamente acomodados, continuó poseyendo extensas propiedades
hasta bien entrado el siglo XX.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 437


ejemplo, ubicado en la parcialidad [lata de Arapa, había sido propiedad
exclusiva de Vicente Ayamamani durante la primera mitad del siglo XIX.
Era suficientemente extenso como para haber sido vendido en 1906 por
la considerable suma de dos mil soles m. n. Luis Felipe Luna, su com—
prador, rebautizó al fundo como la hacienda Luisa, incluso sin haberle
añadido otras tierras campesinas. Al momento de esta transacción, la
propiedad había sido parcelada en nueve cabañas compartidas por 25
descendientes (sin contar esposos y esposas) de Vicente Ayamamani.41
Todavía en 1910 o 1920, las más viejas y grandes estancias campesinas
continuaban sin haber sido divididas en algunas localidades; además,
unas propiedades considerables acababan de ser conformadas por cam—
pesinos recién enriquecidos.
¿Qué impacto tuvo el decreciente tamaño de la tierra de que mu—
chos hogares campesinos disponían, sobre la ratio animal/tierra en las
comunidades? En el capítulo 3 calculé que durante los primeros años
después de la Independencia, la denSidad del ganado estuvo por debajo
de la capacidad de carga de los pastizales, tanto en el sector hacendado
como en el campesino. Pese a las fuentes tempranas no confiables, caben
pocas dudas de que la población ganadera de Azángaro experimentó un
crecimiento de largo plazo, incrementándose alrededor de 300% entre
la década de 1820 y mediados del siglo XX (cuadro 7.2). Sería de
espe-
rar que los rebaños se recuperaran naturalmente luego de las repetidas
matanzas ocurridas entre 1780 y mediados de la década de 1850; dicha
recuperación se vio favorecida por el interés que hacendados y campe—
sinos por igual tenían de incrementar sus rebaños, a medida que la de—
manda de lanas y animales vivos iba creciendo después de mediados de
siglo. En el largo plazo, debemos buscar la causa más importante del
número cada vez más grande de ovinos y vacunos, en el crecimiento
de la población humana de Azángaro. Un creciente número de familias
cuya subsistencia tenía como base fundamentalmente los recursos ga-
naderos, intentó expandir sus rebaños hasta el límite permitido por los
pastos disponibles.42 Pero ¿cuándo fue que esta creciente población de

41. REPA, año 1906, Jiménez, f. 1087, n.º 340 (24 de abril de 1906).
42. El crecimiento de la población de ganado de Azángaro no se produjo de modo lineal,
puesto que fue interrumpido por las epidemias de animales y las sequías. Una epide-
mia redujo los rebaños de alpaca durante la década de 1920; véase Burga y Reátegui,

438 | NILS JACOBSEN


Cuadro 7.2
POBLACION DE GANADO DE AZANGARO, 1825—1959

1825/29“| 1911b 1920c 1929d 1945e 1959f

Ganado vacuno 17.326 18.526 [29.200] 22.268 54.750 76.400


Ovejas 316.568 546.580 [883.558] 1.182.580 1.668.276 1.322.200
Camélidos 7.125 12.600 [26.301] 8.865 59.780 54.400
Equinos 11.410 3.200 n. d. 6.332 n. d. 17.000
TOTAL OMRg 632.041 795.340 [1.241.310]" 1.502.812 2.365.226h 2.392.200

Notas yfuentes:
Choquehuanca, Ensayo, 15—55.
a.an
Ministerio de Fomento, Dirección de Fomento, La industria, 15.
Promedio de estimados altos y bajos, de )acobsen, “Land Tenure”, 871-881, ap. 6.
Dirección de Agricultura y Ganadería, Estadística del año 1929, 394-396.
. . .

&
Belén y Barrionuevo, La industria, 15-16. El autor nos da la población de ganado del
departamento de Puno; calculé las cifras correspondientes a Azángaro aplicando las
proporciones del ganado dela provincia en 1959 a las cifras de 1945.
( Ministerio de Hacienda y Comercio, Plan regional, vol. 28, Informe PS/G/59, Manual de
estadística regional, 239-241.
5 Sobre la base de las tasas de conversión en Jiménez, Breves apuntes, 63—64.
" Sin equinos.

ganado comenzó a superar la capacidad de carga de los pastizales de las


comunidades?
Hacia 1920, la densidad del ganado en el sector campesino de Azán-
garo alcanzó un nivel de entre 2,76 y 5,04 unidades de ovino por hectá-
rea, un rango apreciablemente más alto que la capacidad de carga media
de unas dos unidades de oveja por hectárea de los pastos naturales del
Altiplano.43 Para situar estas cifras en perspectiva histórica, en 1960 la
densidad del ganado en las comunidades indígenas de Azángaro había
alcanzado las 17 unidades de ovejas por hectárea. Los pastizales podían
mantener un número de animales considerablemente más alto que la

Lanas, 91. La caída de la población ovina entre 1945 y 1959 se debió casi con toda
certeza a la severa sequía de mediados de la década de 1950.
43. ]acobsen, “Land Tenure”, 880, ap. 6.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA |


439
supuesta capacidad de carga, y los rebaños no dejaban repentinamente
de crecer una vez que los pastos alcanzaban su capacidad definida. Pero
no debe pensarse que los cálculos tradicionales de su capacidad de carga
sean algo ficticio: demasiados rancheros prácticos y técnicos de ganado
coincidían en el valor nutritivo extremadamente bajo de los pastos del
Altiplano.44 Cuando las densidades ganaderas superaban la capacidad de
carga de los pastizales, los animales tendían a ser raquíticos, las tasas de
mortandad se disparaban y la producción de lana y carne caía.45
Los campesinos tenían ciertos medios con los cuales reducir estos
efectos del sobrepastoreo. Ellos podían incrementar la cantidad de pas-
tos que duraban todo el año mediante trabajos de riego limitados. Me-
diante el uso cuidadoso de los pastizales húmedos de invierno (moyas
o ahijaderos), aumentaban efectivamente la capacidad de carga de los
recursos globales de sus tierras de pastoreo.46 Es más, los campesinos
de comunidad ponían algunos de sus animales a pastar junto con los
rebaños de los colonos de las haciendas en los pastos de estas últimas, a
cambio de lo cual le pagaban al colono en bienes o servicios. Esta prác—
tica transfería la presión del ganado sobre el recurso pasto, del sector
campesino al hacendado.47 Los campesinos de comunidad podían tam-
bién arrendar legalmente los pastizales de las haciendas vecinas, aunque
en Azángaro esto parece haber sido raro. Según Mishkin, “un pastor

44. Para la capacidad media de dos unidades de ovino por hectárea, véase V. Jiménez,
Breves apuntes, 83; según Urquiaga (Sublevaciones, 25), los pastizales de Azángam
permitían tener entre 400 y mil unidades de oveja por milla cuadrada, o asumien-
do una milla de 1.609 km 1,5 a 3,9 unidades de ovino por hectárea. De Lavalle
y García (“El mejoramiento”, 53) sugiere para la sierra en general la cifra de ocho
hectáreas de pastizal por vaca, o —asumiendo los factores acostumbrados de re—
ducción— una capacidad de carga de 1,25 ovejas por hectárea. Agradezco a Marcel
Haitin que me haya señalado este artículo. En una entrevista celebrada en Puno el
25 de noviembre de 1975, José Luis Lescano, el último presidente de la Asociación
Agropecuaria Departamental, sugirió que en los mejores pastizales del Altiplano se
requería de una hectárea para alimentar adecuadamente a una oveja. Esta propor-
ción sube a unas tres hectáreas en la Cordillera Oriental y a cinco o siete por oveja en
la muy árida Cordillera Occidental de Puno.
45. De Lavalle y García, “El mejoramiento”, 53.
46. Comunicación personal de Benjamin Orlove; véase también su texto “Native Andean
Pastoralists”.
47. Urquiaga, Sublevaciones, 32.

440 | NILS JACOBSEN


rico [de la comunidad] debía en última instancia buscar pastos en las
haciendas”, lo que viene a ser un ejemplo de lo que Juan Martínez Alier
llamara el “asedio externo” de los recursos de la hacienda?8
Mi cálculo de la ratio animal/tierra en las comunidades campesinas
de Azángaro, parece confirmar la idea de que para los primeros años del
siglo XX, el uso de las tierras comunes por parte de los grupos de descen-
dencia localizados venía sufriendo una creciente presión interna a través
del conflicto en torno a los limitados recursos de pastos, además de la
presión externa ejercida por los hacendados vecinos. Como lo señaló Ju-
lio Delgado en 1930, la propiedad de la tierra en el sector campesino del
sur peruano estaba atravesando “la transición de la propiedad familiar
a la individual”.49
Los patrones de herencia entre los campesinos reflejan este debilita-
miento del grupo de descendencia, asociado con el papel decreciente del
jefe paterno de una familia extendida. En 1916, José Sebastián Urquiaga
aún llegó a ver que la mayoría de los campesinos indígenas de Azángaro
transmitían una parte mucho menor de sus bienes a las hijas; el primo-
génito varón, al que se consideraba el “representante de la familia”, se
convertía en heredero universal.50 Ello no obstante, son excesivamente
raros los testamentos de campesinos en los cuales un heredero varón re—
cibe toda la tierra de la familia en desmedro de las hermanas.51 Los hijos
a veces eran desheredados por su “deslealtad” o “falta de respeto” contra
sus padres, pero los herederos varones sufrían dicho castigo con tanta
frecuencia como las herederas.52 En la mayoría de los testamentos, hijos e

48. Mishkin, “Contemporary Quechua”, 426; Martínez Alier, Los huacchilleros, 3-7.
49. Delgado, Organización, 14.

50. Urquiaga, Sublevaciones, 22.


51. Por testamento del 8 de sept. de 1858, María Machaca, de Azángaro, pasó la estancia
paterna Hucuni, situada en la parcialidad de Hurinsaya, a su hijo ilegítimo Simón
Mango, tenido con el coronel Vicente Mango de la familia cacical. Ella había pasado
la mayor parte de su ganado a su hija legítima María Copacondori, para que así ella
no tuviera ningún derecho sobre Hucuni; REPA, año 1858, Manrique (8 de sept. de
1858). Ello no obstante, la hija reclamó la mitad de la estancia seis años más tarde;
REPA, año 1864, Patiño, f. 32, n.º 14 (10 de mayo de 1864).

52. Véase el testamento de María Hancco de Azángaro, fechado el 9 de sept. de 1911, Ex—
pediente Judicial, A)A; ella excluyó & su hijo legítimo Basilio ln0fuente de la herencia
“porque se rebeló contra mi y me robó nueve vacas, un caballo y antes un yugo de

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 441


hijas recibían partes iguales de la propiedad. Las mujeres indígenas apa—
recen rutinariamente como dueñas de las tierras de sus padres en todo
tipo de contratos notariales, desde testamentos hasta escrituras de venta.
De este modo, para el temprano siglo XX, la herencia de la tierra entre
los campesinos indios de Azángaro se aproximaba al patrón de herencia
equitativa de los residentes hispanizados de la provincia, al menos entre
aquellos poco acomodados que dejaron testamentos notariales.

La penetración comercial, el Estado y el cambiante eje


de la solidaridad comunal

La crisis de la propiedad común y del usufructo conjunto de la tierra


por parte de los grupos de descendencia, ciertamente que no llevó a la
desaparición de la solidaridad en dichos grupos o en las parcialidades.
Los intercambios recíprocos de trabajo, la defensa común contra las in—
vasiones externas de la tierra, los rituales y celebraciones compartidos, y
la multitud de actividades cotidianas compartidas o emprendidas con-
juntamente: todo ello continuó, contribuyendo así a la confianza que
ligaba a estos grupos.
Lejos de ser entidades estables y estáticas, en el Altiplano las comu-
nidades campesinas venían experimentando un proceso de complejas
metamorfosis al comenzar el siglo XX, particularmente al ramificarse o
dividirse en varias nuevas.53 Los elementos dinámicos en dichas subdivi-
siones eran los grupos de descendencia. En el censo de 1940, el término
estancia denotó por vez primera a centros de población rurales que se
habían desarrollado a partir de propiedades campesinas, divididas entre
un número creciente de herederos de segunda y tercera generación.54 El

bueyes, y otras tres vacas más así como un rebaño de sesenta ovejas”. Otros ejemplos
más de campesinos desheredados aparecen en los testamentos de Apolinar Coasaca,
REPP, año 1909, Garnica, f. 405, n.º 198 (12 de nov. de 1909); y Melchora Luque,
REPA, año 1908, Jiménez, f. 1272, n.” 503 (29 de dic. de 1908).

53. Hobsbawm, “Peasant Land Occupations”, 143; Orlove y Custred, “Alternative Mo-
del”, 50.
54. El fundo Ccatahuicucho, ubicado en la vieja parcialidad de Sillota, en el distrito de
Asillo, que en 1908 seguía Siendo objeto de un contrato de venta entre campesinos,
figura en el censo de 1940 como un ayllu con once familias y 41 habitantes; REPA, año
1908, ]ime'nez, f. 775, n.º 310 (11 de abril de 1908).

442 | NILS JACOBSEN


“eje de la solidaridad” a menudo estaba pasando de la antigua parciali—
dad a grupos más pequeños, aun cuando el ámbito de esta solidaridad
iba quedando más limitado debido a la individualización delos patrones
de uso de la tierra. Sin embargo, las viejas parcialidades no se vieron
afectadas de modo uniforme por este proceso, y en 1940 muchas aún
contaban con una población considerablemente más grande que la ma-
yoría de los ayllus, parcialidades o estancias recientemente constituidos.
De las ocho parcialidades de Arapa que figuran en el censo de 1876, seis
seguían floreciendo en 1940 con una población de entre 182 y 588 perso—
nas; una había desaparecido del todo y otra ——la importante parcialidad
decimonónica de Yanico— había quedado reducida a una población de
tres personas. La transferencia dela solidaridad, de las antiguas parciali-
dades alas nuevas unidades basadas en los grupos de descendencia, pro—
bablemente comenzó en sus márgenes geográficas. Allí las tierras de los
grupos de descendencia podían extenderse a lo largo de varias
comuni—
dades, y resultaban algo más probables los matrimonios con miembros
de las comunidades vecinas.55 Dichos matrimonios contribuyeron a un
patrón en el cual los campesinos de una parcialidad poseían tierras en
otra, debilitando así la solidaridad en al menos una de ellas.56
Pero entre 1880 y 1920, la mayoría de las antiguas parcialidades
continuaron proporcionando cierta cohesión institucional a los diversos
grupos de descendencia, sectores (barrios) o estancias que habían surgi-
do dentro de ellas. Esta cohesión fue generada por una curiosa dialéctica
de explotación por parte de las autoridades externas y una afirmación
defensiva de la autonomía y solidaridad en la comunidad. Junto con el
creciente afianzamiento de las élites hispanizadas locales y provinciales,

55. Véase el caso de la familia Calsina en el distrito de Azángaro, entre la década de 1880
las parciali—
y 1910; diversos hermanos y su prole poseían o alquilaban terrenos en
dades vecinas de Tiramasa, Anac Quia e Hilata. Los ocho coherederos de Paccaray
Lluncuyo, una estancia familiar, vivían esparcidos entre todas estas tres comunida-
des. REPA, año 1899, Paredes, f. 69, n.º 32 (8 de mayo de 1899); REPA, año 1901,
Jiménez, f. 376, n.º 139 (30 de sept. de 1901); REPA,añ0 1903, Jiménez, f. 257, n.º 111
(5 dejunio de 1903); REPA, año 1907, Jiménez, f. 166, n.º 62 (11 de abril de 1907).
56. La familia Calapuja Pachari, de la parcialidad Yanico, en Arapa, poseyó hasta 1908 el
fundo Humanasi Choquechambí, en la parcialidad de Curayllo, por herencia de su
madre Paula Quispe Pachari; REPA, año 1908, Jiménez, f. 837, n.º 330 (1 de mayo de
1908). Para ejemplos provenientes de la provincia de Canchis, véase Orlove, “Rich
Man, Poor Man”, 5.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA ]


443
la extracción de trabajo y recursos de las comunidades a través de su je-
rarquía de cargos ——algo nada nuevo en sí mismo—— alcanzó su máxima
amplitud y complejidad en esta época. Y sin embargo, tales extracciones
también se hicieron más volátiles e inestables; después de 1920, esta for—
ma de explotación tributaria entraría en fase de descomposición.
El número de cargos en las comunidades crecía con la variedad
y
frecuencia de las extracciones practicadas por las autoridades. En algu-
nos distritos, los gobernadores, representantes locales del gobierno cen—
tral, tenían de 60 a 80 autoridades comunales a su disposición, aparte
de aquellos designados para que sirvieran al cura parroquial y al juez
de paz. La mayoría de los funcionarios indígenas eran elegidos
por un
año, en unas elaboradas ceremonias celebradas cada de enero. Cada
1

parcialidad escogía un segunda, la autoridad comunal más importante,


que estaba “obligada a presentarse ante el gobernador cada domingo y en
los días de fiesta junto con sus subordinados […] para dar cuenta de las
faenas realizadas desde la ultima reunión”. El segunda coordinaba todo
el trabajo y las obligaciones
que toda la parcialidad debía al gobernador,
el párroco y el juez de
paz. El distribuía las labores y recogía los pro—
ductos de sus subordinados inmediatos, los alcaldes e hilacatas, quienes
representaban a los diversos barrios, estancias y grupos de descendencia
en la parcialidad. Ellos a su vez cumplían las mismas funciones den-
tro de su sector, supervisando a los funcionarios menores, los alguaciles
(guardias), propios (mensajeros), pongas y mítanis (hombres y mujeres
que realizaban servicios domésticos en casa de las autoridades).
Los deberes para con los gobernadores eran de muy amplio alcan—
ce, tomaban mucho tiempo, eran a menudo costosos y mayormente no
remunerados. Ya fuese personal o colectivamente, los funcionarios in—
dígenas y sus parcialidades sembraban y cosechaban las tierras para el
uso privado del gobernador; entregaban cantidades fijas de ovejas, lana
y otros productos ganaderos; hilaban y tejían la lana que el gobernador
les repartía; desembolsaban dentro de las comunidades el dinero con el
cual el gobernador compraba lana adicional a un precio fijo; transpor-
taban los productos del gobernador desde y hacia los mercados urbanos
en sus propios animales; le servían en su casa; y recaudaban los impues—
tos en las comunidades.57 Las autoridades utilizaban a los funcionarios

57. Urquiaga,Sublevaciones, 10-21.

444 | NILS JACOBSEN


indígenas para reclutar trabajadores para las faenas (proyectos de obras
públicas). En 1893, el alcalde de Azángaro solicitó al subprefecto y a los
gobernadores de distrito que le proporcionaran indios de las parcialida-
des, para que hicieran adobes para la construcción “urgentemente nece—
saria” de una nueva cárcel; un año más tarde el alcalde pedía 20 indios
por semana para pavimentar la plaza de Armas de la capital provincial,
sugiriendo que se les pagara diez céntimos, esto es “la misma subvención
diaria que a los trabajadores de la cárcel”.58
Según Nelson Manrique, este uso más intensivo y sistematizado de
las autoridades comunales tradicionales signiñcó que en el sur peruano,
estas “terminaron reducidas a la condición de sirvientes de los curas y
los funcionarios locales representantes del poder central, así como a la
de auxiliares gratuitos del poder estatal”.59 Con todo, las familias más
ricas y respetadas de las parcialidades, entre las cuales se reclutaban las
más altas autoridades comunales, en modo alguno eran unas tontas
útiles en esta aparente subversión de sus venerables cargos. Ellas por lo
general estaban dispuestas a seguir el juego, en parte porque este raído
remanente del “pacto” colonial entre el rey y la comunidad, todavía po-
día brindarle cierta protección al ámbito comunal de las intromisíones
exteriores. Estaban actuando así en parte en función a sus propios inte-
reses y contra otros campesinos.
Francisco Mostajo, el eminente intelectual liberal y progresista de
Arequipa, observaba en 1923 que

indios dela provincia de Huancané trabajan con mucho gusto enla


[. . .] los
construcción de caminos yla reparación de templos, los únicos proyectos de
obras públicas en dichas partes. Ellos han internalizado tanto los conceptos
sociales del Imperio Incaico o de sociedades aún anteriores, que creen que
estos proyectos laborales colectivos les dan derecho sobre la propiedad y
el usufructo de la tierra en la cual viven y siembran cultivos. Yo construyo

58. Alcalde José A, Lizares Quiñones al Subprefecto, Azángaro, 26 de ago. de 1893; Alcal-
de 1056 Albino Ruíz al Subprefecto,Azángaro, 2 de oct. de 1894; ambos en el Archivo
Municipal de Azángaro.
59. Manrique, Yawar mayu, 152. Esta parecería ser también la posición de Poole, “Lands-
capes of Power”, 367—398, quien parecería ver una creciente asociación —para mí,
errada— entre los gamonales y el poder estatal incluso después de 1920.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 445


caminos, reparo las iglesias —el indio dirá cuando está ebrio, () cuando per—
cibe la amenaza de ser apresado— y esta es mi tierra: nadie me la puede
quitar. Cuando los indios protestantes se rehusaron a participar en la repa—
ración de la iglesia, los otros indios dijeron: entonces ustedes no deberían
tener ninguna tierra, no pueden usar “nuestros” caminos.60

Esta opinión reflejaba en parte la reinterpretación indigenista de las


costumbres andinas de trabajo colectivo, que Mostajo esperaba aprove—
char en una “sabia legislación social”. Pero la idea de que existía un vín—
culo entre el cumplimiento de los deberes públicos en la parcialidad y el
derecho a la tierra, seguía viva entre algunos de los campesinos del Alti—
plano a comienzos del siglo XX. Tiburcio Choquehuanca, un campesino
de 75 años de la parcialidad ]allapise, que contaba con suñcientes medios
como para haber adquirido una casa en la ciudad de Azángaro, com-
partió esta visión en su testamento de 1910. El pensaba que su título a la
estancia Parajaya, adquirida en parte por herencia y en parte mediante
compra, quedaba reafirmado porque él y su esposa habían “prestado por
esta parcela los servicios o cargos comunales de mitani, pongo, alguacil,
alcalde y segunda, servicios que mis hijos también han cumplido por la
costumbre que es común en estos distritos y que da derecho a asegurar
la posesión de una propiedad”.“
De este modo, para legitimar su posesión de la tierra, los campe—
sinos apelaban tanto a las nociones de la propiedad privada como a las
ideas más antiguas de los derechos y obligaciones recíprocos. Era una
suerte de póliza de seguro frente a las amenazas contra sus recursos de
tierra provenientes de diversos sectores de la élite hispanizada local. Re—
currir a la legitimidad de la posesión de la tierra a través de un “pacto”
con las autoridades del Estado y la Iglesia podía proporcionar un mini-
mo de protección, en tanto los hacendados vecinos continuaran amena—
zando el derecho de propiedad privada sobre las estancias campesinas a
través de su predominio en los tribunales y mediante el uso de la fuerza.
Los segundas, alcaldes e hilacatas podían movilizar a toda la parciali—
dad en defensa de la tierra y rechazar las demandas hechas por perso-

60. Mostajo,“ApuntesÍ758—759.
61. REPA, año 1910, Jiménez, f. 550, n.º 242 (12 de marzo de 1910).

446 ] NILS JACOBSEN


nas exteriores a la comunidad, que fueran más allá de las obligaciones
tradicionales.
Al mismo tiempo, sin embargo, las autoridades comunales estaban
envueltas en las complejas disputas por el poder político entre diversos
gamonales, jefes provinciales y locales, que usaban el paternalismo y el
clientelismo para promover los intereses de sus propias familias. Depen-
diendo de las configuraciones locales de poder específicas, los segundas
y alcaldes eran en algunos casos aliados del gobernador y recibían una
parte de los impuestos que cobraban, establecían tratos comerciales con
este último, 0 seguían estrategias comunes para apropiarse de tierras
municipales o comunales.62 Dichas alianzas intensiñcaban las fuerzas
Centrífugas contra la cohesión de las antiguas parcialidades, y persua-
dían a los campesinos de sus diversos sectores de que transñrieran cada
vez más el “eje de la solidaridad” hacia los grupos de descendencia, o a
fortalecer los reclamos de propiedad privada sobre las tierras familiares.
En 1900, la contribución personal, la capitación indígena encubier—
ta que el presidente Castilla aboliera en 1854, pero que continuó llevan-
do una vida espuria durante la segunda mitad del siglo XIX, fue anulada
deñnitivamente en el departamento de Puno, cinco años después de su
abolición por parte del Congreso peruano. Con esto llegó a su fin la lar—
le siguieron, que
ga historia del tributo y de los diversos impuestos que
habían constituido uno de los vínculos claves entre el Estado y las comu—
nidades indígenas.
Para el Congreso Nacional y el Poder Ejecutivo en Lima, que des—
pués de la revolución de 1895 se hallaban cada vez más bajo el dominio
de los ñnancístas, comerciantes y agroexportadores costeños, la contri-
bución indígena se había convertido en una verguenza prescindible, que
recordaba demasiado a las burdas exacciones de la Corona española. La
comunidad indígena había dejado de ser importante para el bienestar
financiero del gobierno central. Para los ciudadanos notables y las auto—
ridades de la sierra, sin embargo, la abrogación de la contribución per-
sonal fue motivo de preocupación, ya que ella era la fuente principal de
ingreso de las juntas departamentales. Creados en 1886 por el presidente

62. Perú, Informe que presenta el Doctor Pedro C. Villena, 35—36; Démelas y Piel, “Jeux et
enjeux”, 55—64; Mallon, Defense ofCommunity, 144-167.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 447


Andrés Cáceres para supervisar la descentralización ñscal, estos orga-
nismos demostraron el poder político de los gamonales y hacendados
serranos durante el decenio del “nuevo militarismo” peruano, después
de la Guerra del Pacífico. La abolición del impuesto debilitó su autono—
mía política, haciéndolos más dependientes del tesoro en Lima. El pre—
fecto de Puno Manuel Eleuterio Ponce, él mismo un notorio usurpador
de tierras en Arapa, se lamentaba de que para 1901, la recaudación de—
partamental por impuestos había caído en las dos terceras partes. Pero
lejos de aceptar impotentes esta reducción de los fondos controlados re-
gionalmente, las autoridades del Altiplano reaccionaron transfiriendo la
carga tributaria de los indios hacia una recaudación incrementada de la
contribución de predios rústicos sobre las estancias indígenas.63 Durante
la década siguiente, la tasa fiscal promedio creció con mayor rapidez en
los distritos con relativamente pocas haciendas y un sector campesino
predominante, como Samán y Achaya, que en aquellos con una alta con—
centración de haciendas (cuadro 7.3).
Para el campesinado puneño, el significado de este cambio de la
contribución personal a la contribución de predios rústicos fue algo
ambiguo. Durante las décadas de 1880 y 1890, las comunidades en el
Altiplano de Bolivia resistieron exitosamente dicho cambio, diseñado
por la oligarquía liberal boliviana como la piedra angular de una po-
lítica radical de dividir la propiedad comunal por decreto. La ideolo—
gía comunitaria del campesinado del Altiplano boliviano consideraba,
“en conformidad con las normas tradicionalmente aceptadas, […] [que]
tanto los (servicios forzosos, como la cancelación del tributo, de acuer—
do con cánones tradicionalmente aceptados, constituían la contraparte

63. Memoria del Sr. Prefecto [1901], 27-28. En el periodo que corre de 1888 a 1890, la
contribución personal dio cuenta del 80,5% de la renta tributaria departamental
total de Puno de 141.283,63 soles m. n.; véase Romero, Monografía del departamento
de Puno, 524; Manrique, Yawar Mayu, 172—178. Manrique cree erróneamente que las
juntas departamentales se quedaron sin fondos luego de la abolición de la contribu-
ción personal, pero ellas continuaron recibiendo lo recaudado con las contribuciones
de predios rústicos y urbanos, de industria y de patentes, así como la contribución
eclesiástica; véase Calle, Diccionario, 3: 511-514, 4: 33—42. Con respecto a la relación
entre las élites de la sierra y el gobierno central, consúltese mi artículo “Free Trade”,
158-159.

448 | NILS JACOBSEN


Cuadro 7.3
PR()MEDIOS DE CONTRIBUCIÓN DE PREDIOS RUSTICOS POR PROPIEDAD, 1897 Y 1912, ORDENADOS

SEGÚN LA TASA DE CAMBIO PORCEN'IUAL EN CADA DISTRITO DE AZANGARO

1897 1912 CAMBIO PORCENTUAL,


(SOLES M. N.) (SOLES M. N.) 1897—1912

San Antón 11,04 7,75 —29,8

Santiago 9,70 9,56 —1,4

San José 5,53 7,72 39,6


Muñani 15,10 23,44 55,2

Asillo 4,72 7,68 62,7


Potoni 6,89 13,59 97,2
Putina 5,09 10,35 103,3

Azángaro 5,29 12,06“ 128,0

Caminaca 2,42 5,95 145,9

Arapa 3,13 8,39 168,0

Achaya 2,43 8,57 252,7

Chupa 1,72 7,95 362,2


Saman 1,32 6,44 387,9
PROMEDIO PROVINCIAL 4,41 9,27 110,2

" Esta cifra excluye a Salinas.


Fuentes: matriculas de contribuyentes, 1897 y 1912; BMP.

comunal de un pacto de reciprocidad con el Estado”.64 Pero en Puno, los


campesinos de comunidad no mostraron pena alguna cuando la con-
tribución personal fue finalmente abolida, y para 1900 habían aceptado
en principio el pago del impuesto predial. Aquí el impuesto fue aplicado
gradualmente alos campesinos, y algunos aparecían en las matrículas ya
en 1850. En lugar de imponer una noción de propiedad completamente
ajena, la lenta incorporación del campesinado del departamento a los

64. T. Platt, Estado boliviano, 100; subrayado en el original. Véase también Langer, “El
liberalismo”, 59—95.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA [


449
registros de la contribución predial corrió en paralelo al avance de las
ideas sobre la propiedad privada, en lugar de precederlas. La conexión
de este cambio con las transformaciones en la naturaleza corporativa
de las parcialidades de Puno es crucial. La abolición de la contribución
personal debilitó la posición de las autoridades comunales tradicionales,
que eran quienes recaudaban para las autoridades distritales el impuesto
que cada varón adulto pagaba en su jurisdicción.
La creciente recaudación de la contribución de predios rústicos en—
tre el campesinado de comunidad coincidió con el establecimiento de
un nuevo ente recolector de impuestos, la Compañía Nacional de Re—
caudación, independiente de las autoridades distritales y provinciales.
Dado que muchas familias en las comunidades no tenían que pagar el
impuesto predial, es posible que los agentes de la Compañía hayan trata—
do directamente con los jefes de aquellas que sí tenían que pagarlo.65 Tal
vez también contactaron con los hilacatas de los grupos de descendencia
0 barrios relativamente acomodados, donde muchas familias eran regis—
tradas en las matrículas de contribuyentes. En cualquier caso, la recau—
dación de impuestos dejó de ser un problema para la parcialidad en su
conjunto. Los grupos de descendencia opuestos a las imposiciones de las
autoridades comunales, aprovecharon ahora la oportunidad para forta-
lecer su derecho sobre sus propias tierras cooperando voluntariamente
con la recaudación del impuesto predial, profundizando el proceso la
transferencia de solidaridades de la antigua parcialidad a sus propios
grupos más pequeños.66
Esto no quiere decir que el campesinado puneño no haya resistido
el incremento en la recaudación del impuesto predial. La reorganiza-
ción masiva de la estructura tributaria del Perú bajo los gobiernos de

65. En 1913, Pedro Villena sostenía que en Lampa,“la matrícula de contribuyentes tenía
como base el número de personas que vivían en un “ayllui o una “estancia', pero no
el ingreso que cada contribuyente deriva de su propiedad"; véase Perú, Informe, 10.
Pero este no puede haber sido el caso de Azángaro, puesto que la contribución de
predios rústicos de los campesinos era tasada sobre la base de unos quince estimados
distintos del ingreso anual, que fluctuaban entre los 20 y los 500 soles m. n., y en
algunas comunidades eran muchos los campesinos que la pagaban, en tanto que en
otras pocos o ninguno lo hacía.
66. Para la sierra central, véase G. Smith, Livelihood and Resistance, 83.

450 [ NILS JACOBSEN


los presidentes Nicolás de Piérola, Eduardo López de Romana, Manuel
Candamo y José Pardo en la década posterior a la revolución de 1895,
coincidió con una nueva ola de movilizaciones campesinas en el Alti-
plano. El estanco de la sal introducido en 1896, los nuevos impuestos
al consumo de azúcar y alcohol de 1904 y el alza del impuesto predial,
conformaban un nuevo programa de extracción fiscal de la población
aún mayormente rural del país. El sistema tributario se basaba ahora
en la noción del consumidor individual antes que en la de grupos cor-
porativos de productores. Pero a diferencia de Bolivia, en el Altiplano
peruano el impuesto predial, que fortalecía un régimen de propiedad de
la tierra basado en el título privado de las personas y sus familias, jamás
se convirtió en el tema central de la resistencia campesina.67
Al menos las dos terceras partes de todas las propiedades incluidas
en las matrículas del impuesto predial entre 1897 y 1912 pertenecían a
campesinos. Era de público conocimiento que los campesinos afectos
pagaban una tasa proporcionalmente más alta que la de la mayoría de los
hacendados. Estos últimos no solo subvaloraban frecuentemente su ca-
pital ganadero, lo que tenía como resultado una tasa inferior gravada,68
sino que además los comisionados fiscales calculaban liberalmente los
rebaños de muchas propiedades de campesinos analfabetos, quienes te—
nían pocas posibilidades de hacer algo contra este abuso. Los 600 a 1.200
campesinos incluídos en la matrícula de la contribución entre 1897 y
1912, representaban solo una pequeña parte de todos los que poseían
tierras en la provincia. Por resolución legislativa del 30 de octubre de
1893, todos los predios que produjeran un ingreso inferior a los 100 so-
les m. n. que equivalía a un capital ganadero de hasta 500 cabezas
———10

de ovino— quedaban eximídos de pagar la contribución predial.69 La


mayoría de los campesinos poseían rebaños aún más pequeños. Sin em—
bargo, hasta 1907 los comisionados fiscales inscribieron en la matrícula
a muchos campesinos que tenían un ingreso anual inferior a los 100 50—
les m. n.; en la de 1897, más del 80% de todos los campesinos gravados
caían en esta categoría. Aun así, la mayoría de los campesinos no fueron

67. Cfr. Halen, “The Awakening of Puno”, cap. 2; Gonzales, “Neo—Colonialism”, 1-26.
68. Roca Sánchez, Por la clase indígena, 173—174.
69. Sivirichi, Derecho indígena, 122.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 451


gravados con el pago del impuesto predial. Nadie que tuviera un ingreso
anual estimado de menos de 20 soles m. n., que equivalía a un capital ga—
nadero de 100 OMR, pagaba; en algunas comunidades, y aun en distritos
enteros, apenas si campesino alguno fue registrado.
Una ley del 4 de diciembre de 1908 reañrmaba la exención de pro-
piedades que produjeran menos de 100 soles m. n. de ingreso anual, y
esta vez sí afectó a Azángaro. Tuvo así el curioso efecto de que el presun—
to capital ganadero de muchos predios campesinos ——a partir del cual se
calculaba el ingreso anual estimado— se duplicó o triplicó en las subsi-
guientes matrículas de contribuyentes, de 200 o 300 OMR a 500, 800 o
incluso mil OMR. Al mismo tiempo el número de campesinos gravados
disminuyó a la mitad con respecto a la matrícula de 1902. Aunque la ta-
sación impositiva refleja claramente unos niveles de ingreso sumamen-
te distintos derivados de operaciones ganaderas entre los campesinos,
evidentemente quién pagaba, y cuánto, dependía en buena medida de
las configuraciones de poder y de las redes de clientelismo de los comi—
sionados fiscales.
La diferenciación social en las comunidades andinas no es un fenó—
meno nuevo del siglo XIX. Incluso la afirmación a menudo repetida de
que ella se incrementó enormemente con el avance de la penetración co-
mercial o la “transición al capitalismo” resulta difícil de probar, dada la
falta de estadísticas comparables de ingreso y propiedad para el siglo XIX
y antes. La migración y la necesidad de buscar actividades generadoras
de ingreso fuera de la agricultura, caracterizaron a generaciones de cam-
pesinos andinos también en los siglos precedentes. Todo lo que podemos
decir es que estos fenómenos se hicieron más masivos (y por ende más
visibles) durante el siglo XX, y que los criterios y mecanismos para la di-
ferenciación social gradualmente experimentaron cambios importantes.
Durante la época colonial, y en cierta medida todavía durante las
décadas inmediatamente posteriores a la Independencia, la riqueza y el
prestigio en las comunidades estuvieron estrechamente ligados al linaje.
Las familias de los curacas y de muchos originarios conservaban un nivel
más alto de acceso a los recursos de la comunidad por derecho de naci—
miento, aun cuando utilizaban cada vez más los privilegios de su cargo y
las oportunidades en el mercado, para mejorar su posición con respecto
a la gente del común. Aunque habían perdido sus privilegios durante las
reformas agrarias de la década de 1820, los descendientes de los curacas

452 | NILS JACOBSEN


menores continuaban formando parte de las familias campesinas más
ricas todavía en la década de 1850. Algunos poseían estancias con mil
ovejas o más, que no diferían de fincas de tamaño pequeño a mediano.
Este fue el caso de la familia Puraca y su estancia Buenavista de Congu-
yo, en la parcialidad Moroorcco, o la estancia San Antonio de Lacconi
de los Zecenarro Mamani.70 Sin renunciar a su identidad indígena, los
campesinos de comunidad prósperos aún contaban con suficiente pres-
tigio social durante las décadas de mediados del siglo XIX, como para ser
incluidos como fiadores en los contratos entre hacendados hispanizados,
donde ofrecían sus estancias y capital ganadero como garantía.71
En el contexto económico y político más complejo y fragmentado
del Altiplano hacia 1900, la diferenciación social dentro de las comuni-
dades campesínas también fue haciéndose más compleja, y las familias
dependieron de una gama más amplia de estrategias para asegurar la
reproducción de sus economías domésticas. Una interpretación cautelo—
sa de las matrículas de la contribución predial de 1897, confeccionadas
antes de que las presiones políticas y fiscales introdujeran las masivas
distorsiones de la década siguiente, nos permite vislumbrar a las famí—
lías campesinas más ricas de la época. Quizás hasta el 8% o 10% de las
familias en las comunidades, esto es entre 600 y 800 familias, poseía
rebaños de 100 o más animales.72 Las más ricas de ellas, posiblemente
el 2% del campesinado de comunidad azangarino, tenían rebaños de
500, mil 0 hasta dos mil animales. Ellas predominaban sobre todo en las
comunidades cordilleranas del borde nororiental de la provincia, entre

70. Sobre Buenavista de Conguyo, véase REPA, año 1894, Meza, f. 352, n.º 172 (23 de julio
de 1894); para San Antonio de Lacconi, véase REPA, año 1862, Patiño, f. 332, n.º 159
(31 de oct. de 1862).
71. REPA, año 1869, el juez no ha sido listado (15 de feb. de 1869).
72. La matrícula de predios rústicos de 1897 enumera 724 campesinos de comunidad
con un ingreso anual de 20 soles m. n. o más, equivalente al menos a 100 OMR en
ganado. Mi estimado permite tanto incluir algunas familias en la matrícula que en
realidad tenían menos ganado, como excluir a otras que tenían al menos 100 cabezas.
En el distrito de Santiago, por ejemplo, los campesinos faltaban casi por completo
en la matrícula de 1897, El cálculo porcentual tenía como base un estimado de 38
mil-40 mi] campesinos de comunidad en Azángaro en 1897, y un tamaño promedio
de la familia de cinco personas.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 453


Putina y San Antón, donde eran POCOS los .resión
cultivos P951pleséíífmuna-
demográfica tendía a ser menor allí, tal vez las
y 1nst1tuclºn_
les conservaron
mayor fortaleza, bloqueando la competenCla de nueV35
familias por recursos escasos
como las mayas.73 Lºs grupºs de deseen”
dencia más ricos podían así beneficiarse de—
plenamente Cºn la cre ciente
manda de lana de oveja, especialmente de
y alpaca.
La acumulación de riqueza en las
requería de estrategias adrc1(án al es
' .
_

comunidades que sufrían una presión más fuerte hacen a-


dos vecinos o por el crecimiento Pºr parte e1mente en -

poblacional internº; 35pelaanos


las planicies y valles, así casos;
como a orillas de los lagºs- En a
las familias prominentes de guntajas po-
las parcialidades contaban con
líticas para conseguir más Vºvitar verse
tierra, pagar menos impuestos Y e
estorbadas en sus actividades alcanzar“
comerciales. Tales fines Pºdlanales
se mediante una relación con
paternalista con las autoridades lá)'cbil o de
un hacendado poderoso. En los distritos élite
donde había una e
grandes terratenientes y comerciantes divisoria
hispanizad05> la 11nےe
entre mistis y campesinos de fluida,Y
comunidad prósperos era bas'£an
era allí donde los comuneros —ueces º
prominentes podían llegar a Se“
paz o servir en los concejos municipales.74
adicionales de otros campºsmos, º con menºr
La compra de tierras _

frec uencia a grandes


hacendados hispanizados, se hizº Cad_a 2 más irn-
que en
Vteras
portante para las familias tenían grandes rebañ05. M1€n
que
todo el periodo 1852—1910, las 5inos sº º
dieron cuenta del 14,4% de compras hechas por los campº
todas las transacciones de Vel?ta poi…númer0,
y del 5,5% por valor, entre 1913 24,9%
y 1919 estas comprendier0n

x
por número y un 6,9% ort3d0ra
de lana hizo
por valor. El auge de la economia expandierºn
que los campesinos acomodados del Altíplano
sus propiedades, eXFaL
aseguradas por un título de propiedad nºtar

73. tred'
Or love Y Cºs
Cfr. las descripciones de
comunidades en la Cordillera Occidental
. .

“Alternative Model”; Flores


Ochoa, Pastores de Paratía.
74. En Arapa, con sus cultivos
m1crochmas a orillas ener más
.
_

. . ,
del lago que .
05
que la mayoría de las zonas del Pº…/…“Ín tde los campºs…
Altiplano, un porcentaje mas a tº . Pfº'
hablaba español, familias ban
y campesinas como los Chambl Y Amanqu 1 ñgul'3
.

minentemente en la política local.

454] NILSJACOBSEN
Figura 7.1
I N GRE50 CAMPESINOS EN CHUPA EN 1897, POR EDAD
:
ANUAL DE LOS

Ingreso lasado
¡asado en 40 soles
en 40 soles m. n.
m. n,
o más
21,4%

M '“Ercso Ingreso
(asado en
(asadº c n
20 _
20 soles m. n.
a;ylcs … nl 64,7%
8.6%

IZqui erda:
49, anºs º menos. Derecha: 50
_
años o más.
Fuente.
m º“'º“185 de contribuyentes, 1897, BMP.

a sus parientes parce—


En rn “Chos los campesmos com praban
.

as
casos, de descendencia.75
formado parte de la estancia_d_el grupo '
_Sí,qzle gi??n de hacendados se reD.1-
on ton frecuente entre las fam1ha_s
tló EI h1)o
entre u a m1nºría de las familias _campesmas acomodadas. prop1edad
º nieto co;l vocación empresar1al 1ntentaba.
reun1_r la.
La ¡po-
Original, framaYºr cada vez más Por la heronc1a_equ1tatwa.
gfnentada v1tal de las fam1has
Sesión de la al c1clo
tlerra estaba asimismo hgaciia A. V. Chayanov para
en el
Altipla o, algº Sºfl_alado por vez pr1mera por
Usia. En 13;1 camoesmos acomocIados

en tres d15tritos con numerosos de
rºpa, Asín Y San José), casi el 60% de los campesmos prop1etar1os
º
Mar,
7
Par a las del A1 típlano, véase Matos
_

de tierra entre los campesmos “Merca-


.
t.ran5fºrºnºlas véase Contreras,
“La
Pro el valle del Mantaro,
en la isla Taquile”. Para
o de tiPledad
€rras”_

CAMPESINA [ 455
Y LA SOLIDARIDAD
EL ESTADO
LAS COMUNIDADES,
tierras que pagaban el impuesto predial tenían 50, 60 o 70 años de edad,
una proporción mucho más alta que la de la población total. En Chupa,
la proporción de campesinos con un ingreso anual relativamente alto,
expresión de la cantidad de ganado y en última instancia de la tierra que
poseían, era considerablemente más alta entre los campesinos de mayor
edad que entre los jóvenes (figura 7.1). En otras palabras, a lo largo de los
años, las familias campesinas prósperas fueron a menudo capaces de ex—
pandir sus propiedades, puesto que la mano de obra de sus hijos ya cre—
cidos les permitía mantener rebaños más grandes. Pero a diferencia del
modelo de Chayanov, durante la ancianidad de los padres no se producía
una reducción automática del dominio familiar. A decir verdad, la vejez
significaba una crisis para muchas familias campesinas. Los hijos adul-
tos establecían sus propios hogares sobre parcelas de la estancia familiar.
Los padres ancianos a menudo eran convencidos para que aceptaran la
dependencia de un hacendado vecino, con la esperanza de recibir pro—
tección y beneficios materiales, desde alimentos suplementarios hasta el
pago de los gastos de entierro. Pero entre los campesinos acomodados
inscritos en las matrículas de contribución, eran muchos los que tenían
más de 70 años de edad y eran unos auténticos patriarcas que controla-
ban el dominio familiar. A su muerte, los herederos seguían operando
la estancia conjuntamente (pro indiviso), lo que se manifestaba en las
matrículas de contribuciones en docenas de registros que rezaban “here—
deros de Juan Quispe”, 0 “Andrés Maldonado y los demás propietarios”.
La fase descendente del ciclo de propiedad de la tierra de las familias
campesinas propuesto por Chayanov, podía evitarse allí donde los gru—
pos de descendencia continuaban con la propiedad conjunta de las es—
tancias familiares.
Pero estas estrategias familiares tradicionales no bastan para ex—
plicar las crecientes compras de tierra hechas por los campesinos. En
muchas comunidades, la transferencia de tierras entre campesinos se-
guía siendo insignificante todavía en 1910. Para el conjunto de los 60
años precedentes, los notarios de Aza'ngaro y Puno registraron un total
de nueve ventas de tierra entre campesinos de las cinco parcialidades de
Samán. En cambio, las diez parcialidades con la mayor actividad de ven—
tas entre campesinos, daban cuenta de casi la mitad del total de dichas
transferencias en Azángaro. La mayoría de estas parcialidades no eran
iguales a aquellas que perdieron gran cantidad de tierra ante los grandes

456 | NILS JACOBSEN


hacendados hispanizados. En algunas parcialidades, resulta notable la
correlación existente entre una fuerte actividad compradora campesina
y la presencia de numerosos campesinos acomodados en las matrícu—
las de contribuciones. Familias como los Callohuanca, los Sucari y los
Huaricacha en las parcialidades de Sillota, Anoravi e Hila de Asillo, o
los Sacaca y Quenallata de la parcialidad Huayllapata de Putina, figuran
como propietarias de 500 cabezas de ganado o más en las matrículas, y
como activas compradoras de tierras en los registros notariales. Hubo,
entonces, unas cuantas comunidades en las cuales el mercado de tierras
fue considerablemente más activo que en las demás, y que contaban con
un grupo particularmente numeroso de campesinos kulaks.
Las actividades comerciales tuvieron un papel importante para mu—
chos campesinos ricos. La venta de manufacturas rurales y productos
ganaderos de sus propias estancias, formaba parte de las estrategias de
supervivencia de la mayoría de los hogares campesinos, lo que expresa
su precaria subsistencia. Pero el comercio real, con bienes adquiridos a
campesinos vecinos, a otros comerciantes, o a productores de distintas
regiones, podía ser más que eso. Este permitía a docenas de campesinos
acomodados acumular fondos para la compra de tierras o ganado adi-
cionales, o para efectuar inversiones sociales organizando las fiestas de
las comunidades. Aunque las manufacturas rurales por lo general conti-
nuaron siendo una manifestación de la pobreza campesina, el comercio
a menudo quedaba asociado con la afluencia. Los campesinos eran espe-
cialmente activos como comerciantes de ganado, hojas de coca y alcohol;
algunos trabajaban como compradores itinerantes de lana. Al igual que
con las compras de tierra, los comerciantes campesinos se concentraban
en unos cuantos distritos y en comunidades específicas.76
En ausencia de información etnohistóríca detallada, solo pode—
mos hacer conjeturas sobre qué era lo que distinguía a las comunida—
des que tenían un activo mercado de tierras y numerosos comerciantes
campesinos. Ningún solo factor puede dar cuenta de todos los casos de
comunidades en las cuales las fuerzas del mercado parecen haber sido
particularmente fuertes. Algunas, como las de Asillo, Putina, Chupa
y Arapa, se beneficiaban de una amplia combinación de recursos, con

76. Cfr. Orlove, “Reciprocidad, desigualdad y dominación”, 309—310.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 457


cultivos relativamente abundantes, pastos a orillas de ríos o lagos apro—
piados para el pastoreo de ganado, y suficientes pastizales de altura como
para mantener numerosas ovejas y alpacas. La diferenciación social en
estas comunidades era más compleja que en la cordillera o en las amplias
llanuras al centro de la provincia. La intensidad del comercio campesino
debía mucho a la ubicación de las comunidades. Por ejemplo, muchas fa—
milias de las comunidades de Chupa y Putina eran comerciantes activas
de hoja de coca, desde donde los campesinos realizaban con regularidad
viajes de intercambio a través de la cordillera vecina hacia la provincia de
Larecaja en Bolivia, un viejo centro de haciendas cocaleras. El comercio
de ganado, tanto por parte de campesinos como por comerciantes his-
panizados, era fuerte en Samán y Arapa, situados estratégicamente para
conducir los rebaños a los mercados de Juliaca y Puno.
Pero la naturaleza de la penetración comercial, la relación entre los
recursos comunales yla economía doméstica, y el predominio de un es—
trato de campesinos kulaks, dependía también de la política y de la efec—
tividad de la solidaridad en cada una de las parcialidad65. La correlación
entre una incipiente estratiñcación en las comunidades que tenía como
base al mercado, y los factores ecológicos, demográficos y comerciales,
jamás fue perfecta. Debe asimismo subrayarse que los kulaks de Azán—
garo en general continuaron siendo miembros bien integrados de sus
respectivas comunidades, que aprovechaban las ventajas que conllevaba
el ejercicio de los altos cargos comunales, que se valían de las relaciones
de reciprocidad asimétrica y de clientelismo para recibir servicios labo—
rales baratos, y que estaban listos para movilizar a toda la parcialidad en
defensa de la propiedad “comunal”.77
La mayoría de las familias campesinas enfrentaba una existencia
más precaria. Quizás hasta un 80% del campesinado de Azángaro poseía
entre 20 y 100 ovejas, una vaca con su becerro, y quizás dos o tres anima—
les de transporte. Solo podían vender unos cuantos productos ganaderos
sin que sus rebaños dísminuyeran, lo que tenía consecuencias devastado—
ras a lo largo de varias temporadas difíciles. Cualquier crisis podía afec—
tar seriamente su subsistencia: las sequías o epidemias del ganado, que

77. Michael Ducey encontró que durante el tardío periodo colonial, las rebeliones en la
región Huasteca de México eran usualmente encabezadas por los miembros acomo»
dados de la comunidad; véase su '“Viven sin ley ni rey””

458 | NILS JACOBSEN


incrementaban la mortalidad de los animales; la pérdida de las cosechas;
un prolongado conflicto por las tierras; el robo de animales; las onerosas
imposiciones del gobernador o el cura; el reclutamiento del Ejército; y los
costosos y difíciles ajustes que requerían los principales sucesos del ciclo
vital, especialmente el matrimonio y la muerte. El monto limitado de
los productos ganaderos excedentes que podían vender, hacía que otras
fuentes de ingresos ganaran mayor importancia: cultivos; manufacturas
rurales como el hilado y el tejido, la alfarería, la producción de queso
y de sogas; el trabajo ocasional para los hacendados vecinos o para los
residentes hispanizados en las capitales distritales y provinciales; el tra-
bajo estacional en las minas de la Cordillera de Carabaya, o más abajo
a lo largo del piedemonte oriental de los Andes, en los lavaderos de oro,
las plantaciones de coca o en los bosques caucheros; o en proyectos de
construcción y como jornaleros en ciudades como Puno y Arequipa.
Esta es una imagen nada excepcional de un campesinado tradicio-
nal mediano y pobre, que afrontaba las crisis cíclicas de su precaria sub—
sistencia familiar con una gran variedad de estrategias. Es posible que
las formas “proletarias” de trabajo estacional suplementario se hayan
incrementado en algo hacia 1900, con respecto a lo que había medio
siglo antes, gracias a la creciente necesidad de trabajadores durante
el

breve auge minero de la Cordillera de Carabaya, así como al inicio de


la expansión de las oportunidades de empleo en las ciudades del sur pe-
ruano. Pero durante los primeros años después de la Independencia, a
los campesinos del Altiplano tampoco les faltaron del todo tales tipos
de trabajo asalariado estacional. En todo caso, estos siguieron siendo
fuentes de ingreso de último recurso, pues ellos preferían complementar
su ingreso agrícola mediante las ventas itinerantes y el trueque, las arte-
sanías rurales y el trabajo ocasional en los pueblos y haciendas vecinos.
Parece, en efecto, poco probable que el ingreso promedio de los
campesinos de Azángaro haya caído signiñcativamente entre las prime-
ras décadas posteriores a la Independencia y la Primera Guerra Mun—
dial. Un cálculo aproximado sugiere que el número de animales que
poseía cada hombre, mujer y niño enlas comunidades de la provincia se
mantuvo en general estable entre 1825-1829 y 1920, en diez OMR.78 No

78. Dicho estimado tiene como base a otros estimados, así como a datos censales para
la población de las comunidades y el ganado que estas tenían. En él se incluye a los

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 459


podemos descartar que su ingreso real durante estos años haya crecido
puesto que en la década de 1860, y quizás también entre mediados de la
de 1890 y 1917, los precios de los animales y productos ganaderos supe-
raban a los de los comestibles, estimulantes y manufacturas usualmente
adquiridos por los campesinos.
Con todo, las antiguas y familiares crisis cíclicas de los hogares
campesinos podían tener consecuencias nuevas y drásticas. La mayor
volatilidad de los precios de los productos pecuarios, la presión demo-
gráfica y una élite hispanizada consolidada con más poder y dinero, con—
tribuyeron todos a forzar a miles de campesinos medianos y pobres, a
renunciar al control de sus tierras y convertirse en colonos de hacienda.
En la mayoría de los casos la venta de tierras no se debió a un empo—
brecimiento de largo plazo, sino a una relativa pérdida de autonomía.
Había disminuido la capacidad de muchos campesinos para minimizar
los efectos que las crisis cíclicas tenían sobre su economía doméstica me—
diante la solidaridad comunal. Una parte cada vez más grande de sus
relaciones de intercambio era con la jerarquía de comerciantes, tenderos
y agentes comerciales hispanizados. El valor de su excedente comercia—
lizable de productos ganaderos, experimentó variaciones cíclicas más
agudas de lo que había sido común hasta mediados de siglo.
A menudo, el recurso tierra en las comunidades estaba haciéndose
demasiado escaso como para que brindara un amortiguador que per-
mitiera resolver pacíficamente los conflictos que surgían en los grupos
de descendencia, debido a la mayor presión que las poblaciones de ga—
nado ejercían sobre los pastizales disponibles. En tales casos, los dere-
chos poco claros de los títulos pro indiviso a la estancia de una familia
extensa, se convertían en la cuña mediante la cual los hacendados his-
panizados irrumpían en las tierras de los campesinos de comunidad.
Aquellos que estaban ávidos de expandir sus haciendas contaban ahora
con el dinero o el crédito suficientes, y a menudo también con el apoyo
político, con que aprovechar cualquier crisis en la economía de subsis—
tencia de los hogares campesinos. Luego de incrementar gradualmente

campesinos acomodados o kulaks. Como no pude estimar el número de campesinos


acomodados que había hacia 1825-1829, no me queda claro si su parte del ganado
campesino total creció a lo largo del siglo posterior a la Independencia, aunque dudo
que haya sido así.

4601 NILS JACOBSEN


la dependencia de los campesinos a través de préstamos en dinero o ali—
mentos, mediante exacciones laborales o por medio de su protección en
los juzgados, ante la policía o la administración local, un hacendado po-
día fmalmente obligarles a que renunciaran al título sobre sus parcelas
e incorporarlas a sus propiedades, junto con la familia de los dueños
anteriores. Este proceso de creciente dependencia frecuentemente tenía
poco que ver con el empobrecimiento.79
Entonces, las múltiples presiones sobre el campesinado de comu—
nidad tuvieron como resultado el crecimiento rápido y amplio del nú-
mero de colonos en las haciendas. Dicho estatus, en el cual la economía
doméstica de los ex campesinos de comunidad permanecía intacta, era
un punto intermedio, ambiguo y mal definido, entre la autonomía cam-
pesina y la completa pérdida de “campesinidad” que experimentaban
los que no tenían tierras y abandonaban sus comunidades de origen. La
hacienda funcionaba así como una suerte de tanque de recolección for-
zosa, esto es el depósito de un ejército de reserva campesino. Con la des-
integración de algunas de las haciendas recién formadas en las décadas
posteriores a 1920, numerosos colonos regresaron al estatus plenamente
autónomo de campesinos de comunidad.
¿Pero cuántos campesinos vivían en las comunidades sin tierras
o incluso sin ganado? Estos campesinos pobres aparecen en los censos
manuscritos ya en fecha tan temprana como 1862, viviendo como de—
pendientes en los hogares de los campesinos más acomodados, quie—
nes frecuentemente los habían recogido siendo niños.ºº Su situación se
aproximaba a la de los colonos de hacienda. Su tarea principal consistía
en pastar un rebano de su patrón. A cambio de ello se les permitía man-
tener sus propios animales, y posiblemente levantar una casa al centro
de un sector de los pastos del patrón.81 En tales casos los dependientes

79. Para el valle del Mantaro, véase G. Smith, Livelihood and Resistance, 81—83.
80. En su testamento, Pedro Quispe —de Muñani— dejó tres vacas y diez ovejas a su
empleada doméstica María Laura, una huérfana a la cual él y su esposa habían criado
desde su niñez; REPA, año 1872, Patiño, f. 30, n.º 17 (22 de junio de 1872).
81. Véase el caso de la familia Mamani, que vivía en el terreno de Vilacucho, que for-
maba parte de Buenavista de Conguyo, de los Puraca; REPA, año 1869, Patiño, f. 3,
n.º 3 (13 de enero de 1869), y REPA, año 1880, Torres Núñez, f. 66, n.“ 39 (31 de
ago. de 1880). Para los dependientes sin tierra en las comunidades bolivianas, véase

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 461


sin tierras podían formar hogares y familias. Esta también podría haber
sido la situación de los artesanos rurales sin tierras o casi sin ellas, quie-
nes obtenían la mayor parte de su subsistencia mediante sus artesanías.
En las comunidades donde las familias dependían fundamentalmente
de la actividad artesanal, como las comunidades alfareras de Santiago
de Pupuja, la disponibilidad de esta alternativa ayudaba a mantener en
el campo a docenas de familias pobres que de otro modo habrían tenido
que emigrar o buscar empleo en alguna hacienda cercana.
Con más frecuencia, sin embargo, un campesino sin tierra perma—
necía como un dependiente soltero en el hogar de su patrón o patrona, al
que se le asignaban diversas tareas ——desde llevar a pastar a los animales
hasta hilar o tejer, o construir y reparar la cabaña del patrón, y trans—
portar algunos productos al mercado— con el alimento y el alojamiento
como único pago. En esta posición no podría acumular recursos sufi-
cientes como para formar un hogar independiente. Este tipo de depen-
dencia probablemente correspondía a fases específicas en el ciclo de vida
de los campesinos pobres. De niños eran entregados como dependientes
alos hogares de campesinos más acomodados para fortalecer los lazos de
clientelismo. Cuando alcanzaban la adultez intentaban formar hogares
independientes, ya fuera como pastores en una hacienda, como artesa-
nos o como arrieros. Pero algunos —las mujeres en particular, para las
cuales la falta de una dote presentaba un serio obstáculo—_ podían verse
obligados a permanecer como dependientes en el hogar de su patrón de
por vida. Los campesinos ancianos que habían enviudado y no tenían
descendientes, y que no podían mantener su propia economía domésti-
ca, también se incorporaban a los hogares campesinos más prósperos. La
estructura social en las comunidades estaba caracterizada por relacio-
nes clientelistas similares a aquellas existentes entre los campesinos y los
grandes terratenientes hispanizados, aunque a una escala de intercam-
bio de recursos económicos y servicios laborales más pequeña.82
Los campesinos sin tierras tenían pocas vías con las cuales esta-
blecer hogares independientes ligados a la economía agraria. Si poseían

Langer, Economic Change, 73; para el valle del Mantaro, véase G. Smith, Livelilzood
and Resistance, 82-83; para el Callejón de Huaylas, consúltese W. Stein, La rebelión de
Atusparia, 43.
82. Orlove y Custred, “Alternative Model”, 38—39.

462 | NILS JACOBSEN


algunos animales, podían entregarlos a algún o algunos campesinos que
tuviesen suficientes pastizales. El dueño de la tierra podía o bien pagar
un alquiler por los animales y quedarse con todos sus productos, o sino
los propietarios de tierras y animales podían compartir los productos,
un contrato que en algunas partes del sur del Perú se conocía como
waqui.83 En 1910, Casimira Mamani, una viuda de 60 años de edad, po-
seía y vivía en media casa en la ciudad de Azángaro. Ella no tenía tierras,
pero sí ocho vacas, dos toros jóvenes, un caballo de montar con dos po-
tros machos, un burro con su cría y 30 ovejas, que mantenía en los pastos
de seis campesinos distintos.84
En algunos casos raros, los campesinos sin tierras recibieron parce-
las vacantes en las comunidades mediante el proceso de solicitarlas a las
autoridades distritales, con la anuencia de las autoridades comunales.85
A algunos se les asignaban parcelas de familias desaparecidas en alguna
de las severas epidemias ocurridas, como la de fiebre tifoidea de 1856-
1858.86 Por supuesto que los campesinos sin tierras teóricamente podían
arrendar, tomar en anticresis, o comprar tierras a otros propietarios.
Pero tengo la impresión de que la mayoría de los que compraban tierras
o tomaban una parcela en anticresis eran campesinos acomodados.87
Pese a la creciente presión sobre el recurso tierra, durante los pri-
meros años del siglo XX los campesinos sin ella no parecen haber sido la
mayor parte de la población de las comunidades.88 Hay dos razones para

83. Delgado, Organización, 39—40.


84. Testamento de Casimira Mamani, REPA, año 1910,Aparicio, f. 293, n.º 336 (27 de dic.
de 1910).
85. Véase, por ejemplo, el otorgamiento del fundo Huacamocco-Adobe-Canchapata, en
la parcialidad de Llallahua (Santiago), a Mariano Chambí en 1852, REPA, año 1902,
Jiménez, f. 781 (23 de ago. de 1902, prot.); y de la estancia Huaichaccasani, en la par-
cialidad dc ]ayuraya (Putina), a la familia Arenas a comienzos de la década de 1820,
REPA, año 1902, Jiménez, f. 582 (21 de feb. de 1902, prot.).

86. Para la apropiación de una estancia perteneciente a una familia campesina fallecida
en una epidemia, véase REPA, año 1892, Meza (21 de dic. de 1892, prot.). Según
Romero (Monografía del departamento de Puno, 524), el Estado entregó tierras a los
campesinos indios de Puno después dela Guerra del Pacífico, a cambio de que vol—
vieran a pagar la contribución personal.
87. Los arrendamientos eran raros entre los campesinos; véase el capítulo 6.
88. Martínez, “El indígena”, 180.

LAS COMUNIDADES, EL ESTADO Y LA SOLIDARIDAD CAMPESINA | 463


ello. Muchos campesinos sin tierras que vivían como dependientes en
los hogares de otros campesinos, no formaron familias y tenían menos
hijos que los que si tenían recursos o ingresos suficientes para mante-
ner sus hogares. En consecuencia, su estatus tendía a no ser hereditario;
este estrato social más bien se renovaba de generación en generación. En
segundo lugar, con las crecientes presiones demográñcas en las comuni-
dades, se hizo preferible para los campesinos empobrecidos convertirse
en colonos de hacienda, donde podían mantener sus propias economías
domésticas. Otros emigraron a la ceja de selva, al sistema de valles del
Cuzco o a Arequipa. Pero antes de 1920, el número de familias que deja—
ban permanentemente el campo se veía empequeñecido en comparación
con el de aquellas que continuaban trabajando como campesinos en las
haciendas.

464 | NILS JACOBSEN


Capítulo 8
GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS

LAS DECADAS COMPRENDIDAS entre finales del decenio de 1850 y 1920, cons-
el
tituyeron apogeo de las haciendas ganaderas del Altiplano. En una
tendencia cada vez más frenética hacia la expansión, las nuevas y viejas
familias terratenientes comenzaron a reclamar una mayor parte de los
recursos regionales de la que habían tenido desde la conquista: la pro-
porción de tierras, capital ganadero y mano de obra controlada por el
sector hacendado alcanzó su punto máximo durante el primer tercio del
siglo XX. Para que esta ofensiva contra el campesinado indígena tuviera
éxito a largo plazo, el control sobre esta base de recursos ampliada debía
ser seguro y efectivo. A medida que los hacendados intentaban fijar rela-
ciones de producción estables y rentables en sus dominios cada vez más
grandes, ciertos desarrollos imperceptiblemente lentos —pero no me-
nos reales— también iban comenzando a cambiar tanto las relaciones
laborales como los aspectos técnicos de las empresas ganaderas. Para el
temprano siglo XX, la estabilidad de largo plazo del yanaconaje, de cier-
tos matices señoriales, venía cediendo ante un sistema de colonato que
era, en sus márgenes, más móvil y asumía rasgos contractuales. Las mo—
destas inversiones de capital mostraban el camino hacia una producción
ganadera más intensiva. Pero esta no fue una transición de haciendas
feudales a ranchos ganaderos capitalistas. La mayoría de los hacendados
no estaban dispuestos ——y los pocos quelo intentaron no lo lograron— a
cambiar las características fundamentales del sistema laboral del colo-
nato [labor tenancy system] y convertirlo en unos métodos de produc—
ción modernos, con un uso intensivo de capital. Este tradicionalismo
habría de tener consecuencias de largo plazo para las constelaciones del
poder en la estructura agraria de la región.

El reclutamiento de mano de obra

Desde finales de la década de 1850, el número de colonos en las hacien-


das de Azángaro creció rápidamente. En 1829, inmediatamente después
de la Independencia, 5.600 personas cuando mucho vivían como fami—
lias de colonos en las haciendas de la provincia, lo que no era más del
14% de la población rural de Azángaro. Para 1876 esta cifra casi se había
duplicado a más de 9.800 personas, lo que daba cuenta de poco menos de
una cuarta parte (23,4%) de la población rural azangarina. Entre 1876 y
1940, el número de colonos y sus familias creció más de tres veces hasta
llegar a 31.651 personas. En esta última fecha los colonos representaban
el 35,8% de la población rural de Azángaro; su proporción podría haber
sido más alta en la década de 1920.1 La población residente en algunas de
las haciendas más grandes de Azángaro creció de modo aún más espec-
tacular entre las décadas de 1860 y 1920 (cuadro 8.1).
Esta ola de nuevos colonos constituyó la última fase en un proceso
de “fijación” de una fuerza laboral adecuada y estable en las haciendas
ganaderas del Altiplano, que se había iniciado a finales del siglo XVI.
Durante los 350 años que antecedieron a la primera década del siglo XX,
el número de
yanaconas —que es como frecuentemente se conocía a los
colonos [labor tencmts, o sea, inquilinos que pagaban el alquiler de tierra
por su servicio laboral] aun después de la Independencia había sido
insuficiente. Durante el periodo colonial, los hacendados tuvieron que
depender de mitayos suplementarios incluso para las tareas rutinarias
como el pastoreo yla trasquila del ganado. Todavía en la década de 1860,

Entre 1920 y 1940, desaparecieron algunas de las haciendas que acababan de formar—
se, en tanto que otras perdieron tierras y pastores. Para el estimado de 1829, véase
Iacobsen, “Land Tenure”, 837, ap. II. Las cifras de 1876 y 1940 fueron calculadas a
partir de los censos nacionales de población.

466 | NILS JACOBSEN


Cuadro 8.1
POBLACION PERMANENTE DE ALGUNAS HACIENDAS, 1862- 1972

MUNANI PACHA]E
SOLLOCOTA PICOTANI LLALLAHUA CCALLA
CHICO GRANDE

A B A B A B A B A B A B

1862 20 122 28 164 28 133 21 95

1876 41 116 44 531 400 138

1906 50"I

1909 70

1918 54“

1924 61b

1927 43"

1928-29 91

1931 55h

1935 66h

122 699 44 196 185 807 98 468 105 705 27 183


1940
1960 50

25 141 40 286 61 421 20 82


1961 70 402 29 186
116 17 93
1972 39

Nota: A
: número de colonos; : población
B total de las haciendas.
“ El número real es ligeramente más alto.
" Colonos solo con cargo; el número total es ligeramente más alto.

Fuentes: AFA-P; AFA—S; censos de 1862 (MS.), 1876, 1940, 1961, y 1972; Aramburú López de
Romaña, “Organización“, 54; Díaz Bedregal, “Apuntes”.

las haciendas reclutaban a trabajadores nominalmente libres de las co-


munidades vecinas.2
Los hacendados vigilaban Celosamente & su fuerza laboral de co-
lonos incluso después de 1900. Los dueños advertían a los administra—
dores y arrendatarios que no hicieran nada que pudiera hacer que estos

2. Véase el caso de la hacienda Achoc en Achaya; REPP, año 1869, juez no mencionado
(15 de feb. de 1869).

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 467


abandonaran la hacienda; de ser posible, debían más bien conseguir co—
lonos adicionales. Pero para comienzos del siglo XX, una fuerza laboral
ampliada de colonos había disminuido enormemente la necesidad de
contar con trabajadores externos. Ahora la mayoría de las haciendas po—
día llevar a cabo todas las labores rutinarias del ciclo ganadero, así como
sus limitadas operaciones agrícolas, con la fuerza laboral residente. Los
hacendados solamente empleaban un pequeño número de trabajadores
asalariados externos para proyectos especiales, como la construcción de
rediles para las ovejas o el cavado de canales de riego.3 Entonces, la ten—
dencia hasta 1920 fue que las viejas formas de trabajo asalariado fueran
disminuyendo en las haciendas.
Parte del incremento en el número de colonos se debió al creci—
miento demográfico entre los residentes anteriores de la hacienda: los
hijos de los colonos que permanecían en ella y establecían nuevos ho—
gares como pastores. Pero entre 1876 y 1940, el crecimiento poblacional
en las haciendas de Azángaro fue casi tres veces más grande que el de
las comunidades campesinas, lo que indica la incorporación de
gente de
fuera. La gran mayoría de los colonos recién incorporados eran campe-
sinos junto con sus familias, procedentes de comunidades adyacentes
y cuyas tierras la hacienda había adquirido. Las escrituras públicas de
compra-venta que legalizaban estas transferencias de tierra usualmente
señalaban que los vendedores habían prometido “servir al comprador
como yanaconas”.4 Las familias campesinas permanecían en sus tierras,
ocupando una cabaña de la hacienda, pero ahora tenían que cumplir
con las obligaciones laborales asociadas con su nuevo estatus como co—
lonos. La mayoría de las familias de este tipo eran incorporadas a las
haciendas junto con sus tierras. En el punto máximo de la expansión del
latifundio, hacia 1910, unas 13 mil a 15 mil personas pertenecían a esta
categoría de familias de colonos de primera generación, esto es, más de
la tercera parte del total de la población en el sector hacendado.
Pero no todos los colonos que se asentaban en una hacienda lo ha—
cían con su familia, ni todos permanecían allí por el resto de su vida.
Para comienzos del siglo XX se había desarrollado un complejo patrón,

3. Fischer a Castresana, Picotani, 29 de ago. de 1909, AFA—P.


4. REPA, año 1867, Patiño, f. 109, n.º 51 (19 de mayo de 1867).

468] NILS JACOBSEN


en el cual un núcleo de familias de colonos residía en una sola hacien-
da de por vida, quizás durante generaciones, mientras que otros colo-
nos trabajaban en ella unos cuantos años y luego se trasladaban a otra
hacienda. De 68 pastores empleados en la hacienda Picotaní en 1909,
41 compartían los mismos 6 patronímícos. Quince años más tarde, en
1924, solo 10 de los 27 patronímícos que figuraban en 1909 seguían pre-
sentes, pero quienes llevaban los 6 apellidos centrales daban cuenta de
más del 50% de todos los pastores.5
Las familias de colonos de larga permanencia [long—term colono
families] usualmente pertenecían a unos cuantos grupos de parentes-
co que contribuían con numerosos pastores para la hacienda, mientras
que los colonos individuales sin fuertes lazos familiares iban y venían a
lo largo de los años. Los colonos móviles eran con frecuencia hombres
jóvenes solteros con poco ganado de su propiedad, que cambiaban de
hacienda en busca de las mejores condiciones laborales. La fluctuación
de los colonos era más fuerte en las pequeñas haciendas recién formadas,
dado que muchas de ellas solo tenían escasos recursos de pastos y sus
propietarios, con poco capital, tendían a pagar los salarios y a propor—
cionar los subsidios en alimentos más bajos.6 Para comienzos del siglo
XX, entonces, había surgido un grupo de colonos —todavía bastante pe-
queño—— que era altamente sensible a las distintas condiciones laborales.
Ellos probablemente provenían de familias de comunidad que tenían
poca o ninguna tierra, y que continuaban siendo pobres en las hacien-
das. Estas últimas funcionaron hasta la década de 1920 como un cuenco
de recolección para estos pobres rurales, cuya única alternativa era emi-
grar hacia las áreas urbanas 0 mineras.
Los mecanismos mediante los cuales los hacendados inducían
a los campesinos a que trabajaran para ellos, incluían una compleja
combinación de coerción y elementos económicos e ideológicos.7 Esta

5. “Lista de pagos de los alcances de los empleados y pastores de la Finca Picotani de


Setiembre 1908 al mismo de 1909”, Picotani, 30 de sep. de 1909; “Plan general del
recuento general de ganado de la Hacienda Picotani, Toma y Cambría”, Picotani, 31
de ago. de 1924; ambos en AFA—P.
6. Mendoza Aragón, “El contrato pecuario de pastoreo”, 38-39; Ávila, “Exposición”, 39;
Aramburú López de Romaña, “Organización”, 57.
7. Cfr. Smith, Livelihood and Resistance, 82.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS [469


combinación refleja en general las ambiguas bases de las ventas de tie—
rra hechas por los campesinos a los terratenientes hispanizados, carac—
terizadas en el capítulo 6 como una mezcla de un contrato libre y la
imposición por la fuerza. Ciertamente que la fuerza, o la amenaza de
su uso, podía desempeñar un papel importante en la conversión de los
campesinos en colonos. Los que pertenecían a las comunidades a veces
rechazaban explícitamente “ser convertidos en yanaconas”, y tomaban
medidas legales para bloquear las maniobras de hacendados poderosos.8
Las evidencias de tales campañas provienen mayormente de las décadas
de 1860 y 1870, cuando la presión ejercida sobre los recursos comuna-
les no había alcanzado un nivel crítico. Antes que un deterioro de su
situación económica, lo que temían era una pérdida de estatus, lo que
sugiere que la estratificación corporativa colonial de castas aún influía
en el modo de pensar del campesinado en las décadas previas a la Gue—
rra del Pacífico. Ellos consideraban, al menos hasta esta fecha, que la
condición de yanacona era inferior que las jerarquías existentes en sus
comunidades.
Hacia el final del siglo XIX, las consideraciones económicas comen-
zaron a desempeñar un papel más importante en la resignación de los
campesinos a convertirse en colonos de hacienda. La venta de sus tierras
a menudo llegaba al final de una serie de deudas. La dependencia del
cíclico comercio lanero de exportación, un control político más fuerte
ejercido por los gamonales locales, y la creciente escasez de tierra en las
comunidades, hicieron que los campesinos resultaran más vulnerables a
las estrategias que buscaban cogerlos por medio de deudas. Una vez que
el hacendado había logrado afectar sus tierras, era preferible aceptar el
estatus de colono, con el usufructo continuo de al menos parte de dichos
campos, a caer entre los campesinos sin tierras de la comunidad, o a bus—
car trabajo asalariado en lugares alejados. Lo que más les importaba a los
campesinos era el usufructo continuo de sus tierras; de ahí que su trans—
formación en yanaconas o colonos quizás haya sido menos drástica de
lo que parece desde nuestro punto de vista, plenamente acostumbrados

Véase la acción legal iniciada en 1869 por diez comunidades campesinas de Acora, en
la provincia de Chucuito, cuyas estancias se hallaban contiguas ala hacienda Sacuyo
de José María Barrionuevo, y que se resistieron a ser obligadas a prestar servicios
laborales a la hacienda; REPP, año 1869, juez no mencionado (3 de abril de 1869).

470 | NILS JACOBSEN


como estamos a pensar en términos de la propiedad privada y la santidad
de los contratos. Los campesinos convertidos en colonos que continua—
ban trabajando sus antiguos campos para la subsistencia de su familia,
ciertamente no concebían esta transformación como la cesión, al nuevo
patrón, del dominio absoluto sobre la tierra.
Tal como lo señalara Gavin Smith para el caso de la sierra central
peruana, incluso las comunidades “con una larga historia de enfrenta—
mientos e independencia”, se vieron moldeadas por “una historia igual-
mente larga en la que se esperaba de los campesinos andinos —y ellos a
su vez también lo esperaban—que ofrecieran sus servicios a superiores
que a menudo eran llamados con términos de parentesco o seudopa-
rentesco, como taifa o padrino/patrón”.9 En efecto, el hecho de ser in-
corporado como colono a una hacienda no alteraba automáticamente el
tipo de servicios que el campesino antes había tenido que ofrecer en su
comunidad. El y su familia habían estado obligados a pastorear ovejas,
plantar cultivos, transportar productos al mercado y trabajar como sir-
vientes domésticos del gobernador o el cura, tal y como se esperaba aho—
ra que lo hicieran para el patrón terrateniente.lº La explotación gamonal
no era exclusiva de las haciendas; ella era reproducida en la estructura
de autoridad que ligaba a las comunidades con la oficialidad local. La
aceptación del estatus de colono significaba ideológicamente un cambio
de patrón, no una forma totalmente nueva de subordinación.
A primera vista, la campaña de los hacendados del Altiplano para
expandir su fuerza de trabajo parecería haber sido abrumadoramente
exitosa. Pero una mirada más atenta al colonato, tal y como había evolu-
cionado para inicios del siglo XX, demuestra cuán fluido, frágil y difícil
de manejar se había vuelto este régimen laboral. Antes que una transi-
ción generalizada hacia un régimen de trabajo asalariado controlado de
modo más estricto por los hacendados, las luchas libradas en torno a la
naturaleza del colonato presagiaban más bien un nuevo punto muerto
de las fuerzas sociales en el Altiplano rural.

9. Smith, Livelíhood and Resistance, 82.


10. Urquiaga,5ublevaciones.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS ] 471


Colonato y paternalismo

El patrón de asentamiento en las haciendas se parecía bastante al del


resto de la provincia. Aun hoy en día el viajero tiene dificultades para
distinguir entre los territorios pertenecientes a las haciendas y aquellos
que forman parcialidades. El caserío constituía su centro nervioso; allí
se originaban las órdenes para los pastores y se llevaban a cabo las prin-
cipales funciones y procesos laborales. Para 1900, los caseríos habían
cambiado poco en su aspecto físico desde los primeros años después
de la Independencia. Las mejoras usualmente tomaban la forma de una
ampliación de los complejos de edificios, sin cambiar sus características
esenciales. Se añadían más cuartos alrededor de un segundo o tercer pa—
tio. Algunos hacendados “progresistas” invertían en techos de calamina
para reemplazar a los viejos techos de paja. En unos cuantos casos se
levantaron habitaciones especiales para preparar queso y mantequilla,
pero sin ninguna inversión notable en equipos modernos de procesa-
miento lácteo.
Aunque muchas fincas pequeñas eran administradas por sus pro—
pietarios, la mayoría de las grandes haciendas se hallaban bajo la direc—
ción de un mayordomo o, después de 1900, de un administrador. Hasta
la década de 1870, la mayoría de los mayordomos eran reclutados entre
las familias de pastores de confianza de la propia hacienda, pero tras la
Guerra del Pacífico una parte cada vez más grande de los administrado-
res eran hijos de los dueños de pequeñas haciendas y otros miembros del
estrato medio de la sociedad altiplánica, cuyas familias formaban parte
de la red de amigos y clientes del hacendado. En unos cuantos ca505, las
haciendas grandes empleaban como administradores a personas origi-
narias de Arequipa 0 de otras ciudades costeñas, o sino a extranjeros.
Además de casa y comida gratuitas en el caserío, su remuneración con—
sistía de un salario quizás diez veces mayor que el de los pastores, y un
porcentaje fijo de las ovejas de la hacienda de un año de edad, a las cuales
podían vender o criar a voluntad en los pastizales del latifundio.11 Sien—
do pocos los gastos que tenían en la hacienda, algunos administradores

11. Jiménez, Breves apuntes, 10—12; Romero, Monografía del departamento de Puno, 435-
436.

472 | NILS JACOBSEN


acumulaban ahorros que luego invertían en tierras. Mientras era ad-
ministrador de la importante hacienda Churuna (Putina) de la familia
Molina a comienzos del siglo XX, el arequipeño Luis Gutiérrez armó una
finca de su propiedad comprando tierras a las comunidades campesinas
aledañas.12
Los hacendados usualmente daban a sus administradores una con-
siderable libertad en el manejo cotidiano de las propiedades, en parte
porque tenían un conocimiento limitado de las complejidades de la cría
de ganado, y en parte porque los más ricos de ellos preferían residir cada
vez más en finas casas en Puno, Arequipa 0 Lima, seguir sus carreras
políticas o administrativas, dedicarse a profesiones liberales, o aten-
der sus intereses de negocios. Ellos se hacían cargo personalmente de
la disposición de los productos de la hacienda, de las compras y ventas
de tierra y de otros asuntos legales; pero el administrador controlaba la
coordinación de las principales tareas del ciclo anual ganadero, la asig—
nación y contratación de pastores, y los rudimentarios libros mayores
que registraban el capital ganadero y las cuentas de los colonos. Inevita-
blemente surgía todo tipo de conflictos entre dueños y administradores.
Estaba generalizada la idea de que “estos últimos no tenían ningún in—
terés en el bienestar de la hacienda y solo se preocupaban por su propio
bienestar”.13 El puesto podía ser sumamente inestable cuando no prev; -
lecía una relación de confianza personal entre dueño y administrador.
El arequipeño Manuel Guillermo de Castresana contrató y despidió a
cuatro administradores durante sus primeros cinco años como dueño
de la hacienda Picotani.
A veces un administrador podía hacer de pararrayos para el pro-
pietario. En su contacto cotidiano con los pastores, él los disciplinaba,
ocasionalmente con crueldad, mientras que en opinión de los colonos el
hacendado quedaba como el taita (padre), el árbitro final sobre sobre el
bien y el mal, y quien dispensaba protección. Cuando el administrador
era socialmente cercano a los colonos, podía convertirse en un interme-
diario capaz de transmitir los intereses de la “comunidad de la hacien—
da” al propietario. En 1925, un mayordomo escribió las quejas de los

12. REPA,diversos contratos, 1903—1910.


13. Romero, Monografía del departamento de Puno, 435-436.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 473


colonos, que no sabían escribir, contra el administrador de Picotani, un
acto que le costó su puesto de inmediato.” Los mayordomos ayudaban
a organizar la celebración del santo patrono de la hacienda y tomaban
parte en sus devociones. “He prometido ser ccapero [uno de los oficiales]
de la fiesta, y voy a servir a Nuestra Señora del Rosario en Toma, y dia—
riamente le pido bendiciones por su salud, mi señor patrón”, le escribió
Pedro Balero, el mayordomo de la hacienda Toma, a su propietario, ]uan
Paredes, en 1874. “Mucho espero que usted también venga a ver nuestra
fiesta”.15
Toda hacienda empleaba cierto número de funcionarios subalter-
nos por debajo del administrador y el mayordomo, reclutados entre
los pastores. El quipu, que “generalmente [era] el pastor de mayor co-
nocimiento y mejor comportamiento”, estaba directamente a cargo de
muchas operaciones ganaderas: la selección, clasificación, asignación de
pastizales, el beneficio y la trasquila.16 El quipu seguía trabajando como
pastor, dejando el cuidado del rebaño a su esposa e hijos. El recibía un
salario de aproximadamente el doble del de los pastores, y mientras esta-
ba en el caserío recibía raciones de comida y estimulantes; también se le
asignaban algunos trabajadores, quizás los jóvenes hijos de otros pasto-
res, para que cultivaran sus parcelas. Las haciendas empleaban además
rodeantes, esto es los hijos de colonos que aún no habían recibido su
propio rebaño y que usualmente vivían en el hogar de sus padres. Se les
pagaba con raciones y un salario de hasta el doble del de los pastores, y
recibían sus órdenes del quipu. Eran un tipo de jinetes itinerantes que
resguardaban de intrusos a las mayas y los límites externos de la hacien-
da, y llevaban las órdenes a los pastores.“7
En 1928, Emilio Romero anotó que “generalmente, la organiza—
ción india [de las haciendas] ha continuado. Todos los cargos son in-
dios y tienen sus prerrogativas y jurisdicciones dentro del territorio

14. Santisteban a Pérez, Arequipa, 27 de mar. de 1925, AFA-P.


15. Pedro Balcro a Juan Paredes, Toma, 14 de oct. de 1874, MPA.
16. Urquiaga, Sublevaciones, pp. 28-29; Tauro, Diccionario enciclopédico del Perú, 3: 21.
Urquiaga, Sublevaciones, p. 31;“Propuestas que hase [sic] el suscrito [Genaro Núñez]
para la administración de la Hacienda Picotani y sus anexos Toma y Cambría”,
Are—

quipa, 20 de sept. de 1924, AFA-P. En algunas haciendas había otras categorías más de
posiciones subalternas, como jatun quipu y quipillo.

474 | NILS JACOBSEN


de la hacienda”.18 Podemos efectivamente notar cierta similitud con la
jerarquía de cargos de una comunidad indígena. Aunque los quipus y
rodeantes eran escogidos por el administrador o el dueño, para ser efec—
tivos ellos debían contar también con el respeto de la mayoría de los
pastores. En Picotani en 1909, por ejemplo, los tres quipus pertenecían a
los Mullisaca, el grupo de parentesco preeminente.19 En contraste con la
mayoría de las grandes haciendas en la costa peruana, las de ganado del
Altiplano aún no habían desarrollado una clara separación entre los em-
pleados “de oficina”, identificados con la administración, y los trabaja-
dores manuales. El funcionamiento cotidiano de la hacienda descansaba
sobre la cooperación fluida de una jerarquía de funcionarios superviso-
res indígenas, que mediaban entre el propietario o administrador y los
colonos, tal y como las autoridades comunales lo hacían con respecto a
las autoridades distritales.
La familia de colonos conformaba la unidad básica de producción
de la hacienda ganadera altiplánica.ºº Ellas vivían lejos del caserío, en
el centro de su cabaña o tiana, el sector de los pastizales que les había
sido asignado para que pastorearan los rebaños de la hacienda. Las fa-
milias rara vez eran trasladadas de una cabaña a otra, y algunas, en las
haciendas más antiguas, tal vez vivieron en el mismo lugar durante ge-
neraciones. Sus casas, una o más chozas de un piso hechas de adobe, sin
ventanas y con techo de paja, no eran distintas de las de los campesinos
de comunidad.
Al jefe de la familia de colonos se le asignaba un cargo una o dos
veces al año, esto es el rebaño de ganado de la hacienda que debía llevar
a su sector de pastos. El sería responsable por el bienestar del rebaño
hasta que tuviera que rendir cuentas entre seis y doce meses más tarde.
Entretanto, la supervisión por parte del administrador de la hacienda

18. Romero, Monografía del departamento de Puno, 435—436.


19. “Lista de pagos", Picotani, 30 de sept. de 1909, AFA-P; para las haciendas del Cuzco,
véase Burga y Flores-Galindo, Apogeo, 28-29.
20. Urquíaga, Sublevaciones; Maltby, “Colonos en Hacienda Picotani”, 99-112; Kaerger,
Landwirtschaft, 2: 329—330; Burga y Flores-Galindo, Apogeo, 20—33; Bustamante,
Apuntes, 17-18; Romero, Monografía del departamento de Puno, 435—436; Ponce de
León, “Situación del colono peruano”, 98-12]; Mendoza Aragón,“El contrato pecua—
rio de pastoreo”; Pacheco Portugal, “Condición”.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 475


era esporádica. El quipu o uno de los rodeantes visitaba la cabaña una
vez cada semana o dos, para revisar si el rebaño de la hacienda estaba
bien, y transmitir instrucciones sobre las tareas futuras y lo sucedido en
el caserío.
Además de las labores de pastoreo durante todo el año, la familia de
colonos estaba obligada a proporcionar mano de obra para una amplia
gama de otras tareas durante el ciclo de producción anual. Entre febrero
y marzo, el jefe de familia o un hijo adulto debía participar en el caserío
en la trasquila, y en junio y julio en el beneficio de los animales, las dos
principales labores anuales que tomaban hasta un mes cada una. Al me—
nos un miembro de la familia debía tomar parte en las labores agrícolas
de la hacienda: arar, sembrar, desyerbar y cosechar los tubérculos, qui-
nua y cebada producidos en la mayoría de las haciendas para aprovisio—
nar a los pastores y a la residencia urbana del dueño, y como forraje para
el ganado y las bestias de carga. Ellos estaban obligados a transportar
los productos de la hacienda a los comerciantes en los pueblos o a los
almacenes en las estaciones del tren, y a llevar provisiones a su vuelta.
Estos viajes podían apartar al colono de sus propias labores domésticas
por una semana o más. Ellos usualmente tenían que utilizar sus propias
llamas o mulas para este servicio, sin compensación alguna por pérdidas
o daños. Los hombres y mujeres en la familia de colonos debían traba—
jar como pongos y mitanis en el caserío, o en la residencia urbana del
dueño, hasta por un mes cada año. En dicha función eran considerados
como sirvientes para cualquier tarea, cocinando, lavando, limpiando,
haciendo encargos y reparando cosas en la casa. La familia del colono
debía enviar un trabajador a las faenas (proyectos extraordinarios) de la
hacienda, como la construcción o reparación de acequias de riego, o de
los muros de piedra de corrales y moyas.21
Todos 10 servicios laborales permanecían sin reglamentar. Los con-
tratos escritos no existían.22 Esta vaguedad en la cantidad y calidad de las

21. Urquiaga, Sublcvacíones, 26-32; Mendoza Aragón,“El contrato pecuario de pastoreo”,


26-27; Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalísmo”, 97—103, 205—207; Aramburú
López de Romaña, “Organización", 13—14, 31-32; Maltby, “Colonos on Hacienda
Picotani”.
22. Para unos excepcionales contratos laborales escritos de 1920 Véase Roca, Por la clase
indígena, 286—288.

476 | NILS JACOBSEN


obligaciones laborales presentaba oportunidades, tanto para los colonos
como para el hacendado, de interpretar las obligaciones a su favor. Los
conflictos podían surgir debido a una amplia gama de puntos. El peso de
la costumbre comenzaba a perder fuerza en la definición de los derechos
y obligaciones para comienzos del siglo XX, época en la cual el colonato
se expandió con tanta rapidez que en muchas haciendas, la mayoría de
los colonos había llegado durante la década previa.
La remuneración de los colonos teóricamente comprendía tres ele—
mentos distintos: el derecho de usufructo a los recursos de la hacienda,
los salarios y regalos, y los subsidios. El primero era de lejos el más im—
portante para los colonos, pues constituía la base de lo que ]uan Mar-
tínez Alier llamó su ingreso como campesinos.23 Ellos tenían derecho
a mantener su propio ganado (huacchos) en los pastizales de la caba-
ña que ocupaban, y podían plantar cultivos para la subsistencia de su
propia familia. Tradicionalmente no había límite alguno a los rebaños
huacchos y los cultivos de los colonos, y esto continuó así en la mayoría
de las haciendas hasta 1920. Los huacchos y el rebaño de animales de
la hacienda que le tocaba al colono pastaban juntos, lo que resultaba
conveniente para este último pero le significaba en cambio muchos pro—
blemas para el hacendado. Era fácil intercambiar animales entre ambos
rebaños; la frecuencia de los cruzamientos mantenía a los huacchos y a
los de la hacienda igualmente sucios y sin mejorar; y el tamaño de los
rebaños del terrateniente se veía limitado por el pastoreo simultáneo con
los huacchos, ya que las pérdidas en los rebaños de más de mil animales
crecían exponencialmente.24
Los rebaños de huacchos consumían una parte significativa de los
recursos de pastizales de la hacienda. El ganado de los colonos daba
cuenta del 25% al 50% de todos los animales dentro de sus linderos, y en
algunos casos hasta más.25 Este era quizás el indicio más fuerte del limi—
tado control que un hacendado tenía sobre los colonos. Colectivamente,

23. Martínez Alier, Los huacchilleros, 13.


24, Urquiaga, Sublevaciones, 32; Maltby, “Colonos en Hacienda Picotani”; Aramburú
López de Romaña, “Organización”, 33.
25. Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 39; Aramburú López de Romaña, “Organización,”
37; Belén y Barrionuevo, La industria, 17-18.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS [ 477


estos últimos podían producir a cuenta propia tanta lana y otros produc—
tos pecuarios como él. Fue en algunas de las haciendas más pequeñas,
las que se habían formado desde la década de 1880, que los pastizales
continuaron siendo escasos y el peso de los huacchos mayor. Algunas
ñncas pequeñas parecían ser poco más que aglomeraciones de estan—
cias campesinas apenas unidas por la autoridad del gamonal propietario,
quien solamente extraía suficientes productos y trabajo de su “dominio”
como para asegurar sus aspiraciones sociales.26
Dado el limitado control ejercido por el hacendado, el tamaño de
los rebaños de huacchos variaba sustancialmente, tanto dentro de una
misma hacienda como entre estas. Dichos rebaños eran el factor más
importante que determinaba el bienestar y el estatus social de las fami-
lias de colonos. En algunas haciendas de Muñani y Putina, unas cuantas
familias poseían hasta milo incluso dos mil OMR, lo que incluía rebaños
con cientos de alpacas y las hacía tan ricas como las familias kulaks de las
comunidades.27 Las familias de colonos más prominentes, como las de
Guillermo y Aniceto Mullisaca en la hacienda Picotani, habían residido
en la misma hacienda por varias generaciones; el clan de los Mullisaca
había pertenecido al ayllu Picotani, que el curaca Diego Choquehuanca
transformó en hacienda en la década de 1760.
Pero en contraste con estos “colonos kulaks”, la mayoría de las fa-
milias del colonato poseían entre 20 y 100 cabezas de ganado, y algunas
podían no tener ninguna. Dado que el bienestar dependía mayormente
de la solidez de su “economía campesina”, los colonos con pocos ani-
males y escasas oportunidades de comerciar eran pobres. Un agrónomo
comentaba todavía en 1932 que “[l]a paga del pastor generalmente no
basta para satisfacer las necesidades más urgentes de su familia y él se

26. Cfr. las haciendas de César Salas Flores, examinadas en el capítulo 6; véase también
Ávila, “Exposición”, 34.
27. Los colonos formalmente sin tierras que acumulaban una modesta riqueza mediante
sus propias operaciones ganaderas, confundían a los agentes ñscales [cobradores de
impuestos] de Azángaro. Algunos de ellos eran tasados para el pago de la contribu—
ción de predios rústicos, mientras que otros debían pagar la contribución industrial.
Véase “Matrículas”, 1897, 1902, 1907, 1912, BMP; Urquiaga, Sublevaciones, 32; Ávila,
“Exposición”, 34, 39; Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”.

478 ] NILS JACOBSEN


ve forzado a hurtar los productos de la hacienda”.28 Los administradores
de la hacienda Picotaní se preocupaban regularmente de sus “colonos
pobres”, cuyas familias no tenían suficiente para comer. Las pastoras,
viudas o solteras, y los pastores varones solteros y jóvenes, eran quienes
figuraban con más frecuencia entre los pobres de las haciendas.
¿Qué permitía esta tremenda diferenciación entre las filas de los
colonos? Solo podemos especular. Los colonos acomodados necesita—
ban contar con acceso a los abundantes pastizales de la hacienda y a
suñcientes trabajadores de su grupo de parentesco. Esta condición a su
vez requería de privilegios y el respeto —mutuamente reforzados— del
hacendado y de sus compañeros de colonato. La situación de los colo—
nos acomodados, que mediaban entre el patrón y otros pastores, fue tal
vez análoga a la de las principales autoridades comunales.29 Los pastores
pobres, en cambio, no tenían acceso a una fuerza laboral suficiente y
por ello les resultaba difícil mantener rebaños considerables de huacchos,
sembrar cultivos suficientes para la subsistencia familiar y dedicar tiem-
po a la producción de artesanías para el consumo doméstico y el true—
que. Es posible que su condición se haya vuelto más permanente al serles
asignada una cabaña con pastizales de extensión limitada y baja calidad.
Los salarios, junto con los subsidios y regalos, eran algo secundario
y simplemente suplementario para la economía de subsistencia de las
familias de colonos, no obstante lo cual tenían implicaciones importan—
tes para la naturaleza del régimen laboral. La distinción entre salarios,
regalos y subsidios era mayormente ficticia antes de 1920. Los salarios
para los pastores yanaconas habían sido decretados desde al menos 1687,
con las ordenanzas del virrey Duque de la Palata.30 Para mediados del
siglo XIX, algunas haciendas calculaban las remuneraciones de los co—
lonos sobre la base del tamaño de los rebaños que cuidaban, aunque el
pago era mayormente bajo la forma de subsidios (avíos) de alimentos y

28. Maccagno, Los auquénidos, 33-34.


29. En algunos casos, hubo comunidades que existían formalmente dentro de las hacien—
das del sur peruano; cfr. Plane, Le Pér0u, 64-65; sobre Lauramarca, véase Reátegui
Chávez, Explotación agropecuaria, 13—17.
30. “Arancel de los jornales del Perú, 1687”, en Macer… , Mapas coloniales de haciendas
cuzqueñas, 145—146.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 479


estimulantes. Otras haciendas asignaban los avíos como una cantidad
mensual fija, sin referencia alguna a un salario.31
Esta ambígííedad perduró hasta el siglo XX. Un número lentamente
creciente de haciendas pagaba nominalmente salarios, calculados ahora
sobre la base de la duración del servicio prestado por el colono por año.32
Pero el pago continuó siendo mayormente en chuño, maíz, hojas de
coca, alcohol y carne seca. El debate nacional en torno a la “explotación
feudal” de los “siervos” andinos llevó a una serie de leyes protectoras
emitidas por el Congreso desde 1916, que en esencia reafirmaron la le—
gislación existente en los códigos desde la década de 1820, que prohibían
el trabajo forzado y exigían el pago de salarios.33 Sin embargo, estas leyes
solo hicieron que la duplicidad de los hacendados del Altiplano fuera
un secreto a voces aún más grande, pero no cambiaron la práctica fun—
damental de los pagos en especie durante los aproximadamente treinta
años que siguieron ala aprobación de la primera ley en 1916.
De este modo, durante los primeros años del siglo XX había dos
problemas que continuaban confusos y sin resolver: si debían pagarse
salarios, y de ser así, si debían tomar la forma de avíos o de dinero. Como
las haciendas estaban expandiéndose rápidamente y el intercambio co—
mercial se intensiñcaba, la naturaleza misma del régimen laboral co—
menzó a ser un problema. ¿Pasarían las haciendas altiplánicas al trabajo
rural asalariado, o verían más bien una continua evolución del régimen
laboral señorial y paternalista del colonato? Todo intento de los hacen-
dados de alterar una obligación, privilegio o forma específica de pago a
los colonos, y cada demanda o postura desafiante de resistencia de estos
últimos, formaban parte de la evolución en la definición de este régimen
laboral.
Los salarios nominales se elevaron entre mediados del siglo XIX y
las primeras décadas del siglo XX. A comienzos de la década de 1840,

3]. Markham, Travels, 190; El Nacional (Lima), 16 de mayo de 1867, citado en E. Vás-
quez, La rebelión de Juan Bustamante, 347; Martinet, La agricultura en el Perú, 88ñ-
880.
32. No está claro si la duración del servicio alude al tiempo que el colono dedicaba efec—
tivamente a cuidar de un rebaño, o simplemente al tiempo de su presencia física en
la hacienda.
33. Davies, Indian Integration in Peru, 63.

480 | NILS JACOBSEN


Juan Paredes pagaba un promedio de 27,5 pesos anuales a los pastores
de la hacienda Quimsachata, en Azángaro, la mayor parte en alimentos
y estimulantes?"1 En 1908—1909, la hacienda Picotani, que recientemente
había pasado a la posesión del ñnancista y hombre de negocios arequi—
peño Manuel Guillermo de Castresana, pagaba entre 38,40 y 62,40 soles
bolivianos anuales, lo que equivalía a entre 48 y 78 pesos. En 1917-1918,
durante el apogeo de la bonanza lanera, la hacienda Sollocota, propiedad
de los herederos del recientemente fallecido José Sebastián Urquiaga,
aún pagaba uniformemente 38,40 soles (presumiblemente bolivianos) al
año, o 48 pesos.35 El incremento en los salarios nominales desde la déca—
da de 1840 sumó entre 74,5% y 157,8%. Sin embargo, con el aumento de
los precios del chuño, maíz y hojas de coca en más del 100% en este pe-
riodo, en términos reales, los salarios más altos de Picotani en 1908—1909
llegaban apenas al 50% por encima de los que se pagaba en Quimsachata
a comienzos de la década de 1840, mientras que los salarios más bajos se
hallaban por debajo de los de dicho decenio.
El desembolso de los salarios en especie o en dinero se hacía de
modo irregular, a medida que los colonos lo necesitaran, aunque en al-
gunas haciendas se distribuía mensualmente a cada pastor una libra de
hojas de coca y una arroba de maíz. El administrador arreglaba cuentas
una vez al año con cada pastor, en septiembre, después del beneficio de
los animales y del recuento del capital ganadero de la hacienda. Se suma—
ban los adelantos entregados en los doce meses anteriores y el pastor re—
cibía entonces el resto de su salario anual. Si este había recibido más del
salario asignado, la diferencia era trasladada a la cuenta del año siguien-
te. En la hacienda Sollocota, en 1918, los colonos recibían en promedio
más de la mitad de su salario anual en el ajuste de cuentas de septiembre,
principalmente en forma de chuño y otros alimentos. Aunque las fechas
y la composición de los pagos variaban según el tamaño de la familia y
la fuerza de su propia economía campesina, para la mayoría los pagos en
dinero resultaban insignificantes. Los datos de Sollocota sugieren que la
función principal de los salarios era ayudar a las familias de colonos a

34. “Cuaderno de la Hacienda Químsachata”, MPA.


35. “Lista de pagos', Picotani, 30 de sept. de 1909, AFA—P; cuentas de los pastores de la
hacienda Santa Fe de Sollocota, 9 de sept. de 1918, AFA-S.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 481


sobrellevar los seis meses anteriores a la cosecha, cuando las reservas de
alimentos de sus propias cosechas anteriores comenzaban a acabarse.36
Los adelantos incluían productos o dinero recibidos por los colonos
no solo de su salario anual, sino también de otras deudas con la hacien—
da. La fuente principal de tales deudas se relacionaba con las “fallas de
ganado”, esto es los animales de los rebaños de la hacienda de los cuales
los pastores no podían dar cuenta durante el recuento anual en agosto
0 septiembre.37 El colono era responsable por su pérdida a menos que
llevara la piel o el cuerpo de la oveja al caserío poco después de que esta
muriera. Su valor podía restarse del salario anual, y se esperaba que en
compensación pagara con lana o con una oveja de su propio rebaño.
Estas “fallas” eran una constante fuente de conflictos entre los colonos
y los administradores de las haciendas. Los pastores reclamaban, con
razón, que en campo abierto las pérdidas causadas por animales salva—
jes o abigeos resultaban inevitables. Los administradores y propietarios,
quizás con igual justificación, estaban convencidos de que los colonos
cuidaban más de sus propios animales que a los de la hacienda, y que
ocasionalmente mataban ovejas de la hacienda para su propio consumo.
También acusaban a los colonos de apropiarse de crías de la hacienda an—
tes de que pudieran ser marcadas, y de entregar crías huacchas muertas
como pertenecientes al rebaño de la hacienda.38
Las deudas por las fallas podían ser considerables, y las hacien-
das tenían dificultades para cobrarlas a los colonos. Entre septiembre
de 1907 y septiembre de 1908, el administrador de la hacienda Picota—
ni acusó a los colonos de haber perdido 846 ovejas, mayormente crías
de un día a seis meses de edad. Algunos colonos eran responsables por
hasta cien fallas. Los pastores rechazaban la mayoría de ellas y a Adrian
Fischer, el administrador de Picotani, le preocupaba que si no recibía
animales huacchos a cambio de las ovejas perdidas de la hacienda, los
pastores se “reirán [de mí] y nunca acatarán [las órdenes]”. Un año más

36. Cuentas de los pastores de Sollocota, 9 de sept. de 1918, AFA—S.


37. Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”; Aramburú López de Romaña, “Organiza-
ción”, 37.
38. Urquiaga, Sublevaciones, 32.

482] NILSJACOBSEN
tarde, Fischer solamente había recibido 274 ovejas y 9 soles bolivianos en
efectivo como pago por estas fallas.39
En Picotani los colonos se hallaban regularmente endeudados no
solo por las fallas sino también por los avíos extraordinarios, como las
latas de un galón de alcohol que compraban durante las fiestas. Los ad-
ministradores usaban estas deudas para acceder a la producción de lana
de los propios colonos. En libros mayores especiales, separados de las
cuentas de los salarios, los administradores ingresaban los montos de
lana equivalentes al valor de dichas deudas, según una proporción fija
de trueque entre alcohol, maíz o animales de falla a cambio de lana. Por
ejemplo, el pastor debía dos quintales de lana de ovino por una lata de
alcohol (probablemente un galón). El 1 de octubre de 1909, al finalizar
el año agrícola 1908—1909, 56 colonos de Picotani le debían a la hacien-
da 118 quintales de lana de oveja, 4 quintales de lana de alpaca, y 12,5
libras de lana de llama. Dos colonos acomodados con sustanciales reba-
ños de huacchos debían cerca de 11 quintales de lana de oveja cada uno,
mientras que colonos a los que el administrador clasiñcaba como pobres
debían entre un máximo de 4,5 quintales y un mínimo de 12,5 libras de
lana de oveja. Solo diez de los colonos empleados en ese momento no
tenían deudas en lana. En dos casos las deudas habían sido contraídas
el año agrícola anterior, en 1907—1908. Aunque uno de estos casos in-
volucraba un monto sustancial de más de 8 quintales de lana de oveja,
Fischer los consideraba “perdidos en el balance de 1908, deduciéndolos
de las utilidades de ese año”. Tales deudas debían entonces pagarse con la
lana trasquilada el año siguiente; si quedaban impagas después de doce
meses, se las consideraba pérdidas.40
“No puede imaginar Ud. cuánto trabajo me está costando lograr
que la indiada [los pastores indígenas] paguen las fallas y las deudas en
lana”, escribió Fischer a Manuel Guillermo de Castresana, el propietario,
el 30 de agosto de 1908. “Les he dado hasta el diez del próximo mes para
cancelar sus cuentas de lana y traer las fallas”. Tres semanas más tarde,
el 20 de septiembre, menos de la mitad de las deudas en lana habían sido

39. Fischer a Castresana, Picotani, 20 de sept. y 9 de oct. de 1908; “Planilla de fallas de


Setiembre de 1907 al mismo de de 1908”, ago. de 1909; todos en AFA»P.
40. “Planilla de los saldos de lana que adeuda la indiada de la Finca de Picotani al 1 de
octubre de 1909”, AFA-P.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 483


pagadas en un sector de la hacienda. Fischer encontró que gran parte de
los créditos otorgados por su predecesor habían sido registrados erró—
neamente, que sumaban montos absurdos [amounted to absurd charges],
y que varios de los colonos cuestionaban sus deudas.41 Era poco probable
que lograra cobrar la totalidad de las sustanciales deudas en lana debidas
a los créditos otorgados el año precedente. Dos años antes, su predecesor
apenas si había logrado recolectar más de la mitad del monto que Fischer
ahora esperaba reunir?2
Al comenzar el siglo XX, el “peonaje por deudas” [debtpeonage] no
era una característica del trabajo de los colonos en las haciendas ganade—
ras altiplánicas. Los hacendados utilizaban sistemáticamente el crédito
para forzar a los campesinos a que renunciaran a sus tierras y se convir—
tieran en colonos en sus haciendas, pero una vez alcanzado este fin, el
crédito servía para metas más limitadas en la correlación de poder en
el interior de la hacienda. Algunos hacendados hicieron uso del crédi—
to, con limitado éxito, como un instrumento con el cual controlar la
producción lanera de los colonos. En términos generales, se necesitaba
el crédito para estabilizar la subsistencia de las familias de colonos y así
incrementar su disposición a permanecer en la hacienda año tras año.43
En el Altiplano no se conoció la tienda de la hacienda, esto es la notoria
“tienda de raya” de las haciendas de panllevar de México. A decir ver—
dad, algunos hacendados usaban del intercambio de productos con sus
colonos como una fuente extra de ingresos, cobrando bastante por los
alimentos y pagando poco por la lana de estos últimos; en la práctica,
estos hacendados reproducían las relaciones existentes entre los comer—
ciantes de lana o los tenderos urbanos y los campesinos de comunidad?4
Pero otros hacendados cobraban a sus colonos el maíz, las hojas de coca
y el alcohol a precio de costo, y pagaban por la lana de los colonos precios
a la par con los de los comerciantes itinerantes en las comunidades o en

41. Fischer a Castresana, Picotani, 30 de ago. y 20 de sept. de 1908, AFA-P.


42. Medina a Castresana, Picotani, 11 de ago. de 1907, AFA-P.

43. Cfr. Bauer, “Rural Workers in Spanish America”.


44. Con respecto a las tiendas de las haciendas en el Cuzco, véase Anrup, El taifa, 128—

129; Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 124—128.

484 | NILS JACOBSEN


las capitales distritales.45 Las deudas no fueron usadas sistemáticamente
como un medio para retener a los colonos por la fuerza; los propietarios
y administradores más bien se veían constantemente afectados por la
dificultad de cobrarlas. Como José Sebastián Urquiaga, el propietario
de la hacienda Sollocota, escribiera en 1916, el pastor podía “retirarse de
la hacienda cuando quisiera; todo lo que tiene que hacer es devolver el
rebaño de la hacienda tal como lo recibió”.46
El control de los hacendados sobre el trabajo y los recursos de sus
familias de colonos era estrictamente limitado. En efecto, las estrategias
que estos últimos seguían para asegurar la subsistencia de sus familias
incluían virtualmente la misma gama de actividades que las de los cam—
pesinos de comunidad. La esposa y los hijos menores del colono cum-
plían con las obligaciones más exigentes en términos de tiempo debidas
a la hacienda, pastando las ovejas que les habían sido confiadas. Ellos
quizás cargaban con el peso de cualquier incremento en las obligaciones
laborales, que la transición de campesino de comunidad a colono impu—
siera. El padre se hallaba así libre para realizar actividades generadoras
de ingresos más autónomas, y cultivar los lazos sociales con otros com—
pañeros colonos, así como con amigos y parientes en las comunidades
vecinas. Los colonos comercializaban una amplia variedad de artesanías
rurales, la más importante de las cuales eran los textiles; también ven-
dían cerámica, sombreros y otros artículos. Pero su principal actividad
comercial era la venta o el trueque de lana y otros productos pecuarios
de sus propios rebaños de huacchos.
Incluso los hacendados que buscaban acaparar estos bienes y de esta
manera aumentar el comercio con la producción directa de la “reserva
señorial” [demesne] de su hacienda, fracasaron en el intento de cortar
los lazos de los colonos con el mercado. En Picotani, por ejemplo, la ha—
cienda apenas si recibió algo de la valiosa lana proveniente de los grandes
rebaños de alpacas de los colonos (que sumaron 7.741 cabezas en 1929),
y estos últimos intercambiaron hasta la mitad de la lana de sus ovejas
directamente con terceros.47 Cuando los hacendados buscaron obligarles

45. Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani", 103.


46. Urquiaga, Sublevaciones, 35.
47. Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”, 102; “Planilla de los saldos de lana”, AFA-P.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS [ 485


a que les vendieran sus productos ganaderos, los colonos encontraron
formas de confiar la lana a sus amigos y parientes en las comunidades
circunvecinas para su venta posterior.48 Los comerciantes itinerantes que
compraban lana, sebo y cueros, y vendían alcohol, hojas de coca, tintes
de anilina y sombreros de borsalino, incluían visitas a las cabañas de los
colonos como parte de su recorrido.
La mayoría de los colonos dejaba la hacienda periódicamente para
intercambiar o vender sus productos ganaderos y artesanales, para así
conseguir provisiones para su familia. En una ocasión, Benito Mullisa—
ca, uno de los pastores acomodados de Picotani, le vendió a la hacienda
200 quintales de sal, una mercancía clave para las actividades ganaderas,
que había llevado desde el lago Salinas, ubicado en la llanura central de
la provincia.49 De este modo, al igual que en las comunidades, las acti-
vidades de intercambio de los colonos daban paso imperceptiblemente
a actividades comerciales propiamente dichas. En algunos casos, ellos
mantenían parcelas en zonas ecológicas distintas, para así producir el
maíz necesario para complementar los avíos. Muchos de los pastores de
Picotani abandonaban la hacienda por una o dos semanas en abril, una
vez terminada la trasquila, para ir a cosechar su maíz en la ceja de selva
de Sandia, ocasionando a veces considerables demoras en los proyectos
laborales de la hacienda.50
Y, sin embargo, esta impresionante autonomía de las familias de
colonos solo era una de las caras de la moneda. Los hacendados intenta-
ron ligar a sus colonos a un orden de autoridad jerárquico y paternalista,
con distinto éxito. Al igual que en el caso de la autoridad paternalista,
en la mayoría de las sociedades agrarias premodernas, dicho orden te-
nía como base tanto la benevolencia —la generosidad y la protección—

48. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 115.


49. Contrato entre Mullisaca y el administrador Iulio La Rosa Galván, Picotani, 30 de
nov. de 1909, AFA-P. El patronímico “Mullisaca" está limitado al distrito de Muñani
y a los ayllus alrededor de San Juan de Salinas; quizás ambos grupos de Mullisaca se
derivaron de un clan que estableció derechos de uso en distintas zonas ecológicas.
Benito Mullisaca tal vez conservó el derecho a las “entradas de sal”, o bien lo inter—
cambiaba por productos pecuarios con parientes distantes de su antiguo clan en
Salinas.
50. Fischer a Castresana, Picotani, 12 de abril de 1908, AFA-P.

486 ] NILS JACOBSEN


como la malevolencia —el castigo y el retiro del favor.51 En las haciendas
ganaderas del Altiplano, el paternalismo se expresaba en el lenguaje de
la reciprocidad asimétrica andina, con su énfasis en el trabajo común
festivo y en los regalos, así como en el lenguaje del patriarcado católico,
que subrayaba la preocupación del padre por el bienestar espiritual y
material de sus hijos.52
La generosidad y protección del patrón estaba diseñada para soco—
rrer los colonos durante toda su vida, de la cuna a la tumba, en el
a
trabajo y en las celebraciones, en la hacienda y en sus tratos con gente de
afuera de ella, casi como un escudo invisible. Los hacendados se conver—
tían en los padrinos de los hijos de sus colonos al momento del bautis-
mo. Les prestaban dinero o contribuían directamente con los gastos de
los funerales, y se les pedía —al menos hasta 1880— que bendijeran el
matrimonio de los hijos de sus colonos. Los hacendados cultivaban re-
laciones amistosas con los curas parroquiales para que estos atendieran
las necesidades espirituales de los residentes de la hacienda y of1ciaran en
bautizos, matrimonios, funerales y en la fiesta anual del santo patrono
de la hacienda.53
Cuando todos los colonos trabajaban juntos en el caserío o en los
campos, esperaban y recibían una abundante comida caliente y quizás
un puñado de hojas de coca y un trago de alcohol. Durante el beneñcio
del ganado, algunas haciendas permitían a sus colonos conservar parte
de las menudencias, razón suficiente para que toda la familia de pastores
asistiera a esta tarea. Los colonos encargados de las vacas tenían permiso
para quedarse con la leche un día a la semana. Y en ciertas ocasiones el
administrador repartía regalos a nombre del patrón, por ejemplo una
vara o dos de tela. Los colonos también se hallaban bajo la protección

51. Cfr. el retrato clásico del paternalismo obra del historiador norteamericano Genove-
se, Roll Jordan Roll.
52. Con respecto a las nociones andinas de reciprocidad en las haciendas del departa-
mento boliviano de Chuquisaca a finales del siglo XIX, véase Langer, Economic Chan—
ge, 60-61; en el Perú, tales nociones conservaron más fuerza en algunas delas grandes
haciendas mixtas agropecuarias de la provincia cuzqueña de Quispicanchis que en el
Altiplano; cfr. Burga y Flores-Galindo, Apogeo, 28-31; Plane, Le Pérou, 65; Anrup, El
mita, especialmente el cap. 5.
53. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalism0”, 109.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS [ 487


de su patrón cuando hacían negocios fuera de los límites de la hacienda,
transportando los productos de esta última a la ciudad o a la estación
del tren, o intercambiando los productos de sus propias economías do—
mésticas en los mercados o en la ceja de selva. Los hacendados usaban su
influencia y conexiones, así como sus abogados, para liberar a los colo—
nos cogidos por la Guardia Nacional o el Ejército en sus levas, o para sa-
carlos de la cárcel cuando se les acusaba de haber cometido infracciones
menores. Cuando los colonos eran atacados o les robaban el ganado, el
administrador de la hacienda presentaba cargos y buscaba la restitución
de los bienes a nombre de ellos. Los conflictos entre los colonos eran
usualmente resueltos por el hacendado y no ante una corte judicial.54
Pero tal protección y favores eran siempre condicionales y podían
ser suspendidos según el capricho del hacendado. Los administradores
podían asignar a los colonos problemáticos las tareas más difíciles y que
tomaban más tiempo, confiscar animales de sus rebaños de huacchos, o
dejar de intervenir a su favor ante las autoridades. Algunos hacendados
y administradores recurrían a los azotes para los colonos que no “mos—
traban respeto” o rehusaban cumplir una orden. Y eran numerosos los
hacendados y administradores que no se detenían y abusaban sexual-
mente delas esposas e hijas de sus colonos, en la hacienda o cuando ser-
vían de mitanis en sus casas en el pueblo.55 Como anotara el indigenista
cuzqueño Francisco Ponce de León, en caso de resistencia o negligencia
por parte de los colonos, “las represalias son inmediatas y consisten en
castigos materiales y exacciones”. Los mayordomos y capataces estaban
bien armados y “con tales amenazas constantes el patrón mantiene su
autoridad efectiva y real sobre los indios sumisos e indefensos”.56
Los colonos indudablemente veían a su hacendado como un per—
sonaje poderoso cuya protección necesitaban, y cuya ira era prudente
evitar. Muchos de los hacendados más tradicionales ——los gamonales—
adaptaron la construcción de su poderío al medio cultural y material del
mundo campesino andino. Ellos practicaban y defendían un catolicismo

54. Urquiaga, Sublevaciones, 25-35; cartas varias, 1907-1911, AFA-P.


55. Gamarra,“La mamacha”, 26-30.
56. Ponce de León, “Situación del colono peruano”, 105. Sobre la violencia como consti-
tutiva del poder gamonal, véase Poole, “Landscapes of Power”, 367—398.

488 | NILS JACOBSEN


tradicional y mostraban cierto respeto por los rituales campesinos. La
fiesta del santo patrono de la hacienda, las bodas y los funerales servían
para volver a representar y actualizar los lazos paternales que ataban
al patrón con “sus hombres”. Los colonos rendían homenaje a su mita
(padre), que a cambio demostraba un generoso afecto por sus “hijitos”.
Alberto Flores-Galindo y Manuel Burga mostraron en el caso del azan-
garino José Angelino Lizares Quiñones, cómo las leyendas y los rumores
podían imbuir a un gamonal de un aura mágica, asociándolo con acon-
tecimientos sobrenaturales y poderes chamanísticos. Aunque resultaba
de vital importancia para las visiones omnipotentes del patrón, el uso
violento de la fuerza no era sino una herramienta de último recurso en
la construcción de su autoridad.57
Al mismo tiempo, los hacendados se veían a sí mismos como un
puesto de avanzada o baluarte de la civilización europea moderna en
medio de un mar de indios bárbaros. Al comunicarse entre ellos, con su
personal y con las autoridades públicas, los indios resultaban “ociosos”,
“desvergonzados” y “abusivos” en su apropiación de los recursos de la
hacienda, además de “reacios a aprender”. Un administrador se refirió
repetidas veces a la incorporación de los indios de comunidad dentro de
la hacienda como una “conquista”. Tales imágenes del colono indígena
estaban a menudo bañadas de un racismo cruel, aunque este no siempre
era el caso. Amargada por el brutal saqueo y destrucción de la hacienda
Hanccoyo en 1917, a manos de los colonos y enemigos políticos de su
difunto marido, el gamonal singularmente poderoso y abusivo Pío León
Cabrera, su viuda Andrea Pinedo aludiría algunos años más tarde a los
indios como “caníbales” e “ilotas”, vencidos “en la guarida de sus vicios
ancestrales por el desaseo y su innata apatía”.58
Había, a decir verdad, una superposición entre las visiones del ha—
cendado como un señor tradicional y cuasimágico, y como represen-
tante de la civilización moderna. En ambos constructos era su derecho,
e incluso su deber, gobernar a los colonos indios con “mano dura”. En
1904, el dueño de una hacienda ganadera en la provincia cuzqueña de
Quispicanchis le indicaba a su administrador que debía “corregir [a

57. Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 112-113.


58. Citado en Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en elAltiplano, 228.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 489


los colonos] con dureza para que cambien sus maneras y dejen de ser
pillos”.59 Ambos constructos formaban parte de la autoimagen del ha—
cendado tradicional. Plenamente versado en el mundo campesino de los
Andes, en su lenguaje, costumbres, normas y códigos de conducta, se
sentía superior a ellos en virtud a su educación (por ligera que esta fue—
ra), su estilo de vida moderno, sus relaciones sociales con los ciudadanos
notables de la provincia, o incluso por su cuna.
Su imagen, el constructo bifronte de su poder, era al mismo tiempo
un producto del mundo campesino andino, una versión contemporánea
de las formas aceptadas de dominación y subordinación, y la representa-
ción de la civilización occidental, cuya misión era conquistar a los bárba—
ros campesinos indígenas y convertirlos en “trabajadores industriosos”.
Aunque en la superficie parecía ser omnicomprensiva, la autoridad deri-
vada de tales constructos resultaba sumamente frágil. Para el colono, el
mita generoso y protector podía fácilmente ser desenmascarado como el
gamonal explotador. Ambas imágenes eran “verdaderas”. Podemos apli-
car alos hacendados del Altiplano, al menos a cierto nivel, lo que Eugene
Genovese escribiera sobre los amos esclavistas del sur estadounidense
antes de la Guerra Civil de 1861—1865, durante el apogeo de su poder:
“Los autorretratos más lisonjeros de los esclavistas y las acusaciones más
duras y exageradas de sus críticos tienen mucho en común […] Ellos eran
duros, orgullosos y arrogantes; de espíritu generoso en todo lo que no
tocara a su honor; afables y corteses; generosos y amables; prestos a en—
colerizarse y extraordinariamente crueles […] No eran hombres a tomar
a la ligera, ni personas con las cuales uno se enemistaba frívolamente”.60
La autoridad paternalista es intrínsicamente limitada y está mal de—
finida, aunque sostiene dominar todos los aspectos de la vida de sus súb—
ditos. Ello es tanto más cierto en el contexto de las haciendas ganaderas
del Altiplano, con sus asentamientos y patrones laborales dispersos, y la
larga historia de autonomía campesina. Para usar el lenguaje de James
Scott, parte de la “transcripción” yacía escondida en la relación de domi—
nación y subordinación existente entre el hacendado y el colono. Ambos
necesitaban llevarse bien cotidianamente y eran conscientes de los límites

59. Citado en Burga y Flores—Galindo, Apogeo, 28


60. Genovese, Roll Jordan Roll, 96-97.

490] NILSJACOBSEN
mal definidos de los derechos y obligaciones recíprocos. Los hacendados
no podían darse el lujo de desnudar su desprecio por los colonos indios
en su trato cotidiano con estos, como sí lo hacían cuando trataban con
otros hacendados. Por su parte, los colonos, al mismo tiempo que “inver-
tían” en demostraciones de deferencia y respeto hacia el patrón, y acepta-
ban en principio su propia subordinación, buscaban también “esconder
el rastro” de su resistencia y, en la mayoría de los días, reservaban la ira
o el desprecio que sentían para con el administrador o el hacendado a la
relativa seguridad de las conversaciones con la familia y amigos.61
Los hacendados, ansiosos por estabilizar su creciente fuerza labo-
ral, necesitaban limitar la severidad y frecuencia de los castigos y otras
medidas de control social. Al informar de su éxito en el reclutamiento
de nuevos pastores, Adrian Fischer, el administrador de Picotani, notaba
las calamítosas consecuencias que tenía el descuidar tales precauciones:
“Pascual Miranda, de Tarucani, también tiene un rebaño [en nuestra
hacienda] ya. Esa finca se halla cada vez más sin indios, tal como 50—
llocota, y creo que la razón es que tanto Don Víctor como César Ballón
aplican palo con crueldad”.62 Y Juliana Garmendia, dueña de la hacienda
Capana, un latifundio ganadero en la provincia cuzqueña de Quispi—
canchis, advirtió repetidas veces al administrador “de tratar a los indios
con prudencia; he notado que están desesperados porque, dicen, que les
pegas, y que quieren dejar la finca; te alerto sobre esto, ya que sería con—
trario a nuestros intereses”.63

La economía de la hacienda

La hacienda ganadera altiplánica operaba a un bajo nivel de produc-


tividad, y los esfuerzos de mejora continuaron siendo débiles durante
las primeras décadas del siglo XX. La mayoría de los propietarios bus—
có maximizar el ingreso neto derivado de sus haciendas, minimizando
los desembolsos monetarios en la producción y la comercialización.64

61. Scott, Weapons of the Weak, especialmente 279—286.


62. Fischer a Castresana, Picotani, 10 de enero de 1909, AFA—P.

63. Citado por Burga y Flores-Galindo,Apogco, 28.


64. Kaerger, Landwirtschaft, 2: 330; Declerq, “El departamento”; Min. de Fomento, Dir.
de Fomento, La industria lechera; V. Jiménez, Breves apuntes; Barreda, “Cameros”,

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 491


Semejante estrategia era en algunos sentidos exactamente la opuesta a la
de una empresa agraria capitalista moderna que buscara optimizar los
beneñcios del capital invertido. El régimen laboral, con su énfasis en la
minimización de los salarios, no era sino un aspecto, aunque central, de
dicha estrategia. El mismo enfoque de baja productividad y baja capita—
lización caracterizaba la calidad y el pastoreo del rebaño de la hacienda,
sus instalaciones, y sus medios de transporte.
La mayoría de las ovejas que vagaban por los pastizales del Altipla-
no hacia 1900, descendían de los merinos españoles llevados al Perú en
los siglos XVI y XVII. Los observadores de la época coincidían en que la
población ovina de Puno, degenerada por la falta de crianza selectiva,
combinaba muchas de las características más indeseables de la especie
para una eficiente actividad ranchera: bajo peso; fibras toscas, irregulares
y cortas; y poca lana. Para colmo, muchas ovejas tenían colores que iban
del negro a tonos marrones o grises, “colores sucios” que a veces no con—
seguían mercado en Europa.65 Mientras que los merinos de pura sangre,
o los Corriedales 0 South Downs, típicos de los rebaños australianos 0 ar-
gentinos, pesaban de 60 a 112 kilos y producían fácilmente 7 kilos de lana
al año, las ovejas criollas del Perú pesaban alrededor de 15 kilos y produ—
cían un kilo de lana.66 Estas ovejas obviamente también producían poca
carne, un producto menos importante para los propietarios del Altiplano.
Las descripciones del ganado vacuno de Puno no eran mucho mejores.67

reproducido en Flores-Galindo, Arequipa, 156— 161; De Rivero y Ustáríz, Colección, 2:


244-245; Bustamante, Apuntes, 17—18.
65. Declerq, “El departamento”, 186.
66. León, Cartilla de ganadería, 42-43; León, Lanas, pelasyplumas, 11-12.
67. Según una descripción, las vacas eran pequeñas, con huesos desproporcionadamente
grandes, “apenas [si tenían] ubres y carecían por completo de las características de las
buenas vacas lecheras”. Solo producían uno o dos litros de leche al día durante un bre-
ve periodo de lactancia de cuatro a seis meses. Pero se consideraba que la calidad de la
leche era alta. La carne era el producto más importante en el caso del ganado vacuno.
Se vendía ganado en pie a comerciantes ganaderos para proveer de carne fresca a Puno
y Juliaca, o como carne seca (cecinas), tanto para el consumo en la hacienda como
para su venta por todo el Altiplano y en la ceja de selva, en Cuzco, La Paz y Arequipa.
Pero los animales producían poca carne, la que “distaba de ser tierna y sabrosa”. De—
clerq,“El departamento”, 193. Min. de Fomento, Dir. de Fomento, La industria lechera,
19-20; Jiménez, Breves apuntes, 88; Kaerger, Landwirtschaft, 2: 367-368.

492 | NILS JACOBSEN


Una de las ventajas de las grandes haciendas era que podían buscar
las economías de escala mediante la separación eficiente de distintos re—
baños de ovejas y manadas de reses, y su óptima rotación en diferentes
pastizales. Una típica finca de pequeño a mediano tamaño, con un ca—
pital ganadero de 1.500 OMR y seis o siete colonos, empleaba tal vez un
colono a cargo del ganado vacuno y otro del rebaño de alpacas, sin dis-
tinguirlos por edad o sexo. Los otros cuatro o cinco pastores, empleados
para vigilar el ganado ovejuno, no bastaban para formar rebaños ópti—
mamente diferenciados. En cambio, una gran hacienda como Sollocota,
con unos 50 colonos, mantenía rebaños altamente diferenciados: ovejas
hembras junto con carneros para la fertilización; ovejas madres con sus
crías de hasta seis meses de edad; corderos de un año de edad separados
por sexo; carneros; ovejas hembras entre el destete de su última críareba— y la
nueva fertilización; carneros castrados de uno o dos años de edad;
ños de ovejas preñadas (después de ser separadas de los carneros); ani—
males para el beneficio (carneros castrados de tres años de edad y ovejas
hembras de cinco a seis años). Además, Socollota mantenía 14 tropas
de ganado vacuno diferenciadas, dos rebaños de alpacas, uno de llamas
montar.68
para el transporte, y dos colonos a cargo de los caballos de
Idealmente, un régimen tan cuidadoso de rebaños diferenciados
según los ciclos de reproducción anual, debiera haber generado ciertas
ganancias en productividad —-—medíante tasas más altas de reproducción
inversiones adi-
y el uso eñciente de los pastizales—, incluso sin otras
cionales. Así, idealmente, la aglomeración de tierras en grandes hacien—
das debió haber traído consigo incrementos en la productividad. Pero
estos incrementos parecen haber sido pequeños. En 1909, las 20.844
ovejas adultas de Picotani solamente produjeron unas 2,5 libras de
lana por cabeza, apenas ligeramente más que el promedio de todas las
haciendas.69 Ninguna hacienda podía escapar fácilmente de la compleja

68. “Libro de cargo y descargo de ganado lanar de los pastores de la Hda. Santa Fé de So—
llocota para los años 1905 y 1906”; “Planes de existencia de ganado ovejuno, vacuno,
de llamas y alpacas y de caballos de la Hda. Solloc0ta [...], recontados el 1.“ de Agosto
de 1927 y el Lº de Setiembre de 1928”; ambos en AFA—S.
69. Aramburú López de Romaña, “Organización", pp. 15-16; resté las crías del número
total de ovejas; también resté 65 quintales de la lana recogida por la hacienda en 1909
(588,11 quintales), lo que es un estimado de la lana de los rebaños huaccho de los
colonos adquirida por la hacienda.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 493


red de condiciones que mantenía baja la productividad. Ellas se hallaban
inextricablemente entrelazadas con la lógica, 0 las “reglas de juego”, de
la sociedad altiplánica.
Los hacendados seguían una estrategia de maximizar su ganado
incluso hasta el punto de arriesgarse a causar la escasez del forraje.70
Los rancheros dependían casi exclusivamente de pastos naturales no
mejorados,71 y la disponibilidad del forraje fluctuaba bruscamente de un
año al otro y de estación en estación. Muchas haciendas se esforzaron
por elevar su capital ganadero, hasta el nivel en el cual la capacidad de
carga de los pastos sería utilizada por completo durante la estación con
abundante forraje. Hacia el final de la estación seca, entre septiembre
y noviembre, el forraje se hacía escaso y las tasas de mortandad se in-
crementaban. En los libros mayores de Sollocota aparecen las siguien—
tes entradas para los animales confiados al pastor Agapito Montesinos
en 1906: “15 de octubre, 2 ovejas madres muertas (por flacas)”; “19 de
noviembre, 2 ovejas madres muertas (por flacas)”; “22 de noviembre, 1
oveja y 2 carneros muertos (por flacos)”; “10 de diciembre, 4 ovejas y 1
carnero muertos (por flacos)”.72
Las haciendas separaban para la estación seca a algunos de los me-
jores pastizales, los que conservaban la humedad por más tiempo, y
levantaban cercos de piedra alrededor de estas mayas. Algunos pastos
producían forraje fresco meses después de las últimas lluvias de marzo
'
o abril mediante pequeñas obras de irrigación.73 Pero estas mayas tenían
“sólo una pequeña extensión” y a menudo no bastaban para mantener a
todos los animales durante los largos meses sin lluvia.74 Y los pastores no
siempre las respetaban. Ellos tenían la “desvergúenza”, se lamentaba un

70. Martinet, La agricultura en el Perú, 131-132; Jiménez, Breves apuntes, 82; Declerq, “El
departamento", 183.
71. Se consideraba que era demasiado caro llevar alfalfa de Arequipa al Altiplano; la
cebada sembrada por algunos hacendados era reservada para el ganado vacuno, las
mulas y caballos; Declerq, “El departamento”, 185.
72. “Libro de cargo y descargo de ganado lanar [...], 1906-1907”, AFA-S. Sobre la “ruina”
de los caballos de montar en Picotani debido a la sequía, véase Galván a Castresana,
Picotani, 7 de nov. de 1909, AFA—P.
73. Véase, por ejemplo, la extensión del riego en la hacienda Potoni por obra de Rufino
Macedo, REPA, año 1865, f. 35, n.º 19 (22 de mayo de 1865).
74. Romero, Monografía del departamento de Puno, 418-426.

494 | NILS JACOBSEN


administrador, de colocar sus propios animales huacchos en los pastiza-
les frescos, dejando para los animales de la hacienda los que ya habían
sido pastados y se hallaban agotados.75
Los agrónomos y técnicos ganaderos no tenían duda alguna de que
los hacendados “preferían cantidad en vez de calidad”. “¿No vemos aquí
haciendas ganaderas con numerosos rebaños de animales que son casi
siempre flacos y poco desarrollados?”, preguntaba en 1907 el veterinario
A. Declerq, de la Escuela Nacional de Agricultura, en una conferencia
ante la Sociedad Nacional de Agricultura. “¿Cuál es la causa de este esta-
do de cosas? Es tan solo la desproporción entre el número de animales y
la cantidad del forraje”.76 Esta elección de “cantidad por encima de la ca-
lidad” expresaba y al mismo tiempo reforzaba un círculo vicioso como
el que encontramos en otras economías del Tercer Mundo, y del que
resulta tan difícil escapar: debido a que la productividad de cada animal
era baja, los hacendados buscaban el número máximo de animales,
lo
cual a su vez perpetuaba la baja productividad. Elegir menores tamaños
de rebaños, habría acrecentado el peligro de que los hacendados y cam—
pesinos de comunidad vecinos invadieran los pastizales temporalmente
vacíos, iniciando así una espiral descendente de los recursos de la ha-
cienda: una mayor necesidad de reducir el capital ganadero, lo que a su
vez invitaba a que se produjeran nuevas invasiones, y así sucesivamente.
conflic-
Bajo condiciones de alto riesgo, de inseguridad y de derechos
tivos sobre los recursos, una hacienda eficiente maximizaba su capital
ganadero, aun si este método disminuía la productividad.77
Esta racionalidad regía la estrategia de reproducción del ganado
adoptada por la mayoría de los hacendados. El agrónomo alemán Karl
Kaerger calculaba a partir del inventario del ganado de una hacienda
cerca de Juliaca, a unos cuantos kilómetros al suroeste de la provincia
de Azángaro, que 100 ovejas hembras fértiles solo producían 40 corde-
ros vívos cada año.78 Las estadísticas de diversas haciendas en Azángaro

75. Esteves a Castresana, Picotani, 3 de julio de 1911, AFA—P.

76. Perú, Min. de Fomento, El mejoramiento del ganado nacional, 3.


77. Barreda, “Cameros”, reproducido en Flores-Galindo, Arequipa, 157.
78. Kaerger, Landwírtschaft, 2: 361—362; para cifras más optimistas cfr. León, Cartilla de
ganadería, 34; para estimaciones aún menores, véase Belén y Barrionuevo, La indus-
tria, 21-34.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 495


confirman estas bajas tasas de reproducción (cuadro 8.2). En compara—
ción, en la hacienda de Hermanas, uno de los vastos ranchos pertene—
cientes ala familia Sánchez Navarro en el estado mexicano de Coahuila,
100 ovejas tuvieron más de 90 corderos vivos incluso en 1847. En el oeste
de Estados Unidos, la producción de corderos de ovejas pastoreadas en
las llanuras [range—herded sheep] promedíaba casi 80% a comienzos del
siglo XX, y la de ovejas de granja, criadas en corrales cerrados, podía ser
de hasta 130% a 150%.79
La causa principal del bajo nivel de producción de crías de oveja
en las haciendas del Altiplano era la mortandad que había entre ellas.80
Hasta un 50% moría durante los primeros seis meses de vida, la mayoría
de ellas durante las primeras semanas. Otro 25% se extraviaba o era
hurtada.81 Las crías nacían a la intemperie, de día o de noche, durante la
época de parición que duraba un mes o más. Los rediles para proteger a
las ovejas preñadas y a las crías recién nacidas de las heladas y el grani—
zo eran virtualmente desconocidos. Los administradores se quejaban de
que los pastores “descuidaban completamente” el cuidado de las crías
recién nacidas, o se adueñaban de las crías sin marcar para sus rebaños
de huacchos. Algunas crías eran rechazadas por sus madres, otras queda-
ban separadas accidentalmente de ellas, y muchas ovejas hembras eran
demasiado débiles como para alimentar a sus crías. Al no contar con una
supervisión intensiva, muchas de estas crías morían de hambre, si es que
no eran demasiado enfermizas como para sobrevivir en primer lugar.82
Con resultados tan magros en cada época de parición, los hacen-
dados del Altiplano intentaban maximizar el incremento de su ganado

79. Harris, A Mexican Family Empire, 181, cuadro 6; Hultz y Hill, Range Sheep, 63.
80. La capacidad reproductiva tanto de ovejas madres como de carneros posiblemente
era baja debido a la desnutrición y las enfermedades. Los ganaderos del Altiplano
calculaban diez carneros para atender a cien ovejas madres, mientras que de uno a
tres cameros por cada cien ovejas bastaban para parir un mayor número de crías en
las zonas de ganadería de ovino en Estados Unidos, Argentina y Australia. Cfr. Hultz
y Hill, Range Sheep, 57; Gibson, The History, 108.
81. Walle, Le Pérou économique, 205—206; Declerq, “El departamento”, 189. Véase Jimé-
nez, Breves apuntes, 9, para niveles de mortalidad algo más bajos.
82. Esteves a Castresana, Picotani, 8 de sept. de 1911; C. Luza a Eduardo López de Roma—
ña, Picotani, 3 de oct. de 1924, AFA-P; Romero, Monografía del departamento de Puno,
418; Urquiaga, Sublevaciones, 32.

496 | NILS JACOBSEN


Cuadro 8.2
COM POSICION DE LOS REBANOS DE OVEJAS EN TRES HACIENDAS (PORCENTAIES ENTRE PARENTESIS)

PICOTANI,1909 PICOTANI,1915 SOLLOCOTA,1928 HUIT0,1896


Cameros 786 (3,0) 1.970 (5,8) 139 (1,1) 58 (4,3)
Ovejas madres 11.782 (45,3) 16.845 (49,6) 5.974 (45,4) 625 (46,0)
Cameros tapones 3.770 (14,5) 6.104 (18,0) 1.902 (14,5) 185 (13,6)
Corderos (1 año) 4.506 (17,3) 3.985 (11,7) 2.632 (20,0) 281 (20,7)
Crías (sin destetar) 5.1433 (19,8) 5.071b (14,9) 2.499 (19,0) 209 (15,4)
Total 25.987 (99,9) 33.975 (100,0) 13.146 (100,0) 1.358 (99,9)

Crías como porcentaje


43'7 . 30'1 b 41,8 33,4º
de ovejas madres

Incluye 1.774 crías de vientre (crías no nacidas). Si asumimos una tasa de mortandad de 50 por ciento
madres cae a 36,1 por ciento.
para estas crías, la tasa de crías vivas como porcentaje de las ovejas
incluye 1.376 crías de vientre. Con el mismo supuesto que en la nota anterior, la tasa de crías vivas cae a
26,0 por ciento.
' Las crías de seis meses de edad fueron contadas como corderos de un año. De contárseles como crías, la
tasa de estos últimos como porcentaje de las hembras subiría a 52,2 por ciento.
Fuentes: Aramburú López de Romaña,“0rganización", 15; AFA-S; REPA.

programando hasta cuatro temporadas de parición al año: en Navidad,


en el mes de marzo, alrededor del día de San Juan y las pariciones lapaca
(“furtivo” en quechua). Las ovejas que no habían parido en Navidad y
San ]uan, las dos épocas principales, eran nuevamente apareadas con los
carneros tres meses más tarde. Muchos hacendados intentaban obtener
dos crías al año de cada hembra, esperando que al menos una de ellas
muriese. Continuaban así una práctica que los jesuitas ya habían inten—
tado abandonar —sin un éxito claro—- en sus estancias doscientos años
antes. Los técnicos ganaderos proponían solamente una estación anual
de parición hacia Navidad, cuando el clima era más benigno. La expe-
riencia en Australia y Argentina había mostrado que esta era la manera
de maximizar la producción de crías, permitiendo a los pastores concen—
trar su atención en cada una de ellas y a las ovejas recuperar sus fuerzas.83

83. Kaerger, Landwirtschaft, 2: 361; Declerq, “El departamento”. Cuatro estaciones de pa-
ríción aún fueron descritas como la norma por Jiménez, Breves apuntes, 7—8.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 497


La reproducción del ganado se veía dificultada aún más por no
practicarse la crianza selectiva, por las enfermedades y mortandad de
los animales adultos, y por la corta duración de vida de las ovejas. No era
solo que la mayoría de los hacendados no introducía sangre fresca me-
diante la compra de carneros de pura raza o mejorados, sino que además
descuidaban la endogamia a través de la selección de las mejores ovejas
madres y carneros de sus propios rebaños. Las primeras solo eran sacri-
ficadas cuando eran viejas, manteniéndose así animales improductivos
e infértiles que disminuían la producción de crías. Un 10% de las ovejas
adultas moría anualmente en la mayoría de las haciendas, debido tanto
a la desnutrición como a las enfermedades.
Las infecciones producto de bacterias eran raras en el clima seco y
frío del Altiplano, pero en cambio resultaban endémicos parásitos tales
como las garrapatas, los ácaros causantes de la sarna y diversas especies
de gusanos que atacan los pulmones y estómago de las ovejas, lo
que
atroñaba su desarrollo, su capacidad reproductiva y el peso de su lana.
En 1924, luego de casi veinte años de esforzarse por realizar mejoras en la
hacienda Picotani, una de las propiedades más “reformistas” del Altipla-
no, su nuevo administrador quedó estupefacto al descubrir que casi to-
das las ovejas estaban infectadas hasta por cuatro variedades de gusan05,
además de hallarse “cubiertas de garrapatas”. Advirtió así a los dueños
que de no hacerse algo inmediatamente, buena parte del ganado podía
perderse.84 Algunas hierbas venenosas muy comunes, especialmente
el '“zenkalayd, de efectos mortíferos
para los animales”, contribuían a
agravar las precarias condiciones de salud de muchos rebaños.85
“El forraje tan duro y pobre en nutrientes” que dominaba los pas-
tizales de Puno, significaba que las ovejas debían ser sacrificadas a los
5 años, “cuando mucho a los 6, pero a veces hasta a los 4 años”,
pues
habían perdido los dientes.86 Esto significaba que las hembras, apareadas
con los carneros por vez primera entre los 18 y 24 meses, solo podían

84. Ernst a Eduardo López de Romaña, Picotani, 21 de nov. de 1924, AFA-P; De Lavalle y
García,“El mejoramiento”, 55.
85. De Lavalle y García, “El mejoramiento”, 55; Romero, Monografía del departamento de
Puno, 418-426.
86. Kaerger, Landwirtschaft, 2: 360.

498 [ NILS JACOBSEN


usarse para la reproducción por tres o cuatro años. Con una parición
anual de crías que variaba del 20% al 50%, cada oveja hembra producía
un promedio de entre apenas 0,6 y no más de dos crías sobrevivientes en
toda su vida. Estas eran tasas peligrosamente bajas de reproducción, que
hacia el límite inferior de la escala no garantizaban el reemplazo de las
ovejas retiradas del rebaño. Por ejemplo, la hacienda Huito en Santiago
de Pupuja, una propiedad de mediano tamaño perteneciente al doctor
Alejandro Cano Arce, juez de la Corte Superior de Puno, tenía en mayo
de 1896 dos rebaños de ovejas madres viejas y dos carneros capones de
dos años, en total 287 animales, que iban a ser sacrificados en julio. Al
mismo tiempo, la hacienda tenía 326 crías nacidas desde el mes de junio
anterior. Con una parición de crías comparativamente alta de 52,2%,
Huito apenas lograba aumentar su rebaño en menos de 3% al año.87 Una
parición de corderos inferior al 40% podía resultar insuficiente para
reemplazar el número existente de animales.
En el Altiplano, la estabilidad de los capitales ganaderos de las ha—
ciendas era precaria. En promedio, la población agregada de ovejas,
alpacas y vacas de la región creció a una tasa lenta de quizás 3% anual du-
rante el siglo que siguió a la Independencia. Pero muchas haciendas vie-
ron cómo sus rebaños disminuían en el transcurso de varios años, como
sucediera con los pequeños propietarios campesinos. El manejo descui-
dado de los rebaños, la inestabilidad de los linderos, el robo endémico
del ganado, años de sequía, bruscas heladas, granízadas, una epizootia:
cualquiera de estas ocurrencias podía perturbar el precario equilibrio de
rebaños y hatos. Una espiral descendente podía ser el resultado, a cuyo
fin las haciendas de pequeña y mediana dimensión quedaban sin capital
ganadero, y las más grandes perdían hasta las dos quintas partes de su ca-
pital en el transcurso de varios años. Semejantes operaciones ganaderas,
inestables e inmersas en una espiral descendente, explican la frecuencia
de los casos de haciendas vendidas sin animales (“en casco”) o con un
número considerablemente inferior a la capacidad de carga de sus pas—
tizales. La necesidad de reabastecer los rebaños era frecuente en la eco-
nomía, precaria y de baja productividad, de las haciendas del Altiplano.

87. REPA, Jiménez, año 1906, f. 1119, n.º 352 (18 de mayo de 1906), refiriéndose al re-
cuentro de ganado de 1896.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 499


Múltiples pariciones de crías al año requerían de frecuentes y muy
complejos movimientos de ovejas entre los diversos rebaños. En tales
condiciones, la rudimentaria contabilidad y el descuidado manejo de los
registros ganaderos hacía que la óptima disposición del rebaño resultara
casi imposible. “La mayoría de las haciendas”, escribía Vicente Jiménez
en la primera guía práctica para los ganaderos del Altiplano, publicada
en 1902, “llevan sólo esporádicas anotaciones sin sistema ni orden. Los
dueños quedan […] satisfechos con pariciones de crías registradas irre—
gularmente por el mayordomo, o con el informe verbal de un simple
quipu y a veces incluso con las declaraciones del pastor mismo, nunca
completa o precisa. Como resultado el capital ganadero permanece es-
tacionario, si es que no sufre pérdidas”.88 Las múltiples pariciones, la
escasez de forraje, las enfermedades, las altas tasas de mortandad, la per—
sistencia del abigeato y la inseguridad de los linderos tendían a eliminar
las ventajas de productividad teóricamente alcanzadas por las grandes
haciendas mediante las economías de escala.
Pero baja productividad no era lo mismo que ineficiencia. Bajo las
precarias condiciones de baja productividad de la economía ganadera al—
tiplánica, un manejo eficiente marcaba la diferencia entre las haciendas
florecientes con un alto potencial de generar utilidades para los dueños,
y las haciendas decadentes y en vías de desintegración. Las haciendas
ganaderas eficientes se caracterizaban por una población de animales
estable o creciente, que hacía un uso pleno de los pastos disponibles; por
tener suficientes familias de colonos, para así minimizar la necesidad de
mano de obra externa; por producir suficientes alimentos con que abas-
tecer a los colonos; por tener redes de comercialización bien estableci—
das, que incluían fuentes baratas de alimentos complementarios (maíz,
hojas de coca, alcohol), de preferencia mediante el trueque de la propia
producción excedente de la hacienda de cultivos (papas) y productos ga—
naderos; por controlar y supervisar la fuerza laboral mediante al menos
una teneduría de libros contables mínima; y, por último, pero no menos
significativo, por tener linderos seguros y estables.
Las dos principales amenazas al manejo eficiente de las hacien—
das ganaderas señoriales eran los crecientes costos de producción y su

88. V. Jiménez, Breves apuntes, 13—14.

500 [ NILS JACOBSEN


desintegración. Los costos alcanzaban niveles críticamente altos si la ha-
cienda no producía suficientes cultivos con que alimentar a su fuerza
laboral residente, si necesitaba permanentemente contratar trabajado-
res externos, si los rebaños no podían mantenerse estables y debían ser
repoblados comprando nuevos animales, o si las disputas por la tierra
demandaban costosos litigios. Las haciendas se veían amenazadas por
la desintegración cuando se hallaban con una disminución considerable
de capital de ganado, cuando el control sobre los pastores era particu-
larmente débil, y cuando surgían serias disputas en torno a sus tierras,
tanto entre la familia del dueño como con los vecinos. Todos estos fac-
tores, que a menudo estaban interrelacionados entre sí, podían afectar
negativamente las operaciones de la hacienda y llevar a una seria caída
en su capacidad de generar utilidades. El dueño podía verse obligado
a vender y la hacienda podía reducirse de tamaño o sino
atomizarse.
Es claro, entonces, que sí había una gran diferencia entre las haciendas
el criterio de efi-
ganaderas señoriales eficientes y las ineñcientes. Pero
ciencia utilizado tenía poco que ver con los modos de administración
capitalistas orientados a optimizar las ganancias.
Las fuentes disponibles no nos permiten calcular con algún grado
de confianza la tasa de retorno de las haciendas ganaderas del Altiplano.
Ella variaba en conformidad con las coyunturas de los productos pecua-
rios y de una hacienda a otra. Los retornos dependían de la eficiencia de
la hacienda, del tipo de tenencia (esto es, si dicha unidad productiva era
tenida en dominio directo, en enfiteusis, o si era arrendada), y del nivel
de deudas incurridas al adquirir tierras y capital ganadero. Las grandes
haciendas usualmente rendían una tasa de retorno más alta que las pe-
las economías de
queñas, no porque fueran más productivas debido a
escala, sino porque podían lograr con más facilidad el tipo de eficiencia
arriba descrito. Sus dueños eran más poderosos y podían proteger a sus
colonos con mayor efectividad de los abusos cometidos por las autorida-
des, los comerciantes y los militares, lo que era de crucial importancia
utilizar su con—
para estabilizar una fuerza de trabajo residente. Podían
siderable fuerza laboral para enfrentar la invasión de sus linderos y a los
abigeos; en muchas haciendas grandes la proporción entre los recursos
usados para la producción de la “reserva señorial” y los que eran asigna—
dos a los colonos, también tendía a ser más favorable para el propietario.
Dado que el poder era un ingrediente tan importante en la economía

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 501


ganadera del Altiplano, los grandes terratenientes enfrentaban un me-
nor riesgo de ver el número de sus animales caer, o que su control sobre
la tierra disminuyera debido a presiones externas o internas, con obvias
consecuencias para la tasa de retorno.
La noción misma de utilidad o de tasa de ganancia arroja resultados
erróneos para el tipo de economía que prevalecía en el Altiplano a prin-
cipios del siglo XX. El trabajo y la tierra no se habían convertido en mer—
cancías por completo, y no todos los bienes producidos en una hacienda
ingresaban al mercado.89 Al calcular el precio de mercado del capital, los
insumos y la mano de obra, así como el de la producción de la hacienda,
exageramos la cantidad de capital invertido, los costos de producción
y el valor total de la producción.90 Si en cambio, el cálculo se basa solo
en el dinero efectivamente pagado y recibido por el hacendado por los
diversos factores de producción y por la producción de la hacienda, los
resultados de latifundios individuales no son ya comparables. (Por ejem—
plo, un hacendado puede haber comprado su hacienda, mientras que
otro podría haberla heredado, o acumulado tierra ilegalmente.) Dado
que la noción de tasa de retorno seguía siendo tan inapropiada para las
haciendas altiplánicas, no sorprende que la contabilidad de ganancias
y pérdidas apenas si haya sido practicada. Lo que a los hacendados les

89. Cfr. Kula, Teoría económica del sistema feudal.


90. Este es uno de los problemas metodológicos en los estudios de las empresas latinoa-
mericanas anteriores a 1900, que dependen exclusivamente de la teoría de los precios
para “explicar” su desempeño, así como las decisiones empresariales de sus propie—
tarios. Es obvio que los precios de los productos, los insumos, la mano de obra, las
transacciones y el capital son importantes para entender las coyunturas de las ha—
ciendas, tal como lo son para el caso de obrajes, minas o empresas comerciales. ¿Pero
cómo hacemos para conseguir “precios de mercado” significativos para estos facto-
res, si los diferentes actores debían pagar distintas cantidades por la misma extensión
de tierra, mano de obra e insumos, dependiendo del poder que podían ejercer y de
sus redes particulares de clientes y grupos de parentesco? En una economía como la
del Altiplano peruano, los precios de mercado pueden calcularse como un promedio
agregado de gran número de productores en el mediano y el largo plazo, pero dichas
cifras arrojan resultados confusos al analizar el desempeño de productores indivi-
duales de un año al otro. Aquí las “externalidades" ejercen consistentemente una gran
influencia. Para una aplicación metodológicamente consistente de la teoría de los
precios, véase Salvucci, Textiles and Capitalism in Mexico. Burga y Flores—Galindo
(Apageo, 27) señalan las dif1cultades de este enfoque.

502 |N1LSJACOBSEN
importaba hacia 1910 igual que en 1830, cuando José Domingo
———al

Choquehuanca distinguió las clases sociales de Azángaro según su ri-


queza— eran las utilidades netas, la diferencia entre el ingreso corriente
bruto producido por la hacienda y el costo corriente de producción.
No debiera, pues, exagerarse el significado de los estimados suma-
mente distintos de las tasas de retorno que aparecen a continuación. A
comienzos del siglo XX, el viajero francés Paul Walle visitó las haciendas
ganaderas de la sierra central, donde algunos hacendados habían real—
izado un considerable esfuerzo por mejorar sus propiedades. Pese a la
alta mortandad y a la baja productividad del ganado, allí los ganaderos
de la zona sostenían tener tasas de retorno [íntérét] de hasta un 25% y no
menos de 10% .91 Las haciendas del Altiplano rara vez alcanzaron las tasas
de retorno máximas mencionadas por Walle, excepción hecha tal vez de
los años de bonanza de la Primera Guerra Mundial. Es posible que ellas
hayan rondado el 10% en la década anterior a 1915. En 1909, la hacienda
Picotani valía unos 80 mil soles m. n., más que ninguna otra hacienda
en la provincia de Azángaro. Ella vendió alrededor de 8 mil soles m. n.
de lanas ese año, y las ventas adicionales de animales en pie, carne seca,
sebo, cueros, mantequilla y queso probablemente sumaron cerca de 4
mil soles m. n. La hacienda pagó sueldos y salarios —mayormente en
especie—— por 3.498,93 soles m. n. a sus colonos y administradores que
estaban empleados permanentemente. Otros gastos —medicina para el
ganado, sal, un pequeño número de animales nuevos, gastos legales, y
los salarios ocasionales de proyectos de construcción especiales— fue-
ron reducidos, quizás no mayores de mil soles m. n. Así, los costos to—
tales ascendientes a unos 4.500 soles m. n. representaron poco más de
un tercio del valor de producción, que fue de 12 mil soles m. n. Los 7.500
soles m. n. de ingresos netos de Picotani en 1909 signiñcarían una tasa
de retorno de 9,4%.92

9 ]. Walle, Le Pérou écanomíque, 206.


92. En 1893, Picotani fue vendida por 41 mil soles al coronel José María Ugarteche; RE—
PAr, ]. M. Tejeda, año 1893, f. 539, n.º 361 (5 de ago. de 1893); la duplicación aproxi—
mada del valor de la hacienda hasta 1909 toma en cuenta la incorporación de tierras
adicionales. Según Aramburú López de Romaña (“Organización'l 16), Picotani ven-
dió 588,11 quintales de lana en 1909. Nuevamente resté 60 quintales comprados a
los colonos a precios de mercado. El precio promedio de la lana de oveja colocada en

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS [ 503


José Sebastián Urquiaga, el gran hacendado azangarino, calculó que
en 1916, a comienzos de la bonanza exportadora de la Primera Guerra
Mundial, una hacienda altiplánica de “diez leguas cuadradas” (unas 25
mil hectáreas), con un capital ganadero de 10 mil cabezas de todo tipo y
edad, o 7.500 OMR, y unos pastos de calidad promedio, habría costado
entre 33.750 y 41.250 soles m. n. El sugería que su “renta neta” en ese
momento, “cuando la lana alcanzó su precio más alto debido a la guerra
europea”, debía alcanzar los 5 mil soles m. n. anuales, con una tasa de
retorno de entre 12,1% y 14,8% .” Este quizás sea un estimado conserva-
dor, puesto que Urquiaga buscaba minimizar la imagen del hacendado
explotador. En todo caso, una “renta neta” media semejante habría cre—
cido en los siguientes dos años debido a un incremento aún más pro—
nunciado del precio de las lanas.
Diez años más tarde, en 1929, cuando los costos habían subido en
tanto que los precios no habían recuperado los altos niveles de los años
de la guerra, Carlos Barreda, un agrónomo y portavoz de los hacendados
ganaderos reformistas del departamento de Puno, sugería tasas de retor-
no mucho más bajas. “Calculando rigurosamente la producción de una
hacienda de mediano tamaño que es administrada por su dueño, […] la
utilidad apenas alcanza el 6 por ciento del capital empleado”. E incluso
esta baja tasa de retorno solo era posible pagando salarios “extremada—
mente bajos” a los colonos. De pagarse a los pastores el salario mínimo
legalmente establecido, “ninguna hacienda rendiría una utilidad o inte—
rés sobre el capital”, y con un “salario racional” de 30 soles m. n. men—
suales, “la mayoría de las haciendas quebraría”. Barreda concluía que la
ganancia de la mayoría de las haciendas del Altiplano “es debida […] al
trabajo de los pastores indios convertido en utilidad”.94
Estos cálculos tan ampliamente divergentes de las tasas de retorno,
de 6% en 1929 a quizás 15% en 1916, reflejan en parte coyunturas dis-
tintas. Sin embargo, resulta aún más importante que ellos demuestran la

Arequipa —16,70 soles por quintal en 1909—— fue tomado de Burga y Reátegui, La—
nas, 208, cuadro 6; reste' 1,50 soles por quintal como costo del transporte de Estación
de Pucará hasta Arequipa.
93. Urquiaga, Sublevaciones, 24.
94. Barreda, “Cameros”, en Flores-Galindo,Arequipa, 156-161.

504 [ NILS JACOBSEN


imprecisión de la medida. Al tener la contabilidad un nivel rudimentario
en la mayoría de las haciendas, los hacendados simplemente no pensa—
ban en términos de tasas de retorno capitalistas. Vale la pena repetir que
lo que les importaba era la noción de renta neta, el cálculo simple de la
diferencia existente entre el valor de las mercancías comercializadas de
la hacienda, y el costo de producción junto con otros gastos regulares.
Los datos confirman, para el Altiplano, la noción bien establecida para
las haciendas señoriales en otras partes de Hispanoamérica, de que el
bajo costo de la mano de obra era de crucial importancia para mantener
grandes ganancias netas.95 Otros costos eran aún más bajos. Los gastos
en herramientas, ganado mejorado, semillas de pastos y materiales de
construcción eran tan bajos que rara vez figuraban en los cálculos de los
costos de producción de la hacienda.96 Así, el capital fijo de estas unida—
des seguía siendo mínimo y quedaba limitado mayormente a las simples
construcciones de adobe del caserío.
En tales condiciones, una creciente cuenta salarial habría tenido un
efecto inmediato y devastador sobre los ingresos netos. Un mayor des-
embolso en la fuerza de trabajo, que permitiera contar con un proceso
laboral más controlado y usar capacidades laborales cada vez más espe—
cializadas, solo tenía sentido económico si iba de la mano con inversio-
nes de capital, como el cercado y el mejoramiento de animales y pastos,
asegurando así una mayor productividad por unidad de mano de obra.
Para la mayoría de los hacendados, iniciar semejante proceso resultaba
algo impensable. No contaban con suficiente capital, el sistema crediti-
cio no estaba diseñado para ofrecerlo, y su control sobre los recursos de
la hacienda seguía estando estrictamente limitado. Las endémicas inva-
siones de tierra y el abigeato por parte de los hacendados vecinos y de las
comunidades campesinas, así como la tenaz defensa de su autonomía
por parte de los colonos, hacían incierto el que los hacendados innova-
dores pudieran cosechar beneficio alguno de la inversión de capital. En
tales circunstancias, la mayoría de las familias terratenientes, viejas y
nuevas, adoptaron la estrategia menos riesgosa con que incrementar sus

95. Cfr. Hunt,“La economía”, 7—66; Burga y Flores-Galindo,.4pogeo, 27; Florescano,“The


Formation”.
96. Cfr. el cálculo de los costos de producción y el ingreso neto de una hacienda ganadera
promedio del Altiplano en Belén, La industria, 21-34.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 505


ingresos netos: expandieron sus haciendas, colocaron más ganado en
ellas y asentaron familias adicionales de colonos, manteniendo al mí-
nimo el gasto en tierra, trabajo e insumos de producción. Y lo hicieron
utilizando al máximo las redes de parentesco, el clientelismo, y sobre
todo su fortalecida posición con respecto a amplios segmentos del cam—
pesinado del Altiplano, gracias a la inserción dependiente de muchos
campesinos en los canales dendríticos de comercialización, así como al
mayor poder represivo de la élite provincial.97
Sería simplista, sin embargo, identificar las operaciones “señoria-
les” de baja productividad de la mayoría de las haciendas ganaderas
altiplánicas a inicios del siglo XX como un mero tradicionalismo, una
prolongación de cómo habían sido las cosas en 1850 o incluso en 1780.
Irónicamente, fueron las mismas estructuras que bloqueaban el surgi—
miento delas empresas ganaderas capitalistas, las que ofrecieron la opor-
tunidad a cientos de modestas familias de mestizos, blancos e incluso
unos cuantos campesinos indios acomodados, de adquirir pequeñas y
medianas haciendas. Dadas las economías de escala de las operaciones
rancheras altamente productivas y capitalizadas, una transición orde-
nada al capitalismo agrario, con derechos de propiedad seguros y bien
definidos, trabajadores rurales calificados y asalariados, y un ganado
mejorado pastando en áreas de pastizales cercados, habría tenido como
resultado el predominio del latifundismo en el Altiplano, quizás de
modo parecido al de las vastas estancias de las fértiles pampas argenti—
nas. La continua fortaleza —realzada, a decir verdad— del clientelismo,
el paternalismo
y la violencia como fuentes del poder, paradójicamente,
fomentó el surgimiento de los medianos propietarios —dueños de pe-
queñas o medianas haciendas, así como campesinos acomodados— en
lugar de bloquearlo. Al mismo tiempo que se enzarzaban en una feroz
disputa en torno a la distribución de los recursos, que reproducía la
principal división colonial entre conquistadores hispanos y un campe-
sinado indígena subordinado, la mayoría de los hacendados gamonales,
así como del campesinado indio, se unieron en rechazar los intentos de
transformar el Altiplano según los lineamientos del capitalismo agrario.

97. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 203—204.

506 | NILS JACOBSEN


Los intentos de modernizar las haciendas ganaderas
y el nuevo punto muerto

Hasta ahora he subrayado cómo, durante las dos fases de expansión en-
tre ñnales de la década de 1850 y 1920, las haciendas del Altiplano con-
tinuaron estando signadas por la baja productividad y la dependencia
de colonos sumamente autónomos. Pero después de 1900, los políticos,
intelectuales, agrónomos, veterinarios, e incluso unos cuantos ganade—
ros prácticos, escribieron y hablaron acerca de la necesidad de moder—
nizar los aspectos técnicos, económicos y sociales de la ganadería en el
Perú. Hasta la década de 1920, quienes no estaban muy familiarizados
con los problemas cotidianos y los brutales conflictos del Altiplano, eran
sumamente optimistas con respecto a la posibilidad de alcanzar dicha
modernización en un tiempo relativamente corto, y entre 1917 y 1923
fueron animados por un breve interés gubernamental por la mejora de
la ganadería. Los modernizadores alcanzaron la cima del entusiasmo a
comienzos de la década de 1920, justo cuando las haciendas del Altipla—
no habían entrado en una severa crisis.
En diciembre de 1920, el coronel Robert Stordy, un oficial colonial
británico retirado, dio una conferencia ante la Royal Society of Arts en
Londres. La Peruvian Corporation y el presidente Augusto Leguía le ha-
bían elegido para que dirigiera un fundo experimental de crianza de
ovejas que habría de establecerse en el departamento de Puno, y acababa
de regresar a Inglaterra luego de una gira de inspección de seis meses
de su
por las zonas ganaderas del Perú. Stordy encendió imaginación
la
ilustre público sobre el futuro potencial de la producción de lana en esta
lejana tierra, que generaba “visiones de ilimitada riqueza, misterio y
fá—

bula”. “Me atrevo a afirmar que la reproducción y crianza de ganado


ha de ser más valiosa para la república que sus minas”, dijo Stordy a
su público. “En la gran cordillera peruana se encuentra un futuro car—
gado de posibilidades; […] en la práctica de la crianza de ovejas y en la
conservación y desarrollo científico de la industria de pelo de alpaca y
vicuña, hay posibilidades comerciales de considerable extensión y va-
lor”. Stordy imaginaba la inversión del capital extranjero (especialmente
británico) en haciendas ganaderas y tierras del Altiplano, con una fuerza
de trabajo principal conformada por “un gran número de ex oficiales y
soldados del ejército británico que estarían encantados de prestarse a

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 507


las amenidades de la vida en el campo, […] cuyos hábitos de disciplina
y
aprecio por el trabajo les harían miembros deseables de la comunidad,
y que podrán […] hacer mucho para elevar al Perú a esa posición entre
los países productores de lana y pelo del mundo, que sus ventajas na—
turales establecen”. Todo lo que se requería para poner en marcha esta
vasta transformación era que el gobierno peruano “impulsara sus me—
jores intereses abriendo grandes extensiones de tierra a la colonización
a una amplia escala”.98 Al proponer este ingenioso plan para resolver
el problema británico del desempleo de sus veteranos
y desarrollar al
mismo tiempo la economía peruana, Stordy dejó de señalarle a su au—
ditorio que, en el mismo momento en que él hablaba, los hacendados y
los campesinos indios de comunidad en la región
que él deseaba abrir a
la colonización, estaban librando un
amargo conflicto en torno a unas
tierras cada vez más escasas. Basándose en estereotipos racistas, su in-
sistencia en emplear colonizadores británicos (especialmente escoceses)
como pastores debido a sus “hábitos de disciplina y trabajo”, implicaba
la necesidad de retirar al campesinado indígena de sus tierras
para así
plasmar su próspera visión del Altiplano.
Otros, aunque no compartían el pedido racista de Stordy de coloni-
zadores europeos, sí preveían un futuro de una transformación no me—
nos grandiosa en la industria de ovejas y alpacas del Perú. El profesor L.
Maccagno, zootécnico de la Escuela Nacional de Agricultura y Ciencias
Veterinarias de Lima, informó en 1924 de lo que él creía era una crecien—
te disparidad entre la producción y el consumo mundiales de la lana,
y
concluía que “el Perú es el país mejor equipado para resolver la crisis […]
Ninguna región en el mundo presenta mayores ventajas que [este país
para una mayor producción lanera]”. Maccagno creía que una inver—
sión masiva en ganadería, tanto de parte de capitales nacionales como
extranjeros, se veía favorecida por la “existencia de muchas haciendas de
enorme extensión”, con “excelentes condiciones […] para sistematizar y
mejorar los pastos y el ganado”.99
La confianza en que habría una rápida y profunda transformación
de las haciendas ganaderas peruanas en empresas capitalistas altamente

98. Stordy, “The Breeding”, 118-132; Bertram,“Modernización”, 8-9.


99. Maccagno, La producción, 9—15.

508 ] NILS JACOBSEN


productivas, fue incentivada por el colapso del mercado de lanas en
1920-1921. Esta crisis demostró tanto la vulnerabilidad de la hacienda
señorial como el agotamiento de su potencial de crecimiento, y alentó
a los indigenistas radicales a presentar la visión opuesta de una comu—
nidad campesina andina rejuvenecida, que recuperaba su predominio
(véase el capítulo 9). Sin embargo, durante las dos primeras décadas del
siglo, los llamados a favor del cambio tuvieron un tono menos visiona—
rio, abogando más bien por mejoras graduales que llevaran a la transfor—
mación deseada. A decir verdad, las críticas fundamentales a la hacienda
“semifeudal” habían sido expresadas desde antes de la Primera Guerra
Mundial, y muchos comentaristas de clase alta de los asuntos rurale5,
ya veían como la solución a las empresas agrarias
altamente producti-
Pero durante el apogeo de
vas que empleaban pastores proletarizados.
la hacienda altiplánica, los políticos y los profesionales esperaban ple-
namente que los mismos hacendados llevaran a cabo la transformación
requerida.'ºº
Contra tales expectativas, el cambio en el Altiplano llegó de modo
evidente
penosamente lento, y para finales de la década de 1920 era ya
haciendas ganaderas. De
que no tocaría muy pronto a la mayoría de las
este modo, el siguiente examen de las inversiones en operaciones gana—
deras mejoradas, así como los intentos de cambiar el régimen laboral,
se reñere únicamente a un pequeño grupo de haciendas en Azángaro y
——de más de un millar de ellas a unas cuantas docenas en todo el Altí-
plano peruano. Una pequeña minoría de “hacendados modernizadores”
buscó limitar la autonomía de los colonos e incrementar su dependencia
del pago de salarios, fortaleciendo la estructura de supervisión adminis-
trativa de sus propiedades e invirtiendo en ganado, pastos y herramien-
tas más productivos.101
Alentados por el cada vez más intenso debate nacional en torno a
la explotación feudal en las haciendas serranas, los colonos exigieron
el pago de servicios extraordinarios como el pongueaje y los alqui-
las. Cuando estos pagos quedaron legalizados en 1916, los hacendados

100. Villarán, “Condición legal”, 1-8. Véase también la yuxtaposición que Mariano Cor-
nejo hiciera de la propiedad como una “simple fuente de renta y como instrumento
de trabajo” en sus Discursos políticos, 235.
101. Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 196.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 509


respondieron exigiendo el “yerbaje”, un cobro sobre el pastoreo de los
rebaños huacchos de los colonos, diseñado para eliminar la necesidad de
efectuar pagos adicionales en moneda. Aunque tales salarios ñcticios y
cobros compensatorios proporcionaban un aspecto más contractual al
trabajo de los colonos, no cambiaron el proceso laboral cotidiano en las
haciendas.102
El “propietario modernizador” debía estar dispuesto a aumentar el
salario de los pastores y contar con capital suficiente para ello, para así
encarar el problema crucial en la transición a una operación ganadera
moderna y productiva: una reducción significativa en el uso que los co—
lonos hacían de los recursos de la hacienda, y la separación total de los
rebaños de esta última y los huacchos. Un informe de 1926 sobre la ha-
cienda Huacahuta, en la provincia de Melgar, propiedad de la Compañía
Bedoya y Revie, indicaba con claridad este nexo. Las dificultades exis-
tentes podían superarse “mediante el sistema de potreros cercados […]
Con este nuevo sistema los indios se verán obligados a pastar sus propios
rebaños en sus propias tierras, dejando al patrón libre de mejorar y de-
sarrollar su hacienda en beneficio del país y suyo propio. El propietario
será capaz de pagar salarios más altos al indio, librándolo del estado de
semiesclavitud en el que se encuentra hoy día”.…
Después de 1906, cuando Manuel Guillermo de Castresana com—
pró la hacienda Picotani, el nuevo dueño inició una lenta y cuidadosa
campaña para limitar el usufructo de sus pastizales por parte de los co—
lonos. En 1908 introdujo una escala salarial diferencial según la cual
los colonos más pobres ganaban casi dos tercios más
que los colonos
más ricos, un bono por pastar solo pequeños rebaños huacchos en los
pastizales de la hacienda. Los colonos con los rebaños de estos anima-
les se vieron obligados a vender algunos de sus animales de sacrificio a
la hacienda a un bajo precio, “para compensar un poco
por los pastos
que utilizan”.104 En septiembre de 1911, el administrador Carlos Esteves

102. Kaergcr, Landwirtschaft, 2: 330.


103. “Huacahuta Sheep Ranch", West Coast Leader, 16 de marzo de 1926, citado en Marti—
nez Alier, Los huacchílleros, 22.
104. “Lista de pagos”, 30 de sept. de 1909; Fischer a Castresana, Picotani, 3 de mayo de
1908; Fischer a Castresana, Pícotani, 6 de sept. de 1908; todos en AFA-P.

510 | NILSJACOBSEN
propuso entregar los cruciales rebaños de parición de la hacienda a los
pastores más pobres, premiándolos “según sus necesidades con un poco
más de avíos […] Ellos son más cuidadosos en el pastoreo de los rebaños
y tienen menos necesidad de pastizales extensos [para los huacchos]”_
Castresana y su administrador favorecieron sistemáticamente a los pas-
tores más pobres por encima de los colonos arraigados con grandes reba-
ños huacchos, al pasar la composición de sus remuneraciones a la forma
de sueldos y avíos. Esteves le sugirió a Castresana que siguieran este en—
foque “para someter un poco a los colonos ricos, o más bien castigarlos_
No le importará a Ud. si dos o tres pastores [ricos] se molestan; sería
mucho peor si la mejora de vuestros intereses continúa siendo afectada.
Los ganados de la hacienda nunca aumentarán si ellos [los pastores ri-
cos] siguen utilizando los pastos de la hacienda y oprimiendo [sic] a los
animales de la hacienda como lo hacen hasta hoy”.105
Pese a la jactancia de Esteves, Castresana tenía que hacer grandes
malabares en su esfuerzo por recuperar los recursos de la hacienda de
manos de los colonos, e inculcarles un mayor cuidado del ganado del
latifundio. La hacienda necesitaba más pastores porque estuvo expan-
diéndose rápidamente entre 1906 y los años de la guerra. Los colonos
más ricos conformaban la parte más estable de su fuerza laboral, y ene-
mistarse con ellos podía socavar la estabilidad de su operación ganadera.
Aunque Castresana cobraba por el uso que los pastores hacían de los
pastizales de la hacienda, jamás ordenó la reducción efectiva de los re—
baños huacchos.
El ritmo del cambio en Picotani solo se aceleró tras la muerte de
Castresana en 1924, cuando la hacienda pasó a manos de sus sobrinos
del Perú
y sobrinas, los hijos de Eduardo López de Romaña, presidente
entre 1899 y 1903. Por recomendación de la familia Gildemeister, los
dueños de la hacienda azucarera más grande del país, contrataron a un
agrónomo alemán como nuevo administrador de Picotani. Habiendo
ya trabajado en una gran hacienda ganadera moderna en
la sierra cen—
tral, el administrador se hallaba impaciente por hacer más productiva
a Picotani. Ansioso por ampliar el ganado de la hacienda, para 1927 ya
había duplicado el número promedio de ovejas en los rebaños de cada

105. Esteves a Castresana, Picotani, 8 de sept. de 1911, AFA-P.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 511


colono. Requirió entonces trabajo adicional de estos últimos, aumentó
las multas por fallas e intentó abolir los avíos de comida. Los pastores
que no estaban dispuestos a acatar estas disposiciones eran azotados con
regularidad. Los colonos protestaron repetidas veces contra esta erosión
de sus derechos consuetudinarios y de sus condiciones laborales ante los
dueños, quienes advirtieron al administrador extranjero del peligro de
una “sublevación india”, especialmente en Picotani, donde “los colonos
antes disfrutaron de consideración y buen trato”. Le ordenaron por ello
“que cambie esas radicales medidas extremas de castigo por medidas
prudentes que defiendan los intereses de la hacienda y al mismo tiempo
no abusen de los indios”.106 Pero para 1928 la situación había llegado a
un nivel crítico. Más de una tercera parte de los pastores abandonaron
la hacienda, la mortalidad de los animales aumentó y la calidad de la
lana yla carne decreció debido al sobrepastoreo. Los colonos restantes
complotaron para destruir el caserío. Los dueños decidieron entonces
que el administrador alemán debía irse, quejándose amargamente a los
Gildemeister por haberles recomendado una persona tan poco adecuada
para la delicada tarea de dirigir una hacienda ganadera altiplánica.'07
Para comienzos de la década de 1930, Picotani había logrado re-
cuperar su mano de obra, alcanzado rebaños más estables que prome-
diaban los 700 animales y mejorado la productividad por pastor y por
oveja.108 Pero lo que aún no se había logrado era la cuestión crucial de
reducir los rebaños huacchos y separarlos estrictamente de los de la ha-
cienda. Estos en realidad continuaron creciendo, de 11.648 ovejas y 7.741
llamas y alpacas en 1929, a 9.971 ovejas y 14.722 llamas y alpacas en 1943.
En este último año los dueños, tras dilatarlo durante más de una de'-
cada por temor a la reacción de los colonos, aprobaron finalmente un
plan para castrar a los carneros huacchos y designar un rebaño especial
de carneros de la hacienda para preñar a los huacchos. El objetivo era
mejorar la sangre de estos últimos para que cualquier cruce accidental
fuese menos dañino para los rebaños mejorados de la hacienda. Hasta

106. Citado en Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”, 106.


107. Ibid., 106-107; Aramburú López de Romaña, “Organización”, 49-51 y apéndice VI,
87—89.

108. Aramburú López de Romaña,“0rganización”, 54-58, cuadro 14, 71—72.

512 | NILS JACOBSEN


la reforma agraria a comienzos de la década de 1970, los huacchos fue—
ron reducidos hasta cerca de un octavo de su número en 1943. Aunque
el número de colonos cayó en casi 50%, de 66 en 1935 a 35 en 1969, el
ganado de la hacienda se redujo en no más del 20%, y la productividad
por animal probablemente continuó creciendo.109
Algunos colonos habían adquirido conocimientos especializados
ya en la década de 1920, como por ejemplo la esquila de las ovejas o la
supervisión de la parición de crías.“º A los colonos se les suministraba
un servicio médico básico antes de 1920, pero Picotani estableció una
escuela primaria para los hijos de los pastores solo en 1946, más de tres
décadas después de que algunas comunidades campesinas abrieran las
primeras de ellas.… Como los dueños buscaban hacer retroceder a la
economía campesina de los colonos y crear una fuerza laboral más espe—
cializada, elevaron los salarios primero entre 1908 y 1911, luego durante
los años finales de la década de 1920, y una vez más después de la Segun—
da Guerra Mundial. El salario nominal aumentó once veces entre 1906
y 1948, quizás el doble del alza de los precios de los alimentos
vendidos
al por menor.112 Al hacerse más importante el salario en moneda, los
dueños de Picotani tuvieron que desistir de sus intentos de bloquear los
lazos comerciales directos entre la fuerza de trabajo de la hacienda y los
comerciantes del exterior.
Los esfuerzos realizados para cambiar el régimen tradicional del
colonato, con su alto grado de autonomía de las familias de pastores y su
carencia de conocimientos de la crianza moderna de ovinos, se inicia-
ron realmente solo con los años de expansión durante la Primera Gue-
rra Mundial. Los colonos resistieron estos esfuerzos casi de inmediato,
buscando bloquear toda erosión de su autonomía. Ellos se levantaron
en contra de sus patrones por vez primera en 1917, con el sangriento
ataque contra la hacienda Hanccoy0 de Pío León Cabrera, en la región
montañosa de frontera entre las provincias de Azángaro y Sandia, y un

109. Ibid., 54, 62; Min. de Agricultura, Zona Agraria 12, Puno, “Informe técnico de afec-
tación, Picotani”, 5 de sept. de 1969; Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”, 105.
110. Aramburú López de Romaña,“Organización", 28.
111. Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”, 103, 108.
112. Ibid.; “Lista de pago", 30 de sept. de 1909, AFA-P.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 513


poco conocido levantamiento en la hacienda Huasacona del distrito de
Muñani.113 En la década de 1920 organizaron protestas militantes en
numerosas haciendas de Azángaro y las provincias vecinas de Puno y
el sur del Cuzco. Aunque a menudo estaban en contacto con el amplio
movimiento de los campesinos de comunidad que se extendía por toda
la sierra sur, los colonos a pesar de todo siguieron su propia agenda. Ellos
protestaban contra los límites impuestos a los rebaños huacchos, los ele-
vados pagos por los pastizales de las haciendas, los programas forzados
de crianza diseñados para modificar la calidad y el color de sus huacchos,
y las restricciones impuestas a la venta de sus productos pecuarios. No
faltaban las demandas “sindicales” típicas de los trabajadores rurales,
pero ellas eran secundarias. Estas incluían los límites del tamaño de los
rebaños, la no reducción de los subsidios de alimentos y la compensación
por los servicios especiales, como los de alquila y pongueaje.“*
Los motines, las protestas y la participación de los colonos en las
rebeliones empezaron a bloquear y encauzar los cambios en el régimen
laboral. Para 1930, los grandes planes para transformar la industria ovi-
na y alpaquera de la región en un negocio de alta productividad basado
en el trabajo asalariado, habían fracasado. La dirección y la velocidad del
cambio en las haciendas modernizadas se hicieron más firmes, lentas y
predecibles. El colonato no sería abolido, pero los derechos de uso de los
pastores serían limitados gradualmente y los rebaños huacchos reduci-
dos y separados de los de las haciendas. El peso del salario en las remune—
raciones totales de los pastores se incrementó y los colonos adquirieron
capacidades especiales. Para la década de 1950, el sistema laboral en las
haciendas modernizadoras se había convertido en un sistema contrac—
tual. En unas cuantas de ellas, como Posoconi, en Asillo, los sindicatos
entregaban pliegos de demandas a los administradores a nombre de to—
dos los colonos. Allí el antiguo paternalismo, si sobrevivió en absoluto,
había degenerado en mero folclor.
Este colonato contractual en gradual evolución retuvo algunas
de las características básicas del antiguo colonato, removiendo al mis-
mo tiempo los obstáculos a la ganadería de alta productividad y uso

113. Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en elAltiplano, 224—227.


114. Burga y Flores—Galindo, Apageo, 124-129; Bertram, “Modernización", 5.

514 ] NILS JACOBSEN


intensivo de capital.“ A semejanza de otros regímenes de colonato en
haciendas modernizadoras, como por ejemplo su homónimo de las
fazendas cafetaleras del Brasil, el colonato modernizador del Altiplano
siguió manteniendo bajos los costos laborales y redujo los riesgos de la
hacienda durante las crisis cíclicas causadas por la disminución de los
precios de las materias primas, las epidemias del ganado, o el mal clima.
Estos logros de los grandes terratenientes fueron alcanzados luego de
décadas de cambios graduales y fragmentarios, y aun así solo por un
pequeño grupo de modernizadores. Antes de 1920 estos apenas si ha-
bían logrado avanzar en la reforma del régimen laboral de las haciendas
del Altiplano.116
Unos cambios tecnológicos aislados precedieron a la reforma del
régimen laboral en las haciendas modernizadoras, pero su efectividad
necesariamente se mantuvo limitada. Los intentos de mejorar las razas
de ovejas mediante la importación de carneros desde Europa y Argenti-
na comenzaron ya en la década de 1840, y se hizo más regular después
de la de 1890.117 Sin embargo, antes de 1920 los resultados que mostraban
eran mínimos. Los pocos animales importados de pura raza morían rá-
pidamente por las enfermedades y no había la infraestructura necesaria
para mantener a sus crías de raza mejorada separadas de la gran mayoría

115. Mendoza Aragón, “El contrato pecuario de pastoreo”, 26-27; Pacheco Portugal,
“Condición”, 84-94. Para fmales de la década de 1950, los niveles salariales en las
haciendas ganaderas del Altiplano se habian vuelto ampliamente diferenciados, des-
de un mínimo de 0,40 soles a un máximo de tres soles al día. No está del todo claro
que las haciendas que pagaban los salarios más altos hayan sido las empresas más
modernas e intensivas en capital. Véase Díaz Bedregal, “Apuntes”, 83-84, apéndice.
Correspondencia entre el Sindicato Único de Trabajadores dela Hacienda Posoconi,
la administración de la Sociedad Ganadera del Sur y el Director de ONRA (Oficina
Nacional de Reforma Agraria), Zona Puno, sobre las condiciones laborales en la ha—
cienda Posoconi, 12 de mayo de 1968—29 de mayo de 1968, Expediente de Afectación,
Sociedad Ganadera del Sur, vol. 1.
116. En contraste, el trabajo asalariado predominaba en los estancias ovejunas de Argentina
ya a mediados del siglo XIX, y a más tardar para la década 1880 ya existía allí algo que
se aproximaba a un mercado libre de trabajo; véase Sábato, Agrarirm Capitalism, cap. 3.
117. Bustamante, Apuntes, p. 18; Kaerger, Landwirtschaft, 2: 360; Martinet, La agricultura
en el Perú, 88ñ—880; Universidad Mayor de San Marcos, Discurso académico, 21-23.
Burga y Reáteguí (Lanas, 90-93), subrayan el éxito de la selección de animales entre
1900 y 1930, en mi opinión de modo exagerado.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 515


de animales degenerados.118 Acicateadas por la granja experimental de
ovinos que en 1921 comenzó a operar en Chuquibambilla, en la provin—
cia de Melgar, algunas haciendas modernizadoras, entre ellas San José,
Sollocota y Picotani, comenzaron a importar gran número de carneros
de pura sangre de Argentina. Para inicios de la década de 1930 Picotani
mantenía unos pocos rebaños de ovejas de raza Corriedale y Ramboui—
llet de pura sangre, y un número más grande de ovejas de tres cuartos y
de media raza; incluso estos animales producían 70% a 150% más lana
que los animales criollos no mejorados.1l9 Durante la década de 1920
algunas haciendas finalmente alteraron los ciclos reproductivos a una
sola temporada anual de parición, prestando especial cuidado a la super—
vivencia delas crías recién nacidas.120
A partir de los primeros años del siglo XX, unos cuantos hacenda-
dos modernizadores invirtieron en instalaciones técnicas como rediles,
cuchillos o tijeras de trasquilar o, en el caso de una hacienda, incluso en
una máquina hidráulica de esquilado, baños desinfectantes para com-
batir los parásitos de las ovejas, e instalaciones para el lavado y prensado
de la lana.… El uso de camiones para el transporte de los productos de la
hacienda hacia las estaciones del ferrocarril, eliminando así los conflic—
tos con los colonos generados por el servicio de alquila, solo comenzó en
la década de 1920. Desde mediados del siglo XX, el transporte en camio—
nes revolucionó el sistema de comercialización del Altiplano, benefician-
do por igual a haciendas y comunidades campesinas.122

118. Ávila, “Exposición”, 34; Giraldo y Franch, “Hacienda y gamonalismo”, 203; Aram-
burú López de Romaña, “Organización”, 14. Para avances más grandes en unas
cuantas haciendas de gran envergadura en la sierra central véase Walle, Le Pérou
écmzomique, 203-207, y León, Cartilla de ganadería, 42—43.
119. Aramburú López de Romaña, “Organización'í7l-72, cuadro 14.
120. “Explicaciones para la administración de Picotani i anexos”, Arequipa, 12 de sept. de
1924, AFA-P.
121. Aramburú López de Romaña, “Organización”, 42; Urquiaga, Sublevacianes, 27; De—
clerq, “El departamento”, esp. 190—191; Burga y Reátegui, Lanas, 90—91. En la mayoría
de las haciendas, las ovejas eran trasquiladas con botellas rotas; véase Romero, Mo—
nografía del departamento de Puno, 418-426, 435-436.
122. Maltby, “Colonos on Hacienda Picotani”, 105; Appleby, “Exportation and its After-
math”, 119-121. Para el impacto de los camiones sobre la comercialización campesi—
na en la sierra central, cfr. Wilson,“Conflict”, 125-161.

516 | NILS JACOBSEN


Algunos terratenientes intentaron incrementar la eficiencia de la
administración de sus haciendas, un paso indispensable si deseaban es—
trechar el control sobre los colonos e introducir métodos más regulados
y “científicos” de crianza de ganado. En lugar de los rudimentarios li-
bros mayores que registraban los avíos y el ganado añadido 0 retirado
de los rebaños de los pastores, las haciendas modernizadoras llevaban
ahora numerosas cuentas, registrando meticulosamente la disposición
y la productividad de los distintos tipos de ganado, los resultados de la
trasquila y el beneficio anuales de los animales, el envío de productos
de la hacienda al mercado, los productos y suministros restantes en el
depósito, la disposición de los rebaños y los pagos hechos a los colonos,
así como las deudas con ellos.123 Los hacendados modernizadores con-
trataban más quípus y rodeantes de entre sus colonos. Un puñado de ad-
ministradores tenía ahora algún entrenamiento en agronomía, en tanto
que otros al menos poseían las habilidades básicas de lectura, escritura
y aritmética, lo que marcaba una amplia diferencia con respecto a los
mayordomos semianalfabetos que aún eran la norma en las haciendas
altiplánicas en la década de 1870. En cambio, siguió siendo raro que el
hijo de un propietario estudiara agronomía antes de hacerse cargo de
la hacienda de sus padres.124 Los hijos de los grandes terratenientes del
Altiplano buscaban cada vez más una educación que los preparara para
carreras urbanas, ya que detestaban estar asociados directamente con la
administración de las haciendas de sus progenitores, consideradas feu-
dales y contrarias al progreso por la opinión pública, incluso antes del
estallido de la crisis de 1920.
El cambio técnico llegó con mayor lentitud allí donde interfería de
modo más directo en el régimen laboral. Esto era particularmente cierto

123. Para el drástico cambio producido en los métodos contables ideales—típicos a co—
mienzos del siglo XX, compárese el primer y el segundo manual para las haciendas
ganaderas del Altiplano. El libro Breves apuntes, de Jiménez, publicado en 1902, es un
resumen de las prácticas tradicionales de crianza de ganado más eficientes, repleto
de métodos convencionales de medición, clasiñcación y registro. Cazorla, El admi-
nistrador (1930), enseña al ranchero las nuevas formas de contabilidad y técnicas de
crianza de ganado con la autoridad de la ciencia moderna.
124. Una excepción fue Arturo Arias Echenique, el hijo del notorio fundador dela hacien-
da San José. Véase su “La ganadería en la provincia de Azángaro”.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS ] 517


en la introducción de los pastos artificiales y de los cercos, medidas de
importancia estratégica para incrementar la productividad, pero tam—
bién contrarias a la autonomía de los colonos. Hacia comienzos del siglo
XX, Alberto Gadea, director del colegio San Carlos de Puno, experimen-
taba con unas variedades nuevas y más nutritivas de pasto, y más hacen—
dados plantaban cebada como alimento adicional para el ganado.125 Sin
embargo, estos ejemplos no pegaron. Todo intento serio de enfrentar
el creciente problema de la insuficiente alimentación requería de cercos
para proteger los brotes de los pastos mejorados o de la cebada hasta
que maduraran. En efecto, varios hacendados del Altiplano empeza—
ron a cercar sus pastizales durante la bonanza provocada por la guerra,
aprestándose a sembrar pastos altamente nutritivos.126 Se toparon con
la resistencia inmediata y tenaz de los colonos, que entendían perfecta—
mente que los cercos llevarían a la exclusión de sus rebaños huacchos de
la hacienda.
En el Altiplano, los cercos continuaron siendo la excepción hasta la
década de 1960. La gran mayoría de los hacendados, por supuesto, jamás
había intentado siquiera invertir en semillas de pastos de alta nutrición o
en cercas, en parte porque carecían de los fondos o del crédito necesarios
para hacerlo. Los obstáculos que había para el aumento del forraje por
estos medios, constituían la motivación más inmediata para que adqui-
rieran tierras adicionales durante los años de demanda creciente de lana,
lo que les permitía mantener rebaños más grandes. La carencia de cercos
también les obligaba a mantener el tamaño de sus rebaños dentro de
los límites convencionales, para así evitar las pérdidas o depredaciones.
Con el incremento del capital ganadero, los hacendados inevitablemente
tenían que emplear más pastores.

Una revisión de la hacienda andina

Nuestra comprensión actual de la hacienda andina, tal y como operó


desde finales del siglo XIX hasta la década de 1960, debe mucho al trabajo
pionero de tres economistas, Juan Martínez Alier, Shane Hunt y Geoffrey

125. Gadea, “Informe”; De Lavalle y García, “El mejoramiento”, 69; Dir. de Fomento, La
industria lechera; Declerq,“El departamento”.
126. Bertram, “Modernización”, 7.

518 | NILS JACOBSEN


Bertram.127 Los tres rechazaron la difundida imagen de la hacienda se-
ñorial andina como una empresa feudal o semifeudal, cuya ineficiencia y
aparente desperdicio de recursos reflejaban el parasitismo social y la fal—
ta de espíritu empresarial de los hacendados, unos latifundistas que ex—
plotaban incansable y brutalmente a sus “siervos” indígenas. Estos tres
autores buscaron demostrar que la persistencia del sistema del colonato
tenía sentido en términos económicos tanto desde la perspectiva del ha—
cendado como de la del colono, siempre y cuando predominaran ciertos
presupuestos. Al cerrar este capítulo resumiré el examen que Bertram
hiciera de la hacienda, que recurre y amplía los trabajos de Keith Griffin,
Martínez Alier y Hunt, y luego resaltaré cómo es que mi propio examen
va más allá del revisionismo de la década de 1970.
Bertram sugiere que debido a las condiciones sociopolíticas, los
costos de oportunidad de las tierras eran menores para el gran terra—
teniente que para el campesino. Los hacendados andinos intentaron
monopolizar la tierra a fin de manipular otros mercados, especialmente
los del trabajo y crédito. El trabajo asalariado no representa automática—
mente un tipo más avanzado de relación de producción que el colonato,
o sea la remuneración de servicios laborales por el usufructo de un pe-
dazo de tierra dentro de una hacienda. Debido a que tanto el hacendado
como el colono eran actores racionales, la elección entre ambos sistemas
“descansa[ba] sobre la eficiencia y rentabilidad en la producción para
los mercados externos, en el caso del hacendado, y para el colono en la
comparación entre el salario en dinero ofrecido y el valor del acceso en
usufructo a la tierra”. El colonato prevalecerá siempre que el valor de un
año de acceso a una parcela de tierra para el colono, sea más alto que el
pago en dinero por un año de trabajo en la hacienda, y el valor de un año
de trabajo a su vez sea mayor que el costo de oportunidad de la misma
parcela para el hacendado. Bajo estas condiciones, tanto el hacendado
como el campesino se benefician más que si estuvieran en un sistema
basado exclusivamente en pagos mediante un salario en moneda.
La empresa campesina, que empleaba la mano de obra de toda la fa-
milia y redistribuía el producto, era el sustento de la hacienda andina. Los

127. Bertram, “New Thinking”; Hunt, “La economía”; Martínez Alier, Los huacchílleros.
Para una revisión de los estudios históricos sobre la hacienda hasta comienzos de la
década de 1970 véase Mórner, “The Spanish American Hacienda".

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 519


colonos la preferían al trabajo asalariado ,. orC10'
porque ella tarpb1enulílfgfspa do
naba seguridad Y empleo a todos los miembros de la fam1 ¡a,
1

en tiempos difíciles. “A menos que haya un pleno empleº en )1,5istema más


es
amplio”, que garantice “a todos los campºs“…
miembros—de la f'3rlnpffí a de
empleo al nivel salarial prevaleciente”, esta el trabajº
última utlllzara
sus miembros incluso cuando su
producto marginal esteisu5 tancialmen'
te por debajo del nivel salarial su
predominante, y defendera/ten azm€ntº
acceso a la tierra en el cual está afincada. Ber-
Siguiendo a Mart1n612 Alien
tram veía una prueba de dicha afirmación,
en el hecho de que a expulsión
de un colono de la hacienda castigº-
era a menudo considerada comº
Este sistema se vio presionado unecialmºn'
te mediante el alza del
por el cambio exóg€n0» ººíp
precio pagado por los productos de a hacienda'
El hacendado buscará
aumentar la productividad y na mayºr
Parte de la tierra directamente, en la “reserva señor1al ira,i,)ajar;lun incr€'
. Cº
mento suficiente en el valor de las rateniente
tierras de la hacienda, el
intentará abandonar el teí)a_o asala'
. régimen del colonato en favor del tra )
nado. En una econom1a, abierta cu€l'lt a
—una en la cual el hacend ad0 nº
.

automát1camente con el tipo de bles


_

poder requerido para man tener eSta


.
.
.
sus costos de oportunida d de la '1ibrio
tierra y la mano de obra—, el ºq¡l(i;d
de las fuerzas de clase de
determina en última instancia la
Capaºs
terrateniente de llevar a cabo tales
cambios. “Las mismas_€uerí:ducir que hi-
cieron que la hacienda buscara un
expandirse, podían tambien_ P
fortalecimiento compensador del cam“
(aunque no igual) de lºs 5
pesinado y de su capacidad de ni0távoon la cua
resistir”. La notoria le.n,'£ltu
innovaciones tales como los 1C
mano e
cercados, la especializac10n de ¿levas
obra, los nuevos tipos de raza$
cultivo, los pastos mejºradºs y las
de ganado fueron nunte el sig º
introducidas en las haciendas serran2ls
XX, no se debió a la duradados sinº
mentalidad “feudal” de los grandes
más bien a la fortaleza de la hacenncluyº que
“la hacienda fue así oposición indígena. Bertram C?
un agente del progreso (en el sentido de moderní'
zación del sector rural), aserva Or”-
en tanto que el campesinado fue
Los campesinos coni zación es

X
calcularon que los beneficios de la mºdern
corresponderían principalmente e1105ten'
a otros grupos, en tan to que
drían que cargar con los
costos.128

128. Bertram, “New Thinking”.

520 | NILS JACOBSEN


de hacien-
este análisis en el examen previo las de
g;]?líálglé encaja econom1ca
das mdodo
Para subrayar la rac1onahdad
e1A.1tlplan'o? Aller confund1eron
la estructuras and1na, Bertram y Mart1nez
agrarra campesmos a la
Y Cºmbinara de la 1ncorp0fac1on delos
ron el problema el colonato o el
hacienda de los laborales alternat1nos, el
_€1 regrmenes hacrenda ser1a¡ explrcable por
trabajo asººln La expansron de la relatrvos que la expan-
m15m0 deaSP¿ír1ado: en el costo de los factores
de la hacrenda.
azam1ento senor1al [demes_ne]
Sión de 1
Prºduccron de la reserva como uno
En efectoa €Stos autores pr066505 esencralmente
» veían ambos las mercanc1as,
los hacendados
Sºlo: en prec10 de tr-
respuº8ta al crecrente la sobre las cuales poseran
reclama de hacrenda
1215
quas t1erras no habran_traba;ado
tu105 ur0121 ataban de la época colomal, pero que la gran
constructo no explrca
Por fal]taed Un mercado. Es claro que este a los hac;lrlr-
los campesmos
maY0ría de6 las transferencras de t1erra.de el
tardro 51glo XI)? y tempranolxxi.
10
da dos e el
Alt1plano, entre el de la'1deo og1a Y_ a
e Permll de lado las cuest10nes sus t1e-
“F a los autores dejar de los campesrnos y
Cultura en la 1ncorporacron este
del campesmado, proc;so
tras a l; 1Evºlucmdas
aGlendas..Desde la perspectrva co
Cºnstitus' drstmto y mucho menos cata(sitro
totalmente trabajo asalarra o,
agn
lla L_m C_ambro del colonato al
qUe Cu 1ntento de pasar ser enten 1-
Cuándoa (;1u1er hacendado, ambos podran
esde la perspectiva del
prec1os relat1vos.hacienda lat1- .

Os Co
mº reacciones ante los cambiantes escrito ¡sobre la
de los autores que han que
n0anl;í _maY0ría y Mart1nez Alrer, asgmen
entre ellos Bertram, Hunt enc1ma e
sus
las hacr1cana, controlaban tierras excesrvas muy por
:e—l
co te
cºsidadlendas como un_m;camsn;oero es/a
es prºduºtívas, fundamentalmente comun1tarro m . 1gena.
cua] e la de obra del sector Alt1plano paria-ceráa
añrth_rfler mano el caso del
resulta difícil de probar, y que no era un na
a
c0ntracciron quela trerra
ec1rla. Era sumamente probable los campesmos
reg…a dueño, fuera 1nvad1da por
pºr su supuesto el mercado de productos
.gana-
0 pºralrmºnt€ Cuando
ºs_haºendados vecinos. de 1850, los hacendados necesrtarc3ne
d6ros
después de la década la
más tmºl9ró exphcar adqp151cron de
más tierras. No podemos mano
úrla_bajadores y
una treta para 1ncorporar mas
esta como que la 1ncorpo_ra-
S_ímplemente no puede dec1rse monopohzac1on
ºbra Í1ma a h?C1enda_ A1 mismo tiempo, de la
Ción 3 sido la consecuenczac finales de la
t_º
mas trabajadores haya En realrdad, para
de la
lerra Pºr parte de los terratenientes.
CAPITALISTAS ] 521
COLONOS Y
GAMONALES,
década de 1910, cuando la extraordinaria expansión a-
del_sectlor 1:11cfrrilfnº
do en general Ya se había agotado, las necesidades adiciona
de obra parecerían haber sido satisfechas no tanto mediante
iiansfefen'
cias de las comunidades hacia las haciendas, como por el tras a do de los
1

colonos de una hacienda a otra.129


Durante la fase de expansión, la disposición de los sin05 de
camá?ºbiera ex—
comunidad Para trabajar como colonos en las haciendas no
Í de
plicarse principalmente con la monopolización de la tierra Pº %arte
estas últimas. Fueron factores más importantes la crec1ente dencí a
depeos
comercial que los campesinos tenían de los gamonales, deseos estos
últimos de utilizar su crédito y sus relaciones de comº
compadrazglºtrabajº
un medio a través del cual incorporar tanto a las tierras comº e
de sus clientes en las haciendas, siones
nuevas o en expansión; 1:45 P;;
demográñcas en las comunidades campesinas, que no se der 1V_“ autº“
máticamente de la expansión misma de la hacienda; y 0 la ma“
por ult1mVinCiales
YOr concentración de fuerza efectiva
en manos de las ell_t65 pr10campºSí'
terratenientes. En conjunto, desde la perspectiva ideolog1ca_dt3
nado, la trascendencia del cambio de titular de pleno dominio colonº
fue tal vez menos dramática de lo
ando los
que comúnmente se cree: CI:;
campesinos Pasaban a la esfera de control de la hacienda ¡un con su
familia, su ganado y sus tierras, cambiaban un patrón, el a dor
de
gºber_nn
distrito o alguna otra autoridad, S mit
por otro, el hacendado. GaV11perua_
captó este cambio correctamente para el caso de la sierra
cen'gíia comº
na, al sugerir que la expansión de la hacienda podía ser enten
lcenda o,
una parte de la comunidad que cae bajo el dominio de un ha
d
sin necesariamente cortar sus lazos Cºm uni a
y su participación con la
original.Ӽ
5010
Los colonos de hacienda “dad nº
y los campesinos de comunl osición
tienen más en común y, en realidad,

x
muestran una mayor suPerftipº si-
de lo que usualmente se
asume, sino que también mostraban u
milar de diferenciación interna. La uy pocº
minoría de los Colonºs COI;mI—niliar
o nada de ganado, y con en
muy poco o nada de mano de obra aeñcí05
la cual apoyarse, disfrutaban de
considerablemente menos ben

129. Maltby, “Colonos on Hacienda


Picotani”, 109.
130. G. Smith, Livelíhood and
Resistance, 82-90.

522 | NILS JACOBSEN


Ellos se hallaban
su em .
los que laymayoría tenía.
de haaendas modernizadoras
más a&r6ííisºírgpítsma,. dº_105 duen_ºf d? de
Lacc…n de las remuneraciones,
Cuando estºs bu sca Cambiar el equilibrio de colo-
fan La existencia
los derechºs de los pagos salariales. de que la
r;1cto al Aller y Bertram,
nºs Pºbres relat;s'u de Martinez
En el Altiplano,
h122_1 adnoc16nconsiderada un castigo.
expu15ión de la a era comienzos del
ac1e(rli
era bastante
mov11 para
un Pequeño núm e colonos en busca de
la mejor
Siglo XX, traslad'erg ose de hac1enda en hac1enda Situación de
Aller, de que la
El…
remulleración - 'argumento de Martinez las comunida-
lºs Cºlonos la de los propietarios en
favorable que se refiere
era mas del periodo al que
des, debe aSl espec1ñcarse tanto en términos
de hac1endas.131
.
.

Cºmo (1 e 1 estrato de los colonos y de los tipos al ha—


de tierras del sector campesino
Solo 1 a masiva transferencia
-

creó proporciones ga-


1850 y 192 0,
Cendad entre finales de la década de
º existían
iente de las que
nadº/t"ie rra mas , favorables en el sector terraten incluso para 1910
'etarios. Pero
de campesinos propi
_

en 1 _

de lashac1endas
colonos dentro
o 19azsof?£l;;ndade_s integrados como pastizales para
recién formaánpºsfmos no contaban con mas prop1eta-
recuentemente
relfsi habían controlado antes como
Sus pr ºpios anos que los que
TIOS en una Cºmunidad.…

&—
131 '

P
'
M a ”mel

V0urna(l;lí73 '
Aher, Los huacchilleros,
.

1 74)
jnga que
18-22;
la situaci ón
Romero
de los campesinos
.
exp051ción
'
(Monogm ía

lclá51ca
de
del departamento
comunidad
.
del deterioro
al
era
de la posición
de
más fa-

del “ lati-
.

la de los colonos. Una andino debido avance


eqcue comunitario en sus Siete ensay05,
Sºcial y del campesinado dela tierra ,
?nómifa Mariátegui, “El problema vease M.
fun dismo como 51€1'V05 dependientes,
ºudall es la de de los colonos a esta ortodoxra,
50_104 P
la Vl51ón
ortodoxa y original
excepc16n temprana ublevaciones,
Vásquez ??actenda, esp. 26-36. Una es Urqumga,ls
del Altiplano, comumd
cb hacendados de
es Crita apología de los de los campesm_os los colonos. Para pos-
que rºtmtmºla explotación multifacética¿ económico de
autonomía yb1enest'fir ejemplo,
valor analiti€o, véase,4por socmles
ºí
Para Con º alto grado de
de muy redn61do de
tºri0res Panfletos apologéticos revisionis ta las )relac10nes
interpretac1 ón. America , 34-63.
Dfapoi La verdad; para una
.

Workers … Spanish
en las híné, Véase Bauer, “Rural “en las hac1endas pe-
132_ ÁVíla “Eºlendas, Roberto Mendºza observó que debe a que los
pastizales
39. En 1952 se
es constante,
y esto mev1tablemente
QUeñ;5 1X%OSICIÓHÍ: de los pastores hacienda, y además el pastor
? UCtuac16n
.

la Situac16n se
.
de la el largo plazo
apena s 51 baStan para los animales modo, en es, a
de este emi'grar [esto
tiend a Pºblar demasiado los pastos; obliga al pastor […] a
Vuelve del gan ado
e critica y la mortandad
CAPITALISTAS | 523
Y
COLONOS
GAMONALES,
Para entender la elasticidad o capacidad de recuperación de lasmhgs
ciendas ganaderas señoriales basadas en el colonato, debemos
allá del examen de los mercados de mercancías, mano de obra Y líierra-
Los cambios en estos mercados eran la
una condición necesaria Plar a
transición hacia empresas agrarias con un uso intensivo de CaPIta ue
Z13cir
utilizaran mano de obra asalariada. Pero jamás bastaron para Prº
dichos cambios. El costo del capital, el entorno de alto do
riesgo, ¡;0
61

neocolonial de construcción del poder yla resistencia chº


campesmaf1 riales
Poder, “explican” la renuencia de los dueños de las haciendas
a emprender su modernización, incluso cuando otros costos relat1 senoios de
los factores de producción favorecieran
dicho cambio.
A comienzos del siglo XX, el crédito
a largo plazo para tos de
mejora de capital siguió siendo inexistente en el Altiplano, Prºye_ºln he-
excepc1o
cha de los PGQueños montos reunidos localmente ario.
a un interes USUÁO
Los hacendados constantemente
temían que se atacara & Su ganaf 56
invadieran sus pastizales y destruyeran ren-
sus instalaciones. La tran? º
cia masiva de tierras de las stos
comunidades campesinas intensrñco eran-
riesgos. Aunque el Estado había buscado fortalecer las
peruano gaen el
tías legales de la propiedad privada
después de la década de 1_850>
Altiplano, dicho intento resultó ha-
mayormente ineficaz. Los m15mº s
cendados que exigían garantías ura-
para los dueños de las propleqadºsl_rsmo,
les, dependían también
para expandir sus propiedades del clienta los
la aceptación de la autoridad
carismática por parte de los campºs… ' Y
de la violencia como último
recurso.
Lo que Bertram llamó
“constelaciones de clase” estaba 35“ e cha-
mente vinculado a este entorno de alto ste“
riesgo; en efecto, tales c¿)ne
laciones yacían detrás de la falta de los
definición de los derechos 5_º fíor€5
recursos. La mayºría de los colonos resistió los intent05
de los hacendados de mºdernlzales
expulsar sus rebaños huacchos y transformar en
proletarios rurales, y no solo sinas
porque sus propias empresas C-ampílaría—
generaran más ingresos de los que podían conñar
que el salario.les1 de

&
Colonos ricos como los Mullisaca de 5
Picotani, residentes or-lgmílívadº
lugar que por más de un siglo habían criado
sus alpacas y ovejaS Y

dejar la hacienda] en busca de me ' rio de


)ores lugares » ; Mendoza, a El contra tº P ecua
pastoreo”, 39.

524] NILS JACOBSEN


el seno de la ha—
a . .
a muy gran distancia en
Ciíílláz,a;ílrxgctlídneg'comerciales de los recientemente
miles de campesmos
tien muchos los hacendados fue—
incºrporados a e tima5, no consrderaban que
d21a5 u Si aceptaban el derecho
ran los dueños a que ellos trabajaban. hac1endas y al trabajo
tierra1 los recursos de sus
de los terratenient es a
ei(p otar sus derechos
de sus familia 8 campesmas, Siempre y cuando respetaran
hacienda y los campos de cultivo.
de us sobre los pastizales de la de su parte
El seclífructo exitoso en la expansión
Or terrateniente fue altamente
la década de 1860 y 1920, pero
la tierra inclusive, entre sobre esos recursos
$Slsícíºíálráos,
. _

la misma libre disp051ción


_

:: doslno tenian capitalista.


que aquell e a que disfruta un empresario el elemento progre-
R hablar del hacendado como
en_gañoso rural del Altiplano en el temprano
Sista Yíiií)lctia ermzador la economia como
de
Siglo XX Y del campesino, ya sea en la
comunidad o en la hacienda,
al
.
igual que la
de los hacendados,
»
,
la fuer La mayoria ., .

aa Cºnservadora. metodos
¡ de producc10n de baja
mayo ri a de 1OS campesmos, se aferraba
-
a
de mano de obra, no por-
uso in tensivo.
y que hacían un
,
gfíí_iíígi<lad estos les ofrec1an
conservadores smo porque
la fºrma rn1ántrinsecamente
control sobre los recursos,
de mantener un tenue de
espeºialments S€g¿1ra la tierra. Eventualmente un grupo minoritario
re terratenientes,
618.0 los grandes
Campesinºs a Igual que su contraparte entre de estanc1as. No
1ntenswa sus
uscó inver,t lr en explotacwn mas convertirse ya fuera .
en
una los condenaba a .
hubo nin ferrea que de tie-
guna ley en parcelas
cada vez mas arcaicos
,
.
Prolet a DOS
'
0 en campesmos condenados
r reducidas, ni estaban tampoco tal
más pohres y. .
o de Chayanov,
añocr1(ííivºz las teorias de Lenin
,
camente a e;emphñcar de la
El desarrollo bloqueado
pro—
cºmo lo Dav1d Lehman.l33 los campesmos
duqivid;ísaltara haciendas del Altiplano, asi como entre del
las mstanc1a en func10n
de cºmu _;n en ultima de
ad, no puede explicarse Ello fue la consecuencra
Cºsto rel;1' de los factores de producc10n. eran
sobre los recursos
una Sºciedlvá) neocolomal en la cual los derechos noc10nes liberales de
la cual las
materia (1 Íi'15puta y fragmentanos, y en aceptadas. Mientras

&
prºpiedade habian Sld0 plenamente como
Y Contrato no
eSte legad Cºlonial mantuviera su fuerza,
tanto los hacendados
º

133. L ºhman, “Dos vías de desarrollo”.


CAPITALISTAS | 525
COLONOS Y
GAMONALES,
los campesinos vacilarían por igual entre una estrategia —de optimiza—
ción de las ganancias y de alto riesgo— de invertir en una producción
ganadera más intensiva, y la vía convencional de evitar los riesgos con
una producción extensiva en capital enraizada en relaciones sociales je—
rárquicas (relaciones patrón—cliente) y solidarias (dentro de las redes de
parientes y amigos). La hacienda señorial y la economía comunal cam-
pesina constituían las dos caras de una misma moneda.
La implementación de métodos modernos de crianza de ganado a
amplia escala presupone su aceptación por parte de la mayoría de los
hacendados, colonos y campesinos de comunidad por igual, y requie-
re cambios multifacéticos en cada hacienda individual. La exitosa in—
troducción de mejoras tales como la crianza selectiva, los cercos, los
pastos artificiales y la reducción del número de cabezas de ganado a fm
de alcanzar una productividad óptima por animal, implicaban no solo
simples cambios técnicos sino una reorientación fundamental de las re-
laciones de producción, íntimamente ligada al sistema de estratificación
social. Las cuestiones relativas a la intensidad en capital de la produc—
ción se entrelazaban con el régimen laboral y el patrón de tenencia de
la tierra. La crianza selectiva solamente tenía sentido si los hacendados
lograban separar su propio ganado del de los colonos. Proporcionar su—
ficiente forraje para el ganado de la hacienda significaba, como mínimo,
limitar el acceso de los rebaños huaccho de los colonos a los pastizales de
esta, o inclusive pasar a un sistema de trabajo asalariado sin derechos de
usufructo. Reducir el stock ganadero presuponía un patrón de tenencia
de la tierra con linderos reconocidos y respetados universalmente.
En el Altiplano todo un sistema sociopolítico de dominación, un
sistema de valores y un estilo de vida que brindaba un lugar favorable
en la sociedad provincial incluso a los hacendados algo marginales, es—
taba ligado al complejo agrario que hacía un uso extensivo del capital.
Una economía ganadera en la cual las fuerzas del mercado reinaran sin
impedimento alguno habría socavado este mundo, en el que los hacen—
dados infundían respeto tanto por su origen familiar, su estatus social,
sus cargos públicos y sus patrones de consumo, como por sus recur-
sos económicos.134 La introducción de un sistema de trabajo asalariado

134. Este argumento sigue el que Genovese, The Political Economy, esp. 17—18, 34-35, pro-
pusiera para la élite esclavista antebellum del sur de Estados Unidos.

526 | NILS JACOBSEN


habría debilitado la estructura clientelista y paternalista de las haciendas
de Azángaro y de la sociedad en general. Aunque los hacendados más
ricos podrían haberse beneficiado con el capitalismo agrario, la mayoría
de ellos pronto habría visto amenazado su estatus social.
Los historiadores que han escrito sobre las grandes haciendas en
América Latina durante la “era de las economías de exportación”, re—
cientemente buscaron resaltar cuánto cambió la institución durante las
décadas transcurridas entre el momento de la inserción más intensa del
continente en los mercados mundiales gracias al ferrocarril y a la nave-
gación a vapor, y la Gran Depresión de 1929-1932. Simon Miller conclu-
yó un artículo sobre las haciendas de cereales en México sosteniendo que
“lejos de ser un anacronismo (feudal' de orígenes artificiales y externos,
la hacienda agrícola de la Mesa Central era en realidad una adaptación
dinámica y apropiada al México decimonónico, capaz de una signifi-
cativa acumulación de capital”.135 Del mismo modo, Michael Jiménez
sugiere que antes de 1930, los dueños de las haciendas cafetaleras en la
provincia colombiana de Cundinamarca “viajaron largas distancias en
el coche del abuelo” al consolidar las fincas recientemente formadas o
que se habían expandido, y adaptarlas a las cambiantes condiciones la-
borales y de mercado.136
Es cierto que hemos avanzado bastante desde el primer tercio del
siglo XX, cuando los críticos indigenistas, populistas, liberales o mar-
xistas de la hacienda hispanoamericana la criticaban por ser feudal y
arcaica, un rezago obstinado y anacrónico de una época colonial hacía
tiempo concluida. He intentado mostrar cómo la hacienda altiplánica
del temprano siglo XX fue el producto de las luchas libradas en torno a
la tierra y la mano de obra por diversos estratos de hacendados hispani-
zados, campesinos de comunidad y colonos. Ella se adaptó a los cambios
en el mercado, los sistemas de transporte, las jerarquías comerciales y
las constelaciones de poder en la provincia y en el ámbito nacional. No
tiene mucho sentido verla como un simple remanente del régimen co—
lonial durante su apogeo, esto es los años de bonanza entre la década de
1890 y el final de la Primera Guerra Mundial. Después de todo, la mitad

135. S. Miller, “Mexican ]unkers”, 263.


136. M. Jimenez, “Travelling Far”.

GAMONALES, COLONOS Y CAPITALISTAS | 527


de las haciendas existentes en 1920 no había existido un siglo antes. La
mayoría de sus propietarios no provenían del estrato cerrado y preexis—
tente de los grandes hacendados coloniales, sino que eran más bien los
recientes beneficiarios y protagonistas de luchas con el campesinado, un
grupo de terratenientes que se formaron a sí mismos explotando —hábil
y a menudo despiadadamente— las nuevas oportunidades comerciales y
políticas que iban apareciendo.
Sin embargo, si atisbamos en el interior de la hacienda y obser—
vamos su régimen laboral y sus aspectos técnicos y económicos, no
podemos evitar concluir que el cambio llegó de modo excesivamente
fragmentario y lento, y que los terratenientes se adaptaron a las nuevas
oportunidades comerciales fundamentalmente expandiendo el alcance
de viejas prácticas. ¿Por qué los hacendados ganaderos del Altiplano re—
corrieron una distancia más corta en el automóvil del abuelo, que los
propietarios de las fincas cafetaleras colombianas o de las haciendas de
cereal del centro de México?
Parte de la respuesta podría hallarse en la naturaleza misma del pro-
ceso de producción. La ganadería altiplánica era altamente descentrali—
zada, con diferentes rebaños y cabañas de colonos separados a menudo
por varios kilómetros de distancia. Los procesos de trabajo centraliza-
dos o coordinados centralmente ocupaban no más de ocho o diez sema-
nas al año. Unos procesos productivos descentralizados tan arraigados
como estos habrían sido muy difíciles de modificar bajo cualquier cir-
cunstancia. Los hacendados ganaderos del Altiplano también tuvieron
una cierta cantidad de mala suerte. En contraste con sus colegas colom-
bianos, ellos se vieron golpeados por una severa crisis y por un periodo
de mercados volátiles inmediatamente después de la
gran expansión de
sus propiedades, dejándoles poco tiempo para su consolidación y mo-
dernización internas. También se vieron obstaculizados por el alto costo
del capital y lo difícil del transporte, aun cuando para la década de 1920
más caminos habían sido construidos en el departamento de Puno que
en casi cualquier otra parte del Perú.
Pero el problema fundamental fue la naturaleza misma de la socie—
dad neocolonial jerárquica y segmentada del Altiplano. Con neocolonia-
lismo no aludo fundamentalmente a ninguna dependencia que podría
haber estado ligando al Altiplano a una metrópoli ultramarina, ahora
mediante lazos comerciales en lugar de los de soberanía. Me reñero más

528 | NILS JACOBSEN


bien a la revitalizada fortaleza de una mentalidad colonial
que polari—
Zaba la sociedad entre indios y españoles o blancos; a la incertidumbre,
presente en todos los grupos del Altiplano, entre aferrarse a la seguridad
de las asociaciones jerárquicas o comunales, o aprovechar las nuevas
ºportunidades comerciales; y a la disposición —o quizás la percepción
de su inevitabilidad— de los actores provenientes de todos los grupos
Sociales a depender de la fuerza y la violencia en la prosecución de sus
intereses personales o de grupo.
Este neocolonialismo de la matriz socioeconómica y política del
Altiplano a finales del siglo XIX y comienzos del XX, les permitió a los
grandes terratenientes expandir las tierras formalmente bajo su control,
pero bloqueó en cambio el reconocimiento universal de los derechos de
propiedad, y por lo tanto el pleno derecho de disposición de los hacenda-
dos. Ello les permitió a estos últimos incorporar trabajadores indígenas a
sus crecientes dominios a un costo mínimo, pero impidió la transición a
un régimen laboral asalariado. El neocolonialismo facilitó el ciclo entre
la década de 1860 y 1920, durante el cual los terratenientes hispanizadº$
llegaron a controlar una parte cada vez más grande de los recursos del
Altiplano, pero también constituyó la base de la resistencia campesina
indígena contra dicho control ampliado.
Las prácticas del paternalismo, la coerción y la violencia, a través
de las cuales la élite provincial hispanizada definió a las comunidades
refor-
Campesinas y a los colonos como indios y como subordinados,
zaron también la propia percepción que la población indígena tenía de
su identidad como algo distinto, y le enseñó la continua utilidad de
la

solidaridad comunal y de conservar su modo de vida campesrno._El


neocolonialismo reveló, de un modo real, tanto la fuerza de la 0f€I151Va
de los hacendados como la fortaleza de la resistencia campesina que 13
enfrentó. El apogeo de la expansión de la hacienda coincidió casi exacta-
mente con los intentos de los hacendados por iniciar la transformac1on
interna de sus dominios, y con la resistencia “interna” y “externa” 105 d€_?

la
campesinos en su contra. En 1920, cuando a esta resistencia le Siguió
los hacendados campesinos, la
caída del floreciente mercado de lanas, y
minoría de los modernizadores y la mayoría de los “tradicionalistas” en
ambos grupos, entraron en una nueva etapa del punto muerto.

CAP1TALISTAS 529
GAMONALES, COLONOS Y |
Capítulo 9
CONCLUSlÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS

Los principales hilos de la historia

Hemos seguido los caminos sinuosos y entrelazados de la historia de


Azángaro durante unos ciento cincuenta años, y es necesario buscar un
mirador que nos permita ver hacia atrás y discernir la dirección princi-
pal de dichos caminos. Varios puntos de inflexión marcan la trayectoria
de la economía y sociedad de la región: las décadas de 1780, 1850 y 1920.
Los decenios de mediados del siglo XVIII fueron un periodo de creci-
miento para el Altiplano septentrional, favorecido por la recuperación
de la minería de plata en el Alto Perú y la floreciente industria lanera
del Cuzco, que obtenía sus materias primas de los pastores de Alan-
garo y las provincias vecinas. Animadas por las ideas ilustradas de los
Borbón sobre la propiedad, las élites de provincias buscaron convertir
la explotación informal de las tierras comunales y el trabajo indígena,
justificada hasta ese entonces por nociones de reciprocidad, en hacien-
das formalizadas con una fuerza laboral residente estable. La formación
de la hacienda continuó con fuerza durante buena parte del siglo XVIII.
Aunque la población del Altiplano se recuperó vigorosamente de las epi—
demias del tardío siglo XVII y temprano XVIII, la densidad poblacional
permaneció baja. La tierra no era escasa en términos absolutos; ella tenía
valor monetario solo en conjunción con el ganado. Ello no obstante, los
conflictos en torno a la tierra se incrementaron repentinamente después
de mediados de siglo, tanto entre los campesinos de comunidad como
entre las comunidades, sus curacas y otros sectores de la élite provincial
hispanizada. La política borbónica limitó las tierras que cada comuni—
dad podía tener según su población, y vendió las “tierras sobrantes” a
propietarios privados. Los campesinos acomodados dependían cada vez
más de las propiedades de dominio directo, o sea de las propiedades in—
dividuales. Pero lo que planteaba el desafío más grande para la forma
de vida del campesinado comunal era el crecimiento de las extracciones
forzadas de excedentes —bajo la forma de repartos de bienes— y de los
tributos, derechos y gravámenes exigidos por la Corona yla Iglesia. Du—
rante las décadas de 1760 y 1770, la economía campesina se vio amenaza—
da fundamentalmente por las condiciones cada vez más duras del modo
de producción tributario colonial.
La era de crisis y reacomodo gradual se inició durante la década de
1780 y se extendió hasta mediados de la de 1850. La competencia de las
importaciones textiles europeas, la decadencia semisecular de la pro—
ducción de plata altoperuana y —después de la Independencia el alza
de los costos de transporte coincidieron con la baja de los precios. Los
circuitos comerciales entre el Alto y Bajo Perú controlados por las élites,
decayeron gradualmente. La división del antiguo “espacio andino”, pri-
mero en virreinatos separados y luego en repúblicas distintas, impulsó la
ruptura de los circuitos comerciales. Durante estas décadas le fue mejor
a las relaciones de intercambio complementarias entre los campesinos.
Para el Altiplano septentrional, la rebelión de Túpac Amaru marca
el inicio de la era de crisis y reacomodo,
puesto que ella exacerbó las
contradicciones de la política económica borbóníca. Para recuperar el
control sobre el campesinado de comunidad en las sierras andinas, las
autoridades coloniales recurrieron tanto a la represión como a limitar la
extracción de excedentes por parte de la élite. Ellas buscaban detener la
consolidación de las haciendas, pero no tuvieron el valor de implemen-
tar sus nociones protoliberales de la propiedad en las tierras realengas en
disputa o en las comunidades campesinas. Las haciendas de curacas, de
la Iglesia y de los empresarios privados hispanizados perdieron tierras
ante las invasiones campesinas. Y durante las décadas finales antes de la

532 | NILS JACOBSEN


Independencia, una sensación de incertidumbre permeó las relaciones
sociales y de propiedad en el Altiplano. Decir que los campesinos perdie—
ron la rebelión de Túpac Amaru no es sino una verdad a medias.
Las leyes de reforma agraria de la década de 1820 ayudaron a con—
solidar las ganancias obtenidas por los campesinos a través de las tomas
de tierras, y suprimieron el carácter corporativo de las comunidades.
Pero los primeros gobiernos republicanos no cuestionaron las jerarquías
sociales dentro de estas últimas, pues buscaban estabilizar la recauda—
ción de la “contribución”. Con el estancamiento de la demanda de mano
de obra, el desorden del comercio controlado por la élite, la condición
más segura, por el momento, de sus tierras y la disminución de la re—
caudación per cápita de la contribución personal y de otras formas de
extracción de excedentes, la comunidad campesina indígena disfrutó de
un breve intervalo de mayor autonomía. Esto fue de crucial importan—
cia para su capacidad de resistir la embestida gamonal que vendría más
adelante.
Una nueva élite provincial fue gradualmente tomando forma du-
rante las tres décadas posteriores a la Independencia, la cual buscó esta-
blecer los criterios de estratificación social. La desintegración del sistema
de dominación colonial, basado fundamentalmente en la extracción de
excedentes sancionada por el Estado, desnudó un paisaje social que era
“indio” en un grado sorprendente. Salvo por los curas parroquiales y
un puñado de grandes familias terratenientes de origen colonial, la élite
provincial emergente ascendió por cuenta propia a partir de sus humil—
des orígenes. Los instrumentos con que llevar esto a cabo fueron propor—
cionados por las oportunidades en el comercio y el control de los cargos
públicos, rutas de acceso al poder entrelazadas con redes clientelistas
en vías de ampliarse. En el Altiplano septentrional sería solo a comien—
zos de la década de 1850 que los comerciantes y grandes terratenientes
abandonaron toda esperanza de reconstruir los circuitos comerciales
coloniales y aceptaron plenamente la exportación de lana como la base
inevitable del comercio provincial. Y solo el alza de la economía de ex—
portación durante la década de 1850, proporcionó los recursos fiscales
para estabilizar el poder político en los ámbitos provincial y local. Para
dejar sentada su diferencia con respecto a la inmensa mayoría de cam-
pesinos indígenas de comunidades y colonos de haciendas, y fortalecer
sus pretensiones de conseguir el ejercicio exclusivo del poder político y

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 533


del liderazgo en la provincia, la emergente élite hispanizada dependió
de nociones tomadas de la ascendente civilización burguesa europea: la
importancia de la propiedad privada, la educación y los patrones de con-
sumo “modernos”. Los indios pasaron ahora a ser aquellos “bárbaros”
que no habían abrazado las características distintivas de una civiliza—
ción progresista, y para fines del siglo XIX su singularidad era descrita
cada vez más en términos raciales. La sociedad del Altiplano quedó po—
larizada sociopolíticamente, a pesar de que la distribución del ingreso
y de la propiedad estaba dividida en una gradiente que iba de las más
acaudaladas familias terratenientes al más pobre de los campesinos, con
una considerable superposición entre propietarios de fincas marginales,
pequeños comerciantes y campesinos prósperos.
La redefinición de los indios, de grupo corporativo de carácter his-
tórico a grupo racial intrínsecamente distinto fuera de los límites de la
civilización, vino a conformar la base de la relación neocolonial entre el
campesinado y la élite provincial. Ello justificaba la remozada extrac—
ción de excedentes por parte de las autoridades locales, y la creciente
incorporación de los campesinos de comunidad a las haciendas como
colonos. La élite gamonal, que se había formado a sí misma, invirtió su
poder cada vez más grande en convertir al campesinado indio en clien-
tes directamente dependientes tanto en la esfera de la comercialización
como de la producción. Pero este fue un proceso dialéctico. Podríamos
igualmente decir que lo que constituyó la esencia misma del poder cada
vez más grande de las élites de provincia, fue el creciente control que
los gamonales ejercían sobre las tierras y el trabajo indígenas, así como
sobre las mercancías campesinas en el mercado. Los gamonales, jefes
rurales en los distritos y la provincia, labraron su propia posición en la
sociedad tanto gracias a la intimidad que tenían con el mundo campesi—
no, del cual muchos provenían, como a sus diferencias con este último.
El comercio lanero de exportación fue el motor de la economía del
Altiplano y de gran parte del sur del Perú entre 1850 y 1920, del mismo
modo que la minería de plata lo había sido durante el periodo colonial.
Aunque los volúmenes de exportación solo crecieron modestamente,
la subida de los precios internacionales brindó un creciente ingreso a
productores y comerciantes. La caída de los costos en el transporte in—
ternacional y la devaluación de las monedas peruana yboliviana, aumen—
taron los ingresos regionales provenientes del comercio de exportación.

534 | NILS JACOBSEN


Articulado mediante un ferrocarril entre el Altiplano y el puerto de
Mollendo, el negocio de exportación de lana creó un patrón de comercio
dendrítico a lo largo de gran parte del sur peruano. Ello fomentó un
nuevo patrón espacial del comercio, que tenía como eje al centro distri-
buidor [entrepót] de Arequipa y marginó lentamente los intercambios
con el Altiplano boliviano. La economía de exportación de lana ayudó a
definir una identidad sur-peruana común, que apareció por vez primera
en el transcurso de las luchas políticas de la rebelión de Túpac Amaru
de
y las guerras civiles peruanas después de la Independencia. Luego
una fase intermedia en la cual unos prominentes comerciantes altiplá-
nicos actuaron de modo bastante autónomo como acopiadores de lana,
banqueros mercantiles y distribuidores de importaciones europeas, las
casas exportadoras de Arequipa comenzaron a extender su influencia a
la zona de producción a finales de la década de 1880, a través de un sis—
tema jerarquizado de agencias y compradores itinerantes de lana. Tanto
los productores como los comerciantes por igual, dependieron cada vez
más del crédito proveniente de las ñrmas arequipeñas. Aunque compet1-
tivos a cada nivel del comercio, los compradores de lanas buscaron crear
monopolios locales y ligar firmemente consigo a los productores.. l?ara
el temprano siglo XX, los campesinos estaban dispuestos a part1c1par
ard1des y la
en el comercio, pero resentían amargamente y resistían los
locales,
violencia de los comerciantes hispanizados y de las autoridades
Que disminuían enormemente sus ganancias en cada
transacción.
,
art1culos
El comercio regional de alimentos, estimulantes, textiles,
domésticos y materiales de construcción creció a la par con las exporta-
ciones de lana. La producción artesanal no desapareció, a pesar de que
las importaciones llevaron gradualmente a una reestructurac1ón de las
de las
industrias de transformación; de hecho, el procesamiento local
lanas creció con mayor rapidez que la exportación de este producto en-
tre el tardío siglo XIX y el temprano XX. La baja product1v1dad, tanto
el 515tema
en el sector agrario como en el procesamiento, asociada con
neocolonial de dominación, mantuvo bajos los niveles de ingreso para
la mayoría de la la región, e impidió una división del trabajo
gente en del
más avanzada. Además, los altos costos de transporte, aun despues
establecimiento del ferrocarril, y la persistencia de modas y gustos loca-
les, así como la de relaciones de intercambio tradicionales y personali-
Zadas entre los campesinos de distintas zonas ecológicas, contribuyeron

ETERNOS 535
CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON
|
a mantener competitiva a la producción artesanal regional con respec—
to a las importaciones, y fueron el modesto origen de las industrias de
sustitución de importaciones.
Movidos por el auge del comercio de exportación de lanas, los terra—
tenientes hispanizados, tanto los antiguos como los nuevos, adquirieron
una cantidad de tierra sin precedentes de las comunidades campesinas,
para fundar nuevas haciendas ganaderas o expandir las antiguas. Las
compras de tierras se correlacionaron con las fluctuaciones en la deman—
da de lana y el precio del ganado. Las haciendas ganaderas llegaron a
controlar la mayor parte de la tierra en el Altiplano solo gracias a este
proceso masivo de expansión del latifundio, que devoró entre un cuarto
y una tercera parte de las tierras útiles de Azángaro en el breve lapso de
unos sesenta años. El número de haciendas y fincas en la provincia de
Azángaro creció en más del doble entre la década de 1820 y 1940, fundán-
dose la mayoría de las nuevas propiedades a partir de la década de 1850.
Las más de las nuevas haciendas siguieron siendo de pequeño tamaño,
improvisadas por comerciantes, funcionarios y familias terratenientes
mediante la adquisición de pequeñas franjas de estancias campesinas.
Para la Primera Guerra Mundial, unas dos docenas de haciendas habían
llegado a ocupar extensiones ciertamente considerables. Todos los gran—
des latifundios tuvieron sus orígenes en las haciendas coloniales,
que se
expandieron rápidamente durante el tardío siglo XIX y el temprano XX
al incorporar otras fincas y numerosas estancias campesinas. Las pro—
piedades de la Iglesia, gran parte de las cuales eran administradas a tra—
vés de contratos de enñteusis de largo plazo, sobrevivieron virtualmente
intactas hasta la segunda década del siglo XX.
La distancia entre el ingreso y la riqueza de las familias latifundi5-
tas, poseedoras de grandes haciendas, y la mayoría de las restantes fa-
milias de terratenientes, se acrecentó desde mediados del siglo XIX. Las
familias de hacendados más prósperas pudieron conservar el control de
sus propiedades por tres o más generaciones, y hallaron formas de evitar
la división de sus propiedades debido a la herencia. En efecto, es posible
que los estudiosos revisionistas de la hacienda latinoamericana hayan
exagerado la frecuencia de su venta, puesto que no tuvieron en cuenta
los frecuentes contratos intrafamiliares. Los hacendados advirtieron la
importancia central que la cohesión familiar tenía para conservar las
propiedades y la posición social de la familia.

536 | NILS JACOBSEN


Pese al enorme incremento en la transferencia de tierras, sería inco-
rrecto hablar de un mercado de tierras en el Altiplano alrededor de 1900.
No había un mercado abierto de este factor de producción. Un perfecto
extraño, sin lazos sociales o familiares, poder político 0 COH€XÍOH€S de
negocios en la provincia, normalmente no tendría manera alguna de sa-
ber qué estaba “en venta”, y virtualmente ninguna oportunidad de com-
prar una propiedad rural. En la mayoría de los casos, una escritura de
venta notarial, que pretendía ser un contrato entre dos actores libres e
iguales, en realidad registraba una vieja relación de dependencia o, peºr
aún, un hecho consumado basado en el engaño o la violencia. El precio
de las haciendas gradualmente llegó a reflejar las condiciones del merca-
do a lo largo de los sesenta y cinco años de la economía de exportación
lanera, y la costumbre de los “precios convencionales”, que se modifica—
ban solo tras cambios importantes de largo plazo, desapareció. Pero por
lo menos hasta 1920, los precios de las tierras campesinas todavía refle—
jaban constelaciones sociales específicas entre comprador y vendedor,
antes que una oferta y demanda.
Un mercado de tierras completamente desarrollado está íntima—
mente conectado a la noción de propiedad privada, tal como la definen
las leyes y la sancionan los organismos judiciales. Semejante noción no
era aceptada inequívocamente en el Altiplano. La toma de tierras, los
linderos imprecisos y el abigeato continuaron siendo problemas endémi-
cos. La ambivalencia frente a la propiedad privada era compartida por
los campesinos de comunidad y los grandes terratenientes. Los miem-
bros de la élite provincial dieron elegantes discursos sobre la “defensa de
la propiedad privada”, lo que era, después de todo, uno de los puntos cla-
ve de la visión del mundo a través de la cual esperaban distinguirse del
campesinado indígena. Sin embargo, al mover los postes de los linderos,
llevar su ganado a los campos de sus vecinos, confiscar el ganado de estos
últimos, y ocupar manu militari las tierras reclamadas por otros, mos-
traban estar dispuestos a ignorar los preceptos de la propiedad privada
si al hacerlo podían ampliar su propio control sobre la tierra. Los tribu-
nales, los notarios y la oficina del Registro de la Propiedad Inmueble en
Puno no funcionaban como árbitros y garantes incuestionables de los
derechos de propiedad, sino como espacios de la lucha por el poder en—
tre distintos gamonales y sus clientes. Una escritura de propiedad, algo
altamente cotizado por campesinos y hacendados por igual, servía no

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 537


como un símbolo de derechos irrefutables, sino como uno de diversos
instrumentos o armas esgrimidos en la lucha por la tierra. La posesión
segura de la tierra requería de su uso habitual e incuestionado, o de la
proyección efectiva del poder hasta los límites que uno pretendía tener.
Un título de propiedad, sin el uso o el poder sobre la tierra, no garanti—
zaba la posesión.
La propiedad corporativa comunal de la tierra se hizo algo raro en
parcialidades y ayllus luego de la reforma agraria de la década de 1820.
Durante el siglo siguiente, fueron sobre todo los grupos de descendencia
patrilineales, insertados dentro de las comunidades, los que continua—
ron la práctica del usufructo de los pastos en común. Sin embargo, con el
incremento de la densidad de los rebaños y de la población, y las crecien—
tes oportunidades de mercado para los productos ganaderos, el hecho
de compartir los pastos comunes fue sufriendo presión en los grupos de
descendencia familiar. La solidaridad comunal continuó siendo impor-
tante a otros niveles. Como los gamonales usaron cada vez más la jerar-
quía de cargos de las parcialidades para extraer mano de obra, productos
y dinero, el ámbito de dicha solidaridad se trasladó a menudo hacia los
sectores campesinos dentro de las viejas comunidades, por ejemplo los
grupos de descendencia familiar.
El número de asentamientos rurales autónomos creció fuertemente
durante las primeras décadas del siglo XX, y los principales —la capa so-
cial más poderosa en las comunidades después de la pérdida del poder de
los curacas— fueron perdiendo su control sobre la población comunera.
Estos cambios estuvieron estrechamente relacionados con la penetra—
ción de las fuerzas del mercado en la estratificación social de las comuni—
dades. La desigualdad, que no era algo novedoso en las comunidades, se
basó cada vez más en factores económicos. Pero esto no redujo la necesi—
dad o la práctica de la solidaridad comunal en defensa de la tierra, en la
resistencia alas arbitrarias demandas de las autoridades, en los proyectos
de trabajo comunales, y en las celebraciones. Las organizaciones comu—
nales, una expresión de la identidad y defensa étnicas, conservarían su
vigor siempre que las élites provinciales y locales labraran su poder sobre
la base de un campesinado indígena definido como inferior y diferente.
El número de colonos que vivían en haciendas ganaderas se incre—
mentó enormemente entre finales de la década de 1850 y 1920. La ma-
yoría de ellos eran los antiguos dueños de las estancias que las viejas y

538] NILSJACOBSEN
nuevas haciendas estaban incorporando. El cambio en la forma de vida
e ingresos de los colonos fue menos dramático de lo que a menudo se
ha asumido, dado que ellos conservaron su economía campesina autó—
noma y en muchos casos continuaron viviendo en sus antiguas tierras.
La mayoría de los hacendados no contaba con los recursos de capital
suñcientes como para intentar emprender una transformación en los
métodos de producción, y pasar a otros que hicieran un uso intensivo
del capital. Al igual que en el caso de los funcionarios distritales, los te—
rratenientes continuaron ejerciendo una autoridad paternalista, ubicua
y frágil a la vez. En la mayoría de las fincas pequeñas y en algunas de las
haciendas más grandes, el control que el propietario tenía sobre los re-
cursos se mantuvo estrictamente limitado, y los colonos con frecuencia
tenían mancomunadamente tanto ganado como su patrón. La minoría
de hacendados que buscó constituir empresas ganaderas altamente pro—
ductivas, basadas en el trabajo asalariado, se topó con la resistencia ma-
siva de los colonos. Aquí, el cambio hacia un régimen laboral asalariado
tuvo lugar a través de un proceso laboriosamente lento entre la década
de 1920 yla de 1950.

La crisis de la década de 1920

Los años alrededor de 1920 marcan un momento de cambio radical en


la sociedad rural del Altiplano septentrional, un cambio que se dio en
la configuración de fuerzas y que no fue menos importante que aquel
que fuera iniciado por la rebelión de Túpac Amaru 140 años antes. Tres
líneas de desarrollo, embrolladas en sus causas y efectos, dieron origen a
este cambio de época: una crisis en el comercio lanero y sus repercusio-
nes para las haciendas; la movilización de los campesinos de comunidad,
los colonos de hacienda y ciertos sectores de las clases medias urbanas;
y el crecimiento demográfico. Cuando la Gran Depresión golpeó la eco—
nomía del Altiplano a comienzos de la década de 1930, ello solo reaf1r—
mó lo que había quedado claro a comienzos del decenio anterior: que la
exportación de lana y otros productos pecuarios había dejado de ser el
motor del crecimiento; que la transferencia de las tierras de las comu—
nidades indígenas al sector hacendado había disminuido y en algunos
casos incluso había comenzado a revertirse; que para muchas familias
terratenientes, los años de prosperidad y movilidad social ascendente

CONCLUSION: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS ] 539


habían terminado; y que la presión demográfica ya estaba afectando a
la mayoría de las familias campesinas indígenas en el reducido ámbito
de sus comunidades. Sin embargo, ninguna de las fuerzas sociales de
la región fue capaz de imponer un modelo alternativo de crecimiento
económico. La economía yla sociedad del Altiplano iniciaron más bien
una larga fase de estancamiento, la que se extendería hasta la reforma
agraria de 1969.
La década transcurrida entre 1915 y 1925 vio los movimientos cam-
pesinos más extendidos del Altiplano desde principios de la década de
1780. Este ciclo de descontento campesino en realidad se inició a media—
dos del decenio de 1890, luego de las reformas fiscales y administrativas
introducidas por el gobierno de Piérola. Los comuneros protestaron du—
rante la década siguiente y lucharon contra el nuevo monopolio estatal
de la sal, el incremento en la recaudación de los impuestos a la propiedad
rural, y los numerosos derechos, multas, servicios laborales y ventas for—
zosas que les imponían los funcionarios locales y provinciales.1
El campesinado de las comunidades de Azángaro adoptó formas
de resistencia más militantes contra la expansión de las haciendas unos
cuantos años más tarde, entre 1909 y 1913, y durante el apogeo del frene-
sí expansionista por el acaparamiento de tierras. En 1911, los campesinos
de las comunidades vecinas atacaron y saquearon la hacienda Cuturi de
Luis Felipe Luna, en Arapa. En 1909-1910, la comunidad de Hilahuata,
en el distrito de Chupa, buscó resistir su conversión forzosa en hacienda
ganadera a manos de José Angelino Lizares Quiñones, lo que tuvo como
resultado unas brutales represalias a manos de las autoridades locales
y de las tropas llevadas desde Puno. En 1913, los comuneros de Samán
y los distritos adyacentes lucharon contra la usurpación de la tierra y
otros abusos cometidos por Mariano Abarca Dueñas, un gamonal local
que inicialmente fue un pequeño comerciante de coca y alcohol, y que
a partir de la década de 1890 armó la estancia ganadera de San Juan por
medio de la violencia y el engaño. Después de amenazar con tomar el
pequeño poblado de Samán -—la base del poder de Abarca Dueñas y sus
aliados—, los campesinos atacaron la hacienda San Juan. Animados por

1. Kapsoli, Los movimientos, cap. 1; Gonzales, “Neo-Colonialism”; Halen, “The Awake-


ning of Puno”, cap. 2.

540 | NILS JACOBSEN


la promesa del gobierno central de enviar una comisión
investigadora,
dejaron de reconocer a las autoridades locales unos cuantos meses des—
pués y saquearon nuevamente San Juan y varias haciendas en el vecino
distrito de Camínaca. El prefecto de Puno envió un destacamento de
soldados y gendarmes para “pacificar” la zona, atendiendo así a los pe—
didos efectuados por las autoridades locales y los grandes hacendados.
Más de un centenar de campesinos fueron muertos en los desiguales
combates que siguieron.2
Estos movimientos tempranos seguían siendo asuntos locales, y sus
objetivos se limitaban a resolver un abuso o agravio específico. Ello no
obstante, hicieron uso de unas estrategias e iniciaron un tipo de con—
ciencia que alcanzarían sus frutos después de 1920. Aprovecharon así las
aperturas políticas en el ámbito nacional, por ejemplo durante los go-
biernos moderadamente reformistas de Manuel Candamo (1903—1904)
y Guillermo Billinghurst (1912-1914), o en el ámbito local, alentados por
el nombramiento de gobernadores de distrito o subprefectos que sim-
patizaban con ellos. La resistencia campesina se insertó dentro de las
luchas de poder locales entre los gamonales y sus clientes, en las cuales
las disputas por la tierra se embrollaban con la competencia por los car—
gos públicos por elección o por nombramiento. La élite provincial del
Altiplano a principios del siglo XX dístaba mucho de estar unida. Las
divisiones entre los gamonales se profundizaron y los sistemas de clien—
telismo se consolidaron en cierta medida después de 1895. Los niveles
provincial y distrital de los tres principales partidos políticos del Perú
(cívilístas, demócratas y constitucionalistas) inscribieron alianzas verti-
cales en los padrones partidarios, desde hacendados prominentes hasta
pequeños dueños de fincas, tenderos e incluso campesinos indígenas.
En la lucha por el poder, los gamonales no dejaron ningún espacio sin
ocupar. Pese a estar unidos, en principio, en su desprecio por los indios y
en reprimir brutalmente la resistencia campesina, ellos usaron e incluso
apoyaron sigilosamente estos mismos actos de resistencia si iban en con—
tra de sus competidores en la élite.3

2. Ramos Zambrano, Movimientos, 15-28; D. Mayer, “La historia”.


3. Ramos Zambrano, Movimientos, 29-34; Bustamante Otero, “Mito y realidad”, 126-
130; quisiera agradecerle a Scarlett O'Phelan Godoy el que me haya enviado una
copia de esta tesis.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS [ 541


Las comunidades enviaban “mensajeros” a Lima cuando las peticio—
nes y los juicios no lograban detener a los usurpadores de tierras y a las
autoridades explotadoras. Ayudadas por intermediarios de clase media
que simpatizaban con sus reclamos, ellas buscaron presentar sus quejas
a los representantes del gobierno central y difundirlas en la prensa na—
cional. El “problema indígena” comenzó a atraer la creciente atención de
los intelectuales y las figuras públicas en la capital durante los primeros
años del siglo XX, e incluso políticos conservadores cercanos a la oligar—
quía civilista, como Manuel Vicente Villarán, comenzaron a pedir una
legislación protectora para los indios.4 Los gobiernos reformistas envia-
ron comisiones a la sierra, especialmente al departamento de Puno, para
que investigaran los informes de prácticas abusivas o ilegales, y la apro—
piación forzosa de tierras cometida por las autoridades públicas o ciu-
dadanos poderosos.5 En el Altiplano, un número pequeño pero cada vez
más grande de pobladores urbanos educados, entre ellos jóvenes abo-
gados, periodistas, maestros e incluso unos cuantos sacerdotes, estaban

4. Villarán,“Condición legal”; T. Davies, Indian Integration in Peru, 50—52; Hazen,“The


Awakening of Puno”, cap. 3.
5. En 1901, el presidente López de Romaña despachó una comisión encabezada por el
doctor Alejandro Maguiña, para que investigara las protestas campesinas contra las
autoridades locales en la provincia puneña de Chucuito; véase el informe de Magui-
ña del 15 de marzo de 1902 en Macera, Maguiña y Rengifo, Rebelión india, 19-56. En
junio de 1913, el presidente temprano populista Guillermo Billinghurst encargó al
abogado Pedro C. Villena que investigara los abusos cometidos en el departamento
de Puno. El informe de Villena detalló casos específicos de usurpación fraudulenta
de tierras cometidos por varios ciudadanos prominentes de la provincia de Lampa;
véase Perú, Informe que presenta el Doctor Pedro C. Villena. Deseo agradecer a Gor—
don Appleby por haberme proporcionado una copia de este informe. Billinghurst
envió unos cuantos meses más tarde al mayor Teodomiro Gutiérrez Cuevas en la que
sería la más fatídica de todas estas comisiones, para que investigara los violentos cho—
ques pr0ducidos en y alrededor de Samán; el informe resultante desapareció después
del derrocamiento de Bustamante en 1914. Dos años más tarde, durante el gobierno
de José Pardo, el Ministerio de Relaciones Exteriores envió al doctor Víctor Cárdenas
a Puno, a que investigara la relación existente entre los levantamientos campesinos
y los conflictos limítrofes con Bolivia; véase “Informe que presenta a la Cancillería
el doctor Víctor R. Cárdenas sobre la influencia boliviana en algunas provincias de
Puno, la condición del indio en ese departamento y las medidas que deben adoptar-
se”, Archivo General del Ministerio de Relaciones Exteriores, citado en Bustamante
Otero, “Mito y realidad”, 180v, n. 1.

542 | NILS JACOBSEN


dispuestos a defender a los indios, promover sus derechos, y denunciar
a los gamonales abusivos. No era raro que estos indigenistas en ciernes
fueran ellos mismos hijos de hacendados, influidos por el creciente dis—
curso que denunciaba a las haciendas “feudales”. Francisco Chukiwanka
Ayulo, por ejemplo, vocero de la Asociación Pro—Derecho Indígena en
Puno y defensor incondicional de los campesinos indios, era hijo de lua-
na Manuela Choquehuanca, una descendiente de la antigua familia de
curacas y dueña de la hacienda Picotani hasta 1893.6
La rebelión de Rumi Maqui de 1915—1916 llevó la lucha a un nivel de
integración, planificación y capacidad de resistencia más alto. La rebe—
lión estalló la noche del l de diciembre de 1915, cuando varios cientos de
campesinos atacaron primero la hacienda Atarani, en el distrito de San
Antón, propiedad de Alejandro Choquehuanca, y luego se dirigieron ha-
cia la hacienda San José, de Bernardino Arias Echenique. Alertados por
los tambores, pututos y gritos de los campesinos que se aproximaban, un
puñado de empleados de la hacienda bien armados tomaron posiciones
defensivas en una pequeña torre detrás del caserío, que probablemente
había sido construida con este propósito. Desde allí dispararon al azar
contra la multitud de atacantes que había ingresado al patio del ediñcio,
buscando saquearlo e incendiarlo. Cuando los campesinos huyeron al
amanecer, los defensores habían matado entre 10 y 132 de ellos. La enor—
me discrepancia en el número de posibles víctimas de la masacre de San
José es una expresión oportuna de la opacidad de la esfera pública en el
Altiplano de ese entonces en todo lo que se refiere a derechos indígenas.
Otros más murieron cuando los empleados de San José persiguieron a
los campesinos en fuga por el campo adyacente. A mediados de enero de
1916, después de efectuar una batida por las comunidades circundantes,
las bandas de los hacendados capturaron a José María Turpo, quien li-
derara a los campesinos y había sido herido en el ataque, y a quien Arias
Echenique y sus hombres habían considerado durante años como su más
poderoso oponente entre los campesinos. Turpo fue torturado de inme-
diato y bárbaramente ejecutado arrastrándolo unos dos kilómetros con
caballos al galope sobre terreno rocoso.7

6. Hazen, “The Awakening of Puno”, cap. 2; Ramos Zambrano, Movimientos, 20-26.


7. Los detalles de estos acontecimientos varían según las distintas versiones. El estudio
más confiable es Ramos Zambrano, Movimientos; véase también Bustamante Otero,

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS ] 543


Esta rebelión nuevamente quedó inserta en el contexto de las luchas
entre diversos gamonales, hasta el punto en que los autores que simpa—
tizaban con la causa de los indios negaron de plano que hubiera una
rebelión, y vieron todo el asunto como la confabulación de una banda de
gamonales que buscaba dañar a sus enemigos y justificar la matanza de
los campesinos. Sin embargo, recientes estudios efectuados por Augusto
Ramos Zambrano y Luis Bustamante Otero no dejan duda alguna de
que un movimiento campesino de proporciones algo grande fue efecti—
vamente organizado.
¿Por qué fue esta rebelión tan importante? En primer lugar, ella
vinculó la coordinación y la proyección ideológica de un forastero con
la creciente resistencia de grupos locales campesinos. Este forastero fue
Teodomiro Gutiérrez Cuevas, el hombre enviado por el presidente Bi—
llinghurst en 1913 para que investigara los conflictos de Samán. Gutié—
rrez Cuevas, un oficial del ejército de mediano rango con una carrera
repleta de altibajos, había ocupado varios cargos administrativos en
Puno y otras partes del Perú desde los primeros años del siglo. El com—
binaba su convicción en la necesidad de “redimir” al indio a través de la
educación y de reformas legales con cierta orientación anarquista. Tras
el derrocamiento de Billinghurst, huyó a Chile y se convenció de
que
solo un movimiento militante del mismo campesinado podría alcanzar
los cambios necesarios. En septiembre de 1915 regresó clandestinamente
al Altiplano septentrional y estableció contacto con José María Turpo y
otros campesinos, quienes venían reuniéndose localmente desde el mes
de julio para planear acciones con las cuales bloquear toda usurpación
de tierras por parte de Bernardino Arias Echenique, en las parcialidades
de los distritos de San Antón y San José. Gracias al trabajo de Gutiérrez
Cuevas, los campesinos de los distritos de San José, San Antón, Asillo,
Santiago de Pupuja, Arapa, Chupa, Achaya, Samán y Taraco, así como
de la provincia vecina de Sandia, tomaron parte en el ataque del 1 de
diciembre. En las pocas cartas y manifiestos hallados hasta hoy, Gutié-
rrez Cuevas se llamó a sí mismo “Rumi Maqui” (“Mano de Piedra” en

“Mito y realidad”; Hazen, “The Awakening of Puno”, 139—150; D. Mayer, “La histo—
ria”; Paredes, “El levantamiento”; Urquiaga, Sublcvaciones, 53-59; Tamayo Herrera,
Historia social e indigenismo en elAltiplano, 202-217; Burga y Flores—Galindo, Apogeo,
115—119; Flores—Galindo, Buscando un Inca, 241—248.

544 [ NILS JACOBSEN


quechua), “General y Supremo Director de los pueblos y ejército indí-
genas del Estado Federal del Tahuantinsuyo” (el nombre quechua del
Imperio incaico), “Restaurador del imperio del Tahuantinsuyo”, y “Su-
premo Jefe de los pueblos indios y Generalísimo de sus ejércitos”.8 Proce-
dió entonces a nombrar jefes (cabecillas) de este naciente Estado federal
en varios distritos; estos cabecillas no provenían de las filas de las auto—
ridades comunales establecidas.
Rumi Maqui subrayaba la autonomía de los pueblos indígenas in-
dividuales dentro de un Estado federal que habría de reunir al Perú con
Bolivia. Este federalismo, con sus connotaciones incaicas, había sido
propuesto unos cuantos años antes por el poderoso gamonal azanga—
rino José Angelino Lizares Quiñones.9 Rumi Maqui deseaba destruir el
dominio de los gamonales para así restablecer la justicia y la libertad de
“mis leales amigos, los indios de Puno”. Desde la perspectiva indígena,
los estudiosos modernos han visto en la rebelión de Rumi Maquí una
nueva manifestación del milenarismo del sur andino, como la espera
del arribo de un pachacuti, el concepto andino de un punto de quiebre
de dimensiones cósmicas y el inicio de una nueva era en la cual lo que
estaba abajo pasaría arriba, y viceversa. Los indios reemplazarían a la
población hispanizada en las posiciones de poder, las comunidades re-
cuperarían las tierras que les habían sido arrebatadas por las haciendas
y los incas regresarían.lo O esos, al menos, son los objetivos que la élite
del Altiplano le imputaba al movimiento, siempre lista a dramatizar y
ridiculizar la resistencia del campesinado indígena con el objetivo de
subrayar la irremediable distancia existente entre ella y los “indios bár-
baros”, y justificar así el pedido de una represión masiva.

8. Gutiérrez Cuevas mismo fue prendido en Arequipa en abril de 1916. En enero de


1917 fugó de la cárcel y huyó a Bolivia, donde falleció en algún momento entre ñna—
les de la década de 1920 y 1937. Se mantuvo en contacto con los indigenistas y revo—
lucionarios en el sur peruano y Bolivia, y redactó un plan revolucionario de vastas
proporciones que muestra influencias anarquistas, indigenistas y de los masones,
así como de su pasado militar. Véase Ramos Zambrano, Movimientos, 40—41,47—70;
Bustamante Otero, “Mito y realidad”, 157-161.
9. Lizares Quiñones, Los problemas; Bustamante Otero, “Mito y realidad", 156.
10. Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en el Altiplano, 201; Burga y Flores-
Galindo, Apogeo, 118, 127—128; Flores-Galindo, Buscando un Inca, 248.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS |


545
Gutiérrez Cuevas indudablemente buscó invocar la memoria que
los campesinos tenían de un pasado mítico recordado como justo. En
un época en la cual los serranos educados comenzaban a enorgullecer-
se de las civilizaciones prehispánicas del Perú, sucedía que en algunas
ocasiones las mismas comunidades indígenas defendían sus intereses
exaltando selectivamente las tradiciones guardadas en la memoria, que
se remontaban al siglo XVII o antes: de la insistencia en títulos de pro—
piedad coloniales, reales o fraguados, a la recaudación secreta de una
contribución colonial para cubrir los gastos de la protección de las tie-
rras (la rama), o el uso renovado de los cargos coloniales comunales (al
sur del lago Titicaca, en la provincia boliviana de Pacajes).ll Pero estas
memorias fueron movilizadas ahora para que cumplieran nuevos pape-
les surgidos directamente de los conflictos políticos, económicos o cul-
turales del temprano siglo XX. Los campesinos que atacaron la hacienda
San José no luchaban para fortalecer las viejas parcialidades o ayllus que
habían captado la solidaridad del campesinado azangarino durante gran
parte del siglo XIX. En la documentación existente encontramos a Tur-
po, el dirigente campesino reconocido del ataque, como proveniente de
la estancia Soratira, en el distrito de San Antón, las tierras propiedad del
grupo de descendencia lineal Turpo. Esta familia había luchado durante
años contra los intentos de Arias Echenique por incorporar la estancia a
la hacienda San ]ose'.l2 No hay ninguna evidencia que sugiera que Turpo
o algún otro campesino que participó en la rebelión de Rumi Maqui,
haya tenido algún cargo dirigente en las viejas parcialidades. Por el con—
trario, en un comunicado de comienzos de 1916, en el cual los campesi—
nos de San José y San Antón detallaban la persecución de la cual habían
sido objeto desde el mes de diciembre anterior, y enumeraban sus quejas,
ellos denunciaban amargamente las acciones tomadas por “principales
y autoridades”, una fórmula que volvería a aparecer en el movimiento
campesino de comienzos de la década de 1920.13 El movimiento de Rumi

11. La reconstrucción de la comunidad a través de la memoria queda enfatizada en Ri-


vera Cusicanqui, Oppressed but Not Defeated, cap. 2; véase también Glave, “Conflict
and Social Reproduction”, 143-158.
12. Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en elAltiplano, 209.
13. Florencio Díaz Bedregal, “Los levantamientos indígenas en la provincia de Huanca-
né”, Ideología (Ayacucho), n.º 1 (1972): 37, citado en Kapsoli, Los movimientos, 74.

546 [ N|LS JACOBSEN


Maqui no solo luchaba contra los gamonales que se apropiaban de las
tierras campesinas, sino también contra los segundas, hilacatas y alcal—
des de las parcialidades, tal vez porque pertenecían a la clientela política
del enemigo gamonal. Pero los sublevados también deseaban liberarse
de las exacciones que los principales y las autoridades distritales organi—
zaban para su propio beneficio. Algunos de los participantes en el ataque
eran campesinos bastante prósperos, que previamente habían comprado
tierras y poseían grandes rebaños de ganado.
En suma, la rebelión de Rumi Maqui unió la lucha contra los hacen-
dados usurpadores de tierras y las abusivas autoridades locales, con la
emancipación —en las parcialidades— de unos grupos dinámicos de la
opresión de las autoridades comunales. La lucha contra los hacendados
poderosos y su clientela política al inicio de la bonanza exportadora de
la Primera Guerra Mundial, expresaba una militancia intensiñcada en la
disputa por recursos de creciente valor comercial. A medida que los pre—
cios de la lana iniciaban su dramático ascenso, muchos campesinos de
comunidad estaban cada vez menos dispuestos a aceptar que los beneñ—
cios procedentes de estas ganancias inesperadas, les fueran arrebatados
por los hacendados que buscaban monopolizar la tierra, así como por
los “principales y autoridades” que deseaban monopolizar el comercio.14
La rebelión de Rumi Maqui coincidió con el momento en el cual las
compras de tierras entre campesinos indígenas venían incrementándose
de modo notable, una evidencia más del fortalecimiento de un grupo
de campesinos acomodados ansiosos por explotar las oportunidades del
mercado.
Los dirigentes indigenas de la rebelión de Rumi Maqui combina-
ban el deseo de controlar sus propiedades y mercancías sin cortapisas,
con una declaración de mayor autonomía política, expresada en térmi—
nos milenaristas e incaicos. Este discurso encajaba perfectamente con
su estrategia política. De una parte, era exactamente lo que sus aliados

14. Es posible que los campesinos del Altiplano se hayan sentido particularmente frus—
trados en 1915, debido a la paradoja dela conjunción de precios de la lana al alza y el
estancamiento o caída de las compras de parte de los comerciantes a causa de la esca—
sez de dinero en efectivo, surgida temporalmente por las perturbaciones monetarias
que el Perú sufriera al inicio de la guerra; véase Bustamante Otero, “Mito y realidad”,
130—131.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 547


indigenistas en las ciudades esperaban de ellos, y podía tradua.rse f?á;l
mente en conceptos liberales-progresistas o anarquistas sobre la 1guad
ba
yla justicia, el federalismo yla autonomía local. De ºtrº lado, les ”¡las
una palanca ideológica con la cual ganarse el respaldo de las faml los
más pobres de las comunidades, las
que estaban en una P05iºlºn m?nles
favorable para beneficiarse con las nuevas oportunidades
gomercglen
que venían apareciendo. Les permitió así reconstruir la Sºhfíarlda
torno a nuevas comunidades, separadas de las viejas Parºiahdadeslys li-
beradas de las imposiciones de las
antiguas autoridades de 105 Pueb Obi-
La importancia de la rebelión de Rumi
Maqui radica en su corn_
nación de objetivos socioeconómicos concretos a
con una agenda Pºllt1iíía
y de un discurso milenarista con la búsqueda de una mayºr autonº'
económica Y Política. En términos económicos, los os
grupºs Camp651flre—
dinámicos querían aprovechar las
oportunidades que el mercado1/(t)icas
cía, sin los obstáculos
que los terratenientes y las autoridades Po
1

interponían. Al mismo tiempo, buscaban también fortalecer Su_ ?u to-


nomía Política Y Su identidad cultural mediante la recºn5truccwn e
la solidaridad comunal sobre io
nuevas bases, de carácter más vºlurltacro-
y asociativo.15 Los campesinos invocaban la memºria idealizadº ¿Se
munidades autónomas los
porque el poder seguía estando en manºs eco-
gamonales, apoyados por el Estado central. La reconstrucción de 3élite 1

munidad era la contraparte inevitable de la reconstrucción


que lad r€5
Provincial hispanizada hizo de la dicotomía colonial de Cºnqu15ta Ora—
Y conquistados,
convertida ahora en una dicotomía simplif—1Cada y
cista de blancos civilizados e ear
indios bárbaros. La insistencia en reí;20,
nuevas estructuras comunitarias a
partir de las décadas de 1919 Y "dad”
no debe malinterpretarse como la reafirmación de alguna
“indlali11
innata y atávica, en la cual co-
una forma específica de econºmía 50C13
munal y la identidad cultural
indígena son una Y la misma cosa. na»

x
campesinos indígenas insistieron más bien
en la solidaridad Corn'ui<:a5
adaptando su forma a las cambiantes condiciones económicas' pº… '
Clón
y culturales, siempre y cuando ella ofreciera cierto grado de proteC
contra una dura estructura de . la s élites
poder, erigida y manterllda Pºr

Man,
15. Este argumento fue formulado valle del
para las comunidades camp€5mas del
.

taro a mediados del siglo XIX


por Contreras, “Estado republicano”.

548 | NILS JACOBSEN


dicotómicos. El gamonalismo
provinciales en térm inos neocoloniales y
Y el comunalismo indígena se
cond icionaron mutuamente.
La rebelión de Rumi Maqui sol o
comenzó a expresar esta reorienta—
y culturales del
ºión del pensamiento yla acción económicos, políticos
la mayoría de los campesinos
campesinado altiplánico, y es probable que Pero la rebelión co-
aún permanecieran leales a los antiguos principales.
de fuerzas en Azángaro, y duró más
menzó a cambiar la configuración Las
la hacienda San José sugiere.
tiempº de lo que el frustrado ataque a diversas comunidades ha-
reuniones clandestinas y los contactos entre de agosto el abogado
finales
bían tenido lugar ya a mediados del 1915, y a provinciales
las autoridades
de Bernardino Arias Echenique, alertaba a rebelión general
una
de que los indios de comunidad estaban planeando Dos batallones
de las haciendas.16
para “reconquistar” todas las tierras a
septentrional luego del ataque
dºl EjérCíto fueron enviados al Altiplano de cam-
la región. Decenas
la hacienda San Iosé, para que “pacificaran” las fuerzas po—
batida que las tropas y
pesinos fueron muertos durante la Sandia
de Azángaro, Huancané,
líciales llevaron a cabo en las provincias informes,
de 1916 llegaron nuevos
y Punº. Todavía a mediados de enero se
entre sí, de campesinos que
PrºCedentes de distritos bastante distantes
CºnC€ntraban para atacar las haciendas. d15c utir
_

nacional había comenzado a ”


Mientras tanto, la prensa Echenique, José $ebast1an
lºs albums cometidos por Bernardino Arias vez
del Altiplano. Por pr1rnera
Urquiaga y otros grandes terratenientes la sociedad prov1nc1al y que
de
estos hombres, miembros importantes veían a si mis-
t<º-nían acceso a los funcionarios en la
capital nacional, se de
denunciaba la construcc1ón
mºs Cºmo objeto de una campaña que explotador, feudal
vida-— como algº
grandes haciendas ——la obra de su de los productos prin-
cuando la demanda hac1a
Y Cºntrario al
progreso. Iusto niveles sin precedentes
Cipales de Sus haciendas iba alcanzando de los
transferencia de tierras
el ñnal de la Primera Guerra Mundial, la
velocidad.
a perder
CamPesinos a las haciendas comenzabainternacional de lana durante la
Un brusco colapso del mercado de 1nestab1hdad
inicio a una época
mayºr Parte de 1920 y 1921, dio

&—
1 6' Reát'3gu1 Chávez, Documentos,
. 32-36.

ETERNOS | 549
GAMONALES NO SON
CONCLUSIÓN: LOS
económica en el sur del Perú.17 Los precios de la lana continuaron ele-
vándose en los mercados internacionales hasta comienzos de 1920. De-
bido a la desmovilización de la posguerra y al restablecimiento de los
canales de abastecimiento previos al conflicto, los precios en el mercado
de Liverpool cayeron alrededor de 55% en el transcurso de un año. En
el Perú, los precios habían comenzado a caer antes, de 50,5 peniques
por
libra de lana de oveja de primera clase en septiembre de 1918, a 39,5 peni—
ques en marzo de 1920. Los exportadores de Arequipa especularon con
que sería posible lograr precios internacionales aún más altos, razón por
la cual comenzaron a almacenar lana en 1919 y redujeron la demanda en
las zonas de producción. Cuando el mercado de Liverpool se desmoronó
en el segundo trimestre de 1920, las consecuencias que ello tuvo en el sur
peruano fueron particularmente severas. Los exportadores, cuyos alma—
cenes se hallaban del todo llenos, redujeron sus compras a un mínimo
absoluto, y algunos dejaron de comprar lana por completo. Para 1921
las exportaciones de lana de oveja del sur
peruano habían caído en casi
cuatro quintas partes del volumen tope alcanzado en 1917, totalizando
menos de 600 toneladas; la exportación de lana de alpaca declinó en cer-
ca de las dos terceras partes de los volúmenes tope alcanzados en 1918,
hasta apenas algo más de 1.100 toneladas. Los precios de la lana de oveja
de primera clase cayeron de 39,5 peniques la libra en marzo de 1920 a
20,5 peniques en diciembre, y a 11,5 peniques en septiembre de 1921, tan
solo un poco más de la quinta parte de los precios pico de 1918. Una mo-
desta recuperación de los precios de la lana de oveja comenzó solo a fines
de 1922, mientras que los de la lana de alpaca se quedaron estancados a
menos del 30% de los precios pico de 1918 durante más de una década.18
La crisis comercial afectó a todos los sectores de la sociedad alti-
plánica ——grandes y pequeños comerciantes, dueños de haciendas y
campesinos de comunidad— y sus ondas estremecieron el sur perua—
no. Muchos comerciantes minoristas y agentes compradores de lana se
retiraron del negocio.” Los hacendados habían concertado préstamos
con las casas exportadoras de Arequipa durante los años de bonanza,

17. Para una relación detallada de esta crisis, véase Burga y Rcátegui, Lanas, 43—49.
18. Bertram, “Modernización”, 18-19, cuadros 3.a, 3.b; Burga y Reátegui, Lanas, cap. 3.
19. Burga y Reátegui, Lanas, 46.

550 | NILS JACOBSEN


a pagarse con los altos precios esperados de la lana esquilada y garanti-
zados con hipotecas sobre sus propiedades.20 Al desplomarse los precios
de la lana, muchos hacendados no pudieron pagar sus deudas. Los co-
merciantes de Arequipa y Juliaca ejecutaron las deudas vencidas y por
primera vez, la oligarquía mercantil regional adquirió haciendas en el
Altiplano en una escala significativa.21 Varias de las grandes haciendas
de Azángaro, entre ellas Posoconi, Purina, Huasacona y —poco des—
pués— San José, pasaron a manos de las casas exportadoras de Arequipa
y Juliaca.22 Los campesinos de comunidad y hacendados por igual
bus—

caron restringir las ventas de lana y posponer la trasquila. Pero tales res-
tricciones no siempre fueron posibles, al enfrentar una reducción de su
ingreso en efectivo de hasta 80%. Los pequeños y grandes productores
ganaderos estaban indignados por igual, ante lo que consideraban una
reducción arbitraria de los precios por parte de los comerciantes.23 La
división entre productores e intermediarios, encubierta durante la larga
fase de expansión comercial, se hizo ahora visible.
Para los hacendados, gamonales, comerciantes de lanas y el siste-
ma de dominaciónque gradualmente habían construido, el colapso del
mercado lanero en 1920 llevó la crisis a un punto crítico. “Grandes
le—

vantamientos remecieron la zona; el desgobierno generalizado llegó al


máximo; los indios y hacendados se unieron en bandas para su defensa
y/o ayuda mutua; los agitadores políticos deambulaban por la
sierra”.24

Entre 1920 y 1923, una “onda sísmica” de rebeliones y otras formas de


resistencia campesina inundó casi todas las provincias serranas de los
departamentos de Puno y Cuzco.25 Las tensiones sociales alcanzaron su
punto de ebullición gracias a la combinación de varias crisis. Los viejos

20. Appleby, “Exportation and its Aftermath", 70-71.


21. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memoria, 5—6.
22. Min. de Agricultura, Zona Agraria 12 (Puno), Subdirección de Reforma Agraria, Ex-
pedientes de Afectación: Huasacona, Sociedad Ganadera del Sur.
23. Los hacendados estaban particularmente irritados porque sabían que los precios
de la lana ofrecidos por las casas exportadoras de Arequipa habían caído mucho
más que los precios internacionales; véase Sociedad Ganadera del Departamento de
Puno, Memoria, 5-6.
24. Hazen, “The Awakening of Puno”, 109.
25. “Onda sísmica” viene de Flores—Galindo, Buscando un Inca, 240.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 551


conflictos de la sociedad del Altiplano se hicieron más explosivos con
el profundo colapso del comercio lanero. Durante sus primeros cuatro
años de gobierno, el presidente Augusto Leguía (1919—1930) buscó apoyo
contra la oligarquía civilista entre las clases medias, estudiantes univer-
sitarios, regionalistas sureños y —brevemente— los trabajadores orga—
nizados. Empleando una retórica reformista, Leguía abrió efectivamente
el espacio político a través del cual los profundos conflictos sociales
pu-
dieron aflorar. Esta apertura política coincidió con la radicalización de
las clases medias y populares, especialmente en las provincias, donde
estudiantes y profesionales adaptaron la desconcertante gama de nuevas
ideologías europeas —desde el fascismo hasta el bolchevismo— a las
condiciones de la sociedad yla política regionales.
El “problema indígena” surgió entonces rápidamente como el
tema
central en el creciente debate en torno a la identidad nacional del Perú.
El indigenismo,
cuyos orígenes se remontaban a unas tensiones socia—
les e ideológicas profundamente arraigadas, llegó al centro de la
escena
política ayudado por el “indigenismo oficial” de Leguía, expresado en
el reconocimiento dado a la comunidad
indígena en la Constitución de
1920, el establecimiento de la Oficina de Asuntos Indígenas en 1921,
y
el apoyo prestado al
pomposo pero mayormente ineficaz Patronato de
la Raza Indígena. En Puno, los reformadores indigenistas buscaban dos
objetivos. Al insistir en reformas legales para mejorar las condiciones
de los colonos indígenas y los campesinos de comunidad, ellos
espera-
ban debilitar el control que los gamonales tenían del poder político. Al
concentrarse en la herencia cultural indígena yla distinta conformación
de la sociedad regional, explicada en términos de la composición racial
del Altiplano y de las “fuerzas telúricas” de su inhóspito medio ambien-
te, estaban buscando la autonomía regional con respecto al centralismo
limeño. Aunque luchaban por su propia agenda, los profesionales, arte—
sanos y estudiantes urbanos que se adhirieron al indigenismo y estaban
dispuestos a hablar a favor del campesinado indígena, iban haciéndose
cada vez más numerosos y vociferantes a inicios de la década de 1920.26

26. Con respecto al indigenismo en Puno, véase Tamayo Herrera, Historia social e in-
digenismo en el Altiplano, cuarta parte; Hazen, “The Awakening of Puno", caps. 3, 6.
Para el movimiento en el Perú en general, véase Degregori, Valderrama, Alfajeme y
Francke Ballve, Indigenismo; Chevalier, “Official Indigenismo”.

552 | NILS JACOBSEN


En junio de 1920, el presidente Leguía nombró una comisión encar-
gada de investigar la creciente ola de quejas de los indios en Puno. Cuan—
do los comisionados llegaron a Azángaro, fueron recibidos por “8,000
indios en formación militar y llevando palos y algunas pistolas”, listos
para presentar sus quejas.27 Una atemorizada élite provincial acusó a la
comisión de promover una rebelión india. Los hacendados enviaron una
andanada de furiosos telegramas al gobierno central en Lima, exigiendo
el retiro de la comisión y el envío de tropas. Aunque la comisión oyó unos
10 mil casos y documentó la severidad del conflicto por la tierra, espe-
cialmente en la provincia de Azángaro, no tenía autoridad para resolver—
los, aunque a menudo alentó a los indios a continuar con sus reclamos.28
Por vez primera, los campesinos indios a lo largo y ancho de la sie-
rra sur, se sintieron animados a organizarse abiertamente. En 1921, los
campesinos emigrantes de la sierra fundaron el Comité Pro-Derecho
Indígena “Tawantinsuyo” en Lima, y rápidamente se establecieron sec-
ciones locales en las provincias y distritos del Altiplano. Los congresos
nacionales del Comité aprobaron detalladas resoluciones de reforma
entre 1921 y 1923, antes de que la organización perdiera efectividad.
Ellas exigían el establecimiento de escuelas y servicios médicos en cada
comunidad y hacienda, la devolución de las tierras comunales, nuevas
autoridades locales bajo el control directo de las comunidades, mejo-
res salarios y condiciones laborales para los colonos, la separación de
Iglesia y Estado, y la abolición del trabajo forzado para la construcción
de caminos, recientemente introducido por el presidente Leguía. Este
programa reformista fue rodeado de un discurso redentor que contenía
elementos tanto milenaristas como anarcosindicalistas.29 La visión del
Comité fue difundida en muchas parcialidades del Altiplano a través
de los delegados que regresaban de Lima, y mediante periódicos indi—
genistas y del movimiento obrero, leídos al parecer en voz alta en las
asambleas comunales.30

27. Hazen, “The Awakening of Puno”, 190.


28. Ibid. El informe de la comisión de 1921 fue publicado por uno de sus integrantes;
véase Roca Sánchez, Por la clase indígena.
29. Kapsoli, Ayllus del sol, 218v238.
30. Hazen, “The Awakening of Puno”, 156-159; Ramos Zambrano, La rebelión de Huan-
cane', 19.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 553


Puestos a la defensiva por la doble crisis de una severa depresión
comercial y unas movilizaciones campesinas sin precedentes, los hacen-
dados organizaron por primera vez ligas y celebraron congresos para
discutir “el problema del indio”. En un memorando dirigido al presi-
dente Leguía del 15 de febrero de 1921, la Sociedad Ganadera del De-
partamento de Puno, en representación de más de noventa dueños de
haciendas ganaderas, ñngió una inocencia total y estar completamente
inerme ante la ola de violencia rural que recorría el Altiplano. “Nuestros
pastores y nosotros somos víctimas de los robos y ataques de los indios
de comunidad; pero éstos emplean todo medio posible y falsas
promesas
para desmoralizarlos [a los pastores de haciendas], para incitarlos a la
rebelión, imbuyéndolos de odio y rencor contra nosotros”. Ellos acha—
caban el descontento a unos agitadores foráneos, y mostraban especial
amargura para con la comisión gubernamental por el “poco tacto e
imprudencia” mostrado, al favorecer a los campesinos de comunidad.
Exigían así que el gobierno desautorizara el informe de la comisión, des—
tacara más policías y soldados en las provincias del Altiplano, y llevara
a cabo juicios militares para los “cabecillas” campesinos capturados.31
Hasta 1920, la resistencia campesina se dirigió principalmente con-
tra los funcionarios locales y las usurpaciones de tierras cometidas por
los hacendados. Después de ese año, los patrones de comercialización
y la situación en las haciendas ganaderas también pasaron a ser puntos
centrales del movimiento campesino, lo que tuvo como resultado la am-
pliación de su base social. Las bandas de campesinos atacaban las recuas
de llamas y mulas que transportaban la lana perteneciente a comercian-
tes y hacendados, algo que jamás había sucedido. El deprimido comercio
lanero hizo que el uso del engaño y la violencia en el mercado resultara
insufrible para muchos ganaderos indígenas. En un caso, arrebataron la
balanza de un comerciante, el símbolo de estos fraudes. Algunos hacen—
dados retrasaron sus remesas de lana por temor a perderla.32

31. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memoria; Hazen, “The Awakening
of Puno”, 179—182, 190—192.
32. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 89—90. A partir de un único caso en del
departamento del Cuzco, Burga y Flores—Galindo sostienen que los pequeños co—
merciantes y los campesinos estaban ad portas de forjar una alianza; véase su Apogeo,
128.

554 | NILS JACOBSEN


Los ataques contra las haciendas ganaderas se multiplicaron entre
1920 y 1923, reportándose al menos ocho incidentes distintos tan solo
en la provincia de Azángaro.33 A veces estas incursiones eran realizadas
por campesinos de las comunidades vecinas, el que había sido el patrón
predominante en la década previa, pero ahora los colonos se les unían
o incluso organizaban las acciones por cuenta propia. En algunos casos,
como sucediera en 1922—1923 cuando los colonos tomaron el control del
extenso latifundio de Lauramarca, en la provincia cuzqueña de Canchis,
por más de un año, ellos exigieron que la hacienda se transformara en
comunidad.34 En otros casos, rechazaron los intentos de recortarles sus
derechos de usufructo y otros privilegios consuetudinarios. Los colonos
demostraron así que seguían valorando su economía campesina autóno-
ma, y que no existía ninguna barrera social importante entre ellos y los
campesinos de comunidad.
El clímax del movimiento campesino llegó a finales de 1923, con los
acontecimientos sucedidos en torno a una comunidad en la provincia de
Huancané, quetuvieron repercusiones en gran parte del Altiplano sep-
tentrional. Tras unos largos procesos judiciales y representaciones ante
el presidente Leguía en Lima, los comuneros de Huancho, en Huancané,
sobre el límite con la provincia de Azángaro, comenzaron a boicotear
dicho mercado urbano y se rehusaron a prestar más servicios laborales
a las autoridades hispanizadas. Dirigidos por los miembros locales del
Comité Pro—Derecho Indígena “Tawantinsuyu”, procedieron entonces
a construir en su comunidad un centro urbano nuevo y políticamente
autónomo, al cual llamaron Huancho-Lima porque estaba basado en el
trazado de las calles de la capital. Le asignaron un amplio espacio a la
escuela y la iglesia, designaron calles especiales para los distintos oñ-
cios artesanales, nombraron nuevas autoridades políticas y un comité
de higiene pública, y prohibieron el uso del idioma aimara. Pero lo más
importante fue que establecieron un mercado semanal en la plaza de su
nueva ciudad. La idea prendió y otras comunidades en las provincias de

33. Sociedad Ganadera del Departamento de Puno, Memoria, 14—16; Drapoigne, La ver—
dad, 24—30.
34. Burga y Flores—Galindo, Apogco, 125. Esta demanda no resultaba sorprendente en
el caso de Lauramarca, puesto que las comunidades habían continuado existiendo
dentro de la inmensa hacienda; véase Plane, Le Pérou, 64-65.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 555


Azángaro y Huancané establecieron sus propios mercados autónomos,
y acataron los llamados de los mensajeros de Huancho-Lima para que
dejaran de reconocer a las autoridades locales.
Por razones que aún no están claras, en diciembre de 1923 la gente
de Huancho lanzó una ofensiva. Según un autor, un congreso indígena
con delegados de todo el departamento de Puno se reunió en el nuevo
pueblo y exigió la abolición de los envamdos (las viejas autoridades co—
munales, a las cuales ahora se veía como instrumentos de las explota-
doras autoridades hispanizadas), la devolución de las tierras apropiadas
por las haciendas, la fundación de escuelas rurales y el castigo de quienes
asesinaran a los dirigentes indígenas. Estos objetivos políticos concre-
tos fueron, de nuevo, rematados con un llamado a la restauración del
Tahuantinsuyo.35 A mediados de diciembre, los huanchinos atacaron la
hacienda Caminacoya de Lizares Quiñones, en el distrito azangarino de
Chupa, que había sido el escenario de unos sangrientos enfrentamientos
en 1909-1910, y asaltaron una recua de mulas que llevaba lana a un co-
merciante de Juliaca. Luego cercaron la capital provincial de Huancané,
el bastión de los gamonales
y de los monopolios comerciales hispani—
zados de los cuales deseaban librarse. Muchas comunidades de toda la
provincia de Huancané y en las áreas adyacentes de Azángaro también
se alzaron y apoyaron el cerco. Los habitantes hispanizados del pueblo,
liderados por un grupo particularmente despiadado de gamonales, es-
taban preparados para esta ofensiva; rompieron así el cerco y para ti-
nales de diciembre habían iniciado una brutal campaña de represión y
venganza en las comunidades. Huancho—Lima fue arrasada, al igual que
las escuelas comunales, a las cuales se consideraba centros de insubor-
dinación; muchas cabañas campesinas fueron incendiadas y miles de
cabezas de ganado les fueron arrebatadas a los campesinos. Para cuando
un contingente del ejército terminó su campaña de pacificación en enero
de 1924, tal vez dos mil campesinos de comunidad de las provincias de
Huancané y Azángaro habían muerto.36

35. Florencio Díaz Bedregal,“Los levantamientos de indígenas en la provincia de Huan—


cané” (tesis, Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cuzco, 1950), 64—71,
citado en Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en elAltiplano, 237.
36. L. Gallegos, “Wancho-Lima"; Tamayo Herrera, Historia social e indigenismo en el Al-
tiplano, 229—243; Halen, “The Awakening of Puno”, 170—178; Ramos Zambrano, La
rebelión de Huancané.

556 | NILS JACOBSEN


Este tipo de “pacificación” nuevamente resultó ser tan persuasi-
va como sus instigadores habían esperado. Ella quebró el espinazo de
la campaña de los huanchinos por la autonomía, desorientó el trabajo
del Comité Pro-Derecho Indígena “Tawantisuyu”, y sofocó la crecien-
te militancia campesina en el Altiplano. Sin embargo, el bandolerismo
indiscriminado y el abigeato, cometidos por campesinos y bandas de
gamonales por igual, continuaron siendo endémicos durante el res-
to de la década. Muchos autores hablan de la derrota del movimiento
campesino del Altiplano. Esta parece ser una conclusión inevitable para
aquellos que, como Manuel Burga y Alberto Flores-Galindo, han cali—
ficado al ciclo de rebeliones de 1915 a 1924 como pura y simplemente
milenarista. A su modo de ver, el movimiento campesino “carecía de
orientaciones políticas, de procedimientos tácticos y reivindicaciones
inmediatas”. Impregnado de una “conciencia religiosa, quería alcanzar
todo o nada”; los campesinos quedaron así aislados, incapaces de forjar
alianzas duraderas.37
Pero si consideramos a los campesinos dentro de su mundo, sus me-
tas parecen haber sido considerablemente menos ilusorias, y el resultado
de sus movilizaciones aparece menos desolador. Para el movimiento, “el
restablecimiento del Tahuantinsuyo” sirvió de muchas maneras como
una metáfora uniñcadora. La frase resonaba y reafirmaba las peores sos-
pechas de los gamonales y los sueños más audaces de los indigenistas.
Dicha metáfora resumía todas las demandas concretas, realistas y prác—
ticas que el campesinado altiplánico propuso a comienzos de la década
de 1920: la devolución de la tierra a los campesinos indígenas, el comer-
cio sin trabas, un mejor pago por los servicios laborales prestados, la
prohibición y abolición efectiva de los servicios involuntarios —desde
aquellos que las autoridades distritales exigían hasta la “conscripción
vial” de Leguía—, la construcción de escuelas rurales y la autonomía
política de las comunidades. Estas demandas coincidían con los progra—
mas de reforma presentados por los aliados de los campesinos entre las
clases medias.
Visto bajo esta luz, el movimiento campesino produjo resultados
considerables, junto con unos cambios estructurales más amplios. Es

37. Burga y Flores-Galindo, Apogco, 128.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS ] 557


cierto que la dominación política y económica de los gamonales, ha-
cendados y comerciantes no desapareció de la noche a la mañana, y que
dichos sectores aún podían reunir sorprendentes fuerzas represivas, tal
como lo demuestra el caso de Huancané. Pero al elevar los riesgos y los
costos de toda acumulación futura de recursos, precisamente cuando su
valor había disminuido por el colapso y subsiguiente estancamiento del
mercado lanero, el movimiento contribuyó a la contención y decadencia
del orden basado en el gamonalismo y la hacienda.
La vieja jerarquía de cargos comunales, la pieza clave de la subordi-
nación de las comunidades a los caprichos y estratagemas explotadoras
de los funcionarios locales y provinciales, cayó en desuso en las par-
cialidades de Azángaro a partir de la década de 1920.38 Desde entonces,
ellas fueron regidas por consejos comunales electos y tenientes goberna-
dores nombrados por el Ministerio de Gobierno. La creciente presencia
de representantes del gobierno central, entre ellos maestros, oficiales de
la recientemente creada Guardia Civil, e ingenieros que supervisaban la
construcción de caminos, comenzó a frenar modestamente el dominio
arbitrario de los gamonales en los distritos rurales.39 En lugar de respaldar
automáticamente a los gamonales en contra de las protestas indígenas, el
gobierno central bajo Leguía comenzó a seguir una estrategia de resolver
el “problema indígena” a través del desarrollo económico social.
y
La estructura comercial de Puno comenzó a experimentar grandes
cambios durante la década de 1920, con la introducción de los camiones
y la expansión del sistema de carreteras en la región. El número de mer-
cados creció y por primera vez se establecieron mercados semanales en
las comunidades campesinas con regularidad, lo que se aceleró después
de la Segunda Guerra Mundial.40 El control campesino sobre sus propias
transacciones comerciales fue creciendo, a medida que quienes comer—
ciaban con lanas, cueros y alimentos para la creciente demanda urbana

38. La Ley 605 del 6 de octubre de 1922 del efímero Congreso Regional del Sur de Le-
guía, había en realidad abolido los viejos cargos comunales; véase Siviríchi, Derecho
indígena, 123. En el Cuzco no se hizo caso a la ley y las comunidades continuaron
nombrando sus vamyocs; véase Delgado, Organización, 15-16, 57—58. Para su aboli-
ción cn Azángaro, véase Macedo, Apuntes, 39.
39. Hazen,“The Awakening of Puno”, cap. 5; Orlove, “Landlords and Ofñcials”, 119.
40. Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 187-212.

558 | NILS JACOBSEN


acudían a las comunidades mismas. Esto debilitó aún más a las autori-
dades gamonales en las capitales distritales.41
Dada la inestable coyuntura internacional de la lana en las décadas
de 1920 y 1930, la expansión de las haciendas continuó su desacelera-
ción iniciada en 1914—1915 y se detuvo por completo en un momento
no determinado (probablemente durante la década de 1940). Incluso
aparecieron señales de la reversión de la tendencia, puesto que algunas
haciendas perdieron tierras o desaparecieron del todo debido a las inva-
siones campesinas, o mediante la venta voluntaria hecha a los campe5i-
nos por los hacendados empobrecidos. Para 1940 no sobrevivía hacienda
alguna en el distrito de Samán, y las tierras de haciendas como San Juan
habían sido adquiridas nuevamente por los campesinos de comunidad.42
La transferencia de campesinos, de las comunidades al sector ha-
cendado, se detuvo entre 1920 y 1940. Bloqueada toda nueva expansión
física, las haciendas habían absorbido tantos trabajadores como podían
de 1940. La
usar, y ahora el proceso se revirtió, a más tardar a partir
población del sector hacendado nuevamente comenzó a caer, incluso en
términos absolutos. Unas cuantas haciendas modernizadas lograron re-
ducir el número de sus colonos, y en algunas haciendas económicamente
resultas
marginales estos se convirtieron en campesinos minifundistas a
de las parcelaciones 0 tomas de tierras. Al mismo tiempo, el crecimiento
demográfico se aceleró en las comunidades y en los centros “urbanos”
(cuadro 9.1). De este modo fue solo después de 1920, cuando la fase más
agitada de expan5ión de la hacienda había terminado, que las condicio-
nes efectivamente coincidían con la afirmación muchas veces repetida,
de que el control que las haciendas del Altiplano tenían sobre vastas ex—
tensiones de tierra, llevó a una concentración desproporcionada de la
población en el sector campesino.
La crisis política y comercial de comienzos de la década de 1920
animó las visiones de aquellos empresarios, rancheros y agrónomos
que deseaban acabar con la extensa hacienda ganadera señorial, basada
en el trabajo dependiente, e iniciar un esfuerzo serio para desarrollar

41. Para el caso de la sierra central durante la década de 1930, véase Wilson, “The Con-
flict", 125—161.
42. Ramos Zambrano, Movimientos, 26; Appleby, “Exportation and its Aftermath”, 205;
Favre, “Evolución”, 244-245.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 559


Cuadro 9.1
PROPORCIÓN DE LA POBLACIÓN RURAL DE HACIENDAS Y ma COMUNIDADES CAMPESINAS EN LA
PROVINCIA DE AZÁNGAR(), 1876—1961

1876 1940 1961


N 0/0 N % N %
Población
de las hac1endas . 9.818 23,4 31.651 35,8 20.385 21,0

Población
de las comunidades 32.132 76,6 56.802 64,2 76.536 79,0
campesinas
Total 41.950 100,0 88.453 100,0 96.921 100,0

Fuentes: derivado de Dirección de Estadística, Resumen del censo... hecha en 1876, 93—108;
Dirección Nacional del Estadística, Censo. de 1940 8:104-1 19; Dirección Nacional de Estadística
..
y Censos, Censo de 1961 4:113-l40.

empresas ganaderas modernas y capitalistas.43 Algunos dueños de gran-


des haciendas, entre ellos los comerciantes
que habían adquirido sus
propiedades recientemente, importaron ovejas de pura raza, invirtieron
en cercos y tomaron medidas contra la alta mortandad animal. Varias
haciendas fueron incorporadas a compañías de accionistas, entre ellas
la Sociedad Ganadera del Sur, controlada
por la familia Gibson de Are—
quipa. Los modernizadores buscaban cambiar el régimen laboral de sus
haciendas, aunque antes de la reforma agraria de 1969 el régimen de
trabajo basado preponderantemente en el salario solo había aparecido
en unas cuantas de ellas. Limitaron así los rebaños de los colonos, sepa—
raron los pastizales a ser usados por los rebaños de la hacienda y por los
de los colonos, promovieron una
mayor especialización y productividad
de su fuerza de trabajo, mejoraron la vivienda establecieron escuelas
y y
postas médicas. A medida que estas haciendas buscaban alcanzar nive-
les de productividad más altos, lo que ahora les interesaba era reducir el

43. Romero, Historia económica del Perú, 284; Zea, “Constatación de clases”; Romero,
Monografía del departamento de Puno, 235—236; Bertram,“New Thinking”, 105—107.

560 ] NILS JACOBSEN


número de pastores para así ahorrar gastos y retener una mayor prºpor-
ción de los pastizales para los animales
de la hacienda.44
Estos cambios llevaron a la gradual aparición de un sector bastante
moderno de haciendas ganaderas entre las décadas de 1920 y 1950, pero
ellos no llegaron a influir en la inmensa mayoría de las pequeñas y me-
dianas haciendas, e incluso dejaron intactas a algunas de las más grandes.
Los principales obstáculos fueron la falta de capital con que financiar las
mejoras, y la resistencia que los colonos presentaron a toda limitación de
sus antiguos privilegios. La mayoría de las haciendas continuaron fun-
cionando lo mejor que pudieron, pero el estancamiento comercial y la
firmeza de los colonos las debilitó económicamente. Sus dueños dejaron
de incorporar más campesinos a sus haciendas, pero a menudo no conta-
ban con el poder necesario para desalojar a las familias de colonos y a sus
hijos adultos. Bajo condiciones de estancamiento del mercado y de obs—
táculos cada vez más grandes para la expansión de las haciendas o para
encontrar otras nuevas, la herencia pasó a ser una grave amenaza para
muchas familias de hacendados, más de lo que había sido durante los
años de bonanza. Los herederos buscaron así establecerse en negocios o
profesiones urbanos, y pasaron a formar parte de las clases media y media
baja urbanas de Juliaca, Puno, Arequipa 0 Lima. Pero la división de las
haciendas fue haciéndose más frecuente. Muchas familias se empobrecie—
ron, aferrándose tercamente al estatus social que sus padres y abuelos ha—
bían alcanzado en la sociedad provincial azangarina en mejores épocas.
Las divisiones y conflictos entre las élites del sur peruano, involu—
cradas en la economía lanera, estallaron a todos los niveles durante la
crítica década de 1920: entre comerciantes y hacendados, entre empre-
sarios extranjeros y las élites regionales establecidas, entre la principal
compañía de transporte y los comerciantes y productores de lanas, y en—
tre los grandes hacendados “capitalistas” modernizadores y la mayoría
de los hacendados de corte más señorial. La Peruvian Corporation, la
compañía ferroviaria de propiedad británica, buscó compensar las pér-
didas causadas por la apertura, en 1912, de la línea rival entre La Paz y
Arica, incrementando las tarifas de transporte entre 41% y 274%, entre

44. Martínez Alier, Los hzzacchilleros, 12; Flores-Galindo, Arequipa, 129—131;Belón y 133-

rrionuevo, La industria, 13.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS [ 561


1919 y 1923. Este incremento desató las protestas xenófobas entre todos
los sectores de la sociedad del sur peruano, y la Cámara de Comercio exi—
gió infructuosamente la nacionalización de la compañía.45 La Peruvian
Corporation buscó fomentar la demanda de sus servicios de transporte
promoviendo la producción ganadera en el Altiplano. Ella apoyó el pro—
yecto de una estancia experimental de ovejas, planeada desde los años de
bonanza de la Primera Guerra Mundial. La estancia, financiada con un
gravamen sobre las exportaciones de lana, finalmente comenzó a fun—
cionar en 1920 en Chuquibambilla, en la provincia de Melgar. Los ha—
cendados estaban entusiasmados, y esperaban que distribuyera carneros
de pura raza o cruzados a los ganaderos a un precio mínimo. Tres años
más tarde, quedaron amargamente desilusionados con la Granja Mo-
delo de Chuquibambilla, “que a la fecha no ha rendido absolutamente
ningún beneñcio positivo a la industria ganadera”.46 En lugar de distri-
buir animales mejorados a bajo precio entre los ganaderos de Puno, y de
introducir nuevas técnicas para la crianza del ganado, el rancho se había
convertido en una hacienda que funcionaba comercialmente, subsidiada
por fondos del gobierno y controlada por gerentes británicos.
Instigada por el coronel Stordy, el atolondrado administrador de
Chuquibambilla, en 1923 la Peruvian Corporation intentó atraer a una
gran compañía extranjera de criadores de oveja, la Compañía Río Negro
de Argentina, con miras a comprar grandes extensiones de pastizales
y
establecer un rancho ovejero moderno y con un uso intensivo del capital,
a escala patagónica. La Compañía Río Negro se retiró y el plan se frustró
al advertir la compañía que no obstante las garantías dadas el presi-
por
dente Leguía, el proyecto podía involucrar unos serios conflictos con el
campesinado de comunidad altiplánico, en torno alos derechos sobre las
tierras y la implantación del trabajo asalariado.47 Este no fue sino el más
espectacular de una serie de intentos realizados para conformar grandes
compañías para la producción y comercialización de la lana.48 Algunos

45. Burga y Reátegui, Lanas, 52.


46. “El Comité de Salud Pública” a la Cámara de Comercio de Arequipa, 30 de sept. de
1923, citado en Bcrtram, “Modernización”, 10; “La granja modelo de Puno”.
47. Bertram,“Modernización”, 10—13.
48. En 1926, el coronel Stordy sugirió a la Foundation Company, una compañía de pro-
piedad estadounidense que era una de los principales contratistas del programa de

562 | NILS JACOBSEN


comerciantes y hacendados inicialmente mostraron interés, con la es—
peranza de ver a sus haciendas mejoradas con el capital extranjero y de
compartir el posible incremento del tráfico. Sin embargo, ellos pronto
pasaron a ser hostiles opositores cuando sus expectativas se desvanecie—
ron y vieron a los empresarios extranjeros como vigorosos competidores
antes que como socios. Entonces, las cámaras de comercio y las ligas de
hacendados organizaron unas estridentes campañas nacionalistas para
bloquear tales proyectos, afirmando hablar por todos los habitantes del
sur peruano, desde los campesinos hasta los terratenientes: “Defenda—
mos la sierra peruana, que es el baluarte de la nacionalidad”.49
La trayectoria de Carlos Belén resulta paradigmática de las disen—
siones que iban surgiendo entre los empresarios modernizadores y los
hacendados tradicionalistas durante las décadas de 1920 y 1930. Su fa-
milia poseía grandes propiedades en Santiago de Pupuja y en la vecina
provincia de Lampa, entre ellas la hacienda Checca. A comienzos de los
años veinte, Belén buscó agresivamente asociarse con empresarios ex—
tranjeros, esperando así conseguir algo de sus capitales para pagar las
deudas de la familia con las casas comerciales y modernizar las hacien-
r'
das. Se convirtió así en socio de los Gibson de Arequipa, en la creación
de la Sociedad Ganadera del Sur. Los Gibson decidieron usar esta cor—
poración para ganar acceso a la máxima cantidad de lana posible me— Aru-M….

diante la compra de más y más haciendas, antes que invirtiendo en el


mejoramiento de las propiedades iniciales de la compañía. Belén retiró
sus haciendas de la Sociedad Ganadera del Sur, lo que llevó a una rui-
dosa batalla legal con la familia arequipeña a comienzos de la década de
1930. A fines del decenio anterior había defendido la resistencia puneña
contra el establecimiento de un gran monopolio de la compra de lana
de alpaca bajo control extranjero. En 1931 hizo campaña por un escaño
parlamentario bajo la égida del APRA, el partido populista radical que
había sido fundado recientemente por Víctor Raúl Haya de la Torre. La

obras públicas del presidente Leguía, que comprara 500 mil acres de tierras de ha—
cienda y comunidad entre Estación de Pucará y la hacienda Picotani, formando así
en efecto un vasto latifundio de ovejas en una amplia franja de territorio a través
de la provincia de Azángaro; aunque se iniciaron las negociaciones, la Foundation
Company pronto perdió interés; ibíd., 13.
49. Burga y Rea'tegui, Lanas, 58—59.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 563


plataforma electoral de Belén se concentró en la defensa de los campesi—
nos indios amenazados por la modernización de la hacienda. Aunque no
se oponía a ciertas mejoras limitadas en los animales, Belén pasó ahora
a ser un enemigo declarado de cualquier plan para introducir el traba-
jo asalariado en las haciendas del Altiplano. Para 1945, cuando escribió
un tratado sobre la industria ganadera altipláníca, estaba peleando con
aquellos “grandes capitalistas” que intentaban introducir “al trabajador
asalariado en Puno y que trabajan por la desaparición de la comunidad
de los pastos en las haciendas”.50 En efecto, un modernizador frustrado
había devenido en defensor de la extensa hacienda señorial ganadera, y
del tipo de relaciones establecidas entre hacendados, colonos y campesi-
nos de comunidad a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
De este modo, la década de 1920 marca un punto de inflexión
para
la economía y la sociedad de Azángaro y del Altiplano
peruano. La
expansión de la hacienda se había agotado por completo. A partir de
entonces, el complejo de la hacienda señorial no lograría absorber a la
creciente población rural, incrementar la producción comercializable de
lana y otros bienes agropecuarios, o garantizar la posición social de los
hacendados que habían conformado el grupo social dominante durante
el siglo XIX y el temprano XX. Esta
nueva situación fue observada por
el periodista norteamericano Carleton Beals,
que viajó por la sierra sur
peruana a comienzos de la década de 1930: “La ola de toma de tierras
por parte de los hacendados viene retrocediendo en partes remotas de
Puno y Cuzco, [e] incluso […] [está] dirigiéndose en sentido contrario.
En dicha región el latifundismo [landlordism] está en bancarrota, técni-
ca, económica y moralmente”?

Algunas reflexiones finales

En una reciente reseña del incisivo trabajo de Victor Bulmer-Thomas so—


bre las economías exportadoras de América Central, E. V. K. Fitzgerald

50. Belén y Barrionuevo, La industria, 53-54; Min. de Agricultura, Zona Agraria 12


(Puno), Subdirección de Reforma Agraria, Expediente de afectación: Sociedad Ga—
nadera del Sur; Burga y Reátegui, Lanas, 57—59. Véase el anuncio dela candidatura de
Belén en el semanario del Partido Aprista Peruano, El Callao, 29 de sept. de 1931, 5.
51. Beals, Fire on the Andes, 232.

564 | NILS JACOBSEN


parafrasea sucintamente la hipótesis principal de dicho autor como si-
gue: “La agricultura de exportación ha sido la fuente del dinamismo
de la economía centroamericana, proporcionando recursos potenciales
para la industrialización y la infraestructura social, [pero] generando al
mismo tiempo instituciones e incentivos que hacen que dichos objeti-
vos estratégicos resulten difíciles de alcanzar”.52 Esta afirmación resume
las frustraciones del desarrollo económico, social y político de muchas
partes de América Latina, y se aproxima a una de las tesis centrales del
presente estudio. Dicho del modo más amplio posible, las coyunturas
comerciales favorables de los principales productos primarios llevan al
crecimiento económico en economías regionales íntegras. Al mismo
tiempo, se da un fortalecimiento de las fuerzas sociales, de las formas
de comportamiento y de las instituciones que socava las posibilidades de
un crecimiento sostenido y muchas de las transformaciones estructura—
les necesarias, desde la infraestructura hasta la educación, así como una
distribución del ingreso más equitativa. En el sur andino esta noción se
aplica tanto al ciclo colonial de la plata como al de la exportación de lana
que comenzó en la década de 1820, floreció entre la de 1850 y la Primera
Guerra Mundial y entró en decadencia después de 1920.
He sugerido en este libro que la raíz de las frustraciones sufridas por
la economía de exportación altiplánica, radica en una transición incom-
pleta y trunca al capitalismo. A mediados del siglo XIX, los ciudadanos
notables de áreas rurales tales como el Altiplano aprovecharon las posi—
bilidades de integrar su región a los mercados internacionales domina-
dos por los capitalistas europeos y norteamericanos. Ellos adoptaron las
nociones del progreso material, los valores y las instituciones propaga-
das por la civilización aparentemente triunfante de Europa: libre comer-
cio, la santidad de la propiedad privada, la inversión en infraestructura
de transporte y una educación moderna. Pero hicieron esto desde una
posición de debilidad antes que de fuerza. La desintegración de los cir-
cuitos mercantiles y de las estructuras de autoridad andinos coloniales,
destruyó la fortuna de muchos obrajeros, hacendados y comerciantes.
Durante la época de crisis y reacomodo, los campesinos andinos se ha—
bían vuelto más autónomos y habían consolidado su control sobre gran
parte de la tierra.

52. Fitzgerald, “Reseña”, 209—211.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS ] 565


Bajo estas condiciones, la adopción de la civilización progresista eu—
ropea estuvo asociada a nociones autoritarias, jerárquicas y paternalistas
del control social del campesinado indígena, que conformaba la inmen-
sa mayoría de la población del Altiplano. El desarrollo del comercio de
exportación, la insistencia en la santidad de la propiedad privada indi-
vidual, y el trazado de una amplia distinción entre una élite ilustrada
y europeizada y las masas indias, que se decía persistían en sus “vicios
ancestrales”, pasaron a ser un simple instrumento con el cual fomentar
los intereses egoístas de los gamonales de provincia. Era la única vía que
los notables provinciales en apuros tenían abierta para mejorar su propia
situación económica y construir una base de poder. La divisoria colonial
entre españoles —ahora denominados blancos— e indios fue reinven-
tada —a decir verdad, reconvertida de modo más duro— en el contexto
de una economía de exportación y de nociones de civilización europeas.
Ella legitimó las crecientes pretensiones excluyentes de la élite provincial
al poder, y le proporcionó las herramientas con las cuales incorporar un
número cada vez más grande de campesinos indígenas a relaciones de
dependencia a través del comercio, la compra de sus tierras, la apropia-
ción dela mano de obra en las haciendas ganaderas, y el uso de los pues-
tos administrativos locales para extraer excedentes de las comunidades.
Así, entre mediados del siglo XIX y 1920 hubo una profundización
de la red mercantil, de los intercambios comerciales y de la “mercantili-
zación” de las relaciones sociales, y simultáneamente un fortalecimiento
de la dependencia, el paternalismo y el sometimiento de los campesi—
nos a los designios de los gamonales. Las élites provinciales recién for—
talecidas no tuvieron escrúpulos en lo que toca a los medios a emplear
para fomentar sus intereses políticos y económicos, y dichos medios
frecuentemente chocaban directamente con las nociones de una socie-
dad burguesa y una economía de mercado competitiva que ellos mismos
profesaban. En suma, la explotación siguiendo esta divisoria colonial y
étnica reinventada, se hizo más dura con el auge de la economía de ex—
portación, pero dicha explotación tuvo al menos tanto que ver con unas
relaciones de poder neocoloniales fuertemente polarizadas, como con
los intereses de clase. En consecuencia, muchos gamonales temían que
el surgimiento del capitalismo agrario y sus mercados impersonales de
capital, bienes y trabajo, socavara su poder político y económico, basado
en las cualidades sumamente personales de liderazgo y protección de

566 | NILS JACOBSEN


sus clientes, y de dureza contra los gamonales rivales y sus dependientes
díscolos.
El auge del comercio de exportación de lana generó ambivalencias
similares entre los campesinos. La nueva era de expansión económica
trajo consigo tremendas penurias para la gran mayoría de ellos, que
sufrieron así su inserción en unas relaciones comerciales sumamente
dependientes, la transferencia de muchas tierras de comunidad a las
haciendas nuevas o en expansión, y las crecientes demandas efectuadas
por las autoridades locales. Pero esta era también generó unas complejas
transformaciones y diferenciaciones dentro del campesinado indígena.
En primer lugar, así como las élites de provincia utilizaban nociones to-
madas en préstamo de la civilización burguesa europea para distinguir—
se del campesinado indio, así también este último desarrolló un sentido
más fuerte de su propia identidad, separada y subalterna. Las mismas
imágenes degradantes, racistas y autoritarias del indio, difundidas de
modo tan enfático por la élite provincial del Altiplano para subrayar su
propia identidad exaltada, aparecieron en la literatura indigenista de
comienzos del siglo XX como evidencia de la necesidad de proteger y
“redimir” al indio.
Los efectos del ciclo exportador de la lana sobre la solidaridad co—
munal no fueron del todo nocivos. Las presiones comerciales, demo—
gráficas y las que estaban relacionadas con la tierra, indudablemente
afectaron lo que quedaba del usufructo comunal de esta última, pero la …../

solidaridad floreció en otras esferas de la vida comunal. Al mismo tiem—


po, algunos de los campesinos más acomodados tomaron seriamente la
prédica de los gamonales acerca de la economía de mercado y la santidad
de la propiedad privada, y comenzaron a adquirir parcelas adicionales,
así como a reclamar un comercio irrestricto y el fin de los servicios la-
borales gratuitos y otras obligaciones. En otras palabras, las ideologías
políticas y económicas asociadas con la economía de exportación y la
diferenciación social generada por dicha economía, comenzaron a pro-
ducir desafíos al dominio gamonal en sus propios términos. En el cí—
clo de movimientos sociales que asoló el Altiplano entre 1915 y 1924,
estos prósperos campesinos combinaron ideas incaicas —el producto
inevitable de la divisoria neocolonial de las décadas precedentes— con
demandas anarquistas y liberal—progresistas de mercados autónomos, la
devolución de tierras comunales, escuelas rurales y así por el estilo. Al

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 567


pedir comunidades más autónomas y asociativas, estaban debilitando
las estructuras jerárquicas comunales que irónicamente habían pasado a
ser el instrumento mismo de la dominación gamonal. Pero es de crucial
importancia subrayar nuevamente que estos nuevos líderes campesinos
comerciales no estaban abandonando del todo la solidaridad comunal.
En una imagen especular de las ambivalencias de los hacendados, dichos
líderes buscaban promover sus propios intereses familiares en términos
del mercado y —como una garantía contra los continuos abusos come—
tidos por los gamonales— al mismo tiempo fomentaban la solidaridad
comunal indígena.
En el Altiplano, el bloqueo de la transición plena a unas estructuras
agrarias altamente productivas de uso intensivo del capital, que tuvie-
ran como base el trabajo asalariado y la existencia de una agricultura de
yeomen, puede explicarse con una serie de variables económicas discre—
tas, tales como las dotaciones específicas de factores y los altos costos de
transacción, puntos que he examinado en diversas partes del presente
estudio. Pero aún queda un remanente, al cual no es fácil captar en tér-
minos económicos, que tiene que ver con las configuraciones históricas
del poder entre los grupos sociales, las formas de resolver los conflictos
entre ellos, y el tipo de marco legal e institucional que el Estado brinda a
los actores económicos.
Tras la desintegración del orden corporativo colonial, el Estado pe—
ruano decimonónico sancionó cada vez más las nociones de la libertad
de comercio, la propiedad privada y la santidad de los contratos. Pero el
Estado tenía poco poder en provincias alejadas como Azángaro, fuera
del que ejercían las élites provinciales en su nombre. Hasta finales del
siglo XIX, en el Altiplano el Estado fue poco más que la caja de reso—
nancia de las pretensiones ideológicas de la élite provincial, así como el
escenario de las pugnas entre diversas facciones gamonales. Luego de
que el Estado central adquiriera mayor autonomía a mediados de la de-
cada de 1890, las élites provinciales esperaban ponerlo a su servicio en
su campaña por concentrar un porcentaje cada vez más grande de los
recursos bajo su control. El Estado central sí desempeñó dicho papel en
numerosas oportunidades, pero nunca de modo confiable o estable. Ius—
to cuando el Estado comenzaba a ganar autonomía, empezó también a
prestar atención ——esporádicamente y de modo nada conñable a las
críticas que los indigenistas hacían de las élites provinciales. E incluso

568 | NILS JACOBSEN


entonces estaba aún lejos de haber establecido un marco firme y segu—
ro como garante de la propiedad privada y la santidad contractual, tal
como lo atestiguan las campañas militares represivas llevadas a cabo
entre 1915 y 1924.
Esta historia encierra una triste ironía. Hasta la reforma agraria de
1969, era un lugar común señalar que en el Perú, la explotación más
severa tenía lugar precisamente en la sierra sur, esto es la “mancha in-
dia”, el Altiplano inclusive, donde el porcentaje de la población indígena
sigue siendo elevado. En cierto modo, la explotación y la conservación
de la identidad india parecen haber conformado una combinación indi—
soluble. Será solo cuando esta identidad pueda construirse sin la pesada
carga de la represión, y cuando los hombres de negocios y funcionarios
en la sierra peruana dejen de valerse de la “muleta” de la construcción
neocolonial del poder, que podremos finalmente esperar un crecimiento
económico sostenido y una distribución más equitativa de los recursos.

CONCLUSIÓN: LOS GAMONALES NO SON ETERNOS | 569


GLOSARIO

Ahijadero Terreno con humedad abundante reservado para ¡


pasto del ganado durante la estación seca, frecuen- »

temente cercado por un muro de piedras.

Alquila Colono de hacienda ganadera encargado de tareas n%t……'

de transporte para su patrón.

Arroba Medida de peso española, variable según las regio—


nes; aquí equivale a 25 libras inglesas, o sea 11,4 kilos.

Avíos Ración de víveres y estimulantes (hojas de coca,


aguardiente) que se distribuía a los colonos en las
haciendas ganaderas del Altiplano.

Aynoca Parcelas de tierras para sembrío bajo régimen co-


munitario, con rotación ñja de cultivos y usufructo
para familias individuales dela comunidad.

Buscadores Empleados de estancias en la época colonial, encar-


gados de capturar trabajadores (mitayos, eventua-
les) que habían huido.
Cabaña Sector de pastizales dentro de una hacienda ganade-
ra asignado a un colono y a su familia.

Carga Medida de peso variable según las regiones; en Puno


era equivalente a cuatro a cinco arrobas.

Caserío Complejo central de ediñcios de una hacienda


ganadera.

Chalona Cuerpo entero despellejado de una oveja muerta,


secado y salado (o sea la carne salada de un cordero
entero ).

Collpares Sitios erosionados en los pastizales del Altiplano,


con superficie de minerales salinos o de nitratos.

En casco Hacienda ganadera sin población de ganado.

Fanega Medida española para pesar cereales y semillas; nor—


malmente equivale a 100 libras inglesas.

Guataco Durante la época colonial, empleado de hacienda


encargado de reclutar por la fuerza a los campesinos
indígenas como mano de obra de la hacienda.

Hilacata Alta autoridad en comunidades campesinas tradi—


cionales del Altiplano.

]uanillo Depósito no recobrable para alquilar una hacienda


ganadera.

Leva Véase aynoca.

Lihua Véase aynoca.

Manda Véase aynoca.

Masa Medida tradicional de tierra en el Altiplano; equiva-


le a 760 metros cuadrados.

572 | NILS JACOBSEN


Mitani Mujer de una comunidad campesina que está obli-
gada a trabajar como sirvienta doméstica en la casa
de un hacendado o una autoridad local, en forma
rotativa y sin remuneración.

Moya Véase ahijader0.

Pongo Hombre de una comunidad campesina que está


obligado a trabajar como sirviente doméstico en la
casa de un hacendado o una autoridad local, en for-
ma rotativa y sin remuneración.

Quintal Medida española de peso que equivale a 100 libras


inglesas, o 46 kilos.

Quipu Capataz de una hacienda ganadera del Altiplano.

Segunda Alta autoridad en comunidades campesinas del Al—


tiplano, quizás equivalente al varayoc en las comuni-
dades del Cuzco.

Sobrino Equivalente a forastero, o sea un campesino indí-


gena durante las épocas colonial y temprana repu—
blicana sin ningún derecho o con derecho limitado
sobre las tierras de su comunidad, quien paga una
tasa menor de tributo 0 contribución de indígenas.

Tiana Véase cabaña; su significado prehispánico era “sede


de autoridad de un curaca”.

Topo Medida de tierra de origen prehispánico empleada


para la distribución equitativa dentro de las comu—
nidades indígenas; era una medida variable según
las regiones yla calidad de la tierra.

Yanacona Aquí significa colono en haciendas ganaderas del


Altiplano.

Yerbatero Recolector de forraje.

GLOSARIO | 573
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Expediente sobre la queja presentada por el pueblo de Azángaro para que el
gobierno virreynal ponga término a los desmanes que comete el subdelegado
Escobedo, 2 de abril de 1813;
Partido de Lampa de la provincia e intendencia de la ciudad de Puno, estado
que manifiesta en primer lugar el numero de pueblos y habitantes clasifica—
dos y en segundo lugar los valores de todos los frutos y efectos de agricultura,
de industria y minerales que ha producido este partido en todo el año de 18..
[sic], distinguido por el numero, peso o medida de cada clase, 23 de mayo de
1808;
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576 | NILS JACOBSEN


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