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Padre J. Sily - El Milenarismo
Padre J. Sily - El Milenarismo
Padre J. Sily - El Milenarismo
El Milenarismo
1 Col. 7.
2 Col. 5.
Confesamos ingenuamente que estas graves pa-
labras nos dejan completamente perplejos y no nos
atrevemos a afirmar que su autor haya querido de-
cir lo que parecen expresar. Porque en tal caso, du-
rante más de 14 siglos los Papas, los obispos, los
sacerdotes, los doctores de la Iglesia han sido o
unos ignorantes o unos cobardes. Nadie de ellos
enseñó tal doctrina; más aún, rechazaron esa ense-
ñanza ―vital‖; es decir, de vida o muerte para las
almas; fueron lobos carniceros y no pastores guar-
dianes del rebaño de Cristo. Un católico no puede
pensar tal cosa; menos, decirlo.
Más adelante, leemos en la carta del Dr. Bour-
dieu:
―Esta admirable doctrina del Reino Personal de
Cristo presente sobre la tierra, que es la meta de
tantas divinas promesas de la Escritura y que
los Padres Apostólicos —entre los cuales diez
grandes santos, por lo menos—, canales de la
Tradición y cuya autoridad es superior a la de
todos los demás Padres de la Iglesia (Concilio
de Trento, sesión 4ª), profesaron unánimes du-
rante los primeros siglos de la era cristiana,
afirmando solemnemente haberla recibido de
los Apóstoles y aun del mismo Cristo, hasta el
punto de que San Ireneo —el Padre de la Teolo-
gía— y San Justino llegan a sostener que no es
cristiano quien no la profesa‖ 1.
Este trozo contiene condensadas afirmaciones
que conviene examinar.
Dice el Dr. Bourdieu: ―Los Padres Apostólicos –
entre los cuales diez grandes santos, por lo menos—
‖. Según Tixeront, ―se da el nombre de Padres
Apostólicos a los escritores eclesiásticos de fines del
primer siglo y primera mitad del segundo‖ 2; lo
mismo afirma Cayré 3. ¿Cuántos son los Padres
Apostólicos? Oigamos al autorizado Bardenhewer:
―Juan Bautista Cotelier (+ 1686) recogió con el
nombre de Padres de la edad apostólica, al au-
1 Col. 5.
2 J. Tixeront, Histoire des Dogmes dans l’Antiquité chrétien-
ne, vol. I, París, ed. 11, 1930, p. 119.
3 F. Cayré A. A., Précis de Patrologie, vol. 1, París, ed. 2, 1931,
1 Pag. 771.
2 Col. 5 s.
3 Florentinus Alcañiz, Ecclesia Patristica et Millenarismus.
1 Op. cit., p. 78 s.
aquellos, que ciertamente son llamados cristia-
nos, pero son herejes ateos e impíos, ya te probé
que en todo enseñan cosas blasfemas, impías y
disparatadas‖ 1.
Según San Justino hay, pues, tres grupos de
cristianos: al primero pertenece el santo y muchos
cristianos, son los milenaristas; al segundo, muchos
cristianos, que siguen la piadosa y pura sentencia,
pero no admiten el milenarismo; al tercer grupo,
los herejes. Siendo esto así, ¿cómo puede decir el
Dr. Bourdieu que San Ireneo ―y San Justino llegan a
sostener que no es cristiano quien no la profesa‖,
hablando de la doctrina milenarista?
Pero volvamos a la afirmación de la carta: ―Pro-
fesaron unánimes durante los primeros siglos de la
era cristiana, afirmando solemnemente haberla re-
cibido de los Apóstoles y aun del mismo Cristo‖ 2.
Acabamos de ver que San Justino niega esta una-
nimidad, pues los de la opinión contraria son en
1 Col. 5.
2 Col. 7.
3 Denzinger et Umberg, Enchiridion Symbolorum, Friburgi i.
1 Col. 5.
2 Col. 6.
―Desgraciadamente son muy raros los que hoy
se acogen a esta bienaventuranza, porque existe
entre los católicos un prejuicio mortal para la fe,
y es el mirar como un peligro, no ya únicamente
las profecías, sino la Biblia entera, incluso los
Sagrados Evangelios, por el sólo hecho de que la
soberbia de los herejes ha abusado de esa pala-
bra de Dios, cuya inteligencia, como usted muy
bien lo señala, se ha prometido, no a los doctos,
sino a los pequeños y humildes de corazón‖ 1.
Es muy sorprendente y misterioso que Dios no
haya concedido a San Agustín, a ―este grande, ins-
pirado y humilde santo‖ 2, como le llama el Dr.
Bourdieu, lo que tiene prometido ―a los pequeños y
humildes de corazón‖. Pueden felicitarse nuestros
modernos milenaristas, porque el Señor les ha con-
cedido a ellos lo que negó al más grande de los Pa-
dres y a una de las figuras más gigantescas que re-
gistra la historia de la humanidad. Notemos de pa-
sada que el reino milenario, según sus partidarios,
1 Col. 7.
2 Col. 6.
no sólo es el objeto de innumerables profecías, sino
que es una doctrina, por lo menos en sus líneas
esenciales, claramente y sin velos proféticos ense-
ñada por la veneranda tradición primitiva. ¿Cómo
puede explicarse que San Agustín, a quien Dios
―colmó de luces de doctrina‖, como tan entonada-
mente lo confiesa el Dr. Bourdieu, y que fue uno de
los más celosos guardianes de la Tradición e invicto
propugnador de ella, se haya equivocado no sólo en
la interpretación de las profecías, sino, cosa inmen-
samente más grave, en negar y combatir una doc-
trina tradicional? Que San Agustín fue un paladín
de la Tradición lo admite cualquiera que haya ho-
jeado algunas obras del santo o cursado la Teología.
Basta recordar aquellas lapidarias palabras que
leemos en su obra contra Julián de Eclano, refi-
riéndose a los Padres:
―Lo que creen, lo creo; lo que sostienen, lo sos-
tengo; lo que predican, lo predico‖ 1.
1 Col. 5.
2 Cfr. Espasa: Enciclopedia Universal Ilustrada, t. 35; en la
palabra: Milenarismo.
Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1854. Con el
milenarismo pasa algo parecido. Parecido y no
igual; porque la evolución no ha llegado a la madu-
rez del dogma. Y ¿qué es una evolución dogmática?,
preguntará, por ventura, alguno. Es un progreso en
el conocimiento, en la penetración, explicación y
expresión de las verdades reveladas, como también
de sus relaciones y derivados. El depósito de la Re-
velación permanece, sin embargo, objetivamente
invariable; desde la muerte del Apóstol San Juan no
aumenta; ninguna revelación nueva vendrá a aña-
dirse a las anteriores.
Que ha habido una evolución, es evidente. El
milenarismo que estaba más o menos en boga en
los primeros siglos, empezó a decaer de suerte que
a partir del siglo quinto todos o casi todos los Pa-
dres, Doctores, escritores católicos, lo ignoran o lo
rechazan. Los sermones, catequesis, tratados espiri-
tuales, o nada dicen de él, o si algo dicen, es para
combatirlo. Ninguna escuela teológica lo patrocina:
todas lo rechazan sin darle mayor importancia. Así
lo hace el Angel de las Escuelas, Santo Tomás de
Aquino 1. El Doctor de la Iglesia San Roberto Be-
larmino dice de la sentencia milenarista, que ―ya
hace mucho tiempo que fue desechada como un
error averiguado‖ 2. Suárez parece aún más seve-
ro 3. La lista podría alargarse hasta llegar a nuestros
días.
Merece especial mención el Catecismo del Con-
cilio Tridentino para los Párrocos publicado por
San Pío V, cuyas enseñanzas, aunque no todas son
de fe, tienen el valor de Doctrina oficial católica y
universal; según ellas tienen que formar los Pasto-
res de almas la inteligencia y el corazón de los fie-
les. Hugo Wast, hablando de él dice que ―contiene
la más pura doctrina de la Iglesia‖ 4. Luego añade:
―En su Capítulo VIII, al hablar del artículo VII
del Credo: ―De allí ha de venir a juzgar a los vi-
vos y a los muertos‖, enseña lo siguiente: ―Por
1 El 6º Sello, p. 124.
2 Col. 7.
El lector profano, leyendo estos testimonios
aducidos por los milenaristas, creerá que también
lo es el Catecismo Romano 1. Nada más falso. En el
capítulo VIII de la primera parte explica largamente
el artículo VII del Credo: ―De allí ha de venir a juz-
gar a los vivos y a los muertos‖. Ni una palabra se
encuentra del Reino milenario, su doctrina es la
corriente en la Iglesia. Hablando el Catecismo Ro-
mano de las dos venidas de Cristo, dice en el nº 2:
―La segunda es cuando, al fin del mundo, vendrá a
juzgar a todos los hombres‖. Luego vendrá al fin del
mundo y no antes; vendrá a juzgar a todos, y no a
reinar primero. En el siguiente número hablando
de los dos juicios dice:
―El segundo juicio es, cuando en un mismo día y
lugar comparecerán juntos todos los hombres
ante el tribunal del Juez, para que viendo y
oyendo todos los hombres de todos los siglos,
Dr. Bourdieu.
el profesorado en la Universidad Gregoriana de
Roma fue adversario del milenarismo. En sus doc-
tas y difundidas obras leemos esta tesis:
―La resurrección de todos acaecerá en un mis-
mo tiempo, y por lo tanto debe rechazarse la fic-
ción de los milenaristas de una primera resu-
rrección con el subsiguiente reino de mil años,
de cualquier manera que se explique, ya sea se-
gún el sentir de los antiguos herejes, ya sea
también según el sentir de algunos Padres, cuya
opinión ya desde el siglo IV ha sido completa-
mente desechada; la cual algunos pocos moder-
nos después de los Protestantes se esfuerzan
con bastante temeridad en renovar‖ 1.
La lista de los modernos antimilenaristas es
inmensa, baste decir que los de la opinión contraria
son muy pocos; y, ordinariamente, de poca autori-
dad en la materia y de escasa influencia en la vida
de la Iglesia. Allo, tratando de la obra milenarista
de Eyzaguirre, dice:
1935, p. 689.
3 Chiliasmus, en Lexicon für Theologie und Kirche, vol. II
Freiburg i. B. 1931.
―Aunque el milenarismo no haya sido censura-
do como herejía, sin embargo el sentimiento
común de los teólogos de todas las escuelas ve
en él una doctrina errónea‖ 1.
Andrés Olivier, en su reciente y original obra
sobre el Apocalipsis, tratando de la interpretación
milenarista en el capítulo XX, dice:
―El común sentir de los teólogos sobre esta in-
terpretación es que ella es por lo menos erró-
nea‖ 2.
Como se ve, el torrente de los doctos católicos
sigue refractario al milenarismo. Hugo Wast cree lo
contrario, pues dice:
―La situación en los últimos años ha variado,
especialmente desde que Benedicto XV dio ca-
rácter universal a la fiesta de San Ireneo, que
desde muy antiguo celebraban en Lyon‖ 3.
1 Col. 6.
2 José Ignacio Olmedo, Restauración del Reino de Israel,
Buenos Aires, 1937, p. 10, 11-42 s.
3 El 6º Sello, p. 73.
chos son los que hacen una distinción curiosí-
sima, y en nuestra modesta opinión, injustifica-
da‖ 1.
No es nuestro intento entrar en discusiones y
estudios exegéticos; sólo nos permitiremos algunas
observaciones.
En la Sagrada Escritura, principalmente en las
Profecías, no escasean las oscuridades y abundan
los símbolos y las metáforas. Hugo Wast, hablando
del Apocalipsis, dice:
―No nos hagamos demasiadas ilusiones. Alcan-
zaremos el sentido de aquellas cosas que estén
destinadas para la enseñanza de nuestra gene-
ración, mas no lograremos penetrar más cer-
ca‖ 2.
Refiriéndose en otro lugar a los libros de difícil
inteligencia de la Biblia, dice: