Panesi-Silvina Ocampo Espejos
Panesi-Silvina Ocampo Espejos
Panesi-Silvina Ocampo Espejos
RESUMEN
El presente artículo gira en torno a la recurrencia de los espejos en la obra de Silvina Ocampo
como puerta de entrada a un más allá del sentido de los textos considerados inquietantes de
esta autora. La fascinación de los espejos para Silvina Ocampo no es solamente el
encantamiento letal de la propia imagen en sus propias aguas, o el beso de amor que el
personaje se brinda a sí mismo, sino el sustento para que penetre lo otro, las otras imágenes,
las imágenes del mundo refractadas, compuestas también con la implacable lógica del espejo.
Un espejo de arena (un reloj de arena) puede ser “el vestíbulo de la dispersión total”, pero
también propone una dimensión de multiplicidad. El espejo no es sólo la imagen de quien se
contempla o su calidoscopio, sino además la certeza de la diversidad de imágenes que son los
otros.
Me apresuro a decir que el título de mi exposición consiste en una cita firmada, una cita
de Silvina Ocampo, y su nombre propio. Está extraída de una conversación con Manuel Lozano,
mantenida en 1987, a la que ahora agrego su inquietante contexto con toda la belleza inesperada
que supone metamorfosear el espejo en la disolución de la arena, el último avatar de una
inocultable fascinación:
Quizá la tan molesta como incomprendida crueldad de sus cuentos resida en saber, con
distanciada impasibilidad, que la belleza nos toca o nos destruye (en ese sentido, la belleza es
cruel, siempre), al oprimir el resorte que mantiene atado nuestro mundo con la muerte. En el
espejo tanto nos encontramos como nos desaparecemos. ¿Qué es ese “tiempo de los espejos”
para una narrativa que ostensiblemente disemina dobles, retratos, fotografías, simulacros,
espejos? Es una matriz imaginaria del relato y una fascinación que incita a la fábula. Los
espejos, en su eterno presente narcisista, no tienen tiempo, salvo el tiempo que les atribuimos en
una suerte de comparación con las imágenes del pasado o con las también imaginadas escenas
del porvenir; y eso es ya una fábula, un relato. “Escribir antes o después que sucedan las cosas
es lo mismo: inventar es más fácil que recordar” —dice Porfiria Bernal,2 la misma niña que
escribe en su diario: “Todas las expresiones de mi cara las he estudiado en los espejos grandes y
en los espejos chicos”, porque no existe un ser, una identidad irreductible, sino el espejismo del
cual el personaje es deudor, un espejismo que sirve, ante todo, para componerse dentro de un
marco inestable. La fascinación de los espejos para Silvina Ocampo no es solamente el
encantamiento letal de la propia imagen en sus propias aguas, o el beso de amor que el
*
Una versión preliminar del presente trabajo fue presentada como ponencia en el “Homenaje a Silvina
Ocampo”, Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (UBA) que tuvo lugar en MALBA, Buenos
Aires, 6 y 7 de agosto de 2003.
1
Manuel Lozano, Conversaciones Con Silvina Ocampo, 1987. Citado en Manuel Lozano, “El enigma
Silvina Ocampo: la paradoja y los sublime”, en http://www.eldigoras.com/eom/2002/tierra08mlz08.htm.
2
“El diario de Porfiria Bernal”, en Las invitadas, Cuentos completos I, Buenos Aires, Emecé, 1999, p.
469.
1
Orbis Tertius, 2004, IX (10)
personaje se brinda a sí mismo, sino el sustento para que penetre lo otro, las otras imágenes, las
imágenes del mundo refractadas, compuestas también con la implacable lógica del espejo (“El
odio es lo único que puede reemplazar al amor”, según apunta en su diario la misma Porfiria
Bernal).
Un espejo de arena (un reloj de arena) puede ser “el vestíbulo de la dispersión total”,
pero también propone una dimensión de multiplicidad. El espejo no es sólo la imagen de quien
se contempla o su calidoscopio, sino además la certeza de la diversidad de imágenes que son los
otros. Tempranamente, en Viaje olvidado, de 1937, la matriz especular enfrenta, abre y cierra
dos mundos extremos que se permean a través de dos niñas: la una vive en las barrancas de
Olivos, en una casa muy grande; la otra, en “una casita de lata de una sola pieza”, “en el bajo de
las barrancas de Olivos”. Contraste cerrado, especularidad extrema, en el intercambio de casas,
familias y destinos que, siguiendo el afán de ser otras, del otro lado del espejo propone “Las dos
casas de Olivos”, un cuento de hadas o una fábula cuya fuga convencional (la ascensión al cielo
de las dos niñas finalmente muertas) irónicamente burla el destino social prefijado merced a la
distracción de los dos ángeles de la guarda “que dormían la siesta y seguían ignorando todo”.
De todos modos, la fuga a través de la muerte cierra la apertura de los espacios sociales. Sólo en
la muerte esos espacios pueden ser ilusoriamente equivalentes. Aunque la multiplicidad es
modesta aquí, el élan hacia lo otro domina todos los primeros relatos de Silvina Ocampo.
En cambio, si la inclusión de los sucesos políticos —podríamos convenir
provisoriamente— es el momento de máxima apertura para un sistema que a la autora le
interesa refractar con obsesivo preciosismo (por el modo en que los personajes están confinados
en su peculiar franja de mundo posible), la literatura de Ocampo da entrada a esos sucesos de
dos modos diferentes. En consonancia con Borges y Bioy, el acontecimiento que desbarata las
formas de aprensión consolidadas es la fiesta peronista, la “fiesta del monstruo”. Pero Silvina,
contradictoriamente, inscribe el apabullante suceso en dos registros distintos: por un lado, el no
menos apabullante tono épico, y por el otro, la ambigüedad del sueño, la enfermedad, y la
conciencia que difumina los bordes del mundo. La poesía es el testimonio con que se registra
una afrenta histórica, como leemos en “Testimonio para Marta”, aparecida hacia finales de 1955
en Sur:
3
“Testimonio para Marta”, aparecido originalmente en Sur, Buenos Aires, n° 237, noviembre-diciembre
1955, y recogido en Poesía Completa I, Buenos Aires, Emecé, 2002, pp. 382-383.
2
Orbis Tertius, 2004, IX (10)
“Visiones” (en Las invitadas de 1961) yace en un sanatorio (es decir fuera de la casa, espacio
determinante, talismán y posesión o desposesión esencial en las ficciones de Ocampo); la
convalecencia de una operación quirúrgica la mantiene en un estado que se parece al sueño, no
le permite reconocer al principio del relato si está o no en su propio cuarto, en su propia casa. Es
un cuerpo sometido a los otros (enfermeras, médicos) y confinado, encerrado en el borde de su
disolución. En este contexto forzadamente onírico, el afuera está marcado por una catástrofe
(una inundación, real o imaginada, o libresca, ya que la mixtura entre inundación y política
proviene de El matadero), y por los ecos sonoros de una gregaria conmemoración peronista, a la
que se alude con inequívocas transposiciones irónicas:
¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto
esos cambios […]. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de
monstruoso y de mágico. […] Los seres que uno quiere son divinos cuando te
aman, pero se convierten en monstruos cuando te dejan de querer y, sin embargo
no podés prescindir de esos monstruos. Cuando algo resulta distinto, aun cuando se
trate de una decepción, siento que me sumerjo en un mundo desconocido. La
desilusión tiene algo de excitante: lo imprevisto.5
La casa (esa prisión especular) es la que vuelve otra a la supersticiosa Cristina en “La
casa de azúcar”, según narra su esposo, no menos supersticioso que ella. Siendo otra, Cristina
finalmente huye. Como si en Silvina Ocampo la huida fuese siempre una metamorfosis,
“volverse otra”. Porque la casa-prisión (o la prisión de amor) es una construcción imaginaria
siempre dual; así lo dice en el renglón final el marido de Cristina: “Ya no sé quién fue víctima
de quién”. “La casa de azúcar” es uno de los momentos de mayor porosidad del espejo.
Como “El sótano” (de La furia) y “Malva” (en Los días de la noche) podrían ser la
curva que cierra la imagen hasta agotarla en sí misma. En “El sótano”, la “otra”, aparentemente
una prostituta, vive como una “mujer del subsuelo” entre ratones, esperando encerrada la
4
Moreno, María. “En la jaula de la métrica”, en Página/12.
5
Reportaje de Hugo Beccacece, en La Nación, 28 de junio de 1987, citado en Adriana Mancini. Silvina
Ocampo. Escalas de pasión, Buenos Aires, Norma, 2003, p. 18.
3
Orbis Tertius, 2004, IX (10)
demolición de la casa, o la aniquilación total de su mundo (“Tengo sed: bebo mi sudor. Tengo
hambre: muerdo mis dedos y mi pelo”).6 De este lado del espejo, el límite último de la imagen
es la autofagia (el castigo de las que no saben “ser otras”), puesto que se trata aquí también de
un espejo, tal como lo dice la frase que cierra el relato: “Me miro en un espejito: desde que
aprendí a mirarme en los espejos, nunca me vi tan linda”.7
Autofagia o canibalismo de la propia imagen que se amplifica burlonamente en
“Malva”, especie de literalización narrativa de la frase hecha “la carcomían los nervios”. El
personaje Malva por impaciencia del mundo se fagocita a sí misma: comienza por un dedo,
sigue por una rodilla, por un hombro y así hasta la aniquilación. Malva es un espejo que no
refleja (como otros en Silvina Ocampo) el mundo; las estrechas situaciones cotidianas de espera
sólo le provocan impaciencia suicida. Perfecta casada, Malva, como sugiere la narradora, puede
no haber muerto (se ha comido el cuerpo) y ser un fantasma, o bien ha huido al Brasil. ¿De qué
ha huido? La narradora nos da una pista, como si fuera una pincelada:
Pregunté a su marido para qué Malva coleccionaba esos huesos, aunque bien sabía
que eran adornos. Me respondió que los usaba para afilar sus dientes. ‘Era tan
excéntrica’ agregó con risa de lobo. Entonces recordé la risa contagiosa de Malva.
Una risa extraña, aguda, intempestiva, tal vez contagiosa. A veces yo misma me
sorprendo riendo así.
Espejo doméstico, el marido es un lobo tan persecutorio como el mundo que estrecha la
imagen de Malva; y finalmente, si la risa es autofagia contagiosa o el contagio de una risa que
se come a sí misma, entonces esas dentelladas abarcarían tanto a la narradora (y su relato), como
al mundo que no cesa de destruirse a sí mismo. Punto máximo de la especularidad aniquiladora.
Pero ilustración también de la tan comentada “poética de la crueldad”, que circular e
implacable, puede ejercer el canibalismo sobre sí, sobre los otros, sobre el mundo, pero que
también contiene una huida, un escape: la risa. Exagerada, hiperbólica, la crueldad (como
descubrió Sylvia Molloy)8 se desliza en algún momento de su parábola hacia la irrisión.
Dentellada que afina sus dientes con otros dientes artificiosos, y risa que devuelve en el espejo
una burla hacia el mundo.
Mundo cerrado, clausurado, el de Silvina Ocampo tiene los límites de una casa o varias
(puede ser un sótano, una mansión, un rancho, o una “casa de azúcar” pequeño-burguesa). Su
otro límite impreciso es la fuga de ese espacio, como ocurre en “Nosotros”,9 preanuncio bufo de
“La intrusa” de Borges. Son dos hermanos gemelos (“Dicen que nos parecemos como dos gotas
de agua”), y para que uno de ellos pueda dedicarse a las francachelas nocturnas fuera del
matrimonio, el otro lo sustituye en el lecho conyugal, hasta que, avergonzada, la esposa los
descubre: “Hicimos nuestro baúl y con Eduardo nos fuimos de esa casa donde la vida ya nos
parecía tediosa, por no decir insoportable”. La suplementaria ironía del final consiste en que la
fuga de una casa no impedirá el cerco del espejo, pues al comienzo el narrador nos dice:
“…nunca traté de enamorarme de otras mujeres que las que enamoraban a mi hermano”.
La fábula o la lógica del espejo, como lo prueba “Nosotros”, sin dejar de ser una captura
fascinante, puede abrirse en el plano de la lectura a la burla de un estereotipo social masculino,
ser también irrisoria, risible, cómica, y transitar sarcásticamente por el chiste o la porteña
“cachada” sin dejar de anularla, y sin dejar tampoco de recordar vagamente a los cuentos
folklóricos donde los gemelos dan lugar a cómicas sustituciones eróticas.
Compendio de todos los reflejos, el tardío cuento “Cornelia frente al espejo” (de 1988)
es un marco que parece leer en forma retrospectiva la pasión especular, casi como una poética:
6
“El sótano”, en La furia, Op. cit., I, p. 212.
7
“El sótano”, en La furia, Op. cit., I, p. 212.
8
Molloy, Sylvia. “Silvina Ocampo: La exageración como lenguaje”, en Sur, nº 320, octubre de 1969, pp.
15-24.
9
“Nosotros”, en La furia, Op. cit., I, pp. 227-229.
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Orbis Tertius, 2004, IX (10)
muerte en el espejo, o ansia de suicidio, la reduplicación simétrica del espacio social (“Los
pobres aun cuando son crápulas, son virtuosos; si son crápulas tienen razón de serlo”),10 el
“inventario de objetos”, esencial en la composición de personajes y mundos en Silvina Ocampo
(el cielo o el infierno de los objetos), la niña cuasi real o cuasi fantasma (Cristina Ladivina), su
interés por las muñecas, la ridícula cháchara de las señoras, la pasión por la lectura de Alicia en
el País de las Maravillas (un probable origen de la matriz especular), la pasión por el vals de
amor de Brahms… y podríamos continuar la lista —a la que no falta un destello congelado de
historia, de política fantasmagórica, el incendio de las iglesias durante el gobierno peronista (la
historia entra al espejo como una catástrofe adormilada)
...en lugar de ver el cuarto reflejado, vi algo extraño en el espejo, una cúpula, una
suerte de templo con columnas amarillas y, en el fondo, dentro de algunas
hornacinas del muro, divinidades. Fui víctima sin duda de una ilusión. ¡Estos días
he oído hablar tanto de las iglesias en llamas! 11
10
“Cornelia frente al espejo”, en Cornelia frente al espejo, Op. cit., II, p. 229.
11
“Cornelia frente al espejo”, Op. cit., p. 253: “Cuando era muy niña tenía conversaciones con mi propia
imagen. Le hablaba con un millón de voces. De noche soñaba con este espejo; tal vez fuera por influencia
de mis lecturas. Alicia en el País de las Maravillas me fascinaba”.
12
“Cornelia frente al espejo”, Op. cit., II, p. 229.
13
“Cornelia frente al espejo”, Op. cit., II, p. 228.
14
Cf. “Como siempre”, en Silvina Ocampo, Poesía completa, vol. II, pp. 301-306.
15
Ocampo, Victoria. “Viaje olvidado”, en Sur, n° 35, agosto de 1987, p. 119.
16
Matamoro, Blas. “La nena terrible”, en Oligarquía y literatura, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1975.
5
Orbis Tertius, 2004, IX (10)
17
Judith, Podlubne. “Las lecturas de Silvina Ocampo”, en Boletín/5, Centro de Estudios de Teoría y
Crítica Literaria, Universidad Nacional de Rosario, octubre de 1996, pp. 79-89.
18
“Del diario de Porfiria”, en Espacios métricos (1945), Poesía completa I¸ Op. cit., pp. 124-126.