Un Linaje Oscuro (Victoria Vílchez) PDF
Un Linaje Oscuro (Victoria Vílchez) PDF
Un Linaje Oscuro (Victoria Vílchez) PDF
ISBN: 978-84-19251-38-1
Alexander
—¡Dios, Rav! ¡Es que le has dado mi ropa! —No quería que
sonara a reproche. Era incapaz de regañar a mi familiar, al
menos a aquel en concreto.
Resoplé y me dejé caer en el sofá, frente a él. Wood, a mi
lado, nos observaba sin mucho interés. Siempre nos
sentábamos así, era la mejor forma de que Raven no
tuviera que andar girando la cabeza de un lado a otro para
poder seguir la conversación.
De todas formas, yo estaba bastante seguro de que entre
ellos se comunicaban de un modo silencioso, una conexión
que no entendía del todo y que suponía que provenía de su
vínculo como gemelos.
—Es alérgica a ciertas telas, como tú, pero aún peor.
Tenía toda la piel enrojecida y no paraba de rascarse.
—¿Toda la piel? —intervino Wood, que de repente sí que
nos prestaba atención—. ¿La has visto desnuda?
No, Raven no lo había hecho, pero yo sí. O semidesnuda
al menos. Y no había estado preparado para una visión así
en absoluto. Toda esa piel cremosa y de aspecto suave ante
mis ojos, y la curva de sus senos apretados contra la
colcha, mi colcha, no importaba que aquella habitación no
se hubiera usado jamás.
Todo allí me pertenecía, aunque nunca hubiera sentido
que fuera dueño de nada.
—Tiene una piel preciosa —señaló Raven, defendiéndose
ante su hermano—. Pensaba llevarle una cataplasma que
aliviara el escozor, tal vez algo con manzanilla y mimosa.
¿Puedes prepararla tú, Alex?
«No, ni lo sueñes. No quiero tener nada que ver con esa
chica», quise decirle, pero negarle algo a Raven hacía que
me sintiera como un auténtico capullo.
—Lo haré, pero dile que es cosa tuya.
Raven sonrió y todo su rostro se iluminó al hacerlo. Tenía
el físico de un tío de veinte años, y los siglos que en
realidad acarreaba a sus espaldas no habían dejado la más
mínima huella en su carácter. Continuaba sorprendiéndome
lo diferente que era de Wood a pesar de que, en lo que
respectaba a su aspecto exterior, su única diferencia era el
color del pelo. La bondad, su inocencia…, no eran
características que los Ravenswood apreciaran; por no
hablar de su sordera.
La pérdida de audición de su mellizo seguía
atormentando a Wood a día de hoy. Era muy consciente de
ello porque también a mí me atormentaba.
De los tres, Raven era, con toda certeza, el único que no
merecía estar allí encerrado, pero él jamás abandonaría a
su hermano y tampoco se alejaría de mí
intencionadamente. Estábamos atados de tantas formas
diferentes que su labor de protección como familiar solo
representaba una de ellas, ni siquiera la más importante.
Los mellizos prácticamente me habían criado; en mi caso,
el amor y la lealtad feroz que les profesaba pesaban mucho
más que cualquier otro vínculo, y sabía que para ellos era
igual.
—No quiero que intiméis con esa chica.
—Dani. Se llama Dani —terció Raven—. Bradbury me ha
enviado una nota para pedirme que nos portemos bien con
ella.
Wood soltó una carcajada.
—Bradbury está tan necesitada de amistad que se
encapricharía del mismísimo fundador de Abbot si siguiera
vivo.
—Eso ha sido cruel e innecesario —intervine, y le lancé
una mirada de advertencia a Wood. A veces parecía
imbécil; también su hermano necesitaba amigos al margen
de nosotros.
Wood ignoró el reproche de mi mirada.
—Define «intimar» —repuso, en cambio, retomando el
motivo por el que los había reunido allí.
Se recostó sobre el respaldo y cruzó los brazos por detrás
de la cabeza. Por su expresión, supe exactamente la clase
de pensamientos que estaba teniendo.
Me froté las sienes. El dolor de cabeza iba a más. Según
Wardwell, nuestra casa era el mejor lugar para acomodar a
una bruja blanca, y yo, el más adecuado para controlarla y
supervisar su estancia allí, dado que era el brujo más
poderoso de Ravenswood. Como si ella misma —o alguno
de los profesores— no fuese capaz de rechazar cualquier
intento de una chiquilla joven e inexperta, fuese una blanca
o no.
Al final, había accedido solo debido a mi lealtad para con
la escuela y por la insistencia abrumadora de Raven. Pero
desde ese momento la ansiedad amenazaba mi control con
un ímpetu furioso. Y todo había ido peor en el instante en
que había visto a aquella chica en mitad de mi salón,
demasiado cerca de Raven para mi gusto.
Al escuchar la pregunta de Wood, Raven hizo un ruidito
apagado, una especie de gruñido suave que sorprendió a su
gemelo tanto como a mí.
—Si estáis pensando en mear a su alrededor —gruñí,
exhausto—, olvidadlo. No va a quedarse mucho tiempo y no
quiero que os acerquéis a ella más de lo necesario.
Wood sonrió como si lo que yo quisiera le importara una
mierda; probablemente, así era. Raven, en cambio, mostró
una expresión desolada que me partió el corazón. ¿Cómo
podía negarle la novedad de hablar con alguien que no
fuera su salvaje gemelo o yo mismo, que la mitad de los
días ni siquiera decía más de dos palabras seguidas?
—No va a quedarse —insistí, aunque Raven no parecía de
acuerdo—. Pertenece a Abbot. Es una extraña y no es de
fiar.
—En este sitio nadie lo es.
En eso Raven llevaba razón. Incluso Wood asintió ante su
comentario. Pero no podía dejarlo acercarse a… Dani. Era
un error y terminaría mal. Mataría a cualquiera que le
hiciera daño a Raven, y no hablaba por hablar. Nadie que le
provocara sufrimiento a uno de mis cachorros viviría para
volver a ver la luna brillar en el cielo.
8
Alexander
La cabeza estaba a punto de explotarme. Era muy
consciente de que no debería haberme dejado vencer por la
rabia horas antes, mucho menos alterarme por una
chiquilla estúpida. Sin embargo, la aparición de Meredith
Good había conseguido que la situación tomara un rumbo…
peculiar. Desde mi habitación, había escuchado las quejas
de Wood acerca de la protegida de Dith, y eso solo podía
significar que Dani era en realidad una Good.
Interesante.
Me froté las sienes por enésima vez, tratando de
deshacerme de las punzadas de dolor que me sobrevenían
de forma continua. Me entraron ganas de reír por lo
patético de la situación. Un simple hechizo podría haberme
aliviado. Aunque la magia curativa no era una de las
principales materias de estudio en Ravenswood —ni en
ninguna otra escuela de magia negra—, yo no era un brujo
cualquiera, y ese hechizo en concreto me hubiera resultado
de lo más sencillo.
Pero no se hacía magia en aquella casa, era mi única
norma. Bastante grave era habérmela saltado para
bloquear cualquier intento de nuestra invitada de
abandonar el lugar y, si lo había hecho, era solo porque no
la quería corriendo por el bosque. Wardwell había insistido
en que era prioritario mantenerla a salvo mientras se
decidía qué hacer con ella. Lo último que necesitábamos
era que Abbot exigiera que fuera devuelta y no supiésemos
dónde estaba; los brujos blancos no necesitaban nuevos
motivos para perseguirnos aún con más ahínco.
Durante un momento, pensé en bajar a la piscina y
hundirme en el agua hasta que la falta de oxígeno hiciera
arder mis pulmones y esa quemazón me obligara a olvidar
el dolor que sentía. Cambiar un dolor por otro era mi
especialidad.
Me acerqué hasta la ventana y eché un vistazo al jardín
trasero. El vapor formaba una neblina baja sobre la
superficie de la piscina. Raven se había empeñado años
atrás en que la necesitábamos para vivir y, como siempre,
siendo él quien lo pedía, no había podido negarme a que la
instalaran.
Más allá de ella, los árboles del bosque de Elijah parecían
inclinarse en dirección a la casa, entretejiendo sus ramas,
sus hojas susurrando los secretos de una familia que
ocultaba más de lo que mostraba: la mía. Los Ravenswood
habíamos hecho mucho más que promover la creación de
dos bandos separados tras los juicios de Salem, aunque
muy pocos fuera de nuestro linaje tuvieran conocimiento de
ello. Y el bosque… Aquel bosque había estado ahí desde
antes de que los padres de los mellizos fundaran
Ravenswood, y seguiría estando cuando todos ardiéramos y
nos convirtiéramos en polvo y cenizas.
Resultaba curioso que Dani, que no era otra que Danielle
Good, hubiera acabado entre estas paredes. Durante los
juicios de Salem, Sarah Good había sido acusada por su
propia hija, y esta y el resto de la familia se habían
reformado y convertido en brujos blancos. Nadie se había
opuesto a ello, como si la sangre de ese linaje no hubiera
estado impregnada de la misma oscuridad que la del resto
de nuestra comunidad… Y nada había salvado a Sarah de
su destino, aunque yo sabía que los Ravenswood habían
actuado desde las sombras para aliviar en cierto modo su
sufrimiento. Habían mostrado compasión, algo inaudito
entonces, antes y después; un hecho único en la historia de
mi familia y que resultó tener una razón muy concreta.
Y ahora aquella chica estaba en mi prisión…
«Y también está en tu jardín», me dije, al verla doblar la
esquina por uno de los laterales de la casa.
Percibí la sorpresa que transformó sus facciones al
descubrir la piscina. Se detuvo un instante con los ojos fijos
en el agua y luego su mirada se desvió a la puerta trasera y
de ahí ascendió por la fachada. Me escondí tras la cortina
para evitar ser descubierto y maldije al verme convertido
en alguna clase de mirón. Sin embargo, era ella la que
había invadido mi territorio, no yo. Así que volví a
asomarme lentamente y la observé con el convencimiento
de que no había nada malo en vigilar a una extraña;
cualquiera que fueran sus intenciones al asaltar
Ravenswood de la forma en la que lo había hecho, no
podían ser buenas.
La espié mientras vagabundeaba por el borde de la
piscina. Había hecho uso de la ropa que le había llevado
Raven y estaba vestida con una de mis camisetas negras de
algodón, además de un pantalón de deporte del mismo
material. Parecía diminuta enfundada en aquella ropa, casi
como si pudiera perderse en su interior. Tendría que haber
resultado ridícula y, sin embargo, lucía… vulnerable de una
forma encantadora.
Pero no había nada débil o frágil en ella. La actitud altiva
que había mostrado en mi presencia casi podría haberla
hecho pasar por una Ravenswood y, a pesar de que había
detectado algo que mantenía su magia recluida en un
rincón profundo de su interior, estaba convencido de que
Danielle Good era una bruja excepcionalmente poderosa.
Por un momento pensé que iba a regresar al interior, pero
entonces se agachó junto al agua y metió los dedos en ella.
Los agitó de un lado a otro, trazando formas que no fui
capaz de descifrar, y poco después se dejó caer y quedó
sentada sobre el mismo borde. Lo siguiente que supe fue
que se estaba quitando unos gruesos calcetines (también
míos) y sumergía una de sus piernas.
El agua le lamió la piel y sus párpados cayeron hasta que
los ojos se le cerraron por completo. Cierto alivio se reflejó
en su expresión y el rubor cubrió sus mejillas, como si
estuviera disfrutando de la caricia de un amante y eso
aliviara la tensión en su interior.
Puede que me acercara un poco más al cristal cuando ella
se decidió a introducir la otra pierna, y casi pude
imaginármela deslizándose por completo dentro del agua,
con la ropa húmeda y pegada a la piel, gotas diminutas
recorriendo su rostro y muriendo en sus labios después de
haberse sumergido…
De repente, alzó la mirada directamente hacia mí y
nuestros ojos se encontraron durante unas décimas de
segundo. Me aparté de la ventana apresuradamente y me
pegué a la pared. ¿Me había visto? ¿Sabía que había estado
observándola todo el tiempo? La luz empeoraba mi dolor de
cabeza, por lo que había mantenido la habitación a oscuras;
no, no debería haber sido capaz de verme, aunque yo
hubiera terminado casi con la nariz pegada al cristal.
«Métete en la cama. Ahora», me dije, pero estaba más
alterado incluso que antes y las manos me cosquilleaban;
toda mi energía, mi magia, rogando por ser liberada…
Danielle
Luke Alexander Ravenswood era, además de un capullo, un
pervertido. O eso fue lo que pensé al descubrirlo
observándome desde la ventana de su dormitorio.
Estaba convencida de que se trataba de él, a pesar de no
haber atisbado más que una figura oscura tras el cristal.
Wood debía de estar ocupado con Dith, y Raven no se
escondería, simplemente se hubiera asomado para
saludarme o hubiera bajado a hacerme compañía. Además,
por el lugar que ocupaba, aquella tenía que ser su
habitación.
Casi había gemido de satisfacción al descubrir la
existencia de la piscina. El calor se arremolinaba en forma
de vapor sobre la superficie y varias luces iluminaban el
fondo. Resultaba tan tentador que a punto había estado de
arrancarme la ropa y lanzarme desde el borde, pero era
muy consciente de que Alexander estaba al acecho,
probablemente buscando alguna excusa para lanzarse
enfurecido sobre mí de nuevo.
Una vocecita impertinente me recordó que ya había visto
parte de lo que ocultaba mi ropa (su ropa) y que, quizás,
contemplarme nadando desnuda no haría otra cosa que
aumentar su irritación. Yo no era una invitada allí, sino más
bien una rehén de Wardwell, y ya había comprobado que el
hechizo que rodeaba la casa no me permitía salir por mis
propios medios.
Suspiré, pensando en todas las preguntas que tenía para
Dith y para las que no encontraría respuesta esa noche.
El agua formó remolinos en torno a mis piernas cuando
las balanceé adelante y atrás. Meterme en una piscina
cargada de cloro no ayudaría a mejorar mi alergia; mi piel
continuaba enrojecida en distintas zonas, sobre todo en el
cuello y en partes donde era más fina y delicada, como el
pecho y la zona alta de los muslos. Pero mi lado más
rebelde, y seguramente estúpido (el mismo que me había
empujado a huir de Abbot), ansiaba deslizarse en el interior
de la piscina y sumergirse en el agua.
Cedí al impulso. Me dejé ir y mi cuerpo resbaló por el
borde para introducirse de golpe en el agua. Estaba más
caliente de lo que había esperado. La camiseta se me pegó
al pecho y me volvió más pesada, aunque eso no enturbió la
sensación tan agradable que me envolvió.
Solté un suspiro y, con cierta torpeza, nadé hacia el
centro. En Abbot no había piscina y yo no había estado en
una desde antes de la muerte de mi madre y Chloe.
Recordaba a mi hermana riendo mientras ambas
chapoteábamos y ella trataba de alcanzarme. Le encantaba
el agua, pero también la aterraba. Yo le había jurado que
no le pasaría nada. Nunca.
Sin embargo, no había estado con ella el día de su
muerte. Se suponía que ambas íbamos a pasar la tarde en
casa de una de mis amigas mientras mi padre resolvía
algún asunto urgente en su oficina, pero Chloe se había
negado a ir en el último momento y mamá le había
permitido quedarse en casa con ella. En vez de animarla a
venir conmigo y asegurarme de que supiera que no la
excluiría solo porque era más pequeña que nosotras, yo me
había marchado con Dith y la había dejado atrás, y eso era
algo que jamás podría perdonarme.
Me coloqué boca arriba, extendiendo todo el cuerpo sobre
la superficie, y cerré los ojos. Horribles imágenes se
apropiaron de mi mente sin que pudiera hacer nada por
evitarlo. Nuestra casa de la ciudad, decorada con la
elegancia y el buen gusto de mi madre, había quedado
destrozada aquella noche. Todo había estado revuelto.
Espejos rotos, como si el responsable no hubiera querido
ver reflejada su atrocidad en ellos. Cojines apuñalados,
cortinas desgarradas, libros caídos y abiertos sobre un
suelo cubierto de esquirlas de cristal y trozos de cerámica.
Caos y muerte. Y, en medio, el cuerpo inerte de mi
hermanita pequeña sin un solo rasguño; víctima de una
muerte natural, habían dicho. De terror o de pena al
saberse sola con el cadáver desangrado de su madre.
Chloe había muerto de miedo.
Lo que quiera que hubiera sucedido ese día, debía haber
pillado a mamá totalmente desprevenida, porque de otro
modo habría empleado su poder para defenderse y
defender a Chloe.
Las arcadas sacudieron mi estómago y el sabor ácido de
la bilis me llenó la boca. Podía percibir con claridad la
mano de mi padre, floja en torno a la mía, mientras
contemplábamos paralizados por el horror el cuerpo de
Chloe tendido sobre el suelo. Parecía estar descansado,
como cuando jugaba a hacerse la dormida los domingos por
la mañana y yo tenía que hacerle cosquillas para destapar
su engaño. Pero no había sido así.
Iba a vomitar.
Me moví para colocar los pies sobre el fondo. Estaba
demasiado profundo y, durante un instante, el pánico se
apoderó de mí y me hundí, pero conseguí regresar a la
superficie. Braceé a duras penas hasta llegar a la zona
donde no me cubría. Cuando por fin la alcancé, temblaba,
aunque el frío no provenía del exterior, sino de un lugar
profundo por debajo de mi piel y mi carne.
—¿Estás bien?
Alexander se hallaba de pie a unos pocos metros del
borde, con la espalda tensa y los brazos colgando a los
lados del cuerpo. El ritmo acelerado de su respiración
rivalizaba con el mío. La oscuridad se arremolinaba en su
ojo derecho y succionaba la luz a su alrededor, mientras
que el izquierdo resplandecía azul.
No contesté. No podía. Me ardía la piel y la garganta; la
una por los sarpullidos, ahora aún más irritados, y la otra
por las lágrimas que me forzaba a tragar para no
derramarlas frente al brujo oscuro.
—Si no sabes nadar, convendría que te mantuvieras
alejada de la piscina —dijo, y la frialdad de su voz fue lo
único que me empujó a rehacerme un poco.
—Sé nadar.
—No lo parece.
—Ven aquí —hice un gesto con la mano y le dediqué una
sonrisa cargada de malicia— y estaré encantada de
demostrártelo. —«Y de ahogarte en el proceso».
Su expresión seria y distante no varió y me pregunté si
sonreiría alguna vez. No parecía probable.
—Sí, apuesto a que serías muy capaz de demostrarlo. —
Cruzó los brazos sobre el amplio pecho.
Ya no cabía duda de que su bien formada espalda se debía
a horas y horas de ejercicio en el lugar en el que yo me
encontraba ahora. ¿Salía de aquella parcela en algún
momento? La burbuja que evitaba que lo hiciera yo, ¿le
afectaba también a él? ¿A los gemelos? Si Dith no sabía la
respuesta a esa pregunta, era probable que Raven no
tuviera problema en contármelo.
—Será mejor que entres —dijo después de un momento
en silencio.
Giró sobre sí mismo y se encaminó hacia la puerta
trasera, y yo me agarré al borde para alzarme y salir del
agua.
—Te he visto antes. Me estabas mirando.
—Entra en la casa —repitió de espaldas a mí, ignorando
mi comentario—. Rav te ha dejado algo en tu habitación.
Aliviará la quemazón y hará que tu piel mejore con mayor
rapidez.
—Le daré las gracias mañana —repuse, en un infantil
intento de decir la última palabra. ¿Por qué no dejaba que
se marchara de una vez?
—Hazlo. —Ladeó la cabeza y me observó por encima del
hombro—. Y luego aléjate de él.
Alexander
—Un momento —dijo Danielle, mientras se deslizaba sobre
el colchón y se acercaba al borde.
La había acorralado en ese mismo lugar tan solo un rato
antes como si yo fuera uno de los lobos y estuviera a punto
de despedazarla. El calor que emanaba de ella hubiera
resultado agradable de no ser porque me había convertido
en un maníaco y casi… casi había cedido a mis más bajos
instintos.
Y por lo de despedazarla, eso supongo que tampoco
hubiera estado bien.
Durante un segundo, mi mente imaginó otro tipo de cosas
que no tenían nada que ver con desmembrar o mutilar,
aunque sí con perder parte de mi arraigado control.
Nunca una chica se había vestido con mi ropa, y
recordaba haber presenciado sorprendido que, cada vez
que Dith, en una de sus visitas, se paseaba por la casa con
una de las camisetas de Wood, a él solo le había faltado
mearle alrededor para marcar su territorio. No era como si
Raven o yo fuéramos a prestarle a ella esa clase de
atención, pero el lobo blanco no solía tardar en arrastrarla
de nuevo a su dormitorio y encerrarse en él con su gatita.
Ese tipo de comportamiento solía darme ganas de
vomitar.
Hasta ahora.
Danielle llevaba una de mis camisetas. Y, aunque no había
vestido otra cosa que no fuera mía desde su llegada, cada
vez resultaba más difícil no quedarme mirando. El aroma
de su piel mezclado con el mío había sido casi como una
bofetada, una que me había empujado más cerca del
abismo que de costumbre.
Carraspeé para aclararme la garganta y Danielle pareció
regresar de su propia ensoñación. ¿Estaría ella pensando
en lo mismo que yo?
No, ni de coña.
—Estamos encerrados —prosiguió—, pero ¿mágicamente
encerrados?
—No lo creo. No se hace magia en esta casa.
Los gemelos tenían mucho poder y eran capaces de
realizar un truco tan sencillo como sellar una habitación,
pero no lo habrían hecho bajo ninguna circunstancia.
Danielle puso una cara rara al escuchar mi comentario,
aunque me fue imposible saber lo que pensaba. Supuse que
había esperado una escuela llena de gente lanzándose
hechizos unos a otros y realizando conjuros oscuros y
perturbadores. No le faltaba razón, pero no era así para los
Ravenswood que allí vivíamos.
—Es que estaba pensando que eres un cretino —señaló, y
estuve a punto de echarme a reír. No era eso lo que había
esperado oír.
—¡Vaya! Muchas gracias por este momento de sinceridad.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, pero fui muy
consciente de la sombra de la sonrisa que asomó a sus
labios y que se esforzó en ocultar.
—No, no. Es que esto parece una encerrona y sería algo
muy propio de Dith.
—¿Con qué finalidad? —pregunté. No tenía ni idea de a
dónde quería ir a parar.
—Tú adoras a Rav, y a mí la verdad es que me cae muy
muy bien. Él me cae bien, no tú —especificó, aunque no
hacía falta. Decidí no decir nada al respecto—. Quizás Dith
quiera… que nosotros dos limemos asperezas. Estoy segura
de que ella también se preocupa por Raven.
—¿Cómo sabes tú que yo quiero a Rav? —pregunté. De
todo lo que había dicho, puede que fuera lo que más me
había sorprendido.
—¿Lo dices en serio?
Su mirada se suavizó y parte de la hostilidad con la que
normalmente se enfrentaba a mí desapareció. Había
cerrado las manos y mantenía los puños apretados sobre su
regazo. Traté de no mirar en esa dirección, más que nada
porque no había mucha tela cubriéndola.
—Yo también protegería a Dith con mi propia vida —
afirmó, y me hizo gracia pensar que, en teoría, la función
de Meredith era precisamente protegerla a ella. Pocos
brujos daban mucha importancia a las vidas de sus
familiares—. Igual que tú morirías por ellos, por los dos.
No podía estar más de acuerdo. De los gemelos, Wood
podía parecer el más… capaz; emanaba agresividad y
mordía antes de preguntar. Pero el más fuerte, el realmente
poderoso, era Raven. El lobo negro siempre había sido
diferente, tal vez porque su inocencia le permitía ver cosas
que el resto no veíamos. Fuera como fuese, Danielle estaba
en lo cierto: nunca permitiría que ninguno de los dos
sufriera ningún daño, aunque eso supusiera mi propia
desgracia o perdición.
—Son los únicos que han estado siempre conmigo desde
que nací. Son mucho más que familiares para mí. —No
tenía ni idea de por qué estaba contándole todo aquello a
ella, precisamente a ella, una bruja blanca—. ¿Crees que
Dith nos ha encerrado aquí?
Se encogió de hombros.
—Puede incluso que haya sido Wood. Cualquiera de ellos.
O los dos.
Tampoco Wood había estado muy contento esa mañana.
Había discutido con él largo rato después de la marcha de
Raven y, por supuesto, Wood estaría encantado de
arrastrarme más allá del límite de mi control,
encerrándome con Danielle solo para ver si explotaba y la
convertía en cenizas; así se acabaría el problema.
Lo que Danielle decía tenía sentido.
—¿Y ahora qué? —inquirí. Estaba agotado y la magia no
era una opción—. ¿Tenemos que sentarnos en el suelo a
hacernos trencitas en el pelo o algo así?
—¿Eh?
—Todo hechizo tiene un punto ciego, Danielle, una forma
de deshacerlo.
—¿Con otro hechizo? —sugirió, y yo negué.
—La magia es parte de este mundo, algo tan natural como
el agua que corre por un arroyo o la brisa suave que toca
tierra desde el mar. —Ella me miró como si me hubiera
salido una segunda cabeza. Decidí ir al grano y dejarme de
estúpidas metáforas—. Siempre hay una manera de
quebrarla y devolver todo al estado inicial. Regresar al
equilibrio.
Eso no era del todo cierto. Ciertos conjuros y maldiciones
no podían ser revertidos. Pero un bloqueo sí. Tan solo era
una burbuja, similar a la que había rodeado la casa para
evitar que Danielle escapase y acabara vagando por el
bosque o algo peor; esa era la única magia que me había
permitido realizar en mucho tiempo, y solo mientras ella
estuviera allí.
—Hay algo que podemos hacer juntos para arreglar esto
—agregué, por si no lo había entendido del todo.
—No pienso tocarte ni con un palo.
Una carcajada brotó de entre mis labios y sorprendió a
Danielle tanto como a mí. Se quedó observándome con las
cejas arqueadas y la curiosidad reflejada en aquellos
grandes ojos azules. Sentada al borde del colchón y con las
piernas colgando, comenzó a balancearlas y agitó los dedos
de los pies de una forma peculiar. Mi mirada ascendió
desde estos hacia las rodillas y luego un poco más arriba…
Olvidé lo que había dicho y si se suponía que debía
contestar algo. Me estaba costando concentrarme con toda
esa piel expuesta y no dejaba de preguntarme si sería tan
suave al tacto como parecía, y si la de sus muslos, aún más
pálida y delicada…
—¡Eh, tú! —me llamó, y levanté la cabeza de golpe—.
¿Qué ha sido eso?
¿Había dicho lo de su piel en voz alta? Hice un esfuerzo
para dominar la expresión de mi rostro y no delatarme.
—¿Qué ha sido qué?
—Ese ruidito que has hecho con la garganta —señaló, y
estuve a punto de volver a gemir, esta vez de vergüenza—.
No sé qué crees que tenemos que hacer para salir de aquí,
pero la respuesta es no. Quítatelo de la cabeza.
Doblé la rodilla y apoyé el codo en ella, inclinándome un
poco hacia delante.
—¿Tan desagradable te parezco?
«No vayas por ahí, Alexander», me dije, pero me veía
incapaz de parar. De alguna manera tenía que aplacar el
jodido fuego que me estaba devorando por dentro.
—No te haces una idea —contestó, sin apartar la mirada.
—Entonces, ¿a qué viene el rastro de color de tus
mejillas?
¿Ira?, me planteé cuando ella no respondió. ¿Miedo tal
vez? Dudaba que fuera eso; no parecía tener miedo de mí,
aunque seguramente debería.
No supe en qué momento me puse en pie, pero ya estaba
avanzando hacia la cama cuando Danielle alzó la mano
para pararme. Me detuve en el acto y maldije. No entendía
por qué demonios me estaba comportando de una manera
tan irracional con ella.
—El punto ciego. Sé cuál es —barbotó atropelladamente.
Bueno, eso era lo que queríamos, lo que yo quería, ¿no? Así
podríamos salir de la habitación de una maldita vez—. Tira
la puta puerta abajo.
Pues sí que estaba desesperada.
—Eso es un poco drástico, ¿no te parece?
—Pero puedes hacerlo. —Hizo un gesto con la mano que
abarcó mi figura de pies a cabeza—. ¡Oh, vamos! No finjas
que no sabes de qué te hablo, con todos esos músculos.
Las comisuras de mis labios temblaron por propia
iniciativa.
—Así que te has fijado, ¿eh? Y mucho, al parecer.
Puso los ojos en blanco, pero juraría que no estaba tan
molesta como quería dar a entender y, en realidad, se
estaba divirtiendo tanto como yo. En mi caso, ni siquiera
recordaba la última vez que eso había sucedido, aunque
tampoco era que hablara con mucha gente. Y mucho menos
que esas escasas conversaciones fueran divertidas.
—Es difícil no fijarse estando en una casa repleta de tíos
cachas.
La mención de los lobos disparó una alarma en mi interior
y algo muy similar a los celos se retorció de forma
desagradable en el centro de mi pecho. Eso me hizo
recordar que, aparte de músculos, había otra cosa bajo mi
piel. Y no creía que Danielle quisiera descubrir de qué se
trataba.
—No funcionará.
—Prueba —me animó, reprimiendo la risa—. Tal vez el
golpe te deje inconsciente y estar aquí encerrada contigo
ya no será una tortura.
—Tú sí que sabes hacer sentir bien a los demás.
—Vamos, inténtalo —me animó con una sonrisa maliciosa
en los labios—. Me gustaría poder ir a buscar a Raven yo
también.
La diversión se esfumó al escucharla. Casi había olvidado
que Rav continuaba en el bosque. La última vez que el lobo
había perdido el control y se había transformado, había
sido al menos un año atrás, después de una discusión
particularmente virulenta con su gemelo. Habíamos
tardado dos semanas en conseguir que regresara a casa y
otra más para lograr que volviera a su forma humana.
—No puedes salir de esta casa. —A menos que yo
quisiera.
No la quería vagando por el bosque de Elijah, no cuando
un montón de aspirantes a brujos lo empleaban como
campo de pruebas y lugar de reunión; no cuando existían
fuerzas allí de las que no podría protegerse. Pero mi
preocupación por su seguridad no era algo que fuera a
compartir con ella. Además, solo la mantenía a salvo por
Rav; él le había tomado cariño de una manera absurda.
—Tendré que salir para ir el lunes a clase.
Me costaba creer que Wardwell fuera a obligarla a asistir
a clase. ¿O era Danielle la que lo había propuesto? No
terminaba de comprender qué hacía en Ravenswood, y eso
avivó mi determinación; no podía fiarme de ella.
Me ahorré darle una respuesta, lo cual, al parecer, hizo
resurgir su hostilidad.
—Entonces, ¿qué propones? ¿Que continuemos aquí
encerrados? Porque ya te digo yo que de lo de hacer algo
juntos ya te puedes ir olvidando.
Por supuesto que no. No le gustarían los resultados,
aunque la verdad era que no había sido eso lo que yo había
tratado de sugerir. Aquella chica tenía la mente muy
sucia…
—Vamos a esperar —afirmé, dando el tema por zanjado.
A pesar de su desesperación, Danielle no trató de realizar
ningún hechizo, y no era tan estúpido como para creer que
era porque de repente respetaba mis normas. No, no era de
las que agachaban la cabeza; no era dócil ni obedecía solo
porque alguien dijera que así eran las cosas. Lo que me
hacía suponer que de verdad sufría alguna clase de bloqueo
que no le permitía acceder a su magia. Podría haber
tanteado su interior, echar un vistazo rápido sin que fuera
consciente de ello para saber qué la retenía, pero, de
nuevo, aquello implicaba que yo mismo empleara mi poder.
Y eso no iba a pasar.
14
Alexander
Al abrir los ojos, me encontré con un puñado de estrellas
doradas sobre un fondo negro y tardé un poco en situarme,
hasta que recordé dónde estaba. Aquella no era mi
habitación, sino la que ocupaba Danielle. Pero ella no se
encontraba al otro lado de la cama, a unos dos kilómetros,
que era donde se había acurrucado para dormir bien lejos
de mí.
No podía culparla y, seguramente, lo mejor era mantener
las distancias con ella.
Me incorporé sobre los codos y me di cuenta de que la
puerta estaba abierta. ¡Por fin! Fui a poner los pies en el
suelo y los retiré de inmediato antes siquiera de sacarlos
del colchón. ¡¿Qué demonios…?! Acababa de encontrar a
mi invitada. Y también a Rav. La oleada de alivio que me
recorrió el cuerpo fue tan intensa que tuve que tumbarme
de nuevo. Tardé unos segundos en recuperarme y
asomarme al borde del colchón para asegurarme de que no
me lo había imaginado.
Raven estaba estirado en el suelo, y Danielle, acurrucada
contra su cuerpo, tenía la cabeza apoyada sobre el costado
del lobo. Uno de sus brazos le rodeaba el cuello y sus dedos
se hundían en el denso y sedoso pelaje negro de mi
familiar.
El lobo tenía los ojos abiertos y me estaba mirando.
—Me alegra que estés de vuelta —le dije. Todavía
quedaba la parte de transformarse, pero ya llegaríamos a
eso. Señalé a Danielle—. Ella te gusta, ¿no es así?
Raven me enseñó los dientes, aunque no de forma
amenazante.
—No, a mí no me gusta. No de esa forma.
Ladeó la cabeza y casi parecía estar diciéndome:
«Entonces, eres idiota».
Le sonreí. No era un gesto que yo hiciera a menudo, pero
Raven bien lo merecía.
—Me comporté como un gilipollas. Lo siento.
Su cabeza osciló de izquierda a derecha todo lo que el
abrazo de Danielle le permitió. Estiró el cuello y le rozó la
frente con el hocico.
—Sí, también me he disculpado con ella.
Me deslicé sobre el colchón hasta el lado opuesto de la
cama y, ya de pie, la rodeé. Permanecí un momento
observando la escena. Se me encogió el corazón al
contemplar los dedos de Danielle entremezclados con el
pelo negro de Rav y la ternura y el cuidado con el que ella,
incluso dormida, se agarraba a él.
Raven rozó de nuevo su rostro, esta vez en la mejilla. Sus
ojos azules e inteligentes se alzaron entonces hacia el lugar
que yo había ocupado momentos antes en la cama y
después se posaron sobre mí.
—¿Quieres que la suba a la cama?
Un ligero asentimiento con la cabeza.
—No debería tocarla, Rav —le dije, pero de todas formas
terminé por ceder a su petición.
Haciendo uso de la colcha para no rozar su piel de forma
accidental, me arrodillé junto a Danielle y retiré sus manos
del cuello del lobo con suavidad. Acto seguido, la envolví
con la tela y me incorporé cargando con ella. Era menuda y
ligera y, a pesar de haber estado a saber cuánto tiempo
durmiendo en el suelo, desprendía calor gracias al abrigo
que le había brindado el pelaje de Raven.
Su cabeza cayó contra mi pecho y murmuró una ristra de
palabras sin sentido, pero no se despertó. Aunque tendría
que haberla dejado enseguida sobre las sábanas, la
mantuve un poco más de lo debido entre los brazos. El
contacto estaba desatando la oscuridad de mi interior de
tal modo que tuve que emplearme a fondo para contenerla;
ni siquiera recordaba la última vez que había estado tan
cerca de alguien que no fueran los gemelos.
Raven se alzó sobre las patas traseras y colocó las
delanteras en el colchón, observándome en todo momento
como si quisiera asegurarse de que no la dejaba caer o la
lanzaba de mala manera sobre la cama. Pues sí que tenía fe
en mí…
La acomodé sobre el colchón y la tapé con la colcha bajo
su atenta supervisión, y ambos nos quedamos mirándola
durante un rato. Sin ni siquiera pensar en lo que hacía, me
incliné un poco y le aparté un mechón de pelo de la cara
con cuidado de no tocar su piel.
Raven lloriqueó a mi lado. Chasqueó los dientes en
dirección a Danielle y luego de nuevo hacia mí.
—Sí, sí que es guapa.
Había pasado tantos años junto a los gemelos que no me
costaba mantener aquel tipo de conversaciones; ambos
resultaban casi más fáciles de leer en su forma animal que
en la humana. Y en el caso del lobo negro, sus ojos eran
tremendamente expresivos.
Raven se retiró a unos metros de la cama y, cuando me
giré hacia él, dobló las patas delanteras y agachó la cabeza.
Negué en respuesta a su gesto.
—No necesitas pedirme perdón.
Por un momento pensé en animarlo a que se
transformara, pero sabía que esa decisión dependía solo de
él y que lo haría cuando estuviera preparado para hacerlo.
Raven asimilaba el sufrimiento de forma muy lenta y su
parte más salvaje le ayudaba a atenuarlo. Además, no
controlaba del todo el cambio en según qué estado
emocional se encontrase. Sus ritmos eran solo suyos y yo
no quería presionarlo en ese aspecto. Que yo deseara
hablar con él cara a cara no implicaba que eso fuera lo que
él necesitaba.
Se acercó trotando hasta mí y yo me acuclillé para quedar
a su altura. Me empujó en el hombro con el hocico y se
retiró. Al no obtener respuesta, repitió el gesto. Sabía lo
que significaba y tuve que hacer un esfuerzo para
mantener la calma.
—No, Rav. No. —La negativa abandonó mis labios en un
doloroso susurro. Giré la cabeza y observé el pecho de
Danielle subir y bajar. Suspiré y le devolví la atención al
lobo. Me miraba fijamente, implacable—. Eso no va a pasar,
pero tú sí puedes ser su amigo.
Lo agarré del cuello para abrazarlo. Le susurré al oído
medio docena de motivos por los que estar cerca de
Danielle era una pésima idea y deseé que eso bastara para
convencerlo. A pesar de su sordera, sabía que, en su forma
animal, su percepción se veía modificada y era capaz de
escuchar ciertos sonidos e incluso voces. No podía
entender las palabras, pero sí el sentido general de estas.
Aun así, también era muy consciente de que daba igual lo
que yo dijera, porque eso no cambiaría lo que fuera que
Raven pudiera haber visto.
Cuando me retiré, su expresión no había variado.
—Olvidémoslo —le dije, aunque era probable que no
surtiera efecto.
Raven tenía múltiples capacidades, al igual que Wood,
aunque no eran las mismas para los dos hermanos, pues ni
siquiera el elemento esencial del que extraían su poder
coincidía; algo atípico tratándose de gemelos, ya raros de
por sí. Pero Raven, además, veía cosas en la gente que
nadie más podía ver: uniones, hilos entre personas,
conexiones. Veía posibilidades… Sin embargo, yo hacía
tiempo que había agotado las mías.
Su mirada regresó a Danielle durante un instante y luego
volvió a mí.
—Vas a quedarte con ella hasta que despierte, ¿no es así?
—Un suave gruñido como respuesta—. Sí, de verdad que
puedes ser su amigo. Y, sí, yo intentaré dejar de
comportarme como un imbécil —añadí cuando gruñó de
nuevo en un tono más profundo y me mostró los colmillos.
Le regalé una última caricia en el lomo y él saltó sobre la
cama y se tumbó pegado al costado de Danielle. No pude
evitar sonreír a pesar de lo mucho que me inquietaba la
situación. A Raven se le daba mejor que a mí juzgar a las
personas y pocas veces se equivocaba, pero me aterraba
pensar que se sintiera tan protector con alguien a quien
acababa de conocer. Sin embargo, yo mismo le haría más
daño si no le dejaba elegir a quién se acercaba.
No era su dueño y no tenía derecho a dirigir su vida; no
me importaba lo que las normas que regían a los familiares
dijeran al respecto.
Danielle
—¿Quieres un poco?
Raven apartó el hocico con evidente desagrado.
Estaba con él en la cocina, comiéndome un sándwich con
un montón de ingredientes que no pegaban nada entre sí.
Delicioso, según mis estrafalarios gustos.
Una hora antes, había despertado encima de la cama con
Raven acurrucado junto a mí, aunque estaba segura de que
me había quedado dormida en el suelo. No pude
preguntarle al respecto dado que continuaba
manteniéndose en su forma animal. De Alexander, por otro
lado, no había ni rastro.
La puerta trasera, la que daba a la piscina, se abrió en
ese momento y Dith y Wood entraron en la cocina hablando
entre ellos en voz baja. La conversación que mantenían
quedó interrumpida en cuanto se percataron de nuestra
presencia.
—¡¿Qué demonios, Rav?! —explotó Wood.
Se abalanzó sobre su gemelo y sentí el impulso de
interponerme entre ellos, pero Dith me agarró del brazo y
me detuvo. En cuanto Wood llegó hasta su hermano,
capturó la cabeza del lobo entre las manos y apretó la
frente contra la suya al tiempo que exhalaba un suspiro
cargado de alivio que me partió el corazón.
—¡Joder, hermanito! —maldijo sin soltarlo.
Se quedaron un momento así, unidos el uno al otro y sin
moverse, y estoy segura de que se dijeron un montón de
cosas, aunque ni Dith ni yo pudiésemos entenderlos. Raven
emitía sonidos lastimeros y Wood se agarraba a él como si
no terminara de creerse que fuese real.
—No vuelvas a asustarme así —murmuró, y luego bajó
aún más la voz y ya no pude escuchar lo que le decía.
Lo dejó ir poco después a regañadientes, y tuve que
admitir que el gesto y su evidente preocupación por la
integridad de Raven hizo sumar puntos al gemelo malvado.
Raven soltó un potente ladrido y su hermano rio a
carcajadas, fue hasta el frigorífico y sacó un chuletón
crudo. Se lo lanzó al lobo y él lo atrapó al vuelo entre los
dientes. Wood no apartó los ojos de Raven mientras lo
devoraba.
—¿Cuándo ha regresado? —me preguntó Dith,
apoyándose en la encimera junto a mí.
Tenía barro en los pantalones y un montón de hojas y
pequeñas ramitas enredadas en el pelo y la ropa, además
de la sombra de unas considerables ojeras bajo los ojos.
Wood no lucía mucho mejor, aunque descubrir que su
hermano estaba de vuelta en la casa creo que había
conseguido que parte del cansancio se esfumara.
—De madrugada.
—Con razón no dábamos con él en el bosque.
Dith me contó en voz baja que habían pasado toda la
noche de un lado a otro, siguiendo rastros del aroma de
Raven que su hermano encontraba y perdía
constantemente. Cuando quería, Rav sabía muy bien cómo
cubrir sus huellas.
Wood debió de decidir por fin que su gemelo estaba de
verdad allí y no desaparecería de nuevo, porque se apartó
de él y nos dijo que iba a darse una ducha. Dith pareció un
poquito demasiado entusiasmada con la idea de
acompañarlo, pero lo dejó marchar y se quedó conmigo en
la cocina.
—Bueno, ¿qué tal estás? —preguntó con cierta cautela—.
¿Has dormido algo?
Me reí.
—Sé lo que hiciste. O lo que Wood hizo —señalé, y ella
arqueó las cejas.
—No sé de qué me estás hablando.
Le eché un vistazo a Raven. Seguía concentrado en su
comida, de la que apenas quedaba ya más que el hueso, y
de todas formas supuse que no podía escucharnos. Aunque,
en realidad, él ya sabía dónde había pasado la noche su
protegido.
—Me encerraste con Alexander en la habitación.
—No te sigo —replicó, desconcertada, pero yo sabía que
Dith era una actriz excelente; sus convincentes actuaciones
me habían sacado de más de un lío en Abbot.
—Mira, da igual. Funcionó. O eso creo. Alexander y yo
nos peleamos un poco, pero luego…
—¡Ey! Para, para, para. ¿Alexander y tú?
Le hablé del encierro y de todo lo demás, y alucinó. Juró
que ella no había tenido nada que ver y también estaba
bastante segura de que no había sido cosa de Wood.
Habían pasado toda la tarde y la noche fuera, en el bosque.
Un gruñido a nuestros pies llamó mi atención. Ambas
bajamos la mirada para encontrarnos a Raven
observándonos y, solo un instante más tarde, Dith se echó a
reír.
—Fue él. —Señaló al lobo—. Arriesgado pero efectivo,
Rav —le dijo, con una inclinación de cabeza.
Raven dio un par de ladridos. Levantó la pata y se tapó
los ojos con ella en un gesto más humano que animal.
¿Estaba avergonzado? ¿Y cómo demonios había entendido
lo que decíamos? No sabía que nos hubiese estado
prestando atención.
Me agaché junto a él, tomé un mechón de pelo negro
entre los dedos y le di un suave tirón.
—Alexander debe de estar cabreadísimo —prosiguió Dith,
y la miré por encima del hombro—. Por todo ese rollo de
«nada de magia en esta casa».
—¿Sabías eso?
Dith asintió.
—No le gusta. Me lo prohibió la primera vez que puse un
pie aquí.
—¿Y sabes por qué?
Raven deslizó el hocico bajo mi mano y empujó, supuse
que buscando una respuesta a su disculpa. Hundí los dedos
en su cuello y lo acaricié mientras esperaba una
explicación de Dith. El lobo gimoteó. Me pareció que
trataba de decirme algo, pero era imposible saber qué.
—Ni idea, pero yo que tú no lo mencionaría siquiera. Se
pone como un loco cada vez que se habla de magia.
Recordé cómo Alexander se había lanzado sobre mí en el
dormitorio, el fuego de sus ojos y el de su piel, y el
recuerdo trajo consigo un calor similar al que había sentido
entonces.
Me aclaré la garganta y continué acariciando a Raven.
—¿Sabes, Dith? Me hubiera venido bien saber ese detalle
mucho antes.
Poco después, Meredith se fue dando saltitos hacia la
escalera, no sin antes anunciar que esperaba encontrar a
Wood aún desnudo y en la ducha, algo que yo no necesitaba
ni quería saber. Demasiada información.
Alexander
El camino entre el auditorio y la casa se hizo tortuosamente
largo. Conservar la calma había requerido de mí una fuerza
de voluntad que no sabía que tenía. Por muchos hechizos
que rodearan el edificio, dudaba que hubiera alguno que
pudiera contenerme del todo si me dejaba arrastrar por la
oscuridad. Aun así, su existencia me había ayudado a
mantener el control. Y, de alguna extraña manera, también
lo había hecho la presencia de Danielle; algo sobre lo que
no pensaba pararme a reflexionar en ese momento.
La bruja blanca caminaba por detrás de mí, junto a
Maggie y Robert, quienes al parecer también habían
decidido dar por terminada la fiesta. Percibía la
preocupación de todos por Raven flotando en el aire, y ese
detalle me impulsó a acelerar el paso para llegar cuanto
antes; no estaba muy seguro de cómo procedería si
descubría que el lobo había sufrido algún tipo de daño.
En el momento en que Wood había detectado que algo iba
mal con su hermano, ni siquiera tuvimos que intercambiar
una palabra antes de salir de la casa e ir en su busca. No
hubo dudas por mi parte al atravesar el límite de la
propiedad; no cuando se trataba de uno de los gemelos.
—Tienes que calmarte, Alexander —murmuró Raven,
apresurando el paso para mantener mi ritmo. Incluso
después de lo que quiera que le había sucedido en aquel
salón, era él quien estaba preocupado por mí.
Gruñí a modo de respuesta del mismo modo en que había
estado haciéndolo Wood. El lobo blanco no se había
transformado de nuevo, sino que trotaba junto a su
hermano con los dientes al descubierto y listo para saltar
sobre cualquiera que osara interponerse en nuestro
camino.
Comprendía su actitud. Una parte de mí ansiaba regresar
a ese edificio repleto de brujos y drenar de ellos hasta la
última gota no solo de magia, sino de vida. Tanto poder
concentrado en una sola estancia ejercía sobre mí un
poderoso influjo que me era muy difícil ignorar. Incluso la
energía que emanaba de los Bradbury caminando a pocos
metros a mi espalda me hacía replantearme todas las
promesas que me había hecho a mí mismo.
Al menos la magia de Danielle permanecía apagada, y eso
era probablemente lo único que había permitido su
estancia en nuestra casa. De cualquier manera, percibía lo
poderosa que era bajo ese entramado de obstáculos que
recluía su poder.
—No ha sido culpa de Dani —continuó murmurando
Raven—. No quiero que te enfades con ella. Y no quiero
que regreses al auditorio cuando creas que todos estamos
durmiendo.
Raven me conocía bien y estaba seguro de que podía
adivinar el rumbo que habían tomado mis pensamientos.
—Tenía que protegerla —prosiguió, y me entraron ganas
de reír.
—Se basta sola para eso —afirmé, y eché un vistazo
rápido por encima de mi hombro para asegurarme de que
no nos estaba escuchando—. Es mucho más poderosa de lo
que demuestra.
La curiosidad se reflejó con claridad en las facciones de
Raven.
—¿La has… tocado?
Negué.
Cuando tocaba la piel de un brujo solían pasar cosas muy
desagradables. La oscuridad de mi interior se filtraba a
través de mi carne, reclamando tomar lo que daba por
sentado que era suyo: más y más poder. Las únicas
excepciones eran los brujos y brujas pertenecientes a mi
linaje, ya que la magia de los Ravenswood ya me pertenecía
y no era necesario que la robara. Daba gracias por ello; de
otra forma, no podría haber mantenido a los gemelos cerca
de mí.
Mi salida de la casa había sido una temeridad, pero al
menos me había contenido para no tocar a nadie.
Un escalofrío me recorrió al recordar la sensación de las
manos de Danielle empujando sobre mi pecho. El toque
había sido muy breve, y tenía suerte de que la tela de mi
camiseta se hubiera interpuesto entre nosotros.
—Entonces, ¿cómo sabes que es poderosa?
—Lo sé, créeme —repliqué—. No necesito tocarla para
estar seguro de que lo es.
A pesar de su historia, los Good eran una de las
principales y más reconocidas estirpes de brujos blancos.
Pero en el caso de Danielle no solo se trataba de eso. Algo
me decía que, una vez que escapara de su bloqueo,
mostraría una habilidad considerable en cuanto al manejo
de su poder. Era de esa clase de brujos para los que la
magia resultaba algo sumamente natural, una extensión de
sus dedos y manos; tanto como lo era para mí.
Solo que yo, además, lidiaba con otra clase de fuerzas que
pugnaban por hacerse con el control de mi cuerpo.
—Sufre alguna clase de bloqueo, quizás un hechizo
inhibidor —susurré, y Raven asintió como si ya estuviera al
tanto—. ¿Lo sabías?
Asintió una vez más y yo suspiré. No tenía sentido que me
enfadara con él. Raven siempre juzgaba por sí mismo qué
secretos revelar y cuáles guardarse; lo había estado
haciendo a lo largo de los años que llevábamos juntos y,
seguramente, desde mucho antes de que yo naciera.
—Podrías ayudarla —sugirió, y mi necesidad de
refugiarme en el único lugar al que podía considerar un
hogar no evitó que me detuviera bruscamente para mirarlo.
—¡¿Te has vuelto loco?! —exclamé, intentando no alzar la
voz.
Raven me tomó del brazo y me obligó a seguir
caminando. Ni siquiera me molesté en comprobar si el
resto del grupo estaba pendiente de nuestra conversación.
—No te alteres. Solo digo que podrías echarle una mano y
así no estaría desprotegida.
Resoplé, incrédulo por su petición. Tenía que estar de
broma.
—No sabes lo que me estás pidiendo, Rav. Además,
cuando eso pase, Danielle va a tener que salir de la casa.
Hasta ahora había soportado la presencia de la bruja con
cierto estoicismo, pero eso cambiaría en el momento en
que ella recobrara su poder y se convirtiera en una tortura
constante para mí. Incluso ahora, cada vez más lejos del
auditorio Wardwell, un hambre feroz me devoraba por
dentro; las palmas de las manos me picaban y tenía la
garganta seca. Cada célula de mi cuerpo exigía que la
saciara.
—Eso no será necesario. Los Ravenswood y los Good
siempre se han mantenido en buenos términos, y Danielle y
tú no seréis distintos de vuestros antepasados.
No quise discutir más con él. No se equivocaba al afirmar
que ambas familias habían evitado los enfrentamientos
directos durante siglos a pesar de pertenecer a bandos
diferentes, quizás porque los Good no habían olvidado lo
que Benjamin Ravenswood había hecho por Sarah Good
durante los juicios de Salem. Puede que finalmente no
consiguiera salvar a la mujer de ser ahorcada junto con
otras cuatro brujas, pero su familia tenía que saber lo
mucho que Benjamin había luchado por liberarla; algo que
ellos ni siquiera habían intentado.
Estaba tan ansioso por regresar al interior de la casa que
ni siquiera me molesté en negarme cuando Raven invitó a
entrar a los Bradbury. Si había podido resistir rodeado de
brujos en el auditorio, incluso furioso como estaba, podría
aguantar un rato más con ellos dos cerca.
Me dirigí directamente a la cocina. Rellené un vaso con
hielo y me serví de la jarra de agua que teníamos siempre
en el frigorífico. El líquido helado me ayudaba a calmar la
ansiedad y la sed como ninguna otra cosa podía hacerlo.
Me tomé dos vasos seguidos antes de pararme a escuchar
la conversación que los demás mantenían en el salón.
Con la espalda encorvada y las manos estiradas sobre la
encimera, metí la cabeza entre los hombros y permanecí en
silencio para captar las distintas voces. Al parecer, Ariadna
Wardwell se las había arreglado para derramar una de las
lámparas de aceite del auditorio sobre Raven, algo que no
conseguía entender cómo había conseguido. Pero Robert la
había visto y, lo que era aún más revelador, también el
propio Raven se había percatado de que el aceite caería
sobre Danielle y la había apartado para que no sufriera
ningún daño; muy propio del lobo negro sacrificarse.
Continué escuchando las distintas versiones de lo
sucedido de boca de los presentes, intercaladas con los
gruñidos que emitía Wood de vez en cuando. El lobo blanco
había optado por no regresar a su forma humana, tal vez
porque él también estaba valorando la posibilidad de volver
al auditorio y hacerle pagar a Ariadna el dolor sufrido por
su gemelo.
—Pero ¿cómo te has saltado las protecciones? —La
pregunta de Maggie se alzó por encima del resto de voces
—. ¿Cómo has podido curarlo?
Aquello me hizo alzar la cabeza de golpe.
A través del hueco de la puerta, atisbé la silueta lobuna
de Wood yendo de un lado a otro, en actitud inquieta. No
pude ver a Danielle desde donde me hallaba y, aunque la
escuché responder a la pregunta, bajó tanto la voz que no
entendí bien lo que decía.
¿Ella había curado a Raven? Yo ni siquiera me había
atrevido a pedirle a mi familiar que me mostrara si había
sufrido algún tipo de daño; no estaba preparado para
conocer la respuesta ni lo estaría hasta que me calmase del
todo. Si descubría siquiera una gota de sangre en su ropa o
sobre su piel, no podía asegurar que no perdiera el escaso
control con el que contaba. Ya había visto a Raven sangrar
antes y dudaba mucho que pudiera perdonármelo nunca.
Todo lo que podía hacer en ese instante era respirar
hondo, tratar de recobrar la compostura y mantenerme
alejado de los brujos ajenos a mi linaje. La alternativa
pasaba por dejarme dominar por la locura y… el resultado
no sería agradable para nadie, ni siquiera para mí.
Rígido y dolorido, esperé hasta que los Bradbury se
marcharon y Raven se retiró a su habitación. Wood se
marchó con él, escoltándolo, como si creyera que el peligro
aún no había pasado o que su gemelo podía desmayarse en
cualquier momento. El afán protector de Wood con su
hermano rivalizaba con el mío, aunque ambos supiéramos
lo capaz que era el lobo negro de defenderse por sí mismo.
Supongo que, en el fondo, lo que intentábamos era
proteger su inocencia a toda costa, ya que la nuestra se
había arruinado mucho tiempo atrás. Raven aportaba
esperanza a nuestro aquelarre y queríamos que continuara
siendo así.
En cambio, yo…
Arruinado. Así era como me sentía. Arruinado y roto.
En el salón solo quedó Danielle. Aunque no podía verla,
sentía el poder que habitaba en su interior de forma sutil
pero inconfundible, una llamada extraña por lo diferente
que era de la que percibía procedente de otros brujos.
Continué esperando inmóvil, apoyado en la encimera y
con los ojos cerrados, pendiente del instante en que
desapareciera escaleras arriba y se encerrase en su
dormitorio; entonces yo podría subir a ver a Raven.
Pero eso no llegó a suceder. Un momento después
escuché el rumor de sus pasos adentrándose en la cocina.
Suspiré profundamente incluso antes de que ella abriera
la boca.
—¿Estás bien? —inquirió.
Su preocupación sonó genuina y me pilló con la guardia
baja; cualquier otra pregunta o una de sus habituales
pullas me hubieran sorprendido menos.
Abrí los ojos y la miré, entre perplejo y curioso.
Conservaba puesto el vestido que Raven me había obligado
a elegir para ella. El lobo me había pedido ayuda (la cual
estaba seguro de que no necesitaba y solo era parte de sus
estratagemas para acercarme a Danielle) y al final había
terminado delegando la decisión en mí. Había sido más
fácil ceder y no tener que ponerme a discutir con él por una
tontería así; una vez más, no había podido decirle que no.
Haber pasado casi toda mi vida encerrado en aquella casa
no había evitado que se me instruyera en todas las
costumbres y tradiciones del mundo exterior. Mis padres
me habían asignado diferentes tutores para las aún más
variadas materias, incluido el protocolo para cualquier
fiesta o evento. Al parecer, no podían permitir que existiera
un Ravenswood que no supiera desenvolverse en sociedad
de forma adecuada. Habían esperado que, para cuando
hubiera completado mis estudios, fuera capaz de controlar
la oscuridad de mi interior. Todo ello sin hacerse cargo de
mi educación directamente.
Sus esfuerzos (o más bien los de mis profesores) dieron
sus frutos en la gran mayoría de aspectos, pero yo seguía
siendo incapaz de manejar el poder que me había sido
legado. El resultado era que había preferido aislarme antes
que arriesgarme a, no sé, hacer arder el mundo tal vez.
Al menos había acertado con el vestido de Danielle.
Incluso ahora, arrugado y cubierto de manchas de aceite,
se ajustaba a sus curvas con la suavidad que se esperaría
de las caricias de un amante entregado, dibujándolas con
una sensualidad que consiguió que se me secara la boca.
Mis ojos descendieron por el corpiño hasta alcanzar su
estrecha cintura. Las palmas de las manos comenzaron a
picarme, no sé bien si porque mi magia trataba aún de
encontrar un camino para salir al exterior o por un motivo
totalmente distinto, pero igual de alarmante.
Me obligué a levantar la mirada antes de perderme en la
redondez de sus caderas, pero topé con sus hombros
desnudos. Llevaba la capa negra sujeta alrededor del
cuello, aunque se la había echado hacia atrás, y tuve que
hacer un esfuerzo para no ir hasta ella y retirarla del todo
solo por el placer de admirar la piel suave y pálida de su
espalda. Algo se removió en mi estómago, una sensación
extraña y perturbadora, desconocida, y el aire a mi
alrededor crepitó.
—¿Alexander? ¿Estás bien? —insistió ante mi silencio.
Asentí con lentitud, no demasiado seguro de estar
diciendo la verdad.
—Estoy bien —me obligué a decir en voz alta, solo para
convencerla y convencerme a mí de paso.
No creo que se lo tragara.
También ella me estaba observando con atención y, de
una forma absurda, me pregunté qué era lo que veía.
Nunca me había preocupado demasiado mi aspecto, mi
inquietud solía centrarse en lo que podía hacerle a los
brujos y brujas que se acercaran a mí. Irónicamente, al
parecer resultaba inocuo para los humanos, pero mis
padres habían querido que viviera en Ravenswood y,
aunque ya tenía edad para decidir por mí mismo desde
hacía algunos años, había decidido permanecer aquí.
Ravenswood era mi legado; los brujos que allí estudiaban
habían sido protegidos durante siglos por mi linaje, y estar
cerca de ellos, y emplear mi poder para protegerlos si
llegaba a ser necesario, era la única forma que tenía de
sentir que yo también estaba haciendo honor a esa
responsabilidad. Más allá de eso, y en el fondo, era muy
consciente de que alejarme de este lugar también sería
como aceptar que no formaba parte de la comunidad. Y,
aunque no me relacionara con nadie tampoco aquí, al
menos estaba rodeado de los míos.
—Siento lo que ha…
—No ha sido culpa tuya —la interrumpí, y yo fui el primer
sorprendido por la aclaración.
Resultaba fácil cargar sobre sus hombros la culpa de lo
sucedido con Raven, pero no hubiera sido justo. Aunque yo
me hubiera negado, él hubiera acompañado a Danielle al
baile porque eso era lo que creía que debía hacer. Y nadie
apartaba al lobo de sus obligaciones.
Lo que quiera que Raven hubiera visto al mirar por
primera vez a la bruja tenía que ser esclarecedor, aunque
yo no estaba muy seguro de querer saberlo.
—Raven sabe lo que hace —añadí, porque estaba claro
que Danielle se sentía responsable.
En el silencio posterior a mi afirmación permanecimos
mirándonos con algo menos de hostilidad de la que
solíamos emplear para hacerlo. Resultaba obvio que
Danielle Good era una bruja indomable y feroz a pesar de
su juventud. Comprendía en parte que Raven sintiera esa
compleja afinidad hacia ella, aunque no era tan estúpido
para creer que no había algo más tras ese sencillo interés.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirió, acercándose
hasta la isla que se interponía entre nosotros.
Se apoyó en ella y su cansancio resultó evidente. No
entendía por qué no se marchaba a su habitación de una
vez por todas.
—Puedes, pero puede que yo decida no contestarla.
Asintió, como si creyera que era lo justo.
—¿Por qué, fuera de esta casa, todos te llaman Luke?
Se me escapó una carcajada no exenta de cierto cinismo.
Estaba claro que, en cuanto a qué preguntas hacer, las
prioridades de aquella chica no tenían ningún sentido.
—Olvídalo —añadió entonces, descartando el comentario
con un gesto de la mano, y se dispuso a abandonar la
estancia.
—Alexander fue el nombre que mi madre eligió para mí —
solté sin pensar cuando ya se había dado la vuelta y
caminaba hacia la puerta—. Mi padre nunca quiso
llamarme así, más que nada porque él fue quien eligió mi
primer nombre en honor a su abuelo y quería hacerlo valer
por encima de la elección de ella, del mismo modo en el
que su apellido era más importante. Siempre se ha creído
mejor que mi madre en todos los aspectos, como si lo único
que tuviera valor en una persona fuera la cantidad de
magia que corre por sus venas y el resto fuese algo banal.
No quieres saber lo que piensa de los humanos —comenté,
porque, para mi padre, las personas no mágicas eran poco
más que animales—. Así que exigió que se refirieran a mí
como Luke. Y así es como todos me llaman aquí.
—Todos salvo Raven y Wood —murmuró sin darse la
vuelta.
Ni Meredith. Ni ella, al parecer. Y escucharlo de sus
labios siempre me provocaba un escalofrío.
—Ellos saben lo que quiero. Conocen mis anhelos —
confesé.
Estaba hablando de más. Pocas personas tenían acceso a
mi mente, aún menos que a mi persona. Y aunque ese
pensamiento podría haber sonado esnob, la realidad era
que, en el fondo, resultaba triste y amargo. Estaba solo.
Danielle echó a andar de nuevo. En un movimiento rápido
e involuntario, me planté frente a ella y le bloqueé el paso.
Tuve que concederle que no retrocedió ni se mostró
amedrentada a pesar de que le sacaba una cabeza y mi
corpulencia duplicaba la suya. Puede que Danielle Good
fuera una bruja blanca y menuda, pero no me tenía miedo.
O al menos se esforzaba mucho para no dar muestras de
ello.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque no puedo irme —se apresuró a contestar.
—Eso no es verdad. Puedes irte de esta casa cuando
quieras, nada te retiene.
Cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva, e irguió la
espalda tratando de lucir un poco más alta e imponente.
Puede que no lo supiera, pero no lo necesitaba. Aquella
bruja se merecía mi respeto, aunque solo fuera por el modo
en el que me plantaba cara. Sabía que Raven le había
hablado de mi poder y Wood también había confesado
haberle contado algunas cosas. Ella misma me había visto
en mi última crisis y, aunque no hubiera perdido el control
del todo en esa ocasión, sabía lo perturbador de la imagen
que le había mostrado.
Aun así, allí estaba, decidida a no retroceder. Y eso
resultaba muy… interesante.
—Hay un hechizo —argumentó a duras penas, aunque era
obvio que esa no era la razón.
Ese hechizo apenas si había estado ahí un par de días.
Además, aunque yo lo hubiera mantenido, se le había
permitido entrar y salir libremente cada vez que iba a
clase. Una vez que Wardwell le había dado vía libre para
estar por el campus, podía haber peleado con ella para
alojarse en otra casa o en el edificio donde residían el resto
de alumnos. Claro que Wardwell la quería aquí, protegida,
pero eso Danielle no tenía por qué saberlo. Y, lo que era
aún más sospechoso, no había intentado largarse de
Ravenswood. La barrera que mantenía ocultas casi todas
las instalaciones del campus, salvo la mansión, la
mantendría dentro, pero lo lógico era que hubiera
intentado encontrar algún modo de salir de allí al menos
una vez… Una bruja blanca estaría lo suficientemente
desesperada por salir de allí como para probar cualquier
cosa.
—No. No lo hay. Lo eliminé hace días —expliqué, y me
extrañó que no se hubiera dado cuenta. Claro que seguía
bloqueada—. Por norma general, no es necesario; nadie se
acerca por aquí. Solo lo puse para evitar que salieras
corriendo los primeros días y acabaras vagando por el
bosque.
—¡Serás imbécil! ¿Por qué no lo habías dicho? —me
espetó, tan indignada que resultó incluso divertido.
—No preguntaste. —Ladeó la cabeza y me fulminó con la
mirada—. Además, cuando se te permitió salir de la casa
para ir a clase, no intentaste largarte de Ravenswood. No
es como si pudieras hacerlo en realidad, pero da la
sensación de que no quieres irte de todas formas. Lo que
me lleva a mi pregunta inicial: ¿Qué haces aquí?
Reafirmó su postura desafiante, con la barbilla alta y los
hombros hacia atrás; lo cual, por cierto, me ofrecía una
estupenda perspectiva de su tentador escote (pero no sería
yo quien señalara ese detalle; prefería recrearme un poco
con las vistas).
Sin embargo, se desinfló frente a mis ojos poco a poco
mientras parecía estar valorando qué respuesta darme.
Decidí echarle una mano.
—Quieres quedarte en Ravenswood por tu madre, ¿no?
No crees que su muerte fuera un accidente.
—¿Cómo lo sabes?
Casi sonreí. Casi. No recordaba muy bien cómo hacerlo y
tampoco solía tener motivos para ello.
—Sé muchas cosas.
—Pero te pregunté si la conocías…
—Y yo no llegué a conocerla jamás. —Raven me había
contado algunas de las preocupaciones de Danielle. No
todas, seguramente; solo lo que él creía que yo debía saber
—. Siento mucho su muerte.
Frunció el ceño, sin saber cómo encajar mis condolencias.
Creo que mi actitud la desconcertaba. No me extrañaba, yo
mismo lo estaba. No era habitual que hablara con nadie
más de lo necesario; con Wardwell, algunos de los
profesores y, solo a veces, con el personal encargado de
traernos comida y lo que necesitásemos. Poco más, y en
contadas ocasiones.
—No llegarás muy lejos sin magia —señalé—. Puedo
ayudarte con eso. Eliminar lo que sea que te contiene.
«¿Qué demonios estás haciendo, Alexander?», me
pregunté. Que Raven lo hubiera sugerido no lo convertía en
algo adecuado. Es más, resultaba una idea pésima. ¿Por
qué estaba yo brindándole mi ayuda? Era muy consciente
de que, si se le ocurría acceder y yo ponía una mano sobre
su piel, las cosas podían ir cuesta abajo con rapidez.
A pesar de ello, me descubrí ansioso por conocer su
respuesta.
23
Alexander
Danielle caminaba unos pocos pasos por detrás de mí en
completo silencio. Ni siquiera me había lanzado alguna de
sus observaciones sarcásticas acerca de las lenguas de
fuego que me lamían la piel y mi evidente falta de control.
Últimamente, con ella allí, aquello parecía pasarme con
demasiada frecuencia.
Durante años me había esforzado para domar el poder
que me había sido legado. No había alcanzado un control
perfecto sobre él ni mucho menos, pero había aprendido a
reprimirlo en mi interior de forma más o menos
conveniente.
Inhalé profundamente mientras continuaba avanzando
hacia la casa y me esforzaba para no echar la vista atrás y
mirarla.
—Ese árbol… me resulta familiar —murmuró en voz tan
baja que no tuve claro si hablaba conmigo.
—Debería. Estoy seguro de que habrás visto uno muy
similar o te habrán hablado de él. Existe un gemelo del
árbol de Elijah Ravenswood.
—¿Y por qué se supone que tendría conocerlo?
No pude evitar que las comisuras de mis labios se
curvaran ligeramente hacia arriba al escuchar su tono
desafiante; aquella chica no confiaría en nada de lo que yo
dijera ni aunque su vida dependiera de ello.
—Tal vez porque ese gemelo crece junto a la tumba de
uno de tus antepasados: Sarah Good.
Escuché el abrupto cambio en su respiración y, solo
entonces, me detuve y le permití alcanzarme.
—¿Bromeas? —repuso, y me vi obligado a negar.
—¿Sabes algo sobre la historia común de nuestras
familias?
Las carcajadas que le provocó mi pregunta resonaron a lo
largo y ancho del bosque.
—No hay una historia común entre nuestras familias.
—Sí, sí que la hay. Por mucho que eso te moleste.
No había planeado contarle nada de todo aquello y, por
norma general, me hubiera mantenido en silencio hasta
llegar a la casa, pero su escepticismo había espoleado mi
poco habitual verborrea. Le gustara o no, los Good y los
Ravenswood se habían relacionado desde hacía mucho
tiempo.
—Es una larga historia —le advertí— y puede que haya
una parte de leyenda en ella, pero, por lo que sé, la
mayoría es verdad.
Mientras regresábamos a la casa, a un paso más lento del
que me había propuesto, comencé a narrarle la historia de
Elijah Ravenswood. Mi antepasado se había visto seducido
por la parte más oscura y peligrosa de la nigromancia.
Durante años, había recurrido a la magia de sangre en
busca de un poder mayor del que ya albergaba mi familia. Y
puede que sus intentos se vieran recompensados, porque,
aunque Elijah había desaparecido poco después de los
juicios, el linaje de los Ravenswood se había fortalecido de
una manera poco natural. Raven y Wood habían nacido en
mil setecientos y mostraron desde muy temprana edad un
talento innato para los hechizos ofensivos, así como otros
dones; no solo eso, sino que cada uno de ellos era capaz de
manejar su elemento esencial y, en caso de necesidad,
también el de su hermano. Dos siendo uno, eso eran los
gemelos.
Y yo… Yo probablemente era uno solo convertido en dos.
—El árbol que has visto, al contrario que en el caso del
que crece en la tumba de Sarah, nunca aparece dos veces
en el mismo sitio —proseguí explicándole a Danielle
mientras ella trataba de no parecer demasiado interesada
—. Y no suele mostrarse ante cualquiera. Sobre las raíces
de ese árbol era donde Elijah realizaba los sacrificios e
invocaciones destinados a fortalecer su poder.
—¿Sacrificios? —inquirió, y yo balanceé la cabeza de un
lado a otro, negando.
—No quieres conocer esa parte, y no es algo de lo que a
mí me guste hablar.
Danielle asintió, aunque no supe si era capaz de
comprender de verdad a lo que me refería.
Siempre había pensado que la herencia de mi familia
había recaído sobre mí con la forma de aquella extraña
maldición; un poder demasiado tosco y brutal para ser
moldeado o domado. Y estaba convencido de que Elijah
había sido la causa de lo que quiera que yo fuese.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con Sarah Good?
La niebla continuaba tan baja que apenas veía dónde
ponía los pies. Reprimí la necesidad de ofrecerle la mano a
Danielle, consciente de lo poco adecuado que era y de las
consecuencias que eso tendría. La oscuridad había retirado
sus tentáculos de mi piel, pero no podía relajarme cuando
parecía que a lo que habitaba dentro de mí le gustaba tanto
la bruja blanca… Aquella tregua no era más que una
ilusión, eso lo tenía muy claro. Afloraría de nuevo cuando
menos lo esperase.
Me limité a hacerle un gesto para que no se alejara de mi
lado antes de responder a su pregunta con otra.
—¿Sabías que Sarah estaba embarazada cuando la
encarcelaron?
Danielle asintió.
—Dio a luz en prisión, aunque la niña murió poco
después.
—No, no murió —solté sin contemplaciones. De esa parte
de la historia sí que estaba seguro—. A petición de Elijah,
Benjamín Ravenswood sacó al bebé de la cárcel y se lo
entregó a este, que luego desapareció y lo mantuvo oculto
para que nadie sospechara. —Esperé por si tenía algo que
decir al respecto, pero Danielle se había quedado
repentinamente callada, me creyera o no, así que continué
—: Nadie en mi familia sabe la clase de pacto que hicieron
Elijah y Sarah ni qué pudo ofrecerle Sarah para que salvara
a su hija, pero Mercy Good no murió. Es más, en mi familia
se rumorea que su linaje se perpetuó más allá que el del
resto de los Good… Así que es posible que tú desciendas de
ella. —Por su expresión suspicaz, imaginé que no estaba
creyendo una palabra de lo que le decía, pero no me detuve
—. Y ¿sabes qué es lo mejor? ¿A que no imaginas cuál es la
segunda especialidad de Samuel Corey, ese profesor con el
que tan interesada estás en hablar?
En cuanto mencioné a Corey, se detuvo y permaneció
totalmente inmóvil, como si un hechizo hubiera anclado sus
pies a la tierra.
—Es botánico —señaló, aunque había un deje de duda en
su voz.
—Sí, es experto en herbología, pero también un ferviente
estudioso de los linajes de brujos de más renombre,
incluidos los de la comunidad blanca.
Danielle me fulminó con la mirada. Supongo que había
esperado que le contara todo aquello mucho antes; sin
embargo, yo no había sido conocedor de su interés por
Corey hasta la noche anterior, cuando había acudido a la
habitación de Raven para comprobar su estado y este me
había puesto al corriente del contacto continuo que parecía
haberse establecido entre el profesor y Beatrice Good.
No quería decirle a Danielle que, con toda probabilidad,
mi familiar conocía aún más detalles de los que le había
contado a ella e incluso a mí. Raven hablaría cuando
estuviera preparado para ello o cuando pensara que era
necesario hacerlo, lo cual resultaba irritante pero
inevitable.
Raven era… simplemente Raven.
—¿Insinúas que mi familia desciende directamente de
Mercy? ¿Que eso era lo que mi madre buscaba confirmar
en sus encuentros con Corey?
Me encogí de hombros.
—Es una posibilidad. Si lo visitaba regularmente es muy
probable que fuera porque, de alguna forma, tu madre se
había enterado de que Mercy no había muerto y estuvieran
investigando juntos.
Su mirada se perdió más allá de los troncos de los árboles
que nos rodeaban. Casi podía escuchar su cerebro
trabajando a marchas forzadas, valorando la posibilidad de
que lo que le estaba diciendo fuese cierto.
—Alguien la mató —afirmó tras un prolongado silencio.
En el instante en que pronunció la última palabra, una
fina lluvia comenzó a caer, llevándose consigo parte de la
niebla. La inesperada llovizna no tardó en transformarse en
un aguacero en toda regla, pero ni siquiera entonces
Danielle se movió. Su ropa empezó a empaparse enseguida,
al igual que la mía.
Me sentí culpable por haberle soltado toda esa
información con tan poco tacto. Mis dotes sociales estaban
francamente oxidadas y me había dejado llevar por la
irritación constante que su presencia despertaba en mí.
Raven diría que me estaba comportando como un capullo, y
seguramente llevaría razón.
—Danielle, ¿estás bien?
Se volvió hacia mí con expresión desconcertada y no supe
si se debía a lo que acababa de contarle o al hecho de que
estuviera mostrando algo de amabilidad con ella. De ser lo
último, tenía que reconocer que resultaba lamentable por
mi parte.
Desoí la voz de la razón y le ofrecí la mano.
—Vamos, te estás empapando. Puedo contarte el resto de
la historia cuando lleguemos a casa.
Pero Danielle negó lentamente con la cabeza e ignoró la
mano que le tendía. Chica lista.
—El agua no me molesta, es parte de mí —replicó, y di
por sentado que ese era su elemento esencial, la base de su
poder—. Quiero saberlo todo. Ahora.
26
Alexander
No podía decir que Wood estuviera disfrutando de nada de
aquello. En esta ocasión, no se había transformado en lobo
siquiera. Había optado por desencajarme las articulaciones
de los dos hombros en vez de romperme un par de huesos,
y para ello había necesitado emplear las manos. Ahora
estaba apoyado en el tronco de un árbol, observándome.
Esperando.
Ahogué un quejido y empujé el dolor fuera de mi rostro
para evitar que él lo apreciara. Desde el suelo, tumbado
boca arriba sobre el barro, yo también lo miraba. Sabía lo
mucho que odiaba hacerme daño, y yo odiaba hacérselo a
él.
—Deberías regresar. Esto me va a llevar un buen rato.
Prefería que se fuera y me dejara solo, pero de todas
formas Wood no lo haría, lo conocía demasiado bien. No, se
quedaría allí, torturándose a sí mismo por algo sobre lo que
no tenía ningún control.
Se encogió de hombros y mantuvo la boca cerrada,
aunque era cuestión de tiempo que explotara. Y yo quería
que lo sacara fuera. Todo. La oscuridad había retrocedido y
ya no había rastro de aquel veneno negro en mis venas ni
llamas devorándome la piel; ahora todo lo que me consumía
era la vergüenza.
Mis músculos volvieron a protestar. Me retorcí sobre el
barro, pero aguanté. El sufrimiento mantenía a raya mi
poder y, a la vez, me ayudaba a sanar. Muy muy
lentamente. Esa era una parte de mi magia que también
hubiera podido evitar; descartarla y dejar que mi curación
fuese natural, como la de cualquier otra persona. Pero no
quería atormentar más a Wood, y cada segundo que pasaba
tirado en el suelo del bosque era una tortura para él.
—¡¿En qué demonios estabas pensando, Alex?! —estalló
por fin—. ¿Qué pretendías? ¡¿Te has vuelto loco?! ¡¿O es
que esa chiquilla te saca tanto de quicio que de verdad
querías matarla?!
Las preguntas abandonaron sus labios, entremezcladas
con gruñidos de ira y frustración. Me limité a negar con la
cabeza, pero incluso ese leve movimiento dolió como el
mismísimo infierno.
—Y de todas formas… ¿Qué os pasa con Danielle, maldita
sea? —continuó renegando. El aroma de su magia, brutal y
salvaje, lo envolvió de tal forma que pude detectarlo desde
donde me encontraba—. Primero Raven y ahora tú. ¡Joder!
Es solo una Good, una traidora. ¡Sus antepasados nos
vendieron y se pasaron al otro bando!
A Wood, en realidad, le importaba una mierda los bandos
y los linajes, prueba de ello era su relación con Dith. Pero
estaba enfadado. Y tenía todo el derecho a estarlo.
—No es solo una Good —farfullé, mientras me esforzaba
por completar la curación de mis hombros.
Aparté a un lado la descarga de dolor que me recorrió
ambos brazos y me concentré en mi familiar.
—Es Rav, ¿no? Ha visto algo.
Asentí a pesar de que no estaba seguro de lo que el lobo
negro había vislumbrado sobre Danielle ni qué relación
podía tener con los Ravenswood.
—Ella… A Danielle se le ha presentado el árbol.
No tuve que explicarle a qué árbol me refería; solo había
uno en todo aquel bosque del que ninguno de nosotros
quisiera tener noticias. La expresión de Wood no sufrió
variación alguna, pero un renovado interés relució en sus
pálidos ojos azules.
—¿Cuándo?
—Justo antes de que la encontrara. Yo también lo vi.
Wood sacudió la cabeza de un lado a otro. La aparición
del árbol de Elijah no era un buen augurio. Durante años,
había germinado y crecido a expensas de los sacrificios del
nigromante, y su único sustento había sido la sangre de las
personas que Elijah se había dedicado a asesinar.
—La muerte visita Ravenswood y… ¿a Danielle se le
aparece ese maldito árbol? No creo que sea una
coincidencia.
—Nada lo es.
Intenté mover los hombros y, a cambio, un doloroso
calambre me recorrió de arriba abajo. Aparté la mirada de
Wood y me tomé unos segundos para observar la franja de
mi estómago que había quedado al descubierto. Parte de
una cicatriz asomaba bajo la tela de mi camiseta, una que
yo no había permitido que mi magia curara; un
recordatorio de un día muy concreto de mi vida.
Los ojos de Wood se desviaron a ese mismo lugar. Como si
supiera lo que estaba recordando, apretó los dientes, pero
no dijo nada. Durante los siguientes minutos ninguno de los
dos habló, y supuse que aquello era todo lo que pensaba
decir al respecto.
Estaba equivocado.
—Va a peor…
«Desde que Danielle está en la casa». Eso fue lo que no
dijo, pero sabía (todos sabíamos) que era así.
Los músculos y los tendones continuaron soldándose,
regresando a su sitio con una tortuosa y agónica lentitud.
Un poco más, solo un poco más de tiempo y podría mover
de nuevo los brazos.
—Creía que estabas a favor de que lo dejara salir.
Me fulminó con la mirada pese a que yo llevaba razón. La
teoría de Wood siempre había sido que no controlaría mi
poder hasta que permitiera que me consumiera por
completo.
—No así. No con ella como conejillos de indias. No te lo
perdonarías, y Raven tampoco lo haría.
—Fue él quien me propuso que ayudara a Danielle.
Sus cejas se arquearon por la sorpresa. Descruzó los
brazos y se adelantó para arrodillarse a mi lado. Se le veía
exhausto y no tenía nada que ver con haber estado
recorriendo el bosque como un lobo a la búsqueda de su
siguiente presa. No, no se trataba de eso.
—Raven también se equivoca a veces, y tú podrías tener
ahora las manos manchadas con la sangre de esa chica.
Algo muy dentro de mí se encogió y se retorció ante esa
idea.
«No», retumbó esa otra voz en mi interior, ajena y
distante. Antigua.
—¿No me crees capaz de controlarlo?
Era una pregunta injusta y de inmediato lamenté haberla
hecho. ¿Creía yo siquiera poder manejar mi oscuridad?
Había pensado que estaba manteniendo el control de mis
actos cuando había tomado a Danielle de la cintura, incluso
con el fuego devorándome de pies a cabeza como nunca
antes lo había sentido, bebiéndose mi cuerpo y mi alma. El
hambre, la necesidad. La oscuridad rodeándome y
rodeándola. Reclamándola también a ella.
En realidad, no tenía control sobre una mierda.
Sí, había creído poder deshacer su bloqueo, quizás
porque la noche anterior, cuando Danielle había estirado
las manos sobre mi pecho, había sentido un deseo
abrumador, y este no había sido de la clase que terminaba
con ella convirtiéndose en una cáscara vacía. Muerta.
Había sido… diferente, y aterrador también. Durante un
instante casi había pensado que…
—No puedo soportar esta mierda por más tiempo,
Alexander. No puedo —escupió Wood, y un sufrimiento
profundo, fruto de una herida que llevaba abierta años, se
reflejó tanto en su voz como en sus ojos.
Hubo un nuevo silencio entre nosotros, uno que dolía
mucho más que el de mi cuerpo recomponiéndose a sí
mismo.
—Yo… Lo siento.
Ojalá hubiera podido devolverle su libertad. Su vida. Pero,
de un modo u otro, los familiares estaban ligados a sus
protegidos de formas que ni siquiera la magia oscura podía
romper, y bien sabía yo que ninguno de los lobos me
abandonaría, aunque pudiésemos disolver ese lazo. Su
lealtad estaba por encima de todo, al igual que la mía para
con ellos.
Wood suspiró tras realizar un leve asentimiento con la
cabeza. A pesar de lo vacía que resultaba mi disculpa, de lo
poco que significaba, la aceptaba igualmente.
Siempre protegiéndome, siempre a mi lado.
Palpó uno de mis hombros con dedos expertos pero
delicados para comprobar el estado de músculos y
ligamentos. Nadie hubiera dicho que alguien como él fuera
poseedor de unas manos tan amables, pero yo sabía que
Wood no era como la gente creía, igual que su gemelo
tampoco lo era.
—¿Danielle lo sabe? ¿Sabe lo de Raven?
Negué, aunque me sentí en la obligación de aclarar:
—Cree que fue su madre quien advirtió a Rav de que ella
vendría.
—¿Una Good vidente? —resopló él, y me lanzó una aguda
mirada que dejaba bien claro lo ridícula que le resultaba la
idea.
—Tampoco sabe lo tuyo —añadí—. ¿Se lo has contado tú a
Meredith?
Pasó a revisarme el otro hombro y yo esperé con
paciencia su respuesta.
—Sí, claro. Le dije: «¿Sabes, Dith? No dejo de ver los
putos muertos que se me aparecen día y noche. Llevo siglos
haciéndolo y me había olvidado de contártelo».
El sarcasmo de su tono me arrancó una carcajada.
Conociendo a Wood, y aunque sabía que no le gustaba
airear esa parte de su poder, cuando se decidiera a hablarle
a Meredith de su peculiar capacidad emplearía justo esas
palabras. No había nada gracioso en ello y desde luego no
resultaba agradable, pero al menos en la casa ningún
fantasma lo molestaba. El bosque… El bosque era
diferente. Muchos habían perdido la vida y la razón allí; no
eran pocos los que vagaban sin rumbo entre sus árboles.
—¿Crees que puedes levantarte? —inquirió una vez
terminadas sus comprobaciones.
El dolor no había retrocedido ni un ápice, pero asentí de
todas formas. Podía haberle pedido ayuda y, sin embargo,
mantuve la boca cerrada; no por orgullo, sino para
ocultarle el alcance de las consecuencias que aquello tenía
para mí.
Wood no tenía que sufrir más de lo que ya lo hacía.
Me atacó un mareo al incorporarme y a punto estuve de
caer de nuevo, pero apreté los dientes y afiancé los pies en
el suelo. El barro me cubría casi por entero, aunque mejor
eso que la sangre de otras ocasiones. Suponía que Wood
había sido consciente de que aquel bosque no era el sitio
más adecuado para derramarla. Menos aún con la reciente
aparición del árbol de Elijah.
Echamos a andar de vuelta a Ravenswood. Wood tuvo la
deferencia de no apresurar el paso y yo sabía que
permanecía atento a cada uno de mis movimientos, a la
más leve señal de malestar. Me aseguré de no dar muestra
alguna de lo dolorido que estaba. Mantener las emociones
fuera de mi rostro se había convertido en un verdadero arte
para mí, uno que dominaba a la perfección.
—¿Qué sabes de Abigail Foster?
Por la mención a la muerte que había hecho un rato
antes, resultaba obvio que era consciente de lo que había
sucedido.
—No he visto su fantasma, si es eso a lo que te refieres —
aclaró—, pero me he acercado hasta el límite del bosque
para echar un vistazo y he escuchado a varios alumnos
hablar de lo ocurrido. Parece que su amistad con la hija de
la directora le ha salido cara.
Le lancé una rápida mirada.
—¿De qué demonios estás hablando?
—La encontraron en el dormitorio de Ariadna Wardwell,
en su cama. Aunque ella no estaba. No sé todos los
detalles, pero parece ser que le han destrozado la
garganta.
Maldije en voz baja.
—¿Crees que podría tratarse de él? —No quise
pronunciar su nombre en voz alta, pero Wood me entendió
de todas formas. No era la primera vez que aquello ocurría
y, teniendo en cuenta que el árbol había aparecido de
nuevo, ninguno de los dos necesitábamos mucho más para
deducir lo que estaba pasando.
—Después del encontronazo de ayer en la fiesta… —
replicó, y el agotamiento se apropió de su voz una vez más
—. Si Abigail estaba por algún motivo en la habitación de
Ariadna, pudo confundirla con ella. Quizás… Quizás quería
hacerle pagar lo que hizo y erró el objetivo.
El bosque se tragó nuestros siguientes pensamientos.
Antiguo y malicioso. Cargado de secretos; tantos como
albergaba el linaje Ravenswood. Solo cuando los muros de
nuestra casa comenzaron a atisbarse entre los viejos
troncos, Wood volvió a hablar por fin.
—Estamos de mierda hasta el cuello, Alexander.
No fui capaz de discutírselo.
29
Alexander
No estaba muy seguro de cómo afrontar el hecho de que
Danielle pudiera ser una Ravenswood. Para mi familia, en
realidad, no tendría que suponer una gran diferencia; la
parte dura de aquella revelación afectaba directamente a
los Good, aunque tal vez el estatus de mi linaje fuera
puesto en entredicho al estar relacionado con un aquelarre
de brujos al que todos seguían considerando traidores,
daba igual que hubieran pasado más de tres siglos de lo
sucedido en Salem.
Pero nada de eso era lo que más me preocupaba en ese
momento.
Era Danielle. Todavía sentía el roce de su mano sobre mi
brazo como una caricia fantasma que se repitiera una y
otra vez. Me había tocado tan solo un segundo, pero lo
había hecho, y mi oscuridad no había asomado su fea cara
en ningún momento para reclamarla. ¿Y si eso suponía la
confirmación de que ella era… parte de mi linaje?
—¿Estás bien? —le pregunté, acercándome a ella.
Continuaba de pie en mitad del salón, inmóvil, con Raven
a su lado sujetándole la mano como si de un preciado
tesoro se tratase. El lobo negro había permanecido junto a
ella todo el tiempo, y durante un momento envidié a mi
familiar. Él no tenía por qué mantenerse alejado de nadie;
no debía evitar tocar a ningún brujo a riesgo de drenarlo o
algo peor.
Danielle parpadeó una, dos y hasta tres veces. La
humedad en sus ojos le enturbiaba la mirada y su expresión
era puro caos; sus emociones atravesándole el rostro en
una sucesión infinita de dolor, angustia y perplejidad.
Estaba sobrepasada.
—¿Danielle? —insistí.
Por el rabillo del ojo atisbé la figura de Dith descendiendo
por las escaleras, pero no aparté la mirada de Danielle. No
solo acababa de confirmar que su madre probablemente no
había sido asesinada en un burdo intento de robo, sino que
había muchas posibilidades de que todo lo que era, lo que
creía que era, representara una mentira.
Era mucho para asumir.
Si los Good pertenecían en realidad al linaje Ravenswood,
nadie en la comunidad de brujos blancos los apoyaría. Es
más, eso suponía que, de algún modo, el límite entre ambas
comunidades era ahora más difuso que nunca.
—Lo siento —farfulló Danielle antes de que Dith pudiera
llegar hasta ella. Luego salió corriendo en dirección al piso
superior.
Dith la llamó y trató de detenerla. Raven, en cambio, la
dejó ir sin decir una palabra. No me entretuve en ese
detalle, aunque más tarde interrogaría a mi familiar sobre
qué parte de toda aquella locura conocía; él siempre sabía
más de lo que compartía conmigo.
—Yo hablaré con ella —sentencié, sin dar la menor opción
a ninguno de los presentes.
Me dirigí a las escaleras a grandes zancadas, tras sus
pasos, mientras Wood señalaba que no era una buena idea
que fuera precisamente yo quien tratara de consolarla y
Dith me gritaba algo sobre que no era asunto mío.
No les presté atención.
Alcancé el dormitorio que le había asignado a Danielle
antes de que nadie pudiera detenerme. Dith, Wood y
también Raven venían tras de mí. Pero yo solo pude verla a
ella, junto a la cama, respirando con dificultad y luchando
para reprimir las lágrimas.
Cuando nuestras miradas se cruzaron y su dolor se hizo
aún más evidente, hice un gesto con la mano. La puerta se
cerró a mi espalda, dejando a los demás fuera. Ni siquiera
me planteé lo peligroso que resultaba hacer uso de mi
magia; simplemente, fluyó a través de mí y bloqueó el
acceso a la habitación de modo que nadie entraría allí
hasta que yo así lo decidiese.
—Danielle, ¿estás bien?
No contestó. No asintió ni negó, ni siquiera parecía estar
viéndome. Mantenía una mano sobre su pecho, que subía y
bajaba con rapidez, con los labios entreabiertos y la
respiración errática. Con toda probabilidad estaba teniendo
un ataque de ansiedad.
Me abalancé sobre ella en el mismo momento en el que
las rodillas cedieron bajo su peso. Enredé un brazo en
torno a su cintura y, a duras penas, evité que se desplomara
al tiempo que me aseguraba de no tocar su piel.
De ser una Ravenswood por derecho, mi poder no tendría
por qué afectarle, pero no era algo que fuera a intentar
comprobar en ese momento.
—Tranquila. Todo va bien —susurré, a pesar de que era
mentira.
Nada iba bien.
La mantuve erguida con firmeza, pero sin ejercer más
presión de la necesaria, y ella se refugió en mi pecho
mientras permitía por fin que sus lágrimas fluyeran. Apenas
tardaron unos segundos en empaparme la camiseta.
—Tienes que respirar más despacio, Danielle —la urgí. Si
continuaba así, se desmayaría. Pero creo que ni siquiera
me estaba escuchando—. Más despacio.
Traté de imprimirle una suavidad a mi voz que me era
totalmente ajena, pero ni así conseguí llegar hasta ella. Su
respiración se aceleraba más y más a cada segundo que
pasaba. Cuando al fin alzó la barbilla y me miró, lucía
aterrorizada como nunca la había visto.
Tiempo después, al pensar en ese instante, continuaría
sin comprender qué me impulsó a hacer lo que hice, pero
en aquel momento no titubeé ni me planteé razón alguna
para proceder de una manera distinta.
La besé.
Capturé sus labios entre los míos mientras la mantenía
apretada contra mí. En el segundo exacto en el que mi boca
la tocó, sus labios se abrieron para mí y le franquearon el
paso a mi lengua. Un nuevo apetito, uno muy diferente al
hambre que me provocaba la magia, despertó en mi
interior. Y entonces mi cuerpo tomó el control y ya no fui
capaz de retroceder ni de alejarme.
Su sabor… Su delicioso sabor saturó mis sentidos. Me
bebí el gemido que escapó de su garganta mientras la
devoraba con un hambre feroz y recorría su boca presa de
una imperiosa necesidad que me exigía que la tomara por
entero.
«Más. Más. Toda. No es suficiente; nunca lo será».
El pensamiento me aturdió por su intensidad, pero no la
solté. No podía. Continué agarrándome a sus caderas,
buscando el aire que me faltaba en sus pulmones, en un
intento de que mi lengua y mis labios se saciaran de ella si
es que eso era posible.
Y entonces se desató el infierno.
Perdí la serenidad, mi entereza y la contención que había
sido una forma de vida para mí desde que podía recordar.
Perdí el control y se lo entregué a la oscuridad de mi
interior, y esta nos envolvió en un capullo protector en
apenas unos pocos segundos. Las lenguas de fuego
lamieron la piel que yo no me atrevía a tocar y la sombra
que nos rodeaba se expandió, acunándonos y aislándonos
del resto del mundo. Nos consumimos el uno a otro de la
misma forma desgarradora en la que nuestras bocas se
estaban devorando.
Me perdí en ella. Totalmente y de forma irremediable.
La besé y continué besándola porque… no había otra cosa
que pudiera hacer. Que quisiera hacer. Fue delicioso y
terrible, y embriagador. Sublime y oscuro. Fue más de lo
que nunca había imaginado o esperado. Fue… todo. Todo.
Pero en algún momento durante esa locura devastadora,
en un instante y lugar no muy lejano, algo en mi interior
aulló con fuerza, dolorido, como si los lobos que eran mis
familiares me reclamaran de vuelta. Como si llorasen por
mí…
Solté a Danielle de inmediato y retrocedí de un salto.
Gruñí como un animal rabioso que se sabe acorralado, y
entonces fui yo quien se vio incapaz de controlar su
respiración o el latido desbocado de su corazón.
Danielle no parecía encontrarse en mejor estado. Estaba
pálida y sudorosa, y sus ojos miraban sin ver, pero no me
atreví a acercarme de nuevo para sostenerla, aunque
tampoco creo que hubiera sido capaz.
Antes de que pudiera pensar en lo que había hecho,
Danielle se desplomó sobre el suelo. Y un instante después
fui yo quien perdió la consciencia.
De madrugada, esa misma noche, me desperté en mi
cama con la garganta reseca y el nombre de Danielle en los
labios. Alguien había montado una fiesta en mi cabeza y mi
piel parecía a punto de desprenderse de los músculos y los
huesos. El mero hecho de respirar dolía como el mismísimo
infierno y, en mi pecho, persistía un vacío profundo, un
hueco que no tenía ni idea de cómo se había producido ni si
sería capaz de rellenar.
—¿Danielle? —la llamé de nuevo, aunque en un primer
momento no comprendí por qué me sentía tan desesperado
por escuchar su voz.
Traté de incorporarme, pero, por mucho que luché contra
la debilidad que aflojaba mis músculos, resultó inútil. Solo
cuando Wood surgió de entre las sombras de mi habitación
y se aproximó a mí, recordé lo que había sucedido.
La certeza de que había drenado a Danielle hasta la
muerte sacudió mi cuerpo de pies a cabeza y me arrancó
un quejido de puro dolor.
—¿Dónde está, Wood? ¿Dónde está Danielle? —lo
interrogué mientras el pánico se apoderaba de mí. La
lámpara de la mesilla se iluminó y tuve que entrecerrar los
ojos. Wood, de pie junto a la cama, me observó con
expresión cautelosa—. ¡¿Dónde está?!
—Tienes que tranquilizarte, Alex.
Apreté los dientes. No ya debido al dolor, sino por la
evasiva de Wood. Traté de controlar mi furia. No podía
cargar contra él; Wood no era el culpable.
—¿Lo he hecho? Dímelo, por favor —rogué—. ¿Le he
hecho daño a Danielle?
Wood movió la cabeza de un lado a otro, negando, aunque
en realidad no parecía estar respondiendo a mi pregunta.
Yo era muy consciente de que la oscuridad había aflorado
de una manera explosiva al besar a Danielle. Si la había
matado…
—No sabemos lo que ha sucedido. Rav cree que… te has
transformado del todo. La puerta estaba cerrada cuando
llegamos —se apresuró a continuar—. Dith la echó a abajo,
literalmente. De una maldita patada.
Ni siquiera en aquellas circunstancias Wood pudo
reprimir una pequeña sonrisa al mencionar a la familiar de
Danielle. Íbamos a tener que hablar seriamente de sus
prioridades cuando toda esta mierda se aclarara.
—Te has saltado tu propia regla de no hacer magia —
intervino otra voz.
Mi mirada voló hasta la puerta para encontrarse con los
ojos celestes de Raven. Casi esperaba descubrir el odio
transformando su expresión, sus labios articulando la
palabra «asesino». Pero en su rostro no había más que
simple… curiosidad.
—¿Qué estabais haciendo Danielle y tú, Alex?
La pregunta de Raven me pilló tan devastado y aturdido
que no pude responder con otra cosa que no fuera la
verdad.
—La besé.
Las cejas de Wood salieron disparadas hacia arriba y
esbozó una sonrisa taimada que me hizo poner los ojos en
blanco. El rostro de Raven, en cambio, permaneció
inalterable.
—¿Ella se encuentra bien? —insistí. Tenía que saber de
una vez qué había pasado—. No está… Danielle no está…
¡Joder! Ni siquiera era capaz de decirlo en voz alta.
—Está descansando —dijo Raven por fin, y el alivio que
me inundó fue tan liberador que me arrancó un suspiro
agónico.
Mi pecho se expandió al deshacerse de un peso invisible y
cerré los ojos un momento para dar gracias en silencio por
la noticia, aunque no estaba seguro de que, incluso estando
viva, Danielle permaneciera entera.
—Necesito verla.
—No. —La negativa de Raven fue tan tajante como
inesperada.
¿Eran celos lo que le enturbiaba la mirada?
¿Preocupación?
Raven había insistido desde el primer momento en que
me acercara a la bruja blanca, ¿por qué ahora se negaba a
que la viera?
«¡Oh, mierda!». ¿Estaba Raven enamorado de Danielle?
El cariño que le mostraba a la bruja no era normal, aunque
nada en aquella situación lo era.
—Rav, no es lo que crees…
—Danielle necesita descansar y tú también —me
interrumpió—. Podrás verla mañana.
Miré a Wood, que se encogió de hombros, y luego volví a
centrarme en el lobo negro.
—¿Qué es lo que no me cuentas, Rav?
Él ladeó la cabeza, observándome en silencio, y se tomó
su tiempo para contestar.
—Creo que por fin ha despertado.
No pude arrancarle una palabra más.
Nunca me había enfadado con Raven, ni lo había
exteriorizado tanto, como durante esa noche. Pasé
gritándole al menos media hora y le exigí que me contara lo
que sabía, aunque era consciente de que presionarlo no era
buena idea y que en cualquier momento podía
transformarse y huir al bosque. Pero no lograba recuperar
el control de mis actos y mucho menos mantener la calma.
Durante unos pocos minutos había creído muerta a
Danielle, drenada por mis propias manos hasta arrancarle
su último aliento, y eso me había desequilibrado de una
forma que apenas si alcanzaba a comprender del todo. El
recuerdo de mi propia madre marchitándose frente a mis
ojos había ganado brillo y nitidez y de nuevo me había
convertido en el monstruo que mi padre creía que era. En
el que yo había luchado por no convertirme.
Había pasado por tanto para llegar hasta donde estaba…
Para ganar control y mantenerme al margen de la tentación
que la oscuridad representaba para mí.
—¡Tienes que decirnos algo, Raven! ¡Lo que sea, joder! —
gritaba, pero el lobo negaba una y otra vez, aumentando mi
desesperación—. Dinos de una vez lo que has visto.
—Alex —me advirtió Wood, interponiéndose entre su
gemelo y yo.
Su prudencia era innecesaria. Jamás le haría daño a
Raven. Además, aunque hubiera querido, mis piernas aún
se negaban a sostenerme. Todo lo que había conseguido
hasta ahora era sentarme en el borde del colchón y, aun
así, mantener la espalda recta representaba un verdadero
desafío para mí.
Raven se mantuvo junto a la puerta abierta de mi
habitación. Ni siquiera se había atrevido a poner un pie en
el interior. Exhaló un suspiro y le hizo un gesto a su
hermano para que se apartara.
—Las cosas no son tan sencillas como crees, Alex. Las
conexiones, las uniones y visiones son apenas pedazos de
un futuro que podría o no tener lugar; a veces solo veo un
objeto o un gesto, como una sonrisa o unos dedos
enredándose en torno al brazo de alguien… Un suave roce
de piel contra piel y luego… nada más.
—¡Lo sabías! —gemí, abarcando la habitación con un
movimiento de mi mano—. Sabías que iba a tocarla en
algún momento y que esto sucedería.
Asintió, y la sonrisa que acompañó a su confesión fue la
del Raven de siempre, espléndida y cargada de inocencia.
—Sabía que Danielle vendría desde hace mucho, como
también sé que hay una conexión que os une y de la que no
estoy seguro si podéis escapar o no.
—La primera vez que nos viste juntos —me apresuré a
preguntar—, ¿qué viste entonces, Rav? Creí que pensabas
que seríamos amigos.
La noche que habíamos pasado encerrados en el
dormitorio de Danielle, y tras la que ella había amanecido
durmiendo en el suelo junto al lobo, recordaba que Raven
había insistido en que había algo entre nosotros, que
debíamos ser amigos. O eso había creído entrever en su
mirada, dado que se hallaba en su forma animal.
—Vuestra conexión va más allá de algo tan simple como
eso, Alexander. Ella te necesitaba y tú a ella; tenéis un
destino común.
Peleé con la frustración para no volver a gritarle. No creía
posible que Raven se explicara de una forma más
enrevesada, aunque se lo propusiera. Me obligué a ser
consciente de que lo que el lobo veía a veces carecía de
sentido incluso para él; explicárselo a otra persona
resultaba en ocasiones una tarea imposible.
Pero yo necesitaba saber.
—¿Qué hay de su linaje? ¿Es una Ravenswood?
—¿Te preocupa haberte tirado a tu prima? —se rio Wood,
algo más relajado ahora que había dejado de gritarle a su
gemelo.
—No me la he tirado, idiota —repliqué, y durante un
instante temí la reacción de Raven.
Wood continuó sonriendo.
—¡Oh! Pero quieres hacerlo…
Miré a Rav. Su expresión no transmitía ninguna emoción
al margen de una leve diversión por las pullas que me
estaba dedicando su hermano.
—¿Es una Ravenswood? —insistí, ignorando al lobo
blanco.
Raven se limitó a encogerse de hombros.
—No puedo verlo. Pero hay una imagen que no deja de
aparecer en mi cabeza —aseguró, y cerró los ojos antes de
proseguir—: Hay algo en el despacho de Wardwell que
necesitáis encontrar. Algo que nadie busca, pero que otros
quieren.
Mi frustración alcanzó niveles alarmantes. Me mordí la
lengua para no empezar a soltar maldiciones.
—¿Qué es, Rav?
Abrió los ojos y me miró fijamente, como si fuera por fin a
darme una respuesta clara, pero un segundo después
frunció el ceño. Tanto él como Wood elevaron la barbilla y
olfatearon el aire.
Tras un momento, Raven desvió la mirada hacia su
gemelo y los dos dijeron a la vez:
—La muerte ha regresado a Ravenswood.
35
Alexander
Por primera vez en toda mi vida le había ganado la batalla
a mi maldición personal una vez que se había desatado casi
por completo, aunque ni siquiera supiera muy bien cómo lo
había hecho o qué había cambiado en mí para que eso
fuera posible.
Al escuchar la explosión e imaginar a Raven, Dith y
Danielle a saber en qué clase de peligro, no había dudado
en ceder el control de mi cuerpo a mi poder. Lo había
invocado a sabiendas del dolor que sería necesario luego
para atarlo de nuevo y me había dejado arrastrar. Solo
había conservado un pequeño hilo del que tirar, una pizca
de conciencia para evitar que mi transformación fuese
total, a pesar de que en el pasado eso nunca había
supuesto una diferencia.
No había luchado contra el cambio. No me importaba lo
que me sucediera. Si Raven estaba en peligro… Si algo lo
estaba amenazando…
Pero entonces ya estaba en la planta de arriba y él se
encontraba bien, y Danielle y Meredith también lo estaban.
Empapados, pero a salvo.
—No sé cómo —murmuré, porque todos seguían
contemplándome con el asombro reflejado en el rostro
después de que Wood me interrogara al respecto.
Mi mirada buscó a Danielle sin que hubiera motivo para
ello.
La bruja llevaba dos días inconsciente, dos días que yo
había pasado torturándome por lo sucedido entre nosotros.
En el instante en el que mis labios habían tocado los
suyos, tampoco había contado con ningún tipo de control.
Había dejado salir mi lado más oscuro, pero esa vez no de
forma intencionada. Podría haberla drenado hasta
consumir su cuerpo y su mente. Su alma.
Aunque el incidente no parecía haberle provocado daño
alguno, y Raven aseguraba que solo había despertado
(significara eso lo que significase), los remordimientos
habían campado a sus anchas por mi mente. El recuerdo
del rostro de mi madre, de lo que le había hecho mi poder a
su cuerpo, me torturaba tanto como lo hacía haberle
arrebatado a Raven la capacidad auditiva.
«Otra vez no. Por favor», había rogado en las horas
previas, atormentado, una y otra vez hasta que las palabras
habían dejado de tener sentido. Pero ahora, al verla
despierta, con el pelo chorreando y expresión atónita,
incluso sin saber qué demonios había ocurrido ni por qué la
ventana de su habitación había volado por los aires, el
alivio se convirtió en una ola que atravesó mi pecho de
parte a parte.
Todos me estaban observando después de que revirtiera
el cambio sin ayuda, pero entonces Raven retomó su forma
humana y aseguró que Daniella había recuperado su magia.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo lo sabes?
Señaló el destrozo que nos rodeaba. Había agua por todas
partes. Charcos sobre el suelo de madera, que comenzaba
ya a absorber parte del líquido; sobre los muebles,
empapando la ropa de cama y las cortinas.
Raven se acercó a la ventana y echó un vistazo al exterior.
—Ha atraído la mitad del agua de la piscina al pensar en
darse un baño —continuó elucubrando el lobo—. Era eso en
lo que pensabas, ¿no?
Se giró hacia ella sonriente y aparentemente encantado
con la situación. Raven hallaba la felicidad en los lugares y
momentos más insospechados, eso había que concedérselo.
Mi atención se desvió de nuevo a Danielle, probablemente
la de todos, pero yo solo me fijé en ella. Sentada sobre la
cama, se encogió un poco al saberse el centro de todas las
miradas. Cerró los ojos un instante y pareció concentrarse
en algún punto tras sus párpados.
Yo sabía lo que estaba haciendo; buscaba el río de
energía que, de llevar Raven razón, correría ahora libre de
ataduras en su interior. Su poder, su magia. Y sí, estaba ahí,
yo también podía sentirla. La sentía como nunca hasta
entonces lo había hecho. Casi podía saborearla en la punta
de la lengua.
Danielle abrió los ojos y esbozó una mueca de disculpa.
—Lo siento —dijo con un quejido avergonzado.
Muy a mi pesar, solté una carcajada. Me reí con
auténticas ganas, aunque no tenía claro qué era lo que
encontraba tan gracioso. La habitación era un jodido
desastre, posiblemente tuviésemos que tirar los muebles y
habría que avisar a alguien para que repusiera el ventanal
destrozado. Además, la desaparición del bloqueo de
Danielle seguramente resultaba una amenaza nada
despreciable para mi autocontrol si ella permanecía en la
casa. Pero, joder, me abandoné a la risa sin más. Fue una
mezcla de alivio y… abandono.
A lo mejor estaba perdiendo la poca cordura que me
quedaba. No recordaba haberme reído así desde hacía
mucho tiempo. Tal vez desde nunca.
—¡Madre mía! Esto sí que es raro —farfulló entre dientes
Danielle, pero pude oírla perfectamente a pesar de mi risa.
Me miraba como si me viera por primera vez.
Meredith también comenzó a reírse.
—Estáis todos jodidos de la cabeza —señaló Wood—.
Todos. Esto no tiene ni puta gracia.
El alivio también se reflejaba en su rostro, aunque se
esforzara por aparentar que nos soportaba solo porque no
le quedaba más remedio. Había visto su expresión cuando
la casa retumbó con la rotura de los cristales y también él
había temido por su gemelo.
Y que Dith estuviera aquí arriba había alimentado aún
más su preocupación.
—Bien —intervino Raven—. Ahora que todos estamos
donde tenemos que estar, hay cosas importantes que hacer.
El sonido de las risas se fue apagando, como si
comprendiéramos a qué se refería, aunque no tuviésemos
ni idea. En realidad, la verdad era en ese momento un
puzle del que no todos teníamos las piezas. Pero sin duda
Danielle era la que con menos información contaba para
resolverlo.
Me adelanté un paso hacia la cama. Hacia ella. Mi cuerpo
se estremeció al percibir el rastro de su magia ahora
despierta y algo se retorció en mi pecho. De inmediato, me
envolvió un intenso aroma a flores frescas, al rocío que las
cubre justo en ese breve instante tras el amanecer, pero
antes de que se abran y los primeros rayos de sol acaricien
sus pétalos. Danielle olía a lluvia, a niebla deslizándose
sobre el musgo húmedo, rozándolo con suavidad y
retirándose, huidiza, cuando las nubes se despejaban y la
luz encontraba el paso libre hasta caer sobre el suelo del
bosque. El aroma era tan intenso que debería haberme
hecho retroceder, pero también resultaba demasiado
atrayente; era una llamada, un faro luminoso atravesando
las sombras más profundas y oscuras de la noche. Mis
sombras.
Era como… una canción.
Me rehíce como pude e ignoré el picor de mi piel. Tuve
que aclararme la garganta antes de hablar. Mi voz, aun así,
sonó áspera cuando hablé por fin.
—Ha muerto otra alumna. Tanto su cuerpo como el de
Abigail Foster ya han sido entregados a sus respectivas
familias, pero al anochecer habrá una ceremonia de
despedida a la que vamos a asistir. Todos.
Danielle enarcó las cejas y supuse que estaría pensando
en mi autoimposición de no abandonar la casa. No podía
culparla. Últimamente no había hecho otra cosa que
saltarme mis propias normas una y otra vez, justo desde su
llegada a Ravenswood. Pero las cosas parecían estar
yéndose al infierno con rapidez. Había mucho que debía
explicarle.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor.
—Será mejor que os pongáis ropa seca. Luego os contaré
cuál es el plan.
—¿Tenemos un plan? ¿Un plan para qué exactamente? —
desconfió Danielle, tal y como era de esperar.
Aquella chica…
Resultaba exasperante. El desafío implícito en su mirada
me decía que nada de lo sucedido aumentaba su confianza
en mí. Si acaso, era probable que hubiera empeorado.
Fue Wood quien se adelantó para darle una respuesta.
—Vamos a colarnos en el despacho de Wardwell —afirmó,
y el lobo se asomó a su rostro, feroz y orgulloso. Tan
temerario.
—Van a colarse. Ellos —lo corrigió su gemelo. Señaló
primero a Danielle y luego en mi dirección—. Hay algo que
necesitáis encontrar.
Meredith no tardó en mostrar su desacuerdo.
—¿Por qué demonios tenemos que perdernos los demás
toda la diversión?
—No son ellos los que van a divertirse —repuso Raven, y
también él se dejó arrastrar por su parte más salvaje. El
azul de sus ojos relampagueó. Mostró los dientes en una
mueca más lobuna que humana y ladeó la cabeza. Nunca se
había parecido tanto a Wood como en ese momento—.
Nosotros seremos la distracción.
Suspiré.
Aquello iba a salir mal. Muy mal. No tenía ninguna duda
de que acabaríamos en el infierno.
36
Alexander
No sabía qué demonios estaba haciendo.
Sentía que a cada segundo que pasaba con Danielle en
aquella habitación perdía más y más el control. Sin
embargo, no había rastro de oscuridad en mis venas. Tal
vez no fuera esa la clase de control que ella me estaba
arrebatando; no en esta ocasión.
Mi padre se había presentado en Ravenswood, algo que
de ninguna manera había esperado. Ni siquiera había
valorado esa posibilidad al decidir que era una buena idea
acudir al ritual para poner en marcha nuestro plan. Me
había pillado tan desprevenido que había estado a punto de
salir corriendo y regresar a la casa. Esconderme de él. Del
desprecio que su mirada mostraría si llegaba a posarla
sobre mí. El horror. Las acusaciones y los reproches no
pronunciados.
Un monstruo, eso era yo para mi propio padre, y no podía
culparlo por pensar así de mí.
Pero entonces Danielle había cometido la imprudencia de
rozar mi mano y agarrarse a mis dedos. Ni siquiera había
parecido que le preocupara lo que mi oscuridad pudiera
tomar de ella. Solo había enlazado su mano con la mía y
había apretado, y de alguna manera extraña y retorcida (a
pesar de lo mucho que me había sorprendido no haber
empezado a arrebatarle la magia de inmediato y lo que
podía suponer) eso había sido lo único que me había
mantenido en pie en aquel momento y que me había dado
la fuerza para no ceder a mis demonios.
Pero esa no era la única sorpresa que la bruja me tenía
preparada. Su mente era una pequeña (y malhumorada)
cajita de la que nunca sabías lo siguiente que iba a escapar.
Danielle me desconcertaba y me ponía a prueba de
maneras en las que ni siquiera el poder de mi interior lo
hacía.
Había jurado por su linaje para defender la inocencia de
los gemelos. Mis familiares. Y quizás lo había dicho sin
pararse a pensar en ello, dada esa incontinencia verbal que
empleaba y que me desquiciaba tanto, pero había visto el
horror en su expresión cuando Wardwell insinuó que los
lobos podrían estar involucrados en las muertes de Abigail
y Dianna; y eso, de ningún modo, había sido fingido.
Nadie, jamás, había dado la cara por mí o por Raven y
Wood. Nunca en toda mi vida. Y Danielle no había titubeado
siquiera. Todo lo que había dicho después, cada maldita
palabra que alegó para justificar su proceder se había
clavado en mi pecho y alcanzado mi corazón oscuro.
«No me das miedo, Alexander».
Seguramente era estúpida o estaba loca. Ambas cosas
quizás. Pero no podía dejar de escuchar esa frase en mi
cabeza una y otra vez, y sonaba como un maldito coro
celestial. Nunca había creído necesitar tanto que alguien
me dijera algo así.
Y ahora la tenía allí, de nuevo acorralada entre mi cuerpo
y una superficie dura a la que estaba seguro de que podía
encontrarle un uso mucho menos aburrido del que la
directora le daba. Quería besar a Danielle. Besarla de
verdad siendo solo yo, Alex, y no un brujo repleto de un
poder que apenas si alcanzaba a comprender o dominar.
Sin oscuridad.
—Deberíamos seguir buscando —señalé, aunque ella no
parecía estar escuchándome—. Pero siempre me pones las
cosas difíciles, Danielle. Todo es complicado contigo
alrededor.
Lo era. Muy complicado.
—Y tú eres como un jodido grano en el culo.
Sentí la necesidad de reírme. Había tratado de alejarme
de ella desde el minuto en el que había aparecido en la
casa. Incluso cuando no había contado con su magia para
atraerme, yo apenas si lo había conseguido del todo. Pero
ahora percibía el poder desenrollándose en su interior con
tanta nitidez como si se tratase del mío, y una parte de mí
quería tomarlo hasta que no quedara más que cenizas y
polvo, lo cual seguramente debería haberme hecho pensar
que, si así era, tal vez no fuera una Ravenswood después de
todo. Pero la otra parte…
La otra parte quería tomarla a ella.
Agarré sus caderas y le clavé los dedos en la piel, pero
luego dejé que una de mis manos ascendiera por su
costado. Más gentil. La sensación de estar tocándola (no a
alguien cualquiera, sino de tocarla a ella, aunque fuera a
través de la ropa) apenas si me dejaba respirar. Todo en mi
interior rugía por razones a las que no me molesté en
encontrarles sentido.
Estiré una mano en su espalda, entre sus omoplatos, y
alcé la mirada para observar su rostro. Encontré un deseo
furioso arremolinándose en sus ojos, como si la cabreara
estar sintiendo lo que sentía.
Apostaba a que así era.
—Estás tocándome y no ha pasado nada —señaló, aunque
quise decirle que a mí sí que me estaban pasando muchas
cosas, solo que no todas tenían que ver con la magia.
—Pero siento tu magia llamándome de todas formas. Y
algo más que no es tu… magia.
Sabía que no debía acercarme más a ella, en sentido
figurado, claro estaba. Si me apretaba más contra su
cuerpo en ese momento, Danielle iba a ser muy muy
consciente de partes de mí que yo casi había olvidado que
existían.
—Tal vez no seas una Ravenswood, pero eres algo.
—Esto es absurdo —murmuró entre dientes. Olía tan
bien, y lo peor era que su sabor era incluso más delicioso—.
Tus ojos están chisporroteando.
Aquella afirmación me trajo de regreso al despacho de
Wardwell, aunque no la solté.
—¿Chisporroteando?
Asintió. Sus mejillas estaban arreboladas, quizás por
vergüenza o, seguramente, porque estaba cabreada
conmigo y la forma en la que estaba actuando.
—Hacen eso a veces. El oscuro, sobre todo —explicó,
bajando la voz, incómoda quizás por poner de relevancia lo
diferente que eran mis ojos entre sí.
Aquel era un rasgo que había molestado a mi padre desde
mi nacimiento. Creo que en el fondo siempre había
esperado que me convirtiera en alguna clase de monstruo
incluso antes de que mi poder brotara sin control. Antes de
que tratara de matar a mi madre.
—Y… sigues abrazándome —canturreó, enarcando las
cejas.
Ahora sí tuve que reírme. ¡Dios! Siempre encontraba la
forma de hacerme sentir como un imbécil.
Me aparté de ella a regañadientes, todavía rumiando la
idea de devorar su boca como un animal. Los años pasados
con mis familiares probablemente habían hecho mella en
mí.
La escuché carraspear para aclararse la voz mientras me
retiraba y le daba espacio. Me pareció que respiraba casi
tan rápido como yo y comprendí que también estaba
afectada por lo que quiera que hubiera estado a punto de
suceder entre nosotros.
«Porque la cabreas. Eso es lo que le pasa, Alexander. Deja
de imaginarte cosas».
Bueno, ella me cabreaba a mí continuamente. Pero algo
había cambiado en ese despacho. O tal vez un poco antes,
en el momento en que decidió enlazar su mano con la mía
durante el ritual; algo en lo que no quería pararme a
pensar. En lo que no me atrevía a pensar.
Aquello no podía ser otra cosa que lujuria, concluí. Dadas
mis circunstancias, no era de extrañar.
—Está bien —suspiré, luchando por rehacerme—.
Hagamos lo que hemos venido a hacer antes de que
Wardwell regrese.
Yo era un Ravenswood, y Danielle, seguramente una
Good. Pero, al margen de nuestros linajes, lo que estaba
claro era que, a pesar de ser terriblemente molesta, había
una bondad en ella que no tenía derecho a arrebatarle. Y
eso sería lo que pasaría; yo terminaría perdiendo el control
en algún momento y la oscuridad se apropiaría de lo que
creía que le pertenecía. Y en el caso de que
compartiésemos linaje y no fuera así, no había duda de que
Danielle jamás se mancharía las manos conmigo.
Yo ni siquiera debería estar considerando tal cosa.
Rodeé el escritorio para retomar la labor que había
dejado a medias y tuve que volver a empezar. A pesar de
haber estado trasteando un rato en los cajones de
Wardwell, ni siquiera recordaba haber visto en realidad lo
que contenían; había estado más pendiente de Danielle.
Ella se dirigió a las estanterías llenas de libros viejos y
grimorios de brujos ya muertos. Se movía prácticamente
danzado por la habitación, elegante y ligera. Fluyendo
como el agua, su elemento. No recordaba haberme fijado
antes con tanta atención en la forma en la que un vestido
podía abrazar las curvas de ninguna otra chica, pero me
resultaba casi imposible no mirarla mientras ojeaba los
títulos de la biblioteca personal de la directora.
Me obligué a concentrarme en lo que estaba haciendo.
No sabía qué buscar y Raven tampoco tenía muy claro de
qué se trataba, pero intuía que lo comprendería en el
momento en el que lo encontrara. También esperaba que
eso sucediera antes de que Wardwell regresara y nos
sorprendiera curioseando entre sus pertenencias.
De cualquier forma, la atmósfera tensa y repleta de
expectación que flotaba en la estancia no ayudaba
demasiado a apartar de mi mente lo sucedido momentos
antes, y supongo que fue eso lo que me forzó a hablar de
un tema mucho más sombrío.
—Hay una cosa que no te he contado.
—¡No me digas! —replicó ella—. ¿Solo una? Nunca lo
hubiera imaginado.
Traté de no resoplar, irritado, pero fracasé de forma
estrepitosa.
—Tu sarcasmo es casi como una segunda personalidad
para ti, ¿no es así? Hay mucha rabia acumulada en ese
pequeño cuerpo, Danielle Good.
No levanté la vista del segundo cajón. Solo contenía
objetos de papelería, al contrario que el primero, donde
había encontrado algunos ingredientes para hechizos, pero
nada que pudiera considerarse alarmante. Pese a todo,
continué revisándolo de forma minuciosa.
—Tú tampoco te quedas atrás.
No, yo tenía muchas más cosas acumulándose dentro de
mí que simple sarcasmo o rabia, pero no era de eso de lo
que quería hablar con ella.
—El árbol de Elijah… Te dije que no se aparece ante
cualquiera, pero no mencioné que tampoco aparece por sí
solo. Si el árbol se manifiesta es porque Elijah Ravenswood
no anda lejos de él.
—¿De qué demonios hablas? —inquirió, volviéndose hacia
mí, perpleja—. Elijah murió, todo el mundo sabe eso.
Bueno, desapareció. Lo que sea. Pero, ¡por Dios!, han
pasado más de tres siglos…
—Wood puede ver fantasmas. —El lobo iba a matarme por
contarle aquello, pero sentía que le debía a Danielle al
menos una parte de la verdad después de que nos hubiera
defendido con tanta vehemencia frente a Wardwell.
—¿Me tomas el pelo?
Negué.
—Los dones de los gemelos son diferentes. El poder de
Raven es más emotivo, más… visceral. Él ve los lazos que
unen a la gente o que podrían unirlos más adelante, y es
por eso por lo que atisba incluso trozos de ese futuro.
—Y también manipula los sueños.
—¿Te lo ha contado?
Danielle apartó la mirada y la dirigió al techo. Me pareció
que el rubor ascendía por su cuello hasta alcanzar sus
mejillas, y me pregunté si Raven había empleado ese poder
en concreto sobre ella y qué le habría mostrado. No tardó
en sacarme de dudas, en parte al menos.
—Me dio una pequeña muestra de lo que puede hacer, sí.
¿Y Wood? —se apresuró a preguntar; su bochorno era
evidente y me prometí hablar con Raven sobre ello. ¿Con
qué la había hecho soñar exactamente?—. ¿Ve fantasmas?
—Su poder es más oscuro. En ese aspecto, está más
ligado a mis propios dones, supongo.
—De no conocerlos en su forma animal, hubiera apostado
a que Raven era el lobo blanco y Wood el negro.
No me sorprendió que se hubiera percatado de ello. Yo
también había pensado alguna vez en la diferencia entre el
pelaje de los gemelos y lo que podía significar, pero los
conocía lo suficiente como para saber que las apariencias a
veces solo eran eso, apariencias.
—Pero ¿qué tiene que ver con esto Elijah?
—Las veces que el árbol ha aparecido, Wood siempre ha
visto a Elijah en el bosque. Y las heridas de esas chicas… —
El rostro de Danielle se transformó, alarmada—. Sus
heridas son las mismas que les provocaba mi antepasado a
sus víctimas. Les destrozaba la garganta y luego esperaba
a que se desangraran sobre las raíces de ese maldito árbol.
Sé que el cuerpo de Abigail apareció en el dormitorio de
Ariadna Wardwell, pero aun así…
La forma en que Elijah asesinaba a sus víctimas era un
detalle que pocas personas ajenas a la familia conocían; ni
siquiera creía que Wardwell estuviera al tanto. Aunque así
fuera, dudaba que la directora pudiera pensar en él como
el responsable. Pero yo sí lo hacía.
Y mi padre posiblemente también. Tal vez por eso estaba
allí.
—Como ves, mi familia es un verdadero dechado de virtud
y honor. —Y ella había comprometido el de la suya para
defendernos.
Danielle sacudió la cabeza de un lado a otro. No creo que
supiera qué decir. Los Ravenswood nos vanagloriábamos de
ser la familia más poderosa entre los brujos, pero no había
duda de que también éramos la que más secretos y
oscuridad albergaba en su seno.
—Mi padre no suele visitar Ravenswood —solté sin
pararme a pensar en la necesidad que sentía de hablarle
sobre él. No era mi tema de conversación favorito, claro
que tampoco tenía mucha gente con la que hablar—. Él…
Creo que ni siquiera es capaz de mirarme a la cara después
de… —Las palabras se me atascaron en la garganta—.
Raven te lo contó, ¿verdad? Lo que sucedió con mi madre.
Danielle hizo un leve sonido apreciativo. Me estaba
escuchando, pero seguramente no dejaba de pensar en
Elijah y sus macabros rituales. No la culpaba.
—Casi la mato —confesé a bocajarro. Por algún motivo,
estaba escupiendo secreto a secreto las miserias que
acumulaba mi linaje.
—Pero no lo hiciste —replicó ella con suavidad. Ya no
había rastro de burla o perplejidad en su voz, y tampoco
nada de su hostilidad acostumbrada—. Y solo eras un niño,
Alex, no sabías lo que hacías.
Creo que esa fue la primera vez que me llamó así, solo
Alex. Y posiblemente estuviera perdido, porque me gustó
mucho más de lo que esperaba y de lo que debería haberme
gustado.
—Yo tampoco me llevo demasiado bien con mi padre —
añadió un momento después—. Tras la muerte de mamá, él
se limitó a empaquetar mis cosas y llevarme a Abbot. Me
lanzó al interior de esa escuela como si yo fuera una maleta
más —aseguró, con la voz repleta de amargura. Una
confesión por otra, supuse—. Si no hubiera sido por Dith,
me habría vuelto loca. Todos estos años sin apenas una
visita de él, tan solo algunas llamadas de vez en cuando
para que nadie pudiera decir que Nathaniel Good no
cumplía como padre. Una escuela no es un hogar —
murmuró, más para sí misma que porque fuese algo que
quisiera compartir conmigo.
Le eché un vistazo. Se había movido hacia mi derecha y
pasaba los dedos por los lomos de los libros, absorta, como
si esperase que uno saltara a sus manos en cualquier
momento.
Me arrodillé y continué con el repaso exhaustivo del
siguiente cajón.
—Por eso huiste de Abbot —señalé, y ella se tomó un
momento para contestar, aunque no fuera una pregunta.
—Sí. Lo último que pretendía era entrar dando vueltas de
campana con el coche en los terrenos de Ravenswood, la
verdad. Pero Dith dijo que cualquier cosa era mejor que
continuar en Abbot y… creo que tenía razón. No podía
quedarme allí ni un minuto más —admitió finalmente.
—Y, sin embargo, también acabarás por marcharte de
Ravenswood.
Me convencí de que el comentario se debía al temor a lo
que le sucedería a Raven cuando tuviera que ver partir a
Danielle, solo eso, aunque aún percibiera un hormigueo
fantasma sobre las palmas de las manos, entre los dedos,
los mismos que ella había estrechado para reconfortarme.
—Debería… Debería volver a Abbot y hablar con mi
padre. Tal vez mamá compartiera con él sus sospechas
sobre nuestra procedencia. —Ahogó un quejido, pero lo
escuché escapando de entre sus labios de todas formas—.
¡Dios! No diré que no voy a sentir cierta satisfacción al
decirle que tal vez no somos tan blancos como él cree.
Seguramente no lo hemos sido nunca.
Tampoco entonces me miró. El ambiente era aún más
pesado que hacía un momento. Aunque normalmente eso
no me hubiera molestado o preocupado, traté de aligerarlo
con mi siguiente comentario.
—Raven te ha tomado mucho cariño y va a echarte de
menos. Creo que incluso Wood lo hará.
No sabía cómo habíamos terminado hablando de su
marcha de Ravenswood, pero no me sorprendió cuando por
fin se volvió hacia mí, me mostró su rostro de nuevo
iluminado por esa chispa de energía que le confería
siempre un aspecto tan vital y dijo:
—Estás impaciente por perderme de vista, ¿eh,
Alexander?
«Alexander. No Alex». Yo volvía a ser el brujo oscuro, y
ella, la bruja blanca. Y seguramente volveríamos a odiarnos
en cuanto atravesáramos la puerta del despacho o
encontrásemos lo que habíamos venido a buscar.
Me permití sonreírle.
—No sabes cuánto. —Bajé la mirada cuando mis dedos
tiraron del siguiente cajón, pero este no se movió—. Aquí
hay algo.
El cajón contaba con una pequeña cerradura en el frontal.
Acaricié el hueco de la llave con la punta del dedo y supe
que no había hechizo alguno sobre ella ni ninguna alarma
mágica que saltase si lo forzábamos.
Danielle se acercó a la mesa y se arrodilló a mi lado, muy
cerca de mí, nuestras cabezas tan juntas que podía oler el
perfume delicioso que desprendía su salvaje melena
castaña.
—¿Cómo sabes que esa bruja no guarda ahí dentro una
botella de whisky para tomarse un lingotazo entre castigo y
castigo a sus alumnos?
—¿Para qué una cerradura? No la necesita. —Señalé la
puerta—. Hay un hechizo que alerta a Wardwell si alguien
cruza ese umbral sin su permiso. Lo he percibido al entrar.
—¿Percibes ese tipo de cosas?
Arqueé las cejas, tal vez con algo de arrogancia. O quizás
era diversión y complicidad. Me sentía raro a causa de la
cercanía de la bruja blanca, extraño en un sentido
totalmente nuevo para mí; y extraño, en mi caso, era mucho
decir.
Sin embargo, no pude evitar contestar:
—Percibo muchas cosas cuando se trata de magia,
Danielle. Cosas que no alcanzas ni a imaginar.
40
Alexander
La oscuridad se estaba apoderando de mí y yo se lo estaba
permitiendo. Puede que fuera la primera vez que cedía de
una manera tan perfectamente calculada cada centímetro
de mi piel, que me rendía sin concesiones. Sin dejar atrás
siquiera un delgado hilo que me permitiera regresar más
tarde.
Resultaba… liberador, al menos en cierta medida.
Pelear continuamente conmigo mismo y con lo que
habitaba en la parte más profunda de mi pecho era
agotador. Pero, fuera como fuese, no pensaba permitir que
los guardias de mi padre continuaran insultando a mis
familiares y tampoco que arrastraran a Danielle hasta él;
solo Dios sabría qué tenía preparado para ella.
En cuanto me moví, toda la tensión que se había ido
acumulando en aquel rincón perdido del bosque explotó en
mil pedazos. Wood prácticamente saltó sobre el guardia
fanfarrón que había estado provocándolo. Ni siquiera se
molestó en hacerlo en su forma animal. Disfrutaba
demasiado con la lucha cuerpo a cuerpo e iba a aprovechar
la ocasión para desahogar su frustración y años de
represión forzada.
La bruja Ibis, en cambio, se centró en mí. Era más
pequeña y ágil, y posiblemente más letal que su
compañero. Se deslizó en mi dirección con gracia y me
lanzó una nueva ráfaga furiosa de viento, pero esta vez
estaba preparado. Giré sobre mí mismo y me situé tras un
tronco que se llevó la peor parte del impacto. Apenas si
hubo pasado, yo ya estaba otra vez frente a ella. Sabía que
no invocaría su elemento de nuevo tan pronto.
Los Ibis, aunque poderosos, medían muy bien el uso que
hacían de su magia para no agotarse. Por eso se les
entrenaba tan bien para la pelea y, también por eso, jamás
aparecían en público sin llevar sus armas consigo. Si las
cosas se ponían feas, empleaban su elemento para dar el
golpe de gracia, pero, mientras, atacaban con su cuerpo o
bien trataban de lanzar algún tipo de hechizo ofensivo que
no los desgastara en exceso.
Sin embargo, yo también me sabía unos cuantos.
A mi espalda escuché un murmullo repetitivo, un cántico.
El aroma de la magia de Dith flotó hasta mí y no tardé en
percibir cómo me cubría. Una delgada película me envolvió
de pies a cabeza y supuse que había lanzado un hechizo de
protección sobre mí; seguramente, también sobre los lobos.
Muy pronto, la voz de Danielle se unió a la suya y casi
pude saborear la frescura de su magia sobre la punta de
lengua. Pero a ella… A Danielle además podía sentirla con
una claridad e intensidad inauditas.
Su magia era como un maldito faro en la oscuridad (en mi
oscuridad). A pesar de que no se encontraba en mi campo
de visión, era perfectamente consciente de que se hallaba
varios metros por detrás de mí. Sus dudas, su
preocupación, su miedo y, sobre todo, la energía emanando
de ella con tanta fuerza que casi parecía que me
pertenecieran. Un imán que tiraba de mi cuerpo, pero al
que sabía que no debía prestar atención en ese momento.
No podía simplemente tratar de vencer a la Ibis
drenándola. Aunque ese fuera el camino más corto para
salir de aquella situación, no me arriesgaría después de lo
que había sucedido en el despacho de Wardwell. Estaba
claro que existía alguna clase de lazo entre Danielle y yo,
entre mi oscuridad y su luz, y que el acto de absorber
cualquier magia o hechizo tendría consecuencias sobre
ella.
—Es solo una bruja blanca —murmuró la mujer—.
Entrégala.
Me reí. O más bien la cosa dentro de mí lo hizo.
El veneno oscuro estaba en mi piel, sobre mi cara,
ganándole terreno a mi voluntad. Si la pelea se alargaba,
acabaría por transformarme por completo.
Canturreé entre dientes un viejo hechizo. Las palabras,
en latín, atravesaron mis labios y fluyeron junto con parte
de mi reserva de energía, una parte mínima en realidad.
Pero no estaba seguro de cuánto de mi poder podía
emplear sin poner a Danielle en peligro.
De igual forma, el hechizo surtió efecto y le arrebaté la
vista a la bruja, que tropezó al intentar alejarse de mí a
ciegas. Podía haberla rematado entonces, mi parte más
oscura quería hacerlo, ansiaba hacerlo. Pero me dije que yo
no era la clase de monstruo que mi padre creía que era y
no le daría esa satisfacción.
—Vete ahora. No puedes ganar —le advertí.
La bruja se rehízo y dejó caer su capa al suelo. Sus labios
se movían a toda velocidad; no tardaría en encontrar el
modo de suprimir mi hechizo y recuperar la visión.
Eché un rápido vistazo a Wood. El muy cabrón portaba
dos de sus armas favoritas, un juego de dagas gemelas que
contaban al menos con un par de siglos de antigüedad. El
guardia con el que estaba luchando había desenvainado
también su elegante y afilada espada. Fintó a su derecha y
lanzó un golpe, pero Wood llevaba siglos entrenándose y
sus instintos eran los de un lobo, no lo engañaría con
facilidad.
Raven rondaba en torno a ambos. Aprovechó que el Ibis
se había centrado en su gemelo para escabullirse a su
espalda y sus mandíbulas se cerraron sobre la pierna del
brujo. El tipo ni siquiera se inmutó. Se limitó a resistir el
tirón de Raven y a no permitir que lo desestabilizara.
Esa era otra de las múltiples particularidades de aquellos
brujos guerreros: el dolor les era casi ajeno. Pelearían sin
detenerse ante nada ni mostrar debilidad, hasta que sus
huesos se fracturaran o sus músculos cedieran y no les
permitieran sostenerse.
Resultaba enfermizo.
Mi atención regresó a la bruja; sus ojos se aclaraban
segundo a segundo.
No quería tocarla. Pese a que en los últimos días eso no
había sido un problema con Danielle, esa limitación estaba
demasiado arraigada en mí. De todas formas, ella también
se estaba ocupando de mantenerse a distancia. Mi padre
debía de haberlos puesto al día de mis habilidades, sin
duda.
Necesitaba inmovilizarla.
Era el único brujo de mi linaje que contaba con dos
elementos como fuente de poder. Fuego y tierra. Quizás
porque, desde mi nacimiento, había quedado ligado
también con dos familiares en vez de uno y ellos a su vez
empleaban dos elementos distintos entre sí.
Opté por usar mi afinidad con el elemento de Wood.
Recité otro hechizo y raíces brotaron de entre la tierra. La
mujer se movió entre los árboles sin aparente esfuerzo
mientras los esquivaba, así que tiré un poco más de mi
poder. La piel de la cara se me tensaba más y más por
momentos, cambiando, transformándose en esa otra cosa
que era y no era yo.
Nuevas raíces se alzaron y serpentearon en busca de las
piernas de la bruja, pero ella las evitó una tras otra con una
agilidad admirable. Fue hacia la izquierda, demasiado
cerca de donde se encontraban Danielle y Dith, y yo giré
con ella.
Danielle inspiró con brusquedad cuando mi rostro le
quedó a la vista. La sorpresa fue patente en su expresión,
aunque me desconcertó que no mostrara terror o, lo que
hubiera resultado aún más lógico, repugnancia. Pero no me
detuve a pensar en lo que estaría viendo. Yo ya sabía el
aspecto que tenía, lo que parecía cuando el cambio se
operaba por completo; Raven me había detallado de forma
minuciosa lo sucedido con mi madre una vez que creyó que
tenía edad para comprenderlo y aceptarlo.
Y ahora Danielle también lo sabía.
Avancé a grandes zancadas hacia la Ibis. Murmuraba de
nuevo y no pensaba permitir que terminara de formular el
hechizo que fuera que estaba invocando. Mientras me
acercaba, Danielle se movió también hacia ella y Dith no
pudo hacer nada por retenerla.
Raven apareció de la nada y se interpuso entre las dos.
Saltó sobre la guardia, sus patas delanteras directas hacia
su pecho y los dientes buscando su garganta. Pensé que la
destrozaría; sin embargo, los colmillos del lobo no llegaron
a alcanzarla. Raven emitió un quejido de dolor y cayó a
plomo sobre el terreno. Wood gritó y también lo hizo
Danielle, y yo perdí cualquier rastro de cordura y control al
escuchar el lastimero sonido que emitió mi familiar. Mi
visión enrojeció.
Era consciente de lo que eso suponía.
—Tú —hablé, pura furia y oscuridad brotando de mi
garganta.
De todo mi cuerpo.
De mis entrañas. Mi pecho. Mi corazón.
Danielle estiró las manos en dirección a la bruja,
dispuesta a luchar, y eso me empujó aún más allá de
cualquier límite que me hubiera autoimpuesto con
anterioridad.
—¡Drénala! ¡Hazlo ahora, joder! —escuché gritar a Wood
desde algún lugar por detrás de mí.
El suelo comenzó a vibrar y supe que también él estaba
perdiendo el control. Pero incluso devorado por la
oscuridad, fui consciente de que no había hablado con
Wood de lo sucedido en el despacho; él no sabía las
consecuencias que eso podría traerle a Danielle.
—Hazlo, Alex —me exigió también ella. Al parecer, no le
importaba lo que le sucediera.
Raven yacía inmóvil a los pies de la Ibis. La sangre
manchaba su pelaje oscuro alrededor del cuello y también
el suelo. Sangre Ravenswood. No había otra cosa que
deseara más que ir hasta aquella bruja y arrebatarle hasta
la última gota de magia de sus venas, de su carne, de su
alma.
Pero incluso transformado por completo, con oleadas de
una profunda y furiosa oscuridad rodeándome y el poder
emanando de mi piel, una parte mínima de mí aún
recordaba que no debía drenarla.
Sabía lo que mi poder le haría a la guardia. Lo que me
haría a mí y en qué me convertiría.
Así que, durante unos segundos, titubeé y no fui capaz de
moverme. Estaba paralizado y trataba de tomar una
decisión imposible. Y, mientras yo dudaba, todo empeoró
aún más si cabe.
La bruja se abalanzó sobre Meredith, le rodeó el cuello
con un brazo y la colocó delante de su cuerpo como si de
un escudo humano se tratase.
—Si os acercáis, le rompo el cuello. —Miró a Danielle—.
Tú no querrías eso, ¿verdad?
Danielle bajó las manos muy despacio al tiempo que los
sonidos procedentes de la pelea entre Wood y el Ibis
también cesaban de forma brusca. La atención del lobo
blanco estaba centrada ahora en Dith y en Raven, que yacía
en el suelo inmóvil, aunque su pecho subía y bajaba con
suavidad. Demasiado despacio en realidad.
—No le hagas daño, por favor —rogó Danielle a la bruja
—. Iré contigo. Haré lo que quieras.
—No —jadeó Dith, pero la Ibis afianzó el brazo que
mantenía alrededor de su cuello y apretó hasta que su
rostro enrojeció.
Colocó la otra mano estirada junto a su oreja. No la
estaba tocando, pero en cualquier momento podría lanzar
un golpe de magia y, si empleaba su elemento con
suficiente fuerza, le volaría la cabeza a Meredith.
—¡Suéltala, maldita sea! —rugió Wood.
El Ibis lo golpeó en el estómago con tanta fuerza que lo
dobló por la mitad, pero Wood no hizo nada para
defenderse. Permitió que lo agarrara del cuello con una
mano y lo sostuviera a un lado mientras que alzaba la otra
mano y conjuraba un muro de fuego alrededor de su
compañera. Muy pronto, las llamas aislaron a la Ibis y a
Dith del resto de nosotros.
—No podrás escapar de mí —la amenacé con esa otra voz
profunda, rica y oscura—. Te perseguiré y te cazaré, y
luego dejaré que mi oscuridad disfrute de cada segundo
que pase torturándote.
—Haré lo que quieras —intervino Danielle, desesperada.
Había verdadero pánico en sus ojos. Se arrodilló junto a
Raven sin apartar la mirada de Meredith y de la guardia—.
Solo suéltala y déjame… deja que ayude a Raven.
Danielle me lanzó una mirada rápida y, de algún modo,
supe lo que significaba. Iba a emplear su magia para tratar
de curar al lobo. Incluso en esa situación, aterrada por la
posibilidad de que le pasara algo a su propio familiar y por
lo graves que pudieran ser las heridas de Raven… Incluso
conmigo convertido en una criatura de aspecto horrendo,
más lejos de mí mismo de lo que nunca lo había estado, su
mirada me recordó lo que me había dicho pocas horas
antes: «No te tengo miedo».
—Voy a retroceder —anuncié, para evitar que mis
movimientos provocaran a la guardia.
Di un paso atrás. Luego otro, y otro más. No podía
abandonar aquel sitio y no estaba seguro de lo que la
magia de Danielle podría desatar en mí. Incluso sin usarla
más allá de un simple hechizo de protección, percibía el
latido de un torrente en su pecho cantando para mí.
Llamándome.
«Poder. Magia. Tómala. Tómala. Tómala. Es tuya. Te
pertenece».
Recé para que darle algo de espacio resultara suficiente.
—No tenemos tiempo para esto —intervino el otro
guardia, su mano aún en torno al cuello de Wood.
El lobo le gruñó, pero eso fue cuanto hizo.
—Por favor —suplicó Danielle.
Sin llegar a tocar a Raven, estiró poco a poco los dedos
sobre su manto de pelo oscuro. Le temblaban las manos.
La Ibis cruzó una mirada con su compañero y, tras unos
segundos de intercambio silencioso, este se movió para
acercarse a ella arrastrando a Wood consigo.
—El lobo no es importante. No podemos esperar —
sentenció la guardia—. Ponte en pie, tenemos que irnos
ahora.
—Pero él… él es un Ravenswood —balbuceó Danielle.
Rogando. Estaba rogando por Raven a pesar de que el daño
físico no podía ser mortal para un familiar—. Está herido y
yo puedo ayudarlo.
—Ponte en pie.
Danielle no obedeció. Deslizó una mano a lo largo del
cuello de Raven hasta llegar a su pecho y la levantó para
mostrársela a la guardia. Estaba llena de sangre.
La visión me hizo apretar los dientes y la cosa dentro de
mí rugió como un animal acorralado. La piel me ardía de
impotencia, literalmente supongo, y la oscuridad me exigía
que actuara, que cediera ante ella. Ni siquiera sabía muy
bien cómo estaba siendo capaz de mantener el control.
El Ibis estampó a Wood contra el tronco de un árbol y le
advirtió que no hiciera ninguna tontería. En todo momento
mantuvo el círculo de fuego en torno a su compañera. No
podría hacerlo por mucho tiempo más sin agotarse, pero no
parecía que lo fuera a necesitar. Mientras tuvieran a Dith,
estábamos atados de pies y manos.
—Si no te levantas ahora mismo, tu familiar… —La
guardia enmudeció de repente. Abrió los ojos como platos y
su cuerpo comenzó a convulsionar. El brazo que mantenía
sujeta a Dith resbaló por su hombro, liberándola.
Con un jadeo, Meredith cayó de rodillas sobre el suelo.
Escuché al otro guardia mascullar una ristra de
maldiciones seguido de un fuerte golpe, pero yo no podía
apartar la vista de la imagen de la Ibis.
Durante un momento, todo lo que pude ver fue el agujero
en su pecho y… su corazón flotando en el aire, chorreando
sangre y aún latiendo, como si hubiera decidido saltar
fuera de su cuerpo por sí solo. Un instante después, unos
dedos se materializaron en torno al órgano, una mano que
lo mantenía sujeto. Luego un brazo y un hombro. Hasta que
una figura completa tomó forma frente a mis ojos.
Su rostro… Yo conocía ese rostro, había retratos de él en
la mansión.
—Elijah Ravenswood. —El nombre abandonó mis labios
en una exhalación suave y temblorosa, apenas un susurro, y
él desvió la vista hacia mí.
Ninguno de los presentes se atrevió a moverse, aunque
resultó obvio que todos lo habíamos visto aparecer de la
nada; también lo que le había hecho a la Ibis. Y, desde
luego, todos escuchamos muy bien lo que dijo a
continuación:
—La sangre de los Ravenswood nunca debería
derramarse en este bosque.
45
Alexander
—¿A quién crees que se refería Elijah como al «verdugo»?
—murmuró Danielle, mientras avanzábamos.
Restos calcinados de ramas y troncos carbonizados se
hallaban dispersos por todas partes. El humo que
desprendían hacía que me picara la garganta y también la
piel, pero el hormigueo en las palmas de mis manos
seguramente no tuviera nada que ver con los rescoldos del
incendio. Cederle parte de mi poder a Danielle había
debilitado mi autocontrol y avivado el hambre continua que
me consumía, aunque alejarme del campus y, con ello, de
los alumnos, hacía las cosas un poco más fáciles.
—No estoy seguro. Podría tratarse de cualquiera.
Lancé un rápido vistazo a mi alrededor para asegurarme
de que mencionar a mi antepasado no lo había invocado de
alguna forma. La única luz con la que contábamos era el
reflejo pálido de la luna y no era de mucha ayuda. Ahora
que Danielle había sofocado las llamas (de forma
impresionante, he de añadir), estaba tan oscuro que
resultaba complicado no tropezar con las raíces que
asomaban del suelo irregular.
Le tendí la mano a Danielle en un acto reflejo y, al
contrario que en ocasiones anteriores, la tomó sin
protestar. Su tacto era frío y me apretó los dedos con
fuerza, pero no dijo una palabra y yo tampoco me burlé de
ella.
En las últimas horas, se había ganado mi respeto por
multitud de razones. Seguía resultando irritante, pero
estaba seguro de que, si las circunstancias no fueran las
que eran, esa irritación que me provocaba se hubiera
convertido en otra cosa; algo mucho más mundano.
—Si todo esto forma parte de alguna clase de plan —
proseguí cavilando—, tal vez, durante todo este tiempo, no
solo ha estado buscando ganar poder para sí mismo. Tal vez
se trata de una venganza.
—Salem —dijo ella entonces con tono cauto—. Los brujos
oscuros que fueron ahorcados. Con lo mucho que se nos
insiste en Abbot sobre la necesidad de mantener el
equilibrio entre la luz y la oscuridad, siempre he pensado
que aquello debería de haber tenido consecuencias. ¿Qué?
—preguntó, al descubrir que me detenía para mirarla.
—Nada. Es solo que… no creí que a la comunidad de
brujos blancos le preocupara en absoluto lo que sucedió.
—Y no creo que lo haga. Nunca nos han dicho algo así.
Pero yo… No estuvo bien —señaló finalmente, negando con
la cabeza. Parecía incluso avergonzada—. Florence Good,
mi abuela, también pensaba así. Aunque tal vez sea solo
porque…, ya sabes, somos los traidores.
Compadecerse de sí misma no era algo que Danielle
hiciera a menudo, y mucho menos mostrarse de tal modo
delante de mí, lo que me llevaba a pensar que de verdad
creía en lo que estaba diciendo. No se trataba de una
afirmación lanzada al aire para congraciarse conmigo.
En realidad, tratar de agradarme era algo que la bruja
había evitado a toda costa desde su llegada. Y,
seguramente, eso reforzaba aún más sus palabras
anteriores.
—No, los juicios de Salem nunca debieron tener lugar —
coincidí con pesar—. Pero tampoco me pareció que Elijah
esté buscando exactamente reestablecer ese equilibrio;
más bien habló como si quisiera uno nuevo, uno que
favoreciera a la comunidad oscura.
Casi esperaba que señalase entre burlas que aquella era
la primera vez que estábamos de acuerdo en algo, pero
Danielle se limitó a continuar avanzando con los ojos fijos
en el terreno y los dedos aún entrelazados con los míos.
Después de eso pasamos largo rato sin hablar. No estaba
seguro de cuánto. Solo sé que recorrimos incansables una
amplia zona del bosque. Su enorme extensión no nos
permitiría revisarlo entero. Además, una parte de él
quedaba fuera de las salvaguardas de Ravenswood y no
creía que fuera buena idea tratar de cruzarlas.
En algún momento, sin embargo, retomamos la
conversación y la convertimos en una charla sobre los
temas más diversos. Creo que ninguno se sentía cómodo
con el silencio tétrico y perturbador en el que se hallaba
sumido el lugar. No habíamos escuchado más gritos, lo cual
era esperanzador o inquietante, según el significado que
quisiéramos darle, y no encontramos a ningún otro alumno
de Ravenswood, ni vivo ni, por suerte, tampoco muerto.
—Esto no es lo que esperaba cuando me escapé de Abbot
—comentó en un momento dado—. Ravenswood no es como
lo había imaginado.
Ladeé la cabeza en un intento de vislumbrar su expresión
y extraer de ella un indicio del rumbo de sus pensamientos.
Cuando Danielle levantó la vista para mirarme, uno de sus
pies resbaló. La sujeté a tiempo para evitar que cayera al
suelo, pero, a pesar de que empezaba a gustarme
demasiado el modo en el que se sentía su cuerpo contra el
mío, me obligué a soltarla casi de inmediato. Tan solo
mantuve nuestras manos enlazadas.
Las copas de los árboles eran cada vez más frondosas y la
escasa claridad no hacía más que menguar al amparo de la
oscuridad del bosque. Finalmente, me rendí y murmuré un
hechizo. De la palma de mi mano libre brotó una llama que
nos proporcionó un cerco de luz más que aceptable.
—¿Mejor? —inquirí, y ella asintió.
Barrió mi rostro con la mirada y luego la descubrí
observando nuestras manos unidas. No hizo ningún
comentario al respecto, pero supuse que se estaba
asegurando de que no había veneno cubriendo mi piel.
—¿Qué creías que encontrarías aquí? —la interrogué
cuando nos pusimos de nuevo en marcha.
—No estoy segura. Bueno, sí… —Hizo una mueca, como
para señalar lo obvio. Oscuridad y malicia seguramente
resumían muy bien sus pensamientos acerca de este lugar
—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Nunca has necesitado pedir permiso para eso.
Puso los ojos en blanco y exhaló otro de esos suspiros
exasperados que tanto le gustaba dedicarme. La llama que
bailaba sobre mi mano teñía su rostro de tonos
anaranjados, púrpuras y rojizos, y creaba destellos sobre su
piel y zonas de sombras oscuras que le afilaban los rasgos.
Durante un momento lució como una reina siniestra y
desprovista de humanidad y, aun así, cruelmente hermosa.
De algún modo, me encontré contemplando el perfil de sus
labios llenos, el arco marcado del superior y la curva
tentadora del inferior, los mismos labios que había besado
al principio de la noche con un anhelo desconocido para mí.
No me engañaba al respecto, Danielle Good me parecía
preciosa y quería volver a besarla. Algo que no sabía si ella
agradecería. Ambos habíamos peleado por el control de ese
beso, como si fuera otra más de las batallas dialécticas en
las que solíamos enzarzarnos. Una más dulce quizás, y
también mucho más estimulante.
—¿Alexander?
—¿Qué? —repliqué, tratando de averiguar si había dicho
algo más.
Me lanzó una mirada suspicaz, como si intuyera la clase
de pensamientos que me habían hecho perder el hilo de la
conversación.
—Te preguntaba cuáles son vuestras órdenes una vez que
abandonáis Ravenswood. Es decir —se apresuró a
continuar—, cuando un brujo blanco se gradúa, salvo en
determinados casos como lo son los de los brujos que luego
se especializan en ciertos rituales o los que aspiran a
convertirse en Ibis o daemonii, se supone que debemos
mezclarnos con los humanos y… ayudar. Guiar sin
coaccionar. Bueno, ya sabes, hacer el bien.
Se me escapó una carcajada a pesar de que no había nada
en la situación que debiera hacerme reír. ¿Eso era lo que
creía de los suyos? ¿Que se dedicaban solo a ir por ahí
haciendo cosas buenas para los humanos? ¿Arreglando el
mundo? No quería parecer un gilipollas, pero desde luego
había mucho de la realidad que no les estaban contando en
Abbot. Tal vez fuera eso lo que hacía unos pocos brujos
blancos, y seguramente era lo que el consejo de su
comunidad quería que pensara la mayoría de lo alumnos.
Pero no era lo único a lo que se dedicaban.
—Lo siento, no quiero sonar como un idiota, pero muchos
de vosotros hacéis algo más que ayudar. —Me interrumpí
cuando me pareció escuchar un crujido en algún lugar
cercano. Alcé la mano y giré para escudriñar las sombras,
pero era difícil ver más allá del arco de luz que nos
proporcionaba mi hechizo. Cuando no escuché nada más,
continué—: Abbot no ha dejado de perseguir a los brujos
oscuros desde Salem, y en los últimos tiempos sus métodos
se han recrudecido.
—¿Qué quieres decir?
Su voz se quebró por la duda, así que intuí que por una
vez no iba a desechar de entrada mis comentarios.
—A los brujos de Ravenswood se les enseña a defenderse
y se les dan las herramientas para ello, porque la
persecución que tuvo lugar en Salem jamás ha cesado por
completo —afirmé, esforzándome por no parecer
demasiado asertivo, aunque no hubiera más que sinceridad
en mis palabras—. Puede que durante mucho tiempo la
lucha fuera menos encarnizada o directa, y que hubiera un
momento en el que vuestro consejo creyese que no podía ir
por ahí liquidando brujos oscuros sin alterar el equilibrio,
pero hace años que la comunidad blanca ha redoblado sus
esfuerzos para perseguirnos, condenarnos y someternos
mientras, a cambio, gana más y más poder. Te puedo
asegurar que no solo se dedican a hacer el bien.
Le hablé de los brujos oscuros que desaparecían para no
regresar o de al menos dos aquelarres, que yo supiera, que
habían visto disminuido su poder de forma drástica el año
anterior, como si este les hubiera sido arrancado de su seno
mismo hasta convertirlos casi en humanos corrientes.
Todos esos detalles habían sido acallados para no provocar
el pánico y apenas si había alumnos en Ravenswood que
supieran lo que pasaba en el exterior; tan solo algunos
linajes conocían la gravedad del asunto, y si los detalles
habían llegado a mis oídos había sido gracias a Raven y su
poder. Pero, de todas formas, a los alumnos se les estaba
preparando mejor que nunca para hacer frente a cualquier
amenaza, y eso requería emplear hechizos cada vez más
oscuros.
Como no podía ser de otra manera, más luz conllevaba
más oscuridad, aunque no parecía que eso preocupara a la
comunidad blanca o a los que movían los hilos dentro de
ella.
—No sé qué te han enseñado en Abbot, pero las clases a
las que has asistido aquí en Ravenswood son las más
inofensivas. Ni siquiera sé por qué Wardwell te obligó a ir,
pero te aseguro que esa mujer nunca permitiría que vieras
lo que en realidad podemos llegar a hacer para…
defendernos.
Danielle me miró. En un primer momento pareció
desconcertada, pero enseguida sus ojos brillaron con la
furia que solo podría dejar tras de sí una traición. La
habían mantenido en una especie de burbuja de ingenuidad
en la que no había espacio para ninguna zona gris. Para
ella todo era el mal contra el bien, la luz contra la
oscuridad. Y aunque una no pudiera existir sin la otra,
estaba claro qué bando se suponía que debía ser el ganador
en esa guerra.
—Mira, es verdad que hay brujos… poco ortodoxos y que
algunas familias de brujos oscuros se han dedicado siempre
a hacer todo el daño posible. Hay horror, malicia y linajes
enteros que usan y abusan de la magia negra para
conseguir cualquier cosa que crean que les pertenece por
derecho. Pero las cosas no son tan sencillas. Nunca lo han
sido.
Me hubiera gustado contarle más. Incluso, tal vez,
hacerle ver que no estaba del todo equivocada y que
existían brujos oscuros que se involucraban con los
humanos y accedían a puestos de poder con la única
intención de alimentar el caos. Pero no tuve oportunidad.
Un tirón en mi pecho me hizo saber que nos habíamos
acercado de nuevo a la zona de bosque más cercana al
campus. No habíamos hallado rastro alguno de otros
alumnos o de ningún brujo blanco, tampoco de Ibis
oscuros; ni siquiera encontramos el cadáver de la guardia a
la que Elijah había matado, y no estaba seguro de si su
compañero la habría arrastrado hasta el campus o su
desaparición habría sido cosa de mi antepasado. Lo que sí
tenía claro era que mi padre no habría cesado en su
objetivo de dar con Danielle.
Lo mejor sería regresar a casa para comprobar si Raven
había despertado y pensar en la mejor forma de sacar a
Danielle de allí, por mucho que la idea de su marcha me
provocara un intenso malestar en la boca del estómago y
un desasosiego que no alcanzaba a comprender del todo.
—Regresemos.
Danielle no se opuso en modo alguno a mi sugerencia. Se
había quedado extrañamente callada, muy probablemente,
tratando de asumir lo que le había dicho y decidiendo si me
creía o no. No podía culparla por dudar.
Atravesamos los últimos árboles del bosque de Elijah y la
figura imponente de la mansión Ravenswood quedó a la
vista, junto con el terrible socavón frente a ella y la grieta
que dividía el terreno. Tendría que encontrar una manera
de arreglarlo en algún momento. Estaba claro que mi regla
de no hacer magia había quedado relegada al olvido, así
que bien podría emplear mis habilidades con el elemento
tierra y devolverle algo de normalidad al lugar. Wood
podría ayudarme.
Dados los eventos de las últimas horas, la ausencia total
de alumnos resultaba preocupante. Quise creer que
Wardwell y el profesorado se habrían asegurado de que
estuvieran todos a salvo en sus respectivas habitaciones. El
tirón constante de su magia venía de todas partes y había
ganado intensidad en cuanto nos habíamos acercado al
campus, así que tenía la seguridad de que estaban ahí y de
que seguían… vivos. Al menos en su mayoría.
Me di cuenta de que seguía agarrando la mano de
Danielle y me obligué a soltarla. No había motivo para
continuar sosteniéndola ahora que habíamos abandonado
el bosque; ningún motivo que no me pusiera en evidencia.
—Soy una idiota —dijo Danielle, y pude ver cómo toda esa
impetuosa seguridad en sí misma de la que normalmente
hacía gala se había esfumado. De su garganta brotó un
ruidito torturado y su cabeza giró hacia mí como un látigo.
Sus ojos se abrieron por la sorpresa. O tal vez fuese terror
lo que empañaba su mirada—. Mi padre mandó seguir a mi
madre…
Eso había resultado evidente cuando habíamos
descubierto la carpeta con las fotos en el despacho de
Wardwell horas atrás… —¿De verdad solo hacía unas
horas? Parecía que aquella noche no acabaría nunca—. Me
pregunté qué clase de suposiciones estaría haciendo sobre
su propio padre ahora que sabía que, fuera de los límites de
Abbot y Ravenswood, las cosas eran muy diferentes de
como se las habían contado.
—El consejo… Si se enteró de las visitas de mi madre a
Ravenswood, si mi padre fue quien se lo contó… —farfulló,
aunque ni siquiera parecía estar hablando conmigo. Exhaló
un nuevo quejido—. Chloe. La mataron…
Me apresuré a sostenerla a sabiendas de lo que había
hecho que se le aflojaran las rodillas. Teniendo en cuenta lo
enconado del odio entre ambas comunidades, sabiendo
que, en el pasado, se habían desentendido incluso de Mercy
Good cuando solo había sido un bebé, no parecía excesivo
aventurar que el propio consejo de la comunidad blanca
hubiera dado orden de eliminar a la madre de Danielle al
pensar que podría estar traicionándolos. Su hermana
pequeña tal vez solo hubiera sido un daño colateral.
—Si él lo sabe… Si sabe lo que hicieron… Si fue por su
culpa… —continuó balbuceando.
La sujeté contra mi pecho. Sus dedos se cerraron sobre
las solapas de mi abrigo y tiraron de mí; sus manos
transformadas en dos puños tan apretados que los nudillos
apenas tenían color. La piel de su rostro también había
palidecido y sus ojos iban y venían en un baile frenético,
hasta que los cerró y hundió la cara contra mi pecho.
—No son más que suposiciones, Danielle. Tal vez tu padre
no tenga ni idea —traté de calmarla, a pesar de no tener
ningún interés en defender a un brujo al que no conocía. A
un brujo blanco—. Quizás no fue él quien la denunció.
Wardwell tiene esas fotos, puede que la acusación saliera
de ella. Sería una forma muy inteligente de desestabilizar a
la comunidad blanca sin mancharse las manos.
—No me habría abandonado cuando soy todo lo que le
quedaba de mamá —replicó, y su voz no fue más que un
susurro agónico exhalado contra mi pecho—. No me
hubiera dejado en Abbot y se hubiera olvidado de mí de la
forma en la que lo hizo. No me habría apartado como si yo
también estuviera… contaminada.
Cada una de sus palabras fue pronunciada con tanto
dolor que no pude evitar estremecerme. Fue como si se
rompiera de dentro afuera y su piel estuviera a punto de
quebrarse también para darle una salida al sufrimiento que
la consumía.
—¿Por qué, si no, un padre sería capaz de abandonar a su
hija?
Mis propios padres me habían repudiado porque creían
que era un monstruo, pero resultaba obvio que eso no iba a
reconfortar a Danielle. Claro que ella era inocente y no
había cometido pecado alguno. Yo, en cambio…
—Habrá una explicación para todo —dije, aunque no
estaba nada seguro de eso. Encontrarme mintiendo para
hacerla sentir mejor fue… revelador. Sin embargo, odié
verla sufrir—. Solo que no la sabemos.
La mantuve rodeada con mi brazo y pegada a mi costado
mientras nos hacía avanzar en dirección a la casa. Me sentí
mal al verla tan derrotada. Tan vulnerable.
Nunca, en todo el tiempo que llevaba en Ravenswood, la
había visto así.
Siempre tenía ese brillo desafiante. Incluso cuando se
mostraba impulsiva o temeraria. Cuando juraba por su
linaje para defender el honor de los familiares de un brujo
oscuro al que ni siquiera soportaba. O cuando conseguía
sacarme de quicio sin intentarlo siquiera.
Ahora no había rastro de esa determinación salvaje. Nada
salvo dolor.
Supuse que echar un vistazo a una realidad que había
desconocido hasta ahora, una realidad mucho más dura y
despiadada de lo que hubiera podido llegar a imaginar
jamás, podía hacerle eso a una persona.
Podía romperla.
Pero Danielle aún era capaz de sorprenderme. Mientras
regresábamos a casa, se permitió apoyarse en mí tan solo
unos pocos metros. Luego, su cuerpo ganó vida de nuevo y
se rehízo. Estiró la espalda, levantó la barbilla y se apartó
de mí, con algo de torpeza al principio, pero mayor decisión
un instante después.
La resolución que adquirió de un segundo al siguiente
resultó sorprendente e inesperada. Me pregunté si no
estaría acostumbrada a mantener sus propios miedos bien
ocultos, de la misma manera en que lo hacía yo con los
míos. Si todo ese arrojo que demostraba no sería más que
una forma de paliar el hecho de que se sentía abandonada
y sola.
Quizás Danielle Good y yo no fuésemos tan distintos.
Quizás, como había afirmado Raven, era verdad que nos
necesitábamos el uno al otro.
51
Alexander
Oscuridad. Un mundo de oscuridad, terror y fuego.
Sombras ganando terreno y extendiéndose hasta colonizar
cada rincón. Sombras y algo más. Otras figuras. Otras
cosas. Otros seres.
Una visión del infierno desatado en la tierra, eso era.
Eso podría llegar a ser.
Mis pensamientos vagaban, inconexos y abrumadores,
mientras trataba de entender por qué un segundo antes me
hallaba en los terrenos de Ravenswood y al siguiente el
mundo parecía estar derrumbándose a mi alrededor.
Aturdido, parpadeé para eliminar la imagen de muerte y
devastación y regresé del lugar a donde fuera que me
hubiera ido durante unos pocos segundos. Todo lo que me
rodeaba pareció enfocarse de nuevo, pero tonos rojos
cubrían mi visión. Fuego púrpura me rodeaba y zarcillos de
una niebla densa y oscura brotaban de mi cuerpo, azotando
el aire.
Y poder. Tanto maldito poder.
A pesar de la advertencia de Wood, había sucumbido y me
había transformado por completo, y eso de algún modo me
había llevado lejos de allí.
—Despierta. Despierta, Rav —murmuró alguien, llamando
mi atención.
Los huesos de mi cuello crujieron cuando giré la cabeza
hacia ella.
Jadeé de la impresión y tuve que volver a parpadear
varias veces, deslumbrado. Durante un puñado de
segundos eternos, solo hubo luz. Luz clara, pura y radiante.
Luz que lo llenaba todo y casi me quemaba las retinas y la
piel.
Un momento después, el intenso brillo comenzó a
atenuarse, el contorno de su figura se perfiló con mayor
claridad y por un breve instante… la vi.
La vi de verdad.
La necesidad me golpeó en pleno estómago y se
recrudeció hasta tal punto que apenas resistí la tentación
de lanzarme sobre ella y tomar… Tomarlo todo. Cada
gramo de poder. Cada chispa de su energía. Cada partícula
de vitalidad que impregnaba su piel, su carne y su cuerpo.
Su alma.
Hasta la última gota.
Hasta el último aliento.
Fue… desgarrador, y también una auténtica locura.
Seguramente, no podía tratarse más que de una
alucinación inducida por mi estado y la necesidad.
Me mordí el labio inferior y mis afilados dientes
traspasaron la fina piel sin apenas esfuerzo. El sabor
metálico de la sangre me cubrió la lengua, pero el dolor fue
bienvenido.
Control. Necesitaba mantener el control a cualquier
precio.
«No eres un monstruo, Alex. Para», me exigí a mí mismo.
Bajé la vista hasta el cuerpo que reposaba sobre el suelo
y ver por fin los ojos abiertos de Raven, de algún modo, me
ayudó a contener mis oscuros impulsos.
Sacudí la cabeza en un intento de ganar algo más de
lucidez.
«El hechizo. Las guardas. Elimina las guardas», me
recordé entonces, desesperado por encontrar un objetivo al
que aferrarme. Ese había sido mi propósito un momento
antes: conseguir que las salvaguardas con las que contaba
Ravenswood la dejaran pasar. A ella.
A… Danielle.
Escuché a alguien acercándose a la carrera. Varios pasos.
Había más de una persona.
—¡Tienes que sacarlos de aquí! —me gritó Danielle al
descubrir que ya no estábamos solos—. Llévatelos.
Envueltos en sus capas, pero con las capuchas retiradas
hacia atrás, tres Ibis aparecieron entre los árboles y se
detuvieron a varios metros de Wood y Dith. Ya conocía a
uno de ellos; era el guardia de mi padre al que habíamos
dejado inconsciente en el bosque horas antes. Se veía
pálido y desmejorado después de nuestro encuentro
anterior, pero su expresión no había perdido arrogancia en
absoluto.
Raven exhaló un quejido al tratar de incorporarse y
acudir junto a su hermano, pero resultaba obvio que le
costaba moverse.
Sin perder de vista a los guardias, mantuve una mano
extendida hacia la barrera. Si no completaba el hechizo o
hacía algo para eliminar las guardas, los demás tal vez
seríamos capaces de huir, pero Danielle no iba a poder
abandonar Ravenswood.
Se quedaría encerrada allí, a merced de los Ibis.
Un zarcillo de oscuridad se deslizó entre mis dedos y salió
disparado hacia el muro brillante que nos cortaba el paso.
Arañó la superficie y pequeñas grietas se extendieron en
todas direcciones mientras mi magia luchaba por romper a
la fuerza la burbuja de protección.
No fue suficiente.
Pero lo conseguiría. Por las buenas o por las malas. Con
hechizo o con mi propia ira si era necesario. No pensaba
dejar a nadie atrás.
—Nos volvemos a encontrar —dijo el guardia de mi padre.
Sus ojos estaban fijos en Wood y sus labios se curvaron en
una promesa de venganza y dolor.
—Y no te va a ir mucho mejor que la última vez —replicó
mi familiar—, así que ¿por qué no os dais la vuelta y os
largáis por donde habéis venido?
—Llévate a los demás —insistió Danielle, ignorando el
intercambio de amenazas y la intensa atmósfera de
violencia que flotaba en el ambiente.
Ayudó a Raven a estabilizarse sobre sus cuatro patas e
intentó empujarlo en mi dirección, más cerca de la
carretera y, por tanto, lejos de los Ibis, pero Raven se negó
a apartarse de su lado. Resignada, se movió para cubrirlo
parcialmente con su cuerpo de los ojos fríos y calculadores
de los guardias.
El instinto protector que mostraba hacia mi familiar avivó
una calidez extraña y profunda en mi pecho. La emoción
resultó del todo incoherente con el resto de las sensaciones
que azotaban mi interior y consiguió mantener intacta la
última hebra de mi cordura que aún no había sido poseída.
No estaba seguro de cuánto duraría. La sed de poder, el
hambre, la necesidad…, todo estaba ahí, latiéndome bajo la
piel y arañándome el pecho en busca de una forma de ser
aliviado.
Continué lanzando mi oscuridad sobre la barrera al
tiempo que peleaba conmigo mismo para evitar que esos
mismos zarcillos se deslizaran hacia Danielle. Su magia
cantaba para mí cada vez con más fuerza; una melodía
suave, cargada de armonía, que hablaba de muerte y vida,
de necesidad y poder y luz y oscuridad. Una potente
llamada que resultaba también una advertencia.
Si todo aquello acababa bien para nosotros y
encontrábamos la manera de escapar, tendría que
reflexionar mucho no solo sobre la visión perturbadora de
ese mundo apocalíptico que acababa de tener (o lo que
quiera que hubiera sido aquello. ¿Una premonición?
¿Alguna otra clase de realidad? ¿El maldito infierno?), sino
sobre… sobre todo lo demás.
Sobre ella.
Sobre su luz.
Sin querer, mis ojos volvieron a buscarla, y tuve que
obligarme a dejar de mirarla para centrarme en los recién
llegados. Mi oscuridad se retorció al perderla de vista, pero
obedeció pese a todo.
—Marchaos —gruñí a los Ibis, y esa única palabra salió de
entre mis labios, afilada y cargada de tanta crueldad que
incluso yo me estremecí.
—Tenemos órdenes.
A pesar de que aflojar la correa con la que mantenía mi
oscuro poder a raya no era buena idea, me permití sonreír.
Y luego las palabras simplemente resbalaron de mis labios:
—Entonces… siento deciros que ya estáis muertos.
Todos nos movimos a la vez. El Ibis personal de mi padre,
armado ya con el elegante acero propio de los suyos, saltó
directo hacia Wood en busca de una compensación por el
golpe que había recibido su orgullo horas antes. Los otros
dos, por el contrario, parecían haber decidido emplear la
magia. Por una vez me alegré de ser capaz de percibir el
poder de cada brujo oscuro de Ravenswood, porque sentí el
instante exacto en que lo invocaron para dirigir su primer
ataque hacia nosotros.
No me senté a esperar para descubrir cuál sería su
elemento y cómo lo usarían. Ni siquiera tuve que pensarlo.
Mi reacción fue instintiva.
Dos látigos de oscuridad se desplegaron hacia delante y
azotaron respectivamente a los brujos, a uno en la cara y a
otro en mitad del pecho. Luego, se retiraron de inmediato.
Los golpes no buscaban reclamar su poder para mí mismo;
no, no cedería a la necesidad de drenarlos, porque, a pesar
de estar consumido por la oscuridad, una parte de mí aún
era vagamente consciente de que eso podría matar a
Danielle. Así que no permití que se anclaran en su carne y
recé para que eso bastara.
Salvo Raven, que aún luchaba para que su propio cuerpo
le obedeciera, los demás tampoco permanecieron de brazos
cruzados. Dith estaba murmurando un hechizo entre
dientes, aunque no supe lo que trataba de conjurar.
Mientras que Danielle… El aire se tornó seco y terroso y la
humedad que flotaba en el ambiente se convirtió en una ola
compacta con la que barrió a los guardias.
Ya heridos, ninguno de los dos consiguió mantenerse en
pie. Pero no tardarían en levantarse de nuevo; ni siquiera
se habían inmutado con los cortes que yo les había
provocado.
Danielle me miró por encima del hombro.
—¡Tienes que sacar a los otros de aquí ya! —exigió con
desesperación.
Era terca, eso era algo que había descubierto durante el
tiempo que llevaba en Ravenswood, y supe que no dudaría
en quedarse atrás si eso nos daba una oportunidad al resto.
«Los brujos blancos y su abnegada capacidad de
sacrificio», pensé para mí. Todavía me resultaba difícil
creer que un miembro de su comunidad eligiera
sacrificarse por un Ravenswood o cualquier otro brujo
oscuro, pero ella lo haría de todas formas.
—No vamos a irnos sin ti —le aseguré.
Para zanjar el tema y evitar enzarzarme con ella en una
de nuestras absurdas discusiones, devolví mi atención a los
Ibis. Juro que la escuché resoplar, ofuscada por mi
negativa. Era un hecho que nunca nos pondríamos de
acuerdo en nada y, a pesar de la situación, su obstinación
me hizo sonreír.
Wood mantenía bastante entretenido al tercer guardia. Mi
familiar había traído consigo las dos dagas y, sobre la
espalda, llevaba enganchada también la funda de su espada
favorita, aunque por ahora estaba empleando solo las
armas cortas para rechazar los ataques del Ibis.
En ese momento, fintó y rodó por el suelo hacia un lado
para alejarse y evitar un golpe. Wood no se levantó de
inmediato, quedando en una posición comprometida, pero
supe lo que se proponía en cuanto aplanó ambas manos
contra el terreno.
La tierra comenzó a vibrar bajo nuestros pies y una grieta
dividió en dos el claro. Sin embargo, su oponente saltó
hacia él y Wood no consiguió ensancharla lo suficiente para
que nos diera la ventaja que con tanta desesperación
necesitábamos.
Uno de los otros guardias corrió hacia un lado. Centré mi
atención en él y sonreí con malicia cuando comenzó a
avanzar hacia mí. Una de sus manos agarraba con fuerza la
espada mientras que mantenía la otra a un lado de su
cuerpo, con la palma expuesta; listo para atacar.
Bien, que viniera.
—Yo que tú no lo haría —le advertí de todas formas.
No lo drenaría (si podía evitarlo), pero cada vez me sentía
más cómodo en mi propia piel. Con mi poder. Tal vez la
oscuridad hubiera empezado a apropiarse también de mi
alma. Quizás resultaba inevitable. Quizás hubiera sucedido
ya. O quizás rendirme por fin a lo que era solo había
conseguido que se sintiera… natural.
Fuera como fuese, no había margen para que dudara.
Tendría que enfrentarme a las consecuencias de mis actos
más tarde. Si es que había un después para nosotros.
Con un solo pensamiento, la niebla oscura que me
rodeaba se espesó. Dos zarcillos gemelos brotaron de la
oscuridad de mis muñecas y serpentearon por el suelo
hacia el hombre, como si de enredaderas venenosas se
tratase.
El guardia reaccionó elevando la mano libre, pero, antes
de que pudiera siquiera apuntarme con ella, uno de los
zarcillos se estiró hacia él y le atravesó la palma de parte a
parte. Ladeé la cabeza y la oscuridad clavada en su carne
respondió a mi movimiento retorciéndose en forma de
gancho.
Un tirón bastó para arrastrar al Ibis hacia delante y
hacerlo caer de bruces. La sangre brotó de su herida y la
magia que contenía envió una vibración a través de mi piel.
Sonreí sin darme cuenta de que lo hacía. Casi había sido
demasiado fácil.
—Eso debería ser doloroso. ¿Quieres más? —gruñí, con
una voz que no me pertenecía. Era consciente de que me
estaba dejando arrastrar más y más profundo cada vez,
pero no logré encontrar una razón válida para evitarlo. Me
consumía en una crueldad que me resultaba tan ajena
como familiar—. Porque podríamos jugar a comprobar
cuánto eres capaz de soportar sin desfallecer. ¿Qué tal
morir atravesado por decenas de estas cosas?
El otro zarcillo restalló como un látigo y se abatió sobre
él, arrancándole la espada de la mano. Un segundo
después, sus dos palmas estaban clavadas a la tierra por
pura y maliciosa oscuridad.
Era un Ibis. Estaban entrenados de tal forma que
conseguían mantenerse al margen del dolor; en apariencia,
nada de aquello le afectaba. No había signos de sufrimiento
en su rostro. Pero el daño era daño. Las heridas sangraban.
Y los Ibis podían morir.
Aún sometido y obligado a permanecer a cuatro patas
sobre la tierra, levantó la barbilla y me desafió con una
mirada cargada de odio. Mechones de pelo negro
escaparon de la cinta que los sujetaba y le enmarcaron los
rasgos endurecidos por años de entrenamiento.
—Estoy convencido de que esas órdenes que tenéis no
contemplan que se me haga daño… —comencé a decir, pero
me interrumpí al sentir la presencia de más brujos en los
alrededores.
Otros brujos oscuros. Brujos de Ravenswood. Mi hogar.
Mi legado.
Horrorizado, retraje mi oscuridad de golpe al darme
cuenta de que había empezado a ahondar y enraizarse en la
carne del guardia. Un instante más y era muy posible que
lo hubiese drenado hasta dejar atrás tan solo una cáscara
vacía.
Debería haberme ocupado de quebrar las guardas para
que pudiéramos salir de allí y, en cambio, había estado a
punto de sucumbir y convertirme en lo que siempre temí
ser… Una bestia sedienta de poder.
Un monstruo.
Contemplé paralizado lo que me rodeaba. Un movimiento
de la mano de Wood levantó una gruesa raíz que hizo
tropezar al Ibis con el que luchaba. Danielle se había
parapetado frente a Raven y peleaba cuerpo a cuerpo con
otro de los guardias para evitar que llegara hasta el lobo.
Ni siquiera sabía que fuera capaz de lanzar esa clase de
puñetazos, pero no creí que aguantara demasiado frente a
un Ibis bien entrenado.
Había arboles ardiendo cuyas ramas se agitaban,
azotadas por violentas rachas de aire. Una mezcla de
distintos aromas saturaba el ambiente, fruto de la magia de
cada uno de los presentes. Todo era caos. El fuego se
extendía. Alguien sangraba. Otro gritó. Mi oscuridad rugió.
Y lo único que yo podía hacer era tratar de no ahogarme en
ella. Porque si cedía… no estaba seguro de poder regresar.
O de hacerlo como la misma persona.
Más figuras aparecieron entre los árboles. Mis ojos
tropezaron entonces con el rostro de mi padre y el peso de
su mirada me hizo retroceder. El velo rojo que cubría mi
visión se aclaró y mis músculos se aflojaron. Me tambaleé
hacia atrás, tropecé y a punto estuve de caer sobre mis
rodillas.
—Luke —exhalaron sus labios. «Monstruo», dijo en
cambio su mirada.
—¡La barrera, Alex! —gritó Danielle.
—¡Vuélala si es necesario! —me urgió Wood.
Raven aullaba, angustiado e impotente.
Mi padre apartó la vista de mí y miró a Danielle, que se
hallaba ahora mucho más cerca de él que de mí.
Los siguientes segundos transcurrieron a cámara lenta y,
a la vez, todo ocurrió demasiado rápido. Y aunque luego lo
sucedido se repetiría en mi mente una y otra vez y llegaría
a pensar que hubiera podido hacer un montón de cosas
para evitarlo, no fui capaz de moverme.
Por segunda vez aquella noche me quedé paralizado y no
hice nada en absoluto.
Nada.
Y por mi culpa… alguien murió.
55