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Isaías 64 1-9

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ISAÍAS 64:1-4.

OH SI DESCENDIERAS
1¡Oh si rompiese los cielos,
y descendieras, y á tu presencia se escurriesen los montes,

2Como fuego abrasador de fundiciones,


fuego que hace hervir las aguas,
para que hicieras notorio tu nombre á tus enemigos,
y las gentes temblasen á tu presencia!

3Cuando, haciendo terriblezas cuales nunca esperábamos,


descendiste, fluyeron los montes delante de ti.

4Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron,


ni ojo ha visto Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera.

“Oh si rompiese los cielos, y descendieras” (v. 1a). Habíamos oído palabras con este
mismo tono en la primera sección de este libro, cuando Isaías le advirtió a la gente de las
consecuencias que sufrirían por no confiar en Yahvé. Pero después alegró a Israel con la
esperanza de la salvación, diciendo, “De Jehová de los ejércitos serás visitada con truenos y
con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor”
(29:6).

“y á tu presencia se escurriesen los montes” (v. 1b). Israel se encuentra en una zona
sísmica por estar ubicada en el Valle del Rift por donde fluye el Río Jordán – y la gente ha
vivido por terremotos. Asocia los terremotos con la presencia de Dios o con el juicio de
Dios (Éxodo 19:18; Job 9:6; Salmo 18:7; 68:8; 99:1; Nahúm 1:5).

En este caso, esta oración de lamento pide que Dios anuncie su presencia por medio de un
terremoto.

“Como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas” (v. 2a). Esta
parte de versículo 2 realmente pertenece con versículo 1b. Montes que tiemblan, maleza
que arde, y agua que hierve son metáforas para la energía que está más allá de nuestro
control y que la presencia de Dios representa.

“para que hicieras notorio tu nombre á tus enemigos, y las gentes temblasen á tu
presencia” (v. 2b). El propósito de estas manifestaciones de la presencia de Dios (montes
que tiemblan, etcétera) es impresionar a los enemigos de Dios (que supuestamente también
son enemigos de Israel) para que éstos muestren el debido respeto hacia Dios (y también
Israel).

“Cuando, haciendo terriblezas cuales nunca esperábamos, descendiste, fluyeron los


montes delante de ti” (v. 3). Dios ha cumplido grandes hazañas a favor de Israel durante
mucho tiempo. Vienen a la mente las plagas que cayeron sobre Egipto que hicieron que
Faraón liberara a Israel – también la liberación de Israel en el Mar Rojo – el maná en el
desierto – las murallas derrumbadas de Jericó – y la victoria del pequeño David sobre el
gigante Goliat – etcétera, etcétera.

Montes que tiemblan nos hace pensar en Sinaí (Éxodo 19:18). Allí, la presencia de Dios se
manifestó con fuego y humo y con un monte que temblaba.

Pero en este momento Israel no está ante un monte que tiembla ni fuego ni humo ni
ninguna otra cosa que muestre la presencia de Dios. Este hecho es el trasfondo de esta
oración de lamento.

“Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto Dios fuera de ti, que hiciese por
el que en él espera” (v. 4). Lo que distingue a Yahvé es que obra – ayuda – y salva al “que
en él espera.”

Otros que alaban otros dioses podrían decir que han visto demonstraciones del poder de sus
dioses, pero no hay indicación ninguna de que esos dioses tuvieran cualquier relación
personal con su gente o que cuidaran de ella. Lo más que se puede decir de esos dioses es
que, cuando aplacados, no traen ningún mal sobre su gente.

“el que en él espera” (v. 4b). Esperar al Señor significa esperar con esperanza o
expectación. A lo largo de las escrituras encontramos un énfasis en esperar al Señor
(Génesis 49:18; Salmo 37:9; Ósea 12:6; Zefanías 3:8; Romanos 8:25; Gálatas 5:5).
“Esperar” al Señor significa vivir con fe – vivir con la esperanza de que la compasión de
Yahvé “no falla” – que su merced no tiene fin – que su lealtad no es solo grande sino que
está asegurada. “Esperar” al Señor es vivir con certeza que el Señor tiene el poder y la
voluntad de bendecir a los fieles. “Esperar” al Señor significa ver más allá de las
circunstancias actuales (como el exilio) y mirar hacia un futuro bendecido por mano del
Señor (como la restauración de Israel).

ISAÍAS 64:5-7. HE AQUÍ, TÚ TE ENOJASTE PORQUE PECAMOS


5Saliste al encuentro al que con alegría obraba justicia,
á los que se acordaban de ti en tus caminos:
he aquí, tú te enojaste porque pecamos;
en esos hay perpetuidad, y seremos salvos.

6Si bien todos nosotros somos como suciedad,


y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia (hebreo: id·dim – menstrual);
y caímos todos nosotros como la hoja,
y nuestras maldades nos llevaron como viento.

7Y nadie hay que invoque tu nombre,


que se despierte para tenerte;
por lo cual escondiste de nosotros tu rostro,
y nos dejaste marchitar (hebreo: mug – derretir, desmayar,
debilitar o descorazonar) en poder de nuestras maldades.
“Saliste al encuentro al que con alegría obraba justicia, á los que se acordaban de ti en
tus caminos” (v. 5a). Ahora esta oración reconoce que Dios hace sentir su presencia de
manera positiva con quienes viven de manera justa – con los que viven según la voluntad
de Dios. Dios no abandona a su gente fácilmente, y nunca abandona a los justos.

“he aquí, tú te enojaste porque pecamos; en esos hay perpetuidad, y seremos


salvos” (v. 5b). Ahora la oración reconoce el pecado de Israel y las consecuencias de ese
pecado. A causa del pecado de Israel, Dios se escondió de ella – la abandonó a su
obstinación.

Este versículo trata el pecado de Israel mucho más de cerca de lo que se hizo en 63:17,
donde la oración acusó a Dios de causar el desvío de Israel – de endurecer su corazón. Ese
versículo parece decir que la iniquidad de Israel es culpa de Dios. En este versículo queda
claro que fue Israel la que transgredió. Éste y los versículos que siguen dejan claro que la
culpa es de Israel.

Debemos anotar que Dios todavía no nos fuerza a hacer lo correcto. Si insistimos en ir por
el camino equivocado, nos permitirá hacerlo. Entonces nos dejará sufrir las consecuencias
de esa decisión – siempre con la esperanza de que, como el hijo pródigo (Lucas 15) nuestro
sufrir nos haga recapacitar y volver a nuestro Padre.

“Si bien todos nosotros somos como suciedad” (v. 6a). Dios les dio a los israelitas varias
leyes codificadas en el Torá – los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. Varias de
estas leyes son de índole ceremonial y sirven para determinar si una persona está limpia (si
ritualmente es digna para la alabanza). Tiene que ver con limpieza espiritual en lugar de
física. Tiene que ver con el cese del mal comportamiento (Isaías 1:16) – con el cese de la
alabanza de ídolos (Ezequiel 36:25) – con no profanar el tabernáculo o el templo (Levítico
15:31)

A los israelitas se les consideraba impuros si comían animales prohibidos por la ley
(Levítico 11) – también al parir (Levítico 12:2 y continuación) – al contraer la lepra
(Levítico 13) – o al entrar en contacto con algunas secreciones corporales o con cadáveres
(Levítico 11:39; 15:18). Pero el Torá ofrece remedios para cada estado de impureza para
que los impuros puedan quedar limpios. El propósito de estas leyes era establecer a los
israelitas como gente santa – apartada de otras gentes – apartada como el pueblo de Dios
(Levítico 20:26).

“y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” (id·dim – menstrual) (v. 6b).
Levítico dice, “Y cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su carne, siete
días estará apartada; y cualquiera que tocare en ella, será inmundo hasta la tarde. Y todo
aquello sobre que ella se acostare mientras su separación, será inmundo: también todo
aquello sobre que se sentare, será inmundo. Y cualquiera que tocare á su cama, lavará sus
vestidos, y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la tarde. También cualquiera
que tocare cualquier mueble sobre que ella se hubiere sentado, lavará sus vestidos; lavaráse
luego á sí mismo con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y si estuviere sobre la cama, ó
sobre la silla en que ella se hubiere sentado, el que tocare en ella será inmundo hasta la
tarde. Y si alguno durmiere con ella, y su menstruo fuere sobre él, será inmundo por siete
días; y toda cama sobre que durmiere, será inmunda” (Levítico 15:19-24; véanse también
versículos 25-30).

Entonces, decir “todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia” es una manera muy
gráfica de decir que aún hasta nuestras mejores acciones son verdaderamente repugnantes.

“y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como
viento” (v. 6c). El resultado de nuestro pecado es que nos marchitamos como una hoja en
el otoño – una hoja cuya conexión con el árbol se ha ido debilitando a medida que el árbol
va preparándose para el invierno – una hoja que en poco tiempo pasa de color verde a color
rojo o naranja, y que poco después se pone marrón y marchita – una hoja que se desprende
del árbol y se la lleva el viento.

Este movimiento de la vida a la muerte es causado por “nuestras maldades.”

“Y nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para tenerte” (v. 7a). En
versículo 63:19 (que forma parte de esta oración de lamento), el que ofrece la oración anota
que Israel se ha vuelto “como aquéllos que no invocaran tu nombre” – como aquéllos cuya
identidad ya no está entrelazada con la de identidad de Dios.

La hoja caída, llevada por el viento, ya no busca una conexión con el árbol. Israel,
habiéndose acostumbrado a un comportamiento inicuo, ya no busca una conexión con Dios.
Ya no llama el nombre de Dios y no hace un esfuerzo por arraigarse a Dios.

Esta última frase, “que se despierte para tenerte,” nos recuerda a Jacob, que luchó toda la
noche con Dios (o con el agente de Dios). Al final, Dios (o su agente) dijo, “Déjame, que
raya el alba.” Pero Jacob contestó, “No te dejaré, si no me bendices.” Entonces Dios
cambió el nombre de Jacob a Israel, “porque has peleado con Dios y con los hombres, y has
vencido” (Génesis 32:26-28). Pero no hay nadie en Israel ahora que sienta esa pasión por
luchar con Dios.

“por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar (mug – derretir,
desmayar, debilitar o descorazonar) en poder de nuestras maldades” (v. 7b). Apartada de
Dios, Israel se ha debilitado y descorazonado. Es como si se hubiera derretido como una
vela al sol. Ha sido devorada por su propia iniquidad, como una persona puede ser arroyada
por un desprendimiento de barro.

La oración dice que Dios ha entregado la gente a su iniquidad, pero sería más adecuado
decir que Dios les ha dejado ir donde estaban empeñados en ir. Dios no les puso en ese
camino. Dios no animó su mal comportamiento. Dios simplemente les dio la libertad de
elegir su camino y de seguirlo.

ISAÍAS 64:8-9. AHORA PUES, JEHOVÁ, TÚ ERES NUESTRO PADRE


8Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre;
nosotros lodo, y tú el que nos formaste (hebreo: yo·sere·nu – el que nos da forma);
así que obra de tus manos, todos nosotros.

9No te aires, oh Jehová, sobremanera,


ni tengas perpetua memoria de la iniquidad:
he aquí mira (hebreo:hab·bet·na – mira, por favor) ahora,
pueblo tuyo somos todos nosotros.

“Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre” (v. 8a; véase también 63:16). A pesar de
todo, Dios es nuestro Padre. Dios puede estar decepcionado con nuestro comportamiento.
Dios puede haber permitido nuestro comportamiento auto-destructivo. Dios puede haber
permitido que nos marchitemos y que nos lleve el viento, como una hoja en invierno. Pero
el propósito de Dios nunca ha sido destruirnos. La esperanza de Dios es la esperanza de un
Padre, que guarda siempre la esperanza que su hijo se dé cuenta de sus errores y regrese a
casa. Nos recuerda a la Parábola del Hijo Prodigo (Lucas 15).

“nosotros lodo, y tú el que nos formaste (yo·sere·nu – el que nos da forma); así que obra
de tus manos, todos nosotros” (v. 8b). De la misma manera que padres y madres aman a
sus hijos, artistas sienten gran afecto por su arte. Cuando un artista crea una obra de arte,
algo del artista permanece en la obra. En parte tiene que ver con el compromiso profundo
que siente el artista hacia el proceso creativo. En parte se trata del orgullo que siente en su
trabajo. En parte es que la obra de arte refleja el entendimiento del artista de como una obra
se debe ver, oír, y sentir. El artista y su obra están inextricablemente unidos.

Esta oración utiliza esa conexión entre el arte y el artista para persuadir a Dios que perdone
a Israel – que la redima – que la salve. El que ofrece la oración ha llamado Padre a Dios.
Ahora le recuerda a Dios de la creatividad que utilizó cuando creó la nación de Israel – el
pueblo de Dios – el arte de Dios. Israel puede haber pecado y puede ser tan inmunda como
un trapo de menstruación, pero Dios no debe y no puede abandonar a Israel porque el
artista y el arte están inextricablemente unidos.

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