Infer Exper
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Como en relación con cualquier otro caso de actividad o de disciplina humanas, las
matemáticas nos presentan con el tradicional problema de tener que distinguir entre
la práctica y la comprensión de dicha práctica. Lo primero no acarrea consigo de
manera automática lo segundo. En este como en muchas otros casos, parte del
problema consiste en que si bien los matemáticos disponen de la sólida plataforma
del conocimiento matemático carecen del entrenamiento que permite dar cuenta de
él, en tanto que los filósofos, si bien entrenados en el arte de ordenar pensamientos y
capacitados para en principio desarrollar dicha labor, carecen a menudo de
conocimientos sólidos en matemáticas, por la obvia razón de que en general no es
matemáticas lo que estudiaron. Naturalmente, una situación así redunda en demérito
de la filosofía de las matemáticas. Es cierto que siempre ha habido excepciones a
esto que parece una regla general. Pitágoras, Platón, Leibniz, Frege, Husserl,
Russell, Quine (por no citar más que a unos cuantos) son buenos ejemplos de feliz
síntesis de matemáticas con filosofía, pero es evidente que los filósofos matemáticos
grandes son más bien escasos. Parecería que lo problemático de la situación consiste
no sólo en que dar cuenta de manera filosóficamente convincente de las matemáticas
exige formarse simultáneamente en dos áreas completamente diferentes, sino
también que requiere fundir en una sola dos mentalidades radicalmente distintas.
Wittgenstein, se sabe, tenía una muy pobre opinión de los matemáticos filósofos:
“En filosofía no se puede interrumpir una enfermedad de pensamiento. Debe ésta
seguir su curso natural y la curación lenta es lo más importante. (Es por eso que los
matemáticos son tan malos filósofos).”1 No debería, pues, sorprendernos que fueran
los mismos matemáticos en sus momentos filosóficos quienes, en su afán de
aclaración de la naturaleza de su disciplina (sobre qué versa, cómo está constituida,
en qué se funda, cómo se opera en ella, etc.), hubieran echado a rodar la multitud de
mitos filosóficos en los que ahora está hundida la reflexión sobre las matemáticas.
Kurt Gödel, podría argumentarse, es un buen ejemplo de ello. Es justamente en
contra de ideas como la de que hay profundos problemas ontológicos en
matemáticas, que los matemáticos son exploradores de un universo infinito de
entidades abstractas, que hay hechos matemáticos, los cuales se caracterizan por
determinados rasgos o propiedades, etc., que se sublevó Wittgenstein. En este
ensayo me ocuparé de una porción mínima del inmenso terreno abarcado por su
pensamiento, es decir, presentaré exclusivamente algunas de sus ideas en relación
1
L. Wittgenstein, Zettel (Oxford: Basil Blackwell, 1967, sec. 382.
60
con lo que son la inferencia y la experiencia matemáticas. Ahora bien, para estar en
mejor posición de apreciar y evaluar la posición que Wittgenstein se fue labrando
habremos primero de presentar, aunque sea en sus grandes lineamientos, los mitos
de filosofía de las matemáticas que quedan englobados bajo el rubro general de
“realismo”. Es sólo una vez desglosadas las creencias fundamentales de la
interpretación realista de las matemáticas que podremos abocarnos a reconstruir y
exponer los puntos de vista de Wittgenstein en relación con nuestro tema.
Es relativamente claro que lo que los realistas tienen que decir en torno a la
inferencia matemática es ante todo el resultado de una interpretación, o por lo menos
lógicamente parte de ella. Dicha interpretación se funda básicamente en un
paralelismo o analogía, bastante poco sofisticado dicho sea de paso. La idea motriz
parece ser la de que así como hay experiencia sensorial hay también lo que podría
llamarse ‘experiencia matemática’, esto es, una experiencia puramente intelectual, y
al igual que hay órganos para las experiencias sensoriales la experiencia matemática
también tendría su órgano, viz., la mente. Ahora bien, una diferencia importante
entre estas dos clases de experiencias es que en el caso de las sensoriales sólo
podemos establecer conexiones probables, en tanto que en el de las experiencias
matemáticas las conexiones que establecemos son necesarias. El matemático “ve”
(con el “ojo de la mente”) que ciertas conexiones (entre números, por ejemplo) se
dan y que ciertas proposiciones “se siguen” objetivamente de otras. Esto puede
ilustrarse de manera sencilla por medio de teorías como las de geometría o de teorías
axiomatizadas de números: partiendo de ciertos supuestos o axiomas o hipótesis, se
deducen teoremas, esto es, consecuencias lógicas de ellos por medio de reglas de
razonamiento que se asume que son objetivamente válidas. En otros casos, lo que se
tiene son ciertas fórmulas (e.g., para resolver ecuaciones de diverso grado) y el
matemático “ve” cómo la fórmula en cuestión nos permite resolver la ecuación de
que se trate. Así vistas las cosas, queda relativamente claro que lo que se debe hacer,
si lo que se quiere es razonar correctamente, es usar o aplicar las fórmulas tal
como a todas luces ellas mismas nos indican cómo hacerlo. O sea, de acuerdo con el
realista no hay más que una manera de leerlas. Es por eso que se dice que, cuando
efectivamente se les aprehende, el resultado ya estaba “predeterminado”. No hay
más que una forma objetivamente correcta de aplicar las fórmulas y, en general, de
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extraer conclusiones. O sea, no es que una vez alcanzado un cierto resultado éste se
vuelva definitivo, sino que ya lo era desde antes de ser descubierto. Puede, pues,
decirse que, en la medida en que para establecerlas no fue necesario recurrir a la
experiencia sensorial sino sólo a una puramente intelectual, las proposiciones
matemáticas son no sólo necesarias sino a priori. Inferir es precisamente el proceso
mental de descubrimiento o de reconocimiento de conexiones abstractas objetivas.
Eso y cosas parecidas es “determinar” algo para alguien. En todos esos casos,
y otros que podríamos imaginar, tiene un sentido claro afirmar que los resultados ya
estaban predeterminados para el alumno: si el dictador ya sabía a qué resultados se
tenía que llegar, los resultados ya estaban predeterminados. El asunto es claro. Pero
es también evidente que no es en ese sentido literal como en general se usa el
término ‘predeterminar’ en el contexto de las matemáticas. En el caso de las
2
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics (Cambridge/London: The M.I.T. Press, 1975),
Parte I, sec. 17, p. 8.
3
Véase ibid., Parte I, sec. 22, pp. 9-10.
64
4
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 22, pp. 9-10.
65
palabra ... significa ...’. Pero lo cierto es que decir eso no es todavía decir nada,
aparte de que es engañoso, puesto que sugiere equívocamente que el significado de
‘x’ es el objeto o la cosa X. Pero la misma forma de palabras aparecerá
independientemente de la clase de signo que esté en juego: ‘tendencia’, ‘π’, ‘hiena’,
átomo’, etc. O sea, siempre recurrimos a la formulación canónica,
independientemente de la clase de significado que esté involucrada. “En otras
palabras, la descripción deberá revestir la forma: ‘La palabra ... significa ...”.5 Sin
embargo, cuál sea el significado específico del término ‘x’ es algo que sólo la
descripción del uso concreto que de él se hace podrá proporcionar y los usos, claro
está, no son adivinables. Si queremos determinar el significado de una expresión,
por lo tanto, tenemos que atender a las aplicaciones que de ella se hagan. De igual
manera, decir que la fórmula predetermina el resultado no es todavía decir nada
preciso: no es más recurrir al esquema que nos dice qué forma debe revestir la
explicación de lo que es en el área de las matemáticas explicar que se obtuvo un
resultado. O sea, cuando se le explica a alguien lo que es una inferencia correcta se
le hacen las aclaraciones pertinentes y se le dice que “el resultado ya estaba
predeterminado por la fórmula”, o por las premisas. Pero, una vez más, decir eso no
es todavía explicar nada: es simplemente dar la forma canónica de explicación en
este contexto particular. Nosotros entenderemos por qué decimos que el resultado
estaba de antemano determinado cuando efectivamente comprendamos lo que
hacemos cuando inferimos, pero no simplemente porque expresemos nuestra
creencia de que el resultado estaba ya allí aguardándonos, puesto que esto último es
simplemente aplicar la imagen que se está cuestionando.
5
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford: Basil Blackwell, 1974), sec. 10.
6
Obviamente, el verbo ‘extraer’ ya prejuzga el asunto: nos induce a pensar que algo ya estaba allí de alguna
manera metido y que nuestra tarea consiste en sacarlo a la luz. Esto ya es una interpretación de lo que
hacemos, una interpretación que neutralizamos si entendemos lo que sucede.
7
L. Wittgenstein, Remarks on the Foundations of Mathematics, Parte I, sec. 28, p. 11.
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Por otra parte, es claro que nuestros modos de aplicación de las reglas, las
fórmulas, etc. (en otras palabras: nuestras matemáticas), tienen una justificación
práctica, es decir, nos son objetivamente útiles, nos dan buenos resultados y, por lo
tanto, no tenemos por qué cuestionarlos. La justificación última de nuestras
matemáticas no es una “operación de la mente”. La mente no es una garantía de
nada en este caso. Más bien, las matemáticas se justifican por su carácter pragmático
y en última instancia su éxito se funda en hechos brutos de la naturaleza humana
acerca de los cuales no tiene el menor sentido preguntar nada. El hecho que hay que
notar es que reaccionamos en general de la misma manera. Wittgenstein expone el
punto como sigue: “’Pero, si tienes razón, ¿cómo es que todos los hombres (o por lo
menos los hombres normales) aceptan estos esquemas como pruebas de estas
proposiciones?” – Sí, hay aquí una gran – e interesante – concordancia”.8 Si para
contar 2 + 2 no tendiéramos de manera espontánea a hacerlo como normalmente lo
hacemos (recurriendo a los dedos de las manos, por ejemplo), seguramente
tendríamos una aritmética diferente pero también, muy probablemente, una menos
8
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 35, p. 13.
67
beneficiosa o útil que la que tenemos. En todo caso, sin nuestra nunca cuestionada
concordancia en reacciones los juegos de lenguaje no se podrían siquiera gestar.9
Puede verse que aquí ya están constituidos y operan diversos conceptos sin
los cuales no podríamos dar cuenta del fenómenos de la inferencia matemática. El
concepto de inferencia, por ejemplo, acarrea consigo al de “seguirse de”. En
realidad, se trata de una misma idea presentada desde dos perspectivas diferentes,
viz., la de los hablante y la de los signos. Por una lado decimos que nosotros
inferimos algo, dando a entender que efectuamos una actividad peculiar de
descubrimiento de conexiones y resultados; por la otra, decimos que una proposición
o un resultado se siguen de ciertas premisas, insinuando que la relación entre
premisas y conclusión ya estaba allí y que lo único que requerían era su
verbalización. El problema es que la forma misma de expresarnos nos induce a
malinterpretar lo que hacemos y, por ende, a entender mal o no comprender la
situación: no es porque A se sigue de B que decimos que podemos inferir B de A,
sino que es porque como cuestión de hecho inferimos B de A que podemos decir que
A se sigue de B. Como bien señala Wittgenstein, el verbo ‘seguirse de’ es equívoco,
puesto que sugiere que algo se da independientemente de que nosotros así lo
consideremos, pensemos, creamos, etc. Pero en lo que no se repara es en el hecho de
que lo importante de decir (y aceptar) que A se sigue de B es que se aceptó una
regla, a la cual a partir de ese momento nos atenemos. La interpretación equivocada
es la que hace del verbo una descripción de un supuesto hecho lógico, cuando en
realidad no es más que la indicación de la aceptación de algo por parte de los
usuarios del simbolismo.
11
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 121, p. 37.
69
libre para generar las aclaraciones alternativas. Así, Wittgenstein hace ver que la
obtención de un resultado en matemáticas equivale al establecimiento de una regla
que, por razones que ya se adujeron, es inmodificable o inalterable. Esta nueva regla
se incrusta en el sistema ya establecido y paulatinamente construido de resultados
matemáticos fijos. Para referirse a estos resultados Wittgenstein habla de
“paradigmas”. Un paradigma es un patrón rígido e independiente ya por completo de
la experiencia (a la que regula) y, en ese sentido, es decir, por no ser algo meramente
probable, sujeto a nuevas corroboraciones, etc., puede decirse de él que establece
una nueva conexión necesaria y, por lo tanto, esencial. Al establecer que 2 + 2 = 4,
el matemático fija una conexión entre numerales que ya nada va a alterar.
Presentado esto de manera mitológico, podría decirse que el matemático enuncia
relaciones necesarias entre el objeto 2 y el objeto 4. Wittgenstein prefiere decir más
bien que “El matemático crea esencia”.12
12
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 32, p. 13.
13
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 73, p. 23.
14
A este respecto véase, por ejemplo, mi “Relaciones Internas” en mi libro Lenguaje y Anti-Metafísica
(México: Plaza y Valdés, 2005). 2ª edición.
15
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 74, p. 23.
70
nosotros) a priori. Y para el realista que insiste en que tiene que haber una
diferencia radical o profunda entre proposiciones sobre esencias y proposiciones
temporales, accidentales o contingentes, Wittgenstein tiene preparada la respuesta:
“a la profundidad que vemos en la esencia corresponde la necesidad profunda de
una convención”.16 Factualidad y necesidad se excluyen mutuamente.
16
L. Wittgenstein, loc. cit.
17
L. Wittgenstein, ibid, Parte I, sec. 18, p. 8.
71
18
L. Wittgenstein, ibid, Parte I, sec. 63, p. 20.
19
Que es, como se sabe, de lo acusó M. Dummett en su bien conocida reseña de las Observaciones sobre los
Fundamentos de las Matemáticas.
72
20
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 8, p. 6.
21
L. Wittgenstein, ibid., Parte I, sec. 9, p. 6.
22
L. Wittgenstein, Philosophical Investigations, sec. 201.
23
L. Wittgenstein, loc cit.
73
Lo que he presentado no es más que una de las múltiples aristas del pensar
wittgensteiniano en torno a las matemáticas. Creo que podemos constatar que su
investigación tiene dos fases y dos facetas, a las que hay que mantener vinculadas.
La primera fase de su labor es eminentemente destructiva. En este caso, por ejemplo,
el blanco principal (aunque ni mucho menos el único) es el mito realista, esto es, la
concepción realista de las matemáticas. La otra fase de su trabajo es la positiva o
constructiva, sólo que ésta toma cuerpo no en una nueva teoría, sino a través de las
aclaraciones y rectificaciones que va haciendo a lo largo de su ataque. Lo exitoso de
la crítica de Wittgenstein se manifiesta en que, una vez aprehendido su pensamiento,
estamos en posición de desprendernos de diversos mitos filosóficos, los cuales son
sumamente dañinos. Por ejemplo, ahora entendemos por qué podemos hablar de
verdad y de falsedad en matemáticas sin tener que asumir la existencia de objetos
abstractos o podemos aceptar la idea de que hay una distinción objetiva entre lo
correcto y lo incorrecto sin para ello dotar a las matemáticas de carácter descriptivo
o factual. Vimos cómo lo que denominamos ‘inferencia’ en realidad está más bien
asociado con reacciones primitivas, animales o espontáneas, de tipo “El fuego
quema, eso es fuego y por lo tanto lo evito”. Wittgenstein hace un esfuerzo por
mostrar la esencial vinculación del concepto de inferir con otros conceptos
cognitivos, como “pensar”. Su idea es que es al aprender a pensar que se aprende a
inferir. No se trata de procesos separados. Otro rasgo interesante del enfoque de
Wittgenstein es que, sin convertir a las matemáticas en una ciencia empírica de
todos modos recupera su esencial conexión con la experiencia. El proceso en el que
Wittgenstein parece pensar es más o menos el siguiente: enunciamos leyes lógicas y
matemáticas de manera experimental, pero una vez establecidas las volvemos
inmunes a la experiencia. Si conjugamos estas reflexiones con los otros grupos de
pensamientos que Wittgenstein produjo en relación con los números, la inducción, la
existencia en matemáticas, el infinito, los problemas de fundamentación de las
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matemáticas, las contradicciones, etc., veremos que lo que nos legó es ni más ni
menos que un cuadro básicamente correcto de eso que llamamos ‘matemáticas’.