Gdo Historial de Las Violetas Def
Gdo Historial de Las Violetas Def
Gdo Historial de Las Violetas Def
LAS VIOLETAS
Marosa di Giorgio
Historial de las violetas (1965)
Marosa di Giorgio Médicis
(5)
II
(6)
III
(7)
IV
(8)
V
(9)
VI
(10)
VII
(11)
VIII
(12)
IX
(13)
X
(14)
XI
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XII
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XIII
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XIV
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XV
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XVI
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XVII
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XVIII
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XIX
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XX
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XXI
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XXIII
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XXV
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Así que olvidándose casi hasta de ella misma, salió
al descampado; iba a meterse entre las viñas, las grandes
hojas le darían sosiego. Pero, pasaban los murciélagos del
crepúsculo fumando sus pequeños cigarrillos de plata. Y
se detuvo. A dos o tres metros, Iván la descubrió, avanza-
ba hacia ella, ella se desvanecía, él la levantó, la abrazó,
le decía: —No llores, te llevaré de nuevo hacia la casa.
Ella sabía bien que no era cierto.
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XXVI
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De pronto, lejos, lejísimo, más allá de los valles y los
montes, una voz clamoreó, repitió un nombre de mucha-
cha, un nombre parecido a: ¡Isabel!... a ¡Isabel!...
Entonces, por un segundo, ella escuchó atenta. lue-
go, sin decir una sola palabra, sin oír nada, se nos huyó
sin que pudiéramos detenerla.
A la sombra de una parva de pastos plateados le di-
mos caza definitivamente. Los senos le latían como dos pa-
lomitas con miedo. No nos costó ningún trabajo matarla.
Su carne era riquísima; su tuétano, delicioso. Tenía
el mismo sabor de esos monstruos de cabello blanco que
nacen adentro de las matas de lirio y no se salen nunca
de allí.
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ángel —pequeño— bajo el manto. Pero, en mitad del ca-
mino, mamá se dio cuenta y lo ahuyentó.
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se asomó, tal vez, ya, con un temblor, un frío presenti-
miento. Alguno de nosotros no pudo reprimir un peque-
ño grito de ansiedad, un silbo como de víbora.
Y las estrellas cayeron al silencio. Los gladiolos bri-
llaron como nunca.
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XXXII
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Lo terrible fue que él me estuvo apuntando desde el prin-
cipio. Cuando mordí la primera ramita, disparó, caí, me
dio por muerta. Durante toda la noche, aunque soñé cosas
increíbles, mis ojos permanecieron abiertos y mis largas
orejas se mantenían atentas; sólo mis cuatro patitas se en-
trechocaban temblando.
Al alba él me tomó, me alzó, la sangre rodó por
mis flancos. Caminaba hacia la casa; ya allá se oía un
rumor confuso, alguien estaría levantado, ya en la coci-
na; tal vez, los abuelos. El entró —mis ojos se nublaron
terriblemente—, me arrojó allí; dijo: —Noche tranquila.
Una sola liebre.
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XXXV
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Se terminó de imprimir en
La Paz, Bolivia
en diciembre del 2021