Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Lord Oscuro - Sydney Jane Baily

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 324

Lord

Christopher Westing, heredero de un ducado, es un verdadero dios para


las mujeres que lo persiguen. Además, su futuro ocupa un lugar destacado en
el Parlamento. Aún mejor, se da cuenta de que la única mujer para él ha
estado allí todo el tiempo. ¡Y luego todo se desvanece!
Lady Jane Chatley entrega su corazón después de una noche extraordinaria
que lo cambia todo. Con mucho gusto pertenecería a lord Westing, si tan solo
pudiera librarse de su futuro arreglado y lúgubre.
Aterradoramente, la disposición alegre de Christopher y su amor por la vida
desaparecen tan rápidamente como la luz en sus ojos. Con lord Oscuridad
alejando a todos y los propios problemas de Jane cada vez más graves.
¿Cómo le hará creer en lo que ya no puede ver, antes de que sea demasiado
tarde para los dos?

Página 2
Sydney Jane Baily

Lord Oscuro
Lores malditos - 04

ePub r1.0
Titivillus 13-09-2022

Página 3
Título original: Lord Darkness
Sydney Jane Baily, 2020
Traducción: Helena Ramos

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
Para Pandora y Jasper
¡Me hacéis la madre más feliz!

Página 5
Agradecimientos

Un gran agradecimiento a mi madre, Beryl Baily, que siempre me apoya y me


envía con cariño paquetes de chocolate y galletas para tomar el té.

Página 6
Prólogo

1850, Londres

Nada más que la negrura tan oscura como la brea. ¿Cómo iba a saber un
hombre si era de día o de noche? ¿Cómo iba a importarle a un hombre si
estaba vivo? Sin su vista, cada hora corría hacia la siguiente sin nada que le
dijera si era hora de despertar o de dormir.
Tal vez era la hora de morir.

Página 7
Capítulo 1

Tres meses antes

Lord Christopher Westing observó el abarrotado salón de baile de baldosas


blancas y negras desde el balcón del piso superior de Marlborough House,
buscando a sus amigos. Como no había ningún miembro de la realeza en ese
momento, siempre había alguien vinculado a la reina que organizaba un baile
en la espaciosa residencia de ladrillo situada en el Mall, al norte de St. James
Park.
Y el marqués de Westing, heredero de un ducado, soltero y guapo, estaba
en casi todos.
En el flamante salón barroco de la planta inferior, bajo las pinturas
murales del victorioso duque de Marlborough aceptando la rendición de los
ejércitos franceses, Christopher vio a los lores Burnley y Whitely, ambos ya
bebiendo champán y también explorando la sala en busca de sus próximas
conquistas. No de ejércitos franceses, por supuesto, sino de mujeres inglesas.
Champán y bellas damas: debería de estar en el cielo.
Se dio la vuelta, abandonó el balcón y se dirigió a la escalera con más
pinturas murales que representaban la estrepitosa derrota francesa a manos de
Marlborough. Tras bajar el último peldaño, Christopher se adentró en el salón
de baile y al instante se vio acosado por una verdadera brigada de jovencitas.
No era tan ingrato como para decir que esto era un asunto fastidioso, pues
no había un hombre en el salón de baile que no disfrutara de tener semejante
ramillete de bellezas arrojadas a sus pies.
Al menos, nunca sería un canalla tan grosero como para decirlo en voz
alta. Sin embargo, en su fuero interno, estaba cansado de ser «ese buen
partido de Westing», como oía murmurar a madres e hijas allá donde iba,
como si fuera una gran lubina rayada.
No era simplemente un marido potencial para cualquier señorita que
buscara un caballero con título y una gran fortuna. Era un hombre con sus

Página 8
propias ideas respecto a quién quería como esposa, y hasta ahora no la había
encontrado.
Había bailado con muchas damas dulces y encantadoras en el transcurso
de tres temporadas, había besado al menos a la mitad de ellas, y no había
desarrollado una tendencia por ninguna. Estaba empezando a preocuparse por
sí mismo.
Hace unos años, debió enamorarse de Margaret Blackwood, que acabó
casándose con lord Cambrey, después de montar un glorioso espectáculo en
su compromiso público en el baile de Sutherland’s Stafford House. Y lo
hicieron ante la reina Victoria y la mitad de los pares del reino. Por desgracia,
a Christopher le gustaba Margaret solo como amiga, a pesar de su ingenio y
belleza.
Él quería chispa.
O tal vez debería haber desarrollado un apego por lady Adelia Smythe,
una chica encantadora, pero parecía que no podía hacer el esfuerzo de
atravesar su tranquila manera de ser. De nuevo, había bailado con ella y era
inteligente, pero no sentía ninguna chispa.
Chispa, chispa, chispa… él la quería, pero quizá no existía. Al menos, no
para él. Tal vez seguiría siendo soltero para siempre y tendría que contentarse
con la compañía de los amigos y con las rameras que se reunían discretamente
en una de las muchas glorietas de Venus de Londres para el alivio físico.
Le tendieron muñecas con carnés de baile y, obedientemente, anotó su
nombre en la mayoría de ellos. Nunca podía llevar la cuenta, así que, con
suerte, las damas vendrían a buscarlo cuando fuera su turno.
Cuando cogió el último carné, una mano firme le agarró la muñeca.
—Eso no es posible, querido hermano —le dijo su hermana, Amanda—.
Todo el mundo sabe que somos una familia unida, pero bailar juntos va más
allá de lo normal.
Él miró la ligera sonrisa de su rostro, rodeado de suaves tirabuzones
castaños, y con una de sus cejas perfectamente delineadas levantada en señal
de diversión. Se encogió de hombros.
—Admito que no estaba prestando atención. Al final me habría dado
cuenta de que eras tú, probablemente durante los primeros pasos del vals.
Ambos se rieron, y entonces su atención fue captada en otra parte.
—Te veré más tarde, cuando sea la hora de irse. —Ella guiñó uno de sus
encantadores ojos azules, el mismo azul claro de Westing, que compartían
con su padre.

Página 9
—No esquives a mamá toda la noche, o me hará ir a por usted —le
recordó a su hermana.
Amanda ya estaba desapareciendo entre la multitud con un gesto de la
mano hacia atrás.
Y entonces Christopher se abrió paso entre el resto de las debutantes y las
damas más veteranas para llegar hasta sus compañeros y disfrutar de una
copa. Preferiría un brandy, pero, como era habitual en estos asuntos, el
champán o la limonada eran sus únicas opciones, así que cogió un vaso del
primero por el camino.
Lady Jane Chatley también cogió una copa de la misma bandeja y le
dedicó una cortés inclinación de cabeza, que él devolvió, antes de tomar un
trago y marcharse.
Era una de las pocas mujeres que conocía que no era realmente una
amiga, ni una posibilidad romántica. Era cierto que era lo bastante guapa
como para despertar su interés con sus profundos ojos azules y su cabello
castaño claro, peinado a la moda. Sin embargo, también era distante, al menos
con él, siempre ocupada en tareas que hacían que el resto se sintiera inútil, y a
veces se consideraba demasiado perfecta.
—Una mirona —la declaró su hermana después de un evento, lo que
aparentemente significaba que lady Jane miraba por encima del hombro a los
demás.
Sabía que el marido de Margaret, lord Cambrey, mantenía una relación
amistosa con Jane, ya que sus familias habían organizado juntas un acto
benéfico dos años antes. De hecho, Christopher había consolado a una llorosa
Margaret y la había llevado a casa después de un partido de criquet cuando
parecía que el conde de Cambrey prefería a Jane. Sin embargo, todo se
resolvió por sí solo.
Además, ¿quién podría preferir a Jane antes que a Margaret, que tenía una
sonrisa deslumbrante, rizos voluptuosos y algo sensual en su mirada?
Se detuvo un segundo y analizó sus sentimientos. ¿Estaba enamorado de
Margaret, la condesa de Cambrey, la esposa de otro hombre? Bebió un sorbo
de champán y no sintió ni una pizca de celos. ¡Qué alivio!
—Ahí estás, viejo amigo —dijo Burnley, dándole la bienvenida a Westing
al pequeño grupo de solteros—. Supongo que su nombre está ya en una
docena de tarjetas.
—Al menos en esa cantidad —bromeó—. Creo que había algunas caras
nuevas.

Página 10
—Seguro que sí —dijo Whitely—. Veo una doncella muy bonita con
tirabuzones rubios.
—Dime, ¿cuál? Hay muchas. —Comentó Christopher—. Aquí hay
tirabuzones de sobra, estoy seguro. Piensa en cuántos había en la cabeza de
una pobre sirvienta o de una trabajadora de una fábrica, vendidos para adornar
los mechones más finos de la hija de un vizconde.
—Bastante cínico —dijo Burnley, a pesar de tener una expresión divertida
—. De todos modos, si la sirvienta o la trabajadora de la fábrica no pudieron
venir en persona, al menos su pelo sí. —Sonrió ante su propia broma.
—Más vale ser cínico que antipático —le amonestó Christopher—. Y en
nombre de las desafortunadas chicas que no pueden asistir, digo que su
afirmación fue descaradamente antipática.
—Siempre está ese momento incómodo, también —se lamentó Whitely
—, generalmente a la mañana siguiente, cuando descubres que los mechones
extra se han desatado y yacen como serpientes en la almohada.
Los tres hombres se estremecieron.
—Sin embargo —dijo Christopher—, no es habitual que sea por la
mañana, George. Me sorprendería que pasaras una noche entera con alguna de
esas señoritas que buscan marido. Seguramente, ninguna de ellas arriesgaría
su reputación al amanecer.
—Es cierto —coincidió Whitely—. En cualquier caso, esos mechones de
pelo se encuentran con la misma facilidad en una glorieta, en un armario bajo
la escalera o incluso en un carruaje.
Todos asintieron, y entonces el primer baile y la gran marcha dio
comienzo. Cada soltero se encontró reclamado por la joven correcta.
«Ya está», pensó Christopher.
Pasó la siguiente hora y luego otra. En algún momento, dejaron de servir
champán, por lo que supo que ya habían pasado dos tercios de la velada. Se
suponía que todo el mundo debía dejar de beber en ese momento para que
ningún miembro de la alta sociedad se tambaleara por las calles de
Marlborough Road o Pall Mall.
Por su parte, había entablado una conversación cortés y había fingido
interés casi todo lo que podía soportar durante una noche, tanto con los
hombres como con las mujeres presentes. Este era su entrenamiento para el
parlamento, se recordó a sí mismo, donde uno debe escuchar y ser percibido
como diplomático y justo.
Además, tenía que sentar la cabeza en algún momento en un futuro
próximo, y su mejor oportunidad de encontrar una esposa adecuada era, por

Página 11
desgracia, en uno de estos eventos. Pero ciertamente, no sería la última dama
que acababa de soltar de sus brazos al abandonar la pista de baile. Era
demasiado joven y apenas podía encadenar dos frases de forma coherente sin
perder el paso. Y ella pensaba que la cámara de los Lores era el lugar donde
convivían muchos de los nobles de Londres, como los caballeros de la mítica
mesa redonda del rey Arturo.
Había intentado no reírse y no lo había conseguido.
Era el momento de tomar aire fresco, mientras muchos de los asistentes se
ponían frenéticos para exprimir el último trozo de diversión de la velada o, si
habían tenido ofertas, para unirse al mejor partido al que pudieran aspirar para
asegurarse un matrimonio largo y feliz. A veces, todo sucedía así de rápido en
el lapso de un solo baile.
Se dirigió a través de la abarrotada sala hacia la entrada sur y el extenso
césped, sabiendo que tendría que lidiar con parejas románticas, que le
mirarían con recelo si estuviera solo.
Además, era muy posible que su nombre estuviera en la tarjeta de alguna
dama, y que él supiera, nunca había dejado a ninguna sin pareja de baile,
aunque no podía estar seguro. Esta noche podría ser la primera vez, ya que
Christopher había tenido suficiente. La dama que no había entendido cómo
funciona el gobierno de su nación le había agriado.
Pasando entre las esperanzadas debutantes y sus aún más esperanzadas
madres, oyó susurrar su nombre y estuvo seguro de que podía sentir cómo se
deleitaban con el hijo de un duque. Entonces atravesó las altas puertas dobles
y salió al aire libre. O, al menos, todo lo fresco que podía ser en Londres, con
el exceso humo de carbón. Esta noche tuvieron suerte. Había una brisa que
desplazaba la niebla hacia el Támesis, y probablemente no necesitarían guías
con antorchas para que los caballos de su carruaje pudieran llegar a casa.
En Marlborough House no había una verdadera veranda, ni una robusta
barandilla de piedra en la que apoyarse para contemplar un bonito jardín; solo
unos escalones que conducían a una pequeña zona de baldosas antes de la
gran extensión de hierba. A pesar de que la terraza era pequeña, bastante
sencilla e incluso, según algunos, fea, las parejas se habían reunido allí, como
era de esperar, para tener un poco de intimidad. Estaban de espaldas a los
recién llegados.
De todos modos, Christopher no estaba interesado en avergonzar a
ninguno de ellos ni en arruinar reputaciones cotilleando sobre a quién había
visto.

Página 12
¿Y ahora qué? Se paseó de un lado a otro, tratando de mantener la mirada
en las baldosas que tenía delante. Aun así, reconoció la alta figura de Burnley
junto a una maceta, apoyado en las sombras del edificio con el brazo
rodeando a una joven que mostraba esos tirabuzones rubios de los que habían
hablado. Además, oyó la risa profunda de su amigo.
Poniendo los ojos en blanco y esperando, por el bien de Owen, que la
madre de la dama no saliera a buscarlos, Christopher casi había llegado al
final de la terraza cuando divisó una solitaria figura femenina que miraba
hacia el césped. Permanecía en el borde de las baldosas, con la inteligente
precaución de no pisar la hierba, ya que el aire húmedo de la noche sin duda
arruinaría sus zapatillas de baile de piel de cabritilla al instante.
Una mujer sola significaba una cosa: una trampa. Lo último que quería
Christopher era que una debutante en su primer baile gritara «¡seductor!» para
convertirse en su marquesa.
No, gracias. Pivotando sobre su talón, había dado un solo paso en la
dirección opuesta cuando escuchó: «Lord Westing».
Una voz familiar, pero que no podía reconocer. Suspiró y se detuvo.
«No seas idiota», se recordó a sí mismo. Sin embargo, era un caballero,
así que se giró.
—Dejo libre la zona por si quiere tenerla para usted —dijo la dama.
La luna llena, que estaba jugando al escondite detrás de las nubes, salió
por casualidad, y las sombras se alejaron de la mujer lo suficiente como para
que él viera de quién se trataba.
«Lady Jane».
—Lo siento, no la reconocí al principio, o nunca habría sido tan descortés
como para darme la vuelta sin saludar.
Ella asintió.
—Muy bien. ¿Qué le trae por aquí?
—El tedio —dijo él con franqueza, viendo cómo ella asentía con la cabeza
—. ¿Y a usted?
—Algo parecido, supongo. Sé que es el colmo de la insensatez estar aquí
sola, y estoy segura de que tengo una madre frenética dentro preguntando a
todo el mundo si me han visto.
Como si no le importara una higa su madre, se quedó quieta, y él decidió
quedarse con ella, sabiendo en sus entrañas que no era de las que engañan. Al
fin y al cabo, Jane Chatley podría haber enganchado a un hombre en las
últimas tres temporadas si hubiera querido. Había oído rumores más de una

Página 13
vez sobre alguna chispa esperanzada en ganarse su afecto, pero ella siempre
los había defraudado amablemente. O eso decían los cotilleos.
—Ya he asistido a bastantes de estas, ya no me importa. —Su tono era
suave como un susurro, y él frunció el ceño.
—Lady Jane, ¿está usted en apuros?
Ella se rio entonces. De manera bastante frágil para una mujer joven,
pensó él.
—Sí, lord Westing, creo que sí. No me importa si vuelvo a asistir a otro
baile. O a una cena. O a un desayuno de solteros, a una expedición en barco o
a un pícnic.
Igual que sus sentimientos, exactamente.
—¿Entonces por qué lo haces?
—Oh, obviamente por el champán —respondió ella, y él se dio cuenta de
que tenía una copa en la mano en ese mismo momento. Debía de haber
sobornado a un camarero porque todos los demás estaban engullendo
limonada o incluso habían cambiado a la última oferta de la noche, el agua.
Entonces Jane volvió a reírse.
—En realidad, me encanta una copa de champán frío, salvo que si tomo
más de una, parece afectarme más que a cualquier otra persona que conozca.
Por lo tanto, incluso ese pequeño placer suele estar restringido.
«¿Siempre?».
—¿Y cuántas ha tomado?
—He perdido la cuenta —admitió—. Pero me siento desubicada, así que
probablemente tres. Este no está frío, por desgracia, y ha pasado tanto tiempo
desde la copa anterior que no me ha mareado de felicidad. Todo lo contrario.
Volvió a guardar silencio por un momento, y luego se volvió hacia él, la
luz captó sus ojos, y él pensó que podrían estar brillando. ¿Con lágrimas?
—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Venir a estos eventos
impresionantemente horribles, quiero decir?
Él reflexionó.
—Vengo a ver a los amigos, supongo.
Ella se encogió de hombros.
—No tengo amigos aquí. Tengo competidoras.
Él ladeó la cabeza.
—¿Competidores?
—O eso me dice mi madre. Nosotras, todas las mujeres, estamos
compitiendo por los hombres solteros, ¿no es así?
—Sin embargo, seguramente algunas de las damas son amistosas.

Página 14
—No conmigo. Como hija de un conde, siempre se me ha considerado un
partido deseable, así que a ninguna de las chicas sin título o incluso a las hijas
de los vizcondes de rango inferior les interesa hacerse amigas mías. Piensan
que aunque un hombre las prefiera por su mayor belleza, recurrirá a mí como
la opción preferible.
—No tenía ni idea de que fuera algo tan calculado.
Ella lo miró fijamente, parpadeando despacio.
Christopher sonrió.
—Muy bien. Sí sabía que era extremadamente calculador, ya que estoy al
otro lado de esas damas e hijas de vizcondes sin título, y de sus madres. Pero
creí que estaban todos juntos.
—Oh, no, no. —Jane Chatley sacudió la cabeza—. Gana la mayor dote o
el mejor título. O pierde, como yo lo veo, porque para ello ha tenido que estar
sola de pie en estos miserables eventos. La respuesta breve a su pregunta es
que vengo porque me lo ordenan. Mi madre confía en que un día un hombre
me hará una propuesta. Y yo creo que acabaré en la estantería. Solo puedo
esperar que ella se dé por vencida en el próximo año o dos para que pueda
retirarme con un mínimo de dignidad, en lugar de ser la mujer más vieja que
aún baila durante una Temporada. Pronto podré ser mi propia carabina.
Ella resopló y apuró su champán caliente. Como un caballero, él tomó la
copa vacía de ella. La mano enguantada de Jane estuvo brevemente en
contacto con la suya. A falta de una opción mejor, él dejó la copa en la terraza
de baldosas a unos metros de ella. Cuando se dio la vuelta, Jane entrelazó los
dedos a sus espaldas, haciendo girar los pulgares y mirando a la oscuridad.
«Muy peculiar».
—Debo de estar pasando por alto lo obvio —dijo Christopher, volviendo
a su lado—. Es encantadora, y sé por sus logros con su trabajo de caridad, que
es inteligente. Su habla es esmerada. Y es, como dice, la hija de un conde.
¿Por qué cree que va a permanecer soltera? De hecho, ¿por qué un hombre no
la ha cortejado ya?
Ella seguía sin mirarle. En su lugar, se encogió de hombros de nuevo. Él
esperó. Tal vez ella no iba a responder.
Al fin, contestó con voz tensa.
—Me han perseguido algunos hombres.
—Ajá. —Se sintió bastante triunfante. Ella había tratado de hacer parecer
que era un alhelí, cuando él sabía de hecho que era considerada una… ¡Oh!
¡Una mirona!

Página 15
—No me interesaban —continuó ella—. Estaba demasiado claro que me
elegían por lo que soy, no por mí misma. Mi madre dice que soy una
romántica empedernida. Y confieso que a veces me siento desesperada. Sin
embargo, unas cuantas veces estuvo a punto de presionarme lo suficiente para
salirse con la suya.
Con toda probabilidad, su hermana se equivocaba con respecto a Jane
Chatley: no miraba por encima del hombro a sus pretendientes, sino que
miraba dentro de su propio corazón y esperaba algo más. Ella quería al menos
un mínimo de sentimiento afín.
Él sentía precisamente lo mismo.
—Somos más parecidos que distintos, creo —reflexionó Christopher—. A
ninguno de los dos nos gustan estos eventos sociales, ni pensamos que sean
una buena manera de encontrar a alguien con quien pasar el resto de nuestras
vidas.
Jane negó con la cabeza.
—Lord Westing, no nos parecemos en nada. Usted tiene libertad. Puede
elegir un cónyuge o elegir esperar otra década. Puede venir aquí sin riesgo
para su reputación. Puede negarse a bailar y ser considerado misterioso y
melancólico, mientras que si yo no bailo con todos los hombres que me lo
piden, me llaman orgullosa y quisquillosa… y cosas peores a mis espaldas.
Christopher experimentó un sabor a culpa en su lengua por haber hablado
de ella con los otros hombres y con Amanda.
Ella se enfrentó a él.
—Usted también tiene todo el poder. A menos que pida la mano de una
dama que le rechace, y eso es muy poco probable, ¿no cree? —Luego se
cruzó de brazos—. Además, se equivoca. Este es exactamente el tipo de lugar
en el que uno encuentra a la persona con la que pasará el resto de su vida… y
lo más probable es que sea infeliz.
—No siempre es así —dijo él—. Sé de algunos que han encontrado
parejas de enamorados durante una Temporada.
—Unos cuantos, supongo. —Jane hizo una pausa y pareció estudiar su
rostro—. Sin embargo, yo no lo haré. —Inclinó la barbilla—. ¿Y qué hay de
usted? Después de todos los bailes a los que hemos asistido, ¿realmente cree
que alguna joven va a aparecer en la baldosa o en el parqué, usted la mirará
fijamente —se acercó un paso—, y ella le devolverá la mirada —le miró a los
ojos—, y luego usted sentirá algo, algo real, por fin?
¿Qué demonios estaba haciendo?

Página 16
Estaban a solo unos centímetros de distancia, y él podía sentir algo, un
calor que irradiaba de ella. Así de cerca, podía ver el ligero color rosado de
sus mejillas en una tez pálida y de color crema. Un rostro encantador, sin
duda. Siempre lo había pensado, aunque de una manera imparcial y distante.
Ahora podía ver cómo su labio superior se levantaba y se hundía de forma
agradable y cómo su labio inferior estaba lleno, en la forma en que un hombre
querría pasar el pulgar por encima y luego besar con fuerza. Y sus ojos no
eran simplemente azules. Eran realmente azules como el lapislázuli, incluso a
la luz de la luna.
¿Quién podría preferir a Jane antes que a Maggie? ¿Por qué se había
hecho una pregunta tan ridícula? Eran tan diferentes como la tiza y el queso, y
con Jane sentía…
¡Chispa!
Con la boca repentinamente seca, Christopher tragó saliva. Y ella debió de
ver algo en su expresión, porque descruzó los brazos, dejándolos caer a los
lados. Ladeando la cabeza, hundió sus dientes blancos y rectos en ese labio
inferior tan agradablemente regordete que tenía y frunció el ceño.
—Lady Jane —dijo él, aunque no sabía exactamente lo que quería decir.
En cualquier caso, no se le dio la oportunidad de averiguarlo.
—¡Ahí estás! —Era la madre de Jane, lady Emily Chatley.
Su peor pesadilla había ocurrido. ¡Había sido sorprendido a solas con una
señorita por su prepotente madre!

Página 17
Capítulo 2

Totalmente cautivado por Jane, Christopher se había olvidado de la existencia


de lady Emily Chatley, junto con todos los demás habitantes de Londres,
durante unos minutos centelleantes.
Por suerte, Jane no dio un salto atrás como si fuera culpable. De todos
modos, no habría servido de nada, ya que su madre debía de haberlos
observado desde lo alto de la escalinata y también mientras descendía y
caminaba hacia ellos.
En cualquier caso, la condesa pudo comprobar por sí misma que se habían
limitado a mirarse. Sabía que no habían hecho nada inapropiado. Excepto
estar a solas.
Por supuesto, eso no había impedido a muchas madres decididas a
arrancar una propuesta de matrimonio a un soltero tartamudo y sorprendido.
—Jane, ¿qué diablos estás haciendo aquí? Las parejas de baile han
preguntado por ti. Sin embargo, aquí estás con… Lord Westing. —Y la
condesa le dedicó a Christopher su más amplia sonrisa, como si acabara de
darse cuenta de su presencia.
—Buenas noches, lady Chatley —dijo él, ofreciéndole una cortés
reverencia.
—Buenas noches, milord. —Su tono se volvió densamente dulce como la
miel mientras le devolvía el saludo.
¿Cómo podía haber salido todo el aire de esta zona del exterior, y tan
rápidamente?
No podía ser. Sin embargo, esta mujer sobreprotectora y prepotente podría
al fin ser su perdición. Porque si ella decía algo sobre comprometido sobre
sus acciones y las de Jane, Christopher defendería a la joven e incluso pediría
su mano si fuera necesario.
¡Si fuera necesario! Era, ante todo, un caballero.
—Mamá —dijo Jane, pero calló cuando su madre se volvió hacia ella.
—Te encuentro aquí sola con un hombre —declaró lady Chatley,
cambiando su tono a uno de indignación—. Sabes lo que esto significa, ¿no?

Página 18
Si no fuera un asunto tan serio, Christopher habría puesto los ojos en
blanco ante el puro regocijo en la voz de la mujer.
Y entonces el rescate vino de una fuente improbable: la tranquila y
reservada Jane.
—No seas absurda, mamá. No estuvimos solos ni un momento. Hay otras
parejas aquí —señaló, como si esos cinco metros de distancia entre ellos y
otras parejas fueran insignificantes, como si la compañía estuviera justo al
lado de su codo—. Es más, tengo veintiún años, edad suficiente para estar
donde quiera.
—Pero, Jane, solo piensa…
—Solo piensa en cómo tu amiga, la duquesa de Westing, apreciaría la
forma en que su hijo me mantuvo a salvo aquí. —Ella se alejó un paso de
Christopher.
Luego, se giró hacia él.
—Le deseo buenas noches, señor.
Él estaba demasiado sorprendido como para hablar, pero ella le ofreció
una sonrisa de triunfo y arqueó una encantadora ceja, y él reaccionó.
—Buenas noches, lady Jane, y a usted también, lady Chatley —añadió.
Jane se alejó, segura de que su madre la seguiría. Parecía que no iba a
acobardarse ni dejarse empujar a un matrimonio, ni siquiera con él, un
marqués.
¡Bravo! ¿Pero tanto odiaría ella estar casada con él?
Su madre le dirigió una larga mirada, con los labios fruncidos por la
desaprobación, como si esperara que él diera un paso al frente y se ofreciera
por su hija, aunque no hubiera hecho nada malo.
Con un fuerte resoplido y una inclinación de la barbilla aún mayor que la
de Jane, lady Emily Chatley se marchó.
La terraza parecía bastante vacía sin Jane. Christopher la siguió con la
mirada, contento de tener la oportunidad de tener su primera charla larga, y se
preguntó por qué nunca se había fijado realmente en ella, salvo de la manera
más superficial, solo para asentir con cortesía al pasar por su lado, o para
bailar con ella una o dos veces.
Era extraño. ¿La veía diferente o es que ella había cambiado?
Decidiendo volver a entrar, no fuera que alguna otra joven y su madre se
acercasen con consecuencias menos deseables, Christopher decidió buscar de
nuevo a Jane y ver si quedaba algún hueco en su carné de baile.

Página 19
—ME NIEGO A HABLAR DE lord Westing —dijo Jane, sintiendo como si
su columna vertebral nunca hubiera sido más fuerte. No le daría a su madre ni
siquiera una pista de que le gustaba Christopher. Su atracción hacia él, una
suave preferencia por el hombre por encima de todos los demás, había sido su
pequeño secreto durante años, y le gustaba que nadie más en la tierra lo
supiera. Su madre le haría la vida insoportable de conocer su secreto, pues
empezaría a echárselo en cara a Jane en cada ocasión.
En cambio, al no confiar en nadie, Jane podía estar cerca de él cuando le
apetecía, podía observarlo, incluso hablarle, sin que nadie se riera detrás de su
abanico o susurrara detrás de su guante. Y hasta esa noche, le había
garantizado la falta de presión de su madre.
En Marlborough House, Jane se había permitido el placer de acercarse a
Christopher y tomar una copa de la misma bandeja precisamente cuando él lo
hacía. Él se había visto obligado a mirarla y a reconocer su presencia. Y ella
había aprovechado el momento para establecer contacto visual, dejando que el
placer de verlo impregnara su ser como siempre lo hacía. Luego se había
alejado.
Nunca soñó que él saldría cuando ella estaba mirando las estrellas y
deseando estar lejos, nunca imaginó que compartirían un momento, no
extremadamente romántico, pero sí íntimo. Y entonces, cuando la cosa se
ponía aún más interesante, su madre había aparecido y lo había arruinado
todo.
Subieron al carruaje del padre de Jane, un hombre que ella veía con poca
frecuencia. Eso solía molestarla, hacía mucho tiempo, cuando era una niña,
pero ya no. Le molestaba más por su madre, ya que todo el mundo sabía que
el conde de Chatley era un seductor. Era su amor por las mujeres —muchas
mujeres— lo que lo mantenía fuera de casa, a veces durante semanas, en
Francia, España y, a veces, en algún lugar de Londres, con una amante.
Amor era probablemente la palabra equivocada para ello.
Cada vez más, cuando estaba en casa, él disfrutaba de una gran cantidad
de ginebra a todas horas. O tal vez siempre lo había hecho, y Jane no se había
dado cuenta hasta que creció y comprendió lo que era realmente el agradable
aroma que siempre emanaba de su padre.
En cualquier caso, era un conde, y además rico, por lo que podía hacer lo
que quisiera, y la alta sociedad hacía la vista gorda.
En cuanto a su madre, la condesa actuaba como si su marido no existiera.
Vivía para Jane, su única hija que había sobrevivido a la infancia. Y dedicó

Página 20
toda su energía primero a educarla, y desde hacía unos años, a conseguir que
se casara bien.
—Pero, Jane querida, él es un marqués, heredero de un ducado. Estuviste
a solas con él. Podrías haber dicho que había pasado cualquier cosa, y él
habría sido tuyo si tuviera un mínimo de decencia, y he oído que lord Westing
la tiene a raudales.
Al principio, Jane no dijo nada mientras se dirigían a casa. Después de la
escena en la terraza, se había dirigido directamente al guardarropa y había
recogido su abrigo y sus zapatos de calle, sin tener en cuenta los nombres que
aún tenía en su carné de baile.
En el espacioso carruaje, dejó que su madre parloteara, preguntándose si
era demasiado tarde para presentar todavía una reclamación contra él por
comportamiento inapropiado.
—¿Con qué fin? —preguntó al fin Jane.
Su madre la miró fijamente como si fuera una simplona.
—¡Para que puedas casarte con él, por supuesto! ¿Por qué si no íbamos a
ir a estos eventos?
Jane estuvo a punto de jurar de exasperación. La sola idea de obligar a
lord Westing a casarse con ella… ¡qué humillante! Y sobre todo a él, a quien
Jane más admiraba de entre todas las personas. Hablaba con inteligencia y
reflexión, siempre que ella lo escuchaba. Hacía reír a la gente que le rodeaba
de forma amable, no con comentarios rencorosos. Por supuesto, era
ridículamente guapo, ¡y esos preciosos ojos azules!
Suspiró. Esta noche había tenido el placer de mirarlos durante el mayor
periodo de tiempo de su vida.
—Ni una palabra más sobre este asunto, mamá. No dejaré que ensucies mi
breve encuentro con lord Westing. Además, su madre es amiga tuya.
La dama se cruzó de brazos, con aspecto hosco, y Jane sintió un momento
de simpatía. Su madre solo se preocupaba por su futuro.
—Ciertamente espero que te diviertas un poco, porque una de nosotras
debería hacerlo por todo el gasto que tú y papá hacéis en cada Temporada. Y
ya sabes que detesto todos y cada uno de los bailes.
—Me gustaba bailar cuando era joven —dijo lady Chatley antes de dar un
profundo resoplido.
—Conseguiste a tu marido durante tu segunda Temporada —señaló Jane
—, y así podías elegir bailar o no hacerlo. Elegiste bailar y tuviste una pareja
estable.

Página 21
Al menos, su padre, según todos los indicios, había sido estable al
principio. Solo después de la boda y el nacimiento de su heredero empezó a
cambiar. A Jane le sorprendía un poco que no hubiera insistido en tener otro
hijo después de que el único que tenía muriera un mes después de su esperado
nacimiento. Sin embargo, Charles Chatley había abandonado a su familia,
según todos los indicios, para dedicarse a los placeres que pudiera encontrar
casi tan pronto como Jane salió del vientre materno, llena de salud y belleza.
¿Cómo no iba a querer su madre llevar al conde de Chatley de una soga?
—Podrías haber tenido al conde de Cambrey el año pasado —continuó
esta—. ¿O fue el año anterior?
—Mamá, John Angsley y yo nunca sentimos nada el uno por el otro. Eso
estaba solo en tu cabeza.
—¡Bah! ¡Sentimientos! —refunfuñó su madre—. Los dos hacíais una
espléndida pareja.
—Nunca lo hicimos. John siempre tuvo sus ojos puestos en Margaret
Blackwood y su corazón era de ella por completo.
—Blackwood —se burló lady Emily—. La hija de un barón.
Jane puso los ojos en blanco. La generación de su madre solo veía los
rangos de los pares y no las personas detrás de los títulos. Pero ella podría ser
feliz si se enamorara perdidamente de un banquero, un sastre o incluso un
lacayo. Sin embargo, como nunca pasaba tiempo con nadie que no fuera la
flor y nata de la sociedad londinense, eso era muy poco probable.
Además, Jane sabía que eso significaría un ostracismo extremo, incluso el
destierro de todo lo que había conocido. Por no hablar de lo castrante que
sería para un hombre de la clase baja casarse con una mujer del más alto nivel
de la aristocracia.
—¿Y si nunca me caso? —reflexionó.
—¡Jane!
—¿Por qué es tan terrible, mamá? Parece que te tomas como un fracaso
personal si decido vivir la vida de una Media Azul[1] o tal vez abrir un
orfanato o un hogar para niñas descarriadas. ¿O qué pasa si decido no hacer
absolutamente nada, excepto disfrutar de mi vida?
Su madre abrió la boca, luego la cerró. Luego, al fin, cuando pudo hablar,
preguntó:
—¿Cómo podrías disfrutar de la vida si no estuvieras casada?
Jane supuso que viviría en compañía de otras solteronas o contrataría a un
acompañante para poder ir libremente al teatro, a los conciertos y a montar a
caballo. Sonaba bastante maravilloso.

Página 22
—¿Cuántas alegrías te ha proporcionado tu matrimonio? —le preguntó a
su madre en respuesta.
La condesa era demasiado consciente de su propio desastre matrimonial
como para dejar que esa puñalada la tocara.
—Te tengo a ti —dijo su madre—, así disfruto mucho de mi vida.
—¿Viviéndola a través de tus esperanzas en mí? Entonces debería pensar
que no querrías que me casara en absoluto. ¿Qué harías tú si yo me casara?
—¿Si te casaras? ¿Qué te pasa, Jane? ¡Sí que lo harás!, y entonces tendrás
unos hijos preciosos. Con suerte, una gran prole.
—Y entonces me encontraré sentada en estos mismos horribles eventos
sociales viendo a mis hijos bailar y tratar de enganchar a su propio marido o
esposa. Eso suena como un infierno perpetuo.
—¡Jane!
—Mamá, ¿qué harás tú si… perdón, cuando me case?
Lady Emily Chatley puso una mirada soñadora en su rostro, para nada lo
que Jane había esperado.
Umm. Jane no pudo comprender lo que significaba esa mirada. Luego
llegaron a casa, en Hanover Square. En cuanto el mayordomo abrió la puerta
principal, Jane supo que su padre había regresado, pues el aroma de su pipa
llenaba el aire.
No sabía por qué esto le causaba ansiedad, pero se le encogió el estómago.
Quería amar a su padre, aunque ciertamente no le gustaba. Sabía que un piso
más arriba, probablemente con las piernas y las botas puestas en el sofá del
salón, su padre estaría tumbado sujetando un gran vaso de ginebra en una
mano y su pipa en la otra, con una sonrisa en su rostro, antes apuesto y ahora
rubicundo, mientras cualquier pensamiento privado se le pasaba por la
cabeza.
Mirando hacia atrás, Jane vio que su madre tenía una expresión
inescrutable, antes de que una mirada de aceptación ocupara su lugar.
Y entonces, cuando subían las escaleras, escucharon la estruendosa voz
del conde de Chatley al anunciarle que ellas ya estaban en casa.
—¿Dónde están mis encantadoras damas?

CHRISTOPHER NO PODÍA quitarse de la cabeza a Jane Chatley. La había


visto de forma diferente la noche anterior y se preguntaba por qué nunca se le

Página 23
había ocurrido que era algo más que una joven inteligente y una cara bonita.
Tenía personalidad de sobra.
Y, por supuesto, tenía una figura bien formada. La mayoría de las chicas
de los bailes la tenían. No era hasta después de la boda que empezaban a
aflojar sus corsés y a comer algo más que aire. Sin embargo, había visto a la
madre de Jane, la cual seguía teniendo un cutis transparente y una silueta
esbelta, no era una especie de oso como lo eran muchas de las madres.
Una pena lo de su marido. Incluso las personas de la edad de Christopher,
que solían cotillear sobre los demás, conocían los excesos del despilfarrador
marido de la condesa, Charles Chatley.
Dado que lady Chatley era atractiva, se preguntaba qué había llevado al
conde a extraviarse como un gato callejero.
Sin duda, ver a su padre comportarse así había influido en la opinión de
Jane sobre los hombres. Hablando claro, ella no toleraba casarse solo por un
título, sino que deseaba esperar lo mejor. Eso estaba claro que no había
funcionado con su madre.
Christopher creía que él y Jane eran bastante afines, a pesar de las
protestas de ella. Es cierto que los hombres en esos eventos infernales de la
Temporada tenían el poder, al menos al principio. Sin embargo, si un hombre
se enamoraba de una mujer, de repente, ella podía llevarlo de una cuerda. Lo
había visto suceder, pero no con sus amigos Burnley y Whitely. Al menos no
todavía.
Sonrió. Eso sería probable con Burnley, que parecía enamorarse cada
semana, aunque siempre resultaba ser un mero capricho temporal. En cuanto
alguna criatura divinamente femenina se sonaba la nariz demasiado fuerte, él
terminaba con ella en el acto.
Al día siguiente, al oír los golpes, Christopher bajó las escaleras y siguió
el ruido hasta la planta inferior y las cocinas. Parecía un campo de batalla. En
el centro, su padre estaba de pie, orgulloso, observando a los obreros que lo
rodeaban.
—¿Qué diablos estás haciendo? —le preguntó Christopher.
—El futuro, hijo mío.
Christopher miró a su alrededor.
—¿El futuro es una cocina destrozada?
—El futuro es una cocina impoluta, sin carbón sucio.
—Ya veo. ¿Qué va a usar el cocinero? Sabes que la leña escasea desde el
siglo XVI, padre. —Christopher sonrió, preguntándose si su madre ya había

Página 24
visto esto. El pelo perfectamente peinado de la duquesa de Westing se pondría
sin duda de punta.
—¿Madera? —repitió su padre, y luego se rio—. Oh, es una broma, ya
veo. Ja, ja. Nada de leña, hijo mío, ¡gas!
—¿Como el de las farolas? —preguntó Christopher.
—Exactamente. Ya conoces a mi amigo Soyer.
—El chef de tu club, sí.
—Un hombre inteligente. Ha rehecho su propia cocina con una cocina de
gas, dice que es rápida y limpia. Notable. Fui a verlo yo mismo. Incluso la
encendió. Fabuloso.
Christopher echó un vistazo más de cerca a las líneas de goma que estaban
en su lugar, tiradas en zanjas, donde habían arrancado el suelo.
—¿Y mamá sabe de esto?
—Bueno —dudó el duque—. Ella sabe que estoy remodelando un poco.
Christopher volvió a sonreír.
—Como cuando decidiste añadir un pequeño cuarto de baño en el piso de
arriba, además de dos con tuberías de agua caliente y armarios de agua
separados, o cuando gastaste un poco de dinero en renovar las callejuelas de
detrás de la casa o…
—Entiendo lo que quiere decir. Pero una cocinera feliz es una casa feliz.
—Creo que ese dicho se aplica a una esposa feliz, padre.
Su Gracia se encogió de hombros y volvió a mirar a su alrededor.
—Será maravilloso.
—Pero nadie lo verá —señaló Christopher.
Su padre frunció el ceño.
—Por supuesto que lo verán. Al igual que con los cuartos de baño, llevaré
a todos los invitados a hacer una visita guiada.
Christopher negó con la cabeza.
—¿Y cómo vamos a comer mientras tanto?
—Ah, bueno, voy a ir al Reform Club.
—¿Donde Soyer es el chef? Tal vez sugirió esta remodelación para
conseguir tu patrocinio en el club. Tal vez cobran un extra para la gente que
ha destruido sus propias cocinas, perfectamente útiles. —Pero Christopher
estaba hambriento—. Supongo que iré contigo. ¿Y el resto de la familia?
—Irán a casa de tu tía. Todas las mañanas y noches hasta que esto
termine. De hecho, creo que su madre dijo algo sobre llevar a tu hermana y
quedarse allí hasta… umm, ahora que lo pienso, sus palabras no fueron muy
amistosas, y ya se ha ido.

Página 25
Para entonces, Christopher no pudo contener su alegría y se rio a
carcajadas.
—Puede que hayas ganado una cocina de gas y perdido una duquesa.
—No seas absurdo —dijo su padre, pero no parecía muy seguro de sí
mismo—. De todos modos, vamos. ¿Estás listo, hijo mío?
—Siempre, padre.

EN POCO TIEMPO, CHRISTOPHER se encontró cenando en el Reform


Club, la sede política del Partido Liberal, y una obra maestra de la
arquitectura de estilo palazzo italiano. Aunque hubiera parecido un feo
tugurio, Christopher habría ido al club porque los platos del chef Soyer eran
sublimes. Si la nueva cocina de gas en su casa familiar hacía que su propio
cocinero elaborara platos tan exquisitos como los del brillante chef francés, la
molestia de la instalación merecería la pena.
Mientras su padre socializaba con los demás, la mayoría miembros del
parlamento, Christopher se sentó a comer. Cuando se dio cuenta de que su
padre había tomado asiento con sir William Molesworth, uno de los
estimados fundadores del club, supo que cenaría solo.
Eso le dio la oportunidad de escuchar muchas conversaciones a la vez, ya
que se interesaba tanto por los whigs[2] como por los radicales que
frecuentaban el lugar. Además, también tenía tiempo para pensar, y en lo que
pensaba era en Jane Chatley. Por alguna inexplicable razón, no podía
quitársela de la cabeza. Tampoco quería hacerlo.
¿Por qué no seguir ese sentimiento y ver a dónde lo llevaba? De hecho,
¿por qué no perseguir a la dama?

Página 26
Capítulo 3

A Jane le sorprendió que, por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de
asistir a un baile. Además, era uno sin carnés, como lo disponían ahora
algunas anfitrionas. Para muchos jóvenes, tanto mujeres como hombres, era
aterrador: un caos total. A Jane, sin embargo, le gustaba.
Significaba que se podía bailar o, mejor aún, no bailar sin que nadie
acusara a las damas o caballeros solteros de no cumplir con su deber. Y
mientras no fuera evidente, uno podía incluso bailar con la misma pareja más
de dos veces. Esa nunca había sido su esperanza. Hasta esta noche.
Mientras estaba de pie junto a una maceta con helechos, con un nuevo
vestido de rico satén púrpura que la hacía sentir hermosa, se encontró mirando
la entrada principal del salón de baile. Su madre siempre insistía en llegar
temprano a esos eventos infernales para poder reclamar una buena mesa en el
borde de la pista de baile, donde pudiera ver todas las idas y venidas. Eso
nunca había molestado a Jane. Una media hora más observando a la gente o
charlando con los caballeros que se interesaban por las obras de caridad, o
que al menos fingían hacerlo, no era tan terrible.
Sin embargo, por primera vez, Jane sintió la desagradable sensación de
nervios en el estómago. Se encontró observando y esperando, y sintiendo
decepción cada vez que un caballero que no era Christopher Westing entraba
en la sala.
Antes, siempre había mantenido su pequeño enamoramiento de él
reprimido, enterrado bajo la practicidad de la vida. Su pensamiento había sido
lógico: si hubieran estado destinados a un gran amor, seguramente ya habría
ocurrido. En cambio, durante los últimos dos años, había visto al marqués
interesarse ocasionalmente por una u otra dama. Una vez, apareció en un baile
una criatura exótica, una debutante escocesa, y, durante unas semanas, él
pareció estar ligeramente interesado en ella. Y antes de eso, la encantadora
señorita Blackwood le hizo compañía hasta que se convirtió en lady Cambrey.
Lord Westing nunca se había mostrado descorazonado por ninguna de ellas.

Página 27
Sin embargo, a Jane no le gustaba esta sensación tan desconcertante.
Nunca antes había buscado a Christopher ni había imaginado bailar o hablar
con él. Había sido fácil mantener un sentimiento cálido sin dejar que eso la
molestara o interfiriera en su tranquilo estado de ánimo.
Excepto el día de su exitoso banquete y partido de criquet a beneficio de
los huérfanos, dos años atrás. Recordó lo que sintió al ver a Christopher
Westing con Margaret Blackwood aquel día, sabiendo al mismo tiempo que
su madre quería que Jane formase parte del futuro del conde de Cambrey.
Jane y lord Cambrey, como anfitriones del evento, habían comido con el
príncipe consorte, pero ella habría preferido cenar en la mesa de Christopher.
Recordaba haber pensado que él y Margaret parecían estar divirtiéndose
mucho.
Había bebido demasiado champán y se había deshecho en lágrimas
delante de lord Cambrey. Christopher ni siquiera había notado su existencia.
Y luego, milagrosamente la semana pasada, algo había surgido entre ella y
el marqués mientras se miraban en Marlborough House. Estaba segura de no
haberlo imaginado. Al mismo tiempo, reconoció que le escocería si resultaba
que todo estaba en su cabeza.
Al fin lo vio entrar. Tenía un aspecto fabuloso, pero siempre lo tenía. El
marqués tenía un ayuda de cámara que, sin duda, era la envidia de todos los
caballeros. Su corbata estaba impecablemente atada, su chaleco recto y
planchado, su chaqueta se ajustaba a sus anchos hombros como una segunda
piel, y sus pantalones… ella intentó no pensar en nada por debajo de su
cintura. Al fin y al cabo era una dama, pero no pudo evitar fijarse en cómo la
tela se amoldaba a sus largos y musculosos muslos.
Jane se oyó a sí misma suspirar y miró a su alrededor para asegurarse de
que nadie observaba la dirección de su mirada. Qué terrible es ser sorprendida
mirando a un hombre. Patético.
Cuando volvió a mirarlo, se dio cuenta de dos cosas. En primer lugar, las
jóvenes acudían a él como pájaros a las migas de pan. Y en segundo lugar,
que él se movía entre ellas como la proa de un barco atravesando el océano.
Entonces, para su deleite, él miró hacia ella y sonrió. Además, cambió su
trayectoria y se dirigió hacia su grupo de amigos.
¿Estaba cruzando la sala para hablar con ella?
Jane estuvo a punto de mirar a sus espaldas para asegurarse de que no
había un destino más deseable en algún lugar cercano. Y de repente, él estaba
allí, a poca distancia.

Página 28
—Buenas noches, lady Jane. —Christopher tomó su mano y se inclinó
sobre ella antes de soltarla—. ¿Puedo decir que está deslumbrante esta noche?
Ella sintió el calor en sus mejillas. ¡Qué extraño! No era dada a
sonrojarse, y nunca lo había sido, ya que no era tímida ni apocada. La
mayoría de la gente la veía como ella quería, segura y capaz. Estaba en el
mundo, en lugar de permanecer en el dominio femenino de un salón, y no
tenía reparos en reunirse con el director de un orfanato o en alquilar una carpa
o en discutir un contrato con músicos para un evento.
Entonces, ¿por qué, en ese momento, se sintió cohibida y con la lengua
trabada?
Dio un sorbo a su champán y dejó que esta se le soltara.
—Puede decirlo, lord Westing, siempre que sea sincero.
Su sonrisa transformó su apuesto rostro en el de un dios griego.
—Tengo ojos en la cara —le recordó—, y le aseguro mi sinceridad.
¿Quiere bailar conmigo?
Su invitación la llenó de placer de pies a cabeza. Pero ella miró más allá
de él, hacia la pista de baile vacía, y sintió el impulso de reírse.
—Sería extraño, en efecto, ya que los músicos no han empezado a tocar y
nadie más está bailando.
Por primera vez, pareció inseguro de sí mismo. Miró por encima del
hombro, luego volvió a mirarla y sonrió.
—Creo que tiene razón. Aunque no me importa estar a la vanguardia de
las nuevas ideas o incluso destacar en una multitud, no sorprendería a la alta
sociedad llevándola a una pista de baile vacía.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Ya tiene una copa de champán —dijo Christopher ladeando la cabeza
—, así que dígame cómo puedo servirla.
—Supongo que podemos hablar —dijo ella, y luego casi puso los ojos en
blanco por su incómoda falta de bromas seductoras.
Sin embargo, en lugar de parecer desanimado, lord Westing parecía
realmente complacido.
—Sí, podemos. ¿Qué le interesa?
—Sería más fácil enumerar lo que no me interesa —dijo ella con
sinceridad.
—Ya sé que tiene debilidad por los huérfanos.
—Bueno, ¿y quién no? —preguntó ella, y luego pensó en las muchas
historias que había escuchado de gente de su clase que prefería girar la cabeza
y mirar hacia otro lado cuando se encontraba con niños en las cunetas o

Página 29
mendigando. Lamentablemente, muchos no iban al East End en absoluto,
prefiriendo no ver la pobreza y, por tanto, fingir así que no existía—.
También me interesa el bienestar general, es decir, la calidad del aire en
Londres, y en particular la salud de las clases trabajadoras. La ley de salud
pública de hace unos años fue un comienzo prometedor, aunque no tenía
suficientes dientes, ya sabe a qué me refiero. Lo mismo ocurre con el Consejo
Central de Salud. Y no me haga hablar de la crisis del agua potable.
—Al contrario, me encantaría escuchar su opinión sobre el agua potable
—dijo él—. El cólera sigue siendo uno de nuestros contagios más
desagradables.
Por lo tanto, a la luz de las lámparas de cristal y cerca de los miembros
más ricos de la sociedad, con sus joyas y vestidos de seda, pasaron una hora
discutiendo sobre el bienestar público y lo que se podía hacer para aliviar la
situación de quienes habitaban los barrios bajos de Londres.
Tras discutir los méritos del actual primer ministro, admirando a lord John
Russell, a la vez que deseaban que fuera menos teórico y más activista,
«como usted, lady Jane», le había dicho Christopher, decidieron entonces que
era hora de bailar.
—¡Una polca! —exclamó Jane—. ¡Qué divertido! —Se sorprendió al
darse cuenta de que lo decía en serio, y se sorprendió aún más por las
chispeantes sensaciones que la recorrieron cuando Christopher la tomó en sus
brazos.
Un baile estimulante, que ella siempre había manejado con aplomo,
concentrándose en ejecutar los pasos a la perfección. Aquella noche, no se
preocupó demasiado por sus pies y sintió toda la alegría que implicaba el
baile mientras giraban por la pista con las demás parejas.
Cuando la música de la polca se apagó, casi de inmediato, comenzó un
vals. Sin soltarla ni un instante, lord Westing la condujo al baile. Y luego al
siguiente.
Jane no recordaba una velada en la que hubiera disfrutado más. Nunca. Y
cuando Christopher la llevó por fin a la mesa de su madre y le ofreció ir a
buscar refrescos, supo que estaba sonriendo como una tonta.
—Me alegro de verte tan feliz —dijo lady Chatley.
—Lo estoy —confesó ella, esperando que su madre no fuera a estropearlo
diciendo algo inapropiado sobre empujar a lord Westing al matrimonio.
—Creo que es una idea magistral bailar con lord Westing. Has llamado la
atención de muchos otros jóvenes al hacerlo. Te están mirando con nuevos
ojos.

Página 30
Su sonrisa se apagó. La rancia Jane había adquirido una apariencia fresca
al bailar con uno de los solteros más codiciados de Londres. ¡Qué artificioso
sonaba eso! Tres bailes seguidos, si alguien llevaba la cuenta. Y conociendo a
la alta sociedad, todo el mundo llevaba la cuenta.
Después de su última conversación en la terraza, esperaba que lord
Westing no lo hubiera hecho con el propósito de arrancarle los dedos de la
estantería a la que había intentado subirse esta temporada.
Esperaba que simplemente le gustara. Aun así, él estaba en la mesa de
refrescos, charlando con lord Burnley, mientras este gesticulaba. Ambos se
volvieron en su dirección. Por suerte, ella pudo girarse justo antes de que la
vieran observándolos.
Cuando Christopher regresó con su champán, se inclinó hacia ella durante
unos breves instantes y le susurró al oído:
—No beba más que esta copa, o tendré que reprenderla.
—No lo haré —prometió ella, pensando que era dulce que él se
preocupara por ella. Entonces se dio cuenta de que él no había bebido.
—¿Quiere sentarse con nosotros? —lo invitó, sabiendo ya, por su postura,
que estaba a punto de marcharse.
—Por desgracia, no puedo. Tengo otras obligaciones. Cuando las cumpla,
espero verla más tarde.
Ella dejó de escuchar al oír «otras obligaciones». ¿Le habría advertido
lord Burnley que se alejara de ella?
—Tal vez —murmuró Jane, esperando sonar misteriosa y no totalmente
decepcionada.
Christopher se inclinó ante ella y luego ante su madre y se marchó a toda
prisa. Demasiado rápido.
Durante toda la noche, hasta ese momento, Jane se había sentido la mujer
más afortunada, más bonita y más interesante del baile. Ahora, se sentía
simplemente tonta. Además, le dolía, como supuso que ocurriría, darse cuenta
de que había sido una mera pareja de baile más, y que había imaginado una
conexión más profunda.
En cualquier caso, él se había alejado con tanta rapidez que no le dejó
ninguna duda de que ella no era la mujer con la que deseaba pasar el resto de
la velada.
Jane pronto se dio cuenta de que la observación de su madre era correcta.
Apenas lord Westing se alejó de ella, un flujo constante de otros hombres
apareció en su mesa invitándola a bailar.

Página 31
Desde luego, no era por el vestido púrpura, por muy atractivo que fuera.
Era el nuevo brillo de haber sido favorecida por un marqués durante una larga
conversación seguida de tres bailes, lo que la marcaba como una compañera
deseable.
Miró más allá del primer hombre de la fila y vio a Christopher
conduciendo a otra dama a la pista, junto con su hermana, lady Amanda
Westing, que estaba en brazos de otro joven lord, nuevo esta temporada. Un
pintoresco cuarteto de amigos.
Que así sea. En un relámpago de comprensión, Jane pensó que podría
apiadarse de los diligentes esfuerzos de su madre y dejar de ser una carga para
sus padres. Si se dejaba cortejar por algún hombre apto, podría dejar atrás
toda esta época de su vida. Podría comprometerse y decidir no volver a asistir
a un baile.
Y no había mejor momento para empezar a cribar la baraja que bailando
esta noche con todos los que se lo pidieran.

CHRISTOPHER SE PREGUNTÓ de dónde sacaba lady Jane Chatley la


energía. No se había apartado de la pista de baile desde que él la había dejado
para cumplir con su deber familiar de acompañante de su hermana. Había
prometido a sus padres que no era necesario que vinieran al baile de los
Linwald, un evento que ambos encontraban tedioso, y a cambio, él vigilaría a
Amanda. No había hecho un buen trabajo al principio de la noche, estando tan
fascinado por Jane.
Al final, su mejor amigo, lord Burnley, lo había obligado a bailar con una
de las amigas de su hermana mientras Amanda elegía a sus parejas.
La comparación de la charla con Jane, que era inteligente y estaba bien
informada, y la de las otras damas con las que le hacía compañía esa noche,
era un abismo de ignorancia insípida. Y mientras bailaba con una señorita
rubia de pelo rizado, que no paraba de preguntar por las propiedades de su
familia en el campo, vio a Jane del brazo de lord Fowler. Christopher se
mantuvo al margen de los siguientes bailes, sin perder de vista a Amanda,
mientras observaba a Jane con lord Welkes, Burton, e incluso Whitely, y
algunos otros que conocía por su cara, pero no por su nombre.
Le parecía que ella solía pasar más tiempo fuera de la pista que en ella, de
lo contrario, habría notado en los bailes anteriores la elegancia de sus pasos,
la forma graciosa en que sostenía la cabeza y la belleza de su figura.

Página 32
¿Siempre había llevado vestidos que mostraban tanto su escote?
En ese instante, lord Reggie Linwald, el hijo de los anfitriones, miraba
descaradamente el vestido de Jane desde la ventaja de su gran altura y, sin
duda, podía ver la parte superior de su pecho.
Una oleada de irritación lo atravesó. Al menos, Christopher supuso que
solo era irritación lo que sentía, pero podrían ser celos. En cualquier caso, le
molestó.
¿Qué motivo tenía para estar irritado o celoso? Había asistido a
innumerables bailes y las acciones de Jane Chatley nunca habían significado
nada para él.
A decir verdad, nunca le había dedicado un segundo pensamiento, pero
ahora, ella llenaba su mente. Todo porque la había encontrado sola y le había
echado una segunda mirada. Y luego una tercera.
Extraordinario, si lo consideraba. Si no hubiera pasado unos preciosos
minutos con ella en la terraza de Marlborough House, no se habría dado
cuenta esta noche de con quién estaba bailando ella o incluso de qué estaba
bailando.
Era difícil creer que hubiera podido ignorar su presencia, ya que no podía
apartar la mirada de ella. Cautivadora, hermosa, pareciendo tan cómoda en la
pista de baile del parqué como en el banquete. ¡Qué mujer tan atractiva!
Christopher se levantó cuando la música terminó, y Jane abandonó la pista
del brazo de otro elegante caballero.
—¿A dónde vas, querido hermano? —preguntó Amanda—. Estábamos a
punto de volver a bailar. Seguro que no eres tan viejo como para rendirte.
La chica que estaba con su hermana se rio. Apenas hizo una pausa.
—Compórtense, niñas, o las enviaré a casa como las mocosas malcriadas
que son.
En un momento, estaba al lado de Jane, y el hecho de no haber carnés de
baile esa noche, tenía libertad para cambiar de pareja a su antojo. O para dejar
de bailar.
—Lady Jane, ¿está lista para un descanso y para retomar nuestra
conversación?
Por primera vez, ella se mostró recelosa, o eso fue lo que a él le pareció.
¿La habría ofendido de alguna manera?
Jane miró a su alrededor, quizás buscando una excusa. Christopher
decidió darle algunas opciones en caso de que realmente no quisiera hablar
con él.

Página 33
—Es decir, a no ser que vaya a bailar con otro caballero o se disponga a
marcharse.
Jane le frunció el ceño.
—¿Por qué debería irme antes de que se acabe el baile? No soy una
completa aburrida, ya sabe.
Él sabía que se había quedado con la boca abierta, ya que eso era lo más
alejado de su mente. Después de esta noche de conocerla, encontró su
compañía preferible a la de cualquier otra dama allí presente. Tenía todas las
cualidades de una amiga, con la maravillosa posibilidad de una asociación
amorosa, como el encantador brillo de la cera de abeja bien frotada en su
escritorio favorito.
Él sonrió y luego soltó una risita.
Jane abrió sus ojos azules de par en par.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó con fuerza—. Dígame, lord Westing.
—Pensé… —dijo Christopher, y luego se rio—. Tuve una idea tonta —
añadió, pero no pudo continuar por la risa. La idea de Jane como un
escritorio, con un pulido reluciente, y de él sentado ante ella… poniendo sus
manos encima… Se puso serio al instante—. No le habría gustado lo que
estaba pensando —dijo, mirándola fijamente a los ojos, que ahora se habían
estrechado para observarlo como si fuera un lunático—. Era bastante
irreverente.
—Dígame —insistió ella—. A nadie le gusta que se rían de uno.
—No me rio de nadie —prometió él.
—No se estaba riendo conmigo, ya que todavía no conozco la broma.
—¿Damos un paseo? —preguntó Christopher con brusquedad.
Ella enarcó una ceja, pensativa. Luego miró a su alrededor. Ya habían
terminado en el borde de la pista de baile, en el lado opuesto a las mesas de
los acompañantes.
—¿Dónde? —preguntó al fin.
Él le ofreció su brazo y ella lo aceptó. De alguna manera, él sabía que ella
estaría dispuesta a jugar, y que no era del tipo de las que se retraen, como
tampoco era del tipo de las descaradas. Jane estaba justo en el medio,
dispuesta a la aventura, pero sin sobrepasar los límites de la buena sociedad.
Y en ese momento, ella mantenía la cabeza baja e intentaba ser discreta
mientras él la conducía fuera del gran salón. Desde allí, se adentraron en el
corazón de la mansión Mayfair. Al final de un largo pasillo, se encontraba el
tipo de alcoba sombría que las parejas utilizaban para darse rápidos y

Página 34
apasionados besos y, ocasionalmente, los caballeros más atrevidos como
Burnley utilizaban para una verdadera prueba de levantamiento de faldas.
Christopher miró el diván de terciopelo, consideró a la dama con la que
estaba, y se apartó de su sórdida implicación. En su lugar, puso la mano en el
primer pestillo que encontró y empujó la puerta.
Estaba repleta de camareros, platos y cristalería. La atrajo detrás de él y
cerró la puerta. La única luz provenía de una ventana que dejaba pasar la
claridad de la luna y de la calle. Rápidamente, encendió una lámpara sobre la
encimera, junto a un montón de servilletas. La situación seguía pareciendo
sórdida y algo ridícula.
¿Qué demonios estaba haciendo?
—Lo siento —dijo, volviéndose hacia Jane, pero ella lo miraba seria, con
ojos luminosos y los labios separados y, de repente, Christopher no lo sentía
en absoluto.

Página 35
Capítulo 4

—Nunca he hecho nada que no deba hacer —confesó Jane, mirando a su


alrededor los estantes de tazas de té y platos.
En ese momento, con Christopher Westing diabólicamente guapo a su
lado, estaba encantada de estar con él en la sala de la servidumbre.
Él ladeó la cabeza y la observó.
—Entonces ya es hora, ¿no cree?
A ella le entraron ganas de reírse, y ella nunca se reía en absoluto.
Christopher solo tenía que dar dos pasos para estar justo delante de ella, y
los dio, acercándose, pero sin tocarla. En cambio, la miró a la cara,
obligándola a levantar la vista.
—Estoy sorprendido y honrado —dijo—. Solo pensar en todos esos
eventos sociales, y está diciendo que nunca… —se interrumpió.
Para que no pensara que era una mojigata sosa, una tonta sin vida,
confesó:
—He dejado que algunos caballeros me besen. Solo por curiosidad.
Él le sonrió ligeramente.
—Y la otra noche —dijo Christopher—, en lugar de estar en el interior
bailando respetablemente con su pareja designada, estaba usted de un modo
perverso en la veranda de Marlborough House.
—Sola —le recordó ella, y luego se sintió avergonzada. Eso no hablaba
en favor de su encanto o atractivo, si podía estar sola, sin compañía, y no ser
molestada por ningún hombre.
—Sola o no, fue bastante atrevido por su parte —señaló él.
—Pero no hasta este punto. —Jane negó con la cabeza—. Nunca algo
como escabullirse de un baile y entrar en una habitación privada con un
caballero.
—Somos amigos —dijo Christopher.
¿Lo eran? ¿Esto es lo que hacían los amigos?
—¿Lo somos?

Página 36
—Espero que sí, y también algo más, quizás. —Christopher se acercó aún
más, hasta que ella pudo sentir sus piernas contra el satén de su vestido—. Si
no es en una habitación como esta, ¿dónde tuvieron esos caballeros el placer
de besarla?
Ella hizo una pausa, apenas capaz de formar un pensamiento.
—En los labios —murmuró, haciendo una pequeña broma.
Sin embargo, con un aspecto más serio que divertido, él le miró la boca,
estudiando detenidamente sus labios. Entonces, Jane vio que sus ojos
parecieron oscurecerse, y se dio cuenta de que sus pupilas se habían
agrandado, prácticamente llenando el azul de su iris.
Qué interesante.
De pronto, las manos del marqués de Westing estaban en su cintura y, con
fuerza, pero despacio, la atrajo contra su cálido cuerpo hasta que sus muslos
quedaron apretados y sus pechos comenzaron a aplastarse contra él.
—Dígame —le preguntó ella, asombrada por su propia voz jadeante—.
¿Qué le divirtió tanto antes?
Él frunció ligeramente el ceño, y luego, al recordar algo, volvió a sonreír.
—Solo estaba pensando en lo extraordinaria que es. Algo sobre el brillo y
el lustre y sobre poner mis manos sobre usted —dijo, con un tono ronco.
Su corazón se aceleró y Jane no pudo hacer otra cosa que mirarle
fijamente, en silencio, esperando, deseando. No era su primer beso, pero era
el primero que le importaba.
Cuando él se inclinó hacia ella, Jane cerró los ojos hasta que sintió su
boca sobre la suya. Firme pero suave, y luego francamente abrasadora, su
beso le quemó los labios, y al instante su calor llegó a su corazón.
Lo había anhelado, negándose a reconocerlo, incluso ante sí misma.
Y las cálidas sensaciones no se detuvieron en su corazón. Su cuerpo sentía
un cosquilleo y un calor punzante, ciertamente como nada que hubiera
experimentado antes.
Cuando Christopher levantó la cabeza, su expresión era de… asombro, y
su espíritu se elevó. Él también lo había sentido. Lo llevaba escrito en su
apuesto rostro.
Sin mediar palabra, él se abalanzó de nuevo para darle otro beso,
inclinando la cabeza hasta que sus labios encajaron a la perfección, y luego se
burló de los suyos con la lengua hasta que ella abrió la boca para descubrir lo
que venía a continuación.
Lo que siguió fue igualmente sorprendente y excitante. La lengua de él se
deslizó entre los labios separados de ella, y no era desagradable tener la

Página 37
lengua de otra persona en la boca. Era muy agradable. De hecho, era
excitante.
Atrevidamente, ella tocó la suya, y él hizo lo mismo, lo que le provocó
pequeños escalofríos, que al fin se concentraron en el lugar que ahora latía
entre sus muslos.
¡Qué maravilla!
Jane se dio cuenta de que sus manos habían subido por los hombros de él
y estaban detrás de su cuello, y sus dedos enguantados estaban tocando su
espeso pelo, que se enroscaba en su nuca.
Estaba tocando el pelo de un hombre. A través de sus guantes de seda,
podía sentir su suavidad.
Y entonces él se apartó de nuevo, y ella estuvo a punto de protestar. En
cambio, dejó que sus manos se alejaran de él. Sin embargo, a Jane no se le
ocurrió nada que decir.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro haciéndolo, si cabe, aún más
atractivo.
—Los otros besos —comenzó él—, ¿dónde dice que tuvieron lugar?
Ella parpadeó, simplemente mirando sus encantadores ojos. Podría
contemplarlos durante toda una vida. Además, no podía recordar la cara o el
nombre de un solo hombre al que hubiera dejado que le diera un beso insípido
en la boca.
—¿Qué otros besos? —preguntó Jane al fin, y ambos rieron.
—Deberíamos volver al salón de baile.
—Deberíamos —aceptó ella, sin querer salir de la habitación del servicio
—. ¿Le gustaría volver a bailar, o tiene otras obligaciones?
El rostro de Christopher adoptó una expresión de dolor.
—Se supone que estoy cuidando a mi hermana menor.
—¡Oh, Dios! —dijo ella, y su lado práctico se impuso—. No podría vivir
conmigo misma si ella sufriera algún daño o su reputación fuera mancillada
por culpa de… —se interrumpió.
—Porque estaba ocupada manchando la suya propia —añadió
Christopher.
Compartieron una sonrisa tonta.
—Además, su madre estará sin duda frenética —le recordó él—. Puede
que incluso esté al otro lado de esa puerta.
Ambos la miraron.
—Ya que puede que estemos a punto de enfrentarnos a la ruina y la
condenación, ¿puedo besarla de nuevo?

Página 38
Ella asintió.
Él tuvo cuidado de no despeinarla mientras tomaba su cara entre las
manos y volvía a fundir sus bocas. No duró tanto como el primer beso,
probablemente porque estaba distraído pensando en su hermana y su madre.
Sin embargo, cuando se separó, le tiró con suavidad del labio inferior con
los dientes. Fue chocante y maravilloso, y envió un chisporroteo a sus partes
femeninas. Antes de que pudiera detenerse, gimió con suavidad por todas las
sensaciones que la recorrían.
En respuesta, Christopher deslizó sus manos por su espalda y la acercó de
nuevo, estrechándola contra su cuerpo durante un largo momento. Luego la
soltó.
—Necesitaba abrazarla así —explicó—. Es tan cálida y suave…
Ella sonrió. Esta había resultado ser la noche más agradable de su vida.

—ESCAPARTE DE ESA MANERA estuvo muy mal de tu parte, Jane —la


amonestó su madre cuando reapareció sola en el salón de baile unos minutos
después. Christopher había dado la vuelta para llegar por una entrada
diferente. Jane miró más allá de su madre, con la cara roja después de haberla
buscado por todas partes, y vio a lady Amanda perfectamente a salvo,
hablando con un grupo de otras debutantes.
Jane suspiró y se relajó, sabiendo que su propia indiscreción placentera no
había perjudicado a nadie más. Excepto a su madre.
—He ido al baño de señoras y me he arreglado el pelo —añadió,
esperando que así lo pareciera. Si no era el caso, podía buscar una excusa—.
He bailado con tantos caballeros agradables esta noche, que había perdido
algunas horquillas. ¿Se ve bien ahora?
—Has bailado mucho —aceptó la condesa, colocando un mechón errante
detrás de la oreja de Jane—. Me alegro de que hayas encontrado una
compañía aceptable, para variar.
—Bastante aceptable, sí —dijo Jane, al ver que Christopher entraba por la
puerta principal, lo que significaba que debía haber salido. Claramente, la
estaba buscando. Cuando sus ojos se encontraron, incluso desde el otro lado
del salón, ella lo vio guiñar el ojo. Luego, él asintió y se dirigió a la mesa de
su hermana.

Página 39
—BUENOS DÍAS, PADRE. —Jane oyó la ridícula tonalidad de su voz y se
sirvió el té y el desayuno del aparador.
Resultaba bastante extraño ver a lord Chatley levantado temprano y
sentado a la mesa, con los periódicos extendidos a su alrededor. Más extraño
aún era sentir una burbuja de felicidad por la actividad de la noche anterior.
Por supuesto, ella nunca había sido besada por Christopher Westing y, por lo
tanto, nunca había tenido necesidad de reflexionar.
Su padre bajó el periódico que estaba leyendo cuando ella se sentó.
—Tienes buen aspecto, Jane.
Normalmente no hacía comentarios sobre su aspecto. Nunca.
—¿Ah, sí? —preguntó ella, inclinándose para ver qué periódicos tenía él,
y alargando la mano para coger el Times.
Cuando sus dedos lo rozaron, él lo apartó de su alcance, y su mirada voló
hacia la de él.
—No es muy femenino por tu parte querer leer el sucio periódico en lugar
de atender a tu padre. Deberías practicar tus habilidades de conversación para
que podamos casarte.
Tanto le sorprendió a Jane lo que él dijo, que no pudo hacer otra cosa que
mirarlo fijamente.
—Pronto perderás la flor de tu juventud, querida hija —añadió su padre
—, y entonces ¿dónde estarás?
La flor, en efecto. Debería mirarse en el espejo las venas rojas de sus
mejillas. Además, ella podía oler el perfume de enebro de su borrachera de la
noche anterior, suponiendo que no hubiera tomado ginebra antes del
desayuno.
—Mi estado civil y mi apariencia nunca te han preocupado antes —señaló
ella.
—Por supuesto que sí. Desde el momento en que perdimos a James y
tuvimos una niña, supe que nuestras vidas iban a ser muy diferentes de lo que
esperaba. En lugar de haber construido un condado, tendré que dejar que se lo
lleve el diablo y mi sobrino.
Jane miró a su padre por encima de su taza de té.
—Estoy segura de que el primo Bernard apreciará que le dejes algo. —¿Y
qué había de su propia madre?, pensó Jane. Si su padre falleciese antes que
ella, estaría bien que le dejara algo para vivir. Y a Jane también.
—¡Bah! Será un conde, obtendrá la finca, que puede quedarse con mi
bendición. Por desgracia, también tendrá esta casa si la quiere.

Página 40
Jane miró hacia el lugar donde se sentaba habitualmente su madre.
¿Dónde iba a vivir en su madurez?
—De hecho, he estado pensando en esto cada vez más. —Su padre
interrumpió las cavilaciones de Jane—. Creo que deberíamos descubrir si
Bernard tiene algún interés en casarse contigo.
Ella se atragantó, tosió y lanzó el té por el mantel.
—¡Jane! —la reprendió su padre.
—Perdóname. Simplemente no estaba preparada para ese anuncio.
Además, lo rechazo por completo.
En ese momento, su madre entró en el comedor, se erizó visiblemente al
ver al conde y luego tomó su asiento, que resultó ser el más alejado de él.
—¿Qué es lo que rechazas, Jane querida?
—La idea de mi padre de que me case con el primo Bernard. No tenemos
nada en común, y él nunca ha mostrado el más mínimo interés por mí.
—Tu primo podría estar interesado —dijo su madre, sonando pensativa, y
Jane temió que casarse con Bernard se convirtiera en la nueva batalla diaria
—. Sin embargo —añadió—, rechazo la idea con tanta fuerza como Jane.
La condesa miró fijamente a su marido.
—¿Por qué? —preguntó este, con un tono neutro.
—Bernard parece aburrido, muy por debajo de nuestra hija en
inteligencia. Eso hará que esté resentido con ella. Además, cuando era más
joven y visitábamos a tu hermano, fui testigo de cómo Bernard se ensañaba,
en más de una ocasión, con un caballo y con sus perros. No quiero que tenga
dominio sobre nuestra Jane.
—Eso es absurdo. Los chicos siempre serán chicos y jugarán con rudeza.
—Fue despecho, no rudeza. Era mezquino, y le faltaban unos años para
ser un niño. —Su madre se sirvió el té.
Discutieron un poco más mientras Jane comía tranquilamente. A ella no le
importaba mucho el resultado, ya que no se casaría con Bernard Lowther, al
margen de cuál de sus padres se impusiera, aunque apreciaba mucho el apoyo
de su madre.
Lady Emily Chatley siempre había sido indulgente cuando se trataba de su
única hija, y Jane había asumido que su padre no tenía ningún interés en un
sentido u otro. Que de repente tuviera no solo un interés, sino una posición
entusiasta, era inquietante. En última instancia, si daba su consentimiento a
una propuesta de matrimonio de Bernard, ni la opinión de Jane ni la de su
madre en el asunto se considerarían relevantes o incluso importantes.

Página 41
Si le decían que tenía que casarse con Bernard y a partir de entonces
entregar su cuerpo, su mente, su dote y su vida en sus manos, se resistiría. Ya
era un salto al vacío temible convertirse en la propiedad de un hombre al que
se admiraba y perder toda la protección de la ley, básicamente toda su
existencia como persona independiente. Hacerlo con alguien que no le
interesaba, un hombre que podía ser cruel o tonto, era francamente aterrador,
sobre todo porque Jane podía estar segura de que su primo se casaría con ella
solo para que nada del dinero de los Chatley saliera de la finca a través de su
considerable dote.
Su alternativa, tal y como ella lo veía, en esta soleada mañana, mientras
terminaba sus huevos y su salchicha, era simplemente huir. Jane tomaría la
generosa asignación que había ahorrado y se iría a donde quisiera. Quizás al
continente, quizás simplemente al campo.
O tal vez recibiría una oferta de alguien más poderoso y rico que su
primo, y por lo tanto un partido más deseable a los ojos de su padre.
Así pues, les dejó debatir, y terminó una segunda taza de té antes de
excusarse. Estaba ocupada dando los últimos toques a una carta dirigida a
Angela Burdett-Coutts, en la que le preguntaba si podía contar con el esfuerzo
filantrópico de esa gran dama, junto con el señor Charles Dickens, en Urania
Cottage. A pesar de que su hogar para damas caídas estaba en Shepherd’s
Bush, Jane esperaba que tal vez hubiera algo que ella pudiera hacer.
Por otra parte, la señora Burdett-Coutts también participaba activamente
en la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales. Si
Jane no podía ayudar a las mujeres que se dedicaban a la prostitución, tal vez
podría ayudar a concienciar sobre la crueldad hacia los animales, sobre todo
en las ciudades.
Solo esperaba que la señora Burdett-Coutts no la rechazara de plano. Ya
fuera para ayudar a los huérfanos, a las mujeres o a los animales, Jane
consideraba que cualquier cosa era mejor que quedarse sentada sin hacer nada
más que reflexionar sobre su propia situación egocéntrica. Incluso su madre
tenía un club de jardinería al que acudía obedientemente, aunque solo fuera
para tomar jerez y discutir las mejores maneras de contratar a un jardinero
capaz.
Apartando todos los pensamientos sobre Bernard Lowther de su cabeza,
Jane volvió a su escritorio en la biblioteca. La única otra distracción, por
supuesto, era Christopher Westing y sus gloriosos besos, y cuándo podría
volver a verlo.

Página 42
DOS NOCHES DESPUÉS, por primera vez en… bueno, en toda su vida…
Christopher acudió a una cena y a su posterior baile con la esperanza expresa
de ver a cierta dama. Supuso que podría haber enviado una misiva
preguntando a Jane si estaría allí, pero tenía el presentimiento de que acudiría.
Al fin y al cabo, se trataba de una fiesta para solteros de alto nivel. Sin duda,
se esperaba que ambos asistieran.
Mejor aún, no estaría lady Emily Chatley, ya que en esta fiesta no habría
madres o tutores vigilantes, sino acompañantes profesionales, sin que hubiera
un tufillo a escándalo.
Si Jane no se presentaba, tenía la opción de reunirse con Burnley en el
club White’s, donde jugarían a las cartas y comerían una buena cena. No se
preguntaba ni se daba por sentado su inclinación política, aunque todo el
mundo sabía que su padre era miembro del Reform Club y que el de White
era más conservador.
En cualquier caso, Christopher había supuesto correctamente. Esa noche,
Jane acudió a la casa de la esquina de Mulberry. Cuando entró, la buscó de
inmediato, divisando su elegante figura al otro lado de la sala, vestida de raso
verde.
Se detuvo a observarla hablar con otros, probablemente sobre algún
asunto de interés para la sociedad en general, y estaba ansioso por tener la
oportunidad de tener otra larga conversación con ella, y luego invitarla a
bailar. Sobre todo, necesitaba determinar si realmente había sentido algo
único durante sus anteriores encuentros, algo que hacía que su pulso se
acelerara al verla.
Dios, eso esperaba.
Antes de acercarse a ella, se dirigió a sus anfitriones, ambos conocidos de
su familia. Lady Mulberry estuvo encantada de cumplir los deseos del joven
lord y, como por arte de magia, le aseguraron que sería pareja de Jane para la
comida, que se celebraría antes del baile.
A veces era muy útil ser marqués.
Mientras avanzaba hacia ella, escuchó a Jane mencionar la difícil
situación de los caballos sobrecargados de trabajo, mientras era apenas
escuchada por otra joven y un hombre. No parecía molestarle en absoluto ser
la tercera en un grupo. Le gustaba esa confianza en ella, junto con su voz
clara y directa, que no fingía una respiración tonta y aniñada.
Él prefería la genuina falta de aire que había creado al besarla sin sentido.
Cuando estuvo junto a ella, le dijo:

Página 43
—Francamente, lady Jane, me sorprende que esté aquí.

Página 44
Capítulo 5

El silencio se apoderó del pequeño grupo, pero Jane se volvió hacia


Christopher, con gesto imperturbable.
—Francamente, a veces me sorprendo a mí misma —confesó.
Como si ya compartieran una broma privada, se rieron juntos, y los otros
dos se alejaron.
Bien. Él ya estaba fascinado por la forma de sus perfectos labios rosados y
quería tenerla para él solo.
—En la terraza de nuestro primer encuentro, dijo que estaría encantada de
no volver a asistir a un evento social, pero luego, en nuestro segundo
encuentro, bailó con todos los caballeros dispuestos, incluido yo. ¿Y ahora la
encuentro en otro evento social, quizá obligada por su formidable madre?
Jane se encogió ligeramente de hombros, sin decirle nada, como era su
derecho. Christopher esperaba que ella hubiera salido de nuevo por él,
deseando pasar más tiempo a su lado.
—Pensándolo bien —se burló Christopher—, creo que sé que está en lo
cierto. Ha venido esta noche porque es un evento sin la presencia de su
madre.
Ella se sonrojó.
—Ajá, tengo razón —cacareó él.
—Tal vez. —Sus ojos azules brillaron—. ¿Y qué hay de usted? ¿Está aquí
para reunirse con sus amigos o para acompañar a su hermana?
—Ninguna de las dos cosas. —Como la sensación de que ella le gustaba
no había disminuido ni un ápice, decidió ser sincero desde el principio—. He
venido a verla a usted.
Su boca formó una o perfecta por un momento, y luego se recuperó.
—¿Con qué fin, lord Westing? —dijo Jane.
¿Qué quería decir al preguntarle eso? ¿Quería que él le dijera de
inmediato que le gustaba?
—¿Perdón?

Página 45
—Lo siento. Fue una imperdonable grosería por mi parte —declaró ella,
llevándose la mano a la garganta, atrayendo la atención de él hacia su
elegante cuello y sus hombros, donde descansaban unos suaves mechones de
pelo castaño pálido.
—Solo espero que con «verme», señor mío, no se refiera a otra cosa que
no sea cenar y bailar. No me gustaría incluirle en esa categoría de hombres
que se acercan a una mujer con fines nefastos.
Él había dicho que le gustaba su franqueza, y al parecer, ella se la iba a
dar. Él podía devolvérsela.
—Disfruté de la charla con usted la otra noche, así como del baile, y por
ello, esperaba repetir ambos placeres, con el adicional de cenar con usted, ya
que sería la primera vez. De hecho, cuando bailamos la otra noche, creo que
no lo habíamos hecho en toda la Temporada.
Ella lo miró un largo rato, frunciendo el ceño entre sus encantadores ojos.
Él no podía discernir sus pensamientos, pero creía que le estaba tomando la
medida. Esperaba que ella lo encontrara a la altura.
—Tiene razón —dijo al fin—. La última vez que bailamos fue la
temporada anterior, a finales de mayo. Estaba harta de que lord Pomley me
pisara los pies y fui a buscar un vaso de limonada. Usted estaba en la mesa de
los refrescos, hablando con sus amigos. Me preguntó cómo estaba, y luego,
por pura cortesía, supongo, si mi próximo baile estaba libre. Era una cuadrilla.
Ella lo había dejado sin palabras.
¿Por qué no había sentido esa chispa en ese momento? Qué cantidad de
oportunidades desperdiciadas. Parecía que nunca le había prestado toda su
atención.
—Supongo que recuerda precisamente lo que llevaba puesto y la música
que sonaba —bromeó él.
La expresión seria de Jane desapareció y ella se rio, pareciendo totalmente
encantada por haberlo impresionado.
—Sé que su chaleco era de un azul intenso porque resultaba ser de un
tono similar al del vestido que yo llevaba, solo que más oscuro. Además, esa
noche bailamos seis partes en lugar de cinco porque la anfitriona eligió la
cuadrilla vienesa, y así, la Trénis se añadió antes de la Pastourelle. Desde
luego, fue un baile divertido, ya que algunas parejas no estaban familiarizadas
con la figura extra.
Christopher sacudió la cabeza.
—Tiene una memoria extraordinaria.
Ella ladeó la barbilla, lo que a él le pareció un movimiento encantador.

Página 46
—Algunas cosas me impresionan, supongo.
Y entonces fueron llamados a la comida.
—Debo encontrar a lord Welkes. Creo que es mi compañero de cena esta
noche —dijo Jane.
—No, no lo creo. —Él le tendió el brazo para que la acompañara al
comedor.
Un momento después, vieron a lord Welkes con expresión de disgusto
cuando su anfitriona, lady Mulberry, le presentaba a otra joven.
—¿Por qué creo que no es casualidad que usted y yo estemos sentados
juntos? —preguntó Jane, sin parecer contrariada mientras Christopher le
acercaba la silla.
—Ya le he dicho que he venido a verla y a cenar con usted. Ciertamente
no tenía la intención de limitarme a mirarla desde el otro lado de la mesa.

JANE CASI VIBRABA DE placer. Él la había buscado. A ella.


Lord Christopher Westing había acordado sentarse con ella en la cena, lo
que significaba que también sería su pareja en la mayoría de los bailes. Es
más, estaba segura de que su madre no tenía nada que ver con ello. A lord
Westing simplemente le gustaba.
¡Qué glorioso! Se sintió mareada. Era el único hombre que le importaba y,
por fin, él le prestaba atención. Y ella no había cambiado nada de sí misma.
Ni él parecía haber cambiado con respecto al hombre que ella conocía desde
hacía unos años.
A su modo de ver, la única alteración era que por fin se había fijado en
ella, justo cuando ella ni siquiera intentaba hacerse notar.
En cuanto se sentaron, se sirvió el vino, al que seguiría el primer plato,
previsiblemente, mejillones. Ya había asistido a bastantes de estas cenas y,
casi podía saber, por la mirada de los camareros, de qué iba a consistir cada
uno de los cinco platos.
Esta noche la comida sabía mejor. Incluso la sopa de tortuga falsa no era
tan repugnante como solía encontrarla. Sin embargo, si no volvía a comerla,
sería demasiado pronto. Entre cada plato o tazón, ella y Christopher
conversaron.
Para cuando los platos de pescado y aves se habían retirado y disfrutaban
de las tartas de crema de huevo y las bayas bañadas en chocolate, ella sintió

Página 47
que se estaban convirtiendo en amigos con rapidez, del mismo modo que lo
había hecho con lord Cambrey mientras organizaban su banquete.
La diferencia en ese caso era que ella no había sentido el menor
romanticismo hacia el conde de Cambrey. Sin embargo, el hombre sentado a
su lado provocaba todo tipo de sensaciones en su mente y en su cuerpo.
—¿Y quiere ocupar el puesto de su padre en el parlamento? —preguntó
Jane, después de que él dijera que su destino era sentarse en la cámara de los
Lores.
—Extraña pregunta —dijo él—, como preguntarle al primogénito de la
reina si quiere ser rey.
Ella sonrió, pero él no parecía estar presumiendo, sino solo constatando
un hecho hereditario en su posición como miembro de su gobierno.
—No es lo mismo, ¿verdad? —preguntó ella, esperando no ofenderle,
pero sabiendo que a veces los hijos no tienen la misma vocación que sus
padres.
—Creo que es mi deber tanto como el de cualquier militar con su país.
Con ese fin, fui a Eton y al Trinity College, voy a clubes políticos y leo los
periódicos, y asisto al parlamento semanalmente para escuchar los
procedimientos.
—No solo para escuchar —dijo ella—. Soy consciente de que ha hablado
a favor de la reforma y ha escrito algunos artículos muy reflexivos para los
periódicos sobre la mejor manera de ayudar a los pobres.
—Gracias. —Parecía satisfecho e incluso ligeramente avergonzado—.
Creo que ambos somos personas de acción. Me interesan las obras de caridad
y me impresionó mucho lo que usted logró para los huérfanos con sus
esfuerzos de recaudación de fondos en el Lord’s Cricket Ground.
Ella sintió que sus mejillas se calentaban ante sus palabras.
—Hice lo que pude y estaría encantada de hacer más. Parece imposible
vivir en Londres y no ver el sufrimiento en la misma puerta de nuestros más
acaudalados convecinos. Desde luego, no hace falta ir a Irlanda para ver que
la gente muere de hambre.
Christopher dejó su copa de vino.
—Espero que no parezca simplista o poco sincero hablar de los pobres
mientras comemos. Sin embargo, dentro de muchos comedores y salones se
hacen los verdaderos tratos, generalmente en las casas Whig, si se me permite
decirlo, para ayudar a los menos afortunados.
—Lo entiendo. Sin el apoyo de los donantes más ricos que disfrutaron del
partido de criquet y del banquete, no tendríamos ahora dos nuevos orfanatos.

Página 48
Fue recompensada con una hermosa sonrisa de Christopher, que hizo que
los dedos de sus pies se enroscaran dentro de sus zapatillas de raso. Mirando
fijamente su boca mientras hablaba, a Jane le costó concentrarse por completo
en lo que él decía.
De repente, a pesar de su interés por las obras de caridad, ella solo podía
pensar en sus besos.
—Apoyo de todo corazón a nuestro diminuto primer ministro —convino
él, refiriéndose a la estatura del hombre—, y a lo que ha hecho por la clase
trabajadora. Lord Russell demuestra a todos que el intelecto y la capacidad de
hacer las cosas no dependen de la fuerza bruta, sino solo de una voluntad
fuerte y una mente flexible. Dicho esto, creo que su Ley de Fábrica no fue lo
bastante lejos.
—Estoy de acuerdo —afirmó Jane de inmediato, lo que provocó otra
sonrisa de él.
Christopher asintió con la cabeza.
—Además, mi interés político nos da a mi padre y a mí algo de lo que
hablar y, a veces, discutir.
—¿Se lleva bien con el duque?
—Otra pregunta extraña —dijo Christopher.
Jane dio un sorbo de vino lentamente —la única copa que tomaría para no
perder el sentido común—, y pensó en lo poco que respetaba a su propio
padre.
—No diría eso si conociera al conde de Chatley —señaló ella.
Entonces, por la expresión extrañamente incómoda de Christopher, pudo
saber que sí lo conocía.
—Ah —dijo Jane.
Él se encogió de hombros.
—Lo siento. No quiero ser impertinente. No conozco a su padre
personalmente, solo he oído hablar de él. Es bastante famoso.
—Infame, querrá decir.
—Así es —aceptó.
—Mientras que su padre es considerado quizás un poco excéntrico, pero
muy estable y confiable —dijo Jane—. Un buen hombre. —Se había reunido
con el duque de Westing en alguna ocasión, aunque intercambiando poco más
que una reverencia por parte de ella y un asentimiento cortés por parte de él.
—Sí, mi padre es todo eso y más. Aun así, le da algún que otro dolor de
cabeza a mi madre.
Jane consideró a sus propios padres.

Página 49
—Mejor que ignorarla por completo.
—Ciertamente, ninguna mujer debería ser ignorada o tratada mal, sobre
todo por el hombre que ha hecho el voto de estar a su lado durante toda su
vida.
¡Dios mío! Qué concepto tan maravilloso. Christopher era aún más
previsor de lo que ella creía. Si tan solo la ley inglesa —y el mismo
parlamento que él amaba— lo vieran de la misma manera…
—En cualquier caso, pronto será imposible ignorar a mi madre —
continuó él—, ya que está organizando una muestra de su arte.
—No tenía ni idea de que Su Gracia fuera artista —comentó Jane.
Él asintió con entusiasmo.
—No es muy conocida fuera de su propio círculo de amigos. Soy parcial,
naturalmente, pero creo que sus acuarelas son sublimes. Es miembro de la
Nueva Sociedad de Pintores en Acuarela, y como dije, pronto tendrá su
primera exposición.
—¡Qué maravilla! —exclamó Jane, y lo dijo en serio.
No mucho después, estaban bailando una cuadrilla, como resultó. Y
entonces, como si un marqués pudiera arreglar mágicamente cosas que otros
no pueden —y como tal vez hiciera—, se encontró a solas con Christopher en
la biblioteca del segundo piso de la Mulberry, al final del pasillo del gran
salón.
De pie en el centro de la gruesa alfombra dentro de la oscura habitación
con estantes del suelo al techo, Jane se cruzó de brazos y esperó mientras
Christopher encendía una lámpara.
—Nunca he hecho nada que no deba hacer —dijo ella.
Cuando él se volvió, fijando su mirada en la de ella y recordando,
obviamente, que ella había dicho lo mismo en la sala del servicio, se echó a
reír.
—Entonces ya es hora, ¿no cree? —Él repitió sus palabras de aquella
noche, antes de pasarle el pulgar por los labios—. Creo que lo que quería
decir es que nunca ha hecho nada que no deba hacer con nadie, excepto
conmigo.
Jane asintió, y él la tomó en sus brazos. Mientras su cuerpo comenzaba a
temblar de anticipación, ella se sintió bastante seria.
—Sí —aceptó ella, mirándolo—. Precisamente. —No con nadie más que
con él.
Dejando caer su boca sobre la de ella, Christopher reclamó sus labios sin
demora, como si hubiera estado esperando toda la noche. Ciertamente lo

Página 50
había hecho. Todo lo que había pasado hasta ese momento había sido una
molestia que le había impedido experimentar esa excitante euforia.
Al instante, el suave zumbido de su cuerpo se convirtió en un rugido de
llamas, cuando su boca hizo arder sus sentidos.
Entre sus caderas, ella se derritió y no se inmutó cuando las manos de
Christopher comenzaron a recorrer su cuerpo. La única irritación fueron sus
guantes. Jane deseó haberlos puesto en su regazo durante la cena y haberlos
dejado caer al suelo cuando se puso de pie. Así podría tocarlo de verdad.
Sin embargo, Christopher no tenía guantes y ella casi podía sentir el calor
de sus manos a través de su vestido de raso y su corsé de seda, rozando su
espalda y atrayéndola contra él.
Su beso se hizo más profundo; los labios de ella se separaron para admitir
su lengua. Ella la chupó con suavidad, oyéndolo gemir en su boca. Entonces,
su mano derecha le rozó la cintura y antes de subir hacia ella…
Jane jadeó cuando él se acercó a su pecho, a pesar de que apenas podía
sentir la palma de la mano contra la parte inferior de su corsé. Sin embargo,
cuando su pulgar se deslizó sobre la sensible piel de su curva superior
expuesta, su pezón se tensó. Era una sensación embriagadora. Además,
parecía estar directamente relacionada con el vértice de entre sus muslos.
Por primera vez, en lugar de pensar en su ropa como algo femenino y
atractivo, se sintió enfundada en una armadura medieval. Sorprendiéndose a
sí misma, Jane deseó que sus capas se desprendieran para poder sentir mejor
los dedos de él sobre su piel.
Si pudiera estar ante él sin ropa y dejar que la tocara… Se humedeció ante
la idea. Seguramente, se quemaría.
Ignorando su creciente frustración, se concentró en otro excitante beso. Él
debió de experimentar la misma sensación de anhelo, porque su boca se alejó
de la de ella para recorrer su mandíbula y descender por su cuello expuesto, y
sus dientes acabaron mordiendo su garganta y su clavícula.
Agarrándolo de la chaqueta para estabilizarse, Jane se inclinó hacia atrás
mientras sus labios perversos seguían un camino por su piel desnuda, hasta
que él sopló su cálido aliento en el valle entre sus pechos. Sus dos pezones
estaban ahora firmemente en su punto más alto, y fue un placer cuando él
volvió a tocar su piel con la punta de su lengua.
En silencio, con la respiración agitada y los cuerpos acalorados,
continuaron como pudieron. Él consiguió deslizar los dedos por la parte
delantera de su vestido y, cuando tocó su pezón por primera vez, ella jadeó y
se mordió el labio. El dolor entre sus piernas se intensificó insoportablemente.

Página 51
Su otra mano se curvó bajo su trasero para apretar una de sus suaves
mejillas y tirar de ella contra la dura hinchazón que Jane podía sentir en la
parte delantera de sus pantalones.
¡Qué bien! Ella deseaba que él pudiera aliviar las palpitaciones de su
cuerpo, sabiendo que podía hacerlo, aunque obviamente no aquí, no ahora.
Por un momento, él la abrazó, con sus dedos todavía bajo su vestido,
acariciando con suavidad su pecho. Cuando Jane se atrevió a mirarle a la cara,
tenía los ojos cerrados y la mandíbula apretada.
Luego, sus ojos se abrieron de golpe y se concentraron en el rostro de ella.
—Esto es una locura —dijo él, sobresaltándola y retirando la mano de su
vestido—. Juro que nunca quise tomarme esas libertades cuando la traje aquí.
Solo quería volver a besarla.
—Béseme otra vez —repitió ella como una orden.
—Con mucho gusto —dijo él. Tomando su cara entre las manos, bajó sus
labios hasta los de ella y le devoró la boca con una lengua firme y saqueadora.
Cuando se apartó, él le tiró del labio inferior con los dientes, como había
hecho una vez, y su zona más íntima se estremeció de agradecimiento.
Y entonces, Christopher se retiró.
—Será mejor que volvamos al baile. Incluso la influencia de un marqués
solo puede conseguir un breve momento de intimidad.
Las mejillas de Jane se calentaron ante sus palabras. ¿Qué debían de
pensar sus anfitriones de ella?
¡Oh, Dios! Se llevó las manos a la cara, agradecida por la luz tenue,
porque ciertamente, debía de estar roja como una baya.
—Por favor, no se preocupe —dijo Christopher—. Le he dicho a lady
Mulberry que usted es muy especial para mí.
Ella se congeló. ¿Especial?
—Además —añadió él—, nuestras madres son conocidas y a veces toman
el té juntas.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Jane, apresurándose hacia la puerta,
sintiendo la urgente necesidad de correr por el pasillo hacia el pequeño salón
de baile donde todos pudieran verla. Sola.
Esta transgresión del decoro era mucho peor que la del baile anterior.
Todos sabrían que ella y Christopher habían huido juntos de la fiesta.
¿En qué estaba pensando? No había pensado en absoluto. Estaba
demasiado aturdida por las sensaciones de deseo hacia este hombre tan guapo.
—Quizá nuestros padres han estado tanto en casa del otro, que nos han
criado como hermanos.

Página 52
—¡Eso es ridículo! —dijo ella.
—Jane. —El sonido de su nombre en su boca hizo que un
estremecimiento la recorriera, y se detuvo en la puerta—. En realidad, no
debe preocuparse —dijo él—. Solo hemos estado fuera unos minutos, y lord y
lady Mulberry estaban a punto de hacer que los sirvientes llevaran una torre
de cristal llena de champán, algo que ella dijo haber visto en el continente.
Los ojos y la atención de todo el mundo habrán estado fijos en ese
espectáculo.
Ella soltó un suspiro de alivio.
Entonces la mano de Christopher le tocó la barbilla.
—¿Puedo preguntarle algo?
Su estómago se revolvió, y no tenía nada que ver con la horrible sopa de
tortuga.
—Por supuesto.
—Me gustaría mucho visitarla en su casa. ¿Estaría dispuesta a
permitírmelo?
La felicidad se extendió de nuevo por ella como melaza caliente. ¿Esto
estaba sucediendo de verdad?
—Sí —dijo Jane—. Estaré encantada de recibirle.

Página 53
Capítulo 6

Con su madre y su hermana menor viviendo en la casa de su tía, y su padre


cenando en el Reform Club, Christopher tenía la casa para él solo. Sin
embargo, no se preparaba ninguna comida, y quién sabía qué hacía el
cocinero con su tiempo.
¿Se daría cuenta alguien si bajaba a examinar los preparativos? Esperaba
que una vez más, más pronto que tarde, salieran de la cocina de Westing
pasteles de carne y bizcochos, carne asada y pudines.
Oyó mucho ruido en la parte inferior de la escalera, así que dejó que su
curiosidad le llevara al lugar de las reformas.
Pasando por las habitaciones del mayordomo y del ama de llaves, la
lavandería, el almacén y el armario de la criada, y un dormitorio para dos
sirvientes masculinos, terminó en la parte trasera de la casa, más allá del
ascensor para subir la comida. Allí, la sala de destilación y cerveza, el
fregadero, la despensa, el cuarto de limpieza y la cocina solían estar
preparados y funcionando perfectamente. Christopher silbó al ver el estado de
desorden. Su madre se pondría lívida. El suelo de la cocina seguía destrozado
y faltaban dos de las encimeras, tanto la superior como la de los estantes. Las
cacerolas de cobre y los moldes de gelatina que colgaban de una pared
estaban cubiertos de polvo. Incluso las campanas situadas junto a la despensa,
una para cada una de las habitaciones de arriba, estaban cubiertas de suciedad.
Por el desorden reinante parecía como si aún faltaran semanas para que
estuviera terminado.
—Buenos días, lord Westing. ¿Ha venido a evaluar nuestro trabajo?
Era el señor Elms, el constructor, que había estado mirando por encima de
la parte trasera del reluciente aparato nuevo que había causado todo este caos.
De pie, el hombre hizo una breve inclinación de cabeza.
—Buenos días, señor Elms. No estoy evaluando tanto como buscando una
galleta, espero que haya alguna en la despensa, si es que todavía está en pie.
El hombre se rio.
—No tengo conocimiento del paradero de las galletas, señor.

Página 54
—Y todo el personal de la cocina ha desaparecido —señaló Christopher,
con solo un albañil haciendo algo en la pared exterior junto a los fogones y
otro hombre midiendo un agujero en el suelo.
—Creo que su padre los envió a algún lugar para que no nos estorbaran.
—Sonrió—. Para que podamos trabajar más rápido.
—¿Y ustedes?
El hombre volvió a reírse con ganas, parecía un tipo generalmente alegre.
—Uno no puede trabajar demasiado rápido con el gas, señor. Sin
embargo, estoy dispuesto a probar la cocina.
—Pero el… —comenzó Christopher, mirando el agujero abierto y el
desorden general.
—Quiero asegurarme de que funciona correctamente antes de volver a
montarlo todo, señor. O tendríamos que romper todo otra vez.
—Ya veo. Bueno, le dejaré con ello. —Christopher volvió por donde
había venido, mientras el hombre sacaba una caja de cerillas.
—¿No desea ver las hermosas llamas azules? —inquirió el señor Elms.
Mirando hacia atrás, Christopher negó con la cabeza.
—Aunque tengo curiosidad por muchas cosas en este mundo, ver cómo se
enciende una cocina no es una de ellas.
Solo había dado unos pasos por el pasillo, sin pasar aún por la puerta de la
sala de estar de las criadas, cuando Christopher oyó y sintió la explosión al
mismo tiempo. El estallido le hizo volar junto con los escombros a su espalda
hasta acabar en el suelo. Entonces, oyó un gemido en lo alto.
Cuando solo tuvo tiempo de echarse las manos a la cabeza, el techo se
derrumbó junto con, según temía, los cuatro pisos de arriba. Y entonces no
supo nada más.

JANE SE SENTÍA ETÉREA y ligera, como si pudiera flotar, tal vez como
una mariposa que revolotea entre las flores de primavera. Una alegría pura y
genuina.
Durante al menos tres años, se había fijado en lord Christopher Westing y
lo había encontrado deseable, lo consideraba excesivamente guapo, y lo creía
fuera de su alcance por completo, pues él nunca le había mostrado ni un ápice
de atención.
Y entonces, todo cambió. En una sola noche, pasó de ser la Jane solitaria,
la Jane melancólica, incluso la Jane resignada, a la Jane feliz y esperanzada.

Página 55
Es más, muy pronto, Christopher estaría en su puerta. Su prepotente,
aunque bienintencionada amada madre y su mercenario y egocéntrico padre
se enterarían de que un hombre ajeno a su familia la consideraba valiosa. Jane
iba a tener la vida que antes ni siquiera se había atrevido a soñar, sin que su
madre necesitara engañar a algún joven, y sin recurrir al dinero de su padre.
No le había contado a su madre ningún detalle de su espectacular velada
en casa de los Mulberry, ni de la larga conversación durante la cena que la
hizo sentir como si hablara con un viejo amigo y un alma gemela, ni del baile,
que le permitió estar abrazada a Christopher durante horas, sintiéndose a la
vez cómoda y totalmente al borde de la excitación. Y, desde luego, no había
mencionado nada de lo que había venido después.
No tenía ni idea de cuánto tiempo habían permanecido en la biblioteca,
aislados, explorando la boca del otro mientras sus manos recorrían sus
cuerpos, pero por primera vez en su vida, había provocado la atención ajena.
Había visto algunas miradas cuando habían vuelto a la fiesta, a pesar de la
ingeniosa torre de copas llenas de champán.
Su ausencia había sido notada, e incluso había causado algunos susurros.
¡Qué emocionante! Habría sido totalmente aterrador si no hubiera sido
Christopher con quien se había quedado a solas y quien prácticamente le
había hecho una declaración.
Christopher, que la había llamado por su nombre de pila de una forma
deliciosa.
Él le había dicho que tenía la intención de llamarla. Así que, su reputación
podría estar ligeramente empañada y, aunque su madre lo desconociera,
podría llegarle la noticia en cualquier momento a través de algún invitado a la
cena o incluso a través de la propia lady Mulberry. Para entonces, esperaba
que Christopher ya fuera considerado su pretendiente exclusivo.
Porque realmente no le importaba si otros hombres la consideraban ahora
mancillada. No le importaba si otro hombre volvía a hablarle.
—Jane, estás silbando —dijo su madre, sobresaltándola.
—¿De veras? —Había estado mirando la calle, esperando que apareciera
uno de los carruajes de Westing.
—Sabes que me parece una grosería para una jovencita.
—No me di cuenta, mamá.
—Parecías contenta —señaló su madre.
Jane casi se rio.
—Pero también como una artista de teatro —añadió su madre,
estremecida de pronto—. ¿Por qué estás aquí, mirando por la ventana? —Su

Página 56
tono era tan agrio como infeliz y, al instante, Jane sintió pena por ella.
Solo podía imaginar lo terrible que sería si su madre hubiera sentido por el
conde de Chatley lo mismo que Jane sentía por Christopher Westing, y
entonces él…
—¿Hacemos algo juntas, mamá? ¿Tal vez ir de compras? Podríamos
pasear por Bond Street si quieres.
Su madre frunció el ceño.
—¿Necesitas algo? ¿Has perdido otro par de guantes?
—No. Simplemente pensé que podríamos hacer algo aparte de asistir a un
baile.
Lady Emily Chatley entrecerró los ojos ante su hija, que nunca había
sugerido nada parecido.
Al fin, asintió.
—Sí, me gustaría. Hay un salón de té al que podríamos ir.
Jane sonrió.
—Me encantaría.
—¿Y no vas a silbar más?
—No cuando puedas oírme. Te lo prometo.
—Muy bien. —La expresión enfurruñada de su madre desapareció—. Iré
a ponerme algo adecuado.
Aunque Jane había esperado que Christopher apareciese allí esa mañana,
o que al menos lo hiciera su tarjeta de visita, ya era más de mediodía, por lo
que Jane decidió que no era necesario esperarlo dentro de casa. Era un
hombre de palabra, lo sentía en sus entrañas.
Vendría. Pronto.

CHRISTOPHER ABRIÓ LOS ojos. Nada. ¿Qué demonios? ¿En qué


habitación estaba, que no entraba ni una rendija de luz?
Bostezó y se estiró, sabiendo que estaba en una cama suave y cómoda. Sin
embargo, el colchón no era el suyo, ni la almohada. Estaba seguro.
Tanteando a un lado en busca de una lámpara, sus dedos tocaron una mesa
y luego una lámpara desconocida. ¿Habían ido a su casa de campo en Surrey?
Era extraño. Estaba seguro de haber estado por última vez en Londres.
Prestando mucha atención a lo que oía, esperando escuchar los sonidos
nocturnos del campo, escuchó en cambio ruedas de carruajes y cascos de
caballos sobre los adoquines.

Página 57
Umm. Sin duda sonaba como Londres.
Un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda. Algo no iba bien,
además de que le dolía la cabeza y no recordaba haber bebido demasiado la
noche anterior. De hecho, no podía recordar la noche anterior en absoluto.
Si estaba en su residencia campestre, eso explicaría la absoluta oscuridad.
Sin embargo, debería oír ruedas y pezuñas sobre la grava, o nada, salvo algún
búho ocasional, si era plena noche.
Además, el aire tenía el inconfundible aroma de Londres: humo de
carbón. La luna debía de estar detrás de gruesas nubes, pero ¿por qué no había
lámparas de gas que iluminaran la calle exterior? Normalmente estaban
encendidas hasta el amanecer.
Al sentarse, después de seguir explorando, encontró una caja de cerillas en
la base de la lámpara. ¡Qué maravilla! La encendería y resolvería el misterio.
Encendió el fósforo, como había hecho cientos de veces. Nada.
Un grito le subió a la garganta, pero lo sofocó. Quizás estaba soñando.
Sacudió la mano con un rápido movimiento de muñeca para apagar la
cerilla, si es que se había encendido. Luego, al tacto, prendió otra y la
mantuvo firme.
¿Lo había hecho?
Movió la otra mano hacia ella y se quemó.
Tenía una cerilla justo delante de la cara, pero no la veía. No podía
entender por qué.
Volvió a sacudirla para comprobar que ya no ardía. Luego parpadeó,
tocándose la cara con las manos para asegurarse de que, efectivamente, seguía
teniendo ojos y estaban abiertos. Luego se rio un poco de sus propias
fantasías, aunque le doliera un poco la cabeza al hacerlo.
Debía de ser un sueño, porque nada tenía sentido. Y entonces escuchó un
sonido terrible.
Tardó unos largos instantes en darse cuenta de que lo estaba haciendo: se
había rendido ante el pavor de la inexplicable negrura total y había empezado
a gritar.
Gritó hasta que oyó pasos, hasta que la puerta se abrió de golpe sobre sus
goznes, y vio… ¡nada!
—¿Quién está ahí? —Su voz sonaba desgarrada por el terror.
—¿Qué quieres decir? Chris, soy yo.
—¿Madre? —¡Gracias a Dios!—. Está oscuro como la brea aquí. ¿Por qué
está tan oscuro?
Ella jadeó. Luego le habló en tono tembloroso.

Página 58
—Son las doce y media del mediodía, mi amor.
Y por lo tanto, plena luz del día. Él tragó saliva.
—¿Dónde estoy?
—Yo también estoy aquí, muchacho —dijo su padre.
—¿Dónde estamos? —preguntó Christopher de nuevo, esperando que ese
retazo de conocimiento hiciera que todo aquello se aclarara como el cristal,
tanto en su cerebro como ante sus ojos.
—Estamos en casa de la tía Tabitha —respondió su madre, con voz
vacilante y temblorosa.
Recordó en ese momento cómo su madre y Amanda habían ido a alojarse
con la hermana de su padre y su marido a causa de las reformas de la cocina.
Algo de la cocina era importante, pero no sabía qué, exactamente.
—¿Estamos en casa de lord y lady Forester? —preguntó.
—Sí —dijo su madre.
—No puedo ver nada —admitió él, sintiendo como si fuera un fallo
personal. Simplemente no debía estar esforzándose lo suficiente porque nunca
había tenido que esforzarse para ver—. Hay luz aquí, dices, ¿correcto?
—Sí —dijo su padre desde el lado de la cama, y Christopher pudo oír a su
madre llorar con suavidad.
—¿Por qué no puedo ver? —preguntó.
—No lo sé. —El duque dudó, pero Christopher sabía que iba a decir más
—. No sabíamos que no podías ver hasta este momento. La explosión te dejó
inconsciente, los escombros te golpearon la cabeza, pero…
—¿Qué explosión?
Su madre lloraba ahora de forma más audible, y él se sentía responsable,
incluso culpable, por ello.
—Llama al médico de inmediato. —Oyó que su padre ordenaba a alguien,
probablemente su mayordomo, y luego unos pasos se alejaron a toda prisa.
Christopher empezó a levantarse, tratando de mover las piernas fuera de la
cama, y de inmediato se enredó en las sábanas, arrastrándolas con él.
—Quédate acostado —dijo su madre, y entonces sintió las manos de su
padre sobre él.
Christopher dejó que el duque le ayudara a volver a la cama y le quitara la
caja de cerillas que aún tenía en las manos. Luego sintió que su padre se
sentaba en el borde del colchón.
—Lo siento —dijo su padre—. Todo esto es culpa mía.
La afirmación le dejó atónito. Hasta donde él sabía, su amable, indulgente
y cariñoso padre nunca había hecho nada que le perjudicara.

Página 59
—Hubo una fuga de gas, según el inspector. Cuando se encendió la
cocina, esta explotó.
—¡Dios mío! —Christopher tenía el recuerdo de haber bajado allí, de
haber hablado con…—. ¿Y el señor Elms?
—Muerto —le dijo su padre—. Y dos obreros también. Por suerte, todo el
personal había sido desalojado.
—Lo recuerdo —dijo Christopher, evocando una conversación con el
constructor—. Para que la obra avanzara con más rapidez.
—Exactamente. ¿Qué diablos estabas haciendo ahí abajo?
¿Había un atisbo de irritación en la voz del duque?
—No lo sé. Bajé a echar un vistazo. —Si se hubiera quedado arriba de las
escaleras, donde debía estar, no estaría en esta cama y, al parecer, ciego.
Se tocó la cara.
—¿Estoy desfigurado? ¿Me he quemado?
—No —insistió su madre—. Salvo algunos moratones y un corte en la
frente, parecías ileso. Salvo que no te despertabas.
—Tengo bastante sed y hambre —confesó, ahora que podía pensar en
algo más que en no ver. Parecía que iba a tener mucho tiempo para considerar
ese sombrío hecho. Simplemente no podía concentrarse en ello en ese
momento.
—¿Qué quieres? —preguntó su madre—. Todo lo que quieras, lo tendrás.
La cocinera de aquí es muy buena. ¿Té o café, o quizás algo más fuerte?
Aunque es temprano, a nadie le importará si quiere vino. O incluso brandy
o…
—Helen. —Su padre la cortó con suavidad—. Déjale hablar.
¿Qué quería él, además de lo obvio? Le vino a la mente Jane. ¿Dónde
estaba ella en ese momento? ¿Sabría lo de la explosión?
Difícilmente podía pedir a sus padres que enviaran un mensaje a una
mujer que nunca les había mencionado, aunque era cierto que la conocían a
ella y a su familia. Su madre y la de Jane tomaban el té juntas de vez en
cuando.
—Me gustaría tomar té —comenzó—. Y también agua. Y creo que
empezaré con el desayuno. Huevos, tostadas, salchichas, tocino, algunas
gachas. Lo que se pueda traer de inmediato será lo mejor, ya que me siento
mal, creo que por el hambre. Y agua, antes que nada, por favor.
Con esas palabras, escuchó más pisadas y se dio cuenta de que debía de
haber una o dos criadas en la habitación. Tendría que empezar a preguntar a
sus padres quién había allí.

Página 60
A ese pensamiento le siguió rápidamente otro: ¿Era esta ceguera
permanente?
En menos de cinco minutos, tenía agua y tostadas en la mano, con su
madre ayudándole. Ninguno de ellos habló mientras él masticaba los
cuadraditos de mantequilla y se bebía todo el vaso.
Luego le trajeron el resto de la comida. Su padre puso una almohada en el
regazo de su hijo y luego una bandeja sobre ella.
De inmediato, Christopher alargó la mano y tiró algo. Por suerte, resultó
ser una taza de té vacía, con la tetera a salvo en la mesa auxiliar.
—Tómalo con calma —dijo su padre—. Será mejor que nos dejes ayudar.
—Solo dame el cuenco de gachas en una mano y la cuchara en la otra. No
voy a ser alimentado como un bebé, y eso es definitivo.
Sin embargo, al principio le resultó más difícil de lo que había previsto.
Las gachas le resbalaban por ambas mejillas. Su madre le limpió la cara dos
veces, y entonces lo consiguió.
Pero tenía que concentrarse, así que hablar estaba descartado. Sin
embargo, el silencio era ensordecedor. Sabía que le estaban mirando
fijamente, y no le gustaba nada la idea.
—Cuéntame qué pasó después de la explosión. ¿Y cómo está la casa? Por
favor, sigue hablando y yo comeré.
Escuchó a su padre relatar cómo dos días antes, el sótano de su casa en
Grosvenor Square había sido destruido y cómo el techo de arriba se había
derrumbado, llevándose por delante su salón de estar, la zona de servicio y
parte de la biblioteca. Christopher había tenido suerte. La explosión lo había
empujado hacia la parte delantera de la planta inferior, entre los dormitorios
del mayordomo y del ama de llaves. Además, el pequeño incendio que se
había iniciado se había apagado rápidamente, porque la tubería de gas se
había cortado, y en lugar de alimentar el fuego, el gas comenzó a disiparse en
la calle.
Tras la explosión inicial, los transeúntes habían rescatado casi enseguida a
Christopher y, como su padre tenía un seguro, el incendio había sido
contenido con rapidez por el Cuerpo de Bomberos de Londres. Su casa se
había salvado, pero en ese momento se consideraba inhabitable.
Su padre parecía pensar que era una oportunidad para modernizarse más,
mientras que la duquesa de Westing solo podía mirar al pasado, declarando
que el gas era una tontería cada poco tiempo.
Christopher tendía a estar de acuerdo con ella.

Página 61
Entonces, un golpe en la puerta anunció un nuevo visitante, que resultó
ser el estimado médico de la familia.

Página 62
Capítulo 7

Tres días después, Jane empezaba a sentirse un poco mal. Había perdido toda
la alegría y era incapaz de concentrarse en la más simple de las tareas. En una
palabra, estaba inquieta. Era una emoción que la distraía y que no había
experimentado nunca.
¿Podría haber malinterpretado la situación por completo?
¿Era Christopher Westing un canalla?
Ambas ideas parecían ridículas. Entonces, ¿dónde estaba?
Durante su despedida en el Mulberry’s a la una de la madrugada, él
prácticamente le había prometido que la vería al día siguiente.
Habían pasado casi cuatro días. Se avecinaba un baile, y ella esperaba no
tener que asistir a otro, al menos como mujer soltera.
Sin que Christopher viniera a hablar con su padre y con su madre sobre la
posibilidad de cortejarla, sin alguna señal tangible de interés, no podía
convencer a su madre de no asistir al próximo baile. Era molesto, y aterrador.
Después de todo, se había puesto en una posición terriblemente comprometida
con el marqués, y la noticia podía hacerse pública.
Solo podía esperar que él acudiese al evento y que ella fuera lo bastante
valiente como para preguntarle sus verdaderas intenciones. Toda su felicidad
futura dependía ahora de las siguientes palabras de su boca. Su maravillosa
boca cálida y firme.
¿Dónde estaba?
Entonces, como si respondiera a sus plegarias, su mayordomo, el señor
Barnes, entró en el salón para decirle que tenía una visita.
Poniéndose en pie de un salto, Jane estuvo a punto de tropezar por la
excitación, ya que se le aceleró el pulso. Sin esperar a que el hombre se la
alcanzara, se reunió con este en el centro de la sala y tomó la tarjeta de visita
de la bandeja de plata.
A Jane se le borró la sonrisa. Lord Richard Fowler. ¿Quién demonios era
lord Fowler?

Página 63
Con la esperanza de que tuviera algo que ver con Christopher, le dijo al
señor Barnes que le hiciera pasar y, por supuesto, que avisase a una de las
criadas, ya que su madre no estaba en casa.
Cuando vio al hombre, lo reconoció como un compañero del baile de los
Linwald. No había habido carnés y, por tanto, no hubo nombres. Puede que él
se lo dijera cuando la condujo al parqué, pero ella había estado tan
concentrada en Christopher que no había captado los nombres de las demás
parejas de baile.
En cualquier caso, ella y lord Fowler nunca habían mantenido una
conversación. Alto, pelo rubio arenoso, ojos verdes, bien vestido. ¿Qué podría
estar haciendo en su casa?
Dejando que se inclinara antes de hacer una reverencia, Jane se sintió
aliviada al ver que la puerta se abría de nuevo y que una de las criadas se
apresuraba a entrar, tomando rápidamente asiento en el extremo de la sala, en
una silla junto a la maceta con un helecho.
En ese momento, Jane se sentó en el sofá y le indicó al caballero que
tomara asiento enfrente, con la seguridad de una mesa baja entre ellos.
—¿A qué debo este placer, señor?
—Es una visita de cortesía, señora. Iré al grano. Pronto voy a tomar una
esposa.
Jane asintió.
—Mi más sincera enhorabuena. ¿Quiere un poco de té?
—No, gracias. No le robaré mucho tiempo. Solo deseo hablar de mi futuro
matrimonio.
—¿Conozco a su prometida?
Él sonrió.
—Lo siento, me malinterpreta. Todavía estoy en la etapa de búsqueda. Lo
que quería decir es que deseo tomar una esposa pronto. Estoy en la edad en
que siento que es el momento. Mis padres lo desean. Mi hermana espera dar
la bienvenida a alguien en nuestra familia. Y, por supuesto, es el momento de
producir un heredero.
—Ya entiendo. —¿Lo hacía? ¿Sobre qué estaban divagando? ¿Conocía él
a Christopher? ¿Podría ella preguntarle sin parecer demasiado atrevida?
Antes de que pudiera decidir cómo introducir a lord Westing en su
conversación, el vizconde continuó.
—Me pregunto si me permitiría incluirla como alguien que podría estar
interesada en convertirse en mi esposa.

Página 64
Jane estuvo a punto de decir que sí, por supuesto, antes de que su cerebro
se diera cuenta de sus palabras. ¿Convertirse en su esposa?
—Lo siento, lord Fowler, si parezco lenta, pero no esperaba una oferta de
este tipo por su parte, sobre todo porque no nos conocemos en absoluto. ¿Está
pidiendo mi mano?
Él sacudió la cabeza.
—No, tal vez… Todavía no, por supuesto. Simplemente deseo saber si
está dispuesta a ser cortejada, si desearía convertirse en una esposa, mi
esposa, antes de perder el tiempo.
Jane puso los ojos en blanco y le dio lo que esperaba que fuera un consejo
que él tomase en serio.
—Nunca, jamás, le diga a una mujer que puede ser una pérdida de tiempo.
Él se sonrojó.
—Por supuesto, mi más sincera disculpa. Déjeme empezar de nuevo. Le
pregunto si está interesada para poder incluirla.
—¿Incluirme dónde? —Esta extraña conversación se estaba volviendo
interesante.
—En mi lista de posibles esposas.
Jane no pudo evitar reírse. No había manera de ocultarlo tras su mano
enguantada como una tos, así que simplemente se rio mientras las cejas del
hombre se disparaban hacia arriba.
—No estoy seguro de entender qué le divierte —dijo el vizconde—, pero
espero sinceramente no haberla ofendido.
¡Pobre hombre! Nunca conseguiría una esposa con una forma tan terrible
de hablar a las mujeres. ¡Incluida en una lista! Jane volvió a reírse.
—¿Puedo preguntar cuántas otras están incluidas en su lista?
Él frunció el ceño.
—En realidad, ninguna.
—¿Soy la primera a la que le ofrece este… honor?
Sus mejillas se sonrojaron ligeramente.
—Pues no. He sido rechazado por otras dos.
—¿Está diciendo que no hay nadie en su lista?
La cara de lord Fowler se puso más roja.
—Así es. Mi papel está en blanco.
Jane se sentó más recta, inclinándose hacia delante.
—¡Dios mío! ¿Hay un papel de verdad? Pensé que hablaba
metafóricamente. Déjeme verlo de inmediato.
—Bueno, yo…

Página 65
—Venga, enséñemelo, o no creeré que existe.
El hombre buscó en el bolsillo de su abrigo y sacó una hoja doblada. La
abrió y se la mostró, pero no se la entregó. En efecto, estaba completamente
en blanco, excepto por un garabato en la parte superior: «Esposas
potenciales».
¡Oh, Dios!
—Si entiendo su situación, quiere una esposa, a pesar de que su corazón
no está comprometido con ninguna mujer en particular, y por eso va de puerta
en puerta, por así decirlo. ¿Es cierto?
—Lady Chatley, si su respuesta es no, entonces me retiraré de su
presencia. Como he dicho, no deseo perder el tiempo, ni el suyo ni el mío.
Ella debería simplemente dejarle marchar. Después de todo, ¿qué le
importaba a ella que el hombre permaneciera soltero toda su vida?
Sin embargo, la familia Fowler tenía una bonita casa en Mayfair, y ella
creía que él no tenía hermanos. Al menos los Chatleys tenían a Bernard para
heredar el título de su padre, aunque absolutamente sin ella a su lado.
Qué lástima que este hombre continuara allí sentado de forma tan tonta
cuando era bien parecido, posiblemente inteligente, y sin duda sería un
marido decente para cualquier dama.
Umm. Por desgracia, Jane no tenía amigas. Todavía no había recibido
noticias de Angela Burdett-Coutts sobre la posibilidad de ayudarla en Urania
Cottage, pero todas esas mujeres serían inadecuadas para un vizconde. Por
otra parte, a Jane no le faltaban invitaciones a las mejores fiestas. Además,
desde el triunfo de su evento benéfico en el orfanato, le habían pedido ayuda
para más de una causa. Organizar y hacer las cosas era algo natural para ella.
¿Por qué no asumir a lord Fowler como otra de sus causas?
—Creo que está perdiendo el tiempo al hacer esto como lo está haciendo,
señor. A las mujeres no les gusta un enfoque pragmático cuando se trata de
asuntos del corazón y, en particular, de algo tan importante y sentimental
como la búsqueda de un cónyuge.
Él se levantó con cara de derrota.
—Por favor, siéntese de nuevo —imploró Jane—. Creo que puedo
ayudarle.
—¿Le gustaría estar en mi lista después de todo? —El rostro del caballero
se iluminó de esperanza.
Ella suspiró.
—No creo que deba considerar ni por un momento más que alguna vez
logrará tener una lista llena de nombres o incluso ninguno, para el caso. Creo

Página 66
que debería considerarse afortunado si encuentra una mujer que le convenga y
que desee casarse con usted, y viceversa. ¿Qué esperaba conseguir con tener
muchas opciones? ¿Y si llega a querer a más de una? Peor aún, ¿qué pasaría
si más de una se interesara por usted y tuviera que herir a la dama al elegir a
su rival?
Él se sentó una vez más en el sofá.
—Tiene razón. Pensé en anotar los nombres de algunas damas dispuestas
y luego sopesar su idoneidad. Parece una tarea tan ardua gastar tiempo en la
búsqueda de una compañera adecuada solo para que esa persona sea
arrebatada justo cuando uno está a punto de ofrecerse por ella, o que, después
de considerar a alguien perfectamente deseable, descubrir que no está en
absoluto interesada.
Jane tenía la sensación de que él ya había experimentado ambas
situaciones. Por lo tanto, había recurrido a una manera más lógica, pero
totalmente inapropiada de encontrar una esposa: preguntar primero y discernir
los sentimientos después. No, eso no serviría en absoluto.
—Aunque no soy una casamentera, conozco a mucha gente. Quizá pueda
ayudarle a encontrar al menos una opción adecuada.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué iba a ayudarme?
Ella consideró su propia situación. Después de haber esperado durante
años a que el único hombre que hacía que su corazón se acelerara le prestara
por fin atención, conocía ese sentimiento de desesperanza. Más aún ahora que
él había desaparecido.
De hecho, si dejaba que su mente se centrase en Christopher, perdería por
completo su carácter alegre. Lord Fowler le daba un propósito y alguien en
quien pensar. Además, como ella comprendía lo importante que era encontrar
a esa persona en una multitud, le ayudaría gustosamente a buscarla.
Estaba entusiasmada ante la perspectiva de su nueva misión,
considerándola mucho mejor que andar deprimida por la casa sin rumbo.
—Le ayudaré porque puedo hacerlo. ¿Y por qué no? ¿Por qué no debería
tener ayuda en esta importante tarea?
Él sonrió tímidamente.
—¿Está segura de que no le interesa ser mi esposa? Parece precisamente
el tipo de persona que me ayudaría a dirigir mi finca.
—No lo estoy, pero si acepta mi amistad, encajaremos muy bien. Voy a ir
al baile en Barclay House. ¿Estará allí?
Él asintió con la cabeza.

Página 67
—Entonces le veré allí, y comenzaremos la búsqueda de su esposa. Por
favor, hasta entonces, no más listas.
Ella le tendió la mano y él le entregó el papel ofensivo.

—ESTÁ SIENDO HORRIBLE —dijo Amanda—, y solo estoy tratando de


ayudar.
—Pues deja de intentarlo. De hecho, déjame en paz. —La hermana de
Christopher venía cada pocas horas a sentarse con él, y se aburrían
mutuamente. El único otro visitante fijo en los últimos días era Burnley, quien
llegaría más tarde.
—No puedo. —Ella agitó el periódico en su regazo con frustración.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Porque mamá y papá me han ordenado que te haga compañía.
—Eso es terrible —murmuró él—. Lamento tu situación. Qué difícil debe
ser para ti tener que entrar en esta habitación sin ninguna dificultad, pudiendo
ver perfectamente a dónde vas, y luego sentarte en una silla que puedes
encontrar fácilmente por ti misma, y luego leer palabras que puedes ver en
una página. Y luego, cuando estés completamente harta de este tormento, qué
horror que te levantes y salgas a la luz para hacer lo que te dé la gana con tu
día.
—Chris, yo…
—No, de verdad —continuó—. Casi me da pena que tengas esa carga. Es
mucho más fácil sentarse aquí todo el día en la oscuridad. De verdad, lo es.
—Chris, por favor.
—Vete. No puedo soportar tu lectura de todos modos. El cerebro me sale
literalmente por las orejas ante las tonterías, los cotilleos y los editoriales de
moda.
—Lo siento. —Amanda sonaba al borde de las lágrimas.
¡Bien!
—Fuera —insistió—. ¡Fuera!
La oyó levantarse y abrir la puerta.
—¿Vuelvo en un rato?
—No. —Entonces se imaginó que ella no volvería nunca y lo largo que
sería el día de mañana—. Hoy no.
—Muy bien. Tal vez deberías dormir una siesta. —Y se fue.

Página 68
Christopher buscó algo para arrojar a la puerta, o al menos en dirección a
ella, y solo encontró una almohada.
Dormir la siesta. Era un hombre de veintiséis años con energía para
quemar. Quería correr, jugar al tenis, montar a caballo, salir a pasear, no
echarse una maldita siesta.
¿Qué podía hacer él solo? Apartando las sábanas, en calzoncillos y
camisa, tanteó el cabecero de la cama. Su ayuda de cámara había colocado allí
su bata, según recordaba. Sus manos tocaron la suave y gruesa tela, y se
aferró a ella.
De pie, lentamente, todavía apoyado en la cama, Christopher se metió con
dificultad en la prenda de algodón solo para darse cuenta de que el cinturón
estaba en el interior y lo tenía puesto al revés. Para remediarlo, lo que le llevó
muchos minutos, ya que parecía tener siempre problemas con las mangas, al
fin empezó a barrer el suelo con los dedos de los pies, buscando sus
zapatillas.
Desistiendo, decidió caminar descalzo. En cualquier caso, supuso que la
mayor parte de la casa de lord y lady Forester estaba alfombrada. Avanzando,
arrastrando los pies hacia la puerta, no encontró nada hasta que su dedo gordo
del pie golpeó la pata de la silla que su hermana había dejado libre.
—¡Malditos sean todos! —Eso sí que dolía.
Extendiendo la mano, se guio alrededor de la silla, consiguiendo apartar
los periódicos por accidente, haciéndolos crujir bajo sus pies. En unos pocos
pasos más, su mano tocó la pared, y se abrió camino a lo largo de ella hasta
llegar a la puerta y el pestillo.
El corazón le latía con fuerza cuando la abrió, y volvió a maldecir cuando
se golpeó con el borde del dedo pequeño del pie. Probablemente estaba
sangrando. El dolor palpitante no hizo más que alimentar su ira. Le hizo
seguir adelante, sabiendo que estaba siendo imprudente, cuando podría
haberse arrastrado de nuevo a la cama. Literalmente, arrastrarse.
Fuera de su habitación, todo estaba tranquilo. Recordaba con vaguedad la
casa de sus tíos, pero rara vez había estado en el tercer piso con las
habitaciones de invitados. Imaginó que era similar a cualquier otra casa
adosada en el barrio de moda de Mayfair, alrededor de Berkley Square. Un
largo pasillo con puertas a la derecha, que estaba frente a la escalera principal
que subía por la izquierda, y recordaba una ventana en el extremo posterior
con vistas al jardín.
Por lo tanto, dependiendo de la habitación que le hubiera tocado, podría
haber puertas a la izquierda y a la derecha de él y una barandilla de la escalera

Página 69
justo enfrente. Avanzó despacio, con las manos extendidas, hasta chocar con
la barandilla. Si hubiera ido más rápido, podría haberse precipitado sobre ella
y acabar con el cuello roto. Guardaría esa opción para cuando no pudiera
soportar más la maldita oscuridad y el aburrimiento.
Manteniendo la mano izquierda en la barandilla, caminó por la escalera
hasta llegar al extremo curvo de madera pulida. Podía girar a la izquierda y
bajar las escaleras, descalzo y en bata. ¿Y si había visitas?
Pensándolo mejor, Christopher soltó la barandilla y siguió caminando por
el pasillo, hacia la parte trasera de la casa. No estaba seguro de cuánto espacio
había a ambos lados de él, ni de si pasaba por delante de las puertas.
¿Qué esperaba conseguir? No tenía ningún destino, pero era agradable
estar de pie y en movimiento de nuevo.
¿Por qué se sentía tan débil después de tanto tiempo en la cama? No podía
entender la razón, pero ya se sentía cansado. Aun así, continuó, creyendo que
sería bueno para sus piernas seguir caminando.
Al fin, después de lo que le pareció demasiado tiempo para un pasillo,
como si hubiera atravesado cien casas, sus manos extendidas tocaron los
cristales de la ventana, marcando la parte trasera de la casa.
¿Y ahora qué? Apretó la cara contra la ventana y miró hacia afuera.
Abriendo y cerrando los ojos. Después de un momento, se dio cuenta de que
podía sentir el calor en su rostro. Así que era un día soleado. Orientándose
hacia la dirección más cálida, volvió a abrir los ojos: una negrura
interminable, más oscura que cuando podía ver y simplemente cerrarlos.
También todo parecía muy tranquilo, notó. De hecho, no había oído nada
procedente de ninguna de las habitaciones, pero supuso que si era pleno día,
como había dicho Amanda, todo el mundo estaría abajo o fuera. Puede que
hubiera alguna criada, pero aparte de eso, probablemente estaba solo.
Suponiendo que sería bueno para su salud caminar de un lado a otro del
pasillo, tal vez unas cuantas veces, Christopher se dio la vuelta. Decidió
moverse hacia su izquierda y tantear el camino, tal vez contando las puertas
hasta… ¡Maldición! ¿Cómo iba a saber cuándo llegaría a su dormitorio?
Entonces recordó que había dejado la puerta entreabierta. El alivio lo
invadió y se burló de su pánico momentáneo. No era como si fuera a vagar
hasta la India si se alejaba demasiado. Al final, encontraría su habitación.
Esta vez dejó que sus manos se deslizaran por la pared, palpando la unión
de las tiras de papel pintado. Le daba más confianza que arrastrar los pies en
medio del pasillo. Cuando llegó a la primera puerta y siguió adelante, empezó
a pensar que esto de moverse a ciegas era bastante fácil. Entonces, con

Página 70
brusquedad, chocó con algo que le golpeó desde las espinillas hasta la cintura,
arrancándole un grito.
Alargando la mano, Christopher se dio cuenta de que había chocado con
un mueble. Al explorar más a fondo, descubrió que había un jarrón sobre su
superficie, por suerte todavía intacto.
Lo rodeó con cuidado y luego volvió a tocar la pared, solo para tropezar
con un taburete, no más alto que su tobillo, unos pocos pasos después. Al
sacar las manos instintivamente, no hubo nada que impidiera su caída. Cayó
al suelo con el taburete aún entre los pies.
Tumbado, un poco asustado y avergonzado, apoyó la mejilla en la
alfombra, maldiciendo en voz baja. Luego golpeó el suelo con rabia,
imaginando que si una criada se le echaba encima, parecería un niño con una
rabieta.
Por desgracia, oyó unos pasos que subían por la escalera principal.
—¡Chris! —exclamó su madre, y la oyó correr hacia él.
—Estoy bien —dijo él levantando la cabeza—. Solo estoy descansando.
—Y con eso, se impulsó hasta ponerse de rodillas.
—¿Descansando? —Parecía asustada—. ¿Llamo a Abner? —Su ayuda de
cámara tenía muy poco que hacer estos días, ya que Christopher casi nunca se
vestía.
—No. —Alcanzando la pared, la usó para guiarse hasta ponerse de pie—.
Me pregunto si puedes decirme cuántas cosas hay en mi camino hasta mi
habitación.
—Por supuesto. —Entonces sintió su mano en el hombro—. Me
impresiona que hayas llegado hasta aquí.
—Yo también, francamente. Pero volver está resultando más difícil.
—Hay tres puertas más hasta la tuya, pero hay un cofre alto y un soporte
de mármol con una planta sobre él entre dos de las puertas.
—Estaría mejor en medio del pasillo, excepto que entonces no podría
contar las puertas.
—Y podrías darte una vuelta por la escalera si te desvías hacia la derecha
—señaló la duquesa—. De todos modos, por ahora, toma mi mano.
Lo hizo y comenzaron a caminar.
—¿Quieres bajar las escaleras? —preguntó ella.
—¿En bata? Definitivamente no.
—Abner puede vestirte —le recordó ella.
—¿Con qué fin? ¿Qué razón hay para que me vista y baje? Quiero decir,
¿qué voy a hacer cuando esté abajo?

Página 71
Ella dudó.
—Puedes sentarte en el salón y así podré charlar contigo, y cuando otros
entren y salgan, podrán hablar contigo también.
Le dolía el estómago por la inutilidad de aquello. ¿Ese era su futuro?
¿Tener a la gente hablando con él cuando salían o entraban en la casa?
—Creo que me voy a echar una siesta —le dijo a su madre al llegar a su
habitación.
—Aquí estamos —dijo ella innecesariamente.
—Perfecto —aseguró él, golpeando de nuevo la silla—. ¡Maldita sea!
—Lo siento —dijo su madre, aunque no era su culpa.
—No, yo siento haber jurado así. Si pudieras decirle a la gente que
mantenga los muebles fuera de mi camino, eso sería útil. Amanda debería
haber puesto eso contra la pared cuando se fue.
—Es cierto. Probablemente no sabía que ibas a salir de la habitación.
Porque solo era el ciego Chris que podía sentarse en su habitación durante
horas esperando que alguien viniera a hablarle o a leerle. Si este era realmente
su futuro, no quería formar parte de él.
—He venido a preguntarte si quieres algo —le dijo su madre.
—Que me devuelvan la vista —murmuró.
Al oír a su madre suspirar, añadió:
—No, no quiero nada.
Sentado en la cama, se sintió como si hubiera vuelto a un santuario… o a
una prisión.
—Está bien —afirmó ella—. Volveré pronto. Traeré algo para leerte. Y le
pediré a lord Forester que haga mover los muebles del pasillo para que puedas
caminar sin obstáculos. Recuerda, cuatro puertas entre tu habitación y la
ventana.
—Lo recordaré. —En ese momento, no tenía ningún deseo de volver a
salir de la habitación. Entonces pensó en Jane.
—¿He recibido alguna misiva o tarjeta de visita?
—Ninguna nueva. Aunque la mayoría se ha enterado del accidente o lo ha
leído en los periódicos, muchos no saben todavía dónde encontrarnos. Es un
fastidio. Y pasarán semanas antes de que podamos regresar a casa. Volveré
pronto.
La escuchó marcharse. ¿Debía asumir que Jane no lo sabía, o podía ser
que lo supiera y se mantuviera alejada?
Se dio cuenta de que no importaba en ninguno de los dos casos. Ella
difícilmente podría subir a su habitación para visitarlo, ni podía imaginarse a

Página 72
él mismo saludándola en ese estado.
Decidió dedicar un tiempo a hacer lo que hacía todos los días, rezar. Pedía
constantemente al Todopoderoso que le devolviera la vista.
Tal vez pronto la recuperaría y entonces volvería a recibir a Jane en su
vida. Hasta entonces, tenía que dejar de lado todo lo que era importante para
él, incluidos Jane y el parlamento.

Página 73
Capítulo 8

Jane se puso en marcha en cuanto sus pies resbaladizos tocaron la entrada de


mármol de Barclay House, un lugar encantador para un baile. Flores, músicos,
velas, una multitud de personas de la sociedad londinense, las más ricas y las
más bellas… lo vio todo y lo ignoró, totalmente concentrada en encontrar a
un hombre.
—Jane, ¿podrías ir más despacio? —le preguntó su madre cuando Jane
salió corriendo del guardarropa a lo largo del salón de baile, hacia el comedor,
donde ya estaba preparado el buffet de comida, y luego hacia la terraza. No
estaba allí. No había nadie. Hacía frío y llovía.
Al fin, atendiendo a los ruegos de su madre, Jane dejó que esta les buscara
una mesa.
—Lord Fowler se sentará con nosotras esta noche —le dijo a la condesa,
tratando de no sonar tan melancólica como se sentía.
La boca de su madre se abrió, aunque sus ojos empezaron a abrirse de par
en par.
—¡No, mamá, no te comportes de repente como una lunática, por favor!
Le estoy ayudando en una tarea. Eso es todo. —Había jurado guardar el
secreto y no rompería su confianza por nada del mundo, por lo que no diría
nada más—. No tengo el menor interés romántico en él.
Su madre asintió.
—¿Quién ha hablado de romanticismo? ¿Necesita una esposa, y estás
dispuesta a convertirte en dicha esposa?
—Sí, lo está, y no, yo no lo estoy. Y, por favor, no lo avergüences a él ni a
mí. Además, al margen de tu agria noción del romance, mamá, un fuerte
sentimiento romántico es lo único que me inducirá a decir que sí al hombre
que pida mi mano.
Si le hablaba a su madre de la infernal lista de lord Fowler, esta se
horrorizaría o exigiría a Jane que pusiera su nombre al principio de la misma.
Lady Chatley frunció el ceño y luego hizo un gesto a uno de los camareros
para que les proporcionaran unas copas de champán, y luego cogió otra.

Página 74
—Eres imposible, Jane.
Su abatida madre se bebió toda la copa de un tirón y luego buscó la
segunda.
—¡Mamá! —Jane se apiadó de ella. Debería darle algo de esperanza—.
¿Recuerdas a lord Westing?
Su madre nunca miraba los periódicos de cotilleo por culpa de su marido
mujeriego. Era demasiado doloroso leer sobre las juergas del conde de
Chatley en la prensa. Sin embargo, Jane sabía muy bien que su madre se las
arreglaba para estar al tanto de las noticias de todos los solteros, incluyendo si
alguno había salido recientemente del mercado matrimonial.
—Por supuesto que lo recuerdo. Es terrible lo de…
Se interrumpió cuando lord Fowler apareció ante ellas.
—Queridas damas —dijo él, y se inclinó primero sobre la mano de su
madre—. Buenas noches, lady Chatley. —Luego se volvió hacia Jane e hizo
lo mismo. Después lanzó una mirada recelosa hacia su madre—. ¿Todavía
está dispuesta a ayudarme?
—Lo estoy —dijo Jane—. Es más, he creado una lista propia. —No pudo
decir nada más hasta que se quedaron solos.
—Mamá, quizás deberías ir a charlar con lady Carmichael, ya que lord
Fowler y yo vamos a hacer la ronda.
Su madre negó con la cabeza.
—Normalmente, no se desea hablar con nadie en estos eventos.
Jane ofreció a su madre una sonrisa ingenua.
—Es cierto. Pero con lord Fowler, estoy más que feliz de hacerlo.
Su madre sacudió la cabeza.
—Eres una chica muy extraña. Estaré allí mismo. —Señaló una silla vacía
junto a la estimada lady Carmichael—. Y no saldrás a la veranda, ni sola ni
con un hombre.
—Sí, mamá.
—A menos que sea un conde o un marqués —añadió su madre—. Sin
ánimo de faltarle el respeto, milord —dijo a lord Fowler, que no era más que
un vizconde.
—No lo hace, milady.
La madre de Jane frunció los labios y la miró con severidad.
—¿Está claro?
—Sí, mamá. —Jane se levantó y besó la mejilla de su madre, y luego dejó
que lord Fowler la guiara.

Página 75
Todavía con la esperanza de descubrir a Christopher, que quizá se había
retrasado, Jane sabía que circular entre la multitud era la mejor manera de
hacerlo.
—Le presentaré a algunas damas que me parecen adecuadas —dijo Jane a
lord Fowler en cuanto estuvieron fuera del alcance de su madre—. Y podrá
decirme después si alguna es de su agrado. Por supuesto, me ayudaría que me
dijera qué forma de presentarse le complace.
En cuestión de minutos, Jane había entablado una conversación con lord
Fowler y dos hijas de vizcondes perfectamente aceptables. Y mientras se
alejaban, dijo que prefería a la mujer de pelo castaño.
Ella sonrió para sí. Eso redujo la selección al menos un poco. A pesar de
lo que había dicho, si una joven rubia y apropiada se pronunciaba dispuesta a
convertirse en lady Fowler, Jane estaba segura de que se podría persuadir a
lord Fowler para que ampliara su preferencia.
De hecho, esto no parecía una tarea tan difícil y resultaba bastante
agradable. Hablaron con otra dama, a la que no parecía molestarle lo más
mínimo que Jane participara en la conversación tras darse cuenta de que
estaba allí solo para facilitar una presentación y hacer que fuera aceptable que
ellos hablaran, al no poder hacerlo solos.
Continuaron su búsqueda durante una hora, y lord Fowler conoció a seis o
siete jóvenes, las cuales le gustaron mucho todas ellas. Jane puso los ojos en
blanco. Quizá realmente no le importaba con quién iba a pasar su vida.
Tal vez tenía que recordarle sus deberes maritales más específicos.
—Cuando piensa en besar a alguna de estas mujeres, ¿le interesan todas
por igual?
Él se encogió de hombros.
—Estoy seguro de que el beso sería similar en cualquier caso. Todas
tienen dos labios, ¿no?
—Y una lengua —murmuró ella, pensando en sus besos con Christopher.
—¿Una lengua? —Lord Fowler sonó sorprendido, y entonces, en ese
instante, Jane se dio cuenta. Él nunca había tenido intimidad con una mujer,
ni siquiera un beso.
Deteniéndose justo donde estaban en el borde de la pista de baile, lo
observó. Probablemente era dos años mayor que ella, o incluso más. Pensar
que ella creía que había vivido una vida protegida, incluso para una mujer…
Pero él era un hombre. Supuso que todos encontraban mujeres a las que besar
y con las que hacer muchas más cosas.
Tal vez tenía que animarle a empezar a besar a algunas de ellas.

Página 76
Esto sería más fácil si fuera como lord Burnley, el amigo de Christopher,
que tenía fama de ser todo un hombre en la ciudad, así como de dejar una
serie de corazones rotos. Debió de haber besado a algunas de esas mujeres
para que sus corazones se enredaran.
—¿Frecuenta a lord Burnley? —preguntó ella.
—No. Fuimos juntos a la escuela, y lo veo en estos eventos, pero no
cenamos juntos, si a eso se refiere. No es mi amigo.
Lord Fowler dijo la palabra «amigo» como si la probara, como si tener un
amigo íntimo fuera un concepto extraño, que nunca había experimentado
antes, más bien como un beso.
¡Dios mío! Había conocido a alguien incluso menos sociable que ella.
Entonces su mirada pasó por delante de ella, hacia alguien justo por
encima de su hombro.
—Tiene buen aspecto —dijo el vizconde.
La cabeza de Jane se giró para ver a lady Matilda Brethens, bonita de ver,
pero no de conocer. Todo lo contrario de agradable. Se comería a lord Fowler
para cenar y se limpiaría los dientes con sus huesos. Además, Matilda era una
prima cien veces menor que la reina, pero hablaba de Victoria como si fueran
hermanas. Lady Brethrens esperaba todo un mundo y, por tanto, parecía
perpetuamente decepcionada.
Ni siquiera le había gustado la comida del banquete benéfico de Jane y
lord Cambrey, que por otra parte fue del agrado de todos.
—Oh, no se lo aconsejo, lord Fowler. Se convertiría en su Xanthippe.
Cuando él frunció el ceño, ella añadió:
—Una esposa regañona.
—No —dijo él, con aspecto alarmado—. No me gustaría en absoluto una
esposa así.
En cualquier caso, Jane estaba segura de que él tenía que intentar besar a
algunas de las mujeres que ya le habían presentado. Ciertamente, eso le
ayudaría a entender cómo se relaciona la gente de manera distinta.
—Tal vez podría reclutar a lord Burnley para que le ayude.
—¿Con qué propósito?
¿Cómo podría explicárselo?
—Tal vez para disfrutar de un club de caballeros u otras diversiones a las
que se dedican los jóvenes.
Él seguía frunciendo el ceño.
—Creo que lord Burnley dedica buena parte de su tiempo a pensar en el
sexo débil, así como a pasar tiempo con este, y probablemente también a

Página 77
discutir.
La frente de lord Fowler se alisó.
—Oh, ya veo lo que quiere decir. Creo que tiene razón en que él tiene una
profunda y amplia experiencia en tales asuntos, aunque creo que no está más
cerca de conseguir una esposa que yo. En verdad, ¿quién puede decir si sus
maneras son superiores?
Jane suspiró. Al menos lord Burnley no se casaría simplemente con
cualquier mujer que estuviera de acuerdo, que era lo que ahora temía que
haría lord Fowler, a su pesar. Estaba segura de que tener un amigo varón le
ayudaría a conseguir una esposa. Es más, si encontraban a lord Burnley,
quizás también encontrarían a Christopher.
—En cualquier caso, ¿lo buscamos? —ofreció—. Tal vez podría comparar
sus pensamientos sobre el asunto.
—Oh, Burnley no está aquí. No creo que haya ido a ningún evento social
desde la explosión.
—¿La explosión? —preguntó ella, con la mitad de su cerebro ponderando
los méritos de presentar a lord Fowler a una viuda experimentada.
—Pues sí, Burnley no está haciendo vida social en este momento. Es
comprensible, ya que él y lord Westing son los mejores amigos.
Ella saltó al oír el nombre de Christopher. ¿Owen Burnley no estaba
socializando debido a su amistad con Christopher?
—Le ruego que me disculpe, milord. No sé de qué está hablando.
—¿No lo ha oído?
—¿Oír qué? —Los latidos del corazón de Jane empezaron a acelerarse
ante el tono de voz de lord Fowler, bajo y funesto.
—Una explosión de gas dejó la casa del duque de Westing totalmente
inhabitable. Por desgracia, la marquesa estaba en medio de ella.
Todo el aire abandonó sus pulmones. De hecho, toda la habitación parecía
completamente inmóvil y silenciosa. Estaba concentrada por completo en el
rostro de lord Fowler y su expresión seria.
—¿Cómo…? —Jane se tragó el miedo y volvió a intentarlo—. ¿Cómo
está? ¿Se ha herido el marqués?
—Sufrió un feo golpe cuando la mitad de la vivienda se derrumbó sobre
él.
Jane necesitó sentarse mientras toda la sangre salía de su cabeza.
Recordando cómo había estado pensando de forma poco amable en
Christopher y su abrupta desaparición, quiso llorar allí mismo.
—Lady Jane, se ha puesto usted muy pálida.

Página 78
Agarrando su brazo, sin importarle si era inapropiado, ella dijo:
—Por favor, lléveme a la mesa de mi madre.
—De inmediato —accedió él mientras la guiaba hacia sus sillas—. Veo
que esta noticia le ha impactado, y me disculpo. Sucedió hace casi una
semana y salió en los periódicos. Supuse que todo el mundo se había
enterado. Permítame asegurarle que Westing no sufrió ninguna fractura ni
desfiguración.
Ella asimiló esta nueva información, dejando que una oleada de alivio se
apoderara de ella.
—Ha dicho un golpe feo. ¿En la cabeza?
—Creo que sí —confirmó lord Fowler.
—¿Pero no resultó herido? —insistió ella cuando llegaron a la mesa,
donde su madre ya había regresado y se le había unido otra amiga. Juntas, las
señoras mayores charlaban y apenas se fijaban en sus hijas, a las que se
suponía que estaban acompañando.
Sin embargo, al acercarse Jane, se callaron. Su madre, al ver su semblante,
comenzó a levantarse, con la mano en la garganta.
Sin embargo, Jane miró fijamente a lord Fowler, esperando que
respondiera a su pregunta.
—En realidad, lamento decirlo —comenzó él, y esas palabras hicieron
que el zumbido en sus oídos se hiciera más fuerte y que pareciera que él
hablaba en voz muy baja desde muy lejos.
Jane se hundió en la única silla vacía, sabiendo que si no hubiera estado
allí, se habría caído al suelo. Entonces, después de oír a su madre exclamar
por su palidez, por fin, las palabras de lord Fowler llegaron a su cerebro.
—Lord Westing quedó absolutamente ciego.

CHRISTOPHER SUPO QUE era Burnley por el sonido de su llamada, más


un golpe fuerte que uno sordo como el del personal, o una rápida palmada
antes de empujar la puerta como el de su hermana. Y sus padres no llamaban
a la puerta en absoluto, limitándose a decir su nombre antes de entrar en el
dormitorio. Supuso que se lo permitiría un poco más de tiempo y luego les
diría que dejaran de hacerlo.
—Hola, viejo amigo —dijo Burnley al entrar.
Christopher asintió para darle la bienvenida.

Página 79
—¿Qué, no tienes ganas de hablar hoy? —Burnley tomó asiento en la silla
cercana, arrastrándola por la alfombra.
Christopher se encogió de hombros, y luego pensó por un segundo.
—Si te encoges de hombros, no lo sabré.
—Es cierto —dijo Burnley—. Pero no me estoy encogiendo de hombros.
Estoy recostado en esta incómoda silla, y ahora tengo una pierna sobre la otra,
con el tobillo derecho apoyado en la rodilla izquierda, si puedes imaginarlo.
—Puedo.
Burnley se había portado bien, viniendo todos los días desde que
Christopher se despertó, quedándose a veces una o dos horas, a veces todo el
día, y comiendo con él. Les daba un respiro a Amanda y a su madre.
—¿Quieres saber lo que llevo puesto? —preguntó su amigo.
Eso hizo que Christopher soltara una risita, una rareza en esos días.
—Por supuesto que no. Mejor dime el tiempo que hace.
Burnley se rio.
—El mismo de siempre. Es Londres. Hay lluvia y sol intermitente. Un
cielo azul y ocasionalmente nubes. Hay niebla humeante o humo nebuloso,
según se mire. Y una noticia más interesante, Sophia regresará pronto del
continente, y yo volveré a hacer de carabina.
Owen vigilaba a su hermana de la misma manera que Christopher solía
vigilar a Amanda, otro de sus deberes que ya no podía realizar.
—Conocí a una joven. —Christopher se sorprendió a sí mismo por
semejante revelación, pero se sintió bien por habérselo contado al fin a
alguien.
Su amigo dudó y luego preguntó:
—¿Aquí? ¿En tu habitación?
Christopher pudo imaginarse a Owen mirando a su alrededor como si ella
fuera a aparecer.
—¡No, tonto! Antes de la explosión. —Se pasó una mano por el pelo—.
Todo en mi vida, a partir de ahora, va a ser categorizado como antes de la
explosión o después, ¿no es así?
—No necesariamente. No importa esa basura filosófica, háblame de la
chica.
—En Marlborough House.
—Eso fue hace tres semanas, por lo menos. ¿Por qué no me lo dijiste
antes?
—Esperaba más bien tener una conversación con su padre e incluso con la
propia dama antes de empezar a balbucear con gente como tú.

Página 80
—¿Basado en un solo encuentro? —Burnley sonó incrédulo.
—No. Nos hicimos compañía en el baile de Linwald y luego fuimos
pareja en la última cena de los Mulberry.
—Basado en un par de bailes y una cena, ¿estabas dispuesto a pedirle
permiso a su padre? Ella debe de ser extremadamente especial, o muy
persuasiva.
—Basta. En realidad, la conozco desde hace años. Y tú también, muy
probablemente. Estoy hablando de lady Jane Chatley.
Silencio, luego simplemente un único sonido de su amigo.
—Umm…
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Con qué?
Burnley estaba claramente estancado.
—Con ese zumbido reflexivo y sin compromiso que has hecho.
—Oh, ¿lo has escuchado? Yo diría, querido amigo, que tu oído ha
mejorado desde la explosión. Uno podría esperar que debería estar peor que
tus ojos.
Christopher suspiró.
—Ojalá hubiera sido así. Ahora, dime. ¿Qué piensas de Jane?
Otra vacilación, y luego Burnley comenzó a hablar lentamente.
—Parece demasiado correcta para ti, tal vez incluso reservada. No tiene
mucho vigor.
—Precisamente esa fue mi primera impresión. En realidad no es ninguna
de esas cosas que dices, y tiene vigor a raudales. También tiene unos ojos
preciosos.
—¿De verdad?
A Christopher no le importó el tono interesado de su amigo. Es más,
nunca podría volver a mirar sus hermosos ojos. Apretó las manos ante la
oleada de ira, una emoción que se presentaba con más frecuencia ahora.
Primero fue mera frustración, ahora furia al rojo vivo por la forma insensata
en que había perdido la vista.
Y sin embargo, seguía sentado en la oscuridad, pensando en una mujer a
la que nunca volvería a ver. ¡Qué idiota!
Le costó un momento, pero consiguió soltar la rabia al imaginarse a Jane.
—¿Recuerdas el banquete de criquet? ¿Recuerdas lo encantadora que
estaba Jane cuando Cambrey la presentó como anfitriona?
—Sí, aquel día parecía bastante atractiva —convino Burnley—. Pero he
bailado con ella en el pasado y apenas me miraba o mantenía su parte de la

Página 81
conversación.
Christopher sonrió.
—Obviamente la aburriste.
Su amigo se rio.
—Y tú no, supongo.
La sonrisa de Christopher se apagó. Definitivamente habían
experimentado algún tipo de conexión él y Jane, y había estado totalmente
dispuesto a perseguirla.
—Tal vez ya no importa.
—¿Qué no importa? ¿Qué quieres decir?
—En este tiempo que considero posterior a la explosión, tal vez lo que
sentí antes no tenga importancia. Llevo días confinado en esta habitación, por
Dios, en realidad no sé cuánto tiempo, y nadie sabe qué hacer conmigo.
Incluido yo mismo.
—El médico volvió a venir ayer, ¿no? ¿Qué dijo?
—Su mejor estimación es el daño a mis nervios ópticos, lo que sea que
eso signifique. Dijo que se unen al «bulbo» de mi ojo. Suena asqueroso.
Burnley no respondió de inmediato.
—Así que, esos nervios fueron dañados. ¿Y dijo si se curarían?
—No lo sabía. Solo dijo que no había nada malo con las pupilas de mis
ojos, aunque estén inútiles ahora.
—Lo siento mucho, viejo amigo.
Que Owen expresara su condolencia lo hizo peor. Él no quería que
hubiera nada que lamentar. Simplemente quería recuperar la vista. O al
menos, que alguien dijera que podría volver.
Sin embargo, junto con todos los demás, estaba empezando a creer que
esto era permanente, aunque no podía aceptarlo. Después de todo, seguía
rezando y pasaba la mayor parte del tiempo pensando en lo que haría cuando
volviera a ver.
—¿Qué pasa con tu cabeza? —preguntó Burnley—. ¿Te sigue doliendo?
—No, la verdad es que no, y antes de que preguntes, tampoco me pasa
nada más. No tengo ninguna razón para quedarme en la cama, pero aquí
estoy.
Oyó a su amigo ponerse en pie.
—Entonces vamos a levantarte y a salir, ¿te parece?
Christopher inclinó la cabeza hacia él.
—¿Con qué propósito?
—Para estirar las piernas, supongo. ¿Has bajado ya?

Página 82
Christopher sacudió la cabeza.
—He caminado por el pasillo, y ya puedo hacerlo bastante bien. —Todos
los jarrones, taburetes y mesitas habían sido retirados.
Burnley sonaba animado.
—Es una casa encantadora, un bonito jardín, deberías ver… —Se
interrumpió—. Lo siento.
—No importa —le aseguró Christopher—. La he visto antes. Bajaré si me
prometes que nadie me verá. Atravesaré la casa, daré un paseo por el jardín
trasero y luego entraré.
Tirando las sábanas a un lado, balanceó las piernas sobre el lado de la
cama y se puso de pie, para luego caer de espaldas sobre el colchón.
—¡Caramba! —juró—. Me siento mareado.
—La prueba de que necesitas levantarte y caminar más. Sin embargo,
debes hacerlo más despacio. Además, estás en camisón, así que primero tengo
que buscarte unos pantalones.

Página 83
Capítulo 9

La madre de Jane no la dejaba ir sola, ni dejaba de preguntar por qué su hija


quería ir sin invitación a la casa de lord y lady Forester.
—Lady Tabitha Forester es tía de un amigo mía que está herido.
Su madre frunció el ceño.
—Está hablando de lord Westing, ¿no es así? —Luego miró a Jane hasta
que esta dejó de mirar por la ventana del carruaje y devolvió la mirada de su
madre.
—Sí, así es.
La condesa emitió un sonido de disgusto.
—Cuando te pillé en el jardín de Marlborough House, dijiste que no había
nada entre vosotros.
—No me atrapaste, porque no estaba haciendo nada en lo que pudiera ser
atrapada. Además, si recuerdas, me negué a hablar de lord Westing porque de
inmediato quisiste empujarnos al matrimonio.
—Sin embargo, te exijo que me digas, ¿hay algo entre vosotros dos?
Jane suspiró, y luego hizo una pregunta que parecía una excelente
evasión.
—Si lo hubiera, ¿sería yo la última en enterarme de la terrible explosión?
—Nunca te han importado los chismes, mi niña.
—Esto no es un chisme. Sin embargo, estaba tan concentrada en otros
asuntos que no pregunté por las noticias semanales.
—¿Otros asuntos, como tu misteriosa tarea con lord Fowler?
—Entre otras cosas. —Su madre no sabía que deseaba ayudar a la casa de
campo de Dickens en Urania para mujeres descarriadas, y definitivamente no
aprobaría que su hija participara en algo así. Tampoco sabía del deseo de Jane
de involucrarse con la RSPCA.
—Dime, Jane, ¿lord Fowler quiere casarse contigo?
Jane estuvo a punto de decir que sí, simplemente para burlarse de su
madre.
—Hemos llegado —dijo a modo de respuesta.

Página 84
—¿Qué esperas conseguir irrumpiendo de esta forma?
¿Sería demasiado esperar un momento a solas con Christopher?
—Me gustaría visitar al marqués, si es posible, pero si no es así, al menos
me gustaría que supiera que he pasado por aquí y le he ofrecido mis mejores
deseos.
El mayordomo las hizo pasar al vestíbulo y luego al salón mientras iba a
decirle a Su Gracia que habían llegado.
—Es la duquesa de Westing, no lady Forester —le recordó la madre de
Jane al mayordomo, como si él fuera a llamar a la dama equivocada.
Apenas se sentaron, un fuerte ruido las hizo ponerse de nuevo en pie. Jane
miró a su madre y luego se dirigió a la puerta abierta.
Al asomarse al vestíbulo, vio a Christopher tirado en el suelo, con lord
Burnley inclinado sobre él, aparentemente tratando de ayudarle a levantarse.
Jane jadeó y se tapó la boca con una mano cuando las cabezas de ambos
hombres giraron en su dirección.
Los ojos de lord Burnley se abrieron de par en par, pero la mirada
impasible de Christopher pasó por encima de ella. Obviamente, lo que dijo
lord Fowler era cierto.
—¿Quién está ahí? —preguntó él mientras su amigo le ponía una mano
bajo el codo y le hacía levantarse.
Jane no lo había creído realmente hasta ese momento. Christopher estaba
ciego.
—Owen, ¿quién es? —repitió.
—Lady Jane Chatley —dijo lord Burnley, con la voz entrecortada.
—¡Malditos sean todos! —dijo Christopher como si al no poder verla, ella
no pudiera oírle.
Lord Burnley tosió.
—Y su madre, la condesa de Chatley.
Jane miró a su lado para ver que tenía razón. Su madre se había unido a
ella en el vestíbulo de azulejos.
De repente, Jane se dio cuenta de lo precipitado de la idea de presentarse
sin avisar. No obstante, no podía negar que su ánimo se había animado al ver
a Christopher en carne y hueso. Sin embargo, era posible que él no sintiera lo
mismo.
Por un lado, ni siquiera estaba vestido del todo, llevaba una camisa
desabrochada sobre los pantalones y no tenía chaqueta ni corbata, y su pelo
era un completo desastre. A ella no le importaba, por supuesto, pero tenía la
sospecha de que ser visto en ese estado pincharía su orgullo.

Página 85
Y estaba en lo cierto.
Las siguientes palabras de Christopher fueron dirigidas a su amigo.
—Llévame arriba, de inmediato.
Sin decir nada más, dejó que lord Burnley lo guiara hasta las escaleras y,
con una mano en la barandilla, las subió lentamente.
A Jane le dolía el corazón a cada paso que se alejaba de ella, sin poder
acercarse ni hablar con él.
Lord Burnley, al menos, se volvió y asintió en su dirección.
—Deberíamos irnos —dijo ella, sintiéndose incómoda por haber ido y
terriblemente indiscreta.
Su madre jadeó.
—No podemos. Le di al mayordomo mi tarjeta de visita. No podemos
simplemente desaparecer.
Se retiraron al salón y esperaron hasta que, unos minutos después, llegó la
duquesa de Westing.
—Siento haberlas hecho esperar.
Jane y su madre se levantaron con rapidez.
—No, en absoluto —entonó lady Chatley—. Le pedimos disculpas por
nuestra inesperada aparición. Pasábamos por aquí y nos detuvimos solo para
ofrecer nuestras condolencias y preguntar por la salud de su hijo.
Jane soltó un suspiro de alivio. En un momento dado, su madre sabía lo
que había que decir, era la mujer de los modales educados por excelencia.
Sin embargo, la duquesa parecía un poco recelosa.
—Desde que nuestra familia se ha trasladado y nuestra corta visita a la
casa de mis suegros se ha prolongado, no he pensado en recibir aquí. No
quería extralimitarme como invitada de lord y lady Forester. De lo contrario,
Emily, sabe que la habría invitado a tomar el té.
La madre de Jane tomó las manos de la otra mujer entre las suyas.
—Estoy segura de que pronto estará de vuelta en casa.
—Ya veremos —dijo Helen Westing, distraída, y luego volvió por fin su
atención a Jane—. No sabía que conociera a mi hijo. Sin embargo, puedo
decirle lo que les he dicho a los demás: no acepta visitas del sexo débil, ni
necesita que nadie le atienda o le lea.
Jane se dio cuenta entonces de que otras jóvenes se habían pasado por allí,
esperando llegar al marqués bajo la apariencia de simpatía. Ir allí sin
anunciarse, como habían hecho, hacía que su madre pareciese como mínimo
una mercenaria, a juicio de Jane, ya que esta nunca había visitado a los

Página 86
Westing. La duquesa se estaba comportando simplemente como una madre
protectora.
Jane tendría que revelar más información, que ni siquiera su propia madre
conocía, para guardar un poco las formas.
—Le aseguro que no pretendía ofrecerle tales atenciones personales. Su
hijo y yo fuimos compañeros en una cena en casa de lord y lady Mulberry
solo unos días antes de la terrible explosión en su casa. Naturalmente, yo, es
decir, nosotros —señaló para incluir a su madre—, nos preocupamos al
enterarnos de su estado. Nos despediremos ahora, ya que debe de tener mucho
que hacer tratando de reparar su casa, al mismo tiempo que prepara su
exposición de arte.
La duquesa de Westing pareció sobresaltada y su mano voló hacia su
fichu de encaje.
—¿Cómo lo ha sabido?
Jane esperaba no haberse extralimitado. Christopher no había dicho nada
de que fuera un secreto.
—Me disculpo si he hablado demasiado. Su hijo me lo mencionó durante
la cena. Está muy orgulloso de usted. Una vez más, nos disculpamos por la
intromisión, y le dejamos con sus quehaceres.
Su propia madre se había quedado callada al escuchar la noticia de que
habían formado pareja durante la cena, pero luego volvió a animarse.
—Me alegro mucho de verla, Helen. Si nuestras hijas tuvieran una edad
más cercana, estoy segura de que las habríamos acompañado a muchos bailes.
En cualquier caso, ¿por qué no nos visitan usted y lady Amanda a nuestra
casa la próxima semana? Háganme saber qué tarde les viene bien a ambas
para tomar el té.
Siempre era té, y solo té. El carácter grosero del padre de Jane impedía
cualquier cosa más formal que involucrara a ambos esposos. Las numerosas
cenas de Mayfair, por ejemplo, excluían a los Chatley porque el conde podía
desaparecer en el último momento. Lady Chatley no podía ir sola a una cena
de pareja, pues se produciría un vacío en la mesa, considerado de lo más
indecoroso. Del mismo modo, ella nunca invitaba a otras parejas a casa por la
misma razón.
No por primera vez, Jane sintió una punzada de lástima por su madre,
cuya vida social se había resentido por su marido. Además, su madre tenía
razón en cuanto a la diferencia de edad de las hijas. Jane ya había tenido unas
cuantas temporadas antes de que Amanda Westing se presentara ese año, y
por lo tanto, lady Chatley se sentaba con las madres cuyas hijas eran de la

Página 87
primera temporada de Jane, mientras que la duquesa se sentaba con las
madres de las debutantes, si es que asistía. Jane recordó que Christopher había
dicho que él actuaba como carabina de su hermana durante el baile de
Linwald.
La expresión de la madre de Christopher se suavizó.
—Gracias. A Amanda y a mí nos gustaría ir, y luego, cuando… —se
interrumpió y pareció un poco perdida—. Cuando mi familia haya regresado a
nuestra propia casa, podré agasajarlas debidamente a cambio —terminó.
—No lo piense más —dijo la madre de Jane—. Le dejaremos con su
ocupado día.
Pronto estuvieron en su carruaje.
—Jane —dijo su madre en cuanto los caballos se pusieron en marcha—.
Has estado guardando secretos.
Pero Jane no contestó, su mente estaba fija en Christopher, que no había
querido ni siquiera hablar con ella.

—DE TODAS LAS PERSONAS que podían estar en el vestíbulo… —se


lamentó Christopher por enésima vez, tumbado en su cama deseando poder
mirar al techo—. ¡Qué humillante!
—No lo ha sido —insistió Burnley.
—No eras tú el que estaba en el suelo como un animal.
—Jane Chatley no parecía ni un poco ofendida.
—Dime exactamente cómo se veía, entonces. ¿Su cara estaba inundada de
alegría al verme? —No pudo ocultar el sarcasmo o la irritación de su voz.
—Por supuesto que no. Parecía una mujer preocupada y, por supuesto,
parecía un poco sorprendida. Dudo que esperara verte.
Christopher gimió de nuevo.
—Dime qué aspecto tenía.
—¡Acabo de hacerlo! —Owen sonaba exasperado.
—¡No! Quiero decir, ¿qué llevaba puesto? ¿Cómo estaba peinada?
—¡Por el amor de Dios! —exclamó su amigo—. No me acuerdo. Creo
que llevaba un vestido azul. Tenía pelo, eso es seguro. Y un sombrero, creo.
Espera, tal vez su madre iba de azul y ella de gris.
—No importa —dijo Christopher—. No importa.
—Tienes razón —convino Burnley, aparentemente aliviado—. Si yo fuera
tú, me la imaginaría sin nada de ropa.

Página 88
Si pudiera verlo, Christopher le daría un puñetazo en la mandíbula y
borraría la expresión lobuna que sabía que Owen tenía.
—Supongo que no pondrías tu barbilla cerca de mi puño, ¿verdad?
Su amigo se rio con ganas.
—Creo que estoy listo para que te vayas —le dijo Christopher.
—Vamos. No te enfades conmigo. La próxima vez que la veamos, tomaré
nota de todo, lo prometo.
—¿Cómo va a haber una próxima vez? No la habrá, te lo aseguro. Al
menos, no para mí. Puedes mirarla cuando quieras. —La ira regresó en un
instante. Si el velo de la oscuridad se abriera, al otro lado estaría el mundo al
que anhelaba volver, con luz y rostros y gente a la que amaba.
Gimiendo, aferró la ropa de cama y pensó que se volvería loco.
—¿Por qué no puedes volver a verla? —preguntó Owen—. Invítala a
tomar el té dentro de unos días y podrás recibirla como es debido. No es que
tengas que jugar a las cartas o llevarla de caza, por el amor de Dios. Siéntate
con ella, bebe té y come galletas. Eso sí puedes hacerlo.
Christopher reflexionó. ¿Podría?
—Tal vez —convino—. ¿Crees que debería conseguir unas gafas oscuras
como las que he visto que llevan los ciegos?
—No lo sé. ¿Por qué las llevan?
—¡Dios, estamos tan mal informados! —se lamentó Christopher—. Le
preguntaré a mi madre. De todos modos, supongo que necesitaría que
estuviera allí.
Silencio.
—¿Y ahora qué? ¿No me digas que no me ayudarás a recibir a Jane?
—Te llevaré abajo y al salón, bien peinado esta vez.
Christopher gimió mientras levantaba las manos hacia su cabello y se
llevaba los dedos al desorden que Jane acababa de presenciar.
—Aunque tu talentoso Abner hará un mejor trabajo preparándote, estoy
seguro —añadió Owen—. En cualquier caso, aunque te llevara directamente
al sofá, te dejaría en el momento en que ella llegara —insistió—. No quiero
estar en medio de la conversación, captando sus miradas destinadas a ti.
Además, piénsalo bien. Nadie te criticará por estar a solas con ella.
Christopher lo pensó. Burnley podría tener razón. Como ciego, no podía
hacer insinuaciones indeseadas o inapropiadas, al menos, no sin la ayuda de la
dama. Y ciertamente no podía intentar saltar sobre ella sin perder su presa.
Ella estaría perfectamente a salvo y podría escapar en cualquier momento.

Página 89
—Espero que la sociedad lo vea así —dijo Christopher—, pues ese sería
el único beneficio de esta maldita ceguera. —Dejó de pasarse los dedos por el
pelo y miró hacia donde creía que estaba sentado Burnley.
—Owen, ¿le escribirás de mi parte? ¿En este mismo momento? Te dictaré
si encuentras pluma y papel.
—Ciertamente lo haré, viejo amigo.
Así, en poco tiempo, Christopher comenzó su carta para ella.
—Que sea corta, creo —le aconsejó su amigo, haciendo sonar el papel
delante de él—. Además, no soy un oficinista, así que habla despacio.

«Querida lady Jane:


Siento que debería, y podría, llamarla simplemente Jane».

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Owen—. ¿De verdad vas a hacer que
escriba eso? ¿Debería y podría?
—No importa. Vuelve a empezar. —Christopher volvió a reflexionar.

«Querida lady Jane:


Permítame comenzar disculpándome por la ridícula escena que
presenció en el vestíbulo de la casa de lord y lady Forester».

—Yo no llamaría la atención sobre ello —aconsejó Owen—. Ella lo vio, y


todos lo manejamos con tacto y gracia. ¿Por qué avergonzarla
mencionándolo? Eso no es muy caballeroso de tu parte.
—Pero soy yo el que se avergonzó, no ella.
—¡Claro que sí! No quería que la pillaran de pie en la puerta en ese
momento. Le gustas, ¿no crees?
—Sí —respondió Christopher en voz baja. Al menos, eso creía él.
—Entonces ciertamente no quería que te sintieras humillado o incluso que
supieras que ella lo estaba presenciando. Por ello, se sintió avergonzada al ser
descubierta.
Christopher lo consideró.
—Oh, ya veo.
Luego, al darse cuenta de la palabra que había utilizado, se rio un
momento y comenzó de nuevo.

«Querida lady Jane:

Página 90
Han pasado varios días desde la última vez que la vi, y para mi
pesar, no volveré a verla».

—¡No! —Owen arrastró la palabra como un gemido—. Eso es terrible.


Demasiado deprimente, suena como si fueras el pesimismo personificado.
—Bueno, lo soy —le recordó Christopher con brusquedad.
—Entonces no querrá venir.
—De acuerdo. Este es el último intento —le dijo a su amigo—, o me
rendiré por completo. Y no quiero que comentes nada.

«Querida lady Jane:


Obviamente, como usted sabe, han pasado muchas cosas desde
la última vez que estuvimos juntos. Me encantaría que viniera a
tomar el té a la casa de mi tía lady Tabitha Forester dentro de dos
días.
Atentamente,
Christopher Westing
P. D. Puede venir sola, ya que no seré una amenaza para su
persona. Mi hermana siempre puede sentarse con nosotros si es
necesario».

—¿Será suficiente? —preguntó Christopher en el silencio solo roto por el


sonido de un bolígrafo rayando el papel.
—Sí. Es satisfactorio. Lo estoy doblando y se lo daré al mayordomo
cuando me vaya. —Burnley hizo una pausa—. Ahora, dime, viejo amigo. ¿La
has besado?

Página 91
Capítulo 10

Jane llevaba la carta escrita a mano metida en su retículo cuando llegó de


nuevo a la casa de los Forester. La llevaba consigo por si la duquesa de
Westing aparecía y creía una vez más que trataba de aprovecharse de su hijo
herido.
Ante la mera idea de volver a hablar con Christopher, el corazón de Jane
latía con fuerza y rapidez en su pecho, y solo esperaba que nadie pudiera
oírlo.
Su alivio al recibir algo de él, después de su desastrosa aparición en
Berkley Square, era profundo. No todo estaba arruinado. Él todavía quería su
compañía.
Es más, cuando Jane entró en el salón, Christopher ya estaba allí, sentado
en un sofá, con un aspecto ordenado y exactamente igual al de antes. Excepto,
por supuesto, por sus ojos, que estaban cerrados. Parecía estar durmiendo.
—Lady Jane Chatley —anunció el mayordomo, y vio a Christopher abrir
los ojos antes de ponerse en pie.
Esos hermosos ojos azules… todavía le parecían perfectos.
—Debería dar un paso y saludarla como es debido —dijo él—, pero
entonces podría tropezar. Aunque caer a sus pies suena romántico, me temo
que solo parecería torpe. Y ya me ha visto así.
Jane se adelantó de inmediato, obligada a tranquilizarlo con sus palabras y
sus acciones.
—Haré lo posible para que nos saludemos adecuadamente, como usted
dice, aunque sostengo que incluso las palabras cálidas desde el otro lado de la
habitación son más que bienvenidas. Sin embargo, como las meras palabras
son insatisfactorias, espero que no le importe que le coja la mano.
Así, anunciando su intención mientras acortaba la distancia entre ellos,
Jane alcanzó una de sus manos y la estrechó entre las suyas enguantadas.
Inmediatamente, él puso su otra mano sobre la de ella, y se quedaron así,
con las cuatro manos unidas.

Página 92
—Tiene buen aspecto —le dijo ella, y era la verdad. Sin embargo, cuando
sus ojos se abrieron y cerraron, fue un poco desconcertante.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de usted.
Ella se rio, contenta de que él tuviera su buen humor de siempre.
—De hecho, también tengo buen aspecto —le aseguró Jane.
—¿Estamos solos? —preguntó él.
Ella miró a su alrededor, incluso detrás de las populares macetas de
helechos de la esquina.
—Sí. Ni siquiera he traído una criada conmigo.
—Y su madre le dejó venir sola. —Christopher frunció ligeramente el
ceño.
—Sí.
—Es extraño, ¿no? Me consideran perfectamente inofensivo ahora que
soy ciego, pero ya nos estamos tocando.
Escuchó un tono de molestia en su voz, que la desconcertó.
—¿Nos sentamos? —ofreció él.
—Sí —volvió a decir ella. Se preguntó cuándo le soltaría las manos.
Todavía no lo había hecho, así que se sentaron cerca, uno al lado del otro.
—Dígame qué lleva puesto.
—¿De verdad? —Ella nunca había descrito su ropa.
—Sí. En mi mente, la veo como la vi por última vez en la fiesta de
Mulberry, pero no es posible que lleve un vestido de noche verde.
—No. Definitivamente no. Si quiere saberlo, voy vestida principalmente
de gris, tanto en la chaqueta como en la falda, con ribetes rosas y una camisa
del mismo tono, quizá demasiado pálida para mi edad y más adecuada para
una debutante, pero me gusta bastante el color. Me recuerda a cierta rosa del
jardín de mi madre.
—Ahora me la imagino perfectamente.
Ella sonrió para sí, pero entonces sus siguientes palabras la sorprendieron.
—Me pregunto si podría quitarse los guantes para que pueda tocar sus
manos.
—No creo que sea una buena idea, lord Westing.
—Y esa es la otra cosa. Podríamos prescindir de los títulos y la
formalidad. Pienso en usted como Jane. ¿Puedo llamarla así? Y, a cambio,
¿me llamará Chris?
—En mi cabeza pienso en usted como Christopher —reconoció ella—.
¿Prefiere Chris?

Página 93
—Mientras no diga «señor» o «lord Westing», no me importa cómo me
llame.
—Me parece justo. Pero no me quitaré los guantes. Si lo hiciera, sé con
certeza que alguien entraría y se me prohibiría volver.
—Está bien. Nos lo tomaremos con calma, Jane. —Dijo su nombre con
evidente satisfacción—. ¿Está sonriendo?
—Sí. Gracias por invitarme a tomar el té. Siento haber irrumpido el otro
día. Me enteré la noche anterior de la explosión de gas y me sentí como una
tonta. Toda la ciudad sabía lo que había pasado excepto yo. A veces estar un
poco alejado de la red de la sociedad no es de utilidad.
—Siento que me encontrase en el suelo cuando llegó.
Ella negó con la cabeza, luego recordó que él no podía verla.
—No piense en ello. Puedo entender lo difícil que es esto. O en realidad,
supongo que no puedo. Sin embargo, puedo adivinar. Dígame cuál es su
pronóstico.
—Es decir, ¿qué si seré ciego por el resto de mi vida? Probablemente.
Una ola de tristeza la invadió, y se alegró de que él no pudiera ver su
expresión. Parecía una tontería expresarle sus condolencias. Sería mucho
mejor pensar en formas de ayudar.
—Supongo que tiene un buen médico.
—Creo que sí. Mis padres suelen contratar a los mejores, y como puede
suponer, los médicos más destacados quieren el patrocinio de un duque y su
familia.
—Sí, me lo imagino —dijo ella—. Si va a ser una condición permanente,
entonces necesitará un entrenamiento especial, así como algunas adaptaciones
en su casa.
Él se puso rígido.
—No estoy preparado para pensar en nada de eso.
Ella esperaba no haberle ofendido.
—Por supuesto. Además, ahora ni siquiera está en su propia casa. Debe de
ser más desconcertante aún el estar aquí.
Un golpecito en la puerta anunció la entrada de una criada con el servicio
de té. Inmediatamente, ella se lo comunicó antes de que él tuviera que
preguntar.
—Gracias —dijo—. Este será también mi primer intento de comer o beber
algo delante de alguien que no sea de la familia. Confieso que estoy un poco
nervioso.

Página 94
—Por favor, Christopher —dijo ella, probando a decir su nombre y
recibiendo una sonrisa a cambio—. No se ponga nervioso en mi presencia. No
trate de forma diferente a lord Burnley.
Él se echó a reír.
—Eso será imposible, pero de todos modos me siento cómodo con usted.
El nerviosismo es más bien por dar el primer paso en un camino desconocido,
en el que ni siquiera quiero estar. Pero, sin embargo, vamos a empezar.
Supongo que tendrá que servir el té y pasarme el platillo.
—¿Cómo de dulce le gusta? —preguntó ella, pensando que servir té para
Christopher era una de las cosas más placenteras que había hecho nunca.
—Una cucharadita, por favor, con mucha leche. Y un chorrito de brandy.
Ella sabía que estaba bromeando.
—Parece que la criada se olvidó del brandy, pero hay algunas galletas de
mermelada.
—Muy bien. Y deje la cuchara en el plato. Intentaré remover el té yo
mismo.
Él empezó a extender la mano, y ella sabía que iba a apartar las cosas.
—Creo que es mejor que se quede quieto, con las manos preparadas, y me
deje colocar el platillo en ellas.
—Buena idea.
Jane hizo lo que le dijo y le dio con cuidado el bonito juego de porcelana
floreada para que lo sujetara.
—Bien —dijo él, tal vez hablando consigo mismo—. Primero, la cuchara.
Jane había dejado un buen espacio en la taza, sirviendo menos té de lo que
normalmente haría, pero aun así, él parecía sostenerla de lado, y ella se
mordió el labio cuando la taza se inclinó peligrosamente. Después de todo,
necesitaba practicar.
Trastabillando, casi derramó el té y tiró la cuchara, pero al fin Christopher
consiguió hacerse con los cubiertos y remover la bebida.
—Tal vez un poco menos de vigor —le aconsejó ella, mientras el té
volaba sobre su falda y los pantalones de él.
—Lo siento —murmuró Christopher.
Después, él volvió a colocar la cuchara en el platillo.
—Perfecto —le animó ella.
De nuevo, estuvo a punto de hacer volar la delicada taza al intentar
localizar el asa, pero lo consiguió. Incluso se la llevó a los labios en el primer
intento, yendo despacio.

Página 95
—A este paso podría morir de sed —bromeó. Sin embargo, por fin dio un
sorbo a su té y lo declaró perfectamente endulzado—. Justo como me gusta.
—Dio otro sorbo—. Y me encantan las galletas de mermelada. Pero supongo
que sostener esto y una galleta será demasiado. —Entonces bajó la taza a la
mesa con demasiada rapidez, el lado del platillo chocó contra la bandeja de
plata y la taza se volcó, derramando el resto del té sobre el platillo y un poco
sobre la bandeja.
—Lo he derramado, ¿verdad?
—Para eso están los platillos —señaló Jane.
—¿Ah, sí? Yo creía que era para sujetar la cuchara y para dar un mejor
equilibrio a la taza.
—Algunas personas vierten el té en el platillo para dejarlo enfriar y luego
beben de él —le recordó ella.
—Suena asqueroso —dijo él.
—Quizá debería pedir a su familia una taza resistente para beber.
Él hizo una pausa, con la cabeza vuelta hacia ella, abriendo y cerrando los
párpados.
—Jane, ¿está siendo cruel? —Pero no parecía insultado. Parecía divertido.
—No, solo práctica. ¿Puedo darle una galleta?
—Por favor.
Y así siguieron, Christopher sorbía el té lo mejor que podía y masticando
galletas, mientras charlaban como viejos amigos. Hasta que alguien entró sin
llamar, una mujer que a Jane le pareció vagamente familiar.
—¿Quién es? —preguntó Christopher.
—No estoy segura. —Jane se levantó al hablar.
—Soy Tabitha, la tía de Christopher. Siento mucho entrometerme. No me
di cuenta de que tenía compañía.
Christopher permaneció sentado.
—Me disculpo, tía. Se lo mencioné a su mayordomo y al tío Cyrus, pero
supongo que la noticia no le llegó.
—No importa. Estaba buscando mis agujas de tejer. A veces soy muy
despistada.
—Soy Jane Chatley —le dijo Jane a la mujer, ya que Christopher se había
callado.
—Me disculpo —dijo este de nuevo, y esta vez se levantó—. Qué
estúpido soy. Sin ver la situación, es como si tuviera que recordarme a mí
mismo lo que se supone que va a ocurrir a continuación. Lady Jane, esta es

Página 96
lady Forester, la hermana de mi padre, que nos ha acogido a todos por la
locura de una moderna cocina de gas. Tía, lady Jane es una amiga mía.
—Oh, bien. Me alegro de que tengas a alguien además de lord Burnley
para hacerte compañía. Es un granuja. Ah, ahí está mi canasta de bordados
junto a la ventana. Te dejaré con tu té.
Antes de que pudiera irse, sin embargo, apareció la madre de Christopher.
—No me había dado cuenta de que estabais tomando el té —entonó la
duquesa, con la mirada puesta en Jane y su hijo.
—No, Helen, no lo estamos —le dijo lady Forester—. He irrumpido en la
reunión de estos encantadores jóvenes y ahora vuelvo a marcharme. Te
sugiero que hagas lo mismo.
—Por favor —comenzó Jane—, no tienen que irse por mí, ninguna de las
dos.
—Parece que alguien debería quedarse —dijo la duquesa, sonando
desaprobadora—. Solo mira el estado en que te encuentras, Chris. Té y
migajas por todas partes. Lo siento mucho, Tabitha, si se mancha algo, lo
repararemos, por supuesto.
En el incómodo silencio, Christopher volvió a sentarse.
—Mis disculpas, tía. No me di cuenta.
Jane normalmente solo sentía respeto por sus mayores y le había gustado
la duquesa de Westing en su último encuentro, cuando se había mostrado
protectora con Christopher. Sin embargo, en ese momento, al ver su expresión
cabizbaja, sintió una oleada de molestia, incluso de franca ira, hacia su madre.
—Tonterías —dijo lady Forester, mirando de reojo a su cuñada—. Chris,
tu madre está siendo demasiado exigente. Te aseguro que no hay más
desorden que el que hace mi propio marido cada vez que toma el té.
Continuad. Helen, me gustaría hablar contigo, por favor. —Y salió de la
habitación con un susurro de faldas de raso y crinolina almidonada,
sosteniendo su cesta de labores, dejando que la madre de Christopher la
siguiera.
—Volveré en unos minutos —prometió la duquesa de Westing.
—¡Oh, qué alegría! —murmuró Christopher, y Jane pensó que su madre
le había oído claramente, pues seguía en la puerta cuando lo dijo.
—¿Se han ido las dos? —preguntó.
—Sí.
—¿Soy un ridículo desastre, cubierto de migas y té?
—No, en absoluto. Hay un poco de té derramado en la bandeja, y quizás
tengamos alguna salpicadura. —Ella sintió el impulso de reírse y se esforzó

Página 97
por contenerlo. Pero no pudo.
De hecho, mientras hablaba, su risa interrumpió sus palabras.
—Y hay un poco de mermelada de fresa en su chaqueta. —Se rio un poco
más—. Y un poco en la comisura de su boca.
Por suerte, él comenzó a reírse también, ya que ella se habría sentido
mortificada si él se hubiera sentido insultado. Mientras compartían una
carcajada, toda la tensión abandonó la habitación.
—¿Y cómo —rio ella—, cómo se ha metido un trozo de galleta en el
pelo?
—Por piedad, Jane, ayúdeme a ponerme decente de una vez.
Ella cogió una servilleta de la bandeja y le limpió el regazo, a pesar de
darse cuenta de lo inapropiado que era tocarle el muslo, incluso con la mano
enguantada y una servilleta. Luego introdujo una mano en su chaqueta para
poder sujetar la tela con firmeza mientras frotaba la mermelada con la
servilleta. Podía sentir el calor de él a través de sus finos guantes de algodón.
Cuando ella empezó a limpiarle la comisura de la boca, ya no sintió
ningún impulso de reír.
Al parecer, él tampoco.
—¿Seguimos solos?
—Sí —prometió ella, frotando el pulgar enguantado en el borde de su
boca. Toda la pretensión de limpiarlo desapareció cuando él se agarró a su
mano.
Sus brazos la rodearon, y ella se sintió encantada de que él no tuviera
problemas para encontrar su boca con la suya. Incluso inclinaron la cabeza en
direcciones opuestas para que sus narices no chocaran.
Él sabía a mermelada de fresa y ella se deleitó con el dulce beso.
—No la despeinaré —le prometió él contra sus labios, y entonces ella
suspiró y abrió la boca para que su lengua la embriagara con suavidad.
Por su parte, ella no tenía que preocuparse por su pelo, así que ancló sus
manos enguantadas en la nuca de él y lo sostuvo contra ella.
Al fin, ambos necesitaron respirar y se retiraron.
—Esta ha sido la única vez en días que he sentido que era natural tener los
ojos cerrados —dijo él.
—Esta ha sido la única vez en días que me he sentido satisfecha —
confesó ella.
—Ciertamente no estoy contento —confesó él—. Quiero más de usted.
—Difícilmente puedo venir aquí todos los días sin que se produzcan
rumores terriblemente incómodos.

Página 98
—Querida Jane —dijo, y luego se calló.
—¿Qué?
—Es solo que al otro lado de la normalidad, habiéndome ocurrido algo
enorme y aterrador, ya no me importan un bledo las habladurías. No me
imagino nada que me incomode mucho, como usted dice. Pero por su bien,
intentaré ver las cosas a su manera.
—¿A mi manera?
—Quiero decir en el país de los videntes, donde las apariencias importan
por encima de todo y las reputaciones pueden arruinarse por una pareja
sentada demasiado cerca.
Jane se dio cuenta de que seguía aplastada contra él y se zafó de sus
brazos e incluso se apartó unos centímetros en el sofá.
—La intromisión de mamá me ha dado un plan para que vuelva a menudo
y se haga indispensable para mi familia, como ya lo es para mí.
Incluso mientras ella seguía considerando sus palabras —¿ella?,
¿indispensable para él?—, su madre volvió a entrar en el salón.
—Soy yo —dijo la duquesa antes de que Jane pudiera decirle a
Christopher de quién se trataba—. Siento si he dicho algo que te haya
molestado, Chris. Tu tía tenía razón. Estaba siendo quisquillosa, pero solo
porque soy muy consciente de que somos intrusos en su casa, y temo
consumir toda su hospitalidad. ¡Todo por esa ridícula cocina! Me dan ganas
de estrangular a tu padre. Por supuesto, tu lesión es lo más importante, pero
luego la casa medio destruida y la próxima exposición de arte. No recuerdo
haberme sentido tan desubicada.
Tras una pausa, Christopher le respondió.
—Está bien. Aprenderé a ser más hábil, ya que parece que debo
permanecer ciego.
El hecho de que dijera esa palabra puso un manto de silencio sobre ellos,
y a Jane le dolió el corazón por toda la familia.
—Estaba pensando en lo ocupada que estás, madre —continuó él—, y
recordé lo bien que Jane dirigió el evento de caridad, recaudando todo ese
dinero para un orfanato.
—En realidad, el conde de Cambrey y yo recaudamos lo suficiente para
abrir dos orfanatos. —Pensó Jane que debía señalar.
—¡Dos! —exclamó él—. Madre, ¿no decías que te sientes como si
necesitaras otro par de manos? Estoy bastante seguro de que Jane las tiene.
—¡Oh! —exclamó Jane, que solo entonces se dio cuenta de lo que él
estaba haciendo. La estaba endilgando a su madre para que tuviera un motivo

Página 99
para frecuentar la casa de los Forester. Sería maravilloso sentirse útil y
además estar cerca de Christopher.
La duquesa de Westing la miró fijamente, y Jane se encontró ofreciéndole
una sonrisa, que esperaba que pareciera genuina y confiada, a pesar de
sentirse un poco aterrorizada por la mujer.
—¿No dijiste, madre, que si tuvieras una hija, te asegurarías de que
estuviera capacitada para ser organizada y luego la alistarías para asistirte? —
preguntó Christopher.
Jane estaba totalmente confundida por su pregunta, ya que era evidente
que existía esa hija, llamada Amanda Westing. Sin embargo, cuando madre e
hijo estallaron en carcajadas, se dio cuenta de que era una broma entre ellos.
—Por suerte, Jane ya es una persona organizada —terminó Christopher—,
a diferencia de nuestra Amanda.
—¿Sabes, querido muchacho? —dijo su madre—, no tenía idea de que me
escucharas con tanta atención.
Se volvió hacia Jane.
—Sí que necesito ayuda. Mi marido está supervisando la reconstrucción y
a los trabajadores, pero pronto estaremos en la fase de decoración. Creo en
sacar lo mejor de una mala situación. Ya que tenemos que pintar y empapelar
y poner nuevos suelos y alfombras, además de comprar muebles, también
podemos hacerlo a la última. Aunque ya es bastante difícil saber cuál es ese
estilo. Pero rehacer la casa antes de que el estilo actual pase de moda es una
tarea totalmente distinta. Por ello, hay que apostar por lo más nuevo en diseño
y ornamentación, pero que a la vez sea intemporal. Nada menos que eso —
declaró.
Por supuesto. Parecía una tarea hercúlea y Jane sintió una gran emoción.
—Me encantaría ayudarla, Su Gracia, en todo lo que pueda. ¿Pero qué hay
de su hija?
—Amanda es demasiado joven, y sus gustos aún no están maduros.
Además, es una de las personas más desorganizadas que conozco. El otro día
llegó a casa y dijo que se había equivocado de casa durante media hora antes
de darse cuenta de que no era la de sus tíos. Tiene demasiados pensamientos
revoloteando en la cabeza, exactamente como su padre.
Jane no sabía qué decir, ya que estar de acuerdo equivaldría a un insulto, y
ella no era lo bastante cercana a la familia para eso.
—Veo que tiene buen gusto —dijo su madre.
Jane supuso, por la ceja arqueada de la mujer, que se refería al interés de
Jane por Christopher más que a que llevara un elegante vestido de día.

Página 100
—Espero que sí, Su Gracia.
—Y no olvides la exposición de arte, madre —añadió Christopher.
La dama dio un gran suspiro.
—No puedo creer que solo falte un mes.
—Enhorabuena —le dijo Jane—. La marquesa me ha dicho que su medio
es la acuarela.
—Sí, la hermana menor del óleo.
Jane consideraba que las ilustraciones de libros en acuarela que le
gustaban no eran menos que muchas pinturas de los museos. Por otra parte,
los artistas reconocidos sí parecían trabajar en óleo.
—¿Es realmente menos estimado? —preguntó.
Christopher respondió por su madre.
—Lo es. Los acuarelistas aún no han recibido el respeto de la comunidad
artística, aunque es menos indulgente y los errores más difíciles de arreglar.
¿No es así, madre?
La duquesa enarcó una ceja.
—Cierto, por lo tanto, no los cometo.
Jane se preguntó si la mujer hablaba en broma, pero ni la madre ni el hijo
esbozaron una sonrisa, así que supuso que era la verdad.
—¿Dónde está la exposición?
—En el Salón Egipcio de Piccadilly. —Las mejillas de su madre
adquirieron un agradable tono rosado, evidentemente emocionada por el
próximo acontecimiento—. Pero los cuadros están todos en mi estudio. ¿Le
gustaría verlos?
—Pues sí, por supuesto.
—Mañana, Chris y yo la recogeremos en su casa y la llevaremos allí.
—No —dijo Christopher después de recuperar la voz de la conmoción—.
Por supuesto que no. Mamá la llevará.
La idea de que saliera al mundo cuando apenas había llegado al salón sin
chocar con la jamba de la puerta y sin poder tomar el té sin parecer un salvaje
desordenado era ridícula. Y aterradora.
—No veo por qué no quieres ir —dijo su madre.
—Porque yo tampoco veo, por eso precisamente no iré.
Christopher la oyó suspirar, aunque Jane permaneció en silencio. Se
preguntó qué estaría pensando. ¿Lo estaría mirando? ¿Estaba decepcionada?
—Esperaremos hasta que esté preparado para acompañarnos —dijo su
madre como si hubiera tomado una decisión—. Por supuesto, era demasiado

Página 101
pronto para sugerir algo así. De todos modos, me da tiempo a crear una lista
exhaustiva de lo que puede ayudarme.
Christopher se dio cuenta de que su madre se dirigía a Jane.
—Hay fácilmente mil detalles y tareas tediosas —continuó la dama—.
Qué bien por su parte. Mientras tanto, os dejaré para que terminéis la visita.
Buenos días, lady Jane.
Con eso, ella se fue.
—¿Qué demonios acaba de hacer? —le preguntó Jane, sin poder evitar la
diversión en su tono—. ¿Una lista con miles de detalles y tareas?
—Tareas tediosas —señaló él—. Pronto será indispensable para ella y,
por tanto, se verá obligada a venir todos los días.
—Quizá no todos los días.
Christopher se acercó a ella, tanteando, sintiéndose cada vez más torpe,
pero ella le ayudó, cogiendo sus manos.
—¿Estamos solos? —preguntó él.
—Sí, lo estamos. Por cierto, su madre parecía decepcionada.
Christopher hizo un ruido de pura frustración, que a sus oídos sonó como
el resoplido de una bestia salvaje.
—¿Sigue ahí, Jane?
—Sí, por supuesto. —Ella apretó sus manos entre las suyas.
—¿En qué está pensando? —preguntó él.
Hubo una larga pausa, que hizo que su interior se encogiera de
incomodidad por la inquietud.

Página 102
Capítulo 11

—Puede que no le guste lo que estoy pensando —dijo Jane, y Christopher


supo de inmediato que así sería.
—Creo que su madre cedió ante usted con demasiada facilidad. Al fin y al
cabo, no le pedía que vagara solo por las calles de la ciudad, sino que se
montara en un carruaje con nosotras y fuera a su estudio.
—Tiene razón —dijo él.
—¿La tengo? —dijo encantada.
Christopher pensó que se estaba volviendo bastante bueno en entender las
emociones de la gente por el tono de su voz.
—Sí, no me gusta lo que está pensando. Ni un poco. —Quitó sus manos
de las de ella—. No tiene ni idea de los obstáculos a los que me enfrento por
un esfuerzo tan banal. No vale la pena.
—Eso es ridículo.
Christopher se quedó atónito ante su insensible respuesta.
—¿Perdón?
—Me refiero a que si no empieza a superar estos obstáculos para la más
simple de las excursiones, entonces ¿cómo va a volver a vivir una vida
normal?
¿Hablaba en serio? Eso le parecía a él. No sonaba con ninguna clase de
ironía ante la mención de una vida «normal». Como si él pudiera volver a
tener una.
—Ser ciego me ha quitado toda la independencia. Mejor que sea sordo
también. ¿Por qué la explosión no pudo dejarme sordo?
—Entonces, ¿cómo va a oír a los miembros del parlamento y discutir con
ellos cuando necesiten su buen consejo, sobre todo después de que se
convierta en el próximo primer ministro?
—¿Parlamento? —Ni siquiera se sentaría en la última fila, y menos aún se
convertiría en el líder.
—Sí, ¿no es ese su destino y su deber con la reina y el trono?

Página 103
—Ya no. —Christopher sabía que estaba hablando con brusquedad. De
hecho, le estaba hablando como se tomaba la libertad de hablarle a Amanda o
a Burnley. Y no pudo contenerse, porque sintió que la serpiente de la ira se
retorcía de nuevo en él.
—Ya veo —dijo ella.
Sus palabras hicieron que su rabia floreciera, y él maldijo en voz baja.
—Lo siento —dijo ella de inmediato—. Una elección muy pobre. Quiero
decir, entiendo su punto de vista actual, pero espero sinceramente que cambie.
—Si en vez de eso fuera sordo —repitió, algo que se había dicho a sí
mismo muchas veces—. Podría haber leído las palabras de los otros
diputados, al menos. Podría haber estudiado los actos que votaban, y tal vez
presentar mi propio proyecto de ley.
—La pérdida de cualquiera de sus sentidos sería un golpe terrible. Lo sé.
Él sintió su toque reconfortante al frotar el dorso de su mano.
—Pero para mí, poder conversar con usted es una bendición —añadió
ella.
¿Pensaba que hablar con él era una bendición? Él asimiló sus palabras y
respiró hondo, conteniendo su lengua afilada hasta que pudo soltar la ira de
nuevo y hablar con cortesía.
—Preferiría verla —insistió.
—Lo sé. Pero deje que sus manos sean sus ojos. Toque mi cara. Es la
misma de siempre.
Ella levantó la mano de él desde donde descansaba en su muslo y la puso
contra su mejilla, luego hizo lo mismo con la otra.
Al principio, él no se movió, sintiéndose tonto, y luego, dejó que sus
manos se pasearan por las mejillas y la barbilla de ella. Después de unos
segundos, recordó las pocas veces que había tenido su cara entre las manos.
La imaginó mirándolo, con sus ojos azules brillantes y su hermosa boca en
forma de arco. Debería haberla mirado más. Nunca se habría apartado si
hubiera sabido que no podría volver a mirarla ni ver sus hermosos ojos.
Toda su maravillosa vida estaba por delante. Ahora… no sabía lo que les
esperaba. Pasando un pulgar por cada una de sus cejas, recordando la forma
en que ella arqueaba una para remarcar un argumento, entonces se apoderó de
sus mejillas de nuevo.
—Gracias por no acobardarse. —Luego se concentró—. Me gustaría
poder deslizar mis dedos en su pelo y acercarla a mí para darle un beso.
Ella jadeó ligeramente.
—No puedo sentir su sonrisa —añadió.

Página 104
—Eso es porque la borró de mi cara por un momento. —Ella se rio un
poco—. Es difícil hablar cuando me aplasta las mejillas.
Él también se rio, a pesar de no sentirse realmente feliz, y entonces, le dio
un suave apretón en la cara.
—Ajá, ahora lo siento —dijo—. Sus mejillas están abultadas, y eso debe
de ser una sonrisa.
—Cierto.
Se quedaron así un momento, y él le pasó un pulgar por los labios,
memorizando la forma. Al fin, la soltó, escuchando su suspiro. Supuso que
ella quería que la besara. Sin embargo, pensar en lo que había perdido lo dejó
sin pasión, sin vida. Incluso con Jane.
¿Cómo iba a ser un hombre y sentirse viril cuando ni siquiera sabía el
color de su propia corbata?
¡Maldita sea! Pensó en algo terriblemente depravado, y cuando lo hizo, la
ira y la frustración volvieron con rapidez.
Ella lo sintió o lo vio en su cara.
—¿Qué pasa?
—No puedo decirlo. —Estaba absolutamente mal que se preguntara lo
que se preguntaba, pero la idea de que nunca lo sabría le corroía.
—Dígame —exigió ella—. No debe esconderse detrás de su ceguera, y a
cambio, yo seré honesta con todo lo que le diga.
«¿Esconderme detrás de mi ceguera? ¡Qué cosas dice!».
Quería arrancarse los ojos inútiles, pero se suponía que debía ser educado
en una sociedad civilizada. Por dentro, no se sentía educado en absoluto, no
con la furia hirviente que volvía en un instante sin salida.
—¿De qué color son sus pezones? —soltó.
Christopher no podía ver su cara de sorpresa, así que ¿por qué demonios
no preguntar lo que tenía en mente? Después de todo, él nunca vería sus
pechos. Podía desfilar desnuda delante de él y él no tendría el placer de verla.
La pregunta ardería en su cerebro para siempre.
Tras una pausa, sintió que ella se retiraba. Jane se apartó para que ninguna
parte de sus cuerpos se rozara.
—Eso es inapropiado —murmuró ella.
Al imaginarla completamente desnuda y lo que se perdería, se sintió
hundido. Ella nunca se casaría con él ahora y, aunque lo hiciera, él no
arruinaría su vida pidiendo su mano. ¿Por qué no hacer las preguntas que no
podría descubrir por sí mismo?

Página 105
—Deseo saber. Dijo que conversar conmigo era una bendición. Dijo que
siempre hablaría con sinceridad. Ya que eso es todo lo que tenemos ahora,
palabras, ¿por qué no me da una descripción? ¿Sus pezones son rosados o de
color leonado? También, sus rizos de mujer en su montículo.
Ella jadeó, pero él continuó. La serpiente de la ira se había abierto paso a
través de él y había encontrado su lengua.
—¿Son de color marrón pálido como el cabello de su cabeza o de un tono
más oscuro?
Ella se levantó.
—Está siendo lascivo sin otro propósito que el de irritarme.
Había ganado. Había destruido su tonta idea de que ella podía describirle
todo lo que él no podía ver, y no pudo evitar sonreír ante su propia astucia.
—Fue idea suya —señaló él, poniéndose de pie—. ¿Por qué no
intentamos usar mis manos para ver, en su lugar? Venga, Jane. Quítese la
ropa y déjeme pasar mis dedos por su cuerpo, tal y como ha sugerido. Así no
tendrá que usar palabras para decirme nada.
—Me voy —dijo ella, con un tono de puro fastidio—. Pero por mucho
que intente alejarme, no se lo permitiré. Hoy tengo otras obligaciones —
añadió—. Con suerte, cuando vuelva, habrá recuperado sus modales.
—¿Yo soy una obligación? ¿Tiene otras más apremiantes que un patético
ciego haciendo comentarios lascivos?
—Basta ya. No es una obligación. Usted es mi… amigo. Sé que el
verdadero Christopher Westing es un caballero encantador, así que no se lo
tendré en cuenta. Pero me voy ahora.
Christopher oyó sus pasos mientras ella cruzaba la habitación hacia la
puerta. Luego se detuvieron. Jane regresó a donde él estaba de pie frente al
sofá y, sorprendiéndolo, le tomó la cara con sus manos enguantadas y lo besó.
Lo hizo todo a la perfección, inclinando la cabeza, acercando sus labios a
los de él, pasando la lengua por la comisura de sus labios. Sin embargo, en
lugar de exigir la entrada a su boca, abrió la suya, rindiéndose, haciéndose
vulnerable.
Christopher se aferró a ella, hundiendo las manos en su pelo, consciente,
pero sin preocuparse por el desorden que pudiera causar en su peinado.
Tomando lo que ella le ofrecía, saqueó su boca con la lengua.
Con los ojos cerrados, todo se sentía exactamente igual que con sus otros
besos. Exactamente. Y por un momento, creyó que podrían seguir como
antes, con su relación haciéndose más fuerte cuanto más juntos estuvieran.

Página 106
Había estado a punto de pedir su mano después de solo unas horas de
conversación y baile, una única cena y un puñado de besos.
Sin embargo, cuando ella se alejó y sus manos se apartaron de ella, ya
nada era igual que antes. Abrió los ojos a la negrura. Y mientras ella se iba, él
se quedaba atrapado.
Aunque, sus inesperadas palabras le llegaron antes de que ella saliera de la
habitación.
—No dejaré que me aleje —prometió ella, y entonces él la oyó marcharse.
Levantando la mano hacia su cara, olió su fragancia floral en sus dedos.
En su cabeza, el aroma evocó su rostro, y fue como si pudiera verla.
—Tal vez —dijo él en voz alta a la habitación vacía. Tal vez podría ser
posible para ellos.

JANE ESTABA TEMBLANDO cuando subió a su carruaje. ¿Cómo podría


ayudar a Christopher? No podía gestionar ni organizar sus problemas. Era un
hombre fuerte que había sufrido un terrible revés. Comprendía su enfado,
incluso aceptaba que se desquitara con ella.
Sin embargo, sus sentimientos por él no habían disminuido. En su
corazón, seguía prefiriéndolo por encima de todos los demás y esperaba que
él sintiera lo mismo por ella. Por desgracia, en lugar de ir a su casa para
hablar con sus padres, él se negaba a salir.
Por lo tanto, lo que había parecido un torbellino que se movía rápidamente
desde aquella noche en la terraza de Marlborough House, ahora se había
reducido a una suave ráfaga, que ella dudaba que los impulsara hacia una
unión matrimonial.
Comprensiblemente, él había retrocedido y quería esconderse. Ella no
podía ni imaginar cuánto tiempo pasaría, si se le dejaba a su aire, antes de que
Christopher estuviera preparado para volver a vivir.
¿Y si esta tragedia sin sentido le hacía renunciar por completo, no solo a
una buena vida, sino a su floreciente relación?
Decidiendo que no se lo permitiría, golpeó el techo del carruaje de su
familia hasta que el conductor se detuvo. Bajó la ventanilla y, asomando la
cabeza, Jane le dio un nuevo destino.
—Lléveme a la Sociedad Londinense para la Enseñanza de la Lectura a
los Ciegos. —Ella ya había determinado su paradero—. El número uno de
Avenue Road, por favor.

Página 107
CUANDO JANE SE PRESENTÓ sin invitación en la casa de los Forester al
día siguiente, esperaba fervientemente que Christopher la recibiera. Le había
traído un regalo.
—Su Señoría bajará en breve —le dijo el mayordomo sin entusiasmo, y
ella se preguntó si Christopher se había desgañitado antes de aceptar bajar del
piso superior.
Según el reloj de la chimenea del salón de los Forester tardó un cuarto de
hora. A Jane no le importó la espera. Merecía la pena.
Cuando él entró del brazo de un hombre que ella no había visto nunca,
Jane se acercó a ellos.
—Estoy aquí —dijo cuando solo los separaban unos metros.
Christopher asintió hacia el hombre.
—Eso es todo. Llamaré cuando esté listo.
Jane esperaba que no fuera necesario.
—¿Quién era? —preguntó ella después de que el hombre silencioso
hubiera cerrado la puerta tras de sí.
—Mi ayuda de cámara, Abner. ¿Hizo un trabajo satisfactorio en poco
tiempo?
—Sí, mucho —respondió ella—. Está increíblemente guapo.
—Gracias. ¿Nos sentamos?
Ella había pensado que él se disculparía de inmediato por su grosería del
día anterior. Había estado dispuesta a concederle el perdón. Al parecer, no se
lo iba a pedir.
—No. Prefiero estar de pie —le dijo ella—. Estar demasiado tiempo
sentada es malo para la salud.
Christopher ladeó la cabeza, su mirada recorrió el suelo como si estuviera
pensando.
—Entonces es probable que esté decayendo con rapidez. —Su tono era
sombrío y sin humor—. Lo que más hago es estar sentado. Si no es eso, me
tumbo en la cama.
—Ya me lo imaginaba —dijo ella—. La falta de movimiento no solo es
mala para su constitución, sino también para su condición mental y espiritual.
—Algunos dicen que los enemas frecuentes o las purgas con jarabe de
higo son necesarios para mantener la salud, pero yo prefiero prescindir
también de ellos.

Página 108
¡Enemas! Él iba a empezar a ser burdo de nuevo, pero ella tenía la
intención de continuar por el camino que había elegido.
—Creo que ha llegado el momento de reclamar algo de su independencia.
Vamos a dar un paseo.
Él retrocedió.
—No.
—¿Cómo que no? No le pido que suba una montaña o que atraviese un
bosque. Un simple paseo, es todo.
—No —repitió él.
Ella no pudo evitar suspirar.
—Simplemente está llevando la contraria. En algún momento, debe salir a
la calle.
—¿Debo hacerlo?
Ella deseaba que él tuviera una sonrisa en su rostro o que de alguna
manera pareciera estar bromeando, pero temía que hablara en serio.
—Sí. ¿Qué hay de ir al parlamento? Para eso, debe salir de casa —insistió
ella.
—Deje de hablar del parlamento —dijo él, esta vez su tono era duro—.
Eso ya no es una posibilidad para mí, y es cruel que saque el tema.
Sus palabras la conmocionaron hasta la médula. ¿Cruel? Nadie en toda su
vida la había acusado de serlo. ¡Pobre Christopher! Debía de estar muy
afectado. ¿Había renunciado a todos sus sueños?
—No hay razón para que diga eso. Puede entrar en la cámara de los Lores
y participar en los debates tan bien como cualquier hombre.
—¿Por qué ha venido, Jane?
¡Oh, Dios! Ya ni siquiera quería verla.
—Le he traído un regalo. —Sin embargo, de repente, se sintió un poco
nerviosa al entregárselo.
Sin embargo, su expresión se aligeró, y parecía menos severo y tal vez
incluso un poco interesado.
—¿De verdad?
—Sí, extienda las manos.
Él hizo lo que se le dijo, y ella le colocó un bastón nuevo sobre las palmas
de las manos. El director de la Escuela para Ciegos le dijo que la mayoría de
los invidentes utilizaban un bastón al caminar, ya que les daba una sensación
de seguridad al saber si había algo en su camino.
Jane se preguntó por qué nadie había pensado en regalarle uno.
Él no dijo nada.

Página 109
—Sé que un caballero como usted tiene muchos bastones para diferentes
ocasiones —comenzó ella.
—Sí —aceptó él, con un tono plano—. Incluso tengo uno con una espada.
¿Lo tenía?
—Pero este es extralargo para sostenerlo delante de usted sin que tenga
que agacharse o estar incómodo, y podrá detectar cualquier cosa a un par de
metros delante de usted.
Sus manos recorrieron de arriba a abajo el largo bastón con el mango
arqueado, y luego lo sostuvo con la mano derecha y lo empujó hacia el frente.
Ella tuvo que esquivar el paso, escabulléndose hacia un lado.
Él la oyó, pues giró la cabeza en su dirección.
—Mis disculpas. Soy capaz de sacarle un ojo a alguien, ¿no?
Y ella tuvo la clara idea de que lo había hecho a propósito para alarmarla.
Moviéndose por detrás de él y acercándose a su lado izquierdo, le agarró el
brazo sin avisar.
—Puede mantenerlo extendido, pero en ángulo hacia abajo para no ser un
peligro para nadie. Pruébelo —insistió ella, inclinándose sobre él para
empujar el bastón hacia la alfombra persa.
—Sé cómo funciona el bastón de un ciego. También parece la herramienta
de un mendigo.
—Eso es injusto. ¿Por qué la gente asume que alguien con una lesión es
un mendigo?
—Porque cuando una lesión de este tipo le ocurre a las clases bajas, no
tienen las reservas de los ricos para mantenerlos a salvo en sus casas, sentados
en el sofá o tumbados en su cama, como es mi intención. Tienen que desfilar
por la calle con sus bastones y, a veces, arrastrados por un perro con pulgas.
Como ya no pueden trabajar, tienen que mendigar. Por suerte, aunque yo ya
no pueda hacer nada útil, no tengo que mendigar mi cena ni tengo que parecer
un mendigo.
Él le arrancó el brazo de encima y tiró el bastón al suelo.
—¡Dios mío! —exclamó ella—. Está poniendo a prueba mi paciencia,
Christopher Westing. —Le había levantado la voz, pero no pudo evitarlo—.
Quiero que deje de una vez toda esa lástima derrotista. Piense solo en lo que
dice. Un mendigo, incluso un ciego, sale al mundo. ¿Por qué, entonces, no
puede hacer usted lo mismo?
Ella tenía las manos en las caderas, pero era inútil, ya que él no podía ver
cómo la había molestado.
—¡Es más, un mendigo no me tiene a mí para pasear, y usted sí!

Página 110
Él no dijo nada por un momento, y ella esperó que él cediera. Christopher
giró la cabeza en su dirección y frunció la boca, pareciendo tan molesto como
se sentía ella.
—Yo no la invité a venir hoy —señaló.
—Lo sé.
—¿Por qué ha venido? —preguntó él—. Y no diga que para hacerme un
regalo. ¿Por qué está aquí?
«Dilo», se dijo Jane a sí misma. «Díselo».
—Porque me importa. Mucho, de hecho. Y todo iba tan bien… —Hizo
una pausa y respiró hondo—. No quiero perderle.
Después de un momento, bajó la cabeza.
—No puedo creer que le preocupe perderme. Soy totalmente indigno de
usted, Jane. No puedo ser una buena opción. ¿No lo entiende?
—No, no lo entiendo. —Ella sintió que las lágrimas pinchaban sus ojos—.
Hace años que le tengo cariño. —Su voz se había vuelto blanda y apagada, y
se odiaba a sí misma por ello.
Él levantó la cabeza.
—¿Lo ha hecho?
—Sí. Nunca se fijó en mí, ¿verdad?
Él no dijo nada por un momento.
—Por supuesto, me he fijado en usted. Usted es la fabulosamente capaz,
lady Jane Chatley.
—Como he dicho, nunca se fijó en mí.
—No me fijé lo suficiente, es cierto.
Jane se encogió de hombros, compadeciéndose de sí misma.
—Puede decir eso ahora, pero yo era invisible para usted. Y lo mantuve
así porque nunca me lanzaría sobre alguien a quien no le importo. Pero
entonces, de repente, como un bendito milagro, usted pareció verme de
verdad.
Él hizo un sonido.
—No —dijo ella, cortando lo que él hubiera estado a punto de decir—. No
es el único que puede estar enfadado y amargado por esto. Por fin me vio
como alguien digno de su atención. Durante unas horas, unos pocos días, fui
feliz.
Ella empezó a pasearse porque no podía quedarse quieta mientras decía
tantas cosas íntimas.
—Y ahora no puede ver y me ha retirado su consideración. Es demasiado
cruel. —Cuando pisó el bastón, este se quebró bajo su pie con un chasquido.

Página 111
Tendría que dejar Londres para escapar de la angustia de perder a
Christopher. Al menos, también escaparía de su primo.
Justo cuando la felicidad estaba a su alcance, se había evaporado al mismo
tiempo que el gas de la cocina de los Westings.
Jane se quedó mirando su apuesto rostro, que le daba la espalda. Era fácil
creer que había dioses volubles que jugaban con los simples mortales,
exactamente como suponían los griegos y los romanos.
—No le he retirado mi consideración —dijo él en voz baja.
Ella contuvo el aliento, incluso cuando su cuerpo empezó a temblar.
—Pero, en verdad, por su propio bien —continuó—, creo que debería
abandonarme. Esto es todo lo que seré siempre, un ciego: aterrorizado,
enfadado, atrapado, inútil.
Un sollozo brotó en ella. Estaba equivocado, pero él no lo sabía.
—Jane, venga aquí —dijo él.
Y ella lo hizo. Sin importarle quién pudiera entrar, caminó hacia sus
brazos extendidos, rodeando su cintura con los suyos.
—Es una santa —murmuró él contra su pelo, y ella se rio entre lágrimas.
—No —dijo ella, con la voz apagada contra su chaqueta—. Simplemente
soy una mujer que se siente mal y está un poco perdida.
—Ya somos dos, excepto por la parte de la mujer, por supuesto.
Eso casi sonó como el humor de su Christopher de antes. Ella se echó
hacia atrás y le miró.
—Si no me ha retirado su consideración, ni yo a usted, entonces ¿por qué
no dejamos de sentirnos tristes y nos ayudamos mutuamente?
—¿Cómo puedo ayudarla?
No pudo decir las primeras palabras que le vinieron a la mente.
«¡Amándome!».
—Si pudiera intentar pensar un poco en su futuro, tal vez uno conmigo,
entonces seré paciente como Job.
—Ya no puedo imaginar mi futuro —confesó Christopher—, pero me
gustaría tenerla en él, de alguna manera. Nunca lo dude, aunque estoy seguro
de que intentaré alejarla de nuevo.
Ella levantó la mano y le acarició la mejilla.
—Y aun así no le dejaré.
Tirando de su cabeza hacia abajo, Jane dejó que reclamara su boca. Su
beso empezó siendo suave, compasivo y reconfortante, y se convirtió en
pasión en un abrir y cerrar de ojos. Sus manos la atrajeron contra él, uno de
sus muslos se deslizó entre los de ella, atrapando sus faldas con fuerza. Sus

Página 112
labios se abrieron, y cuando su lengua tocó los suyos, el calor se acumuló
entre sus piernas.
Ella gimió contra su boca y escuchó el gemido de él como respuesta.
Este beso, que solía ser una delicia, era cada vez más tortuoso, ya que su
cuerpo pedía algo más. El deseo, crudo y feroz, se apoderaba de ella cada vez
que la tenía entre sus brazos, y anhelaba que él saciara su necesidad sobre
ella, pues podía sentir su firme excitación.
Además, ansiaba que él le proporcionara la dulce liberación de la que solo
había leído en la Obra Maestra de Aristóteles y en su traducción al inglés del
Amor Conyugal de Nicholas Venette.
En cualquier caso, cada vez que él la tocaba, se sentía esperanzada.
Cuando se le ponía la piel de gallina y se le derretían las entrañas, sabía que él
era para ella.
—¿Caminará conmigo? —le preguntó ella, mientras sus cuerpos aún se
tocaban y su aliento y el de ella se mezclaban.
—No —dijo él.
Ella se mordió el labio, derrotada.
—Hoy no, Jane.
Ella parpadeó. Tal vez él se estaba ablandando un poco.
—¿Cuándo?
Christopher la soltó y dio un paso atrás. De pie, con las piernas
ligeramente separadas, con un aspecto fuerte, masculino, saludable, ella sintió
que su corazón se expandía de amor por él.
Amor.
—Supongo que tengo que conseguir otro de esos bastones que ha roto de
forma tan desconsiderada —dijo él, y ella abrió la boca sorprendida, mientras
su apuesto rostro se torcía en una sonrisa irónica.
—Sí —aceptó ella—. Supongo que debería.

Página 113
Capítulo 12

Cuando Jane salió del salón de los Forester después de tomar el té con
Christopher, preguntó al mayordomo por el paradero del duque de Westing.
Por suerte, estaba en la casa, utilizando la mesa de la biblioteca de su hermana
como escritorio.
Con los nervios revoloteando en su estómago al acercarse al duque, Jane
tocó la puerta.
—Adelante —dijo él.
Ella empujó la puerta y él se puso en pie.
—Su Gracia, ¿puedo hablar con usted?
—Por supuesto. —Pero su tono era desconcertante—. Me temo, querida
señora, que no tengo ni idea de quién es, pero de todos modos, me complace
hablar con usted.
—Mis disculpas, señor. Soy Jane Chatley, la hija de lord y lady Charles
Chatley.
Sus cejas se juntaron. Esperaba que no fuera una reacción a la terrible
reputación de su padre. Hasta ahora, la mancha del conde no se había
contagiado ni a ella ni a su madre. Jane nunca había sido excluida de la
sociedad elegante, y nadie había desairado a su madre, salvo por la falta de
invitaciones a eventos en pareja. Jane esperaba que el duque no fuera
diferente.
—Perdone que la mire, lady Jane. Su apariencia es sorprendente, eso es
todo. Es como encontrar de repente un erizo en el plato de sopa.
Jane no pudo evitar la breve carcajada que se le escapó, aunque
pensándolo bien, supuso que el duque podría haber elegido una criatura más
justa que un erizo para compararla.
—Soy amiga de su hijo —aclaró, pensando en lo incompleta que era la
palabra amigo en este caso—. Estuve de visita con él en el salón.
—Ah, ya veo. —Su expresión se volvió instantáneamente sombría—.
¿Pasa algo? Además de lo obvio, por supuesto.

Página 114
El corazón de Jane se retorció de pena. El pobre hombre. Todo el mundo
sabía que su amor por el progreso tecnológico había provocado la explosión,
y ella podía ver que estaba cargado de culpa. El duque de Westing estaba
invirtiendo una pequeña fortuna en ayudar a la próxima Gran Exposición en
el casi terminado Palacio de Cristal para mostrar todo tipo de avances en la
ciencia, pero estaba indefenso ante la lesión de Christopher. Ninguna cantidad
de dinero podría resolver ese problema.
Sin embargo, también sabía que el hombre al que amaba —un alivio
admitir esas palabras aunque solo fuera en su cabeza— adoraba a su padre, y
Jane estaba segura de que la orientación y el apoyo del duque ayudarían a
Christopher a recuperar en cierta medida su antigua ambición.
—Mucho me temo que su hijo está cayendo en la depresión. —Jane se
puso de pie en el centro de la estancia, retorciéndose las manos como una
boba—. No sé cómo ayudarle, pero tengo la esperanza de que usted pueda
hacerlo.
—¿Quiere tomar asiento? —le ofreció él.
—No, gracias, Su Gracia. No le quitaré su tiempo. Su hijo necesita algo
de motivación. —Sus palabras salieron a borbotones mientras se sentía al
borde de las lágrimas, pero se negaba a llorar ante este importante noble, un
extraño.
—Lord Westing dice que no puede —no quiere— volver al parlamento.
Sin embargo, sé que es su pasión. Seguramente, debe de haber otros hombres
que han sido miembros con diversas aflicciones. ¿Hablará con él? Creo que
necesita ser alentado.
Para su alivio, él asintió.
—Lo intentaré. Es difícil hablar con él hoy en día. Está tan amargado…
No ve a nadie, excepto a lord Burnley. —Luego se quedó pensativo—.
Supongo que decirle eso es incorrecto, si usted acaba de estar con él. —Hizo
una pausa, mirando el grueso volumen sobre la mesa—. Estaba leyendo sobre
una antigua ley, relativa a los derechos de propiedad y, normalmente, mi hijo
y yo estaríamos discutiendo sobre ella, incluso discutiendo sobre nuestras
posiciones.
—Quizá todavía puede hacerlo.
Un largo y prolongado suspiro del duque la preocupó.
—Como dice, está abatido. Cada vez que intento hablar con él de algo que
no sea el tiempo, me dice que pare.
—Entonces no debe parar —insistió ella—. Más bien, debe decirle que la
ceguera no le cerrará las puertas del gobierno. No lo hará, ¿verdad?

Página 115
Él frunció el ceño.
—No veo ninguna razón para que lo haga, pero no sé si está preparado
para escucharlo.
Una vez más, el corazón de Jane se le cayó al suelo. Ver a su inteligente y
prometedor hijo perder la esperanza debe ser desgarrador para un padre. Con
suerte, encontraría las palabras para ayudarle. Pero, sin duda, Christopher
necesitaba algo más que simples palabras.
—Sé que está en el comité de la Gran Exposición. He visto una lista de
algunas de las maravillas que se exhibirán en el Palacio de Cristal. Una de
ellas puede ayudar a su hijo. Es una máquina para imprimir letras en relieve
en un nuevo alfabeto. Lord Westing podría usarla para hacer letras que sean
legibles tanto para los videntes, porque se parecen a nuestro alfabeto normal,
como para los ciegos. Puede tocar los puntos en relieve, diez por línea, para
leerlos. Y lo que es más importante, puede seguir escribiendo sus
pensamientos con facilidad.
—Eso es maravilloso. Cuando llegue a Londres, iré directamente a la
exposición, incluso antes de que se inaugure y buscaré esta máquina.

CHRISTOPHER ECHÓ DE menos a Jane en el momento en que se fue. Si su


destino era sentarse en la implacable oscuridad durante el resto de su olvidada
vida, solo lo encontraría soportable si ella se sentara con él.
Por un lado, habían acordado que tenían sentimientos mutuos, y ella le
había suplicado que la mantuviera en su vida. ¿Cómo podía rechazar su dulce
oferta cuando ella era el único brillo que le quedaba?
Por otro lado, no podía pedirle eso, sacrificar su futuro para jugar a ser
niñera y compañera.
—Hola —dijo, esperando una respuesta. Cuando no llegó ninguna, al
saberse solo, soltó un grito. Estaba seguro de que rivalizaba con el grito de
guerra de cualquier bárbaro o con el sluaghghairm del clan celta, como se les
llamaba.
Se sintió muy bien al dejar salir las espesas y oscuras emociones que se
estaban gestando en su interior.
No es que fuera un guerrero. Ni siquiera podía luchar para salir de un
corro de niños en este momento.
La puerta del salón se abrió de golpe.
—Chris —dijo su padre—. ¿Estás bien?

Página 116
Pudo oír el pánico en la voz del duque y se sintió momentáneamente
arrepentido. Sin embargo, no era como si pudiera ir al campo y gritar en
privado.
¿Qué podía decir?
—No, no estoy bien. Estoy ciego.
En el silencio, pudo imaginar la cara de decepción de su padre.
—Sin embargo, no hay nada nuevo que me afecte, si eso es lo que
preguntas. Simplemente tenía ganas de gritar. Todavía me apetece.
Luego suspiró y se desplomó de nuevo en el sofá, alegrándose de no haber
calculado mal la distancia y haber acabado en el suelo.
—No sé qué hacer.
Todavía sin hablar, su padre se acercó y se sentó a su lado. Sintió la gran
mano del duque sobre su rodilla.
—Aún puedes hacer casi todo lo que quieras.
Christopher suspiró.
—Eso es una auténtica mierda, y lo sabes. Todo ha cambiado. No puedo
salir de esta casa y caminar por la calle. No puedo llamar a un carruaje por mí
mismo. O tal vez pueda, pero no sabré si el conductor me dejará realmente
donde quiero ir, ¿verdad? No puedo jugar al ajedrez ni a las cartas.
—Odias el ajedrez —señaló su padre.
—No lo odio. Solo odio perder contra ti. Al menos, ya no tengo que
hacerlo.
Intentó quitarle importancia, pero en ese momento, perdería con gusto si
pudiera ver un maldito tablero de ajedrez.
—¿Qué es eso que he oído de que no quieres ir al parlamento?
¡Qué demonios! Habían estado hablando de él. Jane había ido corriendo a
ver a su padre. Tendría que hablar con ella sobre eso. No le sentó bien. De
hecho, le dieron ganas de volver a gritar.
—Ha habido ministros con la vista limitada —continuó su padre—, y
ciertamente muchos con problemas de oído. Y algunos han sido llevados al
parlamento en una silla de ruedas. No hay ninguna razón en la tierra para que
no puedas venir a Westminster conmigo y luego, cuando sea el momento,
ocupar mi escaño.
Christopher consideró estas palabras.
Simplemente no podía imaginar cómo salir de la casa, y mucho menos ir
al parlamento. Dejar la casa de su tía parecía insuperable.
—Tal vez tengas razón —insinuó—, pero esperaré un poco más.
—¿Para qué? —El tono de su padre era impaciente.

Página 117
—No lo sé. Es solo que no estoy preparado. —Temía no estarlo nunca.
¿Qué pasaría con el escaño familiar en la cámara de los Lores si no volvía
a levantarse del sofá? Lo meditó un momento. Tal vez Amanda podría ser la
primera mujer miembro del parlamento. Conociéndola, ella sola podría
destruir el gobierno en una semana.
Si no se sintiera tan enfermo por dentro, lo mencionaría, al menos en
broma.
—Me gustaría que me dejaras en paz, por favor, padre. ¿Y puede llamar a
Abner?
—¿Para que te lleve arriba? Yo lo haré.
—¡No! —La idea de que su brillante e independiente padre le ayudara a
encontrar las escaleras solo aumentaba su sensación de patética impotencia.
¿Cómo iba a hacer que su padre se sintiera orgulloso de nuevo?
—Preferiría a Abner, si eres tan amable.
Sin decir nada más, su padre salió de la habitación.

AL DÍA SIGUIENTE, CHRISTOPHER fue llamado por su madre a media


mañana, justo cuando estaba a punto de desayunar. Cuando Abner le ayudó a
encontrarla en el salón, descubrió que tenía un bastón nuevo. ¡Jane!
Tuvo la sensación de que su madre iba a engatusarle por todos los medios
para que saliera a pasear. Un escalofrío de alarma recorrió su columna
vertebral. Después de todo, apenas había conseguido tomar el té en el salón.
—No sé nada de esto, madre.
—Será bueno para ti —insistió ella—. Vamos directamente a mi estudio
en Chelsea. Nada podría ser más sencillo.
Él intentó aplacar el terror a adentrarse en lo desconocido.
—Seguramente, con mi ayuda —insistió su madre—, y un lacayo, no será
una aventura demasiado difícil.
Quizás no para ella. Para él, sin embargo, la idea de salir al mundo en la
más absoluta oscuridad le aterrorizaba. Su pulso se aceleraba con solo
pensarlo.
—Me estoy poniendo los guantes ahora, lo que significa que estoy lista.
Tú también pareces estarlo, así que partiremos de inmediato. Si tienes dudas
cuando nos pongamos en marcha, siempre podemos dar la vuelta. A lady Jane
no le importará.

Página 118
—¡Lady Jane! ¿Está aquí? —Christopher se preguntó de repente si ella
estaba entonces en la habitación y había permanecido en silencio. Si lo había
hecho, él no creía que la perdonaría nunca. Ciertamente, ella vería el terror
abyecto en su expresión, y él no quería que ella fuera testigo de su cobardía.
—No, por supuesto que no. La recogeremos en su casa por el camino.
—Dijiste que íbamos directamente a Chelsea.
La escuchó caminar hacia la puerta.
—Sí, directamente después de recoger a tu amiga.
Su madre había dicho que parecía preparado, pero ¿cómo lo sabía?
—¿Cómo me veo?
Silencio. ¿Su ayudante de cámara había desajustado su corbata y su
camisa?
—Madre, no puedo verte, ¿recuerdas?
—Oh, sí, lo siento. —Sonrió y asintió con la cabeza—. Te ves elegante
como siempre, positivamente espléndido, y me gusta mucho lo que Abner ha
hecho con tu cabello. Hablando de eso, ¿nos acompañas, Abner? —se dirigió
a su ayuda de cámara, a quien Christopher había olvidado por completo.
—No lo creo, Su Gracia. ¿Debo ir, señor?
—No. Creo que un chófer y un lacayo serán suficientes en caso de
necesitar asistencia.
Los siguientes momentos fueron los más aterradores de su vida. Oír cómo
se cerraba la puerta de entrada a sus espaldas, oler el espeso aire londinense
con una suave brisa, bajar los escalones con su nuevo bastón apuntando
delante de él como una lanza de caballero, y sentir el pavimento bajo sus pies
en lugar de la alfombra o la baldosa… ¡qué aventura más inoportuna!
Después de un paso en falso al entrar en el carruaje, cuando, de alguna
manera, su pie izquierdo se salió completamente de la barra, balanceándose
salvaje en el aire, se dirigieron a la casa de Jane, cerca de Hanover Square.
—No creas que soy del todo ingenua, Chris —dijo su madre cuando ya
estaban cerca.
—Nunca te he considerado así, madre, pero ¿de qué estamos hablando?
—De pensar que no sé qué estás insinuando meter a la encantadora Jane
Chatley en mi vida para que ella también esté en la tuya.
Christopher sonrió ampliamente por primera vez en días.
—¿Y no te importa?
—No, si realmente puede ayudarme. Si es una molestia o una tonta,
entonces la despediré de inmediato —dijo la duquesa.

Página 119
—¡Madre! No puede despedirla como si fuera una empleada —señaló,
preocupado de repente por si ofendía a Jane. Entonces sería muy incómodo.
Sin embargo, ella hizo un zumbido, mientras su carruaje se detenía.
—Supongo que tienes razón, sobre todo si te gusta esta chica. Debemos
esperar que nunca tengamos que cruzar ese puente.
No se bajaron del carruaje. En su lugar, su lacayo se dirigió a la puerta de
los Chatley, y Jane salió un minuto después. Cuando ella subió, Christopher
sintió que el vacío se cerraba de nuevo a su alrededor al no poder mirarla.
Estaba atrapado en una burbuja de oscuridad, sabiendo que el mundo y toda
su luz continuaban sin él.
Después de que Jane saludara a su madre, Christopher inclinó el
sombrero, esperando que fuera hacia ella.
—¿Cómo está usted hoy, lord Westing? —preguntó Jane, sonando alegre,
y él supo por su tono que estaba encantada de verlo fuera de la casa de sus
tíos.
—Estoy bien, gracias. Pido disculpas por no haber sido yo quien haya
acudido a su puerta a recogerla, y por no haberla ayudado a subir al carruaje.
Va en contra de todo lo que me han enseñado a permanecer sentado.
—Siento que le moleste, pero no me siento en absoluto despreciada. Sé
que es usted un caballero —insistió ella.
Jane recordó sus preguntas obscenas y sintió que sus mejillas enrojecían
de vergüenza.
—¿Está usted bien hoy? —preguntó él, esperando redimir su
comportamiento anterior.
—Sí, gracias.
Entonces los tres se dirigieron a la orilla del río y al pequeño estudio de su
madre en una casa de Cheyne Walk.
Christopher se dio cuenta de que Jane llevaba un ligero perfume floral, del
que no se había percatado hasta su última visita y que ahora le hacía palpitar
del deseo, evocando sus besos en el salón de su tía. Le preguntaría en privado
de qué se trataba. También deseó poder saber qué llevaba puesto y se
preguntó si a los ciegos se les permitía simplemente pedir a la gente que les
hablara de su ropa y sus colores.
Sin embargo, eso le pareció inapropiado, así que se sentó en silencio
mientras las señoras continuaban con sus galanterías.
Su madre se volvió más habladora a medida que se acercaban al lugar de
su pasión.

Página 120
—Por supuesto, tenía espacio en nuestra casa, antes de la explosión,
quiero decir, pero me gusta estar entre otros artistas en Chelsea. Puede que mi
estudio e incluso la calle en la que se encuentra sean muy bohemios. ¿Conoce
la palabra?
—No —admitió Jane—. No la conozco.
—Es una de esas palabras que todo el mundo maneja hoy en día, sobre
todo la comunidad artística, para significar lo no convencional en un sentido
favorable. Como los gitanos, excepto que no como asquerosos transeúntes y
ladrones, y ahora, todo el mundo quiere pretender ser uno.
—¿Un gitano? —preguntó Christopher.
—No —dijo su madre—, ¡un artista exóticamente bohemio!
—No lo sabía —dijo Jane, sonando genuinamente sorprendida.
—Yo tampoco —Christopher tenía una imagen clara en su cabeza, y le
hizo reír—. ¿Estás diciendo que tienes la intención de llevar un turbante y
dejarnos de por vida en una caravana?
—No seas absurdo —respondió su madre—. Solo quiero que estéis
preparados para cualquier cosa. Cristales de colores y flores por todas partes,
y gente con túnicas, y música, y todo eso.
—¡No! —exclamó Christopher, oyendo a Jane emitir un sonido como de
risa ahogada—. Flores y túnicas no, madre. ¡Qué horror! Di que no es así.
—Basta, niño travieso. Te estás burlando de mí. De todos modos, ya
estamos aquí.
Y ahora comenzaría la parte difícil. Su primera incursión en un lugar en el
que nunca había estado. Su madre había tomado recientemente el estudio,
alquilando una habitación a un matrimonio que era a su vez pintor y que
necesitaba el dinero.
El lacayo estaría allí para ayudarle, así que trató de sentirse seguro al salir
del carruaje. Sintió el pavimento bajo sus pies, luego el lacayo lo tomó del
brazo mientras él tenía su bastón en la otra mano, con los ojos firmemente
cerrados. Con el tintineo de una puerta de hierro fundido y un par de pasos
más, tal como se le indicó, Christopher se encontró en el interior de un lugar
que olía a trementina.
—Mi estudio está arriba, con vistas al río. —Su madre dudó—. Bueno,
eso no te servirá de nada, por supuesto —y se dio cuenta de que se dirigía a él
—. Pero al otro lado de la calle hay una pequeña franja de vegetación, y luego
el Támesis pasa casi debajo de la ventana.
—Sí, madre, soy consciente de la ubicación tanto de Chelsea como del
Támesis.

Página 121
Subió las escaleras lentamente, sintiéndose desorientado. Si se soltara de
la barandilla, podría caerse hacia atrás.
—Jane, ¿qué le parece hasta ahora? —preguntó él, simplemente
necesitando escuchar su voz tranquilizadora.
—La casa es pequeña, pero limpia —dijo ella desde más arriba en la
escalera—. Puedo ver por qué su madre quiere pasar tiempo aquí. Esto puede
ser bohemio, pero no es vulgar.
—¡Vulgar! —prácticamente gritó su madre—. Por supuesto que no,
querida niña. Como si fuera a involucrarme en algo desagradable. Aquí
estamos, al final de la escalera, cruzando el rellano, primera habitación a la
izquierda.
El lacayo le acompañó a través de la puerta y, para su consternación, su
madre despidió al hombre con un simple: «Puede esperar abajo».
En cuanto el hombre le soltó, Christopher se quedó helado. No podía dar
un paso. Era como si estuviera al borde de un abismo.
—Hay alfombras abajo, Chris, así que no tropieces.
—¡Madre! —dijo irritado, como si su breve consejo fuera a ayudar.
Entonces sintió las suaves manos de Jane en su brazo.
—Sostenga el bastón, dé otro par de pasos y estará en el centro de la
habitación. No es grande, pero está llena de luz, pintada toda de blanco, y
tiene un techo muy alto.
—Así es —dijo su madre sin poder evitarlo.
—No me suelte —murmuró él.
Jane le apretó el brazo de forma tranquilizadora.
—Hay una mesa frente a usted con muchas latas.
—Son lo que llamamos colores húmedos, fáciles de usar en el exterior.
Winsor & Newton, naturalmente.
—Y hay tazas con muchos pinceles, cuencos con agua —continuó Jane—,
junto a bandejas con bloques de colores en diferentes azules y verdes y
muchos naranjas, amarillos y rojos.
—Esos se llaman pasteles, y los mezclo con agua —interrumpió de nuevo
su madre, sonando emocionada por compartir su arte con ellos—. Todos esos
están usados, pero mira, mis nuevos pasteles están aquí.
Christopher ya sabía cómo eran y no le importó quedarse al margen,
escuchando la emoción de su madre mientras mostraba a Jane los bloques de
acuarela rectangulares con los sellos en relieve de los fabricantes, como
George Rowney & Co o Newman’s.
—Me dan ganas de intentar pintar —admitió Jane.

Página 122
—Y así lo hará —se entusiasmó su madre—. Después de mi exposición,
debe venir aquí y le enseñaré cómo empezar. Luego, si le llega la inspiración,
estará en camino.
—Tal vez —aceptó Jane, y Christopher se preguntó si realmente lo
intentaría.
Si lo hacía, ¿qué pintaría? Nunca llegaría a verlo, y una oleada de tristeza
se abatió sobre él. Entonces Jane volvió a tocarle el brazo.
—Las obras de su madre están expuestas en caballetes, así como las
piezas enmarcadas que están apiladas en la habitación. Oh, duquesa, qué
colores tan bonitos y cómo ha captado la luz. Chris… Lord Westing —
enmendó Jane con rapidez—, algunas parecen brillar, otras son translúcidas y
otras son copias exactas del original hasta el más mínimo detalle.
—He visto sus cuadros y estoy de acuerdo, son maravillosos. Madre,
parece que tienes un nuevo admirador.
—Gracias —dijo la duquesa, y él pudo ver por su tono que estaba radiante
de felicidad—. Me gusta mucho estar en el estudio, pero admito que también
me gusta salir a dibujar y a veces incluso a pintar. Resulta que puedo pintar
con bastante rapidez y captar la luz del sol sobre un tema antes de que esta
cambie. Es más difícil hacerlo bien después a partir de un boceto o, peor aún,
de memoria. La espontaneidad es mi musa —añadió.
—¿Sabe papá que trabajas al aire libre? ¿Dónde pintas? ¿Es seguro? Esta
zona bohemia, como la llamas, no puede estar totalmente exenta de peligro.
—¡Querido muchacho! —dijo su madre—. Estoy perfectamente a gusto
aquí. Hay muchos otros que hacen lo mismo que yo, la mayoría hombres,
pero a veces mujeres, y los hombres tienen esposas que también son modelos.
Hay gente con mucho talento pintando a mi alrededor, como la que saludé al
entrar.
—Madre… —dijo Christopher en tono de protesta.
—Lo siento. Olvidé que no lo habías visto. William Hunt es su nombre. Y
hay otro William a la vuelta de la esquina, un escocés de apellido Dyce. Es
fascinante hablar con él. Ha estado pintando frescos en las nuevas casas del
parlamento, Christopher, imagínate. Estarán allí para siempre. Son cosas
enormes, también. Y adivina quién más está aquí, en esta misma calle.
—No lo sabríamos. —Además, no podía imaginar los frescos, como ella
le decía tan alegremente, y tendría que confiar en que alguien se los
describiera.
—¡Otro William! El brillante señor Turner. Sé que utiliza sus iniciales
profesionalmente, J. M. W., pero se hace llamar William. Excepto aquí en

Página 123
Chelsea, donde se hace llamar señor Booth para el anonimato. Vive solo con
su ama de llaves, pero cualquiera de nosotros, los pintores, lo conocemos por
lo que es. Y él es mi inspiración, no por su desagradable estilo de vida, por
supuesto, sino por sus paisajes.
—Creía que la espontaneidad era tu inspiración —le recordó Christopher.
Su madre se rio, y Jane se unió a ella.
—La espontaneidad es su musa —le recordó Jane.
—El señor Turner también cree en ella —dijo la duquesa.
—Así que se modela en este hombre desagradable y brillante y sale a
pintar.
—Bueno, él ha pintado por todo el mundo, y yo no pinto mucho más allá
de Hyde Park.
—Ha hecho que Hyde Park parezca el mundo, madre. —Quería que ella
entendiera que era su estilo tanto como sus temas lo que atraía a la gente.
—Gracias, querido. A menudo, solo voy a St. James’s Park, pero me gusta
dibujar junto al Serpentine. No hay peligro en ninguno de los dos lugares, lo
prometo. —Luego suspiró con fuerza—. Aunque pensábamos que estábamos
seguros en nuestra propia casa, y luego mira lo que le pasó.
Christopher sintió sus palabras como una flecha. Si solo pudiera mirar,
pero sabía lo que ella quería decir. En cualquier momento, podía ocurrir algo,
como con el amigo de Jane, lord Cambrey, atropellado y herido terriblemente
por un imprudente conductor de carruajes.
Por suerte, con solo unos huesos rotos, el conde se había recuperado.
Pero, en su propio caso, nadie sabía cómo reparar los nervios ópticos dañados,
si es que esa era la verdadera causa de su ceguera. Jane volvió a apretarle el
brazo, y eso le animó.
Después de todo, no estaba muerto. Disfrutaba de un hermoso día, a todas
luces, con su madre y Jane. No podía pedir más.
—Deben de ser pintores al óleo —dijo—. La pareja propietaria de la casa.
—Sí —dijo su madre—. ¿Cómo lo has sabido?
—El olor a trementina era muy fuerte abajo. Aquí arriba, no es tan malo.
Me alegro de que no te metas con esas cosas.
—Tienes razón. Su estudio está en la planta baja, pero ya no lo huelo. Uno
se acostumbra a ello. Así que, lady Jane…
—Por favor, llámeme Jane.
—Gracias, lo haré. Me vendría muy bien su ayuda para etiquetar todos
mis cuadros y asegurar que cualquier obra terminada que no esté enmarcada
se enmarque antes de la exposición. Por supuesto, tenemos que organizar el

Página 124
transporte de mis obras al Salón Egipcio. Podremos hacerlo el día de antes,
cuando retiren lo que hay actualmente en la galería.
—Muy bien —dijo Jane, sonando impertérrita hasta el momento—. En la
exposición, para acentuar sus cuadros, ¿cree que serían buenas las flores
frescas?
—Sí —dijo su madre con énfasis—. Me gusta mucho esa idea. Podemos
colocarlas en pedestales. Así mostraré mi realismo y traeré la naturaleza al
interior para aumentar el mundo natural de mis cuadros.
—Entonces deberíamos ir a Covent Garden unos días antes y elegir lo
mejor —dijo Jane—. ¿Tiene suficientes jarrones?
—Le daré una cantidad para gastar y usted se encargará —dijo su madre
—. Si pudiera elegir el jarrón y las flores adecuadas para cada cuadro…
—Umm —intervino Jane.
—¿Qué, querida niña?
A Christopher le gustaba su familiaridad al conversar. Era un buen
presagio.
—Tal vez uno para cada cuadro es demasiado —dijo Jane—. Tal vez si
agrupamos los cuadros para que cuenten una historia, sea cual sea la que
estaba pensando cuando los pintó, por supuesto, entonces un bonito jarrón con
flores apropiadas cerca sería suficiente, en lugar de uno para cada marco.
—Bien, lo dejo a su criterio.
Esas mismas palabras las escuchó numerosas veces de su madre mientras
discutían sobre un buen tipógrafo para las etiquetas, la publicación de un
anuncio en el London Times y la importantísima iluminación de la galería.
Ella quería copiar la luz difusa de la galería de Turner tendiendo redes de
arenque en los tragaluces del techo del Salón Egipcio.
Y entonces Jane empezó a mirar las obras de arte, algunas apoyadas en
pilas contra las paredes. No pudo evitar exclamar sobre las que más le
gustaron, describiendo sus favoritas para que él las imaginase.
—¿Y unos refrigerios? —preguntó Jane de repente.
—Yo, por mi parte, estoy hambriento —admitió Christopher, que se había
saltado el desayuno cuando fue secuestrado en este viaje. También se alegró
de ello, por si se había hecho un lío con la ropa antes de que salieran.
—En realidad, lord Westing —dijo Jane, tratando de mantener la
formalidad con él delante de su madre—, me refería a la exposición. Dado
que no es un museo, ¿no esperarán los asistentes algo en forma de comida y
bebida?
—Sí, tiene razón, Jane —dijo su madre—. Lo dejaré en sus manos.

Página 125
Christopher esperaba que Jane no perdiera su entusiasmo. También
esperaba que salieran pronto y se fueran a casa a comer.
—He traído un trozo de seda que creo que quedaría muy bien tapado
detrás de ese gran cuadro —dijo su madre, y Jane murmuró algo sin
compromiso.
—¡Ah, qué pena! Lo dejé en el carruaje. Chris, se amable y… —La
duquesa se calló al darse cuenta de que no podía enviarlo corriendo de vuelta
a la planta baja por un capricho.
Él se congelo, sintiendo la ya familiar inutilidad.
—Iré yo, Su Gracia —se ofreció Jane, y la sensación de inutilidad de
Christopher empeoró.
—Tonterías —dijo su madre—. Sé dónde lo he metido. Ahora mismo
vuelvo. Seguid vosotros. —Y oyó sus pasos cruzar el estudio y salir de la
habitación.
—Parece molesto —dijo Jane.
—No estoy molesto —dijo él—. ¡Estoy furioso!

Página 126
Capítulo 13

Jane estaba aturdida. El día había ido tan bien…


—¿Por qué?
—Mi madre se ha marchado.
Ella reflexionó.
—Sí. ¿Y?
—¡Su reputación! —exclamó Christopher—. Estamos solos, en el piso de
arriba de una casa extraña en Chelsea, y ella ni siquiera pestañeó. O supongo
que no lo hizo. Mi madre me ha estado sermoneando tan severamente como
un profesor de Oxford desde el momento en que mi voz se hizo más grave y
me salieron los primeros bigotes. Y siempre el mismo discurso: «No te
pongas en una situación comprometida con una mujer». —Golpeó el suelo
con su bastón para enfatizar—. Conociendo a su madre, estoy seguro de que a
usted le han dicho lo mismo desde hace mucho tiempo y con la misma
contundencia —añadió.
Jane no pudo evitar reírse ligeramente.
—A menos que el varón fuera un marqués o un conde, pero
definitivamente no con un simple vizconde o barón —respondió Jane—. Por
lo tanto, en este caso, ella lo aprobaría de todo corazón, siempre y cuando lo
gritara desde la azotea.
Christopher se relajó.
—Oh, ya veo. La trampa del marido.
—Precisamente. —Jane comenzó a recorrer la habitación de nuevo.
—¿Y usted? —Su tono serio la detuvo.
—¿Qué?
—¿Va a gritar desde el tejado y… atraparme?
Ella respiró hondo, sabiendo que esto era algo más que una broma ligera.
—¿Se enfadaría mucho conmigo si lo hiciera?
—No —dijo él al instante—. Si quisiera atraparme, me sentiría honrado,
aunque desconcertado. Por desgracia, estoy seguro de que llegaría a
lamentarlo.

Página 127
Jane estaba a punto de discutir, pero oyó a la duquesa en las escaleras y
supo que Christopher también pudo hacerlo, pero ninguno de los dos podía
saber si ella también los había oído.
—¿Lamentar qué? —preguntó la duquesa de Westing.
Al parecer, sí los oyó. ¿Qué podía decirle?
—Lamentar no haber desayunado —bromeó Christopher antes de que
Jane pudiera responder—. Su único hijo está hambriento, madre.
¿Terminamos por hoy?
—Sí, tan pronto como le enseñe a Jane esta muestra de seda. La colocaré
en el marco. Justo así. En la exposición, por supuesto, tendré una cortina
entera detrás del cuadro. Quiero que este sea el centro de atención.
—¿Qué cuadro es? —preguntó Christopher.
—Uno de Hyde Park con el pequeño puente y la fuente, solo dos
personas, y un cielo muy azul.
—Y los edificios en la distancia parecen tan reales… —dijo Jane—. Su
madre ha elegido una seda roja rojiza para el fondo que hace que todo el
cuadro destaque.
—Casi coincide con el color de las paredes de la galería del señor Turner
—insistió la duquesa—. He estado allí varias veces. Está justo al lado de su
casa en la calle Queen Anne. De todos modos, ¿qué le parece?
—Me parece precioso —confirmó Jane.
—¿Debo llamar al lacayo o puedes bajar? —le preguntó la duquesa a su
hijo.
—Creo que puedo bajar solo —dijo él—. No sé si pedirle a una de ustedes
que vaya delante de mí y arriesgue su vida si me caigo encima, o mantenerlas
a los dos detrás de mí para que recojan mi cuerpo magullado si me caigo.
—Tú agárrate a la barandilla y yo te cogeré del brazo —dijo su madre—.
Jane puede ir detrás. Estoy segura de que no encontraremos dificultades.

SI CHRISTOPHER CREÍA que ayudando a su madre podrían pasar tiempo


juntos, Jane temía que había cometido un grave error. La duquesa de Westing
le encomendó una tarea tras otra durante los días siguientes, y Jane apenas
llegó a Berkley Square antes de ser enviada de nuevo al mundo.
En una rara tarde en su casa, recibió de repente una inesperada visita de
lord Fowler, para quien apenas había dedicado un pensamiento.

Página 128
—Me temo que su interés en nuestra búsqueda ha decaído —le dijo, con
un rostro de tristeza.
La culpa se apoderó de ella. Le había prometido ayudarle a encontrar una
esposa, y pretendía cumplir su promesa. Después de todo, estaba en juego la
futura felicidad del hombre, sin duda tan importante como una exposición de
arte.
—En absoluto, señor. —Y recordó una invitación que había recibido el
día anterior y que había dejado de lado—. ¿Tiene intención de ir al zoo a ver
el hipopótamo? ¿Sabía que la Sociedad Zoológica va a convertir su
inauguración en una gala junto a Regent’s Park?
—Sí —dijo—, también hay una fiesta privada en la casa de lord Burton,
en la Cumberland Terrace. ¿No cree que las damas serán todas de mentalidad
muy científica y solo se interesarán por la zoología y los huesos, con una
afición por las criaturas disecadas y terriblemente muertas?
Jane se echó a reír.
—No, señor. Creo que muchas, como yo, estarán interesadas en el
hipopótamo de Egipto y aún más en la calidad del champán y los entremeses
de Thomas Burton. Le dará la oportunidad de hablar con algunas damas
nuevas, así como con otras conocidas, y de no preocuparse por el baile.
—Oh, nunca me preocupo por bailar —dijo él.
Ella se mordió la lengua, pues él debía hacerlo. Lord Fowler no era el
mejor bailarín del momento. Sin embargo, no quería convertirse
repentinamente en instructora de baile además de todo lo demás, así que lo
dejó pasar.
—Lo que quiero decir es que es agradable conocer a la gente en diversos
lugares, como las obras de teatro y el ballet, e incluso los jardines zoológicos.
Tendrá la oportunidad de hablar de varios temas y de lo que le gusta y no le
gusta. Así podrá saber si desea pasar sus días con una joven en particular.
Imagínese conversando mientras toma el té o el café de la mañana durante el
resto de su vida, siendo ella la última persona a la que vea al final de cada día.
—Sí, lo entiendo. Cada día no es ciertamente como un baile o una cena.
—Exacto. En las próximas semanas, intentaremos ir a un museo y… —
Entonces tuvo otra idea—. Y una exposición de arte. ¿Le interesa el arte?
—¿No le interesa a todo el mundo en algún grado?
—Esa es una muy buena respuesta —lo elogió Jane—, y tal vez sea cierto.
Hay una exposición de acuarelas próximamente.
—¿Acuarelas? —repitió, sonando decepcionado.

Página 129
Christopher y su madre tenían razón cuando decían que la gente
infravaloraba el medio.
—Le aseguro que el artista es muy hábil. No le decepcionará la falta de
pintura al óleo. Eso no importa ahora. Para ver el hipopótamo, nos
encontraremos allí.
—¿Solo? —preguntó—. Tal vez debería recogerla en mi carruaje.
—Por supuesto que no —dijo Jane.
No se atrevería a dejar que su asociación con lord Fowler manchara en
modo alguno su reputación, no mientras ella y Christopher estuvieran al
principio de algo que podría resultar extraordinario. Incluso entonces,
mientras hablaban, su criada estaba sentada en un rincón, dormitando, al
mismo tiempo que representaba el ojo vigilante de la corrección y la moral.
—Estaré con mi madre. Ella tendrá muchos amigos con los que
mantenerse ocupada. Y usted y yo hablaremos con muchas damas interesantes
en la fiesta.
—Estoy muy contento de que no haya renunciado a mí, lady Chatley.
—No me doy por vencida con nadie —prometió ella.

—PADRE, ¿ERES TÚ? —CHRISTOPHER llevaba una hora esperando a su


padre en la biblioteca, desde que Burnley se había marchado.
Él y Owen ya no se veían en la habitación de Christopher. Abner siempre
lo tenía preparado para recibir abajo, en el salón, cuando llegaba su amigo. A
veces, si el tiempo era bueno, se sentaban en la parte de atrás, en el jardín de
lady Forester, y Owen le leía los periódicos, todos los que podían pasar.
Y aunque su amigo se lo había pedido, Christopher aún no había accedido
a dar un paseo fuera de la casa. Si bien la excursión de la semana anterior a
Chelsea había transcurrido sin problemas, la idea de caminar junto a Burnley,
tal vez necesitando agarrarse de su brazo o requiriendo su ayuda si tropezaba,
lo ponía nervioso. No estaba preparado para esa vulnerabilidad en público, ni
quería avergonzar a su amigo.
Sin embargo, una salida con su padre era otra cosa. Después de su última
conversación, Christopher no podía evitar pensar a diario en el parlamento, y
en lo mucho que lo echaba de menos.
A pesar de lo que le había dicho antes al duque, no podía reprimir su
interés innato por su gobierno. Es más, Christopher seguía sin poder
desenterrar el entusiasmo por una vida que no implicara ayudar a gobernar

Página 130
Gran Bretaña de alguna manera. De hecho, a pesar de pensar que se
enfrentaba a barreras insuperables, no quería hacer otra cosa que beneficiar al
pueblo británico elaborando y patrocinando nuevos actos.
Aunque estaba agradecido de escuchar las noticias a través de Owen,
sabía que se filtraban para los periódicos. Lo que más deseaba era enterarse
de lo que realmente ocurría en el corazón de su nación, en las cámaras de los
legisladores, y para ello necesitaba al duque de Westing. Ansiaba volver a la
resonante sala de la cámara de los Lores, anhelaba escuchar a los ministros
decir lo que pensaban y deseaba desesperadamente discutir los últimos
acontecimientos del parlamento con el hombre al que más respetaba: su
propio padre.
Así, esperó en la biblioteca. Era un lugar ridículo para un ciego, y
Christopher no podía hacer otra cosa que sentarse entre los libros que no
podía ver y dejar que sus pensamientos se desbocaran.
A veces, recordaba la fatídica mañana en que había bajado a su antigua
cocina. Intentando, en su memoria, impedir que fuera allí o instando a su
antiguo yo a que se marchara más con rapidez, el inútil empeño siempre le
ponía de mal humor, pero le resultaba difícil detener sus caprichosas
cavilaciones. En su cerebro, seguía intentando cambiar lo inmutable.
A veces, recordaba su primer beso con Jane, y ahora era fácil recordar su
aroma floral y el tacto de sus labios. Saber que ella seguía dejando que la
besara, y que le devolvía el beso con el mismo ardor incluso después de la
explosión, siempre le alegraba.
Pocas cosas más le causaban alegría últimamente y, por lo tanto, estaba
dispuesto al menos a discutir la posibilidad de encajar de alguna manera en el
mundo de su padre una vez más. Por desgracia, a excepción de su breve
conversación cuando Christopher le había rechazado, casi desde aquel día, el
duque había mantenido las distancias. O había estado increíblemente
ocupado.
Al oír por fin unos pasos que eran ciertamente los de un hombre y no los
del mayordomo de los Forester, y aún más improbable que fueran los de un
lacayo o un cochero en el interior, Christopher llamó cuando alguien pasó por
la puerta abierta.
¿Había visto su padre que él estaba sentado allí, y siguió caminando?
Oyó que las pisadas se detenían y luego retrocedían despacio.
—Chris —dijo lord Westing, con un tono excesivamente jovial y falso—.
Aquí estás.

Página 131
—Sí —respondió él, extrañado por el extraño comportamiento de su padre
últimamente—. Aquí estoy. He estado en esta casa, merodeando en una u otra
habitación durante semanas. Pero tú has estado ausente, al menos cuando te
busco.
—Tonterías.
Christopher odiaba que alguien dijera esa palabra, sobre todo cuando era
una tapadera de la verdad.
—De acuerdo —comenzó de nuevo—, quizás creí erróneamente que no
estabas aquí porque no podía verte. Te aseguro, padre, que te estaba
buscando.
Silencio. Sin embargo, este lo decía todo. Su padre parecía intensamente
incómodo a su alrededor. ¿Se avergonzaba de él?
Christopher consideró ponerse de pie y acercarse, pero no quiso
avergonzar al duque.
Por un momento, sin poder ver la cara del anciano, no supo cómo
proceder.
—Lo siento mucho. —Las agonizantes palabras de su padre surgieron de
la oscuridad, conmocionándolo.
La profundidad del sentimiento era clara en su voz, que sonaba cargada de
emoción.
—Todo lo que ha ocurrido es culpa mía. Yo, que soy el jefe de esta
familia. Yo, que se supone que debo cuidarte y guiarte, he causado esto.
Christopher se sentó aturdido por las palabras de su padre. Su madre había
dicho lo mismo, pero su tono de exasperación, diciendo que quería
estrangular a su marido, había parecido más bien una broma.
Su padre, en cambio, sonaba desesperadamente serio, como si llevara una
pesada carga.
¿Culpaba él a su padre? Christopher había pasado más tiempo
preguntándose por qué había ido a buscar algo tan tonto como una galleta
para mojar en una inexistente taza de té, cuando podría haber ido fácilmente a
un pub a por pescado frito y cerveza o a un club a por una comida adecuada.
Su padre dio un paso más dentro de la habitación.
—Di algo. Apenas puedo soportar lo que he hecho.
Christopher tragó, buscando en su propio corazón.
—No te culpo.
Era la verdad.
—Si los obreros hubieran hecho bien su trabajo —continuó—, estarían
vivos y yo podría ver. Eso no fue culpa tuya.

Página 132
Sintió la mano de su padre en el brazo.
—Sin embargo, si me hubiera conformado con nuestra cocina tal y como
estaba.
Christopher se encogió de hombros.
—Querer abrazar el progreso, padre, es la manera británica, ¿no? Mira
nuestra industria, nuestra colonización, nuestros ferrocarriles.
Sintió que su padre le apretaba el hombro, pero sabía que el hombre aún
necesitaba tranquilizarse.
—De todos modos, los baños fueron una buena adición, tenemos, o al
menos, teníamos, la mejor fontanería de la calle.
—Volveremos a tenerla —insistió el duque—. He contratado a hombres
de primera categoría. Estuve mirando los diseños en la oficina de patentes.
—¡Un peligro en tu caso, padre!
—¿Qué? Oh, es una broma. Ya veo. Ja, ja. Eso es lo que siempre dice tu
madre, también. —Y el duque rio, habiendo pasado el momento pesado y
sentimental—. He encontrado un invento increíble, una bañera con ducha.
Definitivamente vamos a tener una de esas. El agua te salpica por todos lados.
Glorioso.
—¿De veras es así? —No deseaba apagar el entusiasmo de su padre, pero
lo único que Christopher podría elevar al nivel de la gloria sería la luz, y
mucha. Eso, y tener a Jane en sus brazos de nuevo. Había pasado demasiado
tiempo.
—Será glorioso, Chris, te lo prometo. En cualquier caso, tu madre ha
conseguido ayuda en sus áreas de especialización para poner la casa a punto
en cuanto los constructores hayan terminado.
—Lady Jane Chatley —le informó Christopher.
—¿Es esa la chica? ¿La guapa de pelo castaño claro? —Luego hizo una
pausa—. Oh, maldita sea, Chris. Sigo olvidando que no puedes verla.
Christopher tuvo un destello de gratitud. Podía ver a Jane fácilmente en el
ojo de su mente.
—Está bien, padre. He visto su aspecto. Y estoy de acuerdo, es bonita.
—He dicho guapa. —El tono de su padre era ahora de interés.
Christopher se encogió de hombros. Sabía lo que había visto.
—¿Y ella también se ha encaprichado de ti? —preguntó el duque.
Christopher no pudo evitar sonreír. Nunca había dicho que él se había
encaprichado de ella, pero debía ser evidente en su voz y en su expresión. Eso
estaba bien en su casa, entre la familia o los amigos, pero lo pondría en clara
desventaja en el mundo, si los demás podían ver sus emociones en su rostro,

Página 133
mientras que él no podía ver las de ellos. Supuso que las gafas oscuras
ayudarían.
—Ya veremos —dijo sin comprometerse.
—Ciertamente puedo hablar en tu favor, muchacho.
¡Dios mío, no!
—Padre, no. Lady Jane y yo estamos encontrando nuestro camino por
nuestra cuenta. Sé que vino a hablarte de mí, y quiero que entiendas que no
me gusta que hablen de mí a mis espaldas. Por favor, no le digas nada más.
—Creo que con eso respondes a mi pregunta, no obstante, sobre si se ha
encaprichado de ti… —Entonces el duque suspiró y se sentó en la otra silla
junto a la mesa—. Tengo que hacer algo por ti, hijo. No puedo dejar de lado
mi culpabilidad. Me duele verte así.
—¿Entonces has estado evitándome?
—Un poco, supongo. ¿Qué puedo hacer? ¿Me pones una tarea y la hago?
—Me gustaría tener unas gafas oscuras para poder abrir los ojos sin
preguntarme si la gente los mira porque están cruzados.
—Las conseguiré enseguida. Además, he visto en la oficina de patentes
que alguien está desarrollando un sombrero de vestir con respiraderos para
que el aire caliente pueda salir. ¿Te gustaría uno?
—¿Un sombrero de copa ventilado? —Christopher solo podía imaginar el
ridículo—. No, gracias.
—En todo caso, puedo conseguir uno para mí.
Su padre guardó silencio, sin duda reflexionando sobre los novedosos
inventos que siempre le habían encantado.
—¿Hay algo más interesante? —preguntó Christopher, ya que incluso
hablar de patentes ridículas era mejor que sentarse en silencio.
—Sanguijuelas artificiales —dijo su padre con brusquedad—, pero
probablemente no deberíamos usarlas sin supervisión.
Christopher se estremeció.
—No, pero imagino que si uno necesitara una sanguijuela, sería preferible
una artificial, que no pudiera arrastrarse.
—Eso es lo que pensé, sobre todo cuando se necesita alrededor de la zona
de la boca. Tengo una aquí en mi bolsillo. ¿Quieres cogerla?
Antes de que Christopher respondiera, su padre le agarró la mano y le
colocó un objeto de unos pocos centímetros de largo en la palma. Cuando
cerró los dedos en torno a él, se dio cuenta de que era blando en el centro y
puntiagudo en un extremo. Lo apretó un par de veces, imaginando que se
llenaba de sangre mientras recuperaba su forma.

Página 134
—Gracias —dijo, ya que no se le ocurrió nada más que decir, y se lo
devolvió.
—No importa, querido muchacho, además de las gafas, ¿hay algo más que
pueda hacer?
—Estoy considerando… es decir, creo que me gustaría volver al
parlamento, solo para escuchar. —Por fin lo había dicho, y se sentía bien por
haberlo hecho—. A pesar del golpe en la cabeza, mi mente parece estar tan
clara como siempre, por si sirve de algo.
—No quería presionarte, pero me alegro mucho de que hayas llegado a
ello por tu cuenta. No tiene sentido que languidezcas, no con tu fino cerebro.
Hay muchos ciegos que han hecho cosas fabulosas.
—¿De verdad? —Christopher no podía pensar fácilmente en nadie.
—Por supuesto. —Silencio.
—¿Padre? ¿Me vas a hablar de alguno?
Tras otro momento de vacilación, el duque dijo:
—Bueno, estaba el señor Braille, por supuesto.
Christopher no pudo evitar emitir un sonido de exasperación.
—Solo lo conoces porque el profesor de la escuela de ciegos habló de él.
Se quedó ciego por accidente, ¿no? Antes de inventar un sistema sobre el que
todo el mundo, tanto aquí como en el continente, sigue discutiendo sobre su
utilidad. Difícilmente alguien que encaje en la sociedad ordinaria como yo
desee probar.
Otra pausa.
—Entonces, ¿qué hay de Homero? Se dice que era ciego.
—Nadie está seguro de que fuera una persona real, padre. Incluso los
antiguos lo consideraban una amalgama de otros narradores. El siguiente.
—Galilei —intentó el duque de nuevo—. No puedes decir que no hizo
cosas importantes o que no fue un hombre real.
—Por supuesto que no, pero hizo su gran obra antes de quedarse ciego.
Difícilmente podía mirar a través de un telescopio después de perder la vista,
¿verdad?
Su padre se aclaró la garganta con un poco de tos.
—¿Vamos a tomar el té o hago que lo traigan aquí?
—Ninguna de las dos cosas. —Christopher sintió una punzada de pánico
—. ¿Estás diciendo que realmente no puedes pensar en nadie que haya
logrado algo importante después de quedarse ciego? ¿Algo bueno para toda la
humanidad?
—No soy un experto. Entonces, ¿un café?

Página 135
—Empiezo a estar preocupado. Antes creía que me adaptaría y que luego
tendría una vida normal, excepto por ser invidente. Ahora, sin embargo, me
pregunto de verdad si me convertiré en un bulto inútil, en una patata.
—¿Una patata? Eres el heredero del ducado.
—¿Cómo diablos voy a ser un duque?
—No hay duda de eso, querido muchacho. —Y su padre soltó una breve
risa—. Cuando yo muera, lo serás.
—Así, no conseguiré nada más que heredar pisando tu cadáver, con el que
sin duda tropezaré.
—Vamos, no seas macabro. Déjame pensar. Ajá. ¡Horacio Nelson!
—¿Qué hay de él? No era ciego.
—De un ojo sí, y eso ocurrió antes de que venciera a los franceses en
Trafalgar. Y solo tenía un brazo.
—Muy bien —estuvo de acuerdo Chris—. Parece haber seguido
legítimamente, a pesar de los impedimentos.
—Y nuestro gran funcionario y poeta, John Milton.
—Padre, ¿has leído sus últimos libros en los que se queja amargamente de
lo miserable que le hizo su ceguera?
—No, supongo que no —dijo el duque.
—Y él, al menos, tenía cuarenta y tres años antes de que ocurriera —le
recordó Christopher.
—Chris, estás siendo poco razonable. El hombre escribió El Paraíso
Perdido después de quedarse ciego.
—No tengo nada más que decir.
Ambos se rieron.
—Supongo que el té será bienvenido —le dijo a su padre—. Necesito
practicar cómo comer y beber y hacerlo sin ensuciar.
—Te ayudaré. —El duque hizo sonar la campanilla para llamar a un
sirviente—. Y he pensado en otra persona de la que quizá no hayas oído
hablar.
—¿Sí? —Si era un malabarista o un zapatero, iba a estrangular a su padre.
—John Stanley se quedó ciego muy pronto y aun así llegó a ser un gran
compositor y organista. Un buen amigo de Haendel.
—Ya puedes parar, padre. Es poco probable que escriba como Milton o
componga como este señor Stanley. Y si me sugieres que tome el arpa, como
el célebre arpista ciego, el señor Humphrey de Denbigh, puedo ponerme
violento contigo, contra mí o contra esa maldita sanguijuela artificial. Aun

Página 136
así, espero poder ir al parlamento y escuchar tanto a los grandes hombres
como a los idiotas, y entender la diferencia.
Además, esperaba que Jane pudiera aceptar a un hombre cuyo futuro se
había visto gravemente limitado.

Página 137
Capítulo 14

—Sí, Su Gracia. —Jane decía tanto esas palabras que las pronunciaba incluso
en sueños, en uno especialmente angustioso en el que le decía a la madre de
Christopher que sí, que se aseguraría de que el hipopótamo hiciera su
aparición en el Salón Egipcio durante la exposición de arte.
Esa mañana, sin embargo, iba a pasar tiempo con Christopher. Había
investigado sobre algunas cosas que creía que él encontraría interesantes.
Cuando llegó, él estaba en el salón como siempre. El té seguía humeando
en la boquilla de la tetera y debía de estar recién servido.
—Estoy aquí —le dijo ella.
—Lo sé —él le ofreció una amplia sonrisa.
—¿Cómo lo sabe?
—Sus pasos son diferentes a los de cualquiera de los miembros de esta
casa.
Ella suspiró.
—Es brillante.
—Y aunque se hubiera arrastrado en silencio, al sentarse cerca, la
reconocería por su perfume.
—Entonces espero que le guste.
—Me gusta —prometió—. Es la quintaesencia de Jane. ¿Y qué es esta
fragancia tan seductora que se adhiere a usted con tanta delicadeza?
Solo llevaba un minuto con él y ya la había hecho sonrojar y sentirse feliz.
—Pétalos de rosa y un poco de aceite de bergamota.
—Acérquese para que pueda disfrutarlo mejor.
Riendo, Jane tomó asiento a su lado.
—¿Puedo servir el té?
—Sí, he estado practicando, pero aún no estoy a la altura, y menos de
intentarlo sobre la alfombra de la tía Tabitha.
Jane sirvió una taza para cada uno.
—Veo que tampoco tiene una taza.
—No, estoy decidido a mantener mis modales. No soy un granjero.

Página 138
—Muy bien. Una cucharadita de azúcar y mucha leche. Aquí tiene la
suya. —Ella puso el platillo en sus manos extendidas.
Con facilidad, él lo equilibró en una mano, sin derramar ni una gota
mientras cogía la cuchara y removía.
—Se nota que ha practicado —dijo Jane. Ahora esperaba poder conseguir
que practicara algo más, que volviera a vivir una vida normal—. ¿Qué quiere
hacer hoy?
Su expresión era de perplejidad.
—¿Hacer?
—Sí, juntos. —No habían tenido una salida desde la visita al estudio de su
madre, y ella estaba decidida a sacarlo a la calle—. Por fin tengo una tarde
libre.
—De mi exigente madre, querrá decir.
—Yo no diría eso. Me gusta estar ocupada, y la duquesa y yo nos
llevamos espléndidamente.
—Siempre y cuando usted le diga que sí a todo —señaló él.
—Es cierto, pero hasta ahora no he necesitado decir que no. ¿Vamos a
Hyde Park y paseamos por el Serpentine?
Se quedó helado.
—Pensé que simplemente nos quedaríamos aquí y hablaríamos.
—Es un hermoso día soleado. ¿No le gustaría tomar un poco de aire
fresco?
—El aire es bastante fresco aquí —protestó—. No es como si fuéramos al
campo.
—Por favor, Chris. Añoro la hierba y los árboles, y el camino junto al
Serpentine es muy suave. ¿O es que no quiere que le vean conmigo?
Se rio.
—Sabe que no es eso. Yo… no he salido a pasear desde que ocurrió.
—Pero sí ha salido. Conmigo. Y luego su madre me dijo que el otro día
fue con su padre al parlamento. Me alegro mucho por usted.
—Sí, pero fue sorprendente. Lo mismo de siempre en cuanto a cómo olía
y se sentía, pero todo parecía diferente. Y fue extraordinariamente ruidoso, y
sin ver quién se levantaba para tomar la palabra, era difícil saber quién
hablaba. Y mucha gente se acercó a desearme lo mejor.
—¿Es eso algo malo? —Jane dio un sorbo a su té.
—Al principio no sabía quién era ninguno de ellos. Parecía que habían
olvidado que no puedo ver. Además, parecían esperar que yo identificara de

Página 139
inmediato a cada orador, incluso en una cacofonía de voces. Cuando mi padre
tuvo que recordarles que se identificaran, un par de diputados se enfadaron.
—Esos mismos tontos se habrían enfadado de todos modos —adivinó
Jane—. Y se les pinchó el orgullo cuando no había memorizado sus voces. No
deje que eso le preocupe.
Christopher se encogió de hombros sin hacer ningún comentario. Ella iba
a tener que presionarlo un poco.
Observando cómo sorbía su té como un perfecto caballero, Jane se
maravilló de su aplomo. Y cuando ella le ofreció una galleta, él incluso la
mojó y se la llevó a los labios sin rechistar.
—No deje que una sola experiencia le impida progresar. Cada vez que ha
tomado el té conmigo, lo ha hecho con más soltura. Si alguien viniera ahora
mismo, no sabría que es ciego, y apuesto a que incluso podemos descubrir
cómo puede servir con éxito.
—Oh, qué aspiraciones —dijo, sonando cínico—. ¡Pensar que tengo que
esforzarme por servir el té!
—Ir al parque será más fácil que al parlamento, ¿no cree? —Jane siguió
insistiendo, ignorando su sarcasmo—. Ciertamente, habrá menos escaleras.
Solo nosotros dos paseando. Le diré a dónde vamos y quién se acerca si
alguien lo hace. Además, tengo una información interesante que contarle.
—Dígamelo ahora —exigió él.
Ella se rio.
—No. Si camina conmigo, entonces, y solo entonces, se lo diré.
Él dudó mucho tiempo, y ella supuso que diría que no. Entonces ladeó la
cabeza.
—¿Estamos solos?
—Sí. —Inmediatamente, los latidos de su corazón se aceleraron.
—Si insiste en que salga, haré el ridículo delante de todos por un beso.
Ella recuperó el aliento.
—¿Su regalo para mí es un beso?
—No cualquier beso. No un beso en la mejilla. Un beso de los nuestros.
—Inclinándose hacia delante, juzgando con pericia la distancia y la altura de
la mesa, Christopher dejó su platillo y su taza de té sin incidentes.
—Deme los suyos —le ordenó, y ella le puso el plato y la taza en las
manos. Después de dejarlos también, se volvió hacia ella y le tendió las
manos.
La anticipación de besarlo se apoderó de ella. Su cuerpo ronroneaba
mientras colocaba sus manos en las de él.

Página 140
—Por mucho que me apetezca tumbarla sobre el sofá, puede que entre
alguien, así que es mejor que permanezcamos sentados.
—¿Se conformará con un simple beso? —preguntó Jane.
Él se inclinó hacia delante.
—Conformarse es la palabra equivocada, al igual que simple. Es un honor
besarla.
Sin dejar de sujetar las manos de ella, la atrajo hacia sí y luego bajó la
cabeza y la besó.
Un beso, sin prisas y perfecto, pero nunca suficiente.
Cuando se retiró, ella suspiró.
—¿Cómo es posible que podamos hacerlo sin esfuerzo? Usted no puede
ver, y yo siempre cierro los ojos, y sin embargo… —se interrumpió.
—Estoy de acuerdo, es sin esfuerzo. Nuestras bocas parecen encontrarse,
como imanes.
La idea de sus bocas atraídas por una fuerza invisible la hizo reír.
Como si pudiera ver, Christopher se acercó y recuperó su platillo,
entregándoselo.
—Termine su té y nos vamos. Pero ya sabe lo que pienso de su
reputación. Si usted no la protege, lo haré yo. No podemos ir solos.
Tendremos que llevar a Amanda.
En media hora, los tres estaban bajando de su carruaje en el lado noreste
de Hyde Park. Si los Westings hubieran estado en su propia casa de
Grosvenor Square, podrían haber recorrido la distancia en diez minutos.
Dando instrucciones al conductor para que volviera dentro de una hora,
entraron por la Puerta de Cumberland.
Con la mínima disculpa, Amanda salió corriendo casi al instante tras ver a
dos de sus amigas en la distancia.
—Estoy segura de que prefiere estar sola de todos modos —dijo Jane en
voz demasiado alta por encima del hombro.
—Me preguntaba por qué aceptó venir tan fácilmente —respondió él.
—¿Y ahora qué? —preguntó Jane. Su hermana era irritante e inmadura, y
Jane no recordaba haber mostrado ninguno de esos rasgos.
Christopher se encogió de hombros.
—Supongo que está permitido tomar el brazo de un ciego sin
acompañante. No es lo mismo que estar juntos a solas dentro de casa. En
cualquier caso, no se me puede acusar de intentar mirar por debajo de su
escote. Aunque ciertamente lo haría si pudiera.

Página 141
Jane deseaba que pudiera. La idea de su mirada sobre su piel le producía
un cosquilleo casi tan grande como sus manos sobre ella. Además, seguía
vistiéndose bien para él, a pesar de que no podía verla.
—Creo que la mayoría ni siquiera se dará cuenta de su estado —le dijo,
aunque sus ojos estaban firmemente cerrados—. Pero caminaremos y
aceptaremos cualquier eventualidad que pueda ocurrir.
—Espere —dijo él cuando Jane intentó cogerle del brazo.
Él se metió el bastón debajo del suyo y sacó del bolsillo un estuche de
cuero. Al abrirlo, desplegó un par de gafas de metal con cristales oscuros y
grises y se las puso sin hacer ningún comentario.
Su nuevo aspecto la sobresaltó momentáneamente. En lugar de disimular
su condición, al menos para ella, lo marcaban como ciego. Por primera vez,
Jane aceptó que lord Christopher Westing, heredero de un ducado y el hombre
al que amaba sin reservas, era realmente invidente.
—Estoy listo —dijo él—, pero si no me toma del brazo y me dirige, nos
quedaremos aquí todo el día.
Con rapidez, Jane se agarró a él, giró en dirección sur y comenzó a
caminar.
—Le diré si hay algún obstáculo, y usted puede decirme si voy demasiado
rápido.
Se dirigieron por el sendero, evitando el camino más concurrido de las
inmediaciones. Aun así, con el buen tiempo que hacía, había varios paseantes
disfrutando del parque. Dejó pasar a la gente que deseaba avanzar más rápido,
y saludó con la cabeza a los que se acercaban a ellos.
Todo el tiempo, ella mantenía su brazo libre firmemente envuelto en el
suyo, mientras él sostenía el bastón con el otro.
—Estamos paseando —señaló Christopher—. Ahora, ¿me lo va a contar?
—Parece tenso —dijo Jane—. ¿Está bien?
—Francamente, estoy asustado como lo estoy siempre que salgo de casa,
pero si oigo su voz, me ayuda, así que sigamos.
Su corazón se encogió un poco.
—No quiero que se asuste.
—Eso es inevitable en este momento. He salido con una mujer preciosa y
no quiero caerme de bruces y humillar a ninguno de los dos, ni quiero
hacerme daño. Es posible que un guijarro o un pavimento irregular me hagan
volar y acabe con un brazo roto, como su lord Cambrey.
—Nunca fue mi lord Cambrey. Y no nos moveremos tan rápido como
para que salga volando. Eso sería una tontería, y ninguno de nosotros es un

Página 142
tonto. Por cierto, la gente asiente y sonríe y parece amistosa, pero aún no he
visto a nadie a quien conozca personalmente.
—¡Espléndido! —dijo sin entusiasmo—. Jane, dígame cuál es su
información interesante.
Ella estuvo a punto de soltar: «Creo que le quiero», antes de darse cuenta
de que él se refería a la información que ella le había mencionado durante el
té.
—Me he reunido con el director de la Sociedad Londinense para la
Enseñanza de la Lectura a los Ciegos. Aunque albergan a niños y no a
adultos, podrían proporcionarle instrucción. Está al norte de Regent’s Park.
De repente, era como intentar arrastrar un caballo muerto.
—¿Por qué se ha detenido? —preguntó ella.

CHRISTOPHER NO PODÍA expresar adecuadamente la furia inmediata que


hervía en él al saber que Jane había hablado con alguien ajeno a su familia
sobre su estado.
—Me he detenido porque es la única protesta que puedo hacer a su acción
inapropiada.
Silencio, aunque percibió que ella estaba sorprendida.
—No puedo marcharme enfadado —continuó—, ni mirarle a los ojos y
expresarle mi enfado. Lo único que puedo hacer es detenerme y tratar de
calmarme. Pero puedo pedirle que me suelte el brazo un momento.
Jane sintió que su tacto se alejaba como si fuera un carbón caliente.
Y entonces el terror regresó. Estaba solo en la oscuridad infinita. Si Jane
le abandonaba, se quedaría allí para siempre, incapaz de completar la hasta
entonces sencilla tarea de volver a casa. Tendría que pedir ayuda a un
desconocido.
Al instante, sintió que el sudor brotaba en la parte baja de su espalda y
bajo sus brazos. Apretando las manos, respiró hondo para calmar el pánico
que le invadía.
Esta era precisamente la razón por la que había querido quedarse en casa.
No debería haberla escuchado. Esto era una locura.
—Lord Westing, buenos días —dijo una voz masculina, y él giró la
cabeza en la dirección de la que procedía.
Durante el largo momento de silencio, se preguntó si Jane seguía allí, pero
no la había oído alejarse. Además, todavía podía oler su perfume.

Página 143
Entonces ella habló, y estaba mucho más cerca de lo que había imaginado,
justo a su lado.
—Buenos días, señor. Lo siento, no sé su nombre.
—¿No puede hablar y presentarnos, hombre? —se dirigió a él el supuesto
extraño—. ¿Ha olvidado sus modales junto con la pérdida de la vista?
Jane jadeó, y Christopher al fin lo reconoció como a un conocido del club.
No un amigo, simplemente alguien que a veces se sentaba con él, con Burnley
y con Whitely, y que opinaba sobre política y otras cosas de las que sabía
muy poco.
—No sea un idiota desconsiderado, Pomerson. No puedo ver quién es
para presentarle. Solo sé que es usted por la frase idiota que acaba de
pronunciar. Muévase. No vale la pena presentarle a mi amiga.
—Bueno, yo nunca. —Y oyó los pasos que crujían en la grava.
El día era cada vez peor.
—Jane —dijo, para poder orientarse.
—Sí —su voz sonaba insegura.
Christopher la había insultado, y luego había insultado a Pomerson, pero
la irritación persistente le impedía disculparse.
—Explíqueme cómo me habría ayudado en esta situación el hecho de
estar sentado entre los jóvenes, con aspecto de ser un gran tonto mientras
aprendía a leer alguna forma de alfabeto para ciegos. ¿Me ayudaría a llegar a
casa en este mismo momento?
—No lo haría —dijo ella tras una pausa—. Sin embargo, una vez que
estuviera en casa, podría leer en lugar de estar sentado sin hacer nada más que
beber té.
Christopher sintió como si ella lo hubiera abofeteado. Jane estaba
claramente decepcionada con él.
—Si quiere que me mantenga ocupada, debería haber visto al director de
la escuela de ciegos de St. George’s Fields. Está a solo cinco minutos.
Podríamos volver sobre nuestros pasos e ir allí incluso ahora. Estoy segura de
que disfrutaría de las clases de cestería y alfombras de estambre. Incluso
podría aprender a hacer zapatos.
Él aplaudió con alegría sarcástica, aliviado cuando no falló el golpe de la
palma contra la palma, lo que habría hecho que su gesto perdiera
completamente su efecto.
Por desgracia, el bastón se le escapó de las manos y cayó al suelo.
Jane permaneció en silencio, aunque tras una pausa, la oyó recuperarlo
para él.

Página 144
¡Qué diablos! El hecho de que ella se agachara a recogerlo, posiblemente
ensuciando sus guantes mientras él permanecía inmóvil, confirmaba que
había perdido su condición de caballero.
¿Cómo podía acompañar a una dama a cualquier lugar mientras ella tenía
que hacer las tareas que deberían ser suyas?
—¿Son más de las dos? —continuó él—. Los internos, como llaman a los
que tienen la desgracia de estar alojados allí, pueden ser visitados mientras
trabajan entre las dos y las cinco de la tarde. ¿Vamos a verlos, más bien como
especímenes en el zoológico? Estoy seguro de que podría enorgullecer a mi
padre, ya que tengo entendido que puedo ganar siete chelines a la semana
produciendo felpudos. —Él era consciente de que había levantado la voz,
pero parecía no poder contenerse—. Verá, yo también he investigado mis
opciones. Y aunque St. George’s Fields acepta gente de hasta treinta años, se
supone que soy indigente, no un maldito noble rico.
—Ya veo —dijo ella con firmeza—. Sé que también enseñan utilizando
las letras en relieve de Alston —dijo después de una pausa—. Por lo tanto,
cualquiera de las dos escuelas le ayudaría, por supuesto. Sin embargo, si no
desea ser una carga para los fondos de los pobres, le sugiero que vaya a la
escuela de ciegos de Avenue Road, como le sugerí al principio.
Él no sabía qué decir. No estaba enfadado consigo mismo por haber
investigado, ni por haber enviado a su ayuda de cámara a informarse de los
recursos disponibles. Solo con ella.
¿Por qué? Porque quería que a Jane no le importara su vista, y claramente,
lo hacía.
Tal vez, aprendería el maldito alfabeto con baches, pero dudaba que le
sirviera de mucho, ya que, de todos modos, apenas había textos para leer.
Mucho más prometedor era el sistema Braille del que había hablado con su
padre. Aunque estaba más aceptado en el continente que en Gran Bretaña, a
diferencia de las letras en relieve de Alston, tendría que aprender un alfabeto
completamente nuevo formado por seis puntos.
¿No era demasiado mayor para eso?
—Siento haberme excedido —dijo Jane con voz suave de pronto—. Solo
quería ayudarle a sentirte más cómodo.
Se consideraba un imbécil de proporciones épicas. Si ella estuviera en
alguna situación extrema, él haría fervientemente todo lo que pudiera para
ayudarla. Debería estar encantado de que ella hiciera lo mismo por él.
—Lo siento —murmuró, sabiendo que era una disculpa totalmente
inadecuada.

Página 145
Ella se agarró a su brazo casi de inmediato.
—Supongo que tampoco quiere saber sobre las escuelas para ciegos en
Escocia. Hay dos. O el relato del señor Dickens sobre la impresionante
Escuela Perkins de Massachusetts en sus Notas americanas.
Ella le apretó el brazo. Le estaba tomando el pelo, y no parecía molesta en
absoluto. Es más, había pasado mucho tiempo recopilando información. Para
él. Y él había sido un desagradecido.
Respiró hondo y volvió a intentarlo.
—Mis más sinceras disculpas. Usted es amable y servicial, y yo me he
comportado de forma grosera.
Ahora deseaba desesperadamente estrecharla entre sus brazos y se
preguntaba si ella le permitiría hacerlo de nuevo. Después de todo, en su
opinión, había estado sentado en casa sin hacer nada. Y cuando ella intentó
ayudarle a salir de su letargo de trance, él le gritó. En público.
—Tal vez un poco grosero —dijo Jane al fin.
—¿Caminamos un poco más?
—Sí, apenas hemos empezado —respondió ella—. Tengo la intención de
ir al Serpentine y describirle con detalle cualquier cosa interesante.
—Espléndido. —Sintió que ella le daba un suave tirón en la dirección
correcta.
—¿De dónde ha sacado esas gafas? —preguntó Jane después de un
momento.
—De mi padre. ¿Qué le parece?
—Tiene un aspecto bastante misterioso y elegante con ellas. Está
llamando la atención de muchas jóvenes.
Sorprendido, Christopher soltó una carcajada.
—No sé si lo dice en serio o no, pero le agradezco la intención.
—Hablo muy en serio, y usted está muy elegante.
¡Gracias a Dios! Le preocupaba parecer un tonto de pies a cabeza, pero
también sabía que Jane le diría la verdad.
—Me gustaría poder besarla en este mismo instante. —De nuevo, la mano
de ella le apretó el brazo, en señal de acuerdo. Al menos eso esperaba él.
—Estoy segura de que podemos volver a organizarlo pronto —dijo ella,
como si hablara de sacar brillo a sus botas o de alguna otra tarea mundana.
Saber lo que estaban discutiendo en secreto le hizo sentir una sacudida de
deseo, y sin poder mirar hacia abajo, solo podía esperar que la evidencia no
estuviera a la vista.

Página 146
En unos quince minutos, habían llegado al punto más oriental del
Serpentine y, girando a la derecha, comenzaron a recorrer su camino norte.
—Deberíamos alegrarnos de que no sea domingo —dijo Jane—. En
cualquier caso, está bastante concurrido. Mujeres y niños haciendo pícnics,
hay un chico con una barca, más picnics. Unos cuantos botes de remos. Por
supuesto, algún hombre está presumiendo y es probable que arroje a su dama
fuera de su bote. ¡Oh, hola!
Ella apartó la mano y él la sintió agacharse a su lado.
—El perro amistoso de alguien —le dijo ella, su voz venía de unos metros
más abajo—. Extienda la mano —añadió, y con confianza, Christopher lo
hizo.
—Más abajo —añadió ella, y él se agachó, todavía con la mano delante,
hasta que sintió un pelaje sedoso y luego una lengua cálida.
—Es un buen perro, ¿verdad? ¿Dónde está tu familia? —Jane le habló.
Y entonces alguien gritó: «¡Héroe!», y el perro se alejó corriendo.
—Me ha baboseado —dijo Christopher.
—Como a mí. Era una criatura encantadora, de pelaje marrón, con
manchas blancas.
—El pelaje más suave que he sentido nunca —añadió—. ¿Tenía una cola
larga o corta?
—Larga, con un bonito penacho.
—Eso es lo que había imaginado.
Ella se había agarrado a él una vez más y volvían a caminar.
—Hay un libro maravilloso que se llama Libro para la instrucción de los
ciegos sobre el adiestramiento de perros de guía. Es de un hombre llamado
Johann Wilhelm Klein. Hasta ahora, no lo he encontrado en inglés. Solo en
alemán.
—No dudo que aprenderá bávaro a tiempo para entrenar un perro
adecuado para mí para el fin de semana. ¿Dónde se ha metido ese Héroe? Tal
vez deberíamos fugarnos con él.
Se rio.
—Me alegro de que ya no esté enfadado.
—No tenía derecho a estarlo.
Volvían a ser amigos. Podía contarle algo más que le preocupaba, sin
miedo a parecer débil.
—Tengo problemas para juzgar la distancia. Podríamos haber caminado
ya a lo largo de Hyde Park y hasta los jardines de Kensington, por lo que

Página 147
puedo decir. ¿Me dirá cuando estemos a la altura de la casa receptora? ¿Sabe
a qué lugar me refiero?
—Sí —dijo Jane—, y lo haré. Probablemente a cinco minutos a pie, si no
nos entretenemos.
Jane continuó describiéndole todo lo que veía: «otro chico con un palo,
otro pícnic, otro chico», hasta que los dos se rieron. De repente, ella hizo una
pausa y se calló. Alguien se había detenido frente a ellos.

Página 148
Capítulo 15

—Lady Chatley, lord Westing, qué bueno verlos a ambos en este día tan
bueno.
—Gracias, lord Fowler —dijo Jane de inmediato, dando otro apretón al
brazo de Christopher, mientras se aseguraba de que sabía quién estaba ante
ellos—. Es un día precioso, de hecho.
—¿Y cómo está hoy mi dama favorita? —Fue la siguiente frase de
Fowler, que hizo que Jane diera un respingo y que todo su cuerpo pareciera
convertirse en mármol.
Al menos, esa fue la impresión de Christopher, que se quedó paralizado a
su lado.
¿De qué se trataba todo esto?
—Fowler, ¿verdad? —dijo Christopher, imaginando fácilmente al afable
hombre—. ¿Cómo está?
El hombre frecuentaba más un club tory que el Reformer’s Club, y
algunos lo consideraban un zopenco, pero Christopher lo consideraba bastante
inofensivo, más bien soso, como un budín sin pasas.
—Bien, milord —respondió Fowler—. Lamenté mucho lo de la
explosión. Creo que fui yo quien se lo contó a lady Chatley.
—¿Fue usted? —preguntó Christopher, sintiendo un pinchazo de
inquietud—. No sabía que ustedes dos eran conocidos.
—Oh, sí —continuó Fowler—. Bueno, más bien conspiradores, ¿no?
Jane se sobresaltó de nuevo.
—Difícilmente eso. —Y de una manera inusualmente grosera, ella añadió:
Debemos irnos. Buenos días, lord Fowler.
Christopher sintió que ella tiraba de su brazo, ansiosa por marcharse.
—Buenos días a los dos —dijo Fowler, sin sonar en absoluto despreciado.
¡Qué extraño!
Christopher no estaba seguro de tener derecho a preguntarle nada. No le
había hecho ninguna declaración de amor, ni tenían un acuerdo sobre el
futuro.

Página 149
Además, ¿y si ella y Fowler se habían transmitido algún tipo de mensaje
utilizando sus expresiones y sus ojos, alguna señal encubierta que él no podía
ver? ¿Por qué si no el hombre no se habría preocupado por la brevedad de su
discurso? Sobre todo si pronto iba a volver a ver a Jane.
Esta duda era una emoción no deseada. Se preguntaba…
—Ya estamos en la casa de recepción —dijo ella.
Entonces Christopher supo que a su derecha había un edificio que parecía
un pequeño templo griego con un pórtico y un frontón sostenido por
columnas en la entrada. Si alguien sufría un percance en el Serpentine, ya
fuera nadando en verano o incluso patinando en invierno, podía entrar en la
Casa de Acogida de la Sociedad Humanitaria, equipada con salas para
hombres y mujeres, e incluso con baños calientes para ayudar a la
reanimación.
—Es bueno saber que si me suelta el brazo y me meto en el agua, estoy
cerca de la asistencia.
Se rio.
—No le dejaré ir —prometió ella, y él dejó que sus tontas cavilaciones
sobre Fowler se evaporaran.
Un poco más arriba del Serpentine estaba la pequeña cabaña de ladrillos
del guardabosques, con un prolijo techo de pizarra sobre su único piso.
Siempre había pensado que la cabaña parecía que debía estar en un pequeño
pueblo del campo, y no en el centro de Londres.
Ahora, en su mente, la consideraba del tamaño perfecto para un ciego y su
esposa.
—¿Continuamos? —preguntó ella.
Al menos no parecía ansiosa por alejarse de él. Ya que ella no iba a decir
nada más respecto a lord Fowler, él no podía insinuar una asociación entre
ellos sacando de nuevo a relucir su nombre.
—Sí. Hasta el final de este camino, y luego iremos hacia la Puerta
Victoria.
—Eso será más concurrido que el sendero —le recordó ella.
—Confío en usted —le dijo él.
—Gracias —dijo ella.
En otros diez minutos de silencio agradable, esquivando tanto a la gente
como a los carruajes en la ruta, habían llegado de nuevo al sendero más
septentrional del parque, esta vez en su extremo oeste.
—¿Está bien? —preguntó ella, mientras pasaba otro pequeño carruaje
tílbury.

Página 150
—Sí. Probablemente sea más preocupante para usted, ya que puede
verlos. Yo me siento perfectamente seguro.
Mientras giraban otra vez a la derecha en el tramo final de su tortuoso
paseo y atravesaban el borde superior de Hyde Park, él era muy consciente de
la abarrotada calle de Uxbridge a su izquierda. Y cuando por fin se acercaron
a la puerta por la que habían entrado, unos metros antes de llegar a ella, oyó
cantar.
—¿Qué es eso? ¿Quién está cantando? —preguntó, disfrutando del
agradable sonido.
Mientras que antes ella respondía de inmediato a cada una de sus
preguntas, ahora dudaba, haciendo que su sonrisa se desvaneciera.
—Dígame —le instó él.
—Son los niños de la escuela St. George’s Fields para ciegos indigentes.
—Su tono era rebuscado.
—Oh, sí —dijo él—. Los internos. ¿Parece que yo podría encajar?
—Basta, Chris. No son diferentes a usted. Las mismas esperanzas y
sueños. Simplemente son pobres y han tenido la extraordinaria suerte de que
el señor Day creara su Fondo para Ciegos. Conseguí sacar a algunos
huérfanos ciegos de las cunetas del East End y llevarlos a St. George’s Fields
solo gracias a la generosidad de quienes los consideran valiosos. Y ahora,
cantan como si fueran las personas más felices del mundo.
Cuanto más hablaba ella, más agachaba la cabeza.
—Muy bien —dijo él—, usted es una santa, todos ellos son benditamente
afortunados, y yo soy un ingrato que tiene demasiado dinero y lo cambiaría
todo por un par de ojos sanos. ¿Y cómo sé que no soy otro de sus casos de
caridad?
Sintió el brazo de ella sobre el suyo.
—Porque nos besamos antes de que se quedara ciego. Sintió lo que yo
sentí, ¿no?
Eso ciertamente lo puso en su lugar. Dieron otros pasos.
—Sí —contestó él mientras sus emociones oscilaban entre la conocida ira,
la resignación y la desesperanza. Detrás de todas ellas había una ternura por la
notable mujer que tenía a su lado.
—No me juzgue, Jane —añadió—. Es demasiado pronto para pensar en
mi condición desapasionadamente o para contar mis otras bendiciones.
—Lo entiendo —dijo ella, con un tono más suave—. He sido demasiado
dura. La mayoría de la gente de St. George’s Fields nunca tuvo lo que usted
tuvo que perder, así que imagino que para ellos será más fácil. Lo siento.

Página 151
Que ella se disculpara lo hizo sentir aún peor. Como un absoluto cabeza
de cerdo. Esta salida había sido arruinada por sus propios terribles cambios de
humor y su comportamiento descortés.
—¿Ya casi llegamos? —preguntó en tono de prueba.
—Sí. Incluso veo el coche y su conductor. Es más, Amanda está delante
esperando.
—Bien. Normalmente, esto no me cansaría en absoluto, pero tener que
preocuparme de que cada paso que doy me haga caer de cabeza me ha hecho
sentir bastante fatigado.
—Lo entiendo —dijo ella de nuevo con suavidad.
Christopher no creía que ella pudiera, pues él apenas entendía cómo podía
pasar de la euforia de caminar con ella, como si fueran una pareja normal, a
sentir la profundidad de la desesperación en cuestión de minutos. No le
gustaba experimentar la duda sobre sí mismo. No le gustaba no poder ver a
Fowler, ni preguntarse si el hombre le hacía ojitos a Jane.
Se sentía realmente cansado.
Ni siquiera protestó cuando ella no entró en la casa de los Forester.
Simplemente se aseguró de que él y Amanda entraran por la puerta principal
de Berkley Square, como si fueran niños, antes de subir a su carruaje y
marcharse.
Se sintió castrado, además de todo lo demás. Subió las escaleras y, con
una mano en la pared, pudo encontrar su habitación con facilidad, y dejó que
su criado le ayudara a acostarse para dormir una siesta temprana.
Como un maldito inválido.
Christopher quiso lanzar algo contra la pared después de que Abner se
marchara, pero tuvo en cuenta que era la casa de la tía Tabitha, así como el
hecho de que no tendría la satisfacción de ver cómo el objeto se hacía
pedazos.
Y entonces se dio cuenta de que cuando volvieran a Grosvenor Square, su
casa habría sido redecorada y nada le resultaría familiar. Ya no sabría cómo
era el hogar de su familia.
Por alguna razón, solo ese pensamiento hizo que se le saltaran las
lágrimas. Mientras volvía la cara hacia la almohada, se permitió un buen
llanto de compasión.

Página 152
JANE SE SENTÓ SOLA en el salón de sus padres, bebiendo una vigorizante
taza de té fuerte, dulce y con leche, y pensó en el hombre al que amaba. ¡Qué
día tan inquietante!
Por supuesto, Christopher estaba asustado. Ella lo entendía. Y tal vez era
simplemente demasiado pronto. Sin embargo, ella estaba segura de que él
querría leer todos los textos disponibles, y cada año serían más. Además,
querría escribir, por lo que también había empezado a buscar máquinas de
escribir, como la Raphigraph, para ayudarle. Sin embargo, sabía que no era el
momento de contarle su descubrimiento.
Sería terco y se aferraría a la idea de que si no podía hacer las cosas como
las había hecho antes, no las haría.
Desearía tener una amiga íntima con la que discutir sus sentimientos
encontrados, porque, en realidad, se sentía en lucha consigo misma entre no
hacer nada para ayudar, lo que Christopher parecía preferir, y mover
montañas para que él obtuviera cualquier servicio que ella esperaba que
pudiera ayudarle.
Al mismo tiempo, pensó en lady Margaret Angsley, la condesa de
Cambrey. Habían entablado un entendimiento, si no exactamente una
amistad, cuando ambas visitaban a John Angsley, el conde de Cambrey, en su
finca dos años antes. Se temía que el conde quedara discapacitado
permanentemente debido a un accidente de carruaje, que le había roto el brazo
y, de forma más grave, la pierna, dejándolo en una silla de ruedas durante los
meses de convalecencia. Jane era muy consciente de todo lo que Margaret y
John habían conseguido superar en cuanto a sus terribles lesiones.
Estaba segura de que los Cambrey estarían en Londres en esta época del
año, y escribió una nota con rapidez a la condesa preguntándole si podía
visitarla. Jane la envió antes de que pudiera cambiar de opinión. ¿Qué mejor
mujer con la que entablar una amistad que una que ya estaba felizmente
casada, que no vería a Jane como una rival y que tenía experiencia con un
hombre herido?
Solo tardó un día en responderle, invitándola a tomar el té la tarde
siguiente. Luego, Jane pasó el resto del tiempo trabajando en tareas para la
duquesa, y solo se encontró con Christopher cuando estaba a punto de salir de
la casa de su tía.
Jane había sido secuestrada en la biblioteca por la duquesa, que había
ocupado la sala de su marido. En lugar de papeles de aspecto importante
relativos a los actos parlamentarios, ahora había muestrarios de telas para
cortinas y papel pintado, así como revistas de moda de Francia. Su madre

Página 153
tenía incluso algunas de sus acuarelas para considerar qué colores pondrían en
las paredes.
Mientras Jane se marchaba, Christopher bajó la escalera principal. Solo,
peinado, vestido impecablemente, moviéndose con bastante rapidez con la
mano derecha rozando la barandilla, tenía los ojos cerrados y silbaba.
Parecía… ¡feliz!
Sin pensarlo, ella comenzó a silbar con él. Era una canción de salón que le
resultaba familiar y que había oído tocar en el pianoforte docenas de veces.
Christopher se detuvo con el pie en el último escalón y la cabeza vuelta
hacia ella.
—Lord Westing —dijo ella, sin sentirse cómoda usando su nombre de
pila cuando podía ser escuchada por su familia—. Soy yo, lady Jane.
Él se rio, pareciendo estar de buen humor.
—Estoy bastante familiarizado con su voz, señora. Y ahora también sé
cómo suena su tono musical. De nuevo —le ordenó—, empiece por las
primeras notas.
Ella respiró hondo y silbó la melodía junto con él, perdiendo el aliento
después de un minuto.
—Es un silbador muy superior —lo alabó—, pero no puedo practicar, ya
que mi madre prohíbe un comportamiento tan poco femenino en su compañía.
—Si fuera mi esposa, la dejaría silbar siempre que quisiera. Su tono es
bastante perfecto.
¿Si fuera su esposa? ¡Dios mío! Si solo se lo pidiera…
—¿Acaba de llegar, como espero, o va a romper mi corazón y marcharse?
Jane sintió una punzada de arrepentimiento. Daría cualquier cosa por decir
que acababa de llegar y que podía permanecer durante horas en su compañía.
Esperaba que pronto hubiera una forma de dejar que él la tumbara en el sofá,
como él había mencionado antes. Seguramente, ella podría cerrar las dos
puertas de la habitación y fingir ignorancia en caso de que alguien llamara
para entrar.
—Tengo que irme —confesó ella, dejando que su mirada se deleitara con
su apuesto rostro.
—¿Es tarde? Me temo que he perdido la noción del tiempo. —Él recorrió
los últimos metros y se situó ante ella, ni demasiado cerca ni demasiado lejos.
Era extraño cómo era capaz de hacer eso ahora.
—Si se acerca la hora de la cena —añadió—, tal vez podría quedarse y
unirse a mi familia.

Página 154
Si tan solo pudiera… En cambio, iba a encontrarse con lord Fowler en la
inauguración de la exposición de hipopótamos en el zoológico. Tenía el
presentimiento de que sus planes iban a molestar a Christopher, aunque a Jane
le había parecido algo bastante inofensivo en el momento en que había
invitado a lord Fowler.
De repente, lo sintió como una traición, sobre todo porque no lo había
mencionado. Ahora era demasiado tarde para hacerlo. Christopher haría todo
tipo de preguntas. En cualquier caso, ella estaba segura de que él no querría ir
a una visita. Y como no habría un encuentro incómodo e inesperado, no vio la
necesidad de decírselo ahora.
¡Dios mío! Estaba debatiendo de nuevo con ella misma.
—Cualquier otra noche, estaría encantada de acompañarle —prometió—,
pero mi madre me espera en breve. Tenemos planes.
—Entiendo. Otra noche, entonces.
—Con toda probabilidad, volveré mañana, aunque creo que la próxima
vez que me reúna con su madre será en Chelsea, donde compararemos las
etiquetas recién impresas con sus cuadros. Espero no haberme equivocado en
nada.
—¿Como etiquetar un cuadro de un velero como un caballo en un prado?
—reflexionó él.
—Exactamente —dijo ella.
—Me gustaría poder ayudar, pero por razones obvias, no puedo. —
Christopher se encogió de hombros, pero con una infelicidad palpable.
Su corazón se llenó de simpatía por él. Su estado de ánimo se alteraba más
con rapidez que el de la mayoría, ya que pasaba de algo que aún podía hacer,
como silbar, a enfrentarse a algo que no podía.
Si no hubiera sirvientes alrededor, Jane lo abrazaría. O si tuviese tiempo
de encerrarlos a los dos en el salón, haría algo más que eso. En lugar de eso,
lo único que pudo hacer fue dar un paso más y tomar su mano entre las suyas.
Manteniendo la voz baja para que solo él pudiera oírla, le susurró.
—La próxima vez que venga, espero que me invite de nuevo a cenar, así
como a pasar algún tiempo en privado.
La atractiva boca de Christopher se torció hacia un lado, una media
sonrisa. Luego asintió y le apretó la mano.
A ella le resultaba difícil dejarlo allí, pero cuando se acercaba a la puerta,
el mayordomo apareció con su abrigo, el cual la ayudó a ponerse antes de
abrir la puerta y llamar a su cochero.
—Buenos días, lord Westing.

Página 155
—Buenos días, lady Jane —le respondió Christopher, con el aspecto de un
hombre que necesitaba averiguar un nuevo propósito en su vida. Era
demasiado joven para quedarse de brazos cruzados y, evidentemente, eso le
corroía.
Ella estuvo a punto de abrir la boca para decir algo, pero lo pensó mejor.

Página 156
Capítulo 16

Cuando Jane entró en la casa de su familia, su madre la estaba esperando, con


una gran sonrisa en la cara y una misiva en la mano, que agitaba como una
bandera de victoria.
Para total consternación de Jane, lord Fowler había mandado decir que las
recogería en su casa. Naturalmente, su madre había interceptado la nota y la
había leído, al estar dirigida a ambas.
«El zoo tendrá una aglomeración de gente en la inauguración, y puede que
nunca las encuentre de otra manera. Debemos ir en grupo».
Fue lo que había escrito el caballero.
Jane supuso que tenía razón, sin embargo, ahora tenía que lidiar con la
ceja levantada de su madre y las insinuaciones de un apego romántico.
Cuando lord Fowler vino a recogerlas una hora más tarde, Jane no se
había sacudido la melancolía de ver a Christopher en apuros. Aun así, le había
prometido al torpe vizconde una esposa, y tenía que cumplir con su palabra.
—Me alegro de que pasen más tiempo juntos —dijo su madre de camino a
Regent’s Park y su espectacular zoo, dirigiéndose a lord Fowler—. Solo
puede hacer que el corazón se vuelva más cariñoso.
—¡Madre! —la amonestó Jane, pero a falta de decirle que estaba
ayudando a lord Fowler a encontrar esposa, tarea que lady Chatley
definitivamente no aprobaría, no pudo disuadirla de la opinión de que el
vizconde la estaba cortejando.
—Ya estoy muy encariñado con su hija —confesó lord Fowler, lo que a
Jane no le ayudó.
Ella le dirigió un discreto movimiento de cabeza que, por supuesto, su
madre vio.
—Jóvenes —dijo lady Chatley, poniendo los ojos en blanco—.
Completamente ilógico.
Lord Fowler se inclinó hacia delante de una forma que Jane había
aprendido a identificar como su postura de debate, incluso cuando estaba
sentado en un carruaje.

Página 157
—En cualquier caso, lady Chatley —dijo—, según la famosa canción, es
la ausencia, no el tiempo, lo que hace que el corazón se vuelva más cariñoso.
La madre de Jane frunció los labios.
—Conozco la canción y la ausencia crónica de un ser querido. Puedo
asegurarle que no hace nada por el cariño, sino que el resentimiento crece a
pasos agigantados.
Lord Fowler dirigió una mirada alarmada a Jane, quizá dándose cuenta de
que había entrado en terreno peligroso. Las largas ausencias del conde de
Chatley habían plagado la existencia de su madre y frenado sus placeres
sociales, pero lord Fowler no podía saberlo.
Todo lo que Jane podía hacer era encogerse de hombros y dejarlo correr.
—Me remitiré a su avanzada…
Jane jadeó para interrumpirlo. ¿Iba a referirse a la edad de su madre?
—Sabiduría avanzada —añadió tras fruncir el ceño ante Jane.
En su interior, esta suspiró aliviada. De hecho, su madre había estado más
tensa que de costumbre. Lord Chatley se había quedado en casa apenas una
semana antes de anunciar su atención para ir al continente durante un mes.
Por lo que Jane sabía, su madre ni siquiera había hablado con él antes de que
se fuera.
Había supuesto que la tensión en su casa se disiparía con la marcha de su
padre, pero su madre seguía estando inusualmente irritable. Jane esperaba que
la diversión de esta noche ayudara.
El recinto de los hipopótamos estaba atestado de londinenses fascinados.
Aunque Jane echó un vistazo a la bestia y trató de apreciar lo lejos que había
viajado, por no hablar de lo inusual de su aspecto, quería seguir con su tarea
de la noche. Además, era casi imposible animar a lord Fowler a entablar una
conversación con damas solteras mientras todo el mundo aplaudía cada vez
que el animal daba un paso. El zoo era ruidoso, estaba abarrotado y olía mal.
Sabía que tendrían más suerte una vez que llegaran a la fiesta privada de
Cumberland Terrace, y por ello, en cuanto pudieron, instó a su madre y a lord
Fowler a iniciar el corto paseo hasta el borde de Regent’s Park y la casa de
lord Burton.
—Me pregunto si puede oler a los animales en un día caluroso. —Dijo
lord Fowler—. Parece que no solo el olor de sus excrementos, sino también el
de su comida, pudriéndose al sol, encontraría su camino hasta aquí.
Lady Emily Chatley le lanzó una mirada de asco tan grande que Jane se
preguntó si lord Fowler no se había caído en el acto.

Página 158
—Tal vez, cuando lleguemos allí —dijo Jane—, podría limitarse a hacer
bromas sobre el hipopótamo y los demás animales, y no mencionar los
excrementos ni el olor.
—Sí, por supuesto —dijo lord Fowler.
Jane no podía creer que tuviera que aconsejarle sobre eso. Si él decía eso
delante de su madre, ¿qué no diría a la gente de la fiesta?
Resultó que no mucho. A pesar de sus consejos, mencionó dos veces la
proximidad del zoo y se preguntó en voz alta, incluso llamando a su anfitrión,
si los olores de los animales se infiltraban en su casa y su patio.
Esto provocó una mirada fulminante de lord Burton. Después de eso, Jane
se acercó a lord Fowler y trató de dirigirle a una conversación con lady Adelia
Smythe, quien, como era de esperar, estaba de pie y tranquila, con la
apariencia de estar examinando el papel de la pared.
Después de un discurso dolorosamente corto y torpe sobre los méritos de
comer pollo en lugar de perdiz, con esta última como favorita, Jane arrastró a
lord Fowler lejos de la dama, que parecía estar tratando de escapar
mezclándose con el papel pintado.
—¡De verdad, lord Fowler! Intente hacer una pregunta sensata a una dama
y luego déjela hablar. No pregunte una tontería y luego hable sobre su
respuesta.
—Pero apenas podía oírla y no estaba seguro de que estuviera hablando.
—Sí, lady Smythe es de voz suave. —Jane miró alrededor de la
habitación—. Probemos con la señorita Swintree. ¿La conoce?
Y se fueron a molestar a otra joven.
Cuando lord Fowler al fin dejó a Jane y a su madre en casa a medianoche,
Jane estaba agotada, pero satisfecha de cómo se estaba perfilando su lista. El
vizconde parecía gustar a dos damas, y eso era una gran mejora con respecto
al desinterés absoluto. Además, él había mostrado un aparente interés a
cambio.
Cuando se acostó en su cama esa noche, se preguntó si debería sugerirle
que cambiara su peinado o la forma en que dejaba que su ayuda de cámara le
atara la corbata. Sin embargo, cuando empezó a bostezar, cambió sus
pensamientos hacia Christopher y su suave y espesa cabellera con sus rizos en
la nuca.
Recordando cómo disfrutaba pasando sus dedos por él mientras la besaba,
se quedó dormida.

Página 159
—MADRE, NO LA NECESITAS esta tarde. La tendrás todo el día de
mañana.
Christopher tenía los brazos cruzados e impedía que su madre saliera del
salón para enviar un mensaje a Jane. Al menos, creía que la estaba
bloqueando.
—Supongo que la próxima vez me dirás que la hago trabajar demasiado
—resopló la duquesa.
Él suspiró.
—Puede que sí, pero lady Jane me tomaría la palabra si la tratara de otra
manera, pues le encanta estar ocupada.
—Jane es una chica inteligente. Le tengo mucho cariño —dijo su madre
—, y la dejaré sola esta tarde y esta noche, como me pediste. Todo está
adelantado para mi programa, pero todavía tenemos mucho trabajo que hacer
para renovar la casa si esperamos volver a mudarnos. ¿Sabes qué está
haciendo su padre?
Hizo una mueca.
—¿Te refieres al baño de la ducha?
—¿El qué? —Casi rugió su madre.
¡Maldita sea!
—Umm… —dijo Christopher.
—No importa —le espetó la duquesa—. No quiero saberlo. Me refería al
aparato de extinción de incendios.
Era la primera vez que oía hablar de ello.
—Seguramente es una buena idea y solo está pensada para nuestra
seguridad.
Su madre dio un suspiro de sufrimiento.
—Me voy a mi estudio, Chris. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?
«Solo a Jane», reflexionó él. O tal vez el deseo de aprender a tejer cestas.
—¿Por qué no te subes al carruaje y vas al Reform Club? Tu padre está
allí.
Ella bien podría haberle dicho que viajara a la luna.
—Ya veremos.
Su madre hizo un cacareo.
—Siempre dices eso cuando descartas mis sugerencias. Oh, bien, lord
Burnley está aquí. Él te llevará.
—¿Llevarle a dónde? —preguntó Owen desde atrás—. Buenos días,
duquesa. Se ve deliciosa, como siempre.

Página 160
—Totalmente inapropiado —murmuró ella, pero Christopher apostaría
que su madre se estaba sonrojando—. ¿Llevará a Chris al Reform Club?
Comer allí, disfrutar de otra compañía, sacarlo de esta casa…
—Sí, Su Gracia. Estoy dispuesto a cumplir todas sus órdenes.
—No —dijo Christopher—, no lo estás. ¿No tengo nada que decir en
esto?
—Si puedes pasearte por todo Hyde Park con lady Jane, sin duda puedes
ir al club con lord Burnley.
Christopher abrió la boca para protestar, y luego pensó: «Sí,
probablemente puedo». ¿Y por qué no? ¿De qué tenía miedo, de todos
modos?
A todo. Tropezar. Hacer el ridículo. Que la gente lo mirara.
Por otro lado, si Jane no era testigo de su humillación, debería dejar de
preocuparse. Ella era la única en cuya gracia y alta estima deseaba
permanecer. Además, no podía ver a la gente mirando, así que podía ser
felizmente inconsciente mientras Owen no se lo dijera.
—Muy bien. Vayamos de inmediato —dijo, volviéndose hacia su amigo
—. Antes de que cambie de opinión.
—Estoy aquí —dijo Burnley, su voz venía del otro lado de la habitación.
El júbilo se apoderó de Christopher y lo dejó salir en una carcajada, a la
que se unieron Owen y su madre.
—Váyanse —dijo su madre, como si mandara a los colegiales a jugar.
Sin embargo, antes de que pudieran ir a ninguna parte, unos nuevos pasos
indicaron que su hermana había llegado.
—Todos os perdisteis el espectáculo más increíble de ayer —dijo Amanda
—. No os haré preguntar, os lo diré: el hipopótamo egipcio. ¡Qué criatura!
—Apuesto a que hubo una absoluta turba —dijo su madre.
—Mi hermana ha vuelto hace poco del continente y ha intentado
intimidarme para que la lleve —dijo Burnley—. Le he dicho a Sophia que
iremos cuando la multitud se haya calmado.
—Lady Jane estaba allí —añadió Amanda, y Christopher pudo oír la
picardía en su voz—. ¿Te dijo que iba a ir?
Christopher estuvo a punto de no responder, pero tuvo la sensación de que
todas las miradas estaban puestas en él. Incluso su madre había deducido, sin
duda, que tenía una tendencia hacia Jane.
—Lady Jane no tiene que decirme nada —señaló, sintiéndose a la
defensiva—. Sin embargo, ella, de hecho, mencionó ayer que tenía planes.

Página 161
¿Por qué no le había hablado del zoo? La respuesta era obvia: porque era
ciego, y no tenía sentido invitar a un ciego a una exposición. Prefería ir con su
madre.

EN MUY POCO TIEMPO, Christopher se encontró en el Reform Club,


elegido sobre el White’s por su mejor comida y por su discurso en la esfera
política en lugar de chismes y apuestas.
Por suerte, el lugar se sentía, olía y sonaba totalmente familiar: todas las
voces masculinas, los distintos aromas de los cigarros, las pipas, la pomada
para el cabello y los deliciosos brebajes del chef Soyer.
Christopher había decidido utilizar su bastón y llevar sus gafas para que
no hubiera dudas sobre su estado. Además, había aprendido con su bastón la
facilidad con la que podía distinguir por sí mismo lo que tenía delante y
dónde se encontraba el siguiente paso. Jane había acertado y, por tanto, no
necesitaba aferrarse a Burnley como un rosal trepador.
Al igual que en el parlamento, muchas voces interrumpieron su avance,
saliendo de repente de la nada, deseándose lo mejor. Incluso algunos hombres
le dieron inesperadamente una palmada en la espalda, que le habría hecho
volar si Owen no hubiera estado allí para sujetarle.
—Una mesa —le dijo a su amigo la segunda vez que ocurrió—. Y vino.
Ahora.
Cuando estuvieron sentados, preguntó:
—¿Está mi padre aquí?
—Todavía no lo he visto. —Y Owen pidió para los dos.
—¿Alguien más interesante?
Burnley dudó.
—¿Hay alguien en particular por quién preguntas?
En realidad, había tenido a Fowler en mente desde su paseo con Jane,
aunque era poco probable que el hombre estuviera allí.
—No he visto a Whitely en años —dijo Christopher, luego se rio de sus
propias palabras—. Obviamente, no he visto a nadie en años, pero tampoco he
hablado con él. ¿Me están evitando mis amigos?
—No seas absurdo. Te llamaré si le veo. Seguro que hay muchos viejos
amigos que se pasarán por la mesa. La mayoría de ellos no se sentían
cómodos invadiendo la residencia de lord y lady Forester. Habría sido
diferente si hubieras estado en tu propia casa.

Página 162
—Mi propia casa, como dices, no se parecerá en nada a lo que era para
cuando mi padre y mi madre terminen de recomponerla.
—Con la ayuda de lady Jane.
Christopher asintió.
—Así que sabes de eso.
—Todo el mundo lo sabe. Lady Jane ha estado corriendo por ahí como la
criada de tu madre. Estoy sonriendo, si quieres saberlo.
Christopher sintió un pinchazo de inquietud.
—¿Por qué?
Su comida llegó, y aunque podía manejar fácilmente una copa de vino por
sí mismo, se dio cuenta de que iba a necesitar ayuda para la costilla de
primera y la patata al horno.
—Odio preguntar, pero ¿puedes decirme dónde está mi comida?
—Muy bien, imagina tu plato como un reloj solar con el norte en la parte
superior. Le pondré mantequilla a tu patata, que está al este. No, lo siento, ese
es mi este, tu oeste. Y la carne está más bien al sureste para ti.
—¿Qué hay en el norte?
—Guisantes, por supuesto, con un poco de salsa de menta.
En pocos minutos, con las pacientes indicaciones de Burnley, Christopher
estaba cortando su costilla como si pudiera ver, pero le costó toda su
concentración y un cuidadoso empuje con el cuchillo y el tenedor para comer
y limpiar la mayor parte de su plato, así que lo hizo en silencio.
—¡Malditos sean todos! —exclamó cuando se le volvieron a caer los
guisantes y se llevó un tenedor vacío a la boca.
—Toma —dijo Burnley, y Christopher sintió que algo golpeaba el dorso
de su mano—. Una cuchara para los guisantes.
—No soy un salvaje —declaró y dejó caer los cubiertos en su plato—. En
cualquier caso, estoy lleno.
Por fin pudo retomar su conversación.
—¿Por qué te hace sonreír la idea de que lady Jane ayude a mi madre?
—¿Qué? —Burnley sonó sorprendido—. Estás como un perro con un
hueso recordando ese fragmento de conversación de hace media hora. Es solo
que ella nunca mostró interés antes en ti, así que, naturalmente, la gente está
hablando.
—¿Y qué están diciendo?
—Que lady Jane te persigue a través de su madre.
—¡Eso es ridículo! —Si hubiera podido apartar su silla y ponerse de pie
con un resoplido, lo habría hecho.

Página 163
—Cálmate, viejo amigo. Llamaré al camarero para que traiga más vino. Y
aquí está Whitely, como se pidió. Ni siquiera tuve que hacerle un gesto, nos
ha visto.
Christopher giró la cabeza en la dirección en que esperaba que se acercara
George Whitely y, efectivamente, recibió una palmada en el hombro que le
hizo saltar.
—Me alegro de verte, Westing.
—Diría lo mismo, pero no puedo.
—Oh, claro. Lo siento, viejo amigo.
—No le hagas caso —dijo Burnley—. Se pone irritable como un tejón
ante cualquier palabra que tenga que ver con la vista. Ya te acostumbrarás a
su mal humor. Siéntate. Estábamos a punto de pedir más vino.
—Que sea brandy, y lo haré.
—Paga el brandy, y lo haremos —bromeó Christopher. Todos se rieron y
la tensión desapareció.
—¿Es cierto que lady Jane Chatley ha puesto su gorra para ti? —preguntó
de inmediato Whitely.
Y así, la tensión volvió a aparecer.
—¡Por Dios! —exclamó Burnley—. No deberías haber dicho eso.
—¿Por qué? —preguntó Whitely—. ¿Es un secreto entre vosotros dos,
actuando como viejas bebiendo de una olla de chismes?
—No —dijo Christopher—. Eso es lo que estáis haciendo al sacar el tema:
como si yo fuera a hablar de la señora con vosotros, dos zopencos.
—Y por eso no debería mencionar a lady Jane —aclaró Burnley—. Le
molesta, incluso más que usar palabras relacionadas con la visión. Creo que
nuestro chico, Christopher, está enamorado.
Malditos sean. Se alegró mucho de llevar puestas sus gafas oscuras. Si
pudieran ver sus ojos, lo sabrían con certeza.
—Eso no es asunto tuyo —dijo.
Los otros dos se rieron.
—De todos modos —continuó Burnley—, ya me contaste cómo te gustó
desde la cena de Mulberry.
—¡Qué! —exclamó Whitely, y Christopher supo que no lo dejarían pasar.
—Efectivamente —confirmó Burnley a George—. Y ahora, por su
compañía con la duquesa de Westing, todo el mundo piensa que lady Jane
quiere a nuestro muchacho.
Christopher consideró las ramificaciones. ¿Se estaba dañando
terriblemente la reputación de Jane? Él solo había querido proporcionar una

Página 164
razón lógica para tenerla cerca. No había considerado cómo los demás la
verían como una manipuladora. ¡Era una tontería! Ciertamente, ella podía
tener un marido sin necesidad de hacer grandes esfuerzos.
—De todos modos —continuó Owen—, no veo el problema. Si quieres
dejar de hablar de ella como si fuera una loba cazando presas heridas, como si
la única manera de que la aburrida Jane pudiera conseguir un marido fuera…
Christopher empezó a levantarse de su silla. Estaba decidido a escapar de
esta tontería.
—No hagas eso —le suplicó su amigo, y sintió una mano en su hombro.
Debía de ser Whitely, pues Burnley estaba al otro lado de la mesa—. Solo te
estoy diciendo la verdad. Si quieres evitar que hablen, entonces debes
declararte. Que se sepan sus intenciones.
Whitely emitió un sonido de tos. Luego Burnley guardó silencio, y
Christopher tuvo la clara noción de que se hacían señas mutuamente.
—Puede que sea ciego, pero no soy estúpido. Es más, incluso sin poder
ver, creo que puedo golpear vuestras cabezas. Os agradecería que dijerais
claramente lo que está pasando entre vosotros.
—Brandy —pidió Owen a un sirviente al otro lado de la sala—. Creo que
lo necesitaremos —murmuró.
Esperaron en silencio con Christopher sintiéndose un poco enfermo.
¿Qué noticias tenía Whitely sobre Jane?
En cuanto cada uno tuvo un vaso en la mano, Christopher dijo:
—Fuera de aquí.
George Whitely suspiró, aunque todos sabían que le encantaba ser el
centro de atención.
—Si fuera yo, no me declararía. Ha sido una chica tranquila y reservada
durante mucho tiempo, pero de repente, se está comportando como el
proverbial tábano, y siempre con un solo hombre.
—Fowler. —Christopher lo supo de inmediato y se bebió su brandy de un
trago.
—¿Ese mustio? —preguntó Burnley, con un tono de sorpresa.
—Yo mismo los vi —confirmó Whitely—. Anoche, en la inauguración de
la exposición de hipopótamos y después en la fiesta de Burton. No ocultaban
su asociación. También en un par de bailes a los que he ido últimamente. Son
como ladrones cuando hacen las rondas.
Jane era la dama favorita de Fowler, como él mismo había proclamado. Y
luego había desestimado sus palabras y se había llevado con rapidez a
Christopher lejos del vizconde.

Página 165
Ella le había mentido, o al menos, le había ocultado la verdad. Había
dicho que tenía que prepararse para salir con su madre. Si hubiera sido
simplemente una velada con lady Chatley, Jane podría incluso haberle
invitado a acompañarla.
Había sido una velada con Fowler.
—Pensé que había ido al zoológico con su madre.
—¡Su madre! —exclamó Whitely, y luego resopló.
—Puede que la condesa estuviera allí, en algún lugar entre la multitud,
pero sin duda Jane iba acompañada de lord Fowler.
¡Fowler! Christopher deseó estar solo, ya que tuvo que fingir para
mantener una apariencia de placidez. Por dentro, hervía. Si hubiera estado de
pie, se habría dejado caer en su silla.
Francamente, le sorprendió este giro de los acontecimientos. Jane parecía
abierta y de confianza. Era cierto que ahora era ciego y, por lo tanto, tenía
restricciones, pero ella se había involucrado de buen grado en su vida. ¿O no?
Había aceptado la tarea de ayudar a su madre, pero en realidad no se había
producido un acercamiento entre ellos. Ciertamente no habían visto ninguna
bestia salvaje juntos.
Porque él ya no podía ver nada.
¿Era posible que ella estuviera interesada en él como marido, pero en
alguien como Fowler como compañero?
Si hubiera podido ver las miradas que se habían cruzado ella y Fowler,
habría sabido de inmediato cuál era su relación.
—Podrían ser simplemente amigos —señaló Christopher, escuchando un
bufido de Whitely.
—¿Por qué es difícil de creer? —insistió.
Fue Burnley quien respondió.
—¿Te ha mencionado ella esa amistad? Nunca he notado que mantuvieran
una estrecha compañía amistosa, no como contigo y, por ejemplo, Maggie
Blackwood, hace unos años.
—La condesa Cambrey para ti —señaló Christopher—. Su marido le daría
una paliza si oyera a alguien que no fuera de la familia llamarla Maggie.
—Owen se encoge de hombros ante sus palabras —le informó Whitely—.
No creo que a nuestro Burnley le preocupe que le den una paliza.
Unos pasos anunciaron la llegada de otro caballero, y entonces
Christopher oyó la voz de su padre.
—Me alegro de verte por aquí, hijo mío. Acabo de comer con un viejo
amigo. Voy a escuchar un nuevo proyecto de ley en la sesión de la tarde. ¿Me

Página 166
acompañas?
—Sí. —Christopher apartó su silla y cogió el bastón que había apoyado en
la mesa cuando se sentó por primera vez.
—¿Estás enfadado con nosotros? —preguntó Burnley.
Christopher sentía envidia por su visión, incluso resentimiento por su
libertad, tal vez, pero no estaba enfadado con ellos.
—Por supuesto que no —dijo él—. Aprecio nuestra conversación, y lo
consideraré.
—¿Tomamos los dos otro vaso de agua para chismes y vemos qué más
podemos averiguar a través de alguien de aquí?
La idea de que Burnley y Whitely hicieran preguntas sobre Jane no le
gustaba. Simplemente preguntaría él mismo.
—No, está bien. —Esperaba que respetaran sus deseos. Que sus propios
amigos hablaran de Jane levantaría aún más expectación entre la alta sociedad
y, si se descubría, sin duda la avergonzaría.
Christopher se volvió hacia donde creía que estaba su padre. De repente,
se sintió un poco incómodo.
—¿Puedo tomar tu brazo? —preguntó el duque antes de que Christopher
pudiera hacerlo.
—Sí, gracias, padre.
—Buenos días, Su Gracia —dijeron cortésmente todos sus amigos. A
todos les gustaba su padre.
—Buenos días, señores —dijo el duque, y lo condujo fuera de la mesa.
Tardaron unos minutos en salir del club, ya que hubo que hacer más
despedidas y más promesas de su padre de apoyar tal o cual proyecto de ley
cuando se presentara en la cámara de los Lores. Al fin, subieron a su carruaje.
—He estado pensando —dijo el duque, interrumpiendo los pensamientos
de Christopher—, que podríamos hacer una visita a una de las escuelas para
ciegos y ver qué pueden ofrecerte.
Christopher suspiró, pero extrañamente no le hizo enfadar que su padre
sacara el tema. Con Jane, por desgracia, su sugerencia le habría hecho sentir
mal. En cualquier caso, sin embargo, no le apetecía volver a la escuela.
—Probablemente debería aprender el alfabeto en relieve, pero no creo que
haya nada más que necesite de una escuela para ciegos. Y estoy seguro de que
podemos encontrar un profesor que me ayude. Además, he decidido que
tienes razón, padre. No hay ninguna razón por la que no pueda esperar que,
con el tiempo, ocupe tu puesto en el parlamento. Espero que me apoyes en
esto.

Página 167
El duque le dio una palmada en la rodilla.
—Me alegro de oírlo. Te apoyaré, ¿y por qué no? Quizá incluso seas el
primer ministro ciego.
Christopher sintió un mínimo de esperanza. Tal vez su vida no había sido
totalmente destruida. Algo de su futuro podría continuar como estaba
previsto.
—Creo que también deberíamos conseguirte una secretaria adecuada. Sé
que tu hermana te ha defraudado con la lectura de los periódicos, y ella sería
un desastre tomando el dictado.
—De acuerdo. —Christopher prefería la versión de Burnley en cuestión
de lectura de los acontecimientos, pero Owen solo tenía un poco de tiempo en
sus manos.
—Si fuera aceptable para ti tener una mujer como asistente —dijo el
duque—, te sugeriría que se lo pidieras a lady Jane.
Christopher dio un pequeño respingo. ¿Todas las conversaciones incluían
la mención de Jane?
—Una joven muy capaz —continuó el duque—. Por supuesto, no podría
tenerla hasta después de la exposición de arte de tu madre y después de que
nuestra casa haya sido decorada. Tu madre ha estado cantando las alabanzas
de la chica en voz alta. Creo que espera que su utilidad se contagie a Amanda.
—Su padre se rio de sus propias palabras—. Más bien es una pena, pero es
absolutamente necesario que tenga un empleado masculino. A menos que te
cases con lady Jane, por supuesto. Entonces seguirías siendo la siguiente en la
línea después de su madre. ¡Ja!
Su padre parecía bastante satisfecho de sus bromitas. Christopher deseaba
saber cuáles serían los sentimientos de Jane al respecto.
Otra cosa que añadir a su lista de preguntas, justo después de su
asociación con Fowler.

Página 168
Capítulo 17

—Me alegro mucho de que haya venido —dijo la condesa de Cambrey, con
un tono cálido y amable—. Nos divertimos, ¿verdad?, en Turvey House.
Jane y su madre habían visitado la residencia campestre del conde de
Cambrey en Bedfordshire, a orillas del río Great Ouse, cuando él estaba
convaleciente de un accidente que acabó con la vida del otro conductor. Había
ocurrido poco después de que ella y lord Cambrey hubieran organizado juntos
el banquete benéfico. En ese momento, la madre de Jane la había presionado
para que le dijera al hombre que lo amaba.
Pero no lo había hecho y por eso no lo hizo. Es más, Margaret Blackwood
lo había hecho y así, John Angsley, el conde de Cambrey, se había
comprometido mientras Jane estaba de visita, para disgusto de su madre. La
Condesa de Chatley se sintió como si se lo hubieran robado delante de sus
narices.
Ahora, John y Margaret estaban casados y tenían una hija, una niña,
llamada Rosie.
—En aquella época, su conde no se divertía mucho, según recuerdo, y
usted estaba más bien entre dos aguas —le recordó Jane.
—Usted nos ayudó —recordó Margaret—. Estaba a punto de
abandonarlo.
Jane no pudo evitar sonreír.
—Me alegro mucho de que haya funcionado. El té está delicioso, por
cierto, al igual que los pasteles.
—Transmitiré sus cumplidos a nuestra cocinera. —La condesa se echó sus
brillantes rizos sobre un hombro, luciendo resplandeciente en un vestido azul
zafiro—. Pero no ha venido aquí por esos deliciosos bizcochitos de nata,
aunque sean los favoritos de mi marido.
—No, he venido por nuestra conversación en Turvey House.
Margaret frunció el ceño.
—Lo siento. No me siento tan aguda como hace un par de meses. Mi
hermana mayor me ha dicho que es cerebro de bebé. —Se rio—. Creo que

Página 169
debe tener razón, porque desde que tuve a nuestra Rosie, he estado más
olvidadiza, a veces totalmente aturdida.
—Realmente no esperaba que recordara ninguna conversación en
particular —le aseguró Jane—. Solo que hablamos como amigas. De hecho,
hay una discusión nocturna que apenas recuerdo.
—Ah. —Margaret asintió con conocimiento de causa—. Creo que tomó
demasiado vino y no le sentó bien.
—Por desgracia, demasiado para mí suele ser un sorbo —admitió Jane
con pesar. Tenía una vaga idea de que había estado indispuesta en el salón de
los Cambreys y, por suerte, solo Margaret había sido testigo de ello. Pero lo
que había dicho antes, no podía recordarlo, ni quería hacerlo.
—En cualquier caso, no me enorgullece decirlo, no tengo muchas amigas.
La condesa dio una palmada.
—Ni yo. Realmente solo mis hermanas, y ellas no cuentan, y mi única
amiga de la infancia, Ada Kathryn, que no está actualmente en la ciudad.
¿Pero por qué? —Margaret apenas dudó—. No importa, ya sé por qué. Es
porque siempre parece demasiado perfecta. Las demás mujeres se sienten
intimidadas.
—Oh. —Jane pensó un momento—. Siempre he asumido que era porque
soy la hija de un conde, y por lo tanto, considerada una competencia
extremadamente fuerte con mi cuantiosa dote y mis conexiones familiares. No
puedo imaginar que alguien piense que soy perfecta.
—Para mí, fue por mi aspecto. —La condesa lo dijo con tanta naturalidad
que Jane no pudo considerarla jactanciosa o vanidosa.
Era cierto, después de todo. Margaret Angsley estaba por encima de la
mayoría de las mujeres, irradiando una belleza y una vivacidad que atraía a
los hombres y, como Jane estaba descubriendo ahora, al parecer repelía a las
mujeres, al menos a las que eran demasiado inseguras para hacerse amigas de
la condesa.
—Estoy tan contenta de no tener que preocuparme más por la Temporada
—añadió Margaret—, ni por mi aspecto. —Luego se pasó los dedos por su
mejilla impecable y se acarició el pelo perfectamente peinado.
Jane sonrió. Era obvio que la condesa no tenía que preocuparse por su
aspecto, y que ella lo sabía.
—Ha sido una desconsideración por mi parte —dijo de repente Margaret,
sentándose hacia delante—. Todavía no está casada y sigue atada al
calendario de eventos sociales.

Página 170
—Está bien —dijo Jane—. Estaría encantada de retirarme del mercado
matrimonial si mi madre me lo permitiera.
—¿No desea casarse, entonces? —Lady Cambrey parecía desconcertada
ante tal idea.
—Nunca he temido no casarme —dijo Jane, eligiendo cuidadosamente
sus palabras—. ¿Se habría casado sin amor?
Margaret sonrió.
—Ya veo a qué se refiere. Y de hecho, estaba preparada para hacer eso
mismo. Una mujer de mi posición, la hija mediana de un barón caído en
desgracia, no podía ser demasiado exigente, ni tenía nada para atraer a un
hombre, excepto mi aspecto. Por lo tanto, el tiempo no estaba de mi lado.
Hizo una pausa y recogió su plato, en el que había uno de los pequeños
pasteles.
—Si no hubiera funcionado con John, a quien amo más allá de todo,
entonces me habría casado con un hombre con quien tuviera una amistad y
compartiera el respeto mutuo. Alguien con quien hubiera podido disfrutar de
una vida, aunque hubiera sido sin pasión. Alguien como mi amigo lord
Westing.
Jane supo que había dado un respingo, pues hizo sonar la taza de té que
acababa de coger, incluso cuando la condesa se llevó el pastel a la boca.
Sus encantadores ojos se abrieron de par en par ante la reacción de Jane.
Sin duda, la mención de lady Cambrey sobre Christopher era algo más
que una afortunada coincidencia. Era la apertura perfecta.
—Es extraño, pero he venido a hablar con usted sobre lord Westing.
Margaret sacudió la cabeza.
—¡El pobre hombre! No podía creerlo. En realidad, sí podía, por
supuesto. Es evidente que todos los días ocurren accidentes terribles. Lo sé
tan bien como cualquiera. Envié una cesta de fruta y algunos de estos
pequeños bizcochos a casa de los Forester cuando supe que estaba allí. Pero
no sabía que ustedes eran amigos.
—Espero que lo seamos —dijo Jane, sintiendo que sus mejillas se
calentaban. Después de todo, se habían hecho compañía y se habían besado.
Además, en muchos aspectos, parecían ser almas gemelas—. Puede que
seamos más que eso, también. —Al menos por su parte, ella ya lo amaba
ferozmente.
Margaret sonrió, y fue, de hecho, una sonrisa deslumbrante.
Jane, que por lo general se sentía segura de sí misma, experimentó una
punzada de envidia y se preguntó por qué Christopher había dejado escapar a

Página 171
aquella belleza. Realmente no debía sentir nada por ella ni ella por él. Aun
así, era desconcertante saber que lady Cambrey, cuando todavía era la
señorita Blackwood, había estado a punto de arrebatárselo como consuelo
cuando su romance con John Angsley no iba bien.
Además, conociendo la galantería de Christopher y su sentido del deber
caballeresco, sin duda se habría casado con Margaret si hubiera creído que
podía aliviar su sufrimiento.
Jane habría tenido que ver cómo se desarrollaba su relación de forma
totalmente inadvertida, y su afecto por Christopher se habría mantenido, por
necesidad, siempre oculto.
—Me alegraría mucho saber que usted y lord Westing han formado pareja
—declaró la condesa—. Sé que ambos son inteligentes y amables. —Dio una
palmada, haciendo volar las migas—. Cuanto más lo pienso, más me gusta la
idea. La búsqueda de pareja es tan divertida…
Teniendo en cuenta que lady Cambrey no había hecho nada para
conseguir el emparejamiento, Jane ocultó una sonrisa. Si la condesa
experimentara la dificultad de encontrar una esposa para alguien como lord
Fowler, tal vez no lo considerara tan divertido.
—Usted conoce a lord Westing, quizá mejor que yo —dijo Jane, aunque
ella conocía mejor sus labios y su lengua. De eso estaba segura—. Quiero
ayudarle, pero no sé cómo, ni creo que mi ayuda sea del todo bienvenida.
—Los hombres tienen tanto orgullo… —dijo Margaret.
—Estoy segura de que eso es cierto —coincidió Jane—. Cada vez que
paso un tiempo en compañía de lord Westing, intento orientarle hacia algo
que creo que será útil en su nuevo estado de ceguera, y eso acaba
enfadándole.
—Tal vez le está forzando demasiado.
Eso hizo que los ojos de Jane se llenaran de lágrimas.
—Es simplemente mi forma de ser. Me gusta hacer cosas para conseguir
algo. Y me he enamorado de un hombre al que sin duda le vendría bien mi
ayuda, si él la aceptase.
Por fin había confesado su amor en voz alta.
La condesa asintió.
—Oh, qué valiente es al decírmelo. ¿Cómo puedo ayudar?
Jane resopló y sacó el pañuelo de su retículo. Había sido terriblemente
desconsiderada al ponerse a llorar en su primera visita.
¿Querría de veras la condesa ser su amiga si no ofrecía más a su amistad
que lloriqueos y dramatismo?

Página 172
—Lo siento mucho —dijo Jane—. De alguna manera, decir las palabras
de lo que hay en mi corazón me ha hecho sentir muy emocionada. No quiero
que haga nada, ni he venido aquí pensando que podría ayudar. —Le dedicó a
Margaret una sonrisa acuosa—. El mero hecho de poder hablar con usted me
ha quitado un peso de encima. Hay muchos otros factores, como no saber con
exactitud los sentimientos de lord Westing en este momento, así como el
hecho de que otras damas estén utilizando su ceguera para intentar acercarse a
él. —Jane jugueteó con los guantes en su regazo—. Sé que no significa nada
para él, pero los demás me están metiendo en ese grupo, ya que nuestra
amistad estaba recién formada antes de la explosión y nadie la había notado
todavía. —Jane se encogió de hombros—. Luego está el asunto de que mi
padre quiere casarme con mi primo para mantener su título cerca y su dinero
más cerca aún.
Margaret había permanecido callada mientras Jane enumeraba sus penas
hasta esta última afirmación, que la hizo fruncir el ceño.
—¿Y no siente nada por su primo?
—Nada que sea agradable, no —admitió Jane.
—Tuvimos una situación similar en la que nuestro primo quiso casarse
con mi hermana mayor. No se llevaban nada bien. Por suerte, todo quedó en
nada, ya que Jenny se ganó con rapidez el afecto del conde de Lindsey, como
sin duda sabe.
Jane asintió. Todo el mundo sabía del profundo amor de Simon y Jenny
Devere.
—Creo que mi padre me hará la vida extremadamente difícil si no sigo
sus planes. Pero aun así, no lo haré.
—¿Cómo va a resistirse? —preguntó Margaret.
—Me iré de Londres si me obligan. No me quedaré totalmente
desamparada, ni temo lo que pueda venir después.
—¿Ve, Jane?, por eso es intimidante para otras mujeres. Se mantiene
firme y es, de hecho, perfecta.
Jane sonrió, sintiéndose ya un poco mejor. Excepto que cuando saliera de
este santuario privado en esta magnífica casa de la ciudad, con esta
encantadora dama, estaría exactamente en la misma situación.
—Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que mi vida se está
deshaciendo?
La condesa parecía pensativa.
—Porque su corazón está comprometido. Conozco bien ese sentimiento.
Además de escuchar, ¿hay algo que pueda hacer? ¿Hablo con Christopher

Página 173
como una vez usted habló con John en mi nombre?
—Oh, no —protestó Jane—. Yo ya conocía los sentimientos de lord
Cambrey hacia usted, así que fue una simple cuestión de recordarle que se lo
dijera. En mi caso, tengo el presentimiento de que le gusto a lord Westing,
pero la lesión le está haciendo replantearse muchas cosas en su vida. Me temo
que yo puedo ser una de ellas.

—LLEVO MI TRAJE DE MONTAR favorito —anunció Jane cuando


Christopher la encontró esperando en el salón.
—¿Por qué? —preguntó él. Estaba dispuesto a hablar de Fowler y del
futuro, y no esperaba ningún desvío o distracción.
—¡Porque vamos a montar a caballo!
Su entusiasmo no era contagioso. Era ridículo.
—Desde luego que no.
La oyó moverse por la habitación, con su pesado traje agitándose sobre las
faldas bifurcadas. Intentó no pensar en lo que había debajo de ellas.
—No hay ninguna razón en la Tierra por la que no podamos —insistió
ella—. Lo disfruto. Le he visto montar a caballo y sé que usted también. Los
dos tenemos monturas que se comportan bien. No le pido que salte ninguna
valla, simplemente que monte conmigo. Me sorprende que no lo haya hecho
ya con alguno de sus amigos o con su padre.
—Porque nadie más intenta matarme —explicó Christopher—. ¿Qué le
pasa?
—¿Qué le pasa a usted? —preguntó ella, haciéndose extrañamente eco de
sus pensamientos.
—Le pido perdón. —Al parecer, había llegado con la esperanza de
enemistarse con él y atraerlo a una pelea.
—Quiero decir que entiendo que no pueda ver. Lo acepto. Debe aceptarlo
y…
—¿Y? —preguntó él cuando ella dudó.
—Y seguir adelante.
La furia comenzó a encenderse en él. ¿Cómo se atrevía ella a aceptarlo,
como si su ceguera afectara a su vida?
—¿Qué le pasa? —preguntó él, cruzando los brazos.
¿Dónde estaba la aplacadora y práctica Jane? Esta era decididamente
punzante.

Página 174
—Montará un caballo como el que ha montado desde que era niño niña.
Cabalgará por el camino de herradura y descubrirá lo fácil que es. Más fácil
que pasear como lo hacíamos antes, porque el caballo seguramente no
chocará con un árbol ni con otro caballo. Ni siquiera necesitará su bastón.
Christopher abrió la boca para protestar, pero, a decir verdad, sus palabras
tenían mérito y no se le ocurría una buena excusa para no intentarlo. No se
había planteado montar a caballo porque, si pensaba en ello, se imaginaba que
estaría solo. Sin embargo, con Jane a su lado, parecía de repente posible.
De repente, decidió aceptar.
—De acuerdo.
—¡Sinceramente, Christopher! —exclamó ella, sonando exasperada—.
No es nada difícil. Apostaría mi vida en ello. Entonces, ¿por qué se empeñas
en comportarte como si…?
—He dicho que de acuerdo.
—¿Qué? —Su tono era nervioso, confuso.
—Iré a cabalgar con usted —declaró—. Solo deme unos minutos para
cambiarme.
—Oh. Muy bien, entonces. —Jane sonaba sorprendida, pero complacida
—. Supuse que no lo haría, y estaba preparada para una larga discusión.
—Es una mujer obstinada —reflexionó él—. No habría tenido energía
para discutir todo el día. Volveremos pronto. Y debemos llevar un lacayo. Si
algo asustara a mi caballo y se escapara conmigo, no querría que arriesgara su
propia seguridad tratando de perseguirme o intentando controlar a mi
montura.
—Estoy de acuerdo —dijo ella de inmediato—. Además, será adecuado
para mi reputación —le recordó, y él pudo oír la diversión en su voz.
—Precisamente —dijo él y la dejó.

—CHRIS, ¿ES…? —COMENZÓ la voz de Amanda Westing al rodear la


puerta del salón donde Jane esperaba—. Oh, es usted —terminó diciendo, ni
particularmente amistosa, ni antipática.
Jane estaba de pie junto a la chimenea.
—Buenos días, lady Amanda.
—Puede llamarme Amanda. No somos demasiado formales por aquí. ¿Ha
visto a mi hermano?
—Sí, subió a cambiarse. Vamos a montar a caballo.

Página 175
—¿De verdad? —Las cejas de la chica se alzaron prácticamente hasta la
línea del cabello—. ¿Es prudente?
—Creo que estará bien.
—¿Le interesa mi hermano?
Jane reprimió con éxito un jadeo. Amanda sabía que era inapropiado
preguntar tal cosa, y por lo tanto lo había hecho a propósito para sacarla de
quicio. No quiso dar pruebas de que había funcionado.
—Eso no es de su incumbencia —dijo Jane lo más educadamente posible,
e incluso mantuvo una expresión amable. Esperaba que lo fuera, de todos
modos.
—¿Es todo lo que va a decir sobre el asunto? No recuerdo que usted y mi
hermano hayan salido a cabalgar antes, ni que haya estado a disposición de mi
madre como lo está ahora. Sin embargo, desde el accidente de Chris, está aquí
en nuestra casa casi tanto como yo.
—Esta no es su casa —dijo Jane rotunda, sintiéndose a la defensiva.
Además, solo estaba allí en la casa de los Forester tan a menudo porque,
cuando no estaba tratando de ayudar a Christopher a salir de su apatía, estaba
cumpliendo todas las órdenes de la duquesa de Westing—. Y si su madre
necesita mi ayuda, quizá sea porque su propia hija carece de cierta utilidad.
¿Qué demonios le había pasado? Jane estuvo a punto de taparse la boca
con una mano ante su inusual grosería. En lugar de eso, apretó una mano
alrededor de su fusta y la otra en su falda.
Amanda, sin embargo, solo torció la boca en una ligera sonrisa.
—Es cierto. Las tareas domésticas, como elegir las cortinas, me parecen
un trabajo muy aburrido.
La chica no tenía ningún interés en ayudar.
—¿Qué clase de trabajo pesado no es tedioso? —preguntó Jane,
parpadeando.
Esta vez, la hermana de Christopher frunció el ceño, considerando sus
palabras.
—Ninguna, supongo. En cualquier caso, como hija de un duque, no me
plantearía pasar un momento corriendo detrás de esto y aquello, creando
etiquetas para los cuadros, encargando flores y cosas así.
Así que Amanda sabía lo que Jane hacía por la duquesa. Con bastante
precisión, además. Tal vez la muchacha había preguntado a su madre sobre
sus diversas responsabilidades. Y tal vez incluso estaba un poco dolida por no
haber sido incluida. Jane se preguntó si podría forjar una amistad con la
hermana de Christopher después de todo.

Página 176
—¿Está demasiado ocupada para ayudarme con los últimos preparativos
antes del espectáculo? Estoy segura de que su madre apreciaría su
participación, y yo agradecería su ayuda.
Amanda entrecerró los ojos.
—Acabo de decirle que no me gusta hacer ese tipo de tareas.
¿Era el orgullo de que Jane se lo pidiera, o realmente Amanda estaba
diciendo que no?
—Aun así —insistió Jane—, para ayudar a su madre, podríamos trabajar
juntas.
—Pensé que para eso estaba usted. —Amanda puso las manos en las
caderas—. Después de todo, ¿cómo si no se iba a colar en el puesto de
marquesa de mi hermano? De hecho, la aplaudo. No creí que tuviera el coraje
suficiente. Siempre parece fría y alejada de los simples mortales del mundo,
desinteresada por todos cuando está en el salón de baile. De repente, es tan
servicial cuando le conviene, cuando Chris no puede ver para defenderse,
cuando mi madre está distraída. Pero ya veo lo que hace.
Jane golpeó su fusta contra la falda, sintiéndose irritada. Joven e inmadura
era una cosa. Sin embargo, Amanda Westing era simplemente maleducada,
por no hablar de presuntuosa.
Sin embargo, estaba siendo protectora con su familia, en particular con su
hermano mayor, así que Jane no podía enfadarse demasiado con la chica. Y,
desde luego, no podía sentirse herida, pues Amanda no sabía nada de lo que
Jane y Christopher ya habían compartido.
—No sabe de lo que habla —dijo ella, tratando de ser paciente.
—Sí lo sé. Le vi con lord Fowler en el zoológico —soltó Amanda—. Le
he visto con él más de una vez esta temporada. Si le gusta, debería dejar a mi
hermano en paz. Está claro que quiere ser la esposa de un marqués, porque
cualquier otra cosa le bajaría los humos, pero quiere encontrar su diversión
con otra persona al mismo tiempo.
Amanda se estaba adentrando en un terreno al que no tenía ningún
derecho. La gente podía salir perjudicada por esos chismes.
—En cualquier caso —añadió la joven—, no es la única visitante
femenina que ha tenido Chris.
Sin duda se refería a las jóvenes que vinieron justo después del accidente,
tratando de ser el consuelo tranquilizador que él definitivamente no quería. O
necesitaba, en lo que respectaba a Jane, mujeres que querían envolverlo en un
capullo y asfixiarlo. Lo que necesitaba era una buena patada. Volvió a golpear
su fusta porque tenía la intención de ser ella quien se la diera.

Página 177
—Eso no solo no es asunto suyo, como he dicho antes. Tampoco es el mío
—dijo Jane con firmeza—. Si su hermano desea tener visitas de cualquier
sexo, no es de mi incumbencia, ni debe ser de la suya. Es un hombre adulto.
—Me pitan los oídos —dijo Christopher—. ¿Soy yo el hombre adulto del
que hablan las señoras?
—Ya me iba —dijo Amanda—. Si realmente vas a dar un paseo, por favor
ten cuidado, hermano querido. —Y le dio un beso en la mejilla al pasar—.
Encantada de hablar con usted —le dijo a Jane cuando llegó al umbral—.
Lady Jane, dele mis saludos a lord Fowler la próxima vez que hable con él.
¡Zorra! pensó Jane, entre otras palabras poco amables.
—¿Está listo, milord? —preguntó, oyendo el tono excesivamente brillante
de su propia voz y sabiendo ya que Christopher iba a hacer preguntas.
—¿Discutimos primero el comentario de mi hermana, o lo hacemos
mientras vamos a caballo? —preguntó él.
Jane suspiró. Aunque quería a Christopher, no iba a avergonzar a lord
Fowler por un capricho, simplemente por el rencor de Amanda Westing. Por
lo que ella sabía, la muchacha estaba escuchando en la puerta y al instante
correría la voz de la ayuda de Jane para encontrarle una esposa al vizconde.
Eso no serviría.
Por un lado, lord Fowler terminaría con muchas trepadoras sociales yendo
tras él por todas las razones equivocadas, y por otro, ella estaría rompiendo
una promesa solemne.
—No estoy segura de que haya nada que discutir, pero si lo hay, creo que
deberíamos abstenernos de hacerlo hasta que estemos montando.
Se acercó a él y luego pasó por el estrecho espacio del marco de la puerta.
Él se giró en ese momento hacia ella y quedaron a escasos centímetros.
Si Amanda no estuviera cerca, Jane podría imaginarse inclinándose hacia
él, robándole un beso o al menos aspirando su aroma, varonil, con un toque de
esencia de cidra y vainilla, pero sobre todo, al refrescante aroma del jabón de
Pears.
Antes de que se deslizara por completo, la mano de él se levantó y le
agarró el brazo, con una extraña habilidad para encontrarla. O para besarla.
—No —dijo ella, sin pensar en nada más que en que Amanda estaba al
acecho y quizá volviera justo en el momento menos oportuno.

Página 178
Capítulo 18

Christopher le arrebató la mano, sintiéndose como un niño travieso que busca


una golosina.
—Mis disculpas —dijo de inmediato. Era, ante todo, un caballero.
Últimamente, sobre todo con Jane, había empezado a utilizar su ceguera como
excusa para comportarse de forma poco apropiada.
—No —repitió ella—. Quiero decir que no hay nada que disculpar, pero
estamos en la puerta. —De repente, sintió que ella se inclinaba más cerca, y
entonces le susurró al oído izquierdo—. Puede que su hermana esté todavía
cerca.
—Ah, sí. Entiendo. —Aquella era sin duda una razón mejor que las
innumerables que se le pasaban por la cabeza, sobre todo el hecho de que Jane
ya no quería que la tocara o que Fowler le usurpara su afecto.
—Nuestros caballos nos esperan y un lacayo debería estar ya fuera,
también.
En unos instantes, Christopher se encontró a lomos de Feldspar, un
caballo castrado alazán, que había montado durante los dos últimos años.
Jane estaba a su izquierda, y el caballo del lacayo avanzaba a poca
distancia por detrás.
—Háblame de su traje de montar —dijo—. ¿Color, estilo?
Ella se rio.
—Pensé que le interesaría más mi caballo, porque es bastante buen, se lo
aseguro.
—Podemos llegar a eso en un minuto.
—Muy bien. Llevo un traje de color fauno. De seda, por supuesto, porque
mi madre dijo que hoy haría calor.
—Muy inteligente por su parte, y por la suya.
—Gracias. Mi sombrero es negro con…
—¿Plumas? —interrumpió él, imaginando el sombrero de Jane con
plumas saliendo por detrás.
—No, solo con un velo pardo a juego.

Página 179
Cambió mentalmente su imagen de ella.
—¿Barbillera?
—No, estoy siendo más bien diabólica. Si se me cae el sombrero, que así
sea.
—Mientras no se caiga con él…
—Nunca me he caído de un caballo, señor, y espero que hoy no sea la
primera vez.
—Para cualquiera de nosotros —bromeó. ¡Dios no lo permita!—. Y
apostaría a que tiene una de esas pulseras de punto para el mango de la fusta.
—No son de punto. Suelen ser de ganchillo, y sí, llevo una. En mi
opinión, son más bonitas que una simple pulsera. Y, en respuesta, si es que
iba a preguntar, se me ha caído la fusta unas cuantas veces, así que la pulsera
es útil, además de atractiva. Y me parece un poco extraño que se haya fijado
en una antes. Debe de tener un ojo muy agudo para las jinetes.
Christopher se rio de eso. Siempre que había estado en compañía de una
mujer, solía sugerirle que montaran a caballo. A decir verdad, consideraba
que la figura de una mujer sobre una silla de montar era realmente atractiva, y
si su vestido estaba bien metido, le daba a un hombre una vista inigualable de
su trasero.
Deseó poder ver la figura de Jane en ese momento.
—Puedo imaginarla fácilmente sobre su… ¿de qué color es su montura?
—Un pony marrón turba, y es un poco pesado. La llamo Jess.
—¿No es una Exmoor, por casualidad?
—Lo es, de hecho.
—¡Fabuloso! Entonces la he visto en la distancia, con este mismo traje en
ese mismo caballo. A principios de la temporada, justo después de Ascot.
—Tiene razón. Jess y yo montamos bastante a menudo, ya que es mi
costumbre favorita. Por supuesto, también lo he visto, señor.
—Cuatrocientos acres en Hyde Park, y sin embargo siempre parece que
uno ve a todo el mundo en el camino de herradura.
O, al menos, solía verlos.
—Es cierto —convino Jane—. Al menos, ahora se ahorrará los continuos
saludos a la derecha, luego a la izquierda, luego a la derecha, moviendo la
cabeza. Le duele a uno el cuello.
Ella estaba haciendo una pequeña broma sobre un beneficio de ser ciego.
Sonrió para sí mismo. Es más, no le ofendió, ni sintió que se le avecinaba la
furia. Extraño. Esperaba haber pasado lo peor de su amargura por el poco bien
que le había hecho.

Página 180
—¿Cómo se llama su caballo? —le preguntó cuando se acercaron al
parque desde el norte.
—Feldspar[3].
—Un nombre inusual —observó ella.
—El caballo es sólido como una roca.
Se rio.
—Entonces —dijo ella—, Jess debería llamarse Gelatina o Aspic.
La alegría brotó dentro de él, pensando en Jane montada en un caballo
llamado Aspic.
—Buenos días. —La oyó decir—. Era una buena amiga de mi madre —
añadió Jane después de un momento. Es muy dura de oído. Sobre todo, me
limito a asentir. ¿Cómo se siente?
—Perfectamente a gusto. Mi cuello no se resiente con el tedioso cabeceo.
Mi caballo me obedece como siempre, y nadie se ha estrellado contra mí
todavía. Tenía razón. ¿Siempre tiene tanta razón?
Silencio.
—¿Y bien? —Repitió él. Esperaba no haberla ofendido.
—No sé cómo responder a eso, señor. —Ella sonó divertida—. Por
supuesto que no siempre tengo razón. Hubo una vez… Bueno, una vez… —
La oyó reírse con suavidad—. En realidad, no se me ocurre ningún caso
terrible de equivocación en este momento.
Su risa brotó de él, y se sintió bien. Todo se sentía bien, montando su
montura favorita con su dama favorita y su sentido del humor y su gordo
poni.
—Aquí estás, fuera de casa.
Era la voz de Whitely.
—Buen día, lady Jane. Westing.
—Buenos días, Whitely —respondió Christopher, después de que Jane
murmurara su saludo—. ¿Cómo está la gota de tu padre?
Era una broma entre ellos. El padre de George era la imagen de la salud,
pero cualquier indicio de dolencia era declarado como el inicio de la gota,
incluso un dolor de cabeza.
—Oh, lo siento —dijo Jane, mientras Whitely se reía.
—No se preocupe, querida señora. Su acompañante está haciendo de
bufón. Mi padre está bien, como siempre.
—¿Estás solo? —le preguntó Christopher.
—Burnley no está aquí, si esa es tu pregunta. O quizá sí, pero si está,
estará con su último conq… —se interrumpió y tosió—. Está con una joven

Página 181
señorita. Sin ánimo de ofender —añadió, sin duda dirigiéndose a Jane.
—No me ofendo —le aseguró ella.
Christopher decidió que más tarde le pediría su opinión sobre un hombre
cuyas amigas eran consideradas conquistas. O, pensándolo bien, tal vez no lo
haría. Pero ciertamente le gustaría hacerlo.
De hecho, deseaba hablar de todo con ella y escuchar sus opiniones. Era
un deseo novedoso. Tenía la idea de que ella incluso daría una opinión
razonable sobre los actos parlamentarios. Qué maravilloso era tener una
compañera con la que se podía hablar de gobierno. Su madre y su padre se
querían, pero sus mundos de interés eran totalmente divergentes.
—Me voy —anunció Whitely—. Estaré en el club más tarde si estás
considerando otra salida. En el White’s.
—¿No es la Reforma? —Se preguntó Christopher.
—No. Tuve una discusión con un compañero de allí. Voy a mantener las
distancias durante un tiempo, ya que va semanalmente a Paddington.
El club de pugilistas de Paddington era famoso. Aunque el boxeo no era la
idea de diversión de Christopher, lo había probado. Sin embargo, los
pugilistas del club de Paddington eran serios y brutales. Aun así, los
comentarios de Whitely sonaban a cobardía, lo que no le sentaba bien.
—¿Necesitas un segundo? —preguntó, y luego se dio cuenta de la
estupidez de tal ofrecimiento—. Quiero decir que Burnley es un buen hombre
para tener a tu lado.
—No llegará a eso, espero —dijo George.
—No puedo creer lo que oigo —juró Jane—. ¿Están hablando de un
duelo?
Whitely se rio, y Christopher se le unió.
—No, lady Jane —prometió Whitely—. Aunque era una práctica noble…
—Una práctica obstinada y peligrosa —interrumpió ella, y Christopher
pudo imaginar su indignación. Probablemente parecía aún más seductora
cuando se enfadaba.
—Aunque era una práctica obstinada —comenzó Whitely de nuevo—,
hemos tenido que dejarla pasar a las brumas de la historia. En cualquier caso,
si alguien insultara mucho mi honor o el de un miembro de la familia, me
imagino esperándolo al amanecer, con las pistolas preparadas.
Christopher puso los ojos en blanco. Era mejor que se explicara.
—No estábamos hablando de pistolas en este momento, solo de
pugilismo. El boxeo, si se quiere.
—Ya veo. —Ella no parecía impresionada.

Página 182
—No creo que necesite un segundo, viejo amigo, pero prefiero tenerte en
a ti en tu estado que a Burnley con los dos ojos.
Riéndose de su propia y pobre broma, Whitely les deseó a ambos un buen
día y se fue trotando.
—Su amigo está de buen humor —comentó Jane cuando volvieron a
avanzar, con sus caballos dando un simple paseo.
—Sí, es capaz de divertirse hasta el infinito, y por eso acaba teniendo esas
peleas. No sabe cuándo mantener la boca cerrada. —Lo que le recordó a
Christopher que George había dicho que se declararía a Jane por culpa de
Fowler.
¿Cómo debía abordar el tema del vizconde y preguntarle a ella sus
sentimientos por el hombre? Estaba totalmente fuera de lugar sacarlo a
colación, pero no se le ocurría cómo podría surgir Fowler en una charla
casual. Excepto…
—Hábleme del hipopótamo.
—Oh, fue espléndido. ¿Ha visto uno en un libro? —preguntó ella.
—He visto un boceto. —Parecía tan fantástico como una jirafa o un
rinoceronte. Unas criaturas tan extrañas, sobre todo para tenerlas en suelo
inglés.
—Si su boceto mostraba una bestia que demuestra que Dios tiene un
sentido del humor tan grande como el de lord Whitely, entonces el dibujo era
exacto. El hipopótamo es un animal grande, sobre todo en su circunferencia,
que parece una salchicha cuya piel podría reventar en cualquier momento.
Tenía las patas más ridículamente cortas, más bien como un cerdo. De hecho,
me recordaba a un jabalí muy grande sin cerdas, y de aspecto más amigable,
casi con nariz de perro, un bulldog, no un terrier. Cuando se tumbaba, se
parecía un poco a una morsa. Tenía unas orejas diminutas y tontas, que se
movían continuamente. Cuando sonrió pareció agradable, pero luego abrió
sus grandes mandíbulas, y nunca he visto unos dientes tan enormes: grandes
colmillos que suben desde abajo y bajan desde arriba. No sé cómo cerró la
boca, francamente.
—Gracias —dijo él cuando ella terminó—. Su descripción fue excelente.
Prácticamente puedo verlo. ¿Qué sonido hizo?
—Deberíamos ir juntos para que pueda escucharlo. Gruñía y estornudaba
e incluso a veces sonaba como si se riera.
—¿Como Whitely? —preguntó.
—Un poco más fuerte y más como un ladrido, por lo demás —se burló
Jane—, sí, exactamente como él.

Página 183
Antes de que ella pudiera pasar a otro tema, Christopher añadió:
—En efecto, me gustaría ir a escuchar al hipopótamo, si no le aburre
volver a verlo. No puedo prometerle una fiesta después, como la que organizó
lord Burton, ni la rutilante compañía de lord Fowler.
Jane no dijo nada al principio, y Christopher habría dado mucho por poder
ver su expresión.
Al fin, ella habló.
—Soy feliz en su compañía, milord, y no necesito una fiesta.
No había mencionado a Fowler. ¿Y ahora qué? Supuso que tenía que ser
franco.
—Me han dicho que está en compañía de lord Fowler con frecuencia.
—Es fácil coger el extremo equivocado del bastón si uno escucha los
chismes —aconsejó Jane, y no dijo nada más.
Maldita sea. Era tan callada como una concha. Además, no estaba siendo
razonable, ya que escuchar era la única forma en que él podía reunir
información.
—Cuando más de una persona le da el mismo palo —comenzó
Christopher, pensando en continuar con su pintoresca fraseología—, entonces
le corresponde a uno agarrarlo.
Por segunda vez en pocos minutos, Christopher puso los ojos en blanco.
¿Qué demonios estaba balbuceando? «Agarrar palos». Más bien estaba
agarrándose a un clavo ardiendo.
—Sea como fuere —comenzó Jane, pero en el fondo de su mente, él podía
oír un sonido metálico en la distancia—. Aunque no voy a romper una
confidencia, puedo decirle…
—¿Qué es eso? —la interrumpió—. ¿Lo oye?
—No, yo… sí, lo oigo. —Oyó el crujido de su silla de montar mientras se
giraba—. ¡Oh, Dios mío!
—Jane, ¿qué pasa? —Porque ella se había quedado callada.
Al mismo tiempo, él podía oír gritos y el sonido atronador de los cascos y
el extraño ruido de traqueteo, que Christopher estaba ahora seguro de que era
un enganche roto siendo arrastrado detrás de los caballos, obviamente
caballos sueltos sin nadie en las riendas.
—¡Caballos desbocados! —gritó su lacayo.
Haciendo a un lado la terrible sacudida de miedo que le recorría,
Christopher se acercó a ella, pensando en agarrar la brida de su caballo y
mantenerla tranquila mientras se ponían a salvo. Sin embargo, debió de girar

Página 184
su montura para mirar lo que se cernía sobre ellos, porque en lugar de la brida
de su poni, sus dedos rozaron sus ancas por detrás de la silla de montar.
—Jane, rápido —le instó—. Debemos llegar a un lado.
—Están arrastrando a alguien —dijo ella, ignorándolo—. No, deben de
haber atropellado a alguien y ella ha quedado atrapada. ¡Oh, Dios mío!
—Señor —exclamó Cyrus, alarmado—. Debemos movernos.
—Jane —insistió Christopher—. Van a pasar por aquí y…
Su caballo, que debía estar de cara al desastre que se avecinaba, se
encabritó al oírlo, y ella gritó.
—Cyrus, agarra la brida de la dama si puede. ¿Sigue sentada?
—Sí, señor —dijo Cyrus.
Al mismo tiempo, Jane aparentemente recuperó la cordura y respondió:
—Así es. Gire a su derecha, rápido.
Christopher solo podía esperar que el camino estuviese despejado
mientras urgía a Feldspar con sus botas, tirando de las riendas hacia su
derecha. Su caballo parecía estar encantado de moverse en esa dirección, y
Christopher tenía que confiar en que el animal no lo estuviera metiendo en
problemas o atropellando a una familia que estuviera de pícnic.
Un instante después, los caballos fugitivos y todos los sonidos que los
acompañaban pasaron cerca de él.
—¡Jane!
—Ya nos han pasado —le dijo Jane en voz baja.
Tiró de las riendas y se detuvo, comenzando a alcanzarla.
—Estoy aquí —dijo ella desde su izquierda.
—¿Está herida? —preguntó de inmediato, deseando poder tomarla en sus
brazos.
—No, pero fue horrible. Un espectáculo terrible.
La voz de ella temblaba, y apropiado o no, él extendió la mano y le
ordenó:
—Agárrese.
De inmediato, Christopher sintió que sus dedos enguantados agarraban los
suyos.
—Hay una dama sangrando en el camino —le dijo ella, y él deseó poder
evitarle tener que describirla—. Creo que… está muerta. La gente la ha
rodeado y alguien la ha cubierto con un manto. ¡Oh, Chris! —se lamentó.
Él rodeó el pomo de la silla con las riendas para mantener su caballo
firme, y luego, inclinándose hacia un lado, atrajo a Jane hacia él y la abrazó.
Era incómodo, pero era lo mejor que podía hacer.

Página 185
—Lo siento mucho —dijo ella, con un tono vacilante que no se parecía en
nada a la Jane Chatley capaz que él conocía y había llegado a adorar.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Por entrar en pánico y por no moverme. Casi hago que nos maten a los
dos por perder el tiempo, y a su lacayo también. Me quedé tan quieta como
una estatua mirando cómo se acercaban los caballos.
—Si lo hubiera visto, habría hecho lo mismo —dijo—. Al final, nos ha
salvado.
—No lo hice —dijo ella con lágrimas en los ojos.
—Usted lo hizo. No pude determinar qué camino tomar. Podría haber ido
a la izquierda pensando que estaba cerca del borde del camino y haber ido
delante de ellos. Si no me hubiera dicho que fuera a la derecha, me habría
quedado donde estaba. —Le frotó las manos por la espalda, tratando de
calmarla.
—¡Cyrus! —gritó él—. ¿Está aquí?
—Sí, señor.
—¿Hay algo que podamos hacer por los heridos?
—Creo que no, señor. —Su tono dejó claro que no se podía hacer nada
por la mujer atropellada.
—¿Y el carruaje del que se desprendieron los caballos?
—Muy abajo en el camino. Otros han ido a ver el estado de los mismos.
—Entonces llevemos a lady Chatley a casa. Ojalá tuviera un carruaje —le
dijo—. ¿Aún puede montar?
Jane resopló.
—Sí. —Pero sintió que la mano de ella apretaba la suya, por lo que
permaneció inmóvil un minuto más. Entonces, ella se apartó de él, y el ala de
su sombrero golpeó sus gafas al hacerlo.
—Estoy bien —prometió ella, mientras él tanteaba para cogerlas antes de
que se deslizaran de la silla y se perdieran para siempre.
El armazón de las lentes se rompió mientras sujetaba las gafas contra el
pomo de su silla de montar.
—¡Caramba!
—¿Qué pasa? —preguntó Jane, sonando con un nerviosismo desconocido
en su tono.
No le gustó el sonido. Le recordaba demasiado a su propia voz durante las
primeras semanas después de la explosión.
—Nada, simplemente mi propia torpeza. —Y se guardó las gafas rotas en
el bolsillo de la chaqueta—. Cyrus, puede guiar el camino —le dijo al lacayo.

Página 186
—Sí, señor. Sígame.
Y su pequeño grupo se movió lentamente por la hierba, volviendo al fin al
camino nupcial, mucho más allá de la mujer muerta, por lo que Christopher
pudo ver por los sonidos distantes detrás de ellos.
Después de unos minutos de silencio, Jane dijo:
—Solo piense que hace unos minutos estaba simplemente dando un paseo.
—Ella no dijo nada más, y él no supo qué decir para consolarla.
Ya estaba resignado a una nueva conciencia de la fragilidad de la vida y
de la rapidez con la que puede cambiar el estado de una persona. No quería
ser brutalmente franco con Jane, que hoy había sido testigo de la muerte, pero
este cruel giro del destino era su propia realidad desde la explosión. La
dificultad no consistía en concebir cómo alguien que había salido a pasear
podía estar ahora muerto. La lucha consistía en no ceder al miedo a lo
desconocido, al que se enfrentaba a cada momento en su mundo sin vista.
Lo que más deseaba era que esto no cambiara a Jane.
Volviendo en la dirección por la que habían venido, acabaron pasando por
el vehículo cuyo enganche se había roto, desencadenando los trágicos
acontecimientos.
—Parece que nadie del carruaje resultó herido —dijo Jane en voz baja, y
sin pensarlo, Christopher abrió los ojos, mirando a su alrededor.
Era un día muy luminoso, pensó, y luego ahogó un grito.
¡Un día luminoso!
Por un momento, creyó ver el juego de las sombras, lo que significaría
que sus ojos habían detectado luz. Creyó haber visto movimiento, como una
rama de árbol que se balanceaba en su visión, más oscura que su entorno.
Parpadeó y miró fijamente. Ahora, todo parecía simplemente el mismo
tono de negro, pero en realidad podría ser una oscuridad más pálida que antes.
¿O era simplemente porque no llevaba las gafas?
«¿Se lo había imaginado?», se preguntó. ¡Qué día tan desconcertante!
Tuvieron suerte de volver todos ilesos. El caballo de Jane podría haber
chocado con los desbocados. O podría haber salido despedida del lomo de su
poni.
Además, él habría sido incapaz de impedir que le ocurriera algo malo.
Otro hombre, incluso Fowler, podría haber visto el peligro, haber agarrado
las riendas de su caballo si Jane estaba paralizada por el miedo, y haber tirado
de ella para ponerla a salvo. Christopher, en cambio, tuvo que esperar a que
ella le dirigiera, y casi había sido demasiado tarde.

Página 187
Era un tonto. Cada vez que habían salido, se había preocupado por si
tropezaba y la avergonzaba. Se había preocupado por su reputación. Todo el
tiempo, debería haber considerado su bienestar.
Que aceptara la naturaleza voluble de la fortuna no significaba que tuviera
que gustarle. Tampoco significaba que tuviera que aceptar el peligro añadido
en el que ponía a los que le rodeaban.
Una sombría comprensión se apoderó de él, pero no podía pensar en otra
alternativa.
Tendría que dejarla ir por completo.

Página 188
Capítulo 19

Al agarrarse a la barandilla cuando bajaba las escaleras de su casa de Hanover


Square, Jane se reprendió una vez más por ser irracional. Al fin y al cabo, dos
días antes no había ocurrido nada que cambiara su vida. Ella estaba bien.
Christopher también estaba bien.
Sin embargo, había sido incapaz de desprenderse por completo de los
sentimientos de ansiedad que la aquejaban.
No era solo haber permanecido estúpidamente congelada en la línea de
peligro, movida a la acción solo por la voz de Christopher instándola a la
seguridad. También fue la inquietante visión de la mujer que yacía en el
camino. Sin vida.
Jane pensó en el día de esa mujer. Se despertó, se aseó y luego se vistió.
Quizá fuera una madre o una joven novia. En unos instantes, su vida había
terminado, y nunca más volvería a casa. ¿Y si hubiera estado a punto de hacer
algo importante? ¿Y si los que la querían nunca se recuperaban de su dolor?
—¡Para! —dijo en voz alta al entrar en el salón, solo para encontrarse cara
a cara con su primo sentado en el sofá.
—¿Parar qué? —preguntó él, poniéndose de pie—. Qué forma tan extraña
de saludar.
—¡Bernard! —exclamó ella. ¿Por qué nadie le había avisado de su visita?
¿Y dónde estaba su madre?
—Jane, tiene buen aspecto.
—¿Dónde está mi madre? Sabe que mi padre está fuera.
—Se espera que regrese cualquier día, y sin que fuese mi intención, llegué
antes que él.
Todo esto era nuevo para ella. Noticias desagradables, también. Solo
podía tratarse de una cosa.
—Estoy comprobando mi herencia —anunció él sin pudor—. Y
sopesando mis opciones.
Su mirada la recorrió. Sin duda, la consideraba una opción.

Página 189
—Espero que no le hayan traído aquí con falsos pretextos —comenzó
ella.
¿Había alguna manera de que se viera a sí misma casándose con Bernard
Lowther? No era feo. Era simplemente Bernard. Se había encontrado con él al
menos una docena de veces en su vida, y nunca había hecho sino la más
pequeña de las ondas en el lago de su existencia. No como Christopher, que
hacía que las olas se estrellaran en su orilla simplemente por estar cerca de
ella.
—Creo que no sé lo que quiere decir. Cuando su padre muera, me
convertiré en el próximo conde de Chatley. ¿Hay alguna duda al respecto?
¿Por qué el parlamento no podía promulgar una ley que transmitiera la
propiedad y los títulos a las hijas? Ella le preguntaría a Christopher la
próxima vez que se encontraran sobre esta posibilidad. Dudaba que, incluso si
ocurría, lo hiciera a tiempo para salvarla de ser utilizada como peón entre tío
y sobrino.
A pesar de los deseos de Bernard y de su padre, ella no entregaría su
existencia legal al cuidado de este hombre. Podía ser un santo, por lo que ella
sabía, pero era un hombre al que no quería ni valoraba. Sería una tontería por
su parte, y esperaba no ser una tonta.
—No hay duda de que heredará —confirmó Jane—. Pero no creo que mi
padre esté en riesgo inminente de morir.
Mientras lo decía, el rostro de la mujer muerta pasó ante sus ojos.
¡Dios mío! Después de todo, era una tonta. La muerte inminente estaba
sobre cualquiera de ellos en cualquier momento.
—¿Está bien? —preguntó él—. Se ha puesto muy pálida.
Justo entonces, cuando Jane se hundió en la silla más cercana, entró su
madre.
—Lady Chatley, buenos días. Me temo que su hija se encuentra mal.
—¡Qué! —exclamó la condesa y se apresuró a ir a su lado, cogiendo su
mano, mientras ponía la palma en la frente de Jane—. Está un poco húmeda y
pálida.
Bernard dijo que su padre se había retrasado al llegar del continente.
Incluso entonces, podría estar muerto en el fondo del canal de la Mancha,
víctima de una tormenta que destrozara su barco, o tirado en un camino tras
haber sido arrojado de su caballo.
Ahora que lo pensaba, ella nunca iría a caballo en un viaje así, sino en un
carruaje. Aunque este podría haberse estropeado o haber sido asaltado a punta
de pistola. Se negaría a entregar su bolso y los salteadores de caminos le

Página 190
dispararían. O también podría haber muerto al caer por las escaleras de una
posada de camino a casa.
Su madre y ella tendrían que mudarse de inmediato, ya que Bernard se
haría cargo. No estaban preparadas. Nadie estaba preparado para el desastre, o
no se llamaría desastre. Christopher no había sabido que estaba viendo su
última visión, como tampoco la mujer de Hyde Park había sabido que estaba
respirando su último aliento.
—Jane —dijo su madre, sacándola de su ensoñación—. ¿Qué está
pasando?
No podía explicarle a su madre, y menos delante de Bernard, que estaba
teniendo una crisis: algo en su cerebro se había llenado de miedo. Quería
hablar con Christopher. Él lo entendería. De eso estaba segura.
Ella se había apresurado a exigirle que se esforzara por hacer cosas que
consideraba imposibles. Y ella lo había esperado de él y no le había dado
suficiente reconocimiento.
¿Cómo lo había hecho él con tanto aplomo?
Avergonzada por cómo Christopher había sido el que la había consolado
después del incidente del parque, Jane sacudió la cabeza al pensar que lo
había vivido todo en la oscuridad.
¿Cómo se podía vivir con tanto miedo?
Levantándose de un salto, provocando el jadeo de su madre, se limitó a
decir:
—Hasta luego, mamá. —En la puerta, se acordó de su primo y se volvió
—. Buenos días, Bernard. Espero que disfrute de su visita. —Estuvo a punto
de añadir algo sobre eliminarla de su lista de opciones, pero decidió no
hacerlo. Su comportamiento errático era probablemente motivo suficiente
para que él se lo pensara dos veces.
Llamó al carruaje de la familia y se dirigió directamente a Berkley Square.
Le dio al mayordomo de los Foresters su nombre, aunque él ya lo conocía, y
preguntó por lord Christopher Westing, no por la duquesa.
—Por favor, dígale que es de suma importancia.
Mientras paseaba por la atractiva habitación, le pareció una eternidad
antes de que Christopher apareciera. Cuando se volvió al abrir la puerta y lo
vio, el flujo de emociones que experimentó la dejó sin aliento.
—¿Dónde está? —le preguntó él.
—Estoy aquí. —Pero en lugar de quedarse junto a la chimenea, Jane
caminó a su encuentro. Luego pasó por su lado y cerró la puerta. No tenía

Página 191
cerradura, pero era lo mejor que podía hacer. Quería estar sola, a salvo, con el
hombre que amaba.
—¿Qué pasa? —le preguntó Christopher.

CASI TAN PRONTO COMO le hizo la pregunta, él sintió que los brazos de
Jane lo rodeaban. No por la cintura para un abrazo amistoso. Sus manos
subieron por su pecho y por detrás de su cuello, hasta que sintió sus dedos
entrelazados en su pelo.
El delicado aroma floral de ella le llenó la cabeza y respiró hondo.
Sin embargo, antes de que pudiera decir otra palabra, sintió que el cuerpo
de ella se levantaba, como si se pusiera de puntillas, y entonces, sus labios
estaban firmemente sobre los de él.
Christopher gimió. Las últimas veces que habían estado juntos, no habían
tenido oportunidad de compartir un momento íntimo. Y a pesar de haber
decidido que ella estaría mejor sin él, no podía rechazar su oferta. No cuando
ella era el único deseo de su corazón y de su cuerpo.
Dejó caer el bastón y apoyó las palmas de las manos en la espalda de ella,
acercándola. Y aunque Jane estaba haciendo un trabajo admirable al besarlo
con sus suaves y cálidos labios, él necesitaba más.
Inclinando la cabeza, le lamió la comisura de los labios hasta que ella
abrió la boca, y entonces estaba dentro de ella, chupando su lengua caliente,
que sabía a menta —¿había comido un dulce de menta, quizás?— y
empujando sus caderas contra las de él.
Cuando ella gimió en respuesta, el sonido provocó una oleada de lujuria
en sus entrañas.
Su beso fue largo y prolongado. Frustrante, perfecto.
Sabiendo dónde estaba y cuántos pasos daría, la apoyó contra la puerta
que ella acababa de cerrar. Entonces pudo aplastar completamente su cuerpo
contra el suyo. Cuando no fue suficiente, cuando sintió las manos de Jane
subiendo y bajando por su espalda, tirando salvajemente de ella, antes de
aferrarse a su pelo una vez más, metió la mano en sus faldas y comenzó a
subirlas.
—Sí —siseó ella contra su boca, animándolo.
Con ambas manos, Christopher le levantó la bata y sus múltiples capas de
enaguas hasta la cintura, sujetándolas entre sus cuerpos, de modo que sus
dedos quedaron libres para descubrir lo que había debajo. Calzones de seda.

Página 192
Por supuesto, Jane, que era perfecta sin medida, tendría los calzones de
seda más ligeros y suaves. Quería arrancárselos.
Sin embargo, se contuvo y deslizó una de sus manos hacia la abertura
entre sus muslos. Los calzones, unos pantalones cortos y separados atados a la
cintura, permitían un fácil acceso a su cuerpo, a su lugar más sensible, a los
suaves rizos sobre su montículo, y…
—¡Ohh! —gritó ella contra su boca cuando él tocó su núcleo.
Estaba húmedo, caliente, resbaladizo, glorioso. No necesitaba verla. Podía
sentir que ella apoyaba la cabeza contra la madera pintada detrás de ella.
Sabía que tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Podía oír sus jadeos.
Era un sonido que alimentaba su deseo. Su miembro palpitaba de
necesidad a pesar de que su cerebro sabía que no podía hacer nada al respecto
ahora. Al menos, podría darle placer, ¡con rapidez!, teniendo en cuenta que
era pleno día, a pesar de la oscuridad que lo envolvía, y que estaban en el
fastidioso salón de la casa de los Forester.
—Jane, Jane, Jane —murmuró, sus labios contra la suave piel de su cuello
mientras tocaba su hinchada feminidad, deslizando los dedos en su interior.
El cuerpo de ella respondió al más suave contacto. Él acarició su lugar
íntimo, una y otra vez, acelerando la velocidad al sentir que se ponía rígida,
sorprendido por la humedad contra su palma. Subió la mano libre y le cogió el
pecho a través de la bata y el corsé, y presionando con suavidad con el pulgar,
pudo sentir su pezón.
Mientras él la acariciaba, continuando con sus caricias entre sus piernas
abiertas, ella encontró su liberación.
Nunca una mujer se había derramado en éxtasis para él de esa manera.
Con un toque tan ligero y tan rápido. Con la larga escasez de placer físico,
sabía que él podía hacer lo mismo, con la misma facilidad. Sin embargo, a
diferencia de Jane, que seguía estremeciéndose en sus brazos, su liberación
sería un asunto sucio, que sería mejor dejar en la intimidad de su habitación,
cuando imaginara los delgados dedos de ella rodeando su verga.
Si seguía pensando así, no sería capaz de esperar.
Jane suspiró de repente, y él se imaginó que sus ojos se abrían y sus labios
emitían un hermoso «oh» de asombro ante lo que había ocurrido con tanta
naturalidad.
Christopher sacó la mano de debajo de las piernas de ella y dejando caer
las faldas, volvió a reclamar su boca, esa hermosa boca con sus espléndidos
labios.
—Mmm —murmuró ella contra él—. Eso ha sido…

Página 193
—Me alegro —dijo él.
Entonces, para su sorpresa, ella soltó una risita.
—Estoy en el salón de lord y lady Forester.
—Yo también. —Christopher se agachó y ajustó su doloroso miembro
para aliviar la incomodidad.
—¿Está bien? —preguntó ella, sonando curiosa, y él supo que su mirada
debía de estar puesta en sus movimientos.
—Lo estoy. No se preocupe. Mi cuerpo se excitó con su placer.
—Fue maravilloso —le dijo ella—. Debería sentirme avergonzada, pero
no lo hago. No con usted.
«¿Porque no podré ver?», se preguntó él.
Inmediatamente, se dio cuenta de que era el nuevo hombre inseguro que
había en él el que pensaba mal. Jane no había querido decir tal cosa.
—¿Porque estamos tan cómodos juntos? —conjeturó Christopher.
—Precisamente —dijo ella, todavía a centímetros de él—. Por eso he
venido hoy.
Su expresión debió mostrar su sorpresa, porque ella enmendó con rapidez
sus palabras.
—No quiero decir que he venido a hacer… lo que… lo que acaba de hacer
conmigo. Quiero decir que he venido a verle porque tenía pensamientos
extraños e incómodos después del otro día, después de lo que pasó en el
parque. Quería contárselos porque puedo contarle cualquier cosa. También he
venido a disculparme.
—¿Disculparse?
—Sí, por insistir tanto en que salga conmigo.
¿Ya no quería salir con él?
Retrocedió unos pasos y escuchó el chasquido al pisar su bastón y
romperlo. También pudo oír cómo se ajustaba la bata, probablemente
alisándola con las manos.
—¿Qué lleva puesto? —preguntó sin pensarlo.
—Está cambiando el tema. Una bata y una chaqueta de color crema.
Ambas tienen ribetes negros.
—Suena a la moda —dijo él.
—Sí —convino ella, distraída.
—Muy bien, dígame por qué quiere disculparse.
—Porque el mundo es un lugar aterrador —dijo ella apresuradamente—.
No fui lo bastante comprensiva. Le traje el bastón y le hice andar y montar.

Página 194
Sin su insistencia, él probablemente seguiría teniendo miedo de salir a la
calle.
—Hizo bien en insistir —dijo—. La vida cotidiana no iba a ser más fácil
si me escondía en casa. Esta es mi vida ahora. —Golpeó su bastón roto con la
punta del zapato.
Además, no había visto más sombras fantasmas, a pesar de pasar el
tiempo en el jardín sin sus gafas, esperando ver alguna cualidad de la luz y la
oscuridad.
—Y cuanto antes lo acepte y aprenda a vivir con ello, mejor.
—Tiene razón —dijo ella—, pero…
—¿Pero qué? —incitó él en el silencio.
—En cualquier momento puede pasar cualquier cosa.
Él suspiró.
—Lo sé. Y ocurrirá tanto si uno pierde el tiempo preocupándose como si
no.
Después de un momento, sintió la mano de ella en su mejilla. Antes de
que pudiera apreciar su tierno gesto y cubrir su mano con la suya, el pomo de
la puerta sonó y sintió que Jane retrocedía, poniendo algo de distancia entre
ellos.
—¿Qué está pasando aquí? —Era su padre.
—Buenos días, Su Gracia —dijo Jane, sonando completamente normal.
—Buenos días, lady Jane. Parece que hay alguna travesura en marcha.
Christopher sintió una pizca de alarma. ¿Su padre había visto algo?
¿Estaba el vestido de Jane desordenado?
—Un paso en falso es todo —dijo ella con voz tranquila—. Lord Westing
lo dejó caer y lo pisó antes de que pudiera recuperarlo.
¡El bastón!
—Es el segundo en un mes, ¿no?
Christopher recordó cómo Jane rompió el otro a propósito, pero no dijo
nada.
—Luego estaban sus gafas. Por eso he venido a buscarle —explicó el
duque—. Voy a ir al parlamento y me gustaría que me acompañaras.
Podemos ir al oculista de Tothill Street y conseguir otro par, y supongo que
habrá algún lugar cercano donde podamos encontrar otro bastón largo. Quizá
compremos dos de cada artículo.
—Ya me marchaba —dijo Jane.
¿Se había ido? Habían estado hablando de la calidad efímera de la vida.

Página 195
—No quise interrumpirlos, jóvenes —señaló su padre, pero no salió de la
habitación.
—En absoluto, Su Gracia —le aseguró Jane—. Parece que tienen asuntos
importantes a los que deben atender.
—Antes de irse, querida niña, si fuera tan amable de preguntar a mi
esposa si hay algo que necesite… Está en la biblioteca.
—Por supuesto, Su Gracia. Buenos días.
—Lo mismo digo, lady Jane —respondió el duque.
—Buenos días, señor —repitió ella, y Christopher pudo oír que se había
acercado un paso para hablarle.
—Igualmente —respondió él. Quería preguntarle cuándo podrían volver a
verse, ya que todas sus anteriores ideas caballerescas de mantener las
distancias y ordenarle que saliera con otros hombres más capaces se habían
disuelto en cuanto se había acercado de nuevo a ella.
Era débil cuando se trataba de Jane. Sin embargo, ella también le hacía
más fuerte. Era una paradoja.
Escuchó sus pasos cuando ella salió del salón. ¡Dios mío! Pensar en lo
que había ocurrido unos minutos antes.
—Buena chica —dijo su padre—. Me gusta el material del que está hecha.
Me alegro de que su madre cuente con su ayuda.
Christopher consideró lo afortunado que era de tenerla a ella también.
Pero, ¿qué sacaría ella de ello? Una vida de describir todo con detalle y…
—¿Estás listo, hijo mío?
—Siempre, padre —contestó, algo que solía decirle todo el tiempo y que
no había tenido ganas de decir desde la explosión, pero el hecho de complacer
a Jane como lo había hecho, de tenerla derretida en sus brazos, ciertamente le
había dado una nueva sensación de seguridad.

JANE SE DIO CUENTA de que su corazón seguía latiendo con rapidez.


Apenas había pasado tiempo desde que Christopher había hecho cosas tan
maravillosas en su cuerpo hasta que su padre los interrumpió. Mientras este
llamaba a la puerta de la biblioteca, se consideró afortunada de no haber
estado todavía arreglando sus faldas cuando el duque de Westing entró.
¡Qué desastre habría sido eso!
—Jane, querida. ¿Cómo sabías que le necesitaba desesperadamente? —
preguntó la duquesa de Westing, y ella tuvo que apartar todos los

Página 196
pensamientos sobre Christopher y lo que significaba su momento de
intimidad, si es que hubo alguna—. ¿Sabías que esta semana hemos recibido
tarjetas de visita de tres jóvenes que querían venir a visitar a mi hijo?
Jane frunció el ceño. ¿Por qué le decía esto la duquesa? Es más, ¿por qué
no se lo había dicho Christopher?
—No, no lo sabía, ¿cómo podría saberlo?
—Solo lo menciono porque me gustaría saber su opinión sobre ellas. Sé
que usted y Chris son amigos. Si puede darme su parecer sobre los méritos de
estas jóvenes, sería muy útil. Tengo entendido que usted misma está casi
comprometida. Me sorprende, ya que tenía la idea de que usted y mi hijo
podrían estar encaminados a un entendimiento, pero esa era mi suposición,
infundada. El corazón va donde quiere, como dicen.
Jane había dejado de escuchar después de la palabra comprometida.
—Su Gracia, no estoy «casi comprometida». —¿Cómo podía saber de la
llegada de Bernard a Londres, si ella misma se había enterado hacía poco?—.
No sé dónde ha oído tal cosa.
—¡Oh, Dios mío! Entonces no estaría bien que hablara de las otras damas
con usted, ya que puede considerarlas rivales. No sé cómo se me ha ocurrido
esa idea. Pensé que Amanda había dicho que esperaba una propuesta de lord
Fowler cualquier día.
Jane apretó los labios para reprimir el suspiro de frustración. La hermana
de Christopher necesitaba encontrar algo en lo que ocuparse, además de los
asuntos de su hermano.
—Hablando de lady Amanda, me dijo en confianza que deseaba mucho
ayudar en la decoración de la casa y en la elección de las telas, los colores de
la pintura e incluso los corredores de alfombras.
—¡Es inaudito! —exclamó la duquesa—. Ella nunca ha mostrado interés.
—Ella dijo que usted diría tal cosa. Se siente muy intimidada porque usted
es una artista con un conocimiento tan amplio del color. No cree que vaya a
valorar su aportación ni a considerarla útil. Dijo que incluso protestaría
mucho si se lo pidiera, para no avergonzarla ni decepcionarla. Sin embargo,
desea de verdad que la tome bajo su protección y la ponga a trabajar. Desea
aprender y ayudar. —Jane se sentó en la mesa y cogió unas revistas—. A
menos que no quiera que su hija se involucre.
—No, sí quiero —dijo la duquesa—. Simplemente supuse que se negaría.
Jane trató de parecer prudente.
—Entonces debe ordenarle que ayude para que no pueda decir que no.

Página 197
—¡Jane! —exclamó la duquesa, y Jane pensó que había ido demasiado
lejos, hasta las siguientes palabras de Su Gracia—. Tiene toda la razón. Qué
chica tan amable y considerada es. Solo espero que no altere nuestro propio
acuerdo, que tan bien se ha desarrollado.
—¿Qué quiere decir?
—No quiero que piense que estoy teniendo favoritismos al darle a mi hija
la mayor parte del trabajo o al pedirle su opinión por encima de la suya.
Jane sonrió, y su alegría era genuina hasta los dedos de los pies.
—En absoluto. No puedo imaginar nada que me haga más feliz que veros
a usted y a Amanda trabajando juntas.
¿Debería preguntar por las otras damas? Decidió no hacerlo, después de lo
que Christopher acababa de hacer con ella, se sentía segura de que ella era la
primera en su consideración. Sin embargo, su curiosidad exigía que le
preguntara en privado sobre sus identidades.
—Creo que Amanda está arriba —añadió la duquesa—. Tengo la
intención de mandar a buscarla ahora.
Jane asintió.
—Será mejor que me haga desaparecer cuando lo haga. Si ella piensa que
tengo algo que ver en esto, solo aumentaría su sensación de inseguridad. Deje
que la idea de que trabaje con usted venga directa y totalmente de su parte.
¿No cree?
Jane se sorprendió a sí misma, pero estaba demasiado metida en el asunto
como para cambiar su rumbo. Parpadeó sin disimulo y dejó que la duquesa
decidiera lo que iba a hacer.
—Creo que tiene razón. Entonces, ¿podría ir a comprar la red para las
luces? —Le entregó a Jane un papel—. Aquí está la dirección.
Con su nueva tarea, Jane se puso en marcha sintiéndose mucho mejor que
cuando llegó, sintiendo miedo de su propia sombra. Christopher había tenido
razón. No tenía sentido preocuparse cuando lo que fuera a pasar, pasaría de
todos modos.
Y entonces recordó que Bernard Lowther la esperaba en su casa, no un
vago temor por alguna posible catástrofe futura, sino un primo muy real que
la veía como una opción.

Página 198
Capítulo 20

El día de la exposición de arte de la duquesa de Westing amaneció claro y


soleado.
Un obstáculo fuera del camino, pensó Jane. Nadie se vería disuadido por
los enormes chaparrones o, peor aún, entraría en el Salón de Egipto
sacudiendo sus paraguas empapados sobre las acuarelas de la madre de
Christopher.
La exposición se inauguraría a las dos y continuaría hasta la noche. Su
propia madre iba a venir, independientemente del paradero desconocido del
padre de Jane. Por desgracia, la acompañaría Bernard Lowther. Jane había
conseguido evitarlo hasta ahora con una rudeza extrema y poco habitual.
De hecho, dentro de los confines de la casa de Chatley, solo lo había visto
dos veces, cada una de ellas antes de que él la viera a ella, por lo que había
escapado de su compañía, excepto para la cena. Sabía que él no sería tan
grosero como para sacar el tema del matrimonio en la mesa, sobre todo con su
padre todavía ausente.
Jane no había vuelto a mencionar a propósito la exposición de arte a lord
Fowler, sabiendo que Christopher iba a asistir para apoyar a su madre.
Simplemente, no quería que un hombre se encontrara con el otro. Lord
Fowler iba a decir algo que obligaría a Jane a revelar su colaboración con él,
cosa que había prometido no hacer. No deseaba humillar al vizconde.
Todos los hombres tenían orgullo, como lady Cambrey y ella habían
discutido, tanto si se sentían perjudicados por una lesión accidental ajena por
completo a su voluntad, como si trataban de encontrar una mujer con la que
pasar su vida. Esperaba que la búsqueda de esta última terminara pronto, ya
que a Jane le resultaba agotador y molesto ser demasiado social.
A las doce en punto, Jane pasó entre los pilares de la Sala Egipcia, que a
su vez se encontraban bajo estatuas místicas de tamaño natural de personajes
antiguos en lo alto de la calle. Se sintió como si entrara en otro mundo, con el
estilo de una tumba egipcia. Sin embargo, en el interior, gracias a una gran

Página 199
claraboya central, era luminoso y aireado, lo contrario de lo que Jane pensaba
que sería una tumba.
El día anterior, había ordenado a los obreros que colgaran la red para
difuminar la luz, de acuerdo con las exigentes normas de la duquesa,
copiando el propio estudio del señor Turner.
Además, en las últimas veinticuatro horas, Jane había ayudado a la
propietaria de la sala a colgar los cuadros de la duquesa de los cables que
rodeaban la sala principal. Cada uno tenía su tarjeta con el nombre en color
crema, pulcramente impresa, pegada a la parte inferior del marco. En ese
momento se estaban entregando las flores perfectas para acompañar el cuadro.
Jane tenía los jarrones preparados y pasaría la siguiente hora arreglándolos y
colocándolos en pedestales cerca de las obras de arte correspondientes. El
chef Soyer, personalmente, traería los refrescos en cualquier momento para
colocarlos en una mesa escondida en un extremo.
El broche de oro lo pondría un cuarteto de cuerda que tocaría en el centro
de la sala, y Jane esperaba que aparecieran media hora antes del evento.
Antes de que se diera cuenta, Su Gracia había llegado, al igual que el chef.
Pronto, un hermoso mantel cubría la mesa de los refrescos, y Soyer, un
hombre diminuto, se paseaba admirando las obras de arte mientras su
personal ponía bandeja tras bandeja de hor d’oeuvres. Los músicos, solo tres
de los cuatro, estaban en su sitio, sin que nadie supiera si el cuarto haría acto
de presencia, ya que la noche anterior se le había visto salir tambaleándose de
un pub.
Jane no tenía ni idea de cómo sonaría la música interpretada por un trío. Y
mientras ella y la duquesa seguían decidiendo si cambiar la selección musical,
el dueño de la sala abrió las puertas para admitir al público.
A la cabeza de la multitud estaban los Westings y los Foresters.
—Tocad lo que queráis —exclamó la madre de Christopher y se apresuró
a saludar a los que entraban.
Jane respiró hondo y asintió tranquilizadoramente al único violinista, que
tenía una mirada ansiosa.
—Solo tienen que repasar la lista que les he dado —les dijo. Y
comenzaron con el ligero segundo movimiento de su Divertimento de Mozart.
Con una sonrisa en su rostro, Jane dio unos pasos hacia atrás, hacia los
pilares que rodeaban la sala, y observó la reacción de los que entraban.
Cómo deseaba que ella y Christopher pudieran intercambiar una mirada
de camaradería, sobre todo después de lo que había ocurrido por última vez
entre ellos.

Página 200
Sin acercarse a él en público, ni hablarle, ni tocarle en el brazo, ni siquiera
podía compartir el reconocimiento de que él la había traído a esta satisfactoria
asociación con su madre. En algún momento, le daría las gracias.
En unos minutos, se había servido un hojaldre relleno de queso y estaba
bebiendo una copa de vino cuando vio a lord Fowler entrar en el salón.
¡Maldición! Además, se dirigía hacia ella a vuelo de pájaro.
Frenéticamente, Jane hizo dos cosas: fijarse en el paradero de Christopher,
que estaba al otro lado de la sala, sumido en una conversación con lord
Whitely mientras estaban de pie frente a un cuadro de caballos, y, en segundo
lugar, buscar a alguna joven a la que Jane pensara que lord Fowler podría
gustar y caerle bien.
No vio a nadie. Estaba la terriblemente arpía lady Matilda Brethens, de la
que Jane ya había advertido al vizconde que se mantuviera alejado, y un
puñado de chicas tontas, todas ellas amigas de Amanda Westing, que sin duda
habían acudido con la esperanza de encontrarse con el marqués ciego y probar
las maravillosas creaciones del chef Soyer.
—Lady Jane —saludó lord Fowler, inclinándose hacia ella e intentando
tomar su mano entre las suyas, a pesar de que ella sostenía un vaso.
Si seguía tirando, acabaría con su vino en los pantalones.
Por suerte, se rindió y volvió a inclinarse.
—Está muy guapa.
—Gracias —dijo ella con una ligera inclinación de cabeza—. Sin
embargo, hoy estamos aquí para ver el arte, no a mí.
—Es más bonita que cualquier cuadro.
Los cumplidos no deseados no la alegraban. Si Jane pudiera espiar a la
mujer adecuada para que él le dedicara tan suaves elogios, estaba segura de
que tendría éxito. Por suerte, la hermana de lord Burnley acababa de llegar
con él. Jane no la conocía, era una chica bonita que había estado viviendo en
Francia. Tal vez el vizconde se encaprichara de ella, y viceversa.
—¿Ve allí? —dirigió la mirada de lord Fowler hacia los Burnley—. Lady
Sophia acaba de volver del continente. He oído que es muy divertida. —En
realidad, Jane no había oído nada sobre ella.
Más tarde, podría preguntar a Christopher, supuso, y determinar si la
chica podría ser compatible con lord Fowler. Por el momento, sin embargo, el
vizconde podía tantear el terreno por sí mismo.
—No estoy seguro de que sea conveniente dejarla sola —dijo—. No es
muy caballeroso de mi parte. Además, si estamos cerca, podemos hablar con
franqueza.

Página 201
Jane dio un sorbo a su vino, preguntándose cómo escapar. Podía ir a
comprobar la comida, asegurarse de que los músicos estuvieran contentos —
buscar un bate de criquet con el que pudiera golpear a lord Fowler en la
cabeza—, pero todo funcionaba a la perfección. No había nada por lo que
necesitara ser apartada de su empalagosa atención. Simplemente tendría que
mentir.
—Tengo que ir a ver a los músicos, ya que nos falta uno. —Hizo una
rápida reverencia y se dio la vuelta.
Por desgracia, él la siguió y continuó persiguiéndola como un perro
callejero en busca de sobras. Hiciera lo que hiciera, centrara perfectamente un
jarrón en un pedestal, ajustara un marco, incluso recogiera una miga de la
alfombra, él estaba a su lado.
Al fin, cuando no se le ocurrió ninguna otra falsa tarea y corrió el riesgo
de gritar de frustración, Jane lo arrastró alrededor de la parte posterior de un
pilar, y luego a uno de los muchos rincones de la Sala Egipcia.
—Hable con franqueza —le incitó.
—Debemos detener la búsqueda.
Jane jadeó. Le había fallado.
—No, no pierda la esperanza, lord Fowler.
—No lo he hecho —prometió él y le envió una sonrisa de felicidad—. He
encontrado a alguien que me gusta por encima de todo. ¿Se lo digo de
inmediato?
—¿Cree que ella siente lo mismo?
—No estoy seguro, pero estoy dispuesto a arriesgarme a hacer el ridículo.
—No creo que haga el ridículo. Cualquier mujer sería afortunada de
tenerle. Tiene una postura recta, una buena cantidad de pelo, una buena mente
y una fortuna aún mejor.
—Ja, ja —rio—. Jane, es usted muy divertida.
Ella había estado completamente seria, y no intentaba ser divertida en
absoluto.
—¿Está aquí? —preguntó.
—Sí. —Sonaba feliz—. Bastante cerca.
—¿Es alguien que le he presentado?
—No exactamente. —Le envió una mirada extraña.
—¿En serio? —¿Había estado socializando por su cuenta?—. No me
tenga en suspenso.
—¡Jane! —Llegó un chillido que solo podía ser de la duquesa de Westing.

Página 202
—Lo siento mucho, lord Fowler, tendremos que continuar esto en otro
momento. Al igual que un reloj, esta exposición tiene muchas partes móviles.
«De hecho, más bien como la vida», pensó Jane. Y a veces, le resultaba
difícil mantenerlas todas en funcionamiento.
—¿Puedo ayudar? —se ofreció amablemente.
—No sé qué necesita Su Gracia, pero si comprueba la zona de refrigerios,
por favor, hágame saber si hay algo que no funciona. Y sírvase de los más
deliciosos entremeses, todos del chef Soyer, un amigo del duque de Westing.
—¡Jane! —El tono de la duquesa sonaba más urgente.
—Debo ir.
Volvió la vista y sintió los ojos de la mitad de los asistentes sobre ella,
haciendo que sus mejillas se calentaran. ¿Qué podía hacer que la duquesa se
comportara de forma tan indecorosa?
Y entonces, como un tonto irreflexivo, lord Fowler apareció directamente
detrás de ella. Lo supo porque escuchó una pequeña inhalación colectiva de
los que miraban en su dirección y también porque él chocó con su espalda,
haciéndola saltar hacia adelante.
¡Dios mío!
Incluso el trío de cuerda, como ella los consideraba ahora, falló en algunas
notas de la dramática Rosamunde de Schubert, que ya sin su segundo
violinista, sonaba excéntrica a sus oídos.
Al escudriñar la sala en busca de reacciones, Jane vio que algunas damas
cuchicheaban detrás de sus abanicos y guantes y se dio cuenta de que algunos
caballeros se reían, sin duda, de la indiscreción de lord Fowler.
Peor aún, allí estaba lord Burnley de pie con Christopher, y no se estaba
riendo. Estaba frunciendo el ceño hacia ella, y luego ¡no!, lord Burnley se
inclinaba para decirle algo discretamente a su mejor amigo.
Ella no podía mirar. Sabiendo que lo siguiente que vería sería la
decepción o la ira en el rostro de Christopher, se apartó, prácticamente
corriendo hacia su madre, de pie en medio de los admiradores.
—Su Gracia, ¿qué pasa? —Jane trató de mantener la exasperación en su
voz y fracasó.
La madre de Christopher sonreía ampliamente y sostenía un vaso de vino
vacío.
—¡Mi primera venta! lady Mulberry quiere los veleros, los dos cuadros. Y
no pensé en cómo envolverlos. No pensé en absoluto en las ventas. No hay
papel ni cuerda ni bolsas. No estamos preparados.

Página 203
Jane quería tapar la boca de la duquesa con la mano. Por un lado, la
duquesa había bebido demasiado, tal vez debido al nerviosismo, y por lo
tanto, estaba hablando en voz muy alta. Todo el mundo la miraba.
Y por otro lado, no estaban vendiendo los cuadros de la pared y
envolviéndolos en papel como si fueran piernas de cordero en una carnicería.
—Cálmese, Su Gracia. Simplemente estamos tomando los nombres de
quienes desean comprar y entregaremos los cuadros en los próximos días. No
los bajaremos ahora, de lo contrario otros no podrían disfrutar de ellos durante
la exposición. Tengo tarjetas con la palabra «vendido» ya impresas,
precisamente para este caso.
Y las sacó del bolsillo lateral de su chaqueta entallada, donde
normalmente guardaba cosas como entradas de teatro y algunas monedas. De
otro bolsillo sacó un pequeño lápiz afilado.
—Escribiré el nombre de lady Mulberry en el reverso y meteré una en el
marco de los dos cuadros del velero. —Jane levantó la pequeña tarjeta blanca
para que la duquesa de Westing pudiera verla. La madre de Christopher la
cogió y prácticamente soltó una risita.
—¡Vendido! —exclamó, leyendo la letra de molde—. Jane, es
maravillosa. Pero escriba el nombre en la parte delantera para que todo el
mundo lo vea.
Y así se evitó la crisis.
—¿Ha visto a mi marido, querida niña? Quiero compartir la noticia con
Su Gracia.
—Buscaré al duque, lo prometo, y tal vez deba ir usted a la mesa de
refrigerios y probar algo de la comida. Le prometo que está riquísima.
—Mi estómago está demasiado agitado por los nervios como para comer.
Tal vez me tome una copita de vino.
—Ya está sosteniendo una, Su Gracia.
—¡Claro que sí! Pero está vacía —señaló ella—. La veré más tarde, Jane.
—Y se dirigió al camarero que estaba rellenando las copas de vino.
—Duquesa —llamó tras ella, deteniendo a la mujer momentáneamente—.
Por favor, no venda dos veces el mismo cuadro y no se olvide de decirle a la
interesada que me vea para saber quién compra cuál.
—Sí, sí, por supuesto, Jane. No soy una tonta. ¿Dónde dijo que estaba Su
Gracia?
Jane no lo había hecho, pero escudriñó la habitación, su mirada se posó en
Christopher con un aspecto sombrío y Burnley todavía a su lado, mirándola
en su lugar.

Página 204
Que la miren a una por poderes es casi tan malo como que mire
directamente la persona que está enfadada.
Entonces vio al duque de Westing con lady Amanda en el otro extremo de
la sala.
—Está allí —le señaló—, y su hija también.
—Maravilloso —repitió la duquesa—. Nos vemos luego.
En cuanto desapareció entre la multitud, Jane se sintió dividida. ¿Debía
hablar con Christopher de inmediato, en medio de la exposición llena de
gente? ¿O esperar a que todo terminara?
No iba a tener elección, porque los dos caballeros se dirigían directamente
hacia ella.
Al mismo tiempo que la alcanzaban, también lo hacían su madre y su
primo. Todas las partes convergieron justo en el mismo momento.
—Jane, querida, ha hecho un trabajo magnífico. ¿No es así, señores?
—lady Chatley los incluyó—. ¿Nos son maravillosas la comida y las flores?
Por supuesto, son todas las obras de arte de su madre las que hacen que la
exposición sea tan bonita —añadió, mirando a Christopher, que se volvió
cortésmente en su dirección, sabiendo que se dirigía a él.
—Ya he visto muchos cuadros de mi madre, lady Chatley, pero no tendré
el placer de ver las flores. —Su tono era cortés, pero no cálido.
—Ni tampoco probar la comida —añadió lord Burnley, mirando
agriamente a Jane.
—Bueno, deben hacerlo. Las tartaletas de cerdo están divinas —dijo su
madre con entusiasmo—. Jane no cocinó la comida, por supuesto. El chef
Soyer lo hizo, pero ella estuvo encerrada con él durante mucho tiempo
decidiendo el menú. Y creo que sus elecciones son magníficas.
Jane se dio cuenta de que Christopher estaba furioso, incluso sin poder ver
sus ojos detrás de los cristales grises ahumados de sus nuevas gafas. Su
cuerpo estaba rígido y su rostro era una máscara de fastidio. Ninguna cantidad
de entremeses iba a compensar que hubiera dejado que su reputación se viera
empañada por un tête-à-tête secreto con lord Fowler en los oscuros recovecos
del Salón Egipcio.
No cuando todo el mundo lo vio.
—No estuve encerrada con el chef Soyer, mamá. Vino a casa de lady
Forester, donde discutí la comida con él en su salón. Con mucha luz. Y la
puerta estaba abierta. Y una criada estaba presente.
Al darse cuenta de que sonaba a la defensiva, dejó de hablar, sobre todo
porque su madre fruncía el ceño y Bernard le enviaba una mirada de

Página 205
perplejidad.
—Sí, por supuesto, Jane. No pretendía insinuar lo contrario. —Lady
Chatley miró a los lores Burnley y Westing—. Jane siempre ha tenido una
reputación intachable.
Ese pronunciamiento no hizo más que empeorar la situación. Por lo visto,
su madre y su primo habían pasado por alto el anterior paso en falso, pero por
la forma en que Christopher torcía la boca, parecía que lord Burnley le había
informado de lo muy defectuosa que era ella en ese sentido.
Y entonces, para echar más leña al fuego, apareció lord Fowler y saludó a
todos por turno. No pareció darse cuenta de la fría recepción de Christopher y
su amigo. En cambio, se dirigió a Jane con una sonrisa de oreja a oreja.
—Tal y como ha pedido, milady, he comprobado la mesa de los refrescos.
No hay ningún problema. A los invitados les está encantando la comida, sobre
todo los bocadillos de salmón y queso blando y las rodajas de pera y cheddar
en galletas saladas.
—Divino —comentó su madre.
—Mis favoritos son los ángeles a caballo[4] —añadió lord Fowler—.
¿Puedo traerles algunos?
Su tono era cálido y demasiado familiar, y ella ya había perdido el apetito,
incluso para las ostras envueltas en tocino.
—No, gracias, lord Fowler. —Sin embargo, tal vez era el momento
adecuado para otra copa de vino. Antes de que ella pudiera pedirle que le
trajera una, y con ello apartarlo del grupo, él dijo lo impensable.
—¿Puedo robarle un momento para continuar nuestra…? —se
interrumpió, y Jane quiso hundirse en el suelo y desaparecer.
Incluso su madre jadeó con suavidad ante su desafortunada sugerencia de
intimidad secreta, y Bernard le mostró la primera medida de interés.
Completamente fuera de lugar, Christopher maldijo en voz alta, haciendo
que la madre de Jane volviera a jadear.
Se disculpó con rapidez, mientras Burnley daba un paso hacia lord
Fowler, tal vez para amenazarlo en nombre de su amigo.
Jane sabía que sus ojos eran tan grandes como los platos de la comida. En
un momento, los puñetazos estaban a punto de estallar en la exposición de
arte de la duquesa de Westing. Y todo sería culpa suya. Además, lord Fowler
parecía no tener ni idea del caos que estaba causando.
De alguna manera, sabiendo dónde estaba su amigo, Christopher levantó
una mano y logró ponerla sobre el brazo de lord Burnley, deteniéndolo.

Página 206
—No creo que ahora sea el momento, lord Fowler —dijo Jane con rapidez
—. Necesito concentrarme en la exposición de arte de la duquesa y sus
invitados.
—Por supuesto. Es que estaba tan excitada por el tema de nuestra reciente
discusión —dijo él, y ella se preguntó si sería posible que hablara sin decir
nada malo.
Ella lo miró fijamente, incapaz de pensar siquiera en cómo responder.
Por suerte, su madre, que ya la había rescatado del caos, eligió ese
momento para excusarse junto a Bernard, invitando a Jane a acompañarles.
—Hay mucha gente aquí a la que deberíamos presentar a su prima.
—De acuerdo —declaró Jane, decidiendo que su acción más segura era
una rápida huida con su familia. Lord Fowler podía valerse por sí mismo.
Haciendo una baja reverencia a todos, Jane se apresuró a decir:
—Señores, si me disculpan.
Al menos Christopher pudo escuchar como su voz provenía de algún lugar
de su codo, ya que con su título, el más profundo respeto le era natural.
No respondió, salvo con una sutil inclinación de cabeza. Lord Burnley
pronunció un cortante «buenos días» y lord Fowler dijo tras ella:
—Hablaremos más tarde.
También podría haber gritado su nombre de pila.
El resto de la exposición transcurrió sin incidentes, salvo por las excitadas
exclamaciones de la duquesa de Westing cada vez que se vendía un cuadro.
Cuando Jane volvió a buscar a Christopher, este se había marchado.
Aquella noche, cuando se derrumbó en la cama, decidió que debía, al
menos, explicar que no había nada romántico entre ella y Richard Fowler.
Quizás realmente le importaba a Christopher. Y si era así, ¿qué significaba
exactamente?
Después de desayunar, Jane declaró su intención de ir a la librería
Hatchards, donde semanas antes había encargado algo especial para
Christopher, un libro inglés de tipo raphigraphy, que él podría leer sin
aprender nada nuevo. Le habían avisado de que había llegado, y le había
costado a ella, o más bien a su padre, un buen dinero.
Teniendo en cuenta lo que había sucedido la noche anterior, pensó que
debería tener una ofrenda de paz la próxima vez que se encontrara con el
aparentemente irritado marqués.
—Yo también iré —dijo su madre con sorpresa. Las librerías no solían ser
del agrado de la condesa, pero aquella famosa tienda del 187 de Piccadilly

Página 207
tenía los artículos de papelería más exquisitos, y a lady Chatley le encantaba
escribir cartas.
Jane había hecho su compra, consciente de que su madre estaba hablando
con alguien. Al volverse, vio a lady Mulberry saliendo por la puerta, y a lady
Chatley de pie, con la boca abierta, mirándola desde el primer hueco de la
estantería. Jane pudo ver por su expresión que a su madre le habían dicho algo
bastante desagradable.
—Mamá, no era lo que parecía —dijo Jane de inmediato.
—Parecía que te habías recluido en las sombras con lord Fowler. Eso es lo
que me acaban de informar.
—Oh. —Había supuesto que lady Mulberry había mencionado su
desaparición y la de Christopher durante la cena y baile.
—¡Oh, efectivamente! Ahora dime de una vez, Jane, ¿estáis tú y el
vizconde involucrados románticamente?
Ella agarró el brazo de su madre y la arrastró hacia el interior de la
librería.

CHRISTOPHER HABÍA SIDO abandonado a su suerte cuando su padre se


apresuró a ir con el dependiente de la tienda para conseguir un libro sobre la
Revolución Francesa, una agitación política que fascinaba al duque. Esto
significaba que no podía hacer nada más que estar de pie y tratar de pasar
desapercibido, tan desapercibido como un hombre ciego puede estar rodeado
de libros.
Entonces oyó la voz de Jane, clara como el cristal desde la fila de al lado.
—No, mamá, te juro que no hay nada romántico entre nosotros. No hay
nada entre nosotros en absoluto. No es así.
Christopher se quedó congelado, apenas respirando. ¿Estaba Jane
hablando de su relación?
—¿Entonces por qué pasas tanto tiempo con él? ¿No sabe lo que la gente
está empezando a decir?
—Simplemente le estoy ayudando. Es un alma desafortunada, que no
puede encontrar su camino en este mundo sin ayuda. Me he encargado de
ofrecerle esa ayuda.
¿Cómo le había llamado? ¿Un alma desafortunada?
—Su futuro parecía totalmente sombrío, pero ahora, con mi ayuda, ha
mejorado.

Página 208
—¿Entonces no te estás enamorando de él? —dijo su madre
decepcionada.
—Absolutamente no.
Jane sonaba horrorizada. De hecho, sonaba tan convincente que
Christopher la creyó.
—Te prometo —continuó—, que él no es más que una misión especial,
una empresa de misericordia, si se quiere, y por suerte, está llegando a su fin.
—¿Ya no pasarás más tiempo con él? —preguntó lady Chatley.
—No, con mi tarea principal llegando a su fin, no habrá razón para que
me encuentre con él. Francamente, me siento aliviada. Ayudarle empezó
como una broma, pero, con el paso del tiempo, estar con él se ha vuelto cada
vez más tedioso, y tuve que ocultar ese hecho para no insultarle.
¡Que el diablo se la llevase! Christopher se sintió mal. Desde luego, ella
no había fingido tedio cuando había llegado al clímax en sus brazos.
Deseó que se alejaran, o que al menos dejaran de hablar. También
esperaba que su padre no eligiera ese momento para volver, ya que, de ser
descubierto, Jane podría saber que había escuchado sus crueles palabras. Su
humillación sería completa.
Su suerte, como siempre, se agotó.
—¡Chris! —retumbó la voz de su padre—. ¿Dónde estás? —Luego bajó
un poco el tono—. Lady Chatley, lady Jane, buenos días.
—Buenos días, Su Gracia —dijo lady Chatley—. ¿Cómo le va?
—Bastante bien, salvo que he perdido a mi hijo por aquí. ¡Chris! —
Volvió a llamar el duque.
Tenía que hablar ahora, o ser descubierto como un espía.
—Aquí estoy —dijo Christopher, en voz baja, esperando sonar más lejos.
Luego arrastró los pies de su sitio, y al fin dio pasos reales para acercarse al
grupo.
—¿Lo has encontrado? —También podría fingir que ni siquiera sabía que
las damas estaban presentes—. ¿Has conseguido lo que buscabas, padre?
—Sí, lo he conseguido. Lady Chatley y lady Jane están aquí.
—¿Lo están? —dijo Christopher, tratando de mantener su tono neutral—.
Buenos días, señoras.
—Buenos días, milord —dijo cada una a su vez, y su sentimiento de
traición creció ante la familiar voz amistosa de Jane.
—¿Nos vamos? —preguntó a su padre—. No queremos llegar tarde a la
propuesta.

Página 209
Esa mañana estaban escuchando un discurso de lord Brougham sobre su
propuesta de Ley de Interpretación.
—¿Cuál es la ley que se presenta hoy? —preguntó Jane.
Christopher oyó que su padre se aclaraba la garganta y supo que el duque
iba a lanzarse a dar una larga explicación del acto, irónicamente diseñado para
acortar el lenguaje utilizado en las actas parlamentarias.
—No le interesaría —dijo Christopher con rapidez—. Es tedioso para la
mente de una mujer. Ustedes, señoras, continúen con su búsqueda de libros y
sus compras. Buen día.
Y para que no hubiera demora, se dio la vuelta y con la ayuda de su
bastón —la maldita idea de Jane, por supuesto—, se dirigió fácilmente hacia
la salida de la tienda, sabiendo que su padre lo seguiría.
Supuso que eso respondía a todas sus dudas sobre si Jane lo veía como
una tarea. Desde luego, ella lo había dicho con suficiente claridad.
Jane Chatley, capaz, hábil y servicial, esperaba no volver a hablar con
ella.

Página 210
Capítulo 21

—Mi hermano ha salido —se alegró lady Amanda de informar a Jane cuando
apareció en casa de los Forester a la mañana siguiente, aferrando el preciado
libro después de preguntar por Christopher.
Jane intentó escapar antes de que la muchacha pudiera decir algo más. No
lo consiguió.
—Y no crea ni por un instante que no sé que usted está detrás del
repentino deseo de mi madre de que participe en sus planes de remodelación y
reequipamiento de nuestra casa en Grosvenor Square.
Jane decidió no confirmarlo ni negarlo.
—¿Está siendo útil? —le preguntó. Y lo que es más importante,
¿manteniéndose ocupada y al margen de los asuntos de Christopher?
La boca de Amanda se torció en una mueca, y cruzó sus delgados brazos
sobre su bien dotado pecho.
—No me dio opción.
Jane lo intentó de nuevo, permaneciendo plácida.
—¿Tanto lo odia? ¿Estar con su madre, haciendo algo que le produce
tanta alegría?
Eso dio a la chica una pausa. Frunciendo el ceño, Amanda se mordió el
labio inferior.
—En realidad, no lo odio. Apuesto a que desearía que lo hiciera. —Y se
marchó furiosa.
«Que Dios ayude al hombre que se case con ella».
Jane solo llegó hasta el vestíbulo cuando Christopher entró en la casa,
bastón en mano, con una chaqueta ligera y un sombrero. Solo.
Ella sacudió la cabeza asombrada por el cambio que había experimentado.
Sin perder tiempo, él se quitó los guantes y los dejó en el recibidor, metió el
bastón en el soporte y colgó el sombrero.
En ese momento, ella se dio cuenta de que estaba siendo terriblemente
descortés al no hacerle notar su presencia.

Página 211
—Lord Westing —dijo Jane, y la cabeza de él se volvió hacia ella. Sin
embargo, su expresión no era amistosa. Eso le dolió.
—¿Quiere venir a hablar conmigo en el salón?
Él dudó. ¿La rechazaría?
Entonces, sin su bastón, caminó con paso firme hacia ella, haciéndole un
gesto para que lo acompañara a la habitación. Cerró la puerta con firmeza tras
ellos.
—¿Llamo a una doncella para que haga de carabina? —preguntó con
retraso, sonando ya irritado.
—Confío en que nadie en esta casa ponga en duda mi reputación, y no me
quedaré mucho tiempo —dijo Jane.
—Muy bien. ¿Qué puedo hacer hoy por usted? ¿O qué puede hacer usted
por mí? ¿Algo más para aliviar mi desgracia y mitigar la tristeza?
A ella no le importaba su tono cínico. «Sé valiente», se aconsejó a sí
misma.
—He venido a hablarle de lord Fowler.
Su expresión se congeló.
—Desea hablarme de su compromiso —dijo—. Completamente
comprensible. Iba a aconsejarle que me parecía una buena elección.
Se quedó con la boca abierta y tardó un momento en recuperar sus
pensamientos.
¿Iba a aconsejarla?
—En absoluto.
—¿En absoluto qué? —preguntó él, cortante.
—Absolutamente no, no estoy comprometida.
Él frunció los labios, el músculo de su mandíbula se tensó visiblemente,
mostrando su molestia tan claramente como si ella pudiera ver sus ojos
parpadeando.
—Después de la exhibición que hicieron Fowler y usted en el Salón
Egipcio, debería comprometerse de inmediato. Todo el mundo da por hecho
que es su amante.
Tuvo ganas de maldecir de forma poco femenina.
—Lord Fowler no es mi amante —dijo Jane. Christopher debería creerla.
Después de todo, habían compartido besos… y más. ¿Pensaba él que ella
hacía lo mismo con todos los hombres?
—La verdad es que ya no me importa —dijo él—. Estoy cansado de oír
hablar de usted y del desdichado vizconde. Siempre llega a mis oídos «lady

Página 212
Jane y lord Fowler», y luego ahí estaba usted, detrás de una columna, en el
Salón Egipcio, deshonrándose.
Jane sintió que su ira aumentaba.
—¿Deshonrándome? Sin embargo, cuando usted me agarra y se toma
libertades con mi persona, eso está bien, ¿no? —Jane dio un pisotón de
frustración—. No tiene derecho a insultarme con insinuaciones, ni debería
comentar mi comportamiento con lord Fowler, no después de lo que hemos
hecho. ¿No está de acuerdo?
Christopher expulsó un sonido frustrado, quizás una maldición.
—Acérquese —ordenó.
Sorprendida por su demanda, Jane se encontró caminando hacia él.
—¿Está más cerca? —preguntó Christopher.
—Sí. —Tan pronto como ella habló, revelando su proximidad, él la
agarró, tirando de su cuerpo hacia el suyo y haciendo que ella dejara caer su
paquete.
Jadeando, sus labios estaban abiertos cuando él los tomó. Fue un beso
feroz, no tentadoramente suave como solían empezar sus besos. Además, una
de las manos de él no tardó en llegar a la nuca de ella, alborotándole el pelo y
haciendo que su pequeño y alegre sombrero se desviara a pesar de las
horquillas que lo sujetaban. Lo sujetó en su sitio y apretó su boca contra la de
ella. Era un tormento perverso.
Jane levantó las manos hacia el pecho de él, sin saber si quería aferrarse a
él o apartarlo. Las colocó a ambos lados de su corbata, mientras su fastidio
empezaba a disiparse.
Christopher podría simplemente declararse a ella, entonces toda esta
ridícula confusión desaparecería. Además, estos besos se estaban convirtiendo
con demasiada frecuencia en un consuelo para sus heridas. Si él no estuviera
ciego, ella no soportaría que la utilizaran así. ¿Lo haría?
Habiendo tomado por fin una decisión, ella empujó con firmeza el pecho
de él, y tras un breve apretón de su agarre, Christopher la soltó.
¿Se disculparía?
—Debería irse —dijo él rotundo.
Ella no se lo esperaba, sobre todo, después de haberla besado.
Jane abrió la boca para protestar, pero se detuvo. ¿Realmente estaban
discutiendo por Fowler? Seguramente no.
—Tiene razón —respondió ella, tratando de sonar tranquila, incluso
mientras recogía su regalo y pisaba la alfombra persa, esperando que él
pudiera oír su descontento.

Página 213
Jane llegó a la puerta antes de detenerse. Christopher solo podía guiarse
por lo que le decían los que le rodeaban. Sus oídos se habían llenado de
historias sobre ella y el vizconde, asistiendo a bailes, teniendo una charla
íntima detrás de la columna, yendo al zoológico.
Tanto Amanda Westing como Owen Burnley solo estaban pendientes de
Christopher porque le querían. Pero ella también lo amaba.
Jane suspiró, se dio la vuelta y apoyó la espalda en la puerta. No estaba
siendo una buena amiga al dejarle la cabeza llena de imágenes de lo que
definitivamente no estaba sucediendo. Tendría que romper su promesa.
—Estoy ayudando al señor Fowler —dijo en voz baja.
—¿Ayudándole cómo? —Christopher contestó de inmediato,
demostrando que sus sentidos seguían estando muy atentos a ella—. ¿De la
forma en que me ayuda a mí trayéndome bastones? ¿O de la forma en que me
ayuda moviéndose hacia mis brazos abiertos y separando sus labios?
—Me ofende que lo pregunte. Estoy ayudando a lord Fowler a encontrar
una esposa.
Su mirada, que había estado dirigida a la alfombra, se dirigió hacia ella,
con un leve fruncimiento en la frente.
—¿Perdón?
—Le llevo a hablar con las jóvenes, y luego discutimos sus atributos y lo
bien que se adaptan a sus necesidades. Usted sabe lo difícil que es hablar en
privado con las damas. Yo le facilito la tarea hablando en su nombre.
Christopher consideró esto durante un largo rato.
—¿Y usted se queda cerca para acompañar su conversación, si quiere?
Ella soltó el aliento que no se había dado cuenta de que estaba
conteniendo. Estaba claro que él lo entendía.
—Lo hago, pero tengo una forma de pasar desapercibida.
—Eso es imposible —afirmó él.
Ella se encogió de hombros, aunque él no pudiera verlo.
—A mí me ha funcionado durante tres temporadas, se lo aseguro. Incluso
ha funcionado con usted.
Ella vio aparecer un rubor en sus mejillas.
—Fue estúpido por mi parte no fijarme en usted.
Jane no podía culparle. Por su parte, ella nunca había intentado atraerlo.
—Lo hice por una razón. No para ser una sosa, sino para poder observar
sin ser molestada. Y admito que durante mi primera o segunda temporada,
esperaba que un hombre me atrajera.

Página 214
Ninguno le había interesado como Christopher. Sin embargo, cuando él
no mostró interés, ella se convirtió en una experta en ser distante.
—Y entonces decidí mantenerme lo más discreta posible para evitar el
drama de la atención no deseada o, peor aún, las propuestas de matrimonio no
deseadas hasta el momento en que mi madre me permita abandonar el
mercado matrimonial. Tengo la esperanza de que sea después de esta
temporada.
De un modo u otro, para el otoño habría terminado con las luchas sociales
y las manipulaciones. Jane estaba decidida. Ya había comprobado el coste del
pasaje a Francia. Y si cambiaba de opinión sobre la huida al continente, había
recibido una carta de la señora Burdett-Coutts en la que la invitaba a formar
parte del movimiento contra la crueldad hacia los animales y su sociedad
vegetariana relacionada. Había un lugar para que ella aprendiera más en
Northwood Villa, un hospital dedicado a los vegetarianos, en Ramsgate, Kent.
Jane estaba bastante segura de que echaría de menos comer pollo asado,
aunque sin duda podía dejar atrás la carne de vaca inglesa, por muy fina y
sabrosa que fuera. Prefería ver a una vaca en el campo, batiendo sus largas
pestañas y emitiendo su característico mugido, que ver un trozo del bovino
colgado en el escaparate de la carnicería.
En cualquier caso, habría preferido trabajar con chicas descarriadas, pero
el señor Dickens había dicho que no era conveniente que una joven como ella
se acercara a ellas, y desde luego le había prohibido vivir con ellas y
aconsejarlas en Shepherd’s Bush.
Sin duda, eso era lo mejor, ya que hacía poco que había descubierto lo
ardientes y ávidas que podían ser sus propias pasiones. ¿Cómo iba a aconsejar
a una chica que no se bajara las faldas cuando había dejado que Christopher le
levantara las suyas con tanta facilidad?
De hecho, el mero hecho de recordarlo hacía que su corazón latiera más
rápido y que sus entrañas se estremecieran. Además, deseaba que él lo hiciera
de nuevo y quería hacer lo mismo por él a su vez, independientemente de lo
que eso supusiera.
—Entonces, ¿Fowler no significa nada para usted? —Christopher insistió.
Debía de estar convencido de que ella tenía una relación con el vizconde,
porque era evidente que le costaba aceptar la pura verdad.
—Correcto —prometió ella.
—¿Y me he comportado como un asno en lo que a él se refiere?
Sonrió para sí misma.

Página 215
—Un poco, pero, por favor, no le diga a nadie lo que he revelado. No hay
razón para humillar al hombre que simplemente necesitaba ayuda. Además,
en el programa de su madre, empezó a contarme que por fin había encontrado
a alguien. No tuvo la oportunidad de decirme quién era.
—¿Por eso estaba detrás del pilar?
—Sí.
—Eso fue una tontería por su parte —reprendió.
—Soy consciente. —Pensó con amargura en el contraste entre cómo la
verían quienes la vieran salir de las sombras en comparación con cómo lord
Fowler saldría totalmente indemne.
—Su reputación es su activo más valioso —continuó Christopher—. Eso
es lo que mi madre le dice a Amanda, y me inculcaron que arruinar el carácter
de una dama sería similar a robarle o incluso a perpetrar un grave asalto.
Ahora lo entiendo. Oír a Burnley lanzando calumnias sobre usted en la
exposición de arte fue doloroso.
—No es justo —dijo ella.
Él emitió un sonido de pura frustración.
—Justo o no, es la verdad.
—¿Cree que no lo sé? Siempre he sido el epítome de la discreción.
—Hasta hace poco —señaló—. ¿Qué ha cambiado?
A decir verdad, simplemente ya no le importaba. Por eso acabó en la
terraza de Marlborough House cuando Christopher la descubrió. Por eso se
había quedado a solas con él en más de una ocasión en fiestas y bailes. Por lo
que a ella respectaba, ya casi había terminado el ridículo espectáculo de ser
exhibida durante la Temporada. Se consideraba casi libre del mercado
matrimonial, y era por su propia elección.
Además, Christopher tenía todas las oportunidades para darle alguna
esperanza de que no tendría que afrontar el futuro sola. Sin embargo, todo lo
que podía decir era que consideraba a lord Fowler una buena opción para ella.
Ella también podría preguntarle a él. No tenía nada que perder.
—¿Por qué no se declara ante mí y salva mi maltrecha reputación?
Él no respondió. De hecho, dudó durante demasiado tiempo, y ella se
alegró de que él no pudiera ver sus mejillas encendidas.

CHRISTOPHER NO PODÍA creer lo que escuchaba. Si no conociera a Jane


como una dama inteligente y bien educada, pensaría que no tenía ningún

Página 216
sentido del decoro. Debía sentirse terriblemente confusa para pedirle algo así.
Él, por su parte, se sentía ciertamente confundido. Definitivamente no
estaba interesado en pedir su mano para salvar su reputación. Una razón
insignificante y débil para unir dos vidas, una que siempre había detestado y
que, por lo tanto, había pasado sus años de adulto evitando.
Sin embargo, podía imaginarse fácilmente cayendo de rodillas y
ofreciéndole su nombre y su cuerpo simplemente porque le resultaba cada vez
más difícil concebir una vida sin ella.
Al menos, así se sentía hasta ayer en Hatchards. Desde luego, no quería
ser su empresa de misericordia para el resto de sus vidas.
A no ser que ella lo tuviera todo tan en su contra. Se pasó la mano por la
cara y olió su perfume en la palma, haciendo que su cuerpo se agitara de
nuevo. Sin siquiera preguntar, supo que ella había estado hablando de Fowler
y no de él. El beso de esta mañana lo demostraba. Su noche de tormento había
sido en vano. Era evidente que ella no lo encontraba tedioso.
Sin embargo, a pesar de los avances que había hecho, no podía renunciar a
la preocupación de que la mujer que se casara con él estaría sacrificando un
futuro pleno y rico.
¿Quería Jane viajar al extranjero? No podía concebir la idea de abandonar
Inglaterra nunca más. Seguramente se cansaría de un marido que no pudiera
llevarla a bailar, a los museos y al teatro. Todavía se sentía amargado de que
ella no hubiera ido con él al zoo, aunque hubiera podido oír ¡y oler! el
hipopótamo.
La capa superior de crema en la miserable bagatela de su vida era agria,
no dulce: era el conocimiento de que sería un compañero terrible, más una
carga que un marido, alguien a quien Jane tendría que pasar su vida
describiendo su entorno. Él sería su onerosa tarea, hasta que la dulce
liberación de la viudez la liberase de él.
Mucho antes de ese momento, ella llegaría a estar resentida con él.
Él le evitaría la decepción y se ahorraría la desgracia.
Ella seguía allí de pie. Él podía oír su respiración, esperando una
respuesta a su audaz y desafortunada pregunta.
—Me conformo con nuestra relación actual como amigos. Cualquier otra
cosa no es posible.
Eso debería ser el final. En lugar de eso, su voz volvió fuerte y clara:
—Cuando nos besamos, ¿somos simplemente amigos?
Él suspiró. Él no era un rastrillo ni mucho menos. Nadie lo etiquetaría
como tal. Sin embargo, había hecho el amor con algunas mujeres, y había

Página 217
llegado mucho más lejos con ellas que con Jane. Por supuesto, como la
mayoría de los hombres de su edad y con su estatus, también había pagado el
exorbitante precio de una cortesana experimentada para disfrutar de tardes de
éxtasis absoluto bajo manos y bocas expertas. No muy a menudo, pero lo
había hecho, utilizando su desgastado ejemplar de La Guía Nocturna de
Swell.
Esos eran los encuentros que repetía en su mente cuando se daba placer a
sí mismo.
O solía hacerlo, antes de que todas las mujeres de sus sueños fueran
sustituidas por Jane y sus perfectos labios que le sonreían, mientras sus
bonitos ojos brillaban con inteligencia. Una vez que había sentido sus curvas
bajo las yemas de los dedos, era fácil imaginarla cuando se aliviaba a sí
mismo.
Es más, nunca antes había sentido la tierna emoción que ella evocaba en
su corazón: las cálidas sensaciones cuando anticipaba con entusiasmo estar en
su compañía y quería poner sus necesidades por encima de las suyas, los
sentimientos que empezaba a comprender que eran amor.
—Sí —dijo con firmeza—. Simplemente amigos.
Amaba a Jane Chatley, su voz, su aroma, su sabor, su maravilloso cerebro
y su sentido del humor. ¿Cómo podía condenarla a ser su niñera? Alguien
como ella podía llegar muy lejos en la brillante sociedad londinense. Podía
hacer lo que quisiera, supervisar un salón de gigantes literarios o artistas, y
debía casarse con el hombre más poderoso de Gran Bretaña, por debajo del
príncipe consorte.
¿Por qué diablos querría ella a un hombre ciego?
—Me voy ahora —dijo ella—. Simplemente quería tranquilizarle sobre
lord Fowler. —Su tono resonaba con dolor, y él sintió una repentina oleada de
pánico por no volver a verla.
¿Desaparecería Jane de su vida?
Había estado en su casa casi a diario durante muchas semanas, ayudando a
su madre. La exposición de arte había quedado atrás, y seguramente, sus
planes de decoración de la casa también debían llegar pronto a su fin.
—¿Volverá?
—Tengo que hacerlo. Se lo prometí a su madre. Al menos durante una
semana más.
Oyó el pestillo bajo sus dedos cuando lo abrió.
—Jane, no se enfade.
Ella se rio, sin humor, amargamente.

Página 218
—Por supuesto que no. Valoro nuestra amistad. Buenos días, lord
Westing.
No era un idiota. Sabía muy bien que ella quería tomarlo como una carga
de por vida y que lo haría si él se lo pedía. Jane era generosa y amable. Pero
él sería una responsabilidad, una obligación. Le daba asco pensar en serlo,
recordando cómo se sintió cuando pensó que ella había hablado de él el día
anterior. Ella se merecía mucho más.
Sus pasos se movieron con rapidez por el vestíbulo de mármol.

Página 219
Capítulo 22

—Jane, querida, sabía que no me decepcionarías.


La voz de la duquesa de Westing la detuvo en el vestíbulo. Acababa de
depositar su regalo para Christopher en la mesita donde se esparcían los
guantes perdidos. Su nombre no figuraba en el envoltorio de papel marrón,
pero sería obvio para quién era cuando se abriera.
Las palabras de la duquesa le recordaron a Jane que debía empezar a
llevar los cuadros de Su Gracia a quienes los habían comprado. En lugar de
eso, había esperado huir de la casa de los Forester, ir a la suya y calmar sus
sentimientos heridos con un jerez a primera hora de la tarde.
Girándose lentamente, se encontró con la madre de Christopher, con la
tela doblada sobre un brazo y la pata de una silla en el otro.
—Ha sido un gran éxito, ¿verdad? —murmuró Jane, preguntándose qué
haría la duquesa con una pata de silla.
—¿El qué, querida?
—Su exposición de arte.
Su Gracia hizo un sonido de cacareo.
—No debe vivir en el pasado, querida. Todo eso ha quedado atrás.
Excepto por hacer llegar los cuadros a las personas adecuadas. Y para eso está
aquí. Lo hará, por supuesto, ¿no?
La duquesa tenía la habilidad de ordenar antes de preguntar, pero estaba
bien. Jane tenía la intención de hacerlo de todos modos. Su charla con
Christopher simplemente había hecho que su intención se esfumara de su
cerebro.
—Hoy he venido en un pequeño cabriolet, me temo. No he traído un
carruaje lo bastante grande.
La duquesa sonrió.
—Está bien, querida.
Y Jane se relajó. Se le estaba dando un respiro por el día. Entonces Su
Gracia gritó:
—¡Christopher!

Página 220
¡Dios mío! ¿Ahora qué estaba haciendo la mujer?
La puerta del salón se abrió, y él apareció.
—Estoy aquí, madre. No escuché la puerta principal. ¿Está lady Jane
todavía aquí?
—Sí —dijo Jane, y su voz se quebró. Tosió y lo intentó de nuevo—. Sí,
todavía estoy aquí.
—Jane está llevando mis pinturas a sus nuevos hogares hoy. La enviaré en
el landó, y quiero que vayas con ella.
Jane jadeó. Esperaba que Christopher no pensara que ella había ideado
este plan.
—Su Gracia, puedo volver otro día con el carruaje de mi padre. Lord
Westing no necesita molestarse con esto.
—Por supuesto, mi hijo no encontrará ninguna molestia. —La duquesa se
rio e hizo malabares con la tela y la pata de la silla de un brazo a otro—.
Insisto. No podemos hacer esperar a mi público. Además, usted está aquí y
Christopher también. Así podrá salir y ver a otras personas. Quiero decir,
conocerlos, por supuesto, interactuando, si entiende lo que quiero decir.
—Madre —dijo él con la irritación goteando de su lengua—. Entendemos
lo que quieres decir.
—Así que está decidido entonces —añadió ella—. Sabéis lo mucho que
agradezco vuestra ayuda.
Jane pensó en lo que había ocurrido en el salón minutos antes.
—Podríamos llevar a lady Amanda como acompañante. —Aunque en
realidad, tener a la hija menor junto a ella hacía que todo el viaje fuera aún
menos atractivo. Tal vez se podría persuadir a la niña para que se sentara con
el conductor, pensó Jane con malicia. Que le entrara un poco de aire
londinense lleno de hollín en las fosas nasales.
La duquesa hizo una pausa.
—¿Amanda? No es necesario, por lo que a mí respecta, pero eso depende
de usted. No creo que nadie tema por su reputación cuando esté con
Christopher.
—¿Y eso por qué, madre? —Su tono era como el filo de un cuchillo.
¡Oh, Dios! Eso no era lo que debía decir la duquesa. Jane esperaba que no
lo hubiera dicho en serio porque ciertamente había sonado condescendiente y
castrante.
—¿Por qué? —volvió a preguntar él—. ¿Porque un ciego no puede ser
una amenaza para una mujer?
Jane lo observó apretando las manos a los lados.

Página 221
—¿Qué demonios estás diciendo? —dijo su madre, caminando hacia las
relucientes y limpias ventanas laterales de la enorme puerta principal y
examinando su tejido a la luz del día.
Christopher suspiró.
—Estoy diciendo que la reputación de Jane se vería tan amenazada por
estar conmigo a solas en un carruaje como lo estaría si estuviera, oh, no sé…
acechando en las sombras con gente como lord Fowler.
Jane tragó saliva. No iba a dejar pasar fácilmente su transgresión.
La duquesa de Westing levantó la cabeza al comprender sus palabras.
—No pretendía poner en duda tu capacidad para arruinar a las jóvenes —
dijo, sonando molesta—. Estoy bastante segura de que eres capaz de arruinar
a una joven, así como a cualquier hombre que exista. Normalmente, sin
embargo, trato de no considerar que mi hijo envilece a las mujeres —añadió,
frunciendo el ceño hacia Christopher—. Tampoco me refería a tu ceguera,
sino a tu impecable carácter y también al de Jane.
La duquesa envió a Jane una plácida sonrisa.
—Ciertamente no pensé que a nadie le importara que ustedes dos salieran
a entregar mis cuadros. Con un lacayo y un chófer.
—Sería inapropiado, madre, al igual que fue inapropiado que nos dejaras
solos en tu estudio.
¡El hombre tenía una memoria como el proverbial camello griego!
La duquesa simplemente se encogió de hombros.
—Madre, no puedo creer que sea yo quien tenga que recordarte estas
sencillas reglas.
Jane esperaba que pusieran fin a su hostil conversación o, al menos, que
esperaran a que ella dejara de oírla. Ciertamente la estaban tratando como a
una más de la familia.
—¡Un ciego sigue siendo un hombre! —añadió Christopher, con un tono
cortante.
La duquesa resopló.
—Nunca pensé lo contrario. Estás siendo demasiado sensible y duro
conmigo. Sin embargo, puedes llevarte a Amanda, si crees que te será útil.
Pero ¿por qué alguien acecharía en las sombras? ¿Y quién es lord Fowler?
Miró a Jane, quien, tras una breve pausa, decidió que debía responder.
—Estuvo en su exposición. Compró el caballo en el prado con la bonita
casa de campo en la distancia.
—Qué bien. Me gusta ese cuadro. Es extraño pensar que ahora estará en
posesión de otras personas y que no lo volveré a ver. Nunca.

Página 222
La madre de Christopher empezó a mostrarse realmente molesta.
—Solo piense en la alegría que le darán a sus nuevos propietarios —le
recordó Jane—, y ahora su estudio tiene mucho más espacio para que pinte
muchos más.
—Muy cierto. Gracias, Jane. Es una chica muy servicial y siempre sabe
qué decir.
Cómo le gustaría a ella que fuera así.
—Obviamente, no puede acompañarme a entregar mis cuadros, así que
tendré que arreglármelas sin usted, supongo. Pero pensándolo bien, no puede
llevarse a Amanda. La necesito. Tendrá que llevar a una de las criadas.
—¿Está de acuerdo, lady Jane? —preguntó Christopher—. Parece que mi
madre se está haciendo cargo de su día.
Jane reflexionó. Él le estaba dando una forma de retirarse si ella quería.
Sin embargo, su temperamento anterior e incluso sus sentimientos heridos
estaban algo aplacados. Sabía perfectamente que él la deseaba. Cuanto más
tiempo pasaran juntos, más probable sería que él confesara sentir algo más
que amistad.
—Sí, es agradable, señor.
La duquesa hizo un sonido de exasperación.
—¿No creen que ya deberían pasar a llamarse Jane y Christopher? —
Luego se alejó por el pasillo—. Después de todo, Jane se ha convertido en
algo parecido a la familia, como otro de mis hijos. —Desapareció tras la
puerta de la biblioteca de los Forester, que actualmente albergaba todas las
muestras e ideas de decoración de la duquesa.
—Ojalá pudiera verme aquí de pie, sintiéndome incómoda.
—¿Por qué? —preguntó él, aún serio.
—Porque entonces tal vez se ablandaría de nuevo, y podríamos empezar
desde el principio. Amigos, como sugirió.
Ella le vio apretar la mandíbula y luego respirar hondo.
—Mejor que le trate como mi amiga que como mi hermana, como cree
mamá —dijo al fin, y luego le mostró su conocida sonrisa.
Ella se rio.
—Admito que no le considero mi hermano.
—Bien. Amigos entonces, y vamos a llamar a una criada dispuesta a
acompañarnos.
—Supongo que sería prudente —aceptó Jane—. No querrá verse atrapado
en una situación pegajosa como en la terraza de Marlborough House. Mi
madre estuvo a punto de medirnos y casarnos en una hora.

Página 223
Ella pensó que él se reiría. No lo hizo.
—¿Habría sido tan malo? —preguntó.
¿Cómo podía preguntar eso ahora, después de haberla rechazado?
—Solo quería decir que… nadie quiere ser empujado al matrimonio —le
recordó ella—. O atrapado. Lo hablamos esa noche y en el estudio de su
madre.
En pocos minutos, Jane se encontraba en el lujoso landó de cinco cristales
de los Westings, rodeada de tantos cuadros como cabían con ella y
Christopher dentro. La criada había sido enviada a sentarse con el chófer,
anulando por completo su propósito en lo que a Jane se refería. Si quisiera,
podría inclinarse, más allá de los cuadros envueltos a sus pies, y besarlo. No
es que lo hiciera. Humillarse una vez pidiéndole que se casara con ella y ser
rechazada era suficiente por hoy.
Así, su alegre grupo partió de Berkley Square para comenzar las entregas.
La mayoría de las compras se realizaban en un radio de dos millas, donde
vivían los más ricos de la alta sociedad. Algunos eran amigos de la duquesa.
Otros querían asegurarse de estar incluidos en el último objeto de arte de
moda, en este caso, las acuarelas de un compañero aristócrata, y de una mujer
artista, además.
Por desgracia, ella y Christopher apenas hablaban. Jane empezó a
describir el lugar en el que se encontraban hasta que él levantó la mano y le
pidió que se abstuviera de sonar como una guía.
Ella cerró la boca.
Salvo en la casa de lady Mulberry, donde Jane se negó a bajar del
carruaje, en cada parada acompañaba al lacayo hasta la puerta, mientras
Christopher se quedaba a la vista en la acera. Muchos compradores ya habían
firmado billetes, que Jane introducía en una bolsa de cuero. Algunos
simplemente habían escrito y firmado su intención de pagar.
Cuando volvió a subir al carruaje después de la cuarta parada, Jane se rio
en voz alta.
—¿Qué pasa? —preguntó Christopher, cerrando la puerta tras él.
—Tener mayordomos y amas de llaves entregándome grandes sumas…,
todo el proceso es peculiar.
—Supongo que ahora es usted como una mujer de negocios.
—No puedo imaginarme que haya algo que pueda hacer o vender que
engendre esas grandes cantidades de dinero. Puede que intente pintar como
sugirió su madre.

Página 224
—Debería —dijo él, aún sonando plano—. Destacará en ello, no me cabe
duda. Hablando de éxito, creo que los decoradores empezarán por fin en
nuestra antigua casa la semana que viene.
—Sí, me lo dijo su madre.
—¿Seguirá participando?
—Creo que su madre y lady Amanda pueden tomar todas las decisiones
finales.
—¿Amanda? —Su tono era incrédulo.
—Sí, ella ha estado ayudando.
Hizo una pausa.
—¿Ayudando? Estoy tratando de entender cómo puede ser.
Jane tarareó con suavidad para sí misma. ¿Aprobaría él que su familia
fuera manipulada por ella? No estaba segura, ahora que estaban en términos
inestables.
—Qué noble de su parte —murmuró Christopher—, arreglando un
Westing tras otro.
Cruzando los brazos, se inclinó hacia atrás, y ella comprendió demasiado
bien lo que quería decir. Todavía se consideraba una tarea que ella se había
impuesto.

—POR FIN LA HE ALCANZADO.


Jane miró a su alrededor con la esperanza de ver una escapatoria.
Estúpidamente, había bajado las escaleras y entrado en la biblioteca antes del
almuerzo, pensando que podría volver a su habitación sin problemas después
de haber cogido un libro de traducción al francés. Sin embargo, Bernard había
irrumpido en su santuario y la había acorralado.
—Ya me iba —le dijo ella, tratando de pasar a su lado.
Él suspiró.
—¿Es simplemente maleducada o una terrible cobarde?
Su acusación no significaba nada para ella. Que pensara de ella lo que
quisiera, mientras no tuviera que hablar de matrimonio con él.
—Me dirijo a entregar el último de los cuadros de la duquesa de Westing.
—Ella tenía la intención de hacerlo en algún momento, y tal vez ahora era el
momento.
—Tal vez pueda ser de ayuda.

Página 225
Lo miró fijamente. No tenía intención de estar dentro de un carruaje con
su primo.
—Creo que lord Westing me acompañará.
Jane no lo sabía realmente. De hecho, lo dudaba. Cuando terminaron el
día anterior, Christopher le dio los buenos días y desapareció en los recovecos
de la casa de los Forester. Parecía que incluso su amistad había llegado a un
final inoportuno.
Bernard enarcó una ceja.
—Sabía que pasaba mucho tiempo con los Westing, pero no me había
dado cuenta de que le hacía compañía al marqués. ¿Tiene algún acuerdo con
él?
Casi se rio. No fue por falta de intento, prácticamente rogando a
Christopher que se declarara.
—No —dijo ella—. No lo tenemos. —Supuso que mentir podría ser una
buena opción para librarse de Bernard, pero no dudó que llegaría a oídos de
los Westings y le causaría una mortificación extrema. Imaginando la sonrisa
de Amanda y, lo que era peor, recordando el silencio de Christopher antes de
rechazarla, si pretendía un acuerdo, sería denunciada públicamente.
—Está bien, entonces. Hablemos con franqueza. Después de todo, he
venido desde muy lejos a Londres.
—Su casa está a solo una hora de distancia —señaló ella.
—También podría ser su casa —dijo él.
Y así comenzó. Aparentemente, iban a tener esta conversación sobre la
unión matrimonial.
—Después de todo —añadió él—, esta casa también será mía algún día.
¡Qué bastardo sin corazón!
—Quizá una ley del parlamento cambie las cosas —espetó Jane, solo para
llevar la contraria.
Él parpadeó.
—No sé a qué se refiere.
Por supuesto que no lo sabía.
—No importa. Solo son deseos —dijo ella, y tomó asiento para que él
también pudiera hacerlo—. Muy bien, hablemos, primo.
—Su padre está de acuerdo en que sería bueno para la familia que nos
casáramos.
—Mi padre no está aquí —señaló ella.
—En realidad, sí está. Volvió ayer a última hora.

Página 226
—Oh. —No era de extrañar que su madre hubiese estado ausente por la
mañana. A menudo se retiraba de la casa para visitar a sus amigos cuando el
conde estaba en la residencia.
—En cualquier caso, ya me ha dicho que está conforme con la eficacia de
tal acuerdo.
Su primera reacción fue zafarse de la soga que le pasaban por la cabeza.
—Si se casa conmigo —dijo Jane—, lo más seguro es que mi padre no
quiera renunciar a nada hasta que se muera. Será un residente en su propia
casa si decide vivir aquí. ¿No le parece intolerable?
—Dijo que nos regalaría la casa de campo en Chipping Ongar.
A su padre nunca le gustó el campo, así que no fue una sorpresa.
—No se preocupe. No seríamos parias sociales —añadió Bernard—.
Podríamos seguir viniendo a Londres para el momento álgido de la
temporada.
Al parecer, lo tenía todo planeado.
—¿Desea realmente casarse conmigo? —preguntó ella sin rodeos,
mirándole fijamente.
Parecía un Chatley, con el pelo y los ojos castaños, y la nariz pequeña y
los pómulos altos de su padre. No había nada desagradable en él, excepto…
recordó las palabras de su madre sobre la crueldad.
¿Se podía ver ese rasgo? ¿Estaba en la forma en que mantenía sus labios?
Esos labios se dibujaron en una fina sonrisa.
—Es una esposa tan aceptable como cualquier otra hembra.
Ella esperó, pero no dijo nada más. Jugueteando con el libro que tenía
sobre la mesa, Jane preguntó:
—Entonces, ¿no le interesa el amor?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Es una romántico, entonces?
Jane supuso que lo era, con una buena dosis de precaución.
Cuando ella no respondió, Bernard ladeó la cabeza y le tomó la medida.
—¿Por qué no querría casarme con usted? Es atractiva, puede mantener
una conversación sin tartamudear y tiene una cuantiosa dote. Sería un tonto si
buscara otra cosa. Mientras no resulte estéril, es positivamente la esposa ideal
para mí.
El hecho de que él mencionara la palabra «estéril» trajo a la mente de Jane
la imagen de ellos intentando reproducirse. Su estómago se apretó incómodo.
La idea de desnudarse ante Bernard y que este la tocara le daba miedo, no era

Página 227
excitante. Y algo más, repulsivo. Estaba francamente sorprendida por su
reacción visceral y severa.
Antes de Christopher, ciertamente la habían besado y no había sentido
repulsión, simplemente impasibilidad. Ahora, pensando en cómo él había
hecho reaccionar su cuerpo, no podía imaginarse tolerando algo menos.
Francamente, no podía imaginar a ningún otro hombre poniendo sus labios o
sus manos sobre ella.
Una vez más, prefería prescindir por completo de un hombre.
—Hace un buen recuento, primo, de las ventajas que disfrutaría. Sin
embargo, las ventajas están todas de su lado. ¿Por qué querría casarme con
usted?
Jane le dejó que pensara en eso un momento. Pero no lo hizo. Bernard
pareció instantánea y totalmente sorprendido.
—¿Por qué no iba a querer? —replicó—. Aparentemente no ha tenido
ninguna oferta, y ha tenido tres temporadas.
—No son exactamente tres —protestó ella, ya que todavía estaban en la
tercera.
—Aun así —dijo él, lanzándole una mirada despectiva—. La alternativa
es acabar siendo una solterona.
Una palabra que asustaba a tantas mujeres, y que también asustaría a Jane
si no tuviera un poco de dinero ahorrado.
—Entonces, ¿lo único que puede decir para recomendarse a sí mismo es
que es mi única opción?
Él frunció el ceño.
—Por supuesto que no. También podrá permanecer en su casa.
—Sin embargo, nunca será realmente mi hogar, como tampoco es el de mi
madre, a pesar de que ella ha vivido aquí muchos años y lo ha dirigido tan
bien como cualquier condesa.
—Sí, su madre —dijo él—. ¿La quiere y se preocupa por ella?
—Por supuesto.
—Entonces quizás ella sea la mejor razón para que se case conmigo. Si
no, ¿dónde vivirá lady Chatley?
¡De nuevo, un bastardo sin corazón!
—Naturalmente, si usted dijera que no la quiere aquí después de que
tomemos la propiedad —continuó—, entonces ella se iría. Piense que por
primera vez tendrá el control.
Él acababa de mostrar el poco control que ella tendría en realidad.
Además, pensó que su padre le dejaría a la madre de Jane el dinero suficiente

Página 228
para establecer su propia residencia.
¿O no lo haría?
—¿Estamos de acuerdo? —preguntó Bernard, con cara de seguridad.
Jane miró el libro de francés y supo el camino que deseaba tomar. Pero el
bienestar de su madre era ciertamente un nuevo fallo en su plan. En cualquier
caso, cuanto menos dijera que pudiese agradar a su primo, mejor.
—Sus argumentos son válidos. Eso es cierto —dijo ella con diplomacia.
Él sonrió, y ella se preguntó si su madre tendría razón sobre la crueldad
que se escondía tras los ojos de Chatley.
Además, al igual que esta conversación en la que se determinaban sus
deseos era totalmente una farsa, ya que su padre y Bernard podían tomar la
decisión que quisieran, su acuerdo, o su desacuerdo, era tan vinculante como
su propia capacidad para hacer un contrato legal, es decir, ninguno en
absoluto.

Página 229
Capítulo 23

Amanda arrojó algo sobre su regazo, y Christopher sintió deseos de


estrangularla.
—Por favor, adviérteme, hermana, antes de que me lluevan rocas. Casi me
das un susto de muerte.
Amanda se rio.
—Es solo un libro.
—¿Estabas leyendo un libro? —Christopher lo cogió. Era grande tanto en
altura como en grosor—. ¡Y uno enorme, además!
—Por supuesto que no —se burló ella—. Lo encontré en el vestíbulo.
Estaba envuelto sin miramientos en papel marrón y sin ningún tipo de
dirección. Esperaba que fuera algo emocionante, pero, por desgracia, es solo
un libro.
—Probablemente algo que papá compró mientras estaba en Hatchards el
otro día. —Ese horrible día en el que pensó que Jane despreciaba cada
momento que había pasado con él—. ¿Por qué me lo das? Soy ciego, si lo
recuerdas. ¿Estás siendo cruel?
—¡Chris, no! ¿He sido una hermana tan terrible? —Se sentó a su lado—.
El libro debe ser para ti porque está todo lleno de baches. Compruébalo tú
mismo.
Al instante, su corazón se aceleró ante la posibilidad. Si Amanda tenía
razón…
Abriendo la portada, pasó la mano por la página derecha y su corazón dio
un salto. ¡Dios mío! Al principio, no le encontró sentido, luego se frenó y
volvió a trazar la primera línea. Se dio cuenta de que no se trataba de un
alfabeto extraño y desconocido, sino simplemente del inglés, pero con puntos
en relieve para que pudiera sentir cada letra.
—Guy Fawkes —leyó después de un momento, y Amanda jadeó de
alegría. Leyó la siguiente línea: «Impreso en tipo raphigraphy»—.
Sinceramente, si hubiera estado solo, podría haber llorado.

Página 230
—¿Qué es la rafigrafía? —preguntó su hermana, que se había dado cuenta
de su emoción.
—Es el nombre de un tipo de letra especial llamado Decapoint. El
profesor de la escuela de ciegos cerca de Regent’s Park dijo que fue inventado
por un francés llamado Braille. ¿Puedes ver las letras?
—Sí —dijo Amanda—. Son más tenues que la letra normal, pero puedo
leerlas fácilmente. Dale la vuelta a la página —le instó.
Hizo lo que ella le pidió y palpó la página izquierda, que estaba en blanco,
y la derecha, que era la siguiente página del título: Guy Fawkes o La
Conspiración de la Pólvora. Un romance histórico de William Harrison
Ainsworth. Luego, más abajo, decía: Publicado en 1841.
Amanda suspiró.
—¡Qué lástima! No es una novela gótica. Solo una vieja y seca historia.
Ignorándola, Christopher comenzó a leer una carta dirigida a la señora
Hughes, obviamente la mecenas de Ainsworth. Y entonces, llegó al prefacio y
leyó en voz alta:

»Las medidas tiránicas adoptadas contra los católicos romanos


a principios del reinado de Jacobo I, cuando se revivieron las
severas disposiciones penales contra los recusantes…

—¡Para! —Amanda suplicó—. O gritaré. Me voy. —Con eso, se levantó del


sofá.
—Está bien —dijo él, apenas escuchando mientras mantenía sus dedos
sobre las letras en relieve.
—Solo dime, querido hermano, ¿eres feliz?
—Extasiado —dijo él.
Su hermana le dio un beso en la frente y ya casi había salido de la
habitación antes de que él la llamara.
—Pregúntale a papá y a mamá quién me compró esto.
—Cuando los vea —dijo ella, y sus pasos salieron por la puerta.
Un libro sobre el intento fallido de volar las cámaras del parlamento en
1605, una historia llena de política e historia. Christopher apostaría que era
del duque.

Página 231
—QUIERO SACUDIR A MI padre —vociferó Jane al día siguiente, cuando
encontró a su madre en el comedor repasando el correo del día. Había llegado
una invitación a la familia Chatley de parte de los Forester para cenar junto
con otras parejas durante una de las últimas veladas de los Westing, antes de
que estos se trasladaran a su casa en Grosvenor Square.
Lamentablemente, su madre tuvo que declinar.
—Tu padre estuvo aquí hace unos momentos y dijo que estaría ocupado.
Ni siquiera le había dicho la fecha de la cena. Cuando se lo mencioné, repitió
que estaría ocupado, independientemente de la fecha.
La condesa dejó de hablar mientras la criada les traía el té. Cuando Jane
no estaba fuera de casa, ella y su madre intentaban tomar juntas el té de la
tarde a diario. La criada lo sirvió y se fue.
Su madre cogió una cucharilla y revolvió ociosamente el azúcar, mirando
el bonito mantel de encaje y la invitación que descansaba sobre él.
—Me doy cuenta de que tiene una nueva amante por el impulso extra que
da a sus pasos. —Entonces lady Chatley soltó un grito y dejó caer la cuchara
—. No puedo creer que te haya dicho eso. Debo de estar entrando en mi
madurez para ser tan descuidada.
Jane apenas podía soportar la preocupación de su madre por el decoro.
—No soy una niña. Es más, he sido consciente de las costumbres
depravadas de mi padre durante mucho tiempo. Depravado y cruel. ¿Por qué
desperdiciar su vida y la tuya? En lugar de una unión de mentes y corazones,
sois dos personas que no hicieron nada más juntas que concebirme a mí.
Su madre suspiró.
—Esa no fue mi elección, pero he llegado a aceptar cómo son las cosas.
¡Cómo son las cosas!
—Tu marido es un triste individuo que no te merece a ti ni a la hacienda,
ni siquiera a mí.
Su madre sonrió.
—Tú eres mi Jane luchadora, y tienes razón. Sin duda estaría mejor viuda.
Jane no podía sorprenderse, pues había pensado lo mismo muchas veces
en nombre de su madre. Sin embargo, le sorprendió que ella lo expresara.
—Mamá, lo siento mucho.
Lady Chatley se encogió de hombros.
—He tenido una vida cómoda. No hay nada que lamentar. Sin embargo,
aún no he cumplido con mi deber de conseguir que te cases felizmente. Sé
que no te gusta que en ocasiones te haya empujado hacia un hombre u otro.
Jane puso los ojos en blanco.

Página 232
—Más que ocasionalmente, diría yo.
—Pero solo hacia hombres que podía ver que eran íntegros. Lord
Cambrey, por ejemplo. Por la forma en que trabajaba con nosotros en
beneficio de los huérfanos, me di cuenta de que era cariñoso y atento. Lo
mismo con lord Westing, o incluso lord Fowler. Estos no son hombres que te
tomarían por tonta como tu padre ha hecho conmigo.
—Tienes razón en los tres casos.
—¿Y no puedes amar a Fowler o a Westing?
Jane suspiró, pero no tenía sentido confesar su amor por Christopher.
—No es como si no tuvieran nada que decir en el asunto. Escoger un
marido no es como elegir entre un recipiente de golosinas en el que la
golosina no tiene elección. Los hombres sí tienen voz y voto en el asunto.
La boca de su madre se torció como si no estuviera de acuerdo.
—Si quisieras casarte con un hombre, aunque él dudara, creo que podrías
tenerlo. Eres Jane Emily Chatley, la chica más capaz que podría imaginarme
criar.
Se sonrieron mutuamente, y Jane al fin dio un sorbo a su té.
—Te agradezco que no me obligues a emparejarme con Bernard. Temía
que lo hicieras solo para beneficiar a la familia.
Su madre bajó la cabeza.
—Me temo que Bernard es demasiado parecido a tu padre. No debes
casarte con un hombre que no es digno de ti, porque se pasará la vida dándote
la razón.
El corazón de Jane se encogió de nuevo. Antes de que pudiera ofrecerle
consuelo, su madre continuó.
—Una vez tuve un joven interesado en mí. —Su tono se aligeró al hablar
—. El hijo de un vizconde, un verdadero caballero. Los ojos azules más
bonitos que he visto en un hombre. —La condesa suspiró—. Por alguna
razón, Charles Chatley decidió que también me quería a mí. Por desgracia, en
cuanto mi padre se enteró de que un conde quería a su hija, no tuve más
remedio que aceptarlo.
Jane podía ver fácilmente por qué su padre había elegido a su madre.
Lady Chatley apuró su taza y se sirvió otra.
—Nunca te obligaría como me obligaron a mí. Tienes opciones que yo no
tuve, pero aun así quiero verte bien asentada.
—¿Qué pasó con tu joven? —Jane se dio cuenta de que su propia voz
estaba espesa de emoción, imaginando a su encantadora madre como una
debutante esperanzada.

Página 233
—Le rompí el corazón. Se mudó al continente. Me he preguntado si tu
padre se encuentra alguna vez con él cuando está allí.
Una idea impactante. A Jane le entristeció pensar en su madre
contemplando a su infiel marido cruzándose con su hombre de ojos azules
con el corazón roto.
—¿Nunca se casó? —preguntó Jane.
—No. —Hizo una pausa—. Me ha escrito en alguna ocasión.
El pulso de Jane se aceleró al pensar en el hombre que quizá seguía
esperando a su madre después de todos estos años.
—¿Le has contestado?
—No —dijo su madre con rapidez. Quizás demasiado rápido—. ¿Sabes lo
fácil que es para un hombre divorciarse de su mujer por motivos de adulterio?
Jane se quedó con la boca abierta.
—No creerás que papá…
Su madre la miró fijamente.
—No podría correr ese riesgo. Nunca le he dado el más mínimo motivo
para dudar de mí, ni una pizca de escándalo, ni un tufillo de interés por otro
hombre. En cuanto naciste, me enamoré absolutamente de ti. Tienes mi
corazón, Jane querida. Si hubiera intentado escapar de la infelicidad con mi
marido, lo habría perdido todo. Una esposa no tiene existencia legal, como
sabes. Si lo hubiera dejado, no podría llevarme nada, ni siquiera a ti. Y tú eres
lo único a lo que no renunciaría. Un poco de infelicidad por un marido no es
nada comparado con el amor por un hijo. Ciertamente, no podría perderte por
él en un divorcio. —Su madre dio un sorbo a su segunda taza de té—.
Entonces habría tenido que hacerme viuda para conservarte.
Jane tomó aire, porque estaba segura de que su madre hablaba en serio.
—La buena noticia en nuestro actual estado de existencia por la ley
inglesa —continuó la dama—, y creo que es la única buena noticia, es que no
se me puede culpar de prácticamente nada porque Charles y yo somos
considerados uno solo. Si prendo fuego a nuestra casa, ya que en realidad es
su casa y somos la misma entidad legal, entonces no se me puede culpar. La
ley lo considera como si hubiera quemado su propia casa. No es que lo
hiciera, por supuesto. Simplemente señalo los extremos ridículos a los que
nos lleva la ley actual. A mí tampoco me pueden condenar por robarle a él, ya
que somos un solo cuerpo bajo la ley, y él no puede robarse a sí mismo. —Su
madre recogió la invitación de los Foresters—. Muy extraño, ¿verdad? Si
fuera una mala mujer, una pirómana o una ladrona, entonces estaría

Página 234
totalmente protegida. Si soy solo una buena madre, cuyo marido es un
adúltero cruel y sin amor, no hay nada que pueda hacer.
Jane se acercó y tocó la mano de su madre.
—No, no estés triste por mí, Jane querida. Debería haber exigido un
acuerdo matrimonial o, al menos, mi padre debería haberlo hecho.
Naturalmente, tendremos uno para ti cuando llegue el momento.
Jane sintió que una ola de culpabilidad la inundaba. Todas las veces que
se había sentido restringida o presionada por su protectora y, a veces,
prepotente madre… Y todo ese tiempo, su madre podría haberla abandonado
al descuido de su padre. En lugar de eso, se había quedado con Charles
Chatley, un derrochador que bebía ginebra, por el bien de Jane.

JANE LLEVÓ A SU PROPIA criada a la casa de los Forester y recuperó el


resto de los cuadros. No vio a nadie, ya que la duquesa de Westing y lady
Amanda estaban en su antigua casa de Grosvenor Square, y Christopher
estaba en el parlamento con su padre.
Solo quedaban algunas acuarelas, una de ellas para lord Fowler.
Por suerte, él estaba en casa cuando ella pasó por allí, y pronto se
encontró en su salón, con su criada sentada cerca y lord Fowler exclamando
sobre la belleza del cuadro.
Jane pensó que era bastante dulce la forma en que él consideraba dónde
colgarlo. Cuando le preguntó, le dio su opinión, y recorrieron toda la
residencia hasta que él decidió ponerlo en su comedor, que carecía de
cualquier adorno en la pared, excepto un largo espejo horizontal sobre el
aparador.
El bonito prado con flores silvestres blancas y un caballo ruano, junto con
una casa de campo en la distancia, quedaba perfecto en su pared gris pálido.
—Le da un poco de vida a la habitación —bromeó él—. Por supuesto, si a
mi futura esposa no le gusta ahí, se puede mover de inmediato.
Jane le acompañó de vuelta al salón.
—Me disculpo por haber sido negligente en el cumplimiento de mi
promesa al respecto.
—Querida lady Chatley, como intenté decirle en la exposición de arte, he
tomado mi decisión.
Cuando ella se sentó, él también lo hizo.
—¿Y la señora ha aceptado?

Página 235
—Todavía no se lo he pedido —confesó lord Fowler—. Sin embargo,
creo que será una mera formalidad.
¿Cómo podía pensar eso? A no ser que ya hubiera pasado mucho tiempo
con la dama en cuestión.
—¿Tiene algún indicio de que ella le corresponde?
La miró largamente.
—Los tengo.
Su actitud era extraña, y la pequeña semilla de preocupación que ella
había tenido desde la exposición de arte floreció con rapidez. En el Salón
Egipcio, la intensidad de lord Fowler y la forma en que le había cacareado
que había encontrado a una mujer que le gustaba «por encima de todas las
demás» y su deseo de decírselo de inmediato, la habían inquietado.
Tragó saliva. Jane no quería hacerle daño. Obviamente, debido a la
cantidad de tiempo que habían pasado el uno en compañía del otro y a la
forma excesivamente familiar en que habían hablado, él había sacado una
conclusión de consideración que ella simplemente no sentía.
—No estoy seguro de que le agrade mi elección —continuó.
No, no le agradaba, no si él se había enamorado de ella.
—Ojalá hubiera dicho algo antes. —Ella le habría recordado que no
deseaba estar en su lista de posibles esposas.
—Ha estado tan ocupado, como ha dicho, que no he podido hablar con
usted. —Él agachó la cabeza—. Sé que ha intentado disuadirme, pero mis
más profundas emociones sentimentales se han visto involucradas. Me temo
que no le complacerá.
Dios mío, era a ella a quien amaba.
—Le ruego que lo reconsidere —dijo Jane.
Él sacudió la cabeza.
—¿Cómo puede estar tan segura de que no será un buen partido? Mi
corazón está comprometido. No puedo prever una vida sin ella. No estoy
seguro de la forma de decirlo decentemente. En resumen, amo…
—No, lord Fowler, no lo declare en voz alta. —Jane quería arrancarse los
pelos. ¿Cómo había estropeado tan miserablemente esta sencilla tarea? El
pobre Richard Fowler estaba a punto de enfrentarse a una terrible decepción.
—¿Por qué no? —Tenía una sonrisa desconcertante.
—Si lo hace, tendré que darle un no rotundo. Será una escena terrible. Se
supone que no debe amarme.
Debía cortarlo de raíz. No podía imaginarse a lord Fowler levantando sus
faldas de la forma en que lo había hecho Christopher, más que a Bernard.

Página 236
—No lo hago —dijo él.
—No, no lo diga —continuó ella—. El objetivo de este ejercicio era…
¿qué ha dicho?
—No la amo, lady Jane.
Ella frunció el ceño.
—¿Y sin embargo desea casarse conmigo?
Parecía sorprendido.
—Pues no, no lo deseo.
Jane abrió la boca y la cerró.
—Creo que me he equivocado de bastón, ¿no es así?
—Espero que no se ofenda. —Lord Fowler se levantó de su asiento y se
sentó intempestivamente a su lado.
Ella miró hacia su criada, cuyos ojos se habían agrandado ante el curso de
la conversación hasta ese momento.
Lord Fowler le dio una palmadita en el hombro de forma incómoda.
—Querida lady Jane, al principio esperaba que fuera usted, pero pronto la
aparté por completo de cualquier consideración. Y tenía razón, solo hay
espacio para una dama en mi corazón, ciertamente no para una lista entera.
Jane respiró hondo y se relajó. A él no le importaba ella. ¡Qué maravilla!
—Estoy encantada por usted y no me siento en absoluto ofendida. Por
favor, no me mantenga en suspenso ni un momento más. ¿Quién es la
afortunada?
—Lady Brethens. —Anunció el nombre sin aliento, casi con una
reverencia normalmente reservada para hablar de un santo.
La sorpresa reverberó en ella, seguida con rapidez por la perplejidad.
¿Matilda Brethrens?
—Sé que no lo aprueba —declaró—, pero ella y yo nos convenimos.
—No me corresponde aprobar o desaprobar —respondió Jane, y luego
recordó que, de hecho, le había advertido que se alejara de esa misma mujer
—. Sin embargo, estoy desconcertada. ¿Cuándo ha conversado usted con lady
Brethrens hasta el punto de decidir que la ama?
—Aquí y allá —dijo él—. Ella estuvo en prácticamente todos los eventos
a los que asistimos usted y yo. Al principio, la dejé de lado, como usted
sugirió. Sin embargo, algo en ella me atrajo. Supongo que, al principio,
fueron sus perfectos tirabuzones. Luego vi sus hoyuelos cuando sonríe.
Tenía una mirada beatífica, y Jane sintió que su propio corazón se
disparaba. Parecía realmente un hombre enamorado. ¡Qué raro y maravilloso
es ser testigo de ello!

Página 237
—Cuando no me descartó de plano, descubrimos que teníamos intereses
similares. —Lord Fowler asintió para sí mismo—. Es fastidiosa, sin duda,
pero a menudo estoy de acuerdo con sus opiniones e incluso con sus quejas.
Aunque ciertamente tiene un buen número de ellas, lo admito.
Jane sonrió ante su última frase. Aquí estaba un hombre dispuesto a
aceptar a una esposa a la que había llamado regañona, y a hacerlo porque
amaba a la dama, a pesar de sus defectos. Sin embargo, apostaría su último
alfiler de sombrero a que el cuadro de acuarela se movería del comedor si
Matilda Brethrens se instalaba en él.
—Y no es que sea yo quien sepa besar, pero ella besa muy dulcemente.
Jane se llevó una mano a la boca. Definitivamente no debería revelar tal
cosa. Por otro lado, se alegró de que hubiera descubierto ese importante
hecho.
—Lord Fowler, estoy muy contenta. Realmente lo estoy. —Jane se puso
en pie, y su criada también se puso en pie de un salto—. Espero que le
comunique a lady Brethrens sus sentimientos a la mayor brevedad posible, y
ruego fervientemente que ella le corresponda.
—Le enviaré una misiva y le diré cómo resulta —prometió—. Con suerte,
leerá el anuncio en los periódicos en cualquier caso.
Su ánimo se hundió un poco. Con toda probabilidad, ella no estaría allí
para recibir una nota de él, ni podía decírselo. El secreto era crucial, o su
padre vaciaría su cuenta antes de que ella pudiera retirar su dinero. De todos
modos, sería arriesgado, y debía estar segura de dejar una gran parte de su
asignación ahorrada o su padre sería notificado de inmediato por el empleado
del banco.
En cualquier caso, no tenía una dirección de envío, ya que todavía estaba
decidiendo entre el puesto en Ramsgate con los vegetarianos, y un lugar en el
soleado sur de Francia.
—Buenos días, lord Fowler. Le deseo lo mejor y que todo lo bueno le
llegue.
—Y a usted, lady Jane. Si no le importa que lo diga, le toca encontrar un
cónyuge.
Jane intentó reírse ligeramente, pero no pudo dedicarle más que una frágil
sonrisa mientras se marchaba.

Página 238
CON BERNARD EN SU CASA pensando que ella estaba de acuerdo con sus
planes y su padre habiendo regresado, vivo y sano, de su última excursión de
mujeriegos, Jane se dio cuenta de que le quedaban pocos días para irse antes
de que se hiciera un anuncio. Cada día, enviaba a un criado al Banco de
Inglaterra con un cheque a su nombre y con instrucciones estrictas de
entregarlo a un empleado de fondos diferente. Cada día retiraba la cantidad
que creía que no levantaría sospechas.
La idea de no volver a ver a Christopher le resultaba angustiosa, pero no
la hacía cambiar de opinión sobre su marcha. Después de todo, había pasado
unos cuantos años sufriendo un amor no correspondido sin que él le sonriera.
En los últimos meses, había compartido felizmente momentos de intimidad
con él, confirmando que había colocado correctamente sus afectos.
Si su vida iba a transcurrir sin un hombre, estaba contenta de haber
encontrado a alguien a quien amar, y que, por poco tiempo, parecía sentir algo
parecido.
Contenta, pero ciertamente no feliz.
En cualquier caso, Jane no podía dejar que nada de lo ocurrido desde la
terraza de Marlborough House quebrara su espíritu. Tampoco se dejaría
encadenar en Londres, obligada a casarse con Bernard.
Sin embargo, mientras se detenía a escribir una carta a la condesa de
Cambrey, un pensamiento la atormentaba: ¡su madre! ¿Cómo podía dejar a
Emily Chatley expuesta a las terribles consecuencias que seguramente tendría
su huida?
Se habían enfrentado a lo largo de los años, pero su amor era profundo y
verdadero. Su madre había dedicado años a criar a Jane, a acompañarla, a
enseñarle y a ser su compañera.
Sin Jane, su madre ya no tendría ni siquiera la restringida vida social de
acompañarla a bailes y fiestas, pícnics, paseos en barco y en el parque. Su
madre, ya compadecida por tener un marido libertino, se vería deshonrada por
la hija que se había escapado. Incluso podría ser culpada por la incapacidad
de Jane para cumplir con su deber.
Básicamente, lady Emily Chatley se quedaría confinada en casa, ya que
ninguna matrona respetable de la sociedad la invitaría a ningún sitio.
Y luego estaba el futuro. Cuando Bernard se convirtiera en conde y su
esposa reclamara con entusiasmo el título de condesa de Chatley, su madre
sería apartada. ¿Adónde iría entonces?
En un instante de dura comprensión, Jane supo que la única manera de
devolverle el favor a su madre era quedándose y casándose con Bernard,

Página 239
asegurándose así de que Emily Chatley tuviera un hogar y el respeto que le
correspondía para el resto de su vida. Jane le debía eso y más.
Se había quedado sin opciones. ¡Dios mío! Debería haber atrapado a lord
Fowler cuando tuvo la oportunidad. Pero ni siquiera eso habría mantenido a
su madre en su propia casa cuando el conde de Chatley falleciera y Bernard se
hiciera cargo de la propiedad. La mayoría de los maridos no aceptarían a una
suegra bajo su techo, sobre todo cuando estaban recién casados. Y luego
estaba el orgullo de su madre.
¿Aceptaría la condesa el puesto de invitada en la casa de su hija si esta
estuviera en otro lugar que no fuera la residencia de Chatley?
Aunque Christopher dejara de repente de lado su terquedad y sus dudas,
Jane no podía dejar a su madre bajo el control de Bernard.
Jane dejó su taza y luego la volvió a recoger. Estaba vacía. No se había
dado cuenta de que la había terminado. De repente, no podía respirar.
Estaba claro lo que debía hacer: sacrificar el resto de su vida y toda su
felicidad para proteger a su madre.

Página 240
Capítulo 24

—Madre, ¿dónde está lady Jane estos días? —Christopher se había dicho a sí
mismo que no iría a preguntar por ella, llamando la atención sobre su
necesidad de Jane. Luego, en el momento en que se dio cuenta de que su
madre estaba en el salón, había hecho precisamente eso.
—Estoy segura de que no tengo ni idea —respondió la duquesa—.
Últimamente la veo cada vez menos. Lástima. Me gusta mucho esa chica.
Harías bien en… No importa. No soy ese tipo de madre. El corazón va donde
quiere. Si tu corazón quisiera a Jane, estoy seguro de que ya habrías actuado
en consecuencia.
Christopher sintió la familiar oleada de arrepentimiento. Siempre
empezaba con un destello de memoria, de ir a las cocinas, hablar con el ahora
difunto señor Elms, y luego despertar en la interminable oscuridad.
Despertarse por las mañanas ya no era la gran decepción que había sido
durante meses. Bastante acostumbrado a abrir los ojos y no ver nada,
Christopher afrontaba cada día pensando en las cosas que aún podía hacer.
Entre ellas, volver a leer. Gracias a Jane. El libro tenía que venir de ella,
pues nadie más parecía conocerlo. Había dictado una nota de agradecimiento
a Amanda, había hecho que su madre la revisara por si su hermana estaba
tramando alguna travesura, y luego la había enviado. No había recibido
ninguna respuesta.
Solo de vez en cuando, como en el momento en que su madre mencionó
su corazón, le invadió de nuevo el arrepentimiento, seguido de una oleada de
furia por su destino. Por lo general, respiraba hondo, dejaba que se desbordara
y se liberaba. La ira había disminuido considerablemente con el paso de las
semanas, sobre todo al volver a la vida «normal».
Incluso con las ocasionales burlas de un parpadeo sombrío en su visión,
había aceptado su estado y estaba decidido a tener la mejor vida posible.
Sin embargo, cada día sin Jane se sentía vacío. Cuando pensaba en lo bien
que ella había manejado su accidente y posterior ceguera, sabía que no había
otra mujer como ella.

Página 241
—A mí también me gusta, madre. Y admirándola como lo hago, ¿qué tan
egoísta sería de mi parte pedirle que sea mi esposa? ¿No crees que ella podría
hacerlo mucho mejor?
—Chris, sé que esto ha sido duro para ti, y cada día me asombra el
aplomo con el que sigues adelante con su vida. Y soy extremadamente parcial
porque eres mi extraordinario hijo y soy una madre orgullosa. Sin embargo, ni
una sola vez te he considerado egoísta, ni creo que ninguna joven pueda hacer
algo mejor que tenerte como marido.
—Pero el tedio de tener que describir nuestro entorno… —señaló.
—Bah. Eso no es nada. A ninguna mujer le importa hablar de lo que ve.
Christopher se pasó una mano por el pelo.
—¿Y qué hay de que yo pueda llevarla a sus lugares preferidos?
—¿Y qué? Todavía puedes. Quizá necesites un lacayo a veces, pero sin
duda, hacer pequeñas adaptaciones a tu vida vale la pena para ganar una dama
así.
—Pero podría ser la esposa de cualquier hombre, ¿no crees? —Quería que
su madre lo convenciera de no perseguir a Jane. O tal vez quería que ella lo
convenciera de ceder al deseo, uno al que no podía renunciar por más que lo
intentara.
Sintió una mano en su antebrazo.
—Creo que Jane sería, en efecto, una esposa fuerte para cualquier
hombre, sin importar lo alto que fuera en la escala social o incluso en el
gobierno. Incluido tú.
—Gracias, madre. Voy a dar un paseo. —Sin pensarlo demasiado, cogió
su bastón del soporte junto a la puerta principal, se puso el sombrero en la
cabeza y se fue. Primero, un paseo por la plaza para despejarse.
Y luego, si sus pensamientos no habían cambiado, tal vez sería el
momento de hacer la tan prometida visita a la residencia de los Chatley en
Hanover Square y declarar sus intenciones al padre de Jane.

—LORD WESTING QUIERE verla, milady —anunció su mayordomo.


Jane estaba en el jardín trasero, su madre en algún lugar cercano,
probablemente consultando con la cocinera sobre la cena. Por desgracia,
Bernard también estaba cerca, pues acababa de regresar de montar a caballo.
Salió a la terraza detrás del mayordomo.

Página 242
—¿Qué quiere? —preguntó su primo en voz alta, con un tono tan grosero
como agrio.
Jane se levantó de la silla. Lo ignoró y se dirigió al mayordomo.
—Hágalo entrar. —Luego pensó en el escalón trasero inclinado donde se
había hundido la piedra y que nadie se había molestado en arreglar—. No —
le dijo cuando ya se había puesto de perfil—. Pensándolo bien, por favor,
haga pasar al marqués al salón y dígale que voy enseguida. Y pida el té.
—¿Le acompaño, prima? —preguntó Bernard, bloqueando su entrada en
la casa—. Es bastante indecoroso que esté a solas con Westing, sobre todo
cuando hemos expresado un entendimiento entre nosotros.
—Como bien sabe, también es absolutamente inapropiado que estemos a
solas. En este mismo momento, está violando todos los códigos morales con
los que he sido criada. Incluso si ya hubiéramos enviado los anuncios, iría en
contra de las reglas de la decencia común que estuviéramos solos bajo techo.
—No estamos bajo techo —le recordó él—. Estamos al aire libre.
—En un jardín amurallado. Hágase a un lado —le ordenó Jane,
sorprendida por el siseo de su propia voz. Se sintió feroz en su deseo de llegar
a Christopher—. Mi madre se reunirá conmigo en el salón con el marqués.
—Muy bien. —Bernard se movió alrededor de ella, tomando su asiento en
el jardín. Ella le miró la nuca. Más le valía quedarse quieto o ella no se haría
responsable si se ponía furiosa y le arrancaba las patillas demasiado largas.
Respirando tranquilamente, se apresuró a recorrer el pasillo hasta el
vestíbulo y luego al salón. Su madre sería llamada a su debido tiempo. No de
inmediato, pero sí pronto.
—Lord Westing —dijo Jane a la figura de hombros anchos que estaba de
pie en medio de la alfombra, amándolo con todo su corazón, incluso cuando
lo veía de forma familiar.
Recordaba meses atrás, mirando por la ventana delantera, soñando con el
momento en que él llegaría y ya no tendría que imaginar un futuro sin él.
Al fin, allí estaba él.
—¿Estamos solos?
—Por ahora.
—¿Seguimos siendo… amigos?
—Por supuesto.
—Acérquese para que pueda olerla mejor —exigió.
Ella sonrió. ¡Qué cabeza de chorlito! Y sin embargo, sus palabras hicieron
que su interior zumbara de excitación. Ella cerró el espacio entre ellos.
—¿Se ha acercado? —le preguntó él.

Página 243
Ella dudó. En cuanto hablara, él la tomaría en sus brazos. ¿No sería así?
Los largos momentos de expectación hicieron que su cuerpo se estremeciera y
que una extraña y fluida pesadez se acumulara entre sus caderas.
Estudió su rostro apuesto y ligeramente arrogante. ¿Cómo no se había
dado cuenta antes de su arrogancia? Era increíblemente atractivo.
Ella suspiró ligeramente y la cabeza de él se inclinó hacia el sonido.
—¿Jane? —preguntó él, con la voz baja.
Ella tragó saliva.
—Sí. —Su voz salió en un suspiro.
Al instante, los brazos de él la alcanzaron y la empujaron hacia delante,
hasta que chocó con su duro cuerpo. Sus manos permanecieron en la parte
baja de la espalda de ella, manteniéndola cerca. Su boca encontró la de ella de
forma infalible.
Levantó los brazos alrededor de su cuello y se aferró a él.
Hambrienta de él, con el corazón palpitando, Jane abrió los labios y lo
dejó entrar. La lengua de él se introdujo en su boca y se enredó con la de ella,
mientras sus dedos se abrían paso entre su suave cabello, tirando con
suavidad.
Un calor líquido se acumuló al instante entre sus piernas, humedeciendo
el algodón de sus calzones. Levantando las caderas hacia él, sintió la
respuesta de él y la presión de su duro miembro justo por encima de su
montículo.
Parecían gemir al unísono.
Entonces, se oyó un golpe en la puerta. Jane nunca se había movido tan
rápido, saltando hacia atrás y casi aterrizando sobre su trasero. Así las cosas,
estaba de pie sobre el dobladillo de su vestido y tratando de enderezarse
cuando la criada entró llevando una bandeja con té.
—Es la criada —declaró en voz alta. Demasiado alto. La chica la dejó en
la mesa baja frente al sofá.
—¿Le sirvo, señora?
—No, está bien. Yo me encargo de él. Lo… Quiero decir, yo me encargo
de servir el té —se corrigió Jane, antes de toser para tapar la risa nerviosa que
brotaba en su garganta.
Menos mal que no habían sido su madre ni Bernard los que habían
llamado a la puerta.
La criada no se dejó engañar y mantuvo la mirada baja mientras se
marchaba, con una sonrisa de satisfacción en los labios. La muchacha sabía

Página 244
que no debía decir nada, ni siquiera reconocer el motivo del estado de
nerviosismo de su señora.
La mirada de Jane se dirigió a la caída de los pantalones de Christopher.
El bulto de su deseo era evidente. Debían calmarse porque la siguiente
persona en entrar sería seguramente su madre, en cuanto se enterara de la
presencia del marqués.
Jane se aclaró la garganta.
—¿Nos sentamos?
—Eso puede ser doloroso —murmuró él—. Deme un momento y lo haré,
pero tendrá que ayudarme.
—Por supuesto. —Permanecieron en un incómodo silencio mientras Jane
miraba sus partes masculinas.
—Está mirando mis pantalones, ¿verdad? —preguntó Christopher.
—No —dijo ella, pero luego no vio razón para mentir—. En realidad, sí.
—Sabiendo eso, me resulta imposible sofocar mi deseo.
Ella suspiró.
—¿Y qué hay de saber que mi madre puede entrar en cualquier momento?
Él hizo una pausa.
—Sí, eso funcionará. Ya puedo sentarme.
Inmediatamente, ella lo tomó del brazo y lo condujo al sofá.
—¿Quiere un poco de té, señor?
Él rio con suavidad.
—Probablemente sea una buena idea mantener mis manos ocupadas y
llenas para no volver a tomarla en mis brazos.
Jane estaba sirviendo leche en ambas tazas cuando entró su madre.
—Madre —le dio la bienvenida Jane, y Christopher se levantó y dirigió su
reverencia hacia la puerta.
—Buenos días, lord Westing —dijo su madre, lanzando una mirada
interrogante hacia Jane—. Permítame decirle que tiene usted buen aspecto.
—Gracias. Y usted también, señora.
—Gracias —dijo ella, y un segundo después, Jane vio a su madre fruncir
el ceño al darse cuenta de lo absurdo de su afirmación, y luego sonrió.
—Estás bromeando conmigo, señor. Es un malvado.
—En absoluto —dijo él, sonando serio—. Estoy seguro de que está más
guapa que nunca. Si me avisa cuando haya tomado asiento, entonces yo
también podré volver al sofá.
La madre de Jane cruzó la habitación y tomó su sillón favorito.
—Estoy sentada.

Página 245
—Muy bien. —Y Christopher retomó su asiento.
—¿Qué le trae por aquí, milord? —preguntó su madre.
—Quería agradecer a su hija todo lo que hizo por mi madre y por nuestro
hogar. Su ayuda fue inestimable.
Jane sonrió para sí misma. Había disfrutado mucho aprendiendo, aunque
fuera un poco sobre el mundo del arte.
—Y espero que mi gratitud no esté fuera de lugar al agradecerle también
el libro. —Su rostro se volvió hacia ella—. Me ha proporcionado horas de
alegría, como usted sabía que haría.
Ella sintió lágrimas de felicidad en sus ojos. Había esperado tanto que él
se tomara el tiempo de aprender el Decapoint.
—Me alegro mucho.
—Si puedo preguntar, milord —dijo lady Chatley—, ¿cómo es posible
que esté leyendo?
Entre Jane y Christopher le explicaron las letras en relieve.
—Ha sido un detalle por tu parte, Jane. —Su madre la miró con
curiosidad—. En verdad, lord Westing, con todo lo que está haciendo, uno
podría fácilmente olvidar su aflicción.
¿Su aflicción? pensó Jane. Como una quemadura de sol de un granjero o
un caso de gota. Si fuera tan sencillo. Se había enterado de que estar ciego le
había afectado no solo físicamente, sino también emocional y mentalmente.
No era el mismo Christopher Westing de antes de la explosión, pero seguía
siendo el hombre que ella amaba.
—Gracias. —Christopher se aclaró la garganta—. También esperaba tener
unas breves palabras con lord Chatley.
—Oh —dijo su madre, y señaló a Jane, incluso agitando las manos,
preguntándole claramente qué estaba pasando. Por desgracia, las mangas de
su vestido hicieron ruido al hacerlo.
Jane sacudió la cabeza, con la esperanza de que dejara de moverse.
¿Quería Christopher decir lo que ella creía? Sería demasiado cruel. Porque
acababa de aceptar casarse con Bernard y volver a vivir en la casa familiar
como mujer casada tras la marcha de su padre… Que Dios se apiadara de ella.
Todo apuntaba a que debía cumplir con su deber familiar y asegurarse así
de que su madre tuviera un techo para el resto de su vida. Había reflexionado
y examinado su alma. Había rezado a Dios para que la guiara.
—¿Hay algún problema? —preguntó Christopher en el pesado silencio.
—Mi padre no está en casa en este momento —le dijo Jane. Por lo que
ella sabía, esa era la verdad, aunque lo más probable era que estuviera

Página 246
desmayado en el piso de arriba.
Además, en aquella coyuntura, con la idea firmemente arraigada en el
cerebro empapado de ginebra del conde de salvar la considerable dote,
manteniéndola en las arcas de Chatley al casarla con Bernard, tenía la
sensación de que rechazaría incluso al hijo de un duque.
—¿Cuándo lo espera? —insistió Christopher.
Jane guardó silencio. Cuando miró a su madre, que intentaba averiguar la
situación y determinar hacia dónde soplaba el viento, Jane solo pudo sacudir
la cabeza. Era demasiado complicado.
Su madre asintió.
—No sabría decirle, milord. Lord Chatley es imprevisible, digamos.
Jane pensó que esa era una palabra demasiado amable, casi caprichosa,
para describir a un borracho descuidado.
—Quizás, lady Chatley, en su ausencia, podría hablar con usted entonces.
En privado —se ofreció Christopher.
Oh, cielos. ¿Realmente estaba haciendo esto ahora? Jane aún podía sentir
la presión de sus labios contra los suyos. Estaría encantada de volver a
sentirlos durante el resto de su vida. Por otro lado, no podía disfrutar de un día
de felicidad sabiendo que su madre sufría sola.
De nuevo, negó con la cabeza a su madre.
—Si bien puedo hablar con usted de ciertos asuntos —respondió la
condesa, mientras sus ojos se abrían de par en par al mirar a Jane—, es decir,
los del ámbito femenino, por así decirlo, hay otros temas que no me
corresponde discutir. Me temo que usted desea hablar de uno de ellos.
Jane asintió con la cabeza a su madre. Ciertamente no quería que ella
hablara a solas con Christopher. Después de todo, lo último que le había dicho
a lady Chatley era su desinterés por lord Westing como marido,
comparándolo con un dulce no deseado, si recordaba correctamente.
—Muy bien. Fue una imprudencia por mi parte presentarme sin invitación
y esperar que las cosas salieran como yo quería. ¿Cree que podría al menos
hablar con su hija a solas?
—Oh, no —dijo su madre de inmediato—, eso no servirá.
Jane agitó los brazos, asintió con la cabeza y juntó las manos rogando a su
madre que les permitiera esa amabilidad.
—Quiero decir, sí, por supuesto —se corrigió la condesa, sonando como
si no conociera su propia mente.
Christopher frunció el ceño.
—Si está segura.

Página 247
Jane volvió a asentir.
—Sí —dijo su madre—. Les dejaré hablar a los dos. ¿No es así? —miró a
Jane de nuevo, asegurándose de que era lo que había pretendido.
—Gracias, mamá —dijo Jane, tranquilizándola con una sonrisa.
Su madre se levantó, haciendo unos gestos a Jane que ella no pudo
comprender.
Christopher también se levantó.
—Buenos días, lord Westing. Me alegro de verle tan en forma.
—Buenos días, lady Chatley.
Cuando la puerta se cerró tras su madre y sus pasos se habían alejado, se
sentó de nuevo, con su muslo rozando el de Jane.
—Eso fue extraño —dijo Christopher—. Me siento un poco desorientado,
a decir verdad.
—Lo sé, y me disculpo. Mi madre se debatía entre su deber de proteger
mi reputación y su tolerancia hacia mi…
Christopher se inclinó, la tomó por los hombros y la acercó.
—¿Estamos solos? —murmuró, con su boca ya cerca de la de ella.
No esperó una respuesta antes de que sus labios reclamaran los de ella una
vez más.
—Mmm —gimió ella contra su boca. Las palpitaciones de su cuerpo eran
casi dolorosas, pero tener sus brazos alrededor de ella, oler su limpio aroma,
saborearlo… era demasiado delicioso como para detenerse simplemente por
el ferviente y persistente anhelo que latía entre sus piernas.
La mano de él se dirigió a su seno derecho y lo tocó a través del vestido,
por encima de su corazón que latía con fuerza, y ella sintió que sus dos
pezones se erizaban en respuesta.
Desesperada, quiso tocarlo y arrastró los dedos por su muslo, dirigiéndose
a su…
Él se congeló, retrocedió, le quitó las manos y se desplazó por el sofá.
—Christopher, ¿qué…?
—¡Cállese! —le ordenó, y entonces la puerta se abrió.

ESTABA DEMASIADO CERCA. Christopher oyó los pasos delatores solo


un instante antes de que se abriera la puerta. Gracias a Dios, su oído se había
convertido en su sentido más utilizado, o habrían sido sorprendidos en
flagrante delito, como decía el refrán.

Página 248
Y supo, por el paso, que el intruso no era su indulgente madre.
—¡Jane! —Christopher oyó decir a una voz desconocida, que sonaba un
poco alterada para su gusto. Masculina, pero demasiado joven para ser su
padre.
Sintió que Jane se levantaba lentamente, sin culpa. Buena chica. Él hizo lo
mismo, contento de saber que el juego de té seguía delante de ellos.
¿Qué podría ser más inocente que una taza de té?
—Buenos días, primo —respondió ella—. Lord Westing, mi primo, el
señor Lowther, se ha unido a nosotros. Puede que ya se hayan conocido en la
exposición de arte de su madre.
Christopher asintió con la cabeza, sintiendo aversión por el hombre de…
oído, si no de vista.
¡Jane, en efecto! Su primo no debería haberse dirigido a su prima soltera
por su nombre de pila en compañía de un extraño, aunque Christopher no era
realmente un extraño y hacía apenas unos segundos había estado devorando la
boca de Jane.
Aun así, su primo no lo sabía y, por tanto, era una indecorosa falta de
etiqueta.
—Sí, por supuesto —respondió Lowther—. Las pinturas de su madre eran
todo un acontecimiento, a la altura y más allá, diría yo. ¿Y usted pinta?
—Si lo hiciera, ya no lo haría —le recordó Christopher.
—¡Oh, claro, claro! Lo siento, viejo amigo.
—¿Me buscaba por alguna razón en particular? —preguntó Jane a su
primo, sonando helada.
—No. Me crucé con su madre en el pasillo y me di cuenta de que estaba
sola. Con lord Westing.
Hizo una pausa, y Christopher solo pudo imaginar a Jane y a su primo
manteniendo una batalla de miradas.
—¿Y? —preguntó Jane, sonando más que un poco enfadada.
—Y no querríamos ningún paso en falso a estas alturas, ¿verdad? —
preguntó su primo—. No cuando estamos cerca de hacer un anuncio.
Christopher se había vuelto muy bueno en mantener su rostro pasivo, muy
consciente de cómo los demás podían estar estudiándolo sin que él lo supiera.
Las gafas añadían una capa de privacidad que también apreciaba mucho.
Sin embargo, no pudo evitar apretar la mandíbula y sentir que podría
moler sus muelas hasta hacerlas polvo.
Estaban a punto de hacer un anuncio.

Página 249
—Solo estábamos tomando el té —explicó Jane. Y ahora sí que sonaba
nerviosa. Claramente, era por la declaración de su primo.
¿Cómo podía besarlo tan apasionadamente cuando ahora tenía otra
intención que no lo involucraba?
Debía de haber algún malentendido.
—Su anuncio es el de una boda, supongo —dijo Christopher, sorprendido
de lo desinteresado que seguía siendo su tono cuando por dentro estaba
revuelto.
—Sí, por supuesto. —El maldito Lowther parecía muy satisfecho consigo
mismo, mientras que Jane, ¡su Jane!, guardaba un silencio revelador.
—De hecho, hace un minuto estaba arriba hablando con su padre sobre
ciertos arreglos financieros.
El malentendido había sido enteramente suyo. El conde de Chatley estaba
en casa de ciertos caballeros, al parecer. Más valía que Christopher se
despidiera antes de que no le quedaran dientes que rechinar.
—Debo irme —dijo, volviéndose hacia Jane—. Le agradezco el té y la
conversación. —Y los extraordinarios besos que hicieron que le doliera la
ingle. ¡Maldita sea!
—De nada —dijo ella. Su voz no podía sonar más pequeña ni más triste,
pero había tomado su decisión, con todas las oportunidades de rebatir a su
primo. Tal vez necesitaba una oportunidad más, que él le daría con gusto.
—¿Había algo más que quisiera decirme? —preguntó él.
—No, señor —respondió ella en voz baja.
—¿Y va a seguir trabajando con mi madre?
Hubo una vacilación que a Christopher le inquietó. ¿Estaba ella
intercambiando un mensaje con su futuro prometido?
—Nuestra tarea estaba casi terminada —dijo ella—. Sin embargo, había
planeado volver a ver a su madre pronto.
Una respuesta extraña, sin compromiso, pero obviamente era lo mejor que
iba a proporcionarle.
Christopher buscó su bastón donde había estado apoyado contra el sofá,
pero se le había escapado.
—Permítame —dijo Lowther, y un momento después, Christopher sintió
el mango presionado en su mano.
—Y su sombrero —dijo Jane, y él recordó que se lo había quitado en
algún momento mientras se besaban.
Si ella hubiera intentado colocárselo en la cabeza, vistiéndolo como a un
niño, juró que lo habría apartado de un golpe, pero ella solo tocó el ala con el

Página 250
dorso de su mano libre. Christopher se lo arrebató y se lo puso, utilizó su
bastón para encontrar un camino libre alrededor de la mesa y se despidió.
—Buenos días, señor Lowther, lady Jane. —Y se fue, sintiendo que podía
aullar como el famoso lobo salvaje de la Edad Media. Cazado hasta la
extinción en todas las Islas Británicas, era el animal perfecto para describir su
sensación de no tener ya lugar en este mundo.
Al menos no en el mundo de Jane.

Página 251
Capítulo 25

Sin duda, una puerta se había cerrado por completo, pensó Jane. Para no
volver a abrirla nunca más. Y Christopher estaba al otro lado de ella. Ella
había sentido el desprecio contenido en cada fibra de su ser cuando se había
ido.
—Estuvo muy mal que se recluyera con lord Oscuro —la amonestó
Bernard, como si tuviera derecho.
—¿Cómo lo ha llamado?
—Solo lo que dicen algunos en la alta sociedad. Antes era el soleado, feliz
y bendito marqués de Westing. Ahora mírelo. ¡Pobre desgraciado! Casi me da
pena.
Jane se quedó en silencio. ¿Sentir pena por él? Pero era Christopher
Westing. Nada había cambiado en cuanto a su grandeza, en lo que a ella
respectaba. Bernard era un tonto, al igual que los que subestimaban lo que
Christopher haría con su vida.
—Supongo que tampoco debemos estar solos, como dijo en el jardín. No
quiero que mi futura esposa se manche en lo más mínimo —añadió su primo
y se dirigió a la puerta—. Pero que no vuelva a ocurrir una indiscreción como
esa. Si lo hace, no me gustará.
Jane se llevó la mano a la boca, recordando el placer de unos minutos
antes. Había dejado que Christopher se fuera bajo la idea errónea de que no le
interesaba.
No, eso no podía ser cierto. ¿Cómo podía no saber lo que ella sentía por él
cuando su cuerpo cobraba vida bajo su contacto? Al instante, como una llama
al aceite de una lámpara.
Un momento después, entró la criada.
—Su padre desea verla, señora.
Caminando lentamente hacia el vestíbulo, Jane pensó en los
acontecimientos de la mañana, luego en los de la última temporada, luego en
los de su vida en general, en cada pequeño y gran paso que la había llevado a
este momento. Las veces que se había mantenido al margen cuando alguien

Página 252
había mostrado interés. La alegría que sintió al trabajar por una causa
benéfica. El apoyo de su madre. La intensa soledad.
El hombre al que amaba más allá de la razón se había marchado. El
hombre que no le importaba con el que, sin duda, se casaría. El hombre que
había llegado a despreciar la esperaba arriba.
Lentamente, subió las escaleras, dudó en el estudio privado de su padre, y
luego lo pasó a su propia habitación. Al darse cuenta de que no había
disfrutado de un sorbo del costoso té de abajo, llamó a su criada, esperó
pacientemente y pidió una tetera nueva.

CHRISTOPHER SE SENTÓ de nuevo en el carruaje, dejando que el familiar


cuero desgastado lo envolviera, y consideró todo lo que había sucedido. En el
transcurso de cuatro meses, se había enamorado, había perdido la vista, había
perdido las ganas de vivir, había recuperado por fin cierto equilibrio mental y
de propósito en su vida, y luego había perdido a Jane, el deseo de su corazón.
¿A quién demonios había hecho enfadar para merecer esta pesadilla
viviente?
Sin embargo, sentía que podía seguir adelante. Gracias a ella. Ella había
luchado contra él con uñas y dientes para asegurarse de que no cediera a la
oscuridad. No era un inútil. No era un inválido. Era un ciego con una buena
mente, una familia cariñosa, un lugar en la sociedad y un futuro prometedor
en el gobierno.
Excepto que ahora se sentía totalmente desprovisto de esperanza. Quería
una vida llena de amor. Quería a Jane.
Jane oyó a sus padres discutir y se dio cuenta de que su madre debía de
haber abordado a su padre en su estudio. Tal vez fue sobre el mismo tema que
estaba consumiendo su mente con miedo y odio. Entonces se quedó en
silencio.
Poniéndose en pie, se propuso comprobar cómo estaba su madre, aunque
nunca había temido la violencia de su padre. A decir verdad, cuanto más
bebía, más inofensivo le parecía, porque solía quedarse dormido antes en su
silla.
En ese momento, como si las cavilaciones de Jane la hubieran convocado,
el familiar y suave golpecito de lady Emily Chatley golpeó la puerta.
—Pasa —le dijo Jane.

Página 253
Su madre entró, junto con su familiar aroma a lilas. Tenía la sonrisa cálida
y cariñosa que siempre proyectaba a su única hija. Jane recordaba fácilmente
los paseos por el parque con su madre cuando, sin el firme agarre de la
condesa, Jane habría caído de rodillas.
Por supuesto, siempre había una institutriz detrás, pero su madre era una
madre implicada, que mostraba su amor por su hija en cada caricia, cada
pequeño regalo, cada palabra de elogio, cada tolerancia.
No había sido perfecta, ciertamente. Había habido momentos en los que
Jane se había sentido asfixiada, controlada, empujada, manipulada. Si hubiera
tenido más amigas, no le cabía duda de que habría descubierto que sus madres
eran iguales. El objetivo de todas las madres en todos los bailes a los que Jane
había asistido parecía ser idéntico: mostrar a su hija de la mejor manera
posible, con un vestido adecuado a su color y figura, con un cabello que
pareciera actual y favorecedor, y con suficientes lecciones de baile para que la
chica no se cayera de bruces frente a posibles pretendientes.
Y su madre había hecho el mejor trabajo en todas esas tareas. Jane
siempre se había sentido querida y capaz, además de inteligente y hermosa,
gracias a Emily Chatley.
—¿Estás bien, mi amor? —Su madre le besó la mejilla. Señalando con la
cabeza la tetera que había sobre la pequeña mesa, preguntó:
—¿No acabas de tomar una taza con lord Westing? ¿Y por qué subes el té
aquí?
—Sinceramente… —dijo Jane, ¿y con quién más podría ser tan sincera?
—. Me mantenía alejada del camino de Bernard, y de papá.
—Ya veo. —Una sombra de preocupación apareció en el rostro de su
madre—. De hecho, por eso quería hablar contigo.
Cuando su madre no dijo nada más durante un momento, Jane se dio
cuenta de que las lágrimas llenaban los ojos de la mujer. Tomó las manos de
la condesa.
—Mamá, ¿qué pasa? —¿Su padre habría herido a su madre?
Emily Chatley se mordió el labio inferior de forma poco habitual.
—Quiero hacerte una pregunta personal.
¡Qué formalidad tan extraña la de su madre!
—Por supuesto. Cualquier cosa.
—¿Es posible que haya una relación entre el marqués de Westing y tú?
Jane deseaba poder responder que sí. Con todo su ser, lo deseaba.
—No —pronunció.

Página 254
El rostro de su madre se arrugó y las lágrimas se derramaron sobre sus
suaves y pálidas mejillas. De hecho, parecía la encarnación de lo que Jane
había sentido desde que Christopher se había ido antes.
Al ver la angustia de su madre, Jane arrastró a lady Chatley para que se
sentara junto a ella en el pequeño diván empenachado donde Jane solía leer
sus libros.
Su madre se sacó un pañuelo de la manga y se limpió la cara.
—Lo siento —susurró—. Me imaginé que había visto una chispa de algo
entre vosotros. Luego no me dejaste encontrar a tu padre ni hablar yo misma
con lord Westing en su nombre.
¿Debía decirle a su madre que había tenido razón al ver algo entre su hija
y Christopher? Era inútil ahora, así que Jane se mordió la lengua.
—No querías que se ofreciera por ti, eso estaba claro —dijo su madre.
Tal vez Jane podría tener una carrera como actriz si ella creía eso.
—Mamá, no sería lo mejor si me emparejara con lord Westing.
—He estado esperando que estuvieras desarrollando sentimientos por
alguien. ¿Qué te parece lord Burnley?
Jane logró sonreír con una mueca ante la idea.
—Y menos por él.
El hecho de que su madre siguiera intentando que se casara con otra
persona que no fuera Bernard, no hacía más que reforzar su amor
desinteresado por su hija. Sin embargo, Jane no podía dejarla atrás, en una
vida de incertidumbre y eventual desamparo.
Su madre asintió.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer, mi niña?
—Me casaré con el primo Bernard. Es lo mejor para todos.
Los ojos de su madre se abrieron de par en par y negó con la cabeza.
—Esperaba que cuando tu primo llegara, tuviera ideas propias sobre con
quién quería casarse. Sin embargo, en lugar de poner una objeción, está
bastante decidido a tenerte a ti. Al igual que yo estoy decidida a lo contrario
—concluyó la dama.
—¿Qué? —Jane levantó la cabeza.
—Cuando eras una niña, una ley parlamentaria determinó que a las
madres casadas, como yo, siempre que tuviéramos una reputación impecable,
se nos permitiría mantener a nuestros hijos pequeños, incluso si nuestros
maridos nos abandonaban. Antes de eso, un hombre podía entregar su hijo a
una de sus amantes para que lo cuidara, y no habría habido nada que una
madre pudiera hacer.

Página 255
Jane lo sabía, aunque no tenía ni idea de que su madre hubiera pensado
alguna vez en la Ley de Custodia de Menores.
—Esa ley llegó demasiado tarde de todos modos —continuó la condesa
—, y solo me habría permitido retenerte hasta que cumplieras siete años.
Como ya tenías diez años, no me sirvió de nada. ¿Qué madre podría renunciar
a su hijo a una edad tan tierna, prácticamente en el momento en que más
empezabas a necesitarme?
—Me parece una barbaridad.
Su madre asintió.
—Podemos agradecer a la señora Norton incluso ese pequeño progreso.
Pobre señora, lo que ha soportado. —Emily Chatley miró por la ventana,
claramente sus pensamientos estaban muy lejos.
Todo el mundo había oído hablar de Caroline Norton y de las injusticias
que había sufrido a manos de un marido maltratador, que llegó a golpearla
hasta que abortó y luego le quitó los tres hijos que le quedaban antes de
encerrarla en su casa. Ella se defendió con la ley. Cuando su marido le quitó
lo que ganaba escribiendo novelas, ella le mandó las facturas, ya que no
existía ante la ley, y él no tuvo más remedio que pagar.
La señora Norton no pudo ganarle el divorcio, pero eso no hizo más que
aumentar su determinación de provocar el cambio. Se dedicó a cambiar las
leyes de matrimonio y de divorcio para las mujeres, y sigue luchando con la
ayuda de poderosos amigos.
—Y todavía esperamos una forma de divorciarnos de un marido
intolerable, y lo que es más importante, una ley que permita a una madre
conservar a su hijo hasta la madurez. —Apretó la mano de Jane—. Así, me
quedé con tu padre —murmuró su madre.
—Sé que te quedaste con él por mí. Ojalá hubiera habido otra manera.
Lady Chatley se encogió de hombros.
—El único amor que hay en esta casa es entre tú y yo. Siempre ha estado
falta de amigos. Tu padre estaba lejos o demasiado metido en su botella de
ginebra para ser visto en público. Mis amigas no querían venir, y cuando
intentaba entablar amistad por ti con otras jóvenes, sus padres tampoco las
dejaban venir. Y ya sabes que mi condición de cornuda humillado no me ha
servido de nada en la sociedad.
Su madre la había escandalizado hasta la médula, mencionando la
infidelidad y la bebida de su padre. Tontamente, Jane había asumido que sus
acciones no habían molestado a su madre. ¿Y por qué? Por la simple razón de
que su madre siempre había parecido centrada en ella.

Página 256
—¿Puedo? —lady Chatley señaló la tetera y la única taza vacía.
—Por supuesto. —Y Jane observó cómo su madre vertía delicadamente
un chorrito de leche en el fondo de la taza antes de añadir el té aún caliente,
como la había visto hacer cientos de veces antes.
Sin embargo, esta vez parecía que estaba celebrando una ceremonia,
preparándose para lo que iba a decir o hacer a continuación.
Después de remover exactamente una cucharadita de azúcar, lady Chatley
se llevó la taza a los labios, cerró los ojos y dio un sorbo.
—Perfecto.
Jane no dijo nada, se limitó a esperar, sintiéndose un poco asombrada por
el poder que se estaba gestando dentro de su propia madre.
Al fin, la condesa de Chatley se volvió hacia su hija.
—No te casarás con Bernard Lowther. Te lo prohíbo.
Jane sabía que sus ojos se habían abierto de par en par, pero entonces
volvió a considerar la situación de su madre.
—Estaba sentada aquí pensando en que podría ser mi única opción.
—¡No te atrevas! —exclamó su madre—. Ni se te ocurra casarte con un
Chatley.
La tensa bola de tensión que se había instalado en el estómago de Jane
desde el momento en que Bernard había llegado se disolvió al instante. Si su
madre estaba de su lado y lo decía en serio, entonces todo estaría bien.
—Esperaba que en estos dos últimos años encontraras un hombre con el
que quisieras casarte —dijo la condesa—, uno que te sacara del poder de su
padre. Ahora, lo haré yo misma.
—Pero si me casara, ¿qué pasaría contigo? Solo piensa en el futuro
después de que Bernard se convierta en el próximo conde.
—Estaba preparada para la indignidad. Incluso antes de que surgiera toda
esta farsa con tu primo, si te hubiera visto felizmente casada, había pensado
en ir al continente, si podía soportar estar separada de ti. Ahora, nos iremos
juntas —continuó su madre—, porque no hay vida para mí aquí sin ti.
Sin pensarlo, Jane la rodeó con sus brazos, a pesar de que eso hizo que
derramara el té sobre la alfombra. Por supuesto que su madre se habría ido al
continente, pues ¿no era allí donde estaba su caballero de ojos azules? Tal vez
todas las veces que su madre le había dado un pequeño empujón hacia lord
Cambrey, por ejemplo, era para que Emily Chatley pudiera ser libre de seguir
a su vizconde y a su corazón.
—Me alegro de que lo apruebes —dijo su madre.
En lugar de preocupada, la expresión de esta era plácida.

Página 257
—Yo, por mi parte, estoy deseando hacer un largo viaje —añadió su
madre—. Y de escribir cartas.
Jane sonrió.
—Acababa de darme cuenta de que no podía dejarte atrás. Me habría
casado con Bernard por tu bien. Sin embargo, si me iba a ir, tenía la intención
de ir a Ramsgate.
Su madre soltó una risita inesperada.
—¿Ramsgate? ¿En Kent? ¿Por qué?
—Por el bien de los anticarnívoros. También conocidos como
vegetarianos.
La risa de Emily Chatley llenó el dormitorio.
—Jane, eres única. Pero si eliges la campiña inglesa, no podré ir contigo.
Está demasiado cerca, y tu padre me hará las cosas muy desagradables y, por
supuesto, me negará el divorcio como le ocurrió a la señora Norton.
—Entonces iremos al continente, como tú deseas.
Su madre levantó la taza de té hacia la ventana.
—Al continente.
Tomó un sorbo y le entregó la taza a Jane, primero con el asa.
Jane la levantó en alto y repitió «al continente», antes de dar un sorbo.
—Oh, mamá. Es la taza de té perfecta.

Página 258
Capítulo 26

Con su madre haciendo sus propios retiros monetarios subrepticios y


supervisando discretamente el embalaje de sus baúles, Jane se puso los
guantes y salió para una última visita a la casa de los Forester.
No preguntó al mayordomo por el marqués, sino por la duquesa de
Westing. Su encuentro fue breve, y Jane le prometió que la visitaría en la
recién restaurada casa de los Westing dentro de dos días para comenzar la
decoración en serio. Jane odiaba mentir, pero había querido despedirse en
persona.
—No la entretendré, Su Gracia —dijo Jane—. Solo quería hacerle saber
que no volveré aquí.
—Por supuesto que no —dijo la duquesa—. Nos veremos allí.
Jane ignoró su comentario.
—También quería decirle lo mucho que he disfrutado trabajando con
usted.
—Gracias, querida. Y yo con usted. Es un activo, sin duda.
—Y aprecio mucho el juego de acuarelas que me ha enviado. Pronto
probaré con ellas. —Jane se había emocionado cuando llegó el paquete,
decidida a reproducir alguna zona pintoresca de Francia con un burdo intento
de pintura.
La duquesa sonrió.
—No puedo esperar a ver sus esfuerzos.
Cómo le gustaría tener a la madre de Christopher como mentora. Todo lo
que Jane pudo hacer fue asentir con la cabeza, como si, efectivamente,
pudiera mostrar sus esfuerzos a la duquesa.
Y se separaron. Jane se quedó un momento, incapaz de aceptar que iba a
salir por la puerta y no volver a ver o hablar con Christopher. Vacilando en el
vestíbulo, unos pasos atrajeron su atención hacia el pasillo que llevaba a la
parte trasera de la casa. Sus esperanzas aumentaron mientras sus latidos se
aceleraban, pero entonces apareció lord Burnley. Debía de haber venido a ver
a Christopher.

Página 259
—Lady Jane —dijo el caballero, con un tono que destilaba desdén.
Además, se acercó demasiado, con las manos a la espalda y se alzó sobre ella,
frunciendo el ceño.
—¿Por qué está tan enfadado conmigo, lord Burnley? —preguntó ella sin
rodeos, tirando la cortesía al viento, ya que se iba de Londres. Era una
sensación muy agradable saber que su libertad estaba a un día de distancia.
Él hizo un sonido de burla.
—Se comporta como una ramera.
Ella se rio. Al fin y al cabo, su opinión ya no le importaba, ni podía
perjudicarla donde iba. Sin embargo, sentía curiosidad.
—Pero el caso es que no lo hago. Prácticamente siempre me comporto
con más recato que la mayoría de las mujeres que conozco.
—Lord Fowler —señaló, frunciendo más el ceño, si cabe.
—Es usted como una anciana con una abeja en el capó. El vizconde y yo
nunca hemos estado juntos a solas. Estar detrás de una columna en una
habitación llena de gente no es una ofensa digna de la horca. Además, usted y
yo hemos estado en los mismos círculos durante años. Sabe que mi reputación
no está manchada y que nunca ha habido una pizca de escándalo en mi
nombre. Así que, dígame sinceramente, ¿por qué le desagrado?
La miró fijamente. De hecho, la miró de arriba abajo con bastante
insolencia.
—La verdad —confesó—, es que veo lo que él ve en usted. O más bien
veía, cuando podía ver. Es extraño que ninguno de nosotros viera lo que él vio
en usted antes que él.
Obviamente, estaba hablando de Christopher y haciendo un lío con su
explicación.
—Lo que lord Westing vio en mí antes de perder la vista no es asunto
suyo.
—Ciertamente lo es. Es mi mejor amigo y ha pasado por un calvario
horrible. Ya ha tenido suficientes decepciones para toda la vida.
Jane suspiró.
—Y cree que yo puedo ser su próxima decepción.
—Estoy seguro de ello por su mal humor de hoy.
Sin duda, Christopher no se había tomado nada bien la farsa que había
ocurrido en su salón. Eso no era sorprendente. Sin embargo, ambos habían
sufrido.
—Y está enfadado conmigo porque cree que le he hecho daño. Nunca se
le ha ocurrido que él me haya hecho daño, ¿verdad? —Ella miró a lord Owen

Página 260
Burnley directamente a los ojos, negándose a dejarse intimidar por sus
maneras.
Su frente se arrugó ante su pregunta.
—Eso pensaba —dijo ella—. Pobre Christopher Westing. Ciego e
indefenso, presa de gente como la malvada Jane Chatley, que, en su opinión,
pasó inexplicablemente de ser una sosa reservada, sí, ya sé lo que dice la
gente, a una indecorosa Jezabel. Fingiendo que le gustaba la compañía de un
ciego mientras lo tomaba por tonto, primero con lord Fowler, y luego, si
escarba lo suficiente, incluso recibiendo una propuesta de matrimonio de mi
primo, Bernard Lowther.
Ella vio cómo sus ojos se abrían de par en par.
—Oh, sí —asintió ella—. Hay incluso más maquinaciones en marcha.
Pensó en lo feliz que habría sido si Christopher, ciego, resentido, difícil y
enojado como era a veces, simplemente se hubiera enamorado de ella y la
hubiera reclamado para sí. Todavía estaba convencida de que era el camino
que habrían seguido antes de la maldita explosión.
—¡Hombres! Es tan ciego como su amigo.
—Un tonto ciego, ¿eso soy? —preguntó Christopher desde el pasillo—.
¿O se refiere a otro de los amigos de Burnley?
Su corazón palpitó instantáneamente, fuerte y rápido, y sintió que sus
mejillas se calentaban.
¡Maldición! Eso no hablaba bien de ella.
Lord Burnley incluso le envió una mirada triunfal. ¡Maldito sea el
hombre!
Jane abrió la boca y estuvo a punto de defenderse, pero se lo pensó mejor.
Se iba a ir, y nada de lo que se dijera aquí hoy cambiaría ese hecho. Además,
ella pensaba que ambos eran un par de tontos. Burnley estaba empeorando las
cosas, metiéndose donde no le correspondía, y Christopher… bueno, había
desechado su corazón por razones que ella no podía comprender en el mismo
momento en que le había pedido ayuda.
Cuando entró en razón, ya era demasiado tarde. Ahora que Jane
comprendía la verdad, tenía que proteger a su madre, como su madre siempre
había hecho por ella.
—¿Nada más que añadir? —le preguntó el marqués mientras se acercaba.
—No —dijo ella—. Ya me iba. He venido a hablar con su madre, y lo he
hecho. Si no hubiera sido abordada por lord Burnley, no estaría todavía aquí.
—¿Abordada? ¿Por qué estabas hablando de mí con lady Jane? —
preguntó Christopher a su amigo, con un tono tranquilamente furioso—.

Página 261
¿Sucede esto a menudo entre mis amigos, hablar a mis espaldas?
—¡No! —dijo lord Burnley—. Simplemente estaba…
—¿Simplemente qué? —gritó Christopher mientras miraba entre ellos.
Le tocó a ella poner cara de triunfo. Casi le sacó la lengua a Owen
Burnley.
—Estaba recordando a lady Jane que te encuentras en un estado algo
delicado.
—¿Un qué? ¡Dios mío, hombre! —rugió Christopher—. Si pudiera ver tu
cara, te daría un golpe. ¿Cómo te atreves?
—Soy tu amigo —insistió lord Burnley.
—Lo que no te da derecho a tratarme como un inválido. Especialmente
ante Jane. Ella es la única que me ha empujado más lejos de lo que yo quería.
De todos modos, ¿cuál es tu queja con ella?
—¡No quiero que te tomen por tonto!
Christopher soltó una maldición.
—Incluso si ella me llama tonto ciego, no quiero que me trates como tal.
—¿Qué pasa con Fowler?
—La señora y yo ya hemos hablado de él —dijo Christopher—. ¿Cómo
podría ser asunto tuyo?
—Eso es lo que he dicho yo —dijo Jane, antes de darse cuenta de que
había anunciado que se iba. En lugar de eso, estaba observando la escena
como si asistiera a un combate de pugilistas. Las cabezas de ambos giraron en
su dirección. Ella tragó saliva.
Al ver la actitud defensiva de Burnley y el enfado de Christopher, recordó
que ese era precisamente el resultado que no quería. Christopher necesitaba a
su mejor amigo, ahora más que nunca.
—¿Y qué hay de su primo? —replicó lord Burnley, y Jane se arrepintió de
habérsele soltado la lengua.
—¡Yo también sé lo de su primo! —Christopher estaba prácticamente
gritando.
—No hay nada que saber —insistió ella, lo cual era la verdad—.
Simplemente me estaba burlando de su amigo, que estaba siendo
impertinente. Estuvo mal por mi parte. Buenos días, señores. Espero que
recuerden su estrecha amistad y resuelvan sus diferencias de una vez. Se están
comportando como niños.
A pesar de todo, todavía quería sacarle la lengua a Owen Burnley.
Con una última mirada en dirección a Christopher, bebiendo con sus ojos
todo lo que pudo de él, Jane se fue. No era así como deseaba verlo por última

Página 262
vez, casi apopléjica y dolida por sentirse traicionada. Por suerte, tenía muchos
otros recuerdos suyos deliciosos, tocándola, besándola, a los que podía
recurrir en las horas solitarias entre el atardecer y el amanecer.

AL DÍA SIGUIENTE, CON Bernard y su padre juntos en algún lugar, lo que


no presagiaba nada bueno, la madre de Jane dio instrucciones al mayordomo
para que bajara sus baúles. Habían contratado un carruaje para llevarlas al
tren en la estación de London Bridge, temiendo el pandemónium de Waterloo
y sus numerosos andenes.
A su vez, unas horas más tarde, dependiendo del tiempo que el tren se
detuviera para almorzar, pararían en la costa, en Folkestone, en el hotel de la
línea de vapores. Después de una noche, cruzarían el canal hasta Boulogne, en
Francia, a primera hora de la mañana siguiente y comenzarían una nueva
vida.
Habían aceptado el hecho de que tendrían que enfrentarse a carteristas, a
timadores e incluso a hombres falsamente vestidos de clérigos en el tren. Sin
embargo, juntas se sentían más emocionadas que temerosas. En el último
momento, su madre decidió dejar atrás a sus dos criadas, ya que las jóvenes
tenían novios locales y trasladarlas a Francia les parecía cruel.
La madre de Jane seguía arriba, asegurándose de que tenía todo lo que
quería llevarse.
—Sorprendentemente poco —le había dicho antes a su hija. Jane vigilaba
la puerta principal, ansiosa por ponerse en marcha. Si Bernard o su padre
volvían en ese momento, se produciría una fea escena. Al oír llegar un
carruaje, se asomó a la ventana. No era su carruaje de alquiler ni el de los
Chatley, lo que indicaría el regreso de su padre. Era el landó de los Westings,
con su emblema en la puerta.
Su corazón se aceleró de inmediato. ¡Christopher!
Abrió la puerta delantera mientras la puerta del carruaje también se abría.
Sin embargo, no bajó Christopher, sino su hermana. Era demasiado tarde para
cerrar la puerta, así que Jane esperó mientras la joven se acercaba.
Como si el desagradable encuentro con Burnley no hubiera sido
suficiente, Amanda Westing estaba ahora frente a su casa.
Jane suspiró, dudando de que esto fuera a ser agradable. Teniendo en
cuenta los baúles en el vestíbulo detrás de ella, salió y cerró la puerta.

Página 263
—Lady Amanda, ¿a qué debo el placer? —¿Tal vez una extracción de
dientes, o estaba allí para patear a Jane en la espinilla?
—Estoy aquí para disculparme.
De todas las cosas posibles que la chica podría haber dicho, Jane nunca
habría imaginado eso.
—No lo entiendo. —Dijo Jane, deseando poder invitarla a entrar—. ¿Por
qué?
Amanda retorció sus dedos enguantados.
—No he apoyado mucho la asociación de mi hermano con usted.
Jane miró más allá de ella, hacia donde esperaba el carruaje.
—¿Está sola?
—Mi madre está conmigo.
Eso tenía más sentido.
—¿Ella la trajo aquí para hablar conmigo?
—Oh no, no es así. Ella me dijo que no iba a venir más a casa de los
Foresters, y esperaba que no fuera por mí. Sé que a Christopher le gusta usted
mucho.
Jane sintió que un calor se extendía a través de ella. Amanda la miraba,
con los ojos brillantes y directos, sin reírse y sin maldad.
—He terminado lo que estaba haciendo con su madre, y las próximas
tareas serán en su propia casa. —Además, el hecho de tener el canal de la
Mancha entre ella y Mayfair, impediría que Jane se involucrara más—. No
tenía que ver con usted, y me alegro de que lord Westing tenga una hermana
tan devota.
—Creo que es dulce con él. ¿Lo es?
Jane suspiró.
—Eso no tiene importancia.
—Pero lo es. Verá, traje a otras damas a casa para que lo conocieran.
Apenas habló una palabra con ninguna de ellas. Usted es la única que lo saca
de su oscuro estado melancólico, excepto lord Burnley y papá, por supuesto,
cuando lleva a Chris al parlamento.
—Ahí tiene, entonces. Su hermano está progresando lo mejor que se
puede esperar. Tiene amigos y familia.
Lady Amanda la miró directamente a los ojos.
—Pero creo que la quiere a usted.
Jane no sabía cómo responder. Sería fácil disipar las tontas ideas de
Amanda explicándole cómo Jane le había sugerido a Christopher que pidiera

Página 264
su mano y que él la había rechazada rotundamente. Sin embargo, eso era entre
ella y Christopher.
—Creo que su hermano tiene un largo camino por delante y encontrará a
alguien que le haga feliz.
Amanda miró el umbral de la puerta y luego volvió a mirar a los ojos de
Jane.
—Si realmente no siente nada especial por él, entonces supongo que está
bien.
—¿Qué cosa? —preguntó Jane con un escalofrío de inquietud.
—Lord Burnley va a traer a su hermana a cenar esta noche. Mi madre dice
que sería una excelente pareja para mi hermano.
Jane sintió el dolor como la hoja de una espada entre sus costillas. Sin
duda, Owen Burnley estaría encantado con tal acuerdo. Con Jane fuera del
camino, no solo tendría de nuevo a su mejor amigo para él, sino que ganaría a
Christopher como hermano.
—Tengo entendido que lady Sophia acaba de regresar de Francia. Una
excursión así le da brillo a una chica.
—Supongo que tiene razón. De todos modos, debo irme ya. —Miró hacia
el carruaje—. Estamos de camino a Covent Gardens. Mamá dice que puedo
elegir las flores para la mesa esta noche, y le pedí que parara aquí de camino.
Por supuesto, mi madre dijo que parar sin avisar no se hace, pero tuve la
sensación de que no le importaría.
—Y tenía toda la razón —le aseguró Jane. ¿Cuándo había desarrollado un
sentimiento cálido por la mimada Amanda?
—Buenos días, entonces, lady Jane.
—Buenos días.
Amanda se dio la vuelta y luego volvió a mirarla.
—El libro fue un maravilloso regalo para mi hermano. Me gustaría que
hubiera visto cuánto lo emocionó. Y tenía toda la razón en cuanto a que
ayudase a mi madre. —Le lanzó una sonrisa que al instante le recordó a Jane
la sonrisa de Christopher—. Le agradezco que me haya empujado a hacerlo.
Jane asintió.
—Me alegro de que haya funcionado. Y yo le agradezco que haya venido
a hablar conmigo. Estoy segura de que terminará su temporada
espléndidamente.
Amanda se sonrojó de forma muy bonita.
—Quizá nos veamos en el próximo baile.
Jane podría haber mentido, pero se le escaparon otras palabras.

Página 265
—Creo que no. Pronto probaré yo misma un poco de lustre. Buen día.
Después de cerrar la puerta, Jane se molestó consigo misma por haber
mencionado que se iba. Y haría bien en marcharse antes de que alguien
pudiera empezar a especular sobre dónde o por qué, como le gustaba hacer a
la alta sociedad.

CHRISTOPHER NO PODÍA creer que Jane se hubiera alejado tanto tiempo.


Obviamente habían tenido palabras cruzadas, pero su madre la echaba mucho
de menos. ¡La echaba de menos!
Los Westings se habían mudado de la casa de los Forester a la suya propia
en Grosvenor Square, en la mejor zona de Mayfair, y a él le había resultado
más fácil de lo esperado orientarse. Había habido algunos percances con los
muebles y había aburrido a su hermana pidiéndole que le contara todos los
detalles de la apariencia de cada habitación, lo que era nuevo e incluso cómo
era la bañera de la ducha. Luego, había procedido a empaparse tratando de
averiguar cómo funcionaba por su cuenta.
Seguía esperando encontrarse con Jane en el vestíbulo o en el salón.
Estaba decidido a hacerla olvidar a Bernard Lowther y casarse con él.
Después de todo, la extraordinaria calidad de sus besos demostraba lo que él
sabía en su interior: ella estaba destinada a ser suya y lo amaba.
Incluso había planeado lo que le diría para que aceptara ser su esposa.
Así, había rondado la fachada de su casa, esperando que ella volviera. El
mero hecho de estar en su compañía le parecía una recompensa de buena
suerte, que no había agradecido debidamente.
Al fin, su mayordomo, —no el de los Forester, sino el suyo propio—,
regresó del almacén, según creía Christopher, aunque en realidad no sabía
dónde había estado el hombre, y le dijo que había una joven que se
identificaría solo como su amiga.
¡Jane! La sensación de calidez y el deseo de verla se abalanzaron sobre él,
aunque «verla» significara solo escuchar su dulce e inteligente voz, oler su
delicioso perfume y tal vez besar sus labios, si tenía mucha suerte. Solo tenía
que convencerla de que casarse con un ciego era infinitamente preferible a
casarse con una comadreja vidente como su primo.
A decir verdad, Christopher no conocía al hombre en absoluto, ni siquiera
su aspecto. Puede que no fuera una comadreja, pero algo no le cuadraba
respecto a que un hombre se casara con su prima: daba a entender que lo

Página 266
hacía por la razón equivocada. En este caso, no le cabía duda de que era
económico.
Sintiéndose totalmente desesperado, preguntándose si algún día su madre
le diría que había leído las amonestaciones de los Chatley en el periódico, al
fin, su espera había dado resultado.
—Jane —la saludó al entrar en el salón. Sabía que aún no era realmente
apto para la compañía, al menos no para los estándares excesivamente
exigentes de su madre, pero Amanda dijo que ya era muy capaz.
—Ay, no —dijo una voz familiar. Christopher tardó un momento en
reconocerla.
—¿Margaret? Quiero decir, lady Cambrey. —Él se detuvo en seco y se
inclinó—. Esto es una sorpresa.
—Y una decepción, parece. —No parecía molesta, simplemente divertida.
—No, en absoluto. —Incluso él tenía que admitir que su voz no sonaba
convincente—. Discúlpeme por no exclamar sobre su belleza, pero incluso sin
mi vista, sé que está ahí de pie, con un aspecto impresionante.
—Lo estoy —dijo ella—. Qué bueno que lo destaque.
La condesa tenía una risa encantadora, diferente a la de Jane, que no se
reía a menudo, pero cuando lo hacía, le removía la sangre.
—¿A qué debo este placer? —preguntó, esperando mostrar más
entusiasmo.
—En realidad, debe el placer de mi compañía a la misma dama cuyo
nombre estaba en sus labios hace un momento.
—¿Lady Jane?
—Sí, precisamente. Venga a sentarse conmigo —insistió Margaret,
tomándole la mano y llevándole al sofá, aunque él ya sabía cuántos pasos
había que dar para llegar hasta allí—. Hablaremos de Jane y de lo perfecta
que es para usted.
¿Cómo sabía ella lo que sentía por Jane?
—¿Qué pasa? —preguntó, y luego recordó sus modales—. ¿Le apetece un
té o un café? Lo prometo, ahora soy bastante bueno bebiendo en público.
Ella volvió a reírse.
—Nunca dudé de usted.
—Eso suena como algo que diría lady Jane. Ella es muy buena para
incitarme a dar lo mejor de mí.
—Entonces, ¿no le importa que le ayude?
—Dios, no. Probablemente seguiría acurrucado en mi cama si no fuera
por su persistencia.

Página 267
—Tenía la impresión de que su ayuda no era bienvenida y, de hecho, le
enfadaba.
Christopher negó con la cabeza.
—A veces, lo admito, me enfado. No esperaba esto. —Señaló su propia
cara—. Esta nueva vida fue un shock.
—Es comprensible. Por cierto, me gustan sus gafas —le dijo Margaret.
—Gracias. A lady Jane también le gustan.
—¿Dónde está? —preguntó de repente la condesa, sonando como si
creyera que la estaba escondiendo, quizás en un armario bajo la escalera.
—¿Qué quiere decir? —preguntó él.
—Se ha ido de la ciudad, y nadie sabe dónde está. No me alegro de ello.
—Margaret hizo un sonido de exasperación—. Ella y yo nos estábamos
haciendo amigas.
Su mente se arremolinaba con preguntas, y juraría que su corazón latía
repentinamente más rápido cuando el impacto total de las palabras de
Margaret lo golpeó. Jane se había ido.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó.
—Me dijo que quería ser mi amiga. Así es como lo sé.
—No. Lo que pregunto es cómo sabe que se ha ido de la ciudad.
Margaret dio un suspiro audible.
—Me envió una breve misiva en la que decía que deseaba que hubiéramos
tenido más tiempo para disfrutar de nuestra nueva amistad y me daba las
gracias por escucharla. Se disculpó por irse sin decirme a dónde.
—No lo entiendo. —Christopher consideró sus conversaciones con Jane
—. Ella no me dijo nada.
—¿Se separaron en términos amistosos la última vez que hablaron?
Christopher pensó en el pasado. La última vez que él y Jane hablaron fue
cuando Owen estaba siendo un canalla. ¿Fue eso lo que la alejó?
—Había estado trabajando con mi madre, primero en su exposición de
arte y luego eligiendo los colores y las telas para la renovación de nuestra
casa.
—Por cierto, se ve preciosa —dijo Margaret—. ¿Alguien se la ha
descrito?
Él asintió.
—Sí. Mi hermana ha tenido un poco de paciencia y ha tenido la
amabilidad de contármelo con detalle. Sé que esta habitación tiene ahora una
alfombra persa en color crema, rojo, dorado y verde, con papel pintado
estampado en verde pálido y dorado, y cortinas doradas. Las sillas son de

Página 268
color crema sólido y el sofá en el que nos sentamos tiene un estampado que
de alguna manera no desentona con la alfombra. ¿Lo he entendido bien?
—Perfectamente correcto. Entonces, Jane hizo esto, ¿verdad?
—Sí. —Christopher frunció el ceño—. Pero desde que volvimos, Jane no
ha venido en absoluto.
—Me pregunto si su madre o su hermana de usted saben algo.
Él no tenía ni idea, pero tenía la intención de averiguarlo.
—¿Se separaron en buenos términos?
Era la segunda vez que lo preguntaba.
—¿Qué le hace dudar de eso? ¿Qué le dijo ella? Ni siquiera sabía que eran
amigas.
—Pasamos un tiempo juntas en la finca de mi marido en Bedfordshire,
antes de que lord Cambrey y yo nos comprometiéramos. Jane y su madre nos
visitaron, y yo estaba celosa de la… perfección de Jane.
Christopher no pudo evitar reírse.
—Ella exuda capacidad, encanto, aplomo, corrección, mientras parece
humilde —dijo él—. Supongo que tiene razón. En una palabra, la perfección.
—Ni siquiera ha mencionado su aspecto. Fresca pero pulida, bonita pero
discreta.
—La apariencia se ha vuelto menos importante para mí, como bien puede
imaginar —le recordó Christopher—, pero sé que es bastante hermosa,
incluso radiante.
—Sin embargo, le permitió marcharse, que se escabullera.
—Eso no es justo. —Christopher había pasado días esperando que ella
volviera—. Ella no me avisó. No hubo oportunidad de detenerla.
—¿Ella nunca le dio una oportunidad? Me resulta difícil de creer. —El
tono de Margaret seguía siendo ligero y amistoso, pero con un toque de
dureza, como si supiera que él había alejado a Jane.
En su mente, recordó el momento en que todo había cambiado. Ella le
había pedido que se casara con ella y él la había rechazado. Cuando cambió
de opinión, ya era demasiado tarde.
—Veo que recuerda algo —dijo la condesa—. Lady Jane me dijo…
—¿Le dijo qué? —la apremió Christopher cuando ella se detuvo con
brusquedad.
—No puedo decir demasiado porque sería injusto para mi nueva amiga.
Además, revelar lo que hay en su corazón le corresponde a ella, no a mí. Sin
embargo, si siente algo por ella, que creo que es así, debería perseguirlo. Y

Página 269
puedo decirte una cosa, aunque no sé dónde está ahora: tuvo que irse para
escapar de un matrimonio concertado.
—¿Qué? —rugió él, poniéndose en pie.
—¡Lo sé! Impactante, ¿no? Y con su corazón comprometido en otro lugar,
¿qué podía hacer?
—¿En otro lugar? —preguntó él, sintiendo que todo el coraje se le
escapaba.
—No es tan tonto, ¿verdad, Christopher? —Margaret también se puso de
pie—. Lady Jane no estaba simplemente ayudándole de la misma manera que
ayudó a los huérfanos, o a mí, en su momento. Era algo totalmente distinto.
De todos modos, espero que la encuentre y la traiga de vuelta. Claramente,
sería lo mejor para usted y, creo, también para ella.
Sintió que sus manos enguantadas tomaban las suyas para un cálido
abrazo.
—Buenos días, querido amigo. Me alegro de verle tan bien. Mi marido me
ha dicho que ha estado yendo al parlamento.
—Así es. —La acompañó hacia la puerta—. Pensé que la vida había
terminado para mí, pero estar en la Cámara sigue siendo mi destino y mi
deber.
—¡Bravo! —exclamó Margaret. Christopher sintió que ella le besaba en la
mejilla—. La próxima vez que le visite, espero que haya puesto todo en
orden.

Página 270
Capítulo 27

—¿Qué puede decirme sobre Bernard Lowther?


—Me dijo, es más, me gritaste que lo sabías todo sobre él —respondió
Burnley de inmediato—. De todos modos, no sé mucho. Es el mayor en la
línea de sucesión del condado de Chatley. Vino a la ciudad hace unas
semanas, quizá más. ¿No recuerdas que estuvo en la exposición de arte de tu
madre?
Christopher pensó por un momento.
—No, no lo recuerdo. Creo que estaba rojo de rabia por Fowler.
—Oh, claro. Ese mamarracho.
Christopher oyó a Owen servirse una copa. Estaban sentados en el salón
de su amigo en Gilbert Street, a poca distancia de la casa adosada de Westing,
en la parte norte de Mayfair. Burnley había comprado su propia casa un año
antes, y Christopher pensaba que lo único que el hombre necesitaba ahora era
una esposa. Su amigo, sin embargo, no había mostrado ningún interés en
sentar la cabeza, y prefería la variedad de sus conocidas. Más variedad de la
que podría ser buena para un hombre.
Christopher había llegado hasta allí justo después de que la condesa de
Cambrey se marchara.
—¿Brandy? ¿O es demasiado temprano para ti?
—Por suerte, no puedo ver el reloj —dijo Christopher y extendió la mano.
Su amigo puso un vaso en ella.
—¿Sabías algo de Jane y de este primo?
El silencio fue una respuesta reveladora. Entonces Owen se explicó.
—Lady Jane mencionó haber recibido una propuesta de matrimonio de él.
Eso fue justo antes de que nos llamara a los dos ciegos tontos.
—Ya veo.
—¿Qué? —Owen balbuceó—. ¿Realmente estás haciendo una broma
sobre tu vista?
—¿Qué? No. Quiero decir que ahora entiendo por qué me llamó así. Y
pensar que la dejé con ese canalla… Si hubiera podido ver su cara, habría

Página 271
sabido que era un miserable.
—¿Y dónde está la muchacha? —preguntó Burnley.
—La muchacha, como dices con tanta displicencia, ha dejado Londres
para huir de un matrimonio concertado con ese primo.
—¡Cristo!
—Exactamente —dijo Christopher—. Podría haberle evitado la necesidad
de huir.
—No te casarías con ella para salvarla de su primo, ¿verdad? —El tono de
su amigo era de total incredulidad.
—Por supuesto que no. Me casaría con ella porque la quiero.
—Oh —dijo Burnley, sin decir nada más durante un largo minuto—. Te
he estropeado un poco las cosas, ¿verdad?
—Me las arreglé solo, pero ahora necesito pedirte ayuda.
Su amigo chocó su vaso contra el suyo de forma inesperada.
—Lo que sea.
—Ayúdame a encontrar a Jane.

—¡MAMÁ! VEN RÁPIDO. —JANE miraba por la ventana de la pequeña


casa de campo encalada que habían alquilado temporalmente en Marsella.
Había sido un largo viaje de Boulogne a París y luego a la ciudad del sur del
Mediterráneo. Habían viajado durante dos semanas en tren y en carruaje.
Había parecido interminable, pero por fin habían llegado.
—¿Qué pasa, querida?
—¡Las vistas! Son espléndidas. El agua tiene un color tan glorioso, y
tantos barcos, también.
—Jane, querida, estoy agotada. He echado un vistazo al mar antes de
entrar en casa. —Su madre suspiró con fuerza—. ¿Cómo pudieron decirnos
que había un ferrocarril de París a Marsella cuando había vías que no se
conectaban? Mañana miraré las vistas. Todavía estarán aquí.
Jane se rio.
—Muy bien, mamá. Pasaremos los días practicando nuestro francés y
comiendo pain au chocolat. Y mañana me sentaré junto al mar a pintar.
Su madre recostó la cabeza en el sofá.
—No estoy segura de que este sea el lugar para nosotras. Ni siquiera el
canal de agua potable ha sido terminado.

Página 272
—Mmm… —Jane no estaba escuchando realmente. Estaba mirando el
libro de traducción al francés que había comprado durante sus pocas horas en
París.
—Este puede ser el lugar para nosotras, mamá. ¿Quién sabe? En cualquier
caso, está lo bastante lejos, estaremos a salvo.
—Por un tiempo —asintió su madre.
Su tono hizo que Jane dejara el libro y se sentara a su lado.
—Somos viajeras intrépidas, ¿no? ¿Recuerdas cuando fuimos juntas a
Turvey House?
—¿Y nos quedamos con los Cambreys? Sí, ese fue un viaje mucho más
fácil, ¿no?
—Pero lo hemos conseguido, mamá. Estamos aquí.
—Con los pescadores —refunfuñó su madre—. Y ese gran hospital en el
camino. Me da escalofríos.
—También hay panaderías y deliciosos cafés. Pequeñas tiendas y la Place
de Lenche. Y tenemos que ver la bonita piedra rosa del edificio del tribunal.
Encontraremos una criada que venga a ayudarnos mañana. Piensa en lo
brillante que fue por tu parte encontrar esta casa de campo tan rápido.
—Eres condescendiente conmigo, querida hija. Si no hubieras entablado
una conversación con esa mujer en el tren, todavía estaríamos sentadas en la
última estación en este momento.
—Pero le preguntaste por el alojamiento.
Emily Chatley cerró los ojos.
—No podemos escondernos aquí para siempre.
—Mamá, acabamos de llegar. Quedémonos al menos el tiempo que duró
el viaje. ¿A dónde te gustaría ir después?
—Si quieres tener alguna apariencia de vida normal, debemos volver
hacia la civilización. —Abrió los ojos y escudriñó a su hija.
—Te refieres a París. —Jane arrugó la nariz.
—¿Por qué haces eso con tu cara, querida? ¿No te gustó aquello? Sé que
solo estábamos de paso, pero debiste ver su civismo y a la gente.
La verdad es que le hizo pensar en su padre y en las muchas veces que las
había dejado por el continente. Había oído a sus padres discutir sobre las
doxies[5] de París. —Y la réplica de su padre sobre cómo eran preferibles a
una rígida esposa inglesa.
—Seguramente, no quieres ir allí —dijo Jane.
—¿Por qué no?

Página 273
Su madre la miró fijamente y Jane le devolvió la mirada. No iba a sacar el
tema de las doxies franceses. Al final, simplemente se encogió de hombros, y
su madre puso los ojos en blanco.
—Solo piensa en las tiendas y el teatro —continuó su madre—. No es
Londres, ciertamente, pero nada lo será nunca. No, Jane. Esta broma
mediterránea fue un capricho para alejarnos de las miradas indiscretas y del
brazo inglés de la ley. Es perfecto por el momento, pero no tengo intención de
quedarme en un pueblo pesquero el resto de mis años.
—Muy bien. Deja que pinte un poco aquí —dijo Jane—, y luego puedes
elegir el siguiente lugar. Si realmente no te importa París, a mí tampoco.
Y se pusieron de acuerdo fácilmente, como si estuvieran de vuelta en
Londres, en Berkley Square.

UNA SEMANA DESPUÉS, Jane llegó a casa llevando sus materiales de


pintura en una cesta. Su nueva criada, Bettine, que venía solo cuatro días a la
semana para limpiar y cocinar, estaba barriendo el salón. Al menos dos veces
por semana, traía pasteles frescos de la pastelería que poseía su familia, y el
aroma impregnaba la casa.
A Jane se le hizo la boca agua enseguida.
—Bonjour, Bettine, comment ca va[6]?
—Bien, mademoiselle. ¿Et vous?[7]
—Muy bien. Voyez[8]. —Y Jane le tendió su obra de arte a la joven para
que la viera. El grueso papel, fijado en un marco de madera plano, estaba aún
ligeramente húmedo.
—Oh, c’est belle. ¿Vous etes une peintre?[9]
—No, pero lo intento un poco. ¿Comprende «intentar»?
—Oui. —Bettine le sonrió.
—Où est ma mère[10]?
Bettine se llevó una mano a la cadera.
—Elle est allée poster une lettre. Je lui ai dit qu’il n’y a pas de poste aux
lettres jusqu'à demain mais…[11]
Jane levantó las manos.
—Lo siento, Bettine, pero no le entiendo. Je ne comprends pas[12].
—Su mamá, tenía una carta, mademoiselle. —La chica agitó la mano
como si sostuviera un papel—. Le dije que no había correo hasta mañana,
pero dijo que la enviaría de todos modos.

Página 274
¿A quién le escribía su madre? Jane dejó su kit de pintura y se quitó los
guantes y el sombrero. ¿Estaba su madre escribiendo a alguien en Inglaterra?
Habían hablado de hacerlo dentro de unos meses, pero no tan pronto.
Y entonces recordó al joven de su madre que se fue al continente y que le
había escrito durante todos estos años.
¿Lo haría? ¿Podría?
Jane consideró la situación. Dadas las circunstancias, si sus papeles se
invirtieran, ella escribiría al hombre que había amado veintitrés años antes si
supiera que aún no estaba casado y que por fin estaba a una distancia de viaje
de él.
Sin embargo, ¿y Charles Chatley? Jane no aprobaba la infidelidad, pero
mientras volvía a salir para sentarse en el escalón delantero y mirar el mar,
sintiéndose atrevida sin sus guantes y su sombrero, sabía que no le
correspondía juzgar.
Lo que es bueno para el ganso, como decían, es bueno para el ganso.

—ALGUIEN DEBE SABER dónde ha ido Jane.


—Tu madre lo sabe —dijo Owen con desgana, dando una calada a su
cigarro mientras él y el padre de Christopher se sentaban en el nuevo comedor
de los Westings después de la cena. Burnley y su hermana, Sophia, eran
invitados, y Amanda, junto con la duquesa, había llevado a lady Sophia al
salón para que bebiera un oporto y esperara a que los hombres vinieran a
jugar a las cartas.
Por supuesto, Christopher solo podría sentarse y escuchar la diversión,
aunque su padre estaba considerando la forma de hacer que las cartas fueran
«legibles» para los dedos de su hijo sin que el resto de los jugadores pudieran
saber qué cartas eran.
—No es divertido —pronunció Christopher. Se había quedado
sorprendido al saber que lady Emily Chatley había huido con su hija a lugares
desconocidos. Sorprendido y complacido. En cierto modo, le hacía estar un
poco menos preocupado por Jane.
Sin embargo, podían estar en cualquier lugar, desde John O’Groats, en la
cima de Escocia, hasta la punta de la costa de Cornualles. Ya había salido en
los periódicos durante una semana cómo lord Chatley se había enfurecido por
la pérdida de su esposa, a la que había descuidado durante mucho tiempo,

Página 275
mucho más que por la pérdida de su hija, para la que ahora no necesitaba
financiar una dote.
Luego estaba el sobrino, que la alta sociedad acababa de descubrir que
había estado pensando en casarse con la joven lady Jane Chatley. Eso hizo
una burla de proporciones épicas. Algún caricaturista había dibujado a los dos
hombres, Chatley y Lowther, uno más grande y otro más pequeño, con ropa a
juego, ambos mirando por la puerta principal de su casa preguntándose dónde
estaban sus mujeres.
Burnley aseguró a Christopher que era más divertido de lo que parecía
cuando se lo había descrito.
Al oír por primera vez las noticias de Margaret, Christopher había
experimentado un momento de triunfo: después de todo, Jane no había
querido a Bernard Lowther. Inmediatamente después, se dio cuenta de que
tenía miedo. Puede que no volviese a estar en compañía de Jane.
Ella había hecho lo que primero él le había dicho que creía que era lo
mejor: retirarse con un mínimo de dignidad.
¡Maldita sea! Él no quería que lo hiciera, junto con su risa vibrante y su
mente rápida. Por no hablar de su delicioso cuerpo que acababa de empezar a
explorar. Simplemente la quería. Toda ella. Para sí mismo.
¿Cómo podría encontrarla si no podía ver? Temía tener que confiar en
Owen.
Cuando entraron en el salón unos minutos después, las damas estaban
hablando en francés. O lady Sophia hablaba con fluidez, y Amanda y su
madre hacían un valiente intento.
—Jane tenía razón sobre el pulido —dijo Amanda, y las orejas de
Christopher se agudizaron.
—¿De qué estás hablando? —preguntó.
Amanda frunció el ceño.
—No me regañes, hermano. Yo no alejé a Jane. De hecho, fui a verla y le
di las gracias. ¿Alguna vez le diste las gracias?
Sintió que su cara se calentaba. Podría haberse casado con ella cuando se
lo había pedido y haber vivido en un absoluto deleite estas últimas semanas
en lugar de un abyecto tormento. Pero sí, le había dado las gracias.
—No regañes a tu hermano —dijo su madre—. Al menos, no delante de
los invitados. Nadie de los presentes ha provocado su marcha. De eso estoy
segura.
—Sé que fui amable con ella —dijo su padre—. Incluso le dije que era
una sorpresa bienvenida, como un erizo.

Página 276
Todos volvieron a exclamar en voz alta.
¿Por qué su familia siempre tenía que representar una escena de un
espectáculo de Punch y Judy en lugar de comportarse normalmente?
—Solo dime a qué te referías con lo del pulido —suplicó Christopher.
Sabía que Amanda se estaba ajustando las faldas y mirando a su alrededor
para asegurarse de que todas las miradas —excepto las suyas, por supuesto—
estaban puestas en ella. Le encantaba la atención.
—Pasé por la residencia de los Chatley unos días antes de la misteriosa
desaparición de las damas —comenzó, como si fuera a ser una larga historia
para una noche de invierno—. Jane fue muy amable conmigo y quería
expresarle mi gratitud.
—Qué buena chica —dijo la duquesa, y Christopher estaba seguro de que
su hermana se deleitaba con la admiración de su madre, aunque fuera
injustificada.
—Mencioné que lady Sophia acababa de regresar de Francia, no recuerdo
cómo saliste en la conversación —añadió con rapidez, dirigiéndose
obviamente a la hermana de Owen, al tiempo que hacía que Christopher se
preguntara exactamente qué había estado haciendo Amanda—. Y Jane dijo
que Francia pone lustre a una joven, o algo así. ¿Ayuda eso?
—No —dijo él—. No realmente.
—Tal vez esto lo haga —continuó su hermana—. Cuando le pregunté si la
vería en el próximo baile, me dijo que ella misma probaría un poco del
abrillantador. Así que, ahí lo tienes. Misterio resuelto.
—Creo que tienes razón —dijo su padre—. ¿Por qué nuestra inteligente
lady Jane no iría a Francia?
¿Por qué, en efecto? pensó Christopher. Pero Francia era fácilmente dos
veces más grande que Gran Bretaña. Si ella estaba allí, no podía imaginar
cómo la localizaría.

Página 277
Capítulo 28

Un mes después, Jane se encontró de nuevo en un tren rumbo a París. Su


madre ansiaba ver a las damas de moda, y Jane tenía un único propósito:
encontrar a un inventor ciego llamado Pierre François Victor Foucault.
Estaban decididas a mantener una existencia modesta mientras vivían en
un bonito apartamento en uno de los barrios de lujo de un arrondissement[13]
de la orilla norte del Sena.
—En cualquier caso —dijo su madre—, aunque nuestro apartamento sea
pequeño, los parisinos pasan su tiempo al aire libre en las calles y en los
concurridos cafés.
Jane sonrió ante los conocimientos de su madre extraídos de los
periódicos ingleses. Y luego consideró las misteriosas cartas de su antiguo
amor. Sin duda habían mantenido correspondencia en las últimas semanas.
Tal vez el hombre de los ojos azules le había contado más cosas sobre París
de las que su madre le había contado a Jane.
En cuanto tuvieron la oportunidad de instalarse en el segundo piso de un
edificio de seis plantas, construido alrededor de un patio, Jane llevó a lady
Chatley a la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional. Jane había
sacado el nombre de la lista de colaboradores de la próxima Gran Exposición
para el Palacio de Cristal de Hyde Park. La sociedad, a su vez, le comunicó el
paradero de Monsieur Foucault, antiguo alumno de la misma escuela a la que
más tarde asistiría Louis Braille.
Monsieur Foucault era también un ingeniero brillante, como lo describía
la lista de expositores. A petición de Braille, había ideado la máquina
Raphigraph que ella había mencionado una vez al duque de Westing. Todavía
faltaban meses para la Gran Exposición, pero Jane estaba decidida a
conseguir un dispositivo de escritura para Christopher.
Al encontrar la morada del francés, con su madre a su lado, Jane subió las
escaleras con creciente excitación. Pronto, su mujer, Adélaïde, les sirvió un
café con leche, y Jane compró una de sus máquinas, que él llamaba tabla de
pistones. Esta máquina condensaba el difícil tipo Decapoint, invención de

Página 278
Braille para que los videntes y los ciegos pudieran leer el mismo texto, en un
tamaño más pequeño para que cupieran más palabras en una página. También
permitía a los ciegos imprimir fácilmente las letras.
Jane estaba entusiasmada. Después de organizar su envío directamente a
Grosvenor Square, en Londres, lo consideró un día bien empleado.
Con él, Christopher podría crear textos legibles tanto para los ciegos como
para los videntes. Además, se libraría de depender de alguien a quien tuviera
que dictar, recuperando así tanto su independencia como su intimidad. Incluso
podría escribir cartas de amor, pensó antes de preguntarse por qué esa tontería
le llenaba la cabeza. La usaría para escribir actos parlamentarios.
Solo deseaba estar allí cuando llegara el aparato. Al igual que solo podía
soñar con volver a estar en la misma habitación que él.
Anímate, se amonestó a sí misma. No era el momento de flaquear.

LLEGÓ UN PAQUETE DE París, y Christopher estaba prácticamente


saltando como un niño el día de Navidad, ansioso por abrirlo.
¡Jane! Tenía que ser de ella, ya que no conocía a nadie más en Francia.
Su padre le estaba leyendo el periódico en voz alta en la biblioteca cuando
entró el mayordomo.
—Esto acaba de ser entregado para lord Christopher, señor. Con
matasellos de París, Francia. ¿Lo abro?
Aunque no podría ver lo que era, la emoción de Christopher se duplicó
ante la idea de que sus manos hubieran tocado lo que había dentro. Tal vez
incluso era algo hecho con sus propias manos. De inmediato, se convenció de
que era un cuadro.
Por supuesto, no podía tener ninguna relación real con su vida, a menos
que se tratara de una caja de brandy, y era, de hecho, lo bastante grande como
para serlo. O al menos eso le dijeron sus dedos cuando los pasó por el estuche
de madera que el mayordomo había colocado sobre la mesa.
—Qué emocionante —dijo lord Westing—. Algo del extranjero para ti,
muchacho.
—Sí, lo he oído, padre. Ábrelo, por favor —Christopher se esforzó por
mantener su tono firme.
—Nosotros nos encargaremos de esto, Reg —dijo lord Westing
despidiendo a su mayordomo.
En un momento, su padre exclamó encantado.

Página 279
—Vaya, creo que es… ¡sí, lo es! Hay un panfleto en francés, creado en la
propia máquina, pero está claro lo que es. ¡Qué maravilla!
—Padre —Christopher estaba a punto de explotar—. ¿Qué es?
—Una máquina de escribir para ciegos. Una Raphigraph.
Tratando de imaginar cómo podían escribir los ciegos, Christopher no
pudo concentrarse ni un momento en una extraña máquina que no entendía.
Sus pensamientos seguían pensando en Jane.
—¿Hay una nota? ¿Algo de lady Jane directamente?
Oyó las manos de su padre rebuscando en la caja.
—No. Lo siento.
Christopher dejó de lado su decepción. Jane había pensado en él y había
gastado, sin duda, una gran cantidad de dinero para conseguir este invento y
enviarlo a través del Canal. Lo menos que él podía hacer era apreciarlo.
Pasaron la siguiente hora jugando con él. Todo lo que Christopher tenía
que hacer era usar su mano derecha para presionar los pistones, de los cuales
había diez dispuestos en forma de abanico, fácilmente accesibles. Cuando los
empujaba en diferentes patrones, producían los puntos en forma de letras.
Escribió y entregó el papel a su padre, que lo leyó en voz alta.
Entonces su padre lo probó y escribió algo, que entregó a Chris, quien
pasó sus manos por los puntos levantados.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Christopher mientras leía en silencio
las palabras con sus dedos:

«Será mejor que vayas a buscar a esta joven, la traigas a casa y


le cases con ella.
Tu querido padre».

Inmediatamente, escribió —¡Dios mío, podía volver a escribir!— a Owen


Burnley diciéndole que partirían al día siguiente hacia el continente. Si su
amigo no podía ir, ¡él iría solo!

—MALDITOS FRANCESES —dijo Owen en voz demasiado alta mientras


Christopher les aseguraba un carruaje desde el puerto de Calais. Muchos
cabriolés de alquiler esperaban el ferry a su llegada desde Dover, Inglaterra, y
ellos simplemente tenían que subirse a uno sin insultar al conductor de forma
tan terrible como para que los dejara en Alemania.

Página 280
—¡Cállate! —lo amonestó Christopher, y no por primera vez.
Su amigo no hablaba ni una palabra de la lengua gala, guardaba rencor
por las guerras napoleónicas y, al parecer, sufría una prolongada resaca, ya
que el viaje se había propuesto con rapidez. Se había quejado durante todo el
tiempo que duró el viaje en el barco de vapor, y seguía haciéndolo.
—Nadie nos dejará subir a su vagón si parece que vas a vomitar en la
tapicería.
—Estoy respirando profundamente y no parezco enfermo —le aseguró
Owen—. Estás haciendo un gesto en la dirección equivocada —añadió—.
Estoy haciendo señas a un conductor ahora. Por aquí.
Pronto se dirigieron hacia la residencia de Monsieur Foucault, impresa en
el reverso de su panfleto explicativo. ¿Jane se había asegurado de incluirlo a
propósito? ¿O fue una circunstancia afortunada?
En cualquier caso, después de semanas sin tener ninguna idea de su
paradero en el continente, y a punto de contratar a un detective privado,
Christopher estaba seguro de que la encontraría.
Monsieur Foucault resultó ser un individuo interesante. Aunque su esposa,
una costurera, estaba fuera, pudo recibir a Christopher y a Owen, hirviendo
agua, preparando su café y colocando algunas galletas.
—Es usted completamente ciego, ¿verdad, monsieur? —preguntó
Christopher, cuando Owen le explicó lo que estaba presenciando.
El hombre se rio.
—Sí, desde los seis años. Y usted, monsieur, ¿desde cuándo?
Christopher contó el tiempo.
—Medio año. —Hacía seis meses que su mundo había cambiado, pero
poco a poco iba recuperando algo de él.
Hablaron de cosas que Foucault había aprendido en la escuela, de otras
que había descubierto por su cuenta. Le dio a Christopher simpatía y consejos
sin compasión.
—Su invento es sorprendente, monsieur. Por eso he venido. Mi amiga me
lo envió y tengo que encontrarla para darle las gracias.
—Mademoiselle Chatley se empeñó en que le hiciera llegar la placa del
pistón lo antes posible. Está usted contento, ¿verdad?
—Mucho —dijo Christopher—. Debe de haber sido caro. Si me dice
cuánto y cómo encontrarla, podré recompensarla.
—Ya veo. Quiero decir, soy ciego, pero algunas cosas las veo tan
claramente como cualquiera. No estoy seguro de que me corresponda decirle
la ubicación de la dama.

Página 281
—Por favor, monsieur Foucault. Se lo ruego. Llevo muchas semanas
tratando de encontrarla. La quiero mucho y deseo casarme con ella.
—¡Cristo! —exclamó Owen—. Apenas llevamos unas horas en Francia y
ya has cogido los hábitos emocionales de los franceses.
Por suerte, Foucault no se ofendió. En cambio, se rio.
—Ciertamente, somos un pueblo gobernado por nuestras pasiones. No hay
nada malo en ello. Si mi Adelaida estuviera aquí, estaría de acuerdo.
—¿Puede ayudarme? —le preguntó Christopher—. ¿Por la pasión?
Tras una breve duda, solo interrumpida por Owen murmurando algo en
voz baja, Foucault dijo:
—La tabla del pistón era de treinta y cinco francos. Sé que a esta señora le
debe importar usted mucho para gastar semejante cantidad.
—No tengo ni idea de cuánto es eso en libras esterlinas —protestó Owen.
—¡Cállate! —Christopher esperó la información que necesitaba.
—Su señora y su madre se alojan en el cuarto distrito. Esa es la orilla
correcta.
—¿Eso es todo lo que sabe? ¿No tiene una dirección? —preguntó
Christopher.
—Se lo mencionaron de pasada a mi mujer, conversando como hacen las
mujeres. No pregunté porque no les estaba entregando mi máquina. Pero
estoy bastante seguro de que ella dijo que estaban en el Quartier Saint-
Germain. Es pequeño. No es tan difícil encontrar dos damas inglesas allí.
—Gracias, monsieur.
Unos minutos más tarde, cuando estaban de vuelta en el carruaje
alquilado, Owen decidió que debían encontrar habitaciones para pasar la
noche. Habían pasado la anterior en una posada en Dover y ya habían tenido
un largo día de viaje.
Christopher, en cambio, quería seguir con su búsqueda.
—No lo sabes, pero ya está anocheciendo, viejo amigo —dijo Owen—. Si
me quieres, me dejarás comer y dormir. Te prometo que me levantaré con los
gallos y estaré a tu lado.
—Como mis ojos —le recordó Christopher.
—Como tus ojos —repitió Owen—, y honrado de serlo. Mañana
recorreremos la orilla derecha de París y recuperaremos a lady Jane.
Christopher pudo oír la sonrisa en la voz de su amigo.
—Muy bien. Búscanos dos habitaciones.
—Bonitas habitaciones —dijo Owen—. A tu cuenta. Así como una cena
completa. Tú invitas.

Página 282
—¿Algo más? —preguntó, sintiéndose mejor que en años. Por fin estaba
en el mismo país que Jane.
—Pediría un par de esas famosas cortesanas francesas, pero supongo que
la naturaleza de este viaje, y tu recién pronunciado amor por Jane, excluyen
tales diversiones.
—Solo para mí. Si estás decidido a disfrutar de tu noche de esa manera,
entonces, por el amor de Dios, pregunta en un local qué burdeles son seguros.
No querrás traerte la viruela de algunas maisons d’abattage. Mejor aún, mira
a ver si te prestan la lorette de otro hombre para pasar la noche, una mujer de
clase superior. Puedes preguntarle al conserje de nuestra posada.
—¿Y cómo sabes eso? —Owen sonaba un poco asombrado.
Christopher se encogió de hombros.
—¡No soy San Cristóbal!
Owen simplemente se rio.

JANE FUE TEMPRANO A la boulangerie local, como hacía cada mañana.


Cada barrio tenía la suya, así como una pastelería y un bistró. Podía
imaginarse haciéndose grande en las caderas en los años venideros, porque no
había nada como la bollería francesa por las mañanas.
Hoy también había traído a casa algunos periódicos. Tardaban horas en
descifrarlos, y estaban llenos sobre todo de noticias locales, pero a veces
había un fragmento de algo internacional, sobre todo de la aristocracia inglesa
o de figuras políticas estadounidenses.
A decir verdad, Jane se preguntaba si llegaría a saber algo de Christopher
leyendo los periódicos. Probablemente la única gran noticia de un marqués
inglés sería el anuncio de su matrimonio, y eso era algo que ella no quería leer
sobre todo.
—Estoy cansada del café —dijo su madre cuando salió del dormitorio en
bata.
Al ver a su madre en estado de déshable, Jane recordó la palabra bohemia
de la duquesa de Westing, que Su Gracia les había enseñado a ella y a
Christopher la primera vez que los había llevado a su estudio. No podía
imaginarse a su madre saliendo de su dormitorio en Londres en estado de
desnudez, con su espeso cabello castaño en una trenza sobre el hombro. Sin
embargo, aquí, a lady Chatley no le importaba quedarse en bata a todas horas.

Página 283
Suponía que su madre se merecía este respiro de la constante vigilancia de
la alta sociedad. Y ningún lugar era tan relajado como París, sobre todo si se
era un extranjero de visita.
—Podemos comprar té, mamá. ¿Por qué no lo hemos hecho?
Su madre suspiró.
—¿Qué pasa? —le preguntó Jane, poniendo los croissants aún calientes
en un plato antes de preparar el café.
—Espero que estemos haciendo lo correcto —confesó su madre—.
Quiero decir, mírate, trayendo la comida y preparando el desayuno como una
campesina.
Jane se mordió el labio para no reírse. Ya habían encontrado una mujer
que venía casi todos los días a preparar la comida y la cena y a ayudar a
limpiar.
—Me gusta hacerlo por mí misma. Ya lo sabes. Por supuesto, hemos
hecho lo correcto. ¿No eres feliz, madre?
—Soy feliz estando contigo. Solo quiero lo mejor para ti. Siempre lo he
hecho. ¿Te casarás con un francés?
Lo dijo con tanto desagrado que esta vez Jane no pudo contener la risa.
—Mamá, si me enamorara de un francés, sería feliz casándome con él.
Entonces tendrías nietos.
Puso la mesa con mantequilla cremosa y conservas, junto con bayas
frescas, y luego les sirvió a ambas café con crema. A continuación, Jane
extendió los papeles, teniendo a mano su libro de traducción.
Le gustaba Le Constitutionnel, un periódico de comercio y política, pero
también de intereses literarios y temas útiles, como el horario de los trenes.
Había algunos anuncios, que su madre ojeaba. Lady Chatley prefería sobre
todo las revistas de moda, de las que había muchas. Miraba las imágenes y de
vez en cuando señalaba las palabras, haciendo que Jane las buscara.
Sin embargo, cuando Jane abrió La Presse en la página con noticias de
fuera de Francia, justo antes de un gran titular de Californie —que parecía
referirse a un nuevo territorio al que se le había concedido la condición de
estado en América—, Jane vio las esquelas de los notables. Y su mundo giró.
Mareada al instante, creyó que la habitación se inclinaba bajo su silla, y
extendió los dedos sobre el tablero de la mesa para mantenerse firme.
¡Dios mío!
Miró fijamente a su madre.
Al cabo de un momento, lady Chatley la miró y se quedó paralizada, con
la cara pálida de miedo.

Página 284
—Jane, querida, ¿qué ocurre?
¿Debía decírselo? Por supuesto que debía hacerlo. Era irracional pensar
que no lo haría.
—Es papá. —Tomó aire para tranquilizarse—. Está muerto.

Página 285
Capítulo 29

Christopher subió las escaleras hacia el apartamento de las «inglesas» y se


sintió como si hubiera atravesado un enorme desierto, uno de extrema
añoranza por Jane Chatley, y, por fin, casi había llegado a su exuberante
oasis.
Foucault tenía razón. No había necesitado más que unas cuantas consultas
en el barrio sobre el tipo de tiendas que visitaban las mujeres, y les habían
dado una dirección. Desde luego, Jane y su madre no tenían un hôtel privé —
el equivalente francés a una mansión en la ciudad—, pero sí un apartamento
bien equipado, en un edificio con un conserje respetado.
La plaza del apartamento tenía una gran puerta doble de madera que la
aislaba de la calle. Por ella debía entrar todo el mundo, y estaba ferozmente
vigilada por la conserje, una especie de portera que, junto con un portero,
supervisaba todo y a todos los habitantes de los apartamentos. También
recogía y distribuía el correo, aceptaba las entregas y mantenía fuera a
quienes no debían entrar.
En el caso de Jane, la conserje era una mujer un poco desconfiada que, sin
embargo, sacó la mano en cuanto se dio cuenta de que tenía a dos lores
ingleses en su puerta.
Por unos pocos francos, les dijo a Christopher y Owen por qué puerta del
patio debían entrar y cuántas escaleras debían subir, y les dejó pasar. Hasta
aquí la seguridad.
Al llegar al apartamento de Jane, Owen llamó a la puerta y, en unos
instantes, Christopher oyó que se acercaban unos pasos. Eran de Jane, estaba
seguro.
Cuando la puerta se abrió, la oyó jadear y su corazón estuvo a punto de
estallar, sobre todo porque casi podía ver un contorno sombrío de ella.
Su visión había cambiado, aunque no mejoraba ni empeoraba desde hacía
meses. Revelar ese hecho era para otro día. Sin embargo, incluso con las
gafas puestas, pudo distinguir una forma. La forma de Jane.

Página 286
Y entonces, ella estaba en sus brazos. No estaba seguro de cómo ocurrió
exactamente. Puede que diera un paso adelante, pero estaba bastante seguro
de que ella se había lanzado hacia él, y él la había atrapado.
—Está aquí —murmuró ella contra su chaqueta—. ¿Cómo puede ser esto?
¿Cómo puede estar aquí?
Él no dijo nada mientras la acercaba hacia sí, luego levantó las manos
para acunar su amado rostro, y casi la pinchó en el ojo y en la nariz antes de
posar las palmas en sus mejillas, manteniéndola quieta y tomando su boca con
la suya.
Este correcto caballero inglés se encontró besando a una correcta dama
inglesa en la puerta de un apartamento parisino, y le importó un bledo quién
los viera.
Hasta que oyó a la madre de ella exclamar en voz alta detrás de Jane, y
luego, Owen, que debía de estar echando un vistazo, tosió para advertirles.
Sin embargo, ninguno de los dos se movió. Apoyó su frente contra la de
Jane y respiró su familiar aroma. Pétalos de rosa y un poco de aceite de
bergamota. Ligero, hermoso, sensual y cálido, como la propia dama.
—La quiero —dijo.
—Yo también le quiero —le respondió ella.
Su madre chilló. A su lado, Owen se rio, y al fin, Jane lo atrajo hacia
adentro.

JANE DEJÓ QUE CHRISTOPHER la cogiera de la mano, mientras se


sentaban uno al lado del otro y conversaban en grupo, con su madre sentada al
otro lado de ella y lord Burnley en el sillón libre. Su pequeño salón estaba
lleno.
Su corazón aún latía con fuerza, y pensó que todos los demás en la sala
probablemente podían oírlo.
Él estaba aquí. La quería.
Jane quería hablar con él a solas, pero primero tenían que atender otros
asuntos.
—Hemos leído esta misma mañana que mi padre ha fallecido. Ni siquiera
sabemos de qué causa.
—Mis condolencias a los dos —dijo Christopher—. No lo sabía.
—Las condolencias son innecesarias —dijo su madre sorprendida—. No
estaríamos aquí en París si no fuera por él.

Página 287
Jane no estaba segura de qué decir a eso. No había deseado la muerte de
su padre, pero tampoco podía pretender sentir ninguna pena. Así pues, ¿por
qué iba a hacerlo su madre, que había sufrido mucho más por su odioso
comportamiento?
—Mi padre nos hizo la vida algo difícil a mi madre y a mí —dijo Jane,
tratando de ser diplomática para no escandalizar a estos caballeros que tenían
mejores relaciones parentales.
—No hace falta que lo explique —dijo lord Burnley—. Nadie que haya
visto cómo trataba el conde de Chatley a su familia la culparía por no querer
cubrirse de negro y colgar crespón en cada espejo.
—Aun así —dijo Jane—, en aras del respeto, cumpliremos un período de
luto, ¿no es así, mamá? —Jane no estaba dispuesta a vestir de negro durante
el próximo año, pero seguiría el ejemplo de su madre.
—En cuanto al crespón, la casa ya no es de mi incumbencia. —La
condesa no sonaba ni un poco infeliz por la perspectiva de haber perdido su
casa.
—Me pregunto si el primo Bernard se habrá mudado ya a la suite de papá.
—Mientras usted estaba fuera —comentó Christopher—, su primo pidió
la mano de una joven hace unas semanas. La señorita Swintree, si recuerdo
bien el nombre.
—No lo había oído —dijo Jane—. Supongo que Bernard no era lo
bastante importante como para acabar en las páginas de sociedad parisinas
cuando solo era el heredero del título de su tío. Creo que una vez presenté a
lord Fowler a la señorita Swintree. A él no le gustó ella.
—Hablando de su lord Fowler —continuó Christopher—, se ha
comprometido con…
—¡Lady Brethrens! —exclamó Jane y dio una palmada.
—Sí, así es —confirmó lord Burnley.
—Me alegro mucho por él —dijo Jane. En ese momento también se
alegró mucho por ella misma.
—¿Volverá a Inglaterra con nosotros? —preguntó Christopher, dándole
un subrepticio apretón de manos.
Ella dudó solo para mirar a su madre, que tenía una mirada pensativa.
—Habíamos decidido vivir en Francia durante años —le dijo Jane—. Es
un shock darse cuenta de que podemos volver de inmediato. Mamá, ¿habrá
consecuencias por nuestra huida?
—No lo creo. Con la desaparición de tu padre, no hay nadie que pueda
presentar cargos contra mí por abandono, y, mejor aún, nadie que te obligue a

Página 288
casarte con alguien que no desees. Si nos dejó algo en su testamento, espero
que sigamos teniendo derecho a ello. Sin embargo, no voy a volver a
Inglaterra todavía.
Jane sintió que Christopher volvía a apretarle la mano, y luego
intercambió una mirada con lord Burnley. No estaba segura de lo que su
madre pretendía.
—Tengo una carta que enviar por correo —declaró además lady Chatley
—. Primero, Jane, necesito hablar contigo en privado.
En un momento, tras excusarse, Jane y su madre se encerraron en el
dormitorio de esta.
—Amas a lord Westing —dijo su madre sin rodeos.
—Sí.
—¿Por qué no me lo has dicho? Ya te pregunté por tus sentimientos hacia
él.
—No veía ningún sentido. Si perseguía un matrimonio con él, te habrías
visto abocada a la soledad de una vida con un marido terrible, seguida del
desahucio de manos del nuevo conde.
La madre de Jane no dijo nada, solo abrazó a su hija con fuerza.
—He escrito a mi… amigo. Más de una vez desde que llegamos. Su
nombre es Daniel. Vive no muy lejos. Ahora que soy viuda, tengo la
intención de reunirme con él.
Jane sintió una burbuja de felicidad. Las punzadas de culpabilidad por
haber mantenido a su madre anclada a su padre durante los últimos veintiún
años —culpa que ni siquiera se había dado cuenta de que cargaba— se
evaporaron.
—Me alegro mucho por ti. ¿Puedo reunirme con él también?
Su madre sonrió, pareciendo más joven.
—Sí, me gustaría. ¿Crees que tu marqués retrasará su viaje de vuelta?
Tienes la intención de ir a casa con él, ¿no? ¿Y casarte con él?
—Supongo que será mejor esperar a que me lo pida. —Se rieron juntas.
—Invitaré a lord Burnley a que me acompañe a la oficina de correos, y
dejaré que vosotros dos habléis en privado.
—¿Nos dejarás solos? No estoy segura de que lord Westing apruebe eso.
Es muy correcto, sobre todo cuando se trata de mi reputación.
—Ya veremos —dijo su madre—. Las cosas son diferentes en París.
Su madre tenía razón, como siempre.
En pocos minutos, Jane se encontró a solas con Christopher. Había
parecido un sueño imposible solo esa mañana. Y ahora, era un regalo

Página 289
increíble.
—Debemos hablar del futuro —dijo él—, pero odio perder el tiempo
hablando cuando puedo besarla en su lugar.
—Tal vez podamos hablar con rapidez y aún tener tiempo para besarnos
después.
Su risa, tan ronca y masculina, le produjo un escalofrío.
—O podríamos empezar con un beso y luego hablar —ofreció—.
¿Estamos solos?
Como respuesta, ella deslizó las manos por detrás de la cabeza de él y lo
atrajo hacia sí, dejando que se aferrara a sus labios, antes de abrirle la boca.
Al instante, su cuerpo sintió un cosquilleo, como si su sangre zumbara por
sus venas.
Sin pensarlo, se apartó lo suficiente como para hablar.
—¿Le hago sufrir, como usted me hace sufrir a mí?
Sin responder, él levantó las manos de ella y las soltó, y luego colocó la
palma de ella en la parte delantera de sus pantalones. Luego le agarró la cara
con las manos y profundizó el beso.
Jane podía sentir la palpitación de su miembro contra sus dedos, y deseaba
tocar su piel desnuda.
Cuando él le hubo destrozado la boca, dijo:
—Esto es una tortura.
—De acuerdo.
Con su mano aún en su miembro masculino, ella dejó que él recorriera sus
dedos a lo largo de su cuello y luego los deslizara dentro de la parte delantera
de su vestido, tocándola lo mejor posible.
—Sufro por usted cada maldito día desde la primera vez que nos besamos
—confesó él.
Christopher estuvo a punto de contarle cómo se tocaba por la noche
cuando estaba sola en su cama, recordando las cosas que él le había hecho a
su cuerpo.
—Supongo que deberíamos hablar —dijo ella.
—Sí. ¿Por qué no me habló de su primo?
Esa no era la pregunta que ella esperaba. Además, era difícil mantener una
discusión racional con las puntas de los dedos de él en sus pechos, y la mano
de ella ahuecada alrededor de su verga, así que se apartó.
—¿Con qué propósito?
Christopher hizo un sonido de exasperación.
—Para poder ayudarle.

Página 290
—¿Cómo? —insistió ella.
Él inclinó la cabeza.
—Está siendo obstinada. Me habría casado con usted si hubiera sabido
que su padre la obligaba a casarse con su primo.
—Lo entiendo. —Ella suspiró—. Habría pedido mi mano para rescatarme
de un mal matrimonio. Yo no quería eso. Quería que me propusiera
matrimonio porque tenía la intención de pedírmelo de todos modos. Cualquier
otra cosa sería un asunto triste. Hay otros con los que podría haberme casado
si hubiera querido simplemente evitar a mi primo.
O los habría habido, si ella se hubiera preocupado de dejar que se
acercaran.
—En cambio, elegí tomar mi propio camino. ¿Sabe por qué?
—Sí —respondió él sin dudar—. Porque es una mujer testaruda y
obstinada que siempre tiene que hacer las cosas a su manera, que puede ser la
correcta, pero igual. Y sin concesiones.
Ella se rio.
—¡Oh, Dios! No sé si me está insultando. Eso suena medio elogioso, pero
también crítico.
—Porque casi la pierdo. ¿Habría sido realmente mejor hacerlo a su
manera, que dejarme ayudarla para que estuviéramos juntos el resto de
nuestras vidas?
—Una vez le pedí que se casara conmigo —le recordó Jane—. Me
rechazó.
Él permaneció en silencio, con aspecto pensativo.
—Supongo que quería que me quisiera porque no podía vivir sin mí.
Desde luego, no quiero ser su misión. Quiero ser su marido y tomarla por
esposa sin más razón que la de no poder soportar estar separados.
—Entonces supongo que deberíamos casarnos —le dijo ella—. Porque
eso es ciertamente lo que siento por usted.
Él sonrió.
—Antes solo confiaba en lo que podía ver. Qué limitante. —Le acarició la
mejilla—. Ahora confío en lo que puedo oír en su voz.
—¿Y en lo que puede sentir? —Ella colocó la palma de su mano sobre su
acelerado corazón.
—Sí, definitivamente confío en lo que puedo sentir. Me casaría con usted
en este instante en una alcaldía parisina, pero mi madre me mataría si no la
dejo asistir a nuestra boda.

Página 291
—De acuerdo —dijo Jane—. Mi madre ha soñado con ayudarme a elegir
el vestido y el ajuar desde que llevaba coletas.
—Entonces, ¿volverá conmigo mañana?
Jane negó con la cabeza, aun sabiendo que él no podía verla.
—Durante los últimos veintiún años mi madre ha entregado su vida a
cuidar de mí. Por fin tiene una oportunidad para el amor, y yo deseo apoyarla.
¿Me esperará?
—Solo si puedo esperar aquí en París. No voy a volver a casa sin usted.

BURNLEY SE MARCHÓ UNOS días más tarde, y Christopher se quedó en


su posada, a pocas calles del apartamento de Jane y su madre. Pensó que
podría estar asustado, un ciego en un país extranjero, pero no lo estaba. Había
llegado demasiado lejos como para dejar que una pequeñez como la oscuridad
de París le impidiera disfrutar con la mujer que amaba.
Pasaba los días con Jane, paseando por el Jardín de las Tullerías,
asistiendo a la Ópera Nacional y cenando en el famoso Café Anglais, en la
esquina de la Rue de Marivaux. Ella nunca parecía cansarse de describir las
cosas cuando él le preguntaba, tal y como había dicho su madre, y a veces, él
casi podía «ver» tan bien con sus palabras como con sus ojos.
Estaban cenando en el que quizá fuera el restaurante más caro de la
ciudad, La Maison Dorée, famoso por su comida, pero sobre todo por su
diseño, sus obras de arte y el dorado tanto del exterior como del interior. Al
entrar por la exclusiva puerta de la Rue Laffite, se sentaron en un gabinete
privado.
Con entusiasmo, Jane le habló de los cordones de oro de los balcones y
balaustradas, de los hombres y mujeres vestidos como si estuvieran en el
teatro. Él sonrió ante sus alegres descripciones, pensando que era un hombre
afortunado por haberse enamorado de una mujer con una voz tan agradable.
Ella acababa de decirle lo que había en el menú: poulet de grain à la
broche y filete de boeuf bouquetiere, y se maravillaba de las ochenta mil
botellas de vino que había bajo sus pies en las dos plantas de una bodega.
—Solo quiero una botella —bromeó cuando apareció una figura en su
mesa y se volvió hacia ella.
Jane jadeó.
—¿Qué es? —preguntó Christopher.
—Se ha girado cuando ha llegado el camarero. ¿Puedo verlo?

Página 292
Christopher suspiró. No quería darle esperanzas. Las suyas propias habían
subido y bajado tantas veces, que comprendía lo terriblemente decepcionante
que podía ser.
—Soy consciente de las sombras —le dijo—. Al principio, solo con la luz
del sol más brillante, luego, hace un par de meses, me di cuenta de que todo
no era absolutamente tan negro como antes.
—¿Cree que está recuperando la vista?
Negó con la cabeza.
—Ya no me burlo de mí mismo con tales nociones. Si así fuera, me
sentiré bendecido, pero si no, estoy en paz con mi situación.
Él sintió que su mano se posaba sobre la suya.
—Es el hombre más valiente que conozco.
Llevando su mano a los labios, la besó.
—Soy el hombre más afortunado que conozco.

Página 293
Capítulo 30

Christopher olía a humo, lo que no habría sido alarmante en sí mismo, si no


fuera porque estaba subiendo las escaleras hacia el apartamento de los
Chatley y nunca lo había olido con fuerza en el hueco de la escalera.
Era una noche cualquiera, y había llegado temprano para llevar a Jane a
cenar cuando percibió el olor. Además, se dio cuenta de que podía oír gritos
en algún lugar cercano.
Alcanzó el rellano de la casa a la carrera y golpeó la puerta, sacudiendo al
mismo tiempo el pestillo, pero estaba cerrada con llave.
Al no obtener respuesta, apoyó el hombro en ella y la derribó. Había más
humo en el apartamento que en el pasillo. Se dio cuenta de que los pulmones
le ardían cada vez que respiraba. Empezó a toser.
—¡Jane! —gritó, y entonces la oyó toser.
Aunque no estaba tan familiarizado con su apartamento como con su
propia habitación en la posada, ya no le molestaba moverse con rapidez por
lugares que no podía ver. Atravesó la habitación delantera y entró en el
pasillo de las habitaciones privadas de atrás.
—¡Jane! —gritó de nuevo, preguntándose si ella se había desmayado.
—¡Estoy aquí! —gritó ella, tosiendo con fuerza—. No puedo ver. Estaba
tratando de hacer la maleta.
—¡Olvide la bolsa! ¿Dónde está el fuego? ¿Y dónde está su madre?
—El fuego viene del patio, me parece, pero creo que las habitaciones de
alguien se han incendiado en algún lugar debajo de nosotros. Cerré las
ventanas del fondo, pero el humo parece entrar por el suelo. —Jane se detuvo
para toser violentamente.
—Mi madre está con Daniel —añadió—. Está a salvo.
Oyeron un fuerte estallido, como si una madera o un piso entero se
hubieran visto comprometidos.
—Debemos salir de aquí. Ahora —ordenó él.
Ella volvió a toser.

Página 294
—No puedo ver —repitió, sonando aterrada—. Apagué las lámparas por
si aumentaban el peligro de incendio, y el humo es terriblemente espeso.
Siguiendo su voz, y su tos, la encontró por fin, dándose cuenta de que a él
también le costaba respirar.
—Coja algún paño, lo que sea, y llévelo a su cara. Luego extienda su
mano hacia mí.
Ella hizo lo que le pidió, y él la agarró de la mano, luego la tiró de
rodillas.
—¿Qué está haciendo?
—El humo sube. Podemos respirar mejor aquí abajo. Si nuestras manos
pierden el contacto, agárrese a mi manga, a la pernera de mi pantalón, lo que
sea, pero quédese conmigo.
En pocos minutos, a pesar de que podía sentir el calor bajo sus manos del
fuego debajo de ellos, estaban en su puerta y en el rellano. De pie, la atrajo a
su lado y bajaron los escalones para encontrarse con una multitud de personas
en el exterior.
Apretó su mano para no perderla.
—Guíeme a la calle —le indicó él, y luego dejó que ella los llevara en el
crepúsculo a través de la multitud hasta las puertas de madera que
custodiaban el patio.
—Los bomberos están aquí —le dijo Jane mientras estaban en la calle y
respiraban profundamente. El aire fresco de la noche era un alivio bienvenido.
—Volveremos a mis habitaciones y enviaremos un mensaje a su madre de
que está a salvo.

JANE SE ENCONTRÓ EN la suite de Christopher, compuesta por dos


habitaciones, una zona de estar y una cámara de dormir. Y empezó a temblar.
—Tengo mucho frío —dijo.
—Apagué el fuego de la chimenea pensando que estaría fuera durante las
próximas horas. Deje que lo encienda de nuevo. —Soltó el bastón antes de
encender eficazmente un nuevo fuego en la rejilla. Pronto, la habitación se
hizo más cálida.
—¿Dónde está? —preguntó él mientras se levantaba.
—Aquí —dijo Jane, todavía de pie en medio de la habitación, incapaz de
moverse, observándole mientras él encontraba el camino hacia ella.
Sus brazos la rodearon.

Página 295
—Todavía está temblando. No creo que sea por el frío. Ha tenido una
desagradable conmoción, y ahora le está afectando. Venga, siéntese junto al
fuego. Tengo un poco de brandy.
El instinto normal de Jane de cuidar de sí misma y de los demás se había
evaporado. Dejó que él la condujera a una silla, experimentando todavía
momentos de puro terror. De vez en cuando, saltaba pensando que su madre
estaría preocupada, y luego recordaba que Christopher ya había avisado a
través del conserje de la planta baja.
Su apartamento podría haber desaparecido, o podría haberse salvado.
Todas sus pertenencias olerían a humo. Pero ella estaba viva.
—Me ha salvado la vida. Estaba haciendo las maletas estúpidamente,
dejándome invadir por el humo, y luego no podía ni pensar en cómo salir
cuando no podía ver.
—Todo perfectamente natural —le aseguró él y luego le puso un vaso en
la mano—. Tome un sorbo. O dos. Bébaselo todo. Le prometo que se sentirá
caliente por dentro y por fuera, y le calmará los nervios.
Se acuclilló junto a su lado y ella dio un sorbo, tosió, se lo bebió todo y le
entregó el vaso.
—¿Se siente mejor?
—Sí. —De hecho, lo estaba.
Jane se recordaba a sí misma que estaba perfectamente a salvo. Podía ver
el pequeño fuego bailando alegremente en la rejilla limpia y sabía que no
estaba ocurriendo nada malo. Además, Christopher estaba con ella.
Se levantó y puso su vaso en el pequeño aparador.
—Voy a bajar a ver si tienen habitaciones para usted y su madre.
—Espere —dijo ella con urgencia y se puso de pie.
—¿Está bien?
—Sí. Pero no se vaya. —Le tocó la cara—. Béseme. Por favor.
Él gimió.
—Es todo lo que he querido hacer desde que cerramos la puerta, pero,
Jane, no quiero aprovecharme de usted ahora. Es frágil.
Ella se rio.
—No, no lo soy. Estoy viva. Y estamos solos. Béseme.
Christopher se quitó las gafas y las puso en el aparador y luego la acercó
hacia él.
Cuando su boca reclamó la suya, ella supo que no sería suficiente. Esta
noche pretendía entregarse al hombre que amaba. Después de todo, primero
una explosión estuvo a punto de llevárselo, y luego un incendio estuvo a

Página 296
punto de matarla a ella. El buen Dios prácticamente les gritaba que se dieran
prisa.
Estaba claro que Christopher no necesitaba una segunda invitación. Sus
manos ya estaban en el pelo de ella, revolviéndolo y buscando las horquillas
que mantenían sus rizos enrollados en su sitio. En cuanto los tuvo sueltos,
pasó los dedos por ellos, deshaciendo las madejas hasta que su pelo quedó
completamente libre alrededor de los hombros y por la espalda.
—Llevo años queriendo hacer esto —confesó—. Y esto. —Comenzó el
largo proceso de desvestirla, pero después de desabrochar los botones de los
puños y comenzar con los de la espalda, se impacientó y comenzó a besarla
de nuevo.
Mientras sus lenguas danzaban y sus manos recorrían la espalda del otro,
Jane se dio cuenta de que, con cada respiración, respiraba el olor acre del
humo.
¿Su primera relación amorosa se vería empañada por ese desagradable
aroma?
Presionando sus manos contra el pecho de él, se apartó ligeramente.
—Sí —dijo él, sonando desdichado—. Debe detenerme o estará total e
irremediablemente comprometida.
Jane soltó una risita nerviosa ante esa idea.
—No voy a detenerle —prometió—. Tengo la intención de estar
totalmente comprometida antes de que termine esta noche. Simplemente me
preguntaba si podría pedir que le subieran un baño.
Ella lo observó tragar.
—Sí. Una idea excelente.
Veinte minutos más tarde, el hijo del portero trajo el último de los cubos
de agua humeante en sus abultados brazos y los dejó solos con el jabón y las
toallas.
—El suelo se va a mojar —le dijo— cuando me lave el cabello, pero si no
lo hago, el humo permanecerá en él durante días.
—Solo dígame cómo puedo ayudar.
Dejó que él siguiera desabrochando los botones de su espalda, ya que se
había puesto una bata poco práctica y nunca pensó que necesitaría desvestirse
sin su madre o su útil gancho para botones.
Pronto, Jane se quedó en calzones y chemise, los cuales se quitó con
rapidez antes de meterse en el agua caliente.
—Es injusto —murmuró él—. Hacía semanas que no lamentaba mi vista,
no hasta este momento.

Página 297
Ella se rio.
—Debo decir que me ha facilitado las cosas. Acérquese.
Lo hizo.
—¿Me arrodillo y le atiendo como una doncella?
—No —dijo ella, cogiendo la toalla y empezando a bañarse—. ¿Por qué
no me atiende como Christopher, marqués de Westing?
Para su asombro, él comenzó a desvestirse, quitándose la corbata, el
cuello y los puños, y luego la camisa. Se puso delante de ella con el pecho
desnudo y la dejó mirarlo a fondo.
Luego se arrodilló junto a la bañera, metió los brazos en el agua y le quitó
el paño de las manos.
—Déjeme —dijo, y ella lo hizo.
Fue celestial. Pasó el paño enjabonado por su piel sensible, deteniéndose
en su lugar más íntimo.
Con la cabeza hacia atrás, Jane gimió, lo que hizo que él abandonara por
completo el paño y dejara que sus dedos descubrieran su calor.
—Quiero probar sus pezones, pero podría ahogarme —señaló
Christopher. Y ella sonrió.
—Esto es delicioso, pero difícil. Deje que me enjabone el pelo y… bien,
queda un cubo de agua limpia para enjuagarlo. Luego le toca a usted.
—La eficiente Jane —dijo, pero no pareció molestarse lo más mínimo
cuando, a los pocos minutos, cambió de lugar con él y, tras quitarse los
pantalones y los calzoncillos, se puso de pie en la bañera, mirándola como el
afamado David de Miguel Ángel.
—Me está mirando, ¿verdad? —le preguntó él.
—Sí, y es magnífico. —Su primera mirada a la carne desnuda de un
hombre, real, no en un libro, ni tampoco en una estatua, y no quedó
decepcionada.
—Se ve más… poderoso que cualquier dibujo que haya visto.
Christopher se metió en el agua refrescante con una sonrisa de
satisfacción en su apuesto rostro.
—Estas toallas huelen a lavanda —dijo—, y ahora mi pelo también.
—Mi peine está en el dormitorio sobre el tocador —le ofreció él—. Puede
sentarse junto al fuego y empezar a secarse el pelo.
—Sí, señor.
—Está siendo descarada —dijo Christopher—. Eso me gusta.
Y entonces se sumergió, y ella fue a buscar su peine, maravillada por la
intimidad de bañarse en la misma habitación con él, como si ya fueran

Página 298
amantes. Extrañamente, no se sintió ni un poco incómoda, solo excitada por la
expectativa de lo que vendría después.
Su dormitorio era pequeño, pero con un bonito mobiliario, una cama con
dosel y un grueso colchón, y una alfombra muy suave bajo los pies. Supuso
que era perfectamente apropiado para el hijo de un duque. Era un mundo
aparte de su apartamento.
Había dejado de pensar en el incendio hasta ese mismo momento, y
también había dejado de temblar. Christopher había sido el bálsamo que
necesitaba.
—Voy a salir ahora —le informó él, y ella se apresuró a volver al salón
para verlo salir, como una Venus masculina del agua.
—Está espiando de nuevo, ¿no?
—¿No es por eso por lo que me ha llamado? —preguntó Jane.
Él se rio.
—¿Dónde están las toallas?
Al entregarle una, Jane se dio cuenta de que era la primera vez que le
pedía ayuda desde que había echado la puerta abajo.
—Es usted una maravilla, señor.
—¿Lo soy? ¿Me quito la toalla otra vez?
Ella se rio.
—¡Oh, sí! De hecho, me olvidaré del interminable proceso de secar mi
cabello junto al fuego. Me lo restregaré con la toalla y luego…
—¿Y luego? —incitó él.
—Espero que me lleve a su dormitorio.
—¿Estamos solos? —preguntó Christopher, sonriendo ampliamente.

SE DEJARON CAER JUNTOS al suelo. Christopher la hizo rodar debajo de


él y se levantó sobre sus brazos por encima de ella.
—¿Hace mucho frío aquí? —preguntó.
—A pesar de que su pelo mojado gotea sobre mi hombro, estoy bastante
caliente. Su cuerpo es como una manta.
—Le aseguro que mi cuerpo no es como una manta, que es cálida y suave.
—Le dio un codazo con su eje erecto, hasta que se acurrucó entre sus muslos
—. Soy más bien como el carbón, hirviendo y duro como una roca. Sin
embargo, evitaré que coja frío en cualquier caso.
Ella soltó una risita. A él le encantaba ese sonido.

Página 299
—Huele a lavanda —dijo él, besando su hombro y luego su cuello.
—Al igual que usted.
—Quiero besarla toda a la vez. No sé por dónde empezar.
Ella tiró de su cabeza hacia abajo hasta que sus labios se encontraron.
Mientras su boca se abría bajo la de él, las piernas de ella se abrieron más, y
la punta del miembro de él pareció dibujarse entre sus húmedos pliegues.
Era demasiado pronto. Christopher no quería que el recuerdo de la
primera vez de Jane fuera de dolor. Solo necesitaría unos minutos de
contención por su parte para tenerla tan preparada que apenas sentiría la
punzada inicial cuando él rompiera su barrera virginal.
—Empiece con todo lo que me ha hecho antes y luego añada el final —le
ordenó ella.
Él parpadeó. ¿Todo lo que le había hecho antes? ¿El final?
Su polla palpitó ante sus palabras.
¡Qué pícaro!
La besó desde la boca hasta la barbilla y luego más abajo. Su clavícula era
delicada, se detuvo para acariciarla con ligeros besos antes de mordisquear
sus pechos. Se detuvo con la cabeza a una bocanada de su pezón izquierdo.
—Christopher… —Ella lo llamó por su nombre, exasperada, y él sintió
que se levantaba de la cama, empujando su pecho hacia su boca.
—¿De qué color son tus pezones? —preguntó él contra su piel.
Ella respondió de inmediato.
—Son rubicundos, pero no rosados, más bien un color de rubor con un
matiz leonado. ¿Puedes imaginártelos?
Se le secó la boca y se lamió los labios.
—Perfectamente.
Entonces se prendió, escuchando su jadeo mientras se acomodaba para
adorar su cuerpo. Primero un pezón, luego arrancó el otro, sintiendo cómo las
caderas de ella se agitaban contra la restricción de su cuerpo presionando
sobre ellas.
—Ohh —suspiró ella—. Esto es encantador.
Sus palabras lo sacaron de su estupor, y deslizó una de sus manos entre
ellos mientras seguía tirando y provocando sus pezones con la boca y los
dientes.
—Sí —siseó ella cuando él deslizó un dedo entre sus rizos húmedos y la
tocó.
—Estás tan mojada… —entonó él. Toda su pasión, como la dulce miel, le
esperaba.

Página 300
Al principio, acarició en círculos su pezón mientras presionaba con la
palma de la mano su montículo cuando este se elevaba para salir a su
encuentro.
—Sí —dijo ella de nuevo, y él pudo oír lo cerca que estaba de deshacerse.
Siguió acariciando su capullo y deslizó el dedo en su resbaladizo
conducto, y en un instante, ella estaba cabalgando sobre su mano y gritando
de placer.
Él no podía esperar más. Su pene palpitaba, le dolían las lumbares, sus
testículos palpitaban. Volvió a colocarse en posición, mientras ella seguía
húmeda y abierta a él, y se deslizó dentro de ella. Las piernas de ella rodearon
sus caderas y su mano se aferró a sus hombros.
—Por favor —suplicó.
Lady Jane Chatley, la encarnación de sus fantasías durante medio año, le
estaba suplicando.
¡Dios mío! Él apenas podía respirar. Y trataba de ir despacio para no
causarle dolor.
Esperaba que su placer no se detuviera cuando él…
Ella hundió sus dedos en sus nalgas, y él se lanzó dentro de ella, hasta que
se sentó lo más lejos posible.
—¡Ahh! —gritó él con pura euforia.
—Umm… —gimió ella con un placer abyecto.
Él retrocedió, y ella siseó hasta que él volvió a empujar hacia delante. De
un lado a otro, sintiendo cómo las caderas de ella se levantaban cada vez para
encontrarse con las de él.
¿Había habido alguna vez algo tan perfecto como su acoplamiento?
El cuerpo de ella estaba tan apretado, presionándolo hasta que él jadeó por
el esfuerzo de no llegar al clímax demasiado pronto, y entonces, no hubo
opción. Tenía que dejarse llevar.
Con otro rugido, se consumió en su interior, mientras las manos y las
piernas de ella seguían envolviéndolo.
Esperaba que la próxima vez pudieran ir más despacio.
—Ha sido exquisito —dijo ella, con la voz apagada debajo de él, y él
recordó sus modales, rodando hacia un lado, con una de sus piernas todavía
sobre la de ella.
—Espero no haberte hecho daño, ni haberte aplastado —añadió—.
Lamento haberme liberado demasiado rápido.
—No lo entiendo —dijo Jane—. Sentí una tremenda liberación y luego tú
también.

Página 301
—La habrías vuelto a sentir si hubiera sido más paciente.
Ella dudó, y él le acarició el hombro y bajó a lo largo del brazo, sin poder
evitar tocar su suave piel, incluso cuando parecía que tenía el vello de punta.
—¿De verdad? —Ella sonó dudosa—. ¿Puedo tener esa sensación más de
una vez durante la misma… sesión?
—Sí. La próxima vez, ya verás. —Se agachó, sacó el edredón de donde lo
habían pateado hasta el fondo de la cama y la cubrió. Con el pelo mojado y el
fuego desatendido en la otra habitación, podría estar pasando frío.
Luego se estiró de nuevo junto a Jane. ¡Estaba tumbado junto a Jane!
Contaría sus bendiciones, pero eran demasiadas.
—Has aceptado casarte conmigo, ¿verdad?
Ella dudó.
—En realidad no me lo pediste.
¡Dios mío! Había estropeado la pregunta más importante de su vida. Era
mejor que rectificara de inmediato.
Entrelazó sus dedos con los de ella.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Sí —respondió ella de inmediato.
—¿Y no cambiará de opinión, señora?
—¿Por qué habría de hacerlo? —Jane le apretó la mano y bostezó.
—Solo di «no, señor».
—No, señor.
Ella volvió a bostezar y él siguió su ejemplo, sin darse cuenta de que se
estaba quedando dormido hasta que los golpes en la puerta de su salón lo
despertaron un rato después.

Página 302
Capítulo 31

Cinco meses después de haber pisado Francia por primera vez, Jane estaba de
vuelta en un barco de vapor, dirigiéndose a Folkestone, Inglaterra, esta vez
con Christopher, su madre y el prometido de su madre, el vizconde Daniel
Graham. Lady Chatley y lord Graham habían decidido celebrar una pequeña
boda en el registro civil y luego dividir su tiempo entre Londres y París.
Su madre se reía mucho hoy en día, sonreía aún más y dejaba que el
apuesto hombre de ojos azules violáceos la cogiera de la mano en público.
A Jane le gustaba el vizconde alto y tranquilo que les enseñaba
pacientemente palabras en francés cada vez que vacilaban en público, y que
pasaba las tardes conversando con Christopher sobre la situación actual del
gobierno republicano francés bajo el presidente Luis Napoleón Bonaparte.
Tras ser descubierta en la cama de Christopher, la reputación de Jane
quedó por fin destruida. Y su madre, de entre todas las personas, parecía la
más feliz por haber pillado por fin a su hija con un hombre. ¡Un marqués!
Lady Chatley había echado un vistazo a Jane envuelta en la bata de
Christopher y había aplaudido, emocionada porque su hija iba a ser marquesa
y, algún día, duquesa. Las mejillas de lord Graham se habían puesto muy
rojas y se había retirado al pasillo de la posada.
Christopher dictó una carta a sus padres informándoles de su compromiso
con Jane. Había pasado una semana, y ahora, todos regresaban a casa.
Ella y su madre se alojarían en un apartamento de Mayfair y luego
enviarían una misiva al nuevo conde de Chatley y determinarían el estado de
las cosas.
Viendo el canal pasar velozmente bajo el casco del barco, del brazo de su
prometido, Jane sonreía cada vez que recordaba haber perdido su inocencia
con Christopher.
¿Esperarían realmente a la noche de bodas para volver a experimentar esa
intimidad?
—¿Está contenta de volver a Inglaterra? —le preguntó él.

Página 303
—Está sonriendo ampliamente —respondió su madre por ella—. Creo que
las dos estamos contentas.
Jane se sonrojó, ya que sus pensamientos definitivamente no eran sobre
Inglaterra.

DESPUÉS DE UN COMPROMISO de cuatro meses, no demasiado largo


como para distraer a la feliz pareja, y no demasiado corto como para levantar
cejas, Jane y Christopher se casaron en la iglesia de San Jorge, a un tiro de
piedra de donde ella creció en Hanover Square.
A Christopher le gustó el hecho de que ya conocía el aspecto de la iglesia
por haberla visitado y por haber asistido a otras bodas en la antigua iglesia,
que celebró su primer servicio en 1725.
—Es sencilla, pero elegante —dijo su madre cuando hablaron por primera
vez de la posibilidad.
—Christopher dijo que pone el foco en Dios y en la novia el día de su
boda —le recordó Jane cuando se quedó a solas con su madre. Además, había
mucho espacio en el amplio pasillo, las galerías laterales y los palcos de los
bancos para todos los invitados a la boda de Westing y Chatley.
—Además, las vidrieras compensan la falta de ornamentación, ¿no crees?
—preguntó Jane.
—Ahora que ya tienes tu acuerdo matrimonial —declaró su madre,
refiriéndose al contrato que había insistido en que se redactara para que Jane
se quedara con su propio dinero—, estoy totalmente satisfecha.
Christopher no solo había querido, sino que había insistido en que tuviera
un contrato de acuerdo, haciendo que Jane estuviera totalmente segura de su
futura felicidad.
Y como, en contra de todas las expectativas, su padre había dejado a su
esposa y a su hija lo suficiente para vivir con holgura, aunque con frugalidad,
ni lady Chatley ni Jane debían preocuparse por la voluble mano del destino.
En el intervalo antes de la boda de Jane, su madre tiró todo el decoro al
viento y se casó con su vizconde al mes de regresar a Inglaterra, y nadie en la
alta sociedad podía culparla. Por supuesto, ella también tenía un acuerdo
matrimonial redactado para sí misma, aunque a Jane le parecía que el
vizconde Graham iba a acariciar a su nueva novia durante todos los
momentos posibles de cada día. Eran adorables.

Página 304
Jane vivió con ellos hasta el día de su propia boda, cuando se mudó a su
nueva casa en la calle Arlington. El duque y la duquesa de Westing regalaron
a su hijo la espaciosa casa adosada situada en una esquina entre Green Park y
St. James’s Park.
La duquesa parecía sobre todo satisfecha de su ubicación entre su casa y
su estudio de Chelsea, y Christopher advirtió a su nueva esposa que su
acuarelista favorita se dejaría caer por allí en cualquier ocasión.
—No me importa. Quiero a tu madre —le aseguró Jane.
En una fría y lluviosa tarde de marzo, Christopher y Jane organizaron una
fiesta una semana después de casarse, cuando ella ya estaba realmente
instalada. Lo mejor de su casa era su corta distancia a Marlborough House,
donde comenzó su romance.
—Podemos arrastrarnos hasta el césped —dijo Christopher—, si alguna
vez deja de llover, y recrear el momento en que supe que eras la indicada para
mí.
Ella le apretó el brazo.
—Eso es una mentira descarada, señor.
Él la acercó hacia sí, mientras los invitados a la fiesta entraban en el salón.
—¿Recuerdas aquel momento en que te acercaste a mí en la terraza? Todo
cambió para mí en ese instante.
—Lo recuerdo —susurró ella—. Fue la primera vez que me «viste» —de
verdad.
—Y me encantó lo que vi. Todavía me gusta.
Christopher se agachó y la besó ante los vítores de los que ya estaban
presentes y presenciaban a los felices recién casados.
—Tengo algo para ti —le dijo el duque a Jane, tendiéndole una gran caja.
—Después de todo lo que ya nos ha dado —dijo ella, sonriendo a su
nuevo suegro—, no debería haberlo hecho.
—Intentó dármela también —dijo Amanda, echándose los rizos por
encima del hombro al pasar para tomar asiento en el salón.
—No, no —dijo el duque, poniéndose ligeramente rojo—. No es el
mismo. Es otra.
La duquesa de Westing regañó a su hija.
—Amanda, no avergüences a tu padre.
—Ahora, me muero de curiosidad —dijo Christopher, mientras Jane abría
la tapa.
—¡Una sombrilla, y además es preciosa! Mantendrá el sol alejado en
verano. —Los colores eran apagados y de buen gusto, y Jane no podía ver por

Página 305
qué su nueva cuñada se burlaría del regalo.
—Ábrelo —dijo Amanda.
Jane se dirigió al centro de la habitación y lo abrió. Luego se echó a reír.
La duquesa y Amanda se unieron.
—Dime —suplicó Christopher.
—Bueno, es de lo más inusual —comenzó Jane—. Tiene mirillas de
cristal cosidas.
—Ingenioso, ¿no cree? —preguntó el duque—. No sé qué tiene de
divertido. Puede ver por dónde va. En cuanto lo vi en la oficina de patentes,
pedí una. Quiero decir dos, una para cada una de mis hijas.
El corazón de Jane se hinchó hasta reventar. Incluso si el hombre estaba
mintiendo y había presentado la misma sombrilla dos veces, había declarado
públicamente que ella era como una hija para él.
—Gracias, Su Gracia. La usaré todos los días —prometió ella.
—Y la luz del sol atravesará los agujeros de cristal y te quemará la piel —
dijo Amanda.
—El cristal podría incluso magnificar los efectos del sol —señaló
Christopher.
—¿Qué? —exclamó el duque, deteniéndose a examinar la sombrilla—.
No había pensado en eso.
—Oh, padre —dijo Amanda, y todos volvieron a reírse.
—Puede que no sea lo más práctico —dijo Jane—, pero ha sido muy
considerado.
—Tengo algo más para ti, pero tardaré más en dártelo. Mañana vendrán
obreros.
—Padre —advirtió Christopher, y Jane no pudo evitar pensar en el
incidente de la cocina de gas. Probablemente estaba en la mente de todos
ellos, aunque el marqués de Westing podía ver las formas con más claridad
que antes, pero todavía no distinguía los colores.
—Como el claroscuro de siempre —le había dicho al describirlo.
—Esta vez —declaró la duquesa de Westing—, mi marido tiene realmente
una buena idea.
—Entonces, ¿por qué no me dejas instalarla en nuestra casa? —se quejó el
duque.
—Mientras discutís, ¿servirás vino o champán? —preguntó Amanda.
Jane llamó para pedir vino antes de la cena, y luego describió a
Christopher los planos que su padre había traído.

Página 306
—El diagrama dice que es una escalera de incendios. Hay numerosas
cuerdas y poleas que colgarán en el exterior de nuestra casa… en cada
ventana —añadió Jane, sintiéndose un poco menos entusiasta—. Y una cesta
para bajarnos a nosotras y a… nuestros… hijos a la calle.
Sus mejillas se calentaron. Todavía no había pensado en tener un bebé,
pero había dos dibujados en la ilustración.
—Otro brillante invento de la oficina de patentes —conjeturó Christopher
—. Creo recordar que lo mencionó, padre.
—Después de lo que pasaste en París —dijo el duque—, sabía que te
gustaría tener tranquilidad.
—Christopher estuvo magnífico en el incendio —les recordó Jane—.
Completamente tranquilo mientras me llevaba a un lugar seguro.
—Eres demasiado joven para recordar cuando el parlamento ardió,
primero la cámara de los Lores y luego la de los Comunes. En pocas horas,
todos nos dimos cuenta de que no había forma de detenerlo. La gente estaba
hipnotizada por el tamaño del fuego —recordó el duque—. Algunos miraban
desde los barcos y el resto junto al puente. No podíamos hacer otra cosa que
mirar la conflagración mientras el fuego tomaba el palacio de Westminster.
—Padre, yo tenía ocho años —le recordó Christopher—. Lo recuerdo
bien, aunque puede que Jane no lo recuerde. El humo y los olores se cernieron
sobre la ciudad durante días.
—Semanas, hijo mío. Toda la relevancia histórica y los artefactos
desaparecieron por culpa de unos obreros descuidados que quemaron varas de
medir. Fue un espectáculo terrible de ver. Por un momento, pensaron que
podría haber sido por una explosión de gas, también, o incluso por descuidos
de los sirvientes en el Howard’s Coffee House. Un pequeño y maravilloso
lugar, justo dentro del palacio. Tenían el más delicioso pastel de frutas. Umm.
—Su Gracia se quedó en silencio un momento, quizás contemplando la
humedad y la delicadeza del pastel.
—Padre, ¿qué ibas a decir?
—Ese incendio fue hace dieciséis años, y aun así, la cámara de los
Comunes no estará terminada hasta dentro de un año o así. Pero mirad, hemos
reconstruido nuestra casa en medio año, mejor que nunca. Todo está como
nuevo.
«No todo», reflexionó Jane, a pesar de lo bien que Christopher se había
adaptado a su situación, mejor de lo que cualquiera podría haber esperado al
recordar al hombre enfadado y retraído de un año antes. A nadie se le
ocurriría volver a llamarlo Lord Oscuro.

Página 307
Epílogo

En diciembre, la duquesa de Westing exclamó desde la puerta una tarde


mientras visitaban a sus padres «¡Turner ha muerto!», antes de entrar
corriendo en la habitación y desplomarse en el sofá.
—Vi a unos hombres en la entrada de su casa cuando volvía de hacer un
dibujo, y pregunté por el alboroto. —Echó la cabeza hacia atrás, con los ojos
cerrados, y colocó el brazo sobre la cabeza en un dramático reposo—.
Esperaba que estuviera inaugurando una nueva obra o anunciando una nueva
exposición, así que me acerqué a preguntar. «Nos ha dejado, Su Gracia», me
dijo uno de los hombres. Luego añadió: «Maldito cólera».
Jane jadeó.
—Naturalmente —continuó la duquesa—, retrocedí y me cubrí la cara con
la manga, pero no se puede hacer nada por ese gran hombre. Estoy
terriblemente entristecida.
Fue Christopher quien encontró el punto positivo, recordando a su madre
lo que Turner había dejado para que todo el mundo lo disfrutara.
—Sus cuadros son su legado, y tenemos la suerte de que fuera tan
prolífico. Ha hecho del arte inglés un éxito internacional. Y tú te sumarás a
ese legado.
Jane pensó que estaba hablando demasiado, pero la duquesa se animó y
preguntó qué iban a cenar.
Cuando se retiraron a su propia casa esa noche, Jane se maravilló de las
risas de su marido al recordar algo que había dicho su padre o de la forma en
que su hermana tenía media docena de pretendientes en la cuerda floja.
—Es usted un hombre alegre, lord Westing.
—Gracias, lady Westing. No me da ninguna razón para ser de otra
manera.
Y como hacía a menudo, Christopher comenzó a desnudarla. Sus manos
recorrieron su cuerpo mientras le desabrochaba el fichu y tocaba la turgencia
de sus pechos antes de desabrocharle el cinturón y rodearle la cintura con sus

Página 308
anchas manos para estrecharla un momento, y luego, pacientemente, le
desabrochó los botones antes de deslizar la bata por sus hombros.
Con este ritual nocturno, Christopher despertaba sus pasiones, que ella
sabía que él satisfaría obedientemente.
Esta noche, sin embargo, se detuvo, ahuecando sus pechos en sus manos
antes de deslizar sus dedos sobre su estómago y muslos desnudos.
Tras una breve y conmovedora vacilación, le preguntó:
—¿Tienes algo que decirme?
Los latidos de su corazón se aceleraron y ella dudó.
Al momento siguiente, él la levantó de sus pies, sosteniéndola desnuda en
sus brazos.
—Esposa, ¿has estado ocultándome algo?
Ella se rio mientras él la llevaba a la cama.
—No necesito verte claramente para saber que tu cuerpo ha cambiado. —
La colocó con suavidad en su gran y mullido colchón, y ella se arrimó al
cabecero de la cama. Él se subió tras ella, agarrando su tobillo y subiendo,
mientras ella reía encantada.
—No puede esconderse de mí, marquesa.
—Nunca lo haré, señor.
Se levantó sobre ella, con una mano a cada lado, listo para abalanzarse y
besarla.
—¿Está embarazada de nuestro hijo?
—Creo que sí.
Ella le observó respirar profundamente.
—¿Eres feliz? —preguntó Jane.
En respuesta, él reclamó su boca con la suya, un beso profundo y
cariñoso, mejor que cualquiera que ella hubiera recibido antes.
¿Por qué?, se preguntó ella. ¿Por qué mejor? Porque estaba repleto de
absoluta ternura.
Las lágrimas llenaron sus ojos, y cuando Christopher al fin se apartó para
dejarla respirar profundamente, Jane vio un brillo húmedo reflejado en sus
propios ojos azules.
Tomando su mano, llevó sus dedos a su mejilla para que él pudiera sentir
sus lágrimas derramándose.
—Los dos somos tan felices… —dijo ella—, ¿por qué es este un
momento para llorar?
—Hubo un momento —le dijo él—, en el que consideré quitarme la vida
antes de vivir solo en la oscuridad. Pensé que solo me esperaban años tristes y

Página 309
solitarios.
Él le acarició la mejilla con el pulgar.
—No me dejaste rendirme. Y ahora, hemos creado una nueva vida. Es un
milagro. Tú eres un milagro, lady Jane.
—Todos los días, agradezco que al fin te fijaras en mí aquella noche en
Marlborough House. ¿Sabes lo que sentí al ser al fin vista?
Él sacudió la cabeza con la ironía.
—Y entonces me quedé ciego.
Ella sostuvo su rostro entre las palmas de las manos.
—Y sin embargo, sigues siendo la única persona que me ha visto de
verdad. Ese es mi milagro.
La besó de nuevo, y el fuego que ardía en su interior estalló en deliciosas
llamas de deseo. Ella separó las piernas y dejó que él se instalara entre sus
muslos.
—Conoceremos momentos felices y otros dolorosos —murmuró—. Pero
una cosa es segura: siempre te amaré.
—Y yo a ti. —Él hizo una pausa y luego le sonrió—. Hablando de eso,
¿podemos…? Quiero decir, ¿deberíamos…?
—He consultado algunos libros.
—¡Claro que sí! —Él echó la cabeza hacia atrás y se rio, y ella le dio un
puñetazo en el hombro.
—También pregunté al médico de tu familia. Y a lady Cambrey, que tiene
experiencia en estos asuntos. —Jane amaba su firme amistad con Margaret.
Christopher apretó sus caderas contra las de ella.
—Espero que la respuesta sea afirmativa. Dímelo de inmediato.
Ella asintió. Él esperó. Ella volvió a asentir.
—¿Estás asintiendo?
—Sí —dijo ella, y luego soltó una risita.
—¡Eres una descarada!

CHRISTOPHER PROCEDIÓ a hacer el amor con su mujer, a adorar cada


centímetro de su ser capaz, inteligente, a veces reservado —aunque nunca con
él—, sensual y adorable.
En el resplandor posterior, tumbado al lado de la mujer que adoraba,
proclamó:
«Soy el hombre más afortunado del mundo».

Página 310
Notas

Página 311
[1] Una mujer educada, intelectual, originalmente miembro de la Sociedad de

las Medias azules (Blue Stockings Society) del siglo XVIII, dirigida por la
anfitriona y crítica Elizabeth Montagu (1720–1800). <<

Página 312
[2] Antiguo nombre del Partido Liberal británico. <<

Página 313
[3] Feldespato. <<

Página 314
[4] Aperitivo consistente en ostras envueltas en lonchas de tocino. <<

Página 315
[5] Prostitutas. <<

Página 316
[6] Buenos días, Bettine, ¿cómo está? <<

Página 317
[7] Bien, señorita, ¿y usted? <<

Página 318
[8] Mire. <<

Página 319
[9] Oh, es precioso. ¿Es usted pintora? <<

Página 320
[10] ¿Dónde está mi madre? <<

Página 321
[11] Ella fue a enviar una carta. Le dije que no hay envío de cartas hasta

mañana, pero… <<

Página 322
[12] No le entiendo. <<

Página 323
[13] Distrito. <<

Página 324

También podría gustarte