Secretos 2 Christian Martins 2
Secretos 2 Christian Martins 2
Secretos 2 Christian Martins 2
PARTE 2
CHRISTIAN MARTINS
JULIO 2017
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. QUEDA RIGUROSAMENTE PROHIBIDA, SIN
LA AUTORIZACIÓN ESCRITA DE LOS TITULARES DEL COPYRIGHT, BAJO LAS
Secretos (1)
A falta de unos días para dar el “sí, quiero”, Julia decide mandar todo a paseo y
comenzar una vida de cero. Para hacerlo, toma la decisión de disfrutar en
solitario del viaje que tenía programado para la luna de miel, sin saber lo que
encontrará en éste.
En pleno Caribe, conocerá a Elías Castro, un poderoso empresario que tiene todo
lo que quiere en el momento en el que lo pide. Ambos comenzarán un apasionante
romance rodeados de los más exquisitos lujos.
Julia no tardará demasiado en enamorarse del irresistible Elías, pero también
descubrirá que no todo es lo que parece.
Las mentiras y los secretos comenzarán a estar presentes en el día a día de la
pareja hasta que Julia, hastiada de mantenerse al margen y de desconocer la
verdadera vida de su pareja, decidirá marcharse y abandonarle para regresar a
Madrid, su ciudad.
Divisó su asiento, que por desgracia no era junto a la ventana, sino junto al
pasillo. Dejó la bolsa de viaje en el apartamento superior para equipajes y tomó
asiento con aires pensativos. La persona que viajaría a su lado aún no había
embarcado, cosa que agradeció. No le apetecía hablar con nadie.
Aquel año, su vida había dado un vuelco por completo y le había mostrado una
gran lección. Siete meses atrás, su pareja, Alejandro, le había roto el corazón
despiadadamente engañándola con otra mujer a pocos días de su boda. Julia,
dolida, tomó la decisión de continuar con el viaje que habían preparado para la
luna de miel, en solitario, al sentir la necesidad de escapar en busca de paz.
El Caribe le trajo mucha tranquilidad, tal y como había imaginado, pero lo más
importante que le llevó fue a Elías Castro. Un poderoso empresario que la había
conquistado entre lujos y caricias.
Julia no tardó demasiado en enamorarse perdidamente de él y en tomar la absurda
decisión de quedarse a vivir en México. Allí sentada, mientras contemplaba el
desfile de viajeros buscar sus asientos y colocar su equipaje, se preguntó en qué
narices habría estado pensando para tomar esa decisión. ¿Acaso no había
aprendido nada con Alejandro?
Por desgracia para ella, el golpe de realidad no le tardó en llegar. Elías había
mantenido su vida herméticamente sellada y había impedido a toda costa que
Julia, o cualquier otra persona, se adentrase en ella. En aquellos instantes, se
encontraba en el avión de regreso a España, con el corazón roto por segunda vez
en un mismo año y la última conversación que había mantenido con Elías
rebotando dolorosamente contra las paredes de su cráneo.
Aunque habían pasado muy poco tiempo juntos, había sido tan intenso que no
lograba imaginar qué era lo que le depararía el futuro sin él. Aún así, sabía que
aquello era mejor que continuar sumida en una perpetua ignorancia,
desconociendo lo que se tramaba alrededor de ella. Julia sospechaba que aquella
farsa de “asesor empresarial” a la que Elías le había explicado que se dedicaba
no era más que una tapadera para ocultar otro tipo de negocio menos lícito…
Había visto un sinfín de detalles que la habían obligado a activar una alarma de
peligro, y aquel día…, bueno, aquel día había quedado más que evidenciado que
algo ocultaba. Él mismo se lo había confesado en el instante en el que preguntó
por la muerte de Carlos, el mejor amigo y la mano derecha de Elías.
— Disculpe, señora…
Julia supuso que sí, así que asintió con una sacudida silenciosa de cabeza.
— ¡Oh, vaya! Parece que la azafata tenía razón y ha habido una confusión de
asientos… — murmuró, mientras se colocaba a su lado.
El desconocido soltó una risita nerviosa y alzó el billete en el aire para que ella
pudiera verlo.
Al igual que había comenzado una vida nueva junto a Elías en México, había
llegado el momento de retomarla en Madrid. Suspiró hondo, aliviada, al recordar
que su cuenta de ahorros continuaba intacta. En el transcurso de aquel medio año,
Elías no le había permitido gastar ni un solo centavo.
Había visto a los hombres mirándola así en más de una ocasión. Julia no era una
mujer creída — más bien lo contrario — , pero había aprendido a diferenciar las
miradas con el transcurso de los años; cosa que ayudó a evitar más de un
malentendido en las fiestas de la universidad. Por alguna razón que no llegó a
comprender, sintió nauseas con tan solo pensar que otro hombre que no fuera
Elías pudiera llegar a tocarla.
Revisó en la pantalla que flotaba sobre los asientos la trayectoria GPS del avión
y los kilómetros que aún quedaban para aterrizar en Madrid. La línea rojiza que
se marcaba según el avance que realizaban era de unos pocos centímetros y aún
quedaba un largo camino por delante.
Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño para que las horas transcurriesen con
mayor velocidad, pero en lugar de eso la imagen de una de las primeras peleas
que tuvo con Elías acudió a su mente. Una tarde, mientras Elías se encontraba
reunido con sus socios, una mujer con un bebé acudió a la mansión en busca de
explicaciones. Elías no llegó a hablar con ella, ni siquiera a verla, porque fue
Julia quien le abrió la puerta y Carlos quien se encargó de sacarla a la fuerza
mientras ella les gritaba a pleno pulmón que eran unos asesinos. Como siempre,
todo en aquel lugar flotaba en un aura repleta de secretos e incógnitas y aquello
resultó demasiado fuerte como para poder soportarlo.
¿O sí?
2
— ¿Del norte? — repitió ella, sin comprender por qué habría podido llegar a esa
conclusión.
— Dicen que son más callados y muy suyos… — aclaró, mientras saltaba en
carcajadas.
No podía evitar mirar de un lado a otro en cada paso que avanzaba, buscando
algo o a alguien… Y aunque se sentía estúpida, realmente estúpida, sabía con
certeza que nada más verle terminaría con el sentimiento de angustia y de
ansiedad que le oprimía el pecho.
Había salido de las primeras, pero su falta de atención había provocado que la
pasase por alto. Unos centímetros antes de que se introdujera de nuevo en la
puerta para dar la vuelta entera, el chico con el que había viajado la sacó de la
cinta con aires de heroísmo.
Alargó el mango, colocó el bolso sobre la maleta y agarró con la otra mano su
equipaje de mano. Tirando de sus pertenencias, se alejó hacia el control de
seguridad mientras el chico del avión caminaba tras ella, pisándola los talones.
Cuando salió al exterior, una bocanada de aire fresco la recibió con los brazos
abiertos. Aún no podía creerse que se encontrara en Madrid, es su ciudad. No
había aparecido nadie en el aeropuerto y tampoco la estaban esperando fuera.
En el instante en el que llamó a un taxi y se acomodó en el asiento trasero, su
decepción se hizo patente. Elías no la había detenido, no había luchado por ella,
no había intentado disculparse ni dar una explicación…, simplemente, la había
dejado marchar.
3
Buscar piso no solía ser una tarea sencilla, aunque sí bastante rápida si se trataba
de Madrid. Abrió su ordenador portátil y lo colocó sobre la pequeña mesa que
tenía bajo la televisión, junto a la cama. La habitación era pequeña, pero lo
suficiente para pasar un par de días y sentirse cómoda en ella. Aunque claro,
después de haber vivido el último año en una mansión, nada parecía lo suficiente
bueno.
Le dolía la cabeza y se sentía desganada, pero sabía que tenía que comenzar a
moverse y a reordenar su vida. Llamó al primer número, animándose a sí misma
mientras se recordaba que no podía vivir eternamente en una habitación de hotel.
La propietaria, muy amablemente, le indicó que el piso ya había sido apalabrado
y que no había tenido tiempo para retirar el anuncio de internet. Desilusionada,
marcó el segundo número y concertó una cita para ir a verlo la siguiente semana.
Por desgracia, después de calcular lo que le supondría vivir más de dos semanas
en un hotel — con los gastos alimenticios incluidos, llegó a la conclusión de que
no podía permitirse esperar tanto tiempo.
Decidió darse una pequeña ducha de agua fría para despejarse, mientras se
preguntaba cómo demonios resolvería el tema del apartamento en un tiempo
record. Además, la preocupación por encontrar un nuevo empleo tampoco
ayudaba mucho a calmar su ansiedad, y si a todo eso se le sumaba el recuerdo de
Elías… Elías. Recordó, mientras se enjabonaba el pelo, que aún no había
revisado el teléfono móvil.
Se dio más prisa de la que tenía pensaba por salir y secarse, solo para corroborar
si tenía o no mensajes de él.
Aunque las horas pasaban con dilación y parecía llevar perdida en Madrid una
eternidad, los recuerdos de la última pelea que habían sufrido todavía se
reproducían en su cabeza como si hubiesen tenido lugar segundo atrás.
Julia colgó y suspiró hondo. Pensó que debía incluir en su lista de tareas
pendientes cambiarse a una compañía española lo antes posible, pero luego
recapacitó al comprender que, si lo hacía, Elías no tendría su número nuevo para
contactar con ella.
¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no la había perseguido? ¿Por qué no la
había intentado detener?
Las preguntas se sucedían una detrás de otra y Julia no tenía respuestas para
ninguna. Gracias a Dios, aún conservaba el suficiente orgullo para mantenerse
firme y continuar adelante sin volver corriendo a su lado; por muy doloroso que
le resultase.
Se tomó el café con tranquilidad mientras que, en una pequeña agenda, iba
anotando cuál sería su próxima tarea del día.
Buscar trabajo.
Firmar papeles.
Llamar a Marina
No tenía ni un ápice de ganas de hablar con ella, pero sabía que tarde o temprano
tendría que hacerlo y avisarla de que se encontraba de vuelta. Además, hacía
muchísimos meses que no se veían y por muy mal que se llevasen, debía admitir
que era su hermana y que la quería. La echaba de menos.
Sin darle mayor importancia, decidió que seguramente se tratase de algún ex-
compañero de trabajo — por su antigua empresa había pasado muchísima gente y
no era capaz de recordar a todo el mundo — o algo similar.
Paseó con lentitud y tranquilidad hasta dar con la puerta del hotel y cuando llegó
hasta ésta, decidió que aún no se encontraba preparada para encerrarse en la
habitación y plantarse delante del portátil, así que continuó caminando y pasó de
largo.
Julia llevaba caminando entre la muchedumbre poco más de diez minutos cuando
su teléfono móvil comenzó a vibrar enloquecedoramente dentro de su bolso.
Notaba la vibración acompañar a la melodía, pero por más que rebuscaba en su
interior no lograba dar con el origen del dichoso sonido.
Al final, con los nervios a flor de piel, consiguió encontrar el maldito teléfono.
Había esperado con todas sus ansias que se tratase de Elías, pero se sorprendió al
encontrar el nombre de su hermana, Marina, parpadeando en mitad de la pantalla.
Julia guardó silencio unos segundos esperando a que ésta continuase, pero su
hermana se mantuvo en silencio, seguramente por su afán de protagonismo.
Le encantaba tener algo que contar y que las personas se encontrasen en ascuas a
su espera.
— Total, que me ha dicho que quiere que lleves la gala que se celebrará en
México DF el mes que viene…
Julia guardó silencio, esperando el ataque que sin duda estaba aún por llegar.
— ¿Te apetece tomar un café esta tarde? — preguntó, al fin, dejando totalmente
descolocada a su hermana.
— Está bien, pero antes tengo que solucionar unos asuntos. ¿Te viene bien a las
seis?
Sara, la hija de la propietaria del piso que iba a alquilar, la había llamado al
mediodía para reunirse con ella treinta minutos antes de lo previsto. Según le
había dicho, la inmobiliaria no quedaba demasiado lejos de la vivienda y quería
que antes de firmar le echase una ojeada superficial a la vivienda para evitar
posibles problemas en un futuro. Julia estaba convencida de que no se
arrepentiría de la decisión, pero aún así accedió y quedaron en encontrarse a las
cuatro en la dirección que ella le había proporcionado.
Aunque había dormido más de nueve horas, sentía que los párpados le pesaban de
sobremanera y le costaba mantener la concentración en algo más de unos minutos.
Sara llegó con puntualidad. Era una chica de veinti-pocos años que vestía con una
seriedad impropia para su edad. La primera impresión que Julia se llevo de ella,
fue que era una chica realmente extraña, aunque si bien, parecía simpática y
agradable.
Julia le aseguró que así haría y cada una continuó con su camino.
Eran las cinco y media de la tarde y en treinta minutos había quedado con su
hermana — cosa de la que se arrepintió — . Cada segundo que pasaba, más
cuesta arriba se le hacía el día y más cansada se sentía. Además, debía de
trasladarse al piso y avisar en el hotel de que aquella sería la última noche que
iba a pasar allí.
Sabía que era una falsa alegría, pero aún así le resultó reconfortante que alguien
se interesase por su regreso a España.
Para su familia, las apariencias habían sido muy importantes de cuidar y mantener
siempre.
— Supongo que mejor que tú, ¿no? — respondió, pillando desprevenida a Julia.
Si esperaba que Marina la llamase para saber qué tal estaba, es que se había
vuelto rematadamente loca.
Julia meditó unos instantes qué era lo que insinuaba, sin llegar a ninguna
conclusión.
— ¿Qué volverá a ser como antes? — inquirió, con el ceño fruncido mientras
escrutaba a su hermana.
En realidad, prefería morirse de hambre que volver a cruzarse con ese embustero.
— Que él siempre pregunta por ti y dice que tiene ganas de verte… — respondió
con voz cansina, sin inmutarse del tono de espanto y de la ironía que habían
encerrado las palabras de su hermana.
— ¿Entonces?
— ¡Qué por qué narices has tenido que hablar con Alejandro!
Había pasado la tarde completa con su hermana y después había regresado hasta
el hotel paseando. El cansancio con el que se había sentido buena parte del día
había ido desapareciendo con las horas y por fin parecía haber recuperado cierta
parte de su energía habitual.
Se planteó que, quizás, podía ser alguien que Elías había enviado a vigilarla pero
aquello tampoco tenía mucho sentido, ¿no? Al fin y al cabo, si Elías se encontrase
arrepentido de su comportamiento, de las mentiras y de los secretos, la habría
llamado disculpándose, como mínimo.
No, no tenía sentido que aquel tipo fuera un “enviado” de Elías. Pero entonces,
¿qué era lo que quería y por qué estaba en todas partes?
Por primera vez en su vida, Marina parecía realmente centrada y, quizás, un poco
más humana de lo que había sido años atrás. Aunque en el fondo seguía siendo la
misma descarada y egocéntrica de siempre, debía admitir que poco a poco todo
parecía indicar que la relación entre ellas mejoraba. No quería hacerse ilusiones
precipitadas, pero sin Elías todo lo que la rodeaba parecía negro y no podía
evitar sentirse sola, de manera que la compañía de su hermana le podía resultar
de suma ayuda para soportar todo.
Antes de cerrar los ojos y de saludar a Morfeo, revisó su teléfono móvil en busca
de posibles llamadas o mensajes. No había nada, de nada.
— ¿Qué? — repitió Julia, mientras sorbía los últimos resquicios del café.
— ¿Te das cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras vidas en unos años?
Bueno, ya ves, tú sin trabajo, sin casa ni pareja y yo…, yo me voy a casar, tengo
un buen trabajo, voy a ser una mujer de familia… — rió, como si aquello
resultase realmente gracioso — . ¿Te lo puedes imaginar? ¡Ni si quiera sé cocinar
y ya me voy a casar!
— ¿Sabes que el otro día hice una tortilla por primera vez?
Julia negó.
La verdad es que no le resultaba para nada extraño, pues su hermana había sido
una niña consentida toda la vida.
— Venga, vamos, que se nos van las horas y no avanzamos — concluyó, zanjando
el tema en aquel instante.
Cargaron las maletas en el coche y aparcaron una calle detrás del portal del piso.
No era un trayecto demasiado grande para cargar con ellas, pero Marina acababa
de hacerse la manicura y se negó a ayudar con la carga, así que Julia tuvo que
encargarse sola del transporte.
— No, no le conozco.
Marina no pareció darle mayor importancia — pues había visto que un pedazo de
pintura había saltado de su dedo gordo derecho — así que Julia decidió dejar el
tema y no ahondar en él.
Subieron hasta el tercer piso y llegaron hasta él prácticamente sin respiración. El
edificio — que era bastante antiguo — no contaba con ascensor. Julia se secó el
sudor que se le había formado en la frente por el esfuerzo de haber cargado hasta
allí arriba las maletas, mientras Marina abría la puerta y entraba en el piso.
A Julia no se le pasó por alto la especificación de “para ti” que su hermana había
realizado.
Marina pasó la mano por encima de la mesa auxiliar del salón y se miró la palma
con un gesto de repugnancia, antes de frotársela contra el sofá.
— ¿No pensarás dormir en un colchón sin sabanas ni nada, no? ¿Y qué piensas
cenar o desayunar mañana? ¿Sabes que no hay papel higiénico en el baño? Creo
que necesitamos una compra de emergencia — señaló.
Tan sólo había sido una sensación, pero Julia sospechaba que Marina le ocultaba
algo. Es decir, dudaba que aquella ayuda que la estaba prestando fuera del todo
desinteresada, pues conocía a su hermana pequeña demasiado bien. Además,
Sergio, su prometido, le había llamado a lo largo de la tarde en cuatro ocasiones
y su hermana tan solo había respondido a una de ellas para comunicarle que se
encontraba bien, que continuaba ayudando en la mudanza y que, seguramente, se le
haría tarde para quedar aquel día.
Marina nunca había mirado por los demás y Julia sabía perfectamente que si en
realidad hubiese querido estar con su prometido, se habría marchado sin dudarlo
dos veces y sin ningún tipo de remordimiento. Por tanto, las sospechas de que su
hermana ocultaba algo prácticamente se habían confirmado para Julia.
Cuando terminó de subir todas las bolsas, su hermana se despidió de ella con un
breve abrazo y le aseguró que el día siguiente la llamaría para comprobar que su
adaptación marchaba bien. Julia rió ante su ocurrencia y le devolvió el abrazo,
agradecida por aquel día de compañía que la había entregado — fuera
desinteresado o no — .
Dos días. Habían pasado dos días y seguía sin saber nada de Elías. Su ausencia,
su despreocupación y su desinterés le estaban resultando muy dolorosos,
demasiado para poder admitirlo en voz alta. Bajo el chorro frío y refrescante de
la ducha, Julia no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente mientras,
arrepentida, se preguntaba a sí misma por qué no había sido capaz de tener más
paciencia, de haberle escuchado. ¿Por qué no había insistido? ¿Por qué se había
marchado de buenas a primeras sin antes pelear por descubrir la verdad de todos
los asuntos que enturbiaban la relación?
En realidad conocía perfectamente la respuesta a esas preguntas: no lo había
hecho porque había estado cien por cien segura de que Elías la detendría, de que
no la dejaría marchar.
Se secó con lentitud para procurar calmar su llanto antes de acostarse y, cuando
se acercó para abrir la ventana y dejar escapar el vaho que se había formado,
volvió a encontrarse con él.
Estaba en la otra cera y no miraba hacia la ventana en la que Julia se encontraba,
sino que vigilaba el portal del edificio. Tenía un teléfono móvil en la mano y
tecleaba sin parar, distraído y alzando la cabeza de vez en cuando para
comprobar que la calle continuaba en calma y vacía.
Julia se frotó el rostro con ambas manos y se adaptó a la luz, antes de rebuscar en
la mesilla el teléfono móvil que no dejaba de sonar.
— ¡Por Dios, Julia! — exclamó Marina al otro lado — ¡Dime que no estabas
dormida!
Se había pasado la noche en vela, revisando hora tras hora si el hombre del traje
continuaba en la calle de enfrente, apoyado junto a la farola mientras vigilaba su
portal. A las tres de la mañana, había visto con sus propios ojos cómo otro
hombre, muy parecido al primero, le tomaba el relevo. En aquel instante, Julia
comprendió porqué le resultaba familiar; había visto aquellos tipos repetidas
veces desde que había aterrizado en Madrid. Decidió que lo mejor era no
preocupar a nadie más, por el momento.
No sólo le venía bien tener compañía para no pensar si no que, además estaba un
poco asustada por los hombres que la estaban vigilando y estar acompañada
suponía un verdadero alivio.
— ¿Marina?
Se dio una ducha y organizó un poco las cosas que habían quedado descolocadas
el día anterior con la intención de que su repipi y perfeccionista hermana no se
llevase una mala intención.
Por si acaso, mientras su hermana subía hasta el tercer piso, revisó su teléfono
para asegurarse de que no contenía ningún rastro de él. Decepcionada, se dirigió
al recibidor para abrir la puerta de la calle.
— Porque el edificio tiene cuatro plantas y los vecinos de las primeras plantas no
están dispuestos a pagar una obra de tal magnitud para satisfacer al resto.
Por primera vez desde que había llegado a España, Julia sintió un atisbo de algo
bastante similar a la felicidad. Compartir tiempo con su hermana pequeña le
estaba resultando terapéutico y le hacía recordar que no estaba sola en la vida.
A su vez, por mucho que Marina se esforzara por aparentar ser perfecta y
encontrarse en la máxima plenitud emocional, Julia se había percatado de que tan
solo se trataba de una fachada que mostraba de cara al exterior. En varias
ocasiones, Marina se quedaba callada y pensativa con la mirada clavada en algún
punto lejano, otras veces su teléfono sonaba y ella se apresuraba a silenciarlo, sin
responder ni añadir ningún comentario.
Después de las últimas relaciones que había tenido en su vida, Julia se había
acostumbrado a sobrellevar secretos y no preguntar al respecto, así que tampoco
interrogó a su hermana sobre ello, aunque estaba totalmente segura de que no era
feliz con su vida y que algo la atormentaba.
Había conocido aquella misma actitud con Elías, cuando actuaba de alguna
manera extraña y le suplicaba a Julia con la mirada que no le preguntase al
respecto. O las noches en las que se había despertado empapado en sudor y entre
gritos porque una pesadilla sacudía sus sueños… Elías nunca la había querido
involucrar en aquellos asuntos, pero Julia sabía que, en el fondo, no era feliz.
Algo fallaba, algo le atormentaba y le robaba los buenos momentos, al igual que
le pasaba a su hermana Marina.
El timbre del portal resonó en toda la vivienda, pillándolas desprevenidas.
— ¿Esperabas visita?
Ella negó.
No le había contado a nadie que se había mudado, así que supuso que se trataría
de propaganda, de correos o de un error.
— ¿Julia Valdés?
— Un repartidor.
— ¿Y qué quiere?
— ¡Madre mía! — exclamó Marina, con una sonrisa de oreja a oreja — ¿Quién
te manda eso?
— ¿Julia Valdés?
— Entonces sí, estoy seguro. Por favor, eche una firma y póngame su número de
DNI aquí.
— Asomaba a sus ojos una lágrima, y a mi labio una frase de perdón; habló el
orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un
camino, ella por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: ¿por qué
callé aquel día? Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?”
Julia analizó a su hermana, que observaba las flores con un gesto de perplejidad,
como si estuviera viendo algo invisible para el resto de los mortales.
— ¡Son de Alejandro!
— Bueno, aún así, ¿cómo iba Alejandro a enviarme las flores si no sabe dónde
vivo?
Marina volvió a encogerse de hombros, con el ceño fruncido, mientras juntaba las
manos en señal de “perdón”.
— Me lo preguntó y…
— ¡¡¡¡Marina!!!!
Aunque al principio sintió que le hervía la sangre, poco a poco se le fue pasando
el cabreo y pudo disfrutar de la película de Pretty Woman sin sentir deseos de
asesinar a su hermana pequeña.
Cuando llegó la noche, Marina se despidió de ella con aires taciturnos y Julia le
prometió que sería ella quien la llamaría al día siguiente.
7
Cuando Marina salió por la puerta, Julia se quedó sola con sus pensamientos.
No quería ser paranoica, ni pensar en el hombre que había visto aquella noche
bajo su ventana, pero inconscientemente cada sentimiento negativo que albergaba
comenzó a apalearla.
¿Cómo iba a vivir tranquila en Madrid si tenía miedo de salir a la calle? ¿Cómo
iba a rehacer su vida, si aún no había olvidado el rostro de Elías?
Se sentó en la mesa mientras decidía qué hacer. Frente a ella, las flores que
Alejandro le había enviado decoraban la encimera en un jarrón improvisado que
había fabricado su hermana. No pudo evitar que una mala sensación aflorase en su
interior al pensar que, por alguna razón, se encontraba retrocediendo en el
pasado. Alejandro, Marina, Madrid… Había regresado y había recuperado todo
aquello que había procurado dejar atrás con tanto esfuerzo.
Se levantó y se asomó con sigilo por la ventana de la cocina, que también daba al
portal. En un principio, no fue capaz de atisbar nada extraño ni nadie aguardando
su salida, pero por si acaso no dejó de examinar la calle hasta que se encontró
totalmente segura de que no había rastro de ningún vigilante.
Las tiró al cubo de la basura y pasó de largo. Se vistió unos pantalones vaqueros,
una camiseta y unas deportivas cómodas; aunque no tenía intención de caminar
muy lejos.
El día anterior, al aparcar el coche un par de calles más abajo, había dado con un
irlandés que parecía disponer de cualquier tipo de producto relacionado con la
comida rápida: hamburguesas, pizzas, bocadillos, patatas, helados, etc.
No pudo evitar echar otro vistazo por la ventana, preocupada. Sabía que, quizás,
estuviera exagerando por el asunto, pero aún así no lograba quitárselo de la
cabeza.
Bajó las escaleras del portal con aquellos pensamientos rondándole en la cabeza.
Cuando llegó a la planta baja, el miedo volvió a invadir su cuerpo acelerando su
corazón y descompensando su respiración. Revisó desde detrás de la protección
del cristal de la puerta que no hubiese nada extraño en el exterior. Se había
asegurado durante un buen rato examinando la calle desde la ventana, pero aún no
lograba sentirse segura. Su instinto le gritaba a voces que algo malo estaba
ocurriendo y que aquella situación no alcanzaría final de buenas a primeras.
No tenía sentido que nadie se preocupase por una persona tan insignificante como
Julia, ¿no?
Caminó al frente y aceleró el pasó, desviando la mirada hacia todas partes sin
encontrar nada que llamase su atención. Sin darse cuenta, a lo largo de la calle,
chocó con tres personas que la observaron con gesto de pocos amigos mientras
retomaban su camino y la escrutaban con descaro. Julia ignoró a cada transeúnte
que dejaba atrás, buscando a alguien en concreto mientras el camino hasta el
irlandés se iba acortando poco a poco.
Tuvo que mirar tres veces hacia detrás para verificarlo; pero allí estaba. ¡No
podía creerlo! Aunque se alegraba de no encontrarse perdiendo la cabeza, no
entendía por qué la buscaban. Se dio cuenta, mientras las lágrimas afloraban en su
rostro y la ansiedad comenzaba a oprimirle el pecho, que sentía un pánico atroz y
que, además, no era solo un hombre quien la perseguía. Eran dos. ¿Quizás tres?
Le costaba atisbarlos entre la gente, pues caminaban bastantes metros por detrás
de ella y parecían ir camuflándose.
No fue consciente de que había echado a correr hasta que le costó tomar aire.
Tampoco sabía cuando tiempo llevaba corriendo, pero sintió que las piernas le
flaqueaban y que no podía soportarlo más. Por alguna razón, también había
perdido la noción del tiempo y del lugar y no conseguía distinguir la calle en la
que se encontraba, aunque sabía que no podía encontrarse demasiado lejos del
piso.
Echó la mirada hacia detrás y los vio. Su descanso había llegado a su final, pues
los hombres también corrían en su dirección dispuestos a darla caza. Julia notó
las náuseas revolotear en su esófago y tuvo que contenerse para no vomitar,
mientras echaba a correr de nuevo sin mirar ni un solo instante más hacia detrás.
Movía un pie detrás de otro, sin pensar, sin ser consciente de hacia dónde se
dirigía. Tenía que llamar a la policía, tenía que explicarle a alguien qué era lo que
estaba sucediendo. ¿Por qué la perseguían? ¿Qué era lo que querían de ella?
Se dio cuenta de que llevaba el bolso bajo el brazo y de que el teléfono móvil
tenía que estar allí. Con las extremidades temblorosas y sin bajar el ritmo de la
carrera, introdujo una mano en el interior del bolso y comenzó a tantear entre los
diferentes objetos. Si miraba hacia detrás, perdería tiempo y ritmo y ellos
ganarían en ventaja pero… ¿Cómo de cerca estaban de ella? ¿Cuánto faltaba para
que la alcanzasen?
Veía todo borroso, pero según avanzaba, la persona cobraba nitidez. Se armó de
valor para mirar hacia detrás unos segundos; tan sólo desvió la mirada de su
objetivo unos pocos centímetros, pero fueron suficientes para perder la
concentración y caer de bruces contra la calzada. Notó el golpe seco contra su
hombro y el sonido hueco de su rodilla contra el asfalto; pero ellos estaban allí,
sólo les faltaban unos metros para atraparla. Se arrastró un metro y medio, hasta
que logró volver a levantarse y echar a correr. El dolor que sentía era inmenso,
pero el pánico que controlaba su cuerpo resultaba aún mayor.
— ¡Socorro! ¡Ayuda!
El sonido abandonó su garganta, pero no parecía su voz.
Sentía que se había colado en una novela de Stephen King donde su destino estaba
predestinado y, cómo no, terminaría sin ser de su agrado.
— ¡Socorro!
El hombre estaba a unos diez metros de ella y la miraba con curiosidad. Julia le
alcanzó, con las articulaciones magulladas y la respiración descompensada.
— ¡Por favor, ayúdame, por favor! — gritaba, mientras tiraba de la chaqueta del
individuo con ambas manos, apremiándole para que entrase en acción.
Julia miró hacia atrás, pensando que a aquellas alturas tendría encima a sus dos
persecutores. Uno de ellos había desaparecido y el otro continuaba en dirección a
ella pero, en vez de correr, caminaba distraídamente aparentando ser un
ciudadano más paseando por la vía.
Estaba tan asustada, que ni siquiera podía pronunciar una palabra más en voz alta.
Tenía que llamar a la policía, sí. Eso era lo que tenía que hacer.
Señaló con la mano al hombre que caminaba en dirección a ellos, pero no fue
capaz de decir nada más. El desconocido la examinó de arriba abajo y arqueó las
cejas.
Sin pensárselo dos veces, echó a correr de nuevo. Sabía que su persecutor se
estaba intentando camuflar, así que pensó que delante del desconocido al que
Julia había pedido socorro no echaría a correr tras ella. Recordó que el segundo
hombre que la perseguía podía encontrarse en cualquier lugar y aquello la asustó
todavía más.
¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? ¿Huyendo? ¿Por qué narices había tenido la
estúpida idea de salir de casa? ¿Por qué no había llamado a la policía la noche
anterior?
— ¡Julia! ¡JULIA!
Su nombre.
Chocó contra algo y cayó al suelo, dándose de bruces otra vez contra la calzada.
El dolor que ya sentía se acentuó y el pitido comenzó a resonar más y más alto en
el interior de su cabeza, amortiguando cualquier tipo de sonido que pudiera
producirse en el interior.
El cansancio que sentía, el pánico, la ansiedad y el dolor le impedían moverse.
Notó los brazos de alguien rodeándola por la espalda, pero tampoco lograba ver
más allá. Su visión se había emborronado y el mareo que la invadía no le permitía
girarse hacia detrás.
Sintió que su rostro se humedecía y hundió la cabeza bajo su pecho. Julia percibió
una caricia en su espalda y el susurro de Elías murmurándole que estaba a salvo,
que estaba con él.
— Me persiguen…
Él la estrechó con fuerza unos segundos, antes de separar ambos cuerpos para
poder examinarla.
— Me persiguen… — repitió.
Él alzó una mano hasta su rostro y le acarició la mejilla, secando sus lágrimas.
Era la voz de Elías. Era él. Sus manos, sus brazos, su tez, su mirada, sus
facciones… Era él.
Una sensación de felicidad recorrió su cuerpo y Julia tuvo que palpar al hombre
que tenía delante para volver a asegurarse de que no se encontraba sufriendo una
alucinación.
No recordaba con total claridad cómo habían regresado hasta el piso, pero sabía
que Elías había retrocedido calle abajo mientras la transportaba en sus brazos y
le susurraba que todo iba a salir bien.
Julia supuso que en el transcurso de vuelta debió de dar con el bolso que había
perdido y las pertenencias del mismo, pues cuando despertó en el sofá fueron lo
primero que divisó sobre la mesa auxiliar de la sala.
Elías salió de la cocina y se quedó en el umbral del salón-comedor con una media
sonrisa en el semblante. Ella imitó su gesto y lo examinó, percatándose del dolor
que reflejaba su mirada y de las ojeras marcadas que se habían acentuado aún más
en aquellos días que habían estado separados.
Aunque se sentía feliz, plenamente feliz por tener a Elías a su lado, recordaba
perfectamente porqué se había marchado de México y no estaba dispuesta a ceder
de buenas a primeras. Cierto era que ansiaba con todas sus fuerzas perdonarle,
regresar y que todo comenzase de cero, pero no podía hacerlo si él no aportaba su
granito de arena, su parte. No regresaría a su lado mientras no se abriera a ella.
Julia no pudo reprimir una pequeña risita cuando notó la inseguridad de sus
movimientos. Elías, que siempre había sido tan firme, tan seguro, tan obstinado,
tan controlador, se estaba comportando de manera… ¿temerosa?
Se sentó y deslizó la mano hasta la magullada rodilla de Julia. Bajo la tela rota de
los pantalones vaqueros que vestía se podía intuir la sangre seca y la postilla. La
palpó con suavidad y ella soltó un quejido, sin poder contener el escozor que
sentía.
Julia no respondió.
Se sentía tan extraña allí con él… Era una sensación peculiar, como si los últimos
días de su vida se habrían esfumado y hubiesen retomado todo desde el punto en
el que se habían visto por última vez.
Elías resopló ante su silencio, frustrado y sin saber cómo desenvolverse. Jamás
había luchado por una mujer, mucho menos cruzado un océano. Quería a Julia, lo
sabía; se había enamorado de ella sin remedio y la había retenido en México, a su
lado, pensando que sería como las demás y asumiría cualquier explicación que él
le concediese sin hacerle más preguntas al respecto. Pero Julia no era así y por
esa misma razón la amaba; porque no era como las demás.
Recordó el instante en el que la vio salir por la puerta, dejándole con el corazón
roto allí, solo. Julia había sido la última persona en pronunciar el nombre de
“Carlos”, su mejor amigo, que había muerto de una manera demasiado cruel como
para ser reproducida, dejando a Elías destrozado y sin fuerzas para más. No
podía retenerla ni obligarla a continuar allí y, además, tampoco podía concederle
la explicación que ella tanto anhelaba.
La miró a los ojos y le pareció encontrar en ellos a una mujer diferente a la que
había conocido. Llevaban muy poco tiempo separados pero sabía que algo, por
mínimo que fuera, había cambiado.
Julia tenía la sensación de que Elías estaba intentando sacar algo de su interior a
la fuerza, pero tampoco lograba deducir qué quería o esperaba. Estaba cansada,
muy cansada, y le dolía gran parte del cuerpo por las caídas.
Elías atrapó el rostro de ella entre las manos y se fue acercando poco a poco
hasta rozar los labios con los suyos. Sintió el calor que desprendía su cuerpo y su
olor, tan familiar, regresar a él.
Julia se levantó la camiseta con cuidado y la dejó caer al suelo a través del brazo
que no tenía magullado. Después se deshizo del pantalón, que se le había quedado
buena parte adherido a la herida de la rodilla.
Durante muchísimo tiempo, el simple contacto con la piel desnuda de Julia había
provocado que la excitación sentida se le elevase a cien, pero allí tumbados, en el
agua, después de tanto tiempo separados, se sentía pleno, feliz y completo.
— El otro día vi que pasaban la noche debajo del piso, sin moverse y turnándose
para vigilarme — añadió.
Él soltó la esponja y volvió a rodearla con los brazos, apretándola con fuerza
contra su pecho.
Aunque la primera vez que la vio Elías quedó cautivado por su belleza natural, no
tardó demasiado en enamorarse de todas sus imperfecciones; aquellas que la
hacían tan diferente y perfecta a su vez.
Cuando sintió que el gozo comenzaba a llegar a límites salvajes, rodeó su cuerpo
con ambas piernas y tiró de él para tumbarlo sobre ella.
Elías la besó apasionadamente, con furia y ansia, mientras sentía cómo el deseo
por poseerla aumentaba por segundos cada vez más. Julia alargó la mano hasta
agarrar el fuerte y duro pene de Elías y comenzó a masajearlo y moverlo. Era
consciente de cómo podía llegar a excitarle porque lo notaba en sus besos y en
sus caricias desesperadas.
Elías la colocó de espaldas sobre la cama y ella dobló sus piernas, dejando su
trasero expuesto mientras sus pechos rozaban las sábanas con los pezones. Le
propinó un azote juguetón y se restregó en ella, antes de hundirse plenamente.
Elías escuchó los gemidos roncos de placer de Julia, que tenía el rostro contra la
almohada y procuraba ahogar los sonidos que abandonaban su cuerpo. Le
encantaba observar cómo disfrutaba y aquello era lo que más llegaba a excitarle.
Agarró sus caderas para forzar más a fondo cada embestida, hundiéndose por
completo en su interior. Ella gritó y él respondió con un cachete en la nalga
derecha.
— ¡Oh, Elías!
Agarró con fuerza la zona enrojecida mientras las embestidas continuaban una
detrás de otra y los gritos de placer inundaban la habitación en la que se
encontraban. Observó cómo Julia apretaba la sabana con las manos, clavando las
uñas en ella.
Tenían demasiadas cosas que decir y demasiados asuntos que tratar y ambos lo
sabían, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a permitir que aquel momento se
extinguiera sin antes disfrutar de él.
10
Besó sus labios con suavidad y se deslizó por las sábanas hasta salir fuera.
Notaba un agujero en el estómago y se moría de hambre, así que caminó hasta la
cocina y cerró la puerta para amortiguar el ruido que pudiera hacer.
Por desgracia, como bien había comprobado el día anterior, estaba escasa de
existencias y necesitaba realizar una buena compra de provisiones. Optó por
tomar un vaso de leche con azúcar, ya que ni siquiera tenía café. Se sentó en la
pequeña mesa de la cocina y contempló las flores que yacían en la encimera. Las
flores que Elías le había enviado para pedirle perdón.
“¿Y ahora qué?”, pensó, mientras recreaba su vida en solitario en Madrid. ¿Quién
de los dos daría el primer paso? ¿Quién pediría perdón? ¿Le explicaría Elías la
verdad o la intentaría evitar? ¿Más secretos? ¿Más mentiras?
Suspiró hondo y miró el reloj. Eran las seis y media de la mañana, pero había
descansado tan profundamente que no tenía un ápice de sueño.
¿Sabrían aquellos hombres que no estaba sola? ¿Qué Elías se encontraba allí con
ella?
11
Desde que Julia le había dejado, no había vuelto a pegar ojo hasta aquel día. Notó
el calor que emanaba el cuerpo de la mujer que tenía a su lado y sonrió, aún con
los ojos cerrados, mientras pensaba que daba exactamente igual dónde se
encontrara porque mientras ella estuviera a su lado, encontraría siempre un hogar.
Cuando se dio cuenta de que ella también tenía los ojos abiertos, la estrechó aún
más entre sus brazos.
Elías saltó de la cama, desnudo, y se acercó hasta el lugar que Julia le había
señalado.
Se había formado una pequeña idea de quién podría estar vigilándola, pero
tampoco terminaba de encontrarle sentido a todo aquello. Cuando recordó el
espanto y el terror con los que había encontrado el día anterior a Julia, un
escalofrío recorrió su cuerpo.
Él exhaló el aire de sus pulmones con lentitud; sabía que aquel instante llegaría,
pero había esperado encontrarse con un poco más de margen.
Ella asintió.
— Sí, quiero saberlo. No quiero volver a empezar algo que tendré que dejar
atrás, ¿lo entiendes?
Ella dudó.
— Julia, he venido hasta Madrid para buscarte, para pedirte que regresesa mi
lado — continuó — , sé que estás confusa, pero yo tengo las cosas muy claras. No
voy a perderte dos veces.
Las calles estaban abarrotadas, como siempre a primera hora de la mañana. Julia
caminaba muy cerca de él, agarrada de su brazo sin separarse más de cinco
centímetros. Aunque le había echado muchísimo de menos, aquella actitud no se
debía a las ansias de estar a su lado, sino al miedo que sentía por encontrarse en
la calle, en un espacio abierto y sin protección.
Aparcó en una calle que Julia no fue capaz de reconocer y, con la misma ilusión
de un niño pequeño que recibe un regalo, se bajó del coche y se encaminó calzada
hacia arriba.
— ¿A dónde vamos? — inquirió Julia que, tras observar su entusiasmo, por fin
logró relajarse y disfrutar de la mañana.
Cinco minutos después, alcanzaban una cafetería que parecía haberse escapado de
una película del antiguo oeste.
— ¿Divertido, eh?
Pidieron dos zumos de naranja, dos cortados con azúcar y Julia se emocionó y
decidió probar los creps de chocolate de los que Elías le había hablado.
Cuando se sentaron en la mesa, toda la tensión que se había acumulado entre ellos
había desaparecido de un plumazo. Julia tenía la misma sensación de nerviosismo
y felicidad que había sentido aquellas primeras citas junto a él en México, en las
que aún no se conocían y cada ingrediente que les rodeaba resultaba tentador,
excitante y cautivador.
Fue consciente en aquel instante de que no conocía los nombres de sus difuntos
padres y de que jamás los había nombrado más de lo necesario.
— Ven aquí — susurró Elías, sujetando el rostro de Julia entre ambas manos.
Acercó sus labios hasta ella y besó con suavidad su barbilla, antes de lamerla.
Julia sintió cómo el calor se extendía por su vientre y reconoció el efecto que él
siempre provocaba con su contacto.
— ¿Seguro?
— Quítatelas…
Julia colocó sus húmedas bragas encima de la mesa y sonrió, con la adrenalina y
el pulso a cien. Hasta conocer a Elías, jamás se habría imaginado en aquella
situación.
Sin poder quitarse la sonrisa del rostro, partió otro trozo de crep y se lo llevó a la
boca. Al hacerlo, se manchó los labios de chocolate conscientemente y volvió a
repetir el acto de lamer el tenedor.
Elías no pudo ocultar la sonrisa aquella vez y, sin pensárselo dos veces, llevó su
mano hasta los labios de Julia y le retiró el chocolate con un dedo. Ella lo atrapó
sin dejarle opción a retirarlo, entre los dientes, y los succionó con la lengua.
Un transeúnte que cruzaba frente a ellos la calle captó la atención de Julia. Estaba
tan inmersa en el momento que no había sido plenamente consciente de que
también se encontraban expuestos al exterior a través de la cristalera del local.
Elías adivinó sus pensamientos y sacudió la cabeza, en señal de negación.
Ella no estaba totalmente segura pero, aún así, no protestó. No quería que aquel
juego terminase… Fue consciente en ese instante de que no sólo le había echado
de menos a él, sino que también había echado de menos aquellas pequeñas
travesuras que se habían traído entre manos desde el principio de la relación.
Volvió a notar la mano de Elías por debajo de su falda, ascendiendo suavemente y
el calor que sentía aumentó. Sin ropa interior que la protegiese, sintió cómo
pasaba la yema de su dedo suavemente por encima de su clítoris.
— ¿No vas a parar? — preguntó, con los ojos cerrados, mientras se esforzada por
contener los gemidos de placer.
Elías la tocaba, cada vez más rápido. Sus dedos se deslizaban entre la humedad y
se introducían en ella.
— ¿Aquí? ¿Ahora?
Elías asintió.
Notó que introducía dos dedos en su interior y tuvo que sujetarse a la silla para
mantenerse firme. Elías se acercó más a ella y la besó fugazmente.
Cuando el éxtasis atravesó su cuerpo, se mordió con tanta fuerza el labio para no
gritar que se hizo una pequeña herida. Elías la besó con suavidad antes de colocar
su falda de manera apropiada.
Aunque había pasado su más tierna infancia en España, la mente inocente del niño
que fue tiempo atrás contenía muy pocos lugares que recrear. Julia también
participó en aquella ruta turística y, mientras Elías conducía, ella le iba indicando
dónde había vivido en un pasado, celebrado sus cumpleaños o a qué garitos de
moda había acudido con las amigas en su época de la universidad.
Julia no quería volver a pasar por el piso. Después del ajetreo del día, necesitaba
una ducha y cambiarse de ropa pero, al fin, tenía la sensación de que nadie
caminaba detrás de ellos y de que se encontraba a salvo; así que decidió acudir a
la cita tal cual se encontraba vestida. Aunque la maleta de Elías continuaba en la
parte trasera del coche — puesto que el día anterior no había tenido la ocasión de
subirla — decidió solidarizarse con su novia y quedarse en vaqueros.
Hacía pocas horas que Julia había llamado a su hermana para concertar la cita en
uno de los italianos que habían frecuentado juntas en más de una ocasión. En esa
llamada, había evitado contarle que Elías estaba en España y esperaba
sorprenderla sin previo aviso en el mismo encuentro.
La zona estaba repleta y parecía que al final tendrían que dejar el coche en un
parking público. El más cercano se encontraba a bastante distancia pero no
parecían tener más opciones.
— Lo sé.
Una lágrima resbaló por su mejilla al recordar a aquel mexicano con el que tanto
tiempo había compartido durante su estancia en México.
Elías tensó las manos alrededor del volante y apretó con fuerza, descargando su
ira contra él.
— ¿Entonces por qué no quieres hablarlo conmigo, Elías? ¿A qué estás esperando
para contarme la verdad?
La voz de Elías sonaba calmada y Julia dedujo que se estaba esforzando por no
perder los nervios.
— Exacto. ¿Te crees que digas lo que digas lo asumiré, por el simple hecho de
que hayas sido sincero después de tantos meses de mentiras?
Al final, Elías tiró de la manilla y salió del coche. Estaban en un carril de carga y
descarga y no podían quedarse demasiado tiempo allí, pero le faltaba aire y
necesitaba respirar.
Había escuchado lo que temía, que quizás nada tuviera solución. ¿Pero cómo iba
a soportar perderla una segunda vez? ¿Y si Julia decidía echarlo de su vida?
Podía cambiar, empezar de cero y comenzar una nueva vida allí, junto a ella, en
Madrid. Quizás de esa manera todo podría solucionarse. ¿Pero y si eso tampoco
era suficiente?
Elías había conocido una vida repleta de los más exquisitos lujos, donde nada ni
nadie había estado fuera de su alcance. No tenía nada que reprocharle al destino,
excepto el que la suerte le hubiese privado de conocer el amor. Había perdido a
sus padres de una manera brutal y horrible y se había criado solo, sin recibir una
caricia o un beso de buenas noches. Gracias a Dios, Carlos había estado ahí para
tenderle la mano cuando nadie más lo hacía, pero ya ni siquiera le tenía a él. Solo
tenía dinero y poder, y había necesitado que Julia le abandonase para terminar de
comprender que, en realidad, tener aquello era no tener absolutamente nada.
Julia sacó la cabeza por la ventanilla y tocó su brazo para captar su atención.
Sabía que sus palabras le habían herido y se sentía fatal por ello; pero, ¿acaso no
le había dicho la verdad? ¿Lo que sentía? Aún así, por primera vez desde que se
había bajado del avión se sentía feliz y no quería que aquello terminase tan
rápido. Si Elías quería estirar el momento, se lo permitiría.
Por mucho que intentara ocultarle sus pensamientos, ella sabía que se encontraba
mal. Tenía el rostro en descompuesto una mueca y conducía en silencio; parecía
estar meditando algo que Julia no lograba llegar a descifrar.
¿Qué era lo que tanto miedo le daba? ¿Acaso no le había demostrado una y otra
vez que estaba enamorada de él? Le había mentido y la había mantenido al margen
siempre y, aún así, allí seguía, a su lado. ¿No era ella quien se merecía un voto de
confianza?
La suerte parecía estar de parte de ellos, porque pocas veces podías encontrar
estacionamiento en Madrid justo en frente del local que querías.
— Lo veo — respondió.
Mientras Elías aparcaba con suma precisión, Julia tanteó la mirada entre los
presentes en busca de Marina. Llegaban con tres minutos de retraso y si algo
caracterizaba a su hermana pequeña era la educación y la puntualidad.
La encontró hablando por teléfono, apartada por unos metros de la puerta del
restaurante, y Julia tuvo la sensación de que se encontraba inmersa en una
conversación poco agradable, dados los aspavientos que realizaba y la cara de
pocos amigos que tenía.
Sabía que Elías estaba esforzándose acudiendo a aquella cita así que decidió
firmar una tregua temporal. Cuando detuvo el coche, se giró hacia él y le besó los
labios con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿Preparado?
Ella asintió.
Antes de que Julia pudiera acercarse a Marina y de que Elías rodease el coche, un
sonido explosivo resonó en toda la calle mientras los cristales de la luna trasera
del BMW saltaban por los aires.
13
Marina dejó caer el teléfono, asustada, pensando que habían puesto una bomba y
se encontraba viviendo un atentado o algo similar. Julia se había tirado al suelo y
procuraba detectar el origen de aquel… ¿disparo? ¿Acaso alguien les había
disparado?
Estaba temblando.
Nunca en su vida había sentido tanto miedo como en aquel instante.
— ¡Julia! ¡¿Julia estás bien?!
También tenía ganas de llorar, pero no quería perder los nervios delante de su
hermana pequeña. Mientras la observaba allí, en el suelo tirada contra la pared,
deshaciéndose en un mar de lágrimas, le recordó a la niña pequeña que había sido
en un pasado. Aquella niña que la había idolatrado y que siempre había buscado
protección en ella.
Elías no temía por su vida, pero sí por la de Julia. No podía creer que aquellos
hijos de puta se hubiesen atrevido a llegar tan lejos. ¿Habían sido ellos los
desgraciados que la habían perseguido?
Escuchó otro disparo y fue consciente de que aquello no iba a terminar bien.
Una bala salió disparada contra la puerta, a dos centímetros de su cabeza. Sabía
que si se quedaban allí era cuestión de tiempo que los matasen; se encontraban
expuestos y eran un tiro blanco demasiado sencillo de alcanzar.
Tenían que moverse, ¡tenían que salir de allí y tenían muy poco tiempo!
Calculó que en aquellos instantes les estarían rodeando y que en pocos minutos no
tendrían escapatoria. ¿Cuántos hombres habría? Las trayectorias de las balas
habían sido diferentes, lo que evidenciaba que, al menos, tenían a tres personas
esperando para volarles la cabeza.
Saltó al asiento delantero y se dejó caer entre los asientos mientras otra bala
hacía saltar en pedazos la luna. Abrió la puerta del copiloto y sacó la cabeza,
temeroso de encontrarla herida o algo peor.
— ¡Julia!
Sin levantar la cabeza, se subió por la puerta del copiloto y se agachó bajo el
salpicadero mientras Elías arrancaba. Notó el tirón y ungolpe al chocar contra
algo — pensó que, seguramente, estaría sacando el coche del aparcamiento a
golpes — y después un acelerón la obligó a sujetarse a la alfombrilla. Se golpeó
la cabeza contra algo, mientras veía a Elías sacar la pistola por la ventana y
devolver los disparos a sus persecutores.
La puerta de Julia, que había quedado mal cerrada, se abrió de par en par
provocando una fría corriente. Se incorporó sobre el asiento para intentar cerrarla
en el mismo instante en el que ésta chocaba contra otro vehículo y terminaba
arrancada y por los aires. Elías continuaba inmerso en el tiroteo, y ella no lograba
procesar qué era lo que estaba sucediendo. ¿Por qué intentaban matarlos?
¿Quiénes eran aquellos hombres? Y… lo que más la asustaba de todo aquel
asunto: ¿por qué Elías tenía una pistola? ¿De dónde demonios la había sacado?
El coche derrapó y la pistola — que Elías había dejado sobre su regazo para
cambiar de marcha y girar bruscamente — había caído en el hueco bajo el
salpicadero en el que Julia se encontraba metida.
Él estiró la mano y ella, deduciendo qué era lo que quería, agarró por el mango el
arma y la dejó caer sobre su palma. Nada más cogerla, alargó el brazo por la
ventana y disparó con destreza, como si se encontrase habituado a realizar
aquello.
Un escalofrió recorrió el cuerpo de Julia mientras procuraba procesar aquella
imagen y todo lo que había pensado y creído sobre el hombre que amaba se
derrumbaba como un castillo de naipes. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por
su rostro, sigilosas, mientras el vehículo daba tumbos y derrapaba en todas las
direcciones.
— Estoy bien — declaró, porque no sabía qué otra cosa podía decir.
14
Ella le imitó.
Elías se acercó hasta ella, de manera que pudo notar el calor que desprendía su
piel.
— ¿Estás bien?
Julia dudó.
¿Qué iba a estar bien? ¿Cómo podía preguntarle eso?
Elías asintió.
Él asintió y Julia pudo ver cómo la mirada se le oscurecía simulando una nube
negra.
¿Por qué iba a continuar guardándole un secreto si todo lo que tenían había
desaparecido?
Elías retomó la marcha y continuó caminando.
— Los mismos que asesinaron a mis padres — murmuró, sin mirar atrás, cuando
Julia ya había perdido la esperanza de obtener una respuesta.
Julia sentía cómo sus fuerzas se iban esfumando con cada paso que daba y cuando
alcanzaron la zona de comercios, prácticamente no podía ni sostener su bolso
sobre el brazo.
Elías rodeó su cintura y la apremió a pasar al interior de un pequeño centro
comercial. Notaba la debilidad de Julia, así que tiró de su cuerpo y apoyó su peso
sobre el brazo.
Se sentaron en una mesa, junto a una de las ventanas que daba al exterior. Habían
pedido unas hamburguesas con patatas fritas y un refresco.
Elías era consciente de lo afectada que se encontraba su novia; no hablaba, no le
dirigía la palabra y ni siquiera le miraba de reojo.
— ¿Quién eres, Elías? ¿Qué es lo que haces para que hayan intentado
asesinarlos? — preguntó, más alto de los que pretendía.
Algunos de los presentes se giraron hacia ellos y Elías comenzó a sentirse
nervioso. Tenían que pasar desapercibidos.
— Julia, por una vez en la vida tienes que hacerme caso, ¿vale? No tenemos
muchas opciones, así que terminarás de comer, buscaremos un hotel y pasaremos
la noche en él. Mañana por la mañana iremos al aeropuerto y nos marcharemos de
aquí.
— Vas a venir conmigo, Julia. Lo vas a hacer porque te amo, porque voy a amarte
toda mi vida y porque nunca jamás dejaré que nada te suceda.
Julia notó su rostro humedecerse y supo que estaba llorando. ¿Cómo podía decir
eso? ¡Ni siquiera había confiado en ella para explicarle qué era lo que sucedía!
¿Cómo podía decirle que la amaba? ¿Qué estaba enamorado?
Se frotó los ojos con la mano que tenía libre — la otra continuaba apresada bajo
la de Elías — y asintió.
— Vámonos de aquí, tenemos que encontrar donde pasar la noche y tenemos que
pasar desapercibidos, bella. Esta gente no juega con nadie.
15
Escuchó el grifo de la ducha encenderse y supuso que Elías no saldría del cuarto
del baño en un rato, así que rebuscó el teléfono móvil en el bolso hasta dar con él.
No tenía llamadas, ni mensajes, y tan sólo contaba con una línea de batería.
Mientras marcaba el número de su hermana, se preguntó cuándo tendría la
oportunidad de volver a cargar el aparato.
— Estoy bien, tranquila — comenzó, para no asustarla más — . ¿Tú estás bien?
— inquirió.
— ¡No, Julia, no! ¡Ha muerto un hombre! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo
puedes decir que lo importante es que todos estemos bien?
Julia sintió que la mente se le enturbiaba y que no podía pensar con claridad.
Justo antes de colgar, escuchó una voz masculina que se le hizo demasiado
familiar; pero no le concedió importancia. Seguramente Marina estaría
acompañada de algún conocido de la familia, aunque dudaba que hubiese acudido
a sus padres en una situación tan delicada como aquella.
La reportera desapareció de la pantalla para dejar paso a los testigos que habían
presenciado el tiroteo. Pocos podían decir algo realista, pues la mayoría estaban
demasiado confusos y no entendían qué era lo que había sucedido. Un hombre
aseguró que en uno de los coches iban tres hombres y en el otro dos. Otro
murmuró entre tartamudeos algo similar, pero ninguno dijo nada de una mujer.
Julia apagó el televisor, confusa y aterrada. ¿En qué lío se había metido? Le
costaba respirar y sentía que, poco a poco, la ansiedad iba aumentando en su
interior.
— ¿Julia?
Notó cómo tiraba de su cuerpo hasta introducirla en la ducha y cómo el agua del
grifo empapaba su ropa mientras el beso se prolongaba. Elías cerró la mampara
para evitar calar el suelo del servicio y después observó a Julia, que parecía
realmente confusa e indefensa.
— Te prometo que no nos pasará nada — aseguró.
Ella asintió con una sacudida de cabeza, antes de lanzarse de nuevo a sus brazos.
Elías continuó ascendiendo, lamiendo su vientre hasta llegar a sus caderas. Besó
la montaña de Venus y después elevó una de las piernas de Julia por encima de su
cabeza para dejarla completamente expuesta a él. Apartó con una mano sus labios
vaginales y pasó la lengua superficialmente entre ellos. Escuchó un gemido ronco
de placer abandonar la garganta de Julia, justo antes de que esta colocase la mano
sobre su cabeza y tirase de su cabello, apremiándole a continuar.
Lamió su sexo con suavidad, evitando proporcionarle el placer que ella deseaba y
provocándola superficialmente hasta alcanzar su clítoris. Lo succionó con los
labios y lo mantuvo en la boca varios segundos antes de liberarlo.
— ¡Oh!
Escuchó el gritó de placer que ella liberó y notó cómo su pene erecto también
suplicaba alivio. Deseaba con todas sus ansias penetrarla, pero antes quería
hacerla disfrutar. Volvió a succionar su clítoris y notó el placer que ese acto le
proporcionaba a Julia. Ella tiró de su cabello mientras gritaba que, por favor,
continuase.
Apretó su muslo mientras volvía a lamerla con más ganas, con más ansias. Podía
sentir en ella que el orgasmo se le acercaba, así que se detuvo y retiró la pierna
que rodeaba su cabeza para levantarse. Subió hasta su cuello con un reguero de
besos y se entretuvo respirando roncamente en su oreja mientras mordisqueaba su
lóbulo.
Elías apagó la ducha, aupó a Julia en sus brazos y la penetró suavemente mientras
la dejaba caer sobre él. Después, lentamente, abandonó el platillo de la ducha y
retiró la mampara para dirigirse a la habitación. La tumbó suavemente en la cama
y abrió sus piernas, sin dejar de mirarla ni un solo instante a los ojos. Podía ver
su excitación en ellos y aquello lo enloquecía de placer.
Volvió a penetrarla, mientras se dejaba caer sobre ella. Julia rodeó su cintura con
ambas manos y fue recorriendo, con fuerza, su espalda mientras él se clavaba en
ella.
Estaba húmeda y dilatada y sentía que Elías la llenaba por completo. Él besó su
cuello de aquella manera sensual que tanto la enloquecía, mientras le susurraba en
el oído que era todo lo que había amado en aquella vida. Se clavó con más fuerza
en su interior, entrando y saliendo, con más ansia y pasión en cada embestida que
tenía lugar.
Julia introdujo la mano bajo su pecho y empujó su torso para obligarle a levantar
la cabeza y observarle. Le miró fijamente mientras se mordía el labio, ahogando
los gritos de placer que sentía mientras Elías recorría su cuerpo con la mirada y
apretaba sus pechos con las manos. Volvió a tumbarse sobre ella y la rodeó con
ambos brazos, mientras sus cuerpos giraban por la cama. Terminaron, riendo,
sentados en una de las esquinas. Del colchón Julia sobre él, movía sus caderas
mientras su clítoris se rozaba contra la piel de Elías y el placer la obligaba a
perder la cabeza.
Elías se levantó, aupándola en brazos con las manos sobre su trasero mientras
ella se aferraba a sus hombros para subir y bajar lentamente. Sus cuerpos aún
húmedos rozándose, chocando el uno con el otro mientras el clímax les atravesaba
en un pequeño instante.
Estaba todo dicho y, aunque no fuera de esa manera, había poco que decir. Elías
lo había dejado muy claro: estaban en peligro y no podían quedarse en España
porque allí no tenían protección. Tenían que regresar a México.
Se dio cuenta, mientras los párpados caían rendidos en un plácido sueño, que
continuaba sumida en la ignorancia. Estaba agotada y no le quedaban fuerzas para
discutir más, aunque un sinfín de dudas se abrieron paso, en un instante, surcando
sus pensamientos.
Se despertó con los primeros rayos de sol y para entonces Elías ya había
amanecido. Se estiró entre las sábanas y sonrió cuando giró la cabeza en su
dirección.
— Buenos días, dormilona… — saludó, con los ojosbrillantes bajo la tenue luz
anaranjada que se colaba por la ventana — , ¿qué tal has dormido?
Elías le guiñó un ojo y volvió a centrar su atención en la tarea que tenía entre
manos.
¿Estaba trasteando en su teléfono móvil? Se incorporó y se arrastró entre las
sábanas hasta quedar tras su espalda. Alzó la cabeza tras sus hombros y lo
verificó: sí, era su teléfono móvil.
— Estoy reservando los billetes de avión para esta tarde — murmuró, distraído
— , y mi teléfono hace tiempo que se ha quedado sin batería.
— ¿Y qué le voy a decir cuando me pregunte por todo esto? ¿Cómo voy a explicar
lo que está sucediendo si ni yo misma lo sé?
— Dile lo mismo que yo te he dicho a ti…, que esto no es seguro para nosotros y
que sólo podré protegerte en México. Cuando estemos a salvo, te lo explicaré
todo desde el principio y tú podrás decidir qué es lo que quieres contarle y qué
no.
— ¿Me lo explicarás?
— Lo haré.
Estaban sentados en una cafetería del centro mientras esperaban a Marina. Para
sorpresa de Julia, ésta no se había opuesto con ninguna objeción en el momento en
el que le pidió que buscase en su piso el pasaporte. Tan sólo insistió en que “si
realmente sabía lo que estaba haciendo” y en que “no tomase ninguna decisión
precipitada”. Julia le aseguró que no le quedaban más opciones que marcharse
del país y le prometió que nada más aterrizar en México se pondría en contacto
con ella, pero que era imprescindible coger el vuelo de aquella tarde y se le
agotaban las opciones. No le preguntó por qué razón no podía regresar ella en
busca del pasaporte o en qué jaleo se había metido, simplemente acepto y
concretó la hora y el lugar para entregárselo.
Al final asintió.
¿Qué otra cosa podían hacer a parte de esperar?
Los minutos pasaban con parsimonia y cada vez que la aguja cambiaba de
posición parecía que había transcurrido una eternidad. Sesenta segundos se
convirtieron en horas y cuando por fin Marina pasó por la puerta de la cafetería,
Julia no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar.
— Alejandro me espera fuera para llevarme de vuelta a casa — anunció con voz
seria — , así que no puedo quedarme demasiado Julia.
— ¿Estás bien? — inquirió, mientras se secaba las lágrimas de los ojos — . ¿Ha
ocurrido algo?
— ¿Qué les diré a papá y mamá, Julia? ¿Qué es lo que estás haciendo?
Elías pensó que, lo mejor que podía hacer, era dejar que las dos hermanas se
despidieran con tranquilidad. Se levantó sin llamar la atención y se dirigió a los
servicios para lavarse el rostro y despejarse.
— No les digas nada, ni siquiera les había contado que había vuelto a España.
Marina asintió lentamente, sopesándolo todo.
Iba a responderle que por fin tenía lo que tanto tiempo llevaba buscando, que por
fin todas las piezas del rompecabezas encajaban de una vez por todas y que no le
extrañaba en absoluto que las cosas hubiesen terminado de aquella manera; pero
en lugar de ello, apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de su
mano y se tragó las palabras.
Rezaba porque sus temores no se hicieran realidad, pero en el fondo sospechaba
que aquella sería la última vez que vería cara a cara a su hermana; la última
oportunidad para abrazarla, para decirla que, por mucho tiempo que pasaran sin
dirigirse la palabra siempre sería su hermana y siempre la querría.
Al principio no pareció creerla, pero al final sonrió, con los ojos empañados.
Julia fue consciente de lo mucho que había sufrido Marina con aquel asunto al
examinar su reacción. Aflojó los puños con lentitud y asintió con una leve sonrisa.
— Sí, lo digo de verdad.
Sin dejarle tiempo para añadir nada más, Marina la estrechó entre sus brazos con
fuerza.
— Tengo que irme — concluyó con prisa — . Cuídate, por favor. Y no te metas en
más líos.
— Lo intentaré.
Aunque sabía que el hombre era un viejo chalado y que estaba exagerando la
situación más de lo normal, fue inevitable comenzar a ponerse nerviosa. Sabía
que, en el fondo, no había nada que temer; viajaba con Elías y, además, tenían una
pistola para protegerse. Pero…, ¿y si salía todo mal? ¿Y si les estaban esperando
en el aeropuerto? Al menos el miedo había desaparecido y lo único que quedaba
era nerviosismo. ¡Qué consuelo!
Elías rodeó los hombros de Julia con el brazo y la atrajo hacia sí mismo. Antes de
retomar la conversación con el taxista, besó con ternura su frente.
—Y como no, para rematarlo, el muerto tenía que ser un extranjero… Estoy
seguro de que todo esto es un asunto de drogas y de bandas, nada que ver con un
atentado.
—¿Por qué no? Quizás sea por el tráfico de armas…, cada día se ven más cosas
similares.
—¿Estás bien?
Desde luego, Elías no podía ser un asesino. Tenía muchos problemas y sabía que
en el fondo sufría, pero no era malo; no albergaba ni un ápice de maldad en su
interior.
Caminaron con prisa; habían llegado con pocos minutos de antelación y la puerta
de embarque hacía rato que se encontraba señalada en los paneles informativos.
Elías tiraba de Julia y prácticamente corrían en dirección a la línea
correspondiente.
Una buena cantidad de policías esperaba, con sus perros correspondientes, junto a
las salidas del control. La fila de pasajeros iba deslizándose hacia delante,
colocando las maletas en la cinta y pasando por las máquinas. Julia tuvo la
sensación de que se encontraban buscando a alguien en concreto, pero claro, tan
sólo era una sensación.
Elías miró hacia un lado y después hacia el otro. Allí parados, frente al control,
lo único que lograban era captar la atención de los presentes.
—Nadie nos está buscando, Julia —repitió con voz firme, intentando convencerla
—, confía en mí, por favor. Es imposible que nos hayan relacionado con el
tiroteo, no tienen manera de hacerlo.
Elías se dio cuenta de lo nerviosa que estaba. Prácticamente podía notar los
latidos de su corazón con tan solo mirarla; además, tenía la respiración agitada e
hiperventilaba.
Caminó un paso al frente mientras fingía que rebuscaba algo en el interior de sus
bolsillos; no quería seguir llamando la atención, pero Julia estaba muy alterada
aún.
—No pueden tener nada contra ti, ¿verdad? Sería imposible que te hubiesen
relacionado de alguna manera, así que pasaré yo primero el control. Tú tan sólo
espérame, ponte en una de las filas y ve dejando pasar a la gente hasta que yo esté
al otro lado.
—Si ves que me paran o que me registran, espera un poco más antes de pasar. Si
ves que me detienen, entonces no pases y márchate. Llama a tu hermana desde
alguna de las cabinas y vete con ella, ¿entendido?
—No voy a dejarte —musitó, mientras sentía cómo el llanto volvía a amenazarla.
—Si me detienen, vete, Julia —repitió con dureza—, no quiero tener que volver a
pedírtelo. Además, estaré bien, te lo aseguro. La policía no puede hacerme nada.
Vio a Elías meter la maleta de mano sobre la cinta y después descalzarse y meter
los zapatos en una caja, también sobre la cinta. Tenía aún a dos personas por
delante de él. ¿Cómo podía soportar con tanta facilidad aquella tensión? Ella no
sólo notaba un mar de lágrimas amenazándola con escapar de sus ojos, si no que,
además, sentía una bola de vómito formándose poco a poco en la boca de su
estómago. Aquello tenía muy mala pinta y algo en su interior le gritaba que no era
buena idea, ¡que no debían pasar el control!
Elías empujó la caja con los zapatos, que se había quedado atrapada en la cinta, y
caminó al frente. Saludó con una media sonrisa al operario del aeropuerto que se
encargaba de revisar los rayos de las maletas y pasó por el control, respirando
profundamente mientras dos de los policías presentes se colocaban tras el
operario para revisar el contenido de su maleta.
Había intentado ahogar el grito entre las manos, pero había estallado junto a las
lágrimas. Recordó entonces, mientras veía a los perros olisquear a Elías, que no
se habían deshecho de la pistola. Elías llevaba la Glock en un control policial.
Christian Martins es un autor que nació hace más de treinta años y que lleva
escribiendo otros tantos, a pesar de que hasta febrero del 2017 no se lanzó a
publicar.
En febrero del 2017 publicó su primera novela “Seré solo para ti”, que en pocos
días se posicionó en el número 1 de los más vendidos de todas las categorías.
Poco después volvió al éxito con “Solo tuya”, dando por terminada la bilogía de
Lorenzo y Victoria.
En pocos meses ha publicado los volúmenes independientes de “Besos de
Carmín”, “Mi último recuerdo”, “Escribiéndole un verano a Sofía” y “Nosotras”.
Todas las obras de este prolífero escritor han estado en algún momento en el TOP
de los más vendidos en su categoría.
OTROS TITULOS DEL AUTOR
Aurora conoció a Hugo cuando solo era una cría que no buscaba el amor. A sus
veinte años de edad, no sabía lo que quería ni se le pasaba por la cabeza
consolidar una relación.
Pero el tiempo fue pasando, año tras año, y el amor entre los dos continuaba
estando presente… Lo que ninguno de los dos esperaba era que el pasado
intercediera en su futuro.
¿Cómo sobrevive un amor de verano al paso de los años y a la inmadurez de la
juventud?
¿Qué ocurre si, cuando has conseguido que todo se estabilice, tu mundo se
derrumba sin control? ¿Si, repentinamente, desaparece todo aquello por lo que
tantos años has luchado?
« Aunque nada parecía fácil, una cosa tenía clara: jamás tendría que superar las
dificultades en solitario gracias a sus dos amigas.»
ESCRIBIÉNDOLE UN VERANO A SOFÍA (MAYO 2017)
Alex y Sofía solo tienen una cosa en común: ninguno de los dos cree en el amor.
Sofía es una joven alocada que busca vivir la vida, salir adelante con pequeños
trabajos que le proporcionen lo justo y necesario y, sobre todo, disfrutar. Piensa
que la vida es demasiado corta como para ser desperdiciada…
Alex hace un año que se ha divorciado y siente que ha perdido todo lo que tenía.
Sin saber cómo continuar, centra todos sus esfuerzos en rescatar su carrera como
escritor, sin éxito…
Descubre en estas páginas lo que el destino les deparará mientras Sofía te
enamora y Alex te escribe un verano que, te aseguro, jamás podrás olvidar.
MI ÚLTIMO RECUERDO (MAYO 2017)