Alfred Kubin La Otra Parte
Alfred Kubin La Otra Parte
Alfred Kubin La Otra Parte
de
ALFRED KUBIN
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SIVILLA
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Alfred Kubin
Ediciones Siruela
MADRID, 1988
Título original: Die Andere Seite. Ein Phantasticher Roman. ÍNDICE
Traducción: J U A N J O S É D EL S OL AR
LA INVITACIÓN
Capítulo l. La visita 13
Capítulo 11. El viaje 43
PERLA
Capítulo l. La llegada .................................. 65
Capítulo 11. La creación de Patera ............... 69
Capítulo III. La vida cotidiana .................... 79
Capítulo IV. Bajo el hechizo ........................ 123
Capítulo V. El Suburbio ............................... 193
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A la memoria de mi padre.
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Alfred Kubin
LA INVITACIÓN
CAP ÍTULO I
LA VISITA
sueño, fomentado y desarrollado por nosotros; per estaba el corpulento señor Gautsch, con su correcta
turbarlo sería un delito de alta traición inimaginable. fisonomía de asesor, sus quevedos y su barbilla rubia,
De ahí que las personas invitadas a convivir en nuestra terminada en punta.
república sean sometidas antes a un riguroso examen. Tales eran, a grandes rasgos, las ideas que en aquel
Para decírselo en pocas palabras y acabar de una vez momento cruzaron por mi mente. Y algo tenía que
-y al llegar aquí, Gautsch dejó el cigarrillo y me miró decir de todos modos, ya que el buen hombre esperaba
tranquilamente a la cara: mi respuesta. En caso de que le sobreviniera un ataque
-Claus Patera, Señor absoluto del Reino de los de rabia aún podía, en última instancia, apagar la lám
sueños, me encarga transmitirle, en calidad de agente para de un soplo y escabullirme de la habitación, que
suyo, una invitación para trasladarse a su país. conocía palmo a palmo.
Mi visitante pronunció las últimas palabras en voz -¡Claro, claro! ¡Estoy entusiasmadísimo! Sólo qui
más alta y con un tono bastante formal. Luego, el buen siera consultar el caso con mi esposa. Mañana, señor
hombre se calló y al principio yo también guardé Gautsch, recibirá usted mi respuesta.
silencio, cosa que cualquiera de mis lectores compren Dije todo esto en un tono conciliatorio y me levan
derá. La sospecha de estar sentado frente a un loco se té. Pero mi huésped siguió sentado tranquilamente y
abrió paso en mí casi a la fuerza. Me resultaba suma replicó con voz seca:
mente difícil ocultar mi agitación. Haciendo como si -Veo que no ha logrado comprender nuestra si
jugara, aparté la lámpara fuera del radio de acción de tuación actual, cosa que no me extraña en absoluto.
mi visitante, y al mismo tiempo, retiré con gran habi Lo más probable es que no conceda usted crédito
lidad, un compás y un cuchillo raspador, objetos pun alguno a mis palabras, si es que su nerviosismo, con
tiagudos y peligrosos. tenido con gran dificultad, no encubre una sospecha
A decir verdad, toda la situación era en extremo aún más grave sobre mi persona. Le aseguro que estoy
embarazosa. Cuando empezó lo de la historia del País completamente sano, tan sano como cualquiera. Lo
de los sueños, pensé que se trataba de una broma que que le acabo de comunicar es un asunto sumamente
algún conocido se tomaba la libertad de gastarme. serio, aunque reconozco, claro está que pueda parecer
Lamentablemente, este atisbo de esperanza fue dismi extraordinario o fantástico. Tal vez se tranquilice en
nuyendo en forma alarmante, y llevaba ya diez minu cuanto haya visto esto.
tos sopesando desesperadamente mis posibilidades. Y al decir estas palabras sacó un paquetito de su
No ignoraba que lo mejor que uno puede hacer cuan bolsillo y lo puso sobre la mesa, delante de mí. En él
do está con un enfermo mental es no desechar nunca leí mi dirección exacta; rompí el precinto y tuve entre
sus ideas fijas. ¡Pero también es cierto que yo no soy mis manos un estuche de cuero liso y color gris ver
precisamente un gigante, sino un hombre tímido y doso, en cuyo interior se veía una pequeña miniatura:
débil en el fondo! Y allí, sentado en mi habitación, el típico retrato de medio cuerpo de un joven. Sus
20 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 21
rizos castaños se ensortijaban en torno a un rostro de dosis equivalente de buen humor. ¡ Dios mío, de modo
apariencia extrañamente clásica: grandes y clarísimos, que nos estamos volviendo viejos! Sentí que una
los ojos me miraban fijamente desde la imagen, ¡se alegría y serenidad absolutas volvían a apoderarse de
trataba indiscutiblemente de Claus Patera!. .. Durante mí.
los veinte años en que no nos habíamos visto apenas -¿Me imagino que creerá usted en el retrato?
pensé alguna vez en este compañero de escuela, a quien -dijo Gautsch-. El amigo suyo que está ahí repre-
daba por perdido. Al contemplar su retrato, de gran sentado ha tenido los destinos más diversos. Sólo
parecido con el original, el considerable lapso de tiem aprobó algunos cursos en la Escuela latina de Salzbur
po se fue reduciendo en mi espíritu. Ante mí surgieron go. A los catorce años abandonó a su tía adoptiva y
los largos corredores, pintados de amarillo, del Insti se dedicó a recorrer, en compañía de unos gitanos,
tuto de Salzburgo. Volví a ver al viejo conserje del Hungría y los países balcánicos. Dos años después
bocio señorial, disimulado con gran dificultad por una llegó a Hamburgo: a la sazón trabajaba como doma
elegante y bien cuidada barba. Me vi nuevamente en dor, pero pronto cambió este oficio por el de marine
medio de los muchachos, entre los que también se ro, y se alistó como grumete en un pequeño barco
hallaba Claus Patera, deslucido por un rígido sombre mercante. De este modo llegó, finalmente, a la China.
ro de fieltro que el estrafalario gusto de una tía adop El barco estaba anclado, junto con otros muchos, en
tiva le había impuesto a la fuerza. el puerto de Cantón, adonde transportaba mijo y arroz
-¿Dónde consiguió este retrato? -exclamé con a fin de prevenir una carestía inminente. En cuanto
una involuntaria mezcla de curiosidad y alegría. terminaron las faenas de descargue, la nave tuvo que
-Ya se lo he dicho -replicó mi interlocutor-. Y permanecer unos días más en el puerto, pues una serie
su temor también parece haberse desvanecido -aña de mercancías destinadas a Europa ---cabello humano
dió con una sonrisa afable e inofensiva. y un nuevo tipo de caolín- aún no estaban listas para
-¡Esto es un disparate, una broma, un infundio! el embarque.
-acerté a proferir entre risas nerviosas. En aquel pre- -Patera aprovechó esos ratos I.i.bres para efectuar
ciso instante, el señor Gautsch me dio la impresión de numerosas excursiones a tierra firme. En cierta ocasión
ser una persona perfectamente normal y honorable: salvó a una dama, ya mayor, de la aristocracia china,
estaba removiendo su té en forma por demás circuns de perecer ahogada. Habiendo resbalado en una zona
pecta. Seguro que aquí se oculta algo extraño, pensé pantanosa, la anciana señora habría hallado un trágico
¡ya se aclarará todo más adelante! Naturalmente, mi fin en cualquier canal del río de Cantón. Unos cuantos
imaginación volvía a hacerme una mala jugada. ¿Cómo campesinos -de esos que llevan trenzas y casi nunca
podía, tan a la ligera, tomar por loco a un buen hombre saben nadar-, empezaron a agitar los brazos y a gri
tan sólo porque hubiera contado una historia seme tar, pero ninguno se atrevió a lanzarse a las oscuras y
jante? En otros tiempos habría reaccionado con una turbulentas ondas. Su amigo -un campeón en el arte
22 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 23
del buceo--, que casualmente pasaba por allí, saltó Hasta aquí he cumplido mi misión. Si usted no quiere
resuelto al agua y, tras librar una ardua batalla con las
otorgar el menor crédito a lo que acabo de decirle, yo
olas, logró arrastrar a tierra a la ya inconsciente dama,
tampoco puedo hacer nada por persuadirle. En todo
que fue reanimada a los pocos minutos. Era la esposa
de uno de los hombres más ricos del mundo. Éste, un caso, le ruego que me dé alguna constancia de haber
anciano débil y achacoso al que trajeron presurosa recibido el retrato. Es posible que dentro de muy poco
mente en una litera, abrazó al joven salvador sin decir tiempo tenga que traerle nuevos recados.
una palabra. Patera fue conducido luego a una gran Gautsch se levantó haciendo una ligera reverencia.
casa de campo. Ignoramos los pormenores de aquella Debo confesar que, dada la absoluta sencillez de su
entrevista, pero el hecho es que Hi-Yong, que no tenía porte, no me pareció en modo alguno un embaucador.
herederos, adoptó al pobre grumete como hijo suyo, Yo seguía con el estuche entre las manos. Cuando
instalándolo en su casa. Al cabo de otros tres años, volví a abrirlo, mis dedos toparon con una solapa de
durante los cuales -y eso es todo lo que sobre ellos cuero que no había advertido antes. Debajo de ésta
sabemos- realizó diversos viajes por regiones interio había una tarjeta en la que, escritas con tinta, figuraban
res y desconocidas de Asia, hallamos a Patera guar las palabras: «Si quieres, ¡ven!».
dando luto por sus padres adoptivos: Hi-Yong y su Y nuevamente surgió en mi espíritu, como un leve
esposa fallecieron el mismo día. El heredero se encon y vaporoso ensueño, la imagen de un pasado ya bas
tró así convertido en el único poseedor de tesoros tante remoto. Exactamente así, desordenada y más
fabulosos e inconmensurables. bien torpe, plasmada en caracteres que tendían a seguir
-Y es entonces cuando empieza la historia del Rei siempre rumbos diferentes, era la escritura de mi an
no de los sueños --exclamé aún presa de mi hilari tiguo compañero de escuela: desesperada, como en
dad-. Decididamente, se trata de una idea novedosa; cierta ocasión la calificó un profesor. Aunque el trazo
si usted me lo permite, se la transmitiré a un amigo de las tres palabras parecía esta vez más firme, el que
escritor, ya que con ella puede hacer algo muy her las había escrito era, sin lugar a dúdas, el mismo per
moso. ¿Me permite invitarle? -y ofrecí un cigarrillo sonaje. Un extraño malestar me invadió en aquel mo
al extraño visitante. Mi huésped agradeció, lanzó unos mento, mientras el hermoso rostro me lanzaba glacia
cuantos suspiros en forma mecánica y añadió luego en les miradas. Era fácil dejarse embelesar por esos ojos,
un tono perfectamente claro y sereno: en los que brillaba cierto encanto felino ... Mi alegría
-Como ya le dije, tengo la franca impresión de que inicial se había desvanecido, cediendo el paso a una
me está tomando por un embustero o un mitómano. extraña sensación de perplejidad. Gautsch seguía allí
Pero, a fin de cuentas, no he venido para convencerle de pie y esperaba; sin duda se percató de mi agitación
de la existencia misma del País de los sueños, sino para interior, pues me observaba atentamente.
invitarle allí en nombre de alguien de mayor jerarquía. Los dos guardábamos silencio.
24 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 25
pero ahora empiezo a ver más claro muchos aspectos.
III Su historia me interesa sobremanera. Por favor, cuén
teme más acerca de mi antiguo compañero de escuela
En el fondo, ningún hombre puede hacer caso omi -y al decir esto, volví a empujar la silla hacia donde
so de sus impulsos temperamentales, que acaban de él estaba.
terminando siempre las manifestaciones de su perso Mi huésped se sentó y dijo muy cortésmente:
nalidad. En la mía, que era abiertamente melancólica, -Desde luego que voy a completar mi información
el deseo y la apatía marchaban casi codo con codo. anterior y a contarle algo más sobre el País de los
Toda mi vida -y a veces cuando menos lo esperaba sueños y su enigmático Amo.
he sido víctima de violentas fluctuaciones en el plano -Soy todo oídos.
sentimental. Esta particularísima disposición anímica, -Hace doce años vivía mi actual Amo en la vastí-
heredada de mi madre, era capaz de despertar en mí sima región del Tien-Shan o Montañas del Cielo, per
tan pronto el más ardiente de los deseos como la más teneciente al Asia central china, donde se dedicaba
amarga de las depresiones. Si menciono aquí este ex principalmente a cazar animales rarísimos que sólo
ceso de emotividad en mi persona, es porque ayudará existen en aquellos parajes. Quería, entre otros, dar
al lector a comprender mi comportamiento en muchas muerte a un tigre persa, un ejemplar que, para ser
de las situaciones con las que, en el curso de los años, preciso, pertenecía a una especie más pequeña y de
hubo de enfrentarme la vida. pelaje especialmente largo. Una vez descubiertas las
Debo confesar que, en aquel momento, la persona huellas, se lanzó una tarde en pos de él. Con ayuda
de Gautsch me inspiraba ya plena confianza. Estaba
del buriato 1 que le acompañaba logró, en poco tiem
seguro de que debía existir algún tipo de relación entre
po, sacar al animal de su guarida. Pero antes de que
él y Patera y que, obviamente, había algo de cierto en
pudieran disparar un solo tiro, la enfurecida bestia se
la historia del Reino de los sueños. Tal vez me había
formado una falsa impresión de ella, al tomarla dema abalanzó sobre sus dos perseguidores. El asiático logró
siado literalmente. El mundo es grande y ya me han esquivarla a tiempo, pero Patera fue derribado. Por
sucedido muchas cosas extrañas. En todo caso, Patera suerte, su acompañante aún pudo conjurar el peligro:
era un hombre muy rico y lo más probable es que esta de un tiro en la cabeza, disparado a muy escasa dis
vez se tratase de algún extraño capricho, de alguna tancia, mató al animal. Patera quedó con una mano
costosa manía que él respaldaba con generosidad. Para destrozada. La herida les obligó a permanecer más
mí, en cuanto artista, una situación de este tipo resul tiempo en aquel lugar, pues no quiso sanar hasta que
taba siempre plausible. Obedeciendo a un súbito im
pulso, le tendí la mano a Gautsch: 1
Buretas o buriatos, pueblo de raza mongólica que habita a
-Le ruego disculpe mi extraño comportamiento, orillas del lago Baikal. (N. del T.)
26 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 27
un anciano, jefe de una extraña tribu cuyos miembros
tenían los ojos azules, aplicó en ella sus artes terapéu
ticas. Esta reducida comunidad -sólo contaba con un
centenar de miembros, aproximadamente-- se distin
guía así mismo por el color de su piel, de una blancura
excepcional. Enclavada en el seno de una población
mongólica pura -los descendientes de la gran horda
quirguiz-, vivía totalmente aislada y no se mezclaba
ni con los pueblos vecinos. Ya por entonces debían de
haber adoptado una serie de costumbres extrañas y
misteriosas, sobre las cuales, lamentablemente, no
puedo decirle nada preciso. Lo cierto es, en todo caso,
que Patera fue admitido en la tribu y se interesó mu
chísimo por ellos, pues cuando prosiguió su viaje, apremiaba constantemente la terminación de los tra
dejándoles previamente cuantiosos regalos, lo hizo con bajos. Dos meses después de su regreso empezaron a
la promesa de regresar muy pronto. Los notables le llegar las primeras casas de Europa, todas bastante
acompañaron durante un buen trecho y, según dicen, antiguas y ya deterioradas por el uso. Tras haberlas
la despedida fue bastante solemne. Nuestro Amo que desmontado cuidadosamente, se ensamblaban de nue
dó profundamente emocionado por todo ello. Nueve vo las diversas piezas y se colocaban en los fundamen
meses más tarde regresó para siempre a dicho lugar. tos que previamente se habían construido. Claro que
En su séquito figuraban un mandarín de alto rango y el aspecto de aquellas viejas paredes, sucias y ennegre
todo un equipo de ingenieros y geómetras. Levantaron cidas por el humo, dio lugar a numeros9s comentarios.
un gran campamento junto al país de los amigos oji Mas el oro afluía a raudales y todo se cumplió de
zarcos del Amo, que manifestaron una inmensa alegría acuerdo a la voluntad del Amo. Las cosas salieron a
al verle de nuevo. Un ingeniero amigo mío, que toda las mil maravillas. Un año más tarde, Perla, la capital
vía vive en el País de los sueños, me contó en cierta del Reino, debía de ofrecer aproximadamente el mis
ocasión lo que sucedió después. Trabajaron muchísi mo aspecto que ahora tiene. Todas las tribus que ha
mo, y el resultado de sus esfuerzos fue la delimitación bían vivido allí se retiraron junto con los obreros, y
y compra de un enorme terreno. Se trataba de varios sólo se quedaron los ojizarcos.
miles de millas cuadradas en las que se estableció el Gautsch hizo una pausa.
Reino de los sueños. El resto se puede contar en pocas -Pero aún sigo sin comprender �je entonces-,
palabras. Un verdadero ejército de coolíes trabajó día ¿ con qué sistema compra Patera las casas?
y noche bajo la dirección de algunos expertos. El Amo -Pues yo tampoco lo sé -prosigui�. Son todas
estructuras antiguas ; algunas están incluso en estado
28 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 29
ruinoso y carecerían de valor para cualquier otro, aun usted ver más de una pieza extraordinaria. Todo es
que también las hay sólidas y bien conservadas. En compartido, por decirlo así, al ser puesto en uso. Ade
otros tiempos se hallaban dispersas por toda Europa. más, no recuerdo ningún caso en que hayamos adqui
Esas casas de piedra y de madera, venidas desde los rido un cuadro, bronce u otro objeto artístico de ori
cuatro puntos cardinales -el Amo las solicitaba una gen reciente. Los años sesenta del siglo pasado cons
por una- han de tener sin duda un valor muy especial tituyen el límite extremo. Quisiera hacerle notar, a
para él, pues de otro modo no habría invertido tantos propósito, que hace unos años envié personalmente
millones en adquirirlas. una caja con buenas pinturas de maestros holandeses
-Pero, por amor de Dios, ¿cuánto dinero posee -entre ellos dos Rembrandts- que aún tienen que
este hombre? -exclamé asustado. estar ahí. En general, Patera es más un coleccionista
-¿ Quién podría decirlo ? -fue la melancólica res de antigüedades que de obras de arte, y lo es, además,
puesta-. Yo hace diez años que estoy a su servicio y, en gran escala. Como ya le dije, adquiere incluso enor
con toda seguridad, he pagado cerca de doscientos mes edificios. ¡ Y algo más todavía ! Dotado de una
millones por diversas adquisiciones, indemnizaciones, memoria que escapa a mi capacidad de comprensión,
gastos de transporte y otros conceptos. Hay agentes recuerda casi todos los objetos que existen en su Rei
como yo en todas las regiones del mundo. Nadie pue no. Nosotros, los agentes, somos quienes los compra
de formarse una idea, ni siquiera aproximada:, de la mos por encargo suyo. Con frecuencia recibimos listas
fortuna de Patera. de las cosas deseadas, en las que se dan indicaciones
Lancé un suspiro. precisas sobre los detalles más ínfimos y se especifica,
-Mi estimado señor, yo le creo pero no entiendo además, dónde y en poder de quién se hallan dichas
nada. ¡Todo esto me parece tan enigmático! ¡Pero cosas. Las mercancías, por las que muchas veces pa
cuénteme, cuénteme cómo se vive allí ! gamos precios elevadísimos, son luego cuidadosamen
-Intentaré explicarle muchas cosas ; contárselo te empaquetadas y enviadas a Perla. ¡Todo eso cuesta
todo sería imposible, ya que nos faltaría tiempo para muchísimo trabajo ! -añadió-. A veces no logro ex
ello. Además, yo no vivo permanentemente en el Rei plicarme de dónde provienen los asombrosos conoci
no, sino que sólo voy en ciertas ocasiones. Dígame, mientos que el Amo posee sobre el particular. Pese a
¿sobre qué aspecto desea que le oriente ? que ya llevo varios años a su servicio y debería estar
A mí me interesaban, claro está, los problemas es acostumbrado a muchas cosas, constantemente me lle
téticos, por lo que Gautsch me contó lo que sabía vo nuevas sorpresas. Reclama con idéntica insistencia
sobre la situación del arte en el Reino de los sueños. objetos de gran valor y otros que, a todas luces, no
-No poseemos museos especiales, galerías de arte son sino trastos viejos. ¡ Cuántas veces he tenido que
o este tipo de cosas. Las grandes obras de arte no están hurgar sótanos y desvanes en casas de familias bur
reunidas en colecciones, pero, en forma aislada, podrá guesas, o en las de solitarios habitantes de las monta-
30 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 31
bría rechazado y, probablemente, sería hoy un hombre tiempo. Muchos de los que viven en el Reino de los
muy distinto. sueños han sido, en otros tiempos, huéspedes asiduos
de diversos sanatorios y casas de salud.
-Entonces, la cosa cambia. Acepto la invitación
IV --dije, estrechando alegremente la mano de Gautsch.
-Y en lo que respecta a los gastos del viaje -al
Llegado a este punto debo mencionar que, precisa decir esto, paseó una rápida mirada por la habitación
mente aquel año, estuve a punto de dar cumplimiento y añadió soücitamente-- tal vez no le vendría mal un
a uno de mis más caros anhelos. Era éste un viaje a pequeño suplemento.
Egipto y a la India que, por razones financieras, no A lo que repliqué riéndome:
había podido llevar a cabo hasta entonces. Mi esposa -Pues, si quiere usted contribuir con unos mil
acababa de entrar en posesión de una pequeña herencia marcos, ¿por qué no habría de aceptarlos?
y pensábamos invertir el dinero en aquel viaje. No El agente se limitó a encogerse de hombros, sacó su
obstante, como siempre sucede en la vida, las cosas no libro de cheques, escribió unas cuantas palabras apre
salieron como habíamos pensado. Cuando le conté suradamente y me entregó la hoja.
estos planes a Gautsch, se hizo en seguida portavoz Era un talón del Reichsbank por valor de cien mil
de mi propio deseo: marcos.
-Haga simplemente un cambio en su itinerario. En
vez de ir a la India, viaje al Reino de los sueños.
-Pero ¿y mi esposa? No quisiera viajar sin ella. V
-Tengo instrucciones para invitarla también a ella.
Si hasta el momento no había mencionado este detalle ' Cuando oímos hablar de algún hecho maravilloso y
aprovecho la ocasión para hacerlo ahora. muy alejado de la experiencia cotidiana, nos queda
Ya sólo quedaban unos cuantos puntos por aclarar: siempre la sensación de una duda no resuelta. Y está
la constitución ligeramente enfermiza de mi esposa no bien que así sea. De lo contrario, seríamos un simple
podía, de hecho, tolerar las fatigas que suponía la objeto de diversión para cualquier hábil cuentista o
realización de un viaje tan largo. para el primer embustero que se nos presentase. Por
-¡ Le ruego no se preocupe por eso ! --dijo el agen esta razón, un hecho produce un impacto mucho ma
te en tono tranquilizador-. El estado general de salud yor que el que deja un relato. Tal era mi caso. En cierta
de nuestra población es excelente. Perla está situada medida, Gautsch se había hecho ya depositario de toda
en la misma latitud que Munich, pero su clima es tan mi confianza. Pero en cuanto vi y tuve entre mis
suave que incluso las personas de temperamento más manos aquella inmensa suma -para mí una auténtica
nervioso se sienten extraordinariamente bien en poco fortuna-, experimenté una sensación extrañísima. Un
34 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 35
ligero estremecimiento sacudió mi cuerpo y, con lá
'
grimas en los ojos, le dije: --:; . - •
�--
anhelando ver cristalizarse un sueño y, de repente, éste
se torna realidad, el instante en que tal cosa ocurre es I '
grande y hermoso. Esto es lo que, gracias a su bondad, ")rll"
me ha sucedido hoy. ¡ Le estoy muy agradecido !
� 1-
Con estas palabras, u otras parecidas, di en aquel ' < -y¡--
momento rienda suelta a mi excitación. Gautsch, que
según me pareció también había adoptado una actitud
muy seria, me respondió con gran delicadeza:
-¡Mi estimado señor, yo sólo cumplo con mi de
ber! Si con ello puedo hacerle feliz, me sentiré doble
mente satisfecho. Pero a mí no me debe usted las
gracias, pues yo actúo bajo las órdenes de una instancia
superior. Sólo me queda recomendarle que guarde
absoluta reserva sobre todo lo que ha oído esta tarde. -Ya se ha hecho tarde. Volveré a pasar mañana a
No hable con nadie del asunto, exceptuando, natural esta hora para darle todas las indicaciones relacionadas
mente, a su esposa. Yo no sé a ciencia cierta qué con el viaje. Entretanto, hable usted con su esposa y
consecuencias podría traer la violación de las normas transmítale mis respetos. ¡ Buenas noches !
que hemos adoptado. Pero el poder de Patera es gran Y se marchó.
de y él mismo desea que la existencia del Reino de los Los diez minutos que transcurrieron hasta que mi
sueños se mantenga en secreto. esposa regresó de hacer sus compras me parecieron
-En ese caso quizá no haya sido muy prudente de una eternidad. Tenía que hablar, contarle a alguien el
su parte contarme tantas cosas al respecto. Usted no inaudito suceso ... necesitaba un interlocutor.
podía saber cuál iba a ser mi reacción -le repliqué ... Y allí estaba ella ...
astutamente. La posibilidad de darle una sorpresa se fue, natu
-Pues no fue del todo así, mi estimado señor, ¡yo ralmente, al agua, pues la agitación se me leía en la
sabía que usted vendría! cara. Cierto es que escuchó con suma atención mi
Y diciendo estas palabras, me estrechó la mano y se asombroso relato, pero al final no pudo por menos de
volvió hacia la puerta: preguntarme, en tono burlón:
36 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 37
-¿ Estás en tu sano juicio? -Seguro que te sentirás muy bien allá. Piensa un
-Perfectamente, querida. Yo también tomé a poco en las ideas fabulosas que me inspirará todo
Gautsch por un loco o embaucador antes de conven aquello ... Y el dinero ¿ no te parece increíble?
.
cerme de su honestidad y nobleza. Volvió a sentirse animada y, ya más tranquila, em
Y con aire victorioso eché entonces mi triunfo : el pezó a ocuparse inmediatamente de los problemas
cheque, que, también en este caso, tuvo un efecto más prácticos de la mudanza. Yo, en cambi� , me s�n:ía ya
convincente que el relato. Después de aconsejarme que como un habitante del País de los suenos y d1 nenda
averiguara a primera hora si tenía fondos, nos pusimos suelta a mi fantasía... Mis miradas pasaron repetidas
a discurrir sobre el viaje y todos sus detalles. veces del retrato al cheque y hasta me enamoré lige
-Pero, ¿ dónde está el retrato? ¡ Muéstramelo! ramente de ambos . . .
Su impresión fue de profundo asombro ... Tras ha ... Estaba amaneciendo cuando nos quedamos dor
berlo contemplado un buen rato, se recostó y mur midos ...
muró con voz resignada:
-¿Crees realmente que debemos ir? Este hombre
no me gusta. No sé por qué, pero hay algo siniestro VI
en su aspecto.
Una hora antes de que abrieran las cajas ya estaba
Estaba al borde del llanto.
yo en el banco. Por mi cheque recibí un grueso fajo
-¡ Pero cariño, qué ideas se te ocurren ! -la abracé
de billetes que, previamente, fueron contados tres ve-
riendo--. Si es mi viejo amigo Patera, un hombre
amable y simpático. El hecho de que utilice su dinero
en cosas relacionadas con el arte me lo hace aún más
digno de aprecio.
-¿No quisieras informarte un poco más por tu
cuenta antes de emprender el viaje?
-No sé lo que tú quieres, pero de mi amigo res
pondo yo. Mañana sabremos si el cheque tiene fondos
y, además, el Reino de los sueños me parece una idea
francamente grandiosa. Después de todo, teníamos
pensado ir a la India. ¡ Pero tú nunca quieres verme
enteramente feliz!
Mis últimas palabras sonaron casi como un reproche.
Intenté tranquilizarla y, al final, acabó dándome la razón
y admitió que sus temores habían sido algo exagerados.
LA OTRA PARTE 39
38 ALFRED KUBIN
Como pensábamos partir en el tren nocturno, pa
ces. En cuanto tuve aquel tesoro entre mis manos me samos la mayor parte del día siguiente, un viernes, en
precipité en busca de un coche de alquiler, a fin de un hotel cercano a la estación. Compré dos billetes del
ponerlo a buen recaudo. Orient Express hasta Constanza. Me despedí de unos
En casa me esperaba una carta de Gautsch. Lamen cuantos conocidos con quienes tropecé casualmente,
taba muchísimo no poder venir, decía, pero nuevas diciéndoles que nos íbamos a la India, y a las nueve
órdenes le impedían hacerlo. Nos aconsejaba en tono de la noche estábamos instalados en el tren.
urgente que emprendiéramos el viaje lo antes posible,
pues se habían previsto fuertes tormentas en los dos
mares que debíamos atravesar. La carta, que terminaba
con palabras de enhorabuena para el futuro, llevaba
adjunto nuestro itinerario: Munich - Constanza - Ba
tumi - Bakú - Krasnovodsk - Samarcanda. Allí nos
esperarían en la estación del tren. Ya habían enviado
nuestros datos y, como única credencial, tendría que
mostrar el retrato de Patera.
Habíamos tomado la firme decisión de cerrar nues
tra casa. Todos los preparativos para el largo viaje se
efectuaron con gran facilidad gracias a la decidida co
laboración de mi mujer. A mí, el entusiasmo me duró
hasta el final, aunque el último día que pasamos en
nuestro antiguo hogar me invadió un sentimiento de
extraña melancolía. No sé si a otros les sucede lo
mismo, pero a mí me duele despedirme de los lugares
con los que he llegado a encariñarme. Un trozo más
de vida volvía a desprenderse de mí, para seguir vi
viendo sólo en el recuerdo. Me asomé a la ventana.
Afuera había oscurecido y un frío otoñal lo invadía
todo. El ruido de la gran ciudad llegaba amortiguado
a mis oídos. Un sentimiento de tristeza embargó mi
corazón, y me puse a mirar fijamente el cielo noctur
no, sembrado de diminutas estrellas .
.. . Entonces, un brazo amigo rodeó tiernamente mi
cuello ...
LA OTRA PARTE 41
CA P ÍTULO 11
EL VIAJE
Cuando dejamos atrás Bucarest, mi paciencia había no me resultó nada difícil : no había un solo alemán a
alcanzado ya su punto ümite. Dos noches seguidas en bordo y yo no entiendo ningún otro idioma. Me puse
un tren, por cómodo que sea, no son precisamente una entonces a pensar más y más en el Reino de los sueños,
insignificancia. Pasamos las dos últimas horas casi e imaginaba toda suerte de cosas increíbles y fantás
como fieras encerradas en una jaula. ticas.
Cuando a la mañana siguiente el mar Negro se Aquel estado de ánimo me dominó por completo;
ofreció a nuestra vista, hacía ya rato que estábamos en sólo al efectuar el trasbordo al nuevo tren fui, muy a
el pasillo, listos para bajar. Llegamos a Constanza con pesar mío, arrancado de él. Mi esposa quedó, sin em
los primeros rayos del sol. Gran revuelo de equipajes. bargo, sumamente entusiasmada, con la espaciosidad
El vapor que había de llevarnos hasta Batumi per de los vagones rusos. ¡ Sí, Rusia! Ese sí que era un país
tenecía al Lloyd austríaco. Era cómodo y limpio, he a mi gusto: grande, pródigo, no cultivado, pero dis
cho que redundó sobre todo en beneficio de mi esposa. puesto a ofrecer toda clase de comodidades en cuanto
Ésta, después de tomar un baño, se había repuesto uno hacía tintinear la bolsa. Hoy en día la gente de
bastante de las fatigas del viaje en tren. El magnífico dinero, como yo, salimos a flote en cualquier parte.
tiempo y la vista del mar la habían alegrado muchísi Di, pues, cuatro vivas al zar y me alegré pensando en
mo. Yo me paré en la cubierta de popa a mirar cómo las pocas gotas de sangre eslava que también corren
el continente europeo iba desvaneciéndose en la leja por mis venas. Este juicio tan favorable sobre el Im
nía... La costa se redujo pronto a una exigua línea que, perio ruso fue motivado, en gran parte, por la casual
al final, también desapareció. Seguí mirando fijamente celeridad con que pasamos los trámites de aduana y
en aquella dirección, imaginando durante un buen rato pasaportes.
que aún la veía. Una semana después de salir de Munich llegamos a
Por deseo expreso de mi mujer mantuve una gran Krasnovodsk. Ya habíamos dejado atrás el mar Cas
reserva frente a los demás viajeros. Y tuve que darle pio, que cruzamos en unas cuantas horas a bordo de
la razón. Cuando uno está, como yo en aquel viaje, un buque ruso. En mi vida había visto una carraca tan
totalmente absorto en una idea, es muy fácil traicionar mugrienta, por lo que mi opinión sobre el zar fue esta
sus propios objetivos. Y las consecuencias pueden ser vez muy severa. Sin embargo, tuve que darle la razón
harto desagradables. en un punto: el Cáucaso, es decir lo que de él pudimos
Cuando Gautsch obtuvo de mí el juramento de que ver, era realmente hermoso.
guardaría silencio, no pareció estar bromeando en lo A estas alturas estaba ya algo cansado de viajar. Era
más mínimo. Finalmente, a los traidores les estaba penoso ir todo el tiempo enclaustrado en un redil, aun
vedado el ingreso al Reino de los sueños y tenían que cuando se fuera viendo medio mundo sin ningún es
devolver el dinero recibido. ¡ Líbreme Dios de seme fuerzo. ¡ Demonios, cómo hubiera querido moverme
jante actuación ! Fui, pues, sumamente lacónico, lo que un poco !
46 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 47
A partir de entonces, todos los que subieron a nues
t�o tr�n �on la cara cada vez más oculta- no pare Por lo demás, mi esposa se sentía bien. Cuanto más
. duraba el viaje, más fresca y activa se veía. Decía que
c1an smo gente de baJa ralea. Estábamos atravesando
una zona desértica y nos dirigíamos directamente a se iba acostumbrando. Yo no lograba entender este
cambio, pero en el fondo sentía cierta envidia con
�erv. Oasis . a diestra y siniestra. Nuevos tipos de ribetes de admiración. En Merv nos detuvimos poco
alimentos brindaban la oportunidad de arruinarse el
estómago, aunque esto era prácticamente innecesario, tiempo. En una de las vías laterales pude ver un tren
pues _ el consumo exagerado de cigarrillos me producía de carga, algunos de cuyos vagones iban repletos de
el mismo efecto. Lástima que no conté los que había chatarra y trastos viejos. «¿Será tal vez un lote de
consumido entre Munich y Merv. Ahora, el problema mercancías para Perla?», pensé al observarlos. ¡ Un
del tabaco empezaba a angustiarme. ¿ Qué hacer con cargamento para el País de los sueños !
mi tabaco? Distribuirlo entre las páginas de mis libros Mi mujer empezó a preocuparse por mí. La cons
no era mala idea, aunque sumamente impráctica. Pues tante especulación con el futuro le disgustaba.
to ya entre la espada y la pared, rogué a mi compañera -Te estás arruinando todo el placer del viaje. Pa
que me prestase su tocado para fines de contrabando rece como si para ti no existieran estos paisajes extra
(yo me había � ag!��do una especie de moño gigan ños, los trajes fabulosos, en fin, todo esto. Antes,
tesco), pero m1 pet1c1on fue rechazada. Al final, como incluso cuando hacíamos excursiones breves, tenías
ocurre casi siempre, se me ocurrió la idea salvadora. siempre a mano tu cuaderno de dibujo; ¡y ahora, ape
Con inquebrantable paciencia fui llenando hasta el nas si echas un vistazo por la ventana!
tope un cojín de aire. ¡ La cosa salió perfecta! Le di Lanzó un suspiro. Sin duda tenía razón, mas yo no
luego_ forma con las manos y no lo perdí de vista un dije nada. No siento la menor simpatía por las mujeres
sol? mstante. No podía perder mi tabaco, pues las que suspiran. Al poco rato me acarició la mano.
var�ed�d�s ru�as son muy fuertes para mí : en esto soy -Por extraordinario que sea lo que el futuro quiera
un md1v1dualista. Desde luego, no se me ocurrió pen depararnos, nunca hay que desatender completamente
sar que con unos cuantos rublos hubiera podido la realidad.
ahorrarme todo aquel esfuerzo, pero el caso es que Entonces me asomé a la ventanilla del compartimen
estaba acostumbrado a viajar como un pobre diablo. to. Una abigarrada multitud se agitaba en la sala de la
Ade�ás, el cojín de aire se agotaría en poco tiempo, estación. Había gente de todas las razas imaginables:
¿ �ue hacer �nt?nces? Aletargado, me puse a cavilar georgianos gigantescos, griegos, judíos, rusos envuel
_ tos en pieles, tártaros, calmucos de ojos rasgados y
�1versas pos1b1lidades de salvación. ¿Por qué no con hasta alemanes. ¡ Miles de cosas interesantes se ofrecían
fiar en el Paí� de los sueños? ¡ Gautsch parecía un
hombre tan digno! Y, una vez más, me dejé atrapar a la vista! Grupos que regateaban sobre el precio de
por la maraña de mis elucubraciones sobre el futuro. las pieles, discutiendo y chillando ; turcos acompaña
dos de mujeres con el rostro velado; un armenio que
48 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 49
intentaba venderme fruta e insistía en que le comprase dije a mi mujer-. Nos llevarán hasta algún paraje
también un paquete de azafrán. ¿Para qué? ... prácticamente inaccesible, donde tendremos que ad
La agitación iba en aumento. Había llegado el mo mirar a Patera y a toda su gentuza tan sólo porque es
mento de partir. Los vagones posteriores fueron car rico. A mí un hombre rico, por el mero hecho de serlo,
gados con grandes rollos de seda. Cada vez que izaban me importa realmente muy poco. Además, presiento
alguno se oía un comentario jocoso. Sólo acerté a que el dinero no nos va a durar mucho; ya se encargarán
comprender la palabra : «¡Trastos !» Un apuesto caba de arruinarnos nuevamente fijando precios exorbitantes.
llero, vestido con el uniforme rojo de los circasianos Me sentía despechado, presa de la desesperación y
-sin duda un oficial-, se despidió de sus amigos y el desengaño más profundos. Seguíamos viajando ha
entró en el compartimiento contiguo. Todo esto, y cia el este y, a pesar de la atmósfera oriental, todo era
muchas cosas más, eran destacadas en la oscuridad por exactamente como uno se lo había imaginado en casa.
tres lámparas que brillaban en el andén de la estación. «¿ Qué vendrá después ?», me pregunté. «Unas cuantas
Decididamente, tratábase de un cuadro pintoresco. villas y casonas, una colonia de extranjeros, un parque.
Nuestro tren se puso por fin en marcha. Al fondo ¿ Y por esos tesoros celestiales he de zarandearme aho
de la gran sala alcancé a divisar aún una pila de barriles. ra en este tren hasta quedar medio muerto?»
Ya los había visto en Bakú : habían apestado todo el Mi esposa trató de consolarme hasta donde pudo.
barco. -Si el lugar no nos gusta, regresamos a casa -me
-¿Te gusta, querido? -preguntó una voz. dijo-. Hasta el momento no veo realmente nada que
-Estoy constatando la veracidad de los relatos de justifique ese mal humor.
viaje -repliqué secamente. -Ese agente era un sinvergüenza; debí darle con la
puerta en las narices. ¿Por qué no me lo advertiste?
-la increpé entonces.
II -¿Y el dinero? -me preguntó riendo.
-Por favor, te ruego que no vuelvas a mencionar
No pasé muy bien aquella noche. Por entonces era ese dinero. Cuando se es tan rico como Patera, resulta
yo un hombre que adoraba la aventura. Pero ésta tenía facilísimo desprenderse de un millón con tal de estar
que ser auténtica, algo extraordinario y no un simple rodeado de gente honesta.
clisé. Los diez días de viaje casi ininterrumpido habían, Dando un largo bostezo, le volví la espalda a mi
como es natural, amenguado considerablemente mis esposa. Las mujeres nunca nos llegan a comprender.
fuerzas, y mi estado anímico era lamentable. Daba Ya medio dormido, escuché que aún me dijo:
vueltas y más vueltas en la cama, quejándome amarga -¿No te parece que sobreestirnas un poco nuestra
mente. compañía? -siguiendo un sabio impulso, me abstuve
-El País de los sueños es un infundio, ya verás -le de darle una respuesta.
LA OTRA PARTE 51
so ALFRED KUBIN
deró entonces de mí. Sin embargo, preguntas como:
El ruido que hizo nuestro vecino al bajar me indicó « ·dónde nos llevaremos nuestras primeras desilusio
que habíamos llegado a Bujara. Comenzaba a apuntar n�s?» siguieron asediando mi espíritu. Después de todo,
un claro día. Desde nuestros asientos podíamos ver no teníamos la menor idea de lo que nos aguardaba.
una multitud de turbantes y gorras de piel de cordero. Cuando el tren hizo su entrada en la estación de
A partir de entonces me pareció que avanzábamos Samarcanda, logré despejarme todavía más. En c�anto
mucho más rápido. Sin duda habían desacoplado al hubimos bajado del vagón y empezamos a muar a
gunos vagones o enganchado una locomotora de re nuestro alrededor, se nos acercó un hombre. Cruce de
fuerzo. Nuestro arribo a Samarcanda estaba previsto armenio con prusiano oriental, pensé.
para aquella misma tarde. .
-La llegada de sus señorías nos fue anunciada por
Me levanté bastante despejado. El paisaje era ahora el señor Gautsch.
espléndido; el desierto -que había tenido oportuni Una venia. Alemán fluido.
dad de ver hasta hartarme- se había convertido en -¿Adónde hay que ir ahora? -le pregunté en un
una verde campiña. Pese a que estábamos en noviem tono de mediana cordialidad.
bre, no hacía frío. Manadas de camellos y caballos, Haciendo una nueva reverencia, esta vez también
guiadas por grupos de mozalbetes, animaban la co ante mi esposa, se presentó: .
marca. La idea de estar próximo a la cuna de la hu .
-Kuno Eberhard Teretatlan, agente. ¿Tiene usted
manidad no me abandonó un solo instante. De hecho, algo que- mostrarme?
.. . .
se veían tipos representativos de al menos cincuenta Premié secretamente mi mstmto racial con una ho¡a
razas distintas, aunque, claro está, había ejemplares de laurel, al tiempo que alcanzaba al mestizo el estuche
más valiosos que otros. Por estas regiones pasaban con el retrato. Hacía ya media hora que lo llevaba en
antiguamente las grandes rutas comerciales del mundo. la mano.
Ya Alejandro Magno... Pero basta, no quiero empezar -Gracias, esto basta. Los señores disponen de tres
aquí una crónica de viaje ... horas. Ahora son las dos ; la caravana se pondrá en
El ansia de la espera me hizo afluir la sangre a las marcha a las cinco. Les propongo que descansen y
mejillas. Acuciado por la curiosidad, iba de una a otra tomen algún refrigerio en mi casa. .
de las ventanillas del coche, asomándome ora a un .
Entretanto, y a una señal del ¡efe, d?s _fornidos
lado, ora al otro. Y de pronto, de pronto alcancé a ver portadores habían instalado nu_estro eqm�a¡e en un
algo que emergía en la distancia: un vastísimo conglo carretón, alejándose luego con el. Nos pusimos a ca
merado de casas, minaretes e iglesias ... ¡Samarcanda! minar junto al señor Teretatian, tras haber rechazado
¡ Samarcanda! El sol se reflejaba en las tejas esmaltadas un coche que quería obligarnos a t�m�.
de azul y verde, lanzando destellos iridiscentes cuya .
-¡Preferiríamos ir a pie! ¿ A que distancia esta su
intensidad aumentaba a medida que nos acercábamos. casa?
Un súbito e inesperado transporte de alegría se apo-
52 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 53
-Una buena media hora, señor. de unos cuantos vagones repletos de bastidores, telo
-Pues adelante. ¡En nombre de Dios! nes de fondo y pelucas viejas me causó serios dolores
de cabeza. Tendrá que dejar eso aquí, señora -añadió
señalando una cocinilla reluciente que mi esposa aca
111 baba de traer de afuera. Mas ella no oyó sus palabras,
pues estaba mirando, embelesada, a un niñito que ju
Todos mis lectores sabrán, supongo, qué aspecto gaba en el patio.
tienen las ciudades orientales. Son iguales a las nues
-Pero ¿qué dice? --exclamé, dándole a mi mujer
tras, sólo que con aire oriental. Anduvimos vagando
con el codo.
por calles, callejuelas y plazas, topándonos a cada paso
-Así es; lamentablemente no podemos hacer nada
con escenas dignas de las Mil y una noches. Media hora
para remediarlo -me respondió el guía en tono lasti
después nos hallábamos en una zona más tranquila,
que parecía estar casi en las afueras de la ciudad. Nues mero--. Hace muy poco tiempo, una cantante de ópe
tro guía se detuvo ante una casa y dijo: ra se puso frenética cuando no dejé pasar su vestuario.
-¡Hemos llegado! Será mejor que sigan mi consejo y así se ahorrarán una
Nos condujeron a una habitación situada en la plan serie de líos.
ta baja. El equipaje ya estaba allí; lo había visto en el Escuché a aquel hombre sin proferir una palabra,
patio. Una apetitosa colación, servida en la acogedora pero devorándolo con la mirada.
sala alfombrada, vino a reforzar ligeramente mis sim -¡Yo necesito mis cosas! -exclamé enojado.
patías por nuestro anfitrión. Este segundo agente de -Señor, usted sabe perfectamente que sus preocu-
Patera era mucho más amable que el primero, de una paciones son infundadas. De nada será privado; usted
obsequiosidad casi rayana en la sumisión. no perderá nada. Tenga la plena seguridad de ello.
-¿Y qué hay de nuevo en el País de los sueños, -¿Quizá podamos dejar aquí nuestras cosas?
señor Teretatian? -le pregunté en tono afable, mien -dijo mi mujer dirigiéndose a mí-. Los primeros
tras saboreaba alternativamente un puñado de higos y días intentaremos arreglarnos con lo indispensable, y
de uvas. luego tu amigo nos enviará los baúles.
-Nada nuevo, nada especialmente nuevo. A lo El agente se apresuró a utilizar la intervención de
sumo lo del teatro. Pero el señor ya habrá oído hablar su nueva aliada para tratar de convencerme.
del asunto, ¿verdad? -La cantante de ópera también está muy contenta
-No tengo la menor idea --exclamé, ansioso por ahora. Además, no crea usted que va a llegar a la selva;
enterarme de cuanto sucedía en el Reino de los sueños. dentro de dos días encontrará en Perla todo lo que
-¡Una nueva idea del Señor! El edificio está a pun necesite.
to desde hace ya un mes. La semana pasada, el envío -¿Cómo? ¿Dijo usted dos días? De acuerdo con el
54 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 55
mapa yo había calculado por lo menos una semana
-estaba asombradísimo.
-Veo que el señor no está muy bien informado en
cuanto a la ruta --dijo nuestro semiarmenio sonriendo
discretamente--. Aun cuando hiciéramos varias para
das, el viaje no duraría más de tres días. �/ �_ :1;:,,
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-¿Y qué es exactamente lo que podemos llevar? ''�1/ A' •
-interrumpió mi esposa. ;;,:�;;:,��
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-Nuestro agente en Baviera debió haberles expli-
cado ya todo eso, madame. La ley prescribe que sólo '
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pueden ingresar al país objetos usados.
-¡ Pero si yo no he traído objetos viejos ! --dije. ;
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Tuve la impresión de que estábamos en las monta « ¡ Qué portón, qué tren!» pensé mientras iba avan
ñas. Cuando el carro arrancó nuevamente, me volví a zando a tientas.
quedar dormido, camino al Reino de los sueños. ¡ Ha -Oye, allí hay algo -le oí decir a mi esposa. Sólo
cía tiempo que no dormía tanto! ... entonces divisé, a través del espeso velo de niebla, un
De pronto me pareció que algo estaba sucediendo muro gigantesco e infinito que surgió ante mí de ma
a mi alrededor. Las ruedas se habían detenido. nera súbita y totalmente inesperada. Alguien nos fue
-Hemos llegado; ha dormido usted muchísimo mostrando el camino con una luz hasta que llegamos
-alguien me dio un suave golpe en la pierna. ante un agujero negro y enorme: era la gran puerta
Yo no quería saber nada; aún estaba completamente del Reino de los sueños. Al irme acercando pude ad
adormecido y no contesté. Mi esposa, ya despejada del vertir sus colosales dimensiones. Luego entramos en
todo, puso en juego sus artes seductoras: un túnel y tratamos de mantenernos lo más cerca
-¡ Levántate; ya llegamos al Reino de los sueños! posible de nuestro guía. Pero entonces sucedió algo
-exclamó con voz de sirena. sumamente extraño: cuando ya había andado un buen
-Sí, sí, ya voy -le dije en tono desvalido, pero me trecho bajo aquel pasadizo abovedado, me invadió,
quedé acostado. Así suelo obrar. Junto al carro sona casi de golpe, una sensación de terror totalmente des
ron voces como de funcionarios. Entonces la situación conocida. Partiendo de la nuca, recorrió toda la co
se me antojó absurda también a mí y, rechazando. el lumna vertebral mientras me iba quedando sin pulso
sueño, descendí del carruaje. ni respiración. Desesperado, miré a mi mujer que, a
Al comienzo, mis ojos tuvieron que irse acostum su vez, estaba lívida y con una expresión de angustia
brando gradualmente a la oscuridad. Lo único que se mortal reflejada en el rostro. Con voz temblorosa
podía ver era una niebla gris, interrumpida aquí y allá susurró:
por unas cuantas luces. Al dar mi primer paso casi me
-Nunca volveré a salir de aquí.
estrello contra el carro que, imponente, se alzaba a mi
Pero ya una nueva oleada de energía se había apo
lado. Ante él se movía un monstruo de formas impre
cisas: ¡ el camello! Y a empezaba a ver mejor. derado de mí, y sin decir una palabra le di la mano.
-¡ Por aquí, por favor ! -exclamó una voz podero
sa-. Su equipaje está en orden. ¿Tienen sus credencia
les?
El que así hablaba era un hombre grueso y barbudo,
que llevaba un uniforme oscuro y gorra militar. Está
bamos junto a un bloque de casas bajas, débilmente
iluminadas por algunos faroles. El empleado me de
volvió el retrato y nos invitó a que atravesáramos
rápidamente el portón para alcanzar el tren.
PERLA
CAPÍTULO I
LA LLEGADA
oculto a nuestras miradas. Un erudito profesor, a ininterrumpida durante toda la noche señalaba el ve
quien volveré a mencionar varias veces en el curso de rano, breve y caluroso, mientras el invierno se carac
mi relato, atribuía la formación de estas persistentes terizaba por sus interminables crepúsculos y unos
masas de vapor a las grandes áreas pantanosas y bos cuantos copos de nieve.
cosas de los alrededores. Lo cierto es que en el trans Una imponente cordillera constituía el límite norte
curso de esos tres años no vi el sol ni una sola vez. Al
comienzo sufrí muchísimo por ello, al igual que todos
los recién llegados. Algunas veces, las nubes dejaban
entrever cierta extraña luminosidad al condensarse, y
otras -especialmente hacia finales de mi estancia
unos cuantos rayos oblicuos incidieron desde el hori
zonte sobre nuestra ciudad. Sin embargo, nunca llegó
a producirse una irrupción total, nunca ...
Bajo tales circunstancias, resulta fácil imaginar qué
aspecto tendría la tierra con sus bosques y campiñas.
En ningún lugar podía verse un verde brillante; nues
tras plantas, hierbas, arbustos y árboles estaban todos
bañados en un tono oliva mate o gris verdoso. Lo que
en nuestro país de origen lucía varios y vistosos colo
res, veíase aquí deslucido y opaco. Mientras que en la
mayoría de los paisajes el azul del aire y el amarillo
de la tierra dominan la estructura cromática funda
mental, de la que surgen luego, aisladamente, los otros
matices, el gris y el pardo eran aquí los colores pre
dominantes. Faltaba lo mejor: la policromía. De todos
modos, es preciso admitir que el País de los sueños
presentaba un aspecto armónico y homogéneo.
Aunque el barómetro indicase siempre nubosidad y
precipitaciones constantes, lo normal era que soplase del Reino. Sus cumbres estaban perpetuamente ocultas
una brisa cálida y suave como la que hallamos a nues por un cinturón de niebla y las montañas descendían
tra llegada. La misma falta de contrastes se advertía en en forma abrupta a la llanura, dando origen a un
el ciclo de las estaciones. Una primavera que duraba impetuoso torrente: el Negro. Éste, a su vez, se pre
cinco meses, y cinco meses de otoño; una media luz cipitaba desde una meseta rocosa formando en su caída
72 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 73
violentas cascadas. Su cauce se ensanchaba luego a la
salida de un estrecho valle, permitiendo a las aguas, de
una coloración extrañamente oscura, muy similar a la
de la tinta, fluir a un ritmo lento y más holgado. Su
curso describía por último una suave curva, en torno
a la cual se alzaba Perla, la capital del Reino de los
sueños. Envuelta en una melancólica lobreguez, la ciu
dad emergía del árido suelo formando un conjunto
uniforme e incoloro. Al verla, cualquiera habría pen
sado que tenía ya varios siglos de existencia. Sin em
bargo, apenas contaba una docena de años. Su funda
dor no había querido alterar la imponente austeridad
del lugar. Ninguna construcción nueva o estridente se
levantaba en él. Patera tenía sumo interés en preservar
la armonía y había encargado que le enviaran sus viejas
casonas de todas las regiones de Europa. Sólo había
construcciones adecuadas al lugar, elegidas con instin
to seguro y de acuerdo con una sola idea, que armo
nizaban perfectamente dentro del conjunto. La ciudad
contaba, cuando llegué, con unos veintidós mil habi
tantes.
A fin de permitir al lector una orientación precisa
--que considero indispensable para comprender los
futuros acontecimientos- he añadido un pequeño
plano al final del libro.
Como podemos apreciar en él, Perla estaba dividida
en cuatro sectores principales. El distrito de la esta
ción, totalmente ennegrecido por el humo y situado
al borde de un pantano, comprendía los desolados
edificios de la Administración pública, el Archivo y el
Correo. Era un distrito aburrido y desagradable, al
que seguía la llamada Ciudad Jardín, zona residencial
de los ricos. Luego venía la Calle Larga, que daba
LA OTRA PARTE 75
Aún queda mucho por decir sobre aquellas institu CAPÍTULO III
ciones que confieren a todo Estado su carácter espe
cífico. Se mantenía, por ejemplo, un reducido ejército,
que cumplía su misión con sumo entusiasmo, así como LA VIDA COTIDIANA
un cuerpo policial realmente extraordinario, cuyo
principal radio de acción lo constituían el Barrio fran
cés y el ya mencionado servicio de Aduanas. Todas
estas instituciones eran dirigidas desde el Archivo, un
edificio bajo y muy extendido: el mismo, en suma, Lo primero que llamó nuestra atención fue la in
que había despertado mi atención cuando llegué. De dumentaria de los habitantes del Reino, tan cómica y
un color gris amarillento, cubierto de polvo y como totalmente pasada de moda; hecho que podía adver
dormido, al mirarlo le venían a uno imperiosos deseos tirse de manera muy especial en la llamada gente ele
de bostezar. Estaba situado en la Plaza Mayor y era gante.
la sede oficial del gobierno. Una vía férrea conectaba -Estos individuos siguen usando la ropa de sus
todos estos puntos entre sí, y una red de caminos padres y abuelos -le dije en son de broma a mi
transitables, aunque cubiertos de hierba, conducían esposa. Altos sombreros de copa totalmente anticua
hasta los valles más apartados de la región montañosa. dos, levitas de diversos colores y abrigos de grandes
Los habitantes del Reino eran, en su inmensa ma cuellos componían la vestimenta de los señores. Por
yoría, alemanes de nacimiento. Con su idioma podía su parte, las damas paseaban muy ufanas sus miriña
uno defenderse tanto en la ciudad como en el campo. ques y unos peinados rarísimos y fuera de moda, pro
La gente de otras nacionalidades, en cambio, casi no tegidos por pequeñas tocas y escofietas. ¡Aquello pa
contaba. recía una auténtica mascarada!
Con esto creo haber dicho todo lo correspondiente Pero nosotros también llamábamos la atención y,
al presente capítulo, que habrá de constituir, a grandes por lo tanto, nos vimos obligados a adaptarnos al cabo
rasgos, el telón de fondo de la verdadera historia. de unos días. Mi esposa no tuvo más remedio que usar
una pequeña semicrinolina, y yo me enfundé, adop
tando aires distinguidos, en una casaca entallada, un
chaleco con flores bastante escotado y una marquesota
a la 1860. No pude decidirme a hacer mayores conce
siones. Rechacé i�dignado unos botines estrechos y
puntiagudos que pretendían imponerme a la fuerza.
Sin embargo, nos acostumbramos más rápido de lo
80 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 81
que habíamos pensado a estos cambios en el aspecto
exterior, de suerte que, poco después, yo mismo em II
pecé a mirar con cierta extrañeza a los recién llegados,
vestidos de manera tan rara ... Fue así como nos vimos convertidos en auténticos
Aquel primer día, mi preocupación principal fue la habitantes del Reino de los sueños. Día tras día -al
de encontrar lo antes posible un alojamiento adecuado. menos dur�nte los primeros meses- me veía obligado
Accediendo al deseo de mi mujer de que nos instalá a �eclarar mfundadas mis antiguas sospechas de que
semos lo más lejos posible del misterioso Palacio, nos all1 . todo era _com� en mi país. Tiempo después acabé
pusimos a buscar algo en la periferia de la ciudad. olvidando m1 patna por completo. En el Reino de los
Como era de todo punto imposible alquilar una de las sueños se acostumbraba uno de tal modo a las cosas
hermosas mansiones con jardín, nos dedicamos a re más inverosímiles, que al final ya nada llamaba la
correr de arriba abajo la Calle Larga. Cuando íbamos atención.
por la tercera vuelta, atrajo mi atención una casa de Aunque a decir verdad no me lo había propuesto,
dos pisos y medianas dimensiones, provista de un muv pronto encontré un empleo. Simplemente me
mirador en el piso superior. Tuve la impresión de
haberla visto en algún lugar cuando era niño.
-Aquí está lo que andamos buscando -exclamé al
tiempo que la señalaba-. ¡ Viviremos en el segundo
piso ! -mi mujer estaba asombradísima por mi segu
ridad-. ¿ Cómo puedes estar seguro de lo que dices?
-me preguntó esbozando una sonrisa burlona. De
más está decir que no pude alegar ningún motivo; me
parecía simplemente algo natural. ¡ Y gracias a Dios
tuve razón! En efecto, estaban alquilando un piso con
tres habitaciones y una cocina. Un peluquero, que era
al mismo tiempo administrador del edificio y tenía su
tienda en la planta baja, nos llevó a visitarlo. Los
aposentos ofrecían un aspecto cómodo y acogedor, los
muebles eran preciosos y el alquiler, módico. Nos
mudamos aquella misma tarde.
La casa pertenecía a un tal Lampenbogen, médico
de profesión.
82 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 83
cogieron por sorpresa. Al tercer día se me presentó un su bastón. Éste, hueco por dentro, formaba un peque
hombrecillo extremadamente vivaracho: ño vaso que mi interlocutor llenó con un buen trago
-Soy el editor y redactor jefe del Espejo de los de aguardiente, salido del mismo bastón.
sueños, el diario ilustrado de mayor circulación aquí, -¡Por nuestro trabajo! --exclamó significativa
y tengo mi propia imprenta -dijo en tono efusivo--. mente.
¡Qué bien que haya llegado! Hace tiempo que venimos -¡Y tráigame pronto algo sensacional y espeluz
esperando a alguien como usted. Castringius, nuestro nante! Quiero elevar el nivel del diario -añadió en
brazo derecho, se halla lamentablemente algo agotado, tono esperanzado. Luego cogió el contrato con un
por lo que ahora nos dedicamos a comprar e imprimir gesto de profunda satisfacción, pidió permiso para
cuanta xilografía antigua hay en Perla, supliendo así retirarse y salió contoneándose en su traje a cuadros
nuestra escasez de material gráfico. Fíjese, aquí tiene negros y blancos.
el último número -y al decir esto sacó un diario--.
Cochero an der Mosel, el ministro Conde de Beust en
su círculo familiar, hindúes en uniforme de gala... , III
¿cree que es bonito?, ¿le parece onírico?, ¿lo encuentra
interesante? --exclamó indignado mientras agitaba y El que llegaba por vez primera al Reino de los
estrujaba nerviosamente el periódico---. ¡No, amigo sueños casi no advertía el carácter fraudulento que
mío! regía continuamente la vida económica. A simple vista,
Permaneció un instante pensativo y se enjugó el las operaciones de compra y venta se efectuaban allí
sudor de la frente. De pronto sacó un contrato impe como en cualquier otro lugar del mundo. Sin embargo,
cablemente escrito. Sólo tenía que firmar: cuatrocien esto no pasaba de ser una simple y ridícula apariencia.
tos florines al mes durante todo el año, entregase lo Toda la vida financiera era puramente simbólica. Nadie
que entregase. Era divertidísimo: ¡yo que nunca había sabía nunca lo que poseía. El dinero iba y venía, todos
visto un trato semejante! Claro que garrapateé mi gastaban y recibían, y el que menos había practicado
nombre en el acto; en el Reino de los sueños la gente ya el escamoteo, en muchos de cuyos trucos me inicié
se decidía rápidamente y nadie sopesaba las cosas mu yo también. Gran parte del éxito dependía, pues, de
cho rato. Todos los negocios eran inseguros. Pero la labia de cada cual. Embaucar al contrario era la clave
ahora tenía ya un emplejo fijo, era dibujante en un de todo. Al comienzo me asusté al comprobar el grado
prestigioso periódico y, en una palabra, representaba de facilidad con que los habitantes del Reino sucum
algo. Y eso era lo más importante en aquel país: re bían a cualquier sugestión, pero, de grado o por fuer
presentar algo, cualquier cosa... aunque fuese el papel za, yo mismo tuve que avenirme a ello e ir creyendo
de un gandul o un vagabundo. cada vez más tanto en mis propias ilusiones como en
Mi redactor jefe destornilló alegremente el puño de las ajenas. La alternancia de dicha e infelicidad, de
84 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 85
pobreza y de riqueza se daba allí con mayor celeridad diente empezó a hurgar y rebuscar entre un revoltijo
que en el resto del mundo: los acontecimientos se de cornamentas de ciervo, arañas de cristal y cofres
precipitaban constantemente. Sin embargo, por grande antiguos, pero no encontró absolutamente nada. Por
que fuera la confusión imperante, sentíase la presencia último me trajo un horrible tintero de bronce colado.
de una mano fuerte. Tras las situaciones más inconce -¡Llévese esto, seguro que lo necesita! ¡Tiene que
bibles a primera vista, se vislumbraba siempre su fuer comprarlo, es una necesidad! Setenta y dos florines
za oculta. Era la misteriosa causa primera que lo man solamente -y, con voz zalamera, sacó a relucir todas
tenía todo en su lugar e impedía que el Reino se sus artes persuasivas. Yo le di un florín y recibí una
desintegrase. Era el gran Hado que vigilaba cada uno tijera de uñas por añadidura. Los recién llegados que
de nuestros pasos, una Justicia inmensa que, capaz de rían aprovechar estas circunstancias para hacer su ne
penetrar hasta los pliegues más recónditos de nuestro gocio, pero pronto se percataban de que no habían
ser, equilibraba siempre todos los acontecimientos. Si contado con la huéspeda. El Hado de los sueños era
alguien estaba desesperado y no veía salida alguna a implacable: toda riqueza acumulada con avidez se des
sus problemas, dirigía una íntima plegaria a dicha ins vanecía en un abrir y cerrar de ojos. Así por ejemplo,
tancia. Aquel poder ilimitado, cuya temible curiosidad los más listos tenían que pagar precios exorbitantes por
era como un Ojo que escrutaba hasta el último rincón, una serie de artículos de primera necesidad, de lo
poseía el atributo de la ubicuidad. Nada escapaba a su contrario les llovían los mandatos postales, que, de ser
mirada. La fe en Él era lo único serio para los hombres rechazados, traían consigo nuevas calamidades. Enfer
del Reino; todo lo demás era transitorio. medades, por ejemplo, y los honorarios de los médicos
eran entonces elevadísimos. Surgían acreedores que
nunca le habían prestado nada a uno y, sin embargo,
IV reclamaban su dinero. Y no había manera de prote
gerse contra ellos, pues presentaban testigos en el acto.
Quisiera ilustrar ahora nuestra actividad financiera De este modo se compensaba siempre una cosa con la
con ayuda de algunos ejemplos. Uno de los primeros otra, y nadie obtenía beneficios ni sufría pérdidas en
días que pasamos en Perla se me antojó comprar un aquel extraño universo transaccional. El invisible cal
plano de la ciudad. Me dirigí a una de las grandes culador no transigía nunca. En cuanto hube compren
tiendas de objetos usados que había en nuestra calle. dido el insólito mecanismo, las cosas empezaron a
(Me parece que fue la de Max Blumenstich, que que marchar bien para mí.
daba al lado.) Catorce días después de nuestra llegada vino a ver
-¿Un plano de la ciudad? Los nuevos todavía no nos un criado de librea. Su amo -y mencionó un
han llegado, pero me imagino que una edición antigua apellido altisonante- esperaba con impaciencia los
le será igualmente útil, ¿verdad? -luego, el depen- cinco dibujos que me había comprado: él tenía el
86 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 87
encargo de recogerlos. ¿ Qué podía hacer yo? Envolví tal vez el nuevo propietario se instale aquel mismo día.
cinco de mis mejores apuntes y además escribí una Varios mozos de cuerda mudan los enseres más indis
amable carta, presentándole mis excusas. ¿Adónde se pensables del ex propietario a una casucha destartalada
dirigían aquellas cosas? No tenía la menor idea. y paupérrima. Sin embargo, al cabo de un mes todo
Diariamente visitaba el Café situado en la acera de habrá vuelto a arreglarse, pues no faltarán nuevas cir
enfrente. En cierta ocasión, cuando volví a casa, mi cunstancias dichosas.
mujer me señaló una canasta gigantesca y repleta de Las clases altas llevaban, claro está, un tren de vida
espléndidas verduras, espárragos, coliflores, fruta de lujosísimo. Sus infortunios, tan evidentes como su
primera calidad y hasta dos perdices. opulencia, se daban a otro nivel. De ahí que la envidia
-Lo compré todo en el mercado de verduras. Adi de clases no prosperase de manera especial. Cada cual
vina cuánto me ha costado -me preguntó en tono de vivía consagrado a su trabajo y tenía sus propias ale
júbilo. grías y pesares. Uno podía darse por satisfecho si las
-¿Cuánto? cosas marchaban a medias. En todo caso, lo cierto es
-Veinte kreutzers todo. que los habitantes del Reino amaban su país y su
Entonces di un respingo y le confesé que, en el Café, ciudad. Yo trabajaba ya como dibujante del Espejo de
había tenido que pagar cinco florines por una caja de los sueños y, en el ínterin, había realizado varios in
cerillas. tentos -al comienzo totalmente infructuosos- por
Tan pronto tenía uno miles en los bolsillos, como hacerle una visita a mi amigo Patera.
podía hallarse sin un céntimo. Después de todo, sin Lamentablemente, toda clase de barreras se oponían
dinero tampoco se pasaba tan mal. Bastaba con hacer siempre a la realización de mi deseo. Una vez me
como si se estuviera dando algo. En algunas ocasiones dijeron que el Amo estaba tan ocupado en sus asuntos
hasta se podía correr el riesgo de aceptar algo a cambio que tenían orden de no dejar pasar a nadie. En otra
de nada. Todo era siempre compensado. ocasión había salido de viaje: realmente, era como si
Allí las ilusiones eran simple y llanamente realida algún duende diabólico hubiese tomado cartas en el
des. Lo maravilloso del caso era que aquellas quimeras asunto. Un día oí decir que en el Archivo daban tar
surgían al mismo tiempo en varios cerebros. La gente jetas especiales para solicitar audiencia. Allí me dirigí,
acababa por verse seriamente comprometida en sus pues, sintiéndome tan culpable como un sedicioso
sugestiones. cuando atravesé el gran portón revestido de escudos
Quisiera citar un caso típico. Un próspero padre de de armas. El portero estaba durmiendo. Traté de
familia se despierta una mañana convencido de estar orientarme por mi cuenta y riesgo y penetré en una
en la miseria más absoluta. Su esposa se pone a llorar espaciosa antesala, donde había entre diez y doce orde
y sus amigos lo compadecen. Ya llega el ejecutor del nanzas.
auto de embargo, se procede a subastar el inmueble y Pasé totalmente inadvertido por espacio de un cuar-
88 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 89
to de hora, como si hubiera sido invisible. Por último, cabeza, volvió a inclinarse profundamente sobre la
uno de los empleados me preguntó en tono molesto mesa y se puso a escribir, según pude constatar, con
qué quería, pero en vez de aguardar mi respuesta pro una pluma seca. Yo permanecí de pie, totalmente per
siguió su interrumpida conversación con uno de sus plejo. «Por suerte no tenía que presentar también to
vecinos. Otro, sin duda un poco más condescendiente, das las facturas saldadas. » En medio de mi confusión
se inclinó hacia mí inquiriendo sobre mis propósitos, acerté a tartamudear:
mientras su rostro ajado y amarillento se cubría de -Tal vez me resulte imposible presentar todo lo
severas arrugas. Luego aspiró unas cuantas bocanadas que me exigen. Sólo tengo aquí mi pasaporte. Yo vine
de su larga pipa y, señalándome con ella la habitación como huésped de Patera. Mi nombre es fulano de tal.
contigua, dijo: No bien hube dicho estas palabras, me llevé un
-¡Ahí dentro! verdadero susto; el inflexible empleado se puso en pie
Un cartel colgado en la puerta decía: ¡No llamar!, de un salto:
y «ahí dentro» había un hombre durmiendo. Bromas -Le pido mil disculpas. ¡ Hace tiempo que le espe
aparte, tuve que toser tres veces hasta que la extrema rábamos ! Le conduciré de inmediato al despacho de
rigidez de su postura, que evocaba la de una persona Su Excelencia.
sumida en profundas cavilaciones, adquiriera algún Se había convertido en la cortesía misma. ¿ Debía
signo de vida. Luego fui recorrido por una mirada de creer aquello de los dos corazones latiendo bajo un
solemne desprecio y una voz ronca exclamó : solo pecho? 2 ¡ No lograba entender absolutamente
-¿Qué quiere usted? ¿Tiene cita con alguien ? ¿ Qué nada!
documentos lleva consigo? Comenzó entonces un interminable peregrinaje por
Allí no eran tan lacónicos como afuera, sino que, pasillos desiertos, oficinas donde la gente se incorpo
por el contrario, las informaciones afluyeron como un raba precipitadamente al vernos entrar, como si los
torrente: hubiéramos cogido por sorpresa, salas vacías y gabi
-Para obtener una solicitud de audiencia necesita netes repletos hasta el techo de actas y expedientes.
usted, además de sus partidas de nacimiento, bautismo Finalmente llegamos a una gran sala de espera, en la
y matrimonio, el certificado de escolaridad de su padre que había una variadísima gama de personajes sentados
y el de vacunación de su madre. En el corredor de la en semicírculo. Mi guía y yo fuimos introducidos al
izquierda, oficina número dieciséis, tendrá que efec instante a una especie de sancta-sanctorum. Su
tuar su declaración de bienes, grado de instrucción y Excelencia estaba allí sentado, solo, y esperaba. Pese
condecoraciones obtenidas. Un certificado de buena
conducta de su suegro sería también deseable, aunque 2
Alusión a los versos 1 1 12-13 del Fausto de Goethe:
no constituya requisito indispensable. Zwei Seelen wohnen, ach! in meiner Brust,
A renglón seguido hizo un gesto altanero con la Die eine will sich von der andem trennen; (N. del T.)
90 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 91
a sus obsequiosas reverencias, el pobre empleado fue ciertas instituciones en el Barrio francés nos garanti
reprendido en términos bastante duros y desapa zan ... señores ... estoy convencido de dirigirme a uste
reció. des desde el fondo de mi alma. Si ... si ... si ...
Su Excelencia era un hombre sumamente distingui El orador perdió el hilo repentinamente, y me lanzó
do, lo que podía conjeturarse ya por el mobiliario de una mirada fría y de total aturdimiento. Lo ayudé a
la estancia. Pero no sólo por esto, no; también había salir de su atolladero despidiéndome de él entre gran
cosas que llamaban la atención en su persona. Por des reverencias y expresiones de gratit,ud. En el fondo
ejemplo, sus vestimentas hallábanse profusamente re de mi corazón no sentía el menor respeto por el Ar
camadas de oro y lucían una larga serie de distinciones chivo, y nunca más volví a interrumpir su tranqui
honoríficas de todo tipo. Una ancha banda roja le
lidad.
cruzaba el pecho en diagonal. No podría decir con
Lo que me tocó vivir allí sólo les pasaba a los recién
seguridad si en otras partes del cuerpo también llevaba
condecoraciones. Es probable que sí. En todo caso, yo llegados. Mientras siguiera aquel camino, no obtendría
nunca se las he visto. nunca algo positivo. Las solicitudes más urgentes eran
Estábamos solos. A diferencia de los otros funcio rechazadas por presentar errores formales de escasísi
narios del Archivo, éste era bastante amable. Me en ma importancia. Por ese lado, uno podía tener la ab
cantó su extrema benevolencia. Después de haberme soluta seguridad de que sus proyectos serían siempre
escuchado, replicó en tono condescendiente : desbaratados. Fue así como la solicitud de audiencia
-¡Por supuesto que sí, mi estimado señor! La so me fue, efectivamente, enviada, pero al día siguiente
licitud le será enviada de inmediato -luego se levantó me informaron de que ya había caducado.
y empezó a hablar mecánicamente, como dirigiéndose Todo aquello servía, en el Estado de los sueños, para
a un público : crear simple y llanamente la ilusión paródica de un
-¡ Señores ! ¡Señores ! En interés del bienestar pú cuerpo administrativo organizado. Si hubieran supri
blico y en salvaguardia de nuestro propio prestigio, el mido el Archivo las cosas no habrían marchado mejor
gobierno ha decidido reconocer vuestra plena y abso ni peor. Aquellas enormes pilas de expedientes -ad
luta responsabilidad. No tengo reparo alguno en pre quiridos en todos los rincones del mundo-- no tenían
sentar todas vuestras solicitudes ante la Instancia su nada que ver con el Reino de los sueños. Para decirlo
prema. En lo que respecta al socorro de la indigencia, sin mayores rodeos : esa atmósfera impregnada de pa
siempre encontraréis en mí a un amigo dispuesto a peles polvorientos era necesaria para producir una va
ayudaros. Nuestro próximo objetivo ha de ser el me riedad especial del horno sapiens, que habría de aportar
joramiento de nuestro mundo teatral, tarea en la que su nota de color a la policromía del conjunto.
espero contar con vuestra decidida colaboración. Las El verdadero gobierno estaba en otra parte. Tras
experiencias por las que hemos pasado al liberalizar estas experiencias abandoné por un tiempo la idea de
92 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 93
la visita, ya que, además, otras cosas acapararon total -Así es, ya veo que es usted filósofo -soüa repli
mente mi atención. car yo en señal de aprobación.
El buen hombre vivía todo el tiempo en aquellas
elevadísimas regiones, y la peluquería se habría ido a
V la ruina de no haber sido por Giovanni Battista. Ver
dad es que éste no era sino un mono, ¡pero qué espé
Aún tengo nuestra casa ante mis ojos, tan clara y cimen! Un animal ambicioso y dotado de un talento
tan precisa como si sólo la hubiera visto hace unas fuera de lo común. Con un ayudante como él bien
cuantas semanas. podía uno elucubrar tranquilamente sobre el problema
En la planta baja quedaba la tienda del peluquero. ético. Giovanni había pasado ya por todos los grados
Éste, que pasaba allí la mayor parte del tiempo, era un del oficio. Su talento se reveló un día al hacer espuma
solterón rubio y muy instruido, que usaba quevedos de modo bastante personal y arbitrario, y nuestro
de oro. La filosofía era la gran pasión de su vida: cada peluquero, descubriendo en él al Sujeto, empezó a
vez que hablaba de ella daba rienda suelta a sus pen utilizar su diestra mano. Su seguridad, destreza y ra
samientos. Sus conocimientos, con los que siempre era pidez en el manejo de la navaja se habían hecho famo
sumamente pródigo, afluían entonces a raudales. sas en toda la región. Los miércoles y sábados hacía
-¡Podría contarle tantas cosas! -decía lanzándo incluso visitas a domicilio. Muchas veces lo veíamos
me agudas miradas. bajar a grandes trancos la Calle Larga, muy serio y
Sabe Dios lo que el buen señor pensaría de mí; el diligente con su bolsa. Más honrado e íntegro que
hecho es que desde un comienzo gocé de su plena cualquier ser humano, el simio era el alma de aquel
confianza. instituto de belleza. Tan sólo una cosa entristecía a su
-Kant... Ése es el gran error. ¡Ja, ja! No es empresa amo: Giovanni tenía muy poco talento para la filo
fácil ésa de ir circundando la Cosa-en-sí. Ante todo, sofía.
el mundo es un problema ético y nadie me convencerá -¡Es usted un estoico! -le gritó en cierta ocasión
de lo contrario. Fíjese usted, el espacio anda en galan el barbero, después de haberlo sermoneado largo tiem
teos con el tiempo : su punto de unión, el presente, es po. En su fuero interno albergaba la esperanza de
la muerte o -lo que viene a ser exactamente lo mis ganarlo para causas más dignas y elevadas.
mo- la divinidad, si usted prefiere. Situado en el mero Debo confesar que cada vez que pienso en mi pri
centro se halla el gran milagro de la Encarnación: el mer año en el Reino de los sueños, me invade un
Objeto. Éste, a su vez, no es otra cosa que la parte sentimiento de honda melancolía. Por entonces todo
exterior del Sujeto. Tales son los postulados funda marchaba aún bastante bien; sí, y hasta puedo decir
mentales, caballero. En ellos tiene usted resumida toda que mis días más felices pertenecen a aquella época.
mi teoría. Estimulado por todas las cosas nuevas que veía, el
94 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 95
trabajo se me hacía fácil y agradable. Por las tardes, a
eso de las cinco, me encontraba con algunos conocidos
en el Café, desde cuya terraza se podía observar la
animación callejera. Ésta no era muy grande, pues los
habitantes de Perla preferían por lo general quedarse
en casa. El centro de la ciudad, sobre todo, presentaba
un aspecto bastante vacío y desolado. Sin embargo, y
pese a esta escasa vida callejera, lo que se veía acababa
convirtiéndose, gracias a su carácter íntimo, en un
espectáculo entrañable. Poco a poco fui penetrando
más profundamente en todo aquello. Encontré puntos
de apoyo, asideros más o menos firmes en medio de
aquel torbellino.
Las casas desempeñaron un papel muy importante
en este sentido. A menudo tenía la impresión de que
la gente estaba allí debido a esas casas y no viceversa.
Los verdaderos individuos eran aquellas construccio
nes mudas y, sin embargo, de una significativa elo
cuencia. Cada una tenía su historia particularísima: no
había más remedio que armarse de paciencia e ir le
yéndola, paulatina y obstinadamente, sobre sus viejas
paredes. Aquellas casas diferían muchísimo entre sí en
cuanto a humores y temperamentos. Muchas se odia
ban mutuamente y querían rivalizar a toda costa. Ha
bía algunas horriblemente gruñonas y malgeniadas,
como la lechería de enfrente, y otras que parecían algo
impertinentes y lenguaraces, como por ejemplo mi
Café. Al gunos pasos calle arriba, la casa en que vivía
mos era una tía vieja y quejumbrosa. Sus ventanas, que
miraban siempre de reojo, se me antojaban cargadas
de malicia y ávidas de chismear. Mala, muy mala era
la gran tienda del señor Blumenstich. En cambio, la
herrería situada junto a la tienda de productos lácteos
LA OTRA PARTE 97
rando al Cordero de Dios. Aquí nadie utiliza colores Todas las grandes religiones del mundo antiguo s�
vivos y el dibujo tiene mayor acogida. Tengo un pues hallaban más o menos representadas en el País de los
sueños. No obstante, la vida religiosa era simple apa
�º muy agradable _en el Espejo de los sueños, periódico riencia, una superchería que la gente culta no tenía
ilustrado: cuatrocientos flormes y buenas condiciones
de t�ab �jo. Tod�vía no he conocido a mi único colega, reparo en admitir como tal. Éstos eran librepensadores
el d1bu1ante N1kolaus Castringius. Si decides venir, de gran inteligencia y no podían someterse fácilmente
podría encontrarte algún trabajo en el periódico. a ningún esquema rígido e hierático. Sin embargo, y
»Disculpa que me interrumpa aquí. Espero verte pese a que había muchas mentes lúcidas entre ellos, les
pronto. quedaba siempre cierto residuo de religiosidad bajo la
»Tu viejo amigo, dibujante y soñador. forma de una creencia fatalista en la sutil equidad del
Destino, amén de todo tipo de ideas oscuras e incom
»P. S.-Puedes vivir con nosotros en una romántica prensibles. De éstas no podía burlarse nadie. Yo lo
casita situada en las afueras de la ciudad. El ambiente hice una vez y pagué las consecuencias.
es de absoluta tranquilidad, como en el campo.» Cuando aún no llevaba tres meses viviendo en Perla,
conocí un día en el Café a un simpático joven, el barón
Como se puede apreciar en la carta, mi estado de Hektor von Brendel. Sus maneras, impecables y dis
ánimo era a la sazón bastante optimista. Al final de tinguidas, revelaban en él al hombre de mundo, un
este capítulo describiré, hasta donde logre acordarme, poco neurasténico y aburrido, pero sin un pelo de
los aspectos sombríos del asunto, que ya por entonces tonto. Fue la suave y siempre contenida melancolía de
empezaban a perfilarse. De momento quisiera hacer su carácter lo que me atrajo en él desde un comienzo.
algunas observaciones sobre el culto, o lo que yo con Poco después empezamos a vernos diariamente.
sideraba como tal. -Hace ya tres años que está usted en Perla, Brendel
-le dije un día que nos habíamos quedado solos en
nuestra mesa habitual-. Nadie me quitará la idea de
VII
que aquí, en el Reino de los sueños, existe alguna secta
Era éste un tema tan interesante como complejo. religiosa secreta, una especie de orden masónica. ¿ Sabe
Nunca llegué a tocar fondo en él, ni siquiera más tarde. usted algo al respecto ? ¿ Podría tal vez iniciarme en sus
Y, sin embargo, conjeturaba la solución de más de un misterios, ritos o usos ?
enigma. Así pues, si mis investigaciones arrojan resul Me lanzó una mirada de soslayo, tosió y me pre
tados negativos no es culpa mía, ya que precisamente guntó secamente :
-¿Qué es lo que le ha llamado la atención?
�n est� punto un sino adverso desbarató mis mejores --Oh, nada en especial, las ideas sobre el Destino
mtenc1ones, redundando en perjuicio del botín obte
nido. no son ningún invento reciente. Sin embargo, ¡ese
108 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 109
ciego aferrarse al mismo modo de vida anticuado, esa bromas había dejado pasar una buena oportunidad. La
ausencia de sentido progresista y una serie de cosas próxima vez actuaría con más cautela.
más !. .. -le conté mi aventura con el peluquero y su Aquella religión no podía limitarse al culto de la
bacía de cobre. Me escuchó atentamente mientras liaba comida y la bebida. Poco después me enteré de que el
un cigarrillo y comentó con una triste sonrisa: cabello, los cuernos, las piñas, los hongos y el heno
-Para serle franco, estimado señor, es verdad que también eran cosas sagradas. Hasta los excrementos
hay algo de eso. Pero, pese a todos mis esfuerzos, no del ganado caballar y vacuno tenían un significado
estoy mejor informado que usted sobre el particular. especial. Entre los órganos internos, el hígado y el
-¡ Ajá ! -yo estaba desilusionadísimo-. ¿ De corazón eran los más importantes, así como entre los
modo que no sabe usted nada? No se preocupe, puedo animales, los peces. Las pieles curtidas también ocu-
guardar absoluto silencio si es necesario.
Brendel permaneció unos segundos pensativo, luego
dijo a media voz :
-Aquí hay ciertas cosas que son veneradas, pero
no sé si le servirá de algo que le nombre algunos de
esos objetos sagrados.
-¡ Oh, se lo ruego, hágame ese gran favor! -le
imploré lleno de curiosidad.
-Pues verá: los huevos, las nueces, el pan, el queso,
la miel, la mantequilla, el vino y el vinagre son objeto
de especial veneración.
-¡ Ajá! -exclamé exultante--, un higiénico culto
basado en los placeres del estómago. ¡ Magnífico ! -no
pude impedir un ligero tono de burla en mis pala paban un rango misterioso en aquel universo jerárqui
bras-. ¿ Y por qué no el té, el café y el azúcar? co donde, sin embargo, el hierro y el acero eran, al
Entonces Brendel me volvió la espalda y pagó. Una igual que otras aleaciones, algo así como las antípodas
violenta ráfaga abrió la puerta del Café, dejando entrar de los valores antes mencionados. Con ellas sucedía
un aire caliente y húmedo, cuyo olor a tierra se hallaba exactamente lo contrario : parecían simbolizar una se
fuertemente mezclado con aquel otro, excitante y tí rie de peligros. Yo me enteré de todos estos detalles
pico del Reino de los sueños. Brendel salió haciendo por boca de unos cuantos campesinos y cazadores,
una ligera venia y aún vi su silueta a través de los para lo cual tuve que hacer largas excursiones a campo
grandes cristales empañados. Había oscurecido. raso. Fui anotando toda la información que, con el
No, no debí haber procedido de esa forma; con mis tiempo, logré obtener de aquella gente más bien lacó-
110 ALFRED KUBIN / 1 OTRA PA RTE 111
nica, pero a fin de evitar digresiones inútiles, no qui
siera incluir aquí la lista completa. Quizá resulte inte
resante mencionar un solo hecho. En los bosques y
pantanos había lugares apartados donde ningún cami
nante se atrevía a entrar a la hora del crepúsculo:
gozaban de una reputación siniestra; y los habitantes
del Reino que no tenían nada que hacer allí se sentían
bastante contentos.
Tal vez se me habrían aclarado muchas cosas y no
hubiese andado tan a tientas si, al menos una sola vez,
hubiera visto con mis propios ojos el famoso templo
situado a orillas del lago. Según todas las referencias
llegadas a mis oídos, aquel santuario debió de haber
sido una auténtica maravilla. Se alzaba a orillas del
Lago de los sueños, a un día de viaje desde Perla.
Estaba rodeado de lagunas artificiales y de un tranqui
lo parque. En aquel templo se guardaban, según oí
decir, los tesoros más preciosos del Reino de los sue
ños. Había sido construido con materiales nobilísimos
y de manera tal que el visitante tenía la impresión de
_
estar ante un monumento etéreo y como suspendido
en el aire. El gran salón estaba pintado de marrón, gris sobre la verdadera religión del Reino de los sueños,
y verde, los colores de Patera. En una serie de apo fue muy poco lo que llegué a sacar en claro. ¡Era
sentos misteriosos y subterráneos habían colocado es realmente fatal la frecuencia con que yo mismo escan
tatuas simbólicas. Lamentablemente, el templo sólo dalizaba a los demás!
estaba abierto al público una vez al año, e incluso En cierta ocasión fui invitado a casa del banquero
entonces era necesario tener buenas recomendaciones Blumenstich. Habíase reunido allí una apreciable can
para poder visitarlo. Al comienzo abrigué la esperanza tidad de gente y la atmósfera era de grata animación.
de que los vínculos personales que me ligaban a Pat�ra El dueño de la casa había sido condecorado por su
_
habrían de facilitarme el ingreso. Sin embargo, la vmta gestión en favor de los baños públicos, cuya instala
que tenía pensado hacerle fue constantemente aplazada ción promocionara activamente. Estaban, pues, cele
hasta que, por último, ocurrieron los sucesos. brando aquella distinción con gran fasto.
Por más que realizara exhaustivas investigaciones Terminada la cena, los invitados se pusieron a fumar
112 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 113
y a ?eber tranquilamente sus licores. «Aquí se halla versación derivó luego hacia los temas más anodinos.
reumda la flor y nata de la intelectualidad de Perla» Nadie parecía ya notar mi presencia. Tan sólo mi
pensé, «si hoy no logro enterarme de nada, no lo haré redactor jefe, que también se hallaba entre los presen
ya nunca más». Entusiasmado por esta idea, rompí a tes, dijo en tono conciliatorio :
hablar de pronto sobre los enormes e infructuosos -¡ Vaya, vaya! ¡ Estos dibujantes !
esfuerzos que había desplegado para llegar a conocer Pero eso tampoco me sirvió de nada. Sumido en
hondos pensamientos, regresé pronto a casa. «¡ Nunca
la verdadera religión de los soñadores. Las palabras,
_ lograré averiguar el secreto !», exclamé en la noche.
brillantes y persuasivas, iban fluyendo de mi boca
Al pasar ante la torre del reloj me sentí atraído. Y
como �mpelidas por u?a fuerza interna. Cuando por
_ crei haber convencido a todos de mi ardiente cu el Hechizo del reloj, ¿ guardaría acaso relación con lo
fm que me interesaba saber? Mas preguntarse esto tam
riosidad, les rogué que me dieran alguna información. bién revelaba falta de tacto. Si no, ¿ de dónde provenía
Luego enmudecí, aunque tampoco hubiera podido se mi desconcierto ? ¡ Era evidente que había vuelto a
guir _ hablando, pues tenía la garganta seca. Todos per
comportarme como un enfant terrible! Además, ¿qué
manecieron silenciosos, confusos y preocupados. Dos tenía que ver todo esto con el Suburbio, aquella vieja
� eño�es ya anc� anos, de porte distinguido y rostro aldea situada más allá del puente y de la que nadie se
mtehgente, vestidos con elegantes trajes estilo Bieder preocupaba? ¡ Simples subterfugios ! ¡ Pero yo estaba
mei�r 3 , se retiraron al salón contiguo. ¡ Y pensar que dispuesto a llegar al fondo de la cuestión ! Y, cerrando
habia puesto en ellos mis máximas esperanzas ! Final el puño, me juré a mí mismo que lo haría.
mente, el anfitrión me preguntó, mientras se rascaba
las negras patillas :
-Joven, ¿ ha estado usted alguna vez en el Subur
bio? No deje de darse una vuelta por allí -su voz VIII
tenía un timbre agudo y de ligero rechazo .
Sentí como si me hubieran quitado un peso de en Ha llegado el momento de que también diga algo
.
cima. ¡Por lo menos alguien había hablado ! La con- sobre el aspecto sombrío de nuestra vida, pues si no
el lector podría pensar que, a fin de cuentas, todo era
•
3
!
érmino que, desde una perspectiva social, se aplica a la idea allí color de rosa. La vida placentera trajo también una
lizac1on de la cultura hogareña burguesa en el ámbito austro-alemán serie de experiencias desagradables. Para empezar con
de la primera mistad del siglo XIX. En literatura se refiere a la la casa en que vivíamos, diré que en el piso de abajo
creación satisfecha, antiheroica y apolítica, ubicable históricamente se había instalado una solterona vieja, la princesa de
�n.tr_e el movim!ento patriótico de las guerras de liberación y los X. Era más fea que una rata enferma y además pen
m1c1? s del realismo que corre pareja con el romanticismo y la
comente de la joven Alemania. (N. del T.) denciera como ella sola. Este personaje, que hizo
1 14 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 1 15
pasar muchos malos ratos sobre todo a mi esposa, era vida sistemáticamente, el estudiante nos la hacía aún
la quintaesencia de la tacañería. Poseía muchísimo di más insoportable.
nero, pero su vida transcurría en medio de un herme Éste tenía una habitación en el mismo piso que
tismo tal que nadie sabía nada preciso sobre ella. Era nosotros y era un borracho empedernido. Su cara hin
evidente que la anciana señorita encontraba gran sa chada e inexpresiva presentaba varias cicatrices en las
tisfacción en suscitar eternamente riñas. Cuando pa mejillas, que parecían triplicar las dimensiones de su
sadas las nueve de la noche me ponía a dar vueltas en boca. En cambio, su inteligencia no parecía sobrepasar
mi habitación, ella daba una serie de golpes regulares el tercio de la que suele fijarse como promedio en el
contra el techo de la suya, indicándome que deseaba ser humano.
silencio. Cada vez que nos veía bajar las escaleras Resulta que nuestro vecino, que llevaba una sempi
empezaba a refunfuñar. Ante la puerta de su casa había terna existencia nocturna, se equivocaba de puerta
siempre una hilera de ollas y fuentes, destinadas a cada vez que, borracho como una uva, trataba de llegar
recibir leche y otros productos similares. Una vez a su cubículo. Casi todas las noches nos despertába
tropecé en la oscuridad con una de sus ollas de barro mos sobresaltados al oír sus juramentos y aldabazos.
y se la quebré. ¡ Aquello fue un desastre ! ¡ Enemistad Muchísimas veces me vi obligado a pedirle explicacio
declarada! Quiso hablar mal de mí hasta con el pelu nes por su comportamiento. Pero ¿ de qué podían ser
quero, que, pese a su filosofía, aún sentía cierto respeto vimos sus disculpas ? Las molestias seguían, y sólo
ante Su Alteza. Sin embargo, un día en que las cosas nuestro amor a la paz nos llevó finalmente a acatar lo
fueron demasiado lejos y comenzó a insultar a mi inevitable.
esposa en el vestíbulo, arremetí abiertamente contra Y esto no era todo. Había días que parecían real
ella : mente embrujados. Para citar sólo unos cuantos
-¡ Con la facha que tiene, más parece usted la Prin casos :
cesa de la Mugre! -la vieja arpía estaba despeinada. Una vez, a las cinco de la madrugada, llamó a la
De algo sirvió mi ataque, pues a partir de entonces, la puerta un albañil que llevaba un cubo de argamasa y
señora, muy orgullosa de su origen noble, se retiraba su juego de herramientas, afirmando resueltamente
a sus aposentos cada vez que me oía. En cierta ocasión que tenía el encargo de tapiar las ventanas de nuestra
lo hizo con tanta premura que dejó una de sus remen casa. En otra ocasión, y ya bastante tarde, nos dieron
dadas pantuflas en la escalera. Yo la aparté de un una serenata. Una orquesta de gitanos se instaló de
puntapié y, con gran sorpresa, vi rodar unas cuantas lante de nuestra puerta y, claro está, después descu
monedas de oro por los peldaños. « ¡ Ladrón, asesino ! » brimos que se trataba de un error. También acudían
chilló la dama, poniendo a toda l a casa e n contra visitantes con las solicitudes más heterogéneas, o bien
nuestra. Incidentes como éste ocurrían con harta fre nos traían objetos extraños que nunca eran reclama
cuencia. Sin embargo, si bien la bruja nos amargaba la dos. Una vez guardamos por espacio de catorce días
116 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 117
BAJO EL HECHIZO
hubiera podido convertirse tal o cual artista bajo de verdadero cerdo : lugarteniente de infantería y cliente
terminadas circunstancias. ¡ El arte es una válvula de asiduo de madame Adrienne. Sus ideas y preocupa
seguridad ! ciones se limitaban exclusivamente a lo que allí
Antes de mi llegada, Castringius se hallaba en la ocurría, y sus conversaciones casi nunca abandonaban
etapa más simplista de su carrera artística. Tres o cua dicho tema. Andaba siempre con el uniforme sucio y
tro líneas a lo sumo y el cuadro estaba listo. Es lo que los ojos enrojecidos.
él llamaba grandeza. Los trabajos más importantes No es mucho lo que puedo decir sobre el fotógrafo.
llevaban por título : La cabeza, Él, Ella, Nosotros, Ello. Era un inglés de rostro largo, cabellos rubios como la
Es preciso admitir que la imaginación no conocía en paja, levita de terciopelo y corbatín flotante. Todavía
él barrera alguna. Por ejemplo, una cabeza en un flo- trabajaba según los procedimientos antiguos: re
::urriendo a la placa de colodión y respetando los diez
minutos de exposición. En Perla aún no habían supe
rado aquella etapa. Por lo demás, era un hombre ta
:iturno y le gustaba mezclar licores.
Ya me he referido antes al teatro. Añadiré que sólo
fui a él una vez. Representaban Orfeo en los infiernos
y el público se reducía exactamente a tres personas.
Aunque la versión fue bastante buena, no puede de
cirse que la velada fuera agradable. Los tres especta
dores contribuyeron a intensificar aún más el vacío de
la gran sala, en el que la música repercutía de modo
siniestro. Los actores parecían trabajar para entrete
nerse a sí mismos. Yo estaba en una butaca de galería
rero ... y uno no podía interpretar la obra como mejor y, de pronto, tuve la impresión de que aquella sala
le pareciese. Poco después, cuando empecé a tener cierto ennegrecida era el antiguo teatro municipal de Salz
éxito, mi colega tuvo que aspirar a cosas mayores. burgo, demolido mucho tiempo atrás. Cuando yo era
-Profundizar el tema, ¡ésa es la clave ! -solía afirmar un chiquillo de once años, aquel teatro se me había
obstinadamente. Y entonces surgieron dibujos como : El antojado la quintaesencia de toda majestad y grandeza.
insano papa lnocencio bailando el rigodón del Cardenal. En cambio, lo que ahora veía no eran más que bancos
El dibujante tenía un pequeño taller en una buhar de madera bastante usados, raídas butacas tapizadas de
dilla del Barrio francés, que era el sector de la ciudad rojo oscuro y estuquerías resquebrajadas. Enfrente de
donde podía vivir de acuerdo a sus gustos y caprichos. la escena había un palco enorme y oscuro sobre el que,
Fue ahí también donde conocí a de Nemi. Éste era un grabado en letras doradas, figuraba el nombre de ¡Pa-
128 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 129
tera! Más de una vez me pareció ver brillar, en medio tas, cuyo juego seguía con gran seriedad aunque no
de la penumbra, un par de puntos luminosos, dos tuviera la menor idea de lo que estaba pasando. ¡ Era
puntos muy cercanos uno del otro. De Nemi, que tan ingenuo !. .. Yo bostecé y me puse a mirar por la
parecía estar muy al tanto de todo lo que ocurría entre ventana. Junto al molino estaban descargando sacos de
bastidores, explicó un día con lujo de detalles por qué trigo. Podía distinguir claramente a los dos propieta
el teatro no lograba prosperar. «¿Para qué necesitamos rios : uno de ellos, siempre alegre y risueño, el otro,
un teatro en Perla? ¡ Basta con el que vemos cada día!», reservado y de mirada torva. En cuanto a su aspecto
decía la gente y no iba a ningún espectáculo. exterior, aquellos dos eran los personajes más anticua
Por último, se produjo la bancarrota. La compañía dos de toda la ciudad : todavía usaban talegas y zapatos
se disolvió y las actrices de menor categoría fueron con hebillas, como en los viejos tiempos.
instalándose paulatinamente en el lupanar, donde con Pasó un carruaje en cuyo interior iba reclinada una
servaban sus antiguos trabajos como coristas, bailari elegante dama.
nas, etc. Con el resto se formó una compañía de va -¿ La conoce usted? -me preguntó de Nemi dán
riedades, subvencionada por Blumenstich. De Nemi dome un golpecito con el codo-. Es la dueña de su
estaba contentísimo, pues le fascinaban los cabarets. A casa, la esposa del doctor Lampenbogen -luego se rió
mí, en cambio, el asunto me interesaba muy poco. cínicamente y los otros contertulios también sonrie
En el Café, el tabernero iba de mesa en mesa salu ron. El coche se dirigía a los baños públicos.
dando a los parroquianos con una sonrisa falsa y es Llamé al camarero para pagarle. Anton, un perfecto
túpida. Tan sólo se quedaba quieto ante los ajedrecis- tramposo, quiso darme dinero falso... asignados 4 de
la Primera República. Sin embargo, esta vez las cosas
no salieron como él hubiera querido, y tuvo que reti
rarse haciendo una mueca sardónica.
III
Atravesé rápidamente una larga serie de aposentos por primera vez, percibí un ruido que llegaba desde
mal iluminados. El edificio entero se iba internando a lejos, de muy lejos. Al principio me pareció un mar
bastante profundidad bajo tierra, y la escasísima luz tilleo distante, pero su volumen empezó a aumentar y
se abría paso a través de pequeñas claraboyas enreja aumentar con misteriosa celeridad. A la luz de una
das. Un gran número de vasijas llanas y redondas cerilla pude ver que me hallaba en una galería. Me
cubrían largos vasares, y en las esquinas se veían cubos invadió una angustia mortal. «Sal de aquí, ¡sal rápido
de madera repletos de leche hasta los bordes. Un de de aquí!», fue lo único que atiné a pensar. Me puse a
pósito abovedado servía exclusivamente para guardar correr y, varias veces, mi cabeza chocó contra las
diversos utensilios, y sus paredes se hallaban recubier paredes rezumantes. Mas el ruido aquel siguió aumen
tas de vajilla de hojalata, platos de madera y todo tipo tando detrás de mí, convirtiéndose en un traqueteo
de tablillas. Empecé a buscar rápidamente el patio, horrible y acompasado que evocaba un galope. Mis
pero en vez de encontrar la salida hacia él, sólo logré cerillas se iban consumiendo, pues la humedad del aire
internarme en recámaras cada vez más oscuras, donde no dejaba que la llama prendiera. El estruendo seguía
vi grandes marmitas que colgaban sobre fogatas extin acercándose : era evidente que me perseguían. Por fin
guidas. Un fuerte olor a queso me hormigueaba en la pude distinguir claramente unos bufidos prolongados
nariz y, de pronto, descubrí una gran variedad de que me hicieron estremecer hasta la médula. Por un
moldes de todos los tamaños, alineados en forma re instante creí volverme loco. Me precipité hacia ade
gular. Allí los tenía, pestilentes y viscosos, en medio lante como bajo el impulso de un latigazo, mas las
de aquel sótano asqueroso, estrecho y alargado, cuyas fuerzas me abandonaron y caí de rodillas, casi al borde
paredes enmohecidas estaban llenas de telarañas. «Por del desmayo. En un postrer gesto de desesperación
aquí no puede ser», me dije y di media vuelta. Pero extendí mis manos hacia adelante como para conjurar
no pude encontrar mi camino entre aquel cúmulo uni la inminente amenaza, mientras mis últimas cerillas se
forme de quesos, mantequilla y leche. Me perdí y fui extinguían, trémulas, en el suelo.
a dar a un sector del subterráneo que, aparentemente, Mas ya lo tenía ante mí. Un viento helado me rozó
no era utilizado para nada. El techo abovedado era la cara y al punto distinguí un caballo blanco y esque
bajo, y pude ver gruesos ganchos de los que pendían lético. Aunque sólo lograba ver su silueta borrosa,
cadenas de hierro oxidadas. La visibilidad era escasí pude advertir el catastrófico estado en que se hallaba.
sima y el suelo resbaladizo parecía seguir un ligero El gran jamelgo, que parecía casi muerto de hambre,
declive. De repente tropecé con unos cuantos peldaños hacía resonar sus inmensos cascos con desesperada
viscosos y quedé sumido en una oscuridad total. ¡Ti energía. Y así, con su huesuda cabeza tendida hacia
nieblas profundas y aire helado de sótano !. .. en algún adelante y las orejas gachas, la bestia pasó a mi lado.
lugar, arriba, sonó un portazo. ¡ Felizmente tenía unas Su ojo turbio y sin brillo se cruzó con los míos : era
cuantas cerillas en el bolsillo ! Fue entonces cuando, ciego. Escuché el rechinar de sus dientes y cuando,
1 34 ALFRED KUB!N LA OTRA PARTE 135
IV
-Ando en pos de una nueva especie. Sí, el Archivo matracas. Al preguntarles la razón de su alboroto me
encierra maravillas cuya existencia muy poca gente respondieron : « ¡ Estamos tocando un acompañamien
sospecha. El despacho 69 es mi actual distrito de caza. to! » A partir de entonces empezó a amargarme tanta
¡ Su Excelencia lo ha puesto graciosamente a mi dispo estupidez. Todo evocaba en mí la idea de un manico
sición, y en él tengo depositadas mis esperanzas ! Pero mio. Al comienzo fue algo más bien novedoso, nos
ahora debo marcharme. asomábamos a la ventana y observábamos con curio
No bien hubo dicho estas palabras, sacó de su bol sidad las burlescas escenas que se desarrollaban abajo.
sillo un viejo estuche verde del que a su vez salieron Sin embargo, en los últimos meses no se oyeron ya
unas gafas de concha, y se las puso. Antes de retirarse, más risas en nuestro hogar. La salud de mi esposa iba
hizo una anticuada reverencia y se presentó: declinando en forma lenta y progresiva, mientras los
-Profesor Komtheur, zoólogo. extraños y misteriosos percances aumentaban día tras
Lo seguí con una mirada llena de simpatía. Su acti día. Opté por no contarle toda la verdad a mi compa
tud tan original, su abundante cabello cano que en ñera, pues temía poner su vida en inmediato peligro.
cuadraba un rostro atractivo y aún rebosante de juve Fui almacenando en mi interior todas mis cuitas, sin
nil idealismo, la cuidada pulcritud de su vestimenta, tiéndome solo y presa de una constante irritación.
que incluía las polainas grises y los borceguíes, toda ¿ Adónde nos llevaría todo aquello? ¡Yo mismo estaba
su persona, en suma, me había causado una gratísima deshecho ! ...
impresión.
Pero yo estaba rendido por las impresiones de aquel
día. Con un indefinido sentimiento de opresión subí V
las escaleras de mi casa. Tal como me esperaba, mi
mujer yacía en el diván totalmente exhausta. No me Unos días más tarde iba caminando por la calle. El
dijo nada y, por temor a angustiarme, se contuvo. Yo Año nuevo estaba ya a las puertas, aunque ello no
también guardé un respetuoso silencio, pues no tenía significase mucho en aquel país sin invierno. Avanzaba
ganas de mentir. a lo largo de los conocidos edificios con ese paso
Desesperado, estuve revolviéndome de un lado a silencioso, vacilante e inseguro que uno termina por
otro en la cama, creyendo oír aún aquel espantoso adoptar en Perla, esperando a cada momento una de
galope y viendo ante mí un ojo inmóvil y muy abierto. sagradable sorpresa. Unos cuantos faroles solitarios
¿Un hechizo? ¿Y el Arrebato? Intenté desentrañar el me mostraban el camino : ¡ la iluminación ideal para un
sentido de estas palabras. En efecto, ¡ bastantes cosas País de los sueños ! En medio de la penumbra general,
extraordinarias habían ocurrido ya desde mi llegada! que difuminaba y agrandaba todas las formas, algunos
Pocos días antes había visto, detrás de una casa, a un objetos adquirían a veces proporciones desmesuradas :
grupo de pilluelos que hacían ruido con tambores y un poste, el letrero de una tienda, una cancela.
140 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 141
Venía del antiguo convento gótico de monjas, una cabeza, por lo que le apliqué unas cuantas compresas
de cuyas alas albergaba un hospital infantil. Allí había frías y, agotado, me desplomé luego en la cama. En
adquirido dos botellas de vino medicinal que pensaba tonces --debía de ser ya la una de la madrugada
darle a mi enferma. Al pasar ante la iglesia que inte oímos que llamaban y golpeaban insistentemente a
graba el vasto complejo arquitectónico, advertí un bul nuestra puerta. Enojadísimo, pensé de inmediato: «El
to negro en la sombra del portal. Escuché unas cuantas borrachín de al lado». Pronto oí que también vociferó
palabras ininteligibles y vi surgir el muñón desnudo mi nombre varias veces seguidas. Ciego de ira ante
de un brazo, que se erguía en actitud implorante. semejante falta de consideración, salté de la cama, me
Indiferente, arrojé un par de monedas al oscuro rin puse la bata y cogí el bastón que colgaba en una
cón, mas al instante me detuve como paralizado, ¡ Dios esquina del cuarto. ¡ Estaba dispuesto a hacerle peda
mío, qué cara tan extraña se ocultaba tras los inmun zos ! Abrí la puerta, y allí estaba muy parado... lan
dos harapos! Tenía que verla de cerca; una fuerza zándome su tufo de cerveza en plena cara. Si acaso me
secreta me impulsaba a hacerlo. De mala gana y con quedaban algunos puros --en préstamo, claro está-,
bastante asco me incliné hacia la mendiga. No fue su y que por qué no le hacía el honor de una visita -mi
fétido aliento ni su boca desdentada lo que me retuvo, esposa también estaba invitada-, él quería preparar
sino aquellos ojos claros y horribles que me taladraron un grog.
el cerebro como los colmillos de una víbora. Llegué a Casi no podía contenerme de rabia.
casa medio muerto y nerviosísimo. ¿ Era aquello la -Oiga usted, sinvergüenza, ¿ por qué anda siempre
realidad o el monstruoso aborto de una imaginación molestando a los demás con sus estúpidas chiquilla
superexcitada? Me sentía como si hubiera contempla das? ¡ Lárguese de aquí, si no quiere que lo tire por las
do un abismo sin fin. escaleras, desvergonzado! -grité lo más fuerte que
Incidentes como éste fueron minando mi resistencia pude ; estaba hirviendo de indignación. Y él, con su
nerviosa. Torné la firme decisión de visitar a Patera al risa uniforme y aguardentosa balbuceó--: ¡ Anda, va
día siguiente. Estaba dispuesto a entrar a la fuerza, ¡ a mos, ven aquí! -aferrándose a mi brazo y tratando
gritar si era necesario! Él era mi amigo y me había de arrastrarme consigo. Entonces perdí el control de
invitado. De él dependía que sucumbiésemos o no. mí mismo. Con la velocidad de un rayo le asesté un
Los absurdos habitantes del Reino tenían sin duda una puntapié tan fuerte en la boca del estómago que rodó,
falsa impresión de su persona. Si no, ¿ por qué eran retorciéndose, por el suelo. ¿ Cómo se atrevía a seme
tan tímidos y daban respuestas evasivas cada vez que jante grosería? En mi interior las ideas se agolpaban
yo hablaba del Amo? Mi amigo no merecía un trato tumultuosamente.
semejante. «¡Ha llegado el momento de que presente mis que
Una estrella maléfica presidió nuestros destinos jas ! ¡ No hay prórroga que valga! ¡Voy a hacerme
aquel día. Mi esposa se quejaba de fuertes dolores de justicia yo mismo ! ¡Ya no aguanto un minuto más en
142 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 143
todas las alcantarillas subían emanaciones mefíticas. pendía un farolillo rojo. Como la puerta estaba abierta,
Entonces empecé a caminar lo más aprisa que pude. me lancé hacia arriba por una escalera muy bien alum
Un muchacho con la cara maquillada cogió una de las brada. Las paredes estaban pintadas con colores bri
puntas de mi bata y la rasgó hasta abajo. «¡ Paff!», le llantes y ornadas de palmeras. En el primer piso salió
asesté una bofetada. ¡ Pero más me hubiera valido no a recibirme una mujer o, más bien, una visión dulce y
hacerlo ! ¡ Aquello fue mi perdición ! Lanzando toda solemne, envuelta en una larga bata de reflejos platea
clase de aullidos e imprecaciones la multitud aquella dos, con los cabellos sueltos y un par de brazos bellí
se precipitó en pos de mí. Una mujer adiposa y gigan simos. No pareció muy sorprendida al verme en aquel
tesca me salió al encuentro y trató de ponerme una estado y dijo, sonriendo :
zancadilla. Logré esquivarla dando un ligero salto, de -¡A mi cuarto no ! ¡El señor ha debido equivocarse,
resultas del cual perdí el bastón. Ella se revolcó en el el número cinco está un poco más allá!
fango de la calle, quedándose con mi camisón como Feliz y confundido al mismo tiempo ante tanta gen
trofeo. Este incidente me permitió ganar cierta ventaja, tileza, sólo atiné a balbucear, casi sin aliento, unas
si bien entonces me di cuenta de que mi vida estaba cuantas disculpas, mientras cubría mi desnudez con las
en juego. Salí disparado como un galgo rabioso. Nun manos. Luego abrí la puerta que me había indicado.
ca me había sentido tan seguro de mi resistencia. Sin ¡ Diantre! ¡ Adentro había dos más, también en cueros!
embargo, el salvaje vocerío iba en constante aumento Volví a cerrar la puerta. El gentío hacía ya irrupción
a mis espaldas: medio Barrio francés venía pisándome por la escalera. Primero apareció un policía -¡ al fin
los talones y lanzando penetrantes silbidos. El suelo uno!- que aulló.
tornábase cada vez más rebaladizo y tuve que avanzar -¿Dónde está el tipo ése? ¡ Voy a presentar una
con cuidado para no caerme. «Pronto estaré agotado, denuncia! ¡Hay que cerrar la casa! -luego llegó la
no lograré escapar» pensaba, y el pánico hacía latir turba. Mi salvadora había desaparecido y mis pies
apresuradamente mis sienes. Luego empezaron a tirar bañados en sangre, me parecían pesar un quintal cada
me botellas y cuchillos ; yo avancé zigzagueando por uno. Aspirando profundas bocanadas de aire subí unos
las callejas y, al llegar a cada esquina, gritaba con todas cuantos peldaños más y vi, escrita como una orden y
mis fuerzas : «¡ Socorro, policía! » Pero nadie acudía en en letras mayúsculas, la palabra salvadora: «¡Aquí!»
mi ayuda y detrás de mí oía las carcajadas sarcásticas ¡ Una vez más la ayuda del cielo! Agotando mis últimas
de la turba enloquecida. Con la boca abierta, desnudo fuerzas abrí la puerta y volví a cerrarla, corriendo el
y desesperado, proseguí mi desenfrenada carrera. Nin cerrojo detrás de mí. De momento me hallaba seguro,
guna esperanza de salvación se ofrecía a mi vista. Fi aunque ya el gentío empezaba a traquetear la cerra
nalmente -y cuando ya me hallaba casi sin aliento- dura.
divisé una casa alta y angosta que cerraba la calle. -¡ Abran, abran ! --chillaban cientos de voces.
Todas las ventanas estaban iluminadas y en el umbral Como una fiera acorralada miré rápidamente a mi
1 48 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 149
alrededor, y una decisión súbita y desesperada cruzó parte posterior, donde vivía, en la miseria más abso
por mi mente. A riesgo de sufrir una caída mortal, me luta, una familia con nueve hijos. ¡ Nueve hij os ! ¡Algo
abrí paso a través de una estrecha ventana tratando de único en Perla! El padre era pendenciero y gandul que
asir algo firme y resistente con la inano. ¡ Perfecto, ya además se hacía mantener por su pobre y esquelética
lo tenía! Un cable ... ¡un pararrayos ! Y, con una segu esposa, siempre embarazada. Ésta nos atendía por en
ridad pasmosa cuyo origen no lograba explicarme, tonces, pues el mono sólo venía una que otra tarde a
empecé a deslizarme por él. A mi alrededor, la noche visitarnos. Su llegada nos proporcionaba al menos al
yacía envuelta en una calma profunda. Entonces me gunas horas de distracción. Solía sentarse en la cama
derrumbé: mis piernas no podían sostenerme más de mi esposa, cogía su labor de punto con las patas
tiempo. traseras y se ponía a tejer precipitadamente. Al mismo
Había caído en un muladar. Un barrendero me re tiempo le gustaba mirar algún viejo número del Espejo
cogió en una de sus rondas nocturnas, llevándome a de los sueños, que sostenía en sus patas delanteras.
casa en su pestilente carruaje. Desde la ventana, mi
esposa pudo asistir a mi llegada. La pobre había pasado
un horrible cuarto de'hora, pues mi ausencia no había
durado más.
Unos días después vi, en la calle, una pareja de
perros que jugaban con un fardo de vivos colores del
que colgaban cordones con borlas. Reconocí mi anti
gua bata, que se había paseado por toda la ciudad
como un objeto de nadie. Mi entusiasmo por la crea
ción de Patera había desaparecido definitivamente.
VI
como un sonámbulo. Aletargado y apático como un me respondieron. Seguí avanzando a paso rápido, y
perro vapuleado, corroído interiormente por la inquie en mi carrera trastabillé varias veces en los charcos que
tud, no sabía qué hacer con mi persona. No quería surcaban el camino. Impulsado por una ligera fiebre
quedarme en casa; imposible soportar la vista de aquel cilla, atravesé plazas y callejuelas por las que no re
espectáculo que me destrozaba el corazón. ¡ Sólo me cordaba haber pasado nunca. Un miserable tranvía de
quedaba pasear, dar vueltas al aire libre ! Describí un tracción animal, que más parecía un objeto decorativo
amplio semicírculo en torno al Café y me dirigí a la que un vehículo destinado al uso público, fue lo único
orilla del río. Allí, junto a su silenciosa y huidiza que atrajo mi atención. Ignoraba que aquel medio de
corriente solía pasar momentos sumamente gratos. In transporte existiese en Perla. Pero mi desorden emo
voluntariamente mi mirada tropezó con el molino, que cional era demasiado grande para detenerme mucho
temblaba como si estuviese vivo. Borrosa e imprecisa tiempo en tales pensamientos, y, antes de que supiese
en medio de la vaporosidad circundante, como hecha adónde me llevaban mis pasos, me hallé delante del
de alguna sustancia gelatinosa, su silueta se ofreció a Palacio. Acababan de encender los faroles. En una de
mi vista. Del interior emanaba un extraño fluido que las pilastras angulares de la Residencia había una placa
me hizo vibrar hasta la punta de los pies. El molinero, de mármol que atrajo mis miradas :
que se hallaba de pie tras una ventana polvorienta, me
lanzó una mirada torva y cargada de odio. Audiencias con Patera para el público en general, dia
Luego seguí caminando al aire libre. Pasé ante el riamente de 4 a 8 p. m.
matadero, el establo municipal y el horno de ladrillos.
El aire turbio y húmedo y el melancólico croar de las Meneando la cabeza, leí varias veces la inscripción,
ranas se avenían perfectamente con mi estado de áni pronunciándola a media voz para mí mismo. Una idea
mo. Antes de darme cuenta había llegado al cemente bastante absurda cruzó entonces por mi mente : «Es
rio. Me detuve y encendí un cigarrillo. A través de la una broma terrible ... pero somos demasiado estúpidos
puerta de hierro forjado pude ver las lápidas. Enton para entenderla.»
ces, un estremecimiento de terror recorrió mi cuerpo Fui presa de un ataque de risa convulsiva: hubiera
y, rechinando los dientes, eché a correr por calles que podido asesinar a Patera. Apoyándome en una colum
me eran aún desconocidas. Traté de reprimir la me na, traté de recuperar cierta compostura. Luego atra
lancolía que, en forma violenta, pretendía dominar mi vesé el portal, tranquilo y como si nada hubiese ocurri
espíritu. Un frío sentimiento de desprecio contra todo, do. Empecé a subir por unas escaleras anchísimas,
y en especial contra Patera, se había apoderado de mí. pensando en lo diminuta que debía lucir mi fi gura bajo
-¿Dónde te escondes, verdugo? -exclamé mien aquellas enormes bóvedas. Se guí subiendo cada vez
tras cruzaba rápidamente una serie de parques vacíos. más alto, y por las ventanas arqueadas pude contem
Mas los deshojados matorrales y árboles podados nada plar la ciudad que yacía a mis pies. A mi alrededor
160 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 161
reinaba un silencio absoluto; sólo se oía el eco de mis intensidad fue embalsamando toda la habitación y, de
pasos. Iba tan absorto en mis propios pensamientos pronto, escuché algo así como una risa seca y apagada.
que no me di cuenta de la extraña situación en que me ¡Increíble! sobre la pared de enfrente vi el rostro de
hallaba. Una insólita sensación de alivio se había adue un hombre dormido. Como ya mis ojos se habían
ñado de mí: aún puedo evocarla claramente en mi acostumbrado a la penumbra, pude distinguir entonces
memoria. Fui abriendo puertas de enormes batientes una figura vestida de gris, echada en una cama elevada.
blancos y recorrí una serie de espaciosos aposentos, Di un paso adelante ... Una cabeza de dimensiones
en cada uno de los cuales soplaban nuevas corrientes insólitas, que reconocí como la de mi amigo Patera.
de aire helado. «Seguro que aquí no vive nadie», iba Cualquier error quedaba excluido de plano: ¡había
murmurando como en sueños. En cada salón había mirado tantas veces su retrato! Rizos oscuros rodea
grandes armarios tallados y muebles cubiertos por ban la pálida tez, los párpados estaban firmemente
forros protectores. Una sola vez vi una figura esbelta cerrados, sólo la boca no cesaba de contraerse, como
y delgada que, con paso rápido, se dirigió hacia mí. si quisiera hablar. Perplejo, contemplé la belleza simé
Pero fue sólo una ilusión: un espejo de pared que había trica y extraordinaria de aquella cabeza. Su frente am
reflejado mi propia imagen. plia y bien distribuida y la poderosa base de la nariz
Cuando hube atravesado la infinita serie de salas y hacían pensar más en un dios griego que en un ser
aposentos, desemboqué en una inmensa galería que, humano vivo. Una profunda expresión de dolor re
aparentemente, conducía en sentido contrario. De las corría todos sus rasgos.
paredes colgaban oscuros retratos en tamaño natural, Entonces escuché un murmullo de palabras, pro
encuadrados por gruesos marcos de ébano, y a mi nunciadas en un tono bajo y precipitado.
derecha divisé una hilera de ventanas arqueadas. Al -Te quejas de que nunca puedes venir a verme y
fondo había una portezuela baja que abrí con suma sin embargo yo siempre he estado a tu lado. A menudo
cautela. Penetré entonces en un salón vacío, de media he observado cómo me insultabas y dudabas de mí.
nas dimensiones y recubierto de un material sólido y ¿ Qué puedo hacer por ti? ¡ Dime tus deseos!
plomizo. La penumbra impedía distinguir las cosas Y se calló. Reinó un profundo silencio; yo sentía la
con claridad, pero al punto me di cuenta de que no garganta seca y sólo acerté a decir, con grandes esfuer
había otra salida: aquél era el último cuarto. Y sólo zos:
entonces me detuve a pensar unos instantes en lo que -¡Ayuda a mi esposa! -la cabeza se incorporó un
realmente quería. Allí no había nada ... reinaba un si poco. Lenta y pausadamente, Patera fue abriendo los
lencio sepulcral. ojos. Un horrible sentimiento de impotencia se apo
Ya me disponía a dar media vuelta, cuando de todas deró de mí en el acto. Firme e impertérrito, hube de
partes empezó a llegar aquel olor característico que seguir la evolución de esas terribles miradas. No eran
tantas veces había sentido en ese país. Con creciente ojos humanos: parecían dos discos de metal claros y
162 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 163
relucientes, que brillaban como pequeñas lunas. Inex
nables, que tan pronto aparecían bañadas en sangre
presivos y carentes de vida, los dos puntos luminosos
como adoptaban una tímida expresión de picardía.
estaban dirigidos hacia mi persona. La voz susurrante Finalmente, la agitación empezó a calmarse. Su rostro
dijo: fue aún iluminado varias veces por unos resplandores
-¡ Os ayudaré! intermitentes, los deformes visajes desaparecieron y
La figura se incorporó por completo y su cabeza se nuevamente vi durmiendo ante mí al hombre Patera.
inclinó hacia mí como la máscara de una medusa. Tan sólo sus arqueados labios seguían vibrando con
Hechizado, incapaz de efectuar el menor movimiento, febril agitación. Entonces volví a oír aquella voz extra
sólo atiné a pensar: «¡Él es el Amo, él es el Amo!» ña:
Entonces me fue dado asistir a un espectáculo indes -¡Como ves, yo soy el Amo! Yo también vivía
criptible. Los ojos volvieron a cerrarse y el ro� tro desesperado hasta que, con los restos de mi fortuna,
adquirió una animación siniestra y aterradora. Su ¡ue forjé un imperio. ¡Ahora soy el Amo y Señor abso
go gestual fue cambiando como los colores de un luto!
camaleón, cientos... no, miles de veces y en forma Y o estaba conmovidísimo, y, sintiendo una profun
ininterrumpida. Con abrumadora celeridad, el rostro da compasión por él, dije no sin cierta dificultad:
aquel fue adoptando sucesivamente los rasgo� de un -¿También eres feliz?
joven, de una mujer, de un niño y de un an� iano. Se Pero ya el rayo me había alcanzado, paralizándome
volvió gordo y enjuto, le salieron excrecencias como por completo. Muy cerca de mí vi los terribles ojos.
a un pavo, se redujo a su mínima expresión y, al cabo Patera había descendido y tenía mis manos entre las
de un instante, se hinchó y estiró con orgullo, expre suyas. Yo estaba como si, por dentro y por fuera, me
sando alternativamente escarnio, bondad, malicia y hubieran cubierto con una capa de hielo. Entonces
odio. Se llenó de arrugas y luego se tornó liso como exclamó:
una piedra: era como un inexplicable secreto de la -¡Dame una estrella, dame una estrella!
naturaleza, del que no podía separar los ojos. Una Su voz había adquirido cierto tono lisonjero, que
fuerza mágica me mantenía atornillado en el sitio, y fascinaba y atraía al mismo tiempo. Vi brillar sus blan
por mi espalda se deslizaron escalofríos de pánico. quísimos dientes; sus movimientos me parecieron len
Luego empezaron a sucederse las cabezas zoomórfi tos y perezosos. No entendí casi nada de lo que dijo
cas: primero la de un león, cuyo hocico fue agudizán con aquella voz ronca y cascada. Su pecho se hinchó
dose hasta adquir: ir la expresión astuta de un chacal; y las venas de su pálido cuello parecían estar a punto
siguió transformándose ora en un potro salvaje de de estallar. De pronto, el rostro adquirió un tinte
_ grisáceo como el de la pared y sólo los ojos, enormes
espumantes ollares, ora en un ave, ora en una serpien
y prominentes, siguieron brillando y ejerciendo sobre
te. Era horrible; yo quería gritar y no podía. Tuve que
mí su inexplicable hechizo. Un dolor realmente mons
contemplar todas aquellas figuras grotescas y abomi- truoso e inhumano debía de corroerle por dentro.
164 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 165
Patera se irguió por completo y sus manos se aferra Se marchó. Como ya he dicho, no sabía exactamente
ron al vacío. Entonces cayó una cortina entre los dos. lo que había pasado ni por qué me había hablado en
Sólo alcancé a oír un estertor inarticulado y la sorda ese tono.
caída de un cuerpo. Activa y silenciosa, la enfermera entraba y salía de
Cuando di media vuelta, tuve que apoyarme contra la habitación llevando paños y jofainas. Me sentía real
la ventana pues me había invadido una parálisis total mente medio muerto, incapaz de efectuar por mí mis
que, partiendo de la lengua, se iba extendiendo por mo cualquier acción razonable. Desconcertado y cons
_
todo el cuerpo. Abajo, en la Plaza, hombres y anunales ciente de mi inutilidad, no hacía más que recorrer el
adoptaron por un instante la rigidez de la madera. Pero piso de un extremo a otro. Era evidente que el estado
sólo un instante, luego recuperaron su ritmo normal. de mi esposa no podía ser muy grave. Cuando en
En cuanto recobré el control de mis movimientos, cierto momento me acerqué con timidez y de puntillas
me precipité hacia la salida con el profundo conven a la cama, la vi profundamente dormida. Su aspecto
cimiento de estar loco. era incluso mejor que el de las últimas semanas: se la
veía más llena y un ligero carmín animaba sus mejillas.
Luego me puse a hablar con la hermana enfermera:
VIII durante mi ausencia la enferma había sufrido un ata
que, una especie de parálisis cerebral. La monja sólo
Llegué a casa cansado y sin fuerza alguna para poner respondía con monosílabos; por la tarde empezó a
en orden mis ideas. Lampenbogen estaba allí, aunque rezar en voz baja. Poco a poco me fui dando cuenta
parecía ya a punto de marcharse. Nos había traído una de la terrible gravedad de la situación. En medio de
hermana enfermera del convento. Cuando me vio, el mis confusos pensamientos, ocupados aún con el Se
doctor me llevó inmediatamente hacia el alféizar de la ñor del Reino de los sueños, acudieron inesperada
ventana y empezó a hablarme en tono serio, pero yo mente a mi memoria los escalofríos que mi esposa
no estaba en condiciones de captar el sentido de sus había sentido cuando volvíamos aquella noche en la
palabras. La profunda calma que emanaba de su per diligencia. Sin embargo, no podía imaginarme lo peor,
sona me hizo sentir mejor. ni quería creerlo.
-Y nada de perder las esperanzas -me decía-. Es Pasé toda la noche en vela acurrucado en el diván
un fuerte ataque nervioso, tal vez la crisis... Además, de la habitación que me servía de gabinete de trabajo.
todavía es muy posible que la señora sobreviva a este Por la madrugada me levanté y contemplé un momen
ataque. No hay que perder las esperanzas. En caso de to el retrato de Patera. La enferma parecía estar en
que surgiera alguna complicación no vacile en llamar completa calma; sólo una vez, durante la noche, la oí
me, incluso de noche. De todos modos, mañana vol proferir unas cuantas palabras. Hacia las nueve de la
veré a pasar. mañana entré en su cuarto, que ya había sido conve-
LA OTRA PARTE 167
166 ALFRED KUBIN
nientemente arreglado y ventilado. Mi esposa me miró gorjeo de los pájaros y del alegre sonido de las argén
sorprendida, era evidente que le resultaba difícil reco tea� trompetas. �' le dije, es donde tenemos que ir,
nocerme. A pesar de su buen aspecto se hallaba suma �ac1 � aquel lummoso y espléndido paraje. Huiríamos,
mente débil y apenas pude entender sus palabras. La s1 era necesario. En él podría recuperar la salud. Y
.
hermana estaba contenta con la forma en que había mientras yo seguía buscando las palabras más seduc
pasado la noche: la fiebre había cedido y la paciente to�as y soñando con una resplandeciente vida futura,
se veía, efectivamente, mucho más fresca y reposada. rru esposa... se quedó dormida.
Luego, la enfermera nos dejó solos unos instantes Presa de una indescriptible y abrumadora tristeza
para hacer algunas diligencias. Me senté al borde de la no me moví de mi sitio. Pronto volvió a invadirme mi
cama y cogí las blancas manos de mi esposa entre las anterior nerviosismo. La enferma yacía con los párpa
mías. Lleno de esperanzas y dispuesto a ahorrarle el dos entornados y sus exagerados colores dejaron de
esfuerzo que para ella significaba hablar, le conté todo parecerme naturales. Co� tuve las lágrimas que pugna
_
lo que supuse podía distraerla un poco. Le hablé del ban por aflorar a rrus OJOS, y en ese mismo instante
templo a orillas del lago y de todas sus maravillas, así entró la enfermera.
como de las joyas y riquezas que en él se guardaban: Luego apareció inopinadamente el señor von Bren
sabía que las alhajas eran una de sus pequeñas debili d el, quien, en té?:1inos que reflejaban su honda y
_
dades. Le describí los espejeantes canales y el parque smcera preocupac10n, preguntó por el estado de salud
inmenso y apacible como si yo mismo hubiera pasado de mi esposa. También nos traía flores: un ramo de
días recorriéndolos. Ella me miraba imperturbable, tulipanes amarillo pálido. Le llevé a la habitación con
con una expresión casi de alegría, y hasta me acarició tigua, donde prácticamente me aferré a él con todas
un par de veces la cabeza. Me alegró muchísimo ver mis fuerzas. ¡Por fin una persona sana!
que mis historias le gustaban y seguí hablando acalo Tal como me había prometido, el doctor también
radamente. Le conté de los barcos dorados y los blan reg�esó. Examinó largo tiempo a la enferma y, antes
quísimos cisnes del lago, y mis imágenes fueron ad de irse, llamó a Brendel un instante a la cocina donde
quiriendo colorido... colorido, sí, en aquel opaco y l�� d? s . sostuvieron un breve diálogo. Luego s; despi
sombrío País de los sueños. Emocionado, empecé a d10 rap1damente de mí y bajó las escaleras. Sus últimas
describirle la gran variedad de flores que allí había: las palabras fueron:
orquídeas jaspeadas de mil colores, las rosas purpúreas -¡Arriba el ánimo, y no pierda las esperanzas!
y los lirios de tallos cimbreantes y delicados. Tenía Brendel me propuso que fuera con él:
plena confianza en el poder mágico de mis palabras. -Podemos pasar el día entero juntos, aquí no hace
.
Mencioné asimismo los azulados bosques de nomeol smo estorbar y no podrá comer nada decente.
vides con sus millones de gotitas de rocío, cristalino Intencionadamente evitó hablar de la enfermedad de
aljófar que el sol encendía al levantarse. Le hablé del mi esposa. Nos fuimos al Café a tomar el desayuno.
168 ALFRED KUBIN LA O TRA PARTE 169
Cierto es que no tenía apetito, pero a algún lugar había noches enteras exaltándome en términos delirantes al
que ir. Además, debo confesar que me agradaba �a gún nuevo ídolo. Era severo consigo mismo, criticaba,
_
compañía de Brendel: era un hombre ameno e increi mejoraba y cambiaba sus propios métodos, pero nunca
blemente atento, cuya única debilidad consistía en per logró acceder al estado que él mismo denominaba la
tenecer al grupo de los donjuanes sentimentales... Pero madurez. La causa principal de este fracaso era su falsa
hay cosas muchísimo p�ores ... Lej ?s de s_er un vulgar perspectiva psicológica, aunque también hay que re
tenorio como de Nemi, al que solo le interesaba el conocer que tenía mala suerte. Algunas lo engañaban,
comercio sexual mecánico y falto de imaginación, otras le resultaban aburridas al cabo de un tiempo.
Hektor von Brendel andaba realmente enamorado, Estaba, pues, condenado a ser eternamente voluble.
aunque siempre de una mujer dif� rent� . P�ro e_l 9ue Aquel día guardó un respetuoso silencio, aunque yo
creyera estar ante una persona aún ¡uveml e indefim1a, hubiera preferido que hablase. Las aventuras, no exen
_
cuya excesiva ternura con las muJeres revelara su in tas de comicidad, que solía contarme, me divertían a
madurez, se equivocaba por completo. Co ':1 una_ en veces muchísimo. Cuando terminaba con alguien daba
trega absoluta andaba siempre en pos de �n id�al i�a siempre una cena de despedida muy bien organizada, en
ginario que, lamentablemente, nunca veia _cns�ahza el curso de la cual su dolor pasaba a convertirse ya en
do ... o, mejor dicho, veía continuamente cnstalizado. una nueva esperanza. Decente y caballeroso, no le guar
Cada una de sus amantes, sus materias primas como daba rencor a ninguna de sus amigas por las faltas que
él solía llamarlas, tenía que ser sometida antes que nada hubiese cometido. Sabía cómo consolarse, pues la ma
a un proceso de adaptación. A este nivel no escatimaba teria era inagotable y demasiado interesante para él. ..
esfuerzo ni dinero alguno y procedía de acuerdo con Un opresivo sentimiento de angustia se fue apode
un sistema de experimentación propio y bastante en rando de mí. Partiendo del estómago, me hacía un
revesado, avanzando paso a paso y con suma pacie �cia nudo en torno al corazón y presionaba sobre mis
y regularidad. Una vez resuelta la cu e�tión d el vestido intestinos. Empecé a fumar y a beber, pero no hallaba
_ _
-que siempre le resultaba muy facil _ debido _ a sus ningún alivio. La impresión que aquella estatua vivien
considerables ingresos- salían a relucir las diversas te me había causado en el Palacio y la conciencia del
categorías espirituales : comportamiento, expre�iones peligro que acechaba a mi esposa se habían fusionado
favoritas, etc., etc. La mayoría de las pretendientas en mi espíritu. Estaba sumido en una pesadilla de la
tropezaban aquí con serios obstáculos y quedaban ex que no podía despertar.
cluidas de la partida. Inagotable, Brendel seguía pro El molinero entró, se dirigió al mostrador y, de pie,
bando nuevas materias primas. Mas al llegar a las prue se bebió un par de copas de ron, marchándose luego
bas siguientes (verdadera confiam:a y refinamiento en sin despedirse. Como de costumbre, los dos ajedrecis
_
el trato), casi ninguna lograba satisfacer las pretens10- tas estaban allí sentados y sus siluetas evocaban dos
nes del exigente galán. Muchas veces, éste se pasaba idolillos chinos tallados en madera.
LA OTRA PAR TE 1 71
1 70 ALFRED KUBIN
rechi� ar de dientes ... como una pequeña máquina ... un
Brendel me llevó a El Ganso Azul, posada en la que _
castaneteo mce�ante ... seco, duro y distinto. En aquel
solía comer y, una vez satisfecho el apetito, nos diri
momento sentt el dolor más grande de mi vida· el
gimos a su apartamento. Allí me sirvió un café y me
h?rror me impedía comprender lo que estaba s�ce
mostró su hermosa colección de acuarelas con motivos
diendo... Su arrugada tez había adquirido un color
del País de los sueños. Por la tarde, a eso de las cinco,
verdoso, el sudor brotaba por todos los poros y, cuan
ya no pude resistir más y, tras pedirle excusas por el _
mal día que le había hecho pasar, le di las gracias y �º me dispuse a secarle la cara con un paño, el casta
net�o ceso en forma repentina. Su boca y sus ojos se
me fui a casa. Hacía demasiado tiempo que estaba
fuera y yo mismo no acertaba a comprender cómo �bneron desmesuradamente ... el rostro adquirió la pa
lidez de la cera... había muerto.
podía ser tan desamoroso.
Como si todo sucediese a una gran distancia escu
Mi angustia se convirtió en una auténtica tortura,
ché que la monja rezaba y el doctor se marchaba. Me
acelerando mi paso como un motor. Me precipité es
arrodillé al borde del lecho y empecé a hablar con la
caleras arriba, pero luego no me atreví a entrar... Pegué
mue�ta en el to?o más tierno que pude ... Ante mí
la oreja a la puerta... ¡ nada !. .. su cama quedaba en la
volvieron a surgir los años que habíamos pasado jun
segunda habitación. Volví a respirar profundamente,
tos. No le hablé d�l País de los sueños, sino de la época
y abrí...
en que nos conocimo� . Le agradecí todas las alegrías
Lo primero que vi fue el abrigo de piel de Lampen ,
que me habia proporc10nado. Mantuve mis labios jun
bogen. Temblando de pies a cabeza, penetré en la to � �u oído, pues nadie tenía por qué oírme. En voz
habitación. El médico contestó evasivamente a mi sa -
ba¡1S1ma, para que sólo ella pudiera escucharme, le
ludo : se había quitado los puños postizos. En la cama susurré que había intercedido por ella ante Patera y
yacía mi esposa. Su rostro se veía viejo y demacrado. que el Amo nos ayudaría. Aún sentía en mí cierta
Al verla en ese estado, fui presa de un temor indes confianza infantil. Mientras pronunciaba estas últimas
criptible y le imploré al médico : palabras, mi cab�za topó con la suya, que se ladeó
-¡ Ayúdela! ... Ayúdela! pesadamente hacia donde caía la luz amarillenta de la
El gigantesco señor me dio un par de palmaditas en lámpara. Sólo entonces pude apreciar el cambio: ante
la espalda y dijo: mí Y:acía una forma extraña, de labios exangües y nariz
-¡ Cálmese, es usted joven ! -yo empecé a llori pe�ilada, q�e nada tenía 9ue ver con la mujer que yo
quear ... La enfermera quiso alcanzarme un vaso de
habia conocido. Dos pupilas dilatadas y sin brillo mi
agua, pero me incorporé como movido por un latigazo
raron a través de mí; entonces, presa de violentos
y la empujé a un lado.
espasmos e hilvanando sin parar propósitos incohe
Inclinado sobre la revuelta cama contemplé, descon
rentes eché a correr, perdiéndome pronto en las des
solado, a mi esposa moribunda. Ésta mantenía un si '. _
conocidas calle¡uelas. Sin preocuparme de nada ni de
lencio total, interrumpido sólo por un escalofriante
1 72 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 1 73
nadie, anduve buscando los lugares más oscuros y Sin replicar una palabra subí al coche de Lampen
recónditos, pero en ninguno me detuve mucho tiem bogen, aposentando mi magra figura junto al ancho y
po. Pasé la noche entera deambulando como un fan voluminoso señor. La gente nos miraba desde el Café;
tasma locuaz que hubiera perdido el miedo. Me puse Anton hizo una reverencia detrás de la ventana; los
a murmurar las oraciones que recordaba de mis tiem ajedrecistas seguían ensimismados.
pos infantiles. Me sentía solo ... no había nadie más Al cabo de unos minutos llegamos al cementerio.
solitario que yo. Ya a cierta distancia divisé un grupo de personas en
También permanecí oculto el día siguiente, esperan la pequeña antesala de la cámara mortuoria. Poco a
do que la muerte viniera a recogerme. Aquella noche poco fui distinguiendo caras conocidas : Hektor von
escuché toda clase de ruidos y silbidos extraños a mi Brendel, el propietario del Café, un clérigo y unos
alrededor, creyendo ver constantemente la imagen de cuantos desconocidos. Todos se hallaban de pie, sólo
Patera que, como una aparición gris y misteriosa, flo una cosa yacía: un simple ataúd cubierto con un paño
taba delante de mis ojos. Ya estaba amaneciendo cuan negro. Empezó a llover y la humedad fue infiltrándose
do, agotado y con una sensación de vacío en la cabeza, a través de la ropa, cosa que mi piel reseca y tensa
empecé a subir penosamente la escalera de nuestra recibió casi como un regalo del cielo.
casa. Aún revoloteaba en mí la vaga esperanza de que El religioso musitó unas cuantas plegarias y el ataúd
quizá todo no hubiera sido sino una quimera. fue llevado luego a la fosa. Yo encabezaba el cortejo.
La habitación en que mi esposa había muerto se «Allí está encerrada mi esposa » , pensé. Me la imagi
hallaba en completo desorden. Un olor dulzón e insí naba como si aún estuviese viva. «Seguramente sabe
pido llenaba la atmósfera... La cama estaba vacía; man todo lo que está pasando ahora, que yo voy aquí,
tas y sábanas revueltas. En la mesita de noche se veían detrás del féretro y me limito a dejar que las cosas
frascos con medicinas desparramadas y varios terrones
sigan su curso. » Entretanto avanzaba ya, con paso
de azúcar. Un aura de misterio y desconsuelo lo im
inseguro, sobre el césped húmedo y cobrizo. Me es
pregnaba todo. Volví a bajar ... en la calle estaba Lam
forcé por mantener mi compostura. «No deben notar
penbogen junto a su coche.
Me cogió por el brazo ... yo me estremecí: ¿otra nada en mi persona. Dejaré las manifestaciones de
desgracia? dolor para más tarde, cuando esté solo » . En mi cabeza
-Sólo dos palabras : le he estado buscando. No leía constantemente una palabra impresa en letras ma
puede usted seguir así. Le llevaré conmigo, dentro de yúsculas : «¡ Ánimo, ánimo, ánimo, ánimo ! » ... , que se
media hora enterrarán a su esposa. Ahora necesita repetía formando una línea infinita. Entonces me mor
usted un hogar, una familia. Ojalá no rechace mi in dí por dentro las mejillas y, no sin cierta curiosidad
vitación y se venga a vivir un tiempo a mi casa; mi pese a todo, observé el lugar donde estaban cavando
esposa también se alegrará muchísimo. Uno acaba por la fosa, en medio de tantísimas otras tumbas ... Cuando
sobreponerse a este tipo de golpes... ya se calmará. llegamos, quitaron el paño negro que cubría la caja.
1 74 ALFRED KUBIN LA OTRA PAR TE 1 75
Tuve la impresión de estar en una especie de semisom indiferente que mi mujer haya muerto » , pensé cuando
nolencia. Con gran destreza, los sepultureros bajaron la criada me abrió la puerta del comedor. Eran las seis
el ataúd a la fosa. Una sola vez, y por un brevísimo de la tarde. La esposa del doctor ya me había saludado.
instante, miré hacia abajo : la imagen se me grabó en Cuando llegamos, expresó su deseo de que me sintiese
la mente con insólita precisión. «Ésta es la última muy a gusto en su casa y lograse olvidar pronto el
mirada, tu saludo de despedida para la que en vida fue terrible suceso.
tu compañera. » Me alejé con pasos vacilantes, Lam -Claro que sí, el terrible suceso -respondí mecá
penbogen me cogió por el brazo. . . todos los presentes nicamente.
se acercaron a darme el pésame. -La vida está llena de aflicciones --observó Lam
En ese momento alguien llegaba a grandes pasos penbogen mientras ponía una caja de puros sobre la
desde la puerta del cementerio, limpiando su sombrero mesa de mi habitación. En cuanto me repuse de mi
de copa con una de sus mangas. Era el peluquero. Me asombro por tener que vivir desde entonces en un
cogió la mano y en tono solemne dijo: cuarto diferente, me arreglé un poco y bajé al salón.
-Al morir, el Sujeto se transforma en una diagonal Si afuera el tiempo estaba frío y lluvioso,- allí reinaba
que une el Espacio y el Tiempo, ¡ ojalá que esto pueda una atmósfera cálida y lujosa. Mi anfitriona parecía
consolarle! preocupada por mí, y eso me reconfortó. Mi impre
Junto al muro de la izquierda vi el gran mausoleo sión de aquella vez debía de haber sido una simple
de la familia de Alfred Blumenstich: sobre un cubo de ilusión óptica. Volví a mirar tranquilamente sus ojos,
mármol blanco, una esfinge de hierro con yelmo me de un tono grisverde y forma de almendra, que, aun
dieval y visera cerrada. Me alegró pensar que todo que _pensativos, parecían escudriñar constantemente.
había terminado tan apaciblemente. «Esta es la mujer de quien tanto se habla», pensé
Luego volví a subir al coche de Lampenbogen y nos para mis adentros, «no son más que chismes ridícu
pusimos en marcha hacia su residencia. los. »
Nos sentamos a la mesa, uno de cuyos lados anchos
fue íntegramente ocupado por el vientre elefantino de
IX Lampenbogen. Era un gourmand. Cuando comía, la
cara se le hinchaba como un fuelle y se podía ver y
Sin duda alguna, los Lampenbogen habían tenido oír que la comida era de su agrado. Pese a que yo no
un gesto de suma gentileza al acoger en su casa a tenía nada en el estómago, mi apetito era prácticamen
alguien tan desamparado como yo. De todos modos, te nulo. Lampenbogen, en cambio, se transformaba
también me hubiera ido con cualquier otra persona; delante del mantel en una persona distinta, en una
me daba exactamente lo mismo ir a un sitio que a otro. especie de mariscal-eclesiástico, si me permiten la ex
Los Lampenbogen no «se privan de nada; les es presión. Vigilaba las bandejas con �a mezcla de re-
1 76 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 1 77
-Señora, tiene usted un cabello muy hermoso de ideas diáfanas como el cristal. Quería pasar a la
-dije sin pensar. acción ... pero antes se imponía un sondeo.
-No me ha crecido mucho, antes tenía más ... ¡Suel- -Su cabellera suelta debe de ser algo realmente
to es más bonito ! -un repentino sentimiento de pá maravilloso -dije ocultándome tras una bocanada de
nico se apoderó de mí entonces. Sentí que iba empali humo.
deciendo. -¡ Pues me temo que se llevaría una desilusión! -y
Nunca lograré explicarme del todo lo que ocurrió al decir esto volvió a inclinarse rápidamente sobre su
en aquel momento. Cierto es que, en esos últimos días, trabajo, esbozando una leve sonrisa.
había tenido que pasar por las experiencias más terri « ¡ Ajá!», pensé, este tipo de juegos es realmente lo
bles y demoledoras que un ser humano es capaz de que menos me interesa, nunca han sido de mi predi
soportar. Me sentía desfallecido, deshecho y desespe lección. Me levanté con aire indiferente y observé en
rado. un tono de fría galantería:
¿Estará sometida nuestra naturaleza a una especie -Lástima que su esposo no sea un artista ... -(esto
de ley pendular? ¿ Cómo, si no, podría explicarse que fue dicho como un simple pasatiempo, para que mi
en aquel preciso instante surgiera en mí, de forma oponente avanzase unos pasos y se diese a conocer.)
discreta aunque repentina, la idea de permanecer fría Y, tal como me lo esperaba:
mente al acecho? Casi al mismo tiempo sentí que, en -¡ Dios mío, el pobre no entiende nada de esas
mi fuero interno, empezaban a agitarse fuerzas oscuras cosas ! -dijo esto encogiéndose de hombros en forma
e inconmensurables. Todo esto debía de ocurrir en los ligera y despreciativa, exactamente como yo había es
planos más profundos de mi conciencia, pues en la perado. Ahora ya me pertenecía. Y sin embargo, aún
superficie estaba indignado conmigo mismo. Sin em no había sucedido nada, la situación no pasaba de ser
bargo, aquellos impulsos se convirtieron, con la rapi anodina.
dez de un rayo, en una presión volitiva firme y uni En ese momento entró la criada:
taria, controlada desde algún punto por una instancia -¿ Desean algo más los señores?
superior. El hecho es que había recuperado mi sangre -¡ No, puede retirarse!
fría y me sentía tan calculador como una serpiente. -¿Qué diría usted si, abusando de su confianza, le
Visto desde fuera, sólo era un hombre que estaba rogara que se soltase la cabellera?
fumando. (Necesitaba hacer esta pregunta antes de dejar caer
Melitta dejó un momento su costura y dijo con voz la trampa, pues un rechazo hubiera sido demasiado
tranquila: ridículo.)
-Como pintor que es, algo tendrá que saber de la -¿Hoy, el día del entierro de su esposa?
belleza. (Una falsa estocada.)
Yo disponía en aquel instante de toda una secuencia -Además de la muerte, también existe la vida
1 82 ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE 1 83
-añadí continuando con la comedia. Cierto es que
experimentaba la ligera presión de una onda contraria,
mas ¿qué podía ésta ante la fuerza que ya se había
posesionado de mí?
-Pues, si usted lo desea ... si con eso puedo conso
larle.
(¡Ajá! El aguijón oculto contra el viudo, su último
quite.)
«Qué estúpida es esta mujer ... todas son iguales ... »
Esta idea cruzó inopinadamente por mi espíritu. Me
litta se levantó y empezó a desatarse la cabellera.
-¿No regresará la criada? -pregunté en voz muy
baja y tranquila.
(Dije esto como quien corre un cerrojo y, a la vez,
para evitar que la escaramuza se prolongase mucho
rato. Además, sentí que el desorden empezaba a cundir
en mi mente.) Ella respondió casi en un susurro :
-Estamos seguros -(¿qué más se podía pedir?)
Dos soberbias trenzas color castaño se deslizaron por
su espalda. Luego, de pie tras el alto biombo que
ocultaba la chimenea, acabó de soltarse el cabello.
Aunque estaba realmente sorprendido, no pude por
menos de exagerar un poco la nota. Empecé a halagarla
con toda clase de observaciones eruditas sobre el par
ticular, sazonando poco a poco mi discurso con pala
bras apasionadas. Al fin y al cabo, su cabellera no era
lo que más me interesaba en ella.
De pronto, un vago sentimiento de angustia me
oprimió la garganta. Pensé que si seguía hablando
tanto acabaría por decir idioteces.
-Su cabellera es única -pero ¿ no podría el artista
ver algo más ? Venga, venga -le dije lisonjeramente,
observando su creciente confusión.
LA OTRA PARTE 1 85
-¿No cree que pide usted demasiado? -replicó en
un tono de coqueta indignación. El rubor de sus me
jillas me indicó que la resistencia empezaba a ceder.
Entonces, mis trémulos dedos pudieron sustituir los
de la criada...
En el boudoir contiguo, dos pequeños candelabros
de pared arrojaban una luz macilenta. Quise sacar a
Melitta de su lánguida apatía, pero al mismo tiempo
me complacía verla en ese estado. Sentí aquel aroma
embriagador, tan conocido en el Reino de los sueños...
en ese momento, mi mujer nunca había existido...
-¡Sí, sí, muy bien! -y cambiaban de tema. El se había enterrado allí y estaba acechando al molinero.
Reino de los sueños nos parecía grandioso e incon Me sentí aliviado.
mensurable y no tomábamos en consideración al resto Cuando hube concluido mi trabajo, regresé a casa.
del mundo, relegado al olvido. Ninguno de los que se Me detuve un momento en el puente, hasta el que
hubiera ambientado allí quería volver a salir; fuera llegaba un canto arrastrado y monocorde. En esa di
todo era falso, no había nada. rección quedaba el Suburbio con sus casuchas bajas ;
Una tarde bajé hasta la orilla del río con la intención un lugar que nunca había visitado, pues el País de los
de tender unos cuantos reteles anguileros : la pesca sueños me había ofrecido siempre atractivos suficien
hab ía sido, desde mi juventud, una de mis grandes tes. La solemne monotonía de aquel canto me llegó al
_ corazón; me puse a escucharlo en silencio. Una mis
pas10nes.
La extraña sustancia gaseosa seguía crepitando y teriosa calma reinaba sobre el agua. «Quisiera ir pron
flotando en torno al molino, sobre cuyas paredes vi to allí», decidí en mi interior, y una vez más volví a
deslizarse rayas verdosas y fosforescentes. Al acercar pensar en los grandes enigmas que rodeaban a Patera
me, observé una serie de fenómenos desagradables y y en lo que yo sabía de ellos. Sobre todo esto hablaré
claramente perceptibles que empezaron a inquietarme. en el próximo capítulo.
Bajo la puerta, en la que una cabeza de búho, un Luego fui un momento al Café. No pude lograr que
murciélago crucificado, y todavía vivo, y una pata de Anton me atendiera. Se hallaba charlando animada
reno hacían las veces de amuletos de la buena suerte, m:nte con un_ grupo de parroquianos, ante los que
bajo aquella puerta, digo, se hallaba el molinero, lan agitaba la págma de anuncios del último número de
zando destellos intermitentes con su pipa. Siempre La Voz.
había sentido miedo ante aquel individuo tan reticente, -Ya está aquí, ayer llegó -escuché que decía.
mas esta vez pasé a su lado con toda intención y sin Finalmente se acercó a atenderme con gran soli
ningún temor. Ya tenía pensado el sitio donde iba a citud.
lanzar las redes : inmediatamente detrás de la gran -Hoy ha llegado el Americano -manifestó en
compuerta. En el instante en que me disponía a tirar tono importante.
las, oí que una voz queda pero nítida me decía desde -¿Quién?
muy cerca: -Pues el Americano, un hombre con mucho di-
-¡Pst, pst, cuidado ! ¡ Póngase más a la izquierda, nero.
por favor! -no vi a nadie hasta que, de pronto, noté
horrorizado una cara gruesa y redonda que se movía
a mis pies, sobre la arena. Al comienzo temí que se
tratara de alguna nueva ilusión diabólica, pero el mis
terio halló pronto una explicación natural: un policía
CAPÍTULO V
EL SUBURBIO
II
ojos de mis amigos tanto como de mis enemigos, en qué las cosas encajaban tan bien unas con otras, ha
diversos animales, plantas y piedras. Su fuerza imagi ciendo posible el surgimiento de un cosmos. Todo este
nativa latía en todo lo existente : era el latido del País proceso implicaba, empero, una serie de sufrimientos
de los sueños. Y, sin embargo, también encontré en horrorosos, pues cuanto más alto se crecía, más pro
mi interior elementos extraños. Descubrí con horror fundas tenían que ser las raíces. Si pido alegrías, estoy
que mi Yo estaba compuesto por una serie infinita de pidiendo al mismo tiempo penas. Nada ... o todo. La
Yoes que se mantenían al acecho uno detrás del otro. causa final debía residir en la imaginación y en la nada,
Dentro de esta vastísima cadena, el que venía luego y quizás éstas no eran sino una sola cosa. Quienquiera
me parecía más grande y hermético que el anterior, y que haya captado su ritmo podrá calcular aproxima
los últimos escapaban ya a mi comprensión, diluyén damente el tiempo que la miseria o la aflicción habrán
dose en un plano crepuscular. Cada uno de estos Yoes de pesar sobre él. La locura y la contradicción tienen
tenía sus propios puntos de vista. Así por ejemplo, la que ser vividas junto con el resto. El incendio de mi
concepción de la muerte como final era correcta desde casa es a la vez desgracia y llamas. Que la víctima se
la perspectiva de la vida orgánica. No obstante, a un consuele pensando que ambas cosas son imaginarias.
nivel de conocimiento más elevado el ser humano no Patera, que salía ganando en ambas partes, también
existía en absoluto, y por lo tanto nada podía llegar a tenía que hacerlo.
ningún fin. Omnipresente era el rítmico pulso de Pa Gracias a la afinidad de las pulsaciones empecé a
comprender también a los seres inferiores. Podía decir
tera, cuya insaciable fuerza imaginativa propendía a la
exactamente : este gato ha dormido mal o aquel jilgue
simultaneidad en todo orden de cosas : el objeto y su
ro tiene ideas ruines. El reflejo de todas estas cosas en
contrario, el mundo ... y la nada. Tal era el motivo por
mi interior regulaba mi conducta. La agitación del
el que sus criaturas vivían en perpetua oscilación. Te
mundo exterior había excitado y sensibilizado mis ner
nían que rescatar su mundo imaginario del dominio vios durante tanto tiempo que ya se hallaban maduros
de la nada y, al mismo tiempo, reconquistar la nada a para las experiencias del Mundo de los sueños.
partir de este mundo imaginario. Pero la Nada era Al término de estos procesos evolutivos el ser hu
rígida y no quería ceder; entonces, la fuerza imagina mano cesa de existir como individuo y tampoco se le
tiva empezaba a zumbar y a vibrar intensamente, a necesita. Este camino conduce a las estrellas.
todos los niveles iban surgiendo formas, sonidos, olo
res y colores : ¡y ya estaba ahí el mundo ! Después, la
Nada volvía a devorar todo lo creado y el mundo se III
convertía en algo pálido y opaco, la vida se enmohecía, En la maraña del sueño
enmudecía y acababa desintegrándose y muriendo de
nuevo... Nada, hasta que el proceso se iniciaba una vez Aquella noche me dormí pensando en grandes co
más desde el principio. Ésta era la explicación de por sas. Menos grandioso fue mi sueño que, debido a lo
202 ALFRED KUBIN LA OTRA PAR TE 203
EL ADVERSARIO
cuantiosa suma. A fin de verle me dirigí una tarde al «que podía esperarlo en algún lugar cercano». A su
restaurante del hotel, vestido de etiqueta. vez, él utilizaba de vez en cuando al dibujante como
Allí me encontré con Castringius y el señor von postillon d'amour, aunque entonces también solía
Brendel, y tuve oportunidad de descubrir una faceta cumplir los encargos de un modo por demás extraño.
que aún desconocía de la personalidad de mi colega. -¡ No logro liberarme de él! -añadió con resigna
Durante el largo período en que dejé de verle, Cas ción-. Además, es de una cordialidad realmente in
tringius había trabado amistad con el barón von Bren creíble. ¡ Ya veo que así es como se aprende !
del. El artista, que me reconoció al momento, adoptó -En efecto, un auténtico temperamento de artista
una actitud extraña y en extremo displicente. Como si -le repliqué, riéndome, al barón.
sólo me conociese a la ligera, contestó en forma es Por lo demás, aquella velada transcurrió en medio
cueta y algo evasiva a mi saludo, volviéndome la es de gran animación. Brendel ordenó que trajeran cham
palda inmediatamente. Su comportamiento no pudo paña y Castringius, con aire de mecenas, me daba
por menos de llamarme la atención. «¿Qué tendrá?», golpecitos en el muslo mientras decía:
pensé, «yo nunca le he ofendido, y en cuanto a él, más -¿Eh? ¿ Qué le parece ? -ignoraba que el alcohol
bien solía ser casi inoportuno. Hace prácticamente me era totalmente indiferente en cualquiera de sus
cuatro meses que no nos hemos visto ... Qué raro». Me formas.
alegró sobremanera que Brendel estuviera presente. En la gran sala de al lado había ruido. Se oían
Estaba examinando la carta con suma atención y no discursos y aplausos ... el americano había convocado
advirtió al instante mi llegada, pero en cuanto me vio, una pequeña asamblea. Había jurado que volvería a
se levantó de un salto y me invitó cordialmente a su implantar el orden en el Reino de los sueños, me
mesa. Al comienzo, el dibujante frunció las cejas con dijeron. Más tarde le vi personalmente cuando atrave
gesto de extrañeza, mas pronto se dio cuenta de la saba el local. Nunca olvidaré esa primera aparición.
situación y su arrogancia se desvaneció por completo. Por la puerta de la sala entró un hombre que frisaba
Entonces me extendió sus hélices propulsoras. en los cuarenta, de aspecto bajo, aunque macizo, y
En resumen la situación era la siguiente: Castringius anchas y hercúleas espaldas. Su cara ofrecía una extra
no tenía la menor idea de que Brendel y yo éramos ña combinación de buitre y toro. Todas sus formas
íntimos amigos hacía tiempo y quería monopolizar la desafiaban ligeramente las leyes de la simetría: la nariz
amistad del barón. Como esto era ya del todo impo ganchuda se desviaba hacia uno de los lados, y la
sible, se adaptó a las nuevas circunstancias ... un genio acentuada barbilla, así como la frente, alta, despejada
de la adaptación. Cuando se ausentó un momento de y muy angulosa, daban un aire de equívoca intrepidez
la mesa, Brendel empezó a quejarse de su nuevo ami a toda la cabeza. Su negro cabello raleaba a la altura
go, que vigilaba celosamente todos sus pasos. Me dijo de la coronilla. Llevaba puesto un frac. Con pasos
que le acompañaba a cada una de sus citas alegando cortos y elásticos pasó junto a nuestra mesa; Castrin-
212 ALFRED KUBIN LA O TRA PARTE 213
gius se apresuró a saludarle y recibió una breve venia -Sólo un instante -dije, y me senté-. ¿ Qué nue-
como respuesta. El americano atrajo la atención de vas cosas buenas le han sucedido ?
todo el restaurante. -¡ Oh, algo que usted ni se imagina, mi querido
-¡ Qué tipo !, ¡ quién pudiera acercarse a él, allí hay señor! Por fin la tengo, ahora es toda mía, ¡ hoy es un
dinero como heno ! --observó Castringius siguiéndole día grande ! -y sus ojos bondadosos se iluminaron en
atentamente con la mirada-. El enemigo jurado de un repentino éxtasis-. He pasado diez largos años
Patera, me lo ha dicho nuestro redactor jefe ... -y al buscándola y al fin la encuentro. ¡No se imagina lo
decir esto llenó su copa hasta el borde. Esgrimiendo que esto puede significar para un hombre ya viejo!
una sonrisa escéptica, Brendel hizo un brindis con él ¡ Son cosas que rejuvenecen ! ¡ Se siente un nuevo soplo
y dijo: de vida que anima los achacosos miembros ! Nunca
-¡ Pues que le aproveche, tanto a él como a usted ! más me separaré de Acarina Felicitas.
-entonces, la benevolencia de Nik empezó a aumen- Le felicité. « ¿ Un segundo renuevo? » pensé, «jamás
tar con cada copa. Cuando llegó la orquestina de zín hubiera supuesto algo así en un caballero tan venera
garos con un tañedor de címbalo, se puso a cascar ble. ¿ Será acaso alguna cantante de variedades? Por
nueces con los dientes y, mientras se golpeaba el crá qué no, puede haber algunas muy simpáticas. »
neo cubierto de un pelamen lanoso y ensortijado, le -¿Y por qué no la ha traído con usted? -le pre
gritó al director: gunté, compadeciendo al anciano en mis adentros.
-Aquí tiene al hombre de la dentadura de león -al («Seguro que lo estará arruinando » , pensé.)
notar las miradas de asombro de Brendel añadió: -Pero si aquí la tengo -exclamó con gran entu
-Es un buen amigo mío, ¿puedo invitarle a nuestra siasmo a la vez que sacaba del bolsillo de su levita una
mesa? -Brendel propuso que, puesto que me hallaba cajita envuelta en papel platinado.
presente, era yo quien debía decidir. Pero el director -¿Una fotografía? ¿Algún medallón? Por favor,
de la orquestina me pareció un individuo abominable. permítame mirar -le rogué.
Luego volvimos a escuchar el griterío de la multitud, -No, es mi adorada Acarina Felicitas en persona,
dominado por la estentórea voz del americano. ¡ allí la tiene, en el rincón !
Al mirar a mi alrededor divisé a un viejo conoci Y efectivamente, en la cajita pude ver un insecto
do, el profesor Korntheur. Elegantemente vestido pequeño y de color grisáceo: el condenado piojo del
con un chaleco de seda clara y una corbata que le polvo. Entonces comprendí. (En casa de mi padre hay
llegaba hasta la barbilla, el anciano señor estaba muchas habitaciones.)
sentado en una especie de nicho lateral, y tenía en la Cuando nos marchábamos pregunté al hotelero qué
mesa una botella de borgoña. Me levanté y fui a salu habían decidido en la pieza contigua entre tanta alga
darle. Él hizo un gesto alegre y festivo y me ofreció zara.
una silla. -Sí, se lo puedo decir ahora mismo -replicó en
214 ALFRED KUBIN LA O TRA PARTE 215
tono misterioso-, hoy se ha fundado la Asociación refugiaban en las esquinas y bajo las puertas cocheras
Lucifer. a fin de esquivar al desconsiderado jinete. Al llegar a
Castringius, que había bebido varias copas más de los baños públicos sujetaba firmemente las riendas de
la cuenta, quería llevarnos a toda costa a casa de ma su cabalgadura y, después de desvestirse, se lanzaba al
dame Adrienne. Nosotros nos negamos. agua montado. Con gran facilidad domeñaba aquel
-Entonces el artista irá solo -dijo y, volteando atleta al encabritado animal. En cierta ocasión llegó a
hacia fuera el forro de su levita color café, se alejó con nuestro Café tras haber tomado uno de esos baños.
un aire entre grave y satisfecho. Sus últimas palabras Pidió una serie de bebidas que allí sencillamente no
fueron-: ¡ Buenas noches, pequeños ! había y, al punto, se puso a despotricar furiosamente,
calmándose un poco cuando le trajeron un grog. En
tonces tuve oportunidad de observarle muy de cerca,
pues su perfil diabólico se hallaba exactamente enfren
II
te de mí. «Sin duda un individuo peligrosísimo», re
conocí para mis adentros. Casi podía decirse que su
La persona del magnate americano seguía dando corta pipa formaba parte de su cara, aunque también
muchísimo que hablar. Cada tarde solía recorrer la llevara siempre dos grandes cajas de gruesos puros.
Calle Larga galopando en un potro negro. Desde el «Puros de propaganda», como él mismo los llamaba.
Café podíamos ver perfectamente su sonrisa de des A todos les ofrecía uno y el que aceptaba pasaba a ser,
precio, mientras los pálidos habitantes del Reino se al menos en un cincuenta por ciento, propiedad suya.
Otras veces venía a hablar de sus teorías y partidos, e
incluso en el Café trataba de conseguir adeptos. Luci
fer, la liga sociopolítica que él mismo fundara, fue
calurosamente saludada por La Voz, mientras que el
diario oficial guardó absoluto silencio. Bell contaba
muchas cosas sobre el mundo exterior, y al hablar
paseaba constantemente la mirada por toda la asam
blea, como queriendo calcular el efecto que en noso
tros producían sus palabras. Aún recuerdo muchas de
las cosas que dijo:
-¡ Habéis perdido el sol, desdichados ! Bien mere
cido lo tendréis si llegáis a perder vuestras vidas, ¿por
qué no os rebeláis? Miradme a mí. .. ved cómo escupo
sobre vuestro Patera !
216 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 217
Y lanzando una carcajada sarcástica golpeaba la Esto era algo que el americano no había esperado:
mesa con el puño. Los auditores se acurrucaban aterra no era su intención soliviantar a aquella gente.
dos, temiendo que algún rayo inesperado viniese a -¡ Oh sombras irracionales que ya no servís para
castigar al autor de semejante blasfemia. Todos baja nada: el diablo os tiene enteramente entre sus garras
ban tímidamente los ojos ; nuestro posadero se persig y el resto de inteligencia que aún os quedaba ha su
naba varias veces seguidas y se daba golpes de pecho, cumbido al embuste universal! --en esos términos se
murmurando diversas jaculatorias. Anton se ponía de expresaba por doquier.
hinojos junto a la estufa y murmuraba dos veces : La gran afluencia de extranjeros que se hizo sentir
-¡ Diablo santo, protégenos ! ¡ Diablo santo, proté por aquella época dio lugar a una serie de confusiones
genos ! y malentendidos bastante extraños. Los recién llegados
Los jugadores de ajedrez eran los únicos que per encontraban allí a sus dobles, hecho que motivó todo
manecían imperturbables. tipo de contrariedades y sorpresas desagradables pues
El americano observaba atentamente el efecto pro muchos de ellos no sólo presentaban similitudes físicas
ducido por sus palabras, luego escupía al suelo, arro y de comportamiento con los antiguos residentes, sino
jaba una moneda de oro sobre la mesa y salía echando que incluso en la ropa parecía haber prevalecido un
miradas llenas de desprecio. criterio rigurosamente imitativo con respecto al origi
Si bien no lograba poner a todos de su parte, es nal. Aunque parezca absurdo, diré que era fácil toparse
indudable que fue despertando la conciencia política con dos Alfred Blumenstichs en la calle, o con dos
de los habitantes del Reino, con lo cual, sin embargo, Brendels o varios Lampenbogens. Uno se precipitaba
hizo mucho más daño que el que quizá se había pro al Café para saludar a algún conocido al que no había
puesto. Empezaron a surgir toda suerte de grupos y visto hacía tiempo y ... ¡ menuda sorpresa! : resultaba
asociaciones que reclamaban cosas diferentes : libertad que era otra persona ... Lampenbogen iba caminando
de elección, comunismo, implantación de la esclavitud por la calle, yo me sacaba el sombrero ¡ y en la próxima
o del amor libre, comercio directo con el extranjero, esquina volvía a ver a Lampenbogen! Un día vi al
mayores restricciones aduaneras o la abolición del dueño del Café cuatro veces seguidas, y, sin embargo,
control fronterizo: en fin, salieron a relucir una serie habría jurado que él seguía trabaj.ando en su estable
de aspiraciones diametralmente opuestas entre sí. Se cimiento. Por lo demás, yo mismo debía de tener algún
formaron clubs religiosos que agrupaban a católicos, otro Yo, pues más de una vez recibía una amable
judíos, musulmanes y librepensadores. Según los pun palmada en el hombro y, al volverme, veía a un des
tos de vista más diversos, tanto políticos y comerciales conocido que con aire desconcertado me pedía dis
como del orden espiritual más elevado, los habitantes culpas.
de Perla fueron escindiéndose en grupos que a menudo En cierta ocasión fui presa de una agitación sin
no contaban con más de tres miembros. límites. Caminando por la Calle de los Tenderos -un
218 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 219
oscuro pasaje que conducía del Barrio francés al mer máscara, n o había quien n o l a reconociera de inme
cado de verduras- tropecé con una dama que era el diato. Este escándalo motivó un acercamiento aún ma
vivo retrato de mi difunta esposa. Dolorosos recuer yor entre Brendel y Lampenbogen. Ambos se sentían
dos acudieron a mi mente y me puse a seguirla hasta ofendidos en su honor, y todo sufrimiento compartido
que desapareció en una casa de alta fachada gótica. resulta más llevadero. Brendel había sucumbido por
Antes de cruzar el umbral se volvió un instante hacia entero a los encantos de la frívola señora y ya no podía
su perseguidor: el asombroso parecido, que se exten cambiar de amante. Con los ojos hundidos y un aire
día hasta los menores movimientos, me causó una de gran preocupación, se pasaba los días deambulando
honda consternación. Empecé a verla más a menudo por calles y plazas e incluso evitaba encontrarse con
y hasta confieso que la espiaba en secreto. En lo más migo : vivía avergonzado. En cambio, la insaciable Me
íntimo de mi corazón, y sin decírmelo del todo a mí litta no sentía reparo alguno en mostrar su desvergüen
mismo, comencé a pensar en la eventual posibilidad za. Ella se contaba también entre las fervientes admi
de una segunda dicha... hasta que, un buen día, la vi radoras del americano, cuyas anchas espaldas, com
del brazo de un individuo rechoncho y de larga cabe plexión robusta y extraña coloración cutánea la atraían
llera que llevaba un sombrero calañés. Cuando pre irremisiblemente. Todos la habían visto contonearse
gunté en su casa me dijeron que era la esposa de un ante él y levantarse la falda hasta más arriba de la
constructor de órganos de la Corte. Tuve la impresión rodilla, mientras dejaba caer el pañuelo, los imperti
de haber sido engañado. Precisamente por aquella épo nentes y el monedero. Poco galante, el hombre del
ca, en que la más ligera lluvia otoñal disolvía todas las Oeste no reaccionaba en absoluto ante aquellos escar
formas en su indeciso resplandor, había que poner la ceos, y cuando la bella dama se inclinaba y acercaba
máxima atención para evitar confusiones. Valiéndose provocativamente sus caderas hacia el domador de
de un nombre falso, un tal Castringius II había con hombres, éste le decía en tono frío: «¡ Vamos, niña,
traído tal cantidad de deudas en todas las tabernas que deja paso !», y la empujaba a un lado. Despechadísima,
nadie más quiso fiarle un céntimo al verdadero Cas Melitta utilizaba entonces los buenos oficios del pobre
tringius. Brendel, a quien sin éxito alguno enviaba contra el
En el que fuera Teatro municipal, unos cuantos testarudo rival. El americano mandó decir que estaba
plutócratas fundaron, en el curso de una gran fiesta, acostumbrado a batirse exclusivamente con un látigo
La Liga de la Alegría. Melitta desempeñó en ella un para perros, poniendo así punto final a aquel escán
papel preponderante, sacando amplio provecho de su dalo.
triste reputación. En cierta ocasión se fugó de su casa La Asociación L ucifer reclutaba la mayoría de sus
y, por espacio de una semana consecutiva, apareció miembros entre los recién llegados, que, por lo gene
desnuda en una escena del espectáculo llamado La ral, se mostraban reacios ante la idea de enfundarse en
nueva Eva. Si bien llevaba la cara oculta por una los anticuados y ridículos trajes. Además, aquellos
220 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 221
objetos pasados de moda y el ya histórico mobiliario creían en el Amo, y el de quienes prestaban oído a las
tampoco les hacían la más mínima gracia. Este tipo de palabras del Americano. Cierto es que estos últimos
gente se afilió al partido del americano. no eran del todo dignos de confianza, y él lo sabía: de
Más de una vez me puse a pensar, bastante perplejo, ahí que no cejara un instante en su propaganda.
en la absoluta pasividad con que el auténtico Amo Como sin duda recordarán mis lectores, en Perla
observaba todas estas maquinaciones, que tan abierta había dos diarios y un semanario ilustrado. Lógica
mente violaban las normas de vida tradicionales del mente, el nuevo potentado no tenía acceso al diario
Reino de los sueños. El propietario de nuestro Café, oficial, que permanecía fiel al Gobierno desde la pri
que mantenía una postura neutral, solía comentar no mera a la última línea. En cambio, Bell ejerció pronto
sin astucia: «¡No se preocupe, que el Otro se las sabe un gran influjo en La Voz, consiguiendo que la redac
todas!» ción del periódico declinara toda responsabilidad en
El control fronterizo seguía funcionando con la una nota al final de sus subversivos artículos. Nuestro
misma eficacia que antes, y, sin embargo, en el interior redactor tuvo que adaptarse a este doble juego que,
de las murallas todo se hallaba como bajo el conjuro por lo demás, no parecía resultarle muy difícil. Des
de una calamidad inminente. El aire se tornó más pués de todo, él siempre había dirigido en secreto los
bochornoso y opresivo que nunca; una luminosidad tres periódicos que tenían, cada uno, orientaciones
pálida y diáfana inundaba nuestra ciudad e incluso, en diferentes.
contadas ocasiones, unos cuantos rayos solares caye Los dos ilustradores tuvimos que seguir entregando
ron oblicuamente sobre ella, atravesando el siempre nuestros trabajos tal y como solíamos hacerlo hasta
inmóvil cerco de nubes. Aquella luz desagradable y entonces en el Espejo de los Sueños. Castringius, por
ofuscadora no dejaba de ser inquietante; como hacía su parte, intentó varias veces rendirle homenajes se
tiempo que no estábamos acostumbrados a ver el sol, cretos al americano. Lo representaba como un gigante
todos hubiéramos preferido, en el fondo, alguna lluvia protegido por una armadura de oro, que llenaba su
refrescante. pipa con documentos y obligaciones estatales; hasta
El tiempo parecía haber adoptado un ritmo diferen que un día recibió una postal de Hércules Bell en la
te. Por todas las calles se agitaban ahora grupos de que sólo figuraba la palabra: «¡Burro !»
gente angustiada y temerosa que daban a Perla -nor De pronto empezaron a oírse rumores de que el
malmente tan tranquila- el aspecto de una ciudad americano quería comprar La Voz y El Espejo de los
comercial y bulliciosa. Los miembros de un mismo Sueños por una suma elevadísima y editarlos él mismo.
partido intercambiaban contraseñas en forma rápida. Sin embargo, antes dio su golpe maestro: la proclama.
En líneas generales, y pese a las divergencias que pu Para ello hubo de violentar primero a nuestro pobre
dieran existir a nivel individual, toda la ciudad estaba redactor jefe y propietario de la imprenta.
dividida en dos grandes grupos : el de aquellos que aún -¡No la imprimiré ! -le aseguró al comienzo, tem-
222 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 223
blando de miedo. Pero el energúmeno se limitó a reír,
lanzando una densa bocanada de humo a la cara del PROCLAMA
aterrorizado cumplidor de su deber.
-¡ Usted me imprimirá esto de inmediato y en papel « ¡ Ciudadanos de Perla!
carmesí ! -rugió. El otro pobre cay_ó de rodillas y
gimió: »¡ Cuando llegué aquí, pensaba encontrar un país de
-¡ Piedad! ¡ Piedad!, pero no puedo imprimirlo : un lujo y esplendor asiáticos ! Sin duda a vosotros os
¡ significaría mi muerte! pasó lo mismo. Por espacio de siete años dirigí innu
merables súplicas a Patera para que me abriese las
Entonces, el inexorable americano sacó un revólver
puertas del Reino de los sueños. Finalmente accedió a
de su bolsillo y, aplicándolo a la oreja del pobre hom mi deseo, aunque más me hubiese valido que persis
bre, exclamó : tiera en su negativa. ¡ He encontrado un Reino en el
-¡Si no me obedece de inmediato, disparo! -pá que impera el Absurdo ! Sólo la gran lástima que me
lido y temblando de pies a cabeza, el redactor cogió inspiráis me mueve a intentar abriros los ojos. ¿Están
la hoja: acaso vuestras vidas condenadas de antemano? ¡No!
-Soy padre de familia -gimió mientras gruesas ¡ Una y mil veces no ! Y, sin embargo, vivís sumidos
lágrimas rodaban por sus mejillas. en una angustia e infelicidad constantes. ¡ Esto es algo
El americano vigiló personalmente la impresión. que tenéis que admitir, todos y cada uno de vosotros !
Cuando le parecía que el trabajo avanzaba demasiado ¡ Habéis caído en las redes de un charlatán, de un
lento, el monstruo lanzaba varios disparos al aire. Al farsante, de un hipnotizador! ¡Y ello os ha costado
caer la tarde había ya seis mil proclamas listas; el papel vuestra salud, vuestros bienes y vuestro sano juicio!
rojo no había alcanzado para más. ¡ Infelices ! ¡ Sois todos víctimas de una hipnosis colec
-Y ahora, estúpido, ¿qué ha pasado, eh? -le pre tiva! Nadie sigue ya los dictados de su propia razón.
guntó al editor, que aún seguía preocupadísimo. No ¡No, todos consideran las ideas que les son sugeridas
obstante, obsequió a cada empleado de la imprenta con por una fuerza extraña como el producto de su propia
cien florines de oro. mente ! ¡ De este modo dejáis que os importune hasta
la muerte, y aquel demonio se regocija perversamente
en este juego !
»¡ Pero todavía estáis a tiempo de salvaros! Invito a
III
todo el que aún tenga una chispa de energía a que me
secunde en mis proyectos.
El ejemplar de la proclama que reproduzco a con »Poned la máxima atención en lo que tengo que
tinuación me lo cedió gentilmente un oficial ruso que deciros. ¡Hay que liberarse de las cadenas del hechizo !
presenció la conquista del Reino de los sueños y que ¡ Sólo tenéis que desearlo seriamente y seréis libres!
además me autorizó a publicarlo. ¡ Agrupaos en torno a mí, formad batallones y tomad
224 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 225
por asalto el tres veces maldito Palacio ! Ofrezco la »¡ Ciudadanos ! ¡Ahora que os he abierto los ojos no
suma de volváis a cerrarlos ! Os exhorto una vez más a que
aceleréis la caída de esta bestia. ¡ Permitidme que os dé
un millón de florines 'un consejo! ¡Protegeos contra el sueño! ¡Es en él
cuando el Amo os esclaviza! En la impotencia del
por la cabeza de aquel hijo de Satanás. ¿Sabéis acaso sueño quedáis enteramente a su merced, y es entonces
en qué casas os veis obligados a vivir? Yo os lo puedo cuando os infiltra sus malignas ideas, cuando renueva
decir: no hay casi ninguna que no haya sido mancillada y consolida día tras día su hechizo infernal, destro
por toda clase de crímenes, hechos sangrientos e infa zando vuestras voluntades. ¡ Tengo el pleno convenci
mias antes de ser trasladada al lugar que ahora ocupa. miento de que un buen día volveré a veros a todos
El mismo Palacio está construido con restos de edifi felices y contentos !
cios que han sido escenario de sangrientas conjuras y »¡El gran mundo exterior ha dado un paso gigan
revoluciones. Al efectuar la selección, Patera se re tesco hacia la luz del futuro ! Vosotros, en cambio,
montó hasta las épocas más lejanas. Fragmentos de El habéis retrocedido y estáis sumidos en un profundo
Escorial, de la Bastilla y de las antiguas arenas romanas marasmo. No tenéis participación alguna en los gran
fueron utilizados en su construcción. Por instigación diosos inventos de nuestra época; ¡ esos innumerables
de vuestro Amo y Señor, bloques de piedras de la inventos, que van sembrando el orden y la felicidad
Tower, del Hradschin, del Vaticano y del Kremlin fue por todo el mundo, siguen siendo un enigma para
ron robados, partidos en pedazos y enviados hasta aquí. vosotros, habitantes del Reino de los sueños! ¡ Ciuda
»Dondequiera que imperase la desdicha humana ex danos, vuestro asombro no tendrá límites cuando sal
tendía vuestro Amo sus tentáculos. El Café de la Calle gáis de aquí! El azul del cielo y el verdor de las pra
Larga era, hasta hace unos cincuenta años, un cafetín deras os sonreirán nuevamente; el sol volverá a teñir
de mala fama situado en las afueras de Viena, y la de rosa vuestras pálidas mejillas, sentiréis una vez más
lechería era una cueva de bandidos en la Alta Baviera. la dicha inefable en compañía de vuestros hijos y ya
¡ Sobre el molino, que fue comprado en Suabia, pesa sólo recordaréis con horror esa estéril inmundicia que
desde hace dos siglos la maldición de un fratricidio ! se llamó el Reino de los sueños. ¡ Protegeos contra
Éstos no son sino unos cuantos ejemplos; no quisiera todas las artimañas de este actor criminal !
comunicaros aquí los resultados de todas mis investi »¡ Abajo Patera! ¡ Tal deberá ser vuestro grito de
gaciones. En todo caso, tened la plena seguridad de guerra!
que Patera efectuó la mayor parte de sus misteriosas »¡ Uníos todos a los hijos de Lucifer!
compras en los barrios más sórdidos e inmundós de
las grandes ciudades. París, Estambul y otras más le »Dixit
dieron lo peor que tenían. »Hércules Bell. »
226 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 227
Castringius dibujó una gran viñeta para encabezar con una de las sirvientas del americano, igu almente de
la proclama: una diosa de la libertad coronada con una color. Bell se había ganado la simpatía de aquel hom
diadema y sosteniendo unas tablas, en cuyo dorso bre con un valioso regalo de bodas, y ambos se ale
figuraban las palabras : Libertad, I gualdad, Fraterni graron muchísimo cuando volvieron a encontrarse en
dad, Sociedad, Ciencia y Derecho. De la diadema par el Reino de los sueños. Flattich era fuerte como un
tía la bandera estadounidense, que recorría, en un con roble y, además, bondadoso. Lo único que había que
tinuo movimiento ondulatorio, todo el margen de la evitar era sacarlo de su apatía, pues entonces se con
proclama. Para fijar y repartir los rojos carteles se vertía en un ser realmente temible. En el ínterin había
contrataron los servicios de Jacques y su banda. Era enviudado y se dedicaba a adiestrar pájaros. Bell quiso
éste un adolescente aún imberbe y esmirriado que sólo ganarlo en seguida para su causa, pero sus propuestas
tenía madre: el padre era desconocido. La madre, ma no hallaron eco alguno. Flattich era un ferviente ad
dame Adrienne, era una conocida alcahueta y propie mirador de Patera y nada en el mundo podía alejarle
taria del mejor de los dos establecimientos sitos en el de éste. Tampoco tomó parte en la revolución, sino
Barrio francés, del que además nunca salía. Jacques, que siguió ocupándose de sus pájar� s. Vivía en el
una auténtica fisonomía patibularia, rondaba siempre Barrio francés, donde era muy quendo por todos.
por todos los antros de corrupción, donde tenía el Volveremos a hablar de él en el curso de nuestra his-
rango de un general del hampa. Sus hazañas, de una toria.
osadía muchas veces extraordinaria, gozaban de reco A consecuencia de las orgías y el libertinaje impe-
nocido prestigio entre los sujetos de su calaña. El rantes el sistema nervioso de los habitantes del Reino
americano conoció a este individuo en una fonda y lo empe;ó a flaquear a un ritmo i quietante. Con� cidas
?"
contrató de inmediato, ofreciéndole un cuantioso an enfermedades psíquicas y nerviosas como el baile ?e
ticipo. Para Jacques, que se ganaba la vida con todo San Vito, la epilepsia y la histeria, se f�eron co�v1r
tipo de prácticas infames, las riquezas del político te tiendo poco a poco en fenómenos colectivos. Casi to
nían un atractivo especialísimo. Ya al primer encuen dos tenían algún tic nervioso o eran torturados por
tro se le vendió en cuerpo y alma, comprometiéndose una obsesión. La agorafobia, alucinaciones, melancolía
a formar, junto con un enjambre de siniestros perso y espasmos convulsivos empezaron a aume�t�r en
najes del Barrio francés, la guardia personal del nuevo proporciones alarmantes y, sin embargo, el delino ge
Creso. neral seguía ganando adeptos, de suerte que cuanto
Sin embargo, no todos eran venales. El negro Gott más se incrementaban los espantosos suicidios, mayor
helf Flattich, por ejemplo, un ex cargador oriundo del era el desenfreno al que se abandonaban los supervi
Camerún al que la casualidad había hecho recalar en vientes. En los mesones se producían sangrientas riñas
el Reino de los sueños, resistió a la tentación. Bell le con navaja. Yo no podía dormir tranquilo po� las
conocía ya de antemano, pues el negro se había casado noches, pues la algarabía del Café subía hasta m1 ha-
228 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 229
bitación. El desorden general seguía en aumento y, fueron alternando los nervios de manera especial. El
finalmente, nadie reconocía ya límite alguno a sus acelerado ritmo en que se sucedían los acontecimiento s
deseos. confirió a la vida un carácter sombrío y auténticamente
Cierta noche, una cupletista hizo su debut en el onírico.
Café. Al comienzo las cosas se desarrollaron más bien Si se piensa además en el aire caliente y opresivo y
pacíficamente, exceptuando, claro está, los aplausos y en aquella luminosidad espectral y procelosa -de :ez
los acordes desafinados del piano. A eso de las tres, en cuando algún resplandor fugaz cruzaba el cielo
sin embargo, el volumen de chillidos y risotadas em azufrado--, es posible hacerse una idea aproximada de
pezó a elevarse gradualmente. Me levanté y, desde la los sentimientos de terror que me embargaron por
ventana, vi cómo la soubrette, completamente desnuda aquellos días. ..
y con una guirnalda de botellas de champaña en torno Por último llegó l a proclama: fue fi¡ada e n todas las
al cuello, era paseada por las calles de la ciudad en un calles y repartida en todas las casas. L� s a� tagonismos
carretón de mano. Al frente del extraño cortejo -for que se habían suscitado entre los part1da nos del ame
mado por una multitud totalmente ebria- marchaba ricano y los antiguos ciudadanos fieles a Patera, se
el lugarteniente de Nemi, con la espada desenvainada. vieron agudizados por ella. Eran tiempos difíciles.
Los nueve huérfanos de madre que vivían en mi
antigua casa recibían por entonces frecuentes visitas de
Alfred Blumenstich, el conocido filántropo. Según de
cían, el objetivo principal de estas visitas eran las dos
hijitas mayores. El buen hombre llegaba cargado de
grandes cajas de bombones y desaparecía luego tras la
puerta, que el propio padre de las criaturas se encar
gaba de vigilar para que el señor Blumenstich no fuese
molestado.
El éter y el opio pasaron a sustituir al alcohol. La
gente se inyectaba públicamente, a fin de calmar o
excitar sus nervios agotados.
Hasta los elementos menos perspicaces se dieron
perfecta cuenta de que aquel estado de cosas conduci
ría inevitablemente a una catástrofe. Con gran horror,
hube de constatar el creciente desasosiego que domi
naba a aquellos desaforados. Los alaridos penetrantes
y misteriosos que por la noche salían de las casas, me
CAP ÍTULO II
EL MUNDO EXTERIOR
conmigo», o bien: «Os pido perdón a todos, no puedo el excéntrico individuo, acompañado de su médico y
actuar de otro modo» ? de dos criados, anduvo recorriendo todos los mares y
Todos se habrían reído si alguien hubiera dicho que continentes del mundo en busca del Reino de los sue
aquellas desapariciones tenían una causa común. La ños. Tan pronto se le veía revisar palmo a palmo
policía había agotado todos sus recursos sin ningún Nueva Zelanda y las islas adyacentes, como aparecía
resultado. en el archipiélago índico. Su médico interrumpió el
Una de las desapariciones más notorias fue la de la viaje en Hong-Kong, arguyendo que no aguantaba un
princesa de X. Aunque en aquella época la gente es minuto más la compañía de Hércules Bell. Añadió que
tuviera acostumbrada a la súbita partida de muchas se veía obligado a enmendar su diagnóstico inicial,
damas prominentes, éstas eran, por lo general, mujeres favorable al paciente, y a declararle enfermo y víctima
bastante jóvenes. Y, de pronto, le toca el turno a una de una serie de obsesiones. El médico regresó a su país
dama anciana, que además parecía muy contenta en su y el millonario siguió en pos de sus quiméricos obje
país de origen. Se pudieron seguir sus huellas hasta el tivos.
mar Negro, donde había llamado la atención de algu Entonces ocurrió algo sensacional: el americano ha
nos faquines turcos por su increíble tacañería con las bía enviado un mensajero que, un buen día, se presen
propinas. Este detalle permitió reconocerla. Los úni tó con una gruesa carta y una proclama en el despacho
cos seriamente afectados por su desaparición fueron del primer ministro británico. El excelentísimo lord
algunos sobrinos y sobrinas que esperaban recibir la era invitado a creer en la existencia de una comunidad
herencia: lamentablemente, la anciana señora había en la cual, para escarnio y deshonra de todas las leyes
cargado con todos sus bienes. Nadie supo más de la existentes, un déspota cuyas inconmensurables rique
princesa de X. zas sólo eran comparables a su desfachatez, perpetraba
Poco después se produjo el caso del multimillonario toda clase de abusos e injusticias. Varios miles de
americano Bell, quien reveló al mundo exterior la exis honrados ciudadanos europeos se hallaban allí ilegal
tencia del País de los sueños, y por último decidió mente detenidos. El americano escribió que apelaba a
pasar a la acción. Aquel magnate de la charcutería los ingleses como a los enemigos declarados de cual
había oído hablar -ignoro por qué conducto- del quier tipo de esclavitud denigrante, añadiendo que
extraordinario país, y al punto se le ocurrió la idea de esperaba su pronta y eficacísima ayuda.
convertirse en ciudadano de dicho Reino. A la súbita Pese a que tanto la carta como la proclama estaban
inculpación general de que había perdido la razón, Bell escritas en un tono grosero y burdo, resultaba impo
replicó sometiéndose a la constante observación de un sible negarse a prestar la ayuda solicitada, habida cuen
reputado neurólogo. Al final, este facultativo pudo ta de la misteriosa desaparición de tantas personas. Se
certificar que el americano se hallaba en plena posesión decía que hasta la princesa de X languidecía en una de
de sus facultades mentales. Por espacio de varios años, aquellas prisiones. También pudo explicarse entonces
234 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 235
la extraña compra de casas, que tantos comentarios sin embargo, este hombre fue hallado muerto en el
había suscitado en la prensa europea y que todos atri cuarto de su hotel. Tenía un puñal clavado en el vientre
buían a los caprichos de algún príncipe asiático. La y, para gran asombro de los presentes se descubrió
consecuencia de todo ello fue un violento intercambio que en la hoja de acero habían grabado estas cuatro
telegráfico entre los gobiernos de las grandes potencias palabras: ¡ El silencio es oro!
europeas: lo más indicado parecía ser una acción rá Rudinoff tuvo que seguir buscando solo.
pida y silenciosa.
En su calidad de Estado limítrofe, Rusia recibió el
encargo de iniciar el ataque. Las mezquinas rivalidades
que suelen presentarse en estos casos no hallaron eco
alguno y los Parlamentos no fueron notificados de
inmediato.
En el curso de un mes se había movilizado ya una
división rusa bajo las órdenes del hábil general Rudi
noff. En sus banderas escribieron las palabras : En
defensa de la moral cristiana y del amor al prójimo,
mientras pensaban en las barras de oro que habrían de
conquistar. El zar esperaba adquirir una nueva pro
vincia de gran capacidad tributaria, ya que, al fin y al
cabo, el legendario país se hallaba muy cerca de la
frontera rusa.
Una serie de reporteros, fotógrafos, especuladores
y negociantes experimentados fueron invitados secre
tamente a participar en la expedición. Como era de
esperar, los diplomáticos chinos acreditados ante las
grandes potencias protestaron contra aquella flagrante
violación de las fronteras del Celeste Imperio. Pero ya
era demasiado tarde, y los ilustres mandarines no tu
vieron más remedio que retirarse.
Aunque la ubicación del Reino de los sueños pu
diera determinarse exactamente sobre el mapa, deci
dieron --como medida de precaución- que el men
sajero del americano dirigiera las tropas. Un buen día,
CAPÍTULO III
EL INFIERNO
En cuanto se hubo convencido de la evasiva frialdad sitos. Llevaba la importantísima carta colgada al cuello
de los asiáticos ojizarcos, llegó a la conclusión de que en una bolsa de caucho ; por lo demás, su robusto
el Suburbio era un terreno poco propicio para la lucha organismo no tenía nada que temer del baño nocturno.
partidista. No obstante, cierto oscuro presentimiento ¡ Ya nada podía fallar! Connor había probado su inte
le hacía temer una mala jugada por parte de los mis ligencia y tenacidad en aventuras de todo tipo.
teriosos ancianos. Mas éstos permanecieron totalmen La ayuda exterior llegaría, a lo sumo, dentro de
te al margen del incipiente proceso revolucionario, cuatro a seis semanas.
limitándose a continuar su pacífica existencia cotidia «¡ Dos meses más y seré el dueño absoluto del Reino
na. ¡ Al diablo con todos ellos !. .. ¡ si hasta prefería a los de los sueños ! » dice Bell mientras llena su pitillera de
ciudadanos más desalmados!. .. cigarrillos. « ¡ Pronto tendré a Patera a mis pies !» Un
Luego se viste y se afeita cuidadosamente, hacién destello maligno ilumina sus ojos. ¿Por qué enton
dose un adecuado masaje facial que le devolverá los ces siente una admiración ardiente y secreta por el
ánimos perdidos. Aún no ha mostrado su jugada maes Amo, un ser al que sin embargo tanto odia? Este
tra; ¡nadie se imagina aquel triunfo! Recuerda la noche paradójico interrogante resume toda la tragedia de
en que tuvo que separarse de su fiel sirviente. Arries aquel hombre.
gando su propia vida, aquel hombre, que por espacio Cuando tras repetidas instancias obtuvo el permiso
de veinte años había desempeñado el cargo de ayuda para ingresar en el Reino y pudo observar con sus
de cámara de Hércules Bell, partió un día del Reino propios ojos el efecto de los ilimitados poderes de
de los sueños dispuesto a llevar informes sobre el Patera, el americano pensó, desde su perspectiva vital
nuevo Estado al resto del mundo. Connor se encon eminentemente práctica, que dichos poderes eran uti
traba ya fuera de las murallas. Aquel genio en todo lizados pueril y ridículamente. Con su espíritu de em
tipo de asuntos de orden técnico y práctico había presa, él habría hecho cosas muy distintas. Al comien
descubierto, tras dar una rápida ojeada, que sólo el río zo pensó asociarse con el poderoso Amo y fundar una
ofrecía una posibilidad segura de evasión. En el punto especie de gran consorcio, en el que iría invirtiendo
en que éste desaparecía bajo el baluarte formado por sus millones sin temor alguno. ¡ Podría conquistar el
las murallas, el secretario se sumergió en sus aguas mundo entero !, sin duda algo más importante que
topándose con una verja de hierro. Protegido por la aquel país de locos .
oscuridad nocturna logró, sin embargo, limar uno de . Sin embargo, a este auténtico magnate, al que en
los barrotes y escurrir su ágil y esbelto cuerpo a través Europa y América todos reverenciaban a causa de su
de la abertura practicada. Como era de noche, en dinero, el Amo lo trató como un solicitante vulgar e
cuanto estuvo fuera disparó un cohete que, elevándose inoportuno. Sus visitas habían sido groseramente re
muy por encima de la muralla, indicó al americano chazadas, de suerte que ni una sola vez pudo acceder
que su intrépido secretario había logrado sus propó- ante la instancia suprema y exponerle sus valiosos
240 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 241
proyectos. Los contratiempos más insólitos se habían entre las piernas un ejemplar del Espejo de los sueños.
interpuesto siempre en su camino. A consecuencia de Bell le da un empujón y el chiquillo se desploma sin
ello, un odio terrible contra Patera había ido germi que la pacífica expresión de su rostro sufra la menor
nando en el corazón de aquel hombre que, de una vez alteración.
por todas, deseaba hacer sentir sus poderes : ¡ No ne El americano se precipita entonces escaleras arriba
cesitaba limosnas de nadie! ¡Simplemente quería que y por poco tropieza con la lavandera, oculta tras una
reconocieran su importancia! Y entonces se lanzó de pila de ropa. Una idea horrible le pasa por la mente.
lleno a la política, ya sabemos con cuánto éxito ... Asoma medio cuerpo por la ventana. En la esquina
Pasaba noches enteras dando vueltas en la cama y revolotea un objeto rojo: trozos de papel, una procla
estudiando la mejor manera de vengarse de su invisible ma mal pegada. En un sucio recoveco de la calle divisa
adversario. Además, si su nombre había llegado a ser dos hombres tendidos en el suelo ; de las profundi
tan temido en el Reino de los sueños era, sobre todo, dades de un zaguán surgen las piernas y la falda de
debido a su dinero y a su continua e infatigable acti una mujer. Aparte de estos durmientes no se ve un
vidad. El objetivo final, que no era otro que humillar alma por las calles ; tan sólo a lo lejos evolucionan
a Patera, parecía estar muy cerca. «Pero ha llegado el dos animales de hocico puntiagudo : una pareja de
momento de actuar; ¡ basta de elucubraciones !» zorros.
Bell coge su reloj ... ¡se había parado !. .. «Qué raro, Bell se aparta de la ventana, dejándose caer en un
¿cuánto tiempo habré dormido?» Llama a su criado, sillón. Su rostro, pálido y exangüe, va adquiriendo una
pero nadie responde. Entonces abre la puerta que da expresión de indecible desprecio. Deja caer la cabeza;
a la recámara y ve a su camarero J ohn durmiendo con sobre su frente pueden verse tres profundos surcos
la boca abierta. Bell se le acerca y le sacude . . . en vano ... horizontales, un ligero temblor agita las ventanas de
Por último, John abre lentamente los ojos, le lanza su nariz ... Entonces, con voz doliente y relajada dice:
una mirada soñolienta y, al poco rato, vuelve a que « ¡ Soy un auténtico desastre!... ¡ He perdido la jugada!»
darse dormido; esta vez fue imposible despertarle. Sus ojos están a punto de cerrarse y, sin embargo, su
Hecho una furia por no haber logrado sus propó cuerpo tiembla y se rebela contra el agotamiento. Lue
sitos, el americano pulsa todos los timbres y baja luego go se arrastra hasta la bañera y sumerge la cabeza en
al restaurante, donde lo primero que ve es al hotelero el agua fría. . . ¡qué refrescante !, bebe un trago de aguar
roncando detrás del mostrador. Hay también algunos diente y se fricciona el cuero cabelludo con lo que aún
clientes que utilizando la servilleta como almohada, queda en el fondo de la botella ... la flaqueza ha sido
duermen con la cabeza apoyada sobre la mesa. Ante superada. Por último llena su pipa, se pone el som
ellos pueden verse vasos a medio apurar y platos con brero y sale.
restos de comida. Apoyado contra la percha está el Hércules Bell no se rinde.
ayudante del camarero que, aunque dormido, sostiene
242 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 243
operaba en cuestión de segundos. Se dio el caso, por
11 ejemplo, de un orador que se hallaba perorando aca
loradamente sobre temas de política, cuando de pronto
Un sopor irresistible se había apoderado de Perla. se inclinó sobre la mesa, dejó caer la cabeza y empezó
Partiendo del Archivo, se había extendido por la ciu a roncar a ritmo acompasado.
dad y la campiña sin que nadie pudiera oponerle re En cambio Anton, aunque casi no podía mantener
sistencia. El que aún se jactaba de estar despejado no los ojos abiertos, seguía atendiendo en el Café. ¡ Pero
tardaba mucho en pescar, en cualquier lugar y cuando cómo había que animarlo ! ¡Dios mío! Le arrojaban
menos se lo esperaba, el germen de la terrible epide terrones de azúcar y cucharillas de café, pues era in
rma. creíblemente olvidadizo, y cuando al fin, tras un su
Aunque pronto se dieron cuenta de que era conta premo esfuerzo, lograba traer el servicio, se encontra
giosa, no hubo médico que lograra descubrir algún ba con que el impaciente parroquiano estaba ya pro
antídoto. Las proclamas no surtieron ningún efecto, fundamente dormido. Había que ir apagando todo el
pues la gente empezaba a bostezar mientras las leía. tiempo los cigarrillos de los que se dormían.
Todo el que podía se quedaba en casa, para que el mal En el campo de instrucción la tropa se ejercitaba
no le sorprendiera en la calle. Los que tenían un refu activamente para hacer frente a una eventual rebelión.
gio seguro se abandonaban tranquilamente a su nuevo Sin embargo, y pese a que los suboficiales se desgañi
destino: después de todo no se sentía dolor alguno. El taban impartiendo órdenes, llegó un momento en que,
primer síntoma era, por lo general, una intensa sensa uno tras otro, los hombres se fueron echando al suelo.
ción de agotamiento ; luego, el paciente era acometido También se dieron casos extraordinarios y muy diver
por una especie de bostezo espasmódico, creía tener tidos. Por ejemplo, el de unos ladrones que se queda
arena en los ojos, los párpados se le volvían pesados ron dormidos ante la caja fuerte. Melitta permaneció
y, cuando todo vestigio de actividad mental había de cuatro días en el apartamento de Brendel, mientras su
saparecido, se dejaba caer, rendido, dondequiera que esposo soñaba recostado sobre la mesa, con la nariz
se hallase. El enfermo podía ser arrancado esporádi metida en un pote de mayonesa.
camente de su letargo mediante la aplicación de vapo Castringius fue sorprendido cuando jugaba a las
res penetrantes, como emanaciones de amoníaco; sin cartas en una taberna de mala fama. Allí se había
embargo, una vez despierto sólo atinaba a proferir quedado, cómodamente arrellanado en su silla, con la
algunas palabras ininteligibles y retornaba a su estado sota de oros en una de sus manazas. A mí me sorpren
anterior. En el caso de personas robustas era posible dió en casa, donde me había retirado muy temprano.
prolongar la vigilia por espacio de algunas horas ha Acababa de hacer mi cama y me disponía a correr las
ciéndoles masajes, aunque luego las cosas retomaban cortinas. Aún alcancé a ver cómo una serie de billetes
irremisiblemente el mismo curso. Muchas veces el mal de banco salían volando, uno tras otro, de la habita-
244 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 245
ción que la princesa ocupaba en la casa de enfrente. dos, aunque con cierta expresión de felicidad en las
Un ligero viento otoñal se los fue llevando, como hojas caras pese a lo insólito de su situación.
marchitas, por la calle que conducía hasta el río. En Cuando la población empezó a despabilarse poco a
tonces sentí la imperiosa necesidad de meterme en poco, muchos pudieron reanudar directamente sus ac
cama. tividades. Esto resultó muy agradable no sólo para
Durante los dos días que siguieron al estallido de la Brendel, sino también para un pobre jamelgo que,
epidemia, los trenes llegaron con increíbles retrasos, herido de muerte, tuvo que esperar varios días en el
ya que en cada estación había que renovar el personal. matadero a que le llegara el golpe liberador ... hasta
Más tarde se suspendió el tráfico. que al fin le llegó. Además, lo asombroso del caso era
El último número de La Voz sólo se imprimió por que los animales permanecieron inmunes a la perni
una de las caras y, aun así, salió lleno de frases incon ciosa somnolencia.
clusas y auténticas legiones de erratas. La última pá Para la mayoría de la gente nada había cambiado, al
gina, que normalmente contenía una miscelánea de menos a primera vista. Cuando salí de mi sopor y,
notas a cual más ridícula, faltaba por completo. De acuciado por la debilidad, me dirigí al Café, pude
nada servía rebelarse: Perla era presa del sueño. Aquel constatar que el peluquero ya estaba allí, con un ham
estado de total inconsciencia bien pudo haber durado bre feroz y un humor desapacible. Resultó que había
unos seis días ; tal era, al menos, el tiempo que el perdido una moneda de cuatro kreutzers, descubri
peluquero había calculado basándose en la longitud de miento que dio lugar a una serie de altercados entre
la barba de sus clientes. el amo y su ayudante, que, como todos los animales,
Durante aquellos días -decían- no hubo en toda había permanecido despierto.
la ciudad sino un hombre que permaneció despierto Cuando fue saliendo d� su prolongado letargo, la
o, a lo sumo, durmió sólo algunas horas : el americano. ciudad de los sueños se encontró convertida en una
Esto era al menos lo que él mismo afirmaba. Un día especie de ... paraíso zoológico. Mientras dormíamos,
en que deambulaba por la Calle Larga como un nuevo un mundo totalmente distinto nos había invadido has
príncipe de La bella durmiente, pudo ver, por la ven ta que, muy pronto, nos vimos ante la grave amenaza
tana del Café, cómo uno de los ajedrecistas hacía una de ser desalojados por él: el mundo de los animales.
jugada. De ello dedujo que estos dos, al igual que él, Cierto es que la extraordinaria proliferación de ratas
habían sido respetados por la enfermedad. Por lo de y ratones registrada aquel año había llamado ya nues
más, sólo se tropezaba con gente dormida. No sólo tra atención en los últimos tiempos. La gente empezó
en los bancos de los parques y alamedas, sino también a quejarse asimismo de la irrupción de diversas aves
en las escaleras de las casas y en los portones se veían de rapiña y ladrones de gallinas más bien cuadrúpedos.
grupos de damas y caballeros muy bien vestidos que, En el huerto de Alfred Blumenstich, el jardinero afir
apiñados unos sobre otros, dormían como vagabun- mó haber visto incluso huellas de lobos. Al comienzo
246 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 247
todos se burlaron de él, pero cuando al día siguiente
descubrieron que lo único que quedaba de una blan
quísima cabra de Angora -el animal favorito de la
esposa del consejero comercial- eran los cuernos,
nadie volvió a reírse.
¿ Quién podría describir el asombro de todos aque
llos que, habiendo pasado la noche solos y en la calma
más absoluta, se despertaban en compañía tan poco
e hijos, así como los enseres domésticos de más valor.
grata? Descubrían, por ejemplo, un papagayo verde _
Estaban terriblemente enojados y organizaron diversas
posado en el alféizar de su ventana, o bien grupos de
manifestaciones ante el Palacio y el Archivo queján
ardillas y comadrejas que, curiosas, asomaban la cabe
dose de no haber recibido ninguna ayuda militar. Afir
za por debajo de la cama. La población se fue perca
maban que grandes manadas de búf�los habían d:s
tando poco a poco de los alcances de esta invasión.
trozado sus cultivos y que ellos mismos se habian
Un buen día, al despertarse, los carniceros tuvieron
salvado a duras penas ante la invasión de enormes
que arrojar del matadero a una gran manada de cha
simios que acudían en masa y no resp etaban a niños
cales. Los ataques de lobos, gatos monteses y linces
ni mujeres. Poco después se d� scub:ieron huellas de
fueron adquiriendo proporciones alarmantes. Lo peor
animales bisulcos de colosales dimensiones en los cam
del caso es que incluso los animales domésticos se
pos de Tomassevic, situados en las afuer�s de la ciu
volvieron ariscos y malignos, y casi todos los perros
dad. La situación empezaba a ponerse sena.
y gatos abandonaron a sus amos para lanzarse a cazar La plaga de insectos fl!e horrorosa. De las �ontañas
por cuenta propia. Los periódicos, que iban reapare bajaron nubes de voraces langostas qu� no de¡aban _ un
ciendo lentamente, informaron sobre un caso espeluz solo tallo a su paso. El jardín del Palac10 fue destruido
nante: un oso había penetrado en el piso bajo de doña en una sola noche por uno de esos enja�b :es. Ade�ás,
Apollonia Six, viuda . de un salchichero, y devorado la invasión de chinches, cortapicos y p10¡os nos hizo
por entero a la infortunada mujer mientras dormía. La la vida insoportable. Lo terrible era que t?das . e�as
bestia fue muerta luego a tiros. Los pescadores y ca sabandijas, desde las más grandes hasta las mas_ mi�us
zadores que llegaban a la ciudad contaban historias culas se hallaban dominadas por un elemental mstmto
fabulosas sobre toda suerte de animales gigantescos y de r;producción. Pese a �ue también _ se . devoraban
monstruosos que decían haber visto. Sin embargo, entre sí estos inmundos bichos se multiplicaban a un
nadie dio crédito a sus palabras hasta que un día lle ritmo v�rtiginoso. De nada servía que las autoridades
garon a la ciudad cientos de campesinos y habitantes repartieran armas e insecticidas y obligaran a todos los
de la zona rural del Reino, galopando en tropel sobre pobladores a cerrar hermética1?ente puertas y vent�
sus pesados percherones. Traían consigo a sus mujeres nas: la proliferación era demasiado grande. Se orgam-
248 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 249
zaron grupos de cazadores voluntarios que prestaban públicos porque las cabinas se llenaron de anguilas
su ayuda al ejército y a la policía. En muchas casas se eléctricas, cuya descarga es mortal.
habían abierto troneras. Entre los escasos momentos felices que iluminaron
La esposa del propietario del Café se despertó una aquellos aciagos días se contaban las invitaciones, re
mañana con catorce conejos en su cama. Como su lativamente frecuentes, a saborear algún delicioso asa
alcoba sólo estaba separada de mi habitación por una do o una serie de platos exóticos. Por aquel tiempo,
pared muy delgada, pude oír los chillidos de los pe el anciano profesor amigo mío adquirió muchísimo
queñuelos. prestigio pronunciando conferencias y enseñando a la
Pero lo más terrible eran las serpientes. Ninguna población a distinguir los animales peligrosos de los
casa estaba suficientemente protegida contra sus incur inofensivos. Armado con una escopeta de tres caño
siones : las temibles alimañas se escondían en los cajo nes, deambulaba desde tempranas horas de la mañana
nes, armarios, faltriqueras y cántaros de agua. Además, por entre las manadas de gacelas, jabalíes y marmotas,
aquellas pérfidas bestezuelas se distinguían por su consagrado en cuerpo y alma a la caza. Por su parte,
aterradora fecundidad. Al andar a tientas por cualquier los animales se acostumbraron pronto a aquel extraño
habitación oscura uno aplastaba siempre sus hueveci cazador de gruesas gafas, y le cogieron cariño. Su
llos que, desparramados por todas partes, estallaban escopeta causó tal cantidad de estragos en las ventanas
con un chasquido seco. Castringius no tardó en in que al final tuvieron que quitársela.
ventar una Danza de los huevos, en la que se reveló Por las noches sólo se podía salir adoptando el
un consumado maestro. máximo de precauciones, armado y con una linterna.
En el Barrio francés, las sabandijas se convirtieron Toda clase de trampas, pozos de lobo, cepos y armas
pronto en una auténtica pesadilla para los vecinos, automáticas aumentabah la ya apreciable inseguridad
muchos de los cuales, sin embargo, mantuvieron la de nuestra ciudad. Sin embargo, a ningún ciudadano
cabeza erguida durante la invasión animal. No faltaba se le ocurrió negarse uno solo de los placeres a que
quienes abatían algún ciervo desde la ventana de sus estaba acostumbrado.
casas e invitaban a sus amigos a la cena venatoria.
Desde el tragaluz de mi antigua vivienda se gozaba de
una amplia vista sobre las praderas y terrenos cultiva III
dos. Ahora, toda aquella zona se había transformado
en un monstruoso jardín zoológico. Incluso el río El nivel de moralidad, que había descendido muy
había acogido nuevos inquilinos : un gran número de por debajo de lo normal, redundó especialmente en
cocodrilos que los habitantes habían logrado ahuyen beneficio de Castringius. Sus grabados pornográficos
tar tras largos años de esfuerzos, hicieron su reapari eran muy solicitados y le habían convertido en el
ción en forma repentina. Hubo que cerrar los baños artista de moda. Dibujos como Orquídea voluptuosa
250 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 251
fecundando un embrión, hallaron un sinnúmero de -¿Cómo han venido a parar a tus manos? -le
admiradores. En cierta ocasión, Hektor von Brendel conté lo de la tómbola.
le compró una serie completa de trabajos porque su ·-Son muy buenos trabajos; el Látigo con rayas
Melitta los encontraba divertidísimos. Y en efecto, al blancas es mi obra más madura: constituye una síntesis
comienzo ésta se sintió muy entusiasmada con aque de la moral del futuro. Hoy no hay una sola mujer
llos dibujos, que colgó, cuidadosamente enmarcados, que pueda sacar conclusiones válidas de ella. Realmen
en su tocador privado. Sin embargo, todo no había te tiene bouquet.
sido más que un capricho pasajero, pues a los pocos Yo le di toda la razón, ya que al fin y al cabo era
días hizo desaparecer la serie entera. Uno de sus más el único ser humano en el Reino de los sueños que
fervientes admiradores, oficial del cuerpo de Drago apreciaba el valor artístico de sus trabajos. A decir
nes, obtuvo autorización para llevárselos y decidió
verdad, el excéntrico individuo me resultaba en general
obsequiarla, a cambio, con un par de antiquísimos
bastante simpático, ¿por qué no? El que esté libre de
pendientes de esmeraldas. Esa misma noche se presen
pecado, que le arroje la primera piedra...
tó con los dibujos en el Café, donde estaban realizando
De pronto oímos ruido en la calle y nos asomamos
una tómbola a beneficio de aquellos a quienes la vida
disoluta había postrado para siempre en el lecho. a la ventana. Abajo, un grupo de gente se reía, la
Nuestro hospital carecía -preciso es decirlo- de una situación no era para menos. ¡Imaginaos: el mono se
sección destinada a este tipo de pacientes. Se jugó había declarado en huelga! Ya el día anterior, Giovanni
muchísimo dinero y Blumenstich -no el comercian había dejado a un señor a medio afeitar cuando vio
te-- puso lo que faltaba. Fue así como al poco tiempo pasar una manada de macacos que corrían a toda ve
pudo instalarse aquel pabellón en el claustro, junto a locidad. Una bella cercopiteca le había hecho un guiño
la clínica infantil. y nuestro ayudante de barbero no pudo resistir seme
Lo más cómico del caso es que yo gané esos dibujos jante tentación. No obstante, el filósofo había logrado
y acabé colgándolos en las paredes de mi casa. Un retenerlo con su bastón de caña de Indias y el argu
buen día me encontré con Castringius en la calle; mento de que el tiempo es divisible en pequeñas eter
andaba en busca de una nueva vivienda pues la ventana nidades. ¡Pero esta vez no hubo argumento que valie
de su taller se había derrumbado, dejando una abertura ra! El simio trepó graciosamente hasta la gotera del
en el techo. A partir de entonces, un gran número de techo, cogió con su cola prensil una botella que con
murciélagos se le había instalado allí, colgándose de tenía las reservas de café de la princesa, se sentó có
las varillas del cortinaje como piltrafas de carne ahu modamente en la ventana de mi antigua habitación -a
mada. Mientras me contaba su historia, tuvo que parar la sazón deshabitada por su estado ruinoso- y empe
con el bastón las importunas embestidas de una cabra zó a tocar una armónica que llevaba oculta en su
montés. Le pedí que subiera a mi habitación, donde abazón. La vieja, aterrada, se puso a chillar tratando
estaban colgados los dibujos. ¡Menuda sorpresa! de asestarle un escobazo al desvergonzado ladrón,
252 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 253
pero Giovanni arrojó la botella y se apoderó de la El lugar de origen de aquella profusa avalancha de
alcoba. ¡Había que ver entonces a la buena señora! animales seguía siendo un misterio. Se habían conver
Desapareció enojadísima para reaparecer en el segundo tido en los auténticos dueños de la ciudad, y aparen
piso. A todo esto, Giovanni Battista parecía gozar con temente eran conscientes de ello. Estando ya en mi
alegría salvaje. Desde mi ventana podíamos seguir paso cama, solía escuchar ruidos de cascos que pasaban al
a paso la batalla. Como primera medida arrebató a la galope, similares a los que se oían en una gran ciudad.
vieja su arma principal, un par de tenazas, y le dejó la Eran camellos y asnos salvajes que recorrían las calles
y a los que era peligroso hostigar.
escoba a cambio. El mono se había convertido en una
En contraste con esta proliferación zoológica, la
especie de animal volador. Usando como proyectiles
vida vegetal fue tornándose cada vez más escasa. Todas
una serie de frasquitos de tinta china que yo había
dejado, empezó a disparar con admirable puntería.
Abajo, el público prorrumpió en clamorosos ¡hurras !,
mientras la princesa maldecía como un carretero.
Al cabo de un rato, Giovanni reapareció en el fron
tón de la casa con la cabeza cubierta por la mugrienta
cofia de la vieja y, después de columpiarse un rato en
la ventana, se deslizó por el tubo de desagüe haciendo
toda clase de muecas bufonescas. Arriba, la princesa
se puso a llamar a gritos a la policía, mientras que abajo
el peluquero lo esperaba ya con el bastón.
-¡ Deberías estar avergonzado ! -le gritó al mono.
En aquel preciso instante, el consejero comcercial
Blumenstich abandonaba la casa de sus nueve prote las plantas se hallaban mordisqueadas o pisoteadas,
gidos con una sonrisita de satisfacción. A su manera, cuando no habían desaparecido del todo. Las alamedas
había vuelto a representar el papel de benefactor: su de tilos que bordeaban la ruta principal y el camino
coche le esperaba ya en la puerta. Entonces, dando un que conducía al cementerio quedaron pronto reduci
violento salto mortal, el mono se dejó caer sobre la das a unos cuantos troncos pelados. La tierra exhalaba
cabeza del caballo, que salió disparado. La gente, en vapores, como si quisiera escupir nuevas criaturas. Un
tusiasmadísima, siguió vitoreando hasta que el carruaje vaho caliente y acre surgía de los minúsculos agujeritos
y su grotesco conductor se perdieron de vista. que se iban abriendo en el suelo. Las noches se halla
Ésta es sólo una escena de las muchas que, por ban como envueltas en una extraña luminosidad cre
entonces, solían producirse. puscular, que difuminaba todas las formas.
254 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 255
Por todo ello, la mayoría de los campesinos que reservadas a mi cuerpo? ¿Ante qué refinados instru
habían huido a la ciudad, se instalaron en las plazas mentos de tortura tendrán que doblegarse aún sus
públicas y huertas aledañas. miles de órganos? ¡Ah, cómo hubiera preferido no
«¡Señor, sólo por el terror revelas tu poderío!» pen pensar! Pero era un proceso que funcionaba indepen
sé al enfilar la Calle Larga. Ya había oscurecido y por dientemente. ¡No había una certeza a la que no se
todos lados se oían crujidos y chasquidos. Aquí caía opusiera una incertidumbre! La confusión es infinita...
silbando una teja, más allá se deshacía el revoque de ¡estoy condenado! En mi vientre arrastro porquería y
una pared; una fina lluvia de arena fluía ininterrum repugnancia, y cuando alguna vez logro acceder a una
pidamente de las grietas, que aumentaban de tamaño gran pasión, veo venir detrás la cobardía. Sólo sé una
en forma notoria. Había que vadear todo el tiempo cosa: por más que quiera rebelarme, debo dejar que
los escombros e ir abriéndose paso por entre las vigas las cosas sigan su curso; la aproximación a lo inevita
y pilares que sobresalían. El inconcebible tejido de la ble, a la muerte, minuto a minuto .. Ni siquiera tengo
muerte... valor para suicidarme, estoy predestÍnado a sufrir toda
Sobre el tejado del Café, a poca distancia de mi mi vida. Empecé a sollozar.
buhardilla, divisé claramente una silueta negra que se En el fondo dudaba ya de Patera. ¡No le entiendo,
juega con toda suerte de enigmas! Tal vez haya alguien
n_iovía: el leopardo. Sin duda había instalado su gua más poderoso que él, si no, ya habría eliminado hace
rida en uno de los graneros vecinos... quizá se le hu
biera podido matar de un certero balazo, pero todos tiempo al americano. ¡Sin embargo, no puede hacerlo!
éramos demasiado cobardes para intentarlo. Al llegar ¡El americano, ése sí que es dueño y señor de la ver
a mi estrecha habitación me invadió una honda depre dadera vida! Oh, si no fuera tan pusilánime iría a
sión; me puse a recorrerla de un extremo a otro; sentía verle, me arrodillaría a sus pies y él me ayudaría.
dolores en la región lumbar y en las articulaciones. Como desarticulado por el miedo a la muerte, no
«¿Para qué seguimos viviendo? Después de todo, sabía si salir o quedarme. Abajo había un revuelo:
¡estamos condenados! Si cayera enfermo ahora no ha escandalosos que eran expulsados del Café. Un per
bría un alma que se ocupase de mí. » Un temor lento cance cotidiano. En su cuarto de la acera de enfrente,
y sutil fue invadiendo mi espíritu. ¡No quiero morir, el peluquero estaba inclinado sobre sus libros.
no quiero morir! Y, desesperado, hundí la cabeza entre
mis manos. «No hay ninguna autoridad suprema»,
dijo en mi interior la voz de la cobardía. « Dos piernas VI
y un montón de huesos... soportan todo mi mundo,
un mundo hecho de dolores y equivocaciones. Lo más De pronto sentí que algo me tiraba dentro, rápida
horrible de todo es el cuerpo:» El miedo a la muerte me y continuamente. Tuve que levantarme ... sí... , otra
hizo sobresaltarme. ¿Qué nuevas penurias le estarán vez, ¿qué podía ser? Un vago sentimiento de ansiedad
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se fue apoder.-.ndo de mí. Volví a sentir los tirones y nombre pronunciado primero en voz alta, luego en un
latidos, esta vez con mayor intensidad. «¿Qué diablos tono más bajo y muy próximo a mí. Mas por nada del
podía ser?» Me concentré un instante, entregándome mundo hubiera vuelto la cabeza.
en cuerpo y alma a la difusa sensación. « ¡Patera!», En los salones desérticos y deshabitados se hacina
escuché que decían desde mis adentros, «¡Patera... Pa ban toda clase de muebles rotos; la atmósfera ahogada
lacio ... ven!» La voz fue adquiriendo un tono cada vez e impregnada de olor a moho me impedía respirar.
más persuasivo y perentorio, de una nitidez y preci Seguí avanzando por espaciosos aposentos, iluminán
sión realmente terribles. Bajé la escalera a tientas, sin dome con la macilenta luz de una vela. Camas en
ningún tropiezo y con la mente en blanco. Me sometí completo desorden, cortinajes rasgados, ventanas ta
por entero a una extraña fuerza que impulsaba y guia piadas, lujosísimas estufas con el hogar apagado, go
ba mis pasos. Nadie pareció observarme. Cuando salí belinos recubiertos. Como un sonámbulo subí peque
de mi arrebato me hallaba a mitad del camino que ñas escaleras cubiertas de polvo y recorrí largos y
conducía al Palacio. «¡Dios mío!», pensé, «¿qué estoy silenciosos pasillos hasta que, por último, divisé la
haciendo, qué me veo obligado a hacer?» Quise dar conocida portezuela de roble. «Patera», iba pensando
media vuelta: «de la próxima esquina no paso» ... ¡Pero ininterrumpidamente, «Patera, Patera» ... Aquella
no podía hacer nada!, me veía obligado a seguir; quise puerta también estaba entornada. Del techo del apo
gritar a la gente: «¡Ayudadme, por favor, ayudadme! sento pendía una lámpara de plata cuyas luces inter
¡Detenedme!» ... pero mis mandíbulas estaban como mitentes iluminaban los colgantes restos de un balda
atornilladas una a la otra... Y entonces vi la imponente quín. Casi nada se veía aparte de las figuras del piso
mole del Palacio con su portón gigantesco y sus ven de mosaicos, que se perfilaban vagamente en la semi
tanas vacías como las cuencas de una calavera. Penetré penumbra. De pronto me detuve... ¡Sólo entonces pude
en sus tinieblas. detenerme! ¡Allí, allí!. .. ¡El rostro!... y un sudor frío
Un laberinto de columnas se extendía hacia todos empezó a humedecer mis sienes.
lados. Avaneé marchando en forma mecánica como un Allí estaba Patera, envuelto en una vaporosa túnica
muñeco de madera: uno, dos... uno, dos. Las largas color gris plata, tan pronto de pie, tan pronto echado,
galerías se hallaban escasamente iluminadas por lám durmiendo. Un pánico invencible se apoderó de mí al
paras colgantes. Entré en los salones. Las puertas sólo verle. En las profundas y verdosas sombras de sus ojos
estaban entornadas. Escuché un ruido -el melodioso se leía un sufrimiento sobrehumano. Entonces pude
mecanismo de un reloj-; las puertas se abrieron im observar que al pulgar de una de sus grandes y bien
pulsadas por el viento, un estrépito ... ¡Santo cielo, el formadas manos le faltaba la uña, y me acordé al punto
tigre! A partir de entonces empezó a torturarme esa de los niños nacidos en el Reino de los sueños. Volví
idea. Avanzando casi a la carrera, traté de hacer el a oír la voz susurrante, como en la primera visita.
menor ruido posible. Varias veces me pareció oír mi -Te he llamado -su voz parecía venir de muy
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lejos. Esta vez no hubo ningún juego de mímica. Los impresión de que Patera no estaba vivo... si los muer-
músculos faciales se hincharon, temblaron y volvieron . tos pudieran ver, sus miradas serían como ésa. Sentí
a contraerse, aunque sin reproducir forma alguna. Los que me ordenaban que hablara, pero sólo atiné a
rasgos denotaban más bien cierto relajamiento; sólo balbucear palabras incoherentes, asombrándome yo
los labios vibraban y se agitaban de un modo horrible mismo al oír cómo sonaban. Aquella pregunta parecía
en aquel rostro, por lo demás sereno. Y luego oí nue emerger de la aurora de los tiempos, las palabras que
vamente la voz, muy suave y como amortiguada por la integraban debieron de haber sido pronunciadas
un velo. Primero no escuché sino un susurro confuso billones de años atrás y, sin embargo, yo acababa de
y entrecortado. Por último acerté a comprender lo reformularla. Allí volvieron a oírse entonces :
siguiente: -Patera, ¿por qué no nos has ayudado?
-¿ Oyes cantar a los muertos, a los verdosos muer Sus párpados se cerraron lenta y mecánicamer:it� ,
tos? Se están destrozando en sus tumbas, rápidamente con lo que volví a sentirme aliviado. Su rostro adqumó
y sin dolor. Si acercas la mano a sus cuerpos no tocarás luego una dulzura inefable y una expresión de lánguida
sino restos, y sus dientes se desprenderán con facili tristeza que me fascinaron. Una vez más se oyó el
dad. ¿Dónde está la vida que los movía, dónde el poder susurro:
que los animaba? ¿ Oyes cantar a los muertos, a los -¡ Claro que os he ayudado, y también te ayudaré
muertos verdosos? -el penetrante aliento de Patera a ti! -estas palabras sonaron como una melodía; me
llegó hasta mi nariz ... sentí que iba a desmayarme. Mas fue invadiendo una fatiga dulcísima... incliné la cabe
al punto el Amo se sentó en su elevado lecho y se za ... los ojos se me cerraron ...
quitó la túnica: allí estaba ante mí con el torso desnudo De pronto, una carcajada infernal me hizo estreme�
y los largos rizos resbalándole hasta los hombros. cer hasta la médula, arrancándome bruscamente de m1
Hube de admirar la nobleza y perfección de su ancho letargo ... En el salón, inundado de pronto por u?a luz
tórax, blanco y brillante como el de una estatua y, deslumbradora, vi ante mí no ya a Patera, smo al
reuniendo mis últimas fuerzas, le hice esta sola pre amencano ...
gunta: Ignoro cómo logré salir del Palacio. lb� c� rriendo
-Patera, ¿por qué permites que ocurra todo esto? y gritando. La gente quiso detenerme en m1 hmda pero
-la respuesta se hizo esperar largo rato. De pronto sin duda debí eludirla, pues cuando volví a ser dueño
exclamó, con metálica voz de bajo: de mi persona me encontré agazapado en una cochera.
-¡Estoy cansado! En el interior de un carruaje volcado descubrí una
Tuve un súbito estremecimiento de terror y, al cabo camada de armadillos muertos.
de un momento, me puse a mirar fijamente sus ojos La sarcástica carcajada seguía repercutiendo en mis
sin brillo : estaba hechizado. Aquellos ojos parecían oídos, aunque ahora ya no me asustaba. La resi�tencia
dos espejos vacíos que contenían el infinito. Tuve la de mis nervios había alcanzado su punto límite. El
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destino, adoptase la forma que adoptase, no lograría en los campos de Tomassevic, aquellos grandes solares
sacarme nunca más de mi eterna ataraxia. Incapaz de que rodeaban el cementerio. Allí habían levantado una
seguir mucho tiempo el hilo de mis ideas, me sentía, tienda gigantesca que se extendía hasta la orilla del río.
sin embargo, bastante fuerte dentro de mi propia im Claro que no era nada fácil pernoctar sobre el suelo
potencia. Además, ¿ para qué preocuparme por una húmedo, arcilloso y envuelto en una niebla asfixiante,
serie de paradojas que, al fin y al cabo, no podía pero la gente no perdía el humor y por las noches
entender ni resolver? El miedo desapareció totalmente reinaba gran animación en torno a las fogatas. Bailaban
de mi espíritu. La horrible visión que me permitió y aplaudían, y algunos hasta pescaban. Había que co
comprobar la doble naturaleza de Patera había colma mer el pescado medio crudo, pues al poco tiempo de
do los abismos de mis dudas y temores. morir adquiría un extraño sabor a podrido. En la
ciudad no quedaba sino el hampa, que siempre andaba
en busca de nuevos botines. Durante el día sólo se
VII
podía circular con suma cautela por las calles, y aun
así muchos transeúntes resultaron heridos por paredes
que se desplomaban.
Sólo gracias a aquel encuentro se explica que pudie El doctor Lampenbogen había instalado un puesto
ra presenciar, sin caerme muerto, la retahíla de des de primeros auxilios en un parque abandonado; allí le
gracias que al final se abatieron sobre el Reino de los encontré un día en plena actividad, enfundado en un
sueños. Mi insensibilidad me sirvió de capa protectora. jubón gris. Me contó que se habían derrumbado dos
La agonía del País de los sueños fue desfilando ante pisos de El Ganso Azul, dejando un saldo de ochenta
mis ojos como una secuencia de fantasmagóricas es y seis muertos y diecisiete heridos. La catástrofe tuvo
cenas. lugar precisamente cuando se estaba celebrando una
No volví a mi habitación y empecé a evitar así asamblea. El americano había resultado milagrosamen
mismo el Café. Aparte de la inmundicia, el mismo te ileso, pero su criado -y señaló a un hombre que
Anton me resultaba antipático; solía dar palmaditas en yacía envuelto en vendajes manchados de sangre
el hombro a los clientes y decirles, por ejemplo : tenía muy pocas probabilidades de seguir con vida.
-¿Qué, cómo va ese amigo suyo? ¡ Valiente canalla! Añadió que la fortuna le había abandonado, pues la
-¿Quién? mayoría de sus pacientes se le habían muerto.
-El tipo aquel, Castringius.'� La barraca misma presentaba un aspecto siniestro ;
Los pobladores se fueron mudando paulatinamente suciedad acumulada, falta de ropa blanca, instrumental
a las áreas descampadas. La clase acomodada se instaló oxidado. En una vieja nevera, que siempre volvía a
cerrar cuidadosamente, guardaba el médico algunas
* En este diálogo Kubin emplea un lenguaje dialectal, (N. del T.) provisiones frías y las ventosas de vidrio. Me pareció
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fenómenos patológicos empezó a ser sumamente co
mentada por entonces. La gente que se encontraba por
las calles era, muchas veces, víctima de un súbito e
inesperado impulso que la llevaba a realizar los mis
?'� ·. mos movimientos involuntarios, tendiéndose la mano
. .'-: . . . en forma por demás rígida y absurda. Al cabo de unos
\
diendo amenazadoramente una vara de hierro en sus La algarabía general no dejó oír ni una sola de las
gigantescas manos. Así, derribando a los que se halla palabras del discurso; el distinguido orador seguía
ban en primera fila, logró salvarle la vida a su antiguo abriendo y cerrando la boca, hasta que al fin se con
benefactor. venció de la inutilidad de sus intentos de pacificación
y, haciendo una pequeña venia, quiso abandonar el
estrado. Mas al volverse sintió que una inmensa car
XII cajada estallaba entre la multitud: ¡los pantalones de
Ante el Archivo se había congregado una gran mul Su Excelencia, ornados de listas doradas, habían per
titud. De pronto se abrieron los batientes del gran dido sus fondillos ! « Vaya manera de divertirse la que
portón y apareció Su Excelencia, seguido por un pe tiene el pueblo», pensó.
queño cortejo. El distinguido señor iba vestido de gala De pronto se oyó una detonación ... polvo... humo ...
y lucía todas sus condecoraciones, así como un gran Muchas personas se desmayaron o fueron aplastadas.
sombrero de plumas. De lejos ofrecía el aspecto de un Alguien había lanzado una bomba ... ¿desde dónde?,
ave del paraíso. De este modo, bien enfundado en su no se sabía.
elegantísimo uniforme, subió a un estrado pequeño e Los muertos y heridos graves tuvieron que ser eva
improvisado. En torno a él, los congregados guarda cuados en camillas. Los ciudadanos observaban, tem
ron un repentino silencio. blando, las sangrientas cargas que pasaban a su lado
-Señoras y señores : tal vez hayáis notado que es hasta formar larguísimas columnas.
tamos atravesando tiempos especialmente difíciles. A Su Excelencia le habían arrancado los dos pies ;
Pues bien, ya es hora de poner fin a todo esto y de una esquirla de acero que se le incrustó en el cuerpo
que vuelva a imperar el antiguo orden. Los altos cír le había causado la muerte.
culos oficiales sólo desean ver felices y contentos a
todos los ciudadanos. ¡ Por ello, nuestro eminentísimo
Señor ha decidido decretar la amnistía para todos los XIII
crímenes y delitos, y yo he dado orden de que abran
hoy mismo las puertas de nuestra prisión estatal, el Yo no me enteré de ninguno de estos incidentes,
Wasserburg ! pues mis pasos me llevaron hacia el cementerio. Alar
-Hace ya tiempo que las abrimos -exclamaron mado por la noticia de las frecuentes profanaciones de
algunas voces irónicas-, ¡ nosotros mismos los libera tumbas, quise inspeccionar el sepulcro de mi esposa.
mos ! -bramó la plebe sarcásticamente. El túmulo estaba intacto, sólo la pequeña cruz se ha
La prisión se encontraba en un arrecife rocoso que llaba corroída por el óxido.
emergía en medio del Negro, a un día de viaje río abajo Desde lejos pude ver las fosas comunes recién ca
y no lejos de la aldea de Bellamonte. vadas, donde los muertos eran sepultados precipitada-
300 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 301
XIV
seguido nuevamente por los perros. Un enorme terra órdenes de de Nerni -el único oficial que desertara
nova negro iba pisándole los talones. Uno de los po de las huestes de Patera-, habían irrumpido horas
licías apuntó al primero de los perseguidores. El perro antes en un arsenal, adueñándose de cuantas armas
cayó muerto, pero el acosado también resultó herido necesitaban.
y se desplomó. Entonces me di cuenta de que era Los revolucionarios eran diez veces superiores en
Brendel. Nos agolpamos a su alrededor, mientras él número, y en ello basaban todo su valor. Enfrente, los
hacía esfuerzos desesperados por ponerse en pie. Fre corceles piafaban con impaciencia. El hecho de que la
n�ticos espumarajos manaban de su boca: estaba gi canalla tuviese escopetas inquietaba muchísimo al an
miendo. La pequeña herida bajo el omoplato derecho ciano y valeroso coronel Duschnitzky. Además, los
c�i ni sangraba. Poco a poco se fue calmando y en caballos tampoco eran ya de su agrado : estaban ner
fnando, su cuerpo fue sacudido por un último espas viosos, mal alimentados y presentaban evidentes sín
mo ... y murió. tomas de abandono. Inicialmente pensó diferir el ata
Acuciados por la curiosidad, los policías levantaron que hasta que llegasen los refuerzos prometidos, pero
el inerte cuerpo para descubrir lo que tan cuidadosa tal maniobra se reveló pronto insostenible. Los rebel
mente ocultaba: una cabeza putrefacta, de la que to des podían tomar el Archivo antes de que llegara la
davía colgaba una larga y espesa cabellera color casta ayuda y de nada serviría entonces lanzar la caballería
ño. Aún parecía estar viva : en las vacías cuencas y en al asalto. Por lo demás, las murallas de adoquines
torno a los labios, que estaban como pegados, hormi crecían de minuto en minuto.
gueaba un enjambre de . . . larvas. Algunos lugartenientes se rieron y encendieron ci
garrillos. Querían barrer como es debido a todos los
amotinados y se regocijaban ante la idea de efectuar
XV batidas callejeras : cosas como éstas divierten siempre
a los oficiales jóvenes. Las tropas esperaban en rigu
La rebelión había estallado en la ciudad. Varios rosa formación; una ligera expresión de estupidez se
escuadrones de coraceros y tropas de infantería aban leía en todos los rostros.
donaron el jardín del castillo y formaron delante del De pronto sonó un disparo y uno de los jinetes cayó
Palacio. Todos eran elementos seleccionados, en los a tierra. El coronel hizo una señal y avanzó hasta la
que no era fácil advertir las miserias y calamidades de primera fila. Su genuino y voluntarioso rostro de sol
las últimas semanas. Las lorigas y los yelmos presen dado lucía realmente hermoso en aquel momento, la
taban, claro está, señales de óxido, pero su estado piel bronceada y curtida. Saludó al pasar frente al
general era más bien aceptable. silencioso Palacio -una especie de Ave Caesar-, lue
Los -insurrectos se habían parapetado tras una serie go se oyeron dos toques de corneta y, profiriendo
de barricadas construidas precipitadamente. Bajo las estentóreos ¡ hurras !, la compacta masa de caballeros
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se precipitó contra las barricadas. Con los sables en tamente por el torbellino. Sus podridos arreos y cin
ristre y dejando ondear las fantasmales crines de sus chas fueron estallando, y los jinetes, privados de sus
caballos, los jinetes avanzaban inclinados sobre los asideros, rodaban por tierra antes de que pudieran
cuellos de sus cabalgaduras. El poderoso estampido de divisar siquiera al enemigo. Liberada de todas sus car
una descarga saludó su llegada, y unos cinco coraceros gas, la salvaje horda arremetió contra el cuartel, levan
resbalaron de sus sillas. Sin embargo, lo peor fue que tando a su paso una nube de chispas.
los caballos se negaron a seguir avanzando. Encabri Yo me hallaba en la Calle Larga, cuando sentí un
tados, se irguieron sobre sus patas posteriores y arro estruendo que se iba acercando; obedeciendo a un
jaron al suelo a sus dueños. Luego, en medio de pe impulso instintivo, subí a un pequeño muro junto al
netrantes relinchos y describiendo un amplio semicír- Café : ya se oía el retumbar de los cascos sobre el
pavimento. Por un instante pude ver los ojos saltones
y enloquecidos, la siniestra desmesura de los ollares y
hocicos distorsionados, aspiré el acre olor a sudor y
un minuto después ya habían desaparecido envueltos
en el remolino de polvo, en dirección al campo.
Gordos e indolentes, los enormes buitres miraron pa
sar con indiferencia a la enfurecida horda, permane
ciendo inmóviles en sus pedestales, los troncos pelados
de la alameda. Lo único que pareció atraer ligeramente
su atención fue un jamelgo bayo que, rezagado y co
jeando, daba vueltas sobre un mismo punto.
La frenética manada contorneó toda la ciudad. Algu
nos prosiguieron su loca carrera por las callejas angu
culo en torno a la gran plaza, se lanzaron contra las losas, destrozándose la cabeza contra los salidizos de
barricadas, saltando sobre ellas, cayendo con terrible los muros. La gran mayoría se atascó repetidas veces
furia sobre soldados y cabecillas y derribando cuanto en estrechos pasajes y callejones sin salida, hasta que,
se oponía a su desenfrenada carrera. Las bestias pare por último, desembocó en la escombrera. ¡ Y allí no
cían dotadas de una fuerza sobrenatural y estar obe hubo escapatoria! Los más débiles fueron aplastados
deciendo a algún conjuro diabólico. por los más fuertes ; de todas partes llovían coces y
En este momento llegaron los esperados refuerzos, volaban fragmentos de vísceras. Un vaho maloliente
que no hicieron sino empeorar la situación. Los caba empezó a propagarse por aquella zona.
llos que llegaban husmearon el violento y masivo des El anciano coronel se habría alegrado muchísimo si
plazamiento de los otros, dejándose arrastrar inmedia- hubiera podido ver el rotundo éxito de su acometida :
310 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 311
un sinnúmero de rebeldes habían muerto triturados En vano busca una salida, el brazo roto empieza a
por los cascos. Sin embargo, del buen señor no que hincharse y a producirle dolores intensísimos. Agota
daba sino un puño envuelto en un blanco guante de do, escucha unos chirridos suaves, acompañados de
manopla... el resto se había diseminado por completo saltitos y deslizamientos ; primero en forma aislada,
entre un amasijo de miembros, corazas, esquirlas, yel luego cada vez más numerosos ... cien ... mil veces más.
mos, sillas y arreos. Sólo entonces se da cuenta de la trampa en que ha
caído; intenta correr y, al dar golpes a su alrededor
tropieza todo el tiempo con cientos de patitas ... pesa
XVI das masas cuelgan de él como racimos. El brazo con
que intenta quitárselas recibe pequeños y agudos mor
Antes de desplomarse del todo, el Café ofrecía por discos. Cuatro ... cinco ... seis veces logra sacudirse de
dentro un aspecto tan ruinoso que ningún cliente que encima aquellos enemigos. ¡ Por último se arroja al
ría poner los pies en él. El propietario le echó la culpa suelo para librarse de los hambrientos asaltantes ! Un
al camarero principal. centenar de ratas son heridas o despanzurradas, pero
-¡Parece usted un cerdo! -le dijo éste un día con en su lugar surgen varios miles que agradecen al Crea
voz bondadosa y tranquilizadora. Dada la dulzura del dor la inmensa dicha que se ha dignado deparar a su
tono, sólo podía ser el contenido de esta frase el que pueblo ...
inspirase al hipócrita camarero su nefando proyecto. Varias personas me aseguraron haber oído gritos
Una noche empujó alevosamente a su ingenuo jefe por extraños, maldiciones horrorosas, plegarias lastimeras
la escalerilla del sótano, cerrando tras él la trampa. El y sordos bufidos que surgían por distin_tas alcantarillas
posadero se rompió un brazo al caer, pese a que su y albañales. Los lugares por ellas mencionados queda
gordura lo hizo rebotar como una pelota de goma. ban, es verdad, bastante alejados entre sí, pero la acús
Aunque estaba indignado con Anton, en ningún ins tica era sumamente especial en el Reino de los sueños.
tante se imaginó la magnitud del peligro en que se Tras la misteriosa desaparición de su patrón, el se
hallaba. El camarero contaba con una serie de cómpli ñor Anton siguió atendiendo aún por espacio de dos
ces para consumar su crimen y, como experimentado horas. Luego cerró y abandonó el local: imposible
calculador que era, no se equivocó al hacer sus cálcu esperar nuevos ingresos. Los ajedrecistas se quedaron
los. Los terribles cómplices no eran otros que los dentro.
millones de ratas que poblaban las bóvedas y catacum Por una extraña y casual coincidencia, Anton llegó
bas subterráneas de Perla. El posadero, que se extravió a asociarse con Castringius, formando una especie de
al avanzar a tientas por la oscuridad, fue a parar al alianza con el ex dibujante. Pues Nik había cambiado
mismo pasillo en el que, tiempo atrás, también yo de profesión. Ahora se ganaba la vida con los ahorros
había padecido tanto. de los demás; dicho de otro modo: robaba cuanto le
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-¡ Silencio, lacayo ! ¿ Qué sabes tú de cosas subli a compartir nada con un palurdo como tú. Si no estás
mes? Aquellos tomos contienen casi toda la produc de acuerdo, acércate y verás-. Y le enseñó los dientes.
ción de un artista que será siempre un extraño para ti. Era consciente de su fuerza y podía confiar en ella.
Tu estrecho horizonte mental apenas puede abarcar los El taimado Anton se hallaba preparado para una
trabajos de mi estimado colega!-. Y castigó a Anton escena de este tipo desde que iniciara su turbia asocia
con una mirada de desdeñosa compasión. ción y, por lo que pudiera suceder, llevaba siempre en
un bolso sus armas defensivas. Fue así como, inopi
Hurgaron luego el guardarropa del dormitorio, bus
nadamente, el colaborador número uno del Esp ejo de
cando algo que aún pudiera utilizarse. De pronto : ¡ Un
los sueños recibió un puñado de pimienta molida en
sollozo sofocado ! plena cara.
-¿Has oído?» -preguntó temblando el supersti Ofuscado, éste empezó a repartir manotazos a dies
cioso camarero, que casi deja caer su linterna. Sobre tra y siniestra, cogiendo a su contrincante por el pecho
la cama distinguieron, envuelta en una manta, la figura y acercándolo hasta donde él estaba. Las poderosas
acurrucada de una niña aún muy tierna que, con el hélices propulsoras se cerraron sobre la espalda de
terror reflejado en sus ojazos abiertos, miraba fijamen Anton, que cayó de rodillas. Ambos, el larguirucho y
te a los intrusos : el enano, rodaron abrazados por el suelo, recorriendo
-¡ Luischen, la hijita de mi redactor j efe ! ¡ Por su primero toda la alcoba y deslizándose luego por la
puesto que es toda mía! -exclamó alegremente Cas puerta abierta hasta el balcón. Ninguno de los dos,
tringius mientras se acercaba, deshaciéndose en reve confundidos en su furioso abrazo, se dio cuenta de
rencias, a la atemorizada criatura. que la baranda estaba rota. Del balcón se precipitaron
-¡ En todo caso iremos a medias !, como habíamos sobre el tejado del lavadero, y de allí fueron a dar a la
quedado!-. Los celos agitaron repentinamente el letrina, que se hallaba abierta.
alma del camarero, ya repuesto de la primera impre Se escuchó un sordo chasquido ¡plaf!. .. unas cuantas
sión. Castringius se volvió, con la frente inclinada burbujas subieron luego a la superficie ...
como un toro -no, parecido más bien a una rana
buey en estado de embriaguez-, y clavó sus ojos en
el enjuto camarero, demacrado por la mala alimenta XVII
ción. Las piernas cortas y nervudas del primero no se
movieron cuando refunfuñó en sordina, agitando va «El amor carnal no es sino la voluntad de la Cosa
rias veces sus brazos largos y rematados por las horri en-sí de acceder a la temporalidad. ¿ Cómo tenéis la
bles manazas : osadía de querer violentar la Cosa-en-sí? No distinguís
-Mi estimado señor, me asisten aquí derechos más la Cosa-en-sí de todas las otras cosas. Desde un punto
antiguos que los vuestros. Además, no estoy dispuesto de vista estrictamente filosófico me veo obligado a
LA OTRA PARTE 319
318 ALFRED KUBIN
XVIII
principal. Su provisión de carbón era suficiente; en el de marcha divisó una ventana débilmente iluminada;
peor de los casos, podría cargar el depósito en alguna detrás de ésta, un negro muro parecía alzarse hasta la
estación intermedia. inmensidad del cielo. El americano abrió con mano
El esfuerzo le había hecho entrar en calor, de modo firme la portezuela de un jardín, se acercó a la ventana
que se quitó el abrigo. Alimentó una vez más el fogón, y miró al interior.
echó una mirada al manómetro y tiró de la palanca. Una lamparilla de petróleo, cubierta por una pan
El vetusto vehículo se puso en movimiento. Era un talla verde, brillaba sobre una mesa con manchas de
viaje peligroso, pues el terraplén bajo se hallaba semi tinta. En torno a ella yacían, desparramados, legajos
destruido y el agua pantanosa cubría largos trechos de de papeles escritos, formularios, lacre para sellar y
vía férrea. Salpicando profusamente por delante, las precintos de plomo. Sobre una pequeña barandilla se
ruedas avanzaban segando masas de juncos y dejando veían diversas herramientas, clavos y un rollo de cor
tras de sí una larga estela. del. Un pésimo retrato de medio cuerpo de Patera,
El maquinista iba aspirando los vapores sulfurosos impreso en tamaño natural y distribuido por una ins
que la ciénaga dejaba escapar al ser agitada. A lo lejos titución oficial de Perla, constituía el único ornamento
distinguió las ruinas, blancuzcas e indefinibles, de lo del estrecho recinto.
que siglos atrás había sido una ciudadela persa. Era el despacho del guardián fronterizo del Reino
Siguió alimentando el fuego hasta que la caldera de los sueños. El anciano funcionario estaba durmien
amenazó con explotar y el horno y las piezas de acero do en un sillón forrado de hule. Su barbuda cabeza
adjuntas se pusieron al rojo vivo; la locomotora avan
zaba a trompicones sobre los rieles torcidos y corroí
dos por el óxido. Echando abundante humo, pasó
frente a alquerías abandonadas, haciendas arruinadas
y bosques deshojados. Una sola vez tuvo Bell que
detenerse para arrancar de la vía el cadáver semidevo
rado de un caballo. Luego, el armatoste empezó a
jadear y rechinar de nuevo, y se paró en pleno campo
al cabo de dos horas. El americano añadió carbón al
fuego, escupió en la caldera, escuchó cómo siseaba y
saltó a tierra. Caminó un buen rato siguiendo los rieles
y desapareció por último en un valle pequeño y flan
queado de árboles gigantescos. Las lianas secas y raíces
adventicias que colgaban de las ramas trataban de im
pedir el paso al presuroso caminante. Tras media hora
328 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 329
descansaba lánguidamente en una de sus manos, pro ligero y pausado agitó todo el cuerpo que, sin embar
duciendo cierta impresión de debilidad. En cumpli go, permaneció en la misma posición.
miento de las instrucciones pertinentes, llevaba atada Afectando una ridícula modestia, el americano hizo
al cinto, mediante un gancho de mosquetón, la llave una venia ante el retrato de Patera. «¡Por una vez he
de la llamada puerta pe queña, una abertura en la gran ganado!» Seguidamente cogió la llave que colgaba del
muralla que sólo permitía el paso de una persona a la cinturón del muerto ; sus movimientos eran rápidos y
vez. La gigantesca llave principal estaba guardada en seguros. En el piso, junto al sillón, había una linterna
una caja fuerte. El viejo guardián ejercía sus difíciles sorda. Cuando se agachó a recogerla, sintió que algo
funciones en compañía de sus dos hijos. Su casa par se iba cerrando firmemente en torno a su muñeca. Era
ticular, ubicada al lado de la garita, comunicaba con el cadáver, o, mejor dicho, sus amarillentos dedos que,
la del vigilante y los aduaneros. Los dos edificios co sin duda, él había rozado al inclinarse. Aunque el
lindaban, por la parte de atrás, con la colosal muralla cuerpo seguía allí, inmóvil e indefenso, sus terribles
de circunvalación. dedos se hallaban animados por una fuerza tan desco
El espía conocía al dedillo todos estos detalles - El munal que hubieran podido estrujar un trozo de acero
_
cielo empezó a oscurecerse pronto y con tal rapidez como si fuese un simple amasijo. Bell gritó: «¡Esto es
que Bell, acostumbrado a la monótona luz crepuscu obra de Patera! » Se dio cuenta de que si la presión de
lar, miró a su alrededor y apenas pudo distinguir, tras los dedos seguía aumentando, su muñeca sería tritu
el velo de bajísimas nubes que casi rozaban el suelo, rada en pocos minutos. Ya había perdido la sensibili
los techos metálicos de los almacenes contiguos a la dad en el oprimido miembro ... empezó a desgarrar con
estación de partida. Sigiloso como un gato se deslizó los dientes la muñeca de su adversario, pero era de
en el caldeado aposento, echando hacia atrás su capu masiado tarde: su propia mano se hallaba irremisible
cha. En la mano derecha sostenía la pesada manivela mente perdida. En ese horrible momento, vio, �obre
de hierro de la locomotora. « ¡ A estas alturas qué im la barandilla, unas tijeras de jardinero abiertas. D10 un
porta ya uno más o uno meno� !», p� nsó mientr�s salto para llegar a ellas y el cadáver voló junto con él
_
miraba fijamente al durrruente. Este hizo un movi como un monstruoso apéndice. Con certeros tajos
miento involuntario con la cabeza, dejándola caer con desgajó del brazo del muerto la terrible mano que,
tra el respaldo del sillón. ¡Entonces el otro le propinó aflojando la presión, cayó inmediatamente al suelo.
un certero golpe con la manivela ! Sonó como cuando Bell lanzó un suspiro de resonancias casi místicas. Con
se golpea el agua con la palma de la mano. El contun los brillantes rizos resbalándole en simétrica distribu
dente porrazo fue a dar en el hueso frontal, destro ción sobre la frente, el retrato de Patera lo miraba
zándolo y haciendo saltar los dos ojos fuera de sus desde la pared, esbozando una sonrisa de estereotipada
órbitas, de suerte que el barbudo rostro de la víctima amabilidad. El americano cogió la linterna sorda y
esbozó una mueca horrible y grotesca. Un temblor echó a correr.
330 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 33 1
Al llegar al muro enfiló por el gigantesco túnel. Era páramo avanzaba con rapidez la larga estela de fuego
presa de una fuerte excitación: ¡por fin sabría si su de la chimenea. ¡El intrépido espíritu de empresa nor
plan había tenido éxito o no! Según sus propios cál teamericano había, finalmente, triunfado! Rebosante
culos, la ayuda europea debía de estar ya muy cerca. de felicidad, Bell puso en acción la sirena de vapor;
La necesitaba, tenía que llegarle; él solo no podía los agudos pitidos resonaron como quejas en medio
enfrentarse al populacho del Reino de los sueños, cuya de las profundas tinieblas. «Y ahora, ¡a poner este país
agresividad aumentaba de hora en hora. en orden!», se prometió a sí mismo. Entretanto, la
Abrió la puerta pequeña y salió al aire puro y frío mano se le había hinchado y le causaba dolores agu
de la noche. Luego disparó un cohete que había lle dísimos, que en vano intentaba calmar friccionándola
vado consigo: un surtidor de oro derretido partió ha con aceite de máquina. Pero su victorioso júbilo no se
cia el cielo nocturno y, al llegar a cierta altura, descri vio turbado por ello.
bió varias curvas prodigiosas y estalló en un diluvio En dirección a Perla el cielo empezó a incendiarse
de estrellas. Con febril impaciencia esperaba el ameri un deslumbrante resplandor, que fue adquiriendo cada
cano alguna señal de respuesta... ¡nada!. .. todo seguía vez mayor intensidad, se deshizo contra el banco de
inmerso en la misma oscuridad silenciosa. ¡Había cal nubes y pronto iluminó todo el horizonte. El ameri
culado mal! Furioso y decepcionado, contempló a la cano observaba aquella nueva conflagración con cre
luz de su linterna la monumental puerta de hierro con ciente angustia. El herrumbroso bólido se deslizaba
sus pesadas abrazaderas. ¿Debía regresar acaso? Es ahora, sin disminuir su velocidad, por las aguas del
crutó nuevamente en la lejanía. De pronto, una lumi pantano, levantando una ola negruzca que salpicaba
nosidad fantasmal se deslizó vertiginosamente por el de barro al maquinista. Las dos mitades de una ser
firmamento para desaparecer con la misma rapidez con piente de agua, partida por las ruedas, fueron a caer
que había surgido. A los pocos segundos, otro haz de en la cabina y se enroscaron a sus pies. Sumergido casi
luz azulada volvió a brillar como un cometa. Eran los hasta la mitad, el depósito de carbón siseaba al avanzar
reflectores de los rusos. Una mezcla de alegría salvaje por entre la masa acuosa; el manómetro marcaba 99:
y orgullosa satisfacción se apoderó del voluntarioso la caldera podía estallar en cualquier momento. Va
Bell. ¡Había ganado la partida! Dejando la puerta liéndose de unas pesadas tenazas, el americano cerró
abierta a las tropas, dio media vuelta y echó a correr. la válvula de escape para contener el resto de vapor.
El punto luminoso de su linterna desapareció tras las Cuando divisó la estación central, detuvo la máqui
colinas y, casi sin aliento, llegó adonde estaba la loco na, se apeó precipitadamente y, abandonándola a su
motora. Los guardias fronterizos, auténticos hijos del destino, echó a correr en dirección a la ciudad.
Archivo, no habían notado ninguna de sus maniobras. Todo se hallaba bañado en una intensa luz rojiza;
El americano dio marcha atrás a su vieja máquina, el Archivo estaba en llamas. Constantemente se oían
atizando las brasas repetidas veces. Por el caliginoso pequeñas explosiones de polvo y las llamaradas arro-
332 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 333
XX
J
342 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 343
las paredes ; yo seguí subiendo cada vez más alto en De un inmenso agujero abierto en la tierra emergió,
busca de algún lugar donde guarecerme, y fui a salir de pronto, una columna de aire helado que llegó hasta
nuevamente al aire libre, bajo un cielo enteramente donde yo estaba e hizo rodar por tierra a los fugitiv�s.
rojizo. Me hallaba en la antigua fortaleza de la mon La monstruosa cavidad volvió a aspirar luego el aire
taña. Algunos cañones apuntaban aún en dirección a expelido, devorando conjuntamente tablas, vigas y
la ciudad, aunque sus cureñas estaban rotas y los tubos hombres como un furioso ciclón. Sólo unos cuantos
de bronce yacían diseminados contra los parapetos. En lograron salvarse y buscaron refugio en las casuchas
aquel lugar, la pared montañosa caía a pico sobre un del Suburbio. Poco después cesaron las violentas rá
abismo de varios centenares de metros. A mis pies fagas y por el oscuro agujero asomó cautelosamente
divisé un laberinto de pasadizos ; apenas pude dar cré la cabeza de un camello. Colocada en el extremo de
dito a mis ojos : la ciudad había estado enteramente un cuello infinito, lanzó unas cuantas miradas inteli
socavada como la madriguera de un topo. Un ancho gentes a su alrededor y se alzó hasta llegar a la altura
túnel unía el Palacio con el Suburbio y varios más se de mi refugio. Allí se rió en silencio y retornó luego
extendían hasta el campo. Ahora, las oscuras aguas del a su lugar de origen.
Negro iban llenando aquella red de galerías sacadas ya Las cabañas empezaron a moverse, los molinos de
a la luz, y todo lo que aún estaba en pie acababa viento golpeaban a los intrusos con sus asp �s, los
hundiéndose gradualmente en ellas. Por el otro lado, techos de paja erizaron su hirsuta cabellera, las tiendas
el pantano seguía acercándose cada vez más. se hincharon como si en su interior albergasen vientos,
El repique cesó; las torres se habían derrumbado, a los árboles cogían a los hombres con sus ramas, los
excepción de la Gran torre del reloj, cuya poderosa postes se doblaban como cañas y, finalmente, los tem
campana continuaba emitiendo graves y profundos pletes y las azoteas de las casas se amontonaron y
tañidos. Casi no vi señales de vida. Tan sólo un redu empezaron a decirse cosas extrañas :n un tono gruñó�,
cido grupo de personas parecía haberse salvado : fortísimo y perfectamente perceptible: j Un lenguaje
corrían en todas las direcciones y volvían a convergir casero oscuro e incomprensible !. ..
luego en algún punto, como marionetas accionadas En los canales flotaban aún algu nos cadáveres, que
por un solo hilo; vistas desde arriba daban esta impre eran lentamente absorbidos hacia el fondo de la tierra.
sión. Luego, todo fue desapareciendo de mi vista y sólo
Aquellos individuos parecían evolucionar sin rum recuerdo haber observado cómo las pirámides de casas
bo determinado. Por último se precipitaron, como del Suburbio se derrumbaban con gran estrépito.
siguiendo una orden invisible, por encima de los es Era como si una capa de agu a se hubiese interpuesto
combros y, esquivándolos con sorprendente agilidad, entre todas aquellas cosas y yo. Del cielo descendió
enfilaron hacia el río, cuyo cauce vacío atravesaron en una densa neblina y los últimos fulgores del incendio
dirección al Suburbio. se fueron extinguiendo entre la bruma. Todavía escu-
344 ALFRED KUBIN
día de oeste a este empezó a ponerse en movimiento: La selva virgen de su cabellera se desprendió del crá
vi que era el americano dormido. Patera se abalanzó neo, dejando aflorar la lisa estructura ósea. De pronto,
cuan largo era sobre su enemigo y, mientras luchaban, la cabeza entera se redujo a polvo y pude contemplar
el mar no cesaba de hervir levantando olas descomu una oquedad deslumbrante e indiferenciada ...
nales. Yo, sin embargo, sabía que estaba en manos de Entonces distinguí, a bastante distancia, la figura del
mi Destino y permanecí imperturbable. americano, que había adquirido la monstruosa estatura
Hasta donde lograba ver, era un océano de sangre de Patera. Los ojos de su augusta cabeza despedían
destellos adamantinos mientras luchaba consigo mis
el que se agitaba allá abajo. Las calientes y purpurinas
mo, presa de un paroxismo demoníaco. Las enormes
olas siguieron subiendo cada vez más alto, hasta que
concavidades que originaban sus venas al distenderse
la rosácea espuma de la resaca bañó mis pies. Un hedor
se entrecruzaban formando una red violácea en torno
nauseabundo llegó entonces hasta mi nariz. El enro
al cuello : ¡ estaba tratando de estrangularse ... en vano !
jecido mar se fue retirando y empezó a descomponerse Se golpeó entonces el pecho con todas sus fuerzas,
bajo mis ojos. La sangre se fue tornando cada vez más dejando escapar un ruido como de címbalos de acero,
negra y espesa, refulgiendo por momentos con todos cuya resonancia me ensordeció casi por completo.
los colores del arco iris. Al cuajar, el espeso líquido se Luego, aquel monstruo empezó a derretirse rápida
separó varias veces dejando a la vista el fondo de aquel mente; sólo su sexo se negaba a disminuir de tamaño
mar que, cubierto de una muelle capa de excrementos, hasta que, al final, quedó adherido como un parásito
exhalaba toda suerte de vapores mefíticos. insignificante a un falo de dimensiones colosales. Por
Patera y el americano acabaron fundiéndose en una último, el parásito se desprendió como una verruga
sola masa amorfa ; el último se introdujo y desarrolló seca y el terrible miembro empezó a reptar por el suelo
totalmente en el cuerpo del primero, formando un ser evocando una gigantesca serpiente, hasta que, retor
de dimensiones colosales que empezó a revolcarse ha ciéndose como un gusano, desapareció en uno de los
cia todos lados. Aquella criatura monstruosa y des pasadizos subterráneos del Reino de los sueños.
provista de forma poseía una naturaleza proteica: en Mis miradas atravesaron la tierra: aquellas galerías
su superficie surgían millones de caras pequeñas y estaban habitadas por un pólipo de mil tentáculos que,
versátiles que cantaban, gritaban confusamente y vol estirándose como si fueran de goma, llegaban a todas
vían a desaparecer. Una súbita calma descendió por las casas, se deslizaban en todas las habitaciones y bajo
último sobre el monstruo, que se retorció hasta con todas las camas, molestando a los durmientes con sus
vertirse en una bola gigantesca : la cabeza de Patera. pelillos y ventosas, extendiéndose sin parar durante
Sus ojos, inmensos como dos hemisferios terráqueos, millas y millas y enroscándose hasta formar masas
tenían la clarividente mirada de un águila. Al poco compactas que lanzaban destellos oliváceos, bien ad
tiempo el rostro adquirió los rasgos de una de las quiriendo un brillo pálido y encarnado, bien ennegre
Parcas, envejeciendo millones de años ante mis ojos. ciendo por completo.
352 ALFRED KUBIN LA OTRA PARTE 353
La luminosidad volvió a ofuscar mi vista. Dos me miento fue seguido por la necesidad intensa de acceder
teoros que despedían una luz violácea surgieron de dos al punto medio, cosa que ocurrió en un instante. Una
puntos diametralmente opuestos, se fueron acercando languidez suave y dichosa iluminó el mundo. De un
el uno al otro y, finalmente, se estrellaron. La atmós conocimiento extenuado surgió una fuerza, un anhelo.
fera se tomó incandescente. Rayos multicolores zig Era un poder monstruoso y autoconsciente... todo
zaguearon por el firmamento, cruzándose en distintas oscureció de pronto. En medio de oscilaciones precisas
direcciones. Era como si, por espacio de unos cuantos y regulares, el Universo se redujo a un punto.
segundos, emergieran universos soleados y de esplén Y ya no supe nada más.
didos colores, poblados de flores y criaturas que nunca
había visto sobre la tierra. Extrañas formas centellean II
tes y movedizas se agitaban confusamente en torno a
mi alma. Ya no veía todo aquello con mis ojos, no . . . Tuve la suerte de ser despertado por un dolor pun
¡ no ! : m e había olvidado a mí mismo al diluirme en zante; el frío había aumentado a un grado tal que poco
esos microcosmos, compartiendo el dolor y la alegría faltó para que muriese congelado.
de una gama infinita de seres. Una serie de extraños e Ante mí se abría un ancho valle, cubierto aún par
indescriptibles enigmas me fue entonces revelada. cialmente por las violáceas neblinas de la noche: cor
Algo estalló de pronto en mil pedazos; oí cuerpos dilleras grandiosas y escarpadas, empinadas praderas
que caían. De algún punto empezaron a surgir masas alpinas. Sobre este paisaje se alzaba un cielo matinal,
blandas y desprovistas de huesos, de apariencia feme bañado en una tenue luz verdosa, y los picos más altos,
nina, que se agitaban impulsadas por un intenso deseo coronados de nieve, brillaban ya con fulgores rosá
de cobrar forma. Miles de puntitos luminosos se en ceos. La niebla empezaba a disiparse, depositándose
cendieron súbitamente y un sinnúmero de armonías en copos aislados sobre los oscuros bosques. Me froté
recorrieron los espacios que, a su vez, volvieron a los ojos. ¿ En qué país estaba? Una aromática fragancia
fusionarse en una masa acuosa, indivisible y rutilante. acabó de reanimarme; el cielo había enrojecido en un
Allí donde un mar se había agitado poco antes, se veía momento y tras las cumbres nevadas surgió un radian
ahora una capa de hielo que, al resquebrajarse, despi te cuerpo luminoso : ¡ era el sol, el inmenso sol! Pero
dió figuras geométricas en distintas direcciones. mis ojos estaban demasiado débiles para soportar la
Yo era parte integrante de aquellos fenómenos y, luz del día, y busqué de inmediato la calígine de la
haciendo un descomunal despliegue de fuerzas, pude montaña. Desde la remota llanura llegó un estruendo
abarcarlos a todos. Después de sucesos que eran eter de cornetas ; ¡ varias columnas oscuras avanzaban por
nos y atemporales, tras las tensiones propias de un el horizonte ! A mis pies divisé una vastísima escom
proceso transformador cada vez más eruptivo, todo brera jalonada de innumerables fosos llenos de piedras.
acabó adoptando la forma de su contrario. El nací- Temblando, descendí por la galería de la montaña.
354 ALFRED KUBIN LA OTRA PAR TE 355
Penetré en la sala de piedra: su doble hilera de
gruesas columnas cubiertas de figuras evocaban un
templo rupestre. En un ancho flamero de bronce ardía,
como una lengua inquieta y anaranjada, una llama de
nafta. Era la única luz allí existente y su resplandor
iluminaba apenas la parte posterior, donde los ojizar
cos se habían acuclillado. Presa del miedo, yo hubiera
preferido retirarme, pero antes quería agradecerles el
haberme salvado; aún no había pensado un solo ins
tante en el futuro.
Sin embargo, no lograba decidirme a comparecer,
desaliñado como estaba, ante aquella asamblea solem
ne y silenciosa, por lo que decidí esperar oculto a la
sombra de una columna. De pronto fui sobresaltado
por un gemido ronco. Algo oscuro se movía en la
entrada, un fardo de telas negras, hasta donde pude
apreciar en la incierta penumbra. Un ser se acercaba
arrastrando penosamente los pies. ¿Un ser humano? ...
Mantenía baja su velada cabeza y vestía una túnica de
larguísima cola. Al llegar ante el flamero se detuvo y
levantó el velo que lo cubría. ¿Patera? ... ¡ Sí y no !. . .
¡ Pues claro que sí ! ¡ Qué extraños cambios s e habían
operado en su persona! Gimiendo como si llevara una
carga superior a sus fuerzas, avanzó unos pasos más.
Su prodigiosa capacidad de transformarse a voluntad
parecía haberle abandonado; en su rostro sólo se leían
un agotamiento y un cansancio infinitos. Tenía los
párpados entornados. La expresión de su cara había
recuperado cierto calor humano y esta vez su presencia
no me amedrentó. El color céreo y transparente había
desaparecido y, una vez más, me recordó al muchacho
que yo había conocido en la escuela. Así pasó a mi
lado, tambaleándose como si arrastrara alguna fatali-
LA OTRA PARTE 357
CONCLUSIÓN
saca un panamá nuevo y de anchas alas, y enciende su fango. Las ruinas se iban deslizando lentamente hacia
corta pipa; un fino bastón de caña con puño dorado el abismo.
pone el toque final a su indumentaria. No había nadie a quien poder entregarle el ultimá
Al ver su porte fresco y enérgico y su tez bronceada, tum.
nadie habría imaginado las increíbles y molestas aven El general quedó muy descontento con esta nueva.
turas por las que acaba de pasar. Tan sólo las retintas De algún modo, aquella gente había tomado demasia
patillas mostraban ligeras señales de encanecimiento. do en serio la perspectiva de toparse con cámaras
De este modo salió el americano al encuentro de los repletas de valiosísimos tesoros.
europeos. Decidieron avanzar hasta la falda de la montaña
El general de división Rudinoff envió al frente de observando al máximo, claro está, las medidas de pre
su ejército a un destacamento de tiradores que, si bien caución pertinentes, ya que algunos miembros de la
se deslizaron con la máxima cautela hasta los humean oficialidad insistían tenazmente en la idea de una po
tes restos de la muralla, no lograron descubrir un solo sible emboscada, baterías camufladas, etc.
enemigo. Al recibir el parte respectivo, el general de Fue así como llegaron hasta la portezuela abierta en
cidió avanzar con el resto de sus tropas. Con ayuda la pared de roca y me encontraron, totalmente incons
de un catalejo divisó entonces una fortaleza, construi ciente, en el peldaño inicial de la escalinata. A esta feliz
da en la cumbre de un peñón que emergía de la mon circunstancia debo el haber escapado con vida.
taña. Rudinoff ordenó desenganchar el avantrén de Me acogieron con muestras de gran cordialidad y
algunas de las piezas de artillería y visar la elevada simpatía. Los periodistas, que ya conocían mi nombre
fortificación. Acto seguido envió a un parlamentario, de antemano, intentaron entrevistarme repetidas veces.
dos cosacos con banderas blancas y un corneta, con la Varios periódicos quisieron publicar mi foto junto con
misión de presentar un ultimátum a los enemigos, las del lugar en que se había levantado el Reino de los
exigiéndoles que se rindiesen inmediatamente y se sueños. Yo me sentía demasiado débil para responder
considerasen prisioneros de guerra. Deberían entregar a la avalancha de cuestionarios que me eran presenta
a los rusos todas sus armas y propiedades y poner en dos, y solía remitirlos a mister Bell que, entretanto, ya
inmediata libertad a cuantos súbditos de estados eu había: tomado contacto con los europeos.
ropeos se hallasen bajo su custodia. Pero el parlamen No se encontró rastro alguno del templo excavado
tario no encontró más que un terreno abandonado, en la montaña, pues un deslizamiento de las capas de
cubierto en gran parte de piedras desmenuzadas y roca había bloqueado todas las entradas. Cuando for
arenisca. Aquí y allá, ascuas de madera carbonizada mulé esta hipótesis, los geólogos que habían llegado
emergían aún de entre los escombros; sin embargo, no con la expedición menearon la cabeza en son de burla.
les pareció prudente detenerse mucho tiempo en aquel Vi, pues, que la gente no prestaba crédito alguno a mis
sitio, pues el suelo empezó a hundirse y a cubrirse de palabras, menos aún desde que el americano, pavo-
LA OTRA PARTE 365
364 ALFRED KUBIN
Después de enviar un telegrama: «Zona del Estado
neándose orgullosamente, afirmó haber puesto fin a de los sueños totalmente ocupada», los integrantes de
todo el embuste de Patera cuando destrozó el muñeco la expedición guardaron absoluto silencio, como cabía
de cera. esperar de europeos desacreditados :
Además, nosotros dos no éramos los únicos super _
El fenómeno Patera contlilÚa siendo un emgma.
vivientes de la catástrofe. Las patrullas de soldados que Acaso fueran los ojizarcos los auténticos amos que,
recorrían los bosques aledaños descubrieron un grupo utilizando poderes mágicos, galvanizaron un muñeco
de seres semidesnudos que, encaramados en los árbo inanimado con los rasgos de Patera para crear y des
les, hablaban y gesticulaban apasionadamente. Resul truir a su antojo el Reino de los sueños.
taron ser también ciudadanos del Reino : seis judíos El americano vive todavía, y todo el mundo le co
propietarios de una cadena de droguerías. Más tarde noce.
me enteré de que se recuperaron con una rapidez
increíble y han llegado a amasar grandes fortunas en
algunas capitales del norte y oeste de Europa.
Poco después, cuando efectuaban excavaciones en
un pozo de cenizas todavía calientes, los soldados
encontraron una figura seca y, tras quitarle el polvo
que la cubría, la tomaron por una momiá. Sin embar
go, un médico del regimiento encontró en ella algunos
signos de vida, por lo que trabajó afanosamente para
encender de nuevo la pequeña chispa. Todos corrieron
a ver al rescatado que, según comprobaron pronto, era
de sexo femenino. Un alto oficial ruso, que llevaba un
apellido muy antiguo, reconoció en ella a su tía, la
princesa de X. Ordenó que la vistieran y emperifolla
ran y se la llevó consigo a Europa.
Yo, personalmente, hice el viaje de regreso vía Tash
kent en compañía de un médico y, al llegar a Alemania,
tuve que pasar un tiempo en un sanatorio para repo
nerme y acostumbrarme nuevamente a mis antiguos
modos de vida, y en especial a la luz del sol. Tardé
varios años en recuperar cierta confianza en mi entor
no humano y en poder reanudar normalmente mis
actividades profesionales.
EPÍLOGO