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Secretos 2 Christian Martins 2

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SECRETOS

PARTE 2

CHRISTIAN MARTINS
JULIO 2017
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. QUEDA RIGUROSAMENTE PROHIBIDA, SIN
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SANCIONES ESTABLECIDAS POR LAS LEYES, LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL

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REPROGRAFÍA Y EL TRATAMIENTO INFORMÁTICO, ASÍ COMO LA DISTRIBUCIÓN DE

EJEMPLARES MEDIANTE ALQUILER O PRÉSTAMO PÚBLICO.

COPYRIGHT © 2017 CHRISTIAN MARTINS


AGRADECIMIENTOS

Mis agradecimientos no suelen variar mucho porque sé


que todo es gracias a vosotras. Mis lectoras, aquellas que
me animan y me apoyan, que me siguen y me piden que
continúe día tras día.

Todo es gracias a vosotras y lo tendré presente siempre.

¡Gracias, familia Martins!


Difícil prueba es guardar un secreto peligroso…
Introducción

Secretos (1)

A falta de unos días para dar el “sí, quiero”, Julia decide mandar todo a paseo y
comenzar una vida de cero. Para hacerlo, toma la decisión de disfrutar en
solitario del viaje que tenía programado para la luna de miel, sin saber lo que
encontrará en éste.

En pleno Caribe, conocerá a Elías Castro, un poderoso empresario que tiene todo
lo que quiere en el momento en el que lo pide. Ambos comenzarán un apasionante
romance rodeados de los más exquisitos lujos.
Julia no tardará demasiado en enamorarse del irresistible Elías, pero también
descubrirá que no todo es lo que parece.
Las mentiras y los secretos comenzarán a estar presentes en el día a día de la
pareja hasta que Julia, hastiada de mantenerse al margen y de desconocer la
verdadera vida de su pareja, decidirá marcharse y abandonarle para regresar a
Madrid, su ciudad.

¿Luchará Elías por recuperarla o la dejará marchar? Secretos, pasión, misterios y


mucho erotismo.
1

Julia caminaba por el pasillo buscando el asiento que le correspondía.

Sentía un incesante nudo en el estómago oprimiéndole y la garganta seca, pero


soportaba la angustia mientras se repetía constantemente que estaba haciendo lo
correcto.
Tenía una edad, sí. No era esa clase de mujeres que se catalogaba en un rango,
pero si era lo suficiente sensata para darse cuenta de que no podía cometer el
mismo error trescientas veces y seguir intentándolo. Tenía que pasar página.

Divisó su asiento, que por desgracia no era junto a la ventana, sino junto al
pasillo. Dejó la bolsa de viaje en el apartamento superior para equipajes y tomó
asiento con aires pensativos. La persona que viajaría a su lado aún no había
embarcado, cosa que agradeció. No le apetecía hablar con nadie.

Aquel año, su vida había dado un vuelco por completo y le había mostrado una
gran lección. Siete meses atrás, su pareja, Alejandro, le había roto el corazón
despiadadamente engañándola con otra mujer a pocos días de su boda. Julia,
dolida, tomó la decisión de continuar con el viaje que habían preparado para la
luna de miel, en solitario, al sentir la necesidad de escapar en busca de paz.
El Caribe le trajo mucha tranquilidad, tal y como había imaginado, pero lo más
importante que le llevó fue a Elías Castro. Un poderoso empresario que la había
conquistado entre lujos y caricias.
Julia no tardó demasiado en enamorarse perdidamente de él y en tomar la absurda
decisión de quedarse a vivir en México. Allí sentada, mientras contemplaba el
desfile de viajeros buscar sus asientos y colocar su equipaje, se preguntó en qué
narices habría estado pensando para tomar esa decisión. ¿Acaso no había
aprendido nada con Alejandro?

Por desgracia para ella, el golpe de realidad no le tardó en llegar. Elías había
mantenido su vida herméticamente sellada y había impedido a toda costa que
Julia, o cualquier otra persona, se adentrase en ella. En aquellos instantes, se
encontraba en el avión de regreso a España, con el corazón roto por segunda vez
en un mismo año y la última conversación que había mantenido con Elías
rebotando dolorosamente contra las paredes de su cráneo.

Sentía que aquella vez era diferente.

Aunque habían pasado muy poco tiempo juntos, había sido tan intenso que no
lograba imaginar qué era lo que le depararía el futuro sin él. Aún así, sabía que
aquello era mejor que continuar sumida en una perpetua ignorancia,
desconociendo lo que se tramaba alrededor de ella. Julia sospechaba que aquella
farsa de “asesor empresarial” a la que Elías le había explicado que se dedicaba
no era más que una tapadera para ocultar otro tipo de negocio menos lícito…
Había visto un sinfín de detalles que la habían obligado a activar una alarma de
peligro, y aquel día…, bueno, aquel día había quedado más que evidenciado que
algo ocultaba. Él mismo se lo había confesado en el instante en el que preguntó
por la muerte de Carlos, el mejor amigo y la mano derecha de Elías.

La imagen del cinturón se iluminó y la azafata comenzó a desplazarse por el


pasillo corroborando que todos los pasajeros se encontrasen en su lugar
correspondiente con el cinturón abrochado y el respaldo en posición horizontal.
Al ver que el asiento contiguo continuaba sin ocupante, Julia se desplazó hacia la
izquierda y se acurrucó junto a la ventana. Tenía ganas de llorar, pero divisó a la
azafata acercándose a su zona y optó por contener el llanto.
Cuando ésta pasó de largo, las emociones se arremolinaron en su interior
dolorosamente obligándola a estallar. Las lágrimas se deslizaban silenciosas por
sus mejillas mientras los recuerdos de lo vivido con Elías se sucedían en su
cabeza sin parar. El paseo por la playa, cuando la tormenta les alcanzó y
terminaron haciendo el amor bajo la lluvia, las cenas en el yate, los juegos
eróticos, los paseos alrededor de los jardines de la mansión, aquellos primeros
encuentros cargados de nerviosismo y pasión… Todo a su lado había resultado
maravilloso y perfecto, sensual, apasionado, diferente… Elías había logrado
calar hondo en ella, demostrándole en cada instante que él era diferente al resto
de los hombres que había conocido. Se había propuesto enamorarla y lo había
logrado, ¡con creces!

El problema principal de Julia en aquel instante es que desconocía totalmente


cómo lograr olvidarse de él. ¿Cómo sacar aquel rostro de sus recuerdos?

— Disculpe, señora…

Una voz masculina la distrajo de sus pensamientos.

Se giró para observarle, retirándose las lágrimas de las mejillas de un manotazo,


avergonzada. Era un hombre de aproximadamente treinta años — su misma edad
— que vestía de playa con un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Tenía la
piel bronceada y Julia supuso que había estado en México de vacaciones y que
regresaba a España. La señal luminosa se había apagado y Julia se preguntaba
cuánto tiempo habría estado inmersa en sus pensamientos…

— ¿Es ése el asiento 22F? — preguntó, mientras inspeccionaba su billete de


embarque.

Julia supuso que sí, así que asintió con una sacudida silenciosa de cabeza.
— ¡Oh, vaya! Parece que la azafata tenía razón y ha habido una confusión de
asientos… — murmuró, mientras se colocaba a su lado.

— ¿Perdona? — inquirió Julia, sin comprender a qué se refería.

El desconocido soltó una risita nerviosa y alzó el billete en el aire para que ella
pudiera verlo.

— Me he equivocado y me he sentado en el 42F, pero el avión ha comenzado el


despegue y no he logrado regresar a mi asiento hasta ahora.

— ¿Estoy en tu asiento? — preguntó, mientras se levantaba de un salto.

— No, no — le cortó él — , no pasa nada, tranquila…

Ella volvió a sentarse, dubitativa, mientras maldecía profundamente en su interior.


¿Por qué razón el mundo no era capaz de concederle un momento de tregua?
Lo último que necesitaba en aquel instante era pasar ocho horas junto a un
desconocido cuando ya se había hecho a la idea de viajar en solitario.

Resignada, fijó la vista en las nubes que le mostraban la ventana y procuró


concentrar su imaginación en cosas más productivas que Elías. En unas diez horas
estaría de regreso en Madrid y tendría que comenzar de cero, buscar un nuevo
empleo y…, ¿dónde iba a vivir?

Al igual que había comenzado una vida nueva junto a Elías en México, había
llegado el momento de retomarla en Madrid. Suspiró hondo, aliviada, al recordar
que su cuenta de ahorros continuaba intacta. En el transcurso de aquel medio año,
Elías no le había permitido gastar ni un solo centavo.

La azafata pasó con el carrito y unos snacks para picotear. El acompañante


desconocido de Julia los aceptó, junto a un zumo de naranja, pero ella decidió
declinar la oferta. La última pelea continuaba demasiado reciente y aún tenía el
estómago cerrado.
Antes de girarse hacia la ventana, desvió la mirada hacia el hombre que tenía al
lado y se sorprendió al descubrirlo examinándola. Una sonrisa se dibujó en el
rostro del desconocido y Julia le devolvió una mueca de indiferencia, antes de
girarse.

Había visto a los hombres mirándola así en más de una ocasión. Julia no era una
mujer creída — más bien lo contrario — , pero había aprendido a diferenciar las
miradas con el transcurso de los años; cosa que ayudó a evitar más de un
malentendido en las fiestas de la universidad. Por alguna razón que no llegó a
comprender, sintió nauseas con tan solo pensar que otro hombre que no fuera
Elías pudiera llegar a tocarla.

Revisó en la pantalla que flotaba sobre los asientos la trayectoria GPS del avión
y los kilómetros que aún quedaban para aterrizar en Madrid. La línea rojiza que
se marcaba según el avance que realizaban era de unos pocos centímetros y aún
quedaba un largo camino por delante.

Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño para que las horas transcurriesen con
mayor velocidad, pero en lugar de eso la imagen de una de las primeras peleas
que tuvo con Elías acudió a su mente. Una tarde, mientras Elías se encontraba
reunido con sus socios, una mujer con un bebé acudió a la mansión en busca de
explicaciones. Elías no llegó a hablar con ella, ni siquiera a verla, porque fue
Julia quien le abrió la puerta y Carlos quien se encargó de sacarla a la fuerza
mientras ella les gritaba a pleno pulmón que eran unos asesinos. Como siempre,
todo en aquel lugar flotaba en un aura repleta de secretos e incógnitas y aquello
resultó demasiado fuerte como para poder soportarlo.

Ante la negativa de Elías a concederla una explicación, Julia tomó la decisión de


marcharse a España y huir de aquel lugar. Pero su novio tenía contactos y mucho
poder, así que ni siquiera llegó al aeropuerto. Aunque aquella vez había sido
completamente diferente, Julia sospechaba que no la dejaría marchar con tanta
facilidad.
Por una parte, algo en su interior deseaba que Elías la volviese a retener a su
lado, que le suplicase perdón y que se quedara junto a él… Pero por otra parte,
otra aún mayor que la anterior, sentía una necesidad latente de huir de allí, de
escapar de todo aquello. Cada vez que recordaba a Carlos, un escalofrío recorría
su columna vertebral. Estaba muerto. Aunque no había logrado asimilarlo, aquella
era la realidad. Carlos había muerto.

Pero, ¿cómo? Elías no se lo había querido contar. Cuando Julia se lo había


preguntado, él había respondido con un escueto “no puedo”, sin añadir nada más.
La última vez que ella le había visto con vida había sido en el hangar de la
mansión, antes de subirse en la avioneta privada y despegar. ¿A dónde habría ido?
O mejor dicho, ¿a dónde le habría enviado Elías?

Aunque no podía quitarse de la cabeza los gritos de la mujer del bebé,


llamándoles asesinos, sabía perfectamente que Elías no lo era. Ocultaba algo,
pero no tenía la sangre fría para asesinar a nadie…

¿O sí?
2

Se había quedado dormida un par de horas y se había despertado con medio


camino realizado. En cuatro horas y media aterrizarían en Madrid.

Había sido la azafata la encargada de distraerla de sus onirismos para preguntarle


si quería pollo o pasta para cenar. Una vez más, Julia declinó ambas, pues
continuaba sin tener un ápice de hambre.

Se sentó con el asiento en posición vertical para permitirle al pasajero de detrás


cenar con comodidad. Mientras su acompañante devoraba un arroz con pollo,
Julia revisaba su teléfono. Tenía el “modo avión” activado, sin señal ni internet.
Aún así, no podía evitar preguntarse a sí misma si Elías le habría escrito...
La anterior vez que se había intentado marchar había parado un taxi para traerla
de vuelta pero supuso que un avión era demasiado incluso para él. Se preguntó si
habría enviado alguien al aeropuerto de Madrid para esperarla y llevarla a
México de vuelta o si él mismo habría cogido un vuelo para perseguirla. En unas
horas saldría de dudas.

— ¿Española, verdad? — le preguntó el desconocido, mientras devoraba el


pollo, hambriento.

Sin razón aparente, las nauseas reaparecieron.


Julia asintió con pocas ganas antes de devolver la mirada al exterior.

— ¿De qué parte? — inquirió — , ¿del norte?

Asombrada por su insistencia, volvió a girarse hacia él.

— ¿Del norte? — repitió ella, sin comprender por qué habría podido llegar a esa
conclusión.

— Dicen que son más callados y muy suyos… — aclaró, mientras saltaba en
carcajadas.

Debía de parecerle muy graciosa la broma, porque aunque Julia ni siquiera


sonreía, él no podía parar de reír.

— Madrid — concluyó con sequedad.

Odiaba a los que iban de graciosillos por la vida.

Al ver la cara de pocos amigos de Julia, el chico decidió mantenerse en silencio y


no molestarla más; cosa que ella agradeció.

Tres horas después, aterrizaban en el aeropuerto de Madrid con cuarenta minutos


de antelación.
Julia sentía las piernas entumecidas y doloridas, así que nada más apagarse la
lucecita del cinturón, se levantó de su asiento. Aunque las azafatas habían pedido
paciencia hasta que se preparase la puerta de salida, no aguantaba ni un solo
minuto más sentada.

A diferencia de las anteriores ocasiones, el chico alzó la mirada y sonrió a Julia


con timidez, sin añadir ningún comentario. Dos minutos después, anunciaban que
el desembarque se realizaría por la puerta trasera y todos los pasajeros se
incorporaron para ocupar el pasillo, incluido su acompañante.

— Bueno, un placer… — se despidió mientras sacaba su maleta del


compartimento superior.

— Sí, lo mismo — murmuró Julia, imitándole.

Se acercaba el momento de abandonar el avión y los nervios aumentaban


desmesuradamente. Cargada con su equipaje de mano, caminó hasta la cinta de
maletas con las piernas temblorosas, a pesar de que hacía varios minutos que se
le había pasado el entumecimiento.

No podía evitar mirar de un lado a otro en cada paso que avanzaba, buscando
algo o a alguien… Y aunque se sentía estúpida, realmente estúpida, sabía con
certeza que nada más verle terminaría con el sentimiento de angustia y de
ansiedad que le oprimía el pecho.

— ¡Mierda! — exclamó, mientras observaba cómo su maleta se perdía de vista.

Había salido de las primeras, pero su falta de atención había provocado que la
pasase por alto. Unos centímetros antes de que se introdujera de nuevo en la
puerta para dar la vuelta entera, el chico con el que había viajado la sacó de la
cinta con aires de heroísmo.

— ¿Es tuya, verdad? — preguntó desde la lejanía.

Julia asintió y caminó al frente para reunirse con él.

Aunque debía de estarle agradecida, tan solo podía sentirse irritada.

— Gracias — respondió con voz seca.

Él le devolvió la maleta, sonriente.


Por segunda vez, el sentimiento de culpabilidad y las nauseas reaparecieron. Le
costaba entender el por qué, hasta se vio buscando en cada esquina la imagen de
Elías y la culpabilidad la atacó. Sí, se sentía culpable por hablar con otros
hombres; se sentía culpable por haberle abandonado.

Alargó el mango, colocó el bolso sobre la maleta y agarró con la otra mano su
equipaje de mano. Tirando de sus pertenencias, se alejó hacia el control de
seguridad mientras el chico del avión caminaba tras ella, pisándola los talones.

Cuando salió al exterior, una bocanada de aire fresco la recibió con los brazos
abiertos. Aún no podía creerse que se encontrara en Madrid, es su ciudad. No
había aparecido nadie en el aeropuerto y tampoco la estaban esperando fuera.
En el instante en el que llamó a un taxi y se acomodó en el asiento trasero, su
decepción se hizo patente. Elías no la había detenido, no había luchado por ella,
no había intentado disculparse ni dar una explicación…, simplemente, la había
dejado marchar.
3

Había alquilado una habitación de hotel para pasar allí la semana.

Buscar piso no solía ser una tarea sencilla, aunque sí bastante rápida si se trataba
de Madrid. Abrió su ordenador portátil y lo colocó sobre la pequeña mesa que
tenía bajo la televisión, junto a la cama. La habitación era pequeña, pero lo
suficiente para pasar un par de días y sentirse cómoda en ella. Aunque claro,
después de haber vivido el último año en una mansión, nada parecía lo suficiente
bueno.

Tecleó “alquiler de apartamento en Madrid” y comenzó a revisar la lista, uno por


uno. Anotó dos de ellos y apuntó los teléfonos. Estaba destrozada, le dolía cada
músculo de su cuerpo y le costaba pensar con claridad, así que decidió que
comenzaría a llamar al día siguiente. Además, eran las diez y cuarto de la noche y
el jet lag le estaba pasando factura. Se moría de sueño.

Se tumbó en la cama y encendió la televisión mientras el recuerdo de Elías volvía


con fuerza para golpearla. Era una sensación extraña, casi como si se encontrase
enferma. Le dolía tanto su ausencia que habría podido llegar a describir el dolor
si alguien se lo hubiera preguntado; la ansiedad, la angustia, la falta de aire, la
ausencia de otro cuerpo junto a ella en la cama, el calor de su compañía…
Recordaba perfectamente el día que se mudó con Elías y la conversación que
mantuvo con su hermana, Marina, cuando le contó que se quedaba a vivir en
México. En aquellos momentos, Julia se encontraba totalmente convencida de que
todo iría bien y que nada podría separarles; pero se equivocaba. Y por desgracia,
su hermana había acertado de lleno advirtiéndole de que cometía una gran locura.
Lo peor de todo es que esa llamada aún estaba pendiente y que, tarde o temprano,
tendría que realizarla para explicar que se encontraba de vuelta en Madrid. Y
sola.

Cuando se despertó, la mañana siguiente, la televisión y la lucecita de la mesilla


aún seguían encendidas. El portátil también estaba abierto y la nota con los
números de teléfono se encontraba encima del pequeño escritorio.

Le dolía la cabeza y se sentía desganada, pero sabía que tenía que comenzar a
moverse y a reordenar su vida. Llamó al primer número, animándose a sí misma
mientras se recordaba que no podía vivir eternamente en una habitación de hotel.
La propietaria, muy amablemente, le indicó que el piso ya había sido apalabrado
y que no había tenido tiempo para retirar el anuncio de internet. Desilusionada,
marcó el segundo número y concertó una cita para ir a verlo la siguiente semana.
Por desgracia, después de calcular lo que le supondría vivir más de dos semanas
en un hotel — con los gastos alimenticios incluidos, llegó a la conclusión de que
no podía permitirse esperar tanto tiempo.

Decidió darse una pequeña ducha de agua fría para despejarse, mientras se
preguntaba cómo demonios resolvería el tema del apartamento en un tiempo
record. Además, la preocupación por encontrar un nuevo empleo tampoco
ayudaba mucho a calmar su ansiedad, y si a todo eso se le sumaba el recuerdo de
Elías… Elías. Recordó, mientras se enjabonaba el pelo, que aún no había
revisado el teléfono móvil.
Se dio más prisa de la que tenía pensaba por salir y secarse, solo para corroborar
si tenía o no mensajes de él.
Aunque las horas pasaban con dilación y parecía llevar perdida en Madrid una
eternidad, los recuerdos de la última pelea que habían sufrido todavía se
reproducían en su cabeza como si hubiesen tenido lugar segundo atrás.

Se envolvió en la toalla y se sentó en la cama, mientras la pantalla se iluminaba


con el nombre de la marca del teléfono. Introdujo el pin y esperó. Nada. No tenía
ni un solo mensaje. Pensó que quizás podría haber algún tipo de error por el
cambio de país y decidió llamar a la compañía telefónica para verificar que todo
se encontrase correcto.
La mujer de atención al cliente le confirmó que la línea estaba activa y que podía
recibir cualquier tipo de llamadas o mensajes, pero que si las realizaba ella
desde España se le cobraría un coste adicional, ya que la compañía telefónica tan
solo trabajaba en México. Al mismo tiempo, le advirtió que responder cualquier
tipo de llamada también supondría otro coste adicional, ya que se le estaría
cobrando el establecimiento de llamada en el extranjero.

Julia colgó y suspiró hondo. Pensó que debía incluir en su lista de tareas
pendientes cambiarse a una compañía española lo antes posible, pero luego
recapacitó al comprender que, si lo hacía, Elías no tendría su número nuevo para
contactar con ella.

¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no la había perseguido? ¿Por qué no la
había intentado detener?

Las preguntas se sucedían una detrás de otra y Julia no tenía respuestas para
ninguna. Gracias a Dios, aún conservaba el suficiente orgullo para mantenerse
firme y continuar adelante sin volver corriendo a su lado; por muy doloroso que
le resultase.

Volvió a sentarse en el ordenador para rebuscar más apartamentos. Aquella vez la


suerte se puso de su parte y terminó dando con un piso de dos habitaciones, salón-
comedor, cocina y un baño, que se encontraba situado lo suficiente céntrico y que
tenía un precio asequible.

Marcó el número de teléfono que el anuncio reflejaba y habló con la hija de la


propietaria, que era la que se estaba encargando de llevar el asunto del alquiler.
No hablaron más que unos minutos, lo suficiente para concertar una visita a
finales de semana, justo después de la cita que tenía con otra pareja. Cuando
colgó el teléfono del hotel — las llamadas las estaba realizando desde el teléfono
fijo de la habitación — , las fotografías del piso aún continuaban abiertas en la
pantalla. Se quedó mirándolas unos segundos antes de volver a realizar la
llamada.

— Me lo quedo yo — le comunicó con voz muy seria — , estoy viendo las


fotografías y es exactamente lo que busco. No necesito ir a verlo.

Aunque la hija de la propietaria, Sara, parecía sorprendida con la reacción de


Julia, no dijo ni una sola palabra al respecto. Terminaron quedando aquella
misma tarde en la inmobiliaria para firmar el papeleo y hacer entrega de las
llaves y la fianza.

Un poco más tranquila, se permitió el lujo de salir del hotel a desayunar


despreocupándose del trabajo.

Se sentó en una terraza que había en un bar próximo al hotel y contempló la


ciudad con aires de soñadora. Todo lo que había vivido allí, en Madrid… El tan
reconocido ajetreo, las prisas con las que caminaban los transeúntes, los
vehículos y las caravanas que se formaban, los atascos con las bocinas sonando
por doquier… Madrid era su hogar, pero algo en su interior le decía que aquel no
era su sitio. Sí, siempre sería su origen, sus raíces y su pasado. Pero un
presentimiento y un pálpito le gritaban que en aquel instante de la vida, ella no
debía de encontrarse allí.

Se tomó el café con tranquilidad mientras que, en una pequeña agenda, iba
anotando cuál sería su próxima tarea del día.
Buscar trabajo.

Firmar papeles.

Llamar a Marina

No tenía ni un ápice de ganas de hablar con ella, pero sabía que tarde o temprano
tendría que hacerlo y avisarla de que se encontraba de vuelta. Además, hacía
muchísimos meses que no se veían y por muy mal que se llevasen, debía admitir
que era su hermana y que la quería. La echaba de menos.

Cuando se encontraba a punto de levantarse para regresar al hotel, su mirada


chocó contra la de un hombre trajeado que la observaba detrás de unas lentes
negras en la acera de en frente. También estaba sentado en otra terraza, con un
periódico y un café encima de la mesa.

Le había resultado alguien familiar, pero no caía de qué podría conocerle. Un


coche cruzó la carretera rompiendo el contacto visual que se había formado entre
ellos y cuando pasó de largo, el momento ya había expirado y el hombre trajeado
se encontraba leyendo el periódico del día con la taza de café en la mano.

Sin darle mayor importancia, decidió que seguramente se tratase de algún ex-
compañero de trabajo — por su antigua empresa había pasado muchísima gente y
no era capaz de recordar a todo el mundo — o algo similar.

Paseó con lentitud y tranquilidad hasta dar con la puerta del hotel y cuando llegó
hasta ésta, decidió que aún no se encontraba preparada para encerrarse en la
habitación y plantarse delante del portátil, así que continuó caminando y pasó de
largo.

Aunque la temperatura en Madrid era muy agradable — veintiún grados — ,


echaba de menos el calor asfixiante de México. Se había acostumbrado a él y a la
humedad constante y no podía evitar sentir escalofríos con el aire frío de la
ciudad.

Julia llevaba caminando entre la muchedumbre poco más de diez minutos cuando
su teléfono móvil comenzó a vibrar enloquecedoramente dentro de su bolso.
Notaba la vibración acompañar a la melodía, pero por más que rebuscaba en su
interior no lograba dar con el origen del dichoso sonido.

Al final, con los nervios a flor de piel, consiguió encontrar el maldito teléfono.
Había esperado con todas sus ansias que se tratase de Elías, pero se sorprendió al
encontrar el nombre de su hermana, Marina, parpadeando en mitad de la pantalla.

— ¡Ey! — saludó a modo de respuesta cuando descolgó.

— ¡No te lo vas a creer! — exclamó su hermana.

Quedaba evidenciada la alegría de su tono de voz.

Julia guardó silencio unos segundos esperando a que ésta continuase, pero su
hermana se mantuvo en silencio, seguramente por su afán de protagonismo.

— ¿Qué? — inquirió, al fin.

Le encantaba tener algo que contar y que las personas se encontrasen en ascuas a
su espera.

— ¡Mi jefe está encantado con tu trabajo! — anunció, impresionada — . No me


preguntes cómo puede ser porque si te soy sincera, Julia, yo tampoco entiendo
cómo lo has hecho… La verdad es que no daba un duro por ti, pero bueno, parece
que esta vez te has lucido, ¿eh?

Con los ojos en blanco, desesperada y con la insoportable de su hermana


cotorreando al otro lado de la línea, continuó caminando mientras ésta se
dedicaba a despotricar, inocentemente, sobre ella.
Aunque estaba acostumbrada a escuchar aquella clase de comentarios por su
parte, no se encontraba en el mejor momento de su vida y era lo último que
necesitaba. Seguramente, haber respondido el teléfono había sido una pésima
idea.

— Total, que me ha dicho que quiere que lleves la gala que se celebrará en
México DF el mes que viene…

— Estoy en España — atajó, sabiendo que después tendría que soportar un


interrogatorio sin piedad — . Llegué ayer, por eso no he podido avisarte.

— ¿Cómo? — repitió Marina, incrédula.

— Ha sido un viaje de última hora.

Julia guardó silencio, esperando el ataque que sin duda estaba aún por llegar.

— ¿Y cuándo vuelves a México?

Sopesó unos segundos si debía mentirle o no.

— No creo que vuelva a México.

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.


Por unos segundos, Julia pensó que se había cortado la llamada.

— ¿Te apetece tomar un café esta tarde? — preguntó, al fin, dejando totalmente
descolocada a su hermana.

Julia lo meditó unos instantes.

— Está bien, pero antes tengo que solucionar unos asuntos. ¿Te viene bien a las
seis?

Quedaron en encontrarse en El Retiro y, aunque no tenía ganas de escuchar un “te


lo dije” o “estaba claro” o “ya sabía que esto iba a suceder”, pensó que al menos
la compañía le vendría bien para mantenerse entretenida.
4

Encontró seis ofertas de trabajo relacionadas con su currículum y anotó las


direcciones de email para enviarles una propuesta con sus calificaciones.

Sara, la hija de la propietaria del piso que iba a alquilar, la había llamado al
mediodía para reunirse con ella treinta minutos antes de lo previsto. Según le
había dicho, la inmobiliaria no quedaba demasiado lejos de la vivienda y quería
que antes de firmar le echase una ojeada superficial a la vivienda para evitar
posibles problemas en un futuro. Julia estaba convencida de que no se
arrepentiría de la decisión, pero aún así accedió y quedaron en encontrarse a las
cuatro en la dirección que ella le había proporcionado.

Al mediodía, cuando bajó a comer al mismo bar en el que había desayunado, se


dio cuenta de lo cansada que se encontraba. Las preocupaciones se habían juntado
con las tantísimas horas de viaje que había sufrido el día anterior y todo parecía
comenzar a pasarle factura.

Aunque había dormido más de nueve horas, sentía que los párpados le pesaban de
sobremanera y le costaba mantener la concentración en algo más de unos minutos.

Se decidió por un plato de pasta, para recuperar algo de energía, y decidió


sentarse en la terraza. Por alguna razón, desde que había llegado a la ciudad,
había desarrollado una extraña aversión hacia los espacios cerrados y no se
sentía cómoda atrapada entre cuatro paredes. Seguramente, después de
acostumbrarse a vivir en una mansión, todo le parecía demasiado pequeño y
agobiante.

Mientras esperaba a que el camarero le preparase la mesa, se fijó en que el


hombre de lentes oscuras que había visto al otro lado de la carretera, en la terraza
de enfrente aquella misma mañana,continuaba allí sentado. Estaba comiendo algo
que Julia no llegaba a diferenciar y de vez en cuando levantaba la mirada hacia
ella. Aunque llevaba gafas, podía apreciar perfectamente que no le quitaba el ojo
de encima — al igual que aquella mañana — . Volvió a intentar rememorar de qué
podía conocerle y por qué se le hacía tan familiar, pero no llegó a ninguna
conclusión. Además, las gafas de sol no facilitaban en absoluto la tarea de la
identificación.

Cuando terminó — costosamente — con el plato de pasta, caminó hasta la boca


de metro más cercana y descendió las escaleras para introducirse en los túneles.
El sonido tan característico de las entrañas de Madrid le trajo consigo un sinfín
de recuerdos que golpearon a Julia dolorosamente. En alguno de ellos, como no,
estaba presente su ex-prometido, Alejandro. Aunque no le recordaba con pesar,
Julia había conocido a Elías durante el viaje de luna de miel que debía haber
realizado junto a él tras la boda y que al final había terminado haciendo en
solitario. Fue plenamente consciente de que el dolor que sentía provenía de ahí,
pero decidió ignorarlo.

Llegó a la dirección que Sara le había proporcionado veinte minutos antes de lo


previsto y decidió esperarla en el portal. Un par de calles más abajo, mientras
subía hacia allí, había divisado una inmobiliaria y Julia se preguntó si firmarían
allí el contrato.

Sara llegó con puntualidad. Era una chica de veinti-pocos años que vestía con una
seriedad impropia para su edad. La primera impresión que Julia se llevo de ella,
fue que era una chica realmente extraña, aunque si bien, parecía simpática y
agradable.

Le mostró la vivienda con profesionalidad, como si estuviera acostumbrada a


realizar dicha tarea. La cocina no era muy grande, más bien estrecha y pequeña,
pero el resto de los cuartos del piso le parecieron lo suficiente acogedores.

— Lo alquilamos completamente amueblado — dijo, mientras recorrían el pasillo


que unía los dormitorios con el servicio — , excepto la habitación de invitados
que está semi-amueblada.

Abrió la puerta de la habitación correspondiente y se la mostró a Julia. Tan solo


tenía una cama y un armario; nada de mesillas, ni lámparas, ni escritorio… Pero
tampoco le importaba en exceso. Desde que había cortado con Alejandro, no
poseía demasiados amigos a los que invitar a dormir.

— Como te he dicho por teléfono, me lo quedo. Es perfecto para mí — aseguró


Julia.

El papeleo en la inmobiliaria no les llevó demasiado tiempo. La mujer les


explicó las condiciones del contrato y qué derechos tenían cada una. Sara firmó
en calidad de representante de su madre, la cual se encontraba gravemente
enferma. Tras pagar la fianza, recibió las llaves de su nuevo piso y ambas se
despidieron.

— Espero que estés a gusto aquí — le deseó Sara, antes de despedirse — , y


cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme.

Julia le aseguró que así haría y cada una continuó con su camino.

Eran las cinco y media de la tarde y en treinta minutos había quedado con su
hermana — cosa de la que se arrepintió — . Cada segundo que pasaba, más
cuesta arriba se le hacía el día y más cansada se sentía. Además, debía de
trasladarse al piso y avisar en el hotel de que aquella sería la última noche que
iba a pasar allí.

Aunque El Retiro se encontraba tan sólo a un cuarto de hora de donde se


encontraba, decidió coger el autobús. Se preguntó cuántos cafés necesitaría para
soportar las horas que le quedaban de día y, sobretodo, para aguantar a su
hermana pequeña.

El autobús la dejó en la puerta del parque equivocada y, cuando Julia alcanzó la


correspondiente, Marina ya se encontraba allí esperándola.

— ¡Hermana! — saludó, abrazándola eufóricamente.

Sabía que era una falsa alegría, pero aún así le resultó reconfortante que alguien
se interesase por su regreso a España.

— ¿Qué tal estás, Marina? — inquirió, mientras la inspeccionaba de arriba abajo.

Tenía muy buen aspecto, como siempre.

Para su familia, las apariencias habían sido muy importantes de cuidar y mantener
siempre.

— Supongo que mejor que tú, ¿no? — respondió, pillando desprevenida a Julia.

Marina apoyó una mano sobre el brazo de su hermana, en señal de consuelo.

— Supongo — señaló Julia, sorprendida por la empatía que Marina estaba


demostrando tener hacia ella.

— No te preocupes, si pudiste superar lo de Alejandro, esto no será nada.

“Y ahí está mi hermanita”, pensó, mientras comenzaban a caminar hacia el parque.

Hablaron de todo un poco y, a su vez, sobre nada.


Marina le puso al día sobre los últimos cotilleos de su familia — que se reducían
a las últimas discusiones que había tenido su padre con la tía Eugenia — y le
habló, por primera vez, de su prometido. Sergio.

— ¿Te vas a casar?

Ella asintió, emocionada.

— Me lo pidió hace tres meses, pero hasta la semana pasada no se lo contamos a


las familias.

Instintivamente, se sintió decepcionada por haber sido la última en enterarse de


aquello. Además, ¿quién era Sergio? Ni siquiera había escuchado hablar de él.

— Hoy te llamaba para contártelo, pero he preferido hacerlo en persona


— añadió.

Si esperaba que Marina la llamase para saber qué tal estaba, es que se había
vuelto rematadamente loca.

— Pues me alegro mucho — murmuró Julia.

Lo decía de corazón si dejaba de lado lo decepcionada que se sentía por haber


sido la última en enterarse y que en aquellos instantes se sentía emocionalmente
hundida y lo último que necesitaba era escuchar algo sobre la maravillosa y
perfecta vida de su hermana pequeña.

— Yo también me alegro mucho de que estés de vuelta — dijo, mientras agarraba


su brazo para caminar a la par — . Ahora que has regresado, todo volverá a ser
como antes, ¿no?

Julia meditó unos instantes qué era lo que insinuaba, sin llegar a ninguna
conclusión.

— ¿Qué volverá a ser como antes? — inquirió, con el ceño fruncido mientras
escrutaba a su hermana.

— Ya sabes, todo… Supongo que volverás a pedir empleo en la empresa, ¿no?


Has trabajado muchísimos años allí y eres de las típicas que van a la oficina
aunque estés con cuarenta de fiebre. No recuerdo un solo día que hayas faltado a
trabajar así que supongo que volverán a contratarte.

Julia, sorprendida por la deducción de su hermana, pensó unos segundos qué


responderle.

— No creo que vuelva — sentenció — . Supongo que Alejandro seguirá


trabajando allí y prefiero ahorrarme el mal trago.

En realidad, prefería morirse de hambre que volver a cruzarse con ese embustero.

— No lo entiendo — murmuró, casi como si hablara consigo misma — . ¿Qué


problema hay con Alejandro? Él siempre pregunta por ti y dice que tiene ganas de
verte…

—¡ ¿Cómo?! — exclamó en voz alta, captando la atención de los transeúntesque


las rodeaban — . ¿Qué has dicho?

— Que él siempre pregunta por ti y dice que tiene ganas de verte… — respondió
con voz cansina, sin inmutarse del tono de espanto y de la ironía que habían
encerrado las palabras de su hermana.

— Te he escuchado perfectamente la primera vez, no estoy sorda.

— ¿Entonces?

Julia se detuvo en seco, captando la atención de Marina.

— ¡Qué por qué narices has tenido que hablar con Alejandro!

Su hermana se encogió de hombros en señal de respuesta.


— Es un buen tipo y en casa siempre le hemos tenido aprecio — añadió, a modo
de breve explicación — . Además, conservamos las esperanzas de que le des una
segunda oportunidad.

— No voy a darle ninguna segunda oportunidad — sentenció, mientras liberaba


poco a poco el aire que contenían sus pulmones y procuraba calmar sus nervios.
5

Había pasado la tarde completa con su hermana y después había regresado hasta
el hotel paseando. El cansancio con el que se había sentido buena parte del día
había ido desapareciendo con las horas y por fin parecía haber recuperado cierta
parte de su energía habitual.

Mientras realizaba el camino de regreso, a Julia le había parecido divisar de


nuevo al hombre trajeado de gafas que no terminaba de ubicar en sus recuerdos,
aunque no estaba cien por cien segura de que se tratara del mismo individuo. Solo
la sospecha de que la anduviese siguiendo provocó que un escalofrío recorriera
su columna vertebral. ¿Quién sería aquel tipo y qué era lo quería de ella?

Se planteó que, quizás, podía ser alguien que Elías había enviado a vigilarla pero
aquello tampoco tenía mucho sentido, ¿no? Al fin y al cabo, si Elías se encontrase
arrepentido de su comportamiento, de las mentiras y de los secretos, la habría
llamado disculpándose, como mínimo.

La primera vez que se había marchado de la mansión, aquella en la que no había


llegado ni siquiera a bajarse del taxi, Elías había intentado llamarla para
convencerla de su regreso y, al final, al ver que Julia no le respondía el teléfono,
había decidido tomar medidas más drásticas para asegurarse de que no perdía a
la mujer que amaba.

No, no tenía sentido que aquel tipo fuera un “enviado” de Elías. Pero entonces,
¿qué era lo que quería y por qué estaba en todas partes?

Se metió en la cama y encendió la televisión con intención de distraerse. La


siguiente mañana debía abandonar la habitación antes de las doce del mediodía y
para esa hora Marina ya habría acudido en su busca para ayudarla a transportar
las maletas hasta su nuevo hogar.

Por primera vez en su vida, Marina parecía realmente centrada y, quizás, un poco
más humana de lo que había sido años atrás. Aunque en el fondo seguía siendo la
misma descarada y egocéntrica de siempre, debía admitir que poco a poco todo
parecía indicar que la relación entre ellas mejoraba. No quería hacerse ilusiones
precipitadas, pero sin Elías todo lo que la rodeaba parecía negro y no podía
evitar sentirse sola, de manera que la compañía de su hermana le podía resultar
de suma ayuda para soportar todo.

Antes de cerrar los ojos y de saludar a Morfeo, revisó su teléfono móvil en busca
de posibles llamadas o mensajes. No había nada, de nada.

Al final, se quedó dormida.

La mañana siguiente se despertó igual de pesimista que la anterior. Sabía que


debía estar emocionada con su nuevo piso, pero en realidad ni siquiera le
importaba lo más mínimo. Además, la mudanza se reducía a un par de maletas y
algo de equipaje de mano. Julia no tenía más pertenencias porque a lo largo de su
vida había ido dejando todo atrás.

Recogió el ordenador portátil y la ropa que había dejado en el armario y se


preparó para bajar a recepción a realizar el check out. Se vistió unos pantalones
vaqueros y una camiseta cómoda y descendió hasta el hall, donde se reunió con su
hermana.

— ¿Has desayunado? — preguntó nada más verla.

Ella asintió con un movimiento de cabeza.

— ¿Te importa que me tome un café antes de marcharnos? — añadió, mientras


escuchaba los rugidos que provenían de su estómago.

Se sentaron en la cafetería del hotel, ambas absortas en sus propios pensamientos.

Julia no podía dejar de pensar en el hombre trajeado que había visto


continuamente a lo largo del día anterior. Algo en su interior le mandaba una señal
de alerta; por alguna razón, aquello le daba mala espina. Y lo peor era que su
sexto sentido solía acertar.

Marina, en cambio, se había pedido un té verde y removía el contenido de la taza


con aires de soñadora, sin prestar atención a su hermana.

— ¿Qué estás pensando? — inquirió Julia.

No podía llegar a imaginar qué pensamientos surcaban por el interior de aquella


cabeza “tan perfecta”.

Marina, sin inmutarse, continuó removiendo la taza.

— ¡Eh! — la llamó, estirando la mano hasta su brazo para captar su atención — .


¿Qué piensas?

Ella, sobresaltada, sacudió la cabeza en señal de negación.

— Nada, nada — se apresuró a responder — . Es solo que… — murmuró,


pensativa.

— ¿Qué? — repitió Julia, mientras sorbía los últimos resquicios del café.

— ¿Te das cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras vidas en unos años?
Bueno, ya ves, tú sin trabajo, sin casa ni pareja y yo…, yo me voy a casar, tengo
un buen trabajo, voy a ser una mujer de familia… — rió, como si aquello
resultase realmente gracioso — . ¿Te lo puedes imaginar? ¡Ni si quiera sé cocinar
y ya me voy a casar!

A pesar de la risa de su hermana, a Julia le pareció detectar cierto atisbo de terror


en su mirada.

— Lo harás bien — concluyó, intentando animarlae ignorar lo deprimente que


había pintado su vida — . Además, las cosas ya no son como en la época de papá
y mamá. Tendréis que repartiros las tareas entre los dos y compartiréis todas las
responsabilidades.

Ella asintió, pensativa.

— ¿Sabes que el otro día hice una tortilla por primera vez?

Julia negó.

La verdad es que no le resultaba para nada extraño, pues su hermana había sido
una niña consentida toda la vida.

— Se me quemó, pero supongo que la próxima me saldrá mejor. También he


aprendido cómo usar la aspiradora.

— ¿Te leíste el manual de instrucciones? — rió Julia, sin poder contenerse.

Su hermana la fulminó con la mirada, al mismo tiempo que se ponía en pie.

— Venga, vamos, que se nos van las horas y no avanzamos — concluyó, zanjando
el tema en aquel instante.

Cargaron las maletas en el coche y aparcaron una calle detrás del portal del piso.
No era un trayecto demasiado grande para cargar con ellas, pero Marina acababa
de hacerse la manicura y se negó a ayudar con la carga, así que Julia tuvo que
encargarse sola del transporte.

Aquella zona de Madrid le resultaba agradable y, por unos instantes, se permitió


olvidarse de la angustia y respirar el aire fresco olvidando todas las
preocupaciones que la habían carcomido aquellos días atrás.

Alcanzaron el portal y Julia comenzó a rebuscar en su bolso en busca de las


llaves. Había guardado, antes de abandonar la habitación, algunos artículos de
primera necesidad en él y hacían que la tarea de encontrarlas resultase sumamente
dificultosa. Entre el peine, la pasta, el cepillo de dientes y los tampax, Julia
terminó por dar con ellas diez minutos después.

Pero cuando alzó la cabeza, gloriosa, para mostrárselas a su hermana, su mirada


volvió a chocar con el hombre trajeado de gafas de sol.

— ¡No me lo puedo creer! — exclamó, anonadada, mientras le seguía con la


mirada.

El tipo se alejaba calle arriba a un ritmo bastante rápido.

Se preguntó unos segundos si seguirle o no, pero al final se perdió de su campo de


visión y Julia desechó la idea.

— ¿Qué pasa? ¿Le conoces? — preguntó Marina, distraída, mientras se revisaba


la perfección de su manicura.

Julia agitó la cabeza.

— No, no le conozco.

Marina no pareció darle mayor importancia — pues había visto que un pedazo de
pintura había saltado de su dedo gordo derecho — así que Julia decidió dejar el
tema y no ahondar en él.
Subieron hasta el tercer piso y llegaron hasta él prácticamente sin respiración. El
edificio — que era bastante antiguo — no contaba con ascensor. Julia se secó el
sudor que se le había formado en la frente por el esfuerzo de haber cargado hasta
allí arriba las maletas, mientras Marina abría la puerta y entraba en el piso.

Sin pedirle permiso a nadie, su hermana se lanzó a inspeccionarlo y Julia decidió


seguirla. Cuando terminaron de recorrer las habitaciones, se sentaron en el sofá.

— No está mal para ti — sentenció Marina.

A Julia no se le pasó por alto la especificación de “para ti” que su hermana había
realizado.

— ¿Dónde dormirás hoy? — inquirió.

Marina pasó la mano por encima de la mesa auxiliar del salón y se miró la palma
con un gesto de repugnancia, antes de frotársela contra el sofá.

— ¿Dónde voy a dormir? ¡Aquí!

Su hermana la escrutó con el ceño fruncido, justo antes de ponerse de pie de un


salto.

— ¡Venga, vamos! — exclamó.

Julia no comprendía a dónde quería ir.

— ¿No pensarás dormir en un colchón sin sabanas ni nada, no? ¿Y qué piensas
cenar o desayunar mañana? ¿Sabes que no hay papel higiénico en el baño? Creo
que necesitamos una compra de emergencia — señaló.

La verdad era que tenía razón.

Pasaron la tarde de compras, reclutando todo aquello que Marina consideraba


imprescindible para sobrevivir hasta que el coche quedó cargado hasta arriba.
Después de cenar en el centro comercial, regresaron de vuelta al piso y Julia tuvo
que realizar varios viajes de abajo a arriba para transportar todas las bolsas
mientras Marina la esperaba sentada en el sofá.

Tan sólo había sido una sensación, pero Julia sospechaba que Marina le ocultaba
algo. Es decir, dudaba que aquella ayuda que la estaba prestando fuera del todo
desinteresada, pues conocía a su hermana pequeña demasiado bien. Además,
Sergio, su prometido, le había llamado a lo largo de la tarde en cuatro ocasiones
y su hermana tan solo había respondido a una de ellas para comunicarle que se
encontraba bien, que continuaba ayudando en la mudanza y que, seguramente, se le
haría tarde para quedar aquel día.

Marina nunca había mirado por los demás y Julia sabía perfectamente que si en
realidad hubiese querido estar con su prometido, se habría marchado sin dudarlo
dos veces y sin ningún tipo de remordimiento. Por tanto, las sospechas de que su
hermana ocultaba algo prácticamente se habían confirmado para Julia.

Cuando terminó de subir todas las bolsas, su hermana se despidió de ella con un
breve abrazo y le aseguró que el día siguiente la llamaría para comprobar que su
adaptación marchaba bien. Julia rió ante su ocurrencia y le devolvió el abrazo,
agradecida por aquel día de compañía que la había entregado — fuera
desinteresado o no — .

Julia terminó de vaciar las bolsas en solitario, sumida en el repentino silencio de


la soledad. Cuando terminó, colocó las sabanas y la colcha que había comprado
en la cama del dormitorio principal y se dirigió a la ducha para refrescarse.

Dos días. Habían pasado dos días y seguía sin saber nada de Elías. Su ausencia,
su despreocupación y su desinterés le estaban resultando muy dolorosos,
demasiado para poder admitirlo en voz alta. Bajo el chorro frío y refrescante de
la ducha, Julia no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente mientras,
arrepentida, se preguntaba a sí misma por qué no había sido capaz de tener más
paciencia, de haberle escuchado. ¿Por qué no había insistido? ¿Por qué se había
marchado de buenas a primeras sin antes pelear por descubrir la verdad de todos
los asuntos que enturbiaban la relación?
En realidad conocía perfectamente la respuesta a esas preguntas: no lo había
hecho porque había estado cien por cien segura de que Elías la detendría, de que
no la dejaría marchar.

Se secó con lentitud para procurar calmar su llanto antes de acostarse y, cuando
se acercó para abrir la ventana y dejar escapar el vaho que se había formado,
volvió a encontrarse con él.
Estaba en la otra cera y no miraba hacia la ventana en la que Julia se encontraba,
sino que vigilaba el portal del edificio. Tenía un teléfono móvil en la mano y
tecleaba sin parar, distraído y alzando la cabeza de vez en cuando para
comprobar que la calle continuaba en calma y vacía.

Julia sintió cómo su corazón se aceleraba mientras escuchaba los latidos


descompensados en su cabeza. Con la mano temblorosa, cerró la ventana y apagó
la luz. Corrió las cortinas de las ventanas de su habitación y del resto de la casa y
después se aseguró de que la puerta principal se encontrase cerrada con llave y
con pestillo.

Antes de regresar al dormitorio, cogió una de las sillas plegables de la cocina y


la llevó hasta allí para colocarla junto a la ventana. Se sentó, aún asustada, y se
abrazó las piernas con los brazos sin poder contener su ansiedad.

¿Quién era ese hombre? ¿Qué era lo que quería de ella?


6

Se despertó con el sonido de su teléfono móvil resonando en la habitación.


Cuando abrió los ojos la luminiscencia que se colaba desde la ventana de su
habitación, a través de las persianas, le informó de que la mañana se encontraba
avanzada.

Julia se frotó el rostro con ambas manos y se adaptó a la luz, antes de rebuscar en
la mesilla el teléfono móvil que no dejaba de sonar.

— ¿Diga? — murmuró, aún adormecida.

— ¡Por Dios, Julia! — exclamó Marina al otro lado — ¡Dime que no estabas
dormida!

— No estaba dormida… — repitió, mientras carraspeaba para recuperar un tono


de voz normal.

Escuchó a su hermana resoplar, resignada, al otro lado del teléfono.

— ¡Pero si son la una del mediodía!

Julia interiorizó las palabras de su hermana mientras meditaba si debía contarle la


verdad o no.

Se había pasado la noche en vela, revisando hora tras hora si el hombre del traje
continuaba en la calle de enfrente, apoyado junto a la farola mientras vigilaba su
portal. A las tres de la mañana, había visto con sus propios ojos cómo otro
hombre, muy parecido al primero, le tomaba el relevo. En aquel instante, Julia
comprendió porqué le resultaba familiar; había visto aquellos tipos repetidas
veces desde que había aterrizado en Madrid. Decidió que lo mejor era no
preocupar a nadie más, por el momento.

— ¿Qué te parece si me acerco a tu casa y comemos juntas? Puedo coger algo de


comida china por el camino…

No necesitó pensárselo dos veces.

— Venga, vale, ven cuando quieras.

No sólo le venía bien tener compañía para no pensar si no que, además estaba un
poco asustada por los hombres que la estaban vigilando y estar acompañada
suponía un verdadero alivio.

Se encontraba a punto de colgar el teléfono cuando una idea surcó su cabeza.

— ¿Marina?

— Dime — respondió con rapidez.

— Trae patata, cebolla y huevos.

Su hermana guardó silencio unos segundos y después soltó una estrepitosa


carcajada.

— Hasta ahora — se despidió antes de colgar.

Antes de dirigirse a la ducha, se asomó sigilosamente por la ventana de la


habitación. En la acera de enfrente, junto a la farola, no había nadie. Abrió la
cortina y la ventana y sacó la cabeza, permitiendo que el aire madrileño le
acogiese con una ráfaga de viento frío mientras inspeccionaba la calle. Allí no
había nadie.

Se dio una ducha y organizó un poco las cosas que habían quedado descolocadas
el día anterior con la intención de que su repipi y perfeccionista hermana no se
llevase una mala intención.

Cuando el timbre de la calle resonó, a Julia le dio un vuelco el corazón y saltó


por los aires. Era Marina, claro. Pero no podía negar que continuaba asustada y
preocupada por aquellos hombres y, además, estaba convencida de que no tenían
nada que ver con Elías.

Por si acaso, mientras su hermana subía hasta el tercer piso, revisó su teléfono
para asegurarse de que no contenía ningún rastro de él. Decepcionada, se dirigió
al recibidor para abrir la puerta de la calle.

— ¡Por Dios! Esto no es humano… — dijo Marina, que llegaba agotada a la


tercera planta — . ¿Cómo no se han planteado los vecinos poner un ascensor?

— Porque el edificio tiene cuatro plantas y los vecinos de las primeras plantas no
están dispuestos a pagar una obra de tal magnitud para satisfacer al resto.

— ¿De verdad? — inquirió, asombrada, mientras se dejaba caer en el sofá.

— No lo sé, pero deduzco que así será.

Marina estiró los brazos y le entregó a su hermana la bolsa del supermercado.

Julia inspeccionó su contenido: una docena de huevos, un saco de patatas y unas


cuantas cebollas.

— ¡Perfecto! — sentenció — ¡Hoy te enseñaré a cocinar una verdadera tortilla


de patata!
Aunque la mayor parte del trabajo la realizó Julia, las dos amigas se entretuvieron
en la cocina pelando patatas, batiendo huevos y troceando la cebolla.

Marina no parecía prestar demasiado interés por la cocina — como era de


esperar — , pero se maravilló con el resultado final y aseguró que la próxima vez
dedicaría mayor atención al aprendizaje.

Entre risas, las dos hermanas se sentaron a comer en la mesa de la sala.

Por primera vez desde que había llegado a España, Julia sintió un atisbo de algo
bastante similar a la felicidad. Compartir tiempo con su hermana pequeña le
estaba resultando terapéutico y le hacía recordar que no estaba sola en la vida.

A su vez, por mucho que Marina se esforzara por aparentar ser perfecta y
encontrarse en la máxima plenitud emocional, Julia se había percatado de que tan
solo se trataba de una fachada que mostraba de cara al exterior. En varias
ocasiones, Marina se quedaba callada y pensativa con la mirada clavada en algún
punto lejano, otras veces su teléfono sonaba y ella se apresuraba a silenciarlo, sin
responder ni añadir ningún comentario.

Después de las últimas relaciones que había tenido en su vida, Julia se había
acostumbrado a sobrellevar secretos y no preguntar al respecto, así que tampoco
interrogó a su hermana sobre ello, aunque estaba totalmente segura de que no era
feliz con su vida y que algo la atormentaba.

Había conocido aquella misma actitud con Elías, cuando actuaba de alguna
manera extraña y le suplicaba a Julia con la mirada que no le preguntase al
respecto. O las noches en las que se había despertado empapado en sudor y entre
gritos porque una pesadilla sacudía sus sueños… Elías nunca la había querido
involucrar en aquellos asuntos, pero Julia sabía que, en el fondo, no era feliz.
Algo fallaba, algo le atormentaba y le robaba los buenos momentos, al igual que
le pasaba a su hermana Marina.
El timbre del portal resonó en toda la vivienda, pillándolas desprevenidas.

Julia se levantó para responder y Marina la siguió.

— ¿Esperabas visita?

Ella negó.

No le había contado a nadie que se había mudado, así que supuso que se trataría
de propaganda, de correos o de un error.

— ¿Diga? — preguntó, curiosa.

— ¿Julia Valdés?

Era la voz de un hombre.


Se preguntó quién sería y qué querría de ella mientras notaba los latidos
desbocados de su corazón. La mano con la que sujetaba el telefonillo comenzó a
temblarle peligrosamente.

— ¿Es usted Julia Valdés? — repitió el hombre.

Marina la miró con curiosidad, preguntándose quién sería.

— Sí, soy yo — respondió, al fin, con aires inseguros.

— Tengo un paquete para usted, ¿me puede abrir?

Un paquete. Un paquete para ella.


¿Quién podía enviarle un paquete si nadie sabía que vivía allí? ¿Si tan solo había
pasado una noche en aquel piso?

— ¿Hola? — preguntó de nuevo el repartidor — ¿Me abre o no?

—¡ Sí, sí! — respondió, mientras pulsaba el botón de apertura.

— ¿Quién es? — inquirió Marina, mientras ambas se acercaban a la puerta de la


calle.

— Un repartidor.

— ¿Y qué quiere?

Julia se encogió de hombros, sin saber qué responder.

Cuando el chico llegó hasta el tercer piso, ambas hermanas enmudecieron.

— ¡Madre mía! — exclamó Marina, con una sonrisa de oreja a oreja — ¿Quién
te manda eso?

El repartidor saludó con un gesto de cabeza.

— ¿Julia Valdés?

— Soy yo — respondió y el chico le entregó el descomunal ramo de rosas rojas


que portaba en sus brazos — ¿Quién lo envía? — inquirió, asombrada —
¿Seguro que son para mí?

— ¿Es usted Julia Valdés?

Ella volvió a asentir.

— Entonces sí, estoy seguro. Por favor, eche una firma y póngame su número de
DNI aquí.

— ¿No puede decirme quién las envía?

— Tienen una nota — señaló.

Marina ponía el ramo en agua mientras las inspeccionaba, asombrada. Eran


preciosas, tenía que admitirlo, y además, no había podido evitar sentir cierta
envidia por su hermana mayor. ¿Cómo se había ganado Julia aquel detallazo?
— ¿Qué pone? — preguntó, sin poder ocultar su curiosidad.

Julia leyó en voz alta.

— Asomaba a sus ojos una lágrima, y a mi labio una frase de perdón; habló el
orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un
camino, ella por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: ¿por qué
callé aquel día? Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?”

— ¿Y qué significa eso?

— Es un poema de Bécquer, lo conozco.

— ¿Y quién las envía?

No había ningún nombre escrito, pero Julia no tardó demasiado en adivinar de


quien eran: Elías. ¿Quién podía ser sino? ¿Quién tenía el suficiente poder para
descubrir dónde se encontraba instalada? Además, el poema… Describía a la
perfección su relación y la última pelea que había sufrido. “Yo voy por un
camino, ella por otro…”

— ¡Oh no! — exclamó Marina, llevándose las manos a la boca — ¡No me lo


puedo creer!

Julia analizó a su hermana, que observaba las flores con un gesto de perplejidad,
como si estuviera viendo algo invisible para el resto de los mortales.

— ¡No puedo creerlo!

Como sabía que no le contaría nada si no preguntaba al respecto, lo hizo.

— ¿Qué es lo que no puedes creer?

— ¡Son de Alejandro!

— ¿Por qué dices eso? — preguntó, sorprendida.


Julia dejó la tarjeta sobre la encimera y revisó las flores, procurando encontrar el
detalle secreto que le había guiado a su hermana hasta aquella descabellada
conclusión.

— ¿Me prometes que no te enfadarás?

Julia, con los ojos en blanco, la miró.

— ¿Qué es lo que has hecho, Marina?

— Bueno… — comenzó, mientras se alejaba de su hermana y tomaba distancia,


temerosa de su posible reacción — , no sé si ayer te lo comenté, pero Alejandro
me llama mucho… Ayer por la noche hablé un rato con él y me preguntó por ti, se
me escapó que estabas de vuelta en Madrid y bueno… Supongo que habrá
pensado que enviarte unas flores era un buen detalle de bienvenida, ¿no?

—¡ ¿De verdad?! — exclamó, sin poder creerse lo que su hermana le estaba


contando — . ¡Marina! — la regañó.

Ella se encogió de hombros en señal de disculpa.

— Bueno, aún así, ¿cómo iba Alejandro a enviarme las flores si no sabe dónde
vivo?

Marina volvió a encogerse de hombros, con el ceño fruncido, mientras juntaba las
manos en señal de “perdón”.

— ¡Por Dios, Marina! ¿Cómo se te ocurre contarle a mi ex-novio dónde vivo?

— Me lo preguntó y…

— ¡¡¡¡Marina!!!!

Aunque al principio sintió que le hervía la sangre, poco a poco se le fue pasando
el cabreo y pudo disfrutar de la película de Pretty Woman sin sentir deseos de
asesinar a su hermana pequeña.

Cuando llegó la noche, Marina se despidió de ella con aires taciturnos y Julia le
prometió que sería ella quien la llamaría al día siguiente.
7

Cuando Marina salió por la puerta, Julia se quedó sola con sus pensamientos.
No quería ser paranoica, ni pensar en el hombre que había visto aquella noche
bajo su ventana, pero inconscientemente cada sentimiento negativo que albergaba
comenzó a apalearla.

¿Cómo iba a vivir tranquila en Madrid si tenía miedo de salir a la calle? ¿Cómo
iba a rehacer su vida, si aún no había olvidado el rostro de Elías?

Suspiró hondo y se dirigió a la cocina en busca de algo para cenar. Sentía


ansiedad y aquello potenciaba su hambre desmesuradamente. Por desgracia para
ella, la nevera se encontraba sumamente escasa de existencias; necesitaba ir al
supermercado.

Se sentó en la mesa mientras decidía qué hacer. Frente a ella, las flores que
Alejandro le había enviado decoraban la encimera en un jarrón improvisado que
había fabricado su hermana. No pudo evitar que una mala sensación aflorase en su
interior al pensar que, por alguna razón, se encontraba retrocediendo en el
pasado. Alejandro, Marina, Madrid… Había regresado y había recuperado todo
aquello que había procurado dejar atrás con tanto esfuerzo.

Se levantó y se asomó con sigilo por la ventana de la cocina, que también daba al
portal. En un principio, no fue capaz de atisbar nada extraño ni nadie aguardando
su salida, pero por si acaso no dejó de examinar la calle hasta que se encontró
totalmente segura de que no había rastro de ningún vigilante.

Decidió, armándose de valor, que no podía pasarse el día completo metida en un


piso y que tarde o temprano tendría que salir de allí. ¿A qué esperaba, entonces?
Al fin y al cabo, no tenía nada que perder..

Cuando se giró sobre sí misma con intenciones de regresar a su dormitorio para


vestirse, su miraba volvió a chocar con las flores que le había enviado Alejandro.
Las examinó detenidamente hasta que tomó la decisión de deshacerse de ellas, al
igual que se había deshecho de todo lo que le había involucrado en su vida.

Las tiró al cubo de la basura y pasó de largo. Se vistió unos pantalones vaqueros,
una camiseta y unas deportivas cómodas; aunque no tenía intención de caminar
muy lejos.

El día anterior, al aparcar el coche un par de calles más abajo, había dado con un
irlandés que parecía disponer de cualquier tipo de producto relacionado con la
comida rápida: hamburguesas, pizzas, bocadillos, patatas, helados, etc.

No pudo evitar echar otro vistazo por la ventana, preocupada. Sabía que, quizás,
estuviera exagerando por el asunto, pero aún así no lograba quitárselo de la
cabeza.

Cuando se iba a marchar, su miraba chocó con el cubo de la papelera y con el


ramo de flores que asomaba sobre ella. ¿Por qué sentía que aquellas flores no las
había enviado Alejandro? Había estado con él buena parte de su vida y, a
diferencia de con Elías, Julia siempre había sentido que en el fondo jamás había
llegado a conocer a aquel hombre. Aún así, a lo largo de aquellos años en los que
habían mantenido una relación medianamente feliz, Alejandro jamás había tenido
un detalle similar con ella. No era, ni había sido, un hombre detallista y aquel
pensamiento no hacía otra cosa que reforzar su teoría de que aquellas flores no
las había enviado él. Además, ¿desde cuándo leía poesía Alejandro? No
recordaba haberlo visto con un libro en la mano jamás.

Antes de abandonar su hogar, volvió a colocar las flores en el jarrón y las


contempló unos segundos más. Si no las había enviado Elías, ¿quién había podido
hacerlo? Tenía que haber sido él… Aunque tampoco entendía la razón por la que
no había recibido noticias suyas.

Bajó las escaleras del portal con aquellos pensamientos rondándole en la cabeza.
Cuando llegó a la planta baja, el miedo volvió a invadir su cuerpo acelerando su
corazón y descompensando su respiración. Revisó desde detrás de la protección
del cristal de la puerta que no hubiese nada extraño en el exterior. Se había
asegurado durante un buen rato examinando la calle desde la ventana, pero aún no
lograba sentirse segura. Su instinto le gritaba a voces que algo malo estaba
ocurriendo y que aquella situación no alcanzaría final de buenas a primeras.

Abrió la puerta y salió. El aire la golpeó con fuerza, recalcando que se


encontraba fuera de su entorno, fuera de su piso, fuera de su burbuja de seguridad.
Suspiró y exhaló con lentitud, liberándose con parsimonia del contenido íntegro
de sus pulmones.

— Aquí no hay nadie, Julia — murmuró en voz baja.

Se sentía como una loca comportándose de aquella manera y sabía que, si no se


calmaba, terminaría sufriendo un ataque de pánico.

— Aquí no hay nadie — repitió con firmeza.

¿Y si había alguien? ¿Y si ese alguien estaba escondido, esperando su momento


para lanzarse a por ella?

No tenía sentido que nadie se preocupase por una persona tan insignificante como
Julia, ¿no?

Caminó al frente y aceleró el pasó, desviando la mirada hacia todas partes sin
encontrar nada que llamase su atención. Sin darse cuenta, a lo largo de la calle,
chocó con tres personas que la observaron con gesto de pocos amigos mientras
retomaban su camino y la escrutaban con descaro. Julia ignoró a cada transeúnte
que dejaba atrás, buscando a alguien en concreto mientras el camino hasta el
irlandés se iba acortando poco a poco.

Tuvo que mirar tres veces hacia detrás para verificarlo; pero allí estaba. ¡No
podía creerlo! Aunque se alegraba de no encontrarse perdiendo la cabeza, no
entendía por qué la buscaban. Se dio cuenta, mientras las lágrimas afloraban en su
rostro y la ansiedad comenzaba a oprimirle el pecho, que sentía un pánico atroz y
que, además, no era solo un hombre quien la perseguía. Eran dos. ¿Quizás tres?
Le costaba atisbarlos entre la gente, pues caminaban bastantes metros por detrás
de ella y parecían ir camuflándose.

No fue consciente de que había echado a correr hasta que le costó tomar aire.
Tampoco sabía cuando tiempo llevaba corriendo, pero sintió que las piernas le
flaqueaban y que no podía soportarlo más. Por alguna razón, también había
perdido la noción del tiempo y del lugar y no conseguía distinguir la calle en la
que se encontraba, aunque sabía que no podía encontrarse demasiado lejos del
piso.

Echó la mirada hacia detrás y los vio. Su descanso había llegado a su final, pues
los hombres también corrían en su dirección dispuestos a darla caza. Julia notó
las náuseas revolotear en su esófago y tuvo que contenerse para no vomitar,
mientras echaba a correr de nuevo sin mirar ni un solo instante más hacia detrás.

Movía un pie detrás de otro, sin pensar, sin ser consciente de hacia dónde se
dirigía. Tenía que llamar a la policía, tenía que explicarle a alguien qué era lo que
estaba sucediendo. ¿Por qué la perseguían? ¿Qué era lo que querían de ella?

Se dio cuenta de que llevaba el bolso bajo el brazo y de que el teléfono móvil
tenía que estar allí. Con las extremidades temblorosas y sin bajar el ritmo de la
carrera, introdujo una mano en el interior del bolso y comenzó a tantear entre los
diferentes objetos. Si miraba hacia detrás, perdería tiempo y ritmo y ellos
ganarían en ventaja pero… ¿Cómo de cerca estaban de ella? ¿Cuánto faltaba para
que la alcanzasen?

Pensó en refugiarse en algún bar o algo similar; pero el miedo no le permitía


detenerse. Tampoco podía gritar. La ansiedad que le oprimía el pecho la obligaba
a continuar de aquella manera, dando zancadas cada vez más rápidas sin poder
concentrarse en nada.

Recordó porqué estaba su bolso abierto y retomó la tarea de buscar el teléfono,


sin éxito. Los nervios le jugaron una mala pasada y, sin poder evitarlo, terminó
resbalándose de su brazo y cayendo el suelo. Escuchó el golpe, pero tampoco se
detuvo a recogerlo o mirar; en cambio, continuó corriendo.

Sentía que de un momento a otro terminaría desfalleciéndose allí mismo, en mitad


de la calle, y que aquellos tipos la capturarían. Tenía que hacer algo… ¿Pero
qué? No veía bares, ni comercios, ni siquiera veía un portal abierto o alguien a
quien acudir en busca de auxilio. Le pareció que unos metros al fondo había una
persona saliendo de un vehículo y que, si aquella no era su calle, se encontraba
muy cerca.

Veía todo borroso, pero según avanzaba, la persona cobraba nitidez. Se armó de
valor para mirar hacia detrás unos segundos; tan sólo desvió la mirada de su
objetivo unos pocos centímetros, pero fueron suficientes para perder la
concentración y caer de bruces contra la calzada. Notó el golpe seco contra su
hombro y el sonido hueco de su rodilla contra el asfalto; pero ellos estaban allí,
sólo les faltaban unos metros para atraparla. Se arrastró un metro y medio, hasta
que logró volver a levantarse y echar a correr. El dolor que sentía era inmenso,
pero el pánico que controlaba su cuerpo resultaba aún mayor.

— ¡Socorro! ¡Ayuda!
El sonido abandonó su garganta, pero no parecía su voz.

Sentía que se había colado en una novela de Stephen King donde su destino estaba
predestinado y, cómo no, terminaría sin ser de su agrado.

— ¡Socorro!

El hombre estaba a unos diez metros de ella y la miraba con curiosidad. Julia le
alcanzó, con las articulaciones magulladas y la respiración descompensada.

— ¡Por favor, ayúdame, por favor! — gritaba, mientras tiraba de la chaqueta del
individuo con ambas manos, apremiándole para que entrase en acción.

El desconocido miró a su alrededor y después centró su atención en Julia.

— Cálmate, ¿qué te pasa?

Se notaba que el estado de la chica también había logrado alterarle a él.

Julia miró hacia atrás, pensando que a aquellas alturas tendría encima a sus dos
persecutores. Uno de ellos había desaparecido y el otro continuaba en dirección a
ella pero, en vez de correr, caminaba distraídamente aparentando ser un
ciudadano más paseando por la vía.

— ¿Qué es lo que te ocurre? — insistió el desconocido, zafándose de las manos


de Julia.

Estaba tan asustada, que ni siquiera podía pronunciar una palabra más en voz alta.

Tenía que llamar a la policía, sí. Eso era lo que tenía que hacer.
Señaló con la mano al hombre que caminaba en dirección a ellos, pero no fue
capaz de decir nada más. El desconocido la examinó de arriba abajo y arqueó las
cejas.

— ¿Estás bien de la cabeza, chica?


La opresión del pecho comenzó acentuarse cuanto más cerca se encontraba él.
Nueve metros y medio. Ocho metros. El hombre caminaba a paso ligero y cada
vez estaba más cerca. Cinco metros. Julia pensó que, si el tipo estiraba la mano,
podría llegar a alcanzarla.

Sin pensárselo dos veces, echó a correr de nuevo. Sabía que su persecutor se
estaba intentando camuflar, así que pensó que delante del desconocido al que
Julia había pedido socorro no echaría a correr tras ella. Recordó que el segundo
hombre que la perseguía podía encontrarse en cualquier lugar y aquello la asustó
todavía más.

Veía su alrededor borroso y su estado había empeorado. No podía distinguir qué


era lo que tenía delante ni dónde estaba, tan sólo veía la acera y corría, con la
vista turbia y un pitido extraño resonando en su cabeza. Tenía que llegar a algún
lugar, tenía que ponerse a salvo porque de un momento a otro, terminaría
desmayándose.

¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? ¿Huyendo? ¿Por qué narices había tenido la
estúpida idea de salir de casa? ¿Por qué no había llamado a la policía la noche
anterior?

— ¡Julia! ¡JULIA!

Su nombre.

Lo escuchaba detrás de los pitidos, muy cerca. No lograba distinguir ningún


sonido más, ni la voz de su persecutor, pero había logrado distinguir su nombre.
La buscaban a ella, la querían a ella. La perseguían a ella.

Chocó contra algo y cayó al suelo, dándose de bruces otra vez contra la calzada.
El dolor que ya sentía se acentuó y el pitido comenzó a resonar más y más alto en
el interior de su cabeza, amortiguando cualquier tipo de sonido que pudiera
producirse en el interior.
El cansancio que sentía, el pánico, la ansiedad y el dolor le impedían moverse.
Notó los brazos de alguien rodeándola por la espalda, pero tampoco lograba ver
más allá. Su visión se había emborronado y el mareo que la invadía no le permitía
girarse hacia detrás.

— Julia … Julia…, Julia…

El hombre que la había alcanzado tiró de su cuerpo y la levantó.

Estaba demasiado mal y no pensaba con claridad, pero cuando la obligaron a


girar sobre su propio eje, la visión de Elías invadió su mente, proporcionándole
una calma arrolladora. ¿Estaba teniendo una alucinación? Lo veía con total
claridad entre la neblina emborronada que se había formado; su piel morena, sus
ojos profundos mirándola con dolor, con amor, con pasión.

Sintió que su rostro se humedecía y hundió la cabeza bajo su pecho. Julia percibió
una caricia en su espalda y el susurro de Elías murmurándole que estaba a salvo,
que estaba con él.

— Me persiguen…

Él la estrechó con fuerza unos segundos, antes de separar ambos cuerpos para
poder examinarla.

— Julia, soy yo, Elías…

— Me persiguen… — repitió.

Aunque el miedo se había esfumado de un plumazo, el dolor, el cansancio y el


mareo que la tenían prisionera no se marcharon con tanta rapidez.

Él alzó una mano hasta su rostro y le acarició la mejilla, secando sus lágrimas.

— Vamos a tu piso, ¿vale?

Era la voz de Elías. Era él. Sus manos, sus brazos, su tez, su mirada, sus
facciones… Era él.

Una sensación de felicidad recorrió su cuerpo y Julia tuvo que palpar al hombre
que tenía delante para volver a asegurarse de que no se encontraba sufriendo una
alucinación.

En aquellos instantes había dejado de preocuparse por sus persecutores. Sabía


que estaba a salvo, completamente a salvo, mientras se encontrase a su lado.
8

No recordaba con total claridad cómo habían regresado hasta el piso, pero sabía
que Elías había retrocedido calle abajo mientras la transportaba en sus brazos y
le susurraba que todo iba a salir bien.

Julia supuso que en el transcurso de vuelta debió de dar con el bolso que había
perdido y las pertenencias del mismo, pues cuando despertó en el sofá fueron lo
primero que divisó sobre la mesa auxiliar de la sala.

Cuando escuchó varios golpes secos desde la cocina, su corazón se sobresaltó.


Después recordó a Elías con mayor claridad y comenzó a atar todos los cabos,
reconstruyendo la escena que había vivido.

Se incorporó con lentitud, asegurándose de que el mareo había cesado. En


realidad, ¿se había desmayado? No lograba recordar cómo había acabado en el
sofá, ni cómo había subido las escaleras hasta llegar allí.

Elías salió de la cocina y se quedó en el umbral del salón-comedor con una media
sonrisa en el semblante. Ella imitó su gesto y lo examinó, percatándose del dolor
que reflejaba su mirada y de las ojeras marcadas que se habían acentuado aún más
en aquellos días que habían estado separados.

— ¿Puedo sentarme contigo? — preguntó.


Ella asintió sin pensárselo dos veces.

Aunque se sentía feliz, plenamente feliz por tener a Elías a su lado, recordaba
perfectamente porqué se había marchado de México y no estaba dispuesta a ceder
de buenas a primeras. Cierto era que ansiaba con todas sus fuerzas perdonarle,
regresar y que todo comenzase de cero, pero no podía hacerlo si él no aportaba su
granito de arena, su parte. No regresaría a su lado mientras no se abriera a ella.

Elías caminó y tomó asiento.

Julia no pudo reprimir una pequeña risita cuando notó la inseguridad de sus
movimientos. Elías, que siempre había sido tan firme, tan seguro, tan obstinado,
tan controlador, se estaba comportando de manera… ¿temerosa?

Se sentó y deslizó la mano hasta la magullada rodilla de Julia. Bajo la tela rota de
los pantalones vaqueros que vestía se podía intuir la sangre seca y la postilla. La
palpó con suavidad y ella soltó un quejido, sin poder contener el escozor que
sentía.

— ¿Te duele? — preguntó.

Julia no respondió.

Se sentía tan extraña allí con él… Era una sensación peculiar, como si los últimos
días de su vida se habrían esfumado y hubiesen retomado todo desde el punto en
el que se habían visto por última vez.

Elías resopló ante su silencio, frustrado y sin saber cómo desenvolverse. Jamás
había luchado por una mujer, mucho menos cruzado un océano. Quería a Julia, lo
sabía; se había enamorado de ella sin remedio y la había retenido en México, a su
lado, pensando que sería como las demás y asumiría cualquier explicación que él
le concediese sin hacerle más preguntas al respecto. Pero Julia no era así y por
esa misma razón la amaba; porque no era como las demás.
Recordó el instante en el que la vio salir por la puerta, dejándole con el corazón
roto allí, solo. Julia había sido la última persona en pronunciar el nombre de
“Carlos”, su mejor amigo, que había muerto de una manera demasiado cruel como
para ser reproducida, dejando a Elías destrozado y sin fuerzas para más. No
podía retenerla ni obligarla a continuar allí y, además, tampoco podía concederle
la explicación que ella tanto anhelaba.

La miró a los ojos y le pareció encontrar en ellos a una mujer diferente a la que
había conocido. Llevaban muy poco tiempo separados pero sabía que algo, por
mínimo que fuera, había cambiado.

— Te he echado de menos — dijo Elías, sin poder quitarle la mirada de encima.

Ella asintió, pero no añadió una respuesta.

Se quedaron en silencio varios minutos, mirándose fijamente.

Julia tenía la sensación de que Elías estaba intentando sacar algo de su interior a
la fuerza, pero tampoco lograba deducir qué quería o esperaba. Estaba cansada,
muy cansada, y le dolía gran parte del cuerpo por las caídas.

— Me alegra saber que no has tirado a la basura mi regalo... — murmuró,


mientras le guiñaba un ojo y señalaba hacia la cocina.

No pudo evitar soltar una carcajada.


Lo había sabido desde el principio. Había sabido en su interior que aquellas
flores se las había enviado él.

— Son preciosas, gracias…

Elías atrapó el rostro de ella entre las manos y se fue acercando poco a poco
hasta rozar los labios con los suyos. Sintió el calor que desprendía su cuerpo y su
olor, tan familiar, regresar a él.

La había echado de menos; mucho, muchísimo.


Al principio sólo rozaron unos labios con los del otro, de manera superficial,
hasta que unos segundos después la llama que siempre habían sentido se hizo
potente y se fundieron en un beso largo y apasionado.

Elías deslizó la mano alrededor de su cintura mientras Julia le mordía levemente


el labio inferior, dolorida y excitada por volver a sentir al hombre que amaba
junto a ella. Sabía que estaba cometiendo un error y que debía mantenerse fuerte y
no ceder con tanta facilidad, pero le era imposible. Sentía esa conexión eléctrica
que se formaba entre sus cuerpos siempre que estaban juntos; esa red que los unía
de una manera ancestral y natural, salvaje y primaria. Notó la fuerza de Elías
atrayéndola hacia él hasta que se unieron. Sus manos, inquietas y familiares,
recorrían su espalda para detenerse en su trasero y saborearlo, palparlo. Julia
notó que, dada la postura en la que se encontraba, el dolor de su hombro se
intensificaba aún más. Intentó reprimir la mueca de tormento, pero Elías se la
adivinó y detuvo su acto.

La miró varios segundos, sopesando si continuar o no.


En realidad, no quería parar. Quería sentirla, tenerla, hacerla suya. Quería
volverse a unir a ella…

— Ven, vamos — dijo, al final, cogiéndola de la mano y tirando de ella.

Julia sonrió pícaramente y él sacudió la cabeza en señal de negación, mientras la


aupaba en sus brazos.

Caminó hasta el servicio y encendió los grifos de la bañera. La tensión entre


ambos no hacía más que aumentar y Julia notó cómo un dolor comenzaba a crecer
en su vientre.

Elías comenzó a desnudarse. Vestía unos pantalones negros y un polo que


potenciaban notoriamente el moreno que México le había entregado. Se quitó el
pantalón y después se deslizó el polo por encima de su cabeza. Julia no le quitaba
el ojo de encima, boquiabierta, preguntándose cómo era posible que Elías
continuase hechizándola tanto como el primer día.

— Desnúdate — ordenó, con su característica voz firme y neutra.

Julia se levantó la camiseta con cuidado y la dejó caer al suelo a través del brazo
que no tenía magullado. Después se deshizo del pantalón, que se le había quedado
buena parte adherido a la herida de la rodilla.

Elías sacudió la cabeza y contempló horrorizado las marcas que lucía en su


cuerpo, preguntándose qué era lo que la había podido asustar tanto.
Llevaba varias horas esperándola debajo de su casa para poder hablar con ella
hasta que la vio salir. Supo, instantáneamente, que algo extraño de ocurría. Pocos
metros después, mientras él caminaba a su par por la otra cera, la vio correr. Julia
solo miraba hacia delante y corría, sin girar la cabeza, sin pedir ayuda o decir
nada más. Le perdió la pista cuando, al cruzar la carretera, un coche tuvo que
pegar un frenazo. Cuando volvió a alcanzarla, unas calles después, Julia parecía
completamente ida y fuera de sí.

¿Qué era lo que le había ocurrido?

Le besó el vientre y después apagó los grifos. Comprobó que el agua se


encontrase tibia y la invitó, con un gesto, a que se introdujera en la bañera.
Ella obedeció sin pensárselo dos veces.

El agua templada calmó el dolor que sentía en las magulladuras y le proporcionó


un efecto sedante y calmante. Observó cómo Elías se quitaba los bóxers para
después introducirse en la bañera, tras ella. Apoyó la espalda contra su pecho y
Elías la rodeó con los brazos.

Durante muchísimo tiempo, el simple contacto con la piel desnuda de Julia había
provocado que la excitación sentida se le elevase a cien, pero allí tumbados, en el
agua, después de tanto tiempo separados, se sentía pleno, feliz y completo.

— ¿De qué huías? — preguntó, pillándola desprevenida.


Ella hundió las manos en forma de jarra y se echó el agua tibia sobre los
hombros, sin responder. Elías supuso que tenía frío, así que cogió la esponja y la
sumergió, para después escurrirla presionándola levemente contra la clavícula de
Julia.

¿De quién huía? No sabía quiénes eran ni qué buscaban de ella.

— No sé quiénes son. Llevan persiguiéndome desde que llegue a Madrid.

Notó el cuerpo de Elías tensarse tras ella y tuvo la sensación de que se


estremecía, pero no dijo nada. Simplemente asintió.

— El otro día vi que pasaban la noche debajo del piso, sin moverse y turnándose
para vigilarme — añadió.

Si lo decía en voz alta, prácticamente parecía una loca.

Él soltó la esponja y volvió a rodearla con los brazos, apretándola con fuerza
contra su pecho.

— Nadie te hará daño mientras yo esté aquí — aseguró.

Julia lo sabía. Sabía que era cierto.

— Pensé que no vendrías…

Elías suspiró hondo.

— Pensé que no me perdonarías.

Julia imitó el suspiro de Elías.

En realidad, aún no le había perdonado. ¿Estaba Elías dispuesto a contarle la


verdad?
9

Julia era perfecta tal y como era, porque era real.


Su cuerpo había sufrido con el paso del tiempo y cada esquina de su piel
mostraba un suceso. Una arruga en la comisura de los labios que explicaba cada
sonrisa que había vivido. Una cicatriz en la pierna que relataba una caída en sus
años más locos y adolescentes. El rastro de una quemadura contaba sus primeros
intentos con el horno y los fogones.
Ella entera era perfecta, única.

Aunque la primera vez que la vio Elías quedó cautivado por su belleza natural, no
tardó demasiado en enamorarse de todas sus imperfecciones; aquellas que la
hacían tan diferente y perfecta a su vez.

Deslizó el dedo a través de sus desnudas piernas y se detuvo unos segundos en su


monte de Venus para apreciar lo hermosa que se encontraba así; expuesta,
tumbada para él, calmada, dispuesta a todo. Ella sonrió levemente y él continuó el
recorrido, pasando por su ombligo hasta alcanzar sus pechos. Los rodeó y trepó
por ellos para entretenerse en endurecer cada pezón. Cuando llegó a su cuello,
Julia agachó la cabeza y atrapó su dedo entre los dientes; lo lamió, succionó y le
dio un pequeño mordisco antes de liberarlo.
Elías le devolvió la sonrisa y comenzó a realizar el recorrido de regreso, dejando
atrás sus pechos, su cintura, su ombligo, su cadera y su monte de Venus. Introdujo
su dedo, que aún continuaba húmedo, entre las piernas de Julia, retirando
levemente sus labios vaginales para acariciarla por completo. Pasó por encima de
su clítoris una vez y notó cómo las piernas de Julia se endurecían por el placer.
Repitió el acto, mientras examinaba su rostro fijamente.

Julia había echado de menos aquellos juegos, aquella complicidad.


Notar que cuando ambos hacían el amor todo desaparecía del mundo para ser,
únicamente, ellos dos. Observó cómo Elías acariciaba su sexo superficialmente,
humedeciéndola y provocando que su clítoris y sus labios se hincharan,
doloridos, buscando alivio en él. Volvió a entregarle su mano, en aquella ocasión
dos dedos, para que los lamiera y succionase. Ella obedeció y se los introdujo en
la boca; notó su propio sabor mientras los chupaba y lamía con los ojos cerrados,
dedicándose plenamente a complacer las peticiones de Elías. Después retiró su
mano y la devolvió al sexo de Julia. Introdujo dos dedos en su interior y comenzó
a moverlos con suavidad, sacándolos y metiéndolos lentamente mientras
observaba cómo el rostro de la mujer que tenía delante se descomponía en una
mueca de placer.

Cuando sintió que el gozo comenzaba a llegar a límites salvajes, rodeó su cuerpo
con ambas piernas y tiró de él para tumbarlo sobre ella.

Elías la besó apasionadamente, con furia y ansia, mientras sentía cómo el deseo
por poseerla aumentaba por segundos cada vez más. Julia alargó la mano hasta
agarrar el fuerte y duro pene de Elías y comenzó a masajearlo y moverlo. Era
consciente de cómo podía llegar a excitarle porque lo notaba en sus besos y en
sus caricias desesperadas.

Sonrió pícaramente cuando lo apartó de un manotazo. Elías soltó una carcajada


ante la fiereza de Julia, y se dejó hacer, totalmente cautivado. Ella bajó
lentamente con un reguero de besos y comenzó a chupar y a lamer su pene; estaba
erecto y grande. Lamía el hinchado y húmedo glande mientras que con la mano,
subía y bajaba la base moviéndola en círculos.

Elías la colocó de espaldas sobre la cama y ella dobló sus piernas, dejando su
trasero expuesto mientras sus pechos rozaban las sábanas con los pezones. Le
propinó un azote juguetón y se restregó en ella, antes de hundirse plenamente.

Sus cuerpos se conectaron, se entrelazaron; Elías se movía hacía delante y hacía


atrás, llenando todo el espacio que albergaba Julia, mientras ella se preparaba
para recibir cada movimiento, provocando que se clavase aún más en su interior.

Elías escuchó los gemidos roncos de placer de Julia, que tenía el rostro contra la
almohada y procuraba ahogar los sonidos que abandonaban su cuerpo. Le
encantaba observar cómo disfrutaba y aquello era lo que más llegaba a excitarle.
Agarró sus caderas para forzar más a fondo cada embestida, hundiéndose por
completo en su interior. Ella gritó y él respondió con un cachete en la nalga
derecha.

— ¡Oh, Elías!

Acarició la zona donde la había golpeado y después le propinó otro cachete.

Agarró con fuerza la zona enrojecida mientras las embestidas continuaban una
detrás de otra y los gritos de placer inundaban la habitación en la que se
encontraban. Observó cómo Julia apretaba la sabana con las manos, clavando las
uñas en ella.

Deslizó, mientras continuaba hundiéndose en ella, los dedos por su columna


vertebral hasta alcanzar sus nalgas. Se introdujo entre ellos y fue descendiendo
suavemente hasta su orificio anal, donde se entretuvo jugueteando, acariciándolo
e introduciéndose levemente, sabiendo que aquella parte de ella aún era
totalmente virgen para él.

Julia se detuvo y se giró para observarle.


Después se tumbó en la cama bocarriba y permitió que Elías se deslizase entre
sus piernas. Se clavó de nuevo en ella, mientras sus narices se rozaban y sus
labios se buscaban con deseo. Una embestida, otra, otra…, más fuertes, más
salvajes, más intensas, mientras sus dientes chocaban y sus lenguas se enroscaban
con ansia, queriendo unirse, haciéndose un solo ser.

Alcanzaron el orgasmo a la par, como casi siempre que hacían el amor.

Ella se enroscó bajo su brazo y él se mantuvo en silencio, acariciándole la


espalda suavemente mientras mantenía la mirada clavada en el techo.

Tenían demasiadas cosas que decir y demasiados asuntos que tratar y ambos lo
sabían, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a permitir que aquel momento se
extinguiera sin antes disfrutar de él.
10

Julia no tardó demasiado en quedarse dormida bajo la protección de Elías.


Estaba destrozada por la carrera de huída que había tenido lugar unas horas atrás
y los sentimientos de los últimos acontecimientos habían sido demasiado intensos.

Se despertó entre sus brazos cuando él comenzó a agitarse; seguramente por el


sufrimiento de otra de sus pesadillas. Aunque los meses anteriores se había
acostumbrado a calmarlo, en aquella ocasión no quiso despertarle. Tenía miedo.
Tenía miedo de enfrentarse a él.

Besó sus labios con suavidad y se deslizó por las sábanas hasta salir fuera.
Notaba un agujero en el estómago y se moría de hambre, así que caminó hasta la
cocina y cerró la puerta para amortiguar el ruido que pudiera hacer.

Por desgracia, como bien había comprobado el día anterior, estaba escasa de
existencias y necesitaba realizar una buena compra de provisiones. Optó por
tomar un vaso de leche con azúcar, ya que ni siquiera tenía café. Se sentó en la
pequeña mesa de la cocina y contempló las flores que yacían en la encimera. Las
flores que Elías le había enviado para pedirle perdón.

No necesitaba leer el poema de Bécquer, pues aquel soneto se lo conocía muy


bien.
Asomaba a sus ojos una lágrima,

y a mi labio una frase de perdón;

habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?

Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

“¿Y ahora qué?”, pensó, mientras recreaba su vida en solitario en Madrid. ¿Quién
de los dos daría el primer paso? ¿Quién pediría perdón? ¿Le explicaría Elías la
verdad o la intentaría evitar? ¿Más secretos? ¿Más mentiras?

Suspiró hondo y miró el reloj. Eran las seis y media de la mañana, pero había
descansado tan profundamente que no tenía un ápice de sueño.

Se terminó de un trago la leche del vaso mientras Marina reaparecía en sus


pensamientos; si decidía regresar a México, tendría que hablar con ella muy
seriamente. Sabía lo orgullosa que podía ser su hermana y que jamás le contaría
qué era lo que sucedía, pero no quería pensar que la dejaba tirada en plena crisis
con su prometido. Porque, en realidad, Julia sospechaba que todo el malestar de
Marina provenía de aquella boda, pero eran palabras demasiados serias como
para lanzarlas al aire sin ton ni son.

Se acercó hasta la fregadera y dejó el vaso a remojo dentro de ella. A través de


las cortinas, los primeros rayos de sol madrileños se colaban con timidez en la
cocina. Julia las retiró y contempló el cielo anaranjado que poco a poco quería
azularse. Aquel no era, precisamente, el piso de sus sueños, pero debía admitir
que aquellas vistas del amanecer no tenían precio y que en pocos lugares de
Madrid podías encontrarlos. Cuando abrió la ventana para recibir el aire fresco,
sus ojos chocaron con él. Allí estaba; seguían vigilándola. El hombre estaba
apoyado contra la farola y no le quitaba la mirada de encima a la cristalera del
portal.

Se apartó torpemente de la ventana mientras el corazón se le aceleraba a mil por


hora en un solo segundo. Después del susto que se había llevado la noche
anterior, el pánico que sentía hacia aquellos individuos había aumentado
desmesuradamente.

Caminó, aturdida y temblorosa, hasta el dormitorio principal. Cuando abrió la


puerta, Elías continuaba durmiendo plácidamente y la pesadilla que le provocaba
los sudores parecía haberse extinguido. Pensó en despertarle, pero estaba tan
asustada que ni siquiera podía hablar. En lugar de hacerlo, se dejó caer a su lado
en la cama y abrazó su torso. No iba a dormirse, pero tampoco iba a separarse de
él nunca más.

¿Sabrían aquellos hombres que no estaba sola? ¿Qué Elías se encontraba allí con
ella?
11

Se revolvió en la calma cuando sintió que el sueño le abandonaba.

Desde que Julia le había dejado, no había vuelto a pegar ojo hasta aquel día. Notó
el calor que emanaba el cuerpo de la mujer que tenía a su lado y sonrió, aún con
los ojos cerrados, mientras pensaba que daba exactamente igual dónde se
encontrara porque mientras ella estuviera a su lado, encontraría siempre un hogar.

Notaba su abrazo, fuerte y firme y se preguntó si estaría despierta o dormida.


Abrió los ojos, sin moverse un ápice para no despertarla, y se acostumbró a la
claridad que se colaba por la ventana. El reloj de la mesilla le contaba que ya
habían pasado las ocho de la mañana.

Cuando se dio cuenta de que ella también tenía los ojos abiertos, la estrechó aún
más entre sus brazos.

— Buenos días, bella — murmuró en su oreja, sin soltarla.

Ella alzó la mirada y le examinó, sin responder.


— ¿Qué ocurre? — inquirió, confuso, al notar la tensión que portaba el rostro de
Julia.

— Están aquí… — musitó, señalando la ventana de la habitación.

Elías saltó de la cama, desnudo, y se acercó hasta el lugar que Julia le había
señalado.

Se había formado una pequeña idea de quién podría estar vigilándola, pero
tampoco terminaba de encontrarle sentido a todo aquello. Cuando recordó el
espanto y el terror con los que había encontrado el día anterior a Julia, un
escalofrío recorrió su cuerpo.

Retiró la cortina y revisó el exterior. La calle de enfrente parecía vacía y si


contemplaba ambos lados todo parecía encontrarse en calma. Fuera quien fuese,
se había marchado.

— No hay nadie — dijo, mientras terminaba de examinar la calle.

— Estaba ahí, bajo la farola — repitió ella.

Elías se giró para observarla.


Se había sentado, temblorosa, en la esquina de la cama. Parecía estar más
asustada de lo que procuraba aparentar y aquello le rompió el corazón. ¿De qué
tenía miedo? Él estaba a su lado y no iba a permitir que nada le ocurriese.

Se acercó hasta ella y le acarició el rostro.

— Vamos a desayunar y no te preocupes por nada, si aparecen, estarás conmigo.

Ella asintió y él agarró su mano.

— Elías… — comenzó, insegura, sin saber cómo dar pie a la conversación — ,


creo que debemos hablar, ¿no?

Él exhaló el aire de sus pulmones con lentitud; sabía que aquel instante llegaría,
pero había esperado encontrarse con un poco más de margen.

— ¿Quieres hablar ahora?

— Sí — respondió Julia, con firmeza — . Me marché porque no querías contarme


la verdad y no he cambiado de idea al respecto. Si quieres que esté en tu vida,
tendrás que hacerme participe de todo lo que te rodea. No quiero más secretos.

No le miraba a él, sino al suelo.


Aunque anhelaba conocer todo lo que rodeaba a Elías, sabía que aquella
conversación podía no llegar a buen puerto. Se preguntaba qué era lo que tanto le
asustaba contarle y las posibles respuestas la aterraron aún más, mientras
recordaba el llanto del bebé y a la mujer que apareció en la mansión gritando a
pleno pulmón que eran “unos asesinos”. Le había insinuado que si le explicaba
todo le perdonaría y regresaría a su lado, pero no estaba totalmente segura de que
pudiera soportar la verdad absoluta.

— ¿Y tenemos que hablarlo en este instante?

Ella asintió.

— Sí, quiero saberlo. No quiero volver a empezar algo que tendré que dejar
atrás, ¿lo entiendes?

Un nudo le encogió el estómago con tan solo pensar en aquella posibilidad.

Él rodeó su cintura con un brazo y la atrajo hacia sí.

— Hablaremos de ello, pero no aquí, ni ahora — dijo, con voz calmada,


procurando persuadirla.

Ella dudó.

— Julia, he venido hasta Madrid para buscarte, para pedirte que regresesa mi
lado — continuó — , sé que estás confusa, pero yo tengo las cosas muy claras. No
voy a perderte dos veces.

Aunque no era lo que esperaba, al final asintió y decidió conformarse con


aquello.

Se vistieron y decidieron salir fuera a desayunar.

Elías parecía encantado de encontrarse en Madrid, pues hacía demasiados años


que no acudía de visita. Aunque aún le quedaba una tía viviendo en España, hacía
tantísimos años que no la veía que dudaba de ser capaz de reconocerla si se la
llegaba a cruzar por la calle.

Las calles estaban abarrotadas, como siempre a primera hora de la mañana. Julia
caminaba muy cerca de él, agarrada de su brazo sin separarse más de cinco
centímetros. Aunque le había echado muchísimo de menos, aquella actitud no se
debía a las ansias de estar a su lado, sino al miedo que sentía por encontrarse en
la calle, en un espacio abierto y sin protección.

Se subieron en un BMW que Elías había alquilado y tenía aparcado un par de


calles más abajo y por fin pudo respirar con tranquilidad. Por alguna razón, se
sentía más cómoda si tenía paredes a su alrededor.

— ¿A desayunar, verdad? — preguntó, con una sonrisa pícara.

Sin concederle tiempo para responder, Elías pisó el acelerador y se incorporó a


la vía, sonriente. Era evidente que sabía de sobra hacía donde se dirigía.

Aparcó en una calle que Julia no fue capaz de reconocer y, con la misma ilusión
de un niño pequeño que recibe un regalo, se bajó del coche y se encaminó calzada
hacia arriba.

— ¿A dónde vamos? — inquirió Julia que, tras observar su entusiasmo, por fin
logró relajarse y disfrutar de la mañana.

— Ahora lo descubrirás… — dijo, guiñándola un ojo mientras rodeaba su cintura


y caminaba a su par.

Cinco minutos después, alcanzaban una cafetería que parecía haberse escapado de
una película del antiguo oeste.

Julia se echó a reír, mientras Elías, ilusionado, examinaba la fachada de la misma


de arriba abajo.

— Mi padre me traía aquí a comer todos los fines de semana — le contó — , y


aquel era el único momento que pasábamos todos en familia. Mi madre siempre
comía el mismo postre, los creps con chocolate, y a mí me encantaban los nachos
con queso y salsa de boloñesa. Siempre nos quedábamos hasta tarde sentados en
la mesa y entonces hablábamos y nos contábamos qué tal había transcurrido el
día. No veía mucho a mi padre, porque siempre tenía demasiado trabajo para
ocuparse de mí, así que aquellos fines de semana eran especiales.

Era la primera vez que hablaba de su familia e, incompresiblemente, a Julia se le


encogió el corazón.

— Cuando nos mudamos a México, los primeros años, aún continuábamos


viajando de vez en cuando a España y en esas ocasiones también regresábamos.
No sabía si estaría abierto o no, pero quería que conocieras este lugar.

Tiró del picaporte que decoraba la puerta y la invitó a pasar al interior.

Julia, sonriente, caminó al frente mientras inspeccionaba el local que la rodeaba;


se preguntó si Elías lo encontraría diferente a sus recuerdos o si el tiempo habría
dejado mella en él. Era un lugar con encanto, seguramente muy divertido para
cualquier niño. Tenía revólveres y sombreros de vaquero colgados por las
paredes. Una estatua de un indio a escala real decoraba una de las esquinas de la
barra y a lo largo del local se abrían paso una buena pila de mesitas redondas con
sus correspondientes taburetes. Junto a las mesas, la cafetería contaba con una
buena cristalera que lo dotaba aún más de un aire americano.
Ella se giró hacia Elías, que sonreía abiertamente con los codos apoyados en la
barra.

— ¿Divertido, eh?

— No conocí nada mejor de niño — señaló él, mientras la camarera se acercaba


para tomar nota.

Pidieron dos zumos de naranja, dos cortados con azúcar y Julia se emocionó y
decidió probar los creps de chocolate de los que Elías le había hablado.

Cuando se sentaron en la mesa, toda la tensión que se había acumulado entre ellos
había desaparecido de un plumazo. Julia tenía la misma sensación de nerviosismo
y felicidad que había sentido aquellas primeras citas junto a él en México, en las
que aún no se conocían y cada ingrediente que les rodeaba resultaba tentador,
excitante y cautivador.

— Los creps están riquísimos…

— Eso mismo decía mi madre — aseguró.

Fue consciente en aquel instante de que no conocía los nombres de sus difuntos
padres y de que jamás los había nombrado más de lo necesario.

— Ven aquí — susurró Elías, sujetando el rostro de Julia entre ambas manos.

Acercó sus labios hasta ella y besó con suavidad su barbilla, antes de lamerla.
Julia sintió cómo el calor se extendía por su vientre y reconoció el efecto que él
siempre provocaba con su contacto.

— Te habías manchado de chocolate.

— ¿Seguro?

Él sonrió con picardía.


— Cualquier excusa para besarte es buena.

Notó la mano inquieta de Elías deslizarse por el interior de su pierna desnuda.


Julia se estiró la falda mientras que, con las cejas arqueadas, le lanzaba una
mirada de asombro.

— ¿Se puede saber qué es lo que pretendes? — preguntó, ruborizada, mientras


sentía cómo la caricia de Elías continuaba ascendiendo hasta el interior de su
muslo.

Estaban de espaldas a la barra, de manera que la camarera no podía observar


desde allí qué era lo que hacían o hablaban.

— Come… — le ordenó en un susurro con el semblante serio.

Ella partió otro pedazo de crep y lo manchó de chocolate antes de llevárselo a la


boca. Soltó un gemido cuando el dedo de Elías recorrió su sexo por encima de
sus bragas. Elías acercó su silla hasta ella, evitando dejar espacio entre ambos
cuerpos.

— ¿Qué haces? — repitió, nerviosa, soltando una pequeña risita.

Sentía el calor crecer y crecer.


Elías volvió a señalar el plato a modo de respuesta. Obediente, Julia partió otro
pedazo y se lo llevó hasta los labios. Chupó el tenedor y se entretuvo en aquel
acto, provocándole con la mirada de la misma manera que él estaba haciendo.
Notó que Elías tiraba de los límites de su ropa interior, introduciéndose
levemente por debajo de ella. Después volvió al exterior y la acarició más
detenidamente por encima de sus ya muy húmedas bragas.

— Quítatelas…

Ella soltó otra risita.

— ¿De verdad? ¿Aquí?


Él asintió con seriedad y Julia comenzó a pensar que se había vuelto loco
pero,aún así, lo hizo. Se levantó levemente del asiento y con ambas manos bajó
las bragas hasta el límite de su falda. Temía que la camarera se encontrase
observándoles en aquel instante — sabía que Elías tenía un encanto especial y
que no pasaba desapercibido — , así que las retiró de un solo tirón hasta que
quedaron en el suelo y después sacó ambos pies. Las recogió disimuladamente,
mientras giraba la cabeza hacia detrás para comprobar que no había llamado la
atención de la mujer. Por suerte, corroboró que no se estaba enterando de nada,
pues se encontraba inmersa en la limpieza de la barra.

Julia colocó sus húmedas bragas encima de la mesa y sonrió, con la adrenalina y
el pulso a cien. Hasta conocer a Elías, jamás se habría imaginado en aquella
situación.

— Buena chica — murmuró — , ahora sigue comiendo.

Sin poder quitarse la sonrisa del rostro, partió otro trozo de crep y se lo llevó a la
boca. Al hacerlo, se manchó los labios de chocolate conscientemente y volvió a
repetir el acto de lamer el tenedor.

Elías no pudo ocultar la sonrisa aquella vez y, sin pensárselo dos veces, llevó su
mano hasta los labios de Julia y le retiró el chocolate con un dedo. Ella lo atrapó
sin dejarle opción a retirarlo, entre los dientes, y los succionó con la lengua.

— No eres buena — dijo, mordiéndose un labio.

Un transeúnte que cruzaba frente a ellos la calle captó la atención de Julia. Estaba
tan inmersa en el momento que no había sido plenamente consciente de que
también se encontraban expuestos al exterior a través de la cristalera del local.
Elías adivinó sus pensamientos y sacudió la cabeza, en señal de negación.

— Nadie nos está mirando.

Ella no estaba totalmente segura pero, aún así, no protestó. No quería que aquel
juego terminase… Fue consciente en ese instante de que no sólo le había echado
de menos a él, sino que también había echado de menos aquellas pequeñas
travesuras que se habían traído entre manos desde el principio de la relación.
Volvió a notar la mano de Elías por debajo de su falda, ascendiendo suavemente y
el calor que sentía aumentó. Sin ropa interior que la protegiese, sintió cómo
pasaba la yema de su dedo suavemente por encima de su clítoris.

— Sigue comiendo, Julia — ordenó, sin detener la caricia.

El placer, las ansias de que la poseyera, de que la volviese a hacer suya,


aumentaban más y más y prácticamente no podía concentrarse en nada. Partió otro
trozo de la masa, la untó en chocolate y se la llevó a la boca, mientras Elías se
entretenía pellizcando su húmedo e hinchado clítoris.
Tensó las piernas, presa del placer, y contuvo un gemido mientras tragaba la
masa.

— Otro trozo, y ésta vez saboréalo.

Elías le guiñó un ojo, mientras ella masticaba lentamente la masa impregnada en


chocolate.

— ¿No vas a parar? — preguntó, con los ojos cerrados, mientras se esforzada por
contener los gemidos de placer.

Elías la tocaba, cada vez más rápido. Sus dedos se deslizaban entre la humedad y
se introducían en ella.

— Quiero que te corras para mí.

Julia abrió los ojos de par en par.

— ¿Aquí? ¿Ahora?

Elías asintió.
Notó que introducía dos dedos en su interior y tuvo que sujetarse a la silla para
mantenerse firme. Elías se acercó más a ella y la besó fugazmente.

— Me vuelves loco — susurró en su oreja, antes de separarse de ella.

Julia se mordía el labio, desesperada, mientras las caricias aumentaban y el


orgasmo se acercaba a ella. A esas alturas se había terminado por despreocupar
de la camarera o de la gente que pudiera observarles a través del cristal y,
simplemente, se había rendido a él.

Cuando el éxtasis atravesó su cuerpo, se mordió con tanta fuerza el labio para no
gritar que se hizo una pequeña herida. Elías la besó con suavidad antes de colocar
su falda de manera apropiada.

Se levantaron de la mesa para pagar la cuenta y Julia tuvo la sensación de que la


camarera les miraba de una manera extraña, sin ocultar su sonrisa. Se preguntó si
se habría percatado de lo que había ocurrido entre ellos e, inconscientemente,
soltó una risita que disimuló tapándose la boca.

Salieron al exterior y Elías se lanzó a sus labios, recorriendo con la mano el


cuerpo de Julia mientras la aplastaba contra la pared, excitado.

— No volveré a dejarte sola — prometió.

Julia supo que decía la verdad.


12

Se subieron en el BMW de vuelta y dedicaron la mañana a recorrer Madrid, sin


detenerse en ningún sitio en especial. De mientras, Elías le iba explicando qué era
lo que veía diferente, qué sitios le habían gustado de pequeño y cuáles jamás
llegó a conocer.

Aunque había pasado su más tierna infancia en España, la mente inocente del niño
que fue tiempo atrás contenía muy pocos lugares que recrear. Julia también
participó en aquella ruta turística y, mientras Elías conducía, ella le iba indicando
dónde había vivido en un pasado, celebrado sus cumpleaños o a qué garitos de
moda había acudido con las amigas en su época de la universidad.

Aunque a Elías no le había hecho demasiada gracia, al final Julia le había


convencido para que aquel mediodía comieran en compañía de su hermana. Elías
sabía que ella y Marina nunca se habían llevado demasiado bien y que tampoco
aprobaba que se hubiera trasladado a México, pero tras explicarle los últimos
acontecimientos y el apoyo que ésta le había proporcionado no le quedó más
remedio que aceptar a regañadientes.

Julia no quería volver a pasar por el piso. Después del ajetreo del día, necesitaba
una ducha y cambiarse de ropa pero, al fin, tenía la sensación de que nadie
caminaba detrás de ellos y de que se encontraba a salvo; así que decidió acudir a
la cita tal cual se encontraba vestida. Aunque la maleta de Elías continuaba en la
parte trasera del coche — puesto que el día anterior no había tenido la ocasión de
subirla — decidió solidarizarse con su novia y quedarse en vaqueros.

Hacía pocas horas que Julia había llamado a su hermana para concertar la cita en
uno de los italianos que habían frecuentado juntas en más de una ocasión. En esa
llamada, había evitado contarle que Elías estaba en España y esperaba
sorprenderla sin previo aviso en el mismo encuentro.

— ¿Y si no me cae bien? — preguntó distraído, buscando un buen lugar para


aparcar.

La zona estaba repleta y parecía que al final tendrían que dejar el coche en un
parking público. El más cercano se encontraba a bastante distancia pero no
parecían tener más opciones.

— Si no te cae bien, tendrás que fingir — respondió Julia — , se te da bien


ocultar tus pensamientos.

Elías le miró de reojo mientras conducía, preguntándose si aquello último lo


había dicho con segundas o no. Evidentemente, sí.

— No se me da demasiado bien, si no, no estaríamos aquí, ¿no crees?

— Se te da bien, pero a mí no me engañas — respondió con seriedad.

Estaba bromeando y no quería entrar en una discusión, pero no podía evitar


preguntarse cuándo llegaría el momento de que Elías se explicase. En el fondo,
sabía que se estaba comportando de una manera realmente débil y que, en el
pasado, había actuado igual. Si tenía que ver con Elías, se ponía una venda en los
ojos y dejaba que todo sucediera haciendo de oídos sordos y de tripas corazón.

Él detuvo el vehículo en el arcén y se quitó el cinturón para poder girarse hacia


Julia.
— ¿Sabes que eres un libro abierto para mí?

— Lo sé.

Llevaba diciéndoselo desde el primer día.

— Te daré la explicación que necesitas, te lo prometo — continuó, al ver su


rostro dubitativo — , confía en mí una vez más.

— No sé cómo puedo confiar en ti si no me cuentas nada — se defendió — . ¡Por


Dios, Elías! ¡Carlos ha muerto!

Una lágrima resbaló por su mejilla al recordar a aquel mexicano con el que tanto
tiempo había compartido durante su estancia en México.

Elías tensó las manos alrededor del volante y apretó con fuerza, descargando su
ira contra él.

— ¿Te crees que no lo sé? — inquirió en voz alta.

Julia sabía que, si se ponía a la defensiva, no lograría sonsacarle nada pero…


¿Cómo seguir fingiendo que todo estaba bien?

— ¿Entonces por qué no quieres hablarlo conmigo, Elías? ¿A qué estás esperando
para contarme la verdad?

— Te he dicho que te lo voy a contar, pero que necesito tiempo.

La voz de Elías sonaba calmada y Julia dedujo que se estaba esforzando por no
perder los nervios.

— Muy bien — concluyó, irritada — , entonces seguiré esperando. Quizás cuando


todo vuelva a estar bien entre nosotros, cuando decida que quiero regresar a
México contigo, quizás entonces me lo cuentes, ¿no? Entonces veremos si puedo
con lo que me dices o no.
— ¿Si puedes con lo que te digo? — repitió, mirándola fijamente a los ojos.

Julia no retiró la mirada.

— Exacto. ¿Te crees que digas lo que digas lo asumiré, por el simple hecho de
que hayas sido sincero después de tantos meses de mentiras?

Se sostuvieron la mirada un par de segundos más.

Al final, Elías tiró de la manilla y salió del coche. Estaban en un carril de carga y
descarga y no podían quedarse demasiado tiempo allí, pero le faltaba aire y
necesitaba respirar.

Había escuchado lo que temía, que quizás nada tuviera solución. ¿Pero cómo iba
a soportar perderla una segunda vez? ¿Y si Julia decidía echarlo de su vida?
Podía cambiar, empezar de cero y comenzar una nueva vida allí, junto a ella, en
Madrid. Quizás de esa manera todo podría solucionarse. ¿Pero y si eso tampoco
era suficiente?

Elías había conocido una vida repleta de los más exquisitos lujos, donde nada ni
nadie había estado fuera de su alcance. No tenía nada que reprocharle al destino,
excepto el que la suerte le hubiese privado de conocer el amor. Había perdido a
sus padres de una manera brutal y horrible y se había criado solo, sin recibir una
caricia o un beso de buenas noches. Gracias a Dios, Carlos había estado ahí para
tenderle la mano cuando nadie más lo hacía, pero ya ni siquiera le tenía a él. Solo
tenía dinero y poder, y había necesitado que Julia le abandonase para terminar de
comprender que, en realidad, tener aquello era no tener absolutamente nada.

Julia sacó la cabeza por la ventanilla y tocó su brazo para captar su atención.

— Sube al coche, por favor — suplicó en voz baja.

Sabía que sus palabras le habían herido y se sentía fatal por ello; pero, ¿acaso no
le había dicho la verdad? ¿Lo que sentía? Aún así, por primera vez desde que se
había bajado del avión se sentía feliz y no quería que aquello terminase tan
rápido. Si Elías quería estirar el momento, se lo permitiría.

Él se subió al coche y arrancó, sin mirarla a los ojos.

— Daré otra vuelta y si no encontramos aparcamiento, lo meteré en parking


— anunció, cambiando de tema radicalmente.

Julia asintió con un movimiento de cabeza mientras él se incorporaba a la


carretera.

Por mucho que intentara ocultarle sus pensamientos, ella sabía que se encontraba
mal. Tenía el rostro en descompuesto una mueca y conducía en silencio; parecía
estar meditando algo que Julia no lograba llegar a descifrar.

Deslizó su mano sobre la de Elías, que la llevaba firme encima de la palanca de


cambios. Él alzó la mirada hacia ella y sonrió con tristeza.

¿Qué era lo que tanto miedo le daba? ¿Acaso no le había demostrado una y otra
vez que estaba enamorada de él? Le había mentido y la había mantenido al margen
siempre y, aún así, allí seguía, a su lado. ¿No era ella quien se merecía un voto de
confianza?

— ¡Mira! — señaló, distrayéndose de sus propios pensamientos — . ¡Justo


delante del restaurante!

La suerte parecía estar de parte de ellos, porque pocas veces podías encontrar
estacionamiento en Madrid justo en frente del local que querías.

— Lo veo — respondió.

Mientras Elías aparcaba con suma precisión, Julia tanteó la mirada entre los
presentes en busca de Marina. Llegaban con tres minutos de retraso y si algo
caracterizaba a su hermana pequeña era la educación y la puntualidad.

La encontró hablando por teléfono, apartada por unos metros de la puerta del
restaurante, y Julia tuvo la sensación de que se encontraba inmersa en una
conversación poco agradable, dados los aspavientos que realizaba y la cara de
pocos amigos que tenía.

Sabía que Elías estaba esforzándose acudiendo a aquella cita así que decidió
firmar una tregua temporal. Cuando detuvo el coche, se giró hacia él y le besó los
labios con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¿Preparado?

— Qué remedio, ¿verdad?

Ella asintió.

— Exacto, ¡qué remedio! — le imitó, guiñándole un ojo.

Salieron del coche simultáneamente.

Antes de que Julia pudiera acercarse a Marina y de que Elías rodease el coche, un
sonido explosivo resonó en toda la calle mientras los cristales de la luna trasera
del BMW saltaban por los aires.
13

La mayoría de los presentes ni siquiera eran conscientes de lo que estaba


ocurriendo.

Marina dejó caer el teléfono, asustada, pensando que habían puesto una bomba y
se encontraba viviendo un atentado o algo similar. Julia se había tirado al suelo y
procuraba detectar el origen de aquel… ¿disparo? ¿Acaso alguien les había
disparado?

Otro sonido desgarrador estalló en el aire y sus sospechas se confirmaron. ¡Eran


disparos!
Divisó a su hermana, agachada contra la pared mientras se deshacía en un llanto y
alzó la cabeza para comprobar que Elías se encontrase bien. Nada más
incorporarse, otro disparo resonó en el aire y la ventanilla de su puerta salió por
los aires, derramando una lluvia de cristales sobre su cabeza.

— ¡JULIA! — gritó su hermana, nada más verla — ¡JULIA!

Estaba aterrada y no entendía qué era lo que ocurría.


Clavó la mirada en Marina y murmuró, sin pronunciar nada en voz alta, un “estoy
bien” con los labios. Su hermana asintió, sin dejar de llorar.

— No te muevas, Marina — susurró, mientras el pánico aumentaba.

Estaba temblando.
Nunca en su vida había sentido tanto miedo como en aquel instante.
— ¡Julia! ¡¿Julia estás bien?!

La voz de Elías llegó desde el otro lado del vehículo.


Otro disparo resonó en el mismo instante en el que se disponía a responder y
comprendió, en aquel momento, que fuera quien fuese el que disparaba iba a por
ellos. Les quería a ellos.

— ¡Estoy bien! — gritó, asustada.

También tenía ganas de llorar, pero no quería perder los nervios delante de su
hermana pequeña. Mientras la observaba allí, en el suelo tirada contra la pared,
deshaciéndose en un mar de lágrimas, le recordó a la niña pequeña que había sido
en un pasado. Aquella niña que la había idolatrado y que siempre había buscado
protección en ella.

Escuchó los gritos de la muchedumbre que se había refugiado en el restaurante


italiano y le pareció que un hombre chillaba que la policía estaba en camino. Los
atacantes parecieron no darse por aludidos y continuaron disparando contra el
BMW.

Elías no temía por su vida, pero sí por la de Julia. No podía creer que aquellos
hijos de puta se hubiesen atrevido a llegar tan lejos. ¿Habían sido ellos los
desgraciados que la habían perseguido?

Escuchó otro disparo y fue consciente de que aquello no iba a terminar bien.

Logró meterse, arrastrándose, en el asiento trasero del vehículo. Gracias a Dios,


su maleta continuaba allí y su Glock nueve milímetros se mantenía escondida en
el forro interno de la misma. Le temblaban las manos y le costó acertar con el pin
de seguridad para abrirla. Intentaba aclarar su mente y mantener el control sobre
sus actos, pero tan sólo podía pensar en Julia y en sacarla con vida de allí.
Primero sus padres, después Carlos y ahora querían quitársela a ella y acabar con
él.
Arrancó el forro de un tirón y extrajo la pistola del apartado secreto de la maleta.
Quitó el seguro y sacó la cabeza por la ventanilla que habían hecho añicos. ¡No
veía a nadie! ¡No sabía de dónde venían las balas y no podía disparar a
discreción con tantísimas personas de por medio!

Una bala salió disparada contra la puerta, a dos centímetros de su cabeza. Sabía
que si se quedaban allí era cuestión de tiempo que los matasen; se encontraban
expuestos y eran un tiro blanco demasiado sencillo de alcanzar.

— ¡Julia, sube al coche! — gritó y rezó porque su novia reaccionase.

Tenían que moverse, ¡tenían que salir de allí y tenían muy poco tiempo!
Calculó que en aquellos instantes les estarían rodeando y que en pocos minutos no
tendrían escapatoria. ¿Cuántos hombres habría? Las trayectorias de las balas
habían sido diferentes, lo que evidenciaba que, al menos, tenían a tres personas
esperando para volarles la cabeza.

Ella no respondió y Elías comenzó a impacientarse.

Saltó al asiento delantero y se dejó caer entre los asientos mientras otra bala
hacía saltar en pedazos la luna. Abrió la puerta del copiloto y sacó la cabeza,
temeroso de encontrarla herida o algo peor.

— ¡Julia!

Estaba tumbada en el suelo, entre las ruedas y el altillo de la acera. Se había


acurrucado allí y se mantenía inmóvil con la mirada clavada en algo. No, en algo
no, en alguien. Elías siguió la dirección de su mirada hasta dar con Marina. No
necesitó demasiado para adivinar que era su hermana, a pesar del poco parecido
que mantenían. Contempló a la pobre chica que lloraba desconsolada contra la
pared mientras una serie de temblores sacudían su cuerpo.

— ¡Julia, joder, sube al coche! — volvió a gritar.


Al ver que no reaccionaba, estiró el brazo y agarró su mano.
Ella reaccionó y se giró hacia él, asustada.

— ¡Sube al maldito coche! — volvió a gritar.

Asintió y se arrastró hasta él.

Sin levantar la cabeza, se subió por la puerta del copiloto y se agachó bajo el
salpicadero mientras Elías arrancaba. Notó el tirón y ungolpe al chocar contra
algo — pensó que, seguramente, estaría sacando el coche del aparcamiento a
golpes — y después un acelerón la obligó a sujetarse a la alfombrilla. Se golpeó
la cabeza contra algo, mientras veía a Elías sacar la pistola por la ventana y
devolver los disparos a sus persecutores.

La puerta de Julia, que había quedado mal cerrada, se abrió de par en par
provocando una fría corriente. Se incorporó sobre el asiento para intentar cerrarla
en el mismo instante en el que ésta chocaba contra otro vehículo y terminaba
arrancada y por los aires. Elías continuaba inmerso en el tiroteo, y ella no lograba
procesar qué era lo que estaba sucediendo. ¿Por qué intentaban matarlos?
¿Quiénes eran aquellos hombres? Y… lo que más la asustaba de todo aquel
asunto: ¿por qué Elías tenía una pistola? ¿De dónde demonios la había sacado?

La imagen de su hermana hecha un ovillo contra la pared volvió a atacar su mente


y no pudo evitar sentirse culpable. ¿Acaso todo aquello era culpa suya?

El coche derrapó y la pistola — que Elías había dejado sobre su regazo para
cambiar de marcha y girar bruscamente — había caído en el hueco bajo el
salpicadero en el que Julia se encontraba metida.
Él estiró la mano y ella, deduciendo qué era lo que quería, agarró por el mango el
arma y la dejó caer sobre su palma. Nada más cogerla, alargó el brazo por la
ventana y disparó con destreza, como si se encontrase habituado a realizar
aquello.
Un escalofrió recorrió el cuerpo de Julia mientras procuraba procesar aquella
imagen y todo lo que había pensado y creído sobre el hombre que amaba se
derrumbaba como un castillo de naipes. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por
su rostro, sigilosas, mientras el vehículo daba tumbos y derrapaba en todas las
direcciones.

Elías tardó más de quince minutos en conseguir perderles la pista a sus


persecutores pero, al final, lo logró.

Aparcó el coche en mitad de un descampado y apremió a Julia a que lo


abandonase.

— Tenemos que salir de aquí, bella — dijo, mientras la sacaba en brazos — , la


policía lo estará buscando.

Estaba muda y Elíassabía que, seguramente, se encontraría sufriendo una terrible


confusión. Tenía unos cortes en la cabeza — causados por alguna de las lunas que
habíaestallado sobre ella — , pero dejando eso de lado, parecía encontrarse bien
físicamente.

La estrechó con fuerza contra su pecho y le besó la frente.

— Julia, dime algo, por favor.

Ella le miró, llorosa, sin saber qué pretendía.

— Estoy bien — declaró, porque no sabía qué otra cosa podía decir.
14

Caminaban sin rumbo; o al menos, eso era lo que Julia pensaba.


Le dolían los pies — estaban regresando a pie al centro de Madrid — , y los
minutos que llevaban de caminata comenzaban a pesar en su espalda.
Se preguntó si Elías sabía qué era lo que debían hacer, pero tampoco le preguntó
nada. ¿No estaría la policía buscándoles? ¡Por Dios, habían disparado con un
arma! ¡Habían parado el tráfico de toda la ciudad! ¡Habían aterrorizado a miles
de habitantes!
Por mucho que lo pensase, le parecía totalmente surrealista.

— Espera — dijo, deteniéndose en seco en mitad de la calle.

Ella le imitó.

— ¿Qué te ocurre? — acertó a preguntar.

Elías se acercó hasta ella, de manera que pudo notar el calor que desprendía su
piel.

— ¿Estás bien?

Julia dudó.
¿Qué iba a estar bien? ¿Cómo podía preguntarle eso?

— Sí — mintió, porque era evidente que no lo estaba y la pregunta le pareció


absurda.
Él alzó una mano en el aire y la acercó hasta apoyarla sobre su mejilla.

— Te voy a explicar qué es lo que haremos — musitó en voz baja, acariciándola


con suavidad — . Necesitas ropa, buscaremos algo para ti, yo me las puedo
apañar con lo que tengo en la maleta. Después buscaremos un hotel en el que
poder pasar la noche.

— ¿Un hotel? — repitió.

Elías asintió.

— Sé cómo funcionan y cómo piensan; tendrán el piso vigilado por si regresamos


a él.

— ¿Sabes quiénes son?

Él asintió y Julia pudo ver cómo la mirada se le oscurecía simulando una nube
negra.

— ¿Quiénes son? — inquirió Julia.

¿Por qué iba a continuar guardándole un secreto si todo lo que tenían había
desaparecido?
Elías retomó la marcha y continuó caminando.

— Los mismos que asesinaron a mis padres — murmuró, sin mirar atrás, cuando
Julia ya había perdido la esperanza de obtener una respuesta.

Hicieron el resto del camino en silencio, sumidos en una especie de trance. No


compartían pensamientos, puesto que cada uno tenía sus propias preocupaciones y
distaban mucho de parecerse, pero al menos parecían afectados de una manera
similar.

Julia sentía cómo sus fuerzas se iban esfumando con cada paso que daba y cuando
alcanzaron la zona de comercios, prácticamente no podía ni sostener su bolso
sobre el brazo.
Elías rodeó su cintura y la apremió a pasar al interior de un pequeño centro
comercial. Notaba la debilidad de Julia, así que tiró de su cuerpo y apoyó su peso
sobre el brazo.

Compraron ropa para ella, se cambiaron de prendas y se adecentaron en los aseos


públicos antes de acercarse hasta uno de los restaurantes de comida rápida con
los que el centro comercial contaba en su planta de arriba. Elías había comprado
tiritas en el supermercado para disimular las heridas de Julia y, después de todo
el proceso, no parecían tener tan mal aspecto como cuando habían entrado en el
interior.

Se sentaron en una mesa, junto a una de las ventanas que daba al exterior. Habían
pedido unas hamburguesas con patatas fritas y un refresco.
Elías era consciente de lo afectada que se encontraba su novia; no hablaba, no le
dirigía la palabra y ni siquiera le miraba de reojo.

— Come algo — suplicó, al ver que su plato continuaba intacto — , lo vas a


necesitar.

— ¿Cómo voy a volver a mi casa si la tienen vigilada? — preguntó, con la vista


aún en el exterior.

Elías torció el gesto de su rostro en una mueca de desesperación.

— No podemos volver a tu piso, Julia — señaló con calma — . ¿Puedes comer


algo, por favor?

Ella volvió la vista del cristal y le escrutó con ira.

— ¿Quién eres, Elías? ¿Qué es lo que haces para que hayan intentado
asesinarlos? — preguntó, más alto de los que pretendía.
Algunos de los presentes se giraron hacia ellos y Elías comenzó a sentirse
nervioso. Tenían que pasar desapercibidos.

— Julia, por una vez en la vida tienes que hacerme caso, ¿vale? No tenemos
muchas opciones, así que terminarás de comer, buscaremos un hotel y pasaremos
la noche en él. Mañana por la mañana iremos al aeropuerto y nos marcharemos de
aquí.

Julia se echó a reír sin poder creer lo que estaba escuchando.

— ¿De verdad crees que voy a marcharme contigo?

Él asintió con firmeza y seriedad.


No pensaba dejarla atrás y aunque sabía que le costaría convencerla, pero lo
haría. Alargó el brazo por encima de la mesa y apoyó la mano sobre la suya.

— Vas a venir conmigo, Julia. Lo vas a hacer porque te amo, porque voy a amarte
toda mi vida y porque nunca jamás dejaré que nada te suceda.

— ¡Casi me matan por tu culpa, Elías! ¡¿Te estás escuchando?!

— Shhh — dijo, procurando calmarla y que no levantase más su tono de voz — .


Sé de sobra lo que ha pasado, te aseguro que me ha dolido más a mí que a ti.
Julia, ¿sabes lo que he sentido cuando me he dado cuenta de que podía pasarte
algo? — preguntó, con los ojos llorosos, mientras apretaba la mano alrededor de
la suya — . ¿De qué podía perderte?

Ella le observaba en silencio, sin saber cómo debía actuar o pensar.

— Jamás me había enamorado de nadie y no voy a perderte — repitió — , no voy


a dejarte.

Julia notó su rostro humedecerse y supo que estaba llorando. ¿Cómo podía decir
eso? ¡Ni siquiera había confiado en ella para explicarle qué era lo que sucedía!
¿Cómo podía decirle que la amaba? ¿Qué estaba enamorado?
Se frotó los ojos con la mano que tenía libre — la otra continuaba apresada bajo
la de Elías — y asintió.

— Está bien — dijo, cuando logró calmarse.

— ¿Vas a hacerme caso, entonces?

Ella repitió el gesto anterior.

— Vámonos de aquí, tenemos que encontrar donde pasar la noche y tenemos que
pasar desapercibidos, bella. Esta gente no juega con nadie.
15

Las calles de Madrid continuaban abarrotadas de coches patrulla que circulaban


de un lado a otro buscando alguna pista sobre los sucesos que habían alterado a
tantísimos ciudadanos. Julia se preguntó qué ocurriría con ellos cuando la policía
diese con el paradero del coche — ya que, supuso, Elías lo habría alquilado a su
nombre, ¿o no? — aunque a él no parecía preocuparle lo más mínimo.

¿De qué la podrían acusar a ella? ¿Cómplice en un tiroteo? ¿Partícipe?

El recuerdo de Marina acurrucada contra la pared, asustada y hecha un mar de


lágrimas, golpeó su mente. Tenía que llamarla cuanto antes, pues seguro que se
encontraba realmente preocupada.

Escuchó el grifo de la ducha encenderse y supuso que Elías no saldría del cuarto
del baño en un rato, así que rebuscó el teléfono móvil en el bolso hasta dar con él.
No tenía llamadas, ni mensajes, y tan sólo contaba con una línea de batería.
Mientras marcaba el número de su hermana, se preguntó cuándo tendría la
oportunidad de volver a cargar el aparato.

— ¡Julia! — exclamó con un timbre de histeria al segundo tono.

— Estoy bien, tranquila — comenzó, para no asustarla más — . ¿Tú estás bien?
— inquirió.

Escuchó un suspiró al otro lado del auricular.


— ¡Dios mío, Julia! ¡Estaba muy asustada y no sabía qué hacer! — exclamó, fuera
de sí misma — . ¿Qué ha sido eso? ¿Por qué te disparaban? ¿Quién era él?

— Marina, tranquilízate. Te lo explicaré todo — aseguró — , pero ahora no


puedo. Sólo quería que supieras que estoy bien, sana y salva.

Se tumbó sobre la cama del hotel, intentando relajarse.


Marina tardó varios segundos en responder y Julia no comprendió que se
encontraba llorando hasta que un gemido llegó desde el otro lado de la línea.

— He pasado muchísimo mi, mi, miedo… — tartamudeó.

— Lo sé, pero ya ha pasado — señaló Julia, procurando calmarla — . Lo


importante es que estamos todos bien.

— ¡No, Julia, no! ¡Ha muerto un hombre! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo
puedes decir que lo importante es que todos estemos bien?

Tardó varios segundos en asimilar lo que su hermana había dicho.

— ¿Ha muerto un hombre? — repitió, incrédula.

Eso significaba que… ¿Elías había asesinado a un hombre?

— ¡Sí! ¡Lo están repitiendo todo el rato en el telediario!

Julia sintió que la mente se le enturbiaba y que no podía pensar con claridad.

— Tengo que colgar, te llamo luego, Marina — acertó a decir.

Justo antes de colgar, escuchó una voz masculina que se le hizo demasiado
familiar; pero no le concedió importancia. Seguramente Marina estaría
acompañada de algún conocido de la familia, aunque dudaba que hubiese acudido
a sus padres en una situación tan delicada como aquella.

Se sentó sobre el colchón y encendió el televisor, confusa. Las noticias de última


hora inundaron la pantalla y una reportera apareció en mitad de la misma
comunicando a los ciudadanos que la policía aún estaba investigando los hechos y
la nacionalidad del fallecido. Aunque no habían logrado identificarle, podían
afirmar que era extranjero y que había muerto de un disparo en el pecho. Se llevó
la mano a la boca y ahogó un grito de espanto sin poder creer lo que estaba
escuchando.
¡Elías había asesinado a un hombre!
Una vez más, los recuerdos de la mujer con el bebé en brazos, gritándoles que
eran unos “asesinos”, acudió a su mente para torturarla. ¿Lo sabía Elías? ¿Sabía
que había asesinado a un hombre?

La reportera desapareció de la pantalla para dejar paso a los testigos que habían
presenciado el tiroteo. Pocos podían decir algo realista, pues la mayoría estaban
demasiado confusos y no entendían qué era lo que había sucedido. Un hombre
aseguró que en uno de los coches iban tres hombres y en el otro dos. Otro
murmuró entre tartamudeos algo similar, pero ninguno dijo nada de una mujer.

Julia apagó el televisor, confusa y aterrada. ¿En qué lío se había metido? Le
costaba respirar y sentía que, poco a poco, la ansiedad iba aumentando en su
interior.

Se acercó al cuarto de baño y abrió la puerta. Elías nunca dejaba el pestillo


echado, así que entró en el interior y se sentó sobre la tapa del retrete.

— ¿Estás bien? — gritó Elías desde el interior de la ducha.

Ella no respondió de inmediato.

— ¿Julia?

— Has matado a un hombre, ¿lo sabías?

Elías apartó la mampara para mirarla a los ojos.


— Sabía que le había dado a uno de ellos, pero no sabía si lo había matado o no
— explicó con voz calmada.

No podía creer lo que estaba escuchando… La tranquilidad con la que podía


explicar alguien algo semejante…

— Julia, era eso o que nos alcanzaran.

— ¡Pero por Dios! ¡Has matado a un hombre y ni siquiera pareces afectado,


Elías!

Él suspiró con exasperación.


Había supuesto que esa conversación llegaría en algún momento de la tarde.

— Ven, por favor — suplicó, extendiendo la mano hacia ella.

Inconscientemente, se levantó y se acercó hasta él.


No quería hacerlo porque, en realidad, estaba asustada. Sabía que en el fondo
debía tenerle miedo, pero en realidad el terror que sentía no iba dirigido hacia él,
si no hacia la situación que se encontraban viviendo.
Desde que había llegado a Madrid, se había sentido insegura y temerosa. Lo
pensó unos instantes y fue consciente de que sentía pánico por que la policía los
encontrase o algo similar, pero no por aquellos hombres. En el fondo, sabía que
junto a Elías se encontraba segura.

Él rodeó su cintura, empapando la ropa que vestía, antes de besarla


apasionadamente. Ella se rindió al momento y le devolvió al beso, consciente de
lo mucho que necesitaba el contacto humano. De lo mucho que necesitaba a Elías.

Notó cómo tiraba de su cuerpo hasta introducirla en la ducha y cómo el agua del
grifo empapaba su ropa mientras el beso se prolongaba. Elías cerró la mampara
para evitar calar el suelo del servicio y después observó a Julia, que parecía
realmente confusa e indefensa.
— Te prometo que no nos pasará nada — aseguró.

Ella asintió con una sacudida de cabeza, antes de lanzarse de nuevo a sus brazos.

Mientras sus lenguas se enroscaban, Elías comenzó a quitarle la ropa empapada


que se le había adherido a su cuerpo. La examinó cuando se halló desnuda,
deleitándose con la sensualidad y la belleza de sus curvas. No quería perderla.
No quería perderla jamás.

Besó su cuello y descendió hasta su pecho, mientras Julia se apoyaba en sus


hombros. Atrapó un pezón entre sus dientes y lo mordió con suavidad, antes de
succionarlo y lamerlo. Cuando se hinchó, se dirigió al otro pecho y repitió el
proceso. Observaba a la mujer que amaba sobre él, gimiendo, mientras clavaba
las uñas en su clavícula.

Saboreó su cuerpo húmedo y empapado y mientras se entretenía jugando con los


pezones, acarició su sexo que había comenzado a hincharse. Julia notaba el calor
invadir sus entrañas y la necesidad de alivio comenzó a ascender. Quería sentirle
en su interior, quería que la llenase y la hiciese suya.

Elías continuó ascendiendo, lamiendo su vientre hasta llegar a sus caderas. Besó
la montaña de Venus y después elevó una de las piernas de Julia por encima de su
cabeza para dejarla completamente expuesta a él. Apartó con una mano sus labios
vaginales y pasó la lengua superficialmente entre ellos. Escuchó un gemido ronco
de placer abandonar la garganta de Julia, justo antes de que esta colocase la mano
sobre su cabeza y tirase de su cabello, apremiándole a continuar.

Lamió su sexo con suavidad, evitando proporcionarle el placer que ella deseaba y
provocándola superficialmente hasta alcanzar su clítoris. Lo succionó con los
labios y lo mantuvo en la boca varios segundos antes de liberarlo.

— ¡Oh!

Escuchó el gritó de placer que ella liberó y notó cómo su pene erecto también
suplicaba alivio. Deseaba con todas sus ansias penetrarla, pero antes quería
hacerla disfrutar. Volvió a succionar su clítoris y notó el placer que ese acto le
proporcionaba a Julia. Ella tiró de su cabello mientras gritaba que, por favor,
continuase.

Elías obedeció. Deslizó la lengua por su boca y se detuvo en su orificio. Alzó la


mirada y contempló el rostro descompuesto en placer de Julia mientras el agua
continuaba cayendo sobre ella. Pensó, en aquel instante, que era la imagen más
sensual y excitante que jamás había visto. Julia se mordió el labio con
desesperación.

— Por favor…, sigue…, por favor…

Apretó su muslo mientras volvía a lamerla con más ganas, con más ansias. Podía
sentir en ella que el orgasmo se le acercaba, así que se detuvo y retiró la pierna
que rodeaba su cabeza para levantarse. Subió hasta su cuello con un reguero de
besos y se entretuvo respirando roncamente en su oreja mientras mordisqueaba su
lóbulo.

Ella, impaciente, agarró su miembro y comenzó a moverlo antes de lanzarse a sus


labios. Elías le recibió con un beso apasionado y húmedo e imitó el acto de ella,
descendiendo la mano hasta su sexo para introducir un dedo en su interior.
Comenzó a moverlo en círculos, chocando con sus paredes, mientras notaba cómo
la presión que ella ejercía en su pene aumentaba en la misma proporción que la
excitación que ambos sentían. Sacó los dedos húmedos de su interior y los deslizó
a través de ella, notando cómo los labios y el clítoris habían aumentado de
tamaño. Comenzó a masajearla suavemente con un masaje circular para después
subir y bajar los dedos provocando un pequeño roce que la enloqueció de placer.

Elías apagó la ducha, aupó a Julia en sus brazos y la penetró suavemente mientras
la dejaba caer sobre él. Después, lentamente, abandonó el platillo de la ducha y
retiró la mampara para dirigirse a la habitación. La tumbó suavemente en la cama
y abrió sus piernas, sin dejar de mirarla ni un solo instante a los ojos. Podía ver
su excitación en ellos y aquello lo enloquecía de placer.

Volvió a penetrarla, mientras se dejaba caer sobre ella. Julia rodeó su cintura con
ambas manos y fue recorriendo, con fuerza, su espalda mientras él se clavaba en
ella.

Estaba húmeda y dilatada y sentía que Elías la llenaba por completo. Él besó su
cuello de aquella manera sensual que tanto la enloquecía, mientras le susurraba en
el oído que era todo lo que había amado en aquella vida. Se clavó con más fuerza
en su interior, entrando y saliendo, con más ansia y pasión en cada embestida que
tenía lugar.

Julia introdujo la mano bajo su pecho y empujó su torso para obligarle a levantar
la cabeza y observarle. Le miró fijamente mientras se mordía el labio, ahogando
los gritos de placer que sentía mientras Elías recorría su cuerpo con la mirada y
apretaba sus pechos con las manos. Volvió a tumbarse sobre ella y la rodeó con
ambos brazos, mientras sus cuerpos giraban por la cama. Terminaron, riendo,
sentados en una de las esquinas. Del colchón Julia sobre él, movía sus caderas
mientras su clítoris se rozaba contra la piel de Elías y el placer la obligaba a
perder la cabeza.

— ¡No puedo más…!

Sentía que algo en su interior iba estallar.

Elías se levantó, aupándola en brazos con las manos sobre su trasero mientras
ella se aferraba a sus hombros para subir y bajar lentamente. Sus cuerpos aún
húmedos rozándose, chocando el uno con el otro mientras el clímax les atravesaba
en un pequeño instante.

Regresaron a la ducha y se abrazaron durante largos minutos hasta que la tensión


de aquel día desapareció por completo. Se ayudaron a secarse el cuerpo el uno al
otro y después regresaron a la cama, donde se tumbaron abrazados sin decir ni
una sola palabra.

Estaba todo dicho y, aunque no fuera de esa manera, había poco que decir. Elías
lo había dejado muy claro: estaban en peligro y no podían quedarse en España
porque allí no tenían protección. Tenían que regresar a México.

Se dio cuenta, mientras los párpados caían rendidos en un plácido sueño, que
continuaba sumida en la ignorancia. Estaba agotada y no le quedaban fuerzas para
discutir más, aunque un sinfín de dudas se abrieron paso, en un instante, surcando
sus pensamientos.

Observó al hombre que tenía a su lado y se preguntó qué estaba realmente


dispuesta a hacer por él. ¿Huir? ¿Comenzar de cero? ¿Alejarse de su hermana y
sus padres? Y lo peor de todo, ¿qué estaba dispuesta a perdonarle? ¿podría llegar
a hacerlo si descubría la verdad o, lo mejor era continuar sin saber nada?

Sin poder contenerse más, cayó dormida en los brazos de Morfeo.


16

Se despertó con los primeros rayos de sol y para entonces Elías ya había
amanecido. Se estiró entre las sábanas y sonrió cuando giró la cabeza en su
dirección.

— Buenos días, dormilona… — saludó, con los ojosbrillantes bajo la tenue luz
anaranjada que se colaba por la ventana — , ¿qué tal has dormido?

Ella se encogió de hombros y suspiró.

— La verdad es que mejor de lo que cabía esperar.

Elías le guiñó un ojo y volvió a centrar su atención en la tarea que tenía entre
manos.
¿Estaba trasteando en su teléfono móvil? Se incorporó y se arrastró entre las
sábanas hasta quedar tras su espalda. Alzó la cabeza tras sus hombros y lo
verificó: sí, era su teléfono móvil.

— ¿Qué haces? — preguntó, mientras se abrazada a su torso desnudo.

— Estoy reservando los billetes de avión para esta tarde — murmuró, distraído
— , y mi teléfono hace tiempo que se ha quedado sin batería.

Julia dudó un segundo.

— ¿Los billetes de avión?


Elías notó la duda en su tono de voz y respondió con rapidez.

— Ya lo sabes, tenemos que marcharnos de España cuanto antes. Mientras


estemos aquí, no podré protegerte.

— ¿Y mi pasaporte? — preguntó, preocupada — . ¿Cómo lo recuperaremos?

Él se giró hacia ella.


La verdad era que ni siquiera se lo había planteado, pero tenía razón. No la
dejarían salir del país sin el pasaporte, pero tampoco podían regresar al piso.
¿Qué podían hacer entonces? Seguramente, alguien estaría vigilando todos los
posibles lugares que podrían visitar; incluido el aeropuerto.
Había imaginado que no sería sencillo abandonar el país, pero aquel pequeño
detalle del pasaporte complicaba aún más la situación. Querían dar con él y lo
querían muerto, y sabían que la única opción de atraparlo era hacerlo en España,
antes de que regresase bajo la protección que le proporcionaba su querido
México.
Elías dudó un instante mientras una idea se formaba con lentitud en su cabeza.

— ¿Y tu hermana? — preguntó, al final.

— ¿Quieres que mi hermana vaya a por mi pasaporte?

¡No podía creerlo! ¿Acaso se había vuelto loco?

— No la buscan a ella, nos buscan a nosotros.

Julia lo meditó unos instantes, poco convencida.


No quería poner en riesgo la vida de Marina ni obligarla a pasar otro mal rato.
Además, aunque se lo pidiera, estaba segura de que no aceptaría de buenas a
primeras sin recibir ninguna clase de explicación.

— ¿Y qué le voy a decir cuando me pregunte por todo esto? ¿Cómo voy a explicar
lo que está sucediendo si ni yo misma lo sé?
— Dile lo mismo que yo te he dicho a ti…, que esto no es seguro para nosotros y
que sólo podré protegerte en México. Cuando estemos a salvo, te lo explicaré
todo desde el principio y tú podrás decidir qué es lo que quieres contarle y qué
no.

Elías se acercó hasta ella y le besó los labios con suavidad.


Había dormido con una coleta y algunos mechones caían sobre su rostro; retiró
uno de ellos con la mano y colocó la mano sobre su semblante. Julia cerró los
ojos, disfrutando de la caricia. Cuando levantó los párpados de nuevo, pudo ver
el miedo que Elías sentía en el fondo de su mirada. Siempre había pensado que él
era invencible, inamovible, pero se había equivocado. Recordó lo que había
dicho de sus padres, recordó la mirada herida cuando le dio la noticia de que
Carlos había muerto…

— ¿Me lo explicarás?

— Lo haré.

— ¿Me das tu palabra?

Él asintió con solemnidad y ella se acurrucó sobre su regazo mientras Elías le


acariciaba con suavidad la cabeza. Sabía de sobra que la felicidad que él le
proporcionaba era inigualable a cualquier otra que jamás hubiera sentido… así
que, ¿por qué no arriesgarse? Merecía la pena intentarlo y merecía la pena darle
un voto de confianza.

— Llamaré a mi hermana — concluyó, con los ojos cerrados, mientras observaba


las paredes blanquecinas teñirse de anaranjado.
17

Estaban sentados en una cafetería del centro mientras esperaban a Marina. Para
sorpresa de Julia, ésta no se había opuesto con ninguna objeción en el momento en
el que le pidió que buscase en su piso el pasaporte. Tan sólo insistió en que “si
realmente sabía lo que estaba haciendo” y en que “no tomase ninguna decisión
precipitada”. Julia le aseguró que no le quedaban más opciones que marcharse
del país y le prometió que nada más aterrizar en México se pondría en contacto
con ella, pero que era imprescindible coger el vuelo de aquella tarde y se le
agotaban las opciones. No le preguntó por qué razón no podía regresar ella en
busca del pasaporte o en qué jaleo se había metido, simplemente acepto y
concretó la hora y el lugar para entregárselo.

Julia pataleaba contra el suelo, nerviosa, mientras se preguntaba a sí misma si es


que su hermana por fin estaría madurando. Revisó su reloj y comprobó que ya
llegaba diez minutos tarde, así que la ansiedad aumentó aún más. Ella nunca
llegaba tarde.

Elías apareció unos segundos después con un par de refrescos y se sentó a su


lado. Deslizó la mano por debajo de la mesa y acarició la rodilla de Julia,
calmando el manojo de nervios en el que se encontraba sumida.

— Está bien, tranquila — aseguró — , sólo llega unos minutos tarde.


Ella le devolvió una mirada cargada de terror.

— Si no aparece en los próximos cinco minutos saldré a buscarla, te lo prometo


— la tranquilizó — , pero relájate, por favor.

Al final asintió.
¿Qué otra cosa podían hacer a parte de esperar?

Los minutos pasaban con parsimonia y cada vez que la aguja cambiaba de
posición parecía que había transcurrido una eternidad. Sesenta segundos se
convirtieron en horas y cuando por fin Marina pasó por la puerta de la cafetería,
Julia no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar.

Marina la abrazó levemente y se retiró. Saludó a Elías con desprecio, con un


simple gesto de cabeza y después volvió a centrar la atención en su hermana.

— Alejandro me espera fuera para llevarme de vuelta a casa — anunció con voz
seria — , así que no puedo quedarme demasiado Julia.

— ¿Estás bien? — inquirió, mientras se secaba las lágrimas de los ojos — . ¿Ha
ocurrido algo?

Se sentía tan aliviada, que ni siquiera había procesado la parte en la que


“Alejandro la esperaba fuera”.

— No, no ha ocurrido nada, ni he visto a nadie ni nada raro — concluyó.

Marina rebuscó en su bolso y dejó el pasaporte sobre la mesa.

— ¿Qué les diré a papá y mamá, Julia? ¿Qué es lo que estás haciendo?

Elías pensó que, lo mejor que podía hacer, era dejar que las dos hermanas se
despidieran con tranquilidad. Se levantó sin llamar la atención y se dirigió a los
servicios para lavarse el rostro y despejarse.

— No les digas nada, ni siquiera les había contado que había vuelto a España.
Marina asintió lentamente, sopesándolo todo.

— ¿Sabes qué? Presiento que esto no acabará bien.

Julia se disponía a defenderse cuando la bocina de un coche en el exterior resonó.


Marina hizo un gesto con la mano y Julia desvió la mirada en dirección al
conductor. Alejandro.

— ¿Por qué estás con él, Marina? ¿Qué hace él aquí?

Ella se encogió de hombros mientras los ojos se le empañaban.

— He dejado a Sergio — explicó conun hilillo de voz — . Yo…, lo siento, Julia,


no quería que pasara pero…, pasó.

Iba a responderle que por fin tenía lo que tanto tiempo llevaba buscando, que por
fin todas las piezas del rompecabezas encajaban de una vez por todas y que no le
extrañaba en absoluto que las cosas hubiesen terminado de aquella manera; pero
en lugar de ello, apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de su
mano y se tragó las palabras.
Rezaba porque sus temores no se hicieran realidad, pero en el fondo sospechaba
que aquella sería la última vez que vería cara a cara a su hermana; la última
oportunidad para abrazarla, para decirla que, por mucho tiempo que pasaran sin
dirigirse la palabra siempre sería su hermana y siempre la querría.

— No me importa — dijo, al final, con esfuerzo — . Si tú eres feliz, entonces me


alegro, Marina.

Al principio no pareció creerla, pero al final sonrió, con los ojos empañados.

— ¿Lo dices de verdad?

Julia fue consciente de lo mucho que había sufrido Marina con aquel asunto al
examinar su reacción. Aflojó los puños con lentitud y asintió con una leve sonrisa.
— Sí, lo digo de verdad.

Sin dejarle tiempo para añadir nada más, Marina la estrechó entre sus brazos con
fuerza.

— Gracias, Julia — musitó entre sollozos.

Se liberó de sus brazos en el mismo instante en el que la bocina resonaba de


nuevo, captando la atención de los clientes de la cafetería. Alejandro estaba
aparcado en la zona amarilla de carga y descarga y parecía estorbar a un camión.

— Tengo que irme — concluyó con prisa — . Cuídate, por favor. Y no te metas en
más líos.

— Lo intentaré.

Y sin más, Marina desapareció entre la gente. Observó cómo se introducía en el


asiento del copiloto y charlaba con Alejandro mientras el coche arrancaba y se
alejaba de la zona.

Elías apareció unos minutos después.


Se sentó a su lado, en silencio, examinándola. Al ver que Julia no le contaba
nada, decidió preguntar.

—¿Ha ido todo bien?

Ella alzó en alto el pasaporte, en señal de victoria.

—Tenemos todo lo que necesitamos, ¿verdad? —concluyó.


18

Julia estaba nerviosa.

Viajaban en el taxi, en silencio, mientras el conductor hablaba sin parar de las


caravanas que se estaban formando en cada esquina de Madrid. Según él, había
una patrulla por habitante español recorriendo las calles en busca de los
implicados en el tiroteo.

Aunque sabía que el hombre era un viejo chalado y que estaba exagerando la
situación más de lo normal, fue inevitable comenzar a ponerse nerviosa. Sabía
que, en el fondo, no había nada que temer; viajaba con Elías y, además, tenían una
pistola para protegerse. Pero…, ¿y si salía todo mal? ¿Y si les estaban esperando
en el aeropuerto? Al menos el miedo había desaparecido y lo único que quedaba
era nerviosismo. ¡Qué consuelo!

Elías rodeó los hombros de Julia con el brazo y la atrajo hacia sí mismo. Antes de
retomar la conversación con el taxista, besó con ternura su frente.

—El mundo se está volviendo loco, sí —confirmó, evitando entrar en demasiados


detalles.

—Y como no, para rematarlo, el muerto tenía que ser un extranjero… Estoy
seguro de que todo esto es un asunto de drogas y de bandas, nada que ver con un
atentado.

—¿De bandas? —repitió Elías, soltando una carcajada.

—¿Por qué no? Quizás sea por el tráfico de armas…, cada día se ven más cosas
similares.

Continuaron charlando, pero Julia perdió el hilo de la conversación. Su cabeza no


paraba de dar vueltas a las últimas frases que había pronunciado el conductor:
drogas, armas, bandas. ¿Y si en realidad no se encontraba tan desencaminado?
Aún desconocía el verdadero asunto que les había arrastrado hasta aquel
escenario, pero comenzaba a pensar que aquello podía tener algún sentido. Al
menos, prefería creer eso a pensar que Elías era un asesino a sueldo o un sicario,
alguien capaz de hacer daño de buenas a primeras sin pensar en su víctima o en el
sufrimiento que causaría a una familia.

—¿Estás bien?

Julia asintió con una media sonrisa.

Desde luego, Elías no podía ser un asesino. Tenía muchos problemas y sabía que
en el fondo sufría, pero no era malo; no albergaba ni un ápice de maldad en su
interior.

El taxi se detuvo a escasos metros de la puerta principal de entrada al aeropuerto.


Antes de abandonarlo, Elías fingió que había perdido el teléfono móvil por los
suelos del vehículo para ganar tiempo y poder examinar el exterior. Allí no
parecía haber nadie; pero aún así debían andar con cuidado.

Cogieron la pequeña maleta de equipaje con la que viajaban y se introdujeron en


el aeropuerto. Como siempre, el aeropuerto de Barajas era una auténtica locura.
Sacaron los billetes en una de las máquinas digitales para evitar que ningún
operario introdujera sus datos en internet. Elías estaba prácticamente convencido
de que nadie les buscaba, pero era mejor actuar de una manera previsora.

Caminaron con prisa; habían llegado con pocos minutos de antelación y la puerta
de embarque hacía rato que se encontraba señalada en los paneles informativos.
Elías tiraba de Julia y prácticamente corrían en dirección a la línea
correspondiente.

—¡Dios mío! —exclamó, asustada, mientras el corazón se le aceleraba a mil por


hora y Elías estiraba de su brazo.

—No es por nosotros —aseguró.

Pero ella no lo tenía tan claro.

Una buena cantidad de policías esperaba, con sus perros correspondientes, junto a
las salidas del control. La fila de pasajeros iba deslizándose hacia delante,
colocando las maletas en la cinta y pasando por las máquinas. Julia tuvo la
sensación de que se encontraban buscando a alguien en concreto, pero claro, tan
sólo era una sensación.

Caminó un paso al frente y se aferró al brazo de Elías. Se dio cuenta de que el


cuerpo completo le temblaba en sacudidas; el miedo que sentía era atroz.

—Nos están buscando, Elías… —murmuró en voz baja.

Elías miró hacia un lado y después hacia el otro. Allí parados, frente al control,
lo único que lograban era captar la atención de los presentes.

—Nadie nos está buscando, Julia —repitió con voz firme, intentando convencerla
—, confía en mí, por favor. Es imposible que nos hayan relacionado con el
tiroteo, no tienen manera de hacerlo.

Ella asintió con poca convicción.

Elías se dio cuenta de lo nerviosa que estaba. Prácticamente podía notar los
latidos de su corazón con tan solo mirarla; además, tenía la respiración agitada e
hiperventilaba.

Caminó un paso al frente mientras fingía que rebuscaba algo en el interior de sus
bolsillos; no quería seguir llamando la atención, pero Julia estaba muy alterada
aún.

—Tengo una idea.

Ella le miró, expectativa.

—No pueden tener nada contra ti, ¿verdad? Sería imposible que te hubiesen
relacionado de alguna manera, así que pasaré yo primero el control. Tú tan sólo
espérame, ponte en una de las filas y ve dejando pasar a la gente hasta que yo esté
al otro lado.

Julia asintió, atenta a cada palabra que él decía.

—Si ves que me paran o que me registran, espera un poco más antes de pasar. Si
ves que me detienen, entonces no pases y márchate. Llama a tu hermana desde
alguna de las cabinas y vete con ella, ¿entendido?

—No voy a dejarte —musitó, mientras sentía cómo el llanto volvía a amenazarla.

No quería llorar, allí no.

—Si me detienen, vete, Julia —repitió con dureza—, no quiero tener que volver a
pedírtelo. Además, estaré bien, te lo aseguro. La policía no puede hacerme nada.

Le besó fugazmente la mejilla y caminó al frente con paso ligero.

Julia se quedó allí plantada, observando la escena mientras fingía que se


encontraba esperando a algún acompañante.

Vio a Elías meter la maleta de mano sobre la cinta y después descalzarse y meter
los zapatos en una caja, también sobre la cinta. Tenía aún a dos personas por
delante de él. ¿Cómo podía soportar con tanta facilidad aquella tensión? Ella no
sólo notaba un mar de lágrimas amenazándola con escapar de sus ojos, si no que,
además, sentía una bola de vómito formándose poco a poco en la boca de su
estómago. Aquello tenía muy mala pinta y algo en su interior le gritaba que no era
buena idea, ¡que no debían pasar el control!

¿Y si detenían a Elías? ¿Qué iba a hacer ella sin él?

Tan sólo quedaba una persona por delante.

Aunque empezaba a aglomerarse una buena cantidad de personas en el control,


Julia evitaba quitarle los ojos de encima a Elías y esquivaba a cualquiera que
interfiriera en su campo de visión.

Elías empujó la caja con los zapatos, que se había quedado atrapada en la cinta, y
caminó al frente. Saludó con una media sonrisa al operario del aeropuerto que se
encargaba de revisar los rayos de las maletas y pasó por el control, respirando
profundamente mientras dos de los policías presentes se colocaban tras el
operario para revisar el contenido de su maleta.

Julia sintió que se desvanecía; el control había comenzado a pitar y se había


iluminado con una luz roja. Los policías se acercaban de prisa hacia Elías
mientras ella, incapaz, de contenerse, liberaba todas las emociones que su interior
albergaba.

Había intentado ahogar el grito entre las manos, pero había estallado junto a las
lágrimas. Recordó entonces, mientras veía a los perros olisquear a Elías, que no
se habían deshecho de la pistola. Elías llevaba la Glock en un control policial.

—Señor, ¿podría retirarse de la fila?

La voz del policía era firme y no dejaba lugar a objeción.


CONTINUARÁ…
SOBRE EL AUTOR

Christian Martins es un autor que nació hace más de treinta años y que lleva
escribiendo otros tantos, a pesar de que hasta febrero del 2017 no se lanzó a
publicar.

En febrero del 2017 publicó su primera novela “Seré solo para ti”, que en pocos
días se posicionó en el número 1 de los más vendidos de todas las categorías.
Poco después volvió al éxito con “Solo tuya”, dando por terminada la bilogía de
Lorenzo y Victoria.
En pocos meses ha publicado los volúmenes independientes de “Besos de
Carmín”, “Mi último recuerdo”, “Escribiéndole un verano a Sofía” y “Nosotras”.

Todas las obras de este prolífero escritor han estado en algún momento en el TOP
de los más vendidos en su categoría.
OTROS TITULOS DEL AUTOR

NOSOTRAS (JUNIO 2017)

Aurora conoció a Hugo cuando solo era una cría que no buscaba el amor. A sus
veinte años de edad, no sabía lo que quería ni se le pasaba por la cabeza
consolidar una relación.
Pero el tiempo fue pasando, año tras año, y el amor entre los dos continuaba
estando presente… Lo que ninguno de los dos esperaba era que el pasado
intercediera en su futuro.
¿Cómo sobrevive un amor de verano al paso de los años y a la inmadurez de la
juventud?
¿Qué ocurre si, cuando has conseguido que todo se estabilice, tu mundo se
derrumba sin control? ¿Si, repentinamente, desaparece todo aquello por lo que
tantos años has luchado?

« Aunque nada parecía fácil, una cosa tenía clara: jamás tendría que superar las
dificultades en solitario gracias a sus dos amigas.»
ESCRIBIÉNDOLE UN VERANO A SOFÍA (MAYO 2017)

Alex y Sofía solo tienen una cosa en común: ninguno de los dos cree en el amor.
Sofía es una joven alocada que busca vivir la vida, salir adelante con pequeños
trabajos que le proporcionen lo justo y necesario y, sobre todo, disfrutar. Piensa
que la vida es demasiado corta como para ser desperdiciada…
Alex hace un año que se ha divorciado y siente que ha perdido todo lo que tenía.
Sin saber cómo continuar, centra todos sus esfuerzos en rescatar su carrera como
escritor, sin éxito…
Descubre en estas páginas lo que el destino les deparará mientras Sofía te
enamora y Alex te escribe un verano que, te aseguro, jamás podrás olvidar.
MI ÚLTIMO RECUERDO (MAYO 2017)

«Después de tantos años de matrimonio, la relación entre Robert y Sarah ha


comenzado a enfriarse. Ninguno de los dos parece ser feliz ni estar dispuesto a
sacrificarse por el otro. Una noche de tormenta la pareja sufre un terrible
accidente de coche en el que Sarah pierde todos sus recuerdos excepto uno. El
último recuerdo antes del choque. Tras el suceso, Robert comprenderá qué es lo
que realmente importa en la vida y decidirá luchar por la mujer que ama, aquella
a la que había jurado un “para siempre” catorce años atrás.
¿Estará Sarah dispuesta a perdonar todo, a volver atrás? ¿Conseguirá Robert
volverla a enamorar?»
BESOS DE CARMÍN (ABRIL 2017)
Paula solo buscaba un trabajo para mantenerse ocupada el verano y desconectar
de los problemas familiares que la rodeaban, pero no esperaba encontrar a
Daniel. Sin quererlo, terminará perdidamente enamorada de él; un hombre casado
que le dobla la edad y que lleva una vida tranquila y familiar con su mujer.
¿Luchará Paula por sus sentimientos? ¿Abandonará Daniel todo lo que tiene por
ella? «Un amor prohibido, excitante y pasional que no dejará indiferente a ningún
lector»
SOLO TUYA (ABRIL 2017)
A pesar de todo lo que el sexy empresario, Lorenzo Moretti, y la joven española,
Victoria Román, han sufrido para poder consolidar su relación y estar juntos, por
fin todo marcha viento en popa. Se quieren, se adoran, se respetan y aunque
puedan sufrir pequeñas discusiones entre ellos, todo resulta sencillo de perdonar.
Hasta que ciertas personas del pasado reaparecen en la vida de la perfecta pareja
para recordarles que nada es tan sencillo como parece en un principio.
Victoria Román se verá sumida en la sombra de una ciudad desconocida y tendrá
que tomar la decisión de si sufrir por conservar su matrimonio o luchar por su
propia felicidad.
¿Volverá a Madrid y rehará su vida sin Lorenzo? ¿Podrá superar perder al amor
de su vida? ¿Merece el amor tanto sufrimiento?
«Descubre lo qué pasará en esta segunda parte de “Seré solo para ti” repleta de
erotismo y romance, más excitante aún que la primera…»
SERÉ SOLO PARA TI (FEBRERO 2017)
La vida de Victoria es perfecta hasta que, a pocas semanas de casarse con su
novio, descubre que éste le está siendo infiel. Mientras intenta superar la traición
que ha sufrido, conoce a su nuevo jefe, Lorenzo Moretti, que acababa de mudarse
a Madrid para dirigir la empresa y del que no tardará en enamorarse
perdidamente. Los dos comenzarán un excitante romance… Pero tarde o temprano
los secretos del joven Lorenzo salen a la luz y Victoria tendrá que decidir si se
mantiene a su lado. «Excitante, romántica, apasionada…, no te dejará
indiferente...»

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