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NO HAY FE SIN JUSTICIA.

NO HAY
JUSTICIA SIN FE

APUNTES SOBRE LOS FUNDAMENTOS DE


LA RELACION ENTRE FE Y JUSTICIA EN EL
PENSAMIENTO DE JUAN PABLO 11

No hay duda que en el Magisterio de Juan Pablo II estos dos


términos: fe y justicia, aparecen en abundancia. También es cierto que
una primera escucha, o una somera lectura de su obra, nos permiten
encontrarlos fácilmente emparentados.
En estos apuntes intentamos buscar cuál es el término que une
la fe con la justicia y la justicia con la fe, en el pensamiento de Juan
Pablo II. Y vamos a proponer, desde el principio, que ese "tercer
término" es en realidad un término doble, que le permite hacer un
acceso a la vez filosófico y teológico a la relación entre la fe y la justicia.
Lo expresamos así:
1. La trascendencia de la persona humana es lo único que puede
promover y garantizar una justicia social que sea a la vez verdadera
y duradera.
2. La trascendencia de la persona humana sólo puede fundarse
y realizarse plenamente desde la fe en Cristo Jesús.
O sea que ese "término unitivo" es la trascendencia de la persona
humana que solamente se da "en Cristo". Vamos entonces a tratar de
mostrar cómo se desarrolla este tema en su pensamiento, para poder
reconocer como suyo, y descubrir algo del dinamismo que encierra,
tanto para la teología como para la pastoral.

1. La trascendencia de la persona humana

Este término, "trascendencia", aplicado a la persona humana,


tiene en Juan Pablo n, yen su obra anterior como Karol Wojtyla, una
pluralidad de sentidos. Vamos a recorrer los más importantes, tenien-
do en cuenta que todos ellos no se oponen sino que se complementan.
Cuando en Centesimus Annus explica que "el error fundamental del
socialismo es de carácter antropológico", profundiza en el concepto de
persona, yen un párrafo breve sintetiza muchos de aquellos elemen-
tos:
162 JOSEFINA LLACH

"El ateísmo del que aquí se habla tiene estrecha relación


con el racionalismo iluminista, que concibe la realidad huma-
na y social del hombre de manera mecanicista. Se niega de
este modo la intuición última acerca de la verdadera grandeza
del hombre, su trascendencia respecto al mundo material, la
contradicción que él siente en su corazón entre el deseo de una
plenitud de bien y la propia incapacidad para conseguirlo y
sobre todo, la necesidad de salvación que de ahí se deriva (CA
13).

El texto tiene su importancia, sobre todo por su cualidad de


sintetizar el concepto que estudiamos, y también de hacerlo en forma
ascendente: nos recuerda el famoso texto de Populorum Progressio, de
Pablo VI, donde aquel inolvidable Papa, nos decía, también siguiendo
un movimiento ascendente, cómo el auténtico desarrollo está en
"pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida
más humanas" (20-21). Y las enumeraba. Acá también, Juan Pablo II
enumera una serie de elementos que explican la trascendencia de la
persona. No vamos a analizarlo ahora, sino que lo iremos utilizando
a lo largo de la exposición. Muy sintéticamente ese número dice que
el socialismo se equivoca porque tiene un concepto equivocado de la
persona. y la equivocación nace de que es ateo. O sea que el Papa dice:
el socialismo no cree en Dios y por eso no cree en el hombre. No conoce
al hombre porque no conoce a Dios.
No dice el texto explícitamente de qué tipo de error se trata.
Desde luego que es error filosófico, teológico, antropológico. No dice
explícitamente si es error sociológico, o socio-económico. Pero desde
luego que da a entender que ese error, de orden antropológico, incide
en el ordenamiento de la sociedad, o su desorden. El contexto del texto
hace bajar esa afirmación sobre "el error" al campo de las relaciones
familiares, laborales, jurídicas ... y por tanto a lo concreto. Vemos
desde ahora que para el Papa la justicia social hay que tratarla desde
la persona. Parte de la persona, pero no reduce su planteo a los
individuos, sino que lo que pase con la persona repercute en la
sociedad, lo que pasa en la sociedad repercute en la persona y también
es consecuencia de lo que pasa con las personas. O sea: no se puede
hacer sociología sin un "backround" no solamente filosófico sino
también teológico. Por lo menos no se hará una sociología suficiente-
mente consistente.
Pero: esto no es sacralizar. N o sacraliza, aunque algunas afirma-
ciones pueden malentenderse en ese sentido. Dejará a las ciencias
humanas su propia autonomía. Pero quiere darles el suelo sobre el
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 163

cual se puedan edificar con cierta solidez. Y también una cierta luz que
sea siempre instancia de discernimiento de los medios y los fines de
las ciencias.
O sea que para hablar del socialismo se pone en el lugar de la
persona, hace una impostación personalista del tema. Con raíces
teológicas desde luego, ya veremos por qué. Vamos ahora a analizar
esos elementos que suponen el concepto de "trascendencia de la
persona humana".
1.1. La autonomía: la persona es trascendente porque decide
sobre sí misma, y desde sí misma. El concepto de persona supone un
centro interior de decisión, de elección. La persona no actúa como tal
cuando actúa "mecánicamente". El hombre no es un puro manojo de
instintos, que se rige por el mecanismo de estímulo-respuesta, sino
que entre el estímulo y la respuesta está lo que llamamos "decisión"
y que supone la instancia personal: supone que la persona es no sólo
ni principalmente movida, sino que se mueve.
Antes de ser Papa, Karol Wojtyla reflexionó abundantemente
sobre este tema. y podemos decir que fue central en su pensamiento,
característico suyo, el fundar la trascendencia de la persona en la
autodeterminación. En "Persona y acción"l, su obra filosófica central,
desarrolla la diferencia entre "actuar" y "ocurrir" (pág. 76): entre lo que
la persona hace, y aquello que le ocurre a la persona. Hace la diferencia
para basar fenomenológicamente la "epifanía" de la persona en el
"actuar" en cuanto opuesto a "ocurrir". Me manifiesto como persona
cuando realizo un acto libre; no, en cambio, cuando me ocurre algo.
En la misma obra afirma que "la experiencia del 'yo quiero'
revela la trascendencia de la persona en acción" (pág. 130). La persona
no se reduce: ni a su sola actividad, ni a aquello que la lleva a actuar,
sino que está detrás del "yo quiero" (que, por cierto, es muy diferente
del modernísimo "yo tengo ganas").
Volvamos entonces al magisterio actual. Ahora, Juan Pablo II se
refiere en este sentido a "la intuición última acerca de la verdadera
grandeza del hombre, su trascendencia respecto al mundo material";
sobre todo en este sentido: en que no es una máquina, y que por lo tanto
no se lo puede tratar, ni a él ni a sus relaciones, como una máquina.
Aquí usa entonces la imagen de la máquina, para hablar de la
autonomía de la persona, que es forma esencial de su trascendencia.
Más adelante, en la misma encíclica, se va a referir a la relación
entre autonomía y totalitarismo:

1 Wojtyla, Karol, Persona y acción, BAC, Madrid, 1982.


164 JOSEFINA LLACH

"El totalitarismo nace de la negación de la verdad en


sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con
cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad,
tampoco existe ningún principio seguro que garantice relacio-
nes justas entre los hombres; los intereses de clase, grupo o
N ación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se
reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder,
y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que
dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin
respetar los derechos de los demás. Entonces, el hombre es
respetado solamente en la medida en que es posible instru-
mentalizarlo para que se afirme en su egoísmo. La raíz del
totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación
de la dignidad trascendente de la persona humana, y, por esto,
sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el
individuo, el grupo, la clase social, ni la Nación o el Estado"
(CA 49 c).

El párrafo es denso y está lleno de contenidos. Hay que recono-


cer, desde el principio, que aquí hay por lo menos dos sentidos, o dos
elementos de la "trascendencia de la persona humana". Un sentido es
que la persona se funda en una "verdad trascendente". Vemos que el
Papa vuelve a un tema que ya vimos: Dios funda la dignidad humana.
La verdad interior de la humanidad se funda en una realidad trascen-
dente, Dios, que "contagia" su trascendencia a la persona: ésta,
entonces, no es lo que cada uno piensa o siente, sino lo que responde
al plan de Dios.
Esta trascendencia objetiva de la persona, garantiza su tras-
cendencia subjetiva. Queremos decir que, porque la persona tiene
una verdad objetiva fundada en lo que Dios proyecta, por eso mis-
mo la persona no puede ser alienada, no puede ser instrumentali-
zada como una cosa. La verdad objetiva asegura la posibilidad de
decidir sobre sí misma, de conservar su espacio propio en el
conjunto de las relaciones y las vicisitudes humanas. El ser huma-
no no puede ser el mismo aislado de Quien le da un suelo absoluto.
Esta objetivación de su ser, dada, recibida de Dios, independiente
de su voluntad y que sin embargo, tiene que ser libremente
aceptada por él mismo, es lo que hace posible que se auto determine.
y lo que por eso mismo lo preserva de ser avasallado por los demás,
o por los sistemas.
Parece demasiado idealista. Pero no, lo que el Papa quiere decir
es que la autonomía del hombre, en lo que se expresa su trascendencia,
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 165

sólo puede ser asegurada por "una verdad trascendente, con cuya
obediencia el hombre conquista su plena identidad". Es algo que él
repite: teocentrismo y antropocentrismo no se oponen, sino que son
concéntricos (cfr. DM 1).
1.2. Sin embargo afirmar que la trascendencia se da en la
autonomia no conduce a una visión individualista. Porque el segundo
elemento de este concepto de "trascendencia de la persona humana"
es que "el hombre ... se realiza plenamente en la entrega sincera de sí
mismo a los demás" (GS 24). El hombre es trascendente en cuanto que
sale de sí, en cuanto que se entrega, yen cuanto que en esto consiste
como persona:

"En efecto, es mediante la propia donación libre como el


hombre se realiza auténticamente a sí mismo (cf. GS 24) y esta
donación es posible gracias a la esencial 'capacidad de tras-
cendencia' de la persona humana. El hombre no puede darse
a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal
abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse
a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es
el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su
donación (GS 41). Se aliena el hombre que rechaza trascen-
derse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de
la formación de una auténtica comunidad humana, orien-
tada a su destino último que es Dios. Está alienada una
sociedad que, en sus formas de organización social, de produc-
ción y de consumo, hace más difícil la realización de esta
donación y la formación de esa solidaridad interhumana"
(CA 41).

El hombre tiene "capacidad de trascendencia". No sólo no se


basta a sí mismo, sino que está llamado a salir de sí; y esto no por
pobreza solamente, sino por riqueza. El hombre puede elegir libre-
mente la comunión con otras personas, está llamado a dar y recibir,
pero también a darse gratuitamente, que es en lo que realiza privile-
giadamente su trascendencia.
Enseguida el Papa, que en la encíclica está hablando de la
"cuestión social", traslada la afirmación filosófico-antropológica, a la
vida social. Y saca dos consecuencias. Una, que esta trascendencia
la persona no la realiza sobre todo pensando, sino sobre todo
amando. No le basta a la persona dedicarse a proyectos abstractos,
sino que en todo cuanto piensa o hace busca, .conciente o inconcien-
166 JOSEFINA LLACH

temente, un encuentro interpersonal. Bnotros lugares hablará Juan


Pablo II del amor.
La segunda consecuencia es que el ordenamiento de la sociedad
se vuelve in-humano cuando entorpece la donación "de la persona: acá
hay palos directos a la sociedad liberal en cuanto individualista, y a
la llamada "sociedad de consumo". Es otro momento en el que
su visión del hombre juzga directamente los comportamientos socia-
les, y aun los sistemas.
El mismo texto vuelve a recordarnos aquel texto de Populorum
Progressio. Porque, sin desprestigiar al pensamiento, pone el trascen-
derse de la persona en una gradación: primero el darse a una persona,
luego el darse a varias -lo que más adelante llama "solidaridad", y
que hace ver que no basta para trascenderse la relación de dos-, y
como culminación el entregarse a Dios, "que es el autor de su ser, yel
único que puede acoger plenamente su donación". Dios termina
siendo siempre el suelo, el fundamento, sin el cual no sólo no hay
autonomía realizable (1.1.), sino tampoco habrá plenitud en la dona-
ción (1.2.). En estos dos elementos de la trascendencia de la persona,
que son del todo humanos, y justificables desde la verdad interior de
la humanidad, el Papa plantea que Dios no sólo no está ausente de esa
verdad interior, que resulta autónoma y como privativa del hombre,
sino que es quien la garantiza y la explica. También aquél en quien
culmina su realización.
1.3. Decir trascendencia de la persona significa también, y es
sobre lo que lo anterior alcanzará su plenitud, significa relación a Dios.
Esto, aun inconcientemente, aun cuando el hombre no se dé perfecta
cuenta.
Creemos que hay una frase del Concilio, muy citada por Juan
Pablo II, que expresa su convicción más profunda, más inalienable
sobre la trascendencia de la persona. Es la que dice: "el hombre, única
criatura a la cual Dios ha querido por sí misma" (y no "para sí mismo"
como traduce la edición de Redemptor Hominis de Ediciones Pauli-
nas; el Concilio dice "propter seipsam -creatura- voluerit"): por
ejemplo, en las dos encíclicas que hemos tomado como ejes de este
trabajo: Redemptor Hominis, 13; Centesimus Annus, 11.
En primer lugar, que el hombre es querido por Dios. Es obj eto de la
predilección de Dios, del amor de Dios. Dios es el sujeto que elige querer
al hombre. Esto hace trascendente a su criatura: el sujeto que lo elige.
Pero más todavía, la manera como es querido: "por sí mismo".
También las plantas, los valles y las flores son queridos por Dios.
También los animales y todo lo creado. Pero lo que identifica a la
trascendencia del hombre es este ser querido "por sí mismo". El
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 167

"propter" indica finalidad. El hombre es un fin para Dios. Esto es


lo que hace trascendente su dignidad. Dios vuelca su amor sobre
nosotros no para otra cosa, no con otro objeto sino el de ser" objetos"
de ese amor. Su amor descansa en nosotros. Y eso es lo que nos hace
sujetos. Aun cuando pareciera que el hombre no responde, o que no
puede responder, al llamado de Dios, aun cuando la persona tenga
éxito o cuando fracase, en todo momento, y bajo cualquier condicio-
namiento, es querida, porque es querida "por sí misma". El amor de
Dios, la intención de Dios, se desborda sobre el hombre y allí se
detiene. Es decir, no sobre "el hombre", sino sobre cada hombre y
cada mujer, es decir, sobre cada persona: "precisamente cada
hombre, el hombre más concreto, el más reaL .. cada uno de los
cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta,
desde el momento en que es concebido en el seno de la madre" (RE
13; cfr. CA 53 a).
Esta concepción del hombre querido por sí mismo, es el núcleo de
la concepción del Papa sobre la trascendencia de la persona. Con todo
lo que valora el trabajo, sin embargo, para él, "aparte de los derechos
que el hombre adquiere con su propio trabajo, hay otros derechos que
no proceden de ninguna obra realizada por él, sino de su dignidad
esencial de persona" (CA 11).
Esta realidad se expresa a distintos niveles. En el origen del
hombre, en cuanto imagen y semejanza de Dios: "el hombre en su
única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la
imagen y semejanza con Dios mismo" (RH 13). En cuanto creado por
Dios y parecido a Dios. Este texto del Génesis sabemos que es muy
repetido por el Papa, y que inspira continuamente su pensamiento
(por ejemplo, CA 11).
El ser imagen y semejanza de Dios se despliega en un proyecto
para el hombre, proyecto que Juan Pablo II deduce del hecho que
Dios quiere al hombre por sí mismo. Justamente es así como justifi-
ca la injerencia de la Iglesia en las cuestiones sociales:

"En los últimos cien años la Iglesia ha manifestado repetidas


veces su pensamiento, siguiendo de cerca la continua evolución de
la cuestión social, y esto no lo ha hecho ciertamente para recuperar
privilegios del pasado o para imponer su propia concepción. Su
única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el
hombre, confiado a ella por Cristo mismo, hacia este hombre, que,
como el Concilio Vaticano II recuerda, es la única criatura que Dios
ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir,
la participación en la salvación eterna" (CA 53).
168 JOSEFINA LLACH

La continua preocupación de Dios hacia el hombre, el hecho de


que Dios escriba sobre la historia del hombre, esto hace a la dignidad
de este último, a su trascendencia. Esto no interrumpe su autonomía,
pero le plantea cuestiones, entra en diálogo con ella, lo cual constituye
el "diálogo de la salvación". Se puede decir que esto es también núcleo
de esa trascendencia: que Dios se sienta a hablar con el hombre; como
vimos anteriormente: "precisamente en la respuesta a la llamada de
Dios, implícita en el ser de las cosas, es donde el hombre se hace
conciente de su trascendente dignidad". En otros textos, Juan Pablo
II habla de otros modos o medios donde resuena la llamada de Dios,
como su mismo corazón, siguiendo también aquí a Gaudium et Spes
(16).
y siguiendo este camino de hacerse sujeto el hombre por su
relación con Dios, y especialmente de hacerse sujeto trascendente por
esa misma relación, se llega en un movimiento circular, a recoger el
valor de la "salida de sí", de la entrega. Si es verdad, como vimos antes,
que (siguiendo también a Gaudium et Spes 24) el hombre se trascien-
de al entregarse, y así realiza su propia humanidad, ahora llegamos
a empalmar ese movimiento de salida de sí con esta fundamentación
teologal de su dignidad. Y el Papa dirá entonces que, si es cierto que
"el hombre encuentra su propia plenitud en la entrega sincera de sí
mismo a los demás", este movimiento tiene su plenitud en la entrega
a Dios:

"El hombre no puede darse a un proyecto solamente huma-


no de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En
cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras persona y,
por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede
acoger plenamente su donación" (CA 41; donde se cita también
a GS 41).

Resumiendo, podemos decir que "la negación de Dios priva de su


fundamento a la persona" (CA 13), en ese doble sentido:
a) porque la persona se hace tal en cuanto que es "querida por sí
misma" por ese Tú absoluto que es Dios. Este es un fundamento que
ningún condicionamiento, ninguna otra persona o circunstancia
puede quitar a la persona. Ni siquiera el pecado, ni siquiera su
propia libertad. Dios sigue queriendo "por sí mismo" al pecador, al
que intenta autodestruirse. Es un fundamento ontológico: que
constituye a la persona en su núcleo irreductible.
b) porque la persona "alcanza su plenitud" en la entrega de sí misma
a los demás; a todos, y en el grado mayor, en la entrega a Dios. Este
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 169

es un fundamento dinámico, que crecerá o menguará, que consti-


tuye a la persona en llamada por Dios, en interpelada, en dialogan-
te.
En esta visión tan positiva, sin embargo, aparecen dos condicio-
nantes que "claman" la venida de Cristo, que abren a la misma
humanidad a la inserción de Dios en la historia.
Por un lado es el pecado, la ruptura, la frustración del proyecto
de Dios. Juan Pablo II entiende a Cristo desde una encarnación
precedida por el pecado. N o entra en disquisiciones sobre si se hubiera
o no encarnado sin el pecado; pero para el Papa, Jesús es sobre todo
el Redentor: de ahí el nombre, el tema y las primeras palabras de su
primera encíclica: Redentor del hombre:

"Se niega ~n el ateísmo relacionado con el racionalismo


iluminista- de este modo la intuición última acerca de la
verdadera grandeza del hombre, su trascendencia respecto al
mundo material, la contradicción que él siente en su corazón
entre el deseo de una plenitud de bien y la propia incapacidad
para conseguirlo y sobre todo, la necesidad de salvación que de
ahí se deriva" (CA 13).

Está entonces este vacío, esta contradicción con su propia digni-


dad, esta clausura, que queda en el hombre ante el pecado, ante el mal.
Es una primera vía de acceso para el Señor que viene.
La otra vía de entrada de Cristo en la historia del hombre es lo
lejos que le queda Dios al hombre. Lo fácilmente que Dios se consti-
tuye más en una idea que en una persona. Lo fácilmente que su
Palabra, hecha promesa de venida, resuena lej ana y dej a de escuchar-
se. Lo fácilmente que Dios sigue siendo no más que un modelo, inal-
canzable por cierto, para el hombre: más algo a imitar que alguien con
quien tratar. Otra cosa será cuando el Verbo se haga carne.
1.4. La consecuencia de la trascendencia de la persona humana
es considerar que ella es, en su núcleo, en su corazón: inalienable,
inviolable, irreductible.
Lo es en cuanto "querida por sí misma" por Dios. Y lo es más en
cuanto va respondiendo con su auto donación libre a Dios y a los
demás.
Esta irreductibilidad de la persona, que es la consecuencia de
que ella es trascendente, es tratada por Juan Pablo II de diversas
maneras. Es por eso que ni los sistemas, ni los estados, ni el trabajo
en sentido objetivo, ni las ideologías, pueden alienar a la persona de
su ser "ella misma". Así, por ejemplo:
170 JOSEFINA LLACH

"Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el


concepto de alienación, descubriendo en él la inversión entre los
medios y los fines: el hombre, cuando no reconoce el valor y la
grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho
de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de establecer
una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres,
para lo cual fue creado por Dios" (CA 41).

El invertir medios y fines significa para el Papa relacionarse con


las personas como medios, y justamente, como veíamos, la persona es
irreductible, es trascendente, en cuanto "amada por sí misma". Por
eso hay palabras que denuncian concretamente la violación del
corazón de la persona, cuando no también de su cuerpo, de sus afectos,
de su psicología: palabras como "usar"al otro, "instrumental izar" ,
"manipular" (cfr. por ejemplo: el mismo n. 41).
Todo el magisterio social de Juan Pablo II pretende ilumi-
nar las condiciones de la sociedad con la potente luz de la dignidad
trascendente de la persona. Y a la inversa, denunciar todas las
situaciones que atentan contra esa dignidad irreductible.
Las denuncias, por lo que veíamos antes, son bipolares: por un
lado quieren resguardar la singularidad de cada uno, su núcleo que no
puede ser desparramado o violentado por nada ni por nadie. Y por otro
quieren seguir abriendo al hombre a la solidaridad, criticando "las
soluciones permisivas o consumísticas, las cuales con diversos pretex-
tos tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de Dios
mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina por perjudicarle a él
y a los demás" (CA 55).

2. Cristo y la trascendencia ck la persona

Como decíamos, y como podemos constatar a lo largo de su


Magisterio, para Juan Pablo II, Cristo es sobre todo el Redentor. Y
tiene de la redención un concepto eminentemente positivo, en el que
ve más los beneficios que supone para el hombre el ser redimido, su
elevación, que el modo cómo esto sucede.
"Jesucristo es el verdadero bien del hombre" (CA 29).
Esta afirmación indica que Jesucristo es un bien común para la
humanidad, es, más aún, el bien común, por excelencia de la huma-
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 171

nidad. Cristo no puede, entonces, ser arrancado de la humanidad, sin


que ésta quede amputada, atrofiada.
Jesús es pertenencia común de la humanidad. Pero a la vez, la
humanidad es pertenencia de Cristo. La humanidad necesita mirar a
Cristo para comprenderse (cfr. GS 22, 41):

"Ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del


hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama
también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la
Iglesia en el mundo, incluso, y quizás aún más, en 'el mundo
contemporáneo'. Este estupor y al mismo tiempo persuasión y
certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe, pero que de
modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanis-
mo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. El deter-
mina también su puesto, su -por así decirlo- particular dere-
cho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad"
(RH 10).

Jesucristo como bien del hombre y el hombre como bien que


pertenece a Cristo. Vimos anteriormente que Dios se interesa por
cada uno y llega a cada uno. Pero también a todos. Para el Papa
Jesucristo no es un asunto privado, de cada uno en particular, sino
que es un bien de la humanidad, de todos en común. El mismo es
quien permite comprender los alcances sociales de la fe, ya que se
relaciona con la humanidad como pueblo o conjunto de pueblos: no
solamente con los individuos sino también con las personas en
cuanto que forman sociedades, familias, pueblos, y una sola huma-
nidad.
Esto indica que la solidaridad de todos los hombres también se
basa en que todos son "de Cristo" y en que Cristo es "de todos". Cristo
es un derecho de los pueblos. Al/,TUien que todos los pueblos tienen
derecho que les sea anunciado. Pero Cristo no es alguien a imponer.
El está sellado por su Espíritu en el corazón de cada persona de buena
voluntad; aun cuando ella no sea conciente de esto que la sella, de este
amor y esta forma que permanecen en silencio, en el mayor respeto
hacia la libertad de la persona. El, por su lado, sigue siendo la Palabra
que espera ser anunciada, escuchada y respondida.
Si el hombre ya es "de Cristo" por la creación, lo es especialmente
por la redención. La redención se relaciona especialmente con la
dignidad humana y su trascendencia, ya que es aquello que rescata la
dignidad trascendente, la repara:
172 JOSEFINA LLACH

"La Iglesia que no cesa de contemplar el conjunto del


misterio de Cristo, sabe con toda la certeza de la fe que la
Redención llevada a cabo por medio de la Cruz, ha vuelto a dar
definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existen-
cia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a
causa del pecado. Por esta razón la redención se ha cumplido en
el misterio pascual que a través de la cruz y la muerte conduce
a la resurrección" (RH 10).

En este sentido el pecado cumple una función positiva en la


trascendencia de la persona: muestra la grandeza del amor de Dios,
la consistencia de ese amor que ha creado al hombre-digno-trascen-
dente; y que cuando éste se ha enlodado, va a rescatarlo porque no
había mal capaz de destruir la consistencia de esa opción divina por
el hombre. Esa fidelidad hizo permanecer la dignidad trascendente
que ese amor "por ella misma" había creado. En "Dives in Misericor-
dia" el Papa expone la coherencia de la redención como una muestra
de la fidelidad del Padre a sí mismo, que no puede negar cosa tan
grande y firme como había creado. Cosa grande y firme en su
pasmosa debilidad: grandeza que no se autojustifica ni se autosos-
tiene, sino que sigue siendo siempre recibida de ese amor creador y
recreador, y que por tanto encuentra su verdad más profunda en la
digna pequeñez del hijo. A esta fidelidad del Padre a sí mismo en el
Hijo, en los hombres-hijos que él creó, y que estos ya no pueden
destruir en sí mismos, el Papa la llama "justicia absoluta" (DM). Y
lo decimos aquí:
-porque es justicia que va a marcar la justicia humana: por ejemplo,
en el mostrar que esta justicia culmina en un acto de misericordia,
y no podría plenificarse sin la misericordia.
-porque es muestra de lo más asombroso de la dignidad trascendente
de la persona, que consiste en este amor del Padre que no se echa
atrás ante el intento de auto destrucción de su criatura, sino que se
desborda: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para
que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn
3,16).
Vamos a mirar cómo el Papa relaciona, en esta perspectiva, la
trascendencia de la persona con Cristo.
2.1. En Cristo se cumple la vocación del lwmbre, Decir que el
hombre es una vocación significa reconocer que está en camino, que
realiza su ser progresivamente, en una historia en la que tienen su
papel: ese amor de Dios, su llamada, las respuestas del hombre, el bien
y el mal, la gracia y el pecado. El Papa remarca que este camino del
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 173

hombre está totalmente marcado por el paso de Cristo, que va


rescatando la libertad del hombre con sus negaciones.
a) Porque el hombre está unido a Cristo. Juan Pablo II cita nu-
merosas veces GS 22: "Cristo está unido, en cierto modo, a todo
hombre" (por ejemplo: RH 10, 14). Esta es una unión que toca el
mismo ser del hombre, independientemente de su libertad. El
hombre, "en cierto modo" ya es-en-Cristo. Sin embargo, esta unión
tiene que afianzarse, realizarse cada vez más personal y profunda-
mente. Y ese es el cometido de la Iglesia: ayudar a que esta unión se
afiance y se realice:

"El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas


y particularmente en la nuestra es dirigir la mirada del hombre,
orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad
hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener
familiaridad con la profundidad de la Redención, que se realiza
en Cristo Jesús. Al mismo tiempo (no 'contemporáneamente',
como dice la traducción más utilizada) se toca también la más
profunda obra del hombre, la esfera -queremos decir- de los
corazones humanos, de las conciencias humanas y de las vicisi-
tudes humanas" (RH 10).

Por eso es una unión dinámica, que tiende a progresar aunque


también puede debilitarse. Y una unión que, como veíamos anterior-
mente, toca no sólo a cada persona individualmente considerada, sino
a las personas en cuanto unidas por diversos vínculos.
b) Porque al hombre se lo conoce en Cristo. En esto, Juan Pablo
II sigue otro texto del mismo Gaudium et Spes 22: "El misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado".
Si Cristo es garantía de la dignidad de la persona, es porque en
él podemos descubrir realmente quiénes somos.

"En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a


la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella, yal mismo
tiempo, en Cristo y por Cristo el hombre ha conseguido plena
conciencia de su dignidad, dé su elevación, del valor trascenden-
tal de la propia humanidad, del sentido de su existencia" (RH
11).

El hombre es objeto de revelación. Es parte del misterio. Ningu-


na ciencia humana podrá desvelar completamente su misterio. Es
174 JOSEFINA LLACH

objeto de fe. Por eso la Iglesia tiene que constituirse en "signo y


salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana" (GS
76; cfr. RH 13, CA 55); ya que sin la revelación no sé bien quién soy,
ni quién es el otro, mi hermano. No sé tampoco qué hacer con mi
pecado, con los conflictos. Y no se podrá construir una ciencia del todo
completa del hombre sin esa luz que el Evangelio tiene el deber de
brindar a la cultura.

"La Iglesia conoce el 'sentido del hombre' gracias a la


Revelación divina. 'Para conocer al hombre, el hombre verda-
dero, el hombre integral, hay que conocer a Dios", decía Pablo
VI, citando a continuación a Santa Catalina de Siena, que en
una oración expresaba la misma idea: "En la naturaleza divina,
Deidad eterna, conoceré la naturaleza mía" (7-12-65).
Por eso, la antropología cristiana es en realidad un capí-
tulo de la teología y, por esa misma razón, la doctrina social de
la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y
por su modo de comportarse en el mundo, "pertenece... al
campo de la teología y especialmente de la teología moral"
(SRS 41). La dimensión teológica se hace necesaria para in-
terpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia
humana" (CA 55).

Además de confirmar lo que veíamos, que al hombre lo descu-


brimos en Cristo, este texto nos aclara que el Evangelio, para el
Papa, no ilumina solamente al hombre en cuanto individuo, o
solamente los aspectos espirituales de la persona, sino que nos es
necesario para valorar justamente "los actuales problemas de la
convivencia humana". En esto Juan Pablo Il va más allá que
Gaudium et Spes, en la letra por lo menos, ya que no, quizás en el
espíritu de la Constitución.
c) Porque eloombre participa de Cristo. El hecho de que el hom-
bre esté unido a Cristo, y que Cristo ilumine su identidad, este hecho
se desarrolla en el participar de Cristo.
El hombre participa del ser de Cristo. El hombre es salvado
desde la Encarnación, y por la Encarnación. El Papa, en todo su
pensamiento, insiste en el valor salvífico de la Encarnación, en que la
Redención se realiza de esta manera particular, que es a través de un
Dios encarnado.
Esto hace que el ser del hombre quede marcado por lo divino, por
el hecho de que uno de los suyos es Dios. La Encarnación, en el
pensamiento de Juan Pablo Il, indica que Dios no solamente se ha
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 175

unido a la humanidad en general, ni que solamente se ha encarnado


en la humanidad particular de Jesús, sino que todo hombre y toda
mujer participan de alguna manera de la divinidad de Jesús2 • Ya que
"Cristo, en cierta manera, se ha unido a todo hombre":

"Esta unión de Cristo con el hombre es en sí misma un


misterio, del que nace el 'hombre nuevo' (2Pe 1,4), llamado a
participar en la vida de Dios, creado nuevamente en Cristo, en
la plenitud de la gracia y la verdad" (RH 18).

Cada hombre participa del ser de Cristo: la unión de Cristo con


cada uno, no es algo puramente afectivo, sino que "deja" algo en la
criatura:

"esta dignidad que todo hombre ha alcanzado y puede


alcanzar continuamente en Cristo, que es la dignidad de la
gracia de adopción divina y también dignidad de la verdad
interior de la humanidad" (RH 11).

A la vez, esta gracia de la adopción, supone participar también


del acto de Cristo. Es gracia que tiene su propio dinamismo, y que se
va a insertar en el actuar del hombre. Así continúa el texto citado más
arriba, de RH 18:

"La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente


de la fuerza, según la incisiva expresión de San Juan en el
prólogo de su Evangelio: 'Dios dióles poder de venir a ser hijos'
(Jn 2,23). Esta es la fuerza que transforma interiormente al
hombre, como principio de una vida nueva que no se desvanece
y no pasa, sino que dura hasta la vida eterna. Esta vida,
prometida y dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo,
Hijo eterno y unigénito, encarnado y nacido 'al llegar la pleni-
tud de los tiempos' (Gál 4,4) de la Virgen María, es el final
cumplimiento de la vocación del hombre. Es de algún modo
cumplimiento de la 'suerte' que desde la eternidad Dios le ha
preparado. Esta 'suerte divina' se hace camino, por encima de
todos los enigmas, incógnitas, tortuosidades, curvas de la
'suerte humana' en el mundo temporal" (RH 18).

2 cfr. Boasso, Fernando, El rostro descubierto del misterio del hombre, Ed.
Guadalupe, BA, 1989, págs. 153-154.
176 JOSEFINA LLACH

La unión de Cristo con el hombre hace que el hombre se


inserte en la realidad de Cristo, como Cristo se inserta en la
realidad humana. Esta inserción, es planteada como una nueva
creación, que tiene su fuerza propia, para desplegarse, a través de
la acción humana "en el mundo temporal". La vida dada a compar-
tir por Dios al hombre, a partir de la encarnación, no consiste en
algo intimista, sino que desde el corazón del hombre influye en la
"suerte" del hombre. A través de estos actos humanos que partici-
pan de Cristo, la "suerte divina" se va abriendo camino en la
"suerte temporal" del hombre. Lo que empieza como vocación se
despliega primero como unión de Cristo con el hombre, y luego
como fuerza y transformación de la acción humana dándole un
alcance trascendente.

2.2. Participar en la entrega de Cristo

Juan Pablo II otorga un papel principal al participar del acto de


Cristo que consiste en su entrega al Padre por los hombres. El hombre,
cuya dignidad es trascendente, puede dar libremente a sus actos un
"alcance mayor" cuando se une al misterio de Cristo, y entrega su vida
por los demás:

"Para que se ejercite la justicia y tengan éxito los esfuerzos


de los hombres para establecerla, es necesario el don de la gracia
que viene de Dios. Por medio de ella, en colaboración con la
libertad de los hombres, se alcanza la misteriosa presencia de
Dios en la historia que es la Providencia.
La experiencia de novedad vivida en el seguimiento de
Cristo exige que sea comunicada a los demás hombres en la
realidad concreta de sus dificultades y luchas, problemas y
desafíos, para que sean iluminadas y hechas más humanas por
la luz de la fe" (CA 59).

El hecho de la participación en el acto de Cristo es lo que da a la


obra del hombre un alcance trascendente. Es "la fuerza y la fuente de
la fuerza" y a la vez, es la luz con la que contamos "para que sean
iluminadas y hechas más humanas por la luz de la fe". Es que Cristo
"da al hombre su luz y su fuerza para que pueda responder a su
máxima vocación" (RH 14; GS 10).
Esta participación en el acto de Cristo es la misión de la Iglesia.
La Iglesia existe para continuar a Cristo, para hacerlo presente en la
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 177

historia, para ir haciendo más trascendente la dignidad de la persona.


Juan Pablo JI habla por eso frecuentemente de la participación de la
Iglesia en el triple oficio de Cristo. En el número 18 de Redemptor
Hominis, afirma que la misión de la Iglesia consiste en cuidar la
vocación del hombre, en servir su dignidad trascendente. Y el texto
termina diciendo:

"La Iglesia de nuestro tiempo -época particularmente


hambrienta de Espíritu, porque está hambrienta de justicia, de
paz, de amor, de bondad, de fortaleza, de responsabilidad, de
dignidad humana- debe concentrarse y reunirse en torno a ese
misterio (de la Redención) encontrando en él la luz y la fuerza
indispensable para la propia misión ...
La Iglesia cumple este ministerio suyo, participando en el
'triple oficio' que es propio de su mismo Maestro y Redentor...
Cuando nos hacemos concientes de la participación en la triple
misión de Cristo ... nos hacemos también más concientes de
aquello a lo que debe servir toda la Iglesia, como sociedad y
comunidad del Pueblo de Dios sobre la tierra, comprendiendo
asimismo cuál debe ser la participación de cada uno de nosotros
en esta misión y servicio" (RH 18).

El hombre, participando de Cristo, se hace profeta. Responsable


de vivir y de comunicar la verdad (RH 19).
Participando de Cristo, el hombre se hace sacerdote. Se entrega
con Cristo al Padre, entregándose a todos, en especial a los más
pequeños. Y esta ofrenda se hace verdaderamente trascendente en la
Eucaristía (RH 20).
La vocación cristiana se cumple, en fin, en el reinar que consis-
te en servir, a ejemplo de Cristo "que no vino a ser servido sino a
servir y a dar su vida". Reinar sobre uno mismo, y servir al prójimo
(RH 21).
Estas acciones son participación de la de Cristo, sirven al
hombre, dan a sus actos valor trascendente, promueven el bien eter-
no y temporal de los hermanos. En definitiva es Cristo Profeta,
Sacerdote y Rey el que signe transformando el mundo a través de la
Iglesia, es decir, a través de todos los que, en su Espíritu, participan
de su actividad redentora. Cumplida en la Pascua de una vez para
siempre. Pero que sigue realizándose en la acción de las personas que
están unidas a El. La construcción del mundo es también efecto del
valor trascendente de los que, hechos profetas, sacerdotes y reyes por
178 JOSEFINA LLACH

el bautismo, con su actividad van llevando a su plenitud la propia


vocación humana. Esta doctrina sobre la triple misión el Papa la
descubre como llena de virtualidades para explicar y para dinamizar
la misión de la Iglesia, también en cuanto a la dignificación del
hombre y a la construcción del mundo.
Lo que sobre todo interesa remarcar es que esta triple participa-
ción en la misión de Cristo hace al hombre, no sólo receptor de la
trascendencia que sólo puede venir de Dios, sino su sujeto y su
comunicador. De esta manera, la acción por la justicia que es expre-
sión de la propia fe va construyendo el Reino entre los hombres, ya que
no es obra aisladamente humana, sino, como decimos, "trascendente".
Esta trascendencia de la mirada y de la acción del hombre entre
los otros hombres, tiene su "sacramento" privilegiado en la actividad
que intenta solidarizarse con los más pobres. Esta específica acción
"cristiana" muestra más que otras la presencia de Cristo entre los
hombres, y el hecho de que él es actor y receptor de la obra del hombre.
La obra de la justicia que es promovida por la fe resulta más
exactamente humana y trascendente porque puede reconocer en el
pobre a Cristo, y por eso a alguien que supera cualquier condiciona-
miento que pudiera rebaj ar su dignidad y su valor. En el pobre se hace
diáfana la persona, se manifiesta esa "verdad interior" de la humani-
dad que no encuentra en último término justificación más consistente
que el de ser "amada por sí misma" y "unida a Cristo":

"El amor por el hombre, yen primer lugar, por el pobre, en


el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la
justicia. Esta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres
no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no
a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión
de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor" (CA 59).

El énfasis está puesto en: el pobre, que es bien-en-sí, porque


refleja a Cristo, y no por ningún otro motivo. No podría haber un
motivo mayor que esto, en lo cual consiste la trascendencia de la
persona humana. Y la particularidad de la concepción del Papa está
en que Cristo se hace también actuante en favor del desposeído, en
toda acción que, participando de la Suya, actúa la Iglesia. La entrega
de quien participa de la entrega de Jesús, es generadora de trascen-
dencia, en la propia persona y en los demás.
2.3. Porque la trascendencia de la persona, fundada en Cristo, se
juega de manera particular en el plano de las relaciones sociales.
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 179

Al principio del trabajo apuntamos algunos elementos, que


aquí vamos a recoger brevemente. Como veíamos recién: el hombre
que, filosóficamente considerado, se trasciende en la auto donación a
los demás (CA 41); el hombre que, ya mirado y hecho nuevo en Cristo,
alcanza su trascendencia en la unión con Jesús, pero también en la
participación profunda en su acto de entrega, de amor al Padre por
los hombres. Este hombre no guarda su trascendencia en lo profundo
del corazón, ni la vive solamente en la intimidad de la oración, sino
que la hace y la agranda en la construcción de relaciones más
fraternas:

"Esta doctrina (social) encuadra el trabajo cotidiano y las


luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador. Asimis-
mo viene a ser una fuente de unidad y de paz frente a los
conflictos que surgen inevitablemente en el sector socioeconómi-
co. De esta manera se pueden vivir las nuevas situaciones, sin
degradar la dignidad trascendente de la persona humana ni en
sí mismos ni en los adversarios" (CA 5).

En esto consiste lo más original del énfasis puesto por el Papa en


su Magisterio Social. En hacer de éste, no una consecuencia de la ley
natural, sino del Evangeli03 • Y esto, no solamente porque el Evangelio
es "modelo", "tipo" de lo que todos los hombres estamos llamados a ser.
Sino, más profundamente, por la relación de Cristo con la humanidad
y con cada hombre. Relación que constituye al hombre en un ser
trascendente. Con una trascendencia recibida de esa relación con
Cristo, una trascendencia que "no procede de ninguna obra realizada
porél, sino de su dignidad esencial de persona" (cfr. CA 11). Y con una
trascendencia recibida también a través de la propia acción que
participa del acto de entrega de Cristo:

"Es mediante la propia donación libre como el hombre se


realiza auténticamente a sí mismo (cf GS 24) y esta donación es
posible gracias a la esencial 'capacidad de trascendencia' de la
persona humana. El hombre no puede darse a un proyecto sola-
mente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas
utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras
personas, y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único

3 cfr. Boasso, Fernando, Evolución y coronación de la Doctrina Social de la


Iglesia, CIAS, XXXVIII, 385, agosto 1989, págs. 327-334.
180 JOSEFINA LLACH

que puede acoger plenamente su donación (cfr. GS 41). Se aliena


el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la
experiencia de la auto donación y de la formación de una autén-
tica comunidad humana, orientada a su destino último que es
Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organi-
zación social, de producción y de consumo, hace más difícil la
realización de esta donación y la formación de esa solidaridad
interhumana" (CA 41).

El hombre puede construir un mundo auténticamente humano,


porque participa, también en su acción intramundana, de la actividad
trascendente de Cristo. Y así promueve su propia trascendencia, y la
de los demás.

3. Persona y justicia

Vamos a ver, ya brevemente, algunos temas a través de los


cuales Juan Pablo II vincula la trascendencia de la persona con la
justicia social. Algunos de ellos, veremos, son mediaeiones conceptua-
les, que le permiten expresar de qué manera influye en la sociedad el
hecho de que la persona sea trascendente.
3.1. Todo el bien de la sociedad sale de la persona. Todo el mal
tmubién. En ese núcleo irreductible de la persona, que a él le gusta
llamar "corazón", se juega el bienestar o el malestar social; entende-
mos estos términos en su sentido profundo. Cuando habla de los
errores del socialismo, que "considera a todo hombre como un simple
elemento y una molécula del organismo social", dice:

"El hombre queda reducido así a una serie de relaciones


sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto
autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social,
mediante tal decisión" (CA 13).

Aquí vemos que la libertad de la persona es la que en último


término determina las relaciones sociales. Ya habíamos citado lo que
dice un poco después:

"La negación de Dios priva de su fundamento a la persona,


y consiguientemente, la induce a organizar el orden social
prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona"
(ibid).
NO HA Y FE SIN JUSTICIA. NO HA Y JUSTICIA SIN FE 181

Para el Papa la persona es el centro de la sociedad, y son


personas, actuando en cuanto tales, las que annan el tejido social, y
las que por lo tanto determinan su sentido: mejor o peor, positivo o
negativo, humanizador o deshumanizante.
Quizás en otra época para hablar del orden social se hubiera
apelado: o a la ley natural, o al deber de seguir los mandamientos. En
cambio Juan Pablo II discierne el orden social desde la antropología
teológica: desde un concepto que no es principalmente moral, sino
teológico en primer lugar, y desde allí filosófico: el concepto de
persona. Con suficiente arraigo filosófico como para permitir el
diálogo con todos los hombres de buena voluntad, sin necesariamente
explicitar siempre el nombre de Jesucristo.
En Reconciliatio et Poenitentia, el Papa trata el tema del mal
social y del pecado social. Habla de relaciones perversas entre las
comunidades humanas, y las ejemplifica con la lucha de clases, o la
"contraposición obstinada en bloques de naciones". Y dice:
"En ambos casos, puede uno preguntarse si se puede atri-
buir a alguien la responsabilidad moral de estos males, y por
tanto, el pecado. Ahora bien, se debe pues admitir que realidades
y situaciones, como las señaladas, en su modo de generalizarse y
hasta agigantarse como hechos sociales, se convierten casi siem-
pre en anónimas, así como son complejas yno siempre identifica-
bles sus causas. Por consiguiente, si se habla de pecado social,
aquí la expresión tiene un significado evidentemente analógico.
En todo caso, hablar de pecados sociales, aunque sea en
sentido analógico, no debe inducir a nadie a disminuir la respon-
sabilidad de los individuos, sino que quiere ser una llamada a las
conciencias ... " (RP 16).
Vemos que, aun en estos casos en los que parece difícil o impo-
sible individualizar la "causa primera" de un desorden social, el
Papa quiere salvar la responsabilidad de las personas, que es la
única con suficiente trascendencia como para determinar dichos
males. Por eso:
"La Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o de-
nuncia como pecados sociales determinadas situaciones o com-
portamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios,
o hasta de enteras naciones y bloques de naciones, sabe y
proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la
acumulación y la concentración de muchos pecados personales
(ibid).
182 JOSEFINA LLACH

El origen del entramado social reside en la libertad de las


personas. Aunque a su vez, este conjunto de relaciones influye en las
personas mismas, favoreciendo o dificultando su realización, promo-
viendo o desafiando la di~idad personal. Lo que rescata como
principio primero es esa trascendencia del hombre, aunque ésta es a
su vez cuestionada o formada por las relaciones con los demás, y los
sistemas de relaciones: pero nunca determinada extrínsecamente
(cfr. SRS 36-38).
3.2. La solidaridad es otro concepto que ayuda a comprender y
expresar la relación de la fe con la justicia.

"La solidaridad nos ayuda a ver al 'otro' -persona, pueblo


o nación-, no como un instrumento cualquiera para explotar a
poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abando-
nándolo cuando ya no sirve, sino como un 'semejante' nuestro,
una 'ayuda' (cfr. Gn 2, 18-20), para hacerlo partícipe, como
nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son
igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de des-
pertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos"
(SRS 39).

La solidaridad aquí es tratada como la base común de humani-


dad, que nos permite reconocer en los demás una parte nuestra, a
"semejantes", a personas. Y por eso no manipulables, no instrumen-
talizables. La solidaridad está dada por el común origen y el destino
común, por la misma ~ignidad que todos participamos, y que nos hace
trascendentes y capaces de trascendencia.
Ahora bien, aquí, como en tantos lugares, el Papa encuentra el
fundamento de la solidaridad, es decir, el fundamento de por qué todo
"otro" es sujeto de derechos, de respeto, de trascendencia, en Dios. El
busca siempre esta garantía última de la dignidad de cada uno-
sea cual sea su situación o su pecado.
3.3. Por el mismo camino llega a hablar del trabajo en sentido
subjetivo, tema que desarrolló en una de sus primeras encíclicas,
Laborem Exercens. Este concepto alude a la cualidad propiamente
humana del trabajo, que lo distingue de todo otro tipo de producción
que no suponga el implicarse alguien en ella. Como sería lo que hace
una máquina. El Papa, para hablar del trabajo, distingue entre:
-la actividad,
--el producto,
--el sujeto que la realiza.
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 183

y entre estos tres elementos privilegia al sujeto en cuanto


actuando sobre la creación. Lo que hace respetable al trabajo, lo que
le da un valor trascendente, es:
-el hecho de que lo realiza una persona, libremente.
-el que en esta actividad la persona se realiza, porque sale de sí, y
domina la naturaleza.
-el que a través del trabajo la naturaleza es humanizada.
Enlos tres elementos está presente la persona en su trascenden-
cia; lo que le lleva a concluir:

"En fin de cuentas, la finalidad del trabajo, de cualquier


trabajo realizado por el hombre -aunque fuera el trabajo 'más
corriente', más monótono en la escala del modo común de
valorar, e incluso el que más margina- permanece siempre el
hombre mismo" (LE 6; cfr. 9).

3.4. La subjetividad de la sociedad es otro término acuñado por


Juan Pablo II, que quiere expresar la presencia de la trascendencia de
la persona humana en lo propiamente social. Un concepto que había
sido adelantado en Sollicitudo Rei Socialis, y que está más precisado
en Centesimus Annus:

"De la concepción cristiana de la persona se sigue necesa-


riamente una justa visión de la sociedad. Según la Rerum
Novarum y la doctrina social de la Iglesia, la socialidad del
hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos
grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por
los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales,
como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su
propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común. Es a
esto a lo que he llamado 'subjetividad de la sociedad' la cual,
junto con la subjetividad del individuo, ha sido anulada por el
socialismo real" (CA 13; cfr. SRS 15, 28).

Creemos que el Papa se refiere a aquellos espacios sociales en los


que el hombre puede relacionarse libremente con otros hombres, y no
tanto con sistemas o estructuras ya hechas. La subjetividad de la
sociedad es todo lo más que se quiere rescatar de la trascendencia de
la persona en la complicada vida moderna, que nos obliga muchas
veces a relacionarnos más con cosas, o con papeles, o con formularios,
o con leyes, o con burocracias, que con las personas. Es una feliz
184 JOSEFINA LLACH

expresión, que rescata a la persona del anonimato, y de lo que le hace


ser más una consumidora o un objeto de cualquier tipo, que una
persona.
Es también un esfuerzo para no reducir las relaciones persona-
les a relaciones de a dos, o la trascendencia de la persona a una
concepción individualista.
Subjetividad de la sociedad son los grupos en los que la perso-
na se realiza como tal, en su trascendencia, y esto de manera
evidente; grupos que ponen en juego la libertad, la subjetividad de
las personas. Son los grupos que, con propiedad, se pueden llamar
comunidades:

"Además de la familia, desarrollan funciones primarias y


ponen en marcha estructuras específicas de solidaridad, otras
sociedades intermedias. Efectivamente, éstas maduran como
verdaderas comunidades de personas y refuerzan el tejido so-
cial, impidiendo que caiga en el anonimato y en una masificación
impersonal, bastante frecuente por desgracia en la sociedad
moderna. En medio de esa múltiple interacción de las relaciones
vive la persona y crece la 'subjetividad de la sociedad'. El
individuo hoy día queda sofocado con frecuencia entre los dos
polos del Estado y del mercado ... " (CA 49).

Como vemos, el Papa no defiende estas comunidades básicamen-


te "porque responden a la ley natural" sino porque refuerzan la
trascendencia de la persona, la realizan, no individualísticamente,
sino "en la entrega sincera de sí mismo a los demás". No es subjetivi-
dad de la sociedad todo lo que sofoca a la persona. Aquí nombra al
Estado y al mercado, no porque estos sean malos, ni siquiera porque
estos sean intrínsecamente incompletos, sino porque en las condicio-
nes actuales de la sociedad, ambos tienden a disminuir el ser y la
realización libre y solidaria de las personas.

4. El anuncio de la misericordia

No seríamos justos con el pensamiento global del Papa en estas


materias, si no hablamos de la misericordia. Que para él es uno de los
lugares donde con más evidencia se muestra la particular luz y la
específica fuerza con las que el Evangelio configura la vida social.
No vamos a analizar propiamente el tema, sino simplemente a
anunciarlo. Para Juan Pablo U, la justicia social no puede ser mirada
NO HAY FE SIN JUSTICIA. NO HAY JUSTICIA SIN FE 185

adecuadamente, ni realizada con verdad, si no se deja iluminar por la


misericordia4 • La razón que da primeramente es que en la búsqueda
de la justicia se da casi siempre un abuso, que consiste en intentar la
aniquilación del enemigo. Aunque esto no tendría que ocurrir, porque
la justicia "tiende por naturaleza a establecer la igualdad y la
equiparación entre las partes en conflicto". Pero:

"La experiencia del pasado y de nuestros tiempos de-


muestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más
aún puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí
misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es
el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensio-
nes" (DM 12).

Nos parece, y adelantamos la hipótesis, a la luz de todo el


discurso de Juan Pablo II en la encíclica, que lo que diferencia a am-
bas virtudes es lo siguiente:
-la justicia busca dar a cada uno lo que le es propio, ya sea material o
espiritual. Se refiere, por lo tanto, a algo que es de la persona, más que
a la persona misma.
-la misericordia, en cambio, sólo tiene en cuenta a la persona en sí misma,
en su valor trascendente que, como vimos, está dado porque es amada
por sí misma, no por cualquier otro motivo propio o externo a ella4 •
La misericordia, entonces, busca en la relación humana rescatar
el bien que es la persona misma. No tiende, sin embargo, a aplastarla,
sino que "extrae el biel). de todas las formas de mal", es decir, promueve
la respuesta libre de la persona. Por eso es siempre una relación de
cierta igualdad, de dos subjetividades, no de sujeto a objeto. Esto,
empezando por el Padre, que espera paciente y confiadamente la
vuelta del hijo: no lo obliga a esta vuelta, pero su recuerdo promueve
la vuelta, promueve el restituirse la persona a la verdad sobre sí
misma. La misericordia suscita la respuesta libre del otro, en quien
sabe que permanece "algo" que no ha sido destruido, que es su misma
trascendencia de persona. La justicia en cambio, espera que se le
devuelva el bien perdido, lo que fue sustraído: es una relación que
quiere volver al equilibrio perdido, sin referirse en primera instancia
al corazón de la persona, sino a "lo que le corresponde".
En fin, la misericordia pone en los conflictos esa "cuota de
trascendencia", de humanidad, sin la cual difícil será que nos enten-

4 cfr. [bid., SEDOI, 74, 1984.


186 JOSEFINA LLACH

damos unos a otros: tiene que estar siempre presente en la manera


evangélica de encarar los conflictos. Lo más genuino del Evangelio
busca también abrirse camino en los sistemas y en las legislaciones.

5. Algunas conclusiones

Hemos tratado de descubrir, en el magisterio de Juan Pablo n,


estos dos términos: fe en Jesucristo -trascendencia de la persona,
como los que permiten de la mejormanera vincular la fe con la justicia.
Son muchas las conclusiones, algunas de valor pastoral, que se
podrían sacar de este recorrido. Sólo queremos apuntar brevemente
algunas:
-No basta con una ética puramente racional para iluminar lo que
significa y los cauces de la justicia social. La doctrina social de la
Iglesia parte del Evangelio.
-La Iglesia no puede reducir su misión a la doctrina moral, sino que,
justamente para que ésta sea válida, necesita anunciar a Jesucris-
to ..
-Este anuncio tiene que respetar la libertad de las personas y de los
pueblos. La Iglesia no puede callar el Evangelio, pero tampoco lo
puede imponer de ninguna de las maneras.
-No basta tampoco un anuncio persona a persona. Los pueblos
mismos están llamados a relacionarse desde su subjetividad libre
con Jesucristo. El Magisterio del Papa creemos que es un ejemplo
de cómo esto puede hacerse sin recurrir a los medios no válidos ni
lícitos de la cristiandad. Pero es una reflexión que está por hacerse.
-Que todo hombre esté en cierta manera unido a Cristo, no equivale
a decir que no está unido a Cristo quien no lo conoce.
-La instancia de la aceptación libre de su mensaje y de su persona no
puede ser salteada de ninguna manera.
-Una fe en Cristo que no se despliega en relaciones humanas justas
y misericordiosas, y que no es capaz de reflej arse en un orden social
que respete y promueva la dignidad del hombre, es, por lo menos,
débil; es incompleta, tiende a volatilizarse. La fe, por su misma
naturaleza, muestra su calidad en la calidad de las relaciones
humanas que anima.
-Una justicia social no inspirada por la fe, cae fácilmente en la menor
valoración de la persona, sobre todo de los más débiles de la
sociedad, que es en quienes se muestra nuestra clarividencia para
descubrir su trascendencia. Es una justicia sin suficiente funda-
mento que garantice el atender a los requerimientos de la dignidad
NO HA Y FE SIN JUSTICIA. NO HA Y JUSTICIA SIN FE 187

humana. Y una justicia que, llena de buena voluntad pero falta de


inspiración antropológica, más fácilmente desviará la atención de
la trascendencia de la persona.
-La fe en Cristo Jesús puede animar la justicia de los hombres a
través de la evangelización de la cultura, sin que necesariamente
tenga que ver reconocida concientemente por todos los hombres que
la viven. Pero todo hombre está llamado y tiene el derecho de
encontrarse personalmente con Jesús. Y también cada pueblo,
porque:

"El Señor es el fin de la historia humana, punto de conver-


gencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la
civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano
y plenitud total de sus aspiraciones" (GS 45).

Josefina Llach a.c.i.

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