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Texto Comentado
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El judaísmo nunca fue una religión, sino un pueblo con características raciales
bien definidas. Para progresar tuvo que recurrir bien temprano a un medio para
distraer la sospecha que pesaba sobre sus congéneres. ¿Qué medio más
conveniente y más inofensivo que la adopción del concepto de "comunidad
religiosa"? Pues bien, aquí también todo es prestado o, mejor dicho, robado. La
personalidad primitiva del judío, por su misma naturaleza, no puede poseer una
organización religiosa, debido a la ausencia completa de un ideal y, por eso
mismo, de la creencia en la vida futura. Desde el punto de vista ario, es imposible
imaginarse, de cualquier forma, una religión sin la convicción de vida después de
la muerte. En verdad, el Talmud tampoco es un libro de preparación para el otro
mundo, pero sí para una vida presente dominante y práctica.
La doctrina judaica es, en primer lugar, una guía para aconsejar la conservación
de la pureza de la sangre, así como la regulación de las relaciones de los judíos
entre sí, y más aún, con los no judíos; esto es, con el resto del mundo. No se trata
en absoluto de problemas morales y sí de cuestiones económicas, muy
elementales. Existen hoy y ya existieron en todos los tiempos estudios bastante
profundos sobre el valor ético de la enseñanza de la doctrina judaica, especie de
religión que, a los ojos de los arios, parece, por decir lo menos, escabrosa (tales
estudios no han provenido de la iniciativa de los judíos, ya que, de ser así, se
habrían adaptado hábilmente al fin propuesto). Del producto de esa educación
"religiosa", el propio judío es su mejor exponente. Su vida sólo se limita a esta
tierra.
En cuanto a nuestro actual "cristianismo político", éste se rebaja a mendigar votos
judíos en las elecciones, procurando acomodar sus combinaciones prácticas con
los partidos ateos de los judíos. Y todo eso en detrimento del propio carácter
nacional. En una secuencia lógica, se amontonan siempre nuevas mentiras sobre
la gran mentira inicial, a saber: que el judaísmo no es una raza, sino una religión.
La mentira se extiende igualmente a la cuestión del idioma de los judíos; éste no
les sirve de vehículo para la expresión, pero sí de máscara para sus
pensamientos. Hablando francés, su modo de pensar es judío; componiendo
versos en alemán no hace sino transparentar el espíritu de su raza.
Mientras el judío no se convierte en señor de los otros pueblos, está obligado,
quiérase o no, a hablar las lenguas de aquéllos. En el momento, sin embargo, que
éstos se vuelven sus vasallos, tienen que aprender todo un idioma universal (por
ejemplo el Esperanto), a fin de ser dominados de esta forma más fácilmente por el
judaísmo.
Los protocolos de los sabios de Sión, tan detestados por los judíos, muestran, de
una manera incomparable, hasta qué punto la existencia de ese pueblo está
basada en una mentira ininterrumpida. "Los Protocolos son falsificados", gime
siempre de nuevo el Frankfurter Zeitung, lo que constituye una prueba más de que
todo es verdad. Lo que muchos judíos tal vez hagan inconscientemente, se
encuentra aquí al descubierto. Pero el punto capital es que no importa en absoluto
saber de qué cerebro judío provienen tales revelaciones. Lo decisivo es la manera
por la cual esas revelaciones se hacen realidad, con una seguridad impresionante.
La mejor comprobación de esos escritos la proporciona entre tanto la propia
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realidad. Quien examine la evolución histórica del último siglo, desde el prisma de
este libro, comprenderá también los ataques de la prensa judía, pues el día en que
ese documento sea conocido por todo el mundo, se habrá neutralizado el peligro
del judaísmo.
1. LECTURA Y PREPARACIÓN.
En primer lugar haremos una lectura superficial del texto que nos inicie en su
significado. No realizaremos ni anotaciones ni subrayados, sólo leeremos. A
continuación procederemos a una segunda lectura, esta vez detenida.
A través de esta segunda lectura preparamos el texto mediante:
El subrayado de términos:
“El judaísmo nunca fue una religión, sino un pueblo con características
raciales bien definidas. Para progresar tuvo que recurrir bien temprano a un
medio para distraer la sospecha que pesaba sobre sus congéneres”.
“La doctrina judaica es, en primer lugar, una guía para aconsejar la
conservación de la pureza de la sangre, así como la regulación de las
relaciones de los judíos entre sí, y más aún, con los no judíos; esto es, con
el resto del mundo”.
“Los protocolos de los sabios de Sión, tan detestados por los judíos,
muestran, de una manera incomparable, hasta qué punto la existencia de
ese pueblo está basada en una mentira ininterrumpida”.
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2. CLASIFICACIÓN DEL TEXTO.
b) Encuadre espacio-temporal.
c) Origen.
d) Autor.
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e) Destino y finalidad.
4. COMENTARIO.
La idea esencial que resume estas tres partes es que los judíos son una raza
peligrosa. Si bien para Hitler, los comunistas eran enemigos de la nación alemana,
el mayor peligro para la supervivencia racial de Alemania eran los judíos. Sus
argumentos se sostienen y perfilan a través de un texto propagandístico antisemita
publicado en Rusia en 1902 titulado Los Protocolos de los Sabios de Sión, que se
trata de un libro lleno de acusaciones falsas contra los judíos en el que los “sabios
de Sión” detallan los planes de una conspiración judeo-masónica para controlar el
mundo. El autor emplea las tesis principales del "peligro judío", que hablaba de
una presunta conspiración judía para ganar el liderazgo mundial. Partiendo de una
concepción racista, desde principios de los años veinte Hitler fue reconstruyendo
un estereotipo racial del judío, a partir de las teorías de Walter Darré, Alfred
Rosenberg, Oswald Spengler (Siglo XX) y de las de Houston Stewart Chamberlain
y el conde de Gobineau (Siglo XIX). Los judíos encarnaban, para Hitler, todos los
males que aquejaban a la nación alemana (no judía): eran los proletariados
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agitadores, los financistas avaros y los grandes industriales que exprimían al
pueblo alemán; eran la prensa que difamaba a la nación, y también los débiles y
corruptos parlamentarios cómplices de los humillantes tratados de paz y de la
debilidad de la nación. Eran, en síntesis, el enemigo racial, que desde el interior
corrompía y contaminaba a la nación, debilitándola.
5. CONCLUSIÓN.
El texto surge de las visiones ideológicas de los años veinte que reflejan un
discurso de ese tiempo, especialmente en racismo, antisemitismo y militarismo en
la política exterior. Está escrito en un estilo que suena extraño a los lectores de
hoy. El racismo y el antisemitismo no han desaparecido desde entonces. Pero
tienen que ser combatidos al margen de que los racistas y antisemitas lean este
texto histórico. Este documento demuestra cómo, en una época de crisis total, en
todos los ámbitos, por la que pasaba Alemania después de la derrota y humillación
de la Primera Guerra Mundial, era necesario la creación de un chivo espiatorio de
todos los males de Alemania: los judíos. El judío era el enemigo absoluto que
tanto necesitaba el sistema totalitario para llevar a cabo una movilización política y
social del pueblo alemán, así como para distraer la opinión pública de los propios
problemas internos, para así poder alcanzar el poder el Partido Nacionalsocialista
y poner en práctica su perverso programa de gobierno. El texto, por lo tanto,
ofrece las verdaderas ideas que fundamentarán posteriormente el exterminio de
millones de personas en Europa. Ahí está expuesto su propósito genocida, su
apuesta por un expansionismo militar, su obsesión por la pureza racial, su deseo
de apartar primero y exterminar después a judíos, su desprecio a la democracia, el
humanismo o el pacifismo. La idea central es explícita: el fuerte tiene la obligación
de aplastar al débil. Quitando su evidente valor como documento histórico, Mein
Kampf hoy resulta un plomizo y reiterativo ensayo repleto de argumentos
pseudocientíficos o pseudohistóricos que no resisten un análisis serio. Que solo
convencerá al predispuesto a convencerse.