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Yo Lo Vi Lo Vi Todo Masacre de San Francisco Nentón

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¡Yo lo vi!

¡Lo vi todo!
Mateo Ramos Paiz
Mateo Pérez Ramos
Andrés Paiz García

Testigos de la masacre de San Francisco,


Nentón, Huehuetenango, Guatemala,
17 de julio de 1982
Una publicación del COMITÉ DE SOLIDARIDAD OSCAR ROMERO
DE TARRAGONA Y REUS, Cataluña, España.

Coordinador del Comité: Xavier Rius.

Compiladores: Ricardo Falla Sánchez y María Pilar Hoyos


Rodríguez.
Diagramación e ilustraciones: Fernando Soto Tock.
Fotografías: Pedro Guzmán y Ricardo Falla.
Edición: Fernando Soto Tock.

ISBN: 978-99939-33-08-3

Guatemala, septiembre 2021


Impresión de 1,000 ejemplares
Impreso en los talleres de Serviprensa S.A.

El contenido de este libro puede ser utilizado citando la


fuente.
Índice

Introducción ..................................................................... 7

1ª. “Voy a salir… ya habían matado a todos”


Testigo: Mateo Ramos Paiz .................................. 19

2ª. “Vengo como bolo… ni triste vengo”


Testigo: Mateo Ramos Paiz ................................ 27

3ª. “Les sacan las tripas a los pobres patojos”


Testigo: Mateo Pérez Ramos ................................ 68

4ª. “Solo una bala pasó rozando mi cabeza”


Testigo: Mateo Pérez Ramos .............................. 75

5ª. “Váyase a buscar el toro que vamos a comer, dijo”


Testigo: Andrés Paiz García .............................. 97

Conclusión ..................................................................... 115

Un texto no pedido ....................................................... 117

Fotografías ...................................................................... 121


Introducción

Por qué publicar esto


Porque es la voz de los testigos y les debemos su
espacio para gritar al mundo lo que presenciaron,
porque “¡lo vieron!”.
Pero, sobre todo, porque es un ejemplo, un caso,
un hecho, una muestra irrefutable de genocidio:
asesinatos de niños, violación de mujeres, tortura
a los ancianos mientras los matan… y, en fin, de
todos los hombres que eran trabajadores, no gue-
rrilleros. Es una masacre de destrucción total. En
ella se muestran los atributos de un acto genocida,
que amenaza a todo el género humano.
Está narrado por testigos que vieron de cerca lo
que pasó. Ellos insisten en “yo lo vi, yo lo vi todo”.
Se dan cuenta de que es un hecho tan terrible que
es difícil de creer. Ellos estuvieron en el cerco del
ejército. No lo vieron de lejos. Lo vivieron. Lo vie-
ron y lo vivieron. Y lo sintieron, y ese sentir fue tan
intenso, que se lo llevaron grabado en su corazón al
escapar, porque lograron escapar. Lograron domi-
nar al genocidio.

 Testigos de la masacre de San Francisco  7


Por fin, se publican estas historias para la memo-
ria de la gente joven que no las vio. Solo oyeron
de ellas por sus padres o madres. Es su historia,
especialmente para jóvenes de la región chuj. Pero
también para la memoria de jóvenes, en general, ya
que se trata de genocidio que es un crimen contra la
humanidad. Es la historia de todos y todas.

Contexto de la masacre
A fines de octubre de 1981, el ejército inició una
ofensiva estratégica desde el sur del departamen-
to del Quiché hacia el norte del país, con la inten-
cionalidad de “barrer” a la guerrilla hacia el norte
para que saliera a México de donde había entrado.
Con este objetivo, le fue quitando la base de apoyo
popular, ya fuera controlando a parajes y aldeas y
organizándolas en Patrullas de Autodefensa Civil
(PAC), ya fuera masacrando completamente a al-
gunos núcleos poblacionales identificados previa-
mente, como fue el caso de San Francisco.
La ofensiva del ejército “fue barriendo” el alti-
plano guatemalteco hasta llegar a la esquina occi-
dental del país, donde estaba la finca San Francisco.
Así, culminó con esta masacre, una línea de ataque
hasta la frontera de México.
Dicha ofensiva se dio en un momento de clímax
del conflicto armado interno entre el Estado y su
Ejército, por un lado, y, por otro, la vanguardia re-
volucionaria, organizada en la Unidad Revolucio-
naria Nacional Guatemalteca (URNG), cuya segun-
da gran fase había comenzado alrededor de 1972,
cuando una unidad guerrillera penetró desde Mé-
xico a la selva del Ixcán.
8 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”
El informe de La Comisión para el Esclareci-
miento Histórico -CEH- registró 42,000 víctimas de
violaciones, entre ellas, 29,000 fueron ejecutadas o
se les hizo desaparecer, y concluye que durante el
enfrentamiento armado de Guatemala murieron y
desaparecieron más de 200,000 personas.

Resumen de la masacre
El sábado 17 de julio de 1982 llegan soldados del
ejército de Guatemala en número de 400 a la fin-
ca San Francisco, en ese entonces del municipio de
Nentón, Huehuetenango, y la cercan.
Proceden de la cabecera municipal de San Mateo
Ixtatán y pasan por la aldea Bulej. Mucha gente los
vio pasar. No eran guerrilleros. Eran inconfundi-
blemente soldados del ejército de Guatemala. Al
llegar, llaman a la población a tener una reunión. A
las mujeres las meten en una pequeña iglesia y a los
hombres en una alcaldía auxiliar.
Luego, disparan contra las mujeres, pero no las
matan a todas, a las que quedan vivas, las sacan ha-
cia sus casas donde las violan y las queman. Después
van con los niños que han quedado en la iglesita. Los
testigos ven cómo los sacan y matan con cuchillo. La
masacre va siguiendo un protocolo inflexible.
Y transcurre el día, los soldados descansan para
comer de un toro que han mandado traer del ga-
nado de los mozos colonos de la finca. Más tarde
comienzan con los hombres. Un grupito logra esca-
par por la ventana de la alcaldía. Siguen matándo-
los hasta que solo quedan dos vivos.
Uno de ellos, el testigo principal, logra escapar
 Testigos de la masacre de San Francisco  9
por la ventana. Huye a México donde los sobrevi-
vientes son recibidos como refugiados en colonias
mexicanas fronterizas. Debido al pánico que cunde
por esta masacre en la población fronteriza, cerca de
9,000 personas se refugiaron en México (Chiapas).
Una o dos semanas después, un grupo grande de
refugiados se reúne en una colonia mexicana, y los
testigos principales narran, ante el obispo de San
Cristóbal de Las Casas, lo sucedido.
Un par de meses más tarde, vuelven a contar su
historia a Ricardo Falla y a dos personas, represen-
tantes de Justicia y Paz de Guatemala y de la dióce-
sis de San Cristóbal.
A los diez años, ya en Guatemala, otro testigo se la
narra a Ricardo Falla, ya con la perspectiva del tiempo
transcurrido.
La finca era propiedad del coronel Víctor Ma-
nuel Bolaños. Tenía alrededor de 50 viviendas con
un total de poco más de 400 habitantes. El total de
muertos fue de 376 entre mujeres, hombres, niños
y viejos. Se especula si la razón para atacar precisa-
mente a este grupo, fue que de esa finca se abaste-
ciera la guerrilla o que cerca se encontraran campa-
mentos guerrilleros importantes.
Pero, el matar indiscriminadamente a niños, mu-
jeres, ancianos y trabajadores, indica que había un
móvil ulterior de raza y pueblo que se pretendía
exterminar, al menos parcialmente, hasta la semi-
lla. Toda la población era maya chuj.

Los tres testigos


Los tres testigos son maya chuj nacidos en la finca
10 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”
San Francisco, cuyos antepasados provenían de San
Mateo Ixtatán, Huehuetenango. Hubo otros hom-
bres sobrevivientes. La única mujer que sobrevivió
a la masacre fue una paralítica que fue perdonada
por un soldado y luego se escondió entre la milpa.
Ella murió poco después en el hospital de Comitán.
No hubo oportunidad de escuchar su testimonio.
Los tres testigos estuvieron encerrados en el cer-
co de la masacre. El primero, fue el último que esca-
pó del cerco de los soldados. Salió, literalmente, de
entre los muertos. El segundo, se escapó una o dos
horas antes que el primero. Y el tercero, salió an-
tes que iniciara la matanza para ir a traer dos toros
para alimentar a los soldados. Los identificaremos
como T1, T2 y T3 respectivamente.
Mateo Ramos Paiz (T1) nació en 1925, es decir,
tenía 57 años cuando fue la masacre. Tenía el don
especial de la sanación. Después de la masacre,
ya de refugiado en México, atiende y cura allí a
mucha gente, incluso a oficiales mexicanos de
Migración que acudían a él en busca de medicina
natural. Se casa de nuevo con una viuda de la
masacre que tenía 8 hijos. Muere en la finca San
Pedro, Chiapas, que la diócesis de San Cristóbal
había comprado para los refugiados. Es asesina-
do a fines de 1990 por envidias internas a los re-
fugiados chujes. Envidias que se crecieron al in-
terpretarlo falsamente como agente de brujería.
Es enterrado en Santa Marta, colonia cercana a
San Pedro.
Mateo Pérez Ramos (T2) nació en 1939, es de-
cir, tenía 43 años cuando se dio la masacre. Lide-
ró programas sociales antes de la masacre, como
una cooperativa. Después de la masacre, se casa
 Testigos de la masacre de San Francisco  11
de nuevo en México (1983), y con su esposa pro-
crean 10 hijos. Lidera la vuelta de los refugiados
de México a las tierras que tenían los habitantes
de San Francisco, desde antes, en Yulaurel, cerca
de San Francisco, y logra sacar a la gente que ha-
bía metido el ejército. Participa en la preparación
del juicio de genocidio dando su testimonio. Fue
gradualmente perdiendo la memoria y abstrayén-
dose de la realidad. Se perdió o fue desaparecido
el 15 de agosto de 2008 en Yulaurel. La versión
más probable es que lo secuestraron esa noche y lo
mataron en otra parte, como venganza por haber
sacado de Yulaurel a los intrusos, que el ejército
había instalado allí.
Andrés Paiz García (T3) nació en 1936, es decir,
tenía 46 años en la masacre. Era hijo del admi-
nistrador anterior de la finca San Francisco, pro-
piedad del coronel y era hermano del siguiente
administrador. Parece que por esa relación pudo
comprar tierra y tener ganado y rebaño propios.
Un año antes de la masacre, la guerrilla quema la
casa de la finca y casi mata al administrador, su
hermano. Es de suponer que el testigo, como su
hermano, también era fiel al patrón, el coronel.
Sirvió como PAC un par de días antes de la masa-
cre. Como los otros testigos, después de la masa-
cre, se casa de nuevo, después de haber tenido 11
hijos con la primera esposa. Con la segunda solo
tiene dos. Los dos hijos de la primera esposa so-
brevivieron a la masacre por estar en el campo.
Con ellos, se aparta de la comunidad de Yulaurel,
después de volver de Chiapas, y se establece en
la comunidad vecina de ex patrulleros, San José
Frontera. Esta separación se debió, probablemen-
te, a pleitos por las tierras. Muere de enfermedad

12 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


a los 72 años, en marzo del 2009, un año después
de haber sido entrevistado por Ricardo Falla. Está
enterrado en San José Frontera.

Entrevistas
Las entrevistas son cinco. Más que entrevistas pare-
cen declaraciones que atestiguan un hecho tremen-
do. Tienen cierta solemnidad, no llevan ni llantos,
ni gritos. Desgranan la verdad en medio del asom-
bro de los que escuchan y de ellos mismos, que es-
tán aún pasmados por lo que han visto y vivido.
Son, en fin, testimonios, para que otros crean.
Los tres entrevistadores son, don Samuel Ruiz,
obispo de San Cristóbal, un miembro de Justicia y
Paz de Guatemala junto con otro de la diócesis de
San Cristóbal y Ricardo Falla, sacerdote jesuita y
antropólogo guatemalteco.
Se trata, pues, de tres testigos diferentes y tres
entrevistadores diferentes en tiempos diferentes y
lugares diferentes. Las palabras emocionadas y la
verdad que encierran dan credibilidad a un hecho
tan increíble. Los tres se expresan en español, aun-
que su lengua materna es el chuj. Hubo más perso-
nas y más testigos en otras ocasiones. Los entrevis-
tadores son como los escribanos que dan fe de las
palabras.
El título del libro, tomado de las propias palabras
de los testigos, es una confirmación de una verdad
difícil de creer, por lo terrible: la matanza de los
niños inocentes.

 Testigos de la masacre de San Francisco  13


Origen de esta publicación
La iniciativa de esta publicación nació del Comité
de Solidaridad Oscar Romero de Tarragona, Espa-
ña, a través del P. Francesc Xammar sj. Conoció de
esta masacre hace ya años y quería publicarla en
España. La idea tomó fuerza, cuando miembros del
Comité, con Francesc, visitaron poblados chuj en
el municipio de San Mateo Ixtatán y comenzaron
una relación de solidaridad con ellos. El P. Fran-
cesc acudió a nosotros dos y quedamos que la pu-
blicación se hiciera en Guatemala y se dedicara al
público de la región chuj, aunque no únicamente,
y a la solidaridad internacional. El Comité financió
la edición.

Compiladores
Dos personas firmamos la publicación: Ricardo Fa-
lla y María Pilar Hoyos. Entre ambos discutimos la
estructura de toda la publicación y nos repartimos
todo el texto de lo que no son las entrevistas mis-
mas. Pili se encargó previamente de “la traducción”
de las entrevistas a un castellano más fácil de leer.

* Se puede consultar de Ricardo Falla, Negreaba de


Zopilotes... Masacre y sobrevivencia. Finca San Fran-
cisco, Nentón, Guatemala (1871 - 2010). El texto y los
audios se encuentran también en https://ricardo-
fallasj.com En esa obra: 1. se analizan los testimo-
nios, 2. se regresa al pasado (1871) para entender
cómo se originó la masacre y 3. se avanza hasta el
presente (2010) para saber qué pasó con los sobre-
vivientes.

14 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


CROQUIS DE LA COMUNIDAD DE SAN FRANCISCO
NENTÓN, HUEHUETENANGO

Reelaboración a partir de dibujo original de la Fundación de Antropología Forense de


Guatemala, FAFG.

 Testigos de la masacre de San Francisco  15


Tomado de Falla, R., “Negreaba de zopilotes”, AVANCSO, Guatemala, 2011.

16 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


17 de julio de 1982 en el Calendario Maya

Fecha de Cuenta Larga: 12.18.9.2.5


12 baktún
12 X 144.000 días = 1.728.000 días
18 katún
18 X 7.200 días = 129.600 días
9 tun
9 X 360 días = 3.240 días
2 uinal
2 X 20 días = 40 días
5 k’in
5 X 1 día = 5 días
Fecha del Tzolk’in: 4 Chikchan
4 Kan, en Kiché (nota nuestra)
Fecha del Haab: 18 Sek
Señor de la Noche: G9

Gráfico e información de Smithsonian Museo Nacional del Indígena Americano,


https://maya.nmai.si.edu/es/calendario/convertidor-de-calendario-maya

 Testigos de la masacre de San Francisco  17


“Voy a salir, si me muero, me muero”. Ya habían matado a todos…

18 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”



“Voy a salir…
ya habían matado a todos”1

A Mateo Ramos Paiz


Es el “testigo rey”. Tal vez suene mal decirlo así. Estuvo
en toda la masacre. En toda la región de los refugiados
chuj se lo consideraba como el testigo especial. “El que
salió en medio de los muertos”, decían. Reconocían su
don especial no solo de curación sino de ser sobreviviente
cuando toda esperanza estaba perdida. Es el mayor en
edad de todos los testigos, un hombre con mucha autori-
dad y con una notable capacidad de expresión, a pesar de
la dificultad de trasladar su pensamiento al castellano.
Dio la entrevista a semana y media de la masacre en
un ejido mejicano (Cuauhtémoc). Allí se juntaron ese
día gran cantidad de refugiados. La masacre había pro-
vocado la salida de 9 mil personas. El obispo en persona
se presenta para darle peso al Comité de Solidaridad y
escucha. Se adivina la intención del testigo: mostrar la
ingente necesidad de ayuda que tienen. Necesidad ma-
1 Entrevista recogida por Monseñor Samuel Ruiz, obispo de Chia-
pas, México, a finales de julio de 1982, en una reunión con los so-
brevivientes y otros refugiados en la Colonia Cuauhtémoc, junto a la
frontera con Guatemala.

 Testigos de la masacre de San Francisco  19


terial pues se han quedado sin nada, pero, sobre todo,
necesidad de escucha, para que el mundo sepa.
En la entrevista se nota la compasión del entrevista-
dor, don Samuel, al oír los hechos horribles: “ay”, va re-
pitiendo, un “ay” casi inaudible; a veces, repite las mis-
mas palabras del testigo como tratando de convencerse
de que son ciertas.
Esta entrevista es breve, resumida, fresquísima, es la
relación precipitada de los hechos, muy recientes todavía,
no ha pasado ni un mes. T1 habla probablemente de pie, no
solo ante el obispo, sino ante una multitud. No es el único
que habla. T2, también lo hace, y otras personas que pre-
sencian la reunión. El testigo está hablando por muchos.
El testigo cuenta…

Cuando llegó el ejército del gobierno como a las 10


a la finca de San Francisco…
San Francisco ¿de qué departamento?
Huehuetenango, del departamento de Huehuetenango.
¡Ah! De Huehuetenango…
Allá, allá estábamos esperando. Bajó el helicóptero
en el campo de futbol. Entonces fuimos a acarrear
su comida, allá llegamos, allá llegaron los compa-
ñeros y nos vinimos.
Ponemos todo en el corredor de la escuela. Y enton-
ces…, adentro, pues. Y ya está la carga de ellos aden-
tro del juzgado…, ya cerraron todo.
¡Ah! Los encerraron a todos… ¿hombres y mujeres?
Encerraron a todos los hombres, a los puros hom-
bres. Adentro, pues. Todos, todos, ni uno salió. To-

20 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


dos los hombres del pueblo entramos allá, adentro
del juzgado. Y lo cerraron.
Entonces, todos los ejércitos se regaron para sacar a
las mujeres de sus casas, a todos los chamaquitos, a
todas las niñas, ninguno queda.
Tres ancianos había entre ellas, muy ancianos, con
bordoncito. Ninguno se queda en su casa.
¿Y qué hicieron, cómo los acabaron?
Entonces, en la iglesia entraron a las mujeres, ahí se
quedaron, encerradas. A las casas llegaban 15, llega-
ban 10, a cada casa. Nadie queda.

Mataron primero a las mujeres


Entonces, mataron primero a las mujeres, con cuchillo.
¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! [casi inaudible]
Y a los niños…. Aquí se va uno, otro aquí…
Los pobres chamaquitos, así como este [señalando a
un niño], aquí entra el cuchillo, aquí sale…
Entonces, con las mujeres comenzaron como a la 1
de la tarde, acabaron a las 2.

Con los hombres comenzaron a las 3


Con los hombres comenzaron a las 3 y hasta las 7
terminó.
A cuatro hombres los sacaron afuera, a pares. Pero
con las manos, así, amarradas. Les quitan su suéter,
su chamarra, y lo amarran en su cara. Después los
embrocan en el suelo.

 Testigos de la masacre de San Francisco  21


Así los tumbaron y los ejércitos, con bala…ya tum-
bados…, puro balazo. ¡Pobres gentes!
Puros balazos de los ejércitos, cuatro, seis tiros…
Y ¿por qué? ¿Por qué ustedes habían dado de comer us-
tedes a gente…, o por qué?
¿Por qué? ¡Saber! No hay preguntas. No preguntan
nada, no dicen nada… ¡Saber por qué los matan así!
Nada más así lo hacen, no se sabe por qué. Nadie
dice ni una palabra.
¡Ah! Caray.
Ya eran como las 4 de la tarde. Y entonces salieron
como seis hombres.
Y vos, ¿dónde estabas?
Yo estaba adentro del juzgado. Está cerrado.
¡Aaah! ¿Y cómo saliste, vos?
Hasta que acabaron de matar, unos salieron, y… el
chorro de balas contra ellos. A uno les pasó la bala
aquí y a otros dos aquí.
Vos ¿te alcanzaste a esconder, o no estabas ahí?
Ahí estoy yo, en San Francisco.
Y ¿cómo es que no te agarraron?
No…, nada me agarraron.
Entonces tiraron bomba a los que se quedaron den-
tro. La bomba acabó con todas las gentes.
¡Ah! Echaron la bomba dentro…
Seis bombazos, seis bombas echaron, pero no se
mueren las pobres gentes.

22 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


A mí, no me pega ningún tiro
Otra vez las balas. Pero a mí, no me pega ningún
tiro. Yo quedé debajo de los muertos.
¡Ah! Ahí estabas debajo de los muertos y pensaron que
ya estabas muerto. ¡Ay, ay, ay!
Entonces, allá se amontonaron los ejércitos, en me-
dio del juzgado, allá se quedaron dentro.
Eran las 7. Ya está un poco oscuro.
Entonces, yo, entre los muertos. Alumbraron ellos
con linterna, pero como mi cara estaba llena de la
sangre de los muertos…
 Ya está, dijeron.
¡Aaah! [inaudible]
 Ya está. ¡Ah! De todos modos, allá quedo yo.
Y quedaste allí…
Ya no pienso en salir.
Miré. Estaba abierta una ventana. Y así pensé yo:
“Voy a salir, si me muero, me muero”. Ya habían
matado a todos…
¿Cuántas criaturitas tenías?
Yo tenía tres hijas, ya tienen su familia; y un mi
hijo, ya tiene su familia.
Tres hijas y un hijo, y tu mujer también…
Y mi mujer. Todos murieron. Todos. Todos se ter-
minaron.

 Testigos de la masacre de San Francisco  23


Salí yo por la ventana
Como a las 8 de la noche salí yo por la ventana,
arrastrándome por el puro suelo.
Arrastrando…
Así salí y me fui a Yulaurel. Como a las 11 de la
noche empecé a caminar.
¿En la noche te pusiste a caminar?
En la noche, sí, en la noche.
Rumbo acá…
Hasta aquí.
Y ¿cuánto tiempo hiciste caminando?
Llegué a Yulaurel como a las 5 de la mañana. Y me
vine, me vine… a las 11 llegué yo a Santa Marta.
O sea, desde las 11 de la noche hasta las 11 de la maña-
na…, y puro caminar…
Puro caminar, y sin caites…
Cada poco queman casas, queman el juzgado, que-
man la escuela, queman la iglesia…
Todo quemaron.
Todo quemaron.
Ahí estaban las mujeres, las gentes adentro… ahí se
quedaron. Otros diez quedaron camino de Yulau-
rel, a diez hombres mataron.
¿En el camino?
En el camino. Ellos quedaron botados allí, ¡los pobres!
Así hicieron con los muertos.

24 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Testigos de la masacre de San Francisco  25
«¡Cómo llegaron las mujeres con todos sus chamaquitos!»

26 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”



“Vengo como bolo … ni triste
vengo” 2

A Mateo Ramos Paiz (T1)


Es el mismo “testigo rey”, pero en otra ocasión.
Ricardo Falla con dos agentes de pastoral de la dióce-
sis lo buscan. Es buscado, es famoso en toda la zona. La
ocasión es doble, un encuentro con él en la tarde y una
misa el día siguiente. Sentado, en una escuela, da su tes-
timonio. Frente a otros que participan. Mateo ha cami-
nado con un grupo de sobrevivientes de un campamento
vecino al ejido mexicano de La Gloria.
Ya ha pasado mes y medio, pero su palabra es siem-
pre fresquísima, ahora más detallada, rica en detalles. En
un castellano chujizado, a veces difícil, pero se esfuerza
en hacerse entender porque sabe de la importancia de su
testimonio. No escatima detalles dolorosos y crudos, pero
lo hace con serenidad y hasta con solemnidad, está mani-
festando el respeto por aquellos y aquellas que han sido
2 Entrevista recogida por Ricardo Falla SJ, sacerdote y antropó-
logo el 4 de septiembre de 1982, en la Colonia La Gloria, Chiapas,
donde se celebró una eucaristía con la presencia de los sobrevivien-
tes de la masacre.

 Testigos de la masacre de San Francisco  27


tan cruelmente asesinados y que merecen ser recordados.
Fuera de estas dos entrevistas, nunca dio otra entre-
vista publicada.
De esta ocasión se generó la lista de las víctimas, pues
al día siguientes se redacta una lista de 302 nombres he-
cha con parientes de los masacrados. Da pie para, más
tarde, construir una lista de 376 personas con base en
esta primera y otras tres de fuentes distintas. Está publi-
cada en Negreaba de zopilotes.
También se generó la publicación sobre la masacre en el
New York Times el 12 de octubre de 1982. El periodista
buscó a los testigos en donde se encontraban. Tuvo una
enorme difusión. El mundo conoció la masacre.
Y así la relató el testigo…

PRIMERA PARTE3
Lo que pasó
Bueno, señor padre, vamos a explicar todo lo que pasó.
El día sábado llegaron esos señores, como a las 11
menos…, a las 11 de la mañana.
Sábado, ¿de qué día?
Un día sábado, 17 de julio, sí, 17 de julio.
No sabemos, no escuchamos, cuándo ¡ya vienen!
Ya llegan los ejércitos. Como nosotros…, nosotros

3 Se ha dividido la entrevista en dos partes. En esta primera parte


el que habla es Mateo Ramos Paiz, al que dieron por muerto y esca-
pó cuando la masacre ya había prácticamente terminado. Hay otros
sobrevivientes presentes que habían escapado antes, y que durante
la entrevista asienten o añaden alguna palabra a la declaración.

28 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


sabemos que dos días antes estaban en Bulej, pero
no hay muertos. Hay silencio, no hay asesinados.
Bueno…, así nosotros estamos tranquilos. ¿Cómo
vamos a saber que están pensando matar gente?
El día sábado bajaron aquí. A las 5 de la mañana se
reúnen en Yalambojoch. No hay nadie que nos avi-
se. Allá pasan y, en un ratito después, llegan a San
Francisco. Llegaron como a las 11 en punto.

¡600 los ejércitos!


¿Y llegaron caminando?
Llegaron caminando con sus pies. ¡Bastantes, como
seis coroneles y seiscientos ejércitos!
¿Seiscientos?
¡Sí! Entonces, nos turbamos, ya no sabemos qué hacer.
Y cuando llegan ellos, ya viene el helicóptero, ya
venía bajito, vuelta y vuelta dan las paletas.
 ¿A dónde hay lugar para bajar el helicóptero?,
preguntan.
 No sé, decimos.
 ¿Hay campo de futbol aquí?
 Allá está.
 ¡Qué se llame a la patrulla civil4 para llevar la
4 Patrulla civil: Las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) quedaron
establecidas legalmente el 1 de abril de 1982, bajo el Plan Nacional
de Seguridad y Desarrollo de la Junta Militar, instalada por el golpe
de estado del general Efraín Ríos Montt contra Lucas García. Las
patrullas actuaban bajo órdenes militares como una fuerza adjunta
civil del ejército para “proteger” a sus comunidades de la guerrilla.
En cada comunidad un comisionado militar fue asignado como el
representante del ejército y como el encargado para dirigir una PAC.

 Testigos de la masacre de San Francisco  29


bandera!
 Está bueno.
Y bajó el helicóptero allá en el campo, y salieron esos
señores de allá dentro. ¡Cómo llevan sus comidas en
un montón de cajas! Puro encajonada está la comida.
Entonces nosotros ¿acaso pensamos? Solo miramos
cómo están de locas sus caras de esos señores ¡bra-
vos, enojados!
¿Cómo iban vestidos?
Puro pinto5. Los zapatos, el arma, el sombrero, puro
pinto. Ejércitos, pues.
Están platicando de no sé qué. Tal vez es el pilo-
to. Nosotros estamos mirando. Solo cuatro están
adentro del helicóptero. Entonces, al fin acaban de
platicar. Entonces, nosotros jalamos la carga y la sa-
camos fuera. Entonces…
Traen a un señor amarrado con una pita6. No sa-
bemos quién es, su ropa es igual a la ropa de ellos.
Viene con ellos. Con ellos está llegando. Lo traen
amarrado, con pita traen amarrado a ese señor. No
sé si es guerrillero, no sé, como todos visten igual…
Saber dónde lo agarraron los ejércitos.
¿El ejército venía de Barillas?
Sí. Y él viene caminando con ellos. Está amarrado
a la cintura de un soldado. Como un chucho, como
un perro, pues.
(Susan C. Peacock y Adriana Beltrán. Poderes ocultos en la Gua-
temala post conflicto: grupos armados ilegales y las fuerzas detrás
de ellos, Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos
(WOLA), 2004. Pág. 32).
5 Pinto: se refiere al color de los uniformes del ejército en Guate-
mala es un fondo verde con manchas marrones.
6 Pita: cuerda

30 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Yo me estoy fijando, lo estoy mirando.
Al fin, los soldados se riegan y muestran al hombre.
Pero él no está en nada, no tiene compromiso, noso-
tros estamos tranquilos en esta población. Ellos aga-
rraron a ese señor. Y entonces, uno, así enojado dice:
 ¡Tráiganlo aquí!
Entonces, así de pronto le pega en la cara, con filo.
 Ya la chingamos7, decíamos nosotros en lengua8.
 ¡Lleven esas cosas!
Cada caja llevamos, pero ¡cómo pesan! Y regresa el ca-
brón al helicóptero.
Y nos llevan al Juzgado. Vaya, ya está. Allá está pa-
rado Francisco, el representante de la finca.

Ahora vamos a llorar


Francisco Paiz García es el representante de la fin-
ca, el administrador. Entonces, dijo el Francisco:
 Ahora, compañeros, ya está. Ya se chingó todo.
Ahora todos vamos a llorar. Ahí vean ustedes
cómo le hacen.
Como junto a él está el coronel, pero ¡bravo!, bravo
está el cabrón.
Entonces en el corredor de la escuela dejamos esas
cosas.
 ¡Pónganlo aquí!
7 “Ya la chingamos” es una expresión similar a: “ya se fastidió
todo”.
8 En lengua: en el idioma maya local, en este caso el chuj.

 Testigos de la masacre de San Francisco  31


 Está bueno.
 ¡Bueno, ya, acaben de una vez! ¡Adentro!, dice,
Ahora, adentro, adentro del Juzgado, dice.
Todos escuchamos, ¡adentro!
Y ¿qué podemos hacer? ¿Cómo vamos a escapar?
Como están regadas las casas, están bajando las
gentes y todo se está llenando de población.
Entonces, al fin entramos al Juzgado y cierran la puerta.
Entonces nos dijo el Francisco:
 Ahora se van a buscar una mancuerna de gana-
do, del propio de ustedes, dice.
 Está bien.
Entonces, dos muchachos lo ofrecieron, cada uno
da un toro. Dos toros fueron a jalar a su potrero, al
potrero propio de estos muchachos.
Y empezaron a decir:
 ¡Qué vengan más muchachos!, ¡qué vengan más
muchachos!
Llegaron, pues, llenaron el Juzgado.

Traen a las mujeres


Entonces se fueron los soldados a buscar a las mu-
jeres a sus casas. Todas las casas quedan abiertas.
Se vienen las mujeres. Van a buscarlas, uno por
aquí, otro por allá, otro por allá…
¡Cómo llegaron las mujeres con todos sus
chamaquitos! De dos años, de tres años, de cuatro
años… ¡Cómo vienen, bien amontonadas con sus
hijos! ¡Y adentro de la iglesia las meten! Ya se llenó

32 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


la iglesia de puras mujeres.
Nosotros estamos mirando, pero ya nada podemos
hacer, no hay modo, como está allí el centinela, no
hay modo.
 ¡Hay que sacar a todos de sus casas, a todos!,
dijeron.
Llega una sin su carga y otro con carga de leña.
 Que quede la leña allá adentro.
Hay un señor que llegó aquí cargando maíz en su
bestia, viene de San José Yulaurel.
 ¡Qué quede la bestia allá con su carga! Y ustedes,
todos adentro del Juzgado.
Así hicieron esos pisados9 allá en San Francisco.
¿Y qué pensaban ustedes que iban a hacer?
Nosotros estábamos adentro del Juzgado, estába-
mos esperando. ¿Acaso pensamos? No pensamos
nada.
 Ahora nos vamos a acabar, solo eso pensábamos.
Unos estaban rezando, allá adentro, estaban rezan-
do, estaban rogando…
No quieren morirse.
Entonces dijeron los catequistas:
 Ahora hay que rezar a Dios. Dios tiene que reci-
bir nuestra entrega… Si vamos a sufrir castigo,
¡qué remedio!, dicen los catequistas.
Así decían ellos. Entonces, estamos rezando, esta-
mos pidiendo la ayuda de Dios.

9 Pisado: es un insulto despectivo hacia alguien.

 Testigos de la masacre de San Francisco  33


Y…, a cada rato…, a cada rato…, a cada rato… los
niños que están adentro de la iglesia están llorando.
Son las 11, son las 12, ya está cerrado todo. Ya no
hay donde podemos salir.…
¡Los ancianos! Tres ancianos con sus bordoncitos,
llegaron.

Comienzan con las mujeres y los niños


Como a la 1 de la tarde… ¡Los plomazos! A las mu-
jeres les dieron allá en la iglesia:
¡Plau!, ¡plau!, ¡plau! Se escucha el ruido. Todos los cha-
maquitos están llorando, llorando con los disparos.
Acaban de tirar, y entonces sacan a las mujeres que
quedaron vivas. Las llevan aquí, las llevan allá…
Cada soldado se lleva un grupo de mujeres, tal vez
a puro machete las matan en sus casas.
Ya no miramos eso. Las acabaron de matar en las
casas, y les prendieron fuego. ¡Fuego!
Entonces yo, yo miré un muchachito. Yo creo que
tenía tres años, apenas está caminando. Por los pies
lo agarra el soldado… y contra un palo, duro, ¡ma-
cizo!, allá le somata la cabeza.
¿La cabeza?
Sí, la cabeza. Se acaba de morir. Lo tira a la mierda.
Se fue su vida.
Y otros dos de esos muchachos los mataron así: me-
ten el cuchillo en el estómago, aquí [señala su estó-
mago], y se va el cuchillo para arriba [hace el gesto
de rasgar hacia arriba].

34 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 ¡Aaay!, gritan
¡Salen sus tripas!... Y el soldado tira al niño a la mierda.
Así hicieron esos cabrones.
Todo comenzó a la 1 de la tarde. A las 2 de la tarde
terminó.
Así están allá fuera, los niños muertos.
Nosotros no, no han matado a los hombres. Esta-
mos encerrados.

Matan el ganado para comer


Entonces…, en una hora o más, mataron un gana-
do. Están arreglando la comida, dicen. Están pelan-
do el cuerito.
Mataron un toro nada más, el otro toro está vivo.
A los que fueron a buscar el ganado, ¡adentro al
Juzgado! No les dejaron libres.
Así pues, pasó la 1, las 2… a las 3 de la tarde… Co-
mienzan con los hombres. Los fueron sacando del
Juzgado
Un muchacho alentado fue al primero que sacaron.
Luego iban saliendo los hombres y… a plomazos.
Afuera les disparan. A plomazos. ¡Cuántas balas!
Y siguen, y siguen… Sacan uno y lo matan. Sacan
otro y lo matan.
Disparaban a todos los que sacan afuera. Nosotros
no miramos. Estamos encerrados. Solo escuchamos
el ruido que hace el arma al matar.
Entonces, en el patio del Juzgado, junto a la iglesia,
allá botan a la gente.

 Testigos de la masacre de San Francisco  35


Afuera están los soldados con sus armas prepara-
das; como está preparada el arma, no podemos salir.
Entonces cuando alguien sale, le agarran, les sacan
la camisa y con eso les tapan los ojos, y con un be-
juco, un lazo, les amarran las manos, así mero. Así
¿ve? [hace el gesto de las manos atadas].
Así van, cada soldado lleva a uno. Y, ¡plau!, ¡plau! Y
los tiran al suelo, acostados están. Y cuando acaban
de matar, los jalan de las manos atadas, y ¡adentro
de la iglesia! Allá los tiran.
Va uno…, va otro…, va otro… Así siguen y siguen...

A los ancianos los matan con machete sin filo


Los tres ancianos. A ellos, los matan con machete,
sin filo dentro del Juzgado Se lo meten aquí [señala
su garganta], como matan a las ovejas.
 ¡Aaay!, dicen. ¡Aaay!, dicen.
¡Los pobres!... Los estamos mirando, les cuesta
morir, sin filo el machete…
¿Y ustedes?
Nosotros estamos adentro ¡estamos mirando!
Adentro del Juzgado estamos todos.
Todavía pensé:
 ¿Acaso vamos a dar declaración aquí? Si ya
todos están muertos, puros muertos.
Matando están. Matando.

36 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Se escapan cuatro
Ya solo unos 15 o 16 muchachos quedan. Están
asustados, ya fríos, como pescado, así están los po-
bres muchachos.
Entonces, salieron del Juzgado unos muchachos,
escaparon por la ventana, uno por uno salía. ¡Tres
son! Tres aguantaron las balas. Cuatro, eran, pero
uno murió en Comitán, en el hospital. Cuatro salie-
ron, pero cayó uno, ya no aguantó. Otros tres están
vivos ¡Se salvaron! Les tiraron, pero salieron.
Entonces vino la cólera del ejército del gobierno.
¡Cómo echaban las balas a los muchachos al escapar!
Eran las 5 de la tarde.
Los soldados llegaron, y sacan a ese señor, el que
está amarrado de las manos. Lo tiran al suelo en el
corredor del Juzgado, le jalaron de los pies, ¡cómo
iba! ¡arrastrado como un chucho muerto!, se va en-
tre el lodo. Llegado ya al patio del Juzgado, le me-
tieron bala.

A Francisco, el administrador no lo matan


 ¡Qué salga otro!, dice. Ya está bravo ese militar,
está mero bravo.
 ¿Yo, señor?, dice el Francisco.
¡Ah! Allí está sentado el Francisco, allí está todavía.
 ¡Salga usted ya!, dice.
 Está bueno, señor, dice.
¡Pobre, el Francisco!

 Testigos de la masacre de San Francisco  37


¿Qué Francisco?
Francisco Paiz García. Es el administrador.
Y salió, pero no le pegan tiro. Yo estoy escuchando.
No pegan tiro. Yo creo que se quedó allí el pobre.

Seis matan en el Juzgado


 ¡Salga usted!, le dice a otro.
 ¿Yo, señor? ¡Yo soy el comisionado militar!
 ¡Qué comisionado, ni qué mierdas!
¡Plau!, ¡plau! Adentro del Juzgado lo mataron, allí
en medio.
¡Plau!, ¡plau! Hacían las balas.
 ¡Aay!, decía.
Yo estoy sentado en la banca. Allí estoy yo miran-
do. No se muere de una vez, y como está sufriendo,
pues, ¡plau!, así se va.
 ¡Salga otro!
Salió su papá del muerto. Salió el viejito. Se van las
balas. Juntos se quedaron.
 ¡Salgan otros!
 Yo, señor, soy Auxiliatura, dijo el segundo
auxiliar.
 ¡Qué Auxiliatura ni qué mierda!
Lo mataron. Detrás de la mesa lo mataron, con sus
tres policías. Seis mataron en el Juzgado.

38 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Los últimos, unos jóvenes y yo
Quedan unos muchachos, allí amontonados en una
esquina. No quieren morir.
Ya no son muchos. Yo creo que tal vez, solo siete
son ellos.
 Vamos muchá10, vamos a sufrir por este castigo,
pero nos vamos, al cementerio, ya perdonados,
les dije.
¡Y me entienden! Se tira uno al suelo, se tira otro,
se va otro encima… Entonces, yo pensé… ¡saber
cómo me vino a mi cabeza!, entre sueños, pues. Me
embroqué en el suelo.
 Si me matan, me matan…, me dije.
Ya son como a las 6 y media, ya está un poco oscuro
adentro. Pensé que va a disparar el cabrón, qué, si
bomba tiraron en la esquina del Juzgado.
¡Táaas! ¡Tiin!, hizo la bomba.
 ¡Aaay!, dicen los muchachos.
Otra, otra… ¡tres bombas! Y…, a la cuarta bomba…
viene el chorro de sangre. ¡Cómo riega el suelo! Es
la sangre por la bomba.
Otra, cinco. La sexta ya no reventó. ¡Cómo viene la
sangre! ¡Sobre mí viene la sangre! Pero, gracias a
Dios, no pegan tiros.
Al fin, entró el soldado otra vez con el arma ¡Plau!,
¡plau!, ¡plau! Sobre los muchachos. Así mataron a
esos pobres. Buena la hicieron.
Los jalaron en medio del Juzgado y allí quedaron
10 Muchá: expresión popular por “muchachos”.

 Testigos de la masacre de San Francisco  39


los pobres.
 Aquí van a quedar, dice.
Entonces, los soldados entraron a jalar a los muer-
tos. Bien apretados. ¡Cabrones! Y jalado encima de
los muertos me metieron. Pero, ¡estoy vivo!
¿Ninguna herida?
Ninguna herida. La suerte mía es que, aunque me
alumbraron, ¿acaso miran mi cara? Pura sangre mi
cabeza.
 Ya está, dice
 ¡Ay, Dios! Y ¿cómo le hago yo? Ahora cierran la
puerta, y…, pensaba yo.
Ya no hay bulla.
Así me puse a pensar:
 Mañana van a quemar este Juzgado, ¿acaso voy
a aguantar el fuego? No voy a aguantar. ¿Cómo
hago?
Ellos ya están afuera, en el corredor del Juzgado.
Están echando fuego al Juzgado [pero no arde por
la lluvia].
Como se están llevando las grabadoras de allá, de
San Francisco: Qué tanto de grabadoras, qué tanto
de dinero, qué tanto de ropa. ¡Aah! Todo lo llevan.
Del dinero que llevan en cuenta, tienen como vein-
te mil quetzales. ¡Jaa! De las casas todo se llevaron,
todo. Porque, ya después, fuimos a ver, todo se lle-
varon.

40 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


¡Compañeros, suéltenme!
Ya a las 7 y media salí yo. Ya estaba oscuro. Como
miré que estaba abierta la ventana, atrás del Juz-
gado, entonces pensé:
 Vamos a probar, primero Dios.
 ¡Compañeros, compañeros, suéltenme, me voy
al campo!, digo yo a los muertos. Tengo suerte
yo, la ventana está abierta. ¡Ah! Ustedes ya son
libres ¡Suéltenme! Yo me voy al campo.
Así digo yo a los muertos. Con todo mi corazón les
estoy hablando a aquellos que están muertos. Les
estoy rezando, les hablo espiritualmente. Estoy re-
zando.
Y me levanto. Me quito mis botas de hule y las dejo
dentro.
Salí por la ventana y miré: ni uno, ninguno en esta
esquina, ninguno en la otra esquina.
 ¡Primero Dios!, dije.
Ellos están cantando.
Cuando salgo, me arrastro por el suelo, como las
culebras, voy raspando el suelo, solo mis manos me
están jalando.
Miro. Está parado un soldado aquí, otro aquí, otro
aquí [señala distintas direcciones], pero no alum-
bran.
Me fui, me fui, me fui. No me levanto. Así me salí
yo.
Otro que todavía está vivo, salió más atrás mío
[por la ventana].

 Testigos de la masacre de San Francisco  41


 ¡Salió otro vivo!, dicen.
Lo alumbran esos cabrones y ¡plau!
 ¡Ay!, dice el pobre.
Cayó.
Entonces yo me escondí bajo una mata de ixtle, bajo
las hojas, así pude, así salí yo.
Me espero, me espero, hasta las 11 de la noche. En-
tonces me levanto y camino hacia afuera. Así salí
yo. Todavía es noche.
Alláaa… ya no están mis chamaquitos, ya todos mu-
rieron, ya todo es silencio, ya todo es puro ejército.
Así me pasó a mí en San Francisco.

Llego a la comunidad de Yulaurel


¿Llegó a Yulaurel? ¿Había gente allí?
Ya no. Cuando llegué ya se habían ido. Se asusta-
ron. Hasta aquí en Santa Marta los alcancé a todos.
Ya no había nadie cuando llegamos a Yulaurel, San
José. A las 5 en punto de la mañana.
¿Usted solo?
Solo yo con otro mi compañero. Él venía en la no-
che, en medio del camino nos juntamos, y llegamos
a San José junto con él. Él era de los que salieron
como a las 5 de la tarde, en el día salieron ellos, por
la ventana. Es mi compañero. Así llegamos aquí.
¿Y a qué hora llegó usted a Santa Marta?
¡Aah!, como a las 10 de la mañana, a las 11 tal vez.

42 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Y no vengo ni triste. No pienso nada.
A las 11 llegué aquí, a Santa Marta, pero vengo
¡como bolo! ¡ni miro si ya está claro!
Ni triste vengo. No pienso nada. Sin comer, sin cha-
marra, sin ropa, ¡nada!, ... sin sombrero… ¡nada! No
tengo nada. Vengo, así como ido.
¿Y qué le dijo la gente mexicana, la de Santa Marta,
cuando lo vieron llegar?
No dicen nada.
 ¡Lástima! ¡saber qué le pasó!
 Hay posada, dicen.
 Hay posada, descanse, pobrecito.
Como todo yo era pura sangre. Hasta aquí me lavé.
Yo estoy como que hubiera matado un animal, así
estoy. Pura sangre mi cabeza, mi cara.
Pero no me pasó desgracia, nada.
Así vine yo, señor padre.

Mi corazón estará llorando toda la vida


Solo estoy escuchando otra vez a los muertos. Mi
corazón está con la pena por los muertos.
Porque ¡yo lo vi! ¡Estoy mirando cómo mueren mis
hermanos!, ¡todos!, mis compañeros, mis compa-
dres, ¡todos! Como todos somos hermanos entre
nosotros…
Por eso mi corazón estará llorando toda la vida.
Y sin delito. Nadie ha hecho delito. Nada. ¡Saber

 Testigos de la masacre de San Francisco  43


por qué paso eso!
No dicen:
 Este es el delito y aquí está la comprobación.
¡Nada!
Ninguno está sindicado:
 Aquí está el delito de este, aquí está el delito de
aquel…
¡No dicen nada!, nada más lo matan. Lo matan y ya
está, así acaba el muerto.
¿Y usted escuchó el nombre del coronel?
Eso sí no, padre, yo no escuché.
[Otros que presencian la entrevista dicen que “de
Barillas vinieron a matar a nuestras familias”.]

“Mis compañeros volvieron a dejar el toro, son tres mis compañeros...


Y acababan de llegar los pobres, y allí les metieron bala.”

44 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


SEGUNDA PARTE11
Yo estoy vivo por cuestión de ese toro
[El padre pregunta a otro testigo cómo se salvó él.
Este testigo se llama Andrés Paiz García y habla
así:]
Yo estoy vivo, padre, por cuestión de ese toro.
Como yo patrullé allí todo un día, y ellos dijeron
que solo los que hacen patrullas [son PAC] tienen
derecho a ir a agarrar ese toro. “Solo ellos van”,
dice, entonces, no más así salí yo.
Gracias a Dios que me dieron permiso para ir a
buscar al toro, y entonces, allí salimos.
Mis compañeros volvieron a dejar el toro, son tres
mis compañeros, llegaron a dejar el toro. Y acaba-
ban de llegar los pobres, y allí les metieron bala.
Así se acabaron mis compañeros que vinieron a
buscar el toro.
Yo de una vez me fui al monte. Pero mi mujer se
quedó en la casa, y allí la mataron ellos con toda
mi familia. Somos once. Once mataron ellos de mi
familia, en mi casa.
¿Cuántos murieron por todos en San Francisco?
[Vuelve a hablar el primer testigo: Mateo Ramos Pérez]
Estamos echando cuentas. Nos salieron como 352 per-
sonas, con todos los chamaquitos, con todos los nenes.
¿Han hecho una lista?
¡Eso! Nosotros estamos echando cuentas. Vamos

11 En esta segunda parte de la entrevista, intervienen otros testigos.


Se vuelve sobre la narración aclarando cosas y añadiendo otras.

 Testigos de la masacre de San Francisco  45


a hacer una lista general para llevar la cuenta
enteramente, de todos,
Ahora, pues, estamos contando 352, porque uno
murió aquí, en Comitán. Sin él serían 351.
Ese señor murió en Comitán por las balas del ejér-
cito, ya no se compone. Los demás, allá murieron.
Todos, las mujeres… todos.
¿Y cuántos se salvaron? ¿Cuántos están aquí?
¡Ah! Eso no sé. No hemos hecho la cuenta, pero
están haciendo una lista. Vamos a recordarlo.
Todos los de San Francisco estamos aquí, en La
Gloria y en Santa Marta12
Todos somos de San Francisco…, y de San José,
pues; pero todos somos San Francisco; ahora nos
apartamos, entonces hay unos que están en San
José, pero somos los mismos.13
Y a su mujer y a sus chiquitos, ¿los llevaron al oratorio
también?
Síii. A todos, a todos.
Allá en San Francisco, ni una mujer se salvó, ni un
chamaquito, completamente se acabaron allí. Nin-
guno salió.
Allí mataron a las mujeres, parte en el oratorio, par-
te mataron en sus casas.

12 Sobrevivientes, por haber escapado antes y sobre todo por no


haber estado allí. La Gloria y Santa Marta, dos ejidos mexicanos.
13 San José Yulaurel, otra comunidad, fundada con gente de San
Francisco.

46 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Llevan machetazos, llevan cuchilladas
No sé. No hay ruido de balas. Yo creo que cuchillo
las metieron. Algunas llevan machetazos, otras lle-
van cuchilladas. Todas llevan. Algunas mujeres no
tienen cabeza, con machete les cortaron la cabeza.
¿Las violaron antes de matarlas?
¡Ah! Sí, eso siempre se da. Siempre, padre, ¡eso es
así! ¡siempre es así! No es de ahora, eso es de hace
tiempo. Hace mucho tiempo que lo hacen así.
[En este momento de la entrevista, en la grabación, se oye
una campana: tan, tan, tan… El testimonio se tomó el día
que llegaron los sobrevivientes de la masacre, desde Santa
Marta donde estaban refugiados, a la colonia La Gloria,
donde se iba a celebrar una misa por todos los difuntos]
A las mujeres bonitas las dejaron, las mataron más
tarde. Las que tienen su plata. Las mejor arregladas,
a esas las dejaron hasta el domingo, hasta el domingo
acabaron de matarlas, para estar con ellas.
El sábado mataron a todos, el domingo acabaron
de matar.
Por la tarde regresaron y llegaron a Yalambojoch.
El lunes 19 también mataron, en Yaltoya, [comuni-
dad al norte de Yalambojoch].
Mataron a gente que luego encontraron en el cami-
no, eran gente de Yalambojoch.
Quedaron allá, en el camino, saliendo de Yalambojoch.

Allá mero quedó el Francisco, el administrador


Al Francisco llevaban por el camino [a Bulej], cuando

 Testigos de la masacre de San Francisco  47


regresaban de Yalambojoch. Está caminando todavía.
Y allí, a medio camino, abajo de Bulej, el mirador
de Bulej se llama ese lugar, allá mero, quedó el
Francisco. Allá lo mataron.
Le pusieron un palo en el culo, al pobre señor. Ya
no aguanta, ya no tiene vida, ya no le dan comida,
ya, ni un poco de agua, ya, ni un poco de fruta, ya
nadie le da.
El jefe le dice:
 Ya no se va a curar, así dice el jefe con los de
Yalambojoch.
Y ¿qué le hicieron al muchacho que llevaban amarrado
con pita?
Lo mataron. El Pascual, Pascual se llamaba ese mu-
chacho que llevaban, pero es puro hombre [adulto].
Lo mataron allá, hasta Bulej. Se llama Pascual Ra-
mos Gómez. Lo mataron, ya no se levantó, allá se
murió.

El dueño de la finca vive en Guatemala


¿Y el dueño de la finca San Francisco?
¡Ah!, él es de Guatemala, del mero centro de
la capital. Se llama Víctor Manuel Bolaños. En
tiempos, padre, es coronel, ahora saber qué empleo
tiene. Ya es viejito.
¿Fue él quien mandó al ejército?
No sé, eso no se comenta. No sabemos cómo está
eso. Pero yo miré en el helicóptero y por eso yo
mismo fui a ver. Pensé:

48 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 De repente viene él mismo con los ejércitos.
Él es bien conocido con nosotros. Pero no estaba
él. No está dentro. En el helicóptero solo el ejército
vino con el que mandaba.
No, en el helicóptero no vino él.
¿Cuántas casas había en San Francisco?
No podemos decir cuántas ¿Unas 65 tal vez?
Como hay que en unas casas viven dos o tres de
los hijos con sus familias…, ahí están juntos en una
sola casa… puede ser que es así.
Pero… ¿después que mataron, echaron fuego a todo San
Francisco?
¡A todo! Tooodas las casas, ¿quién puede contar-
las? Tal vez quemaron unas 40 o 45.

Nosotros fuimos a ver


¿Y alguien fue a verlo? ¿Regresó alguien el día domingo?
Ninguno, señor padre. ¡Ah! ¡Cómo es que va a re-
gresar uno así no más!
¡Ninguuuuno! Puro asustados están todos. Toda la
vida asustados.
Pero después, más tarde, fuimos a ver. Dos veces,
fuimos a ver. Pensamos que de repente no está que-
mada nuestra casa.
Ve. Mi casa no se está quemando cuando yo salí en
la noche. No hay fuego, no hay chispa allá. Enton-
ces yo, luego, pensé:
 Voy a ir a ver, de repente junto mis cosas, mi

 Testigos de la masacre de San Francisco  49


plato, mi vaso, mi chamarra…
Pero cuando más tarde volví, ya es pura ceniza.
El domingo quemaron mi casa, porque cuando
yo salí, el sábado, no hay fuego. No han quemado
cuando yo salí.
El domingo prendieron fuego por todas las casas.
Dos veces a ver allá. Hace ya días fue eso.

Bien amontonados los muertos, allí en la


capilla
Cuando fuimos, ya tiene como veinte días.
Cuando fuimos la primera vez, allí estaban amon-
tonados los pobres muertos, en la capilla. Bien
amontonados.
Cuando fuimos otra vez, ya están quemados.
El 25 de julio fuimos a ver las casas ¡Bien triste!
Cómo están los muertos allá adentro, están quema-
dos todos los pelos de las mujeres, los tejidos, los
cortes… ¡todo!
Algunos están tirados afuera de las casas, allá es-
tán botados. A unos les quitaron la cabeza, a otros
con bala los mataron. En las calles, entre las casas, a
esos no quemaron.
Los toros…, allá están con las gentes. Las gentes es-
tán adentro de sus casas, pero como digo, algunas
están regadas en las calles.
Así está. Queremos… nosotros queremos enterrar,
pero no hay modo. Estamos bien asustados.
Estamos averiguando allá, cuando llegó otra vez el

50 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


helicóptero.
¡Cómo bajó sobre las casas! Las casas ya están
quemadas.

Qué dolor tenemos, señor padre ¡Cómo hicieron
eso con los muertos!
Pero ¡de ingratos! ¡sin razón alguna, hombre!
¡Cómo es que el gobierno ordenó matar a las mujeres
que no tenían delito!… ¡¡¡Y a los chamaquitos!!!
Muertos. ¡Y cómo!
Si es cierto que subversivos están buscando… ¿aca-
so tenían armas esos patojos14? ¿acaso tenían armas
esas mujeres? ¿cuántas armas les encontraron?...
Por eso tenemos cólera. ¡Cómo puede ser! El go-
bierno es mero loco. Está mandando a su ejército a
matar sin delito. ¡A saber, por qué…!

Antes de la masacre venían a robar ganado


Y…antes, al ganado llegaban a robar. Como ya no
hay gente... Todos los bujeleños, de todas partes, de
donde quiera, vienen a robar.
Entonces… ese ganado… Nosotros dijimos, ¡ya no!
Les damos el alto a los robadores.
Nos ponemos de acuerdo con el patrón. Compra-
mos sal y reparamos el alambrado para que el ga-
nado salga.
Nosotros trabajamos cabal. No tenemos permiso,

14 Patojo, patoja: niño, niña

 Testigos de la masacre de San Francisco  51


pero cuando viene él, entonces pagamos arrenda-
miento.
Así estamos pensando. Pero cuando vienen esos
cabrones, nos ponen en problemas.
En aquel tiempo llegaban a San Francisco a robar
ganado.

La guerrilla quema la casa de la finca


Antes, cuando pasaron los guerrilleros a quemar la
casa grande. La casa grande del patrón, aquí en San
Francisco… Es como ejército, cómo llevan armas…
Eso fue el año pasado.
Pero ¿quién quemó la casa grande?
No sé quiénes son. Son como ejército, llevan arma.
La gente salió, salieron las mujeres:
 Ya vamos a morir, queman la casa, dicen.
No miramos. El que es auxiliatura se quedó ama-
rrado dentro del Juzgado. No miró. Lo amarraron.
Al administrador también.
Pero ¿no mataron a nadie?
Eso sí no. No mataron. Eso sí no. Para qué vamos
a decir mentira. No mataron a ni uno. A nadie. Así
pasaron.
Pero se dice que mataron a un señor en Chaculá.
¿Cómo es que se llama…? Administrador era ese
señor.
Lo mataron en Chaculá, los señores que pasaron
a prender fuego en San Francisco. El año pasado.

52 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Cuando quemaron la casa grande. Eso fue… como
el 15 de diciembre del año pasado.

Pasan a robar porque ya no hay dueño


Entonces venían de San Mateo a robar ganado. An-
tes de la Nochebuena, de pura tierra fría, de la par-
te de San Mateo, venían a robar ganados.
¡Cómo ya no hay dueño! Como dicen, pues:
 ¡Ah! A los patrones los están buscando esos
señores para matarlos, dicen.
No sé. Entonces ¡Cómo pasan a robar!
Alláaa, no más estamos mirando. Como pasa un buen
grupo… Pasan 20 hombres, 30 hombres cada día.
Entonces, cuando pasan los ganados cimarrones,
pasan a tirar. Como llevan arma, escopeta, cartu-
cho… ¡Todo!... rifles. Disparan a los animales. Y lle-
van la carne.
Entonces pensamos:
 ¿Y cómo no vamos a echar bala para que quede
otro poco para el señor?
Así estamos pensando nosotros.
Entonces los meses siguientes dejaron de robar.
Nosotros cuidamos esos animales allá. Que no se
salgan del potrero.

La finca …
¿Cuántos animales tenía el señor en la finca?
Antes que pasaran esos señores, dicen que son…,

 Testigos de la masacre de San Francisco  53


como 400 cabezas. Hace poco no ajustan las…, como
están criando, ya van a ajustar 300.
Entonces estamos pensando que, de repente, se van
a terminar y va a venir el señor…
De repente:
 Allá está.
Y… ¿acaso estamos robando nosotros? ¿acaso co-
memos su carne?
Los señores [de San Francisco] tienen su ganado
propio allá. Nosotros comemos carne, pero com-
pramos, con nuestro dinero lo nuestro. Cabal. No
robamos. Eso nunca.
¿Qué tamaño tiene la finca de San Francisco?
¡Aah! Cómo es aldea. Aldea grande, pues. Tiene…
como 30 caballerías.
Colinda con Sacanpech, con Yalambojoch, con San
Mateo y San José.
¿Yulaurel?
[Ahora hablan otras personas que asisten a la entre-
vista que son los habitantes de San José Yulaurel]
Sí, San José Yulaurel, pero eso no es finca.
El patrón está trabajando con el licenciado para que
nos dé tierras allá el INTA15.
Estamos de acuerdo con el patrón de San Francisco.
Unos estamos ya en San José, pero somos de San Fran-
cisco. Tal vez llevamos cinco años de vivir allá. Pero
antes, sí estamos en San Francisco. Allí nos criamos.

15 Instituto Nacional de Transformación Agraria.

54 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Como nos empezamos a dividir, allí estamos cuan-
do pasó esa cosa. Allí en San José estamos viviendo.
El patrón estaba conforme con nosotros, como esta-
mos colindando con él. Porque el INTA nos dio un
poquito de tierra, por eso aquí no estamos sufrien-
do nosotros esa cosa.
Bueno… tal vez estaban pensando en matar a los
que quedaban allí, pues.

Salimos a refugiarnos
Y, ustedes ¿cuándo salieron de Yulaurel? ¿Cuándo oye-
ron ustedes lo de San Francisco?
En la noche bajaron algunos. Como a las 3 y media
o las 4 de la mañana. Vinieron ellos a avisarnos a
nosotros aquí en San José.
Ahí escuchamos que habían acabado con todos en
San Francisco, que todos estaban muertos.
Entonces sí nos asustamos.
¿Y qué íbamos a hacer? ¿Acaso nos vamos a dejar
balear? Por eso salimos. Pensamos en levantarnos
rápido. Unos llevan todavía sus cositas, pero otros
no, porque… ¡Qué susto tenemos!
Nosotros estamos con la pena. Bueno, acaso esta-
mos pensando si nos van a matar.
Pero nosotros estábamos tranquilos, aquí, en esos
lugares. Buscando cómo mantenernos.
Y buscando qué les vamos a dar a ellos… ¿dulces…,
manteca…?, ¡qué! Todo lo que van a comer ellos es
de lo que nosotros tenemos.

 Testigos de la masacre de San Francisco  55


¿Quiénes van a comer?
Los ejércitos. Porque es el ejército del gobierno y
nosotros estamos de acuerdo con ellos. Por eso es-
tamos preparados nosotros, para ajustar todo lo
que van a comer ellos, si vienen.
Bueno, y de ahí, escuchamos que mataron a toda la
gente, las mujeres…, las criaturas…, allá. Entonces
nos vinimos nosotros también a refugiarnos allí, en
Santa Marta. Allí nos vinimos nosotros a refugiar.
Y gracias a los señores de allí, y gracias a Dios, tam-
bién a nosotros nos dieron posada. Porque ¿dónde
más nos vamos a refugiar?
Entonces, tal vez nos hubiéramos entregado noso-
tros otra vez a ellos. Pero, gracias a que nos dieron
posada. Por eso, ahora estamos contentos.
Así estamos nosotros aquí, padre.

Los ejércitos llegaron ¡bravos!


Y allá en San Francisco ¿cómo hicieron las patrullas?
Porque usted dijo que era patrulla…
[Ahora habla el testigo que ya habló antes: Andrés
Paiz García, el que se salvó porque fue a traer el
toro que pidió el ejército]
Sí, yo patrullé allí. Yo salía con mis compañeros,
estamos patrullando allí cuando llegaron los ejér-
citos.
Llegaban ¡bien bravos! Llegaron al Juzgado y en-
tonces se vino el helicóptero y nos llevaron al cam-
po de futbol.

56 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Entonces bajó el helicóptero y sacaron todas sus co-
midas. Y entonces, las fuimos a dejar a la escuela.
Pero ellos están bravos, no quisieron que las metiéra-
mos adentro. Y las dejamos allá en la escuela, pues.
Entonces dijeron:
 Pasen adentro.
Y entramos allí nada más. Así salí yo, por ser patrulla…
Pero ¡era el primer día de hacer patrulla! Estamos
empezando a hacer patrullas en esa aldea.
Estaban bravos. Ya no respetan esos. ¿Acaso hablan con
uno: por qué vienen a matarnos a nosotros? Ya no…

¿Será que están locos?


[Ahora vuelve a intervenir Mateo Ramos]
Ya no respetan, ni al comisionado militar, ni al
auxiliar…, ya no hay autoridad para ellos. Ya no.
Tampoco el representante de la finca, ya no.
Ya no hablan. Nada más meten bala, solo eso.
¿Será que están locos?
A un señor que acaban de matar, está parado un
soldado cabrón, así le está mirando. Ya está muerto
el pobre señor, cuando el soldado se tira encima del
muerto, y así hace con el cuchillo [hace el gesto de
abrirle el estómago]. Así lo abrió. Le sacó el cora-
zón del señor.
Está sacando el corazón del señor, entonces miré.
Me senté otra vez. Ya no miré. ¿Comieron, llevaron?
A saber.

 Testigos de la masacre de San Francisco  57


Así hicieron esos cabrones.
¡Le sacaron el corazón! Lo miré con mi vista cómo
tiene en sus manos esa babosada16.
¿Lo comieron o lo llevaron en su maleta? No sé. Ya
no miré yo. Tengo cólera y me senté.
¡La gran puta! ¡Son como animales!
Así hicieron esos ejércitos.
Y esos ejércitos ¿eran ladinos o naturales?
Es natural. Puro natural.
[Otros de los presentes añaden: de Santa Eulalia, de
Soloma…]
¡Hablan su dialecto17! Es puro migueleño ¿Será de
San Sebastián, jacalteco, o de Todos Santos? Saber
qué dialecto tienen todos ellos. Revueltos están
esos cabrones.
Después están los chiantecos [que son ladinos],
pero no solo chiantecos, revueltos están.
¡Bravos están! Ya no hay paz. Enteramente ya no
hay paz.
Y usted, ¿cómo se llama?
Yo, señor padre, me llamo Mateo Ramos Paiz.

16 Babosada es un término que se emplea de forma amplia, para


no repetir algo de lo que se está hablando y de forma algo despec-
tiva. En este caso, se refiere a la víscera. Ya fuera del señor y en
manos del soldado, el corazón se ha convertido en algo degradado.
17 Dialecto es idioma. Usan la palabra dialecto porque es el tér-
mino que ellos oyen a las personas ladinas o extranjeras, que usan
esta palabra de forma despectiva; pero en realidad se refiere a las
diversas lenguas que se hablan en el departamento de Huehue-
tenango: chuj, mam, jacalteco, kanjobal etc., todas ellas tienen la
categoría de idioma.

58 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Y ¿cuántos años tiene, don Mateo?
Tengo 57 años.
¿Y usted? [El padre pregunta al otro testigo que ha-
bló antes]
Yo me llamo Andrés Paiz García y tengo como 45
años tal vez.
[Habla otro de los presentes]
Yo me llamo Juan Santizo, tengo 45 años.
¿Usted viene de Yulaurel?
Sí, de Yulaurel, pero vivo en San Francisco, estoy lim-
piando frijol allá [en Yulaurel cuando fue la masacre].
Y ustedes ¿oyeron los tiros allá?
¡Ah! Sí, todos los tiros.
[Vuelve a hablar don Mateo]
En Yulaurel, la tierra ya está pagada, pero quema-
ron los documentos en San Francisco, la carta de
pago, todo.
[De nuevo hablan los que viven en Yulaurel]
Estamos unidos la comunidad de Yulaurel y San
Francisco. Nosotros tenemos casita allí en San Fran-
cisco, de antes. Aquí bajamos hace como cinco años
y allá quedaron todavía nuestras casitas.
También ellos tienen su casa aquí porque trabajan
con nosotros. Tienen café, tienen guineo, tienen
caña, tiene… todo.
Estamos de acuerdo, estamos unidos, pero no sabe-
mos qué piensan los ejércitos para matarlos, pues.
Y gracias a que no nos tocaron a nosotros todavía.

 Testigos de la masacre de San Francisco  59


Tal vez están planeando. No sé. No sabemos. No-
sotros somos ignorantes. ¡Qué vamos a saber noso-
tros de eso! Por qué esos chingados están matando
a todos.
¡Pobres!, ¡los ancianos! ¿Qué delito tienen?
Verdaderamente ya no piensan, pues, los ejércitos.
Nosotros somos hijos de Dios también, como ellos
son hijos de Dios, como nosotros. Pero ellos ya no
se acuerdan de nosotros, de nuestras penas.

Ya no tenemos ni un centavo para comprar


Ve, pues, señor padre; ahorita nosotros estamos re-
fugiados también. Y tenemos mucha pena, por el
gasto y la manutención de nuestras familias.
Sí, nosotros salimos vivos todavía, con toda la fa-
milia, pero casi estamos como en un calabozo, en
una cárcel. No podemos salir a buscar comida, y no
tenemos ni un centavo para comprar nuestro azú-
car, sal, frijol…
¡Tenemos que comer! ¿Qué vamos a hacer ahorita?
Por eso estamos un poco tristes, nosotros. Pero,
¿qué vamos a hacer?
Gracias que nosotros estamos refugiados, ojalá que
así pasemos. Por eso, sí estamos un poco contentos,
pero no sabemos qué va a pasar más tarde.
Eso estamos pensando nosotros.
Y como nosotros, padre, siempre de por sí somos
agricultores… Allá quedaron bonitos cafetales, bo-
nita fruta, buena cosecha este año.
¿Qué tal si lográramos todavía doce o quince bultos

60 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


de café? Pero el gobierno no lo quiere así, por eso
nos están matando, nos lo están quitando de la
boca a nosotros.
¡Ojalá vengan créditos a ayudarnos con el trabajo!
Entonces ¡qué bueno! Que nos ayuden a nosotros.
Pero nosotros ahora estamos pensando dónde se
quedó nuestro esfuerzo, nuestro sudor… ¿dónde
se quedó? Ya perdimos nuestras milpas, el frijol…
Por eso estamos ahorita muy tristes nosotros, por-
que se quedaron allá nuestros trabajos.
Si acaso que nosotros fuéramos ladrones, estaría-
mos pensando otra cosa, pero nosotros somos tra-
bajadores, por eso nos da mucha pena.
¿Qué van a comer ahora nuestras familias si allá
se quedaron nuestros trabajos? Esa es la pena que
tenemos.
¡Qué tal si hubiéramos logrado el café! Eso da
dinero, da ropa, eso da algo bueno. Pero, ¿ahora?
Ya no hay con qué levantarnos. Ya no vamos crecer.
Por eso, ¡qué lástima!
Y… ¿Qué delito tenemos? Si hubiéramos tenido
delito, por eso nos matarían, pero ¡no! Nosotros so-
mos agricultores, padre.
Esa es nuestra pena. Sí, ahorita estamos refugia-
dos, estamos libres, pero la comida, los gastos… Es
como si estuviéramos en el calabozo porque no te-
nemos con qué.

 Testigos de la masacre de San Francisco  61


Enteramente nos quedamos sin nada
[Vuelve a hablar Mateo Ramos]
Esos cabrones se llevaron todo el pisto18…
¡Esos cabrones mataron a gente legal! A saber, qué
estaban pensando, ¡torcido pensaron! ¡Si están
matando a mujeres!
Pero tienen orden de matar. ¡Ah! Eso no lo com-
prendemos nosotros. Somos ignorantes de eso.
Pero ellos están en sus despachos, están en la capi-
tal… La ley manda.
Cuerudos19 esos pendejos, señor. ¡A saber cuál es su
pensamiento! Por eso estamos ahora como locos, a
causa de ellos.
Nos vamos a morir así. Solo Dios sabe. Con frío, sin
chamarra… Primero Dios.
Tenemos que comprar comida. Así vamos a pasar
la vida. Nos quedamos sin nada. Enteramente sin
nada… pero vamos a ver.
Gracias a Dios, estos mexicanos son buena gente.
El gobierno [mexicano] parece un hijo de Dios, el
gobierno da posada. ¡Gracias a Dios! Si no, nos mo-
rimos de una vez.
Si no nos da posada el gobierno ¿a dónde vamos
a ir? Nos vamos a morir porque los soldados es-
tán vigilando, están caminando aquí en la frontera.
¿Dónde nos vamos a esconder, pues?
El helicóptero pasa cada día. Ayer pasó dos veces.
18 Pisto: dinero
19 Cuerudos porque tienen el corazón duro como el cuero, ya nada
les conmueve. Por eso le sorprende que hasta a las mujeres inde-
fensas maten sin alterarse.

62 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Y, la aldea Yulaurel ¿ya la quemaron?
No. Primero Dios, de repente no la queman… o la
van a quemar más tarde. No sé. Allá está todavía.
Pero no quedó nadie. Nadie quedó
Así está la cosa, padre.

 Testigos de la masacre de San Francisco  63


“A los ancianos les acuchillaban como que mataran a un animal.
Todavía están gritando los pobres ancianos… Pero ¿qué delito tenían?”

64 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”



“Les sacan las tripas
a los pobres patojos” 20

A Mateo Pérez Ramos (T2)


Como el testigo anterior (T1), se escapó por la venta-
na, pero unas horas antes. Seguramente, fue un ejemplo
para que T1 hiciera lo mismo. No vio todo hasta el final
de la masacre. Por eso, no tiene ante la gente la categoría
del T1. Pero se trata de un líder en cuestiones sociales.
Mateo era promotor de salud en San Francisco.
La ocasión es la misma de T1 con el obispo. Por eso, tam-
bién es breve. También fresquísima. Es la primera me-
moria. A pesar de lo breve, contiene la estructura de la
masacre: por mujeres, niños, ancianos y hombres.
Insiste en que eran trabajadores, no ladrones… Y eso, tal
vez, es lo que más le duele, que los maten y los maltraten
sin ninguna culpa. Parece leerse que no eran guerrille-
ros. No había razón para su muerte.
Y este es su testimonio…
20 Entrevista recogida por Monseñor Samuel Ruiz también en la
Colonia Cuauhtémoc y a los pocos días de la masacre ante sobre-
vivientes y otros refugiados, en la misma reunión que la primera
entrevista.

 Testigos de la masacre de San Francisco  65


...

Bueno, ahorita les voy a contar, aquí ante nuestros


hermanos que están presentes aquí con nosotros,
pues.
Pues por la gracia de Dios que estamos aquí, pues
esto es lo que nos pasó a nosotros en la finca San
Francisco, sí.
Nosotros estábamos allá cuando llegaron los ejérci-
tos a masacrar a toda nuestra familia.

Llegaron ellos
Llegaron ellos como a las 11 de la mañana y ellos…
Lo primero que pensaron es pedir dos toros para
comerlos. Y la gente aceptó regalar sus animales
para que ellos comieran, porque él dijo:
 Si son de ustedes nos pueden regalar, si es ani-
mal de la finca, no queremos.
Entonces nosotros dijimos que nosotros no somos
sinvergüenzas, que nosotros, ciertamente somos
campesinos, pero trabajadores, tenemos lo nuestro,
tenemos ciencia para... para ver cómo mantener a
nuestras familias.
 Vamos a regalar a ustedes, pero es nuestro pro-
pio, no somos hombres perdidos, es de nuestro
trabajo.
Bueno, en fin, se los entregamos a ellos y lo mataron.
¿Cuántos animales, uno o dos?
Dos, toritos, pues, bien gordos.

66 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Y después nos dijeron que llamáramos a todas
nuestras familias que nos iban a regalar algo de co-
mida, así dijeron.
Entonces nosotros, no aceptamos que vinieran
nuestras familias, entonces ellos mismos fueron a
sacar a nuestras familias de sus casas para reunir-
las, pues.
Ellos llegaron y recogieron todo y metieron a las
señoras en la iglesia con todas nuestras familias.
¿De ahí mismo, de ese lugar?
Sí, del mismo lugar.
Bueno, y de ahí, ellos habían matado el toro y lo
comieron.

Después del almuerzo se fueron a registrar


nuestras casas
Después del almuerzo, después de que acabaron
de comer, entonces, se dividieron los ejércitos, hi-
cieron dos grupos. Unos 70 u 80 se fueron a regis-
trar nuestras casas, a sacar nuestras cosas.
Unos se quedaron y otros se fueron…
Sí, unos se quedan masacrando y los demás se fue-
ron a investigar nuestras casas, a ver qué cosas nos
sacan de allá, qué de bueno encuentran.
Porque todavía tenemos algo en nuestras casas,
porque somos campesinos, pero siempre tenemos
lo que necesitamos en este mundo.
Pues, en todas las casas tenían unos pocos centavos
y lo recogieron todo. Todas las grabadoras, radios,
relojes, buenas ropas… todo sacaron.

 Testigos de la masacre de San Francisco  67


Y como allá teníamos una cooperativa para nuestra
comunidad, allá están guardados 10 mil.
Quetzales…
Quetzales. Y todo lo que juntaron de las casas, tal
vez otros 10 mil. Y todo lo recogieron.
Yo tenía un reloj en mi mano, y me lo quitaron.
Te lo quitaron… [en voz baja, como admirándose]
Síii. Y tengo como 20 quetzales en mi bolsa, y los
sacaron.
Todos nuestros papeles de nuestra bolsa sacaron,
todo.
Y tengo un mi cortaúñas en mi bolsa y lo sacaron
también. Bien pelados nos dejaron.
¿Y qué era lo que decían? ¿por qué hacían esto? ¿no les
daban ninguna razón?
Eso sí, no nos dan ninguna orientación, no están
pensando para nosotros, solo están pensando… sa-
ber qué piensan en su corazón.
Pero nosotros ya nos estamos dando cuenta qué
nos van a hacer. Porque ¿cómo vamos a salir fu-
gándonos si está todo rodeado por ellos?
¡Aaah! [casi inaudible]
Y estamos allí todos, hasta los ancianos.
Bueno, entonces, todo lo que recogieron de nuestras
casas, lo que hay… lo traen allá con sus jefes. Y mon-
tones de pisto agarraron, y grabadora, radio…, todo.
Dejaron las casas vacías. Las cosas que tenemos, las
sacan todas afuera de una vez, las tiran afuera.

68 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Al final, pues, sacaron a las señoras, por grupos de
veinte. Afuera, pues, con los patojitos.
Primero se fueron con las señoras y las metieron
a la casa que ya está vacía y de ahí, echaron balas,
tiraron bombas para matar a las señoras.
Acaban de matarlas y entonces prenden fuego a la
casa y de una vez las quemaron,
¿Con toda la gente dentro?
Con toda la gente, sí. Y al echar fuego a la casa, de
una vez queda la casa en cenizas.

Acabaron con las señoras, después, los patojos


Bueno, al final, acabaron con las señoras. Y des-
pués, los patojos, de 12, 15, de 10 años…, de 7, de 8,
de 10 meses, de 8 meses… Los sacan en brazos, con
paz y caridad, y los llevan a una casa, y allí… los
apuñalan, les sacan las tripas a los pobres patojos.
Todavía lo están destripando 21 y todavía están gri-
tando los pobres patojitos.
¡Ay! [casi inaudible]
Solo les hacen así, y aunque estén vivos todavía…
les tiran adentro de la casa, ahí amontonados.
Todo eso pasó. Acabaron de matar a nuestros pato-
jitos, y empiezan con nosotros.
Primero empezaron con las criaturas…
Primero, primero con nuestras señoras, y después
las criaturas.

21 Destripar, quiere decir, sacar las tripas: des-tripar.

 Testigos de la masacre de San Francisco  69


Y después de las criaturas sacaron a los ancianos.

Se acabaron los pobres ancianos


A los ancianos les acuchillaban como que mataran
a un animal. Todavía están gritando los pobres an-
cianos… Pero ¿qué delito tenían?
Se acabaron los pobres ancianos. Y después a los
hombres trabajadores. A esos los sacaron y les de-
jan tirados allá frente a ellos y les meten balazos.
Les tiraron bala…
Sí, se llevan como 4 balazos cada persona.
¡Aaah!, para asegurar que queden…
De una vez, sí.
Y acaban de matar, les sacan en grupos de diez y así
acaban de matar. Entonces los llevan y les dejan tira-
dos también en la iglesia. Allí amontonan a la gente.
¡Ah! ¿En la iglesia les juntaron a todos?
Sí, ahí les metieron y… tal vez Dios es tan gran-
de…, y como ya nos van acabando, ya como 20 o 25
personas estamos todavía en el Juzgado, cuando,
de repente, Dios le tocó la mente a un compañero
que abrió una ventana.

Yo salí por la ventana


Como ya habían prendido fuego al Juzgado, y la
llama va ardiendo y se sentía el calor del fuego, en-
tonces los ejércitos se hicieron a un lado de la ven-
tana, y dejaron la ventana algo…

70 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Abierta.
Abierta. Bueno entonces, así salió el compañero. Y
como vio que ya no se aparecen los soldados, fue-
ron saliendo, volados salieron como 6.
Bueno, finalmente así pensé yo, seguir atrás de
ellos. Pero ¡cómo echaron balazos! Tiraban con rá-
faga. Pero gracias a Dios, yo me salvé.
¿Tú saliste por la ventana?
Yo salí por la ventana, y otros compañeros que sa-
lieron los agarraron y los mataron.
Entonces así fue que nosotros nos salvamos.
… Y todas nuestras cosas quemaron, pues, sacaron
nuestro dinero, nuestros papeles…
¿Y qué delito tiene uno?
Nosotros, ciertamente somos campesinos, pero tra-
bajadores. Nosotros dejamos nuestros animales en
esa finca. Hay unos que tenemos 20, tenemos 15,
tenemos 10 animales…
Y todo eso se quedó…
Todo se quedó allí y nosotros aquí. Nos jodieron
los ejércitos.
Eso es lo que nos sucedió a nosotros, allá en nuestra
aldea.
En San Francisco
En San Francisco. Todos nuestros vecinos, y todas
nuestras familias se quedaron muertos, pues.

 Testigos de la masacre de San Francisco  71


Los hermanos mexicanos nos dan hospedaje
Y gracias a Dios que nuestros hermanos, aquí en
México, y este gobierno de aquí, nos ha dado un
poco de hospedaje. Por la gracia de Dios, tal vez
este es un hombre hijo de Dios. Y los hermanos
mexicanos también nos dan hospedaje para que no-
sotros tengamos todavía nuestra vida. Pues gracias
a Dios que ahora felicito aquí a nuestros hermanos
mexicanos que nos han dado hospedaje aquí, a to-
dos nuestros hermanos guatemaltecos que estamos
aquí refugiados, pues.
Pues nosotros venidos con las manos vacías. Ya
no tenemos sombrero, ya no hay caites, ya no hay
pantalón… Pero gracias a Dios, que los hermanos
mexicanos nos regalan algo para cubrir un poco
nuestros cuerpos.
Eso es lo que estamos nosotros sintiendo por aquí.
¿Cuánto tiempo hiciste para venir, desde allá, desde San
Francisco, hasta acá, hermano?
Pues yo salí…
¿Se vinieron en grupo, o viniste tú solo?
Hay otros, junto otros compañeros vinimos. Sali-
mos de San Francisco como a las 7 de la noche. Yo
andaba en la noche con frío y lloviendo, así llegué
yo a Yulaurel como a las 6 de la mañana. De ahí
seguimos para entrar aquí a México, aquí llegamos
como a las 10 de la mañana, con los hermanos que
nos dieron hospedaje.
Y tú, ¿conocías ya estos lugares?
¡Cómo no! Si ya tengo algunos conocidos, aquí en
la frontera. Por eso me vengo acá, porque yo ya no

72 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


tengo hermanos ni hermanas, ni padres, nada, yo
vengo solito, huérfano, pues. Gracias a Dios que ya
tenía… [conocidos].
¿Estabas casado?
Sí, soy casado.
¿Y murió también tu mujer?
Se murieron todos.
¿Cuántas criaturitas tenés, hermano?
Yo tengo como 4.
¿Se pudieron salvar las criaturitas?
¡Ah!, eso sí ya no, como son chiquitos. Tenía otro
hijo de 13 años, pero no pudo escapar, lo mataron
también.
Saber qué pensaría el gobierno de nosotros. Qué
culpa tenemos nosotros, nosotros somos trabaja-
dores, agricultores y cuántos trabajos hacemos.
Porque ahí en esa finca, nosotros teníamos nuestra
milpa, todo. Pero de hoy en adelante…
¿Cómo están pensando en hacernos esas cosas a
nosotros? Y nosotros, sin culpa, estamos sufriendo
aquí, de balde.
Sí eso es.
Pues, muchas gracias, hermano.

 Testigos de la masacre de San Francisco  73


“Entonces llegó el helicóptero a dejar sus comestibles,
su comida de ellos…, pero ellos llegaban a pie.”

74 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”



“Solo una bala pasó
rozando mi cabeza”22

A Mateo Pérez Ramos (T2)


Esta entrevista, como la segunda, con T1, es más larga y
detallada. Y también, ya han pasado dos meses. Hay más
reflexión.
La ocasión: lo buscaron los entrevistadores en el ejido
mexicano, Santa Marta, cercano a La Gloria, donde fue
la segunda entrevista. No tenemos más datos.
“Le rozó la bala en la cabeza”: este es un detalle que lo
identifica ante la gente. No lo dijo en la anterior, pero
siempre lo repetía en otras entrevistas, como causa de su
pérdida de memoria.
T2 tiene más conocimiento del mundo externo a su co-
munidad. Su castellano es menos chujizado que el de T1.
Concedió muchas entrevistas. Muchas, con ocasión de la
preparación del juicio de genocidio. Conocemos 10 entre

22 Entrevista realizada en la Colonia Santa Marta, Chiapas, junto


a la frontera de Guatemala por Fernando Soto Tock y otro miembro
del Comité Pro Justicia y Paz de Guatemala en el mes de septiem-
bre de 1982.

 Testigos de la masacre de San Francisco  75


1982 y 2006. Pero se fue quedando sin memoria. Él lo
achacaba al “rozón de la bala”, al susto.
Tal vez el silencio creciente sobre los hechos de la ma-
sacre se debiera a la contradicción que vivió de haber
creído en un ejército que luego los masacró, pues, en su
discurso deja entrever el asombro de que una cosa así
haya sido ordenada por la autoridad de Guatemala, el
ejército, la entidad que se suponía que tenía que prote-
gerles, les ataca.
Este un hecho que excede a su comprensión de gente
sencilla, que presume en el que manda el sentido de la
justicia y equidad. Tal vez porque en la cosmovisión in-
dígena, autoridad es sinónimo de servicio.
Y estas son sus palabras…

Yo me llamo Andrés Lucas Carmelo23 y soy de la


aldea San Francisco, del municipio de Nentón, de-
partamento de Huehuetenango.
Voy a contar lo que vi cuando pasaron los ejércitos.

La primera pasada fue el 24 de junio


Porque yo lo vi. Pasaron, pues, los ejércitos a inves-
tigar cómo estamos nosotros en nuestras aldeas.
La primera pasada fue el 24 de junio del año…
23 El testigo usó este nombre de un difunto para protegerse en
1982. Cuando se puso la grabación ante la comunidad de Yulaurel,
aldea de parientes de los sobrevivientes, el 1 de octubre de 2008,
la gente dijo unánimemente que era la voz de Mateo Pérez Ramos,
recién desaparecido el 15 de agosto de 2008.

76 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


ochenta y uno..., no, 82. Fue en este año, cabal, en
este año en curso.
Ellos dijeron que trabajemos tranquilos, quieren
que estemos contentos. Así dijeron:
 Vamos a ver cómo hacemos, tal vez el gobier-
no va a mandar un poco de abono para uste-
des, porque estamos viendo que su trabajo de
ustedes es bueno. Porque nosotros no quere-
mos que se disgusten sus familias. Nosotros no
queremos que se vayan ustedes con las gue-
rrillas. Porque los guerrilleros son muy men-
tirosos, son engañosos. Por eso nosotros esta-
mos pasando con ustedes, para ver si todo está
tranquilo. Porque nosotros estamos haciendo
nuestro trabajo, ¡un gran trabajo estamos ha-
ciendo nosotros!
 Está bueno, dijimos nosotros.
Entonces nos hablaron así:
 Queremos decirles que lo más importante para
ustedes es que estén aquí en sus casas, que no
salgan, porque ustedes, sí son trabajadores
campesinos. Pues, si vamos a venir otra vez a
investigar, y si ustedes están tranquilamente en
sus casas, está bien; pero, si ninguno de ustedes
está en sus casas… ahí sí, los tenemos que ma-
tar a ustedes, porque ustedes son los que están
dañando a Guatemala.
Eso nos dijeron ellos. Y nosotros solo contestamos:
 Nosotros no sabemos nada de eso. Nosotros
estamos trabajando aquí honradamente, para
nuestras familias, para buscar su comida, para
que nuestros hijos no sufran hambre, tampoco

 Testigos de la masacre de San Francisco  77


nuestras mujeres. Nosotros tenemos animales
aquí en la finca, y los estamos manteniendo.
 Está bien, está bien, dijeron.
Después, llegaron ellos a mi casa y les di un po-
quito de café, y después llegaron contentos a la al-
caldía. Allí… pasaron unos dos, tres días, y están
tranquilos.

Vamos a regresar otra vez, no tengan miedo


Y después, cuando salieron, nos dijeron:
 Ustedes estén tranquilos. Porque nosotros va-
mos a dar vuelta con ustedes. Vamos a regre-
sar aquí, a su aldea, pero no tengan miedo de
nosotros, porque nosotros somos el ejército del
gobierno. Ustedes quédense tranquilos, ahí se
les cuida a ustedes también, dijeron.
 Está bueno, con mucho gusto, dijimos.
Hasta les agradecimos a ellos…
Entonces salieron, pero nosotros sabemos por qué
llegaron ellos, es porque nosotros les estamos dando
comida. Les estamos dando de comer, todo lo que no-
sotros comemos, les estamos dando a los ejércitos.
Pero ellos nos dicen:
 Vamos a regresar, no tengan miedo, no huyan
de nosotros. Por ustedes estamos nosotros aquí,
defendiendo a Guatemala, para ver a ustedes
nos mandó el gobierno, para investigar cómo
están aquí ustedes en sus aldeas.
 Pues está bien, porque nosotros estamos tranqui-
los, estamos trabajando, porque aquí está nues-

78 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


tro trabajo, aquí está nuestra casa.
Así dijimos.
 Pues está bien, ojalá que ustedes estén así, tran-
quilos. Vamos a regresar otra vez, pero no ten-
gan miedo.
Así nos dejaron dicho.

A la segunda pasada, nos vienen a masacrar


Y después, la segunda pasada…, y ya nos vinieron
a masacrar a nosotros.
Fue el 17 de julio de este año en curso.
Llegaron los ejércitos aquí a nuestra aldea como a las
11 de la mañana.
¿Cómo iban vestidos?
El vestido que ellos tienen es algo morado y pin-
tillo. Así se miran esos trajes que ellos traen, así
como visten los ejércitos.
Pues sí, como a las 11 llegó también el helicóptero.
Juntos llegaron porque tienen radio y se están co-
municando, pues, a qué hora llegan ahí.
Entonces llegó el helicóptero a dejar sus comesti-
bles, su comida de ellos…, pero ellos llegaban a pie.
¡Ajá, Y… ¿Cómo era el helicóptero?
El helicóptero es … blanco, sí, solo blanco, así lo vi
yo. Pasaron cerca, pues.
Hasta allá donde quedó el helicóptero yo no llegué,
para qué voy a mentir, porque yo estoy trabajando
cuando escuché el ruido del helicóptero, ahí en el
campo de futbol aterrizaron.

 Testigos de la masacre de San Francisco  79


Después cuando ya se levantó y se fue y ya se está
yendo, es cuando yo llegué.
Yo sé que traen comida porque nuestros compañe-
ros fueron a sacar la carga que traían ellos, la carga
de comestibles para los ejércitos.
Allí la dejaron, entonces nos hablaron los compa-
ñeros:
 Esto fuimos a sacar del helicóptero. Trajeron bas-
tantes cajas de comestible, las fuimos a buscar.
Eso dijeron ellos.
¿Adónde llevaron la comida?
La llevaron a la escuela, allí amontonaron toda la
carga. La comida y otras cosas más, cosas bien pe-
sadas:
 ¡Tan pesadas!, así dijeron los compañeros que
las trajeron.
Allí están, pues, y ya amontonada la carga… al Juzga-
do de la alcaldía.
Así pasó. Y luego nos llamaron. Pasaron los ejér-
citos por las casas para que fuéramos al Juzgado,
porque allí van a hablar.
 Va a haber una reunión. Va a decir un discurso
el coronel para ustedes. Vayan ustedes a escu-
char y póngale atención.
Así dijeron los ejércitos. Así pues, me contó mi mu-
jer que dijeron, cuando llegué a la casa.
 Está bueno.

80 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Nosotros no sabemos qué culpa tenemos
Entonces yo me cambié toda mi ropa y fui donde
ellos.
Como nosotros no tenemos culpa, no estamos pen-
sando que lleguen a matarnos. Como nos dijeron la
primera vez que pasaron:
 Ustedes están bien, no tengan miedo de noso-
tros.
Entonces, así estamos nosotros, confiados.
Entonces nos dijeron que entráramos al Juzgado de
la alcaldía.
Llegué yo y saludé y ellos decían:
 Váyanse ustedes adentro del Juzgado de la al-
caldía.
A toda la gente que llegaba, allí les van metiendo.
 Porque vamos a hacer una reunión, decían.
Así llegamos, y después llegaron las mujeres.
¿A las mujeres las metieron también allí?
No, nos dividieron, las mujeres se fueron a la iglesia.
Solo los hombres mayores están entrando al Juzgado.
¿Qué iglesia era… católica…evangélica?
Iglesia de diócesis, es iglesia católica, no es evan-
gélica.
Ahí metieron a las mujeres con toda nuestra fami-
lia, con los niños, pues. Las mujeres llevan a nues-
tros hijos ¿acaso los vamos a llevar nosotros? Como
ellas son madres, ellas llevan a sus hijos.

 Testigos de la masacre de San Francisco  81


Así pues, las juntaron a todas las señoras con todos
los niños. Entonces ya vieron que no queda nadie
en las casas, está limpio todo.
Entonces regresaron ellos para saquear nuestras
casas y sacar todas nuestras cosas que tenemos en
la casa. Todo se lo llevan: ropas, grabadoras, radio,
relojes, pisto… todo lo que hay en la casa lo están
recogiendo.
¿El dinero también?
¡Tooodo! Todo el dinero sacaron. Por eso digo yo:
 ¿Cuánto dinero sacaron?
Porque allí, en San Francisco, con nosotros, hay una
cooperativa. Hay guardados 10,000 quetzales24; y
más de las cuentas de los compañeros. Hay unos
que tienen sus 100, unos que tienen sus 200, unos
tienen sus 50, unos tienen 300, 500, hasta algunos
tienen 1,000.
Y todo el dinero recogieron los ejércitos. Todo… y
relojes, ropas buenas, gallinas… todo, todo, lo que
está allí lo agarran.
Nosotros estamos viendo que andan ya con las ga-
llinas y con los huevos, ya sea en canastillas, ya sea
en ollitas… Allí lo están juntando, ¡Cuántas cosas
están juntando allí en el patio de la escuela!
Allí llevaron todas las cosas que van a comer. Y
todas las tortillas de nuestras señoras se llevaron,
pues, en unos dos o tres canastos, las que juntaron
en las casas, las llevaron para comer.
Después que acabaron de sacar todas nuestras co-
24 Entonces el quetzal estaba a la par del dólar.

82 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


sas…, en fin, saber qué pensaron, pues, pidieron un
toro:
 Ahora nos van a dar ustedes dos toros a noso-
tros, nosotros los vamos a comer, porque por
ustedes estamos llegando aquí. Vamos a hacer
una fiesta nosotros con ustedes, aquí, ahorita.
Así dijeron. ¿Cómo íbamos a pensar nosotros que
nos van a matar si así dijeron?
 Está bueno, lo vamos a dar, dijimos.
 Pero nos van a dar el toro de ustedes, no de la
finca, dijeron.
 ¿Acaso nosotros somos sinvergüenzas? Nosotros
somos trabajadores, tenemos animales ahí con
el ganado. Ahí van a ver la marca que tienen los
animales que les vamos a dar a ustedes, dijimos
nosotros.
 Pues, está bien, dicen.
Llegaron los toros, pues. Y los mataron.
¿De quién eran los toros?
De uno que se llama Pedro y el otro se llama An-
drés. Un mi hermano es él.
¿Y se los dieron regalados?
Regalados, pues, como los ejércitos los pidieron de
gratis… No los están pagando.
Además, nosotros tenemos miedo, como llevan
armas, pues, y balas, muchas balas llevan ellos…
Se asusta uno, porque no sabemos cómo se mane-
ja eso. Porque nosotros somos campesinos, pues,
agricultores, somos trabajadores.

 Testigos de la masacre de San Francisco  83


Pero así nos pasó. Se llevaron el toro, lo mataron y
lo comieron.
Y ¿dónde lo mataron?
¡Allí!, en el patio de la escuela. Allí lo mataron, lo
pelaron, pues, y comieron su carne, con las tortillas
que recogieron de las casas, ellos están comiendo.
Bueno, después de acabar todo eso, cerraron la
puerta del Juzgado. Pero como tiene dos o tres ho-
yitos la ventana, por allí estamos mirando nosotros.
Entonces, vimos que ellos entraron a sacar a nues-
tras señoras de la iglesia. Unos llevaban como a 20,
otros llevaban a 10.

A las señoras… primero las violaron, lue-


go las mataron con bala…
Por grupos se van ellos a las casas. Unos grupos de
doce, otros de quince… los ejércitos con las seño-
ras. Allá se van a violar a las señoras en las casas.
Acaban de violarlas, y entonces les meten bala. Me-
ten balazo a las señoras, pues. Acaban de matar a
las señoras, y entonces echan fuego a la casa….
Sí, así fue. Primero las violaron, luego las mataron
con bala, y finalmente prendieron fuego a las casas.
Y las casas se quemaron con todas dentro…
¡Pobres nuestras señoras, quemadas por el fuego!
Sí, así hicieron ellos, todos ellos… Se metieron a las
casas, van como diez o quince ejércitos, primero a
violar, después a matar.
Así por grupos van ellos, con nuestras señoras.
Y todos nuestros hijos se quedaron encerrados en la

84 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


iglesia, y están llorando, están gritando ¡los pobres!
Nuestros hijos nos están llamando a nosotros. Pero
al final, se callaron. Los acabaron, pues.
¿Estaba lejos la iglesia del Juzgado?
¡Nooo, está cerca! Casi como la distancia de donde
está esa escuela [señalando el edificio de la escuela
donde tiene lugar la entrevista]
Sí, aquí está el Juzgado, allí está la iglesia. Es poca
la distancia, como unos 20 metros.

A cuchilladas los mataron


¿Ustedes oyeron que los niños estaban gritando?
¡Ah, sí! ¡Cómo están gritando los niños! Y como ya
unos son grandecitos, vieron ir a sus mamás y se
quedaron tristes.
Ya están matando a sus mamás y ellos están gritan-
do. Nos están llamando a nosotros.
Eran niños bien pequeños… De cinco, siete, ocho
años… dos años…Allí llevaron a todos, dentro de
la iglesia.
Sacaron a las mamás y después que las acabaron
de matar a todas, entonces sacaron a los patojitos…
De dos años, de un año y medio, de tres años… los
sacaron en sus brazos; ya a los de diez años, doce
años, ocho años, cinco, seis años… ya los llevaban
en grupo también.
En grupo, pues, los llevan para acuchillarlos. A cuchi-
llo los mataron.

 Testigos de la masacre de San Francisco  85


Lo vimos nosotros
¿Ustedes vieron cómo los mataron?
¡Cómo no! Lo vimos nosotros
Vimos cómo los mataban enfrente de la iglesia, en
una casa que está frente a la iglesia, allí metieron a
los pobres patojitos. Los agarran por el pelo de sus
cabezas, echan el cuchillo a la barriga, pues, y les
destripan a los pobres patojitos.
Y todavía están llorando cuando los acaban de des-
tripar y les tiran adentro de la casa… y a otro… lo
mismo. Los acuchillaban afuera, después los tiran
adentro de la casa.
Sí. Así lo hicieron. Los tiraron allá a unos cuantos y
nosotros nos damos cuenta. Lo estamos mirando y
estamos asustados, porque ya vamos a morir junto
con nuestras familias…
Eso lo vimos nosotros. …Y después los chiquitos
de tres, cuatro años… en brazos los traían, sacan
sus cuchillos y empiezan a acuchillarlos, todavía
están gritando fuerte, y los tiran adentro.
Acabaron con todas nuestras familias ¡pobres nues-
tras familias!
Entonces le prendieron fuego a esa casa también de
una vez.
¿Cómo hicieron para quemar las casas?
Ellos están echando… tal vez es gasolina, como
ellos llevan como escobillas, las meten en una bo-
tella y ya mojadas, las tiran, las sacuden y las tiran
en la casa.
Como está lloviendo no arde fuerte, por la lluvia,

86 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


entonces les echan fuego con una cerilla, prenden
fuego y así arde la casa.
Sí, así hicieron para prender fuego a la casa, frente
a la iglesia.
Entonces sacaron al último niño, y es un pequeñito,
tal vez de dos años o tres… eso lo vi yo… lo sacaron y
lo acuchillaron, lo destriparon, pues.
El pobre patojito está gritando, porque no está muer-
to, entonces había allí un trozo de madera y lo agarró
al pobre patojito ese señor y le dio un su golpazo…
le quebró la cabeza… y lo tiró adentro…
¡Yo vi, yo vi! Cómo lo agarraron de los pies y le
dieron duro en la cabeza, lo golpearon y la cabeza
se partió… lo vi todavía, cuando… ahí entonces lo
tiraron, pues, adentro de la casa.
Y los ejércitos llegaron con nosotros, y nosotros que
estábamos viendo, ya dejamos de mirar, porque lle-
garon los ejércitos a acabarnos también a nosotros.

Empezaron primero con los pobres ancianos


Ya habían acabado con nuestras familias, con nues-
tros hijos, y después empezaron con nosotros.
Empezaron primero con los pobres ancianos. Y los
ancianos dijeron:
 ¿Qué culpa tenemos? Señooor, nosotros es-
tamos cansados, no estamos pensando nada
malo, ya no servimos para nada.
 ¡Qué nada, ni qué mierda!, ¡qué cansado, ni
qué… afuera!, dice.
Y sacaron a los pobres ancianos y les acuchillaron.

 Testigos de la masacre de San Francisco  87


Pero les acuchillaron como que fueran animales, y
eso, risa les da a ellos, cuando los están matando.
¡Pobre la gente! ¡Está llorando! ¡Cómo están
sufriendo los pobres ancianos!
Porque a los ancianos los mataron con machete,
pero con machete que no tiene filo. Les ponen en-
cima de una tabla, y ahí empiezan a acuchillar, con
un cuchillo ya oxidado que llevan ellos, y apenas se
rompe el pescuezo.
El pobre anciano está gritando:
 ¡Aaaay!, ¡Aaaay!, dice, pues, el pobre anciano.
Le están degollando ¡Pobre gente!
Entonces, solo a ese le hicieron así. Después a otro
lo sacaron y lo apuñalaron bajo las costillas, ahí
le metieron cuchillo. Lo rompieron, pues. Ese ya
no sufrió tanto. Pero al primero… ese sufrió bas-
tante porque le estaban degollando, poco a poco.
¡Mmm…!, así con ese cuchillo que no tenía filo.
¡Mmm…!, puro oxidado estaba el cuchillo.
Entonces trajeron nuevos cuchillos.
 Tal vez hay alguno, dijeron.
Entonces a los demás los apuñalaron en las costillas.

¡Chorros de sangre salían!... y risa les da a ellos


Ahí les abren un hoyo grande y ¡cómo sale a cho-
rros la sangre! Y eso a ellos, risa les da…
Y después que acabaron de matar a los pobres an-
cianos, y empezaron con nosotros, balaceando.
¿Cuántos ancianos mataron a cuchillo?

88 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Como a doce, doce ancianos mataron a cuchillo.
Y después que acabaron con ellos, nos empezaron
a sacar a nosotros, los hombres adultos, hombres
trabajadores.
Empiezan a sacar por grupos, nos sacan a nosotros
de diez en diez. Sacaron diez y entonces unos diez
ejércitos ya están allí parados cuando llegan. Allí
les botan, pues, en el patio del Juzgado.
Sacan a diez y los botan en el suelo y allí les ba-
lacean. Acababan de matar a los diez y cuando se
amontonaron, llegan los demás ejércitos y los lle-
van a la iglesia.
A los muertos los llevaban a la iglesia.
¿Y para qué los llevaban a la iglesia?
Pues eso sí ya, no sabemos. ¿Por qué metían a la
iglesia a los cadáveres?
Pero cuando yo salí, cuando me escapé pues, desde
un cerro vi yo las llamas de fuego en la iglesia. Allí
los quemaron.
¿Quemaron la iglesia?
Quemaron la iglesia junto con los cadáveres.
Sí. Así pasó todo.
¿Y usted, estaba allí con los hombres que iban sacando
para matarlos?
Sí, allí estaba yo. Encerrado también. Porque allá
estaba parado un centinela para que no salga nadie.
Allá estaba parado el soldado y sacaba a uno por uno.
¿Y qué hacían los hombres cuando los iban sacando?

 Testigos de la masacre de San Francisco  89


Se quedaban mirando… Es como sacar ovejas… no
hay qué decir… Solo les llaman:
 Pase usted, pase usted.
Así dicen no más, están llamando.
 Sálganse fuera.
 Está bueno.
Y los demás, los que estaban viendo, ¿qué hacían?
Se asustaban, siempre se asustaban, porque noso-
tros estamos viendo que a nuestras señoras allí las
mataron a puro balazo, entonces, ya estamos pen-
sando los hombres:
 Ahora nos va a matar a todos el ejército.
Y nos dicen:
 ¿Qué están platicando? No vamos a hacer nada
con ustedes, dicen los señores.

Que Dios les acoja porque ya no hay más


Y sus compañeros, ¿qué hacían?, ¿qué decían?
Pues están rezando a Dios Padre, para que les sal-
ve, para que Dios les acoja, porque ya no hay más.
¿Qué puede decir uno? Porque está todo cerrado,
está bien cerrada la puerta del Juzgado.
Todos están orando a Dios Padre para que reciba
sus almas, para que les dé su santa bendición.
Solo eso estamos haciendo nosotros cuando saca-
ban a nuestros hermanos. Todos rezando adentro
del Juzgado, para pedir a Dios, que Dios nos dé la
bendición a nosotros.

90 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Pero… ¿Por qué vienen nuestros mismos herma-
nos a matarnos? No es una enfermedad, Dios no
nos está mandando un castigo.
Nosotros mismos nos matamos. Y por eso estamos
rezando, ofreciéndole a Dios, es lo que estamos ha-
ciendo nosotros, cuando los ejércitos sacan a más
hermanos a matarlos, a los amigos, pues.

Empezamos a salir por la ventana


Y usted, ¿cómo fue que se escapó de esa muerte?
Pues yo… mis compañeros ya pocos quedaban,
unos 20 o 25, ya pocos estamos vivos. Ya los demás
están muertos.
Al sacar a otros diez hermanos, para matarlos, en-
tonces empezamos a pensar, un compañero bajó la
cuña de una ventana y abrió la ventana. Y cuando
la abrió, ya estaba el fuego prendiendo el tejado del
Juzgado. Es un techo de teja25 y está ardiendo ya.
¿Le echaron fuego al Juzgado?
Echaron fuego al Juzgado, sí. Ya está el fuego, ya
está la llama, se siente calor.
Entonces, el ejército, se había alejado de la ventana,
se había quedado a un lado. Entonces cuando vio el
compañero que ya ninguno está junto a la ventana,
es cuando abrió la ventana.
Entonces, empieza a salir por la ventana y siguie-
ron más compañeros. Tal vez salieron como unos 7.
Pero no todos lograron escapar. Ya solo como unos
tres nos escapamos y nos salvamos, los demás ca-
25 Tejamanil, le llaman, de madera. Del náhuatl, tlaxamanilli,
tablitas, astillas. Tla = Cosa, Xamania = astillar

 Testigos de la masacre de San Francisco  91


yeron, los mataron a ellos.
Cuando salimos, ellos echaron balacera ¡cuánta ba-
lacera nos echaron a nosotros!
En total éramos 7 los que íbamos huyendo, pero
como a 4 mataron mientras iban huyendo.
Y a usted, ¿le dispararon?
Sí, ¡ajá! Me echaron bala, pero como Dios es tan
grande… así me salvó, pues. Ninguna bala me tocó.
Para qué le voy a mentir. Ningún balazo. Nuestro
Dios Padre sabe por qué me salvo yo.
Sí. Así nos pasó, pues.
Solo una bala pasó rozando mi cabeza. Y todavía
me arde mi cabeza cuando salí afuera y yo me sen-
tía puramente sonso, por la bala que había rozado
mi cabeza. Así me pasó.
Despacio voy, como desmayado por el susto
No mucho corría porque ya estoy desmayándome
por el susto. Me voy despacio. Pero por la gracia de
Dios, me había salvado. Ya no puedo correr mucho
por el miedo, voy tanteando el paso, porque ya no
podía aguantar por el desmayo y el susto, pues.
Yo quería correr, pero ya no podía por el miedo,
pero sí, avanzaba. Dios siempre me ayudó bastante.
Así me pasó. Me escapé de la guerra.

Recordando los nombres de los muertos


¿Usted sabe cuántos hombres mataron allá frente al
Juzgado?
¡Aaah! Mataron como a unos sesen.., como a 56.

92 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


¿Y cuántos niños mataron frente a la iglesia?
Poco más o menos como 120. ¡Mmm! Sí, como 120
niños.
¿Nos puede decir algunos nombres de las personas que
mataron allá en San Francisco?
Mataron a unos mis hijos, uno se llama Felipe Lu-
cas, de 10 años. Tengo tres hijos, otro se llama Mi-
guel Lucas, es de 8 años. Y una mi hijita, se llama
María Lucas, de 5 años. Y otra mi nenita que tiene
como 2 años, se llama Catarina Lucas.
¿Y su señora, cómo se llama?
Mi señora se llama Isabela García.
¿Y hay familiares o amigos suyos que hayan matado allí?
¡Cómo no! Tengo mis parientes y mis familiares,
como María Ramos y Angelina Ramos. Y Eulalia
Lucas, también… y con todas sus familias.
¿Y niños?
Niños hay como 3. Hay uno de edad de 7 años, otro
de 5 años y otro de 2 años.
Y luego están las demás señoras que mataron.
Como Petrona Lucas, Eulalia Alonso, también y
con sus hijos.
Hay uno que se llama Miguel Mendoza y otro se
llama Lucas Mendoza y otra se llama Eulalia Men-
doza. Esos son hijos de las señoras que mataron.
Y otras parientes, pues, Isabela García Lucas y sus
familias, María García, y una nietecita que tiene
como la edad de dos años que se llama Juana García.
Esos son los nombres exactos de mis parientes que
han muerto.

 Testigos de la masacre de San Francisco  93


De otros no podemos contarlos todos. Como por
cientos los llevaron, pues, para masacrarlos.
Y ¿otros amigos que usted recuerde?
¡Cómo no!
Recuerdo a Eulalia Paiz Paiz y a María Paiz Paiz.
También a sus hijos: hay uno que se llama Miguel
Paiz y otro Mateo Paiz. Esos son sus familiares, pa-
rientes, que yo conozco.
Quiero preguntarle ¿Cómo sabe que fue el ejército el que
hizo esa matanza y no fueron los guerrilleros? Porque el
gobierno de ahora, está diciendo que quienes están ma-
tando, quienes están haciendo esas matanzas en todas las
aldeas, son los guerrilleros… Entonces la pregunta es:
¿cómo sabe usted que eran los soldados?
Bueno, yo vi a los ejércitos que vinieron a matar-
nos a nosotros con sus uniformes verdes y oscuros,
como de color café y pinto. Bien armados llegaron
a fusilarnos a nosotros.
Eso sí, es gente que están bien preparados, con to-
das sus armas, y llevan bombas. Todo lo vi yo, con
mis propios ojos. Y por eso digo, bien sé que son los
ejércitos del gobierno que llegaron, pues, a fusilar-
nos a nosotros.
Y después que llegaron ellos, bajó un helicóptero
para dejar sus comestibles, pues. Yo vi el helicóp-
tero, estoy trabajando, abonando la milpa, cuando
escucho el ruido del helicóptero. Y fui corriendo a
mi casa, y entonces, cuando yo llego, ya está volan-
do otra vez el helicóptero, ya se va de regreso y lo
vi entre la neblina, y se ve como blanco26. Eso vi yo
también.
26 Blanco, helicóptero civil, señal de la participación de civiles
con dinero, en la masacre. No es el único caso.

94 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Yo le digo que los que llegaron allí, no son guerri-
lleros, porque es otro uniforme el que tienen; según
me contó mi señora, pues, que los guerrilleros, su
traje es verde, no más. Ese es su traje de ellos, pues,
según me dijeron, porque yo no los vi, porque es-
toy trabajando en Yulaurel.
Eso es lo que puedo decir.
También puedo decir que las botas de los guerrille-
ros, según me dijo mi finada señora, que llevaban
cuando pasaron a quemar la casa grande del dueño
de la finca, que son botas de hule.
Eso fue lo que me dijeron, pues, porque yo no lo vi.

 Testigos de la masacre de San Francisco  95


No, hermano, mejor no manchamos nuestras manos.
Nos morimos, nos morimos; pero no nos vamos igualar con ellos.

96 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”



“Váyase a buscar el toro
que vamos a comer, dijo” 27

Andrés Paiz García (T3)


Esta entrevista contrasta con las anteriores, porque ya
han pasado casi 26 años desde la masacre.
Se trata del testigo que “salió a buscar los toros” y ya no
volvió, aunque sus acompañantes sí, solo a morir. Ha te-
nido tiempo para oír la historia de muchos otros y armar
un relato mayor. Es un testigo profesional. Todo de me-
moria. Sin usar papel. Excelente memoria. Es reconocido
como especialista (no usan esta palabra) de la masacre
por otros sobrevivientes.
Por eso, el testimonio es algo más complicado. Cita a otros.
Muy conocidos para él, pero no para quien lo escucha.
¿Dónde habla? Se encuentra en Guatemala en un lugar
distinto de las dos comunidades de sobrevivientes. Está
en su casa, pero no en una de esas dos comunidades, en
las que, como sobreviviente de la masacre, se espera que
27 Entrevista recogida por Ricardo Falla en el 2008 al testigo en su casa
de la aldea fronteriza de San José Yulaurel, San Mateo Ixtatán, Guatemala.

 Testigos de la masacre de San Francisco  97


estuviera residiendo. Se encuentra en la comunidad de
los que fueron patrulleros y apoyaron al ejército. Por
conflictos internos, se separó de las otras comunidades
años después de la masacre.
Sin embargo, en su testimonio no excusa o defiende al
ejército en ningún momento. Su identidad es la de ser
de San Francisco, algo central para cualquier reclamo
de tierra.
Es un testimonio puente: su voz puede dar idea de cómo
el testimonio puede cambiar con el paso del tiempo.
¿Cómo la narrarán sus hijos, que la vivieron, y los más
jóvenes que no la vivieron? Es la transformación de la
memoria de generación en generación.
Y después de tantos años, el testigo recuerda…

Vamos a buscar los toros


¿Cómo salió usted de San Francisco?
Salí pues… porque pidieron un toro para comer, a
mi hermano Francisco. Primero pidieron solo uno,
y después pensaron que son bastantes y no alcan-
za, entonces pidieron otro. Entonces preguntaron
al Francisco
 ¿Ustedes van a dar otro toro para comer?
 Está bueno, dijo él.
Entonces habló él otra vez con los familiares que
estaban encerrados en el Juzgado. Ahí pensé, pues
y me dije, a lo mejor voy a salir y de una vez ya no
vuelvo. Entonces me levanté…
¿Le dijo usted a Francisco…?

98 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


No, Francisco está afuera. Tal vez estaba amarrado,
pues. Como ellos [el ejército] dijeron que es coronel
de los guerrilleros, están amarradas sus manos así,
con otro compañero que se llama Pascual. Entonces
no está con nosotros en el Juzgado, pues. Afuera
están.
Entonces, yo me dije: yo voy a salir, ya no voy a vol-
ver. Así pensé. Me levanté.
Tengo un mi hijo, ya tiene, yo creo que ya tiene 20
años, ya tiene él un su hijito. Yo no le dije nada.
¿Cómo se llamaba ese hijo?
Mateo Paiz.
¿Y él estaba en el Juzgado?
Sí, junto a él estaba yo sentado, pero yo ya no pen-
sé hablar con él. Tal vez si hubiera salido conmigo
afuera… Podemos decir a los ejércitos, como ese
toro es bravo, acaso podemos traer uno bravo, así
lo hablaré con ellos. Así pensaba yo, pero ya no
pude hablar con él. Entonces me salí yo y dejé sen-
tado mi hijo. Salí yo en fuera pues.
 Entonces, ¿voy a buscar al toro?
 Está bueno, ¿sos patrullero?
 Sí, soy patrullero.
 ¡Ah!, bueno. Solo los patrulleros tienen derecho
a ir a buscar, dijo él [el soldado].
 Está bueno, le digo.
Entonces me dieron mi soga, pero no miré al que
me entrega mi soga. Dice que es mi hermano; por
eso dijo mi hermano el Marcos [Marcos Domingo]:

 Testigos de la masacre de San Francisco  99


 Entonces por poco no moriste de miedo, dijo.
Tal vez pues, como yo lo miré bien colorado, por-
que yo no miro si es limpio el día, como por el mie-
do ya no distingo, parece que estoy en la oscuridad.
Salí, pues.
Entonces ya hablé con mis compañeros:
 Miren ustedes…, como es mi compadre…
 Mire compadre te vas a ir conmigo.
 ¿Por qué?
 Yo ya no voy a venir a entregar el toro aquí, co-
mencé a decirle.
 ¡Aaah!, no compadre, ¿qué tal si van a matar a
las pobres gentes por el ganado.
 De por sí van a matar a las gentes, porque están
bravos estos hombres, esos señores, le dije.
 ¡Ah!, nosotros sí vamos a venir a dejar.
 Está bueno, si tienen ese gusto de morir. De por
sí vamos a morir, no nos van a dejar así nada
más, le dije.
 ¡Ah!, pero tu camisa es amarilla, dijo.
 ¡Ah!, aunque me apuntaron, de una vez me voy
a ir, voy a bajar a Yulaurel.
Lo apuntaron ¿cómo así?
Me apuntaron en su lista los ejércitos. Pero…
 De una vez voy a ir, le dije, voy a bajar a Yulau-
rel, entonces yo no más voy a pasar al establo,
le dije.

100 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Sí, pues. No, nosotros vamos a venir a dejar el
toro.
 Está bueno, si tienen el gusto de morir…, de por
sí se van a morir ustedes, los van a matar a us-
tedes, le dije.
Entonces fui yo con él. Y estamos buscando y bus-
cando en ese potrero, pero no hay ganado. Entonces
nos salimos en esa rejoya al…
¿En qué rejoya?
Delante de La Bendición.
¡Ah!, sí, sí.
Entonces ya cuando salimos a la rejoya, gritaron
ellos:
 Muchá, mucha, vénganse.
Tal vez eran guerrilleros esos que estaban llaman-
do. Cuando miramos de lejos están de verde, como
que no son soldados. ¡Ah!, pero apuntan con cañón:
 ¡Ah!, si salen ustedes, lo vamos acabar ustedes,
porque nosotros pensamos que son guerrilleros,
dijo.
 No, es que venimos a buscar el toro, pues, le dije.
 ¡Aah!, está bueno, vénganse.
Llegamos, pues, entonces preguntaron:
 ¿Dónde queda ese camino de Sancapech?, dije-
ron.
 Ahí pasa el camino de Sancapech, donde bajó el
helicóptero, les dije. Este camino es de Yulaurel,
les dije.

 Testigos de la masacre de San Francisco  101


 ¡Ah! Hijo de la gran puta. Entonces este es ese
camino de mierda de Yulaurel, dijo.
Tal vez pensaban acabar a la gente ahí también.
 Bueno váyase a buscar el toro, pues, es el que
vamos a comer de almuerzo, dijo.
 Está bueno, le dije.
 ¡Váyase, váyase!
Entonces pasamos delante de La Bendición y ahí
estaban los dos juntos, esos pobres toros. Fuimos a
arrearlos y los fuimos a meter en el toril. Entonces
ahí agarramos uno.
 Bueno lleven el toro, pues.
 ¿Y piensa usted ir a dejar a los ejércitos?, le dije.
 Sí, vamos ir a dejar.
 Yo no voy ir, le dije.
 ¡Ah!, entonces, ¿de veras no te vas a ir?, dijo.
 No.
¿Quién dijo eso?
Un mi compadre me habló así.
 No, yo ya lo pensé, que no voy ir, ¿qué gano con
entregarme a ellos? No, imposible. Nos van a
matar ellos, le dije.
 Sí pues. ¡Ah!, nosotros vamos a ir.
 Está bueno si eso piensa usted, está bueno.
Así estamos platicando cuando llegó un hombre a
limpiar su milpa. Entonces hablé con él. Es Diego,
así se llama.

102 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Mire, vos Diego, ¿no lleva usted su nailon ahí?
 ¡Aaah!, sí le traigo, dice.
¿Y para qué quería un nailon?
Para taparme, saber dónde voy a quedar tirado,
pues, en el monte. Y mi compadre habló con él:
 Mire vos Diego, de repente, todavía tenés tu tor-
tilla, ahí le das a mi compadre. Nosotros… ya…
comimos algo temprano, dijo.
 No, ya lo acabé con mis hijos, dijo.
 ¡Ah!, bueno.
 ¿Entonces te vas ir a entregar con tus dos hijos y
tus hermanos a los ejércitos?, le dije.
 Pero no hay modo, como quedó mi mujer y que-
daron mis dos hijas y… pero Dios me bendiga,
qué tal si se van a salvar o no se van a salvar.
 Mirá, mi mujer quedó con mis hijos también,
pero no hay modo de irles a sacar pues están
bien enrollados los ejércitos.
 No, yo voy ir a ver.
 Está bueno, pues, andá, entregá tu hijo con ellos.
Entonces se fue. Entonces ya el Lucas ya, me había
dicho…
¿Qué Lucas?
Es mi tío. Entonces, me había dicho:
 Si te vas a salir, tal vez vas a encontrar a mi her-
mano, el Andrés, dijo, él vino a trabajar por aquí.
Más delante de la laguna Caíl, dijo.

 Testigos de la masacre de San Francisco  103


 ¡Ah!, tal vez sí pues, y voy a ir a ver mis dos
hijos que fueron a buscar leña con él, donde está
mi milpa, le dije.
 ¡Ah!, está bueno pues.
 Si está donde voy a llegar, entonces voy a ha-
blar con él.
Entonces así me fui pues, porque está trabajando su
hermano cerca. Entonces hablé con él:
 Vení vos Andrés, le dije.
 ¿Qué?, dijo.
 Dice tu hermano que no te vas a meter ahí en
San Francisco, porque vinieron los ejércitos ahí;
están bravos, parece que van a matar a todos. A
tu hermano ya lo han amarrado. Fuimos a car-
gar sus comidas, unas cajas así y ahí lo agarra-
ron ellos, pero saber cómo está ahora, le dije.
 ¡Ah!, pobrecito mi hermano y mi mamá también
va morir y mi papá y mi mujer, lástima, dijo.
 Dice que no te vas ir a meter, que vas a salir. Él
me dijo, dice que vas a…
Como él tiene una su tiendita y hay uno que tiene
su deuda con él, me había dicho, hay unos tiene
deuda conmigo, ahí le dice a mi hermano que la
vaya a cobrar.
Entonces le dije al Andrés:
 Dice tu hermano que vas a cobrar la deuda, tú
sabrás con quién. No más me dijo que vas a co-
brar, le dije.
 Está bueno… ¡Ah!, ¿dónde quedó mi hermano?

104 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Aquí está, bajando aquí en la bajada.
 Voy a ver.
 Andate pues.
 Al menos voy hablar con él mismo, dice.
 Está bueno.
Entonces se fue. Yo me fui arriba de Caíl, como hay
un bordito, algo cerca de San Francisco… Fui a mi-
rar ahí pues.
Entonces lo miré. Los cuatro llevaban el toro, pero
ya cerca, están cerquita, no llega a medio kilómetro,
cerquita llegan del Juzgado, pues.
Entonces…, al rato que llegaron, empezaron a ma-
tar a la pobre gente.
Dice que un viejito…

El Mateo (T1) vio todo y nos contó bien


¿Usted vio o ya no?
Ya no, el Mateo, el que murió en el otro lado [Méxi-
co], él nos contó bien.
Dice que hay un viejito, es viejito, estaba sentado
en una banca… Yo creo que hay unos como cinco,
seis. Ellos no tienen su religión ni nada, son de otro,
otro… ¿cómo se llama?, de esos que no tienen reli-
gión, son paganos.
¿De la costumbre?
Sí de costumbre. Entonces, no más están así, están
rezando, ofreciendo al Padre Dios. Entonces lo ma-
taron. Primero al viejito, fshshshshsh (sonido de filo

 Testigos de la masacre de San Francisco  105


de machete), le metieron machete en la garganta.
¿En la garganta?
En la garganta.
 ¡Aaaay!, no señor, ¿acaso tengo la culpa?, dice.
 ¿Cómo dice que “no tengo la culpa”, cabrón?,
dicen los ejércitos.
Y viene otro, viene otro…
Entonces, ya la gente iba a salir, iban a…a…a matar
a los ejércitos.
 Tenemos machete debajo de la banca.
 ¡Ah!, ¿cómo es eso?
 Somos hombres también tenemos machete. Qué
tal si matamos a unos cuantos, nos vamos entre
ellos, nos vamos así, vamos a matar algunos de
ellos.
Ya mi hermano habló pues:
 No, hermano.
¿Su hermano estaba dentro del juzgado ya?
Sí, está en el patio del Juzgado.
En el patio, ¿él oyó eso atrás?
Sí. Entonces llegó a la puerta del Juzgado, pues,
llegó él:
 No, hermano, mejor no manchamos nuestras
manos. Nos morimos, nos morimos; pero no
nos vamos igualar con ellos. Ellos ya no son hi-
jos de Dios, ya son hijos de la tentación, hijos del
demonio. Nos morimos, nos morimos. Si ver-

106 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


dad vamos a morir así no más, ¿qué tal si vamos
a ganar el cielo?, dice así.
 Sí, pues.
Entonces allí pararon ellos pues.
Pero… entonces cuando iba a salir pues, tiraron esa
granada. Tiraron seis, pero una no reventó, solo
cinco reventaron, dice. Y así contó:
 Entonces estoy pensando, me están empujando
esos hombres, me subo encima de ellos. Ellos
están pataleando así, entonces así me caí al sue-
lo. Así me quedé… Me voy a quedar así, me
dije. Me quedé tirado en el suelo, pues, cuan-
do tiraron la bomba, como siempre se levanta
así, se revienta la bala, pues. Pero no me pasó
nada… Y ahí estaban, tal vez ya son las seis, ya
está bien oscuro. Iba yo a salir afuera. Qué tal si
lo van quemar el Juzgado, pues, entonces, ¡ah,
ah, ah, ah!, me voy a morir así no más. Mejor
me voy corriendo y me van a tirar, solo voy a
sentir cómo es el dolor de la bala. Eso estoy pen-
sando… Entonces ahí entró el ejército pues, me
están alumbrando, alumbrando.
 Ya no hay ninguno, dicen.
 Entonces mi hijo se levantó, quiere salir en esa
pared de adobe pues, mi pobre hijo.
 Bajate, bajate, te van a matar hombre, bajate’,
dice así.
¿El hijo?
El hijo del Mateo.
Ah, ¿sí? ¿Estaba vivo todavía?

 Testigos de la masacre de San Francisco  107


¡Ah!, dice que está bien, vive todavía, no pasó la
bala ni nada. Entonces cuando miraron que iba a
salir, pues…
 ¡Ay!, hijo de la gran puta aquí está otro vivo,
dicen.
Entonces le metieron bala, se cayó encima de los
que murieron. Entonces…, siguió contando el
Mateo…
 Cuando oí pues que hay uno que se está movien-
do así, ¿cómo te llamás, vos muchacho?, le dije.
 Yo me llamo Diego, dice.
 ¿Estás vivo todavía?
 Sí, estoy vivo…
 ¿No pasó la bala con usted?
 No.
 ¿Estás bien?
 Sí, solo mi oreja, aquí pasó la bala, dijo él.
 Ahí mirá si no pasó en tu cuerpo…
 No, no. No pasó nada.
 Hay que rezar ahí, pues, voy a rezar yo. Enton-
ces vamos a salir. Así lo hablé no más. No le dije
que se quita su bota. Yo pensé bien, y me quité
mis botas. Cuando lo miro en la ventana…, y
ahí están… los ejércitos están, ahí lo miran des-
de la escuela. Ya el otro, en ese momento ahí
está parado, no mira. Poco a poco subí yo a la
ventana, entonces me dejé caer. Entonces aga-
chado me fui, entonces como tal vez a unos dos
metros está la bajada que está cerca del Juzga-

108 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


do, bajé y así me fui, ligero pues. Él ya está a
media bajada, y oí…, ‘puuun’. (sonido de caerse
al suelo), así bajó, bajó pues, dice.
 ¡Aaaaay!
 Hijo de la gran puta, aquí está otro vivo, dicen.
Porque él no se quitó la bota.
¿Él no se quitó la bota?
No, no se quitó la bota.
 Entonces me levanté y me fui corriendo, enton-
ces me metí debajo de un ixte, dice.
¿Un ixte?
Un ixte le dicen. Esos ixte tienen espina, no puede
uno meterse debajo, se le queda trabada la camisa.
 No puedo entrar…, solo poco me entré. Enton-
ces ahí el ejército llegó hasta ese bordo. Ellos es-
tán… Yo no me muevo. Está mirando, no me
vio, no más se fue. Son bastantes. Entonces le
llamé…, pero ahí lo mataron, pues.
¿Entonces el Diego corrió adelante?
Sí. Así dijo.
 ¡Aaaay!, dice que así dijo. Ya, ya, ya, dijo. Hay
unos... que están en otra casa abajo, son bastan-
tes. Llegaron y, y, y, como yo estoy tirado cer-
ca y él quedó amontonado. ¿Qué tal si me van
alumbrar y entonces, aquí me van a matar. En-
tonces vino un gran aguacero, pero con ganas,
chorro de agua. Se fueron los demás al Juzgado
y bajó otro más allí. Entonces me quedé solo.
Bajo el agua. Me fui. Me levanté, pero ya no po-
día. Salió mi fuerza, por el miedo, dijo.

 Testigos de la masacre de San Francisco  109


¡Ah!, “salió mi fuerza”, dijo.
Sí. Así dijo.
 Me levanto y me caigo. Caí pues. Entonces: a lo
mejor voy ir a ver en mi casa, que tal si voy a en-
contrar alguna cosa allá, como no se quemó mi
casa... Entonces me levanté, ya no me caí. Me fui
unos cuatro pasos, dos pasos. Ahí pensé: qué
tal si están los ejércitos en mi casa, y no más me
voy a entregar..., mejor me voy… Me voy a ba-
jar a Yulaurel, de una vez voy a ir allá. Entonces
ahí logré salir, bajé a Yulaurel, dijo él.
Bueno, entonces, ya mi hermano, Marcos, dice que
estaba escondido aquí en Sajchil, en la mera orilla
de camino, ahí está…
Marcos, ¿el hermano de quién?
Mi hermano.
Entonces, ya cuando lo mira, pues, en la oscuridad,
dice:
 Está caminando, caminando.
 ¿Vos, muchacho, cómo te llamás?, así me dijo él.
 Yo me llamo Mateo Ramos Paiz.
 ¡Ah!
 ¿Y usted?
 Yo me llamo Marcos Domingo.
 ¡Ah!, vos sos mi compadre. Saliste pues, vamos
hablar.
 Se murieron toda nuestra familia, dice, hasta mi
comadre. Lo miré, los mataron los ejércitos. Mi
comadre también y a todos, lo miré. Bien miré

110 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


cómo hicieron para matar a esa pobre gente.
Hasta los muchachitos, meten su cuchillo y sa-
can su tripa. Ya los que están cargando sus ma-
más, no más los jalan, entonces los golpean con
el horcón, dijo.
 También lo miré. Ya las pobres mujeres se mu-
rieron. Las casas están quemadas. Con puras
bombas los mataron. Cuando quemaron mi
casa, ahí toda la gente se murió. Las mujeres…
¿Eso dijo don Mateo?
Así dijo el Mateo.
¿A quién le dijo eso? ¿A Marcos [Marcos Domingo]?
A Marcos sí.
 ¡Ah!, bueno, mejor bajamos allí, a Yulaurel. Qué
tal si ya salieron las gentes ahí. Vamos a pasar
al otro lado.
Entonces, como a esta hora se animaron ir a Santa
Marta. Ya el Mateo llegó puro manchado su cabeza
por la sangre, su camisa, pantalón. Los mexicanos,
pues, todos están llorando por él.
 ¿Por qué así son sus gobiernos? Pues nuestro
gobierno no nos hace así. ¿Cómo dejaron pues
sus gobiernos…? Ah, mala gente su gobierno de
ustedes, dijeron.
Así dijo. Entonces allí los mexicanos sacaron su panta-
lón, entonces ya…
Los mexicanos sacaron su pantalón.
Sí, dice que ellos lo ayudaron a quitárselo… su pan-
talón del Mateo. Ya las mujeres lavaron su camisa,
su pantalón. Así se limpió pues.

 Testigos de la masacre de San Francisco  111


¿Y el Marcos? [Marcos Domingo]
El Marcos no, no, nada de sangre, como él se salió
así no más. Como él… Mi hermano lo contó:
 Tal vez Dios me ayudó, dijo. Tal vez hay unos
cuatro o cinco ejércitos que me corretearon, pero
la bala pasa, pasa aquí, pasa aquí, pasa aquí. En
frente de ellos pasa, del Bartolo García. ¡Aaah!,
queda un hoyo así donde le entró la bala, dijo
él. Entonces fui a dar vuelta atrás de esa casa,
derecho me fui, pues. Ellos me están corretean-
do. Yo no miró, pues. Me bajé, me quedé tirado
en el suelo, pues. Saber cómo… Y el don, no me
miró. Anda buscando. No está. Y yo estoy tira-
do allá. Me levanté y me salí corriendo. Aunque
me mate, pero no voy a sentir… Hice el esfuer-
zo de salir, pues. Y entonces, están buscando,
están buscando… y no hay nada. Como él sol-
dado está parado, y yo estoy botado… Entonces
otro … en una casa más arriba, gritó, entonces
allí se fueron los ejércitos, dijo.
¿Quién gritó?
¡Eh! Los ejércitos gritaron.
 Entonces ya el otro se va. Entonces, tal vez mu-
jeres o niños saber quién de los que mataron
ellos. Entonces, ya, ya, dijeron. Entonces me fui,
me levanté y me fui corriendo. Y vino otra vez
el agua. Así mi salvé.
Ese es el Marcos, el Marcos Domingo.
Sí.
 No me mataron pues. ¡Aaah!, pero son bastan-
tes los que me tiraron, pero no entró la bala con-
migo, dijo. Así me salvé, dijo.

112 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Testigos de la masacre de San Francisco  113
“Me voy a quedar así, me dije.
Me quedé tirado en el suelo, pues,
cuando tiraron la bomba,
como siempre se levanta así, se revienta la bala, pues.
Pero no me pasó nada…”

114 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Conclusión

Publicamos estas entrevistas pensando en la juven-


tud. Para enriquecer su patrimonio, herencia de sus
antepasados. Para añadir piezas a los cimientos de
su identidad.
La cultura oral tiene el encanto del relato en vivo,
la emoción de los sentimientos entretejidos con las
palabras. Los testimonios de las masacres, casi 40
años después, se pueden escuchar aún de sus mis-
mos testigos, y se pueden incluso, conservar en au-
dios. También podemos oír las voces de los hijos,
los nietos, los que han escuchado los relatos y los
cuentan a su vez enriqueciendo la memoria, tal vez
transformándola.
Pero siempre podemos acudir a las fuentes escri-
tas que tendrán una más larga duración y con las
que podemos leer y releer y fijarnos en detalles que
tal vez se nos escapan al oído.
Por eso, nos dirigimos a los jóvenes, que domi-
nan la escritura y la lectura porque han tenido más
herramientas que sus padres y sus abuelos. Estas
palabras escritas en el papel (o en la computado-
ra) pueden estudiarlas con más reposo, aprender
de sus expresiones, y hasta pueden traducirlas de

 Testigos de la masacre de San Francisco  115


nuevo a sus idiomas originales, y dejarlas por es-
crito para otras generaciones, enriqueciendo así su
patrimonio cultural.
Puede ser que esto sea también un ejemplo para
que otras historias de nuestros pueblos permanez-
can en el tiempo. Porque después de escuchar las
voces de los testigos, no podemos quedarnos sim-
plemente pasmados y horrorizados. Tenemos que
echar en buena tierra sus palabras que nos interpe-
lan. Hacerlas circular.
El exterminio no fue completo, como pretendían
los que lo cometieron. Han quedado testigos regan-
do la verdad por el mundo. Sus palabras son como
semillas, y son los jóvenes los llamados a sembrar-
las una y otra vez, para que, al crecer, tuerzan el
camino de la maldad, del desprecio y abran nuevas
rutas a la bondad, a la comprensión y a la verdad, y
sean así, ellos y ellas los constructores de un mun-
do nuevo.

116 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


Un texto no pedido

La tragedia sin más no puede ser la conclusión de


este relato porque a pesar de toda la crueldad irra-
cional y la matanza, varios lograron escapar y ha-
cer llegar sus voces a las nuevas generaciones para
que se sepa que no hay fuerza que pueda destruir
la vida y que es ella, la vida, la vencedora que vi-
bra en los corazones que palpitan al leer estos y
muchos otros testimonios. Es ella la que nos hace
conmovernos hasta el tuétano para actuar juntos,
para actuar juntas, para que nunca más un ser hu-
mano trate a otro ser humano con tal indignidad,
para que nunca más un ser humano se permita de-
nigrarse a sí mismo a un nivel que no alcanzan las
más enfermas de las bestias. Es la vida la que nos
invita a reforzar en nuestras almas la ternura que
nos hace verdaderamente humanos.
Al releer los testimonios viene a mi mente la in-
cesante lluvia en la laguna de Tziscao, que parecía
rebalsada e incapaz de contener todas las lágrimas
del mundo, como solo se podía llorar después de
escuchar las voces de las personas sobrevivientes.
El río Azul desbordado, arrastraba un mundo en-
tero y lloraba sin parar a tantos muertos que lo na-
vegaban. Vienen a mi mente las voces y los rostros

 Testigos de la masacre de San Francisco  117


de hombres y mujeres del campamento de Rancho
Teja que contaban cómo bajo las balas salieron hu-
yendo, cómo el ejército de Guatemala cruzó la fron-
tera después para atacarlos en territorio mexicano
y cómo un par de agentes de migración los defen-
dieron con sus pequeños revólveres y grandes co-
razones, haciendo frente a los Galil y las granadas.
Vienen a mi mente los rostros y las voces de
Javier Inda, María Penélope, José Luis Chanfón,
Abel Hidalgo, Margarita, la Hermana Mary y tan-
tos otros agentes de pastoral que desde Comitán,
Paso Hondo, Chicomuselo, Motozintla…, recibie-
ron tiernamente a nuestros hermanos y hermanas
refugiados.
Vienen a mi mente los rostros llenos de ternura
de miles de campesinos mexicanos que compartie-
ron con los refugiados los pocos bienes que tenían,
su frijol, su chamarra, su leña, su tortilla, aún a cos-
ta de pasar hambre ellos también.
Vienen a mi mente las manos y los rostros de tan-
tos mexicanos pobres que tradujeron su ternura en
víveres para sus hermanos refugiados en muchos
lugares de la Ciudad de México, de Oaxaca, Juchi-
tán, Morelos…
Porque a pesar del deseo del poder de la muerte
en Guatemala, esa tragedia nos hizo más cercanos,
esa tragedia nos hizo más hermanos, esa tragedia
nos hizo más humanos. Nos hizo sumarnos a la
fuerza incontenible de la Vida.
Muchas manos recogimos estos y otros muchos
testimonios que se convirtieron en voces que toca-
ron y movieron corazones por el mundo y aún aho-
ra lo siguen haciendo. Ese oficio de llevar estas vo-

118 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


ces a otros lugares generó encuentros con personas
maravillosas con quienes entablamos relaciones
profundas y hermosas de amistad que perduran a
la fecha. Porque a pesar de la tragedia de la que
hablan, son una invitación incontestable a sumarse
sin claudicar a la fuerza de la vida.
Por eso la tragedia no es la conclusión de este relato.

Fernando Soto Tock


Septiembre de 2021

 Testigos de la masacre de San Francisco  119


120 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”
Fotografías

Árbol testigo vivo de la masacre. Foto: Ricardo Falla.

 Testigos de la masacre de San Francisco  121


Mateo Pérez Ramos (T2) (En la inhumación, 26 de enero de 2004)
Foto: Pedro Guzmán/CEDFOG.

122 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”


 Testigos de la masacre de San Francisco  123
Con la mente en aquel día. Foto: Pedro Guzmán/CEDFOG.
124 “¡Yo lo vi! ¡Lo vi todo!”
En medio de todo con flores de esperanza. Foto: Pedro Guzmán/CEDFOG.

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