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Una Navidad Con Las Wharton - Jana Westwood

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William vuelve a Londres para casarse antes de Navidad y se encuentra con

que Elinor Wharton ha decidido organizar una comida navideña muy especial
en la que los novios estarán también incluidos.
Mientras Emma pasa las Navidades con Elizabeth en Escocia, las Wharton se
reúnen para disfrutar de una celebración muy especial.

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Jana Westwood

Una Navidad con las Wharton


Las Wharton - 7

ePub r1.0
Titivillus 07.07.2024

Página 3
Título: Una Navidad con las Wharton
Jana Westwood, 2023

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Un regalo para todas aquellas que os enamorasteis de las
Wharton y os quedasteis con ganas de más. Con todo mi cariño.

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Capítulo 1

2 de diciembre de 1813

—Es una tontería —afirmó Henry.


—Una locura —corroboró Colin.
Elinor estaba de pie frente a su esposo, su suegra y su cuñado. Con las
manos en jarras y una expresión totalmente decidida sacudió la cabeza en un
gesto inequívocamente afirmativo para dejar claro que se haría tal y como
había dicho. Los otros tres se miraron para comprobar que todos pensaban lo
mismo.
—No será nada fácil, Elinor, ¿estás segura de querer hacerlo? —⁠preguntó
Hannah mucho más delicadamente.
—Completamente segura. Este año celebraremos la comida de Navidad
aquí.
—¿Invitarás a toda la familia? —⁠Henry se había puesto de pie.
—A toda. Haré que Caroline venga también. Voy a demostraros a todos
que puedo ser una buena ama de casa, además de llevar las fábricas.
—Pero cariño, no es necesario que… —⁠Henry detuvo su avance hacia ella
al ver la palma de su mano dándole el alto.
—Voy a hacerlo —advirtió.
—Nunca has hecho algo así —⁠dijo su esposo abandonando el tono
conciliador.
Elinor lo enfrentó con mirada provocadora.
—¿Crees que no soy capaz? ¿Igual que creías que no podría llevar la
fábrica? ¿Has visto los números contables últimamente, querido esposo?
—Tienes razón, eres mucho mejor que yo en los negocios, pero esto es
distinto.
—Ah, ¿sí? ¿En qué es distinto?
—No tengo ni idea, nunca he organizado una comida de Navidad —⁠dijo
encogiéndose de hombros⁠—. ¡Anda, qué casualidad, igual que tú!
—Muy gracioso.

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—Yo te ayudaré —se ofreció Hannah.
—No —dijo su nuera negando con la cabeza⁠—. Lo haré sola.
—Pero ¿por qué tendrías que hacerlo sola? Yo puedo…
—He dicho que no.
—Mira que llegas a ser cabezota —⁠dijo Colin riendo⁠—. Dejadla que haga
lo que quiere. Será divertido. ¿Puedo invitar a alguien?
—Si te refieres a Chisholm, por supuesto.
Su cuñado la miró con cariño y se levantó para marcharse.
—¿Adónde vas ahora? —preguntó su madre⁠—. Tenemos que hablar de
esto.
—No, mamá. No hay nada que hablar, Elinor preparará la comida de
Navidad y es mejor que lo asumas cuanto antes. Me voy a Londres todo el
mes. Me han invitado a un concierto en casa de tus amigas —⁠dijo esto último
mirando a Elinor⁠—. Si no tuvieras que preparar esa comida podrías venir
conmigo.
Su cuñada levantó la barbilla en un gesto orgulloso.
—No me importa, ya habrá más conciertos.
—Eso seguro. Hasta el veinticuatro.
—¿Puedo dejarte al menos mis menús de los últimos años? —⁠preguntó
Hannah⁠—. No te diré qué escoger si no quieres, pero al menos…
Elinor asintió, tampoco era estúpida, algo de ayuda le vendría bien, lo que
no quería era que nadie pudiese atribuirse el mérito una vez consiguiese su
propósito, por eso no podía dejar que su suegra participase directamente.
Henry y ella se quedaron solos.
—¿A qué viene esto?
—Quiero hacerlo y me gustaría que me apoyaras —⁠dijo mirándolo con
fijeza.
Henry entornó los ojos y la miró con mayor atención.
—¿Qué me estás ocultando, Elinor?
—Si quisiera ocultarte algo no te lo contaría simplemente por qué me lo
preguntaras, ¿no crees?
—Así que hay algo.
Ella sonrió traviesa.
—Es posible —dijo acercándose para rodearle el cuello con los brazos⁠—.
¿Me apoyarás?
Él la cogió de la cintura y sonrió.
—Sabes bien que sí.
—No esperaba menos.

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—¿Cuántos invitados?
—Todos los Wharton y sus allegados.
Henry frunció el ceño.
—No creo que hayamos celebrado en esta casa una comida con tanta
gente desde que mi padre murió.
—Pues ya iba siendo hora. —⁠Tiró de él para que la besara y Henry no se
hizo de rogar.

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Capítulo 2

5 de diciembre

—¿Estás seguro de que quieres que vaya? —⁠preguntó Chisholm apartándole


un mechón de pelo.
—Muy seguro —afirmó Colin empujándolo con su cuerpo para colocarse
encima.
Su boca se tragó las palabras que el escocés tenía preparadas y su lengua
le hizo olvidar cualquier excusa que pudiera ocurrírsele.
—Llevamos toda la tarde en la cama —⁠dijo Chisholm cuando pudo
hablar.
—Di que vendrás.
—Llegaremos tarde al concierto…
—Di que vendrás.
—Iré. —Cedió al fin riendo—. Iré, iré, pero levántate de una vez. Quiero
darme un baño.
—¿Conmigo?
—¡No! —exclamó el escocés quitándoselo de encima.
—Es ofensivo que seas más fuerte que yo —⁠se quejó Colin observando su
cuerpo desnudo. Cruzó las manos bajo su cabeza para disfrutar del
espectáculo.
—Si hubieses participado en los Juegos de las Highlands desde niño, tú
también tendrías estos músculos —⁠dijo el otro mostrando sus bíceps en todo
su esplendor.
—No son tus bíceps lo que me gustaría tener —⁠dijo el otro mirando en
otra dirección.
—No tienes remedio. De verdad quiero darme un baño. ¿Sería posible?
—Yo mismo te lo prepararé —⁠dijo el otro complaciente.
Cuando pasó a su lado, Chisholm lo agarró por la cintura y lo tiró en la
cama haciéndole cosquillas.
—¿Qué…? —Colin no podía parar de reír.

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—Estoy loco por ti —dijo Chisholm mirándolo con fijeza.
La risa se le congeló en los labios.
—Te amo, Colin.
El escocés esperó unos segundos a que él respondiera y el tiempo se
volvió espeso y correoso cuando el silencio inundó la estancia. Frunció el
ceño y se incorporó para apartarse.
—Chisholm, yo…
—No hace falta que digas nada.
Intentó levantarse, pero el otro lo agarró del brazo y lo retuvo.
—Me has pillado desprevenido.
—Ah, ¿sí? ¿No te lo esperabas?
—No.
—Ya veo. —El escocés se puso de pie y comenzó a vestirse.
—Voy a prepararte el baño.
—Ya no me apetece.
—Chisholm…
El otro siguió vistiéndose y su humor se fue agriando un poco más con
cada botón que abrochaba.
—¿Adónde vas? —preguntó Colin poniéndose una bata.
—Me voy a Harmouth.
—¡No! Chisholm, por favor, vamos a hablar.
—¿Qué quieres hablar? —Lo encaró⁠—. Te he dicho que te amo y tú me
has dicho que no.
—No te he dicho que no.
—Ah, ¿no? —Los ojos del escocés refulgían como el fuego de la
chimenea⁠—. Eso es lo que yo he oído.
—Nunca… —Colin negó con la cabeza⁠—. Nadie me lo había dicho
nunca.
—Pero tú sí lo dijiste, ¿verdad? —⁠Se limpió las lágrimas con rabia⁠—.
Ahora tú eres Phillip, ¿es eso?
—No digas tonterías.
—¿Aún le amas?
Colin dio un paso atrás con expresión confusa.
—No —dijo al fin.
—Eres un maldito cobarde.
Chisholm apretó los dientes para contener la angustia que sentía. Dejó
escapar el aire en un sentido suspiro y sin decir nada más salió del cuarto
dejando la puerta abierta. Colin la cerró y volvió a la cama para tumbarse

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mirando al techo. ¿Por qué había tenido que estropearlo todo? ¿Acaso no eran
felices tal y como estaban? ¿A qué venía hablar de amor de repente? Se giró
hasta colocarse de lado mirando el lugar que él ocupaba. Le gustaba que se
quedara a dormir. Le gustaba despertarse a su lado. Acariciarlo mientras
dormía. Despertarlo con su boca…
—Maldito seas, Chisholm —masculló y se sentó enfadado⁠—. No volveré
a caer en esto. Ya tuve suficiente.
Se levantó y comenzó a vestirse. Iría al concierto y lo pasaría bien. Allí
habría buenos amigos con los que pasar una buena noche. Si Chisholm quería
amargarse, que lo hiciese solo. La vida era demasiado corta para preocuparse
por cosas que no tenían ninguna solución.
Sacudió la camisa con rabia y metió las mangas con demasiada violencia.
—¿Qué pretende? Aparte de esto no hay nada para nosotros —⁠gruñó⁠—.
¡Nada!
Se puso los pantalones con el corazón desbocado y la respiración agitada.
Como si hubiera algo que pudieran hacer allí. ¿Por qué tenía que incluir esa
maldita palabra? Podían verse, disfrutar el uno del otro. Podían ser amigos en
público y amantes en secreto. ¿Amor? Eso lo estropeaba todo. Ya lo vivió con
Phillip y a punto estuvo de costarle la salud y la reputación. Por amor se
cometen muchas locuras. El amor trae celos y los celos te hacen vulnerable y
peligroso. Se juró que no volvería a cometer ese error y siempre cumplía sus
promesas.
—Si no es suficiente para ti, mejor terminar ahora —⁠dijo con la voz rota.
Carraspeó y se tragó las lágrimas. Necesitó unos minutos para recuperar la
compostura. Cuando estuvo listo salió del apartamento dispuesto a divertirse.

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Capítulo 3

8 de diciembre

—¿Otra vez en brazos? —Harriet miraba a Joseph con severidad.


—Estaba a punto de llorar y no quería que te despertase.
—Mentiroso, la estás malcriando.
Con el pelo revuelto y aquella expresión culpable le recordó a Bluejacket
y se preguntó qué cara pondría el pirata si pudiese viajar en el tiempo y ver lo
que le deparaba el futuro. Joseph le mostró a la niña y Harriet suspiró
derrotada. La pequeña tenía una sonrisa tan extraordinaria que era imposible
resistirse a ella.
—No es justo, yo me contengo mucho —⁠dijo cogiéndola de sus brazos⁠—.
Te va a querer más que a mí.
—No digas tonterías —dijo él abrazándolas a las dos⁠—. Tú eres su madre,
tienes ventaja.
—¿Ventaja? ¿Qué ventaja? Te escabulles siempre que puedes para estar
con ella y la coges todo el tiempo en brazos. La niñera no deja de repetirme
que será una malcriada y tiene razón.
—No me importa —dijo mirando a la pequeña Fanny con cara de bobo⁠—.
Se parece tanto a ti…
Ella observó sus rizos rojos y sonrió orgullosa.
—Sí, ¿verdad?
Joseph asintió.
—Me da un poco de miedo viajar hasta Shaftbury con ella —⁠dijo con
preocupación⁠—. Es muy pequeña y podría haber algún contratiempo, algunos
caminos están helados…
Su esposa lo miró consternada.
—¿Quieres dejarla aquí?
—¡No! No podemos separarnos de ella.
Harriet lo miró ahora sorprendida.
—¿Estás diciendo que no vayamos?

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—¿No es un poco pronto? Estoy seguro de que tu familia lo entenderá.
Además, está lo de Bethany…
—Por supuesto que no lo entenderán. —⁠Dejó a Fanny en su cunita y se
giró para mirarlo severa⁠—. ¿Pretendes que tratemos a nuestra hija como si
fuera de porcelana?
—No digo eso, pero…
—Joseph Burford, haz el favor de volver en ti. Has sido pirata y yo he
luchado contra los franceses, ¿acaso dices que nuestra hija va a ser una
temerosa y acobardada mujer el día de mañana? ¡Por encima de mi cadáver!
Su marido no pudo evitar echarse a reír.
—Tienes razón, no sé qué me ha pasado.
—Pues, sea lo que sea, haz que se te quité cuanto antes. Si Elinor ha
decidido organizar ella esa comida es por algo, de eso no me cabe la menor
duda, y debe ser algo importante. Te aseguro que mi hermana no siente el
menor interés por esta clase de cosas.
—Lo sé —dijo su esposo tapando a Fanny, que ya había cerrado los ojos
plácidamente.
Harriet lo abrazó por detrás apoyando la mejilla en su espalda.
—No tengas miedo, amor mío, nuestra hija es fuerte y le encantará el
viaje, estoy segura.
—Es muy curiosa —dijo él girándose para abrazarla también⁠—. Le
gustará estar un lugar diferente.
Harriet asintió sonriente.
—Mañana le pediré a Alexander que le haga un jō.
—¿Tan pronto?
—Cuanto antes se familiarice con él, mejor uso le dará. —⁠Le rodeó el
cuello sin dejar de mirarlo⁠—. Piensa en lo segura que estará si sabe
defenderse.
—Pienso enseñarle a disparar y a usar la espada.
—Pero para eso habrá que esperar un poco más —⁠dijo burlona.
—¿De verdad no sabes por qué Elinor ha organizado esto?
Su esposa negó con la cabeza.
—Pero ahora no quiero hablar de eso —⁠dijo tirando de él para llevarlo
hasta la cama.
Joseph se encaramó al lecho tras ella y la vio despojarse del camisón sin
pudor alguno.
—¿Se acabó la conversación? —⁠preguntó inclinándose sobre ella.
—Eso es, señor Burford.

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Capítulo 4

9 de diciembre

Alexander bajó del caballo y se lo dejó al mozo para que lo atendiera.


—Que no se le enfríe el sudor —⁠pidió⁠—, le he hecho trabajar duro.
Entró en la casa y se dirigió al salón en el que sabía que estaría Katherine
con los niños y la señora Stevens.
—¡Papá! —exclamó Andrew corriendo hacia él.
Alexander lo levantó del suelo y lo hizo volar antes de que las gemelas
tirasen de sus pantalones. Dejó al niño en el suelo e hizo lo mismo con sus
hijas, primero Charlotte y luego Maddison.
—Tenemos carta de Elinor —anunció su esposa cuando la niñera se llevó
a los niños a la sala de juegos⁠—. Este año ella se encargará de la comida de
Navidad.
El futuro duque de Greenwood arrugó el ceño desconfiado.
—No es posible.
—Como lo oyes. Y ha invitado a toda la familia.
—¿No te parece extraño? Hablamos de Elinor, no es que le encanten las
tareas domésticas, precisamente.
—¿Encantarle? Debe haber pocas cosas que le gusten menos. Estoy tan
desconcertada como tú.
—¿Y tu madre estará de acuerdo?
—Mi madre estará tan perpleja como todos —⁠sonrió cuando la cogió de la
cintura y la llevó con él hasta su butaca.
—Será una Navidad interesante —⁠dijo sentándola sobre sus piernas.
—¿Qué tal tu noche en Londres? —⁠preguntó ella jugando con el pelo de
su nuca.
—Maravilloso, Katherine, ojalá hubieses venido. Pronto la iluminación a
gas entrará en los hogares de Londres. He estado con Frederick Winsor y
hemos hablado largo y tendido sobre el tema. Me ha ofrecido participar en el
proyecto y he dicho que sí, tal y como hablamos. Samuel Clegg también

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participará. Imagina las calles de la ciudad de noche, pero tan brillantes como
en pleno día. Será una revolución, no solo en cómo vemos el mundo, sino en
como viviremos a partir de entonces.
Que fuese tan adelantado a su tiempo, tan curioso y tan optimista, la
admiraba, pero lo que más la alegraba era verlo tan feliz y entusiasmado.
—Estoy deseando contárselo a Henry, seguro que también querrá invertir
en esto.
—Desde luego —dijo su esposa rodeándole el cuello con los brazos.
—No te interesa mucho el tema —⁠dijo él burlón.
—No mucho.
—Quieres hablar de Elinor.
Katherine asintió y él se recostó en el respaldo dispuesto a complacerla.
—¿Por qué crees que ha decidido organizar ella la comida de Navidad?
Los dos sabemos que Elinor no hace nada sin un motivo.
—Si es así, es imposible que lo sepamos hasta entonces. También es muy
eficaz ocultando información.
Su mujer asintió pensativa.
—Podríamos pasar el veinticuatro en Harmouth con mis padres. Quizá así
descubramos algo.
—¿Esa es tu excusa? —preguntó sonriendo burlón⁠—. Llevas días dándole
vueltas, ¿verdad?
—Los echo de menos. Tus padres no están, ni Enid ni Marianne. No finjas
que tú no lo notas.
—Claro que lo noto —dijo él—, pero también estoy disfrutando de tenerte
para mí solo.
Ella lo miró con ternura.
—Yo también disfruto.
—Claro, eso lo dices ahora.
—No seas tonto. —Se inclinó para darle un suave beso en los labios⁠—. Le
escribí a Caroline citándola ese día.
—Y la nota para Harriet que me diste…
Su mujer sonrió divertida.
—Mi madre te lo agradecerá.
—Estoy seguro. Por cierto, Harriet quiere un jō para Fanny.
—¿Qué? —Lo miró asustada—. Pero si es una criatura.
—Eso le dije, pero dice que la enseñará en cuanto pueda sostenerlo.
—Está loca —dijo ella poniéndose de pie⁠—. Ni se te ocurra hacérselo.
—Se lo fabricará ella misma si no lo hago.

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—¿Qué dice Joseph?
—Lo mismo que tú, pero sabe que no tiene nada que hacer.
—Ese hombre es un santo.
—Señora, es la hora de que coman los niños, por si quiere acompañarnos
—⁠dijo la señora Stevens desde la puerta.
—Por supuesto —dijo caminando hacia ella sin dejar de mirar a su
esposo⁠—. Te he dejado el correo en tu escritorio. Tienes carta de William.
Alexander sonrió al oírlo y se levantó para dirigirse a su despacho.

—¿Va a venir? —preguntó Katherine colocándose la servilleta sobre la


falda⁠—. Creía que el plan era que se casarían en Blumdell.
—Pues no. Viene él para llevársela.
—Qué caballeroso —dijo Katherine frunciendo los labios.
Su esposo dejó el cubierto en el plato y la miró elocuentemente.
—¿Qué? —preguntó ella fingiendo no entender su mirada.
—¿Hasta cuándo, Katherine?
—¿Hasta cuándo qué?
—No puedes seguir culpándolo por no enamorarse de Elizabeth.
—No lo culpo de eso.
—¿Entonces?
—¿Crees que está enamorado de Bethany? No, ¿verdad? Y sin embargo…
—Es diferente.
—¿Por qué es diferente? Bueno, no hace falta que contestes, ya sé por qué
es diferente: ella tampoco lo está de él.
—Exacto.
—¿Y qué tenía de malo eso? Habría sido maravilloso que se casaran, de
ese modo Elizabeth no viviría en Escocia.
—No, viviría en Virginia.
Su esposa frunció el ceño.
—Pero…
—Las Wharton tenéis que pasar página. Si cada vez que viene William
tiene que enfrentarse a vuestros reproches dejará de venir.
—En cuando se lleve a Bethany dejará de venir igual.
—¿Pero no es mejor que se marche sabiendo que le queremos? Vamos,
Katherine, nunca se portó mal con Elizabeth. Y al final fue ella la que lo
rechazó, no lo olvides.
—Eso es cierto —dijo ella cogiendo el cubierto con una sonrisa.

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—Mira que alegrarte… —Fingió severidad.
—Dougal es excelente para Elizabeth.
—Estoy de acuerdo.
—Como dice mamá, solo tiene un defecto…
—Que es escocés —se burló su esposo.
—En el fondo me alegro por William y Bethany, los dos se merecen ser
felices.
—Sé que te alegras y no estaría mal que ellos también lo supieran.
—Intentaré ser más expresiva.
—Te lo agradezco.
—¿Cuándo será la boda?
—Se casarán en Londres en cuanto llegue.
—¿Y cuándo será eso?
—Antes de la comida de los Woodhouse. —⁠Alexander la miró divertido
al ver su expresión⁠—. Sí, tu hermana también los ha invitado.

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Capítulo 5

12 de diciembre

—No pienso hacer tal cosa.


—Meredith, por favor.
—He dicho que no, Frederick, no insistas.
El barón miró a su esposa con actitud resignada.
—Está bien —aceptó—, pero será un desastre.
—Sea lo que sea debemos confiar en nuestra hija. Pienso apoyarla en todo
y apoyarla es no hacer absolutamente nada para interferir en esa comida. Si ha
decidido organizarla es por algo y no seré yo la que se lo estropee. Y tú
tampoco.
—De acuerdo.
—Nada de «perderte» uno de estos días por Shaftbury para darle tu
opinión al respecto —⁠advirtió.
—¿Cuándo te has vuelto tan mandona? —⁠preguntó su esposo disimulando
una sonrisa.
—Siempre lo he sido. Eso fue lo primero que me dijiste cuando nos
conocimos, ¿no lo recuerdas?
—No es cierto —negó el barón—. Lo primero fue preguntarte a qué
caballo debía apostar.
Su esposa frunció el ceño con expresión desconcertada.
—Cuando nos presentaron en casa de los Thorne ya nos habíamos visto
una vez.
Meredith miró a su esposo mientras su mente viajaba en el tiempo hasta
ese momento.
—¿Hablas de Prescot?
El barón asintió.
—Tú acompañaste a los Thorne para ocuparte de sus hijos y en ese
momento te habían dejado sola. Yo no sabía entonces que eras institutriz.
—Si lo hubieras sabido, no me habrías hablado.

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—Sabes que eso no es cierto.
Meredith sonrió con cariño.
—No me acordaba de eso —dijo reflexiva.
—Yo no lo olvidé nunca. Por eso cuando te vi en casa de los Thorne me
sentí el hombre más afortunado de la tierra.
—No digas tonterías.
—Es la verdad. Después de las carreras le pregunté a todo el mundo por la
dama misteriosa, pero nadie sabía de quién hablaba. Estaba desesperado
cuando los Thorne me invitaron a cenar. Cuando entré en aquella casa y te vi,
casi grito de la alegría. Tuve que contenerme.
Su esposa lo miró severa.
—Sabes que no me gusta que hables así. No soporto los melindres.
Su esposo se echó a reír a carcajadas.
—Lo sé bien —siguió riendo—. Al principio solo te faltó abofetearme.
Me lo hiciste pasar muy mal, Meredith.
—Te he resarcido con creces, ¿no crees?
Él asintió sin apartar la mirada de ella. Estaban sentados uno frente al otro
en sendas butacas colocadas junto a la chimenea. Todas las noches se sentaba
allí y charlaban o leían o simplemente se miraban como en ese momento. La
casa estaba mucho más tranquila que cuando sus hijas vivían allí, pero no
sentían melancolía ni nostalgia por aquellos tiempos porque todas estaban
muy presentes en sus vidas. Katherine vivía muy cerca y Elinor aún más.
Harriet pasaba varias semanas al año con ellos y Emma los visitaba muy a
menudo. Caroline era la que estaba más lejos, al menos hasta que Elizabeth se
instaló en Lanerburgh.
—¿Qué crees que diría tu padre si pudiera vernos ahora? —⁠preguntó
Meredith con curiosidad.
—Supongo que no diría nada, pero en el fondo sabría que se equivocaba.
—Hace mucho tiempo que le perdoné lo mal que se portó conmigo.
Incluso lo que tuviste que sufrir por su culpa. Pero nunca le perdonaré lo que
le hizo a Elizabeth.
—Era un hombre amargado, nunca fue feliz y pagaba su frustración con
los demás. Por suerte Elizabeth no tuvo que sufrirlo mucho tiempo.
Meredith asintió.
—Las personas desengañadas pueden volverse muy crueles —⁠siguió su
esposo⁠—. Mira lo que le pasó a Caroline.
—No me lo recuerdes. Creo que nunca he temido tanto por una hija
nuestra como entonces. Parecía que se iba a malograr con tanta amargura.

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—Quería a Edwina de verdad.
—Como a una hermana —corroboró su esposa⁠—. Esa muchacha nos
engañó a todos, a mí la primera. Siempre creí que era una buena influencia
para nuestra hija. De haberlo sabido…
—Todo sucede por algo —dijo el barón convencido⁠—. De no haber sido
así, James y nuestra hija nunca se habrían enamorado.
—Claro que se habrían enamorado, solo era cuestión de tiempo. Eso son
paparruchas. Están hechos el uno para el otro.
Frederick sonrió divertido.
—Como nosotros.
Su esposa trató de ocultarle su sonrisa, pero no podía engañarlo.
—Elinor lo hará bien —dijo el barón de pronto⁠—. Es como tú, decidida y
resuelta, no se amilanará por un poco de trabajo o cualquier inconveniente
que pueda surgirle. Saldrá adelante.
—Por supuesto —afirmó la baronesa⁠—, pero Elinor siempre se ha
parecido a ti. Por eso no lo he dudado ni un momento.

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Capítulo 6

14 de diciembre

—¿Otra vez habéis discutido? —⁠June la miraba con los brazos en jarras y
expresión severa⁠—. ¿Qué ha sido esta vez?
—Nada —dijo la otra terminando de recoger los juguetes que los niños
habían dejado tirados por todas partes.
—Caroline…
Su amiga se giró a mirarla y sus ojos echaban chispas.
—Está empeñado en reabrir el túnel que cerraron tras la inundación.
—Ya ha pasado más de un año.
—¿Y qué? No es tiempo suficiente.
—¿Ahora eres experta en minas?
Caroline apretó los labios, solo le faltaba que ella se pusiera de parte de
James, como siempre.
—¿Qué dice tu suegro?
—Está de acuerdo.
—Ahí lo tienes, Robert también lo está, no dejes que tu miedo hable por
ti. Y, sobre todo, no pretendas que tu miedo nos gobierne a todos.
—Yo no hago eso.
—Ya lo creo que sí. James siempre tiene que pensar en cómo reaccionarás
ante cualquier idea que tienen. No quiere angustiarte, pero debe sacar adelante
las minas, Caroline. Es por el bien de nuestras familias.
—¿Y no puede esperar un poco más?
—¿Cuánto? ¿Otro año? ¿Te parecerá suficiente? ¿No ves que será lo
mismo? Nunca dejaremos de tener miedo, pero debemos confiar en ellos.
—Es insoportable. Creía que no había nada peor que el ejército, pero ya
no estoy tan segura.
—No seas tonta, eso es mucho más peligroso. —⁠La ayudó a recoger,
después de todo sus hijos eran los que más desordenaban.
Caroline dejó lo que tenía en la mano y se incorporó para mirarla.

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—Lo eché de nuestra habitación —⁠dijo apesadumbrada.
—¿Qué? —June la miró y al ver su cara empezó a reírse a carcajadas⁠—.
Me da a mí que tú eres la que más lo siente.
—No he pegado ojo en toda la noche. No puedo dormir sin él a mi lado.
—Ya veo —siguió riendo un poco más.
—Tú discutes mucho con Robert.
—Muchísimo —afirmó—. Pero procuramos arreglarlo antes de meternos
en la cama.
—¿Y si no podéis?
June se encogió de hombros.
—A veces duerme en el sofá.
Caroline se dejó caer en la butaca que tenía detrás.
—James estaba realmente enfadado. Cuando discutimos siempre intenta
calmarme y es cariñoso incluso si ve que estoy angustiada, pero anoche no
fue así. Creo que se está cansando de mí.
—No digas tonterías —dijo su amiga arrodillándose delante de ella y
cogiéndole las manos con cariño⁠—. James te adora.
—Puedo ser muy hiriente a veces. Creo que cada día me parezco más a mi
abuelo.
—No conocí a ese caballero, pero si se parecía a ti debió de ser una
persona extraordinaria.
—No digas tonterías. —Sonrió avergonzada⁠—. No hay nadie menos
extraordinario que yo.
June se levantó para coger otra butaca y la arrastró hasta acercarla a la de
su amiga.
—Hay algo más, ¿verdad? —dijo poniéndose seria⁠—. Algo que no me has
contado.
Su amiga desvió la mirada con expresión culpable.
—No tienes por qué contármelo, pero sabes que puedes confiar en mí.
—No quiero vivir aquí, June. Adoro a mis suegros, de verdad, pero
querría tener nuestra propia casa. Ser la dueña, la que decide qué comeremos
hoy o de qué color son las cortinas. Y querría tener un jardín para plantar y
cuidar mis rosas, me encantan las flores ya lo sabes.
—Por supuesto. No es nada malo y estoy segura de que Frances lo
entendería si se lo contases.
Caroline abrió los ojos asustada.
—No voy a decírselo, tranquila, pero estoy convencida de que la madre de
James no se enfadaría en absoluto.

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—Pues él sí. No quiere ni oír hablar de eso, dice que aquí estamos muy
bien y que tenemos todo lo que necesitamos. Que sus padres no tienen más
familia que nosotros y que no puede abandonarlos por un capricho. ¡Ahora
resulta que mi felicidad es un capricho! —⁠Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—James nunca había sido tan dependiente con sus padres —⁠dijo June
sorprendida.
—Pues ahora lo es y mucho.
—Tienes que tener paciencia. Usar tu mano izquierda sin que se entere la
derecha.
—¿Me estás hablando en serio? —⁠preguntó Caroline burlona⁠—. ¿Tú me
dices que tenga paciencia? Si fueses tú la que quiere irse de la casa de tus
suegros y Robert te lo negase meterías tus cosas en un carro y te irías sin él.
—Cierto. ¿Quieres hacerlo? Yo puedo prestarte un carro. —⁠June sonreía
divertida.
—No descarto esa posibilidad, pero no quiero hacer daño a mis suegros,
de verdad que los quiero mucho y me han tratado siempre con delicadeza.
—Pero no son tus padres.
—No, no lo son. Mi madre me regañaría cuando hago algo mal, pero
también me dejaría decidir si quiero una niñera para Scarlett o prefiero
encargarme yo de todo. Aún no me había levantado de la cama después de
parir y ya estaba ahí esa mujer para quitarme a mi bebé de los brazos. Y sé
que Frances solo quiere que esté cómoda y cree que esto es bueno para mí.
—¿Has probado a sincerarte con ella?
Caroline asintió.
—Enseguida se siente culpable por todo. Estuvo a punto de despedir a la
señorita Barclay en cuanto le hablé del tema. De nuevo tomando la decisión
por mí. —⁠Negó con la cabeza⁠—. Hablar con ella no es la solución,
necesitamos tener nuestra propia casa. Al principio así parecía que sería, pero
después me quedé embarazada y lo dejé estar porque es cierto que me sentía
más cómoda teniendo a Frances cerca. Adoro a esa mujer, es buena y
cariñosa… ¡Oh, June! Me mortifica desear irme, pero es que…
Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos imparables.
—¡Estáis aquí! —exclamó Frances entrando en el salón⁠—. Quería
enseñarte la tela de las cortinas para el cuarto de Scarlett. He escogido un
tono… ¿Estás llorando? ¡Caroline! ¿Qué sucede, hija? ¿Por qué lloras?
Frances dejó la tela en una mesilla y corrió a abrazarla.
—¿Te encuentras mal? Haré que te preparen una tisana. Eso es que has
cogido frío. ¿Por qué no usas el chal que te hice? Deberías abrigarte más,

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querida, siempre te lo digo. En cuanto te quedas quieta coges frío. ¿Verdad
June?
—No se preocupe —musitó Caroline⁠—. No tengo frío.
—¿Es por tu familia? Hace tiempo que no los ves. —⁠Sonrió su suegra
incorporándose con una sonrisa⁠—. Además de la tela de las cortinas te traigo
otra cosa que te animará.
Volvió hasta la mesa donde había dejado lo que traía y cogió un sobre.
—Te ha escrito Elinor —dijo entregándole la carta⁠—. Vamos, ábrela para
que sepamos qué novedades tienen los Wharton.
Caroline posó sus ojos en June con mirada elocuente y su amiga leyó en
ellos «¿ves a lo que me refiero?». Se puso de pie y cogió a Frances del brazo.
—Deberíamos dejarla para que la leyera tranquila —⁠dijo sacándola del
salón⁠—. Luego ya nos contará lo que dice Elinor.
—Pero… —Frances miraba hacia atrás con evidente disgusto⁠—. Yo
también quiero saber de…
—Luego, Frances, luego.
Caroline se limpió las lágrimas y comenzó a leer. Después del primer
párrafo su rostro ya sonreía: «Sé que pensarás que estoy loca y es muy posible
que lo esté porque voy a encargarme de la comida de Navidad. Te aseguro
que será una comida que no olvidaremos…».
Se recostó en el respaldo y leyó con avidez las nuevas de Elinor como si
su hermana estuviese sentada en la butaca de enfrente.

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Capítulo 7

18 de diciembre

—De primero serviremos ostras frescas con limón y salsa mignonette. A mi


padre le encanta esa salsa. —⁠Sonrió Elinor.
Miró a la cocinera, la señora Boyle, a la que había hecho sentar frente a su
escritorio y cuya expresión de terror hizo que bajara las manos de golpe.
—¿Usted tampoco cree en mí, señora Boyle?
—¿Por qué dice eso? —La mujer intentó sonreír, pero solo lo estropeó un
poco más.
—Espere al menos a conocer todo el menú antes de juzgarme, por favor.
—Claro, señora. Siga, siga —⁠dijo la mujer preparando el lápiz.
—Bien. Con las ostras serviremos también foie gras acompañado de pan
tostado y mermelada de higos.
—¿No vamos a servir sopa?
—Sí, ahora iba a la sopa. He pensado en sopa de tortuga, es un plato
exquisito y elegante, perfecto para una comida como la de Navidad.
—Es cierto que la sopa de tortuga es un plato sofisticado —⁠reflexionó la
cocinera con el ceño fruncido⁠—, pero si van a ser tantos invitados, ¿no sería
mejor un consomé con guarniciones?
—Señora Boyle, no se haga de menos, usted es capaz de preparar esta
comida sin el menor contratiempo, estoy segura. Y si necesita ayuda extra no
tiene más que pedirla y se la conseguiré.
La mujer asintió y siguieron con el menú.
—Después serviremos salmón al horno con salsa holandesa.
—Buena elección —dijo la mujer apuntándolo⁠—. ¿Y las carnes?
—He pensado que, además del pavo relleno de siempre, podríamos servir
también filete de venado con salsa de vino tinto y acompañado con un puré de
castañas. ¿Qué le parece?
—¿No prefiere ganso? Podríamos acompañarlo de manzanas asadas y
compota de ciruelas. Es un plato que suele gustar mucho en esta época del

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año.
—Lo serviremos también —dijo Elinor sonriente⁠—. Tiene razón, es un
plato delicioso. Y me gustaría que hiciese esas patatas crujientes que sabe que
me encantan y las zanahorias glaseadas. Mmm, es increíble ese toque de
mantequilla y azúcar.
La cocinera apuntaba sin parar.
—De acompañamientos quiero también un pudín de Yorkshire y ensalada
de col con nueces y granada. Eso le dará un toque crujiente y fresco a la
comida, ¿no cree?
—Será todo un festín, señora.
—Ahora pasemos a los postres. —⁠Elinor siguió paseándose por el
despacho con sus notas en la mano⁠—. Quiero un budín de Navidad,
flambeado con brandy y acompañado de crema inglesa. Tarta de mincemeat,
queso y…
—Elinor… —Henry entró en el despacho como si alguien lo persiguiera y
frunció el ceño al ver a la cocinera sentada en su mesa.
—Estamos organizando el menú, ¿necesitas algo? Creía que hoy ibas a…
—Tenemos que hablar. Señora Boyle, ¿le importaría dejarnos un
momento?
La cocinera se levantó enseguida para salir del despacho mientras Elinor
miraba a su esposo con preocupación.
—¿Qué ocurre, Henry? Me estás asustando.
Su marido esperó a que la puerta se cerrase y entonces la miró con las
manos en la cintura y expresión severa.
—¿Te has vuelto loca? —Se movió inquieto como si le costase mirarla⁠—.
Ya me parecía raro que quisieras encargarte de la comida de Navidad, no
entendía cuál era la finalidad de todo esto, pero ahora ya lo sé.
Elinor frunció los labios y luego lanzó un bufido decepcionado.
—¿Cómo te has enterado?
—¿Que cómo…? ¿En serio pensabas que podrías mantenerlo en secreto?
—No hasta el final, pero sí un poco más.
—¡Elinor!
—¿Qué? No tiene nada de malo.
—Vas a organizar una comida de Navidad en la fábrica para tu familia y
todos nuestros empleados. ¿Te has vuelto loca? ¿Sabes lo que nos va a costar
eso? ¿Y lo incómodos que estarán todos?
—Lo tengo todo calculado —dijo sonriendo orgullosa⁠—. Las mujeres me
van a ayudar, se encargarán de preparar algunos platos y nosotros solo les

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suministraremos los materiales, el menaje y el espacio.
—¿Solo?
—Henry, tranquilízate. Te aseguro que podemos permitírnoslo, lo tengo
todo muy bien organizado. Me he reunido con las mujeres varias veces y
todas están entusiasmadas con la idea. Mi familia lo disfrutará y tu madre
también.
—Lo sabía —dijo apartándose el pelo⁠—, sabía que tramabas algo.
Su esposa puso las palmas de las manos en su pecho y lo miró con una
cálida sonrisa.
—Cálmate, soy capaz de sacar esto adelante. Deberías confiar más en mí,
Henry.
—¿Más? —dijo rodeándole la cintura con los brazos y atrayéndola hacia
sí⁠—. Te lo he dado todo, no creo que se pueda confiar más en otro ser
humano de lo que yo confío en ti.
—¿Entonces?
—Te recuerdo que estuvieron a punto de dispararte una vez.
—Cierto.
—Y que te golpearon en la cabeza.
—También eso es cierto. —Subió las manos hasta rodearle el cuello⁠—.
Pero ahora las cosas están muy tranquilas en las fábricas, ¿verdad?
Él asintió.
—Esta comida también ayudará a eso. Es bueno que nuestros empleados
se sientan parte de la empresa, Henry. No podemos subirles el salario aún,
pero podemos tener un detalle con ellos.
Él sonrió con ternura.
—Sé lo de los descansos —dijo él refiriéndose a que había implementado
paradas voluntarias de cinco minutos cada dos horas⁠—. Y lo de los turnos
para cuidar a sus hijos.
—Muchas de nuestras empleadas son madres y no tienen a nadie para
cuidar a sus hijos si están enfermos o son demasiado pequeños para estar
solos. Dejar que una se encargue de esa tarea de manera rotativa me pareció
lo más inteligente. Todas viven en el mismo barrio.
—Pagándole el sueldo como si estuviera trabajando.
—Es que está trabajando, Henry, ¿no lo ves? Gracias a ella las demás
pueden cumplir con su labor con tranquilidad. Y el hecho de hacerlo rotativo
permite que todas pasen tiempo con sus hijos también. Matamos dos pájaros
de un tiro.

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Su marido negó con la cabeza, no podía negar que era muy ingeniosa y las
cosas en las fábricas iban mucho mejor desde que las llevaba ella. Pero
también sabía que debía vigilarla de cerca y él cada vez estaba más
involucrado en otros asuntos.
—No ha sido buena idea participar en este proyecto —⁠dijo en voz alta.
Elinor lo soltó y dio un paso atrás.
—¿Te estás planteando abandonar por mi culpa?
—No es por tu culpa, pero no sé si debería dejarlo y centrarme en
ayudarte a ti. Trabajas demasiado y no tienes tiempo para… nada más.
Su esposa entornó los ojos mirándolo con atención.
—Quiero tener hijos —dijo Henry con aquella expresión tímida que le
tocaba el corazón⁠—. Sé que te hace mucha ilusión encargarte de las fábricas,
pero no quiero que nos olvidemos de lo demás.
—Ya lo hablamos. Quiero ser madre, de hecho, lo deseo mucho.
—Pero ¿cómo vas a llevar adelante un embarazo ocupándote de dos
fábricas?
—Tu madre me ayudará. Cuando eso suceda ella tomará más
responsabilidades y yo supervisaré sus decisiones.
—Elinor…
—¿Qué?
—No sabes delegar, amor mío. Si queremos tener una familia yo debería
volver a mi puesto en la fábrica y tú tomarte un descanso.
Elinor dejó escapar el aire con un sonoro suspiro.
—Cuando eso suceda, haremos lo que sea mejor para nuestro hijo, no te
preocupes.
—El puente de Waterloo saldrá adelante igual sin mi colaboración —⁠dijo
él volviendo a abrazarla⁠—. Un hijo nuestro, no.
Ella sonrió divertida.
—En eso tengo que darte la razón. Por cierto, ¿tienes algo urgente que
hacer ahora mismo?
Henry amplió su sonrisa.
—Desde luego. —La cogió de la mano y tiró de ella para salir corriendo
del salón.
La cocinera hablaba con la madre de Henry en el vestíbulo y los vieron
subir las escaleras riendo a carcajadas.
—Parecen dos niños, siempre jugando —⁠dijo la señora Boyle sonriendo.
—Pues espero que ese juego traiga pronto consecuencias, tengo ganas de
sostener un bebé en mis brazos de nuevo. —⁠Miró a la cocinera y suspiró⁠—.

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Pero volvamos al menú de mi nuera. ¿No sería mejor consomé?

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Capítulo 8

19 de diciembre

—Así que esta es la dama que te ha convertido en un hombre respetable.


Harriet miraba al recién llegado con evidente preocupación, pero Joseph
parecía la mar de tranquilo.
—¿Qué es lo que quieres Weis? —⁠preguntó su antiguo rival.
—No quiero nada —dijo el otro cogiéndose las solapas de su chaqueta⁠—.
Me he vestido decentemente para la ocasión. Con que me invites a comer,
tengo suficiente.
—¿Cómo me has encontrado?
—Bueno, tengo mis métodos, ya lo sabes. Tuve en una de mis naves a uno
de tus allegados. De los de entonces, claro. No había manera de hacerlo
hablar, aguantó varios días y te aseguro que no nos privamos de nada. Incluso
lo pasamos una vez por la quilla. Ahí ya vio que la cosa no acabaría nada bien
y me lo soltó. En su descargo te diré que su cabeza ya no regía muy bien, no
sé siquiera si se dio cuenta de que me lo contaba.
—¿Quién? —preguntó el otro sin expresión. Aunque lo supo antes de
escuchar el nombre.
—Saggs —dijo el pirata.
Harriet sintió que le estrujaban el corazón y tuvo que agarrarse a la butaca
para no caer de rodillas. El contable había ido a pasar una temporada a isla
Refugio.
—Vaya, parece que tu esposa le tenía aprecio —⁠dijo mirándola
consternado⁠—. Lo siento, señora, mis condolencias.
Bluejacket sopesaba sus opciones: Matarlo y esconder el cadáver en el
sótano hasta que sus hombres pudieran sacarlo de la casa sin llamar la
atención. Matarlo y descuartizarlo para que los cerdos se comieran sus
restos… Lo único que tenía claro era que iba a matarlo.
—Esta alfombra es demasiado bonita como para que la estropeemos
manchándola de sangre, ¿no crees? —⁠dijo con la pistola que había sacado de

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su chaqueta apuntando a Harriet directamente⁠—. Supongo que le tienes
cariño, a juzgar por esa chispa en tus ojos, aunque sigues siendo el mismo frío
cabrón de siempre. Ni has pestañeado mientras planeabas cómo matarme.
—¿Qué quieres, Weis?
—Que me devuelvas lo que me robaste, nada más. No tengo el menor
interés en revelar tu secreto.
—Nadie te creería.
—Cierto. Además, sé que no llegaría vivo ante un juez.
Probablemente no salgas vivo de esta casa.
Weis se rio a carcajadas.
—¡Dios! Deberíais veros las caras. No he visto a Cameron Saggs desde
hace años. —⁠Se apoyó en la mesa y siguió riéndose sin parar⁠—. ¿Por quién
me tomas? ¿Te crees que soy imbécil? Si le hubiera hecho daño jamás te lo
confesaría, no saldría vivo de esta casa. Ya debes haber pensado hasta cómo
deshacerte de mi cadáver.
Joseph no pudo disimular su sorpresa, aunque la única muestra de ello fue
un ligero levantamiento de ceja. Harriet en cambio tenía la mano en el pecho
y trataba recuperar la respiración normal, además de contenerse para no
arrancarle los ojos a ese…
—Te vi en el muelle —dijo el pirata sentándose en la silla⁠—. Charlabas
con Farrow. ¡La sorpresa que me llevé al veros a los dos tan arregladitos! Y
esta debe ser la pirata con cabello de fuego de la que tanto me han hablado
—⁠dijo señalándola⁠—. Pero sentaos, parece que os hayan petrificado a los dos.
Joseph miró a su esposa para asegurarse de que estaba bien y le hizo un
gesto para que se sentara antes de hacerlo él.
—Quiero mi barco —dijo Weis sin borrar su sonrisa⁠—. No he venido a
robarte ni a perjudicarte. Solo quiero mi barco.
—Te lo devolveré con una condición.
—No sabía que era a Bluejacket a quién le estaba robando. Ahora que lo
sé, me mantendré alejado de los barcos de Burford, tranquilo. —⁠Miró a su
alrededor⁠—. ¿No tienes whisky o algo con lo que calentarme la garganta?
Joseph se levantó para servirle un vaso y se lo dio antes de volver a
sentarse.
—¡Wow! Es de los buenos. —Sonrió burlón⁠—. Yo también estoy
pensando en asentarme en algún sitio tranquilo. Londres es demasiado
bullicioso para mí. Buscaré una mujer y me acomodaré en algún lugar a las
afueras. Esta vida es demasiado agotadora y los años no pasan en balde. ¿Qué
hay de Dougal? ¿Qué ha sido de ese viejo bribón?

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Joseph no contestó y siguió mirándolo con fijeza.
—Ya veo que no tienes ganas de charla. —⁠Apuró el contenido de su vaso
y lo dejó sobre el escritorio.
—Te devolveré tu barco —dijo Joseph⁠—, pero te marcharás de Londres y
no regresarás nunca más.
Weis veía a Bluejacket en sus ojos y sabía muy bien de lo que era capaz,
así que escuchó con atención cada una de sus palabras.
—No iré contra ti —siguió Joseph⁠—, y si mis barcos se cruzan con los
tuyos, tendrán órdenes de no entablar combate. Pero intenta que no se crucen
—⁠dijo esto último con mirada cínica⁠—. Da gracias que estás en mi casa y
frente a mi esposa, en otro lugar esta broma que me has hecho te habría
costado la vida.
—Si no te conociera pensaría que me estás amenazando.
—Porque me conoces sabes que yo nunca amenazo. Aunque me veas aquí
sentado como un hombre respetable sigo siendo Bluejacket y lo seré toda mi
vida. No lo olvides.
Weis estaba muy serio y permaneció así unos segundos después de que el
silencio invadiera la habitación. Hasta que dio un golpe suave en los
reposabrazos de su butaca y se puso de pie de un salto.
—Buena charla —dijo sonriendo—. Encantado de conocerla, señora
Burford, ahora ya puedo ponerle cara a la famosa pirata de la que todos
hablan en isla Refugio. Blue, disfruta de tu nueva vida, te la has ganado. Yo
me marcho ya, gracias por el whisky.
Joseph le hizo un gesto a su esposa para que esperara y lo acompañó para
asegurarse de que se marchaba. Al regresar la encontró dando vueltas por el
despacho con evidente preocupación.
—Harriet…
—¿Crees que corremos algún peligro? —⁠Lo miró con sus grandes ojos
asustados⁠—. Nuestra hija, Joseph.
—En cuanto le devuelva su barco se irá. Weis no es tonto, no arriesgará
su vida solo por delatarme.
—No me preocupa que te delate, nadie le creería y hay mucha gente
dispuesta a mentir por ti. Me preocupa que quiera vengarse de algo. Seguro
que os enfrentasteis alguna vez y te odia. Nadie hace una broma como esa si
no te odia. Mucho. ¡Dios! Creía que Saggs estaba muerto.
—Nunca fuimos enemigos. Rivales sí, pero en la piratería todos lo somos.
Lo éramos —⁠dijo frunciendo el ceño.

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Se había metido tanto en la piel de Bluejacket que ahora le costaba salir
de ella. Harriet apoyó las manos en su pecho mirándolo ansiosa.
—¿De verdad Fanny no corre peligro?
Él la abrazó y sonrió para tranquilizarla.
—Te doy mi palabra de que no.

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Capítulo 9

20 de diciembre

—¿Has tenido buen viaje? —preguntó Bethany después de saludar a su futuro


esposo.
—Muy bueno, gracias —dijo y le señaló el sofá para que se sentara⁠—.
Porter, tráiganos café y pastas, por favor.
—He venido sola —dijo ella a pesar de lo obvio⁠—. Supongo que ya no
importa, pues vamos a casarnos mañana.
William sonrió afable.
—Lo has dicho como si se tratase de asistir a un concierto.
—¿Querías música? Porque he preparado un evento de lo más sencillo
—⁠dijo ella con mirada burlona⁠—. No veo necesaria mucha parafernalia para
un mero trámite burocrático.
—Si sigues hablando así voy a acabar emocionándome.
Bethany sonrió abiertamente.
—¿En Blumdell ya saben que vas a llevar una mujer?
Él asintió y se recostó en la butaca mirándola con curiosidad. Llevaban
casi un año sin verse y estaba tal y como la recordaba, con el mismo peinado
y la misma expresión pícara en los ojos.
—Tienen mucha curiosidad.
—Lo supongo. Seguramente pensaban que te ocurría algo malo ya que no
te habías casado aún.
Porter llegó con la bandeja del café y permanecieron en silencio hasta que
volvieron a quedarse solos. Ella sirvió una taza para él y puso dos terrones de
azúcar.
—Te acuerdas de cómo me gusta.
—Y sé atarme los cordones de las botas —⁠dijo burlona⁠—. No me negarás
que soy un buen partido.
William detectó entonces lo que ella se esforzaba tanto en ocultarle:
estaba muy nerviosa. Sintió una cálida sensación y una ternura espontánea.

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Todo aquello debía ser difícil para ella. No solo iba a casarse con alguien a
que conocía más por carta que en persona, además se marcharía del que había
sido su hogar y su país desde que nació.
—No respondí a tu última carta —⁠dijo él⁠—. La tuya llegó justo antes de
mi viaje.
—Espero que resolvieras el problema de esa muchacha antes de venir
—⁠dijo ella⁠—. No querría ser la causa de un aplazamiento.
—Está todo solucionado. No quería escapar, en realidad, solo deseaba ver
a Ben, el esclavo al que vendieron los Collins. Por suerte los encontré antes
de que fuese demasiado tarde y he conseguido que los nuevos amos de Ben lo
dejen visitarla los domingos después de asistir a la iglesia.
Bethany sonrió aliviada, llevaba semanas preocupada por esa pobre
muchacha.
—Tengo mucho que aprender —⁠dijo sin disimular su preocupación⁠—. Me
va a resultar muy difícil aceptar que esas personas… te pertenecen.
William sonrió afable y bebió un sorbo de su taza antes de decir nada.
—Haz como yo: no lo pienses. Para mí son trabajadores. No les pago un
sueldo porque las leyes no me lo permiten, pero he mejorado sus casas y sus
condiciones de vida. No dejo que sus hijos hagan trabajos duros y me ocupo
de que estén sanos y felices.
Bethany sonrió también. Había visto en sus cartas que se preocupaba de
verdad por el bienestar de sus esclavos y, aunque odiaba profundamente que
lo fueran, estaba claro que era mejor para ellos tenerlo a él como amo antes
que a cualquier otro.
—¿Dónde será la boda? —preguntó William.
—En la Capilla de San Jorge, en Windsor. Seremos solo nosotros. Mi
familia y… tú.
—Mi madre estaba muy disgustada por no poder asistir —⁠explicó él⁠—,
pero yo prefería dejarlos al cargo de la plantación. Tengo un capataz en el que
confío, pero si surge algún problema prefiero la ayuda de mi padre.
—Los vi antes de que se marcharan —⁠dijo Bethany⁠—. Tu madre me
invitó a comer.
—Lo sé. —Sonrió acercando la taza a sus labios⁠—. Estaba muy
sorprendida contigo.
—Me preguntó por mi trabajo en la empresa familiar, no se esperaba que
tuviera tanta responsabilidad —⁠dijo sin un ápice de timidez.
—Los dejaste impresionados a los dos.
—Supongo que no están acostumbrados a ver a una mujer en esta tesitura.

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—Desde luego que no.
—¿Podré tener alguna labor en Blumdell? Quiero decir, aparte de ser la
señora de la casa ¿se me permitirá alguna ocupación?
—Por supuesto, cuento con que me ayudes en los negocios. Tu
experiencia será muy útil para mí. Pretendo que seamos un equipo. —⁠Amplió
su sonrisa y dejó la taza en la mesa.
Bethany lo miró satisfecha. Sabía que era un hombre con amplitud de
miras, habían hablado de temas profundos en sus cartas, pero no era lo mismo
hacerlo cara a cara porque ahora podía leer en sus ojos también. Lo cierto es
que William Bertram era la clase de hombre que ella podía respetar. Al
principio sintió una natural atracción hacia él que achacó al hecho de que
fuese bien parecido, pero antes de despedirse, hacía ya casi un año, tuvo claro
que era su personalidad lo que más le atraía de él. Ahora que lo tenía delante
podía comprobar que ambas afirmaciones seguían siendo tan reales como
recordaba.
William la observó mientras ella permaneció perdida en sus pensamientos
y se preguntó si no la estaba forzando a actuar con demasiada precipitación.
—Podemos posponer la boda si necesitas más tiempo.
—¿Posponerla? ¿Por qué? —preguntó con cierto sobresalto⁠—. ¿No
quieres casarte conmigo?
Él sonrió sincero.
—Al contrario —dijo cogiendo la taza de nuevo.
—Quizá deberíamos asegurarnos de ser compatibles antes.
—¿Compatibles? —Bebió un sorbo.
—En la cama.
William estuvo a punto de atragantarse y se quemó la lengua al tragarse el
líquido de golpe. Dejó la taza en la mesa y cogió una pastita, se la metió
entera en la boca y la masticó con urgencia mientras Bethany lo miraba con
curiosidad.
—¿No estás de acuerdo? Según tengo entendido por lo que me han
contado…
—¿Lo que te han contado?
—Susan hablaba de la intimidad con bastante naturalidad. Demasiada,
teniendo en cuenta que hablaba de mi padre. Y Harriet tampoco es muda en
ese aspecto. Ni en ningún otro, le encanta hablar, ya debes saberlo. La
cuestión es que las dos están de acuerdo en que ese hecho puede ser vital para
un matrimonio y que, si los cónyuges no son compatibles, el matrimonio es

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un desastre. Quizá deberíamos averiguarlo antes de embarcarnos en un viaje
sin retorno, ¿no crees?
William frunció el ceño.
—Quieres decir que, si no somos compatibles en la cama, ¿no nos
casaremos?
—Supongo que no, a no ser que a ninguno de los dos le importe lo
suficiente. A mí no me importa ese tema, no tengo expectativas al respecto
dado mi desconocimiento previo, pero imagino que tú sí.
—Sssssí… —titubeó.
Bethany frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
—Creo que no me he explicado bien —⁠dijo poniendo la taza de nuevo
sobre su platito⁠—. No digo que no esté dispuesta a cumplir con mi deber, lo
estoy, pero ¿y si nos resulta repulsivo? Supongo que eso pasa a veces. No es
lo mismo si esto te pasa aquí, en Londres donde tienes a tu familia y amigos
para compensar esa falta, pero estando en un país extraño con personas
extrañas… Supongo que eso lo hará todo mucho más complicado.
William era la viva imagen de la confusión. Desde luego no era de eso de
lo que pensaba que hablarían en su primera conversación antes de la boda.
—¿Cómo? No… ¿Cómo crees? Tú…
No encontraba las palabras y menos sintiendo los ojos de ella fijos en su
cara.
—¿Qué… pretendes que hagamos? —⁠preguntó al fin.
—Según tengo entendido «eso» no requiere de una preparación especial.
En esta casa solo hay un mayordomo y una cocinera, lo que es poco servicio,
supongo que eso nos dará la intimidad necesaria. Puedes salir para vigilar que
no me ven subir a tu habitación, aunque si quieres hacerlo aquí…
—¿Aquí? —Abrió un poco más los ojos.
Bethany pensó en su hermano y Harriet y se encogió de hombros.
—Lo dejo en tus manos —dijo.
—Pero ¿qué pasará si no somos…? ¿Compatibles, has dicho?
Ella asintió.
—Pues supongo que dependerá del grado. Si somos totalmente
incompatibles deberíamos cancelar el matrimonio, ¿no? A no ser que a ti
también te dé igual ese tema.
—¿También? No eres muy halagadora —⁠musitó él.
—No tiene que ver contigo, eres muy atractivo. Soy yo, ni siquiera me
han besado nunca. Ya daba por sentado que no me casaría.
—Hablas como si esto fuese tu última oportunidad.

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—Y lo es —dijo volviendo a coger la taza⁠—. Pero no quiero abandonar a
mi familia y mi hogar para que cuando estemos en Blumdell me repudies por
no haberte dado hijos.
—Yo no haría eso.
—Prefiero no correr riesgos.
—¿Y para no correr riesgos tenemos que hacerlo antes de la boda? ¿Qué
esperas que ocurra exactamente?
—En realidad es lo que espero que no ocurra, ya te lo he dicho. No me
gustaría que nos resultase tan repulsivo como para convertirse en un suplicio.
Lo mejor es comprobarlo antes y salir de dudas. —⁠Sonrió.
—Ya veo.
—¿No puedes hacerlo ahora? —⁠preguntó con curiosidad.
—Puedo intentarlo —dijo con una expresión que Bethany no supo cómo
catalogar.
Se puso de pie y la cogió de la mano para atraerla hacia él. Cuando la tuvo
delante cogió su otra mano e hizo que le rodease el cuello con las dos.
Después puso las suyas en su cintura y se inclinó para posar suavemente los
labios en los suyos. Se apartó y la miró con una sonrisa.
—¿Por ahora no hay repulsión?
Bethany tenía el ceño fruncido con mirada reflexiva. Negó levemente con
la cabeza. Entonces él volvió a inclinarse para besarla de nuevo. Tras algunos
movimientos suaves y delicados separó sus labios y deslizó la lengua dentro
de su boca. Sus manos llegaron a su espalda y la atrajo hacia su cuerpo. Ella
seguía con los ojos abiertos analizando cada gesto y cada detalle como si de
una hoja contable se tratase. Pero cuanto más profundizaba en el beso más
brumosa se hacía su visión. Cerró los ojos y se pegó a su cuerpo olvidándose
de todo lo que no fuese aquel punto de contacto.
William la besaba sin prisa, quería saborearla y descubrir él mismo si
despertaba sus instintos más primarios. Bethany había dejado claro que estaba
dispuesta a llegar hasta el final antes de la boda, así que no se abstuvo de nada
y la besó como si fueran amantes y ya hubiesen probado con creces el sabor
del otro. Movió la boca sobre la de ella y su lengua reclamó con exigencia su
participación. Sintió cómo se entregaba al beso y su deseó despertó como un
guardián, hasta entonces silente. Se hundió en su boca y luego la provocó
apartándose para morder su labio inferior y tirar de él suavemente mientras la
miraba. Sin apartar los ojos puso una mano sobre su pecho y lo sintió,
subiendo y bajando agitado, mientras oía su respiración.

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—¿Esto…? —Bethany no sabía lo que quería preguntar, pero necesitaba
algo de información para poder gestionar sus emociones⁠—. ¿Esto… es
normal?
William la miraba muy serio y no parecía dispuesto a ayudarla con sus
preguntas, en lugar de eso la cogió de la mano y la sacó del salón. Bethany lo
siguió como un autómata con la cabeza en un torbellino de incertidumbre y
anhelo. Cuando estuvieron dentro de su habitación William comenzó a
desabrocharle el vestido sin preámbulo alguno.
—¿No deberíamos…? —Siguió titubeando mientras él no se detenía⁠—.
¿No hay que…?
Él la miró a los ojos.
—¿Quieres que pare? —preguntó muy serio.
—¿Parar? Yo… No lo sé.
Él resopló sin poder contener su frustración y bajó los brazos después de
soltarla.
—Estás temblando —dijo mirándola afligido⁠—. ¿Ahora me tienes miedo?
Parecías muy segura ahí abajo.
—No. Sí. Bueno, un poco asustada sí estoy.
William dejó salir el aire por su nariz y movió la cabeza.
—Soy un bruto, lo siento.
—Necesito un poco de… contexto —⁠dijo ella tratando de sonreír.
—Lo entiendo. No debería haber… —⁠Se alejó para tratar de recuperar la
calma y también para ocultarle su evidente e incómoda erección.
Bethany se arregló el pelo y la ropa y trató de normalizar su respiración,
pero su corazón seguía acelerado y eso dificultaba bastante la tarea de
calmarse.
—Si me explicas un poco sabré lo que esperar y cómo debo comportarme.
Él movió la cabeza sin volverse.
—No estoy cómodo para charlar —⁠dijo.
—¿Por qué? ¿Te resulta desagradable hablar de esto?
Finalmente se dio por vencido y la miró impotente al tiempo que se
señalaba el pantalón.
—¡Oh!
Él torció una sonrisa al ver que no requería explicación alguna. Bethany
asintió. Estaba claro que él estaba listo, así que no debía repugnarle. Y a ella
tampoco. Lo cierto es que el beso le había resultado de lo más agradable.
—¿Cuánto debo quitarme? —preguntó sonriendo.

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William frunció el ceño incrédulo y movió la cabeza como si le costara
aceptar la situación.
—¿De verdad quieres esto? ¿No prefieres esperar a mañana? —⁠dijo
dándole una última oportunidad.
Ella negó con la cabeza.
—Ven —dijo él.
Bethany obedeció y William la cogió de los hombros para darle la vuelta.
Comenzó a desabrochar el corpiño, después siguió con las cuerdas del corsé y
no se detuvo hasta dejarla solo con la camisola y la ropa interior. Ella sintió la
humedad de sus labios en el cuello y cerró los ojos, su boca bajó hasta su
hombro y allí la mordió sin marcarla. Gimió estremecida cuando él la hizo
girar entre sus brazos y la besó en la boca como si fuera a devorarla, ávido y
exigente. Sabía a café y a algo dulce y adorable, una promesa no revelada
aún.
William deslizó los dedos por su cuello deleitándose con la suavidad de su
piel y llegando hasta el inicio de sus senos. Tiró de la tela de su camisola y la
hizo caer de sus hombros. En un instante uno de sus pechos quedó cubierto
por su mano y ella contuvo la respiración contra su boca. William atrapó la
parte más sensible de su pezón y lo apresó entre los dedos moviéndolo y
acariciándolo hasta que la oyó gemir. Entonces se inclinó y lo atrapó entre los
labios para torturarla un poco más.
Levantó la cabeza para mirarla mientras la empujaba despacio hacia la
cama. Bethany tenía una expresión que era una mezcla entre temor y anhelo y
William supo que estaba a un tris de escapar corriendo de allí. La tumbó en la
cama y se colocó sobre ella dispuesto a retenerla con su peso. No iba a
forzarla, no era esa clase de hombre, pero tampoco la dejaría huir sin más.
—Sé que estás asustada —dijo con voz ronca.
—Estoy aterrada —confesó sincera.
—¿Te repugno?
Ella negó con la cabeza con mirada febril. Como respuesta a su gesto él
levantó su falda y se coló debajo en busca de un hueco por el abordarla. No le
costó mucho encontrar el camino y cuando él la acarició allí ella se puso tensa
mirándolo con ojos muy abiertos.
—¿Sientes esto? —preguntó él con una sonrisa perversa⁠—. ¿Quieres que
pare?
Ella negó y se quedó sin respiración cuando él movió sus dedos siguiendo
el rastro húmedo que sus caricias dejaban. William volvía a inclinarse sobre
sus pechos y a acariciarla con su lengua y con sus labios mientras sus dedos

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seguían con la tarea que se habían propuesto. Bethany trataba de no moverse,
pero su cuerpo no la obedecía, él lo manejaba desde distintos frentes haciendo
que se arquease o se hundiese contra el colchón de su cama a su santa
voluntad. Subió arrastrando los labios por su piel hasta cubrir su boca y la
atacó con su lengua al mismo tiempo que sus dedos la penetraban sin
misericordia.
—¿Te parece que somos compatibles, Bethany? —⁠susurró en su oído.
—No puedo pensar… —gimió ella—. No pue…
Un largo y expresivo gemido salió de su garganta al tiempo que sus
piernas se tensaban como si alguien tirase de sus pies. Apretaba aquellos
dedos con fuerza y William percibía sus contracciones con tal claridad que a
punto estuvo de correrse él mismo sin haberse quitado los pantalones. Cuando
ella se hubo calmado él se dejó caer sobre la cama bocabajo y ahogó un
gemido contra la colcha que la cubría.
Ella lo miraba sin comprender.
—¿Por qué no has…?
William se levantó de la cama y, dándole la espalda, dejó escapar el aire
en un largo y áspero suspiro.
—Te tomaré cuando seas mi esposa —⁠dijo con voz irritada⁠—. Y ahora, si
me haces el favor de vestirte y sales de mi habitación podré aliviarme antes de
que me explote.
Ella se apresuró a hacer lo que le pedía y salió de allí sin mirar atrás.

—Podemos hacerlo desaparecer fácilmente. —⁠Farrow lo miraba con las


manos en los bolsillos y la espalda apoyada en la pared mientras Joseph
reflexionaba sobre lo que habían hablado.
—Ya no somos esa clase de personas, Jake.
—Yo tampoco creo que Weis sea un peligro —⁠dijo Barrit que, sentado en
una butaca, se disponía a poner los pies encima del reposabrazos de otra.
Joseph lo miró elocuentemente y su empleado bajó los pies
inmediatamente.
—Farrow y yo podemos hacerle una visita —⁠dijo Barrit⁠—. Le
recordaremos cuál es el código de los piratas y le dejaremos claro lo que le
pasará si se va de la lengua.
—Sí, claro y que se te vaya la mano y lo conviertas en un problema mayor
—⁠dijo Farrow mostrando su rechazo.

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—¿Por qué se me va a ir la mano? Hace mucho que no le doy una paliza a
nadie. Ahora soy un hombre respetable.
—¿Respetable?
—Pero si tengo mujer y todo.
—¿Rosaura es tu mujer? ¿Desde cuándo no te cobra? —⁠se burló Farrow.
—Serás… —Barrit se fue hacia él y Joseph se interpuso en su camino.
—¿En serio? ¿Vais a pelearos ahora? —⁠Su mirada era tan fría que
congeló la furia de Barrit en un instante.
—Si Dougal estuviese aquí, sabría qué hacer —⁠musitó Farrow.
—Pero no está —dijo Barrit.
—Encargaos de que le devuelvan su barco y a su tripulación —⁠dijo
Joseph caminando hacia su escritorio.
—¿Estás seguro? ¿No estás cediendo demasiado rápido?
—Es su barco.
—Pero abordó uno de los nuestros e hizo creer a todos que era cosa de
Fenton —⁠dijo Farrow.
Los ojos de Bluejacket se empequeñecieron y el pirata taladró con ellos la
dura superficie de su escritorio durante unos segundos en los que vio pasar un
montón de imágenes. Dejó escapar el aire en un largo y lento suspiro y
después se dejó caer contra el respaldo de su silla mientras elevaba las manos
para cruzarlas encima de su cabeza.
—¡Eso es! —exclamó.
Los otros dos lo miraron interrogadores.
—¡Fenton!
—¿Qué?
—Si Fenton se entera de que Weis ha estado usando su bandera para
camuflarse lo pasará por la quilla.
Las comisuras de los labios de Farrow se elevaron lentamente.
—Déjamelo a mí —dijo caminando hacia la puerta⁠—. Le haré una visita y
le dejaré las cosas muy claras.
—Yo también voy —dijo Barrit siguiéndole.
Joseph soltó el aire de golpe con las manos en la mesa y mirada reflexiva.
Cuando dejó la piratería era consciente de que nunca podría dejar del todo
atrás su anterior vida, pero desde el nacimiento de Fanny sabía que debía
cerrar aquella parte de su vida a cal y canto. Alguien tocó a la puerta.
—Adelante —dijo.
Bethany asomó la cabeza y él le hizo un gesto con la mano mientras se
levantaba sonriente.

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—Aquí está la inminente novia —⁠dijo caminando hacia ella⁠—. Me han
dicho que has ido a ver a tu prometido. ¿Tan impaciente estabas que no has
podido esperar a la cena de esta noche?
—Tenía cosas de las que hablar con él —⁠dijo y a continuación le dio un
beso en la mejilla.
—¿Y esto? —preguntó él sorprendido⁠—. No es que no me guste que mi
hermana me quiera, pero…
—Quería agradecerte lo buen hermano que has sido siempre conmigo
—⁠lo cortó ella cogiéndole de las manos.
Joseph frunció el ceño con preocupación.
—¿De qué va esto, Bethany?
Ella fijó la vista en sus manos tratando de ocultarle las lágrimas de sus
ojos.
—Papá… fue un hombre… horrible.
Joseph apretó sus manos y las sacudió tratando de que lo mirase.
—Bethany… —susurró.
Ella levantó la mirada con los ojos anegados en lágrimas.
—Gracias por intentar protegernos a Harvey y a mí.
—¿Protegeros? Os dejé solos con él. Sobre todo, a ti —⁠dijo con evidente
culpa.
Su hermana negó con la cabeza y las lágrimas se deslizaron por sus
mejillas.
—Aguantaste todo lo que pudiste. Lo sé bien. Fui testigo de todas las
cosas horribles que hizo nuestro padre. —⁠Suspiró⁠—. Voy a echarte
muchísimo de menos, Joseph, no sabes cuánto.
Él la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó con sentimiento. La quería
muchísimo y habría deseado evitarle todo el sufrimiento que su padre le
causó. Esa sería siempre una espina clavada en su corazón.
—Yo también te echaré de menos, Bethany.
Ella lo miró a los ojos.
—Ahora soy yo la que va a dejarte y entiendo lo difícil que debió de ser
para ti.
—Lo mío fue peor —dijo él tratando de sonreír, aunque sus ojos brillaban
reveladores⁠—. Ahora no está padre.
Bethany asintió y cogiéndole de la mano lo llevó hasta el sofá y se
sentaron uno frente al otro.
—¿Estás segura de querer casarte con William Bertram? Sé que os habéis
escrito durante este año y Harriet asegura que es un buen hombre, pero…

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—Estoy segura. —Sonrió abiertamente⁠—. Del todo.
Joseph frunció el ceño al ver una chispa desconocida en su mirada.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó curioso.
Bethany se rio desviando la mirada y sus mejillas se ruborizaron
visiblemente. Joseph frunció más el ceño y echó la cabeza ligeramente atrás.
Había ido a visitarlo, ¿qué podía haberle dicho para que se mostrara como una
jovencita ilusio…? Abrió los ojos con temor y soltó sus manos.
—¿Qué ha pasado en casa de Bertram?
Su hermana trató de contener la risa.
—No ha pasado… casi nada.
—¡Bethany!
—¿Qué? Voy a casarme mañana.
—Pero…
—Vamos, Joseph, no te hagas el remilgado. ¿Te crees que no sé lo que
hacéis Harriet y tú cuando cierras la puerta de este despacho?
Su hermano abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla
visiblemente incómodo.
—No soy ninguna tonta mojigata, sé lo que pasa entre un hombre y una
mujer en la intimidad. Quería asegurarme de que no me resultaría… repulsivo
—⁠dijo sincera⁠—. Voy a marcharme muy lejos y allí no tendré a nadie más
que a mi esposo. No quería descubrir demasiado tarde que me había casado
con alguien que me hiciese muy difícil cumplir con mi deber de esposa. Viví
toda mi vida teniendo que esforzarme en ser una buena hija, no quería lo
mismo en un matrimonio.
Su hermano entornó los ojos y leyó en su sonrisa que la prueba había
salido bien, pero no quería profundizar en el tema, sería muy molesto tener
que pegar al novio antes de la boda.
—Aunque solo estaremos nosotros cuatro, quería pedirte que me llevaras
al altar.
—¡Por supuesto! No creí que hiciera falta decirlo.
Ella sonrió feliz.
—No me puedo creer que vaya a casarme, Joseph. Ya tenía asumido que
me ocuparía de tus hijos o de los de Harvey y sería la tía más querida del
mundo.
—Serás una madre extraordinaria.
Ella asintió.
—Lo seré.

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Capítulo 10

21 de diciembre

La mañana amaneció helada y brumosa. Las calles circundantes,


habitualmente grises, ahora lucían un blanco níveo, cubiertas por una capa de
nieve que brillaba bajo la luz tenue del sol de invierno. Los árboles del jardín
de los Burford se erguían como guardianes silenciosos, sus ramas esqueléticas
adornadas con cristales de hielo que centelleaban como diamantes dispersos
por la naturaleza.
Bethany sintió una sensación acogedora al ver el humo que salía de las
chimeneas, la señora Ramsay estaría preparando el almuerzo para cuando
regresaran de la iglesia. Antes de subir al carruaje se giró a mirar los postigos
de las ventanas decorados con guirnaldas de acebo y muérdago.
Sonrió a su hermano al ayudarse de su mano para subir al coche en el que
Harriet esperaba hacía unos minutos con Fanny en los brazos. Se había
empeñado en llevarla a la iglesia a pesar de frío que hacía. Joseph las tapó con
sendas mantas y cerró la portezuela del carruaje y dio dos golpes para que el
cochero emprendiera la marcha.
La novia observó por la ventanilla a los transeúntes que, envueltos en
capas, abrigos y bufandas tejidas, iban y venían por la ciudad. Algunos niños,
abrigados hasta las orejas y con las mejillas rojas, jugaban con la nieve, cuyas
risas y gritos de alegría resonaban en aquella fría mañana de diciembre.
El Támesis congelado mostraba una estampa de cuento. Patinadores
deslizándose sobre el hielo, puestos temporales que permanecerían allí
mientras el río lo permitiese y que ofrecían castañas asadas, galletas o sidra
caliente y otras delicias para los valientes que desafiaban al frío. También
había gente jugando con piedras que deslizaban por la superficie del hielo y
cuyo sonido resonaba en el aire acompañado por su algarabía.
El carruaje avanzó por las calles adoquinadas de Windsor. La boda se
celebraría en la Capilla de San Jorge y Bethany veía ya sus paredes de piedra
que se alzaban majestuosas bajo la tenue luz del sol.

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—Hemos llegado —anunció Joseph mirándola con una sonrisa.
Bethany sonrió también, visiblemente emocionada. El cochero detuvo el
carruaje frente a la entrada y los porteros abrieron las pesadas puertas
anticipándose a la novia. La novia apartó la manta que cubría sus piernas y se
envolvió con el manto de un azul pálido que la abrigaba. Descendió del coche
tomando la mano de su hermano y esperó luego a que ayudara a Harriet antes
de cogerse de su brazo para entrar.
Desde ese momento todo sucedió como en un sueño. Tardaría mucho en
poder recordar cada detalle de la sencilla ceremonia con la que unió su
destino a William Bertram, pero los que asistieron a la ceremonia afirmarían
sin dudarlo que parecía una novia feliz.

—Alexander te matará si no vais —⁠dijo Harriet mirando a William con


preocupación.
—Es una celebración familiar —⁠insistió él.
—Ahora eres oficialmente de la familia —⁠dijo Harriet mirando a Bethany
sonriente⁠—. Vais a marcharos a vivir a Virginia, ¿por qué tendríais que
quedaros aquí solos hasta que zarpe vuestro barco?
—Iremos —afirmó Bethany.
Su ya esposo la miró sorprendido.
—¿Iremos? ¿Así? ¿Sin hablarlo conmigo siquiera?
Ella se giró hacia él y lo miró divertida.
—¿Quieres hablarlo?
—Por supuesto.
—Hablémoslo.
—Acabamos de casarnos —dijo él bajando el tono.
—Considéralo un viaje de novios.
—Pero estarán las Wharton.
Bethany frunció el ceño.
—¿Es por Elizabeth?
William miró a Joseph incómodo.
—Por mí no os preocupéis —dijo el pirata levantando las manos.
—Las Wharton me odian.
—Yo soy una Wharton —le recordó Harriet.
William la miró entonces.
—Y me odias.
—No te odio.

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Él enarcó una ceja.
—Bueno, un poco, pero ahora que te has casado con Bethany, se me
pasará.
William miró a su esposa señalando a Harriet.
—¿Lo ves? Imagina esto multiplicado por… —⁠contó mentalmente.
—No sabía que fueses un cobarde —⁠dijo Harriet no dejando que se
concentrase.
—¿Cobarde? —Miró a Joseph—. ¿Tú me entiendes?
—Ya lo creo que te entiendo —⁠dijo rascándose la punta de la nariz y
luego la nuca.
Harriet lo fulminó con la mirada.
—Ni que fuéramos ogros.
—Peor —dijeron los dos hombres.
Harriet abrió la boca sorprendida, pero volvió a cerrarla sin decir nada.
—No te preocupes. —La tranquilizó su cuñada⁠—. Iremos y William
recibirá su merecido.
Su esposo dudó si echarse a reír o enfadarse. Finalmente optó por fingir
indiferencia y volvió a prestar atención a su plato.
—Si habéis acabado de torturarlo —⁠dijo Joseph rellenándole la copa de
vino⁠—, me gustaría preguntarle por la plantación.
—Adelante, pregunta lo que quieras —⁠dijo Harriet sin dejar de mirarlo
burlona⁠—. Pero que quede claro que vais a venir con nosotros.
William asintió y se dispuso a contestar a todas las dudas de Joseph,
convenientemente.
Después de la comida pasaron al salón y disfrutaron de un delicioso pastel
que Marcel había hecho especialmente para la ocasión. Bebieron y comieron
hasta que se hizo de noche y Harriet insistió en que se quedaran a dormir allí,
pero en eso William no cedió y se marcharon antes de la cena.
—Te echaré mucho de menos —⁠dijo Harriet abrazada a Bethany⁠—. He
bebido demasiado.
—Diría que más que demasiado.
—Te quiero mucho, Bethany, ¿lo sabes? Eres una hermana para mí. Otra
hermana, porque ya tengo muchas. Y Elizabeth también es como una
hermana. ¡Madre mía! Cada vez somos más. —⁠Se separó para mirarla a los
ojos⁠—. Te quiero mucho, Bethany, ¿lo sabes?
—Sí, Harriet, lo sé —dijo la otra riendo⁠—. Y yo también te quiero a ti.
—No puedes irte sin volver. Quiero decir que tienes que volver antes de
irte.

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—Lo he entendido.
—Y vendréis a Shaftbury. ¡Fanny! —⁠exclamó de pronto⁠—. ¡Fanny te
echará mucho de menos! Y yo. —⁠Arrugó los labios⁠—, yo también te echaré
mucho de menos. Te quiero, Bethany.
—Lo sé, Harriet. —Miró a su hermano que asintió comprensivo.
—Vamos, Harriet, te llevaré a la cama.
—¿A la cama? ¿Ya hemos cenado? —⁠Se rio divertida⁠—. Ay, pillín, pillín,
quieres que nos acostemos ya, ¿eh? Eres insaciable, amor mío…
Joseph la sacó de allí lo más rápido que pudo y William miró a su esposa
con evidente humor.
—¿Nos vamos?
Bethany asintió.

Cuando entraron en la casa el mayordomo los felicitó sin demasiada


efusividad y William sonrió cuando se quedaron solos.
—No se lo tengas en cuenta —⁠pidió⁠—. Porter es así, pero en el fondo se
alegra.
—Me gustaría darme un baño y descansar un poco antes de… cenar.
Su esposo sonrió y asintió.
—Lo suponía. Se lo diré a Porter y también avisaré de que cenaremos
tarde. ¿A las ocho te parece bien?
—¿Las ocho? Pero ¿qué hora es?
William sacó su reloj del bolsillo.
—Las cinco y diez.
—¿Tan tarde? —Se sorprendió.
—La sobremesa se ha alargado un poco. —⁠Le acarició la mejilla con
ternura⁠—. Tu familia no quería despedirse de ti.
Ella desvió la mirada, no quería emocionarse.
—Ven, te enseñaré dónde está tu cuarto.
—¿Mi cuarto? —preguntó confusa.
William sonrió.
—No sabía si querrías que durmiésemos juntos y he hecho preparar dos
habitaciones.
Ella no dijo nada y lo siguió.

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A las ocho en punto entró en el comedor donde William ya la esperaba. Él
también se había dado un baño y estaba espléndido con aquel traje azul claro.
Se miró al ver su expresión de sorpresa.
—Casi todos mis trajes son de colores claros —⁠explicó acercándole la
silla una vez estuvo colocada frente a la mesa⁠—. En Blumdell tenemos mucho
sol y los colores claros se agradecen.
Bethany repasó su guardarropa de cabeza. Se marcharían después de
Navidad, no le daba tiempo de hacerse ropa nueva, pero aunque la mayoría de
sus vestidos eran oscuros o de colores apagados, también los tenía claros.
—En Blumdell también tenemos modista, no te apures —⁠dijo él leyéndole
el pensamiento.
—Lo imagino —respondió ella.
El mayordomo y la cocinera entraron en el comedor.
—Huele de maravilla, señora Porter.
—Les he preparado una sopa de calabaza de primero y pato glaseado de
segundo, como a usted le gusta, señorito… quiero decir, señor. También hay
patatas y boniato de guarnición —⁠dijo mientras colocaba la bandeja en la
mesa.
El mayordomo había depositado la sopera a un lado y esperaba
instrucciones.
—Permítame felicitarla, señora —⁠dijo la cocinera mirándola con los ojos
húmedos⁠—. Conozco al señor desde que era un niño y… —⁠Se le rompió la
voz⁠—. Nos alegramos mucho de…
—Vamos, vamos… —William se había levantado para consolarla⁠—.
¿Qué va a decir mi esposa si se pone a llorar? Se va a pensar que los he
maltratado todos estos años.
—No diga eso, es usted el mejor señor que nadie pueda tener.
—¿Han visto ya a su familia y amigos? Nos marcharemos en cuanto
regresemos de Shaftbury.
—Sí, señor. Mi sobrina tiene una niña preciosa y sana. —⁠Miró a
Bethany⁠—. Usted también tendrá buenos hijos, se ve que es una mujer fuerte.
Las mejillas de la novia se encendieron, pero inclinó la cabeza en
agradecimiento.
—Vaya a cenar —lo empujó la cocinera⁠—. Vaya o se le enfriará la sopa.
William volvió a sentarse con una enorme sonrisa y los dos criados
salieron del comedor dejándolos solos.
—Les he pedido que nos dejaran servirnos a nosotros, así tendremos más
intimidad. ¿Te importa?

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Ella negó con la cabeza, en realidad lo prefería.
—¿Están casados?
Su esposo asintió mientras cogía el cucharón para servir la sopa.
—Se casaron antes de marcharnos a Blumdell.
Bethany miró hacia la puerta sorprendida.
—A Porter lo conozco desde que era niño, aunque entonces solo era
lacayo. Ascendió a segundo mayordomo cuando yo tenía dieciocho años y
cuando me vine a vivir aquí solo mi madre me lo cedió. —⁠Sonrió con
complicidad⁠—. Las madres nunca dejan de preocuparse por sus hijos.
La expresión de ella hizo que detuviera en el aire el cazo que regresaba a
la sopera.
—Lo siento. Sé que tu madre murió cuando eras niña.
Bethany asintió sin decir nada y esperó a que él se sirviera para empezar a
comer.
—¿Y la cocinera?
—¡Oh, sí! Ella entró en la casa como mi nodriza, luego fue mi niñera y al
final se quedó como cocinera porque mi madre no quiso deshacerse de ella.
Bethany sonrió, había conocido a la señora Bertram y era una mujer
amable y dulce que parecía encariñarse rápidamente.
—Cuando anuncié que me marchaba a vivir a Virginia mi madre sugirió
que los llevase conmigo y Gladys, la señora Porter —⁠aclaró⁠—, aceptó
inmediatamente.
—¿El señor Porter no?
William negó con la cabeza.
—Dijo que no iría si ella no se casaba con él. Así descubrimos que llevaba
toda la vida enamorado de ella sin que nadie se hubiese percatado.
—⁠Sonrió⁠—. Ya has visto lo poco expresivo que es.
—¿Y la señora Porter dijo que sí enseguida?
William asintió.
—«Ya era hora» dijo ella al tiempo que movía la cabeza como si quisiera
regañarlo. —⁠William se rio al recordarlo.
—¿Y él qué hizo? —preguntó Bethany sonriendo.
—Se encogió de hombros.
Los dos se rieron, uno al recordar la escena y la otra al imaginarla.
—Y han viajado contigo —dijo admirada cuando dejaron de reír.
—Sí, no se separan de mí.
—Y tus padres están en la plantación. Está claro que a las personas de tu
vida les importas mucho.

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—Lo mismo digo —afirmó él dejando la cuchara en el aire⁠—. Tu
hermano te adora y su esposa, igual.
Bethany suspiró al pensar en lo mucho que iba a echarlos de menos. Él
estiró el brazo y le cogió la mano mirándola a los ojos sin decir nada.
Permanecieron así unos segundos y cuando ella la apartó sintió que le dejaba
un hueco frío y vacío.
—Háblame de ti —pidió él—. En tus cartas sueles ser bastante esquiva en
cuanto a eso. Me cuentas cosas sobre la empresa familiar, sobre tu hermano,
ahora tu sobrina… —⁠La miró con fijeza⁠—. Nunca me hablas de ti.
—¿Y qué quieres que te diga? Mi vida es muy aburrida. No voy a fiestas,
no suelo salir más que para resolver asuntos de la empresa.
—He oído que hubo un capitán de la marina… —⁠La miraba burlón y
Bethany no escondió su sonrisa.
—Cierto. Mi padre quería que me casara con él.
—¿Y tú no querías?
—Es un hombre sumamente atractivo —⁠afirmó reflexiva⁠—. Y con un
gran futuro.
—Vaya.
—Se prendó de Harriet —confesó ella al fin⁠—. No podía seguir adelante
con un hombre que se sentía atraído por la esposa de mi hermano. Eso habría
sido del todo improcedente, ¿no crees?
—Por supuesto —afirmó él y levantó su copa⁠—. Brindo por tu buena
decisión.
Ella levantó también la suya y luego bebió un trago para apoyar su
brindis.
—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿No me vas a hablar de Seo-jeon?
—Seo-jeon —puntualizó él.
Bethany no apartó la mirada, aunque la expresión en el rostro de su
esposo fuese ahora fría y pétrea.
—Veo que nunca hablas de ella, aunque ha regido tu vida desde que la
conociste.
—¿Quién…? —No terminó la pregunta, su mano se cerró en un puño de
contención.
—Todo el mundo habla de ello cuando tú no estás presente. Que te
enamoraste, que os expulsaron del país, que ella…
—¡Basta! —dijo al tiempo que daba un golpe en la mesa⁠—. Discúlpame,
pero… no me gusta hablar… de esto.

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Su esposa entornó los ojos, pero su rostro seguía sereno. No había
ninguna clase de provocación en su mirada y aquella sinceridad con la que
preguntaba le dio la certeza de que no pretendía molestarlo. Solo quería saber.
—Está bien, lo respeto —dijo ella dando el tema por zanjado⁠—. También
hay temas de los que no me gusta hablar.
La miró ahora con curiosidad.
—¿Qué temas? —preguntó.
Bethany sonrió sin malicia.
—Te hablaré de ello cuando tú me hables de Seo-jeon.
William entornó los ojos y después de unos segundos asintió una vez.

—Y entonces Harvey se montó sobre él y lo azuzó por toda la habitación.


Creía que me moría de la risa. —⁠Se dejó caer en el sofá riendo a carcajadas al
recordarlo y parte de su copa de ponche fue directa al corpiño de su vestido.
Estaban en el salón y llevaban horas hablando y bebiendo. William la
observaba desde la butaca situada al lado de la chimenea y frunció el ceño
aflojándose el cuello. ¿Por qué hacía tanto calor allí?
—Lo pasabas muy bien con tus hermanos —⁠dijo con mirada profunda.
—Muy bien —afirmó ella subiendo los pies al sofá para tumbarse, con el
brazo caído y la copa de su mano apoyada en el suelo⁠—. Eran toda mi vida.
—¿Y tu padre?
—Mi padre era… infeliz —dijo mirando al techo⁠—. Jacob Burford era el
hombre más infeliz que yo haya conocido. También era cruel y despiadado.
No sentía la menor compasión por nadie.
William frunció el ceño y se llevó el vaso a los labios sin dejar de mirarla.
—Una vez lo vi destruir a un hombre. Llevaba años trabajando para él y
estaba en una situación muy complicada. Lo iban a meter preso por una deuda
y si él iba a la cárcel su mujer y sus hijos se morirían de hambre. Tan solo
quería que mi padre se ocupara de ellos mientras él no estuviera y le juró
lealtad de por vida si se lo concedía. —⁠Frunció los labios pensativa, como si
aún le costara creerlo⁠—. Le dijo que eso no era problema suyo y lo echó a
patadas de su despacho. El hombre no dejaba de llorar y suplicar a pesar de
los golpes.
Se sentó en el sofá sin bajar los pies al suelo y apuró el contenido de su
copa.
—Ese día empecé a coser una chaqueta para mi hermano. Una preciosa
chaqueta azul. —⁠Lo miró con una gran sonrisa y levantó su copa⁠—. Brindo

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por los buenos padres.
Su esposo levantó su copa también y luego bebió sin decir nada. Bethany
suspiró y durante unos minutos permanecieron en silencio cada uno perdido
en sus pensamientos. Después de eso, ella se levantó y fue hasta él. Se quedó
de pie mirándolo y pasado un momento apuró el contenido de su copa y la
dejó sobre la mesilla al lado de la butaca. Se arrodilló y apoyó las manos en
las piernas de su esposo.
—Háblame de ella —pidió con ojos vidriosos⁠—. Háblame de la mujer a la
que amaste tanto como para no querer amar nunca más.
William no podía apartar la mirada de aquellos ojos, era como si lo
hubiese hechizado.
—Era dulce y delicada como una flor. Su risa me hacía cosquillas en el
corazón. —⁠Cerró los ojos y sintió una brisa que traía un aroma familiar y
nunca olvidado⁠—. Alguien de su familia nos denunció, pasábamos demasiado
tiempo juntos y sospecharon de mis intenciones. No había pasado nada entre
nosotros, pero aquella prohibición lo precipitó todo. Desde el momento en el
que la encerraron en su casa sin salir, solo pensaba en verla. ¡Llegué a saltar
la tapia! Si me hubiesen cogido me habrían ejecutado al instante. Ella me
pedía que no volviese y que me marchase, pero yo solo podía pensar en
escaparnos juntos. —⁠Se puso de pie⁠—. Traté de llevármela a la fuerza.
Bethany se levantó también.
—Hice que se reuniera conmigo en un bosque cercano y… —⁠Se llevó una
mano a la cabeza⁠—. Me avergüenzo solo de recordarlo.
—¿Le hiciste daño?
—¡No! —gritó asustado—. Jamás le haría daño a una mujer y menos… a
ella. Solo intenté llevarla conmigo y ella lloraba y suplicaba y yo estaba
desesperado. Después de eso nos echaron de Joseon bajo pena de muerte. Y a
ella…
—La obligaron a casarse.
William asintió.
—Con un hombre veinte años mayor que ella.
Bethany podía imaginarse la desesperación de la muchacha, pero no que
acabase con su vida. William le daba una vía de escape, podría haberse
marchado con él si tan terrible le parecía su destino.
—¿Cómo os entendíais? —preguntó ella de pronto⁠—. Está claro que no
hablabais el mismo idioma.
—Hay otras formas de comunicarse —⁠dijo él sorprendido por la
pregunta⁠—. Y yo había aprendido algo de su lengua.

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—Aun así, no debió de ser fácil. ¿Cuánto tiempo estuviste allí?
William frunció el ceño y de pronto sonrió con cinismo.
—¿Estás intentando decirme algo?
—¿Yo? —Negó con la cabeza—. Solo quiero saber. Me gusta entender
las cosas. No soy de las que aceptan lo que les dicen sin más.
William se cruzó de brazos mirándola interrogador.
—Adelante.
—¿Por qué no escapó contigo? Si estaba dispuesta a morir, no entiendo
por qué no aprovechó la oportunidad que le brindabas. Es mejor marcharse
que morirse, digo yo.
—La gente de esos países tiene fuertes convicciones. Huir conmigo era
demasiado para ella.
—¿Más que morir?
Él asintió.
—Quizá no te amaba lo suficiente.
William trató de discernir si estaba intentando molestarle.
—¿No habías pensado en esa posibilidad? Seguro que sí —⁠continuó ella
sin percatarse de la conmoción que estaba provocando en él⁠—. Yo lo
pensaría, si alguien prefiere morir a escapar conmigo está claro que no me
quiere lo bastante. No digo que no haya motivos que justifiquen eso, pero
para mí es más que evidente. Además, para amar se necesita tiempo, no se
puede amar a alguien por pasar unos cuantos días o semanas… Y hay que
conocer al otro para estar seguro de que lo amas, está claro que si no puedes
mantener una conversación fluida, eso no es posible. —⁠Suspiró al tiempo que
se encogía de hombros⁠—. Creo que has alimentado una fantasía, William,
sinceramente. Te sientes cómodo en esa posición de drama romántico, pero…
—⁠Negó con la cabeza⁠—. No creo que hubiese verdadero amor ahí. Lo siento
por Elizabeth, pero es lo que pienso.
—¿Por Elizabeth? —preguntó incrédulo.
—Ella te amaba y tú la rechazaste.
—Te recuerdo que le pedí matrimonio. Fue ella la que me rechazó.
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Y no me amaba, quedó claro en Escocia.
—Si Dougal no hubiera existido…
—Pero existe.
—Y doy gracias por ello. Mi hermano no habría sobrevivido tanto tiempo
sin él —⁠dijo sin pensar.

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No se dio cuenta de la expresión de sorpresa que cruzó los ojos de
William porque se dio la vuelta para ir a rellenar su copa.
—¿Quieres ponche? —preguntó.
—Prefiero el whisky —⁠dijo él sin dejar de escrutarla⁠—. Dougal y tu
hermano son buenos amigos.
—Mucho más que eso. Dougal era su mano derecha y su protector. Estoy
segura de que Joseph habría muerto a manos de los franceses o de otro
verdadero pirata si no fuese por él.
William contuvo la respiración.
—Dougal y Harriet son lo mejor que podía pasarle a Joseph y doy gracias
cada día por ello.
El cerebro de William recopilaba datos a toda velocidad. Harriet
desapareció durante meses y la trajo de vuelta James y un capitán de la
armada. ¿Ese era el capitán que Jacob Burford quería para su hija? Joseph iba
también en ese barco, al parecer lo había secuestrado el famoso pirata
Bluejacket. Entornó los ojos y miró hacia el sofá en el que su esposa había
estado tumbada. «Ese día empecé a coser una chaqueta para mi hermano. Una
preciosa chaqueta azul». Abrió los ojos asombrado, ¿Joseph Burford era
Bluejacket?
Bethany bebía ajena al descubrimiento de su esposo y se sentía bastante
inestable. Miró el fondo de su copa vacía de nuevo y movió la cabeza. Había
bebido demasiado y no estaba acostumbrada. Creía que eso la ayudaría a
enfrentarse a lo que le esperaba esa noche, pero estaba demasiado mareada y
necesitaba sentarse. Fue hasta el sofá y se dejó caer cuan larga era.
William la vio cerrar los ojos y en unos segundos se quedó profundamente
dormida. Miró su vaso y sonrió antes de dejarlo en una mesilla. Fue hasta ella,
la cogió en brazos y salió del salón para llevarla a su habitación.

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Capítulo 11

22 de diciembre

Bethany despertó con un terrible dolor de cabeza y el estómago revuelto.


Miró a su alrededor poniendo mucho cuidado en no moverse demasiado y
tardó unos segundos en recordar por qué no estaba en su habitación. Se sentó
de golpe en la cama mirando el camisón que llevaba puesto y un millón de
agujas se clavaron en su cerebro.
—¡Oh! —gimió agarrándose la cabeza.
Por más que intentó recordar cómo había llegado allí no lo consiguió. Lo
último que recordaba era que William le había hablado de Seo-jeon. Frunció
el ceño, ¿le había dicho todas aquellas cosas? Estaba claro que la bebida no le
hacía ningún bien. Él debía odiarla por tratar de destruir la preciosa estampa
que había estado alimentando durante años. Se encogió de hombros, seguía
pensando lo mismo. Bajó los pies al suelo moviéndose muy despacio y se
llevó una mano al estómago al escuchar sus tripas ronronear.
—¿Tengo que comer o vomitaré si lo hago? He visto a Joseph y a Harvey
emborracharse y ahora entiendo que se quejaran cuando…
—¡Buenos días, dormilona! —⁠exclamó William entrando en la
habitación.
Bethany se tapó los oídos rápidamente y gimió angustiada.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó él sin dejar de sonreír y a continuación
le ofreció una taza que llevaba en la mano⁠—. Tómate esto, te aliviará.
Ella miró la taza con desconfianza, pero en ese momento necesitaba
ayuda, así que se arriesgaría con lo que fuese. El calor del caldo de huesos la
reconfortó, aunque no creía que la ayudase con el dolor de cabeza.
—¿Mejor? —preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
—Ven —dijo cogiéndola de la mano para llevarla hasta una silla.
Una vez sentada se colocó detrás de ella y comenzó a masajearle los
hombros subiendo suavemente hacia su cabeza. Eso sí la ayudaba de verdad.

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Cerró los ojos.
—Harriet ha enviado un lacayo con una nota —⁠dijo él después de unos
minutos en silencio⁠—. Quieren estar en Harmouth antes del almuerzo.
—Mmmm.
William sonrió.
—¿Podrás tenerlo todo listo?
—Hice que trajeran algunas cosas antes de la boda —⁠afirmó ella mucho
más relajada.
William se puso frente a ella y la miró burlón.
—¿Tu primera vez?
Ella frunció el ceño por el doble sentido. ¿Le estaba intentando decir
algo?
—Me refiero a la borrachera.
—¡Oh! Sí, sí… —afirmó ruborizándose.
—Lo otro hubo de posponerse, evidentemente, no iba a hacerlo estando tú
inconsciente.
—No estaba inconsciente —dijo sin demasiada convicción ya que no se
acordaba de nada.
—Cierto. ¿Sabías que hablas dormida?
—No.
—¿No lo sabías?
—No hablo dormida —negó rotunda.
—Ya lo creo que sí —dijo él divertido.
Ella abrió los ojos con temor.
—¿Qué dije?
—Muchas cosas.
Se puso de pie preocupada.
—¿Qué cosas?
—Cosas —dijo caminando hacia la ventana para descorrer las cortinas.
El corazón de Bethany se aceleró y se llevó una mano al cuello con
evidente nerviosismo.
—¿Dije algo de… mi hermano?
—¿Te refieres a que es Bluejacket? —⁠preguntó él girándose hacia ella.
Bethany empalideció aterrada.
—Eso fue antes.
Ella se agarró al respaldo de la butaca.
—No me mires así, soy tu esposo, no voy a contárselo a nadie.
—Lo colgarían —musitó casi sin voz.

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—Bethany. —Se acercó hasta ella y la agarró por los hombros⁠—. Tus
secretos están a salvo conmigo.
El modo en el que lo dijo la hizo fruncir el ceño.
—¿Mis secretos?
Él sonrió sin contestar y caminó hasta la puerta.
—Baja en cuanto puedas, te espero en el comedor.
¿El comedor? Miró el reloj que estaba en la repisa de la chimenea. ¡Eran
las doce de la mañana! ¿Tanto había dormido? Debía ser muy tarde cuando se
acostaron. Cuando se acostó. Ella sola. Volvió a mirar su camisón y tiró de él
para ver que no llevaba nada debajo. ¿La desvestiría la señora Porter? No, ella
y su esposo ya se habían retirado mucho antes de… Miró hacia la puerta. ¡Fue
él, él la desvistió! Pero… No había pasado nada, él lo había dicho y sabía que
no mentiría. Se llevó las manos a las mejillas. ¿La miraría? ¡Claro que la
miraría! Querría ver lo que había obtenido al casarse. Sacudió la cabeza y
gimió de dolor, había mejorado, pero aún seguía ahí.
—Será mejor que me vista y baje. De nada sirve que haga elucubraciones,
si quiero saber algo lo mejor es preguntar a quién lo sabe.

William la esperaba junto a la ventana y se giró al escucharla entrar en el


comedor.
—He pedido comida fría, tu estómago lo agradecerá. Aunque también hay
caldo, por si lo prefieres.
—No sé si podré comer nada, aunque mis tripas no dejan de sonar.
Él sonrió y la ayudó a sentarse antes de hacerlo él en la cabecera de la
mesa.
—Come despacio y te sentará bien.
Le sirvió caldo en un cuenco y luego puso dos pequeñas porciones de
carne en su plato. Cortó un pequeño trozo y lo acercó a su boca. Bethany
entreabrió los labios un poco desconcertada. No le habían dado de comer
desde que dejó de ser una niña. William sonrió y se sirvió él también.
—Nunca volveré a beber —musitó ella con evidente preocupación⁠—. No
sabía que sería tan locuaz bajo los efectos del alcohol.
—Solo puedes beber estando conmigo —⁠dijo él con complicidad.
—¿Hice algo… raro? Tengo la sensación de haber hecho algo, pero no
consigo recordarlo.
La sonrisa en los labios de su esposo y el modo en que la miró fue
respuesta suficiente.

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—¡Lo sabía! ¿Qué fue? Tienes que contármelo.
—Te lo contaré, pero no ahora —⁠dijo él divertido.
—¿No ahora? ¿Cuándo?
—En otro momento.
Ella frunció el ceño.
—¿En qué momento? ¿Por qué no ahora?
Él no respondió y acercó otro pedazo de carne a su boca.
—Puedo comer sola, gracias —⁠dijo quitándole el tenedor.
William siguió sonriendo. Bethany comprendió que no iba a decírselo por
mucho que insistiera y se resignó. Miró la carne de su plato y se mordió el
labio inquieta.
—Quería… disculparme —dijo al fin.
—¿Por qué?
—Por lo que dije de… Seo-jeon.
—Ah.
Lo miró con preocupación.
—No quería molestarte, no sé por qué dije esas cosas, por favor,
discúlpame.
—Supongo que es lo que piensas.
—Sí, pero eso no me da derecho a decírtelo.
Él sonrió.
—Te agradezco que fueses sincera conmigo. Creo que la sinceridad es un
buen comienzo para un matrimonio.
Ella asintió, opinaba lo mismo.
—¿Qué te apetecería que hiciésemos hoy? —⁠preguntó él.
—No lo sé. No había pensado en nada. Supongo que debería ir a casa y…
—Aquella ya no es tu casa, Bethany —⁠dijo él⁠—. Ahora tu casa está donde
esté yo.
Lo miró sorprendida, pero no se atrevió a decir nada.
—Podríamos dar un paseo. ¿Sabes patinar?
Ella negó con la cabeza.
—¿Te gustaría aprender?
Su esposa sonrió y asintió sin ambages.

—¡No me sueltes! ¡No me sueltes! —⁠decía riendo a carcajadas.


William la tenía cogida de la cintura y se deslizaba suavemente
arrastrándola con él. Habían tenido algunos sustos al principio, pero ahora

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parecía tenerlo todo bajo control.
—No te soltaré, tranquila, tú solo déjate llevar —⁠dijo sonriendo.
Bethany no podía dejar de reír y tenía los brazos extendidos en cruz
mientras el frío hacía arder sus mejillas. ¿O era la emoción?
—Ahora te cogeré de las manos y tú…
—No me sueltes —repitió asustada.
—Ya te he dicho que no voy a soltarte, pero cógeme de las manos, vamos.
Hizo lo que él decía.
—Mira, si clavas así la punta podrás quedarte quieta. No temas.
Ella hizo lo que él decía.
—Y ahora mueve un pie así, ¿ves? Muy bien. ¡Eso es! —⁠La felicitó al ver
que lo imitaba con el otro pie también⁠—. Ya casi lo tienes.
Siguieron deslizándose hasta que Bethany le pidió que la dejase sola.
—¿Estás segura?
Ella asintió sin dejar de mirar hacia abajo y él la soltó muy despacio sin
alejarse.
Después de patinar la llevó hasta un puesto de castañas y las comieron
mientras paseaban. Bethany dijo que era de mala educación comer así, pero él
hizo caso omiso y ella acabó disfrutando del paseo, de la compañía y de las
castañas. Cuando se hizo de noche fueron hasta Winslow Lane y entraron al
Harmony Coffee House. Bethany nunca había estado en un sitio como aquel y
se sintió emocionada por ello. Se sorprendió de que hubiese comerciantes
discutiendo acaloradamente una mesa y dos parejas charlando tranquilamente
en otra. Miró a su esposo.
—Había oído hablar de estos lugares, pero jamás había visto uno por
dentro —⁠musitó.
Él sonrió y la llevó hasta una mesa apartada. Cuando el camarero se
acercó pidió dos cafés y unos dulces.
—¿Lo estás pasando bien?
Ella asintió entusiasmada sin dejar de mirar a los que discutían y William
aprovechó para observarla a ella. Tenía las mejillas arreboladas y algunos
mechones de pelo se habían soltado mientras patinaba. Estaba realmente
hermosa y por primera vez desde que tomó la decisión de casarse con ella
sintió un ligero aleteo en su estómago.
—Está delicioso —dijo ella tras beber un sorbo de café⁠—. El mejor que
he probado nunca.
Se dio cuenta de que la miraba intensamente y frunció el ceño, confusa.
Dejó la taza en su platito y se pasó la mano por el pelo.

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—¿Tengo algo? ¿Me he despeinado?
Él le apartó la mano y la sostuvo dentro de la suya sin dejar de mirarla.
Bethany miró a su alrededor incómoda. ¿Qué pensaría la gente? Tiró de su
mano hasta que consiguió librarse de su agarre con la misma confusa
expresión.
En ese momento Colin y Chisholm entraban en el local y Bethany les hizo
un gesto con la mano para que se acercasen.
—¿Os conocéis? —preguntó ella mirando a su esposo.
William se había puesto de pie.
—Por supuesto —se saludaron.
—Felicidades por vuestra boda —⁠dijo Colin mirándolos a los dos.
—Enhorabuena —añadió Chisholm.
—¿Queréis sentaros con nosotros? —⁠preguntó Bethany.
—No —negó Colin—. Acabáis de casaros, querréis intimidad.
—Además, habíamos quedado con unos amigos y ya nos esperan —⁠dijo
Chisholm señalando con la mirada.
Bethany vio a dos mujeres y un caballero que inclinaron la cabeza a modo
de saludo.
—¿No son las amigas de Elinor? —⁠preguntó Bethany después de
responder con un gesto similar.
—Así es —afirmó Colin—. La señora Proser, su esposo y su amiga,
Amelie Turnbull.
Bethany asintió.
—Id con ellos —dijo Bethany afable⁠—. Nos veremos en la comida de
Navidad. Imagino que los cuatro estamos invitados.
Colin asintió sonriente.
—Así es, no sé lo que pretende, pero no vamos a perdérnoslo. Así que allí
nos veremos.
Se despidieron con un saludo y se dirigieron a la mesa de sus amigos.
—Disculpad la tardanza, hemos tenido un contratiempo —⁠dijo Chisholm
sentándose junto a Amelie y dejando a Colin en el lado opuesto de la mesa.
Georgia los miró con inteligencia y se dio cuenta de que volvían a estar
enfadados.
—Esto se está convirtiendo en una costumbre —⁠dijo sin más explicación.
El camarero acudió para preguntarles qué deseaban y los dos pidieron solo
café.
—Me gustaría que dejases de hablar por mí —⁠dijo Chisholm mirándolo
muy serio.

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Colin frunció el ceño sin comprender.
—Yo no voy a ir a esa comida —⁠explicó el escocés.
Colin apretó los labios sin apartar la mirada.
—¿A la comida de Elinor? —Amelie lo miró consternada⁠—. ¿Por qué no
habrías de ir?
—¿Tú vas? —La miró directamente.
—Yo no soy de la familia.
—Yo tampoco. Soy un MacDonald, ni siquiera soy inglés.
Colin miró hacia el grupo de hombres que seguían discutiendo en un
rincón y luego miró a su amigo con expresión dolida.
—¿Qué quieres que les diga a todos cuando me pregunten por ti?
—Diles que he vuelto a Escocia.
—No digas tonterías. Los barones…
—Ya es hora que me busque otro sitio para vivir. Ya he abusado
demasiado de su generosidad.
—Te aprecian.
—Y yo a ellos, pero repito que no es mi familia. Con el trabajo en la
imprenta puedo pagarme un estudio.
—Chisholm…
—¿Qué? —Lo miró retándolo—. ¿Te avergüenza ser amigo de un simple
empleado?
—Tu padre tiene un castillo en Lanerburgh. El mío tenía dos fábricas que
ha heredado mi hermano —⁠dijo el otro con ironía.
Chisholm no pudo rebatírselo y cerró la boca.
—Tenéis que arreglar lo que sea que os pasa —⁠dijo Georgia mirándolos
con severidad y añadió bajando el tono⁠—: lo vuestro es cada día más
evidente.
—Hay un modo de solucionar eso —⁠dijo Chisholm poniéndose de pie.
Y sin más salió del café con paso decidido. Colin se quedó mirando
aquella puerta cerrada durante un buen rato.
—Muchacho, vais a tener que buscar una solución a esto —⁠dijo Owen
poniéndole una mano en el hombro⁠—. La vida es demasiado corta.
Colin se removió inquieto en la silla y finalmente se levantó y echó a
correr.

Bethany frunció el ceño evitando mirar hacia la mesa de los Proser.


—¿Qué crees que les pasa? —⁠preguntó en tono bajo a su marido.

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William solo sonrió.
—Deberíamos regresar a casa —⁠dijo después de unos segundos.
Salieron del café y él le ofreció el brazo para que se agarrara. Hacía
mucho frío, pero a Bethany no le importó. Había sido un día maravilloso, no
recordaba haberlo pasado nunca tan bien. Estaban cerca de casa, pero cuando
entraron en el vestíbulo agradeció el calor que se sentía allí.
—Está helada —dijo el mayordomo al verla tiritar⁠—. No se quite el
abrigo hasta entrar en calor.
William la cogió por los hombros y la arrastró hasta el salón en el que el
fuego crepitaba y el ambiente era cálido y seco. Bethany extendió las manos y
se estremeció al sentir la sangre caliente corriendo por su cuerpo.
—Debería haber llevado el coche, lo siento —⁠dijo él abrazándola desde
atrás.
Bethany se envaró instintivamente, pero poco a poco se relajó entre sus
brazos. Bajó las manos sin saber qué hacer con ellas y después de un
momento las puso sobre su brazo apretándolo contra sí. Permanecieron así un
buen rato, hasta que William supuso que ya había entrado en calor. Entonces
le quitó el abrigo y salió del salón con él dejándola un momento sola. Bethany
miraba el fuego, hipnotizada, mientras recordaba cada instante de ese día.
Cómo él la sujetaba para entrar al río helado. Su mirada de confianza, su
calidez al sostenerla… Nunca se había sentido tan protegida. Tan segura.
—¿Te apetece tomar algo ca…?
Enmudeció al ver su mirada y se acercó a ella despacio. Bethany sentía el
corazón acelerado, pero no se atrevía a hacer lo que le pedía su cuerpo. Tan
solo lo miraba, expectante y franca. Deseando que él la entendiera. Que
respondiera a su llamada. William extendió los brazos y la agarró suavemente
atrayéndola hacia sí. Después se inclinó despacio. Muy despacio. Se detuvo
cuando sus labios casi la rozaban. Ella tenía los ojos cerrados y su pecho
subía y bajaba con evidente agitación. La apartó y su esposa abrió los ojos
asombrada.
—No estoy seguro —dijo negando con la cabeza después de soltarla.
—¿Qué no…? Yo… Tú…
—No, no, está claro que no lo deseas.
Ella frunció el ceño.
—Yo…
—¿Ves? No eres capaz ni de decirlo.
—Porque…
Bethany movía la boca, pero las palabras no salían de ella.

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Su esposo se encogió de hombros.
—Lo de anoche fue fruto del alcohol, como me temía —⁠dijo llevándose
una mano a la cabeza⁠—. Por suerte me mantuve firme.
—¿Qué pasó anoche? —preguntó asustada.
—Nada. Ya te he dicho que me mantuve firme.
—¿Tuviste que…? ¿Yo te…? —Se retorció las manos, nerviosa.
—Tranquila, no le repetiré a nadie las cosas que me pediste. No sabía
siquiera que conocieras esos términos.
—¿Qué términos?
Él negó con la cabeza y su esposa le dio la espalda respirando con
dificultad. ¿Qué le estaba pasando? Aprovechando que ella no podía verle
William se rio silencioso. Ella se giró y él adoptó de nuevo una posición seria
apoyando la mano en el respaldo de una silla en actitud relajada.
—Está claro que todo esto me supera —⁠dijo ella⁠—. Deberíamos acabar
con ello cuanto antes.
William estaba a punto de estallar en carcajadas, pero sacando fuerzas de
no sabía dónde, resistió un poco más.
—¿Quieres hacerlo aquí mismo? Puedo pedirle a Porter que no nos
moleste durante un rato.
—¡No, por Dios! Subamos a mi habitación. Tu habitación quiero decir,
aquí no hay nada mío.
—No digas eso.
De pronto se sentía mal por haberse burlado de ella. La atrajo por la
cintura y la miró sonriendo.
—Todo lo mío es tuyo ahora —⁠dijo sincero⁠—. Eres mi esposa, no lo
olvides.
—No lo olvido. Aunque… —bajó la cabeza para evitar sus ojos⁠—,
realmente aún no lo soy.
Él sonrió perverso.
—Habrá que solucionar eso —⁠dijo con voz profunda y acto seguido la
cogió en brazos.
—¿Qué haces? —preguntó riendo.
—Lo que debería haber hecho ayer.
Salió del salón y subió las escaleras.
—Señor, ¿retrasamos la cena? —⁠preguntó el mayordomo.
—Sí, Porter. Ya le avisaré.

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Sus bocas se encontraron en un beso suave y dulce antes de entrar en la
habitación. William cerró la puerta con el pie y avanzó hasta la cama sin
soltarla y sin abandonar su boca. El beso se hizo más profundo y fluido y la
dejó deslizarse hasta el suelo sin apartarla de su cuerpo. La excitación que
sentía iba en aumento y lo atacaba a oleadas que subían y bajaban por su duro
abdomen. La desvistió rápido y sin preámbulos. Ya la había visto desnuda,
pero de nuevo su cuerpo respondió al estímulo y fue visible para ella.
—¿Qué fue lo que hice anoche? —⁠preguntó ella enfebrecida.
Su esposo cogió una de sus manos y la metió dentro de sus pantalones.
Los ojos de Bethany se abrieron como platos y un fogonazo le trajo el vívido
recuerdo en cuanto la mano se cerró alrededor de su dura carne. William
gimió igual que lo hiciera entonces y la apartó suavemente.
—Si sigues mirándome así no voy a poder contenerme —⁠dijo burlón.
Ella se abrazó sobre la camisola sin saber qué hacer ahora con sus manos.
—Lo siento… —dijo avergonzada.
William dejó escapar el aire con un bufido y desató sus manos para poder
quitarle la camisola. En cuanto su pecho estuvo desnudo la tumbó en la cama
y se colocó a su lado dejándole los pololos y las medias para darle una falsa
sensación de seguridad. Se inclinó sobre uno de sus pechos y lo estremeció
con su aliento antes de capturarlo con los labios. Bethany se removió inquieta
sin saber si quería que siguiera o que parase.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—¿Está bien que me guste?
Él la miró perverso.
—No aceptaré otra cosa.
Ella asintió.
—Me gusta mucho.
Sintió su mirada recorriendo su cuerpo y encogió el estómago cuando
desató las cintas de sus pololos para desprenderla de ellos y de las medias. No
se movió, a pesar de que su instinto la empujaba a huir, a cubrirse. Nunca
jamás se había mostrado desnuda ante nadie.
—Eres hermosa, Bethany —musitó él.
William hizo entonces lo que ya le había hecho. La exploró con maestría
y delicadeza recorriendo su cuerpo como si lo conociera de memoria. Ella se
supo en sus manos en cuanto la tocó y ahora respondía a sus dedos y a su
boca como si le fuese la vida en ello. No estaba segura de cuánto rato llevaba
haciéndole aquellas cosas cuando él se bajó de la cama para desnudarse. Ella
giró la cabeza hacia un lado para no mirarlo. Le daba miedo y también sentía

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un ansia extraña y desconocida entre sus piernas. Pero no quería que él lo
viese.
—Tócame —dijo él tumbándose a su lado⁠—. Tócame, Bethany.
Ella lo miró confusa y avergonzada.
—Está bien que una mujer toque a su esposo. Hazlo, Bethany, por favor.
Su mano se movió temblorosa y se estremeció al sentir el calor que
desprendía. Su esposo gimió entre dientes y cerró una mano sobre la de ella
para que lo apretara con fuerza.
—Así —dijo con voz ronca—. Así, Bethany.
Ella obedeció sin resistencia y sintió su propia humedad al ver lo que era
capaz de provocar en él. Después de unos minutos de intensa contención
William se lanzó sobre su boca tumbándola en la cama. Ávido y voraz, la
saboreó con su lengua mientras se colocaba entre sus piernas. Bethany sintió
la presión y su cuerpo se envaró.
—No hay otro modo de hacer esto la primera vez —⁠dijo él apoyándose en
los codos⁠—. No te resistas, amor, prometo que solo será un momento.
Empujó entonces y ella sintió un dolor punzante atravesándola por dentro.
Trató de apartarse de manera instintiva, pero él se inclinó entonces sobre su
pecho y volvió a estimularlo con su lengua. El deseo arrastró cualquier
resistencia por su parte y Bethany se entregó de nuevo. Agarró la cabeza de
William y elevó el pecho para introducirlo en su boca. Y sus caderas se
rindieron a la presión que la empujaba contra el colchón. William llegó hasta
el final y siguió moviéndose suavemente mientras su boca se desplazaba al
otro pecho.
El dolor se tornó placer y acompañó sus movimientos, persiguiéndolo,
esperándolo…
—No aguantaré mucho más —dijo él con voz áspera y el rostro
contraído⁠—. Por Dios, déjate ir.
Una oleada de sensaciones la hizo tensarse y los espasmos de su sexo lo
arrastraron con ella. Varias sacudidas y un largo gemido escapando de la
garganta de Bethany antes de que el cuerpo de William cayera sin aliento
sobre ella. Después rodó a un lado para no hacerla cargar con su peso y su
esposa cogió la camisola para cubrirse con ella.
—¿Qué haces? —preguntó él mirándola divertido.
—Me da vergüenza —confesó.
Él se apoyó en un codo y la miró confuso.
—¿Vergüenza de mí? —Le arrancó el camisón y lo lanzó lejos.
Ella lo miró asombrada.

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—¿Por qué has hecho eso?
—Quiero verte.
—Pero…
William colocó una mano sobre uno de sus pechos y se acercó a ella.
—Y tocarte.
Ella lo empujó riendo y trató de levantarse, pero él la inmovilizó
poniéndose encima.
—¿Adónde crees que vas?
—Suéltame.
—Ni lo sueñes.
Le besó la punta de la nariz y después la miró a los ojos durante un buen
rato.
—¿Somos compatibles? —preguntó cuando tuvo suficiente.
Bethany lo miraba extasiada y asintió muy despacio.
—¿Estás segura?
—¿Tú no?
Él se mordió el labio y miró hacia lo lejos entornando los ojos.
—No estoy seguro del todo —⁠dijo.
Su esposa frunció el ceño con preocupación. ¿Tan errada iba? Habría
jurado que todo había salido bien. Entonces William se puso encima de ella y
la miró perverso antes de colocarse entre sus piernas.
—Necesitaré más pruebas para estar seguro.
Y durante esa noche se afanó en despejar por completo todas sus dudas.

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Capítulo 12

24 de diciembre

—¡Caroline! —La recibió su madre con un abrazo⁠—. Solo faltabais vosotras.


—Salimos cuando aún era de noche, mamá. —⁠Se dispuso a saludar a sus
hermanas, cuñados y criaturas varias⁠—. Madre mía, ¿qué les dais a vuestros
hijos? No paran de crecer.
—Pues anda que Scarlett —dijo Katherine cogiéndola de los brazos de su
abuelo⁠—. Está hecha toda una señorita.
—Le encantan los viajes en coche —⁠dijo Caroline sonriendo⁠—. Es una
suerte, pues hay unas cuantas horas hasta aquí. ¿Cómo está la pequeñina de la
familia?
Bethany se la dio para que la cogiera.
—Felicidades a los novios —⁠dijo la Wharton y miró a William con
expresión malévola⁠—. Por fin has caído.
Tras el recibimiento, los saludos, las preguntas de rigor y una vez dejaron
a los niños con las niñeras, tanto Harriet como Katherine se habían llevado las
suyas, pudieron sentarse a almorzar tranquilamente.
—¿Alguien le ha dicho a Elinor que estaremos aquí? —⁠preguntó
Katherine.
—Yo le envié una nota en cuanto supe que vendríais —⁠dijo su madre.
—Qué raro que no haya venido entonces. —⁠Se sorprendió Harriet.
—Tiene mucho lío —dijo su padre⁠—. Me pasé ayer por si necesitaban
algo y estaba de los nervios.
Meredith lo miró severa.
—Creí que habíamos quedado en que no iríamos a molestarla.
—No quedamos en nada, tú ordenaste y yo callé.
Su esposa frunció el ceño.
—Podrías haber dicho que no te parecía bien.
—Para lo que habría servido —⁠musitó James.
Caroline miró a su marido interrogadora.

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—¿Qué insinúas?
—Yo no insinúo nada.
—Las Wharton somos muy razonables. Si pensáis de un modo distinto a
nosotras podéis decírnoslo sin problemas.
Joseph carraspeó para esconder una risita y Alexander fingió que se le
caía la servilleta.
Las hermanas miraron a su madre comprensivas, pero no dijeron nada
más al respecto. De injustos está el mundo lleno.
—Bueno —dijo Meredith mirando a su esposo⁠—, ya que fuiste cuéntanos
qué viste. ¿Había mucha actividad en su casa?
—Pues la verdad es que no vi nada. Todo estaba como siempre. Bueno,
todo no, tu hija estaba muy nerviosa, no dejaba de decir que me marchara y
que no me acercara a la fábrica.
—¿Y para qué ibas a ir tú a la fábrica?
—Qué raro, ¿no? —dijo Caroline.
—Elinor trama algo —afirmó Harriet⁠—. Parece mentira que no la
conozcáis.
—Esas mesas van ahí, tenéis que quitar todo eso —⁠señalaba Elinor⁠—. Os
lo dije hace dos días, ¿es que nadie me hace caso?
Los empleados asintieron y se dispusieron a hacer lo que les pedía.
—La comida es mañana —dijo Pell⁠—. Hay tiempo de sobra.
—Quiero dejarlo todo listo hoy. Mañana llegará mi familia y no quiero
tener que venir a supervisar nada.
—No hace falta, señora Woodhouse —⁠dijo Mary, la esposa de Pell⁠—,
nosotras nos encargaremos de todo.
—La señora Boyle tiene en su cocina todos los platos ya preparados
—⁠dijo Emily, la esposa de Alfie⁠—. Hoy terminará las salsas y algún postre
que dejó para el último momento.
Elinor se llevó una mano a la frente y bufó para descargar la tensión que
acumulaba. Emily puso una mano en su hombro.
—No se preocupe por nada, hoy montaremos las mesas, no nos iremos
hasta que esté todo listo. Usted váyase a casa y descanse. Ha trabajado mucho
estos días y estará agotada para recibir a su familia. Váyase y déjenoslo todo a
nosotras, ¿verdad, chicas? —⁠dijo mirando al resto de trabajadoras.
—¡Sí! —gritaron todas a coro.
Elinor sonrió agradecida y asintió.
—Está bien, me iré, pero si surge cualquier contratiempo…
—La avisaremos —terminó Mary sonriendo también⁠—. Vaya tranquila.

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La vieron alejarse sobre su caballo y enseguida se pusieron a trabajar.

—¿Estás más delgado? —preguntó Meredith con expresión preocupada⁠—.


Pareces más delgado. No te sienta bien estar en Londres, Chisholm.
El MacDonald estaba de pie frente a la ventana y miraba al exterior con
una sonrisa cálida. Las hijas de los barones estaban fuera con sus maridos y
sus hijos jugando con la nieve. El sol apenas brillaba ya, pero el manto níveo
refulgía con minúsculas chispas. En su mente comenzó a sonar música como
siempre que veía algo hermoso. Se giró a mirar a su querida mecenas y
sonrió.
—Pues me temo que voy a vivir en Londres a partir de ahora —⁠dijo
sentándose junto a ella.
Meredith abrió los ojos y se llevó las manos a la boca para ahogar una
exclamación.
—¿Te han dado el puesto de músico de la corte?
Chisholm asintió. Iba a trabajar en la corte como músico del rey.
—Frederick Bridge seguiría ostentando el título, pero dada su enfermedad
no puede hacerse cargo del trabajo que conlleva su título. Así que yo
supervisaré todos los eventos reales y me aseguraré de que la calidad musical
cumpla con los estándares más altos.
—Pero ¡qué alegría, hijo! —⁠exclamó entusiasmada⁠—. ¿Es por eso que
estás tan preocupado?
—Es una gran responsabilidad, sí.
—Eso no es un problema para ti. Eres un joven muy responsable. Fíjate,
¿quién conseguiría un puesto como este a tu edad? Yo te lo diré: nadie.
—⁠Sonrió con cariño⁠—. He tenido cinco hijas y las quiero con locura, pero te
confieso que siempre me quedó la espinita por no haber tenido un muchacho.
—⁠Puso una mano sobre las suyas visiblemente emocionada⁠—. Gracias por
hacerme sentir un poco tu madre estos meses.
El escocés bajó la mirada para que no viera la emoción en sus ojos. Si ella
supiera lo que había significado para él formar parte de aquella familia…
—No puedo con Caroline —dijo Harriet entrando en el salón⁠—. Mamá,
dile algo. No deja que Scarlett toque la nieve, es una madre horrible.
—Está muy fría —dijo su hermana entrando tras ella⁠—. No quiero que se
ponga enferma y se pierda las celebraciones de Navidad. Tú eres una
inconsciente.

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—¿Inconsciente? —La pelirroja de las Wharton la enfrentó con los brazos
en jarras⁠—. ¿La vas a tener encerrada para que no se enfríe? ¿Qué es? ¿De
porcelana?
—No, no es de porcelana, por eso tengo que cuidarla.
Harriet se dejó caer en la butaca mientras hacía un extraño ruido con la
boca. Su madre la miró ceñuda y luego miró a Caroline.
—Tu hermana tiene razón, ¿desde cuándo eres tan miedosa? Un poco de
frío no le hará daño a esa niña.
—¡Mamá! —se quejó la otra al ver que se ponía de su parte.
—En cuanto te has ido, James la ha tumbado en la nieve y está jugando
tan ricamente —⁠dijo Katherine atravesando el salón con una de las gemelas
en los brazos.
Caroline corrió a la ventana y vio que James sostenía a Scarlett lejos del
suelo, pero tenía una bola en la mano. La niña la tocaba con sus deditos y se
reía. Se giró a mirar a Katherine que le sacó la lengua.
—Eres malvada.
—Te has vuelto muy asustadiza, hermana. Los niños necesitan tocar
cosas.
—¿Tocar cosas? —Caroline acercó una silla⁠—. Aún recuerdo el asco que
te daba tocar la tierra. Yo ayudaba a mamá a plantar las flores, pero tú…
—No quería mancharse el vestido —⁠apuntó Harriet sonriendo burlona.
Chisholm las miraba embelesado. Como siempre que estaba en medio de
una reunión de las Wharton permanecía en silencio y con semblante perplejo.
Las peleas entre ellas eran tan adorables que le parecía un sacrilegio
intervenir. Nada que ver con lo que él había vivido en su casa, allá en
Lanerburgh. Las peleas de los MacDonald solían acabar con alguien muy
herido y la mayoría de las veces ese alguien era él.
—¿Tú qué dices, Chisholm? —⁠preguntó Harriet directamente.
Él sonrió complaciente, no caería en esa trampa.
—Chisholm ha conseguido el puesto en la corte —⁠anunció la baronesa.
—¿Qué? —Katherine lo miró admirada⁠—. ¡Vas a ser el músico del rey!
—Pues, prepárate, porque si hay algo que le guste al regente más que una
fiesta, es un baile —⁠se burló Harriet⁠—. Vas a tener mucho trabajo.
—Pero no dejes de componer —⁠pidió Caroline⁠—, tu música es demasiado
maravillosa como para desperdiciarla por ese trabajo. Algún día serás famoso
en el mundo entero.
—Ya es famoso —dijo Harriet—. En Londres todo el mundo conoce a
Chisholm MacDonald.

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—¿Ahora Londres es el mundo entero? —⁠se burló Caroline.
—En cuanto crezca un poco enseñaré a tu hija a usar el arco —⁠amenazó.
Caroline levantó una ceja y después de un momento asintió una vez.
—Me parece bien. Quiero que practique algún deporte.
—¿Te parece bien? —Harriet la miraba sorprendida⁠—. Sabes que las
flechas pinchan, ¿verdad?
—Las flechas salen disparadas del arco —⁠dijo la otra enarcando una ceja
y sonriendo después⁠—. No hay peligro en eso.
—Cómo echo de menos a Emma y a Elizabeth —⁠dijo Meredith⁠—. Sería
perfecto si todas estuvieseis aquí.
—Tengo muchas ganas de conocer a esos McEntrie —⁠confesó Harriet con
una enorme sonrisa⁠—. ¡Cinco más como Dougal! Eso es digno de verse.
—Chisholm los conoce bien y dice que no se parecen —⁠apuntó Caroline.
—Sí se parecen —puntualizó el escocés⁠—, pero cada uno tiene sus
peculiaridades.
—Qué mal suena esa palabra —⁠dijo Harriet⁠—. Siempre que alguien dice
que tengo «peculiaridades» es para criticarme.
—Lo que quería decir…
—Sabemos lo que querías decir —⁠lo cortó Katherine⁠—. Es que a Harriet
le encanta ser el centro de atención.
—¡Oye! ¿A qué viene eso? —dijo la susodicha con expresión
sorprendida⁠—. ¿Os habéis puesto de acuerdo para meteros conmigo?
—¿Lo ves? —Katherine la señaló mirando a Chisholm.
El escocés sonrió y su corazón herido se caldeó aliviado. La vida era
hermosa si podías formar parte de una familia como aquella.

—¡Ay, hija mía! ¿De verdad te parece buena idea? —⁠preguntaba Hannah con
preocupación⁠—. Mira que los hombres beben y discuten en estas
celebraciones.
—No pasará nada, Hannah, confía en mí. Todos están muy ilusionados y
yo también.
—Espero que no te equivoques, hija. —⁠Miró hacia atrás⁠—. ¿Y ese golpe?
Elinor salió del salón y se dirigió al vestíbulo, Colin se dirigía a las
escaleras con evidente enfado.
—¿Qué te ha hecho esa puerta?
—Perdón —se disculpó acercándose a ella⁠—. Se me ha ido la mano.
—¿Qué ocurre?

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—Nada, he discutido con… —Se detuvo al ver a su madre aparecer⁠—.
Hola, mamá.
—¿Con quién has discutido?
—Con nadie. Voy a cambiarme —⁠dijo dándose la vuelta para volver a la
escalera.
—Es Chisholm, ¿verdad? —dijo Hannah con voz pesarosa.
Elinor se preguntó si serviría de algo que le dijese que ese tono lastimero
desquiciaba a su hijo.
—Hablaré con él.
Tocó a la puerta de su cuarto y esperó. Colin abrió, pero sin darle paso.
—Voy a cambiarme, Elinor. Ya me interrogaréis en la cena.
Ella se agachó para colarse por debajo de su brazo y su cuñado bufó, pero
cerró la puerta sabiéndose impotente. Cuando se giró su amiga lo miraba con
los brazos cruzados.
—¿Otra vez Chisholm?
—Sí otra vez. Pero tranquila, creo que esta será la última —⁠dijo
quitándose el chaleco.
—¿Qué ha pasado? Cuéntamelo, Colin, sé que no tienes a nadie más con
quién hablar de esto.
—No quiero hablar de ello.
—Pues no te va a quedar más remedio porque no me moveré de aquí hasta
que me lo cuentes.
El otro la miró sopesando la posibilidad de tirarla por la ventana, pero
finalmente se resignó consciente de que antes se tiraría él.
—Me dijo que me ama —dijo tirando el pañuelo del cuello contra el suelo
como si llevara incluida su cabeza y quisiera reventársela.
Elinor abrió la boca, la cerró, volvió a abrirla y la volvió a cerrar.
—¿Te has quedado sin palabras? —⁠Se sentó en un escabel y apoyó los
brazos en sus rodillas con cansancio.
Elinor se arrodilló delante de él sentándose sobre sus pies con las manos
apoyadas en su regazo.
—¿Qué le respondiste?
—Que me había pillado desprevenido.
—¡Colin!
La miró un instante y luego cerró los ojos maldiciendo entre dientes.
Elinor se levantó y paseó por la habitación tratando de clarificar bien sus
pensamientos antes de hablar. La situación era realmente complicada, pero lo

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más importante allí era saber… Se detuvo frente a su amigo y lo miró muy
seria.
—¿Tú le amas?
—Me juré que no volvería a enamorarme, después de lo de Phillip. Quiero
centrarme en mis pinturas y…
—No has contestado a mi pregunta, Colin. ¿Amas a Chisholm?
Su amigo levantó la mirada con expresión aterrada.
—No puede ser, Elinor. —Agachó la cabeza enterrando los dedos en su
pelo, lo que él quiere no es posible.
Ella volvió a agacharse a su lado y lo abrazó para contener sus sollozos.
Durante unos minutos él se desahogó y ella lo sostuvo con cariño. De sobra
sabía que allí no valían las palmaditas en la espalda o las palabras vacías. Era
cierto que lo que Chisholm quería no podía ser. No podían vivir su amor en
público, sincera y abiertamente. Pero si había algo que Elinor no aceptaba era
rendirse. Miró a su amigo cuando se apartó de ella para limpiarse las
lágrimas.
—Lo amo con toda mi alma, Elinor —⁠dijo entre hipos⁠—. Nunca he
amado a nadie así. Es dulce, bueno y sensible. Su música me deja sin
aliento… —⁠Movió la cabeza mientras se tragaba las lágrimas⁠—. Haría
cualquier cosa por él, pero es que… No puedo hacer nada.
—Encontraremos un modo —dijo segura⁠—. Piensa en Amelie y Georgia,
si ellas lo lograron, tú también lo conseguirás.
—¿Quieres que me case? —se burló⁠—. La única mujer que conozco
capaz de hacer algo así ya está casada.
Elinor sonrió con cariño. Se habría casado con él sin dudarlo, antes de
enamorarse de Henry, claro.
—Escúchame, Colin. Sé que no podréis tener lo que queréis, pero eso no
significa que no podáis vivir ese amor de un modo u otro. Ahora sé que hay
muchos tipos de amor en este mundo y no puedes rendirte sin intentarlo.
Chisholm sabe que lo amas, estoy segura, pero debe haber sido muy doloroso
ver tu reacción. Tienes que hablar con él, decirle lo que sientes de verdad y
juntos encontraréis un modo. No importa si tenéis que casaros con alguien
que esté en vuestra misma situación, como hizo Georgia o si tenéis que vivir
como dos amigos y encontraros a escondidas, como hacéis ahora.
—Sabes demasiado de mí —dijo él burlón.
—Soy tu mejor amiga.
—Mi hermana —puntualizó él—. Elinor, siempre has estado a mi lado, no
podría haberlo soportado sin ti.

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Lo abrazó para que no viera sus propias lágrimas, le dolía el corazón por
su sufrimiento y lo único que quería era verlo feliz. Pero solo él y Chisholm
podían encontrar el modo de tener una vida juntos. Se limpió las lágrimas con
disimulo y se puso de pie arreglándose el vestido.
—Será mejor que baje, tu madre está de los nervios por la comida de
mañana. Ya se ha enterado de que va a ser en la fábrica y no parece gustarle
mucho la idea. Dios mío, como algo salga mal tu hermano y ella no van a
parar de repetir que me lo advirtieron.
Colin se puso de pie mirándola asombrado.
—¿Va a ser en la fábrica?
Elinor asintió.
—Ni se te ocurra decirme que todo va a salir mal.
—¿Por qué en la fábrica? No entie… —⁠Abrió los ojos con sorpresa⁠—.
¡No! ¡Elinor! ¿A cuántos has invitado?
—A todos.
Colin no daba crédito.
—Pero ¿estás loca? ¿Ya te has olvidado de lo que pasó con Pell y el
disparo y…?
—Colin… —advirtió—. Se supone que tú y yo somos aliados.
Su amigo se echó a reír a carcajadas y la estampa era muy curiosa porque
aún tenía lágrimas en las mejillas. Se las limpió sin dejar de reír.
—Mi hermano va a tener una vida muy entretenida contigo.
—Tu hermano es muy afortunado y no aceptaré que digas otra cosa.
—Desde luego. —Tiró de ella para abrazarla⁠—. Dios, Elinor, estás loca.

Bethany terminó de colocar sus cosas y se sentó en la cama dejando escapar


un suspiro. No había llevado mucho equipaje, solo dormirían allí esa noche y
la siguiente, después de la famosa comida. Ni siquiera se había acomodado a
la casa de William y tampoco es que tuviese que hacerlo, pues se marchaban
en pocos días.
—¿Te escondes? —preguntó su esposo entrando en la habitación.
—Estaba deshaciendo nuestro equipaje.
—No tenías por qué molestarte, lo habrían hecho las doncellas de los
Wharton. —⁠Sonrió sentándose junto a ella en la cama⁠—. Al contrario que en
mi casa, aquí hay mucho servicio.
La observó un momento.
—¿En qué piensas?

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—Estoy preocupada por Joseph.
—¿Por lo de ese tal Weis?
—Voy a dejarlo solo.
William frunció el ceño pensativo.
—Primero Dougal y ahora yo —⁠musitó ella.
—Dougal fue su mano derecha, es cierto. —⁠La miró de frente⁠—. ¿Por qué
no le escribes? Tiene un montón de hermanos, quizá a alguno le interese
ocupar tu puesto.
Bethany lo miró incrédula.
—Lo estás diciendo en serio.
—Claro. Los conocí cuando estuve en Escocia el año pasado. Son buena
gente —⁠asintió con la cabeza para apoyar sus palabras⁠—, no me sorprendería
que a alguno le interesara venir a Londres. Está claro que no puede ser
cualquiera, debe ser alguien de total confianza.
Bethany asintió.
—Como tú con tu padre.
—Eso es. Joseph no tiene más familia y en la familia de Harriet tampoco
hay nadie que pueda ocuparse.
—Si sus hermanos son como Dougal, no habría nadie mejor —⁠dijo
pensativa⁠—. Eres sorprendente, William.
Entornó los ojos al ver cómo lo miraba.
—¿Quieres decirme algo? —preguntó.
—Estoy muy confusa —dijo sincera.
Su marido asintió, era plenamente consciente de ello. La cogió
suavemente de la mano y se la acercó a los labios.
—Confío en ti. —Suspiró y el aire salió tembloroso de su boca⁠—. Y me
gusta que me toques. Que estés cerca de mí.
—A mí también me gusta —dijo él con voz queda.
—No puedo dejar de pensar en ti.
Él la miró a los ojos y sonrió.
—Eso no es malo.
—No —negó ella—, no lo es.
—Yo también pienso mucho en ti.
—No te estoy pidiendo nada, William.
Él besó su mano con ternura.
—Lo sé.
—Tan solo… quiero que lo sepas. Que estoy confusa.
—Ajá…

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Apartó un mechón de pelo de su rostro y le acarició la mejilla.
—Creo que podría llegar a quererte —⁠dijo Bethany al fin y suspiró
aliviada⁠—. Ya lo he dicho.
William entornó los ojos para mirarla con más atención. Sus largas
pestañas, sus ojos brillantes, su pequeña nariz, sus labios…
—Yo creo que ya he empezado.
La empujó hasta tumbarla en la cama sin dejar de mirarla. Bethany tenía
una expresión que lo hizo sonreír.
—Quiero saberlo todo de ti —⁠dijo ella.
Él asintió.
—Te lo contaré todo.
—Y quiero que confíes en mí, no seré una car…
La hizo callar con su boca y Bethany rogó porque nadie abriese la puerta
de aquella habitación.

Alexander lo vio bajar las escaleras y regresó sobre sus pasos para alcanzarlo.
—¿Nos tomamos una copa ahora que están todas ocupadas con los
regalos? —⁠preguntó pasándole el brazo por encima de los hombros⁠—. No
sabes la que tienen montada en el salón.
William lo siguió hasta el despacho del barón, donde Alexander sabía que
no los molestarían. Una vez sentado se percató de que su amigo lo miraba con
una burlona sonrisa mientras servía whisky en dos vasos.
—Suéltalo ya, anda —dijo William recostándose en el sofá cómodamente.
—Menudo zángano estás hecho, mira que casarte sin nosotros. Edward no
volverá a dirigirte la palabra después de esto —⁠dijo entregándole uno de los
vasos.
Se sentó en el otro sofá frente a él y colocó los pies en la mesita de centro
recostándose también.
—Estoy molido. No sabes lo agotadoras que son las gemelas. No tengáis
hijos enseguida, disfrutad de vuestra intimidad un poco, antes de lanzaros a
procrear —⁠dijo poniendo los ojos en blanco.
—Si te oye Katherine…
Alexander lo miró asustado.
—Eso no lo digas ni en broma. Estamos tú y yo solos, déjame que me
desahogue.
—Puedes hablar todo lo que quieras —⁠dijo William y se llevó el vaso a
los labios.

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—No he visto a Bethany con las demás, por cierto.
—Está deshaciendo nuestro equipaje.
—¿Y tú la estabas ayudando? Porque parecía que había mucho trajín en
vuestro cuarto cuando he pasado por delante hace un rato.
William levantó una ceja con expresión burlona.
—¿Ahora te dedicas a espiar detrás de puertas cerradas?
Alexander se rio a carcajadas.
—Venga, William, reconócelo.
—¿El qué?
—Que Bethany te gusta de verdad. He visto cómo la miras y está claro
que ahí hay algo más que conveniencia.
Su amigo entornó los ojos para mirarlo reflexivo.
—Sigues siendo muy perspicaz, incluso ahora que ves —⁠aceptó y luego
bebió otro sorbo⁠—. Me gusta, es cierto y creo que es un buen comienzo.
—Es una buena chica, espero que la hagas feliz.
—Haré todo lo que esté en mi mano, puedes estar seguro.
—Ojalá Edward estuviese aquí, se alegraría de oírlo. Ahora que estás tú,
falta él. Podríais poneros de acuerdo.
—Podríais venir a visitarnos. Recuerdo que antes te gustaba viajar —⁠dijo
burlón.
—Con hijos todo es mucho más complicado.
—Qué excusa más pobre, Alexander.
—Háblame de tu plantación, venga. Y yo luego te contaré un proyecto en
el que voy a invertir.
—Echaba de menos esto —dijo William mirando el vaso en su mano.
Alexander sonrió, sabía a lo que se refería y, desde luego, no era el
whisky.

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Una Navidad con las Wharton

25 de diciembre

—¡Ya estáis aquí! —dijo Elinor forzando una sonrisa⁠—. ¡Qué bien!
Harriet entornó los ojos mirándola con atención.
—¿Por qué parece que quieras matarnos? —⁠preguntó bajando el tono para
que solo ella la oyese.
—¿De verdad teníais que venir tan pronto? —⁠masculló la otra en el
mismo tono.
—Mamá quería que estuviésemos aquí para ayudarte. Los hombres
vendrán después con los niños para no estorbar.
—Nosotras podemos vestir el comedor si aún no lo habéis hecho —⁠dijo
Meredith mirando a su alrededor⁠—. ¿Dónde está todo el mundo? Esperaba
ver criados por todas partes.
—Esto… —Elinor miró a su madre con ojos asustados, aunque su sonrisa
se aguantaba temblorosa⁠—. Vayamos al salón y os contaré… cómo va todo.
Vamos, venid.
—¿Qué has dicho, hija? Creo que no te he entendido.
—Me has entendido, mamá, la comida será en la fábrica grande.
Meredith miró a Hannah esperando que dijese algo, pero la madre de
Henry se limitó a suspirar. Volvió a mirar a su hija y las arrugas de su ceño
daban cuenta de lo que opinaba al respecto.
—Verás, mamá, quería hacer algo especial…
—¿Especial? Especial sería comprar una vajilla nueva, o tapizar las
sillas…
Elinor le cogió las manos y la miró a los ojos despojándose de todo
subterfugio.
—Mamá, sabes que no soy una mujer muy normal. Conoces mis ideas
mejor que nadie…
—Pero esto es…

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—Escúchame, por favor. Desde que me ocupo de las fábricas he
convivido con esas personas. Son gente como nosotros que han tenido la mala
suerte de no nacer barones, condes o, simplemente, con dinero. Tienen
ilusiones y sueños igual que tú y que yo, aunque no puedan cumplirlos porque
casi todo cuesta dinero en este mundo. Me reciben con cariño cuando me
presento de improviso, me han sentado a su mesa y ofrecido lo poco que
tienen. Solo pretendo devolverles el gesto.
—Pero…
Elinor sacudió sus manos con cariño sin dejar de mirarla con fijeza.
—La comida, la bebida, celebrar una fiesta… Eso era fácil. Pero lo que
realmente me importa, lo que quiero compartir con ellos… —⁠Asintió con la
cabeza visiblemente emocionada⁠—. Vosotros sois lo mejor que tengo, mamá.
Mi familia es todo para mí.
—¡Hija! —Meredith la abrazó llorando a moco tendido y las demás se
limpiaron las lágrimas que sus palabras les habían arrancado.
—Serás tonta —musitó Harriet desviando la mirada.
Elinor se repuso y miró a Hannah con cariño haciéndole un gesto para que
se acercara. La agarró de la cintura cuando estuvo a su lado.
—Soy muy afortunada —dijo sincera.
Meredith se limpió la cara con su pañuelo y dejó escapar el aire de golpe
para dar por terminado el llanto.
—Bien. Supongo que habrá mucho que hacer si vamos a ser tantos.
Alguien debería avisar a tu padre para que no le dé un síncope por la sorpresa.
—Colin se encargará de eso. Ahora mismo le pido que vaya a verlo.

El barón se quedó un momento petrificado, pero de repente y contra todo


pronóstico, empezó a reírse a carcajadas y durante unos segundos no pudo
parar de reír ante la sorprendida y asombrada expresión de sus yernos y de
Chisholm.
El escocés trataba de evitar por todos los medios que sus ojos se cruzasen
con los de Colin, a pesar de que notaba su mirada como un hierro candente en
su rostro.
—Solo a Elinor se le puede ocurrir algo así —⁠dijo su padre aún riendo⁠—.
Madre mía, esta muchacha…
—Pobre Henry —dijo Alexander moviendo la cabeza.
—Creo que Woodhouse sabía mejor que ninguno donde se metía cuando
se casó con una Wharton —⁠apuntó Joseph.

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—Aquí el único que no lo sabía eras tú —⁠dijo James mirando al pirata⁠—.
Nosotros las conocíamos de siempre.
—Cierto —reconoció Joseph—. Aunque yo también las conocía.
—De vista —dijo Colin.
Joseph asintió.
—En fin. —Sonrió Frederick—. Elinor saldrá adelante, no me cabe duda.
Gracias por venir a avisar, Colin, supongo que es cosa de Meredith, temería
que me diese un ataque.
Colin asintió sonriendo.
—Será mejor que nos preparemos para ir cuanto antes —⁠dijo el barón.
—No estoy seguro de que sea buena idea, señor —⁠dijo Colin recordando
lo mucho que Elinor había insistido.
—Mi hija te habrá dicho que no lo permitas, ya lo sé, pero necesitará
ayuda y quiero estar ahí para verlo de primera mano —⁠dijo riendo otra vez
mientras se dirigía a la puerta⁠—. Esta muchacha…
—Habrá que decírselo a las niñeras —⁠dijo Alexander saliendo tras él.
Los demás lo siguieron, excepto Chisholm y Colin, que no tenían niños a
los que preparar.
—¿Quieres dar un paseo? —preguntó Colin⁠—. He venido a caballo por la
urgencia, pero podríamos ir a pie, si te apetece. Hace un día magnífico y sé lo
mucho que te gusta caminar por…
—Será mejor que no.
—Chisholm, por favor. Así podremos hablar tranquilos.
—Querrás decir que así nadie podrá oírte —⁠dijo el otro mirándolo dolido.
—Por favor —insistió.
Chisholm suspiró y dejó caer los hombros, resignado.
—Está bien. —Salió del salón sin mirar si él lo seguía.
Durante unas cuantas yardas caminaron en silencio. Colin no encontraba
el modo de iniciar la conversación y sentía el rechazo que emanaba del cuerpo
del hombre al que amaba. ¡Dios, cuánto lo amaba!
—Ya les has dado la noticia —⁠dijo con timidez.
Chisholm asintió.
—Sabía que les haría mucha ilusión saberlo.
—Te han cogido mucho cariño. La baronesa está entusiasmada con la
idea. Habla de ti como si fueses su hijo.
Su amigo lo miró un poco avergonzado.
—Yo también los aprecio mucho —⁠dijo.
—No me sorprende. Que te quieran, digo.

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El otro no dijo nada.
—Te mereces tener una familia como esa.
Otro largo silencio. Colin contemplaba el paisaje y se sentía como una
rata caminando por la nieve. Se detuvo al fin y miró su espalda suplicante.
—Lo siento, Chisholm.
El otro se detuvo, pero no se volvió.
—Tienes razón, soy un cobarde, siempre lo he sido. Estaba dispuesto a
casarme con Elinor para esconderme en sus faldas. Dispuesto a vivir una vida
gris, falsa y solitaria con tal de no tener que sufrir.
Chisholm se giró muy despacio para mirarlo.
—Phillip me sacó de esa oscuridad, al menos le debo eso. Pero él era tan
retorcido y cruel como el resto. Solo me utilizaba como diversión, no había
nada profundo en sus sentimientos por mí. Me rompió el corazón, Chisholm.
—Lo sé.
Colin desvió la mirada y la posó sobre un petirrojo que los observaba
desde una rama.
—Eso no es excusa —dijo sin apartar la mirada del pájaro⁠—. Sé que tú
has tenido una vida de sufrimiento y eso te ha curtido. A mí siempre me han
querido, por eso soy un cobarde.
Chisholm se acercó a él y Colin lo miró al fin.
—Yo también te amo, Chisholm. Creía que nunca volvería a querer a
nadie como quise a Phillip y lo cierto es que a ti te amo muchísimo más.
Daría lo que fuera por…
Chisholm lo besó y Colin se agarró a él con fuerza. Ninguno de los dos se
preocupó por estar en mitad de un camino por el que no tardarían en pasar el
barón y los demás. No podían pensar en nada más que sentir al otro, en
desahogar aquella angustia que los había acompañado durante días. Una
angustia que no les dejó comer, dormir ni apenas respirar.
En un momento determinado uno de los dos se dio cuenta de dónde
estaban y arrastró al otro hacia el bosque para ocultarse de miradas
indiscretas. Pero sus bocas no se separaron en ningún momento, se devoraron
con ansia mientras sus manos se buscaban bajo la ropa.
—¿Aquí? —preguntó Chisholm contra sus labios.
—Aquí —dijo el otro apremiándolo.
—Estás loco. —Ser rio el escocés.
Colin le cogió la cara entre las manos mirándolo con fijeza.
—Te amo y encontraremos un modo de hacerlo posible.

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Cuando las ruedas del carruaje marcaron el paso de los invitados de los
Woodhouse, para Colin y Chisholm el mundo había desaparecido.

Los magníficos bufés que habían instalado a ambos lados de la enorme sala,
adornados con guirnaldas de flores y hojas, llenaban de color la rústica
estancia. Las largas mesas, unas junto a otras serpenteando por toda la sala,
darían cabida a todos los invitados, incluidos los anfitriones. No había
nombres marcando los lugares, de manera que cada uno se sentaría allí donde
quisiera o pudiese. Al principio nadie tomaba la iniciativa y fue precisamente
el barón el que dio el primer paso, sentándose en uno de aquellos bancos sin
más ceremonia.
—¿Es que hoy no se come? —preguntó mirando a su hija con una enorme
sonrisa.
Elinor habría corrido a abrazarlo, pero todo el mundo corrió a ocupar un
sitio y tuvo que quedarse quieta para que no la arrollaran.
—Siéntese aquí, señora Woodhouse —⁠pidió Pell a Hannah al ver que
dudaba y, levantándose, la esperó hasta que estuvo ubicada al lado de su
esposa⁠—. Pruebe la empanada de Mary, se chupará los dedos, se lo aseguro.
—No digas tonterías —dijo su esposa avergonzada⁠—. Con los manjares
que han preparado mi empanada no vale nada.
—Yo quiero probarla —dijo Hannah señalándola⁠—. ¿Me da un trocito?
Mary se apresuró a complacerla con las mejillas tan arreboladas que su
marido a punto estuvo de levantarse a besarla.
El bullicio llenó el aire de aquella fábrica, cuyas máquinas dejaban
espacio por un día a la celebración navideña. El aroma de los platos que entre
todas habían preparado se mezclaba con las sofisticadas recetas de la cocinera
de los Woodhouse.
—Estas ostras son magníficas —⁠dijo el barón mirando a Alfie que se
había sentado frente a él⁠—. Póngales un chorro de limón y verá qué delicia.
—No me gustan las ostras —dijo el otro sin acritud⁠—, probaré la sopa.
—Es sopa de calabaza —dijo una de las mujeres⁠—. Está buenísima.
Elinor se acercó a la mesa en la que se había sentado los miembros el
servicio. Brune, el mayordomo de los Woodhouse, estaba tan envarado que
temió que la comida le sentaría mal si no se relajaba.
—No esté incómodo, por favor. Intente divertirse —⁠pidió.
—Esto es del todo inaceptable. No hay nadie sirviendo las mesas.

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—Nos servimos entre todos —⁠dijo Elinor con simpatía⁠—. Hoy es un día
especial, le prometo que no volverá a repetirse.
El mayordomo la miró ceñudo, pero asintió.
—Pruebe esas gachas, señor Brune —⁠le aconsejó la señora Boyle⁠—. No
sé quién las ha preparado, pero están deliciosas.
Elinor agradeció su apoyo y les deseó una Feliz Navidad a todos antes de
volver a su mesa. La comida, las jarras de sidra caliente y el ponche especiado
iban de los bufés a las mesas y formando una cadena imparable. Desde donde
estaba podía ver a Henry charlando con varios trabajadores sobre las
máquinas y sus ojos brillaban mientras les explicaba el funcionamiento
interno. En la misma mesa, pero en el lado opuesto Alexander se reía a
carcajadas con Lisa y Ruby. Los niños estaban con sus niñeras y con otras
madres que también habían llevado a sus criaturas. Se lo estaban pasando en
grande a juzgar por cómo tenían los trajes. Sonrió al ver a Scarlett untarse el
precioso vestido con salsa de arándanos, a Caroline le daría un pasmo. Buscó
a su hermana y la vio charlando tranquilamente con otras mujeres, seguro que
hablaban de sus hijos. ¿Y James? Él y William parecían enfrascados en una
agradable conversación. También vio a Katherine y a Bethany escuchando
anécdotas de la fábrica y a Harriet discutiendo acaloradamente con dos
hombres sobre algo que no lograba escuchar. Buscó a Colin y sonrió cuando
sus miradas se cruzaron. Al mirar a Chisholm, que se había sentado en otra
mesa, comprendió que habían arreglado sus desavenencias. Se levantó para
acercarse a los padres de James.
—¿Lo están pasando bien?
—¡Oh! Muy bien —dijo Frances—. Nunca olvidaremos esta Navidad,
¿verdad Thomas?
—Desde luego. Menuda has organizado, Elinor.
Les sonrió afable. Las risas resonaban cuando varios hombres se
levantaron para coger sus instrumentos musicales y comenzaron a tocar.
—Parece que empieza el baile —⁠dijo Elinor al ver a varias mujeres
dispuestas a lucir sus mejores galas en un improvisado salón de baile.
Las melodías alegres animaron a los demás a dar palmas, excepto a los
niños que, aunque dispuestos a unirse al baile, no soltaron los dulces que
llevaban bien apretados en sus pegajosas manos.
Henry se acercó a su esposa y la agarró de la cintura.
—¿Estás contenta? —preguntó.
Elinor contempló embelesada la estampa: su familia repartida por aquellas
mesas riendo y dando palmas como los demás. Giró la cabeza para mirarlo.

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—Vamos a tener un hijo.
Henry abrió los ojos como platos.
—¿Qué? —La giró suavemente hacia sí sin soltarla⁠—. Repítemelo porque
no estoy seguro de haberte oído bien.
Elinor le rodeó el cuello con los brazos sin pudor y ante la mirada
emocionada de sus suegros.
—Henry Woodhouse, va usted a ser padre.
Los que estaban alrededor comenzaron a gritar felicitándolos y la noticia
corrió por todas las mesas.
—Va a ser usted abuelo —dijo Alfie levantando su copa frente al
barón⁠—. Enhorabuena.
Frederick levantó la suya y después bebió.
—¿Cuántos nietos tiene ya? —⁠preguntó Pell a la baronesa.
—Pues… déjeme contar. Emma tiene uno, Katherine tres, Caroline una,
Harriet una… ¡Seis! —⁠dijo riendo⁠—. Tengo seis nietos como seis soles.
—Siete con este —dijo Pell y poniéndose de pie levantó su copa por
encima de la cabeza⁠—. ¡Brindemos por el pequeño Woodhouse! Y ¡Feliz
Navidad a todos!
—¡Feliz Navidad!

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JANA WESTWOOD (Tarragona, España, 1992). Empezó a escribir cuando
era una niña, aunque hasta ahora no se había atrevido a dar el salto de
publicar.
Es una apasionada de la novela romántica, a la que no considera un género
menor.
Actualmente, vive en un pueblecito de la costa catalana donde trabaja en su
siguiente novela.

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Índice de contenido

Cubierta

Una Navidad con las Wharton

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Una Navidad con las Wharton

Sobre la autora

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