Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Odas Selección Horacio

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 3

Oda I 14

Se disipa el crudo invierno con el grato retorno de la primavera y del Favonio, los ingenios arrastran las secas quillas,
y ya no disfruta en su establo el ganado ni el labrador junto al fuego, ni encanecen los prados con las níveas
escarchas. Venus Citérea guía ya sus coros a la salida de la luna y las hermosas Gracias, junto a las Ninfas, sacuden la
tierra con alterno paso, mientras el ardiente Vulcano visita las pesadas fraguas de los cíclopes.

Ahora es tiempo de colmar la límpida cabeza de fresco mirto o con la flor que brindan las tierras despejadas. Y ahora,
a la sombra de los sagrados bosques, es tiempo de sacrificar a Fauno una cordera, si lo pidiese, o un cabrito, si lo
prefiere. La pálida Muerte sacude con paso ecuánime las chozas de los pobres y las torres de los reyes. ¡Oh, dichoso
Sestio! La brevedad de la vida nos impide prolongar la esperanza. Muy pronto te cubrirán la noche, los manes de las
leyendas y la mísera casa de Plutón; en cuanto cruces, no echarás a suertes con los dados la presidencia del festín ni
admirarás al joven Lícidas, por quien ahora se consume la juventud toda y por quien pronto se entibiarán las
doncellas.
Oda I 19

Ya ves cómo se yergue el Soracte resplandeciente por la alta nieve, y no resisten ya su peso los torturados bosques, y
los ríos se han congelado por el agudo hielo. Disipa el frío reponiendo leña en abundancia sobre el hogar y de la jarra
sabina extrae con largueza, oh Taliarco, su vino añejo y sin mezcla.

Deja lo demás en manos de los dioses, quienes poco ha sosegaron los vientos que luchaban sobre el violento mar, y
ni los cipreses ni los viejos olmos se agitan. Evita conocer lo que ha de acontecer mañana, y cada uno de los días que
la Fortuna te dé, considéralo un beneficio, y no desprecies, muchacho, los dulces amores ni las danzas, mientras,
joven como eres, anda lejos de ti la penosa vejez. Ahora, regresen a la hora acordada el Campo, las plazas y los
suaves susurros bajo la noche; ahora, la graciosa risa que traiciona desde el recóndito escondite a la muchacha que
se oculta, y la prenda arrebatada de los brazos o del dedo que apenas se resiste.

Oda I 11

No indagues, Leucónoe, saberlo es sacrilegio, qué final me han otorgado a mí los dioses, cuál a ti, ni examines los
cálculos babilonios. ¡Cuánto mejor será soportar lo que venga! Bien te haya concedido Júpiter muchos inviernos, o
bien sea el último este que ahora debilita el mar Tirreno contra los escollos. Sé sabia, filtra tus vinos y elimina largas
esperanzas en el breve espacio de la vida. Mientras hablamos, el tiempo habrá huido envidioso; aprovecha el día,
confiada lo mínimo posible en el mañana.

Oda I 18

No plantes, Varo, antes que la sagrada vid, ningún árbol cerca del dulce suelo de Tíbur y de las murallas de Catilo;
pues la deidad otorgó todas las calamidades a los sobrios y no se disipan las acerbas cuitas de otro modo. ¿Quién,
después de beber vino, habla sin cesar de la dura milicia o de la pobreza? ¿Quién no de ti, más bien, padre Baco, y de
ti, hermosa Venus? Sin embargo, de que nadie abuse de los dones del templado Líber nos advierte la disputa entre
Centauros y Lapitas, suscitada a causa del vino puro; lo advierte Evio, severo con los sitonios, cuando ellos, ávidos de
excesos, desconocen el tenue límite entre lo lícito y lo ilícito. No te agitaré, radiante Basareo, en contra de tu
voluntad ni expondré a la luz del día los misterios ocultos bajo las variadas guirnaldas de hojas. Modera los violentos
tambores junto con el cuerno berecinto, a los que siguen el ciego amor propio, el afán de gloria que eleva sin tasa su
huera cabeza y una lealtad pregonera de secretos y más transparente que el vidrio.

Oda II 3

Recuerda en la adversidad mantener un espíritu sereno, igual que en la dicha, guardarte de insolentes alegrías, Delio,
que vas a morir, ya hayas vivido triste siempre, ya te hayas deleitado recostado en una recóndita pradera durante los
días festivos con la marca más selecta de Falerno. ¿Para qué el pino sin par y el blanco chopo quieren ayuntar sus
ramas en hospitalaria sombra? Y, ¿para qué la fugaz agua clara se esfuerza en precipitarse por el tortuoso riachuelo?
Haz que traigan aquí vinos, perfumes y las gratas rosas, tan breves, mientras la vida, la edad y los negros hilos de las
tres hermanas lo permitan. Habrás de dejar las tierras que compraste, tu hogar y tu villa, que baña el rojo Tíber, las
dejarás, y tu heredero se hará con las riquezas que a lo alto acumulaste. Que hayas sido rico, descendiente del
antiguo Ínaco, nada importa, o pobre y del más bajo linaje, y resides a la intemperie: serás víctima del despiadado
Orco. Todos terminamos en el mismo lugar, se agita en la urna la suerte de todos, que saldrá tarde o temprano y que
nos embarcará en un esquife hacia el eterno exilio.

Oda II 10

Mejor vivirás, Licinio, si no persistes siempre en alta mar ni, temiendo cauteloso las tormentas, te acercas en exceso a
la escarpada orilla. Quien escoge la moderación, hermosa como el oro, se hurta, prudente, los despojos de una casa
arruinada; o evita, frugal, una mansión que envidias suscite. Más a menudo es sacudido por los vientos el pino sin
par, las altas torres sucumben con más recia caída y los rayos alcanzan las cumbres más elevadas. Mantiene la espera
en la adversidad, teme una fortuna contraria en la prosperidad el espíritu bien dispuesto. Hace regresar Júpiter los
espantosos inviernos, él mismo los aleja. Aunque hoy te halles en la adversidad, no será así en el futuro; a veces con
su cítara despierta Apolo a la silenciosa Musa y no siempre tensa su arco. En los infortunios, muéstrate valeroso y
fuerte; y tú mismo, juiciosamente, recogerás las velas hinchadas por un viento demasiado favorable.

Oda II 11

Los designios del belicoso cántabro y del escita, alejado de nosotros por el mar Adriático, renuncia a conocerlos,
Hirpinio Quincio, y no te inquietes por las necesidades de una vida que exige poco; huye en lontananza la tierna y
hermosa juventud al alejar la yerma vejez las lascivas pasiones y el confortable sueño. No siempre tienen las flores
primaverales la misma gloria ni la ruborizada luna resplandece con un mismo rostro.

¿Por qué atormentas tu espíritu menguante con pensamientos eternos? ¿Por qué, recostados a la sombra del alto
plátano o de este pino, así sin motivo, tras perfumar nuestros canosos cabellos con rosas y ungidos con nardo de
Asiria, no bebemos copiosamente mientras sea posible? Evio disipa las voraces preocupaciones. ¿Qué muchacho
templará primero las copas de ardiente Falerno con la corriente de agua clara? ¿Quién hará salir de casa a Lide, la
ramera inaccesible? Vamos, dile que se apresure con la ebúrnea lira, tras recoger sus cabellos en un selecto lazo al
modo de una espartana.

Oda II 14

¡Ay, Póstumo, Póstumo! Fugaces transcurren los años, y la piedad no hará que se demoren las arrugas, la inminente
vejez ni la despiadada muerte, no, incluso si todos los días que pasen, amigo, aplacas con tres hecatombes al
inexorable Plutón, quien retiene al triforme Gerión y a Ticio en el funesto oleaje, que, sin duda, habremos de surcar
todos los que nos alimentamos de los dones de la tierra feraz, seamos reyes o seamos pobres campesinos. En vano
rehuiremos al sangriento Marte y las olas quebradas del ronco Adriático, en vano temeremos en otoño el Austro que
daña los cuerpos. Habremos de ver el oscuro Cócito errante en su lánguida corriente y el infame linaje de Dánao y al
eólida Sísifo, condenado a eterno tormento. Deberás abandonar la tierra feraz, tu hogar y tu amada esposa y, salvo
los odiosos cipreses, de estos árboles que cultivas, ninguno te seguirá, efímero dueño. Un heredero más digno
derrochará los Cécubos guardados con cien llaves y teñirá el pavimento con un soberbio vino puro, mejor que el de
las cenas de los pontífices.

Oda III 29

Mecenas, linaje de reyes tirrenos, tienes en mi casa ya hace tiempo un dulce vino de una tinaja nunca antes vuelta,
junto con flores de rosales y mirobálano exprimido para tus cabellos; no te demores y no te pares a contemplar
desde lejos la húmeda Tíbur, las pendientes del campo de Éfula y las colinas del parricida Telégono. Evita la fastidiosa
abundancia y la mole que a las nubes se eleva; evita admirar el humo, las riquezas y el estrépito de la exuberante
Roma. A menudo los cambios son gratos a los ricos y las pulcras cenas de los pobres bajo humildes Lares, sin doseles
ni púrpura, han aliviado sus angustiadas frentes. Ya el brillante padre de Andrómeda muestra el oculto fuego, ya
enloquecen Proción y la estrella del furioso león, al hacer regresar el sol los días secos; ya el pastor, exhausto, con su
fatigada grey busca las sombras y el río; y los matorrales del rudo Silvano y la ribera silenciosa son despojados de los
errantes vientos. Tú te cuidas del bien público y, afligido por la Urbe, temes lo que planean los Seres, Bactria,
gobernada por Ciro, y el Tanais en discordia. Cautelosa, la deidad oculta con sombría noche el desenlace del futuro y
ríe si un mortal se inquieta más de lo lícito. Ella ayuda a disponer, ecuánime, el presente; lo demás transcurre como
un río: bien en medio de su curso desemboca en paz en el mar etrusco; o bien arrolla a un tiempo rocas desgastadas,
raíces arrancadas, rebaños y casas, no sin el clamor de los montes y de la cercana selva, cuando un feroz diluvio
encrespa los tranquilos ríos.
Dueño de sí mismo y feliz vivirá aquel quien cada día pueda decir: «He vivido». Que mañana el Padre colme la celeste
bóveda de negras nubes o de un sol puro; sin embargo, no anulará cualquier cosa que haya ocurrido, ni cambiará o
transformará en no acaecido lo que el tiempo fugaz se llevó una vez. La Fortuna, satisfecha con su cruel ocupación y
obstinada en jugar su insolente juego, muda sus inciertos honores, benévola ahora conmigo, ahora con otro. La alabo
cuando se queda; y si, veloz, agita sus alas, devuelvo lo que me ha otorgado; en mi virtud me envuelvo y a la honrada
Pobreza sin dote alguna busco. No es propio de mí, si el mástil brama con las tormentas del Ábrego, recurrir a
miserables súplicas y pactar con promesas para que las mercancías de Chipre y Tiro no añadan riquezas al avariento
mar; entonces, con la ayuda de una barca de dos remos, la brisa y el gemelo Pólux me llevarán a mí, a resguardo,
entre las tormentas del Egeo.

Oda IV 7

Se han disipado las nieves, retorna ya la hierba a los campos, sus cabelleras a los árboles; la tierra muda la estación y
los menguantes ríos fluyen en el cauce de sus riberas; la Gracia, junto con las Ninfas y sus hermanas gemelas, se
atreve a guiar, desnuda, su coro. No tengas esperanzas inmortales, aconsejan el año y el tiempo que se llevan el día
que nos alimenta. El frío se apacigua con los Céfiros, arrolla a la primavera el verano, que ha de perecer cuando el
fructífero otoño arroje sus frutos, y regresa después el invierno estéril. Sin embargo, los males de las estaciones los
reparan las lunas, veloces. Nosotros, cuando descendemos donde el piadoso Eneas, donde el rico Tulo y donde Anco,
somos polvo y sombra. ¿Quién sabe si los dioses celestes añadirán a la cuenta de hoy el tiempo del día de un
mañana? Evitará las ávidas manos de un heredero todo lo que te hayas entregado a ti mismo con ánimo
complaciente. Una vez muerto y Minos haya dictado sobre ti su ilustre sentencia, Torcuato, no te harán retornar ni el
linaje, ni la elocuencia, ni la piedad; pues ni siquiera Diana libera de las infernales tinieblas al casto Hipólito, ni es
capaz Teseo de romper las leteas cadenas por Pirítoo, su amado.

También podría gustarte