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Un Linaje Oscuro (Victoria Vílchez) PDF

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1.a edición Mayo 2022

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Copyright © 2022 by Victoria Vílchez


All Rights Reserved
© 2022 by Ediciones Urano, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos, 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.titania.org
atencion@titania.org

ISBN: 978-84-19251-38-1

Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.


A todos los que, en algún momento, os habéis
encontrado solos incluso rodeados de gente, y a aquellos
que no han dudado en brindaros un poco de luz en
vuestra oscuridad.
1

—¿Estás segura de esto? —preguntó Dith, a pesar de que


deseaba tanto como yo que pisara de una vez el acelerador.
Asentí.
Conocía las consecuencias de lo que estábamos a punto
de hacer. Había reflexionado sobre ello durante mucho
tiempo, quizás demasiado teniendo en cuenta lo impulsiva
que solía ser por norma general. Sabía que iba a cruzar una
línea (uno de los muchos límites que se me habían
impuesto) desde la cual no habría vuelta atrás, no sin un
castigo severo. Y no quería imaginar cuál sería en el caso
de que nos pillaran.
—Tengo que hacerlo —murmuré, y mis dedos se cerraron
en torno a la llave que se encontraba ya en el arranque.
Dith se encogió de hombros, libre de preocupaciones,
como si aquello no fuera más que una de nuestras múltiples
travesuras, algo como saquear la cocina de madrugada o
realizar algunos de los hechizos reservados solo para los
profesores. En ocasiones me habría gustado ser como ella.
¡Oh, sí! También Dith sufría las consecuencias de sus actos,
pero no era algo que le importara en absoluto. Tenía una
vena sádica que no sabía de dónde había sacado.
—Pues dale duro, nena —repuso con más de esa
tranquilidad.
Solté una risita histérica y la miré. Ni siquiera se había
abrochado el cinturón de seguridad y no era probable que
lo hiciera. El bajo de su vestido blanco se arrugaba en la
parte alta de sus piernas (mucho más largas que las mías,
ya que yo apenas si llegaba al metro sesenta) y se había
subido la cremallera de la chaqueta de cuero que llevaba
puesta. El color rojo cereza de la prenda hacía juego con su
barra de labios, y sus ojos, de un azul eléctrico perturbador,
destellaban con un brillo antinatural. Mi vida estaba
repleta de cosas antinaturales, pero yo había crecido
rodeada de ellas.
Rodeada de magia.
Suspiré para darme ánimos. Eché un vistazo por el espejo
retrovisor, y solo vi parte del muro blanco de uno de los
laterales de la mansión Abbot, el lugar en el que había
pasado los últimos años de mi vida. En realidad, a mis
dieciocho, casi había vivido más tiempo allí que con lo que
quedaba de mi familia.
Durante un instante me permití recordar el rostro de mi
madre y el de Chloe, mi hermana pequeña. Sin embargo,
un codazo de Dith me arrancó de mis sombríos
pensamientos.
—¿Nos vamos o qué? Me voy a hacer vieja sentada en
este coche.
Pensé en decirle que no se haría vieja ni ahora ni nunca,
aunque ella ya lo sabía. Meredith (o Dith, como yo la
llamaba) había pertenecido a mi abuela y a una larga lista
de mujeres de mi familia antes de eso. Tras la muerte de mi
abuela a sus setenta y cinco años, la misteriosa magia que
rodeaba el traspaso de familiares había decidido saltarse a
mamá y asignármela. Y ahora me pertenecía a mí, aunque a
veces parecía que fuera al revés. Los familiares eran brujos
o brujas que en algún momento de sus vidas habían muerto
tras ser maldecidos por cometer algún terrible acto en
contra de su propio linaje o aquelarre o contra el propio
consejo que regía a la comunidad. Su apariencia quedaba
congelada, lo que venía a significar que Dith lucía apenas
como una veinteañera a pesar de tener algo más de un
siglo y medio de edad.
Se suponía que los familiares (que se transmitían dentro
de un linaje y se encargaban de proteger a su
descendencia) acumulaban sabiduría y poder para
aconsejar a sus protegidos, pero Dith, la mayoría de las
veces, no parecía más que una adolescente con las
hormonas revolucionadas y una única cosa en la cabeza.
Aun así, era todo lo que tenía, mi única amiga de verdad.
—Tengo hambre, deberías hacer una parada en el pueblo
—sugirió, y yo resoplé.
—Tendremos suerte si llegamos hasta allí. Nada de
paradas.
—Pero…
Acallé sus protestas girando la llave en el contacto. El
sonido del motor hizo aparecer en su rostro una sonrisa
diabólica. A veces no sabía muy bien de qué parte estaba,
la verdad; nunca se comportaba como se suponía que
tendría que hacerlo.
—Allá vamos —dije, aunque no hice nada para hacer
avanzar el coche.
Percibí su mirada expectante sobre mí mientras mis ojos
se aventuraban a través del terreno que nos separaba de la
entrada principal. Más allá de un césped salpicado de
enormes árboles centenarios, cuyas ramas se mecían cada
vez con más fuerza, se alzaba una verja casi tan vieja como
ellos y rematada con afiladas puntas de hierro. Para
atravesarla tendríamos que alcanzar una velocidad
considerable con el coche, y ni siquiera así sabía si sería
capaz de llevármela por delante y conseguir salir al camino.
Desde él podríamos llegar a Dickinson, el pueblo más
cercano, y de ahí seguiríamos hasta…, bueno, lo más lejos
posible de aquel lugar.
—¡Joder, Danielle, pisa ya el maldito acelerador! —me
urgió, y estuve a punto de pedirle que se transformara y
dejara de ponerme nerviosa.
Su contestación a eso sería una mueca obscena y algún
improperio; Meredith tenía todo un arsenal de maldiciones
muy imaginativas que empleaba siempre que podía.
—Pisa a fondo —me instigó de nuevo.
—Si me paso, ya sabes dónde acabaremos. Se rumorea
que ellos no cuentan con ninguna clase de barrera que
evite las visitas indeseadas.
—Mejor eso que quedarnos aquí encerradas.
No estaba muy segura de que llevara razón.
Al otro lado del camino, justo enfrente de la mansión
Abbot, se alzaba otra finca de semejantes dimensiones,
pero mucho más siniestra: Ravenswood. Al contrario que
mi hogar, Ravenswood no contaba con una verja o un muro
que la rodeara y, por lo que yo sabía, sus estudiantes tenían
vía libre para entrar y salir de ella a placer. Pero, para
alguien como yo, Ravenswood no era un sitio en el que
quisieras acabar. Aquel lugar representaba el mal, todo lo
opuesto a lo que se nos enseñaba en Abbot. Nosotros
éramos la luz; ellos, la oscuridad.
—No lo dices en serio —murmuré, girándome para
mirarla.
Sus cejas se elevaron y otra de aquellas sonrisas
maliciosas se apropió de su boca.
—Ellos sí que saben divertirse.
Sí, seguro que sí, no tenía dudas sobre eso, pero había
una parte de mí (esa que había recibido una disciplinada y
conservadora educación mágica) que se sintió horrorizada
por su comentario. La otra parte, la que se había deslizado
de puntillas a través de los pasillos de mi escuela en plena
noche y estaba ansiosa por largarse de este lugar, puede
que se emocionara más de la cuenta con la idea de ir a
parar a Ravenswood.
Eso no iba a pasar. No podía pasar. Las escuelas de la luz
y de la oscuridad, a pesar de la escasa distancia que las
separaba, nunca se mezclaban. Ni siquiera sus alumnos,
cuando acudían al pueblo, se acercaban demasiado los
unos a los otros. La tradición estaba tan arraigada en
nosotros que, aunque casi hubiéramos olvidado el momento
en el que la comunidad de brujos se había escindido en dos
dando lugar a las actuales, la idea de confraternizar con
una bruja o brujo del otro bando resultaba impensable; una
herejía.
Si me pasaba dándole potencia al coche, si atravesaba la
verja demasiado rápido y, en vez de girar hacia el sendero,
terminaba en los terrenos de Ravenswood, las cosas se
pondrían muy muy feas para nosotras.
—¡Por todos los Good! —se quejó Dith, más irritada de lo
que la hubiera visto nunca. Que mencionara a nuestros
ancestros era prueba de ello—. ¡Pisa el puto acelerador de
una vez!
Mi pierna se movió por sí sola y la planta del pie acarició
el pedal sin que yo lo pensara siquiera. Luché con la fuerza
invisible que empujaba hacia abajo.
—¡Dith! —grité, olvidándome de que alzar la voz no era
buena idea.
Lo estaba haciendo. Dith me estaba lanzando directa al
desastre y eso era mucho incluso para ella. El olor a papel
y polvo que siempre desprendía cuando hacía uso de su
magia saturó el interior del habitáculo y me confirmó lo
que ya sabía.
—¡Me estás obligando!
Nuestros ojos se cruzaron. Los de Dith, brillantes y
turbulentos; los míos, de un azul mucho más deslucido,
menos intenso y, aun así, parecidos en cierto modo. Había
una clara determinación en su mirada, casi como si fuera
nuestro destino (mi destino) estar en ese coche y a punto
de atravesar una puñetera verja de hierro reforzado de
cinco metros de altura.
El aroma a libro viejo se disipó, pero mi pie no se apartó
del acelerador, sino que se hundió en él. El motor se
revolucionó y salimos propulsadas hacia delante. Solo
entonces aparté la mirada de ella.
—¡Mierda! —farfullé. No tenía ni idea de si lograríamos
siquiera alcanzar el camino, pero estaba decidida a salir de
allí y no me permití aflojar—. ¡Mierda, Dith!
—Cruza esa jodida puerta —replicó ella, y su voz fue
volviéndose más aguda conforme hablaba.
Lancé una mirada rápida al asiento del copiloto mientras
el coche avanzaba a toda velocidad hacia la verja.
—¡Saco de pulgas traidor! —le grité, agarrada al volante
con tanta fuerza que mis nudillos carecían de color—. ¡No
te transformes!
No sirvió de nada. Un nuevo vistazo me bastó para
descubrir una gata de pelo blanco y sedoso sentada en el
lugar que había ocupado hasta hacía unos segundos mi
familiar.
—Puta gata —mascullé, jurando vengarme si salíamos de
esta.
Dith maulló lastimeramente en el momento exacto en el
que alcanzábamos la entrada. El parachoques se estrelló
contra el hierro y el capó comenzó a plegarse mientras mi
cuerpo era catapultado hacia delante y tan solo retenido
por el cinturón de seguridad. Me gustaría decir que pensé
en mi acompañante y en las muchas posibilidades que
había de que su pequeño cuerpo felino atravesara la luna
delantera y acabara con todos los huesos del cuerpo rotos;
sin embargo, mi único pensamiento fue que íbamos muy
rápido.
Demasiado rápido.
2

La inconsciencia me abandonó tan despacio que mis


sentidos despertaron de forma paulatina. Primero escuché
un murmullo al que no logré encontrar sentido; solo alguna
palabra suelta caló en mi mente, pero estaba tan aturdida
que ni siquiera me esforcé por comprenderla. Poco
después, percibí el tacto suave de un tejido bajo mis dedos
y también envolviéndome. La reconfortante sensación duró
un breve instante; acto seguido, el dolor lo invadió todo.
Mientras los pinchazos se sucedían, exhalé un quejido
que se transformó muy pronto en un gruñido. Estaba
jodida, más incluso que aquella vez, con tan solo trece
años, en la que Dith había logrado convencerme para que
saltase desde uno de los balcones de la segunda planta de
la academia. Había jurado que, si yo no era capaz de
convocar un hechizo que frenase mi caída, ella me
sostendría antes de que alcanzase el suelo. Pero la realidad
fue que se había quedado mirando mientras me rompía
varios huesos del cuerpo y terminaba llena de cardenales y
magulladuras.
Para ser mi protectora, Dith apestaba. Y lo peor era que
la quería de todas formas.
No abrí los ojos; ese era un esfuerzo que no estaba
preparada para acometer aún. Intenté hablar para pedir
agua, pero mi garganta se negó a articular ningún sonido
más allá de un gorjeo incoherente. No hubo respuesta,
claro que había sido una petición lamentable.
Reuní valor y levanté los párpados.
—¡Joder! —mascullé con algo más de claridad esta vez.
Había tanta luz…
Parpadeé hasta que mi visión comenzó a enfocarse,
aunque tuve que mantener los ojos entrecerrados. Un giro
de cabeza y nuevas maldiciones abandonaron mis labios;
Dith se habría sentido orgullosa de mí.
«¡Mierda, Dith…!».
Lo habíamos hecho. Nos habíamos lanzado contra la
maldita entrada de Abbot y la habíamos traspasado para
acabar, al parecer, en un hospital. La habitación de paredes
blancas e impolutas, la cama reclinable y dotada de barras
laterales, la aguja clavada en el dorso de mi mano y que
apenas si me atrevía a mirar; todo indicaba que así era.
«Al menos has salido de la academia», me dije.
—¿Dith? —gruñí, llamándola.
Sabía que no estaba muerta. El único modo de acabar de
verdad con la existencia de un familiar era empleando
magia para hacerlo, por lo que un simple accidente de
tráfico no podía terminar con su vida. Y estaba segura de
que, si no estaba allí, era porque ni siquiera habría sufrido
un rasguño. Conociéndola, la muy traidora habría saltado a
través de la ventanilla en cuanto impactamos con la verja.
—¡Joder, Meredith! ¿Dónde te has metido? —mascullé,
dolorida y preocupada.
La necesitaba. Tenía que salir de ese sitio antes de que
Hubbard, el director de la academia Abbot, apareciera para
llevarme de vuelta. O lo que era peor aún, que lo hiciera mi
padre. No tenía ni idea del tiempo que llevaba
inconsciente, así que tal vez ya estuviera al tanto de mi
situación. Si mi padre había tenido que esperar a que me
despertara, sería muy propio de él no estar a mi lado
velándome. Era más probable que se encontrara fuera,
colgado del teléfono mientras fumaba un cigarrillo tras otro
e intentaba hacer algo que considerase más productivo con
su tiempo.
Hice amago de levantarme, pero cada uno de mis
músculos se retorció y protestó en respuesta. Estaba más
que jodida, la hostia había tenido que ser épica.
El esfuerzo debió de hacer que perdiera de nuevo la
consciencia. En algún momento (una hora o un día
después, quién sabe) la recuperé y me encontré cara a cara
con el rostro de una mujer que se inclinaba sobre mí.
—Le duele. —No era una pregunta.
No podía tener más de cuarenta años, o tal vez fuera la
melena cobriza que caía sobre sus hombros y las largas
pestañas que enmarcaban unos ojos color miel los que la
hacían parecer más joven. La fluidez y precisión de sus
movimientos, mientras comprobaba el estado de mi rostro y
la parte superior de mi cuerpo, me hizo pensar que podría
tratarse de una doctora a pesar de que no llevaba ninguna
bata o uniforme que la identificara como tal.
Puso la mano sobre mi frente y el contacto me provocó un
escalofrío.
Tuve un mal presentimiento.
—¿Dónde… Dónde estoy? —pregunté a duras penas.
La mujer no me dedicó una sonrisa amable ni
tranquilizadora, y tampoco contestó. Durante unos pocos
segundos, todo lo que hizo fue observarme y manosearme
la frente. ¿Es que no tenían termómetros en este hospital?
«¡Ay, no! No, no, no».
El murmullo que había escuchado al despertar no había
sido una conversación o el sonido de la televisión (ni
siquiera había una en la habitación), sino un cántico, y eso
solo podía significar una cosa: magia de curación.
—Está usted en la enfermería, querida —dijo ella
entonces, y lo que tendría que haber sido un apelativo
cariñoso sonó áspero y despectivo en sus labios. No tardó
en añadir—: En la mansión Ravenswood.
El mundo se había ido definitivamente al infierno. Había
acabado en el único lugar peor aún que Abbot y encima
estaba impedida y sin posibilidad de defenderme. Para
colmo de males, Dith se había esfumado, tal y como solía
hacer cuando de verdad la necesitaba.
—Invadió el terreno de la escuela de una manera
bastante… —hizo una breve pausa— peculiar.
La temperatura de la habitación descendió varios grados.
Su voz carecía de cortesía o de la más mínima calidez; era
como acero gélido atravesando el espacio que nos separaba
y apuñalando mis oídos.
—Emm… —Me aclaré la garganta. Me hubiera gustado
ser capaz de sentarme; sin embargo, el dolor seguía ahí,
algo más difuso, pero aún persistente—. No era eso
exactamente lo que pretendía.
Un tic en la comisura derecha de su boca me hizo pensar
que iba a sonreír. Me equivoqué.
—Descanse. Ya hablaremos de lo que vamos a hacer con
usted cuando se recupere.
Aquello sonó tan amenazador como supuse que la mujer
había pretendido. Acto seguido, me dio la espalda y me vi
obligada a reclamar su atención de alguna manera antes de
que se fuera. Puede que ella hubiera terminado conmigo,
pero yo necesitaba saber más sobre mi azarosa intrusión.
—¡Ey! —la llamé. No se había presentado, aunque
empezaba a sospechar de quién se trataba—. Mi fami…
Una chica iba… estaba… —Me atropellé con las palabras,
decidiendo sobre la marcha qué revelar y qué no—.
¿Encontraron a alguien conmigo? —pregunté finalmente.
Ni siquiera se volvió para mirarme.
—No. Solo estaba usted, señorita Good.
Aquello era Ravenswood y estaba claro que sabía quién
era yo. Además, Dith estaba desaparecida. Ninguna de esas
tres cosas era motivo de celebración, así que cerré la boca.
Cuanto más rápido se fuera, antes podría encontrar una
manera de salir de allí. Pero la mujer no se movió. Sus
dedos rodeaban el pomo dorado de la puerta y la tensión de
sus hombros dejaba entrever que no había acabado aún.
Esperé, más tensa incluso que ella.
—A estas alturas, todos mis alumnos deben de ser
conocedores del asalto que hemos sufrido —dijo,
confirmándome su identidad. Era, con toda probabilidad,
Mary Wardwell, la directora de Ravenswood. Giró y clavó
su mirada inquisitiva en mí—. Aun así, sería preferible que,
por ahora, el hecho de que pertenece usted a una de las
principales familias de brujos blancos permanezca entre
nosotras. No son ustedes bien recibidos aquí y le recuerdo
que este tipo de intromisión constituye una infracción del
pacto y se castiga de forma implacable.
Sus palabras hicieron eco en la habitación y reverberaron
en mis oídos. No había nada en su expresión seria que
diera a entender que no pensaba aplicar ella misma dicho
castigo. Los Good constituían un linaje de brujos
ampliamente conocido en nuestro mundo y contaban con
cierta relevancia; y la muerte de mi madre y de Chloe, aun
no teniendo una causa mágica, tampoco había hecho nada
por brindarnos menos atención que la que ya se nos
dedicaba debido a nuestra peculiar historia familiar.
Un dolor sordo se extendió por mi pecho, y no tuvo nada
que ver con las secuelas del accidente; aquella era una
herida antigua que aún sangraba de vez en cuando. Traté
de apartarlo de mí y empujarlo hasta un rincón profundo de
mi interior, lejos de la superficie, y me concentré en lo que
había dicho.
—¿Infracción? —inquirí, titubeante.
Wardwell asintió y su impaciencia resultó evidente.
—Del mismo modo que mis alumnos tienen prohibido
pisar los terrenos de Abbot, ustedes, bajo ningún concepto,
pueden atravesar los límites de esta finca.
Bueno, por poder… Yo estaba allí, así que no sabía muy
bien hasta qué punto se habían esforzado por hacer
cumplir esa norma. De ser así, hubieran desplegado todo
tipo de hechizos para protegerse de visitas indeseadas, tal
y como sucedía en Abbot. Si yo había podido eludir los que
albergaban los muros de mi escuela, había sido gracias a
Dith; puede que mi familiar fuera una bruja caída en
desgracia, pero sabía lo que hacía.
—Thomas ha reclamado su devolución —añadió, ladeando
ligeramente la cabeza, y no sé qué me sorprendió más, si
que tuteara al director de mi escuela o que hablara de mí
como si fuera un paquete de Amazon en mal estado—. He
declinado su propuesta, claro está.
Fruncí el ceño. No terminaba de comprenderlo. Estaba
allí, herida, y ella había dejado claro que me había saltado
alguna clase de pacto del que no tenía verdadero
conocimiento (más allá de la norma no escrita que decía
que los brujos blancos y los oscuros no debían
confraternizar). Y, aun así, no parecía que pensara
devolverme en un futuro inmediato.
—¿Por qué? —inquirí, y no tuve que especificar a qué me
refería.
Fue la primera vez que la vi sonreír y podría haber vivido
perfectamente sin ello. No resultó en absoluto agradable,
más bien fue siniestro y perturbador.
—Porque ahora tenemos algo que ellos quieren, señorita
Good. Es usted nuestra invitada.
Dos cosas: pronunció mi apellido como si se tratara de un
insulto y, ni de coña, la palabra «invitada» tenía el mismo
significado para mí que para ella.
3

La directora insistió en que empleara el apellido Beckett


mientras estuviese allí. También dijo que enviaría a alguien
para ocuparse de mí y yo no tenía demasiadas esperanzas
de que se refiriera a revisar mis heridas o traerme comida.
Mi estómago había empezado a rugir desde el momento en
que me había quedado sola y mi mente daba vueltas y más
vueltas valorando las implicaciones de haberme convertido
en una rehén de Ravenswood.
Siglos atrás, las distintas academias para brujos
repartidas por el mundo seguían una misma corriente en lo
referente a la formación de sus alumnos; no existían
escuelas para brujos oscuros y otras para brujos blancos.
No había un Ravenswood ni un Abbot que representara a
cada uno de los dos bandos, ni tampoco otras escuelas
menores que dependieran de las directrices que estas les
marcaban, como sucedía en la actualidad. Pero un
importante hecho histórico precipitó la división: los juicios
de Salem. La mayoría de los que presentaron acusaciones
en dichos juicios fueron brujos blancos, empujados por el
creciente horror que les provocaba la actuación de algunos
nigromantes y su práctica de la magia de sangre. Al menos
eso era lo que nos habían contado en Abbot sobre nuestra
historia.
Siempre había pensado que todo aquello (las torturas y
muertes que se produjeron siglos atrás) se les había ido un
poco de las manos, más aún cuando todos sabíamos que un
tipo de magia no podía existir sin el otro. No había luz sin
oscuridad, ni bondad sin maldad, y el equilibrio que, de
forma insistente, nos recordaban nuestros mayores que era
imperativo mantener se había visto alterado con la muerte
de brujos y, mayormente, brujas oscuras. Después de
aquello, sin embargo, habíamos adquirido una nueva
estabilidad, una marcada por la división, en la que los
brujos de uno y otro lado no habían vuelto a relacionarse.
Ravenswood existía y seguiría existiendo porque así debía
ser. Pero que yo hubiera terminado tras sus muros…
En algún momento, con esa y otras preocupaciones en
mente, con el dolor resistiéndose a desaparecer y el
estómago reclamándome una hamburguesa grasienta (de
esas que apenas si tenía oportunidad de comer en Abbot) o,
en su defecto, un mísero sándwich, creo que, más que
dormirme, me desmayé.
Al despertar, el dolor había remitido y pude incluso
incorporarme. Supuse que el hechizo que habían empleado
para curarme habría continuado actuando durante las
horas que había pasado inconsciente. Me quedé sentada
sobre el colchón y observé lo que me rodeaba. La
habitación estaba tan bien equipada que no me extrañaba
haber pensado que me encontraba en un hospital.
Rodeando la cama, había varias máquinas, ahora apagadas,
y recé para que eso significase que estaba fuera de peligro.
La aguja clavada en el dorso de mi mano y la botella de
suero habían desaparecido y en su lugar solo quedaba un
trozo de esparadrapo que me arranqué de un tirón.
No tenía ni idea de si la puerta estaría cerrada con llave,
aunque, dado el comentario de Wardwell, era muy probable
que así fuera. Pero aún no me sentía con fuerzas como para
levantarme y comprobarlo. Todo lo que pude hacer fue
deslizarme hacia un lado y salir de debajo de las sábanas.
Ni siquiera traté de poner los pies en el suelo; no estaba
muy segura de que mis piernas fueran a sostenerme.
Cuando la puerta se abrió minutos más tarde, yo seguía
sentada al borde del colchón, con las piernas colgando y la
mirada fija en la sombra de un cardenal que abarcaba parte
de mi rodilla izquierda y se extendía hacia el muslo. Una
chica se asomó a la habitación y sus ojos se dirigieron de
inmediato hacia mí. Lucía una media melena de un rubio
cobrizo perfectamente peinada, a juego con la pulcritud del
que yo ya sabía que era el uniforme de Ravenswood:
camisa gris oscuro y falda y jersey negros; los calcetines,
también grises, le llegaban por encima de las rodillas, y la
estrecha corbata se anudaba en torno a un cuello
estilizado.
—Mira, la bella durmiente por fin ha decidido despertarse
—soltó con evidente desprecio. Avanzó en dirección a la
cama con una bandeja entre las manos y la dejó caer en
una mesa con ruedas que se encontraba a un lado—. Así a
lo mejor ya no necesita una sirvienta.
Enarqué las cejas.
Estaba claro que no le gustaba demasiado tener que
ocuparse de mí, pero ignoré la malicia de su comentario.
Necesitaba información, más de la que Wardwell me había
dado, que no era demasiada.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
La chica levantó la tapa de uno de los platos y, sin pudor
alguno, atrapó una patata frita y se la metió en la boca. Se
dedicó a masticarla mientras me observaba y mi estómago
volvió a rugir. Olía de forma deliciosa, aunque tenía tanta
hambre que, de no haber sido así, no creo que me hubiese
supuesto ninguna diferencia.
—Un par de días —dijo finalmente—. Los hechizos de
curación no son la especialidad en Ravenswood.
Por supuesto que no lo eran. Mientras que en la academia
Abbot nos formaban sobre todo en magia de creación, en
Ravenswood estaban más interesados en todo lo
relacionado con destruir y aniquilar. Invocación y magia de
sangre, esas eran sus especialidades. De ahí que en mi
escuela no necesitáramos una habitación como aquella. Si
había algún percance, solía solucionarse con el
correspondiente hechizo reparador. Era la primera vez que
me clavaban una aguja y me suministraban suero, claro que
nunca antes me había lanzado en plan kamikaze contra una
verja de hierro.
Aun así, me sorprendió que admitiera abiertamente que
había algo que no se les daba bien.
—Come —me ordenó entonces—. Luego vístete —señaló
el armario empotrado en una de las paredes junto a la
puerta—. Alguien vendrá a buscarte para un tour de
presentación.
¿Iban a enseñarme la academia por dentro? Había
pensado que me mantendrían allí encerrada hasta que…,
bueno, hasta que decidieran lo que quiera que fueran a
hacer conmigo. Tal vez pidieran un rescate, tal vez me
sacrificaran en algún ritual a saber para qué propósito
siniestro. Lo que de verdad se hacía o no en Ravenswood
era una incógnita para mí y supuse que también para toda
la comunidad de brujos blancos. O al menos para aquellos
que no estaban en la cúspide de la jerarquía de brujos o
pertenecían al consejo.
El pensamiento no resultaba muy reconfortante.
La chica se marchó sin darme opción a preguntarle nada
más y sin decirme siquiera su nombre. Tampoco me
preguntó el mío. Resultaba obvio que no iba a hacer
grandes amigos allí. No es que los tuviera en Abbot. Salvo
Dith, mis días en la academia resultaban bastante tediosos.
Solo Cameron Hubbard compartía conmigo algunos ratos
muertos y secundaba gran parte de mis absurdas
maquinaciones; curiosamente, era el hijo del director. Creo
que estaba tan harto como yo de vivir encerrado allí.
No me detuve a pensar más en lo que podría ocurrir a
partir de ese momento. Devoré la comida como si aquel
fuera mi último almuerzo (algo que podría no estar muy
alejado de la realidad) y me vestí con el uniforme de
Ravenswood que encontré en el armario de la habitación.
Aunque me hacía tanta gracia verme con aquellas ropas
como con las de mi propia escuela, cualquier cosa era
mejor que la bata fina de algodón que había llevado
durante esos días; ni de broma iba a pasearme por aquel
sitio con la espalda y el culo al aire.
Aún había ciertos movimientos que me dolía realizar y mi
piel lucía varios arañazos y cardenales, pero me encontraba
en relativa buena forma teniendo en cuenta que era muy
posible que hubiera estado a punto de morir. Agradecí no
recordar nada del accidente, aunque mi preocupación por
Dith no hacía más que aumentar. Mientras me prometía
que encontraría la forma de dar con ella, revisé cada rincón
de la habitación en busca de cualquier cosa que pudiera
emplear como arma.
Ese era otro de los grandes problemas de haber acabado
en Ravenswood. Días atrás, después de una diferencia de
opiniones con uno de mis profesores, se me había aplicado
el consiguiente castigo por «desafiar a la autoridad y
mostrar un comportamiento inapropiado»: anulación de mis
poderes durante diez días. No me había parado a pensar en
ello al tratar de escapar de Abbot. Tenía a Dith a mi lado y
el hechizo de supresión al que se me había sometido para
atar mi magia terminaría por desvanecerse pasado ese
tiempo, sin importar dónde me encontrara.
Claro que no había previsto terminar justo en
Ravenswood. En este lugar iba a necesitar cualquier
ventaja disponible y, sin magia, estaba totalmente
desprotegida. Solo podía contar con mis habilidades físicas
y la ayuda de Dith, lo que me llevaba de nuevo al mismo
punto: tenía que encontrar a mi familiar.
La puerta se abrió a mi espalda. A pesar de que me
habían avisado de que alguien vendría a buscarme, me pilló
tan desprevenida que pegué un salto y me alejé de la
entrada. Bajo el umbral había otra alumna de Ravenswood
(a juzgar por el uniforme que vestía) más o menos de mi
misma edad. Se quedó mirándome con las cejas levemente
arqueadas. Eran de un rubio muy muy claro, al igual que la
melena que se le derramaba sobre los hombros formando
ondas, y la dulzura de su expresión parecía fuera de lugar
en un sitio como aquel.
—¡Hola! —me saludó. Avanzó hasta quedar en medio de la
habitación y yo agité la mano en un gesto ridículo desde el
otro lado de la cama—. Vengo a por ti.
Por su tono no parecía que se tratara de una amenaza,
pero no pensaba fiarme de nadie. Si había algo que
dominaban los brujos oscuros era el engaño y la
persuasión.
—Soy Maggie. Maggie Bradbury.
—¡Oh! —Fue todo cuanto se me ocurrió decir.
La historia de la familia Bradbury resultaba casi tan
escabrosa como la de la mía. Una de sus antepasados había
sido acusada de brujería en los juicios de Salem, pero
escapó para evitar ser condenada, abandonando a su
suerte al resto de su aquelarre. Aunque más tarde regresó
a Massachusetts y se reintegró en la comunidad oscura,
nunca se lo perdonaron del todo. Su linaje, aun siendo muy
poderoso, quedó marcado y su lealtad fue severamente
cuestionada a lo largo de los siglos posteriores. Lo seguía
siendo a día de hoy. Pero eso no evitaba que aquelarres
menores continuaran interesados en contraer matrimonio
con alguno de sus miembros. El poder era poder, y al
parecer eso era lo que más ansiaba cualquier brujo oscuro,
no importaba si eso les suponía padecer el desdén de los
suyos.
—¿Y tú eres…? —inquirió.
«Temeraria y estúpida», me reprochó mi mente, pero no
lo dije en voz alta. Pensé en la advertencia hecha por
Wardwell sobre revelar mi identidad a sus alumnos; puede
que fuera lo único en lo que estaba de acuerdo con la
directora de Ravenswood. Se suponía que ahora era
Danielle Beckett, pero me limité a decir:
—Dani.
Nadie me había llamado así desde la muerte de mi
hermana; en realidad, nadie me llamaba así salvo ella. Tal
vez Dith, en alguna ocasión, cuando estaba cabreada y no
pensaba demasiado en lo que suponía que se refiriera así a
mí. Quizás darle a aquella chica ese nombre fuera una
manera de pagar por mi estupidez.
A pesar de no haber mencionado mi apellido, Maggie no
mostró demasiado interés por conocerlo. Cualquier otro
brujo hubiera insistido, dada la importancia que tenía la
familia en nuestro mundo, pero supuse que ella mejor que
nadie debía saber lo que era que te juzgaran por tu linaje.
—Vamos, Dani. —Hizo un gesto elegante con la mano y
me invitó a atravesar el umbral.
No sonrió, aunque tampoco encontré en su expresión el
desdén con el que me había obsequiado su compañera,
pero me recordé que no podía confiar en nadie mientras me
retuvieran allí. Salí al pasillo dispuesta a hacer gala de una
prudencia poco común en mí y a encontrar a Dith cuanto
antes.
4

Más de una vez había jugado a imaginarme cómo sería el


interior de Ravenswood. Desde la ventana de mi dormitorio
en la cuarta planta de Abbot, contaba con una espléndida
panorámica de su fachada y, cuando me aburría (que era a
menudo), me dedicaba a observar qué ventanas se
iluminaban y a qué horas lo hacían. Si lo pensaba bien,
resultaba un poco siniestro, pero la academia de los brujos
oscuros siempre había despertado una curiosidad insana en
mí.
Mis suposiciones no podían haber estado más alejadas de
la realidad. El interior era magnífico. La madera oscura de
sus suelos y paredes no ensombrecía el ambiente, ya que
había lámparas cuajadas de brillantes cristales y dispuestas
a intervalos regulares que lo iluminaban todo a su
alrededor. A su vez, los cortinajes de color borgoña que
caían desde el techo colgaban a ambos lados de ventanales
amplios, y los rayos de sol que se colaban por ellos se
entremezclaban con la luz cálida que brotaba de las
lámparas.
No había oscuridad allí, no como la había imaginado.
El suelo alfombrado, también en tono borgoña, casi
engulló mis pies cuando me sitúe en mitad del corredor.
Había flores frescas en jarrones diversos, todos de aspecto
antiguo, y retratos y paisajes decorando las paredes. Las
molduras del techo no eran lisas, sino que se retorcían y
formaban intrincados diseños. Aunque el conjunto podría
haber resultado recargado y opresivo, tuve la sensación de
que los alumnos de aquella escuela debían de sentirse
reconfortados.
En Abbot todo era más… aséptico y frío, un lugar de
estudio y disciplina. Nunca había sido un hogar para mí.
—Ven conmigo —me pidió Maggie. Aunque no dijo «por
favor», de algún modo consiguió que sonara como una
petición cortés.
«No te confíes», me recordé.
Maggie me llevó a través de varios corredores mientras
me hablaba de la historia del edificio. Me trataba como a
una nueva alumna que acabara de incorporarse a sus
estudios en Ravenswood en vez de como a una… enemiga,
su rival fuera de estos muros y lo único que podía llegar a
interponerse entre ella y el poder que suponía que todo
brujo oscuro ansiaba más que ninguna otra cosa.
Tal vez no conociera mi procedencia, pensé para mí, pero
Maggie no tardó en mostrarme lo equivocada que estaba.
—Toda esta zona del edificio da a los jardines delanteros
de Ravenswood. Yo estaba aquí cuando entraste en ellos
dando vueltas de campana con el coche. Fue bastante
espectacular.
Capté la sombra de una sonrisa en sus labios, aunque
desapareció enseguida.
—Gracias. Supongo. —¿Era aprobación lo que veía en su
expresión?
Bueno, no sería tan extraño. Seguro que las normas en
Ravenswood no eran tan estrictas como las de Abbot. O sus
alumnos ni se molestaban en cumplirlas.
Continuamos con el recorrido por una escalera imponente
que descendía con elegancia hacia el primer piso y
llegamos a la entrada del edificio. La puerta principal,
dotada de dos hojas de madera trabajada con tanto mimo
como lo estaban en su parte exterior, se encontraba al
fondo de un recibidor que albergaba una buena cantidad de
butacas y sillones tapizados. La decoración era similar a la
de la zona que habíamos dejado atrás y la estancia estaba
presidida por un gran retrato: la familia fundadora de
Ravenswood.
Me demoré contemplando la pintura. La expresión altiva
del hombre y el oscuro brillo de sus ojos contrastaba con
los delicados y suaves rasgos de su esposa. Frente a ellos,
dos niños de corta edad se miraban el uno al otro, algo
curioso para tratarse de un retrato. Sus perfiles eran tan
similares que casi parecía que un único niño estuviera
observando su reflejo en un espejo; solo el color distinto de
su pelo (de un negro profundo en un caso y prácticamente
blanco en el otro) me hizo suponer que se trataba de
mellizos.
—La familia Ravenswood —confirmó Maggie al verme
contemplar el retrato con tanta atención—. Sigo sin
entender que llamaran a sus hijos Raven y Wood.
—Orgullosos de su apellido, por lo que veo —murmuré,
sin dirigirme a nadie en particular.
El linaje de los Ravenswood resultaba otro gran misterio.
En las clases de historia de Abbot nos habían hablado de
ellos y sabía que era una de las familias más poderosas que
existían, pero nunca fueron perseguidos ni condenados en
Salem. En realidad, y a pesar de que se los consideraba los
instigadores de la rebelión de los brujos oscuros y su
consiguiente escisión del resto, no había ningún dato o
registro de que hubieran formado parte de los juicios. Eran
como fantasmas, aunque todos sabíamos que habían estado
allí, casi como si hubieran borrado cualquier rastro de su
pertenencia al aquelarre residente en Salem en aquellos
días.
—Por aquí —me instó Maggie, dirigiéndose a la parte
trasera del edificio—. Por ese pasillo encontrarás el
comedor y la cafetería, así como la biblioteca. Tanto los
despachos como las dependencias de los profesores y la
directora están en este edificio. Es, digamos, la zona
administrativa.
Me pregunté a qué se refería. Mientras que en Abbot
existía una construcción aparte en la que residía el director
y su familia, y otra que se empleaba como sede de nuestro
consejo, Ravenswood carecía de cualquier otro anexo. Era
más grande, sí, una mole de madera y ladrillo que se alzaba
en una extensa finca y que incluía incluso parte del bosque,
pero no había otras construcciones en ella.
No tuve que esperar mucho para descubrir que, en
realidad, yo no tenía ni idea de lo que hablaba. Un amplio
corredor nos llevó hasta el arco acristalado que daba paso
al jardín trasero. Maggie abrió la puerta y me cedió de
nuevo el paso. Sus modales sobrepasaban con mucho los
míos; de conocerla, tal vez mi padre preferiría que la
enviaran a ella de vuelta en vez de a mí.
—Bienvenida a Ravenswood —dijo, ceremoniosa.
Mi mandíbula cayó, desencajada, ante la visión de lo que
casi parecía una ciudad en miniatura. El hecho de que el
acceso principal de Ravenswood, aquel por el cual yo había
hecho mi entrada triunfal, no contara con ningún tipo de
protección cobraba ahora sentido. Lo que en realidad
protegían era también lo mismo que nos ocultaban.
Frente a nosotras se extendía un césped surcado de
caminos adoquinados que partían en diversas direcciones.
A la izquierda se alzaba un edificio de aspecto más
moderno que la mansión y con la fachada rojiza cubierta de
ventanas, la mayoría de ellas cerradas en ese momento.
Más allá de este se agrupaban varias calles con multitud de
casitas, todas de ladrillo oscuro, en las que brillaban
carteles como los de las tiendas de Dickinson, el pueblo
más cercano. Aunque solo me permitían visitarlo una vez al
mes, estaba bastante segura de que el trazado era similar,
si no el mismo. Muy cerca de esa zona había otras casas
dispersas, pequeñas mansiones más bien, rodeadas de
jardines con parterres de flores e incluso algunos árboles.
No podía dejar de pensar en lo mucho que se parecía todo
aquello a los campus de las universidades que Dith y yo
habíamos buscado en internet mientras soñábamos con la
posibilidad de que se me permitiera asistir a una de ellas.
—Es imposible —farfullé, desconcertada.
Yo había observado mil veces Ravenswood desde mi
ventana y conocía cada giro de su fachada, cada muro… No
había nada más en aquel terreno que la mansión, lo
hubiera visto desde mi habitación e incluso desde la verja
de entrada o el camino que compartíamos y que llevaba al
pueblo. La potencia de un hechizo que ocultara y
protegiera algo así no podía…
—¿Cómo? —inquirí, volviéndome hacia Maggie.
Ella se limitó a sonreír. No la culpaba; estaría loca si
compartiera esa clase de información con una alumna de
Abbot. Seguramente, ni siquiera ella conociera dicho
secreto.
—Te alojarás en la zona vip —me explicó, lanzándome una
mirada que no fui capaz de descifrar: curiosidad,
diversión…, expectación tal vez.
—Todo un detalle —repuse, mientras ella echaba a andar
por uno de los senderos y yo me apresuraba a seguirla.
No había alumnos a la vista y tampoco nos habíamos
cruzado con nadie en el interior de la mansión. Por la hora,
supuse que se hallarían todos en el comedor.
—Tu compañero… —Un momento de titubeo me puso en
alerta—. Ellos son… No te darán problemas. Espero.
Creo que no pensó que hubiera escuchado lo último, pero
obvié esa parte, y también el hecho de que hubiera pasado
del singular al plural, y me concentré en otro detalle.
—¿Él? ¿Un chico?
En Abbot había dos alas separadas de dormitorios; chicas
y chicos no compartían pasillo y mucho menos habitación.
Las clases no estaban segregadas por sexo y creo que en
realidad lo último que les preocupaba era que
confraternizáramos. De ser así, cada alumno tendría su
propia habitación. A pesar de las estrictas normas que
regían nuestras vidas, no les importaba demasiado si dos
chicos o dos chicas dormían juntos ni lo que pudieran
hacer. En realidad, sus esfuerzos en ese aspecto se
centraban en que ninguna alumna terminara embarazada.
El embarazo de una bruja resultaba delicado y conllevaba
cierto riesgo, y siempre era una decisión muy meditada en
cualquier pareja. Y Hubbard, como director del centro, no
quería tener que comunicar a ningún padre o a la
comunidad algo así. Se nos proveía de remedios y hechizos
anticonceptivos y se nos hablaba del sexo seguro incluso
antes de que supiéramos a qué demonios se referían con
eso de «hacer el amor». Mantenernos separados no evitaba
del todo las escapadas entre un ala y otra durante la
madrugada, ni las relaciones sexuales entre alumnos, pero
nos asegurábamos de ser cuidadosos. O los demás se
aseguraban de serlo, más bien. No era como si yo tuviera
demasiado de lo que preocuparme.
Después de pasar media vida entre aquellos muros, toda
mi experiencia sexual se resumía en una torpe primera vez
con Cameron Hubbard. Con él había compartido también
mi primer beso, más llevados por la curiosidad que por el
deseo. Años más tarde, habíamos planeado acostarnos
como una más de nuestras travesuras conjuntas. Nada de
romanticismo, aunque sí que existía cierta atracción, y
tampoco nos juramos amor eterno antes de entregarnos el
uno al otro. Fue más como… un experimento. El resultado
no había sido digno de mención y nunca repetimos.
—Él —replicó Maggie, devolviéndome a la conversación, y
durante un instante no supe de qué hablaba— es una
celebridad en la escuela, aunque nunca se mezcla con el
resto de los alumnos. Creo que Wardwell no se lo permite.
Resulta sorprendente que la directora haya decidido que te
alojes con Luke.
Su afirmación no me tranquilizó en absoluto. Yo, por mí
misma, ya contaba con una tendencia natural al desastre y
no necesitaba que nadie me ayudara con ello; estar en
Ravenswood ya era una catástrofe de por sí, no había razón
para añadir a un alumno maldito a la mezcla. Quizás lo
único que la directora buscaba era mantenerme también a
mí alejada del resto. De saberse que era una Good, las
cosas podían ponerse bastante feas.
Mi familia gozaba de un gran prestigio dentro de la
comunidad de brujos blancos, algo a lo que mi padre (Good
por matrimonio) había contribuido en buena medida con su
decisión de dedicarse a la política y mejorar con ello tanto
nuestro bienestar como el de la gente no mágica. La
historia de mi linaje contaba con algunos puntos negros
que nadie recordaba mejor que los brujos oscuros.
Los Good no siempre habíamos sido brujos blancos.
En Salem, Sarah Good había sido una de las primeras y
principales acusadas de brujería. Dorothy Good, su propia
hija (a la que también se había acusado), la había delatado,
aunque por ese entonces toda la familia pertenecía a un
aquelarre de nigromantes. En pocas palabras: la habían
traicionado y abandonado a su suerte mientras los demás
miembros de la familia Good buscaban refugio en un
aquelarre de brujos blancos. Aunque nuestra sangre
apenas si albergaba ya restos de la oscuridad que un día la
había llenado, no resultaba fácil cambiar de bando, por no
decir que era algo imposible. Pero los Good se habían
esforzado al máximo, renegando de sus orígenes y
convirtiéndose en un ejemplo de rectitud desde entonces.
Sí, éramos traidores.
Se decía que la magia no olvidaba, que las familias cuyos
miembros habían permanecido en la oscuridad durante
siglos estaban dotadas de una marcada tendencia al mal;
era su propia naturaleza, su legado. Sin embargo, los Good
suponíamos una excepción, y todo brujo oscuro que se
preciara de serlo nos odiaba por ello. De ahí,
probablemente, que Wardwell insistiera en mantener mi
apellido en el anonimato. Supuse que me consideraba una
rehén valiosa y no debía querer que me ocurriera nada…
de momento.
—Es esa. —Maggie señaló una casa de dos plantas con
tejado de pizarra a dos aguas y muros de piedra negra—.
La mayoría de estudiantes tienen sus dormitorios en el
edificio Wardwell —explicó, volviéndose hacia el anexo
plagado de ventanas que habíamos dejado atrás—. El resto
de residencias de esta zona solo suelen ocuparse con
visitas relevantes o familiares de los alumnos.
La casa a la que nos acercábamos estaba ligeramente
apartada del resto. Su jardín, rodeado de una valla blanca
que resultaba algo incongruente comparada con todo lo
demás, era el doble de amplio que los del resto y contaba
con un árbol enorme cuyas ramas se mecían suavemente
con la brisa. A pesar de que en aquella época del año las
temperaturas aún resultaban agradables, el otoño había
empezado a hacer mella ya en él y diversos tonos de ocre
coloreaban tanto las hojas de las ramas como las que se
acumulaban sobre el suelo.
Maggie abrió la puerta de la valla y me invitó a avanzar.
En cuanto me moví hacia delante y uno de mis pies tocó la
tierra de la parcela, un escalofrío reptó por mi espalda y
sacudió todo mi cuerpo. Me entraron ganas de echar a
correr en dirección contraria; lejos, lo más lejos posible de
allí. Al girarme me encontré a Maggie inmóvil, todavía con
los dedos agarrados a la madera de la puerta. No parecía
tener intención de seguirme.
Sus ojos chispearon con un brillo divertido, como si fuera
consciente de mis pensamientos. Me había caído bien,
quizás porque no me esperaba su amabilidad ni su trato
cordial. Pero ahora dudaba si no estaría jugando conmigo,
lanzando un ratón directo hacia el gato.
—¡Suerte! —dijo a continuación, y por primera vez sonrió
de verdad. A pesar de mi inquietud, pensé en lo bonita que
era su sonrisa y en lo mucho que armonizaba con sus
rasgos—. Búscame si en algún momento te permiten salir. A
Luke no le entusiasma que nadie ronde por aquí, aunque
intentaré visitarte más tarde para comprobar que no os
habéis matado o algo por el estilo.
Dicho eso, me señaló la puerta y echó a andar por el
sendero por el que habíamos venido. Me pregunté cómo
estaba tan segura de que obedecería y entraría en la casa.
Solo que cuando estiré el brazo para alcanzar la portezuela
de la valla, y tal vez abrirla y lanzarme tras mi nueva
amiga, mi mano topó con una barrera invisible.
—¡Ay! —me lamenté, agitando los dedos doloridos por el
golpe—. Putos hechizos.
5

Permanecí un rato en el jardín, indecisa, mientras luchaba


contra la necesidad de rascarme la nuca con ambas manos.
Tenía alergia a varios tejidos sintéticos y, desde el momento
en el que me había vestido, el cuerpo había empezado a
picarme. Sin magia, no había manera de paliar sobre la
marcha la sensación ni evitar la aparición del consiguiente
sarpullido, aunque nunca había sido capaz de realizar un
hechizo lo suficientemente eficaz para librarme del todo de
mi afección. Reaparecía al poco tiempo hiciera lo que
hiciese.
En Abbot, el director se había encargado de que tuviera
un uniforme hecho especialmente para mí, pero no creía
que fuera a tener tanta suerte en Ravenswood. Tendría que
preparar algún remedio en cuanto dispusiera de
ingredientes. Pasearme desnuda por el corazón de la magia
negra parecía tan buena idea como hacerlo con la bata de
algodón con la que me había despertado un rato antes.
No sabía lo que iba a encontrarme al entrar en la casa,
pero tampoco tenía muchas opciones. El hechizo que
rodeaba la parcela parecía similar al que aislaba Abbot,
aunque más potente incluso que este; aún me dolían los
dedos. Estaba encerrada.
«¡¿Qué demonios?!», me dije, y avancé hasta la entrada
con decisión.
La puerta no estaba cerrada con llave y no me planteé
llamar. Accedí al interior y me encontré en un pequeño
recibidor que me llevó hasta otra estancia mucho más
amplia e iluminada. El mobiliario allí tenía un toque
moderno del que carecía la mansión, aunque el borgoña y
el negro se mantenían en toda la decoración. Las paredes
eran de un blanco brillante y dos sofás enormes ocupaban
el centro de la sala; parecían cómodos, la clase de sofás en
los que podría dormir una siesta sin miedo a echar de
menos un colchón. En la zona de la derecha había unas
escaleras que ascendían hasta la planta superior y, en la
pared del fondo, una televisión descomunal lanzaba
imágenes de alguna clase de videojuego.
Sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y de
espaldas a mí, descubrí al que supuse que era mi anfitrión.
No estaba segura de que se hubiera percatado de mi
presencia.
—Ponte cómoda —me dijo tras unos pocos segundos,
aunque no me había movido ni hecho ruido alguno.
Me lanzó una rápida mirada por encima del hombro y
apenas si tuve tiempo de echarle un vistazo a su rostro. Lo
único que veía de él era la mata de pelo negro que
alcanzaba la base de su nuca y la forma en la que su
espalda se encorvaba. No parecía mayor que yo, tal vez
incluso le sacara unos años.
—¡Wood! ¡Baja tu culo aquí! —gritó el chico, volviendo la
cabeza hacia las escaleras—. ¡Ha llegado nuestro angelito!
—¿Perdona? —inquirí, irritada—. No soy nada vuestro.
No prestó atención a mis protestas. Me situé junto a uno
de los sofás y apoyé la cadera contra la parte posterior del
respaldo; los brazos cruzados sobre el pecho, a la
defensiva. Una vez más, tuve que esforzarme para no
arrancarme la blusa y liberarme de los picores.
El muchacho continuó dándome la espalda.
—¡Wood! —volvió a gritar—. ¡Baja de una vez!
—Mira, será mejor que me indiques mi habitación y así
podré desaparecer en ella.
En la casa no se escuchaba nada que no fuera el sonido
de la televisión, que además estaba muy bajito, y empezaba
a preguntarme si aquel tipo no tendría desdoblamiento de
personalidad o algo por el estilo. O quizás convivía con un
fantasma, no era raro entre los suyos contar con esa clase
de poder.
—¡Wood!
—¿Te importaría dejar de gritar?
Me estaba sacando de quicio, pero él no se giró ni me
contestó, y allí no parecía haber nadie más. Cuando abrió la
boca, probablemente para lanzar otro de esos molestos
alaridos, me precipité hacia él y le arranqué el mando del
videojuego de entre las manos.
—¡Joder! —masculló al verme lanzarlo sobre el sofá más
cercano. El chisme rebotó en un cojín y terminó cayendo al
suelo.
Tal vez me había pasado. Un poco, solo un poco. El chico,
aún sentado en el suelo, alzó la cabeza para mirarme y sus
labios se curvaron con una lentitud exasperante. Parecía
encantado con mi arrebato.
—Maggie me ha traído aquí. —No sabía qué más decir y
no me gustaba cómo me estaba mirando.
Sus ojos eran de un azul pálido que me hicieron pensar en
finas láminas de hielo quebrándose bajo la presión. Le
caían mechones de pelo negro sobre ellos y en torno al
rostro, y sus labios se mantenían curvados en una sonrisa
desconcertante.
—Maggie es cortés. Y hermosa —agregó, incorporándose,
mientras yo me obligaba a no poner los ojos en blanco.
A pesar de que había creído que era casi un niño, cuando
se irguió del todo me di cuenta de que debía rondar al
menos los veinte años. Me sacaba una cabeza y había toda
una variedad de músculos estirando la tela de su camiseta.
—Tú también eres hermosa.
Ahora sí que puse los ojos en blanco. No era que no
agradeciera el halago, pero no estaba acostumbrada a que
me dijeran ese tipo de cosas, mucho menos uno de los
suyos.
—Mi habitación —insistí.
Necesitaba estar sola y urdir alguna clase de plan. Tal vez
Dith apareciera cuando no me encontrara acompañada.
—¡Ya era hora! —El chico había dejado de prestarme
atención y miraba por encima de mi cabeza. Supuse que el
maldito Wood se había dignado a aparecer.
Al girarme, se me escapó un gritito que estaba segura de
que me avergonzaría más tarde. Pero lo peor fue que, de un
salto, prácticamente me acurruqué contra el chico que se
encontraba a mi lado.
A los pies de la escalera había aparecido un descomunal
lobo blanco. El animal mostraba los largos colmillos y un
gruñido me advirtió de que no parecía que yo le cayese
demasiado bien. Sus ojos eran de un azul desvaído idéntico
al de mi anfitrión.
—¿Un familiar? —inquirí, sin quitarle la vista de encima al
animal.
Hice amago de separarme del chico, pero él enredó los
dedos en torno a mi muñeca y me mantuvo en el sitio.
—¿Qué has dicho?
Fruncí el ceño, pero me volví hacia él y repetí la
pregunta.
—¿El lobo es tu familiar? —Recé porque así fuera, no
tenía ganas de convertirme en comida para perros.
Empezó a reírse y la bestia blanca aulló de una forma
extraña. ¿Se estaban burlando de mí?
Fulminé al animal con la mirada, pero, en cuanto las risas
cesaron, el muchacho reclamó mi atención con un suave
golpe de sus dedos sobre mi hombro.
—No es mi familiar —explicó, y su voz resonó grave y algo
gutural, áspera, aunque no por ello desagradable—. Es mi
hermano, Wood, y yo soy Raven.
La imagen del retrato que había visto en la entrada
destelló en mi mente. Eran Raven y Wood, los mellizos
Ravenswood. Ese cuadro tendría más de trescientos años,
ya que se trataba de los fundadores de la academia, por lo
que ambos no podían ser otra cosa que familiares entonces.
Volví a mirar al lobo. Se había acercado un poco a
nosotros y no dejaba de observarnos.
—Pero si ambos sois familiares… —farfullé para mí
misma. Recibí otro toque en el hombro. Empezaba a
resultar irritante—. ¡¿Qué?!
El lobo gruñó de nuevo, pero no aparté la vista de Raven.
Su expresión adquirió una extraña tensión y los ojos se le
aclararon. Sus dedos resbalaron de mi muñeca mientras, a
mi espalda, su hermano continuaba gruñendo. Incluso sin
verlo, percibí el momento exacto en el que el lobo blanco
comenzó a transformarse. El ambiente de la estancia
crepitó, cargado de magia en estado puro, y un denso y
sensual aroma a savia y canela llenó el aire.
Pocas veces había presenciado algo así. Estaba
acostumbrada a recibir pequeños chispazos de energía
cuando Dith cambiaba de forma, pero aquello era muy
diferente, y revelador, teniendo en cuenta que mi propia
magia se hallaba fuera de mi alcance y seguramente no
debería haber notado nada.
Me volví para ver a Wood tomar forma frente a mis ojos.
El muy capullo había decidido hacerlo totalmente desnudo,
algo innecesario y que hizo que se me calentase la cara.
Debí enrojecer hasta la raíz del pelo, pero no fui capaz de
apartar la mirada. Sus huesos crujieron una última vez y
todo su cuerpo (y cuando digo «todo» es todo) quedó a la
vista, perfectamente formado. Dith hubiera aprovechado
para darse un homenaje con aquella visión, pero yo me
obligué a mantener la mirada alta, lejos de las hileras de
músculos que atravesaban su estómago y de otras zonas
por debajo de esa.
Los ojos de Wood también estaban fijos en mí y parecía
arder en deseos de asesinarme lenta y dolorosamente. Una
furia helada campaba en ellos, y su pelo, tan blanco como
el pelaje mullido que lo había cubierto unos segundos
antes, caía en mechones sobre su rostro de manera
idéntica a como lo hacía sobre los ojos de su gemelo.
—Mi hermano es sordo, imbécil —me espetó, y sus
palabras fueron como furia ácida brotando de entre sus
labios—. Y si se te ocurre volver a gritarle, te arrancaré los
brazos y las piernas con mis propios dientes y te arrastraré
al fondo del bosque para que te devoren cosas aún más
aterradoras que yo.
Me encogí al escucharlo. No por miedo a su amenaza, que
a decir verdad era bastante perturbadora, sino por mi
propia estupidez. Me sentí fatal por haberle gritado a
Raven y no haberme dado cuenta antes de que no podía
escucharme.
Avergonzada, me giré hasta quedar cara a cara con él.
—Lo siento.
Raven se encogió de hombros.
—No podías saberlo. No hagas caso a Wood, no voy a
dejar que te coma —dijo. Aunque fue una declaración algo
absurda, resultó alentador. Yo tampoco quería que su
hermano me comiera—. Puedo leerte los labios si me miras
al hablar, así que no te preocupes. Y tú —añadió,
dirigiéndose a su gemelo—, sube a ponerte algo de ropa
encima. No necesitamos verte el rabo. —Ahogué una
carcajada, tenía su gracia. Raven me regaló una sonrisa
espléndida y se centró de nuevo en Wood—. Avisa a
Alexander.
¿Alexander? ¿Cuántos más había de ellos? Maggie había
mencionado a un tal Luke, y yo había supuesto que él era el
brujo al que ambos protegían.
Con un último gruñido, una clara advertencia dirigida a
mí, Wood se marchó escaleras arriba. Procuré no mirar…
No, no es verdad, me recreé a placer con las vistas. El tipo
tenía un humor de mil demonios, pero había que
reconocerle que su culo era increíble.
—Wood es demasiado protector —comentó Raven. Aparté
la vista del trasero de su hermano y me centré en él—. Así
que tú eres el angelito que se ha lanzado de cabeza al
infierno.
Una buena metáfora, supuse, aunque yo no era un ángel
en absoluto, por muy bruja blanca que fuera. La comunidad
de la luz tenía… principios, pero no creía que fuésemos
perfectos. Decidí ignorar el comentario y también quise
pensar que no había terminado en el infierno. Por mi bien.
—Y tú eres un familiar. Un lobo, ¿no? Como tu hermano.
Sería lo lógico. No era común que nacieran brujos
gemelos y, si por alguna razón estos morían y pasaban a
convertirse en familiares, lo normal era que adoptaran la
misma forma. Wood era un lobo blanco y no creía
equivocarme al pensar que el pelaje de Raven sería negro.
—A Alexander no le vas a gustar —comentó, y se
desplomó con desgana sobre uno de los sofás. Palmeó el
asiento a su lado, invitándome a sentarme. Me di cuenta de
que no vestía el uniforme de Ravenswood, aunque tampoco
Dith solía llevar el de Abbot—. No te lo tomes como algo
personal. A Alex no le gusta nadie —agregó, cuando me
acomodé a su lado.
—No tengo intención de quedarme.
En realidad, no parecía que fuera una decisión que yo
pudiera tomar, pero pensar que así era me ayudaba a
mantener la calma.
Observé el rostro de Raven con mayor atención que antes
y me pregunté si, de haber contado con mis poderes, el
aura que emanaría de él resultaría tan oscura como se
suponía que debía ser. No parecía un mal tío.
—Solo para que estés avisada: Alex ladra mucho, pero
muerde solo cuando es necesario —dijo, y una sonrisa
juguetona le cubrió los labios.
La afirmación no era muy esperanzadora, pero, aun así,
sentí deseos de devolverle la sonrisa.
—Un momento… Sois los gemelos Ravenswood —señalé,
incorporándome de repente, aunque eso era algo obvio—.
Entonces, eso significa que ese tal Alex…
—Significa que yo soy Luke Alexander Ravenswood —
terminó por mí otra voz masculina, una muy diferente a la
de los gemelos, profunda y cadenciosa, casi musical.
Mi cabeza giró de golpe hacia las escaleras, como un
látigo que alguien agitase con dolorosa precisión, y allí, a
mitad de camino entre una planta y otra, estaba el brujo
oscuro al cual Raven y Wood protegían y por el que sabía
que darían su vida de ser necesario: el mismísimo heredero
del linaje Ravenswood.
6

El vello de todo el cuerpo se me erizó en cuanto mi mirada


se posó sobre el rostro de Luke Alexander Ravenswood.
Ahogué el sonido de sorpresa que brotó de mi garganta al
descubrir la oscuridad que se acumulaba en uno de sus iris,
completamente negro. El otro era de un azul similar al de
los gemelos, pero aún más intenso. La diferencia de color
entre ambos ojos resultaba tan perturbadora como la
dureza de sus rasgos, la línea recta de su mentón y su nariz
y el músculo que palpitaba en su mandíbula. No había
amabilidad en su rostro, increíblemente hermoso por otro
lado, aunque estaba segura de que una sonrisa le añadiría
atractivo; si fuera capaz de sonreír, algo que a primera
vista no parecía demasiado probable.
Pese a todo, no podía dejar de mirarlo.
Tampoco él vestía el uniforme de Ravenswood, sino unos
viejos vaqueros rotos a la altura de las rodillas y una
camiseta aún en peor estado. Iba descalzo y se hallaba
apoyado contra la pared, un pie en un escalón y el otro en
el siguiente, como si se hubiera detenido de forma
involuntaria en mitad de su descenso. Parecía aún más alto
que Raven y el ancho de su espalda se asemejaba al de un
nadador profesional.
En medio del caos de pensamientos, me pregunté si
habría piscina allí; en Abbot no había y nadar había sido
una de las pasiones de mi infancia.
—Puedes dejar de mirarme —escupió, y su voz fue como
frío acero que lo cortara todo a su paso.
—¡Ah, cuánta hospitalidad! —repuse. Aun abochornada,
podía ser incluso más imbécil que él—. No pretendía
hacerte sentir incómodo —añadí, y lo que hubiera podido
sonar como una disculpa se convirtió en verdadero ácido
saliendo de entre mis labios.
«Capullo», pensé para mí, pero decidí no añadir ese
detalle a mi réplica.
—No podrías incomodarme, aunque quisieras.
Arqueé las cejas. Ser borde con la gente resultaba fácil,
yo sabía muy bien que lo difícil era mostrar amabilidad y
empatía. Así que no estaba impresionada. O tal vez sí, pero
no era él el destinatario de mi admiración.
Cedí mi atención a Raven e incluso me permití dedicarle
una sonrisa.
—¿Podrías enseñarme mi habitación?
Raven desvió la mirada hacia Luke, Alexander o como
fuera que se refirieran a él. Este asintió.
—Vamos, ven conmigo —me pidió el gemelo, y me tomó
de la mano con delicadeza.
Desprendía calidez y, aunque había mil motivos para no ir
por ahí de la mano con el familiar de un brujo oscuro, no
hice nada para que me soltase. Empezamos a subir juntos
las escaleras. Alexander no se había movido y se mantuvo
inmóvil mientras nos acercábamos a él. Me llegó un aroma
a bosque antiguo y salvaje, primitivo, casi cruel… Tan
delicioso como aterrador.
—Dale la habitación del fondo del pasillo —le dijo a
Raven, cuando este se detuvo brevemente frente a él. Me
sorprendió lo distinto que sonó al dirigirse a su familiar,
con una suavidad y una cortesía de la que no lo hubiera
creído capaz. La cosa cambió bastante cuando me miró a
mí—. No entres en mi habitación y ni se te ocurra tocar
nada. No eres bienvenida aquí.
Le guiñé un ojo y a punto estuve de sacarle la lengua.
Aunque infantil, estoy segura de que Dith habría estado
orgullosa de mi actitud irreverente frente a aquel idiota. Yo
ni siquiera quería estar allí, y no iba a dejarme amedrentar
por un Ravenswood ni por cualquier otro de aquellos brujos
oscuros.
Al contemplar mi reacción burlona, Raven casi se ahoga
tratando de disimular la risa.
El lobo me caía cada vez mejor, pensé conforme
avanzábamos por un largo pasillo de la planta superior.
Mientras que sus pisadas apenas si hacían ruido alguno,
mis pies resonaban al encontrarse con la madera del suelo.
Raven andaba de una forma muy particular, casi
deslizándose, y supuse que era parte de la naturaleza de su
otra forma. De hecho, Dith se movía con el sigilo de un
felino y solía disfrutar asustándome con apariciones
repentinas siempre que podía.
«¿Dónde estás, Meredith?», la llamé mentalmente,
aunque no había manera de que me escuchara. De haber
contado con mis poderes, tal vez hubiera sido capaz de
invocarla. No era algo que pudiera hacer en realidad, pero,
en alguna ocasión, cuando la había necesitado, ella había
aparecido ante mí. Como si de alguna forma supiera que la
estaba llamando.
Deseé que solo estuviera escondiéndose para evitar
llamar la atención sobre su presencia en Ravenswood.
Ojalá se encontrase bien y fuese capaz de llegar pronto
hasta mí.
Nos detuvimos frente a una puerta. Había al menos media
docena más a lo largo del pasillo, pero aquella se
encontraba al fondo, tal y como le había indicado míster
Capullo a Raven. Este la abrió, pero me detuvo antes de
que pudiera deslizarme en el interior.
—Ese es mi dormitorio. —Señaló la puerta que quedaba
justo enfrente y luego una al principio del pasillo—. Y esa
es la madriguera de mi hermano —rio, sus ojos yendo y
viniendo de las distintas habitaciones a mi rostro—. Al lado
tienes a Alexander.
Mis cejas salieron disparadas hacia arriba. ¿Me había
asignado la habitación contigua a la suya? Bueno, siempre
podría ponerme a dar golpes y a hacer ruido si seguía
comportándose como un imbécil, aunque tal vez solo
consiguiera que enviara a Wood a desayunar conmigo. Y no
me refiero a tomar tostadas y huevos revueltos juntos, más
bien a darse un festín a mi costa. Estaba bastante segura
de que el lobo blanco estaría encantado de servir a su
protegido de esa forma.
La mano de Raven voló hasta la mía y me la apartó del
cuello. Me había estado rascando la nuca de manera
compulsiva y ni siquiera había sido consciente de ello.
—¿Estás herida aún? Déjame ver. —Sus dedos se colaron
por el borde de mi camisa y tiraron de la tela para retirarla
antes de que pudiera negarme.
Se inclinó sobre mí y acercó el rostro a la zona. No sabía
si era buena idea dejar que un lobo hundiera la cara en mi
cuello, pero le permití echar un vistazo. Retrocedió un
instante después, irguiéndose de nuevo.
—No es una herida —me dijo, aunque eso yo ya lo sabía—,
pero tienes la zona enrojecida y muy irritada.
Había genuina preocupación en su expresión, lo que hizo
que me olvidara un poco de dónde me encontraba y quién
era él. El azul limpio de su mirada no parecía albergar
ninguna clase de malicia. No podía ser más diferente de su
gemelo; solo unos minutos en su presencia habían bastado
para ver que el lobo blanco no era ni la mitad de ingenuo
que Raven.
—Tengo alergia a los tejidos sintéticos —confesé,
asegurándome de mirarlo para que pudiera leerme los
labios y a pesar de que mostrar cualquier clase de
debilidad resultaba una idea aún peor que ofrecerle la
garganta a un lobo. Era el enemigo, por muy cortés que se
mostrara.
Pero a Raven se le iluminó el rostro con la inocente
alegría que solo podría transmitir un niño y el gesto me
ablandó más de lo que ya lo estaba.
—¡Alexander también! —afirmó—. Espérame dentro. Te
traeré algo de su ropa para que puedas cambiarte.
Se metió en la habitación de al lado con tanta rapidez que
no me dio tiempo a decirle que esa era la peor idea de
entre todas las pésimas ideas, y eso que en los últimos
minutos habíamos tenido unas cuantas entre los dos.
Alexander había dejado claro que no quería que estuviese
allí y menos aún que tocara sus cosas. Vestirme con su
ropa… Puede que el brujo me lanzara un hechizo y me
convirtiera en comida para perros, así evitaría que Wood lo
dejara todo manchado de sangre; no creía que aquel tipo
gruñón y maleducado fuera de los que les gustaba esa clase
de desorden, ni ningún otro ya puestos.
Pero Raven no titubeó cuando regresó con una pila de
ropa entre las manos. Me la tendió con amabilidad, muy
satisfecho de sí mismo, y no me vi capaz de rechazarla.
—Todo seda y algodón. Hay un par de camisetas, una
sudadera y algunas prendas más —me dijo—. Pero no te
preocupes, hablaré con Alex y te conseguiremos algo
adecuado lo más pronto posible.
Su mirada descendió por mi cuerpo muy despacio,
perezosa, y se entretuvo en unas zonas más que en otras.
Cuando alzó la vista de nuevo, había una media sonrisa
instalada en sus labios acompañada de dos encantadores
hoyuelos. Incluso cuando sabía que acababa de darme un
repaso descarado, Raven Ravenswood me parecía el chico
más tierno que hubiera conocido jamás.
—Creo que podré acertar tu talla —añadió, guiñándome
un ojo.
No sé por qué, pero pensé en Dith. Se merendaría a
alguien como Raven en cuanto la soltasen en la misma
habitación que él, y disfrutaría mucho haciéndolo.
—Muchas gracias, Raven.
Se apoyó contra el marco de la puerta y bajó la barbilla,
repentinamente avergonzado. ¡Dios! Era dulce incluso sin
intentarlo.
—Me alegra mucho tener una cara nueva por aquí.
Le toqué el hombro para atraer su atención, sin olvidar
que necesitaba leerme los labios. Empezaba a creer que
Raven no tenía ni idea de quién era yo y casi sentí pena al
formular la siguiente pregunta. No quería que se metiera
en líos por mi culpa.
—Tú… ¿sabes lo que soy? —inquirí, aunque un rato antes
me había llamado «angelito». Había supuesto que se
refería a mi pertenencia a la comunidad de brujos blancos,
tal vez no fuera así.
—Sé exactamente quién eres y no me importa —aseguró,
y continuó hablando antes de que pudiera pedirle que
especificara si se refería a qué o a quién era yo. No era lo
mismo, ni por asomo. Nadie podía saber que era una Good
—. Pero ten un poco de paciencia con Alex. No está
acostumbrado a tener visitas.
—Maggie dijo que era bastante popular —tercié. Lo lógico
sería que un Ravenswood fuera el alma de aquella escuela,
por algo llevaba su apellido.
Raven negó con un movimiento de cabeza y mechones de
pelo negro salieron disparados en todas direcciones.
—Todos respetan su linaje y se lanzarían por un
acantilado si él así se lo ordenara. —Me estremecí al
pensar que esa fuera la clase de peticiones que realizaba a
sus visitas, aunque no sabía si Raven estaba hablando de
una extraña devoción o del poder que Alexander podía
ejercer sobre la gente—. Pero no es eso lo que yo quiero
para él, ni creo que sea lo que Alex desea.
De la última parte no estaba tan segura, la verdad, pero
no dije nada. Incluso habiendo coincidido con él tan solo
unos pocos minutos, mi opinión sobre el brujo no era
demasiado buena. Que alguien como Raven, al que no
conseguía encajar como parte de un aquelarre oscuro por
mucho que me esforzara, tuviera una buena opinión sobre
su protegido hubiera debido de contar.
Sin embargo, acababa de conocerlos. Llevaba apenas
media hora en la casa y ya me estaba olvidando de
cualquier precaución. Era la primera vez que me
relacionaba con miembros de aquelarres rivales y tanto
Wood como Alexander habían cumplido con creces las
expectativas que tenía de ellos. Pero Raven… Ese chico era
otro cantar.
—¿Y qué es lo que quieres para él? —pregunté con
verdadera curiosidad.
Él había vuelto la cabeza hacia el comienzo del pasillo y
miraba en esa dirección como si creyese que alguien iba a
aparecer en lo alto de las escaleras en cualquier momento.
Esperé pacientemente hasta que me di cuenta de que no
podía escucharme y no me estaba mirando. Le di un
golpecito con los dedos sobre el pecho y aún tardó unos
segundos más en posar sus ojos sobre mí.
—¿Qué es lo que quieres para él? —le repetí.
Se encogió de hombros, un gesto que, a lo largo de los
siguientes días, descubriría que hacía a menudo.
—Que deje de comportarse como un capullo —afirmó, y
tuve que reírme porque eso era lo que yo había pensado de
Alexander. Raven sonrió, pero la alegría no llegó a sus ojos
en esta ocasión—. Y que nadie vuelva a tratarlo como a un
animal rabioso. Aislarse no es bueno para él, solo que
Alexander es incapaz de comprenderlo.
No había rastro de engaño en sus palabras, solo una
sinceridad tan brutal como inocente, y no entendía por qué
había decidido contarme todo aquello precisamente a mí,
una recién llegada que además no era de los suyos.
Me convencí de que solo actuaba así llevado por una
ingenuidad que resultaba evidente para cualquiera que
hablara con él más de dos minutos seguidos; muy
posiblemente, tuviera una visión sesgada de su protegido.
En toda manada de lobos había un alfa, y esa misma
ingenuidad que irradiaba Raven no le permitía darse
cuenta de que el alfa de aquella casa no era él ni tampoco
su hermano, sino Luke Alexander Ravenswood.
7

Me arranqué el maldito uniforme de encima en cuanto me


quedé sola.
Había una cama tamaño industrial en mitad de la
habitación y, sobre ella, un dosel de fina tela negra
salpicado de estrellas doradas, casi como un cielo nocturno
visto desde lo más profundo del bosque. Las cortinas eran
de la misma tela y, aunque se hallaban corridas, la luz de la
tarde las atravesaba y proyectaba la sombra de pequeñas
estrellas por todos lados. Una cómoda, un armario y una
butaca, todos de madera blanca, completaban el mobiliario,
además de un tocador de líneas redondeadas y elegantes
sobre el que había dispuesta una fila de frascos decorativos
con líquidos de distintos colores en su interior.
Mi dormitorio en Abbot era una cueva comparada con
aquello, y yo, el ogro que no lograba mantener el orden en
ella.
La puerta estaba cerrada, pero no contaba con pestillo ni
ningún pasador, aunque, de haberlo, no detendría a un
brujo que quisiera entrar en la habitación; la apertura de
cerraduras era de primero de magia elemental y, a pesar de
que en Abbot no lo enseñaban oficialmente, era algo que
todos dominábamos desde muy temprana edad. Yo ni
siquiera había tardado tanto en aprenderlo como el resto;
vivir en una escuela desde los diez años, y no a partir de los
catorce como los demás, te convertía en una alumna
aventajada. Y Dith había sido una maestra excelente en ese
aspecto.
La ropa interior que me habían dejado junto con el
uniforme picaba tanto o más que el resto y ya me había
provocado un sarpullido en partes mucho más íntimas que
el cuello y la cadera. Dudaba mucho que Raven hubiera
podido sustraer unas bragas de los cajones de Alexander,
así que fue la única prenda que no me quité por el
momento. Rebusqué entre la pila de ropa y saqué una
camiseta de algodón en la que probablemente cabrían dos
como yo.
—¡Ay, Dios! —farfullé, atragantándome con mi propia
saliva, al descubrir un bóxer negro también de algodón. La
etiqueta aún colgaba de un lateral.
Bajé la vista hacia mi abdomen, imaginando lo que había
llevado a Raven a incluirlos. ¿Lo había sabido? ¿Lo mucho
que me irritaría también la ropa interior? Quizás estaba
acostumbrado a que Alexander se quejara a todas horas…
Pero no podía pasearme por la casa con los calzoncillos
de míster Capullo, así que seguí desdoblando la ropa hasta
que di con un pantalón corto de deporte que contaba con
una tira para apretar la cinturilla; podría apañarme con él.
En ese momento escuché pasos en el pasillo, nada que
ver con el andar silencioso de Raven, por lo que supuse que
se trataba de Alexander. Desterré el bóxer a un lado y me
desnudé del todo con rapidez y más alivio aún.
Cuando iba a introducir un pie en la pernera del pantalón,
se oyó un portazo. Las paredes retumbaron con tanta
intensidad que me pregunté si Alexander acababa de
descubrir que Raven me había dado ropa suya. Por si
acaso, me puse el pantalón lo más rápido posible, no fuera
que viniera a exigirme que se lo devolviera. Era tan
estirado que seguro que no querría saber nada de la ropa
que ya hubiera rozado mi piel, no fuera que le pegara algo.
No llegué a alcanzar la camiseta. La puerta de la
habitación se abrió de par en par con tal fuerza que rebotó
contra la pared. Al volver hacia el marco, un Alexander
furioso la detuvo antes de que le golpeara en la cara.
Hubiera sido algo digno de ver si no fuera porque me había
pillado con las tetas al aire.
Lo primero que alcancé fue la colcha que cubría la cama.
Tiré de ella y me tapé el torso. La fría seda endureció mis
pezones de inmediato y di un respingo, pero la mantuve
bien sujeta.
Alexander cruzó el umbral, pero se detuvo antes de llegar
a mí con los labios entreabiertos y la rabia
transformándose en algo totalmente distinto. Parecía que
fuera a decir algo, pero no recordara qué, claro que no
debía de acostumbrar a encontrarse chicas semidesnudas
por su casa. O quizás sí. A saber. Raven había dicho que
todos allí harían cualquier cosa que les pidiera, así que
todo era posible.
Emanando de su persona, potentes oleadas de furia
barrieron el dormitorio mientras me observaba a pesar de
que su rostro ya no mostraba dicha emoción. Me fijé en los
bordes de su figura y descubrí que echaba chispas,
literalmente. Chispas púrpuras.
¡Vaya! Eso sí que era poder, uno oscuro y traicionero,
impredecible como una ola que primero te atraía con
suavidad para luego hundirte hasta el fondo y ahogarte.
Apreté la colcha contra mi pecho con más fuerza.
—No tienes nada que no haya visto antes —señaló, con
los dientes tan apretados que a punto estuve de bromear
sobre su capacidad ventrílocua. Claro que no dije nada. No
creía que fuese el momento adecuado para hacer uso de mi
sarcasmo.
—Eso no significa que vaya a enseñártelo.
—Ya es un poco tarde para eso, ¿no te parece? —siseó, y
de pronto me recordó a Wood, abajo en el salón, cuando se
había deslizado hacia mí con el andar de un depredador
que acecha a su presa.
Me estremecí, pero me dije que se debía solo a que tenía
la espalda al aire y una corriente fría se colaba a través de
la puerta abierta. Solo eso, me repetí, y me esforcé por
recuperar la compostura.
Me erguí y saqué pecho.
—Entonces, ¿por qué tu respiración se asemeja al
rebuzno de un burro? —Le dediqué una sonrisa mezquina,
lo reconozco, y me encantó descubrir que mi comentario lo
había cabreado aún más.
—Tienes la lengua muy larga para ser un angelito.
Ya estábamos de nuevo con lo del ángel. ¿Era así como se
referían a nosotros?
Mi enfado aumentó. Debería haberlo echado de la
habitación en el mismo instante en que había puesto un pie
en ella.
—Y también afilada —repliqué—. Así que, si quieres
conservar todas las partes importantes de tu cuerpo, te
sugiero que te largues de inmediato.
Sus cejas formaron un bonito arco y, solo entonces,
recordé lo amable que había sido Raven conmigo. Todo lo
que él me había pedido a cambio era que tuviera paciencia
con Alexander.
Suspiré.
—Compartimos alergia. Ese es el único motivo por el que
Raven me ha dado algo de tu ropa. No lo culpes, él es…
amable. —«No como tú», pensé añadir, pero me mordí la
lengua. Eso no iba a mejorar la situación.
Alexander parecía haber recuperado el aliento, o bien lo
estaba conteniendo y empezaba a asfixiarse, eso explicaría
el color sonrosado que estaban adquiriendo sus mejillas.
—No vuelvas a hablar de Raven. Sé perfectamente cómo
es. Y mantente alejada de él —añadió, dirigiéndose hacia la
puerta—. Aléjate de todos nosotros.
Salió al pasillo y dejó la puerta abierta tras de sí. Yo
aproveché para volverme de espaldas y hacerme con la
camiseta que había dejado sobre la cama y que ahora
estaba tirada en el suelo.
—Pues no ha ido tan mal —proclamé en voz alta.
Mientras vigilaba la puerta, me pasé la prenda por la
cabeza y, durante unos segundos, peleé con el agujero del
cuello para acomodarla en su sitio.
—Mira que eres burra… —La voz de Dith, a pesar del
insulto, fue como música para mis oídos.
Tiré de la tela hacia abajo con brusquedad y giré con
tanta rapidez que a punto estuve de caer de bruces. De
algún modo, Meredith se había colado en la habitación y se
encontraba recostada en el colchón, sana y salva, relajada y
sonriente.
Quería matarla por desaparecer, pero eso podía esperar.
Corrí a cerrar la puerta y regresé para lanzarme sobre
ella. Dith me atrapó entre sus brazos y me apretó contra su
pecho con tanta fuerza que, durante un breve instante,
todo estuvo bien.

Alexander
—¡Dios, Rav! ¡Es que le has dado mi ropa! —No quería que
sonara a reproche. Era incapaz de regañar a mi familiar, al
menos a aquel en concreto.
Resoplé y me dejé caer en el sofá, frente a él. Wood, a mi
lado, nos observaba sin mucho interés. Siempre nos
sentábamos así, era la mejor forma de que Raven no
tuviera que andar girando la cabeza de un lado a otro para
poder seguir la conversación.
De todas formas, yo estaba bastante seguro de que entre
ellos se comunicaban de un modo silencioso, una conexión
que no entendía del todo y que suponía que provenía de su
vínculo como gemelos.
—Es alérgica a ciertas telas, como tú, pero aún peor.
Tenía toda la piel enrojecida y no paraba de rascarse.
—¿Toda la piel? —intervino Wood, que de repente sí que
nos prestaba atención—. ¿La has visto desnuda?
No, Raven no lo había hecho, pero yo sí. O semidesnuda
al menos. Y no había estado preparado para una visión así
en absoluto. Toda esa piel cremosa y de aspecto suave ante
mis ojos, y la curva de sus senos apretados contra la
colcha, mi colcha, no importaba que aquella habitación no
se hubiera usado jamás.
Todo allí me pertenecía, aunque nunca hubiera sentido
que fuera dueño de nada.
—Tiene una piel preciosa —señaló Raven, defendiéndose
ante su hermano—. Pensaba llevarle una cataplasma que
aliviara el escozor, tal vez algo con manzanilla y mimosa.
¿Puedes prepararla tú, Alex?
«No, ni lo sueñes. No quiero tener nada que ver con esa
chica», quise decirle, pero negarle algo a Raven hacía que
me sintiera como un auténtico capullo.
—Lo haré, pero dile que es cosa tuya.
Raven sonrió y todo su rostro se iluminó al hacerlo. Tenía
el físico de un tío de veinte años, y los siglos que en
realidad acarreaba a sus espaldas no habían dejado la más
mínima huella en su carácter. Continuaba sorprendiéndome
lo diferente que era de Wood a pesar de que, en lo que
respectaba a su aspecto exterior, su única diferencia era el
color del pelo. La bondad, su inocencia…, no eran
características que los Ravenswood apreciaran; por no
hablar de su sordera.
La pérdida de audición de su mellizo seguía
atormentando a Wood a día de hoy. Era muy consciente de
ello porque también a mí me atormentaba.
De los tres, Raven era, con toda certeza, el único que no
merecía estar allí encerrado, pero él jamás abandonaría a
su hermano y tampoco se alejaría de mí
intencionadamente. Estábamos atados de tantas formas
diferentes que su labor de protección como familiar solo
representaba una de ellas, ni siquiera la más importante.
Los mellizos prácticamente me habían criado; en mi caso,
el amor y la lealtad feroz que les profesaba pesaban mucho
más que cualquier otro vínculo, y sabía que para ellos era
igual.
—No quiero que intiméis con esa chica.
—Dani. Se llama Dani —terció Raven—. Bradbury me ha
enviado una nota para pedirme que nos portemos bien con
ella.
Wood soltó una carcajada.
—Bradbury está tan necesitada de amistad que se
encapricharía del mismísimo fundador de Abbot si siguiera
vivo.
—Eso ha sido cruel e innecesario —intervine, y le lancé
una mirada de advertencia a Wood. A veces parecía
imbécil; también su hermano necesitaba amigos al margen
de nosotros.
Wood ignoró el reproche de mi mirada.
—Define «intimar» —repuso, en cambio, retomando el
motivo por el que los había reunido allí.
Se recostó sobre el respaldo y cruzó los brazos por detrás
de la cabeza. Por su expresión, supe exactamente la clase
de pensamientos que estaba teniendo.
Me froté las sienes. El dolor de cabeza iba a más. Según
Wardwell, nuestra casa era el mejor lugar para acomodar a
una bruja blanca, y yo, el más adecuado para controlarla y
supervisar su estancia allí, dado que era el brujo más
poderoso de Ravenswood. Como si ella misma —o alguno
de los profesores— no fuese capaz de rechazar cualquier
intento de una chiquilla joven e inexperta, fuese una blanca
o no.
Al final, había accedido solo debido a mi lealtad para con
la escuela y por la insistencia abrumadora de Raven. Pero
desde ese momento la ansiedad amenazaba mi control con
un ímpetu furioso. Y todo había ido peor en el instante en
que había visto a aquella chica en mitad de mi salón,
demasiado cerca de Raven para mi gusto.
Al escuchar la pregunta de Wood, Raven hizo un ruidito
apagado, una especie de gruñido suave que sorprendió a su
gemelo tanto como a mí.
—Si estáis pensando en mear a su alrededor —gruñí,
exhausto—, olvidadlo. No va a quedarse mucho tiempo y no
quiero que os acerquéis a ella más de lo necesario.
Wood sonrió como si lo que yo quisiera le importara una
mierda; probablemente, así era. Raven, en cambio, mostró
una expresión desolada que me partió el corazón. ¿Cómo
podía negarle la novedad de hablar con alguien que no
fuera su salvaje gemelo o yo mismo, que la mitad de los
días ni siquiera decía más de dos palabras seguidas?
—No va a quedarse —insistí, aunque Raven no parecía de
acuerdo—. Pertenece a Abbot. Es una extraña y no es de
fiar.
—En este sitio nadie lo es.
En eso Raven llevaba razón. Incluso Wood asintió ante su
comentario. Pero no podía dejarlo acercarse a… Dani. Era
un error y terminaría mal. Mataría a cualquiera que le
hiciera daño a Raven, y no hablaba por hablar. Nadie que le
provocara sufrimiento a uno de mis cachorros viviría para
volver a ver la luna brillar en el cielo.
8

—Ven conmigo. —Meredith me tendió la mano e insistió en


que bajásemos a cenar con nuestros anfitriones.
Mi respuesta fue dudar de su cordura. Si salía de la
habitación, sería para echar a correr hacia los límites de
Ravenswood y luego… tal vez hacia el pueblo. Abbot
continuaba sin ser una buena opción. No sabía cómo se
estaría tomando mi padre mi secuestro, pero, de los dos,
estaba bastante segura de que yo era la única
genuinamente preocupada, lo cual resultaba bastante
triste.
Traté de no pensar en ello.
—¿Tienes miedo de un Ravenswood? —me picó a
sabiendas.
Habíamos pasado el rato tiradas sobre la cama. Dith me
había contado que había acudido varias veces a la
habitación en la que me habían mantenido durante los
últimos días. Yo me había encontrado inconsciente en las
pocas ocasiones que había conseguido deslizarse en su
interior sin ser vista, pero al menos había podido
asegurarse de que me estaba recuperando. Luego, no le
había quedado más remedio que esconderse por la mansión
a esperar hasta que despertara y Wardwell me liberase, en
el campus de Ravenswood o fuera de él. Era evidente que,
al final, la directora había decidido mantenerme allí.
A su vez, yo también le había relatado mi encuentro con
la directora y el breve paseo de camino a la casa
acompañada de Maggie Bradbury, y todavía estaba
esperando una disculpa por su parte por dejarme tirada la
noche del accidente. Tratándose de Meredith, no era como
si eso fuera a suceder.
—Son tres Ravenswood, no uno —la corregí, pero luego
sonreí de forma maliciosa—. Pero lo que en realidad me da
miedo es que a míster Capullo le dé un aneurisma si lo
someto a mi terrible presencia.
Hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—¡Bah! Rav es genial, un verdadero cielo. Y Wood… —Su
rostro adquirió una expresión divertida—. Wood hace cosas
que no creerías.
Ni siquiera quería saber a qué se refería, aunque podía
hacerme una idea. Me incorporé sobre el colchón y
prácticamente gruñí como un animal. Por lo visto,
compartir casa con lobos estaba empezando a afectarme, y
eso que acababa de llegar.
—Espera… ¿Estás diciéndome que ya los conocías? —la
interrogué, y ella asintió—. ¿Y se puede saber por qué no lo
has dicho antes?
—No has preguntado. Además, una chica tiene derecho a
guardar secretos.
Le lancé un almohadón a la cara. Necesitaba liberar la
frustración.
—¿Una chica? Pero ¡si eres una abuela!
Dith llevaba ya más tiempo muerta que viva. Bueno, más
o menos. No estaba muerta en realidad, pero había tenido
que morir para convertirse en familiar. Muerta y maldita,
esas eran las dos condiciones indispensables para la
transición, aunque no conocía el resto de los detalles.
Preguntarle a un brujo sobre los motivos concretos por los
que se había convertido en familiar se consideraba de mala
educación y Dith nunca había querido contarme qué era
exactamente lo que había hecho. Teniendo en cuenta su
carácter, cualquiera podría suponer que habría desafiado
una importante directriz del consejo o algo similar; sin
embargo, siempre que el tema salía a colación, la expresión
de profundo dolor que asomaba a sus ojos me hacía
suponer que se trataba más bien de alguna clase de
traición a nuestro linaje. Dudaba mucho que molestar a los
estirados brujos que regían nuestra comunidad le causara
sentimientos tan perturbadores.
Un suave golpe en la puerta la salvó de la avalancha de
preguntas que ya se había desatado en mi mente. Supe
enseguida que debía de ser Raven; ni Alexander ni el lobo
blanco se molestarían en llamar.
—¡Adelante!
La puerta se entreabrió y…
—¡Rav! —gritó Dith, y echó a correr hacia él. Saltó y se
colgó del chico, y él la alzó y la hizo girar sin esfuerzo
alguno—. ¡Dios, Rav! Cada día estás más guapo.
Raven rio a carcajadas mientras la sostenía entre los
brazos y su risa terminó por hacerme sonreír a mí también.
—¿Cuándo has llegado? —preguntó él, depositándola en
el suelo con cuidado. Sus ojos pasaron de Dith a mí y luego
regresaron a mi familiar—. Veo que os habéis encontrado.
Dith sonrió mientras asentía y, aunque Raven no había
preguntado en realidad, aclaró:
—Danielle es mi protegida.
Y ahí se iba mi intención de no dar demasiadas pistas
sobre mi linaje. Si sabían quién era Meredith, no tardarían
en sumar dos y dos y descubrir que yo era una Good.
El gemelo malvado apareció en el umbral, seguramente
atraído por nuestras risas.
—¡¿Que ella qué?! Vamos, Dith, ¡no me jodas! —exclamó,
claramente horrorizado.
Meredith, en cambio, no lucía demasiado preocupada por
la situación.
Ya solo faltaba que apareciera Alexander y nos echara
uno de sus sermones. Pero no, no dio señales de vida ni en
ese momento ni después, cuando nos reunimos en torno a
la mesa del comedor dispuestos a disfrutar de la cena, así
que no tuve que preocuparme de provocarle una migraña o
acabar convertida en comida para Wood. Dith me aseguró
que eso no era algo que ningún brujo pudiera hacer, pero
no supe si creérmelo. Alexander daba un poco de miedo,
aunque no pensaba admitirlo en voz alta.
Al menos nadie hizo ningún comentario acerca de la ropa
que vestía. Dith bien podría haber preguntado delante de
todos si llevaba ropa interior y de dónde la había sacado; le
encantaba lanzarme a los lobos, algo literal en este caso.
—Te he echado de menos —comentó Wood dirigiéndose a
ella, y después se metió en la boca un trozo de carne que,
por su tamaño, podría haber sido un filete por sí solo.
Sin embargo, más sorprendente que su capacidad para
tragar comida resultaba lo amistoso que se estaba
comportando con Meredith.
—He tenido mucho trabajo —replicó esta, y Wood me
lanzó una mirada de lo más significativa.
—Me puedo hacer una idea.
—Mira que eres imbécil —le espeté al lobo, indignada,
aunque con la barbilla baja para que Raven no pudiera
leerme los labios; no quería que supiera lo mal que me caía
su gemelo.
—Meredith nos visita a menudo —explicó él, ajeno a la
tensión entre su hermano y yo.
—Aunque no somos capaces de hacer que confiese cómo
se salta las guardas tanto de Abbot como de Ravenswood —
prosiguió Wood.
Me di cuenta de que aquello se asemejaba bastante a una
reunión de viejos amigos. Bueno, en realidad, ellos sí que
eran viejos, muy viejos. Yo solo era un bebé en
comparación. ¿Compartían de verdad su tiempo y sus
secretos? ¿No deberían estar… peleándose, o algo así, por
el honor de sus protegidos? Resultaba un poco surrealista
lo bien que se llevaban, aunque en los últimos días todo lo
había sido.
—Así que es aquí a donde vienes cuando te escapas de
Abbot. Pensaba que, no sé, salías a hacer cosas de gato… —
comenté.
Raven ahogó una risita y se metió un puñado de patatas
fritas en la boca; los lobos parecían tener muy buen apetito.
Por la cara que puso Dith, supe que iba a soltar alguna
barbaridad.
—Hacer cosas de gato es divertido, ¿verdad, Wood?
Habría dudado de que fuera posible abochornar al lobo
blanco, pero si había alguien capaz de hacerlo era
Meredith. Wood carraspeó, aunque no hizo ningún
comentario al respecto.
Continuaron lanzándose pullas los unos a los otros
durante toda la cena y yo no supe si enfadarme con Dith
por ocultarme lo cercana que era su relación con los
Ravenswood o alegrarme por ello. No tenía muy claro
cuánto tiempo pensaba mantenerme Wardwell allí o si Dith
ya había ideado un plan de fuga. Tampoco era el mejor
momento para preguntárselo.
—No montéis escándalo —advirtió Raven a su gemelo y a
Dith una vez concluida la cena, y me dio la sensación de
que no era la primera vez que les dedicaba esa frase—.
Alex se cabreará y hoy estaba muy cansado.
Meredith rio.
—Apuesto a que Danielle lo ha sacado de quicio.
—De los putos nervios lo ha puesto —intervino Wood, y
advertí que su mano se deslizaba bajo la mesa en dirección
a ella.
¿De verdad se estaban metiendo mano delante de
nosotros? La sola idea me dio arcadas.
Dith dijo algo sobre ser silenciosa como un gato y Wood
compuso una expresión que no quise saber lo que
significaba. No podía creer que aquellos dos estuvieran
liados.
Raven me tocó con suavidad el hombro para que lo
mirara.
—¿Te tomas el postre fuera conmigo?
Acepté de inmediato en previsión de que la parejita
empezara a montárselo sobre la mesa delante de nosotros
si no los dejábamos a solas. Birlamos un par de vasitos de
pudín de chocolate del frigorífico y nos sentamos en el
escalón de la entrada.
El campus de Ravenswood resultaba incluso más
impresionante de noche. Las ventanas del edificio Wardwell
(bautizado así en honor a algún antepasado de la directora,
supuse) estaban casi todas iluminadas y varias luces se
hallaban también encendidas en la última planta de la
mansión; los alumnos y los profesores debían de estar ya en
sus dormitorios, aunque aún se veían algunos chicos y
chicas recorriendo los senderos adoquinados que se
extendían frente a nosotros.
Ninguno se acercó demasiado. La casa estaba alejada del
resto, aislada, y me pregunté si sería una simple
coincidencia o había algo más detrás de esa separación. No
se escuchaba nada, ni siquiera el sonido de los grillos o el
crujir de las ramas del bosque. Sin embargo, estaba
bastante segura de que se debía a la burbuja que creaba el
hechizo de contención.
Raven y yo devoramos el postre en silencio y con rapidez.
Era obvio que le gustaba el chocolate tanto como a mí.
—Me encanta la oscuridad de la noche.
El comentario no me habría sorprendido viniendo de
Wood o de Alexander, pero el caso era que, a pesar de que
acababa de conocerlo, me daba la sensación de que había
más luz en Raven que en muchos de mis compañeros de
Abbot. Nosotros, los brujos blancos, éramos
eminentemente diurnos, mientras que se decía que la
academia de Ravenswood contaba con una actividad
nocturna preocupante, y a Raven parecía gustarle.
—Hay calma en ella —murmuró—. Algo hermoso.
Miré las estrellas que titilaban sobre nuestras cabezas,
visibles desde allí gracias a que las luces empleadas para
iluminar los senderos estaban enfocadas hacia el suelo y no
hacia arriba. Era una bonita vista. Me recordó el precioso
dosel que había en el dormitorio que me habían asignado.
—Alex dice que vas a irte pronto.
Asentí. No quería engañarlo. Era reconfortante sentir que
alguien deseaba que me quedara allí a pesar de que ni
siquiera hacía un día que me conocía. Yo no creía necesitar
más tiempo para asegurar que Raven no era una persona
normal, sino alguien muy especial, y no podía dejar de
preguntarme cómo un brujo como él podía ser miembro del
linaje Ravenswood.
—No pertenezco aquí.
En realidad, no sentía que perteneciera a ningún sitio, no
desde la muerte de mamá y de Chloe; ellas siempre habían
dado sentido a la palabra «hogar». Luego… Luego todo
había cambiado y solo había quedado dolor y amargura. Su
ausencia había creado un vacío en mi pecho que no
encontraba la manera de aliviar.
—Podrías. Si quisieras… —agregó de forma precipitada—.
Podrías pertenecer.
Quizás se refería a su escuela o tal vez hablara de aquella
casa, que en realidad parecía encontrarse en algún punto
intermedio, fuera de todo. Pero no quise preguntar. Sabía
que no podía quedarme y no entendía muy bien por qué
una parte de mí se lo estaba planteando siquiera.
Dith se asomó a la entrada y me evitó tener que dar más
explicaciones. Señalé en dirección a ella para advertir a
Raven de su presencia.
—¡Ey, chicos! —nos dijo—. Vamos a poner una peli, ¿os
apuntáis?
—¿Puedo elegirla yo? —preguntó Raven, entusiasmado.
La expresión de Dith se suavizó y le sonrió con una
ternura que jamás había visto en ella. Creo que Raven
sacaba lo mejor de cualquier persona que se le acercase,
fuera cual fuese su procedencia o naturaleza.
—Por supuesto —aceptó. Hice un gesto con la cabeza que
solo ella pudo ver, y Dith comprendió enseguida lo que
necesitaba—. Dejemos un rato a solas a Danielle. Necesita
descansar.
A pesar de lo agradable que resultaba la compañía de
Raven, recordar la muerte de mi madre y mi hermana
siempre me desequilibraba. Necesitaba un momento para
recomponerme, y Dith me conocía tan bien que era muy
consciente de que debía de haber estado pensando en ellas.
Raven dudó un instante, pero luego me brindó una de sus
luminosas sonrisas y se inclinó para besar con suavidad mi
mejilla.
—Buenas noches, Dani —susurró en mi oído con tanta
dulzura que casi me pareció estar escuchando a Chloe.
—Buenas noches, Rav.
Se metió con Meredith en el interior y yo me quedé allí
sentada, con las piernas apretadas contra el pecho, los
brazos rodeándolas y un dolor sordo en el corazón del que
me llevaría un buen rato deshacerme.
9

Alexander
La cabeza estaba a punto de explotarme. Era muy
consciente de que no debería haberme dejado vencer por la
rabia horas antes, mucho menos alterarme por una
chiquilla estúpida. Sin embargo, la aparición de Meredith
Good había conseguido que la situación tomara un rumbo…
peculiar. Desde mi habitación, había escuchado las quejas
de Wood acerca de la protegida de Dith, y eso solo podía
significar que Dani era en realidad una Good.
Interesante.
Me froté las sienes por enésima vez, tratando de
deshacerme de las punzadas de dolor que me sobrevenían
de forma continua. Me entraron ganas de reír por lo
patético de la situación. Un simple hechizo podría haberme
aliviado. Aunque la magia curativa no era una de las
principales materias de estudio en Ravenswood —ni en
ninguna otra escuela de magia negra—, yo no era un brujo
cualquiera, y ese hechizo en concreto me hubiera resultado
de lo más sencillo.
Pero no se hacía magia en aquella casa, era mi única
norma. Bastante grave era habérmela saltado para
bloquear cualquier intento de nuestra invitada de
abandonar el lugar y, si lo había hecho, era solo porque no
la quería corriendo por el bosque. Wardwell había insistido
en que era prioritario mantenerla a salvo mientras se
decidía qué hacer con ella. Lo último que necesitábamos
era que Abbot exigiera que fuera devuelta y no supiésemos
dónde estaba; los brujos blancos no necesitaban nuevos
motivos para perseguirnos aún con más ahínco.
Durante un momento, pensé en bajar a la piscina y
hundirme en el agua hasta que la falta de oxígeno hiciera
arder mis pulmones y esa quemazón me obligara a olvidar
el dolor que sentía. Cambiar un dolor por otro era mi
especialidad.
Me acerqué hasta la ventana y eché un vistazo al jardín
trasero. El vapor formaba una neblina baja sobre la
superficie de la piscina. Raven se había empeñado años
atrás en que la necesitábamos para vivir y, como siempre,
siendo él quien lo pedía, no había podido negarme a que la
instalaran.
Más allá de ella, los árboles del bosque de Elijah parecían
inclinarse en dirección a la casa, entretejiendo sus ramas,
sus hojas susurrando los secretos de una familia que
ocultaba más de lo que mostraba: la mía. Los Ravenswood
habíamos hecho mucho más que promover la creación de
dos bandos separados tras los juicios de Salem, aunque
muy pocos fuera de nuestro linaje tuvieran conocimiento de
ello. Y el bosque… Aquel bosque había estado ahí desde
antes de que los padres de los mellizos fundaran
Ravenswood, y seguiría estando cuando todos ardiéramos y
nos convirtiéramos en polvo y cenizas.
Resultaba curioso que Dani, que no era otra que Danielle
Good, hubiera acabado entre estas paredes. Durante los
juicios de Salem, Sarah Good había sido acusada por su
propia hija, y esta y el resto de la familia se habían
reformado y convertido en brujos blancos. Nadie se había
opuesto a ello, como si la sangre de ese linaje no hubiera
estado impregnada de la misma oscuridad que la del resto
de nuestra comunidad… Y nada había salvado a Sarah de
su destino, aunque yo sabía que los Ravenswood habían
actuado desde las sombras para aliviar en cierto modo su
sufrimiento. Habían mostrado compasión, algo inaudito
entonces, antes y después; un hecho único en la historia de
mi familia y que resultó tener una razón muy concreta.
Y ahora aquella chica estaba en mi prisión…
«Y también está en tu jardín», me dije, al verla doblar la
esquina por uno de los laterales de la casa.
Percibí la sorpresa que transformó sus facciones al
descubrir la piscina. Se detuvo un instante con los ojos fijos
en el agua y luego su mirada se desvió a la puerta trasera y
de ahí ascendió por la fachada. Me escondí tras la cortina
para evitar ser descubierto y maldije al verme convertido
en alguna clase de mirón. Sin embargo, era ella la que
había invadido mi territorio, no yo. Así que volví a
asomarme lentamente y la observé con el convencimiento
de que no había nada malo en vigilar a una extraña;
cualquiera que fueran sus intenciones al asaltar
Ravenswood de la forma en la que lo había hecho, no
podían ser buenas.
La espié mientras vagabundeaba por el borde de la
piscina. Había hecho uso de la ropa que le había llevado
Raven y estaba vestida con una de mis camisetas negras de
algodón, además de un pantalón de deporte del mismo
material. Parecía diminuta enfundada en aquella ropa, casi
como si pudiera perderse en su interior. Tendría que haber
resultado ridícula y, sin embargo, lucía… vulnerable de una
forma encantadora.
Pero no había nada débil o frágil en ella. La actitud altiva
que había mostrado en mi presencia casi podría haberla
hecho pasar por una Ravenswood y, a pesar de que había
detectado algo que mantenía su magia recluida en un
rincón profundo de su interior, estaba convencido de que
Danielle Good era una bruja excepcionalmente poderosa.
Por un momento pensé que iba a regresar al interior, pero
entonces se agachó junto al agua y metió los dedos en ella.
Los agitó de un lado a otro, trazando formas que no fui
capaz de descifrar, y poco después se dejó caer y quedó
sentada sobre el mismo borde. Lo siguiente que supe fue
que se estaba quitando unos gruesos calcetines (también
míos) y sumergía una de sus piernas.
El agua le lamió la piel y sus párpados cayeron hasta que
los ojos se le cerraron por completo. Cierto alivio se reflejó
en su expresión y el rubor cubrió sus mejillas, como si
estuviera disfrutando de la caricia de un amante y eso
aliviara la tensión en su interior.
Puede que me acercara un poco más al cristal cuando ella
se decidió a introducir la otra pierna, y casi pude
imaginármela deslizándose por completo dentro del agua,
con la ropa húmeda y pegada a la piel, gotas diminutas
recorriendo su rostro y muriendo en sus labios después de
haberse sumergido…
De repente, alzó la mirada directamente hacia mí y
nuestros ojos se encontraron durante unas décimas de
segundo. Me aparté de la ventana apresuradamente y me
pegué a la pared. ¿Me había visto? ¿Sabía que había estado
observándola todo el tiempo? La luz empeoraba mi dolor de
cabeza, por lo que había mantenido la habitación a oscuras;
no, no debería haber sido capaz de verme, aunque yo
hubiera terminado casi con la nariz pegada al cristal.
«Métete en la cama. Ahora», me dije, pero estaba más
alterado incluso que antes y las manos me cosquilleaban;
toda mi energía, mi magia, rogando por ser liberada…

Danielle
Luke Alexander Ravenswood era, además de un capullo, un
pervertido. O eso fue lo que pensé al descubrirlo
observándome desde la ventana de su dormitorio.
Estaba convencida de que se trataba de él, a pesar de no
haber atisbado más que una figura oscura tras el cristal.
Wood debía de estar ocupado con Dith, y Raven no se
escondería, simplemente se hubiera asomado para
saludarme o hubiera bajado a hacerme compañía. Además,
por el lugar que ocupaba, aquella tenía que ser su
habitación.
Casi había gemido de satisfacción al descubrir la
existencia de la piscina. El calor se arremolinaba en forma
de vapor sobre la superficie y varias luces iluminaban el
fondo. Resultaba tan tentador que a punto había estado de
arrancarme la ropa y lanzarme desde el borde, pero era
muy consciente de que Alexander estaba al acecho,
probablemente buscando alguna excusa para lanzarse
enfurecido sobre mí de nuevo.
Una vocecita impertinente me recordó que ya había visto
parte de lo que ocultaba mi ropa (su ropa) y que, quizás,
contemplarme nadando desnuda no haría otra cosa que
aumentar su irritación. Yo no era una invitada allí, sino más
bien una rehén de Wardwell, y ya había comprobado que el
hechizo que rodeaba la casa no me permitía salir por mis
propios medios.
Suspiré, pensando en todas las preguntas que tenía para
Dith y para las que no encontraría respuesta esa noche.
El agua formó remolinos en torno a mis piernas cuando
las balanceé adelante y atrás. Meterme en una piscina
cargada de cloro no ayudaría a mejorar mi alergia; mi piel
continuaba enrojecida en distintas zonas, sobre todo en el
cuello y en partes donde era más fina y delicada, como el
pecho y la zona alta de los muslos. Pero mi lado más
rebelde, y seguramente estúpido (el mismo que me había
empujado a huir de Abbot), ansiaba deslizarse en el interior
de la piscina y sumergirse en el agua.
Cedí al impulso. Me dejé ir y mi cuerpo resbaló por el
borde para introducirse de golpe en el agua. Estaba más
caliente de lo que había esperado. La camiseta se me pegó
al pecho y me volvió más pesada, aunque eso no enturbió la
sensación tan agradable que me envolvió.
Solté un suspiro y, con cierta torpeza, nadé hacia el
centro. En Abbot no había piscina y yo no había estado en
una desde antes de la muerte de mi madre y Chloe.
Recordaba a mi hermana riendo mientras ambas
chapoteábamos y ella trataba de alcanzarme. Le encantaba
el agua, pero también la aterraba. Yo le había jurado que
no le pasaría nada. Nunca.
Sin embargo, no había estado con ella el día de su
muerte. Se suponía que ambas íbamos a pasar la tarde en
casa de una de mis amigas mientras mi padre resolvía
algún asunto urgente en su oficina, pero Chloe se había
negado a ir en el último momento y mamá le había
permitido quedarse en casa con ella. En vez de animarla a
venir conmigo y asegurarme de que supiera que no la
excluiría solo porque era más pequeña que nosotras, yo me
había marchado con Dith y la había dejado atrás, y eso era
algo que jamás podría perdonarme.
Me coloqué boca arriba, extendiendo todo el cuerpo sobre
la superficie, y cerré los ojos. Horribles imágenes se
apropiaron de mi mente sin que pudiera hacer nada por
evitarlo. Nuestra casa de la ciudad, decorada con la
elegancia y el buen gusto de mi madre, había quedado
destrozada aquella noche. Todo había estado revuelto.
Espejos rotos, como si el responsable no hubiera querido
ver reflejada su atrocidad en ellos. Cojines apuñalados,
cortinas desgarradas, libros caídos y abiertos sobre un
suelo cubierto de esquirlas de cristal y trozos de cerámica.
Caos y muerte. Y, en medio, el cuerpo inerte de mi
hermanita pequeña sin un solo rasguño; víctima de una
muerte natural, habían dicho. De terror o de pena al
saberse sola con el cadáver desangrado de su madre.
Chloe había muerto de miedo.
Lo que quiera que hubiera sucedido ese día, debía haber
pillado a mamá totalmente desprevenida, porque de otro
modo habría empleado su poder para defenderse y
defender a Chloe.
Las arcadas sacudieron mi estómago y el sabor ácido de
la bilis me llenó la boca. Podía percibir con claridad la
mano de mi padre, floja en torno a la mía, mientras
contemplábamos paralizados por el horror el cuerpo de
Chloe tendido sobre el suelo. Parecía estar descansado,
como cuando jugaba a hacerse la dormida los domingos por
la mañana y yo tenía que hacerle cosquillas para destapar
su engaño. Pero no había sido así.
Iba a vomitar.
Me moví para colocar los pies sobre el fondo. Estaba
demasiado profundo y, durante un instante, el pánico se
apoderó de mí y me hundí, pero conseguí regresar a la
superficie. Braceé a duras penas hasta llegar a la zona
donde no me cubría. Cuando por fin la alcancé, temblaba,
aunque el frío no provenía del exterior, sino de un lugar
profundo por debajo de mi piel y mi carne.
—¿Estás bien?
Alexander se hallaba de pie a unos pocos metros del
borde, con la espalda tensa y los brazos colgando a los
lados del cuerpo. El ritmo acelerado de su respiración
rivalizaba con el mío. La oscuridad se arremolinaba en su
ojo derecho y succionaba la luz a su alrededor, mientras
que el izquierdo resplandecía azul.
No contesté. No podía. Me ardía la piel y la garganta; la
una por los sarpullidos, ahora aún más irritados, y la otra
por las lágrimas que me forzaba a tragar para no
derramarlas frente al brujo oscuro.
—Si no sabes nadar, convendría que te mantuvieras
alejada de la piscina —dijo, y la frialdad de su voz fue lo
único que me empujó a rehacerme un poco.
—Sé nadar.
—No lo parece.
—Ven aquí —hice un gesto con la mano y le dediqué una
sonrisa cargada de malicia— y estaré encantada de
demostrártelo. —«Y de ahogarte en el proceso».
Su expresión seria y distante no varió y me pregunté si
sonreiría alguna vez. No parecía probable.
—Sí, apuesto a que serías muy capaz de demostrarlo. —
Cruzó los brazos sobre el amplio pecho.
Ya no cabía duda de que su bien formada espalda se debía
a horas y horas de ejercicio en el lugar en el que yo me
encontraba ahora. ¿Salía de aquella parcela en algún
momento? La burbuja que evitaba que lo hiciera yo, ¿le
afectaba también a él? ¿A los gemelos? Si Dith no sabía la
respuesta a esa pregunta, era probable que Raven no
tuviera problema en contármelo.
—Será mejor que entres —dijo después de un momento
en silencio.
Giró sobre sí mismo y se encaminó hacia la puerta
trasera, y yo me agarré al borde para alzarme y salir del
agua.
—Te he visto antes. Me estabas mirando.
—Entra en la casa —repitió de espaldas a mí, ignorando
mi comentario—. Rav te ha dejado algo en tu habitación.
Aliviará la quemazón y hará que tu piel mejore con mayor
rapidez.
—Le daré las gracias mañana —repuse, en un infantil
intento de decir la última palabra. ¿Por qué no dejaba que
se marchara de una vez?
—Hazlo. —Ladeó la cabeza y me observó por encima del
hombro—. Y luego aléjate de él.

Meredith no estaba en la habitación cuando regresé y,


seguramente, no era porque le hubieran asignado otra para
ella sola. Que estuviera liada con el gemelo malvado de los
Ravenswood hacía que me diera vueltas la cabeza, aunque
me alegraba que al menos una de las dos tuviera vida social
(y sexual) más allá de los muros de Abbot.
Una gruesa toalla negra y una bandeja con un cuenco me
esperaban sobre la cama. Olía a flores; manzanilla, tal vez,
y también mimosa, además de algún otro ingrediente que
no lograba identificar a pesar de mis amplios
conocimientos de botánica.
«La botánica se te da como el culo», me reí de mí misma,
en un intento de deshacer el ánimo sombrío que arrastraba
tras mi incursión en la piscina.
La puerta seguía abierta a mi espalda y esperaba
escuchar en cualquier momento los pasos de Alexander
dirigiéndose hacia su dormitorio. No sabía por qué
demonios había bajado, si para informarme del remedio
que Raven me había preparado o para darse la satisfacción
de echarme de la piscina, pero decidí no darle más vueltas.
Me envolví en la toalla para evitar continuar empapando la
alfombra y me marché en busca del baño.
Lo encontré a mitad del pasillo, después de evitar abrir
las puertas que correspondían a dormitorios ocupados. La
estancia podría considerarse la octava maravilla del
mundo, todo mármol blanco veteado de dorado, con un
espejo que ocupaba casi una pared completa, un estante
repleto de toallas esponjosas y dobladas pulcramente y un
exquisito aroma a flores flotando en el ambiente; todo
estaba reluciente y ordenado. Cualquiera diría que en la
casa solo vivían tíos y dos de ellos eran en parte animales;
tal vez los tres.
Me di una ducha rápida y, tras secarme, me apliqué el
ungüento. El alivio fue tan inmediato que se me escapó un
suspiro de satisfacción. Mientras me desenredaba el pelo
con los dedos, me pregunté qué habría sido del exiguo
equipaje que había llevado conmigo en mi precipitada
huida de Abbot. ¿Seguiría en el maletero? El coche, desde
luego, ya no estaba en el acceso a Ravenswood y tampoco
había señales de que se hubiera producido un accidente
allí; lo había comprobado esa misma mañana durante la
visita guiada de Maggie.
Esperé en el baño hasta que mi piel hubo absorbido el
tratamiento de Raven y regresé a la habitación cubierta
solo por la toalla. No había llevado ropa conmigo, pero por
suerte no me crucé con nadie y tanto las puertas de los
gemelos como la de Alexander estaban cerradas. Me vestí
con otra de las camisetas de algodón de míster Capullo y
no me quedó más remedio que usar también el bóxer, al
que arranqué la etiqueta y me esforcé por no mirar
demasiado. Acto seguido, me deslicé entre las suaves
sábanas de seda negra. Me hice un ovillo y el aroma a
bosque, madera y musgo proveniente de la camiseta se me
metió en la nariz en cuanto me coloqué de lado; tentador…
tan tentador y exótico. Ningún tío podía oler así de bien.
Gemí para mí misma y me pregunté cómo había acabado
metida en aquel lío. Aunque esa era una pregunta a la que
sí podía responder: me había llevado la verja de Abbot por
delante como una demente huyendo de su propia locura.
Cerré los ojos y me lancé de cabeza a la inconsciencia.
Mañana todo se aclararía, Dith sabría qué hacer. Ella
sabría cómo sacarme de allí.
10

—No tengo ni idea de cómo hacerlo —expuso Dith durante


el desayuno.
Estábamos las dos solas en la cocina. No había rastro de
los lobos ni de su protegido. Dith me había comentado que,
aunque no lo hicieran de forma habitual, los gemelos sí que
salían de la casa. Podía imaginarme a Raven trotando por
el bosque en su forma animal, corriendo en libertad con
algo similar a una sonrisa en los labios (o más bien en el
hocico), aullando de alegría mientras su gemelo malvado
acechaba a algún conejito indefenso o algo por el estilo.
Seguro que Wood disfrutaba cazando y alimentándose
como un lobo.
—Pero ¡tú entras y sales de aquí todo el tiempo!
—Tú no eres yo.
—Eso está claro —refunfuñé, mordisqueando una tostada.
Aunque nadie nos acompañaba, alguien había dejado el
desayuno preparado: huevos revueltos, beicon, zumo y
tostadas. También café. Todo recién hecho.
—¿Cuánto hace que te relacionas con los Ravenswood? —
inquirí.
Dith suspiró con dramatismo y tuve que reprimir el
impulso de zarandearla para obtener respuestas.
—Conozco a los gemelos desde hace más de un siglo. —
Bueno, eso sí que era una laaarga amistad—. Pero eso no es
de lo que quería hablarte en este momento. Ahora… Ahora
hay algo que deberías saber, Danielle. —Su breve silencio
me puso en alerta, era capaz de soltar cualquier barbaridad
—. Tu madre también venía aquí a veces.
Perpleja, la miré desde el otro lado de la isla en la que nos
habíamos sentado a desayunar. Estaba segura de que no
había dicho lo que yo había entendido.
—Beatrice visitaba Ravenswood —señaló al percibir mi
suspicacia.
Dith tenía que estar equivocada, eso no tenía ningún
sentido.
—¿Por qué iba a venir aquí? —Negué con la cabeza—.
Además, estoy segura de que toda la zona oculta de
Ravenswood cuenta con guardas. Si yo estoy aquí es
porque Wardwell debe de tener alguna clase de plan
retorcido para mí… —No sabía si aquello era una
afirmación o una pregunta; estaba demasiado
desconcertada—. Mi madre no tenía nada que hacer aquí.
¡Era una bruja blanca!
—Sus razones tendría, Danielle, mírame a mí.
No me gustó lo que estaba insinuando. Estaba bastante
claro lo que Dith había pasado la noche haciendo;
durmiendo seguro que no. Puede que ella se relacionase
íntimamente con uno de los Ravenswood, pero de ninguna
manera mamá haría algo así.
—No te creo. —Nunca pensé que le dedicaría esas
palabras, no tratándose de algo tan serio.
Dith se lamentó con un nuevo suspiro, uno que sonó
demasiado resignado para mi gusto. Solté el tenedor y
aparté el plato a un lado. Había perdido el apetito.
—Mi madre jamás pisó este sitio, Meredith.
—¿Ahora soy Meredith?
Hice un aspaviento con la mano, exasperada, y me
levanté y fui hasta la ventana. La idílica visión de la piscina
y el bosque tras ella no me tranquilizó en absoluto.
—No he querido insinuar que Beatrice… engañara a tu
padre.
Giré en redondo y la fulminé con la mirada.
—Sí, sí que querías.
—Mira, ella venía al menos una vez al mes. Rav me lo
confirmó tiempo atrás, aunque yo lo sospechaba desde
hacía años.
¿Años? ¿Mi madre había mentido a mi padre durante
años? Y, no solo eso, ¿había estado traicionando a toda
nuestra comunidad? ¡Imposible!
—No puede ser, Dith…
No había nada que mi madre tuviera que hacer en
Ravenswood. ¡Dios! Aquella escuela era uno de los
principales núcleos de poder de la magia oscura y el mayor
aquelarre de la zona, por muy jóvenes que fueran la
mayoría de sus residentes. Mi madre era una bruja de luz;
la rectitud y la disciplina (¡la bondad!) eran la única forma
de vida para ella.
—No puede ser —repetí, confusa.
Dith se acercó a mí. Se había puesto muy seria, algo
totalmente impropio de alguien que se tomaba la vida como
una gran broma, y esa fue señal suficiente para que la
creyese. Me dio un apretón en el hombro y, al momento
siguiente, me rodeó con los brazos.
Me acurruqué contra su pecho como había hecho cientos
de veces a lo largo de mi vida. Sin embargo, cuando se
separó de mí, supe que había más.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Danielle —titubeó. Dith no dudaba nunca al hablar, era
dolorosamente directa, y eso me asustó—. El accidente… El
robo en el que murieron Beatrice y Chloe —aclaró, y no me
gustó el tono en el que lo dijo.
Comencé a negar. No hablábamos de aquella noche. Dith
sabía lo mucho que me costaba convivir con ese recuerdo,
nunca lo mencionaría en voz alta.
—No —farfullé, pero no se detuvo.
—No creo que fuera fruto de la casualidad, Dani.
—Dith —exhalé su nombre con labios temblorosos,
rogando para que parase.
—Lo que le sucedió no fue ningún accidente. ¡Tu madre
habría usado su magia para evitarlo! Alguien la quería
muerta, estoy segura. Y algo me dice que sus visitas a
Ravenswood tienen mucho que ver…
Incluso cuando no quería prestar oídos a nada de lo que
estaba diciendo, sabía que había muchos detalles extraños
en todo lo que había sucedido aquel día. ¿Una bruja
experimentada como mi madre muerta durante un robo en
su propia casa? Por muy difícil que me resultara aceptar
que Dith pudiera tener razón, estaba claro que había algo
que no cuadraba.
Cuando rato después los gemelos aparecieron en la
cocina, yo aún tenía las mejillas húmedas y los ojos
enrojecidos. Dith había calmado mis sollozos lo suficiente
como para que pudiera hablar, pero no me había atrevido a
decir ni una sola palabra. No dejaba de darle vueltas a
nuestra conversación y preguntarme qué podría haber
traído a mamá a Ravenswood. ¿Qué era tan importante
para que traicionara a nuestra comunidad, a su propia
familia?
Mientras luchaba contra el dolor y el sentimiento de
decepción y traición que la revelación de mi familiar había
despertado en mí, la determinación de descubrir el porqué
de los actos de mi madre fue apropiándose poco a poco de
mi voluntad. No iba a escapar de Ravenswood sin más; no
sin antes saber qué la había llevado hasta allí y… si era eso
lo que le había costado la vida.
—¡Buenos días, chicas! —nos saludó Raven, y la alegría
en su voz fue como una patada en la boca del estómago.
Estaba encorvada sobre la isla central, los hombros
hundidos y la cabeza baja, pero me erguí un poco para
mirarlo. Tanto él como su hermano iban sin camiseta. Por la
capa de sudor que les cubría la piel, resultaba obvio que
habían estado haciendo ejercicio.
En otro momento, la visión de dos ejemplares como los
que tenía frente a mí hubiera resultado estimulante; todo
músculos tonificados y piel morena salpicada de algunas
cicatrices, los ojos azules brillantes de excitación. Pero no
en ese instante.
Raven se situó a mi lado y, con la yema de los dedos, me
rozó el dorso de la mano; su forma de atraer mi atención
para que lo mirase a los ojos y de expresar preocupación,
supuse.
—¿Qué tal tu alergia? ¿Estás bien?
Me pareció que no preguntaba solo por el estado de mis
sarpullidos. ¿Lo sabía él? Dith había dicho que había sido
Raven quien le había confirmado las visitas de mi madre a
Ravenswood. ¿Lo sabían todos? ¿Creían que mi madre era
una… traidora? «A veces, la historia se repite», pensé.
No era mi padre el que había aportado el apellido «Good»
a mi familia, sino mi madre. En los matrimonios entre
brujos se mantenía el linaje más importante, que no tenía
por qué ser el del hombre. Ella era una Good, no él. Pero,
aun así, mi madre era pura luz, siempre lo había sido. No
quedaba ni rastro de magia oscura en sus venas, no
importaba quiénes fueran sus antepasados. Sus visitas a
Ravenswood tenían que ser por otro motivo…
—Estoy bien —murmuré, pero eso no pareció
convencerlo.
Pasó dos dedos bajo mi barbilla y empujó con suavidad.
—Tienes que mirarme al hablar…
—¿Qué está pasando aquí? —La voz grave y amenazante
de Alexander resultó aún peor que la alegría mostrada por
Raven a su llegada.
También él estaba cubierto de sudor y sin camiseta. No
tenía nada que envidiar a los lobos en lo que a músculos se
refería; tampoco en cuanto a viejas heridas. Una en
concreto le cruzaba parte del abdomen y otra el hombro
derecho, y lucía también una marca de nacimiento color
café sobre el pecho, justo a la altura del corazón,
suponiendo que tuviera uno.
Todos se quedaron inmóviles. Wood mantenía las manos
apartadas de Dith (solo Dios sabe por qué extraña razón), y
esta había estado observándonos a Raven y a mí en un
silencio aterrador tratándose de ella; nada de bromas. Hizo
amago de contestar, pero yo me adelanté.
—Nada que te incumba —solté, y la amargura se reflejó
en mi voz.
Raven continuaba sosteniendo mi barbilla y tuve que
mover la cabeza para que me soltase. No había pretendido
despreciar su interés, pero el contacto amable de su mano
resultaba doloroso en aquel momento.
Pareció herido por mi gesto.
La advertencia de Alexander sobre mantenerme alejada
de Raven (y de todos ellos) resonó en mi cabeza, pero en
ese momento no tenía fuerza ni ánimo suficiente para
pelearme con él.
—Maggie está fuera. Ha venido a buscarte —dijo a nadie
en particular, aunque era obvio que se dirigía a mí.
Su arrogancia me enfureció aún más.
Mientras nos fulminábamos con la mirada, Wood se
mantuvo a la expectativa, la cadera apoyada contra la
encimera y los brazos cruzados sobre el pecho desnudo.
Sus ojos se movieron entre los presentes con tanto interés
que parecía esperar que se desatase una pelea en cualquier
momento. Tal vez tuviera suerte.
—¿Os vais? —inquirió Raven, y el tono entristecido de la
pregunta casi consiguió apagar el fuego que rugía en mi
interior. Casi—. ¿Te marchas ya?
¿De verdad solo llevaba un día en aquella casa? No me lo
parecía, no cuando de Raven se trataba. ¿Con qué clase de
poder contaba para ablandarme de tal modo?
Todas las familias tenían una especialidad y la de los
Good era supuestamente la sanación y un poder calmante
que yo, desde luego, no parecía ser capaz de manejar.
Además, todo brujo estaba ligado a un elemento en
concreto; el agua en mi caso.
No sabía cuál era la especialidad de los Ravenswood,
pero la empatía que mostraba Raven hacia el dolor ajeno…
Casi parecía capaz de percibir todo lo que se acumulaba
bajo mi piel. Era delicado y amable, cortés más allá de
cualquier prejuicio. Ojalá hubiera más personas como él; no
me importaba si era el familiar de un brujo oscuro o no.
—¿Por qué tiene que irse? —continuó protestando, pero
esta vez se dirigió a Alexander.
—Wardwell quiere verla. No importa el motivo. Y, de
todas formas, te advertí que no te encariñaras con ella.
Mejor que se vaya y pronto. ¡¿Es que no lo entiendes?! —le
espetó con una furia apenas disimulada y de la que Raven
fue perfectamente consciente.
Alcé la cabeza y redoblé la intensidad acusadora de mi
mirada.
—Tu hospitalidad me conmueve, pero no vuelvas a
hablarle a Rav así.
Resultaba irónico que fuera precisamente yo, que le había
gritado a Raven a mi llegada, la que le reprochase su tono
al dirigirse a él.
Alexander tuvo la decencia de parecer arrepentido. Se
acercó hasta donde se encontraba su familiar,
aparentemente para disculparse, pero este no le dio opción.
En ese momento, su expresión no era la del chico amable
que yo conocía, sino dura y despiadada.
Un zumbido resonó y el aire de la habitación pareció
consumirse con un chasquido mientras un olor dulzón se
apropiaba del ambiente. Un segundo después se había
transformado en el lobo negro que yo aún no había tenido
ocasión de contemplar. Y era… era grandioso. De mayor
tamaño incluso que su gemelo. El largo pelaje oscuro
relucía, y sus iris, de un azul pálido, estaban tan repletos
de matices que no parecían los de un animal.
Gruñó, un sonido ronco, gutural y terrible, y le enseñó los
colmillos a su protegido. Alexander no dijo nada. Apretó los
labios y fue la primera vez que mostró ante mí alguna clase
de emoción en aquellos dos ojos, distintos entre sí, que no
fuera rabia o desdén. Estaba claro que el brujo quería a
Raven de la misma forma en que yo quería a Dith; estaba
segura de eso. Lo amaba de una manera feroz, y en ese
momento se despreciaba por haberlo herido.
El lobo lo rodeó, pasó rozándome las piernas y se marchó
trotando de la cocina. En el silencio posterior creo que
todos suspiramos, cada cual por sus propios motivos.
Me volví hacia Alexander.
—Mira, de verdad que lo siento… —comencé a
disculparme, porque aquello había sido en parte culpa mía.
—Vete con Maggie. Solo… vete. A Wardwell no le gusta
esperar.
—Pero…
—¡¡Vete!! —gritó, y trasladó su atención a Wood—.
Búscalo. Habrá ido al bosque.
Wood asintió. No parecía más contento de lo que lo había
estado Raven. Me sorprendió que no se transformara allí
mismo y echara a correr tras su hermano.
—Vamos, Danielle. —Dith me arrastró en dirección al
salón.
—Era esto lo que trataba de evitar —murmuró Alexander
antes de que abandonáramos la cocina. Eché un vistazo
sobre mi hombro y lo vi con las manos apoyadas en la
encimera, la cabeza baja y el cuerpo inclinado hacia
delante. Parecía a punto de derrumbarse—. Cuando Rav se
transforma así… Tardará días en volver a ser él mismo.
Quise decirle que el lobo negro también era él, también
era Raven. Las formas animales de cualquier familiar eran
una parte indivisible de ellos; no había un lobo y un chico,
sino un todo que vivía, sentía y, de ser necesario, moriría
para mantener a salvo a su protegido.
Pero qué sabría yo… Apenas si conocía a Raven, apenas
conocía a ninguno de los Ravenswood.
11

—Es un gilipollas —salí murmurando de la cocina. Meredith


no me dio ni me quitó la razón.
Maggie Bradbury me esperaba junto a la valla. La sonrisa
le ocupaba toda la cara y deseé que eso no significase que
la habían enviado para que me llevara a la horca. Hacía
mucho que no se ahorcaba a una bruja, pero, con mi
suerte, podían haber decidido reinstaurar la tradición.
Estaba tan enfadada con Alexander y conmigo misma, y
tan abrumada por todo lo sucedido en las últimas horas,
que ni me preocupé por ir vestida como una mamarracha:
una sudadera del maldito Luke Alexander Ravenswood, que
me llegaba hasta casi las rodillas, y un pantalón de chándal
que se me iba resbalando al caminar.
Maggie me miró de arriba abajo, pero fue tan amable
como para no preguntar al respecto.
—Wardwell quiere verte. Te acompañaré hasta su
despacho.
Cuando quise darme cuenta había atravesado la barrera
invisible sin que esta me retuviera. Dith no estaba a mi lado
y miré hacia atrás, pero no había salido al porche ni se
encontraba en el jardín. Supuse que su presencia allí
continuaría siendo un secreto para el resto de Ravenswood.
—Está bien. Vamos.
Fuera lo que fuese que habían decidido hacer conmigo, lo
afrontaría. Lo único que me preocupaba era que, si iban a
dejarme ir, no tendría ocasión para descubrir qué había
traído a mi madre hasta Ravenswood. Y tampoco podría
despedirme de Raven. A Alexander, en cambio, podría vivir
sin volver a verlo jamás. Era un idiota, arrogante, maldito y
estúpido capullo.
—¿Qué tal se han portado los chicos? —me preguntó
Maggie con cierta cautela; parecía muy consciente de mi
pésimo humor.
—Bien —murmuré, tratando de no mostrar mi enfado; ella
no tenía la culpa de nada. Decidí aprovechar la oportunidad
—. ¿Salen alguna vez de esa casa? ¿O el hechizo de
contención solo se debe a mi presencia?
—¿Qué hechizo?
Estaba segura de que ella lo había visto. Me había dejado
atrapada allí el día anterior, pero, cuando insistí en su
existencia, Maggie me dijo que posiblemente era cosa del
imbécil de mi anfitrión, aunque ella no lo llamó «imbécil»,
eso era cosa mía.
—En realidad, Luke ya ha terminado sus estudios. O algo
así. —Quise preguntarle a qué se refería con «algo así»,
pero continuó hablando. Hablaba mucho y de forma
atropellada—. Se dice por ahí que los gemelos de vez en
cuando vagabundean por el bosque, pero Luke no
abandona jamás la casa, apenas si se le ve nunca rondando
el jardín o la piscina. Si yo tuviera esa piscina a mi
disposición, no saldría de ella.
No quise decirle que estaba equivocada. Alexander había
bajado la noche anterior a la piscina, y dudaba mucho que
hubiera hecho una excepción por mi causa. Su cuerpo era
prueba suficiente de que sí que hacía uso de ella. Tal vez le
gustara nadar de madrugada; esconderse de sus
congéneres parecía ser un modo de vida para él.
—¿Qué edad tiene?
Los brujos solían terminar de estudiar en torno a los
diecinueve años; esa era la edad a la que se nos
consideraba preparados para salir al mundo exterior y ser
útiles para nuestro aquelarre. La mayoría de los brujos
blancos nos mezclábamos con los mortales y los
ayudábamos aquí y allá con pequeños detalles que no
desestabilizaran el equilibrio natural de las cosas y que no
consumieran nuestro propio poder; los brujos oscuros, por
el contrario, eran puro caos. No sabía cuáles eran sus
instrucciones una vez que abandonaban la academia,
aunque podía imaginarlas.
—Tiene veinte años, aunque se rumorea que su manejo
del fuego está muy por encima de lo que es normal para un
brujo de su edad. —Así que ese era el elemento de los
Ravenswood, el más destructivo de todos; al menos a
Alexander, le pegaba—. Y que es capaz de hacer temblar la
tierra. —Maggie se tapó la boca con la mano—. ¡Ay, madre!
Perdón, no era… No quise decir…
¿Dos elementos? ¿Alexander era capaz de manejar dos
elementos y obtener poder de ellos? Bueno, estaba
definitivamente impresionada, eso era realmente poco
común. Era un completo y poderoso capullo entonces.
—Tranquila, haré como si no te hubiera oído.
Pareció aliviada.
Mientras nos acercábamos a la mansión Ravenswood por
uno de los senderos, nos cruzamos con un grupo de chicas,
todas adecuadamente vestidas con el uniforme de la
escuela. Sus carcajadas se escucharon altas y claras
incluso antes de que llegásemos a su altura. Aunque en un
primer momento no la reconocí, no tardé en descubrir que
la chica que me había llevado la comida durante mi
convalecencia era una de ellas.
—¡Ey, mirad! —exclamó ella con una risotada—. Ahora la
basura de Abbot termina aquí.
Maggie se encogió como si desease que la tragara la
tierra, y también como si no fuera la primera vez que se
metían con ella, aunque estaba claro que lo de «basura»
iba por mí.
—¿Es que no os dan ropa en tu escuela? —continuó
burlándose—. ¿A quién se la robas? ¿A tu hermano mayor?
No tenía hermano mayor, pero sí había tenido una
hermanita. Y, dado lo delicado que se consideraba un
embarazo para los nuestros, aquella bruja de pacotilla bien
podía mostrar un poco más de tacto antes de bromear con
algo así. Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme
sobre su cuello.
—Mira, hasta te han puesto a una acompañante adecuada
a tu estatus, una Bradbury.
Eché un vistazo a Maggie. No se había movido de mi lado
y parecía haberse encogido aún más al escuchar su apellido
pronunciado con tanto desprecio.
Me encaré con aquella indeseable, hirviendo de rabia.
—Cierra la boca, idiota.
Pero ella continuó riéndose.
Agité los dedos y murmuré un hechizo antes de recordar
que no contaba con mi magia. Un conjuro adecuado para
cerrar una herida seguramente podría sellar la raja que esa
idiota tenía por boca. A pesar de estar seca, el aire vibró y,
durante unos segundos, la chica fue incapaz de despegar
los labios. No duró mucho, pero incluso así me sorprendió
que hubiera sido capaz de realizarlo. Tal vez el baño en la
piscina me había ayudado a recargarme y mis poderes
estuvieran comenzando a desatarse.
—¿Eso es todo lo que os enseñan en Abbot? —volvió a
reír.
Odié esa risa. Sin embargo, mis recursos eran limitados
en ese momento y no había mucho más que pudiera hacer.
—Te buscaré en unos días si sigo por aquí y entonces vas
a arrepentirte de no haber cerrado la boca.
No conocía ningún hechizo ofensivo, pero la magia era
manipulable, como bien había demostrado al convertir un
intento de curación en algo muy diferente. Me las apañaría.
—Vamos, Maggie.
—Búscame cuando quieras. ¡Pregunta por Ariadna
Wardwell! —gritó a nuestra espalda.
Genial, la hija de la directora. No sé por qué no me
extrañaba.
Maggie respiró aliviada cuando tiré de ella en dirección a
la mansión y me acompañó en silencio hasta la última
planta.
—No debes venir aquí sin permiso. Esta zona está
prohibida para los alumnos —me informó cuando por fin
recuperó el habla.
Bien. Yo no era una alumna de Ravenswood y
probablemente tampoco estaría allí mucho tiempo.
No podía haber estado más equivocada.

—El director Hubbard ha declinado nuestra propuesta de


intercambio —me explicó Mary Wardwell poco después—,
así que permanecerá usted en esta escuela y asistirá a
clase como una alumna más.
¡Venga ya! ¡Tenía que ser una broma! No ya por el hecho
de que el director de Abbot, responsable de mi seguridad,
hubiera negado a Ravenswood mi rescate —lo cual
resultaba de por sí preocupante—; pero ¿de verdad
pensaba Wardwell permitir que me enseñaran magia
negra? ¿Qué pretendían? ¿Convertirme en una de ellos?
—Tendrá algo con lo que entretenerse y, además, puede
que eso le haga ver las cosas de otro modo.
Resoplé. Si con cosas, se refería a la magia oscura,
dudaba mucho que mostrarme lo que se les enseñaba a sus
alumnos pudiera hacerme cambiar de opinión. La luz era
luz, y ellos eran oscuridad. No había otra forma de verlo.
—¿Qué ha pedido como rescate?
La directora se limitó a sonreír. Sus largas uñas
tamborilearon sobre la madera del escritorio. Me había
recibido sentada tras él, en un despacho repleto de
estanterías con cientos de libros antiguos. Me hubiera
gustado saber qué clase de grimorios acumulaba allí.
Era evidente que Warwell no pensaba contestar. Pero yo
ya había decidido que no me marcharía de Ravenswood sin
respuestas, y si la directora o el mismísimo consejo me
estaban dando la oportunidad perfecta para quedarme allí
y una excusa para vagar por el campus, bueno, era perfecto
para mis planes.
Decidí no insistir por ahora y, aunque no tenía garantía
alguna de que contestara con sinceridad, le pregunté lo
que de verdad quería saber:
—¿Usted conoció a mi madre? ¿Estuvo alguna vez aquí?
El cambio de tema pareció sorprenderla; también a mí, en
realidad.
—¿En Ravenswood? ¿Por qué iba Beatrice Good a pisar
siquiera los terrenos de esta escuela?
Eso era lo mismo que me preguntaba yo, y no se me
escapó la inquina con la que pronunció el nombre de
mamá, pero no había forma de saber si me estaba
mintiendo o no. Tal vez no supiera nada de aquellas
visitas… O tal vez sí.
Lo que parecía obvio era que no iba a contármelo. Tendría
que encontrar otra manera de descubrirlo. Y lo descubriría,
fuera como fuese. No cedería a la idea de que Beatrice
Good era simplemente una traidora. Me negaba a creer
algo así.
Me obligué a decir algo que apartara a mi madre de su
mente; bastante evidente había sido ya al preguntarle
directamente por ella.
—Es consciente de que no puede obligarme a emplear
magia oscura, ¿verdad?
—Y de sangre —señaló ella, complacida. La situación era
cada vez más rara—. Y sí, sí que puedo. Esta es mi escuela
y puedo hacer lo que quiera, señorita Good.
¿Trataba de corromperme? Sí, seguro que era eso. O
quizás todo aquello no era más que alguna clase de
retorcida tortura para recordarme los orígenes de mi linaje.
Yo no era un ejemplo de rectitud, pero lo de ponerme a
hacer sacrificios o maldecir a alguien me quedaba aún muy
lejos. El caos que a mí me gustaba era otro, uno mucho más
inocente; humano sin duda, aunque yo no lo fuera del todo.
—La quiero el lunes en clase. Con el uniforme.
No me molesté en explicarle lo de mi alergia, no creí que
le importase. Mi silla se deslizó hacia atrás por sí sola y la
puerta del despacho se abrió con un gesto de su mano.
Aire, ese debía de ser el elemento de los Wardwell. Y ni
siquiera había necesitado recitar un hechizo.
—Regrese con los Ravenswood, señorita Good —me dijo,
dando por concluida la conversación—. Espero que la estén
tratando como se merece.
Sí, claro. Se la veía muy preocupada…
Antes de irme le pregunté por mis cosas, las que había
dejado en el maletero del coche. Aseguró que me las harían
llegar en algún momento y, por su expresión, fue como
decir que me fuera olvidando de ellas.
Maggie me estaba esperando junto a las escaleras y se
ofreció a acompañarme de regreso. En esta ocasión había
alumnos por todas partes. La mayoría se quedaba
mirándonos sin reparos, cuchicheaban entre ellos e incluso
una chica nos lanzó un siseo cuando pasamos a su lado.
Sí, señor, eran todo amabilidad y buen rollo.
—Siento lo de antes. Ariadna es…
—¿Mala? —terminé la frase por Maggie—. No te
disculpes. Tú no tienes la culpa de que sea una víbora.
Debería haber pensado que esa misma maldad también
era algo innato en mi acompañante, como bruja oscura y de
una familia de relevancia, además, aunque no fueran
conocidos por los motivos que a un brujo oscuro le
gustarían. Pero cuanto más tiempo pasaba en Ravenswood,
y lejos de Abbot, más irracional me parecía la división entre
brujos blancos y oscuros; peor aún, que el linaje
determinara la pertenencia a uno u otro bando. No
importaba lo que ninguno de nosotros quisiéramos. Raven
no tenía opción y tampoco Maggie. Éramos lo que nuestros
padres habían sido; nunca otra cosa. Y aunque los Good
habían constituido una excepción tiempo atrás, dudaba
mucho que la historia fuera a repetirse.
—¿Quieres entrar? —le propuse a Maggie al llegar al
límite que marcaba la valla blanca.
—No creo que a Luke le gustase.
—Sí, bueno, claro… Esta no es mi casa. No debería
haberte invitado —me disculpé.
Maggie sonrió, aunque fue una sonrisa triste. Sus
compañeros la trataban casi peor que a mí, como si ella
tuviera la culpa de lo que hubieran hecho sus antepasados.
Me hubiera gustado que entrase y poder presentarle a
Dith. Pero tenía razón, a Alexander no le haría la más
mínima gracia. Ni siquiera debería haberlo sugerido.
Probablemente la había hecho sentir peor.
Comenzó a desandar el camino; su larga melena rubia,
recogida en una coleta alta, oscilaba con cada uno de sus
pasos.
—¡Maggie! —la llamé—. ¿Podrías venir el lunes a
buscarme para ir juntas a clase?
Seguía sin asimilar que, pasado el fin de semana, tendría
que ir a clase con un montón de brujos oscuros. Contar con
Maggie sería de ayuda, aunque esperaba que eso no
empeorara las cosas para ella.
Por la forma en la que su rostro se iluminó, supuse que no
le preocupaba que la vieran conmigo.
—¡Claro! Vendré a por ti un rato antes de las nueve.
Se despidió con un gesto alegre de su mano y yo me volví.
La fachada de ladrillo oscuro se alzaba justo frente a mí,
más imponente incluso que la primera vez.
«Allá vamos de nuevo».
12

En el interior de la casa no había nadie esperándome.


Recorrí las dos plantas antes de darme cuenta de que
había una tercera, un sótano al que se accedía desde una
puerta bajo las escaleras. La sala era diáfana y una parte
del suelo estaba cubierta por una extensa colchoneta; por
todos lados había máquinas de entrenamiento, pesas y
demás parafernalia. Alguien lo había convertido en un
gimnasio en toda regla, y supuse que era allí donde habían
estado todos haciendo ejercicio esa misma mañana, antes
de que todo se fuera al infierno con Raven en la cocina.
En mi vagabundeo por la casa, las únicas puertas a las
que no me atreví a llamar fueron las de Wood y Alexander.
No se escuchaba ruido en su interior, y supuse que el lobo
blanco podía estar aún en el bosque, buscando a su gemelo,
pero su protegido tampoco se encontraba en el jardín ni la
piscina e imaginé que por fuerza estaría en su dormitorio,
seguramente trazando algún plan diabólico para dominar el
mundo.
Y Raven seguía sin aparecer.
Me preocupaba dónde se encontraría. Era un lobo, y
además brujo, así que con toda probabilidad estaba
perfectamente. Pero no sabía si su sordera influía en el
resto de sus capacidades o lo colocaba en desventaja en su
forma animal. No podía evitar sentirme culpable por haber
precipitado su marcha. Alexander, Wood y él formaban una
pequeña familia (su propio aquelarre), y yo había alterado
ese equilibrio. Les habían impuesto mi presencia y, aunque
Alexander había sido de todo menos hospitalario, mi actitud
no había ayudado en nada.
En algún momento, mientras divagaba sobre mi parte de
culpa en todo aquello, debí de quedarme dormida en uno
de los sofás del salón. Desde luego, mis suposiciones
acerca de lo cómodos que eran para dar una cabezadita no
habían sido infundadas.
Al despertar, me llegaron voces provenientes de la cocina.
Me estiré para desentumecer los músculos y me aseguré de
que no tenía rastros de babilla alrededor de la boca; algo
que, según Dith, ocurría a menudo.
Avancé siguiendo el sonido de las voces, ansiosa por
saber si había novedades de Raven, pero no hubo suerte.
No estaba en la cocina, ni en su forma animal ni en la
humana; solo se trataba de Dith y Wood preparando el
almuerzo.
Un momento… ¿Dith sabía cocinar? ¡Oh, Dios! Eso sí que
era una revelación.
Carraspeé para hacerme notar.
—¿Se sabe algo de Raven?
Wood me lanzó una mirada sombría que resultó tan
significativa como la sonrisa forzada de Dith.
—Volverá cuando quiera hacerlo —sentenció una voz a mi
espalda.
No me giré. Sabía que era Alexander quien estaba detrás
de mí. Mi poder continuaba escondiéndose en alguna parte
muy profunda de mí, aunque lo sucedido con Ariadna me
hacía pensar que tal vez el hechizo comenzaba a
deshacerse, pero percibía la presencia de Alexander como
una fuerza que tiraba no solo de mí, sino de todos en la
habitación. También sabía que estaba muy muy cabreado
sin ni siquiera verle la cara.
—Estaré arriba —dije a todos y a nadie en particular.
—La comida casi está lista —terció Dith, dando un paso
en mi dirección.
Negué con la cabeza. No, no más enfrentamientos. Estaba
demasiado cansada para eso y Alexander no parecía muy
dispuesto a aflojar la tensión que salpicaba cada una de
nuestras conversaciones.
—Voy a descansar un poco.
Dith no trató de detenerme. Esquivé el muro que formaba
el cuerpo de Alexander, que estaba justo en el lugar en el
que sabía que estaría, y me marché a la planta superior sin
mirarlo siquiera.
Una vez en el dormitorio, tuve tiempo de sobra para
pensar de nuevo en lo que había dicho Dith sobre mamá, y
también en el hecho de que Thomas Hubbard y mi padre
fueran a permitir que me retuvieran allí. Asaltar
Ravenswood no era una opción para ellos, sería como
declararles la guerra, pero ¿qué podría haberles exigido
Wardwell que no pudieran entregar?
«Cualquier cosa».
Con los brujos oscuros nunca se sabía. Tal vez, incluso,
sacrificar a un par de alumnos a cambio de entregarme
sana y salva. O un salvoconducto para campar a sus anchas
por el mundo. Yo, desde luego, no era tan valiosa; ni
siquiera para mi padre. Y tampoco permitiría que se
pusieran otras vidas en peligro por mi causa.
Me centré en el hecho de que, lo que quisiera que durara
mi estancia allí, tenía un objetivo que cumplir. Y no solo se
trataba de saber cuáles habían sido los motivos de mi
madre para visitar la sede principal de los brujos oscuros,
sino que tenía que encontrar un modo de descubrir si
dichas visitas habían tenido que ver algo con su muerte y la
de Chloe.
Cuando, horas más tarde, alguien llamó con suavidad a la
puerta del dormitorio, grité un «¡Pasa!» entusiasmada,
convencida de que sería Raven, ya que parecía que era el
único con modales en aquella casa.
Pero no era él.
—¿Vas a quedarte por más tiempo? —preguntó Alexander
en cuanto puso un pie en el interior de la habitación.
La decepción al ver que no se trataba de Raven aplacó mi
ánimo y no fui capaz de replicar con la mordacidad
acostumbrada.
—Eso parece.
Alexander frunció el ceño, pero no dijo nada más;
tampoco él debía de tener ganas de pelea. Los segundos
fueron pasando y el silencio se convirtió en una tercera
presencia en la habitación, una presencia muy incómoda.
—¿Quieres algo más? —dije al fin, y puede que sonara
más fría de lo que había pretendido.
Se envaró y todo su cuerpo reflejó la tensión y el
desagrado que tan afines parecían a su persona. ¡Ay, Dios!
Lo siguiente sería que empezara a lanzar fuego por la boca,
puede que literalmente.
Su mirada descendió desde mi rostro hacia el resto de mi
cuerpo.
—Tienes… ropa nueva y más adecuada en el armario.
Me había sentado en el borde del colchón y tan solo tuve
que echar un rápido vistazo a mi cuerpo para descubrir lo
que estaba mirando. Al llegar me había deshecho del
chándal y, aparte de la camiseta, lo único que llevaba era…
¡el bóxer negro! La prenda no me cubría más allá de la
parte alta de los muslos, aunque eso casi era lo de menos.
—La ropa nueva… —se apresuró a añadir, sin quitarme la
vista de encima, y un rastro de calor comenzó a ascender
desde mi cuello hasta mis mejillas—. Fue cosa de Rav.
La puerta se cerró de golpe tras la mención del lobo
negro. No hubiera tenido importancia de no ser porque
Alexander se encontraba en mitad de la habitación y no se
había movido, ni tan siquiera había hecho un gesto con la
mano. Tampoco parecía estar respirando; casi parecía una
estatua, ahí plantado.
Sin embargo, al escuchar el portazo, se acercó enseguida
a la entrada y tiró del pomo. La puerta no se movió y él
continuó forcejeando mientras yo lo observaba sin saber
muy bien si debía intentar ayudarlo o no.
—No se abre —dijo, claramente alarmado.
—Bueno, estoy segura de que en Ravenswood os enseñan
a abrir una sencilla cerradura. Lo haría yo, pero… —Me
callé antes de terminar la frase; Alexander no tenía por qué
saber que no contaba con poder alguno en ese momento.
—No voy a usar la magia para abrir una puerta —gruñó,
mientras los forcejeos iban en aumento.
A ese paso, arrancaría la puerta del marco y se acabaría
el problema.
Hubo un plop y… Alexander se giró hacia mí. ¡Oh, vaya!
No había arrancado la puerta, pero sí que tenía el pomo en
la mano. Durante un instante se quedó mirándolo como si
el objeto pudiera contarle qué demonios estaba sucediendo,
pero enseguida reaccionó y se dirigió hacia la ventana. Por
más que trató de abrirla, esta también se negó a colaborar.
—Tiene que ser cosa de Wood —farfulló entre dientes,
cada vez más alterado.
Tal vez tuviera claustrofobia o algo por el estilo.
—Oye, que esto se arregla con un hechizo…
No pude terminar la frase. En un segundo se paseaba de
un lado a otro de la habitación y al siguiente lo tenía sobre
mí. No llegó a tocarme, porque reaccioné tan rápido como
él y me eché hacia atrás, casi tumbándome sobre la cama,
pero todo su cuerpo se inclinaba peligrosamente sobre el
mío; su rostro a pocos centímetros y la boca tan cerca como
para que pudiera sentir la calidez de su aliento
revoloteando sobre mis labios. Sus ojos ardían; el oscuro lo
consumía todo a su alrededor y supe que, de permitirlo, esa
oscuridad podría tragarme entera. El calor, no sé si debido
a la rabia o a otra cosa, emanaba de él en intensas oleadas
que se estrellaban contra mi pecho. Devorándome.
Consumiendo piel, carne y músculos.
Puede que yo también hubiera dejado de respirar.
—Nada. De. Magia. —El sonido ronco de su voz, de algún
modo, hizo temblar los cristales de las ventanas y también
mis huesos.
Comenzó a retirarse muy poco a poco y juraría que vi
pequeñas lenguas de un fuego oscuro lamiéndole los dedos.
Algo debía de estar muy mal en mi cabeza, porque
recuerdo que pensé que lamer esos dedos largos y
elegantes tenía que resultar de lo más excitante.
Cuando logré apartar de mi mente las imágenes
perturbadoras que el pensamiento había traído consigo,
reaccioné retrocediendo sobre el colchón hasta que mi
espalda topó con el cabecero y ya no hubo a donde ir.
Alexander, erguido junto a la cama, había cerrado los ojos
y su pecho subía y bajaba a un ritmo endemoniado, fuera
de control. El dolor que parecía sentir, y que yo no podía
distinguir de dónde procedía, le desfiguraba las facciones.
—¿Alexander?
—Dame… Necesito un minuto.
Cerré la boca. En otro momento hubiera aprovechado
para meter baza, pero decidí que estaría mejor calladita.
Inspiró y soltó el aire varias veces muy despacio. Ya no
parecía tan seguro de sí mismo, ni tan distante y capaz. En
realidad, lucía como un muchacho asustado, dolorido y
exhausto. O quizás alguien muy mayor, un anciano que
llevara toda la vida peleando con demonios que solo él
podía ver.
Sentí deseos de acercarme y abrazarlo, calmar su
sufrimiento de alguna forma, pero no creía que eso fuera
mejor recibido que mis comentarios sarcásticos. Y era
Alexander, así que definitivamente no iba a abrazarlo ni de
coña.
—Tendremos que esperar a que los demás regresen —dijo
después de una eternidad, con la voz aún desgarrada y
temblorosa.
—¿Regresar de dónde?
—Wood y Meredith han vuelto al bosque para seguir
buscando a Rav.
Suspiró y se apoyó en la pared junto a la puerta. Deslizó
la espalda hasta quedarse sentado en el suelo y la cabeza
se le fue hacia atrás y golpeó los ladrillos… Eso había
tenido que dolerle, aunque no pareció que él lo notara.
El día no hacía más que mejorar. Primero, la revelación
de Dith sobre las visitas de mi madre. Después, la bronca
en la cocina y la huida de Raven; luego, el encuentro con
las Wardwell (madre e hija). Y ahora me quedaba encerrada
con un brujo oscuro con un claro problema de autocontrol.
Y Dith, para variar, desaparecida. Aunque me alegraba
saber que estaba buscando a Raven y no revolcándose con
su gemelo malvado.
Ni Alexander ni yo hablamos durante largo rato. Él
continuaba en el suelo, con los ojos cerrados, y yo me había
acurrucado sobre la almohada. Creo que ambos estábamos
igual de tensos, aunque Alexander parecía como si solo
estuviera echándose una siesta.
—Lo siento. No debería de haberos gritado a Raven y a ti
esta mañana, no tendría que haberme puesto así —dijo
mucho rato después.
«Bueno, algo es algo», pensé para mí. A lo mejor solo era
medio capullo y no un cretino integral.
—Fue culpa mía —intervine, porque parecía que le
estuviera costando articular cada palabra. Estaba claro que
no acostumbraba a disculparse.
—No, no lo fue. No del todo al menos. Tiendo a exagerar
cuando se trata de Rav. —Abrió los ojos y me miró.
Aunque lucía mucho más calmado y sus ojos ya no hacían
cosas raras, seguía sin acostumbrarme a la disparidad de
su mirada. Me sobrecogió la intensidad con la que me
observaba, como si pudiera atravesarme y ver más allá de
mí, o tal vez en mi interior. Sin embargo, la heterocromía,
de alguna manera, armonizaba con sus rasgos. Encajaba.
—Tú no eres… —«No eres una de nosotros», parecía
querer decirme, aunque no llegó a concluir la frase.
—No voy a hacerle daño a Raven —expuse con total
sinceridad.
Apreté las piernas contra el pecho y, cuando volví a ser
consciente de mi semidesnudez, tragué saliva. ¿Era eso lo
que había desatado su furia? ¿O la mención de la magia?
Una parte retorcida de mí casi deseó que fuera la visión de
mis largas (no tan largas) piernas.
¡Dios! Estar en aquella escuela estaba acabando con mi
sentido común. No quería que Alexander se fijara en mí, no
de esa forma.
De ninguna, en realidad.
Nop.
—Tienes ropa en el armario —me recordó, como si
supiera exactamente en lo que estaba pensando.
Tenía que aprender a poner cara de póquer, eso estaba
claro. Pero como no iba a cambiarme con él allí, desvié la
conversación hacia terreno más seguro, uno que no
estuviera relacionado con la escasa tela que cubría mi piel
ni conmigo desnudándome frente a un brujo oscuro.
—Sí que salís de la casa.
Él no tardó en confirmar lo que ya me había contado Dith.
—Los gemelos lo hacen, aunque menos de lo que les
gustaría y solo al bosque.
No dijo nada de sí mismo y lo interpreté como un «Yo no
salgo». Tras unos segundos callado, y más de esas
miraditas que no sabía lo que significaban, me obligué a
hablar de nuevo para evitar aquel tortuoso silencio.
—Raven volverá, ¿no?
Un nuevo suspiro le acarició los labios entreabiertos,
rellenos y sensuales, antes de que realizara un gesto
afirmativo.
«¡Deja de pensar en él así!», le grité a mi lado malvado.
—Estás preocupada por él —replicó, ajeno a mi debate
interno; y no era una pregunta, así que traté de no
ofenderme por lo desconcertado que había sonado.
—Lo estoy. Sé que no hace ni veinticuatro horas que lo
conozco. —Me reí, ¿qué otra cosa podía hacer? Era de
locos. No solo acababa de conocerlo, sino que Raven
pertenecía a un antiguo y poderoso linaje de brujos oscuros
—. Pero Rav se hace querer con mucha facilidad.
—No por todos. En realidad, creo que tú… le gustas.
No supe si se refería a gustar de una forma romántica o
bien solo iba en plan «Le caes bien».
—Él también me gusta —dije de todas formas.
Y entonces ocurrió lo imposible. Sus comisuras temblaron
durante un breve instante y, poco después, se curvaron
hacia arriba para dar forma a una media sonrisa, un gesto
nuevo y desconocido viniendo de él y que, a pesar de no ser
una sonrisa completa, le transformó el rostro en su
totalidad. La línea de su mandíbula se suavizó, perdiendo la
dureza que le confería a sus facciones, y su mirada adquirió
un brillo intenso. El iris negro se le aclaró y se fundió hasta
tomar un precioso color plateado, casi como un charco de
plata líquida. Incluso desde donde estaba, acurrucada
sobre el colchón, pude ver diminutos puntos de luz
destellando en ambos ojos, como estrellas chispeantes.
El aire se me atascó en algún punto entre los pulmones y
la garganta. Alexander de pronto parecía mucho menos
sombrío e increíblemente atractivo, lo cual resultaba todo
un récord en una casa llena de tíos buenos. Era una pena
que, salvo en caso de encierro, se comportara como un
verdadero imbécil.
Como era de esperar, el gesto no perduró. Supuse que
había sido tan solo un breve instante de debilidad; sin
embargo, no creía ser capaz de poder olvidar en mucho
tiempo la fugaz y preciosa sonrisa de Luke Alexander
Ravenswood.
13

Alexander
—Un momento —dijo Danielle, mientras se deslizaba sobre
el colchón y se acercaba al borde.
La había acorralado en ese mismo lugar tan solo un rato
antes como si yo fuera uno de los lobos y estuviera a punto
de despedazarla. El calor que emanaba de ella hubiera
resultado agradable de no ser porque me había convertido
en un maníaco y casi… casi había cedido a mis más bajos
instintos.
Y por lo de despedazarla, eso supongo que tampoco
hubiera estado bien.
Durante un segundo, mi mente imaginó otro tipo de cosas
que no tenían nada que ver con desmembrar o mutilar,
aunque sí con perder parte de mi arraigado control.
Nunca una chica se había vestido con mi ropa, y
recordaba haber presenciado sorprendido que, cada vez
que Dith, en una de sus visitas, se paseaba por la casa con
una de las camisetas de Wood, a él solo le había faltado
mearle alrededor para marcar su territorio. No era como si
Raven o yo fuéramos a prestarle a ella esa clase de
atención, pero el lobo blanco no solía tardar en arrastrarla
de nuevo a su dormitorio y encerrarse en él con su gatita.
Ese tipo de comportamiento solía darme ganas de
vomitar.
Hasta ahora.
Danielle llevaba una de mis camisetas. Y, aunque no había
vestido otra cosa que no fuera mía desde su llegada, cada
vez resultaba más difícil no quedarme mirando. El aroma
de su piel mezclado con el mío había sido casi como una
bofetada, una que me había empujado más cerca del
abismo que de costumbre.
Carraspeé para aclararme la garganta y Danielle pareció
regresar de su propia ensoñación. ¿Estaría ella pensando
en lo mismo que yo?
No, ni de coña.
—Estamos encerrados —prosiguió—, pero ¿mágicamente
encerrados?
—No lo creo. No se hace magia en esta casa.
Los gemelos tenían mucho poder y eran capaces de
realizar un truco tan sencillo como sellar una habitación,
pero no lo habrían hecho bajo ninguna circunstancia.
Danielle puso una cara rara al escuchar mi comentario,
aunque me fue imposible saber lo que pensaba. Supuse que
había esperado una escuela llena de gente lanzándose
hechizos unos a otros y realizando conjuros oscuros y
perturbadores. No le faltaba razón, pero no era así para los
Ravenswood que allí vivíamos.
—Es que estaba pensando que eres un cretino —señaló, y
estuve a punto de echarme a reír. No era eso lo que había
esperado oír.
—¡Vaya! Muchas gracias por este momento de sinceridad.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, pero fui muy
consciente de la sombra de la sonrisa que asomó a sus
labios y que se esforzó en ocultar.
—No, no. Es que esto parece una encerrona y sería algo
muy propio de Dith.
—¿Con qué finalidad? —pregunté. No tenía ni idea de a
dónde quería ir a parar.
—Tú adoras a Rav, y a mí la verdad es que me cae muy
muy bien. Él me cae bien, no tú —especificó, aunque no
hacía falta. Decidí no decir nada al respecto—. Quizás Dith
quiera… que nosotros dos limemos asperezas. Estoy segura
de que ella también se preocupa por Raven.
—¿Cómo sabes tú que yo quiero a Rav? —pregunté. De
todo lo que había dicho, puede que fuera lo que más me
había sorprendido.
—¿Lo dices en serio?
Su mirada se suavizó y parte de la hostilidad con la que
normalmente se enfrentaba a mí desapareció. Había
cerrado las manos y mantenía los puños apretados sobre su
regazo. Traté de no mirar en esa dirección, más que nada
porque no había mucha tela cubriéndola.
—Yo también protegería a Dith con mi propia vida —
afirmó, y me hizo gracia pensar que, en teoría, la función
de Meredith era precisamente protegerla a ella. Pocos
brujos daban mucha importancia a las vidas de sus
familiares—. Igual que tú morirías por ellos, por los dos.
No podía estar más de acuerdo. De los gemelos, Wood
podía parecer el más… capaz; emanaba agresividad y
mordía antes de preguntar. Pero el más fuerte, el realmente
poderoso, era Raven. El lobo negro siempre había sido
diferente, tal vez porque su inocencia le permitía ver cosas
que el resto no veíamos. Fuera como fuese, Danielle estaba
en lo cierto: nunca permitiría que ninguno de los dos
sufriera ningún daño, aunque eso supusiera mi propia
desgracia o perdición.
—Son los únicos que han estado siempre conmigo desde
que nací. Son mucho más que familiares para mí. —No
tenía ni idea de por qué estaba contándole todo aquello a
ella, precisamente a ella, una bruja blanca—. ¿Crees que
Dith nos ha encerrado aquí?
Se encogió de hombros.
—Puede incluso que haya sido Wood. Cualquiera de ellos.
O los dos.
Tampoco Wood había estado muy contento esa mañana.
Había discutido con él largo rato después de la marcha de
Raven y, por supuesto, Wood estaría encantado de
arrastrarme más allá del límite de mi control,
encerrándome con Danielle solo para ver si explotaba y la
convertía en cenizas; así se acabaría el problema.
Lo que Danielle decía tenía sentido.
—¿Y ahora qué? —inquirí. Estaba agotado y la magia no
era una opción—. ¿Tenemos que sentarnos en el suelo a
hacernos trencitas en el pelo o algo así?
—¿Eh?
—Todo hechizo tiene un punto ciego, Danielle, una forma
de deshacerlo.
—¿Con otro hechizo? —sugirió, y yo negué.
—La magia es parte de este mundo, algo tan natural como
el agua que corre por un arroyo o la brisa suave que toca
tierra desde el mar. —Ella me miró como si me hubiera
salido una segunda cabeza. Decidí ir al grano y dejarme de
estúpidas metáforas—. Siempre hay una manera de
quebrarla y devolver todo al estado inicial. Regresar al
equilibrio.
Eso no era del todo cierto. Ciertos conjuros y maldiciones
no podían ser revertidos. Pero un bloqueo sí. Tan solo era
una burbuja, similar a la que había rodeado la casa para
evitar que Danielle escapase y acabara vagando por el
bosque o algo peor; esa era la única magia que me había
permitido realizar en mucho tiempo, y solo mientras ella
estuviera allí.
—Hay algo que podemos hacer juntos para arreglar esto
—agregué, por si no lo había entendido del todo.
—No pienso tocarte ni con un palo.
Una carcajada brotó de entre mis labios y sorprendió a
Danielle tanto como a mí. Se quedó observándome con las
cejas arqueadas y la curiosidad reflejada en aquellos
grandes ojos azules. Sentada al borde del colchón y con las
piernas colgando, comenzó a balancearlas y agitó los dedos
de los pies de una forma peculiar. Mi mirada ascendió
desde estos hacia las rodillas y luego un poco más arriba…
Olvidé lo que había dicho y si se suponía que debía
contestar algo. Me estaba costando concentrarme con toda
esa piel expuesta y no dejaba de preguntarme si sería tan
suave al tacto como parecía, y si la de sus muslos, aún más
pálida y delicada…
—¡Eh, tú! —me llamó, y levanté la cabeza de golpe—.
¿Qué ha sido eso?
¿Había dicho lo de su piel en voz alta? Hice un esfuerzo
para dominar la expresión de mi rostro y no delatarme.
—¿Qué ha sido qué?
—Ese ruidito que has hecho con la garganta —señaló, y
estuve a punto de volver a gemir, esta vez de vergüenza—.
No sé qué crees que tenemos que hacer para salir de aquí,
pero la respuesta es no. Quítatelo de la cabeza.
Doblé la rodilla y apoyé el codo en ella, inclinándome un
poco hacia delante.
—¿Tan desagradable te parezco?
«No vayas por ahí, Alexander», me dije, pero me veía
incapaz de parar. De alguna manera tenía que aplacar el
jodido fuego que me estaba devorando por dentro.
—No te haces una idea —contestó, sin apartar la mirada.
—Entonces, ¿a qué viene el rastro de color de tus
mejillas?
¿Ira?, me planteé cuando ella no respondió. ¿Miedo tal
vez? Dudaba que fuera eso; no parecía tener miedo de mí,
aunque seguramente debería.
No supe en qué momento me puse en pie, pero ya estaba
avanzando hacia la cama cuando Danielle alzó la mano
para pararme. Me detuve en el acto y maldije. No entendía
por qué demonios me estaba comportando de una manera
tan irracional con ella.
—El punto ciego. Sé cuál es —barbotó atropelladamente.
Bueno, eso era lo que queríamos, lo que yo quería, ¿no? Así
podríamos salir de la habitación de una maldita vez—. Tira
la puta puerta abajo.
Pues sí que estaba desesperada.
—Eso es un poco drástico, ¿no te parece?
—Pero puedes hacerlo. —Hizo un gesto con la mano que
abarcó mi figura de pies a cabeza—. ¡Oh, vamos! No finjas
que no sabes de qué te hablo, con todos esos músculos.
Las comisuras de mis labios temblaron por propia
iniciativa.
—Así que te has fijado, ¿eh? Y mucho, al parecer.
Puso los ojos en blanco, pero juraría que no estaba tan
molesta como quería dar a entender y, en realidad, se
estaba divirtiendo tanto como yo. En mi caso, ni siquiera
recordaba la última vez que eso había sucedido, aunque
tampoco era que hablara con mucha gente. Y mucho menos
que esas escasas conversaciones fueran divertidas.
—Es difícil no fijarse estando en una casa repleta de tíos
cachas.
La mención de los lobos disparó una alarma en mi interior
y algo muy similar a los celos se retorció de forma
desagradable en el centro de mi pecho. Eso me hizo
recordar que, aparte de músculos, había otra cosa bajo mi
piel. Y no creía que Danielle quisiera descubrir de qué se
trataba.
—No funcionará.
—Prueba —me animó, reprimiendo la risa—. Tal vez el
golpe te deje inconsciente y estar aquí encerrada contigo
ya no será una tortura.
—Tú sí que sabes hacer sentir bien a los demás.
—Vamos, inténtalo —me animó con una sonrisa maliciosa
en los labios—. Me gustaría poder ir a buscar a Raven yo
también.
La diversión se esfumó al escucharla. Casi había olvidado
que Rav continuaba en el bosque. La última vez que el lobo
había perdido el control y se había transformado, había
sido al menos un año atrás, después de una discusión
particularmente virulenta con su gemelo. Habíamos
tardado dos semanas en conseguir que regresara a casa y
otra más para lograr que volviera a su forma humana.
—No puedes salir de esta casa. —A menos que yo
quisiera.
No la quería vagando por el bosque de Elijah, no cuando
un montón de aspirantes a brujos lo empleaban como
campo de pruebas y lugar de reunión; no cuando existían
fuerzas allí de las que no podría protegerse. Pero mi
preocupación por su seguridad no era algo que fuera a
compartir con ella. Además, solo la mantenía a salvo por
Rav; él le había tomado cariño de una manera absurda.
—Tendré que salir para ir el lunes a clase.
Me costaba creer que Wardwell fuera a obligarla a asistir
a clase. ¿O era Danielle la que lo había propuesto? No
terminaba de comprender qué hacía en Ravenswood, y eso
avivó mi determinación; no podía fiarme de ella.
Me ahorré darle una respuesta, lo cual, al parecer, hizo
resurgir su hostilidad.
—Entonces, ¿qué propones? ¿Que continuemos aquí
encerrados? Porque ya te digo yo que de lo de hacer algo
juntos ya te puedes ir olvidando.
Por supuesto que no. No le gustarían los resultados,
aunque la verdad era que no había sido eso lo que yo había
tratado de sugerir. Aquella chica tenía la mente muy
sucia…
—Vamos a esperar —afirmé, dando el tema por zanjado.
A pesar de su desesperación, Danielle no trató de realizar
ningún hechizo, y no era tan estúpido como para creer que
era porque de repente respetaba mis normas. No, no era de
las que agachaban la cabeza; no era dócil ni obedecía solo
porque alguien dijera que así eran las cosas. Lo que me
hacía suponer que de verdad sufría alguna clase de bloqueo
que no le permitía acceder a su magia. Podría haber
tanteado su interior, echar un vistazo rápido sin que fuera
consciente de ello para saber qué la retenía, pero, de
nuevo, aquello implicaba que yo mismo empleara mi poder.
Y eso no iba a pasar.
14

Seguro que estaba alucinando, porque no había otra


manera de explicar que me encontrara encerrada con
Alexander y no nos hubiésemos matado ya. No solo eso,
sino que el tipo sabía bromear. ¡Incluso había sonreído!
Recurriendo al chiste fácil: parecía cosa de magia.
Pero él no quería ni hablar de tumbar la puerta
empleando un hechizo y tampoco a patadas, por lo que allí
seguíamos.
Según él, Wood lo buscaría nada más regresar del
bosque, hubiera encontrado a Raven o no, así que no tenía
sentido ponernos a aporrear las paredes para llamar la
atención. Estábamos solos y así continuaríamos.
¿De verdad creía Dith, o Wood, que aquello funcionaría?
En honor a la verdad, tenía que admitir que parecíamos
haber avanzado, pero era muy probable que, una vez libres,
los cuchillos comenzaran a volar de nuevo entre Alexander
y yo.
—¿Y si no vuelven en todo el fin de semana? —aventuré.
Me recorrió un escalofrío al pensar en pasar dos días allí
con él—. ¿Y si nos vemos obligados a alimentarnos el uno
del otro? Ya sabes, como en esa peli antigua… Esa en la
que hay un accidente de avión y se estrellan en la nieve…
¡Joder! Mira que tenía imaginación… Pero cuando me
ponía nerviosa y no tenía nada que hacer, resultaba difícil
que me quedase callada. Dith solía seguirme el rollo y
soltar barbaridades aún peores que las mías; Alexander, en
cambio, creo que empezaba a preocuparse por mi salud
mental. No podía reprochárselo.
—Nadie va a comerse a nadie —aseguró, aunque sus ojos
hicieron esa cosa rara de chispear e iluminarse desde el
interior.
—Habla por ti, yo soy de las que sobreviven a toda costa.
Enarcó las cejas. Posiblemente se hubiera planteado
llamar a un loquero si no fuera porque ninguno de los dos
teníamos un móvil a mano. En Abbot no eran muy
partidarios de las nuevas tecnologías, aunque mi padre me
había conseguido uno, seguramente para calmar los
remordimientos que le producía no visitarme casi nunca.
Sin embargo, mi teléfono estaba con el resto de mis cosas,
las mismas que no parecía que Wardwell se plantease
devolverme en un futuro inmediato.
Si Alexander hubiera querido emplear su magia, no
hubiera habido problema en hacer llegar alguna clase de
mensaje de socorro a cualquier persona de la que
conociera su paradero. Pero ese no era el caso.
Me mordisqueé el labio inferior, preguntándome por qué
se negaba a ello. Su mirada bajó y se posó sobre mi boca,
pero apartó la vista enseguida.
—Así que vas a ir a clase —comentó, desde el otro lado de
la habitación.
Seguía junto a la puerta, en el suelo, y yo había acabado
por bajarme de la cama y sentarme en la pared opuesta con
las piernas estiradas frente a mí. Continuaba medio
desnuda por principios; no correría a taparme ni mostraría
vergüenza.
¡Dios! A veces era una auténtica cabezota.
—Wardwell quiere que sea una alumna más —comenté,
citando a la directora.
—Está loca.
No supe cómo tomarme eso. Sus ojos estaban fijos en los
tarritos de cristal que decoraban el tocador, aunque
Alexander parecía mirarlos sin verlos en realidad.
—¿Siempre has vivido aquí? —me atreví a preguntar un
rato después. No quería parecer una cotilla, pero el silencio
me estaba poniendo de los nervios.
Alexander volvió la cabeza hacia mí.
—Desde que recuerdo, sí.
¡Vaya! Eso sí que era deprimente. Al menos yo había
tenido un verdadero hogar hasta los diez años.
—¿Tú…?
—¿Yo qué?
—¿Conociste a mi madre? —inquirí. Si la pregunta le
sorprendió, no hizo demostración alguna de ello.
—Sé quién era, pero no la he visto nunca.
—Murió —dije sin más, en un susurro que abandonó mis
labios casi contra mi voluntad. Continué hablando solo para
no dejarme llevar por la tristeza—. Dith dice que venía aquí
a veces, y Raven también sabe lo de esas visitas.
—¿A Ravenswood?
—Pensaba que tú también lo sabrías.
—No tenía ni idea. Ni Rav ni Wood me lo cuentan todo.
Tienen sus propios secretos.
¿Eso era lo que tenía mamá? ¿Secretos? ¿Otra vida aparte
de la que compartía con papá, Chloe y conmigo? Según
Dith, era solo una vez al mes, tal vez solo visitaba a alguien
o qué sé yo… No tenía ni idea, las posibilidades eran
infinitas y mortificantes.
—¿Crees que Raven me contará lo que sepa sobre ella?
No podía decirle a Alexander lo que yo sabía o creía
saber. No me fiaba de él, eso no había cambiado por mucho
que estuviésemos allí manteniendo una conversación en
apariencia civilizada. Y tampoco iba a contarle que Dith
estaba convencida de que la muerte de mi madre no había
sido como siempre había creído, a pesar de que la policía
hubiera dicho que se trataba de un robo que había salido
mal.
«Que había salido mal». Parecía cruel decir algo así, como
si fuera un simple error sin importancia y no la muerte de
las dos personas que más quería en el mundo.
—Aunque te quedes por un tiempo, no deberías acercarte
a Raven.
«Allá vamos de nuevo», me dije, aunque en esa ocasión al
menos no había empleado el tono despreciable que yo tanto
odiaba. Quizás Alexander solo estaba preocupado por su
familiar y no trataba de ser desagradable o un borde.
—No eres buena para él —apuntilló acto seguido.
Sí, sí que era eso lo que intentaba, y se le daba de
maravilla. Era como un jodido superpoder o algo así. Si no
fuera por Raven, pensaría que la especialidad de los
Ravenswood era ser unos gilipollas arrogantes.
—¿Y eso eres tú quien lo decide? ¿Tú sí eres bueno para
él? —repliqué, y él apretó los labios hasta que de su boca
solo quedó una línea estrecha y tensa. Desde el otro lado
de la habitación, escuché sus dientes rechinar—. Ni te
molestes en contestar.
No lo hizo. Pasamos horas allí, tantas que la luz que
entraba por la ventana fue menguando y yo tuve que
levantarme, entumecida y hambrienta, para trasladarme a
la cama. Mi estómago rugió alto y claro, seguro que
Alexander lo habría escuchado. Tal vez sí tuviera que
comérmelo después de todo; la idea de hincarle el diente
no me resultó del todo desagradable por motivos en los que
no quise pensar.
—La cama es lo suficientemente grande —admití de mala
gana. En realidad, era su cama—. Yo me quedo en esta
esquina —señalé el lado más cercano a la ventana— y tú en
la otra.
Sobraría un montón de espacio en medio. No íbamos a
tocarnos accidentalmente ni, por supuesto, de forma
premeditada.
—Da igual —farfulló—, estoy bien aquí.
Un rato antes yo había encendido la lamparita de una de
las mesillas y esa tenue luz mantenía parte de su rostro en
sombras, pero no alcanzaba a ocultar su cansancio e
incomodidad. Su trasero ya debía de haber dejado una
marca en el suelo. No sabía qué trataba de demostrar.
—No voy a rogarte que te metas en la cama conmigo si
eso es lo que esperas. —Hubo un silencio extraño después
de mi comentario, así que me obligué a aclarar—: No me
estaba refiriendo a eso.
—Ya, lo has dejado muy claro, ángel.
Por el tono que empleó al pronunciar el estúpido apodo,
podría haberse limitado a llamarme «demonio infernal» y
hubiera venido a ser casi lo mismo.
—Cualquiera diría que te molesta que así sea.
¡Dios! Si aquel intercambio de pullas se alargaba,
entraríamos en bucle de nuevo y yo me moría de
agotamiento. Tenía los músculos agarrotados y la
preocupación por la ausencia de Raven, y ahora también de
Dith y Wood, estaba terminando con todas mis energías.
—Está bien —cedió por fin, aunque no se lo veía muy
entusiasmado.
Me deslicé aún más cerca del borde del colchón mientras
él se ponía en pie, se descalzaba y avanzaba hacia la cama.
Mi movimiento lo hizo resoplar.
—No voy a tocarte, Danielle. No soy de esa clase de tíos.
—Eres un brujo oscuro, sacrificáis vírgenes todo el tiempo
—traté de bromear.
A pesar de haber insistido, que se metiera en la cama
conmigo me ponía más nerviosa de lo que pensaba admitir.
Lo de las vírgenes era un mito, no así la parte de los
sacrificios. O eso se rumoreaba en Abbot.
Bajó la vista y, durante unos segundos, sus dedos se
enredaron en el dobladillo de su camiseta. ¡Ay, madre! ¿Iba
a desnudarse?
Titubeó un momento, pero, finalmente, soltó la tela y
apartó la colcha hacia atrás. Terminó por tumbarse vestido
y yo no supe muy bien si alegrarme o sentirme
decepcionada. Lo había visto sin camiseta en la cocina esa
misma mañana, aunque casi parecía hacer una eternidad
de eso. El caso es que yo no era capaz de recordar lo que
había desayunado, pero mira por dónde sí que tenía una
imagen bastante nítida de cada línea de su torso, las
cicatrices en su abdomen y su hombro, la marca de
nacimiento en su pecho y las hendiduras a los lados de las
caderas que la cinturilla demasiado baja del pantalón había
dejado al descubierto. Mi memoria era bastante selectiva
cuando le interesaba.
Una mierda, vamos; era de míster Capullo de quien
estábamos hablando.
—¿Te estás ofreciendo? —Debió de darse cuenta de que
no sabía de qué me hablaba porque enseguida añadió—:
Para el sacrificio de vírgenes.
—¡Ja, ja! Eres tronchante.
¡Pobre! Llegaba un poco tarde. Cameron y yo ya nos
habíamos encargado de eso un año atrás, pero no era un
detalle que fuera a compartir con él.
Una vez tumbado, Alexander dobló un brazo y se lo pasó
por detrás de la cabeza para apoyarse en él. Yo me
acomodé también boca arriba mientras él se dedicaba a
escudriñar el dosel cubierto de estrellas. O el techo, no
estaba muy segura.
—Mira, los brujos oscuros no…
—¿Sois tan malos?
—No, muchos no lo son. —Hizo una pausa—. Tal vez yo sí.
Me reí a carcajadas por lo dramático de su afirmación,
pero enseguida descubrí que era la única que se estaba
riendo. ¡Ay, señor! Lo había dicho en serio.
Ladeó la cabeza y luego su cuerpo también giró hasta
quedar de lado. Sentí sus ojos sobre mí. La intensidad de su
mirada me abrasaba la piel, pero me tapé con la colcha
hasta el cuello y me tumbé de costado, cara a cara con él.
Apartar la mirada, o apartarme del peligro, no iba
conmigo.
—Asegúrate de mantenerte en tu zona de la cama. Esta
noche me conformo con eso.
Cerré los ojos y, rato después, de alguna manera conseguí
dormirme.

En algún momento de la madrugada, cuando aún estaba


oscuro, desperté sobresaltada. Me mantuve inmóvil,
sentada sobre el colchón, esperando escuchar la voz de
Dith o algo que me indicara que Wood y ella habían
regresado; o Raven, tal vez. Pero la casa continuaba sumida
en el silencio típico de cualquier noche tranquila.
Eché un vistazo a Alexander para comprobar que no se
había movido ni un milímetro. Estaba acurrucado de lado y
su respiración pausada y regular me confirmó que se
hallaba profundamente dormido. Aun así, la tensión no
había desaparecido del todo de su rostro, aunque sí se
había suavizado. Parecía casi un crío y, de algún modo
extraño, también mucho más vulnerable de lo que jamás
habría pensado de él en cualquier otra circunstancia.
Un sonido muy similar a un gruñido llegó desde el pasillo,
pero luego se hizo de nuevo el silencio. Me bajé de la cama
y fui hasta la puerta. Alexander había dejado el pomo en el
suelo, justo junto a la marca imaginaria de su culo, pero tal
vez el hechizo no funcionara ya. Empujé la puerta para ver
si conseguía que rebotara contra el marco y se abriera,
pero no se movió.
Suspiré decepcionada.
Un segundo después, algo empujó desde el otro lado y,
simplemente, la madera cedió. Quedó una rendija de
apenas un dedo y me apresuré a tirar hacia mí para abrirla
del todo. Antes de poder asomarme y echar un vistazo al
pasillo, la sombra de un lobo se coló en la habitación, un
lobo completamente negro.
El alivió me inundó.
—Raven —susurré, pero él ya avanzaba hacia la cama.
¿Estaba mirando a su protegido? ¿Preguntándose qué
hacía metido en mi cama? Alexander había dicho que yo le
gustaba a Raven y tal vez…
¡Ay, Dios! No pensaría que había pasado algo entre
nosotros, ¿no?
Aquello amenazaba con convertirse en la situación más
incómoda por la que hubiera tenido que pasar desde que
había llegado a Ravenswood, y eso ya era decir.
El lobo emitió un quejido, una especie de lloriqueo muy
débil, y luego volvió la cabeza hacia mí. No había manera
de saber lo que estaba pensando y, desde luego, en su
forma animal, él no iba a decírmelo, pero me alegraba que
estuviera allí, sano y salvo.
Me arrodillé y terminé sentada sobre mis piernas. Le
tendí el brazo, lo cual podía ser un poco temerario dado
que estaba segura de que aquella boca, repleta de afilados
dientes, podría arrancármelo de cuajo. Apreciaba mi brazo
(mis dos brazos), pero aun así no titubeé. Raven repitió
aquel sonido lastimero mientras me observaba y, poco
después, se acercó a mí. Ignoró la mano que le tendía y
llegué a pensar que lo siguiente que vería sería su
mandíbula desgarrándome el cuello. Sin embargo, me dio
un golpecito en el pecho con el hocico y luego lo apoyó
sobre mi hombro.
Visto que no iba a atacarme, le acaricié el costado de
forma cautelosa. Cuando exhaló un gruñido de aparente
satisfacción y ladeó la cabeza, me permití hundir los dedos
en su pelaje. Era tan suave, tan agradable que no sabía
muy bien quién de los dos estaba disfrutando más de la
caricia.
Tras unos minutos de mimos, me eché hacia atrás para
que pudiera verme la cara.
—¡Ey! Gracias por volver —susurré—. Estábamos
preocupados. Alexander estaba muy muy preocupado. —
Quería que entendiera eso a pesar de haberse encontrado a
su protegido durmiendo allí, aunque no sabía muy bien por
qué demonios me estaba esforzando tanto para justificarlo.
Raven casi parecía estar sonriendo y supuse que eso era
una buena señal. Me lamió la cara, haciéndome reír, y
volvió a buscar refugio en el hueco de mi cuello. Al final, de
algún modo, terminé apoyada contra el lateral del colchón,
con Raven tumbado a mi lado y su enorme cabeza sobre el
regazo. El lobo había cerrado los ojos, pero mientras lo
acariciaba emitía una especie de gruñido suave y constante
que resultaba tranquilizador.
—Estás cansado, ¿verdad? —dije, aunque no creía que
pudiera oírme ni que fuera a contestarme—. No pasa nada.
Descansa.
Y allí me quedé, en el suelo de una habitación extraña en
Ravenswood, en mitad de la noche, acunando a un lobo
gigantesco mientras este se dormía. No podía esperar para
ver qué más iba a depararme la impulsiva decisión que
había tomado… Ni a dónde me llevaría todo aquello.
15

Alexander
Al abrir los ojos, me encontré con un puñado de estrellas
doradas sobre un fondo negro y tardé un poco en situarme,
hasta que recordé dónde estaba. Aquella no era mi
habitación, sino la que ocupaba Danielle. Pero ella no se
encontraba al otro lado de la cama, a unos dos kilómetros,
que era donde se había acurrucado para dormir bien lejos
de mí.
No podía culparla y, seguramente, lo mejor era mantener
las distancias con ella.
Me incorporé sobre los codos y me di cuenta de que la
puerta estaba abierta. ¡Por fin! Fui a poner los pies en el
suelo y los retiré de inmediato antes siquiera de sacarlos
del colchón. ¡¿Qué demonios…?! Acababa de encontrar a
mi invitada. Y también a Rav. La oleada de alivio que me
recorrió el cuerpo fue tan intensa que tuve que tumbarme
de nuevo. Tardé unos segundos en recuperarme y
asomarme al borde del colchón para asegurarme de que no
me lo había imaginado.
Raven estaba estirado en el suelo, y Danielle, acurrucada
contra su cuerpo, tenía la cabeza apoyada sobre el costado
del lobo. Uno de sus brazos le rodeaba el cuello y sus dedos
se hundían en el denso y sedoso pelaje negro de mi
familiar.
El lobo tenía los ojos abiertos y me estaba mirando.
—Me alegra que estés de vuelta —le dije. Todavía
quedaba la parte de transformarse, pero ya llegaríamos a
eso. Señalé a Danielle—. Ella te gusta, ¿no es así?
Raven me enseñó los dientes, aunque no de forma
amenazante.
—No, a mí no me gusta. No de esa forma.
Ladeó la cabeza y casi parecía estar diciéndome:
«Entonces, eres idiota».
Le sonreí. No era un gesto que yo hiciera a menudo, pero
Raven bien lo merecía.
—Me comporté como un gilipollas. Lo siento.
Su cabeza osciló de izquierda a derecha todo lo que el
abrazo de Danielle le permitió. Estiró el cuello y le rozó la
frente con el hocico.
—Sí, también me he disculpado con ella.
Me deslicé sobre el colchón hasta el lado opuesto de la
cama y, ya de pie, la rodeé. Permanecí un momento
observando la escena. Se me encogió el corazón al
contemplar los dedos de Danielle entremezclados con el
pelo negro de Rav y la ternura y el cuidado con el que ella,
incluso dormida, se agarraba a él.
Raven rozó de nuevo su rostro, esta vez en la mejilla. Sus
ojos azules e inteligentes se alzaron entonces hacia el lugar
que yo había ocupado momentos antes en la cama y
después se posaron sobre mí.
—¿Quieres que la suba a la cama?
Un ligero asentimiento con la cabeza.
—No debería tocarla, Rav —le dije, pero de todas formas
terminé por ceder a su petición.
Haciendo uso de la colcha para no rozar su piel de forma
accidental, me arrodillé junto a Danielle y retiré sus manos
del cuello del lobo con suavidad. Acto seguido, la envolví
con la tela y me incorporé cargando con ella. Era menuda y
ligera y, a pesar de haber estado a saber cuánto tiempo
durmiendo en el suelo, desprendía calor gracias al abrigo
que le había brindado el pelaje de Raven.
Su cabeza cayó contra mi pecho y murmuró una ristra de
palabras sin sentido, pero no se despertó. Aunque tendría
que haberla dejado enseguida sobre las sábanas, la
mantuve un poco más de lo debido entre los brazos. El
contacto estaba desatando la oscuridad de mi interior de
tal modo que tuve que emplearme a fondo para contenerla;
ni siquiera recordaba la última vez que había estado tan
cerca de alguien que no fueran los gemelos.
Raven se alzó sobre las patas traseras y colocó las
delanteras en el colchón, observándome en todo momento
como si quisiera asegurarse de que no la dejaba caer o la
lanzaba de mala manera sobre la cama. Pues sí que tenía fe
en mí…
La acomodé sobre el colchón y la tapé con la colcha bajo
su atenta supervisión, y ambos nos quedamos mirándola
durante un rato. Sin ni siquiera pensar en lo que hacía, me
incliné un poco y le aparté un mechón de pelo de la cara
con cuidado de no tocar su piel.
Raven lloriqueó a mi lado. Chasqueó los dientes en
dirección a Danielle y luego de nuevo hacia mí.
—Sí, sí que es guapa.
Había pasado tantos años junto a los gemelos que no me
costaba mantener aquel tipo de conversaciones; ambos
resultaban casi más fáciles de leer en su forma animal que
en la humana. Y en el caso del lobo negro, sus ojos eran
tremendamente expresivos.
Raven se retiró a unos metros de la cama y, cuando me
giré hacia él, dobló las patas delanteras y agachó la cabeza.
Negué en respuesta a su gesto.
—No necesitas pedirme perdón.
Por un momento pensé en animarlo a que se
transformara, pero sabía que esa decisión dependía solo de
él y que lo haría cuando estuviera preparado para hacerlo.
Raven asimilaba el sufrimiento de forma muy lenta y su
parte más salvaje le ayudaba a atenuarlo. Además, no
controlaba del todo el cambio en según qué estado
emocional se encontrase. Sus ritmos eran solo suyos y yo
no quería presionarlo en ese aspecto. Que yo deseara
hablar con él cara a cara no implicaba que eso fuera lo que
él necesitaba.
Se acercó trotando hasta mí y yo me acuclillé para quedar
a su altura. Me empujó en el hombro con el hocico y se
retiró. Al no obtener respuesta, repitió el gesto. Sabía lo
que significaba y tuve que hacer un esfuerzo para
mantener la calma.
—No, Rav. No. —La negativa abandonó mis labios en un
doloroso susurro. Giré la cabeza y observé el pecho de
Danielle subir y bajar. Suspiré y le devolví la atención al
lobo. Me miraba fijamente, implacable—. Eso no va a pasar,
pero tú sí puedes ser su amigo.
Lo agarré del cuello para abrazarlo. Le susurré al oído
medio docena de motivos por los que estar cerca de
Danielle era una pésima idea y deseé que eso bastara para
convencerlo. A pesar de su sordera, sabía que, en su forma
animal, su percepción se veía modificada y era capaz de
escuchar ciertos sonidos e incluso voces. No podía
entender las palabras, pero sí el sentido general de estas.
Aun así, también era muy consciente de que daba igual lo
que yo dijera, porque eso no cambiaría lo que fuera que
Raven pudiera haber visto.
Cuando me retiré, su expresión no había variado.
—Olvidémoslo —le dije, aunque era probable que no
surtiera efecto.
Raven tenía múltiples capacidades, al igual que Wood,
aunque no eran las mismas para los dos hermanos, pues ni
siquiera el elemento esencial del que extraían su poder
coincidía; algo atípico tratándose de gemelos, ya raros de
por sí. Pero Raven, además, veía cosas en la gente que
nadie más podía ver: uniones, hilos entre personas,
conexiones. Veía posibilidades… Sin embargo, yo hacía
tiempo que había agotado las mías.
Su mirada regresó a Danielle durante un instante y luego
volvió a mí.
—Vas a quedarte con ella hasta que despierte, ¿no es así?
—Un suave gruñido como respuesta—. Sí, de verdad que
puedes ser su amigo. Y, sí, yo intentaré dejar de
comportarme como un imbécil —añadí cuando gruñó de
nuevo en un tono más profundo y me mostró los colmillos.
Le regalé una última caricia en el lomo y él saltó sobre la
cama y se tumbó pegado al costado de Danielle. No pude
evitar sonreír a pesar de lo mucho que me inquietaba la
situación. A Raven se le daba mejor que a mí juzgar a las
personas y pocas veces se equivocaba, pero me aterraba
pensar que se sintiera tan protector con alguien a quien
acababa de conocer. Sin embargo, yo mismo le haría más
daño si no le dejaba elegir a quién se acercaba.
No era su dueño y no tenía derecho a dirigir su vida; no
me importaba lo que las normas que regían a los familiares
dijeran al respecto.

Danielle
—¿Quieres un poco?
Raven apartó el hocico con evidente desagrado.
Estaba con él en la cocina, comiéndome un sándwich con
un montón de ingredientes que no pegaban nada entre sí.
Delicioso, según mis estrafalarios gustos.
Una hora antes, había despertado encima de la cama con
Raven acurrucado junto a mí, aunque estaba segura de que
me había quedado dormida en el suelo. No pude
preguntarle al respecto dado que continuaba
manteniéndose en su forma animal. De Alexander, por otro
lado, no había ni rastro.
La puerta trasera, la que daba a la piscina, se abrió en
ese momento y Dith y Wood entraron en la cocina hablando
entre ellos en voz baja. La conversación que mantenían
quedó interrumpida en cuanto se percataron de nuestra
presencia.
—¡¿Qué demonios, Rav?! —explotó Wood.
Se abalanzó sobre su gemelo y sentí el impulso de
interponerme entre ellos, pero Dith me agarró del brazo y
me detuvo. En cuanto Wood llegó hasta su hermano,
capturó la cabeza del lobo entre las manos y apretó la
frente contra la suya al tiempo que exhalaba un suspiro
cargado de alivio que me partió el corazón.
—¡Joder, hermanito! —maldijo sin soltarlo.
Se quedaron un momento así, unidos el uno al otro y sin
moverse, y estoy segura de que se dijeron un montón de
cosas, aunque ni Dith ni yo pudiésemos entenderlos. Raven
emitía sonidos lastimeros y Wood se agarraba a él como si
no terminara de creerse que fuese real.
—No vuelvas a asustarme así —murmuró, y luego bajó
aún más la voz y ya no pude escuchar lo que le decía.
Lo dejó ir poco después a regañadientes, y tuve que
admitir que el gesto y su evidente preocupación por la
integridad de Raven hizo sumar puntos al gemelo malvado.
Raven soltó un potente ladrido y su hermano rio a
carcajadas, fue hasta el frigorífico y sacó un chuletón
crudo. Se lo lanzó al lobo y él lo atrapó al vuelo entre los
dientes. Wood no apartó los ojos de Raven mientras lo
devoraba.
—¿Cuándo ha regresado? —me preguntó Dith,
apoyándose en la encimera junto a mí.
Tenía barro en los pantalones y un montón de hojas y
pequeñas ramitas enredadas en el pelo y la ropa, además
de la sombra de unas considerables ojeras bajo los ojos.
Wood no lucía mucho mejor, aunque descubrir que su
hermano estaba de vuelta en la casa creo que había
conseguido que parte del cansancio se esfumara.
—De madrugada.
—Con razón no dábamos con él en el bosque.
Dith me contó en voz baja que habían pasado toda la
noche de un lado a otro, siguiendo rastros del aroma de
Raven que su hermano encontraba y perdía
constantemente. Cuando quería, Rav sabía muy bien cómo
cubrir sus huellas.
Wood debió de decidir por fin que su gemelo estaba de
verdad allí y no desaparecería de nuevo, porque se apartó
de él y nos dijo que iba a darse una ducha. Dith pareció un
poquito demasiado entusiasmada con la idea de
acompañarlo, pero lo dejó marchar y se quedó conmigo en
la cocina.
—Bueno, ¿qué tal estás? —preguntó con cierta cautela—.
¿Has dormido algo?
Me reí.
—Sé lo que hiciste. O lo que Wood hizo —señalé, y ella
arqueó las cejas.
—No sé de qué me estás hablando.
Le eché un vistazo a Raven. Seguía concentrado en su
comida, de la que apenas quedaba ya más que el hueso, y
de todas formas supuse que no podía escucharnos. Aunque,
en realidad, él ya sabía dónde había pasado la noche su
protegido.
—Me encerraste con Alexander en la habitación.
—No te sigo —replicó, desconcertada, pero yo sabía que
Dith era una actriz excelente; sus convincentes actuaciones
me habían sacado de más de un lío en Abbot.
—Mira, da igual. Funcionó. O eso creo. Alexander y yo
nos peleamos un poco, pero luego…
—¡Ey! Para, para, para. ¿Alexander y tú?
Le hablé del encierro y de todo lo demás, y alucinó. Juró
que ella no había tenido nada que ver y también estaba
bastante segura de que no había sido cosa de Wood.
Habían pasado toda la tarde y la noche fuera, en el bosque.
Un gruñido a nuestros pies llamó mi atención. Ambas
bajamos la mirada para encontrarnos a Raven
observándonos y, solo un instante más tarde, Dith se echó a
reír.
—Fue él. —Señaló al lobo—. Arriesgado pero efectivo,
Rav —le dijo, con una inclinación de cabeza.
Raven dio un par de ladridos. Levantó la pata y se tapó
los ojos con ella en un gesto más humano que animal.
¿Estaba avergonzado? ¿Y cómo demonios había entendido
lo que decíamos? No sabía que nos hubiese estado
prestando atención.
Me agaché junto a él, tomé un mechón de pelo negro
entre los dedos y le di un suave tirón.
—Alexander debe de estar cabreadísimo —prosiguió Dith,
y la miré por encima del hombro—. Por todo ese rollo de
«nada de magia en esta casa».
—¿Sabías eso?
Dith asintió.
—No le gusta. Me lo prohibió la primera vez que puse un
pie aquí.
—¿Y sabes por qué?
Raven deslizó el hocico bajo mi mano y empujó, supuse
que buscando una respuesta a su disculpa. Hundí los dedos
en su cuello y lo acaricié mientras esperaba una
explicación de Dith. El lobo gimoteó. Me pareció que
trataba de decirme algo, pero era imposible saber qué.
—Ni idea, pero yo que tú no lo mencionaría siquiera. Se
pone como un loco cada vez que se habla de magia.
Recordé cómo Alexander se había lanzado sobre mí en el
dormitorio, el fuego de sus ojos y el de su piel, y el
recuerdo trajo consigo un calor similar al que había sentido
entonces.
Me aclaré la garganta y continué acariciando a Raven.
—¿Sabes, Dith? Me hubiera venido bien saber ese detalle
mucho antes.
Poco después, Meredith se fue dando saltitos hacia la
escalera, no sin antes anunciar que esperaba encontrar a
Wood aún desnudo y en la ducha, algo que yo no necesitaba
ni quería saber. Demasiada información.

Durante el resto del fin de semana, Raven continuó


transformado en lobo y apenas se separó de mí. Dith y
Wood pasaron más tiempo con nosotros que en el
dormitorio de este, pero Alexander casi no salió de su
habitación. Las pocas veces que nos cruzábamos me trató
de forma correcta, por decirlo de algún modo. No hubo
intercambio de pullas ni encontronazos, y tampoco volvió a
advertirme que me mantuviera alejada de Raven.
Se podría decir que las hostilidades entre nosotros habían
cesado de forma temporal, pero a una parte de mí aquello
le cabreó aún más. Era como si, simplemente, me tolerase.
Sabía que no podía imponerle mi presencia ni obligarlo a
que le cayese bien, más aún teniendo en cuenta que a
veces no me soportaba ni yo misma. Pero esa falta de
energía (de pasión) y el hecho de que Raven continuaba sin
transformarse ensombrecía no solo mi ánimo, sino el de
todos.
Para cuando llegó el domingo, casi ni recordaba mi
obligación de asistir a clase al día siguiente. En parte había
sido como pasar un fin de semana de escapada con los
amigos. O al menos así era como imaginaba que me
sentiría de haber tenido amigos y una vida en la que las
escapadas fuesen algo normal. Pero después de sentarme a
ver pelis antiguas con Dith, Wood y Raven; de descubrir lo
que era el Minecraft y construir todo un pueblo bajo la
vigilancia permanente y tranquilizadora del lobo negro; de
nadar en la piscina e incluso hacer apuestas sobre quién
podía comerse una pila de tortitas más rápido. Después de
todo eso, e incluso cuando resultara patético lo poco que se
necesitaba para hacerme sentir parte de algo, parecía
perturbador salir de aquella casa e ir a clase. A clase con
brujos oscuros. Era de locos. Todo era de locos en
Ravenswood.
Pero no pensaba dejarme amedrentar porque, por muy
descabellado que pareciera todo, aquello era justo lo que
me daría una oportunidad para buscar información sobre
mi madre y sus visitas a aquel sitio. Estaba dispuesta a
descubrir cuál era el motivo de su secreto y, cuando lo
supiera, encontraría la manera de abandonar Ravenswood
y no miraría atrás.
Resultó curioso que aquella noche, en la cama, tuviera
que repetirme esa cantinela varias veces para recordarme
que ese era mi objetivo: irme cuando descubriera la
información que necesitaba para desentramar aquel
misterio. Irme de allí para siempre.
16

La mañana del lunes entré en la cocina como un torbellino,


indignada y murmurando maldiciones al aire. Había tal
despliegue de comida sobre la isla central que en otro
momento hubiera provocado que los ojos me hicieran
chiribitas, pero estaba demasiado cabreada para eso.
Wood levantó los ojos de su plato y una sonrisa maliciosa
se extendió por su rostro.
—Se la van a comer viva —le dijo a Dith, sentada en un
taburete a su lado—. Me juego veinte pavos a que alguno
intenta algo con ella antes siquiera de que llegue a clase —
continúo burlándose el lobo blanco. El muy capullo…
Parecía que la tregua no pactada con Alexander, y que
también había afectado a la actitud de Wood conmigo,
estaba llegando a su fin.
—¿Esto es cosa tuya? —inquirí, y tiré del bajo de la falda
que llevaba puesta, si es que aquella cosa podía llamarse
así.
Formaba parte del uniforme (cien por cien algodón) que
había encontrado en mi armario junto con un montón más
de prendas de tejidos naturales y, por tanto, aptas para mi
piel. Alexander había dicho que Raven era el responsable
de que me hubieran conseguido ropa nueva, pero no creía
que fuera él quien me la había jugado de aquel modo.
Wood alzó las manos y negó, aunque se le veía realmente
entusiasmado con mi enfado.
—Pues yo creo que estás encantadora—intervino Dith,
demasiado sonriente—. Los colores de Ravenswood te
sientan genial.
Raven me había seguido desde la planta superior y
mostró su acuerdo con un ladrido.
Los colores no eran lo que me preocupaba, sino el hecho
de que la falda apenas me tapaba la parte alta de los
muslos. Ni siquiera podía decirse que fuera corta, más bien
parecía un cinturón ancho. Y lo decía yo que era de las que
le daba una vuelta a la cinturilla de la de Abbot.
Si se me ocurría inclinarme hacia delante con esta,
enseñaría hasta el ombligo y todo lo que quedaba en medio;
no hablemos ya de las corrientes de aire y lo que podían
hacerle a aquel trapo.
—No puedo ir así a clase.
—Ese va a ser el menor de tus problemas —señaló
Alexander.
Ni siquiera me había dado cuenta de que se encontraba
allí. La rabieta había evitado que me fijara en él. Estaba a
un lado, junto a la puerta trasera, con la cadera apoyada en
la pared y la mirada baja. Llevaba unos vaqueros colgando
muy bajos de las caderas y una fina camiseta. Iba descalzo,
lo que parecía una costumbre en él, y el aspecto revuelto
de su pelo indicaba que acababa de salir de la cama. Aun
así, tenía un aspecto increíble; yo, en cambio, me levantaba
como un extra de The Walking Dead. La vida era muy
injusta.
El brujo sostenía un libro abierto con una mano mientras
que con la otra se llevó una taza a los labios y le dio un
sorbo. Me observó un instante a través de sus largas y
espesas pestañas y luego volvió a concentrarse en la
lectura. Hubiera jurado que estaba intentando no reírse.
—Veinte pavos —insistió Wood.
Dith se inclinó hacia él y chocaron los cinco, sellando la
apuesta.
—¡Ey! ¡Se supone que estás de mi parte!
—Estás preciosa —trató de camelarme ella, y me tendió
una taza humeante como ofrenda de paz.
Se la arrebaté de entre las manos solo porque me moría
por un poco de cafeína. Bebí un trago largo y me volví
hacia Alexander. Seguía inmerso en el libro. No había
hablado con él (hablado de verdad) desde la noche del
encierro, y no parecía que eso fuera a cambiar. Por algún
motivo, su actitud me fastidiaba casi tanto como la
jugarreta del uniforme.
—¿Has sido tú? —exigí saber.
Él levantó la vista, le lanzó una mirada rápida a Raven,
que se había echado a los pies de su gemelo, y luego volvió
a concentrarse en mí.
—Te conseguiré otro. —Fue todo lo que dijo.
Pero yo tenía ganas de pelea. Me ardía la piel y no tenía
nada que ver con mi alergia. Un insistente y molesto
hormigueo me recorría las piernas y los brazos, y la calma
fría de Alexander lo empeoraba todo aún más. Me
desconcertó comprender que había resultado… divertido
pelear con él, dijera lo que dijese eso de mí y de mi
cordura. Mucho más divertido que aquella forzada y
sombría pose que había mantenido durante todo el fin de
semana.
Raven ladró dos veces y Alexander volvió a mirarlo. El
brujo hizo un leve movimiento de cabeza, negando, y otro
ladrido reverberó en las paredes de la estancia, esta vez
con mucha más fuerza.
—¿Qué pasa? —inquirí.
Alexander no contestó. Raven se incorporó y fue hasta él
y le rozó la pierna con el hocico. Uno, dos y hasta tres
toques. Alexander apartó el libro, lo depositó sobre la
encimera y se pinzó el puente de la nariz. Dejó escapar un
suspiro que pareció llevarse algo más que el aire de sus
pulmones, pero fue Wood quien dijo:
—Rav cree que Alexander debería acompañarte a clase,
aunque probablemente eso sería aún peor. —El lobo negro
contestó con un gruñido al comentario de su gemelo—. ¡Ey!
Tranqui, colega. Solo digo que si Alex… Bueno, ya sabes
cómo va el tema…
Dith, de repente, parecía muy interesada en el rumbo que
estaba tomando la conversación. Yo también lo estaba, la
verdad. Me moría de curiosidad por saber por qué
Alexander no abandonaba nunca aquellas cuatro paredes.
—¿Qué pasa si viene conmigo? ¿Se va a acabar el mundo
o algo así? —bromeé. No es que tuviera ningún interés en
que Alexander me acompañara, pero estaba claro que él se
mantenía, o lo mantenían, aislado por alguna razón. Algo
grave, supuse.
—Hay un motivo por el que no salgo de casa —dijo por
fin, y era evidente lo mucho que le estaba costando
pronunciar cada palabra.
—¿Y bien? —intervino Dith—. ¿Cuál es?
—No es asunto vuestro. Es así, y punto.
Raven retomó su concierto de gruñidos y ladridos.
—Se supone que tu familiar no te empujaría a hacer nada
que pudiera dañarte. —Me sentí como una estúpida
recordándole aquello, más que nada porque no olvidaba lo
del salto por la ventana de Abbot en el que Dith había
tenido una participación muy activa. Tal vez mi
razonamiento tuviera un par de lagunas.
—Te veo muy interesada en mi compañía, Danielle. —
Alexander pronunció mi nombre en una especie de susurro
bajo que me erizó la piel.
—Sigue soñando.
Nuestras miradas se enredaron, y sus ojos… Sus ojos
eran como un espectáculo de fuegos artificiales; oscuros y
brillantes al mismo tiempo.
Alguien carraspeó. Dith, o tal vez fuera Wood, pero
Alexander y yo continuamos fulminándonos con la mirada.
Algo se agitó en mi interior y una chispa de energía se
encendió en mi pecho y recorrió todo mi cuerpo. Durante
un instante saboreé una pizca de mi poder, pero fue solo un
breve destello; al segundo siguiente la magia se había
retirado de nuevo fuera de mi alcance.
—A Wardwell le daría un infarto si te presentaras en una
clase —apostilló Wood, cruzándose de brazos, totalmente
centrado en Alexander—. Apuesto a que sí. Pagaría por
verlo.
Aquel chico tenía un serio problema con el juego.
Alexander seguía callado, pero la tensión de sus hombros
me decía que estaba a punto de explotar.
—No puede ser tan malo… —lo azuzó Dith, y me giré
hacia ella.
—¿No puedes venir tú?
—No quiero que nadie sepa que estoy aquí y, además, voy
a… salir.
—¿De Ravenswood? —pregunté, y ella asintió—. ¿Vas a
irte?
Notaba los ojos de Alexander fijos en mí, taladrándome la
nuca de una forma corrosiva. Aparte de fastidiarlo un poco
con mi impertinencia, ¿se podía saber qué le había hecho
yo ahora?
Procuré no prestarle atención, aunque resultaba difícil.
Desde la esquina en la que el brujo había permanecido todo
el tiempo, el calor barría la estancia como una manta cálida
y asfixiante. No parecía furia, sino otra cosa, algo más
oscuro y seguramente mucho más peligroso.
Tuve que esforzarme por ignorarlo.
—Quiero comprobar algo. En la ciudad —añadió Dith, con
un tono sombrío que no me pasó desapercibido.
—¿Vas a ir a casa?
No veía qué otro motivo podía tener para mencionar la
ciudad con tanta cautela. Mi padre vivía en la ciudad, ni
siquiera había valorado mudarse de casa a pesar de los
recuerdos dolorosos que albergaban aquellas paredes.
Meredith confirmó mis sospechas con un leve
asentimiento.
—Bradbury está ahí fuera. —La voz de Alexander fue
como un trueno retumbando en la habitación. Profunda y
ronca, casi inhumana—. Sal.
Me estaba poniendo de los nervios. Aunque tal vez yo
fuera responsable en parte de su enfado. «Siembra
vientos…», solía decir mamá. Iba a terminar recogiendo
tempestades y me estaría bien empleado, pero no pude
evitar saltar.
—¡¿Se puede saber qué demonios te pasa?! ¡Deja de
decirme lo que tengo que hacer y de comportarte como un
idiota!
—Sal ahora, Good. Ya —me ordenó, inflexible, y yo me reí
en su cara. ¡Dios! A veces era una gilipollas.
Llevaba días enfrentándome a él de forma continua, pero,
pese a que resultaba obvio que la furia que había ido
acumulando estaba a punto de desbordarse, seguí
insistiendo en mis burlas. Supongo que tocar las narices
hasta el aburrimiento era mi superpoder.
—¿Ahora vas a empezar con ese rollito de los apellidos?
—Yo que tú me piraría —señaló Wood, sonriendo como un
maníaco, aunque había una preocupación en su mirada que
no había estado ahí antes—. O puede que no te guste lo que
pase a continuación.
Abrí los ojos como platos, pero no por el comentario de
Wood.
Alexander estaba rodeado de una aureola de llamas
negras, pura oscuridad arremolinándose en torno a cada
centímetro de su piel y su pelo, siguiendo sus contornos y
extendiéndose más allá poco a poco. Su expresión se había
transformado por completo y era terrible y cruel,
aterradora, y también hermosa de una forma retorcida.
Poder, aquel chico tenía poder para lanzarnos de cabeza a
la oscuridad y no dejar de nosotros más que cenizas; tal vez
incluso a todo Ravenswood si se lo proponía.
«¡Joooooder!». Y yo había estado jugando a cabrearlo.
Raven empezó a lloriquear. Estaba junto a su protegido,
observándolo como si se propusiera acercarse y volver a
tocarle las piernas con el hocico para llamar su atención o
reconfortarlo. La idea de que los zarcillos de oscuridad que
emanaban de Alexander lo rozaran me aterrorizó.
Sin pensarlo, fui directa hacia ellos. Escuché a Wood
maldecir, pero nadie me detuvo.
Raven, por supuesto, no tenía collar, pero cerré los dedos
en torno a un mechón grueso de pelo y tiré de él para
alejarlo. El lobo cedió y retrocedió un par de pasos
conmigo.
Aunque inmóvil, Alexander continuaba convertido en algo
que parecía haber salido del mismísimo infierno, y a mí se
me escapó una risita desquiciada al agacharme junto a
Raven y rodearle el cuello con los brazos para mantenerlo
lejos de él. Me lamió el dorso de la mano y se quedó
mirándome como si tratara de hacerme comprender algo.
Ninguno de los presentes abrió la boca. Pero, tras un
largo minuto en silencio, parecía evidente que Alexander
no tenía intención de explotar. Por ahora.
Miré a Wood.
—Vale, ¿cómo… lo apagamos?
Dith ahogó una carcajada y a Wood casi se le salieron los
ojos de las órbitas, pero parte de la tensión del ambiente se
evaporó.
Me erguí, aunque no me separé de Raven. Estábamos aún
demasiado cerca de Alexander, tanto que podía ver que
ahora sus dos ojos eran del mismo color, negros como el
pozo más profundo y carentes de ningún rastro de blanco.
Si estiraba la mano, podría alcanzarlo. Y justo eso era lo
que parecían tratar de hacer conmigo las lenguas de
oscuridad que emanaban de su cuerpo. Conmigo y con
Raven.
Me retiré un poco más.
—No os habéis puesto a gritar —comenté en alto, aunque
le hablaba a Wood—, así que entiendo que esto es algo
normal en él.
Normal normal no podía ser para nadie. Resultaba
perturbador. Había escuchado historias sobre brujos que
terminaban consumidos por su propio poder, casi siempre
brujos oscuros a los que ningún hechizo o conjuro les
parecía demasiado arriesgado, que no sabían cuándo o
cómo parar. Pero nunca había visto nada como aquello.
—Digamos que no es la primera vez que le pasa —repuso
Wood.
Me volví y vi que había colocado a Dith tras él,
cubriéndola con su cuerpo. ¡Vaya! Entre aquellos dos
parecía haber algo más que sexo y desenfreno. No era el
momento de pensar en eso, así que hice a un lado el
pensamiento y lo archivé para cuando no estuviéramos
hasta el cuello de mierda.
—Pero lo está controlando bastante bien —continuó Wood
—. No se ha…
De forma repentina, el ambiente se cargó de electricidad
y se escuchó un fuerte chasquido. Ocurrieron dos cosas:
Alexander se derrumbó y, al mismo tiempo, el aire de la
habitación fue succionado hacia él mientras caía. Me
ardieron los pulmones, reclamando oxígeno, y por los
jadeos que escuché, a los demás debió de sucederles lo
mismo.
Tras unos segundos eternos, el aire volvió a llenarme los
pulmones con normalidad. Alguien tosió, pero no me volví
para ver de quién se trataba. No podía apartar la vista de
Alexander. Yacía desmadejado sobre el suelo y una de sus
piernas estaba en una posición antinatural; rota, con total
seguridad. No había rastro de aquel fuego oscuro ni
ninguna otra señal de lo que acababa de suceder.
De los presentes, Raven fue el primero en reaccionar.
Comenzó a lamerle la cara a su protegido y a apretar el
hocico contra su pecho de forma alternativa, como si
tratara de despertarlo. De hacerlo regresar a casa.
17

Durante los siguientes días, Alexander no abandonó su


dormitorio ni para ir al baño, lo que hubiera resultado
asqueroso, y algo perturbador, de no ser porque me enteré
de que su habitación contaba con uno propio.
Incluso con el drama del lunes por la mañana, no me
salvé de acudir a clase, y Dith, por su parte, tampoco
desistió de su viaje a la ciudad. Me aseguró que todo iría
bien y que regresaría lo más pronto posible. Iba a realizar
un hechizo de localización antes de ir a casa para
comprobar que mi padre no estuviera allí. Yo pensaba que,
teniendo en cuenta mi secuestro, él se encontraría en
Abbot. Eso sería lo lógico, dado que el consejo tendría
mucho que decir sobre cómo proceder a continuación y era
en la academia donde se reunían. Aun así, no las tenía
todas conmigo.
Dith no me dijo qué pretendía ni por qué debía irse justo
ahora, aunque supuse que su viaje tenía mucho que ver con
lo que me había contado acerca de mamá. Me fiaba de Dith,
más que de ninguna otra persona, pero no podía evitar
pensar que estaba ocultándome algo.
Con ella fuera, y Alexander recluido, solo quedaron los
gemelos. Raven repartía su tiempo entre su protegido y yo.
Pasaba largos periodos del día y de la noche velándolo en
su dormitorio, cuidando de él, y cuando no estaba con
Alexander me perseguía por la casa o se acurrucaba a mis
pies en el salón. Mientras que Wood… Él estaba algo más
taciturno de lo normal. Todo lo que hizo fue dedicarse a
limpiar como un loco, como si hubiera entrado en modo
asistenta o algo similar, sin dejar de murmurar por lo bajo
que «aquella mierda siempre le tocaba a él».
Las clases en Ravenswood no fueron ni mejor ni peor de
lo que las imaginaba. Maggie me acompañó en las que
compartíamos. La gente cuchicheaba a mi paso y nadie se
acercaba mucho a mí. No me lanzaron ningún hechizo (no
directamente), pero perdí la cuenta de las veces que mis
cosas salían volando de la mesa, la silla se apartaba cuando
iba a sentarme o algún papel se incendiaba por sí solo
cerca de mí.
Era como regresar a los primeros años en Abbot, cuando
todos estamos sobreexcitados por la idea de que por fin
fueran a enseñarnos cómo utilizar nuestros poderes; solo
que mis actuales compañeros no eran críos, sino brujos
creciditos con intenciones más que cuestionables.
Se me asignaron un puñado de asignaturas, casi todas
teóricas, cosas como historia y botánica. ¡Botánica! ¡Ja!
Aquello parecía un chiste. Pero no me obligaron a
presenciar nada que los comprometiera demasiado, así que
mi temor a tener que sacrificar a un cachorrito resultó
infundado. Aunque uno de los días, a final de semana, salí
pitando de una clase al entrar y encontrarme un altar en
mitad del aula. Wardwell se cabreó, pero, además de un
sermón y algunas amenazas, no parecía poder hacer mucho
salvo suspenderme. Y, sinceramente, eso me importaba de
poco a nada.
Ariadna, su hija, sonreía con suficiencia las veces que nos
cruzábamos, como si supiera algo que los demás
ignorábamos; era muy probable que así fuera. Al menos, el
martes por la mañana, al ir a vestirme, el uniforme había
ganado misteriosamente los centímetros que le faltaban.
Todo era raro. Muy raro, la verdad.
En la casa de los Ravenswood las cosas estaban
tranquilas, pero era la clase de calma que precede a una
tempestad. Estaba convencida de que, cuando la tormenta
se desatara, sería de órdago. Las veces que pregunté a
Wood qué tal estaba Alexander, me contestó con un escueto
«bien». Y lo peor era que Raven continuaba prefiriendo ser
un lobo que una persona; aunque no podía culparlo.
Me sentía sola, más aislada que nunca, y la cuestión era
que, por eso, en parte, había huido de Abbot. Además,
tampoco estaba más cerca de descubrir algo sobre mi
madre, y mi magia seguía en stand by. Resumiendo, todo
era una mierda.
Mi único alivio provenía de la piscina, donde pensaba
pasar las siguientes horas ahora que por fin era viernes y
las clases de la semana habían acabado. Una ducha me
hubiera servido para relajarme, pero nadar hacía que me
sintiera cargada de energía y me ayudaría a pensar en qué
momento mi vida se había vuelto tan surrealista.
Y me hacía falta pensarlo. Con urgencia.
—Bueno, ¿qué tal llevas todo… esto? —se interesó
Maggie, mientras recorríamos la zona ajardinada tras la
mansión Ravenswood.
Seguía maravillándome todo lo que habían ocultado de
aquella escuela. ¿Serían conscientes en Abbot de la
pequeña ciudad de la que disponían nuestros rivales? El
director Hubbard, así como el consejo, seguramente sí, y
tal vez los profesores, pero estaba segura de que los
alumnos andaban tan a ciegas como lo había estado yo. De
todos modos, no era que yo hubiese descubierto mucho,
pues aún no me había adentrado en lo que ya había
bautizado como «la zona comercial». Por lo que sabía, los
profesores no solían ir por allí, y tardarían en enterarse de
cualquier enfrentamiento que se produjera. Así que no me
arriesgaría a visitarla hasta que contara con mi magia de
vuelta, lo cual estaba tardando más de lo normal en
suceder.
—Estoy convencida de que en cualquier momento me
despertaré en Abbot y todo esto no habrá sido más que un
sueño —solté sin más.
—¿Un sueño o una pesadilla?
La elección de mis palabras puede que hubiera sido solo
algo aleatorio. O no. No lo tenía muy claro. Maggie era
callada pero observadora, y también curiosa, aunque tenía
el presentimiento de que no había malicia en ella. Eso,
estando en Ravenswood, resultaba sorprendente; aunque
ya me había planteado que quizás no todo fuera como me lo
habían contado y que entre el blanco y el negro había un
amplio abanico de grises que yo apenas había empezado a
atisbar.
Le sonreí a mi nueva amiga y me encogí de hombros, sin
saber muy bien cómo responder a aquel dilema, pero ella
no me presionó.
Mientras recorríamos uno de los senderos adoquinados
de camino a la casa de los Ravenswood, un chico atravesó
el césped y se dirigió directamente hacia nosotras. Me
preparé para lo peor, pero, conforme se acercaba, descubrí
que Maggie también lo había visto y le estaba sonriendo.
—¡Ey, Maggie! —la llamó, aunque ella ya se había
detenido para esperarlo.
El chico no llevaba el uniforme y parecía un poco mayor
que nosotras. Era bastante mono, de piel morena, grandes
ojos castaños y una mata de pelo marrón chocolate. Abrazó
a Maggie con evidente cariño y la mantuvo brevemente
entre sus brazos, todo ello sin dejar de sonreír. Por fin
alguien que no la trataba como una apestada. Maggie no
contaba con demasiados amigos allí, aunque a mí su nivel
de popularidad no me importaba en absoluto.
—Dani, te presento a Robert Bradbury. —¡Oh! Eso lo
explicaba todo. Era otro Bradbury—. Robert, ella es Dani.
—Encantado. Soy el primo de Maggie —aclaró él,
ofreciéndome la mano—. Y tú debes de ser la chica de la
que todos hablan.
—No muy bien, eso seguro —dije, pero le devolví la
sonrisa a pesar de todo.
—He oído cosas… interesantes. —Maggie resopló ante el
comentario de su primo, se colgó de su brazo y echamos a
andar de nuevo—. Pero no les hago demasiado caso. La
gente aquí se aburre mucho.
¿Aburrirse? ¡Allí no tenían ni idea de lo que era el
aburrimiento! Por lo menos contaban con tiendas e incluso
una heladería. El principal entretenimiento en Abbot era
deslizarse por la barandilla escaleras abajo o planear un
asalto a las cocinas a medianoche; en el mejor de los casos,
a veces tentábamos a la suerte llevando a cabo hechizos
que se suponía que no debíamos realizar hasta después de
nuestra graduación, y si nos pillaban los castigos eran de lo
más imaginativos y severos. Pero era eso o buscar a alguien
con quien liarte para pasar el rato.
—Aunque, dado que te estás alojando con los
Ravenswood, supongo que no les faltan motivos para
hablar —añadió Robert un momento después.
Le lancé una mirada de soslayo. ¿Trataba de sonsacarme
o era simple curiosidad? No me fiaba de nadie allí. Tal vez
de Maggie, pero tampoco a ella le había contado lo
sucedido con Alexander.
—¿Los conoces?
—Todo el mundo conoce a los gemelos y a Luke —repuso
—, pero nadie ha entrado en esa casa desde…, bueno,
probablemente desde nunca. Tienen que sentirse muy solos
ahí encerrados.
No contesté, no tenía intención de airear los trapos sucios
de mis anfitriones. Tampoco él debía de esperar una
respuesta porque enseguida continuó hablando:
—Me he enterado de que hay una fiesta este sábado. Uno
de esos bailes de máscaras que tanto le gustan a Wardwell.
—Maggie gimió y comenzó a negar con la cabeza—. Vamos,
primita. Yo pienso asistir y tú tienes que venir conmigo. No
dejes que unos idiotas pretenciosos te aparten, tienes tanto
derecho como ellos a ir. Además, seguro que Dani también
quiere venir.
No, en realidad no.
Vale, no era verdad. No había fiestas ni bailes en Abbot —
así de triste había sido mi adolescencia—, por lo que mi
parte más frívola se moría de ganas de asistir a uno. Ya casi
podía imaginarme vestida con un traje de época y un
elaborado antifaz cubriéndome el rostro…
—Nadie va a invitarme, Robert —se lamentó Maggie.
—¿Es necesario pareja? —intervine.
Nos acercábamos a la casa y me pareció ver una sombra
tras el ventanal del salón. ¿Habría salido por fin Alexander
de su dormitorio y había vuelto a su rutina de acosador?
—Podemos ir los tres juntos —terció el primo de Maggie,
y se inclinó sobre ella para darle un beso en la mejilla—.
Seré la envidia de todos.
Maggie murmuró algo sobre ser el hazmerreír en vez de
eso y a continuación preguntó:
—¿No ha venido Ray contigo?
La sonrisa de Robert decayó.
—Ya no estamos juntos.
Por su tono resultó evidente que, fuera quien fuese el
chico con el que había estado saliendo, la ruptura era
reciente y aún le resultaba incómodo hablar de ello.
Maggie, normalmente toda sonrisas y amabilidad, se había
puesto roja de furia y apretaba los labios como si temiera
las palabras que pudieran escapar de su boca.
—Era un poco gilipollas —soltó poco después,
arrancándole una carcajada a su primo.
—Sí, sí que lo era —coincidió él—. Por eso tienes que
venir conmigo a esa fiesta.
Se detuvo y le agarró las manos a Maggie mientras
esbozaba tal expresión de cachorrillo abandonado que me
dieron ganas de abrazarlo hasta a mí. Maggie no tenía nada
que hacer.
—Está bien. Iré contigo —cedió ella, y luego ambos se
volvieron en mi dirección. Ahora eran dos los cachorros
que me observaban.
Me eché a reír y levanté las manos.
—A mí no tenéis que convencerme.
—Decidido entonces —concluyó Robert.
Habíamos llegado a la valla blanca que aislaba a los
Ravenswood del resto del campus. La sombra de la ventana
había desaparecido, pero ahora había un lobo negro
sentado en el umbral de la puerta principal esperándonos.
—¡Vaya! ¡Joder! Es un ejemplar… magnífico —barbotó
Robert a duras penas, encandilado—. Nunca había visto a
unos de los gemelos… así.
—Yo tampoco —dijo Maggie, igual de impresionada.
Raven descendió el escalón de entrada y se acercó hasta
la valla sin apartar la vista de nosotros.
Traspasé la barrera invisible que rodeaba la casa y me
arrodillé sobre la tierra. El lobo me rodeó, frotando uno de
sus costados contra mí, y luego se volvió hacia los
Bradbury. Supuse que sería una buena idea presentárselos.
—Este es Raven, chicos. Rav, creo que ya conoces a
Maggie. Él es su primo, Robert Bradbury.
Sin traspasar el límite de la propiedad, Raven se situó
frente a ellos y olisqueó el aire. Sus ojos se posaron
primero brevemente sobre Maggie, y luego, con lentitud, se
movieron hasta detenerse en el rostro de Robert. Se quedó
mirándolo un buen rato y me pregunté si estaría planeando
saltar sobre él y despedazarlo, pero entonces Robert hincó
una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza.
Raven no se movió y yo contuve el aliento. Me daba la
sensación de que, de algún modo, aquello era importante.
No solté el aire hasta que el lobo bajó también la cabeza.
La mantuvo así unos segundos.
—¡Ostras! —Fue todo lo que dijo Robert.
Sí, eso resumía bien el hecho de que un lobo enorme te
presentara sus respetos. La verdad, no había esperado que
ninguno de los gemelos se inclinara ante nadie, salvo ante
Alexander quizás.
—Es realmente precioso —apuntó Maggie, mientras
Robert y Raven continuaban observándose.
El lobo giró la cabeza hacia ella y lanzó un ladrido
cargado de orgullo, lo cual confirmó mis sospechas de que,
incluso sin leer los labios, en su forma de lobo Raven podía
captar muchos detalles de las conversaciones que tenían
lugar a su alrededor. Ahora mismo parecía encantado de
que se reconocieran sus cualidades, y me imaginé que
también era agradable para él poder relacionarse con otras
personas.
Esperaba que aquello no despertara de nuevo la ira de
Alexander o lo que fuera que habitaba dentro de él. Con
una vez ya había tenido suficiente.
18

Después de despedirme de los Bradbury, entré en la casa


junto con Raven. Me acompañó hasta la cocina, pero no
tardó en marcharse trotando escaleras arriba y dejarme
preparándome un sándwich de mantequilla de cacahuete y
mermelada. Me lo comí sentada en uno de los taburetes
que había junto a la isla.
Wood apareció antes de que tuviera ocasión de
terminármelo y marcharme a la piscina. Abrió el frigorífico
y, entre gruñidos, empezó a lanzar comida sobre la
encimera.
—Eres todo alegría hoy —señalé.
El lobo blanco no parecía tomarse demasiado en serio
nada, pero se diría que la ausencia de Dith (cada día que
ella pasaba lejos) lo estaba volviendo más y más huraño.
Me fulminó con la mirada y continuó apilando víveres
suficientes para alimentar a una persona normal durante al
menos una semana.
Como no me contestó, ni saltó sobre mí para arrancarme
la cabeza, me arriesgué a preguntarle por Alexander. No
sabía mucho acerca de lo que había sucedido en aquella
cocina. Nunca había visto algo igual en toda mi vida; tal
concentración de poder sin que él siquiera pareciera
haberlo convocado. Los brujos podían encontrar fuentes
alternativas de energía para realizar determinados
hechizos, pero aquello… Aquello no era normal.
—¿Vas a contarme qué es lo que le pasa? —No mencioné
su nombre, pero era evidente a quién me refería.
Wood apartó la vista de la comida y su atención recayó
por fin sobre mí.
—¿Me preguntas a mí?
Con un gesto de la mano, abarqué toda la estancia.
—¿A quién si no? —Tomé aire y me esforcé en suavizar el
tono, aunque solo fuera porque era el gemelo de Raven—.
Tu hermano no puede contármelo por ahora.
—¿Y piensas que él te lo diría si pudiera?
Lo observé mientras se tragaba medio pastel de carne sin
pestañear. Mi sándwich parecía un almuerzo bastante
pobre después de eso.
—Sí, lo creo. —Por alguna extraña razón, Raven confiaba
en mí. Al menos eso era lo que yo pensaba—. O Dith. ¿Lo
sabe ella?
Wood negó.
—Alexander nunca había tenido una crisis con ella
presente. Suele… evitarla cuando está aquí. Hasta ahora.
Que Dith los visitara con regularidad aún me resultaba
sorprendente, pero no era eso de lo que quería hablar con
él. Ya retomaría ese tema cuando mi familiar regresara.
—¿Una crisis?
No tenía demasiadas esperanzas de que Wood fuese a
confesarse conmigo; no le caía bien y era algo mutuo, pero
él soltó el tenedor y resopló.
—Mira, soy el primero al que le gustaría no tener que
estar aquí encerrado, pero esta situación tiene su razón de
ser.
—¿Y cuál es?
Se debatía entre darme largas y contarme más, podía
verlo en su expresión y en el modo en el que sus dedos
tamborileaban nerviosos sobre la madera. Por muy salvaje
que fuera, Wood no era de los que perdían el control o
daban muestras de inquietud, pero el tema lo ponía
nervioso.
—Lo único que necesitas saber es que Alexander es más
que un simple brujo.
—¡No me digas! —repliqué con un más que evidente
sarcasmo.
—No te hagas la listilla conmigo. —Me señaló con el dedo
e hizo una pausa tan larga que pensé que no diría nada más
—. Sus poderes son inestables y tener extraños a su
alrededor no ayuda.
Me callé el detalle de que todos serían siempre extraños
si no les permitían acercarse.
—Wardwell lo sabe, ¿verdad?
Asintió, más serio de lo que lo había visto nunca.
No lograba entender por qué la directora me había
alojado con Alexander a sabiendas de que eso podría
desestabilizarlo.
—Así que esto es una especie de castigo —me aventuré a
suponer, señalándonos a ambos, aunque no especifiqué
para quién; seguramente, mi estancia allí era un castigo
para todos.
Wood retomó su almuerzo a un ritmo algo menos
desenfrenado que el inicial.
—Más bien, Wardwell esperaba que Alexander te
mantuviera controlada y vigilada, además de protegida,
aunque Raven fue quien de verdad lo convenció para que
aceptase. Pero yo que tú no contaría con salir bien parada
de Ravenswood. En cuanto el consejo tenga constancia de
que estás aquí, algo que probablemente ya sepan, estoy
seguro de que tratarán de sacar el máximo provecho de
ello.
Arqueé las cejas.
Tenía que reunir toda la información posible sobre mi
madre y abandonar aquel lugar cuando antes. Y teniendo
en cuenta que en Abbot y al resto de mi comunidad no les
preocupaba demasiado lo que me sucediera, solo podía
contar con Dith.
—Rav también haría por ti cualquier cosa que le pidieras
—señaló, y me di cuenta de que había dicho lo último en
voz alta.
—¿Y eso te molesta?
Wood se inclinó hacia mí. El lobo resultaba intimidante
incluso en su forma humana, pero no retrocedí.
—Es mi hermano. Mi lealtad y mi amor son para él y para
Alex —afirmó, y no pude evitar sorprenderme al escucharlo
mencionar la palabra «amor»—. Mataría y moriría por
cualquiera de los dos. Si sufren algún daño por tu culpa…
—Lo sé. Y nunca le haría daño a Raven.
—Pero ¿y a Alex? Tal vez él te lo haga a ti, incluso sin
querer, y entonces tú te defenderás. Lo que hay dentro de
él… —No concluyó la frase, pero no hizo falta. A Alexander
le pasaba algo; algo siniestro.
—¿Qué hay dentro de él, Wood?
—No estamos del todo seguros —replicó, aunque me
pareció que solo trataba de evadir la pregunta—. Pero lo
que se desata bajo su piel empeora con otros brujos cerca y
es muy peligroso.
Me extrañó que me contara tanto. Parecía cansado de
aquel encierro, quizás esperaba que pudiera ayudar de
alguna manera, aunque a saber qué podría hacer yo para
cambiar algo de todo aquello.
—¿Por qué me lo cuentas?
—Tú has preguntado —contestó con una sonrisa burlona.
—Vamos, Wood. No te caigo bien, ambos lo sabemos. No
tenías por qué responder a mis preguntas… Un momento,
¿has dicho «otros brujos»? Pero yo no…
Me detuve. No había hablado con nadie de la casa sobre
mi bloqueo mágico y no era algo que quisiera compartir
precisamente con él.
Raven entró en la cocina en ese momento y me salvó de
tener que improvisar una mentira. Tras rodear la isleta
central, se acercó hasta mí y se restregó contra mis
piernas. El gesto hizo brotar un gruñido desde lo más
profundo de la garganta de Wood. Me observaba fijamente
y estaba claro que el cariño que me mostraba su gemelo no
resultaba de su agrado.
—No tengo con quién entrenar —dijo tras un momento—,
y tú pareces necesitar un poco de ejercicio. Estás blandita.
¿Blandita? ¿Me acababa de llamar «blandita»?
La forma física de sus alumnos no era una prioridad en
Abbot y, por tanto, no contábamos con un programa
específico. Sin embargo, tanto Cameron como yo hacíamos
uso del gimnasio del centro de manera regular. Thomas
Hubbard había puesto a disposición de su hijo un tutor
después de que Cam le diera la lata durante semanas, y yo
me colaba en sus clases en multitud de ocasiones.
Para nada estaba blandita.
—Bien, vamos —acepté—. Te enseñaré lo blandita que
estoy.
¿Cuándo aprendería a no ser tan bocazas?
Una hora después había descubierto que tal vez sí que
estaba algo baja de forma, aunque no tanto como Wood
esperaba. Pero incluso habiendo sido entrenada en
distintas disciplinas de lucha, no era rival para él.
El lobo blanco peleaba de una forma feroz, como era de
esperar, y yo había terminado con la espalda contra la
colchoneta más veces de las que podía contar. En las dos
primeras ocasiones en las que eso había sucedido, Raven
había gruñido desde el lugar que ocupaba en una esquina
del sótano y le había enseñado los dientes a su hermano;
gracias a Dios, Wood había moderado su entusiasmo a
partir de ese momento.
Lo peor era que me estaba haciendo morder el polvo de
todas formas.
Me arranqué la camiseta, y el top deportivo que llevaba
debajo quedó a la vista. No sabía de dónde había salido la
ropa que llenaba mi armario, pero, si era cosa de Raven,
había pensado en todo. Sequé el sudor de mi frente con la
camiseta y la lancé a un lado. Wood solo llevaba puesto un
pantalón corto. Era todo músculo y se movía con una
precisión que asustaba.
No, yo no era rival para el lobo blanco.
—Haz lo que te he dicho. —Señaló mis piernas, que a esas
alturas ya flojeaban—. Dobla las malditas rodillas. No
puedes encajar los golpes y mantener el equilibrio con las
piernas tiesas como palos.
Sonrió a pesar de la rudeza con la que me ladraba las
instrucciones; el muy cabrón estaba disfrutando muchísimo
de todo aquello.
Apenas llegué a colocarme antes de que se lanzara sobre
mí. Un golpe en el hombro, un brazo en torno a mi cintura
y ya estaba volando de nuevo. Mi espalda golpeó el suelo y
casi no atiné a colocarme de modo que no terminase con
los huesos rotos.
—¡Joder! —mascullé, dolorida. No sabía por qué
continuaba tratando de detener sus ataques, estaba claro
que eso no iba a pasar.
Wood me tendió la mano y tiró de mí para ponerme en
pie.
—Creo que es hora de parar —farfullé, rindiéndome.
Se acercó a uno de los laterales y alcanzó dos botellas de
agua de una pequeña nevera. Acto seguido, me pasó una de
ellas; un gesto casi demasiado considerado para tratarse de
él.
Raven aparentemente dormitaba en una esquina.
—Gracias.
—¿Por torturarte? —rio—. Un placer. Cuenta conmigo
para esto siempre que quieras.
Le lancé un puñetazo directo al hombro sin previo aviso,
pero él se apartó y no llegué siquiera a rozarlo. Sus
carcajadas reverberaron por toda la estancia.
—Blandita —se burló.
—Capullo.
Me tragué media botella de agua y estuve tentada de
tirarme el resto por encima. No obstante, tenía una idea
mucho mejor: la piscina.
Wood estaba distraído secándose el sudor de la nuca con
una toalla y, durante un momento, tuve oportunidad de
observarlo sin que fuera consciente de ello. A pesar de que
no era mi persona favorita ni de lejos, entendía que Dith se
sintiera atraída por él. Resultaba muy atractivo con ese aire
salvaje y fiero. Su pelo, tan blanco como lo era en su forma
animal, contrastaba con sus ojos azules y rasgados. Era
idéntico a Raven salvo por el color de su cabello, pero el
aura que lo rodeaba resultaba tan diferente que a primera
vista podría dudarse de que fueran gemelos.
Aun así, estaba segura de que tenía que haber algo de la
bondad de su hermano en él y también de que había algo
de esa ferocidad suya en el lobo negro. El propio Alexander
lo había dicho: Raven era implacable.
—Si no dejas de mirarme así, angelito, voy a pensar que
te gusto.
Simulé una arcada y juro que escuché a Raven reírse, lo
que hizo que me volviera hacia él. Lo observé con la cabeza
ladeada, pensativa, y el lobo imitó el gesto.
¿Por qué no había vuelto a transformarse todavía?
¿Serviría de algo que le preguntara al respecto? Me
acuclillé frente a él y lo acaricié detrás de las orejas; eso
parecía encantarle.
Su gemelo avanzó hasta nosotros y Raven levantó el
hocico en su dirección. Emitió un gemido lastimero, como
si tratase de decirle algo.
—No quiere, Rav, y no va a ceder —le dijo Wood.
—¿Qué está diciendo? —intervine, pero Wood no dejaba
de negar. Alzó las manos y retrocedió, ignorando mi
pregunta.
—Inténtalo tú si quieres. A mí no me hace caso.
Alterné la mirada entre los dos. Había quedado claro que,
incluso con Raven en su forma animal, eran capaces de
comunicarse, pero yo solo comprendía la mitad de la
conversación.
Wood no me explicó que quería su hermano ni tampoco
nada más sobre el encierro de Alexander. Dio por
terminada la humillante sesión de entrenamiento y se
marchó a su habitación. Yo hice lo mismo, pero solo para
ponerme un bañador (otra de las prendas que habían
aparecido en mi armario) y llevarme una toalla. Apenas
unos minutos después estaba ya metiéndome en la piscina.
Exhalé un vergonzoso gemido de satisfacción mientras el
agua me envolvía. Mis músculos se aflojaron y la tensión de
brazos y piernas se suavizó. La sensación no podía
compararse con ninguna otra cosa; resultaba liberadora y
revitalizante.
Floté sobre la superficie con el rostro vuelto hacia el cielo
y los ojos cerrados, meciéndome con la misma suavidad con
la que lo había hecho mi madre incluso cuando yo era ya
demasiado pesada para alzarme en brazos. La echaba tanto
de menos… Y también a Chloe; ella no había tenido la
oportunidad de crecer, de asistir a Abbot y aprender a
emplear su poder, de enamorarse, de vivir. ¿Por qué ellas?
¿Por qué mi hermanita?
Sentí un tirón familiar en el estómago. El agua se agitó y
se formaron pequeñas ondas concéntricas a mi alrededor.
Se levantó una brisa que parecía proceder de todas partes
y de ninguna, y un buen puñado de nubes comenzaron a
amontonarse sobre la parte del cielo que quedaba encima
de la finca Ravenswood; nubes oscuras y cargadas de
lluvia.
Inspiré hasta llenar mis pulmones.
Ojalá aquello fuera una señal de que el hechizo que ataba
mis poderes se estaba deshaciendo. Me sentía tan bien
flotando libre de ataduras, tan ligera que casi podía
percibir la magia restaurándose en mi interior.
Recité un sencillo hechizo en voz baja y… no pasó nada.
—¡Mierda!
Un ladrido me hizo volver la cabeza. Raven estaba
sentado en el césped, cerca del borde de la piscina. Seguía
sorprendiéndome cada vez que lo miraba. Era realmente
enorme; la longitud de sus colmillos debería haberme
resultado perturbadora, pero no tenía miedo de él.
—¡Ey! ¿Tú no te das un chapuzón?
Otro ladrido. No se movió, así que supuse que eso era un
«no».
Pasé la siguiente media hora haciendo largos a pesar de
estar agotada tras el entrenamiento con Wood. Cuando me
decidí a salir, eché un vistazo rápido a la ventana de
Alexander y me envolví de forma apresurada en la toalla.
No estaba muy segura de si el brujo me estaba evitando, no
se encontraba bien o solo estaba descansando después de
su crisis, y tampoco sabía cuándo abandonaría su
dormitorio y se dejaría ver de nuevo por la casa. Pero yo
tenía una fiesta a la que acudir al día siguiente y también
algo parecido a un plan.
Según Maggie, la última planta de la mansión estaba
vetada para los alumnos, pero era ahí donde estaba el
despacho de Wardwell. Por lo que sabía, llevaba años
siendo la directora de la escuela y yo estaba convencida de
que no se le pasaba por alto nada de lo que ocurría en
Ravenswood. Aunque no esperaba encontrar un registro de
las entradas y salidas de mi madre, su despacho era un
buen sitio para empezar a buscar cualquier pista que me
llevara hasta la verdad. Además, quizás también pudiera
averiguar qué habían exigido a mi comunidad para
entregarme. Y, con suerte, hasta hacer una llamada. Tal y
como sucedía en Abbot, allí tampoco eran muy partidarios
de los teléfonos móviles, pero Wardwell seguro que contaba
con algún modo de ponerse en contacto con el mundo
exterior.
No estaba segura de querer llamar a mi padre ni qué
podría decirle si lo hacía, pero ya tomaría una decisión al
respecto si lograba mi propósito. Iba a resultar complicado
colarse en la habitación teniendo en cuenta que no disponía
de mi magia. Sin embargo, Dith me había enseñado algunos
trucos; era lo bueno de contar con un familiar al que le
encantaba saltarse las normas.
—Necesito un vestido, Rav —le dije al lobo—. Y una
máscara.
Raven ladeó la cabeza en un gesto que había aprendido a
interpretar muy bien: estaba pensando.
—¿Tienes alguna idea?
Soltó un ladrido, se incorporó y trotó hasta mí. Tras
darme un tirón del bajo de la toalla, se dirigió hacia la
puerta trasera de la casa. Igual sí que tenía una idea.
Fui tras él y terminamos frente a la puerta de su gemelo,
donde se puso a arañar la madera y a lloriquear.
—Dudo mucho que Wood pueda prestarme un vestido —
dije riendo, pero la puerta se abrió y Rav se coló en el
dormitorio—. ¡Joder, tío! ¿Es que no tienes camisetas? —
gruñí en cuanto puse la vista sobre el gemelo malvado.
Una toalla en torno a sus caderas era todo cuanto cubría
su cuerpo. Aún tenía el pelo mojado e iba descalzo. El uso
de calzado era algo poco común en aquella casa.
—Acabo de salir de la ducha y, además, eres tú la que ha
llamado a mi puerta. También estás envuelta en una toalla,
he de añadir.
—En realidad, ha sido Raven quien me ha traído hasta
aquí. Cree que puedes conseguirme un vestido para el baile
de máscaras de mañana.
Wood frunció el ceño.
—¿Vas a ir a un baile?
Dicho con el tonito irritante que había empleado, y dada
mi situación, sonaba bastante frívolo. Pero, aunque no iba a
contárselo a Wood, mi idea era escabullirme en cuanto
pudiera, aprovechando que todo el mundo estaría allí. No
tendría una oportunidad mejor.
—Sí, ¿por qué?
Por un momento pensé en recordarle que yo no estaba
recluida en aquella casa, pero eso hubiera resultado cruel.
La verdad era que me entristecía la situación de los
gemelos y de Alexander. No importaba lo mal que me
cayera el lobo blanco ni mi anfitrión; sabía muy bien lo que
era vivir encerrada. Para mí no había habido vacaciones en
las que regresara con mi padre. Abbot había sido mi única
casa desde los diez años y una escuela nunca podría ser un
hogar.
—Por nada —gruñó Wood.
Me dio la espalda y se metió en su habitación. Supuse que
era lo más parecido a una invitación a pasar que iba a
recibir.
Al entrar, me lo encontré manteniendo con Raven lo que
parecía otra de sus conversaciones silenciosas.
—¿Qué pasa? —pregunté, pero ninguno de los dos me
prestó atención.
El dormitorio de Wood estaba más ordenado de lo que
había imaginado; incluso la cama estaba hecha. Había
estanterías repletas de DVD, una pantalla de televisión tan
grande como la del salón y otra consola, además de una
buena colección de espadas, dagas y todo tipo de armas
colgando de las paredes. Las horas debían de hacérseles
eternas encerrados allí, pero lo de las armas resultaba un
poco escalofriante como decoración.
—Alexander se cabreará, Rav.
La mención del brujo por parte de Wood me devolvió a la
conversación entre los gemelos.
—¿Qué es lo que va a cabrear a Alexander? —pregunté,
pero Wood desechó la cuestión con un gesto de la mano.
Raven gruñó, significara eso lo que significase.
—No es una buena idea —dijo Wood, con los brazos
cruzados sobre el pecho y la mandíbula apretada—.
Además, está claro que no estás en condiciones.
Hubo un chasquido y la atmósfera de la habitación onduló
junto con la figura del lobo negro. En el ambiente flotó un
aroma dulce ya familiar, y Raven (el Raven humano)
apareció ante nosotros. Gracias a Dios, y a diferencia de su
gemelo, lo hizo vestido.
—¡Rav! —Me lancé sobre él sin pensarlo siquiera y Raven
me recibió con los brazos abiertos y me alzó en vilo, riendo
a carcajadas.
Cuando me soltó, se giró hacia Wood, que, a juzgar por su
expresión, era evidente que tenía mucho que decirle.
—¿En serio, hermanito? ¿Me paso una semana rogándote
que te transformes y tú decides hacerlo para asistir a un
puto baile con ella?
—Los celos no te sientan bien —le reprochó Raven, con
un tono suave pero divertido.
Reprimí la risa.
Wood estaba fuera de sí, aunque una parte de su enfado
era más bien perplejidad. Cuando me miró, advertí algo
muy similar a gratitud en sus ojos.
Avanzó hacia Raven y se fundieron en un abrazo. El lobo
blanco podía llegar a ser un verdadero incordio, pero, cada
vez que contemplaba el modo cariñoso en el que se
relacionaba con su mellizo, casi podía olvidarme de lo
irritante que se mostraba conmigo.
Me escabullí a hurtadillas de la habitación para darles
intimidad a pesar de que me moría de curiosidad por saber
si era cierto que Raven quería acompañarme al baile. Los
gemelos necesitaban un momento a solas y la fiesta podía
esperar.
19

Durante esa tarde y toda la mañana siguiente, la casa


estuvo tranquila de una manera inquietante. El regreso de
Raven a su forma humana no me proporcionó la compañía
que tanto había anhelado. No había ni rastro de él ni del
gemelo malvado y Alexander continuaba recluido en su
habitación. Esperaba que alguien le estuviera llevando
comida, porque no había abandonado su dormitorio en casi
una semana.
También echaba de menos a Meredith, pero todo lo que
podía hacer era esperar su regreso.
Después del almuerzo estaba en el salón, tirada en el
sofá, cuando escuché a alguien llamarme desde el exterior
de la casa. Al abrir la puerta principal me encontré con
Robert Bradbury en el límite de la propiedad. Nos
observamos un momento sin que ninguno de los dos hiciera
nada por avanzar hacia el otro, y finalmente fui yo la que
tuve que adelantarme hasta la valla. ¿Es que nadie se
atrevía a adentrarse en la finca de los Ravenswood? ¿O era
la burbuja de protección la que los dejaba fuera?
—Buenas tardes, Dani —me saludó, e inclinó la cabeza
con un refinado ademán.
Aquellos eran los modales que a mi padre le hubiera
encantado que mostrase. El chico era todo elegancia y
educación, tal y como se suponía que debía ser un brujo de
alta cuna, incluso uno cuyo apellido despreciase todo el
mundo.
—Esto es para ti. —Me tendió la caja que llevaba consigo;
una alargada y bastante grande.
—¿Qué es?
Sonrió y sus dientes blancos perfectamente alineados
destellaron.
—Será mejor que lo descubras por ti misma. Raven
Ravenswood se ha tomado muchas molestias para que lo
consiguiera.
Arqueé las cejas, sorprendida.
—¿Rav?
Robert asintió.
—Me dio instrucciones muy precisas sobre lo que quería.
Sopesé la caja. Empezaba a imaginar lo que contenía,
pero continuaba perpleja. A Robert, en cambio, la situación
no parecía extrañarle en lo más mínimo. Parecía
complacido.
—¿Raven te ha encargado que me compres un vestido? —
aventuré.
—Así es. Todo un detalle por su parte, si me permites
decirlo. Y no es un vestido cualquiera.
A pesar de lo amable que se había mostrado Raven desde
el primer momento, y de que yo misma se lo había pedido,
no podía creer que hubiera hecho algo así por mí.
Bajé la mirada hacia la caja. Era totalmente blanca, sin
marcas ni ningún otro distintivo que indicara su
procedencia.
—¡Vaya! Gracias.
—No me las des a mí. Si alguien como Raven Ravenswood
te pide un favor, simplemente accedes sin hacer preguntas.
Me pareció que quería decir algo más, quizás sobre Rav,
pero debió de cambiar de opinión y yo decidí no insistir
sobre el tema.
—Maggie y yo pasaremos a por ti a las ocho.
—Respecto a eso, creo que Raven tiene planeado
acompañarme.
Mi afirmación debió de pillarlo desprevenido, porque la
sorpresa inundó su rostro y se reflejó con claridad en su
expresión.
—¿Raven? ¿En la fiesta? —Asentí—. ¿Estás segura?
Teniendo en cuenta que Alexander no abandonaba nunca
la casa y que los gemelos solo salían para ir al bosque, no
pude culparlo por su suspicacia.
—Eso ha dicho, aunque no sé qué hará finalmente.
Percibí su decepción ante mi comentario, aunque fue lo
bastante cortés como para no decir que probablemente me
hubiera imaginado la presunta asistencia al baile de uno de
los gemelos Ravenswood. No pude tomármelo a mal.
Me sonrió y, con una leve reverencia, se despidió y se
marchó paseando de regreso al edificio Wardwell.
Corrí al interior con la caja entre los brazos, ansiosa por
ver qué clase de vestido había elegido Raven para mí.
Deposité la caja con cuidado sobre el sofá y me quedé
mirándola un momento. Los regalos no habían sido una
constante en mi vida, salvo los que me hacía Dith, que
siempre me sorprendía en el día de mi cumpleaños y
también en Navidad, aunque no era una fecha que los
brujos celebrásemos del mismo modo que el resto de los
mortales. Sin embargo, a ella le encantaba despertarme
ese día antes siquiera de que el sol asomara por el
horizonte y sentarse conmigo a desenvolver los regalos que
habíamos pedido vía Amazon. Mi padre, en cambio, todo lo
que hacía era enviarme un sobre con dinero en efectivo que
tampoco tenía muchas oportunidades para gastar.
Que Raven se hubiera tomado la molestia de buscarme
algo para el baile era todo un detalle, tal y como había
señalado Robert.
Levanté la tapa y aparté el papel de seda negra que
envolvía la prenda.
—¡Oh, Dios mío!
Desplegué el vestido y lo alcé frente a mí. Era de un
blanco reluciente, con el cuerpo de pedrería que destellaba
bajo la luz de las lámparas del techo. El escote, en forma de
corazón y sin tirantes, estaba bordeado con el mismo
encaje que cubría la falda. Era precioso, puede que lo más
bonito que hubiera visto jamás.
Pero había más cosas en el interior de la caja: un antifaz
blanco y con piedras rojo sangre engarzadas y unos zapatos
también rojos. Bajo el papel de seda, encontré una larga
capa de terciopelo negro, suave y cálido.
Se me llenaron los ojos de lágrimas sin que pudiera hacer
nada por evitarlo y cuando quise darme cuenta estaba
sollozando con el vestido entre las manos. No era solo por
lo hermoso que era. La preocupación de Raven, el interés y
la amabilidad que había mostrado conmigo, a pesar de ser
técnicamente su enemiga, resultaban conmovedores.
—No te gusta. —Me giré hacia la escalera. Raven me
observaba desde la parte alta con el ceño fruncido y
expresión desolada—. No pasa nada, podemos conseguirte
otro.
—No. No, Rav —me apresuré a decir. Había terminado en
el suelo, de rodillas frente al sofá. Me puse en pie y me
acerqué al pie de las escaleras—. Es perfecto.
Le sonreí y estiré la mano. Raven descendió hasta llegar a
mí y entrelazó los dedos con los míos.
—Se puede cambiar —insistió, pero yo volví a negar.
Lo tomé de los hombros y me aseguré de que podía
leerme los labios.
—Es maravilloso, realmente precioso. Y creo que la talla
me irá bien.
Debió de creerme, porque me regaló una de sus cálidas
sonrisas y me dijo:
—Te quedará perfecto.
No quise preguntar cómo había sabido qué talla llevaba o
qué número calzaba, pero ya había acertado con el resto de
la ropa; estaba convencida de que también lo había hecho
con aquello.
—Gracias, Rav. Gracias por hacer esto por mí y por todo
lo demás.
—¿Qué más?
—¿Cómo?
—Has dicho «y todo lo demás».
—Bueno, por el resto de la ropa, el ungüento para mi
alergia…
—Eso también fue cosa de Alexander —me interrumpió, y
parecía feliz, como si estuviera encantado con los actos de
su protegido.
—¿Bromeas? —Un movimiento negativo con la cabeza—.
¿Alexander me consiguió la ropa?
—Y preparó el ungüento. Yo se lo sugerí, pero él no lo
hubiera hecho de no haber querido. No hace magia. Nada
de magia —aclaró—. Ni pociones ni hechizos. Ni tan
siquiera ese tipo de cataplasmas calmantes. Y… el vestido
también lo ha escogido él.
Por la sonrisa que exhibía, que Alexander hubiera
transgredido sus propias normas no le preocupaba en
absoluto. Sinceramente, no sabía si creérmelo del todo,
pero no tenía sentido que Raven me mintiera al respecto.
El estómago del lobo negro rugió de forma audible.
—¿Has comido? —me preguntó entonces.
—Sí, hace un rato. Pensaba que vosotros estabais… —
Señalé el piso superior—. ¿Alexander se encuentra bien?
Antes de contestar, Raven me guio hacia la cocina y me
acercó un taburete mientras él rebuscaba en el frigorífico.
Tenía la sensación de estar sufriendo un déjà vu, salvo que,
en vez de Wood, era Raven quien apilaba una considerable
cantidad de comida en la encimera.
—Está bien, pero es demasiado obstinado. —No era eso lo
que había esperado, pero él continuó hablando—: Hacía
mucho que no tenía una crisis. Suele tardar un poco en
recuperarse, pero en un par de horas ya estaba en forma.
—Resopló—. Solo que siempre se vuelve… —Hizo una
pausa, buscando la palabra adecuada—. ¿Triste? No,
gruñón —se corrigió con un nuevo resoplido y un tono
resignado que me hizo sonreír—. Un idiota gruñón.
Ya había amontonado una cantidad nada despreciable de
alimentos sobre la encimera. Supuse que aquella forma de
devorar comida obedecía a su metabolismo animal o algo
por el estilo. El apetito de Raven no era menor que el de su
hermano, y a mí me parecía imposible que tragaran de esa
manera y estuvieran en tan buena forma física, por mucho
ejercicio que hicieran en el sótano.
Lo observé comer durante un rato, aliviada por tenerlo de
vuelta y poder comunicarme con él.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Asintió mientras devoraba el segundo sándwich, aunque
teniendo en cuenta el tamaño equivalía al menos al cuarto
o quinto de los normales.
—¿Conociste a mi madre? Se llamaba Beatrice.
Raven sonrió y su expresión se tornó soñadora, como si
evocara algún recuerdo agradable. No pude evitar sentir
cierta esperanza.
—Beatrice Good —señaló, risueño—. Ella me dijo que
vendrías.
—¡¿Qué?! ¿Te habló de mí? —¿Meredith sabía aquello?—.
¿Dith lo sabe?
—Siempre era muy amable conmigo —prosiguió, entre
bocado y bocado, sin contestar a mis preguntas—. Ella
quería que cuidara de ti cuando vinieras.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo lo sabía?
Mamá había muerto ocho años atrás, era imposible que
adivinara que yo huiría de Abbot y terminaría en
Ravenswood; Raven tenía que estar equivocado.
—Las visiones…
—¿Visiones? —Me sentía estúpida repitiendo sus
palabras, pero no comprendía nada de lo que me estaba
diciendo—. ¿Mamá tenía visiones? Nunca nos dijo nada.
Él prosiguió comiendo con una calma de la que yo
carecía, pero no quería presionarlo, no a Raven. No podía
enfadarme ni exigirle respuestas a gritos a pesar de la
desesperación que se iba apropiando de mí.
—Su poder era deficiente —señaló, y tuve que
contenerme para no interrumpirlo y defender a mamá. No
había malicia en su tono, solo la certeza de un hecho
comprobado—. Nunca llegó a dominarlo del todo ni supo
cómo funcionaba, pero… —Tomó un bocado y lo masticó
con tanta lentitud que a punto estuve de perder los nervios
—. Te vio aquí.
Esperé y esperé, pero Raven no continuó hablando.
—¿Vio algo más? ¿Sabes tú por qué venía a Ravenswood?
Se bebió media botella de zumo de un trago y, a
continuación, se limpió la boca con una servilleta de papel.
Luego me sonrió.
—Te quería muchísimo, Dani. Y también a Chloe.
La humedad amenazó con desbordarme los ojos al
escucharlo mencionar a mi hermana. Mamá le había
hablado a Raven de Chloe y de mí, y le había pedido que
me cuidara.
—¿Recuerdas que te dijera algo más, Rav? Es muy
importante. Ella… —Titubeé un instante. No estaba segura
de si él sabría cómo había muerto mi madre y no quería
alterarlo.
Empezaba a comprender que la mente de Raven
funcionaba de una forma diferente a la del resto y no me
perdonaría a mí misma si volvía a transformarse o huir por
mi culpa. Raven era, con toda probabilidad, una de las
personas más bondadosas que hubiera conocido jamás.
Decidí no decirle nada por ahora; acababa de recuperarlo.
—¡Oh, sí! Sí que hay algo. Hablaba mucho con un
profesor. Corey, era Samuel Corey.
Lo conocía. Era mi nuevo profesor de Botánica,
especialista en pociones y magia oscura. Un hombre mayor,
de al menos sesenta años, que no me había prestado
demasiada atención ni había hecho referencia a mi
incorporación a su clase y tampoco a mi procedencia.
¿Sabía él quién era yo en realidad? ¿O Wardwell también le
estaba mintiendo al profesorado? Durante las clases, todos
habían empleado el apellido que ella me había indicado que
usara, uno de un aquelarre menor y apenas conocido:
Beckett, pero no podía estar segura de si era para encubrir
la tapadera que la directora me había asignado o porque
desconocían el verdadero.
—Iré contigo al baile. Seré tu pareja esta noche —terció
Raven entonces. El cambio de tema me pilló desprevenida y
parpadeé, aturdida; apenas sabía qué responder, aunque él
no pareció percatarse de ello—. Yo puedo protegerte
mientras recuperas tu poder. —¿También sabía eso?—.
Tranquila, creo que ni Wood ni Alexander saben nada sobre
tu nula capacidad para emplear la magia.
Enarqué las cejas ante su sinceridad descarnada, pero no
se lo tuve en cuenta.
—No sé si es una buena idea, Rav.
No quería sembrar aún más discordia en la casa, y estaba
segura de que a Alexander no iba a gustarle que Raven se
mostrara de forma tan abierta en público; después de todo,
había dicho que solo salían al bosque.
Pero Raven no estaba dispuesto a ceder.
—No necesito permiso para esto —me dijo. No parecía
enfadado ni molesto. Raven era una contradicción andante
en lo referente a sus emociones—. Sé lo que tengo que
hacer.
—¿Qué es, Rav? ¿Qué tienes que hacer?
Una enorme sonrisa iluminó su rostro.
—Acompañarte. Y bailar, podemos bailar juntos. —Le
devolví la sonrisa a pesar de la frustración—. Podrás hablar
con Corey. Seguramente estará allí con Wardwell y los
demás profesores —agregó, sacudiéndose las manos. Luego
me rodeó con los brazos y me estrechó con una suavidad
abrumadora—. Con suerte, Alexander también hará lo que
tiene que hacer.
Después de eso no pude sacarle una palabra más, ni
sobre mi madre ni sobre a qué se refería al hablar de
Alexander. Era como si me lanzara piezas de un puzle que
yo no era capaz de encajar. Quizá, en algún momento,
lograría encontrarle sentido a algo de lo que decía.
20

Resultó que el vestido me quedaba perfecto. Parecía hecho


a medida para mí, al igual que los zapatos. ¡Si hasta podía
caminar con ellos sin torcerme un tobillo! Y eso, en mi
caso, sí que era algo mágico.
Nunca había llevado algo tan bonito.
Giré sobre mí misma y la falda onduló a mi alrededor. Era
ligeramente más corta por delante que por detrás, donde la
tela formaba una discreta cola que apenas alcanzaba a
acariciar el suelo. El corpiño se ajustaba a mi torso sin
llegar a resultar agobiante y dibujaba una curva en mi
cintura que no sabía que tuviera. Era sencillamente
magnífico.
No tenía ni idea de por qué se habría tomado tantas
molestias Alexander. No le caía bien y no me quería allí;
creo que me soportaba solo por Raven y tal vez por orden
de Wardwell. Pero aquel era un misterio que iba a tener
que esperar. Alexander continuaba recluido y yo iba a
asistir a un baile repleto de brujos oscuros para bailar con
un lobo.
«Todo bien, gracias».
—Dani, ¿estás lista?
Raven estaba en la puerta de mi habitación; ni siquiera lo
había oído llegar. Aún me resultaba extraño que me
llamaran así, pero en sus labios me recordaba a Chloe y
resultaba reconfortante, familiar, casi como estar en casa.
—¡Vaya! —exclamé. Puede que a mí me sentara genial el
vestido, pero Raven estaba increíble—. ¡Estás muy guapo!
Llevaba puesto un esmoquin, camisa roja y corbata negra.
Se había recogido el pelo con una cinta, aunque se le
escapó un mechón cuando inclinó la cabeza con timidez por
el halago. Su profunda mirada azul, carente de malicia,
convertía su hermoso rostro en el de un verdadero ángel.
—Tú sí que estás realmente hermosa, Danielle Good.
Me estremecí al escuchar mi apellido saliendo de sus
labios. En Abbot era frecuente que los profesores se
refirieran a mí empleándolo, al igual que hacían con el
resto de mis compañeros, porque nuestro linaje hablaba de
quiénes éramos, lo significaba todo en nuestro mundo, pero
en Ravenswood hasta ahora había sido solo Dani o Danielle,
o Danielle Beckett, en el peor de los casos.
—Gracias, Raven.
—Espera. —Se acercó, tomó la máscara de encima de la
cama y se situó a mi espalda. La colocó sobre mi rostro y
ajustó los cordones—. Perfecta, angelito.
Tuve que sonreírle.
La presencia de Raven en aquella fiesta llamaría la
atención. Él ni siquiera llevaba antifaz, pero hubiera dado
igual de ser así. Dudaba mucho que pudiera pasar
desapercibido, aunque quisiera.
En la planta baja, Wood estaba enganchado a la consola,
sentado en el suelo en el mismo sitio e idéntica postura que
Raven a mi llegada aquel primer día. De no ser por su pelo
blanco, cualquiera podría confundirlos.
Se giró para observarnos y esbozó una mueca.
—Hermanito…
—Lo sé —lo cortó Raven—. Todo irá bien.
Wood no dijo nada más, pero resultaba obvio que la idea
de que su gemelo vagara por el campus no le hacía mucha
gracia.
—Cuidaré de él —lo tranquilicé, aunque miré a Raven
para asegurarme de que también comprendiera lo mucho
que me preocupaba por él. Si algo tenía claro, con magia o
sin ella, era que no permitiría que le pasara nada.
Pero mi afirmación solo consiguió que Wood estallara en
carcajadas. Rav, por su parte, parecía estar haciendo serios
esfuerzos para no echarse también a reír.
—¡¿Qué?! ¿Os parece gracioso?
Wood asintió con una vehemencia ofensiva, mientras que
Raven negaba de forma cortés.
—Me preocupas más tú que él —señaló Wood—. Mi
hermano sabe cuidarse solo.
No pude desaprovechar la oportunidad para meterme con
él.
—Así que te preocupas por mí. Eso es nuevo. E
inquietante —me reí, pero Wood no contestó a mi pulla. Su
atención se desvió hacia la parte superior de la escalera.
Cuando levanté la vista, no había nadie allí. Había
esperado que Alexander hubiera abandonado por fin su
cautiverio y no supe si sentirme aliviada o decepcionada al
darme cuenta de que no era así. Pero solo unos segundos
después el brujo apareció justo allí y no tuve duda alguna
de que los gemelos presentían a su protegido.
Ninguno de nosotros dijo una palabra. Alexander se veía
tan serio e imponente como de costumbre; no parecía
enfermo ni cansado, aunque sí aprecié un leve rastro
oscuro bajo sus ojos. Llevaba unos vaqueros desgastados
por el uso y una sudadera gris, y el pelo alborotado
suavizaba la habitual dureza de sus rasgos.
El silencio se extendió durante tanto rato que me planteé
decir algo, cualquier cosa. Tal vez Alexander también se
reiría de mí si aseguraba que Raven volvería sano y salvo.
O quizás ni siquiera eso. En el tiempo que llevaba allí
nunca lo había escuchado reír de verdad; aquella única
carcajada en parte cínica no contaba.
Cuando estaba a punto de soltar una de mis tonterías,
Raven se adelantó hasta el pie de las escaleras y le dedicó
a Alexander una respetuosa inclinación de cabeza, muy
similar a la que me había dedicado a mí un rato antes, solo
que en este caso parecía casi un juramento silencioso entre
ambos.
—Procura regresar viva, chiquilla —intervino Wood—.
Dith me matará si te ocurre algo y… —Le lanzó una rápida
mirada a Raven—. Vuelve.
Cualquiera diría que marchábamos a una batalla en vez
de a un baile. Aunque dado que estábamos en Ravenswood,
a saber qué clase de rituales se llevaban a cabo en un
evento como aquel. No obstante, ya era tarde para echarme
atrás.
Me colgué del brazo que Raven me tendía y salí con él al
exterior. Alexander quedó a nuestra espalda, pero percibía
sus ojos clavados en mí. No dijo nada y, sin embargo, su voz
retumbó en mi mente repitiendo el «vuelve» pronunciado
por Wood momentos antes. No dejé de oírlo hasta que nos
reunimos fuera con Maggie y Robert Bradbury.
A mi llegada a Ravenswood, días atrás, había descubierto
que la escuela resultaba ser un poco menos tétrica de lo
que había imaginado, pero sus alumnos, en cambio, sí que
desprendían un halo siniestro. Nos cruzamos con muchos
de ellos mientras nos dirigíamos al baile y descubrí muy
pronto que despertábamos su atención por multitud de
razones. Además de la altura y el atractivo de Raven, mi
vestido era como un puñetero faro de luz en la oscuridad;
nunca mejor dicho, porque todos vestían en tonos que iban
del gris oscuro al azul noche o el negro. Todos salvo yo. ¿En
qué demonios había estado pensando Alexander al elegirlo?
Para mi sorpresa, tras el edificio Wardwell se alzaba otra
construcción, el auditorio, y también un nuevo conjunto de
viviendas unifamiliares. Aquel campus cada vez parecía
más grande, y Abbot, ridículo en comparación.
—Otra antigua contribución del linaje Wardwell a la
academia Ravenswood. Está claro por qué uno de sus
miembros acabó dirigiendo la escuela —explicó Robert,
siguiendo la dirección de mi mirada.
Él también llevaba un esmoquin, pero sin un solo toque
de color, y su máscara negra carecía de adornos. Maggie,
por el contrario, lucía un vestido gris humo con un lazo
borgoña ciñendo su cintura y el escote de gasa. Su antifaz
hacía juego con el lazo.
Tanto ella como su primo parecían intimidados por la
presencia de Raven. Aunque habían visto al lobo el día
anterior, ahora caminaban junto al Raven humano, y la
verdad era que en sus dos formas impresionaba por igual.
Me adelanté para girarme y que quedáramos formando
un círculo. No quería que a Raven le costara seguir la
conversación.
—¿Hay algo que deba saber sobre los bailes aquí en
Ravenswood?
No tenía ni idea de qué esperar. Nunca había estado en
un baile. Que mi bautizo en lo que a fiestas se refería fuera
a producirse justamente allí, resultaba cuanto menos
irónico; una bruja blanca cayendo en la oscuridad.
Maggie pareció animarse con mi pregunta. Se lanzó a
explicarme detalles de lo que consideré una fiesta normal:
música, bailes, parejitas dándose el lote en las esquinas
mientras los profesores miraban hacia otro lado y alumnos
aprovechando para derramar de forma accidental cualquier
cosa con alcohol en el ponche.
—A Wardwell le gusta aparentar cierta normalidad en
estas ocasiones —concluyó, poniendo los ojos en blanco—.
No está permitido hacer magia en el interior del auditorio.
Hay hechizos de bloqueo para evitarlo.
El camino que llevaba hasta el edificio rebosaba
actividad. Había grupos y parejas por todas partes, pero las
conversaciones se habían ido apagando a nuestro paso y
habían dado paso a susurros y cuchicheos. Estar allí
plantados, a la vista de todos, tampoco ayudaba demasiado.
—Todos te están mirando, Raven —dijo Robert.
—No, la miran a ella —repuso él, señalándome—. Al fin y
al cabo, Danielle es pura luz rodeada de oscuridad.
Sus comisuras se curvaron, pero su expresión adquirió
una dureza que me recordó a su gemelo. Entonces cuadró
los hombros y me ofreció de nuevo su brazo con tanta
elegancia que lo hizo parecer mucho más que un muchacho
de veinte años. Claro que Raven Ravenswood contaba con
tres siglos de antigüedad… Resultaba milagroso que nada
le hubiera restado ingenuidad a su carácter; aunque, si
creía lo que Alexander había dicho de él, Rav podía llegar a
ser un verdadero lobo, feroz e implacable.
—Así que esto es un baile —murmuré una vez dentro del
edificio, observándolo todo a mi alrededor.
El enorme salón del auditorio había sido decorado con
una distinción siniestra, si es que algo así existía. Desde el
alto techo colgaban largas cortinas de terciopelo rojo que
cubrían las ventanas. El suelo de mármol veteado relucía,
al igual que las lámparas de aceite que constituían la única
fuente de iluminación y que a mí me parecieron
ligeramente excesivas, aunque iban muy bien con el resto
de la decoración. Había un bufé frío, copas con bebidas de
todos los colores y un buen número de camareros
asistiendo a los invitados. Wardwell supervisaba la escena
desde el fondo de la sala, junto con algunos de los
profesores, pero Corey no estaba entre ellos.
Mientras avanzábamos y contemplaba embelesada cada
detalle, en mi infinita fortuna tuve que ir a tropezarme con
Ariadna, la hija de la directora.
—Disculpa —murmuré antes de saber de quién se trataba.
A diario, los alumnos de Ravenswood se mantenían a una
distancia prudencial de mí, como si rozarme pudiera
contagiarles la peste, así que el hecho de chocar con
alguien me dejó aturdida durante un momento. Raven
apareció detrás de mí y me colocó una mano en la parte
baja de la espalda para equilibrarme.
—Vuélvete a Abbot, estúpida —me espetó Ariadna—. ¡Oh!
Es verdad, que allí tampoco te quieren.
A la vista estaba que su madre le había hablado de mi
situación. Y, aunque todavía me resistía a creer sus
palabras sobre la negativa de Hubbard y de mi padre a
pagar mi rescate, la verdad era que nadie había venido a
por mí ni pensaba que Wardwell tuviera motivos para
mentirme al respecto. Así que tenía que darle la razón a su
hija. Y si quería tener la oportunidad de escabullirme para
hablar con Corey o de tratar de acceder al despacho de la
directora, debía comportarme con la mayor discreción
posible.
Pero morderme la lengua resultaba casi imposible
tratándose de aquella arpía.
—Cállate, Wardwell.
Sus amigas formaron un semicírculo tras ella, como
buitres esperando su turno. Raven les sonrió a todas.
—Señoritas, discúlpennos. Vamos a bailar.
Las mandíbulas de las brujas se descolgaron conforme
Raven y yo avanzamos hacia la pista de baile. Lo habían
reconocido; muy pronto, todos sabrían que uno de los
Ravenswood se encontraba entre ellos.
Raven se situó justo en el centro de la sala, sobre un
grabado de color borgoña que representaba el escudo de
su familia y también de la academia: un cuervo con las alas
desplegadas, a punto de alzar el vuelo, y varias plumas
enlazadas con una filigrana de oro. Pensé en señalarle lo
que estaba pisando, pero seguramente él ya lo sabía. Tomó
una de mis manos y colocó la otra sobre mi cintura. Sonaba
una música lánguida y un poco deprimente, pero Raven no
dejaba de sonreír.
—¿Estás contenta de estar aquí? —me preguntó mientras
nos balanceábamos con suavidad entre otras muchas
parejas.
También Maggie y Robert bailaban a unos pocos metros
de nosotros.
—Nerviosa más bien —confesé en voz baja.
No necesitaba mi poder para percibir la energía que
flotaba en el ambiente. Todos aquellos brujos rebosaban
magia y también una buena cantidad de hormonas a juzgar
por la forma en la que algunas parejas se restregaban.
Yo notaba la piel tensa sobre los huesos y el pulso
latiéndome en las sienes acelerado.
—No tienes por qué inquietarte. Esta sala está protegida.
Cada director que ha pasado por Ravenswood ha cubierto
el edificio con hechizos que inhiben el uso de magia.
Al menos no tenía que lamentar la ausencia de mis
poderes ni andar vigilando mi espalda por si Ariadna, o
cualquier otro brujo, decidía abandonar las amenazas y
pasar a la acción.
—Incluso si no fuera así, no tienes de qué preocuparte —
insistió Raven.
—¿Cómo es que has venido conmigo? No me
malinterpretes —me apresuré a añadir, mirándolo en todo
momento—; me encanta que estés aquí, pero creía que
nunca os dejabais ver en público.
Antes de contestar me hizo girar sobre mí misma y, de
nuevo entre sus brazos, me inclinó hacia atrás al finalizar la
canción. Raven bailaba bien, con movimientos suaves y
bien medidos y una destreza apabullante. Supuse que había
tenido décadas para perfeccionar la técnica.
—Alexander no debe estar cerca de ellos. Su poder es
inestable e impredecible y se alimenta de la magia de otros.
—¿Qué? —Era la primera vez que oía hablar de algo así.
Ciertos brujos, sobre todo los que se nutrían de
oscuridad, podían drenar poder de determinados objetos:
reliquias o lugares con historias largas y macabras, pero
¿absorberlo sin más de otros brujos?
—Está empeorando —continuó explicándome—, y lo que
les sucedería a ellos no sería agradable.
Que se mostrara tan vago respecto a las consecuencias
dijo mucho de lo fatales que debían de resultar.
—El otro día, cuando explotó en la cocina…
Raven no apartaba la vista de mis labios, atento a cada
palabra.
—No llegó a explotar. En realidad, lo controló bastante
bien, lo cual resulta sorprendente. La última vez tuvimos
que reformar todo el porche de la casa después de que le
prendiera fuego. —Hizo una breve pausa—. ¿Quieres comer
algo? Ven.
Sus cambios de tema habían dejado de sorprenderme. Me
dejé llevar hasta uno de los laterales y, de inmediato, nos
asaltaron al mismo tiempo dos de los camareros y la
directora de Ravenswood. Wardwell espantó a los hombres
con una simple mirada.
—Señor Ravenswood —lo saludó la mujer.
—Raven, soy Raven —terció él, y me sorprendió descubrir
que no había ni un ápice de amabilidad en su rostro. El lobo
negro rezumaba hostilidad, algo extraño en él.
—Pensaba que no tenía usted ningún interés en los actos
sociales de nuestra comunidad.
Raven se encogió de hombros en un ademán
despreocupado, pero sus labios continuaron formando un
línea recta y apretada.
—¿Qué puedo decir? Me encantan las fiestas.
No le dio más explicaciones. Aunque Wardwell no parecía
muy satisfecha, no se atrevió a echar a Rav del salón a
pesar de que probablemente era lo que deseaba hacer.
Aunque no habían dado muestras de ello, me pregunté si
Raven o Wood contarían con algún poder similar al de su
protegido. Los linajes solían mantener cierta homogeneidad
en lo referente a su elemento esencial y sus poderes. Por
eso había resultado tan extraña la mención por parte de
Raven sobre las visiones de mi madre; no había ningún
vidente en la familia Good.
De ser la capacidad de Alexander algo que se hubiera ido
desarrollando generación tras generación a lo largo del
linaje Ravenswood, no sería de extrañar que Wardwell
estuviera tan nerviosa por la presencia de Raven.
—Su gemelo, el señor Wood, ¿también está por aquí? —
preguntó la mujer.
—Si así fuera, usted ya lo sabría —afirmó Raven,
dedicándole una sonrisa siniestra.
Acto seguido, apartó la mirada de ella, dando por
terminada la conversación. Suponía que todos estaban al
tanto de su sordera; si no era así, la atención de Raven
recaía de todas formas ahora en la pareja que se
aproximaba a nosotros desde la pista de baile: los primos
Bradbury.
Wardwell ni siquiera se esforzó en esconder su
animosidad frente a los recién llegados. Les brindó un
tosco saludo con la cabeza y se marchó de vuelta al rincón
oscuro que había ocupado hasta entonces.
Ahora entendía de dónde había sacado su hija su
encantadora actitud.
—Nada como un Bradbury para alejar presencias
indeseadas —bromeó Robert.
Al contrario que Maggie, a él no parecía afectarle el
desprecio que le mostraban los miembros de su comunidad.
Claro que él ahora estaba allí de visita y Maggie tenía que
continuar viéndoselas a diario con aquel tipo de conductas.
21

Tras deshacernos de Wardwell, asaltamos el bufé entre los


cuatro y nos retiramos a un lateral, donde varios bancos
tapizados permitían a los asistentes sentarse a comer o
charlar. Raven no tuvo ningún problema en encontrarnos
un hueco; la gente salía disparada a su paso como si su
mero contacto pudiera hacerlos estallar en llamas, y yo
empezaba a creer que tal vez así fuera.
Me senté con Maggie, mientras que Raven y Robert se
acomodaban juntos. El brujo todavía parecía un poco
intimidado por la presencia de un Ravenswood, aunque en
cuestión de minutos empezaron a hablar entre ellos al
tiempo que compartían los canapés de uno de los platos. Yo
seguía atenta a las idas y venidas de los profesores. De no
aparecer Corey, quizás pasara al plan inicial: asaltar el
despacho de Wardwell.
Sinceramente, mi estrategia hacía aguas por todos lados,
pero no tenía ninguna idea mejor y no pensaba quedarme
sentada esperando a que algo ocurriera.
—Aún no puedo creer que esté aquí —dijo Maggie,
refiriéndose a Raven—. A Wardwell parecía que fuera a
darle un infarto.
No tenía muy claro que los alumnos de la academia
conocieran todos los detalles del encierro de los
Ravenswood y no pude evitar sentirme dividida, sin saber
muy bien hasta dónde podía hablarle a Maggie de lo que
los gemelos me habían confesado sobre Alexander, lo cual
resultaba irónico porque yo era la extraña en aquel lugar.
Decidí llevar la conversación a terreno seguro,
comentando detalles banales sobre el baile y un poco
sorprendida por mi incipiente lealtad hacia el extraño
aquelarre de los tres brujos oscuros.
Hablamos un rato mientras comíamos y bebíamos algunos
de los coloridos cócteles. Robert y Raven se hallaban
enfrascados en alguna clase de debate, el uno con la vista
fija en el rostro del otro; claro que en el caso de Rav era del
todo normal. Lo de Robert, en cambio, resultaba evidente
que se trataba de una intensa fascinación.
Maggie me contó que tenía un hermano ya graduado que
había decidido apartarse del aquelarre al que pertenecía su
linaje y mantenerse al margen de la magia. No era del todo
raro que algo así sucediera, pero sí difícil de llevar a cabo.
Al final, la magia aparecía en tu vida quisieras o no.
—Lo pasó fatal aquí —me explicó—. No quiere saber nada
de su legado.
No me extrañaba. Los Bradbury habían recibido el
rechazo de la comunidad de brujos oscuros durante los
siglos posteriores a los juicios de Salem (incluso en Abbot
sabíamos eso), y el rencor que se les guardaba aún siglos
después, por la huida de Mary Bradbury de la cárcel y su
posterior abandono a su aquelarre, continuaba vigente en
la actualidad. Los rumores iban desde la posibilidad de que
uno de los brujos blancos hubiera dejado escapar a Mary
hasta que esta lo había sobornado para que le permitiese
huir. Lo que estaba claro era que ninguno de los suyos
olvidaría que solo se había preocupado por salvar su propio
pellejo.
—¿Y entonces? ¿Cuáles son tus planes cuando te
gradúes?
Maggie sonrió con timidez.
—Me iré a vivir con Robert a Nueva York. Su aquelarre es
mucho más comprensivo en lo referente a nuestra…
procedencia.
—Es majo —señalé, echándole un breve vistazo a su
primo.
Acababa de conocerlo.
—Es mejor que la mayoría de los Bradbury. Muchos de
ellos se empeñan en demostrar su lealtad a base de… —
Titubeó una vez más. Al parecer, no era la única de las dos
que deseaba confiar en la otra, pero temía equivocarse—.
Bueno, digamos que sobreactúan en su papel de
nigromantes para dejar claro que son fieles a la comunidad.
Pude imaginarme a qué se refería. También los Good
habían tendido a esforzarse mucho a lo largo de los años
para dejar claro de qué lado estaban. Mi padre, en
concreto, a pesar de ser un Good por matrimonio y no por
linaje, llevaba ese tipo de actitud al extremo. No había
momento o situación en la que no tuviera que demostrar
que era un ejemplo de rectitud dentro de la comunidad
blanca.
—Lo entiendo —admití con un suspiro—. No necesitas
darme explicaciones ni contarme nada de lo que no quieras
hablar. No te preocupes.
Me mostró su agradecimiento con una de sus bonitas
sonrisas. Maggie me caía cada vez mejor y, en cierto modo,
había puntos en común en nuestra historia que me hacían
sentir cerca de ella. Además, creo que ambas estábamos
más solas de lo que nadie desearía.
Una vez más, repasé los rostros enmascarados de la
estancia. Resultaba complicado distinguir a los pocos
alumnos con los que había tratado y de los que sabía su
nombre, algo menos en el caso de los profesores, ya que
estaban todos pululando en las proximidades de Wardwell.
De todas formas, no tendría que ser muy difícil encontrar a
un sexagenario algo rellenito en aquella marea de brujos
jóvenes.
Continué rastreando la sala sin descanso, cada vez más
impaciente, hasta que un rato después Raven estiró la
mano hacia mí y la colocó sobre mi pierna. Presionó mi
rodilla y detuvo el taconeo rítmico e involuntario que la
sacudía.
—Baila conmigo —me dijo.
Se puso en pie y Robert lo imitó, colocándose en su
campo visual para que pudiera leerle los labios.
—¿Qué tal un cambio de pareja? —sugirió este.
Raven me miró a la espera de una respuesta. Me cedía la
decisión.
—Está bien —accedí, y Maggie también se puso en pie.
Sin embargo, Robert agarró a Raven de la mano y se lo
llevó hacia la pista de baile antes de que ninguna de las dos
dijésemos nada más.
Arqueé las cejas, divertida por su audacia.
—Tu primo va directo a las partes interesantes.
Maggie soltó una risita y me tendió la mano.
—No suele mostrarse tímido cuando alguien le gusta. Si
ha aguantado tanto es porque Raven lo intimida. ¿Él y tú…?
Me apresuré a negar, sabiendo lo que me preguntaba.
Raven no me interesaba de esa forma, aunque
probablemente fuera la clase de chico que podría hacer
feliz a cualquiera sin ni siquiera proponérselo. Había una
bondad innata en él de la que muchos brujos blancos
carecían.
Maggie me arrastró con ella tras los chicos. La música
era ahora algo más animada, pero eso no parecía
importarle a Robert, que bailaba bastante cerca de Raven.
Nosotras, en cambio, nos pusimos a girar y dar saltitos
mientras reíamos, olvidándonos de las miradas que
atraíamos y también de dónde estábamos.
Durante un rato solo fui una chica en un baile, pasándolo
bien con sus amigos. Muy pronto Robert y Raven se
unieron a nosotras y entonces ya nada nos diferenció del
resto de los grupos que se divertían a nuestro alrededor.
Resultaba curioso que me sintiera tan cómoda en aquel
lugar, rodeada como estaba de mis supuestos rivales.
Rodeada de todo lo que me habían enseñado que debía
temer y despreciar.
—Necesito beber algo —dije rato después.
Maggie se ofreció a acompañarme hasta la mesa de las
bebidas. La atención que los otros alumnos nos prestaban
había decaído en parte, y los que todavía nos observaban
estaban más pendientes de Raven que de mí. Parte del
profesorado se había marchado y, para mi decepción, Corey
ni siquiera había llegado a hacer acto de presencia. Tal vez
fuera el mejor momento para escabullirme y buscar
respuestas en otro lado.
Me hice con una copa y me la bebí a sorbitos. No llevaba
alcohol, por supuesto, pero el ambiente estaba ya algo
cargado y empezaba a marearme. Maggie, en cambio, se
tomó su bebida de un solo trago.
—¿Tienes un plan? —me preguntó tras devolver la copa
vacía a la mesa.
—¿Qué?
—Llevas toda la noche buscando algo, o a alguien, y
ahora pareces a punto de salir corriendo de aquí. Supongo
que hay un motivo por el que viniste a Ravenswood.
Era observadora, de eso no había duda.
—En realidad, acabé aquí por accidente. No era esa mi
intención. —Alcé la vista hacia el techo. Una de las
lámparas de aceite se balanceaba con suavidad de un lado
a otro. Parecía vibrar con los tonos graves de la música—.
Soy un pequeño desastre en potencia —añadí, bajando la
mirada hasta su rostro, aunque no me arrepentía del
arrebato que me había llevado hasta allí.
Maggie rio.
—Tranquila, yo… —comenzó a decir, pero enmudeció de
repente.
La diversión de su rostro se esfumó y su mirada se desvió
hacia algún lugar por encima de mi hombro. Lo siguiente
que supe fue que alguien me empujaba con tanta fuerza
que resbalé y a punto estuve de caer sobre la mesa. Me
agarré al borde en el último momento.
Un rugido de dolor ahogó el sonido de protesta que
abandonó mis labios. Al volverme me encontré a Raven
arrodillado, con la cabeza inclinada hacia delante y un
ardiente rastro de aceite descendiendo por su nuca y
colándose bajo el cuello de la camisa. La chaqueta de su
esmoquin estaba totalmente empapada.
—¡Oh, Dios! —murmuré, y me dejé caer junto a él—.
Raven. Rav —lo llamé, pero no me contestó.
Ni siquiera podía leer mis labios. Tenía la cabeza baja, los
ojos cerrados con fuerza y los músculos tan tensos que su
chaqueta parecía a punto de desgarrarse en las costuras.
«¡Mierda! Haz algo, Danielle», maldije para mis adentros.
Traté de retirar el aceite con las manos desnudas y la piel
me ardió en cuanto lo toqué, pero no me detuve. Me
limpiaba las manos en el vestido y luego repetía el proceso,
y aunque Maggie intentó detenerme, me zafé de ella.
Gracias a Dios, el aceite se enfrió con rapidez, pero Raven
continuaba inmóvil; el daño ya estaba hecho.
Deslicé una mano por su nuca y colé la otra bajo el cuello
de su camisa. No había nada que pudiera hacer. Aunque
hubiera podido acceder a mi poder, ningún hechizo
funcionaría en el interior de aquel edificio. Pero eso no me
detuvo. Busqué en mi interior y reclamé la energía de mi
elemento; la frescura del agua limpia y pura, que podría
sofocar el ardor de su piel. Sin más ingredientes no sabría
si podría curarlo del todo, pero tiré y tiré del núcleo de mi
pecho en el que debería haber palpitado la magia y la forcé
a atravesar no solo la prisión que la mantenía fuera de mi
alcance, sino también el hechizo que protegía aquel lugar.
Recité en voz baja un hechizo de curación una y otra vez.
Raven no respondía a nada de lo que hacía. Parecía
paralizado. Percibía su dolor con claridad en la tensión que
emanaba de su cuerpo. Debería haber estado gritando,
pero sus labios formaban una línea apretada de la que no
escapaba sonido alguno. A nuestro alrededor, todos habían
enmudecido y la música se había detenido.
Continué recitando el hechizo sin darme tregua apenas
para respirar, y mis manos, sobre las que ya empezaban a
formarse pequeñas ampollas, comenzaron a temblar por el
esfuerzo que requería tirar de mi magia desde lo más
profundo de mi pecho. Todo mi cuerpo temblaba, pero no
cedí a pesar de los pinchazos que aguijoneaban mis sienes
y de que, probablemente, no conseguiría nada salvo
agotarme.
Y, sin embargo, un momento después, la tensión en los
hombros de Raven comenzó a disminuir. Yo redoblé mis
cánticos. Ni siquiera era demasiado consciente de la gente
que se agolpaba en torno a nosotros ni de que alguien me
estaba hablando; seguramente, Robert o Maggie. Lo único
en lo que podía pensar era en que Raven me había
apartado para protegerme del aceite hirviendo destinado a
caer sobre mí. Él había recibido el golpe por mí como si
fuera mi propio familiar, y yo, el protegido al que debiera
mantener a salvo a costa incluso de su propio sufrimiento.
Sabía que no era una herida mortal ni mucho menos y
que solo la magia podría acabar con la vida de un familiar
(era la magia lo que creaba a los familiares y también lo
único que podía destruirlos), pero las heridas físicas los
lastimaban de igual modo que a cualquier otra persona.
Seguí susurrando el hechizo en una dolorosa letanía y
Raven gimió muy bajito, solo un suspiro abandonando sus
labios ahora entreabiertos. Funcionaba, estaba segura de
que estaba funcionando… Tenía que funcionar.
Raven levantó la cabeza y me miró. Sus rasgos estaban
contraídos por el dolor.
—¿Rav? ¿Estás bien?
Era una pregunta estúpida. No podía estar bien, pero de
todas formas asintió. Se irguió un poco y, de forma lenta y
calculada, se puso en pie, llevándome consigo. Fue
entonces cuando descubrí a Ariadna Wardwell a pocos
pasos de nosotros. Estaba tan pálida que parecía a punto
de desmayarse y no dejaba de restregarse una mano contra
la otra.
Su madre, la directora, se hallaba justo a su lado.
—Tú has hecho esto —dije, dirigiéndome a la bruja más
joven.
Dio un respingo y sus ojos pasaron de Raven a mí
mientras negaba con la cabeza. Deseé saltar sobre ella y
arrancarle su bonita cabellera cobriza pelo a pelo, pero su
madre se interpuso en mi camino a tiempo mientras que
Raven, a su vez, me agarraba del brazo para detenerme.
—Ha sido un desafortunado accidente —afirmó Wardwell.
No había compasión y tampoco una pizca de pesar en su
voz.
Raven ladeó la cabeza y permaneció en silencio. Observó
a la directora de tal manera que parecía capaz de
atravesarla con la mirada para alcanzar a su hija,
escondida tras ella.
—Yo lo he visto todo y no ha sido accidental —proclamó
Robert, situándose al otro lado de Rav.
—Señor Bradbury, ¿es eso una acusación formal? —terció
la mujer.
Si en algo se parecía Ravenswood a Abbot, realizar una
acusación de ese tipo contra otro miembro de la comunidad
era algo muy serio. Aun así, Robert parecía muy dispuesto
a confirmar su versión. Pero Raven se le adelantó.
—Ha sido solo un malentendido —expuso. Le lanzó una
breve mirada a la lámpara sobre nuestras cabezas, ahora
apagada y vacía—. Es obvio que el linaje de los Wardwell no
es lo suficientemente poderoso como para sortear las
protecciones de todos los directores de este lugar.
La directora sacudió la cabeza como si la hubieran
abofeteado.
—Así es —confirmó la mujer entre dientes.
Raven acababa de menospreciarla a ella y a todos sus
antepasados, y se había asegurado de que no pudiera
replicar nada al respecto si no quería perjudicar a su hija.
—¿Qué ha pasado? —La exigencia de una voz grave y
masculina retumbó a lo largo de toda la estancia.
Todos se volvieron hacia la puerta y un pasillo se abrió de
un lado a otro. Bajo el umbral, Luke Alexander Ravenswood
se erguía en toda su altura, imponente y sombrío, además
de claramente furioso. Junto a él, un lobo blanco enseñaba
los dientes y gruñía de forma amenazadora. En la sala no
se oía ni un susurro a pesar de lo inquietante de la escena.
O tal vez justo por eso.
—He preguntado qué demonios ha pasado —insistió
Alexander; los bordes de su figura desdibujándose y
oscureciéndose por momentos.
Llevaba la misma ropa con la que nos había despedido
horas antes y también continuaba descalzo. Estaba claro
que, de alguna forma, tenía que haber percibido el
sufrimiento de su familiar y había salido a la carrera de la
casa.
Acababa de romper sus propias normas por Raven.
Al no obtener respuesta, Alexander avanzó a grandes
zancadas hacia nosotros. Wood lo siguió sin dejar de gruñir
y los alumnos retrocedieron a su paso. Alexander, en
cambio, ni siquiera los miró; sus ojos estaban fijos en
Raven.
Wardwell ya no se veía tan segura de sí misma y Ariadna
parecía aterrorizada. Raven las rodeó para adelantarse y
Wood trotó hasta él y se frotó contra sus piernas en
ademán protector. Cuando Alexander los alcanzó, agarró a
Raven por los hombros y lo acercó a él. Unieron sus frentes
mientras se susurraban algo que no pude oír. Un momento
después, el brujo se separó de Raven y se encaró con la
directora, aunque su mirada se posó antes brevemente en
mí.
—¿Qué ha pasado? —repitió una vez más, y la furia
helada en su voz fue tan patente que me provocó un
escalofrío.
Los hechizos que convertían el lugar en terreno neutral
no parecía que tuvieran mucho efecto sobre él. La
oscuridad se arremolinaba sobre sus hombros y también le
cubría los dedos. Sus ojos conservaban la disparidad de
color, pero había una sombra amenazante en ellos.
Si perdía el control otra vez, podía suceder cualquier
cosa. Estaba bastante segura de que lo que yo había visto
de él no era más que una parte muy reducida de todo lo
que en realidad se escondía en su interior.
—Todo va bien, Alex —aseguró Raven, respaldando lo que
todos sabíamos que era una mentira.
Wardwell recuperó en parte la compostura al escuchar su
afirmación y se apresuró a intervenir.
—Eso es. Ha sido un lamentable accidente…
Alexander siseó para hacerla callar. La verdad era que
daba bastante miedo; no me veía tratando de intervenir si
intentaba arrancarle la cabeza a la mujer. De algún modo,
con hechizo protector o no, estaba bastante segura de que
Ariadna había conseguido volcar la lámpara y verter el
aceite sobre Raven, aunque lo que deseara en realidad
fuese hacerme daño a mí. De no haberme apartado Rav…
La silueta de Alexander vibró de nuevo en los bordes
mientras fulminaba a Wardwell con la mirada. ¡Ay, Dios!
Aquello iba a ponerse muy feo de un momento a otro, y la
actitud de Wood no ayudaba a tranquilizar los ánimos; no
dejaba de gruñir y lanzar dentelladas en todas direcciones
mientras permanecía junto a su gemelo.
Raven me lanzó una mirada suplicante y no tardé en
darme cuenta de lo que me estaba pidiendo. Avancé hasta
Alexander y me planté frente a él.
—No quieres hacer esto.
—Sí, sí que quiero —replicó el brujo con una voz
distorsionada y cruel que ni siquiera parecía la suya.
—Pero Rav, no. Así que vas a salir con él de aquí ya. —No
se movió, y su piel emanaba calor en oleadas cada vez más
intensas—. Necesita que lo curen.
El comentario lo hizo reaccionar por fin. Perdió el interés
en Wardwell y observó con atención a su familiar. Solo
entonces, Raven avanzó de nuevo hacia él. Apoyé las manos
en el pecho de Alexander con cierta cautela y le di un
pequeño empujón en dirección a la salida que, gracias a
Dios, surtió efecto. Wood nos siguió solo cuando comprobó
que su gemelo también se dirigía al exterior.
En cuanto todos estuvimos en marcha, Alexander me
lanzó una mirada que me puso los pelos de punta.
—No vuelvas a tocarme.
Me dieron ganas de empujarlo contra Wardwell, sacar las
palomitas y sentarme a esperar que todo ardiera a mi
alrededor, pero me recordé que Raven necesitaba que le
echaran un vistazo a su herida, así que me tragué el orgullo
y continué caminando.
22

Alexander
El camino entre el auditorio y la casa se hizo tortuosamente
largo. Conservar la calma había requerido de mí una fuerza
de voluntad que no sabía que tenía. Por muchos hechizos
que rodearan el edificio, dudaba que hubiera alguno que
pudiera contenerme del todo si me dejaba arrastrar por la
oscuridad. Aun así, su existencia me había ayudado a
mantener el control. Y, de alguna extraña manera, también
lo había hecho la presencia de Danielle; algo sobre lo que
no pensaba pararme a reflexionar en ese momento.
La bruja blanca caminaba por detrás de mí, junto a
Maggie y Robert, quienes al parecer también habían
decidido dar por terminada la fiesta. Percibía la
preocupación de todos por Raven flotando en el aire, y ese
detalle me impulsó a acelerar el paso para llegar cuanto
antes; no estaba muy seguro de cómo procedería si
descubría que el lobo había sufrido algún tipo de daño.
En el momento en que Wood había detectado que algo iba
mal con su hermano, ni siquiera tuvimos que intercambiar
una palabra antes de salir de la casa e ir en su busca. No
hubo dudas por mi parte al atravesar el límite de la
propiedad; no cuando se trataba de uno de los gemelos.
—Tienes que calmarte, Alexander —murmuró Raven,
apresurando el paso para mantener mi ritmo. Incluso
después de lo que quiera que le había sucedido en aquel
salón, era él quien estaba preocupado por mí.
Gruñí a modo de respuesta del mismo modo en que había
estado haciéndolo Wood. El lobo blanco no se había
transformado de nuevo, sino que trotaba junto a su
hermano con los dientes al descubierto y listo para saltar
sobre cualquiera que osara interponerse en nuestro
camino.
Comprendía su actitud. Una parte de mí ansiaba regresar
a ese edificio repleto de brujos y drenar de ellos hasta la
última gota no solo de magia, sino de vida. Tanto poder
concentrado en una sola estancia ejercía sobre mí un
poderoso influjo que me era muy difícil ignorar. Incluso la
energía que emanaba de los Bradbury caminando a pocos
metros a mi espalda me hacía replantearme todas las
promesas que me había hecho a mí mismo.
Al menos la magia de Danielle permanecía apagada, y eso
era probablemente lo único que había permitido su
estancia en nuestra casa. De cualquier manera, percibía lo
poderosa que era bajo ese entramado de obstáculos que
recluía su poder.
—No ha sido culpa de Dani —continuó murmurando
Raven—. No quiero que te enfades con ella. Y no quiero
que regreses al auditorio cuando creas que todos estamos
durmiendo.
Raven me conocía bien y estaba seguro de que podía
adivinar el rumbo que habían tomado mis pensamientos.
—Tenía que protegerla —prosiguió, y me entraron ganas
de reír.
—Se basta sola para eso —afirmé, y eché un vistazo
rápido por encima de mi hombro para asegurarme de que
no nos estaba escuchando—. Es mucho más poderosa de lo
que demuestra.
La curiosidad se reflejó con claridad en las facciones de
Raven.
—¿La has… tocado?
Negué.
Cuando tocaba la piel de un brujo solían pasar cosas muy
desagradables. La oscuridad de mi interior se filtraba a
través de mi carne, reclamando tomar lo que daba por
sentado que era suyo: más y más poder. Las únicas
excepciones eran los brujos y brujas pertenecientes a mi
linaje, ya que la magia de los Ravenswood ya me pertenecía
y no era necesario que la robara. Daba gracias por ello; de
otra forma, no podría haber mantenido a los gemelos cerca
de mí.
Mi salida de la casa había sido una temeridad, pero al
menos me había contenido para no tocar a nadie.
Un escalofrío me recorrió al recordar la sensación de las
manos de Danielle empujando sobre mi pecho. El toque
había sido muy breve, y tenía suerte de que la tela de mi
camiseta se hubiera interpuesto entre nosotros.
—Entonces, ¿cómo sabes que es poderosa?
—Lo sé, créeme —repliqué—. No necesito tocarla para
estar seguro de que lo es.
A pesar de su historia, los Good eran una de las
principales y más reconocidas estirpes de brujos blancos.
Pero en el caso de Danielle no solo se trataba de eso. Algo
me decía que, una vez que escapara de su bloqueo,
mostraría una habilidad considerable en cuanto al manejo
de su poder. Era de esa clase de brujos para los que la
magia resultaba algo sumamente natural, una extensión de
sus dedos y manos; tanto como lo era para mí.
Solo que yo, además, lidiaba con otra clase de fuerzas que
pugnaban por hacerse con el control de mi cuerpo.
—Sufre alguna clase de bloqueo, quizás un hechizo
inhibidor —susurré, y Raven asintió como si ya estuviera al
tanto—. ¿Lo sabías?
Asintió una vez más y yo suspiré. No tenía sentido que me
enfadara con él. Raven siempre juzgaba por sí mismo qué
secretos revelar y cuáles guardarse; lo había estado
haciendo a lo largo de los años que llevábamos juntos y,
seguramente, desde mucho antes de que yo naciera.
—Podrías ayudarla —sugirió, y mi necesidad de
refugiarme en el único lugar al que podía considerar un
hogar no evitó que me detuviera bruscamente para mirarlo.
—¡¿Te has vuelto loco?! —exclamé, intentando no alzar la
voz.
Raven me tomó del brazo y me obligó a seguir
caminando. Ni siquiera me molesté en comprobar si el
resto del grupo estaba pendiente de nuestra conversación.
—No te alteres. Solo digo que podrías echarle una mano y
así no estaría desprotegida.
Resoplé, incrédulo por su petición. Tenía que estar de
broma.
—No sabes lo que me estás pidiendo, Rav. Además,
cuando eso pase, Danielle va a tener que salir de la casa.
Hasta ahora había soportado la presencia de la bruja con
cierto estoicismo, pero eso cambiaría en el momento en
que ella recobrara su poder y se convirtiera en una tortura
constante para mí. Incluso ahora, cada vez más lejos del
auditorio Wardwell, un hambre feroz me devoraba por
dentro; las palmas de las manos me picaban y tenía la
garganta seca. Cada célula de mi cuerpo exigía que la
saciara.
—Eso no será necesario. Los Ravenswood y los Good
siempre se han mantenido en buenos términos, y Danielle y
tú no seréis distintos de vuestros antepasados.
No quise discutir más con él. No se equivocaba al afirmar
que ambas familias habían evitado los enfrentamientos
directos durante siglos a pesar de pertenecer a bandos
diferentes, quizás porque los Good no habían olvidado lo
que Benjamin Ravenswood había hecho por Sarah Good
durante los juicios de Salem. Puede que finalmente no
consiguiera salvar a la mujer de ser ahorcada junto con
otras cuatro brujas, pero su familia tenía que saber lo
mucho que Benjamin había luchado por liberarla; algo que
ellos ni siquiera habían intentado.
Estaba tan ansioso por regresar al interior de la casa que
ni siquiera me molesté en negarme cuando Raven invitó a
entrar a los Bradbury. Si había podido resistir rodeado de
brujos en el auditorio, incluso furioso como estaba, podría
aguantar un rato más con ellos dos cerca.
Me dirigí directamente a la cocina. Rellené un vaso con
hielo y me serví de la jarra de agua que teníamos siempre
en el frigorífico. El líquido helado me ayudaba a calmar la
ansiedad y la sed como ninguna otra cosa podía hacerlo.
Me tomé dos vasos seguidos antes de pararme a escuchar
la conversación que los demás mantenían en el salón.
Con la espalda encorvada y las manos estiradas sobre la
encimera, metí la cabeza entre los hombros y permanecí en
silencio para captar las distintas voces. Al parecer, Ariadna
Wardwell se las había arreglado para derramar una de las
lámparas de aceite del auditorio sobre Raven, algo que no
conseguía entender cómo había conseguido. Pero Robert la
había visto y, lo que era aún más revelador, también el
propio Raven se había percatado de que el aceite caería
sobre Danielle y la había apartado para que no sufriera
ningún daño; muy propio del lobo negro sacrificarse.
Continué escuchando las distintas versiones de lo
sucedido de boca de los presentes, intercaladas con los
gruñidos que emitía Wood de vez en cuando. El lobo blanco
había optado por no regresar a su forma humana, tal vez
porque él también estaba valorando la posibilidad de volver
al auditorio y hacerle pagar a Ariadna el dolor sufrido por
su gemelo.
—Pero ¿cómo te has saltado las protecciones? —La
pregunta de Maggie se alzó por encima del resto de voces
—. ¿Cómo has podido curarlo?
Aquello me hizo alzar la cabeza de golpe.
A través del hueco de la puerta, atisbé la silueta lobuna
de Wood yendo de un lado a otro, en actitud inquieta. No
pude ver a Danielle desde donde me hallaba y, aunque la
escuché responder a la pregunta, bajó tanto la voz que no
entendí bien lo que decía.
¿Ella había curado a Raven? Yo ni siquiera me había
atrevido a pedirle a mi familiar que me mostrara si había
sufrido algún tipo de daño; no estaba preparado para
conocer la respuesta ni lo estaría hasta que me calmase del
todo. Si descubría siquiera una gota de sangre en su ropa o
sobre su piel, no podía asegurar que no perdiera el escaso
control con el que contaba. Ya había visto a Raven sangrar
antes y dudaba mucho que pudiera perdonármelo nunca.
Todo lo que podía hacer en ese instante era respirar
hondo, tratar de recobrar la compostura y mantenerme
alejado de los brujos ajenos a mi linaje. La alternativa
pasaba por dejarme dominar por la locura y… el resultado
no sería agradable para nadie, ni siquiera para mí.
Rígido y dolorido, esperé hasta que los Bradbury se
marcharon y Raven se retiró a su habitación. Wood se
marchó con él, escoltándolo, como si creyera que el peligro
aún no había pasado o que su gemelo podía desmayarse en
cualquier momento. El afán protector de Wood con su
hermano rivalizaba con el mío, aunque ambos supiéramos
lo capaz que era el lobo negro de defenderse por sí mismo.
Supongo que, en el fondo, lo que intentábamos era
proteger su inocencia a toda costa, ya que la nuestra se
había arruinado mucho tiempo atrás. Raven aportaba
esperanza a nuestro aquelarre y queríamos que continuara
siendo así.
En cambio, yo…
Arruinado. Así era como me sentía. Arruinado y roto.
En el salón solo quedó Danielle. Aunque no podía verla,
sentía el poder que habitaba en su interior de forma sutil
pero inconfundible, una llamada extraña por lo diferente
que era de la que percibía procedente de otros brujos.
Continué esperando inmóvil, apoyado en la encimera y
con los ojos cerrados, pendiente del instante en que
desapareciera escaleras arriba y se encerrase en su
dormitorio; entonces yo podría subir a ver a Raven.
Pero eso no llegó a suceder. Un momento después
escuché el rumor de sus pasos adentrándose en la cocina.
Suspiré profundamente incluso antes de que ella abriera
la boca.
—¿Estás bien? —inquirió.
Su preocupación sonó genuina y me pilló con la guardia
baja; cualquier otra pregunta o una de sus habituales
pullas me hubieran sorprendido menos.
Abrí los ojos y la miré, entre perplejo y curioso.
Conservaba puesto el vestido que Raven me había obligado
a elegir para ella. El lobo me había pedido ayuda (la cual
estaba seguro de que no necesitaba y solo era parte de sus
estratagemas para acercarme a Danielle) y al final había
terminado delegando la decisión en mí. Había sido más
fácil ceder y no tener que ponerme a discutir con él por una
tontería así; una vez más, no había podido decirle que no.
Haber pasado casi toda mi vida encerrado en aquella casa
no había evitado que se me instruyera en todas las
costumbres y tradiciones del mundo exterior. Mis padres
me habían asignado diferentes tutores para las aún más
variadas materias, incluido el protocolo para cualquier
fiesta o evento. Al parecer, no podían permitir que existiera
un Ravenswood que no supiera desenvolverse en sociedad
de forma adecuada. Habían esperado que, para cuando
hubiera completado mis estudios, fuera capaz de controlar
la oscuridad de mi interior. Todo ello sin hacerse cargo de
mi educación directamente.
Sus esfuerzos (o más bien los de mis profesores) dieron
sus frutos en la gran mayoría de aspectos, pero yo seguía
siendo incapaz de manejar el poder que me había sido
legado. El resultado era que había preferido aislarme antes
que arriesgarme a, no sé, hacer arder el mundo tal vez.
Al menos había acertado con el vestido de Danielle.
Incluso ahora, arrugado y cubierto de manchas de aceite,
se ajustaba a sus curvas con la suavidad que se esperaría
de las caricias de un amante entregado, dibujándolas con
una sensualidad que consiguió que se me secara la boca.
Mis ojos descendieron por el corpiño hasta alcanzar su
estrecha cintura. Las palmas de las manos comenzaron a
picarme, no sé bien si porque mi magia trataba aún de
encontrar un camino para salir al exterior o por un motivo
totalmente distinto, pero igual de alarmante.
Me obligué a levantar la mirada antes de perderme en la
redondez de sus caderas, pero topé con sus hombros
desnudos. Llevaba la capa negra sujeta alrededor del
cuello, aunque se la había echado hacia atrás, y tuve que
hacer un esfuerzo para no ir hasta ella y retirarla del todo
solo por el placer de admirar la piel suave y pálida de su
espalda. Algo se removió en mi estómago, una sensación
extraña y perturbadora, desconocida, y el aire a mi
alrededor crepitó.
—¿Alexander? ¿Estás bien? —insistió ante mi silencio.
Asentí con lentitud, no demasiado seguro de estar
diciendo la verdad.
—Estoy bien —me obligué a decir en voz alta, solo para
convencerla y convencerme a mí de paso.
No creo que se lo tragara.
También ella me estaba observando con atención y, de
una forma absurda, me pregunté qué era lo que veía.
Nunca me había preocupado demasiado mi aspecto, mi
inquietud solía centrarse en lo que podía hacerle a los
brujos y brujas que se acercaran a mí. Irónicamente, al
parecer resultaba inocuo para los humanos, pero mis
padres habían querido que viviera en Ravenswood y,
aunque ya tenía edad para decidir por mí mismo desde
hacía algunos años, había decidido permanecer aquí.
Ravenswood era mi legado; los brujos que allí estudiaban
habían sido protegidos durante siglos por mi linaje, y estar
cerca de ellos, y emplear mi poder para protegerlos si
llegaba a ser necesario, era la única forma que tenía de
sentir que yo también estaba haciendo honor a esa
responsabilidad. Más allá de eso, y en el fondo, era muy
consciente de que alejarme de este lugar también sería
como aceptar que no formaba parte de la comunidad. Y,
aunque no me relacionara con nadie tampoco aquí, al
menos estaba rodeado de los míos.
—Siento lo que ha…
—No ha sido culpa tuya —la interrumpí, y yo fui el primer
sorprendido por la aclaración.
Resultaba fácil cargar sobre sus hombros la culpa de lo
sucedido con Raven, pero no hubiera sido justo. Aunque yo
me hubiera negado, él hubiera acompañado a Danielle al
baile porque eso era lo que creía que debía hacer. Y nadie
apartaba al lobo de sus obligaciones.
Lo que quiera que Raven hubiera visto al mirar por
primera vez a la bruja tenía que ser esclarecedor, aunque
yo no estaba muy seguro de querer saberlo.
—Raven sabe lo que hace —añadí, porque estaba claro
que Danielle se sentía responsable.
En el silencio posterior a mi afirmación permanecimos
mirándonos con algo menos de hostilidad de la que
solíamos emplear para hacerlo. Resultaba obvio que
Danielle Good era una bruja indomable y feroz a pesar de
su juventud. Comprendía en parte que Raven sintiera esa
compleja afinidad hacia ella, aunque no era tan estúpido
para creer que no había algo más tras ese sencillo interés.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirió, acercándose
hasta la isla que se interponía entre nosotros.
Se apoyó en ella y su cansancio resultó evidente. No
entendía por qué no se marchaba a su habitación de una
vez por todas.
—Puedes, pero puede que yo decida no contestarla.
Asintió, como si creyera que era lo justo.
—¿Por qué, fuera de esta casa, todos te llaman Luke?
Se me escapó una carcajada no exenta de cierto cinismo.
Estaba claro que, en cuanto a qué preguntas hacer, las
prioridades de aquella chica no tenían ningún sentido.
—Olvídalo —añadió entonces, descartando el comentario
con un gesto de la mano, y se dispuso a abandonar la
estancia.
—Alexander fue el nombre que mi madre eligió para mí —
solté sin pensar cuando ya se había dado la vuelta y
caminaba hacia la puerta—. Mi padre nunca quiso
llamarme así, más que nada porque él fue quien eligió mi
primer nombre en honor a su abuelo y quería hacerlo valer
por encima de la elección de ella, del mismo modo en el
que su apellido era más importante. Siempre se ha creído
mejor que mi madre en todos los aspectos, como si lo único
que tuviera valor en una persona fuera la cantidad de
magia que corre por sus venas y el resto fuese algo banal.
No quieres saber lo que piensa de los humanos —comenté,
porque, para mi padre, las personas no mágicas eran poco
más que animales—. Así que exigió que se refirieran a mí
como Luke. Y así es como todos me llaman aquí.
—Todos salvo Raven y Wood —murmuró sin darse la
vuelta.
Ni Meredith. Ni ella, al parecer. Y escucharlo de sus
labios siempre me provocaba un escalofrío.
—Ellos saben lo que quiero. Conocen mis anhelos —
confesé.
Estaba hablando de más. Pocas personas tenían acceso a
mi mente, aún menos que a mi persona. Y aunque ese
pensamiento podría haber sonado esnob, la realidad era
que, en el fondo, resultaba triste y amargo. Estaba solo.
Danielle echó a andar de nuevo. En un movimiento rápido
e involuntario, me planté frente a ella y le bloqueé el paso.
Tuve que concederle que no retrocedió ni se mostró
amedrentada a pesar de que le sacaba una cabeza y mi
corpulencia duplicaba la suya. Puede que Danielle Good
fuera una bruja blanca y menuda, pero no me tenía miedo.
O al menos se esforzaba mucho para no dar muestras de
ello.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque no puedo irme —se apresuró a contestar.
—Eso no es verdad. Puedes irte de esta casa cuando
quieras, nada te retiene.
Cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva, e irguió la
espalda tratando de lucir un poco más alta e imponente.
Puede que no lo supiera, pero no lo necesitaba. Aquella
bruja se merecía mi respeto, aunque solo fuera por el modo
en el que me plantaba cara. Sabía que Raven le había
hablado de mi poder y Wood también había confesado
haberle contado algunas cosas. Ella misma me había visto
en mi última crisis y, aunque no hubiera perdido el control
del todo en esa ocasión, sabía lo perturbador de la imagen
que le había mostrado.
Aun así, allí estaba, decidida a no retroceder. Y eso
resultaba muy… interesante.
—Hay un hechizo —argumentó a duras penas, aunque era
obvio que esa no era la razón.
Ese hechizo apenas si había estado ahí un par de días.
Además, aunque yo lo hubiera mantenido, se le había
permitido entrar y salir libremente cada vez que iba a
clase. Una vez que Wardwell le había dado vía libre para
estar por el campus, podía haber peleado con ella para
alojarse en otra casa o en el edificio donde residían el resto
de alumnos. Claro que Wardwell la quería aquí, protegida,
pero eso Danielle no tenía por qué saberlo. Y, lo que era
aún más sospechoso, no había intentado largarse de
Ravenswood. La barrera que mantenía ocultas casi todas
las instalaciones del campus, salvo la mansión, la
mantendría dentro, pero lo lógico era que hubiera
intentado encontrar algún modo de salir de allí al menos
una vez… Una bruja blanca estaría lo suficientemente
desesperada por salir de allí como para probar cualquier
cosa.
—No. No lo hay. Lo eliminé hace días —expliqué, y me
extrañó que no se hubiera dado cuenta. Claro que seguía
bloqueada—. Por norma general, no es necesario; nadie se
acerca por aquí. Solo lo puse para evitar que salieras
corriendo los primeros días y acabaras vagando por el
bosque.
—¡Serás imbécil! ¿Por qué no lo habías dicho? —me
espetó, tan indignada que resultó incluso divertido.
—No preguntaste. —Ladeó la cabeza y me fulminó con la
mirada—. Además, cuando se te permitió salir de la casa
para ir a clase, no intentaste largarte de Ravenswood. No
es como si pudieras hacerlo en realidad, pero da la
sensación de que no quieres irte de todas formas. Lo que
me lleva a mi pregunta inicial: ¿Qué haces aquí?
Reafirmó su postura desafiante, con la barbilla alta y los
hombros hacia atrás; lo cual, por cierto, me ofrecía una
estupenda perspectiva de su tentador escote (pero no sería
yo quien señalara ese detalle; prefería recrearme un poco
con las vistas).
Sin embargo, se desinfló frente a mis ojos poco a poco
mientras parecía estar valorando qué respuesta darme.
Decidí echarle una mano.
—Quieres quedarte en Ravenswood por tu madre, ¿no?
No crees que su muerte fuera un accidente.
—¿Cómo lo sabes?
Casi sonreí. Casi. No recordaba muy bien cómo hacerlo y
tampoco solía tener motivos para ello.
—Sé muchas cosas.
—Pero te pregunté si la conocías…
—Y yo no llegué a conocerla jamás. —Raven me había
contado algunas de las preocupaciones de Danielle. No
todas, seguramente; solo lo que él creía que yo debía saber
—. Siento mucho su muerte.
Frunció el ceño, sin saber cómo encajar mis condolencias.
Creo que mi actitud la desconcertaba. No me extrañaba, yo
mismo lo estaba. No era habitual que hablara con nadie
más de lo necesario; con Wardwell, algunos de los
profesores y, solo a veces, con el personal encargado de
traernos comida y lo que necesitásemos. Poco más, y en
contadas ocasiones.
—No llegarás muy lejos sin magia —señalé—. Puedo
ayudarte con eso. Eliminar lo que sea que te contiene.
«¿Qué demonios estás haciendo, Alexander?», me
pregunté. Que Raven lo hubiera sugerido no lo convertía en
algo adecuado. Es más, resultaba una idea pésima. ¿Por
qué estaba yo brindándole mi ayuda? Era muy consciente
de que, si se le ocurría acceder y yo ponía una mano sobre
su piel, las cosas podían ir cuesta abajo con rapidez.
A pesar de ello, me descubrí ansioso por conocer su
respuesta.
23

El ofrecimiento de Alexander me dejó momentáneamente


sin palabras. No me lo esperaba en absoluto. Tampoco
tenía muy claro cómo pensaba ayudarme a deshacer un
hechizo que ni siquiera yo conocía. A decir verdad, y
aunque lo hubiera hecho, empezaba a creer que había algo
más tras mi bloqueo que el simple castigo que se me había
aplicado en Abbot, pues este ya tendría que haber
desaparecido por sí solo.
Pero aquella era una oportunidad que no sabía si podía
rechazar. Lo sucedido en el baile había resultado ser un
conveniente golpe de realidad. No estaba allí para
socializar o asistir a fiestas, ni para convertirme en alumna
de Ravenswood. Tenía que descubrir lo que pudiera sobre
mi madre y luego abandonar el lugar fuera como fuese.
Para colmo, Dith continuaba desaparecida, y esa era otra
preocupación que añadir a una lista ya demasiado larga.
El vínculo que se establecía entre un familiar y su
protegido no permitía que pasaran mucho tiempo el uno
lejos del otro. Como era obvio, no había manera de que
Meredith pudiera protegerme si se encontraba a kilómetros
de mí, pero no era eso lo que echaba de menos ni por lo
que la quería de vuelta.
A lo largo de los años que habíamos pasado juntas, Dith
había ejercido de madre, hermana y amiga, y era la única
persona en la que de verdad confiaba. Sabía que ella se
sentía de igual forma respecto a mí, así que Meredith tenía
que haber esperado encontrar algo muy importante para
marcharse y dejarme sola en un sitio como Ravenswood.
Alexander continuó observándome con su intensidad
característica. Sus ojos estaban fijos en mi rostro y su
expresión permanecía impasible, aunque minutos antes el
tipo me había dado un repaso nada disimulado que, muy a
mi pesar, había despertado en mí una serie de bochornosas
sensaciones. Aquellos dos iris de colores diferentes
parecían ser capaces de arañar la superficie de mi piel y
alcanzar mi interior, tragarse mis emociones y masticarlas
para luego escupir los restos. Y mientras descendían por mi
cuerpo, de sus labios había escapado de nuevo ese ruidito
grave a mitad de camino entre un gemido y un gruñido que
no sabía muy bien cómo interpretar.
—¿Y bien? —insistió al ver que no contestaba.
Me pareció ligeramente ansioso, pero no creí que tuviera
verdadero interés en ayudarme. Quizá todo lo que quería
era perderme de vista de una vez por todas.
—¿Por qué harías algo como eso por mí?
Sus cejas se elevaron hasta quedar cubiertas en parte por
rebeldes mechones de pelo rubio. Sentí deseos de
apartarlos, pero me contuve.
Resultaba equivocado desear tocarlo. Muy equivocado.
—¿Necesito una razón?
—Sí. —Ni siquiera dudé al contestar.
No iba a recordarle lo desagradable que se había
mostrado conmigo desde mi llegada. Aunque, si lo pensaba
bien, se había molestado en conseguirme ropa y en
prepararme el ungüento para mi alergia. Eso lo había
hecho sumar algunos puntos, pero su cuenta continuaba en
números rojos.
Se inclinó levemente hacia mí, sin llegar a tocarme, pero
invadiendo mi espacio personal tal y como había hecho la
vez que nos habíamos quedado encerrados en el
dormitorio. Podía sentir su aliento revoloteando sobre mi
mejilla y la calidez que emanaba de su cuerpo, así como ese
olor salvaje y primigenio que desprendía. Su presencia lo
ocupó todo durante un instante y me dejó completamente
aturdida.
—Raven te ha tomado mucho cariño —susurró con un
tono bajo y algo más ronco que un momento antes—. Va a
ponerse en peligro por ti las veces que sean necesarias, y
no quiero que le pase nada. Sería más fácil si pudieras
defenderte por ti misma, ángel.
Que volviera a dirigirse a mí de esa forma me arrancó de
mi ensoñación más rápido de lo que podría haberlo hecho
cualquier otra cosa. Era un magnífico recordatorio de quién
era yo y quién él.
—Así que lo haces por él.
Retrocedió lo justo como para poder mirarme a los ojos.
Una de sus comisuras se curvó de forma muy sutil, tan solo
un movimiento mínimo, pero bastó para ponerme nerviosa.
Estaba segura de que el mundo se iría al infierno el día que
pudiera contemplar una sonrisa de verdad en sus labios.
—Claro que lo hago por él. Si le pasara algo, nunca me lo
perdonaría.
Ya, bueno, no era como si yo hubiera pensado que estaba
preocupado por mí. Que Alexander quisiera de vuelta mi
poder parecía algo lógico dada la situación; en realidad,
solo protegía a su aquelarre. A su familia.
—¿Y cómo vamos a hacerlo? —La pregunta empujó su
otra comisura hacia arriba y el iris más oscuro redobló su
negrura; parecía estar absorbiendo la luz de la habitación.
Supe de inmediato en lo que estaba pensando—. Tienes la
mente muy sucia, Ravenswood.
—No soy yo quien está pensando en cosas sucias, Good.
Crucé los brazos sobre el pecho como una barrera que
separara nuestros cuerpos. Ni de coña iba a retroceder
ante él.
Establecimos una pequeña competición de miradas
desafiantes que ninguno parecía dispuesto a perder. Con la
casa en completo silencio, todo lo que escuchaba eran
nuestras respiraciones y el golpeteo rítmico de mi corazón
taladrándome los oídos. Se me había acelerado el pulso sin
motivo y un escalofrío me sacudió los hombros en cuanto
me percaté de que Alexander estaba de nuevo inclinándose
en mi dirección. No le costó mucho volver a ganar los
centímetros que yo había interpuesto entre nosotros.
Temiendo que mi voz me traicionara, me aclaré la
garganta antes de hablar de nuevo.
—¿Cómo piensas deshacer un hechizo que no conoces? —
especifiqué esta vez.
Alexander se humedeció el labio inferior con la punta de
la lengua y mi traicionera mente aprovechó para imaginar
cosas muy pocos adecuadas tratándose de él. Al parecer, sí
que tenía la mente sucia. ¿Por qué demonios estaba
pensando en él de esa manera? Aquel tío era un imbécil
con mayúsculas, eso sin contar con que se trataba de un
brujo oscuro con serios problemas de autocontrol y poderes
que ni él mismo parecía conocer del todo. Una cosa era
tontear con Cameron Hubbard —aunque fuera el hijo del
director de Abbot— y otra muy distinta hacerlo con un
Ravenswood. Tenía que salir de allí cuanto antes, porque
era muy probable que el ambiente perturbador de aquella
academia me estuviera afectando más de lo que creía.
—No necesito conocer el hechizo —me habló al oído,
murmurando cada palabra con una cadencia suave y
provocadora que me puso los pelos de punta. También le
hizo otras cosas extrañas a mi cuerpo—. Puedo absorberlo
sin más. Solo necesito… tocarte.
La voz se le quebró al pronunciar la última frase y algo en
mi interior se rompió también, provocando una súbita
descarga que descendió por mi columna vertebral hasta
alcanzar una zona mucho menos noble de mi cuerpo. La
temperatura de la habitación había aumentado de repente,
el corpiño del vestido se ciñó con más fuerza a mi pecho y
el aire se me atascó a mitad de camino entre la boca y los
pulmones, todo a la vez. Por un momento pensé que me
estaba ahogando o que Alexander empleaba alguna clase
de poder sobre mí…
Hasta que comprendí que era algo totalmente distinto,
algo mucho más prosaico.
—¡Ni de broma vas a tocarme! —exclamé, echándome
hacia atrás para separarme de él.
El exabrupto logró que él también retrocediera y, durante
un segundo, me pareció que su expresión reflejaba cierto
dolor, o quizás fuera amargura; desapareció tan rápido que
no fui capaz de discernirlo.
Se mantuvo erguido frente a mí, sus ojos oscurecidos
paseándose por mi rostro y sus manos abriéndose y
cerrándose en puños apretados de forma alternativa.
Llamas purpúreas lamieron la curva de sus hombros tensos
y los envolvieron en oscuridad; a continuación,
descendieron y fueron a parar a las palmas de sus manos.
También me percaté de que, a lo largo de sus brazos, las
venas se le marcaban bajo la piel como un árbol de raíces
negras y múltiples ramificaciones.
¿Lo había ofendido? ¿Era eso? Porque era bastante
improbable que le molestara mi rechazo. Tal vez había
mostrado un poco más de vehemencia de lo que se podía
considerar cortés, pero es que no había nada cortés en la
relación que manteníamos.
En realidad, ni siquiera existía una relación.
—Vete a tu habitación —me ordenó con una voz que no
era del todo la suya.
¡Joder! Estaba perdiendo el control de nuevo.
Sin embargo, como nunca he sido demasiado sensata, me
quedé plantada frente a él. Lo de que la curiosidad mató al
gato no era algo que se pudiera aplicar solamente a Dith.
—Vete —gruñó de nuevo—. ¡Ahora!
A pesar de su grito, tampoco entonces me moví, solo Dios
sabrá por qué. Me mantuve frente a él en actitud
desafiante.
Su rostro se asemejaba a una máscara tallada en piedra;
los labios ligeramente entreabiertos, dejando escapar un
aliento irregular, y su mirada fija en mí. Las emociones se
reflejaban tan solo en sus ojos y se sucedían con tanta
rapidez que me era imposible descifrarlas con acierto. Lo
único evidente era que no estaba acostumbrado a que lo
desafiasen, aunque, con la clase de vida que llevaba, eso
tampoco era de extrañar.
—No me gusta que me digan lo que tengo que hacer —
dije entonces.
¡Oh, sí! Estaba claro que me encantaba meterme en
problemas.
Él soltó otra de esas carcajadas aterradoras que no se
parecían en nada a una risa verdadera. El sonido resultó
cruel y su eco reverberó en las paredes de la estancia, cada
vez más pequeña. El ambiente estaba cargado de algún
tipo de electricidad, como si una tormenta fuera a
desatarse en cualquier momento. Lo gracioso fue que, en
realidad, no era Alexander quien contaba con dicha
capacidad. El agua era mi elemento. Yo era quien, de tener
acceso a una fuente suficientemente poderosa, podría
llegar a convocar una lluvia torrencial incluso bajo techo.
En honor a la verdad, no lo había logrado nunca y mucho
menos lo conseguiría ahora, sin acceso a mi magia. Así que
no tenía ni idea de qué demonios estaba sucediendo en
aquella habitación, solo sabía que el vello de la nuca se me
había erizado y una serie de escalofríos reptaban arriba y
abajo por mi espalda como sinuosas serpientes.
—Tu instinto de supervivencia deja mucho que desear,
Danielle Good —gruñó, y el aroma a bosque antiguo que
emanaba de él, el de su magia, se intensificó.
Me encogí de hombros.
—Bueno, estrellé un coche contra una verja de hierro a
toda velocidad… Supongo que me van los riesgos.
La oscuridad de sus venas seguía propagándose y
asomaba ya bajo el cuello de su camiseta. En vez de
sentirme horrorizada por lo que estaba sucediendo frente a
mis ojos, me quedé embobada admirando la macabra red
de dibujos que se formaba sobre su piel. Ni siquiera fui del
todo consciente del avance de Alexander; sin embargo, mi
cuerpo reaccionó por sí solo y empecé a retroceder al
tiempo que él se adelantaba.
Cuando quise darme cuenta, el borde de la encimera se
me clavó en la parte baja de la espalda y ya no hubo a
dónde ir.
El calor que emanaba del brujo me envolvió y, aunque las
lenguas de fuego que cubrían sus manos no alcanzaban a
tocarme, temí estallar en llamas en cualquier momento.
—Solo tengo que tocarte —repitió él, como una cantinela
aprendida que no pudiera sacarse de la cabeza.
Para mi horror, me lancé a imaginar otra clase de caricias
que, probablemente, no tenían nada que ver con lo que le
pasaba a Alexander por la cabeza. Definitivamente, mi
instinto de supervivencia era una mierda y yo estaba muy
necesitada de cariño; no había otra manera de explicarlo.
Me recliné hacia atrás tanto como me fue posible a pesar
de haberme propuesto no ceder ante él. Por suerte,
Alexander se mantuvo a unos pocos centímetros de mí, sin
llegar a rozarme en ningún momento. No tenía ni idea de lo
que sucedería si lo hacía.
—Deberías… deberías subir a tu… habitación. Ahora
mismo —masculló con evidente esfuerzo, y su mirada
adquirió por un momento una repentina lucidez.
—Hubiera creído que un Ravenswood tendría algo más de
autocontrol.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, negando
desconcertado.
—No tienes ni puñetera idea de con qué estás jugando.
—Me parece que tú tampoco.
Eso me había contado Wood, que no sabían a ciencia
cierta qué era lo que le pasaba a Alexander. ¿Tan poderoso
era su linaje para dar como resultado a alguien como él? Yo
no sabía prácticamente nada de sus padres, salvo el dilema
de los dos nombres de Alexander y que estaba claro que su
padre y el mío tenían un temperamento similar. Pero yo al
menos podía relacionarme con todos en la academia,
mientras que Alexander solo contaba con los mellizos. ¿No
deberían al menos visitarlo o insistirle para que se
incorporara al aquelarre familiar? ¿Brindarle algo más de
apoyo aunque él quisiera permanecer aquí?
—No voy a poder aguantar mucho tiempo —farfulló a
continuación, ignorando mi pulla. Sus ojos descendieron
entonces hasta mis labios y un molesto cosquilleo se
apropió de ellos—. Será mejor que te vayas.
A juzgar por cómo se habían comportado Wood y Raven
durante la última crisis de Alexander, había pensado que él
no tenía ningún tipo de control sobre lo que le sucedía. Sin
embargo, y a pesar de mis provocaciones, era muy
consciente de la manera en que luchaba para no dejarse
dominar del todo por la oscuridad. Debía concederle eso al
menos.
—Si te toco… —murmuró.
Apretó los dientes y un músculo palpitó en su mandíbula.
Alzó los brazos y apoyó las manos en la madera, a los lados
de mi cuerpo, dejándome totalmente encerrada y a su
merced.
En un acto reflejo, y sin pensar en lo que sucedería si me
tocaba, llevé las manos hasta su pecho para hacerlo
retroceder. En cuanto las yemas de mis dedos rozaron su
camiseta, una descarga me atravesó la piel y de mis labios
escapó un jadeo. No era una sensación del todo
desagradable, sino extraña e inquietante, desconocida; no
era comparable con nada que hubiera sentido antes.
Haciendo honor a mi falta de sensatez, estiré por
completo las manos sobre su pecho. Alexander tomó aire de
forma brusca y sus ojos buscaron los míos con una avidez
que me preocupó más que el hecho de estar siendo
recorrida por una intensa corriente. ¿Qué demonios estaba
pasando?
Las piernas se me aflojaron, repentinamente débiles, y
supe que acabaría dando con el culo en el suelo. Pero
enseguida me vi rodeada por unos brazos fuertes y firmes
que no permitieron que eso sucediera. Alexander masculló
una maldición mientras me sostenía con una delicadeza
impensable en él. Envuelta en sus brazos y embriagada por
la intensidad de su aroma, permití que me estabilizara e
ignoré las decenas de pequeñas descargas que me
atravesaban la piel.
Un segundo después, me soltó de forma tan precipitada
que me golpeé la espalda con la encimera. Las maldiciones
que salieron de mi boca no resultaron nada agradables,
pero Alexander se hallaba ya a varios metros de mí, casi en
la entrada de la cocina, y ni siquiera parecía haber
escuchado mis improperios. Me miraba como si me hubiera
salido un tercer brazo y estuviera azotándome yo misma
con él.
—Eh… ¿Todo bien por ahí? —pregunté, haciendo un
esfuerzo por recomponerme.
Había perdido la locuacidad en algún momento de
nuestro fugaz abrazo, eso estaba claro.
La piel me hormigueaba allí donde sus manos me habían
sostenido y percibía esas mismas zonas a una temperatura
muy superior al resto de mi cuerpo. Al menos mayor que en
ciertas partes; otras, en cambio, iban por libre. El corazón
estaba a punto de asomárseme por la garganta y, para mi
vergüenza, Alexander me había dejado temblando como un
potrillo asustado.
—Necesito… un momento —afirmó. O más bien suplicó.
Su voz… Su voz no era la suya en absoluto. Tal vez eso
que lo poseía aún no había desaparecido del todo, aunque
sus venas no mostraban ya rastro alguno de oscuridad y las
llamas se habían esfumado. Pero su voz sonaba rota y más
áspera de lo normal, profunda y antigua. Me acarició los
oídos y la piel, y provocó en mí un nuevo estremecimiento.
—Pues ya somos dos —mascullé de mala gana.
Continuaba agarrada a la encimera de una manera
bastante patética. No creía ser capaz de sostenerme por mí
misma si me alejaba. Aproveché el silencio en el que se
sumió Alexander, y que no me estaba mirando, para
recuperar un poco de la dignidad perdida.
Mis esfuerzos se alargaron durante un minuto eterno en
el que él mantuvo la barbilla baja y los puños apretados.
Luego, sin más, se dio media vuelta y se marchó,
dejándome con las piernas temblorosas y la sensación de
haber perdido alguna clase de batalla en la que no supiera
que estaba participando.
Por alguna razón desconocida, estaba segura de que el
brujo acababa de jugármela.
24

Ravenswood amaneció al día siguiente bajo una niebla


espesa y deprimente que apenas si permitía ver los
alrededores de la casa desde las ventanas. El clima parecía
haberse aliado con mi estado de ánimo. Las pocas horas
que había pasado en la cama me habían dejado casi más
cansada de lo que lo había estado al acostarme. No podía
dejar de pensar en lo sucedido con Raven en el baile, como
tampoco logré apartar de mi mente el posterior
encontronazo con Alexander. Para lo único que había
servido aquella noche era para renovar mi determinación.
Visto que Dith no daba señales de vida, tendría que
plantearme asaltar yo sola el despacho de Wardwell; no
podía pedirle a Robert ni a Maggie que se arriesgaran por
mí, y mucho menos a Raven.
En el baile había empleado mi magia, aunque nadie
supiera cómo había logrado saltarme el potente hechizo
que salvaguardaba el edificio y tampoco pudiéramos
comprender cómo lo había hecho en primer lugar Ariadna.
Al parecer, además del gran salón donde se había
celebrado la fiesta, en el auditorio había otras salas más
pequeñas destinadas a reuniones diplomáticas. En ellas se
resolvían las disputas entre los brujos de la comunidad
oscura de nuestra región con la mediación de los miembros
del consejo. La prohibición de emplear magia durante las
negociaciones correspondía a una medida de seguridad;
nadie quería que, alterados, los implicados se dedicaran a
lanzarse hechizos y maldiciones para conseguir salir
vencedores.
De alguna forma, yo me había saltado no solo las
protecciones creadas por Wardwell, sino por sus
predecesores en el cargo de directores de Ravenswood;
protecciones que se superponían unas a otras y que se iban
acumulando con el tiempo. Lo único que se me ocurría era
que Ariadna hubiera debilitado dichos hechizos
previamente para salirse con la suya al atacarme. O incluso
que su madre la hubiera ayudado.
Pero, aun así, ¿cómo demonios había logrado yo acceder a
mis poderes? No lo sabía, aunque esperaba que la suerte
me acompañase en mi incursión en el despacho de
Wardwell. Quizás la necesidad fuera todo cuanto hiciera
falta para romper aquel estúpido bloqueo o tal vez el
hechizo de contención se estuviese debilitando por fin y
esta solo fuera otra muestra más de ello.
Al abandonar mi habitación, me encontré a Raven
sentado en las escaleras que descendían hasta el piso
inferior. Su espalda reposaba contra la pared y tenía las
piernas completamente estiradas y cruzadas a la altura de
los tobillos, ocupando el largo de uno de los escalones.
Estaba mirándose las palmas de las manos con la
curiosidad de un niño que descubre el mundo por primera
vez.
La imagen me hizo sonreír.
Me acuclillé en el escalón inmediatamente superior para
terminar sentada en él; los brazos rodeando mis piernas,
que apreté contra el pecho. Esperé hasta que dejó caer las
manos sobre el regazo y me miró.
—Buenos días, Raven. ¿Cómo está tu espalda?
Sus labios se arquearon hasta formar una espléndida
sonrisa que iluminó el oscuro salón. Desde el exterior
apenas si entraba luz; la niebla lo cubría todo en el campus
de Ravenswood.
—Alexander y tú hablasteis anoche —respondió él,
ignorando mi pregunta sobre sus heridas.
Pensé en decirle que Alexander y yo habíamos hecho algo
más que hablar, pero, dado que no sabía muy bien lo que
había sucedido en la cocina, me guardé el pensamiento
para mí.
—Eh… Algo así —murmuré, no muy segura de a dónde
quería ir a parar.
Su sonrisa se hizo aún más amplia.
—Y no explotó.
—Eso es discutible.
Alzó un poco más la barbilla.
—¿Te tocó?
El calor inundó mis mejillas. ¿Nos había visto? ¿O
Alexander le había contado algo de lo que había pasado? La
conversación se estaba volviendo bochornosa por
momentos.
—¿Importa eso? —tercié, y me removí sobre el suelo,
incómoda.
—Sí.
Pues vale. No parecía que fuera a dejarlo pasar, así que
me obligué a responder:
—Resbalé y él me sujetó, solo eso.
Wood apareció en su forma animal en la parte alta de las
escaleras y mi incomodidad se multiplicó por mil. El lobo se
sentó sobre sus cuartos traseros y se quedó observándonos.
—Un momento, hermanito. Necesito resolver esto —le
dijo Raven.
Wood ladeó la cabeza y juraría que puso los ojos en
blanco. Irradiaba cierta irritación, pero Raven lo ignoró y
volvió a centrarse en mí.
—Quería… Decía que quería ayudarme a desbloquear mi
magia. ¿Se lo contaste?
Raven se encogió de hombros.
—Él ya lo sospechaba. Alexander es capaz de percibir un
montón de cosas sobre los poderes de la gente, y también
de tomarlos. Un solo roce y se bebe tu magia —aclaró, y no
dio muestras de que aquello le perturbara demasiado.
—¡Vaya! —Fue cuanto se me ocurrió decir.
—Pero se está controlando bien contigo. —No sé por qué,
pero eso no me hizo sentir mejor al respecto—. Tú lo
calmas.
Se me escapó una carcajada. Proveniente de lo alto de las
escaleras, un gruñido ahogado, que más bien parecía una
risa, me hizo saber que Wood tampoco estaba muy de
acuerdo con las palabras de su gemelo.
—Lo saco de quicio, Rav. Ha estado a punto de explotar
ya en dos ocasiones por mi culpa.
—Pero no lo ha hecho —señaló, guiñándome un ojo.
Un escalofrío me recorrió la nuca y, de alguna forma
retorcida, fui consciente de la presencia de Alexander
incluso antes de volver la vista hacia arriba y encontrarlo
de pie junto a Wood. Iba sin camiseta y un pantalón de
deporte hacía equilibrios sobre sus caderas, apenas si
alcanzaba a cubrir la parte inferior de las hendiduras en
forma de V a los lados de estas. Mis ojos siguieron el rastro
de vello que descendía desde su ombligo y se perdía bajo la
tela y terminaron reposando en el único lugar que estaba
segura de que no debía mirar fijamente.
¿Me lo estaba comiendo con la mirada? Sí,
definitivamente, eso era lo que estaba haciendo. Y sin
pudor alguno.
Me obligué a bajar la vista hasta sus pies descalzos y
dejarla ahí para esconder mi rostro de sus astutos ojos.
Alexander se aclaró la garganta, pero yo seguí
observando sus tobillos como si fueran la cosa más
fascinante del mundo, lo cual era una estupidez porque sus
abdominales seguro que estaban mucho más arriba en esa
lista.
—No te he dado las gracias por lo que hiciste ayer por
Raven —dijo entonces—. Siento lo de anoche. No era… yo
mismo.
¡Vaya! ¿Se estaba disculpando y mostrando
agradecimiento? ¿Todo a la vez? Eso sí que era una
novedad tratándose del brujo. Lo mejor era que no parecía
haber escuchado nada de mi conversación con su familiar.
Un intenso alivio me recorrió.
Raven me tocó el brazo y me volví hacia él.
—Wood y yo vamos a salir al bosque a correr, hace mucho
que no damos un paseo juntos. ¿Te vienes con nosotros?
—No creo que sea una buena idea, Rav —intervino
Alexander antes siquiera de que yo pudiera abrir la boca.
Alcé la mirada hacia él. Sabía que Raven no podría
leerme los labios en la posición en la que nos hallábamos,
pero no había manera de que lo dejara pasar.
—Dijiste que podía largarme cuando quisiera.
Alexander asintió de nuevo con esa expresión impasible
que estaba empezando a odiar. Casi prefería sus arrebatos
de furia que aquella actitud contenida y cruel. Casi.
—Pero… —comenzó a decir.
—Iré. Me vendrá bien algo de aire fresco.
Wood descendió a la carrera las escaleras, saltó por
encima de su gemelo y de mí y aterrizó en la parte baja de
estas. Fue espectacular, la verdad, y sospeché que lo había
hecho solo para lucirse. Fanfarrón.
Raven se puso en pie y me tendió la mano, pero era a su
protegido a quien miraba.
—Tú también podrías venir, Alex.
—Voy a cambiarme —murmuré por lo bajo. No quería ser
testigo de su discusión.
Ascendí y pasé junto a Alexander sin mirarlo, aunque
percibí cómo se apartaba y se pegaba a la pared para
alejarse lo máximo posible de mí. Para alguien que la noche
anterior había parecido obsesionado con tocarme,
resultaba obvio que hoy no era su intención rozarme
siquiera.
Bien, no era como si yo lo estuviera deseando.
Una vocecita se rio de mí desde el fondo de mi mente,
una muy parecida a la de Dith. La regañé como hacía
habitualmente con mi familiar y, como remate, le hice una
peineta mental para que me dejara en paz. Estaba segura
de que todas aquellas tonterías que Alexander me
provocaba eran fruto solo de la adolescente de hormonas
enloquecidas que había en mí. Lo dicho, estaba necesitada
de cariño. O tal vez de emociones algo más intensas.
Me vestí con unas mallas, una camiseta sin mangas y una
sudadera con el escudo de Ravenswood en la espalda; el
escudo de Alexander, ahora que lo pensaba. También me
calcé unas zapatillas de deporte. Toda la ropa era negra,
por lo que parecía que fuera a emprender por fin mi
carrera delictiva en vez de ir a hacer algo de ejercicio. No
había vuelto a acompañar a Wood en uno de sus
entrenamientos y una parte de mí echaba de menos el
esfuerzo físico; la otra, la más vaga, resoplaba mientras me
dirigía al piso inferior.
Salimos por la puerta trasera, directos al bosque de
Elijah. Finalmente, Alexander no nos acompañaría. Con una
taza de café en la mano y una expresión sombría en el
rostro, se limitó a observarnos mientras, uno a uno,
atravesábamos el umbral de la puerta. Intercambió una
mirada con Wood que me puso los pelos de punta y por un
momento me pregunté si no me estarían llevando al bosque
para… librarse de mí o algo por el estilo.
Aparté el pensamiento, sabiendo que Raven no lo
permitiría. Confiaba en el lobo negro.
—Voy a transformarme —me avisó él cuando alcanzamos
la primera línea de árboles.
La niebla se enredaba alrededor de los troncos y en torno
a las copas, y la humedad saturaba el ambiente. Inspiré con
una sonrisa en los labios. A pesar de lo tétrico del paisaje,
el agua, en cualquiera de sus formas, siempre me ponía de
buen humor. Percibía el poder que emanaba de ella
recorriéndome la piel como una caricia sedosa y
reconfortante.
Wood aulló ante las palabras de su gemelo y temí que
aquello se convirtiera para Rav en otro par de semanas
atascado en su forma animal. Pero él parecía más sereno
que nunca.
—¿Estás seguro? —pregunté de todas formas, articulando
las palabras con cuidado para que pudiera entenderme.
—Tranquila, lo tengo todo controlado. Y Alexander —
volvió la cabeza hacia la casa, y al seguir su mirada
descubrí la figura del brujo en el porche— nos acompañará
dentro de un rato.
Arqueé las cejas.
—Eso no me tranquiliza —dije, sabiendo que no se lo
tomaría a mal.
—No te hará daño. Incluso cuando creas que podría
herirte… —Sacudió de un lado a otro la cabeza, y no supe si
negaba o si trataba de deshacerse de algún pensamiento—.
Va a ayudarte.
No tuve oportunidad de preguntarle qué tipo de ayuda
pensaba que me prestaría Alexander. El aire que nos
rodeaba chisporroteó y la energía brotó de él como una ola
repentina, así como ese olor dulce, similar al del algodón
de azúcar, que desprendía su magia.
Sonreí cuando el aroma inundó mis pulmones y
contemplé maravillada cómo se operaba el cambio.
En cuestión de décimas de segundo, me encontré frente
al imponente lobo negro.
Wood volvió corriendo hacia nosotros y se frotó contra el
costado de su gemelo. Enlazaron los cuellos y pequeños
quejidos brotaron de sus gargantas. Raven le dio un
lametón en la cara al lobo blanco que me hizo reír, y un
largo aullido por parte de Wood acompañó mis carcajadas.
Era maravilloso ser testigo de algo como aquello. El
cariño que se profesaban los hermanos resultaba tan
palpable que sentí un poco de envidia de ellos. Wood podía
comportarse como un gilipollas en muchas ocasiones, pero,
en lo referente a su gemelo, estaba claro que daría la vida
por él si fuera necesario. Lo adoraba, y era difícil no
hacerlo. Raven era capaz de despertar ternura incluso
cuando su forma fuera la de un depredador salvaje y feroz.
Ambos me miraron y soltaron sendos aullidos que
interpreté como el aviso de que iban a echar a correr. Me
preparé para lanzarme a la carrera tras ellos. No era tan
ilusa como para pensar que podía seguirles el ritmo, pero
lo intentaría.
En cuanto se pusieron en marcha, lancé un último vistazo
a la casa antes de ir tras ellos. Alexander seguía plantado
en el porche, semidesnudo a pesar de la baja temperatura,
y me pareció ver la sombra de una sonrisa asomando a sus
labios.
Eché a correr para no quedarme atrás y me convencí de
que solo habían sido imaginaciones mías.
25

Tal y como había esperado, me resultó imposible seguir el


ritmo de los gemelos. No solo porque los lobos eran
capaces de alcanzar una velocidad con la que yo ni siquiera
podía soñar, sino porque a ratos me quedaba embobada
observándolos deslizarse entre los árboles con un sigilo y
elegancia sobrecogedores. Me sentía una auténtica
privilegiada al poder contemplarlos trotando y echando
carreras cortas, jugando entre ellos a perseguirse bajo el
cielo plomizo, enredándose en la niebla y apartándola a su
paso, como si el poderío de los hermanos en aquella forma
la hiciera retroceder.
A pesar de su superioridad, parecían decididos a no
dejarme atrás, sobre todo Raven. El fastidio brillaba en los
ojos de Wood cada vez que su hermano retrocedía para
volver junto a mí.
—Ve —le dije al lobo negro cuando mi respiración
irregular evidenció lo agotada que estaba. El sudor
empapaba mi ropa y mi aliento formaba volutas blancas al
atravesar mis labios.
Raven ladeó la cabeza y me observó con la lengua
colgando entre los dientes, dudando.
—Vamos, ve con Wood. No te preocupes por mí. Estaré
bien. —Le imprimí a mi voz una firmeza que no estaba muy
segura de sentir.
Había oído multitud de historias sobre ese bosque y el
uso que hacían los alumnos de Ravenswood de él. Sobre el
mal que impregnaba sus árboles, el suelo, el aire…, fruto
de cientos de hechizos e invocaciones realizados al abrigo
de sus sombras a lo largo de los siglos. Se decía que debía
su nombre a Elijah Ravenswood, un antepasado de
Alexander y los gemelos, un nigromante obsesionado con la
magia de sangre que había intentado despertar la clase de
fuerzas oscuras con las que ningún brujo debería tratar por
muy poderoso que fuera, esas que no podían ser
dominadas. Como ocurría con todo el linaje Ravenswood,
no había muchos datos sobre él; nadie sabía qué le había
ocurrido o si sus intentos habían tenido éxito. Pero ese
bosque… El bosque había sido durante muchos años el
refugio de Elijah.
Con un último aullido, Raven se despidió de mí para
acudir al encuentro de su gemelo. Apoyé la espalda en el
tronco más cercano e hice lo posible por recuperar el
aliento. La calma que me rodeaba resultaba tan tétrica e
inquietante como el aspecto del bosque.
Mis pensamientos comenzaron a divagar y me planteé si
los gemelos estarían cazando. ¿Comerían lo que cazaban en
su forma animal?
—¡Puaj! Espero que no —murmuré en voz alta.
Un crujido llamó mi atención y me hizo levantar la
cabeza, alerta. Aunque era difícil de discernir, me había
parecido que provenía de mi espalda. Asomé la cabeza por
el lateral del tronco que me servía de apoyo y observé el
paisaje. La niebla continuaba baja, acumulándose en
determinadas zonas y clareando en otras, moviéndose de
una forma en la que casi parecía tener vida propia. No era
capaz de ver nada más allá de unos pocos metros, así que
afiné el oído en busca de cualquier otro sonido. Si aquello
era alguna clase de broma por parte de Wood, lo mataría;
lo creía muy capaz de haber regresado sobre sus pasos
para darme un susto.
Esperé y esperé, y ya había comenzado a relajarme
cuando otro crujido, esta vez más cercano, resonó a través
de la quietud del bosque.
—¿Rav? ¿Wood? —los llamé, tensa y totalmente alerta.
Tenían que ser ellos; no quería pensar en otra posibilidad.
Después del incidente de la noche anterior con Ariadna, no
creía que la estima del resto de alumnos por mí hubiera
aumentado. Lo último que deseaba era encontrarme allí
con alguno de ellos.
—¿Wood? —volví a llamar al lobo blanco, alzando un poco
más la voz. Dudaba que, incluso siendo capaz de percibir
algunas vibraciones o sonidos, Raven pudiera saber que lo
estaba llamando.
Confiaba en que los lobos no se hubieran alejado
demasiado y regresaran enseguida.
No obtuve respuesta alguna y tampoco escuché nuevos
crujidos, pero la inquietud no me abandonó. Sentía una
extraña presión en el pecho, tal vez debido a la ansiedad, o
quizás fuese algo totalmente distinto.
Cuando me giré hacia el lugar por el que los hermanos se
habían marchado, parte de la niebla que se extendía frente
a mí onduló empujada por una suave brisa, apartándose y
creando algo similar a un camino al final del cual atisbé un
árbol solitario. El ejemplar se alzaba a medias sobre el
terreno y a medias sobre un pequeño arroyo, su tronco
dividido y cada parte anclada en una de las orillas.
El agua ejerció su influencia sobre mí y, antes de darme
cuenta de lo que hacía, avancé varios pasos. Me detuve en
el acto, consciente del extraño comportamiento de la niebla
y del aspecto siniestro del árbol. La copa se elevaba hacia
el cielo y sus ramas, aún cargadas de hojas de color verde
oscuro, se hallaban retorcidas y rematadas en puntas
afiladas. Pese a todo, no dejaba de resultar hermoso, pero
no iba a dejarme arrastrar por nada de lo que viera allí; la
magia (sobre todo la magia oscura) tenía formas muy
atractivas de manifestarse.
Reuní toda mi fuerza de voluntad y retrocedí varios
metros. Esperaba que la niebla volviera a arremolinarse y
cubrir el camino, pero eso no ocurrió. Y la cuestión era que,
en cierto modo, el árbol me resultaba familiar… como si ya
lo hubiera visto antes.
—¡¿Wood?! —grité una vez más, decidida a emprender el
regreso a la casa si no daba con los lobos.
No estaba segura de poder llegar sola, aunque nuestra
carrera se había desarrollado prácticamente en línea recta.
La escasa visibilidad no iba a ayudar en nada y, de igual
forma, algo me decía que el propio bosque sería capaz de
retenerme si así lo deseaba.
Una nueva mirada a mi alrededor me confirmó que no
había rastro de los gemelos. ¿Dónde demonios se habían
metido?
Le di la espalda al árbol y comencé a andar despacio en la
dirección que creía correcta, sin dejar de echar rápidos
vistazos sobre mi hombro.
—¡Quieta!
La advertencia llegó demasiado tarde y, al girar la cabeza
hacia delante, mi cara se estampó contra lo que me pareció
una sólida pared de ladrillo y que no era otra cosa que el
pecho de Alexander. Mi pie izquierdo, aún en movimiento,
resbaló sobre el terreno y me hizo perder del todo el
equilibrio.
—¡Joder!
Alexander me estabilizó y luego apartó las manos de mí
con rapidez. Apenas si fui consciente del breve toque de
sus dedos sobre las caderas, aunque mi cara (y otras partes
de mí) continuaba apretada contra su cuerpo.
Al menos se había puesto algo de ropa…
Durante un momento ninguno de los dos dijo nada y,
cuando me atreví a levantar la barbilla para buscar sus
ojos, me encontré con que la disparidad de color de estos
se había acentuado. El iris oscuro se veía más negro que
nunca, y el azul, pálido y casi transparente. Además,
débiles volutas de color violáceo emanaban de su cuello y
su cabeza.
Podría decir que me había acostumbrado a verlo así, pero
no hubiera sido cierto. Cada vez que lo contemplaba
rodeado de oscuridad no podía evitar que mi respiración
tropezara y algo se encogiera en mi pecho. Resultaba
inquietantemente atractivo, lo cual decía mucho del escaso
sentido común que poseía y de mi particular y preocupante
gusto para los hombres.
—No deberías haberte separado de los gemelos —dijo al
fin, y yo tragué saliva a pesar del apretado nudo que se
había formado en mi garganta—. Ese árbol…
La mención hizo que volviera la cabeza hasta dar con el
extraño ejemplar.
—No es un árbol normal —repuse, aunque parecía una
obviedad señalar algo así.
Por un momento creí que se reiría de mi comentario, pero
no lo hizo; claro que Alexander no solía reír a menudo.
Nunca en realidad.
—Es parte de la historia de mi familia. O de la de Elijah
Ravenswood para ser más exactos.
Esperé a que me diera alguna clase de explicación más
elaborada. Curiosamente, ninguno de los dos había
retrocedido para separarse del otro. Cuando no dijo nada,
volví a mirarlo creyendo que estaría observando el árbol,
pero me miraba a mí.
—¿Y bien? —lo animé.
«Este sería un buen momento para dar un paso atrás»,
me dije, pero no me moví. Algo me mantenía anclada a su
pecho, algo similar a la atracción que la presencia de agua
en cualquiera de sus formas solía ejercer sobre mí; extraña
e inexplicable.
—Tienes que volver a casa —dijo él, ignorando mi
curiosidad por su antepasado—. Una alumna ha muerto.
Pensé que lo había escuchado mal y durante un instante
no reaccioné a sus palabras, hasta que calaron en mi mente
y comprendí su significado.
—¿Qué has dicho?
Alexander retrocedió por fin y el aire entre nosotros se
enfrió con rapidez. De repente, fui consciente del sudor
helado sobre mi piel y el beso gélido de la brisa en el
rostro. Me estremecí.
—Abigail Foster ha muerto.
Por la forma en que lo dijo, supe de inmediato que no
había sido un accidente o una muerte natural.
—¿Qué ha sucedido?
—Volvamos. —Lanzó una nueva mirada en dirección al
árbol a mi espalda—. Te lo contaré en casa.
—Pero ¿y Raven y Wood?
—Saben cuidarse solos y, además, es probable que ya
sepan lo que ha pasado —repuso, y estiró la mano para
indicarme el camino—. La muerte tiene un olor demasiado
característico para que los lobos lo hayan pasado por alto.
Un nuevo estremecimiento me sacudió.
Mientras me apresuraba y avanzaba junto a Alexander a
través de aquel bosque oscuro, tuve el extraño
presentimiento de que, de algún modo, mi llegada a
Ravenswood había puesto en marcha… algo.
Solo que no sabía qué.

Alexander
Danielle caminaba unos pocos pasos por detrás de mí en
completo silencio. Ni siquiera me había lanzado alguna de
sus observaciones sarcásticas acerca de las lenguas de
fuego que me lamían la piel y mi evidente falta de control.
Últimamente, con ella allí, aquello parecía pasarme con
demasiada frecuencia.
Durante años me había esforzado para domar el poder
que me había sido legado. No había alcanzado un control
perfecto sobre él ni mucho menos, pero había aprendido a
reprimirlo en mi interior de forma más o menos
conveniente.
Inhalé profundamente mientras continuaba avanzando
hacia la casa y me esforzaba para no echar la vista atrás y
mirarla.
—Ese árbol… me resulta familiar —murmuró en voz tan
baja que no tuve claro si hablaba conmigo.
—Debería. Estoy seguro de que habrás visto uno muy
similar o te habrán hablado de él. Existe un gemelo del
árbol de Elijah Ravenswood.
—¿Y por qué se supone que tendría conocerlo?
No pude evitar que las comisuras de mis labios se
curvaran ligeramente hacia arriba al escuchar su tono
desafiante; aquella chica no confiaría en nada de lo que yo
dijera ni aunque su vida dependiera de ello.
—Tal vez porque ese gemelo crece junto a la tumba de
uno de tus antepasados: Sarah Good.
Escuché el abrupto cambio en su respiración y, solo
entonces, me detuve y le permití alcanzarme.
—¿Bromeas? —repuso, y me vi obligado a negar.
—¿Sabes algo sobre la historia común de nuestras
familias?
Las carcajadas que le provocó mi pregunta resonaron a lo
largo y ancho del bosque.
—No hay una historia común entre nuestras familias.
—Sí, sí que la hay. Por mucho que eso te moleste.
No había planeado contarle nada de todo aquello y, por
norma general, me hubiera mantenido en silencio hasta
llegar a la casa, pero su escepticismo había espoleado mi
poco habitual verborrea. Le gustara o no, los Good y los
Ravenswood se habían relacionado desde hacía mucho
tiempo.
—Es una larga historia —le advertí— y puede que haya
una parte de leyenda en ella, pero, por lo que sé, la
mayoría es verdad.
Mientras regresábamos a la casa, a un paso más lento del
que me había propuesto, comencé a narrarle la historia de
Elijah Ravenswood. Mi antepasado se había visto seducido
por la parte más oscura y peligrosa de la nigromancia.
Durante años, había recurrido a la magia de sangre en
busca de un poder mayor del que ya albergaba mi familia. Y
puede que sus intentos se vieran recompensados, porque,
aunque Elijah había desaparecido poco después de los
juicios, el linaje de los Ravenswood se había fortalecido de
una manera poco natural. Raven y Wood habían nacido en
mil setecientos y mostraron desde muy temprana edad un
talento innato para los hechizos ofensivos, así como otros
dones; no solo eso, sino que cada uno de ellos era capaz de
manejar su elemento esencial y, en caso de necesidad,
también el de su hermano. Dos siendo uno, eso eran los
gemelos.
Y yo… Yo probablemente era uno solo convertido en dos.
—El árbol que has visto, al contrario que en el caso del
que crece en la tumba de Sarah, nunca aparece dos veces
en el mismo sitio —proseguí explicándole a Danielle
mientras ella trataba de no parecer demasiado interesada
—. Y no suele mostrarse ante cualquiera. Sobre las raíces
de ese árbol era donde Elijah realizaba los sacrificios e
invocaciones destinados a fortalecer su poder.
—¿Sacrificios? —inquirió, y yo balanceé la cabeza de un
lado a otro, negando.
—No quieres conocer esa parte, y no es algo de lo que a
mí me guste hablar.
Danielle asintió, aunque no supe si era capaz de
comprender de verdad a lo que me refería.
Siempre había pensado que la herencia de mi familia
había recaído sobre mí con la forma de aquella extraña
maldición; un poder demasiado tosco y brutal para ser
moldeado o domado. Y estaba convencido de que Elijah
había sido la causa de lo que quiera que yo fuese.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con Sarah Good?
La niebla continuaba tan baja que apenas veía dónde
ponía los pies. Reprimí la necesidad de ofrecerle la mano a
Danielle, consciente de lo poco adecuado que era y de las
consecuencias que eso tendría. La oscuridad había retirado
sus tentáculos de mi piel, pero no podía relajarme cuando
parecía que a lo que habitaba dentro de mí le gustaba tanto
la bruja blanca… Aquella tregua no era más que una
ilusión, eso lo tenía muy claro. Afloraría de nuevo cuando
menos lo esperase.
Me limité a hacerle un gesto para que no se alejara de mi
lado antes de responder a su pregunta con otra.
—¿Sabías que Sarah estaba embarazada cuando la
encarcelaron?
Danielle asintió.
—Dio a luz en prisión, aunque la niña murió poco
después.
—No, no murió —solté sin contemplaciones. De esa parte
de la historia sí que estaba seguro—. A petición de Elijah,
Benjamín Ravenswood sacó al bebé de la cárcel y se lo
entregó a este, que luego desapareció y lo mantuvo oculto
para que nadie sospechara. —Esperé por si tenía algo que
decir al respecto, pero Danielle se había quedado
repentinamente callada, me creyera o no, así que continué
—: Nadie en mi familia sabe la clase de pacto que hicieron
Elijah y Sarah ni qué pudo ofrecerle Sarah para que salvara
a su hija, pero Mercy Good no murió. Es más, en mi familia
se rumorea que su linaje se perpetuó más allá que el del
resto de los Good… Así que es posible que tú desciendas de
ella. —Por su expresión suspicaz, imaginé que no estaba
creyendo una palabra de lo que le decía, pero no me detuve
—. Y ¿sabes qué es lo mejor? ¿A que no imaginas cuál es la
segunda especialidad de Samuel Corey, ese profesor con el
que tan interesada estás en hablar?
En cuanto mencioné a Corey, se detuvo y permaneció
totalmente inmóvil, como si un hechizo hubiera anclado sus
pies a la tierra.
—Es botánico —señaló, aunque había un deje de duda en
su voz.
—Sí, es experto en herbología, pero también un ferviente
estudioso de los linajes de brujos de más renombre,
incluidos los de la comunidad blanca.
Danielle me fulminó con la mirada. Supongo que había
esperado que le contara todo aquello mucho antes; sin
embargo, yo no había sido conocedor de su interés por
Corey hasta la noche anterior, cuando había acudido a la
habitación de Raven para comprobar su estado y este me
había puesto al corriente del contacto continuo que parecía
haberse establecido entre el profesor y Beatrice Good.
No quería decirle a Danielle que, con toda probabilidad,
mi familiar conocía aún más detalles de los que le había
contado a ella e incluso a mí. Raven hablaría cuando
estuviera preparado para ello o cuando pensara que era
necesario hacerlo, lo cual resultaba irritante pero
inevitable.
Raven era… simplemente Raven.
—¿Insinúas que mi familia desciende directamente de
Mercy? ¿Que eso era lo que mi madre buscaba confirmar
en sus encuentros con Corey?
Me encogí de hombros.
—Es una posibilidad. Si lo visitaba regularmente es muy
probable que fuera porque, de alguna forma, tu madre se
había enterado de que Mercy no había muerto y estuvieran
investigando juntos.
Su mirada se perdió más allá de los troncos de los árboles
que nos rodeaban. Casi podía escuchar su cerebro
trabajando a marchas forzadas, valorando la posibilidad de
que lo que le estaba diciendo fuese cierto.
—Alguien la mató —afirmó tras un prolongado silencio.
En el instante en que pronunció la última palabra, una
fina lluvia comenzó a caer, llevándose consigo parte de la
niebla. La inesperada llovizna no tardó en transformarse en
un aguacero en toda regla, pero ni siquiera entonces
Danielle se movió. Su ropa empezó a empaparse enseguida,
al igual que la mía.
Me sentí culpable por haberle soltado toda esa
información con tan poco tacto. Mis dotes sociales estaban
francamente oxidadas y me había dejado llevar por la
irritación constante que su presencia despertaba en mí.
Raven diría que me estaba comportando como un capullo, y
seguramente llevaría razón.
—Danielle, ¿estás bien?
Se volvió hacia mí con expresión desconcertada y no supe
si se debía a lo que acababa de contarle o al hecho de que
estuviera mostrando algo de amabilidad con ella. De ser lo
último, tenía que reconocer que resultaba lamentable por
mi parte.
Desoí la voz de la razón y le ofrecí la mano.
—Vamos, te estás empapando. Puedo contarte el resto de
la historia cuando lleguemos a casa.
Pero Danielle negó lentamente con la cabeza e ignoró la
mano que le tendía. Chica lista.
—El agua no me molesta, es parte de mí —replicó, y di
por sentado que ese era su elemento esencial, la base de su
poder—. Quiero saberlo todo. Ahora.
26

No podía creer lo que Alexander me estaba contando. La


historia de Sarah Good era la historia de la huida de mi
familia, la de nuestra traición a la comunidad oscura. Pero,
además, por decirlo de algún modo, había precipitado la
escisión en dos bandos tanto como el cruce de acusaciones
que llevaron a la condena de un montón de brujas oscuras
en Salem.
El fallecimiento de Mercy Good en prisión siempre había
sido motivo de vergüenza para mi linaje. Al renegar de
nuestros orígenes no solo abandonamos a Sarah, sino que
permitimos que una recién nacida muriera y nos unimos a
los responsables de esa muerte. Mis antepasados nunca
habían exigido venganza; claro que no era eso lo que se
esperaba de una respetable familia de brujos blancos, y
nosotros habíamos estado a prueba durante varias décadas
después de los juicios. Así que ese hecho se silenció y cayó
en un conveniente olvido.
—¿Crees que lo sabía? Mi madre… ¿Crees que ella
pensaba de verdad que descendíamos de Mercy?
Alexander volvió a encogerse de hombros y no pude
evitar que me recordase a Raven. Me pregunté dónde
estarían los lobos.
—¿Supondría alguna diferencia? —terció el brujo oscuro.
¿La suponía? Tal vez no, seguiríamos siendo Good
después de todo. Pero Mercy habría sido criada por un
nigromante, uno que además parecía haber perdido
cualquier atisbo de humanidad y se había abandonado a
fuerzas oscuras y terribles. Si mi madre se había empeñado
en descubrir la verdad acerca de nuestra procedencia…
—Ella… —titubeé, tratando de ordenar mis pensamientos
—. Alguien mató a mi madre, ¿crees que está relacionado
con sus investigaciones?
Alexander me lanzó una rápida mirada. A pesar de haber
compartido conmigo lo que sabía sobre mi familia,
comenzaba a pensar que había algo más que se estaba
callando. Los Ravenswood eran famosos por sus secretos;
ellos eran, en sí mismos, todo un misterio en nuestro
mundo.
—Tu madre visitaba con regularidad este lugar —repuso,
como si ese dato lo aclarara todo. Cuando no añadió nada
más, me dije que tendría que descubrirlo por mí misma.
—Tengo que hablar con Corey.
Al contrario de lo que esperaba, él asintió con seriedad.
—Puedo arreglarlo. Le haré llegar un mensaje para que
venga a casa.
Tardé unos segundos en aceptar la oferta, no estaba
acostumbrada a que se mostrara amable ni colaborador.
—Gracias.
Sus cejas se arquearon por toda respuesta.
—Cuanto antes encuentres lo que has venido a buscar,
antes te marcharás de aquí.
¡Vaya! Estaba claro que ser sutil no era lo suyo y que
perderme de vista era una prioridad para él.
Echamos a andar de nuevo y nos mantuvimos en silencio
la mayor parte del camino. Una densa cortina de lluvia
había sustituido a la niebla, pero él no parecía dudar
mientras avanzábamos. Por segunda vez en cuestión de
horas, el brujo se había saltado la norma de no abandonar
la casa, y tuve que preguntarme cómo había sabido Raven
que eso era justo lo que haría su protegido. Había dicho
que Alexander se nos uniría y así había sido.
Al menos el brujo parecía haber recuperado el control; ya
no mostraba asomo de las lenguas de fuego ni había rastro
de la oscuridad que se adueñaba de sus venas.
Tragué saliva antes de volver a hablar.
—¿Sigue en pie tu ofrecimiento de devolverme mis
poderes?
Su andar perdió seguridad y uno de sus pies tropezó con
una raíz y a punto estuvo de caer de bruces. Resultaba
obvio que no había esperado que sacara ese tema de nuevo.
Reprimí la risa, aunque el humor me abandonó cuando se
giró hacia mí y pude contemplar su expresión.
La oscuridad había regresado.
—¿Me estás pidiendo que te toque, Danielle Good? —
inquirió con esa voz que era y a la vez no era la suya;
grave, profunda y antigua de un modo perturbador.
Dicho así, cualquiera diría que acababa de desnudarme
frente a él y hacerle algún tipo de oferta sexual.
Me obligué a no retroceder y crucé los brazos sobre el
pecho; sus ojos, brillantes y a la vez oscuros, descendieron
por mi cuello hasta mi torso. Tras unos segundos,
regresaron a mi cara.
—De todas formas, ¿cómo funciona exactamente? Antes…
Antes me has agarrado de la cintura. —El bochorno se
apropió de mi rostro y las mejillas me ardieron como si
fuera una chiquilla. Me sentí una imbécil por sonrojarme de
esa forma—. Me has tocado. Y también lo hiciste anoche.
Alexander tardó unos segundos en responder y yo intenté
no desviar la mirada hacia sus muñecas, donde la oscuridad
había convertido su piel de nuevo en una red siniestra.
—Necesito entrar en contacto directo con tu piel; la ropa
suele actuar como una barrera eficaz, siempre que no haya
perdido por completo el control de… esto.
No quería preguntar cómo había llegado a esa conclusión.
¿Había absorbido el poder de algún brujo en el pasado? ¿Lo
habría matado tal vez? Supuse que ese sería un buen
motivo para permanecer aislado del resto de Ravenswood.
Del mundo.
En realidad, de ser así, tenía que haber resultado
desolador para él crecer de esa manera, condenado a
mantenerse alejado de todos y sabiendo que cualquier
contacto le estaba prohibido.
Alexander estaba aún más solo que yo.
—¿Y crees que podrás controlarlo? El hechizo debe de ser
fuerte. Debería haber desaparecido hace días.
Una de sus comisuras se elevó y apenas si esbozó una
medio sonrisa.
—Creo que podré con él.
Sí, yo tampoco tenía muchas dudas sobre eso. La cuestión
era si podría detenerse una vez que empezara y no
terminaría dejándome seca. Pero, ahora más que nunca,
necesitaba mi magia de vuelta. Empezaba a ponerme muy
nerviosa la ausencia de Dith. ¿Y si le había sucedido algo y
yo no era capaz de sentirlo? Allí mismo, en la escuela,
había muerto una chica…
—Abigail Foster. ¿Qué es exactamente lo que le ha
pasado?
La expresión de Alexander se ensombreció aún más, si es
que eso era posible con aquella maraña de oscuridad
drenando sus venas. Aunque había alcanzado la parte
superior de sus antebrazos, parecía haberse detenido ahí.
Por ahora.
—No conozco todos los detalles —farfulló de una manera
que me hizo pensar que volvía a ocultarme algo—, pero no
has contestado a mi pregunta. ¿Quieres o no tu magia de
vuelta, Danielle Good?
La quería, claro que sí, no había nada que anhelara más
salvo el regreso de Dith, pero no contesté. Me limité a
observarlo, a contemplar la manera en la que la oscuridad
de uno de sus iris parecía consumir la luz del otro y la
curva, casi inapreciable, que asomaba a sus labios. Hubiera
dado lo que fuera por saber en qué demonios estaba
pensando.
—¿La quieres? —insistió, y de repente lo tenía a tan solo
un suspiro de distancia.
Se había movido tan rápido que no fui capaz de
retroceder. Colocó las manos sobre mis caderas sin dejar
de observarme en ningún momento y yo mantuve la mirada
en su rostro inexpresivo. Alexander era como una maleta
que alguien hubiera cerrado a la fuerza después de meter
demasiado equipaje en su interior; solo que, en vez de
prendas de ropa, lo que había dentro de él era poder. Toda
su magia se hallaba bajo la superficie, pero estaba
convencida de que en algún momento aparecerían grietas
en su piel y terminaría filtrándose al exterior.
Fuera como fuese, yo quería mi propio poder de vuelta.
Necesitaba ser capaz de defenderme si las cosas
comenzaban a torcerse. Ya había pasado demasiado tiempo
en manos de un destino que no creía que me deparara nada
bueno; no si continuaba en Ravenswood.
—¿Seguro que puedes hacerlo? —insistí, y la pregunta, a
pesar de no ser más que un susurro, produjo un extraño
eco en el bosque que nos rodeaba.
Un leve temblor agitó las comisuras de sus labios y estuvo
a punto de sonreír. Había cierta condescendencia en la
mueca.
No supe muy bien cómo tomarme esa seguridad en sí
mismo teniendo en cuenta que se había prohibido realizar
cualquier clase de magia. Debía de estar desesperado por
deshacerse de mí.
—¿Cómo vas a ser capaz de… absorber el hechizo, solo el
hechizo?
Sus dedos se movieron hacia mi cintura. Aunque mi
camiseta se alzaba como una barrera entre nosotros,
percibí el rastro de calor que dejaron tras de sí. Un
hormigueo despertó en mi piel y fue extendiéndose por
todo mi cuerpo. ¿Era su poder lo que percibía? ¿Su magia
tratando de llegar hasta la mía? ¿O solo era una reacción
de mi cuerpo a la caricia?
—¿En Abbot no os enseñan a distinguir la procedencia de
un hechizo? —replicó, burlón—. Cuando te toque, seré
capaz de reconocer tu magia y solo me llevaré la
correspondiente al hechizo, la que no sea tuya.
En realidad, eso sí lo sabía. La magia de cada brujo tenía
sus particularidades y dejaba su propia huella, una marca
diferente para cada individuo. Por eso, la de Dith
desprendía un olor a papel y libro antiguo; la de Raven, en
cambio, tenía un aroma dulzón. La de Wood…, bueno, la de
Wood olía a savia y canela, era feroz y sensual (algo que de
ninguna manera le confesaría), mientras que la de
Alexander era una mezcla de bosque y hierba húmeda, algo
primitivo y… salvaje, de un modo aterrador y atractivo a la
vez. Lo complicado de todo aquello era que yo no sabía
cómo olía ni qué sentían los demás cuando hacía uso de mi
poder. Dith me había dicho en más de una ocasión que era
algo similar a un arroyo de agua fresca, como un manantial
brotando de la tierra en lo más remoto de las montañas.
Pero ¿tan poderoso era Alexander como para poder
distinguirlo a ese nivel? ¿Y si se equivocaba? ¿Y si no podía
parar una vez que empezara? Había visto solo una parte de
lo que acechaba bajo su piel, ¿de qué no sería capaz si
perdía el control?
—No confío en ti —admití.
A través de la tela, sus dedos se clavaron en mi carne
durante un breve instante para luego relajarse, aunque no
me dejó ir. En algún momento nos habíamos acercado aún
más y ahora podía sentir la calidez de su aliento
acariciándome la sien. Cerca, estábamos demasiado cerca.
Sus manos se movieron de nuevo. Ascendieron por mis
costados y arrastraron la tela de mi camiseta. Mi estómago
quedó al descubierto y la brisa me acarició la piel, aunque
no fue suficiente para refrescarme. A pesar del aguacero y
de la humedad que saturaba el ambiente, la temperatura de
mi cuerpo no hacía más que aumentar.
—No tienes que confiar en mí para permitir que te ayude.
Negué; eso ni siquiera tenía sentido.
—¿Has hecho esto antes?
Una de sus cejas se elevó. El iris azul se le empañaba
cada vez más y había adquirido el tono de un cielo
tormentoso, y la oscuridad se propagaba por sus brazos de
tal modo que no había un centímetro de piel libre de ella a
la vista.
—No es eso lo que quieres preguntar, Danielle. Vamos, no
seas tímida. No te pega.
—Podrías matarme —dije entonces, pero él permaneció
impasible.
—Eso no es una pregunta.
Sus manos se aventuraron más y más arriba por mis
costados y alcanzaron la curva de mi pecho. Me estremecí y
él lo percibió, pero no se detuvo. Su mirada se desvió hacia
la piel desnuda de mi cuello mientras sus dedos proseguían
el tortuoso camino que se habían marcado.
—Lo que en realidad quieres saber… —comenzó a decir;
su voz baja y ronca, antinatural—. Lo que no dejas de
preguntarte es… si alguna vez he perdido el control por
completo.
Alexander ni siquiera parecía estar de verdad allí. La
mirada turbia y ausente, las sombras que rodeaban su
rostro y desdibujaban el contorno de su figura, el hambre
voraz que parecía consumirlo. Nada de aquello estaba bien.
Por norma general yo solía ser imprudente y temeraria, y
cometer locuras era mi segunda naturaleza (algo a lo que
Dith me animaba solo Dios sabía por qué razón), pero no
me gustaba lo que Alexander me hacía sentir en ese
momento. Una parte de mí estaba encantada con la idea de
ofrecerse a él, como si de un sacrificio se tratase, pero la
otra no dejaba de gritar que diera media vuelta y saliese
corriendo. Aquello era más que una temeridad. Era un
suicidio.
Para cuando ese pensamiento se estableció en mi mente,
las yemas de sus dedos ya habían dejado atrás cualquier
tela que me cubriera y alcanzaron el lateral de mi cuello.
La caricia fue apenas un leve roce, pero la piel se me erizó
y mi cuerpo respondió a su toque. La espalda se me arqueó
y mi cabeza cayó hacia atrás, todo sin que, aparentemente,
fuera yo la que controlaba dichos movimientos.
—Nada de eso importa —farfulló, y por un momento ansié
darle la razón a pesar de que todo aquello estuviera
equivocado—. Puedo hacerlo… Sé que puedo.
Estábamos tan sumidos el uno en el otro que no fuimos
conscientes de que alguien se acercaba a nosotros. Un
potente gruñido reverberó a lo largo y ancho del bosque, y
Alexander me soltó y retrocedió de forma tan brusca que a
punto estuve de derrumbarme sobre el suelo.
Mantuve el equilibrio a duras penas, aturdida y
desorientada, y mis ojos barrieron los alrededores hasta
que di con el causante de la interrupción. Wood, con el
pelaje blanco erizado y los colmillos al descubierto, se
encontraba a pocos metros; las patas delanteras
ligeramente flexionadas y listo para atacar.
Pero no era a mí quien acechaba. Estaba preparándose
para saltar sobre su protegido.
Emitió un nuevo gruñido, una advertencia clara, y sus
dientes chasquearon en el aire con fuerza. Dirigí la mirada
hacia Alexander y mis piernas volvieron a fallar.
—¡Oh, joder! —exclamé.
La oscuridad había engullido sus brazos y trepaba ya por
su cuello. Aunque la camiseta le cubría el pecho, estaba
bastante segura de que todo su torso no era ahora más que
un lienzo tétrico. Llamas púrpuras bailaban alrededor de su
figura, y sus ojos… ¡Santo Dios! Sus ojos se habían
convertido en dos pozos insondables; no había iris ni
pupila, solo negrura abarcándolos por completo. Una
sombra infinita que le nublaba la mirada.
Su expresión se transformó en una mueca cruel cuando
me descubrió observándolo. Fuera lo que fuese lo que lo
consumía, iba más allá de todo lo que yo conocía respecto a
la magia oscura.
El lobo blanco avanzó hacia él y estuve a punto de
gritarle para que se detuviera, pero entonces el aire que lo
rodeaba se inundó del característico aroma a canela de su
magia, en unos pocos segundos, Wood se había
transformado. En esa ocasión lo hizo vestido, al menos de
cintura para abajo, aunque dadas las circunstancias ni
siquiera me hubiera importado si aparecía totalmente
desnudo.
Wood se interpuso entre Alexander y yo, dejándome a su
espalda; su atención fija en el brujo.
—¿Qué mierda haces? —inquirió el lobo sin rastro de su
habitual humor. Alexander tampoco apartaba la vista de él,
pero no le ofreció ninguna respuesta, ni siquiera parecía
entender lo que le decía—. Alexander, tienes que
controlarlo.
El brujo ladeó la cabeza y sonrió, pero la sonrisa no tuvo
nada de agradable. En realidad, resultó bastante
espeluznante.
—Puedo hacerlo —repitió, y se inclinó hacia un lado,
buscándome con la mirada.
Wood dio un paso lateral para ocultarme con su cuerpo.
—De eso nada, imbécil. No vas a hacer una mierda. Dith
me arrancará las pelotas si le pasa algo a Danielle, y les
tengo mucho cariño. Así que vas a mantenerte alejado de
ella.
No estaba demasiado segura de que se pudiera razonar
con Alexander en ese momento, y era muy consciente del
modo en el que Wood me mantenía fuera de su vista. Por su
postura, resultaba obvio que estaba listo para lanzarse
sobre su protegido si este hacía el más mínimo movimiento
en mi dirección.
Agradecí que a Wood le importara tanto Dith como para
preocuparse por mí, aunque fuera solo por no disgustarla, y
me prometí no volver a cuestionar nunca la relación entre
mi familiar y el lobo.
—Vas a dejar que se vaya. ¿Me oyes? —insistió Wood en
un intento de ganar de nuevo su atención.
En el bosque apenas si se escuchaba ningún ruido. Ya no
llovía, pero la niebla había regresado aún más espesa que
horas atrás. Cubría el suelo como una alfombra y se me
arremolinaba en torno a los tobillos. No creía que fuese
natural, aunque tal vez eso fuera lo menos importante en
aquel momento.
—La dejarás marchar o me transformaré y tendré que
romperte unos cuantos huesos. —Wood hizo una pausa y
echó una mirada por encima de su hombro para dirigirse a
mí—. Tú, empieza a caminar hacia la casa —me dijo, y
señaló a su derecha, supuse que en dirección al campus de
Ravenswood—. No se te ocurra echarte a correr. Ve muy
muy despacio.
Teniendo en cuenta sus instrucciones, empezaba a dudar
de quién de los dos Ravenswood era el depredador; si él
(que no dejaba de ser en parte lobo) o el brujo. Cualquiera
diría que Alexander era ahora una bestia rabiosa, y tal vez
fuera así. Como si de una confirmación se tratase, de su
garganta brotó un gruñido de desaprobación que sonó más
animal que humano.
—No me obligues a hacerte daño, Alex. Por favor… —
suplicó entonces Wood. De todo lo que estaba pasando, ese
ruego por parte del lobo quizás fue lo que más me impactó
—. Sé que tú lo querrías así y que luego me darás las
gracias, pero yo voy a sentirme como una mierda por no
poder protegerte de ti mismo.
Me pareció detectar un cambio en la oscuridad que
rebosaba de los ojos de Alexander, algo muy sutil, apenas
apreciable, y supuse que esa era mi señal para largarme.
Retrocedí con lentitud y sin perderlos de vista. Alexander
permaneció inmóvil, con los puños cerrados y hermosas
llamas oscuras lamiéndole la piel, y Wood inclinado hacia
delante, listo para interceptarlo si se le ocurría atacar.
—Sigue caminando y no mires atrás —me ordenó el lobo.
No tuvo que decírmelo dos veces.
27

No muy lejos ya del lindero del bosque, Raven estuvo a


punto de provocarme un infarto al aparecer de repente
entre los árboles.
—¡Mierda, Rav! —exclamé, con las manos sobre el pecho
y el pulso acelerado. El majestuoso lobo agachó la cabeza a
modo de disculpa—. ¿Dónde te habías metido?
No era como si pudiera contestarme; sin embargo, el
aroma a algodón dulce me llenó los pulmones y no tuve que
esperar demasiado para tener al Raven humano ante mí. Se
acercó y, con delicadeza, me apartó un mechón húmedo de
la frente.
—¿Qué ha pasado?
—¡¿Que qué ha pasado?! —inquirí, atragantándome con
las palabras—. Alexander. Eso ha pasado. Él… casi me deja
seca.
Raven enarcó las cejas. Esa fue toda su reacción, y me
pregunté si creería que le estaba mintiendo o simplemente
no estaba entendiendo bien lo que le explicaba.
Continué, cada vez más alterada, pero asegurándome de
que podía leerme los labios:
—Dijo que me ayudaría a deshacer el bloqueo. Él se
ofreció a hacerlo…
—Así que me ha hecho caso. Fui yo quien se lo sugerí.
Sacudí la cabeza de un lado a otro, perpleja por su
afirmación.
—¡¿Por qué harías tal cosa?! ¡Casi me mata!
—¿Ah, sí?
Sentí el deseo de sacudirlo para ver si así comprendía la
gravedad de la situación, pero sabía que debía tener
paciencia con Raven. Inspiré profundamente y dejé salir el
aire con toda la lentitud de la que fui capaz, aun a
sabiendas de que esa mierda de la meditación jamás
funcionaba conmigo.
—Estaba a punto de perder el control cuando ha
aparecido Wood. —Hice una pausa—. Él… Eso que tiene
dentro…
—Te asustaste —terminó él por mí.
Eso se quedaba corto. Aunque, si lo pensaba bien, no me
había sentido asustada mientras sucedía. Más bien lo había
dejado hacer y había disfrutado demasiado en el proceso.
Tal vez Alexander hubiera ejercido algún tipo de influjo
para mantenerme calmada. Quizás yo solo había estado en
shock.
O a lo mejor era que había algo en mí que no funcionaba
como debería.
—Wood dijo que iba a romperle los huesos. ¡Le dijo a
Alexander que se lo agradecería!
Raven tiró de mí y me envolvió con los brazos,
brindándome el calor de su pecho como un refugio que no
era consciente de necesitar con tanta desesperación.
Durante un rato todo lo que hizo fue acunarme con
delicadeza y ternura, y luego soltó la bomba:
—El dolor le ayuda a recuperar el control. A veces, Wood
o yo tenemos que hacerle daño para que regrese.
Tuve que echarme hacia atrás para mirarlo a la cara.
—¡¿Qué?! —Eso era… era… Se me revolvió el estómago.
Ni siquiera tenía palabras para describirlo.
—El dolor le ayuda… —comenzó a repetir, pero yo negué
para evitar que continuara.
La imagen de Alexander tendido en el suelo de la cocina,
poco después de mi llegada, regresó a mí. Recordaba haber
escuchado un crujido y luego él se había desplomado. Su
pierna… su pierna había quedado en un ángulo forzado y
antinatural. Pero nadie lo había tocado, y días después,
cuando había abandonado su reclusión, no había dado
señales de tener siquiera molestias. Así que yo había
pensado que me lo había imaginado todo.
—La última vez, en la cocina…
Raven asintió, como si supiera en lo que estaba pensando.
—A veces, si no ha perdido del todo el control, él mismo
se lo provoca.
—¡Joder! —mascullé, negándome a aceptar lo que eso
suponía.
Alexander se rompía los huesos —o en su defecto lo hacía
uno de los gemelos, los mismos que debían protegerlo—
para no ceder ante lo que fuera que se apoderaba de él.
—Ni siquiera sé qué decir.
—No tienes que decir nada —repuso Raven.
Pero yo estaba… devastada.
No importaba lo desagradable que hubiera sido
Alexander conmigo o que me hubiese querido fuera de la
casa en el mismo momento en que puse un pie en ella; es
más, ahora comprendía que fuera así. Había estado
incordiándolo de todas las maneras posibles.
Aquello era inhumano.
—¿Y no hay otra manera? ¿Algún hechizo de contención?
¿O incluso uno que lo deje inconsciente?
Cualquier cosa, lo que fuera antes que hacerle esa clase
de daño. El chasquido del hueso al romperse se repetía en
mis oídos y no podía quitarme de la cabeza la imagen de
Alexander derrumbándose sobre el suelo como un muñeco
de trapo.
—Lo hemos probado todo. Todo —remarcó, y no quise
saber lo que eso significaba. «Todo», en el caso de brujos
del linaje Ravenswood, seguramente era mucho.
Demasiado.
—Pero, entonces, ¿por qué demonios le sugeriste que me
ayudara?
No lograba comprenderlo. ¿De qué serviría provocar a
Alexander? Aquello casi parecía más propio de Wood, pero
había sido Raven quien nos había empujado hacia esa
situación.
—Porque tú, Danielle, necesitas tu magia ahora más que
nunca. Todos la necesitamos. Y porque no creo que
Alexander vaya a hacerte daño, ni siquiera si pierde del
todo el control.
Me dieron ganas de reírme, aunque no porque lo
encontrara gracioso. No tenía ni idea de cómo contestar a
eso. Probablemente, Raven subestimaba a su protegido;
puede que nunca hubiera visto lo que esa cosa le hacía a
Alexander.
—¿Alguna vez eso ha salido del todo al exterior?
Cuando una tristeza infinita y desoladora se apropió de
sus ojos azules, supe la respuesta incluso antes de que
contestara.
—Sí. —Fue todo lo que dijo.
No hablamos más durante el resto del camino. Avanzamos
el uno al lado del otro, sumidos en un tortuoso silencio.
Pero cuando alcanzamos la parte trasera de la casa, Raven
me agarró del brazo y me detuvo.
—Trajeron a Alexander aquí a los cinco años, después de
un… incidente. —Tragué saliva al comprender que, a pesar
de haber sido tan escueto conmigo momentos antes, había
decidido darme una explicación—. Él ni siquiera recuerda
su vida fuera de este lugar, era demasiado pequeño, pero
creo que no ha podido olvidar lo que sucedió justo antes de
su traslado aquí.
»Como todos los brujos, Alexander nació sin ninguna
clase de poder, pero, en su caso, no fue adquiriéndolo poco
a poco, a medida que era capaz de controlarlo. Poco antes
de su quinto cumpleaños su magia brotó de pronto, sin
previo aviso y de una forma… brutal. Pilló a sus padres
totalmente desprevenidos.
Raven hizo una pausa y su mirada se perdió en algún
punto de la casa que se alzaba ya a pocos metros de
nosotros, aunque, en realidad, me daba la sensación de que
sus pensamientos estaban muy lejos de allí.
—Su madre… —prosiguió relatando Raven—. Melinda se
llevó la peor parte. Alex estuvo a punto de consumirla. Ese
día se agarró a ella con sus pequeñas manos y… casi la
mata. —Imaginé a un Alexander mucho menos huraño e
infeliz. Un niño, solo eso. Se me partió el corazón—.
Melinda no es una Ravenswood de nacimiento, sino por
matrimonio, por lo que es susceptible al poder de Alex a
pesar de que él también lleva su sangre.
Emití un quejido apenas audible, sin saber muy bien qué
decir, y los ojos de Raven regresaron a mi rostro. Había una
profunda tristeza en ellos y, al mismo tiempo, el cariño puro
e incondicional que yo sabía que le profesaba a su
protegido.
—¿Ella… está bien? —inquirí con cierto miedo a la
respuesta.
—Sí, conserva parte de su magia, pero nunca ha vuelto a
ser la misma desde entonces. Tobbias, el padre de Alex, se
puso como loco. Nunca había sido un padre muy entregado,
pero eligió culpar a su hijo aunque él solo fuera un niño. En
teoría, lo trajo a Ravenswood para que lo ayudaran, pero la
verdad es que todo lo que quería era mantenerlo lejos de
Melinda. Tobbias cree que Alexander es un monstruo.
Sin detenerse ni darme tiempo a procesarlo, Raven
continuó contándome lo que habían sido aquellos años para
Alexander. Un crío con un poder inmanejable creciendo
lejos de su familia, con tan solo dos lobos para cuidar de él.
El sótano, la sala que ahora era un gimnasio, había sido por
aquel entonces el aula en la que varios tutores trataron de
educarlo y enseñarle algo de autocontrol.
—Incluso en esas sesiones Alexander permanecía aislado.
En mitad de la habitación había una mampara de vidrio
reforzado con una decena de hechizos. Alex se mantenía a
un lado y su tutor al otro. Resultaba…
Coloqué la mano en su antebrazo y le di un apretón de
consuelo. Su expresión en ese momento era la de alguien
que ha vivido mil vidas, años y años de sufrimiento e
impotencia, y me sorprendió que por norma general no
mostrara esta otra faceta suya, tan dolida, repleta de
heridas sin cicatrizar. Tal vez su bondad provenía de ese
sufrimiento o tal vez no; lo que no podía negarse era que,
pese a todo, Raven elegía ser amable.
—No tienes que continuar hablando de ello si no quieres,
Rav —le dije, porque era muy consciente de que estaba
sufriendo al recordar.
Pero él negó con la cabeza y prosiguió.
—A los catorce años, Alexander había aprendido a
controlarse, la mayoría de las veces al menos. Su profesor
en ese momento, un pariente del linaje Ravenswood, lo
instó a emplear el elemento tierra. Le dijo que la sesión no
terminaría hasta que consiguiera provocar una vibración
que sacudiera el suelo y las paredes del sótano. No quería
que usara un hechizo, solo su poder bruto…
Contuve el aliento, consciente de que estaba a punto de
contarme algo horrible.
—Alexander estaba cansado, y Wood, que supervisaba la
clase desde el lado del profesor, aún más. Mi hermano
animó a Alex a que se soltara del todo… Wood contaba con
que los hechizos que cubrían la mampara resistirían y todo
quedaría en un susto para el profesor, una especie de
broma pesada. Y en cierta forma así fue. La mampara
resistió, pero la vibración que provocó Alex también
produjo una onda acústica y el techo del sótano no estaba
bien aislado. Yo me encontraba en ese momento en el
salón, justo encima…
Comencé a negar, horrorizada, a sabiendas de a dónde
iba a parar todo aquello. Me había preguntado muchas
veces a qué se debía la sordera de Raven y había dado por
sentado que, dado lo bien que hablaba, no podía ser de
nacimiento. Podía estar equivocada y que Raven hubiera
aprendido a hablar con esfuerzo y constancia, ya que no
era algo imposible, pero mucho me temía que no había sido
así.
—Me perforó los dos tímpanos en su totalidad y sin
posibilidad de curación. Ninguno de nosotros pudo hacer
absolutamente nada para revertirlo. Ni siquiera con magia.
Tal vez… Tal vez la magia de Alex arruinó aquel día algo
que no debía ser reparado…
Se me llenaron los ojos de lágrimas al escucharlo. No solo
por la sinceridad y la tranquilidad con la que hablaba
Raven, sino porque el cariño con el que lo hacía no había
desaparecido en ningún momento de su voz. Era evidente
que no le guardaba ninguna clase de rencor a Alexander a
pesar de ser el responsable de su sordera.
—Alexander tiene una cicatriz en el abdomen y otra en el
hombro de ese día, ya que Wood tuvo que emplearse a
fondo para hacerlo regresar. El tipo que le daba clases
había salido corriendo.
—Las he visto —murmuré, totalmente ida.
La expresión de Raven perdió intensidad durante un
instante y se volvió juguetona, curiosa.
—¿Ah, sí?
Por algún motivo, enrojecí hasta la raíz del pelo. No
parecía el momento adecuado para que saliese a la luz que
me había fijado en el brujo oscuro más de lo debido.
—Siento lo que te pasó, Rav —farfullé a duras penas,
obligándome a mirarlo para que pudiera leerme los labios.
No pude evitar preguntarme si las cicatrices que
portaban los lobos también se debían a encontronazos con
el propio Alexander.
—No te preocupes. —Se encogió de hombros y esbozó
una sonrisa que me rompió aún más el corazón; su lealtad
resultaba envidiable—. Yo no lo hago. Pero Alex prohibió
practicar cualquier clase de magia en la casa desde ese día.
En cuanto a mi hermano… Creo que sigue culpándose por
lo que sucedió. Aun así, Wood piensa que Alexander nunca
controlará su poder del todo si no lo deja salir. Yo antes no
estaba muy seguro de ello…
Sus palabras calaron en mí; todo lo que me había
contado.
Una vez había pensado que el brujo oscuro y yo nos
parecíamos, que ambos habíamos crecido solos en una
escuela en vez de en un hogar. Ahora comprendía que ni de
lejos era así. En mi caso, no solo había tenido a mi lado a
Dith y, a pesar de no ser la persona más sociable del
mundo, contaba con mis escarceos con Cameron, algunas
charlas con otros alumnos… Me relacionaba con
compañeros y profesores. Además, cada cierto tiempo me
escapaba a Dickinson y durante unas horas podía sentirme
casi parte del mundo de los humanos. Y mi padre no era
precisamente cariñoso, aunque tampoco me odiaba. Pero,
sobre todo, no temía tocar a alguien y que este… muriera.
En cambio, Alexander solo tenía a los lobos. Había hecho
daño a su propia madre y también herido a Raven. No
podía mezclarse con los alumnos de Ravenswood, y su
familia, su linaje, los únicos que podrían habérsele
acercado sin preocuparse de que absorbiera su magia,
parecían haber renegado de él.
Para colmo, la directora Wardwell había enviado a su casa
(su único refugio) a una extraña, una bruja blanca irritante,
cabezota y bocazas. ¡Dios, qué imbécil había sido todo este
tiempo!
Sin embargo, había algo que no lograba asimilar de todo
aquello.
—Pero ¿por qué querías entonces que me ayudara, Rav?
—pregunté con toda la delicadeza que pude.
Seguía sin entender lo que le había llevado a sugerirle a
Alexander que empleara aquel poder maldito conmigo si
conocía las consecuencias. Si le había hecho algo a su
propia madre que la había cambiado para siempre, ¿por
qué arriesgarse a que lo repitiera conmigo?
—Yo nunca he querido que él se abandonase a esa parte
oscura que lo posee a veces. No estaba de acuerdo con
Wood en eso —explicó, desconcertándome aún más. Cada
vez entendía menos—. Hasta que supe que venías… Y él…
Él… —añadió, con la mirada perdida más allá de mí,
ausente—. Él estará cubierto de oscuridad, totalmente
liberado, y por fin se convertirá en el Luke Alexander
Ravenswood que necesita ser…
Fruncí el ceño. No entendía nada de lo que me estaba
diciendo. Además, puede que Alexander se encontrara a sí
mismo cuando se abandonara del todo, pero yo no pensaba
prestarme voluntaria para que me pasara por encima en el
proceso.
—Rav, eso no tiene mucho sentido —dije en un intento de
encontrar una explicación lógica.
Raven se limitó a sonreír, una de esas sonrisas luminosas
y cargadas de inocencia. Señaló hacia la casa y dijo dos
cosas sin aparente relación entre sí:
—Alexander no te hará daño, Danielle. Dith ha vuelto.
28

Alexander
No podía decir que Wood estuviera disfrutando de nada de
aquello. En esta ocasión, no se había transformado en lobo
siquiera. Había optado por desencajarme las articulaciones
de los dos hombros en vez de romperme un par de huesos,
y para ello había necesitado emplear las manos. Ahora
estaba apoyado en el tronco de un árbol, observándome.
Esperando.
Ahogué un quejido y empujé el dolor fuera de mi rostro
para evitar que él lo apreciara. Desde el suelo, tumbado
boca arriba sobre el barro, yo también lo miraba. Sabía lo
mucho que odiaba hacerme daño, y yo odiaba hacérselo a
él.
—Deberías regresar. Esto me va a llevar un buen rato.
Prefería que se fuera y me dejara solo, pero de todas
formas Wood no lo haría, lo conocía demasiado bien. No, se
quedaría allí, torturándose a sí mismo por algo sobre lo que
no tenía ningún control.
Se encogió de hombros y mantuvo la boca cerrada,
aunque era cuestión de tiempo que explotara. Y yo quería
que lo sacara fuera. Todo. La oscuridad había retrocedido y
ya no había rastro de aquel veneno negro en mis venas ni
llamas devorándome la piel; ahora todo lo que me consumía
era la vergüenza.
Mis músculos volvieron a protestar. Me retorcí sobre el
barro, pero aguanté. El sufrimiento mantenía a raya mi
poder y, a la vez, me ayudaba a sanar. Muy muy
lentamente. Esa era una parte de mi magia que también
hubiera podido evitar; descartarla y dejar que mi curación
fuese natural, como la de cualquier otra persona. Pero no
quería atormentar más a Wood, y cada segundo que pasaba
tirado en el suelo del bosque era una tortura para él.
—¡¿En qué demonios estabas pensando, Alex?! —estalló
por fin—. ¿Qué pretendías? ¡¿Te has vuelto loco?! ¡¿O es
que esa chiquilla te saca tanto de quicio que de verdad
querías matarla?!
Las preguntas abandonaron sus labios, entremezcladas
con gruñidos de ira y frustración. Me limité a negar con la
cabeza, pero incluso ese leve movimiento dolió como el
mismísimo infierno.
—Y de todas formas… ¿Qué os pasa con Danielle, maldita
sea? —continuó renegando. El aroma de su magia, brutal y
salvaje, lo envolvió de tal forma que pude detectarlo desde
donde me encontraba—. Primero Raven y ahora tú. ¡Joder!
Es solo una Good, una traidora. ¡Sus antepasados nos
vendieron y se pasaron al otro bando!
A Wood, en realidad, le importaba una mierda los bandos
y los linajes, prueba de ello era su relación con Dith. Pero
estaba enfadado. Y tenía todo el derecho a estarlo.
—No es solo una Good —farfullé, mientras me esforzaba
por completar la curación de mis hombros.
Aparté a un lado la descarga de dolor que me recorrió
ambos brazos y me concentré en mi familiar.
—Es Rav, ¿no? Ha visto algo.
Asentí a pesar de que no estaba seguro de lo que el lobo
negro había vislumbrado sobre Danielle ni qué relación
podía tener con los Ravenswood.
—Ella… A Danielle se le ha presentado el árbol.
No tuve que explicarle a qué árbol me refería; solo había
uno en todo aquel bosque del que ninguno de nosotros
quisiera tener noticias. La expresión de Wood no sufrió
variación alguna, pero un renovado interés relució en sus
pálidos ojos azules.
—¿Cuándo?
—Justo antes de que la encontrara. Yo también lo vi.
Wood sacudió la cabeza de un lado a otro. La aparición
del árbol de Elijah no era un buen augurio. Durante años,
había germinado y crecido a expensas de los sacrificios del
nigromante, y su único sustento había sido la sangre de las
personas que Elijah se había dedicado a asesinar.
—La muerte visita Ravenswood y… ¿a Danielle se le
aparece ese maldito árbol? No creo que sea una
coincidencia.
—Nada lo es.
Intenté mover los hombros y, a cambio, un doloroso
calambre me recorrió de arriba abajo. Aparté la mirada de
Wood y me tomé unos segundos para observar la franja de
mi estómago que había quedado al descubierto. Parte de
una cicatriz asomaba bajo la tela de mi camiseta, una que
yo no había permitido que mi magia curara; un
recordatorio de un día muy concreto de mi vida.
Los ojos de Wood se desviaron a ese mismo lugar. Como si
supiera lo que estaba recordando, apretó los dientes, pero
no dijo nada. Durante los siguientes minutos ninguno de los
dos habló, y supuse que aquello era todo lo que pensaba
decir al respecto.
Estaba equivocado.
—Va a peor…
«Desde que Danielle está en la casa». Eso fue lo que no
dijo, pero sabía (todos sabíamos) que era así.
Los músculos y los tendones continuaron soldándose,
regresando a su sitio con una tortuosa y agónica lentitud.
Un poco más, solo un poco más de tiempo y podría mover
de nuevo los brazos.
—Creía que estabas a favor de que lo dejara salir.
Me fulminó con la mirada pese a que yo llevaba razón. La
teoría de Wood siempre había sido que no controlaría mi
poder hasta que permitiera que me consumiera por
completo.
—No así. No con ella como conejillos de indias. No te lo
perdonarías, y Raven tampoco lo haría.
—Fue él quien me propuso que ayudara a Danielle.
Sus cejas se arquearon por la sorpresa. Descruzó los
brazos y se adelantó para arrodillarse a mi lado. Se le veía
exhausto y no tenía nada que ver con haber estado
recorriendo el bosque como un lobo a la búsqueda de su
siguiente presa. No, no se trataba de eso.
—Raven también se equivoca a veces, y tú podrías tener
ahora las manos manchadas con la sangre de esa chica.
Algo muy dentro de mí se encogió y se retorció ante esa
idea.
«No», retumbó esa otra voz en mi interior, ajena y
distante. Antigua.
—¿No me crees capaz de controlarlo?
Era una pregunta injusta y de inmediato lamenté haberla
hecho. ¿Creía yo siquiera poder manejar mi oscuridad?
Había pensado que estaba manteniendo el control de mis
actos cuando había tomado a Danielle de la cintura, incluso
con el fuego devorándome de pies a cabeza como nunca
antes lo había sentido, bebiéndose mi cuerpo y mi alma. El
hambre, la necesidad. La oscuridad rodeándome y
rodeándola. Reclamándola también a ella.
En realidad, no tenía control sobre una mierda.
Sí, había creído poder deshacer su bloqueo, quizás
porque la noche anterior, cuando Danielle había estirado
las manos sobre mi pecho, había sentido un deseo
abrumador, y este no había sido de la clase que terminaba
con ella convirtiéndose en una cáscara vacía. Muerta.
Había sido… diferente, y aterrador también. Durante un
instante casi había pensado que…
—No puedo soportar esta mierda por más tiempo,
Alexander. No puedo —escupió Wood, y un sufrimiento
profundo, fruto de una herida que llevaba abierta años, se
reflejó tanto en su voz como en sus ojos.
Hubo un nuevo silencio entre nosotros, uno que dolía
mucho más que el de mi cuerpo recomponiéndose a sí
mismo.
—Yo… Lo siento.
Ojalá hubiera podido devolverle su libertad. Su vida. Pero,
de un modo u otro, los familiares estaban ligados a sus
protegidos de formas que ni siquiera la magia oscura podía
romper, y bien sabía yo que ninguno de los lobos me
abandonaría, aunque pudiésemos disolver ese lazo. Su
lealtad estaba por encima de todo, al igual que la mía para
con ellos.
Wood suspiró tras realizar un leve asentimiento con la
cabeza. A pesar de lo vacía que resultaba mi disculpa, de lo
poco que significaba, la aceptaba igualmente.
Siempre protegiéndome, siempre a mi lado.
Palpó uno de mis hombros con dedos expertos pero
delicados para comprobar el estado de músculos y
ligamentos. Nadie hubiera dicho que alguien como él fuera
poseedor de unas manos tan amables, pero yo sabía que
Wood no era como la gente creía, igual que su gemelo
tampoco lo era.
—¿Danielle lo sabe? ¿Sabe lo de Raven?
Negué, aunque me sentí en la obligación de aclarar:
—Cree que fue su madre quien advirtió a Rav de que ella
vendría.
—¿Una Good vidente? —resopló él, y me lanzó una aguda
mirada que dejaba bien claro lo ridícula que le resultaba la
idea.
—Tampoco sabe lo tuyo —añadí—. ¿Se lo has contado tú a
Meredith?
Pasó a revisarme el otro hombro y yo esperé con
paciencia su respuesta.
—Sí, claro. Le dije: «¿Sabes, Dith? No dejo de ver los
putos muertos que se me aparecen día y noche. Llevo siglos
haciéndolo y me había olvidado de contártelo».
El sarcasmo de su tono me arrancó una carcajada.
Conociendo a Wood, y aunque sabía que no le gustaba
airear esa parte de su poder, cuando se decidiera a hablarle
a Meredith de su peculiar capacidad emplearía justo esas
palabras. No había nada gracioso en ello y desde luego no
resultaba agradable, pero al menos en la casa ningún
fantasma lo molestaba. El bosque… El bosque era
diferente. Muchos habían perdido la vida y la razón allí; no
eran pocos los que vagaban sin rumbo entre sus árboles.
—¿Crees que puedes levantarte? —inquirió una vez
terminadas sus comprobaciones.
El dolor no había retrocedido ni un ápice, pero asentí de
todas formas. Podía haberle pedido ayuda y, sin embargo,
mantuve la boca cerrada; no por orgullo, sino para
ocultarle el alcance de las consecuencias que aquello tenía
para mí.
Wood no tenía que sufrir más de lo que ya lo hacía.
Me atacó un mareo al incorporarme y a punto estuve de
caer de nuevo, pero apreté los dientes y afiancé los pies en
el suelo. El barro me cubría casi por entero, aunque mejor
eso que la sangre de otras ocasiones. Suponía que Wood
había sido consciente de que aquel bosque no era el sitio
más adecuado para derramarla. Menos aún con la reciente
aparición del árbol de Elijah.
Echamos a andar de vuelta a Ravenswood. Wood tuvo la
deferencia de no apresurar el paso y yo sabía que
permanecía atento a cada uno de mis movimientos, a la
más leve señal de malestar. Me aseguré de no dar muestra
alguna de lo dolorido que estaba. Mantener las emociones
fuera de mi rostro se había convertido en un verdadero arte
para mí, uno que dominaba a la perfección.
—¿Qué sabes de Abigail Foster?
Por la mención a la muerte que había hecho un rato
antes, resultaba obvio que era consciente de lo que había
sucedido.
—No he visto su fantasma, si es eso a lo que te refieres —
aclaró—, pero me he acercado hasta el límite del bosque
para echar un vistazo y he escuchado a varios alumnos
hablar de lo ocurrido. Parece que su amistad con la hija de
la directora le ha salido cara.
Le lancé una rápida mirada.
—¿De qué demonios estás hablando?
—La encontraron en el dormitorio de Ariadna Wardwell,
en su cama. Aunque ella no estaba. No sé todos los
detalles, pero parece ser que le han destrozado la
garganta.
Maldije en voz baja.
—¿Crees que podría tratarse de él? —No quise
pronunciar su nombre en voz alta, pero Wood me entendió
de todas formas. No era la primera vez que aquello ocurría
y, teniendo en cuenta que el árbol había aparecido de
nuevo, ninguno de los dos necesitábamos mucho más para
deducir lo que estaba pasando.
—Después del encontronazo de ayer en la fiesta… —
replicó, y el agotamiento se apropió de su voz una vez más
—. Si Abigail estaba por algún motivo en la habitación de
Ariadna, pudo confundirla con ella. Quizás… Quizás quería
hacerle pagar lo que hizo y erró el objetivo.
El bosque se tragó nuestros siguientes pensamientos.
Antiguo y malicioso. Cargado de secretos; tantos como
albergaba el linaje Ravenswood. Solo cuando los muros de
nuestra casa comenzaron a atisbarse entre los viejos
troncos, Wood volvió a hablar por fin.
—Estamos de mierda hasta el cuello, Alexander.
No fui capaz de discutírselo.
29

Encontré a Dith recostada tranquilamente en uno de los


sofás del salón. Una sonrisa perezosa bailaba en sus labios
y no aprecié rastro de preocupación en su mirada. Era la
viva imagen de la serenidad. A mí, en cambio, se me
amontonaban en los labios las preguntas que no había
podido hacerle en su ausencia.
—Si vuelves a irte, te mato —dije, lanzándome sobre ella.
Dith rio mientras me devolvía el abrazo. Por la fuerza con
la que me estrechó, supe que me había echado de menos
tanto como yo a ella.
—¿Tan aburrida has estado? —bromeó cuando por fin la
solté y me senté a su lado.
Asentí a pesar de que era probable que yo tuviera que
contarle tantas cosas como ella a mí, incluido lo sucedido
en el bosque poco antes. Pero aparqué ese tema por el
momento. Necesitaba saber lo que sentía yo misma al
respecto antes de poder explicárselo. Y también estaba
demasiado ansiosa por conocer el motivo que la había
llevado lejos de mí.
—¿Dónde te habías metido? ¿Has visto a… mi padre?
Su sonrisa perdió brillo casi de inmediato.
—Tenemos que hablar.
Desvié la mirada hacia el arco que separaba el salón de la
cocina. Raven se había quedado allí, apoyado en la pared,
observándonos.
—Será mejor que vayáis arriba —dijo él, regalándole una
sonrisa cargada de cariño a Dith. Ella le guiñó un ojo en
respuesta—. Mi hermano y Alexander no tardarán en
volver.
—¿El brujo gruñón ha salido de la casa?
Raven me señaló y le lanzó a Meredith una elocuente
mirada, lo que hizo que ella se volviese hacia mí.
—Yo no he tenido nada que ver —me defendí, pero Dith ya
me arrastraba escaleras arriba.
—Vamos, quiero que me cuentes todo lo que me he
perdido.
Apenas nos encerramos en mi habitación, y antes de
lanzarme a interrogarla acerca de su viaje, me fue
imposible esperar para preguntarle:
—Tú… ¿sabías que Mercy Good no había muerto?
Dith era muy vieja, por mucho que su aspecto fuera el de
una joven que apenas si alcanzaba los veinticinco, y su
actitud, la de una adolescente atolondrada por las
hormonas. Había acompañado a varias mujeres de mi linaje
a lo largo de los años, las había protegido y aconsejado, y
probablemente también las había corrompido solo por
diversión, tal y como se empeñaba en hacer conmigo. Así
que, si alguien podía saber algo de la relación entre los
Ravenswood y los Good, era ella.
Frunció el ceño, supongo que intrigada por lo repentino
de mi interés, pero contestó de todas formas.
—No con seguridad, pero creo tu abuela Florence lo
sospechaba. Ella nunca aprobó lo que pasó en los juicios, ni
que los Good dieran la espalda a Sarah —aseguró con un
tono no exento de pesar que revelaba que tampoco a ella le
enorgullecía lo sucedido—. Siempre decía que, algún día,
Mercy encontraría la manera de hacernos pagar.
Los brujos podían ser muy vengativos si se lo proponían,
sobre todo los pertenecientes a linajes oscuros. En
ocasiones, incluso después de muertos hallaban la forma de
regresar. O ni siquiera llegaban a marcharse y permanecían
anclados a este mundo hasta ver convertidos sus deseos de
venganza en realidad. Estaba segura de que los juicios de
Salem, con todo lo que conllevaron para la comunidad
oscura, habían sido una fuente inagotable de maldiciones
hacia los que no perecieron en ellos.
—Pero la abuela era una bruja blanca. Ella… estaba de
acuerdo con nuestra elección. —Todos los Good en
realidad. Ningún miembro de mi linaje parecía albergar
duda alguna sobre nuestra traición.
Dith se encogió de hombros.
—Todo el mundo tiene un lado oscuro, Danielle. Los
Ravenswood no son los únicos que esconden secretos.
Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, Dith
se levantó de la cama y tomó su mochila del suelo. Yo ni
siquiera la había visto hasta entonces, como tampoco la
bolsa de tela que se encontraba bajo ella.
—Te he traído algo.
Permanecí en silencio mientras, de espaldas a mí,
rebuscaba en el interior de la bolsa. Sus hombros cayeron y
un tenue suspiro le atravesó los labios y llegó hasta mis
oídos. Se tomó su tiempo para sacar lo que quiera que
buscaba, y no fue hasta que se volvió que entendí el porqué
de la súbita tristeza que le desfiguraba los rasgos.
No pude evitar jadear cuando estiró las manos en mi
dirección.
—El grimorio de mamá —farfullé, tropezando con las
palabras.
La humedad me empañó la mirada, pero, aun así,
reconocí de inmediato el hermoso diseño de la cubierta.
Dos medias lunas unidas en el centro por un círculo
completo. El símbolo de la triple diosa: doncella, madre y
anciana. Y, bajo él, el triángulo invertido que representaba
el elemento agua; aquel del que mi madre extraía su poder
y también yo el mío.
El grimorio de cada brujo era, seguramente, su posesión
más preciada. Aunaba la colección de hechizos de toda una
vida. Se le entregaba el día de su graduación en la
academia, al inicio de su vida adulta de brujo, y lo
acompañaba allá donde fuera. Cada hechizo en su interior,
cada conjuro tan específico que solo podía ser recitado de
forma efectiva por su creador y dueño o bien por alguien
muy cercano de su propio linaje, aunque a veces ni siquiera
eso alcanzaba. La magia era así de personal, era intrínseca
a cada brujo. Las palabras empleadas, el tono, el cántico,
los ingredientes que se añadían a veces para potenciarlo…
Todo llevaba la marca de ese brujo. No había dos brujos
iguales y, por tanto, no había dos hechizos iguales. Solo, en
ocasiones, afinidades muy específicas permitían emplear un
conjuro de otro con las debidas adaptaciones.
Aparté los ojos del libro, que Dith había depositado sobre
la cama casi con reverencia, y la miré a ella. Hice un
esfuerzo por mantener mi voz firme al preguntar:
—¿Cómo?
—Tu padre lo había ocultado en su despacho.
El despacho de mi padre era la única habitación en la que
nunca, bajo ningún concepto, se nos había permitido entrar
a Chloe y a mí. Mientras que mamá nos animaba a visitar
su estudio de la segunda planta, aquel en el que se
dedicaba a pintar tanto como a dar rienda suelta a su
magia y en el que mantenía una buena colección de
ingredientes, traídos de todas partes del mundo, en
pequeños tarritos de cristal diligentemente ordenados, mi
padre jamás nos dejó poner un pie en el suyo.
Tras la muerte mi madre, y antes de que mi padre me
arrastrara hasta Abbot, yo había buscado aquel grimorio
por todas partes. Lo quería. No ya por los hechizos que
pudiera contener, que quizás nunca llegara a poder
ejecutar por mí misma, sino porque era de mamá. Porque lo
había rellenado con su bonita y elegante letra. Por las
anotaciones o dibujos que a veces hacía en los márgenes o
en cualquier otro hueco que quedase libre. Porque estaba
impregnado del aroma de su magia… De su aroma.
Ya casi había olvidado como olía mi madre.
Adelanté las manos y rocé el grabado en el cuero de la
cubierta. Líneas sencillas pero repletas de poder. Casi
esperaba escuchar el cierre de metal saltando, listo para
permitirme acceder a los secretos que pudiera contener.
Pero no pasó nada. El grimorio solo respondería ante mi
madre; la huella de su magia era la única llave para aquella
cerradura.
La decepción se extendió por mi pecho y me clavó sus
uñas amargas en el corazón. Al parecer, no había ninguna
afinidad entre mamá y yo, nada que me permitiera echar
un vistazo al trabajo de toda su vida sin obligarme a
emplear la magia para tratar de forzar la cerradura, a
sabiendas de que eso podría llegar a destruirlo.
—Tal vez… una vez que recuperes tu poder —señaló Dith,
y una chispa de esperanza despejó brevemente la oscuridad
de mi interior.
Quizás mi bloqueo era el único culpable de que el
grimorio no me reconociera. Nunca lo había hecho, en
realidad, pero ahora que mamá ya no estaba… tal vez…
Otra buena razón para recuperar mi poder cuanto antes.
Giré el libro entre mis manos y advertí algo en lo que no
había reparado hasta entonces.
—¿Qué es esto? —inquirí, y apenas si había terminado de
formular la pregunta cuando comprendí de qué se trataba.
Mi cabeza se alzó con la rapidez de un látigo y clavé la
mirada en el rostro de Dith.
—¿El colgante? —aventuré, aunque sabía que se trataba
precisamente de eso.
No me atreví a tirar de la fina cadena de plata que
asomaba entre las páginas amarillentas por miedo a
dañarlas. El propio colgante, una réplica del grabado de la
triple diosa que aparecía en la cubierta del grimorio, no
quedaba a la vista, pero estaba segura de que tenía que ser
el amuleto de mi madre. Nunca se lo quitaba. Jamás. Sin
embargo, no lo había llevado puesto cuando papá y yo la
encontramos… Cuando la encontramos muerta.
No podía entender qué podía haberla empujado a
separarse de él y dejarlo allí, como si de un vulgar
marcapáginas se tratase.
—Sabía que lo querrías contigo —dijo Dith, la voz suave y
temblorosa, tan emocionada como yo—, aunque en realidad
me marché para buscar el colgante. Teniendo en cuenta
todo lo que está sucediendo, necesitas toda la protección
que puedas obtener.
El grimorio era una joya, un recuerdo que quería
conservar a toda costa, aunque nunca me permitiera
acceder a su interior. Pero el colgante… Esa reliquia
familiar me hubiera sido legada de un modo u otro. Una
protección extra y una fuente de poder añadida a la mía
propia; la de mis antepasados. El linaje Good.
Después de aquello estuvimos un rato en silencio. Creo
que ambas lo necesitábamos. Dith no había sido familiar de
mi madre, sino que había pasado de proteger a mi abuela
Florence a hacerlo conmigo. Pero había adorado a mi
madre como si fuera la suya y, por tanto, también ella
necesitaba a veces volver a llorar su pérdida. Daba igual los
años que hubieran transcurrido desde su muerte, Beatrice
Good había dejado un hueco en el corazón de cada persona
que la había conocido.
Ahora, con todo lo que estaba pasando y lo que había
descubierto sobre ella, ese hueco parecía haberse
expandido de nuevo en mi pecho y amenazaba con
cortarme la respiración. Y Chloe… Sí, ella también se
encontraba entre las páginas del grimorio, en la plata
oscurecida del colgante; también mi hermanita estaba allí
conmigo en ese momento.
—No me veo capaz de tirar y sacarlo —dije después de no
sé cuánto tiempo—. Podría estropear el grimorio o romper
el colgante.
Las páginas estaban desgastadas por el uso y eran
delicadas, y yo no estaba dispuesta a destrozar nada que
hubiera pertenecido a mi madre, no cuando era todo lo que
me quedaba de ella.
Dith situó una mano sobre la mía y me dio un apretón de
consuelo. Supuse que mis emociones debían de estar por
toda mi cara. Eso nunca me había preocupado con ella,
pero me obligué a rehacerme para evitar que las lágrimas
se derramasen sobre mis mejillas.
—¿Te fuiste solo para traérmelo? —pregunté para apartar
de mi mente las últimas imágenes que había tenido de
mamá y Chloe.
A pesar del valor que tanto el grimorio como el colgante
tenían para mí, no creía que Dith se hubiera marchado para
ir a buscarlos. Al menos, no solo para eso.
Exhaló otro suspiro pesado y supe que aquel regalo era lo
único bueno que traía consigo después de tantos días fuera.
Meredith nunca se mostraba dramática sin una buena
razón. Supongo que había visto y vivido las más variadas
situaciones y otorgaba a cada una de ellas la importancia
justa que tenían. Ni más, ni menos.
—Poco antes de… morir, Beatrice me interrogó acerca de
nuestro linaje. Así que quería revisar de nuevo su estudio,
buscar algo que pudiera ayudarnos a comprender por qué
visitaba Ravenswood. En su momento no le di mucha
importancia a sus preguntas, pero ahora… Pensé que tal
vez habría algunas notas o una pista sobre qué era lo que
de verdad perseguía descubrir. Sin embargo, no había nada
en la habitación. Solo los muebles. Tu padre debió de
vaciarlo por completo después de llevarte a Abbot.
No podía olvidar lo que había dicho Raven de las visitas
de mamá a Ravenswood. Alexander, además, había
aportado su propio granito de arena sobre Samuel Corey y
su especialidad.
—Se reunía con el profesor Corey. Al parecer, es algo así
como un experto en genealogía.
Aquello no sorprendió demasiado a Dith.
—Tu madre también estuvo en casa de Florence en
repetidas ocasiones.
—¿Crees que estaba buscando algo?
La abuela Florence había sido ya bastante mayor cuando
tuvo a mi madre, y yo apenas la había conocido en realidad,
pero no era un secreto que tenía una parte diógenes que la
empujaba a acumular toda clase de trastos, libros y cosas a
las que nadie, salvo ella, parecía encontrar utilidad.
Además, la antigua casa solariega en la que había vivido
hasta el fin de sus días contenía muchas de las reliquias de
la familia, incluso objetos anteriores a los juicios. Esos,
especialmente, eran los que ningún Good quería en su
propia casa. El desván era lo más parecido a un oscuro baúl
de los recuerdos de mi linaje.
—O quería esconder algo allí —terció Dith—. Puede que
descubriera qué fue lo que sucedió en realidad con Mercy
Good.
Si así era, no habría un lugar mejor para esconder
cualquier cosa que no desearas que nadie encontrara. La
casa se había cerrado tras el fallecimiento de mi abuela,
unos años antes de la muerte de mamá y Chloe, pero la
propiedad continuaba en manos de la familia, así como todo
lo que había en su interior. En realidad, ahora que lo
pensaba, esa casa había pasado directamente a ser de mi
propiedad. Me pertenecía. Mi padre no formaba parte
oficial de la herencia Good.
—¿Fuiste hasta allí?
—Aunque esa era mi intención, no pude; no quería dejarte
tanto tiempo sola. Perdí demasiado en esperar a que tu
padre abandonara la casa para poder buscar el colgante.
Encontrar también el grimorio fue providencial.
Al parecer, mi padre no estaba en Abbot, tal y como había
pensado, negociando junto con Hubbard y el consejo mi
rescate de Ravenswood. No, nada de eso. Porque mi padre
ni siquiera tenía conocimiento de que yo me encontraba
solo a unos metros de mi propia escuela. Por alguna razón
que no llegué a comprender, Dith sospechaba que nadie
sabía que mi huida había acabado en Ravenswood, y aquel
había sido otro de los motivos que la habían llevado a
realizar el viaje. De todos modos, tras comprobarlo, y
tampoco sin darme razones de aquello, no se había
molestado en poner al corriente a nadie de mi situación.
—No tienen ni idea de que estás aquí, Danielle.
—¿Por qué no se lo dijiste? ¿Por qué no hablar con él y
contárselo todo?
—Porque es muy probable que, de saberse que Wardwell
te está reteniendo aquí, las consecuencias… no serían
buenas para nadie. El consejo acabaría enterándose, y
nosotras tampoco saldríamos bien paradas.
Wardwell había mentido. No le habían negado un rescate
porque ella nunca lo había pedido. Sus planes para mí no
pasaban por devolverme a Abbot; solo ella sabría cuáles
eran en realidad.
—Maldita bruja mentirosa y rastrera —mascullé.
Dith me dedicó una larga mirada que no presagiaba nada
bueno y se encogió de hombros.
—Sí, supongo que eso se acerca bastante.
30

A pesar de mi ropa húmeda tras el paseo por el bosque y lo


lamentable de mi aspecto, Dith y yo continuamos charlando
durante largo rato acerca de lo sucedido en su ausencia.
Ella quería saberlo todo y, aunque empezaba a entrever en
su rostro a la amiga despreocupada que conocía, aún había
en sus ojos un brillo turbio de inquietud que me
perturbaba.
Tumbadas sobre la cama, traté de relatarle todo lo
sucedido lo más fielmente posible: mi reciente amistad con
Maggie Bradbury y su primo, la decepción (y el alivio)
porque las clases en Ravenswood no fueran como yo había
imaginado, el amago de entrenamiento en el sótano con
Wood, el baile de máscaras y el incidente con Ariadna
Wardwell que había terminado con Raven herido y conmigo
tirando de lo más profundo de mi poder para ayudarlo.
Alexander saliendo de la casa para acudir en su ayuda…
Por algún motivo, dejé para el final lo que acababa de
suceder en el bosque. Supongo que me avergonzaba un
poco no haber mostrado ningún amago de defenderme y
permitirle a Alexander… tocarme.
Dith escuchaba cada palabra con atención y una
expresión neutra que me resultó preocupante. No hubo
pullas ni las interrupciones que yo hubiera esperado, tan
típicas de mi familiar cuando le narraba alguno de los líos
en los que me metía, y me pregunté qué era lo que la
inquietaba tanto como para mantener su mente solo a
medias en nuestra conversación.
Traté de pasar de puntillas sobre todo lo que rodeaba a
Alexander, no profundizar demasiado; sin embargo, Dith
era como un perro al que le hubieran ofrecido su hueso
favorito y luego tratasen de arrancárselo de entre los
dientes.
—Un momento, vuelve a la escena de la cocina —me
pidió, esbozando una sonrisa malévola.
Sabía a qué momento se refería: Alexander inclinado
sobre mí después del baile de máscaras, acorralándome
contra la isla central y ardiendo como el jodido infierno.
—No hay mucho que contar.
Ella rio y sacudió la cabeza, negando.
—Te tocó. ¿Qué hay de eso de que no debería tocarte?
Lo pensé un momento. En realidad, Alexander no me
había tocado. Había sido yo la que le había manoseado un
poco el pecho… Con camiseta de por medio, pero
manoseado al fin y al cabo.
—No funciona así. Él puede controlarse si no hay contacto
directo. Piel con piel —expliqué, y Dith empezó a sonreír
como una loca.
—¡Vaya! Así que si estuvierais desnudos…
—No te montes películas. Eso no va a pasar, Dith —
señalé, y me enorgullece decir que no hubo rastro de
titubeo en mi voz.
Ella hizo un gesto con la mano, desechando mi
afirmación.
—Admite que Alexander está tremendo.
Hice un ruidito vergonzoso con la garganta al recordar
otra ocasión, también en la cocina, en la que Alexander
había aparecido vestido tan solo con un pantalón de
deporte; todo carne expuesta, músculos cincelados y piel
reluciente y dorada.
—Lo está —coincidí, porque no estaba ciega y podía
admitir que el brujo era bastante atractivo. Mucho en
realidad. De haber formado parte de Abbot, seguramente
hubiera babeado a su paso por los pasillos.
Pero no estábamos en Abbot, sino en Ravenswood, y
Alexander era un maldito brujo oscuro, gruñón, arrogante y
a saber con qué clase de mal habitando en su interior. Eso
sobrepasaba por mucho mis límites.
Dith tan solo me observó con esa mirada que empleaba a
veces y que me hacía sentir como si pudiera rebuscar en mi
interior y arrancarme cualquier confesión que desease
obtener.
—Volvamos a la parte en la que tú lo tocabas.
Resoplé. ¿Es que no iba a dejarlo estar?
—Había ropa de por medio —le recordé, pero no sirvió de
nada.
—Tal vez… —Hizo una pausa, reflexionando—. El núcleo
de poder de cualquier brujo está en su pecho, en el interior,
pero son las manos las que transmiten esa magia al
exterior. Salvo algunos brujos de cierto nivel, cualquier
hechizo medianamente potente requiere el empleo de las
manos, su movimiento… Quizás tú sí puedas tocarlo a él,
tocarlo de verdad. Y también él a ti, mientras no emplee las
manos para ello. —Lo último lo dijo con un tono socarrón
que evidenció el rumbo que estaban tomando sus
pensamientos.
—No puedo creer que estés pensando en sexo, Dith. ¡Él ni
siquiera me gusta!
—Solo digo que existe una posibilidad, por si te
interesase. Y, ya que estamos, tal vez eso implique que
puede ayudarte con tu bloqueo.
Eso sí que despertó mi curiosidad, aunque tras lo
sucedido en el bosque no veía cómo podría Alexander
absorber el hechizo que me limitaba sin emplear las manos.
Sin contar con el hecho de que podría llevarse también el
resto de mi magia; tal vez algo más.
—El resultado es el mismo. Su idea no es la de deshacer
el hechizo, sino absorber la magia de este para eliminarlo
—insistí, por si de repente había olvidado esa parte.
—Pero has dicho que sus manos son lo primero que se…
corrompe —señaló y casi podía ver los engranajes de su
cerebro girar tratando de encajar las piezas para encontrar
una solución. Se golpeó la barbilla con un dedo, perdida en
sus pensamientos. No podía salir nada bueno de todo
aquello; las fantásticas ideas de Dith siempre terminaban
conmigo pagando los platos rotos—. Raven aseguró que
Alexander no te haría daño.
—No confío en Alexander.
—Pero ¿y en Rav? ¿Confías en él?
No quería responder a esa pregunta. El lobo negro tenía
algo que me hacía creer que podría poner mi vida en sus
manos, tal y como haría con mi propio familiar, incluso con
todos los líos absurdos a los que Meredith me arrastraba
siempre. Sin embargo… Raven era el familiar de Alexander,
era un Ravenswood, parte de un linaje oscuro, desconocido
y muy muy peligroso. En última instancia, Raven le debía
lealtad al brujo. Yo no era nada para él y, aunque sus
intenciones fuesen nobles en lo que respecta a mí, quizás
se equivocase y Alexander sí me haría daño si yo se lo
permitía.
—¿Confías tú en Wood? —pregunté a su vez.
Dith abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. La
cerró.
Cualquiera pensaría que la relación entre el lobo blanco y
ella era puramente física. Una cuestión de conveniencia:
Wood no podía abandonar Ravenswood, y para Dith…,
bueno, aunque había unos pocos alumnos más con
familiares en Abbot, estaba convencida de que no eran
exactamente su tipo, y Wood había estado todos esos años
justo al otro lado de la carretera. Eso lo convertía en el
candidato perfecto para sus escapadas.
Pero no se trataba solo de eso. Lo sabía por cómo la
miraba él cuando pensaba que nadie estaba prestando
atención, por la forma en que se había interpuesto entre
Alexander y Dith, cubriéndola con su cuerpo aquel día en la
cocina. Ahí había mucho más que un simple lío de sábanas
revueltas; no importaba lo que Meredith pretendiera
hacerme creer o creerse ella misma.
—Touché! —dijo finalmente.
Dith confiaba en Wood, pero ¿le confiaría mi vida? ¿A
cualquiera de ellos? No, definitivamente no. Su lealtad
hacia mí estaba por encima de todo y todos, al igual que
debía estarlo la de los gemelos respecto a su propio
protegido.
El pensamiento le molestó y le hizo fruncir ligeramente el
ceño.
—Sigo creyendo que tiene que haber una manera de
romper tu bloqueo.
—Yo también quiero creerlo —repliqué, y era verdad.
Aún continuaba rememorando en mi mente lo sucedido en
el bosque. Alexander había parecido tan convencido de que
podía controlarse, y yo había querido dejarme llevar a
pesar de todo. No estaba segura de en qué lugar me dejaba
eso, sabiendo lo que sabía de los Ravenswood, pero la
cuestión era que también había un montón de cosas que
desconocía de ellos.
—Ya están todos en la casa —me hizo saber Dith.
Yo no había escuchado ni un solo ruido que me alertara
del regreso de los demás, pero no dudé de que así fuera.
Los sentidos de Meredith, incluso en forma humana,
estaban mucho más agudizados que los míos.
Recordé entonces la razón por la que se suponía que
Alexander se había aventurado a entrar en el bosque: una
chica había muerto. Estaba convencida de que, incluso en
un sitio como aquel, no era algo que sucediera a menudo.
Tanto Abbot como Ravenswood eran zonas seguras para los
brujos, al menos para los alumnos que pertenecían a cada
una de ellas. ¿Había cambiado eso con mi llegada? ¿O no
tenía nada que ver conmigo? Suponer que mi irrupción en
territorio enemigo hubiera alterado de alguna manera la
paz establecida entre las escuelas quizá fuera demasiado
pretencioso por mi parte, pero, fuera como fuese, quería
saber lo que había ocurrido.
—Deberíamos bajar.
Dith asintió. Se deslizó sobre el borde del colchón con un
movimiento perezoso pero elegante. Pude ver al felino que
había en ella; las garras escondidas bajo una apariencia
frágil e inofensiva. No podía dejar de preguntarme qué
delito habría cometido para ser maldecida. Si esas uñas,
invisibles ahora, reflejaban parte de sus pecados. Meredith
no hablaba de ello, nadie de la familia lo hacía.
—¿Dith? —la llamé, y ella giró la cabeza para mirarme por
encima del hombro—. Hay algo más.
Me levanté y me acerqué para contarle en voz baja la
forma en la que los gemelos ayudaban a Alexander a salir
del trance oscuro en el que a veces se sumía. Dolor, eso era
lo que necesitaba el brujo para regresar, y me parecía más
y más macabro conforme pensaba en ello. Era horrible y
descorazonador, y no podía imaginar lo que aquello le
estaba haciendo a los lobos.
La expresión horrorizada de Dith me hizo saber que
pensaba lo mismo que yo; ella, que nunca se tomaba nada
en serio y que siempre parecía tener un motivo para
sonreírle a la vida.
—¿Wood no te lo dijo?
Dith negó.
—Yo jamás había visto a Alexander… transformarse.
Siempre se ha cuidado mucho de mantenerse alejado de mí
cuando los visito.
Wood ya me había comentado que Alexander se mantenía
alejado de ella cuando los visitaba, lo que no tenía tan claro
era si se veía afectado por su mera presencia en la casa o
era el uso de su magia lo que lo hacía. Dith no solía
emplearla a menudo, salvo para adquirir su forma animal y
para realizar algún que otro truco sin importancia. Yo
siempre habría creído que sus reticencias tenían algo que
ver con lo que la había llevado a convertirse en familiar.
Dith solía repetirme que nunca debía subestimar el precio a
pagar por un hechizo de verdad, aquel que iba más allá de
un sencillo juego de manos que cualquier novato podría
realizar. «La magia siempre tiene un coste y tienes que
estar dispuesta a pagarlo», afirmaba Dith en los pocos
momentos en los que trataba de ejercer como la guía que
se suponía que debía ser para mí.
Al margen de que la magia nos debilitara y requiriera de
nosotros un esfuerzo físico y mental, había ciertos hechizos
y conjuros que iban más allá de eso. Un pago justo, uno que
muchas veces no se podía prever, para mantener el
preciado equilibrio.
Al parecer, el dolor era el precio que le era requerido a
Alexander para no ceder al poder que lo habitaba.
Resultaba toda una contradicción.
—Puede que deba tener una conversación con Wood.
—Suerte con eso —le dije, porque dudaba que el lobo
blanco estuviera dispuesto a exponer los secretos de su
protegido.
Sin embargo, a Raven no le había importado contármelo.
¿Podía de verdad confiar en él?
Suspiré. No tenía una respuesta para eso.
Mi ropa aún estaba húmeda después del aguacero, y mi
cuerpo, exhausto. Pero acompañé a Dith a la planta baja de
todas formas. Quería saber lo que le había pasado a Abigail
Foster a pesar de que, después de todo lo sucedido y de la
llegada de Dith, me sentía agitada y confusa. Habían
pasado tantas cosas en tan poco tiempo…
Encontramos a los Ravenswood en el salón. Alexander,
con la cabeza inclinada y la vista fija en el suelo, se hallaba
sentado en uno de los sofás, aunque más bien parecía que
se hubiera desplomado sobre él. Tenía la ropa mojada y
cubierta de barro y el pelo totalmente alborotado. No había
rastro de oscuridad en su piel, nada de lo que había
mostrado en el bosque. Aunque me inundó el alivio, yo
sabía lo que eso suponía. Lo que tenía que haber hecho
Wood para poder traerlo de vuelta.
Mi mirada se desvió hacia el que había considerado como
al gemelo malvado. Estaba apoyado en el umbral del arco
que daba paso a la cocina, alejado de los demás, como si no
se atreviera a acercarse a su protegido. Una expresión
sombría le endurecía los rasgos; había pena, dolor y una
insana desesperación que no me costó comprender de
dónde procedía. Había sido él. Wood le había hecho daño a
Alexander para traerlo de vuelta y era obvio que ahora
buscaba una manera de reconciliarse consigo mismo y con
sus actos.
Aunque mantuvo cierta distancia, Dith se plantó frente a
él. Y solo entonces Wood hizo un esfuerzo para ocultar las
emociones que llevaba impresas por todo el rostro.
—Has vuelto —dijo él. Sin moverse, sin tocarla, aunque
daba la impresión de que quería hacerlo.
—He vuelto —replicó ella con una dulzura inesperada.
¡Oh, sí! Entre ellos había algo serio.
Intercambiaron una larga mirada cargada de decenas de
palabras que no alcanzaron sus labios, pero ninguno hizo
nada más por eliminar la escasa distancia que los separaba.
Un acuerdo tácito, quizás; era probable que Wood no
soportara que nadie lo rozara siquiera en ese momento.
Los dejé hablándose en silencio y me concentré en Raven.
Se encontraba delante de Alexander, con una rodilla
hincada en el suelo y los brazos rodeando las piernas del
brujo en ademán protector.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Alexander no levantó la cabeza para mirarlo cuando
respondió:
—Sí. Iré a darme una ducha.
Pero no se movió. Sonaba agotado y dolorido, aunque a
primera vista no aprecié ninguna herida o… hueso roto.
Quizás no había sido necesario dañarlo, pero ¿por qué se
mostraba entonces Wood tan abatido?
Raven se inclinó sobre el oído del brujo y le susurró algo
que no llegué a entender.
«Los Ravenswood y sus secretos», pensé para mí misma.
Antes de que pudiera plantearme qué le habría dicho Rav,
Alexander clavó sus inquietantes ojos en mí. El vello de la
nuca se me erizó y la piel del cuello, allí donde me había
rozado apenas con la yema de los dedos, comenzó a
arderme. Casi pude sentir de nuevo la leve caricia de su
mano.
¿Habría podido llegar a hacerlo? ¿Despojarme de mi
magia? ¿De mi alma quizás? Si Wood no hubiera
aparecido…
—Bueeeno —intervino Dith, arrancándome de mis
pensamientos—. Entonces, ¿quién decís que se ha muerto?
Su falta de tacto me hizo girar la cabeza de golpe hacia
ella. Se había vuelto en mi dirección, los brazos cruzados
sobre el pecho y muy pendiente del intercambio de miradas
entre Alexander y yo. Suspicaz y curiosa. Comprendí de
inmediato que su aparente crueldad no era más que una
forma de concedernos una tregua, una distracción de lo
que fuera que flotaba entre nosotros.
Me froté el cuello en un intento de eliminar el extraño
hormigueo de mi piel y me prometí que se lo agradecería
más tarde.
—Eres toda suavidad y buen gusto —le reproché de todas
formas, pero ella sonrió.
Alexander, ya en pie, pasó a mi lado y se dirigió a las
escaleras. No cojeaba y tampoco había ninguna herida
visible, pero resultaba evidente que cada movimiento
requería un gran esfuerzo por su parte. No dijo una palabra
mientras ascendía por las escaleras hacia el piso superior.
Tampoco miró atrás.
—Iré con él —murmuró Raven, y se apresuró a seguirlo.
Wood dejó escapar un profundo suspiro que atrajo la
atención de Dith.
—Estás hecho una mierda —señaló esta, y Wood le dedicó
una medio sonrisa carente de humor—. Yo subiré a echarles
un vistazo.
Tampoco entonces Wood dijo nada, pero de algún modo
supe lo profundamente agradecido que le estaba a Dith por
ese ofrecimiento. El hecho de que ella se preocupara por
las dos únicas personas que parecían importarle de verdad
al lobo blanco representaba todo un mundo para él. Algo
que nunca olvidaría.
En cuanto Wood y yo nos quedamos a solas, quise
preguntarle qué había sucedido después de que los dejara
a solas en el bosque, pero no me dio opción. Me rodeó y fue
directo hacia la puerta que llevaba al sótano.
Probablemente yo era la última persona de la casa con la
que querría hablar; sin embargo, lo seguí de todas formas.
Una vez abajo, sus pasos lo condujeron hasta la pared del
fondo, donde se acumulaba una gran variedad de material
deportivo. El lugar estaba en realidad muy bien surtido,
pero Wood, después de un momento de duda, no recogió
nada del equipamiento. Se fue hasta el saco de boxeo que
colgaba del techo en una de las esquinas y, sin molestarse
en emplear ningún tipo de protección, comenzó a golpearlo
con todas sus fuerzas.
Después de unos minutos observándolo descargar su ira,
resultó bastante evidente que no se detendría hasta
reventar el saco o sus manos, lo que primero que
sucediera.
—Wood…
—Lárgate —me espetó sin ni siquiera mirarme, y los
golpes se recrudecieron.
Estuve a punto de ceder y dejarlo a solas. Sin embargo,
haciendo honor a mi conocida falta de sentido común, me
quedé allí. Fui lo suficientemente inteligente como para
permanecer en silencio mientras él continuaba aporreando
el saco y me dediqué a curiosear todo el material deportivo
que acumulaban. Cuando mis ojos tropezaron con un par
de vendas protectoras, no lo dudé ni un segundo. Me
envolví las manos con ellas y las ajusté hasta que quedaron
bien apretadas. Sí, seguramente era una temeridad…
Me acerqué a él por el lateral del saco para entrar en su
campo de visión.
—Lárgate antes de que te hagas daño —gruñó entre
dientes—. O de que te lo haga yo.
No era muy inteligente por mi parte buscar pelea con un
tipo que me sacaba más de una cabeza y para el que ya
había demostrado que no era rival, pero supongo que yo no
actuaba con inteligencia demasiado a menudo.
—Pelea conmigo.
Soltó una carcajada que habría hecho huir a cualquiera
con un poquito de sensatez. Yo no debía de ser ese tipo de
persona.
—¿No has tenido suficiente con lo del bosque? —repuso
con otro gruñido.
—¿Y tú?
Apartó los ojos del saco y me fulminó con la mirada. Sí,
definitivamente, aquello era una temeridad y posiblemente
estaba a punto de recibir la paliza de mi vida.
Retrocedí hasta el medio de la sala y le hice un gesto con
la mano para que se acercara. La sonrisa que asomó a sus
labios fue… diabólica. Un aviso.
Pero ya era tarde para echarse atrás.
31

A pesar de mis suposiciones previas, Wood fue


particularmente delicado conmigo, lo cual resultaba
sorprendente dado que tenía el aspecto de alguien
dispuesto a arrancarle la cabeza a cualquiera que se
cruzara en su camino. Yo era menuda, y a su lado aún lo
parecía más, pero la agilidad de la que me dotaba mi
tamaño no hubiera sido suficiente para esquivar todos sus
golpes.
Era evidente que el lobo, pese a la frustración, la rabia
que emanaba de él y el evidente odio que sentía hacia sí
mismo, se estaba conteniendo. Llegué a pensar que tal vez
necesitaba una forma de probar que sus manos podían
hacer algo más que provocar daño y sufrimiento. Quizás
fuera la parte de Raven que habitaba en él; igual que en su
hermano habría un feroz y salvaje lobo. Quizás ninguno de
los dos fuera lo que parecía en absoluto.
La cuestión fue que Wood no me machacó. ¡Oh, sí! Me
hizo perder al menos un par de kilos en sudor y moverme
como nunca había pensado que fuera capaz; y también me
llevé varios golpes de los que provocan cardenales casi al
instante de recibirlos. Pero, contra todo pronóstico, no se
ensañó conmigo y también él recibió unos cuantos
puñetazos de los que me sentí vergonzosamente orgullosa.
Supongo que, de algún modo, sentía que se lo debía por
haber aparecido en el bosque justo en el momento
adecuado. Comprendía la impotencia que debía provocarle
que su única forma de ayudar a Alexander fuera ir en
contra de todo lo que se suponía que representaba. Los
familiares estaban destinados a protegernos de cualquier
amenaza, incluso a costa de su propio dolor o existencia.
Matarlos siempre implicaba el uso de magia para hacerlo,
pero eso no significaba que fueran inmortales o que no
sufrieran por las heridas físicas como cualquier otra
persona. Y, desde luego, estaba convencida de que Wood
preferiría sucumbir a la muerte antes que hacerle daño a
su protegido. Pero no tenía elección.
—Sigues estando blandita —me gruñó. Era lo primero que
decía desde que habíamos empezado a danzar el uno
alrededor del otro por el sótano.
—Y tú sigues siendo un capullo.
La sombra de una sonrisa asomó a sus labios. Aún tenía
manchas de barro en las piernas y algunos rastros por el
pecho y los brazos, pero la tensión de sus hombros, el peso
que parecía acarrear sobre ellos cuando había bajado al
sótano, había ido aligerándose de forma paulatina mientras
peleábamos.
—Blandita —repitió, burlón—, pero no está mal del todo.
Podrías patear algunos culos si te lo propusieras.
¡Vaya, vaya…! Wood Ravenswood me estaba dedicando un
cumplido. Ahora sí que lo había visto todo.
—Estoy segura de que acaba de helarse el infierno.
—No te lo creas demasiado —replicó al tiempo que me
lanzaba un gancho de derecha que esquivé por los pelos.
—Cállate, anda. No lo estropees.
No supe cuánto rato pasamos así, lanzándonos pullas y
golpes por igual, pero cuando fue evidente que yo no me
mantendría en pie durante mucho más tiempo, Wood me
envió escaleras arriba murmurando algo sobre mi olor
corporal y la necesidad de que me diera una ducha.
La sugerencia me sonó a música celestial.
Lo dejé golpeando el saco con algo menos de hostilidad y
me arrastré hacia el piso superior. Mis tripas rugieron
cuando avancé por el pasillo, pero estaba demasiado
cansada incluso para comer.
«Ducha, siesta y un almuerzo tardío», me dije.
Fui directa al baño y me desnudé a duras penas mientras
cada músculo de mi cuerpo protestaba. La estancia tenía el
tamaño de un dormitorio. Nada de un aseo diminuto con
una ducha, no; contaba con una bañera de brillante mármol
con capacidad para dos o tres personas y con un montón de
chorros a diferentes alturas. Los muebles eran todos de
madera blanca, y sobre una estantería se apilaban
esponjosas toallas negras con el escudo de los Ravenswood.
El agua caliente resultó una bendición y confieso que me
arrancó más de un gemido de satisfacción. El hormigueo de
mi cuello se había debilitado hasta casi desaparecer,
aunque el mero hecho de pensar en los dedos de Alexander
deslizándose por mi piel lo reavivó y trajo consigo una
extraña sensación de presión en la boca del estómago. Algo
que no iba a pararme a pensar en lo que significaba.
No quería pensar en el brujo. Todo lo que se suponía que
debía preocuparme, ahora que Dith había regresado, era
conseguir hablar con el profesor Corey, descubrir lo que
fuera que escondía mi madre y salir de aquel sitio cuanto
antes. Si mi padre ni siquiera sabía dónde estaba, tenía que
estar preocupado por mí, ¿no? No estar del todo segura de
ello era una auténtica mierda, aunque me alegraba que
Dith no lo hubiera puesto al corriente. Necesitaba más
tiempo para intentar descubrir más detalles acerca de mi
madre y lo último que necesitábamos era que se desatara
una batalla entre las dos comunidades.
Sin querer, mis pensamientos se desviaron de nuevo hacia
Alexander, sus padres y lo que le había sucedido a su
propia madre. Su familia había renegado de él, y casi podía
llegar a entender que les asustara lo que Alexander podría
llegar a hacer, pero… eran sus padres. No creía que mi
madre me hubiera abandonado nunca, sin importar lo mal
que se pusieran las cosas. Mi padre, por lo que parecía, era
otra historia. Pero aun así…
Me envolví en una de las toallas y me acerqué al espejo
situado sobre el lavamanos. Casi esperaba encontrarme
una marca en el cuello, algo oscuro retorciéndose bajo mi
piel o… qué sé yo. Tal vez una huella que indicara que no
me lo había imaginado y de verdad Alexander había llegado
a tocarme.
Pero no había nada.
Sintiéndome ridícula, resoplé y abandoné el baño sin
molestarme en secarme el pelo; no tenía voluntad ni
energías para preocuparme por el aspecto que iba a tener
mi melena después de la siesta que planeaba echarme.
De camino a la habitación, me detuve un momento en el
pasillo. Todas las puertas estaban cerradas y el silencio que
reinaba era casi antinatural. Supuse que, o bien Dith y
Raven continuaban con Alexander en el dormitorio de este,
o bien se habían encerrado cada uno en el suyo. Tal vez
estuviesen todos tan confundidos como yo. O tan frustrados
como Wood.
Me preguntaba si Alexander habría permitido a Dith que
lo ayudara o habría desdeñado su amabilidad como solía
hacer. Sinceramente, el Alexander que había vislumbrado
en el salón ni siquiera parecía él mismo. Contenido y serio,
sí, pero demasiado derrotado para tratarse de alguien que
apartaba a todo el que intentaba acercársele. Claro que yo
no tenía ni idea de lo que había pasado después de mi
huida del bosque.
Me deslicé en mi habitación y cerré la puerta tras de mí.
El dosel oscuro que adornaba la cama debería haber
resultado siniestro, pero las estrellas doradas lo convertían
en una pequeña maravilla, uno de esos detalles que hacían
de la estancia un lugar donde era imposible no sentirse a
gusto. El dormitorio apenas si guardaba parecido con el
que yo tenía en Abbot. Primaba el lujo, pero también la
comodidad; era… bonito, muy bonito.
Sin querer, me encontré cavilando sobre cómo sería el de
Alexander. O su cama.
«¡Oh, vamos! Deja de pensar en él».
No había motivo alguno para las preguntas de ese tipo.
¿Qué me importaba su dormitorio? ¿Ni el aspecto que
tendría su cama? Las sábanas revueltas y un montón de
almohadones rodeando su cuerpo…
—¡Argh! —protesté en voz alta.
La culpa era de Dith y sus turbias insinuaciones. No
pensaba tocar a Alexander ni dejar que él lo hiciera para
comprobar su teoría. De ninguna manera.
Aparté al brujo de mis pensamientos y me dejé caer sobre
el colchón. Ni siquiera me molesté en vestirme, sino que
me acurruqué bajo la colcha aún envuelta en la toalla y con
el pelo húmedo. No tenía fuerzas para más. Apenas mi
cabeza tocó la almohada, la inconsciencia me reclamó y me
lanzó de inmediato a un perturbador sueño.
Al principio no tenía ni idea de que estaba soñando. Mis
ojos se abrieron y todo en lo que pude pensar fue que el
colchón ya no resultaba tan cómodo como unos segundos
antes. Eché un vistazo alrededor, aturdida, y comprendí
que estaba en mi habitación de Abbot. Recuerdo que me
pregunté cómo demonios había llegado hasta allí, pero, de
algún modo, era esa la academia en la que debía estar.
Todo era normal. Absoluta y completamente normal.
Pero entonces giré la cabeza y… ¡Oh! Me topé con los
impactantes ojos de Alexander, azul y negro, a tan solo
unos centímetros de mi cara.
La cama de la que disponía en Abbot no era ni mucho
menos tan fastuosa como la de Ravenswood, así que
digamos que Alexander estaba tumbado muy muy cerca.
Sabía que eso debería haber hecho saltar todas las
alarmas, pero supongo que no tenía control alguno sobre lo
que soñaba y la verdad era que me pareció bien. Más que
bien.
Expectante, lo miré como si supiera que él diría algo que
yo estaba ansiosa por escuchar. Sin embargo, fue su cuerpo
el que se movió y no sus labios. Una de sus piernas se
deslizó hasta quedar entre las mías. Mi cabeza descansaba
sobre uno de sus brazos y el otro pasó a rodearme la
cintura; la mano apoyada en la base de mi espalda.
—No deberías estar aquí —le dijo mi yo onírico, pero no
había alarma ni temor en mi voz.
Estuve a punto de reírme. ¡Por Dios, todo estaba mal en
aquel sueño! Y, aun así, su cercanía resultaba reconfortante
y excitante a la vez.
Vale, puede que tuviera que empezar a preocuparme.
Alexander se acercó un poco más y su muslo presionó el
lugar más sensible entre los míos.
¡Ay, madre!
Una oleada de calor me arrebató la capacidad de
vocalizar y todo lo que pude hacer fue observarlo. No había
nada en él que indicara que la oscuridad hubiera tomado el
control, aunque en realidad no podía ver sus brazos por
entero; quizás aquella red diabólica estaba creciendo ya en
ese momento sobre su piel.
Su mano ascendió con lentitud por mi espalda. La
camiseta que vestía evitó que entrara en contacto directo
con mi piel, pero dio igual. La caricia, junto con la leve
presión de su muslo entre mis piernas, me provocó un
estremecimiento. Alexander debió de percibirlo, porque las
comisuras de sus labios se elevaron y…
¡Madre mía! Así que ese era el aspecto que tenía su
rostro cuando sonreía de verdad.
Yo ya sabía que Alexander era siniestramente hermoso,
pero de esa forma, con los labios curvados en una sonrisa
provocadora y aquella oscura mirada que prometía la clase
de placer que yo no habría podido ni imaginar, dolía
mirarlo. Los pómulos altos y bien formados, la nariz recta,
mechones de pelo rubio cayendo rebeldes sobre su frente…
La exquisita piel dorada, la sonrisa burlona y esa expresión
de chico malo al que no le importaba otra cosa que
conseguir lo que deseaba.
Y lo que deseaba Alexander… Lo que de verdad deseaba
en ese momento era a mí. El anhelo abrasador de su
mirada no dejaba lugar a dudas.
Enredó los dedos en mi pelo y me dio un ligero tirón.
Juguetón, excitante. No se parecía en nada al Alexander
que yo conocía.
Tampoco yo estaba actuando como se esperaría.
—¿Es que no te alegras de verme? —repuso con un tono
grave y áspero que jamás le había escuchado emplear. Era
como chocolate líquido derramándose en mis oídos, y cada
célula de mi cuerpo vibró con el sensual sonido.
No esperó mi respuesta. En un segundo estaba tumbado
junto a mí y al siguiente lo tenía encima; las manos a los
lados de mi cabeza y nuestros cuerpos tocándose en todos
los puntos adecuados, zonas que ardían como el mismísimo
infierno, que dolían de una forma placentera. Su peso
ejercía una presión deliciosa y abrumadora, y lo único en lo
que pude pensar fue que había demasiada ropa de por
medio a pesar de que yo tan solo llevaba una camiseta y la
ropa interior.
¡¿Qué demonios…?! ¡Estaba teniendo un sueño erótico
con Alexander Ravenswood! ¡Y lo peor era que estaba
disfrutando con ello!
Una parte de mí era consciente de que tendría que
haberlo empujado lejos de mí, donde sus manos no
pudieran alcanzarme y sustraerme hasta la última gota de
magia. La otra parte… La otra parte estaba teniendo los
pensamientos más sucios que se me hubieran ocurrido
jamás. Sucios y divertidos.
¡Dios! Era una pervertida.
No me moví. No lo rechacé ni hice nada que no fuera
ahogarme en ese aroma primitivo que tan familiar me
resultaba ya.
Alexander empujó su muslo un poco más. La tela áspera
de sus vaqueros se frotó contra el fino y delicado encaje de
mis bragas y la fricción me arrancó un gemido que
probablemente me avergonzaría toda mi vida, no importaba
que estuviera soñando y que aquello no fuese real.
—Desearía… —comenzó a decir en un susurro bajo.
Su otra pierna se coló entre las mías y sus caderas se
balancearon y empujaron, embistiéndome sin compasión
durante un breve instante.
Gemí al sentirlo duro contra mi centro y él no llegó a
completar la frase.
¿Qué era lo que deseaba? Aparte de frotarse contra mí,
algo que resultaba bastante obvio…
Un gruñido animal abandonó su garganta y creo que fue
en ese momento cuando se me fundieron los plomos del
todo. Quería que parara. Quería que continuara. Quería
despertarme y a la vez quería permanecer en aquel sueño
eternamente, lo cual resultaba bastante vergonzoso y
ridículo. Y las cosas empeoraron cuando volvió a empujar.
Mi cuerpo se arqueó contra el suyo y mis caderas salieron a
su encuentro. Más, quería más. Lo quería todo.
Mis manos se agarraron a su camiseta hasta formar dos
puños tan apretados que me dolieron los dedos, así que los
estiré sobre su pecho al igual que había hecho en la cocina
de su casa en Ravenswood.
—No imaginas las cosas que estoy deseando hacerte —
murmuró, inclinándose sobre mi oído, provocándome con
esa voz que era y no era suya.
¡Madre mía! Aquello estaba a punto de salirse de madre.
Sus labios se cerraron sobre el lóbulo de mi oreja y luego
pasaron a la piel sensible de mi cuello. Fue descendiendo
por él. Un rastro abrasador quemándome de fuera a dentro.
Sus dientes se clavaron en la carne para, a continuación,
lamer la zona y aliviar el dolor provocado por el mordisco.
¡Oh, Dios! Aquello estaba mal, pero se sentía tan bien…
Mis gemidos se convirtieron en una extravagante
melodía. Me dejé llevar por el incendio que Alexander
había desatado en mi interior. Por la necesidad. Le rodeé
las caderas con las piernas y, para entonces, apenas si
conservaba cordura suficiente para darme cuenta de que
mis manos se habían deslizado bajo su camiseta y estaban
sobre la piel de su espalda.
Alexander se irguió en ese momento sobre mí, sereno
pero implacable. Los ojos arrasados por un deseo oscuro
apenas contenido y una expresión fiera y perturbadora que
dinamitó cualquier barrera que hubiera podido erigir para
protegerme de él. Era aterrador; sombrío y hermoso como
un ángel vengador. Y esta vez no tenía nada que ver con lo
que había dentro de él.
Sus caderas empujaron una vez más. El deseo se
arremolinó en su mirada y yo me sentí morir. Caía y caía.
No había nada que pudiera hacer para evitarlo y no me
importaba. Porque yo también lo deseaba.
Deseaba caer con él.
Tiré de su camiseta para alcanzar su boca. Quería
sumergirme en él, perderme y encontrarme. Saborearlo
hasta que doliera y aliviar así la acuciante necesidad de
sentirlo más cerca. Más dentro. Sus labios estaban apenas
a unos centímetros. La punta de su lengua asomó entre los
dientes durante un instante y su aliento se derramó sobre
mi boca junto con las lujuriosas promesas que sus ojos
formulaban…
Me desperté de repente. Sobresaltada y jadeante, me
senté en la cama antes siquiera de estar del todo
consciente. Mi mirada frenética se movió por toda la
habitación, porque de algún modo sabía…
Sabía que no estaba sola.
—¡Joder! —mascullé, y me lancé por el borde del colchón
por puro instinto.
Caí enredada en la colcha, acalorada y con el corazón
desbocado, aunque no estaba segura de si por la impresión
o por todo lo que había estado haciendo en mis
perturbadores sueños. Por todo lo que había sentido.
A duras penas atiné a sentarme en el suelo y eché un
vistazo a la cama.
Desde encima del colchón, un lobo negro y enorme me
observaba. Se alzó sobre las patas y un potente ladrido
sacudió las paredes. Los brillantes ojos azules de Raven me
atravesaron y estuve segura de que, de alguna forma, él
sabía perfectamente que había soñado con Alexander.
Y también lo que el brujo y yo habíamos estado haciendo.
32

—¡¿Qué demonios, Rav?! ¡¿Es que quieres matarme?!


Me arrepentí de inmediato de haberle gritado, pero él tan
solo se sentó sobre sus cuartos traseros, ladeó la cabeza y
olisqueó el aire. Con la boca abierta y la lengua colgando
de ella, casi parecía divertido por la situación;
probablemente se estaba riendo de mí.
Espera, ¿podía olerlo? ¿Era consciente de lo excitada que
estaba?
¡Madre mía! ¡Qué vergüenza!
—Murmurabas y estabas haciendo… ruiditos —dijo otra
voz desde las sombras que se reunían en una de las
esquinas de la habitación.
Alexander se adelantó y la luz que entraba por la ventana
se derramó sobre su rostro. Mi corazón dio una estúpida
pirueta al contemplarlo, tan altivo y distante como de
costumbre. Casi esperaba descubrir en sus ojos la misma
mirada salvaje, desesperada y anhelante de mis sueños,
pero volvía a ser el mismo Alexander contenido de siempre.
Aunque había algo… algo más. ¿Curiosidad? ¿Burla? ¡Ay,
Dios! ¿Había estado allí mientras yo…?
La cara me ardió por el bochorno y deseé que el suelo se
abriera y me tragara.
Raven, el muy traidor, eligió justo ese momento para
saltar de la cama, dirigirse a la puerta y abandonar el
dormitorio. Salió al pasillo sin pararse siquiera a mirar
atrás.
Quise rogarle que no se marchara, que no me dejara a
solas con el brujo, pero me di cuenta de que, aunque lo
hiciera, él no podría escucharme.
Una tensión eléctrica se apoderó del ambiente de la
habitación en cuanto Alexander y yo nos quedamos a solas.
Él desvió la vista desde mi rostro hasta mi pecho y se
entretuvo allí más de lo debido. Agarré el nudo que
mantenía la toalla en torno a mi torso para asegurarme de
no acabar desnuda frente a él, pero su mirada resultó tan
intensa que bien podría arrancármela y agitarla frente a su
cara y seguramente eso no cambiaría nada. ¿O sí?
Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero no salió
nada de entre mis labios. Por norma general, no solía
recordar mucho de mis sueños, pero este no era el caso.
Todos y cada uno de los detalles de mi encuentro con
Alexander estaban grabados a fuego en mi memoria,
explícita y vergonzosamente grabados, e impresos en mi
piel. No solo eso, sino que además era totalmente
consciente de lo que había sentido en cada momento.
Me estremecí al recordar la suave fricción de su muslo
entre mis piernas y mi temperatura volvió a dispararse.
—Gemías —insistió Alexander con la voz levemente ronca.
Ni siquiera sabía qué contestar a eso, así que preferí
callarme antes que decir algo que me avergonzara de por
vida. Que me avergonzara aún más, quiero decir.
Él se aclaró la garganta y avanzó hasta quedar en medio
de la habitación, y yo me encogí un poco más, parapetada
en el suelo al otro lado de la cama. Debió de darse cuenta
de mi reacción, porque una leve mueca de disgusto
atravesó su expresión, pero desapareció tan rápido que no
tuve muy claro si me lo había imaginado.
—Sobre lo que ocurrió en el bosque… —comenzó a decir,
pero yo negué.
No quería… No podía hablar de eso ahora, aunque
tampoco podía dejar de mirarlo. En el sueño lo había
tocado (acariciado más bien) sin ningún pudor, como si
fuera algo natural entre nosotros. Como si nos hubiéramos
refugiado juntos bajo las sábanas decenas de veces. No
pude evitar pensar en lo que había dicho Dith. ¿Había
llegado Alexander a tocarme con las manos en el sueño?
Aparte de esas cosas deliciosas que había hecho con la
boca…
«Bájate del tren de la perversión, Danielle. ¡Ahora!».
Solo había sido un estúpido sueño. Un sueño tórrido y
bestial, eso sí, y ahora mismo era muy consciente de partes
de mi cuerpo en las que no debería pensar con Alexander
en la misma habitación. O en el mismo código postal
siquiera.
Me dije que no podía controlar lo que sucedía en mi
cabeza mientras estaba durmiendo, pero no tenía esa
excusa ahora que estaba consciente.
—Quería… Quería pedirte disculpas —prosiguió con un
titubeo.
¿Era su bochorno consecuencia de lo sucedido en el
bosque? ¿O era porque sabía lo que había soñado? No, eso
no podía ser. De ninguna manera.
Dio otro paso hacia delante y sus piernas rozaron el borde
del colchón. El aroma a bosque primigenio que lo
caracterizaba me rodeó y, sin darme cuenta de lo que
hacía, inspiré hasta llenarme los pulmones con su olor. Su
pecho se elevó también cuando tomó aire bruscamente. La
mirada se le enturbió de repente y se lamió el labio inferior
con la punta de la lengua, tal y como había hecho en el
sueño.
Al contemplar el sensual gesto, se me disparó el pulso y
casi cedí al gemido que se había formado en mi garganta.
Apreté los muslos buscando un alivio que, por desgracia,
nunca llegó.
¡Dios! Aquello era vergonzoso a un nivel totalmente
nuevo para mí, lo cual ya era decir.
—No tienes que disculparte —me apresuré a decir para
evitar el silencio. Apenas si reconocí mi propia voz, pero
continué vomitando palabras lo más rápido posible—. Dith
tiene una teoría sobre tu… poder. Puede que sea una
tontería. Ya sabes como es Dith… Está un poco loca, pero
ella cree que yo sí te puedo tocar. Que son tus manos las
que no…
¡Por Dios! ¿Por qué demonios estaba diciéndole eso justo
ahora? La teoría de Dith era absurda, una enorme tontería,
y yo me estaba poniendo en evidencia.
—¿Es eso en lo que pensabas? ¿En tocarme? —replicó,
inspirando de nuevo. Su mirada se volvía más y más oscura
por momentos.
—¡No, qué va! —Sí, claro, muy convincente.
Tenía que callarme. Ahora. Ya.
Estar despatarrada en el suelo y con Alexander
observándome desde arriba, después de haberme caído de
la cama, no me hacía sentir muy segura de mí misma, así
que traté de reunir la dignidad perdida, agarré el nudo de
la toalla y me puse en pie. Claro que era difícil hacerle
frente a alguien como Luke Alexander Ravenswood
semidesnuda, más aún teniendo en cuenta que hacía unos
minutos había estado revolcándome con su yo onírico.
Mientras me incorporaba, no me quitó la vista de encima
en ningún momento. Si había dicho algo en sueños que me
delatara, nada en su actitud ni su expresión lo dejó
entrever.
—¿Qué hacía Raven aquí? —me obligué a preguntar,
fingiendo una entereza que estaba muy lejos de sentir, y
añadí—: ¿Qué haces tú aquí?
—He salido de mi habitación y la puerta estaba abierta.
Raven estaba sobre tu cama, mirándote, y yo… Me
preocupa que se haya transformado de nuevo justo ahora.
Ya lo ha hecho esta mañana para ir a correr al bosque, y si
hay algo que lo haya inquietado…
No terminó la frase, pero no me costó comprender lo que
quería decir. Raven parecía tener problemas en revertir el
cambio en ocasiones, sobre todo si este era provocado por
una discusión o algo similar. Alexander solo estaba
preocupado por su familiar; esa era la única razón por la
que había entrado en mi dormitorio.
Aquel pensamiento, la idea de considerar esa habitación
de invitados como algo mío, casi me hizo reír. No llevaba ni
dos semanas en Ravenswood y ya había empezado a perder
de vista el sentido de la realidad.
Suspiré.
—No parecía enfadado, ni tampoco afectado —intenté
tranquilizarlo, y eso fue más raro todavía.
A mi llegada nunca hubiera dicho que iba a tratar de
hacer sentir mejor a un brujo oscuro, menos aún al
arrogante Alexander Ravenswood.
Él se limitó a asentir.
—Wood está preparando comida suficiente para un
ejército. Tal vez quieras bajar y comer algo.
Su propuesta había sonado sorprendentemente amable,
aunque había una extraña tensión en su postura. La verdad
era que no recordaba un momento en el que Alexander se
mostrara relajado; siempre parecía cargar el peso del
mundo sobre sus anchos hombros. No era de extrañar.
Debía de ser muy duro no poder acercarse a nadie y haber
herido a su madre y a Raven. Estaba segura de que ese
recuerdo era una auténtica tortura para él, por mucho que
se comportara como un imbécil la mayor parte del tiempo.
«Se comporta así contigo. No con Rav».
—Alexander… —Al escucharme decir su nombre, ladeó la
cabeza de un modo que me hizo tragar saliva antes de
continuar—. Rav… Raven me contó lo que sucedió. Cuando
se quedó sordo… —balbuceé, y de inmediato supe que no
tendría que haberlo mencionado.
El horror se apoderó de su expresión y retrocedió un par
de pasos, alejándose de mí como si acabase de abofetearlo.
¡Mierda! Era una auténtica bocazas, aunque al menos no
había mencionado a su madre.
—Solo quería decir que… —me apresuré a continuar, pero
ni siquiera sabía lo que estaba tratando de decirle. Sacudí
la cabeza, aturdida—. No era mi intención irrumpir en
vuestras vidas, y siento… siento que tengas que estar
aislado…
¡Joder! Eso tampoco lo mejoraba.
Su mirada se enfrió y sus ojos se convirtieron en dos
témpanos helados atravesándome.
—No quiero tu compasión —dijo, y comenzó a dirigirse
hacia la puerta.
No sé en qué estaba pensando cuando rodeé la cama y
me lancé sobre él para detenerlo. Seguramente, no estaba
pensando en realidad.
Durante el tiempo que llevaba allí, Alexander me había
tratado con una serena desgana y yo a él con un
apasionado desprecio. Él era oscuridad, y yo, luz. Él hacía
de la contención un arte; yo, por el contrario, cedía de
forma constante a mi impulsividad. Pero tenía que
reconocer que el hecho de que se hubiera encerrado en
aquel lugar para no herir a nadie lo hacía merecedor de mi
respeto. Su soledad autoimpuesta me resultaba más
perturbadora que el hecho de que tuviera algo en su
interior que apenas si podía controlar.
—No es compasión, sino comprensión —repliqué, justo en
el momento en que mi mano se agarraba a su antebrazo
desnudo para retenerlo.
Una suave y agradable descarga me recorrió los dedos en
el instante en que lo toqué. Alexander se quedó tan quieto
que prácticamente lo arrollé. Choqué contra su costado, mi
mano resbaló lejos de su piel y la descarga se detuvo. No
era la primera vez que lo tocaba, pero sí la única en que
recordaba haberlo hecho en una parte de su cuerpo que
estuviera al descubierto.
Inmóvil, y sin separarse de mí, Alexander bajó la barbilla
y me observó a través de sus largas pestañas. El iris negro
destelló con decenas de pequeñas chispas de luz, como si
reflejara el brillo de cientos de estrellas, mientras que el
otro se volvió de un azul más intenso y tormentoso. Tenía
los labios entreabiertos; unos labios que yo había besado en
sueños y que ahora parecían dispuestos a tentarme (o a
torturarme) con su cercanía.
Ambos permanecimos muy quietos y ninguno dijo nada
sobre el hecho de que mi pecho se encontraba apretado
contra su costado, íntimamente apretado. Ni tampoco sobre
el contacto accidental de mi mano en su brazo. Los
segundos desfilaron ante nosotros con una lentitud
perezosa, irreales a pesar de lo extraño que era estar en el
umbral de la puerta, apretados el uno contra el otro, sin
hablar y sin hacer nada por alejarnos el uno del otro.
Finalmente, fue Alexander el que se movió primero.
Retrocedió hasta situarse en mitad del pasillo y yo me
estremecí al dejar de percibir la calidez que irradiaba su
cuerpo, la dureza de los músculos que tan bien se habían
adaptado a la suavidad de mis curvas, como dos piezas
encajando para formar un todo.
A tan solo unos pasos de él, me fijé en que abría y cerraba
las manos de forma alternativa, como si no supiera qué
hacer con ellas o temiera que estas encontraran de nuevo
el camino hasta mi piel. Su expresión era indescifrable; no
tenía ni idea de en qué estaría pensando o si lo estaba
haciendo siquiera.
—Deberías vestirte y bajar a comer —afirmó en un tono
sedoso pero inflexible. Aun así, fue más una sugerencia que
una orden.
Por primera vez desde que había conocido a Alexander,
no fui capaz de encontrar una respuesta ocurrente o
sarcástica para replicarle. Me callé y lo dejé marchar con la
sensación de que aquello no había cambiado nada entre
nosotros y, a la vez, de que todo iba a ser diferente a partir
de ese momento.
33

Era un hecho: Wood tenía un serio problema con la comida.


Había dispuesto un verdadero banquete en el comedor.
Había asado, puré de patatas, varios tipos diferentes de
carne en distintos puntos de cocción, verduras e incluso
pasta… No fui capaz de comprender cómo podía haberle
dado tiempo de preparar semejante festín hasta que Dith
me hizo saber que mi siesta había durado varias horas y no
unos cuantos minutos.
Y yo que creía haber dormido lo justo para viajar al país
de la perversión de la mano de Alexander…
Todos estaban en el comedor, todos menos el brujo
oscuro. Cuando me aventuré a preguntar por él, Wood
comentó que estaba demasiado cansado y se había llevado
una bandeja de comida a su habitación. Por la expresión del
lobo blanco, era evidente que no le parecía bien.
Alexander no había parecido tan exhausto en mi
habitación, aunque lo estuviera a nuestro regreso del
bosque, así que supuse que tan solo era una excusa para no
pasar más tiempo con Dith y, sobre todo, conmigo.
Alexander no me quería allí, lo había dejado claro desde
el principio y era evidente que eso no había cambiado. Pero
lo entendía, ahora lo entendía mejor que nunca. Por algún
motivo, mi presencia desestabilizaba cualquier control que
hubiera podido mantener sobre su poder; además, yo lo
sacaba de quicio. Resultaba lógico que deseara que me
marchase cuanto antes, incluso yo quería perderme de
vista a mí misma en ese momento.
—Dith, ¿seguro que no puedes evadir las guardas y
sacarme de aquí contigo? —Por un momento, quise
olvidarme de todo lo que había descubierto, incluso de lo
que había ocultado mi madre, y regresar a Abbot o a donde
fuera, lejos de allí.
Tres pares de ojos se volvieron de golpe hacia mí y los
lobos hablaron a la vez.
—¿Quieres abandonarnos? —dijo Raven.
—¿Y a dónde demonios se supone que vais a ir? —me
interrogó Wood.
Ninguno de los dos parecía feliz con la posibilidad de que
nos fuéramos de Ravenswood. Había esperado esa reacción
por parte de Raven, pero que su gemelo también se
mostrara molesto fue toda una sorpresa. Imaginé que no
estaba preparado para separarse tan pronto de Dith de
nuevo.
—Este no es mi sitio —afirmé, suavizando mi voz todo lo
que pude y obligándome a mirar a Raven a los ojos para
que pudiera leerme los labios.
Wood abrió la boca para intervenir, pero su hermano se le
adelantó.
—Tu sitio está donde se encuentre Alexander.
Vaaale. Eso sí que era toda una declaración. Muy extraña
en realidad, incluso viniendo de Raven. No quería herir sus
sentimientos o parecer insensible, pero no pude evitar
soltar una carcajada. Lo que acababa de decir era ridículo.
Esperé a que alguien dijera algo al respecto, pero tanto
Dith como Wood estaban tan desconcertados que no
abrieron la boca. Los dos observaban a Raven, inmóviles y
en silencio. El tenedor de Dith estaba a medio camino hacia
sus labios y ahí se quedó por lo que pareció toda una
eternidad.
Finalmente, fue el propio Raven el que continuó
hablando.
—No tienes magia, Danielle —comentó, y su tono perdió
parte de la dureza que había empleado antes—. Nos
necesitas cerca, y necesitas más aún a Alexander contigo.
Él te necesita.
Las cosas se ponían cada vez más raras. Muy muy raras.
—Hermano… —lo llamó Wood.
Raven ni siquiera lo estaba mirando, por lo que era poco
probable que hubiera escuchado la advertencia implícita en
su voz, pero giró la cabeza en su dirección de todas formas.
—No —le espetó, y solo Dios sabe qué era a lo que se
estaba negando.
Wood cruzó los brazos sobre su amplio pecho y se echó
hacia atrás hasta que su espalda reposó por completo en el
respaldo de la silla.
—Está bien. Entonces, díselo. Dile a Daniella la verdad. Tu
verdad.
Las cejas de Raven se curvaron y su rostro adquirió un
aspecto muy diferente al habitual. El lobo feroz e
implacable que habitaba en él se asomó a sus ojos. Lo vi
con claridad, agazapado en el interior de aquel chico
bondadoso y gentil. Esperando.
—¿Como tú le has contado a Dith la tuya?
Ahora fue Dith la que taladró al lobo blanco con la
mirada. Me pareció oírla bufar, como un gato a punto de
saltar sobre un ratón de campo al que hubiera pillado
distraído. Dispuesta a atacar en cualquier momento.
—¿De qué está hablando, Wood? —lo interrogó ella, y
puede que fuera la primera vez que la veía tan cabreada
con él.
Dith no solía perder los papeles, pero empezaba a darme
cuenta de que el lobo era su punto débil.
Levanté las manos para apaciguarlos. Lo último que
quería era que todos comenzaran a pelearse. Bastante
teníamos ya con mi tensa relación con Alexander como
para agregar más discordia a la situación.
—Vale, tranquilizaos. —Me volví hacia Wood—. Raven me
contará lo que tenga que decirme cuando así lo desee —
expuse, y me sorprendí a mí misma por mi repentina
madurez—. No está bien que intentes obligarlo, menos aún
si tú también guardas tus propios secretos.
Wood enrojeció de ira. Probablemente, la pequeña tregua
que habíamos alcanzado después de nuestro intercambio
de golpes en el sótano acababa de llegar a su fin, pero ya
me preocuparía de eso más tarde.
Esperaba que replicase, pero no fue él quien me contestó:
—Es lo más inteligente que has dicho desde que estás
aquí.
Todos nos volvimos para encontrarnos a Alexander
apoyado en el marco de la puerta. No era un buen
momento para recordar mi sueño, pero mi mente no
parecía estar de acuerdo y comenzó a lanzarme imágenes
de nosotros dos tumbados en mi cama de Abbot. Me mordí
el labio inferior para evitar sonreír como una idiota, pero
luego le di sentido a lo que acababa de decir y las ganas de
reírme se evaporaron.
—Tú siempre tan amable —mascullé, y el muy imbécil me
guiñó un ojo. ¡Un ojo!
Resultó tan descarado como impertinente y fuera de lugar
tratándose de él. Lo odiaba. Y lo detesté aún más por
parecerme incluso más atractivo que horas antes. Estaba
claro que Dith y sus insinuaciones habían causado estragos
en mi salud mental.
—Corey estará aquí dentro de un rato, cuando acabe la
reunión del profesorado para tratar la muerte de Abigail
Foster.
El recordatorio de que una alumna había sido asesinada
en Ravenswood ensombreció el ambiente ya de por sí
enrarecido del comedor. El silencio nos arropó como una
manta pesada y asfixiante durante varios minutos y nadie
respondió, aunque la mirada de Alexander se paseó de un
lado a otro hasta volver a recaer sobre mí.
—Espero que te ayude a descubrir lo que buscas —dijo
por fin.
—¿Para que pueda largarme de una vez? —repliqué,
incapaz de reprimir el impulso.
Maldije mentalmente. Era muy consciente de lo difícil que
resultaba aquella situación para todos, especialmente para
él; aun así, estaba claro que no lograba mantener mi
lengua tras los dientes.
Alexander le dirigió una rápida mirada a Raven, una de
esas en las que parecían hablarse sin necesidad de emplear
palabras, luego giró sobre sí mismo y se marchó del
comedor sin responderme.
—Bueno, eso ha ido realmente bien —señaló Dith, que de
nuevo había recuperado su habitual buen humor.
—Jodidamente bien —intervino Wood, y se echó a reír.
Raven se unió a las risas de su gemelo y yo les dediqué a
todos un bonito gesto con mi dedo corazón.
—Iros al infierno.
Las risas se redoblaron. Raven se inclinó en mi dirección
y me acarició el mentón con la punta de los dedos, tan
delicado como siempre. De vuelta a su yo más amable.
—Es posible que Alexander ya esté allí, Danielle, pero tal
vez, entre todos, seamos capaces de traerlo de vuelta.
Raven no concretó qué demonios quería decir con eso y,
aunque ya me había acostumbrado a sus explicaciones a
medias, no dejaba de resultar frustrante. Ahora que sabía
que el lobo negro albergaba también una buena cantidad
de secretos, debería haberme sentido más recelosa
respecto a él. Pero no podía; no importaba lo que Raven
hiciera. Mi instinto me decía que su forma de comportarse
tenía sentido, una razón de ser, aunque los demás no
fuésemos capaces de entenderlo.

El profesor Samuel Corey se presentó en la casa cuando el


sol ya se había escondido tras el horizonte. Yo había pasado
el rato esperándolo sumida en un nerviosismo silencioso
del que nadie trató de sacarme. Incluso siendo de noche,
me hubiera gustado darme un baño en la piscina para
relajarme, pero temía que Corey se presentara en cualquier
momento y me encontrara en bañador y chorreando. No
quería empeorar la opinión que ya debía de tener de mí,
aunque solo fuera porque deseaba que me ayudase a
conseguir algo de información sobre mi madre.
Fue Raven quien le abrió la puerta y lo hizo pasar al
salón. Wood y Dith estaban en la planta superior
cometiendo a saber qué clase de perversiones, ya que
habíamos acordado no descubrir la presencia de mi familiar
en Ravenswood, y Alexander había vuelto a encerrarse en
su dormitorio.
Raven se ofreció a dejarme a solas con Corey, pero le pedí
que se quedara. Confiaba en él, dijera lo que dijese eso de
mi sensatez.
—Señorita Good —me saludó el hombre, dejando claro
que sabía quién era yo.
Durante las clases, los profesores se habían referido a mí
como una Beckett, así que entendí que ellos también
formaban parte de la farsa que Wardwell había establecido
sobre mi procedencia.
—Señor Ravenswood —agregó el profesor, observando
brevemente a Raven, y añadió una respetuosa inclinación
de cabeza—, siempre es un placer verlo.
Rav contestó con un leve asentimiento formal. No hubo
sonrisa para Corey, tampoco amabilidad más allá de una
cortesía neutral. El lobo parecía ahora, más que nunca, un
verdadero Ravenswood. Casi podía ver en él algo de la
serena contención de Alexander, y supuse que ninguno de
los mellizos estaba contento con el escaso interés que los
profesores parecían haber mostrado por ayudar a su
protegido.
Nos distribuimos entre los dos sofás de la sala y tomamos
asiento. El profesor era un hombre mayor, con algunos
kilos de más y vestido con un traje de tres piezas pasado de
moda. El pelo le clareaba en las sienes y el que conservaba
estaba poblado de canas, pero nada de eso lo hacía menos
intimidante. Al fin y al cabo, era un brujo oscuro y profesor
en Ravenswood; no debía tomarme a la ligera ni una cosa
ni la otra.
—Gracias por venir —me obligué a decir.
—Luke Ravenswood puede ser muy persuasivo, señorita
Good. Él es el único motivo por el que estoy aquí, no usted.
—Raven gruñó a mi lado. El hombre dio un respingo en el
asiento y se apresuró a añadir—: Dígame en qué puedo
serle de ayuda.
Mi cautela desapareció en cuanto me dio pie para
comenzar con las preguntas.
—Por lo que sé, conoció a mi madre, Beatrice Good —
añadí, aunque me dio la sensación de que él no necesitaba
la aclaración. Corey asintió, pero no hizo comentario
alguno, así que proseguí—: Antes de su muerte, ella venía
aquí una vez al mes y hablaba con usted. ¿Qué era lo que
buscaba?
El hombre desvió la vista hacia Raven primero y luego la
clavó en sus zapatos. Decidí darle margen para responder,
aunque mi paciencia fuera bastante limitada en lo referente
a cualquier cosa que tuviera que ver con mamá.
—Su madre estaba interesada en la genealogía de los
Good —comentó tras un largo minuto de agonía.
—Quería saber cuál había sido el destino de Mercy Good
—apostillé.
Si mi conocimiento sobre dicho tema lo sorprendió,
mantuvo muy bien las apariencias. Sin embargo, cuando
volvió a hablar, su tono de voz fue mucho más bajo y
cauteloso.
—Hay preguntas, señorita Good, para las que no debería
buscar respuestas aquí en Ravenswood. Sea discreta…
—Alguien la mató por eso, ¿no es así? —No hubo
respuesta, así que seguí preguntando—: ¿Qué fue lo que le
dijo usted? ¿Qué descubrió mi madre sobre Mercy y
nuestro linaje?
Los dedos de Raven se deslizaron entre mis manos
apretadas. Los entrelazó con los míos y colocó nuestras
manos unidas sobre su regazo. El gesto no pasó
desapercibido para Corey. ¿Qué pensaría el profesor de
nuestra inesperada alianza? ¿Le sorprendería? ¿O también
estaba al tanto de la supuesta relación entre nuestras
familias?
—No debería preguntar…
El ambiente de la habitación se volvió repentinamente
espeso y se cargó de electricidad, y de algún modo supe
que Alexander estaba a punto de hacer una de sus típicas e
imprevisibles entradas en escena.
—Dígale de una vez todo lo que sepa sobre su madre. —
La voz del brujo nos llegó desde la parte alta de las
escaleras, donde descubrí también a Dith y Wood sentados
fuera de la vista de Corey.
Una tensa inquietud invadió el rostro del profesor.
Observó a Alexander mientras este descendía lentamente
hacia nosotros. En apariencia, en ese momento no era más
que un chico normal con una actitud hosca y algo
perturbadora, y supuse que estaba haciendo su mejor
esfuerzo por no perder el control frente a un extraño. A
pesar de haber vivido en aquel campus casi toda su vida,
supuse que el resto de residentes eran solo desconocidos
para él, más incluso de lo que lo era yo.
—Señor Ravenswood. —El profesor le dedicó una
inclinación de cabeza aún más profunda y deliberada que la
que le había brindado a Raven.
—Dígale lo que sabe —repitió él con renovada dureza.
Cruzó los brazos sobre el pecho y se mantuvo de pie, muy
cerca de nosotros, y la máscara en su rostro fue más visible
que nunca. No había nada en él del Alexander de mi sueño,
aunque tal vez fuera porque solo había sido eso, un sueño,
y aquella no era una máscara en realidad.
Corey parecía a punto de sufrir un aneurisma o alguna
clase de colapso nervioso. Empezó a tartamudear y nos
llevó algo de tiempo entender qué demonios estaba
diciendo.
—Mercy Good… no… no murió.
Al parecer, Alexander había tenido razón respecto a eso,
pero no interrumpí las divagaciones del profesor. Todos
permanecimos atentos mientras nos contaba cómo mi
madre había acudido a él años atrás con esa sospecha.
Corey no sabía si había sido algo fortuito o algo la había
puesto en alerta, pero sí que mamá había encontrado una
serie de cartas entre Benjamin Ravenswood y Sarah Good,
cartas de amor.
—Pero Sarah estaba casada —comenté, desconcertada.
—También lo estaba Benjamin —añadió Alexander, y el
profesor palideció, como si la posible infidelidad de
nuestros respectivos antepasados fuese culpa suya.
—Lo estaban, pero eso no impidió que se… relacionaran.
Alexander y yo nos miramos. Aún no sé muy bien qué
esperábamos encontrar en el rostro del otro, pero nos
observamos durante un momento en silencio, hasta que
Corey continuó hablando.
—Sarah le pidió a Benjamin que, si no podía evitar su
condena, al menos salvara a su hija de morir en prisión. Él,
a su vez, recurrió a Elijah Ravenswood para mantener a
Mercy a salvo y lejos de los Good. Si conoce bien la historia
de su linaje, sabrá que Dorothy, su hermana, fue
inicialmente acusada junto a Sarah. Tenía solo cinco años
cuando se la encarceló y, aunque nunca se la condenó y
llegó a testificar contra su propia madre, pasó casi nueve
meses recluida. —Asentí para que continuara. Conocía de
sobra el hecho de que Dorothy había acusado a Sarah—.
Cuando por fin la liberaron y se la entregaron a los Good
que quedaban, estos ya habían renegado de sus orígenes
oscuros y se habían cambiado de bando. Pero, para
entonces, Dorothy estaba… muy afectada. Durante muchos
años, lo único que se supo de ella fue que su propia familia
tuvo que contenerla y reeducarla para que se la aceptase
en la comunidad blanca. Sin embargo, según Beatrice me
comunicó, en las crónicas de su linaje no hay constancia de
que se recuperara del todo e incluso hay un lapso de
tiempo de su vida en el que se le perdió la pista por
completo. Nunca se la envió a estudiar a Abbot y tampoco
existen pruebas de que los Good contrataran a ningún tutor
personal para ella.
—Podría haberla educado su propio padre o alguien de la
familia —sugerí, pero Corey rechazó enseguida esa
posibilidad.
—Todo su aquelarre acababa de ser admitido en la
comunidad blanca. Incluso los adultos tuvieron que ser…
reeducados.
Era la segunda vez que pronunciaba la palabra
«reeducar» y no sabía cómo sentirme al respecto, aunque
al menos todavía no nos había llamado «traidores».
Tampoco podría negarlo si lo hiciera.
—La cuestión es que Dorothy y Mercy se llevaban cinco
años, algo notable mientras eran niñas, pero que no
supondría una gran diferencia de edad una vez que ambas
se convirtieran en adultas. Beatrice… Su madre parecía
pensar que, al crecer, Mercy había encontrado la manera
de hacerse pasar por Dorothy Good, la otra hija de Sarah,
lo que supondría que todo el linaje Good desciende de esa
niña. Puede que incluso sus propios antepasados
participaran del engaño…
—Un momento… —Mi mente iba a mil por hora. Eso era
justamente lo que había insinuado Alexander que podía
haber ocurrido—. Aunque así fuera, ¿por qué le importaba
tanto eso a mamá? Seguimos siendo Good.
Además de que pudiésemos proceder de una niña criada
por un nigromante (lo cual era un poco inquietante), por
aquel entonces la sangre de Mercy Good debía de contener
la misma oscuridad que la de su hermana Dorothy.
Miré una vez más a Alexander, pero él contemplaba al
profesor con los ojos entrecerrados, como si tratara de
arrancarle las palabras de los labios antes de que este las
pronunciara.
—Puede —terció Corey—. Y puede que también haya algo
de Ravenswood en usted.
Tardé unos segundos en comprender lo que trataba de
insinuar. La relación prohibida entre Benjamin y Sarah, la
niña nacida en la cárcel y que ningún Good trató de salvar,
y la necesidad de terminar acudiendo a Elijah, un miembro
del linaje Ravenswood del que, en apariencia, nadie quería
saber nada… El pulso se me disparó. ¡Santo Dios!
—¿Quiere decir…? ¿Está diciendo que Mercy era hija de
Sarah y Benjamin?
Corey negó con tanta rapidez y vehemencia que me
mareé.
—No, no, no. Nunca he encontrado pruebas de que así
fuera —se apresuró a afirmar, sin atreverse a mirar a
Alexander—. Se lo dije a Beatrice, pero ella no atendía a
razones… No tiene por qué ser así…
Pero yo ya no lo escuchaba. ¿Eso quería decir que
Alexander y yo estábamos emparentados, aunque solo
fuera de forma lejana? ¿Era yo una Ravenswood además de
una Good? En una unión, el linaje más poderoso
predominaba sobre el más débil, y estaba bastante segura
de que el de Alexander era, con diferencia, uno de los más
importantes que existían; más que el de los Good.
Nadie dijo nada durante lo que se antojó una eternidad y
yo no me sentí capaz de mirar a Alexander. ¿Qué
representaba aquello para él? ¿Compartíamos linaje? De
saberse, algo así hubiera supuesto una condena para los
Good dentro de la comunidad de brujos blancos, una
mancha imposible de borrar sin importar la rectitud que
mostrara mi familia. Si éramos Ravenswood…
—Será mejor que se marche ahora, profesor —sugirió
Alexander, aunque más bien se trataba de una orden—. Y
olvídese de todo lo que se ha dicho en esta habitación.
Corey apenas tardó unos pocos segundos en levantarse y
dirigirse a la entrada a trompicones. No lo culpaba por
querer echar a correr y alejarse de aquella casa. De todos
nosotros. De mí.
Sin embargo, se detuvo junto a la puerta.
—No debería hablar de esto con nadie, señorita Good.
Pero… hay algo más.
Contuve el aliento. No estaba segura de querer saberlo.
Ni siquiera había empezado a asimilar la bomba que había
soltado, no creía poder soportar nada más.
—Le aseguré a su madre que no había nada que indicara
que Mercy era una Ravenswood y que, por tanto, Chloe y
usted también lo eran. —Me encogí al escucharlo
mencionar a mi hermana—. Sin embargo, la última vez que
estuvo aquí, Beatrice me pidió ayuda para realizar un
hechizo sobre la totalidad del campus. De visitar este lugar,
ni usted ni su hermana podrían hacer uso de sus poderes.
No sé por qué lo hizo ni qué pretendía con ello… Aunque
tal vez solo quería evitar que, si de verdad eran ustedes
Ravenswood, se sintieran tentadas por la oscuridad que
hubiera en su sangre.
—¿Mi madre… Mi madre me hizo esto? —balbuceé,
incorporándome con las manos de Raven aún entre las
mías.
De alguna forma, yo había hecho uso de mi poder en el
auditorio para ayudar a Raven, pero, salvo en ese momento
y cuando le había cerrado brevemente la boca a Ariadna al
poco de llegar allí, seguía sin tener acceso a mi magia aun
cuando se suponía que el castigo que se me había aplicado
en Abbot desaparecería en diez días. Y mi madre había sido
la responsable de que estuviera totalmente desprotegida.
¿Por qué? ¿Qué buscaba arrancándome mis poderes y
dejándome a merced de la comunidad de brujos oscuros si
llegaba a pisar Ravenswood? ¿Podía tener razón Corey y
solo trataba de evitar que nos viésemos tentadas por la
oscuridad? Si de verdad éramos Ravenswood, ¿sería eso
posible?
Corey se limitó a asentir en respuesta a mi pregunta. Le
dedicó una última reverencia a Alexander y salió de la casa
a toda prisa. Cuando la puerta se cerró tras él, yo apenas si
podía respirar.
34

Alexander
No estaba muy seguro de cómo afrontar el hecho de que
Danielle pudiera ser una Ravenswood. Para mi familia, en
realidad, no tendría que suponer una gran diferencia; la
parte dura de aquella revelación afectaba directamente a
los Good, aunque tal vez el estatus de mi linaje fuera
puesto en entredicho al estar relacionado con un aquelarre
de brujos al que todos seguían considerando traidores,
daba igual que hubieran pasado más de tres siglos de lo
sucedido en Salem.
Pero nada de eso era lo que más me preocupaba en ese
momento.
Era Danielle. Todavía sentía el roce de su mano sobre mi
brazo como una caricia fantasma que se repitiera una y
otra vez. Me había tocado tan solo un segundo, pero lo
había hecho, y mi oscuridad no había asomado su fea cara
en ningún momento para reclamarla. ¿Y si eso suponía la
confirmación de que ella era… parte de mi linaje?
—¿Estás bien? —le pregunté, acercándome a ella.
Continuaba de pie en mitad del salón, inmóvil, con Raven
a su lado sujetándole la mano como si de un preciado
tesoro se tratase. El lobo negro había permanecido junto a
ella todo el tiempo, y durante un momento envidié a mi
familiar. Él no tenía por qué mantenerse alejado de nadie;
no debía evitar tocar a ningún brujo a riesgo de drenarlo o
algo peor.
Danielle parpadeó una, dos y hasta tres veces. La
humedad en sus ojos le enturbiaba la mirada y su expresión
era puro caos; sus emociones atravesándole el rostro en
una sucesión infinita de dolor, angustia y perplejidad.
Estaba sobrepasada.
—¿Danielle? —insistí.
Por el rabillo del ojo atisbé la figura de Dith descendiendo
por las escaleras, pero no aparté la mirada de Danielle. No
solo acababa de confirmar que su madre probablemente no
había sido asesinada en un burdo intento de robo, sino que
había muchas posibilidades de que todo lo que era, lo que
creía que era, representara una mentira.
Era mucho para asumir.
Si los Good pertenecían en realidad al linaje Ravenswood,
nadie en la comunidad de brujos blancos los apoyaría. Es
más, eso suponía que, de algún modo, el límite entre ambas
comunidades era ahora más difuso que nunca.
—Lo siento —farfulló Danielle antes de que Dith pudiera
llegar hasta ella. Luego salió corriendo en dirección al piso
superior.
Dith la llamó y trató de detenerla. Raven, en cambio, la
dejó ir sin decir una palabra. No me entretuve en ese
detalle, aunque más tarde interrogaría a mi familiar sobre
qué parte de toda aquella locura conocía; él siempre sabía
más de lo que compartía conmigo.
—Yo hablaré con ella —sentencié, sin dar la menor opción
a ninguno de los presentes.
Me dirigí a las escaleras a grandes zancadas, tras sus
pasos, mientras Wood señalaba que no era una buena idea
que fuera precisamente yo quien tratara de consolarla y
Dith me gritaba algo sobre que no era asunto mío.
No les presté atención.
Alcancé el dormitorio que le había asignado a Danielle
antes de que nadie pudiera detenerme. Dith, Wood y
también Raven venían tras de mí. Pero yo solo pude verla a
ella, junto a la cama, respirando con dificultad y luchando
para reprimir las lágrimas.
Cuando nuestras miradas se cruzaron y su dolor se hizo
aún más evidente, hice un gesto con la mano. La puerta se
cerró a mi espalda, dejando a los demás fuera. Ni siquiera
me planteé lo peligroso que resultaba hacer uso de mi
magia; simplemente, fluyó a través de mí y bloqueó el
acceso a la habitación de modo que nadie entraría allí
hasta que yo así lo decidiese.
—Danielle, ¿estás bien?
No contestó. No asintió ni negó, ni siquiera parecía estar
viéndome. Mantenía una mano sobre su pecho, que subía y
bajaba con rapidez, con los labios entreabiertos y la
respiración errática. Con toda probabilidad estaba teniendo
un ataque de ansiedad.
Me abalancé sobre ella en el mismo momento en el que
las rodillas cedieron bajo su peso. Enredé un brazo en
torno a su cintura y, a duras penas, evité que se desplomara
al tiempo que me aseguraba de no tocar su piel.
De ser una Ravenswood por derecho, mi poder no tendría
por qué afectarle, pero no era algo que fuera a intentar
comprobar en ese momento.
—Tranquila. Todo va bien —susurré, a pesar de que era
mentira.
Nada iba bien.
La mantuve erguida con firmeza, pero sin ejercer más
presión de la necesaria, y ella se refugió en mi pecho
mientras permitía por fin que sus lágrimas fluyeran. Apenas
tardaron unos segundos en empaparme la camiseta.
—Tienes que respirar más despacio, Danielle —la urgí. Si
continuaba así, se desmayaría. Pero creo que ni siquiera
me estaba escuchando—. Más despacio.
Traté de imprimirle una suavidad a mi voz que me era
totalmente ajena, pero ni así conseguí llegar hasta ella. Su
respiración se aceleraba más y más a cada segundo que
pasaba. Cuando al fin alzó la barbilla y me miró, lucía
aterrorizada como nunca la había visto.
Tiempo después, al pensar en ese instante, continuaría
sin comprender qué me impulsó a hacer lo que hice, pero
en aquel momento no titubeé ni me planteé razón alguna
para proceder de una manera distinta.
La besé.
Capturé sus labios entre los míos mientras la mantenía
apretada contra mí. En el segundo exacto en el que mi boca
la tocó, sus labios se abrieron para mí y le franquearon el
paso a mi lengua. Un nuevo apetito, uno muy diferente al
hambre que me provocaba la magia, despertó en mi
interior. Y entonces mi cuerpo tomó el control y ya no fui
capaz de retroceder ni de alejarme.
Su sabor… Su delicioso sabor saturó mis sentidos. Me
bebí el gemido que escapó de su garganta mientras la
devoraba con un hambre feroz y recorría su boca presa de
una imperiosa necesidad que me exigía que la tomara por
entero.
«Más. Más. Toda. No es suficiente; nunca lo será».
El pensamiento me aturdió por su intensidad, pero no la
solté. No podía. Continué agarrándome a sus caderas,
buscando el aire que me faltaba en sus pulmones, en un
intento de que mi lengua y mis labios se saciaran de ella si
es que eso era posible.
Y entonces se desató el infierno.
Perdí la serenidad, mi entereza y la contención que había
sido una forma de vida para mí desde que podía recordar.
Perdí el control y se lo entregué a la oscuridad de mi
interior, y esta nos envolvió en un capullo protector en
apenas unos pocos segundos. Las lenguas de fuego
lamieron la piel que yo no me atrevía a tocar y la sombra
que nos rodeaba se expandió, acunándonos y aislándonos
del resto del mundo. Nos consumimos el uno a otro de la
misma forma desgarradora en la que nuestras bocas se
estaban devorando.
Me perdí en ella. Totalmente y de forma irremediable.
La besé y continué besándola porque… no había otra cosa
que pudiera hacer. Que quisiera hacer. Fue delicioso y
terrible, y embriagador. Sublime y oscuro. Fue más de lo
que nunca había imaginado o esperado. Fue… todo. Todo.
Pero en algún momento durante esa locura devastadora,
en un instante y lugar no muy lejano, algo en mi interior
aulló con fuerza, dolorido, como si los lobos que eran mis
familiares me reclamaran de vuelta. Como si llorasen por
mí…
Solté a Danielle de inmediato y retrocedí de un salto.
Gruñí como un animal rabioso que se sabe acorralado, y
entonces fui yo quien se vio incapaz de controlar su
respiración o el latido desbocado de su corazón.
Danielle no parecía encontrarse en mejor estado. Estaba
pálida y sudorosa, y sus ojos miraban sin ver, pero no me
atreví a acercarme de nuevo para sostenerla, aunque
tampoco creo que hubiera sido capaz.
Antes de que pudiera pensar en lo que había hecho,
Danielle se desplomó sobre el suelo. Y un instante después
fui yo quien perdió la consciencia.
De madrugada, esa misma noche, me desperté en mi
cama con la garganta reseca y el nombre de Danielle en los
labios. Alguien había montado una fiesta en mi cabeza y mi
piel parecía a punto de desprenderse de los músculos y los
huesos. El mero hecho de respirar dolía como el mismísimo
infierno y, en mi pecho, persistía un vacío profundo, un
hueco que no tenía ni idea de cómo se había producido ni si
sería capaz de rellenar.
—¿Danielle? —la llamé de nuevo, aunque en un primer
momento no comprendí por qué me sentía tan desesperado
por escuchar su voz.
Traté de incorporarme, pero, por mucho que luché contra
la debilidad que aflojaba mis músculos, resultó inútil. Solo
cuando Wood surgió de entre las sombras de mi habitación
y se aproximó a mí, recordé lo que había sucedido.
La certeza de que había drenado a Danielle hasta la
muerte sacudió mi cuerpo de pies a cabeza y me arrancó
un quejido de puro dolor.
—¿Dónde está, Wood? ¿Dónde está Danielle? —lo
interrogué mientras el pánico se apoderaba de mí. La
lámpara de la mesilla se iluminó y tuve que entrecerrar los
ojos. Wood, de pie junto a la cama, me observó con
expresión cautelosa—. ¡¿Dónde está?!
—Tienes que tranquilizarte, Alex.
Apreté los dientes. No ya debido al dolor, sino por la
evasiva de Wood. Traté de controlar mi furia. No podía
cargar contra él; Wood no era el culpable.
—¿Lo he hecho? Dímelo, por favor —rogué—. ¿Le he
hecho daño a Danielle?
Wood movió la cabeza de un lado a otro, negando, aunque
en realidad no parecía estar respondiendo a mi pregunta.
Yo era muy consciente de que la oscuridad había aflorado
de una manera explosiva al besar a Danielle. Si la había
matado…
—No sabemos lo que ha sucedido. Rav cree que… te has
transformado del todo. La puerta estaba cerrada cuando
llegamos —se apresuró a continuar—. Dith la echó a abajo,
literalmente. De una maldita patada.
Ni siquiera en aquellas circunstancias Wood pudo
reprimir una pequeña sonrisa al mencionar a la familiar de
Danielle. Íbamos a tener que hablar seriamente de sus
prioridades cuando toda esta mierda se aclarara.
—Te has saltado tu propia regla de no hacer magia —
intervino otra voz.
Mi mirada voló hasta la puerta para encontrarse con los
ojos celestes de Raven. Casi esperaba descubrir el odio
transformando su expresión, sus labios articulando la
palabra «asesino». Pero en su rostro no había más que
simple… curiosidad.
—¿Qué estabais haciendo Danielle y tú, Alex?
La pregunta de Raven me pilló tan devastado y aturdido
que no pude responder con otra cosa que no fuera la
verdad.
—La besé.
Las cejas de Wood salieron disparadas hacia arriba y
esbozó una sonrisa taimada que me hizo poner los ojos en
blanco. El rostro de Raven, en cambio, permaneció
inalterable.
—¿Ella se encuentra bien? —insistí. Tenía que saber de
una vez qué había pasado—. No está… Danielle no está…
¡Joder! Ni siquiera era capaz de decirlo en voz alta.
—Está descansando —dijo Raven por fin, y el alivio que
me inundó fue tan liberador que me arrancó un suspiro
agónico.
Mi pecho se expandió al deshacerse de un peso invisible y
cerré los ojos un momento para dar gracias en silencio por
la noticia, aunque no estaba seguro de que, incluso estando
viva, Danielle permaneciera entera.
—Necesito verla.
—No. —La negativa de Raven fue tan tajante como
inesperada.
¿Eran celos lo que le enturbiaba la mirada?
¿Preocupación?
Raven había insistido desde el primer momento en que
me acercara a la bruja blanca, ¿por qué ahora se negaba a
que la viera?
«¡Oh, mierda!». ¿Estaba Raven enamorado de Danielle?
El cariño que le mostraba a la bruja no era normal, aunque
nada en aquella situación lo era.
—Rav, no es lo que crees…
—Danielle necesita descansar y tú también —me
interrumpió—. Podrás verla mañana.
Miré a Wood, que se encogió de hombros, y luego volví a
centrarme en el lobo negro.
—¿Qué es lo que no me cuentas, Rav?
Él ladeó la cabeza, observándome en silencio, y se tomó
su tiempo para contestar.
—Creo que por fin ha despertado.
No pude arrancarle una palabra más.
Nunca me había enfadado con Raven, ni lo había
exteriorizado tanto, como durante esa noche. Pasé
gritándole al menos media hora y le exigí que me contara lo
que sabía, aunque era consciente de que presionarlo no era
buena idea y que en cualquier momento podía
transformarse y huir al bosque. Pero no lograba recuperar
el control de mis actos y mucho menos mantener la calma.
Durante unos pocos minutos había creído muerta a
Danielle, drenada por mis propias manos hasta arrancarle
su último aliento, y eso me había desequilibrado de una
forma que apenas si alcanzaba a comprender del todo. El
recuerdo de mi propia madre marchitándose frente a mis
ojos había ganado brillo y nitidez y de nuevo me había
convertido en el monstruo que mi padre creía que era. En
el que yo había luchado por no convertirme.
Había pasado por tanto para llegar hasta donde estaba…
Para ganar control y mantenerme al margen de la tentación
que la oscuridad representaba para mí.
—¡Tienes que decirnos algo, Raven! ¡Lo que sea, joder! —
gritaba, pero el lobo negaba una y otra vez, aumentando mi
desesperación—. Dinos de una vez lo que has visto.
—Alex —me advirtió Wood, interponiéndose entre su
gemelo y yo.
Su prudencia era innecesaria. Jamás le haría daño a
Raven. Además, aunque hubiera querido, mis piernas aún
se negaban a sostenerme. Todo lo que había conseguido
hasta ahora era sentarme en el borde del colchón y, aun
así, mantener la espalda recta representaba un verdadero
desafío para mí.
Raven se mantuvo junto a la puerta abierta de mi
habitación. Ni siquiera se había atrevido a poner un pie en
el interior. Exhaló un suspiro y le hizo un gesto a su
hermano para que se apartara.
—Las cosas no son tan sencillas como crees, Alex. Las
conexiones, las uniones y visiones son apenas pedazos de
un futuro que podría o no tener lugar; a veces solo veo un
objeto o un gesto, como una sonrisa o unos dedos
enredándose en torno al brazo de alguien… Un suave roce
de piel contra piel y luego… nada más.
—¡Lo sabías! —gemí, abarcando la habitación con un
movimiento de mi mano—. Sabías que iba a tocarla en
algún momento y que esto sucedería.
Asintió, y la sonrisa que acompañó a su confesión fue la
del Raven de siempre, espléndida y cargada de inocencia.
—Sabía que Danielle vendría desde hace mucho, como
también sé que hay una conexión que os une y de la que no
estoy seguro si podéis escapar o no.
—La primera vez que nos viste juntos —me apresuré a
preguntar—, ¿qué viste entonces, Rav? Creí que pensabas
que seríamos amigos.
La noche que habíamos pasado encerrados en el
dormitorio de Danielle, y tras la que ella había amanecido
durmiendo en el suelo junto al lobo, recordaba que Raven
había insistido en que había algo entre nosotros, que
debíamos ser amigos. O eso había creído entrever en su
mirada, dado que se hallaba en su forma animal.
—Vuestra conexión va más allá de algo tan simple como
eso, Alexander. Ella te necesitaba y tú a ella; tenéis un
destino común.
Peleé con la frustración para no volver a gritarle. No creía
posible que Raven se explicara de una forma más
enrevesada, aunque se lo propusiera. Me obligué a ser
consciente de que lo que el lobo veía a veces carecía de
sentido incluso para él; explicárselo a otra persona
resultaba en ocasiones una tarea imposible.
Pero yo necesitaba saber.
—¿Qué hay de su linaje? ¿Es una Ravenswood?
—¿Te preocupa haberte tirado a tu prima? —se rio Wood,
algo más relajado ahora que había dejado de gritarle a su
gemelo.
—No me la he tirado, idiota —repliqué, y durante un
instante temí la reacción de Raven.
Wood continuó sonriendo.
—¡Oh! Pero quieres hacerlo…
Miré a Rav. Su expresión no transmitía ninguna emoción
al margen de una leve diversión por las pullas que me
estaba dedicando su hermano.
—¿Es una Ravenswood? —insistí, ignorando al lobo
blanco.
Raven se limitó a encogerse de hombros.
—No puedo verlo. Pero hay una imagen que no deja de
aparecer en mi cabeza —aseguró, y cerró los ojos antes de
proseguir—: Hay algo en el despacho de Wardwell que
necesitáis encontrar. Algo que nadie busca, pero que otros
quieren.
Mi frustración alcanzó niveles alarmantes. Me mordí la
lengua para no empezar a soltar maldiciones.
—¿Qué es, Rav?
Abrió los ojos y me miró fijamente, como si fuera por fin a
darme una respuesta clara, pero un segundo después
frunció el ceño. Tanto él como Wood elevaron la barbilla y
olfatearon el aire.
Tras un momento, Raven desvió la mirada hacia su
gemelo y los dos dijeron a la vez:
—La muerte ha regresado a Ravenswood.
35

Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue el hermoso


rostro de Raven. Se hallaba tumbado de lado en la cama,
junto a mí, con las manos unidas bajo la mejilla y una
sonrisa dulce que iluminaba gran parte del dormitorio.
—Hola —me saludó con una alegría evidente.
—Hola.
Raven se llevó un dedo a los labios para pedirme que no
levantara la voz.
Eché un vistazo a mi alrededor y descubrí a Dith en una
butaca, durmiendo en una postura imposible y arropada
con una manta.
—No se ha separado de ti en todo este tiempo —susurró.
Me incorporé para sentarme y el movimiento trajo
consigo algunas molestias musculares, aunque no llegó a
resultar doloroso, nada en comparación con mi estado tras
el accidente que me había llevado a Ravenswood.
Raven permaneció tumbado mientras me estiraba y
trataba de desentumecerme.
—Lo siento —murmuró.
Giré la cabeza para mirarlo y me di cuenta de que ahora
parecía avergonzado.
—¿Por qué?
—Te mentí.
¡Vaya! Hubiera esperado algo así de casi cualquiera en
aquella academia, incluso de Dith, porque a veces mi
familiar no jugaba limpio y me enredaba de mil maneras.
Pero no de Raven.
Permanecí expectante. Quería que se explicase.
—Hay algunas cosas que… —Negó, bajó la vista y luego
volvió a mirarme—. Tu madre no me dijo que ibas a venir.
Fui yo quien se lo dijo a ella. Yo fui quien te vi en
Ravenswood, pero temía que no me creyeras de habértelo
dicho a tu llegada aquí. —Hizo otra breve pausa—. Y siento
también haberme colado en tu cabeza. Ya sabes, tu sueño…
—Abrí los ojos como platos al comprender a qué sueño se
refería. ¿Había sido él?—. Hay un montón de cosas que
tengo que contarte. Llevas dos días inconsciente.
—¡¿Dos días?!
Raven tiró de mí hasta que mi espalda quedó de nuevo
contra el colchón. Pasó un brazo en torno a mis hombros y
me acomodó de forma que mi cabeza reposara sobre su
pecho. La sensación resultaba tan reconfortante que no
pude resistirme.
Raven era suave y agradable, y sus abrazos se sentían tan
hogar como los de Dith.
—Tranquila, te contaré lo que pueda.
Durante la siguiente media hora, Raven me confesó que
no había sido mi madre la que me había visto en
Ravenswood, sino él. Al parecer, contaba con otro poder del
que yo no sabía nada. Él era el vidente. O algo muy similar,
porque lo que en realidad veía eran conexiones entre la
gente y apenas retazos de un futuro probable.
Desde hacía años, Raven había sabido que yo acabaría allí
de una forma u otra. También me había visto cerca de
Alexander, aunque no tuve valor para preguntarle cómo de
cerca. De ahí que se hubiera empeñado en conseguir que
nos relacionásemos para, según él, acelerar un poco las
cosas.
Las cosas. Tampoco me atreví a preguntar qué clase de
cosas.
—No parecía que os estuvieseis dando mucha prisa —se
burló—, y el tiempo apremia. Así que tuve que colarme en
tu cabeza y… soltar algunas imágenes de un posible futuro,
mezcladas con otras de mi propia cosecha.
Me pregunté cuáles serían las que Raven había inventado
y cuáles las reales. ¿Alexander y yo íbamos a liarnos? No.
Ni de coña. Eso tenía que habérselo inventado.
—¿Sabe él algo de esto?
—No todo. Hay partes que ni yo consigo ver con claridad
y otras que él no tiene por qué conocer. Por ahora. —Me
dedicó una larga mirada antes de preguntar—: ¿Cómo te
sientes?
—Bien, supongo. Solo algo dolorida. ¿Qué fue lo que
pasó? Recuerdo a Alexander en mi dormitorio y… ¡Oh,
vaya!
Hice una mueca al rememorar los detalles. Raven se
esforzó para reprimir una carcajada que podría despertar a
Dith.
—Nos… ¿besamos? —expuse, insegura.
Raven asintió.
—¿Sabes? Estoy bastante convencido de que a Alexander
le gustó —señaló él a continuación, y yo deseé que la tierra
me tragase. No necesitaba saber eso. No quería saberlo en
absoluto—. Aunque no creo que vaya a admitirlo. Es más,
creo que piensa que hay algo entre nosotros.
Bueno, eso era ser directo. También yo había llegado a
creer que Raven albergaba ciertos sentimientos por mí. Y
cualquiera que nos viera en ese momento, abrazados entre
las sábanas de mi cama, seguramente pensaría que así era.
—Y tú, ¿qué le has dicho? —lo tanteé, cautelosa.
—Nada —rio, guiñándome un ojo—. Eres hermosa y me
gustas mucho, Dani, y eres mi amiga.
La ternura con la que pronunció esa última frase lo hizo
parecer mucho más joven, casi un niño, aunque bien sabía
yo que había un lobo feroz agazapado en su interior. Quería
preguntarle qué significaba exactamente lo que había
dicho, qué implicaciones tenía esa amistad para él, pero
desistí.
No importaba. Si Raven necesitaba decirme algo más en
algún momento, lo haría. Y entonces yo decidiría cómo
lidiar con ello.
—Vale. Así que eres vidente y manipulas los sueños de la
gente. ¿Hay algo más que deba saber?
—Un montón de cosas. Pero… también hay mucho de lo
que yo mismo no estoy seguro. No veo todo lo que va a
pasar, Dani —admitió sin ningún tipo de reparo—. En
realidad, no veo casi nada, y apenas consigo vislumbrar un
atisbo de quién eres y de lo que se avecina.
La diversión desapareció.
Dith se revolvió en la butaca y murmuró algo en sueños,
pero no llegó a despertarse.
—Raven, tú sabes lo que de verdad pasó entre Alexander
y yo en esta habitación, ¿verdad?
Había habido oscuridad, una manta de sombras
rodeándonos que nos había envuelto y aislado de todo. Y no
estaba del todo segura, pero algo me decía que, lo que
fuera que significase, era una de las partes de esta historia
que Raven sí conocía.
Él me sonrió y luego frotó la mejilla contra mi pelo, un
gesto casi más del lobo que era que de su parte humana.
Pensé en lo que me había llevado allí. No en el beso de
Alexander, que bien podría haber sido solo un intento
desesperado de evitar que siguiera hiperventilando, sino
más bien en el descubrimiento de que podía ser una
Ravenswood y no una Good.
Mamá, Chloe, la abuela… Tal vez ningún Good era Good
de verdad. Y la magia, la familiar, ¿era entonces tan oscura
como la de Alexander? ¿Dónde nos dejaba eso?
Pero lo peor, lo más horrible de todo, era saber que Mercy
Good (o Mercy Ravenswood) había sido abandonada a su
suerte al nacer porque posiblemente pensaron que no era
parte de nuestra familia, que era solo el resultado de una
relación prohibida. No había sido más que una niña, un
bebé; ¿cómo podían haberla culpado de eso?
Tal vez los Good merecíamos cada muestra de desprecio
que se nos había dedicado. Quizás merecíamos también lo
que se diría de nosotros y lo que nos ocurriría si esto
llegaba a salir a la luz.
—Antes que nada, será mejor que deje que te cambies y
bajes a comer algo. Debes de estar hambrienta.
Mi estómago gruñó para mostrar su acuerdo, aunque lo
que de verdad me apetecía era liberarme de la sensación
de haber estado revolcándome entre aquellas sábanas
sudadas durante cuarenta y ocho horas.
—Está bien. Iré a darme un baño, pero luego hablaremos.
La idea de sumergirme en la bañera apenas si logró
hacerme sentir mejor, aunque casi podía imaginarme ya el
agua derramándose sobre mi cuerpo y…
El pensamiento ni siquiera había terminado de formarse
en mi mente cuando la cristalera de la habitación estalló en
cientos de pedazos y, literalmente, toda el agua de la
piscina entró en tromba por la ventana y nos cayó encima.
Raven reaccionó con unos reflejos envidiables. Se
transformó en lobo en el mismo momento en el que el
estruendo que provocó la rotura de los cristales despertó a
Dith y alertó a todo el mundo en la casa. Me cubrió con su
cuerpo para protegerme de las esquirlas que volaban en
todas direcciones, aunque no logró evitar que acabase
empapada.
—¡¿Qué demonios…?! —mascullé, acurrucada bajo el
cuerpo compacto del lobo.
Dith ya estaba de pie y totalmente lúcida cuando Raven
se retiró y saltó de la cama. Al mismo tiempo, Wood
apareció en el umbral de la habitación en su forma
humana, pero gruñendo del mismo modo en el que lo hacía
su gemelo.
—¿Estáis bien? —pregunté, mirando alternativamente a
mi familiar y al lobo negro.
Meredith asintió, desconcertada; por suerte, los cristales
no habían llegado hasta la esquina en la que se encontraba.
Y el hocico de Raven también se movió de arriba abajo con
el labio superior totalmente estirado y todos los dientes a la
vista.
Alexander irrumpió entonces en la estancia como el
mismísimo diablo encarnado. Las sombras rodeaban su
figura, llameantes y oscuras, con un tono púrpura que
ondulaba con cada uno de sus movimientos. La red negra
bajo su piel había alcanzado incluso la parte inferior de su
rostro. Finísimas ramificaciones se extendían sobre su
mandíbula y casi le rozaban los labios.
Resultaba un momento pésimo para pensar en ello, pero
era la primera vez que nos veíamos desde nuestro beso (o
lo que quiera que hubiera sido aquello) y no pude evitar
preguntarme si ese había sido el aspecto que había tenido
cuando sucedió. No sabía cómo sentirme al respecto. Era
inquietante, perturbador y aterrador, pero continuaba
pensado que también resultaba hermoso de una forma
oscura.
Y yo probablemente estaba loca de atar.
—¿Qué demonios ha ocurrido? —preguntó Wood,
mientras sus ojos revisaban el desastre en el que se había
convertido la habitación.
Sus gruñidos menguaron al comprobar que no había
ninguna amenaza inminente. Con Alexander ocurrió algo
similar; en un segundo era la muerte reencarnada y al
instante siguiente la oscuridad se esfumó por completo y
solo quedó el brujo. Parpadeé porque pensé que me lo
había imaginado, pero Wood, situado tras él, soltó un
improperio al ser testigo del abrupto cambio, y tanto Raven
como Dith también se quedaron mirándolo, aún más
perplejos que un instante antes.
—¿Qué…? ¿Cómo has hecho eso? —se lanzó a preguntar
Wood, y se adelantó para colocarse frente a su protegido.
Raven también trotó hacia él. Dith, en cambio, se acercó
hasta donde yo me encontraba, aunque no apartó los ojos
de Alexander.
—¿Hacer qué?
¡Joder! Ni siquiera se había dado cuenta…
—Has… Has vuelto tú solo —tartamudeó Wood.
Si el cambio de Alexander no hubiera sido lo
suficientemente sorprendente por sí solo, sumado a la
mierda de los cristales volando por todos lados y el agua
regándonos, me habría reído al ver al lobo blanco
balbuceando, su arrogancia natural perdida. Pero no era
gracioso.
Bueno, quizás un poco sí.
Alexander murmuró algo en voz tan baja que no pude
escucharlo y contempló sus manos como si esperase
encontrarlas aún consumidas por las llamas. El resto las
miramos también, pero no había nada allí. Nada. Solo piel
dorada y limpia de cualquier rastro de oscuridad.
El aroma dulce a algodón de azúcar se extendió por la
habitación y Raven apenas si esperó a estar del todo
transformado para soltar una nueva bomba:
—Danielle ha recuperado su magia.
Entonces todos empezaron a hablar a la vez y ya nadie
miraba a Alexander. Me estaban observando directamente
a mí.

Alexander
Por primera vez en toda mi vida le había ganado la batalla
a mi maldición personal una vez que se había desatado casi
por completo, aunque ni siquiera supiera muy bien cómo lo
había hecho o qué había cambiado en mí para que eso
fuera posible.
Al escuchar la explosión e imaginar a Raven, Dith y
Danielle a saber en qué clase de peligro, no había dudado
en ceder el control de mi cuerpo a mi poder. Lo había
invocado a sabiendas del dolor que sería necesario luego
para atarlo de nuevo y me había dejado arrastrar. Solo
había conservado un pequeño hilo del que tirar, una pizca
de conciencia para evitar que mi transformación fuese
total, a pesar de que en el pasado eso nunca había
supuesto una diferencia.
No había luchado contra el cambio. No me importaba lo
que me sucediera. Si Raven estaba en peligro… Si algo lo
estaba amenazando…
Pero entonces ya estaba en la planta de arriba y él se
encontraba bien, y Danielle y Meredith también lo estaban.
Empapados, pero a salvo.
—No sé cómo —murmuré, porque todos seguían
contemplándome con el asombro reflejado en el rostro
después de que Wood me interrogara al respecto.
Mi mirada buscó a Danielle sin que hubiera motivo para
ello.
La bruja llevaba dos días inconsciente, dos días que yo
había pasado torturándome por lo sucedido entre nosotros.
En el instante en el que mis labios habían tocado los
suyos, tampoco había contado con ningún tipo de control.
Había dejado salir mi lado más oscuro, pero esa vez no de
forma intencionada. Podría haberla drenado hasta
consumir su cuerpo y su mente. Su alma.
Aunque el incidente no parecía haberle provocado daño
alguno, y Raven aseguraba que solo había despertado
(significara eso lo que significase), los remordimientos
habían campado a sus anchas por mi mente. El recuerdo
del rostro de mi madre, de lo que le había hecho mi poder a
su cuerpo, me torturaba tanto como lo hacía haberle
arrebatado a Raven la capacidad auditiva.
«Otra vez no. Por favor», había rogado en las horas
previas, atormentado, una y otra vez hasta que las palabras
habían dejado de tener sentido. Pero ahora, al verla
despierta, con el pelo chorreando y expresión atónita,
incluso sin saber qué demonios había ocurrido ni por qué la
ventana de su habitación había volado por los aires, el
alivio se convirtió en una ola que atravesó mi pecho de
parte a parte.
Todos me estaban observando después de que revirtiera
el cambio sin ayuda, pero entonces Raven retomó su forma
humana y aseguró que Daniella había recuperado su magia.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo lo sabes?
Señaló el destrozo que nos rodeaba. Había agua por todas
partes. Charcos sobre el suelo de madera, que comenzaba
ya a absorber parte del líquido; sobre los muebles,
empapando la ropa de cama y las cortinas.
Raven se acercó a la ventana y echó un vistazo al exterior.
—Ha atraído la mitad del agua de la piscina al pensar en
darse un baño —continuó elucubrando el lobo—. Era eso en
lo que pensabas, ¿no?
Se giró hacia ella sonriente y aparentemente encantado
con la situación. Raven hallaba la felicidad en los lugares y
momentos más insospechados, eso había que concedérselo.
Mi atención se desvió de nuevo a Danielle, probablemente
la de todos, pero yo solo me fijé en ella. Sentada sobre la
cama, se encogió un poco al saberse el centro de todas las
miradas. Cerró los ojos un instante y pareció concentrarse
en algún punto tras sus párpados.
Yo sabía lo que estaba haciendo; buscaba el río de
energía que, de llevar Raven razón, correría ahora libre de
ataduras en su interior. Su poder, su magia. Y sí, estaba ahí,
yo también podía sentirla. La sentía como nunca hasta
entonces lo había hecho. Casi podía saborearla en la punta
de la lengua.
Danielle abrió los ojos y esbozó una mueca de disculpa.
—Lo siento —dijo con un quejido avergonzado.
Muy a mi pesar, solté una carcajada. Me reí con
auténticas ganas, aunque no tenía claro qué era lo que
encontraba tan gracioso. La habitación era un jodido
desastre, posiblemente tuviésemos que tirar los muebles y
habría que avisar a alguien para que repusiera el ventanal
destrozado. Además, la desaparición del bloqueo de
Danielle seguramente resultaba una amenaza nada
despreciable para mi autocontrol si ella permanecía en la
casa. Pero, joder, me abandoné a la risa sin más. Fue una
mezcla de alivio y… abandono.
A lo mejor estaba perdiendo la poca cordura que me
quedaba. No recordaba haberme reído así desde hacía
mucho tiempo. Tal vez desde nunca.
—¡Madre mía! Esto sí que es raro —farfulló entre dientes
Danielle, pero pude oírla perfectamente a pesar de mi risa.
Me miraba como si me viera por primera vez.
Meredith también comenzó a reírse.
—Estáis todos jodidos de la cabeza —señaló Wood—.
Todos. Esto no tiene ni puta gracia.
El alivio también se reflejaba en su rostro, aunque se
esforzara por aparentar que nos soportaba solo porque no
le quedaba más remedio. Había visto su expresión cuando
la casa retumbó con la rotura de los cristales y también él
había temido por su gemelo.
Y que Dith estuviera aquí arriba había alimentado aún
más su preocupación.
—Bien —intervino Raven—. Ahora que todos estamos
donde tenemos que estar, hay cosas importantes que hacer.
El sonido de las risas se fue apagando, como si
comprendiéramos a qué se refería, aunque no tuviésemos
ni idea. En realidad, la verdad era en ese momento un
puzle del que no todos teníamos las piezas. Pero sin duda
Danielle era la que con menos información contaba para
resolverlo.
Me adelanté un paso hacia la cama. Hacia ella. Mi cuerpo
se estremeció al percibir el rastro de su magia ahora
despierta y algo se retorció en mi pecho. De inmediato, me
envolvió un intenso aroma a flores frescas, al rocío que las
cubre justo en ese breve instante tras el amanecer, pero
antes de que se abran y los primeros rayos de sol acaricien
sus pétalos. Danielle olía a lluvia, a niebla deslizándose
sobre el musgo húmedo, rozándolo con suavidad y
retirándose, huidiza, cuando las nubes se despejaban y la
luz encontraba el paso libre hasta caer sobre el suelo del
bosque. El aroma era tan intenso que debería haberme
hecho retroceder, pero también resultaba demasiado
atrayente; era una llamada, un faro luminoso atravesando
las sombras más profundas y oscuras de la noche. Mis
sombras.
Era como… una canción.
Me rehíce como pude e ignoré el picor de mi piel. Tuve
que aclararme la garganta antes de hablar. Mi voz, aun así,
sonó áspera cuando hablé por fin.
—Ha muerto otra alumna. Tanto su cuerpo como el de
Abigail Foster ya han sido entregados a sus respectivas
familias, pero al anochecer habrá una ceremonia de
despedida a la que vamos a asistir. Todos.
Danielle enarcó las cejas y supuse que estaría pensando
en mi autoimposición de no abandonar la casa. No podía
culparla. Últimamente no había hecho otra cosa que
saltarme mis propias normas una y otra vez, justo desde su
llegada a Ravenswood. Pero las cosas parecían estar
yéndose al infierno con rapidez. Había mucho que debía
explicarle.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor.
—Será mejor que os pongáis ropa seca. Luego os contaré
cuál es el plan.
—¿Tenemos un plan? ¿Un plan para qué exactamente? —
desconfió Danielle, tal y como era de esperar.
Aquella chica…
Resultaba exasperante. El desafío implícito en su mirada
me decía que nada de lo sucedido aumentaba su confianza
en mí. Si acaso, era probable que hubiera empeorado.
Fue Wood quien se adelantó para darle una respuesta.
—Vamos a colarnos en el despacho de Wardwell —afirmó,
y el lobo se asomó a su rostro, feroz y orgulloso. Tan
temerario.
—Van a colarse. Ellos —lo corrigió su gemelo. Señaló
primero a Danielle y luego en mi dirección—. Hay algo que
necesitáis encontrar.
Meredith no tardó en mostrar su desacuerdo.
—¿Por qué demonios tenemos que perdernos los demás
toda la diversión?
—No son ellos los que van a divertirse —repuso Raven, y
también él se dejó arrastrar por su parte más salvaje. El
azul de sus ojos relampagueó. Mostró los dientes en una
mueca más lobuna que humana y ladeó la cabeza. Nunca se
había parecido tanto a Wood como en ese momento—.
Nosotros seremos la distracción.
Suspiré.
Aquello iba a salir mal. Muy mal. No tenía ninguna duda
de que acabaríamos en el infierno.
36

Todos empezaron a abandonar la habitación.


Alexander fue el primero en marcharse, de vuelta a su
actitud huraña y contenida a pesar del espectáculo que
había sido escuchar sus carcajadas. ¡Santo Dios! El tipo no
debía de tener ni idea de lo que la risa le hacía a su rostro,
a todo su cuerpo. Durante unos pocos minutos, la tensión
había desaparecido de sus duras facciones e incluso habían
reflejado cierta paz. El brujo prácticamente había brillado
como una puñetera estrella; una estrella fugaz, eso sí. Pero,
incluso así, yo había sentido el impulso de pedir un deseo.
Tras su marcha, Meredith sacó casi a empujones a Wood
de la habitación. Ya en el pasillo, la escuché asegurar que
se encontraba bien y, tras un vistazo furtivo, descubrí que
él la revisaba de pies a cabeza con tal preocupación que me
hizo sonreír.
Por último, Raven se marchó trotando alegremente de un
modo casi más cercano a su forma animal que a la humana,
a pesar de hacerlo sobre dos piernas.
A solas, contemplé el desastre que me rodeaba. Estaba
claro que iba a tener que cambiarme a otra habitación. Por
la ventana, ahora destrozada, se colaba la brisa fresca
procedente del bosque de Elijah y las cortinas se mecían
con suavidad. La conversación con Samuel Corey regresó a
mi mente y con ella la posibilidad de que fuera
descendiente directa de Mercy Good… Mercy Ravenswood.
¿Era eso posible? Mamá podría haber descubierto de algún
modo que todos los Good descendíamos de ella y… ¿alguien
la había matado por eso?
Pero ¿quién?
Un temblor me sacudió. Gracias al regreso repentino e
impetuoso de mi poder, estaba calada hasta los huesos,
aunque no creí que el escalofrío que se deslizó por mi
espalda se debiera al frío.
Me miré las manos en un gesto muy parecido al que le
había visto llevar a cabo a Alexander. Casi me daba miedo
tratar de realizar algún hechizo. Instantes antes, con todos
observándome, había echado un vistazo a mi interior y
conectado con mi magia para descubrir que el arroyo de
energía que solía discurrir tranquilo pero constante era
ahora un río impetuoso. Salvaje.
Supuse que, después de tantos días reprimido, el núcleo
de mi poder se había desbordado al saberse liberado,
aunque probablemente se estabilizaría y retornaría a los
niveles normales en cuestión de unas pocas horas.
Me puse en marcha para no tener que pensar más en
todo lo que daba vueltas en mi cabeza. Solo había
pretendido escapar de la soledad de Abbot, en busca de
algo de normalidad, y había terminado inmersa en una
locura que no hacía más que empeorar.
Lo primero que hice fue comprobar que el grimorio de
mamá no hubiera sufrido daños. Por suerte, lo había
guardado en el armario envuelto en la bolsa de tela en la
que Dith lo había traído y esta estaba completamente seca.
Me planteé sacarlo y comprobar si reaccionaba a mi tacto,
pero me avergüenza confesar que no tuve valor para
hacerlo. Me daba miedo que se mantuviera cerrado para mí
y confirmar así que no había nada de la magia de mamá en
mi interior. Nada que nos uniera.
Lo haría, debía hacerlo, pero no en ese momento.
Necesitaba algo de tiempo para enfrentarme a ello.
La ducha eliminó solo parte del frío de mi piel y mis
músculos. Me aseguré de atajar cualquier pensamiento que
pudiera provocar algún otro desastre mágico. Supongo que
funcionó, porque nada explotó y el agua fluyó a través de
los diversos chorros de manera normal.
Al salir, tomé una toalla del estante y me envolví en ella.
El escudo de la academia (de los Ravenswood) quedó justo
entre mis pechos. Lo observé a través del espejo y me
pregunté si no sería también el mío, si no habría escapado
de Abbot y habría ido a parar a mi verdadero ¿hogar?
«Para. Ni lo pienses».
Era más fácil decirlo que hacerlo.
Había una bata de seda gris colgada tras la puerta,
supuse que cortesía de Raven, o de Alexander, quién sabe.
Era el brujo quien había surtido mi armario de todo lo
necesario, incluso de ropa interior, algo en lo que no me
había parado a pensar hasta ese momento. Imaginar a
Alexander eligiendo algunas de las prendas que había
llevado esos días desató un nuevo escalofrío, aunque en
esta ocasión la piel me ardió en vez de enfriarse.
Deseché la toalla, cuyo escudo bordado parecía
señalarme de forma acusatoria, y opté por emplear la bata.
Mis manos se agarraban con fuerza a los bordes de la
suave tela cuando, instantes después, me atreví a llamar a
la puerta de Alexander.
Me dije que ir en su busca no tenía nada que ver con
nuestro beso ni lo sucedido entre nosotros, y que solo
estaba allí porque necesitaba saber qué habitación podía
ocupar, eso si no me echaba a patadas de la casa ahora que
de nuevo era una bruja de pleno derecho…
La puerta se abrió; Alexander ya estaba contestando a
mis golpes antes de darse cuenta de quién estaba al otro
lado.
—¿Qué pasa? —En cuanto sus ojos se posaron en mí, dio
un paso atrás, como si hubiera recibido un empujón
invisible.
¡Dios! Su expresión… Si antes parecía detestarme, ahora
directamente me odiaba.
Desvié la mirada sobre su hombro hacia el interior de la
habitación mientras me recuperaba de la bofetada mental
de su tosca mirada. Hasta ese momento jamás había visto
su dormitorio. Sentía curiosidad.
Una cama de caoba enorme, más incluso que la mía,
presidía la estancia. El tipo podría invitar a media escuela a
compartirla y aún le sobraría espacio. La idea, por alguna
extraña razón, no me resultó tan divertida como pretendía
haber sido.
Los almohadones se amontonaban en el cabecero;
sábanas oscuras de aspecto sedoso yacían revueltas, como
si hubiera dado vueltas durante la noche y las hubiera
pateado hasta quitárselas de encima. Había libros
amontonados en cada rincón, algunos de aspecto nuevo y
otros ajados de forma que incluso algunas páginas
asomaban, parcialmente desprendidas. Una chimenea se
alzaba en una de las paredes y, frente a ella, había una
alfombra tan mullida como el pelaje de los gemelos. Más y
más libros se acumulaban en paredes repletas de
estanterías que llegaban al techo. Nada de televisión y
ningún equipo de música. Tampoco armas, como había sido
el caso de Wood.
Alexander carraspeó y tuve que dejar mi curiosidad para
otro momento.
—¿Necesitas algo?
Bajé la vista a sus manos pensando que tal vez
encontraría su oscuridad allí, pero no había nada salvo su
piel normal.
—Una habitación. La mía… —No terminé la frase, era
obvio que el dormitorio había quedado impracticable.
Alterné el peso de un pie a otro y mis dedos se cerraron
aún con más fuerza sobre las solapas de la bata. Me la
había ajustado con el cinturón para evitar cualquier desliz y
tapaba lo necesario; sin embargo, me sentía como si me
hubiera plantado frente a él totalmente desnuda.
Los recuerdos de la escena que Raven había deslizado en
mi mente no ayudaron en nada.
—Puedes usar la que hay libre junto a la de Rav —me dijo,
y señaló la puerta sin apartar los ojos de mi rostro—.
Aunque es algo más pequeña.
—No importa —me apresuré a contestar. Ambos
estábamos tan tensos que ni siquiera resultaba divertido.
Giré para ir en busca de algo de ropa y trasladarme al otro
dormitorio, pero…—. Gracias. Por lo del otro día —
murmuré por encima de mi hombro. ¡Ay, Dios! ¿Le estaba
agradeciendo que me hubiera besado? Era patética—.
Estaba a punto de perder el control. Sé que solo lo hiciste
por eso. No… no tienes que preocuparte. Pero gracias por
seguirme e intentar ayudar.
El ridículo, eso era lo que estaba haciendo. Un ridículo
total y absoluto.
Alexander cruzó los brazos sobre el pecho y seguí el
movimiento con la mirada. Los músculos de su estómago
asomaron bajo el borde de la camiseta negra y la tela se
tensó y se ciñó a su torso. No sé por qué se me ocurrió
pensar que yo había estado justo ahí un par de días atrás,
refugiada entre sus brazos y con sus labios sobre los míos.
¡Madre mía! Ahora sí que tenía que parar…
Pero mi cuerpo iba por libre. Mis ojos descendieron un
poco más hasta tropezar con la cinturilla de sus vaqueros y
de nuevo me subí al tren de la perversión. Destino directo y
sin paradas: Luke Alexander Ravenswood.
¿Estaba mirándole el paquete? ¡Ay, Dios! Sí que lo estaba.
Y ni siquiera me molesté en cerrar la boca. Mucho menos
en disimular. Era una idiota pervertida. Como si no tuviera
otras cosas más importantes en las que pensar que en lo
que guardaba dentro de los pantalones. Estaba claro que la
adolescente repleta de hormonas que se había pasado la
vida encerrada en Abbot tenía más ganas de diversión que
de drama.
—No te besé por ese motivo —dijo Alexander.
Levanté por fin la vista hasta su rostro. Su expresión no
parecía la de alguien que se hubiera percatado de lo sucio
de mis pensamientos. ¡Gracias a Dios!
—¿Eh?
Tardé un instante en comprender lo que había dicho. Si
su beso no había sido un burdo intento para evitar que me
desmayase, ¿qué entonces?
Unas estúpidas mariposas se apropiaron de mi estómago.
Acto seguido, él mismo se ocupó de pisotearlas sin piedad
al añadir:
—No era yo. No pude controlarlo.
Sacudí la cabeza de un lado a otro.
—¡Joder! Eres implacable, ¿eh? No dejas pasar ni una.
Alexander arqueó las cejas. Había cierta diversión en sus
ojos dispares, y también otras muchas cosas que opté por
ignorar. ¡A la mierda con sus emociones! No quería saber
qué significaban.
—¿Qué pasa, ángel? ¿Tanto lo disfrutaste?
Me metí un dedo en la boca y fingí una arcada. Un poco
sobreactuada e infantil para mi gusto, pero se lo merecía
por capullo.
—En tus sueños.
Más bien en los míos, pero no pensaba contarle una sola
palabra de lo que Raven me había mostrado. Además, ni
siquiera era una visión real; a lo mejor lo que el lobo había
visto era precisamente ese beso en pleno ataque de pánico
y se había montado él solito una película aún más
pervertida que la mía.
Alexander avanzó un paso hacia mí y quedó justo bajo el
umbral de la puerta. Nuestros cuerpos estaban demasiado
cerca. El aire entre nosotros vibró y se calentó, y el cambio
en la atmósfera que nos rodeaba resultó tan evidente que
me sorprendió no descubrir llamas oscuras brotándole de
la piel.
—No tienes ni idea de cuáles son mis sueños, Danielle. Ni
puta idea.
Su comentario desinfló un poco mis ansias de
estrangularlo, la verdad. Si yo había soñado con liberarme
de la cárcel que Abbot representaba para mí, no quería ni
imaginar lo que ansiaba Alexander.
Sintiéndome como una idiota, hice un gesto con la mano.
—Lo que sea. Te veré abajo.
Y eso fue todo. Salí huyendo de la intensidad de su
mirada y del sonido de sus dientes rechinando por la
frustración. No sabía muy bien qué había esperado que
cambiase entre nosotros.
Solo porque me hubiera besado…
Evité pensar en la forma en la que yo había
correspondido a ese beso. En la necesidad y el anhelo. En
el intenso deseo que había despertado en mí. El gemido
que había dejado escapar Alexander y que yo, sedienta, me
había bebido sin titubear. En todas las partes de nuestro
cuerpo que habían estado en contacto y en lo bien que se
había sentido.
No. Alexander no había drenado mi magia, sino que, al
aparecer, me la había devuelto; pero al cabrón había que
reconocerle que sabía cómo besar a una chica y dejarla con
ganas de más.
Por supuesto, yo no era esa chica.
37

Resultó que el plan de Alexander y Raven para colarnos en


el despacho de Wardwell no era tal. Al contrario, se suponía
que íbamos a recibir una invitación de la propia directora
para acceder a él.
—Wardwell se presentó aquí la misma tarde de tu…
desvanecimiento —me explicó Dith mientras esperábamos
que Alexander se reuniera con nosotros en el salón.
Wood ya se veía de mejor humor, y Raven… era Raven. Él
siempre estaba de buen humor; en vez de dirigirnos al
ritual de despedida final de dos alumnas, parecía como si
nos dispusiéramos a realizar una alegre excursión por el
bosque.
Todos, incluida Meredith, vestíamos de gris y borgoña, los
colores de Ravenswood. Aunque mi familiar, si no había
entendido mal, pensaba transformarse para pasar
desapercibida y no revelar su identidad. La mayoría
imaginaría que era un familiar, pero no habría manera de
confirmarlo o saber de quién se trataba a no ser que nos
preguntasen, y dudaba mucho que alguien fuera a
acercarse a los Ravenswood para ello.
—Wardwell quería que acudieras a su despacho para
interrogarte acerca de la muerte de Abigail Foster —
continuó relatando Dith.
—¿Por qué yo?
—Eres sospechosa, claro está —apuntó Wood con una
alegría ofensiva—. Eres una bruja blanca en el corazón de
la magia negra, así que encabezas la lista de posibles
culpables.
Eso era ridículo. Los brujos blancos no cometían esa clase
de crímenes; al menos, no los brujos comunes y no sin
provocación. Había unos que sí podrían hacerlo de ser
absolutamente inevitable. Los consejos de ambas
comunidades contaban con una guardia personal: dos
brujos guerreros asignados a cada miembro de los cinco
que componían el órgano que gobernaba cada comunidad.
A dichos brujos, diez en total (veinte, si contábamos a los
oscuros), se les denominaba «Ibis».
De los Ibis de nuestro consejo se decía que eran los
únicos brujos blancos que portaban más muerte que vida,
ya que se les empleaba no solo como guardianes, sino
también como ejecutores. Pocos los habían visto en Abbot,
pero su mera presencia se consideraba una señal de mal
agüero. Si los blancos eran así, no podía ni comenzar a
imaginar lo aterradores que resultarían los Ibis oscuros.
Pero, al menos los nuestros, actuaban siempre como
último recurso. Matar a un brujo o una bruja era algo que
no creía que hubiera sucedido prácticamente desde Salem.
—Alexander la mandó a paseo —dijo Dith, retomando el
motivo de la conversación inicial.
Raven se adelantó en el asiento y se inclinó hacia mí con
una sonrisita juguetona en los labios.
—En realidad, Alex básicamente le hizo saber que
Ravenswood ardería hasta los cimientos si se le ocurría
atravesar la puerta de esta casa e intentar hablar contigo.
Le dijo que necesitabas descansar y que irías cuando
estuvieras preparada.
¡Vaya! Eso sí que no me lo esperaba de ninguna de las
maneras. Por cómo se comportaba, cualquiera podría
pensar que Alexander estaría más que desesperado por
lanzarme en brazos de la directora, lo más lejos posible de
él. Y si de paso me ahorcaban o me quemaban en la
hoguera, mejor.
—No quiero a Wardwell aquí. —La voz de Alexander me
llegó desde algún punto a la espalda, la escalera
seguramente.
Me estremecí.
¡Maldito fuera! Tenía el jodido don de aparecer siempre
en el momento más incómodo para mí. Seguro que
esperaba en la sombra hasta que podía hacer una entrada
triunfal y humillarme todo lo posible.
—Tranquilo —repuse, girando la cabeza para contemplar
cómo terminaba de alcanzar el piso inferior y se acercaba a
nosotros—, nadie va a pensar que me estabas defendiendo.
Vestía en los mismos tonos que el resto: pantalones grises
que se abrazaban a sus muslos y a sus estrechas caderas y
un jersey borgoña de cuello alto y que ceñía cada músculo
de su pecho con una precisión detestable. Se me quedó
mirando más de lo necesario con las cejas levemente
enarcadas y el rastro de una sonrisa sombría asomándole a
los labios.
Idiota.
—Tú, Danielle, no necesitas que nadie te defienda.
No supe si tomarme eso como un cumplido o un insulto.
Viniendo de él, seguro que se trataba de lo segundo.
—Bien. Procura no olvidarlo.
Le brindé una sonrisa tan amplia que me dolieron las
mejillas.
Nos mataríamos, estaba segura de ello. Acabaríamos
matándonos en algún momento de la noche y yo iba a
disfrutar de ello.
Alexander no replicó. Se volvió hacia los demás y se
aseguró de quedar frente al lugar que Raven ocupaba en
uno de los sofás, supuse que para que no se perdiera nada
de lo que iba a decir.
—A Wardwell no le va a gustar que aparezcamos en la
ceremonia, pero quiere hablar con Danielle. Eso hará que
se esfuerce por sacarnos de allí a toda prisa. Te llevará a su
despacho para interrogarte en cuanto acabe —prosiguió,
con sus ojos de vuelta a mi rostro. Serio y formal—. Yo iré
contigo. Wood y Raven nos darán tiempo para llegar a la
última planta de la mansión antes de atraer más miradas
sobre su presencia allí.
—¿Qué vais a hacer? —inquirí, observándolos de forma
alternativa.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Raven, encogiéndose de
hombros con ese gesto tan suyo.
Wood mostró una sonrisa repleta de dientes que me dio
escalofríos.
—Obligaremos a Wardwell a regresar al exterior para
poner orden —intervino Dith.
Ella también parecía demasiado emocionada por su papel
en el plan. Casi prefería no saber qué se traían entre
manos; mi familiar era una auténtica experta en provocar
desastres y atraer atención indeseada.
—Y nos dejará a ti y a mí a solas en su despacho —
prosiguió Alexander, justo donde lo había dejado Meredith
—. Eso evitará que tengamos que saltarnos los hechizos
que mantiene alrededor de la habitación para entrar.
Mi mirada iba de uno a otro según desgranaban el plan.
—Decidme la verdad. Habéis estado ensayando este
discursito mientras yo me echaba una siesta de dos días —
me burlé, porque…, bueno, porque era así de idiota y
necesitaba librarme de la sensación de que estábamos a
punto de meternos en un buen lío—. Os doy un nueve. Lo
habéis encadenado bien, pero os quito un punto por
Alexander. Demasiado forzado para mi gusto.
Raven reprimió la risa, Dith puso los ojos en blanco y
Wood sacudía la cabeza de un lado a otro, resignado.
Alexander fue el único que se mantuvo impasible.
—No tienes que acompañarme —le dije, aunque en
realidad no me importaba contar con un respaldo—. Tengo
mi magia de vuelta y me las arreglaré, pero ni siquiera sé
qué se supone que debo buscar.
—Voy a ir contigo de todas formas. Quieras o no.
—¿Sabes? Casi me gustas más cuando se te va la cabeza y
te conviertes en el puñetero míster Hyde. —Me arrepentí
de inmediato de decir esa estupidez. Probablemente solo
estaba resentida porque él había admitido que el beso no
había sido cosa suya. ¡Dios! Eres una imbécil.
En el silencio posterior, ninguno de los lobos hizo el más
mínimo ruido o movimiento, casi como dos depredadores,
inmóviles, acechando a su presa el instante antes de saltar
sobre ella. Dith, en cambio, emitió una especie de ronroneo
bajo. Tal vez se estuviera atragantando con una bola de
pelo. Cualquiera sabe.
Alexander hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza
y los gemelos abandonaron la habitación en un parpadeo,
arrastrando a Dith con ellos, aunque tampoco ella opuso
mucha resistencia.
Traidora.
Supongo que me había buscado aquello yo solita. Por
bocazas.
Esperé sin saber qué esperar. Alexander cerró los ojos un
instante, dejó escapar un largo suspiro y se pinzó el puente
de la nariz como si le doliera la cabeza. Como si yo le diera
dolor de cabeza. Seguramente, fuera así.
Poco después, sus ojos se abrieron de nuevo y se clavaron
en mí. Oscuros y salvajes. Aterradores, pero, de una forma
sorprendente, también comprensivos. Avanzó hasta el sofá
y me tendió la mano.
Admito que la miré como si fuera una cobra a punto de
lanzarse sobre mí para inyectarme todo su veneno.
—Pensé que no podías tocarme.
—Ya te he tocado. —Eso no aclaraba mucho; al fin y al
cabo, de algún modo había conseguido invertir el hechizo
que mi madre y Corey habían lanzado para bloquear mi
poder y había traído mi magia de vuelta. Algo sí que había
hecho al tocarme—. Además, ¿no quieres saber si eres una
Ravenswood? —agregó con la mano flotando entre nosotros
como una ofrenda de paz. La palma hacia arriba, esperando
encontrarse con la mía—. Tal vez esto es lo único que
necesitas para deshacerte de esa hostilidad mal disimulada
hacia mi linaje.
—No me estoy esforzando por disimularla. Y no tiene
nada que ver con tu linaje, sino contigo.
Alexander se rio. Soltó una carcajada y, durante un
puñado de segundos, me olvidé de lo idiota y arrogante que
era. Incluso olvidé dónde estábamos, quiénes éramos y lo
que podía pasar si estiraba la mano y tomaba la suya.
Sonó tan profunda y real…
—Estás muy cabreada con el mundo, Danielle. Y sobre
todo conmigo.
—No te digo yo que no.
Su expresión se tornó más amable, incluso divertida, si es
que el brujo sabía lo que era la diversión. Las líneas de su
rostro se suavizaron y sus iris hicieron esa cosa rara de
chispear como pequeñas estrellas titilando en el cielo
nocturno.
Un momento, ¿era diversión? ¿O burla? ¿Se reía de mí o
conmigo? ¿Se habría sacado por fin un poco el palo del
culo?
—Eres insoportable —le dije, solo para tantearlo. Ignoré
su mano y me puse en pie.
—Lo soy. No acostumbro a tener invitadas en casa.
Ninguna como tú, eso seguro.
—Voy a pensar que eso es un cumplido.
Una de sus comisuras se curvó. Su vista descendió por mi
cuello hasta toparse con el escote redondeado de mi
vestido; vestido que él también debía de haber elegido,
como el resto de mi ropa. Era lo único en tono borgoña del
armario que parecía adecuado para un ritual de despedida.
Sobrio y elegante, y discreto también. En teoría.
Aunque ceñida, la tela alcanzaba casi mis rodillas, por lo
que no debería de haber resultado en modo alguno
inapropiado. Pero cuando los ojos de Alexander
continuaron bajando por mi pecho y recorrieron la curva de
mis caderas y mis piernas… El aire de la habitación
prácticamente estalló en llamas a nuestro alrededor; de
modo figurado, quiero decir. Alexander se estaba
controlando bien y, por ahora, solo era un brujo.
Nada de oscuridad. Solo él.
—Tómalo como tal.
Hizo un gesto para cederme el paso y yo me adelanté,
pero tras avanzar unos pocos metros eché un vistazo por
encima de mi hombro.
—Lo has hecho solo para mirarme el culo, ¿verdad?
—Puede. —Fue todo lo que dijo.
No se molestó en añadir una excusa y me pareció que
quería sonreír. Que de verdad lo deseaba.
No lo hizo.
—Pervertido.
Con la vista de nuevo hacia el frente, me dirigí hacia la
puerta y puede que yo sí sonriera mientras permitía que
mis caderas se balancearan un poco más que de
costumbre.

Nuestra presencia en el ritual despertó el revuelo


esperado. Todos nos miraban mientras esperaban que el
acto diera comienzo en la explanada cercana a la zona de
pequeñas y coquetas tiendas del campus. No había nada
allí salvo tierra y hierba creciendo en ella, pero los alumnos
de Ravenswood mantenían una actitud solemne y
respetuosa. Al menos así había sido hasta que los gemelos,
que precedían la marcha con Dith ronroneando cerca de
sus pies, se detuvieron a pocos metros del numeroso grupo.
Alexander caminaba a mi lado, un poco por detrás de
ellos, con las manos en los bolsillos y la barbilla alta. Por
alguna estúpida razón, me sentí satisfecha al ver que
avanzaba con paso resuelto y seguro, sin rastro de
vergüenza a pesar de que todas las miradas estaban sobre
él. Algunos lo observaban con admiración, otros, con
temor; pero ninguno de los brujos y brujas que allí se
encontraban se mostró indiferente o apartó la vista del
heredero Ravenswood. Fue algo digno de ver, aunque ni
loca admitiría algo así ante él.
Me pregunté qué verían los demás en mi rostro cuando
era yo la que lo contemplaba, porque de ninguna manera
podía imaginarme reverenciándolo o temiéndolo. Puede
que me hubiera acostumbrado a él y a sus explosiones
oscuras…
No. Ni de coña. Seguía siendo insoportable.
Se me escapó una risita de lo más inadecuada dada la
naturaleza del evento y Alexander ladeó la cabeza hacia mí.
Me observó por debajo de sus pestañas imposiblemente
largas y de color miel, y luego sus ojos estaban de nuevo
recorriendo mi figura con una lentitud perezosa. Se mordió
el labio inferior de forma distraída antes de reemprender el
camino de vuelta hasta mi rostro.
Bueno, ese repaso seguro que sí que había sido del todo
inapropiado.
—Aquí —dije, tocándome la comisura del labio—. Tienes
babilla.
No podía creer que estuviésemos bromeando en una
situación como aquella. En ninguna situación, en realidad.
Bromear con Alexander no parecía adecuado en ningún
momento o lugar. No en esta vida al menos.
Tampoco en la siguiente.
—En tus sueños —replicó él, lanzando mis propias
palabras contra mí.
Se me calentaron las mejillas al pensar de nuevo en mi
sueño. Él había estado allí cuando desperté y me había
escuchado gemir. Si Raven había hablado con Alexander
sobre ello…
No, no iba a ir por ese camino ahora. Ni por asomo.
A pesar de que no era poca la distancia que se extendía
entre la mansión Ravenswood y la explanada, los
murmullos de la pequeña multitud de brujos murieron en el
instante en que Mary Wardwell atravesó el umbral del
edificio. Al igual que los alumnos, la directora tampoco
consiguió esconder su sorpresa cuando nos descubrió a un
lado, esperando para el ritual con los demás. No dijo nada
ni se dirigió a nosotros, pero la mirada cargada de recelo
que nos dedicó dejó claro que no nos quería allí.
Bien. Por mucho que me pesara, el plan de Alexander
podía funcionar, aunque yo seguía sin comprender muy
bien qué era lo que teníamos que buscar.
Las ceremonias de despedida no eran frecuentes en
Abbot, pero yo había tenido que asistir a un par de ellas, y
a una en concreto, la de mamá y Chloe, a la que hubiera
deseado no tener que acudir jamás.
No me sorprendió demasiado que nuestras despedidas se
parecieran a la escena que se desarrollaba en ese momento
en los terrenos de Ravenswood. Algunos de nuestros
rituales provenían de tiempos en los que ambas
comunidades eran una sola y se habían mantenido
inamovibles a pesar de la posterior escisión de las dos
facciones. También algunas instituciones, como el director
de cada escuela, encargado de supervisar la educación de
los futuros brujos; el comité escolar, que le daba apoyo en
sus funciones, o el consejo que regía y tomaba las
decisiones relevantes para la comunidad. Todas eran
figuras comunes a ambas escuelas y comunidades, y
funcionaban de forma similar. Pero lo que sí me extrañó fue
que dos miembros de dicho consejo se unieran a los
presentes.
El silencio, solo roto por la voz de Wardwell relatando un
pequeño resumen sobre las vidas de las fallecidas, se hizo
más pesado en ese momento. Asfixiante, así era como se
sentían las dos figuras encapuchadas que parecían
observarlo todo desde un punto más elevado de la zona,
una pequeña colina tras la explanada que lindaba casi con
el inicio del bosque de Elijah. A pesar de que existían otras
escuelas menores por el mundo, sus capas portaban el
escudo de Ravenswood (al igual que las de nuestro consejo
mostraban el escudo de Abbot), como un reconocimiento
implícito a la primera academia oscura en ser fundada, y,
sobre este, la estrella de cinco puntas que los identificaban
como el poder último de la comunidad.
Un escalofrío me recorrió la espalda al advertir cuatro
sombras, también encapuchadas, más allá de ellos, en la
primera línea de árboles. Miré a Alexander, que también
estaba observándolos, y murmuré:
—¿Ibis oscuros?
Él no apartó la vista del bosque, pero asintió con un leve
movimiento de cabeza.
Las figuras fantasmales apenas si eran sombras entre las
sombras, pero me pusieron los pelos de punta. Eché un
vistazo a los gemelos y me percaté de que también ellos
parecían tensos, casi como si fueran a dejar salir al lobo de
un momento a otro. Como si la piel tirante de sus rostros y
sus cuerpos apenas pudiera contenerlos.
—No cambia los planes —susurró Alexander, en voz muy
baja, para evitar que nadie más que yo lo escuchara—. Se
irán cuando la ceremonia llegue a su fin.
—¿Qué hacen aquí?
—Evelyn Foster, la madre de Abigail, es miembro del
consejo. Habrán venido como muestra de respeto a su
linaje.
Nadie de nuestro consejo había acudido a la despedida ni
al funeral de mi madre y mi hermana, claro que no había
ningún miembro de los Good que hubiera ocupado o fuera a
ocupar jamás uno de sus asientos. Aunque aparentemente
nuestra deslealtad y traición a la comunidad oscura hubiera
sido aceptada e incluso aplaudida, los Good nunca seríamos
considerados dignos del todo entre los brujos blancos.
El dolor corrió desde mi pecho a mi garganta y amenazó
con robarme el aliento. No por ese detalle, no porque
fuésemos indignos, sino porque presenciar este ritual me
traía recuerdos demasiado dolorosos. Había echado de
menos a Chloe y a mamá cada día de mi vida desde
entonces, sin importar los años transcurridos, y lo
continuaría haciendo hasta que me reuniera con ellas. Por
lo que a mí respectaba, el consejo y su elitista concepción
de nuestro mundo se podían ir a la mierda.
Observé de nuevo a los dos consejeros encapuchados y,
de repente, se me ocurrió algo que justificaría la tensión
evidente de los gemelos y más aún la de Alexander. Los
contemplé con mayor atención, pero nada de sus rostros
quedaba visible desde donde me encontraba; ni siquiera
estaba segura de si eran hombres o mujeres.
Alexander apartó entonces la vista de ellos y, al mirarlo,
me vi reflejada con claridad en su rostro, en el dolor que
transmitía su expresión y que se parecía en cierto modo al
que yo sentía al pensar en mamá y en Chloe. Tenía los
labios apretados. La pena arrasaba sus pómulos altos, poco
antes tan orgullosos, y la amargura se arremolinaba en sus
ojos distintos en color, pero a la par en tristeza.
Como si él también hubiera perdido a su familia.
Me moví un poco en su dirección hasta que el dorso de mi
mano topó con el de la suya, que le colgaba inerte junto al
muslo. No pensé en lo que podría pasar si lo tocaba. Tan
solo lo hice. Con la yema del dedo índice, tracé un pequeño
círculo sobre su piel, y luego, ignorando la descarga que se
precipitó por mi mano y ascendió por mi brazo (una
descarga que no creía que tuviera nada que ver con la
magia), me aventuré un poco más y enredé los dedos en
torno a los suyos. Le brindé un apretón de consuelo que ni
siquiera sabía si quería, pero que me pareció que
necesitaba.
—¿Tu padre está en el consejo? —pregunté finalmente, a
sabiendas de cuál sería su respuesta.
—Sí.
Estreché sus dedos aún con más fuerza al escuchar el
tono amargo y desgarrador con el que pronunció esa única
palabra. Con un movimiento de barbilla, señaló en
dirección a las dos figuras que tanta atención despertaban,
confirmando mis sospechas.
—Es el más alto de los dos.
Fuera lo que fuese que Alexander sentía respecto a mí, a
pesar de que parecíamos odiarnos como los enemigos que
se suponía que éramos (que debíamos ser), no apartó su
mano durante todo el tiempo que duró la ceremonia;
tampoco yo lo solté en ningún momento.
38

El ritual se alargó lo impensable. Varios compañeros y


compañeras de Abigail Foster y Dianna Wildes, la otra
alumna asesinada, desfilaron por el claro para rendirles
homenaje. Cada uno de ellos se colocaba en el centro del
círculo de antorchas que se había prendido por sí solo con
la caída de la noche. Entrelazaban los dedos, apretaban sus
manos alzadas durante unos pocos segundos y luego
mostraban las palmas hacia el cielo dejando que pequeños
chispazos de su propia magia escaparan de ellas.
Algunos convocaron el fuego, y entonces las llamas
danzaban entre sus dedos y salpicaban el aire que los
rodeaba; otros captaban parte de la humedad que flotaba
en el ambiente para componer bolas compactas de agua del
tamaño de un puño y hacerlas flotar hasta que caían al
suelo y se deshacían sobre la hierba. El suelo se agitó, el
aire arreció y algunas flores brotaron a sus pies y se
marchitaron después para volver a ser parte de la tierra,
como si fueran los propios cuerpos de las dos brujas
fallecidas regresando al polvo.
Fue hermoso.
No podía dejar de pensar en mamá y en Chloe. En los
cientos de gotitas de agua que yo había convocado en su
ritual de despedida. Las había lanzado a través del aire con
una rabia apenas contenida; también mis lágrimas, mis
propias lágrimas flotando y alejándose de mí, como si con
eso pudiera alejar mi sufrimiento.
Mientras las muestras de poder y respeto se sucedían, me
repetí una y otra vez que aquello era Ravenswood y no era
a mi familia a la que se despedía. Pero dolió igual.
Alexander, con mis dedos aún en torno a los suyos, asistió
inmóvil al homenaje. Erguido en toda su altura y con el
rostro carente de expresión. Los hombros tensos y el pecho
subiendo y bajando con tanta suavidad que apenas si se
movía. Casi como una estatua por cuyas venas no corriera
sangre; solo piedra, eso parecía. Me pregunté cómo le
afectaba aquel despliegue de magia o la presencia de su
padre al otro lado de la explanada. Tan cerca y tan lejos a
la vez.
Pero, si así era, no lo demostró en ningún momento. Tal
vez la oscuridad respetaba lo que allí se honraba, o tal vez
solo era él y su propia fuerza de voluntad luchando para
demostrarle a su padre (a todos) que no era un monstruo.
Que podía controlarse.
Los gemelos Ravenswood, situados a nuestra espalda,
custodiaban a su protegido como dos guerreros, tan
temibles como los propios Ibis. Feroces y leales. Cerca, por
si los necesitaba, pero dándole espacio suficiente para
hacerle saber que confiaban plenamente en él.
Y Dith… Mi familiar se hallaba en forma de gato y sentada
junto a mis pies, casi sobre ellos. De vez en cuando rozaba
el cuello y la mejilla contra mi tobillo. Yo sabía… sabía con
total seguridad que conocía el dolor que el ritual había
despertado en mí. Lo sentía. Y di gracias por tenerla a mi
lado.
—¿Estás bien? —murmuré en voz muy baja, inclinándome
un poco más cerca de Alexander.
Un movimiento seco con la cabeza, solo eso como
respuesta. Tan concentrado en la ceremonia o en mantener
el control que parecía no poder contestar con palabras. No
me miró, y yo admiré su perfil estoico a pesar de saber que
había muchos ojos puestos sobre nosotros.
No quería pensar en lo mucho que debía de estar
costándole mantener la oscuridad encerrada en su interior;
allí, rodeado de brujas y brujos, con la magia flotando en
torno al claro y cantando una canción dulce y tentadora
solo para sus oídos. Llamándolo. Lo duro que debía de ser
sentir esa clase de atracción enfermiza por los tuyos.
No quería desconcentrarlo o ser yo la culpable de que
cometiera un error, pero no pude evitar decirle:
—No me gustas, Luke Alexander Ravenswood, pero tienes
todo mi respeto.
Una chispa se encendió en su iris oscuro, el único que
veía desde mi posición. ¿Emoción? ¿Sorpresa? No tenía ni
idea. Pero entonces volvió la cabeza con lentitud hacia mí y
me miró. De verdad me miró. Sin desprecio ni esa actitud
arrogante o irritada que yo sabía que no podía evitar
emplear conmigo.
No era que yo se lo pusiera fácil.
—Tú tampoco me gustas, Danielle Good. Pero… —Una
pausa, como si saboreara lo que quiera que fuera a decir a
continuación o como si le costara pronunciar las palabras
—. Gracias.
Y entonces fueron sus dedos los que apretaron los míos. Y
la descarga que había sentido al rozarlo en un primer
momento volvió a recorrerme entera; un rayo abriéndose
paso por mi carne y, aun así, agradable. Cálido y
reconfortante.
No quise indagar en lo que significaba que su toque no
me estuviera arrebatando la magia, como se supone que
debería de haber sucedido. Nos estábamos tocando, su
palma estaba contra la mía y nuestros dedos entrelazados,
y yo continuaba sintiendo el río salvaje de energía
discurriendo por el centro de mi pecho. Inalterable. Claro
que el férreo control que mantenía Alexander sobre sí
mismo podía estar reteniendo esa parte oscura de su poder.
Tal vez sí que pudiera evitar drenar a los brujos ajenos a
su linaje después de todo; quizás fuera eso. Quizás… yo no
fuera una Ravenswood y él pudiera controlarse después de
todo. O quizás lo era y todas sus precauciones conmigo
resultaban innecesarias. No había manera de saberlo.

El plan que habíamos trazado no falló. Wardwell apenas si


tardó un instante en dirigirse a nuestro grupo cuando la
emotiva ceremonia llegó a su fin. No parecía contenta. En
realidad, estaba furiosa, pero se cuidó mucho de desafiar
abiertamente a Alexander frente al alumnado.
—Señor Ravenswood, no esperaba su asistencia al ritual.
Danielle —dijo entonces, brindándome una sonrisa sin
rastro de calidez—, quiero que me acompañe. Ahora.
Alexander intercambió una elocuente mirada con los
gemelos mientras yo me aseguraba de dejar a Dith detrás
de mí, lejos de los ojos de la directora, para evitar
preguntas indeseadas.
La gata blanca se deslizó con su sigilo habitual hacia los
lobos y pasó totalmente desapercibida.
—Yo también voy —afirmó Alexander con un tono que no
daba lugar a réplica.
Por suerte, Wardwell no se opuso.
Dejamos atrás al resto de estudiantes, algunos de los
cuales empezaban ya a regresar a sus habitaciones. Capté
un fugaz vistazo de la melena rubia de Maggie entre ellos,
junto a un muchacho que parecía ser Robert Bradbury. No
había vuelto a verlos desde el desastre del baile de
máscaras y me sorprendió darme cuenta de que echaba de
menos charlar con la bruja.
Quizás, si no acabábamos encerrados en las mazmorras
de la mansión esa noche (yo estaba bastante segura de que
las habría), pudiera invitarlos a ambos a la casa. Raven
también había hecho buenas migas con ellos.
Recorrimos en silencio todo el camino y, una vez en el
despacho, la directora ocupó su lugar tras el escritorio. La
melena cobriza de la mujer se derramaba sobre sus
hombros y le confería un aspecto juvenil y desenfadado.
Nada que ver con la realidad. El rictus serio y altivo que
mantenía contradecía dicha impresión, aunque Alexander
no parecía en absoluto intimidado.
—No era necesaria su presencia aquí, señor Ravenswood
—señaló, y yo sentí deseos de reírme cuando, por segunda
vez, se dirigió a él llamándolo «señor», pero me dije que no
era lo más adecuado, dada la situación—. Su invitada y yo
solo vamos a charlar.
—Haga las preguntas de una vez, Wardwell.
La mujer apretó las manos sobre la mesa al mismo tiempo
que los labios, pero no dio más muestras de su irritación.
—Está bien. Había supuesto que tal vez usted quisiera
pasar algo de tiempo con su padre ahora que está aquí.
¿Cuánto hace que no se ven?
Incluso yo pude sentir el latigazo que sacudió el cuerpo
de Alexander ante la mención de su padre.
Abrí la boca para intervenir, ignorando el hecho de que
me disponía a defender al tipo con el que no había hecho
más que lanzarme cuchillos desde el mismo momento en el
que había puesto un pie en Ravenswood, pero él se me
adelantó. Con el cuerpo levemente inclinado sobre el
escritorio y una serenidad espeluznante, apenas si
entreabrió los labios para decir:
—Mi padre debe de estar bastante ocupado intentando
averiguar por qué hay alumnos muriendo en Ravenswood.
Una responsabilidad que, por otro lado, recae en realidad
sobre usted. Quizás si hiciera su trabajo como es debido, yo
podría pasar tiempo con él.
Alexander le dedicó una media sonrisa que prometía
muerte y destrucción como mínimo. ¡Joder! Ni siquiera a mí
me había sonreído de esa forma tan perturbadora, algo que
agradecía; por una vez no era yo la destinataria de su furia.
—Esta es mi escuela y mi casa —prosiguió Alexander, con
una seguridad y una ferocidad que me impresionó incluso a
mí—. Es el legado de los Ravenswood. Mi legado, directora.
Y si un alumno muere aquí, si usted permite que algo así
suceda entre estos muros, tal vez no sea la persona
adecuada para ocupar ese cargo.
Aquello cortó de raíz cualquier otro ataque que Wardwell
hubiera planeado contra él.
Apenas si recobró la compostura, la mujer me cedió toda
su atención. Sinceramente, me planteé ponerme en pie y
aplaudir. Puede que Alexander fuera un idiota presuntuoso
la mayor parte del tiempo, pero estaba impresionada.
Incluso cuando debía aborrecer la otra parte de su legado,
la oscuridad de su interior no había titubeado al pronunciar
cada palabra.
Su lealtad resultaba admirable.
—Señorita Good, ¿puede decirme qué hizo la noche del
baile tras el… desafortunado accidente sufrido por Raven
Ravenswood?
No había sido un accidente, todos en esa habitación lo
sabíamos, pero no dije nada al respecto por miedo a que
eso enfureciera aún más a Alexander. Por su expresión,
parecía estarse planteando si merecería la pena dejarse
llevar y ver lo que sucedía, lo que su poder podría hacerle a
aquella mujer. No auguraba nada bueno para ella, la
verdad.
—Regresamos a la casa de los Ravenswood. Maggie y
Robert Bradbury vinieron con nosotros, ellos pueden
confirmarlo.
Las cejas de Wardwell se arquearon. Tal vez mencionar a
los Bradbury no había sido buena idea; era posible que su
credibilidad se cuestionase tanto como la mía.
—¿Y el resto de la noche? Porque tengo constancia de que
el señor Bradbury regresó al auditorio poco después.
Fruncí el ceño. Maggie había dicho que se iban a dormir
cuando se despidieron de nosotros.
—¿Y eso quién lo dice? ¿El propio Robert? —intervino
Alexander.
También él parecía sorprendido. Supuse que nos había
escuchado hablar desde la cocina, donde yo lo había
encontrado rato después. Recordé que, esa noche, él me
había acorralado y yo me había dedicado a sobarle un poco
el pecho. Pero seguro que tampoco aquel era el mejor
momento para pensar es eso.
—Tengo un testigo de la presencia de Robert en el
exterior del auditorio.
—¿Quién? —exigió saber Alexander. Wardwell comenzó a
negar, pero él insistió con ese tono exigente y autoritario
que a mí tanto me sacaba de quicio—. ¿Quién. Es. Su.
Testigo?
La mujer no tardó en ceder.
—Ariadna. —Ya, claro. Su hija, ¡qué casualidad!—. Y hay
otros alumnos que también pueden atestiguar que la vieron
hablando con él.
Vale, a lo mejor no era tanta casualidad. ¿Qué demonios
hacía Robert con Ariadna después de lo que había sucedido
con Raven? Él mismo se había mostrado dispuesto a
declarar que Ariadna había volcado intencionadamente la
lámpara de aceite sobre el lobo, y no me había dado la
sensación de que la bruja y Robert fueran precisamente
amigos. Además, Ariadna era una de las que se divertía a
costa de humillar a su prima.
—Danielle pasó toda la noche conmigo —soltó Alexander
entonces, y tuve que esforzarme para no retorcer el cuello
y mirarlo, sorprendida por lo que su tono insinuaba. O a lo
mejor era yo la que tenía la mente sucia y me estaba
imaginando cosas—. Ella no pudo ser.
Wardwell resopló. ¡Resopló! Aquello se ponía cada vez
mejor.
—¿Y sus familiares, señor Ravenswood? ¿Dónde estaban
ellos si usted pasaba el rato con la señorita Good?
Tal vez yo no era la única que tenía la mente sucia,
porque las palabras de la directora habían sonado como si
Alexander y yo nos lo hubiéramos estado montando a lo
bestia mientras una estudiante era asesinada.
—¿Qué está insinuando? —preguntó él, y el calor que
desprendía su cuerpo se intensificó.
Bajé la vista hasta sus manos un segundo solo para
asegurarme de que continuaba manteniendo el control. Si
Wardwell lo presionaba con los lobos, aquello iba a acabar
muy mal.
—Tanto Abigail Foster como Dianna Wildes fueron
desangradas y sus gargantas estaban destrozadas, como
si… las hubiera atacado un animal.
Aquella mujer debía de tener deseos de morir,
seguramente era eso. Yo misma le estamparía la cara
contra la madera de su escritorio si se le ocurría acusar a
los lobos de algo. Más valía que Raven, Wood y Dith se
dieran prisa en desatar el caos en el campus para atraer a
Wardwell y dejarnos vía libre en su despacho. De no
hacerlo pronto, era probable que pasara a ser algo
innecesario; Alexander mataría a la mujer y yo lo ayudaría,
y entonces ya no habría de qué preocuparse. ¿Por qué
demonios estaban tardando tanto?
El brujo gruñó y se puso en pie.
—Mis familiares no son animales. Sería conveniente que
recuerde eso.
Wardwell sonrió para señalar lo incoherente de aquella
declaración. Al fin y al cabo, Raven y Wood podían adoptar
la forma de dos poderosos lobos fieros y salvajes, con
garras afiladas y una boca repleta de dientes como
cuchillos, como yo bien sabía. Sin embargo, entendí lo que
Alexander quería decir. A pesar del poco tiempo que
llevaba en Ravenswood, apostaría mi magia a que ellos no
habían tenido nada que ver.
Estaba claro que mis lealtades resultaban de lo más
confusas en esos días, pero no me importó. No en ese
momento.
—Ellos estaban en la casa —añadí yo para apoyar las
palabras de Alexander—. Me da igual si nos cree o no.
Raven y Wood no tuvieron nada que ver. Lo juro por mi
linaje.
La expresión de Alexander, su mirada dispar, había sido la
de alguien que estaba imaginando media docena de formas
en las que podría acabar con la mujer frente a él, hasta que
escuchó mi juramento. Entonces pareció olvidarse por
completo de la presencia de la directora. Se desplomó de
nuevo sobre la silla y se giró hacia mí. Sus labios se
entreabrieron, pero ni una palabra los atravesó. Toda la
seguridad que había mostrado hasta entonces se evaporó
de su rostro y solo quedó el chico solitario, dolorido y
exhausto. El que estaba cansado de luchar contra sí mismo,
de huir de sus congéneres, de vivir sin su familia. Desnudo;
su alma, sus temores y sus más profundos miedos
expuestos por todo su rostro. Tan vulnerable que me
rompió el corazón.
Una hoja de papel se materializó en el aire y cayó sobre el
escritorio de la directora, casi entre sus manos. Los ojos de
Wardwell recorrieron frenéticos lo que fuera que hubiera
escrito en ella; con suerte, sería un aviso sobre el altercado
que Dith y los lobos habían planeado provocar. ¡Por fin!
Mientras la mujer la leía, aproveché que no me prestaba
atención para mirar a Alexander. Él continuaba inmóvil,
observándome. Ido. No dijo una palabra ni siquiera cuando
la directora apartó la nota a un lado y se puso en pie.
La mujer titubeó un instante, observando la puerta y
luego a nosotros.
—Esperen aquí —dijo Wardwell, y de inmediato sus pasos
la llevaron hasta la salida—. Tenemos más cosas sobre las
que hablar.
Me encogí de hombros. Si ella supiera que lo último que
queríamos era salir de la habitación, no al menos sin
haberla revisado de punta a punta…
Alexander saltó del asiento en cuanto nos quedamos a
solas, casi como si la silla le hubiera quemado su bonito y
firme trasero. Rodeó el escritorio y comenzó a abrir cajones
como un loco; ni siquiera creo que estuviera viendo en
realidad lo que contenían.
—¿Por qué has hecho eso? ¿Jurar por tu linaje? —
preguntó sin levantar la vista del mueble.
Suspiré. Tampoco yo lo tenía muy claro. O quizás sí, pero
le di la versión corta.
—No creo que un Ravenswood sea responsable de esos
ataques.
—Te sorprendería —murmuró para sí mismo, aunque yo lo
escuché de todas formas—. Pero ¿por qué? ¿Por qué
comprometer el honor de tu familia por Raven o Wood?
No podía ver su expresión. Continuaba centrado en
revolver el escritorio de Wardwell con la mirada baja, lejos
de mí.
¿Cuántos cajones tenía esa maldita cosa?
—Siento decírtelo, pero no tengo muy claro que el honor
de los Good esté en auge en estos días —bromeé para
restarle solemnidad a la promesa que había pronunciado.
No había jurado con mi sangre; eso hubiera sido lo que
un brujo dispuesto a decir la verdad, y solo la verdad,
hubiera hecho. Aun así, para los brujos jurar por su propio
linaje ponía en entredicho el honor de todos sus
antepasados si era una mentira lo que salía de sus labios.
No era algo que nadie hiciera a la ligera.
Alexander por fin levantó la mirada.
El chico abandonado, repleto de un poder que incluso su
familia temía, seguía en aquella habitación. En la forma en
la que me observó. Roto, así era como parecía sentirse en
ese instante. Quebrado en decenas de pedazos que a duras
penas lograba mantener unidos.
—No es así, y lo sabes.
—Los Good… —comencé a decir, pero decidí dejar de
andarme por las ramas. Busqué en sus perturbadores ojos
algo de la amabilidad de Raven antes de decir—: Creo en lo
que le dije a Wardwell. El único motivo que obligaría a
Raven a hacerle daño a alguien, fuera quien fuese, sería
que esa persona quisiera hacerte daño a ti o a su hermano.
Es, con mucha diferencia, la persona más amable que he
conocido jamás. Sé eso, no me preguntes cómo o por qué. Y
Wood puede que sea tan molesto como un dolor de muelas
y casi tan irritante como tú, lo cual es mucho decir, pero
hay nobleza en él. No lo veo asesinando a dos alumnas a
sangre fría, solo por diversión o por ningún otro motivo. De
nuevo, solo lo haría para protegerte. Y tú…
Tomé aire. De repente parecía haber olvidado cómo
respirar, quizás por la intensidad con la que Alexander me
contemplaba, quizás por lo que estaba a punto de admitir.
—No me das miedo, Alexander. Lo que sea que tengas ahí
dentro —lo señalé, y él se estremeció—, puede que sea algo
verdaderamente aterrador, pero no define quién eres. Tú…
Alguien que ha pasado casi toda su vida aislado para evitar
lastimar a los demás, alguien que podría haber elegido
abandonar este sitio y vivir entre humanos para no tener
que permanecer solo, pero que en cambio ha optado por
quedarse aquí. Porque este es tu legado. Tú mismo lo
dijiste. Tu casa… Solo quieres estar aquí para protegerlos,
¿verdad? No deberías…
—Para.
Cerré la boca en el acto. Bien sabía yo que tenía
tendencia a hablar de más y, por una vez, no buscaba
fastidiar al brujo oscuro. Tal vez luego me arrepentiría de
cada palabra, pero en ese momento solo estaba siendo
sincera. Alexander no me daba miedo, significara eso lo
que significase; seguramente quería decir que yo no era la
persona más sensata del mundo.
Se frotó las sienes y sacudió la cabeza de un lado a otro.
—Eres una caja de sorpresas, angelito.
—No me llames así.
Sonrió. Un pequeño hoyuelo apareció junto a una de sus
comisuras, uno que no había visto antes. Mi corazón dio
una estúpida pirueta dentro de mi pecho y otras partes de
mi cuerpo también se unieron a la fiesta. El muy idiota era
demasiado guapo para mi propio bien.
Nos miramos el uno al otro mientras la temperatura de la
habitación aumentó al menos un par de grados. Sus ojos
(ambos) se oscurecieron, y el tono de su iris azul se
enturbió. Y entonces Alexander ya no estaba tras el
escritorio, sino frente a mí. En apenas un parpadeo sus
manos sostenían mi cara con una delicadeza inusitada
tratándose de él y su boca estaba a tan solo unos pocos
centímetros de la mía. El aliento, y su aroma salvaje,
besando mi piel.
—Lo que he dicho… No significa que me caigas bien —
parloteé, porque era evidente que no podía estarme callada
—. Ni que puedas tomarte toda clase de libertades…
—¿Sabes? —me interrumpió—. Cuando no estás
protestando por algo eres encantadora de una manera
absurda.
Su pulgar me acarició el pómulo mientras sus ojos se
bebían las líneas de mi rostro con auténtica necesidad.
Hambriento. Feroz. Terrible.
—No hagamos ninguna tontería —murmuré, y su sonrisa
se amplió.
¡Santa madre de Dios! La curva sensual que arqueaba sus
labios podría derrumbar ciudades enteras. Estaba perdida.
Iba a arrepentirme, seguro, pero ser la destinataria de esa
sonrisa… Dudaba que alguien hubiera visto a Alexander
sonreír así. Nunca. Y era todo un jodido espectáculo, uno
terrible y hermoso. Arrebatador. No creo que él tuviera la
más mínima idea de cuánto.
Ya ni siquiera recordaba dónde estábamos o qué
demonios se suponía que hacíamos allí. Y era muy probable
que, si Alexander me empujaba un poco más hacia el
escritorio, me tumbaba sobre él y se colocaba entre mis
piernas, yo no opusiera resistencia alguna.
No era que estuviera deseando que algo así sucediese.
Para nada.
Lástima que se estuviera controlando. Él controlaba esa
cosa de su interior y era evidente que yo, en cambio, no
controlaba una mierda. Y todo por una simple sonrisa.
Resultaba de lo más bochornoso.
—No tenía planeado hacer ninguna tontería contigo —dijo
Alexander, con la sonrisa aún llenando sus labios.
Apartó la cara y sentí una decepción aún más vergonzosa
dando vueltas en mi estómago. Pero entonces su boca me
rozó el lóbulo de la oreja y luego su nariz me acarició la
piel y trazó una línea descendente por mi cuello. Suave,
lenta. Más erótica de lo que nadie me había provocado
antes.
—Deberíamos seguir buscando —aseguró. Sus labios
emitían palabras mientras rozaban la piel de mi escote, y a
mí me estaba costando una barbaridad concentrarme en
ellas y entenderlas—. Pero siempre me pones las cosas
difíciles, Danielle. —Me rompí un poco más al escuchar el
tono abrasador con el que pronunció mi nombre. Sensual y
a la vez tan dulce—. Todo es complicado contigo alrededor.
—Y tú eres como un jodido grano en el culo.
Al parecer, todavía conservaba la capacidad de insultarlo,
aunque no fuera lo más imaginativo que hubiera dicho
hasta ahora.
Las manos de Alexander se agarraron a mis caderas y sus
dedos se me clavaron en la piel. Cuando movió una por mi
costado y ascendió hasta la curva de mi pecho, se me
desconectó algo en la cabeza. Una descarga sacudió mis
músculos y fue a alojarse entre mis piernas. Mi corazón
empezó a golpearme de forma furiosa las costillas; mi
respiración se entrecortó. Y fui incapaz de moverme.
Estaba tan aturdida como excitada. Era un hecho.
Y también lo era que no tenía ni la más mínima idea de
cómo iba a terminar todo aquello.
39

Alexander
No sabía qué demonios estaba haciendo.
Sentía que a cada segundo que pasaba con Danielle en
aquella habitación perdía más y más el control. Sin
embargo, no había rastro de oscuridad en mis venas. Tal
vez no fuera esa la clase de control que ella me estaba
arrebatando; no en esta ocasión.
Mi padre se había presentado en Ravenswood, algo que
de ninguna manera había esperado. Ni siquiera había
valorado esa posibilidad al decidir que era una buena idea
acudir al ritual para poner en marcha nuestro plan. Me
había pillado tan desprevenido que había estado a punto de
salir corriendo y regresar a la casa. Esconderme de él. Del
desprecio que su mirada mostraría si llegaba a posarla
sobre mí. El horror. Las acusaciones y los reproches no
pronunciados.
Un monstruo, eso era yo para mi propio padre, y no podía
culparlo por pensar así de mí.
Pero entonces Danielle había cometido la imprudencia de
rozar mi mano y agarrarse a mis dedos. Ni siquiera había
parecido que le preocupara lo que mi oscuridad pudiera
tomar de ella. Solo había enlazado su mano con la mía y
había apretado, y de alguna manera extraña y retorcida (a
pesar de lo mucho que me había sorprendido no haber
empezado a arrebatarle la magia de inmediato y lo que
podía suponer) eso había sido lo único que me había
mantenido en pie en aquel momento y que me había dado
la fuerza para no ceder a mis demonios.
Pero esa no era la única sorpresa que la bruja me tenía
preparada. Su mente era una pequeña (y malhumorada)
cajita de la que nunca sabías lo siguiente que iba a escapar.
Danielle me desconcertaba y me ponía a prueba de
maneras en las que ni siquiera el poder de mi interior lo
hacía.
Había jurado por su linaje para defender la inocencia de
los gemelos. Mis familiares. Y quizás lo había dicho sin
pararse a pensar en ello, dada esa incontinencia verbal que
empleaba y que me desquiciaba tanto, pero había visto el
horror en su expresión cuando Wardwell insinuó que los
lobos podrían estar involucrados en las muertes de Abigail
y Dianna; y eso, de ningún modo, había sido fingido.
Nadie, jamás, había dado la cara por mí o por Raven y
Wood. Nunca en toda mi vida. Y Danielle no había titubeado
siquiera. Todo lo que había dicho después, cada maldita
palabra que alegó para justificar su proceder se había
clavado en mi pecho y alcanzado mi corazón oscuro.
«No me das miedo, Alexander».
Seguramente era estúpida o estaba loca. Ambas cosas
quizás. Pero no podía dejar de escuchar esa frase en mi
cabeza una y otra vez, y sonaba como un maldito coro
celestial. Nunca había creído necesitar tanto que alguien
me dijera algo así.
Y ahora la tenía allí, de nuevo acorralada entre mi cuerpo
y una superficie dura a la que estaba seguro de que podía
encontrarle un uso mucho menos aburrido del que la
directora le daba. Quería besar a Danielle. Besarla de
verdad siendo solo yo, Alex, y no un brujo repleto de un
poder que apenas si alcanzaba a comprender o dominar.
Sin oscuridad.
—Deberíamos seguir buscando —señalé, aunque ella no
parecía estar escuchándome—. Pero siempre me pones las
cosas difíciles, Danielle. Todo es complicado contigo
alrededor.
Lo era. Muy complicado.
—Y tú eres como un jodido grano en el culo.
Sentí la necesidad de reírme. Había tratado de alejarme
de ella desde el minuto en el que había aparecido en la
casa. Incluso cuando no había contado con su magia para
atraerme, yo apenas si lo había conseguido del todo. Pero
ahora percibía el poder desenrollándose en su interior con
tanta nitidez como si se tratase del mío, y una parte de mí
quería tomarlo hasta que no quedara más que cenizas y
polvo, lo cual seguramente debería haberme hecho pensar
que, si así era, tal vez no fuera una Ravenswood después de
todo. Pero la otra parte…
La otra parte quería tomarla a ella.
Agarré sus caderas y le clavé los dedos en la piel, pero
luego dejé que una de mis manos ascendiera por su
costado. Más gentil. La sensación de estar tocándola (no a
alguien cualquiera, sino de tocarla a ella, aunque fuera a
través de la ropa) apenas si me dejaba respirar. Todo en mi
interior rugía por razones a las que no me molesté en
encontrarles sentido.
Estiré una mano en su espalda, entre sus omoplatos, y
alcé la mirada para observar su rostro. Encontré un deseo
furioso arremolinándose en sus ojos, como si la cabreara
estar sintiendo lo que sentía.
Apostaba a que así era.
—Estás tocándome y no ha pasado nada —señaló, aunque
quise decirle que a mí sí que me estaban pasando muchas
cosas, solo que no todas tenían que ver con la magia.
—Pero siento tu magia llamándome de todas formas. Y
algo más que no es tu… magia.
Sabía que no debía acercarme más a ella, en sentido
figurado, claro estaba. Si me apretaba más contra su
cuerpo en ese momento, Danielle iba a ser muy muy
consciente de partes de mí que yo casi había olvidado que
existían.
—Tal vez no seas una Ravenswood, pero eres algo.
—Esto es absurdo —murmuró entre dientes. Olía tan
bien, y lo peor era que su sabor era incluso más delicioso—.
Tus ojos están chisporroteando.
Aquella afirmación me trajo de regreso al despacho de
Wardwell, aunque no la solté.
—¿Chisporroteando?
Asintió. Sus mejillas estaban arreboladas, quizás por
vergüenza o, seguramente, porque estaba cabreada
conmigo y la forma en la que estaba actuando.
—Hacen eso a veces. El oscuro, sobre todo —explicó,
bajando la voz, incómoda quizás por poner de relevancia lo
diferente que eran mis ojos entre sí.
Aquel era un rasgo que había molestado a mi padre desde
mi nacimiento. Creo que en el fondo siempre había
esperado que me convirtiera en alguna clase de monstruo
incluso antes de que mi poder brotara sin control. Antes de
que tratara de matar a mi madre.
—Y… sigues abrazándome —canturreó, enarcando las
cejas.
Ahora sí tuve que reírme. ¡Dios! Siempre encontraba la
forma de hacerme sentir como un imbécil.
Me aparté de ella a regañadientes, todavía rumiando la
idea de devorar su boca como un animal. Los años pasados
con mis familiares probablemente habían hecho mella en
mí.
La escuché carraspear para aclararse la voz mientras me
retiraba y le daba espacio. Me pareció que respiraba casi
tan rápido como yo y comprendí que también estaba
afectada por lo que quiera que hubiera estado a punto de
suceder entre nosotros.
«Porque la cabreas. Eso es lo que le pasa, Alexander. Deja
de imaginarte cosas».
Bueno, ella me cabreaba a mí continuamente. Pero algo
había cambiado en ese despacho. O tal vez un poco antes,
en el momento en que decidió enlazar su mano con la mía
durante el ritual; algo en lo que no quería pararme a
pensar. En lo que no me atrevía a pensar.
Aquello no podía ser otra cosa que lujuria, concluí. Dadas
mis circunstancias, no era de extrañar.
—Está bien —suspiré, luchando por rehacerme—.
Hagamos lo que hemos venido a hacer antes de que
Wardwell regrese.
Yo era un Ravenswood, y Danielle, seguramente una
Good. Pero, al margen de nuestros linajes, lo que estaba
claro era que, a pesar de ser terriblemente molesta, había
una bondad en ella que no tenía derecho a arrebatarle. Y
eso sería lo que pasaría; yo terminaría perdiendo el control
en algún momento y la oscuridad se apropiaría de lo que
creía que le pertenecía. Y en el caso de que
compartiésemos linaje y no fuera así, no había duda de que
Danielle jamás se mancharía las manos conmigo.
Yo ni siquiera debería estar considerando tal cosa.
Rodeé el escritorio para retomar la labor que había
dejado a medias y tuve que volver a empezar. A pesar de
haber estado trasteando un rato en los cajones de
Wardwell, ni siquiera recordaba haber visto en realidad lo
que contenían; había estado más pendiente de Danielle.
Ella se dirigió a las estanterías llenas de libros viejos y
grimorios de brujos ya muertos. Se movía prácticamente
danzado por la habitación, elegante y ligera. Fluyendo
como el agua, su elemento. No recordaba haberme fijado
antes con tanta atención en la forma en la que un vestido
podía abrazar las curvas de ninguna otra chica, pero me
resultaba casi imposible no mirarla mientras ojeaba los
títulos de la biblioteca personal de la directora.
Me obligué a concentrarme en lo que estaba haciendo.
No sabía qué buscar y Raven tampoco tenía muy claro de
qué se trataba, pero intuía que lo comprendería en el
momento en el que lo encontrara. También esperaba que
eso sucediera antes de que Wardwell regresara y nos
sorprendiera curioseando entre sus pertenencias.
De cualquier forma, la atmósfera tensa y repleta de
expectación que flotaba en la estancia no ayudaba
demasiado a apartar de mi mente lo sucedido momentos
antes, y supongo que fue eso lo que me forzó a hablar de
un tema mucho más sombrío.
—Hay una cosa que no te he contado.
—¡No me digas! —replicó ella—. ¿Solo una? Nunca lo
hubiera imaginado.
Traté de no resoplar, irritado, pero fracasé de forma
estrepitosa.
—Tu sarcasmo es casi como una segunda personalidad
para ti, ¿no es así? Hay mucha rabia acumulada en ese
pequeño cuerpo, Danielle Good.
No levanté la vista del segundo cajón. Solo contenía
objetos de papelería, al contrario que el primero, donde
había encontrado algunos ingredientes para hechizos, pero
nada que pudiera considerarse alarmante. Pese a todo,
continué revisándolo de forma minuciosa.
—Tú tampoco te quedas atrás.
No, yo tenía muchas más cosas acumulándose dentro de
mí que simple sarcasmo o rabia, pero no era de eso de lo
que quería hablar con ella.
—El árbol de Elijah… Te dije que no se aparece ante
cualquiera, pero no mencioné que tampoco aparece por sí
solo. Si el árbol se manifiesta es porque Elijah Ravenswood
no anda lejos de él.
—¿De qué demonios hablas? —inquirió, volviéndose hacia
mí, perpleja—. Elijah murió, todo el mundo sabe eso.
Bueno, desapareció. Lo que sea. Pero, ¡por Dios!, han
pasado más de tres siglos…
—Wood puede ver fantasmas. —El lobo iba a matarme por
contarle aquello, pero sentía que le debía a Danielle al
menos una parte de la verdad después de que nos hubiera
defendido con tanta vehemencia frente a Wardwell.
—¿Me tomas el pelo?
Negué.
—Los dones de los gemelos son diferentes. El poder de
Raven es más emotivo, más… visceral. Él ve los lazos que
unen a la gente o que podrían unirlos más adelante, y es
por eso por lo que atisba incluso trozos de ese futuro.
—Y también manipula los sueños.
—¿Te lo ha contado?
Danielle apartó la mirada y la dirigió al techo. Me pareció
que el rubor ascendía por su cuello hasta alcanzar sus
mejillas, y me pregunté si Raven había empleado ese poder
en concreto sobre ella y qué le habría mostrado. No tardó
en sacarme de dudas, en parte al menos.
—Me dio una pequeña muestra de lo que puede hacer, sí.
¿Y Wood? —se apresuró a preguntar; su bochorno era
evidente y me prometí hablar con Raven sobre ello. ¿Con
qué la había hecho soñar exactamente?—. ¿Ve fantasmas?
—Su poder es más oscuro. En ese aspecto, está más
ligado a mis propios dones, supongo.
—De no conocerlos en su forma animal, hubiera apostado
a que Raven era el lobo blanco y Wood el negro.
No me sorprendió que se hubiera percatado de ello. Yo
también había pensado alguna vez en la diferencia entre el
pelaje de los gemelos y lo que podía significar, pero los
conocía lo suficiente como para saber que las apariencias a
veces solo eran eso, apariencias.
—Pero ¿qué tiene que ver con esto Elijah?
—Las veces que el árbol ha aparecido, Wood siempre ha
visto a Elijah en el bosque. Y las heridas de esas chicas… —
El rostro de Danielle se transformó, alarmada—. Sus
heridas son las mismas que les provocaba mi antepasado a
sus víctimas. Les destrozaba la garganta y luego esperaba
a que se desangraran sobre las raíces de ese maldito árbol.
Sé que el cuerpo de Abigail apareció en el dormitorio de
Ariadna Wardwell, pero aun así…
La forma en que Elijah asesinaba a sus víctimas era un
detalle que pocas personas ajenas a la familia conocían; ni
siquiera creía que Wardwell estuviera al tanto. Aunque así
fuera, dudaba que la directora pudiera pensar en él como
el responsable. Pero yo sí lo hacía.
Y mi padre posiblemente también. Tal vez por eso estaba
allí.
—Como ves, mi familia es un verdadero dechado de virtud
y honor. —Y ella había comprometido el de la suya para
defendernos.
Danielle sacudió la cabeza de un lado a otro. No creo que
supiera qué decir. Los Ravenswood nos vanagloriábamos de
ser la familia más poderosa entre los brujos, pero no había
duda de que también éramos la que más secretos y
oscuridad albergaba en su seno.
—Mi padre no suele visitar Ravenswood —solté sin
pararme a pensar en la necesidad que sentía de hablarle
sobre él. No era mi tema de conversación favorito, claro
que tampoco tenía mucha gente con la que hablar—. Él…
Creo que ni siquiera es capaz de mirarme a la cara después
de… —Las palabras se me atascaron en la garganta—.
Raven te lo contó, ¿verdad? Lo que sucedió con mi madre.
Danielle hizo un leve sonido apreciativo. Me estaba
escuchando, pero seguramente no dejaba de pensar en
Elijah y sus macabros rituales. No la culpaba.
—Casi la mato —confesé a bocajarro. Por algún motivo,
estaba escupiendo secreto a secreto las miserias que
acumulaba mi linaje.
—Pero no lo hiciste —replicó ella con suavidad. Ya no
había rastro de burla o perplejidad en su voz, y tampoco
nada de su hostilidad acostumbrada—. Y solo eras un niño,
Alex, no sabías lo que hacías.
Creo que esa fue la primera vez que me llamó así, solo
Alex. Y posiblemente estuviera perdido, porque me gustó
mucho más de lo que esperaba y de lo que debería haberme
gustado.
—Yo tampoco me llevo demasiado bien con mi padre —
añadió un momento después—. Tras la muerte de mamá, él
se limitó a empaquetar mis cosas y llevarme a Abbot. Me
lanzó al interior de esa escuela como si yo fuera una maleta
más —aseguró, con la voz repleta de amargura. Una
confesión por otra, supuse—. Si no hubiera sido por Dith,
me habría vuelto loca. Todos estos años sin apenas una
visita de él, tan solo algunas llamadas de vez en cuando
para que nadie pudiera decir que Nathaniel Good no
cumplía como padre. Una escuela no es un hogar —
murmuró, más para sí misma que porque fuese algo que
quisiera compartir conmigo.
Le eché un vistazo. Se había movido hacia mi derecha y
pasaba los dedos por los lomos de los libros, absorta, como
si esperase que uno saltara a sus manos en cualquier
momento.
Me arrodillé y continué con el repaso exhaustivo del
siguiente cajón.
—Por eso huiste de Abbot —señalé, y ella se tomó un
momento para contestar, aunque no fuera una pregunta.
—Sí. Lo último que pretendía era entrar dando vueltas de
campana con el coche en los terrenos de Ravenswood, la
verdad. Pero Dith dijo que cualquier cosa era mejor que
continuar en Abbot y… creo que tenía razón. No podía
quedarme allí ni un minuto más —admitió finalmente.
—Y, sin embargo, también acabarás por marcharte de
Ravenswood.
Me convencí de que el comentario se debía al temor a lo
que le sucedería a Raven cuando tuviera que ver partir a
Danielle, solo eso, aunque aún percibiera un hormigueo
fantasma sobre las palmas de las manos, entre los dedos,
los mismos que ella había estrechado para reconfortarme.
—Debería… Debería volver a Abbot y hablar con mi
padre. Tal vez mamá compartiera con él sus sospechas
sobre nuestra procedencia. —Ahogó un quejido, pero lo
escuché escapando de entre sus labios de todas formas—.
¡Dios! No diré que no voy a sentir cierta satisfacción al
decirle que tal vez no somos tan blancos como él cree.
Seguramente no lo hemos sido nunca.
Tampoco entonces me miró. El ambiente era aún más
pesado que hacía un momento. Aunque normalmente eso
no me hubiera molestado o preocupado, traté de aligerarlo
con mi siguiente comentario.
—Raven te ha tomado mucho cariño y va a echarte de
menos. Creo que incluso Wood lo hará.
No sabía cómo habíamos terminado hablando de su
marcha de Ravenswood, pero no me sorprendió cuando por
fin se volvió hacia mí, me mostró su rostro de nuevo
iluminado por esa chispa de energía que le confería
siempre un aspecto tan vital y dijo:
—Estás impaciente por perderme de vista, ¿eh,
Alexander?
«Alexander. No Alex». Yo volvía a ser el brujo oscuro, y
ella, la bruja blanca. Y seguramente volveríamos a odiarnos
en cuanto atravesáramos la puerta del despacho o
encontrásemos lo que habíamos venido a buscar.
Me permití sonreírle.
—No sabes cuánto. —Bajé la mirada cuando mis dedos
tiraron del siguiente cajón, pero este no se movió—. Aquí
hay algo.
El cajón contaba con una pequeña cerradura en el frontal.
Acaricié el hueco de la llave con la punta del dedo y supe
que no había hechizo alguno sobre ella ni ninguna alarma
mágica que saltase si lo forzábamos.
Danielle se acercó a la mesa y se arrodilló a mi lado, muy
cerca de mí, nuestras cabezas tan juntas que podía oler el
perfume delicioso que desprendía su salvaje melena
castaña.
—¿Cómo sabes que esa bruja no guarda ahí dentro una
botella de whisky para tomarse un lingotazo entre castigo y
castigo a sus alumnos?
—¿Para qué una cerradura? No la necesita. —Señalé la
puerta—. Hay un hechizo que alerta a Wardwell si alguien
cruza ese umbral sin su permiso. Lo he percibido al entrar.
—¿Percibes ese tipo de cosas?
Arqueé las cejas, tal vez con algo de arrogancia. O quizás
era diversión y complicidad. Me sentía raro a causa de la
cercanía de la bruja blanca, extraño en un sentido
totalmente nuevo para mí; y extraño, en mi caso, era mucho
decir.
Sin embargo, no pude evitar contestar:
—Percibo muchas cosas cuando se trata de magia,
Danielle. Cosas que no alcanzas ni a imaginar.
40

El comentario arrogante de Alexander me hubiera hecho


poner los ojos en blanco si no hubiera sido porque aún
seguía aturdida por todo lo que había confesado durante el
tiempo que llevábamos en el despacho: los poderes de
Raven, aunque ya los conocía; la capacidad de Wood para
ver fantasmas; la crueldad de su padre, un detalle que me
hizo sentir cierta afinidad con él; Elijah Ravenswood y
sus… sacrificios. Estaba claro que su familia estaba aún
más jodida que la mía.
Sin pensarlo, estiré la mano en dirección al cajón. La de
Alexander salió disparada y sus dedos atraparon mi
muñeca. Otro de esos impertinentes y molestos escalofríos
me sacudió el brazo en cuanto me tocó.
Vale, tal vez no fuese tan molesto, y seguramente
tampoco tenía nada que ver con su capacidad para drenar
magia.
Levanté la barbilla y busqué su mirada.
—Nada de magia —exigió, pero luego su agarre se
suavizó y su tono perdió parte de la seguridad de la que
siempre hacía gala—. No sé si podré… mantener el control
si empleas tu magia frente a mí.
A pesar de las recientes confesiones, me sorprendió que
lo admitiera tan abiertamente. Su expresión era ahora
mucho más vulnerable, menos provocadora, casi una
disculpa silenciosa por ser lo que era.
Nuestras miradas se enredaron durante un instante que
se alargó y se alargó…
«No quiero que la oscuridad se apodere de mí. Por favor»,
suplicaban sus ojos.
«No me das miedo», traté de recordarle yo.
Cuando me fue imposible sostener por más tiempo el peso
de su mirada, desvié la vista hasta el lugar en el que sus
dedos largos y elegantes sujetaban mi muñeca y me forcé a
sonreír. Bromear parecía la mejor manera de salvar la
situación.
—Lo de tocarme se está volviendo una mala costumbre,
Alexander.
—No te hagas ilusiones —replicó, y percibí la sonrisa en
su voz.
Deslizó los dedos sobre mi piel con una lentitud
deliberada hasta retirarlos del todo. Seguro que lo único
que buscaba era sacarme de quicio, así que me esforcé por
ignorar el roce suave y la estela de calor que dejó a su
paso.
Me erguí con rapidez y tomé un abrecartas del escritorio.
Era de plata, afilado y lo suficientemente fino como para
que pudiera deslizarlo entre el cajón y la madera.
Un par de movimientos, un golpe leve y…
—Voilà! —El cajón se abrió y él enarcó una ceja ante mis
sorprendentes habilidades, así que me obligué a aclarar—:
Dith es una pésima influencia como familiar. Agradéceselo
a ella.
Alexander mantenía la palma de la mano contra la
superficie del cajón. Cerró los ojos unos segundos y luego
los volvió a abrir.
—Aquí dentro hay algo que sí está hechizado.
—Déjame a mí —le dije, pero él negó y tiró para abrirlo.
Los dos nos inclinamos hacia delante para asomarnos a su
interior.
—¡Ja! ¡Te lo dije! —exclamé orgullosa.
En una de las esquinas había una botella de algo que
parecía tener más años que él y yo juntos. Algo con un
montón de grados de alcohol.
Alexander se limitó a mover la cabeza de un lado a otro
como muestra de resignación. Tomó un fajo de papeles y
varias carpetas y las apartó sin prestarles atención. Me dio
la sensación de que sabía exactamente lo que buscaba, y no
tardó en encontrarlo.
Tras retirar la última carpeta apareció un libro. El
ejemplar era antiguo, más aún que el bourbon con el que
Wardwell debía de compensar los disgustos que le
provocaban sus alumnos. La cubierta de cuero llevaba
grabados los símbolos de los cuatro elementos: fuego,
tierra, aire y agua, todos ellos al amparo de la
representación de un árbol cuya copa era tan frondosa
como sus raíces.
Durante un momento lo único en lo que pude pensar fue
en el árbol de Elijah.
—Vida y muerte. Cielo e inframundo. Es el árbol de la
vida —murmuró Alexander, ensimismado. Lo sacó del cajón
con cuidado, se irguió en toda su altura y lo depositó sobre
la mesa—. Dame un momento.
Ni siquiera esperó mi respuesta.
Colocó las yemas de los dedos sobre el libro y cerró los
ojos una vez más. El grueso volumen no contaba con un
cierre que lo protegiera, por lo que no comprendí lo que se
proponía hasta que la oscuridad estalló a su alrededor.
—¡Joder! —Retrocedí a trompicones hasta el lado opuesto
del despacho y me parapeté detrás de la butaca que había
ocupado durante la charla con la directora—. ¡Mierda!
Alexander estaba absorbiendo el hechizo que mantenía el
libro cerrado. Las puntas de sus dedos se tiñeron de negro
y, al momento siguiente, las venas de sus brazos ya estaban
también impregnadas del veneno que portaba en su
interior. Su figura parpadeaba, envuelta en llamas oscuras
y violáceas que danzaban sobre su piel. Y el poder… ¡Joder!
Tanta energía rodeándolo, brotando de él y ondulando a
través del aire. Sinuosa como una serpiente que se desliza
entre la hierba y a la que no ves hasta que se lanza sobre ti.
Y cuando ese poder me alcanzó…
—Algo no va bien. —Sentía mi propia magia desenredarse
en el interior de mi pecho como nunca me había sucedido
antes cerca de él. Claro que hasta entonces mi poder había
permanecido atado.
El río de energía que discurría furioso en mi interior se
desbordó. Y… me ahogaba. No podía respirar.
—Ya casi está —comentó él, y su voz solo fue un eco de la
que yo conocía.
—Alexander… Alex…
Ni siquiera creo que estuviera escuchando mis balbuceos.
Me estaba asfixiando de dentro hacia afuera. El aire
entraba en mis pulmones, los empujaba y conseguía
expandirlos, pero por algún motivo yo era incapaz de
extraer oxígeno de él.
Me llevé las manos a la garganta por puro instinto. En
realidad, la presión se encontraba más abajo, en mi pecho.
Mi magia parecía a punto de explotar y abandonar en un
torrente brutal mi cuerpo, y lo único que yo podía hacer era
arañarme el cuello con desesperación.
Debí de emitir algún tipo de quejido, porque Alexander
por fin alzó la mirada hacia mí. A pesar de que
probablemente me estuviera muriendo, y de que esos iban
a ser los últimos segundos de mi vida (y él, la última
persona a la que iba a ver), recuerdo haber pensado en lo
aterradoramente hermoso que era. Lo magnífico que se
veía en ese momento. Alto, mucho más que yo, y el pelo de
un dorado brillante; los músculos tensos y las sombras
emanando de todo su cuerpo… Casi parecían estarlo
acunando. Quizás… Quizás Alexander no debiera temer su
oscuridad; quizás solo necesitaba abrazarla.
Yo… Yo también quería abrazarlo… O tal vez que él me
abrazara a mí. Aunque más tarde concluiría que ese
pensamiento solo había sido un efecto colateral de mi
cercanía a la muerte. «Enajenación mental transitoria»
creo que lo llaman.
Definitivamente, me estaba muriendo. Aquello era un
mierda.
—¡Maldita sea, Danielle! —Se apartó del escritorio y se
lanzó sobre mí.
Tan rápido como se había apoderado de él, la oscuridad
retrocedió hasta desaparecer por completo. Cuando sus
brazos rodearon mi cintura y me sostuvo contra su pecho
para evitar que me derrumbara sobre el suelo, nuevas
maldiciones brotaron de entre sus labios.
La energía de mi pecho pareció serenarse en ese instante
y la presión también desapareció. Inhalé una profunda
bocanada de aire y el alivio fue tal que apenas si pude
evitar echarme a llorar.
—¿Estás bien? ¿Qué demonios te ha pasado?
—Me he atragantado con tu ego —farfullé con la voz
ronca, tratando de recuperar el aliento. Él soltó una
carcajada cínica y poco amable ante mi chiste; los ojos tan
diferentes en color, pero ambos encendidos por la
preocupación—. Si sigues… sosteniéndome así, voy a
pensar que te importo.
Me enorgulleció comprobar que, incluso al borde la
muerte, aún podía bromear. Aunque Alexander parecía no
opinar lo mismo.
—¿Sabes? Eres tan idiota que ni siquiera resulta gracioso.
—Se arrodilló sobre el suelo sin soltarme y su voz se volvió
tan dulce que me recordó a la de Raven—. ¿Qué va mal?
¿Te duele?
Negué. Apenas sentía ya una leve molestia y el aire
entraba y salía de mis pulmones con normalidad. Casi como
si nada hubiera sucedido.
—Creo… —Tragué para contrarrestar la aspereza de mi
garganta—. Creo que estabas… drenándome.
Lo último lo dije en un susurro; no estaba segura de cómo
reaccionaría Alexander a mi suposición. Pero de todas
formas su semblante se ensombreció. Echó un rápido
vistazo al libro, ahora abierto sobre la mesa, y luego su
mirada descendió una vez más sobre mí. La culpabilidad
brotó de él con tanta claridad que lamenté haberlo
mencionado.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? ¿Puedes
ponerte en pie? —Asentí y me ayudó a incorporarme,
aunque me di cuenta de que de nuevo evitaba tocarme en
las zonas de piel expuesta—. Vale, echemos un vistazo al
libro y salgamos de aquí lo más rápido posible. Luego ya
nos pararemos a intentar averiguar por qué casi consigo
matarte. Otra vez.
Me encogí un poco al escuchar la amargura con la que
pronunció la última frase.
Al parecer, el poder de Alexander, su oscuridad,
cualquiera que fuese su origen, había pasado de afectarme
con un roce a convertirse en algo que actuaba incluso a
distancia. Me pregunté si aquello tendría que ver con el
hecho de que nos hubiésemos morreado y yo volviese a
disponer de mi magia. ¿Lo habría sabido mamá de algún
modo y de ahí el hechizo para el que pidió ayuda a Corey?
No me refiero a lo de que Alexander y yo… intimaríamos
(algo que tampoco había sucedido exactamente), sino a la
manera en la que funcionaría la magia del brujo conmigo.
¿O tal vez solo se trataba de que la propia oscuridad de
Alexander estaba evolucionando?
¿Lo sabría Raven?
—Mira esto. —Alexander giró el libro hacia mí y comenzó
a pasar las páginas. Todavía me observaba como si
esperase que cayera redonda al suelo.
Me asomé al escritorio y contemplé las páginas
amarillentas. Había nombres y más nombres, fechas de
nacimiento y, en algunos casos, también de defunción.
Símbolos junto a la mayoría de nombres indicaban cuál era
el elemento del que tomaban su poder. Además, constaba la
relación existente entre cada linaje de brujos desde la
época de los juicios de Salem. Y no solo de brujos oscuros.
Los linajes de brujos blancos también estaban
representados.
Alexander se detuvo cuando el apellido Good apareció
acompañado de nuestro escudo familiar (una especie de
paloma blanca patética e insulsa, nada que ver con el
poderío del de Alexander) y la genealogía de mi linaje se
desplegó frente a mis ojos. Señaló el nombre de Mercy
Good en la parte alta, un poco por debajo del de Sarah
Good y del que fuera su segundo marido, Wiliam Good.
—No hay fecha de la muerte —comentó, mientras yo
trataba de entender lo que veía.
Líneas más débiles e irregulares que el resto surcaban el
árbol, uniendo a Mercy con prácticamente cada miembro
de la familia. En apariencia, si ignorabas dichas líneas, la
genealogía resultante era la que yo conocía, y casi parecía
como si alguien hubiera tratado de borrarlas. O como si
esta parte del libro no fuera más que un simple borrador.
Bajé por la página hasta encontrar el nombre de mis
padres y sentí una punzada de dolor en el pecho al toparme
con el de Chloe. Tanto junto al nombre de mamá como al de
mi hermana constaba la fecha de defunción, y entre Chloe y
yo había un símbolo que reconocí pero que no tenía sentido
aislado: una medialuna en su fase creciente.
—¿Qué es esto?
Alexander también lo estaba mirando con el ceño
fruncido.
—No lo sé. Pero aquí está completo —replicó, y su dedo
se situó de nuevo junto al nombre de Mercy Good. Alguien
había dibujado allí el símbolo de la triple diosa.
Alexander pasó más y más páginas hasta dar con su
propio linaje. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando
mis ojos se posaron sobre el nombre de Elijah Ravenswood.
En su fecha de fallecimiento se especificaba el año, aunque
no el día o mes en el que había muerto, supuse que porque
se desconocía.
—Mira. —Al lado del nombre de Luke Alexander
Ravenswood había dibujada otra medialuna, en este caso
menguante.
Nos miramos un momento, desconcertados. El símbolo de
la diosa, pero dividido; doncella, madre y anciana, aunque
en el caso de Mercy lo hubieran dibujado completo. Y la
tinta de esos dibujos parecía más reciente que la del resto.
—¿Qué demonios significa? —inquirí, tratando de
recordar lo que me había dicho Corey exactamente.
Podía entender que el nombre de Mercy se relacionara
conmigo, si es que de verdad había suplantado a su
hermana Dorothy y dado lugar a mi línea de sangre. Pero
¿qué tenía eso que ver con Alexander? ¿O era porque, de
ser así, también yo era una Ravenswood?
—Deberíamos llevárnoslo —sugerí. Tal vez Dith o los
lobos descubrieran algo que nosotros no estábamos viendo.
La directora no tardaría en regresar. Si nos largábamos
ahora, podríamos escabullirnos sin que nos viera, aunque
Wardwell seguramente descubriría la desaparición del libro
en algún momento y sería inevitable que nos acusara de
robarlo. Pero si la mujer volvía antes de que saliésemos del
despacho, bueno, no era un libro pequeño que pudiéramos
esconder bajo la ropa; y a no ser que Alexander activara el
modo destructor infernal, estaba bastante segura de que la
directora no nos permitiría llevárnoslo por las buenas.
—Robarlo, querrás decir.
Me crucé de brazos y apoyé la cadera en el borde del
escritorio.
—No me digas que te vas a poner en plan santurrón. Te
recuerdo que esto fue idea tuya.
Por su expresión, comprendí que no pensaba ceder en
esto. Echó un último vistazo al árbol de su familia y cerró el
libro.
—No nos conviene que Wardwell sepa que lo hemos visto.
Lo dejaremos donde estaba. —Fui a protestar, pero él ya
estaba de rodillas frente al cajón abierto. Alzó la vista hacia
mí antes de deslizarlo de vuelta a su sitio—. Debería
rehacer el hechizo de protección, pero…
—No. Ni se te ocurra.
No iba a prestarme a ningún otro experimento mientras
no supiéramos por qué demonios ahora su poder me
afectaba como lo había hecho; con una vez ya había tenido
bastante.
—Recemos para que no se dé cuenta de que el hechizo ya
no está.
Me daba igual si lo hacía. Prefería enfrentarme a la ira de
la directora que a aquella sensación de asfixia que había
estado a punto de matarme.
—¿Crees que lo que ha pasado es por… nuestro beso? —
¡Ay, señor! No podía creer que le hubiera preguntado eso.
Me apresuré a añadir—: Ya sabes, supongo que fuiste tú
quien deshizo mi bloqueo. Tiene sentido que afectara
también de alguna forma a lo que quiera… —Fui perdiendo
seguridad mientras me dedicaba a divagar.
—No estoy seguro de que fuera yo quien te devolvió tu
poder.
—¿Qué quieres decir? —lo interrogué, pero él negó.
—No importa. —Metió el libro en el cajón y comenzó a
colocar las carpetas encima. Yo me dejé caer en una de las
butacas; prácticamente, me desplomé sobre ella—. Umm…
Dijiste que tu padre se llama Nathaniel, ¿verdad?
—Sí, así es. ¿Por qué?
Alexander se irguió al otro lado del escritorio. De nuevo,
su expresión era sombría; la oscuridad más profunda en
sus ojos, aunque lejos de su piel.
—Porque esto —replicó, y lanzó una gruesa carpeta sobre
la mesa— lleva su nombre.
41

Pasamos la siguiente media hora sentados en silencio en el


despacho de Wardwell fingiendo que no nos habíamos
movido y que no habíamos revuelto la estancia para
encontrar lo que Raven nos había enviado a buscar.
Además de fingir también que no habíamos visto la carpeta
con el nombre de mi padre.
Pero sí lo habíamos hecho.
Estaba nerviosa, enfadada y posiblemente unas cien o
doscientas cosas más a las que no atinaba a poner nombre.
Alexander me había obligado a dejar el libro en su sitio y
también el contenido de la carpeta: un montón de
fotografías de mi madre. En algunas incluso salíamos Chloe
o yo, a veces ambas. Pero la mayoría eran de mamá, y ella
no estaba precisamente posando. Eran fotografías robadas.
Como si alguien la hubiera estado siguiendo en los días
previos a su muerte. A su asesinato.
Tenía muy claro la época en la que se habían hecho antes
incluso de ver las notas manuscritas con la fecha y el lugar
detrás de cada una de ellas. Había algunas saliendo de
nuestra casa en la ciudad; con Chloe y conmigo en una
heladería y en el parque al que a mi hermana le encantaba
ir porque disponía de un montón de columpios; por la calle,
en el supermercado… Cada aspecto de su rutina estaba
reflejado en esas fotos, menos los momentos que pasaba
con papá. Él no salía. Tal vez porque, según las anotaciones
del interior de la carpeta, mi padre era el cliente que las
había encargado.
Y allí, entre todas aquellas imágenes, también estaba la
prueba de las visitas de mi madre a Ravenswood. En varias
de las instantáneas se apreciaba a mamá en un bosque, de
noche. Supuse que habían sido tomadas con algún tipo de
lente nocturna. Los colores aparecían apagados y su rostro
apenas era una sombra, pero era mamá, estaba segura, y
aquel bosque era el que rodeaba parte de los terrenos de
Ravenswood. El bosque de Elijah.
Me había bastado una mirada a Alexander para saber que
él pensaba lo mismo.
Mi padre sabía que mamá visitaba Ravenswood. Él lo
sabía. Y todo parecía indicar que no se había enterado a
través ella. Mi padre había hecho que espiaran a mi madre.
No estaba segura de lo que eso significaba, salvo que
sospechaba de mi madre por algún motivo. Pero ¿qué había
hecho mi padre con esa información? ¿Encarar a mi madre?
¿Pedirle explicaciones? ¿Delatarla? Lo último era poco
probable; de ser así, toda la comunidad hubiera hablado de
ello y los rumores hubieran terminado llegando a oídos del
consejo.
Finalmente, dado que Wardwell parecía estárselo
tomando con mucha calma para regresar al despacho,
Alexander y yo decidimos largarnos de una vez y volver a
casa.
—¡Oh, mierda! —exclamé al atravesar la puerta que daba
a la parte trasera de la mansión—. Creo que la distracción
se les ha ido un poco de las manos.
—¿En qué demonios estaban pensando? —maldijo
Alexander, de pie a mi lado.
El campus de Ravenswood era un caos. La parte más
cercana a la mansión estaba en calma, pero en la zona
donde se había celebrado el ritual de despedida parecía
que hubiera estallado una guerra. En mitad del terreno
había un puñetero socavón del tamaño de una casa, casi
como si un meteorito hubiera caído del cielo y se hubiera
estrellado contra el suelo, hundiéndolo al menos medio
metro de profundidad.
A través de él, y desde donde me encontraba, también
distinguí una grieta en la tierra.
—Me juego lo que sea a que eso ha sido cosa de Wood —
comentó Alexander al respecto.
Por si todo aquel destrozo fuera poco, la primera línea de
árboles del bosque estaba en llamas. Avivado por la brisa,
el fuego danzaba y saltaba de una copa a otra,
propagándose frente a nuestros ojos. Humo y cenizas
revoloteaban y lo cubrían todo.
Conocía bien a Dith y la creía muy capaz de las mayores
locuras, pero aquello era demasiado incluso para ella.
Varios alumnos corrieron en ese momento hacia donde
estábamos, pero, al descubrirnos justo en la entrada de la
mansión, parecieron pensárselo mejor y dieron media
vuelta para dirigirse al edificio Wardwell.
—¡¿Qué demonios?! —No salía de mi asombro—. ¿Están
huyendo de nosotros?
—Esto no puede ser solo cosa de los lobos y Meredith. —
Alexander se volvió hacia mí—. ¿Qué poderes tiene? Dith,
quiero decir. ¿Cuál es su elemento?
Me encogí de hombros. Meredith basaba su magia en el
agua, al igual que yo, pero todo lo que sabía era que podía
levitar y mover objetos sin tocarlos; tal vez fuera capaz de
apagar un fuego, pero no de provocarlo.
—Ella no ha hecho esto. Este tipo de destrucción no…
Alguien gritó desde el bosque, la clase de grito
desgarrador que te pone los pelos de punta.
—¡Mierda! —Fue todo lo que dijo Alexander.
Los dos echamos a correr a la vez.
Conforme nos acercábamos a la explanada, que ahora no
era tal gracias al cráter provocado por Wood (si es que
Alexander estaba en lo cierto y había sido cosa de su
familiar), el ambiente parecía más y más impregnado de
energía. El aire prácticamente vibraba.
Sin aflojar el ritmo, le eché un vistazo a Alexander por el
rabillo del ojo. Tanta magia flotando a su alrededor no
podía ser buena para él. Si también el brujo perdía el
control, todo iba a ir cuesta abajo rápidamente. Más aún.
Aunque había pocos alumnos a la vista, un grupo
permanecía demasiado cerca de las llamas. Casi habíamos
llegado hasta ellos cuando dos se volvieron hacia nosotros:
Maggie y Robert Bradbury.
La bruja parecía aturdida. Una mancha oscura le cruzaba
la mejilla, como si se hubiera pasado la mano por la cara
para limpiarse y lo hubiera empeorado aún más. Su
melena, tan rubia como era, también estaba repleta de
restos de ceniza.
Robert estaba tan pálido que me planteé si no habría
visto un fantasma. Y no, no era una forma de hablar.
—¿Qué ha pasado? —les pregunté sin aliento por la
carrera.
Maggie giró a un lado y a otro, desconcertada. Creo que,
como yo, tampoco ella sabía muy bien lo que había
sucedido. O tal vez estuviera en shock.
—Ha habido una… explosión. O un terremoto, no estoy
muy seguro —se lanzó a explicarnos Robert—. El suelo ha
empezado a temblar y eso —prosiguió, señalando en
dirección a la grieta de al menos un palmo de ancho— ha
surgido sin más.
Alexander se inclinó sobre mí.
—Wood. La tierra es su elemento. Esa debía de ser la
distracción —murmuró en voz muy baja, sin darle
importancia al hecho de que estuviera susurrándome al
oído delante de los Bradbury.
Si a ellos les molestó, no lo demostraron.
Robert continuó:
—La tierra ha empezado a volar en todas direcciones y ha
habido una estampida de alumnos. Muchos ya se habían
dispersado al acabar el ritual, pero otros seguían aquí.
Algunos se han internado en el bosque antes de que los
árboles se incendiaran; también varios profesores.
Aquello tenía mala pinta. Las copas de los árboles se
agitaban presa de un viento invisible. Ascuas brillantes
salpicaban la oscuridad que emanaba del bosque y el aire
las arrastraba hacia el campus junto con la ceniza. Se
escuchaban algunos gritos de tanto en tanto y también
pequeñas detonaciones.
—¿Dónde está Wardwell? —preguntó Alexander, con la
mirada fija en el infierno desatado más allá de nosotros.
La tensión emanaba de él casi con la misma intensidad
con la que yo podía percibir el flujo de magia que rodeaba
el bosque. Estaba erguido junto a mí, con la espalda tan
recta como un cable de acero llevado al límite de su
resistencia y que en cualquier momento podría romperse.
—En el bosque. —Fue Robert el que contestó.
Maggie continuaba en silencio, totalmente ida. Me
acerqué a ella y la tomé de los brazos para obligarla a
mirarme.
—¿Estás bien? ¿Maggie?
Sus ojos se aclararon y pareció salir del trance en el que
se encontraba. Las líneas de su rostro reflejaban cansancio
y parte del brillo de su pelo y su piel había desaparecido.
Estaba aterrorizada.
—¿Estás bien? —insistí con suavidad, temerosa de que mi
voz pudiera asustarla más.
Ella dirigió la vista un momento hacia Alexander y luego
volvió a centrarse en mí. Asintió con una convicción que no
parecía tener realmente.
—Será mejor que vayáis a vuestras habitaciones y
esperéis allí hasta que las cosas se calmen.
No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, pero
Maggie no parecía en condiciones de afrontarlo, y tener a
más alumnos de Ravenswood rondando cerca del bosque,
sabiendo que el fantasma de Elijah podría estar también
ahí, era una temeridad.
—Sácala de aquí —le dije a Robert.
—Pero hay otros alumnos ahí —titubeó él, indeciso.
No pude evitar recordar lo que Wardwell había dicho
sobre el brujo: él era la coartada de su hija. Robert había
estado hablando con Ariadna después de marcharse de la
casa de los Ravenswood a pesar de haber mostrado todo su
desprecio hacia ella tras el incidente en el baile. Y eso sin
contar con el acoso al que esa idiota sometía a su propia
prima.
Tal vez solo había acudido a su encuentro para
reprocharle su comportamiento, pero me dije que no era el
momento para interrogarlo al respecto. El fuego se
extendía con rapidez y muy pronto no nos permitiría
internarnos entre los árboles. No sabía dónde estaba Dith,
ni Raven y Wood, y tampoco estaba dispuesta a permitir
que lo que fuera que acechaba en ese bosque cazara y
matara a más alumnos. No me importaba que fueran brujos
oscuros; aquello no estaba bien.
—Iremos a por ellos —le aseguró Alexander a Robert
mientras continuaba escrutando la oscuridad creciente del
bosque.
—Raven… —murmuró Robert entonces—. Raven también
está ahí.
La expresión de Alexander se endureció. Me acerqué a él
y también yo susurré.
—Dith estará con ellos. —No estaba del todo segura de
eso, pero deseé que los tres hubieran decidido permanecer
juntos. Si a alguno de ellos le ocurría algo…
—Vamos —me urgió Alexander.
Le eché un último vistazo a Maggie, y Alexander y yo
dejamos atrás a los Bradbury y al resto de brujos. Recé
para que Robert me hiciera caso y se llevara a su prima de
allí y también para encontrar a los demás sanos y salvos.
¿Qué demonios los habría llevado a entrar en el bosque?
Mientras contemplaba el avance de las llamas, Alexander
apretó la mandíbula con tanta fuerza que me extrañó no
escuchar sus dientes rechinar. Había algunos troncos ya
completamente quemados y otros se hallaban iluminados
como teas ardientes. Si alguien no detenía el fuego,
terminaría por consumir el bosque entero.
Agradecí haberme calzado unos zapatos planos. Bastante
malo era ya tener que hacer frente a aquel lío con un
ridículo vestido, aunque al menos era elástico y me confería
cierta libertad de movimientos.
—¿Qué crees que está pasando? —le pregunté a
Alexander mientras atravesábamos corriendo la primera
línea de árboles.
—No lo sé. Ten cuidado, el terreno es muy irregular aquí.
Estiró la mano hacia mí, pero enseguida la retiró y apartó
también la mirada.
Resultaba evidente que no se atrevía a tocarme después
de lo ocurrido en el despacho de Wardwell; sin embargo, yo
no podía dejar de pensar que nada había sucedido hasta
que él había invocado su poder para deshacer el hechizo de
custodia del libro.
Me planteé si lo que quisiera que fuéramos a encontrar
en ese bosque requeriría que empleásemos nuestra magia;
de ser así, estábamos bien jodidos.
Cuando ya habíamos avanzado un buen tramo, la zona del
bosque en la que estábamos se iluminó de repente y una
bola de fuego del tamaño de un puño atravesó la espesura
directa hacia mi cara. Antes de que pudiera reaccionar y
moverme, Alexander apareció frente a mí. Me envolvió con
los brazos al mismo tiempo que giraba sobre sí mismo en
una finta elegante, casi bailando. Mi espalda chocó contra
algo, un tronco, supuse, y di gracias porque ese árbol en
concreto no estuviera en llamas.
La masa ardiente y compacta se estrelló a pocos metros
de nosotros.
Había alguien en aquel bosque, un brujo o bruja,
recurriendo al elemento fuego para atacar. O para
defenderse. Aquello era una locura. Yo nunca había
empleado mi magia como un arma.
Aunque el peligro parecía haber pasado, Alexander no se
retiró de inmediato. Lo tenía sobre mí; el pecho contra el
mío y su aliento irregular rozándome la sien. Una de sus
manos estaba estirada sobre la parte de atrás de mi
cabeza, como si, a pesar de lo apresurado de su reacción, el
instinto lo hubiera llevado no solo a protegerme, sino a
asegurarse de que no me abría el cráneo contra la madera.
Su otra mano reposaba sobre la parte baja de mi espalda.
Observó los alrededores a la espera de que el ataque se
repitiera, pero, cuando no lo hizo, centró su atención en mí.
—Pareces empeñada en morir esta noche, Danielle Good
—me reprochó casi con un gruñido.
En vez de alejarse, su agarre se incrementó de modo que
no se sabía muy bien dónde empezaba su cuerpo y dónde
acababa el mío.
—Para no querer tocar… —repliqué, enarcando las cejas.
Busqué la turbia oscuridad de sus ojos y él hizo ademán de
separarse, pero lo agarré de la camiseta para detenerlo—.
Gracias. Por salvarme.
—Supongo que te lo debía.
Ambos respirábamos de forma irregular.
El calor que emanaba de él se filtró a través de la tela de
mi vestido y las acostumbradas descargas que su roce me
provocaba recorrieron todo mi cuerpo. El río de energía de
mi pecho fluía, salvaje y feroz. Se enroscaba y tensaba de
forma alternativa.
Vibraba.
Mis manos se deslizaron hasta sus hombros y le hundí los
dedos en la carne, agarrándome a él como si temiera que
tratara de apartarse de nuevo, pero Alexander no intentó
moverse. Y puede que nos estuviésemos mirando de una
forma en la que no nos habíamos mirado antes.
El mundo a nuestro alrededor parecía estar viniéndose
abajo y alguien, o algo, había asaltado Ravenswood. Pero
de repente el bosque parecía haber enmudecido. No
escuché gritos o quejidos, ni siquiera el sonido de las
llamas consumiendo la madera o quemando el manto de
hojas secas que el otoño siempre traía consigo. Todo cuanto
percibía era esa vibración de energía en mi pecho y el
temblor que sacudía a Alexander, su propio poder
respondiendo al mío en una sintonía perfecta pero
imposible de explicar.
Los labios del brujo encontraron mi oído y su voz surgió
en un susurro quebrado. Esa voz que era y no era suya,
conocida y extraña a la vez. Joven, aunque antigua.
Profunda como un pozo oscuro del que nadie ni nada podía
escapar. Ronca pero también suave; un fuego destructor
que, aun así, me calentó por dentro y desterró el frío de mi
carne helada.
—Antes, en el despacho de Wardwell…, quería besarte.
—¡Ajá! —Fue todo cuanto me atreví a decir.
No era el momento ni el lugar para aquello, de eso estaba
segura, pero tal vez, teniendo en cuenta quiénes éramos (lo
que éramos), no lo sería nunca. Así que no me moví. No
hice nada por quitármelo de encima o evitar lo que fuera
que viniera a continuación.
—Pero no me besaste —añadí, lo cual resultaba una
obviedad.
No podía verle la cara, pero juro que percibí cómo sus
labios se curvaban. Aun cuando era poco frecuente que
Alexander sonriera, imaginé la clase de sonrisa que sería.
Similar a la media sonrisa de Wood, arrogante y maliciosa,
quizás un poco perturbadora.
La mano contra mi espalda empujó y nuestras caderas se
alinearon, y entonces él movió la cabeza. Su nariz trazó una
línea ascendente sobre mi cuello. Despacio, muy despacio.
Sus labios apenas rozaron la piel. Un escalofrío me recorrió
la columna y luego palpitó entre mis muslos. El corazón me
latía con rapidez y me faltaba el aliento.
Y nada de todo eso tuvo que ver con él desatando su
poder oscuro.
No. Era algo muy diferente y no había manera de que yo
pudiera negármelo a mí misma.
—No debo —prosiguió, aunque no estaba segura de que
hablara conmigo.
—No —coincidí a duras penas.
¿Quería yo que lo hiciera? Luke Alexander Ravenswood ni
siquiera me caía bien. Aunque en realidad eso no era del
todo cierto. Sí que me parecía insufrible, pero ese día, con
todo lo que había sucedido y lo que estaba sucediendo, tal
vez…
Tal vez Alexander se merecía el beneficio de la duda.
Continuaba dándole vueltas a ese pensamiento cuando él
retrocedió un poco para mirarme. Una de sus manos se
movió hasta mi rostro. Delineó mi pómulo con la punta de
los dedos y luego alcanzó la curva superior de mis labios.
Se detuvo allí un instante, pero enseguida prosiguió hacia
abajo y muy pronto los estaba deslizando a lo largo de mi
clavícula.
Parecía totalmente concentrado en el movimiento de su
mano, absorto en la sensación de la piel caliente bajo sus
dedos; tan ensimismado y maravillado como un niño al que
por fin le permiten tocar un objeto caro y precioso que ha
pasado mucho tiempo fuera de su alcance.
Me pregunté cuánto habría transcurrido desde la última
vez que se había permitido tocar a alguien que no fuera
ninguno de sus familiares. ¿Qué era lo que estaría
sintiendo? ¿Qué sentía alguien al que el contacto le estaba
vedado? ¿Alguien que podía drenarte (matarte) con una
simple caricia? ¿Sería esa sensación diferente por ser a mí
a quien acariciaba?
—Tan suave —susurró para sí mismo—. Tan viva.
Algo sacudió mi estómago, algo mucho más mundano que
el poder de la magia que corría por mis venas.
La mano que Alexander había mantenido todo el tiempo
en mi espalda se arrastró por mi costado y presionó de una
forma deliciosa. Exigente. Su otra mano regresó a mi
barbilla y la impulsó hacia arriba. Mi boca quedó expuesta
y mis labios entreabiertos. Nuestros alientos se unieron
para formar una única nube de vapor.
—Deseé besarte —repitió, mientras sus ojos oscurecidos
por algo feroz, algo hambriento, se posaban sobre mi boca.
Para entonces mis uñas se hallaban clavadas con tanta
fuerza en sus hombros que bien podrían haber ya
traspasado la tela de su camisa y arañarle la piel.
Se apretó aún más contra mí, si es que eso era posible, y
uno de sus muslos se coló entre mis piernas hasta
encontrar el punto exacto y la presión necesaria para
hacerme gemir.
¡Por Dios! Estaba gimiendo en mitad de un bosque tétrico
y maldito durante alguna clase de batalla… Aquello no
podía ser real.
Pensé en Raven y en el sueño que él mismo había
admitido haber manipulado. ¿Era esto lo que Raven nos
había visto haciendo? Resultaría un poco bochornoso de ser
así.
Y pese a todo no pude evitar decir:
—Bueno, no es como si no me hubieras besado ya antes.
No me refería al sueño, claro estaba, sino a ese primer y
único beso real que habíamos compartido y tras el cual
ambos nos habíamos desmayado. En honor a la verdad, no
sabía muy bien si eso contaba.
—Esta vez quiero ser yo el que lo haga. Solo yo.
Al principio no tuve ni idea de qué hablaba, hasta que
comprendí que aquel día, al besarme, la oscuridad había
brotado de él de una forma salvaje y repentina. De que no
era realmente Alexander quien me había besado. O al
menos él no lo creía así.
Pero ahora, en ese instante, las cosas resultaban muy
diferentes.
—No creo que este sea el momento más adecuado para
firmar una tregua. O para experimentos —traté de bromear,
a pesar de que, por muy mal que estuviera lo que
hacíamos, y lo inoportuno del momento, se sentía
demasiado bien.
—No, no lo es, pero voy a besarte de todas formas,
Danielle —aseguró, y mi nombre no fue más que un suspiro
tembloroso lanzado a las profundidades del bosque—. Si tú
me lo permites.
¡Me reí! Pero no de él, como solía hacer. Solté una risita
nerviosa y ridícula de la que estaba segura de que me
avergonzaría más tarde.
Y, sin encontrar la más mínima resistencia, Alexander
respondió a mi risa haciendo justo lo que había dicho que
haría: besarme.
42

De inmediato supe que no estaba preparada para aquello,


de ninguna de las maneras.
Los labios de Alexander cubrieron los míos con suavidad
primero. Rozaron mi boca tan solo un segundo,
tanteándome. Aun así, se me aflojaron las rodillas al sentir
la caricia de su aliento. Con una mano sostenía mi barbilla
mientras que la otra se hallaba apoyada sobre el tronco,
junto a mi cabeza; todo su peso contra mi cuerpo. La
presión resultaba deliciosa. Tentadora. Una provocación a
la que una parte de mí estaba desesperada por sucumbir.
La otra parte seguramente alucinaba con lo que estaba
sucediendo.
Hubo un segundo toque, suave pero todavía fugaz, y
luego un tercero. Su respiración se tornó cada vez más
rápida; la mía se volvió frenética. Y cuando su lengua se
aventuró por fin a atravesar el umbral de mis labios, ya no
hubo dónde esconderse.
Alexander acarició cada rincón de mi boca con exigencia
y dedicación. Reclamó el control del beso, pero yo no
estaba dispuesta a cedérselo; no del todo. No quería ceder
ante él.
Supuse que había cosas que nunca cambiarían entre
nosotros sin importar la situación en la que nos
encontrásemos. Ni lo que estuviésemos haciendo.
Deslicé los dedos sobre su cuello hasta alcanzar su nuca y
hundirlos en su pelo. Tironeé de un mechón y él… siseó. Si
fue por placer o dolor, creo que ninguno de los dos lo
supimos. El sonido reverberó a lo largo del bosque y
también en mi pecho. Alexander abandonó mi boca apenas
lo suficiente para mirarme. Su iris oscuro volvía a titilar
con puntos luminosos que resplandecían en esa oscuridad
que lo invadía todo; y el azul…
El azul era ahora tormentoso y eléctrico.
Un instante después, atacó de nuevo mi boca aún con
mayor ferocidad. El beso se volvió profundo. Devastador. Se
bebió mi aliento y yo me ahogué en el suyo. Pequeños
gemidos escaparon del fondo de su garganta. La batalla de
voluntades continuó. Tiré más de su pelo rubio, enredado
entre mis dedos, y él se agarró a mi nuca y apretó el cuerpo
contra mí. Éramos pura necesidad. Un ansia que se tornaba
más y más feroz mientras, de algún modo, ambos
intentábamos resistirnos al otro.
Alexander parecía sediento. Verdaderamente sediento. Y
yo tampoco parecía mucho mejor.
Con un rápido movimiento, me alzó en vilo y mis piernas
se enroscaron en torno a sus caderas. El vestido terminó
arrugado en mi cintura, pero eso parecía carecer de
importancia en aquel momento. Adelantó las caderas y su
erección presionó de una forma perfecta en mi punto más
sensible.
La cabeza me daba vueltas y, en mi interior, mi magia se
agitaba en un descontrol idéntico. Fluía hacia mi piel para
regresar luego a una parte más profunda; se enroscaba y
luego se desplegaba.
El mundo entero parecía estar del revés.
—Incluso ahora… —farfulló Alexander a duras penas—
eres incapaz de dejar de pelear.
Solté una carcajada contra su boca y, en respuesta, él
cerró los ojos un instante. Luego, una sonrisa perezosa, y
quizás también resignada, asomó a sus labios.
Estuve a punto de soltar uno de mis comentarios
sarcásticos, pero no tuve ocasión.
—¡Vamos, hombre, no me jodas! ¡¿De verdad no teníais
otro momento para esta mierda?! —El comentario de Wood,
entre perplejo e indignado, fue como una bofetada en plena
cara.
Prácticamente me lancé fuera de los brazos de Alexander.
Por suerte, él no reaccionó con tanto ímpetu y me sujetó
hasta que mis pies alcanzaron de nuevo el suelo. Incluso
tuvo la deferencia de tirar de mi vestido para devolverlo a
su sitio, algo que no pude más que agradecerle.
Al volverme, totalmente mortificada, me encontré con
Wood cruzado de brazos junto a Dith y a tan solo unos
pocos metros de nosotros. ¡Por Dios! Podría haber sido
cualquiera y ni siquiera los habíamos oído llegar.
—¡Te lo dije! —exclamó Meredith, y estiró la mano hacia
él—. Me debes veinte pavos.
—¡Dith! ¿En serio?
Mi familiar me dedicó una sonrisa maliciosa. Un
silencioso «Sabía que esto ocurriría tarde o temprano».
—¡Maldita sea, Wood! —intervino Alexander, y en dos
zancadas se colocó frente a él—. ¿Qué te ha pasado?
Mis ojos recayeron entonces sobre la camisa que vestía el
lobo blanco y el agujero chamuscado del centro de su
pecho. La piel ennegrecida asomaba entre los bordes
quemados de la tela. Supongo que esa fue la señal
definitiva para que la diversión y las pullas llegaran a su
fin.
—No es nada. —Wood desechó la preocupación de su
protegido con un ademán—. Pero hay brujos en el bosque.
—Alumnos. Lo sabemos. ¿Qué demonios habéis hecho? —
exigió saber Alexander, pero Wood negó con la cabeza.
—No son brujos de Ravenswood. Bueno, tal vez unos
pocos sí, pero hay otros brujos aquí.
Iba a preguntarle a qué tipo de brujos se refería cuando
se me ocurrió echar un vistazo rápido a mi alrededor y el
pánico se apoderó de mí.
—¿Y Raven? ¿Dónde está?
Wood también observó la oscuridad del bosque, entre los
árboles. Lanzó un silbido corto al aire y, un instante
después, su gemelo surgió de entre las sombras en su
forma animal.
Me invadió un alivio brutal, lo cual decía mucho de lo
importante que se había vuelto Raven para mí; puede
incluso que Wood y Alexander también lo fueran, aunque
respecto al brujo oscuro iba a reservarme la opinión hasta
que fuera capaz de comprender qué era lo que estaba
sucediendo entre nosotros y por qué demonios le había
permitido meterme la lengua hasta la garganta.
¿A quién quería engañar?, tampoco quería que le
sucediera nada malo a aquel idiota.
«¿Quién sonríe como una idiota ahora?», me dije al
descubrir que eso era justo lo que hacía. Dith también
parecía haberse dado cuenta de ello y me observaba,
divertida pese a lo grave de la situación.
Raven dio una vuelta a mi alrededor, olfateó mis piernas y
luego fue a frotarse contra las de Alexander.
Wood procedió a contarnos lo ocurrido tras nuestra
marcha. El socavón de la explanada había sido cosa suya.
Confesó que no había sido su intención excederse tanto al
invocar su elemento y que ni siquiera había tratado de
lanzar un hechizo. Fue todo poder bruto saliendo a través
de sus manos y agitando la tierra hasta fracturarla.
—Está bien —lo tranquilizó Alexander con pesar y lo que
me pareció cierta culpabilidad—. Habéis estado
reprimiendo vuestro poder por mí. No es extraño que os
haya costado controlarlo.
Pero no era solo que llevaran años sin practicar magia.
Wood no lo dijo así, pero, leyendo entre líneas, comprendí
lo mucho que le había afectado el hecho de que Tobbias, el
padre de Alexander, no hubiera intentado acercarse a su
hijo. Ni siquiera lo había mirado. Wood había estado muy
cabreado al invocar su poder y eso le había hecho perder el
control.
Para Tobbias, Alexander era un monstruo, algo a lo que
temer y mantener lo más lejos posible. Y eso era algo que
Wood, y seguramente tampoco Raven, le perdonaría jamás.
—¿Y el fuego? ¿Cómo ha acabado el bosque en llamas?
Raven emitió entonces un sonido lastimero. Alexander se
arrodilló para quedar a su altura y le acarició el costado
con cariño. Frotó su pelaje oscuro entre los dedos y
suspiró.
—Puede que Raven también se excediera un poco… —
terció Wood con una mueca—. Lanzó un par de bolas de
energía pura para desviar la atención de lo que yo estaba
provocando. Teníamos que asegurarnos de que avisaban a
Wardwell.
—Pero yo lo apagué —se apresuró a señalar Dith—. Solo
que luego alguien respondió con más fuego desde el
interior del bosque. Ahí fue cuando todo se fue realmente a
la mierda.
—¿Tenéis idea de quiénes son? —pregunté, y la expresión
de Wood se endureció de tal forma que supe que no nos
gustaría la respuesta.
—Van encapuchados.
—¡¿Miembros del consejo?! —Eso era malo, muy malo.
Pero Wood negó.
—Más bien Ibis. No había estrellas de cinco puntas en sus
capas, aunque tampoco pude verlos con claridad.
Retrocedieron hacia los límites externos del bosque en
cuanto los enfrentamos.
¡Dios! Seguramente eso era aún peor, aunque no tenía
demasiado sentido.
Los había visto durante la ceremonia de despedida, a
cuatro de ellos, custodiando al padre de Alexander y al otro
miembro del consejo. Pero ¿por qué iban ellos a provocar el
caos en Ravenswood? ¿Y por qué atacarían a miembros del
propio linaje de Alexander?
—No estoy segura de que fueran Ibis oscuros —
puntualizó Dith, bajando la voz.
Continuábamos allí parados, totalmente expuestos.
Estaba segura de que, si alguien se acercaba, Raven podría
detectarlo gracias a sus agudizados sentidos de lobo, pero
teníamos que decidir qué íbamos a hacer y empezar a
movernos.
—Creo que la guardia de Tobbias también está en el
bosque, pero el ataque inicial… Ese no provenía de los Ibis
de nuestro consejo —explicó Wood, y sus ojos recayeron en
mí.
—¡¿Estás diciendo que son de miembros de la comunidad
blanca?!
Dith aseguró que creía haber reconocido a uno de ellos y
sugirió entonces una posibilidad que yo había descartado a
mi llegada a Ravenswood por considerarla descabellada, la
de que el consejo de Abbot hubiera decidido rescatarme a
cualquier precio.
Negué, horrorizada por lo que eso podía suponer para las
dos comunidades. Invadir Ravenswood, el centro mismo de
la magia oscura (repleto de alumnos, algunos de ellos muy
jóvenes), sería como declararles la guerra.
—¡Pero si ni siquiera saben que estoy aquí! Tú misma me
dijiste que Wardwell mintió sobre pedir un rescate —
señalé.
También había mentido sobre mi madre. La directora
tenía fotos de mamá, una carpeta entera que no tenía ni
idea de cómo ni por qué obraba en su poder. Pero estaba
claro que sabía que había estado en Ravenswood, y
Wardwell me había mentido a la cara cuando le había
preguntado al respecto.
—El campus está protegido contra ciertos hechizos de
localización, pero tal vez… —No necesité que Dith
completara la frase. Nadie lo necesitó.
Un brujo de nuestro consejo podría haber encontrado la
manera de descubrir dónde estaba; solo habría sido
cuestión de tiempo que lograran dar con un hechizo lo
suficientemente potente como para atravesar el de
ocultación que cubría Ravenswood y saber que estaba allí.
Y no quería ni imaginar lo que habría pensado mi padre si
lo habían puesto al tanto de ello.
—Esto es un desastre.
Alexander me miraba. No estaba muy segura de qué era
lo que veía o en qué estaba pensando, pero mantenía sus
ojos fijos en mí.
Los alumnos de Ravenswood estaban en peligro por mi
culpa. Si alguien salía herido solo porque yo hubiera
decidido fugarme de Abbot, no creía que pudiera
perdonarme a mí misma por ello. No me importaba si eran
brujos oscuros. Maggie y Robert no habían elegido en qué
linaje nacer, y habría otros como ellos; no todo era oscuro
en aquel sitio. Y Alexander, Wood y Raven… ¡Dios! Rav era
la última persona a la que quería que le sucediera algo.
—Al menos espero que hayáis descubierto algo en el
despacho de Wardwell —dijo Wood, y las explicaciones se
reanudaron entonces.
Fue nuestro turno para hablarles del libro con la
genealogía de ambas comunidades de brujos; los símbolos
junto a nuestros nombres, las débiles uniones entre Mercy
Good y los miembros de mi linaje; la carpeta con el nombre
de mi padre en la solapa y las fotos de mamá.
Dith maldijo de una forma imaginativa incluso para ella.
Nunca se había llevado del todo bien con mi padre, pero
ninguna de las dos lo hubiéramos creído capaz de hacer
que alguien siguiera a su propia esposa.
—Si sabía que Beatrice visitaba Ravenswood
regularmente, tuvo que preguntarle por ello, y dudo que
mantuvieran una conversación agradable. Tu padre jamás
permitiría algo así.
—Seguimos sin saber qué significa. ¡Joder, no tenemos ni
idea de qué significa nada! —repliqué, frustrada.
Alexander, que había permanecido apartado y en silencio,
se adelantó. No habíamos hablado a los demás acerca de
mi casi muerte; no sabía muy bien por qué, pero ambos
habíamos decidido no mencionarlo.
—Tenemos que movernos. Hay que sacar a los alumnos
del bosque; no es seguro para ellos si hay Ibis blancos aquí.
—Sobre eso… —intervino Wood con expresión endurecida
—. Los Ibis no son lo único que debería preocuparnos.
Alexander frunció el ceño, y un instante después la
comprensión iluminó su mirada. Creo que ya sabía a qué se
refería, pero, de todas formas, preguntó:
—¿Qué quieres decir?
—Elijah. Me ha parecido verlo cuando veníamos hacia
aquí.
Raven emitió un gruñido bajo que me puso los pelos de
punta. Aquello se ponía cada vez peor.
—Bien, lidiaremos con él si llega el momento —concluyó
Alexander. Hizo una pausa y echó un vistazo alrededor.
Luego su atención se posó de nuevo sobre mí—. Meredith y
tú deberíais regresar a casa.
—No. Ni de coña. Esto… —Me atraganté con la culpa y la
vergüenza—. Todo esto ha pasado porque yo estoy aquí.
Déjanos ayudar.
Dith mostró su acuerdo con un efusivo asentimiento.
El rumor sordo del fuego devorando los árboles llegaba
desde algún punto a nuestra espalda, pero ya no se oía
ningún grito o lamento. Y ese silencio, la quietud, era aún
peor.
—Por favor. Quiero ayudar.
Durante un momento pensé que el brujo no atendería mis
súplicas y nos empujaría de vuelta a la casa. De nuevo
estaba serio y contenido; más como Luke que como
Alexander. Casi como el brujo al que había conocido el día
de mi llegada a Ravenswood.
Al final asintió con un solo movimiento de cabeza y se
dirigió a Raven. Hincó la rodilla en el terreno desigual y su
cabeza y los ojos del lobo quedaron a la misma altura.
—¿Puedes rastrear a los alumnos, Raven? ¿Puedes
encontrarlos?
Raven emitió un ladrido corto. Supuse que era un sonido
afirmativo, porque enseguida se puso en marcha. Alexander
y Wood echaron a andar tras él y Dith se colocó a mi lado
para cerrar la extraña comitiva.
—¿Cómo estás?
—Bien —me limité a contestar.
Mi estado de ánimo era lo menos importante en ese
momento, pero yo sabía lo que le preocupaba a Dith. Mi
padre, al fin y al cabo, era lo único que me quedaba de mi
familia, y creo que las dos estábamos tratando de encajar lo
que habíamos descubierto en el despacho de Wardwell. Él
tenía que haber albergado alguna sospecha previa para
ordenar que siguieran a mi madre, y yo sabía que no se
habría tomado nada bien el contenido de esas imágenes.
De llegar a conocerse por el consejo, este podría haber
considerado las visitas de mi madre a Ravenswood como un
acto de traición, y los Good no gozaban de mucha
credibilidad en ese aspecto. Quizás hubiesen creído que
mamá se había sentido tentada a regresar a sus orígenes.
Quizás ellos habían ordenado su muerte.
—Todo irá bien —murmuró Dith.
Se apretó contra mi costado y me dio la mano mientras
avanzábamos entre los árboles. No tuve valor para decirle
que, en realidad, tenía el presentimiento de que aquello no
había hecho más que empezar.
43

Raven nos llevó hasta dos alumnos de Ravenswood.


—Están… Ellos están… —Se me atascaron las palabras en
la garganta.
Deseé apartar la vista, pero no era capaz de moverme.
Exhalando un suspiro de pesar, Wood se agachó junto a
Raven. Alexander se detuvo tras ellos.
Había dos cuerpos en el suelo. Dos cuerpos inertes. Dos
cuerpos destrozados.
Muertos, estaban muertos.
—Ni siquiera logro reconocerlos —dijo Wood, con la
cabeza baja y un tono iracundo que haría correr en
dirección contraria a cualquier persona sensata.
Yo ni siquiera podía hablar. La rabia y la vergüenza
giraban en mi interior como un torbellino furioso.
Ambos chicos tenían la ropa quemada y gran parte del
cuerpo ennegrecido, como si los hubieran golpeado una y
otra vez con bolas de puro fuego. Sus caras… Sus caras no
estaban. Algo las había derretido. No había más que carne
informe en el lugar que tendrían que haber ocupado sus
ojos y sus bocas.
Resultaba grotesco, y aun así me obligué a mirar.
—Yo he hecho esto.
La cabeza de Alexander giró en mi dirección de forma
brusca. Había un dolor profundo y desgarrador en sus ojos;
su mirada era oscura, sin rastro de brillo, pero también
peligrosa. A pesar de vivir aislado en el campus, Alexander
consideraba aquel lugar como algo suyo. «Mi legado»,
había dicho, y resultaba evidente que se sentía responsable
de los alumnos que residían allí.
Aunque no hubiera sido así, cualquier persona con algo
de corazón se enfurecería por un crimen tan espeluznante y
macabro, y Alexander estaba realmente furioso. Sombras
oscuras envolvieron su rostro y las puntas de sus dedos se
tiñeron de negro.
—Tú no has hecho nada, Danielle. No te culpes por algo
que escapa a tu control.
Resultaba curioso que fuera justo Alexander quien dijera
eso, teniendo en cuenta que tampoco él podía controlar del
todo su oscuridad. Acarreaba una carga muy pesada de la
que no era responsable y estaba segura de que, de todas
formas, se culpaba por ello.
—Esto… Esto no está bien —murmuró Dith, sobrecogida
por la escena.
Me abracé a ella. El frío y la humedad del bosque me
calaban los huesos, y el vestido que llevaba apenas si
conseguía mantenerme caliente. Pero mis temblores y la
sensación helada de mi interior no tenían nada que ver con
eso.
Raven gruñó de una forma en la que no lo había visto
hacerlo antes. Tan salvaje y violenta. A continuación,
levantó el hocico y un aullido se elevó potente y doloroso
hacia las copas de los árboles. Un canto al sufrimiento. Un
lamento que brotaba de lo más profundo de su pecho y de
su corazón roto.
El bosque entero pareció estremecerse con él y compartir
su dolor.
Creo que todos, sin excepción, estábamos devastados; no
importaba la clase de brujos que fuésemos ni a qué bando
pertenecieran los dos chicos. No, aquello no estaba bien y
no habría causa alguna que alguien pudiera alegar para
convencerme de lo contrario.
Nadie merecía morir así.
—Hay que llevarlos al campus. Sus familias querrán… —
Mi voz se apagó.
Me costaba encontrar las palabras. En ese momento,
ninguna de mis preocupaciones anteriores parecía ya tan
importante. Solo podía pensar en el sufrimiento que
aquellas muertes provocarían en las familias de esos
brujos. Yo había estado ahí; sabía lo que era que, de un
instante al siguiente, las personas a las que amabas
desaparecieran y que encima supieras que su muerte había
sido tan brutal.
—Lo haremos, pero antes tenemos que seguir rastreando
el bosque. Puede que haya más —dijo Alexander, aunque no
especificó si esperaba encontrarlos vivos o muertos.
Wood se irguió para mirarlo.
—Sabes que esto no ha sido cosa de Elijah, ¿verdad?
Antes de que él pudiera contestar, Raven saltó y se colocó
delante de nuestro grupo con el lomo completamente
erizado y los largos colmillos expuestos. Un gruñido
amenazador brotó de su garganta y reverberó a lo largo del
bosque. Alexander se tensó y sus manos, poseídas por la
oscuridad, se cerraron en dos puños apretados.
Una ráfaga de viento surgida de la nada nos azotó sin
previo aviso. Wood se inclinó sobre el suelo y resistió junto
a Raven, que se había agazapado y continuaba gruñendo.
El resto salimos volando en diferentes direcciones.
No tenía ni idea de a dónde fue a parar Alexander, pero
tanto Dith como yo nos vimos lanzadas hacia atrás y
rodamos por el suelo. Mi costado se estampó contra un
tronco y solo entonces nos detuvimos. Dith chocó contra mí
con tanta fuerza que el golpe me arrebató todo el aire de
los pulmones. Inspiré bruscamente mientras intentaba
moverme para comprobar que Meredith estuviera bien.
Ella emitió un quejido y, sobre el suelo, giró y se puso a
tantear mi cuerpo como loca.
—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
Aturdida y con un dolor punzante en las costillas, asentí
de todas formas. Al menos no me había golpeado en la
cabeza, y le había evitado a Dith lo peor del golpe.
Dos figuras encapuchadas emergieron de entre los
árboles. La reacción de los lobos fue inmediata. Raven, con
las patas flexionadas y listo para atacar, no dejaba de
gruñir; Wood se posicionó a su lado, sin transformarse aún
pero igualmente preparado para luchar.
Alexander no estaba con ellos. Giré la cabeza y lo
descubrí varios metros más atrás. Durante unos segundos
contuve el aliento al contemplar su cuerpo desmadejado
sobre la tierra, inmóvil y boca abajo. La ráfaga de viento
debía de haberlo golpeado de lleno.
Cuando un instante después por fin se movió, el alivio
resultó abrumador.
Las dos figuras comenzaron a acercarse. Dith trató de
colocarse frente a mí, pero yo me situé a su lado. La
energía de mi pecho fluyó en lo más profundo de mi pecho
y comenzó a desatarse; mi magia a punto para ser
empleada.
Alexander se movió con rapidez. De un instante al
siguiente pasó de yacer en el suelo a situarse junto a sus
familiares. Los lobos trataron de protegerlo con sus
cuerpos, tal y como había hecho Meredith conmigo, pero él
los rodeó y se colocó en cabeza, erguido y altivo a pesar de
los arañazos de su piel y del desgarrón en su camisa. Casi
como un general en mitad de una cruenta batalla.
Esperaba encontrar llamas lamiéndole la piel, pero su
poder parecía estar contenido.
Quise decirle que tal vez este no fuera el mejor momento
para practicar el autocontrol a pesar de que, de emplearlo,
quizás fuera yo la que no pudiera sobrevivir. Recé para que
no me afectara mientras no decidiera drenar la magia de
algún brujo; después de todo, eso era lo que había hecho en
el despacho: absorber el hechizo de protección.
Esa tarde nos habíamos tocado todo el tiempo y no había
pasado nada, así que tal vez esa fuera la parte de su poder
que trataba de… matarme.
Los recién llegados se detuvieron a varios metros de
nosotros. Sus capas lucían el escudo de Ravenswood, pero
no la estrella de cinco puntas que los hubiera identificado
como miembros del consejo. Así que eran Ibis oscuros
entonces.
—Luke Ravenswood. No esperábamos encontrarnos con
usted en el bosque.
El Ibis que había hablado alzó las manos y se descubrió la
cabeza, pero el resto de su cuerpo continuaba cubierto por
la larga capa. El otro, algo menos corpulento, permaneció
con el rostro entre las sombras.
Alexander se adelantó un paso hacia ellos.
—No habéis dudado en atacar primero y preguntar
después.
—Mis disculpas, señor. —El Ibis se inclinó en una
reverencia formal a pesar de que su mirada mezquina
indicaba que el respeto de su trato resultaba fingido.
Debía rondar los treinta años y llevaba el pelo negro
como el carbón recogido sobre la nuca. Apenas
sobrepasaba a Alexander en unos pocos centímetros de
altura, aunque su constitución era más robusta. Los Ibis no
solo eran brujos entrenados en múltiples disciplinas
mágicas, también eran excelentes luchadores. Ninguno
quería depender exclusivamente de la magia para proteger
a los miembros del consejo o al resto de la comunidad; la
magia podía agotarse, pero no así la fuerza bruta. Si
vaciaban la fuente de su poder, o incluso antes de
permitirse que eso sucediera, no dudarían en enzarzarse en
una pelea cuerpo a cuerpo.
—Han muerto dos alumnos de Ravenswood. —El tono de
Alexander fue acusatorio, ni siquiera se molestó en
disimularlo. Resultaba obvio que no guardaba mejor
opinión de los Ibis oscuros de la que ellos tenían de él.
El brujo, el único que había hablado, echó un vistazo a los
cuerpos. Su mirada desprendía tal indiferencia mientras los
observaba que sentí deseos de abofetearlo. Aquellos
chiquillos eran brujos de Ravenswood, brujos oscuros, y
aunque solo fuera por eso debería haberse mostrado al
menos un poco afectado por sus muertes.
—Varios miembros de la comunidad blanca han sorteado
las guardas de la escuela.
Me encogí al escuchar al guardia confirmar mis
sospechas. Una invasión como aquella tenía que haber sido
autorizada por el consejo y, desde luego, haberse meditado
a fondo; acababan de iniciar una guerra abierta entre las
dos comunidades.
—¿Y qué estáis haciendo al respecto? —les reprochó
Alexander.
Wood, a su lado, apretaba tanto la mandíbula que podía
escuchar sus dientes rechinar. Si Alexander se lo permitía,
no dudaba que el lobo blanco les arrancaría la cabeza solo
por no mostrar más respeto hacia los alumnos fallecidos. Y
mi rabia era tal que no dudaría en unirme a él para
ayudarlo.
El otro Ibis se descubrió al fin. No me sorprendió
comprobar que se trataba de una bruja, ya que sabía que
entre los Ibis también había mujeres, pero esta en concreto
poseía una belleza impactante. Sus rasgos eran delicados y
su rostro desprendía una dulzura muy alejada de la frialdad
de su compañero. Tenía los ojos de un cálido color
chocolate y mechones dorados escapaban del moño situado
sobre su nuca.
Cuando retiró la capa también de sus hombros, dejó a la
vista el cinturón que rodeaba sus caderas y en el cual se
encontraba envainada una espada. La amenaza implícita en
el gesto hizo gruñir a Raven.
—Dos de nuestros compañeros están rastreándolos y los
ayudarán a abandonar los terrenos de la escuela, pero
nosotros no estamos aquí para eso —dijo la mujer, con una
voz suave y engañosa.
Estaba segura de que podía llegar a resultar tan letal
como su compañero, y también de que no estaba hablando
de guiar amablemente a los Ibis blancos a salir de
Ravenswood; más bien, parecía que los ayudarían a
abandonar del todo este mundo.
Alexander había movido las manos de manera que las
palmas quedaran expuestas hacia los dos Ibis. Supuse que
pensaba lo mismo que yo sobre la bruja. Además, me
percaté de que Wood tiraba del faldón de su camisa para
sacársela de los pantalones; un destello metálico fue lo
único que necesité para comprender que también él estaba
armado.
—Venimos a por la bruja blanca. Se nos ha ordenado
escoltarla. —Las miradas de los Ibis recayeron sobre mí.
De inmediato, Raven avanzó y se situó por delante de
Alexander. Chasqueó los dientes y se agazapó con los ojos
fijos en los brujos.
—¿Quién os lo ha ordenado? —preguntó Alexander,
aunque me dio la sensación de que ya conocía la respuesta.
No podía ser Wardwell, acabábamos de estar con ella y, si
hubiera tenido órdenes de retenerme, se hubiera limitado a
sellar su despacho para que no pudiésemos abandonarlo.
—Retira a tus familiares —intervino el hombre, y su
desprecio resultó evidente al mirar a Raven.
—Vete a la mierda —contestó Wood—. No vas a llevártela
a ningún lado. A ninguna de las dos.
La tensión del ambiente se convirtió entonces en una
presencia más. Los tres Ravenswood, dispuestos en un
triángulo por delante de Dith y de mí, formaban una fuerza
a la que temer y parecían estar listos para pelear a la
menor provocación.
—¿Quién lo ha ordenado? —insistió Alexander, con sus
brazos ahora completamente poseídos por una red oscura;
incluso alcancé a ver parte de ella trepando por su cuello—.
¿Y a dónde pensáis llevarla?
¿Me entregaría Alexander? Puede que no se sintiera
inclinado a ceder ante los Ibis, más teniendo en cuenta que,
seguramente, aquellos dos eran los guardias asignados a su
padre. Pero era lógico pensar que haría cualquier cosa para
proteger a los lobos.
Tampoco yo quería que Raven o Wood salieran heridos
por mi culpa. No quería nada de aquello.
El guardia no parecía inclinado a contestar a las
exigencias de Alexander, pero finalmente lo hizo.
—Tobbias Ravenswood. —Bueno, supongo que eso no era
una sorpresa para ninguno—. La escoltaremos hasta el
auditorio. Debe presentarse de inmediato ante él. Los
demás miembros del consejo llegarán muy pronto.
Estaba claro que el desafío de la comunidad blanca no iba
a quedar impune, y si todo el consejo oscuro había sido
llamado a reunirse de urgencia, no tardarían en tomar una
decisión sobre qué hacer al respecto.
Alexander soltó una carcajada que no tuvo nada de
agradable. En realidad, resultó espeluznante. El eco de su
risa reverberó a través del bosque, casi como un reclamo
para otras cosas igual de oscuras que él.
—No va a ir con vosotros.
—Alex —murmuré, titubeante.
Lo mejor para todos era que los acompañase. Se trataba
de dos Ibis. No era que desconfiara de las habilidades de
los lobos o las del propio Alexander, pero no quería más
heridos (o algo peor) en mi conciencia. No por mi culpa.
Además, aquello no le ayudaría en absoluto a mejorar la
relación con su padre.
—No —contestó él, tajante, y esa única palabra me
provocó un extraño escalofrío.
Su voz… Su voz era profunda y distante, como una piedra
golpeando el fondo de un pozo.
Mi magia respondió a ella agitándose. Bulló en mi
interior, lista para desplegarse. No sabía muy bien si era
por la pelea más que probable e inminente o bien porque
Alexander había comenzado a invocar su propio poder y el
mío estaba respondiendo a él.
Hice amago de adelantarme, pero Dith me agarró del
brazo y negó con la cabeza.
—Debería ir —afirmé, y mis ojos le transmitieron lo que
no quería decir en voz alta.
«No permitiré que te hagan daño. A ninguno de
vosotros».
Dith no me soltó, y el vínculo (esa unión que existía entre
nosotras más allá del mero hecho de ser familiar y
protegida) también le permitió a ella replicar con una
mirada silenciosa: «Yo tampoco dejaré que nada ni nadie te
hiera».
—La escoltaremos de vuelta —insistió el Ibis.
Wood rio, pero no fue diversión lo que resonó a través de
sus carcajadas.
—¿Y la protegeréis como a estos alumnos?
El guardia se adelantó un paso en su dirección. Un odioso
desprecio se reflejaba en cada uno de sus movimientos,
como si apenas soportase mirar al lobo blanco. Parecía
dispuesto a desafiarlo en cualquier momento y estaba
segura de que, en el fondo, ansiaba que se desatara una
pelea.
—¿De verdad crees que voy a justificarme frente a
alguien como tú? —escupió el Ibis—. Si piensas que alguno
de los nuestros ha olvidado lo que hiciste para convertirte
en un familiar…
—Cállate —ladró Wood, y su furia era ahora aún más
intensa, si es que eso era posible.
Pero el guardia no se amedrentó.
—Atentaste contra la vida de los fundadores de esta
academia, tus padres. Y casi los mataste…
Raven gruñó y a mí se me escapó un jadeo. ¿Wood había
intentado matar a sus propios padres? Eso, sin duda, era
motivo más que suficiente para ser condenado a morir y
convertirse en familiar. Pero, si Raven también había sido
condenado con él, ¿significaba que también había
participado en ello? No lo creía capaz. A ninguno de los dos
en realidad. Wood no era mi persona favorita en el mundo,
pero aquello…
No, tenía que haber otra explicación.
Miré a Dith y ella negó. No sabía si porque intentaba
decirme que no era lo que yo creía o bien porque ella
tampoco sabía nada de aquello.
—¡Basta! —intervino Alexander. Wood se había quedado
lívido y en silencio. Había tanto dolor en sus ojos azules
que no supe qué pensar—. Danielle no va a ir con vosotros.
La mano del Ibis se perdió en el interior de su capa, pero,
aun así, ninguno de los Ravenswood se movió.
—No puedes enfrentarte a nosotros —terció la bruja.
Alexander ladeó la cabeza y su cuello crujió. Aunque
apenas veía su perfil desde donde estaba, me dio la
sensación de que la oscuridad empezaba a apoderarse
incluso de su rostro.
—Tobbias os habrá contado de lo que soy capaz —dijo con
la voz carente de emoción, dura y afilada como el mejor
cuchillo—. Así que… sí, sí que puedo enfrentarme a
vosotros y lo haré si no desistís.
—Alex, puedo ir con ellos. No me pasará nada —traté de
disuadirlo, pero ni siquiera creo que me estuviera
escuchando. Tampoco Wood, en realidad. Ni siquiera
parecía ya que Raven me estuviese prestando atención.
Aquello se había vuelto mucho más personal para ellos.
—Regresad por donde habéis venido —continuó
advirtiéndoles, una de sus manos ya elevándose. Apuntó
directamente a los Ibis—. Decidle a mi padre que, si la
quiere, tendrá que venir él mismo a buscarla.
Y entonces, tal y como había temido, todo se fue al
infierno.
44

Alexander
La oscuridad se estaba apoderando de mí y yo se lo estaba
permitiendo. Puede que fuera la primera vez que cedía de
una manera tan perfectamente calculada cada centímetro
de mi piel, que me rendía sin concesiones. Sin dejar atrás
siquiera un delgado hilo que me permitiera regresar más
tarde.
Resultaba… liberador, al menos en cierta medida.
Pelear continuamente conmigo mismo y con lo que
habitaba en la parte más profunda de mi pecho era
agotador. Pero, fuera como fuese, no pensaba permitir que
los guardias de mi padre continuaran insultando a mis
familiares y tampoco que arrastraran a Danielle hasta él;
solo Dios sabría qué tenía preparado para ella.
En cuanto me moví, toda la tensión que se había ido
acumulando en aquel rincón perdido del bosque explotó en
mil pedazos. Wood prácticamente saltó sobre el guardia
fanfarrón que había estado provocándolo. Ni siquiera se
molestó en hacerlo en su forma animal. Disfrutaba
demasiado con la lucha cuerpo a cuerpo e iba a aprovechar
la ocasión para desahogar su frustración y años de
represión forzada.
La bruja Ibis, en cambio, se centró en mí. Era más
pequeña y ágil, y posiblemente más letal que su
compañero. Se deslizó en mi dirección con gracia y me
lanzó una nueva ráfaga furiosa de viento, pero esta vez
estaba preparado. Giré sobre mí mismo y me situé tras un
tronco que se llevó la peor parte del impacto. Apenas si
hubo pasado, yo ya estaba otra vez frente a ella. Sabía que
no invocaría su elemento de nuevo tan pronto.
Los Ibis, aunque poderosos, medían muy bien el uso que
hacían de su magia para no agotarse. Por eso se les
entrenaba tan bien para la pelea y, también por eso, jamás
aparecían en público sin llevar sus armas consigo. Si las
cosas se ponían feas, empleaban su elemento para dar el
golpe de gracia, pero, mientras, atacaban con su cuerpo o
bien trataban de lanzar algún tipo de hechizo ofensivo que
no los desgastara en exceso.
Sin embargo, yo también me sabía unos cuantos.
A mi espalda escuché un murmullo repetitivo, un cántico.
El aroma de la magia de Dith flotó hasta mí y no tardé en
percibir cómo me cubría. Una delgada película me envolvió
de pies a cabeza y supuse que había lanzado un hechizo de
protección sobre mí; seguramente, también sobre los lobos.
Muy pronto, la voz de Danielle se unió a la suya y casi
pude saborear la frescura de su magia sobre la punta de
lengua. Pero a ella… A Danielle además podía sentirla con
una claridad e intensidad inauditas.
Su magia era como un maldito faro en la oscuridad (en mi
oscuridad). A pesar de que no se encontraba en mi campo
de visión, era perfectamente consciente de que se hallaba
varios metros por detrás de mí. Sus dudas, su
preocupación, su miedo y, sobre todo, la energía emanando
de ella con tanta fuerza que casi parecía que me
pertenecieran. Un imán que tiraba de mi cuerpo, pero al
que sabía que no debía prestar atención en ese momento.
No podía simplemente tratar de vencer a la Ibis
drenándola. Aunque ese fuera el camino más corto para
salir de aquella situación, no me arriesgaría después de lo
que había sucedido en el despacho de Wardwell. Estaba
claro que existía alguna clase de lazo entre Danielle y yo,
entre mi oscuridad y su luz, y que el acto de absorber
cualquier magia o hechizo tendría consecuencias sobre
ella.
—Es solo una bruja blanca —murmuró la mujer—.
Entrégala.
Me reí. O más bien la cosa dentro de mí lo hizo.
El veneno oscuro estaba en mi piel, sobre mi cara,
ganándole terreno a mi voluntad. Si la pelea se alargaba,
acabaría por transformarme por completo.
Canturreé entre dientes un viejo hechizo. Las palabras,
en latín, atravesaron mis labios y fluyeron junto con parte
de mi reserva de energía, una parte mínima en realidad.
Pero no estaba seguro de cuánto de mi poder podía
emplear sin poner a Danielle en peligro.
De igual forma, el hechizo surtió efecto y le arrebaté la
vista a la bruja, que tropezó al intentar alejarse de mí a
ciegas. Podía haberla rematado entonces, mi parte más
oscura quería hacerlo, ansiaba hacerlo. Pero me dije que yo
no era la clase de monstruo que mi padre creía que era y
no le daría esa satisfacción.
—Vete ahora. No puedes ganar —le advertí.
La bruja se rehízo y dejó caer su capa al suelo. Sus labios
se movían a toda velocidad; no tardaría en encontrar el
modo de suprimir mi hechizo y recuperar la visión.
Eché un rápido vistazo a Wood. El muy cabrón portaba
dos de sus armas favoritas, un juego de dagas gemelas que
contaban al menos con un par de siglos de antigüedad. El
guardia con el que estaba luchando había desenvainado
también su elegante y afilada espada. Fintó a su derecha y
lanzó un golpe, pero Wood llevaba siglos entrenándose y
sus instintos eran los de un lobo, no lo engañaría con
facilidad.
Raven rondaba en torno a ambos. Aprovechó que el Ibis
se había centrado en su gemelo para escabullirse a su
espalda y sus mandíbulas se cerraron sobre la pierna del
brujo. El tipo ni siquiera se inmutó. Se limitó a resistir el
tirón de Raven y a no permitir que lo desestabilizara.
Esa era otra de las múltiples particularidades de aquellos
brujos guerreros: el dolor les era casi ajeno. Pelearían sin
detenerse ante nada ni mostrar debilidad, hasta que sus
huesos se fracturaran o sus músculos cedieran y no les
permitieran sostenerse.
Resultaba enfermizo.
Mi atención regresó a la bruja; sus ojos se aclaraban
segundo a segundo.
No quería tocarla. Pese a que en los últimos días eso no
había sido un problema con Danielle, esa limitación estaba
demasiado arraigada en mí. De todas formas, ella también
se estaba ocupando de mantenerse a distancia. Mi padre
debía de haberlos puesto al día de mis habilidades, sin
duda.
Necesitaba inmovilizarla.
Era el único brujo de mi linaje que contaba con dos
elementos como fuente de poder. Fuego y tierra. Quizás
porque, desde mi nacimiento, había quedado ligado
también con dos familiares en vez de uno y ellos a su vez
empleaban dos elementos distintos entre sí.
Opté por usar mi afinidad con el elemento de Wood.
Recité otro hechizo y raíces brotaron de entre la tierra. La
mujer se movió entre los árboles sin aparente esfuerzo
mientras los esquivaba, así que tiré un poco más de mi
poder. La piel de la cara se me tensaba más y más por
momentos, cambiando, transformándose en esa otra cosa
que era y no era yo.
Nuevas raíces se alzaron y serpentearon en busca de las
piernas de la bruja, pero ella las evitó una tras otra con una
agilidad admirable. Fue hacia la izquierda, demasiado
cerca de donde se encontraban Danielle y Dith, y yo giré
con ella.
Danielle inspiró con brusquedad cuando mi rostro le
quedó a la vista. La sorpresa fue patente en su expresión,
aunque me desconcertó que no mostrara terror o, lo que
hubiera resultado aún más lógico, repugnancia. Pero no me
detuve a pensar en lo que estaría viendo. Yo ya sabía el
aspecto que tenía, lo que parecía cuando el cambio se
operaba por completo; Raven me había detallado de forma
minuciosa lo sucedido con mi madre una vez que creyó que
tenía edad para comprenderlo y aceptarlo.
Y ahora Danielle también lo sabía.
Avancé a grandes zancadas hacia la Ibis. Murmuraba de
nuevo y no pensaba permitir que terminara de formular el
hechizo que fuera que estaba invocando. Mientras me
acercaba, Danielle se movió también hacia ella y Dith no
pudo hacer nada por retenerla.
Raven apareció de la nada y se interpuso entre las dos.
Saltó sobre la guardia, sus patas delanteras directas hacia
su pecho y los dientes buscando su garganta. Pensé que la
destrozaría; sin embargo, los colmillos del lobo no llegaron
a alcanzarla. Raven emitió un quejido de dolor y cayó a
plomo sobre el terreno. Wood gritó y también lo hizo
Danielle, y yo perdí cualquier rastro de cordura y control al
escuchar el lastimero sonido que emitió mi familiar. Mi
visión enrojeció.
Era consciente de lo que eso suponía.
—Tú —hablé, pura furia y oscuridad brotando de mi
garganta.
De todo mi cuerpo.
De mis entrañas. Mi pecho. Mi corazón.
Danielle estiró las manos en dirección a la bruja,
dispuesta a luchar, y eso me empujó aún más allá de
cualquier límite que me hubiera autoimpuesto con
anterioridad.
—¡Drénala! ¡Hazlo ahora, joder! —escuché gritar a Wood
desde algún lugar por detrás de mí.
El suelo comenzó a vibrar y supe que también él estaba
perdiendo el control. Pero incluso devorado por la
oscuridad, fui consciente de que no había hablado con
Wood de lo sucedido en el despacho; él no sabía las
consecuencias que eso podría traerle a Danielle.
—Hazlo, Alex —me exigió también ella. Al parecer, no le
importaba lo que le sucediera.
Raven yacía inmóvil a los pies de la Ibis. La sangre
manchaba su pelaje oscuro alrededor del cuello y también
el suelo. Sangre Ravenswood. No había otra cosa que
deseara más que ir hasta aquella bruja y arrebatarle hasta
la última gota de magia de sus venas, de su carne, de su
alma.
Pero incluso transformado por completo, con oleadas de
una profunda y furiosa oscuridad rodeándome y el poder
emanando de mi piel, una parte mínima de mí aún
recordaba que no debía drenarla.
Sabía lo que mi poder le haría a la guardia. Lo que me
haría a mí y en qué me convertiría.
Así que, durante unos segundos, titubeé y no fui capaz de
moverme. Estaba paralizado y trataba de tomar una
decisión imposible. Y, mientras yo dudaba, todo empeoró
aún más si cabe.
La bruja se abalanzó sobre Meredith, le rodeó el cuello
con un brazo y la colocó delante de su cuerpo como si de
un escudo humano se tratase.
—Si os acercáis, le rompo el cuello. —Miró a Danielle—.
Tú no querrías eso, ¿verdad?
Danielle bajó las manos muy despacio al tiempo que los
sonidos procedentes de la pelea entre Wood y el Ibis
también cesaban de forma brusca. La atención del lobo
blanco estaba centrada ahora en Dith y en Raven, que yacía
en el suelo inmóvil, aunque su pecho subía y bajaba con
suavidad. Demasiado despacio en realidad.
—No le hagas daño, por favor —rogó Danielle a la bruja
—. Iré contigo. Haré lo que quieras.
—No —jadeó Dith, pero la Ibis afianzó el brazo que
mantenía alrededor de su cuello y apretó hasta que su
rostro enrojeció.
Colocó la otra mano estirada junto a su oreja. No la
estaba tocando, pero en cualquier momento podría lanzar
un golpe de magia y, si empleaba su elemento con
suficiente fuerza, le volaría la cabeza a Meredith.
—¡Suéltala, maldita sea! —rugió Wood.
El Ibis lo golpeó en el estómago con tanta fuerza que lo
dobló por la mitad, pero Wood no hizo nada para
defenderse. Permitió que lo agarrara del cuello con una
mano y lo sostuviera a un lado mientras que alzaba la otra
mano y conjuraba un muro de fuego alrededor de su
compañera. Muy pronto, las llamas aislaron a la Ibis y a
Dith del resto de nosotros.
—No podrás escapar de mí —la amenacé con esa otra voz
profunda, rica y oscura—. Te perseguiré y te cazaré, y
luego dejaré que mi oscuridad disfrute de cada segundo
que pase torturándote.
—Haré lo que quieras —intervino Danielle, desesperada.
Había verdadero pánico en sus ojos. Se arrodilló junto a
Raven sin apartar la mirada de Meredith y de la guardia—.
Solo suéltala y déjame… deja que ayude a Raven.
Danielle me lanzó una mirada rápida y, de algún modo,
supe lo que significaba. Iba a emplear su magia para tratar
de curar al lobo. Incluso en esa situación, aterrada por la
posibilidad de que le pasara algo a su propio familiar y por
lo graves que pudieran ser las heridas de Raven… Incluso
conmigo convertido en una criatura de aspecto horrendo,
más lejos de mí mismo de lo que nunca lo había estado, su
mirada me recordó lo que me había dicho pocas horas
antes: «No te tengo miedo».
—Voy a retroceder —anuncié, para evitar que mis
movimientos provocaran a la guardia.
Di un paso atrás. Luego otro, y otro más. No podía
abandonar aquel sitio y no estaba seguro de lo que la
magia de Danielle podría desatar en mí. Incluso sin usarla
más allá de un simple hechizo de protección, percibía el
latido de un torrente en su pecho cantando para mí.
Llamándome.
«Poder. Magia. Tómala. Tómala. Tómala. Es tuya. Te
pertenece».
Recé para que darle algo de espacio resultara suficiente.
—No tenemos tiempo para esto —intervino el otro
guardia, su mano aún en torno al cuello de Wood.
El lobo le gruñó, pero eso fue cuanto hizo.
—Por favor —suplicó Danielle.
Sin llegar a tocar a Raven, estiró poco a poco los dedos
sobre su manto de pelo oscuro. Le temblaban las manos.
La Ibis cruzó una mirada con su compañero y, tras unos
segundos de intercambio silencioso, este se movió para
acercarse a ella arrastrando a Wood consigo.
—El lobo no es importante. No podemos esperar —
sentenció la guardia—. Ponte en pie, tenemos que irnos
ahora.
—Pero él… él es un Ravenswood —balbuceó Danielle.
Rogando. Estaba rogando por Raven a pesar de que el daño
físico no podía ser mortal para un familiar—. Está herido y
yo puedo ayudarlo.
—Ponte en pie.
Danielle no obedeció. Deslizó una mano a lo largo del
cuello de Raven hasta llegar a su pecho y la levantó para
mostrársela a la guardia. Estaba llena de sangre.
La visión me hizo apretar los dientes y la cosa dentro de
mí rugió como un animal acorralado. La piel me ardía de
impotencia, literalmente supongo, y la oscuridad me exigía
que actuara, que cediera ante ella. Ni siquiera sabía muy
bien cómo estaba siendo capaz de mantener el control.
El Ibis estampó a Wood contra el tronco de un árbol y le
advirtió que no hiciera ninguna tontería. En todo momento
mantuvo el círculo de fuego en torno a su compañera. No
podría hacerlo por mucho tiempo más sin agotarse, pero no
parecía que lo fuera a necesitar. Mientras tuvieran a Dith,
estábamos atados de pies y manos.
—Si no te levantas ahora mismo, tu familiar… —La
guardia enmudeció de repente. Abrió los ojos como platos y
su cuerpo comenzó a convulsionar. El brazo que mantenía
sujeta a Dith resbaló por su hombro, liberándola.
Con un jadeo, Meredith cayó de rodillas sobre el suelo.
Escuché al otro guardia mascullar una ristra de
maldiciones seguido de un fuerte golpe, pero yo no podía
apartar la vista de la imagen de la Ibis.
Durante un momento, todo lo que pude ver fue el agujero
en su pecho y… su corazón flotando en el aire, chorreando
sangre y aún latiendo, como si hubiera decidido saltar
fuera de su cuerpo por sí solo. Un instante después, unos
dedos se materializaron en torno al órgano, una mano que
lo mantenía sujeto. Luego un brazo y un hombro. Hasta que
una figura completa tomó forma frente a mis ojos.
Su rostro… Yo conocía ese rostro, había retratos de él en
la mansión.
—Elijah Ravenswood. —El nombre abandonó mis labios
en una exhalación suave y temblorosa, apenas un susurro, y
él desvió la vista hacia mí.
Ninguno de los presentes se atrevió a moverse, aunque
resultó obvio que todos lo habíamos visto aparecer de la
nada; también lo que le había hecho a la Ibis. Y, desde
luego, todos escuchamos muy bien lo que dijo a
continuación:
—La sangre de los Ravenswood nunca debería
derramarse en este bosque.
45

No supe muy bien cómo estaba manteniendo la cordura a


pesar de todo, pero me enorgulleció no ponerme a gritar en
cuanto el fantasma de Elijah Ravenswood se manifestó
frente a mí y le arrancó el corazón a la Ibis que retenía a
Dith. Aunque, en realidad, primero había visto el corazón
saltando fuera de su pecho y luego había sido la figura de
Elijah la que había aparecido ante mis ojos.
Bien pensado, no tenía muy claro que un fantasma
pudiera llevar a cabo algo como lo que él había hecho, pero
eso no era algo de lo que fuera a preocuparme por el
momento. Tampoco pensaba pararme a analizar el nuevo
aspecto de Alexander; ya habría tiempo de plantearme todo
aquello después, así como el hecho de que no era capaz de
sentirme mal por el final que había tenido la bruja Ibis, me
convirtiera eso en lo que me convirtiese.
La guardia no había dudado en herir a Raven, y la sangre,
aunque manaba ahora en menor cantidad, continuaba
fluyendo y ya había formado un charco bajo su cuerpo.
Aparté la vista de Elijah y me centré en el lobo negro.
—No lo toques —me ordenó su antepasado, y tuve que
levantar la vista de nuevo.
Elijah Ravenswood resultaba perturbador, y no me refería
a que acabase de arrancarle el corazón del pecho a una
bruja haciendo uso solo de sus propias manos, ni tampoco
al detallito de que el tipo estuviese muerto; como tres
siglos muerto.
Su expresión carecía de cualquier rastro de bondad.
Compartía el color de pelo con Raven, pero ahí acababan
las similitudes entre los dos. Y aunque su postura sí que me
recordaba en algo a la pose exigente que Alexander
adoptaba a veces, nunca el brujo, por muy irritante que me
hubiera resultado, había sido tan condenadamente cruel y
sanguinario como Elijah en ese momento.
Ni siquiera transformado, con toda aquella oscuridad
rodeándolo, Alexander podía competir con su antepasado.
Pero eso daba igual, todo daba igual ahora. Raven no
tenía tiempo. La daga que yacía ahora junto al cuerpo de la
guardia estaba brillando, y eso solo podía significar una
cosa.
—Me da igual quién o qué seas —dije, con una dura
serenidad que nadie esperaría de mí, ni siquiera yo misma
—. Esa daga está hechizada. Hay magia en ella y, por si no
lo sabes, eso quiere decir que puede matar a un familiar.
No vas a impedirme que ayude a Raven.
Nada de aquello tenía que haber sucedido. Raven no
debería estar tirado sobre el fango de ese bosque,
perdiendo la vida segundo a segundo a través de la
profunda puñalada que la Ibis le había asestado en el pecho
cuando él había tratado de defenderme. Ravenswood no
era mi lugar y, de no haber huido de Abbot y acabado allí,
Raven estaría bien.
Con las manos revoloteando a apenas unos centímetros
del pelaje de Raven, miré a Alexander en busca de su
aprobación. Aunque lo haría de todas formas, quería que él
confiara en mí para ayudar a su familiar. De verdad que
deseaba que lo hiciera.
Alexander se encontraba a varios metros, junto a un Wood
que lucía como si fuese a él al que hubiesen acuchillado. El
brujo oscuro continuaba con aquella… forma, pero me
obligué a no parpadear siquiera mientras esperaba una
señal por su parte. Le daría unos segundos y luego me
ocuparía de Raven dijera lo que dijese, y me enfrentaría a
cualquiera que intentara interponerse en mi camino. Tenía
que arreglar el desastre que yo misma había provocado; de
ninguna manera Raven (un lobo, un brujo con siglos de
antigüedad, un familiar y la persona más buena que
conocía), iba a morirse en mitad de aquel maldito bosque.
—Haz lo que tengas que hacer —aceptó Alexander
mientras retrocedía varios pasos para alejarse aún más de
mí.
Asentí con solemnidad.
Raven era para él algo más que un simple familiar, era su
familia, y me estaba confiando su vida a pesar de ser la
única culpable de que estuviésemos en esa situación. De
todos los presentes, yo era la más cualificada y dotada para
sanarlo, y supuse que Alexander debía de sentirse
impotente y, más que nunca, frustrado por ser parte de un
sistema que no le había provisto de medios adecuados para
afrontar algo así. Alexander era más poderoso que yo, no
tenía dudas; sin embargo, ahora mismo no tenía ni idea de
qué hacer. Ni siquiera estaba segura de que, en su actual
estado, pudiera llevar un acto tan desinteresado como era
el de sanar a alguien.
Aquello requería de magia blanca y él era el vivo reflejo
de la mayor oscuridad que pudiera existir en el mundo. Y
por mucho que en ocasiones la magia fuera manipulable,
dudaba que fuera a funcionar en su caso.
A su lado, Elijah me observaba con expresión desdeñosa,
como si yo fuera alguna clase de bicho que desease
exterminar. Ni siquiera había soltado el corazón
ensangrentado de la Ibis.
Procuré no pensar en lo espeluznante de la situación
mientras colocaba las manos sobre la herida del pecho de
Raven.
Dith se arrodilló a mi lado.
—Ha perdido mucha sangre, Danielle, y la daga…
—Puedo ayudarlo —la corté.
La alternativa no era algo que desease plantearme.
Un sudor frío se deslizó por mi espalda cuando le tomé el
pulso a Raven y me di cuenta de lo débil que estaba. Todo
mi cuerpo tembló mientras tiraba del núcleo de mi magia y
mis manos, hundidas entre su carne abierta, prácticamente
destellaron por la intensidad de la energía que las atravesó.
Casi esperaba que Alexander sufriera uno de sus ataques y
se lanzara sobre mí para drenarme. O que también
empezara a asfixiarse como había sucedido conmigo.
Nada de eso ocurrió, pero, aunque me concentré y
empecé a murmurar el hechizo de curación más potente
que conocía, no pude abstraerme lo suficiente como para
evitar escuchar lo que Elijah les estaba diciendo a los
Ravenswood.
—El verdugo se encuentra aquí. Está listo para comenzar
su labor e instaurar un nuevo equilibrio. Es el momento
adecuado para que la oscuridad resurja y reine por fin. Tú
—prosiguió, y no supe a quién de los dos se refería, si a
Alexander o a Wood, ya que no quise apartar la vista de lo
que estaba haciendo. Lo que sí me quedó claro fue que su
versión del equilibrio no tenía nada que ver con la mía—
debías ayudarlo, pero has hecho esto.
El fantasma, o lo que quiera que fuera Elijah
Ravenswood, continuó farfullando cosas sin demasiado
sentido, al menos para mí. Tal vez lo de vagar entre
mundos durante un par de siglos le había soltado algún
cable en la cabeza o quizás solo era su afición por la magia
de sangre lo que lo había convertido en un tarado, pero no
había duda de que estaba divagando.
Ignoré el sonido de su voz y me forcé a tirar más rápido
aún de mi magia para llevarla hasta mis dedos. Sin los
ingredientes adecuados para potenciar el hechizo, y
teniendo en cuenta lo profunda que era la herida (y que no
sabía de qué forma estaba hechizada la daga), me estaba
costando mucho unir los bordes y detener la hemorragia
del todo, pero igualmente me empleé a fondo.
Contaba con todo un torrente de energía en mi pecho que
fluía y fluía casi sin fin. Nunca en toda mi vida había
dispuesto de tal cantidad de magia, de eso estaba segura.
Alexander y yo íbamos a tener que sentarnos y compartir
una larga charla para intentar comprender qué demonios
me había hecho. Sin embargo, en ese instante, todo aquel
poder estaba resultando vital para que el agotamiento no
hiciera mella en mí, así que no pensaba quejarme.
—Lo estás consiguiendo —me animó Dith, que también
susurraba un conjuro propio para reforzar el mío—. Lo
estás haciendo.
No tuve que mirarla para saber que había lágrimas en sus
ojos, al igual que estaba segura de que la humedad que
cubría mis mejillas tenía el mismo origen. Tanto Dith como
yo, de algún modo, habíamos acabado adorando a Raven y
sintiéndolo como un miembro más de nuestro particular
aquelarre, parte de nuestra familia; no importaba que eso,
en nuestro mundo, no fuera posible bajo ningún concepto.
Y, ahora mismo, tampoco me importaba lo que Raven
hubiera hecho para convertirse en familiar.
Escuché un suspiro cargado de amargura y preocupación
(Wood, seguramente) y eso me empujó a redoblar los
esfuerzos y seguir extrayendo más y más magia de mí.
Funcionaría, tenía que funcionar. Cerraría la herida y
luego, cuando pudiésemos llevar a Raven hasta la casa,
buscaría la manera de reponer la sangre que había perdido
y de anular por completo los efectos de mágicos de la daga,
si es que quedaba algún rastro de ellos. Raven se curaría
porque era un lobo y un familiar, y una persona increíble
que yo no estaba dispuesta a dejar morir. No podía. No
hubiera sido justo.
Apenas fui consciente del tiempo que pasé encorvada
sobre el cuerpo de Raven con las rodillas hincadas en el
suelo húmedo y fangoso y repitiendo el hechizo una y otra
vez, hasta que las palabras apenas si parecían tener
sentido y mis manos eran poco más que dos garras que se
agarraban a Raven sin control alguno. Tampoco estaba
segura de la cantidad de magia que requirió, ni de si
quedaría algo de mí después de aquello. Solo sé que,
cuando la herida no fue más que un grueso pliegue rosado
sobre la piel del lobo, los sonidos de lo que me rodeaba
regresaron por fin y escuché a Dith llorando, rogándome
que parara.
Me palpitaba la cabeza, estaba empapada en sudor y,
posiblemente, a punto de perder la conciencia. Retiré muy
despacio los dedos agarrotados del pelaje de Raven,
cubierto en parte de sangre coagulada, y me desplomé
hacia un lado, completamente exhausta. Unas manos me
retuvieron antes de que mi cabeza golpeara el suelo y, un
momento después, alguien me envolvió en un abrazo cálido
y reconfortante. Dulce y cuidadoso.
A esas alturas, ni siquiera me hubiera importado que
fuera Elijah quien estuviera cuidando de mí. Yo apenas era
capaz de enfocar la vista y respiraba solo de forma
superficial; además, las extremidades me pesaban una
tonelada cada una y mi garganta estaba tan seca que no
estaba segura de ser capaz de volver a tragar nada sólido.
En resumen, estaba hecha una auténtica mierda y, con mi
reciente historial, eso era todo un récord.
—No puedo… más —mascullé, dolorida y al límite de la
consciencia.
—Shhh… Está bien. Raven estará bien —susurró esa voz
que tanto me sacaba de quicio a veces pero que ahora me
hablaba con suavidad y ternura—. Todo está bien, Danielle.
Quise creerlo, de verdad que sí, aunque solo fuera porque
Alexander estaba siendo amable conmigo por una vez y eso
era todo un acontecimiento que me hubiera gustado tener
la oportunidad de celebrar.
Cerré los ojos, me permití hundir la cara en su pecho e
hice un último esfuerzo para llenarme los pulmones con
aquel aroma salvaje y antiguo. El olor de un bosque que
casi parecía ser parte de mí.
Mientras Alexander me acunaba, había un montón de
cosas que estaba deseando preguntarle. Lo último que
pensé, justo antes de desmayarme, fue que debería
haberme preocupado el hecho de que el tipo que me
mantenía sobre su regazo, y que me estaba abrazando
como si yo realmente le importase, tuviera el aspecto de
algo salido del mismísimo infierno.
Y no, esta vez no era una forma de hablar ni uno de mis
sarcasmos.
Por fin había visto en toda su gloria eso que había dentro
de Luke Alexander Ravenswood, y la cuestión era que se
parecía mucho a un verdadero… demonio.
Me despertaron demasiado pronto. Quería (necesitaba)
seguir durmiendo. No me importaba dónde estuviéramos ni
lo que había sucedido. El dolor en cada músculo resultaba
atroz y perder el sentido era la única opción atractiva en
ese momento.
—No podemos cargar con los dos… Y no podemos dejar a
ninguno aquí solo y desprotegido —escuché que decía
alguien, Wood tal vez. Estaba demasiado aturdida para
estar del todo segura.
Traté de dejarme ir de nuevo, aunque sentía un suave
zarandeo y escuché a otra persona llamándome. Quien
quiera que fuese, resultaba un verdadero fastidio.
Todo lo que anhelaba era echar una cabezadita, ¡por
Dios!
—Quiero… dormir —articulé con un hilo de voz—. Solo
cinco minutos más, por favor.
—No puedes hacerlo aún. Vamos, Danielle, necesitamos
que te levantes. Yo lo necesito.
Quise reírme. Aunque parecía ser Alexander quien había
hablado, dudaba mucho que él necesitara nada de mí, por
muy jodidas que estuvieran las cosas. Pero entonces
recordé el bosque, los Ibis, a Elijah Ravenswood y la herida
sangrante en el pecho de Raven.
«Raven».
La preocupación me obligó a levantar los párpados.
Alexander se encontraba a mi lado y aún me mantenía
rodeada con sus brazos. Aunque ya se había deshecho de la
oscuridad, su expresión era sombría y estaba cargada de
preocupación. Tiró un poco de mí para ayudarme a
sentarme y los pinchazos de dolor se sucedieron en
oleadas.
Tuve que cerrar los ojos durante un instante para evitar
vomitar el contenido de mi estómago.
—¿Qué…? —Me puse a toser con tanto ímpetu que pensé
que los pulmones terminarían saliéndoseme por la boca. Ni
siquiera me molesté en abrir los ojos de nuevo.
—Tranquila, inspira despacio. —Eso era lo que intentaba,
aunque resultaba obvio que no lo estaba consiguiendo—.
Tenemos que llevaros a Raven y a ti a casa, pero… —Hizo
una pausa y escuché unos susurros. Quería ceder al sueño
y mandarlo todo a la mierda, pero me obligué a resistir—.
¿Danielle? Tienes que caminar. Raven sigue transformado
en lobo y no podemos cargar con ambos.
—No va a poder andar. —Fue Dith quien habló esta vez, y
había tanto sufrimiento e inquietud en su voz…—. Está
demasiado débil, Alex.
—Lo arreglaré. Os he dicho que funcionará.
—¿Has hecho algo así antes?
No sabía de qué estaban hablando ni tampoco llegué a
escuchar la respuesta a esa última pregunta. Lo siguiente
que supe fue que una mano se extendía sobre mi estómago.
El aroma a bosque se intensificó y una descarga de energía
pura me recorrió de pies a cabeza, músculo a músculo.
Célula a célula. Fue como si un rayo me atravesara y
quemara cada parte de mí.
Y dolía, joder cómo dolía.
—¡Mierda! —gruñí, sintiéndome morir.
Aun así, me las arreglé para, de alguna manera, percibir
la presencia de Dith junto a mí.
—Danielle, ¿estás bien?
—Estupenda. —Prácticamente, vomité esa única palabra.
Era mentira, claro. No había nada estupendo en mí en ese
instante; sin embargo, de repente el núcleo de mi pecho
destelló con fuerza a pesar de que juraría que lo había
agotado casi por completo.
Abrí los ojos y eché un vistazo a mi alrededor. Raven
continuaba en el suelo, aún en su forma animal e
inconsciente, aunque su pecho subía y bajaba a un ritmo
aparentemente normal. Wood estaba acuclillado a su lado y
con una mano acariciaba sin pausa el costado de su
gemelo. No había rastro del brillo burlón en los ojos del
más gamberro de los gemelos; no quedaba nada de
diversión ni de esa arrogancia innata que el lobo blanco
exhibía siempre, y eso decía bastante de lo jodidos que
debíamos de estar.
Cerca de ellos, el cadáver de la guardia Ibis yacía boca
abajo. El agujero de su espalda se apreciaba con claridad.
Su ejecutor, Elijah Ravenswood, no estaba por ningún lado.
Debía de haber regresado a donde quiera que fueran los
fantasmas en su tiempo libre. No lo sabía y tampoco me
importaba.
El otro guardia continuaba inconsciente. Supuse que
Wood lo había derribado en cuanto Dith dejó de estar bajo
la influencia de su compañera.
—No tardará en despertar —dijo Alexander, al descubrir
el rumbo de mi mirada—. Tenemos que irnos ya.
Volví la vista hacia él, pero Alexander evadió mis ojos en
un rápido movimiento. A pesar de que mantenía una mano
sobre la parte baja de mi espalda, no había ya ninguna
calidez en aquel contacto. Tal vez, al arrancarme casi hasta
la última gota de magia para sanar a Raven, me había
dedicado a alucinar con un Alexander todo bondad y
dulzura. Prueba de ello fue que, enseguida, le hizo un gesto
a Dith para que me ayudara a levantarme y prácticamente
me empujó en sus brazos para deshacerse de mí.
Estaba demasiado cansada para protestar o echárselo en
cara; de no ser así, y no estar hasta el cuello de mierda, me
hubiera asegurado de darle una patada en su pomposo y
arrogante trasero.
46

Conseguir llegar al campus supuso toda una hazaña. El


bosque estaba demasiado silencioso y sombrío, pero al
menos tuvimos la suerte de no cruzarnos con nadie.
Ninguno de nosotros olvidaba que había otros brujos allí
(brujos que seguramente eran Ibis blancos) y no dijimos
una palabra mientras nos arrastrábamos entre los árboles.
Tuvimos que dejar atrás los cuerpos de los dos
estudiantes carbonizados. Dith, Alexander y Wood se las
arreglaron para cargar con Raven mientras yo luchaba por
no derrumbarme sobre el suelo y acurrucarme bajo un
árbol hasta que el cuerpo dejara de dolerme. Cuando por
fin atravesamos el umbral de la casa de los Ravenswood,
todos estábamos agotados, cubiertos de barro, algunos
también de sangre, y muertos de preocupación.
El largo trayecto me permitió cavilar acerca de las
muchas consecuencias que podía tener aquello para todos.
Aunque hubiera sido Elijah quien había asesinado a la Ibis,
no estaba segura de que alguien fuera a creérselo, incluso
teniendo en cuenta que el padre de Alexander, al parecer,
conocía las idas y venidas como fantasma de su
antepasado, así como sus macabras aficiones. Apostaba a
que elegiría culpar a su hijo de aquella muerte. O a mí.
—Deberías ducharte y descansar un poco —sugirió Dith
en cuanto hubieron acomodado a Raven en la cama de su
dormitorio.
A decir verdad, sonó más como una orden, y su actitud
había sido extrañamente distante después de lo ocurrido en
el bosque.
—No. Raven necesita… Necesita… —Me froté las sienes y
traté de recordar algún hechizo que pudiera ayudarlo a
recuperarse con mayor rapidez. Su cuerpo estaba
demasiado frío, seguramente por la pérdida de sangre que
había sufrido, y no sabía si había conseguido sanar del todo
los daños internos que la puñalada hubiera provocado. O
los mágicos. No descansaría hasta que recuperara la
consciencia—. Seguro que hay algo más que pueda hacer.
Wood se desplomó sobre un pequeño sofá en una de las
esquinas de la habitación. Permanecía callado y no
apartaba la vista de su gemelo; no podía imaginarme lo que
estaría sintiendo.
Dith se plantó frente a mí y me sorprendió lo enfadada
que parecía de repente. Había también una sombra
cubriéndole la mirada que jamás había estado ahí antes.
—Nunca vuelvas a hacer eso —me espetó, tomándome de
los hombros para obligarme a mirarla—. ¿Me oyes? Nunca,
Danielle.
—Pero Raven…
—No —me cortó, y prácticamente me estaba zarandeando
—. ¡Casi te mueres! ¿Cómo puedes haber sido tan
inconsciente? ¡Te pedí que pararas! ¡Te lo estaba
suplicando y no había manera de apartarte de él ni de
detenerte! —continuó gritándome.
—¡Se estaba muriendo! —le grité yo de vuelta sin poder
evitarlo—. ¡Es Raven! ¿De verdad querías que lo dejara
morir?
Dith me soltó mientras negaba una y otra vez con la
cabeza, y solo entonces me di cuenta de que no estaba
furiosa, sino asustada. Muy asustada.
—Tú podías haber muerto —murmuró, dándome la
espalda—. ¿Crees que eso es lo que querría Raven? ¿Que
murieras para salvarlo a él?
Ni Wood ni tampoco Alexander, que permanecía de pie
junto a la cama de Raven y seguía evitando mi mirada,
intervinieron. Creo que no sabían qué decir.
—Dith, estoy bien. Yo no…
—No quiero oírlo —replicó sin volverse para hablarme—.
Solo necesito que me prometas que nunca más te
expondrás de esa forma. O te juro por nuestro linaje que te
mataré yo misma.
Ni siquiera esperó mi respuesta. Le pidió a Wood que la
acompañara y ambos salieron de la habitación un momento
después; él llevaba consigo la daga de la Ibis, así que
imaginé que tratarían de descubrir con qué tipo de magia
la había hechizado.
—Van al sótano —dijo Alexander, cuando me quedé
mirando la puerta como una imbécil, sin saber qué
demonios acababa de pasar—. Hay un cuarto oculto con
toda clase de ingredientes. No lo usamos nunca, pero lo
mantenemos bien abastecido.
—¿Ya me hablas de nuevo? —señalé, aunque ni siquiera
entonces se había molestado en levantar la vista y mirarme
a la cara.
Alexander no respondió, y eso… eso me cabreó mucho. Sí,
había sido una irresponsable al exigirme tanto, pero ¿qué
demonios le pasaba a todo el mundo? No esperaba una
palmadita en la espalda ni nada por el estilo. Lo único que
había deseado era salvar a Raven, y lo haría de nuevo;
había sido lo correcto. Comprendía la preocupación de
Dith, su impotencia, pero yo estaba bien y Raven
continuaba vivo.
—¿Qué me hiciste? En el bosque… No debería poder
mantenerme en pie ahora mismo. ¿Qué fue esa descarga?
—¿No hay otra cosa que te gustaría más preguntar? —
Aunque su tono era casi burlón, había mucho más detrás de
sus palabras.
Sabía a lo que se refería, y puede que una parte de mí se
estuviera volviendo loca al recordar el aspecto que había
tenido Alexander al transformarse del todo. Si no era de
verdad un demonio, al menos sí que se parecía totalmente
a uno. El abismo en sus ojos, negros por completo; la red
siniestra de su piel, que esta vez había cubierto la totalidad
de su rostro y convertido su carne en otra cosa, algo liso,
tirante y de apariencia tan dura como el granito; aquellas
llamas púrpuras que habían emanado más allá de él en
forma de lenguas de oscuridad, extendiéndose y
arremolinándose en torno a su cuerpo. Sus dientes se
habían afilado y el tono rubio de su pelo había
desaparecido para dar paso a un montón de mechones
blancos y negros que se entremezclaban sin orden
aparente, y además…
—Tenías cuernos. —No era la forma más sutil ni elegante
de mencionar aquello, pero ya estaba dicho. Mejor eso que
hablar sobre lo que había ocurrido entre nosotros antes de
que los demás nos encontrasen. Cualquier cosa antes que
eso.
Alexander dejó escapar una carcajada desprovista de
alegría y por fin se dignó a mirarme. Me estremecí en
cuanto sus ojos se posaron sobre mí, repletos de una
frialdad que no había atisbado en ellos desde mis primeros
días en Ravenswood.
—Cuernos —repitió, tan sorprendido como resignado,
quizás también un poco divertido—. Así que, de toda la
mierda que me ocurre, lo que más te preocupa es que
tenga cuernos.
El hielo en sus ojos se atenuó solo un poco y,
envalentonada, me aventuré a continuar señalando
obviedades.
—Como un demonio.
La tensión se apropió de él y la diversión se esfumó de
sus rasgos con la misma rapidez con la que había
aparecido. Yo no podía ser la primera que atara cabos y
pensara que la oscuridad de Alexander provenía del
mismísimo infierno. A ver, al tipo le habían salido unos
puñeteros cuernos. Vale que no eran demasiado grandes,
pero no dejaban de ser una señal bastante inequívoca de su
posible origen. Elijah Ravenswood se había pasado a saber
cuánto tiempo empleando magia de sangre y tonteando con
fuerzas oscuras, no era muy descabellado pensar que se le
habría exigido alguna clase de precio a cambio… Tal vez el
pago hubiera sido su propia descendencia, aunque la razón
de que la deuda no se le hubiera reclamado hasta varias
generaciones después, solo él la sabría.
En el mejor de los casos, puede que solo estuviera
montándome otra de mis películas mentales; imaginación
no me faltaba y lo ocurrido durante las horas anteriores me
había dado material más que de sobra para las más
alocadas elucubraciones.
A la espera de una respuesta o alguna aclaración por
parte de Alexander, miré a Raven. Estaba tan mortalmente
inmóvil… ¿Por qué no se despertaba? ¿Al menos no debería
haber vuelto a su forma humana?
—Los gemelos y yo hemos hablado muchas veces de esa
posibilidad —dijo Alexander, consiguiendo llamar mi
atención de nuevo.
Él tampoco tenía buen aspecto, ninguno lo teníamos en
realidad. Me moría de ganas de lanzarme sobre cualquier
superficie horizontal y perder la consciencia durante un día
o dos, pero sabía que no sería capaz de descansar mientras
no me asegurara de que Raven estaba fuera de peligro.
—¿Y bien? ¿Crees que estás… poseído? —lo tanteé con
cautela.
Él negó de inmediato.
Las posesiones no resultaban frecuentes, pero tampoco
eran algo excepcional, y a menudo las causaban espectros
furiosos de personas que habían sufrido una muerte
violenta. No era complicado expulsarlos si se tenían los
conocimientos adecuados; conocimientos con los que yo no
contaba porque me estaba perdiendo mis clases de último
año en Abbot.
Pero las posesiones demoníacas… Esas eran muchísimo
más peligrosas y deshacerlas requería un montón de poder
y una férrea fuerza voluntad. Luchar contra demonios
normalmente no acababa bien salvo para un grupo selecto
de brujos que se especializaban precisamente en ese tipo
de rituales. Cuando algún brujo blanco se tropezaba con
algo así, normalmente acudía al consejo y estos enviaban a
un brujo daemonii para hacerse cargo de ello.
Pero, al parecer, Alexander no creía que ese fuera su
caso. O no quería creerlo.
—No necesitas saber nada de esto.
—¡Y una mierda que no! —le espeté, avanzando un paso
hacia él. Alexander se irguió y pareció ganar altura, aunque
contuvo la oscuridad.
Incluso en calma, su presencia parecía llenar siempre
cualquier habitación en la que se encontrase.
—En el bosque, tan solo te traspasé algo de mi propia
energía —afirmó, y no le hubiera permitido cambiar de
tema si no fuera porque empecé a alucinar con su
confesión.
Una cosa era que un brujo accediera al poder de otro y
tomara algo para sí durante la realización de un hechizo.
En realidad, era más como compartir parte de su magia, y
no siempre funcionaba. Pero donarla voluntariamente,
entregarla sin que le fuera reclamada…, bueno, aquello era
nuevo para mí, claro que Alexander no albergaba lo que se
dice «poderes normales». Empezaba a comprender que no
había nada normal en el brujo oscuro; seguramente,
tampoco en todo el linaje Ravenswood.
—Un momento, no lo habías probado nunca antes,
¿verdad? —Su silencio fue respuesta suficiente—. ¡Joder,
Alexander! ¡No sabías si saldría bien!
—Pero lo hizo, y aquí estás.
Maldito idiota arrogante.
Apreté los dientes, furiosa, pero él simplemente se
mantuvo frente a mí, desafiante de una forma en la que me
dieron ganas de emplear su pecho de la misma manera en
la que Wood usaba el saco de boxeo del sótano. Contuve los
instintos violentos a duras penas.
—Podías haberme matado.
—Ya te estabas muriendo, Danielle.
—No lo creo —dije, aunque era muy consciente de que la
cantidad de poder que había requerido curar a Raven me
había enviado más allá de mis propios límites.
Sacudí la cabeza y decidí dar el tema por zanjado. De
momento. Ese día habían pasado tantas cosas que aquella
temeridad ni siquiera estaba en la parte más alta de mi
lista de «cosas que son una mierda y en las que no quiero
pensar».
Lo más contradictorio de todo aquello era que Alexander,
en vez de drenar mi magia, hubiera podido entregarme
parte de la suya. Al menos tocarme ya no parecía ser un
problema.
Aunque no era como si yo deseara que eso volviera a
ocurrir.
Nop.
Me puse los ojos en blanco a mí misma. Ni siquiera sabía
por dónde empezar a plantearme nada de lo que había
ocurrido entre Alexander y yo en el bosque. La forma en la
que me había besado y el modo en el que yo le había
correspondido. Cómo había sentido la caricia suave de sus
dedos más allá de mi propia piel. El deseo
consumiéndonos…
Me había gustado que me besara. No tenía sentido seguir
engañándome a mí misma.
Se me calentaron las mejillas al pensar en lo que habría
podido ocurrir si no nos hubieran interrumpido y me
obligué a apartar el pensamiento de mi mente. Había cosas
más importantes de las que preocuparse.
—Y Elijah, ¿lo dejasteis marchar?
—Es algo complicado retener a un fantasma —señaló,
arqueando las cejas—, y más aún a uno como Elijah
Ravenswood.
—¿Lo sigue siendo? Un fantasma, quiero decir… O un
espectro.
Los fantasmas resultaban casi inofensivos. Se quedaban
anclados a mitad de camino entre este mundo y el más allá
debido a algún tipo de asunto pendiente, y su capacidad de
hacer daño era mínima. Los espectros, en cambio, eran
entes maliciosos y violentos, repletos de amargura, odio y
un ansia vengativa que los hacía muy peligrosos. Apostaría
lo que fuera a que ese era el caso de Elijah; la Ibis muerta
era una prueba bastante concluyente de ello en realidad.
Alexander se encogió de hombros, como si no supiera
muy bien qué era ahora su antepasado, pero acto seguido
se lanzó a explicarme la teoría que tenía al respecto. Solo
Wood debería haber sido capaz de ver a Elijah, y
efectivamente el lobo blanco había confesado que se
percató del momento exacto en el que su antepasado
apareció entre los árboles y se acercó por detrás a la Ibis.
Pero Elijah se había hecho visible para el resto cuando le
había extraído el corazón del pecho a la bruja. Alexander
opinaba que era la sangre de la guardia lo que le había
permitido transmutarse, y la verdad era que eso tenía
cierto sentido dada la afición de su antepasado por la
magia de sangre. No era descabellado que el líquido vital le
hubiera dado el poder necesario para manifestarse en
carne y hueso.
—Las chicas asesinadas, ¿crees que fue él el responsable?
Habíamos hablado de ello en el despacho de Wardwell,
pero ahora, tras verlo en acción… Ahora parecía algo real.
Alexander se pasó la mano por la cara en un gesto no
exento de cierta desesperación, y por un momento se
pareció un poco más al chico vulnerable y perdido al que yo
le había apretado la mano durante el ritual de despedida.
Me pregunté cuánto de él requería mantener
continuamente el control y esa máscara con la que cubría
su rostro la mayor parte del tiempo. No quería pensar en la
posibilidad de que su verdadera cara fuera la que yo había
contemplado en el bosque; de ser así, me había estado
besuqueando con un maldito demonio.
¡Dios! A mi padre le iba a dar un ataque. A mí me daría
un ataque.
—Lo más probable es que fuera Elijah, sí. Como ya has
visto, no es muy tolerante cuando se trata de las ofensas a
su linaje. Y a Abigail la encontraron en la habitación de
Ariadna, por lo que es probable que la matara por error
después de lo sucedido la noche del baile con Raven. Sobre
Dianna no sé bien qué pensar, pero si la sangre le permite
tomar una forma corpórea…
Ni siquiera quería imaginar para qué necesitaría Elijah
transmutarse, aparte de para extirpar corazones a su paso,
claro estaba.
—Mencionó a un verdugo o algo así —señalé, y Alexander
asintió. Le lanzó una breve mirada a Raven y se apartó de
la cama para acercarse a la pared. Tras apoyar la espalda
junto a la ventana, resbaló hasta quedar sentado en el
suelo—. ¿Sabes a qué se refería? ¿Os dijo algo más?
Verlo allí sentado me recordó a las horas que habíamos
pasado encerrados juntos tras mi llegada. No hacía más
que unos pocos días de aquello y parecía toda una vida.
La culpabilidad volvió a contraerme el estómago. Nada de
esto hubiese ocurrido de no ser por mi presencia en
Ravenswood. O tal vez aquello había sido inevitable, dado
que Raven, de todas maneras, me había visto venir. Sin
embargo, no podía evitar pensar en la posibilidad de que
Abigail y Dianna podrían continuar con vida si yo no
hubiera escapado de Abbot, y Raven no habría salido
herido al tratar de defenderme.
La lista de mis malas decisiones no hacía más que
aumentar y no parecía que las cosas fueran a mejorar en un
futuro inmediato. Brujos blancos habían invadido los
terrenos de Ravenswood y puede que siguieran aún en el
bosque, además de alumnos que tal vez necesitaban ayuda
o que podrían estar… muertos, como los dos que habíamos
encontrado. El padre de Alexander podría venir a buscarme
en cualquier momento y, de lo que no había duda, era de
que el Ibis que habíamos dejado inconsciente en el bosque
se despertaría e informaría a Tobbias de lo sucedido.
—No mucho —expuso Alexander, pero titubeó, como si
dudara sobre lo que deseaba compartir conmigo—. Dijo que
yo formaba parte del plan. Habló de instaurar un nuevo
equilibrio. Y tú, al parecer, sea por el motivo que sea, eres
una consecuencia no deseada.
—Chico, haces maravillas con mi autoestima.
Alexander suspiró, o más bien resopló ante mi burla.
—No tienes por qué hacer eso.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
—Siempre empleas el humor para hacer frente a las
situaciones que no sabes cómo manejar —dijo con tono
sereno.
No era como si estuviese tratando de hacerme sentir mal,
pero me crucé de brazos, a la defensiva, y estiré la espalda
hasta erguirme por completo, aunque el movimiento me
valió una nueva oleada de pinchazos de dolor.
Resultaba patético que, incluso cuando Alexander estaba
mirándome desde el suelo, muy por debajo de mí, me
hiciera sentir como si estuviera a punto de hacer que me
encogiera y desapareciese.
Pero entonces sus párpados cayeron, ocultándole los ojos,
y las largas pestañas le acariciaron la parte alta de sus
pómulos. Era evidente que estaba casi tan exhausto como
yo y que la preocupación por Raven lo estaba matando.
Bajé la mirada hasta sus labios y contuve el
estremecimiento que me sacudió al recodar la sensación de
su boca sobre la mía, lo bien que habían encajado juntas.
Lo… perfecto que se había sentido.
¡Dios! Seguro que había alguna clase de regla no escrita
sobre lo mal que estaba pensar en algo así en una situación
como aquella.
—No te he dado las gracias —añadió, abriendo los ojos y
clavando su mirada dispar en mí—. Lo que has hecho por
Raven… Dith tenía razón, no deberías haber forzado las
cosas tanto, pero… gracias por curarlo.
Sonreí como una idiota, que es lo que probablemente era
por sentirme tan bien al recibir su aprobación. Su opinión
no debería importarme tanto. No debería importarme en
absoluto.
—El infierno se ha congelado definitivamente. —Hice una
mueca. Igual no era un comentario muy afortunado, dadas
sus circunstancias.
Pero Alexander rio, y la atmósfera, aún sombría y
saturada de preocupación, se volvió algo menos tensa.
Escucharlo reír aún me resultaba extraño; el sonido era
grave y profundo, y sonaba casi oxidado. Creo que él mismo
se sorprendía cada vez que lo hacía. Pero también era
agradable y bonito, como una gema preciosa a la que una
pequeña imperfección convirtiese en algo realmente único.
—Sí, puede que así sea.
47

El silencio se apoderó de la habitación desde ese momento,


pero no duró demasiado. Wood y Dith regresaron poco
después cargados con lo que parecía toda una reserva de
distintos ingredientes y varios libros. En cuanto los vio
aparecer, Alexander nos informó de que iba a regresar al
bosque.
—Ni se te ocurra —le advirtió Wood con la paciencia al
límite. Parecía dispuesto a atarlo a una silla para retenerlo
si era necesario.
—Puede que haya alumnos todavía ahí fuera y también
brujos blancos. No voy a abandonar a los míos a su suerte.
Le echó un vistazo rápido a Raven y su mirada se
enturbió por el dolor. Fui muy consciente de lo mucho que
odiaba no poder hacer nada por él y de que, además de
cuidar de su legado, aquello era también una forma de
sentirse útil.
—Iré contigo —me encontré diciendo a pesar de que
apenas si podía mantenerme en pie.
—Ni hablar —replicaron Dith y él a la vez.
—Todo esto lo he causado yo. Si hay algún herido, puedo
ayudar.
No era mi intención recordarle a Alexander su
incapacidad para curar y hacerlo sentir peor, pero pensaba
hacer todo lo que estuviera en mi mano para arreglar aquel
desastre. Además, si se tropezaba con algún brujo
procedente de mi comunidad, estaba segura de que le iría
mejor conmigo a su lado.
No podía creer que hubieran invadido los terrenos de
Ravenswood, mucho menos que hubieran atacado a los
alumnos solo para llegar hasta mí. No tenía ningún sentido.
El consejo debía de haber perdido la cabeza para
autorizar algo así, sabiendo lo que implicaba. Cuando
pusiera un pie de nuevo en Abbot, iba a tener que dar
muchas explicaciones por mi huida.
—Tengo que ayudar. Vosotros podéis cuidar de Raven —
les dije, aunque me dirigí sobre todo a Dith, y fue más un
ruego que otra cosa.
Alexander se apresuró a intervenir.
—Olvídalo, Danielle. Si hay Ibis blancos atacando a
alumnos de Ravenswood, puede que tenga que… drenarlos
para incapacitarlos. No puedes estar cerca de mí si eso
ocurre. —Le hice un gesto con la cabeza, negando, porque
estaba bastante segura de lo que diría a continuación. Pero
él no se detuvo—. Estuve a punto de matarte en el
despacho de Wardwell.
«Hijo de puta».
Aquello, por supuesto, provocó un nuevo interrogatorio
por parte de Dith y Wood. Para cuando Alexander terminó
de explicarles lo que me había sucedido, estaba bastante
segura de que a la que atarían a una silla para evitar que
abandonara la casa sería a mí.
—Pudo ser una casualidad —comenté, aunque eso no me
lo creía ni yo. Sinceramente, viendo que Alexander cada
vez se controlaba mejor, tanto a mi alrededor como frente a
otros brujos, y yo no me había visto afectada cuando me
tocaba, parecía obvio que era su capacidad para drenar la
magia de objetos o personas lo que sí tenía efecto sobre mí.
Meredith soltó una carcajada cínica.
—Estás loca. —Alternó la mirada entre Alexander y yo—.
Lo que sea que os une, lo que tu madre hizo para evitar que
emplearas tu magia en este lugar… —repuso, señalándome
furiosa—. Tenía un buen motivo para ello.
—Yo te hice despertar —aseguró Alexander, como si eso
tuviera algún sentido para mí—. No, no fui yo en realidad.
Raven piensa… Él me dijo que mi oscuridad te despertó.
Wood avanzó un paso hacia su protegido.
—¿De qué demonios estás hablando? —exigió saber el
gemelo, pero Alexander sacudió la cabeza, frustrado.
—No lo sé. Raven no me dio más explicaciones. Solo dijo
que era algo por lo que Danielle tenía que pasar y que era
bueno para… nosotros.
—¿Nosotros? —inquirió Dith.
—Para Danielle y para mí.
La discusión se alargó y se alargó sin que llegásemos a
ninguna conclusión. En realidad, aunque parecía lo más
plausible, ni siquiera estábamos seguros de que lo que me
había sucedido en el despacho de Wardwell fuera a
repetirse, pero Dith no quería escuchar una palabra al
respecto. Le hizo jurar a Alexander que no volvería a tratar
de absorber ningún hechizo (o drenar a nadie, ya que
estábamos) hasta que supiésemos lo que eso podía
hacerme. Nadie me escuchó cuando señalé que no habría
manera de saberlo si no probaba a hacerlo de nuevo.
Lo único que había quedado claro después de la pelea con
los Ibis era que Alexander podía lanzar hechizos sin que yo
me viera afectada y que ahora era capaz de tocarme sin
volverse loco y succionar hasta la última gota de mi poder.
Al parecer, lo que fuera que me había hecho al
despertarme, había cambiado la forma en la que su magia
respondía a la mía.
—Percibo el poder dentro de ti y sigue cantándome. —
Arqueé las cejas al escuchar aquella expresión saliendo de
sus labios. ¿Mi magia le cantaba? Alexander debió de
advertir mi incredulidad, porque añadió—: No me pasa solo
contigo, me siento atraído por el poder de cada brujo de
esta escuela, pero… —Me estremecí; un «pero» nunca traía
nada bueno—. No sé cómo explicarlo. Es diferente ahora.
Contigo, es diferente contigo. Tu magia encaja con la mía
de alguna forma que no puedo comprender. Y me llama.
Continuamente. En cambio, soy capaz de manejar
muchísimo mejor estar expuesto a otros brujos, incluso
cuando hay muchos de ellos, como en la ceremonia de
despedida. Aún me cuesta, pero no es como antes.
—Da igual. Voy a acompañarte—insistí—. Estamos
perdiendo un tiempo precioso hablando de algo de lo que
no tenemos ni idea.
—Precisamente por eso, porque no sabemos lo que está
pasando, vas a quedarte aquí —sentenció Dith.
Gruñí, incapaz de manejar la frustración.
No fui la única. Alexander estaba deseando marcharse,
pero titubeó de todas formas. Creo que en el fondo le
preocupaba el hecho de que, de encontrar a algún alumno
herido, ni siquiera sabía si podría tocarlo para ayudarlo de
alguna forma. Que su toque no me afectara a mí no
significaba que hubiera dejado de afectar al resto de brujos
ajenos a su linaje.
Sinceramente, eso no parecía probable, porque sería
demasiado fácil y estaba visto que los hados del destino se
habían empeñado en complicarnos la existencia.
—Tengo que ayudar —supliqué, finalmente.
Me aferré a la idea de que, a pesar de que la misión de
Dith era mantenerme a salvo de cualquier peligro, también
ella lamentaría que cualquier otro brujo sufriera. Había
visto el horror en su expresión al contemplar a aquellos dos
chicos destrozados. Si los nuestros habían cometido esa
clase de atrocidad…
—Tengo que ir —insistí, ahora dirigiéndome directamente
a ella.
Lo pensó un momento más. Juro que creí que se negaría,
más aún cuando me hizo un gesto con la mano y me ordenó
que no me moviera de la habitación. Salió del dormitorio y
regresó apenas un instante después cargando con la bolsa
que yo había dejado en mi armario, la que contenía el
grimorio de mamá. Se situó frente a mí y me lo tendió.
—Solo si sacas el colgante y lo llevas contigo. Reforzará
tu magia y te protegerá.
Arriesgarme a tirar del collar podía significar romperlo o
desgarrar alguna página, y Dith era muy consciente de que
no había querido hacerlo antes precisamente para evitar
que eso sucediera. Ahora no me dejaba alternativa.
—Está bien.
—¿Qué es? —intervino Wood, acercándose para echar un
vistazo al libro.
Alexander no se movió, pero también nos observaba.
Ignoré la pregunta de Wood y deslicé la yema de los
dedos sobre la cadena que asomaba entre las páginas. El
amuleto me ayudaría, Dith no se equivocaba en eso. Había
pertenecido a mi familia desde mucho antes de los juicios
de Salem; potenciaría mi poder y me brindaría la
protección del linaje Good.
—Bien —repetí, y cerré los dedos en torno a la cadena.
Inspiré profundamente y contuve el aliento. Luego,
comencé a tirar con suavidad sin permitirme respirar. Si
alguno de los dos objetos sufría algún daño, no me lo
perdonaría, pero menos aún quedarme de brazos cruzados
mientras cosas horribles sucedían en el bosque.
El colgante se atascó, pero continué tirando de todas
formas sin permitirme pensar en nada más que en
conseguir sacarlo. Se escuchó un leve sonido de desgarro y
no pude evitar encogerme. Dith maldijo entre dientes, pero,
para entonces, el colgante con el símbolo de la triple diosa
colgaba de mis dedos, y el anclaje que mantenía cerrado el
grimorio de mamá… se había abierto.
Se me llenaron los ojos de lágrimas en cuanto comprendí
lo que eso significaba: la magia de mamá acababa de
reconocer a mi propio poder.
—¡Oh, Dios, Danielle! —masculló Dith.
Quise decir algo ocurrente, soltar una de mis absurdas
bromas, porque ahora todos me observaban como si
esperasen que me derrumbase en cualquier momento, pero
no me salían las palabras. Había algo de mamá en mí, algo
que me acompañaría siempre a pesar de que ella ya no
estaba.
Dith me rodeó con ambos brazos y apoyó la cabeza en mi
hombro mientras yo continuaba sosteniendo con fuerza la
valiosa herencia de mi madre; el grimorio en una mano y el
colgante en la otra. No dijo nada más y yo tampoco hablé,
creo que ambas sabíamos lo que aquello significaba para
mí.
Cuando me soltó y se hizo atrás, me aclaré la garganta y
retuve las lágrimas. Me obligué a comprobar si el grimorio
había sufrido algún daño irreparable. Lo abrí y pasé página
tras página, todas repletas de hechizos redactados con la
elegante letra que tan bien conocía a pesar de los años
transcurridos desde su muerte. Apenas sabía dónde mirar,
demasiado conmovida por tener acceso por fin a una parte
tan importante de mamá. Cuando me encontré con una
hoja desgarrada en su parte inferior, supe que era allí
donde había estado el colgante.
—Esto… —murmuré, mientras comprendía la finalidad del
hechizo que tenía frente a mis ojos. Levanté la vista y miré
a Dith, que parecía totalmente aturdida mientras
contemplaba también el grimorio abierto—. Así es como
entras y sales de Ravenswood.
Repasé una vez más las palabras y el dibujo que había en
el margen, el de un gato (una gata, más bien). Mamá había
creado un hechizo para que Dith pudiera entrar y salir de
allí en su forma animal y se las había arreglado para que
ella pudiera emplearlo, aun no siendo suyo.
—¿Por qué no me lo contaste?
Ella elevó la barbilla y su expresión era de absoluta
incomprensión, como si no tuviera ni idea de lo que le
estaba hablando.
—Yo… yo… Ese es el hechizo que uso, pero ni siquiera
recuerdo que Beatrice me lo diera —balbuceó, y su
desconcierto fue genuino—. Solo… Conocía el hechizo y
sabía cómo emplearlo, pero nunca llegué a plantearme de
dónde lo había sacado. Es más, siempre he creído que fui
yo la que lo creé.
Frunció el ceño y su mirada se tornó vidriosa, como si
estuviera rebuscando en sus recuerdos a la caza del
momento exacto en el que el hechizo había llegado hasta
ella.
—¿Quieres decir que Beatrice te lo dio y luego te borró la
memoria para que no recordases que había sido ella la que
te lo había entregado? —terció Wood.
Dith pareció volver en sí al escuchar la voz del lobo
blanco.
—Siempre que tú o Raven me preguntabais cómo lo
hacía, sentía la necesidad de negarme a contestar. Era una
especie de impulso irracional. Nunca le había dado
importancia hasta ahora.
Alexander intervino entonces:
—Parece algún tipo de hechizo de compulsión.
Pensé en ello.
—¿Cuándo empezaste a aparecer por Ravenswood, Dith?
Ella miró a Wood y luego su mirada se posó de nuevo en
mí.
—Tras tu ingreso en Abbot. Os conozco desde hace
mucho —comentó, dirigiéndose al lobo blanco, y él mostró
su acuerdo con un leve asentimiento—, pero, hasta ese
momento, llevábamos sin vernos probablemente desde
antes de que Alexander viniera a vivir aquí.
—Diría que tu madre quería asegurarse de que, si al final
la visión de Raven se cumplía y terminabas en Ravenswood,
Dith pudiera acompañarte para protegerte —señaló el
brujo—. Quizás con ello trataba de compensar el hechizo de
contención del que nos habló Corey.
Esa parecía la explicación más lógica. Al menos así sabría
que Dith podría estar conmigo en todo momento para
protegerme.
—Pero ¿por qué hacerle olvidarlo? ¿Y por qué no crear un
hechizo para que yo también pudiera salir?
Fue Dith la que contestó:
—Yo solo puedo traspasar la barrera de Ravenswood en
mi forma animal, Danielle. Puede que esa sea la única
manera que encontró de que su hechizo funcionara.
Supongo que darme al menos a mí la oportunidad de poder
ir en busca de ayuda de ser necesario era mejor que nada.
Sobre por qué eligió ocultármelo, no tengo ni idea. Quizás
solo trataba de cubrir sus huellas y no implicarme a mí en
sus investigaciones. Ella sabría que le haría preguntas.
Asentí, tal vez porque ya no había manera de conocer la
verdad. Quise pensar que mamá había hecho todo lo
posible para mantenerme a salvo incluso cuando hubiera
sido ella la que me hubiera dejado sin magia en
Ravenswood en primer lugar. Alexander podía tener razón
en eso; tal vez fue la única forma en la que había podido
compensármelo.
Dith articuló un «Lo siento, no lo recuerdo» y luego me
dio un nuevo abrazo.
—Deberíamos volver al bosque —dijo Alexander,
recordándonos a todos lo delicado de la situación en la que
nos encontrábamos.
Le entregué el grimorio a Dith y procedí a pasarme la
larga cadena por la cabeza. El colgante se asentó entre mis
pechos, cálido y reconfortante, y mi magia respondió a él
agitándose en mi interior, reconociéndolo como una
extensión de mi propia energía.
—Es el mismo símbolo que aparecía junto al nombre de
Mercy Good en el libro que ocultaba Wardwell —intervino
Alexander.
En algún momento se había acercado y ahora estaba
frente a mí. Me pareció que quería estirar la mano y tocar
el amuleto, pero, aunque alzó el brazo un instante,
enseguida lo dejó caer de nuevo. Sus dedos se cerraron
hasta formar un puño apretado contra su muslo.
—¿Qué significa eso? —inquirió Wood, pero Alexander
negó.
—No tengo ni idea, pero también se hallaba junto a mi
nombre y el de Danielle, aunque no estaba completo.
—¿Qué tal si dejamos de especular con cosas de las que
no tenemos ni idea y regresamos al bosque de una vez? —
La sugerencia me salió con un tono más brusco del que
pretendía y todos levantaron la vista del colgante hasta mi
rostro.
Dith continuaba desconcertada y, además, no parecía
convencida de dejarme marchar a pesar de que tenía el
amuleto conmigo, pero no se atrevió a retenerme. Me
obligó a jurar que no me haría la heroína de nuevo, no
importaba lo mal que estuvieran las cosas, y Wood, a su
vez, le lanzó una mirada severa a Alexander, aunque no
puso voz a la advertencia implícita que contenía.
—Cuidad de Raven y ni se os ocurra dejar entrar a nadie
en la casa. Ni siquiera a mi padre; especialmente a mi
padre. Volveremos lo antes posible —les dijo a nuestros
familiares. Di un respingo cuando noté sus dedos
cerrándose en torno a mi muñeca—. Quédate quieta.
Cuando comprendí lo que se proponía ya era demasiado
tarde. Su otra mano se posó sobre mi estómago y la
descarga me atravesó la piel y la carne bajo esta. Músculos
y huesos. El río de energía de mi interior, que se había
serenado en buena medida desde que habíamos entrado en
la casa, se agitó furioso de nuevo. Fue como si su caudal se
duplicara y, con ello, se extendiera a cada célula de mi
cuerpo. Los pinchazos de dolor que sufría se convirtieron
en auténticas puñaladas durante unos pocos segundos
eternos, pero de inmediato desaparecieron.
¡El muy idiota lo estaba haciendo otra vez!
—Alexander —farfullé, aturdida.
Su mirada se oscureció y el azul de su ojo se volvió casi
negro. Durante un instante vi su otra cara, la de su
oscuridad, pero al siguiente parpadeo había desaparecido
junto con el tacto de sus dedos en mi pecho y en mi
muñeca.
—Ahora ya no tengo que preocuparme de que te
desmayes por el camino —masculló, evitando mirar a
ninguno de los presentes. Luego, salió del dormitorio a
toda prisa y sin mirar atrás.
—Jodido idiota —gruñó Wood, y no pude más que darle la
razón.
Tras un último vistazo a Raven, eché a correr tras el
idiota que era Luke Alexander Ravenswood, sabiendo que
acababa de cederme parte de su propia magia para que me
recuperase más rápido. No tenía muy claro qué pensar. En
realidad, no sabía cómo sentirme al respecto de nada que
tuviera que ver con él. Aunque supongo que no era el mejor
momento para plantearme nada de aquello; tal vez nunca lo
sería.
Alexander era un brujo oscuro que quizás albergaba un
demonio en su interior, y yo… yo ya no tenía ni idea de
quién era ahora. Mucho menos de lo que estaba haciendo.
48

Alcancé a Alexander ya en el piso inferior. Se estaba


poniendo un abrigo sobre la ropa húmeda y sucia con tal
furia que bien podría pensarse que la prenda lo había
sometido a alguna clase de afrenta personal.
Permanecí un instante a medio camino entre las dos
plantas, en las escaleras, observándolo ahora que no lucía
más que como un hombre. Sin sombras. Sin oscuridad.
Tenía manchas de tierra en la piel clara de la cara y las
manos, y también restos de sangre en la sien. Pero el corte
que había visto en su frente después de que la Ibis lo
lanzara por los aires ya no era más que una línea rosada.
Una herida vieja.
—Te curas —me encontré afirmando, incluso cuando el
pensamiento no había llegado a formularse con claridad en
mi mente.
Alexander asintió apenas, sin levantar la vista hacia mí,
pero me percaté de que se estremecía. ¿Cuántas cosas más
de él desconocía? ¿Cuántas me ocultaba por propia
voluntad?
Una vez, cuando solo contaba trece años, en uno de esos
periodos de vacaciones en los que apenas quedaban
alumnos en Abbot porque se marchaban con sus
respectivas familias, Cameron Hubbard le había sisado a su
padre las llaves de algunas zonas restringidas de la
academia. Nos habíamos colado en la biblioteca y habíamos
podido acceder a una parte a la que a los estudiantes no se
nos permitía entrar bajo ningún concepto. Queríamos ver
qué nos estaban ocultando con tanto celo.
Habíamos entrado en la biblioteca ya de madrugada,
cuando los pocos residentes de Abbot dormían, y nos
quedamos el resto de la noche allí. Rebuscamos entre un
montón de volúmenes viejos y polvorientos, leyendo acerca
de la historia de los brujos. Sobre males que habitaban el
mundo entre las sombras. Sobre hechizos y pócimas
prohibidas que apenas si comprendíamos para qué servían.
Sobre maldiciones, invocaciones, fantasmas, espectros y
también sobre los demonios infernales que las madres
empleaban para asustar a sus hijos y hacer que
obedecieran. Y recordaba haber pensado, en aquel
momento, que parte de aquello no podía ser real, que no
podía existir.
Resultaba irónico, puesto que eso era lo que el resto del
mundo creía sobre los brujos. Pero, con trece años, y aun
habiendo crecido rodeados de magia, Cam y yo nos
habíamos señalado el uno al otro pasajes de diferentes
libros mientras nos burlábamos de la idea del infierno, un
lugar repleto de esa clase de mal, y de la existencia de
todas esas criaturas perversas y retorcidas.
Había un más allá, sí, y algunos entes cargados de malicia
como los espectros o nigromantes consumidos por las
ansias de poder. Había un montón de cosas extrañas, pero
en aquel momento jamás llegué a creerme del todo que los
demonios estuvieran entre ellas. Incluso cuando yo sabía
que en el último año se nos enseñaba a realizar exorcismos,
resultaba más fácil pensar que los demonios no eran algo
corpóreo y tangible; solo humo y sombras. Algo que podría
llegar a encontrar la forma de manifestarse, pero no a
plantarse frente a ti como una persona real.
Así que ahora no sabía qué pensar. ¿Estaba Alexander
poseído? ¿Había algo oscuro que vivía dentro de él? ¿O era
él la oscuridad en sí misma? El poder que albergaba, su
capacidad para extraer la magia de otros brujos, el cambio
que se operaba en su aspecto… Sus cuernos. ¡Cuernos, por
Dios! Había bromeado con ello, pero las personas normales
no tenían cuernos; los brujos no tenían cuernos. Ni siquiera
los nigromantes los tenían. Solo había una cosa que podía
lucir de esa forma, y no quería pensar que yo, o mi magia,
estuviera ligada de alguna forma a eso.
A estas alturas, ni siquiera sabía si tenía importancia el
hecho de que mi linaje procediera de Mercy Good. O quizás
a eso justo se debía todo aquel lío. Quizás yo también fuera
oscuridad como Alexander.
—No tienes que acompañarme —dijo él, y me di cuenta de
que me había quedado observándolo con una intensidad
descarada.
El brujo era un rompecabezas que yo no conseguía
encajar del todo.
—Voy a ir.
Alexander exhaló un largo suspiro y levantó la vista por
fin. Se veía totalmente agotado, al igual que yo, pero
ninguno de los dos estábamos dispuestos a rendirnos.
—Elijah podría seguir ahí fuera. O podría haber más Ibis
oscuros. Y mi padre te está buscando.
—Mi propio padre parece estar buscándome.
¿Estaría también él en el bosque? No, no lo creía. En todo
caso, el consejo habría enviado solo a los Ibis. Ningún otro
brujo estaba más preparado que ellos para adentrarse en
Ravenswood. Ninguno estaba más preparado para desatar
una guerra. Porque eso era aquello, una guerra entre dos
bandos que habían pasado tres siglos caminando el uno en
torno al otro; empujándose, pero sin acercarse demasiado.
Desafiándose a distancia. Deshaciendo los avances del otro.
Los caminos de brujos blancos y oscuros discurrían
paralelos y no solían llegar a cruzarse salvo en casos muy
concretos. No había batalla abierta de los unos contra los
otros, solo una especie de guerra fría en la que jamás se
declaraba un ganador.
No había mal sin bien.
No había luz sin oscuridad.
No éramos si ellos no eran. Y no podríamos seguir siendo
si dejaban de existir.
Invadir Ravenswood era una locura, pero tanto Wood
como Dith habían visto a Ibis blancos en el bosque. Así
que… sí, era una guerra. Atacar Ravenswood era lanzar un
desafío a toda la comunidad oscura, y ellos responderían
con todo lo que tenían. Con todo lo que eran.
—Debería… entregarme. —dije, ya que era lo más
sensato. Algo, una sombra que no era producto de la propia
oscuridad de Alexander, le veló los ojos durante un breve
instante, pero no me contradijo—. Quizás no a tu padre…
Dith no puede sacarme de aquí, pero tal vez tú podrías.
Solo tengo que cruzar la carretera…
La idea de regresar a Abbot me hacía sentir mal y, sin
embargo, aquello había llegado demasiado lejos. Con todo
lo que había visto sobre Alexander, estaba convencida de
que podría saltarse las guardas de aquella academia. Tal
vez incluso pudiera hacerlo yo misma ahora que contaba
con mi magia.
El río infinito de mi pecho se tornó aún más impetuoso
cuando eché un vistazo a mi interior y me concentré en él.
Su caudal parecía menor, pero en cuanto descansase un
poco se recuperaría. Y tenía muy claro que lo que fuera que
me hubiera hecho la oscuridad de Alexander solo lo había
incrementado.
Despertado. Según Raven, me había despertado. Pero
¿despertado a qué?
Me miré la mano derecha y no pude evitar agitar los
dedos. No ocurrió nada, no estaba invocando mi poder,
pero me pregunté si ahora podría hacer algo similar a lo
que hacía Alexander. ¿En qué me convertiría eso?
Cuando levanté la vista, él había cerrado los ojos y
mantenía la cabeza levemente inclinada hacia un lado,
como si estuviera escuchando.
—Te canta —dije, y no fue una pregunta.
Él mismo había admitido que mi poder le cantaba, así que
no me sorprendió cuando afirmó:
—Con tal fuerza que resulta casi irresistible.
Había algo tortuoso en su voz. Desgarrador. Y un latido
bajo y continuo. Una llamada tal vez. Como el aullido de un
lobo que, aun lejos, espera obtener una respuesta de otro
de sus congéneres.
—Pero no te estás… transformando.
Abrió los ojos y se encogió de hombros.
—Creo que he ido ganando control en estos días. O quizás
Raven tenía razón después de todo; tal vez tú me calmas de
algún modo.
Arqueé las cejas y mi humor regresó, no pude evitarlo.
Supuse que él no había estado equivocado al decir que lo
empleaba como un arma.
—Eso es lo más bonito que me has dicho desde que te
conozco, Alexander.
—Pero no cambia el hecho de que podría matarte.
Las comisuras de mis labios cayeron.
—Eres un aguafiestas.
Hubo un breve asomo de sonrisa, pero la reprimió
enseguida. Se pasó la mano por el pelo y mechones rubios
salieron disparados en todas direcciones. Pensé en lo
suaves que los había sentido entre mis dedos. Delicioso y
agradable, algo que nunca hubiese creído que podría llegar
a pensar de él.
—Iremos al bosque, pero luego… estoy de acuerdo en que
lo mejor sería que te marchases de Ravenswood.
Traté de no sentirme herida, lo intenté con todas mis
fuerzas porque…, bueno, yo misma lo había sugerido y esa
era la mejor opción para acabar con todo aquello de una
vez. Además, no creía que hubiera mucho más que pudiera
descubrir allí acerca de mi madre. En realidad, tal vez mi
padre fuera la única persona que podría aclararme lo
sucedido. Pero, aun sabiendo que irme de Ravenswood era
lo lógico, fracasé.
Dolió.
Dolió más de lo que había esperado o de lo que admitiría
en voz alta.
No quería dejar atrás a Raven y, si era honesta conmigo
misma, tampoco a Wood ni a aquel estúpido brujo gruñón.
A Maggie o incluso a Robert, a pesar de mis sospechas
sobre él. Supuse que este era uno de esos episodios muy
poco frecuentes en los que los caminos de la luz y la
oscuridad se cruzaban y sabía que, en cuanto me marchara
de allí, se separarían para no volver a coincidir jamás.
Por primera vez desde la muerte de mi madre y Chloe,
sentía que tenía una vida al margen de Abbot (aunque esa
vida fuera una locura) y… amigos, que había alguien más
ahí para mí al margen de Dith y, en todo caso, Cameron. Y
seguramente negaría haber pensado así sobre los
Ravenswood, sobre todo sobre Alex, pero había aprendido a
apreciarlos.
—Debería, sí.
Y lo haría. Trataría de ayudarlo a asegurarse de que no
había más miembros de Ravenswood en peligro en el
bosque e intentaría minimizar en todo lo posible las
repercusiones que mis actos estúpidos habían suscitado, y
luego me iría para no regresar. Tendría que comparecer
frente a Hubbard y mi padre, y también frente al consejo;
me pedirían explicaciones y era más que probable que
hubiera un castigo para mi comportamiento irresponsable.
Uno que iría más allá de retirarme mis poderes por diez
días como el último; uno en el que no quería pararme a
pensar porque seguramente no preveía nada bueno para
mí.
Pero yo me lo había buscado y era hora de afrontar las
consecuencias.
Y, aun así, la certeza de una posible condena continuaba
asustándome menos que la posibilidad de no volver a verlos
jamás.
—Me iré.
—Bien. Está bien —replicó él con los ojos brillantes,
repletos de esas pequeñas estrellas que a veces se
apoderaban de su iris negro—. Está bien.
No supe si lo repetía para asegurarse de que yo lo
entendía o estaba convenciéndose a sí mismo de que todo
iría bien cuando por fin abandonara Ravenswood. Sentí la
necesidad de acercarme y abrazarlo. Refugiarme en su
pecho o darle refugio a él, no estaba segura.
Desde el primer momento, nos habíamos odiado y
habíamos discutido sin tregua, así que no parecía que el
consuelo fuese algo que Alexander necesitase de mí. Quizás
era yo la que lo necesitaba.
De todas formas, no me moví.
Durante un puñado de segundos, nos contemplamos el
uno al otro. Sus hombros estaban tensos; su espalda,
erguida. Su mirada era pesada, exigente como de
costumbre. Pero había más. O a lo mejor solo era yo
queriendo ver algo que en realidad no existía.
«No te tengo miedo, Alexander Ravenswood».
Me obligué a sonreír y a no parecer afectada.
—Hazme el favor de no drenar a nadie ahí fuera. No
quiero morir —traté de bromear, y le señalé la puerta
mientras descendía los últimos escalones y me adelantaba
hacia donde se encontraba.
Alexander me tendió otro de los abrigos que colgaban en
el perchero de la entrada. Al envolverme en él, me di
cuenta de que también era suyo. El aroma a bosque, a gel y
ese olor masculino que era tan característico de él se
agarraba a la tela y me hizo sentir cálida de inmediato.
No tuvo nada que ver con el grueso material del que
estaba hecho.
Plantado frente a mí, me subió las solapas y las cerró
hasta cubrir mi pecho. Sus manos se demoraron un poco
más de lo necesario, agarradas a los bordes con tal fuerza
que se le blanquearon los nudillos. Luego, retiró las
desordenadas ondas de mi pelo hacia atrás y sus dedos
rozaron la curva de mi oreja.
La delicada caricia me provocó un estremecimiento.
Aún me resultaba raro que me tocase después de todas
las advertencias sobre lo que podía hacerme, y supongo
que también porque se trataba de… él. Pero no era miedo a
su poder lo que sentía. No era temor lo que flotaba en el
ambiente a nuestro alrededor. Esta vez, no había ninguna
hostilidad instalada en el aire entre nosotros y tampoco se
parecía a lo que había pasado en el bosque, cuando
habíamos perdido el control y nos habíamos enrollado como
dos adolescentes cachondos.
Era algo extraordinario y nuevo. Y raro, tan raro que no
tenía ni idea de por qué nos estábamos mirando así y no
nos poníamos en marcha.
Pensé que, tal vez, se tratara de una incipiente amistad;
tal vez algo más que eso. O quizás solo se trataba de una
despedida.
49

—Puedo hacerlo —aseguré, aunque me temblaban las


manos.
Alexander y yo estábamos plantados a pocos metros de la
primera fila de árboles del bosque de Elijah. El campus de
Ravenswood estaba desierto y sumido en una calma
inquietante. No vimos a otros alumnos o profesores. Había
algunas luces encendidas en el edificio Wardwell y también
en la mansión, esa fue la única señal de vida que llegamos
a apreciar.
El fuego continuaba extendiéndose. Saltaba de un árbol a
otro sin control y, de seguir así, acabaría por arrasar el
bosque por completo a pesar de que el suelo continuaba
empapado debido a las recientes lluvias. Eso había ayudado
a que el incendio no hubiera progresado con mayor
rapidez, y esa misma humedad era también de la que yo
pensaba aprovecharme para apagar las llamas. Algo de lo
que bien podrían haberse ocupado los Ibis oscuros, o al
menos algún otro brujo que contara con el elemento agua
como base de su poder. Supuse que no habría muchos de
ellos asociados a dicho elemento teniendo en cuenta que se
consideraba el más reparador y curativo de los cuatro y,
por tanto, más propio de los linajes de brujos blancos.
Mis pensamientos regresaron a los Ibis; tanto a los
oscuros, a los que nos habíamos enfrentado, como a los
blancos que podrían encontrarse todavía en el interior del
bosque, aunque los primeros hubieran insinuado que ya
había alguien ocupándose de ellos. Me pregunté cuál era el
destino que me habría esperado si no hubiésemos luchado
con los guardias del padre de Alexander y los hubiera
acompañado. De ser así, tal vez ahora Raven no yacería
inconsciente en su dormitorio… Aparté la preocupación de
mi mente. Tenía un trabajo que hacer y la certeza de que
Wood y Dith se emplearían a fondo para traer a Rav de
vuelta.
—Está bien —murmuré, para repetir un momento después
—: Puedo hacerlo.
Mantuve los brazos estirados y las palmas de las manos
orientadas hacia los árboles. La magia danzaba ahora de un
modo frenético en el interior de mi pecho, como si supiera
que estaba a punto de reclamarla y dejarla salir de mi
cuerpo.
El eco de la respiración suave de Alexander se
entremezclaba con el crepitar de las llamas, pero había
algo más, un sonido bajo y pulsante, casi como el latido
apagado de un corazón, que cada vez parecía resonar con
más fuerza en mis oídos. Lo había percibido en la casa y
ahora, en mitad de la serenidad reinante en el campus y de
aquella noche demasiado larga, descubrí que no solo
continuaba ahí, sino que era más nítido e intenso.
—¿Lista? —preguntó Alexander, y me obligué a dejarlo ir.
Asentí y él retrocedió. Apretó los dientes de tal modo que
los músculos de su mandíbula resaltaron sobre sus mejillas
y la máscara de concentración y dureza cayó sobre su
rostro.
Sabía que se estaba preparando para resistir el tirón de
mi magia. Fortaleciendo las cadenas con las que controlaba
eso que lo poseía. Habíamos discutido de camino al bosque
de Elijah sobre cómo proceder al ver las llamas
consumiéndolo y habíamos decidido que era necesario
hacer algo para atajarlo; claro que eso conllevaba que yo
empleara mi poder. Ya habíamos llegado a la conclusión de
que Alexander bien podía resistir que yo realizara algún
hechizo, ya que había ayudado a Dith a protegerlo horas
antes mientras se enfrentaba a la Ibis. Pero yo iba a invocar
el poder de mi elemento y, con ello, la atracción que sentía
Alexander por mi magia crecería.
Finalmente, tras muchos argumentos y una firme
negativa por mi parte a mantenerme al margen, Alexander
había cedido. Así que inspiré hondo y…
—Quizás sería buena idea que retrocedas. Más —sugerí
en el último momento.
Por una vez, no replicó. Se alejó otro puñado de pasos y
arqueó las cejas con cierta exasperación. Reprimí el
impulso de enseñarle la lengua. A veces podía llegar a
comportarme como una chiquilla, y Alexander siempre
conseguía sacar lo peor de mí.
Cerré los ojos para contemplar el brillo del interior de mi
pecho y asegurarme de que continuaba ahí, y los volví a
abrir enseguida. En cuanto tiré del núcleo de mi magia, las
venas se me inundaron de un poder deslumbrante. Un río
de luz blanca que muy pronto comenzó a extenderse a
través de mis huesos y músculos. Viajó hacia mis piernas,
hacia mi cuello y mis hombros. Se deslizó sinuoso entre
cada célula de mis extremidades. Colonizó mis antebrazos y
sentí cómo me hormigueaban los dedos conforme los
alcanzaba uno a uno.
El proceso apenas duró unos pocos segundos, pero a mí
me pareció que pasaban horas mientras tiraba y tiraba
para darle forma a una energía tosca y casi indomable que
debía ser capaz de focalizar en las llamas que se alzaban
frente a mí.
Mi cuerpo vibró y también lo hizo el aire a mi alrededor.
Flotando en él, minúsculas gotitas de agua comenzaron a
reunirse y crecer. La humedad del ambiente acudió a mi
llamada mientras el colgante de mi madre, escondido bajo
mi ropa, se me calentaba contra la piel. Su peso entre mis
pechos (la certeza de que estaba ahí) me calmó y me ayudó
a centrarme.
Del suelo brotaron más y más gotas. De entre los árboles.
Incluso del fondo del bosque, donde a esas horas de la
noche el rocío había empezado ya a acumularse sobre las
hojas. Toda la humedad que fui capaz de extraer se
condensó en respuesta a mi magia, y se me ocurrió una
idea que tal vez…
Desvié una de las manos en dirección a la casa de los
Ravenswood, aunque seguramente estaba demasiado lejos,
¿no?
—¡Joder! —escuché jadear a Alexander en algún punto a
mi espalda, cuando, tras un breve instante, el agua de la
piscina se elevó a los lejos en el aire.
Estuve a punto de soltar una carcajada. Alexander no
solía maldecir. Pero no quería perder la concentración, así
que todo lo que me permití fue esbozar una sonrisita
petulante.
Era la primera vez que conseguía hacer algo así; sin
embargo, Alexander no lo sabía y me gustó que en esta
ocasión fuera yo la que consiguiera sorprenderlo.
El agua cayó poco después sobre los árboles y un sonoro
siseo reverberó en el bosque cuando entró en contacto con
el fuego. Las llamas se apagaron casi por completo y
columnas de humo blanco ascendieron hacia el cielo.
Densas nubes de tormenta comenzaban ya a acumularse
sobre el campus. Quise creer que también yo las había
convocado, pero quizás eso sí que sería demasiado
arrogante por mi parte.
—Estoy impresionado —admitió Alexander, acercándose
hasta donde estaba.
Un pavo real hubiera sido más discreto que yo en ese
momento. Pero él no pareció tenérmelo en cuenta. Tenía las
manos hundidas en los bolsillos del abrigo y este le cubría
los brazos, por lo que me era imposible saber si había
perdido o no parte del control.
Al menos su cara era… normal. Y tampoco en su cuello
había rastro de venas oscuras.
—Y eso que ni siquiera estoy al cien por cien —repliqué,
sonriente y orgullosa de mí misma.
Me di cuenta de que, en condiciones normales, no debería
haber podido atraer toda el agua desde la piscina hasta allí;
mucho menos en el estado lamentable en el que me
encontraba. Pero lo había hecho; ¿de qué sería capaz
cuando durmiera y descansara lo suficiente?
Lo que fuera que me hubiera hecho Alexander (o su
oscuridad) había mejorado mucho mis capacidades. Y no
sabía muy bien si debería sentirme agradecida o inquieta
por ello.
El sonido palpitante regresó. O quizás no había llegado a
desaparecer y yo había estado demasiado perdida
empleando mi poder como para percibirlo.
—¿Oyes eso? —inquirí, desconcertada.
Deslicé la mano por debajo del abrigo y, a través de la
tela del vestido, agarré el colgante. Aún lo sentía caliente
contra la piel.
—¿El qué?
—Es como… un pulso. Como una especie de latido…
Alexander frunció el ceño. Por su expresión, estaba claro
que no tenía ni idea de a qué me refería. Igual me lo estaba
imaginando todo y solo era producto del cansancio.
Cualquier cosa era posible a esas alturas.
Y entonces caí en la cuenta de lo que era: magia, estaba
percibiendo la magia de Alexander y, allí de pie, más cerca
de donde se encontraban los alumnos, también alcanzaba a
sentir la de ellos. ¿Era lo mismo que le pasaba a Alexander?
¿Era así como percibía a otros brujos? Y, peor aún, ¿por
qué estaba empezando a hacerlo yo? Pero eso era justo lo
que estaba sucediendo. Al margen de que los brujos
pudiésemos percatarnos de cuando una persona era de los
nuestros, ahora sentía ese poder de una forma mucho más
clara. ¿Me estaba convirtiendo en algo como él?
Tuve que apartar esa nueva preocupación de mi mente.
En algún momento tendría que contárselo, pero no sería
ahora. Lo creía muy capaz de arrastrarme de vuelta a la
casa y decírselo a Dith, y yo necesitaba que me permitieran
arreglar al menos en parte el desastre que había
provocado. Además, no era tan preocupante, ¿no? Solo lo
sentía, no era como si también me sintiera atraída por
dicho poder.
—Olvídalo. —Volví la vista hacia el bosque, ahora mucho
más oscuro y siniestro por la ausencia del fuego—. Vamos.
Eché a andar hacia los árboles, pero la mano de
Alexander salió disparada y se enredó en torno a mi
muñeca. Un chispazo me recorrió el brazo en cuanto me
tocó.
¿Dejaría de pasarme en algún momento? No parecía
probable que me acostumbrara nunca a que me tocase y a
lo que provocaban sus roces. Había pensado que, cuando
me ocurría, solo era fruto del poder que había en él, pero
muy el fondo era consciente de que, lo quisiera o no,
Alexander le hacía cosas raras a mi cuerpo que no tenían
nada que ver con que ambos fuésemos brujos.
—Mantente atenta ahí dentro y no te separes de mí —dijo,
aunque luego pareció pensárselo mejor—. A no ser que me
vea obligado a drenar la magia de alguien. Entonces, corre
lo más lejos que puedas.
Resoplé para restarle importancia a su advertencia. De
repente estaba mucho más serio de lo normal, lo cual
parecía casi imposible. No estaba bromeando, eso seguro, y
resultaba obvio que la posibilidad de verse obligado a
llegar a ese extremo lo inquietaba profundamente. El peso
de lo que le había hecho años atrás a su madre debía de
estar anclado sobre sus hombros como un firme
recordatorio de lo que podía llegar a hacerle su poder a
otra persona, incluso si esta le era querida.
—Una cosa más, Danielle —añadió, sin soltarme.
Pequeños y deliciosos chispazos de calor estallaron bajo mi
piel—. Elijah… Él podría volver a aparecer en cualquier
momento. Si lo hace, tal vez no seamos capaces de verlo.
—«Hasta que sea demasiado tarde», fue lo que no dijo—.
Dado que no es la primera vez que hay muertes de ese tipo
en Ravenswood, creo que a lo largo de los años ha estado
manteniéndose anclado a este mundo mediante sacrificios
de sangre. —Hizo una pausa—. Mi linaje está plagado de
sombras, Danielle. Hay mucho oculto en mi familia:
maldiciones, profecías, historias sobre el destino, el deber y
el equilibrio; historia de sangre y muerte. Algunas no son
más que leyendas o rumores, otras tienen mucho de
verdad. Y casi ninguna es buena. El de los Ravenswood
siempre ha sido un linaje oscuro. Oscuro y maldito.
»El árbol de Elijah siempre es una mala señal y que lo
hayas visto no puede traerte nada bueno —sentenció, y el
tono lúgubre de su voz me provocó un estremecimiento—. Y
este bosque es suyo. Si está ganando poder para
transmutarse a base de sacrificios de sangre, tal vez la de
una bruja blanca sea justo lo que necesita para conseguirlo.
Sabía que aquel era el último intento de Alexander para
convencerme de que no entrara en el bosque, como
también sabía que nada de lo que dijese me haría cambiar
de opinión. Pero sopesé sus palabras durante un momento.
—A Abigail Foster la mataron en el dormitorio de Ariadna.
—Sí, así fue. Y no tengo explicación para ello. Elijah no
debería poder salir del bosque ni alejarse demasiado del
árbol…
—Bien, pero si pudo hacerlo con ella, podría encontrarme
de todas formas en cualquier lugar de este campus.
No despreciaba su advertencia y, sinceramente, había
visto de lo que Elijah era capaz y me aterrorizaba ser la
siguiente en su lista de sacrificios. Pero eso no impediría
que tratara de hacer lo correcto.
Los dedos de Alexander se aflojaron y resbalaron de mi
muñeca. Dejó caer el brazo a un lado, pero sus ojos se
mantuvieron sobre mi rostro, implacables y desafiantes. El
pulso proveniente de su magia ganó intensidad durante un
momento y me palpitaron los oídos y las sienes.
—Hagámoslo ya, Alexander —sugerí, cohibida por la
severidad su mirada.
De nuevo, su expresión era más la del Luke que había
conocido a mi llegada y menos la del Alexander al que
había consolado en el ritual de despedida. Pero ahora yo
sabía que había mucho más oculto bajo las líneas duras de
su rostro, incluso bajo toda la oscuridad que albergaba.
Luces y sombras, eso era Luke Alexander Ravenswood. Y
un montón de secretos familiares. Sin embargo, ¿no eran
los Good también algo similar? Como un reflejo gemelo
pero opuesto. Tal vez diferente, tal vez más parecido de lo
que nadie hubiese creído. Algo como lo que les sucedía a
Raven y Wood; dos iguales que no podían ser más distintos.
Las dos caras de una misma moneda.
Finalmente, Alexander suspiró. Sus labios se curvaron, no
exentos de cierta diversión, aunque esta no logró reflejarse
del todo en sus ojos. No hubo ningún destello chispeante en
sus iris y tampoco la tensión abandonó por completo su
rostro.
—«Hagámoslo» no es algo que pensé que me dirías
jamás.
De alguna manera, encontré el modo de atragantarme
con mi propia saliva y hacer una serie de ruidos ridículos,
avergonzándome una vez más a mí misma. Pero me
recuperé enseguida.
—¡Oh, Dios! ¿Eso ha sido una broma? ¡¿De verdad sabes
bromear?! —exclamé, y me llevé una mano al pecho con
fingida afectación.
Alexander me dedicó un gesto exasperado, pero no pudo
ocultar del todo cierto… aprecio. Como si en realidad mis
burlas no le resultasen tan irritantes como quería hacerme
creer. Decidí concederle una salida fácil. Le di un
empujoncito y lo aparté de mi camino, mascullando
palabrotas por lo bajo sobre lo arrogante e idiota que me
parecía, aunque en realidad estaba sonriendo y más
satisfecha de lo que pensaba admitir. También me ofrecí a
patearle el culo en el sótano de la casa una vez que todo
aquello acabara.
Claro que yo sabía que no tendría oportunidad de hacerlo.
Solo esperaba que, al menos, Raven estuviera despierto
para cuando regresáramos y pudiera despedirme de él
antes de tener que abandonar Ravenswood.
Alexander se apresuró a alcanzarme y me pareció
escuchar que reía por lo bajo, quizás también tratando de
ocultarlo como había hecho yo. Pero el sonido de su risa
murió en cuanto nos adentramos en aquel bosque antiguo y
oscuro. El silencio nos envolvió entonces junto con el olor a
madera quemada y de algo más. Algo peor.
Algo que, pensé para mí misma, seguramente se parecía
mucho al olor de la muerte.
50

Alexander
—¿A quién crees que se refería Elijah como al «verdugo»?
—murmuró Danielle, mientras avanzábamos.
Restos calcinados de ramas y troncos carbonizados se
hallaban dispersos por todas partes. El humo que
desprendían hacía que me picara la garganta y también la
piel, pero el hormigueo en las palmas de mis manos
seguramente no tuviera nada que ver con los rescoldos del
incendio. Cederle parte de mi poder a Danielle había
debilitado mi autocontrol y avivado el hambre continua que
me consumía, aunque alejarme del campus y, con ello, de
los alumnos, hacía las cosas un poco más fáciles.
—No estoy seguro. Podría tratarse de cualquiera.
Lancé un rápido vistazo a mi alrededor para asegurarme
de que mencionar a mi antepasado no lo había invocado de
alguna forma. La única luz con la que contábamos era el
reflejo pálido de la luna y no era de mucha ayuda. Ahora
que Danielle había sofocado las llamas (de forma
impresionante, he de añadir), estaba tan oscuro que
resultaba complicado no tropezar con las raíces que
asomaban del suelo irregular.
Le tendí la mano a Danielle en un acto reflejo y, al
contrario que en ocasiones anteriores, la tomó sin
protestar. Su tacto era frío y me apretó los dedos con
fuerza, pero no dijo una palabra y yo tampoco me burlé de
ella.
En las últimas horas, se había ganado mi respeto por
multitud de razones. Seguía resultando irritante, pero
estaba seguro de que, si las circunstancias no fueran las
que eran, esa irritación que me provocaba se hubiera
convertido en otra cosa; algo mucho más mundano.
—Si todo esto forma parte de alguna clase de plan —
proseguí cavilando—, tal vez, durante todo este tiempo, no
solo ha estado buscando ganar poder para sí mismo. Tal vez
se trata de una venganza.
—Salem —dijo ella entonces con tono cauto—. Los brujos
oscuros que fueron ahorcados. Con lo mucho que se nos
insiste en Abbot sobre la necesidad de mantener el
equilibrio entre la luz y la oscuridad, siempre he pensado
que aquello debería de haber tenido consecuencias. ¿Qué?
—preguntó, al descubrir que me detenía para mirarla.
—Nada. Es solo que… no creí que a la comunidad de
brujos blancos le preocupara en absoluto lo que sucedió.
—Y no creo que lo haga. Nunca nos han dicho algo así.
Pero yo… No estuvo bien —señaló finalmente, negando con
la cabeza. Parecía incluso avergonzada—. Florence Good,
mi abuela, también pensaba así. Aunque tal vez sea solo
porque…, ya sabes, somos los traidores.
Compadecerse de sí misma no era algo que Danielle
hiciera a menudo, y mucho menos mostrarse de tal modo
delante de mí, lo que me llevaba a pensar que de verdad
creía en lo que estaba diciendo. No se trataba de una
afirmación lanzada al aire para congraciarse conmigo.
En realidad, tratar de agradarme era algo que la bruja
había evitado a toda costa desde su llegada. Y,
seguramente, eso reforzaba aún más sus palabras
anteriores.
—No, los juicios de Salem nunca debieron tener lugar —
coincidí con pesar—. Pero tampoco me pareció que Elijah
esté buscando exactamente reestablecer ese equilibrio;
más bien habló como si quisiera uno nuevo, uno que
favoreciera a la comunidad oscura.
Casi esperaba que señalase entre burlas que aquella era
la primera vez que estábamos de acuerdo en algo, pero
Danielle se limitó a continuar avanzando con los ojos fijos
en el terreno y los dedos aún entrelazados con los míos.
Después de eso pasamos largo rato sin hablar. No estaba
seguro de cuánto. Solo sé que recorrimos incansables una
amplia zona del bosque. Su enorme extensión no nos
permitiría revisarlo entero. Además, una parte de él
quedaba fuera de las salvaguardas de Ravenswood y no
creía que fuera buena idea tratar de cruzarlas.
En algún momento, sin embargo, retomamos la
conversación y la convertimos en una charla sobre los
temas más diversos. Creo que ninguno se sentía cómodo
con el silencio tétrico y perturbador en el que se hallaba
sumido el lugar. No habíamos escuchado más gritos, lo cual
era esperanzador o inquietante, según el significado que
quisiéramos darle, y no encontramos a ningún otro alumno
de Ravenswood, ni vivo ni, por suerte, tampoco muerto.
—Esto no es lo que esperaba cuando me escapé de Abbot
—comentó en un momento dado—. Ravenswood no es como
lo había imaginado.
Ladeé la cabeza en un intento de vislumbrar su expresión
y extraer de ella un indicio del rumbo de sus pensamientos.
Cuando Danielle levantó la vista para mirarme, uno de sus
pies resbaló. La sujeté a tiempo para evitar que cayera al
suelo, pero, a pesar de que empezaba a gustarme
demasiado el modo en el que se sentía su cuerpo contra el
mío, me obligué a soltarla casi de inmediato. Tan solo
mantuve nuestras manos enlazadas.
Las copas de los árboles eran cada vez más frondosas y la
escasa claridad no hacía más que menguar al amparo de la
oscuridad del bosque. Finalmente, me rendí y murmuré un
hechizo. De la palma de mi mano libre brotó una llama que
nos proporcionó un cerco de luz más que aceptable.
—¿Mejor? —inquirí, y ella asintió.
Barrió mi rostro con la mirada y luego la descubrí
observando nuestras manos unidas. No hizo ningún
comentario al respecto, pero supuse que se estaba
asegurando de que no había veneno cubriendo mi piel.
—¿Qué creías que encontrarías aquí? —la interrogué
cuando nos pusimos de nuevo en marcha.
—No estoy segura. Bueno, sí… —Hizo una mueca, como
para señalar lo obvio. Oscuridad y malicia seguramente
resumían muy bien sus pensamientos acerca de este lugar
—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Nunca has necesitado pedir permiso para eso.
Puso los ojos en blanco y exhaló otro de esos suspiros
exasperados que tanto le gustaba dedicarme. La llama que
bailaba sobre mi mano teñía su rostro de tonos
anaranjados, púrpuras y rojizos, y creaba destellos sobre su
piel y zonas de sombras oscuras que le afilaban los rasgos.
Durante un momento lució como una reina siniestra y
desprovista de humanidad y, aun así, cruelmente hermosa.
De algún modo, me encontré contemplando el perfil de sus
labios llenos, el arco marcado del superior y la curva
tentadora del inferior, los mismos labios que había besado
al principio de la noche con un anhelo desconocido para mí.
No me engañaba al respecto, Danielle Good me parecía
preciosa y quería volver a besarla. Algo que no sabía si ella
agradecería. Ambos habíamos peleado por el control de ese
beso, como si fuera otra más de las batallas dialécticas en
las que solíamos enzarzarnos. Una más dulce quizás, y
también mucho más estimulante.
—¿Alexander?
—¿Qué? —repliqué, tratando de averiguar si había dicho
algo más.
Me lanzó una mirada suspicaz, como si intuyera la clase
de pensamientos que me habían hecho perder el hilo de la
conversación.
—Te preguntaba cuáles son vuestras órdenes una vez que
abandonáis Ravenswood. Es decir —se apresuró a
continuar—, cuando un brujo blanco se gradúa, salvo en
determinados casos como lo son los de los brujos que luego
se especializan en ciertos rituales o los que aspiran a
convertirse en Ibis o daemonii, se supone que debemos
mezclarnos con los humanos y… ayudar. Guiar sin
coaccionar. Bueno, ya sabes, hacer el bien.
Se me escapó una carcajada a pesar de que no había nada
en la situación que debiera hacerme reír. ¿Eso era lo que
creía de los suyos? ¿Que se dedicaban solo a ir por ahí
haciendo cosas buenas para los humanos? ¿Arreglando el
mundo? No quería parecer un gilipollas, pero desde luego
había mucho de la realidad que no les estaban contando en
Abbot. Tal vez fuera eso lo que hacía unos pocos brujos
blancos, y seguramente era lo que el consejo de su
comunidad quería que pensara la mayoría de lo alumnos.
Pero no era lo único a lo que se dedicaban.
—Lo siento, no quiero sonar como un idiota, pero muchos
de vosotros hacéis algo más que ayudar. —Me interrumpí
cuando me pareció escuchar un crujido en algún lugar
cercano. Alcé la mano y giré para escudriñar las sombras,
pero era difícil ver más allá del arco de luz que nos
proporcionaba mi hechizo. Cuando no escuché nada más,
continué—: Abbot no ha dejado de perseguir a los brujos
oscuros desde Salem, y en los últimos tiempos sus métodos
se han recrudecido.
—¿Qué quieres decir?
Su voz se quebró por la duda, así que intuí que por una
vez no iba a desechar de entrada mis comentarios.
—A los brujos de Ravenswood se les enseña a defenderse
y se les dan las herramientas para ello, porque la
persecución que tuvo lugar en Salem jamás ha cesado por
completo —afirmé, esforzándome por no parecer
demasiado asertivo, aunque no hubiera más que sinceridad
en mis palabras—. Puede que durante mucho tiempo la
lucha fuera menos encarnizada o directa, y que hubiera un
momento en el que vuestro consejo creyese que no podía ir
por ahí liquidando brujos oscuros sin alterar el equilibrio,
pero hace años que la comunidad blanca ha redoblado sus
esfuerzos para perseguirnos, condenarnos y someternos
mientras, a cambio, gana más y más poder. Te puedo
asegurar que no solo se dedican a hacer el bien.
Le hablé de los brujos oscuros que desaparecían para no
regresar o de al menos dos aquelarres, que yo supiera, que
habían visto disminuido su poder de forma drástica el año
anterior, como si este les hubiera sido arrancado de su seno
mismo hasta convertirlos casi en humanos corrientes.
Todos esos detalles habían sido acallados para no provocar
el pánico y apenas si había alumnos en Ravenswood que
supieran lo que pasaba en el exterior; tan solo algunos
linajes conocían la gravedad del asunto, y si los detalles
habían llegado a mis oídos había sido gracias a Raven y su
poder. Pero, de todas formas, a los alumnos se les estaba
preparando mejor que nunca para hacer frente a cualquier
amenaza, y eso requería emplear hechizos cada vez más
oscuros.
Como no podía ser de otra manera, más luz conllevaba
más oscuridad, aunque no parecía que eso preocupara a la
comunidad blanca o a los que movían los hilos dentro de
ella.
—No sé qué te han enseñado en Abbot, pero las clases a
las que has asistido aquí en Ravenswood son las más
inofensivas. Ni siquiera sé por qué Wardwell te obligó a ir,
pero te aseguro que esa mujer nunca permitiría que vieras
lo que en realidad podemos llegar a hacer para…
defendernos.
Danielle me miró. En un primer momento pareció
desconcertada, pero enseguida sus ojos brillaron con la
furia que solo podría dejar tras de sí una traición. La
habían mantenido en una especie de burbuja de ingenuidad
en la que no había espacio para ninguna zona gris. Para
ella todo era el mal contra el bien, la luz contra la
oscuridad. Y aunque una no pudiera existir sin la otra,
estaba claro qué bando se suponía que debía ser el ganador
en esa guerra.
—Mira, es verdad que hay brujos… poco ortodoxos y que
algunas familias de brujos oscuros se han dedicado siempre
a hacer todo el daño posible. Hay horror, malicia y linajes
enteros que usan y abusan de la magia negra para
conseguir cualquier cosa que crean que les pertenece por
derecho. Pero las cosas no son tan sencillas. Nunca lo han
sido.
Me hubiera gustado contarle más. Incluso, tal vez,
hacerle ver que no estaba del todo equivocada y que
existían brujos oscuros que se involucraban con los
humanos y accedían a puestos de poder con la única
intención de alimentar el caos. Pero no tuve oportunidad.
Un tirón en mi pecho me hizo saber que nos habíamos
acercado de nuevo a la zona de bosque más cercana al
campus. No habíamos hallado rastro alguno de otros
alumnos o de ningún brujo blanco, tampoco de Ibis
oscuros; ni siquiera encontramos el cadáver de la guardia a
la que Elijah había matado, y no estaba seguro de si su
compañero la habría arrastrado hasta el campus o su
desaparición habría sido cosa de mi antepasado. Lo que sí
tenía claro era que mi padre no habría cesado en su
objetivo de dar con Danielle.
Lo mejor sería regresar a casa para comprobar si Raven
había despertado y pensar en la mejor forma de sacar a
Danielle de allí, por mucho que la idea de su marcha me
provocara un intenso malestar en la boca del estómago y
un desasosiego que no alcanzaba a comprender del todo.
—Regresemos.
Danielle no se opuso en modo alguno a mi sugerencia. Se
había quedado extrañamente callada, muy probablemente,
tratando de asumir lo que le había dicho y decidiendo si me
creía o no. No podía culparla por dudar.
Atravesamos los últimos árboles del bosque de Elijah y la
figura imponente de la mansión Ravenswood quedó a la
vista, junto con el terrible socavón frente a ella y la grieta
que dividía el terreno. Tendría que encontrar una manera
de arreglarlo en algún momento. Estaba claro que mi regla
de no hacer magia había quedado relegada al olvido, así
que bien podría emplear mis habilidades con el elemento
tierra y devolverle algo de normalidad al lugar. Wood
podría ayudarme.
Dados los eventos de las últimas horas, la ausencia total
de alumnos resultaba preocupante. Quise creer que
Wardwell y el profesorado se habrían asegurado de que
estuvieran todos a salvo en sus respectivas habitaciones. El
tirón constante de su magia venía de todas partes y había
ganado intensidad en cuanto nos habíamos acercado al
campus, así que tenía la seguridad de que estaban ahí y de
que seguían… vivos. Al menos en su mayoría.
Me di cuenta de que seguía agarrando la mano de
Danielle y me obligué a soltarla. No había motivo para
continuar sosteniéndola ahora que habíamos abandonado
el bosque; ningún motivo que no me pusiera en evidencia.
—Soy una idiota —dijo Danielle, y pude ver cómo toda esa
impetuosa seguridad en sí misma de la que normalmente
hacía gala se había esfumado. De su garganta brotó un
ruidito torturado y su cabeza giró hacia mí como un látigo.
Sus ojos se abrieron por la sorpresa. O tal vez fuese terror
lo que empañaba su mirada—. Mi padre mandó seguir a mi
madre…
Eso había resultado evidente cuando habíamos
descubierto la carpeta con las fotos en el despacho de
Wardwell horas atrás… —¿De verdad solo hacía unas
horas? Parecía que aquella noche no acabaría nunca—. Me
pregunté qué clase de suposiciones estaría haciendo sobre
su propio padre ahora que sabía que, fuera de los límites de
Abbot y Ravenswood, las cosas eran muy diferentes de
como se las habían contado.
—El consejo… Si se enteró de las visitas de mi madre a
Ravenswood, si mi padre fue quien se lo contó… —farfulló,
aunque ni siquiera parecía estar hablando conmigo. Exhaló
un nuevo quejido—. Chloe. La mataron…
Me apresuré a sostenerla a sabiendas de lo que había
hecho que se le aflojaran las rodillas. Teniendo en cuenta lo
enconado del odio entre ambas comunidades, sabiendo
que, en el pasado, se habían desentendido incluso de Mercy
Good cuando solo había sido un bebé, no parecía excesivo
aventurar que el propio consejo de la comunidad blanca
hubiera dado orden de eliminar a la madre de Danielle al
pensar que podría estar traicionándolos. Su hermana
pequeña tal vez solo hubiera sido un daño colateral.
—Si él lo sabe… Si sabe lo que hicieron… Si fue por su
culpa… —continuó balbuceando.
La sujeté contra mi pecho. Sus dedos se cerraron sobre
las solapas de mi abrigo y tiraron de mí; sus manos
transformadas en dos puños tan apretados que los nudillos
apenas tenían color. La piel de su rostro también había
palidecido y sus ojos iban y venían en un baile frenético,
hasta que los cerró y hundió la cara contra mi pecho.
—No son más que suposiciones, Danielle. Tal vez tu padre
no tenga ni idea —traté de calmarla, a pesar de no tener
ningún interés en defender a un brujo al que no conocía. A
un brujo blanco—. Quizás no fue él quien la denunció.
Wardwell tiene esas fotos, puede que la acusación saliera
de ella. Sería una forma muy inteligente de desestabilizar a
la comunidad blanca sin mancharse las manos.
—No me habría abandonado cuando soy todo lo que le
quedaba de mamá —replicó, y su voz no fue más que un
susurro agónico exhalado contra mi pecho—. No me
hubiera dejado en Abbot y se hubiera olvidado de mí de la
forma en la que lo hizo. No me habría apartado como si yo
también estuviera… contaminada.
Cada una de sus palabras fue pronunciada con tanto
dolor que no pude evitar estremecerme. Fue como si se
rompiera de dentro afuera y su piel estuviera a punto de
quebrarse también para darle una salida al sufrimiento que
la consumía.
—¿Por qué, si no, un padre sería capaz de abandonar a su
hija?
Mis propios padres me habían repudiado porque creían
que era un monstruo, pero resultaba obvio que eso no iba a
reconfortar a Danielle. Claro que ella era inocente y no
había cometido pecado alguno. Yo, en cambio…
—Habrá una explicación para todo —dije, aunque no
estaba nada seguro de eso. Encontrarme mintiendo para
hacerla sentir mejor fue… revelador. Sin embargo, odié
verla sufrir—. Solo que no la sabemos.
La mantuve rodeada con mi brazo y pegada a mi costado
mientras nos hacía avanzar en dirección a la casa. Me sentí
mal al verla tan derrotada. Tan vulnerable.
Nunca, en todo el tiempo que llevaba en Ravenswood, la
había visto así.
Siempre tenía ese brillo desafiante. Incluso cuando se
mostraba impulsiva o temeraria. Cuando juraba por su
linaje para defender el honor de los familiares de un brujo
oscuro al que ni siquiera soportaba. O cuando conseguía
sacarme de quicio sin intentarlo siquiera.
Ahora no había rastro de esa determinación salvaje. Nada
salvo dolor.
Supuse que echar un vistazo a una realidad que había
desconocido hasta ahora, una realidad mucho más dura y
despiadada de lo que hubiera podido llegar a imaginar
jamás, podía hacerle eso a una persona.
Podía romperla.
Pero Danielle aún era capaz de sorprenderme. Mientras
regresábamos a casa, se permitió apoyarse en mí tan solo
unos pocos metros. Luego, su cuerpo ganó vida de nuevo y
se rehízo. Estiró la espalda, levantó la barbilla y se apartó
de mí, con algo de torpeza al principio, pero mayor decisión
un instante después.
La resolución que adquirió de un segundo al siguiente
resultó sorprendente e inesperada. Me pregunté si no
estaría acostumbrada a mantener sus propios miedos bien
ocultos, de la misma manera en que lo hacía yo con los
míos. Si todo ese arrojo que demostraba no sería más que
una forma de paliar el hecho de que se sentía abandonada
y sola.
Quizás Danielle Good y yo no fuésemos tan distintos.
Quizás, como había afirmado Raven, era verdad que nos
necesitábamos el uno al otro.
51

Obligué a mis piernas a permanecer firmes mientras me


deshacía del brazo que Alexander mantenía en torno a mi
espalda. Sentí náuseas y la acidez me cubrió la lengua y
llenó mi boca. Estaba mareada. Quería vomitar. Tal vez si lo
hacía podría sacarme de dentro toda la amargura que me
llenaba el pecho.
Aún estaba tratando de asumir las palabras de Alexander.
Me parecía imposible reconciliar la idea del mundo que él
apenas había llegado a esbozar frente a mí con el que yo
había dado por sentado hasta ahora, uno que ahora
resultaba casi ridículo. Como un cuento de hadas infantil o
una historia de magia y brujas en la que supieras que el
bien siempre prevalecería sobre el mal.
No podía creer que en Abbot nos mantuvieran al margen
de lo que estaba sucediendo. De lo que llevaba años
pasando entre brujos blancos y brujos oscuros. Siempre
había sabido que nuestra misión última pasaba por
deshacer el mal que ellos causaban, pero no quería ni
imaginar a qué se refería Alexander al hablar de «perseguir
y someter». El hecho de que hubieran sido capaces de
asaltar Ravenswood seguramente fuera una prueba válida
de que no me estaba engañando.
Los brujos que habíamos encontrado en el bosque habían
muerto carbonizados; eran poco más que niños… Y los
habían matado pese a todo.
Había sido tan estúpida… Solo una cría tonta que vivía
ajena a la realidad de lo que yo misma era y del mundo que
me esperaba ahí fuera. Y pensar que todo lo que había
querido semanas atrás al marcharme de la academia había
sido escapar del aburrimiento.
—¿Estás bien? —me preguntó Alexander, con una dulzura
poco habitual en él.
Eso no me hizo sentir mejor, al contrario. Fue como
recibir una bofetada. Casi como si tratara de deshacerse de
las palabras que había pronunciado para que yo fuese
capaz de soportarlas o no tuviera que enfrentarme a ellas.
No quería que lo hiciera. No quería que nadie volviera a
endulzarme la verdad. Como tampoco podía apartar de mi
mente la posibilidad de que mi propio padre fuera el
responsable último de la muerte de mi madre y mi
hermana.
—No hay problema —le dije—. Solo… volvamos a casa.
Tengo que hablar con Dith.
Alexander se limitó a asentir, aunque no parecía
demasiado convencido.
Apenas si habíamos avanzado unos pocos metros más por
uno de los caminos adoquinados cuando escuchamos a
alguien llamarnos. Al girarnos, descubrimos a Robert
Bradbury corriendo hacia nosotros. No se molestó en
bordear la grieta que dividía en dos la explanada, sino que
la superó de un salto y avanzó a trompicones a través del
enorme socavón que hundía el terreno. Parecía
desesperado por alcanzarnos.
Cuando por fin lo hizo, le faltaba el aliento. Podía sentir
con claridad el pulso de su magia, y me recordé que en
algún momento iba a tener que contarle a alguien lo que
me estaba pasando.
Robert se inclinó hacia delante y apoyó las manos en las
rodillas, resoplando. Tenía el pelo revuelto y la cara sucia
de hollín, también las manos y la ropa. Estaba hecho un
desastre, pero nosotros no lucíamos mejor y al menos
estaba vivo. Supuse que eso ya era de por sí un triunfo.
—¿Dónde está Maggie? —pregunté—. ¿Está bien?
Recé para que la hubiera llevado a su habitación. El
campus permanecía desierto y los ataques parecían haber
cesado. Esperaba que eso significase que los Ibis blancos
se habían retirado.
—Mi prima… se encuentra bien. Aturdida —resopló a
duras penas, y luego consiguió añadir—: Wardwell os está
buscando. Y hay más… más brujos. En el auditorio.
Robert miró directamente a Alexander y comprendí que
se refería a su padre. ¿Sabría ya Tobbias que uno de sus
Ibis estaba muerto? ¿Me culparía de ello? ¿O haría recaer
esa responsabilidad sobre su propio hijo?
Fuera como fuese, estaba claro que aquella noche aún
nos deparaba más sorpresas.
—Tenemos que sacarte de Ravenswood ya —intervino
Alexander.
Se adelantó para colocarse entre Robert y yo, casi como
si esperase que este se lanzara sobre mí y tratase de evitar
que me ayudara a escapar. Robert también debió de
percatarse de las implicaciones del gesto, porque sacudió
la cabeza en una negativa.
—No tienes que preocuparte por mí. —Hizo una mueca, y
supe que había algo más que no nos estaba contando.
Rodeé a Alexander e ignoré su recelo, aunque aprecié un
asomo de oscuridad en las puntas de sus dedos. No era el
mejor momento para que perdiera el control; solo que a lo
mejor esta vez era algo premeditado y en realidad se
estaba preparando para defenderme.
—¿Quién más está en el auditorio?
—El otro miembro del consejo que estaba presente en el
ritual de despedida y tu padre —dijo, dirigiéndose a
Alexander, y luego me miró de nuevo—. Y gran parte del
alumnado. También hay tres Ibis. No pinta demasiado bien
para nadie. Y la directora viene de camino, así que si
queréis salir de aquí será mejor que lo hagáis ahora.
Alexander recorrió con la mirada las ventanas del edificio
Wardwell. Había varias iluminadas, pero no se apreciaba
sombra alguna ni ninguna otra señal de que las
habitaciones estuvieran en realidad ocupadas.
—¿Han reunido a los alumnos?
Robert asintió.
—A la mayoría. Faltan algunos.
Pensé en los dos chicos muertos. Quizás había más que no
habíamos logrado encontrar. En nuestra búsqueda, ni
siquiera habíamos dado con sus cuerpos o el de la Ibis
asesinada por Elijah.
—Y al parecer el resto del consejo está de camino para
una reunión de emergencia.
—¿Por qué nos cuentas todo esto? —pregunté, mientras
Alexander permanecía pensativo y en silencio.
Robert no contestó de inmediato. Sinceramente, no
estaba muy segura de cuál sería su respuesta. Me inclinaba
a pensar que trataba de congraciarse con los Ravenswood
más que de hacerme un favor a mí. Así que no pude evitar
sorprenderme cuando dijo:
—Has sido amable con Maggie.
No añadió nada más ni intentó explicarse, pero la
afirmación resultó contundente al atravesar sus labios. Los
Bradbury habían sido humillados y despreciados a lo largo
de los siglos por su propia comunidad; el paso del tiempo
no había disminuido en nada el odio despertado por su
antepasada al huir, yo misma había sido testigo de ello en
las pocas semanas que había pasado en Ravenswood. Lo
más probable era que la experiencia de Robert cuando
había estudiado allí no difiriera en absoluto de la de su
prima.
Me imaginé que ser el hazmerreír de la escuela y tener
que soportar los continuos ataques de brujos como Ariadna
Wardwell habría dejado una huella indeleble en él y le
había enseñado a valorar a cualquiera que le brindase
cierta amabilidad sin importar cuál fuese su procedencia.
—¿Por qué fuiste a hablar con Ariadna la noche del baile
de máscaras?
La sorpresa se reflejó durante un instante en su rostro y
resultó obvio que no había esperado que estuviera al tanto
de ese encuentro. Eso me hizo desconfiar.
Alexander murmuró que no teníamos tiempo para aquello
y debíamos marcharnos, pero yo necesitaba saberlo. Si
tanto valoraba Robert que no hubiera despreciado a su
prima, ¿por qué quedaría con la persona que la hostigaba?
—Yo la vi murmurando un hechizo esa noche. Estoy
seguro de que fue ella la que volcó la lámpara. Y yo
quería… —titubeó, y muy pronto la sorpresa se transformó
en un furioso sonrojo—. Fui a pedirle explicaciones por lo
que le había hecho a Raven, aunque Ariadna no hizo más
que negarlo todo.
De repente parecía profundamente abochornado.
Al conocerlo, no me había dado la impresión de que
Robert Bradbury fuese tímido y mucho menos el tipo de
chico que se sonrojaba de buenas a primeras. Entonces caí
en la cuenta de que, en la fiesta, había sacado a bailar a
Raven y los dos habían pasado un montón de rato
compartiendo confidencias de forma animada mientras
Maggie y yo hablábamos.
No me costó mucho más atar cabos y comprender que la
forma en la que Robert había mirado a Raven iba más allá
de una simple admiración por lo que representaba y el
linaje al que pertenecía.
—¡Oh! —Fue cuanto se me ocurrió decir.
A pesar de todo lo sucedido esa noche, el hecho de que
Robert se interesase por Raven y hubiera tenido valor para
encarar a Ariadna me arrancó una sonrisa estúpida. No
debería haber tenido demasiada importancia, después de
todo lo que había descubierto sobre mi propia comunidad,
el ataque a Ravenswood y la muerte de alumnos; pero fue
como atisbar un pequeño destello de luz en un lugar
plagado de sombras. Como si, pese a todo, hubiera lugar
para algo bueno entre tanta miseria.
Cuando miré a Alexander, me lo encontré contemplando a
Robert con una mirada afilada y escrutadora. Sabía lo
protector que era con los gemelos, sobre todo con Rav; si
Robert estaba pensando en intentar ligar con Raven, no lo
tendría fácil para demostrarle a Alexander que sus
intenciones eran buenas, eso seguro.
—Tenemos que marcharnos —insistió él, sin hacer ningún
comentario al respecto, lo cual pareció aliviar a Robert.
Este se ofreció a acompañarnos y hacer lo que estuviera
en su mano para ayudarnos. Alexander dudó un momento,
pero estaba tan ansioso por regresar a casa que no se
molestó en pararse a sopesar si era una buena idea o no y
permitió que viniera con nosotros.
La planta baja de la casa estaba tranquila cuando
llegamos y supuse que tanto Wood como Dith continuarían
velando a Raven en su habitación. Alexander le señaló uno
de los sofás a Robert y le ordenó que permaneciese allí y no
tocase nada. Traté de no poner los ojos en blanco al
escuchar lo sucinto y autoritario de sus indicaciones.
Estaba preocupado por Raven y supongo que también por
mí, y llevaba tanto tiempo aislado de los suyos que dudaba
que supiera cómo tratar a la gente de forma adecuada.
Tampoco creí que confiara del todo en nadie más allá de
los gemelos. Deseé que también lo hiciera en mí, aunque no
era como si fuera a permanecer mucho tiempo más allí y
eso fuera a suponer alguna diferencia.
Antes de que pudiésemos acceder a la planta superior,
Dith bajó al trote por las escaleras. Alexander y yo le
preguntamos por Raven al mismo tiempo y de forma
atropellada, y la leve negativa que nos ofreció con la
cabeza fue suficiente para saber que no había habido
cambios en su estado.
—Meredith, tienes que llevarte a Danielle ahora mismo
del campus. Iré con vosotras para ayudaros con las guardas
—le espetó Alexander.
La firmeza con la que habló casi daba a entender que era
él mismo quien me estaba echando de Ravenswood. Dith
pareció momentáneamente desconcertada por su tono
exigente y comenzó a negar. Al deslizar su mirada hacia mí,
la angustia que había acumulado por todo lo sucedido en
las horas anteriores regresó aún con más fuerza y un nudo
me retorció las entrañas.
Dith, mi familiar. Una hermana para mí, ya que había
perdido a la mía. Una madre, ya que la habían asesinado.
Casi mi única amiga. Confidente y guía. Mi apoyo durante
todos los años que había permanecido en Abbot. Ella había
sido quien me había sostenido en pie después de ser
arrancada de mi hogar. Quien me había cuidado.
Ella, que contaba con varios siglos de edad y mucha más
experiencia que yo.
Ella, que debía de saber cómo era el mundo fuera de la
academia. Lo que éramos. Lo que hacíamos.
Me sentí traicionada.
—¿Lo sabías? —inquirí, y soné tan herida que incluso a mí
me dolió escuchar la pregunta.
Me olvidé de que Robert estaba a solo unos metros de
nosotros, convenientemente callado en el sofá, y hasta de la
presencia siempre pesada y oscura de Alexander. Solo la
miré a ella.
Dith tenía que saberlo y, aun así, todo lo que había hecho
era animarme a cometer las mayores chiquilladas. A ser
imprudente e impulsiva. Como si todo fuera un juego. Como
si nada tuviera importancia. Me había instado a soñar
incluso con la posibilidad de ir a una universidad y también
a escapar de Abbot, aunque de esa decisión yo era la única
responsable. Pero ¿cómo podía ser que nunca me hubiera
contado nada de la vida en el exterior? ¿Cómo había podido
ocultarme que los brujos blancos hacíamos mucho más de
lo que todos en esa escuela nos decían? ¿Que deshacer el
mal aquí y allá no era nuestra única función, sino que
también debíamos eliminarlo? ¿Que los crímenes de Salem
aún mantenían su vigencia y que la persecución jamás
había cesado?
¿Qué demonios había sido de la máxima de que el
equilibrio debía mantenerse a toda costa? ¿Que la
existencia de brujos oscuros era tan necesaria como la de
los brujos blancos? Los juicios de Salem eran el punto más
oscuro en nuestra historia y se suponía que todo había
empezado y acabado allí.
—¿Si sabía qué? —terció Dith con cierta cautela. Me
conocía; sabía lo enfadada que estaba aun cuando no lo
estuviera exteriorizando.
—Lo que hacemos. Lo que tenemos que hacer. —Señalé a
Robert—. Lo que les hacemos a ellos ahí fuera.
Meredith hizo una mueca de dolor, pero no dijo nada. No
fue necesario. Resultaba evidente que sabía de lo que le
estaba hablando, tal vez incluso con mayor detalle de lo
que Alexander era conocedor. Al fin y al cabo, él había
estado tan aislado como yo.
—¿Los torturamos? ¿Los matamos? ¿Aún se les ahorca o
eso ya se ha pasado de moda? —continué, levantando la voz
cada vez más. Las preguntas salieron como ácido y me
quemaron la garganta y los labios—. ¿Cuándo pensabas
decírmelo? ¿Cuándo, Dith?
Tenía más preguntas. Cientos. Miles. ¿Por qué los
conocimientos que nos brindaban en Abbot eran entonces
tan… escasos? ¿En qué momento nos abrían los ojos y se
nos ordenaba que no atacásemos el mal sino a quien lo
provocaba? ¿Era cosa del consejo o lo sabían todos los
adultos en la comunidad? ¿Todos los linajes participaban de
ello? Y, sobre todo, ¿por qué? ¿Por qué poner aún más en
riesgo el equilibrio si antes de los juicios habíamos podido
convivir?
No sabía si estaba preparada para conocer las
respuestas, pero de lo que estaba segura era de que no
iban a gustarme.
Aun así, necesitaba saberlo.
52

Alexander intervino para recordarnos que no podíamos


perder más tiempo, aunque no parecía que Dith fuera
capaz de darme las explicaciones que yo tanto anhelaba.
Tampoco creí que fuera a soportarlas en ese momento sin
perder del todo los papeles.
Tenía que marcharme de Ravenswood de inmediato.
Después de la intrusión de los Ibis blancos en los terrenos
de la escuela, estaba claro que una reunión del consejo de
brujos oscuros solo podía significar una cosa: habría
represalias.
Yo estaba en el peor lugar posible en el momento menos
adecuado. Y qué mejor oportunidad que aquella para
Wardwell para hacerme valer como moneda de cambio; eso
si no se decidían a usarme para darle un escarmiento a la
comunidad blanca.
Dado todo lo que había descubierto esa noche, ni siquiera
podía descartar que llegaran a ejecutarme.
Hasta ahora habría pensado que eso sería una locura,
pero ya no estaba segura de nada. Todas las reglas que
había creído que regían la relación entre ambos bandos
eran solo una triste representación de la realidad. Las
implicaciones de fugarme de Abbot y terminar en
Ravenswood habían sido malas ya de por sí, pero en ese
instante se volvieron espeluznantes y… muy peligrosas.
Alexander me envió a la planta superior para que
recogiera lo que necesitase llevarme y me despidiera de un
Raven aún inconsciente. No me atreví a discutir. Con la
mayor rapidez posible, cambié el vestido que llevaba
puesto por unos vaqueros y una sudadera. Además del
grimorio de mamá, metí otra muda de ropa en una mochila,
sabedora de que regresar a Abbot quizás no fuera una
buena idea. Pero ¿qué haría entonces? ¿Huir también de los
míos?
Si había desatado una guerra, no podía esconderme de
ello.
¡Mierda! No podía pensar con claridad. Necesitaba el
consejo de Dith, alguien que me guiara y me ayudara a
tomar una decisión que no empeorara aún más las cosas.
Sin embargo, no quería hablar con ella ahora. No saldría
nada bueno de esa conversación con lo alterada que
estaba.
Mientras terminaba de guardarlo todo y cerraba la
mochila, percibí que alguien entraba en la habitación.
Pensé que se trataría de Dith o quizás fuera Alexander para
recordarme la necesidad de una partida inminente, pero
era Wood.
Se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos
sobre el pecho. Había arrugas de preocupación alrededor
de sus ojos y su ropa continuaba sucia y quemada allí
donde había recibido un golpe de magia de fuego en el
pecho. Estaba claro que no se había separado de su gemelo
ni siquiera para adecentarse un poco o cuidar de sus
propias heridas.
—Dith me ha dicho que Alexander va a acompañaros
hasta los límites de Ravenswood para ayudarla a sacarte de
aquí —señaló, y yo asentí. No tenía sentido discutir nada de
eso con él—. Os perseguirán.
—Lo imaginaba.
Parte de mi reticencia a regresar a Abbot no nacía solo
del hecho de que tendría que afrontar las consecuencias de
mis decisiones, sino del deseo de no lanzarlos de cabeza a
un nuevo enfrentamiento con la comunidad oscura.
Quizás… quizás si me marchaba lejos optaran por
perseguirme a mí.
No, no podía engañarme. Irían también a por la escuela,
aunque solo fuera para resarcirse de lo sucedido en
Ravenswood. Buscarían vengar a los dos alumnos muertos
y lo harían atacando a un montón de brujos blancos jóvenes
e inexpertos que apenas sabrían cómo defenderse, porque
les habían mentido todo el tiempo.
—No creo que debas marcharte. No sé si entiendes del
todo cómo funciona el poder de Raven, pero, según él,
Alexander y tú estáis conectados. Deberíais permanecer
juntos.
Sus palabras flotaron entre nosotros, pesadas, casi como
una sentencia. No tenía muy claro si deseaba que yo me
quedase o lo que en realidad quería era no tener que
separarse de Dith.
No importaba.
—Eso no es posible. Tenemos que marcharnos.
—¿Qué ha pasado con Dith? ¿A qué venían los gritos ahí
abajo? —me interrogó entonces.
Sacudí la cabeza en una negativa mientras me colgaba la
mochila a la espalda. Fui hasta la puerta y me planté ante
él.
—Tengo que ir a despedirme de Raven.
Wood no se movió, pero un músculo palpitó en su
mandíbula y su expresión se endureció. Abrió la boca para
replicar, pero Alexander apareció tras él.
—Déjala pasar, Wood. Tiene que irse antes de que
Wardwell aparezca por aquí y las cosas se compliquen aún
más. —Al ver que no hacía amago de apartarse, añadió—:
Dith también saldrá perjudicada si las atrapan.
Eso debió de convencerlo. Tras un momento más de duda,
se hizo a un lado y yo me apresuré hacia la habitación de
Raven.
Nada parecía haber cambiado para el lobo negro. La
herida estaba aparentemente curada, solo el rastro rugoso
y suave de una cicatriz rosada que se entreveía entre el
pelaje indicaba que lo había apuñalado. El movimiento a
intervalos regulares de su pecho era el único signo de
movimiento, y este resultaba demasiado pausado.
Me acerqué a la cama y metí la mano entre el pelo espeso
de su cuello. Con cuidado, deslicé los dedos entre varios
mechones y luego le rasqué detrás de la oreja solo porque
sabía lo mucho que le gustaba.
No obtuve ninguna respuesta.
No podía evitar pensar que había hecho algo mal al
curarlo. ¿Y si no despertaba? ¿Me perdonaría Alexander
por ello? ¿Me perdonaría yo misma? ¡Dios! Odiaba tener
que marcharme y dejarlo así. No podría saber si despertaba
y, si lo hacía, nada aseguraba que fuera el mismo. ¿Y si lo
que me había hecho Alexander había provocado algún
cambio en mi magia además del evidente aumento de
poder? ¿O si esa maldita daga contenía una magia
demasiado oscura como para permitirle reponerse?
La humedad se me acumuló en los ojos de un segundo al
siguiente. Luché por no darle rienda suelta a las lágrimas.
Llorar no ayudaría a Raven; no estaba segura de que nada
lo hiciera.
—Despierta, Rav. Tienes que despertar —supliqué,
ahogándome con las palabras.
Me incliné sobre él y besé el espacio entre sus ojos. Quise
prometerle que volveríamos a vernos, pero tampoco estaba
segura de eso. Es más, esa posibilidad parecía muy remota.
Imposible.
—Tienes que irte —escuché decir a Alexander a mi
espalda. Ni siquiera sabía que me había seguido hasta allí.
Aunque lo había repetido media docena de veces, en esa
ocasión su tono fue menos duro y casi sonó como una
disculpa. La exigencia había abandonado su voz.
—Lo sé. —Fue todo lo que dije, sin hacer nada por
mirarlo.
—Escucha, lo que dijo ese Ibis en el bosque sobre los
padres de Wood y Raven…
—No tienes que darme explicaciones. Yo ni siquiera sé
qué error cometió Dith para convertirse en familiar. Y
aunque estoy enfadada con ella por ocultarme la verdad
sobre el exterior, lo que quiera que hizo hace más de un
siglo y medio no cambia nada para mí. —Inspiré y añadí—:
Así que supongo que lo que hicieron Wood y Raven
tampoco es relevante ahora.
Cuando tras el accidente me había despertado en una
habitación de la mansión Ravenswood, no tenía ni idea de
nada de lo que sucedería, pero, sobre todo, jamás hubiera
pensado que llegaría a encariñarme tanto con nadie que
perteneciera a aquel lugar; había encontrado mucho más
allí de lo que esperaba. No había previsto a Raven ni a
Alexander, tampoco a Wood. A Robert o a Maggie.
¡Mierda! Tampoco podría despedirme de ella.
Volví a besar la cabeza de Raven y me obligué a darme la
vuelta y separarme de la cama. Creo que algo se rompió en
mi pecho al hacerlo.
—Os acompañaré al límite de los terrenos de Ravenswood
para que puedas saltarte la protección. Puede que tenga
que absorber parte de su magia para debilitarla —añadió,
sabedor de lo que eso podría hacerme.
—Está bien.
No había nada que pudiera hacer en ese sentido. Dith
bien podría tener que acabar arrastrándome inconsciente
fuera de Ravenswood si la oscuridad de Alexander trataba
de matarme de nuevo, algo que no podría hacer si dicho
poder había evolucionado también en relación al resto de
los brujos y no solo conmigo. Recé para que no fuera así; no
ya porque esperase que Dith me salvara el culo, sino
porque no soportaría que ella tuviera que sufrir. Daba igual
lo enfadada que estuviera con ella.
Pero no teníamos demasiadas opciones al respecto.
Fui a pasar a su lado, pero Alexander me sujetó del brazo.
La piel se me erizó por el contacto y percibí el palpitar de
su enorme poder, casi como una melodía que latiera bajo su
piel. Sus ojos buscaron los míos; el iris azul se le oscureció
y la pupila del otro apenas si se distinguía del resto. Las
llamas púrpuras envolvieron su figura, aunque parecían
danzar con menor furia que en ocasiones anteriores y
tampoco vi rastro de oscuridad en sus brazos.
Aun así, parecía alguna clase de dios oscuro y siniestro
cuyo rostro no fuera más que humo y sombras. Hermoso y
aterrador.
Y, sin embargo, no me estaba haciendo daño en absoluto.
Busqué en mi mente algo que decirle; una especie de
cierre para el tiempo que había pasado en Ravenswood.
Algo más que un simple adiós. Despedirme de él también
resultaba raro. Se sentía diferente a hacerlo de Raven, pero
casi igual de perturbador.
Estuve a punto de soltar una carcajada histérica al
comprender que también lo echaría de menos. Que, a pesar
de nuestras disputas continuas, de que él fuera un brujo
oscuro perteneciente al linaje más poderoso que existía y
yo la traidora de un aquelarre de brujos blancos… A pesar
de lo que sea que fuera su oscuridad, me había
acostumbrado a tenerlo cerca. A contar con él. Incluso
había llegado a acostumbrarme al modo en el que ese halo
oscuro se propagaba por su cuerpo en respuesta a mi
presencia.
El recuerdo de nuestro beso en el bosque, la forma en la
que me había tocado, acudió a mi mente. Me estremecí. El
punto en el que sus dedos rodeaban mi muñeca se calentó
y estoy convencida de que ese calor también se reflejó en
mis mejillas.
—Cuida de Raven —le pedí, porque no se me ocurría qué
más podía decirle.
Él me observó detenidamente y, por una vez, había tanta
calidez en su mirada…
—Lo haré, Danielle Good —susurró, y sentí su agarre
aflojarse. Pero luego sus dedos se apretaron de nuevo en
torno a mi carne—. Escucha, hay algo… —Titubeó—. En tu
habitación, el día que te desperté. Cuando te… besé y nos
desmayamos. Nunca había hecho algo así.
Lo primero que pensé al escucharlo fue que, desde luego,
no creía que la gente se desmayase a menudo después de
besarse. Pero entonces me percaté de lo nervioso y azorado
que estaba. Lo había visto pasar por muchos estados de
ánimo, pero jamás me había dado la impresión de que nada
lo pusiera nervioso. O que lo avergonzase.
Alexander tampoco era de los que rehuían una
confrontación, pero bajó la barbilla, evitando mi mirada.
Y entonces lo comprendí.
—¡Oh, vaya!
¿Acababa de admitir que era la primera vez que había
besado a una chica? ¿Eso era a lo que se refería cuando
decía que nunca había hecho algo así antes?
Si me paraba a pensarlo, tenía su lógica. Al fin y al cabo,
llevaba aislado en Ravenswood desde que era un niño. No
había tenido oportunidad, dado que tampoco se mezclaba
con los alumnos allí y, además, no podía tocar a nadie que
no fuera de su linaje. Al menos hasta ahora.
Hasta mí.
—Solo quería que… lo supieras.
Me soltó de forma brusca, como si mi piel le quemase, y
se escabulló de la habitación antes de que pudiera decir
nada.
No supe bien qué sentir al respecto. Tanto por que yo
fuese la primera chica a la que Alexander había besado
como por el hecho de que hubiera decidido confesármelo.
Que necesitase confesarlo.
Al parecer, aquella era la noche de las revelaciones.
Resultaba obvio que esta última no era tan relevante como
las anteriores, o no debería serlo. Pero, al pensar en ello, se
me encogió un poco el corazón y al mismo tiempo sentí de
nuevo un estúpido aleteo en el estómago.
Y luego surgió una nueva revelación. Si nunca había
besado a una chica, tampoco habría hecho otras cosas. Lo
cual no debería tener ninguna importancia en ese
momento, pero… No podía evitar que la tuviera para mí.
Aparté el pensamiento, a riesgo de que mi mente
comenzara a divagar por caminos muy poco adecuados y
que, además, no tenía ningún sentido recorrer, ya que iba a
marcharme de allí. Le eché una última mirada a Raven y
me forcé a salir de la habitación. Mi cuerpo se rebeló
contra la idea de alejarme de él y prácticamente iba
arrastrando los pies por el pasillo. Supongo que eso fue lo
que evitó que pudiera percatarme de lo que sucedía hasta
que alcancé el piso inferior.
Allí, junto a la puerta de entrada a la casa, estaba Mary
Wardwell, la directora de Ravenswood. Y no parecía de
buen humor precisamente.
Alexander se hallaba inmóvil en mitad de la sala, erguido
y de espaldas a mí; las venas negras serpenteaban bajo su
piel y la niebla violácea que lo rodeaba carecía de la
armonía que había mostrado un momento antes al dirigirse
a mí.
Desprendía hostilidad y violencia, las mismas que tantas
veces me había mostrado y que ahora dedicaba a una de los
suyos. El cambio en su actitud me sorprendió a pesar de
que sabía que Wardwell no le caía bien.
Se estaba enfrentando a ella por mí.
—Señorita Good. —Las cejas de la directora se arquearon.
Su aspecto no era tan pulcro e impecable como de
costumbre, pero resultaba imponente de todas formas,
aunque también más vieja de lo que me había parecido con
anterioridad—. Tiene que salir de aquí de inmediato.
Incluso cuando la estaba mirando y vi sus labios moverse,
por un momento creí que la última frase provenía de
Alexander. No había dejado de urgirme para que
abandonara Ravenswood y, visto lo visto, con razón.
Pero no era Alexander quien había hablado, sino
Wardwell.
Todos debían de estar tan sorprendidos como yo, porque
nadie dijo una palabra. Ni Robert, aún sentado en el sofá,
ni Wood, que se había situado junto a Dith para protegerla
de una posible amenaza, tampoco el propio Alexander o yo
misma.
Teníamos que haberla entendido mal.
—Tobbias Ravenswood la está buscando —dijo a
continuación, desviando la mirada un momento hacia
Alexander—, y no es una buena idea que caiga usted en sus
manos. Ninguno de los dos.
—¿Qué demonios quiere decir? —inquirió Wood.
Mientras trataba de entender qué estaba pasando, me
adelanté hasta donde se encontraba Alexander. No me miró
y tampoco hizo ademán de relajarse. Continuaba
observando a la mujer como si fuese a saltar sobre ella
para atacarla en cualquier momento.
—Años atrás, cuando Beatrice Good se puso en contacto
con el profesor Corey y me enteré de sus investigaciones
sobre el linaje de los Good, digamos que yo también hice
las mías.
—Me dijo que no sabía nada de las visitas de mi madre —
repliqué—. Me mintió.
Wardwell resopló, exasperada.
—Puede que haya venido aquí a ayudarla, pero no olvide
que fue usted la que irrumpió en mi escuela en primer
lugar. Y eso no importa ahora. —Pensé en decirle que sí
importaba, pero decidí que sería mejor callarme y ver a
dónde quería ir a parar y por qué parecía interesada en que
huyera en vez de arrastrarme frente a su consejo—. Lo que
ocurrió en los juicios de Salem desestabilizó el equilibrio
entre ambas comunidades de un modo en el que nunca
había ocurrido antes. Desde entonces, la comunidad blanca
se ha dedicado a perseguirnos cada vez con más ahínco, lo
cual solo ha provocado que todo vaya a peor. —Escuché un
ruidito indignado proveniente de Robert. Imaginé que
estaba pensando en su propio linaje y el desprecio que
habían sufrido por parte de los suyos. No solo a la
comunidad blanca le gustaba perseguir a ciertos brujos.
Sin embargo, Wardwell no le prestó atención y continuó
con su diatriba—: Pero la magia siempre busca su propia
forma de restablecer el orden.
—¿Qué es lo que está intentando decirnos, Wardwell? —
intervino Alexander, más tenso aún si eso era posible.
—Usted —dijo, dirigiéndose directamente a él— no es solo
el resultado de los rituales que su antepasado llevó a cabo
en su obsesión por acumular más poder, aunque puedo
asegurarle que Elijah Ravenswood es en buena parte
responsable de ello. Pero otras fuerzas más elementales y
primitivas intervinieron también. La magia se sirvió de los
deseos y los planes de Elijah y trató de equilibrar las cosas
para los brujos oscuros. Entiéndalo como una manera de
dotar a nuestra comunidad de una herramienta para
compensar las faltas que se han cometido desde Salem
contra nosotros por parte de la comunidad blanca.
Parpadeé, aturdida.
—¿Está diciendo que Alex es una especie de arma que
pretende restaurar el equilibrio entre ambos bandos? Pero
él… él…
—Puedo drenar la magia de otros brujos —terminó por mí
Alexander—. Cualquier brujo, incluidos los brujos oscuros.
¿Cómo ayudaría eso a los nuestros?
—Bueno, resulta bastante obvio que solo debería emplear
dicho poder contra brujos blancos —replicó, sin molestarse
en disimular su desdén. Casi parecía esperar que
Alexander estuviera ahí fuera drenando a sus enemigos—.
Pero hay más. Ahí es donde voy. Su nacimiento podría
haber venido a compensar el equilibrio, pero algo más tuvo
que pasar entonces, algo de lo que no tenemos constancia,
porque surgió una… profecía.
Fue el turno de Wood para resoplar.
—¡Cómo no! Siempre hay una maldita profecía.
—¿Qué dice la profecía? —la interrogó Alexander.
—Hay varias interpretaciones, pero menciona las tres
representaciones de la diosa y las relaciona con el
surgimiento de la luz, su reinado y la posterior caída del
mundo en las sombras. Al parecer, esa caída será motivada
por una comunión entre linajes que dará lugar a una
oscuridad como nunca se ha visto.
Wood puso los ojos en blanco.
—¿Por qué demonios siempre tienen que ser tan
crípticas?
La triple diosa se correspondía con las tres etapas en la
vida: doncella, madre y anciana, cada una de ellas
representadas por la luna en su fase creciente, llena y
menguante. Nacimiento, vida y muerte. Pero, además,
también solía identificarse con el reinado en la Tierra,
Inframundo y Cielo. A lo largo de los siglos se le había dado
un montón de significados a ese símbolo, y a la vez también
constituía una representación habitual de Hécate, Deméter
y Perséfone, cada una asociada a una de esas fases.
Esa profecía podía significar cualquier cosa.
Pensé en el libro con todas las genealogías de los linajes
de brujos. Las marcas junto a mi nombre y el de Alexander.
También había una junto a Mercy Good: el símbolo de la
triple diosa al completo.
—¿Cree que Mercy era esa comunión entre linajes?
Quiero decir, sería una manera de interpretarlo si era hija
de Sarah Good y Benjamin Ravenswood. Si yo fuera
descendiente de Mercy, y no de Dorothy como sospechaba
mi madre, ¿está hablando de mí? —Mi voz carecía de
convicción al formular la pregunta, aunque era sobre todo
por temor a que fuera a mí de verdad a quien se refería la
profecía.
—Mercy podría ser esa comunión entre linajes, pero
Elijah dijo que Danielle era solo una consecuencia no
deseada —nos recordó Alexander—. Si ella fuera a
convertirse en la responsable de inclinar la balanza en
favor de la comunidad oscura, ¿no sería eso perfecto para
sus deseos? Tiene que haber algo que nos estamos
perdiendo…
Si a Wardwell le pareció extraño que Alexander hubiera
hablado en algún momento con un brujo que llevaba siglos
muerto, no hizo ningún comentario al respecto. Tal vez eso
fuera lo menos raro de todo aquello.
Lo que desde luego parecía seguro era que Mercy Good
era una unión entre dos linajes, el mío y el de Alexander.
Así que no había manera de negar que mi familia estaba
involucrada en todo aquello de una forma u otra.
—Un momento. Ha dicho que la profecía habla del
surgimiento de la luz. Eso podría interpretarse como un
despertar de la luz —terció Alexander. De inmediato buscó
mi mirada, y supe en lo que estaba pensando—. Raven dijo
que mi oscuridad te había despertado… Una consecuencia
no deseada… ¿Y si para compensar lo que yo soy, hubieras
nacido tú? ¿Y si solo somos dos caras de la misma moneda?
No supe qué decir, pero tal vez este era un buen momento
para confesar que ahora podía percibir la magia de otros
brujos, aunque no sintiera deseos de drenar a nadie. Sin
embargo, Wardwell tomó la palabra antes de que pudiera
decir nada:
—Lo sospechaba.
—¿Perdón? —intervino Dith, que había estado callada
hasta ahora.
Miré en su dirección y vi a Robert aún en el sofá. Tenía
cara de estar alucinando con todo aquello casi tanto como
yo.
—Corey me contó lo del hechizo que ayudó a hacer a su
madre sobre sus poderes. Al principio no creí que hubiera
manera de que ningún Good acabase en esta escuela, al
menos no después de que su madre estuviera aquí, y con el
transcurrir de los años casi olvidé el tema por completo.
Pero cuando usted irrumpió aquí… Volvía a hablar con
Corey y revisé el hechizo, y descubrí que no solo parecía
bloquear su poder, sino también impedir que nadie más
hiciera uso de su magia; es decir, su madre se aseguró de
que Alexander no pudiera drenarla.
Casi me reí. Casi. Así que todo este tiempo creyendo que
Alexander me mataría si me tocaba y resultaba que, en
realidad, había estado protegida de él desde el principio. O
al menos, hasta mi despertar. Después de aquello,
Alexander había estado a punto de matarme en el despacho
de Wardwell. De algún modo, mamá casi parecía haber
querido que Alexander tuviera oportunidad para despertar
mi poder antes de que él fuera capaz de arrancármelo. Pero
yo había empleado mi magia para curar a Raven en el baile
de máscaras y, antes de eso, con Ariadna.
—Usé mi poder en el auditorio —expuse. Wardwell estaba
allí y me vio; debería recordarlo—. Me salté no solo el
hechizo de mi madre, sino también las protecciones del
auditorio.
—Eso solo habla de lo poderosa que es usted en realidad.
Las protecciones de ese lugar no son suficientes para
contener del todo a Alexander y, del mismo modo, tampoco
deberían poder serlo para usted. Incluso bloqueada, su
magia continuaba empujando para salir.
—Su hija también lo hizo —repliqué. ¿No era eso igual de
sospechoso?
Wardwell negó y sus labios se apretaron en una fina línea
de disgusto.
—Le aseguro que mi hija no fue la responsable de lo
sucedido. Raven Ravenswood estaba en lo cierto cuando
afirmó que… de ninguna manera mi linaje es tan poderoso
como para saltarse esas protecciones. —Se forzó a decir
aquellas palabras de un modo que resultó evidente que lo
último que deseaba era tener que admitir algo así, pero de
todas formas no supe si creerla.
Alexander gruñó y todos lo miramos.
—A ver si lo he entendido bien. ¿Nos está diciendo que
cuando Danielle apareció aquí simplemente decidió alojarla
conmigo y sentarse a ver qué ocurría?
Wardwell no parecía en absoluto arrepentida. Nos había
manipulado a todos desde el principio y ninguno habíamos
sido conscientes de ello. Quizás había deseado comprobar
si esa dichosa profecía le concedía por fin a los suyos la
venganza que tanto habían anhelado. Y si yo estaba
destinada a convertirme de un modo u otro en una especie
de arma para mi comunidad, desde luego que no me
devolvería a Abbot y mentiría al respecto. Incluso el hecho
de haberme enviado a clases tenía sentido ahora; tal vez no
me hubiera mostrado demasiado de lo que allí se aprendía,
pero me había empujado a mezclarme con otros brujos
oscuros todo el tiempo.
—Bueno, al parecer, funcionó. Ella despertó, lo que quiera
que eso signifique. Y también creo que los días que ha
pasado con ustedes han cambiado su forma de percibir lo
que significa formar parte de nuestra comunidad —
aseguró, como si hubiera sabido que yo también estaba
atando cabos sobre su proceder—. Pero, de todas formas, la
profecía habla de tres elementos. Tres. Como las tres caras
de la diosa. Si ustedes son dos de ellos, aún queda un
tercero por desvelarse.
—El verdugo —afirmó Wood—. Elijah mencionó un
verdugo.
Todo aquello era… demasiado. Algo mucho más grande de
lo que había creído al principio. Mi madre no había podido
tener idea de lo que estaba tratando de descubrir cuando
había empezado a investigar nuestros orígenes. No creo
que hubiese sabido dónde se estaba metiendo. Y quizás
cuando lo hubo descubierto fue demasiado tarde…
—¿Ordenó usted asesinar a mi madre? —solté, y me di
cuenta de que estaba dispuesta a conjurar mi poder y
lanzárselo a la cara a aquella mujer si admitía ser la
responsable de la muerte de mi madre y de Chloe.
Para mi sorpresa, la mirada de Wardwell destelló con algo
muy parecido a compasión.
—No. Y antes de que lo pregunte, no sé quién fue. Lo
único que puedo decirle es que su padre contrató a un
brujo de esta comunidad para seguir a Beatrice. —Pensé en
las fotos. En la carpeta que Wardwell tenía en su despacho.
El brujo debía de haber corrido a contárselo a la directora
cuando mi padre reclamó sus servicios—. Debería
preguntarle a su propio padre sobre ello.
No quise volver a pensar en lo que eso significaba, no
podía permitirme el lujo de derrumbarme de nuevo en ese
momento. Una vez que saliera de allí, tendría que
enfrentarme a mi padre y pedirle explicaciones al respecto.
Puede que ahora hubiera mucho más en juego, pero
necesitaba saber la verdad sobre la muerte de mamá y
Chloe; necesitaba asegurarme de que él no tenía nada que
ver.
—Hemos perdido demasiado tiempo. Tienen que
marcharse ya —dijo entonces la directora, y luego aclaró—:
Los dos. Elijah no era ni es el único Ravenswood con ansias
de ganar poder; estoy segura de que Tobbias conoce la
profecía tan bien como yo y puede que crea que la señorita
Good es en realidad la combinación de linajes o ese
verdugo del que habla Elijah. Salgan del campus y busquen
a una bruja llamada Loretta Hubbard; ella debería poder
ayudarlos a detener todo esto. Fue quien vaticinó la
profecía.
—¿Por qué ha venido a avisarnos? —inquirió Alexander,
receloso—. Danielle ya ha despertado y supongo que eso es
parte de esa maldita profecía. ¿Por qué no sentarse
también a esperar que se cumpla y la comunidad oscura se
alce por una vez sobre la blanca? Estoy seguro de que eso
le encantaría.
Casi esperé que la directora reaccionara de forma airada
a lo que, por otro lado, no dejaba de ser una conclusión
lógica por parte de Alexander. Cualquier brujo oscuro
desearía poder obtener una parte justa de venganza por lo
sucedido en Salem.
Pero Wardwell permaneció con la misma actitud tensa y
alerta que había mantenido desde su llegada. Y cuando por
fin se decidió a replicar, empleó un tono reverente que me
dijo que no había más que una cruda sinceridad en sus
palabras.
—Yo no estaba al tanto de todas las implicaciones de la
profecía cuando ella llegó aquí. De haberlo sabido… —
comentó. No era exactamente una disculpa, pero al menos
esta vez sonó ligeramente arrepentida—. No creo que
ustedes terminen de entender lo que está ocurriendo.
Tobbias cree que puede controlarlo, pero la profecía podría
no hablar del reinado de los brujos oscuros sobre la
comunidad blanca. La balanza del equilibrio ha oscilado de
tal manera que es posible que sea tarde para eso… De
cumplirse, la oscuridad podría reinar para todos. Para todo
el mundo. Incluidos los humanos.
53

Si había pensado que Alexander había sido insistente,


Wardwell no dejó de presionarnos para que nos
marchásemos. Solo le faltó empujarnos a través de la
puerta mientras aún tratábamos de procesar las
implicaciones de su afirmación. La posibilidad de alguna
clase de cataclismo mágico que afectase también a los
humanos sumado al resto de descubrimientos recientes
era… Ni siquiera sabía qué palabras elegir para empezar a
describirlo. Parecía irreal.
Eché de menos a mamá una vez más. Ojalá estuviera aún
conmigo y pudiera decirme que todo aquello no era más
que un enorme malentendido. Una broma de mal gusto.
Pero sabía que, aun de estarlo, eso no sería lo que saldría
de su boca; ella había previsto al menos una parte de todo
aquello. Y resultaba obvio que algo estaba pasando. Si no,
¿de qué otro modo se justificaría el ataque directo de la
comunidad blanca al campus de Ravenswood? Aquello no
era solo por una alumna díscola que se hubiera fugado y a
la que estuviera reteniendo.
Alexander informó a la directora de que no pensaba
marcharse del campus. No sin Raven, y este seguía
inconsciente en su habitación y aún en su forma animal, lo
cual no ayudaba precisamente a trasladarlo.
—Tendrán que cargar con él, pero tienen que irse ya. Si el
consejo logra atraparlos… Los planes de su padre son más
que cuestionables, señor Ravenswood. Y lo que está en
juego va más allá de una simple revancha entre la luz y la
oscuridad —sentenció la mujer, y luego se dirigió a Robert
—: Señor Bradbury, ayúdelos.
El brujo había permanecido en silencio todo el tiempo.
Casi había olvidado que estaba allí.
Robert se puso en pie y asintió, aunque había una sombra
de duda en sus ojos. Quizás no quisiera alejarse de Maggie
dada la situación del campus. Las dos escuelas habían sido
lugares seguros hasta ese momento, pero estaba claro que
las cosas habían cambiado por completo.
—Usen uno de los vehículos de la escuela —continuó
ladrando órdenes Wardwell. Incluso cuando se suponía que
trataba de ayudarnos, la mujer no conseguía sonar amable
ni por error.
A partir de ese momento, todo se precipitó. Apenas si
hubo tiempo para que los demás recogieran unas pocas
pertenencias. Tendríamos que caminar hacia uno de los
laterales del campus mientras que Robert se escabullía en
el garaje de la escuela y se hacía con nuestro transporte.
Nos recogería en la carretera, al oeste, una vez que
atravesásemos las salvaguardas por nuestra cuenta.
Era un plan de mierda, la verdad. Había un montón de
cosas que podían salir mal y yo acumulaba ya cierta
tendencia al desastre. El hecho de que Raven estuviera
herido no nos daba precisamente puntos a favor. Los Ibis
podrían cazarnos con facilidad mientras tratábamos de
llegar a la carretera.
Nadie sugirió que nos quedásemos y Alexander se
enfrentara a su padre y al consejo, ni siquiera yo. A pesar
de la tensión existente entre Tobbias y él, jamás se me
hubiera ocurrido pedirle que desatara su poder y peleara
contra su propio padre, además de contra otros brujos
oscuros; no hubiera sido justo y tampoco creía que
Alexander pudiera hacerlo sin un coste demasiado alto para
su propia cordura.
Había pasado casi toda su vida aislado del resto del
mundo precisamente para proteger a los demás de sí
mismo. Ahora, todo lo que nos quedaba era huir y tratar de
descubrir qué demonios estaba pasando y cómo
enfrentarnos a ello.
Wardwell nos aseguró que intentaría darnos algo de
tiempo distrayendo al consejo y se marchó en dirección a la
mansión, donde se suponía que tenía que estar ya para
darles la bienvenida, pero no sin antes recordarnos que
debíamos buscar a Loretta Hubbard, la tía abuela del
director de Abbot. Había oído hablar de la anciana y no en
los mejores términos; los rumores que corrían por la
escuela decían que se había vuelto loca años atrás, aunque
nunca le había preguntado a Cam si esas habladurías
contenían algo de verdad.
Que Wardwell nos enviara a encontrarnos con una bruja
blanca me hacía sentir un poco menos recelosa; estuviera
loca o no dicha bruja, al menos pertenecía a mi comunidad.
Lo cual quizás careciera de importancia dados los últimos
acontecimientos. Los límites entre ambos bandos se habían
difuminado esa noche más que nunca.
Robert también partió para cumplir con su parte del plan
y el resto nos reunimos en el dormitorio de Raven. Dith y
yo apenas nos miramos y tampoco hablamos, pero supongo
que la charla entre nosotras tendría que esperar hasta que
saliésemos de allí y estuviéramos a salvo. Seguía dolida con
ella por ocultarme la verdad, pero además estaba también
demasiado abrumada por todo lo que estaba sucediendo.
En realidad, estaba hecha un lío, aunque no creo que
nadie pudiera reprochármelo. Tan solo tener que lidiar con
la posibilidad de que mi padre fuera el responsable último
de la muerte de mamá y Chloe… No, no había manera de
que algo así pudiera ser cierto. Mi padre hubiera previsto
la reacción del consejo blanco; puede que no fuera un
padre ejemplar, pero jamás denunciaría a su esposa.
Estaba segura de que había otra explicación y me
reafirmé en mi decisión de descubrirla, pero primero
teníamos que salir de allí.
—No sé si es seguro moverlo —señalé, contemplando el
cuerpo inmóvil del lobo negro. Parecía tan frágil y
desvalido…—. Puede que no haya restaurado del todo los
daños internos…
—Lo hiciste —intervino Dith—. Y no hay rastros de magia
en la herida. Lo comprobamos mientras estabais en el
bosque.
Resultaba obvio que nuestra discusión no había afectado
a su confianza en mí. Yo, en cambio, no estaba tan segura
de mis capacidades.
—Está bien. Hagámoslo. —La voz decidida de Alexander
me sacó de mis divagaciones, algo que agradecí.
Más tarde, cuando nos arrastrábamos entre las sombras
con nuestras mochilas a la espalda, cargando con un lobo
enorme entre los cuatro y temiendo que nos asaltasen a
cada paso que dábamos o que Raven sufriera aún más por
el traslado, ya no hubo demasiado margen para
plantearnos si estábamos cometiendo un error o no al
fiarnos de Wardwell y escapar.
Lo único que importaba era llegar hasta la carretera.
No podía imaginar lo que estaría sintiendo Alexander. No
había abandonado Ravenswood durante años y ahora se
veía obligado a huir de su propio legado y dejar atrás todo
cuanto conocía. Su expresión se mantenía imperturbable,
pero algo me decía que bajo su piel bullía una inquietud
que apenas alcanzaba a dominar; la ligera bruma que
emborronaba el contorno de su figura era buena prueba de
ello. Sin embargo, después de haber visto su otro rostro, no
podía menos que admirar el control de sí mismo que
mostraba. Con hechizo para protegerme de él o no, mi
respeto por él, desde luego, no había dejado de aumentar
en las últimas horas.
Conforme avanzábamos, Wood no dejó de escudriñar los
alrededores. No fue difícil comprender lo que buscaba. O a
quién. Los Ibis no eran lo único a tener en cuenta en aquel
momento. Aunque Elijah Ravenswood hubiera defendido a
su descendencia horas antes, nada nos aseguraba que no
fuera a atacarnos al tratar de huir de la academia, el único
lugar en el que se suponía que tenía poder.
Si el árbol elegía ese momento para aparecérsenos, juro
que me pondría a gritar.
A pesar de compartir el peso de Raven entre cuatro
personas, avanzábamos con lentitud. Me dolían todos los
músculos y el cansancio se había apoderado de mi cuerpo
en cuanto habíamos salido de la casa. Solo bajar las
escaleras ya había resultado todo un desafío. Pero dudaba
que los demás estuviesen mucho mejor, así que me esforcé
para no desfallecer y dejarlo caer.
Teníamos que conseguir salir del campus. Huir y
encontrar algo de sentido a lo que fuera que se estuviera
fraguando en el mundo mágico. Las décadas que los brujos
oscuros habían pasado acumulando resentimiento, desde
luego, no traerían nada bueno. La venganza siempre ha
sido una emoción muy potente y la comunidad oscura tenía
buenos motivos para buscarla. Y si Wardwell llevaba razón
y esa búsqueda de venganza terminaba por desatar un
armagedón bíblico…
—¿Creéis todo lo que nos ha dicho esa mujer? —inquirí en
voz baja, rompiendo el silencio.
A lo lejos, apenas iluminado por la luz plateada de la luna,
se entreveía el lindero del bosque. No quedaba demasiado
para alcanzar el límite de los terrenos de Ravenswood.
Wardwell había confiado a Alexander un hechizo que me
permitiría atravesar las salvaguardas de la escuela.
Tendríamos que detenernos un momento para que él
pudiera llevarlo a cabo, pero mejor eso que vernos en la
situación de que tuviera que drenar la magia de dichas
guardas y yo padeciera las consecuencias. Eso sería más
rápido, sí, pero también potencialmente mortal para mí.
—Tal vez tenga algún otro motivo para ayudarnos que no
ha compartido con nosotros, pero podría habernos
entregado —explicó Alexander, también entre susurros—.
Lleva mucho tiempo deseando formar parte del consejo.
Esto le hubiera allanado mucho el camino y creo que era
justo lo que pretendía conseguir hasta que descubrió las
posibles consecuencias de la profecía.
Supuse que tenía razón, aunque, tal y como habían
transcurrido los pocos encuentros que había tenido con la
directora, no me despertaba precisamente mucha simpatía.
Que nos ayudara, cuando parecía haberme odiado desde el
primer momento, me llevaba a pensar que la amenaza de lo
que fuera que estaba por venir era muy muy real.
—Tuve que hablarle del fantasma de Elijah —intervino
Wood, después de un momento—. Van a seguir muriendo
alumnos si está buscando mantener poder en el mundo de
los vivos. Me ha dicho que tomará precauciones al
respecto. Va a declarar un toque de queda en el campus.
Eso pareció aliviar algo de la tensión en el rostro de
Alexander.
Continuamos avanzando. El cuerpo inerte de Raven se
volvía más y más pesado a cada metro que recorríamos y
nuestro destino parecía alejarse cada vez más. Todos
estábamos exhaustos y preocupados, pero nadie se quejó.
En un momento dado, Alexander volvió la cabeza y se
quedó observando el camino a nuestra espalda. Tuve un
mal presentimiento.
—¿Qué pasa?
No contestó.
Sus ojos estaban fijos en la oscuridad. Los bordes de su
figura se difuminaron aún más y pequeñas lenguas de
fuego púrpura le asomaron tras los hombros. No me quedó
duda de que las venas de sus brazos estaban ya cargándose
de veneno.
—¿Alexander? —lo instó a contestar Wood esta vez.
—Daos prisa.
Lo que fuera que había visto o sentido no lo compartió,
pero no podía ser bueno. Tal vez Wardwell no había podía
retener al consejo y los Ibis venían ya tras nosotros. O
quizás fuera Elijah. Pero nos estábamos acercando al límite
de Ravenswood. La carretera estaba solo a unos pocos
metros e íbamos a tener que parar.
Y el coche que se suponía que Robert iba a traer hasta allí
no se veía por ningún lado.
—Ya vienen —afirmó Alexander tan solo un momento
después.
Sonó tan tétrico y alarmante que no pude evitar
estremecerme. Y entonces yo también lo sentí. Magia.
Había otros brujos en el bosque, no muy lejos de allí.
Buscamos una zona amplia y llana para acomodar a
Raven en el suelo y, de inmediato, Alexander se dispuso a
realizar el hechizo para eliminar temporalmente las
salvaguardas. En realidad, solo crearía un pequeño túnel
para que yo pudiera salir de Ravenswood. Yo era la única a
la que retenía la barrera. Los alumnos de aquella escuela
podían moverse con libertad, así que no debería afectar a
Wood, Raven y Alexander, aunque no fueran alumnos en el
sentido estricto de la palabra, y Dith contaba con el hechizo
que mamá había creado para ella; solo tendría que
transformarse y ejecutarlo.
Era yo la que estaba atrapada allí.
—Procura no transformarte a no ser que no quede más
remedio —dijo Wood, acuclillado junto al cuerpo de su
hermano.
Igual eso era mucho pedir, porque Alexander ya parecía
estar a medio camino. Las últimas veces había podido
regresar sin mediación externa, pero, de todas formas, lo
último que necesitábamos era que alguno de nosotros
tuviera que romperle una pierna para alejar la oscuridad de
él y traerlo de vuelta.
Al pensar en ello, me di cuenta de que Alexander había
ido ganando más y más control sobre su oscuridad
mientras yo, a su vez, ganaba poder. Ahora más que nunca
parecía evidente que había alguna clase de relación entre
nosotros y nuestra magia… Ni siquiera podía empezar a
imaginar lo que yo podría llegar a hacer si era de verdad su
opuesto. Solo cabía esperar que Loretta tuviera las
respuestas que necesitábamos.
Permanecimos junto a Raven mientras Alexander se
adelantaba. Alzó los brazos al frente con las palmas de las
manos expuestas. El entramado oscuro parecía serpentear
bajo su piel, enroscándose en torno a sus dedos y sus
muñecas, y el flujo de mi propia magia se convirtió en un
torrente agitado.
Era como si respondiésemos el uno al otro. Como si yo
despertase cada vez que él lo hacía.
Palabras antiguas y cargadas de poder atravesaron los
labios de Alexander en un murmullo apenas comprensible.
El ambiente se cargó de electricidad y el aroma a madera y
bosque se intensificó hasta que todos quedamos envueltos
por él. La piel de la nuca y los brazos se me erizó, y un
nudo me apretó la garganta. Durante un instante creí que
la historia se repetiría y comenzaría a boquear en cualquier
momento, pero la sensación, aunque no se suavizó,
tampoco llegó a arrebatarme el aliento.
Frente a nosotros, lo que había sido una barrera invisible
comenzó a brillar y se convirtió en un muro traslúcido que
se extendía a izquierda y derecha hasta donde alcanzaba la
vista.
Wood, aún en cuclillas, se giró de repente y de su
garganta brotó un gruñido más animal que humano.
—Date prisa —urgió a Alexander, mientras se incorporaba
con el movimiento pausado y elegante de un depredador.
Rodeó el cuerpo de Raven y se situó frente a él en
ademán protector. Ligeramente inclinado hacia delante y
con las rodillas dobladas. Su postura no dejaba mucho
margen para las dudas; quienquiera que viniera tras
nosotros, estaba a punto de alcanzarnos. Yo también sentía
toda aquella concentración de magia mucho más cerca.
No íbamos a poder escapar. No sabía cuánto le llevaría a
Alexander completar el hechizo, pero no había ni rastro de
Robert. ¿Y si nos habíamos equivocado al confiar en él?
Quizás hubiera acudido al consejo en cuanto había salido
de la casa; si existía una forma de que los Bradbury se
redimieran después de años de ser señalados por los suyos,
seguramente vendernos sería el modo perfecto para ello.
Mi corazón se desplomó al pensar en que a partir de
ahora no íbamos a poder confiar del todo en nadie; ni
brujos blancos ni oscuros. Ni siquiera sabía si podía confiar
en mi propio padre…
Dith y yo nos colocamos junto a Wood, ambas alerta
frente a cualquier sonido o movimiento.
—Ya casi está —afirmó Alexander, con esa otra voz más
antigua y grave.
Una rápida mirada me bastó para comprobar que, incluso
conociendo el hechizo necesario, aquello estaba
requiriendo de él más poder del que había esperado
necesitar.
—¡Oh, Dios! Los cuernos. Otra vez —farfullé, con una
risita histérica y fuera de lugar.
Wood resopló, resignado, y casi pude escucharlo
poniendo los ojos en blanco.
Percibí el momento en que él también comenzó a
convocar su magia. El aire se estremeció a su alrededor y
su aroma fue volviéndose más intenso. Dith se preparó y yo
me esforcé para mostrar algo de autocontrol. Cerré los ojos
y busqué en mi interior. El río de energía que discurría por
mi pecho era ahora tan brillante como la barrera que nos
mantenía allí; tonos dorados destellaban entre el caudal
desbocado de un poder furioso y que apenas si reconocí
como mío.
Cuando abrí los ojos de nuevo y volví a echar un vistazo
sobre mi hombro en dirección a Alexander, él también se
había vuelto en parte hacia mí. Sus labios continuaban
moviéndose y las manos apuntaban en dirección a la
barrera, pero sus pupilas…, su rostro…
—¡Joder! —Fue todo lo que se me ocurrió decir.
Daba igual que ya hubiera contemplado su aspecto esa
misma noche, tan solo unas horas antes; seguía resultando
sorprendente, impactante y tremendamente perturbador.
Su piel, de aspecto inquebrantable y del color del carbón;
los ojos, negros por completo. Sus labios eran ahora más
finos y el superior se hallaba retraído de tal modo que pude
contemplar lo afilado de sus dientes. Y entre el lío de
mechones blancos y negros que era su pelo asomaban dos
pequeños cuernos.
Un demonio. Un Dios tenebroso. Un ángel de la muerte.
Era como si el propio caos hubiera tomado forma humana
(o semihumana) y se hubiera hecho carne.
Pero no había mentido respecto a él. No me daba miedo, y
tampoco sentía nada de esa superioridad moral que nos
inculcaban en Abbot respecto a la comunidad oscura. No
me sentía mejor que él. Me negaba a aceptar que ser un
Ravenswood convirtiese a una persona como Raven en
alguien malo, ni tampoco que lo fuera Alexander. Al final, lo
único realmente importante era cómo empleabas el poder
que se te concedía.
Alexander había hecho su elección y se había condenado
a sí mismo al destierro.
Y ahora mismo me estaba mirando con tanta intensidad
que parecía capaz de atravesarme de parte a parte como
una espada encantada que jamás errase el blanco.
Aparté la vista, obligándome a concentrarme en las
sombras frente a mí.
—¿Puedes intentar despertar a Raven? —me pidió Wood.
—¿Cómo quieres que…?
—Inténtalo —me cortó—. O no saldremos de aquí con
vida.
No discutí con él. No tenía ni idea de qué hechizo
emplear para hacer algo así, pero de todas formas me
arrodillé junto al lobo negro. Dith y Wood se recolocaron
para cubrirnos con sus cuerpos y supe lo que ambos harían
llegado el momento: sacrificarse para que nosotros
tuviéramos al menos una oportunidad.
Escarbé mentalmente en las enseñanzas acumuladas
durante todos mis años en Abbot, sintiéndome inútil, hasta
llegar a la conclusión de que lo mejor era emplear mi
elemento para tratar de sacarlo de la inconsciencia. El
agua era el elemento con más potencial curativo de todos;
quizás emplearlo al margen de un hechizo concreto
lograría sanar lo que quiera que hubiera dejado dañado la
vez anterior.
No me quedaba más remedio que intentarlo. Wood tenía
razón. Si Robert no llegaba pronto con el coche, y con
Raven en aquel estado, no teníamos demasiadas
oportunidades de salir bien parados. Quizás pudiésemos
vencer a tres Ibis, quizás Elijah hiciese otra de sus entradas
triunfales para salvarnos el culo, pero si los miembros del
consejo u otros brujos oscuros venían también a por
nosotros… todo acabaría antes de empezar.
No quería que Alexander tuviera que enfrentarse a su
padre, porque, además de lo obvio, esa posibilidad me
hacía pensar en si yo tendría que enfrentarme al mío. Y eso
me aterraba más que cualquier otra cosa.
Apoyé las manos sobre el costado de Raven. Metí los
dedos entre su pelo negro y sedoso y cerré los ojos una vez
más. Mi magia fluía ahora desplegada por todo mi interior,
atravesando cada hueso y músculo, inundando mis venas y
acudiendo hasta la punta de mis dedos.
Escuché un jadeo, pero traté de cerrar también mis oídos
a todo lo que me rodeaba. Necesitaba concentrarme solo
en Raven y en un poder que parecía haberse vuelto casi
inabarcable. Indómito. Mucho más salvaje de lo que lo
había sido nunca.
La humedad que flotaba en el ambiente se me pegó a la
piel y se mezcló con el sudor. La empujé más allá de mí
hasta que noté el pelaje de Raven humedeciéndose también
bajo las palmas de mis manos. Imaginé que lo envolvía
como una manta protectora y curativa, y que luego le
calaba hasta alcanzar el interior de su pecho. Su corazón
mismo.
Y deseé con todas mis fuerzas que eso rehiciera lo que
estaba roto. Que tirara de la consciencia de Raven para
traerlo de vuelta.
—Despierta —rogué en voz baja—. Despierta, Rav.
La piel se me calentó. El pecho comenzó a arderme. La
energía fluyó de mi cuerpo al suyo y el aire se volvió más
pesado en mis pulmones, pero luché para mantener mi
respiración controlada y continué tirando de mi magia. El
símbolo de la triple diosa que colgaba de mi cuello también
ganó peso mientras rogaba a mis ancestros, aunque no
tenía claro que escucharan mis plegarias y aceptaran
potenciar mi poder cuando estaba tratando de curar a un
miembro de la comunidad oscura.
Los músculos bajo mis manos se tensaron y el cuerpo de
Raven se sacudió, y quise pensar que era una buena señal.
Pero entonces el sonido de un montón de pasos logró
atravesar el trance en el que me había sumido y llegó a mis
oídos.
Y luego… el caos nos alcanzó.
54

Alexander
Oscuridad. Un mundo de oscuridad, terror y fuego.
Sombras ganando terreno y extendiéndose hasta colonizar
cada rincón. Sombras y algo más. Otras figuras. Otras
cosas. Otros seres.
Una visión del infierno desatado en la tierra, eso era.
Eso podría llegar a ser.
Mis pensamientos vagaban, inconexos y abrumadores,
mientras trataba de entender por qué un segundo antes me
hallaba en los terrenos de Ravenswood y al siguiente el
mundo parecía estar derrumbándose a mi alrededor.
Aturdido, parpadeé para eliminar la imagen de muerte y
devastación y regresé del lugar a donde fuera que me
hubiera ido durante unos pocos segundos. Todo lo que me
rodeaba pareció enfocarse de nuevo, pero tonos rojos
cubrían mi visión. Fuego púrpura me rodeaba y zarcillos de
una niebla densa y oscura brotaban de mi cuerpo, azotando
el aire.
Y poder. Tanto maldito poder.
A pesar de la advertencia de Wood, había sucumbido y me
había transformado por completo, y eso de algún modo me
había llevado lejos de allí.
—Despierta. Despierta, Rav —murmuró alguien, llamando
mi atención.
Los huesos de mi cuello crujieron cuando giré la cabeza
hacia ella.
Jadeé de la impresión y tuve que volver a parpadear
varias veces, deslumbrado. Durante un puñado de
segundos eternos, solo hubo luz. Luz clara, pura y radiante.
Luz que lo llenaba todo y casi me quemaba las retinas y la
piel.
Un momento después, el intenso brillo comenzó a
atenuarse, el contorno de su figura se perfiló con mayor
claridad y por un breve instante… la vi.
La vi de verdad.
La necesidad me golpeó en pleno estómago y se
recrudeció hasta tal punto que apenas resistí la tentación
de lanzarme sobre ella y tomar… Tomarlo todo. Cada
gramo de poder. Cada chispa de su energía. Cada partícula
de vitalidad que impregnaba su piel, su carne y su cuerpo.
Su alma.
Hasta la última gota.
Hasta el último aliento.
Fue… desgarrador, y también una auténtica locura.
Seguramente, no podía tratarse más que de una
alucinación inducida por mi estado y la necesidad.
Me mordí el labio inferior y mis afilados dientes
traspasaron la fina piel sin apenas esfuerzo. El sabor
metálico de la sangre me cubrió la lengua, pero el dolor fue
bienvenido.
Control. Necesitaba mantener el control a cualquier
precio.
«No eres un monstruo, Alex. Para», me exigí a mí mismo.
Bajé la vista hasta el cuerpo que reposaba sobre el suelo
y ver por fin los ojos abiertos de Raven, de algún modo, me
ayudó a contener mis oscuros impulsos.
Sacudí la cabeza en un intento de ganar algo más de
lucidez.
«El hechizo. Las guardas. Elimina las guardas», me
recordé entonces, desesperado por encontrar un objetivo al
que aferrarme. Ese había sido mi propósito un momento
antes: conseguir que las salvaguardas con las que contaba
Ravenswood la dejaran pasar. A ella.
A… Danielle.
Escuché a alguien acercándose a la carrera. Varios pasos.
Había más de una persona.
—¡Tienes que sacarlos de aquí! —me gritó Danielle al
descubrir que ya no estábamos solos—. Llévatelos.
Envueltos en sus capas, pero con las capuchas retiradas
hacia atrás, tres Ibis aparecieron entre los árboles y se
detuvieron a varios metros de Wood y Dith. Ya conocía a
uno de ellos; era el guardia de mi padre al que habíamos
dejado inconsciente en el bosque horas antes. Se veía
pálido y desmejorado después de nuestro encuentro
anterior, pero su expresión no había perdido arrogancia en
absoluto.
Raven exhaló un quejido al tratar de incorporarse y
acudir junto a su hermano, pero resultaba obvio que le
costaba moverse.
Sin perder de vista a los guardias, mantuve una mano
extendida hacia la barrera. Si no completaba el hechizo o
hacía algo para eliminar las guardas, los demás tal vez
seríamos capaces de huir, pero Danielle no iba a poder
abandonar Ravenswood.
Se quedaría encerrada allí, a merced de los Ibis.
Un zarcillo de oscuridad se deslizó entre mis dedos y salió
disparado hacia el muro brillante que nos cortaba el paso.
Arañó la superficie y pequeñas grietas se extendieron en
todas direcciones mientras mi magia luchaba por romper a
la fuerza la burbuja de protección.
No fue suficiente.
Pero lo conseguiría. Por las buenas o por las malas. Con
hechizo o con mi propia ira si era necesario. No pensaba
dejar a nadie atrás.
—Nos volvemos a encontrar —dijo el guardia de mi padre.
Sus ojos estaban fijos en Wood y sus labios se curvaron en
una promesa de venganza y dolor.
—Y no te va a ir mucho mejor que la última vez —replicó
mi familiar—, así que ¿por qué no os dais la vuelta y os
largáis por donde habéis venido?
—Llévate a los demás —insistió Danielle, ignorando el
intercambio de amenazas y la intensa atmósfera de
violencia que flotaba en el ambiente.
Ayudó a Raven a estabilizarse sobre sus cuatro patas e
intentó empujarlo en mi dirección, más cerca de la
carretera y, por tanto, lejos de los Ibis, pero Raven se negó
a apartarse de su lado. Resignada, se movió para cubrirlo
parcialmente con su cuerpo de los ojos fríos y calculadores
de los guardias.
El instinto protector que mostraba hacia mi familiar avivó
una calidez extraña y profunda en mi pecho. La emoción
resultó del todo incoherente con el resto de las sensaciones
que azotaban mi interior y consiguió mantener intacta la
última hebra de mi cordura que aún no había sido poseída.
No estaba seguro de cuánto duraría. La sed de poder, el
hambre, la necesidad…, todo estaba ahí, latiéndome bajo la
piel y arañándome el pecho en busca de una forma de ser
aliviado.
Continué lanzando mi oscuridad sobre la barrera al
tiempo que peleaba conmigo mismo para evitar que esos
mismos zarcillos se deslizaran hacia Danielle. Su magia
cantaba para mí cada vez con más fuerza; una melodía
suave, cargada de armonía, que hablaba de muerte y vida,
de necesidad y poder y luz y oscuridad. Una potente
llamada que resultaba también una advertencia.
Si todo aquello acababa bien para nosotros y
encontrábamos la manera de escapar, tendría que
reflexionar mucho no solo sobre la visión perturbadora de
ese mundo apocalíptico que acababa de tener (o lo que
quiera que hubiera sido aquello. ¿Una premonición?
¿Alguna otra clase de realidad? ¿El maldito infierno?), sino
sobre… sobre todo lo demás.
Sobre ella.
Sobre su luz.
Sin querer, mis ojos volvieron a buscarla, y tuve que
obligarme a dejar de mirarla para centrarme en los recién
llegados. Mi oscuridad se retorció al perderla de vista, pero
obedeció pese a todo.
—Marchaos —gruñí a los Ibis, y esa única palabra salió de
entre mis labios, afilada y cargada de tanta crueldad que
incluso yo me estremecí.
—Tenemos órdenes.
A pesar de que aflojar la correa con la que mantenía mi
oscuro poder a raya no era buena idea, me permití sonreír.
Y luego las palabras simplemente resbalaron de mis labios:
—Entonces… siento deciros que ya estáis muertos.
Todos nos movimos a la vez. El Ibis personal de mi padre,
armado ya con el elegante acero propio de los suyos, saltó
directo hacia Wood en busca de una compensación por el
golpe que había recibido su orgullo horas antes. Los otros
dos, por el contrario, parecían haber decidido emplear la
magia. Por una vez me alegré de ser capaz de percibir el
poder de cada brujo oscuro de Ravenswood, porque sentí el
instante exacto en que lo invocaron para dirigir su primer
ataque hacia nosotros.
No me senté a esperar para descubrir cuál sería su
elemento y cómo lo usarían. Ni siquiera tuve que pensarlo.
Mi reacción fue instintiva.
Dos látigos de oscuridad se desplegaron hacia delante y
azotaron respectivamente a los brujos, a uno en la cara y a
otro en mitad del pecho. Luego, se retiraron de inmediato.
Los golpes no buscaban reclamar su poder para mí mismo;
no, no cedería a la necesidad de drenarlos, porque, a pesar
de estar consumido por la oscuridad, una parte de mí aún
era vagamente consciente de que eso podría matar a
Danielle. Así que no permití que se anclaran en su carne y
recé para que eso bastara.
Salvo Raven, que aún luchaba para que su propio cuerpo
le obedeciera, los demás tampoco permanecieron de brazos
cruzados. Dith estaba murmurando un hechizo entre
dientes, aunque no supe lo que trataba de conjurar.
Mientras que Danielle… El aire se tornó seco y terroso y la
humedad que flotaba en el ambiente se convirtió en una ola
compacta con la que barrió a los guardias.
Ya heridos, ninguno de los dos consiguió mantenerse en
pie. Pero no tardarían en levantarse de nuevo; ni siquiera
se habían inmutado con los cortes que yo les había
provocado.
Danielle me miró por encima del hombro.
—¡Tienes que sacar a los otros de aquí ya! —exigió con
desesperación.
Era terca, eso era algo que había descubierto durante el
tiempo que llevaba en Ravenswood, y supe que no dudaría
en quedarse atrás si eso nos daba una oportunidad al resto.
«Los brujos blancos y su abnegada capacidad de
sacrificio», pensé para mí. Todavía me resultaba difícil
creer que un miembro de su comunidad eligiera
sacrificarse por un Ravenswood o cualquier otro brujo
oscuro, pero ella lo haría de todas formas.
—No vamos a irnos sin ti —le aseguré.
Para zanjar el tema y evitar enzarzarme con ella en una
de nuestras absurdas discusiones, devolví mi atención a los
Ibis. Juro que la escuché resoplar, ofuscada por mi
negativa. Era un hecho que nunca nos pondríamos de
acuerdo en nada y, a pesar de la situación, su obstinación
me hizo sonreír.
Wood mantenía bastante entretenido al tercer guardia. Mi
familiar había traído consigo las dos dagas y, sobre la
espalda, llevaba enganchada también la funda de su espada
favorita, aunque por ahora estaba empleando solo las
armas cortas para rechazar los ataques del Ibis.
En ese momento, fintó y rodó por el suelo hacia un lado
para alejarse y evitar un golpe. Wood no se levantó de
inmediato, quedando en una posición comprometida, pero
supe lo que se proponía en cuanto aplanó ambas manos
contra el terreno.
La tierra comenzó a vibrar bajo nuestros pies y una grieta
dividió en dos el claro. Sin embargo, su oponente saltó
hacia él y Wood no consiguió ensancharla lo suficiente para
que nos diera la ventaja que con tanta desesperación
necesitábamos.
Uno de los otros guardias corrió hacia un lado. Centré mi
atención en él y sonreí con malicia cuando comenzó a
avanzar hacia mí. Una de sus manos agarraba con fuerza la
espada mientras que mantenía la otra a un lado de su
cuerpo, con la palma expuesta; listo para atacar.
Bien, que viniera.
—Yo que tú no lo haría —le advertí de todas formas.
No lo drenaría (si podía evitarlo), pero cada vez me sentía
más cómodo en mi propia piel. Con mi poder. Tal vez la
oscuridad hubiera empezado a apropiarse también de mi
alma. Quizás resultaba inevitable. Quizás hubiera sucedido
ya. O quizás rendirme por fin a lo que era solo había
conseguido que se sintiera… natural.
Fuera como fuese, no había margen para que dudara.
Tendría que enfrentarme a las consecuencias de mis actos
más tarde. Si es que había un después para nosotros.
Con un solo pensamiento, la niebla oscura que me
rodeaba se espesó. Dos zarcillos gemelos brotaron de la
oscuridad de mis muñecas y serpentearon por el suelo
hacia el hombre, como si de enredaderas venenosas se
tratase.
El guardia reaccionó elevando la mano libre, pero, antes
de que pudiera siquiera apuntarme con ella, uno de los
zarcillos se estiró hacia él y le atravesó la palma de parte a
parte. Ladeé la cabeza y la oscuridad clavada en su carne
respondió a mi movimiento retorciéndose en forma de
gancho.
Un tirón bastó para arrastrar al Ibis hacia delante y
hacerlo caer de bruces. La sangre brotó de su herida y la
magia que contenía envió una vibración a través de mi piel.
Sonreí sin darme cuenta de que lo hacía. Casi había sido
demasiado fácil.
—Eso debería ser doloroso. ¿Quieres más? —gruñí, con
una voz que no me pertenecía. Era consciente de que me
estaba dejando arrastrar más y más profundo cada vez,
pero no logré encontrar una razón válida para evitarlo. Me
consumía en una crueldad que me resultaba tan ajena
como familiar—. Porque podríamos jugar a comprobar
cuánto eres capaz de soportar sin desfallecer. ¿Qué tal
morir atravesado por decenas de estas cosas?
El otro zarcillo restalló como un látigo y se abatió sobre
él, arrancándole la espada de la mano. Un segundo
después, sus dos palmas estaban clavadas a la tierra por
pura y maliciosa oscuridad.
Era un Ibis. Estaban entrenados de tal forma que
conseguían mantenerse al margen del dolor; en apariencia,
nada de aquello le afectaba. No había signos de sufrimiento
en su rostro. Pero el daño era daño. Las heridas sangraban.
Y los Ibis podían morir.
Aún sometido y obligado a permanecer a cuatro patas
sobre la tierra, levantó la barbilla y me desafió con una
mirada cargada de odio. Mechones de pelo negro
escaparon de la cinta que los sujetaba y le enmarcaron los
rasgos endurecidos por años de entrenamiento.
—Estoy convencido de que esas órdenes que tenéis no
contemplan que se me haga daño… —comencé a decir, pero
me interrumpí al sentir la presencia de más brujos en los
alrededores.
Otros brujos oscuros. Brujos de Ravenswood. Mi hogar.
Mi legado.
Horrorizado, retraje mi oscuridad de golpe al darme
cuenta de que había empezado a ahondar y enraizarse en la
carne del guardia. Un instante más y era muy posible que
lo hubiese drenado hasta dejar atrás tan solo una cáscara
vacía.
Debería haberme ocupado de quebrar las guardas para
que pudiéramos salir de allí y, en cambio, había estado a
punto de sucumbir y convertirme en lo que siempre temí
ser… Una bestia sedienta de poder.
Un monstruo.
Contemplé paralizado lo que me rodeaba. Un movimiento
de la mano de Wood levantó una gruesa raíz que hizo
tropezar al Ibis con el que luchaba. Danielle se había
parapetado frente a Raven y peleaba cuerpo a cuerpo con
otro de los guardias para evitar que llegara hasta el lobo.
Ni siquiera sabía que fuera capaz de lanzar esa clase de
puñetazos, pero no creí que aguantara demasiado frente a
un Ibis bien entrenado.
Había arboles ardiendo cuyas ramas se agitaban,
azotadas por violentas rachas de aire. Una mezcla de
distintos aromas saturaba el ambiente, fruto de la magia de
cada uno de los presentes. Todo era caos. El fuego se
extendía. Alguien sangraba. Otro gritó. Mi oscuridad rugió.
Y lo único que yo podía hacer era tratar de no ahogarme en
ella. Porque si cedía… no estaba seguro de poder regresar.
O de hacerlo como la misma persona.
Más figuras aparecieron entre los árboles. Mis ojos
tropezaron entonces con el rostro de mi padre y el peso de
su mirada me hizo retroceder. El velo rojo que cubría mi
visión se aclaró y mis músculos se aflojaron. Me tambaleé
hacia atrás, tropecé y a punto estuve de caer sobre mis
rodillas.
—Luke —exhalaron sus labios. «Monstruo», dijo en
cambio su mirada.
—¡La barrera, Alex! —gritó Danielle.
—¡Vuélala si es necesario! —me urgió Wood.
Raven aullaba, angustiado e impotente.
Mi padre apartó la vista de mí y miró a Danielle, que se
hallaba ahora mucho más cerca de él que de mí.
Los siguientes segundos transcurrieron a cámara lenta y,
a la vez, todo ocurrió demasiado rápido. Y aunque luego lo
sucedido se repetiría en mi mente una y otra vez y llegaría
a pensar que hubiera podido hacer un montón de cosas
para evitarlo, no fui capaz de moverme.
Por segunda vez aquella noche me quedé paralizado y no
hice nada en absoluto.
Nada.
Y por mi culpa… alguien murió.
55

La magia no era algo inmutable. Cambiaba todo el tiempo.


Ningún brujo era igual a otro, ni su poder se comportaba
de la misma manera. Cada elemento resultaba diferente. El
agua, por ejemplo, se relacionaba con la curación, magia de
creación. El agua era vida. Una parte intrínseca de cada
uno de los seres que habitaban este mundo, pero también
podía inundarnos los pulmones, asfixiarnos. O arrasar con
su fuerza ciudades enteras. La tierra constituía el
renacimiento; nos sostenía, nos anclaba, y a ella volvíamos
al morir. Sin embargo, podía vibrar hasta derrumbarlo
todo. El aire, incluso invisible, podía vencernos,
doblegarnos bajo su fuerza impetuosa e imprevisible. Nos
daba aliento, pero también podía ser destructivo. Mientras
que el fuego asolaba todo a su paso, quemaba hasta
convertir la vida en muerte; la carne en cenizas. Pero del
mismo modo, nos calentaba, mantenía alejados el frío y las
sombras.
Y al igual que la luz no podía existir sin oscuridad,
ninguno de esos cuatro elementos podía persistir sin el
otro. Ninguno podía imponerse, no sin desbaratar el
equilibrio de toda magia conocida.
Sin embargo, en el momento en el que más brujos
aparecieron en aquel rincón remoto de Ravenswood, juro
que sentí cómo el mundo entero se estremecía y todo se
puso del revés. Durante unos segundos, el aire se
desvaneció y mis pulmones lucharon por expandirse para
ser llenados con algo que no fuera el vacío. La tierra
tembló, la madera de los árboles crujió con un lamento y la
humedad del ambiente se evaporó. Y el fuego… Los
pequeños focos dispersos por el claro se impregnaron de
algo a lo que no supe poner nombre pero que hizo que las
llamas se consumieran brevemente para luego rebrotar con
más fuerza.
Alexander, erguido y rodeado por más oscuridad de la que
jamás le hubiera visto convocar, trastabilló hacia atrás
hasta casi atravesar la barrera protectora, repentinamente
aturdido. En cuanto seguí el rumbo de su mirada, no tardé
en comprender el motivo.
El hombre al que observaba farfulló su nombre entre
dientes. No lo llamó Alexander ni Alex, sino Luke. Y aunque
durante el ritual Tobbias Ravenswood había ocultado su
rostro bajo la capucha de su capa, supe con certeza que se
trataba de él.
El desprecio se reflejó durante un instante en su
expresión casi con tanta claridad como una vergüenza
amarga e incluso algo que no podía ser otra cosa que odio.
Pero todas esas emociones desaparecieron enseguida. La
suave sonrisa y el ademán conciliador que los sustituyeron
cuando sus ojos se deslizaron hacia mí parecían genuinos,
tanto que estuve a punto de creer que Alexander tenía que
estar equivocado respecto a su padre.
En medio de toda la energía que inundaba el aire a mi
alrededor, incluso cuando podía percibir con claridad el
aroma tan característico de la magia de Dith y sabía que
Wood continuaba peleando con uno de los Ibis, tuve un
momento de extraña serenidad. Fue como estar en el
mismísimo ojo de un inmenso huracán. En una calma total
que sabes que solo es temporal y que en cualquier
momento se transformará en devastación.
A pesar de lo mucho que trató de ocultarlo, detecté la
amenaza velada en los ojos de Tobbias justo en el instante
en el que el mundo retomó su ritmo furioso y el tiempo
pareció acelerarse, como también lo sentí convocar su
poder. No hubo más advertencia que esa fugaz mirada.
Nadie exigió una tregua ni hubo palabras tranquilizadoras
previas al ataque. Y me pregunté si así había sido siempre
desde Salem. Si a la sangre y la lucha era a lo que
habíamos quedado reducidos. Pero, más allá de eso, me
pregunté si Tobbias había llegado a sentir alguna vez algún
tipo de aprecio por su hijo.
Solo que no dirigió su ataque hacia Alexander, y tal vez
esa fuera la respuesta a mi pregunta. O quizás a él lo
necesitara de una manera en la que no me necesitaba a mí.
Quizás estábamos equivocados y Alexander era el verdugo
que vendría no solo a restablecer el equilibrio entre ambos
bandos, sino que haría que la oscuridad reinara finalmente
sobre la luz. A lo mejor Elijah tenía razón y yo solo era una
complicación no deseada.
O no fuera nada en absoluto.
Con un rugido y un crepitar que retumbó en mis oídos
hasta que no fui capaz de escuchar otra cosa, las llamas
brotaron de entre los dedos de Tobbias y se extendieron
hacia delante. El fuego llenó el espacio frente a mí. Ni
siquiera sé si llegué a ser consciente de que había alzado
las manos en mi dirección, pero tampoco me aparté, a
sabiendas de que Raven estaba justo detrás de mí y no le
daría tiempo a moverse lo suficientemente rápido en el
estado en el que estaba.
Una racha de aire proveniente de uno de los otros brujos
avivó aquel chorro de fuego puro y vibrante. La noche se
iluminó hasta volverse día y la temperatura ascendió de tal
modo que, incluso cuando dudo que pasasen más que unas
pocas décimas de segundo, el sudor me cubrió el rostro y la
piel de todo el cuerpo.
Hubo cánticos. Hechizos susurrados a media voz. Más
gritos. Una advertencia gritada por Dith y un alarido que
habría podido levantar a los muertos si hubiesen estado
escuchando y que, si no me equivocaba, provenía de Wood.
Magia. Magia llenándolo todo. Magia que parecía
cantarme también a mí. Y luego un violento empujón que
trajo consigo un conocido aroma a papel y libros antiguos.
La fuerza invisible de una oleada húmeda me apartó del
camino de las llamas y me lanzó por los aires hasta el límite
de la barrera, brillante y quebrada por los intentos de
Alexander para hacerla ceder, y cuando rodé y mi cuerpo
golpeó contra ella, de algún modo, terminó de romperse y
me dejó pasar.
Un lobo aulló. El sonido fue descarnado y crudo. Fue un
lamento y un sollozo y dolió; dolió tanto que durante un
momento solo pude encogerme sobre la tierra, taparme los
oídos y tratar de continuar respirando a través de ese dolor.
Cuando por fin levanté la vista, lo primero que vi fue otra
barrera alzándose frente a mis ojos, un muro de oscuridad
de tal envergadura que se elevó desde el suelo hasta
alcanzar las ramas más altas de los árboles y que aisló a
mis amigos del resto de los brujos. Que los protegía.
Alexander.
Su poder, aún siendo oscuro y retorcido, había
encontrado una manera de ponernos a salvo. Pero
comprenderlo no hizo remitir el hueco que se había abierto
en mi pecho como tampoco disminuyó el dolor que lo
atravesaba.
Raven volvió a aullar y desvié la vista hacia él. Wood, a su
lado, estaba arrodillado sobre la tierra, con la espalda
encorvada y sangre empapándole la camiseta. Las lágrimas
le cubrían las mejillas mientras sus brazos se estiraban
para acunar un cuerpo flácido. Restos de pelo castaño se
deslizaron sobre unos hombros estrechos y piel
ennegrecida, y el rostro de mi familiar quedó a la vista.
Llegó un coche por la carretera. Robert acudió a mi lado
a la carrera, pero no aparté la vista de mis amigos. ¿Por
qué aullaba Raven? ¿Cómo era posible que Wood estuviera
llorando? El lobo blanco no lloraría, jamás. Se reía de todo.
Wood solo peleaba y seguía adelante… Disfrutaba
haciéndolo.
Mi mente no podía entender la imagen que mis ojos le
estaban brindando. No quería entenderla. De ninguna
forma.
«No. No. No».
El cuerpo quemado casi por completo. La piel derretida y
humeante. La vida escapándosele con cada débil
inspiración que apenas si podía llegar a completar. No era
posible.
Aquella no podía ser Dith.
Me puse en pie y avancé a trompicones. En cualquier otro
momento, no creo que hubiera sido capaz de mantenerme
erguida por mí misma de ninguna manera, pero el horror y
la desesperación tiraron de mí con tanta fuerza que en
cuestión de segundos llegué hasta ellos.
Caí de nuevo sobre el suelo y mis rodillas se clavaron en
la tierra quemada y carente de vida que los rodeaba.
—Dith. —Su nombre abandonó mis labios en un suspiro
tembloroso.
Juro que me escuchó y trató de sonreír. Se me llenaron
los ojos de lágrimas, pero no lloraría. No, no iba a llorar
porque ella no iba a dejarme. De ninguna manera. Se
curaría. Lo arreglaríamos de alguna forma. Había
hechizos…
—Danielle —murmuró a duras penas.
—No hables. Voy a curarte.
Wood soltó un doloroso quejido al escuchar mi afirmación,
y quise decirle que lo haría. La curaría así tuviera que
emplear hasta la última gota de magia que corría por mis
venas.
Permití que él continuara sosteniéndola mientras yo
alcanzaba su pecho con las manos y convocaba todo mi
poder. Maldije al darme cuenta de que el furioso caudal no
era ahora más que un pequeño arroyo que discurría casi
agotado. Había estado empleando tanto mi magia como los
puños para enfrentarme a uno de los Ibis y había gastado…
demasiado.
—Lo… siento —farfulló Meredith, y yo negué.
—No hables, por favor. —Tiré y tiré de los restos de mi
magia—. Hazme caso por una vez.
Soltó una carcajada. Luego empezó a toser y gotas de
sangre salpicaron alrededor de sus labios, pero, aun así, no
dudó en ignorar mi ruego.
—Siento no habértelo contado. Solo… quería algo de
normalidad para ti. No… —Volvió a toser y estuve a punto
de taparle la boca con la mano para que no siguiera
hablando, pero me daba miedo que la carne se le
desprendiera de los labios quemados. O que su débil
aliento no encontrara la forma de llegar a sus pulmones—.
Ya habías visto demasiado horror… No podía dejar que
crecieras así…
Sabía lo que trataba de decir y el motivo por el que creía
necesitar disculparse conmigo. Había estado tan enfadada
con ella por mentirme sobre el futuro que me esperaba
fuera de los muros de Abbot… Le había gritado y lanzado
reproches, y luego me había negado a hablar con ella del
tema.
Había creído que tendríamos tiempo. Siempre había
habido tiempo con Dith; era mi familiar, estaba ligada a mí.
Era mi amiga, mi hermana, mi madre. Podíamos pelearnos
porque siempre habría un después para nosotras. Siempre.
—Te pondrás bien —aseguré, e incluso mientras lo decía
supe que no era verdad.
Algo se estaba rompiendo dentro de mí, como un hilo que
se tensara más y más y, en cualquier momento, fuera a
ceder más allá del límite de su resistencia.
Dith se estaba muriendo.
Mis manos temblaron y, de un modo irónico, no fui capaz
de sacar de mí más energía que la necesaria para
prolongar su agonía. La cabeza empezó a darme vueltas
mientras continuaba tirando de ella pese a todo, decidida a
no rendirme.
—Te quiero, Danielle…
—No, no se te ocurra despedirte —la amenacé, y una vez
más ella intentó sonreír.
Hizo amago de girar la cabeza, pero el movimiento solo
consiguió provocarle una mueca de dolor.
—¿Rav? Cuídala, por favor —le pidió al lobo negro cuando
este se acercó para asomarse sobre ella—. Te… necesita.
Raven emitió un gemido bajo en respuesta; un lamento de
agonía no menos doloroso que el que había lanzado al aire
en el momento en que habían herido a Dith.
Seguí sacudiendo la cabeza en una negativa sin fin
mientras una voz gritaba en mi mente. La sangre me
golpeaba los oídos al ritmo frenético que mi corazón le
marcaba. Aquello no podía estar ocurriendo.
Lancé una mirada en dirección a Alexander y le rogué sin
palabras, le supliqué para que me ayudara. Él podría
cederme más de su propia magia y darme el poder que
necesitaba para curarla. Lo había hecho antes sin que yo se
lo pidiera.
Sin embargo, al encontrarme con su mirada oscura atisbé
en ella solo más sufrimiento. Sufrimiento e impotencia. Y
no tardé en comprender lo que trataba de decirme: para
ayudarme tendría que dejar caer el muro de oscuridad que
nos mantenía a salvo.
—Está bien. Todo… está bien —escuché decir a Dith, pero
ahora no me hablaba a mí, sino a Wood—. Todos estos
años… Siempre fuiste tú.
Él llevó la mano hasta su mejilla, pero tampoco se atrevió
a tocarla. Simplemente la sostuvo a pocos centímetros de
su piel quemada. Apretó los dientes con fuerza mientras las
lágrimas seguían deslizándose sin pausa por su rostro.
—No. —Fue todo lo que le dijo.
En esa única palabra, no obstante, había tanto implícito:
«No me digas que todo está bien. No te vayas. No me dejes.
No te mueras».
No. No. No.
—No quiero hacer esto sin ti —añadió él por fin, y supe
que mis sospechas sobre lo que sentían el uno por el otro
jamás habían llegado a alcanzar siquiera una ínfima parte
de lo que en realidad compartían.
Se habían amado de verdad incluso cuando sus
respectivos deberes los habían llevado lejos el uno del otro
la mayor parte del tiempo. Y fue eso lo que me hizo
comprender algo más: el motivo por el que Dith se había
convertido en familiar. La supuesta traición a su aquelarre
que le había valido acabar maldita no había sido otra cosa
que su amor por Wood Ravenswood, el familiar de un brujo
oscuro.
Si quedaba una parte de mi corazón que no estuviera
rota, se quebró en ese mismo instante.
Todas las decisiones que había tomado y que nos habían
llevado hasta aquel momento cayeron sobre mí. Había sido
yo la que la había llevado a Ravenswood y había abierto la
caja de los truenos. Yo me había enfrentado con descaro a
Wardwell. Había elegido asistir a un frívolo baile de
máscaras, y eso también había acabado con Raven herido.
Había peleado con Alexander una y otra vez. Había
alertado a Corey de que estaba siguiendo los pasos de mi
madre. Había irrumpido en el despacho de la directora y
había permanecido en el campus cuando debería haber
intentado salir de allí desde el momento en que llegué. No
había insistido en entregarme a los Ibis cuando Alexander
se negó a que fuera con ellos… Tal vez, si lo hubiera hecho,
si los hubiera acompañado sin pelear, ahora Dith no estaría
allí, tirada sobre el suelo, muriendo…
Muriéndose.
Yo no estaría perdiendo a mi familiar, ni Wood al amor de
toda su existencia.
—Todo esto es culpa mía.
—No, Danielle. Este siempre ha sido tu… destino.
Necesitabas descubrir la verdad sobre tu madre. —Trató de
tragar antes de continuar hablando, pero el dolor que debía
sentir…—. Prométeme que seguirás adelante. No dejes de
buscar esa verdad y… no permitas que nadie te diga quién
debes ser ni cómo tienes que sentirte.
Me atraganté con los sollozos que me negaba a dejar
salir, porque eso sería admitir que no había nada que hacer
y yo no podía perder a Meredith. No podía perder a nadie
más.
No podía.
—Hazlo —le supliqué de nuevo a Alexander, esta vez en
voz alta.
Sus manos comenzaron a descender, y casi cedí a las
lágrimas al comprender que no iba a negarse a mis súplicas
a pesar de que con ello arriesgaría también la vida de sus
familiares.
—Resiste, Dith. Voy a curarte… —seguí repitiéndole.
Dith entreabrió los labios una vez más, ya casi sin
fuerzas.
Esperé y esperé a que hablara. Y luego rogué para que lo
hiciera.
Estaba a punto de desmayarme; exhausta, deshecha y
dolorida. No quedaba nada dentro de mí. No había luz ni
magia, solo miedo. Y luego llegó la pena, la amargura, la
tristeza. Y el dolor. Tanto y tanto dolor.
Dith no dijo nada más.
Y aunque no quería creerlo, lo supe.
El débil hilo que nos unía se rompió. Nuestra conexión se
deshizo de un segundo al siguiente y entonces, con una
sencillez que resultó aún más dolorosa y cruel, Meredith
Good simplemente dejó de existir.
Parpadeé y luego volví a parpadear, entumecida; la
humedad emborronó mi visión hasta que apenas si fui
capaz de ver ya su rostro ni nada de lo que me rodeaba. Mi
corazón se detuvo durante un segundo infinito y perdí el
aliento. Cerré los ojos. Apreté los párpados. Y cuando el
dolor dejó de ser solo un nudo que presionaba mi pecho y
se apropió de cada rincón de mi cuerpo y mi mente, alcé el
rostro hacia el cielo y grité.
Grité por el vacío en mi pecho, una parte de él que Dith
había ocupado desde que tenía memoria y que yo no sabía
que le había pertenecido hasta ese momento.
Grité por la certeza desgarradora y asfixiante de una
nueva pérdida.
Grité hasta que mi garganta quedó en carne viva.
Grité porque no encontré otra cosa que pudiera hacer.
Grité y grité.
Y continué gritando.
No supe cuándo paré o si lo hice siquiera. Juraría que aún
seguía gritando cuando alguien me rodeó con los brazos y
trató de apartarme del cuerpo inerte de Meredith. Y que
ese alarido infame proseguía escuchándose cuando,
demasiado rota para oponer resistencia, esa misma
persona me alzó en volandas. O quizás solo fuera el eco de
ese grito lo que se negaba a desaparecer de mi mente
porque entonces tendría que escuchar mis pensamientos y
aceptar lo que había sucedido.
Lo haría real.
Lo haría definitivo.
Y de ninguna manera estaba preparada para eso.
Todo de lo que llegué a ser vagamente consciente fue que
me metieron en un coche y luego estábamos abandonando
Ravenswood, huyendo de las personas que me habían
arrebatado una parte de mi alma.
Nos marchamos de la misma forma en la que todo aquello
había comenzado, en mitad de la noche y pisando a fondo
el acelerador. Solo que ahora éramos más, y a la vez,
menos. Había descubierto al menos una parte de los planes
de mi madre, y también algo que ni siquiera hubiera podido
sospechar en un principio. Algo mucho más grande que
todos nosotros y a lo que tendríamos que enfrentarnos si
queríamos encontrar una forma de evitar que esa profecía
se convirtiera en realidad y quienquiera que fuera el
verdugo acabara desatando un reinado de oscuridad y
sombras sobre toda la humanidad. Así que dejaba
Ravenswood con algunas respuestas, sí, aunque también
con otras tantas preguntas. Pero, sobre todo, lo hacía sin
una gata en el asiento del copiloto, sin risas, ni olor a papel
y libros antiguos.
Y, lo que era seguro, había muchas posibilidades de que el
camino que nos esperaba no resultaría más fácil ni
alentador. Que la oscuridad continuaba acechando pese a
todo. Que la luz era ahora un poco menos brillante.
El equilibrio no parecía estar más cerca de alcanzarse.
Había una profecía colgando sobre nuestras cabezas, pero,
más allá de eso o de cualquier otra cosa que el destino
tuviera preparada para nosotros, yo… yo quería venganza.
Los brazos que me sostenían me estrecharon con más
fuerza, como si la persona que me estaba abrazando fuera
consciente de que mi corazón se enfriaba segundo a
segundo y se llenaba de amargura, rencor y odio. Levanté
la mirada y me encontré con el rostro de Alexander. Sus
ojos estaban repletos de estrellas y pena, dolor y
arrepentimiento. Cariño y compasión. Y comprendí que
estaba dejando aflorar sus emociones de una manera
descarnada y brutalmente sincera solo para mí.
Su aroma salvaje me llenó los pulmones cuando inspiré, y
su magia vibró a nuestro alrededor y me cantó una
tranquilizadora melodía, casi una nana. Algo suave, tierno y
tan precioso…
—Alex.
—Te tengo, Danielle —me dijo, con esa misma delicadeza
impregnando también su tono—. Estaremos bien. Lo
prometo.
Quise decirle que, incluso si el dolor que sentía llegaba a
cesar y, de algún modo, conseguía estar bien de nuevo,
pese a que ahora pareciera que éramos aliados y
estuviésemos huyendo juntos, seguíamos siendo opuestos.
Luz y oscuridad, concebidos para enfrentarnos de todas
formas. Para compensar la existencia del otro y, por tanto,
para pelear en bandos diferentes. Si lo que pudiera
decirnos Loretta Hubbard sobre nuestro destino no
cambiaba eso, nosotros nunca podríamos estar bien. Pero
no fui capaz de articular palabra alguna.
Lo último que pensé antes de que mi mente decidiera que
no podía soportarlo más y cediera a la inconsciencia fue
que, en vez de a magia, el mundo entero apestaba esa
noche a sangre.
A sangre, muerte y destrucción.
Apestaba a guerra y a venganza.
Agradecimientos

Esta historia nació de mis ganas de regresar a un género


con el que disfruto más que con cualquier otro, como
lectora y como escritora. Adoro escribir contemporánea y
nunca me cansaré de hacerlo, pero la fantasía (o el
urbanfantasy en este caso) tiene un encanto especial.
Imaginar, crear, idear y llevar a término un mundo
imaginario para hacer que el lector crea en él y lo viva
como si de verdad existiese es… mágico. Y esta historia
tiene mucha magia, literal y figuradamente. Magia entre
sus páginas y también tras ellas, porque, si no fuera por
todas esas personas que han estado para mí a lo largo del
camino, nunca hubiera llegado hasta vosotros.
Y sois vosotros, lectores, a los primeros que tengo que
daros las gracias. Por leerme y brindarme así una
oportunidad para haceros soñar. Sin duda, gracias también
a esas fieles lectoras que están ahí cada vez que una de mis
historias se publica. Gracias por seguirme, por el cariño,
los mensajes, las fotos… Sois lo mejor de todo esto.
A Tamara Arteaga y Yuliss M. Prieto, amigas y abnegadas
lectoras beta. Me habéis acompañado en este viaje (y lo
que os queda). Sois mi puerto seguro, ese al que acudo a
desvariar y reír, pero donde también sé que puedo dejarme
caer sin miedo porque vosotras estaréis ahí para ayudarme
a levantarme. Gracias por empujarme cuando lo necesito.
Os quiero.
A Nazareth Vargas, porque, incluso si no hablamos tanto
como me gustaría, cuando lo hacemos es como si no
hubiésemos dejado de hacerlo nunca. Te quiero y te echo
de menos.
A Cristina Martín, por tu amistad, que nació del amor
común por los libros y luego se convirtió en mucho más.
¡Por fin voy a cumplir mi promesa de ir a visitarte!
A Esther Sanz, mi editora. Gracias por volver a confiar en
mí y por enamorarte de inmediato de mis brujos. Y a Luis
Tinoco, que ha vestido esta historia con sus mejores galas,
como siempre hace. A Berta, mi correctora en este
proyecto, por ser tan puntillosa y no pasarme ni una (puede
que te odiase un poco en el proceso, lo admito, pero
también te estoy infinitamente agradecida por todos tus
comentarios). A Patricia, Mariola y a todo el equipo de
Urano con el que siempre es un placer trabajar.
A mi familia, por apoyarme en mis sueños y hacer de mí
la persona que soy, y por no pensar que estoy loca por
pasar tanto tiempo con la cabeza en las nubes. A mi hija
Daniela. Te quiero; tú siempre serás la mejor historia que
he escrito jamás.
A otras escritoras con las que comparto ratitos de charla
(y algún que otro café) en las redes o fuera de ellas, por
hacer de esto algo menos solitario: María Martínez, May
Boeken, Martha Black, Clara Albori… Gracias también a
Belén Martínez, por esa preciosa cita sobre la novela.
A todos los blogueros, bookstagrammers y
administradores de páginas literarias por la labor que
hacen para promover la lectura. Gracias por dar difusión y
reseñar mis novelas. Y a los que, como lectores, también
dedican su tiempo a compartir su amor por los libros y su
opinión con los demás.
Gracias por esas preciosas fotos y por vuestros
comentarios. Por el cariño.
Y gracias a ti, que estás leyendo esto. Ojalá haya
conseguido llevar un poco de magia a tu vida y te haya
hecho soñar.

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