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Las Bienaventuranzas Como Camino de Salud
Las Bienaventuranzas Como Camino de Salud
Las Bienaventuranzas Como Camino de Salud
DE LA SALUD PSÍQUICA
Dra. Zelmira Seligmann
Es necesario que sea uno el fin último del hombre en cuanto hombre en
razón de la unidad de la naturaleza humana
Pues el fin último es el término último del movimiento natural del deseo.
Es preciso que el bien que es fin último sea un bien perfecto.
Es preciso que el fin último, que es el término del deseo, sea suficiente
por sí, como un bien íntegro.
Absolutamente perfecto es aquello que siempre es elegido por él
mismo y nunca por otra cosa. Sin embargo (las otras cosas) las elegimos en
vista de la felicidad, en cuanto creemos que por ellas seremos felices. Pero a
la felicidad nadie la elige por lo que acabamos de decir ni por alguna otra
cosa. De lo cual se desprende que la felicidad es el más perfecto de los
bienes y, en consecuencia, es el fin último y óptimo.
Las cosas creadas adquieren bondad (o ser) cuando son semejantes a Dios y
tienden a Él como a su último fin. El último fin es asemejarse a Dios. Dice al
Angélico que «El bien absoluto del hombre es su fin último»
Santo Tomás retoma la afirmación de que todos los hombres apetecen el fin
último que es la felicidad. En cuanto a la noción general, todos concuerdan en
desear este fin, que es el cumplimiento de su perfección. Pero en la situación
concreta de cada persona, no todos están de acuerdo: unos desean las riquezas,
otros los placeres y otros, otras cosas.
Algunos ignoran en qué consiste la verdadera felicidad, y esto es muy
importante para los psicólogos, porque el que yerra no es feliz. Es tarea del
psicoterapeuta sacar de la ignorancia y orientar a la verdadera felicidad.
El último fin podemos considerarlo de dos modos: 1) uno, podría decirse
subjetivo, en el que todos concuerdan y es el deseo del fin y, 2) que podríamos
llamar objetivo, respecto a la realidad en que se encuentra esa felicidad y aquí no
todos están de acuerdo.
Pero los diversos modos de vida se explican por el objeto en que cada uno
pone su felicidad, pues el fin estructura toda la personalidad y domina los afectos,
instaurando las normas para la propia vida.
Y así afirma el Aquinate:
Dice San Agustín que “todos los hombres coinciden en apetecer el fin
último, que es la bienaventuranza”
Aquello en que uno descansa como en su fin último, domina el afecto
del hombre, porque de ello toma las reglas para toda su vida. ...Pero, como
dice san Mateo, “nadie puede servir a dos señores, si entre sí no están
subordinados; por consiguiente, es imposible que un mismo hombre pueda
tener varios fines últimos, no subordinados entre sí.
No es preciso que uno piense en el último fin siempre que algo desea o
ejecuta, pues la eficacia de la primera intención, que es respecto del fin
último, continúa en el deseo de cualquier otra cosa aun cuando no se piense
actualmente el fin último.
Así, Santo Tomás (como lo hizo Aristóteles) recorre los diversos bienes que
puede apetecer el hombre y en los cuales no puede radicar la felicidad: las riquezas,
la fama, los honores, el poder, los bienes del cuerpo, el placer, los bienes del alma,
los bienes creados. Pero la felicidad debe tener carácter de fin último y supremo
bien, al cual se ordena el hombre por principios interiores, sin sombra de mal,
plenamente saciativo por lo cual una vez logrado, no se desee nada más, porque
aquieta todo apetito. En fin, la felicidad debe ser “el bien perfecto y suficiente” del
hombre. De esto se deduce que en esta vida no pueda alcanzarse la perfecta
felicidad, pero puede tenerse una participación, que es la felicidad imperfecta.
A diferencia de la verdadera felicidad que sacia y no se desea nada más, los
bienes creados muestran su propia insuficiencia e imperfección; por eso cuando se
pone en ellos el fin último, dejan una profunda insatisfacción por la cual se busca
desordenadamente siempre más y más, a la vez que se los deteriora, porque se les
exige lo que ellos mismos no pueden dar. «Y es que sólo merece ser llamado fin
último el bien perfecto que llena por entero todo apetito». Sólo Dios puede colmar la
voluntad humana, de manera que no puede desearse nada más; sólo en Dios, en la
visión de Dios, está la felicidad.
Esto es muy importante para tenerlo en cuenta, porque aquí nos dice Santo
Tomás que de las obras buenas y virtuosas también hay un premio en esta vida. No
es cierto que en esta vida a los buenos les va siempre mal y a los malos les va bien.
Tampoco es verdad que la vida terrena es un sufrimiento continuo del que hay que
escapar, como piensan los psicoanalistas con un profundo pesimismo, que muchas
veces los lleva a situaciones desesperantes. Las consecuencias de nuestras obras
no sólo se verán después: en el Cielo o el infierno, sino que también tienen
consecuencias en esta vida, y muchas veces las enfermedades mentales pueden
ser penas por la malicia o actos contrarios a la ley moral.
Afirma Santo Tomás:
3. Las Bienaventuranzas
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda
clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt 5,3-12)
La felicidad es el último fin de la vida humana. Y dice Santo Tomás que uno
va adquiriendo el fin por la esperanza de alcanzarlo. Y la esperanza de alcanzar el
fin surge cuando uno se mueve convenientemente hacia ese fin y se acerca cada
vez más por sus acciones. Cuando uno progresa en las virtudes, puede realmente
esperar que llegará a la perfección en esta vida y a la del cielo. Las
bienaventuranzas determinan los criterios de discernimiento en el uso de los bienes
terrenos en conformidad con la Ley de Dios. El psicólogo debe alentar esta
esperanza aconsejando llevar una vida moral conforme a las enseñanzas
evangélicas.
3. «Felices los que lloran, porque ellos serán consolados» Santo Tomás
dice que el dolor es por tres cosas: 1) por nuestros propios pecados, 2) por los
pecados de los demás, y 3) porque lloramos nuestro exilio en la miseria presente,
pues al renunciar al pecado morimos a los ojos del mundo y el mundo muere a
nuestros ojos, pero todavía no poseemos las cosas eternas. El que va creciendo en
la vida interior con la ayuda de la gracia, sufre por el destierro presente y por el
deseo de las cosas celestiales que todavía no posee.
Creo que todos los que nos dedicamos a la psicoterapia tenemos experiencia
de las personas que padecen verdaderas crisis de llanto por los errores cometidos, y
el sufrimiento por la renuncia a todas las personas y circunstancias que lo ataban.
Hasta aquí las bienaventuranzas que conciernen al alejamiento del mal,
donde el psicólogo cumple un rol muy central, secundando la gracia de Dios.
Considero que es en esta etapa donde el psicólogo debe tener su mayor
protagonismo, con una praxis directiva, en un diálogo reflexivo y donde el paciente
comprenda la necesidad de someter las pasiones a la razón e ir ordenando su
personalidad.
Ahora aparecen las bienaventuranzas que se refieren a hacer el bien, y aquí
el psicólogo tiene también un papel importante si es que la persona sigue con la
relación psicoterapéutica, pues ya la avidez por las cosas espirituales, hace que
busque los bienes celestiales más directamente, a través de los medios específicos,
afianzando otros lazos, como por ejemplo de un director espiritual, un confesor, una
comunidad religiosa, etc.
4. «Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados» Hay una justicia perfecta que se dará en el Cielo donde no quedará nada
por desear; y otra imperfecta que se da en este mundo, en la vida presente donde
los justos también son saciados, porque ellos están satisfechos con la Voluntad del
Padre. Recordemos que con la gracia, la voluntad del hombre se vuelve a la
Voluntad de Dios y empieza a querer lo que Él quiere. En cambio los injustos no se
sacian con nada; son los eternos insatisfechos, siempre quieren más y más, sobre
todo en la búsqueda de los bienes exteriores.
6. «Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
San Juan Crisóstomo llama limpios a los que poseen toda la virtud. Se refiere aquí a
los que se abstienen de pensamientos extraños, su corazón es templo de Dios, por
eso pueden contemplarlo. “Contemplar” parece venir de “templo”; es habitar en su
santo templo. No hay nada que impida más la contemplación espiritual que la
impureza de la carne; por eso la castidad dispone a la vida contemplativa, y a la
visión de Dios.
7. «Felices los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios» (Mt. 5, 9). Cuando el alma está limpia de toda culpa, empieza a tener paz en
sí misma y a dársela a los demás.
La perfección está en la paz, porque ya no hay nada en la personalidad que
se oponga a Dios. La paz es la tranquilidad en el orden. Consiste en que cada uno
ocupe su lugar. Dice San Agustín que pacíficos son los que: