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Padre J. Sily - El Milenarismo

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Padre J. Sily 1, s. j.

El Milenarismo

(Estudios, de Buenos Aires, tomo 65,


1941, pp. 115-134)

Hace un tiempo que se viene agitando en Chile


y entre nosotros la cuestión milenarista. La curiosi-
dad de no pocos ha sido excitada; y, tras la curiosi-
dad, el interés, que ha engendrado en algunos el
apasionamiento. ¡No había para menos! Última-

1 El autor es Prefecto de Estudios, y Profesor de Teología


Dogmática en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San
José, de la Compañía de Jesús (San Miguel, F. C. P.) y Lector de la
misma asignatura en el Seminario Arquidiocesano de Villa Devoto.
— Nota de la Redacción.
mente ha aparecido ―El 6º Sello‖ 1 de nuestro in-
comparable novelista, cuyo nombre con íntima sa-
tisfacción oímos pronunciar con elogio en las viejas
naciones de Europa. Hugo Wast expone y defiende
con estilo sobrio, fácil, ameno, matizado de poesía,
el reino milenario: Cristo en persona vendrá con
gloria y majestad a reinar en la tierra durante un
tiempo relativamente largo antes del juicio final.
El libro y la tesis encontraron entusiasta acogi-
da en una de las más prestigiosas y beneméritas
figuras del catolicismo argentino: el doctor Juan
Antonio Bourdieu. Una carta suya publicada en uno
de nuestros más importantes diarios lo proclama
bien alto 2. En ella dice muchas cosas: su fe milena-
rista; su amor a las Escrituras; el ―prejuicio mortal
para la fe‖ que existe entre los católicos y que con-
siste ―en mirar como un peligro, no ya únicamente
las profecías, sino la Biblia entera, incluso los Sa-

1 Hugo Wast, El 6º Sello, Buenos Aires 1941.


2 Sobre Profecías y con referencia a un libro que acaba de apa-
recer. En ―La Nación‖, 17 de febrero de 1941, p. 6, cols. 5-9. En ade-
lante al referirnos a este escrito sólo indicaremos las columnas.
grados Evangelios‖ 1. Puntos interesantes y de can-
dente actualidad que se prestan a útiles comenta-
rios y serias reflexiones. Nos vamos a ocupar del
primero. Más de uno nos ha preguntado: ¿Qué es el
milenarismo? ¿Qué dicen la Iglesia, los teólogos de
eso? ¿Se puede ser milenarista? No es nuestra in-
tención tratar todo el problema, ni mucho menos;
haría falta escribir un libro y bien grande. Examina-
remos algunos aspectos que toca o nos sugiere la
carta del Dr. Bourdieu. Sin duda que muchos y en
muchas partes de nuestro inmenso territorio y aun
fuera de él la leyeron.
El Reino Personal de Cristo presente sobre la
tierra es, según la categórica afirmación del Dr.
Bourdieu,
―una cuestión vital para las almas, objeto ge-
nuino de la virtud de esperanza, que ha perma-
necido descuidada por la ignorancia y ocultada
por la timidez‖ 2.

1 Col. 7.
2 Col. 5.
Confesamos ingenuamente que estas graves pa-
labras nos dejan completamente perplejos y no nos
atrevemos a afirmar que su autor haya querido de-
cir lo que parecen expresar. Porque en tal caso, du-
rante más de 14 siglos los Papas, los obispos, los
sacerdotes, los doctores de la Iglesia han sido o
unos ignorantes o unos cobardes. Nadie de ellos
enseñó tal doctrina; más aún, rechazaron esa ense-
ñanza ―vital‖; es decir, de vida o muerte para las
almas; fueron lobos carniceros y no pastores guar-
dianes del rebaño de Cristo. Un católico no puede
pensar tal cosa; menos, decirlo.
Más adelante, leemos en la carta del Dr. Bour-
dieu:
―Esta admirable doctrina del Reino Personal de
Cristo presente sobre la tierra, que es la meta de
tantas divinas promesas de la Escritura y que
los Padres Apostólicos —entre los cuales diez
grandes santos, por lo menos—, canales de la
Tradición y cuya autoridad es superior a la de
todos los demás Padres de la Iglesia (Concilio
de Trento, sesión 4ª), profesaron unánimes du-
rante los primeros siglos de la era cristiana,
afirmando solemnemente haberla recibido de
los Apóstoles y aun del mismo Cristo, hasta el
punto de que San Ireneo —el Padre de la Teolo-
gía— y San Justino llegan a sostener que no es
cristiano quien no la profesa‖ 1.
Este trozo contiene condensadas afirmaciones
que conviene examinar.
Dice el Dr. Bourdieu: ―Los Padres Apostólicos –
entre los cuales diez grandes santos, por lo menos—
‖. Según Tixeront, ―se da el nombre de Padres
Apostólicos a los escritores eclesiásticos de fines del
primer siglo y primera mitad del segundo‖ 2; lo
mismo afirma Cayré 3. ¿Cuántos son los Padres
Apostólicos? Oigamos al autorizado Bardenhewer:
―Juan Bautista Cotelier (+ 1686) recogió con el
nombre de Padres de la edad apostólica, al au-

1 Col. 5.
2 J. Tixeront, Histoire des Dogmes dans l’Antiquité chrétien-
ne, vol. I, París, ed. 11, 1930, p. 119.
3 F. Cayré A. A., Précis de Patrologie, vol. 1, París, ed. 2, 1931,

p. 31; cfr. Espasa, Enciclopedia Universal Ilustrada, Barcelona, en


la palabra: Apostólicos (Padres).
tor de la carta llamada de San Bernabé, a Cle-
mente Romano, Hermas, Ignacio de Antioquía y
Policarpo, presentando en sus escritos una edi-
ción, para su tiempo cabal. Fue corriente más
tarde contar también entre los Padres apostóli-
cos a Papías de Hierápolis y al autor de la carta
a Diogenetes‖ 1.
La lista, como se ve, no llega a diez; y no todos
son santos. Sospechamos que el Dr. Bourdieu ex-
tiende el título de Padres Apostólicos a todos los
escritores eclesiásticos de los cuatro o cinco prime-
ros siglos de la Iglesia. Así, con razón, puede decir:
―Entre los cuales diez grandes santos, por lo me-
nos‖.
De los Padres Apostólicos dice el Dr. Bourdieu,
que ―profesaron unánimes‖ 2 la doctrina milenaris-
ta. Afirmación muy grave y que rechaza la historia
imparcial.

1 O. Bardenhewer, Patrología, traducción del P. Juan M. Sola,

Barcelona, 1910, p. 16; lo mismo repite en Geschichte der altkirch-


lichen Literatur, vol. I, Friburg i. B., ed. 2, 1913, p. 80.
2 Col. 5.
En la obra titulada Apocalipseos interpretatio
litteralis ejusque cum aliis libris sacris concordan-
tia 1, que, según expresión del Dr. Bourdieu, ―es un
libro monumental‖ 2, se lee en la página 764, que
traduzco del latín:
―Se han de evitar las exageraciones. Así como
algunos modernos milenaristas se jactan de que
la opinión de los primeros Padres es unánime
en favor del milenarismo; así también muchos
teólogos miran o casi miran como tradición di-
vina el consentimiento de las edades posteriores
contrario al milenarismo, consentimiento, que
según ellos, existió‖.
Unas páginas más adelante dice el mismo autor
milenarista:
―Franzelin establece su tesis afirmando que la
sentencia milenarista no tiene en su favor la
tradición apostólica, y en esto convenimos con

1 A Raphaele Eyzaguirre, Romae, 1911.


2 Col. 8.
él, porque odiamos toda clase de exageracio-
nes‖ 1.
El P. Florentino Alcañiz, a quien cita en su favor
el Dr. Bourdieu dos veces en su carta 2 y califica su
libro Ecclesia Patristica et Millenarismus 3, que es
de tendencia milenarista, de ―docto estudio‖ 4, al
tratar de San Justino, dice traducido del latín:
―De todas estas palabras de San Justino, se de-
duce sin ninguna duda que en el siglo segundo
de la Iglesia la sentencia milenarista no era ad-

1 Pag. 771.
2 Col. 5 s.
3 Florentinus Alcañiz, Ecclesia Patristica et Millenarismus.

Expositio historica, Granada 1933. Es cierto que este autor dice en


el prólogo: "El objeto de esta obra, como su mismo título lo de-
muestra, no es dogmático, ni apologético, sino meramente históri-
co. No pretendemos impugnar, ni defender el milenarismo, sino
solamente exponerlo‖ (p. 3); pero la lectura del libro deja la impre-
sión, por no decir la convicción, que el autor es milenarista. Pone
muy de relieve y con toda fuerza lo que favorece; amortigua y deja
en la sombra lo que es contrario al milenarismo. Esto no quiere
decir que dudemos de la sinceridad y buena fe del autor, que nos
merece toda estima y aprecio.
4 Col. 5.
mitida de todos los católicos, como vanamente
opinó algún milenarista‖ 1.
Así es, en efecto. Veamos el célebre pasaje que
se encuentra en el Diálogo con el judío Trifón. Este
pregunta:
―Vamos, dime: ¿en verdad confesáis que Jerusa-
lén será restaurada y que vuestro pueblo será
congregado y esperáis vivir dichosamente con
Cristo, los patriarcas y los profetas, y con todos
aquellos que fueron de nuestra raza o se agrega-
ron a ella antes que vuestro Cristo viniese, o se-
rá que confesáis estas cosas para parecer que
nos superáis por mucho en la controversia? En-
tonces respondí: No soy tan miserable, Trifón,
que diga una cosa y sienta otra. Ya te lo he dicho
que yo y muchos otros sentimos esto de tal ma-
nera que tenemos certeza de que así sucederá;
pero también te indiqué que muchos y éstos de
aquel linaje de cristianos que siguen la senten-
cia piadosa y pura no admiten esto. En cuanto a

1 Op. cit., p. 78 s.
aquellos, que ciertamente son llamados cristia-
nos, pero son herejes ateos e impíos, ya te probé
que en todo enseñan cosas blasfemas, impías y
disparatadas‖ 1.
Según San Justino hay, pues, tres grupos de
cristianos: al primero pertenece el santo y muchos
cristianos, son los milenaristas; al segundo, muchos
cristianos, que siguen la piadosa y pura sentencia,
pero no admiten el milenarismo; al tercer grupo,
los herejes. Siendo esto así, ¿cómo puede decir el
Dr. Bourdieu que San Ireneo ―y San Justino llegan a
sostener que no es cristiano quien no la profesa‖,
hablando de la doctrina milenarista?
Pero volvamos a la afirmación de la carta: ―Pro-
fesaron unánimes durante los primeros siglos de la
era cristiana, afirmando solemnemente haberla re-
cibido de los Apóstoles y aun del mismo Cristo‖ 2.
Acabamos de ver que San Justino niega esta una-
nimidad, pues los de la opinión contraria son en

1 S. Iustinus, Dialogus cum Tryphone iudaeo, n. 80 en Migne,

Patrol. graeca, vol. 6, col. 663.


2 Col. 5.
frase de San Justino ―muchos‖; no alguno que otro.
Recorramos otros nombres célebres de la primitiva
Iglesia.
El escrito, de autor desconocido, llamado Doc-
trina de los 12 Apóstoles, favorece el milenarismo,
si creemos a sus partidarios. A decir verdad, los in-
dicios son pobres y oscuros; con razón dice Allo en
su concienzudo y científico trabajo sobre el Apoca-
lipsis: ―Sería muy aventurado buscar el milenaris-
mo‖ 1 en este escrito.
Ignoran el milenarismo, o, por lo menos, nada
nos dicen de él: San Clemente Romano, San Igna-
cio, ambos del siglo primero: San Policarpo, Her-
mas, Taciano, Atenágoras, Clemente Alejandrino,
todos del siglo segundo. Como se ve, la unanimidad
acerca de la doctrina milenarista no sólo no la afir-
ma la historia, sino que la rechaza.
Consideremos otra afirmación del Dr. Bourdieu.
Hablando de los Padres Apostólicos, los llama ―ca-

1 P. E.-B. Allo, Saint Jean. L’Apocalypse, París, ed. 3, 1933, p.


321.
nales de la Tradición y cuya autoridad es superior a
la de todos los demás Padres de la Iglesia (Concilio
de Trento, sesión IVª)‖ 1. Más lejos dice que quizá el
el Papa
―reclame por primera vez la fe de los creyentes
hacia la interpretación de las profecías escato-
lógicas tal cual nos la dieron como Tradición
Apostólica, junto con las mismas Escrituras, los
Padres ortodoxos, así llamados por el Concilio
Tridentino‖ 2.
Menciona, es verdad, el Concilio a los Padres
ortodoxos en general cuando dice: ―El sacrosanto
ecuménico y general Concilio Tridentino…, si-
guiendo el ejemplo de los Padres ortodoxos, recibe
y venera…‖ 3 los libros de la Sagrada Escritura y la
Tradición Divina; pero ahí no se encuentra ninguna
división de Padres Apostólicos y de los otros que no
lo son; y, mucho menos, afirma la superioridad de

1 Col. 5.
2 Col. 7.
3 Denzinger et Umberg, Enchiridion Symbolorum, Friburgi i.

B., ed. 21, 1937, n. 783.


aquéllos sobre estos, ni con la expresión Padres or-
todoxos se refiere exclusivamente a los Padres mi-
lenaristas.
El Dr. Bourdieu, después del párrafo dedicado a
los Padres Apostólicos, continúa:
―Note usted que el gran daño de esta doctrina
(es decir, del Reino Personal de Cristo sobre la
tierra) le ha venido del ilimitado prestigio per-
sonal de San Agustín y San Jerónimo que no la
adoptaron‖ 1.
Encuentro en éstas y en las anteriores palabras
del doctor Bourdieu una argumentación implícita.
Saquémosla a la luz del día. Hela aquí: la autoridad
superior debe vencer a la inferior; es así que la au-
toridad de los Padres Apostólicos es superior a la de
todos los demás Padres, y por consiguiente y con
mayor razón a la de San Agustín y San Jerónimo;
luego la autoridad de los Padres Apostólicos debe
vencer a la de San Agustín y San Jerónimo. Ahora

1 Col. 5. Lo que está entre paréntesis lo hemos añadido noso-


tros.
bien, los Padres Apostólicos son milenaristas; San
Agustín y San Jerónimo antimilenaristas; luego el
milenarismo tiene que vencer y por consiguiente
todos los buenos católicos tenemos que ser milena-
ristas. Inútil mostrar las fallas de esta argumenta-
ción: son visibles y ya están indicadas, por lo menos
en parte, en lo expuesto anteriormente.
Quizá pregunte alguno: en resumidas cuentas,
¿cuál es el valor de los Padres Apostólicos? Tixeront
nos da la respuesta:
―Escritores no propiamente inspirados e infe-
riores en vistas profundas a los autores del
Nuevo Testamento lo son también en riqueza
doctrinal y en la fuerza de reflexión a los escri-
tores que les siguieron a ellos mismos. Son en
mucho mayor grado testigos de la fe que teólo-
gos. Si se exceptúa a San Ignacio, genio más
personal, el gran valor de que gozan les viene
principalmente de su antigüedad‖ 1.

1 Op. cit. p. 119 s.


San Ignacio de Antioquía, esa figura de tan fuer-
te relieve en la Iglesia primitiva, recordémoslo de
paso, es completamente mudo sobre el milenaris-
mo, que, según el Dr. Bourdieu, como ya lo hemos
visto, es ―una cuestión vital para las almas, objeto
genuino de la virtud de esperanza‖ 1.
Mucho habla el Dr. Bourdieu sobre San Agus-
tín, y mucho podríamos hablar nosotros sobre el
asunto. Sólo queremos poner en parangón dos lu-
gares. Refiriéndose a San Agustín, dice el Dr. Bour-
dieu:
―Bien podemos decir que, si Dios lo colmó de
luces de doctrina, no se las dio lo mismo en pro-
fecía, sin duda porque no era tal su misión, en
aquella época inicial del apostolado evangéli-
co‖ 2.
Bastante más adelante tiene el siguiente párra-
fo, que en parte ya hemos citado:

1 Col. 5.
2 Col. 6.
―Desgraciadamente son muy raros los que hoy
se acogen a esta bienaventuranza, porque existe
entre los católicos un prejuicio mortal para la fe,
y es el mirar como un peligro, no ya únicamente
las profecías, sino la Biblia entera, incluso los
Sagrados Evangelios, por el sólo hecho de que la
soberbia de los herejes ha abusado de esa pala-
bra de Dios, cuya inteligencia, como usted muy
bien lo señala, se ha prometido, no a los doctos,
sino a los pequeños y humildes de corazón‖ 1.
Es muy sorprendente y misterioso que Dios no
haya concedido a San Agustín, a ―este grande, ins-
pirado y humilde santo‖ 2, como le llama el Dr.
Bourdieu, lo que tiene prometido ―a los pequeños y
humildes de corazón‖. Pueden felicitarse nuestros
modernos milenaristas, porque el Señor les ha con-
cedido a ellos lo que negó al más grande de los Pa-
dres y a una de las figuras más gigantescas que re-
gistra la historia de la humanidad. Notemos de pa-
sada que el reino milenario, según sus partidarios,

1 Col. 7.
2 Col. 6.
no sólo es el objeto de innumerables profecías, sino
que es una doctrina, por lo menos en sus líneas
esenciales, claramente y sin velos proféticos ense-
ñada por la veneranda tradición primitiva. ¿Cómo
puede explicarse que San Agustín, a quien Dios
―colmó de luces de doctrina‖, como tan entonada-
mente lo confiesa el Dr. Bourdieu, y que fue uno de
los más celosos guardianes de la Tradición e invicto
propugnador de ella, se haya equivocado no sólo en
la interpretación de las profecías, sino, cosa inmen-
samente más grave, en negar y combatir una doc-
trina tradicional? Que San Agustín fue un paladín
de la Tradición lo admite cualquiera que haya ho-
jeado algunas obras del santo o cursado la Teología.
Basta recordar aquellas lapidarias palabras que
leemos en su obra contra Julián de Eclano, refi-
riéndose a los Padres:
―Lo que creen, lo creo; lo que sostienen, lo sos-
tengo; lo que predican, lo predico‖ 1.

1 Contra Iul. l. 5, n. 20, en Migne, Patrol. latina, vol. 44, col.


654.
El Dr. Bourdieu no se olvida, ni mucho menos,
de hacer resaltar con despliegue de elocuencia que
ni San Jerónimo ni San Agustín condenaron el mi-
lenarismo mitigado o espiritual; porque ―el mal mi-
lenarismo: el llamado craso, carnal o judaizante,
evidentemente‖ fue ―merecedor de una reproba-
ción‖ 1. Es verdad, hasta cierto grado; pero de ahí
no se sigue que la situación actual del milenarismo
sea la misma. Ha cambiado; durante estos quince
siglos ha empeorado. Ha habido una evolución
dogmática fatal al reino milenario 2. Un ejemplo: si
un católico de nuestros días tuviese la osadía de ne-
gar la Concepción Inmaculada de nuestra bendita
Madre del Cielo, porque en el siglo doce y trece ilus-
tres teólogos y grandes santos la rechazaban o po-
nían en duda, a éste le llamaríamos hereje. ¿Por
qué? Porque la situación ha variado, no es la mis-
ma; ha habido una evolución dogmática que madu-
ró en la definición del inmortal Pío IX en la Bula

1 Col. 5.
2 Cfr. Espasa: Enciclopedia Universal Ilustrada, t. 35; en la
palabra: Milenarismo.
Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1854. Con el
milenarismo pasa algo parecido. Parecido y no
igual; porque la evolución no ha llegado a la madu-
rez del dogma. Y ¿qué es una evolución dogmática?,
preguntará, por ventura, alguno. Es un progreso en
el conocimiento, en la penetración, explicación y
expresión de las verdades reveladas, como también
de sus relaciones y derivados. El depósito de la Re-
velación permanece, sin embargo, objetivamente
invariable; desde la muerte del Apóstol San Juan no
aumenta; ninguna revelación nueva vendrá a aña-
dirse a las anteriores.
Que ha habido una evolución, es evidente. El
milenarismo que estaba más o menos en boga en
los primeros siglos, empezó a decaer de suerte que
a partir del siglo quinto todos o casi todos los Pa-
dres, Doctores, escritores católicos, lo ignoran o lo
rechazan. Los sermones, catequesis, tratados espiri-
tuales, o nada dicen de él, o si algo dicen, es para
combatirlo. Ninguna escuela teológica lo patrocina:
todas lo rechazan sin darle mayor importancia. Así
lo hace el Angel de las Escuelas, Santo Tomás de
Aquino 1. El Doctor de la Iglesia San Roberto Be-
larmino dice de la sentencia milenarista, que ―ya
hace mucho tiempo que fue desechada como un
error averiguado‖ 2. Suárez parece aún más seve-
ro 3. La lista podría alargarse hasta llegar a nuestros
días.
Merece especial mención el Catecismo del Con-
cilio Tridentino para los Párrocos publicado por
San Pío V, cuyas enseñanzas, aunque no todas son
de fe, tienen el valor de Doctrina oficial católica y
universal; según ellas tienen que formar los Pasto-
res de almas la inteligencia y el corazón de los fie-
les. Hugo Wast, hablando de él dice que ―contiene
la más pura doctrina de la Iglesia‖ 4. Luego añade:
―En su Capítulo VIII, al hablar del artículo VII
del Credo: ―De allí ha de venir a juzgar a los vi-
vos y a los muertos‖, enseña lo siguiente: ―Por

1 Summa Theol. Sup. q. 77, a. 1.


2 De Rom. Pont. l. 3 c. 17.
3 De Myster. vitae Christi, disp. 50, s. 8. n. 4.
4 El 6º Sello, p. 124.
tanto, Nuestro Señor y Salvador hablando del
último día, declaró que habrá en algún tiempo
juicio universal, y describió las señales de ir lle-
gando ese tiempo para que entendamos al ver-
las, que se acerca el fin del mundo. Y a más de
esto, subiendo al cielo, envió sus ángeles a los
Apóstoles que quedaban tristes por su ausencia,
para consolarlos con estas palabras: ―Este Señor
que veis subir de vosotros al cielo, vendrá del
modo que lo visteis subir‖ (Act. 1, 11). Con lo
cual se prueba que el fijarnos en las señales del
fin es preocupación perfectamente ortodoxa y
no debe causarnos terror, ni inquietud, sino es-
peranza y alegría, porque se aproxima el Se-
ñor‖ 1.
El Dr. Bourdieu, refiriéndose a esto mismo, dice
que la segunda venida del Señor,
―según el Catecismo romano de San Pío V, ha
de ser el móvil de todos nuestros suspiros…‖ 2.

1 El 6º Sello, p. 124.
2 Col. 7.
El lector profano, leyendo estos testimonios
aducidos por los milenaristas, creerá que también
lo es el Catecismo Romano 1. Nada más falso. En el
capítulo VIII de la primera parte explica largamente
el artículo VII del Credo: ―De allí ha de venir a juz-
gar a los vivos y a los muertos‖. Ni una palabra se
encuentra del Reino milenario, su doctrina es la
corriente en la Iglesia. Hablando el Catecismo Ro-
mano de las dos venidas de Cristo, dice en el nº 2:
―La segunda es cuando, al fin del mundo, vendrá a
juzgar a todos los hombres‖. Luego vendrá al fin del
mundo y no antes; vendrá a juzgar a todos, y no a
reinar primero. En el siguiente número hablando
de los dos juicios dice:
―El segundo juicio es, cuando en un mismo día y
lugar comparecerán juntos todos los hombres
ante el tribunal del Juez, para que viendo y
oyendo todos los hombres de todos los siglos,

1 Ciertamente que Hugo Wast y el Dr. Bourdieu no aducen es-

tos testimonios para probar el Reinado Personal de Cristo, sino


para el fin indicado en el texto.
conozca cada uno qué es lo que fue juzgado y
decretado de ellos‖ 1.
Es la doctrina común que aprendimos desde ni-
ños. En nuestro Catecismo de la Doctrina cristia-
na. Primeras Nociones, leemos en el nº 39:
―¿Cuando vendrá Jesucristo a juzgar a los
buenos y a los malos? — Jesucristo vendrá a
juzgar a los buenos y a los malos al fin del mun-
do‖.
Con razón se asombra Hugo Wast milenarista:
―Es cosa que debe causarnos asombro el ver
cómo ha ido desvaneciéndose entre los cristia-
nos la noción del dogma principal que contiene
nuestro credo: la segunda venida del Señor, en
sus dos aspectos: primeramente como Rey y
después como Juez‖ 2.

1 Cfr. Alejandro Huneeus Cox, El Reinado de Jesucristo. Ideal

de Acción Católica, Santiago de Chile, p. 33. El imprimatur es del


27 de octubre de 1938.
2 El 6º Sello, p. 117.
¿Quizás, dirá alguno, hable el catecismo en otro
sitio del Reino milenario? Búsqueda inútil. Con to-
do, tentemos.
Los milenaristas ven en el ―venga a nos el tu
Reino‖, del Padre Nuestro, una alusión al Reinado
Personal de Jesucristo sobre la tierra. Oigamos a
Hugo Wast:
―Cualquiera que sea el número de años o de si-
glos o de milenios, que aún nos separen de la
Parusía, la tradición de los primeros siglos, con-
cordante con las vehementes exhortaciones de
Jesús, son no sólo que debemos estar prepara-
dos, cual si fuera a ocurrir de un momento a
otro, sino que debemos ansiar y rogar porque
sea pronto: Adveniat regnum tuum! Venga a
nos el tu reino. Porque la Parusía significará
eso: el reino de Cristo en la tierra, y el definitivo
triunfo de la Iglesia: un solo rebaño y un solo
pastor‖ 1.

1 Op. cit., p. 123.


El Catecismo Romano trata en 19 números del
capítulo XI de la parte cuarta, de la segunda peti-
ción del Padre Nuestro: ―Venga a nos el tu reino‖.
Explica las diversas significaciones de la palabra
―Reino de Dios‖ en las Escrituras, habla de los di-
versos Reinos de Cristo; pero del milenarista, nada.
Con Billot se repite el caso del Catecismo de
Trento. Hugo Wast, hablando de la segunda venida
de Cristo, dice:
―Acerca de ello, el sabio cardenal Billot, que
perteneció a la Compañía de Jesús, dice lo si-
guiente: ―Basta, en efecto, hojear un poco el
Evangelio para en el acto comprender que la
Parusía es absolutamente el Alfa y la Omega, el
comienzo y el fin, la primera y la última palabra
de la predicación de Jesús; que es la llave, el
desenlace, la explicación, la razón de ser, la san-
ción, en una palabra, el supremo acontecimien-
to hacia el cual tiende todo lo demás, y sin el
cual todo lo demás se desmorona y desapare-
ce‖ 1‖ 2.
Inmediatamente le sigue el texto que transcri-
bimos hace un momento al tratar de la segunda pe-
tición del Padre Nuestro, en que vimos que lo ter-
minaba diciendo:
―Porque la Parusía significará eso: el reinado de
Cristo en la tierra; y el definitivo triunfo de la
Iglesia…‖.
Quien lee eso podrá creer que Billot es milena-
rista, aunque de hecho el autor de El 6º Sello no lo
diga ni lo quiera decir. Esta impresión se confirma-
rá al leer en la carta del Dr. Bourdieu: ―A esa se-
gunda venida de Cristo, que según el cardenal Billot
s. j., es Alfa y Omega de toda la Escritura‖, etc. 3. Tal
Tal impresión o convicción sería falsa, pues el que
durante más de veinte años ejerció brillantemente

1 ―Billot Louis, La Parousie, en la revista Études, 5 de junio de


1917, tomo 151, pág. 545‖. Esta nota es de Hugo Wast.
2 Op. cit., p. 122 s.
3 Col. 7. Lo que hemos dicho de Hugo Wast lo repetimos del

Dr. Bourdieu.
el profesorado en la Universidad Gregoriana de
Roma fue adversario del milenarismo. En sus doc-
tas y difundidas obras leemos esta tesis:
―La resurrección de todos acaecerá en un mis-
mo tiempo, y por lo tanto debe rechazarse la fic-
ción de los milenaristas de una primera resu-
rrección con el subsiguiente reino de mil años,
de cualquier manera que se explique, ya sea se-
gún el sentir de los antiguos herejes, ya sea
también según el sentir de algunos Padres, cuya
opinión ya desde el siglo IV ha sido completa-
mente desechada; la cual algunos pocos moder-
nos después de los Protestantes se esfuerzan
con bastante temeridad en renovar‖ 1.
La lista de los modernos antimilenaristas es
inmensa, baste decir que los de la opinión contraria
son muy pocos; y, ordinariamente, de poca autori-
dad en la materia y de escasa influencia en la vida
de la Iglesia. Allo, tratando de la obra milenarista
de Eyzaguirre, dice:

1 Billot, Quaestiones de Novissimis, Roma, ed. 6, 1924, p. 150.


―El hecho vale la pena de ser señalado, porque
los milenaristas católicos van siendo felizmente
muy raros, mientras que permanecen numero-
sos entre los sectarios protestantes y rusos‖ 1.
Citaremos con todo algunos modernos más.
Cristián Pesch, conocido en el mundo entero
por sus escritos teológicos, y cuya obra Praelectio-
nes Dogmaticae de nueve tomos ha sido repetidas
veces editada, da como teológicamente cierta la
proposición:
―No habrá ningún reino glorioso de Cristo en
esta tierra antes de la perfecta bienaventuranza
celeste como lo fingieron los milenaristas‖ 2.
El P. Blas Beraza, que escribió varios volumino-
sos tratados de Teología y fue profesor durante mu-
chos años en uno de los centros eclesiásticos más
importantes de España, dice:

1 Op. cit., p. CCLXIII.


2 Prael. Dogm., t. IX Frib. Bris. ed. 4, 1923, p. 362.
―El milenarismo sutil (es decir, el mitigado o
espiritual) es completamente falso y hay que
contarlo entre las fábulas‖ 1.
El P. Gabriel Huarte, profesor en la Universidad
Gregoriana, hablando del milenarismo espiritual
dice:
―Esta doctrina no es juzgada como herética; pe-
ro ciertamente es, por lo menos, del todo fal-
sa‖ 2.
K. Algermissen dice del milenarismo:
―Él es con todo, como contrario a la revelación
aun en su forma espiritualizada, erróneo y
enemigo de la fe‖ 3.
Allo, en su magistral y moderno comentario del
Apocalipsis dice:

1 Tractatus de Deo Elevante — De Peccato Originali — De


Novissimis, Bilbao 1924, p. 670.
2 De Deo Creante et Elevante ac de Novissimis, Roma, ed. 2,

1935, p. 689.
3 Chiliasmus, en Lexicon für Theologie und Kirche, vol. II

Freiburg i. B. 1931.
―Aunque el milenarismo no haya sido censura-
do como herejía, sin embargo el sentimiento
común de los teólogos de todas las escuelas ve
en él una doctrina errónea‖ 1.
Andrés Olivier, en su reciente y original obra
sobre el Apocalipsis, tratando de la interpretación
milenarista en el capítulo XX, dice:
―El común sentir de los teólogos sobre esta in-
terpretación es que ella es por lo menos erró-
nea‖ 2.
Como se ve, el torrente de los doctos católicos
sigue refractario al milenarismo. Hugo Wast cree lo
contrario, pues dice:
―La situación en los últimos años ha variado,
especialmente desde que Benedicto XV dio ca-
rácter universal a la fiesta de San Ireneo, que
desde muy antiguo celebraban en Lyon‖ 3.

1 Op. cit., p. 323.


2 La Clé de l’Apocalypse, París, 1938, p. 185.
3 Op. cit., p. 135.
Acabamos de ver que en la misma Roma no sólo
antes del pontificado de este Papa, sino también
durante el mismo y después de él, y por decirlo así,
delante del mismo Soberano Pontífice y de las Con-
gregaciones Romanas, se ha combatido duramente
el milenarismo y se ha enseñado a rechazarlo e im-
pugnarlo a centenares de alumnos escogidos de to-
das las partes del mundo, futuros obispos, párro-
cos, sacerdotes, profesores de seminarios, directo-
res de obras, de publicaciones, confesores, plasma-
dores de almas, que tendrán por misión propia ser
la luz del mundo y la sal de la tierra, fuentes de la
doctrina católica donde los fieles, niños, adultos,
decrépitos, sabios e ignorantes, beberán las aguas
vivificadoras que saltan hasta la vida eterna.
Supongamos por un momento que la doctrina
milenarista ha sido revelada por Dios y está conte-
nida claramente en el capítulo XX del Apocalipsis y
en otros muchos lugares de la Sagrada Escritura, y
que fue enseñada por los Apóstoles, como preten-
den los milenaristas. En este supuesto, los católicos
milenaristas del siglo II y III habrían profesado el
genuino sentido de la Escritura y seguido la Tradi-
ción apostólica. Después habría sucedido algo in-
concebible. La doctrina divinamente revelada,
abiertamente enunciada en la Escritura, enseñada a
la Iglesia por los Apóstoles, empezó en el siglo IV y
V, cuando el cielo de la Iglesia se tachonó de gran-
des doctores, lumbreras de su tiempo y de los siglos
venideros, empezó no sólo a oscurecerse y olvidar-
se, sino a ser impugnada y duramente censurada
por todos los doctores y pastores de almas. Sucedió
que durante quince siglos la totalidad moral de los
obispos, sacerdotes, doctores católicos torcieron el
sentido obvio y claro de las Escrituras para darle
sentidos falsos y antitradicionales; que en las escue-
las teológicas donde se forman los pastores, en los
sermones y catequesis, donde se forman los fieles,
se hablase de la segunda venida de Cristo, de la re-
surrección de los muertos, del juicio universal, y
nada se dijese, y esto constantemente y en todas las
iglesias de la tierra, de una verdad revelada, ense-
ñada por los Apóstoles; más aún, que se enseñasen
cosas contrarias o incompatibles con la misma.
Preguntamos ahora: ¿Esta suposición se aviene
con la asistencia del Espíritu Santo prometida a la
Iglesia hasta la consumación de los siglos? 1.
Dirá alguno: la Iglesia nunca ha condenado el
milenarismo mitigado. Concedemos gustosos, y de-
bemos hacerlo, que hasta la fecha no hay ninguna
condenación oficial explícita de parte del Magiste-
rio infalible de la Iglesia. Por eso, sería injuria gra-
vísima llamar a un milenarista hereje. ¡Dios nos
libre! Pero de ahí no se sigue que no sea contra el
común sentir de la Iglesia. Basta repetir que todas
las escuelas teológicas lo rechazan. Y ¿qué autori-
dad tienen? Muy grande, pues se funda en la íntima
relación de las mismas con el Magisterio eclesiásti-
co. Están no sólo de derecho, sino también de he-
cho bajo el régimen de la autoridad eclesiástica. En
ella se forman y se nutren los futuros maestros au-
ténticos de la Iglesia. Conviene recordar aquí, por-
que parece que algunos milenaristas lo pierden de
vista, que no sólo es infalible la Iglesia que enseña,
sino también la que aprende y cree. La del Magiste-

1 Cfr. Beraza, op. cit., p. 672 s.


rio es infalibilidad activa; la de los fieles, pasiva. De
ahí que los teólogos enseñan:
―El consentimiento de los fieles en cosas de fe,
con tal que sea cierto, claro y moralmente uná-
nime, es un criterio cierto de la tradición divi-
na‖ 1.
La Sagrada Escritura, se nos objeta, es clara-
mente milenarista. El Dr. Bourdieu dice que San
Agustín abandonó la interpretación literal del Apo-
calipsis,
―aunque ella resulta tan clara y transparente del
sentido literal, siendo la única que hace inteligi-
ble el Sagrado Libro, y fuera de la cual éste se
convierte en un laberinto inexplicable, como no
vacila en afirmarlo otro ilustre profesor jesuita,
muerto recientemente en Barcelona, mártir de
la persecución: el Padre Juan Rovira, que es el
autor del nutrido, luminoso y concluyente estu-
dio sobre el vocablo ―Parusía‖, en el tomo 42 de

1 Lercher, Institutiones Theologiae Dogmaticae, vol. I, Oeni-

ponte 1927, p. 572 s.


la Enciclopedia Universal Espasa 1. Otro dis-
tinguido católico, que, con muy buenas inten-
ciones y con un celo nacido de la más fina cari-
dad, escribió un folleto sobre el tema, opina lo
mismo, aunque sus afirmaciones no son tan ca-
tegóricas y avanzadas 2. Hugo Wast no duda en
afirmar que ―uno de los sucesos, anunciados
con más claridad para los tiempos futuros, es la
restauración del reino de Israel, bajo un rey de
la sangre de David‖ 3. El mismo autor hablando
del mensaje del ángel Gabriel a la Virgen María,
dice: ―Una hebrea de aquellos tiempos, a quien
se le habla del trono de David, comprende sin
ningún equívoco el sentido literal de la prome-
sa. María acepta el sublime contrato y respon-
de: ―Hágase en mí según tu palabra‖ (Luc. 1, 31,
33). ¿Quien se atreverá a decir que la palabra
del ángel, que era la palabra de Dios, no va a
cumplirse? Nadie, ciertamente. Pero aquí mu-

1 Col. 6.
2 José Ignacio Olmedo, Restauración del Reino de Israel,
Buenos Aires, 1937, p. 10, 11-42 s.
3 El 6º Sello, p. 73.
chos son los que hacen una distinción curiosí-
sima, y en nuestra modesta opinión, injustifica-
da‖ 1.
No es nuestro intento entrar en discusiones y
estudios exegéticos; sólo nos permitiremos algunas
observaciones.
En la Sagrada Escritura, principalmente en las
Profecías, no escasean las oscuridades y abundan
los símbolos y las metáforas. Hugo Wast, hablando
del Apocalipsis, dice:
―No nos hagamos demasiadas ilusiones. Alcan-
zaremos el sentido de aquellas cosas que estén
destinadas para la enseñanza de nuestra gene-
ración, mas no lograremos penetrar más cer-
ca‖ 2.
Refiriéndose en otro lugar a los libros de difícil
inteligencia de la Biblia, dice:

1 Op. cit., p. 226 s. Cfr., p. 150 ss., 237.


2 Op. cit., p. 20.
―Con humildad, pero con confianza, debemos
aproximarnos a estos libros, y aunque nuestros
juicios no pasen de ser glosas y conjeturas, nun-
ca será tiempo perdido el que empleemos en es-
cuchar la, a menudo, inexcrutable palabra de
Dios‖ 1.
Más adelante dice:
―Para nadie es un secreto que hay muchos pasa-
jes en los libros santos de muy difícil interpreta-
ción‖ 2.
Así es, dirán todos; pero esto, replicarán los mi-
lenaristas, no tiene lugar en la doctrina del Reinado
Personal de Cristo sobre la tierra, que está muy cla-
ramente enunciado.
¡Pura ilusión! Si tal claridad fuese verdadera,
sería imposible explicar cómo grandes genios, in-
vestigadores profundos, sabios sinceros amantes de
la verdad, santos llenos de dones y carismas, cuyo
número en el transcurso de quince siglos es difícil

1 Op. cit., p. 212.


2 Op. cit., p. 249.
de contar, hayan sido engañados. La solución del
problema para todo hombre libre de prejuicios es
que tal claridad no existe.
Fuera de esto, conviene tener presente que la
Sagrada Escritura no es la única fuente de la Reve-
lación, como lo pretendieron los antiguos protes-
tantes; hay otra más que es la Tradición Divina 1. El
intérprete auténtico de la Escritura y juez en la ma-
teria es el Magisterio de la Iglesia, como lo declara
el Tridentino en la sesión cuarta 2. De todo esto se
deduce que la fuente próxima de donde los fieles
sacan la doctrina salvadora es el magisterio vivo y
auténtico de la Iglesia, que saca a su vez su doctrina
de la Sagrada Escritura y de la Tradición Divina 3.
El protestante que rechaza el Magisterio vivo y
perpetuo de la Iglesia y no admite la Tradición Di-
vina, va a las Escrituras y se engolfa en el ―piélago
insondable y misterioso‖ 4 solo, sin un guía auténti-

1 Tridentino, sesión IVª, DB 783.


2 DB 786.
3 Cfr. Lercher, op. cit., p. 545.
4 H. Wast, op. cit., p. 5.
co que le dirija; es fácil que dé en un escollo y nau-
frague miserablemente. No así el católico; el Magis-
terio dirige e ilumina sus pasos; cuando no entien-
de una palabra, o ella es discutida, pregunta a la
Iglesia, a los Padres. A veces no se percibe la voz del
Magisterio, o no es lo suficientemente explícita. El
católico explora entonces el sentir de los doctores
de las escuelas, de los fieles. Con derecho, pues, si le
preguntan a un creyente: ¿Por qué no admite la in-
terpretación milenarista del Apocalipsis?, puede
responder sin necesidad de saber exégesis, ni cosa
parecida: Porque es contra el común sentir de la
Iglesia.
Algún entendido en Teología podría preguntar-
nos finalmente: ¿Qué censura merece la opinión
milenarista? Respondemos, haciendo nuestras las
palabras con que aquel gran teólogo del Papa, en el
Concilio Vaticano, Cardenal Franzelin, termina su
estudio condenatorio del milenarismo:
―No quisiera que así se me entendiese como si
me fuese lícito marcar con alguna censura la
opinión de los modernos milenaristas (esto no
es de nuestra incumbencia)…‖ 1.

1 Tractatus de Divina Traditione et Scriptura, Roma, ed. 4,


1896.

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