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III Libro de Psicologia Social Critica P

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Lo psicosocial como categoría


transdisciplinar 13

norMan darío Moreno carMona14


oscar darío boHórquez Marín15

Lo psicosocial como objeto de conocimiento


Las condiciones culturales, económicas y sociales de Latinoamérica llevan a
considerar nuevas formas de enfrentar su realidad, sus problemáticas y conflictos,
mediante modelos construidos a partir de su realidad y no de otra. No es posible
asumir los retos de la contemporaneidad replicando teorías y prácticas surgidas
en siglos pasados o en contextos europeos y norteamericanos únicamente. En
relación con las estrategias para mejorar las condiciones sociales y económicas
de la población latinoamericana, especialmente sus grupos vulnerables (niños,
niñas, jóvenes, mujeres, ancianos y minorías), se debe tener en cuenta sus con-
textos. Por tanto, las distintas disciplinas y formas de conocer deben generar un
diálogo de saberes que implique una integralidad en la que las distintas disciplinas
aporten y enriquezcan las acciones a través de la lectura de las necesidades más
sentidas de los propios sujetos.

13. El presente texto forma parte de las reflexiones desarrolladas para la creación de la Maestría
en Intervenciones Psicosociales, de la Fundación Universitaria Luis Amigó, en la cual re-
sulta de vital importancia una aproximación a lo psicosocial como categoría transdisciplinar
que dé fundamento al posgrado.
14. Psicólogo, Magíster en Educación: Desarrollo Humano, Doctorando en Investigación Psi-
cológica, Docente de la Facultad de Psicología y Ciencias Sociales de la Fundación Univer-
sitaria Luis Amigó.
15. Licenciado en Pedagogía Reeducativa. Psicólogo, Especialista en Docencia Investigativa
Universitaria, Magíster en Drogodependencias, Coordinador de Posgrados de la Fundación
Universitaria Luis Amigó.
68 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

En ese sentido y en el caso de la atención social en poblaciones empobrecidas,


marginadas y vulneradas, se han desarrollado un sinnúmero de metodologías,
técnicas y actividades de manera interdisciplinar y transdisciplinar que han
fortalecido una categoría denominada psicosocial. Esta categoría es alimentada
por teorías y experiencias de disciplinas como la psicología, la sociología, la
antropología, la pedagogía social y las ciencias políticas y económicas, con el
fin de generar procesos de desarrollo humano más integrales y eficaces.

La perspectiva psicosocial es una forma particular de analizar las problemáticas


humanas y los fenómenos sociales y su objeto de análisis son las interacciones
humanas en el medio social. Según Moscovici (1985), es factible hablar de
“perspectiva” en cuanto lo psicosocial es ante todo una manera de observar los
fenómenos sociales; sin embargo, cabe aclarar que no es una mirada en sí, sino
una mirada crítica, integral, comprensiva, hermenéutica, dialógica y holística

Lo psicosocial se sitúa en un marco disciplinar de carácter “multiparadigmático


y multimetodológico” (Páez, Valencia, Morales y Ursúa, 1992). En el plano on-
tológico, es una tensión entre el predominio de la filosofía de la ciencia positivista
que respalda la idea de estudiar el mundo de lo social de manera objetiva, y las
formulaciones de la hermenéutica y la fenomenología que rescatan el valor de
la subjetividad.

Realmente no existe una teoría de lo psicosocial o bien dicha categoría no ha


sido abordada como objeto de estudio por alguna disciplina en particular, a
pesar de que la mayoría de profesionales que hacen intervenciones psicosociales
la mencionan permanentemente. Esto ha llevado a algunos de ellos a hacer
aproximaciones conceptuales como nuevo objeto de conocimiento a partir de
disciplinas que articulan la subjetividad con lo social (lo psicosocial), tanto a
nivel investigativo como aplicativo.

Esta articulación no es más que un intento renovado por reintegrar aquello


que en algún momento la cientificidad decidió fragmentar en disciplinas: lo
humano. Cada vez nos damos cuenta de que no es posible hablar del ser hu-
mano por fuera del contexto y de que lo social no existe independientemente
de las personas que lo hacen posible. Es preciso, entonces, unirse al llamado de
muchos intelectuales latinoamericanos y dejar de pensar en problemas, asuntos o
conceptos disciplinares para plantearnos problemáticas, fenómenos o categorías
transdisciplinares. Lo psicosocial es concretar dicha integración, si bien algunos
lo llevan al extremo sumando prefijos: eco, eto, bio, psico y socio cultural.

Pensar en lo psicosocial implica concebir la comunidad como un espacio


simbólico y físico con significación para quienes lo habitan, donde se interrela-
cionan sujetos de manera informal y se evidencian construcciones de sentido,
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 69

subjetividades, relaciones sociales y micropoderes. Esta perspectiva le da plena


importancia al sujeto y a su contexto social y ecológico, pues este le da forma
(y viceversa). Sin embargo, también se comprende que el sujeto construye en
ese contexto identidades, autonomía y singularidad.

Sobre la base de que “la realidad es humana en el sentido en que es el resulta-


do de una producción activa, mental y concreta; producción realizada en una
relación interactiva y constitutiva de la humanidad como sujeto”. (Glasersfeld,
1988, p. 19) se busca conocer la realidad, interpretarla y posteriormente incidir
en su transformación.

La pertinencia de la transdisciplinariedad
En la esfera del conocimiento, asistimos a la realidad de una vida polisémica
y compleja que no se acomoda a las ideas generales y abstraccionistas de un
racionalismo que depura, reduce, analiza, corta y trocea la realidad. Nos enfren-
tamos al multiculturalismo y no es el momento de despreciar, sino de abrir el
espíritu y desarrollar un pensamiento audaz que supere los límites disciplinares
del racionalismo moderno y comprenda los procesos de interacción, mestizaje
e interdependencia que subyacen a las sociedades complejas (Maffesoli, 1997).

En el plano epistemológico, el principal debate explora la relación sujeto-objeto


que, en palabras de Moscovici, alude al sujeto como persona, al objeto como
entidad social (instituciones, construcciones colectivas, etc.) y al método cien-
tífico como mediador de esta relación. En otras palabras, lo que se cuestiona es
la relación entre producción de conocimiento y el método científico, abordada
más a partir de las ciencias naturales, mientras las ciencias sociales asumen esta
relación de forma pasiva, limitando así la comprensión de la naturaleza misma
del objeto de estudio y desconociendo las complejidades y riquezas del sujeto
que conoce. En este punto surge una serie de debates que discuten tanto el valor
ético de los modos de conocer como las metodologías y las cuestiones sobre los
procedimientos técnicos.

Lo psicosocial no es un asunto exclusivo de la sociología, la psicología, la política


o cualquier otra disciplina, en la medida en que atraviesa a los individuos y a los
grupos. Esto implica, antes que nada, una actitud flexible frente a la realidad
y en particular frente a la comprensión de las problemáticas humanas a partir
de lo histórico, lo ético, lo político, lo jurídico y lo estético que comporta el
conocimiento.

Es común observar que el pensamiento posmodernista descalifique cualquier


propuesta investigativa que intente comprender un fenómeno psicosocial re-
70 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

curriendo a la experimentación o a otras aplicaciones del método científico,


como si los enfoques críticos tuvieran per se una aplicación universal. Por esta
vía, los “pensadores” posmodernos terminan siendo tan positivistas como
aquellos a quienes critican. Se esperaría que al menos la reivindicación de
modelos investigativos de tipo histórico-hermenéutico diera como resultado
investigaciones histórico-hermenéuticas o con un mínimo sentido crítico y
emancipatorio. Desafortunadamente esto no sucede. Los informes investigativos
o las tesis de posgrado terminan por disolver el punto de vista de las ciencias
sociales y no pasan de ser trabajos convencionales de investigación cualitativa.
A lo anterior hay que adicionar la pérdida de todo rigor investigativo en pro de
fallidas composiciones literarias.

De vuelta a la definición, el pluralismo metodológico se entiende como la pro-


liferación de teorías y métodos de distinto orden con el fin de llegar al estable-
cimiento de los hechos, aun cuando aparentemente estos sean incompatibles.
Al aplicar este concepto a lo psicosocial, dejamos de verlo como un campo de
saber atomizado e inconexo.

Epistemológicamente no es difícil sustentar esta elección. Por su naturaleza com-


pleja, los fenómenos sociales no pueden ser explicados desde el cuadro restrictivo
de una sola disciplina y requieren el concurso de varios puntos de vista. Esta
reciente propuesta firmada por Edgar Morin (aunque ya había sido formulada
por Sixtus Empiricus en -350) y avalada hoy por un sinnúmero de pensadores,
nos previene contra las pretensiones reduccionistas de cualquier disciplina o
escuela de pensamiento. Los criterios para elegir un enfoque metodológico o
determinar hasta dónde puede llegar una teoría, no pueden seguir enlazados a
la filiación corporativa del profesional de las ciencias sociales. Son la pertinen-
cia, el tipo de problema, las características de la pregunta, el estado del cono-
cimiento, las posibilidades de los instrumentos y las necesidades del contexto,
los que determinan la aplicación de un solo enfoque o la combinación de varias
perspectivas. El momento de defender campos específicos y delimitados del
saber por considerar que otros profesionales no tendrían por qué invadir esos
territorios ya ha pasado. Es el momento de integrar, sumar, complejizar y no de
separar, restar y simplificar.

A pesar de no haber suficientes desarrollos teóricos de lo psicosocial, las distintas


disciplinas de lo social han iniciado un reconocimiento de las individualidades
y su relación con contextos más amplios como objetos de estudio. Estas nuevas
perspectivas se han construido como alternativa a lo que Morin (1988) ha de-
nominado “la especialización o hiperespecialización” (p. 312) donde el objeto de
estudio se convierte en cosa y pierde el sentido de concepto al desconectarse de
otros conceptos en el sentido de sus “relaciones y solidaridades”. De la misma
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 71

manera, deja de importar la relación del concepto con el universo del cual hace
parte en esencia.

Otro tanto sucede con la propuesta metodológica. Los métodos, las metodologías
y las técnicas aparecen como herramientas de trabajo puestas al servicio del
investigador. Atrás quedan las reificaciones metodológicas para dejar sitio a
la solución práctica de problemas concretos. Ningún método posee un valor
intrínseco que le atribuya a priori una condición de superioridad frente a otras
formas de abordar un problema. Los objetivos, las situaciones y las necesidades
finalmente determinarán si conviene más recurrir a la experimentación, a la
observación participativa o a otro dispositivo metodológico.

Las nuevas formas de conocer un objeto (en términos de las ciencias sociales)
abogan por generar procesos más complejos que permitan no solo conocer la
integralidad del objeto, sino también las relaciones que establece con otros. Sin
embargo, es posible que la disciplina por sí misma no posibilite salidas concre-
tas al reconocimiento del objeto, lo cual hace primordial que alguien que no
haya tenido contacto con él tenga algo que decir e ilumine nuevas formas de
observarlo y entenderlo. Morin (2004) denomina estas formas de abordar los
objetos sociales como una mirada extradisciplinar “cuando uno no encuentra la
solución en una disciplina, la solución viene desde fuera de la disciplina” (p. 36).

Ahora bien, el abordaje con base en un diálogo profundo de las distintas disci-
plinas sociales debe fortalecerse para permitir un mayor progreso de la ciencia.
El objeto de las ciencias sociales desde la visión transdisciplinar, permite crear el
intercambio, la cooperación y “la policompetencia” (Morin, 1994.). Por su parte,
Zemelman (2003) afirma que el sumergimiento en una sola disciplina constituye
una “pedagogía de bonsái que mutila la capacidad de pensamiento” (p. 40).

La mirada integradora permite generar nuevos conocimientos sobre un objeto


particular, pues su realidad es dinámica. Un enfoque fragmentario solo ve una
sola expresión y deja de lado las más importantes, que permitirían una com-
prensión acertada de sus procesos. La transdisciplinariedad se convierte en
una herramienta valiosa para la comprensión del ser humano contemporáneo
y del mundo que lo rodea. La comprensión de los sujetos –que no es más que
una mirada de estos en todas sus dimensiones– permite que las acciones de las
ciencias sociales tengan mayor profundidad y por ende mayor efectividad. Sin
perder la especificidad, cada disciplina aporta al conocimiento con la certeza
de que su opinión no constituye verdad revelada, sino un juicio sometido al
escrutinio de la duda y la incertidumbre, como siempre ha sido para la ciencia.
Que se trasciendan los intereses y fronteras de la interdisciplinariedad para llegar
a verdaderos acercamientos a la tan anhelada transdisciplinariedad.
72 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

Al respecto, Otero (1999) plantea:

Algunos piensan que se trata apenas de un modo de lo interdisciplinar. Pero la


transdisciplinariedad admite y demanda un destino más osado, donde se remonte lo
interdisciplinario […]. Se trata de la posibilidad de atravesar lo disciplinar. No es la
mera sumatoria de disciplinas, integraciones diluidas en la prelación de lo especia-
lizado, destino inocultable y progresivo de lo estrictamente disciplinar y que nunca
resulta suficientemente cuestionado por el ejercicio de lo interdisciplinario (p.2).

En lo transdisciplinar se trata, pues, de romper con estas constantes de lo disciplinar,


abordar un objeto con procedimientos no convencionales, imponerle a un método
la urgencia de asumir objetos que resultan, inicialmente, ajenos […]. Pero, sobre
todo, lo transdisciplinar se juega en la problematicidad constitutiva de los asuntos
a abordar; renunciando siempre a toda evidencia (p.3).

Deberá quedar claro que la transdisciplinariedad no aboga solo por el encuentro


entre disciplinas “científicas” occidentales, sino también entre otros saberes. Es
darles lugar a las experiencias de la gente, a sus tradiciones, a sus saberes, a sus
productos culturales, a sus cosmovisiones y a sus pretensiones. Sin embargo, es
claro que el aporte de los teóricos clásicos siempre tendrá un lugar muy signifi-
cativo en todos los espacios de construcción académica; por ello, a continuación
abocaremos la comprensión de lo psicosocial a partir de la psicología social, la
sociología, la pedagogía social y la antropología. Cabe aclarar que no se pretende
inculcar la idea de que son estas las únicas disciplinas que podrían abordar el
asunto o que ello signifique una fragmentación de lo psicosocial para abordar
por separado cada uno de sus componentes (sería contradictorio con nuestros
planteamientos), sino enriquecer la discusión alrededor esta categoría de acuerdo
con la manera como estas particulares disciplinas lo han pensado, aunque no
se refieren a ello explícitamente sino a intentos de integrar la realidad humana.

Perspectiva psicológica de lo psicosocial


En sus rasgos generales, la psicología describe un panorama caracterizado por
la fragmentación de la disciplina, lo que para muchos supone la existencia de
dos psicologías sociales: una psicológica y otra sociológica. En consecuencia,
los seguidores de la disciplina terminan por polarizarse alrededor de tendencias
investigativas fundamentadas en el método científico o en torno a tendencias
antipositivistas que buscan la transformación de la realidad social. El proble-
ma estriba en que los psicólogos sociales terminan por rechazar los enfoques
metodológicos que no encajan con sus prejuicios teóricos.

Como podemos ver, al igual que muchas otras ciencias sociales la psicología
social es una ciencia inacabada que requiere superar las querellas tradicionales
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 73

entre las “escuelas” psicológicas y sociológicas para mejorar los niveles de com-
prensión de los fenómenos psicosociales.

Para efectos de la comprensión de los fenómenos psicosociales, la teoría de


campo postula que “la conducta es función de la interacción entre la persona
y el ambiente, las dos partes integrantes del espacio vital” (Álvaro y Garrido,
2003 p. 163). Ello sugiere pensar en la interacción producida entre los sujetos
objeto de una intervención psicosocial y su contexto, ambiente y cultura, los
cuales producen unos comportamientos que, sin duda, son resultado de dichas
interacciones y en tal sentido exige la mirada analítica, crítica y reconstructiva
de toda acción profesional.

En la propuesta de Bartlett, (1930, citado por Álvaro y Garrido, 2003) la psi-


cología social cultural aparece constituida por

[…] aquellos comportamientos en donde la influencia social no se ejerce de forma


directa, mediante la pertenencia a un grupo concreto, sino, a través de las creen-
cias, tradiciones, costumbre, sentimientos e instituciones características de una
organización social. El segundo elemento que propone es la convencionalización,
que se refiere al proceso por el que un tipo de expresión introducido en un contexto
nuevo queda modificado por la influencia de las convenciones arraigadas en dicho
contexto (p. 179).

Vygotsky plantea que la mente se construye desde afuera, es decir, el origen cog-
nitivo de los procesos superiores se encuentra en las condiciones de vida social,
históricamente determinadas, y en las relaciones del niño con el adulto. En este
proceso de construcción social de los procesos, el lenguaje adquiere un papel central,
convirtiéndose en el principal vehículo a través del cual la interacción con los otros
va dando lugar a la conciencia individual (p. 191).

Incluso, llama la atención que autores como Luria (1931) planteen que “[…] las
principales categorías de la vida psíquica del hombre empiezan a comprenderse
como productos de la historia social que se modifican al modificarse las formas
básicas de la práctica social y que tienen, por tanto, una naturaleza social”
(Luria, 193, citado por Álvaro y Garrido, 2003, p. 191).

La psicología social se interesa especialmente en el efecto que el grupo social


produce en la determinación de la experiencia y la conducta del miembro in-
dividual. Si abandonamos la concepción de un alma sustantiva dotada desde el
nacimiento del yo del individuo, podremos, entonces, considerar el desarrollo
del yo individual y el de su consciencia de sí mismo dentro del campo de su
experiencia, como especial interés del psicólogo. Existen, pues, ciertas fases de
la psicología interesadas en estudiar la relación del organismo individual con
74 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

el grupo social al que pertenece y estas fases constituyen la psicología social,


como rama de la psicología general.

“La propuesta de una psicología social construccionista de Gergen (1985)


e Ibáñez (1990), se inspira en el construccionismo social de Berger y Luck-
man (1993) y como ellos, también combate los postulados y fundamentos
epistemológicos, teóricos y metodológicos de la psicología social experimental,
que para el momento era la psicología social dominante” (Morales, 2003, p.3)
y dejaba por fuera las interacciones y el contexto al momento de abordar las
problemáticas humanas.

Por su parte, la psicología social de Enrique Pichón-Rivière está convencida de


que hay una dimensión psicosocial en toda problemática conflictiva y en toda
situación que genera sufrimiento en el ser humano y solo recibe una respuesta
operativa de la psicología social. Con relación a esto, Pichón-Rivière ha logrado
un cuerpo teórico, metodológico y técnico capaz de dar esta respuesta.

Según Muñoz (2003), para Enrique Pichón-Rivière la psicología social es el


nuevo campo teórico y de intervención que supera la oposición entre el indi-
viduo y la sociedad y la inscribe en una crítica de la vida cotidiana mediante el
estudio del sujeto inmerso en sus relaciones cotidianas y en sus vínculos. Esto
permitiría indagar el origen de los hechos sociales y definir como objeto de es-
tudio el desarrollo y transformación de la relación dialéctica que se da entre la
estructura social y la fantasía inconsciente del sujeto –su esquema referencial–,
asentada sobre relaciones de necesidad y deseos. “Al concebir al ser humano
como un ser de necesidades, que solo se satisfacen socialmente, en relaciones
que lo determinan, Pichón concibe la subjetividad como el resultado de la
interacción entre individuo, grupos y clases” (p.1).

Al ser la relación entre el individuo y lo social el objeto de estudio de la psico-


logía social, su campo de operación privilegiado es el grupo, el cual permitiría
la indagación del interjuego entre lo psicosocial (grupo interno) y lo sociodi-
námico (grupo externo), pues es a través de la observación de la interacción
de los sujetos que se establecen las hipótesis acerca de sus procesos, las cuales
determinan la posición subjetiva de un sujeto y la forma de vincularse con los
otros (Muñoz, 2003).

Lo psicosocial se soporta en el acompañamiento y apoyo a procesos organizativos


de comunidades que enfrentan situaciones de vulnerabilidad y violencia, que
abordan tanto las subjetividades individuales como las identidades colectivas y
reconocen su contexto social, político, económico y cultural y su incidencia en
él a través los análisis de su realidad con miras a transformarla. Lo psicosocial
afronta la realidad desde un ámbito social comunitario en donde el sujeto es
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 75

sujeto en cuanto comunidad y esta se apoya en los sujetos que se construyen


en y con ella.

Perspectiva sociológica de lo psicosocial


“La sociedad es un producto humano. La sociedad es una realidad objetiva. El
hombre es un producto social”. Por lo tanto, en la comprensión de lo psicosocial
desde la perspectiva sociológica “se asume la dialéctica entre individuo y so-
ciedad, la interiorización a través de la cual la sociedad se hace presente en
el individuo y se produce la creación de la realidad subjetiva y la identidad”
(Berger y Luckmann, 1993, citado en Costa, 2006, p. 323).

La socialización es el conjunto de procesos a través de los cuales el individuo


adquiere el mundo social y el mundo de las instituciones existentes en este. La
socialización primaria se ocupa de producir la asunción del mundo durante los
primeros años de existencia del sujeto y la secundaria la interiorización de los
procesos institucionales de otras áreas generadas por la división del trabajo. La
socialización primaria es la más importante y básica, puesto que el individuo, a
través de los otros significantes, adquiere los aspectos del mundo y de la estruc-
tura social donde crece. Estos otros significantes y los miembros de la familia
mediatizan o filtran el mundo del niño que aprende a través de los procesos de
identificación que desarrolla respecto a ellos.

Berger y Luckmann (1993) explican el proceso de socialización de un modo


que denominan “dialéctica”. El niño construye un proceso de identificación
mediante el cual genera un yo que es una entidad “reflejada” ya que “refleja
las actitudes que primeramente adoptaron para con él los otros significantes; el
individuo llega a ser lo que los otros significantes lo consideran” (p. 167). Pero
este no es un proceso mecánico y tradicional puesto que existe una dialéctica
entre esta identificación con los otros y la auto-identificación que hace el niño.
Mediante este proceso, el infante particulariza el mundo social y da lugar a su
realidad subjetiva. El proceso de desarrollo de la identidad supone una progresiva
abstracción en cuanto a la capacidad del niño de desarrollar el papel del otro.
Este proceso de abstracción concluye cuando el infante es capaz de abstraer, de
tal modo que asimila al “otro generalizado”. Es el momento cuando estabiliza
su propia auto-identificación, al tiempo que asume un montón de significantes
procedentes de toda la sociedad. Durante estos primeros años, el mundo se le
presenta como masivo. La socialización primaria consolida así las estructuras de
confianza y el sentido de la certeza que le acompañarán después como adulto.

La socialización secundaria presupone una cierta división del trabajo y por


tanto también una cierta distribución social del conocimiento. Consiste en la
76 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

interiorización de los submundos Institucionales. El individuo asume así una


parte del mundo. Presupone siempre un proceso previo de socialización primaria,
es decir, un yo y un mundo ya existentes. Ahora bien, para ser coherente, la
socialización secundaria debe presuponerse a los esquemas generados a partir
de la socialización primaria.

La socialización secundaria no imprime un acento de la realidad tan profundo


como la primaria, de ahí que ese sentido deba ser reforzado frecuentemente
mediante técnicas pedagógicas. Frecuentemente, estas técnicas tienen en cuenta
una continuidad con aquellos esquemas básicos procedentes de la socialización
primaria. La realidad subjetiva, no obstante, ha de ser asiduamente reafirmada
mediante el vínculo con otros significantes, principalmente aquellas personas
pertenecientes al mundo familiar del individuo y con lo que Berger y Luckmann
denominan el “coro”, esto es, otras personas menos significativas. La relación
entre otros significantes y el coro es dialéctica: unos se refuerzan a los otros, de
tal modo que confirman en conjunción esta realidad subjetiva. Esta se mantiene,
modifica y renueva constantemente gracias al diálogo originado en un “aparato
conversacional” (citado en Costa, 2006, p. 323-324).

Por otra parte, Durkheim (citado en Rocher, 1990) platea la teoría de las dos
conciencias, a saber, la conciencia colectiva y la conciencia individual:

Comprendiendo que la conciencia colectiva está constituida por el conjunto de


maneras de obrar, de pensar y de sentir que integran la herencia común de una
sociedad dada. Establecidas en el curso de la historia, dichas maneras se transmiten
de generación en generación, y son admitidas y practicadas por la mayoría o por
el porcentaje medio de las personas que integran esa sociedad. Son externas a las
personas, por cuanto las han precedido, las trascienden y sobrevivirán a ellas. La
conciencia colectiva, para tomar la analogía de Durkheim, es “el topo psíquico” de
una sociedad determinada. La conciencia colectiva es la que confiere a una sociedad
sus características distintivas y singulares. Esa conciencia es la que distingue a un
francés de un belga, a un canadiense de un norteamericano

La conciencia individual, por el contrario, comprende lo que cabría denominar el


universo privado de cada persona: sus rasgos caracteriales o temperamentales, su
herencia, sus experiencias personales, que hacen de ella un ser único, singular. La
conciencia individual es también, en opinión de Durkheim, la autonomía personal
relativa de que goza cada individuo en el uso y adaptación de las maneras colectivas
de obrar, de pensar y de sentir (p. 25).

La conciencia individual puede estar más o menos desarrollada o ser más o


menos fuerte, pero de una sociedad a otra la conciencia colectiva no se impone
a las personas con la misma fuerza ni con idéntico peso. El grado de coacción
de la conciencia colectiva y el grado de autonomía permitida a las conciencias
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 77

individuales hacen que existan sociedades diversas. Así, para pertenecer a una
sociedad hay que plegarse a las maneras colectivas de obrar, pensar y sentir
propias de esa sociedad y es preciso aceptarlas y practicarlas.

Esta coacción no suele ser percibida por parte de los miembros de una sociedad,
quienes absorben y asimilan la conciencia colectiva mediante la educación
recibida, la hacen suya, la convierten en su propia conciencia moral y está a
la vez fuera de las personas y en su interior. La coacción es sustituida por el
hábito y por la conciencia moral desarrollada en cada persona, de modo que se
restablece la continuidad entre el individuo y la sociedad, entre los psíquico y
lo social (Rocher, 1990).

Así, la acción social engloba actividades individuales, íntimas, incluso pensa-


mientos y sentimientos en la medida misma en que tales actividades, pensa-
mientos y sentimientos corresponden a las maneras colectivas de obrar, pensar y
sentir. Y la acción individual puede asimismo, ser influenciada por el medio social
sin que se dé una interpretación efectiva y no por esto ser menos acción social.

Todo lo anterior para decir que las personas constituyen una realidad externa
e interna que les genera su identidad y su consolidado de referente desde los
cuales enmarcan sus pensamientos, sentimientos y acciones.

Perspectiva antropológica de lo psicosocial


Desde la perspectiva de la antropología cultural se vislumbran los aspectos
esenciales para identificar los cimientos que sustentan al hombre en su cultura
y sociedad. Se parte del concepto de antropología como “ciencia que estudia
los orígenes de las culturas del hombre, su evolución y desarrollo, así como la
estructura y el funcionamiento de las culturas humanas en todo tiempo y lugar”
(Echeverri, 1985, p. 21).

Con base en lo anterior, es menester hacer una mirada reflexiva a la forma como
los pueblos evolucionan cada día, basada en su historia, política, religiosa, social,
educacional, económica, estética, de salubridad y tecnológica, entre otras. Con
todo ello, las personas generan nuevas formas de comportamiento individual y
grupal. La comprensión de estos nuevos dinamismos, lleva a preguntarse cómo se
gestan asuntos de orden psicológico y social y cómo estos se tornan en aspectos
que afectan a las personas hasta constituirse en formas psicosociales que de-
mandan una mirada analítica y crítica, cimentada en los distintos componentes
que originan otras subculturas y cohabitan hoy en realidades tan complejas de
leer como las expresadas por los seres humanos en estos tiempos.
78 III libro de psicología social crítica. Psicología social crítica e intervención psicosocial

Brownislaw Maliniwshi, padre del funcionalismo, citado en J. Zino Torrazza


(2000) consideró la cultura como el conjunto de respuestas a las necesidades
elementales del hombre: alimentación, reproducción, abrigo y sexo. En este
proceso se crea también un medio ambiente secundario cuyos imperativos apa-
recen tan apremiantes como las mismas necesidades primarias, razón por la cual
Maliniwshi insistió en diferenciar las necesidades primarias de las secundarias
(culturales), como se desprende de su afirmación acerca de que “la tradición
se encarga de modificar todos los instintos”.

Las realidades psicosociales contemporáneas han sido modificadas de manera


importante por las condiciones de violencia política y ciudadana a las que están
expuestas con frecuencia, principalmente en los países del Tercer Mundo o
con regímenes opresores, pero también afectan (aunque en menor cuantía) a
sociedades más desarrolladas. Todo ello reconfigura las necesidades elementales
y secundarias y lleva a la aparición de nuevas necesidades psicosociales.

Para la escuela culturalista americana representada por Margaret Mead, Ruth


Benedict y Erich Fromm (citados por Echeverri, 1985), la conducta humana
está en función de los patrones culturales vigentes. Margaret Mead da ejemplos
de inversión de los papeles masculino y femenino según los valores recibidos
en la niñez por el grupo social en cuestión o la vocación de un grupo (tribu)
para la paz o la guerra de acuerdo con razones culturales cuyo dominante sea la
violencia. “Los hechos culturales serían, por lo tanto, los datos antropológicos
fundamentales, aunque el hecho cultural en sí mismo debe interpretarse de
acuerdo con esta escuela, a la luz del psicoanálisis” (Echeverri, 1985, pp. 32-33).

En el caso de Colombia y algunos países de Centroamérica y Suramérica, buena


parte de las experiencias y conceptos considerados complejos son en realidad
construcciones culturales cuyos antecedentes se remiten a la Colonia y se sus-
tentan en las hegemonías religiosas, las guerras civiles, la imperiosa necesidad
de independencia y las carreras por el desarrollo social y económico, sin dejar de
lado las expectativas personales de aquellos que sin importar el costo social, sacan
adelante sus deseos de poseer riqueza y poder. De esta manera, cada sociedad
avanza hacia lo que considera desarrollo integral y las culturas se transforman
en algunos desordenadamente y sin proyectar las consecuencias individuales y
grupales que de ello se derivan. Las nuevas formas culturales imponen nuevos
patrones de actuar, de estar, de ser y por supuesto, de comportarse en sociedad.
En definitiva, las demandas que más aquejan a las personas en la contempora-
neidad confluyen en lo que actualmente denominamos psicosocial.

Considerar la antropología como componente fundamental del discurso y del


hacer psicosocial, es reconocer la relevancia del estudio científico de las pro-
Lo psicosocial como categoría transdisciplinar. norMan d. Moreno carMona - oscar d. Bohórquez Marín 79

blemáticas contemporáneas que reposan en lo que llamamos, precisamente,


psicosocial. La antropología aporta al conocimiento de la realidad social para
hallar la explicación más cercana de los hechos sociales mediante la observa-
ción y la experimentación, herramientas comunes a todas las ciencias y como
método científico posibilita la sistematización de las culturas en un lugar y
tiempo concretos. De esta manera, hace descripciones e interpretaciones que
facilitan la formulación de hipótesis sobre las causas culturales de las diversas
problemáticas o necesidades psicosociales.

Perspectiva pedagógica de lo psicosocial


Para la comprensión de la perspectiva pedagógica, se propone partir de la pre-
misa de que el fin de la educación es que las personas se desenvuelvan mejor
en el ambiente social, cultural, económico y político en el que viven. Así, al
conocer mejor su medio, reconocen los valores de su comunidad y contribuyen
a su desarrollo y mejoramiento y el de toda la sociedad.

Para definir la perspectiva pedagógica se deben precisar los conceptos más


relevantes que denotan lo socioeducativo, a saber, la pedagogía social y la
educación social.

La pedagogía social puede considerarse una disciplina o una ciencia práctica,


como la denomina Fermoso (1994) y la educación social sería su ámbito de
intervención. Se considera también una ciencia de la socialización, por ser este
el proceso mediante el cual el individuo se integra a la comunidad, se adapta
a ella y convive con los demás. Además, es una ciencia pedagógica que busca
satisfacer las necesidades básicas amparadas por los derechos humanos.

Según Fermoso (1994), el objeto de la pedagogía social se puede ver desde di-
versos ángulos: el objeto material, que no es otro que el propio de la pedagogía
general: la realización práctica de una posibilidad previa, la educabilidad; y el
objeto formal, que es la sociabilidad.

Con base en lo anterior, se hace indispensable identificar y describir el segundo


concepto –el de educación social– como posibilidad de “adaptación a la sociedad
y a la cultura” (Fermoso, 1994, p. 135).

Las personas que conforman una sociedad y por ende pertenecen a una cultu-
ra, se ven diariamente en la necesidad de ser intervenidas por diferentes áreas
sociales y humanas, una de las cuales es la educación en todas sus dimensiones.
Aquí cobra importancia el papel que desempeñan la pedagogía social y la edu-
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cación social, dado que aportan al desarrollo integral del ser humano a partir
de sus características formativas, que son a la vez incluyentes.

Para Ruiz Amado (1929), la pedagogía social procura educar al hombre como
naturalmente ordenado a vivir en sociedad, por lo cual supone esta verdad: el
hombre es un ser social y solo en sociedad puede realizar sus más elevados ideales.
No basta que alcance su perfección como individuo, sino que esta perfección
se proyecte al perfeccionamiento de la sociedad.

Desde esta perspectiva, “[…] la pedagogía social se entiende como la ciencia de


la educación social que estudia las cuestiones inherentes tanto a la socialización
de los individuos, como a la inadaptación de los mismos, y está orientada a la
mejora de la calidad de vida desde una perspectiva especial y fundamentalmente
práctica” (Pérez, 2005, p.11). Las demandas psicológicas, sociales, educacionales,
religiosas y relacionales, exigen un aprendizaje que permita alcanzar mejores
estados psicosociales que garanticen el bienestar del sujeto. Ahora bien, si la
pedagogía social y la educación social hacen aportes prácticos que favorezcan la
inclusión social, entonces se está contribuyendo al fortalecimiento psicosocial
de cada sujeto o grupo.

Por otro lado, la educación social engloba la educación cívica y política, aspecto
importante de la llamada formación integral –tanto individual, como social– de
la persona (Pérez, 2005).

La tarea de la educación social consiste en despertar el sentido de las relacio-


nes entre los hombres, en asignarles un lugar en el orden de los valores y en
promover unas relaciones sociales lo más perfectas posible (Kriekemans, 1968,
p. 129, citado en Pérez, 2005, p.11).

Lograr la inserción del individuo en su medio mediante el desarrollo del sen-


tido cívico y un obrar correcto es la tarea prioritaria de la educación social.
Su finalidad sería, entonces, “contribuir a lograr la armonía, la integración, el
equilibrio y la formación de la persona en todos los ámbitos, para así colaborar
a su desarrollo” (Pérez, 2005, p.11).

Cabe reconocer que la pedagogía social y la educación social buscan conocer,


intervenir y reflexionar sobre las acciones socioeducativas con miras a gene-
rar transformaciones significativas para las personas y la sociedad en general.
Conviene, entonces, preguntarse: si la educación se encarga de introducir a
las personas en la cultura, la psicología de estudiar la mente de las personas, la
antropología de investigar las estructuras culturales, la sociología los sucesos
sociales, ¿quién se encarga de enseñar a vivir, a estar, a convivir y a ser? Esa
tarea la asume desde el año de 1844 la pedagogía social, como respuesta a los
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daños psicosociales causados en Alemania por los cambios suscitados por la


Revolución Industrial (Morón, 2004).

En el contexto latinoamericano, Pablo Freire presentó una interesante propuesta


que muestra estrecha relación con una aproximación psicosocial en cuanto su
contexto de operatividad se lleva a cabo en barrios populares.

Frente al fenómeno de globalización y de la internacionalización de la economía,


el sujeto humano se ha tornado altamente dependiente de los modelos impues-
tos por la sociedad de consumo, donde los medios masivos de comunicación
ejercen un papel preponderante en la medida en que responden a patrones que
contraponen el tener al ser.

Esa incidencia masificadora de los medios retrae el espíritu y el pensamiento,


lo cual hace imperativo que los sujetos se apropien de elementos y herramien-
tas educativas que les permitan develar las formas como funciona el sistema
social en el que se encuentran inmersos, para optar por modos posibilitadores
de cambio que lleven al rescate de la función social de la educación. En este
punto emerge la pedagogía como facilitadora del pensamiento y de la acción
(Moreno, Chilito y Trujillo, 2007).

A partir de lo anterior, la pedagogía social y la educación social contribuyen


a la formación de un patrimonio conceptual y metodológico de lo psicosocial
propuesto como categoría transdisciplinar.

Lo psicosocial en la investigación
y en la intervención
Más allá de generar una investigación para dar cumplimiento a los estándares
curriculares exigidos, el investigar favorece el rompimiento de esquemas y
preconcepciones sobre el otro y lo busca en todas sus dimensiones. No es expli-
carlo, sino comprenderlo y comprenderse a sí mismo con el fin de construir con
él una relación madura, sincera y equilibrada que permita un diálogo sincero y
comprensivo que posibilite el verdadero encuentro de saberes. Y en tal sentido,
comprender que “la realidad es la representación conceptual, fluida y evolutiva
de una producción humana; establecida a través de un lenguaje codificado, ya
sea el lenguaje común o el formal. Es de esta forma que el hombre descubre el
sentido de las cosas creando un sentido humano que corresponde a las cosas”
(Kosik, 1970, p. 92).

La investigación de lo psicosocial busca impactar no solo a la sociedad, sino tam-


bién al sujeto cognoscente, pues este se encuentra en permanente interacción
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con la realidad que busca conocer y asegura las conciliaciones para mantener
un equilibrio. Esto permite la salida de esquemas formales para comprender al
ser humano poseedor de saber, de identidad, de propuesta política, con intereses
personales hacia su comunidad.

El profesional de las ciencias sociales interesado por lo psicosocial es un refe-


rente diferente. Cuestiona con su presencia y actúa de otra manera, por tanto
es relevante generar preguntas pertinentes no solo verbalizadas, sino que partan
de la experiencia. La actitud de interrogar y problematizar la realidad aboga
por el reencuentro con un sujeto y una comunidad que se cuestionan, se inter-
pelan a sí mismos y encuentran otras opciones para develar sus problemáticas.
Es compartir entre personas, experiencias, saberes, alternativas; es procurar
mejorar la calidad de vida, las actitudes, las relaciones y los propósitos de vida.

El sujeto posee unas dimensiones complementadas, pero también integradas


en él. No se puede entender al sujeto desde una sola dimensión. Cuando no se
tiene una mentalidad con la suficiente apertura para lograrlo, solo es posible
comprenderlo en el encuentro cotidiano con él y su contexto, en sus espacios
propios, en el acompañamiento y en procesos de reconocimiento y crecimien-
to del profesional con la comunidad. Las dimensiones de los sujetos están en
constante interacción y esa interacción solo se comprende cuando se dilucidan
sus lógicas, sus subjetividades y sus sentires. Veamos cómo se articulan estas
dimensiones, que aun cuando para definirlas es necesario abordarlas separada-
mente, su definición sería imposible si las pensamos de manera aislada, desde
una perspectiva psicosocial.
Diagrama 1
Dimensiones y relaciones de los individuos en sociedad

Interacción simbólica

Comunidad Familia y grupo Individuo


de referencia

Prácticas sociales
Fuente: Componente psicosocial. A ritmo de vida, Corporación Juan Bosco (Cali, 2007)
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El sujeto, sea niño, joven, adulto, hombre o mujer, es un actor social que intenta
sus propias elaboraciones discursivas y prácticas acerca del mundo, de la vida y
de lo ético. Por tanto, se debe reconocer como persona con capacidad y cuali-
dades para establecer relaciones con su entorno sociocultural y como asociado
del Estado que lo convierte en sujeto de derechos y deberes.

Esta perspectiva psicosocial impide ver lo psicológico separado de la realidad


sociohistórica y contextual en cuanto se entiende lo psíquico como resultado de
procesos de socialización. Se reconoce, además, que muchas problemáticas que
afectan a niños, jóvenes, hombres y mujeres (adicciones, violencia, depresión,
etc.), son cada vez menos individuales y más propias de fenómenos sociales en
los que el sujeto es su expresión formal.

Las múltiples reformas sociales, económicas y laborales influyen indiscutible-


mente en la estructura familiar como soporte afectivo que genera seguridad
emocional, y problematizan la seguridad y protección que otrora se le asignaba
a la familia, haciendo así más vulnerables a los sujetos y agravando la situa-
ción moderna de inseguridad (más en términos psicológicos que materiales o
estructurales).

El desempleo, los empleos transitorios u ocasionales y la economía informal,


generan un sentimiento de inseguridad (desaparición de la protección social,
exclusión, etc.) que afecta drásticamente la capacidad de la familia de brindar
protección próxima e inmediata a sus integrantes. Este panorama obliga a la
consolidación de proyectos colectivos y comunitarios en los cuales se piense la
construcción de solidaridades y afectividades comunitarias o colectivas que les
brinde a los niños, niñas y jóvenes posibilidades de interacción y apoyo mutuo
además de protección y acogida, lo cual no significa el desmantelamiento de las
relaciones con la estructura social y política del contexto en el cual se mueven
(contexto local-comunitario).

Este proceso de ida y vuelta entre lo público (colectivo, común) y lo privado


(familia, sujetos que la componen) debe enriquecer al sujeto, de tal manera
que sea posible impulsar en él cambios en sus formas de conocer, aprender,
aprehender, de cuidarse y de relacionarse, entre otros aspectos, permitiendo así
organizar y canalizar sus comportamientos sociales hacia un horizonte crítico y
propositivo que lo constituya como actor de su propia vida y contexto.

En buena parte de los contextos que requieren intervenciones psicosociales, se


visualiza la familia como proveedora y con quienes se interactúa diariamente
son otros actores que establecen vínculos afectivos no necesariamente consan-
guíneos. El reto es por transformaciones colectivas (ya que no hay transforma-
ciones individuales), dinámicas, lógicas y de interacción que den sentido a la
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comunidad y le permitan al sujeto desafiar la realidad en lugar de sumirlo en


la incertidumbre. En el abordaje de lo psicosocial no hay fórmulas, sino una
tensión creativa entre lo informal y lo formal.

El contexto actual –no meramente local o regional, sino indispensablemente


global– nos pone en una situación paradójica cuando de intervención social se
trata, referida a una tensión entre sujeto y sociedad que nos obliga a cuestionar
el hecho de si es realmente legítimo actuar exclusivamente en el ámbito de lo
subjetivo para desarrollar las potencialidades y capacidades del sujeto, cuando
el contexto y las dinámicas estructurales se caracterizan por una deficiencia
cada vez más acentuada, y una “pobreza” material y de satisfactores no subje-
tivos. Sin embargo, tampoco sería coherente orientar los esfuerzos y acciones
a la superación de tales deficiencias materiales y de condiciones estructurales,
dejando al sujeto de lado.

Frente a esta paradoja –que ha sido resuelta por muchos de manera simplista
y con tintes de exclusivo asistencialismo–, se hace necesario aproximarse a la
realidad de tal manera que se incluyan ambas esferas y se aporte a su manejo
integral. El ámbito comunitario es el espacio propicio para desarrollar múltiples
estrategias que fortalezcan lo social con aportes del sujeto convertido en actor
social, pero también enriquezcan y desarrollen lo subjetivo producto de tal
experiencia en el contacto colectivo.

Lo comunitario es aquí planteado como un espacio de encuentro tanto real como


simbólico, donde es posible tejer tramas de sociabilidad, relaciones cara a cara,
nexos de solidaridad y “reciprocidad no utilitaria”. Es allí donde las experiencias
personales y colectivas y las relaciones cotidianas van conformando los tejidos
sociales desde los cuales se generan identidades colectivas que facultan para
empezar a hablar de comunidad más en su sentido conceptual que imaginario.

Lo importante de este planteamiento es reconocer que la construcción de co-


munidad a partir de esos espacios no puede limitarse al mero encuentro y a la
consolidación de colectividades autónomas, cerradas y al margen del contexto
económico, social y político. La intención es trascender hacia comunidades
críticas, erigidas con el accionar de sujetos sociales con capacidad deliberativa
y autorreflexiva que les permita –al decir de Zemelman (2001)– elevarse para
reconocer nuevos espacios y generar voluntades colectivas que edifiquen su
realidad con una direccionalidad consciente.

Este es, pues, un proceso de ida y vuelta en el que el sujeto se enriquece a partir
de su experiencia colectiva y el colectivo trasciende en comunidad con el aporte,
el esfuerzo y las capacidades y potencialidades de los sujetos, ahora fortalecidas.
Es en este contexto donde cobran vida las intervenciones psicosociales y se
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dinamiza y anima la formación de sujetos sociales con los cuales se cimentan y


robustecen identidades colectivas y sentidos de pertenencia que aportan tanto
al ámbito subjetivo como al social. Es decir, permite un abordaje psicosocial
orientado a la construcción de una cultura y una sociedad realmente democrática
y a la estructuración de ciudadanos críticos y propositivos.

Con base en el contexto anterior y en un intencionalidad clara que se le otorga a


lo psicosocial como categoría transdisciplinar, el accionar del profesional se pone
al servicio del sujeto a fin de impactar positivamente la sociedad y los contextos
en los cuales ejerce su oficio. Es decir, se enfoca al redimensionamiento de los
sujetos en sus múltiples espacios de inserción social y esferas de actuación, en
especial en sus redes sociofamiliares. Así, en este ámbito comunitario es vital
actuar en diálogo con los terrenos más íntimos del sujeto, es decir, su dimensión
subjetiva y familiar.

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