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REVISTA DE LA SOCIEDAD ARGENTINA DE PSICOANÁLISIS - NÚMERO 13 - 2009 PÁGINAS 157 A 191

Sobre la acción
terapéutica del
psicoanálisis1

Hans W. Loewald

ABSTRACT RESUMEN
Advances in the understanding of the Avanzar en la comprensión de la ac-
therapeutic action of psycho-analysis should ción terapéutica del psicoanálisis requiere la
be based on a deeper insight into the psycho- comprensión del proceso psicoanalítico, espe-
analytic process: the significant interactions cíficamente de las interacciones significativas
between patient and analyst which lead to entre paciente y analista que producen cam-
structural changes in the patient’s personality. bios estructurales en la personalidad del pa-
Interaction with the environment plays an ciente. Apreciar el rol de la interacción con el
important role in the formation, development, entorno en la formación, desarrollo e integri-
and integrity of the psychic apparatus and dad del aparato psíquico supone ocuparse de
means to deal with the central problem of the su interacción con otros, y de la conexión en-
relationship between the development of psy- tre la formación del yo y las relaciones de ob-
chic structures and interaction with other psy- jeto.
chic structures, and of the connexion between El desarrollo del yo se continúa en el
ego-formation and object-relations. proceso terapéutico psicoanalítico en la rela-
Ego-development is resumed in the ción con el nuevo objeto, el analista. El tra-
therapeutic psychoanalytic therapeutic proc- bajo intenta correlacionar la comprensión de
ess in the relationship with a new object, the la importancia de las relaciones de objeto en
analyst. Attempts are made to correlate the la formación y el desarrollo del aparato psí-
understanding that the significance of object- quico con las dinámicas del proceso terapéu-
relations has in the formation and develop- tico. Para desarrollar ese tema el autor enca-

1
Publicado en el International Journal of Psychoanalysis, 1960 41: 16-33. Se traduce y edita con
autorización de Willey-Blackwell. Oxford.

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ment of the psychic apparatus with the dynam- ra problemas de la teoría psicoanalítica y de
ics of the therapeutic process. la tradición concerniente a las relaciones ob-
Problems with the established psycho- jetales, el fenómeno de la transferencia, las
analytic theory and tradition concerning ob- relaciones entre las pulsiones y el yo, tanto
ject-relations, the phenomenon of transference, como lo que concierne a la función del ana-
the relations between instinctual drives and lista en la situación analítica.
ego, as well as the function of the analyst in
the analytic situation, are being dealt with.

DESCRIPTORES: RELACIÓN PSICOTERAPÉUTICA - OTRO - APARATO PSÍQUICO -


DESARROLLO - INTERNALIZACIÓN - INTERACCIÓN COMUNICATIVA -
LUGAR DEL PSICOANALISTA - RELACIÓN DE OBJETO - ANTICIPACIÓN - TRANSFERENCIA -
PULSIÓN - NEUTRALIDAD - OBJETIVIDAD

Sobre la acción terapéutica del psicoanálisis 2

Los avances en nuestra comprensión de la acción terapéutica del psi-


coanálisis deberían estar basados en una comprensión más profunda del pro-
ceso psicoanalítico. Por “proceso psicoanalítico” me refiero a las interacciones
significativas entre el paciente y el analista que finalmente resultan en cam-
bios estructurales en la personalidad del paciente. Hoy, después de más de 50
años de investigación y práctica psicoanalítica, podemos apreciar, y aun en-
tender mejor, el rol que juega la interacción con el entorno en la formación,
desarrollo e integridad prolongada del aparato psíquico. La psicología psicoa-
nalítica del yo, basada en una variedad de investigaciones que tratan sobre el
desarrollo del yo, nos ha dado algunas herramientas para tratar el problema
central de las relaciones entre el desarrollo de las estructuras psíquicas y su
interacción con otras estructuras psíquicas, y la conexión entre la formación
del yo y las relaciones de objeto.
Si “cambios estructurales en la personalidad del paciente” significa algo,
debe significar que asumimos que el desarrollo del yo se reanuda en el proceso

2
N. de Editor: De acuerdo con la política editorial la traducción de las citas textuales de la obra de
Freud se tomaron de la versión castellana de José L. Etcheverry, editorial Amorrortu.

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SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

terapéutico psicoanalítico. Y esta reanudación del desarrollo del yo depende de


la relación con un nuevo objeto, el analista. La naturaleza y los efectos de esta
nueva relación están en discusión. Sería fructífero intentar correlacionar nues-
tra comprensión de la importancia de las relaciones de objeto en la formación
y desarrollo del aparato psíquico con las dinámicas del proceso terapéutico. Se
hace aquí una primera aproximación a esta tarea.
Sin embargo tenemos que hacer frente a problemas tanto de la teoría
psicoanalítica más o menos establecida y de la tradición de las relaciones obje-
tales, el fenómeno de la transferencia, las relaciones entre la pulsión y el yo,
como a lo relacionado con la función del analista en la situación analítica. De
todas maneras, encuentro inevitable para clarificar mi propio pensamiento
separarme repetidas veces del tema central para encarar tales problemas. Por
consiguiente, este trabajo no es una presentación sistemática del tema. Sus
cuatro partes intentan iluminar el paisaje desde ángulos diferentes, con la es-
peranza de que los personajes centrales serán reconocibles a pesar de que ellos
mismos apenas pueden hablar. Un enfoque más sistemático del tema sería
tratar extensamente la literatura pertinente, labor que he hallado imposible de
asumir en este momento.
Antes de continuar quiero aclarar que no es un trabajo sobre técnica
psicoanalítica. No intenta sugerir variaciones o modificaciones en la técnica.
Ésta ha cambiado desde el comienzo del psicoanálisis y va a continuar cam-
biando. Una mejor comprensión de la acción terapéutica del psicoanálisis puede
conducir a cambios en la técnica, pero toda aclaración que implique una refe-
rencia a ella deberá ser cuidadosamente elaborada y este no es tema del presen-
te trabajo.

I.

Mientras se da por sentado que existe una relación de objeto entre pa-
ciente y analista, las formulaciones clásicas sobre la acción terapéutica y el
lugar del analista en esa relación, no reflejan nuestra comprensión actual de la
organización dinámica del aparato psíquico. Hablo aquí del aparato psíquico
y no simplemente del yo. Creo que la moderna psicología psicoanalítica del yo
representa mucho más que un agregado a la teoría psicoanalítica de las pulsiones.
En mi opinión es la elaboración de una teoría más inclusiva de la organización
dinámica del aparato psíquico, y el psicoanálisis está en el proceso de integrar
nuestro conocimiento sobre las pulsiones, obtenido durante los primeros esta-
dios de su historia, en esta teoría psicológica. El impacto que la psicología

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psicoanalítica del yo tiene en el desarrollo del psicoanálisis indica que este


enfoque no se relaciona sólo con una parte del aparato psíquico, sino que está
dando una nueva dimensión a la concepción del aparato psíquico como un
todo. Volveré después a este punto.
Creo que en un análisis tenemos oportunidades de observar y de inves-
tigar procesos de interacción primitivos y más avanzados, es decir, interacciones
entre paciente y analista que conducen a, o son pasos en, la integración o
desintegración del yo. Dichas interacciones, a las que denomino experiencias
integradoras (y desintegradoras), ocurren muchas veces pero, con frecuencia
pasan inadvertidas, no llegan a ser el foco de nuestra atención y observación.
Además de la dificultad del analista para observarse a sí mismo en la interacción
con su paciente, parece que hay una razón específica, resultado de un sesgo
teórico, para que tales interacciones no sólo pasen inadvertidas sino que, a
menudo, sean negadas. Este sesgo teórico es la concepción del aparato psíqui-
co como un sistema cerrado. Por lo tanto, el analista no es pensado como co-
actor en el escenario analítico, sobre el cual el desarrollo infantil, que culmina
en la neurosis infantil, se re-escenifica y reactiva en el desarrollo, cristalización
y resolución de la neurosis de transferencia, sino como un espejo que refleja,
bien que el inconciente, y caracterizado por una neutralidad escrupulosa.
La neutralidad del analista parece ser necesaria (1) por interés en la
objetividad científica que resguarda el campo de observación de la contami-
nación de las intrusiones emocionales propias del analista; y (2) para garanti-
zar una tabula rasa a las transferencias del paciente. Esta última razón está
muy relacionada con la demanda general de objetividad científica que busca
evitar la interferencia de la ecuación personal, y tiene relevancia específica en
el procedimiento analítico ya que se supone que el analista funciona no sólo
como un observador de ciertos procesos, sino como un espejo que activamen-
te le devuelve al paciente sus últimos procesos concientes, y particularmente
sus procesos inconcientes, a través de la comunicación verbal. Un aspecto
específico de esta neutralidad es que el analista debe evitar caer en el rol de la
figura del entorno (o de su opuesto), con quien tiene la relación que el pacien-
te transfiere al analista. En lugar de asumir el rol asignado, debe ser lo sufi-
ciente objetivo y neutral para volverle a reflejar al paciente los roles que este
último asignó al analista y se asignó a sí mismo en la situación transferencial.
Pero ahora es necesario comprender con más claridad el significado de esa
objetividad y neutralidad en el encuadre terapéutico.
Demos una mirada fresca a la situación psicoanalítica. El desarrollo del
yo es un proceso creciente de integración y diferenciación del aparato psíqui-

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SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

co y no se detiene en un punto determinado, excepto en la neurosis y psicosis;


aunque es cierto que normalmente existe una marcada consolidación de la
organización del yo alrededor del período del complejo de Edipo. Otra con-
solidación se produce normalmente al final de la adolescencia. Hay otras,
menos marcadas y menos visibles, que se dan, frecuentemente, en otras etapas
de la vida. Estas consolidaciones tardías –y esto es importante– siguen a perío-
dos de relativa desorganización y reorganización del yo, caracterizados por
una regresión yoica. Erikson describió como crisis de identidad algunos pe-
ríodos típicos de regresión del yo, con las subsecuentes nuevas consolidacio-
nes. Desde esta manera de ver, un análisis puede caracterizarse como un pe-
ríodo o períodos de desorganizaciones y reorganizaciones yoicas inducidas. La
promoción de la neurosis de transferencia es la inducción de tales organiza-
ciones y desorganizaciones yoicas. El análisis se entiende, entonces, como una
intervención diseñada para poner en movimiento el desarrollo del yo, sea des-
de un punto de detención relativa o para promover lo que concebimos como
una dirección más saludable y/o comprensiva de tal desarrollo. Esto se logra
por la promoción y utilización de la regresión (controlada). Esta regresión es
un aspecto importante bajo el cual puede entenderse la neurosis de transfe-
rencia. Ésta, en el sentido de reactivación de la neurosis infantil, se pone en
movimiento no sólo por la habilidad técnica del analista, sino por el hecho de
que el analista se ofrece a sí mismo para el desarrollo de una nueva “relación
de objeto” entre él y su paciente, quien tiende a convertir esta potencialmente
nueva relación de objeto, en una relación de objeto antigua. Además, es en la
medida en que el paciente desarrolla una “transferencia positiva” –no en el
sentido de transferencia como resistencia, sino en el sentido de esa “transfe-
rencia” que sostiene el proceso completo de un análisis– que mantiene viva
esta potencialidad de esa nueva relación de objeto a través de los diferentes
estadios resistenciales. Si el paciente puede sostener esta potencialidad de una
nueva relación de objeto, representada por el analista, puede atreverse a su-
mergir en la crisis regresiva de la neurosis de transferencia que lo enfrenta
nuevamente con sus conflictos y ansiedades infantiles.
Sabemos, tanto de la experiencia analítica como de la experiencia vital,
que los nuevos estímulos al desarrollo del self pueden estar íntimamente co-
nectados con esos redescubrimientos “regresivos” de uno mismo, que ocurren
con el establecimiento de nuevas relaciones de objeto; y esto significa: nuevo
descubrimiento de “objetos”. Y digo nuevo descubrimiento de objetos, y no
descubrimiento de nuevos objetos, porque lo propio de estas nuevas relacio-
nes de objeto es la oportunidad que ofrecen para redescubrir las huellas tem-

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pranas del desarrollo de las relaciones objetales, que conducen a un nuevo


modo de relacionarse con los objetos tanto como de ser y de relacionarse con
uno mismo. Este nuevo descubrimiento de uno mismo y de los objetos, esta
reorganización del yo y de los objetos, se hace posible por el encuentro con ese
“nuevo objeto” que tiene que poseer ciertos requisitos para promover el pro-
ceso. Uno de los significados del término “transferencia positiva”3 es esta nue-
va relación de objeto que sostiene al analista disponible para el paciente y a la
que el paciente se sujeta a lo largo del análisis.

¿Qué es la neutralidad del analista? Hablo del encuentro con un objeto


potencialmente nuevo, el analista, que tiene que poseer ciertas competencias
para ser capaz de promover el proceso de reorganización del yo implícito en la
neurosis de transferencia. Una de estas aptitudes requeridas es la objetividad.
Esta objetividad no puede significar la evitación de este estar disponible al
paciente como un objeto. La objetividad del analista hace referencia a las dis-
torsiones transferenciales del paciente. De manera creciente, a través del aná-
lisis objetivo de estas distorsiones, el analista se transforma, no sólo potencial,
sino realmente, en un nuevo objeto, al ir eliminando paso a paso los impedi-
mentos –representados por estas transferencias– para una nueva relación de
objeto. Hay una tendencia a considerar esta disponibilidad del analista como
objeto, como un mero dispositivo de su parte para atraer las transferencias
sobre sí. Esta disponibilidad se entiende en términos de ser una pantalla o un
espejo sobre el cual el paciente proyecta sus transferencias, las que el analista le
vuelve a reflejar en forma de interpretaciones. Con esta manera de ver, en el
punto ideal de terminación del análisis, no se producen más transferencias,
no se dan más proyecciones sobre el espejo; éste, al no tener nada que reflejar,
puede descartarse.
Esto es verdad sólo a medias. El analista en realidad no sólo refleja las
distorsiones transferenciales. En sus interpretaciones implica aspectos no dis-
torsionados de la realidad que el paciente comienza a comprender paso a paso,
a medida que se interpretan las transferencias. El analista media al paciente
esta realidad no distorsionada, principalmente a través del proceso de cince-
lar, incesantemente, las distorsiones transferenciales, como bellamente lo ex-
presa Freud a través de la expresión de Leonardo da Vinci, por “vía de levare”,
como en la escultura, y no “por vía de porre” como en la pintura. En escultura
la figura a ser creada surge a la existencia mediante la eliminación del material;
en la pintura por agregar algo a la tela. En el análisis sacamos la forma verda-
3
Se encontrará una discusión del concepto de transferencia en la cuarta parte de este trabajo.

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dera mediante la eliminación de las distorsiones neuróticas. Sin embargo, al


igual que en la escultura, debemos tener, aunque sólo sea en rudimentos, una
imagen propia de lo que se necesita sacar a luz. El paciente al revelar su sí
mismo al analista le provee rudimentos de esa imagen a través de todas las
distorsiones –una imagen en la que el analista hace foco en su mente, mante-
niéndola a buen recaudo para el paciente, a quien principalmente se le per-
dió–. Este es el tenue lazo recíproco que representa el germen de una nueva
relación de objeto.
La objetividad del analista en relación a las distorsiones transferenciales
del paciente, su neutralidad en este sentido, no debe ser confundida con la
actitud “neutral” del científico puro hacia su objeto de estudio. No obstante,
la relación entre el observador científico y su objeto de estudio fue tomada
como modelo de la relación analítica, con las siguientes desviaciones: el suje-
to, bajo las condiciones específicas del experimento analítico, dirige sus activi-
dades hacia el observador, y el observador comunica sus descubrimientos di-
rectamente al sujeto con el objetivo de modificar los hallazgos. Estas desvia-
ciones del modelo cambian toda la estructura de la relación, en la medida que
el modelo no es representativo y útil sino, de hecho, engañoso. Como el suje-
to dirige sus actividades hacia el analista, este último no es integrado como
observador por el sujeto; como el observador comunica sus hallazgos al pa-
ciente, este no es integrado como objeto de estudio por el observador.
La relación entre analista y paciente no posee la estructura: hombre de
ciencia-sujeto científico y, en ese sentido no se caracteriza por la neutralidad
del analista; el analista sólo podría tornarse observador científico si fuera ca-
paz de observar objetivamente al paciente y a sí mismo en interacción. La
interacción misma, sin embargo, no puede ser representada adecuadamente
con el modelo de neutralidad científica. No es científico usar este modelo
basándose en observaciones defectuosas. La confusión acerca del tema de la
contratransferencia tiene que ver con esto. Es sumamente necesario destacar
que tal punto de vista de ninguna manera niega, ni minimiza el papel del
conocimiento científico, de la comprensión y de la metodología que intervie-
ne en el proceso analítico; esto no tiene nada que ver con defender una actitud
emocionalmente cargada hacia el paciente, o la “asunción de roles”. Lo que
intento hacer es desenredar el requisito, justificado y necesario de objetividad
y neutralidad, de un modelo de neutralidad que tiene su origen en proposi-
ciones que creo son insostenibles.
Una de esas proposiciones insostenibles es que el análisis terapéutico es
un método objetivo de investigación científica, de naturaleza especial, pero

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incluido dentro de la categoría general de ciencia como el estudio objetivo y


separado de un fenómeno natural, su génesis e interrelaciones. La imagen
ideal del analista es la de un científico con distancia respecto de su objeto de
estudio. Se dice que el método y los procedimientos de investigación realiza-
dos por este científico son terapéuticos en sí mismos. No está auto explicado
por qué un proyecto de investigación debería tener por sí mismo un efecto
terapéutico sobre el sujeto de estudio. El efecto terapéutico parece tener algo
que ver con el requerimiento, en análisis, de que el sujeto, el propio paciente,
se convierta gradualmente en un asociado, por así decirlo, en los trabajos de
investigación, como si él mismo fuera aumentando su compromiso con el
“proyecto científico” que está, por supuesto, dirigido a él mismo. Hablamos
del yo observador del paciente, en el que necesitamos, en cierta medida, ser
capaces de confiar, al que intentamos fortalecer y con quien nos aliamos. En
otras palabras, encontramos y hacemos uso de lo que se conoce bajo el título
general de identificación. Si el análisis avanza, el paciente y el analista se iden-
tifican de manera creciente en su actividad yoica de auto escrutinio científica-
mente guiado.
Si el desarrollo gradual y posible de tal identificación es, como siempre
se sostuvo, un requisito necesario para un análisis exitoso, se introduce allí y
entonces un factor que nada tiene que ver con la objetividad científica y la
neutralidad de un espejo.4 Esta identificación tiene que ver con el desarrollo
de la nueva relación de objeto de la que hablé previamente. De hecho, es la
base para ello.
La neurosis de transferencia se realiza en la influyente presencia del ana-
lista y, según progrese el análisis, más y más “en presencia” y bajo la mirada del
yo observador del paciente. El escrutinio realizado por el analista y por el
paciente, es una actividad del yo organizadora y “sintética”. El desarrollo de
una función del yo depende de la interacción. Ni el auto escrutinio, ni el
desarrollo más libre y saludable del aparato psíquico, cuya reanudación de-
pende de ese escrutinio, tienen lugar en las condiciones del vacío del laborato-
rio científico. Es en presencia de un entorno favorable e interactuando con él,
donde se realizan. Se puede decir que en el proceso analítico este elemento del
entorno, como ocurre en el desarrollo original, se internaliza cada vez más en
lo que llamamos el yo observador del paciente.

4
Hablo aquí de “espejo” en el sentido ingenuo, en el que fue usado mayormente para denotar
“propiedades” del analista como “instrumento científico”. Una comprensión psicodinámica de cómo
funciona el espejo en la vida humana podría reestablecerlo como una descripción adecuada de algunos
aspectos de la función del analista.

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SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

Hay otro aspecto de este tema. La noción de dignidad de la ciencia está


comprometida en esta insistencia de que la actividad analítica es estrictamen-
te científica (no la mera utilización de métodos y conocimientos científicos).
Freud considera al hombre científico como la forma más avanzada de desarro-
llo humano. Como dice en Totem y tabú (1912-1913), el estadio científico del
desarrollo de la concepción humana del universo tiene su contrapartida en el
estado de madurez del individuo. Siguiendo este punto de vista, la
autocomprensión científica, hacia la cual se ayuda al paciente, es en sí y por sí
misma terapéutica, en tanto implica el movimiento hacia una etapa de la
evolución humana que no se había alcanzado previamente. Se conduce al
paciente hacia la madurez del hombre de ciencia, quien se comprende a sí
mismo y a la realidad externa en términos de la objetividad científica, y no en
términos animistas o religiosos. No hay duda de que lo que llamamos explo-
ración científica del universo, incluido el sí mismo, puede conducir a un ma-
yor dominio de éste (dentro de ciertos límites, de los que dolorosamente nos
estamos dando cuenta). La actividad de dominarlo, sin embargo, no es en sí
misma una actividad científica. Si se supone que la objetividad científica es la
etapa más madura del hombre en la comprensión del universo, que indica el
grado más alto de madurez individual, se entiende que podamos tener un
interés personal en considerar la terapia analítica como una actividad pura-
mente científica y sus efectos como debidos a tal objetividad científica. Más
allá del interés personal, creo que es necesario y oportuno cuestionar el su-
puesto, sostenido desde el siglo XIX, de que el abordaje científico del mundo
y del sí mismo representa, evolutivamente, un estadio superior y más maduro
del hombre, que el modo de vida religiosa. Pero no puedo proseguir aquí en
esta cuestión.

He dicho que el analista, a través de la interpretación objetiva de las


distorsiones transferenciales, se torna cada vez más disponible como un nuevo
objeto para el paciente. Y esto no en el sentido principal de un objeto antes no
encontrado, sino que la novedad consiste en el redescubrimiento que hace el
paciente de los caminos tempranos del desarrollo de las relaciones de objeto,
que conducen a una nueva forma de relacionarse con los objetos y de ser uno
mismo. A través de todas las distorsiones transferenciales el paciente revela, al
menos, rudimentos de ese núcleo (de sí mismo y de los “objetos”) que ha sido
distorsionado. Es este núcleo, rudimentario e impreciso como puede ser, el
que el analista tiene de referencia si quiere llegar al paciente, cuando le inter-
preta las transferencias y las defensas; y no un concepto abstracto de la reali-

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dad o de la normalidad. Cuando el analista mantiene su foco central en este


núcleo emergente evita moldear al paciente según su propia imagen, o impo-
nerle su propio concepto de lo que el paciente debería llegar a ser. Esto requie-
re de una objetividad y neutralidad cuya esencia es el amor y el respeto por el
individuo y por el desarrollo individual. Este amor y respeto representan esa
contraparte en la “realidad”, en interacción con la cual se realiza la organiza-
ción y reorganización del yo y del aparato psíquico.
La relación padres-hijo puede servir de modelo. Idealmente los padres
están en una relación empática de comprensión de la particular etapa de desa-
rrollo del niño, aun anticipando en su visión el futuro de éste y mediándole
esta visión en su trato con él. Esta visión, formada por la propia experiencia de
los padres y el conocimiento del crecimiento y el futuro es, idealmente, una
versión del núcleo del ser más articulada y más integrada de la que el niño
presenta a los padres. Este “más” que los padres ven y saben media al niño, de
modo que en la identificación con ella, éste puede crecer. El niño, al internalizar
aspectos de los padres, también internaliza esta imagen parental de él –una
imagen que le es mediada en las miles de maneras diferentes en que él es
manejado, corporal y emocionalmente. La identificación temprana como parte
del desarrollo del yo, construida a través de la introyección de aspectos mater-
nales, incluye la introyección de la imagen materna del niño. Parte de lo que
introyecta es la imagen del niño tal como es visto, sentido, olido, escuchado,
tocado por la madre. Quizás sería más correcto agregar que lo que sucede no
es totalmente un proceso de introyección, si introyección es un término que
se usa en una actividad intrapsíquica. El manejo corporal y la preocupación
por el niño, la manera en que es alimentado, cómo es tocado, limpiado, la
forma en que es mirado, la manera en que le hablan, que lo llaman por su
nombre, en que es reconocido y vuelto a reconocer –todos estos y muchos
otros son modos de comunicarse con el niño, y de comunicarle su identidad,
igualdad, unidad e individualidad, que lo forman y lo moldean de modo que
él puede comenzar a identificarse consigo mismo para sentirse y reconocerse
como uno y separado de los otros, aun con otros–. El niño comienza a
vivenciarse a sí mismo como una unidad centrada porque los otros están cen-
trados en él.
Si el análisis es un proceso que conduce a cambios estructurales, se
tienen que dar en él interacciones de naturaleza comparable a ésta. En este
punto sólo quiero indicar, a través de bosquejar estas interacciones del desa-
rrollo temprano, la naturaleza positiva de la neutralidad requerida, que inclu-
ye la capacidad para relaciones de objeto maduras, como se manifiestan en los

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padres por su capacidad para seguir el desarrollo del niño, y al mismo tiempo
anticiparse a éste.
Las relaciones de objeto maduras no se caracterizan por una manera
uniforme de relacionarse sino por una amplitud óptima de relacionalidad y
por la capacidad de relacionarse con diferentes objetos de acuerdo con sus
niveles particulares de madurez. En análisis se mantiene una relación de obje-
to madura con un paciente dado si el analista se relaciona con éste a tono con
los niveles cambiantes de desarrollo manifestados por el paciente en los dife-
rentes momentos, pero siempre desde el punto de vista de un crecimiento
potencial, es decir, desde el punto de vista del futuro. El miedo a modelar al
paciente según la propia imagen de uno parece ser lo que impidió a los analis-
tas considerar seriamente la dimensión del futuro en la teoría y la práctica
analítica, una omisión extraña si se considera el hecho de que el crecimiento y
el desarrollo son el centro de todos los intereses psicoanalíticos. Sin enfrentar
este tema no se puede realizar un acercamiento fresco y profundo al problema
del superyó.
El paciente, para lograr cambios estructurales en su organización yoica,
necesita la relacionalidad con un objeto consistentemente maduro. Esto no
significa, por supuesto, que durante el curso del análisis el paciente vivencie al
analista, siempre o la mayor parte del tiempo, como un objeto maduro. En el
analista se requiere, durante la hora analítica, del establecimiento y ejercicio
de “habilidades” especiales, similares en estructura a otras destrezas profesio-
nales (que incluyen el hecho de que, en tanto destrezas, se practican sólo du-
rante el período de trabajo profesional) y relacionadas con las actitudes espe-
ciales de los padres al tratar con sus hijos, pero no articuladas y concentradas
profesionalmente.
Trato de indicar que la actividad del analista, y específicamente sus in-
terpretaciones, así como los modos en que son integradas por el paciente,
necesitan ser consideradas y comprendidas en términos de los psicodinamis-
mos del yo. Tales psicodinamismos no pueden ser elaborados sin la atención
adecuada al funcionamiento del proceso integrador en el campo de la realidad
del yo, comenzando con procesos tales como introyección, identificación,
proyección (de los cuales sabemos algo), y progresando hacia sus derivados
genéticos, las modificaciones y transformaciones en los estadios posteriores de
la vida (de los cuales entendemos muy poco, excepto si son usados con propó-
sitos defensivos). Si el yo del paciente está más intacto, mayor es la integra-
ción que tiene lugar en el proceso analítico, aunque ésta ocurre sin ser notada
o al menos sin ser considerada y conceptualizada como un elemento esencial

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en el proceso analítico. El análisis “clásico” con casos “clásicos” fácilmente


deja sin reconocer elementos esenciales del proceso analítico, no porque no
estén presentes, sino porque en tales casos son difíciles de ver, al igual que son
difíciles de reconocer los psicodinamismos “clásicos” en gente normal. Los
casos con obvios defectos del yo magnifican lo que ocurre en los casos típicos
de neurosis; al igual que en los neuróticos vemos exagerados los psicodinamis-
mos de los seres humanos en general. Esto no quiere decir que no haya dife-
rencias entre el análisis de las psiconeurosis clásicas y los casos con defectos
obvios del yo. En estos últimos, especialmente en los fronterizos y en las psi-
cosis, procesos como los que traté de esbozar en la relación padres-niño, ocu-
rren en la situación terapéutica en niveles relativamente parecidos o de mane-
ra similar a aquellos de las relaciones tempranas. Cuanto más nos alejemos de
lo casos con grandes defectos yoicos, más visibles son los procesos integradores
en los que tienen lugar niveles superiores de sublimación y modos de comuni-
cación que muestran estadios más complejos de organización.

II

La elaboración del punto de vista estructural en la teoría psicoanalítica


trajo el peligro de aislar, unas de otras, las diferentes estructuras del aparato
psíquico. Hoy día puede parecer que, así como el yo es una criatura de la
realidad externa y funciona en conjunción con ella, el área de la pulsión, del
ello, está como desconectada del mundo externo. Para usar el símil arqueoló-
gico de Freud, es como si la relación funcional entre los estratos más profun-
dos de una excavación y su entorno externo fuera negada porque esos estratos
profundos no están en una relación funcional con el entorno actual, como si
se sostuviera que las estructuras arqueológicas de los estratos más profundos,
más tempranos, se debieran a procesos puramente internos, en contraste con
la interrelación funcional entre las estructuras arqueológicas presentes (más
elevadas, de estadios posteriores) y el entorno externo que vemos y en el cual
vivimos. El ello, sin embargo –que en la analogía arqueológica es comparable
a los estadios más profundos, más tempranos– se integra con su entorno co-
rrelativo “temprano” tanto como el yo se integra con la realidad externa más
“reciente”. El ello trata con y es una criatura de la “adaptación” tanto como el
yo, pero en un nivel muy diferente de organización.
Antes me referí a la concepción del aparato psíquico como un sistema
cerrado y dije que este punto de vista tiene su apoyo en la noción tradicional
de neutralidad del analista y de su función de espejo. Es en este contexto que

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SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

voy a discutir el concepto de pulsión, considerando en particular su relación


hacia los objetos, como se formula en la teoría psicoanalítica. Prologaré esta
discusión con una cita de Freud tomada de la introducción a su discusión
sobre las pulsiones de su trabajo Pulsiones y destinos de pulsión (1915). Dice:

El comienzo correcto de la actividad científica consiste más bien en


describir fenómenos que luego son agrupados, ordenados e insertados
en conexiones. Ya para la descripción misma es inevitable aplicar al
material ciertas ideas abstractas que se recogieron de alguna parte, no
de la sola experiencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas
–los posteriores conceptos básicos de la ciencia– en el ulterior trata-
miento del material. Al principio deben comportar cierto grado de
indeterminación; no puede pensarse en ceñir con claridad su conteni-
do. Mientras se encuentran en ese estado, tenemos que ponernos de
acuerdo acerca de su significado por la remisión repetida al material
empírico del que parecen extraídas, pero que, en realidad, les es some-
tido. En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones, no obs-
tante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que
estén determinadas por relaciones significativas con el material empí-
rico, relaciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y
demostrar. Sólo después de haber explorado más a fondo el campo de
fenómenos en cuestión, es posible aprehender con mayor exactitud
también sus conceptos científicos básicos y afinarlos para que se vuel-
van utilizables en un vasto ámbito, y para que, además, queden por
completo exentos de contradicción. Entonces quizás haya llegado la
hora de acuñarlos en definiciones. Pero el progreso del conocimiento
no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. Como lo enseña
palmariamente el ejemplo de la física, también los “conceptos bási-
cos” fijados en definiciones experimentan un constante cambio de
contenido.
Un concepto básico convencional de esa índole, por ahora bastante oscu-
ro’, [itálicas mías] pero del cual en psicología no podemos prescindir, es
el de pulsión. (v. 14, p. 113).

En este mismo trabajo, Freud define la pulsión como un estímulo; “El estí-
mulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio
organismo” (p.114). Agrega que: “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al
estímulo pulsional” (p.114) y dice que “estos estímulos son la marca de un
mundo interior” (p.115). Freud aquí enfatiza explícitamente una característi-
ca esencial de toda su consideración de las pulsiones, la llama premisa biológi-
ca y dice:

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Es de naturaleza biológica, trabaja con el concepto de tendencia (even-


tualmente, el de la condición de adecuado a fines) y dice: El sistema
nervioso es un aparato al que le está deparada la función de librarse de
los estímulos que le llegan, de rebajarlos al nivel mínimo posible” (v.
14 p. 115).
Las pulsiones son estímulos desde el interior del organismo que alcanzan al
sistema nervioso. Ya que son fuerzas que surgen del interior del organismo y
actúan “siempre como una fuerza constante” (p.114), “lo obligan [al sistema
nervioso] a renunciar a su propósito ideal de mantener alejados los estímulos”
(p.116) y “lo mueven a actividades complejas, encadenadas entre sí, que mo-
difican el mundo exterior lo suficiente para que satisfaga a la fuente interior
de estímulo” (p. 116)
Al ser la pulsión un estímulo interno que alcanza al aparato nervioso,
“[e]El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta”
(p.118), siendo esta meta la satisfacción. El objeto de la pulsión es además
descrito como “lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamen-
te con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para
posibilitar la satisfacción” (p. 118). Aquí es donde vemos que las pulsiones
son consideradas como “intrapsíquicas”, u originalmente no relacionadas con
objetos.
En sus escritos posteriores Freud gradualmente se aparta de esta posi-
ción. Las pulsiones ya no son definidas como estímulos (internos) con los
cuales el aparato nervioso trata de acuerdo con el esquema del arco reflejo,
sino que, en Más allá del principio de placer (1920), son vistas como “un esfuer-
zo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo
debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas” (v.18, p.36).
Aquí define la pulsión en términos equivalentes a los que usó más temprana-
mente para describir la función del sistema nervioso en sí mismo, lo “orgánico
vivo” (p.36), en su intercambio con las “fuerzas perturbadoras externas” (p.36).
La pulsión no es más un estímulo intrapsíquico, sino una expresión del “es-
fuerzo” (p.36) del aparato nervioso para tratar con el entorno. La relación
íntima y fundamental de las pulsiones con los objetos, especialmente en lo
que concierne a la libido (pulsiones sexuales, Eros), es puesta en escena más
claramente en Inhibición, síntoma y angustia (1926), hasta que finalmente, en
Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]) dice: “[L]la meta de la primera [Eros]
es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una
ligazón’ (v.23, p 146). Hay que resaltar que aquí no está implícita sólo la
relación hacia los objetos; la meta de la pulsión Eros ya no está formulada en

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términos de una “satisfacción” sin contenidos, o en el sentido de abolir los


estímulos, sino que la meta es vista claramente en términos de integración.
Esto es: “de ligazón”. Y mientras Freud siente que es posible aplicar su fórmu-
la más temprana a la pulsión de muerte, “que una pulsión aspira al regreso a
un estado anterior” (p.146) (inanimado), “no podemos aplicar a Eros (o pulsión
de amor) esa fórmula” ( p.147).
El concepto básico de pulsión de hecho ha cambiado su contenido des-
de que Freud escribió Pulsiones y destinos de pulsión (1915). En sus últimos
escritos no toma como punto de partida y modelo al esquema del arco reflejo,
sistema auto-contenido, cerrado, sino que basa sus consideraciones en un marco
biológico mucho más amplio y moderno. Y debería ser claro, a partir de la
última cita, que de ninguna manera asigna sólo al yo la función de síntesis, de
ligadura. Eros, una de las dos pulsiones básicas, es en sí misma una fuerza
integradora. Esto está en concordancia con su concepto de narcisismo prima-
rio, tal como fue formulado originalmente en Introducción del narcisismo
(1914), y elaborado más adelante en sus escritos posteriores, en particular en
El malestar en la cultura (1930 [1929]), en el cual los objetos y la realidad,
lejos de estar originalmente desconectados de la libido, son vistos como dife-
renciándose gradualmente del mundo “interno” y “externo” de una identidad
narcisista primaria (ver mi trabajo Ego and Reality, 1951)5 .
En su concepción de Eros, Freud se aparta de una oposición entre lo
pulsional y el yo, hacia un punto de vista de acuerdo con el cual las pulsiones
se convierten en moldeadas, canalizadas, enfocadas, sometidas, transformadas
y sublimadas en y por la organización yoica, una organización más compleja y
al mismo tiempo más claramente elaborada y articulada que la organización
pulsional que llamamos ello. Pero el yo es una organización que, mucho más
que estar en oposición a la organización pulsional, continúa las tendencias
inherentes de ésta. El concepto Eros abarca en un término una de las dos
tendencias o “propósitos” básicos del aparato psíquico, tal como se manifiesta
en ambos niveles de organización.
En esta perspectiva, las pulsiones, al igual que el yo, están relacionadas
primariamente a “objetos”, al “mundo externo”. La organización de este mundo
externo, de estos “objetos”, corresponde al nivel de la organización pulsional
más que al de la organización yoica. En otras palabras, las pulsiones organizan
el entorno y son organizadas por él, no menos que lo que esto es verdadero
para el yo y su realidad. Es esta mutualidad de la organización, en el sentido

5
Loewald, Hans W., Ego y realidad. En: Baremblitt, G. F. (1974) El concepto de realidad en psicoanálisis.
Buenos Aires: Socioanálisis, pp. 103-124.

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de cada uno organizando al otro, lo que constituye la inextricable


interrelacionalidad del “mundo interno y el mundo externo”. Estaría justifi-
cado hablar de proceso primario y secundario no sólo en referencia al aparato
psíquico sino también en referencia al mundo externo en la medida en que se
refiere a su estructura psicológica. Podría indicarse terminológicamente la di-
ferencia cualitativa entre los dos niveles de organización hablando del entorno
como correlativo a las pulsiones, y de la realidad como correlativa al yo. Las
pulsiones pueden ser vistas como no conectadas originariamente a objetos
sólo en el sentido de que “originariamente” el mundo no está organizado por
el aparato psíquico primitivo de tal manera que los objetos se diferencien. De
un “estado indiferenciado” emerge lo que se han denominado objetos parcia-
les u objetos nucleares. Un término más apropiado para tales pre-estadios de
un mundo objetal podría ser el nombre “formas”, en el sentido de configura-
ciones de un grado indeterminado y una fluidez de organización, y sin la
connotación de objeto-fragmentos.
La precedente incursión dentro de algunos problemas de la teoría de las
pulsiones intenta mostrar que el tema de las relaciones objetales soportó una
formulación del concepto pulsión como estímulo interno, en contraste con
los estímulos externos, aunque ambos afectan, de diferente modo, al aparato
psíquico. Estímulos internos y externos, términos con cierto nivel de abstrac-
ción para referirse al mundo interno y mundo externo, son así concebidos
como originalmente no relacionados, u opuestos uno al otro, pero, por decir-
lo así, marchando en paralelo en su relación con el sistema nervioso. Y mien-
tras que Freud, como vimos, se aparta de este marco de referencia en su ten-
dencia general de pensamiento y en muchas formulaciones, la teoría psicoa-
nalítica permaneció bajo su dominio, excepto en el campo de la psicología del
yo. Es desafortunado que el desarrollo de la psicología del yo haya tenido
lugar en relativo aislamiento de la teoría pulsional. También es verdad que
progresó nuestra comprensión acerca de las pulsiones. Pero el concepto extre-
madamente fructífero de organización (cuyos dos aspectos son integración y
diferenciación) fue, en todo caso, insuficientemente aplicado a la compren-
sión de las pulsiones y la teoría pulsional permaneció bajo la égida del antiguo
modelo conceptual del arco reflejo –un marco de referencia mecanicista muy
lejano del pensamiento moderno, tanto psicológico como biológico. El es-
quema del arco reflejo, como Freud dice en Pulsiones y destinos de pulsión
(1915), nos fue dado de la fisiología (p.114). Pero era la fisiología mecanicista
del siglo diez y nueve. La psicología del yo comenzó su desarrollo en un clima
bastante diferente, y esto es claro desde las reflexiones biológicas de Freud en

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Más allá del principio del placer (1920). Por lo que ha sucedido que el yo es
visto como un órgano de adaptación a, de integración con, y diferenciación
del mundo externo, mientras las pulsiones fueron dejadas atrás en el campo
de la fisiología del estímulo-reflejo. Esto, y específicamente la concepción de
la pulsión como un estímulo interno impactando sobre el sistema nervioso,
afectó las formulaciones relativas al rol de los “objetos” en el desarrollo libidinal
y, por extensión, vició la comprensión de la relación de objeto entre paciente
y analista en el tratamiento psicoanalítico6 .

III

Para volver a la discusión de la situación analítica y del proceso terapéu-


tico en el análisis será útil hacer hincapié en la dinámica de la interacción en
los estadios tempranos del desarrollo.
La madre reconoce y satisface las necesidades del infante. En un princi-
pio reconocimiento y satisfacción, ambas, están más allá de la capacidad del
infante, y no sólo la satisfacción. El reconocimiento comprensivo de la madre
acerca de la necesidad del niño representa la reunión de las mociones
pulsionales, todavía indiferenciadas del niño, mociones y necesidades que al
ser reconocidas y satisfechas por la madre reciben una primera organización
dentro de una dirección pulsional. En un pasaje notable del Proyecto de psico-
logía para neurólogos (1950 [1895]), en el capítulo llamado “La vivencia de
satisfacción”, Freud discute esta constelación y sus consecuencias para la orga-
nización ulterior del aparato psíquico y su significación como origen de la
comunicación. Gradualmente, a medida que el niño crece, reconocimiento y
satisfacción de la necesidad, ambas quedan dentro del alcance del niño. Los
procesos por los cuales esto ocurre son incluidos generalmente bajo el título
de identificación e introyección. Es el entorno que hace posible acceder a
ellos; aquí la madre es la que preforma esta función en los actos de reconoci-
miento y satisfacción de la necesidad. Estos actos no son meramente necesa-
rios para la supervivencia física del niño, también son necesarios para el desa-
rrollo psicológico, ya que organizan las mociones pulsionales relativamente
incoordinadas del infante, en pasos sucesivos. La completa y compleja conste-
lación dinámica es una responsividad mutua donde nada es introyectado por
6
Es obvio que la concepción de pulsión como un estímulo interno está relacionada con el
descubrimiento de Freud de la sexualidad infantil como estimulando las fantasías sexuales que
previamente había atribuido puramente a la seducción traumatizante del entorno. Sin embargo, debería
ser claro que la formulación de este problema en alternativas tales como fantasías “internas” versus
seducción del “entorno” está también abierta a las mismas preguntas y reconsideraciones que analizamos
en este trabajo.

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el niño si no se lo aporta la madre, aunque con frecuencia de manera


inconciente. Y un prerrequisito para la introyección y la identificación es la
unión mediación de la estructura y dirección que hace la madre a través de sus
actividades de cuidado. Cuando el entorno mediador transmite estructura y
dirección a la entidad psicofísica en desarrollo, el entorno comienza a “tomar
forma” en la experiencia del infante. Es ahora que identificación e introyec-
ción tanto como proyección emergen como procesos más definidos de orga-
nización del aparato psíquico y del entorno.
Arribamos a la siguiente formulación: la organización del aparato psí-
quico, más allá de las potencialidades discernibles en el nacimiento (el apre-
mio y las disposiciones constitucionales de las facilitaciones yoicas), procede
por medio de la mediación de una organización superior por parte del medio
ambiente al organismo infantil. En uno y el mismo acto –estoy tentado a
decir, en el mismo aliento y la misma succión de leche– comienza a conducir-
se la dirección y la organización del entorno en formas o configuraciones, que
se continúan en la organización del yo y de los objetos, por métodos tales
como la identificación, introyección, proyección. El estadio organizacional
más elevado del entorno es indispensable para el desarrollo del aparato psíqui-
co, y en estadios tempranos, esto tiene que ser provocado activamente. Nin-
gún desarrollo se produce sin este “diferencial” entre organismo y entorno.
El paciente, que llega al analista en búsqueda de ayuda a través de incre-
mentar su autocomprensión, es conducido a esto por la comprensión que él
encuentra en el psicoanalista. El analista opera sobre varios niveles de com-
prensión. Ya sea que verbalice su comprensión al paciente en el nivel de clari-
ficaciones del material conciente, ya sea que indique o reitere sus intentos de
comprender, reafirme el procedimiento a ser seguido, o interprete material
inconciente, verbal u otro, y especialmente si interpreta transferencia y resis-
tencia, el analista estructura y articula, o trabaja tendiendo a estructurar y
articular, el material y las producciones ofrecidas por el paciente. Si una inter-
pretación del significado inconciente es oportuna, las palabras con las que se
expresa este significado son reconocibles por el paciente como expresión de lo
que él experimenta. Organizan para él lo que previamente estaba menos orga-
nizado y de este modo le dan la “distancia” desde sí mismo que le posibilita
comprender, ver, poner en palabras y “manejar” lo que previamente no le era
visible, comprensible, decible, tangible. Por lo tanto, a través de la compren-
sión organizadora que provee el analista, el paciente alcanza un estadio supe-
rior de organización de sí mismo y del entorno. El analista funciona como
representante de un estadio de organización más alto y se lo mediatiza al pa-

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ciente, siempre que la comprensión del analista de esa necesidad de organiza-


ción sea sintónica con lo que es, y con el modo en que se la necesita.
Estoy hablando de lo que antes llamé experiencias integrativas en análi-
sis. Son experiencias de interacción, comparables en su estructura y significa-
ción a la comprensión temprana entre madre y bebé. Este último es un mode-
lo, y como tal siempre de valor limitado, pero un modelo cuya utilidad ha
sido recientemente enfatizada por un número de analistas (ver por ejemplo
René Spitz, 1956) que se apartan radicalmente del clásico “modelo del espejo”
en sus implicaciones totales como en su perspectiva.
Las interacciones en análisis se producen en los niveles más altos de
organización. La comunicación se ejerce predominantemente por vía del len-
guaje, un instrumento de y para el proceso secundario. La satisfacción que
involucra la interacción analítica se sublima en grado creciente a medida que
el análisis progresa. No se la debe entender en términos de abolición o reduc-
ción de los estímulos para volver a un estado de equilibrio anterior, sino en
términos de absorber e integrar los estímulos, conduciéndolos a niveles más
elevados de equilibrio. Es cierto que esto a menudo se realiza mediante la
regresión temporaria a un nivel más temprano, pero esta regresión está “al
servicio del yo”, es decir, al servicio de una organización más elevada. Satisfac-
ción, en este contexto, es una experiencia unificadora debida a la creación de
una identidad de experiencia en dos “sistemas”, dos aparatos psíquicos de
diferentes niveles de organización que contienen el potencial de crecimiento.
Esta identidad es lograda por la superación de un diferencial. Propiamente
hablando, no existe experiencia de satisfacción ni experiencia integradora donde
no haya un diferencial a ser superado, donde la identidad sea simplemente
“dada”, es decir, una identidad existente, más que creada por la interacción.
Un modelo aproximado de tal identidad existente lo proporciona, quizás, la
situación intrauterina, y de forma decreciente la relación simbiótica de madre
e infante en los primeros meses de vida.
En niveles más elevados de integración, las interpretaciones analíticas
representan el reconocimiento mutuo involucrado en la creación de identi-
dad de experiencia en dos individuos de niveles diferentes de organización
yoica. El insight obtenido en tal interacción es una experiencia integradora. La
interpretación representa el reconocimiento y la comprensión que hace ase-
quible al paciente el material previamente inconciente. “Hacerlo disponible
para el paciente” significa elevarlo al nivel del sistema preconciente, de proce-
so secundario, a través de operar, por parte del analista, ciertos tipos de proce-
so secundario. Mediante la interpretación del analista, una operación en pro-

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ceso secundario que intermedia con la organización de proceso secundario del


paciente, el material organizado en, o cercano al nivel de la organización
pulsional en proceso primario y aislado del sistema preconciente, se vuelve
disponible para la organización en el nivel del sistema preconciente. Que esta
mediación sea exitosa o no depende, entre otras cosas, de la potencia
organizativa del yo del paciente obtenida a través de los pasos anteriores en la
integración yoica, en las fases previas del análisis y, finalmente, en su vida
anterior. En la medida en que falte esta potencia, el análisis –la organización
de la interacción por medio de la comunicación lingüística– se hace menos
plausible.
Puede decirse que una interpretación comprende dos elementos, inse-
parables uno del otro. Primero, la interpretación da con el paciente el paso
hacia una regresión verdadera, como frente a la formación de compromiso
neurótica, con lo que aclara al paciente su verdadero nivel de regresión, el que
ha sido encubierto y vuelto irreconocible por las operaciones y estructuras
defensivas. En segundo lugar, por este paso media al paciente el nivel integrador
más alto a ser alcanzado. La interpretación, por lo tanto, crea la posibilidad de
liberar la interacción entre los sistemas inconciente y preconciente, por lo cual
el preconciente recupera su originalidad e intensidad, perdida en el inconciente
por la represión, y el inconciente recupera el acceso a y la capacidad para la
progresión en dirección de la organización superior. Puesto en términos del
lenguaje metapsicológico de Freud: se supera, temporalmente, la barrera en-
tre inconciente y preconciente, constituida por las investiduras arcaicas del
inconciente (compulsión de repetición) y las anti-investiduras protectoras del
preconciente. Este proceso puede ser visto como la versión internalizada de la
superación de un diferencial en el proceso de interacción descrito más arriba
como experiencia integrativa.7 La internalización misma depende de la
interacción y se hace posible nuevamente en el proceso analítico. Por lo tanto
el proceso analítico consiste en ciertas experiencias integrativas entre paciente
y analista como base para la versión internalizada de tales experiencias: reor-
ganización del yo, “cambio estructural”.
El analista en sus interpretaciones reorganiza, reintegra material
inconciente tanto para sí mismo como para el paciente, ya que para llegar a la
interpretación organizadora tiene que estar en sintonía con el inconciente del
paciente, usando como herramienta a su propio inconciente. El analista tiene

7
Para una discusión ulterior de las conexiones internas entre la apertura de las barreras entre Inc y
Prec, y la internalización de la interacción, en su significado para el problema de la transferencia, ver
parte IV de este trabajo.

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que moverse libremente entre el inconciente y la organización de éste en pen-


samiento y lenguaje, para y con el paciente. Si esto no es así el lenguaje es
usado como una defensa contra el conducir el material inconciente en la orga-
nización del yo, y la actividad del yo es usada como una defensa contra la
integración –un buen ejemplo es la mayor parte de los casos de uso de lengua-
je técnico–. Es la debilidad del yo “fuerte” –fuerte en sus defensas– la que guía
al aparato psíquico a excluir el inconciente (por ejemplo por represión o aisla-
miento) más que a elevar al inconciente a una mayor organización mante-
niéndolo asequible, al mismo tiempo, para reabastecerlo por regresión.
Cuando el lenguaje no es usado defensivamente, el paciente lo emplea
para la comunicación, que intenta alcanzar al analista en su nivel de madurez,
supuesto o real, con el fin de alcanzar la ansiada experiencia integradora. El
paciente analítico, mientras se esfuerza para mejorar en términos de reorgani-
zación interna, está tentado constantemente a buscar mejoría en términos de
satisfacción no sublimada a través de la interacción con el analista en niveles
cercanos al proceso primario, más que en términos de internalización de la
experiencia integradora que se logra en el proceso que Freud describió como:
“donde estaba el ello el yo debe advenir”. El analista, con su comunicación a
través del lenguaje, actúa como mediador para que el paciente logre una ma-
yor organización del material, hasta ese momento mucho menos organizado.
Esto puede suceder sólo si se cumplen dos condiciones (1) el paciente, a través
de una “transferencia positiva” suficientemente fuerte, se vuelve nuevamente
disponible para el trabajo integrador con él mismo y su mundo, y para en-
frentar la situación analítica en resistencia, que se manifiesta en la actitud
defensiva de evitar la realidad psíquica y la realidad externa. (2) El analista
debe estar a tono con las producciones del paciente, es decir, debe ser capaz de
regresar, dentro de sí mismo, al nivel de organización en que el paciente está
estancado, y ayudarlo a darse cuenta de su regresión a través del análisis de la
defensa y la resistencia. Este darse cuenta está impedido por las formaciones
de compromiso de la neurosis y se posibilita disolviéndolas en los componen-
tes de un inconciente sojuzgado y un preconciente superpuesto. A través de
una interpretación, la experiencia inconciente y un nivel organizacional supe-
rior al de esa experiencia, ambos, se hacen asequibles al paciente: inconciente
y preconciente se unen en el acto de la interpretación. En un análisis que
marcha bien el paciente se vuelve cada vez más capaz de preformar esta unión
por sí mismo.
El lenguaje como interpretación, su función más específica en el análi-
sis, es así un acto creativo similar al de la poesía, donde el lenguaje es encon-

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trado por fenómenos, contextos, conexiones, experiencias que no eran previa-


mente conocidas o decibles. Nuevos fenómenos y nuevas experiencias se ha-
cen asequibles como resultado de la reorganización del material de acuerdo
con principios, contextos y conexiones hasta ahora desconocidos.
Normalmente operamos con material organizado como “realidad
dada”en altos niveles de sublimación. En un análisis el analista tiene que vol-
ver sobre los pasos organizacionales que condujeron a tal nivel de realidad, de
forma tal que el proceso de organización se vuelva disponible para el paciente.
Esto es la regresión al servicio del yo, al servicio de la reorganización –una
regresión frente a la cual hay resistencia tanto en el analista como en el pacien-
te–. Tendemos a automatizar los niveles organizacionales superiores y a resis-
tir la regresión como una defensa, a menudo necesaria, frente al poder relati-
vamente no organizado del inconciente, por temor a que podamos no encon-
trar el camino de vuelta a la organización superior. El miedo a revivir el pasa-
do es miedo a caer de la meseta que hemos alcanzado, y miedo a ese propio
pasado más caótico, no sólo en el sentido de los contenidos del pasado, sino
más esencialmente del pasado, de los estadios menos estables de la organiza-
ción de la experiencia, cuya reintegración genuina requiere “trabajo” psíquico.
Relacionado con esto está el miedo al futuro, lleno de nuevas tareas integradoras,
y el riesgo a perder lo que estaba seguro. En el análisis ese miedo al futuro
puede manifestarse en la adherencia defensiva del paciente a niveles regresivos
aparentemente seguros.
Una vez que el paciente es capaz de hablar desde el verdadero nivel de
regresión que el análisis de las defensas le ha ayudado a alcanzar, es decir, no
defensivamente, él mismo, al poner su experiencia en palabras, comienza a
usar el lenguaje creativamente, es decir, comienza a crear insight. El paciente,
al hablarle al analista, intenta alcanzarlo como un representante de los esta-
dios más altos de organización yo-realidad, y por lo tanto puede decirse que
crea insight para sí mismo en el proceso de lenguaje-comunicación con el
analista, en calidad de representante. Tal comunicación por parte del paciente
es posible si el analista, por medio de sus comunicaciones, se manifiesta al
paciente como una persona más madura, como una persona que puede sentir
con el paciente lo que éste experimenta y cómo lo experimenta, y quien com-
prende a esto como algo más que lo que esto ha sido para el paciente. Es este
algo más, no necesariamente más en contenido sino más en organización y
significación, lo que la “realidad externa”, aquí representada y mediada por el
analista, tiene para ofrecerle al individuo y para lo cual el individuo se esfuer-
za. El analista, al hacer su parte del trabajo, experimenta el efecto catártico de

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la “regresión al servicio del yo” y preforma una pieza de auto análisis o re


análisis (comparar con Lucía Tower). Freud ha comentado que realizó su pro-
pio autoanálisis analizando pacientes, y que esta forma es necesaria para ad-
quirir la distancia psíquica requerida en este trabajo (1954, p. 234).
El paciente, al ser reconocido por el analista como algo más de lo que él
es en el presente, puede intentar alcanzar este algo más por medio de sus
comunicaciones al analista, que pueden establecer una nueva identidad con la
realidad. En grados variables los pacientes luchan por lograr esta experiencia
integradora por medio de y a pesar de sus resistencias. En grados variables los
pacientes renuncian a este esfuerzo por encima del nivel de omnipotencia, de
identificación mágica, y en esta medida se hacen menos disponibles para el
proceso analítico. El terapeuta, al contar con la movilidad y fuerza potencial
de los mecanismos integradores del paciente, tiene que ser más o menos explí-
cito y “primitivo” en su formas de comunicar al paciente su disponibilidad
como objeto maduro y su propio proceso integrador. Llamamos análisis a esa
clase de interacción organizadora, reestructuradora entre paciente y terapeuta
que es predominantemente preformada sobre el nivel de lenguaje comunica-
ción. Es como que el desarrollo del lenguaje, como un medio de comunica-
ción significativa y coherente con los “objetos”, está en relación con lo que el
niño logra, al menos en una primera aproximación, en el estadio edípico del
desarrollo psicosexual. Todavía deben ser exploradas las conexiones internas
entre el desarrollo del lenguaje, la formación del yo y de los objetos, y la fase
edípica del desarrollo psicosexual. Si tales conexiones existen, y yo creo que sí,
entonces no es una mera arbitrariedad distinguir entre el análisis propiamente
dicho y modos más primitivos de interacción integradora. Sin embargo, esta-
blecer límites rígidos es ignorar o negar las complejidades del desarrollo y de
los dinamismos del aparato psíquico.

IV

En la última parte de este trabajo espero aclarar más la teoría de la


acción terapéutica del psicoanálisis reexaminando ciertos aspectos del con-
cepto y el fenómeno de la transferencia. En contraste con las tendencias del
pensamiento psicoanalítico moderno de restringir el término transferencia a
un significado limitado y muy específico, haré aquí el intento de recuperar la
riqueza original de los fenómenos interrelacionados y los mecanismos menta-
les que abarca el concepto, y de contribuir a la clarificación de tales
interrelaciones.

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Cuando Freud habla de neurosis de transferencia en contraste a neuro-


sis narcisista, están en juego dos significados del término transferencia:
(1) el transferir de la libido contenida en el “yo” hacia los objetos, en la neuro-
sis de transferencia; mientras la libido permanece en, o regresa al “yo”, no se la
“transfiere” a los objetos, en la neurosis narcisista. En este sentido, transferen-
cia es, de hecho, sinónimo de investidura objetal. Para citar un trabajo tem-
prano e importante sobre transferencia en este sentido:
El primer amor y el primer odio son una transferencia de sentimientos
autoeróticos agradables y desagradables a los objetos que evocan esos
sentimientos. El primer “objeto de amor” y el primer “objeto de odio”
son, por así decir, las transferencias primitivas, […]. (Ferenczi, 2001
[1908], p.40).
(2) El segundo significado de transferencia cuando se distingue la neurosis de
transferencia de la neurosis narcisista es el de transferir relaciones de objetos
infantiles a objetos más tardíos, y especialmente, al analista en la situación
analítica.
Este segundo significado del término es al que nos referimos con más
frecuencia hoy día, al extremo de casi excluir los otros significados. Cito dos
trabajos recientes y representativos sobre el tema transferencia. Waelder (1956),
en su trabajo al Congreso de Ginebra Introducción a la discusión sobre proble-
mas de la transferencia dice: “Se puede decir que la transferencia es un intento
del paciente de revivir y reactuar en la situación analítica y en relación al
analista situaciones y fantasías de su niñez” (p.367). Hoffer (1956), en su
trabajo sobre Transferencia y neurosis de transferencia, presentado en el mismo
Congreso, puntualiza:
El término “transferencia” se refiere al hecho, generalmente aceptado,
de que la gente, al entrar en cualquier forma de relación objetal […]
transfiere sobre sus objetos aquellas imágenes que encontró en el curso
de las relaciones infantiles previas. […] El término “transferencia”
enfatiza un aspecto de la influencia que nuestra infancia tiene en nues-
tra vida como un todo, de esta manera se refiere a aquellas observacio-
nes en las cuales la gente en sus contactos con objetos, que pueden ser
reales o imaginarios, positivos, negativos, o ambivalentes, “transfiere”
sus recuerdos de experiencias significativas previas y por lo tanto “cam-
bia la realidad” de sus objetos, los inviste con cualidades del pasado.
[…] (Hoffer, 1956 p.377)
De esta manera, las neurosis de transferencia se caracterizan por trans-

180 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

ferir libido a objetos externos mientras que se oponen a la fijación de la libido


al “yo” de las afecciones narcisistas; y, secundariamente, por transferir investi-
duras libidinales a los objetos contemporáneos (y las defensas contra ellas)
originalmente relacionadas con los objetos infantiles.
Neurosis de transferencia como diferenciada de neurosis narcisista es
un término nosológico. Al mismo tiempo, el término “neurosis de transferen-
cia” se usa en sentido técnico para designar la reedición de la neurosis infantil
en la situación analítica. En este sentido del término, el acento se pone sobre
el segundo significado, ya que la reedición de la neurosis infantil se debe a la
transferencia de relaciones objetales infantiles sobre el objeto contemporáneo,
el analista. No obstante, sólo sobre la base de que se haya transferido libido a
los objetos externos infantiles es que se puede transferir esos vínculos libidinales
con objetos infantiles a objetos contemporáneos. Por lo tanto, el primer signi-
ficado de transferencia está implícito en el concepto técnico de neurosis de
transferencia.
Las neurosis narcisistas se pensaron como inaccesibles al tratamiento
psicoanalítico a causa de la investidura de libido narcisista. El psicoanálisis
sólo se consideraba viable donde se pudiera establecer una “relación transfe-
rencial” con el analista; en otras palabras, en ese grupo de desórdenes donde el
desarrollo emocional se había producido hasta el punto en que había un gra-
do significativo de transferencia de libido a los objetos externos. Si hoy consi-
deramos a los esquizofrénicos capaces de transferencia, sostenemos: (1) que
de algún modo ellos hacen relaciones con “objetos”, por ejemplo a estadios
pre objetales, que son menos “objetivos” que los objetos edípicos (libido nar-
cisista y objetal, al igual que yo y objetos aún no claramente diferenciados,
que implica el concepto de narcisismo primario en su sentido pleno) y (2) que
los esquizofrénicos transfieren este tipo de relacionalidad temprana a “obje-
tos” contemporáneos, objetos que se vuelven así menos objetivos. Si el yo y
los objetos no están claramente diferenciados, si los límites del yo y los límites
de los objetos no están claramente establecidos, el carácter de la transferencia
también es diferente, porque el yo y los objetos están todavía fusionados en su
mayoría. Entonces, los objetos son “objetos diferentes” al no estar aún clara-
mente diferenciados uno del otro y, especialmente, los objetos tempranos de
los objetos contemporáneos. Es una transferencia mucho más primitiva y “ma-
siva”. Por esto se ha cuestionado si se puede hablar de transferencia en el
sentido en el cual la manifiestan los pacientes neuróticos adultos en el análisis
de niños, sobre todo antes del período de latencia. Concebir esta forma primi-
tiva de transferencia es fundamentalmente diferente a asumir la no relaciona-

Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009 181


HANS W. LOEWALD

lidad del yo y los objetos, tal como queda implícita en la idea de un retiro de
la libido de los objetos dentro del yo.
Esta modificación de nuestro punto de vista sobre las afecciones
narcisistas, basada en la experiencia clínica con esquizofrénicos y en una com-
prensión más profunda del desarrollo temprano del yo, conduce a una con-
cepción de la transferencia más amplia que en el primer significado mencio-
nado. Para ser más precisos: la transferencia en el sentido de transferencia de
libido sobre los objetos está genéticamente clarificada; se desarrolla a partir de
una falta primaria de diferenciación del yo y los objetos y por lo tanto puede
regresar, como en la esquizofrenia, a ese pre-estadio. La transferencia no des-
aparece en las afecciones narcisistas por “retraimiento de las investiduras
libidinales en el yo”, se indiferencia en una dirección regresiva hacia sus oríge-
nes en la identidad yo-objeto del narcisismo primario.
Un significado de transferencia aparentemente bastante poco relacio-
nado se encuentra en el Capítulo VII de La interpretación de los sueños, en el
contexto de una discusión sobre la importancia de los restos diurnos en los
sueños. Puesto que creo que este último significado es fundamental para una
comprensión más profunda del fenómeno de transferencia, citaré los pasajes
relevantes.
Esta [la psicología de las neurosis] nos enseña que la representación
inconciente como tal es del todo incapaz de ingresar en el preconciente,
y que sólo puede exteriorizar ahí un efecto si entra en conexión con
una representación inofensiva que ya pertenezca al preconciente, trans-
firiéndole su intensidad y dejándose encubrir por ella. Este es el hecho
de la transferencia, que explica tantos sucesos llamativos de la vida
anímica de los neuróticos. La transferencia puede dejar intacta esa re-
presentación oriunda del preconciente, la cual alcanza así una intensi-
dad inmerecidamente grande, o imponerle una modificación por obra
del contenido de la representación que se le transfiere. (Freud, v.5. pp.
554-555)
Y más adelante, también refiriéndose a los restos diurnos:
[L]a constancia de los elementos recientes nos deja entrever el constre-
ñimiento a la transferencia. […] Vemos así que los restos diurnos […]
no sólo toman prestado algo del Icc cuando logran participar en la
formación del sueño –vale decir: la fuerza pulsionante de que dispone
el deseo reprimido–, sino que también ofrecen a lo inconciente algo
indispensable, el apoyo necesario para adherir la transferencia. Si qui-
siésemos penetrar aquí con mayor profundidad en los procesos anímicos,

182 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

tendríamos que dilucidar mejor el juego de las excitaciones entre


preconciente e inconciente; el estudio de las psiconeurosis nos impulsa
a hacerlo, pero precisamente el sueño no ofrece asidero alguno para
ello. (Freud, v. 5. p. 556)8

Emerge un paralelo entre este significado de transferencia y el mencionado


anteriormente (2) –transferir investiduras de objetos infantiles a objetos con-
temporáneos–: la idea inconciente transfiere su intensidad a una idea
preconciente y se deja “encubrir” por ella, corresponde a las investiduras in-
fantiles de objeto, en tanto que la idea preconciente corresponde a la relación
de objeto contemporánea a la cual se le transfiere la investidura infantil de
objeto.
La transferencia es descripta en detalle por Freud en el capítulo sobre
psicoterapia de Estudios sobre la histeria. Aquí se la considera como debida al
mecanismo de “enlaces falsos” (equivocados). Freud discute este mecanismo
en el capítulo 2 de Estudios sobre la histeria, donde se refiere a una “compul-
sión a asociar” el complejo inconciente con uno conciente, y nos recuerda que
el mecanismo de ideas obsesivas en la neurosis obsesiva es de naturaleza simi-
lar (Freud, v.2, p. 88-89). En el trabajo Las neuropsicosis de defensa se recurre al
“falso enlace” para clarificar el mecanismo de las obsesiones y las fobias. El
“enlace falso,” por cierto, está también involucrado en la explicación de los
recuerdos encubridores, donde se lo llama desplazamiento. En el término ale-
mán de recuerdo encubridor, “Deck-Erinnerungen”, se usa la misma palabra
“decken”, encubrir, que usa Freud en la cita anterior de La Interpretación de los
sueños, donde la idea inconciente es encubierta por la idea preconciente.
Mientras estos mecanismos involucrados en el “interjuego de excitacio-
nes entre el inconciente y el preconciente” se refieren a las psiconeurosis y a
los sueños y fueron descubiertos y descriptos en esos contextos, son sólo la
versión más o menos patológica, magnificada o distorsionada de los mecanis-
mos normales. Del mismo modo, la transferencia de libido a los objetos y la
transferencia de relaciones de objeto infantiles a las contemporáneas son pro-
cesos normales, que en las neurosis se ven con modificaciones y distorsiones
patológicas.
El fenómeno de la compulsión a asociar un complejo inconciente con
uno conciente es equivalente a la necesidad de transferencia de la cita del

8
Charles Fisher recientemente dirigió particular atención a este significado del término transferencia.
Sus estudios de las relaciones inconciente-preconciente, en tanto relacionadas específicamente con la
formación de sueños, imágenes y percepción, son pertinentes en toda el área problemática de la
formación de relaciones de objeto y la constitución psicológica de la realidad.

Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009 183


HANS W. LOEWALD

Capítulo VII de La Interpretación de los sueños. Tiene que ver con la


indestructibilidad de todos los actos mentales que son verdaderamente
inconcientes. Freud compara esta indestructibilidad de los actos mentales
inconcientes con las sombras del mundo subterráneo de la Odisea –“sombras
que cobraban nueva vida tan pronto como bebían sangre” (Freud, 5, p. 546),
la sangre de la vida conciente-preconciente, la vida de los objetos contempo-
ráneos, del día actual. Desde aquí hay un corto paso para entender la transfe-
rencia como una manifestación de la compulsión a la repetición– línea de
pensamiento que no vamos a seguir acá.
La neurosis de transferencia, en el sentido técnico de su establecimiento
y resolución en el proceso analítico, se debe a la sangre de reconocimiento que
se le permite saborear al inconciente del paciente –de forma tal que las som-
bras o los fantasmas puedan volver a la vida–. Aquellos que saben de fantas-
mas nos dicen que ellos anhelan ser liberados de su vida de sombra y ser
conducidos a descansar como antepasados. Como ancestros viven fuera de la
generación presente, mientras que como fantasmas están compelidos a apare-
cer en la generación actual en su vida de sombras. La transferencia es patoló-
gica en la medida en que el inconciente es una multitud de fantasmas, y en el
análisis éste es el comienzo de la neurosis de transferencia: a los fantasmas del
inconciente, aprisionados por las defensas pero rondando al paciente en la
oscuridad de sus defensas y síntomas, se les permite saborear la sangre, se los
deja libres. A la luz del análisis los fantasmas del inconciente se aquietan y se
llevan a descansar como antepasados a los que se les retira el poder, el cual se
transforma en nueva intensidad para la vida presente, el proceso secundario y
los objetos contemporáneos.
En el desarrollo del aparato psíquico el proceso secundario, organiza-
ción preconciente, es la manifestación y resultado de la interacción entre un
aparato psíquico organizado de manera más primitiva y la actividad del pro-
ceso secundario del entorno; a través de esta interacción el inconciente alcan-
za una mayor organización. Por el hecho de reconocerlo el analista ayuda a
revivir el inconciente reprimido del paciente; a través de la interpretación de
la transferencia y la resistencia, de la recuperación de recuerdos y a través de la
reconstrucción, la actividad inconciente del paciente es conducida dentro de
la organización preconciente. En la situación analítica, el analista se ofrece al
paciente como un objeto contemporáneo. Como tal reactiva los fantasmas
inconcientes del paciente al promover la neurosis de transferencia la que suce-
de del mismo modo que ocurren los sueños:a través de la atracción mutua del
inconciente y los elementos recientes, los restos diurnos. La interpretación de
los sueños y la interpretación de la transferencia tienen esta función en co-

184 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

mún: ambas intentan re establecer las conexiones perdidas, el interjuego es-


condido entre el inconciente y el preconciente.
Las transferencias estudiadas en las neurosis y analizadas en el análisis
terapéutico son las manifestaciones enfermas de la vida de ese inconciente
indestructible cuyos “apareamientos” con los “elementos recientes”, por vía de
la transformación del proceso primario en proceso secundario, constituyen el
crecimiento. No hay mayor malentendido del significado total de la transfe-
rencia que el expresado muy claramente en una formulación de Silverberg,
pero compartido, creo, por muchos analistas. Silverberg, en su trabajo El con-
cepto de transferencia escribe:

La amplia prevalencia del dinamismo de la transferencia entre los seres


humanos es una marca de la inmadurez del hombre, y puede esperarse
en los años por venir, cuando progresivamente el hombre madure […]
que la transferencia se desvanecerá gradualmente de su repertorio psí-
quico. (1948, p. 321)

Pero lejos de ser así, como Silverberg expresa, “el monumento perdurable de
la profunda rebelión del hombre contra la realidad y su pertinaz persistencia
en los caminos de la inmadurez” (1948, p. 321), la transferencia es el “dina-
mismo” por el cual la vida pulsional del hombre, el ello, se transforma en yo,
por cuyo intermedio la realidad se integra y se logra la madurez. Sin este tipo
de transferencia –que proviene de la intensidad del inconciente, de las formas
infantiles de experimentar la vida, formas sin lenguaje y con poca organiza-
ción, pero con la indestructibilidad y el poder de los orígenes de la vida– al
preconciente, a la vida presente y a objetos contemporáneos, sin tal transfe-
rencia, o en la medida en que ésta aborte, la vida humana se vuelve estéril y
una caparazón vacía. Por otro lado, el inconciente necesita para su propia
continuidad, para no ser condenado a vivir en las sombras como fantasmas o
a destruir la vida de la realidad presente (objetos), y de la presente realidad
psíquica (el preconciente).
He señalado antes que en el desarrollo de la organización mental
preconciente –que se reanuda en el proceso analítico–, la transformación de la
actividad de proceso primario en actividad del proceso secundario depende
de un diferencial, una tensión sistémica (libidinal) entre la organización del
proceso primario y la del proceso secundario, esto es, entre el organismo in-
fantil, su aparato psíquico, y el entorno más estructurado: transferencia en el
sentido de una relación que se desarrolla con “objetos”. Esta interacción es la
base de lo que llamé “experiencia integradora”. La relación es una relación

Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009 185


HANS W. LOEWALD

mutua –como lo es el interjuego de excitaciones entre inconciente y


preconciente– ya que el entorno no sólo tiene que hacerse viable y moverse en
una dirección regresiva hacia el aparato psíquico más primitivamente organi-
zado; el entorno también necesita del último como un representante externo
de sus propios niveles inconcientes de organización, con los que debe mante-
ner la comunicación. En el desarrollo y resolución de la neurosis de transfe-
rencia, el proceso analítico es una repetición –con modificaciones esencia-
les porque tienen lugar en otro nivel– de esa tensión libidinal intersistémica
entre un aparato psíquico organizado más primitivamente y otro más ma-
duro.
Este diferencial, implícito en la experiencia integradora, lo encontra-
mos, nuevamente, internalizado en la forma de tensión intersistémica consti-
tuyendo el interjuego de excitaciones entre preconciente y inconciente. Por lo
tanto, postulamos como un elemento esencial en el desarrollo del yo, así como
en la reanudación de éste en el análisis, la internalización de un proceso de
interacción y no simplemente la internalización de “objetos”. Se aclara enton-
ces este aspecto doble de la transferencia, el hecho de que la transferencia se
refiera tanto a la interacción entre el aparato psíquico y el mundo objetal
como al interjuego entre el inconciente y el preconciente dentro del aparato
psíquico. La apertura de las barreras entre inconciente y preconciente, como
sucede en cualquier proceso creativo, debe entenderse, entonces, como una
experiencia integradora internalizada –y de hecho es experimentada como tal.
La intensidad de los procesos y experiencias inconcientes se transfiere a
las experiencias preconcientes-concientes. Nuestro presente, las experiencias
actuales tienen intensidad y profundidad en la medida en que están en comu-
nicación (interacción) con el inconciente infantil; que son las experiencias
que representan la matriz indestructible de todas las experiencias subsiguien-
tes. Freud, en 1897, estaba bien conciente de esto. En una carta a Fliess escri-
be, después de contar sus experiencias con su hermano más joven y su sobri-
no, cuyas edades eran de 1 y 2 años: “Este sobrino y este hermano mío menor
comandan lo neurótico, pero también lo intenso en todas mis amistades”
(v.1, p. 304).
El inconciente sufre bajo la represión porque se inhibe su necesidad de
transferencia. Encuentra una salida en las transferencias neuróticas, las “repe-
ticiones”, que fracasan en lograr una integración mayor (“enlaces equivoca-
dos”). No sufre menos el preconciente por la represión, ya que no tiene acceso
a las intensidades del inconciente, las experiencias inconcientes prototípicas
que dan a las experiencias actuales su completo significado y su profundidad

186 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

emocional. Al promover la neurosis de transferencia estamos promoviendo


un movimiento regresivo de parte del preconciente (regresión yoica) con el
propósito de sacar al preconciente de su aislamiento defensivo del inconciente
y permitirle, a este último, en interacción con el analista, re -investir ideas y
experiencias preconcientes, de modo tal que pueda darse una mayor organiza-
ción de la vida mental. El mediador de esta interacción de transferencias es el
analista, quien, como un objeto contemporáneo, se ofrece al inconciente del
paciente como un punto de apego necesario para la transferencia. El analista,
como objeto contemporáneo, representa un aparato psíquico cuya organiza-
ción en proceso secundario es estable y capaz de una regresión controlada, de
modo que está en comunicación óptima con su propio inconciente y el del
paciente, como para servir de mediador confiable y partner de comunicación,
de transferencia entre inconciente y preconciente y por lo tanto de organiza-
ción superior interpenetrante de ambos.
La integración del yo y la realidad consiste en la transferencia de proce-
sos y “contenidos” inconcientes sobre nuevas experiencias y objetos de la vida
contemporánea; también la prolongada integridad del yo y la realidad depen-
den de esta misma transferencia. En transferencias patológicas la transforma-
ción del proceso primario en secundario y el interjuego continuado entre ellos
ha sido reemplazado por super-imposiciones del proceso secundario sobre el
primario, de modo que éstos existen uno al lado del otro y aislados cada uno
del otro. Freud, en su trabajo Lo inconciente describió esta constelación: “En
realidad, la cancelación de la represión no sobreviene hasta que la representa-
ción conciente, tras vencer las resistencias, entra en conexión con la huella
mnémica inconciente. Sólo cuando esta última es hecha conciente se consi-
gue el éxito” (itálicas mías). (Freud, 1915, 14.p.171). En una interpretación
analítica dada “la identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido del
paciente no es sino aparente. El tener-oído y el tener-vivenciado son, por su
naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas, por más que posean idén-
tico contenido” (Freud, 1915, v.14, pp. 171-172). Y más tarde, en el mismo
trabajo, Freud habla de las investiduras de cosa de los objetos en el inconciente,
mientras que “la representación conciente abarca la representación-cosa más
la correspondiente representación-palabra” (p.198). Y agrega más adelante:

[…] el sistema Prcc nace cuando esa representación-cosa es sobreinves-


tida por el enlace con las representaciones-palabra que le correspon-
den. Tales sobreinvestiduras, podemos conjeturar, son las que produ-
cen una organización psíquica más alta y posibilitan el relevo del pro-
ceso primario por el proceso secundario que gobierna en el interior del

Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009 187


HANS W. LOEWALD

Prcc. Ahora podemos formular de manera precisa eso que la represión,


en las neurosis de transferencia, rehúsa a la representación rechazada:
la traducción en palabras, que debieran permanecer enlazadas con el
objeto. (p. 198).

La correspondencia de ideas verbales a ideas concretas, que son las investidu-


ras de cosa en el inconciente, media al desarrollo del aparato psíquico infantil
por el entorno adulto. Las sobreinvestiduras que “causan una organización
psíquica superior”, consisten en un acoplamiento de las huellas mnémicas
inconcientes con las ideas verbales correspondientes a ellas, y en el desarrollo
temprano del yo se deben a la interacción organizadora entre la actividad en
proceso primario del aparato psíquico infantil y la actividad en proceso secun-
dario del entorno del niño. Los términos “diferencial” y “sistema de tensión
libidinal” que usé antes, designan los aspectos de energía de esta interacción,
las fuentes de energía de tales sobreinvestiduras. Freud se aproximó claramen-
te al problema de la interacción entre aparatos psíquicos de niveles diferentes
de organización cuando habló del acoplamiento de ideas concretas en el
inconciente con ideas verbales como constituyendo las sobreinvestiduras que
“producen una organización psíquica superior”. Este “acoplamiento” es el
mismo fenómeno que la mediación de una organización superior, de activi-
dad mental preconciente, proveniente del entorno del niño, al aparato psíqui-
co infantil (Comparar con Charles Rycroft, 1956). Las ideas verbales son re-
presentativas de la actividad preconciente, de especial importancia a causa del
rol especial que juega el lenguaje en el desarrollo superior del aparato psíqui-
co, pero por supuesto, ellas no son las únicas. Este acoplamiento ocurre en el
proceso de interacción y se va internalizando de manera creciente dentro del
aparato psíquico como interjuego y comunicación entre inconciente y
preconciente. La necesidad de reanudar en análisis esa interacción mediadora
como forma de hacer posible nuevas internalizaciones y de reactivar la
interacción interna resulta del grado de aislamiento patológico entre inconciente
y preconciente o, para hablar en términos de una terminología posterior, del
desarrollo de procesos defensivos en tal proporción que el yo, más que mante-
ner o extender su organización en la esfera del inconciente, la excluye más y
más de su alcance.
Debe quedar claro que una visión de la transferencia que hace hincapié
en la necesidad del inconciente para la transferencia y de un punto de anclaje
para la transferencia en el preconciente, por el cual el proceso primario se
transforma en proceso secundario, implica la noción de que la salud psíquica
tiene que ver con una comunicación óptima, aunque no necesariamente con-

188 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

ciente, entre inconciente y preconciente, entre el estadio infantil, arcaico y las


estructuras del aparato psíquico y los posteriores estadios y estructuras de la
organización. Y más, que el inconciente es capaz de cambios y, como dice
Freud, “es asequible a las vicisitudes de la vida” (v.14, p.187) y del preconciente.
Donde se levanta la represión, inconciente y preconciente están nuevamente
en comunicación, el objeto infantil y el contemporáneo pueden unirse en
uno solo –un objeto verdaderamente nuevo en tanto ambos, inconciente y
preconciente están cambiados por su comunicación mutua. El analista es el
objeto que ayuda a lograr esto en la terapia, es el que media esta unión –una
nueva versión de la forma de transformación del proceso primario en proceso
secundario desarrollado en la infancia, a través de la mediación de una organi-
zación superior por medio de las relaciones de objeto tempranas.
Unas pocas palabras acerca de la transferencia y la así llamada “relación
real” entre paciente y analista. Se dijo repetidamente que uno debe distinguir
la transferencia (y la contratransferencia) entre paciente y analista en la situa-
ción analítica de la relación “realista” entre los dos. Acuerdo completamente.
Sin embargo, está implícito en tales declaraciones que la relación realista entre
paciente y analista no tiene nada que ver con la transferencia. Espero haber
establecido en la presente discusión que no existe tal cosa como la realidad, ni
una relación real sin transferencia. Cualquier “relación real” implica la trans-
ferencia de imágenes inconcientes a los objetos actuales. En realidad, los obje-
tos actuales son objetos, y por lo tanto “reales” en todo el sentido de la palabra
–que comprende la unidad de huellas mnémicas inconcientes e ideas
preconcientes– sólo en la medida en que haya un darse cuenta de esta transfe-
rencia, en el sentido de una interacción transformacional entre inconciente y
preconciente. La “resolución de la transferencia”, en la terminación de un
análisis, significa la resolución de la neurosis de transferencia y por lo tanto,
de las distorsiones de la transferencia. Esta resolución incluye el reconoci-
miento del límite natural de toda relación humana y de las limitaciones espe-
cíficas de la relación paciente-analista. Pero la nueva relación de objeto con el
analista, que se construye gradualmente en el curso del análisis y constituye la
relación real entre paciente y analista y que sirve como punto focal para el
establecimiento de relaciones objetales más saludables en la vida “real” del
paciente, no está desprovista de transferencia en el sentido aclarado en este
trabajo. Dije antes: “es en la medida en que el paciente desarrolla una ‘transfe-
rencia positiva’ –no en el sentido de transferencia como resistencia, sino en el
sentido de esa ‘transferencia’ que sostiene el proceso completo de un análisis–
que se mantiene viva esta potencialidad de esa nueva relación de objeto a

Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009 189


HANS W. LOEWALD

través de los diferentes estadios resistenciales”. Este significado de la transfe-


rencia positiva tiende a ser desacreditado en los escritos analíticos modernos y
en la enseñanza, aunque no en el tratamiento mismo.

Freud, como cualquier persona que no sacrifica la complejidad de la


vida a la simplicidad decepcionante de los conceptos rígidos, ha dicho mu-
chas cosas contradictorias. Puede ser citado en apoyo de muchas ideas dife-
rentes. ¿Puedo yo, al final, citarlo en apoyo de mi idea?

El 6 de diciembre de 1906 escribió a Jung:

No se le habrá escapado a usted que nuestras curas se producen por la


fijación de la libido imperante en el subconciente (transferencia) […].
Cuando ello no ocurre el paciente no hará el esfuerzo necesario o bien
no escuchará cuando le traducimos sus propios contenidos. En esen-
cia, es una cura por el amor. Es la transferencia también la que ofrece la
prueba más sólida, la única imbatible, de la relación entre neurosis y
amor. (Jones, p.453)

Y el 10 de enero de 1910 escribe a Ferenczi:

Voy a obsequiarle cierta teoría que se me ha ocurrido mientras leía su


análisis [refiriéndose al autoanálisis que hace Ferenczi de un sueño].
Me parece que en nuestros esfuerzos por influir sobre los impulsos
sexuales no podemos lograr otra cosa que ciertos intercambios y des-
plazamientos, nunca una renuncia, abandono o resolución del com-
plejo. (¡Estrictamente confidencial!) Cuando una persona saca a luz
sus complejos infantiles, sigue reservándose una parte de ellos (el afec-
to) en cierta forma que es usual (la transferencia). Se ha quitado una
piel y se la deja al analista; ¡Dios lo libre de quedar ahora desnudo, sin
piel! (Jones, p. 465)

190 Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis • Número 13 • 2009


SOBRE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DEL PSICOANÁLISIS

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