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Sociedad, Cultura y Literatura

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Sociedad,

cultura y literatura
Carlos Arcos Cabrera, compilador

Sociedad,
cultura y literatura
© De la presente edición:

FLACSO, Sede Ecuador


La Pradera E7-174 y Diego de Almagro
Quito-Ecuador
Telf.: (593-2) 323 8888
Fax: (593-2) 3237960
www.flacso.org.ec

Ministerio de Cultura del Ecuador


Avenida Colón y Juan León Mera
Quito-Ecuador
Telf.: (593-2) 2903 763
www.ministeriodecultura.gov.ec

ISBN: 978-9978-67-207-5
Cuidado de la edición: Bolívar Lucio y Paulina Torres
Diseño de portada e interiores: Antonio Mena
Imprenta: Rispergraf
Quito, Ecuador, 2009
1ª. edición: junio 2009
Índice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

PARTE 1

Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade


popular numa sociedade escravista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Antonio Herculano Lopes

Humberto Salvador y la entrada de


Sigmund Freud en las letras ecuatorianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Fernando Balseca

El problema de la subjetividad en
Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Biviana Hernández

Cuerpo, sensualidad y erotismo: espacio de resistencia


desde el cual las narradoras centroamericanas impugnan
los mandatos simbólico-culturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Consuelo Meza Márquez

Diferenças culturais e dilemas da representação . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105


Diana I. Klinger
Opiniones cruzadas sobre veinte años
de narcotráfico en Colombia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Gabriela Pólit Dueñas

Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden.


Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Hélène Ratner Zaragoza

“Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas:


La Última Cena de Stefanía Mosca (1957)
y Trance de Isabel González (1963)” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Laura Febres de Ayala

Hasta no verte Jesús mío (1969) de Elena Poniatowska:


¿testimonio o Literatura contestataria? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
María Miele de Guerra

Dimensôes sensíveis da brasilidade modernista;


eboços de uma genealogia literária . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Mônica Pimenta Velloso

Desde la sumisión a la rebeldía:


El deseo de sujeto femenino y su negación como estrategia
de subversión en la obra de María Carolina Geel . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Pamela Baeza Acevedo

Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación . . . . . . . . . . . . . . . 211


Ramiro Noriega Fernández

Letras judaicas americanas: diálogo norte/sur en las


autobiografías de Ariel Dorfman e Ilan Stavans . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
Rodrigo Cánovas

Reordenando el margen discursivo de la violencia.


Los Santos Malandros: una nueva representación
simbólica/medial en Venezuela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
Daniuska González
La construcción del sujeto cultural en el discurso y
metadiscurso poético y visual mapuche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Sonia Betancour

El modelo mito-poético del mundo en la cultura


quechua durante el Tawuantin Suyo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
Ileana Almeida

Estrategias del discurso artístico mapuche como


proyecto de autonomía estético-cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283
Mabel García Barrera

Traducción y literatura chicana:


¿cuán efectiva puede ser la adaptación? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
Judith Hernández

PARTE 2

Cine, performatividad y resistencia. Apuntes para la


crítica del documental indigenista en Ecuador . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
Christian León

Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais:


antropofagia globalizada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 337
Sonia Cristina Lino

¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido


en una película de J. Carlos Rulfo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 351
Sua Dabeida Baquero

Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo:


mal y subdesarrollo en El exorcista y Satanás . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365
Emilio José Gallardo Saborido
PARTE 3

Entre la ira y la esperanza:


una escritura y lectura desde la interdisciplinariedad . . . . . . . . . . . . . . 385
Michael Handelsman

La polémica periodística y la formación de la inteligencia


en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . 399
Germán Alexander Porras Vanegas

Tradição e Modernidade no Brasil Rural


de Maria Isaura Pereira de Queiroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 409
Aline Marinho Lopes

El barroco y la modernidad latinoamericana.


Una lectura a la obra de Bolívar Echeverría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 421
Gustavo Morello

Pensamento crítico latino-americano e os projetos


de sociedade na visão dos uruguaios Rodó e
Vaz Ferreira e do peruano Mariátegui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 437
Sonia Ranincheski

Sociología, literatura e fome:


um retrato da intolerância . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 453
Tânia Elias Magno da Silva
Presentación

Con motivo del quincuagésimo aniversario de la Facultad Latinoame-


ricana de Ciencias Sociales, la sede de Ecuador asumió la responsabilidad
de organizar un congreso, en cuyas mesas de trabajo y espacios de discu-
sión confluyan tópicos e investigaciones actuales.
Para enriquecer ese marco de reflexiones, se consideró pertinente in-
cluir un eje temático que proponga un acercamiento a la relación entre los
aspectos culturales de la sociedad, la Literatura y, en general, la creación
de cuerpos de trabajo que, si bien podría pertenecer en términos conven-
cionales al ámbito de las Humanidades, son indispensables de estudiarse
desde las Ciencias Sociales.
Los trabajos que se reúnen en este volumen de la Colección 50 Años
abarcan temas como Literatura de género, producción ensayística en
América Latina, cine, la escritura como un referente de una adscripción
étnica, entre otros.

Adrián Bonilla
Director
FLACSO - Ecuador

9
Introducción
Sociedad, cultura y literatura

Carlos Arcos Cabrera*

Para engañar al mundo, hay que parecer como el mundo


Lady Macbeth Macbeth, acto III, escena V.
W. Shakespeare

Con ocasión del Congreso de Ciencias Sociales organizado por FLACSO,


en conmemoración a los 50 años de su fundación, consideré pertinente
promover un diálogo entre ciencias sociales y cultura. Las razones que jus-
tificaban la iniciativa eran de diversa naturaleza y que se resumen en el
complejo de relaciones de las ciencias sociales en América Latina con el
mundo de la producción cultural, en un sentido restringido, a la literatu-
ra y al arte. Al interior del equipo responsable de llevar adelante la pro-
puesta se planteó un intenso debate sobre los alcances del mismo.1 En bús-
queda de disponer de un adecuado punto de partida, el diálogo se amplió
a actores del mundo cultural a través de diversas mesas redondas sobre la
cultura y sus alcances, así como sobre las instituciones culturales y las polí-
ticas públicas en este campo. Fue un debate apasionado que, en determi-
nados momentos, fue implacable especialmente cuando se confrontó a
productores culturales con la institucionalidad que había asumido la res-

* Escritor y sociólogo. Actualmente es rector del Instituto de Altos Estudios Nacionales de


Ecuador (IAEN).
1 El equipo estuvo formado por Carlos Arcos Cabrera, Eduardo Kingman, Eduardo Puente y
Verónica Parra.

11
Carlos Arcos Cabrera

ponsabilidad de definición de políticas culturales. El resultado de ese es-


fuerzo fue paradójico y antes que conducir a enfocar el debate en torno a
un grupo reducido de inquietudes abrió en toda su complejidad un esce-
nario en el que había más vacíos y ambigüedades que certezas, tanto acer-
ca de la naturaleza del diálogo entre ciencias sociales y cultura, como sobre
los límites de lo que podría definirse como un campo cultural.
El propósito de esta introducción es plantear algunos tópicos del com-
plejo escenario del diálogo entre las ciencias sociales y el mundo de la
expresión cultural y artística. El lector de las ponencias podrá ubicarlas en
el campo de fuerzas del debate e interpretarlas en ese contexto. En conse-
cuencia he renunciado, como homenaje a la inteligencia de los y las lec-
toras a una presentación, que siempre será una, entre otras, interpretación
de los contenidos de las mismas y dejar en sus manos la lectura final. Es
preciso recordar que todo texto es interpretado, ejecutado en el acto de la
lectura que, en palabras de Gadamer, es cosecha, que está recogida y de la
que uno se alimenta.
La introducción analiza la relación de la sociología latinoamericana
con el ensayo, que no sólo fue un estilo intelectual, sino una matriz de
construcción de sentidos culturales interpretativos sobre América Latina
y desde la cual y contra el cual surgieron las modernas ciencias sociales en
la Región. Adicionalmente se pone en diálogo cuatro perspectivas sobre el
alcance de las ciencias sociales en su relación con la producción de cono-
cimiento y en la comprensión de lo que Bourdieu denominó el campo del
arte.

I.

Al intentar el análisis de tan complejo problema el tema no puede eludir


la difícil relación entre ciencias sociales y cultura en el contexto de la evo-
lución de las ciencias sociales en América Latina. Las ciencias sociales y en
especial, la sociología, que fue la disciplina que primero se configuró co-
mo tal se constituyó en una prueba de fuerza con el ensayo. Este fue en
América Latina, en un amplio periodo, la forma dominante de produc-
ción intelectual. El ensayo como construcción cultural y discursiva era la

12
Introducción

expresión dominante del qué hacer interpretativo de la sociedad latinoa-


mericana, su historia, sus problemas y sus retos. Es importante para la
comprensión del problema reseñar el punto en el que las ciencias sociales
latinoamericanos afrontaron el reto de mirarse de manera distinta frente
a la tradición intelectual. Dos autores y dos textos ilustran ese momento:
se trata de Historia de la sociología de América Latina de Alfredo Poviña y
La sociología en la América Latina de Gino Germani.
Una primera delimitación es necesaria y para hacerlo sigo a O’Donnell
que al referirse a las ciencias sociales de la Región, en la conferencia pro-
nunciada en abril de 2003, cuando recibió el premio Kalman Silver, las
define como

“ […] contribuciones hechas desde América Latina. Esto quiere decir por
latinoamericanos y también por cierto, por no latinoamericanos que asu-
mieron como propio algún problema de la región, que intentaron enten-
derlo en sus propios términos, que se dedicaron seriamente a conocernos,
y que a partir de ellos contribuyeron valiosamente al estudio de nuestros
países” (2007: 8).

La historia de las ciencias sociales en América Latina está hecha de gran-


des rupturas, verdaderas catástrofes que interrumpieron procesos de cons-
titución del campo (en el sentido que Bourdieu da al término), que lo
reorientaron significativamente o que lo destruyeron en aspectos institu-
cionales significativos al punto que es indudable la brecha entre estilos in-
telectuales, enfoques, temáticas entre épocas. Las trasformaciones del
campo que debía ser resultado de una dinámica autónoma, o fuertemen-
te autónoma, fundada en procesos internos de crítica fue frecuentemente
resultado de procesos externos. También esta historia revela una especifi-
cidad en la relación de las ciencias sociales con otras disciplinas y con
otros campos.
La constitución del campo de las ciencias sociales en América Latina,
en un primer momento, se da en una relación simbiótica con una forma
de reflexión y construcción de pensamiento que se expresó en el ensayo,
que más que una forma de exposición fue una forma sustantiva de com-
prensión del mundo y que alcanzó niveles excepcionales en América

13
Carlos Arcos Cabrera

Latina. Esta forma de construcción de explicaciones sobre la historia, la


cultura y la sociedad en América Latina se nutría a la vez de la filosofía,
de las letras y de lo que en ese momento era considerado como conoci-
miento científico: el positivismo. Esa compleja construcción cultural, la
del ensayo, fue la matriz en la que comienza a madurar las ciencias socia-
les en una relación ambivalente, ambigua al punto que no existe una línea
divisoria entre literatos, abogados, ensayistas y aquellos que tratan de sen-
tar las bases profesionales y académicas de la sociología.
Las ciencias sociales y especialmente la sociología en América Latina,
en su específica relación con la reflexión sobre las diversas formas de pro-
ducción cultural se vieron en la obligación de establecer una distancia crí-
tica con el ensayo, que era su pasado intelectual y también su competidor
contemporáneo en términos de su capacidad de interpretar (y construir
sentido) a la historia de la sociedad latinoamericana. Adicionalmente
debieron establecer su propia especificidad frente a otras tradiciones en las
ciencias sociales en un doble movimiento, por un lado, reafirmando su
particularidad histórica en términos temáticos y su universalidad en tér-
minos de su capacidad de dialogar en condiciones de igualdad con aque-
llas tradiciones, lo cual implicaba un proceso de lectura crítica y adapta-
ción (traducción, interpretación y recepción de obras y autores).
El esfuerzo por mirar hacia la tradición intelectual de la que formamos
parte aunque se la ignore, no se la quiera ver o se la haga invisible, es parte
de un proceso de comprensión de las actuales ciencias sociales en América
Latina.2 Es notable la persistencia con que las ciencias sociales de la región
han tratado de comprender y esclarecer las condiciones y características de
su evolución. Fue un ejercicio temprano de reconstrucción y reflexión
que se observa en la producción de diversos autores en la primera mitad
del siglo XX. Visto en perspectiva, cabe referirse al hito que representó la

2 Sintomáticamente, el erudito libro de Randall Collins, Cuatro tradiciones sociológicas, en sus más
de cuatrocientas páginas no dedica una sola línea a la sociología latinoamericana. Por el contra-
rio, la literatura latinoamericana en el denominado boom, el ensayo a través de obras como El
laberinto de la soledad de Octavio Paz, o Las venas abiertas de América Latina de Eduardo
Galeano, y en menor medida el cine y la plástica adquieren una circulación y un reconocimien-
to internacional. Ver al respecto Pascale Casanova (2001), La república mundial de las Letras,
especialmente la segunda parte, Revueltas y revoluciones literarias; y Harold Bloom (2005).

14
Introducción

publicación de 1941 de la obra de Alfredo Poviña Historia de la sociología


en América Latina.3 Poviña representa lo que fue la trayectoria intelectual
de los primeros sociólogos: autodidacta en términos de la disciplina, for-
mado en derecho, profesor de la cátedra de sociología en la facultad de
jurisprudencia de la Universidad de Córdova y promotor de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), responsable de la organización de
los congresos latinoamericanos de la disciplina. José Medina Echavarría,
otro impulsor clave de la sociología académica en América Latina, escri-
bió el prólogo del libro de Poviña. Lo hizo como responsable de la colec-
ción de sociología del recientemente creado Fondo de la Cultura Eco-
nómica y plasma las preocupaciones sobre la disciplina. Señala que la apa-
rición del libro es “un hecho sociológico muy significativo (pues) da ex-
presión a un estado de consciencia… extremadamente vivo en los actua-
les momentos en América Latina.” ¿Cuál es ese estado de conciencia
“extremadamente vivo”? ¿La importancia adquirida por las ciencias socia-
les en la región? ¿Su potencial aporte a una mejor comprensión de los des-
tinos de las sociedades latinoamericanas? Al perecer Medina Echavarría
apunta a una situación interna del campo: “pasar definitivamente del esta-
dio de las afirmaciones vagas y de las frases vacías…” hacia una perspec-
tiva científica (1959:7). Medina Echavarría critica a quienes desde la pro-
ducción polisémica y poliforme del ensayo interpretaban las sociedades
latinoamericanas.
A la luz de los datos sobre la producción sociológica en la región con-
signados por Poviña, Medina Echavarría plantea aspectos positivos y ne-
gativos de la situación de la disciplina. Entre los primeros destaca “la vin-
culación de la sociología a la enseñanza académica”, aunque se da en el
contexto de otras formaciones (especialmente la de derecho) lo que le
confiere a la enseñanza un rasgo introductorio que él enfrenta al dilema
de “la banalidad o la incomprensión”. Medina Echavarría plantea que el
futuro de la sociología en la región “dependerá de que el cultivo académi-
co (de la disciplina) prosiga, bien extendiéndose a grados más elevados, o
bien…, en formas especiales de ‘currícula’ que permitan no sólo alcanzar
3 La primera edición estuvo a cargo del Fondo de la Cultura Económica de México, en 1941. Una
segunda edición a la que añadió la palabra “nueva” fue publicada por la Universidad de Córdova
en 1959, en el presente texto se utiliza la segunda edición.

15
Carlos Arcos Cabrera

el tono adecuado,…, sino la ramificación y especialización requeridas por


el actual estado de la ciencias.” Por el lado negativo, señala el limitado
número de profesionales cuyo trabajo se oriente a la “rigurosa construc-
ción teórica de la sociología” antípoda de las “exuberancias heredadas de
otros tiempos” y que enfrente la investigación con “técnicas disciplina-
das”. Plantea finalmente el reto de “investigaciones de conjunto que la
homogeneidad de nuestros problemas y la unidad de nuestros destinos
exigen” (1959: 9).
El texto de Poviña desata múltiples preguntas para un lector contem-
poráneo. Una de ellas es saber si por aquellos años se podía narrar una his-
toria de lo que bien se podría calificar como una disciplina en ciernes da-
da la ambigüedad para fijar los límites al campo. El texto es una enorme
base de datos, un trabajo sorprendente si se considera las condiciones de
comunicación existentes en América Latina en esa época, una especie de
guía de quién es quién no tanto en la sociología entendida como un cam-
po delimitado y específico, es decir en su concepción moderna, sino en
tanto amplio campo de quehacer intelectual y de reflexión sobre la reali-
dad social de América Latina en un momento de evidente transición des-
de el dominio del positivismo hacia lo que el mismo Poviña denominó
Sociología de Cátedra. Las ciencias sociales, lideradas por la sociología
ingresaban en el terreno de la sociología concreta, aplicada y práctica, pre-
ocupada de los problemas de la realidad social de cada nación y del con-
tinente americano (1959: 20). En el decir de Medina Echavarría se con-
frontaba una construcción teórica con exuberancias del pensamiento,
técnica rigurosa versus improvisación y retórica. Atrás debía quedar el
ensayo ese mundo de producción cultural que alcanzó uno de sus puntos
culminantes en el pensamiento de Rodó y a mediados del siglo XX en El
laberinto de la soledad, del poeta mexicano Octavio Paz. Este último texto
que es un hito entre el ensayo y las ciencias sociales y que destaca por su
carga poética al igual que por su intrépida interpretación de aspectos cul-
turales de la vida social. El laberinto de la soledad, continuará siendo ese
parte aguas de la historia intelectual de América Latina luego del cual el
ensayo se extingue y surgen las ciencias sociales en su concepción moder-
na. Tal vez se ganó en precisión, pero se perdió en capacidad de crear sen-
tidos interpretativos sobre nuestras sociedades.

16
Introducción

Veinte años después, en 1964 Gino Germani publicó La Sociología en


la América Latina: problemas y perspectivas.4 Es una reflexión de una par-
ticular lucidez que difícilmente hubiera sido posible de no contar con un
contexto institucional y de producción que había madurado, que había
logrado posicionarse en las preocupaciones académicas, políticas y cientí-
ficas de la Región y que se había constituido en un espacio propio, es de-
cir con sus propias preguntas, sus metodologías y, por supuesto con los
intentos de respuesta a aquellas preguntas. En aquel texto que tiene un
carácter fundacional afirmaba que:

“la sociología latinoamericana dista mucho de ser una disciplina nueva en


América Latina. Por el contrario, no sólo su incorporación como materia
de enseñanza universitaria ocurrió en época muy temprana (antes de fines
del siglo XIX), sino que toda la tradición intelectual latinoamericana,
especialmente en el siglo XIX se caracterizó por su dimensión sociología,
en el mejor sentido que puede darse a este adjetivo, y puede ser descrita
como un esfuerzo por comprender la realidad social americana.” (Ger-
mani, 1964: 3).

Constata un gran cambio en la sociología latinoamericana entre 1950 y


1960. Las expresiones del cambio son: surgimiento de escuelas especiali-
zadas (FLACSO entre otras); creación de institutos de investigación; el
surgimiento de “un nuevo tipo de sociólogo, un ‘científico’ social… dedi-
cado de manera exclusiva al cultivo de su disciplina, en íntimo contacto
con el desarrollo científico en los centros más avanzados,… que contribu-
ye con su propia obra a ese progreso”.
Este nuevo tipo de sociólogo reemplaza en las cátedras a los antiguos
profesores que provienen de las leyes, la política y para quien la cátedra
era “un apéndice honorífico… mediocre aficionado la mayoría de las ve-
ces” (Germani, 1964: 1). Es altamente ilustrativa la fuerza con que
Germani embiste contra este tipo intelectual que aún está presente den-

4 Sobre Gino Germani y su importancia para la sociología de América Latina remito al estudio de
Alejandro Blanco, Razón y modernidad. Gino Germani y la sociología en Argentina (2006) y Gino
Germani: La renovación intelectual de la sociología (2006). Estudio preliminar de Alejandro
Blanco.

17
Carlos Arcos Cabrera

tro del campo de la sociología y que “sólo puede ser combatido a través
del establecimiento de criterios rigurosos y de un control permanente y
responsable de la actuación científica.” Son duros términos destinados a
los grandes maestros universitarios de la primera mitad del siglo XX y a
la forma dominante de producción intelectual, el ensayo. Germani debía
sentirse suficientemente seguro de que estaba en un campo de la ciencia
que había construido nuevos códigos de legitimidad, normas y criterios y
nuevos habitus para permanecer y moverse en el mismo. Es evidente el
esfuerzo de un actor clave como es Germani por definir los límites del
campo de la sociología en América Latina. Al referirse a los mecanismos
de control Germani platea que estos no pueden ser de tipo legal sino

“que serán resultado de la existencia de una comunidad de sociólogos que


comparten criterios comunes de competencia científica correspondientes a
los que se aplican en el ámbito internacional. Este control tiene además que
expresarse a través de los medios normales dentro de la actividad científica:
la crítica escrita en las revistas especializadas, la selección de personal para
los cargos de enseñanza, investigación o práctica profesional, los títulos aca-
démicos reconocidos por las organizaciones científicas y, por fin, la reputa-
ción misma dentro de la comunidad de sociólogos.” (1964: 47 y ss.)

Estos cambios, en la perspectiva de Germani, se explican en parte por su-


cesos que ocurren en otros campos que inciden en la sociología lati-
noamericana “la trasformación de la disciplina” después de la postguerra
en los países desarrollados y el “proceso de rápida transición” que deman-
da una comprensión renovada de estos cambios (1964: 2).5 Sin embargo,
para Germani el cambio no podía dejar de considerar la tradición del pen-
samiento sociológico en América Latina. El cambio debía “al mismo
tiempo, conservar y expresar en formas modernas todo lo valioso que
pueda encontrarse en esa tradición de ‘estudios sociales’ que constituye
una parte tan considerable del pensamiento latinoamericano” (1964:3).
Es importante destacar la relación ambivalente, ambigua de la “nueva”
ciencia con su pasado intelectual. Con Germani, el ensayo y los ensayis-

5 Sobre el caso de Alemania remito al sugerente texto de H. G. Gadamer (2007) Sobre la trans-
formación de las ciencias humanas en El giro hermenéutico.

18
Introducción

tas, esa versión compleja y rica de la producción cultural que había inter-
pretado la historia y la sociedad latinoamericana, pasaban a ser historia,
tradición intelectual que había sido superada.
Esa superación se la hizo a costa de una distancia temática de las cien-
cias sociales, en especial de la sociología, frente a la producción cultural,
frente al arte. Los aspectos socioeconómicos del desarrollo y de la depen-
dencia se convirtieron en el centro de sus preocupaciones. Un breve vista-
zo de la producción de las ciencias sociales de América Latina en su perio-
do de auge y expansión entre 1950 y fines de los años 1970 evidencia la
distancia que las ciencias sociales, y especialmente la sociología, tuvieron
frente a expresiones culturales como la literatura, el teatro y el cine. Los
temas duros del desarrollo concitaron el mayor esfuerzo de reflexión y de
investigación.
En la tradición marxista del pensamiento latinoamericano, se encuen-
tra una producción relevante aunque asilada, tal es el caso de la obra de
José Carlos Mariátegui. Las tempranas reflexiones de Mariátegui no tuvie-
ron continuidad, me refiero al texto El proceso de la literatura con el que
se cierra “Los siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, pu-
blicado originalmente en 1928. Otro marxista, Agustín Cueva escribió un
lúcido e incisivo ensayo sobre literatura, lamentablemente limitado a
Ecuador, se trata de Entre la ira y la esperanza, publicado en Ecuador en
1967. En otros autores de esta tendencia, los temas de la explotación, los
modos de producción y la formación económica social dominarán el esce-
nario, el mundo cultual era un subproducto de la ideología que tenía una
importancia secundaria.
Luego de la crisis de las ciencias sociales en América Latina (una com-
binación de agotamiento interno y de destrucción de campo por factores
externos, especialmente por las dictaduras de los años 1970 que golpea-
ron en aquellos países donde ésta tenía un mayor desarrollo relativo) y la
declinación del ensayo como forma de construcción e interpretación cul-
tural en América Latina, los espacios de investigación y análisis se diver-
sifican. Se produce una imbricación de nuevas tendencias y perspectivas
de análisis provenientes de la lingüística, la semiótica, la comunicación, la
crítica literaria y las ciencias sociales sobre aspectos específicos de la pro-
ducción cultural.

19
Carlos Arcos Cabrera

La crítica al ensayo que, como queda dicho, fue la forma dominante


de reflexión sobre la realidad en América Latina, creó una situación ambi-
gua para las ciencias sociales: lindaba con la narrativa aunque describiera
realidades, en consecuencia, competía con la creación de explicaciones
por parte de las ciencias sociales de allí que éstas procuraran establecer dis-
tancias, pero también hizo del mundo de la producción cultura un obje-
to temido, pues acercarse a este implicaba de alguna forma un riesgo de
contaminación, una pérdida de límites.

II.

Un segundo aspecto es relevante a la hora de comprender la compleja tra-


ma de relaciones entre las ciencias sociales y el mundo de la cultura y el
arte. Es un aspecto que va más allá de forma particular en que las ciencias
sociales en América Latina se desprendieron del mundo del ensayo y de
la reflexión cultural, para constituirse en un campo autónomo. Se trata de
la disputa entre diversos puntos de vista sobre los límites de las ciencias
sociales en su capacidad de hacer del arte un objeto de estudio.
Bourdieu en Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario
(2002:14) enfrentó la tarea de desarrollar lo que denominó la “ciencia de
las obras”. El punto de partida del sociólogo francés es la crítica a todo
planteamiento que establezca un límite a la ciencia en general y a las cien-
cias sociales en particular en el supuesto de que existen terrenos inviola-
bles ante los cuales la ciencia debe retroceder. Para Bourdieu ningún cam-
po de la actividad humana está al margen de la razón, es decir de la posi-
bilidad del conocimiento científico. En la literatura y por extensión en el
arte, no existe nada inefable, ni insuperable que impida un análisis desa-
cralizador desde la sociología, en consecuencia critica la tesis de que la
trascendencia de la obra de arte la protegería de una comprensión racio-
nal. Bourdieu enfrenta a H.G Gadamer.
El análisis sociológico del campo del arte, “cuando es capaz de sacar a
luz lo que hace que la obra de arte se vuelva necesaria, es decir, la fórmu-
la informadora, el principio generador, la razón de ser, proporciona a la
experiencia artística, y al goce que la acompaña, se mejor justificación, su

20
Introducción

más rico alimento.” Convertir al arte en un objeto de estudio de la socio-


logía es para Bourdieu romper con la noción de la existencia de límites a
priori al conocimiento científico, con la adhesión a lo sagrado. Implica
una ruptura metodológica en la que se basa “una ciencia rigurosa de las
obras culturales” (2002: 277, 278). No existen obstáculos a priori para la
ciencia, ni existen espacios, temáticas sagradas, o “el arte sublime” que no
pueda ser transformado en objeto científico. Bourdieu, se opone no sólo
a Gadamer, sino a la escuela de la estética pura, o escuela de lo sublime,
representada por Harold Bloom y su lectura canónica de la literatura occi-
dental.
Revisemos brevemente el planteamiento de Bourdieu. Este autor lla-
ma a confrontar las teorías con “objetos empíricos siempre nuevos; con-
ceptos que ante todo tienen la función de designar, escenográficamente,
un conjunto de esquemas generadores de prácticas científicas, epistemo-
lógicamente controladas” (2002: 267) Uno de esos nuevos “objetos cien-
tíficos” es el arte y, también la misma ciencia, en especial las ciencias
sociales, como se desprende de su texto “¿Por qué las ciencias sociales de-
ben ser tomadas como objeto?” en El oficio del científico. Ciencia de la
ciencia y reflexividad. (2003).
Las ciencias sociales no han dado un paso significativo en la ciencia de
las obras debido a que ocupan una posición a “medio camino entre las
disciplinas científicas y las disciplinas literarias” y en consecuencia se
mantienen tributarias de la búsqueda de “originalidad” contraria a la “ins-
tauración de modos de producción y de transmisión del saber propios
para propiciar la acumulatividad…” (Bourdieu, 2002: 270). Para Bour-
dieu, la noción de campo permite precisamente sustentar un proceso acu-
mulativo de conocimiento en las ciencias sociales al poder comparar los
conocimientos adquiridos en el estudio de campos específicos. Es el cami-
no para la construcción de una “teoría general de la economía de las prác-
ticas que poco a poco se van desprendiendo del análisis de los diferentes
campos” (2002: 274).
En los casos de la literatura, el arte y la filosofía la resistencia a la
“objetivación científica” es particularmente fuerte. La tarea no sólo es me-
todológica e “implica una verdadera conversión de la manera más común
de pensar y de vivir la vida intelectual…” (2002: 277). Es una conversión

21
Carlos Arcos Cabrera

cuyo punto central es poner en duda radical la teoría del “creador increa-
do” y del proyecto original en que se basa buena parte de los análisis y la
crítica literaria. Afirma Bourdieu:

“A condición de someter a una objetivación semejante, sin complacencia


al autor y la obra estudiados (y también al autor de la objetivación), y de
repudiar todos los vestigios de narcisismo que vinculan al analizador con
el analizado, limitando el alcance del análisis, se podrá fundar una cien-
cia de las obras culturales y sus autores.” (2002: 286)

La posibilidad de que esto ocurra radica en un ejercicio de reflexividad.


¿Qué es reflexividad? En El oficio del científico. Ciencia de la ciencia y refle-
xividad (2003), la definirá como

“el trabajo mediante el cual la ciencia social, tomándose a sí misma como


objeto, se sirve de sus propias armas para entenderse y controlarse, es un
medio especialmente eficaz de reforzar las posibilidades de acceder a la
verdad reforzando las censuras mutuas y ofreciendo los principios de una
crítica técnica, que permite controlar con mayor efectividad los factores
adecuados para facilitar la investigación” (Bourdieu, 2003: 154, 155).

Es ante todo una forma de alta vigilancia espistemológica para compren-


der los obstáculos sobre todo sociales que traban al conocimiento cientí-
fico. Las ciencias sociales deben convertir a la reflexividad en “en una dis-
posición constitutiva de su habitus científico, capaz de actuar no ex post,
sino a priori.
Karl Mannheim (1895-1947) planteó tempranamente una serie de
problemas sobre la naturaleza de los problemas del conocimiento cientí-
fico en las ciencias sociales y que atañen al problema que analizamos. Este
autor parte de la clásica distinción propia de la sociología alemana entre
ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza. La sociología del saber es
un tema propio de la primera. La génesis de esta disciplina son sucesivas
rupturas en la producción de conocimiento y en la forma cómo este cono-
cimiento es a su vez recibido, criticado, etc. A estas rupturas las definirá
como momentos de la autorelativización y autotrascendencia del pensa-
miento. Lo primero implica que quien produce conocimiento pasa a ocu-

22
Introducción

par una situación “relativa”. Es decir que recurriendo al concepto de Roig,


de universalidad ideológica, su pretensión de universalidad ideológica, es
puesta en duda. El saber del teólogo, del sacerdote es relativizado. Su con-
dición de verdad deja de estar asociada con quien habla, con quien pro-
duce conocimientos. Es la “relativización del pensamiento frente al ser”.
Surge el pensador, el filósofo, la calidad de su saber ya no está asociada a
su condición social o a su posición en la estructura de poder sino que
depende de lo que podríamos llamar de su calidad intrínseca, de su capa-
cidad de interpretar pero a la vez de que esa interpretación sea plausible
en términos de su capacidad de dar cuenta de los fenómenos de la vida
social. Aquí comienza a operar la autotrascendencia. El saber ya no es
eterno, ya no es el mito, ya no es el canon bíblico. Existe un proceso de
crítica que genera en el mundo del saber el proceso de trascender inter-
pretaciones del mundo. Al referirse a auto trascender se refiere específica-
mente a la impermanencia de la ideas en el mundo del pensamiento. Sin
embargo, aún no se ha puesto en duda que quien conoce es el individuo.
Una segunda ruptura la formula en términos de un desplazamiento del
sujeto a lo que llama el ser social. El individuo es parte de una clase social,
de un grupo, en consecuencia el individuo es relativizado en el ser social
y en consecuencia también su pensamiento, su forma de conocer son rela-
tivizados. El conocimiento ya no es individual, es ante todo social. Es una
crítica a la idea de un sujeto que conoce y a la idea misma del individuo
como productor de conocimiento.
En Ideología y Utopía (1941) Mannheim formulará de manera mucho
más tajante la relativización del individuo como sujeto productor de co-
nocimientos al afirmar que

“solo en un sentido muy limitado el individuo aislado crea el mismo la


forma de discurrir y de pensar que le atribuimos… Bien miradas las cosas,
es un error decir que el individuo aislado piensa. Habrá que decir más bien
que participa en el pensamiento de otros hombres que han pensado antes
que él… Todo individuo se halla, pues, predeterminado, en doble sentido,
por el hecho de haberse desarrollado dentro de una sociedad: de un lado
encuentra una situación establecida, y del otro halla en esa situación mo-
dos preformados de pensamiento y de conducta” (1941, 2004: 35).

23
Carlos Arcos Cabrera

Páginas más adelante destacará la crítica a la noción del individuo que


conoce como punto de partida. Afirma: “La más importante corrección
ha consistido en acabar con la ficción de la independencia del individuo
frente al grupo con cuyo esquema el individuo piensa y actúa.” (1941,
2004: 61) Esta toma de posición es “necesario tenerla presente tanto en
las previsiones de tipo metodológico primero de Mannheim, a través de
lo que denominará auto análisis y por otro de Bourdieu, a través de su
estrategia de reflexividad. Una y otra están vinculadas a la objetividad y
cientificidad de las ciencias sociales. Si quien produce conocimiento es un
individuo que forma parte de un grupo social, el conocimiento es un pro-
ducto social.
En El problema de una sociología del saber afirmará: “todo saber socio-
lógico e histórico, todo método de pensamiento, todo punto de vista se
presentan estrechamente ligados al proceso colectivo y a los intereses cog-
noscitivos de un estrato social.” (1990: 29) En este punto es preciso recor-
dar la contribución de Marx con su teoría de la ideología, especialmente
el texto Sobre la producción de la conciencia (1974: 39 y subsiguientes).
Los intereses sociales y cognitivos de un estrato social, especialmente
dominante, se transforman en una visión del mundo social que es justifi-
cación de la misma. Es un conocimiento que encubre la realidad social y
que hace que el orden social aparezca ante los grupos sociales como un
orden natural. Una fuerza social emergente, el proletariado y sus intelec-
tuales ponen en evidencia el carácter ideológico de las interpretaciones
sobre la sociedad y el mundo de la burguesía, entre ellas la producción
artística. Mannheim saca de allí dos conclusiones relevantes para nuestro
propósito. Si el conocimiento producido por un grupo social puede ser
calificado como ideológico por un grupo, la calificación puede revertirse
y la presunción de ideología puede ser asignada a la producción de saber
y de sentidos de otros grupos, en realidad de todos los grupos sociales,
como el proletariado.
La segunda conclusión, es que al presentarse este hecho, se produce un
salto en el campo: “… se alcanza siempre un estadio en que la realidad
social perceptible de este modo se hace también presente para las demás
corrientes de pensamiento y se convierte así mismo en problema para las
posibles visiones sintéticas del mundo de esas posiciones.” Esta segunda

24
Introducción

conclusión se asocia también a la constatación de la presencia de nuevos


enfoques, temáticas, etc., presentes en el campo y que son apropiadas, re-
cicladas por los otros presentes en el campo. La toma de posición frente a
un objeto o la “realidad social perceptible” entran a formar parte del mun-
do de problemas de otras visiones, de manera que se constituye un campo
relacional, en el que no tienen cabida las posiciones aisladas. Mannheim
señala como ejemplo que los problemas planteados por el marxismo en-
tran en el campo de interés de Weber y en general de la sociología ale-
mana.
En síntesis tenemos un proceso al final del cual el pensamiento no es
una pura contemplación, que se produce y circula en un espacio vacío.
Tampoco es un producto individual. En este contexto Mannheim hace
una primera aproximación a lo que sería una “misión” de la sociología del
saber:

“Para una sociología concreta del saber de aquí se deriva la misión de exa-
minar, en su estadio respectivo, los presupuestos sistemáticos desde los
que las distintas corrientes dadas en un momento del tiempo abordan el
desarrollo de un mismo hecho de la vida, y las tensiones características
que surgen entre el marco sistemático y los elementos constructivos de la
propia tradición, por un lado, y los nuevos hechos que hay que incorpo-
rar a ella, por otro lado. Dicho más simplemente,…, se trata aquí de apre-
ciar que las distintas corrientes de pensamiento no marchan aisladas unas
de otras, sino que se orientan e ilustran entre sí, sin por ello confundirse
en un solo sistema, intentando ofrecer desde su propia posición una sín-
tesis de la totalidad de los ‘hechos’ históricamente presentes” (1990: 24).

Esta temprana definición es cercana a una historia de las ideas (algo que
el mismo reconoce) es una perspectiva aún cercana a una hermenéutica
del origen de los puntos de vista, o a un intento de comprensión de la re-
lación entre tradición teórica y los “nuevos hechos” o la “relación entre
corrientes”. Para Mannheim, el conocimiento no es supra temporal, ni se
produce en un territorio vacío. Es un espacio ocupado por diversas ten-
dencias (centros sistemáticos de conocimiento) que constituyen a los he-
chos sociales en forma diferenciada de acuerdo al lugar desde el que se los
enuncia. El descubrimiento de esos “hechos sociales” “está ligado a deter-

25
Carlos Arcos Cabrera

minadas tendencias sistemáticas y sociales (…) y cómo estos hechos “que


en un cierto momento sólo son apreciables desde su perspectiva específi-
ca, más tarde son también asumidos por las demás corrientes del pensa-
miento” (1990: 25). Es una relación de conflicto y apropiación entre
corrientes.
Mannheim critica la historia de las ideas por su incapacidad para com-
prender la diversidad que subyace en una época de dominio de una
corriente de pensamiento. Afirma:

“[…] cada época está atravesada por múltiples corrientes de pensamiento


y que, a lo sumo, lo que puede ocurrir es que una de esas corrientes se
convierta en dominante mientras las demás son relegadas a un segundo
plano. Pero nunca tiene lugar la supresión definitiva de una corriente de
pensamiento; cada conflicto intelectual dado en una unidad cultural y
cada elemento de ese conflicto pervive como corriente subordinada,…,
para llegado el momento (si bien en forma modificada) y constituirse de
nuevo en un nivel más elevado” (1990: 85-86).

Los estratos sociales realizan una doble operación: recuperan el pasado de


su propio estrato y se enfrentan con otros estratos espirituales (sus con-
temporáneos).
La perspectiva de Mannheim nos remite necesariamente a varias situa-
ciones: conflicto, dominación y subordinación que serán retomadas y de-
sarrolladas por Bourdieu en el concepto de campo. Por otra parte, las di-
versas corrientes independientemente de su situación de subordinación o
hegemonía mantienen relaciones recíprocas. Estas relaciones recíprocas
deben ser estudiadas, así como el “aprendizaje mutuo” entre las diversas
corrientes y las síntesis comprensivas que se presentan.
Mannheim apunta a especificar el objetivo de una sociología del saber
o del conocimiento: “establecer, para cualquier momento de la historia,
las posiciones espirituales sistemáticas desde las cuales se piensa” (1990:
99). La sociología del conocimiento: “una disciplina que pretende recons-
truir la vinculación funcional de toda posición del pensamiento con res-
pecto de la realidad social diferenciada que hay tras ella, y que encuentra
el objetivo de su investigación en el devenir de las posiciones…” (1990:
101). Esto incluye al conjunto de la producción intelectual, esto es a la

26
Introducción

literatura, al arte; por extensión toda producción artística, incluidos bajo


el concepto global de “formas de pensamiento”.
En Ideología y Utopía, especialmente en el capítulo V, Mannheim pro-
fundizará y sistematizará los elementos constitutivos de la sociología del
conocimiento. Es un libro que se organiza en torno a un intento sistemá-
tico por comprender “cómo piensan realmente los hombres”, cómo fun-
ciona este pensamiento “en la vida pública y en la política, como instru-
mento de acción colectiva” (2004: 33). Afirma que “La tesis principal de
la sociología del conocimiento es que existen formas de pensamiento que
no se pueden comprender debidamente mientras permanezcan oscuros
sus orígenes sociales” (34).
En términos específicamente referidos a la sociología del conocimiento
la concibe como teoría y como “investigación histórico sociológica”. En
tanto lo primero “se esfuerza en analizar las relaciones existentes entre co-
nocimiento y existencia” en tanto lo segundo “procura trazar las formas
que ha asumido esta relación en el desarrollo intelectual del género huma-
no” (2004: 301).
Si se acepta que los procesos sociales influyen en el proceso del cono-
cimiento implica una ruptura con lo que califica “el método antiguo de
la historia intelectual (que se) orientaba hacia una concepción a priori, se-
gún la cual cambios de ideas debían comprenderse exclusivamente en el
plan de las ideas (historia intelectual inmanente)” (2004: 305).
El origen social del pensamiento permite explicar el conflicto entre
diversas corrientes del pensamiento. No son oposiciones “puramente teó-
ricas”. Esta es una de las formas de conflicto, la otra es al interior mismo
de las corrientes el conflicto entre generaciones. Tenemos entonces que la
competencia y la sucesión de generaciones lo que explica el movimiento
de las ideas, antes que la dialéctica interna del desarrollo de las ideas. Una
conclusión general de la forma de plantear el problema es que la base de
pensamiento de una persona desde la que hace una aseveración no pasa
de ser una perspectiva parcial, entre otras (2004: 318).
Mannheim cerrará su reflexión con el análisis de las consecuencias
epistemológicas de la sociología del conocimiento y formulará la tesis de
la necesidad de un auto análisis que ponga en evidencia para quien cono-
ce, los factores sociales, o extra teóricos. Es una noción anterior a la de

27
Carlos Arcos Cabrera

reflexividad de Bourdieu. En las ciencias sociales, lo mismo que en las


demás ciencias, el criterio definitivo de verdad o error hay que buscarlo
en la investigación del objeto, y la sociología del conocimiento no preten-
de ser un sustituto de esto. Pero el examen del objeto no es un acto aisla-
do; tiene lugar dentro de una trama matizada de valores y de impulso co-
lectivo, inconscientes o voluntarios. Afirma Mannheim:

“Sólo en la medida en que logremos traer a la zona de la observación con-


ciente y explícita los diversos puntos de partida y de acercamiento a los
hechos que son corrientes en la discusión científica o vulgar, podremos
esperar, con el transcurso del tiempo, dominar los motivos y los incon-
cientes que, en último análisis, han dado vida a esas formas de pensamien-
to. Se puede alcanzar un nuevo tipo de objetividad en las ciencias socia-
les, pero no por la exclusión de las valoraciones, sino mediante la verifica-
ción crítica y el control de las mismas…. El criterio de este autoesclareci-
miento es que no sólo el objeto, sino también nosotros mismos caemos en
nuestro propio campo visual. Nos volvemos visibles para nosotros mis-
mos, no vagamente como un sujeto cognoscente, sino representando cier-
to papel hasta entonces oculto a nuestros ojos, en una situación hasta en-
tonces impenetrable y con motivos que nunca habíamos conocido antes.
En tales momentos se nos revela la íntima conexión existente entre el
papel que desempeñamos y nuestras motivaciones, por un lado, y nuestro
modo y manera de percibir el mundo, por otro.” (2004: 37, 38, 81).

El concepto de reflexibidad desarrollado por Bourdieu, como condición


de conocimiento objetivo en las ciencias sociales, se encuentra ya en
Mannheim. Sin embargo esto no es lo más importante, la perspectiva
del análisis de las condiciones extra teóricas del conocimiento, es decir
de las condiciones sociales en que se produce la teoría social, involucra
necesariamente, no sólo las condiciones materiales de esa producción si-
no el complejo cultural con el que interactúan las interpretaciones so-
ciales de la realidad. De allí las dificultades de construir una distancia
crítica que permita a las ciencias sociales mirar a la producción cultural,
especialmente al arte, como un objeto de estudio. El reto precisamente
es la estrategia del autoanálisis como medio que permite construir aque-
lla distancia crítica.

28
Introducción

Ya he señalado que en una posición antagónica, aunque sin nombrarlos


se encuentra Harold Bloom. Me centraré en lo que podría considerarse su
obra culminante El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épo-
cas (2005). La tesis central de Bloom, expresada en este y otros textos es que
un poema, un texto literario, un libro procede de una familia de textos. A
través de dos procesos el de la influencia, “proceso fastidiosos de sufrir y
difícil de comprender” y, la represión de esa influencia, se construye una
historia de la literatura esencialmente autónoma y que puede ser leída desde
las variaciones de los tropos, la metalepsis, la metonimia y la metáfora. Es
esa historia autónoma, con sus textos y autores sublimes que giran en torno
a Shakespeare lo que constituye el canon. Es precisamente esta autonomía
radical la que hace posible una historia específicamente literaria, que recu-
rre más allá de las contingencias sociales: “Poemas, relatos novelas, obras de
teatro nacen como respuesta a anteriores poemas, relatos, novelas u obras
de teatro, y esa respuesta depende de actos de lectura e interpretación lleva-
dos a cabo por escritores posteriores, actos que son idénticos con las nuevas
obras.” (2005: 19) No existe objetivo social por importante que sea, que
justifique o abone a posicionar como sublime un autor o una obra. Para
Bloom, sólo se irrumpe en el canon y en consecuencia en la consagración
literaria, por “la fuerza estética” que es la amalgama del “dominio del len-
guaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en
la dicción” (2005: 39). En la perspectiva de Bloom, ninguno de estos ele-
mentos es susceptible de una comprensión y una explicación extra literaria
ni aportan a que un autor y una obra alcancen “dignidad estética”.
Es atentatorio de esta autonomía estética el tratar de entender las obras
y los autores desde una lectura extra literaria, o para utilizar la definición
de Mannheim, extra teórica. Bloom es un creyente acérrimo de la origi-
nalidad, que como hemos visto es rechazada tanto por Bourdieu, como
por Mannheim. “Un signo de originalidad –afirma Bloom– capaz de
otorgar el estatus canónico a una obra literaria es esa extrañeza que nunca
acabamos de asimilar, o que se convierte en algo tan asumido que perma-
necemos ciegos a sus características” (2005: 14). La extrañeza es in-asimi-
lable o tan asumida por la conciencia que su conocimiento objetivo es im-
posible. Cualquier intento en esa dirección es inadmisible y se inscribe en
lo que Bloom denomina “la Escuela del Resentimiento”.

29
Carlos Arcos Cabrera

El último autor que estructura el campo para la lectura de las ponen-


cias es H-G. Gadamer. Nos niega la posibilidad de una comprensión cien-
tífica del arte, aunque la limita. En Palabra e imagen: así de verdadero, así
de óptico (2001) define el alcance de las ciencias del espíritu. Estas “se ha-
llan en relación mutua, especialmente estrecha con la receptibilidad y la
sensibilidad artística y, por tanto, pueden reclamar una propia autentici-
dad filosófica” (Gadamer, 2001: 221).
Esta relación mutua ¿implica que el arte pueda ser comprendido e
interpretado directamente desde la ciencia? Para Gadamer el arte tiene
una presencia intemporal, en el que está ausente la noción misma de
progreso. Pueden existir cambios en la percepción de una obra artística
pero la belleza del arte rupestre o de una cerámica mochica, es indife-
rente a la existencia de Renoir o Picasso. De allí que establezca como
premisa que “al arte le corresponde presencia atemporal, porque está
desligado y es independiente de todas las condiciones históricas y socia-
les, lo mismo que la religión y la filosofía. También el arte afirma la pre-
tensión de absolutividad, y lo hace extendiéndose por encima de todas
las diferencias históricas de tiempo.” Extender el carácter atemporal del
arte, a la religión y a la filosofía, es innecesario, excepto que la “lectura
religiosa” sea la del teólogo, por la actualidad del acto redentor. Sin
embargo, este no es el objetivo de este texto. El arte es una experiencia
siempre presente, en el que confluye pasado y futuro. En tanto pasado
no es memoria o “recuerdo que queda, sino más bien una experiencia
presente.” Se trata de un “presente propio”. Así “el arte es capaz de ten-
der puentes para salvar las barreras y los espacios.” (Gadamer, 2001:
226, 227). La “cautivadora presencialidad” del arte es la cualidad en que
subyace la resistencia a que sea convertido en “simple objeto de investi-
gación histórica”. Adicionalmente, el arte está ligado, no a un fin espe-
cífico y a un sentido de utilidad. Desligado como tal, el arte se asocia a
lo noción de lo bello, es decir “que no se ve afectado nunca por la pre-
gunta acerca de para qué existe” y por esta vía al concepto de verdad
(2001: 232).
En este aspecto es la antítesis de Bourdieu y Mannheim. Existe una limi-
tación para la ciencia en el conocimiento de la obra de arte, pues esta “no
es ningún objeto al que podamos acercarnos con el patrón de medir”

30
Introducción

(Gadamer, 2001:245) ¿Es entonces posible que sea conocida? En un texto


escrito en 1964, se trata de La estética y la hermenéutica, Gadamer enfatizó
lo complejo de esta relación, aunque otorgó a la hermenéutica la capacidad
de comprender la estética. Ya entonces había planteado temas tales como la
“absoluta simultaneidad” ese “presente atemporal” entre la obra y el obser-
vador (independientemente del pasado de la obra) y que es inexpugnable a
la “conciencia histórica” es decir al conocimiento objetivo. Sin embargo, es
aquí donde reside en su verdadera dimensión el problema de la interpreta-
ción y de la comprensión de la obra de arte. Su extrañeza, la extrañeza que
provoca, debe ser comprendida y explicada no tanto en términos de expli-
cación histórica sino en tanto significado de “lo que nos dice a nosotros”.
En la medida en que el arte es un lenguaje, la obra de arte, su com-
prensión e interpretación caen dentro del ámbito de la hermenéutica
entendida como “el arte de explicar y comunicar por nuestro propio es-
fuerzo de interpretación lo que ha sido dicho por otros y lo que hallamos
en la tradición. Y de hacerlo en todas partes donde ello no sea inmediata-
mente inteligible.” (1964, 2002: 154).
Entre Mannheim y su noción de “auto análisis” y la “reflexividad” de
Bourdieu, nos encontramos con la “reflexividad” planteada por Gadamer.
Para este último, las consecuencias son de tres órdenes:

• La conciencia “del carácter particular” de cada perspectiva.

• La obligatoriedad de “comprender las posibilidades de una multiplici-


dad de puntos de vista relativos.”

• La necesidad de “responder a los argumentos que se nos oponen por


una reflexión que se coloca deliberadamente en la perspectiva del
otro.” (1993: 42) Es decir un ejercicio de alteridad. Esto es algo ajeno
a la perspectiva del marxismo en la versión de Marini en Razón y sin
razón de la sociología marxista: el único punto de vista científico era el
del marxismo, el resto era ideología o ciencia burguesa.

Es este carácter reflexivo, del que se hace uso metódico, lo que caracteri-
za a las “ciencias históricas modernas, o ciencias del espíritu o ciencias hu-

31
Carlos Arcos Cabrera

manas y que las diferencia de las ciencias de la naturaleza. “La conciencia


moderna toma –justamente como conciencia histórica– una posición
reflexiva en la consideración de todo aquello que es entregado por la tra-
dición.”
Se trata de una reflexividad que implica una triple operación: por un
lado hacia la propia perspectiva, en tanto se trata de una perspectiva par-
ticular; por otro, hacia las otras perspectivas contemporáneas; y por últi-
mo hacia las perspectivas que vienen del pasado.
Con relación a esto último, Gadamer afirma: “la conciencia histórica
no oye más bellamente la voz que le viene del pasado, sino que, reflexio-
nando sobre ella, la reemplaza en el contexto donde ha enraizado, para ver
en ella el significado y el valor relativo que le conviene” (1993: 43).
No hay síntesis. Bourdieu explica magistralmente la constitución del
campo de las artes en Francia de la mano de Flaubert y Baudelaire, pero
no explica porqué la lectura de Madame Bovary sigue diciéndonos algo,
sigue siendo contemporánea y que la lectura de un poema de Baudelaire
nos cause esa extrañeza a la que se refiere Gadamer, o que al margen de
la forma como se organizara la sociedad maya, el Popol Vuh ejerza aún
ahora una extraña influencia en la narración sobre el mito de cómo los
hombres accedieron al fuego, tan lejano y antitético al mito greco roma-
no de Prometeo. Gadamer nos recuerda precisamente esa extrañeza que
provoca la obra de arte, aunque no podamos compartir el carácter a his-
tórico y a social que finalmente conlleva su lectura hermenéutica de la
estética. Bloom no tiene que convencernos de la originalidad de Hamlet,
que no es Orestes, redivivo y privado de la voluntad de la venganza, pero
no puede hacer que miremos la tragedia shakesperiana con los mismos
ojos que hace un siglo, pues somos lectores que consciente o inconscien-
temente estamos atrapados en lo que Gadamer denomina conciencia his-
tórica. De manera que no hay síntesis, sino un campo con posiciones en
las cuales debemos (me refiero a los lectores y a mí mismo) colocar las
ponencias.

32
Introducción

III.

Un tercer problema debe considerarse al momento de analizar las diver-


sas ponencias y de ubicarlas en perspectiva, tanto en lo que concierne a su
propio enfoque como a lo que subyace a la tradición teórica de las cien-
cias sociales en América Latina. Se origina, por un lado, en la tensión por
un desarrollo basado en los diversos intentos de comprender la realidad
desde su especificidad y en consecuencia desde una perspectiva propia y
por otro lado, en la relación compleja de traducción y recepción de los
desarrollos científicos y metodológicos provenientes de Europa y de los
EE.UU. Todas las posiciones del campo de las ciencias sociales de la Re-
gión (marxistas, estructuralistas, funcionalistas, etc) están sometidas a una
presión similar. Germani (1964) identificó claramente las implicaciones
de esta tensión propia, lo que le condujo a plantear la recepción como un
problema constitutivo de la sociología en América Latina. Para Germani
el problema de la recepción, o la recepción como problema, es “una cues-
tión de orden puramente metodológico; que se presenta en cualquier país,
trátese o no de un país productor o dependiente en cuanto a creación de
teorías” y se resuelve con la aplicación de los métodos científicos (1964:
4-5). Germani no veía un problema de entorno social en la “recepción”
de teorías. La recepción se resuelve exclusivamente en el campo de la mis-
ma ciencia, en la tarea del “estudioso” y con la “creación de una tradición
científica seria (pues) la posibilidad de crear ciencia en términos univer-
salmente válidos supone una íntima conexión con el proceso científico
universal y de ninguna manera un rechazo de este…: la aplicación de los
procedimientos generales del conocer científico constituye el filtro nece-
sario que permite utilizar de manera creadora los aportes del pensamien-
to universal” (1964: 5).
En principio, la posición de Germani no presentaría problemas, siem-
pre y cuando se acepte o no se ponga en duda el concepto mismo de cien-
cia y de conocimiento científico. Si bien se puede aceptar que al momen-
to en que Germani escribe su texto, existe una universalización del campo
de la sociología, en términos de un fin de ciclo de las sociologías naciona-
les, especialmente por el creciente flujo de tradiciones y apropiaciones (las
traducciones que se hacen en América Latina de los clásicos de la sociolo-

33
Carlos Arcos Cabrera

gía) existen posiciones muy marcadas en torno a lo que se concibe como


método científico y el qué hacer científico de las ciencias sociales. La no-
ción misma de lo que se debe considerar sociología o ciencias sociales es
un terreno de fuerte disputa. En consecuencia, la referencia a la aplicación
de los procedimientos generales del método científico como estrategia bá-
sica para garantizar una recepción crítica de teorías provenientes de otros
espacios nacionales y sociales, así como para reducir las resistencias “ide-
ológicas” implica una especie de petición de principio sobre la existencia
de un acuerdo universal sobre lo que se considera ciencia y método cien-
tífico.
Lo que es evidente es que en la historia de las ciencias sociales en Amé-
rica Latina, la recepción se convierte en un tema permanente y de múlti-
ples aristas, no sólo de lo que viene de Europa y Norteamérica, sino de lo
que fluye de los polos más desarrollados (Argentina, Brasil y México) a los
otros espacios nacionales con limitaciones de diverso tipo para el desarro-
llo de las ciencias sociales. Así como debemos preguntarnos por las con-
diciones sociales de recepción de los clásicos de la teoría social: Marx, We-
ber, Durkheim, de los representantes de la sociología norteamericana
como Parsons, Merton o Paul Lazarfeld, también debemos preguntarnos
por la recepción de los planteamientos del mismo Germani en Argentina,
México, Brasil y en los otros países del continente.
Para Bourdieu la recepción tiene una complejidad que no podemos
ignorar: “dado que las ideas circular de un espacio social a otro sin sus
contextos (con prescindencia de su campo de producción), los receptores
las reinterpretas según las necesidades dictadas por su propio campo de
producción.” Esto conlleva el riesgo que hace que todo proceso de recep-
ción implique “un malentedido estructural… el sentido y la función de
una obra extranjera están determinados, al menos, tanto por el campo de
reflexión como por el campo de origen. En primer lugar, porque el senti-
do y la función del campo originario son, con frecuencia, completamen-
te ignorados. Y también, porque la transferencia de un campo nacional a
otro se hace a través de una serie de operaciones sociales.” (Bourdieu cita-
do por Tarcus, 2007: 41- 42) En consecuencia es difícil limitar el proce-
so de recepción a una operación de aplicación de un método científico de
validación de la aplicabilidad de la obra.

34
Introducción

Como se ha dicho el problema de la recepción es un tema crucial


para una comprensión de las ciencias sociales en América Latina. No
afecta a una u otra posición, a uno u otro autor. Es una característica es-
pecífica del campo. En una obra monumental Horacio Tarcus plantea
el problema de la recepción de Marx en Argentina. Sus preocupaciones
no son ajenas a las preguntas que se formula Aricó en torno a Mariáte-
gui, y su particular recepción del marxismo. Tarcus llamó la atención
sobre la relación entre interpretación y lectura. Desde el punto de vista
de Tarcus, que sigue en esto a Gadamer, toda lectura es en sí mismo un
acto de interpretación. “… el texto no existe como cosa en sí, sino para
nosotros, lectores. Somos los lectores quienes lo realizamos, lo actualiza-
mos, y en ese sentido lo re creamos en cada lectura… El texto no exis-
te por fuera de la historia de sus interpretaciones” que se interponen
entre el lector y el texto (Tarcus, 2007: 34). La interpretación no es un
proceso reproductivo, sino productivo. Entre la soberanía del autor y la
consistencia y autonomía del texto, se postula la “soberanía del lector”.
Desplazamiento que parte del autor “para llegar al texto y a sus recep-
tores… desplazamiento del locus del sentido de la interpretación, desde
el autor hacia algún lugar indeterminado entre el texto y el lector.”
(Tarcus, 2007: 35).
En esta parte, quisiera profundizar en la relación texto, interpreta-
ción, comprensión que a mi juicio enriquece el análisis del complejo de
relaciones entre ciencias sociales, cultura y su propia historia. Seguire-
mos las reflexiones de H. G. Gadamer. Para este autor: “El texto es algo
más que el nombre de un objeto de investigación literaria. La interpre-
tación es algo más que la técnica de la exposición científica de los texto”
(2001:196). Las dos frases que lo identifican como ese “algo más” que
objeto de investigación literaria son: “punto de referencia”, y “mero pro-
ducto intermedio”. El texto es un “punto de referencia frente a la… plu-
ralidad de posiciones interpretativas que apuntan a él…” Se vuelve al
texto para esclarecer algo. Es el caso de los textos sagrados o el texto de
la ley. También es el caso de las interpretaciones canónicas: el texto es el
punto de referencia último para esclarecer el carácter de la interpreta-
ción. De allí se desprende una relación estrecha entre texto e interpreta-
ción: “ni siquiera un texto tradicional es siempre una realidad dada pre-

35
Carlos Arcos Cabrera

viamente a la interpretación.” En consecuencia, el texto sólo puede ser


comprendido en el contexto de la interpretación. Es entonces cuando el
texto aparece “como una realidad dada” (2001: 200). Sin interpretación,
el texto guarda silencio. “Es frecuente –afirma Gadamer– que sea la in-
terpretación la que conduzca a la creación crítica del texto” (2001: 200).
¿Por qué el texto es un “mero producto intermedio”? Desde la perspec-
tiva del lector –afirma Gadamer– el texto es “una fase en el proceso de
comprensión”. No es un fin en sí mismo, menos aún en las ciencias hu-
manas (2001: 201). La tarea del lector es “hacer hablar de nuevo al
texto… En ese sentido, leer y comprender significa restituir la informa-
ción a su autenticidad original” (2001: 205). Así “… un texto, no es un
objeto dado, sino una fase en la realización de un proceso de entendi-
miento” (2001: 205).
¿Qué es interpretar? Es una mediación que va del traductor al des-
ciframiento de textos de difícil comprensión. “Es la mediación nunca
perfecta entre hombre y mundo”. Es lo que nos permite comprender
“algo como ‘algo’… Solo a la luz de la interpretación algo se convierte
en ‘hecho’ y una observación posee carácter informativo… La interpre-
tación no es un recurso complementario del conocimiento, sino que
constituye la estructura originaria del ‘ser-en-el-mundo’.” (2001: 199).
Sin interpretación no hay conocimiento. “La interpretación es obliga-
da cuando el contenido de lo fijado (lo escrito) es incierto y hay que
alcanzar la recta comprensión de la ‘información’.” (2001: 205). El
problema de la interpretación se ubica en el marco de lo que H. G.,
Gadamer denomina “el problema epistemológico de las ciencias hu-
manas”.
La interpretación precisamente es la forma de mirar la tradición inte-
lectual contenida en los textos, es la herramienta hermenéutica para el
ejercicio de reflexividad frente al pasado. El pasado entendido no necesa-
riamente como pasado lejano. Para Gadamer: “Esta palabra (interpreta-
ción) ha tenido, como pocas, la fortuna de expresar de forma simbólica la
actitud de toda nuestra época” (1993: 43). La interpretación desempeña
un papel clave en las modernas ciencias humanas, es un “concepto uni-
versal y quiere englobar la tradición en su conjunto.”

36
Introducción

Gadamer afirma: “Lo propio de la experiencia histórica es que nos en-


contremos en un proceso sin saber cómo, y sólo en la reflexión nos per-
catemos de lo que ha sucedido. En ese sentido la historia debe escribirse
de nuevo en cada presente” (2001: 192).
Somos parte de una historia intelectual, de una tradición que es mejor
que la reescribamos desde nuestro presente, que la interpretemos para
sacar las lecciones de las que podamos aprender y así volver al camino de
construir teoría social y de mirar en toda su complejidad el diálogo de las
ciencias sociales con su propia historia y con la literatura y el arte.

IV.

El Congreso de Ciencias Sociales por los 50 años de FLACSO fue un


punto de encuentro de esa variada, compleja reflexión y señal de la hete-
rogeneidad de los discursos que en el presente se construyen sobre las
diversas formas de creación cultural. Es difícil afirmar que se trata de un
campo temático. Es más bien un conjunto de sub campos en el que el
objeto de reflexión es alguna forma de producción cultural: cine, video,
danza, textos poéticos, narrativa y reflexiones que se inscriben en la histo-
ria de las ideas y de los intelectuales.
Fue altamente significativo que en el Congreso se presentaron cuaren-
ta y ocho ponencias de las cuales el editor sugirió la publicación de vein-
te y seis ponencias, de manera de tener una amplia representación de los
trabajos presentados y de los debates que en el Congreso en el área temá-
tica: Sociedad, Cultura y Literatura.
El grupo temático más numeroso fue el de ponencias cuyo propósito
fue el análisis de una o varias obras literarias que forman parte de la tra-
dición literaria de América Latina, así como de aquella literatura que
quedó sumergida bajo las aguas de lo que en su momento se llamó el
boom latinoamericano y del post boom. Las ponencias que estudian diver-
sas narrativas y abordan un amplio espectro de temas, desde la sensibili-
dad popular en el Brasil esclavista, hasta la presencia de Caracas en tanto
realidad multicultural en la narrativa venezolana de los años 1990, cons-
tituye una actualizada antología de los debates sobre literatura tanto desde

37
Carlos Arcos Cabrera

la misma crítica literaria como desde las ciencias sociales. Los lectores
podrán reconstruir esa caleidoscópica presencia de temas y enfoques.
Las siguientes ponencias tratan sobre dos temas: por un lado, una mira-
da crítica sobre la producción de cine, tanto de ficción, como de documen-
tal, en América Latina. Expresan la irrupción en el campo de reflexión de
las ciencias sociales de toda la poderosa corriente del mundo cultural de
América Latina que se expresa en el cine y la producción audiovisual. Ese
conjunto de ponencias marcan una línea de base en términos de reflexión.
Por otro, se dedica a un tema de enorme importancia en el momento actual
y es la reflexión sobre la producción de un grupo altamente representativo
de intelectuales latinoamericanos. Es un esfuerzo por reconstruir una tradi-
ción intelectual que debe ser rescatada. Las ponencias incluyen textos sobre
Agustín Cueva, Josué de Castro y otros intelectuales.

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Introducción

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39
Parte 1
Martins Pena e o dilema
de uma sensibilidade popular
numa sociedade escravista

Antonio Herculano Lopes*

Ao longo do século XIX, o teatro –tanto a performance artística, quanto


o local em que se realizava– exerceu função central na vida da cidade do
Rio de Janeiro, a exemplo do que ocorria em outras grandes cidades do
mundo ocidental. Principal e, com freqüência, única diversão pública dis-
ponível, tendo ganho o prestígio do aval real com o príncipe-regente d.
João, o teatro enquanto espaço era um lugar de forte apelo não apenas
para se assistir ao espetáculo que eventualmente estivesse sendo apresen-
tado, mas também para ver e ser visto. Nesse sentido, o prédio absorveu
algumas das funções que antes eram reservadas à igreja e à praça, tornan-
do-se verdadeira ágora moderna.
Quando se pensa que o teatro que o príncipe mandou erguer com seu
nome, mais tarde chamado de São Pedro de Alcântara, podia abrigar
(dependendo do momento histórico) cerca de 1% da população da cida-
de, percebe-se porque o prédio era próprio para tornar-se palco também
do espetáculo da política e das relações sociais, rebatidas em cena pela ima-
ginação dos autores e pelas sensibilidades dos atores. Com tudo isso, não
é de se surpreender que a ficção encenada adquirisse enorme poder de fixar
as imagens e representações que povoariam as imaginações e sensibilidades
dos citadinos e –pela irradiação inerente à condição do Rio de Janeiro de
capital e corte imperial– da população brasileira em geral.

* Pesquisador e Chefe da Pesquisa em História da Fundação Casa de Rui Barbosa, Rio de Janeiro.
Doutor em Estudos de Performance pela New York University.

43
Antonio Herculano Lopes

Além de sua função de entretenimento, o teatro era fortemente perce-


bido por sua atuação sobre as consciências e, no dizer de então, era con-
siderado “escola de costumes”. Cientes do poder de sedução ideológica do
teatro, autoridades e intelectuais se empenharam por diferentes modos
em estimular sua ação formadora e controlar seus eventuais efeitos dele-
térios. A censura policial e o Conservatório Dramático eram duas faces de
um mesmo desejo de controle, uma pelo lado negativo, determinando o
que não deveria ser visto e ouvido, e o outro pelo positivo, estimulando
as obras com qualidade artística e moralmente edificantes –ao menos era
esse o propósito inicial do Conservatório. A busca de uma dramaturgia
nacional, como parte de um projeto mais amplo de constituição da nacio-
nalidade no plano das consciências, era tida como tão estratégica que
mereceu um manifesto de Gonçalves de Magalhães. Aliado ao grande ator
nacional, João Caetano, o poeta romântico declaradamente fundou o tea-
tro nacional, com a estréia, em 1838, de sua tragédia sobre Antônio José
da Silva, o Judeu. O gesto teve tal poder que até hoje a historiografia lhe
reconhece o caráter inaugural, apesar do baixo valor artístico.
A historiografia, aliás, também aponta como, curiosamente, sem tal
estardalhaço e grandiosa intenção, o mesmo ano viu surgir a comédia
nacional, quando a própria companhia de João Caetano, sem a participa-
ção do mesmo, que preferia guardar-se para dramas e tragédias, encenou
a primeira farsa de Martins Pena, O juiz de paz na roça. Com ou sem
intenção, essa pequena peça cômica, quase um entremez, exerceu influên-
cia muito mais poderosa e duradoura sobre o imaginário da cidade e do
país, sobre sua auto-imagem, do que os arroubos românticos de
Magalhães e seguidores.
A comédia, ao longo do século, demonstrou ser veículo particularmen-
te apto para captar e representar as imagens em que aquela população se
reconhecia. A auto-ironia, mais do que a celebração épica, parecia ser o
meio mais adequado de expressar sonhos, frustrações e limites éticos de
uma sociedade incapaz de resolver seus dilemas, no centro dos quais esta-
va a instituição do trabalho escravo. Incapaz de ser abertamente represen-
tada, a escravidão e, com ela, as complexas relações interétnicas aparecem
nos interstícios, nos subentendidos e nas margens da produção para os pal-
cos, dando elementos para a construção dos sonhos e, simultaneamente,

44
Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade popular numa sociedade escravista

ameaçando transformar-se em pesadelos daquela sociedade. O outro nó


górdio que aparece em cena é o da posição da mulher, ou, melhor dito, das
relações entre homens e mulheres, tema que, se não era indizível, como a
escravidão, também comportava uma enorme distância entre o dito e o
que extravasa da produção dramatúrgica.
Minha pesquisa se concentra em três comediógrafos da cena flumi-
nense oitocentista: Luiz Carlos Martins Pena (1815-1848), José
Martiniano de Alencar (1829-1877) e Francisco Correia Vasques (1839-
1893). Interessa-me como esses autores lidaram com as questões da pro-
dução e representação dos sentidos de nacional, popular e moderno;
como resolveram as dificuldades advindas da escravidão e da posição dos
negros; como enfrentaram a acelerada mudança nos valores relacionados
com os universos masculino e feminino; e como projetaram os sonhos e
se assombraram com os fantasmas que de certa maneira até hoje povoam
o imaginário da nação que ajudaram a inventar. Este vol d’oiseau sobre a
obra dos três comediógrafos funciona como um panorama da história cul-
tural da cidade do Rio de Janeiro, pólo avançado da possível modernida-
de brasileira ao longo do século XIX. A produção dramatúrgica acompa-
nha os passos da evolução histórica, permitindo-nos perceber caminhos e
descaminhos que a documentação mais fria não revela. Como numa
estrutura musical, trato de acompanhar três momentos/movimentos de
uma certa história brasileira: o allegro vivace de Martins Pena, quando o
Império se estabiliza; o andante con brio de José de Alencar, quando atin-
ge seu apogeu; e o allegro buffo de Vasques, quando se anuncia a crise. O
presente texto dá conta da primeira parte da pesquisa: Martins Pena.
A obra de Martins Pena foi produzida entre o final dos anos 30 e a
década de 40, momento em que, saído do trauma da abdicação de Pedro
I e tratando de superar a instabilidade do período regencial, o Império
começava a ganhar solidez sob Pedro II. As comédias de Pena se centram
na representação da cidade do Rio de Janeiro, seus tipos e costumes, e na
discussão de valores num momento de rápida transição. Apesar de déca-
das já de uma presença mais forte do Estado e de imposição da ordem do
soberano (seja el-rei ou o imperador), sobrevivia ainda, sobretudo em
relaçãoà “raia miúda”, o mito de uma sociedade sem lei nem pecado, que
Martins Pena procurou retratar. Por um lado, a década de 40 abriu um

45
Antonio Herculano Lopes

longo período de estabilidade política, que favoreceu a expansão dos


negócios e a consolidação de uma burguesia comercial e financeira urba-
na; por outro, o grosso da população continuava vivendo às margens dos
frutos do progresso.
A ordem escravocrata era sem dúvida um das fontes de maior instabi-
lidade social. Em 1835, deu-se a Revolta dos Malês, em Salvador, aguçan-
do os temores de uma grande insurreição negra que pairavam desde o
sucesso da revolução no Haiti. A pressão inglesa para o fim do tráfico era
forte. Em 1831, havia sido aprovada uma lei “para inglês ver”, que decla-
rava livres todos os novos escravos que chegassem às nossas costas. No
entanto, o tráfico não só continuava, mas se intensificava, tornando-se
uma das atividades mais rentáveis do Império. No início da década de 40,
entravam de 30 a 40 mil africanos por ano no país. Depois da Bill
Aberdeen, de 1845, pela qual a Inglaterra se adjudicava o direito de abor-
dar e apreender a carga de qualquer negreiro com pavilhão brasileiro,
inclusive dentro de nossas águas territoriais, a cifra passou para 50 mil por
ano (Costa, 1976: p. 144).
Sabemos o fim dessa história, mas naquele momento, à medida que
aumentava a intervenção inglesa, os grupos ligados ao tráfico melhor con-
seguiam arrebanhar o apoio popular e provocar a xenofobia anti-inglesa.
Criou-se uma nova figura no panorama social brasileiro, a dos meias-
caras: africanos ilegalmente importados que, mesmo apreendidos pelas
autoridades, acabavam voltando ao circuito do mercado escravista. As
dificuldades maiores, como sempre, eram enfrentadas por aqueles com
menos recursos. Em O juiz de paz na roça, Pena põe em cena um lavra-
dor pobre, Manuel João, condenado ao trabalho árduo por possuir ape-
nas um escravo.

Maria Rosa – Pobre homem! Mata-se de tanto trabalho! É quase meio-dia


e ainda não voltou. Desde as quatro horas da manhã que saiu; está só
com uma xícara de café.
Aninha – Meu pai quando principia um trabalho não gosta de o largar, e
minha mãe bem sabe que ele tem só a Agostinho.
Maria Rosa – É verdade. Os meias-caras agora estão tão caros! Quando
havia valongo eram mais baratos.

46
Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade popular numa sociedade escravista

Aninha – Meu pai disse que quando desmanchar o mandiocal grande há-
de comprar uma negrinha para mim. (Pena, s.d.: 39)

A centralidade da mão-de-obra escrava na economia torna-se patente


nessa cena. Mesmo uma família de agricultores pobres não dispensava a
sua ajuda, e ainda se dava o direito de sonhar com o escravo doméstico.
Mas, não fugindo à sina de seus contemporâneos, o que chama a atenção
no conjunto da obra de Martins Pena é o pouco espaço ocupado pelo
negro em geral e pelo escravo em particular e a sua quase total carência de
voz própria. O foco principal do autor estava na sociedade livre, branca e
mestiça, que até legalmente eram os que constituíam a nação.
O tratamento dado por Martins Pena a esses pobres livres antecipa a
dialética da ordem e da desordem que Antonio Candido(1970) diagnosticou
como estruturante das Memórias de um sargento de milícias, de Manuel
Antônio de Almeida. Os pequenos agentes da ordem, personagens recorren-
tes das comédias de Pena, são promotores, eles próprios, da desordem que
deveriam combater. Em Os meirinhos, escrita em 1845 e representada no ano
seguinte, esses agentes da justiça se concentram em botequins, onde jogam
bilhar e cartas, bebem cachaça até se embebedarem e arrumam trabalhos sob
a égide da “regra geral: toda vez a que uma maroteira render mais do que o
cumprimento de um dever, haverá no mundo maior número de velhacos do
que de homens de bem” (Pena, s.d.: 458).
Um dos meirinhos dessa comédia se chama João Pataquinha, que logo
remete ao decano dos meirinhos das Memórias, Leonardo-Pataca, pai do
herói do livro. Mas mais importante do que as semelhanças de fato ou até
de estilo está esse constante trânsito entre a ordem e a desordem, baseda
numa enorme frouxidão dos princípios morais, que devem estar sempre a
serviço de se ganhar o dinheiro ou o amor, ou ambos. Ou se esses já foram
obtidos, a mantê-los sob vigilância estrita, diante de uma sociedade sem-
pre pronta para se aproveitar de um cochilo. Em Os ciúmes de um pedes-
tre ou O terrível capitão do mato, o pedestre André João mantém sua
mulher Anacleta e sua filha Balbina trancafiadas a sete chaves, enquanto
faz a ronda. Aterrorizado pela idéia de que algum homem as venha a
tocar, torna-se fera acuada, com instintos assassinos. Mas todos os cuida-
dos são debalde, pois espertos amantes encontram estratagemas de entrar

47
Antonio Herculano Lopes

na casa e as mulheres oprimidas se empenham em consumar a “traição”.


O estado de demência provocado por ciúmes é apenas o outro lado da
constante ameaça de se viver numa sociedade movediça, onde toda ordem
é volátil e pode desandar no dia seguinte.
Não só de guardiães da ordem se constitui a galeria de malandros de
Martins Pena. Ele foi colher tipos em outras searas, como a religiosa, em
que atacou os irmãos das almas. Na peça desse título, Jorge pede esmolas
para as almas e retém a “colheita”, como ele diz, para si. Afinal, pergunta
para a irmã, Luísa, “nós também não temos alma”? A ética que preside o
comportamento de Jorge é
Jorge – (...) antes que me logrem, logro eu. E demais, tirar esmolas
para almas e para os santos é um dos melhores e mais cômodos ofícios
que eu conheço. Os santos sempre são credores que não falam… (Pena,
s.d.: 181)

Apesar do comportamento velhaco, Jorge não aparece na peça como um


personagem mau, ao contrário, é um tipo com quem a platéia simpatiza,
apiedando-se da sua tibieza e da tirania que sobre ele exercem sua mulher,
Eufrásia, e sua sogra, Mariana: “Encontrei com uma mulher linguaruda,
preguiçosa, desavergonhada e atrevida… E para maior infelicidade, vim
viver com a minha sogra, que é um demônio” (Pena, s.d.: 182).
Outra área profissional que passa pela metralhadora giratória de Martins
Pena é o comércio. Em O caixeiro da taverna, Manuel, imigrante português,
é primeiro caixeiro da taverna da viúva Angélica e sua grande aspiração é
tornar-se seu sócio. Para ganhar os favores da viúva, e sabendo que esta
nutre interesses matrimoniais por ele, Manuel esconde-lhe que secretamen-
te se havia casado com Deolinda, costureira que serve a casa. O português
é trabalhador dedicado e sensível aos infortúnios dos devedores de sua ama,
porém mais fiel à defesa dos interesses dos negócios: “Quem come, pague!
E quem não pode pagar, não coma...” (Pena, s.d.: 378). É tal fidelidade que
o leva à desonestidade, ao adulterar alimentos, dentro da mesma lógica geral
de que tira proveito quem pode. De novo, aqui, a impostura é cometida por
um personagem simpático ao público, o herói, por assim dizer, das peripé-
cias, e que ao final será premiado com a ambicionada condição: tornar-se-
á sócio da viúva a quem tanto protege.

48
Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade popular numa sociedade escravista

Os três exemplos acima nos dão algumas chaves sobre a “questão femi-
nina” em Martins Pena. A mulher aparece sempre como um problema
para o homem, num ambiente hostil, sem a estabilidade das relações
familiares patriarcais, os outros homens constituindo constante ameaça.
No caso do pedestre, o problema é manter sua esposa e filha, e a solução
por ele empregada é a violência e o autoritarismo. Isso apenas espicaça o
desejo das mulheres de trairem-no e a simpatia do espectador vai para as
pobres subjugadas. O irmão das almas sofre pelo oposto: a opressão da
mulher e da sogra, que, para o agrado da platéia, ele logra inverter com
esperteza. Quanto ao caixeiro Manuel, o “problema” mulher surge da sua
superposição com o problema econômico. Ao final, a desonestidade do
português é redimida pela honestidade de seu coração, através do que
obtém sucesso em ambos os terrenos –a mulher amada e a sociedade com
a rica viúva.
O que se pode extrair desses exemplos é uma ética liberal e individua-
lista. O ponto de partida e o foco é o homem, sendo a mulher vista como
uma presa a ser conquistada e mantida. Mas é uma presa (e uma proprie-
dade) especial, com desejos próprios e capaz de resistir e combater os pla-
nos do homem. A solução não pode passar pela imposição autoritária,
mas terá que ser negociada. E diante do conflito entre Estado/sociedade
e indivíduo, este deve prevalecer, desde que negocie seus interesses com
seus próximos e, em particular, com suas próximas.
No plano da representação do nacional, também podemos fazer algu-
mas inferências. A molecagem, o descompromisso e a desonestidade é o
ambiente que é respirado por toda essa sociedade. E o princípio funda-
mental, o móvel último de todo brasileiro é o prazer. Em mais de uma
ocasião, Martins Pena contrasta o princípio do prazer do brasileiro com
outras nacionalidades. No caso de Manuel, nosso caixeiro português aspi-
rante a taverneiro, o que transpira é uma ética do trabalho. Inquirido por
sua ama e futura sócia, mostra seu desinteresse pela farra.
Angélica – Espero que não freqüente certas ruas desta cidade e que,
sobretudo, não arranches para essas patuscadas dos domingos, que fazem
os caixeiros no Jardim Botânico, nos canos da Carioca e nas Paineiras.
Tens visto o resultado.

49
Antonio Herculano Lopes

Manuel – Nunca gostei desses pagodes.


Angélica – Nem deves do mesmo modo freqüentar os bailes mascarados.
Manuel – Bailes? Não sei dançar.
Angélica – Manuel, nos bailes mascarados não se dança, joga-se! (Pena,
s.d.: 382)

Manuel nem ao menos sabe como são os bailes mascarados, o que tran-
qüiliza a viúva. O contraste é com Carlos, o herói malandro de uma
comédia sem título (perdeu-se a folha de rosto do manuscrito), uma das
últimas produções de Martins Pena. Dele, somos informados que depois
de três meses de casamento, disse à mulher que estavam sem dinheiro e
saiu em busca do dito para não mais voltar. As notícias que chegam em
casa são de que “anda por bailes mascarados, pagodes, teatros com as tais
filhas de Jericó” (Pena, s.d.: p. 621). Quando por primeira vez reaparece,
tem um taco de bilhar na mão, colete e casaca desabotoada. A polícia pro-
cura por ele e a descrição das roupas com que por última vez fora visto
revelam o malandro: “Levava calça de casimira cor de flor de alecrim,
paletó verde claro com botões de chifre e chapéu de pelo de lebre” (Pena,
s.d.: p. 625). Carlos gosta sinceramente de sua mulher, mas preza sobre-
tudo sua liberdade. Quer fazer dinheiro para sustentar sua família, mas
prefere fazê-lo no jogo do que através do trabalho árduo. Ao final, amea-
çado de prisão e de ter que duelar com um desafeto que ambiciona a sua
mulher, safa-se de tudo com esperteza, regenera-se, volta “ao grêmio da
sociedade”, perdoado pela mulher e pelo tio meirinho, de quem detém
uma carta revelando uma infidelidade conjugal (Pena, s.d.: 639). É por-
tanto diante da iminência de perder sua mulher que Carlos é levado a
optar entre seus dois prazeres, amor e boêmia, fazendo sua livre escolha
pelo primeiro.
Encerremos com a questão dos negros e da escravidão. Esses assuntos
surgem na obra de Pena, a exemplo do que ocorre com seus contemporâ-
neos, como pano de fundo sobre o qual se desenrola o drama ou, mais
propriamente, a farsa social. Mas aqui e ali aparece a escravidão em toda
a sua violência. O caso mais patente é o da comédia Os dous ou o inglês
maquinista. Já ao colocar em cena um personagem do comerciante negrei-
ro, que se beneficia da importação ilegal de meias-caras, e um inglês tra-

50
Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade popular numa sociedade escravista

paceiro, ambos rivalizando pela mão da filha de uma rica viúva, Pena se
permite apresentar um painel desse comércio iníquo.

Felício – Sr. Negreiro, a quem pertence o brigue Veloz Espadarte, aprisio-


nado ontem junto quase à fortaleza de Santa Cruz pelo cruzeiro
inglês, por ter a seu bordo trezentos africanos?
Negreiro – A um pobre diabo que está quase maluco... Mas é bem feito,
para não ser tolo. Quem é que neste tempo manda entrar pela barra
um navio com semelhante carregação? Só um pedaço de asno. Há por
aí além uma costa tão longa e algumas autoridades tão condescenden-
tes!... (Pena, s.d.: 108)

O comércio ilegal, a cumplicidade de juízes, autoridades e população, o


interesse dos fazendeiros, tudo é explicitado ao longo da comédia. E a vio-
lência doméstica contra os escravos também aparece, ainda que em basti-
dores, numa cena talvez muito mais chocante para as sensibilidades atuais
do que as de então.

Clemência – Não vale a pena mandar fazer vestidos de chita pelas france-
sas; pedem sempre tanto dinheiro! (esta cena deve ser toda muito viva.
Ouve-se dentro bulha como de louça que se quebra:) O que é isto lá den-
tro? (Voz, dentro: Não é nada, não senhora.) Nada? O que é que se
quebrou lá dentro? Negras! (A voz, dentro: Foi o cachorro.) Estas
minhas negras!... Com licença. (Clemência sai.)
Eufrasia – É tão descuidada esta nossa gente!
JOÃO DO AMARAL – É preciso ter paciência. (Ouve-se dentro bulha
como de bofetadas e chicotadas.) Aquela pagou caro...
Eufrasia, gritando – Comadre, não se aflija.
João – Se assim não fizer, nada tem.
Eufrasia – Basta, comadre, perdoe por esta. (Cessam as chicotadas.) Estes
nossos escravos fazem-nos criar cabelos brancos. (Entra Clemência
arranjando o lenço do pescoçoe muito esfogueada.)
Clemência – Os senhores desculpem, mas não se pode... (Assenta-se e
toma respiração.) Ora veja só! Foram aquelas desavergonhadas deixar
mesmo na beira da mesa a salva com os copos pra o cachorro dar com
tudo no chão! Mas pagou-me! (Pena, s.d.: 114)

51
Antonio Herculano Lopes

O que talvez mais choque na cena é a continuada conversação dos convi-


vas, enquanto nos bastidores Clemência demonstra toda a sua inclemên-
cia com as criadas. Não há uma palavra de preocupação com estas. A
questão é a comadre não se afligir ou os cabelos brancos que os escravos
impingem aos pobres amos. Ou então a justificativa da necessidade da
correção: “Se assim não fizer, nada tem”. Por outro lado, até nessa cena
simpática ao sofrimento dos negros, estes não têm voz ou a que têm é
desencarnada, uma voz de bastidor. Tal era o limite claro daquela socie-
dade. Limite que aponta para as dificuldades que ainda hoje temos ao
lidar com a espinhosa questão das relações interétnicas na sociedade bra-
sileira.
Martins Pena traçou com suas comédias um amplo quadro da socie-
dade livre, branca e mestiça, das suas hipocrisias, de sua moral frouxa e
dos seus sonhos. Enfrentou as dificuldades que se anunciavam para a
manutenção da família patriarcal com uma postura liberal e individualis-
ta. Representou a nacionalidade como movida pelo princípio do prazer.
O elemento popular surge bastante expurgado de seus componentes afri-
canos, pela dificuldade de se relacionar com a escravidão. Mas nas frestas
Martins Pena passou um pouco também do conflito básico que opunha
brancos e negros. Nesse quadro aparecem em gestação valores e práticas
de uma cultura urbana carioca que marcarão o ideário da nação nos anos
por vir: as festas, os ritmos, os tipos, as sensibilidades. Às vezes, Pena opõe
cultura rural e citadina, mas sempre tendo a última como a referência
maior que acabaria por se impor. Ao final de A família e a festa da roça,
quando numa festa do Divino alguns rapazes da cidade fazem troça dos
caipiras, um lavrador dá o grito de guerra: “Ensinemos a estes capadó-
cios!” O capadócio, o malandro urbano, capoeira, evidentemente calcado
em valores herdados da cultura africana no Brasil, estava fazendo sua
entrada nos palcos. Seria preciso esperar as cenas cômicas do ator Vasques
para que ele ganhasse mais destaque.

52
Martins Pena e o dilema de uma sensibilidade popular numa sociedade escravista

Referências

Candido, Antonio (1970). “Dialética da malandragem”. Eem Revista do


Instituto de Estudos Brasileiros, 8.
Costa, Emília Viotti da (1976). “O escravo na grande lavoura”. Em Sérgio
Buarque de Hollanda (Ed.) História geral da civilização
brasileira.Tomo II, vol. 1. 3ªed. São Paulo: Difel.
Pena, Martins (s.d.). Comédias. Rio de Janeiro: Edições de Ouro.

53
Humberto Salvador y la entrada de
Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

Fernando Balseca*

No hay lugar a dudas de que el literato que más temprano y que de mejor
forma manejó los fundamentos del psicoanálisis –entonces llamado freu-
dismo– fue Humberto Salvador (1909-1982); quien incluso publicó, en
1934, su Esquema sexual, de profunda repercusión entre los intelectuales
ecuatorianos. Este Esquema –que parte de la sexualidad humana para
hacer nuevos aportes en los campos de la sexualidad y la criminología– es
la tesis que Salvador preparó para obtener el grado de doctor en jurispru-
dencia en la Universidad Central del Ecuador y que alcanzó por esos años
gran difusión en los países hispanoamericanos y en Brasil, donde fue tra-
ducida al portugués. En el período que atendemos los estudios literarios
están fuertemente asociados con las sociedades jurídicas. No es casual, por
tanto, que en una Facultad de Jurisprudencia produjera este texto central
de nuestro estudio.
Salvador se erige en uno de los propagandistas más firmes de las teo-
rías freudianas, lo que es interesante si se toma en cuenta que las obras
más populares de Freud datan del primer quinquenio del siglo XX (La in-
terpretación de los sueños, 1900-1901; Psicopatología de la vida cotidiana,
1901; El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905 y Tres ensayos de teo-
ría sexual, 1905). Freud es glosado y examinado por Salvador a menos de
treinta años de haberse producido la primera tópica psicoanalítica, aque-
lla que se articula alrededor del inconsciente. También es decisivo desta-

* Profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar.

55
Fernando Balseca

car que solo a partir de 1922, por iniciativa del filósofo español José
Ortega y Gasset, empiezan a aparecer las obras de Freud traducidas al es-
pañol por Luis López-Ballesteros en Madrid.
Esquema sexual de Salvador fue un verdadero hito para la divulgación
del pensamiento freudiano. Aunque no hemos podido comprobar la exis-
tencia de las ediciones segunda y tercera del Esquema en la Editorial Cla-
ridad de Buenos Aires, y de la cuarta publicada por la Editorial Zig-Zag
de Santiago de Chile, sabemos que ambas casas editoras sudamericanas
tenían una gran difusión continental. Varios escritores ecuatorianos de la
época publicaron en dichas prensas. La edición de 1934 apareció en Qui-
to con un prólogo del médico Jorge Escudero –hermano del poeta Gon-
zalo–, que era entonces profesor de la cátedra de psicología experimental
en la Universidad Central del Ecuador (más tarde Escudero formaría
parte, en 1944, del primer directorio que funda la Casa de la Cultura
Ecuatoriana).
Lo primero que resalta del prólogo de Escudero es que los intelectua-
les de la época estaban convencidos de que el freudismo otorgaba a cual-
quier práctica intelectual un sentido de actualidad, ya que el pensamien-
to de Freud ofrecía la posibilidad de asumir un punto de vista desde la
totalidad. La recepción atenta de las ideas nuevas era un signo de actuali-
zación cultural. Escudero entiende las implicaciones del Esquema para el
derecho, por ejemplo, y por eso celebra que se junten disciplinas como la
anatomía, la fisiología, la endocrinología, la sexología, la sociología. Esto
es, se vive una época en que el positivismo y la compartimentación de las
disciplinas empiezan a romperse entre nosotros. Según Escudero, lo vital
aparece enfrentado a lo racional y esta lucha da forma a los polos de atrac-
ción de las conductas del hombre; tópico apreciado dados los intensos
juegos de la modernidad por instaurar novedosas actitudes de disfrute de
las formas de lo cotidiano, asunto que ya habían puesto sobre el tapete los
poetas modernistas en la década de 1910.
El filósofo español Ortega y Gasset es mencionado por Escudero. Se
sabe, por las reseñas que aparecen en las revistas literarias de la época, que
la Revista de Occidente circulaba entre los intelectuales quiteños, aunque
es probable que Salvador haya podido leer a Freud a partir de alguna tra-
ducción inglesa o francesa, pues en su Esquema vacila entre decir la psi-

56
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

coanálisis (como en francés) y el psicoanálisis. Sorprende, entonces, que


en 1934, en Quito, un médico alertara a los lectores en contra de una ex-
cesiva vulgarización de los postulados principales del psicoanálisis, lo que
da cuenta de la popularidad de la teoría freudiana, al menos entre los cír-
culos que protagonizaban el debate de ideas en el país:

El psicoanálisis, afecto de grandes poderes de difusión, sacude hoy varia-


das capas intelectuales de la organización social. Su expansión libresca, ex-
plotando la curiosidad sexual de las gentes, sacrifica su auténtico conteni-
do en aras de un indecente exhibicionismo. Aun las divulgaciones cientí-
ficas, dedicadas al gran público, contribuyen en no poco, a pesar de la
buena intención de sus autores, a hacer la polvareda. Y así deviene en me-
dio de la adhesión fanática de sus ortodoxos, de los anatemas virulentos
de sus contradictores y de las exclamaciones psitacistas del público inte-
lectual medio. Como técnica médica, un gran sector psiquiátrico lo dis-
cute violentamente, aunque sus médicos no lo hayan aplicado o lo hayan
utilizado “silvestremente”, según la pintoresca expresión del propio
Freud. (Salvador, 1934: 7)

Este testimonio de Escudero hace suponer que el psicoanálisis ya forma-


ba parte del debate, al menos entre los médicos y los psiquiatras, a fines
de la década de 1920 y a comienzos de 1930; aunque, como veremos más
adelante, son los mismos psiquiatras quienes se encargaron de introducir
conceptos psicoanalíticos para la explicación de los mecanismos de la cul-
tura y la creación literaria y, en el debate artístico, de las implicaciones
sociales en el mundo de entonces.
La principal aplicación que los interesados ven en el psicoanálisis no
pertenece exclusivamente al campo de la psiquiatría o de la psicología si-
no, también, al ámbito del derecho. La preocupación consiste en echar
mano de una teoría que permita incursionar en otros campos desde pers-
pectivas más actualizadas en “la formación de la ética y sus mecanismos,
la psicología de las masas y de los primitivos y las aplicaciones médicas y
pedagógicas” (Salvador, 1934: 8). El interés por el psicoanálisis se junta
con la necesidad de construir bases para una criminología adecuada. Es el
momento en que cobran fuerza las ideas de que existe una morfología del
criminal o de que la criminalidad se explica por trastornos glandulares.

57
Fernando Balseca

Esto es, al reconocer la unidad de cuerpo y alma, Escudero proclama el


amanecer de una nueva antropología que surge de la conjunción de la
caracterología y el psicoanálisis (Salvador, 1934).
El Esquema sexual de Salvador se divide en tres partes principales. La
primera se denomina “Esquema biológico del sexo” y, precisamente, des-
cribe con exhaustividad anatómica cada uno de los elementos que inter-
vienen en la sexualidad humana; es una suerte de anatomía de la sexuali-
dad que parte desde la comprensión de la célula, el átomo, la materia, y
que reafirma una concepción mecanicista o maquinista del cuerpo huma-
no. Los temas que se abordan, entre otros, son: la genitalidad masculina
y femenina, la reproducción, la pubertad, las glándulas, la diferenciación
entre sexualidad y genitalidad, la menopausia, la libido, el orgasmo, el sis-
tema nervioso... Lo importante de este recorrido es que, a partir de una
supuesta descripción objetiva, se busca sustentar afirmaciones como ésta:
“El delito es un síntoma de una enfermedad que se debe curar. Siendo el
delito un trastorno complejo, los medios para combatirlo deben ser com-
plejos también” (Salvador, 1934: 102); lo que nos hace comprender que
el autor busca aplicaciones prácticas que vayan más allá del diagnóstico
clínico y que, en cambio, se entronquen, como hemos visto, en la crimi-
nología.
La segunda parte, llamada “La psicoanálisis”, es quizá el compendio
más amplio de las tesis freudianas. El entusiasmo del escritor guayaquile-
ño por la nueva doctrina no se hace esperar: “Las concepciones de Freud
han conquistado al mundo. […] La psicoanálisis es la doctrina más im-
portante de nuestro tiempo. Ella ha revolucionado prodigiosamente la
ciencia y el arte. […] El freudismo ha descubierto el sexo” (Salvador,
1934: 107). El texto empieza con una reseña biográfica de Freud, relata
los inicios experimentales con la electricidad y la hipnosis, su asociación
con José Breuer para la invención de la “psicocatarsis”. En la considera-
ción de Salvador es claro el rol del inconsciente en la nueva teoría: “El eje
del freudismo consiste en afirmar que la mayoría de los procesos menta-
les considerados conscientes, son efecto de motivos desconocidos por el
sujeto” (1934: 110). Esta asimilación del papel preponderante del incons-
ciente –del inconsciente freudiano bien valdría decir– es lo que da peso y
actualidad a la divulgación de Salvador en este momento.

58
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

La popularización de la doctrina continúa con aquellas posturas del


pensamiento freudiano que podríamos llamar “culturales”. Y es aquí
donde se produce una nueva explosión de entusiasmo:

Segismundo Freud ha destrozado con una sola bofetada los paraísos. De


un puntapié ha hecho pedazos a los dioses. Las religiones están hundidas
después de su aparición. Su mano poderosa dio una puñalada a la cultu-
ra de occidente y ante la maldición de sus labios cayó para siempre la
moral clásica.
Segismundo Freud dijo al hombre: habéis creído que el sexo es la fun-
ción más baja del organismo. Mira: toda la vida humana sexo es.
Por eso la revolución freudiana es más grande que la [de] Darwin y la de
Copérnico.
Freud es una de las altas glorias de la especie y el máximo valor cientí-
fico contemporáneo. (Salvador, 1934: 111-112)

Con esto se constata la presencia de algunos elementos que cuestionan la


religión que, sin duda, explican el hecho de que años más tarde, en 1939,
el clero ecuatoriano prohibió la lectura de este libro, entre otros. El carác-
ter de la revolución freudiana sin duda había marcado a los intelectuales
ecuatorianos. Salvador no puede contener sus alabanzas para el fundador:

Ante un genio tan alto como el de Freud que habla la verdad desnuda,
que llama por su auténtico nombre a todos los conflictos anímicos repri-
midos, lógico es que se levanten las más violentas protestas de los reaccio-
narios. Un fenómeno análogo sucedió con el marxismo, que está ahora
triunfante.
En una lucha tan fuerte como la que sostuvo, Freud procedió con auda-
cia, valentía y constancia. Estaba dotado de penetración genial; de amor
a la verdad científica; de desdén para la crítica y de sentido estético. Él
mismo ha dicho que sus obras se leen con la misma amenidad que una
novela. Es cierta la afirmación del maestro, porque los libros que ha escri-
to son como sonatas en prosa. (Salvador, 1934: 120)

Los sueños ocupan también un lugar especial en la propagación de Freud


asumida por Salvador, junto a los temas del deseo; la división entre cons-
ciente, subconsciente e inconsciente; el placer y el deber; el yo, el ello y el

59
Fernando Balseca

súper yo; las neurosis; la vida sexual; el Edipo; la represión; todo esto ma-
tizado por una acerba crítica al celibato y al catolicismo; las sociedades
primitivas; el psicoanálisis como parte de la cultura de los pueblos “cul-
tos”; intervenciones sobre el método y la doctrina; la regla fundamental
del análisis, donde se reconoce el valor de la cura por medio de la palabra.
En fin, Salvador tiene una concepción del psicoanálisis como una terapia
cuasi religiosa:

Es el psicoanálisis una confesión más dolorosa, pero también más noble


y elevada que las confesiones religiosas, que siendo superficiales y equívo-
cas, suelen también ser corruptoras.
Tiende el psicoanálisis a depurar el alma. Exige a sus fieles abnegación,
sacrificio, para que puedan alcanzar humana pureza. Es el psicoanalista
un sacerdote de la suprema religión de la ciencia y puede conducir al
enfermo hasta la salvación, destruyendo el trágico infierno que creó en su
espíritu el sexo extraviado.
Al advenimiento del psicoanálisis, se destruyen los demonios de las neu-
rosis, huyen los tigres de las abulias y no ahúyan ya las fobias.
[…]
Segismundo Freud es un esteta genial, un místico de la ciencia. Ha ense-
ñado al hombre que el verdadero dios y el demonio verdadero, están den-
tro de su propio espíritu.
Desde que el evangelio del psicoanálisis trajo su buena nueva, el hom-
bre busca a la eucaristía en sus propias entrañas. (Salvador, 1934: 164)

Afirmaciones como estas, en las que el psicoanálisis aparece salpicado de


“confesión”, “sacerdocio”, “misticismo”, “verdadero dios”, “buena nueva”
y “eucaristía” de alguna manera pueden justificar lo que, años más tarde,
George Steiner pondrá como principal reparo a la efectividad curativa del
psicoanálisis y a su basamento científico, en tanto, en el fondo, el psicoa-
nálisis se sostendría como una historia de liberación asentada básicamen-
te en los mitos y en la literatura que fueron considerados por Freud como
pruebas científicas (Steiner, 1974).
Es relevante en el examen del Esquema que a veces se presente como
un verdadero tratado para la práctica del análisis; como si el libro fuera un
vademécum práctico para uso de los psiquiatras, pues aclara conceptos

60
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

como la asociación libre, el acto fallido, la interpretación de los sueños; la


condensación y el desplazamiento; los símbolos; la transferencia y la resis-
tencia; el exceso de análisis; quién está en capacidad de analizar; el auto
análisis; ofrece resúmenes de las posiciones teóricas de Adler y Jung y, fi-
nalmente, trata de las consecuencias del descubrimiento de la estructura
del Edipo en la educación.
Sobre la posición del propio Salvador como analista, al hacer un
recuento de los años de 1970 en la vida de Salvador, Raúl Serrano afirma:
“Años duros, de estrecheces económicas que trata de superar con las horas
que dedica a la consulta psicoanalítica. Se cuenta que atendía a sus pa-
cientes, gentes llegadas de todos los rincones del país e incluso del extran-
jero, en una pequeña oficina que le facilitaron en el Núcleo del Guayas de
la Casa de la Cultura” (Serrano, 2005: 72). En todo caso, Salvador esce-
nifica la escena del diván con tal destreza narrativa que parece tener una
familiaridad con el procedimiento:

En la habitación bañada de luz media y empapada de silencio, adquieren


vida las asociaciones libres.
Está el enfermo tendido en el sofá, relajados los músculos, pasiva la dis-
posición intelectual. Deja huir su imaginación, como si estuviera soñan-
do. Provoca un ensueño artificial.
Dice, en voz alta, lo primero que se le ocurre. Pero, en el principio mis-
mo, ya tiene gran importancia la ocurrencia, no es una mera casualidad,
porque todo lo anímico posee conexiones profundas. Todo debe decirlo
el enfermo, sin detenerse en nada, ni asustarse por la calidad rara o per-
versa de sus ideas.
El médico, lejos de la mirada del paciente, anota cuánto juzga intere-
sante. Oye pasivamente, interviniendo solo si comprende que la asocia-
ción de ideas no conduce a nada útil, en el sentido de facilitar las orien-
taciones importantes. (Serrano: 166)

En este momento Salvador califica de absurdo el código penal ecuatoria-


no, valida socialmente el nuevo saber que publicita con esmero y toma
posiciones radicales para la época, al sostener, por ejemplo, que no se pue-
de estar fuera de lo sexual. A lo largo de todo el libro, sus ataques se diri-
gen a desmoronar la moral cristiana (Salvador, 1934: 51, 61 y 100) ya que

61
Fernando Balseca

considera que “El cristianismo es una paranoia organizada” (Salvador:


139). Califica a los mártires católicos de desviados, con tal virulencia y
contundencia que parece una anticipación a lo que hará el escritor colom-
biano Fernando Vallejo en La puta de Babilonia (2007).
En tanto escritor informado y actualizado, Salvador asume también
una postura freudiana en relación al arte y la literatura. El freudismo le
brinda la oportunidad de concebir al arte como una actividad que permi-
te aflorar el inconsciente: “Cuanto más depurada y profunda es una cre-
ación estética, más honda es la fuerza inconsciente que la impulsa”. Tam-
bién expone el malestar inherente a toda expresión estética: “El artista es
un introvertido próximo a la neurosis”. Por ello no oculta su convicción
por aquellas comprensiones que se pueden aplicar a los productos estéti-
cos: “Las obras literarias realmente artísticas, han sido verdaderas exposi-
ciones clínicas de estos fenómenos espirituales, hechas también subcons-
cientemente, lo que prueba, una vez más, la grandiosidad del genio
estético” (Salvador: 114, 161, 181).
La poesía, como el entramado más complejo del arte verbal, también
alcanza un sitial en el desarrollo del psicoanálisis: “Ha dicho Freud que los
poetas son los que mejor comprenden el psicoanálisis”; “La psicoanálisis
no sólo es el estilete más fino del alma, sino también una cisterna artísti-
ca cuyo poder es inagotable. El psicoanálisis parece la mágica combina-
ción de un microscopio psicológico con la lámpara maravillosa” (Salvador:
172 y 171). Es decir, para Salvador la literatura adquiere el rango de un
laboratorio experimental para observar los fenómenos de la vida.
Este punto de vista deberá ser tomado en cuenta para evaluar adecua-
damente las novelas de Salvador cercanas a esta intensa experiencia freu-
diana. El escritor insiste en considerar la literatura como la exposición de
un interior inestable: “Las obras literarias verdaderamente artísticas, han
sido verdaderas exposiciones clínicas de estos fenómenos espirituales, he-
chas también subconscientemente, lo que prueba, una vez más, la gran-
diosidad del genio estético” (Salvador: 181). En fin, Salvador apuesta por
el carácter psicoanalítico de toda obra artística:

El freudismo ha creado una formidable revolución estética, y ésta es una


de sus obras mejores.

62
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

El arte tiene por fundamento un valor sexual. La sensación de la belle-


za guarda íntima relación con las sensaciones del sexo.
Los conflictos entre el yo y la libido, que producen los actos fallidos, el
ensueño o las neurosis, pueden originar la obra de arte, como realización
imaginaria del deseo no satisfecho.
El psicoanálisis es una cisterna infinita de motivos estéticos. En ella se
encuentran argumentos profundos, extraños, originales. (Salvador: 193)
Curiosamente, varias veces utiliza, para referirse al psicoanálisis, la imagen
de cisterna; es decir, hace del psicoanálisis un receptáculo activo que ate-
sora algo vital para el desarrollo del arte. También hablará de escritores
prefreudianos (aquellos con intuiciones geniales que son inspiración para
las teorías de Freud) y se las jugará por el matiz sexual del arte. Esto es, el
autor guayaquileño encuentra en el freudismo una justificación actualiza-
da y novedosa que le permite hacer de la literatura un medio para difun-
dir las concepciones acerca del origen sexual de buena parte de nuestros
actos, como más adelante comentaremos al revisar sus novelas.
La tercera parte del Esquema sexual, “Los delitos sexuales ante la nueva
ética: legislación”, nos permite ver al intelectual a tono con los debates del
período y con su profesión de abogado. Los temas con que el freudismo, a
juicio de Salvador, iluminaría con nuevas luces el Código Penal ecuatoria-
no son: la protección de la mujer y los menores; la prevención de las enfer-
medades venéreas como parte de un nuevo higienismo; el papel del sexo
en el delito; la posición de no castigar el aborto (para esto hace referencia
a los códigos penales de Francia, Suiza, Argentina, Uruguay, Cuba, China,
Perú, Chile, y debates que se dan en Alemania, Noruega, Checoslovaquia,
Japón, Estonia, Inglaterra, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Austria y
Grecia). Salvador se muestra, además, como un autor informado pues po-
ne en evidencia un archivo amplio para sustentar sus afirmaciones.
La Rusia soviética se constituye para Salvador en el ejemplo más aca-
bado de cómo se puede implementar la nueva moral sexual. A propósito
de estos temas, muestra su liberalidad al ligar el aborto con la necesidad
de controlar la natalidad. Arremete contra los códigos morales de la
Iglesia católica que señala excluyentemente a los hijos de “dañado ayun-
tamiento” (Salvador: 223). Critica cómo los niños huérfanos son víctimas
de esta estigmatización promovida por los católicos. Ridiculiza los artícu-

63
Fernando Balseca

los que se refieren al atentado contra el pudor, condenado en el código


penal. Cuestiona el sentido de las penas cuando se castiga el delito de vio-
lación, y señala que únicamente los proletarios cumplen esta condena, lo
que no permite olvidar que el cometido final de Salvador está profunda-
mente vinculado con la promesa de la revolución social.
En este momento también critica el uso de la palabra sodomía para
referirse a la homosexualidad. Citando a Gregorio Marañón1, Salvador so-
licita considerar la homosexualidad como parte de los estados intersexua-
les y no como un crimen. En lugar de que el único destino sea la cárcel,
aboga por un tratamiento psicoanalítico para los homosexuales. Resalta el
interés por cuestionar la moral tradicional; para ello, Salvador elabora un
recuento, en la historia de las civilizaciones, de cómo la homosexualidad
no ha sido reprimida. Sobre el lesbianismo afirma:

El rápido esbozo trazado sobre el homoerotismo prueba que el Código


–como siempre– no tiene razón para castigar la homosexualidad. Sobre
todo, la ley es ilógica consigo misma, al sancionar la homosexualidad
masculina y no establecer pena alguna para el amor sáfico. Complicado
sería encontrar el porqué de esta contradicción. Acaso se deba al hecho de
que los autores del Código hayan sido uranistas y a que, por lo mismo, la
represión –hablando en términos freudianos– adquirió en ellos caracteres
de máxima violencia. Se ha dicho que los que más duramente atacan a un
desvío sexual son los que lo practican o lo aman en secreto. Y es ésta una
evidente verdad psicológica. (Salvador: 255)

También Salvador recorre el código en lo concerniente a “la bestialidad”


[bestialismo]. Tampoco encuentra razones para castigar el bestialismo
sino, más bien, un motivo más para introducir una nueva comprensión
para tratar al enfermo: “Es un trastorno que merece tratamiento, estudio
más hondo de su esencia y sus causas, piedad si se quiere, pero no reclu-
sión” (Salvador: 257). Sobre la problemática de la prostitución y corrup-

1 Gregorio Marañón (1887-1960) fue un médico madrileño que influenció la medicina sudame-
ricana. Hizo contribuciones en endocrinología, nutrición, metabolismo, etc. Exploró las llama-
das enfermedades sociales y atribuyó al plano ético, moral, religioso, cultural e histórico un lugar
importante para comprender el origen de las enfermedades. Es autor de Tres ensayos sobre la vida
sexual (1926), de reminiscencias freudianas desde el título.

64
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

ción de la juventud, hace un verdadero análisis de discurso: “Toda esta


serie de artículos es incolora, indecisa, como si los que la escribieron no
hubieran estado seguros de qué era lo que querían castigar. Pueden apli-
carse estos artículos a los actos más diversos, aún más, a los ingenuos,
hasta el extremo de que fuera ridícula su aplicación. Por eso no se los
toma en cuenta nunca” (Salvador: 259). Cuestiona que, a pesar del pri-
mitivismo de nuestro código, se admita la prostitución si se maneja legal-
mente bajo el control de la Policía, asunto desde el cual Salvador ataca,
una vez más, a la moral burguesa. Es decir, Salvador extrae de las tesis de
Freud “utilidades prácticas” para la vida social; es una especie de traduc-
tor cultural de Freud.
El tono anti-religioso del Esquema es crucial para apuntalar una nueva
moral que esté alejada de las confesiones religiosas. El volumen está salpi-
cado de frases mordaces en contra del catolicismo, y tal vez este tipo de fra-
ses sea otro de los motivos por el que la Iglesia prohibió este libro: “La civi-
lización moderna ofrece dos extremos asombrosos: la prostitución y el
claustro. Tanto la monja como la cortesana, son casos patológicos. Contra-
dicen las leyes de la naturaleza y los instintos fundamentales de la vida. A
la monja y a la prostituta hay que considerarlas como verdaderas desviadas
sexuales” (Salvador: 262). La única razón para combatir la prostitución, en
la perspectiva “nueva” de Salvador, tiene un fundamento higienista.
Finalmente, cuestiona la concepción burguesa del matrimonio, en que
la mujer aparece como propiedad del hombre y como mero objeto de pla-
cer masculino. Considerando las ventajas de la liberación femenina sovié-
tica, ve mal que la mujer se encierre en la casa y que no trabaje producti-
vamente, lo que le impide tener su mundo propio. Ridiculiza a don Juan
Tenorio como aquel que basa el amor en la mentira: “Nuestra generación
ha celebrado las exequias de don Juan” (Salvador: 270). Con gran convic-
ción, aboga por una nueva moral:

Los tontos, los reaccionarios, los capitalistas ignorantes, los malos médi-
cos, los abogados mezquinos, las señoritas cursis, los tenorios de pacoti-
lla, los frailes explotadores, las viejas nobles, los políticos liberales y, en
fin, toda la parte inculta y baja de la humanidad, ha pretendido sostener
que la nueva moral del sexo es corruptora. (Salvador: 273)

65
Fernando Balseca

En relación a las desavenencias conyugales se pregunta hasta qué punto


son causa de divorcio los motivos directamente relacionados con el sexo,
y hasta dónde la ley reconoce estas discrepancias como causales de divor-
cio: “El psicoanálisis ha encontrado la raíz de la mayor parte de las trage-
dias conyugales en el factor sexual que interviene entre marido y mujer.
Pero esta razón jamás se presenta como fundamento del divorcio, siendo
así que debería ser la causa más poderosa. Se trata siempre de ocultarla,
alegando incompatibilidad de caracteres o malos tratos” (Salvador: 282).
Critica las duras condiciones de la mujer para obtener una igualdad ante
la ley pues siempre ella está sujeta a la voz de su amo masculino. En busca
de mejores condiciones para ejercer la crítica, solicita que las universida-
des difundan la cultura en el cumplimiento de sus obligaciones para con
la sociedad: “Cuando la Universidad está al servicio del pasado, es mejor
que desaparezca” (Salvador: 286). Por estas razones Salvador propone la
educación sexual en la juventud.
Escrito en Quito de 1931 a 1933, Esquema sexual de Salvador conclu-
ye con una especie de manifiesto que proyecta las bases para la creación
de una nueva sociedad, donde se religan por igual Freud y Marx. Se trata
de una proclama del hombre culto, que saluda con abierto entusiasmo
todo lo que tenga un asidero cultural, sin miedos ni tabúes. Según María
del Carmen Fernández, “Publicado por Ercilla, Esquema sexual pronto se
convierte en uno de los trabajos más solicitados y leídos sobre el tema en
Latinoamérica” (Fernández, 1993: 22).
Un año antes del Esquema sexual, en 1933, apareció en Quito la nove-
la Camarada: apuntes de un hombre sin trabajo, del mismo Salvador, en los
Talleres Tipográficos Nacionales. Esta novela cobra gran impacto, para
efectos de nuestra indagación, porque desde su envoltura novelesca pro-
pone una serie de tesis psicoanalíticas que serán refrendadas con la apari-
ción del Esquema. Es decir, esta novela se anticipa al Esquema en la auto-
rización del discurso freudiano desde la ficción y desde la presentación
científica, como si del terreno de la literatura hubiera necesidad de pasar
a uno más sólido en términos del prestigio del saber científico. El autor
no duda, pues, en practicar dos formas de estar en la cultura: la divulga-
ción científica y el relato de ficción.

66
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

Camarada narra el descenso social y humano del personaje Alberto a


partir de que es destituido del cargo de amanuense de un ministerio. Esta-
mos ante una crítica a la corrupción del poder estatal, pero también se
revela el sustrato sexual masculino de ese personaje degradado por el de-
sempleo y la movilidad de los valores humanos. A lo largo del texto el lec-
tor conocerá la serie de infortunios que debe vencer el protagonista que
tiene, por añadidura, un amplio historial de relaciones con mujeres de to-
da condición. La novela devela las intenciones ocultas que el protagonis-
ta porta cuando se relaciona con cada mujer: “En las capas más hondas
del yo, en los huesos del instinto, tiene su trono el sexo” (Salvador, 1933:
11), dice el narrador, para complementar esta idea de que se trata de una
novela psicoanalítica. Como una especie de campanada para defenderse de
los poderosos, ante la caída del protagonista, el narrador declara:

Dos hombres, poderosos como montañas, han comprendido el ritmo


íntimo de nuestra madre. Sobre la base de sus doctrinas se formará la hu-
manidad del futuro.
Son Carlos Marx y Segismundo Freud. Estúdialos, ámalos, compañero.
Son guías y apóstoles.
Sólo podemos comprender el hombre a través del fenómeno sexual. Só-
lo comprenderemos a la sociedad interpretando su evolución por el fenó-
meno económico. (Salvador, 1933: 13)

Como puede verse, la novela anticipa el mismo reclamo del que teórica-
mente parte el Esquema. Camarada prepara en la ficción el poder concep-
tual del que se nutrirá el Esquema. Veamos otros casos. En Camarada se
cuestiona el odioso papel de la moral religiosa que discrimina a los hijos
nacidos fuera del matrimonio eclesiástico: “Son huérfanos. Hijos prohibi-
dos. Ilegítimos, incestuosos, adulterinos. ¿Por qué tanto dolor? El hombre
es el único animal que cruelmente clasifica a los hijos. Las demás especies
no suelen hacerlo” (Salvador, 1933:16). En el Esquema leemos esto: “El
cristianismo envenena el espíritu del hombre, aún antes de nacer. Sub-
divide a los hijos ‘de dañado ayuntamiento’ en adulterinos, incestuosos y
sacrílegos. Verdaderamente, tal ideología demuestra hasta dónde puede
llegar la ferocidad del animal humano” (Salvador, 1934: 223).

67
Fernando Balseca

En un diálogo de Alberto con Gloria acerca de la necesidad de una


nueva ética y moral, el protagonista piensa esto: “La revolución moral só-
lo puede cristalizarse después de que se haya efectuado la revolución eco-
nómica. Todo lo demás es ilusión” (1933: 20). En el Esquema se lee así
este punto: “Conviene insistir ahora en que la revolución moral no podrá
verificarse en toda su amplitud y grandeza, sino después de que se haya
realizado la revolución económica” (1934: 276). El protagonista se pone
a rememorar sus años de niñez: “Son esos primeros años brumosos, que
no podemos recordar. […] Época de pureza, período asexual, según creí-
an nuestros padres. […] Pero es exactamente lo contrario” (1933: 35). Y
con esto el autor participa también de aquel proyecto que busca destruir
la imagen idealizada de la infancia.
La concepción de la cultura como un atuendo que oculta lo más pri-
mitivo del hombre se presenta así en Camarada:
Sin embargo, todos fuimos pequeños monstruos. Primero en el útero,
cuando nos desarrollamos rodeados de orinas y excrementos, porque la
matriz está situada entre la vejiga y el intestino.
Después en la cuna, porque los instintos de la especie fueron en reali-
dad fantasmas que torturaron nuestra infancia. El mundo externo nos dio
un bofetón cada día. Los ángeles que debían cuidarnos sólo existieron en
la mentalidad primitiva de las abuelas y en verdad tuvimos demonios hu-
manos a nuestro alrededor.
Por último, monstruos somos a través de la vida. Estamos disfrazados
con la civilización, que ha llegado hasta lo profundo de nuestra persona-
lidad.
Porque somos aún monstruos amamos la vieja moral, la riqueza y la
patria.
Porque somos monstruos preferimos el dogma a la ciencia, el puñetazo
al microscopio y la metralla al libro. Por eso hemos dividido a los hijos en
legítimos e ilegítimos y a las mujeres en esposas y amantes.
El hombre es, en el fondo, un animal feroz. Acaso más envenenado que
las víboras y más cruel que los tigres. El deseo de matar, profundamente
unido a su instinto sexual, está siempre latente en él. Pero lo llama hero-
ísmo y eleva estatuas a hombres que fueron asesinos. El deseo siempre
grande de matar hace que el hombre cree himnos nacionales, pabellones
y fronteras. (1933: 37-38)

68
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

En el Esquema se lee: “El análisis del inconsciente en el hombre civiliza-


do revela que éste conserva palpitantes las tendencias del hombre primi-
tivo. La cultura sólo se ha modificado el aspecto exterior, pero no sus ins-
tintos brutales, sus odios violentos, sus venganzas sombrías. La cultura es
un disfraz elegante para la vida social” (1934: 111).
La idea de que la indagación analítica es dolorosa se ofrece así en la
novela: “Este ardiente afán que tenemos los hombres de averiguarlo todo,
crea dolor. Momento absurdo aquel en que se me ocurrió investigar la
causa del desvío de Gloria. […] La obsesión me condujo a capas de su es-
píritu, que no hubiera querido conocer nunca” (1933: 64). En el Esquema
tenemos: “La psicoanálisis es como una operación que ha de efectuarse sin
narcótico y que, por consiguiente, es muy dolorosa para el enfermo”
(1934: 159).
En la novela, el sexo es la clave de todo: “Cuando se presentan en el
ser humano fenómenos psicológicos desconcertantes, hay que analizar la
vida sexual, para llegar hasta las raíces de las reacciones oscuras. El sexo da
la solución de los procesos más misteriosos del hombres” (1933: 64). El
Esquema concuerda punto por punto con esta posición: “No hay termó-
metro más fino para conocer la mentalidad de un hombre que interrogar-
le sobre cuestiones sexuales” (1934: 235). De esta manera Salvador logra
que se posicione en el debate este fundamento sexual.
Al cuestionar la moral capitalista en Camarada se encuentra: “El bur-
gués opina ‘que la prostitución es necesaria, porque ella protege a nuestras
madres, hijas y esposas’” (1933: 79). El Esquema confirma esta idea: “La
moral burguesa es así. Siempre hipócrita, inhumana, egoísta. Nunca tiene
un aspecto científico, generoso. El hombre del pasado admite la prostitu-
ción, la consagra con un lugar común: ‘Es un mal necesario –dice–. La
prostituta es la encargada de velar por el honor de hijas, novias y herma-
nas’. Si la prostituta no existiría, la ‘honorabilidad’ burguesa se derrumba-
ría rápidamente”. Sobre el adulterio burgués, en la novela se lee: “El adul-
terio constituye la tragedia sexual típicamente burguesa” en el Esquema:
“El adulterio es el delito sexual típicamente burgués” (1934: 259, 88, 275).
Como comprobamos, la escritura de la novela parece haber sido una espe-
cie de laboratorio en el que armó y bosquejó, con otro tipo de solidez con-
ceptual, el libro de divulgación que circulará un año más tarde. Salvador

69
Fernando Balseca

hace que dos discursividades –la novela y la divulgación científica– junten


sus paradigmas en la perspectiva de sostener, desde una totalidad más
amplia, la nueva cultura que trae el pensamiento freudiano.
Nuevamente, como parte de un combate anti confesional, el escritor
señala sin objeción alguna los internados religiosos como un lugar donde
las costumbres se relajan. En Camarada Gloria nos dice: “En realidad, lo
único que aprendimos ahí [en los colegios] fue a querernos entre mujeres.
Convéncete que toda muchacha que ha sido alumna de uno de nuestros
internados ha pasado por eso” (1933: 95). En el Esquema: “Los interna-
dos de hombres y mujeres son profundamente inmorales, sobre todo, si
tienen carácter religioso, ya que la moral cristiana basta, por sí misma, pa-
ra engendrar las más diversas perversiones. En nuestro ambiente los inter-
nados son el centro de la homosexualidad, y lo mismo ocurre en todos los
países. Basta oír las confesiones de alguna muchacha que estuvo interna
en un colegio de monjas, para comprender el gran desarrollo que tiene la
homosexualidad en tales institutos” (1934: 249-250). De Gloria se narra
que ha pasado por una experiencia homosexual en el colegio con una
chica de la cual una monja estaba profundamente enamorada y es causa
permanente de celos. A lo largo de su vida, Gloria responderá con frigi-
dez los avances de los hombres y tendrá en mente la reanudación de rela-
ciones amorosas con ex compañeras de internado.
La nueva moral sexual que el comunismo y el socialismo proclaman se
entiende así en la novela: “Nunca comprendimos ‘la fuerza civilizadora
del control de la natalidad” (1933: 148); en el Esquema: “La nueva mujer
lucha a favor del control de la natalidad, se burla de la moral cristiana,
defiende el divorcio, interviene en los congresos que tratan de la reforma
sexual” (1934: 273). También aborda el problema social de la honra entre
muchachas pobres y ricas, desde una concreta posición de clase: “Pero Ju-
lia es pobre. No tiene derecho al placer. Si un hombre la hiciera suya, le
arrojarían de la fábrica acusándole de inmoral” (1933: 183). En el Es-
quema: “A la dama rica todo le estaba permitido. Podía jugar con su
honor, tener el número de amantes que quisiera, llegar al adulterio siem-
pre que tuviera ganas de hacerlo. Sus millones lo ocultaban todo y en ella
era elegancia la prostitución. […] En cambio, la muchacha pobre tenía
que cuidar del sexo como de su única riqueza” (1934: 271).

70
Humberto Salvador y la entrada de Sigmund Freud en las letras ecuatorianas

Al final de Camarada atestiguamos un delirio del personaje que anun-


cia el cambio revolucionario por venir. El antiguo régimen se derrumba y
debe aparecer el nuevo, lo que condensa el mensaje de todo el Esquema
sexual en la medida en que se prevé el cambio de paradigmas a partir del
descubrimiento del lugar central de la sexualidad en nuestras vidas. Es co-
mo si esta comprensión fuera a hacer más libre a la humanidad futura.
Desde un mismo programa, pero utilizando recursos discursivos diferen-
tes, la utopía de conjuntar Marx con Freud es posible en la ficción y en
las propuestas de las ciencias. Cabe resaltar que el proyecto de difusión de
las tesis freudianas es una tarea que Salvador reactualiza en 1947, cuando
publica en la Casa de la Cultura en Quito Los fundamentos del psicoanáli-
sis, un folleto de 38 páginas que condensa aún más las principales pro-
puestas del Esquema.
De esta manera, Humberto Salvador hace una aportación central a la
difusión del psicoanálisis en los campos de la sexualidad y del derecho,
pues, con sus argumentos, él trató de influenciar en estos ámbitos con el
fin de que se adopten nuevos conceptos que modifiquen la concepción de
la criminología de la época. La ficción literaria vendría también a reforzar
este propósito.

Bibliografía

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Quito: Impren-ta Nacional.
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Fernando Balseca

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Steiner, George (2005). “Viajes al interior”, Nostalgia del Absoluto. Ma-
drid: Siruela.

72
El problema de la subjetividad
en Autorretrato de memoria
de Gonzalo Millán

Biviana Hernández*

Introducción

La poesía chilena contemporánea muestra un amplio y variado espectro


de tendencias escriturales que aprehenden temáticas y formas de poetizar
la realidad según las características de un sujeto definido por la degrada-
ción y fragmentación de su figura. En este contexto, la obra de Gonzalo
Millán (1947-2006) indaga en las posibilidades de construcción del suje-
to a partir de la forma en que se relaciona con el mundo y la manera como
se define a sí mismo dentro de ese espacio que circunscribe los márgenes
de la ciudad moderna: espacio físico, cultural y existencial amenazado por
el vaivén del tiempo, los objetos y la rutina.
El sujeto poético de Autorretrato de memoria (2005) rescata ciertos
momentos de su pasado a través de un conjunto de hechos cotidianos que
retrotrae el acto de la memoria; hechos que confirman su estado de mise-
ria, así como el carácter que adopta su percepción del mundo en una rea-
lidad pasado/presente que revela los síntomas de su degradación y el pro-
ceso continuo hacia su descomposición. A la postre, estos determinan una
imagen y valoración de sí mismo de acuerdo a las características de un su-
jeto vulgar que, actualizando por medio del recuerdo un conjunto de
vivencias personales, intenta justificar su experiencia del desarraigo y ex-
travío existencial. El sujeto valida esta experiencia mediante la escritura

* Estudiante de Doctorado en Ciencias humanas. Universidad Austral de Chile.

73
Biviana Hernández

fragmentada del autorretrato –utilizándolo como mecanismo de falsa apa-


riencia para encubrir, cuestionar y anular la noción de identidad personal,
social o colectiva– y por medio de la transgresión de los principios con-
vencionales que rigen la construcción de un relato de memorias, motivo
por el cual el autorretrato es convertido en su revés o contratexto, relato
del no decir, que conscientemente oculta o desfigura el rostro sugiriendo
una identidad reconstruida desde la anonimia, el silencio, el dolor y la
frustración de la experiencia de vida.
Con el objetivo de analizar de qué manera se representa la individua-
lidad a través de la figura reconstruida del autorretrato, según un tipo de
subjetividad ad hoc a los nuevos procedimientos de la postvanguardia lite-
raria, se estudiará la relación que ésta entabla con el rol que cumple la
memoria para la construcción del sujeto de Autorretrato de memoria, pre-
via revisión de algunos de los elementos que caracterizan la escritura poé-
tica de Gonzalo Millán.

El problema de la mirada y la objetividad millanianas

Buena parte de la crítica literaria chilena reciente ha llamado la atención


respecto de la perspectiva “objetual” y “objetivista” que caracteriza a la
poesía de Millán, sosteniendo que estos elementos conducen el texto poé-
tico a una gradual despersonalización, en que lo nombrado aparece fijado
en la realidad por una suerte de mirada sin sujeto, “que parece excluir la
posibilidad de que éste asuma para sí la perspectiva del acto de nombrar,
y organice la geometría de lo visible” (Rojas, 2001: 150). María Teresa
Zaldívar ha llegado a afirmar que la poesía del autor, junto con ser bási-
camente visual, busca la objetividad a través de una mirada sintética y rea-
lista, que resulta ser implacablemente desmitificadora, en tanto el énfasis del
texto está en reproducir un objeto no contaminado por el sujeto que per-
cibe la imagen. La mirada de Millán “buscará la definición por oposición,
la autonomía y la determinación de límites claros entre el sujeto y el obje-
to” (Concha, 1998: 63).
Ya en 1970 Antonio Skármeta analizó el problema de la subjetividad
en la obra poética de Millán, postulando al sujeto como un “yo minimi-

74
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

zado”, cuya situación existencial estaría determinada por su relación con


elementos naturales u orgánicos que definirían la tendencia a su descom-
posición. Jaime Concha (1988) percibió en ello una tensión ácida y co-
rrosiva del sujeto contra sí mismo; al igual que Waldo Rojas (1997), quien
definió su visión de mundo como precozmente descarnada e impregnada
de una acritud desencantada.
La postura del “yo” minimizado, de acuerdo con Skármeta, dio lugar al
análisis de la obra poética millaniana en relación al concepto de lo “mini-
mal”, que Óscar Galindo (2004) ha postulado como una tendencia escri-
tural emergente a mediados de los años 60, que vino a desplazar el exacer-
bado subjetivismo de las voces poéticas de comienzos de siglo por un arte
definido por su carácter preconcebido, rigor conceptual y simplicidad. Millán
ha reafirmado lo anterior sosteniendo que su concepción de la poesía “no
es la del poeta romántico que escribe poseído por la inspiración. Yo creo
en la poesía como algo que se construye y es un oficio” (anónimo, 1987).
Ampliando esta concepción a la de su conjunto promocional:

La concepción de mi poesía es global. En ella trato de lograr una poesía


objeto frente a una poesía signo, característica de la lírica tradicional.
Muchos poetas de mi generación descreemos de la inspiración, y creemos
en el oficio. Concebimos una poesía constructiva. Se explica por el hecho
de que concede atención a la escritura, a la grafía, a los espacios, a la tipo-
grafía, al libro como objeto y medio [...]. Todos esos elementos dan una
concepción de la poesía como algo constructivo, que es distinta a la con-
cepción romántica, de un sujeto inspirado que es una especie de medium,
de una voz trascendente, de una musa, del más allá (Brescia, 1987: 26).

Para Galindo, la dimensión objetiva en la poesía de Millán supone un


trato impersonal de los materiales a los que refiere el sujeto, al tiempo que
“el privilegio de la mirada, de la contemplación de las cosas, sean estos
fragmentos del cuerpo humano o social” (2004: 74). Complementa esta
caracterización planteando que la noción de poesía objetiva emerge de la
particular mirada que surge de las relaciones entre los elementos textuales
–y no de las relaciones que estos entablan con el sujeto autobiográfico o
con la realidad extraliteraria–, bajo el supuesto que el lenguaje es el único
referente al que puede apelar la escritura. Supuesto que, de algún modo,

75
Biviana Hernández

comparte con Avaria, quien, a modo de interrogante, describe este meca-


nismo de la siguiente manera: “¿Tal es el mentado “objetivismo” de la
poesía de Millán, ese efecto de distanciamiento o alienación, ese encarni-
zamiento en la rigidez o repugnancia de los objetos, en la vida inmanen-
te, en la frialdad narrativa, pero paradójicamente impregnada de emo-
ción, de ira o sátira?” (1997: 5).
A propósito de la mirada, Zaldívar sostiene que fundada la obra de
Millán sobre este acto implica construir visualmente un objeto, para verlo,
en primer lugar, dentro del sujeto que mira.

Es ésta una especie de asimilación visual del objeto, una descodificación


y construcción que permite convertir esa cosa –vale decir: una pintura, un
dibujo, una fotografía […] –externa al sujeto, en un todo con cierta cohe-
rencia, posible de ser comprendido y luego reproducido, dentro de los
márgenes que construye y permite una imagen visual […]. Al introducir
con los ojos un objeto visual, el sujeto que mira está (re)creando desde sí
mismo y a través de sí mismo ese objeto para poder asimilarlo; por lo tanto,
para que exista la mirada es preciso un sujeto que mire y, de la misma
manera, toda mirada lleva necesariamente inscrita dentro de sí misma al
sujeto que realiza la acción de mirar (Zaldívar, 1998: 20).

La autora es enfática al sostener que toda mirada centrada en el objeto es


una construcción visual desde el sujeto y, por ende, subjetiva. Y si el obje-
to se define por ser el que recibe la acción del sujeto, entonces no existi-
rá una percepción del objeto desde sí mismo o una percepción que sea, en
consecuencia, transparente, aséptica o inocente. Dado lo cual resulta
imposible, a su juicio, afirmar que exista una mirada objetiva sobre la rea-
lidad.
Foxley detecta el problema de la “objetividad” desde Relación personal,
a través de la actitud neutral que fija la posición del sujeto millaniano,
actitud que este expresa mediante la descripción de objetos o materias
(saliva, sangre, polvo, costras, canas, semillas, etc.) que acentúan su natu-
raleza orgánica o fisiológica y que, además, implican un contenido “pre-
suposicional que alude a la fragmentariedad y a lo primordial en trance
de descomposición o de cambio progresivo y letal” (1991: 69). Galindo
sostiene que dichas materias configuran en su poesía una estética del feís-

76
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

mo, puesta en tensión mediante dos procedimientos: a) la destrucción de


espacios de resguardo de la cotidianeidad y b) el distanciamiento expresi-
vo del sujeto, en tanto búsqueda de una “interioridad neutral que expre-
se su relación con los objetos y seres del mundo” (2005: 88).
Rojas y Epple exploran el significado y modalidades de expresión de
esta técnica de escritura. El primero, sostiene que en la poesía del autor,
particularmente en Vida, el sujeto poético desaparece como pronombre
personal mediante la reiteración de enunciados objetivos, miméticos y
paródicos de un saber enciclopédico que simplifica y traslada el concepto
de vida a un funcionamiento meramente biológico. Epple, con mayor
profundidad, señala que dicha perspectiva objetivista se representa, sobre-
manera, en la percepción visual de las experiencias de vida y en los obje-
tos de uso de la sociedad industrial, la cual crea un efecto de distancia-
miento que busca repensar la relación del individuo con su entorno vital.
Skármeta, por su parte, agrega que el sujeto expande la vivencia corrosiva
de sí mismo a otros elementos naturales, así como a distintos artefactos,
a través de una descripción científico–ensayística por parte de un “yo”,
“impersonal observador, que ultima todo esbozo de expresión enfática”
(1970: 95).
Autorretrato de memoria se inscribe en el universo subjetivo del hablan-
te a través de una introyección emocional “a partir de una composición
en la que Millán prácticamente ‘se pinta’ en las palabras” (Ruiz, 2005).
Las imágenes de sí mismo en que aparece retratado el sujeto develan su
disposición hacia el recuerdo o a la dilación de un estado emocional.
Imágenes que, de acuerdo con Ruiz, pretenden constituirse en un fiel
reflejo del nombre, conjugando el espacio de la memoria con el del
inconsciente. Lo anterior se explica porque este texto tiene el sello de un
relato autobiográfico. Se trata de un libro que recupera el pasado, pero
que también lo retrabaja con todas las oportunidades y con todas las
trampas que el género autoriza y hasta promueve, entre ellas, “la integra-
ción retroactiva de la fragmentación de la experiencia y la estetización de
la memoria” (Rojo, 2005). Alejandro Zambra (2005) sostiene que esta
perspectiva se hace visible en la medida que el sujeto alude a una serie de
referentes privados, vigentes en la opacidad del recuerdo, pero evitando
revelar su identidad. Actitud que, según su opinión, descansa en la con-

77
Biviana Hernández

vicción del poeta de que escribir es siempre apelar a lo intraducible o


nombrar una ausencia. La concentrada y a menudo melancólica disgrega-
ción del “yo”, advierte Zambra, ocurre por cuanto Autorretrato de memo-
ria constituye el relato de una autoconciencia fragmentada que tiende al
fracaso y anulación de todo mecanismo de identificación; o, en sus pro-
pios términos, al rechazo y negación del “autoritarismo de la identidad”,
sea esta personal o colectiva.
Veamos ahora, de acuerdo a esta hipótesis, cuál es la relación que el
texto guarda entre las figuras del autorretrato y la memoria, que el autor
utiliza para dar cuenta de la objetividad de la mirada en un sujeto que se
reconstruye a sí mismo.

Autorretrato y memoria

La memoria1, en tanto facultad del hombre para verse a sí mismo, cons-


tituye el principal mecanismo de representación del sujeto poético en Au-
torretrato de memoria. Los fragmentos de vida que este reconstruye seme-
jan el collage de una memoria escindida que busca generar espacios de
reflexión y autodefinición. El sujeto utiliza la memoria individual para
recuperar disgregadamente escenas dispersas de su vida cotidiana, inscri-
tas y desarrolladas en un devenir temporal, de allí que esta facultad prefi-

1 Un relato de memorias designa un escrito en retrospectiva, en el que una persona real narra acon-
tecimientos relevantes de su vida, “enmarcados en el contexto de otros eventos de orden políti-
co, cultural, etc., en los que ha participado o de los que ha sido testigo” (Estébanez 1999: 653).
Según esta definición, la frontera que separa la autobiografía de la memoria, entendidas como
dos tipos de textualidad, está dada por el hecho de que en la primera el sujeto enunciador acen-
túa el desenvolvimiento de su personalidad y los hechos que, de manera personal, han marcado
su pasado, siendo el objeto de tratamiento de su relato la historia de su vida individual; mien-
tras que en la segunda éste refiere sucesos de su propia vida, pero situándolos en el contexto de
otras vidas y en relación con el acontecer histórico, político o cultural que ha afectado a su país
o grupo(s) de referencia(s). Si un relato de memorias se distingue de uno autobiográfico por la
perspectiva más o menos individualista del sujeto, también se diferencia del autorretrato por el
tratamiento temporal de la narración: la memoria retrotrae la vida del sujeto (aun cuando sea
solo un periodo de ella, lo importante es que se reconstruye cronológicamente con cierto deta-
lle y orden lógico), en tanto que el autorretrato describe determinadas características personales
del sujeto correspondientes a su realidad presente, preocupándose por captar sólo un instante de
su vida y no el desarrollo de ciertas etapas de aquella.

78
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

gure el acto por medio del cual explicita su “yo”, aun cuando éste se en-
cuentre mediatizado por los mecanismos antirretóricos de una escritura
poética que intenta encubrirlo. Trátase de un acto fundamental de expre-
sión, ya que si bien, como género de autorreferencia, la memoria es cues-
tionada por Millán, le permite al sujeto significar la realidad otorgándole
sentido al pasado y, a partir de aquel, una valoración que legitime su esta-
do actual de existencia.
La memoria erígese así en el lugar donde se elaboran las significacio-
nes y reinterpretaciones de lo pasado que, más tarde, posibilitarán en él
una determinada percepción de la realidad y, finalmente, la configuración
de su vida presente. Los autorretratos2 en que se representa, a este respec-
to, validan la arbitrariedad y parcialidad de su mirada. En ellos la memo-
ria actúa como espacio capaz de relacionar distintos aspectos y situaciones
de su vida pasada, las que remiten a vivencias que, por una parte, carecen
de trascendencia y resurgen en su memoria como simple dato y, por otra,
a recuerdos que aprehenden situaciones, seres y objetos impregnados de
sentido al expresar una relación de dependencia entre el pasado y el pre-
sente. Así, por ejemplo, en “El paradero”, de “Autorretrato en la Chimba”,
se detecta que en un lugar específico de este barrio: el Monte del Olvido,
está la génesis de un camino que abre paso a un estado de crecimiento, no
solo biológico, sino también vital para el sujeto, en tanto este paradero es
síntesis de un aprendizaje de vida que determina de qué manera ésta se
inclina hacia una concepción ácida y corrosiva de sí como del mundo que
le rodea. Del mismo modo, en “1. Mapa”, primera parte de este poema
autorretrato, el sujeto actualiza una imagen de las calles de la Chimba pa-

2 Para Estébanez, el autorretrato “consta de una descripción de la prosopografía y de la etopeya


de un autor enmarcadas en un texto autobiográfico, en el que cobra especial importancia la
indagación introspectiva de la imagen del yo y el descubrimiento de la propia identidad, según
se ha ido conformando y desenvolviendo en el transcurso de la vida” (1999: 71). Pelayo
Fernández (1957) postula que la prosopografía, la etopeya y el retrato son figuras de pensamien-
to, descriptivas o pintorescas. Fontanier define la primera como la descripción externa o física
de una persona o animal, vale decir, de: “la cara, el cuerpo, los rasgos, las cualidades físicas o tan
solo el exterior, el porte, el movimiento de un ser animado, real o ficticio” (En Miraux, 2005:
49). La segunda, como la descripción de cualidades morales y espirituales de un individuo, esto
es, de “las costumbres, el carácter, los vicios, las virtudes, los talentos, los defectos, en suma, las
buenas o malas cualidades morales de un personaje real o ficticio” (2005: 49). Y la tercera como
una combinación de las anteriores.

79
Biviana Hernández

ra explicitar, al igual que en “2. El paradero”, su profunda valoración y


afecto por este barrio de la infancia, en relación a lo que subjetivamente
para él implica como realidad geográfica al tiempo que arquitectónica,
personal y social:

La calle Olivos coronaba la Casa de Orates


Y los locos vagaban por las desoladas laderas
Vestidos con viejos uniformes militares.
El viento prendía hilachas de sudarios en las zarzas
Y alojaba perros con escápulas bajo los espinos

Y si con detalle el sujeto recuerda momentos más o menos satisfactorios


de su pasado, con fervor expresa su rechazo por identificarse con las cos-
tumbres de su país y, más aún, de cualquiera nación. Estas son desprecia-
das por él al ver en ellas formas que sólo en apariencia reflejan la relación
del hombre con su cultura y/o sociedad. Así ocurre en “Autorretrato
ecuestre”, donde dice definirse por el gesto de la huida, en tanto mencio-
na una serie de referentes culturales –correspondientes a aquellos que se
celebran cada 18 de septiembre– de los que airadamente reniega, con el
propósito de manifestar su rotunda negación por definirse a partir de cos-
tumbres o tradiciones que lo sitúen en un contexto de pertenencia:

Huyo de huasos, gauchos y charros,


De quijotes y llaneros solitarios
Soy un centauro de potrillo y niño
Embalsamado en el gesto de la huida (...)
Huyo de la amenaza de un septiembre
Todo el año con el mismo cacho de chicha
Y las palmas de las cuecas trágicas en falsete (...)
Huyo de mi familia de héroes y tumbas
Y de las paradas militares todos los días.
Huyo de la violenta sombra de la estatua.
Huyo de la medialuna de arena consagrada
Donde se despanzurran los novillos
Y sangran las bellas bestias espoleadas.

80
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

Esto ocurre de modo consecuente con la noción de un sujeto vulgar o de-


sarraigado que se resiste al yugo de la identidad, que define el carácter de
la voz poética de Autorretrato de memoria. Estar desprovisto de ella, en
cualquiera de sus dimensiones, aparece como un rasgo sintomático de su
vivir errante por un mundo que, para él, carece de sentido.
Su relación con la identidad cultural, por tanto, personifica su figura
como un (auto)exiliado permanente que sabe bien de qué quiere huir o
evadirse, pero que, con la misma certeza, confunde o ignora aquello que
desea encontrar, que es objeto de su deseo o búsqueda existencial. El mis-
mo Millán ha señalado como dato biográfico tener plena conciencia de
pertenecer, en términos geográficos, a Santiago, lugar que culturalmente
ha determinado su vida. Pero el hecho de sentirse frustrado porque este
no satisfaga sus necesidades espirituales, al parecer, nada tiene que ver con
el extravío existencial del sujeto poético que vive una constante extranje-
ría debido a su desarraigo, a su sentir equivalente a un “no soy de ningu-
na parte”.
Desde un punto de vista sicológico, la memoria deja ver la temporali-
dad que sitúa la posición del sujeto que rememora, a partir del presente,
escenas de su vida pasada. En el poema autorretrato “Con foto de luto
(Aetatis sua: 20 años)”, por ejemplo, el sujeto recuerda el verano del año
67, manifestando con cierto detalle –al explicitar la edad que tenía en
aquel momento– una situación específica de su vida pasada: la fotografía
que congeló su dolor por la muerte de Violeta Parra. La fotografía mués-
trale cómo la disolución de la imagen grabada en ella retrotrae la esencia
de su negativo, que no es sino el mismo dolor o el luto de aquellos años,
pero ahora nutrido por el fogonazo de su propio dolor y la cercanía de su
propia muerte:
Imperaba una tórrida luz de rayo
En la terraza del cerro aquella tarde.
Sobrevivíamos al verano siniestro
Del 67, aquel del tiro de la Violeta.
Como un casco de laca negra
Mantenía la cabeza engominada
Y un Banlón de mangas cortas
Liviano y negro como el carbón de espino.

81
Biviana Hernández

El tiempo ha subrayado las sombras


Del pelo azul y las ropas del tordo
Y blanqueado la cara del muchacho
Cegado por el fogonazo de la muerte.
La imagen que se desvanece con los años
Va regresando a su negativo.

Los recuerdos expresan una determinada visión del autorretrato, en la


medida en que plantean de qué manera el sujeto concibe su existencia
presente a partir de los hechos del pasado. Se trata de una visión manipu-
lada por su reacción contra los mecanismos de identificación del “yo”, en
la que privilegia su facultad de observación, la mirada, para revelar que su
estrategia de encubrimiento no es más que un mecanismo descubridor de
su discreta voluntad de autodefinición. Es así como en “Autorretrato Lú-
gubre” se describe como:
Yo de pie junto a las negras cortinas
De terciopelo con mi linterna.
El guardián de una memoria envenenada.
El sereno de un museo de cera.
Yo el empleado de una funeraria
Enamorado de la bella difunta.
Mi corazón como una cámara ardiente.
Yo el timonel de una barca podrida
Que se hunde apaciblemente en la niebla.

Estos versos ponen en evidencia su estado personal y las dimensiones,


quizá, más profundas de su sentir espiritual, esto es, su desdicha y frustra-
ción ante una vida que se percibe y experimenta como camino al abismo
o a la nada. El hecho que se defina en comparación a una barca que se
hunde expresa su falta de arraigo, retratándose con esta metáfora la vida
de un desamparado, cuya pérdida de sentido y de un derrotero que guíe
su tránsito por el mundo lo transforman en un ser tempranamente alie-
nado. De esta manera, la certeza de la nada, el veneno que corroe su pasa-
do y su presente, y la podredumbre con que designa la realidad, determi-
nan los rasgos más decidores que, según la autodefinición que plantea un
autorretrato, define su carácter y percepción del mundo.

82
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

Tan ácida como esta descripción es la que realiza al recordar a su ma-


dre, portadora de la mácula que obstruye la inocencia e ingenuidad del
hijo, al manchar con su sangre el objeto, por antonomasia, privado de los
hombres:

Mami,
La próxima vez
No manches por favor
Mi cepillo de dientes
Con sangre
(Recado bajo un magneto en un refrigerador Crosley)

Esta mancha es la que condena al inocente y provoca su infelicidad: la


violación de su espacio sagrado y la transgresión de toda privacidad que,
a la postre, termina corroyendo su vida en sus dimensiones más profun-
das, esto es, desestabilizando y, en última instancia, anulando su identi-
dad personal. De allí que la sangre de su progenitora metaforice la dimen-
sión inevitable, premonitoriamente trágica y dolorosa de la vida de un su-
jeto que no puede acendrar o expiar la tragedia que significa estar irrevo-
cablemente unido a ella.
Por otra parte, memoria y autorretrato se ligan en la serie de “Auto-
rretratos numerados”, poemas en los que el sujeto recuerda una serie de
vivencias correspondientes a distintos periodos de su vida, actualizando
en el “aquí”, momento preciso desde el que escribe, una imagen de sí mis-
mo a partir de características que se adjudica como rasgos y valores deter-
minantes de su personalidad. En “#180 (Provecto)” exalta la manera
como el tedio le significa el más terrible estado de corrupción de su alma,
por cuanto los días, eternamente iguales, no le ofrecen más certeza que
saber que la tarde pasa:

No sé cuántas veces
Debo escribir esta misma sentencia
De la tarde que pasa con desgana (...)
La tarde pasa no sé cuántas veces
Tengo que escribir la certeza del día.

83
Biviana Hernández

Frente a la cotidianeidad, esta rutina le imprime una actitud anodina,


pues contando con esta única verdad, viéndose al final de la vida como un
hombre que, producto del paso del tiempo, ha automatizado sus conduc-
tas y sabiendo, además, que las cosas no cambian, no tiene más qué hacer
ni esperar que no sea repetir la fórmula por él sabida y reexperimentada
día a día: la tarde pasa.
En “#225 (Tricolor)”, nuevamente alude al presente, en que “Aquí soy
la roja sanguijuela de la muerte/El gusano de unos pálidos y perdidos
pechos”, identificándose, cual la barca podrida de “Autorretrato lúgubre”,
con dos insectos que resumen su experiencia de vida: la sanguijuela, para
hablar de la muerte y el gusano, de la frustración de la vivencia amorosa.
Mientras que en “#347 (Aproximado)” se retrata “aquí”, en la proximidad
de la muerte, destacando los efectos que en su rostro ha dejado el tiempo
y el modo como éste ha consumido la nitidez de su existencia:

Aquí el contorno de la figura se pierde.


La nitidez deja de ser lo que fue,
Esfumada por el halo del color.
El valor de la línea se empaña y decae.
El rostro invadido por el tiempo
Destaca el pómulo huesudo,
Las ojeras infladas y porosas,
Las arrugas y ojeras peludas.

“Aquí” se hace presente un hombre cuya conciencia de la temporalidad


acentúa el estado de soledad en que vive, de allí que simbólicamente la
exprese aludiendo al rostro como metáfora de la desolación y al abando-
no que sugiere la idea de un desierto:

Entre una ventanilla y otra de la nariz,


Se extiende un Sahara.
Entre los ojos hay un desierto de Atacama.

“#450 (Albada vespertina)”, en cambio, refiere un periodo de la vida


adulta del sujeto, en que conoció a una muchacha que le hizo olvidar los
malos momentos y el sabor amargo de la vida, vivencia que lo llevó a oír

84
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

gorjeo de pájaros cuando solo era perceptible el ruido hostil de los auto-
móviles desplazándose por las calles de la ciudad. Sin embargo, este es so-
lo un momento fugaz que, aunque grato, tempranamente acabó en cuan-
to cayó la noche (¿o la muerte?):

El amor me abre los ojos


y destapa los oídos
Despierto con el alba de la tarde.
Las alarmas de los autos
Están gorjeando como pájaros.
Yacemos despiertos y abrazados
En la ciudad que se ilumina
Antes que nos separe la noche.

Y en el último de los “Autorretratos numerados”: “#500 (Como Miles)”,


el sujeto realiza un retrato de sí mismo de acuerdo a rasgos físicos que exa-
gera con el propósito de que este se transforme, más que en un retrato, en
una caricatura del rostro a partir de la cual sea leída su vida y entendida
su personalidad, pero sobremanera desde la que se estimule el acto de re-
pensar los sentidos de la identidad que puede proyectar la presen-
cia/ausencia de un nombre o la idea de un “yo” como figura de facto y la
importancia de los otros en su configuración:

Tengo puñados de ojos en la frente


Cadenas de narices en la cara
Cardúmenes de bocas
Centenares de orejas
Millones de pelos.
No vengo de la unión de dos cuerpos
Procedo de muchos y voy hacia ellos.
Soy grande, pequeño, alto, bajo,
Gordo, flaco, cobrizo, negro, blanco.
Somos uno solo y sin nombre y sin rostro
Aquí me llamo Miles.

En este autorretrato numerado el sujeto sostiene que en el mundo no se


sobrevive solo, de tal manera que, pese a su reticencia de los demás y a su

85
Biviana Hernández

abominación de la identidad social o cultural, termina identificándose


con los de su especie, como un péndulo que después de girar se detiene
de un lado (pues recordemos que estos son los autorretratos que recrean
diversos momentos de su vida pasada de acuerdo a los diferentes lugares
en que vivió y a las edades que ha superado con el tiempo). Afirma así,
que no proviene únicamente de la unión de dos cuerpos, vale decir, del
ámbito humano solo en su función biológica o natural, sino también de
su dimensión colectiva que unifica la convivencia entre los hombres.

Consideraciones finales

La perspectiva desde la cual el sujeto se posiciona para contemplar y des-


cribir el mundo, revelando de qué manera se piensa, percibe y reconstru-
ye a través de la escritura poética, exalta el factor de la memoria como un
espacio ambivalente de recuerdos, tan insignificantes como notablemen-
te significativos para él. Es así como Autorretrato de memoria se inscribe
como un breve poemario, en el que las relaciones entre vida/pasada y vi-
da/presente encuentran posibilidades de expresión mediante la subjetivi-
dad y el simbolismo de aquella. Sin embargo, las características de la indi-
vidualidad del sujeto contradicen el propósito fundamental de un relato
cuya textualidad se propone como reconstrucción de la memoria –ya sea
histórica, personal o colectiva de un individuo– en la que se seleccionan
y reordenan los hechos pasados de una vida, según su devenir, sentido de
trascendencia personal y relación con el grupo de referencia. Millán pro-
pone un texto en el que la memoria es el no lugar del sujeto, espacio dis-
tópico, impregnado, en su mayoría, de vivencias insatisfactorias y de
amargos recuerdos que hacen de la marginalidad y el exilio permanente
actitudes características de sí mismo.
La memoria opera, entonces, como una actividad que aparece deslegi-
timando los principios que rigen la construcción de un relato de memo-
rias, acentuando, por oposición a aquellos, los rasgos más prosaicos de la
vida cotidiana de un sujeto ordinario: el tedio, la apatía, la frustración, el
cansancio, el olvido, etc. Por lo tanto, el presente del sujeto millaniano no
representa la memoria de un pasado trascendental, ni siquiera de un con-

86
El problema de la subjetividad en Autorretrato de memoria de Gonzalo Millán

texto político-social específico. Es memoria de una infancia-adolescencia


marcada por escenas, como señala él mismo en uno de sus autorretratos,
poco originales. No obstante, en ellas está impregnado el valor de una vi-
da mínima, constituyendo las escasas huellas que lo identifican no solo
con el pasado, sino también con el presente, y que definen, en relación
con ambas temporalidades, la naturaleza de su sino material y espiritual.
El texto se hace parte del proyecto poético postvanguardista que inten-
ta disolver la idea de sujeto para fundar la de subjetividad sobre la noción
de mirada, en que aquel asume la voluntad de uno ojo reconstruido, uni-
dad poética de la fragmentación de una presencia que mira o de un an-
ti(sujeto) que se construye como un “yo” disperso, cuya vida pasada acen-
túa la distancia y aparente no relación que separa un recuerdo de otro,
según la fragmentariedad y precariedad que la caracterizan. La mirada
actúa como estratagema de ocultamiento de la identidad personal; así, lo
que mira el sujeto (su entorno y sí mismo) y la manera en que lo hace
(objetiva y/o despersonalizadamente), devela una discreta voluntad de
autodefinición al activar su memoria al tiempo que la conciencia de su
historicidad.
En la mayoría de los autorretratos de Millán, el material referencial
apunta a definir tanto una memoria episódica o fotográfica, capaz de re-
gistrar la situación de los objetos de uso, como una afectiva y crítica, que
fundamenta la existencia de poemas que niegan la retórica del autorretra-
to como parte de una estética que, al negarla, afirma parte de su conven-
cionalidad. De este modo, los autorretratos millanianos no se definen
como textos en los que el sujeto se describa a partir de características físi-
cas o de rasgos morales o ideológicos, sino como fragmentos de un cuer-
po que se reconstruye a través de una mirada introspectiva de sí, desde
una perspectiva espacio-temporal, que hace que los recuerdos actúen co-
mo características o valores determinantes de su individualidad.

87
Biviana Hernández

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88
Cuerpo, sensualidad y erotismo:
espacio de resistencia desde el cual las
narradoras centroamericanas impugnan
los mandatos simbólico-culturales

Consuelo Meza Márquez*

Bendícenos, madre, porque somos tus criaturas.


Bendice nuestros ojos para que veamos la belleza invisible.
Bendice la nariz para oler tus perfumes.
Bendícenos la boca para que digamos las palabras mágicas.
Bendícenos el pecho para que lata nuestro corazón en armonía con las plantas.
Bendice nuestras piernas
Bendice nuestros sexos creadores de vida
Bendice nuestros pies para que bailen
la alegría de la cosquilla.
Bendice esta noche para que la luz venga hasta aquí
y la que no tiene madre encuentre su ombligo.

(Canto de llamada a la Madre Antigua, Gioconda Belli)

En Centroamérica existe una tradición importante de cuentistas cuya pre-


sencia y producción es permanente, desde finales del siglo XIX, hasta el
presente. De hecho, la narrativa centroamericana de mujeres se inicia en
el género de cuento con Rafaela Contreras Cañas (1869-1893), quien
publica en diferentes periódicos centroamericanos a partir de 1890, naci-
da en Costa Rica pasa la mayor parte de su vida en El Salvador. Le siguen
la hondureña Lucila Gamero Moncada (1873-1964) en 1894; la costarri-
cense Carmen Lyra (1888-1949) en 1905; la guatemalteca Magdalena

* Departamento de Sociología. Universidad de Aguas Calientes (México).

89
Consuelo Meza Márquez

Spínola (1897-1991) en 1915; la panameña Graciela Rojas Sucre (1903-


1994) en 1931; la nicaragüense Margarita Debayle de Pallais (1898-
1983) en 1943 y Felicia Hernández (1932) de Belice en 1978, tres años
antes de que este país se independice de la Gran Bretaña.
El ensayo caracteriza los rasgos de esta tradición de cuentistas que, co-
mo reflexión identitaria, dan cuenta de un trayecto de ruptura respecto de
la concepción del deber ser femenino que, como mandato cultural, se
impone a las mujeres. Este desafío como mujer creadora se expresa en la
destrucción de los arquetipos femeninos pasivos y asexuados y la propues-
ta de nuevas metáforas, en las cuales las escritoras seducen en la rebelión
vía la apropiación de su capacidad productiva, reproductiva y erótica,
como el camino hacia la autonomía. Muestra el sentido de esos gestos de
ruptura1 en el proceso de autorepresentación desde un cuerpo, una con-
ciencia y un lenguaje sexuado femenino.
Implícita, aunque sin desarrollar, se encuentra la inquietud acerca de
lo que significa para una mujer el representarse a sí misma en los textos
literarios y lo que significa para una lectora el mirarse y recrearse, imagi-
narse en esos espacios escritos desde un cuerpo y una conciencia similar
a la propia. Lo anterior implica romper con la mirada desde los ojos de
la cultura androcéntrica, un rompimiento con esa visión que surge de la
traducción de una experiencia que no es la propia de un autor masculi-
no y que refleja las inquietudes, temores y fantasías masculinas respecto
de la mujer, significa escribirse y leerse, no desde los márgenes del dis-
curso patriarcal, sino desde la colocación o posicionamiento en el centro
del mismo2. Es este el espacio de la utopía que la narrativa escrita por
mujeres recrea y que de manera sintética se pretende mostrar en el reco-

1 La crítica Magda Zavala utiliza el concepto gestos de ruptura para referirse a esa ruptura frente
a los convencionalismos de la relación sexo-género con el propósito de remover los estereotipos
y conductas que han mantenido a las mujeres dentro de los márgenes del orden privado.
2 Patrocinio P. Schweickart señala que en los textos androcéntricos, la lectora lee el texto confir-
mando su posición del otro debido a que ha introyectado los textos y los valores androcéntri-
cos. En el caso de los textos escritos por mujeres, la lectura expresa un encuentro intersubjetivo
escritora-lectora estableciendo un contacto íntimo con otra subjetividad que no es idéntica a la
suya pero que igualmente en su calidad de otro, le ofrece la posibilidad de articular su experien-
cia bajo una propuesta sexuada femenina. En ese proceso de identificación, la mujer lee como
mujer lo escrito por otras mujeres, sin colocarse en la posición del otro, desnaturalizando los
valores androcéntricos.

90
Cuerpo, sensualidad y erotismo

rrido propuesto por la producción cuentística de autoras centroameri-


canas.
La teórica Juliet Mitchell afirma en el texto ya clásico, La condición de
la mujer (1974), que son las esferas de producción, reproducción, sociali-
zación y sexualidad las que marcan la condición de desigualdad social de
las mujeres. La forma en que se articulan estas cuatro esferas ha dado
cuenta de su posición concreta en la estructura social y deberá modificar-
se en su conjunto, de manera paralela, para permitir un verdadero proce-
so de cambio del papel que las mujeres cumplen en las sociedades. Sin
embargo, la esfera del cuerpo y la sexualidad es de particular importancia
en la definición del sujeto femenino. Es la existencia de una experiencia
particular marcada por mecanismos opresivos de socialización que dan
forma a la expresión de la sexualidad en la cultura patriarcal, que le arre-
batan el dominio de su cuerpo y de las sensaciones adormecidas en él;
aquello que le es más propio y cercano pero lo más determinado social-
mente, lo que define a su yo femenino pero lo que más se encuentra con-
trolado y normado por la sociedad patriarcal (Lauretis, 1992: 91).
Es una sexualidad para los otros que nada tiene que ver con el disfru-
te personal. Los valores religiosos y morales que construyen a la mujer
como asexuada la mantienen alejada de la sensualidad de su cuerpo y del
placer, provocando sensaciones de remordimiento, repulsión o someti-
miento. Estas sensaciones conducen a la mujer a una toma de conciencia
de su calidad de objeto sexual. Aquí radica el primer gesto de rebeldía que
potencializa el proceso de autorreflexión, señala Aralia López en el texto
De la intimidad a la acción. La narrativa de escritoras latinoamericanas y su
desarrollo (1985). Por tanto, es la esfera de la sexualidad, entendida como
sensualidad3, erotismo y deseo, la que se construye como ese espacio de
3 Ernst Cassirer señala, citando a Aristóteles, que todos los seres humanos desean por naturaleza
conocer y que una prueba de ello radica en el goce que proporcionan nuestros sentidos y por
encima de todos el de la vista porque más que ningún otro permite conocer y traer a luz muchas
diferencias entre las cosas. Por el contrario, añade, en Platón la vida de los sentidos se halla sepa-
rada de la vida del intelecto por un ancho e insuperable abismo. En el caso de Aristóteles, la per-
cepción a través de los sentidos permite a la mujer, conforme a nuestra propuesta, reflexionar
acerca del contexto que la rodea y de sí misma. De igual manera, en Platón ese abismo pudiera
referirse a ese cuerpo enajenado que como territorio tabú le es vedado recorrer. La apropiación
del cuerpo inicia en el despertar a la sensualidad, reflexionando acerca de esos mecanismos repre-
sivos que la han mantenido apartada del mismo.

91
Consuelo Meza Márquez

resistencia a los mecanismos represivos culturales desde el cual se impug-


nan los contenidos de las esferas de producción, reproducción y socializa-
ción. En el desafío de los dispositivos represivos de la sexualidad femeni-
na bajo los cuales son socializadas, las mujeres, en un espacio de intimi-
dad, resignifican la esfera de la sexualidad, recuperando con ello la sen-
sualidad y soberanía de su cuerpo, estableciendo la legitimidad de su de-
seo como sujeto erótico y como sujeto de transformación social.
A partir de la propuesta anterior, en los cuentos se observa la capaci-
dad de autodeterminación de las protagonistas en aquellos procesos que
involucran el poder de decisión sobre el cuerpo femenino, el contacto y
la sensualidad del propio cuerpo y la expresión del erotismo. Es una escri-
tura rebelde que violenta los marcos de significación masculina con con-
tenidos frecuentemente referidos al cuerpo, la libido y al goce femenino.
Cada palabra intenta desmantelar el discurso patriarcal y construir la ima-
gen de la mujer autónoma, invita a descreer de los mitos que la han man-
tenido alejada del deseo, del placer y de su cuerpo; de la palabra y la escri-
tura para nombrarse, escribirse y leerse desde el centro del discurso, expre-
sando ese conflicto entre su vocación para constituirse como sujeto de de-
seo y la ortodoxia del poder y del saber. Al textualizarse, se torna en un
deseo más sexualizado y politizado y la escritura se transforma en un espa-
cio de autorrealización imaginario en el cual es posible descubrir un dis-
curso subversivo y desconstructivo.
Ese recorrido por la producción cuentística que da cuenta de esos ges-
tos de desafío y ruptura en relación con la esfera del cuerpo y la sexuali-
dad, se inicia con el cuento “Aquella luna de miel” de Myra Muralles
(Guatemala, 1960), en el que se asiste a los recuerdos de una mujer que
de niña “observó una imponente escena de pasión que nunca antes ima-
gino y que jamás pudo, ni quiso, borrar de su memoria: sus padres se aca-
riciaban, desnudos, sin sábana que les cubriera, y se entregaban al regoci-
jo, ajenos a la mirada curiosa y asombrada de su hija” (Muralles, 2005: 9).
Descubre que la sexualidad no corresponde al horror que la abuela le con-
taba gracias a esa cátedra de sexualidad que los padres le brindaron.
Se continua el recorrido con protagonistas que desafían pero que no
logran romper del todo el reflejo que les ofrece la cultura patriarcal.
Leticia de Oyuela (Honduras, 1935) en el cuento “La Libertad” muestra

92
Cuerpo, sensualidad y erotismo

una mujer que ya ha cumplido los cuarenta años, por tanto se supone que
su ciclo reproductivo ha terminado, lo que la deja al margen de ese ejer-
cicio de la sexualidad que debe ser para la procreación. Sin embargo, ella
pretende expresarle al marido el amor y el deseo que aún le provoca. El
hombre la rechaza porque, conforme a los mandatos culturales patriarca-
les, es el varón el que debe tomar la iniciativa, la mujer es vista como ase-
xuada y como el objeto del placer del otro. A Bienvenida aún le sangraba
la herida de la última vez en que quiso que le advirtiera como mujer:

Esa tarde, mientras limpiaba el jardín, cortó un inmenso ramo de flores


para colocarlo en la habitación y, en un rapto de pasión, recordar los años
idos en aquel gran lecho, donde se tornaba pequeñita a su lado, sintien-
do su instinto protector y el objeto fundamental de su amor. Había dis-
frutado de esa entrega total en vida y alma y pensó en recuperarla median-
te una sorpresa. Impulsivamente, tomó las flores, las despetaló sobre el
lecho, tapizándolo completamente e invadiendo la habitación de un olor
gratísimo (De Oyuela, 2001: 118).

“Hechizo de amor” de Rosa María Britton (Costa Rica, 1936) es la histo-


ria de una mujer que, a pesar de saber que el marido la engaña, continúa
enamorada y lo atiende sin reclamos porque asume que es su deber. Acude
con una mujer conocedora de hierbas y hechizos para solicitarle uno que
la libere de ese amor. Un día “el marido la golpeó de lo lindo, un poco
averiada pero con el corazón enterito y sin grietas se mudó a casa de su
madre sin decir adiós. A Calinda le pagó lo convenido, agradecida por el
trabajo que le había hecho, al resolver su problema y librarla para siempre
del apego que había sentido por su marido” (Britton, 2000: 20). Rebeca
volvió a ser una mujer feliz y la fila de mujeres frente a la casa de Calinda
se hizo interminable. Si bien, Rebeca no logra asumir la decisión como
propia, la violencia del marido abre una fisura por donde ella está en la
capacidad de penetrar y encontrar una salida al espejo patriarcal, conta-
giando con su ejemplo a otras mujeres. Sin embargo, todavía la solución
al conflicto objetividad-subjetividad requiere de elementos simbólicos
como la magia para apuntalar la voluntad.
El cuento “De armas tomar” de Marisín Reina (Panamá, 1971) pre-
senta una situación similar a la de “Hechizo de amor” en la que el mari-

93
Consuelo Meza Márquez

do es infiel. El espejo le ofrece una imagen de una persona que esta dejan-
do atrás la juventud y su cara empieza a marchitarse. Es el rostro de una
mujer que no desea seguir viviendo como hasta ahora, que expresa el
anhelo de plenitud y admite, enfrentando al marido y a sí misma, en el
reconocimiento de que ese “amor se marchito hace años y ya no hay nada
que hacer” (Reina, 2003: 56) y le pide que se marche.
“La distancia es como el mar” de Mildred Hernández (Guatemala,
1966) ofrece otra salida. Piedad enfrenta al marido y a la amante, los gol-
pea para liberarse de la rabia y “va al mar porque es la única manera que
tiene de exorcizar el odio que la abrasa” (Hernández, 1995: 105):

En la oscuridad de la noche sin luna Piedad Reyes se entrega al mar, a la


temeridad de su ternura. Con manos de amante experimentado, las olas
son unos brazos que la abaten y recorren los más ocultos arcanos de su
cuerpo agotados por la vida, virgen de placeres, acostumbrado a dar sin
pedir nada a cambio. Los pezones se yerguen en un desafío de rebeldía
inaudita. Separa las piernas disfrutando al amante que la mordisquea, que
se le incrusta y toma posesión de los más recónditos parajes de su sexo
ansioso y jadeante. Su piel es un erizo marino irradiando destellos lumi-
nosos y fugaces. Cierra los ojos y sus manos se crispan en la turbulencia
del deseo. Está abrasada en una fuerza que la avasalla y se ruboriza ante la
novedad de saberse plenamente mujer por primera vez (Hernández,
1995: 109).

Otras escritoras como Rocío Tábora (Honduras, 1964), Ruth Piedrasanta


(Guatemala, 1958), Aída Toledo (Guatemala, 1952) y Magda Zavala
(Costa Rica, 1952) a pesar de contar con relaciones de pareja satisfacto-
rias y disfrutar de un erotismo compartido, experimentan esa insatisfac-
ción y malestar producto de la necesidad de reconocimiento directo y per-
sonal y no a través de la mirada del otro. Rompen con la dependencia
emocional respecto del compañero, eligen para sí y deciden caminar hacia
la autonomía. Para ello, de manera contradiscursiva, empiezan por la re-
sonancia del propio nombre, por el deseo de mantener un espacio y un
cuarto propio que les permita recrearse y reconocerse en sus propias pala-
bras, sensaciones y preocupaciones, y sobre todo, expresar su deseo prota-
gónico y erótico con la conciencia de asumir las consecuencias de la

94
Cuerpo, sensualidad y erotismo

opción por la libertad. La protagonista de Magda Zavala en “De la que


amo a un toro marino” es la que mejor logra aprehender y expresar ese de-
seo y esa conciencia plena de asumir las consecuencias de su decisión
pagando gozosa el precio de la libertad:

Cinco años después, pude desandar el laberinto, el oscuro interior de mi


toro, sus oquedades inundadas de oleajes sinuosos. Supe que toda esa hu-
medad eran lágrimas que caían hacia dentro, y lo vi encorvado y bra-
mante. Entonces corrí y corrí siguiendo la pista luminosa hacia la salida,
aunque habría querido que sus brazos de atleta fueran entonces y por
siempre mi refugio. Afuera, pude reconocerme de pie, íntegra, dispuesta
a nacer entre las aguas (Zavala, 1998: 135).

Carol Fonseca (Belice) es una autora que escribe con una clara intencio-
nalidad feminista en relación con situaciones de violencia doméstica. En
“Breaking the silence”, la pequeña hija le pregunta a la madre sí los hom-
bres golpean a las mujeres porque las aman. La madre aspira a otra vida
para su hija y es el apoyo sororal de una amiga de la abuela, la que le
brinda los medios para abandonar al marido y asumirse dueña de su des-
tino.
La preocupación por las madres solteras es una inquietud importante
en las escritoras de Belice. Frecuentemente, la mujer es negra y el varón
blanco. Las mujeres se ven obligadas a casarse, de no hacerlo son rechaza-
das por la familia y deben abandonar su empleo. Es una sociedad, como
todavía sucede en muchos países latinoamericanos, con costumbres muy
rígidas respecto de la esfera del cuerpo y a los hijos nacidos fuera del ma-
trimonio.
En el cuento “The rocking chair” de Corinth Morter-Lewis la mujer
decide continuar con el embarazo, a pesar de que la decisión implica el
abandono forzoso de su empleo. La comprensión, el amor y el apoyo de
la madre es una condición que le permite desafiar de manera exitosa el
conflicto objetividad/subjetividad. Por su parte, Ivory Kelly en el cuento
“The real sin”, ante la misma situación, con una clara intención feminis-
ta, realiza una crítica a esas sociedades que obligan a las mujeres a casarse
porque, de no hacerlo, quedan fuera de la sociedad en lo simbólico y lo
material. Lo anterior representa el verdadero pecado, nombre del cuento,

95
Consuelo Meza Márquez

porque la priva de los recursos para mantenerse a sí misma y al ser que


viene. La protagonista es una sobreviviente en esta sociedad patriarcal,
una mujer que escribe, dueña de la palabra para contagiar a otras y sedu-
cirlas en la rebelión.
Otras autoras presentan el caso de mujeres que deciden realizarse un
aborto. Arifah Lightburn (Belice, 1979) en “A tiny roach”, tiene como
protagonista a una mujer joven que muere por una infección provocada
por un aborto. En el momento de morir, la hija expresa su nostalgia por
esa otra hija que no nació y por esa madre que no tendrá una hija o una
nieta con quien compartir su sabiduría. “Blanca Navidad y Pink Jungle”
de Zoila Ellis (Belice, 1957), muestra la comprensión y el apoyo de una
abuela a su nieta, madre soltera:

Pasó por la casa de la abuela y la llevó consigo, esperando que quisiera


algo con tantas ganas que le obligara a gastar el dinero para complacer-
la… No había nada que Julia pudiera decir. Sólo abrazó a la abuela con
fuerza. De pronto, sacó el fajo de billetes del sostén poniéndolo en la
mano de la abuela. Abuelita toma esto. No me importa lo que digas.
Puedes comprar algo que necesites... Gracias, cariño, pero no lo necesito.
Tú lo necesitas más. Cuando tienes dieciocho años y estás embarazada, se
trata de algo serio. Ya lo ves. Haz con el dinero lo que te parezca bien. Éste
es mi regalo de Navidad para ti (Ellis, 1988: 30).

La infidelidad representa el desafío más castigado en las sociedades que


consideran a la mujer como un objeto propiedad del varón. Es esta una
de las manifestaciones extremas de la apropiación del cuerpo y la sexuali-
dad femeninas. Autoras como Argentina Díaz Lozano (Honduras, 1910-
1999), Tatiana Lobo (Costa Rica, 1939), Anacristina Rossi (Costa Rica,
1952) y Dorelia Barahona (Costa Rica, 1959) lo presentan en diferentes
contextos históricos que van, desde la sociedad colonial, hasta el presen-
te. De manera contradiscursiva, las protagonistas no se ven a sí mismas
como transgresoras, la acción es ignorada o de no serlo, logran evadir el
castigo; son mujeres que separan el amor del erotismo, aceptable en la cul-
tura masculina y la acción representa la fantasía que les permite evadirse
de la rutina cotidiana o experimentar un placer que no se da en la rela-
ción con el marido.

96
Cuerpo, sensualidad y erotismo

“El bandido de Sensentí” de Argentina Díaz Lozano tiene como pro-


tagonista a una mujer que al ser capturada por un bandido, famoso por
raptar mujeres hermosas y devolverlas varios días después, acepta regalar-
le tres días de su vida. Regresa con el marido y cuando él la interroga, ella
coloca la mano sobre sus labios y el esposo la abraza con una mirada de
comprensión, después de todo no ha sido su culpa, deciden seguir juntos
y olvidar. El relato “María Francisca Álvarez. El honor recuperado, 1732”
de Tatiana Lobo tiene como contexto la rígida sociedad colonial:

La defensa de la honra no era, entonces, un acto emanado sólo de un pre-


juicio, ni una forma de quedar bien ante los demás. No se trataba solamente
de salvar una reputación; estaba en juego, también, la salvaguarda de los
privilegios y prerrogativas de casta. Esta fue la verdadera razón por la que
Doña María Francisca Álvarez, señora de muchas campanillas, acudió a los
tribunales para obligar a su marido, Miguel de la Mata, para que éste
reconociera que sus públicos celos eran infundados (Lobo, 1999: 65).

Así lo hizo después de un largo pleito y con la sentencia de pagar una


multa de cincuenta pesos de plata si volvía a externar sus celos. La mujer
recupero su honra, tuvo un hijo con los rasgos faciales de aquel hombre
con el que el marido afirmaba el engaño, pero éste se cuidó bien de no
hacer ningún reclamo.
“Juego de inocentes” de Dorelia Barahona muestra a Esmeralda una
mujer de 25 años de piel blanca, el marido a punto de cumplir 48 de piel
negra, que se siente atraída por un joven pescador de piel negra “y allí
estaba de nuevo lo que tanto había deseado, la unión de los contrarios,
una porción de carne negra y una porción de carne blanca entrelazándo-
se” (Barahona, 2003: 44). Esmeralda reflexiona que nada malo tiene el
añadir un poco de fantasía a su vida, a nadie había herido y como el pes-
cado que se encontraba cocinando “aunque estuviera fresco.... sin un poco
de jengibre no tendría ninguna gracia” (Barahona, 2003: 46). Anacristina
Rossi (Costa Rica, 1952) en “Una historia corriente” inicia el cuento
como sigue:

Hugo me quitó la virginidad a los dieciocho años. Me casé con él a los


diecinueve, totalmente enamorada. Tan enamorada estaba de Hugo que

97
Consuelo Meza Márquez

no me importaba no sentir absolutamente nada al hacer el amor. Recuer-


do la primera vez que lo hicimos... Fue demasiado rápido, no sentí placer
pero Hugo se sentía tan satisfecho y orgulloso que no le dije nada. Cuando
me preguntó si me había gustado le dije que sí (Rossi, 1993: 127).

La mujer, en la búsqueda de una sensualidad propia, lee y visita especia-


listas pero después de fingir durante años no se atreve a decir al marido la
verdad. Conoce a otra persona y por primera vez experimenta un orgas-
mo, se establece una relación paralela que el marido descubre acusándola
de adulterio. Diana decide luchar para no perder su patrimonio, su traba-
jo y sus hijos. Se despide del amante, desea “ser valiente y enfrentar este
asunto sola. Enfrentar toda mi vida sola” (Rossi, 1993: 140).
Bertalicia Peralta (Panamá, 1940) presenta en el cuento “Guayacán de
marzo” la situación extrema de una mujer, madre soltera, que se une a un
hombre alcohólico que la golpea, la viola y lastima a sus hijos. Dorinda es
la que trabaja para sacar a flote a su familia. Se embaraza y como no desea
tener un hijo de ese hombre, se realiza un aborto por sí sola, tal como
otras mujeres le han dicho. Regresa a la casa, toma un cuchillo y lo clava
en el corazón del hombre borracho, lo descuartiza y lo entierra, sembran-
do un guayacán encima. “Como estaban en marzo, y Dorinda quería que
el guayacán creciera alto y lleno de flores, todos los días fue con sus hijos
a regar la pequeña mata” (Peralta, 1988: 51). El cuento representa una
síntesis de las múltiples formas de expropiación violenta de su cuerpo que
experimentan las mujeres. Dorinda responde con la misma fuerza y recu-
pera con ello la soberanía, el amor a la vida y el deseo de soñar. La prota-
gonista no es construida por la escritora como transgresora, ni las lectoras
la contemplan como tal.
El último grupo de escritoras empieza a delinear los rasgos de esa sen-
sualidad y erotismo construida desde un cuerpo sexuado femenino: Ja-
cinta Escudos (El Salvador, 1961) busca un sentido a la expresión del ero-
tismo como la búsqueda del amor en el otro. En “Las listas”, dos amigas
comparan sus listas de los hombres con los que han realizado el coito y al
reflexionar sobre ello; se percatan de esa búsqueda del amor y que la única
manera de encontrarlo es, suponen, probando.

98
Cuerpo, sensualidad y erotismo

La protagonista de Ivonne Recinos (Guatemala, 1953), en “Desapa-


recida”, admira su cuerpo desnudo en el espejo, lo acaricia y se pierde en
el reflejo y en la sensualidad recién descubierta. Marta Rodríguez (Costa
Rica) y Jessica Isla (Honduras, 1974) en sus cuentos, “Orgasmo” y “Punto
G”, respectivamente, hacen referencia al auto-erotismo: cuentos en los
que las mujeres aprenden por sí mismas su cuerpo y el placer que se des-
prende del mismo. A continuación un fragmento del segundo:

Y encontré mi pedacito redondo y rosado, que me había causado tantas


sensaciones inciertas de pequeña. Empecé a jugar con él, primero de pasa-
dita, luego con movimientos circulares, mientras una sensación descono-
cida de las entrañas, me iba subiendo por el vientre, pidiéndome más,
cada vez más. Paré y seguí, intermitentemente, hasta que exploté. Me es-
tremecí y quedé agotada, con la boca seca, sin saber que hacer o que decir.
Un escalofrío recorría mi espalda, mientras observaba las diminutas gotas
de sudor que aparecían en mi cuerpo, y noté algo más. Ya no tenía calen-
tura.

Ligia Rubio-White (Guatemala, 1950) en “Dos” y Ana María Rodas en


“Monja de Clausura” (Guatemala, 1937) tienen como personajes a mon-
jas que buscan expresar esa energía erótica que fluye por sus cuerpos. Sor
Ángela lo hace soñando y la protagonista de Ana María Rodas lo hace a
través de fantasías eróticas, en la protesta pero también con la seguridad
de que podrá evadir los controles sobre su cuerpo regresando cada noche
a esa columna y a sus fantasías: “Siénteme ahora, con estos pechos carga-
dos de deseo. ¿Quién va a atravesar esos muros, esos lienzos de negro ter-
ciopelo? ¿Quién va a atreverse a venir a la cita nocturna a esta columna,
recia y dura como el ariete con que sueño? ¿Quién va a darle libertad a esa
pez rojiza que navega por mi vientre?” (Rodas, 1996: 28-29).
La protagonista de “Parábola del Edén Imposible” de Rima de Vall-
bona (Costa Rica, 1931) en un relato pleno de color, de sensaciones y de
referencias que aluden a la sensualidad del cuerpo descubre el tedio de la
cotidianeidad-infierno que la mantiene atrapada en las redes del aburri-
miento. La entrada al paraíso-plenitud la descubre en el deleite en el cuer-
po de otro hombre, en el éxtasis sobre el verde lujuriante del césped e ini-
cia, así, un nuevo círculo.

99
Consuelo Meza Márquez

“Maclovia” de Norma Rosa García Mainieri (Guatemala, 1940-1998)


es la historia de una mujer joven y hermosa que vivía de los favores que
dispensaba a los hombres del pueblo por la noche y durante el día era un
alma caritativa y bondadosa. Los hombres hacían fila para visitarla. Era la
única mujer verdaderamente libre del pueblo. A su muerte, el agua del río
que pasaba frente a la casa de Maclovia, adquiere propiedades que curan
de la impotencia a hombres y mujeres. Ahora en el pueblo se ha construi-
do el templo de Santa Maclovia.
“Señorita en la cuadra” de Lety Elvir Lazo (Honduras, 1966) muestra
a una niña que ve cambiada su vida a partir de la primera menstruación.
La abuela y la madre la inmovilizan con las constantes restricciones y
prohibiciones encaminadas a hacer de ella una mujer que se ciña a las nor-
mas del deber ser femenino.

[...] Tan extraño me era todo que en mi interior la curiosidad también


creció [...] bajé el único espejo grande que colgaba de la pared [...] y
empecé a buscar la razón de la ansiedad de las mujeres de mi casa. Me
encontré con algo parecido a un rostro, con nariz, labios, cabellos, ojos,
una boca húmeda encarnada y abierta, tres agujeritos que no sabía adon-
de llevaban pero no me atreví a entrar mis dedos porque por ahí estaba el
cristal del que hablaba la abuela y me podría herir, y entonces ellas adiv-
inarían que yo lo había quebrado, o que yo había visto lo prohibido, lo
misterioso, lo mío, lo que me era negado, ocultado, a pesar de que esta-
ba en mi cuerpo y por tanto era mío pero lo cuidaban para alguien más,
yo sólo era la depositaria irresponsable que lo podía echar todo a perder
[...], mi cuerpo era bello, mi vulva tenía cara, sonrisa y perfume propio.
La verdad es que no entendí mucho ese día, pero me quedó claro que ese
lugar era mío, que era agradable tocarlo, rozarlo, abrir y cerrarlo, era un
rostro que me sonreía, no entendía por qué tanto miedo le tenía la gente.
Desde ese día decidí que nadie me mandaría; que si era necesario diría a
todo sí y haría lo contrario si a mí me parecía. Un poder superior se adue-
ño de mí, con la menstruación me escapaba en las noches a caminar sobre
la huerta de la abuela y las plantas no se secaban, daban los mismos fru-
tos, si eran sandías, sandías rojas y dulces salían. Si eran frijoles, frijoles
rojos o negros salían, si eran patastes, patastes frondosos salían, ¡puras
patrañas!, pobre la abuela que nunca se atrevió a caminar sobre los sem-

100
Cuerpo, sensualidad y erotismo

bradíos de las tierras del bisabuelo ni de su pequeña huerta cuando san-


graba (Elvir, 2005: 90-91).

“Llamas y Sombras” de Helen Dixon (Nicaragua, 1958) ofrece a una des-


cendiente de las brujas quemadas en la hoguera que al mirarse en el espe-
jo, descubre las marcas en su memoria y reivindica el fuego que las puri-
fica, las libera y las regresa al origen:

Me lanzo sin cuidado a la hoguera. El fuego me limpia, me derrite, funde


mi vidrio quebrado. Ya no soy otra. Vuelvo a ser yo. Mi espejo se hace li-
quida ventana. Se mezclan mis colores, descubro nuevos, desconocidos.
Mis grietas se vuelven transparentes. Emerjo del humo, de cenizas. Subo
del fuego con mis alas. Viajo más lejos del infierno de sus miradas.
(Dixon, 2006)

Se llega al final del laberinto, en un recorrido gozoso que deja atrás la vic-
timización y el llanto para seducir en el placer del desafío; en una pro-
puesta de la narrativa escrita por mujeres como el espacio de la utopía, de
ese inédito posible que la escritora propone como ese cuarto propio en que
las lectoras pueden someter a prueba las nuevas relaciones sin temor al
castigo y la represión. La mirada que se encuentra en la autora y en las
protagonistas representa, por tanto, una invitación a la transgresión, una
invitación a las lectoras a verse reflejadas en el espejo de la literatura; en
ese encuentro mutuo, que en el diálogo escritora-lectora les permitirá des-
cubrir su rostro en plena humanidad y llenar el espejo de la cultura con
nuevos rasgos como mujer y con nuevas ficciones como escritora, produc-
to de un cuerpo y una conciencia sexuadas femeninas. Al hacerlo desafía
al poder patriarcal y a toda la sociedad fundada en esta ideología, como
mujer y/o como escritora.
Así, los cuentos no presentan protagonistas que se quedan atrapadas
en el reclamo y la victimización, son textos de mujeres victoriosas que
recuperan el gozo de ser mujer rompiendo con esa ética de sacrificio y
abnegación que subyace en el discurso patriarcal acerca de “lo femenino”,
a pesar de referirse a situaciones límite como la violación, la violencia y el
aborto. Cuentos que conjugan ese afán lúdico de la Literatura con el com-
promiso hacia las mujeres, escritos por narradoras de distintas generacio-

101
Consuelo Meza Márquez

nes en las que ya es posible identificar claramente esos gestos de ruptura


con el deber femenino. Este es el poder subversivo que el discurso litera-
rio ofrece: en la complicidad establecida entre la escritora y la lectora, la
literatura se potencializa como espacio de transformación social.

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Cuerpo, sensualidad y erotismo

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103
Diferenças culturais e
dilemas da representação

Diana I. Klinger*

Desde final dos anos setenta, com a reconfiguração das nações latino-
americanas depois dos períodos ditatoriais, configura-se um novo pano-
rama socio-cultural latino-americano. A política identitária ganha força
perante a política partidária, apontando para uma pluralização de vozes e
focos de poder, que são focos de discurso. As minorias internas à nação
lutam pelo reconhecimento da sua voz no cenário da negociação política,
ao mesmo tempo que questionam o lugar do letrado como representante
daquelas minorias.
Pois bem, acredito que um dos traços dominantes da narrativa latino-
americana pós-boom e pós-ditaduras seja a existência de um “dilema da
representação”, nos dois aspectos da palavra “representação”: o político,
no sentido de “delegação”, e o artístico, no sentido de “reprodução mimé-
tica”. Refiro-me a certa narrativa que dá conta das particularidades da
modernização em América Latina e de sua inserção no cenário da globa-
lização, mostrando as tensões entre as diferenças culturais internas às
nações e desconstruindo a idéia do estado nacional como instância inte-
gradora dessas diferenças. A linguagem aparece nesses relatos como o
lugar do conflito de representação e negociação entre subjetividades que
falam de lugares heterogêneos. É a partir desses pressupostos que propo-
mos ler à novela do escritor colombiano Fernando Vallejo, A virgem dos
sicários (AVS) (1998).

* Dra. em Literatura Comparada. Investigadora del Programa Avançado de Cultura


Contemporânea de la Universidade Federal do Rio de Janeiro

105
Diana I. Klinger

O narrador da novela é um gramático que, já idoso, retorna a sua


Colômbia natal para morrer, e se envolve numa relação amorosa com um
rapaz, um “anjo” chamado Alexis, um “sicário” ou assassino profissional.
Depois da morte de Alexis, o narrador se envolve com outro rapaz, outro
sicario, chamado Wilmar. Com eles percorre as ruas de Medellín, desco-
brindo a cada passo o mundo marginal da pobreza, a violência e a falta de
sentido em que se desenvolvem as vidas de muitas pessoas numa das cida-
des mais violentas da terra.
Um dos traços característicos da literatura e do cinema latino-ameri-
canos de hoje é precisamente a espetacularização da periferia ou a estética
da marginalidade. Na América Latina, especialmente a partir dos anos 90,
se produz uma grande quantidade de filmes e de literatura sobre a violên-
cia urbana, que vêm assumindo o papel que Hayden White adjudicava à
História: “make the real desireble, make the real into an object of desire”
(1994: 21). No romance de Vallejo o componente social e histórico
imprime um grau de veracidade e de “autenticidade”, efeito potencializa-
do na versão cinematográfica de Barbet Schroeder pelo fato de o elenco
estar formado em grande parte por crianças e adolescentes não profissio-
nais que provêm das próprias “comunas” (favelas) de Medellín. No entan-
to, o romance de Vallejo vai muito além da espetacularização da periferia,
pois ao mesmo tempo faz uma forte crítica à representação que os letra-
dos fazem dessa marginalidade. O narrador da novela, assim como o pró-
prio Vallejo, é um gramático, um homem de letras e, portanto, um
estrangeiro no mundo marginal do qual fala. Ele atua como uma espécie
de etnógrafo que descreve ao leitor esse outro universo desconhecido e
inconciliável com o dele. Esse narrador, que é o mesmo de todos os rela-
tos de Vallejo e que tem muitas marcas autobiográficas, faz permanente-
mente reflexões sobre si próprio, ou seja, sobre o lugar do escritor, do
intelectual nesse convívio com o outro.
De fato, em todos os seus romances, Vallejo não faz outra coisa senão
contar a história de sua vida, sem sequer mudar os nomes das pessoas,
segundo disse numa entrevista que fizera o jornal La Nación (Vallejo,
2004). Aliás, na estréia do filme de Schroeder, Vallejo declarou à impren-
sa que a novela é uma “história de amor autobiográfica”. Fazendo uma lei-
tura que permita ler o cruzamento entre a perspectiva autobiográfica e a

106
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

“etnográfica”, veremos que o romance produz uma crítica tanto à cultura


de massas e à marginalidade social quanto ao universo intelectual que pre-
tende representá-las. Na exposição de uma diferença radical entre univer-
sos socio-culturais existente no interior da Nação, o romance se afasta das
narrativas eufóricas da identidade latino-americana tal como apareciam
em certos romances dos anos 60 e 70. Vallejo apresenta uma realidade
social e cultural degradada, ao mesmo tempo que descarta a visão reden-
tora da literatura. Assim, produz uma reflexão sobre as complexas relações
de poder implícitas entre o letrado e o “outro”, marginal.

A “história de amor autobiográfica”

A obra ficcional de Vallejo conforma em sua totalidade um mesmo pro-


jeto literário –escrever o romance da sua vida, ou tornar sua vida um
romance “por entregas”. Seus cinco primeiros romances estão incluídos
em El río del tiempo, sobre o qual disse Vallejo:“Escrever El río del tiempo
demorou cinqüenta anos de vivência”,1 deixando clara a sólida relação que
existe entre sua ficção e sua vida. A obra tem um caráter de saga, dado
pela persistência do mesmo personagem narrador em todos os romances,
o retorno das mesmas histórias contadas com diferentes detalhes, assim
como também as inúmeras referências de um a outro romance. Quanto
ao narrador, trata-se de um velho nostálgico, cínico, que relembra sua
vida seguindo o fluir da memória e retrospectivamente dá sentido ao que
eram puras vivências, fazendo permanentes conexões entre a história de
sua vida, de sua família, e a história da Colômbia: “Por esses corredores
de tapetes corroídos do Senado [...] vi desfilar muitos personagens [...] De
um deles, conservador, meu pai foi ministro” (Los dias azules: 235).
Seus relatos têm o ritmo e a dinâmica da oralidade, a crítica mordaz
cujo alvo é tanto a política quanto as classes marginalizadas, a esquerda
quanto a direita, os liberais e os conservadores, a televisão e até a própria
família e mesmo a própria mãe. Por exemplo, diz sobre sua mãe que “o

1 Citado por Lennard, Patricio. “Dame fuego”, resenha de Los días azules e El fuego secreto. Buenos
Aires, Página 12, 1 de maio de 2005.

107
Diana I. Klinger

inferno que a Louca construiu, passo a passo, dia a dia, amorosamente,


em cinqüenta anos [é] como as empresas sólidas que não se improvisam,
um inferninho de tradição” (El desbarrancadero, p.12).
Narrador “auto-consciente”, auto-reflexivo, que se expõe e desvenda
os artifícios da criação: “Tudo que conto aqui de Procinal ele me contou,
não é um invento meu de narrador onisciente” (Años de indulgência
-AI:113) ou “levo centos de páginas dizendo ‘eu’ e até agora ninguém me
viu. Como os postulados do grande partido conservador e liberal, sou
invisível, intangível” (AI: 77)
Vallejo se refere a esta perspectiva da primeira pessoa autobiográfica
como “auto-ficção”, termo que ele toma do livro-manifesto de
Christophe Donner Contra la imaginación (2000), no qual Donner colo-
ca a “verdade” como ideal estético e fala a favor de uma literatura expe-
riencial, escassamente ficcionalizada. Para Christophe Donner, a imagina-
ção procede da ignorância, “serve para salvar a pele e infecta a literatura”.
Os escritores, acredita Donner, recorrem à imaginação para esconder
aquilo que verdadeiramente importa e se esforçam em ocultar os vestígios
das marcas dos passos que lhes conduziram a esse nirvana, “o imaginário”.
Quanto mais pura, luminosa e suspensa no vazio seja a imaginação, maior
e mais poderoso se sente o escritor. No entanto, a função principal da lite-
ratura é “dizer as coisas, transmiti-las”; a literatura atual só pode ser escri-
ta por um “eu” que consiga se livrar dessa “peste que é a imaginação”2.
No entanto, essa “verdade” a que aspira a escrita, não implica um rela-
to “realista”. A primeira pessoa de Vallejo reflete sobre a própria narrati-
va, desfazendo assim a ilusão de transparência do relato, mostrando o lado
ilusório da captação da experiência. Este efeito chega ao extremo em La
rambla paralela, onde o narrador se parece muito com os anteriores, mas
agora está desdobrado, como se olhando de fora, pois ele fala depois da
morte: “...fui no banheiro, busquei tateando o interruptor, ascendi a luz
e então vi no espelho o homem que eu achava que estava vivo, mas não”
(p.10) Dessa maneira, a partir de um narrador morto que relembra sua
vida, explicita-se o que de qualquer forma é característico de todos seus

2 Citado por Fernando Vallejo em entrevista a María Sonia Cristoff, La Nación, Buenos Aires, 6
de junho de 2004.

108
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

romances: a ambigüidade que se instaura entre a referência ao sujeito bio-


gráfico e as auto-referências do relato que cortam a ilusão de transparên-
cia da representação.

A violência da letra: o aspecto etnográfico

Se essa voz auto-ficcional é característica de toda a obra narrativa de


Vallejo, em A virgem dos sicários ela se combina, e daí a particularidade
desta novela dentro de sua obra, com um olhar etnográfico. O relato narra
a excursão de um gramático a um mundo marginal. Esta perspectiva afir-
ma assim um pacto com o leitor: como o etnógrafo, o narrador escreve
para leitores que pertencem a seu próprio mundo letrado e que, portan-
to, não compartilham o mundo da cultura que se narra: “O senhor há de
saber e, se não sabe, vá tomando nota, que um cristão comum e corrente
como o senhor ou eu não pode subir para esses bairros sem a escolta de
um batalhão: eles o ‘descem’” (Vallejo: 29).
O narrador possui diante do leitor um plus de conhecimento, mas este
conhecimento não é do tipo que tem o narrador onisciente, quer dizer,
não é um conhecimento diegético, sobre o desenvolvimento mesmo da
história, mas sim um saber extra-diegético - antropológico, lingüístico e
cultural - sobre o imaginário das “comunas”. Diz, por exemplo, o narra-
dor:

Os senhores não precisam, é claro, que eu explique o que é um sicário.


Meu avô, sim, precisaria, mas meu avô morreu há anos e anos [...] Vovô,
caso possa me ouvir do outro lado da eternidade, vou lhe dizer o que é
um sicário: um rapazinho, às vezes um menino, que mata por encomen-
da. (Vallejo: 9)

Ao longo de todo o romance o narrador repete este gesto de interromper


o relato para traduzir o jargão que utiliza “el niño” para uma linguagem
culta:

“O pixote devia ter entregado as chaves para aquele bosta”, comentou


Alexis, meu menino, quando lhe contei o caso (...) Com “o pixote” meu

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Diana I. Klinger

menino queria dizer “o rapaz”; com “aquele bosta”, “o assaltante”; e com


“devia de” queria dizer “devia”, pura e simplesmente: tinha que entregar
as chaves”. (p.19)

O narrador estabelece um lugar de privilégio lingüístico diante da lingua-


gem das “comunas” e ostenta freqüentemente marcas da sua cultura lite-
rária através de citações e comentários eruditos e livrescos. Por exemplo,
ele transforma o “hijueputa” na expressão cervantina “hideputa” (p.25),
diz que seus pensamentos vêm às vezes em “versos alexandrinos” (p.41) e
alude constantemente à lingüística ou à literatura como pretexto de sua
crítica ao caos social.

(Alexis) não fala espanhol, fala gíria, ou seu jargão. No jargão das comu-
nas, ou gíria comuneira, que é formado essencialmente por um velho
fundo da língua local de Antioquia, que foi a que falei enquanto vivi
(como Cristo, o aramaico), mais uma ou outra sobrevivência do malevo
antigo do bairro de Guayaquil, já demoliu, que falavam seus açougueiros,
já mortos; e, enfim, por uma série de vocábulos e construções novas, feias,
para designas certos conceitos velhos: matar, morrer, o morto, o revólver,
a polícia....Um exemplo: “Então, e aí, cara, tudo em riba?” O que ele
disse? Disse: “Oi, filho-da-puta”. É um comprimento de rufiões” (p.22)

Operando entre o jargão marginal e a “norma culta”, entre oralidade e


escritura, a tradução não é apenas uma operação lingüística, mas também
cultural e ideológica, A tradução produz uma certa “violência interpreta-
tiva”, que se estende à cultura e aos habitantes da cidade, na qual a atua-
lidade é entendida como degradação de um passado idealizado.

Sabe?, Alexis, você tem uma vantagem sobre mim, é que você é jovem e
eu vou morrer logo, mas infelizmente você nunca viverá a felicidade que
eu vivi. A felicidade não pode existir neste mundo de televisões e
gravadores e punks e roqueiros e jogos de futebol. Quando a humanidade
senta a bunda diante de uma televisão para ver vinte e dois adultos infan-
tis dando pontapés numa bola, não há esperanças. Dá desgosto, dá pena,
dá vontade de dar um pontapé na bunda da humanidade e atirá-la pelo
barranco da eternidade, e que desocupem a Terra e não voltem mais.
(p.13)

110
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

Na perspectiva do gramático, a “degradação” que sofre a língua é equiva-


lente ao detrimento cultural que ocorre com as massas. Neste sentido, não
é por acaso que o narrador seja precisamente um gramático (e é bom lem-
brar que o primeiro livro de Vallejo é Logoi. Una gramática del lenguaje
literario, 1983). Como mostra Jesús Martín-Barbero, “em poucos países a
violência do letrado produz relatos tão amplamente excludentes –no
tempo e no território– quanto na Colômbia” (Barbero, 2000: 148), país
no qual, assinala o historiador Malcom Deas, “a gramática, o domínio das
leis e dos mistérios da língua foram um componente muito importante
da hegemonia conservadora que durou desde 1885 até 1930, e cujos efei-
tos persistiram até tempos mais recentes” (Deas, 1993, apud Barbero,
idem ibidem). De fato, segundo Deas, nessa época, o domínio da gramá-
tica parecia ser um dos requisitos indispensáveis para aceder ao poder
político.
No final do século XIX, o movimento da “Regeneração”, encabeçado
pelo presidente Rafael Nuñez pretendia ordenar e unificar um país frag-
mentado pelas lutas civis ao redor de um Estado autoritário e da Igreja
Católica. Foi uma tentativa de incorporar o país à economia-mundo,
modernizando o aparato estatal, mas ao mesmo tempo era um movimen-
to culturalmente muito conservador e tentava evitar que entrassem as
idéias que sustentavam a modernização nos outros países do mundo. A
principal figura desse movimento, que estabeleceu as bases da nação co-
lombiana moderna, foi um gramático, Miguel Antonio Caro (1843-
1909), quem redigiu a constituição de 1886, que permaneceu vigente na
Colômbia por mais de um século. Miguel Antonio Caro considerava que
a tradição espanhola e católica devia permanecer nos povos americanos
“pura e incontaminada”, como a língua.
A esta, ele impôs normas, restrições e regulamentos. Os saberes letra-
dos, a fé católica e o hispanismo eram de domínio de uns poucos que com
eles legitimavam seu direito ao poder e excluíam do projeto de nação as
maiorias mestiças e indígenas. Foi notável a presença dos gramáticos no
poder no que se chamou de República Conservadora: além de Miguel
Antonio Caro, José Manuel Marroquín, Jorge Nuñez e Marco Fidel
Suarez. Miguel Antonio Caro junto com Rufino José Cuervo, outro gra-
mático, estabeleceram o que era ser um católico e qual era o castelhano

111
Diana I. Klinger

que se devia falar; mostraram também quais eram os “erros” e os “desvios”


que afastavam a milhares de colombianos do bom uso da língua. Miguel
Antonio Caro fundou na Colômbia, em 1872, a Academia Colombiana
de Letras, a primeira do continente americano, feita de acordo com os
moldes da academia espanhola. Em 1881 ele leu o discurso da Junta
Inaugural, no qual considerava a instituição como parte fundamental da
condução da nação. Na língua se consignam a ordem divina e a moral, e,
portanto, a política. A defesa do uso correto da língua é um agente civili-
zador que evita a queda na barbárie. Na busca do significado dessa preo-
cupação pelo idioma, Malcom Deas considera que “o interesse radicava
em que a língua permitia a conexão com o passado espanhol, e isso defi-
nia a classe de república que esses humanistas queriam” (Deas, 1993;
apud Barbero, 2000:148). Assim, a gramática vira moral de Estado,
impondo sua ordem a serviço da exclusão social.
Nesse contexto, a figura do narrador-gramático de Vallejo adquire outro
destaque. Ao mesmo tempo em que explica o jargão para o leitor, ele cor-
rige a dicção e a sintaxe popular e exerce uma forte crítica à cultura de mas-
sas, remetendo assim ao papel de exclusão social que a gramática historica-
mente cumpriu na Colômbia. A seguinte afirmação de Vallejo é bastante
significativa para nossa argumentação: “Amo os gramáticos, deste idioma e
de todos: (...) Os compiladores de dicionários ociosos (…) e os honoráveis
membros da Real Academia Espanhola da Língua (…) e outros acadêmicos
correspondentes hispano-americanos das Academias [de Letras]”. (Vallejo,
2003) No mesmo tom desse comentário do autor, o narrador de A virgem
dos sicários afirma uma língua literária dominante frente à língua falada
(como no exemplo acima citado: com “devia de” queria dizer “devia”, pura
e simplesmente”). A violência é o denominador comum entre a correção do
gramático e seu olhar cultural nostálgico-reacionário sobre a cidade. Por
isso, a tradução vira uma operação ideológica, na qual se põem em jogo não
somente opções lingüísticas, mas, através delas, posições do sujei-
to.Traduzindo os termos do adolescente, o narrador dá conta, ao mesmo
tempo, das “posições do sujeito” dos personagens (seus amantes sicarios), de
si mesmo (como “estrangeiro” nas comunas, não como “turista” mas como
“etnógrafo”, alguém que aprende a língua e os códigos dessa cultura) e do
leitor implícito (como alguém definitivamente alheio a esse mundo). A tra-

112
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

dução cultural define uma relação na qual o outro é percebido ao mesmo


tempo como ameaça e como objeto de desejo pelo narrador.
No final da novela, o narrador mimetiza sua linguagem com a dos seus
amantes, por exemplo: “Dali, de ônibus, fomos pro bairro de Boston, pra
que Wílmar conhecesse a casa onde nasci” (p.96). E também vai mimeti-
zando sua consciência, deixando de se surpreender com os crimes cometi-
dos pelos garotos; ao contrário, até justificando-os. Por exemplo, há uma
cena na qual o narrador vai andando na rua com Wilmar e ouve um
homem assobiando, o que ele considera “uma afronta pessoal, um insul-
to maior até do que um rádio ligado num táxi. Um homem imundo asso-
biar, usurpando a sagrada linguagem dos pássaros?” (p.91) Wilmar “sacou
o revólver e lhe tascou um balaço no coração” e, acrescenta o narrador,
“com a consciência tranqüila de quem vai à missa, continuei meu camin-
ho” (p.91) Até concluir: “Meu menino era o enviado de Satanás que tinha
vindo pôr ordem neste mundo com o qual Deus não pode.” (p.92).
Quer dizer que o desprezo do narrador diante da “outridade” cultu-
ral é ambíguo. E essa ambigüidade está marcada pelo desejo erótico que
ao mesmo tempo expõe a diferença (social e de geração) e a sutura. A
dominação lingüística encontra seu reverso na relação sexual, na qual o
desejo inverte os papéis e o narrador passa a ser “dominado” pelo garo-
to: “tinha uma compensação esse tormento a que Alexis me submetia,
meu êxodo diurno para as ruas, fugindo do barulhomas metido nele?
Sim, nosso amor noturno” (p.23). A violência da letra que corrige a lin-
guagem “marginal” encontra seu reverso na fascinação erótica que esse
outro exerce sobre o narrador. Ao mesmo tempo em que as “comunas”
são mostradas como espaços do refugo social, elas também aparecem
como “excitantes” e cheias de corpos apetecíveis para o “consumo” eróti-
co: “das comunas de Medellín a norte-oriental é a mais excitante. Não
sei por quê, mas dei de achar. Talvez porque são dali, creio, os sicários
mais bonitos” (p. 52). Assim, a língua do outro, tanto quanto seu corpo,
são ao mesmo tempo objetos de crítica e de apropriação erótica.
Portanto, a tradução que faz o narrador não serve apenas para uma
melhor compreensão ou uma melhor comunicação com o leitor, mas
expõe principalmente, uma tensão no interior da cultura nacional.
Como veremos a seguir, a operação implica uma forma de escrever con-

113
Diana I. Klinger

tra a nação, mas também contra uma determinada tradição literária,


especificamente contra a narrativa do boom.

Crítica da representação na narrativa pós-boom

Apesar de o gesto de Vallejo consistir em “odiar a pátria e aborrecer a mãe”


(Astutti, 2003: 107), a narrativa de Fernando Vallejo é também uma nar-
rativa nacional, nem que seja pelo avesso. Em todos seus romances, há
inúmeras referências contra a Colômbia: “país meu de ladrões” (LDA,
244), “na Colômbia nada serve” (LDA: 247), “está irremediavelmente
perdida” (EF: 20). Diz o narrador de A virgem dos sicários: “Mas por que
me preocupa a Colômbia se já não é minha, é alheia?” (...) “Eu não sou
daqui, me dá vergonha essa raça pedinte” (p.19). Segundo Josefina
Ludmer, Vallejo (como o brasileiro Diogo Mainardi e o salvadorenho
Horacio Castellanos Moya) registra as vozes contemporâneas anti-nacio-
nais e as põe em cena, “as performancea....” E o faz “com um ritmo, um
tom e uma repetição tal que reproduz em negativo as vozes da constitui-
ção da nação e sua história” (2005: 80). Assim, o que estes textos dos anos
noventa mostram é que a constituição da nação e a sua destituição têm as
mesmas regras e seguem uma mesma retórica. Daí que a insistência do
narrador de AVS. na gramática, na correção lingüística - pilar da fundação
da nação -, não seja contraditória com o desprezo, com a profanação da
nação. O gramático se torna assim uma figura ambivalente.
Por outra parte, a retórica da profanação da nação, cujo centro é a lín-
gua, toca também o limite do literário; situa-se numa etapa pós-literária
“depois do fim das ilusões modernas: depois do fim da autonomia e do
caráter ‘alto’, ‘estético’ da literatura” (Ludmer, 2005: 84). O gesto de
Vallejo, escrever contra a pátria, contra a mãe e “contra a imaginação” pode
ser lido também como uma forma parricida: escrever contra o “pai” literá-
rio da pátria, quer dizer, contra García Márquez, e contra “Macondo”
como fábula de identidade nacional (e latino-americana) que de alguma
maneira representa a operação ideológica do boom dos anos 60 e 703.
3 A coletânea de artigos críticos Mas allá del boom: Literatura y Mercado. México: Marcha Editores,
1982, oferece um panorama de definições e opiniões.

114
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

Segundo Gonzalo Aguilar,

(…) as fundações narrativas da nacionalidade que entregou o boom lati-


no-americano nem são parodiadas em Vallejo. Aparecem mais como
quimeras ridículas que é melhor esquecer (...) Perante as épicas de fun-
dação do boom, a voz de Vallejo (...) parece o saldo sobrevivente de uma
fundação mal feita, construída sobre a base de exclusões e silenciamentos.
(Aguilar, 2003).

Quase todos os romances do boom criaram uma visão mítica da realida-


de, uma “realidade latino-americana” que encontraria seu correlato formal
no realismo mágico, considerado como forma “autenticamente latino-
americana”, e inclusive “expressão natural” de uma região na qual “a pró-
pria realidade é maravilhosa”, segundo Alejo Carpentier (1980: 12). Por
essa razão, Macondo se converteu num lugar mítico latino-americano,
“um sítio que contem todos os sítios”, segundo outro representante do
boom, Carlos Fuentes (1972: 66). Na leitura de muitos contemporâneos
ao boom, o relato da fundação de Macondo representa o relato da funda-
ção do continente latino-americano, incluindo todo “o real documenta-
do”, mas também as lendas e fábulas orais, “para dizer que não devemos
nos contentar com a história oficial, documentada” (Fuentes: 62).
Macondo seria a metáfora do misterioso, do mágico real de América
Latina, sua essência inominável pelas categorias da razão e pela cartogra-
fia política e científica. Assim, o realismo mágico foi considerado a
“expressão autêntica” do continente, ou seja: o correlato da identidade
latino-americana. A ficção do boom “atravessada de uma desbordante ale-
gria vital” (Halperin Donghi, 1982: 154), assume assim o clima otimista
dos anos sessenta, anos do triunfo da revolução cubana e da conseqüente
euforia a respeito do futuro do continente que somente será demolida no
final dessa década, com a instalação das ditaduras militares.
Na visão ufanista dos autores do boom e de seus enaltecedores, a lite-
ratura participa de uma “gesta heróica”, construindo uma versão não
eurocêntrica da história latino-americana e ao mesmo tempo conquistan-
do a universalidade mediante a modernização na técnica narrativa, incor-
porando-se definitivamente ao cânone ocidental. Na formulação crítica

115
Diana I. Klinger

de Carlos Fuentes contemporânea ao boom, o romance ocupa o lugar da


utopia:

Acho que escrevem e continuarão a escrever romances na América


Hispância para que, no momento de ganhar essa consciência, contemos
com as armas indispensáveis para beber a água e comer os frutos de nossa
verdadeira identidade. (Fuentes, 1972: 98)

Trinta anos depois, uma leitura retrospectiva do boom não pode deixar de
assinalar suas contradições. É o que faz Idelber Avelar, quem considera
que o boom

[...] mas do que o momento em que a literatura latino-americana


“alcançou sua maturidade” ou “encontrou sua identidade” (“um conti-
nente que encontra sua voz” foi o lema fono-etno-logocêntrico repetido
até o cansaço naquele momento), pode se definir como o momento em
que a literatura latino-americana, ao se incorporar ao cânone ocidental,
formula uma compensação imaginária de uma identidade perdida”
(Avelar, 2000: 53)

Segundo Avelar, o boom representa o momento culminante da profissio-


nalização do escritor latino-americano, processo que começou no século
XIX, mas que deu um pulo qualitativo com a explosão do mercado edi-
torial na década de sessenta. Ao se tornar autônomo, o escritor perde sua
relação com o aparato estatal, espaço em que muitos escritores encontra-
ram seu modo de sobrevivência desde os tempos dos processos de inde-
pendências nacionais. O preço a pagar pela autonomização do campo
estético, que passa a depender das leis de mercado, é a “desaparição da
aura”, o que dará lugar a um paradoxo desconcertante: o momento em
que a literatura se faz independente como instituição coincide com o
colapso de sua tradicional razão de ser no continente. A literatura tinha
florescido à sombra de um precário aparato estatal, agora que o Estado
está cada vez mais tecnocrático ele dispensa seus serviços e, ao mesmo
tempo, a literatura deixa de ser instrumento chave na formação de uma
elite letrada e humanista.

116
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

Como corretamente argumenta Avelar, a autonomização do campo


literário por via da consolidação do mercado editorial é correlativa a sua
desauratização, ou seja, à redução do livro a mercadoria, a puro valor de
troca. O boom teria respondido à perda da “aura religiosa do estético”
com uma “substituição da política pela estética” (Avelar, 2000: 43). Ele
implica uma tentativa de dar conta de uma impossibilidade fundamen-
tal para as elites, em virtude da própria modernização, de instrumentali-
zar a literatura para o controle social. “O boom não é outra coisa que
luto por essa impossibilidade, quer dizer, luto pelo aurático” (Avelar,
2000: 49).
O tom celebratório da crítica do período seria uma operação substitu-
tiva que tenta compensar não somente o subdesenvolvimento social, mas
também a perda do estatuto aurático do objeto literário. E essa vontade
compensatória, diz Avelar, é própria tanto da crítica quanto dos roman-
ces do boom: Cien Años de Soledad, Los pasos perdidos e La casa verde coin-
cidem em apresentar alegorias de uma fundação –através da escritura–
operando para além das determinações sociais. Segundo Avelar, a insisten-
te tematização da escritura nestes romances cumpria uma operação retó-
rico-política: eles parecem retornar a um momento prístino no qual a
escritura inaugura a História, em que nomear as coisas equivale a fazê-las
existir, quer dizer, trata-se de uma reivindicação da escritura literária den-
tro de uma modernização que cada vez mais prescinde dela. Na mitologia
do boom, a literatura era a possibilidade de reinscrever as fábulas de iden-
tidade (de um tempo mítico pré-moderno) no interior de uma teleologia
da modernização. Mas essa possibilidade encontra seu fechamento histó-
rico com as ditaduras militares, que esvaziam a modernização de todo
conteúdo progressista, e, portanto, a função substitutiva da literatura - a
da escritura literária como entrada épica no primeiro mundo - estava des-
tinada a desaparecer.
Em relação ao diagnóstico de Avelar o romance de Vallejo produz um
duplo deslocamento. Por um lado, a novela adota cinicamente uma lin-
guagem midiática (brevidade, rapidez, concisão, ação, violência), que cor-
responde ao tipo de produç?o e recepção estética que o narrador critica.
A utilização dessa linguagem que pertence à cultura de massas implica (ao
contrário do romance do boom) o reconhecimento de uma “derrota da

117
Diana I. Klinger

literatura” (em termos de Avelar) e de sua capacidade restitutiva que rever-


te ironicamente sobre a posição do gramático no romance.
Por outro lado, ao adotar o ponto de vista do preconceito social, o des-
prezo pelo outro marginal (um ponto de vista que o sentido comum cha-
maria “politicamente incorreto”), o narrador agita a bandeira branca da
“derrota política”. O narrador encarna os preconceitos sociais e os assume
como próprios, fazendo assim o jogo do inimigo.
Os camponeses, os marginais, os pobres são vistos como uma condi-
ção infra-humana, como hordas que somente buscam se reproduzir para
engrossar os cinturões de miséria: “essa gentinha agressiva, feia, abjeta,
essa raça depravada e subumana, a monstroteca” (p.60). “Minha fórmula
para acabar [com a pobreza] não é fazer casas para os que dela padecem e
se empenham em não ser ricos: é, de uma vez por todas, botar cianureto
na águaa deles e pronto...” (p.63) “são uma gentinha trapaceira, aprovei-
tadora, preguiçosa, invejosa, mentirosa, asquerosa, traiçoera e ladrona,
assassina e piromaníaca” (p. 84). Trata-se de um realismo sujo que, como
inverso do realismo mágico, opõe –em termos nada conciliadores–, as dife-
renças sócio-culturais e oferece uma visão degradada da cena social latino-
americana.
Mas o gesto do narrador contra o “politicamente correto” entra em
contradição com a opção por uma estética que abandona a idéia redento-
ra da literatura como um universo estético diferenciado da cultura de
massas. Assim, pode se ler uma crítica “pelo avesso”. A operação de Vallejo
consiste em produzir, ao mesmo tempo, uma crítica à sociedade de mas-
sas e às utopias compensatórias da literatura. Em outras palavras, uma crí-
tica à cultura do outro (do marginal) e à própria (do gramático). Ao
mesmo tempo se apresenta uma nostalgia por uma idade de ouro perdi-
da - a Nação - e uma mímese da linguagem da mídia e da cultura de mas-
sas que se critica. Ao mesmo tempo uma correção lingüística de gramáti-
co requintado e uma crítica à Nação que os gramáticos fundaram. Ao
mesmo tempo um desprezo e um fascínio pelos marginais da sociedade.
A tradução lingüística e cultural vem associada a uma forma de domi-
nação por meio da letra, mas, paralelamente, ela produz uma crítica desse
modo de dominação, através da ironia cínica, da mímese da linguagem do
outro e do reconhecimento de que, no final das contas, o poder do letra-

118
Diferenças culturais e dilemas da representaçao

do vê se corroído pelo desejo desse outro. O cruzamento entre a auto-fic-


ção e a ficção etnográfica são elementos chave dessa postura cínica que,
perante a realidade social degradada, não deixa aparecer nenhuma possi-
bilidade de redenção. A linguagem se apresenta como lugar de poder e
conflito, e a literatura se coloca no meio de um dilema que acaba no ques-
tionamento de seu próprio lugar na cultura contemporânea.

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6 de junio.
Vallejo, Fernando (2003). Entrevista a Cesar Güemes, em La jornada,
Mexico, 9 de enero.

120
Opiniones cruzadas sobre veinte años
de narcotráfico en Colombia.

Gabriela Polit Dueñas*

Este trabajo propone una exploración ética de lo que el fenómeno del nar-
cotráfico representó para la sociedad colombiana, al menos desde lo que
muestran algunas de las representaciones cinematográficas y literarias. Si
bien el análisis empieza con una breve comparación entre películas y
novelas producidas en los 90; en este trabajo me ocupo en mayor detalle
en la novela de Darío Jaramillo Agudelo (1995) Cartas cruzadas, una
época en la que se estrenaba el sicario como protagonista de la narrativa
en Colombia, tanto en Literatura como en cine. Una década en la que
además, muerto Pablo Escobar, los colombianos empiezan a articular re-
flexiones alternativas que los guíen en la comprensión de la violencia que
estaba vinculada al tráfico de drogas ilegales.
Para llegar al análisis de la novela, quiero hacer algunas digresiones. La
primera es hacer una aclaración sobre el título de esta ponencia. En 1995,
el mismo año de la publicación Cartas cruzadas, Luis Astorga publicó (en
México) un libro en el que cuestiona el uso del término narcotráfico. El
asegura –con razón– que el narcotráfico prescribe la manera en la que esta
actividad adquiere sentido y que el término es una suerte de discurso pre-
formativo que genera el problema que nombra y que además legitima
ciertas políticas represivas. El narcotráfico poco o nada dice de los proce-
sos, las prácticas y los individuos que están involucrados con el tráfico de
drogas ilegales. La resistencia de Astorga a término, apunta la necesidad

* SUNY-Stony Brook University (Nueva York).

121
Gabriela Pólit Dueñas

de llenar de contenidos históricos, sociales y culturales a una palabra que,


entre otras cosas, aparece como el intento (político) de borrarlos, ignorar-
los y hasta eliminarlos.
En la literatura los universos maniqueos que Astorga describe, están
habitados por personajes que divagan entre la realidad y el mito. Eso los
convierte en poderosos atractivos para una literatura fácil, que reproduce
estereotipos y no tiene que seducir a los lectores ya informados y hasta
convencidos de lo que leen (en este caso el mejor ejemplo creo que es La
reina del sur de Arturo Pérez Reverte)1. En el ámbito literario el término
narcotráfico se convierte en lo que Arjun Appadurai (1994) describe co-
mo una prisión metonímica, porque sirve para reforzar ideas de jerarquía
que se establecen respecto de la producción de literatura y los prejuicios
respecto de ciertas zonas geográficas, grupos humanos y sus prácticas, a
quienes se niega movilidad física e histórica: el norte, en el caso mexica-
no; en el Chaparé y los Yungas de Bolivia el “indio bárbaro” productor de
coca o, en el caso colombiano, el sicario de la comuna.
Pese a esto, cuando terminé de leer Cartas Cruzadas, una novela en
la que Darío Jaramillo voltea su mirada hacia la intimidad y escribe
sobre el fenómeno a través del género epistolar, me fue difícil nombrar
el proceso de decadencia moral que describe la novela como fruto de lo
que el narcotráfico había establecido en Colombia. Un fenómeno que
fue posible por la negligencia de la élite política, la hipocresía del esta-
blishment económico y que transformó los valores de toda una sociedad
porque el exceso de dinero había acabado con la capacidad de resolver
los conflictos.

1 Recordemos a Teresa Mendoza y su “exótico” español con acento, como lo describe el autor,
como la cabeza de una organización encargada del tráfico de drogas en el Mediterráneo. Capa
de un mundo masculino después del clásico rito de pasaje para las mujeres con poder en la lit-
eratura: la violación. Sus amantes, un mexicano muerto por ser doble agente de los narcos y la
DEA y, en España, un contrabandista vasco a quien ella adiestra para transportar droga. Sus
clientes: la mafia rusa y la del norte de África. Su inicio en el negocio, una lesbiana, adicta, de
clase alta que se enamora de ella en la cárcel, donde fueron compañeras de celda. Los recursos
de Pérez Reverte no solo que son poco originales, sino que lindan en el cliché. Su narrativa con-
vence porque el escritor maneja herramientas del periodismo profesional. La novela vende
porque el público al leerla, confirma las nociones de su sentido común en una historia que tiene
la dosis necesaria de suspenso. Hay algunas novelas con el tema del narcotráfico que se producen
con la exclusiva intensión comercial y son menos logradas que la de Pérez-Reverte.

122
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

La novela de Darío Jaramillo permite hacer un acercamiento “arqueo-


lógico” al narcotráfico por el que las dicotomías del término desaparecen
y se evidencian las tensiones que fundamentan los problemas de la socie-
dad colombiana, a la vez que muestra otras búsquedas de representación.
Eso hace que el término narcotráfico sea pertinente (y hasta útil) porque
ayuda a establecer genealogías de ciertas prácticas culturales que antece-
den el concebir los hechos como criminales y dan cuenta de elementos
residuales –para usar la categoría de Raymond Williams (1977)– que co-
bran nueva significación con la abundancia de flujo de dinero. En este
sentido, propongo pensar que sin en algún espacio se puede llenar de nue-
vos contenidos el término narcotráfico, es en la Literatura porque existe
la posibilidad de armar un archivo que agrupe las obras que pueden ser
útiles para la reflexión sobre las verdaderas dimensiones del tráfico de dro-
gas ilegales y sus efectos.

La historia de los narcos en el espacio público colombiano

En 1984 un par de muchachos en moto, se acercaron al Mercedes Benz


blanco en el que viajaba Rodrigo Lara Bonilla, entonces ministro de Jus-
ticia del presidente Belisario Betancourt. Lo matan a sangre fría. Lara
Bonilla afirmó que su responsabilidad política como ministro era limpiar
al país de los narcotraficantes y su compromiso hace evidente que el trá-
fico de drogas ilegales pasa de ser un crimen común para convertirse en
un crimen político. El ministro había sacado a la luz juicios pendientes
que Pablo Escobar tenía con la justicia y que, por obvias razones, habían
quedado en los archivos (Castillo: 1987). Su muerte es el hito que divide
la sociedad colombiana de esa década entre buenos y malos y legitima la
respuesta del Estado frente a la amenaza de los narcotraficantes. Esa
muerte también desencadena una década de violencia que no encuentra
fin sino hasta 1993, cuando muere Pablo Escobar Gaviria.
El asesinato de Lara Bonilla fue reportado con la foto de los dos ni-
ños que lo mataron. El uno Iván Darío Guizado Álvarez, quien disparó
contra el ministro, murió al caer de la moto y sufrir una fractura de crá-
neo. Lo sobrevive el conductor Byron de Jesús Velásquez Arenas (énfasis

123
Gabriela Pólit Dueñas

mío). Nombre que combina la mística que se le atribuye al sicario: ángel


de lo perverso (Rufinelli: 2004). La violencia de los años siguientes, que
tanto el Estado, la élite económica y política y la sociedad sufren como
cuestión inexplicable y ajena, se representa en un código propio que se
articula alrededor de esos nuevos agentes sociales que habían matado a
Lara Bonilla: los asesinos de la moto, niños habitantes de las comunas de
Medellín y de Bogotá, que ahora se convertían en sicarios. Fuera de los
autores materiales, eslabones sueltos de un engranaje complejo de corrup-
ción, a quienes se interpela jurídicamente, ninguna instancia asume res-
ponsabilidad por lo que sucede.
En sus reflexiones sobre los legados éticos de Auschwitz, Giorgio
Agamben (2005), afirma que una de las grandes trampas del pensamien-
to contemporáneo es confundir la ética con la justicia. Según Agamben,
los juicios a los miembros del las SS son los mejores ejemplos de esta con-
fusión porque el proceso jurídico, cuyo presupuesto es la culpa y el res-
pectivo arrepentimiento, estructuró para muchos el restablecimiento de
un orden ético. Como Agamben afirma, el juicio jurídico es un fin en sí
mismo y en nada aclara el conflicto ético que Auschwitz suscitó.
El súbito protagonismo de los sicarios en las varias narrativas colom-
bianas, de alguna manera se comprende a través de las reflexiones de
Agamben, porque el sicario es el personaje local a quien se somete al cri-
terio de la justicia para restablecer una idea de orden social. Los habitan-
tes de las comunas, los desechables, como se los ha llamado en años
recientes, son fruto de eso que Foucault describió como biopolítica. En las
comunas el pueblo dejó de existir para convertirse en población: no hay
reportes de participación política en las comunas, lo que se sabe de ellas se
debe a una serie de indicadores que dan cuenta de su taza de nacimiento,
crecimiento y mortalidad. Los sicarios habitan ese lugar que el Estado ha
privado de presencia política y en el que la muerte se ha convertido en un
epifenómeno que explicaría la relación de los muchachos con la muerte.
Tanto en los medios como en las versiones literarias, el niño de mira-
da cándida y cuya corta vida está más llena de muerte que de infancia,
el sicario, es el mejor chivo expiatorio para explicar el origen moral de
todas las desgracias de la sociedad colombiana. El habitante de la comu-
na es el extraño al que fácilmente se demoniza para purificar al resto de

124
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

la tribu. Esto, en el imaginario colectivo puede dar algún sentido tanto a


la muerte de Lara Bonilla en 1984, como a la del candidato a la presiden-
cia Luis Carlos Galán en 1989; muertes que se atribuye a los narcotrafi-
cantes y que, por lo tanto, entran en ese registro maniqueo que se ha
generado alrededor de su existencia.
¿Cómo encontrar una interpretación a la muerte de Lara Bonilla que
pueda servir en un contexto más amplio? La pregunta que cabe hacerse
es: ¿cómo traducir al plano de la ética la preocupación de la élite política
en mostrarse libre del peso del dinero generado por el narcotráfico? Más
allá de la gestión política que obedece a las grandes presiones de los Es-
tados Unidos y la necesidad de llevar a cabo la implementación de la ley
de extradición, había que dar legitimidad al proceso de acusar al narcotrá-
fico como la causante de los males de Colombia. Al estar públicamente
vinculada con el dinero de los narcos, la élite iba en contra de la filosofía
misma que legitima su riqueza y su posición hegemónica en la sociedad.
Porque el dinero caliente no tenía el valor moral que se le atribuía a la ri-
queza del esfuerzo, el esmero y hasta el linaje. El dinero caliente era, en
ese sentido mucho más democrático.
Esa es una de las aporías del narcotráfico que, como bien afirma Carlos
Monsiváis, no es la causa, sino el producto más grave de la ética neolibe-
ral (2004). La consecuencia de este razonamiento tiene una verdad trans-
parente que la articulan los sicarios cuando explican sus crímenes: “Yo solo
hago el trabajo, culpables son los que me pagan”. Su justificación es amo-
ral y creo que eso es lo que hace del sicario el personaje protagonista de
crónicas, películas y novelas, porque su verdad nos deja perplejos.

La sicaresca

En 1990, después de leer el reportaje escrito por una joven periodista so-
bre un joven de las comunas que quiso tirarse del piso alto de un edificio
y a quien lo rescata la señora encargada de la limpieza, César Gaviria escri-
be el guión de su primera película, Rodrigo D, no Futuro (Rufinelli: 2004).
La historia muestra la manera cómo los muchachos de las comunas de
Medellín, sortean su suerte con la muerte. Aunque el guión es de Gaviria,

125
Gabriela Pólit Dueñas

la historia la cuentan los muchachos con su cuerpo y en su lenguaje. Ese


mismo año Alonso Salazar publica No nacimos pa’ semilla (1990), una cró-
nica de los asesinos de la moto, en la que ellos explican por qué y cómo
se dedican al negocio, cuáles son las trayectorias personales y colectivas
que los han metido en ese mundo desbarajustado.
Mientras la preocupación de Gaviria y la de Salazar es la de compren-
der la vida de los muchachos en las comunas y, sobre todo en el caso de
Gaviria, no de representarlos, sino de darles un espacio de auto-represen-
tación, una ola de producción literaria sobre los sicarios hace que se
empiece a hablar de la ‘sicaresca’ colombiana. En1994, Fernando Vallejo
publica La virgen de los sicarios, una novela que se vuelve famosa en 1997,
cuando es traducida al francés y de la que Barber Schroeber hace una pelí-
cula que la termina de consagrar en 1999 (Walde Uribe: 2001). Los sica-
rios se estrenan como protagonistas del quehacer literario y se convierten
en personajes que articulan un discurso acerca de lo que estaba pasando
en Colombia. A esta obra le siguen Rosario Tijeras, de Jorge Franco (2004)
y Angosta de Héctor Abad Faciolince (2004), novelas en las que el sicario
tiene un papel central porque para él la muerte es una mercancía como
cualquier otra.
Las películas de César Gaviria, la crónica y las obras de Alonso Salazar
dan cuenta del acercamiento personal de estos muchachos a ese espacio
de muerte que habitan: los suyos son testimonios de esa situación límite
en la que viven. Las novelas, por el contrario, son discursos en los que el
sicario aparece como un personaje cuyo lenguaje hay que traducirlo; cuyo
cuerpo está inscrito por una cicatriz que lo marca como sobreviviente de
una muerte vecina y hace evidente su condición de desechable que, a la
vez, permite convertirlo en objeto de deseo tanto de la escritura como del
deseo sexual. Los protagonistas de las tres novelas sufren una fuerte atrac-
ción sexual por los sicarios hombres y mujeres y esa atracción sexual es el
motor de la narrativa. Cabe recordar las reflexiones de S. Žižek (1997) en
cuanto a la sexualización del otro como única manera de describirlo.
La sicaresca en sus diferentes versiones –aunque es importantísimo
distinguir la producción de Gaviria, de la de Salazar y de las novelas–
tiene un producto común: genera un discurso alrededor de una culpa co-
lectiva. “El desbarajuste de Colombia es algo que nos pasó a todos, todos

126
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

somos responsables por esto que sucede,” dice Fernando, el personaje au-
tobiográfico de la obra de Fernando Vallejo; otra vez nos vemos en un
corredor sin salida en términos de un serio planteo ético. Como aprendi-
mos con Primo Levi, toda culpa colectiva lo único que hace es absolver a
los individuos de sus responsabilidades personales. La culpa colectiva neu-
traliza la situación y exime al individuo de tomar una posición ética fren-
te a los hechos.
En este sentido, la obra de Darío Jaramillo es una novedad, al menos
en su planteo ético, no solo por lo que (d)enuncia, sino también por su
forma literaria: la epístola. En Cartas cruzadas Darío Jaramillo mira hacia
adentro. Su novela es de una profunda introspección y su búsqueda se
funda en una pregunta sobre la propia conciencia: la suya y la de su clase.
El interés en la novela se desplaza de la historia pública, a la historia pri-
vada, la de los individuos y de las transformaciones en sus relaciones afec-
tivas.

El género literario y su archivo

El género epistolar en la literatura comparte con el autobiográfico un


fenómeno que constituye su mayor riqueza y a la vez, su mayor comple-
jidad epistemológica: el sujeto que crea se convierte en el texto, en el obje-
to de la creación. El sujeto se auto-inventa, el texto se convierte en un
segundo advenimiento, una autoconciencia auto-consciente. Pero el he-
cho de que el yo se “cree” también se puede leer como una manera de “de-
sapropiación” del yo. En otras palabras es también una manera de mirar
al yo con distancia. Hablando de la autobiografía, Paul De Man (1983)
dice que no es un género literario, sino una forma de textualidad que
posee la estructura del conocimiento y de lectura. Lo cual es aplicable a la
novela epistolar.
Cuando la narrativa consta no solo de las cartas enviadas sino también
de las respondidas, hay un hilo narrativo que las incluye y que les da sen-
tido. En el caso de Cartas cruzadas, la carta de Raquel a Juana funciona
como una especie de diario o libro de auto-reflexión en el que Raquel
cuenta y se cuenta lo que le ha sucedido durante los últimos diez años. La

127
Gabriela Pólit Dueñas

carta de Raquel hilvana el resto de la correspondencia, incluso porque en


un inicio Raquel confiesa haber “leído” algunas de las cartas entre Luis y
Esteban. Esteban es un joven de Medellín que mantiene relación episto-
lar con su amigo de la infancia Luis, joven también de Medellín que ahora
es profesor de Literatura en Bogotá. La novela empieza con una carta en-
tre ellos fechada en octubre de 1971. El hilo narrativo que permite la ex-
tensísima carta de Raquel a Juana, de noviembre de 1983, tiene además
un texto incluido que es el diario de Esteban. En este diario se vierten jui-
cios a cerca de Medellín y su historia; donde se elaboran los cuestiona-
mientos a cerca de los cambios que están viviendo los colombianos a
causa de un excesivo flujo de dinero; donde además hay argumentos en
los que se discute las cualidades de la marihuana, las de la cocaína, la fun-
ción de la ley o su ausencia en Colombia, e incluso el fetiche de la pala-
bra en una sociedad dominada por gramáticos y abogados.
En la novela parece ser Raquel quien narra la historia, pero por el peso
narrativo del diario de Esteban, sabemos que él es el personaje con quien
se identifica el autor. La introspección que propone la novela epistolar no
es solamente una mirada crítica a la vida íntima de todos los personajes,
sino hacia toda la sociedad colombiana.
Hay dos elementos, además que es necesario mencionar como funda-
mentales en género epistolar: el tiempo y el espacio. Las cartas necesaria-
mente marcan una distancia en el tiempo: aquel en el que se escribe la
carta y en el que se la lee. Está además el tiempo de la que cada carta
puede hablar. El otro elemento es el espacio. Toda carta viene encabezada
con la fecha y el lugar en la que fueron escritas. Una novela epistolar como
esta, nos obliga a mirar qué particularidad tiene ese tiempo y ese espacio
en la narración. Las fechas en las que Darío Jaramillo escribe su larga
novela (son 600 páginas) van desde octubre de 1971 hasta noviembre de
1983. Los lugares geográficos son cuatro ciudades: Medellín, Bogotá,
Nueva York y Miami.
Ese ejercicio introspectivo de la novela, entonces, mira a Colombia en
la década que antecedió la explosión del narcotráfico como crimen polí-
tico. También el elemento importante en el territorio que se define en la
novela como el imaginario de lo que iba siendo Colombia en esos años:
Medellín, Bogotá, Miami y New York. Los personajes que habitan cada

128
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

uno de estos lugares (y mundos) también nos permiten mirarlos por den-
tro. Al mostrar las transformaciones de los personajes y las relaciones
entre ellos, lo que vemos es una intensa búsqueda personal por respuestas
medianamente certeras en momentos en los que la confusión social hace
que todo el mundo sucumba a la posibilidad de enriquecimiento rápido.
La combinación de estos elementos en la novela epistolar de este tipo, ha-
ce que el autor dé cuenta del proceso de transformación de la sociedad an-
tes de que la excesiva visibilidad de los narcos en los espacios públicos,
permitieran elaborar una visión maniquea que condene a ciertos actores
sociales y exima del todo a otros.
Por otro lado hay que decir que Darío Jaramillo Agudelo es uno de los
poetas colombianos más reconocidos, por eso no es casual que los perso-
najes de su historia tengan una intensa relación con la poesía. Esteban
viene de una familia adinerada, Luis de la clase media. Esteban ama la
poesía y escribe sin decidirse a ser poeta. Luis estudia a Rubén Darío y se
vuelve un experto en Modernismo después de obtener una beca para estu-
diar en Nueva York. Esto permite que Darío Jaramillo ponga en las car-
tas de Luis largas reflexiones sobre la poesía y que incluya alguna de sus
poesías como piezas escritas por Esteban. Esteban es periodista deportivo,
trabaja como locutor en una radio. Viviendo en Bogotá, Luis se enamora
de una muchacha de clase alta de Medellín, Raquel, que tiene una herma-
na lesbiana en NY, Claudia, cuya amante es Juana, a quien Raquel escri-
be preguntándose qué pasó en su vida y en la de Luis, y esa carta contie-
ne toda la novela. La madre de Claudia y Raquel había abandonado a su
familia y se radicó en Miami con su nuevo marido, ella cierra el círculo
geográfico de la novela.
Entre los temas que se discuten en la novela, no parece ninguno que-
darse fuera de los diálogos de los personajes. Ventilan los prejuicios de la
sociedad paisa, su apego a las formas y una estricta ética del trabajo por la
satisfacción de lo material. Esteban y Claudia conversan sobre los efectos
de la marihuana, los de la cocaína y concluyen que no existiría adicción a
ésta última si no fuera por el alto grado de consumo de alcohol. Son her-
mosas las descripciones del negocio marimbero, sobre todo en los albores
de los años 70 y las transformaciones que hubo en la sociedad Guajira.
Otros son los tiempos de la cocaína, como es otra la región –el valle de

129
Gabriela Pólit Dueñas

Aburrá– y lo que le implicó a la sociedad antioqueña. En todas estas sec-


ciones, el autor no deja suelto ningún cabo. Describe los precios de la
droga, tanto en el primer envío como la entrega final en paquetitos de a
gramo. Todos estos elementos que enumerados de esta manera parecen ser
detalles menores, representan una suerte de archivo completo de las entra-
madas tensiones que implicó el auge de la cocaína en la sociedad colom-
biana de esa década.
Esa enorme cantidad de dinero tenía que transformar, como a Midas,
a todo aquel que lo tocara. Cuando Raquel y Luis viajan a Nueva York para
que él concluya su doctorado en Literatura y escriba su tesis sobre Rubén
Darío, Luis es sujeto –o víctima acaso– una poderosa transformación que
lo convierte en un ser consumista y codicioso. Su amor por la poesía –y
por Raquel– no fue suficiente ante la seducción de la Gran Manzana. Luis
empieza a trabajar para los narcos y se mete en el negocio con tan fuerza
que ni Raquel ni Esteban pueden detenerlo. En estas páginas Esteban des-
cribe un azaroso encuentro con un amigo de la escuela que se dedicaba a
contar billetes. Todos de bajo valor tienen que ser almacenados en bodegas
oscuras en las que los hombres no pueden permanecer más de cierto
número de horas por el olor nauseabundo del papel moneda. Esa descrip-
ción real funciona como metáfora de la putrefacción que contaminaba la
sociedad en la que el trabajo dejaba de ser un medio para volverse un fin
en sí mismo. Esteban reflexiona sobre la abundancia de dinero como ele-
mento que impone otra lógica de acción: ante falta de ley, la manera de
relacionarse con los otros son los robos, los secuestros, los estupros.
Quizá el momento más intenso en las reflexiones de Esteban se da
cuando discurre sobre la moral burguesa y desde ahí hace referencia a la
inmoralidad del negocio. ¿Por qué el negocio que enriqueció a su padre
es legítimo y el que ahora enriquece a su amigo Luis no lo es? ¿Acaso ese
valor de honestidad atribuido al negocio familiar no es fruto de su visión
burguesa de la moral? Sin encontrar una respuesta que lo convenza
Esteban acepta su condición y solo desde ahí se atreve a condenar al nego-
cio de la cocaína como inmoral. Pero diagnostica que el problema de la
riqueza de los narcos es una cuestión de visibilidad. No saben ser ricos y
en eso se diferencian de su papá o el papá de Raquel, que fueron ricos con
mayor discreción.

130
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

Cuando Luis le pide ayuda a Esteban porque ahora está bajo la mira
de sus ex-jefes, Esteban asume su papel de cómplice. El había insistido a
doña Gabriela que aceptara el departamento que Luis le había comprado
en el auge de su actividad narco. Era también él quien ahora escondía a
su amigo en ese mismo departamento (vendido por la inmobiliaria de su
familia) y en el que doña Gabriela nunca supo ni pudo vivir. Por el tama-
ño y el lujo que no tenía proporciones con sus necesidades y comodida-
des. Cuando Esteban le pregunta a Luis porqué ha elegido esconderse en
el departamento que él mismo había comprado, Luis aplica una lógica
literaria y dice estar siguiendo la Ley de Poe en “La carta robada.” Refres-
quemos la memoria y en una corta digresión, recordemos que, en ese
cuento, Dupin descubre la carta que el comisario no supo encontrar. En
su encuentro, Dupin le dice examinemos mejor en la oscuridad. En este
cuento, Poe da importancia a la posesión de la carta, no a su uso. Eso es
lo que da poder al Ministro, a quien el Comisario considera un loco por-
que es poeta.
Las cartas de Jaramillo Agudelo tienen que leerse con esta clave que él
mismo deja suelta en su novela. Cuando Luis desaparece lo que nos queda
de su recuerdo son los testimonios en estas cartas que el autor pone a
nuestra disposición para que descubramos qué es lo que pasó en Colom-
bia. La referencia al cuento del Poe nos permite tener una doble entrada
al cuento, porque Jaques Lacan (1966) hizo una lúcida lectura de la his-
toria para explorar el significado de la epístola. Según Lacan, lo importan-
te son los pasos de la búsqueda de la carta, porque su contenido mismo,
queda en un espacio de nebulosidad, de lo opaco, lo que en el inglés de
Poe se dice odd o bizarre. Por eso nunca se termina de descubrir su con-
tenido, eso es algo que queda volando en el ambiente. Al parecer esto es
también lo que nos quiere decir el autor de Cartas cruzadas.
Una quisiera que hubiera una respuesta fácil, una manera de encon-
trar culpables e inocentes, una manera de comenzar un relato en el que se
diga cómo inicia Raquel la carta a Juana “érase una vez o había una vez”,
pero no hay. El único testimonio que nos podría servir para comprender
el proceso de transformación, sería el del profesor universitario, amante
de los libros, de la lírica, que termina sucumbiendo a la posibilidad de un
dinero fácil. Ya no es el pacto fáustico que fácilmente se le atribuye al ha-

131
Gabriela Pólit Dueñas

bitante de las comunas, aquel que ha sido olvidado por el Estado o que se
ha convertido en un objeto de un biopoder a lo Foucault. Luis es un hom-
bre con el cualquier colombiano de clase media que no habita en las
comunas se puede identificar. Su testimonio sería tal vez, el ancla de sal-
vación. Pero no es así. Lo más cercano que llega a decir de su propia ver-
dad es que no se arrepiente de nada, que lo que hizo lo volvería a hacer
pese al dolor que causó a sus seres queridos, ahora ya distantes de su pro-
pio amor porque está sumido en un egoísmo mantenido a ultranza por la
necesidad de vivir la vida con otra intensidad.
Así desaparece del relato, sin articular un testimonio que podría ser el
punto de partida para un juicio ético. Vuelvo a Agamben en estas pala-
bras finales, cuando dice que el testimonio de Auschwitz lo podrían hacer
quienes sufrieron su mayor consecuencia, pero ellos están muertos. Hay
algo en el testimonio verdadero que es indecible. Ese también es, de algu-
na manera, el valor de lo indecible que Lacan le atribuye a la carta roba-
da sobre la que escribe Poe. En toda esta disquisición de la ética, hay algo
que también Levinas (1987) había dicho. La ética tiene que anteceder a
la cultura, porque de lo contrario, se vuelve una cuestión particular, y en
lo debe preocuparle es una cuestión universal. No a la manera de Kant,
como un imperativo anterior a los sujetos, sino como universal en la rela-
ción con los sujetos. En ese sentido, el silencio de Darío Jaramillo sobre
su propio personaje es también su posición ante lo indecible, porque ela-
borar un testimonio de ese personaje sería, necesariamente, catalogarlo o
juzgarlo y partir de un universal antes de dar espacio al encuentro con el
otro, con aquel que sucumbió al poder del dinero. Creo que aquí está la
mayor riqueza de esta novela: 600 páginas no son suficientes para real-
mente llegar a una conclusión sobre el proceso de transformación. Pero a
diferencia de los personajes de las sicaresca y de relatos mencionados al
inicio de este trabajo, las responsabilidades de Luis, de Esteban y Raquel
son personales.
En un libro maravilloso de Marc Alain Ouaknin, El elogio de la cari-
cia (2006), se habla del afán de la filosofía occidental de conocer el texto.
Ouaknin viene, como Levinas, de un profundo estudio del Talmud y con-
sidera la interpretación como un gesto: “[…] una demostración de la tras-
cendencia, el movimiento de retirada necesario depende ante todo y esen-

132
Opiniones cruzadas sobre veinte años de narcotráfico en Colombia

cialmente del intérprete, de su modo de ser enfrente del texto, de su ma-


nera de acercarse a él. A este modo de ser, lo llamamos ‘caricia” (Ouaknin:
14). El libro plantea la necesidad de pensar lo narrativo como aspecto
fundamental de la existencia (28).
Hay una escena con la que quiero terminar esta reflexión. Se da en el
último viaje de Raquel y Luis a Nueva York cuando se sientan a leer a Bo-
ris, el hijo de Claudia, en vos alta El coronel no tiene quien le escriba. Quie-
ro interpretar esa escena como una búsqueda de la historia que el mucha-
cho no ha tenido, como una reconstrucción que en términos literarios nos
permite, además, elaborar un archivo: el de la otra historia de Colombia.
El coronel, recordemos, tampoco recibe su carta. La espera es lo que mar-
ca su condición de marginado, de sometido. La carta para él significaría
redención y reconocimiento. Comparable quizá con la carta por la que
apuesta Darío Jaramillo, una carta de paz, una espera que marca la histo-
ria de la sociedad colombiana contemporánea.

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Žižek, Slavoj (1997). The Plague of Fantasies. New York: Verso

134
Entre un Tapete Persa, un Cadillac
y Walden. Las Hojas Muertas de
Bárbara Jacobs

Hélène Ratner Zaragoza*

“[…] Esta es la historia de papá, papá de todos nosotros” (1987: 9). Así
comienza la primera novela de la autora mexicana Barbara Jacobs, Las
hojas muertas.
La historia de Papá y su familia nos llegará desde la perspectiva y el vo-
cabulario de los hijos, tal y como ellos, “los niños” (pues no existe otra
identificación) la entienden. Sus ojos inocentes describen la vida de su
familia en México, al tiempo que intentan armonizar el presente y el pasa-
do de Papá. A través de una combinación de voces, recorrerán junto al
lector diversos lugares como New York, Moscú y España durante la
Guerra Civil, así como diversas experiencias como la boda de Papá, la re-
lación con sus padres de origen libanés, su vida en pareja, casado y con
hijos; hasta su descenso gradual. Los niños, es decir los hijos de papá y
mamá; nos cuentan la historia según su perspectiva y de acuerdo a lo que
otros familiares van revelando, especialmente a lo que les contó su mama.
En líneas generales, se puede afirmar que la historia presenta impor-
tantes rasgos autobiográficos. La familia de la autora, de hecho, era de as-
cendencia libanesa (como la de Papá), de madre mexicana y padre neo-
yorquino. Emile Jacobs, su padre, fue a la URSS como un futuro perio-
dista y confirmado comunista, regresó a los Estados Unidos, se unió a los
voluntarios de la Brigada Española de Abraham Lincoln en la Guerra

* Universidad Metropolitana.

135
Hélène Ratner Zaragoza

Civil Española, luchó con el ejército estadounidense en la Segunda Gue-


rra Mundial y, debido a su pensamiento radical, se mudó a México.
Inclusive, la presencia del padre se hace obvia durante la novela,
pues cada capítulo comienza con una cita en inglés atribuida a Emile
Jacobs. Acaso esto sea un tributo ficcionalizado, conmovedor y do-
loroso a su padre fallecido. Finalmente, cabe señalar que la autora,
en una entrevista para “The Virtual Writing University” de la Univer-
sidad de Iowa en enero de 1993, describe cómo ella y sus hermanos
intentaron juntar las piezas de la historia familiar oyendo conversacio-
nes de los adultos y mirando algunas fotos. Será esta íntima relación
entre la vida real y la ficcional la que le dé ese tono candoroso e inge-
nuo de la narración infantil, para, poco a poco y en la medida que “los
niños” van madurando, impregnar la narración de un tono más íntimo
y conmovedor, hasta llegar al final cuando Papá, al igual que las hojas,
muere: “Papá te necesitamos, Papá te queremos, Papá te extraña-
mos…” (1989: 157).
Pero esta novela es más que la historia de Papá, Emile Jacobs; es tam-
bién la historia de tres personajes femeninos involucrados en su vida: la
mamá de Papá, Mamá Salinas, su esposa, nombrada “mamá” con “m”
minúscula, y, brevemente, tía Sara. A ellas, dedicaremos el presente
estudio.
A diferencia de la realidad cultural en la que las mujeres libanesas se
han visto sumergidas y sin llegar a desarrollar roles protagónicos, las
mujeres ficcionales de Jacobs muestran una especial fuerza e iniciativa y,
en el caso de muchas de la segunda generación, la capacidad de adquirir
una educción superior y profesional distinta a la concebida inicialmente
para ellas, a saber la dedicación casi exclusiva a los negocios familiares.
Ocupación que, como sabemos, han sido tradicionalmente el eje de los
primeros inmigrantes libaneses en América. Por ejemplo, la tía Sara, a
pesar de que sabemos poco de su educación formal, fue traductora. Poco
a poco los personajes femeninos se nos presentan como mujeres que, aun-
que al margen, realmente influenciaron profundamente a sus familias en
nuevos entornos. Sin embargo, deslindar sus vidas de la de Papá es impo-
sible. Por ello, para explicarlas a ellas, tendremos necesariamente que
mostrarlo a él.

136
Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

Con toques de humor y una fina percepción literaria, la autora nos


cuenta la vida de Papá, este idealista desencantado quien

[…] compró un viejo Ford usado y lo llené de libros y cacerolas y tapetes


persas…y…empezó a dirigirse hacia la frontera y hacia la nueva vida que
iba a empezar aún sin pasaporte y con los bolsillos de pantalón vacíos y
así se alejaba de su país y el paisaje de su país y sus costumbres y sus cosas
se iban quedando atrás y papá avanzaba y miraba hacia delante detrás del
parabrisas y quién sabe qué tarareara par sus adentros en esos momentos
porque papá nunca ha sido musical. (Jacobs: 112)

Mamá y algunos de los niños ya estaban en Ciudad de México, listos para


comenzar sus vidas nuevas. Lo que papá hizo entonces es lo que sus pa-
dres y miles de libaneses habían hecho antes que él: emigró a nuevos
horizontes. La inmigración libanesa a los Estados Unidos no está clara-
mente documentada, principalmente debido a que desde 1516 hasta
1916 el Líbano moderno fue parte de la Gran Siria y no fue hasta los
años 20 del siglo pasado cuando se convirtió en protectorado francés;
más aún: no será un país independiente hasta 1957, fecha a partir de la
cual Siria y el Líbano pudieron separarse con suficiente claridad para
aclarar los registros migratorios. La inmigración en gran escala ya había
comenzado en 1865, luego de los conflictos entre musulmanes. La ma-
yoría de personas que dejó Siria para irse a los Estados Unidos eran cris-
tianos y se asentaron en Nueva York, Michigan e incluso en Carolina del
Sur y Utah1. En realidad, entre finales de 1870 y la Primera Guerra
Mundial, el Líbano perdió más de un cuarto de su población debido a
la inmigración, principalmente a las Américas.
La mayoría de los libaneses partían con tristeza o a regañadientes y, a
pesar del éxito económico en sus nuevos países, con frecuencia estaban
nostálgicos. La poetisa y escritora de historias Elma Abinader recuenta los
recelos de su padre cuando, después de años de vivir en Pensilvania, visi-
taba el Líbano.

1 Ver: (www.saintrafika.net/LebaneseHistorySC.html)

137
Hélène Ratner Zaragoza

Perhaps he should have stayed in Lebanon, but it seemed then that all the
men from Jean’s generation were leaving for the Americas, many to Brazil
and Bolivia, others to Detroit and Cleveland, and some to western
Pennsylvania, where Jean and his family moved from coal town to from
village setting up a dry-goods business. In America, Jean sold clothes
from the back of a truck, off the seats of cars, out of a small rented cor-
ner shop, until finally he bought his own store in Carmichaels where he
sold socks to miners’ wives. (Abinader, 1991: 13).

Los libaneses, tanto hombres como mujeres, con frecuencia se conocían


como vendedores ambulantes que iban de puerta en puerta vendiendo
necesidades pequeñas para la gente en áreas rurales, incluso mercadeando
productos agrícolas. Algunos, como la familia de Abinader, se asentaron
en Pensilvania y aproximadamente tres millones viven ahora en Califor-
nia, New York y Michigan. Mamá (es decir la mamá de Papá) y su espo-
so Rachid siguieron este patrón y llegaron a New York; pero cuando ella
fue abandonada por Rashid, llevó a su familia a Michigan.
Muchos inmigrantes libaneses consideraron Suramérica y Cen-
troamérica el primer paso en ganar la entrada a los Estados Unidos y
comenzaron el viaje a Brasil, Argentina y México. Muchos decidieron
asentarse permanentemente en esos países. La imigración del Líbano ha-
cia México empezó a finales del siglo XIX, alcanzando su pico en los
años 20 y 30. Durante el gobierno de Porfirio Díaz, los inmigrantes del
medio oriente se asentaron en México y, a pesar de varios intentos guber-
namentales de crear una sociedad monolítica, los inmigrantes del medio
oriente tendieron a mantener la mayoría de su herencia étnica, incluso
habiendo obtenido la nacionalidad mexicana. Era probable respecto de
este tiempo que los familiares de Mamá vinieran a México, ya que se
habían establecido en México cuando su mamá vino a Nueva York en
1939 para arreglar el matrimonio de su hija. Su familia aparentemente
tuvo éxito financiero, ya que las hijas vivían con ellos por un tiempo
indeterminado y ayudaron a papá tan pronto como llegaron a la fronte-
ra Estados Unidos-México.
De acuerdo con Theresa Alfaro-Velcamp, los libaneses adquirieron
“mexicanidad” mientras conservaron su “libanesidad”, ayudando así a
promover el multiculturalismo en México “[...] the Mexican populace has

138
Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

come to relect the diverity of immigrants in a multicultural society in


which there are many ways of being Mexican” (2006: 279).
Aunque la mayoría de los emigrantes libaneses eran familias u hom-
bres que precedían a sus esposas e hijos, a menudo las mujeres libaneses
inmigraban solas o con sus niños, dejando atrás a sus esposos. Contrario
a muchos estereotipos equivocados, estas mujeres no eran ni débiles ni
indefensas. Al contrario, según Evelyn Shakir Bamia (2000) en “Blint
Arab: Arab and Arab American Women in the United States”, a pesar de
que crecieron en una sociedad patriarcal, una vez solas, con frecuencia
descubrieron su propio potencial para desarrollarse, encontraban trabajo
e incluso comenzaban sus propios negocios. Mamá Salimas, la madre de
papá, es un ejemplo de este tipo de mujer independiente.
La novela está dividida en tres partes. En el primer capítulo, “Edgar
Allan Poe, el Cadillac y la casa”, los niños describen la familia norteame-
ricana de papá. Ellos prefieren permanecer juntos con sus costumbres y
prejuicios, determinados a conservar su identidad maronita libanesa. Por
ello no aceptaran al “Otro”.
Por ejemplo, la familia está desilusionada cuando el hermano de papá,
Tío Gustav, en vez de casarse con su novia “paisana”, se casó con Mildred,
quien no solo es gorda y no se peina y bebe, sino que es protestante. La
hermana Marie Louise, o Tía Lou-ma, “llevaba (sic) cuatro matrimonios
y siempre y siempre enviudaba”. “El primer esposo de tía Lou-ma había
sido hijo de libaneses emigrados y por lo tanto era paisano. En cambio
Mildred, la esposa de tío Gustav, no era paisana y a Mamá Salima esto le
molestaba.” (Jacobs, 1987:11 y12).
Otro ejemplo revelado por los niños (aunque ellos no entendieran
bien el porqué de esto ) va a ser cuando una hija de una hermana de
Mama Salima tuvo un hijo con “un negro”, ella nunca más le habló a su
hermana. Evidentemente, cuando existe un choque entre dos socieda-
des, la familia se repliega sobre sí misma para proteger su identidad cul-
tural.
En el segundo capítulo, “De un tapete persa al otro lado de la fronte-
ra sur de los Estados Unidos de Norteamérica”, los jóvenes, un poco más
maduros, aprenden más de la historia de su familia. A finales del siglo
XIX, Salima Shigan, recientemente casada con Rashid Shihad, veinte

139
Hélène Ratner Zaragoza

años mayor que ella, llegó a la ciudad de New York. Seguramente esta mi-
gración se da en busca de mejoras económicas; inclusive los niños pien-
san que este era un matrimonio por conveniencia. “Sus familias los casa-
ron porque ésa era la costumbre y si ella hubiera estado enamorada de él
a lo mejor le habría hecho un retrato al óleo en el barco […]” (1987: 62).
Los matrimonios arreglados eran comunes, para la costumbre libanesa no
solo incluía el arreglo de los matrimonios, sino también el matrimonio
entre primos y Rashi y Salima eran primos segundos. Más adelante apren-
demos que también lo eran papá y mamá2.
Los narradores aprenden acerca de sus familias por partes y piezas y así
lo hacen los lectores. A través de la mirada de adoración de los niños,
aprendemos mucho acerca de Mamá Salima y de sus formas independien-
tes. A diferencia de papá, quien raramente habla, no le gustaba la música
y el cine y se encerraba en su cuarto cuando estaba deprimido, Mamá
Salimas resultaba abierta y fuerte. De hecho, ella luce como la mujer más
fuerte de la familia. No solo nunca habla de Rachid o tiene una carta o
foto de él; una vez que ella se muda con su familia a Michigan, nadie de
su familia visita a los dos hermanos de Rachid que viven allí.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué escogió este lugar ? La versión
de los niños es que como su libro de cabecera era Walden: “Le habrá pare-
cido que el Estado de los lagos se acercaba más a Nueva Inglaterra y el
mundo de Thoreau que…Manhattan” (Jacobs, 1987: 65).
En Michigan, con lo que queda de los tapetes persas, lámparas y mesas
que Rachid trajo del Líbano a objeto de abrir una tienda, ella comienza
la suya propia. La continúa por un tiempo, pero la cierra mientras papá
está todavía en bachillerato.

Para entonces Mamá Salima había dejado de trabajar y fueron tío Gus-
tavo y papá los que empezaron a mantener y sostener a la familia con em-
pleos de medio tiempo…[ella] había cerrado el negocio y se dedicaba a
leer y a fumar y además escribía en el periódico en árabe sobre lo que leía
y lo que pensaba y se encerraba a cocinar y a hacerse la ilusión de que vivía
en una choza de madera a la orilla de un lago o salía a caminar entre las
tumbas del cementerio local o tomaba su Chevrolet viejo y manejaba des-

2 Ver http:www.everyculture.com/multi/Le-Pa/Lebanese-Americans.html.

140
Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

pacio por la carretera para ir a comprar la verdura y la fruta y la leche en


una de las granjas de una de sus amigas […]. (1987: 68).

El lector está encantado y no se detiene para reflexionar si Mamá Salima


estaba actuando de forma egoísta e inconsciente, ella solo actuaba. Mamá
Salima no era definitivamente un estereotipo.
Otro aspecto importante de su vida lo constituyó su “adaptabilidad”
religiosa. A pesar de que era maronita, ella adoptó la religión católica, apa-
rentemente tan pronto como ella se había adaptado a su nuevo país, sien-
do madre soltera y a cargo de un negocio. El simple hecho de que ella
usara y recitara el rosario era característico de su adaptabilidad. Sin em-
bargo, para sus hijos mayores esta “conversión” no siempre era buena.
Ellos llagaron a temer por la vida de Mamá Salima, a pesar de que papá
no se les uniría para pedirle que dejara de conducir, ya que a pesar de que
ella manejaba lentamente en el carril derecho, el rosario que llevaba se
caería ocasionalmente en el volante y “a veces Mama Salima chocaba pero
nunca le pasó ningún accidente de veras grave” (Jacobs, 1987: 20).
Su pasión era leer y “su casa estaba llena de libros y periódicos y revis-
tas […]” (1987: 19). Ella era una lectora tan apasionada que cuando los
clientes llegaban a la tienda estaba normalmente leyendo detrás del mos-
trador, no los veía o pretendía no verlos, hasta que ellos dejaban de hacer
preguntas, se iban y nunca volvían. “La cosa es que poco a poco había ido
perdiendo clientes hasta que mejor cerró la tienda para poder seguir le-
yendo en paz y solo de vez en cuando escribir algo en el periódico árabe.”
(1987: 19). Ella leía árabe, francés e inglés y, particularmente, le gustaban
los libros de Thoreau, Emile Zola y Gustave Flaubert, así como las bio-
grafías de Napoleón y la Emperatriz Josefina.
También es ella quien transmite tradiciones libanesas a los nietos.
Cada seis meses, para encanto de los niños, viaja sola a México para visi-
tas cortas. Una vez que ella está allá los niños disfrutan su presencia.
Aunque la familia ha continuado como unidad patriarcal (los niños, por
ejemplo, han aprendido inglés porque papá sólo hablará inglés en casa),
para los jóvenes las cosas parecen más relajadas cuando Mamá Salima está.
Ella se encierra en la cocina para preparar festines libaneses para toda la
familia. Debido a que ella canta canciones de cuna en árabe a sus hijos y

141
Hélène Ratner Zaragoza

todos hablaban árabe, se supone que los nietos también entendían, al me-
nos ellos sabían los nombres árabes para las comidas que ella hacía. En
México ella “se encerraba en la cocina y hacía empanadas árabes de carne
o espina sin que nadie la vieras. En árabe se llaman ftiri o ftaier, una es
singular y la otra plural” (Jacobs, 1987: 16-17).
Ella ha manejado un nuevo estilo de vida en su nuevo país, pero ha
mantenido su cultura libanesa también, la cual ella transmite a su fami-
lia. Además de cocinar para su familia, Mamá Salima ama tres cosas: ca-
minar sola en el silencio del cementerio, tomar el té a las 6 de la tarde de-
lante la chimenea, hablando en árabe con la mamá de mamá, su segunda
prima y en tercer lugar, como mencionamos anteriormente, leer por ho-
ras. “A veces la veíamos la vista algo perdida encima del libro pero sería
porque lo leía la haría pensar en algo o algo así” (1987: 17 ). Cuando la
familia sabe de su muerte muchos años más tarde, el efecto es tremendo
sobre papá y marca el inicio de su retirada; a partir de este momento vivi-
rá más aislado que nunca. Simbólicamente, todo lo que papá pide son sus
libros, los cuales sus hermanos no le dejarán traer porque nunca le han
perdonado el que él haya partido hacia México.
A diferencia de Mamá Salimas, la mamá de los niños, la “mamá” de la
novela, parece muy tímida, muy convencional y conservadora a primera
vista. Ella es de padres libaneses pero ha sido criada en México y es, en-
tonces, el producto de dos sociedades patriarcales, lo cual es evidente en
su comportamiento. Después de todo, es solamente en los últimas dece-
nios que la vida de las mujeres ha cambiado, que la edad para contraer
matrimonio aumentó, que la cantidad de hijos y el tiempo dedicado a su
crianza han disminuido y que su situación política, social y económico ha
mejorado”3. Mamá parece ser una mujer clásica de los años 40-50.
Ella había tenido un matrimonio arreglado pero diferente al de Mamá
Salimas y Rachid. Ella conoce a su futuro esposo “accidentalmente a pro-
pósito”. En 1939 ella viaja a New York con su mamá, a conocer y visitar
a papá, que era “su primo segundo y sobrino segundo de abuelita, la
mama de mamá”. Durante la escala, y antes de la reunión en la Feria
Mundial, ella y su mamá están en la casa de Mamá Salima, mamá ve una

3 Ver (www.conapo.gob.mx/prensa/2004/14 boletin20004/htm)

142
Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

fotografía de papá y se enamora. Entonces fue necesario visitar el Pabellón


de Líbano en New York, donde estaba trabajando papá “[…] y los dos se
enamoran aunque mamá de hecho ya esta enamorada pues se había ena-
morado de papá antes de conocerlo cuando lo vio en una fotografía sin
barba y pensó Es él.” (Jacobs, 1987: 103).
Siguiendo las tradiciones libanesas, los dos, quienes se habían enamo-
rado y se habían comprometido, pueden escribirse y ocasionalmente en-
contrarse durante los próximos dos años, pero las visitas de mamá a su pro-
metido quien está ahora en Michigan, son estrictamente acompañadas
tanto por la mama de mamá como por Mamá Salimas. Bastante sorpren-
dente, al menos para el compromiso tradicional, ellos rompen con la con-
vención cuando mamá acepta el plan de papá y se casan en secreto en una
ceremonia civil, porque papá, ahora un soldado en el Ejército de los Es-
tados Unidos, dijo que fue la única manera de tener permiso del Ejército
para casarse con ella en México. De acuerdo con el plan, papá, cuyo pasa-
porte había sido retenido por los Estados Unidos debido a sus tendencias
izquierdistas y a su estadía en la URSS, obtuvo un permiso temporal de
seis días y se casaron en México dos veces el mismo día, tanto por el civil
como por la Iglesia. Esto es ciertamente un matrimonio y un comienzo no
convencional para una mujer joven, mexicana y convencional.
Papá está ahora en el ejército de los Estados Unidos y, después de su
luna de miel en Cuernavaca, es enviado a una base en Oklahoma y él y
mamá forman un hogar. Bastante curioso, aprendemos que ella no tenía
idea de cómo cocinar, quizás porque su familia había tenido suficientes
medios para contratar ayuda doméstica. Es papá quien la enseña a prepa-
rar tocineta con huevos, su comida cotidiana durante dos meses. Afor-
tunadamente, ella adquiere suficiente confianza en sí misma para pregun-
tar a los empleados en los supermercados qué eran ciertos productos y
cómo prepararlos. Eventualmente, ella adquiere una colección de libros
de cocina, a pesar de que los pocos que ella tiene, a diferencia de los libros
que pertenecen a papá y Mamá Salima, no tienen etiquetas especiales
“con un grabado y el nombre de papá y el de mamá aun que mamá no los
leyera [...]” (Jacobs, 1987: 44).
Durante los dos años que papá estuvo en Oklahoma, mamá apren-
dió no solamente a cocinar sino que se dedicó a reproducir de memo-

143
Hélène Ratner Zaragoza

ria, aun sin una foto, el retrato de papá en un pintura de óleo. Los niños
hacen mucho caso a este fenómeno. “Un óleo hecho de memoria de tan
enamorada que estaba de él” (1987: 109). Lo que es muy significativo
es que el lector nunca sabe si mamá había alguna vez pintado antes o si
tenía algún talento. Así era la condición de las mujeres libanesas o méxi-
co-libanesas, que estaban animadas en sus actividades domésticas pero,
aparentemente, no en sus actividades artísticas. Significativamente,
nunca, en todo el libro, se oye un comentario sobre la calidad de su
retrato por parte de ningún miembro de la familia. Una vez de vuelta
en México, nunca más pinta, como si esto hubiese sido demasiado
osado, demasiado fuera de lo típico, demasiado “no libanés-mexicano”
para la época.
Cuando finalmente la familia se asienta en México, el retrato está col-
gado sobre la cama matrimonial, del lado de mama y es un recordatorio
constante para todos ellos de cómo lucía papá. “El retrato había estado ahí
y era de papá y sin embargo nosotros a papá apenas poco a poco lo íba-
mos conociendo aunque conocíamos de memoria su retrato y hasta lo
soñáramos” (1987: 39). El retrato también es el símbolo del amor de
mamá por papá, ya que los sigue a donde quiera que vayan. Sin embar-
go, en un curioso pasaje cerca del final del libro, cuando papá ya tiene
alrededor de 70 años, los narradores casualmente mencionan que la pin-
tura no estaba ya colgada sobre la cama. En vez de interpretar esto como
un símbolo de un matrimonio tambaleante, parece un anuncio de la sepa-
ración inmediata de la pareja, en tanto papá se vuelve más y más víctima
de una extrema y final depresión fatal.
Una vez de vuelta en México, mamá se readapta aparentemente como
una mujer joven libanesa mexicana casada. El hotel de Papá, el Edgar
Allan Poe, iba bien, además tenían un Cadillac. Él era, sin duda alguna,
símbolo de éxito financiero, y mamá, a diferencia de otras mujeres de
ascendencia libanesa, no tenía que trabajar fuera del hogar. Ella tiene ayu-
da doméstica pero se asegura de que se conserven las tradiciones culina-
rias libanesas, porque la comida es uno de los rasgos culturales más im-
portantes para los libaneses4.

4 Ver (http://ellibano.com.ar).

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Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

Cuando papá tiene que renovar sus papeles y la familia va a la fronte-


ra, mamá siempre prepara la primera comida para comer durante el viaje.
A mitad del viaje la familia toma comida de camino, el “zwedi”. Ella coci-
na las galletas de almendras a menudo, “[…] siempre estaba haciendo
galletas porque a papá le encantaban, a mamá le encantaba que papá estu-
viera siempre contento y que no se enojara”. Mucho más tarde, cuando
papá sale temporalmente de su depresión con la llegada de un Señor Del
Río “[…] poco a poco la sombra que cubría la casa ya la expresión de
papá volvió a levantarse y mamá volvió a sonreír y a hacer galletas de al-
mendras…” (Jacob, 1987: 29 y 124).
Al parecer, los niños confundieron su flexibilidad con debilidad “[…]
el carácter de mamá era débil o frágil o inestable o volátil es decir muda-
ble, inconstante […]” (1987: 45-46). Sin embargo, fue la manera que
encontró mama para manejar a un esposo de carácter difícil, que cambia-
ba constantemente de humor, se mostraba deprimido, amargado y que
siempre tenía la última palabra. Visto que papá era tan obstinado, tan
seguro de sí mismo, ella tenía que ser flexible. Durante uno de los viajes
de la pareja a Europa, por ejemplo, mamá ve a Greta Garbo en un café en
Roma; papá no le creerá y a pesar de que otros turistas que se sentaron en
el café le aseguraron que de verdad era Greta Garbo, papá dice: “No pue-
de ser” y así termina la discusión. (1987: 52).
Sirve a añadir aquí que visto que los narradores son los niños, no sor-
prende que nunca aprendamos los apellidos de sus padres. Suficiente-
mente significativo, sin embargo a Papá se le hace referencia con frecuen-
cia con una “P” mayúscula mientras que mamá siempre aparece en “m”
minúscula. Sin embargo, mayúscula o minúscula, mamá no carece de im-
portancia, ni es tan débil en realidad. Ella puede ser el producto de dos
sociedades patriarcales; esto con frecuencia es evidente en su comporta-
miento, pero ella es la columna vertebral psicológica, si no económica, de
su familia, tal y como es Mamá Salimas en Michigan.
Es mamá la más afectada por los humores de papa que con frecuencia
fluctúan a la par de su situación financiera, especialmente después de que
vende el hotel y se embarca en negocios pequeños, de corta duración. En
la segunda parte del libro, es mamá quien le dice a los niños, poco a poco,
acerca del pasado de papa, o tanto como ella considera adecuado decirles.

145
Hélène Ratner Zaragoza

[m]amá, con minúscula, parece ser un ama de casa estereotípica, tradicio-


nal y moderada. Sin embargo, ella es en realidad la pega que sostiene lo
que de otro modo pudiera convertirse en una familia disfuncional con un
padre que, a pesar de ser un padre y esposo cariñoso, nunca parece comu-
nicarse con su familia sino que prefiere, literalmente, encerrarse en su
cuarto a leer, y a veces, encontrarse con un amigo.
Es mamá la que está a cargo de la casa, de hacer malabarismos con el
dinero que papá da a chorros, escondiendo el hecho de que a veces esca-
samente hay suficiente dinero para comprar comida y de seguir la educa-
ción de los niños que papá ha organizado. Esto no es extraño para la fami-
lia libanesa tradicionalmente patriarcal, en la que se da por sentado que
las mujeres tienen a cargo el hogar, los niños y el esposo, brindando así
estabilidad familiar. Las decisiones de Papá eran definitivas: por ejemplo,
él insiste en hablar solo inglés en la casa y enviar a los varones a estudiar
en un colegio americano, mientras que las hembras estudian en una es-
cuela francesa que también da clases en inglés.
Es mamá quien tiene que apoyar las alzas y bajas de papá. Como los
niños dicen “casi nunca se enojaba papá, solo cuando mamá se tardaba en
salir de la casa para irnos de viaje, porque a él le gustaba mucho manejar
y ya quería irse cuanto antes”. Por cierto, mamá tardaba porque estaba “en
la cocina preparando la canasta de comida o diciéndole a la cocinera y a
la camarera y a todo el mundo cosas como qué hacer cada día mientras
estuviéramos de viaje” (Jacobs, 1987: 23). Sus galletas de almendras son
chupones y los niños saben que las cosas van lentamente cuando las hor-
nea y las sirve.
[...] papá tenía lo que se llama el carácter firme y en cambio mamá no
tanto. Nosotros sabíamos que si a papá le gustaban las galletas de almen-
dra, le gustaban, pero ignorábamos con qué iba a salir mamá ante algo
que le hubiera gustado una vez: era capaz de que esta vez no le gustara,
uno nunca sabía [...] (Jacobs, 1987: 45).

La aparente docilidad de Mamá es en realidad un símbolo de su pacien-


cia, su modo de adaptarse constantemente a los humores y deseos de pa-
pá. Solo una vez pareció perder los estribos. Como mamá le tenía miedo
a los aviones, Papá viajaba solo. Cuando regresaba de sus viajes misterio-

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Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

sos, parecía tener más conocimiento acera de las tallas de las mujeres y sus
gustos. Pronto mamá se dio cuenta de lo que pasaba, inclusive sabía de la
amante que vivía en New York y que lo llamaba cada 31 de diciembre; no
obstante, trataba de esconder su desconfianza diplomáticamente mante-
niéndose tranquila, hasta que una vez.

[m]amá le arrebató el libro de las manos a papá en la cama mientras él leía


y lo arrojó con toda su fuerza y los dientes apretados contra la pared para
que papá dejara de leer y le hiciera caso a ella ahí a su lado y papá no deja-
ba de reír y se levantó de bata bien cerrada a recoger su libro y encontró
la página él la que iba y siguió leyendo aunque temblara un poco de risa
pero como si nada. (Jacobs, 1987: 43)

El tercer y último capítulo del libro se titula “La cita y el Puente”. Este
comienza con una llamada telefónica de la Tía Lou-ma y Tío Gustav,
quienes informan sobre la muerte de Mamá Salima, cuya salud había esta-
do decayendo. Papá se va solo al funeral y permanece solo dos días.
Cuando regresa, él también, comienza a declinar. Está entristecido por-
que sus hermanos no quisieron darle los libros aunque eran las únicas co-
sas que el pidió. La muerte de su hermano mayor Gustav es el último paso
en el descenso de papá a la soledad y la última batalla de mama para ani-
marlo.
Ahora los niños son adultos y menos ingeniosos y finalmente recono-
cen que mamá tiene que conllevar la depresión y soledad de papá. Papá y
mamá se mudaron a la casa de los padres de mamá, a pesar de que ellos
no entendieron el porqué. Ahora mamá tiene una o más cargas y tiene
que reajustarse de nuevo al nuevo entorno. Ellos dejan muchas de sus
posesiones en la antigua casa y viajan entre dos casas, y una vez más tie-
nen que adaptarse a nuevas situaciones: “[...] papá y mamá se fueron aco-
modados en la otra casa y mamá iba y venia y la hacia también su casa
pero papá no, porque él se fue quedando en su cuarto y no salía de su
cuarto y su cuarto era prácticamente toda su casa” (Jacobs, 1987: 128).
Durante esta última etapa de la batalla de mamá, los jóvenes admiten
que “Durante todo este tiempo la más preocupada ha sido mamá y la
vemos planear cosas que entretengan a papá porque a él no le gustan por-
que lo que él quiere de veras es leer en paz […]”. Preocupada, ella encuen-

147
Hélène Ratner Zaragoza

tra diligencias para que él: responde cartas que sus viejos amigos han escri-
to, intenta interesarlo en el ejercicio e incluso trata de relanzar su viejo
grupo de bridge “pero ha encontrado que la mayoría de los miembros [...]
o han muerto o se han ido o, igual que papá […] lo que quieren es estar
en paz” (1987: 133). Mamá llama a sus amigas y, en árabe, francés y espa-
ñol les confía sus preocupaciones sobre papá. En una escena conmovedo-
ra y quizá la única en la que ella sucumbe a la tristeza: “[…] le preguntó
arrodillada a sus pies y abrazándole las piernas...Qué te pasa, mientras lo
miraba y trataba de tranquilizarse [...]” (1987: 135).
Un tercer y corto ejemplo de una segunda generación líbano-mexica-
na aculturizada es Sara, la hermana de mamá quien colecciona “cosas deli-
cados de porcelana y antiguas libanesas porque ella sí era paisana” (1987:
36) y, a pesar de que los lectores nunca conocimos cuánta educación te-
nía, sabemos que es traductora de novelas de intriga. Aunque la autora le
dedica muy pocas páginas, nos damos cuenta que ella no es como mamá:
ella es muy independiente, divorciada, tiene su falda estrecha negra y con
un toque de ironía, los niños inocentes explican que

[…] según mamá siempre estaba diciendo y porque la tía Sara había
tenido que pasar calores insoportable en una época de su vida en que
había tenido que vivir en el sur del país y desde entonces…no usaba ropa
interior. Pero no se le veía nada.
Sara nos parece independiente, probablemente más educada, tiene un tra-
bajo intelectual y, como Mamá Salima, vive sola y parece contenta.
(Jacobs, 1987: 35)

Para finalizar, podemos decir no existe una búsqueda manifiesta de “iden-


tidad” en ninguno de los personajes femeninos trabajados. En otras pala-
bras, no se presenta un conflicto de identidad, pues nunca dejaron de
considerarse “libanesas”.
Mamá Salimas no dijo conscientemente su necesidad de adaptarse a su
nueva existencia, sea como madre soltera o casada, en los Estados Unidos
o en México, maronita o católica. Nunca perdió su identidad libanesa y
la pasó a sus hijos y familia extendida. Por su parte, mamá, más conser-
vadora, preserva su identidad libanesa en México lo que, a pesar de que
cambia lentamente desde los 70, pone de manifiesto que todavía es una

148
Entre un tapete persa, un Cadillac y Walden. Las Hojas Muertas de Bárbara Jacobs

sociedad patriarcal. Además, tiene un esposo escogido y asignado para


ella, pero es lo suficientemente afortunada para enamorarse de él, incluso
antes de conocerlo. El retrato que ella pinta se menciona dos veces; es el
único que ella alguna vez pintara y ninguna vez se menciona su interés o
habilidad en la pintura. Su expresión creativa obviamente ni siquiera iba
a ser considerada una vez de vuelta en México, donde su papel era el de
hija, esposa y madre. Su creatividad se desvía en hacer galletas de almen-
dra para papá y sus amigos.
A diferencia de una autora como Poniatowska, Jacobs no nos permite
ver dentro de sus personajes: no existe una introspección manifiesta de
parte de los personajes femeninos. La única vez que observamos cualquier
introspección de parte de ma es en una escena conmovedora que los niños
oyen por casualidad, cuando papá dice que ha sido un mal padre porque
él nunca había conocido a su padre y mamá dice que debió haber sido una
mala madre porque “todos habíamos ido saliendo a él y no a ella y que
ella tampoco sabía entonces ser buena madre […]” (Jacobs, 1987: 40).
Sus lectores saben que es muy diferente.

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150
Caracas, ciudad multicultural
de los noventa en las novelas:
La Última Cena de Stefanía Mosca (1957)
y Trance de Isabel González (1963)

Laura Febres de Ayala

Introducción

La ciudad de Caracas se encuentra dibujada e imaginada en estas dos no-


velas. La metrópolis, como el París de Balzac o el Dublín de Joyce, mani-
pula la vida de sus personajes.
Ambas escritoras construyen lugares insustituibles en los que se vive y
se muere. Si hubieran estado situados en otra parte de la urbe real o fic-
cional sus recorridos existenciales habrían sido distintos. Caracas no sola-
mente es de los caraqueños en la década de los ochenta y noventa, sino
lugar de encuentro para múltiples nacionalidades que han emigrado a ella
en búsqueda de un futuro mejor. Son novelas que muestran un sueño.
Sueño que en ambas novelas se convierte, para los personajes, en pesa-
dilla.
Además, la ciudad como tema de exploración literaria –junto con el
deterioro y la desilusión– está muy presente en la novelística caraqueña de
la década de los noventa, como señalan las autoras de la Antología crítica
de escritoras venezolanas del siglo XX, El hilo de la voz:

Esta utilización carnavalesca de subgéneros cinematográficos, así como la


temática de la marginalidad urbana, comienzan a introducir un tema muy
propio de los años 90 como es la literatura del deterioro, ya anunciada en
los relatos Banales, en los que oliendo a basura y el maltrato de cualquier
ilusión se hacen dolorosamente evidentes. (Pantín y Torres, 2003: 121)

151
Laura Febres de Ayala

Además hay que acotar que según los estudiosos de la literatura venezola-
na Julio Miranda, Yolanda Pantín y Ana Teresa Torres, los temas de la
emigración y la ajenidad en la literatura venezolana de finales del siglo XX
parecen haber sido tratados fundamentalmente por mujeres en la novela
y en la lírica:

Ante el fenómeno de que tanto la escritura de la emigración como la


escritura de la ajenidad parecieran haber sido abordadas fundamental-
mente por mujeres, proponemos como hipótesis el hecho de que la con-
dición de marginalidad, de lateralidad a la historia, de pertenencia a una
doble cultura, en tanto la mujer integra la comunidad pero, a la vez, ca-
rece de representación, la tradición de hablar desde un “no lugar”, conce-
de a su mirada (la mirada femenina) la particularidad de “extrañarse”, o
de inmiscuirse por caminos alternos. (Pantín y Torres: 130)

El tiempo de la enunciación de la escritura de nuestra primera novela –a


analizar La Última Cena de Stefanía Mosca– está situado en el año en el año
de 1988, aunque el relato de la familia principal se inicie en Venezuela
desde la época medinista por los años cuarenta y sus raíces italianas sean
exploradas desde mucho antes. Esta última fecha será de mucha importan-
cia para la descripción de la Caracas multicultural que intentaremos anali-
zar aquí: ahora, cuando todos los comensales de esta novela que refieren la
historia leída están muertos; ahora, en 1988, el Puma (José Luis Rodrí-
guez)1 es como si fuera el Libertador (Mosca, 1991). El de la segunda nove-
la, Trance, está cercano al 12 de octubre de 1992, día en que Helena escri-
be la última carta que aparece en el relato antes de su muerte.
Preferimos hablar de multiculturalidad cuando nos referimos a la Ca-
racas de estas novelas que de diversidad cultural, porque los personajes no
insisten tanto en diferenciar las culturas de las que provienen, como en
fundirlas; fenómeno que, en el caso de Helena, personaje principal de la
segunda novela, refleja una falta de identidad, su ajenidad. Las barreras
culturales se diluyen y desaparecen. Las culturas terminan por no darle
sentido a las vidas de algunos de estos personajes.

1 Artista protagonista de una novela televisiva que sirve a veces como sub-texto de La Última
Cena.

152
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Entre la escritura de la primera y segunda novela transcurren cuatro


años y ocurre en ellos el movimiento político-social del 27 de febrero de
1992 que daría un vuelco, inesperado para algunos, dentro de la historia
política social de Venezuela. ¿Refleja la segunda novela, Trance, ese cam-
bio con respecto a la novela de Stefanía Mosca? Es una de las preguntas
que nos has motivado a escribir este trabajo. Para ello analizaremos las
descripciones del fenómeno de la multiculturalidad en ambas novelas, las
apreciaciones sobre la identidad venezolana y latinoamericana presentes
en el relato, sus visiones del proceso histórico venezolano y latinoameri-
cano, así como el cuestionamiento del destino, que como una fuerza es-
condida está acechando contra todas las luchas humanas que realizan los
personajes para conseguir un futuro mejor.

Multiculturalidad y modernidad en La Última Cena:

Stephanía Mosca ha sido calificada, entre las escritoras venezolanas, como


una autora perteneciente a la década de los ochenta por las autoras de la
antología El hilo de la voz: “Es Stefania Mosca (1957) quien representa la
radicalización de los signos ochentistas tanto en sus colecciones de relatos
como en sus novelas y ensayos” (Pantín y Torres, 2003: 120). La pareja
principal de la novela viene a Caracas en busca de negocios, su hija, la ni-
ña de trenzas rubias, es una de las voces principales de la historia. Se ro-
dea, debido a distintas vicisitudes, de personajes cuyas descripciones cons-
truyen el ambiente de Venezuela –“la puerta grande de América del Sur
[...] Dirán en los sesenta que Caracas es el extremo del Kundalini, que será
la nueva Jerusalén Celeste2”– de los inicios de la segunda mitad del siglo
XX; cuando marcaba al país un alto porcentaje de emigrantes, no solo de
Italia sino de países como Cuba, España, Perú, Colombia, Turquía; el
éxodo del campesinado venezolano hacia la ciudad capital y la represión
de la dictadura perezjimenista.
Sin embargo, no se olvida la época en que la novela es confeccionada
a finales de la década de los ochenta, como los vestidos de Marcela, en los

2 Mosca, 1991: 86.

153
Laura Febres de Ayala

años cincuenta, para la esposa del dictador Marcos Pérez Jiménez. Esta
confección novelística como los trajes necesita diferentes telas. Por lo que
la autora se permite utilizar, como si fueran aquellas, el lenguaje de la
prensa, la televisión, el cine, los cabarets y las canciones juveniles e infan-
tiles.
Caracas se presenta como una ciudad que todo lo permite y que acuna
como una madre a veces cariñosa, pero, en otros momentos, sádica y cri-
minal a aquellos que se cobijan bajo su seno. Uno de ellos es Salustio:

Elsa abrió los ojos, era él, Salustio, hecho un asco. El pobre lo que hacía
era tener su botiquín y el cuarto listo para cuando el general dispusiera y
necesitara. Él no se opuso a nadie, no sabía de las ideas. Colaboró con el
progreso en su barrio, puso los primeros televisores sobre la mesa, él no
podía decirle que no a mi general: era un hombre pequeño, un hombre
menor […] Como podía saber él que entre parranda y parranda se de-
cidían los negocios y los muertos del día. Yo no sé nada, les gritó a los nue-
vos esbirros, lo juro, nada […] La noche se le había metido por dentro
hasta dejarlo hecho un nombre para nada […] (Mosca, 1991: 115-116)

Se describen las costumbres de distintos países, pero no solo acoge


Caracas distintas maneras de pensar, sino también, como muchos estu-
diosos afirman, la cuidad expresa dos tipos de cosmovisiones totalmente
diferentes cuando se inquiere acerca de la forma cómo sus habitantes con-
ciben y solucionan la realidad:

Estos datos de hecho ofrecen mayor fundamento a la hipótesis de la ciu-


dad de la desconfianza y el miedo de los años 90, que caracterizamos en
el capítulo previo.
La imagen de una concentración excesiva de personas, edificios, carros,
más allá de su endeble examen objetivo (demográfico, infraestructural y
estadístico que ya indicamos), está expresando también un rechazo an-
tagónico a ciertos otros considerados espurios, no dignos de la ciudad,
sobrantes, en la perspectiva de un discurso tradicional, mantuano, o con-
siderados como no productivos y con tendencias a la informalidad empo-
brecedora, por parte del discurso moderno socialista o progresista.
(Silverio, 2005: 171)

154
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Ambos grupos con todos sus matices son pintados por la novela que esta-
mos analizando aquí, el grupo marginal está representado por algunos
personajes, entre quienes destaca la señora de la limpieza de la familia
principal: “Ana era delgada, el pelo lo llevaba siempre recogido en un mo-
ño maltrecho donde quedaban impresas todas las voces de su resignación,
todos los ecos de sus abatimientos, todos esos cuatro hijos sin padre pre-
sente”. (Mosca, 1991: 75).
Ana también es producto de una migración. Viene del campo a la ciu-
dad. En su tierra había sido víctima de la pobreza y de la muerte del padre
de su primer hijo. Pertenece a un grupo que es excluido. Sin embargo, la
escisión entre estos dos grupos sociales, el de los marginales y el de los
incorporados a la sociedad, no es tan profunda en la novela como en los
estudios sociales que se realizan después de la década de los noventa. Por
ejemplo, uno de los cuatro hijos citados, Carmen, estudia gracias a la gene-
rosidad de Marcela y luego con una pequeña ayuda internacional y políti-
ca puede triunfar como fotógrafa en el mundo cultural. La novela expresa
así la forma en que el compromiso político contribuye a acentuar o a ate-
nuar la diferenciación social en la segunda mitad del siglo XX venezolano.
Carmen nos habla también de esa sociedad que permitió la incorpo-
ración de la mujer a muchas tareas que habían sido tradicionalmente
reservadas al ámbito masculino. “Se señala para 1988 una tendencia a la
feminización del egreso universitario en casi todas las carreras. Cuando en
1960 las mujeres representaban 33,8% de la matrícula de educación supe-
rior, en 1988 alcanzan 51,1%”. (Pantín y Torres, 2003: 106).
Ana, la madre de Carmen, a pesar de su situación social no había per-
dido la ternura ni la calma, vivía en su propio país, pero tuvo que aceptar
por necesidad los modos de vida distintos que le imponía Marcela, la
señora de la casa, que vino de Italia. Se adaptó, entonces este personaje, a
un ritmo diferente. Modernidad que sería fatal para Ana porque la má-
quina de lavar que ella se resistía a usar, le dejaría inútil una de sus ma-
nos para toda la vida. Metáfora que expresa lo que significó la moderni-
dad para esta clase social, que no pudo incorporarse a los modos de vida
que temporal y tecnológicamente su “progreso” exigía. Ana junto con Elsa
y Agustín Martínez serían tres de los venezolanos aniquilados por la
maquinaria “moderna” construida por la dictadura.

155
Laura Febres de Ayala

Agustín Martínez “minero de la región de Paragua” había conseguido


la esmeralda denominada la Evángelica que brillaba en el pecho de doña
Flor Pérez Jiménez, esposa del dictador. Sin embargo, nadie le pagó su
hallazgo. “La Evangélica se la quedó el Estado por Causa del beneficio
público: y su tío, Agustín Martínez, estuvo pudriéndose en la SN o en los
sótanos de Miraflores y su cursi pomposidad, aunque eso sí, al pan pan y
al vino vino: los presos del general ahora son ministros con Rómulo,
menos el tío de Elsa, gente común y corriente” (Mosca, 1991: 112).
La novela detalla junto con la tragedia de los venezolanos que emigran
del campo a la ciudad, la vida de los numerosos emigrantes que estarán
por Caracas a los finales de los años ochenta. El contacto entre los dos
grupos se realiza por medio del esposo de Marcela y padre de la niña de
trenzas rubias, Lucio, cuya pasión por el juego es tan fuerte que lo arroja
a diferentes ambientes que generalmente no son frecuentados por el resto
de los personajes de la novela. Está pasión también le salvará la vida, debi-
do a que no estaba en su hogar cuando ocurre el terremoto del 25 de julio
de 1967 que acaba con el relato novelístico.
En la novela, las costumbres italianas ni los italianos pretenden ser
modelos a seguir. Sin embargo, los personajes principales pertenecen a
este grupo migratorio y son los más descritos. Se sienten los encargados
de la modernización del país y a muchos de ellos el presupuesto de la dic-
tadura de Pérez Jiménez les permitió hacer realidad su sueño moderniza-
dor. Tienen una carga positiva ironizada dentro de la novela porque
“Hay que ver compadre que los italianos sí le han dado cosas buenas al
país.” Sin embargo, tumbaron muchas construcciones con verdadero
sabor criollo para levantar otras que para los venezolanos no tenían, en
aquel entonces, significación ninguna como nos expresa Salustio, el per-
sonaje perezjimenista que muere a manos de los defensores del nuevo
gobierno accióndemocratista, del que hablamos al principio de esta parte
del trabajo:

Concluida la imagen de la Caracas moderna. Y yo me pierdo en el mismo


barrio donde nací, porque cercaron la plaza de la iglesia, cementaron todo
su centro y segaron el mango antiguo con unos ladrillitos rojos y una
fuente estúpida con bolitas rococó. Deben ser los mismos italianos que

156
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

llegaron y le pusieron esas casas a la avenida Victoria como si estuvieran


en la Plaza Venecia de Roma. (Mosca, 1991: 72)

Continuamos con los cubanos quienes participan en la trama de negocios


y actividades clandestinas de la ciudad. Están representados por los
Castroman, a quienes conocieron en Maracay y con los cuales decidieron
probar suerte en Caracas debido a que no habían podido triunfar en esta
ciudad del interior, pareja que junto a Marcela, se mete en el negocio de la
costura. Los Castroman son descritos de la siguiente forma en la novela:

Los Castroman, unos cubanos que llegaron contando la subida de Batista


al poder, recamando odas a su nombre, afirmando que, por supuesto, a
Batista el poder le tenía sin cuidado, su misión era salvar a la patria, a
Cuba, esa isla atunera y de caña de azúcar productora, convertida toda en
un lustroso cabaret. En el mismo orden por el que ahora podían disfru-
tarlas aquí, en este país hermano, que entra sin ambages a la modernidad.
(Mosca, 1991: 55)

Sin embargo, los Castroman después de compartir ratos de intimidad con


la pareja principal de la novela y estafarla, emigran a Miami donde pasan
sus últimos días en un bar de mala muerte. Otra cubana a quien la niña
de trenzas rubias, una de las voces más importantes de la novela, le ayuda
en el servicio doméstico, también forma parte de este mosaico cultural
que nos describe esta novela:

Un hombre de espaldas enormes, vestido de franela, tenía agarrada a


Teresa, la cubana del trece. Estaba irreconocible, en el último estado de la
pea, con un traje de satén drapeado y pegadísimo al cuerpo. El la sostenía
por un brazo, mientras la cintura y el cuello de Teresa bailaban hasta
desarticularse […] Puta imagínese usted, no se puede creer en nadie […]
(Mosca, 1991: 42 y 48)

También se describen ambientes conformados por muchos emigrantes,


sobre todos los mercados donde se aglomeran unos sobre otros, vendien-
do sus productos: “Íbamos al mercado de San Jacinto… Este sistemático
ejercicio de corso en corso, y de andino a toche, de cucuteño a italiano

157
Laura Febres de Ayala

recién expulgadito en Maiquetía, lleva su tiempo. Un maquediche halán-


dole la camisa a uno, diciendo mira esta maravilla, una maravilla” (Mosca,
1991: 85).
La multiculturalidad de esa Caracas moderna se ve acentuada por las
canciones, artistas y películas que ven y oyen los ciudadanos quienes siem-
pre parecen estar pensando en otro lugar lejano. Las personas parecen
tener valores y creencias que vienen de otros sitios distintos al país en el
cual viven:

Los modelos mimetizaban al estilo de Gina Lollobrigida, exageraban una


que otra proposición de la colección Vogue otoño-invierno. Las líneas de
los modistos de París que aun en esa Caracas perezjimenista es lo único
que importa. París era el mundo […]
Y Arturo de Córdova, hasta se parece a mi Salustio, así, oscuro, engomi-
nado el pelo cano, vestido de galán en un botiquín de mala muerte como
si fuera Humphrey Bogart en Casablanca. Igualito, abrazando el cuerpo
desmayado de la bellísima María Elena Márquez. Cuando levanta la nie-
bla… El cine mexicano con sus quejas, sus redundancias, sus exaltaciones,
es –qué se le va a hacer– nuestra educación sentimental. (Mosca, 1991:
58 y 71)

En muchas ocasiones se recurre a la imaginería católica para comunicar-


nos las interpretaciones de los hechos de acuerdo a sus preceptos. Sobre
todo en el caso de Marcela, la madre, personaje principal de la novela, que
llena su vida de sentido a partir de ella. Sin embargo, este sentido, es mu-
chas veces ironizado por las otras voces de la novela. En el caso concreto
de la siguiente cita esta interpretación del mundo es confrontada con el
refranero popular: “En el mes de mayo se pisan los callos, decíamos los niños
en la fila del patio en el colegio y empezaba un desorden de salticos para
ver quién le pisaba los pies primero a quién. No señor, es el mes de la
Virgen, de la madre de Dios, así que mucho orden, mucho fundamento.”
En el mes de mayo se llevan flores a la Virgen María y la madre de Mar-
cela, no tiene con qué pagarlas. Sin embargo, Marcela sabe que tendrá
dinero en diciembre: “Era el mes de más trabajo, el mes de las ganancias”
(Mosca, 1991: 12).

158
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Los imaginarios del cine mexicano y del refranero popular se mezclan


sin orden ninguno con los de la imaginería cristiana e incluso con los de
la mitología griega que estudiaremos más a fondo en la novela Trance. Las
mentes de los caraqueños también son heterodoxas y multiculturales.
Recurren a todos ellos para construir la explicación del mosaico de sus vi-
das el cual no jerarquiza ni analiza la trascendencia de ninguno de ellos.
Caracas para estas fechas que describen las diversas voces de La Última
Cena es una ciudad en la cual hasta los niños juegan a la multiculturalidad:

Allí estábamos las niñitas peruanas del ochenta y cuatro y yo jugando a


las estatuillas. Uno, dos y tres pollito inglés. Uno, dos y tres. Y Leslei
siempre se ponía de Bolívar y reclamábamos las demás, te moviste, no se
vale. Yo de bailarina flamenca, quieta, uno dos tres pollito inglés, y en el
segundo que debía descubrirnos pétreas, estatuitas como de mármol en
carne y hueso. (Mosca, 1991: 78)

A modo de conclusión podemos terminar con la cita que tipifica esta


novela como el anti-relato de la emigración: “Seres que vinieron en busca
de bienestar, durante la época perezjimenista, cuyas promesas de progre-
so, desarrollo y modernidad tuvieron su expresión más directa en los cam-
bios urbanísticos, pero cuyos destinos permanecen inconclusos”. (Pantín
y Torres, 2003: 121).

Multiculturalidad y anomia en Trance

En La Última Cena vemos un mosaico de culturas que se muestran como


en un calidoscopio y aunque la identidad cultural de hombres como Sa-
lustio es agredida, aún se manifiesta en ellos la conciencia del lugar al cual
pertenecen. Como los mosaicos compuestos de diferentes tipos de már-
mol de la época perezjimenista que, aunque los mezclen en una construc-
ción, permite esta que cada uno de ellos conserve su diferencia. Algo cam-
bió después del 27 de febrero de 1992, fecha que aparece reseñada en esta
corta novela, la cual a veces por sus ritmos, podríamos calificar de poema
en prosa:

159
Laura Febres de Ayala

Las abejas de Caracas destruyen el panal. La ciudad está tomada por el


pueblo; los cerros han bajado y destruyen las casas del Country Club. Se
habla de más de mil muertos. Se oye: “Revolución”. Elena, tú estás en el
medio, indiferente. Sales a la autopista a tomar fotografías pensando que
un nuevo presidente no cambiará las cosas.
“En este país todo sigue igual” La novedad se deshace en muy corto
tiempo. Se matan unos a otros por una nevera, por un televisor, por un
betamax, por una chaqueta de cuero. Hambre de aparatos electrodomés-
ticos, señal indiscutible de la clase media. La clase media agoniza, la ase-
sinan en el boulevard de Sabana Grande. (González, 1993: 57)

Creemos que está situación influye en la pintura de los personajes de esta


segunda novela quienes se caracterizan por una gran indiferencia y por la
ausencia de búsqueda de una pasión duradera la que inundaba a los per-
sonajes de la Ultima Cena. Elena el personaje principal de Trance no per-
tenece a ningún país, no encuentra sus raíces en ningún lado: “Has de
quedarte allí, en el lugar de ninguna parte”. Elena también es una “Mu-
ñeca de arena convertida en tiempo”. “Viajar continuamente cansa, te
hace ciudadano del mundo, pero destruye las raíces.” (González, 1993:
61-9-71). Sin embargo, este personaje a pesar de su falta identidad exis-
tencial, mantiene una dependencia con su país de origen: “No compren-
dían cómo pudiste viajar a tantos países y estar en eterno retorno, unida
a Caracas por un cordón umbilical”. (1993: 63)
Unida viceralmente a Caracas, Elena no tiene una cultura que sienta
como propia. Está constantemente viajando. A pesar de esa unión bioló-
gica a su ciudad natal Trance no es ni siquiera la novela del país portátil,
sino del país fantasma: la Venezuela que ya no existe: “–Venezuela murió
en un cruce de caminos. La Venezuela de tu niñez, Elena” (González,
1993: 58).
Aquí podemos introducir un tema que las autoras que elaboran El hilo
de la voz. Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX, traen a dis-
cusión con respecto a la década de los noventa del cual Elena puede ser
una expresión muy fiel porque es venezolana de nacimiento, sin embargo
se siente ajena al país. Es más extranjera en él que muchos de los emigran-
tes que aparecen retratados en La Última Cena:

160
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Se plantea aquí una interesante discusión al introducir el tema del “ex-


tranjero” que permite dos lecturas. La “extranjeridad” de quien proviene
de la emigración familiar o ha sido emigrante en la vida adulta, y la de
quien, por distintas razones, se siente ajeno a su contexto, lo que, por su-
puesto, puede ser coincidente. La que podríamos llamar escritura de la
emigración que sugieren algunas páginas de Elisa Lerner, Márgara
Russotto, Stefania Mosca, Bárbara Piano, Alicia Freilich, Judith Geren-
das, es un aspecto que consideramos distinto a la mirada de la “ajenidad”
como apartamiento o distancia frente al contexto nacional. Valga la coin-
cidencia con Miranda en cuanto a que tampoco encontramos narradores
hombres que sostengan esta mirada (Pantín y Torres, 2003: 129)

Nuestro personaje principal comparte ambas características: porque está


constantemente viajando pudiera ser tipificada como una emigrante, pero
además de eso se siente ajena en su propio país. Elena de manera distinta
a la niña de trenzas rubias de La Última Cena, no tiene familia en el tiem-
po de la enunciación de la novela. No tiene nexos afectivos. Se presenta
desde las carencias y las ausencias. Describe a una madre y abuela distan-
tes cuya función principal es contar historias y quienes solo aparecen en
el relato cuando el psiquiatra la indaga como paciente. En cuanto a esto
último también es representante de la novelística caraqueña de la década
de los noventa porque –como otra compañera Nuni Sarmiento (1956) en
Señoras– “recoge la conocida temática de la diada terapéutica entre la
mujer y su psiquiatra, para retomarla desde la subversión de la relación,
de modo que aquí es el analista quien queda dominado por la analizada.
(Pantín y Torres, 2003: 123)
–¿Por qué los psiquiatras hacen tantas preguntas?
–Deseamos hacer surgir lo que llevas por dentro.
–Mentira, son unos grandes curiosos.
El psiquiatra sonríe y anota la observación.
–La casa de la hacienda era grande. Tenía seis años cuando me llevaron la
primera vez. Mamá no hacía más que hablar de su infancia. Fueron tan-
tos hermanos, fueron tantas historias.
–Descubrieron el petróleo.
La abuela no festeja la noticia. El general se mantendrá en el poder.
(González, 1993: 62)

161
Laura Febres de Ayala

Como vemos en la novela Elena habla de la dictadura gomecista que tan-


to marcó a los venezolanos. Su abuela había vivido en ella. La situación
económica de Venezuela cambió gracias al descubrimiento del petróleo.
Sin embargo, esta ventaja minera se convirtió en desventaja política. Ayu-
daría a que el dictador se mantuviera en el poder.
La riqueza del gobierno venezolano no favorece la democracia ni la
honestidad. Además esta circunstancia económica contribuyó a minar las
bases históricas de la identidad del venezolano porque Venezuela de socie-
dad netamente agraria pasa a convertirse en una sociedad minera, en un
país portátil como afirma Adriano González León. Esta sociedad minera
no incentiva la reflexión ni el estudio. Elena es el resultado de ella. Escuda
su mediocridad diciendo: “–Verlaine no fue alumno de veinte. Mallarmé
tampoco. Los grandes poetas no son summa cum laude”. (González, 1993:
57)
Frente a esto la voz del narrador exclama: “Elena, no tienes para ven-
der más que sueños. Venezuela los compraba con un barril de petróleo”
(1993: 58). Elena también como muchos personajes de La Última Cena
consigue trabajo gracias al gobierno venezolano. Sin embargo, no senti-
mos relación entre su profesión y su identidad como persona. Su trabajo
de cineasta es una forma de pasar el tiempo, de demostrar a otros que ha
triunfado, de aparentar.

Soy cineasta. Elena pronuncia la frase con altivez; has producido un cor-
tometraje de quince minutos y un amigo del canal del Estado los proyec-
tó por la televisión. Ese triunfo insignificante te es suficiente; la gloria a
lo latinoamericano, se reparte en segundos por los miembros de un par-
tido político […]
“En este país no se avanza sin el gobierno” (1993: 59)

Esta profesión funciona como la excusa para construir la novela como un


guión fragmentado, en el cual podemos elegir cualquier escena para ini-
ciarla o terminarla:

–Si fueras a editar una película, ¿Por dónde la comenzarías?


–Por el principio.

162
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

–Y si te hubiesen entregado la cinta en pedazos y no lo supieses.


–Entonces sería igual, cualquier secuencia quedaría bien.
–Quizás sí. Quizás no. (1993: 60)

Ambas novelistas insisten en la relación entre ambos países. ¿No será que
existen para ambas semejanzas entre Venezuela y Cuba? Una de ellas es la
falta de identidad: “I am Cuban. Cuba no existe, tu Cuba murió”. Ernes-
to, Hermes, el principal amante de Elena en el relato es, como dijimos
antes, un joven cubano de nacimiento, quien desde sus catorce años es en-
viado a la ciudad de Nueva York, y en sus primeros tiempos vivirá en un
orfanato. La descripción de su identidad es la siguiente: “Te sientes li-
quen en simbiosis entre dos mundos. Es el exilio porque, cuanto más lo
piensas, eres un exiliado: te vuelve ajeno. Perteneces al regreso, es un eter-
no retorno”. (González, 1993: 67 y 20)
Luego se reunirá con sus padres quienes lo sacaron de la isla para evi-
tarle que la situación política lo arrastrara. De la misma manera que Mar-
cela, la madre de la novela La Última Cena, la mamá de Ernesto sobrevive
en los Estados Unidos cosiendo, para que su hijo adquiera el nivel de vida
que ella deseaba. El exilio cubano es un tema muy importante para las
décadas ochenta y noventa, por eso lo tratan ambas novelas.

Mamá trabaja. La máquina de coser encalambraba sus dedos. El pie sobre


el pedal constante, uniendo patrones de vestidos en serie, que van a parar
a las vitrinas de la Quinta Avenida. Mamá ofrenda sus manos, se pincha
con la aguja y ella, en silencio. El supervisor revolotea revisando los
detalles; ciento diez emigrantes sin papeles. Primero, el trabajo y después,
los derechos. Mamá calla, su hijo americano, su hijo no manchará sus
manos de cicatrices. Si hijo, Ernesto, esperanza de una casa, de un jardín,
de un carro de cuatro puertas. (González, 1993: 25)

En este párrafo vemos porqué los padres de Ernesto se sacrifican por su


hijo. Quieren que obtenga la nacionalidad americana, un carro y una casa
con jardín. Además desean evitarle a su hijo las molestias que la situación
cubana les traerá: “Te han convertido en hombre, Ernesto; a tus catorce
años, te envían a la soledad de un mundo que te es indiferente. No quie-
res ir, ellos deciden lo que no entiendes. Se apremian por explicarte las

163
Laura Febres de Ayala

necesidades, las situaciones políticas, un hombre con barba que no se


baña. No te interesa la barba, el habano, el vestido de militar.” (1993: 15)
No obstante, esta vida hermosa que supuestamente Ernesto va a tener
termina de manera contraria a lo que sus padres habían pensado: “Papá te
sacó de Cuba para que no crecieses a la sombra de un rifle y un cañón.
No es tu deber ir a guerras que no te pertenecen. Tú trabajas, estudias, tra-
bajas. Comprarás un carro, la casa, pagarás los impuestos y obtendrás la
jubilación.” (1993: 67)
No participaría en las guerras que planificaba Cuba en otras partes del
mundo, pero tiene que enrolarse en el ejército norteamericano para ir a
pelear en Vietnam, guerra en donde encuentra la muerte: “Agonizas sin
saber quién te mató. Ignoras cómo se llama el país donde abrirán tu sepul-
tura. Mamá recibirá cualquier pedazo. El ataúd relleno de Smith.” Miami,
además de Caracas, es otra de las urbes que no deja de ser mencionada en
ambas novelas, pero sobre todo en Trance. Ernesto deja de tener identi-
dad propia para convertirse en la ciudad misma. “Miami soy yo.” Pare-
ciera como acotamos al principio, que no son los individuos los que cons-
truyen su vida en la ciudad, sino lo contrario: es la ciudad la que deter-
mina sus vidas. Nueva York también es descrita en la novela con ese halo
de soledad que produce en sus habitantes. En el caso de Trance no sola-
mente describe a estas ciudades, sino a la urbe por sí misma, que aparece
dibujada a través de todas las ciudades que visitaba Elena: “Las ciudades
son iguales. Se asemejan por las ventanas de los trenes. Ellos te pedían
detalles. ‘Estambul es sorprendente. Los atardeceres se dibujan en cantos
musulmanes”. (González, 1993: 68, 77 y 63)
A propósito de esto, Venezuela recibe una gran oleada de musulmanes
que son generalmente tipificados como “turcos”. Trance refleja la afluen-
cia de ellos a la isla de Margarita, un lugar considerado idílico por sus her-
mosas playas y promisorio futuro económico. Isla que puede ser la ima-
gen de Venezuela, mezcla y sincretismo, venezolanos, inmigrantes y turis-
tas. Tanto que allí se llega a olvidar el castellano:

Margarita, símbolo de mi país. … Dicen que la isla se llenó de turcos, que


el comercio los atrajo en clanes; son dueños de la mayoría de las tiendas del
puerto libre. Por las tardes, antes de cerrar, se oyen sus rezos musulmanes.

164
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Quedan pescadores de perlas, buscan la más grande y hermosa, pero su


sino está anclado a sus barcos, apenas sobrepasa sus redes. (1993: 65)

El supuesto progreso de la isla no tiene que ver con la vida de sus habi-
tantes nativos, pescadores de oficio, cuyo destino continúa siendo el mis-
mo, atado solamente al alimento que su trabajo puede darles.
Los italianos son mencionados también en Trance. Además de ellos fi-
guran los argentinos quienes se interesan en conseguir como pareja, a una
mujer adinerada.

Danny no está satisfecho. Muchos argentinos se casaron con mujeres ri-


cas. Las venezolanas son presa fácil. El habladito cantado, el balaíto, el
sombrero de tres picos y, che, el hombre macho. Las venezolanas tienen
mucho dinero; no piden descuento, pagan lo que se les pida aunque la
exageración suene a robo. (1993: 49)

La Ultima Cena hace uso en algunas ocasiones de la mitología griega,


Trance la utiliza con más frecuencia. En ambas obras se convierte en un
instrumento de análisis de los hechos que suceden y forma parte de los
imaginarios expresados. La realidad será comparada con la visión del
Olimpo que poseen las dos autoras. En Trance el personaje masculino
principal Ernesto, cambia su nombre por el de Hermes, el Dios viajero.
En su estado de enamoramiento Elena lo compara con un Prometeo mo-
derno, indicando que es él quien podría salvarla: “Prometeo, los dioses
necesitan el correo y no somos arañas para inmolar la vida. No te reten-
dré, te vestiré con túnica dorada, colocaré sandalias nuevas en tus pies ala-
dos, besaré tu boca melocotón, te entregaré tu maletín de cuero y te des-
pediré.” (González, 1993: 75)
Como también sucede en La Última Cena, se ironiza este imaginario
al entregarle a Prometeo un “maletín de cuero”. Pareciera que las autoras
disfrutan mezclando mundos de sueño con la realidad que ellas observan.

165
Laura Febres de Ayala

El sueño culmina con la muerte.

Ambas novelas como dije en la introducción nos describen un sueño. La


familia italiana y muchos de los personajes de La Última Cena buscan un
futuro. Elena, la joven de Trance busca el amor perfecto. Coincidencial-
mente en ambas novelas los personajes caminan hacia la muerte. Desde el
principio de las novelas se nos advierte que este será el final de sus relatos.
En La Última Cena Marcela el personaje principal hace un brindis:

–Por el futuro...
–¡Cómo¡– exclamó la audiencia en el mismo asombro ante tan
inverosímil parlamento. Todos sabemos lo que sucederá. Glen, aunque no
lo haya plasmado al principio, nos descubrió al final, y terminó por con-
tarnos el argumento donde vivimos, y al final todos estaríamos muertos.
(Mosca, 1991: 15)

De la misma manera Trance nos advierte que la muerte se encuentra de-


trás de el relato con la dedicatoria que aparece en sus primeras páginas:
“Esta novela se escribe para asesinar a un personaje”.
Tal como lo prometen, La Última Cena acaba con la muerte de casi
todos sus personajes con el terremoto que ocurre en Caracas el 27 de julio
de 1967 y Trance con la declaración de Elena: “Me estoy muriendo, lo
supe ayer. Una sombra pasó cerca de mí cuando hablaba por teléfono.
Comprendí que sería muy pronto. No tengo miedo: los pequeños dioses
somos mortales.” (Gonzáles, 1993: 85)
Esta novelas pudieran ser estudiadas desde otras ópticas, una de ellas
muy relevante sería la descripción del machismo y sus particularidades
que aparece en cada una de ellas, otra la de la construcción de la ficción.
La primera la estudiaremos en un próximo trabajo.

166
Caracas, ciudad multicultural de los noventa en las novelas

Bibliografía

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González, Silverio (2005). La ciudad venezolana. Una interpretación de su
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Pantin, Yolanda, Ana Teresa Torres (2003). El hilo de la voz. Antología crí-
tica de escritoras venezolanas del siglo XX. Caracas: Fundación Polar.

167
Hasta no verte Jesús mío
de Elena Poniatowska:
¿testimonio o Literatura contestataria?

María Miele de Guerra*

Introducción

La obra literaria es un producto cultural elaborado por el ser humano en


un momento y lugar determinado. Es el resultado significativo del juego
entre los cánones literarios, reglas sociales y la libertad del autor para
hacer uso de las mismas. La escritora contemporánea rompe con esas re-
glas y crea universos que corresponden a sus propios valores y a su pers-
pectiva de mujer. El resultado es un una imagen de la realidad, pero visua-
lizada con ojos de mujer a través de un discurso propio, que da lugar a
una abundantísima publicación de textos, anteriormente rezagados, como
la expresión oral, la narrativa femenina y la marginal. Ellos han llegado a
constituir un corpus propio que merece sus propios créditos.
Entre estos aportes encontramos a la literatura testimonial o la litera-
tura escrita como testimonio, la cual, además de explicar la condición de
ser latinoamericano, subvierte a través de historias personales de testigos
presenciales –reales o inventados– la “historia oficial”. Su compromiso es
reformar las estructuras del poder político por lo que desempeña una fun-
ción crítica en la sociedad y, en este sentido, el testimonio constituye su
mejor aliado. La tarea más urgente es analizar y definir los rasgos especí-
ficos de la escritura de estas mujeres; esos que comparten con la oralidad
y que la sitúan en la marginalidad con respecto a otros discursos y que for-
man parte de la literatura de los oprimidos y las minorías, pero también
de las mayorías silenciadas.
* Universidad Metropolitana (Caracas, Venezuela)

169
María Miele de Guerra

¿Testimonio o Literatura contestataria?

La escritura de las mujeres en América puede leerse como una afirma-


ción cultural y una expresión del espíritu de la época; su lenguaje ha si-
do formulado por voces de resistencia y de cuestionamiento hacia los
sistemas que producen injusticia y represión. La realidad que nos mues-
tra Elena Poniatowska en su libro Hasta no verte Jesús mío, cuyo prota-
gonista, Jesusa Palancares, una mexicana, nos relata lo que ella ha debi-
do luchar para sobrevivir y todos los vejámenes que debió enfrentar en
su miserable vida. Ya desde muy niña, Jesusa sufre muchos quebrantos
en su vida emocional, entre ellos la muerte de su madre y el abandono
de su padre, quien a pesar de cuidarla y mantenerla, siempre estaba
ausente.
La trama se desenvuelve en una sociedad corrompida que la forzó a
crecer súbitamente para sobrevivir, debido a que se encontraba lejos de su
familia. La única solución para ella era someterse a trabajos mal pagados,
lo que suponía una explotación infantil, muy frecuente en aquella época,
en la cual los niños eran obligados a trabajar para poder sobrellevar la
pobreza reinante en los hogares:

Como no tenía pensamientos jugaba con la tierra, me gustaba harto ten-


tarla, porque a los cinco años todavía vemos la tierra blanca. Nuestro
Señor hizo toda su creación blanca a su imagen y semejanza, y se ha ido
ennegreciendo con los años por el uso y la maldad. (Poniatowska, 1969)

El destino hace que Jesusa se reencuentre con su padre, que ahora per-
tenece al ejército carrancista y por el que conoce un mundo en el que
el objetivo es derrotar al enemigo, sin importar los derechos inaliena-
bles del hombre: vida, libertad y felicidad. La participación de la mu-
chacha en la Revolución Mexicana nos permite conocer este aconteci-
miento desde otro punto de vista, más real y emocional, no solo con
hechos históricos, sino que también con el día a día de esta joven, que
debe asumir la dura vida de ser parte del ejército como un “soldado”

1 Poniatowska Elena (1969) Hasta no verte Jesús mío. México. Editorial Era

170
Hasta no verte Jesús mío (1969) de Elena Poniatowska

más, dejando atrás su feminidad y la posibilidad de tener una vida pro-


pia y plena.
Además de todo esto, a los quince años se ve forzada a contraer matri-
monio, lo que parece absurdo al contraponerlo con la actualidad, puesto
que apenas es una niña y, por otra parte, la situación está alejada del verda-
dero concepto del matrimonio cuya base es el amor y no el simple capricho
de un hombre frente al desprecio de una mujer. En la novela, tras lograr su
objetivo, él la deja sola y encerrada, mientras lucha en la revolución.

Como no se me concedió irme, forzosamente el oficial se casó conmigo,


pero no por mi voluntad. Todo porque el capitán del barco no quiso ha-
cerse cargo de mí... me llevó a su casa. Allí me encerró y luego se fue a
parrandear. (Poniatowska, 1969: 84)

La libertad que siempre tuvo Jesusa se ve coartada, restringida y si a esto


se le suma el abandono que sufre nuevamente, la joven, a manera de rebe-
larse y de pasar el tiempo, cae en un mundo de vicios, como el alcoholis-
mo; única solución a sus problemas y a su soledad. Al enterarse su espo-
so de sus nuevos hábitos, decide llevarla consigo en luchas y así se con-
vierte en un guerrillero con las características de cualquier hombre y reci-
biendo el mismo trato que ellos.
En el transcurso de ese tiempo, la protagonista se ve sometida a cons-
tantes abusos físicos sin razón aparente, propinados por su pareja, hasta
que un día cansada de recibir las golpizas, la joven se enfrenta al abusador
y lo amenaza de muerte, con lo que él deja de maltratarla.
Luego de estos incidentes su esposo muere en el campo de batalla y de
aquí en delante ella toma el control de su vida. “Como padecí tanto con
Pedro dije yo: mejor me quedo sola. Dicen que el buey solo bien se lame,
¿por qué la vaca no?”. Con esto reniega la imagen femenina de ese enton-
ces, proponiéndose no volver a enlazarse con otra persona: “Son como el
león y la leona, el león, cuando está conquistándosela a la leona, la rela-
me, la adula, la busca y todo. No más la tiene en sus garras y le pega sus
buenas tarascadas, así son los hombres” (Poniatowska, 1969: 173). Con
esto Jesusa nos da a conocer su opinión acerca del sexo opuesto. Según
ella, todos son iguales.

171
María Miele de Guerra

Después de quedar viuda decide emprender rumbo a su tierra, pero


algunos imprevistos la obligan a quedarse en la capital mexicana que,
entonces, popularmente era conocida como “Defe”. Impulsada por la ne-
cesidad se ve forzada a vivir de arrimada en cualquier parte donde le pu-
diesen brindar ayuda; además debe buscar trabajo, pero su analfabetismo
hace que recorra un año las calles de la ciudad, sin darse cuenta que en
casi todas las puertas había ofertas. Allí una muchacha le ayuda y detiene
su larga e infructuosa búsqueda.
Jesusa es analfabeta y esta característica le cierra las puertas para en-
contrar una salida a su miseria. Si bien es cierto, este flagelo todavía es un
problema para ciertos sectores sociales, la idea de educarse no está lejos de
cada individuo; al contrario, sabemos y queda claro al leer la siguiente cita
que: “La educación es un seguro para la vida y un pasaporte para la eter-
nidad” (1969: 52).
En un trabajo Jesusa conoce al grupo llamado “Obra Espiritual” (Esta
es quizá su mejor época; cuando se mezcla la filosofía con ciertos rasgos
del catolicismo). Este grupo le hace creer en la reencarnación y hasta la
convence que está viviendo su tercera existencia. Así continúa hasta el fin
–casi setenta años– cuando recurre a la fantasía para pedirle a Dios que la
deje morir en la punta de un cerro debajo de un árbol (como su padre) y
devorada por los zopilotes.
Elena Poniatowska, en ensayos y entrevistas, nos relata el descubri-
miento de Josefina Bórquez, una lavandera, cuya vida y métodos de tra-
bajo le interesaron y que más tarde se convertiría en la protagonista-narra-
dora de su novela, aunque bajo el nombre de Jesusa Palancares. Este es el
caso de Hasta no verte Jesús mío. El personaje de la obra es una mujer
mexicana que existe en la realidad y a quien Poniatowska entrevistó du-
rante largas horas. La autora tomó el producto de sus entrevistas (graba-
ciones y apuntes) y lo reconstruyó. De esta forma surge el personaje de
Jesusa cuyo valor radica en que sus palabras no son ficción, sino historia
vivida. Ella nos la cuenta con sus creencias, diferentes situaciones y humi-
llaciones de las que fue víctima.
Jesusa nos repasa una vida de casi setenta años, en la cual la idea de la
muerte y el deseo de morir la obsesiona desde su infancia, cuando presen-
cia el entierro de su madre a quien ella quiere acompañar en la tumba:

172
Hasta no verte Jesús mío (1969) de Elena Poniatowska

No sé si la causa era la pobreza o porque así se usaba, pero el entierro de


mi madre fue muy pobre. La envolvieron en un petate y vi que la tiraban
así nomás y que le echaban tierra encima. […] me aventé dentro del pozo
y con mi vestido tapé la cabeza a mi mamá para que no le cayera tierra en
la cara […] Yo no me quería salir. Quería que me taparan allí con mi
mamá. (1969: 17)

El título de este trabajo ¿Testimonio o Literatura Contestataria ? encierra la


urgencia de una comunicación y su diferencia en el testimonio femenino
en Latinoamérica.
Siguiendo a Candida Marìa Sant Anne (2000)2, definimos como lite-
ratura testimonio aquella en la que el relato de una persona que pertene-
ce a un determinado gupo social –generalmente marginado o subalterno
y que no dipone de los medios propios– se da a conocer a través de otra,
capacitada para expresar lo que la primera no puede hacer; pero que , sin
embargo, sostiene los mismos planteamientos e ideales.
Igualmente Silvia Nagy-Zekmi, en un artículo titulado “¿Testimonio
o Fcción? Actitudes Académicas”, trata de definir y de ubicar al testimo-
nio como producto literario postmoderno. La autora señala ciertas carac-
terísticas que debe cumplir esta modalidad para ser aceptada como tal.
Primero, ser un relato de experiencias vividas que se publican en forma
impresa; en este sentido, la obra Hasta no verte Jesús mío cumple a cabali-
dad con lo estipulado. Segundo, el testimonio femenino es ofrecido por
una(s) mujer(es) marginada(s) cuyos derechos han sido violentados.
En el caso de Hasta no verte Jesus mío el primer hablante quiso perma-
necer en el anonimato hasta que Elena Poniatowska divulgó cómo se
había hecho la historia “porque ella está dispuesta a ser la voz de los mexi-
canos que sufren” (Poniatowska, 2007). Asimismo, Jean Franco, al refe-
rirse al testimonio, asocia subalternidad con oralidad y enfoca la forma
oral del testimonio como la materia prima del autor que escribe desde una
“posición diferente que la del hablante” (1988: 109-116). Para este autor
novela es poder patriarcal y oralidad, es el discurso del subalterno: esta es
la explicación del testimonio en la novela Hasta no verte Jesús mío. El dis-

2 Ver “Vertientes del Testimonio latinoamericano” en Hispanista Vol. I N.º 3 (Octubre-Noviem-


bre-Diciembre) s/p.

173
María Miele de Guerra

curso de la obra no puede ser catalogado como patriarcal, poder, ya que


la autora es un subalterno, marginado que habla por la boca de Elena.
La literatura testimonial presenta un testigo o testigos auténticos. En
la ejecución de la novela testimonial se habla de una supresión en el uso
del yo. El autor debe “despojarse” de su individualidad, pero para asumir
la de su informante. Poniatowska interfiere en el texto, puesto que tuvo
que armarlo, creando diálogos y capítulos, eliminando alusiones a la
“Obra Espiritual”. Se trata de la perspectiva de Jesusa y su referente real
predomina en el texto. Lo que ve Jesusa y cómo lo ve es lo importante:

Mi mamá no me regañó ni me pegó nunca. Era morena igual a mí, chap-


arrita, gorda y cuando se murió nunca volví a jugar […]
Mi papá se iba por toda la playa hasta llegar a una roca que está al pie del
faro. Las rocas despuntan dentro del agua y cuando les da la ola se abre la
concha del ostión y se alimenta con el líquido de la ola; luego se cierra la
concha otra vez. Entonces con su machete ¡pácatelas!, mi papá arrancaba
las grandes ostras. (1969: 20-22)

Estas citas presentan la interpretación de la realidad de acuerdo con Jesusa.


El recuerdo de la madre se refiere al carácter y en la identificación física:
igual a ella. De ahí el gran significado de la pérdida. La figura del padre,
por otro lado, aparece como el proveedor, el hombre trabajador, fuerte y
también creativo. Jesusa Palancares, es una mujer marginada que alcanza
la posición de sujeto hablante en una narrativa que desmitifica los ideales
de la revolución mexicana en cuanto retrata el reverso de una realidad.

Yo creo que fue una guerra mal entendida porque eso de que se mataran
unos contra otros, padres contra hijos, hermanos contra hermanos; car-
rancistas, villistas, zapatistas, pues eran puras tarugadas porque éramos los
mismos pelados y muertos de hambre. Pero ésas son cosas que, como
dicen, por sabidas se callan. (1969: 94)

El texto de Hasta no verte es un encuentro de dos fragmentos de la cultu-


ra mexicana. Hay una autoría doble: la voz es genuinamente de Jesusa,
quien expone, a través del texto, su cosmovisión, sus ideas acerca de la
revolución y de sus protagonistas, su crítica social:

174
Hasta no verte Jesús mío (1969) de Elena Poniatowska

Pero adoran al puesto, no al hombre. Así fue la revolución, que ahora soy
de éstos, pero mañana seré de los otros, a chaquetazo limpio, el caso es
estar con el más fuerte, el que tiene más parque…También ahora es así.
Le caravanean al que está allá arriba encaramado (1969: 71)

En el relato oral se refleja y sobreentiende la ideología, su desarraigo, su


defensa ante los maltratos, su posición ante el destino de los que nada tie-
nen. En una situación social de desigualdad e injusticia, la narración auto-
biográfica de Jesusa proyecta un carácter rebelde e independiente que se
resiste a la explotación
La trayectoria de vida que se narra es marcada no solo por una exis-
tencia llena de trabajos, de un sinfín de atropellos, de miseria y fatigas;
pero, también, de valor, independencia, decisión, lucha, de una capacidad
de mirar críticamente su entorno y, por último, de una fe en la Obra
Espiritual cuya creencia estaría centrada en la reencarnación: espacio para
su consuelo y fantasía, ya que este camino sería considerado por Jesusa
como el único cambio que cree posible, por lo mucho que ha purgado en
esta vida. Una vida que, al fin y al cabo, se choca a cada paso con la in-
mensa urbe que crece a su alrededor y que, aunque se “modernice”, sigue
siendo clasista, pues o abre un espacio digno a la subalternidad: una vida
que sigue siempre en compás de espera.
El valor real de estas narraciones no se basa en la verdad de los hechos
narrados, sino en lo que representan, de allí su importancia para entender la
etnia, el lugar, la época y las circunstancias del relato narrado. Sin embargo
tenemos que reconocer que la escritura aun siendo privada, en estos casos se
convierte en pública y se hace difícil determinar lo que es real de lo que no
lo es. La interacción de Jesusa con Poniatowska es sumamente interesante.
La ilusión de la desaparición del autor anima al lector a aceptar la historia de
Jesusa como “la verdad”, pero no excluye la idea de que ella presente como
la verdad sus ideas y opiniones y oculte inconscientemente ciertas motivacio-
nes como por ejemplo las raíces indias de su madre, la reiteración a que ella
no es de piel morena o la integridad sexual ante el acoso masculino:
Yo nunca me quité los pantalones, nomás me los bajaba cuando él me
ocupaba, pero que dijera yo, me voy a acostar, me voy a desvestir porque
me voy a cobijar, eso no, tenía que traer los pantalones puestos a la hora

175
María Miele de Guerra

que tocaran… Mi marido no era hombre que lo estuviera apapachando a


uno… Era hombre muy serio. (1969: 86)

Estas declaraciones de Jesusa nos sirven para darnos cuenta que, en cier-
tos momentos, revela o encubre aspectos de su carácter: por una parte es
una crítica acerba de la versión oficial de la historia mexicana, la voz de la
mujer de clase inferior a la cual han silenciado tanto social como literaria-
mente; pero, por otra, parte reconstruye una imagen ante la Jesusa que
quiere ocultarse: “Sé que está aquí por mis pertenencias, no porque me
quiere. Me acuesto pero no me duermo. Siento coraje. Todo viene de muy
lejos de muy dentro (1969: 314).
Elena Poniatowska ha servido de voz literaria a los marginados socia-
les y ha descrito su opinión sobre eventos y desarrollos sociales y políti-
cos, “es el espejo estético de los social” (Lectura y plática. Acaba de reci-
bir el premio Rómulo Gallegos por su novela El tren pasa primero; el jura-
do justificó su premio, destacando su torrente literario, su pasión por el
lenguaje, el absurdo y el poder autoritario de los tópicos de la sociedad
(economía-discriminación-explotación).
A partir del Premio Nobel de la Paz, otorgado a Rigoberta Menchú en
1992, el testimonio se ha concebido primordialmente como discurso de
resistencia. La propia Elena lleva colgando de la espalda el cartel de “rebel-
de” por ser la conciencia crítica de México.
Literatura que sube de la calle, la que sale de la boca de los hombres y
mujeres, la de las voces que escuchamos, la del grito… La que hacemos
entre todos apenas amanece. Es la crónica de nuestras horas, de nuestros
días y de nuestras vías.
(Poniatowska, 2007)

La experiencia histórica, política y social no puede ser desligada de lo que


es la producción latinoamericana. Los hechos que se dieron durante el
pasado y el presente marcan la historia, nuestra conciencia, valores, incli-
naciones y temores. Jesusa representa la simbiosis y la heterogeneidad de
la mayoría de nuestra realidad social. No obstante, esta mayoría ha sido
marginada y hasta se le ha negado el derecho de ser escuchada. Hasta no
verte Jesús mío tiene el gran poder de provocar en los lectores la reflexión
y con ella la esperanza de un mundo mejor.

176
Hasta no verte Jesús mío (1969) de Elena Poniatowska

Bibliografía

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Yúdice, George. (1993). “Testimonio y concientización.” Revista de Crí-
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177
Dimensões sensíveis da brasilidade
modernista: esboços de uma genealogia
literária

Mônica Pimenta Velloso*

As imagens que identificam o Brasil e os brasileiros à festa, à música e à


dança, datam de meados do século XVII. Descrito como “tentadora
dança de negros”, o lundú foi uma das primeiras danças a atrair a atenção
dos cronistas viajantes, como é o caso de Thomas Lindley O olhar do cro-
nista se detém, sobretudo, no corpo dos dançarinos. Um corpo com o
qual ele parece não se identificar, registrando sensações bizarras, misto de
estranhamento e fascínio. Para o cronista, a intensa gestualidade e os
movimentos lascivos dos corpos contrastavam com a repetição monótona
dos ritmos musicais, tirados à uma viola. Lindley estranha, sobretudo, a
forma despudorada como os brasileiros se tocavam durante a dança.
Percebe o deleite que o lundú provocava nos espectadores, levando-os a
improvisar coros e bater palmas animadamente.
O cronista constata que, apesar de os brasileiros terem contato com as
danças européias, o lundú lhes era predileto:

Não desconhecem o minueto e a quadrilha , exercitados nos altos círcu-


los, mas essa é a dança nacional e todas as classes sociais se sentem felizes
quando, deixando de lado o formalismo e a reserva –e, permitindo-me
acrescentar , a decência– podem entregar-se ao interesse e aos transportes
que ela excita1

* Doutora em História social (USP), pesquisadora da FCRB/ Ministério da cultura e do CNPQ.


1 Narrativa de uma viagem ao Brasil p179-180 cit.por Araújo ( s.d)

179
Mônica Pimenta Velloso

Através desses registros, vemos se esboçarem alguns traços do imaginário


da brasilidade. Dentre eles, a relevância de uma ordem corpórea apontan-
do outras possibilidades de energia participativa na vida social. Entrando
nas salas de visitas, nas festas oficiais e nos palcos dos teatros, as danças,
de origens populares, paulatinamente, vão consolidando-se como expres-
são da nacionalidade. São imagens sensitivas que povoam esses relatos: pés
descalços batendo no chão, dedos que se estalam ao ritmo da música,
olhares lúbricos, corpos que se tocam. Os sentidos corporais constituem
referência inspiradora.
Na virada do século XIX, o processo de invenção das tradições, desti-
nado a criar a “moderna nação brasileira”, será, freqüentemente, presidi-
do pela ordem dos sentidos. Essa ordem tem sido ambiência esquecida da
história mas, na realidade, ela se constitui em um dos elementos funda-
dores e organizadores da vida social. Através dela, revelam-se subjetivida-
des que traduzem as múltiplas formas de comunicação, de sociabilidade e
de participação imersas no ordinário dos rituais cotidianos2.
A história cultural lida com essa gama de sensibilidades, buscando
analisar a sua capacidade de interferência na vida social. Se hoje a histó-
ria já reconsiderou o papel das emoções, o debate permanece, apontando,
agora, para a necessidade de uma reconceituação do social. Mais fluido,
complexo, móvel, e, mesmo, ambíguo ele se transforma em ponto parti-
da e referência da historia cultural3.
Essa discussão sobre formas distintas de ler o mundo, freqüentemen-
te, tomadas como irreconciliáveis, data de longo tempo. Desde o início
do século XIX, na filosofia ocidental, já existe a consciência de que há
duas modalidades de apropriação do mundo: a cartesiana (centrada na
experiência e produção de conceitos) e a modalidade corpórea, que,
baseando-se nos sentidos, está centrada na percepção. Para Hans
Gumbrech (2004), a não compatibilidade entre sentidos e conceitos, per-
cepções e experiências permanece até hoje como questão polêmica.
Essa é, precisamente, a questão que proponho a discutir: como a per-
cepção e a dimensão dos sentidos vai se articular com a idéia da brasilida-

2 CF. Corbin, 2000.


3 Cf.Kalifa (2005) e Revel (2006)

180
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

de modernista e, mais especificamente, com o imaginário de um corpo


brasileiro ? Pensar a genealogia da brasilidade modernista significa pensar
em identidades sociais plurais e plásticas que, operando no cotidiano, vão
construindo diversos sentidos para a vida social. No imaginário literário
podemos encontrar essas várias subjetividades em jogo.
Recentemente, um conjunto de reflexões vêem destacando a dança
como expressão identitária da brasilidade, atribuindo ao corpo o lugar de
registro da memória. Na virada do século XIX, o tema das danças popu-
lares é abordado, ora como problema à organização nacional, ora como
expressão reveladora da face jovial, alegre e original da nacionalidade. O
fato é que as danças ganham centralidade nas interpretações sobre o Brasil
e o caráter nacional brasileiro, compondo-se uma verdadeira genealogia
literária que inclui, desde os relatos dos viajantes no século XVII, aos
ensaios cientificistas de Sílvio Romero e as crônicas mundanas de Olavo
Bilac4 e de João do Rio.
Em “Realidade e ilusões no Brasil”, Sílvio Romero, em ensaio escrito
em 1907, condenava, veementemente, a dança. Entendia que essa repre-
sentava uma ameaça à nacionalidade ao criar uma ordem ilusionista de
valores, inspirada nos sentidos. Relacionando música, dança e humor,
Romero apontava a cidade de Paris como matriz desse modelo civilizató-
rio, contrapondo-o à Alemanha e Estados Unidos. O ensaio revelava a
tensão e disputa entre os distintos paradigmas culturais que presidiam a
instauração da cultura da modernidade. Não é por acaso que a questão da
dança apareça, aí, como centro da discussão. Aos olhos dos intelectuais
brasileiros, quer o fato lhes agradasse ou não, a dança começava a impor-
se como traço incontestável da brasilidade, a ponto de levar Olavo Bilac
a concluir : “ Nós somos um povo que vive dançando”5.
Através de distintas perspectivas, Sílvio Romero, Olavo Bilac e João do
Rio elegeram a dança como fonte inspiradora de suas escritas. Nos estu-
4 Essa temática foi abordada nos artigos “A dança como alma da brasilidade , Paris, Rio e o
Maxixe”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Número 7 - 2007, mis en ligne le 15 mars 2007, réfé-
rence du 8 juin 2007, disponible sur : www.http:://. nuevomundo.revues.org/document 3709.
html(Paris/EHESS) e “È quase impossível falar à homens que dançam, polêmicas sobre o nacio-
nal popular” Rio de Janeiro , texto apresentado na XXIV Simpósio Nacional de História ,
Unisinos (RGS) julho de 2007.
5 “A dança no Rio de Janeiro”, Kosmos, maio de 1906.

181
Mônica Pimenta Velloso

dos sobre a identidade nacional, essa percepção sensível, expressa pelo


corpóreo-gestual, raramente tem sido objeto de discussão. A literatura
possibilita explorar essa vertente de pensamento ao iluminar aspectos da
vida social ainda não estruturados em discurso formal, consciente e con-
trolado.
As crônicas de João do Rio configuram um campo expressivo para esse
percurso. Elegendo o corpo como objeto de investigação, percebendo-o
enquanto portador de um saber e de uma sensibilidade singular, o autor
questiona a ordem que o vinculava ao monopólio do discurso higienista6.
No início do século, estabelecia-se correspondência direta entre a cida-
de higienizada e corpos higienizados. A instauração do moderno espaço
urbano aparecia como condição sine qua non para a expressão do corpo
civilizado. Em “A mulher e a rua”, crônica publicada em novembro de
1907, na Kosmos, Mário Pederneiras, fazia uma observação curiosa: a
cidade de ruas sujas e mal calçadas, tornava o andar da mulher semelhan-
te ao gingado e bamboleio dos capadócios7.A aglomeração do povo suado
e quente nas ruas estreitas acanharia os gestos da elegância feminina. Com
a reforma urbana, abrindo-se as avenidas e a comodidade macia do asfal-
to, modifica-se o corpo da mulher. Esse adquire passo firme, elegância e
sensualidade.
Uma sensualidade higienizada e controlada, é claro. Algumas crônicas
de João do Rio, precisamente, insubordinam-se contra essas idéias.
Quando nos descreve os corpos dançantes, o faz , com base, na dimensão
do privado. Apresenta-os a partir da subjetividade e dos sentidos, desta-
cando a autonomia de expressão, a singularidade dos movimentos e o pra-
zer.8
Nesse sentido, as crônicas de João do Rio vislumbram aspectos, percep-
ções e sensibilidades esboçados na vida social, mas não integrados, ainda,
pela dinâmica cotidiana. Motivo pelo qual, as suas crônicas, do início do
século, suscitaram polêmicas tão apaixonadas, acusações e, também suces-
so extraordinário na venda de livros. Freqüentemente o autor foi acusa-

6 Cf Antelo ( 1992)
7 Trata-se de uma gíria bastante utilizada na época, referindo-se a um tipo social identificado
como malandro.
8 Antelo (1992)

182
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

do(não só pela polícia) de fazer relatos a partir de elementos inverossímeis


e fictícios. Essa é a questão que me interessa explorar.
Misturando distintas competências no seu texto, João do Rio, conse-
gue produzir percepções inovadoras da sociedade, principalmente, quan-
do se refere ao domínio do corpo. Se age como jornalista moderno, ado-
tando novas técnicas de escrita e de comunicação, matém-se aberto ao
domínio da ficção. È essa que lhe aponta indícios de novos personagens
paisagens e sensibilidades.
Através da sua escrita, João do Rio elenca uma série de imagens do
moderno, a partir das quais extrai a sua sintonia com o cotidiano.9 Se esse,
algumas vezes, traz acontecimentos que parecem assustadores, na realida-
de, não o são. O simples fato de existir os torna comum, habitual. João
do Rio escuta essas idéias de um interlocutor imaginário com o qual con-
versa sobre o frenesi causado pelas danças que, transformando-se em
“esporte de resistência”, fazem as pessoas(sobretudo as mulheres) dança-
rem até a morte.10
Esse o sentido da crônica de João do Rio: investigar a complexa teci-
tura do presente, mesmo, quando, incompreensível e paradoxal.

A face resplandecente da modernidade

“O momento é das danças e dos seus sacerdotes... e de todo esse coro


de dançadores, puladores, sapateadores de todos os países, de todas as
raças que passam na convulsão da época”(João do Rio, 1914)

Mostrando o corpo como detentor de sensibilidade e linguagem próprias,


buscando envolver os seus leitores em um universo de significados afeti-
vos de pertencimento, as crônicas do autor marcam-se, sobretudo, como
práticas escriturais. É para essa “poética histórica das formas” que interes-
sa chamar atenção, mostrando como produzem os sentidos do texto, tra-
duzidos em maneiras de pensar, imaginar, sentir e agir.11

9 Cf Sussekind (1992)
10 Dançamos A Noticia, Rio de Janeiro, 4 de julho de 1908.
11 Cf Thérenty (2005)

183
Mônica Pimenta Velloso

O aspecto da comunicação, tão vibrante na escrita de João do Rio,


merece reflexão. Escrita e dança são, percebidas por ele, como arte trans-
figuradora, capaz de iluminar e revelar a realidade: a palavra é trovão, a
dança, relâmpago.12 No início do século, o cronista destaca as danças
como expressão da brasilidade primitiva. No movimento dos corpos de
um cordão carnavalesco percebia “alma ardente, luxuriosa e triste, meio
escrava e revoltosa”13. É atento a linguagem do corpo, que o cronista
observa a população das ruas. Pessoas que se movem pelo “sentimento rít-
mico”: nas bandas de música e dobrados expressam melancolia e tristeza.
Mas, quando soa o maxixe, todas as caras e corpos, num rasgão de alegria,
se transfiguram pelo prazer de dançar.O que faz o cronista concluir: “O
maxixe era a dança geral, o sentimento rítmico que todos sentiam, a gran-
de festa federal”14.
Resultado da mescla de culturas, o maxixe funde o sol ardente da Àfri-
ca com a poesia, melancolia e malícia dos fados lusitanos. É pela dança
que o cronista lê os traços da vida social. Percebe, na gestualidade, um
jeito de ser integrando a bravata, a desconfiança, o orgulho, o caráter per-
nóstico que gerava o engrossamento, a malandragem, sensualidade15. João
do Rio transita em um espaço complexo, dialogando com uma exclusão
que, na realidade, transcende o nível das classes sociais. Recusa ver a
dança como sintoma de decadência da cultura, creditando-a, ao contrá-
rio, como índice de civilização. Esse é o tema da conferência literária
“Apologia da dança”, no Teatro Fênix, a 16 de agosto de 191416.
Em ambiente doméstico e, supostamente intimista, entre senhoras ele-
gantes que sorviam o chá das 5, o cronista sente-se à vontade para expor
suas considerações. O propósito é claro: posicionar-se contra uma verten-
te de idéias da modernidade que vinha identificando a dança moderna
como expressão da decadência civilizatória. João do Rio localiza a crise em
um outro patamar : o da nascente civilização americana. E é através de
alguns dos seus valores que lê a decadência:

12 O fim do maxixe A Notícia , 6 de agosto de 1911


13 A imagem está na crônica de João do Rio “Cordões” (1987)
14 O fim do maxixe A Notícia , 6 de agosto de 1911
15 O fim do maxixe A Notícia , 6 de agosto de 1911.
16 A conferência “Apologia da dança “ foi publicada na Ilustração brasileira,a 16 de agosto de 1914

184
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

Não temos filosofia de ensinamento, temos a balbúrdia aguçada da ver-


tigem americana. O espetáculo é extraordinário – é o desespero de viver,
é a demagogia do lucro, a maior fúria da indagação, o maior esforço dos
músculos - para a cavação do ouro rápido. Os homens não pensam em
poesia17

A modernidade, no entanto, apresentaria uma face luminosa. Essa seria


representada pela presença das duas filhas diletas de Mnemosine18: a
dança e a música. Graças à elas, a civilização contemporânea conseguiria
reatar os seus vínculos com a antiguidade clássica. Perante a platéia sofis-
ticada do Teatro, João do Rio demonstra habilidade ao defender a cidade
de Paris como matriz civilizadora. Ao contrário do que se pensa, freqüen-
temente, a idéia de Paris como paradigma civilizatório da modernidade
não era consenso. A questão dividia os intelectuais, gerando controvérsias.
Já vimos a visão crítica de Sílvio Romero que desqualificava Paris como
“civilização da dança” e do ilusionismo.
Por isso, na sua conferência, João do Rio simula duas vozes. A primei-
ra é a voz do senso comum que se caracteriza, freqüentemente, pela repe-
tição, falta de espírito crítico; a segunda é a voz do artista e do poeta que
busca a sintonia com seu tempo. O senso comum associa nevrose, doen-
ça, prazer, delírio, loucura, coisas do diabo, barbárie à dança. Já o poeta
alerta contra essa visão argumentando que traduziria uma visão cética da
humanidade. O pêndulo da modernidade, argumenta, voltara a encon-
trar o seu equilíbrio. O respeito à dança, aos dançarinos e a invenção das
novas danças significaria o “afinamento espiritual do prazer”.

- Na virada do século XIX e nas primeiras décadas do XX, Paris desta-


cava-se por uma vanguarda artístico-intelectual profundamente inte-
ressada na pesquisa etnográfica de novas fontes culturais. A cidade
torna-se núcleo divulgador de coreografias da África, Ásia e Oriente.
Na década de 1910, por ocasião das exposições Universais, estavam
em evidência as denominadas danses exotiques(danças americanas)
como o cake walk, a rumba, o tango e o maxixe. Todas essas danças

17 Ilustração brasileira, 1914.


18 Na mitologia grega Mnemosine é a mãe de nove musas, deusas da literatura e das artes.

185
Mônica Pimenta Velloso

tinham raízes no submundo das culturas negras; no Rio de Janeiro e


em Buenos Aires originaram da zona do Porto, da mesma forma que
o cake walk se irradiara dos guetos negros do sul dos Estados Unidos.

- A questão era delicada para aqueles intelectuais, como João do Rio,


que defendiam o caráter civilizador das danças modernas. Como con-
ciliar primitivismo com civilização? Para esses autores, as metrópoles
civilizatórias, como Paris, eram capazes de absorver e elaborar as mais
distintas culturas. É nesse intuito, portanto, que defende-se a capital
européia como matriz , estabelecendo sínteses entre o acervo cultural
da antiguidade clássica e o moderno.

- Isadora Duncan é apontada, por João do Rio, como figura mediadora


nessa interlocução. Nascida na Califórnia,berço do utilitarismo e prag-
matismo, a bailaria conseguiria despertar para uma “imperiosa voca-
ção”: ligar o clássico à modernidade. Por isso,o cronista observa que o
ballet de Isadora não é só materialidade de corpo mas intelecto, erudi-
ção e, sobretudo, experimento:
Ela percorrera todas as pinacotecas notáveis do mundo para se com-
penetrar dos símbolos pagãos e educar a beleza das atitudes. Estudara
o grego e o latim para sentir a fábula e a legenda. Estudara ciências
positivas e falava de Newton, de Kepler da queda dos corpos (... ).

- Existiria, portanto, um diálogo entre as civilizações, conciliando-se, no


corpo moderno, intelecto e sensações, pensamento e prazer, ciência e
estética. O balé executado por Isadora Duncan, Nijinski, e Kharsavina
evidenciavam o fato.19

Escrevendo em cenário parisiense, no “Luna Park”, centro moderno de


diversões, o cronista dá as suas impressões sobre o maxixe brasileiro, exe-
cutado por Duque20 e Gaby. Aos olhos do cronista, a dança dramatiza a
19 Essas idéias estão expostas em Isadora Duncan, um ídolo em Paris A Ilustração brasileira, 1 agos-
to de 1909 e Apologia da dança.
20 Duque é o pseudônimo de Antonio Lopes de Amorim. Baiano, artista de teatro de revista, bai-
larino, Duque começa a fazer sucesso na Europa em 1913, como partenaire inicial a brasileira,
depois a francesa Gaby.

186
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

síntese entre a sensualidade americana e o refinamento do espírito pari-


siense.21 É escutando o ritmo “excitante dos chocalhos”, percebendo a agi-
lidade dos pés na dança, que, João do Rio elege Duque como o constru-
tor da imagem do Brasil no mundo. Viena, Berlim, Londres, Munique,
Atenas, Cairo, metrópoles da modernidade e da antiguidade, retomariam
o “amor coletivo à dança”, instigados pelos passos brasileiros22. Esse tom
apoteótico acompanha o cronista-flanêur à medida que se desloca pelas
capitais internacionais: “em toda parte onde estive estava Duque, estava o
Brasil, estava o maxixe”.23

Dentro da noite em Constantinopla: a brasilidade

Que propaganda mais rápida do que essa que obriga


como uma elegância, uma doença a Europa inteira
tomar as nossas atitudes para exprimir o prazer?
(João do Rio 14/12/1915).

Essa indagação é feita pelo cronista, quando, em uma noite passada em


Constantinopla, à margem do Bósforo, escuta uma sanfona popular que
tocava, sem nenhum compasso, um estribilho carnavalesco24. É essa escu-
ta, em terras longingüas, que marca a escrita de João do Rio em “Música
e dança brasileiras”: a música é voz , a dança é gesto. Ambas, conclui, são
filtros que tocam a alma. A alma brasileira, cordial, afável e atraente, só se
deixa ler pelos sentidos, nos mostra João do Rio.
É através dos sentidos, portanto, que o cronista constrói a sua interpre-
tação da brasilidade, elegendo o corpo como chave decodificadora. Ele é o
filtro pelo qual se apropria do mundo e o faz seu através de significados
simbólicos que partilha com os membros de sua comunidade. O corpo é
o lugar em que o fluxo das coisas adquire significações se metamorfosean-
do em sons, odores, texturas, cores e paisagens.25

21 Duque em Paris, Gazeta de Noticias, 13 de março de 1914.


22 Duque em Paris, Gazeta de Noticias, 13 de março de 1914.
23 Musica e dança brasileira Correio Paulistano, 14 de novembro de 1915.
24 Musica e dança brasileira Correio Paulistano, 14 de novembro de 1915.
25 Cf. Le Breton (2006).

187
Mônica Pimenta Velloso

Essa centralidade atribuída ao corpo na vida social brasileira, como


observei, marca várias interpretações. Isso não significa, porém, que,
mesmo dentro de um grupo social do mesmo status, não hajam diferen-
ças. As percepções, conforme nos lembra David Le Breton, jamais são
análogas e sem nuances estando marcadas pela subjetividade e sensibilida-
des. É o anseio de partilhar essas sensações únicas que faz de toda percep-
ção uma comunicação Esse é o tom da crônica de João do Rio: despertar
a energia participativa dos seus leitores pelo sentimento de brasilidade.
Um sentimento que, segundo ele, ainda se desconhece, porque, simples-
mente se desconhece o Brasil. É através da escrita, que o cronista busca
comunicar as sensações que o levaram a perceber o Brasil. È no silêncio
escuro de uma civilização que ignorava o Brasil (Constantinopla) que
sente acordar a memória afetiva, fazendo-o ensaiar um passo de dança.
Dentro da noite, pisando em solo estranho, guiado pelo som da sanfona
e do estribilho carnavalesco, ele percebe, em passo de dança, a nacionali-
dade.
É com o corpo, portanto, que ele compreende e se sente fazendo parte
da nacionalidade. Na leitura do Brasil, João do Rio trabalha o entrecru-
zamento do sensível e intelecto. Misto de doçura, dengue e passionalida-
de, o Brasil é “Flor dos sentidos”, “apocalipse sensual” e “desespero de sen-
sibilidade”. Só a inteligência (entendendo-a como criação e elegância)
conseguiriam dar forma, expressão e, sobretudo, reconhecimento à nacio-
nalidade brasileira.
Esse é o tom predominante da sua crônica. A elaboração artística, seja
realizada através da dança (Duque) ou da escrita literária (João do Rio) se
apresenta como possibilidade de afirmação da brasilidade. Lembre-se das
metáforas que o autor usara na ocasião da sua conferência : a escrita é tro-
vão, a dança, relâmpago.
Tais metáforas traduzem experiências concretas. Em uma de suas crô-
nicas, João do Rio relata que o bailarino, no início de sua carreira, na
Europa, o procurara propondo uma sociedade: comprar o Moulin Rouge,
para transformá-lo em espaço de divulgação da dança brasileira. O cronis-
ta declinou o convite, achando-o um sonhador. Mas, acedeu a seu pedi-
do: escrever em francês uma explicação sobre o maxixe. Esse aconteci-
mento ganharia significado simbólico na escrita do cronista; sinalizando

188
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

a necessidade de incluir a dimensão do sonho como deciframento da bra-


silidade. Escrita e dança estão unidos nessa sintonia.
Aos olhos do cronista, o maxixe revelaria um “Brasil irreal, que não
sabemos sentir”: vibração, sensualidade, ardor, doçura de frutos, odores
de flores, ruídos de animais, o Brasil dos tocadores de viola, de miseráveis
e desgraçados, da fatalidade do sertão e do drama sensual da tentação”.26
È considerando a dança como expressão rítmica da raça e estilização do
sentir27 que o cronista se disponibiliza à escrita. Uma questão chave atra-
vessa a sua escrita: as tensões sociais, provocadas pelo surgimento de uma
nova sensibilidade.

Entrevistando Salomé: a dançarina e o o repórter

Frente a experiência do choque e os impactos da modernidade, João do


Rio recorre à um artifício: converter, pela ficção, a realidade que lhe esca-
pa. Como Baudelaire em Spleen de Paris, o nosso cronista descreve expe-
riências com um caráter fictício e teórico-experimental considerando as
como dados reais, vividos pelo “eu” do texto28. A sensação de vertigem,
provocada pela dança moderna, configura-se como uma dessas incógnitas
a serem experienciadas.
Ao longo da década de 1910, na descrição das danses nouvelles, o voca-
bulário, impregnado dos sentidos, remete à experiência do transe e da
festa dionisíaca. Produzindo o esquecimento, o abandono, a embriaguês
e a liberação dos sentidos, as danças transformam-se, simultâneamente,
em objeto de sedução e de controle por parte das correntes moralizado-
ras, principalmente, os discursos médico-eclesiásticos (Decoret, 1998)
No cenário internacional trava-se intenso debate a respeito da dança
moderna, mobilizando autoridades civis, eclesiásticas, militares, intelec-
tuais e artistas. No início de 1914, arcebispos europeus e brasileiros con-
denavam tais danças, recomendando que os católicos não dançassem nem
as vissem dançar, principalmente, o tango e o maxixe.
26 Musica e dança brasileira Correio Paulistano, 14 de novembro de 1915
27 Musica e dança brasileira Correio Paulistano, 14 de novembro de 1915.
28 Cf. Oehler(1999)

189
Mônica Pimenta Velloso

É nesse cenário conflitante de valores que se realiza a escrita de João


do Rio. Ele próprio expõe-se como personalidade cindida entre os valores
da civilização clássica e os da modernidade. . Hesita sobre conseqüências
que possam ter os valores da moderna civilização nas consciências ingê-
nuas e jovens, sobretudo, da mulher. Mas é impossível não entrar nessa
excitação difusa nesse “tobogã moral” que nos atira às ondas da moderni-
dade. È a moda, a civilização, o chic, conclui”29
Salomé, ícone do clássico, constitui-se em exceção, desafio para a com-
preensão. Na crônica “Opiniões de Salomé”, o repórter, temeroso da
“sedução literária”, dá voz à Salomé , mulher moderna, que “ressurge em
cada corpo que dança”. João do Rio vai encontrá-la em um salão moder-
no, reconhecendo-a imediatamente: “Alteza, sinto-a contemporânea, con-
temporânea como qualquer das senhoras que nos olham...” Trava-se um
diálogo entre distintas sensibilidades. De um lado, está o repórter (e o seu
alter ego) a quem cabe a função de indagar; de outro, está Salomé, a
mulher-dançarina que o desafia incessantemente. Simulando uma conver-
sa, convocando uma interlocução imaginária, João do Rio consegue expor
as idéias que compunham a polêmica sobre a dança moderna. Suas inda-
gações à Salomé instigam respostas, através das quais, vai se esclarecendo a
própria natureza, ainda inconclusa, do moderno.
Arte e não arte, sujeito e objeto, conhecimento e instinto, espirituali-
dade e materialidade, controle e liberdade polarizam esse debate. O repór-
ter se refere à dança como um poema em que a mulher dançava para o
prazer dos deuses. Essa idéia, simplesmente, não toca Salomé ; ela adora
todas as danças modernas (o one step,o tango e o maxixe), não conhece
Terpsykoré, a musa da dança. Conta que nunca teve necessidade de
aprender a ler, lhe parecendo muito mais importante dançar.
Ao ouvir tocar um tango, Salomé interrompe a divagação do repórter
sobre a decadência das danças modernas:

Quanto a inferioridade das danças de agora, não arreceie você! A prova da


vida é a dança.(...) se um povo não dança, o povo é cadáver. As danças
modernas provam que o coração está batendo demais.Estamos todos

29 a curiosa do vicio. (1920: 228)

190
Dimensões sensíveis da brasilidade modernista: esboços de uma genealogia literária

vivos no torvelinho das atrações. Tudo é bonito , quando há desejo. E se


as mulheres dançando sózinhas, perdiam os homens que as olhavam ,
agora é ainda pior- porque não só as olham os que não dançam como
principalmente os que com elas dançam ....

Como na antigüidade clássica, a mulher moderna, continua exercendo o


poder do fascínio. Através da figura enigmática de Salomé, “princesa dos
mil semblantes”, o cronista revela, os mil semblantes da modernidade.
Como na visão baudelairiana, a modernidade inclui o transitório, efême-
ro e o contigente no que eles contém de imutável e de eterno. João do
Rio, homem de imaginação ativa, recorre à ficção para fazer dialogar esses
pólos.
A escrita do texto desloca-se à medida que muda o cenário. No Rio de
Janeiro, em conferência feita em 1914, recém deflagrado o conflito mun-
dial, João do Rio percebe a dança como fenômeno civilizatório, lamen-
tando o declínio da poesia. Em 1915, vamos encontrá-lo excursionando
pelo mundo falando de Paris à Constantinopla. A apologia à dança trans-
forma-se em uma apologia ao maxixe brasileiro, elegendo-se os movimen-
tos corpóreos como expressão do prazer e alegria em um cenário de des-
truição e morte.
E é na figura desafiadora da bailarina Salomé que o cronista, em 1916,
vislumbra o aspecto paradoxal da modernidade, conjugando na sedução,
as idéias de escravidão e liberdade. Como Salomé e como a modernidade,
a brasilidade, teria “mil semblantes”, integrando instinto, paixão, inteli-
gência e criatividade. Enfocando a dança como tema das suas crônicas,
convocando personagens e cenários do mundo da história e da fiçcão,
João do Rio recria a modernidade brasileira.

191
Mônica Pimenta Velloso

Bibliografia:

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nica, o gênero, sua fixação e transformações no Brasil. Rio de Janeiro:
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Godofredo Rangel..Rio de Janeiro: Francisco Alves, Porto: Livraria
Chardron.

192
Desde la sumisión a la rebeldía:
el deseo del sujeto femenino y su
negación como estrategia de subversión
en la obra de María Carolina Geel

Pamela Baeza Acevedo*

En mi país la labor literaria de las mujeres


es de incontrovertible valor y trascendencia
María Carolina Geel

Georgina Silva Jiménez, conocida en el ambiente intelectual con el seu-


dónimo literario de María Carolina Geel, fue una escritora sumamente
controvertida, no solo por su propuesta narrativa, irreverente y atrevida,
sino porque protagonizó uno de los crímenes pasionales más recordados
de la época, perpetrado en el Hotel Crillón. En 1955, el 14 de abril, en
un hecho confuso que sorprendió a la sociedad santiaguina, disparó en
contra de su amante, Roberto Pumarino. Condenada a tres años de pre-
sidio, redactó allí una de sus más importantes novelas, Cárcel de mujeres.
Esta novela causó gran impresión en su época; descubrió un mundo in-
franqueable y oscuro; oscilante entre la escritura testimonial y la ficción,
que legitimó la mirada femenina de ese espacio carcelario.
El contexto histórico que germina la obra narrativa de María Carolina
Geel es aún un terreno escabroso y velado para el quehacer literario de la
mujer. Para la crítica de aquellos años no solo es difícil clasificar la inci-
piente y “novedosa” producción femenina de la época, existen también
sectores que oponen acérrima resistencia a la inserción de la mujer en las
letras. En este escenario de resistencia o “no lugar social y cultural” (Olea

* Universidad Austral de Chile

193
Pamela Baeza Acevedo

1995: 7), coexiste la doble lucha, “silenciosa lucha”, como se demostrará


más adelante, de la mujer frente al sistema patriarcal: por un lado su inser-
ción en la sociedad a través de la educación, el trabajo, los derechos públi-
cos y civiles y, por otro, la inserción en el campo intelectual.
Al respecto destaco las investigaciones de Eugenia Brito y Diamela
Eltit, publicadas en el artículo “Poderes, imaginarios, textualidades”. Las
autoras, mediante un análisis del texto literario desde una perspectiva de
género, intentan evidenciar cómo el sujeto mujer en la narrativa chilena,
corresponde mayoritariamente a los modelos que provienen de los con-
flictos con la historia y sus lineamientos ideológicos. Historia construida
por hombres y lineamientos ideológicos que sitúan a la mujer en una po-
sición de marginalidad:

La mujer, en el interior de la sociedad del siglo XIX, va a responder al


modelo mariano que inscribe su accionar en el espacio privado y que se
enmarca en valores formativos relacionados con principios morales y de
asistencia: la abnegación y la sumisión se establecen como categorías es-
tructuradoras de lo femenino, categorías emanadas de su capacidad repro-
ductiva y que marcan su lugar desde el no lugar. Desde el vestuario hasta
la legislación operan para ubicar a la mujer como sujeto dependiente, sin
control sobre sus bienes y aún sobre sus propios hijos. La figura del padre
y del esposo se constituyen como los instrumentos materiales y simbóli-
cos, mediante los cuales se ejerce un férreo tutelaje que impide la desvia-
ción de las normas que le articulan los tramados dominantes. (Brito, Eltit
1996)

Desde los albores de nuestra Patria-Padre, “marginalidad”, “sumisión”,


“espacio privado”, “no lugar”, corresponden a la situación de confina-
miento y sometimiento de la mujer. Este panorama experimentará los pri-
meros cambios solo a partir de finales de la primera mitad del siglo XX y
su hito más importante es, sin duda, el sufragio femenino. En 1949, la
mujer chilena alcanzó su mayoría de edad en cuanto a los derechos civi-
les y políticos. Por ley de la República se estableció su participación en las
contiendas electorales: podía votar y ser elegida.
En el ámbito literario surge la “Eclosión de la literatura femenina” tér-
mino acuñado por Lina Vera Lamperein (1994) en su obra Presencia feme-

194
Desde la sumisión a la rebeldía

nina en la literatura nacional, antología que registra la producción litera-


ria femenina desde 1750 hasta 1991, clasificándola en cuatro etapas. La
“Eclosión” corresponde al tercer momento (1940-1970), durante el cual
podemos situar la obra narrativa de María Carolina Geel, período de
mayor apertura y solidez, fundamentalmente por la presencia de un
grupo importante de mujeres incorporado a la cultura y a la educación,
mediante el ingreso a las universidades. Uno de los rasgos más significati-
vos de este “abrirse el capullo en flor” –en palabras de Vera Lamperein–
es la importancia que adquiere el espacio privado, lugar desde el cual
emerge el discurso femenino.
La novela feminista de principios de siglo marca un inicio, que segui-
rá su camino en una escritura en que la mujer comienza a desarrollar una
literatura de relaciones más dialógicas consigo misma, con la historia, con
la realidad y el contexto social. Este trazado producirá, ya en la primera
mitad de este siglo, una narrativa de variada temática entre las que desta-
ca: la novela histórica (Magdalena Petit), la novela social (Marta Brunet)
y la novela intimista. Respecto a las últimas, se trataría de novelas que
“buscan indagar en las zonas menos exploradas de la psiquis individual y
social para encontrar allí las motivaciones de los comportamientos huma-
nos. Es contemporáneamente cultivada por escritoras como María Flora
Yáñez, María Carolina Geel y tendrá su máxima expresión en la obra de
María Luisa Bombal” (Olea 1994: 31).
La primera etapa de la obra narrativa de María Carolina Geel decantó
en la producción de cuatro novelas: El mundo dormido de Yenia (1946),
Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), Joseph,
el pequeño arquitecto (1956). En todas éstas, la autora realizó, a través de
la delineación de personajes femeninos, un análisis de los modelos de gé-
nero presentes en la sociedad chilena. Posteriormente, en 1956, en presi-
dio, María Carolina escribe Cárcel de mujeres, novela que, según la auto-
ra, es “el único libro que el público leyó”, debido al revuelo y curiosidad
de los lectores de la época, los que buscaban ávidamente conocer las razo-
nes que transformaron a una culta escritora en asesina. Huída, su última
novela, fue publicada en 1961.
La crítica de la época, reconoce en esta autora rasgos particulares,
“género difícil de clasificar”, “novelista psicóloga”, “maga de las adivina-

195
Pamela Baeza Acevedo

ciones”. Con estos calificativos se intentaban describir las nuevas temáti-


cas impulsadas por Geel. Ya en la década del 60, Ricardo Latcham postu-
laba que:

Dentro de la generación de 1950, las mujeres han tenido una aportación


muy novedosa y decisiva. Un poco antes, en el universo de la evasión del
realismo, con una esencia introspectiva, se singularizó María Carolina
Geel (seudónimo de Georgina Silva Jiménez), a través de las páginas su-
tiles de su libro El mundo dormido de Yenia (1946). Luego prosiguió con
Extraño estío (1947). Soñaba y amaba el adolescente Perces (1956) El
pequeño arquitecto (1956) y Cárcel de mujeres (1956), siempre enclava-
dos en un terreno de complicadas psicologías y obscuros sentimientos
(Latcham, 1964).

Como es frecuente en la narrativa femenina de mediados de siglo XX, la


acción o anécdota es restringida, doblegada a un segundo plano que abre
curso a lo inexpresado, lo oculto, lo reprimido. Respecto a los hechos,
sucede poco, lo que sucede transcurre en las divagaciones o ensoñacio-
nes de las protagonistas. Surge así una constante lucha entre el mundo
externo e interno, la necesidad de las sujetos de encontrar un punto de
encuentro entre ambos mundos, de encontrarse con un sí mismo que
clama por descubrir(se) y descubrir el verdadero sentido de la vida y los
afectos. Respecto a este último aspecto, el deseo (se utiliza aquí el con-
cepto lacaniano de deseo. Cuando Lacan habla de deseo no se refiere a
cualquier clase de deseo, sino siempre al deseo inconsciente el que cons-
tituye el interés central del psicoanálisis: el deseo inconsciente es entera-
mente sexual) constituye un eje de radical importancia en la obra de
Geel. La relación con el otro es problemática; ante este se acalla por mie-
do, inseguridad o por prohibiciones del mundo externo, los pensamien-
tos y sentimientos ocultos en la zona más profunda y misteriosa del ser:
el inconsciente. La palabra emerge desde ese espacio donde el mundo de
lo sexual es conflictivo para la mayoría de sus personajes, un mundo
velado que provoca infinitas divagaciones. Es así, como desde este espa-
cio interior se desencadenará la acción, adoptando la forma de sumisión
o transgresión.

196
Desde la sumisión a la rebeldía

En el presente análisis se intenta demostrar cómo el deseo opera como


un mecanismo de subversión, a través del cual la sujeto mujer en un in-
tento de autoidentificación se libera de los paradigmas patriarcales. Por
otra parte, se destaca la importancia de la autora como precursora de una
literatura menor, considerando la ruptura que ejercen sus obras con el
canon literario de la época.
Tanto las temáticas abordadas por Geel, como la estructura narrativa
de sus obras la distancian de aquellos autores que gozaban de reconoci-
miento en la esfera nacional a mediados del siglo XX, tales como Joaquín
Edwards Bello, Mariano Latorre, González Vera, entre otros. Eran reco-
nocidos, fundamentalmente, por el carácter criollista de sus obras. Al res-
pecto María Angélica Alonso, destaca el mérito de la autora:

Es nada menos que la sustracción al denominador común, resistencia a


una “ortopedia igualadora”, aquel siempre tan castigado valor de manten-
er una personalidad y ejercitar la pluma allí donde el aplauso no va a
escucharse o tardará en ser oído.
Es aquella osadía, en fin, de escribir, aunque no seamos leídos en el Mu-
seo o en la Academia. ¡El arte por sí mismo! María Carolina Geel cumplió
esta empresa extraordinaria en pleno criollismo. (Alonso 1961: 28)

De acuerdo a lo anterior, podemos considerar la obra narrativa de Geel


como literatura marginal o literatura menor. La literatura menor es aque-
lla que dentro de un lenguaje mayor se sitúa desde una posición de dife-
rencia, se apodera de las prácticas discursivas predominantes del lenguaje
mayor y, desde ahí, se desplaza para cuestionar sus fundamentos y provo-
car significativos cambios y quiebres (Deluxe y Guattari 1984). Desde la
perspectiva de aquellos grupos marginados y, específicamente, de la lite-
ratura femenina, el canon es una de las tantas formas de poder simbólico
ejercidas por el sistema patriarcal que excluye, estereotipa y encasilla a las
mujeres con el rótulo de “segundo sexo”.
En consecuencia, la fragmentación que caracteriza los textos escritos
por mujeres, el espacio íntimo en el cual estos germinan y del cual dan
cuenta, la visión de mundo desde la experiencia femenina, son modos de
acceder al “campo literario” a través de la expresión de nuevas temáticas y
formas discursivas que cuestionan el canon. Dicho hecho justifica que la

197
Pamela Baeza Acevedo

mayoría de las escritoras opten por el formato memorialístico. La autobio-


grafía es uno los géneros “fronterizos” que permiten la irrupción/inserción
de la literatura femenina en el campo literario. El mundo dormido de
Yenia, primera “toma de posición” en el campo literario de la escritora
María Carolina Geel, así como algunas de sus posteriores obras: Soñaba y
amaba el adolescente Perces; Joseph; el pequeño arquitecto y Cárcel de muje-
res, corresponden a discursos autobiográficos. Sin embargo, este estudio
solo considera aquellos en que el protagonista-sujeto de enunciación es
femenino. Tal es el caso de El mundo dormido de Yenia y Cárcel de Mujeres.
En el caso de a novela Extraño estío, aunque su estructura sigue modelos
más tradicionales, el predominio del estilo directo, el monólogo interior
y el fluir de la conciencia, nos permiten acceder a la psique del sujeto
femenino y las confusiones que éste enfrenta.
Por lo tanto, encontramos un quiebre estructural respecto de los cáno-
nes de la época en las novelas de Geel. No existe una instancia narrativa
superior que sancione con criterios de validez o juicios éticos las diferen-
tes posturas ideológicas presentadas por la pluralidad de voces narrativas,
lo que para Bajtin, fuera la esencia misma del acto de narrar. La novela es
el lugar de encuentro de múltiples voces que se expresan como ideologe-
mas en una relación abierta, polifónica. Las voces viven en contigüidad
pero sin fusión. La dialogia supone la pluralidad del sujeto y la necesidad
del otro. Ser significa comunicarse. Ser significa ser para otro y a través
del otro. “El yo es por naturaleza polifónico y se comunica en una amal-
gama de voces que tienen orígenes diversos. Somos ‘nosotros’, nunca el
‘yo’ individual y autónomo” (Chávez, 2001).
Cárcel de mujeres es un ejemplo representativo de esta pluralidad de
voces en la obra de Geel. A diferencia de la narración tradicional, el punto
de vista pierde la ominisciencia y desde un espacio limitado, la celda, la
sujeto configura el mundo a través de los sonidos:

Murmullo de voces, prolongado, denso y sordo en su continuidad ondu-


lante que sólo termina con el fin del día. A espacios casi regulares lo
hieren palabras sueltas, carcajadas, herejías.
Una recluida hay que tiene una linda y fresca voz inadecuada que ella da
de sí, generosa, a todo grito. Por lo común remata en una risa igualmente

198
Desde la sumisión a la rebeldía

hermosa y plebeya. Las frases que dice las enlaza por hábito con alguna
injuria que, cosa singular, no altera el claro timbre que rasga el aire. La
dueña de esa bonita voz es llamada aquí María Patas Verdes. Tras ella
puede oírse a veces la fina voz de la Rvda. Madre que ejerce allí su manda-
to […] (Geel 2000: 23).

La narración no está constituida por un relato central y unitario, sino por


fragmentos que, mediante la multiplicidad de voces que percibe la prota-
gonista en un mundo doblemente marginado, por tratarse de mujeres
reclusas. El mundo carcelario cuna de “herejías”, escenas de encuentros
lésbicos, riñas, entre otros, es descrito por la sujeto protagonista desde su
espacio de reclusión a través de la información que comunican las voces
de las presidiarias. “Su mirada se transforma en un panóptico (siguiendo
el pensamiento de Michel Foucault en Vigilar y castigar) cuando su mira-
da se hace un foco poderoso y omnipotente que observa los cuerpos pri-
sioneros incesantemente sin que a su vez sea vista por nadie” (Eltit, 2000).
Es recurrente en las obras de Geel que sus protagonistas se sitúen en
un espacio de reclusión y encierro. Un espacio marginal, subjetivo e ínti-
mo. Según Kristeva una escritura de exilio, característica de la escritura de
mujer. “El exilio femenino, en relación al Sentido y a lo General, hace que
una mujer sea siempre singular y que manifieste lo singular de lo singular
–la fragmentación, pulsión, lo innombrable” (Kristeva, 1987). El mundo
dormido de Yenia, Extraño estío y Cárcel de mujeres, presentan como pro-
tagonista una figura femenina cuyo motivo principal es la construcción
de la sujeto. Frecuente es en las protagonistas las preguntas ¿quién soy?,
¿qué era yo?, ¿qué soy? Dichos cuestionamientos son un signo constante
de la búsqueda de la propia identidad. Para dar respuesta a estas interro-
gantes las sujetos se sumergen en el espacio íntimo, pretendiendo de esta
forma cortar el vínculo con el mundo exterior que las enajena. En conse-
cuencia, el aislamiento, el autoexilio, es una característica recurrente en
las novelas señaladas.
Kristeva afirma que en nuestra época “Nada se escribe sin algún exilio,
que es, en si mismo una disidencia” (Kristeva, 1987). Tal es el caso de la
protagonista de Extraño estío, una misteriosa y solitaria mujer de aproxima-
damente 33 años de edad. Su enigmática belleza y la atracción que provo-

199
Pamela Baeza Acevedo

ca en los hombres, se transforma en una situación problemática. En su


intimidad la sujeto inquiere: “¿Por qué siempre convertíase en carga la
emoción que despertaba en los hombres?”(Geel, 1947: 54). A pesar que su
cuerpo reclama el sentimiento erótico, constantemente evade, a través de
la ensoñación, contacto alguno con un hombre concreto. En consecuen-
cia, la sujeto se auto-exilia y, como señala Kristeva en la cita anterior, este
hecho constituye una disidencia. La sujeto de Extraño estío se resiste a salir
de su espacio de reclusión y entrar en el espacio del otro masculino.

Nada. Planeé siempre para un futuro constantemente aplazado; mi inac-


tividad, mi quietismo no eran sino la actitud de mi incapacidad. ¿Qué soy
pues? Mi propia pista cuya meta guarda siempre la misma distancia…
Pero continúo y vivo; cerca de mí, junto a mí se agitan seres y su alma se
yergue balbuceando un llamado misteriosamente humano y cuyo con-
tenido anhelante yo escucho y penetro y toco en su profundidad que se
ignora a sí misma. No obstante, ¿y qué? Están ellos allí y yo estoy acá.
Porque aunque me he inclinado hacia su alma, estoy fija dentro de mi
esencia como un astro. (Geel 1947: 70)

Si “ser significa ser para otro y a través del otro”, la problemática radica
en que ese otro amenaza el espacio íntimo y la posibilidad de autodefini-
ción. Surge así la disyuntiva frente al deseo erótico. Acceder al contacto
físico con el cuerpo masculino, descrito ampliamente y sin inhibiciones
por las sujetos “deseantes” es una forma de sumisión física que las sujetos
rechazan constantemente y de diversos modos a medida que éstas adquie-
ren madurez. En este sentido, es importante destacar que las protagonis-
tas de El mundo dormido de Yenia, Extraño estío y Cárcel de mujeres repre-
sentan a la figura femenina en tres momentos cronológicos de la consti-
tución del sujeto. Yenia, alrededor de los 20, joven mujer cuyo conflicto
principal es la confusión amorosa provocada por dos muchachos que des-
piertan su interés sexual. La protagonista de Extraño estío, mujer de alre-
dedor de 33 años, separada y madre de un niño de 9 años, cuyo sueño es
encontrar al hombre que le permita reconstruir su vida y, finalmente, la
protagonista de Cárcel de mujeres, mayor de 40 años, autora de un crimen
cuyo motín, aunque impreciso, podría calificarse de pasional. En conclu-
sión, tres figuras femeninas que representan tres momentos de conflicto

200
Desde la sumisión a la rebeldía

respecto al otro masculino, fundamentalmente el erotismo, la pasión y el


amor.
La problemática que representa el otro masculino es, principalmente,
la carencia; en este sentido, el erotismo se torna negativo en la medida que
escinde a las sujetos. En el caso de El mundo dormido de Yenia, diario de
vida de la joven Yenia, es posible reconocer, desde las primeras páginas, la
extraña sensación de la sujeto de habitar en mundos paralelos. El mundo
externo, el espacio público asociado tradicionalmente al dominio mascu-
lino y el espacio íntimo femenino, coexisten en lucha constante, confun-
diendo la vida y cuestionando su valía, aquellas razones fundamentales de
ser y existir. La primera incertidumbre, Dios, se traduce en “un total des-
gano de vivir”, en “miedo de Dios y sus castigos”. Sin embargo, paulati-
namente, dicha sensación íntima e inconfesada desaparece y abre curso a
una nueva incertidumbre, “lo otro”, que opera como mecanismo de esci-
sión. La incertidumbre de un otro masculino que despierta “eso” incom-
prensible y misterioso, nombrado deseo.

La extraña sensación se renovó exactamente cuando me acercaba a admi-


rar las vitrinas de la Casa Lerry, en el corazón de la ciudad de San Juan.
Me perseguía desde que tuve conciencia. A los siete años la identifiqué y
empecé a aislarla como el resto de mis emociones; pero entonces, no sabía
definirla y en mi cabeza de niña sólo atinaba a relacionarla con la única
noción espiritual por mí conocida: Dios, el diablo, el cielo, el infierno.
(Geel, 1946: 11)

El reconocimiento de otro espiritual concuerda con el modelo estableci-


do por Mason respecto de establecer la tradición autobiográfica femeni-
na. Según el autor existen cuatro modelos de autobiografías femeninas,
dos provenientes de la tradición mística y dos de la tradición secular. En
ambos casos concluye que “el autodescubrimiento de la identidad feme-
nina parece admitir la presencia real y el reconocimiento de otras concien-
cias. La revelación de un ser femenino está ligado a la identificación de un
‘otro” (Mason, 1980: 210); lo que en el caso de los escritos de tradición
mística, se evidencia a través de un diálogo con la Divinidad, el Creador,
el Padre. En aquellos de tradición laica ese ‘otro’ es recreado en la figura

201
Pamela Baeza Acevedo

del esposo, pero más contemporáneamente dicho sitial ha ido siendo ocu-
pado por otra figura femenina, que bien puede ser la madre o la hija.
El despertar del deseo en Yenia toma la forma de una llamada interior,
otra conciencia que impulsa la incesante búsqueda del placer erótico, el
cual se materializa en dos figuras masculinas: el primo de la protagonista,
Alejandro y un amigo íntimo de éste, Hans. “Anduve vagando por los
cuartos del piso bajo hasta que me trepé en una ventana y me senté abra-
zando mis rodillas. En mi corazón se abultaban imprecisos deseos de
conocer un placer que desde alguna parte del mundo me llamaba” (Geel,
1946: 21). Las sensaciones y sentimientos provocados por ambos perso-
najes conforman la temática central. Yenia los “ama”, de distinta forma
pero con igual intensidad. Al primero quisiera “entregarse”, al segundo
“pertenecer”. Alejandro representa la esfera más sensible y sentimental, sin
carecer por esto de atractivo sexual para la protagonista. Sin embargo,
Hans constituye la llamada de un deseo aún más carnal. Frente al prime-
ro “sabíase hermosa”, respecto del segundo “necesitaba serlo”. “¿Por qué?
Porque ninguno de ‘ellos’ podía ser rechazado en mi alma y lo sexual en
mí se quebrantaba al choque de la dualidad de su ansia” (Geel, 1946: 51).
La conciencia de la llamada dual se acrecienta entretejiendo en el interior
de la protagonista el presentimiento de un sino trágico: “Las dos voces me
penetraron y me pareció que en alguna época ya me llamaron, o bien que
alguna vez me atormentarían en el tiempo” (Geel 1946:40).
Ambas fuerzas, ambas energías, Alejandro y Hans, imposibilitan el
fluir y concreto despertar del mundo dormido. La dualidad, la disyunti-
va, la indecisión frente a uno u otro, coartan la materialización del deseo;
éste queda nuevamente recluido, encarcelado en el “alma prisionera” de
Yenia. La polarización de lo masculino constituye la problemática princi-
pal de la sujeto. Es recurrente en las obras de María Carolina Geel que las
sujetos de enunciación se desdoblen o, en otras palabras, se presenten es-
cindidas, dialogando frecuentemente consigo mismas, como si se tratara
de dos personas.
Sin embargo, consiente del hecho, mi turbación crecía hasta el ridículo.
No podía volver a atacarle, era imposible, ni podía quedarme allí tam-
poco, me delataría, sabría él de una manera física que había encontrado
el camino a mis sensaciones… Defendiéndome de todo ello, pensé: “pero

202
Desde la sumisión a la rebeldía

si me hubiese encontrado tan detestable no me habría mirado”. “Mas,


¿estás segura de la calidad de su mirada? ¿No es tu manía de seducción la
que la ha imaginado? (Geel, 1946: 30)

Según, Mason (1980) la formación del sujeto ocurre a través de la estruc-


tura de dúos. Expresa, de esta forma, un concepto de sujeto que no se bas-
ta a sí mismo y que, por lo tanto, desconstruye cualquier noción de un
“yo” acabado, íntegro, a priori e individual. Es por estos motivos que la
autobiografía femenina traiciona el canon autobiográfico clásico (mascu-
lino) al no coincidir con el concepto de “individualidad” que transita en
dichos textos, los cuales exhiben un sujeto ya formado, discreto y fijo. Se
trata por tanto de un “yo” que se arma y desarma de acuerdo al marco
simbólico y cultural que un entorno dado le ha permitido.
Considerando los comportamientos asociados a lo femenino por la cul-
tura falocéntrica, el deseo erótico, el placer sexual son experiencias veladas,
esto explica que el deseo en la joven Yenia se presente siempre como inquie-
tud y desasosiego. Mientras Alejandro “mi primo, moreno y joven, ante el
cual soy yo una mujer” reafirma el “ser mujer” mediante su expresa atracción,
inclusive la intención de desposarla; la enigmática figura de Hans la “insegu-
riza”. En consecuencia, no puede responder a la llamada del primero si su
cuerpo busca también al segundo. Está última sensación acrecentará aún más
su necesidad de experimentar “el amor”, no solo como “descubrimiento”, si-
no también como un “descubrirse” ante sí misma y ante el otro masculino.
Inicialmente, Yenia, reconoce el deseo como una llamada interior que
la despierta y mueve hacia el espacio exterior. Comienza así su búsqueda,
materializada en las figuras de Alejandro y Hans, como ya hemos señala-
do, un deseo escindido que escinde al mismo tiempo a la sujeto. La joven
Yenia, frente a la disyuntiva, se anula y, en consecuencia, al llegar al desen-
lace de esta novela, la sujeto es incapaz de liberar sus deseos, incapaz de
decidir por uno de los dos muchachos. Finalmente el temor a lo sexual
provoca la renuncia hacia ambos.

¿Qué hubiera ocurrido si durara un momento más? Entonces, ¿qué era


yo?, ¿un algo pasivo que obedecía al puro llamamiento sexual de un hom-
bre? Buscaba conocer qué era y encontraba que apaciblemente yo desea-
ba ser eso, pero que al realizarlo y darme así, yo moriría. (Geel 1946: 37)

203
Pamela Baeza Acevedo

Rendirse ante la pasión o el deseo es una forma de sumisión frente al otro


masculino; por lo tanto, la renuncia al placer sexual opera como un meca-
nismo de defensa de la sujeto que intenta constantemente identificarse,
reconstruirse, autorrepresentarse.
Del mismo modo, la protagonista de Extraño estío experimenta desde
su espacio de reclusión la resistencia al deseo erótico, esta vez a través de
la ensoñación. La sujeto, misteriosa y solitaria mujer de aproximadamen-
te 33 años de edad, separada de hecho de su marido, vive aislada de la ciu-
dad, en un lugar costero junto a su hijo y los criados. Suele pasear por la
playa, lugar en que su ser íntimo se sumerge en el mundo de la ilusión
amorosa y erótica. Evoca a un hombre desconocido cuyo nombre co-
mienza con la inicial S…, letra que suele dibujar en la arena o en los vi-
drios empañados. A través de sus paseos cotidianos la mujer se ve enfren-
tada al mundo exterior y siente la amenaza del encuentro con otros seres,
hecho que la incomoda profundamente:

Dos mujeres de elegante traza, con sendos galanes igualmente correctos,


pasaron muy cerca de ella. Venían, seguramente del balneario vecino.
Aquéllas la miraron catalogándola, y ellos midiéronla desde su género. Y
los cinco, con mucho aplomo, adoptaron la actitud de clase. Luego que
pasaron, percibió hacia dentro de sí, nítido, su quietismo, su no corres-
pondencia hacia las gentes, la erizaba la idea de que ellos pudieran haber-
le dirigido palabras […] (Geel, 1947: 12)

En este espacio costero la sujeto no solamente huye de las multitudes, sino


fundamentalmente de los hombres. Atractiva físicamente, con frecuencia es
cortejada por caballeros de diversas edades, situación que la incomoda: “El
problema no está en que me amen amigo mío, sino en amar” (Geel, 1947:
68). Solo hay un hombre que inspira su amor y pasión, el descocido e incor-
póreo “S”. De esta forma la ensoñación provocada por S, es un mecanismo
de evasión frente al mundo y a los hombres concretos:

Casi he dado vida a la imagen de un hombre. ¿Por qué ha sido? Porque en


mi cuerpo se alza de pronto la protesta del instinto cautivo. El instinto…
hermoso animal de ollares inquietos que tasca los frenos y compulsa las
riendas hasta herirme las manos… Alma ¿cuánto tiempo más podremos

204
Desde la sumisión a la rebeldía

gobernarlo? No lo sé. Y a quién se parecía mi amado? ¿Al joven rubio? En


absoluto; a lo sumo en la línea ceñida de su cintura ¿A mi huésped? Menos
aún ¿A quién se parecía, pues, mi amado? (Geel, 1947: 68)

“Alma ¿cuánto tiempo más podremos gobernarlo?”. A diferencia de la su-


jeto de El mundo dormido de Yenia, el deseo para la protagonista de Ex-
traño estío no es motivo de confusión, sino que existe un explícito recha-
zo. El deseo es una experiencia alienante. La sujeto rechaza el contacto
con la gente, con los hombres; se refugia en su soledad y, aunque esta a
veces se torna dolorosa, es al mismo tiempo una experiencia de libertad
que no pretende transar. En consecuencia, resiste la “llamada del cuerpo”
a través del encierro y la ensoñación.
En Cárcel de mujeres el encierro material lo constituye la reclusión de
la sujeto asesina. Una mujer instruida y culta que debido a su crimen
cohabita con mujeres de muy distinta condición. La reclusión y el distan-
ciamiento de la sujeto respecto de las otras mujeres revela el doble carác-
ter de su aislamiento. Existe, por una parte, la exclusión material y, por
otra, una exclusión intelectual o psicológica: la del “íntimo femenino”, en
este caso asesino, que indaga en las profundidades de su ser intentando
dar cuenta del porqué de su crimen. Una sujeto en “atrapada desde siem-
pre en el interior de la cárcel de su propia mente”, como señala Eltit al
prologar la segunda edición de esta novela.
Las razones del crimen, lejos de esclarecerse a través de la voz narrado-
ra, para el mundo externo evidencian un crimen pasional. Sin embargo,
en los últimos capítulos, fragmentos del relato la sujeto evidencia su com-
plejo conflicto en relación al otro, a “ese elegido” que franquea los límites
del ser y el corazón:

Uno vive y va llenándose de la experiencia que traían los años. Se cree que
ya es posible mirar a las gentes sin exigirles lo que no pueden dar. Se pien-
sa que, como ciertas bestias de la selva, es posible ser solo. La seguridad
de estar acorazados frente al ataque parece volvernos serenos. Mas la
pequeña ilusión fue cultivándose a sí misma, subrepticia, y cuando
creíamos no pedir nada en verdad, confiábamos en los dones y las vir-
tudes con que identificábamos a los otros, especialmente a quien permiti-
mos, con cierta negligencia, avanzar más que el resto, en la zona privada

205
Pamela Baeza Acevedo

que no debió franquear. No se le exigía a ese elegido, es cierto, el abolen-


go espiritual que pudiera iluminar nuestras tristezas, mas pese al frío
escepticismo, a las reservas infinitas de nuestro trato, le asignamos insen-
siblemente aquellas cualidades. Despojado de ellas, ¿qué quedaba? (Geel
[1956] 2000: 87-88)

Para la sujeto la comunión con otro que significa el amor, la necesidad de


otro tanto física como emocional constituye una posible amenaza de la
cual es posible huir. En consecuencia, agrega: “¿acaso la responsabilidad
de haberse permitido la pequeña ilusión no estaba en uno mismo? Cierto
que era pequeña y pudieron no defraudarnos. Pero era pequeña y pudi-
mos seguir de largo” (Geel [1956], 2000: 88). No es posible conjeturar,
en este sentido, respecto del crimen del ser amado-deseado: ¿no es acaso
arrebatarle la vida una forma de huída y al mismo tiempo la protección
del espacio íntimo que no debió franquear? A pesar que el amado ya está
muerto, la escisión permanece. Se establece una división entre el yo que
cuestiona y el yo, oculto y desconocido que cometió el crimen:

Tú buscas y te oprimes las sienes y clamas; luego te cansas, te quedas vacía


y parece que no va a importarte ya más. Después, al menor toque, vuelves
a empezar, a buscar, a interrogar con los labios helados: ¿por qué, por qué?
Urgida por una misma ansiedad, tu quieres ayudar a esa pregunta, darle
algún descanso, y aún sintiendo que todo cae a plomo alrededor de ella,
murmuras: “Es que algo monstruoso alimenta mi ser”. (Geel, 2000)

Las razones del homicidio están ocultas silenciosamente en ese ser “mons-
truoso”. La sujeto frente a los médicos y abogados que la inquieren cons-
tantemente respecto del motín del crimen jamás se justifica: “¿Quién
comprenderá?” (Geel [1956], 2000: 105). Las misteriosas razones son
impulsadas simplemente por una íntima e inexpresada necesidad de liber-
tad. Una libertad diferente:

La libertad de morir había sido cultivada, meditada por mí desde muchos


“estados”, es decir, era ella la reserva delicada de las tristezas que trajeron
los años, el acto simple de una soledad impenitente, la decisión justa que
resultaba de una necesidad casi patológica de “estar” entre los seres, la me-

206
Desde la sumisión a la rebeldía

ta natural de esa grave y constante angustia de no servir para nada ni para


nadie (Geel [1956] 2000: 106).

La sujeto subvierte el sistema ético dominante, la transgresión radica,


entonces, en esa oculta libertad, la soledad. No es necesario justificarse,
más aún, el silencio sigue operando como una forma de disidencia frente
al sistema, lo que llama Guerra el “significado oximorónico del silencio”:

[…] el silencio está precedido de un discurso femenino subversivo que se


nutre de la experiencia erótica vivida o imaginada en los márgenes del
convencionalismo burgués, haciendo del deseo “el elemento que instaura
una nueva fisura en la voz institucionalizada del dialogismo sobre el ser
femenino y, en su calidad de disidente, se contrapone al sistema ético
dominante”. (Guerra, citada por Llerena, 1996)

Es paradójico que en su primera obra, El mundo dormido de Yenia, Geel


cite a modo de epígrafe las siguientes palabras de Nietzsche: “Amar y desa-
parecer: he ahí cosas aparejadas desde la eternidad. Querer amar es tam-
bién estar pronto a la muerte”. La pasión constituye para las sujetos pro-
tagonistas de las novelas de Geel la destrucción de la identidad que inten-
tan salvaguardar. La intimidad que intentan proteger. Las tres sujetos pro-
tagonistas de las obras estudiadas resuelven el conflicto frente al deseo a
partir de la renuncia y el encierro. Optan por la soledad física y emocio-
nal antes que la entrega o sumisión, rasgos consignados socialmente como
comportamientos femeninos.
Al respecto Guerra Cunningham señala que “desde la primera mitad
del siglo XX se intensifica la preocupación por la identidad del ‘segundo
sexo’, que empieza a remodelizarse a partir de ‘lo íntimo femenino’,
amplificando las resonancias disidentes con respecto a las voces conven-
cionales de lo femenino: la escritura se presenta como ‘una praxis del
encierro, frustración, fastidio’. En la cual “[la] sexualidad se planteaba co-
mo la vía que hace posible el verdadero hallazgo de la identidad, y el silen-
cio como una metáfora negativa de la escasa capacidad de afirmación”
(Guerra, citada por Llerena, 1996).
En El mundo dormido de Yenia, Extraño estío y Cárcel de mujeres pode-
mos evidenciar cómo, a medida que el sujeto femenino adquiere madu-

207
Pamela Baeza Acevedo

rez, la transgresión respecto del deseo y la pasión se torna violenta. Pau-


latinamente la sumisión se torna rebeldía. El deseo del sujeto femenino
como estrategia de subversión en la obra de María Carolina Geel se mani-
fiesta como la negación de la pasión y de esta forma la imposibilidad de
doblegarse hacia otro masculino. Sin embargo, la renuncia sexual imposi-
bilita el hallazgo de la identidad. Si bien es cierto las sujetos de las obras
estudiadas se manifiestan como mujeres deseantes, aspecto que permite
romper el esquema mariano y los estereotipos femeninos predominantes
desde el siglo XIX, como la pasividad y sumisión, la expresión del deseo
en las obras de María Carolina Geel no se concreta, en consecuencia, no
constituye en sí una liberación.
El deseo se reprime, se calla, la disidencia está en el silencio, en la sole-
dad infranqueable que protege el espacio íntimo, por lo tanto podemos
considerar las novelas de Geel como novelas de formación.
La obra narrativa de María Carolina Geel, transgrede las ideologías de
un lenguaje mayor y las prácticas literarias canónicas, incorporando nue-
vas temáticas, fundamentalmente el conflicto de el sujeto femenino res-
pecto a la pasión amorosa. Un conflicto que se expresa mediante un len-
guaje fragmentario, íntimo, frecuentemente a través del monólogo inte-
rior, el fluir de la conciencia o la narración autobiográfica. Es decir, narra-
ciones que emergen de la mente de la sujeto, pensamientos no expresa-
dos, inconscientes y pre-lingüísticos, pasión reprimida, en definitiva, la
enunciación desde el silencio, como un elemento de subversión frente al
orden y lo racional.

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Desde la sumisión a la rebeldía

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209
Cinco imágenes, un ensayo y
su propia refutación

Ramiro Noriega Fernández*

Los textos a los que alude mi intervención pueden ser considerados en


relación a “acontecimientos” históricos determinantes. Dos de ellos, se re-
fieren a hechos políticos puntuales, Respiración artificial trata sobre la gue-
rra sucia en Argentina y Soldados de Salamina, de la Guerra Civil Es-
pañola. El tercero, Los detectives salvajes, recorre un amplio periodo histó-
rico, aunque, en estos mismos términos, puede ser leído como el relato de
la búsqueda de un origen sepultado por la tradición. El origen del “real
visceralismo”, un movimiento incipiente de poetas vanguardistas en
México.
En mis conclusiones, especulo brevemente sobre cómo leemos litera-
tura, en relación sobre cómo la literatura, en tanto que discurso, se sitúa
ante esto que he llamado “los acontecimientos”. Diré que no hay nada
nuevo bajo el sol.
En el desarrollo de este ensayo, en cierto modo contradigo mis conclu-
siones, al intentar mostrar cómo estas tres novelas se sitúan frente a “los
acontecimientos”. Trataré de mostrar un par de caminos en el esfuerzo de
señalarlas, a estas novelas, de manera específica. Para tal propósito me servi-
ré de dos muletas: la idea de historia, la idea de memoria. Ambas ideas serán
tratadas de manera sucinta y estarán dadas a partir de varios implícitos.
Pero para comenzar y jugando el juego que nos proponen estas tres
novelas en términos poéticos, he decidido proponer también un juego

* Ministerio de Cultura del Ecuador. Este trabajo se expuso en octubre de 2007.

211
Ramiro Noriega Fernández

poético. Lo hago sin intención alguna, aunque en la expectativa de ver a


qué lugares puede ir un ensayo escrito de este modo. Así, comenzaré dela-
tando cuatro imágenes que me ha provocado el estudio de estas novelas
que admiro tanto.

Imágenes para un ensayo de ensayo

Tengo en la mente una imagen de Roberto Bolaño cuya existencia es do-


blemente ambigua por no decir precaria. Por un lado, se trata de una ima-
gen inventada por el lector que soy y, por otra, está basada en una serie de
arbitrariedades.
En la imagen a la que me refiero, Bolaño se ríe burlonamente de to-
dos, incluidos ustedes y yo, reunidos en este coloquio. Su risa socarrona
dura el lapso suficiente para ponernos en un estado de incomodidad
“inolvidable”. Puestos en ese estado, como si la vida fuera un calcetín ima-
ginado por Walter Benjamin, la situación se vira y Bolaño ahora ya no
muestra sus dientes socarrones. Ahora parece triste, con ganas de bailar un
pasodoble, y más precisamente “Suspiros de España” mientras tararea:

Ay de mi España mortal,
Porque me alejo de ti, España, de ti,
Porque me arrancan de mi rosal.

La imagen termina ahí y me abandona. Cada vez que pienso en ella me lla-
ma la atención la conexión entre ambos estados del personaje: el que ríe y
el que añora. No entiendo porqué estados contrarios como estos aparecen
ensamblados como cuerpos siameses. Me pregunto si hay algo ahí que decir
que no sea algún lugar común invitando a festejar la estética de lo inusual.
La otra cosa que me llama la atención es precisamente el aspecto melancó-
lico del personaje, aspecto que, sobra decir, me aturde porque para mí la
melancolía está asociada con el pasado y no con el futuro. Y el Bolaño de la
imagen que he inventado, añora el futuro. Añora el futuro en el que no

212
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

tiene cabida, herido de muerte como está. Lo raro es que el Bolaño de esta
parte de la imagen es ya el Bolaño que el público aplaude y festeja, el autor
de Estrella Distante y de Los detectives salvajes y de Literatura Nazi y de todos
esos libros que hemos leído, aunque no sé si ya el de 2666, eso no lo sé.
Digo, me llama la atención que el autor de todos esos textos, sobre todo de
Nocturno de Chile y de Tres, aparezca ahí saturniano y raro, como si todos
esos textos de repente hubieran perdido sentido, como si todos esos textos
de repente ya no fueran suficientes para sostener su risa socarrona, inteli-
gente y lúcida, y se esfumaran dejándolo sin piso, miserable y solo.
En la segunda imagen que tengo a mano, Bolaño aparece de refilón,
pero aparece. El protagonista principal es Javier Cercas, el escritor catalán
que, como yo, recoge en su novela Soldados de Salamina la letra del paso-
doble “Suspiros de España”. Es una imagen igualmente arbitraria y quizá
la principal diferencia que hay entre esta y la primera es que en esta el pro-
tagonista goza de una cierta despreocupación (que mucho habría compla-
cido a Milan Kundera). Su despreocupación reside, a primera vista, en
que el personaje Javier Cercas parece ignorar el alcance verdadero de su
situación. Se trata de una suerte de ingenuidad que lo recubre como la
historia recubre a las obras de arte vanguardistas.
Como en la otra, en esta el protagonista también ríe pero no nos
muestra sus dientes sino apenas sus ojos entrecerrados, tal cual aparece en
la enésima edición de Soldados de Salamina. De hecho, sus ojos parecen
sacados de un tiempo glorioso cuando la muerte era otra cosa ¿Qué hace
Cercas en esta imagen? (Si pudiera, lanzaría una respuesta de un tirón,
pero resulta imposible dadas las condiciones especulativas de la imagen).
A primera de bastos, parece que Cercas reacciona a alguien que ha obser-
vado algún hecho con alguna astucia. De ahí sus ojos entrecerrados, como
cuando se acaba o comienza la sorpresa. Pero si uno se fija bien, justamen-
te son sus ojos entrecerrados los rastros de algo que se parece más bien a
un reflejo incondicionado antes que a un gesto premeditado ¿Qué hay en
ese reflejo incondicionado? No sé, tampoco sé, a ciencia cierta en todo
caso. Y digo a ciencia cierta consciente del sitio en el que hablo, aunque
sospecho que sus ojos entrecerrados se cierran de manera incondicionada
anunciando lo que podría ser una debacle. Es en el anuncio de esa deba-
cle que aparece por solo un instante la sombra de Roberto Bolaño rozan-

213
Ramiro Noriega Fernández

do el rostro de Javier Cercas, los ojos cerrados de manera incondicionada


del autor. En definitiva, se trata de la imagen del asombro.
La tercera imagen que tengo es una imagen forzada y sin embargo en
muchos sentidos menos arbitraria que las dos precedentes. En esta ima-
gen aparece Borges leyendo. El Borges de la imagen, que en realidad es
una foto, ya está ciego, o casi ciego ¿Qué ve Borges? O mejor dicho ¿qué
no ve Borges? No sé, lo ignoro. Además, es una imagen que no me perte-
nece, y si ahora la evoco es porque Ricardo Piglia ha escrito sobre ella. O
mejor dicho, Piglia ha escrito a partir de ella un fascinante ensayo sobre
la lectura. En tal sentido es una imagen con voz en off. La voz en off, que
es la voz de Piglia, cita la voz de Borges, el ciego: “Yo soy ahora un lector
de páginas que mis ojos ya no ven”.1
La última imagen que tengo a mano es también una imagen arbitra-
ria. Se la debo a Manguel. O a Bolaño. No sé. (Quizá se la deba a Cercas.)
Esta última imagen es una imagen en movimiento. De ella no me voy a
ocupar más que para describirla del siguiente modo: el personaje princi-
pal es Kafka. Según se ve acaba él de escribir alguno de sus textos. Luce
intrigado, como en la serigrafía que hizo de él Andy Warhol, a partir de
una foto retocada en Viena, durante la estancia de Milena, la de las car-
tas. Kafka, al contrario de Borges, no mira el texto que sostiene en las ma-
nos; sus ojos apuntan a la cámara, pero es como si sus ojos traspasaran el
lente, la cámara y el fotógrafo para llegar directamente a nuestros ojos,
mis ojos. Es decir, como si sus ojos se hicieran las preguntas: ¿qué hago
con esto en mis manos?, ¿qué son estos documentos en mis manos? Lo
que sucede después lo conocen todos los biógrafos de Kakfa, todos saben
que inmediatamente Kafka correrá en busca de alguien, de Bloch, de Mi-
lena, o incluso de su padre, incluso de él –el maldito–, y les extenderá las
cuartillas como quien entrega el cuerpo de un delito y les rogará que lo
lean en voz alta para asegurarse de algo que él mismo no sabe qué es y que
Piglia define así:

El pensar, diría Macedonio, es algo que se puede narrar como se narra un


viaje o una historia de amor, pero no del mismo modo. Le parece posible

1 Piglia. El último lector, (2005: 19).

214
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

que en una novela puedan expresarse pensamientos tan difíciles y de forma


tan abstracta como en una obra filosófica, pero a condición de que parez-
can falsos. “Esa ilusión de falsedad”, dijo Renzi, “es la literatura misma”.2

La literatura. Así de simple. Pero mientras más me esfuerzo en juntar estas


palabras de Piglia y los gestos de Kakfa, la imagen se vuelve más borrosa
y desquiciante, como si la banda sonora y la imagen fueran en dos vías
paralelas pero no suficientemente coordinadas, de modo que lo que queda
es una imagen y un sonido que van a destiempo. La imagen de la litera-
tura y la imagen de la escritura a destiempo. Eso es lo que queda.

II

Volviendo a estas imágenes, me doy cuenta que ellas han sido posibles
después de la lectura de tres novelas: Los detectives salvajes, Soldados de
Salamina y Respiración artificial, de Roberto Bolaño, Javier Cercas y Ri-
cardo Piglia, respectivamente. Podríamos elucubrar sobre la justicia de
esta aseveración, pero cualquier resultado sería mucho menos inquietan-
te que el que obtenemos con ella porque, de alguna manera, lo que se
trata de decir es la relación que se teje entre unos documentos literarios y
unas imágenes arbitrarias, que es lo mismo que decir que la literatura de
ficción tiene un efecto, cualquier efecto, por precario o deleznable que
sea. Esto que es indecible es el motivo de este texto, aunque sea solamen-
te para decir que decir lo indecible es en sí mismo imposible.
¿Y qué es eso que es indecible? Si volvemos los ojos a la novela de
Piglia, lo indecible es a todas luces la historia. «¿Hay una historia?» se pre-
gunta Emilio Renzi, el alter ego de Piglia y no el mismo Piglia, en cuya
boca estas palabras resonarían de otro modo dado el hecho de que Piglia,
él mismo se reconoce historiador. (Renzi se hace la pregunta de la histo-
ria como otros se hacen la pregunta del deseo. A partir de ahí, de ese no
lugar que es el lugar de la duda se desencadena el torrente narrativo, que
es en definitiva lo indecible.).

2 Piglia (2005: 28)

215
Ramiro Noriega Fernández

Pongamos que lo indecible no es tanto la existencia o no de la histo-


ria sino la equivalencia del relato con el estatuto que alguien le quiera con-
ferir. Pongamos, insisto, que solamente se trata de un asunto de valora-
ción y quizá logremos algo. En otras palabras, lo indecible es si lo que
escribo ha de ser leído como creo que es posible leerlo, o si lo que escri-
bo ha de ser leído como algo ajeno a esta intención que me incita a la es-
critura. (Lo indecible, para volver a las imágenes iniciales, sería la voz de
Borges recitando un texto invisible, es decir un texto que no puede ver. O
lo indecible es el texto que Kafka sostiene en sus manos preguntándose
¿qué es esto, es esto “literatura”?).
En el caso de Renzi la cuestión de la historia atañe de manera directa
y crucial al estado de la literatura, como institución pero también como
mediación, y a la escritura como un hecho definido. Así, lo que entrega
Renzi, el narrador, al lector no es solamente el conjunto de datos que po-
see sobre el desaparecido Marcelo Maggi, sino la desaparición misma de
Maggi. Los datos que aseveran su existencia, la de Maggi, son los mismos
datos que aseveran su desaparición, de tal manera que la historia eviden-
te de Maggi es la historia imposible de su existencia. ¿Quién se encarga de
dictaminar que la historia evidente de Maggi es la historia imposible de
su existencia? Digámoslo con Benjamin y con Rodolfo Walsh: el Estado
fascista. Así tenemos que las palabras sirven a la vez para decir el revés y
el envés de la otra verdad y de la otra mentira.3
Esa ilusión de falsedad a la que se refiere Piglia indirectamente es la
verdad del arte. Y esa misma verdad es la verdad de la historia. Por eso
quizá Piglia decidió titular su novela Respiración artificial. Justamente
porque así quedaría sentado que lo que leemos ya sea como novela ya sea
como historia, en el fondo, está arrastrado por el mismo ritmo, «un
tono»4, dice Piglia, que mantiene al lector atado a la lectura sin saber exac-
tamente si lo que lee es lo que cree que lee o si es todo lo contrario. Al fin,
al lector le quedará la duda no resuelta, y por esa no resolución del enig-
ma –¿hay una historia?– le quedará la posibilidad de preguntarse sobre el

3 La otra verdad es, por supuesto, la historia de Maggi, no contada hasta ahí, por marginal. La otra
mentira es, por supuesto, la impostura que Renzi ha fabricado en su novela juvenil cuyo título
sugestivo es La prolijidad de lo real.
4 Piglia Crítica y Ficción (1997).

216
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

estatuto del texto que es, como lo sabemos ya, preguntarse sobre su valor
¿Quién cuenta, por qué me cuentan esto?, ¿quién lee, por qué leo esto?
Ya sabemos que en los estados modernos los que cuentan la historia
son los poderosos. Es gracias a este saber benjaminiano que la cuestión del
valor del texto (del estatuto, he dicho antes) está atada a la cuestión de la
autoridad. Un documento sin autoridad es un documento sin autor, una
arbitrariedad. La idea de arbitrariedad es fundamental en este ejercicio
que intento aquí, no solo por lo de las imágenes evocadas al inicio, sino
por el impacto que la idea de arbitrariedad tiene en la de autoridad. Ar-
bitrar y autorizar son dos términos que se juntan y se separan con dema-
siada facilidad. Se juntan en una suerte de filosofía del justo medio que,
si no fuera porque aquí lo que nos convoca es la literatura, resultaría pe-
nosa y quizá incluso irrisoria. Ese justo medio con sabor a jurisprudencia
sentencia también el lugar que separa o une dos voluntades en apariencia
distintas. De ahí que lo autorizado y lo arbitrario puedan compartir el
mismo ámbito, la misma poética. Por eso no resulta difícil reconocer que
no hay historiografía sin literatura –en el sentido de novela– como no hay
novela sin historia. Así, quizá la pregunta de Renzi sobre la existencia de
la historia y la consecuente duda del lector no lleven a otra cosa que no
sea el lugar donde lo arbitrario y lo autorizado se juntan. Quizá no se trate
sino de decir cómo lo autorizado es también una forma de arbitrariedad.
En el caso de la novela de Piglia, la noción de autoridad está convoca-
da a su destrucción, y esto mediante la puesta en escena de una aporía de
partida, que es en el fondo un engaño moral. Renzi se presenta al lector
como un autor, es decir como alguien que ha probado, que ha experimen-
tado el sentido del lenguaje. Más aún, se presenta como un autor de van-
guardia que ha jugado en los límites del justo medio restableciendo en su
novela La prolijidad de lo real la imagen corrompida de su tío Marcelo
Maggi, que es lo mismo que restablecer su propia imagen. El problema es
que este restablecimiento, antes que un trabajo de historia, más, de
memoria, es una suerte de cirugía plástica, una operación de maquillaje
que en vez de revisitar el pasado lo contamina de una moralidad dudosa
e intencionada, una moralidad digna de un soldado fascista, de un peque-
ño burgués. Si leyéramos en esa faz, la vida de Maggi, la que el poder ad-
mite sin ambages, aparecería como un relato de sucesos ordenados, exen-

217
Ramiro Noriega Fernández

to del fracaso y del rumor. Un relato inspirado por algo supremo a quien
Borges, sin pestañear, llamaría Dios y que en el imaginario del ingenuo
Renzi es equivalente al valor del arte, es decir un relato equilibrado, esté-
tica y por supuesto moralmente indiscutible. Un relato kistch.
Por fortuna, si Dios existe, y Dios seguramente ama el kistch, también
Faulkner existe. Significa que hay cabida para otro relato, y ese justamen-
te es Respiración artificial que puede ser leído, que debe ser leído, como el
contra-relato de La prolijidad de lo real. Si seguimos en Borges diríamos:
La prolijidad de lo real más Respiración artificial constituyen, el uno en el
otro, las dos caras de la misma verdad: es decir, la existencia política del
ciudadano Marcelo Maggi, el ciudadano rebelde concebido por Ricardo
Piglia como alter ego del escritor Rodolfo Walsh asesinado por los milita-
res fascistas argentinos el 24 de marzo de 1977.
La dinámica relato / contra-relato es equivalente a la dinámica arbitra-
rio / autorizado. Eso significa que antes que una determinación se trata
aquí de una dialéctica. Así, sin La prolijidad de lo real, relato del escritor
ingenuo que es el joven Emilio Renzi, no sería posible leer / escribir Res-
piración artificial. Sin aquel relato no sería posible la destrucción / decons-
trucción de la noción de autoridad que Ricardo Piglia ensaya en Respi-
ración Artificial. Para decirlo con Derrida, Respiración artificial, como rela-
to desautorizado de la biografía de Marcelo Maggi es la deconstrucción del
relato arbitrario pero legitimado por la institución literaria representada
por La prolijidad de lo real. Poner en duda la autoridad de la literatura es,
según esto, el único modo disponible para restituir ya no el valor a la his-
toria o a la literatura, sino simplemente al acto de contar ¿Hay una histo-
ria? No, hay muchas historias. Que es decir, con Benjamin, tantas histo-
rias como voces, como voces, dice Benjamin, restituidas y salvas.
Así, digamos que con lo arbitrario y lo autorizado se logra el montaje
de una situación discursiva proliferante. La palabra «situación» aquí resul-
ta inconveniente, en parte porque ella se presta a un equívoco espacial,
que consiste en creer que la proliferación sucede en un lugar determina-
do. Y tal no es el caso ni de las imágenes arbitrarias que hemos enuncia-
do al inicio ni tampoco de los textos que hemos citado aquí, a saber: La
prolijidad de lo real y Respiración artificial.

218
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

¿Dónde están estos textos? Por Emilio Renzi, su autor, sabemos que La
prolijidad existe, que trata sobre algo cuya ética ha sido puesta en duda
por el supuesto protagonista Marcelo Maggi. Pero con Borges nos pode-
mos preguntar si el testimonio de Renzi sobre la existencia de su supues-
to libro es suficiente para creer en su existencia determinada, ahora que
sabemos que Renzi, como todo escritor, es un verdadero mentiroso. Pero
eso no es lo importante aquí, lo importante es que esa novela existe en
Respiración artificial de manera metonímica a través de la existencia de su
autor. La prueba de su existencia es la voz del autor que a medida que
avanza el otro relato, el de Respiración artificial, se encarga de menospre-
ciar. Así, si podemos atribuir una existencia a la Prolijidad de lo real esa
existencia es solo entendible en la necesidad de su desaparición. En cier-
ta forma, hay un vínculo estrecho entre esta biografía inútil y su protago-
nista, Marcelo Maggi. Ambos existen como símbolos, o si se quiere, como
mitos, en una especie de no lugar. Ese no lugar es lo que Piglia llama la
utopía y que en palabras de Enrique Ossorio, uno de los protagonistas de
la novela, se dice así:

¿Qué es la utopía? ¿El lugar perfecto? No se trata de eso. Antes que nada,
para mí, el exilio es la utopía. No hay tal lugar. El destierro, el éxodo, un
espacio suspendido en el tiempo, entre dos tiempos. Tenemos los recuer-
dos que nos han quedado del país y después imaginamos cómo será
(cómo va a ser) el país cuando volvamos a él. Ese tiempo muerto, entre el
pasado y el futuro, es la utopía para mí. Entonces: el exilio es la utopía.5

Así como es una utopía la noción de que lo real sea en cualquier modo
prolijo, es una utopía la posibilidad de que la vida del disidente sea respe-
tada, es decir, valorada. Ese no lugar es el sitio donde ambos desapareci-
dos se encuentran para decir el uno del otro algo que a su vez no tendrá
lugar en el universo pragmático de la verdad histórica. Por eso es que nos
basta, al menos en términos dramatúrgicos, la inexistencia de ambos ele-
mentos del texto de Piglia: basta con nombrarlos para que sepamos a
ciencia cierta que existen, aunque sea en un no lugar, exiliados en un no
lugar.

* Piglia (2000: 78)

219
Ramiro Noriega Fernández

Decir en términos jurídicos el «no lugar» de algo es determinar su inu-


tilidad. Decir el no lugar significa señalar su inoperancia. En cambio, en
términos literarios, decir el «no lugar», en esta poética que es la de Piglia,
significa establecer una mecánica –un modo de operación– de produc-
ción de sentidos. La literatura solo se puede restituir, como las voces de
los cronistas restituidos y salvos a los que alude Benjamin, en ese no lugar.
Decir el no lugar en términos literarios y no en términos de la justicia fas-
cista equivale a restablecer el sentido, incluso el sentido extremo, que es
el sentido del drama. Es que, en el fondo, Respiración artificial es la nove-
la del no lugar, como ensayamos aquí. Es la novela del desaparecido, de
los desaparecidos. El esfuerzo por decir lo que no se puede decir es el es-
fuerzo por decir el drama de la desaparición. Cada vez que desaparece
alguien, desaparece el sentido. Decir ese sentido desaparecido es posible
mediante la repetición del nombre del desaparecido, como lo hicieron los
padres de los hermanos Restrepo en el Ecuador, de los desaparecidos, de-
safiando el no lugar jurídico en este no lugar que es el lugar de la litera-
tura. Es lo que Jacques Rancière6 llama “La política de la literatura” que

[…] no es la política de los escritores. Ella no se refiere a sus militancias


personales en las luchas políticas o sociales de sus tiempos. No concierne
tampoco la manera en que en sus libros representan las estructuras socia-
les, los movimientos políticos o las identidades diversas. La expresión
“política de la literatura” implica que la literatura hace política en tanto
que literatura. Esta expresión supone que no cabe preguntarse si los escri-
tores deben dedicarse a la política o consagrarse a la pureza de su arte, sino
que esta misma pureza tiene que ver con la política. Supone que hay un
vínculo esencial entre la política como forma específica de la práctica
colectiva y la literatura como práctica definida del arte de escribir.

La memoria

Esto que Rancière escribe en este 2007 ya lo sabía de algún modo Bolaño
en los 1990, y quizá antes. Y justamente no en el territorio de las militan-

* Rancière, Politique de la littérature, (2007: 11)

220
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

cias partidistas sino en el ámbito de las palabras. O mejor dicho, en el


ámbito de las memorias que las palabras ponen de manifiesto. Y más pre-
cisamente en el ámbito de los nombres, cuando no de los cuerpos.
El olvido no afecta tanto al pasado como al presente, aunque todos
sepamos como Piglia que “la memoria está hecha para olvidar”. En la
imagen que evoco de Bolaño al inicio es posible leer eso. La nostalgia del
futuro es una forma de ver el devenir. Al nostálgico del futuro, como
Roberto Bolaño, no le queda otra alternativa que el recuento, última tabla
de salvación del tiempo en que no hemos de existir. Recontar no solo sig-
nifica volver al pasado sino, sobre todo, ofrecernos una dimensión histó-
rica. En el fondo se trata de dar a luz la contemporaneidad del pasado con
el presente. La nostalgia del futuro es el modo en el que, según Bolaño,
se fragua una de las significaciones centrales del hecho literario, por no
decir de la ficción, que es la de servir de vínculo temporal, de máquina
del tiempo. El discurso de la nostalgia del futuro en ese sentido corres-
ponde al discurso de la historia. En eso, la historiografía y la literatura
también se parecen, ambas de alguna manera son elementos lanzados a lo
ulterior. La idea de trascendencia no es tanto la de pervivir en el tiempo
del otro, como paradigma, sino simplemente de señalar el camino con
series de posibilidades insospechadas. La proliferación de sentidos a la que
nos hemos referido ya, en el futuro, corresponde a la democratización de
los discursos. Escribir en la nostalgia del futuro es alentar la multiplicidad
de versiones sobre la máquina del tiempo que es la memoria.
En Soldados de Salamina, Javier Cercas sugiere que el propósito del
“relato real” que escribe es evitar el olvido de ciertos nombres. Los nom-
bres de los padres de unos y otros, los nombres de los amigos de unos y
otros. Porque esos nombres constituyen el zócalo sobre el que se yerguen
todos los “países de mierda”, todas las vidas. En tal sentido, la escritura
cumple un rol ético, que es el de servir de archivo de los tiempos, suerte
de disco duro dispuesto a la interpretación.
Esto es muy importante, quizá sea lo único importante que tengo que
decir aquí. Con estas tres novelas queda claro que el archivo no tiene otra
vocación que la de suscitar las interpretaciones. En eso la memoria y la
historia se juntan, sino epistemológicamente, al menos en la medida en
que la una y la otra constituyen una dinámica a partir de la cual es posi-

221
Ramiro Noriega Fernández

ble decir el mundo. Tomar consciencia de esto es tan significativo como


reconocer que un texto puede ser leído de modos diversos, y que la lectu-
ra de esos diversos modos señala no solo los límites de las disciplinas a las
que aluden esos modos diversos (la historia o la literatura) sino algo que
de otro modo sería indecible, y que es lo propio de cada hecho de lengua-
je. Sobre esto tratan estos textos, sobre esa relación entre lo indecible y
sobre el tiempo en el que ya no estaremos, es decir, sobre las posibilida-
des de la memoria y sobre los lenguajes empleados para explorar esas posi-
bilidades.
Así, no debe sorprendernos la poética por la que apuesta Roberto
Bolaño en Los detectives salvajes como no debe sorprendernos que Javier
Cercas la repita, la recuente, en Soldados de Salamina. No es por nada que
tanto estas novelas como Respiración artificial traten de jóvenes escritores,
de escritores aprendices, de novatos. Y no es por nada tampoco que esos
jóvenes escritores ignoren los riesgos de la existencia, es decir “osen” con-
tar lo que cuentan porque es a partir de esa ignorancia que todo lo demás
puede cobrar sentido.
En el caso de Los detectives salvajes, esto se da a través de un diario ínti-
mo, el del joven poeta García Madero, que dividido en dos por Roberto
Bolaño abraza en su interior el gran capítulo titulado como la novela,
“Los detectives salvajes”. El diario, que es la marca del tiempo sincrónico,
funciona también como un baúl en el que caben todas las diversidades y,
por eso, el diario cumple una doble función que es la de situarnos en el
tiempo y la de situar los otros tiempos en el tiempo que es el suyo.
Esta función heterocrónica evidencia el carácter paradójico de esta
forma de recuento popular, que se cuenta entre los más simples, junto con
los discursos epistolares y burocráticos presentes sobre todo en Respiración
artificial. Lo insólito es que, siguiendo la fórmula de Bolaño, toda la lite-
ratura se podría leer como un diario, y cada texto como una entrada tem-
poral de un diario mayor, como en las utopías borgianas. No que el dia-
rio lo diga todo. No. Sino justamente que el diario tiene la virtud de frac-
cionar la experiencia en unidades múltiples y disímiles, y al final, en con-
junto, mostrar que la imposición arbitraria de la unidad en ese universo
de disímiles constituye en sí misma una forma, es decir una poética capaz
de significar. Esta significación, por demás arbitraria, pone en jaque la no-

222
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

ción de autor por el sencillo hecho de que quien escribe lo hace con la in-
tención a priori de fijar el sentido de algo que puede ser su vida, a sabien-
das de que todo lo escrito es a destiempo, que todo, a partir de esta leve
pero significativa fractura, ha dejado de ser lo que es, corrompido por el
vértigo del tiempo que pasa siempre más velozmente que cualquier len-
guaje que intente capturarlo.
Así, tenemos que el diario no solo señala la existencia de unos hechos,
sino que por añadidura interroga esa misma veracidad porque todos los
días son diferentes aunque nunca, como dice Piglia, en realidad suceda
nada. Digo, interroga esa misma veracidad, porque ningún día es lo sufi-
cientemente poderoso ni inquietante como para repetirse en los demás.
No hay, en tal sentido, ningún modelo a seguir que no sea el de intentar
una y otra vez conscientes de que ningún intento será definitivo. El dia-
rio, por esto, puede ser leído como el modelo del modelo indecible. Co-
mo el archivo que es capaz de decir porqué no existen archivos ideales a
pesar de la disciplina, del rigor y de la neurótica escritura del escritor
empeñado en fijar su tiempo en los tiempos de todos, o al menos empe-
ñado en representar su pobre existencia.
Es que los héroes no existen, o mejor dicho, parafraseando a Cercas,
que cita a Roberto Bolaño, los héroes no están vivos. Es justamente esta
condición la que distingue a esta literatura contemporánea de otras lite-
raturas, la condición del héroe y su lenguaje. Es decir, la novela no es el
lugar del héroe, sino la afirmación de su no lugar. Por eso la novela, los
héroes no escriben novelas, los escritores escriben novelas. Las novelas no
heroizan al escritor ni a su vida rutinaria, heroizan a aquellos que simbó-
lica o prácticamente han desaparecido. Y los héroes son justamente aque-
llos que desaparecen, como Salvador Allende, “alguien que”, en palabras
de Bolaño citado por Cercas, “tiene el coraje y el instinto de la virtud, y
por eso no se equivoca nunca, o por lo menos no se equivoca en el único
momento en que importa no equivocarse, y por lo tanto no puede no ser
un héroe. O quien entiende, como Allende, que el héroe no es el que
mata, sino el que no mata o se deja matar”.7 Para ser héroe, en cierta
forma, hay que dejar la escritura.

7 Cercas, (2001: 148).

223
Ramiro Noriega Fernández

Poética del no lugar, la del diario escindido en el caso de Los detectives


salvajes, corresponde a la palabra no dicha. Es que hay historias que sim-
plemente no se pueden decir, sobre todo las historias dolorosas. Paul de
Man examina con Derrida la noción del testigo. Y se preguntan cómo es
posible entender el silencio de la mayoría de víctimas del holocausto, de
la shoa, como la llama el pueblo hebreo. Es que el testigo se halla en una
condición ambigua, dice Derrida, con respecto a la tragedia, por el solo
hecho de que el testigo ha sobrevivido a la fatalidad. En tal sentido, su dis-
curso, como representación de esa fatalidad, se halla en desfase con res-
pecto a la misma porque para quienes no conocimos el holocausto cree-
mos que es imposible salir de él. Si fuera un testigo verídico del mismo,
pensamos, sigo con Derrida, que debió morir. Ese “deber morir” es el
silenciador de las víctimas de la historia. Pero, ahí están “las cicatrices
inolvidables”, como las llama Walter Benjamín, hablándonos del aconte-
cimiento. La escritura es una forma de retrazar el camino en esas huellas
a riesgo de que esa escritura parezca inadecuada para decir el dolor incon-
cebible de las víctimas. En esa debilidad sucede la literatura. Esa debili-
dad que es su fracaso es también su fuerza.
Así como Emilio Renzi se presenta como el escritor que quiso resta-
blecer la honra de Marcelo Maggi, cuyo relato es una falacia, el Javier
Cercas personaje narrador de Soldados de Salamina, se describe como el
autor fracasado de dos novelas previamente. Entre Renzi y Cercas hay un
hilo que los vincula y es que los textos que resultan de su fracaso son el
relato del mismo. Y el relato de ese fracaso da lugar a la literatura. En
Soldados de Salamina, esto se vuelve evidente en la citación literal que ha-
ce Cercas de su relato “fallido” y titulado, también como la novela, “Sol-
dados de Salamina”. Este relato “fallido” según opina su autor en sí mis-
mo cuenta de manera cronológica la historia de Rafael Sánchez Mazas, y
fundamentalmente de su fusilamiento “fallido”. Gracias a este relato el
lector puede entrever el significado histórico de este importante persona-
je de la Guerra Civil española. En ese sentido, se trata de un relato “no
fallido”. En palabras de Cercas, es una máquina completa, pero incapaz
de cumplir la misión para la que fue concebida. Es justamente en este
punto en que se cifra el sentido de la escritura según lo muestra Javier
Cercas. Como quiera que sea la escritura debe salvar unas necesidades, co-

224
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

mo una máquina del diario vivir. Y es por esa razón que no todas las escri-
turas son suficientes, o mejor dicho, no todas las escrituras son autosufi-
cientes. Esta falta de autonomía de ciertas escrituras por no decir de todas
las escrituras, por ejemplo, de las escrituras que perfilan al protagonista
histórico (héroe o victimario), deriva en formas poéticas híbridas como
Soldados… y Los detectives…
En el caso de la novela de Javier Cercas, el relato “no fallido” pero “co-
jo” de Sánchez Mazas requiere de su contra-relato para ver la luz. Ese con-
tra-relato se hace con la afirmación de su insuficiencia y con el relato no
autorizado de otros protagonistas de la historia, de la misma historia, y de
otras historias. Así, tenemos que SDS es la suma, como Respiración…, de
un relato arbitrario y de un relato autorizado.
Es que en el fondo, toda escritura entraña un error. Esta poética del
error es la poética del montaje. De la artificialidad. La memoria sucede en
ese montaje y no en la acumulación de información, como es la tragedia
de “Funes el memorioso”. El montaje de errores da lugar al aparecimien-
to del contenido, sin el montaje ningún contenido es posible.

Un poeta sin memoria, dijo Marconi, es como un criminal abrumado y


casi anulado por la decencia. Un poeta sin memoria es un oxímoron.
Porque el poeta es la memoria de la lengua.8

El ensayo

Este es el juego que plantean las tres novelas que nos ocupan aquí. En el
fondo, si se trata de decir que la dictadura produce una nueva literatura, la
respuesta es no, al menos en el sentido de que seguimos, como dice Jean
Bessière, pensado cada texto para describir la totalidad, la totalidad de la
literatura, y la totalidad de la sociedad. La versión esencialista de pensar la
literatura como una continuidad nos aleja de la posibilidad de pensar lo
contemporáneo fuera de la lógica vanguardista. La pregunta que estos tex-
tos nos imponen, a través de sus alusiones a los juegos de lenguaje sobre la

8 Piglia, (2005: 133).

225
Ramiro Noriega Fernández

historia y la memoria, es si el “evento histórico”, el “acontecimiento” como


tal produce otra literatura, o si continuamos en la misma línea de que
siempre estamos ante algo nuevo. Si vivimos en el “nuevo permanente”.
Tal razonamiento debe ser, en mi juicio, interpretado como una contesta-
ción de la relación que mantiene la crítica con respecto a la ficción.
Para Bessière, Los detectives… es un texto del romanticismo que, por
la inclusión de los jóvenes poetas en su armadura, no es otra cosa que una
precisión añadida a las demás precisiones que son cada una de las narra-
tivas. Así, no se trata de argumentar sobre el aparecimiento de una estéti-
ca dominante. Ni formas dominantes. Se trata más bien de explorar cuá-
les son los mecanismos que estas narrativas contemporáneas prosiguen en
la búsqueda de lo que yo llamaría la “desestimización de lo total”. Y ahí
es donde un estudio sobre las condiciones de la historia y de la memoria
resultaría interesante como modo de acercamiento a la ficción. En otras
palabras, esa “desestimización de lo total” pasaría por decir, en referencia
a la historia, que después del archivo lo que se puede narrar de un “acon-
tecimiento” es inacabable, o al menos, que al lector le quede la sensación,
que es a su vez una necesidad, de que no se puede dejar de contar histo-
rias. Que el tejido del relato es autoproliferante.
Así, se trata de narrativas que no resuelven ningún enigma, todo lo
contrario; estas narrativas se encargan de guardar, de preservar lo enigmá-
tico discutiendo a la vez el origen del enigma y declarando su disenso con
respecto a la legitimidad del mismo. Tal como lo hace Cercas, ¿es el enig-
ma la historia del falangista Sánchez Mazas, o es el enigma la escritura de
ese o de cualquier otro enigma? En la relación entre ambas fases se halla
su posible especificidad.
En último término, ninguno de estos textos consagra ninguna forma, a
la vez porque no se presentan como hechos concluidos, como es el caso de
Los detectives salvajes, o porque al no lograr determinar el motivo de su exis-
tencia, como en Respiración artificial, el texto es incapaz de salir de sus pro-
pios límites, de tal manera que se da una paradoja esencial: estamos ante
unas literaturas que se perfilan como su antitesis. Por lo tantos, estas nove-
las que se presentan como discursos en proceso, señalan un transcurrir y nos
invitan a reflexionar sobre los elementos de nuestras memorias que estamos
dispuestos a tomar a cargo. Si estamos dispuestos a tomarnos a cargo.

226
Cinco imágenes, un ensayo y su propia refutación

En la última imagen que tengo en mente, que es mi quinta imagen


arbitraria, está Piglia sentado en un escritorio, a todas luces en una habi-
tación de hotel, escribiendo. Piglia, sonriendo socarronamente, cuenta la
última cita de Bolaño y Cercas, horas antes de la muerte de Bolaño. Bo-
laño, en el relato de Piglia, dice algunos nombres: dice Borges, dice Kakfa.

Bibliografía

Benjamin, Walter (1997). Écrits français. Paris: Gallimard.


Bessière, Jean; Daros Philippe (Comp.) (2005). Instaurer la mémoire, Con
un racconto di Daniele Del Guidice, Sous projet N.˚ 5: Mémoire, cultu-
re, mythes et textes fondateurs, Roma: Bulzoni Editore.
Bolaño, Roberto (1998). Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama.
_____________ (1996). La literatura nazi en América. Barcelona: Seix
Barral.
Cercas, Javier (2001). Soldados de Salamina. Barcelona: Tusquets.
Manzoni, Celina (2002). Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia
(Compilación, prólogo y edición). Buenos Aires: Ediciones
Corregidor
Rancière, Jacques, (2007). Politique de la littérature. Paris: Galilée
Piglia, Ricardo (1993). Crítica y ficción, Buenos Aires: Siglo Veinte
___________ (2005). El último lector. Barcelona: Anagrama
___________ (2000). Formas breves. Barcelona: Anagrama
___________ (2000). Respiración Artificial. Barcelona: Angrama
Vila-Matas, Enrique (2002). “Bolaño en la distancia”, en Manzoni Celina
(ed), Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia, Buenos Aires:
Ediciones Corregidor

227
Letras judaicas americanas:
diálogo norte/sur en las autobiografías
de Ariel Dorfman e Ilan Stavans

Rodrigo Cánovas*

Poco se ha inquirido por las letras judaicas en Latinoamérica, esos textos


migrantes que exhiben una mirada singular sobre los espacios nacionales
al enunciarlos desde voces, lenguas y sensibilidades alternas. En esta opor-
tunidad, queremos hacer dialogar dos textos biográficos que enuncian la
cultura hispanoamericana desde la experiencia judaica. En un caso, el de
Ilan Stavans, nacido en Ciudad de México en 1961 y que se instala a los
24 años a vivir en New York. Su identidad está marcada centralmente por
ser un ashkenazi; quien, por lo demás, habla fluidamente yidish y hebreo.
En el otro caso, el de Ariel Dorfman, nacido en Buenos Aires en 1942,
que vivió en Manhattan entre los 3 y los 13 años de edad y llega a Chile
en 1945 para salir del país como exiliado en 1973. Su identidad tiene, en
sus propias palabras, una pizca de judío. Dos seres muy distintos, pero
cuyas convergencias y divergencias nos otorgan una libre entrada a la dis-
cusión sobre la cultura definida como un conjunto de decisiones lingüís-
ticas que afectan a una comunidad.
Comencemos por el texto de Dorfman. Lo primero que sorprende es
que haya sido escrito, literalmente, tanto en inglés como en castellano por
el mismo autor, siendo el idioma inglés el original. Esta tensión aparece
exhibida en el título, Rumbo al Sur, deseando el Norte. Un romance en dos
lenguas (1998). La tensión vectorial es máxima (Norte/Sur, referida a
USA y Chile, dos destinos para un mismo sujeto), la cual se desplaza

* Universidad Católica de Chile.

229
Rodrigo Cánovas

hacia las lenguas, inglés y español. De inmediato, además, nos choca que
Ariel se desplace hacia abajo, el Sur, como siguiendo un rumbo inmigra-
torio milenario que implica haber abandonado el origen, sin haber nunca
renunciado a él.
Un romance en dos lenguas. La denominación de romance no es casual
y es muy probable que nuestro autor esté pensando en aquel género defi-
nido por Northon Frye como cercano a la novela, pero con personajes
más estereotípicos y argumentos más alegóricos, con cierta tendencia a
presentar mundos ideales y ensoñados, del gusto de la imaginación popu-
lar. Al denominar romance a su libro (y no, por ejemplo, autobiografía o
memorias), consideramos que su autor quiere privilegiar más el relato lite-
rario que el histórico o, mejor, desea que sea leído como una novela, sien-
do él un héroe en busca de un destino prefijado. Por supuesto, es inelu-
dible la alusión al romance o idilio amoroso (incestuoso, de amor y odio,
de líneas paralelas, sublimado, imposible) entre dos lenguas, el encuentro
entre dos sensibilidades.
¿Cómo organiza y dispone su material Ariel Dorfman? Ordena su vida
generando hitos que conforman una serie de términos en la cadena tem-
poral: nacimiento en Buenos Aires en 1942 (es hijo de inmigrantes); pul-
monía a su llegada a Manhattan en febrero de 1945 (renuncia al español
y adopta el inglés); amenaza roja en los años 1950-1953 en USA, por per-
secuciones a los comunistas (cambia su nombre de Vladimir por el de
Edward); la experiencia escolar en Santiago hacia 1945 (estudia en el
Grange, colegio exclusivo inglés); la experiencia universitaria de los años
60 (política, amor y chilenidad en el Pedagógico de la Universidad de
Chile, en Santiago); Berkeley 68 (las libertades individuales); los tiempos
de la Unidad Popular desde 1970 a 1973 (la responsabilidad de los inte-
lectuales).
Ahora bien, esta serie aparece entrelazada con otra dedicada a un solo
hito: los sucesos del 11 de septiembre de 1973 y los inmediatamente pos-
teriores. Así, cada vez que queremos avanzar linealmente (años 40, 50, 60;
Ariel en Manhattan, Santiago, Berkeley), retornamos al hito donde cul-
mina la historia, donde en capítulos intercalados de modo sucesivo se nos
otorga in ralenti las dramáticas vivencias del autor, su familia y su comu-
nidad durante el 11 y los siguientes días, semanas y meses de ese año

230
Letras judaicas americanas

1973. Aclaremos que dentro de las escrituras del Yo, tiene las marcas más
de un relato de memorias que de una autobiografía, por cuanto el sujeto
se articula desde una voz pública (intelectual), no habiendo una mirada
hacia el espacio privado de la familia.
¿Quién es Ariel Dorfman? Muchos años después de ocurrido el golpe
de Estado, este indica retroactivamente: “era un híbrido, una parte grin-
go, otra parte chileno, una pizca de judío, un mestizo en busca de su cen-
tro de operaciones” (1998: 298). Ante la necesidad de justificar sus accio-
nes y emociones en esos días aciagos, el sujeto redescubre la dualidad de
su existencia: a dos bandas en el lenguaje (inglés y español) y a dos ban-
das en la cartografía (norte y sur) y, ¡sorpresa para muchos!, también a
nivel nacional: es un gringo. Más aún, en la competencia entre dos códi-
gos lingüísticos (es decir, culturales), gana lejos el inglés: es declarado el
hermano mayor, la primera lengua en que se ensayó la ficción (con un
seudónimo: Eddie) y la primera en que se redactó este romance (en rigor,
leemos una traducción, aunque escrito por el mismo autor). En cuanto a
la lucha por la sobrevivencia individual y a la defensa pública de los dere-
chos de los pueblos, también el inglés se erige como el arma más podero-
sa. En realidad, es una confesión. Esta dualidad, unida a su condición de
intelectual (no apto para la acción, sino para las letras) le permiten enten-
der su destino: el exilio, la salida de Chile (y no el emprendimiento de una
gesta heroica en la clandestinidad).
Uno de los enigmas que sostiene este romance es una pregunta culpo-
sa y que también puede ser entendida como liberadora: ¿por qué sobrevi-
ví (siendo que debí haber sido detenido, torturado, ser uno más entre los
desaparecidos)? La imagen heroica está aquí en juego. Digamos, de inme-
diato, que la experiencia de constantes pogromos, persecuciones y el holo-
causto, está lateralmente presenta aquí, de modo larvado.
La marca judía aparece en el relato de modo tangencial, especialmen-
te ligada a sus padres, hijos de judíos rusos que emigraron a Argentina a
comienzos del siglo XX por persecuciones (en el caso de la familia de
Fanny Zelicovich Waisman) o en busca de mayor fortuna en los negocios
(los padres de Adolfo Dorfman). Su madre hablaba yiddish y su padre,
además de ser bilingüe (ruso y español), hablaba fluidamente otras len-
guas. Familia, entonces, cruzada por constantes traslaciones y diversas

231
Rodrigo Cánovas

lenguas: de Odessa y Kishinev a Buenos Aires (donde nace nuestro hé-


roe), de aquí a Nueva York y de vuelta al sur (al confín de mundo) y en
el caso de Ariel, años después, de nuevo al Norte. Notemos que estas mi-
graciones están marcadas por la política (con un sesgo judaico). Adolfo
(nombre que ahora resuena extraño, por no decir irónico), huye de Ar-
gentina en 1945 por ser antiperonista, se instala en EEUU; pero debe salir
de este país hacia 1954 por su apoyo a muchos intelectuales perseguidos
por el macartismo. Adolfo es procomunista, prosoviético y en casa en
Nueva York recibe a muchos judíos intelectuales ligados a ese ideario.
Leyendo este romance de Ariel Dorfman, hemos asociado ciertos enig-
mas y tópicos con los planteados por Tzvetan Todorov como lector de dos
testimonios sobre la historia reciente de Polonia: la insurrección del gueto
judío de Varsovia, en 1943 y la insurrección nacional (contra los nazis e
indirectamente también contra los soviéticos) en Varsovia en 19441. To-
dos comparten la discusión sobre el heroísmo humano y sus limitaciones
¿Cómo ser un héroe?, ¿cuándo dejar de serlo? Revisemos las argumenta-
ciones de Dorfman sobre su destino (no morir) e intentemos un diálogo
con la lectura de Todorov.
Lo primero que se le viene a la mente a Dorfman es que alguien murió
en su lugar. Siendo este sujeto un judío, la situación se torna aún más si-
niestra: esta vez, nosotros nos salvamos (o también, esta vez me salvé pero
eso no vale mucho, pues los demás, los míos, no). Pasando el tiempo, ya
en el exilio, Dorfman le pregunta a Fernando Flores (ministro de Allende,
que estaba en La Moneda e indicó a quiénes había que ubicar telefónica-
mente para que se reportaran en ese lugar la mañana del 11, según una
lista previa), por qué se había saltado su nombre. Flores responde: “Bue-
no, algunos tenían que vivir para contar la historia”, es decir, “harían falta
testigos que escaparan de la conflagración y contaran al mundo lo que
había pasado” (1998: 59).
Cada uno en su lugar. El intelectual como testigo de la historia, otor-
gando un testimonio. En el caso de Dorfman, a nivel pragmático, con su
inglés, estableciendo redes culturales inapreciables. Es como si se supiera
1 En Frente al límite, Todorov comenta dos libros: Varsovia 44. La insurrección (1975), compues-
ta por una serie de entrevistas realizadas por Jean Francois Steiner a los participantes de las accio-
nes y Mémoires du ghetto de Varsovie (1983) de Hanna Krall y Marek Edelman.

232
Letras judaicas americanas

que el intelectual es un inútil en el ámbito de la acción clandestina o que


existe una división del trabajo. ¿Cuán orgullosos nos podemos sentir de
esto? En relación al valor que tienen la vida de las personas, comentando
los testimonios judíos sobre la insurrección del gueto de Varsovia, To-
dorov anota: “[V]arias personas intentaron proteger la vida del poeta
Kacenelson. ‘Queríamos ardientemente que sobreviviera para poder, en
su calidad de testigo ocular, contar la verdad’ […] Se comprende el senti-
do de este acto de la guerra paralela, la de la memoria; pero Kacenelson
(que, por otra parte, no moriría entonces) se negó absolutamente a escon-
derse; no aceptó sobrevivir en el lugar de otro ser humano, con el pretex-
to de que él fuera más precioso que otro poeta” (Todorov, 2004: 113-
114). En otras ocasiones, dentro de la comunidad judía, también se dio
el hecho de una selección de las personas, lo cual implicaba que ciertos
judíos importantes lograban sobrevivir gracias al sacrificio de los comunes.
Considero que la dificultad que debe vencer nuestro sujeto tanto en la
vida como en su autobiografía es la imagen heroica de aquel que se entre-
ga a una causa y muere por ella. Es el discurso heroico el que martiriza a
Ariel, de cómo desarticularlo. Un héroe es fiel a un ideal absoluto y por
ello no puede ser fiel a la vida: solo la muerte es un valor superior, pues
asegura su búsqueda. Pues bien, tiene la posibilidad de actuar heroica-
mente cuando se dirige en auto (con su esposa al volante), hacia La Mo-
neda esa mañana del 11 de septiembre; pero ante un control policial, vaci-
la, da marcha atrás y se aleja del lugar. En esa retirada, Dorfman elige el
mundo familiar (Angélica, su hijo), acaso privilegiando virtudes cotidia-
nas, recogiéndose en pequeños gestos de trascendencia.
En el ámbito de la heroicidad, lo que a Dorfman más le incomoda es
la variante extrema del martirologio, autodestructivo de trascendencia
vacua ¡Qué hacer en esos días del Golpe de Estado? ¿Consumirse en lla-
mas? ¿Suicidarse como Tati, la hija de Allende? No, (sobre)vivir: “Dicién-
dome en voz muy baja que quizás yo tomé el riesgo más grande al decidir
no ser devorado por el golpe” (1998: 85). En este sentido, su posición es
análoga a la de Todorov, cuando este se refiere a los testimonios sobre la
insurrección en Varsovia contra los nazis en 1944, de escasa consecuencias
históricas. Los héroes aquí son tanáticos, su comportamiento exige la
muerte. El intelectual búlgaro no muestra entusiasmo sobre el discurso

233
Rodrigo Cánovas

heroico, indicando: “[N]o es suficiente creer en algo para que su aplicación


sea benéfica a toda la comunidad [como lo acontecido con los hechos de
Varsovia]. Concluye escépticamente: “El mundo de los héroes –y ahí es, tal
vez, donde reside su debilidad– es un mundo unidimensional que no com-
porta más que dos términos opuestos: nosotros y ellos, amigo y enemigo,
valor y cobardía, héroe y traidor, negro y blanco” (1998: 20).
Vivir para contar la historia: ¿una coartada del intelectual para no ser
carne de cañón?; ¿un simple principio de realidad ante la inminencia de
una muerte heroica?; ¿la necesidad de no transformarse en víctima de uno
mismo?; en fin, la aceptación de nuestros límites y un réquiem por los
inocentes.
Ilan Stavans, tercera generación ashkenazi en México, escribe una
temprana autobiografía en un idioma recién aprendido, el inglés, ya ins-
talado en Nueva York y gozando de la ciudadanía norteamericana. On
Borrowed Words (2001) es un rito de pasaje autoimpuesto para poder
hablar, pronunciar esas primeras palabras que no estén al alcance de una
censura temida: un país, un hogar, un idioma. Es también un primer bos-
quejo de una Tierra prometida, una traducción judaica del american
dream y una primera renuncia a una tradición reciente, del cual no se
quiere ser esclavo (México lindo).
Compuesto, según comentario del autobiógrafo, como un almanaque
(a registry of reminiscences) o como una serie de imágenes fílmicas (a series
of snapshots), el libro da vueltas en torno a retratos familiares; viajes en
busca de un centro (Cuba, Israel, España), lecturas judaicas (principal-
mente, en ydish y en hebreo); imágenes del colegio hebreo y de la univer-
sidad mexicana. El centro rector es la ciudad de Nueva York (the city of
enlightment), donde se instala a los 24 años para estudiar en el prestigio-
so Jewish Theological Seminary. Elige un hogar (Manhattan) y decide
nombrarse de nuevo desde otra lengua, English, concebida como más
lógica, más literaria y más útil que el idioma español.
Aun cuando existe una continuidad en torno a los tópicos tratados en
los seis capítulos de esta autobiografía –se retorna a Nueva York, los idio-
mas y la familia–, es posible distinguir algunas correspondencias en esta
composición. Así, los capítulos 1 y 5 (México lindo y Amerika, America)
giran en torno a la identidad judaica y tienen a Manhattan (New York y

234
Letras judaicas americanas

New England) como espacio sagrado y al inglés como idioma del mundo.
Ahora bien, siniestramente el corazón del relato (the core) lo ocupa la
familia: un capítulo para la Bobbe (un retrato despiadado), otro para el
padre (más bien condescendiente) y uno para su hermano Darian (su do-
ble desquiciado). No hay relato para la madre y la hermana aparece fan-
tasmalmente: “I think of Bartleby the Scrivener: ‘Ah, the family, ah huma-
nity!” (1998: 141).
El rechazo al país se retroalimenta del resentimiento hacia el hogar.
Siniestramente, los pasajes literarios mejor logrados son los dedicados a
esa sombra de su vida que fue su hermano, una persona desequilibrada
que lo condena a una temprana orfandad; sentimiento también presente
en su relación existencial con la comunidad judía-mexicana (rechaza la
mentalidad de ghetto), el país (iletrado) y su juventud universitaria (ads-
crita al marxismo latinoamericano).
A diferencia de sus antepasados, que salieron de modo apresurado
huyendo en estampida y cayendo en lugares remotos; Ilan cruza la fron-
tera voluntariamente, en un acto que lo redime: “I feel no need to return
I did not suffer My emigration was carefully planned” (1998: 22) ¿Un
parto sin dolor? ¿Una nueva máscara del Yo? ¿O simplemente la partida
del héroe y sus nupcias en un espacio sagrado, donde se revela que su
lugar de nacimiento y su genealogía fueron solo un accidente para el des-
cubrimiento posterior de su ser (judaico)?
New York. La nueva ciudad luz se revela como una biblioteca móvil,
animada por lectores de muy diversa condición: “Everyone reads –bums,
secretaries, subway conductors, nannies– a far cry from my illiterated
Mexico, where the writen Word has always felt like an imposition, a
foreign import” (1998: 18). Alguien que domina el yidish, el español y el
hebreo siente que los espacios deben constituirse como escrituras cabalís-
ticas, sujetas a una interpretación inagotable.
Labyrinthine libraries around me, where I could get lost. Un laberinto de
símbolos, una tradición viva. A place where my Jewishness was valued.
Entrelíneas –como se exige leer la Cábala, para extraviar los sentidos apa-
rentes– desciframos que allí Stavans es visible, es decir, su mentalidad ju-
día se expresa en sintonía con otras mentalidades e, incluso, tiende a des-
viarlas hacia su curso. El sujeto no visualiza aquí muros de contención,

235
Rodrigo Cánovas

como es el caso del ghetto judío en México, ni glorifica sus márgenes: “I


felt throughout my childhood that Mexican Jews never made themselves
part of the environment” (1998: 20).
English. El ejercicio de la nueva identidad tiene un registro ineludible:
el inglés. En un párrafo que opera como un manifiesto, a pocas páginas
del final, Stavans se despoja del español, the father tongue. Citémoslo.

English is almost mathematical. Its rules manifest themselves in an iron


fashion. This is in sharp contrast to Spanish, of course, whose Romance
roots make it a freeflowing, imprecise language, with long and uncooper-
ative words. As a language, it is somewhat undeserving of the literature it
has created. This might explain why I enjoy rereading One Hundred Years
of Solitude far more in English than in the original, as well as Don Quixote.
For me, mastering English was, as I convinced myself, a ticket to salvation.
Spanish, in spite of being the third-most-important language on the globe,
after Chinese and English, is peripheral. It is a language that flourishes in
the outskirts of culture, more reactive than active”. (1998: 223)

Quizás sería un error argüir en contra de las ideas expuestas en la cita.


Más interesante resulta inquirir por la subjetividad que la sustenta. No-
temos de paso que el autor deja mal parado el español; pero no lo hace
usando esa lengua (sería como hablar de otro, sin estar este presente).
¿Qué lector es llamado a esta autobiografía? Es un texto complacien-
te con la imaginería anglosajona (y a veces, un texto esclavo, un alto pre-
cio de una nueva vida); pero esto no es lo más relevante. En realidad está
escrito para provocar (¿García Márquez suena mejor en inglés?): contra la
norma, en polémica abierta con otros discursos aceptados como verdad.
Un Yo se retroalimenta de una batería de clichés para irritar a un fantas-
ma (la cultura latinoamericana), algo que le fue semidonado y que esta
escritura intercambia por un aleph condensado en una mentalidad “New
England”, espacio de reinvención. En efecto, como en la novela familiar
(freudiana), todos hemos imaginado otros lugares de nacimiento (por-
que quizás lo tuvimos, como Edipo, Moisés o Gabriel, que habría naci-
do en Macondo): “It is posible that I should have been born in the
region [New England] but mistankenly ended up elsewhere?”(1998:
242).

236
Letras judaicas americanas

La autoría queda feliz si el lector reacciona rabiosamente contra sus


opiniones. En cuanto a los que concuerdan, en su caso quiere hacerse no-
tar, para ser distinguible en ese canon anglosajón (en clave Harold
Bloom). Considero que la negación del idioma español (de identificarse en
ese lugar, de habitar allí) está en concordancia con la negación del hogar,
de la educación judía recibida en México y del país. No se le puede borrar,
por supuesto y por lo mismo, el juego transgresivo se exacerba. Aunque
su inglés es pobre (habrá que decirlo); su tono revela una impulsividad
barroca propia de la literatura surgida en tierras del Sefarad.
¿En qué idioma escribir? En su caso, podría hacerlo en yidish (según
sus palabras, su lengua materna, que compite con el español en sus años
de educación colegial) e incluso, en hebreo. También podría intentarlo en
dos lenguas, como Joseph Brodsky –“and his was in a happy balance”
(1998: 228), acota Stavans. Pero aquí surge una pregunta (en realidad,
muy latinoamericana): el rol del intelectual en la sociedad. Al parecer, al
definirse como Latino intellectual in America (whatever it means), el inglés
es la carta política más indicada. Es claro que se piensa, además, que el
español es menos adecuado para el ser judaico.
Conjeturo que el capítulo sobre la Bobbe Bela (abuela paterna) es el
más siniestro y conmovedor para un lector judío y el dedicado a su her-
mano, el más implacable para un lector gentil. De la Bobbe, nacida en un
poblado de Polonia hacia 1909 y avecindada en México cuando muy
joven, aprendemos que es una mujer de carácter: “Bela’s astonishing
instinct to survive and also of her fierce destructiveness”. De ella, nos in-
teresa su conducta lingüística en el nuevo país: “The strategy of abandon-
ing Polish and Russian in order to begin a new life is, at first sight, a sur-
vivor’s triumph. But it also denotes an uncompromising approach to the
past: pain and unplesantness ought to be ignored, eliminated from mem-
ory, nullified” (1998: 67 y 62).
La censura del pasado: “Silencie reigned. Can I blame Bela for censo-
ring her past? Isn’t immigration, by definition, a search for a different
self?” (1998: 62-63). En el caso de Ilan, para ser justos, él no ha renun-
ciado a comunicarse en español; solo ha preferido escribir una autobio-
grafía en inglés (¿podremos reprochárselo?). Al final de su vida, la abuela
escribe un Diario en español, que es enviado al nieto letrado. Este lo

237
Rodrigo Cánovas

comenta, lo resume, indicando de paso que está mal escrito y no tiene


ningún valor literario. En breve, lo hace inaudible y lo esconde a nuestra
mirada; la deja muda, de seguro como castigo. Poner las cosas en su lugar,
marginarla genealógicamente, acaso como prevención de que ciertos actos
y gestos del pasado se imiten: “The sin of the parents are not to be inhe-
rited by their children” (1998: 66). Una memoria en construcción, una
tarea difícil, que el nieto emprende con denuedo, la cual será juzgada por
las siguientes generaciones.
Si el retrato de Bela es un primer plano (donde se remarca la dureza
de su ceño); el de su hermano Darian es un bosquejo alusivo, que con-
densa el resentimiento y la rabia de vivir a su lado, de tenerlo como doble,
de identificarlo como su sombra. La demencia de su hermano y su incon-
tenible agresividad es presentada a través de indicios como los raros cam-
bios en su físico (primero, un cuello largísimo y una panza tipo Buda;
luego, un cuello reducido), los gestos y vestimentas de sus novias, sus deli-
rios de grandeza, su violencia hacia la hermana… Como en el relato
“William Wilson”, Darian se le adelanta, captando la atención de la au-
diencia, convirtiéndolo en un ser invisible. Más aún, de la niñez y del co-
legio, poco sabemos de Ilán; solo de los problemas que plantea el otro:
“We talked for and about Darian” (1998: 140). Fantasma implacable, el
hermano es un artista incomprendido (un genio musical en ciernes), de
mayor mérito, suponemos, que el futuro literato; alguien que también va
a New York a estudiar y triunfar (pero aquí ya estamos en otro espacio y
la debacle comienza para este doble).
En este contexto, es posible entender de un modo literal (en el plano
familiar), la afirmación del autor en las primeras páginas de su relato: “I
turned Manhattan into my true home” (1998: 21). Un hogar habitado
por la enfermedad, un espacio de expulsión, una virtual esquizofrenia que
hace que el sujeto viva dos vidas. Otra razón para contarlo todo en inglés
y en este caso, no de modo histriónico (como en los capítulos sobre len-
guas e identidades), ni impíamente caricaturesco (como con la Bobbe);
sino en sordina, como apenas conteniendo el regreso de lo reprimido, pa-
ra evitar la devastación.
En las páginas finales y acaso morigerando su reflexión sobre la rein-
vención de una identidad personal, el autobiógrafo concluye en esta oca-

238
Letras judaicas americanas

sión: “my Mexican self is not altogheter gone, nor is my American self so
prevalent as to erase everything else. In between the two stands my
Jewishness, moderating the tension, becoming an arbitrator and perhaps
a censor” (1998: 253). Libro inquietante, de un inmigrante que se ha ins-
talado en la casa del lado y que nos desafía a cambiar de lugar.
Hagamos dialogar estos dos textos. Acaso el eje semántico más visible
sea el de la lengua. Dorfman concibe su autorretrato en dos versiones, dis-
tinguiendo claramente dos receptores: uno que entiende en inglés y otro,
en español. Es la distinción de dos culturas diferentes, de dos subjetivida-
des, que recuerda el ejercicio natural que realizaba el niño Borges quien
cuando le hablaba a la abuela paterna lo hacía de cierta manera (que des-
pués descubrió que era el inglés) y cuando lo hacía con su madre de otra
(que después supo, era el castellano). La experiencia del bilingüismo, líne-
as paralelas que definen armoniosamente al sujeto. Es cierto que Dorfman
señala el inglés como hermano mayor; pero es más bien una confesión
autovergonzante, para hacer visible su parte gringa, inscrita en sus viven-
cias infantiles en Manhattan. Es otro modo de abandonar el centro heroi-
co en la contienda: era menos puro que lo que pensaba; además que la
mirada de los otros así se lo señala en los momentos de decisión: “Me
siento agudamente consciente de mi cuerpo. Mis ojos verdes, mis anteo-
jos a lo Woody Allen [judío neoyorquino], mi metro ochenta y tantos, mi
nariz judía [¿se notaría si él no lo marcara?], mi pelo rubio-castaño, mi piel
blanca, mis gestos, todo me hacía conspicuo en este lugar” (1998: 198).
Stavans es un judío políglota, que al ydish y al español agregó más ade-
lante el hebreo y como paraguas, el inglés. Elige escribir su autorretrato
acaso en la lengua que menos domina; pero que le asegura un territorio
no minado. Se trata, en su caso, de poner al lector hispanoamericano en
un pie forzado: de señalarle en otra lengua su marginalidad. Es el ningu-
neo, que se proyecta hacia la casa mexicana, incapaz de haberle señalado
el recto camino hacia los orígenes.
Lo cierto es que Stavans considera que el ser judaico está mejor defen-
dido en el idioma inglés. Ahora bien, así como provoca y zahiere al lector
español; también seduce y se acomoda a cierto lector norteamericano.
¿Cuál es éste? No estamos muy seguros. Paradójicamente, puede ser al-
guien que no lee español, salvo en traducción; alguien que necesite un

239
Rodrigo Cánovas

mediador distinto al american radical para entender la sociedad latinoa-


mericana. Hay un tercer lector, el hispano que vive en USA –en especial,
el chicano–, con quien comparte el hecho de tener una relación ambiva-
lente con el país al sur del Río Grande. Aquí, más que una confrontación,
existe un intercambio de ideas: chicanos retomando la lengua española
hablada en sus hogares, a la conquista de una nueva sensibilidad y un
judío manipulando un nuevo instrumento, el inglés, para hacerse oír en
todas las direcciones.
El judaísmo casi no está presente en el autorretrato de Dorfman. No
hay colegio hebreo, ceremonias de iniciación, estudios hebraicos, ni me-
nos esposa judía; solo la marca indeleble de la migrancia, con el sello de
la precariedad. Así, cuando su partido político le pide abandonar el país,
es esta orfandad y el deseo de pertenencia lo que le hiere: “¿Cómo expli-
carle a Abel en diez minutos la historia de mis ancestros errantes que han
escapado durante dos mil años, cómo decirle que es hora de detener ese
movimiento perpetuo, basta ya de mudar de países y de idiomas… que
he vagado por la Tierra y que ahora no puedo partir?” (1998: 206). En
este contexto, la pregunta de por qué sobrevivió, de carácter culposo y de
raíz heroica; tiene en la tradición judía una respuesta trascendental: la so-
brevida permite la memoria, el relato que recupera las genealogías. Se so-
brevive para no caer en falta con los olvidados.
La escritura de Stavans tiene una marca judaica explícita, siendo el lec-
tor ashkenazi su receptor más indicado (que no es el caso de Dorfman).
En realidad, su vida está marcada por la religión, las tradiciones, la con-
ciencia de ser un pueblo elegido y la Shoá. Recibe una educación judía,
declara el ydish como su lengua materna, vive en un kibbutz y visita el
Sefarad y decide que la puerta de entrada a New York (la manzana prohi-
bida) sea el Jewish Theological Seminary. Como corolario, Ilan se casa
con una judía de New England (Ariel lo hará con una chilena goy estu-
diante de inglés).
Figuras que pertenecen a generaciones distintas; acaso tío y sobrino,
que comparten una genealogía pero que han seguido caminos diferentes.
En este mundo global y redondo, es muy posible que se hayan encontra-
do más de una vez en el país del Norte, donde residen. Imaginemos ese
encuentro, en un café del Village. Sospecho que Dorfman sentiría gran

240
Letras judaicas americanas

curiosidad por dialogar con un escritor mexicano que habla yidish y


hebreo, que ha compilado maravillosas antologías de literatura judía en
inglés, traduciendo materiales de diversas lenguas e incluso editando una
antología de la literatura sefardita. ¿En qué lengua hablarían? Stavans
menciona a Dorfman en su autobiografía, como escritor latinoamericano
y probablemente le interesa inquirir sobre su identidad judía. El nombre
de Jorge Luis Borges, querido de ambos, le servirá para romper el hielo:
to break the ice. Luego, la ceremonia del intercambio de libros. Ariel le
otorga sus ensayos sobre imaginación y violencia en la narrativa hispano-
americana e Ilan sus antologías. De seguro, ambos tienen mucho que
aprender el uno del otro. ¿Podrán esas lecturas cambiar sus vidas? Solo lo
sabremos si llegan a escribir una segunda autobiografía, siendo esta vez la
de Ilan en español.

Bibliografía

Dorfman, Ariel (1998). Rumbo al Sur, deseando el Norte. Un romance en


dos lenguas. Barcelona. Planeta
Stavans, Ilan (2001). On Borrowed Words. A Memoir of Language. New
York: Viking

241
Reordenando el margen discursivo
de la violencia. Los Santos Malandros:
una nueva representación
simbólica/medial en Venezuela

Daniuska González González*

Oh, salve reina, María Lionza,


por Venezuela bajo su onza y cuidando está
iba velando a su tierra entera
[…]
Ella es la reina que el pueblo adora
Ella es la diosa más popular
[…]
Flores para tu altar
Doña María te voy a llevar
[…]
Con tabaco y aguardiente
la ceremonia ya va a empezar
(“María Lionza”, canción de Rubén Blades)

El video Azotes de barrio en Petare, una filmación casera sobre la violencia


en uno de los barrios periféricos de Caracas. En un paneo a una de las
viviendas, de precaria estructura, un altar pequeño, la mayoría figuras tos-
cas, talladas en un yeso sin el acabado final. Entre las imágenes, la de un
hombre con pantalón azul, sweater morado y lentes oscuros. Revólver en
la cintura, el rostro cortado por numerosas cicatrices. La cámara se mueve
muy rápido, alguien podría pensar que es una figura colocada al azar entre
los íconos cristianos. Pero no: el panteón sincrético venezolano ha inclui-
do nuevos santos: los Santos Malandros, delincuentes en vida ahora con-
vertidos en santos con su muerte, santos no tan santos.
* Universidad Simón Bolívar

243
Daniuska González

Introducción

En estos momentos, Caracas tiene el índice más alto de violencia urbana


en Latinoamérica1: “300 muertes violentas en los primeros 75 días del
año, un muerto cada media hora. Con respecto al año 1998, la cifra de
homicidios por la acción de la violencia se incrementó en 215%, 100 000
asesinatos en los últimos años, una cifra que supera en muertos a la gue-
rra en Afganistán (33 000 muertos) y a la de Chechenia (50 000 muer-
tos)2”.
Sobre la violencia urbana se sobreexponen múltiples variables, las más,
acusativas de la pobreza en los grandes guetos, la denominada “ranchería”.
Se trata de un cinturón de miseria alrededor de todas las zonas de urba-
nizaciones caraqueñas y que muestra, a primera impresión, el fracaso de
un modelo de gobierno que se extendió por cuarenta años y que aún hoy
continúa.
A esto se suma el discurso oficial acerca de la conmiseración que debe
exhibir la sociedad de mayores y medianos recursos frente a los pobres;
quienes, por no contar con la suficiente capacidad económica, se ven obli-
gados a delinquir, argumento que se cae por sí mismo cuando los delin-
cuentes, malandros en la jerga venezolana, más que robar, se dedican a
dañar a la víctima del secuestro o robo, a quien torturan y asesinan.
Como señala Monsiváis (En Vásquez, 1998: 275-280), la violencia
urbana está atravesada por superficies que se engranan las unas sobre las
otras y entre ellas: 1) el vínculo cotidiano con las representaciones de la
violencia en los medios electrónicos; 2) los alcances de la delincuencia,
propiciados por la descomposición de los cuerpos policiacos, los desastres
de la economía popular y la confianza en la impunidad; 3) los productos
de las presiones de la ciudad; 4) la violación de los derechos humanos a
cargo, fundamentalmente, de la Policía y de un poder judicial cuya
corrupción alcanza niveles orgánicos.

1 Según los datos analizados por el criminólogo Marcos Tarre Briceño (“Develando el secreto de
las estadísticas delictivas”, en: El Nacional, Caracas, lunes 19 de junio de 2006, B23).
2 Cifras aportadas por el informe del alcalde del municipio metropolitano Chacao, Leopoldo
López (En: García Mora, Luis. “Cráteres”, El Nacional, Caracas, domingo 18 de junio de 2006,
A9).

244
Reordenando el margen discursivo de la violencia. Los Santos Malandros

Estos circuitos que señala Monsiváis, trazan una cartografía de la vio-


lencia urbana y sus condiciones más evidentes que, en el caso venezolano,
apunta a un margen fijo y recurrente de exacerbación: una violencia fren-
te a la cual no se escatima una marca de reconocimiento; desde bandas
musicales que montan como escenarios de sus vídeos la violencia en los
barrios periféricos (el músico Zapata 666 y su video Bala Perdida); filmes
(lo que en Brasil se denomina favela fiction) como Azotes de barrio en
Petare que cuenta la historia de un delincuente adolescente en una de las
zonas más violentas de Caracas y cuya venta registró índices inimagina-
bles; hasta grupos familiares que penetran en las cárceles y se declaran en
huelga para que liberen a su pariente preso por algún delito. En los pri-
meros, se trata de una representación medial, lo que Monsiváis delimita
por el “vínculo cotidiano”, de las imágenes de la violencia; el último co-
rresponde a la “descomposición” del sistema policial/ judicial. Ambos,
desde zonas que, en otra perspectiva, no se tocarían, legitiman la violen-
cia como un objeto discursivo más.
Pero esta violencia paraleliza otra arista, quizá la más fundamental: la
figura del delincuente, que se obtura desde diferentes ángulos, como el
del odio, el resentimiento, la impotencia o, en cierto momento, la heroi-
cidad. Más allá de las simples preguntas del porqué de su actuación, qué
le conduce hasta ella o cómo sobrevive; la elaboración tiene que ver con
“agujeros de representación” a nivel social y medial; con una particular
sociedad de discurso –utilizando el término de Foucault– que ha origina-
do; con una jerga ajustada a su praxis3 y, finalmente, con los constantes
desplazamientos y subrepciones bajo los que se oculta.
Sin embargo, cada vez con más frecuencia, el delincuente dinamita el
discurso hegemónico sobre la violencia, al incrustar nuevas y fluctuantes
construcciones. Es el caso del fenómeno, aún sin un estudio precedente,
de la Corte de los Santos Malandros o Corte Calé. Cualquier reflexión sobre
esta corte está atravesada por una mirada hacia la violencia urbana como
un espacio incesante que inunda y reorganiza simbólica y físicamente a la
sociedad venezolana. Entre 1998 y 2005, murieron asesinadas más de
3 Dentro del lenguaje, las denominaciones con las que se conoce al delincuente lo ejemplifican
con claridad: malandro o azote de barrio. En Venezuela, a nivel lingüístico, se utiliza con menos
frecuencia la palabra delincuente.

245
Daniuska González

65 000 personas. Contrariamente, actuar la violencia supone un ejercicio


tan extremo que solo puede buscarse protección en quienes la ejecutaron
antes, como si sus “espíritus” se encontraran más abiertos a la compren-
sión y el resguardo de los actuales delincuentes.
Así, este panteón simbólico, cada vez más común en la representación
mediática visual del delincuente, se ha construido con las figuras de doce-
nas de malandros muertos en actos de violencia, desde enfrentamientos
con la Policía hasta ajuste de cuentas. Ismaelito, Isabelita, Freddy, Malan-
dro Ratón, Miguelito, Pez Gordo o Jhonny, entre otros, presentan un pron-
tuario delictivo frente al cual se evidencia la violencia como única gestua-
lidad de vida. Lo que se apuntaba en un principio: “santos no muy san-
tos”.

“María Lionza hazme un milagrito y un ramo de flores te voy a llevar”4

El mito fundacional de María Lionza temporaliza subjetividades al mar-


gen de la fe cristiana. Su historia5 (Salazar: 1998) se remonta al siglo XV
aproximadamente, cuando los españoles comenzaron a colonizar tierras
venezolanas. Su nombre indígena, Yara, fue cambiado por el de María del
Prado de la Talavera de Niva; pero, como la acompañaba una onza, sobre
la que cabalgaba, empezó a llamársele María la de la Onza. Con el trans-
currir el tiempo, el lenguaje popular la transformó en María Lionza. Dei-
dad de las montañas de Sorte, en el estado Yaracuy, a 272 kilómetros de
Caracas, su culto cuenta con un gran número de devotos, quienes le ofi-
cian “trabajos” de santería al pie de la montaña.
Hasta el momento en que aparece la Corte Malandra, junto con el
mito de María Lionza se compactaban dos cortes. Estas formaban, en
total, un trío alternativo al de la Santísima Trinidad: el cacique Guaicai-
puro, un indio del que se desconoce si existió históricamente, pues solo el
cronista Oviedo y Baños dio constancia de sus hazañas, pero la historia

4 Verso de la canción “María Lionza” de Rubén Blades.


5 Debido a las múltiples versiones sobre la vida de María Lionza, se suscribirá el texto La historia
de María Lionza, Salazar (1998: 182) Venezuela: Editorial El Aragüeño.

246
Reordenando el margen discursivo de la violencia. Los Santos Malandros

épica nacional lo ha tomado por su gran coraje frente a los conquistado-


res españoles y, de otra parte, el Negro Felipe o Negro Primero, el único
negro con rango oficial en el ejército de Simón Bolívar, quien, herido de
muerte en la Batalla de Carabobo. En la actualidad, como parte de la
Corte marialioncera, en su nivel más bajo, está la Corte de los Santos Ma-
landros o Corte Calé. “Calé” porque los delincuentes hasta ahora “canoni-
zados” pertenecieron a una época (años sesenta y setenta del siglo XX) en
la que la juventud hablaba una jerga denominada calé.
A diferencia de otros fenómenos relacionados con la violencia –por
ejemplo, el intersticio del lenguaje delincuencial en el habla popular vene-
zolano– el de la Corte de los Santos Malandros se ha construido soterra-
damente. De ahí que su estudio se encuentre con vacíos y encrucijadas
que se niegan las unas a las otras, sobre todo en lo referido a las historias
de vidas de los delincuentes sacralizados.
Por ejemplo, el padre de la Corte, Ismaelito. Su existencia está atrave-
sada por relatos divergentes, todos temporalidades de una violencia ilimi-
tada. El halcón encima de una motocicleta que exhibía como tatuaje, ha
quedado como el símbolo de los devotos de la corte. Su nombre verdade-
ro se desconoce: para algunos, Juan Francisco Carrillo, para otros, Ismael
Sánchez; murió apuñalado en el “23 de enero”, una de las parroquias más
violentas de Caracas y dirigía una banda en “El Guarataro”, otro de los
puntos referenciales de la violencia urbana capitalina, responsable de
robos a bancos y saqueos a establecimientos comerciales. Isabelita, figura
emblemática de la Corte, cuya vida violenta la llevó a la muerte: violada
a los 12 años, provenía de una familia rica de la cual se alejó por las dro-
gas y su amistad con delincuentes. Era rubia y blanca y se casó con un
hombre negro de Barlovento que la engañó –dato importante debido a la
separación de clases, todavía vigente, en el país: resulta impensable que
una joven rica y blanca de las urbanizaciones caraqueñas se relacione sen-
timentalmente con un negro de Barlovento, una zona sumamente po-
bre–. A partir de ese momento, se vengó de los hombres hasta que fue ase-
sinada a los 25 años de edad.
Existe un enclave para comprender el fenómeno de los Santos Malan-
dros: la elaboración iconográfica de sus estatuillas coincide con la vesti-
menta actual de los delincuentes; los santos se crearon a su imagen: tie-

247
Daniuska González

nen camisas y gorras de la NBA (cuyo precio en el mercado venezolano


resulta costoso, solo asequible a los jóvenes delincuentes con el dinero
producto de sus acciones), lentes oscuros y revólveres. Escuchan sus can-
ciones favoritas, “La Cárcel”, del Sexteto Juventud, por ejemplo, una
suerte de himno que no cesa de escucharse en los barrios caraqueños y ne-
cesitan ofrendas que provienen, precisamente, de los espacios que los per-
dieron en vida: drogas, alcohol y tabaco.
Al respecto, algunas consideraciones apuntan a otros registros.
Constantemente, la sociedad venezolana ha refundado la demarcación de
sus espacios, con énfasis en los simbólicos y mediales. Dividida en dos
vórtices contrastantes, Caracas se define a partir del “siluetaje” físico del
este y el oeste. En el primero se agrupa la clase con mayores posibilidades
económicas, que irradia un poder alegórico y también real hacia el resto
del entramado social. Para quien habita en los suburbios del oeste, el suje-
to que se le elabora enfrente, en el este, detenta cultura, belleza y dinero;
cánones, por cierto, muy discutibles en el caso venezolano, sobre todo si
se toma en cuenta la carencia de un referente cultural sostenido en la ma-
yoría de quienes poseen recursos económicos. Ahora bien, en la zona con-
traria se representa la violencia, la suciedad y la pobreza, los “monos”, co-
mo se les llama a los pobladores de ese territorio. Este término, para
Mario Sanoja e Iraida Vargas-Arenas (2003), conforma una cosmogonía
de discriminación y aislamiento:

[los] monos habita[n] en míseras y efímeras viviendas desprovistas de aten-


ción sanitaria u hospitalaria, mayormente sin agua ni vías de comunica-
ción y principalmente sin formación laboral, sin derecho a tener esperan-
za de lograr, alguna vez, una vida sin amarguras y sufrimientos (2003: 5).

Con lo anterior, ¿a dónde se pretende llegar? Durante décadas, la violen-


cia urbana ha estado demarcada de un solo lado de la sociedad, sobre lo
cual ha incidido la superpoblación pobre que allí se agrupa, cercada por
“el estallido perpetuo –económico, social y demográfico de las ciudades”
(Monsiváis: 1997: 275). Entonces, se necesitan representaciones simbóli-
cas/ mediales propias de ese contexto, que lo afiancen como superficie
legitimada.

248
Reordenando el margen discursivo de la violencia. Los Santos Malandros

La figura del malandro solo puede establecer un vínculo con un sím-


bolo afín. En un contexto de tanta violencia como el de los barrios cara-
queños, donde el ajuste de cuentas, el tráfico de drogas, la impunidad y
el atropello convierten la cotidianidad en un simulacro de sobrevivencia,
los márgenes para el ruego por la vida y la conexión con el “más allá” se
sustentan en una igualdad de conocimientos y actuaciones: quien delin-
quió, “escucha” mejor las súplicas del sujeto quien se encuentra ahora en
su lugar.
Paralelamente, detrás de la Corte de los Santos Malandros converge
una marca identificativa de la sociedad venezolana: su sincretismo. Aquí
entran consideraciones de tipo social. Se está en presencia de una cultura
indefinida, subrayada por la mezcla de grupos étnicos y por esa zona
abierta, construida por el petróleo (en el sentido de lo fugaz que se entre-
teje con este). En Venezuela definir ideologías o religiones se transforma
en un ejercicio con un referente imposible de unicidad. En el panteón
religioso venezolano se integran por igual Shangó, para la santería, o San-
ta Bárbara, para el cristianismo; José Gregorio Hernández, María Lionza
y Petróleo Crudo, este último un delincuente famoso en los años cuaren-
ta, asimilado dentro de la Corte de los Santos Malandros. Un sincretismo
que todo lo inunda y corroe y que origina un mapa religioso fluctuante y
heterogéneo.
Este sincretismo se cartografía, fundamentalmente, en las barriadas
más populares de la capital venezolana, coincidentes con los índices más
altos de violencia. Uno de los espacios donde aparece con más recurren-
cia, se baja y se representa la Corte de los Santos Malandros, es en el
barrio José Félix Ribas, en Petare, considerada zona roja. No se trata de
una convergencia azarosa. En medio de la descomunal violencia urbana,
se necesita aferrarse a un símbolo elaborado con esa propia violencia, con
sus actos y sus transgresiones. Uno de los santos que más aparece en las
sesiones de espiritismo, Armando Cárdenas, fue el malandro más busca-
do de su época en el barrio donde residía.

249
Daniuska González

“En el barrio […] cuidado en la acera, cuidado


camará que el que no corre, vuela”6

De las consideraciones anteriores se desprende que nos encontramos frente


a una nueva expresión discursiva de la violencia, un nuevo espacio medial,
toda vez que ya está apareciendo como superficie de representación, desde
la propia iconografía que ha creado hasta su inclusión en vídeos y docu-
mentales que no integran el espacio discursivo hegemónico acerca de la vio-
lencia, lo que coloca en escena una subjetividad particular de entenderla y
problematizarla. No viene de un análisis académico, sociológico o genera-
do por los medios legitimados de comunicación, sino del mismo centro
donde se genera, del propio vórtice desde el cual fluye hacia la sociedad.
Al menos en Venezuela, los discursos acerca de la violencia urbana
están sometidos a operaciones de silenciamiento o justificación. Para el
actual Gobierno, la violencia resulta un desagüe frente a la carencia que
exhibe la mayoría de la población. Contrariamente, algunos analistas de
oposición piensan que la falta de políticas adecuadas en el manejo del pro-
blema urbano, se ha respondido con el incremento de la violencia, que se
pretende acallar o encarar desde márgenes, paradójicamente, violentos,
como el de los grupos de exterminio7.
Sin lugar a dudas, la Corte de los Santos Malandros enuncia dos nuevos
dispositivos para examinarla: el primero relacionado con el espacio reli-
gioso, existe en el delincuente una ruptura hacia la solicitud de protección
por parte de los Santos católicos, a los que ha desplazado con esta corte
convergente con su gestualidad social: como él, ellos fueron delincuentes,
robaron y asesinaron8 y ahora aparecen en un panteón espiritual, en un
nivel elevado pero más cercano al del creyente, más humano en el senti-
do de más afín y reconocible. Esto conduce directamente a una suerte de

6 Verso de “Pedro Navaja”, canción de Rubén Blades.


7 Entre 2004 y 2005, se produjo en Caracas el exterminio de mendigos o recogelatas, como se les
llama popularmente. Estos crímenes nunca se resolvieron, pero a su alrededor se creó un discur-
so que tenía que ver con la urgencia de una profilaxis social y con la ineptitud del sistema polí-
tico y policial.
8 La autora no comparte la idea esbozada en algunos de los escasos trabajos que se encuentran
sobre el tema con respecto a que los Santos Malandros eran especies de Robin Hood caraque-
ños. Con solo leer sus biografías, se anula este argumento.

250
Reordenando el margen discursivo de la violencia. Los Santos Malandros

negación de la culpabilidad: contrario a los Santos católicos, los Santos


Malandros no tienen que perdonar porque se encuentran en una zona
idéntica de interacción con la del delincuente que los venera.
Así, uno de los santos de esta Corte de nombre Tomasito, murió de
132 tiros durante un intento frustrado de robo a un banco. Al terminar
la balacera, solo quedó su cuerpo abatido sobre la calle, pues sus cómpli-
ces se dieron a la fuga. ¿Qué lugar simbólico puede fundar el rezo y el pe-
dido de protección a este santo muerto en un enfrentamiento con la
Policía sino en el del reconocimiento al igual? Por tanto, su violencia (que
se manifiesta en idéntico formato a la del actual delincuente) refiere una
subjetividad sublime, toda vez que penetra el territorio de lo espiritual9 y
del sobrecogimiento, este último en la dirección que refirió Kant: “un ob-
jeto […] que prepara el espíritu para pensar la imposibilidad de llegar a
la naturaleza en tanto presentación de las ideas” (en Lyotard: 1997: 69).
El segundo dispositivo se desprende del anterior y coloca la violencia
–uno de los espacios que el pensamiento occidental ha delimitado dentro
de los estatutos del mal– en una zona contraria de valorización. En otras
palabras, se ha creado una superficie representativa del bien, porque se ha
elevado como objeto sagrado, compactado con los valores piadosos, de
bondad y fe, para Baudrillard en La transparencia del mal. Ensayos sobre los
fenómenos extremos, distintivos del discurso, “que se sustenta en una cre-
encia iluminista en la atracción natural del Bien” (1997: 95).
Ahora bien, si se toma en cuenta uno de los conceptos de violencia, se
lee la siguiente conceptualización:

La violencia es una especie de fuerza: […] energía, poder, potencia…


Lo específico […], lo definitorio de ella, es el ser fuerza indómita, extrema,
implacable, avasalladora, poder de oposición y transgresión. Ella es solo
uno de los recursos de la fuerza humana, el más primitivo, impulsivo, rudi-
mentario y brutal. Es inseparable de la agresividad, de la destrucción y se
halla siempre asociada a la guerra, al odio, a la dominación y a la opresión.

9 Tradicionalmente, el término de lo espiritual se ha vinculado con la pureza. Por el contrario, la


Corte de los Santos Malandros existe al margen de esta mirada y de cualquier reconocimiento reli-
gioso, inclusive no ha sido aceptada dentro de la santería, ya de por sí execrada. Lo que se refie-
re solo se vincula al hecho espiritual en sí mismo, construido como discursividad dadora del
bien.

251
Daniuska González

[…] la violencia tiene todos los rasgos de un fenómeno axiológicamente


negativo. La violencia es el terror, como quiera que éste se manifieste.
Implica […] retorno a fuerzas impulsivas, irracionales y premorales.
(González: 1998: 139-140).

De acuerdo con esta cita, la violencia solo puede comprenderse en tanto


impulso negativo y destructor. Es un punto de tensión que devuelve con
igual intensidad su propia fuerza, de ahí que, al convertirse en objeto
sacralizado, como sucede con la Corte de los Santos Malandros, se infie-
ra de ese significado que, para González, solo expone un impulso, un poder
de oposición y un odio. Pero, al mismo tiempo, como fenómeno que impli-
cita negatividad, mantiene y regurgita la propia sustancia violenta, tan
extrema en muchas ocasiones que solo con la creación de elaboraciones
simbólicas como la de los Santos Malandros consigue aplacarse, porque,
en el fondo, ¿qué representa sino esta corte?
Regresando al espacio de la Corte Calé, la figura de Ismael Sánchez
sedimenta un culto muy primitivo, el ritual por sí mismo construye una
zona irresuelta, en el sentido de asentar con más fuerza la violencia, cuan-
do, en realidad, se trata de un espacio que debería disolverse. En el Ce-
menterio General del Sur, sobre su tumba, primero “se le hace la señal de
la cruz con el puño sobre el sepulcro” (Tabuas: 2005: B22). “Cerrar el
puño”, gesto conductual de la violencia, expresión corporal que denota
ira. Luego, se le fuma encima de la lápida y se le riega la bebida por exce-
lencia de las clases con menos recursos, anís Cartujo, con lo cual se está
señalando una preferencia social de consumo muy determinada; a este
acto puede conllevar el uso de drogas. La población de adoradores fluctúa
rápidamente: uno tras otro mueren en acciones delictivas. Según el testi-
monio de un devoto, después de rogarle a Ismael Sánchez por su protec-
ción, todos sus enemigos, que “Tenía muchos, (…) los han ido matando
uno a uno” (Tabuas: 22).
En esta nueva subjetividad se produce una reversión de valores con res-
pecto a la concepción del ruego y la bendición a los santos cristianos: con
los malandros, se opera en la dimensión de las variables que, en su gran
mayoría, originan la violencia: el alcohol y las drogas. La iconografía sim-
bólica de los Santos Malandros coloca sobre escena un discurso específico

252
Reordenando el margen discursivo de la violencia. Los Santos Malandros

sobre la violencia urbana, que implota la palabra oficial y cuyo episteme se


construye desde la propia intersección de la práctica de esa violencia con
sus ejecutores. Bajo ningún sentido, se trata de un subespacio discursivo;
en este momento, constituye uno de los ejes simbólico/ medial fundamen-
tal para entender/ analizar el problema de la violencia urbana en Venezuela.

Acotando: “Matón de esquina, quien a hierro mata a hierro termina”10

Los resultados de la violencia urbana en Caracas han alcanzado idénticas


dimensiones a los de una guerra civil: las últimas cifras revelan 65 000 ase-
sinatos en 6 años. Frente a un fenómeno cada vez más incontrolable y co-
tidiano, han aparecido representaciones simbólicas que se construyen co-
mo mediales que reelaboran esta violencia. Siempre como operaciones al
margen del discurso hegemónico sobre la violencia, centrado, por una
parte, en la pobreza y la falta de oportunidades de vida para más del 80%
de la población y, por otra, en la disolución de los valores debido a una
política gubernamental agresiva y populista o a una ideología de profila-
xis por parte de grupos de ultraderecha.
Complejo y fluctuante, el problema de la violencia se regenera cons-
tantemente a través de las zonas que sus gestores consideran más represen-
tativas, más afines a sí mismos, como el fenómeno particular de la Corte
de los Santos Malandros, con su iconografía sincrética, que obtura la pers-
pectiva sobre la violencia a partir de una cartografía perforada por más
violencia, más sangre, más ejercicio del daño.
Tan violenta que, a principios de este año, apareció asesinada “La ni-
ña”, una de las guardianas de la Corte Calé en el Cementerio General del
Sur, en Caracas. Con evidentes signos de abuso, también fue quemada y
arrojada en una fosa. Años atrás, la joven había recibido un tiro en la ca-
beza y, según lo afirmaba, de su estado de gravedad la habían salvado los
Santos Malandros, a los que luego se consagró al convertirse en la cuida-
dora de sus tumbas. Es que, ante los delincuentes de la realidad, los san-
tos del cristianismo, con sus poderes etéreos, parecen no conseguir mu-

10 También verso de Pedro Navaja

253
Daniuska González

cho. De la violencia, cualquier pedido se pierde entre el eco real de las


balas, en sus zumbidos intermitentes sobre una ciudad encerrada en el
miedo cortante de su violencia. Ese que también se descubre en la mira-
da de los Santos Malandros con sus armas de yeso, tras el escenario de un
vídeo, tan impotentes como cualquier ciudadano frente a las genuinas
nueve milímetros de sus suplicantes y victimarios adoradores.

Bibliografía

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delictivas”. En: El Nacional, lunes 19 de junio, Caracas, B23.

254
La construcción del sujeto cultural
en el discurso y metadiscurso
poético y visual mapuche1

Sonia Betancour Sánchez*

Introducción

El pueblo mapuche ha vivido su historia en contextos complejos de con-


vivencia forzada y coexistencia conflictiva con la cultura mayoritaria y,
desde esta vivencia, el sujeto cultural ha generado producciones artísticas
que se constituyen en un espacio relevante de reflexión sobre su ser cul-
tural.
Si bien en sus comienzos, estas expresiones respondían a formas tradi-
cionales presentes y practicadas en la cultura propia, con el tiempo se
mantuvieron unas y, otras, transformaron o asumieron las formas discur-
sivas de la cultura occidental, a través de la inevitable influencia de las cul-
turas en contacto.
En relación con el aspecto identitario (Carrasco, 2002), el artista ma-
puche experimenta un proceso de toma de conciencia de su identidad
cultural y sugiere determinados significados en relación con esta. Las pro-
ducciones artísticas textualizan esta línea temática que casi siempre se
advierte relacionada con la dominación que ha ejercido la cultura mayo-
ritaria respecto de la cultura mapuche y las consecuencias sufridas por

1 El presente trabajo forma parte del Proyecto DIUFRO D-107-0005, “La dinámica estético-cul-
tural del actual discurso artístico mapuche: aproximaciones a las relación entre poesía y visuali-
dad”, cuyo equipo de trabajo está formado por la Investigadora Responsable, profesora Mabel
García Barrera y los co-investigadores Hugo Carrasco Muñoz y Sonia Betancour Sánchez.
* Universidad de La Frontera (Temuco, Chile). soniabet@ufro.cl

255
Sonia Betancour

esta, expresadas en diferentes formas de injusticia. El artista mapuche, a


partir de estas vivencias ingratas, construye un discurso que da cuenta de
ellas, pero que está al servicio de una reafirmación y rescate de la identi-
dad cultural que plasma un proyecto artístico que lo contiene y explica.
En el proceso, han intervenido en forma decisiva las políticas del Es-
tado chileno las que han operado eliminando, a través de mecanismos de
integración, asimilación, homogeneización, aspectos identitarios y defini-
torios relevantes de la cultura mapuche, lo que provoca una pérdida im-
portante del idioma, de la religión y de la organización política y social de
este pueblo.
Esta línea de acción colonizadora del Estado chileno, históricamente
sostenida y acentuada en el tiempo, ha incidido en la construcción de la
identidad del sujeto-artista mapuche quien evidencia este proceso en su
propuesta artística y poética. Un aspecto central, por ejemplo, es la refle-
xión misma sobre su ser cultural, sobre el sentido del ser mapuche, una
reflexión que lleva al sujeto-artista a penetrar en el espíritu de su cultura,
a volver al tiempo pretérito, al tiempo mítico y simbólico de sus antepa-
sados, a evocar y reconstruir prácticas culturales tradicionales, a interro-
garse sobre sus ancestros, a redefinir y/o reafirmar su identidad étnico-cul-
tural.
Hay una búsqueda permanente hacia el reencuentro con su mismidad
y desde ahí se manifiesta al mundo exterior en su arte; un mundo que lo
ve, que lo evalúa y legitima dentro y fuera de su cultura. En la expresión
artística dialoga con su ser más intimo, recupera para su pueblo la armo-
nía con el mundo mítico-ancestral, entra en comunión con el mundo de
sus antepasados, con la historia que les heredaron.
El artista mapuche plasma en el espacio textual una voz cultural –su
propia voz– autorizada y sustentada en el conocimiento profundo de su
cultura, se autoconstruye en su discurso artístico y poético. Desde ahí,
entra en debate con la otra parte de su ser, la occidentalizada y ajena, a
quien cuestiona, reformula pero que, en definitiva, acoge para expresar la
mapuche y propia en su arte. Podemos decir que no es un ser cultural-
mente escindido, sino que cada vez asume más su doble pertenencia y en
la cual conviven dos culturas: la propia y la ajena. La primera es la perte-
nencia, la definición, la raíz, el Ser; la segunda, la ajenidad, la incertidum-

256
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

bre, el desarraigo. Hay entre ellas, naturales encuentros y desencuentros;


la complejidad de esta convivencia es la que expresa el artista mapuche,
quien debe volver su mirada al pasado, a su historia ancestral para visibi-
lizarlos en su obra artística y manifestar en ella el dolor de la pérdida, la
usurpación de la identidad por la imposición de la cultura ajena, causan-
tes de la larga interrupción de su ser cultural el que ahora renace fortale-
cido en la creación del artista.
El arte poético y visual expresa una reflexión sobre el ser cultural ma-
puche que se construye en el discurso y en el metadiscurso. Esto eviden-
cia una búsqueda de la reafirmación de la identidad étnico-cultural y que
reclama una definición de la misma, al proponer una visualización de lo
propio y distinguir la diferencia con el otro cultural. Observamos un suje-
to que asume un doble proceso comunicativo –intracultural e intercultu-
ral– a través del cual se explicita la reafirmación identitaria de la cultura
propia y la necesaria plasmación de la diferencia con la cultura ajena, por
un lado y, por otro, la textualización de procesos interculturales comple-
jos que contienen la negación e invisibilidad impuestas por la cultura
occidental.
El sujeto, desde una posición sociocultural que lo sitúa en un tiempo
y espacio autorizados, se construye cultural e identitariamente en el espa-
cio textual y propone un discurso integrador de una realidad vivenciada
compleja y tensionada por las relaciones interculturales. Así busca la par-
ticipación y apertura en espacios culturales propios y ajenos en pos de un
posicionamiento legítimo de su arte, mediado por mecanismos y recursos
de hibridaje y heterogeneidad cultural.

El arte visual y la poesía etnocultural mapuche

El arte mapuche –poético y visual– ha estado asociado a las relaciones de


conflicto con la sociedad global; ha llegado a constituirse en una expre-
sión artística valiosa ampliamente reconocida2. Lo relevante, es que esta
2 El reconocimiento sobre la poesía mapuche está avalado en estudios de investigaciones realiza-
das en la Universidad de La Frontera (Carrasco, Contreras, García, Fierro, Geeregat), principal-
mente, y Universidad Austral de Chile (Carrasco, Galindo, Rodríguez,) y trabajos investigativos

257
Sonia Betancour

cultura tuvo la capacidad de transformar los elementos culturales ajenos e


ir dando forma y vida a un arte propio, cada vez más particular e identi-
tario de la cultura propia (Carrasco, 1993).
Las investigaciones señalan que es posible reconocer variados discur-
sos en el ámbito de las expresiones artístico-literarias, tanto aquéllos vin-
culados con prácticas tradicionales de la cultura propia, como otros rela-
cionados con cánones discursivos de la cultura occidental (Carrasco, Gar-
cía, 2005:13-23). La poesía etnocultural ocupa la codificación plural (Ca-
rrasco, 2000) del texto con doble registro mapudungun-español y collage
etnolingüístico; enunciación sincrética e intertextualidad transliteraria
como procedimientos fundamentales y distintivos. Es una poesía que
plasma la preocupación por la reafirmación de la identidad y la recupera-
ción cultural, sin dejar de referir las relaciones de conflicto interétnico e
intercultural con la sociedad global, en las cuales se origina, la discrimi-
nación de la cual han sido objeto, la asimetría de las relaciones con la otra
cultura, la injusticia, la exclusión, el etnocidio.
Por tanto, estamos frente a discursos poéticos y metadiscursos que evi-
dencian reafirmación de la cultura tradicional e interpelación a la cultura
ajena, a que se le pide reconocimiento por la cultura propia; el discurso
poético llama la atención, textualizando las consecuencias ingratas de la
colonización ejercida por la cultura mayoritaria, poetiza la injusticia con-
tra el pueblo mapuche, la asimilación orientada hacia la pérdida de sus
valores y prácticas culturales, el intento de eliminación de su sistema de
creencias, la invisibilidad impuesta.
En esta línea, el discurso poético asume una actitud testimonial que
denuncia una cultura impuesta que despoja de lo propio a otra; forzán-
dola a (con)vivir en lo ajeno, lo extraño, lo impuesto y es la angustia que
expresa el poeta en los versos:

Mis manos no quisieron escribir/ las palabras/ de un profesor viejo./ Mi


mano se negó a escribir/ aquello que no me pertenecía./ Me dijo:/ “debes

de Moens, Alvarado, entre otros. Sobre arte visual mapuche, los investigadores Carrasco,
Contreras y García han realizado un interesante aporte y “visión académica” de las expresiones
pictóricas, murales y textiles en el libro de su autoría Crítica Situada. El estado actual del arte y
la poesía Mapuche (2005).

258
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

ser el silencio que nace”/ Mi mano/ me dijo que el mundo/ no se podía


escribir. (“Rebelión”, del poemario Se ha despertado el ave de mi corazón).

El sujeto emisor de la poesía etnocultural, en definitiva, expresa el deseo


de reencontrarse con su mundo ancestral, reconciliarse con su identidad,
recuperar los elementos culturales que le permiten re-establecer relaciones
y contactos con el mundo propio que le fue negado por una cultura a la
que ahora, en el espacio textual, le reclama, deja en evidencia en su hacer
injusto y que enfrenta discursiva y poéticamente con su propia violencia.
Desde esta realidad, el sujeto mapuche re-construye su historia como pue-
blo para su pueblo, crea conciencia respecto de la misma, afianza su iden-
tidad cultural y, al mismo tiempo prepara, desde el discurso poético, una
propuesta de relaciones interétnicas e interculturales más justas y simétri-
cas, de reconocimiento y respeto a la legítima diferencia. La investigado-
ra Mabel García (2005)3, a quien cito en extenso, señala que en el actual
discurso poético mapuche, se pueden distinguir diferentes etapas:

a.- La primera corresponde a los textos poéticos iniciales publicados en


forma esporádica y asistemática alrededor de la mitad de siglo. En ellos el
reconocimiento a una identidad cultural diferenciada se vincula al apego
a la Mapu Ñuke (Madre Tierra) desde la concepción tradicional, enfati-
zada por sobre las situaciones de desarraigo y ajenidad cultural y, en
algunos casos, de la identificación que realiza el emisor textual con la cul-
tura chilena-occidental, como condición connatural debido a la apli-
cación de las fuertes políticas de homogeneización cultural por parte del
Estado-nación chileno.
b.- La segunda, más larga y compleja, tiene como centro una serie de tópi-
cos relativos a: reconocer y asumir una posición definida y diferenciada
sobre las problemáticas de la identidad étnico-cultural, como experiencia
personal y colectiva; recuperar los elementos y categorías de la cultura
tradicional; consolidar un proyecto poético asumiendo la hibridez formal
de su discursividad, y que se relaciona con los procesos de adopción que
realiza una cultura tradicional de carácter oral de los cánones discursivos
de la cultura occidental, eminentemente escrita; testimoniar y denunciar

3 Estas etapas las distingue a propósito de un trabajo suyo sobre traducción y resistencia cultural
en el poemario Arco de Interrogaciones de Bernardo Colipán.

259
Sonia Betancour

el atropello y genocidio cultural; y exponer, entre otros, el proceso de


desarraigo y ajenidad cultural como situación de violentación cultural a
partir de la intervención histórica.
c.- La tercera, originada aproximadamente a principios de esta década, se
caracteriza por contener un proyecto poético e intelectual más conciente
de los recursos políticos y publicitarios de la expresión poética y artística
en tanto discurso público, en el cual encontramos la reelaboración crítica
del discurso oficial y de sus versiones sobre los acontecimientos históricos
y culturales, principalmente a través de la deconstrucción del discurso his-
toriográfico y del discurso histórico. Además, la problematización de la
relación acontecimiento-lenguaje, donde intervienen en la perspectiva
poética sesgos teóricos de la reflexión estética, política y cultural de la cul-
tura tradicional propia y occidental; lo dialógico como procedimiento a
diferentes niveles y con variados propósitos: por ejemplo, como apertura
al reconocimiento de otras voces de la poesía latinoamericana y universal,
o como inserción de discursos de la cultura universal, clásicos o contem-
poráneos, escritos o intermediales, audiovisuales, musicales, entre otros,
como correlatos que invierten o reafirman el sentido textual. Todos ellos
son mecanismos de una estrategia que impulsa al discurso poético
mapuche a adquirir un rango epistemológico para el conocimiento de su
propia cultura en la situación de intervención cultural.

Esta distinción nos permite observar el proceso vivido por la creación


poética mapuche desde un momento en que el poeta empieza a re-cono-
cerse como sujeto mapuche, haciéndolo desde su sentir ancestral en su
relación con la tierra. Posteriormente, ya con una clara definición de su
identidad, enfrenta, reclama y denuncia su historia de pueblo-nación,
invisibilizada por la historia oficial impuesta de la nación chilena, tiempo
en el cual potencia su cultura a través de la consolidación de sus expresio-
nes artísticas. Finalmente, evidencia una línea de reflexión sobre su hacer
artístico propiamente tal y las formas de constituirse en un referente auto-
rizado y confiable de conocimiento y expresión de su cultura.
Por su parte, el arte visual no ha sido ajeno a los conflictos con la socie-
dad mayoritaria y al contacto interétnico e intercultural con la misma. Si
bien se ha mantenido un arte tradicional que involucra técnicas y elemen-
tos culturales propios, como la práctica de la pintura en cuero, la técnica
para la obtención del color usando troncos de nalca y maqui para los

260
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

tonos rojizos, un musgo acuático para el color verde; el contacto con otra
cultura introduce elementos culturales ajenos como la práctica de la pin-
tura en óleo y pastel, la técnica del pirograbado y genera prácticas artísti-
cas interculturales que se posicionan y afianzan en el quehacer de la crea-
ción artística nacional, pero con una propuesta que contiene rasgos espe-
cíficos y diferenciadores de una expresión étnico-cultural.
Es un arte que da cuenta de un interés por expresar las prácticas cul-
turales propias y ancestrales (García, 2005)4. Hay énfasis en aspectos de
creencia y cosmovisión de la cultura propia lo que remite a un re-posicio-
namiento y recuperación de la cultura, a través del afianzamiento de la
identidad. En definitiva, el arte mapuche poético y visual se construye en
el plano de los significados, con identidad propia y elementos culturales
diferenciadores que le permiten ser apreciado como tal en sus diversas for-
mas de expresión.

Leonel Lienlaf y Juan Silva Painequeo:


la construcción discursiva del sujeto cultural

En un acercamiento preliminar que nombra aspectos comunes de ambos


creadores, observamos que el discurso poético de Lienlaf lo da a conocer, al
uso occidental: con formas de comunicación y canon que esta cultura prac-
tica y define. Silva Painequeo también usa una forma de exposición occiden-
tal, en espacios públicos formalizados de esta cultura y en las comunidades.
Los títulos de las obras están en idioma mapudungun, hay técnicas de teñi-
do, símbolos, colores, propios de la cultura mapuche. Globalmente, en el
plano semántico, ambos discursos están orientados a significados socio-cul-
turales propios del mundo mapuche y revelan, a la vez, la influencia de la
cultura occidental con la que han estado históricamente en contacto.
Los textos de Lienlaf están escritos en idioma mapudungun y español.
Dan cuenta de las injusticias cometidas contra su pueblo, evidencia sen-
timientos de frustración, desazón, resistencia cultural (García, 2006) y
4 La misma investigadora García señala que el arte tradicional del pueblo mapuche ha estado lig-
ado a la transmisión de su sistema simbólico y saberes ancestrales y que en el contacto cultural
adoptaron elementos de la otra cultura produciéndose un proceso de transformación.

261
Sonia Betancour

afianzamiento de la identidad, elementos que sustentan la idea de recupe-


ración de la cultura tradicional. Para este efecto se expresa del mundo de
los ancestros, la cercanía y comunión con el mundo natural, el diálogo
con la tierra, con su propio mundo interior, con su abuela, con sus sue-
ños. “La pampa recogió mis huesos (…) La pampa me pidió que canta-
ra/ la poesía del infinito/ luego me dijo que fuera/ hasta el gran fuego de
las estrellas/. Me dijo que allí despertaría” (“Creación”).
Hay momentos en los que el hablante expresa su rebeldía por la injus-
ticia sufrida por su pueblo; entonces, necesita recuperar el mundo ances-
tral y nutrirse de él para vivir el contacto con la otra cultura, sin tener que
suspender la propia como lo ya vivido por siglos. En el poema “Estoy”, da
cuenta de su ser cultural, él es la metáfora de sus antepasados, la esperan-
za de su pueblo: “Voy como agua/ por este río de vida/ hacia el gran mar
de lo que/ no tiene nombre/ Yo soy la visión/ de los antiguos espíritus/ que
duermen en estas pampas/ Soy el sueño de mi abuelo/ que se durmió pen-
sando/ que algún día regresaría/ a esta tierra amada”. El sujeto textual es la
pertenencia al mundo de los ancestros: “Soy el sueño de mi abuelo”; él es
la confianza de su pueblo: “Yo soy la visión/ de los antiguos espíritus”.
La escritura de Lienlaf, dice Iván Carrasco (2000:139-149), “consiste
básicamente en la transcodificación de la tradición del canto indígena tra-
dicional, pero para tratar la problemática contemporánea de los mapu-
ches” y que “la reflexión sobre su poesía le ha permitido darse cuenta de
que, existencialmente, su situación es ambigua, pues oscila entre dos
mundos, y que de esa situación ha surgido el impulso vital por escribir,
como asimismo de publicar los poemas en doble registro, uno para el lec-
tor mapuche, otro para el lector wingka”.
Es una poesía que aborda temáticas de la tradición cultural, en la que
los elementos simbólico-creenciales se presentan a través del siempre pre-
sente mito de Treng-Treng y Kai-Kai, la presencia de otros elementos cul-
turales y/o rituales como el rewe, el kultrung, todos los cuales juegan un
rol trascendente en el afianzamiento de la cultura ancestral. Esta se vive
en un mundo complejo de relaciones de contacto con la cultura que les
ha impedido históricamente vivirla. “Mis manos no quisieron escribir/ las
palabras de un profesor viejo/ Mi mano se negó a escribir/ aquello que no
me pertenecía”.

262
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

El contacto con la otra cultura no ha sido grato; es la invasión, la vio-


lencia: “Mis manos no quisieron escribir/ las palabras de un profesor vie-
jo/ Mi mano se negó a escribir/ aquello que no me pertenecía”; “Temuco-
ciudad/ debajo de ti/ están durmiendo/ mis antepasados”; la escritura,
símbolo de lo occidental, invade al otro; Temuco-ciudad, desplazó e inva-
dió con sus “Casas que no son/ de mapuches”.
Respecto de la construcción del sujeto en el discurso poético, uno de
los procedimientos que nos sirve para evidenciarla, es la intertextualidad
transliteraria que permite identificar, según Claudia Rodríguez (1994), el
discurso histórico mapuche, el discurso de tradición oral mapuche, el dis-
curso mitológico, el discurso winka, el discurso cosmogónico (antropoló-
gico). Estos cinco discursos presentes en Se ha despertado el ave de mi cora-
zón centran su interés temático en la denuncia y reivindicación.
Rodríguez observa que el discurso histórico, se refiere a prácticas de
tortura y muerte por parte de los winkas en contra del pueblo mapuche
(poema “Le sacaron la piel”); también este discurso se da en la referencia
a héroes (Lautaro, por ejemplo) y cuando alude a las consecuencias de la
colonización (poema “Temuco-Ciudad”). La estructura dialógica en algu-
nos poemas da cuenta del discurso de tradición oral, como el poema “Pa-
labras dichas”, asimismo con los referentes naturales, culturales y geográ-
ficos presentes en los textos.
El discurso cosmológico da cuenta de la cosmovisión mapuche, de
lo sagrado; el poema “Rehue del Pillán” alude a elementos rituales pro-
pios. El discurso winka contiene elementos de la cultura winka, son
conceptos que evidencian el contacto entre ambas culturas y la influen-
cia de la cultura mayoritaria. El discurso mitológico incorpora signifi-
cativamente sucesos, elementos o seres mitológicos, como el poema “El
sueño de Mankean”. Todos estos discursos funcionan como estrategias
para representar la identidad mapuche a través de una fusión y diálogo
de los elementos culturales propios y de los apropiados de la cultura
ajena, así como transformados en el espacio de la creación poética
mapuche.
Si bien el poeta tiene un proyecto escritural propio, hay en él una
orientación hacia la búsqueda de diversas propuestas que evidencian la
adopción del canon de la poesía occidental. Asimismo, el artista plástico

263
Sonia Betancour

Juan Silva Painequeo asume prácticas tradicionales en su pintura en


cuero; pero, por otra parte, a través de la pintura mural en espacios públi-
cos, la pintura en óleo y pastel asume técnicas de la cultura occidental
(Carrasco y García, 2005). Su principal interés es recuperar la cultura tra-
dicional y afianzar la identidad mapuche, a través de la recreación de la
historia ancestral, el mundo mítico-creencial de sus antepasados, sus for-
mas de organización, el sistema de normas.
En el arte visual de Silva Painequeo hay un énfasis al expresar el mun-
do mapuche y con ello la recuperación de la cultura; el artista plasma en
su obra, el sistema normativo (normas que rigen la cultura, según sus
palabras). Si el pueblo mapuche no recupera su cultura, sus normas, los
significados de sus prácticas culturales, no puede afianzarse. En este ámbi-
to es relevante la lengua, porque a través de ella todo esto se puede dar a
conocer a las nuevas generaciones y, también, tiene sentido la práctica y
expresión del arte visual.
El artista expresa, por ejemplo, la organización del pueblo mapuche,
aspecto relevante en la recuperación de la armonía con el mundo ancestral
y el afianzamiento de la cosmovisión mapuche. La desorganización y rebel-
día conducen a un alejamiento de la cultura por lo que el artista se siente
con la responsabilidad de dar a conocer esa organización en su obra.

264
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

Para todo esto es necesario volver permanentemente la mirada al pasa-


do, al tiempo primordial, al tiempo circular del mundo mítico-creencial
donde nace y se acuna la identidad del sujeto. Esta se nutre de ese tiem-
po-espacio simbólico al transcurrir el tiempo histórico en el que se expre-
sa, transita e interactúa. Se destacan, entre otros símbolos como el pehuén
–antiguo guerrero mapuche– prácticas, elementos culturales, héroes o
toquis, poderes ancestrales; tal es una parte del poder de la machi que se
expresa en el kultrún, así como el machi kimún que refiere el conocimien-
to de la machi.
Un ser mítico importante es el Choike (avestruz), al que Hugo Carrasco
(2005) sitúa en el conjunto textual plástico de Silva Painequeo en torno al
núcleo Trentren y Kaikai. Este ser mítico evoca el tiempo de la unión y
fusión entre el che y el ñandú; ese poder se entrega a hombres o mujeres que
lo merezcan, elemento de la cultura actualizado en el espacio textual.

Por otra parte, la presencia del weichafe es esencial en la lucha del pueblo
mapuche por lo que el arte visual de Silva Painequeo lo actualiza perma-
nentemente.

265
Sonia Betancour

En el discurso visual el sujeto se construye a través del mundo mítico-cre-


encial y mundo ancestral, fundamentalmente. De este mundo se fortale-
ce y genera su discurso visual, expresado en el origen del ámbito mapu-
che con Treng-Treng y Kai-Kai

266
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

El rewe y el kultrún, son elementos simbólicos centrales en la cultura y


permanentemente aludidos en la creación artística de Silva Painequeo.

Lautaro o Lefxaru, expresa el nacimiento del águila veloz; la piedra azul


tiene el espíritu de este guerrero y es el símbolo del poder; es una piedra
que se halla constituida por muchas energías. Una de ellas es la gente ma-
puche, los che.

267
Sonia Betancour

En definitiva, advertimos que este artista centra su atención en expresar


la cultura tradicional mapuche. En este espacio de re-creación re-construye
y re-afirma su identidad cultural, al tiempo que establece diferencias con la
cultura global para crear y proponer un arte pictórico distintivo y propio.

Algunas consideraciones finales

El arte poético y visual mapuche en Leonel Lienlaf y Juan Silva Paine-


queo, respectivamente, se halla conectado a través de las temáticas relacio-
nadas con la historia que enfrenta la sociedad occidental. Este es un refe-
rente importante en estas expresiones artísticas. No obstante, destaca en
ellos la temática de lo propio cultural, una orientación a expresar el mun-
do mapuche, su identidad, su ser cultural, su cosmovisión.
Dentro de este contexto, el sujeto cultural mapuche es construido en
el discurso a través de plasmar y visibilizar elementos culturales propios,
aquéllos que le permiten distinguirse de la cultura ajena y los que se ubi-
can en un espacio mítico-creencial, en la religión, en el mundo ancestral.
Si bien ambos creadores centran su proyecto artístico en la cultura del
pueblo mapuche, no se desprenden de la influencia del contacto con la cul-
tura occidental, de la que toman elementos culturales que innovan desde su
arte, que logra una identidad propia. Si bien es un sujeto desgarrado por la
suspensión e invisibilidad de su historia, también es un sujeto que procura
la armonía consigo mismo y con los demás; busca relacionarse intercultu-
ralmente, pero a la vez enfatiza el encuentro con su propia cultura.
En esta oportunidad y preliminarmente, he centrado la mirada en los
significados que sugieren, en el nivel semántico, el espacio textual y dis-
cursivo de estas producciones. Esta mirada ha permitido observar un én-
fasis en la re-creación de lo propio cultural e identitario, sobre la base de
su cosmovisión ancestral y mítico-creencial, sin obviar las relaciones con
la cultura mayoritaria y la historia de conflicto entre ambas.
Finalmente, los lenguajes discursivos y metadiscursivos del discurso
poético y visual mapuche a los que se adscriben estos creadores, pueden
constituirse en una construcción epistemológica estético-cultural desde la
cual el artista reflexiona, reafirma y construye su mismidad.

268
La construcción del sujeto cultural en el discurso y metadiscurso poético

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269
Sonia Betancour

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Bibliografía consultada

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fía del texto” http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n26/jaraya.html
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Moens, J.A. (1999). La poesía mapuche: Expresiones de Identidad. Tesis de
Licenciatura. Universidad de Utrecht.

270
El modelo mito-poético del mundo
en la cultura quechua durante
la época del Tawantin Suyo

Ileana Almeida*

La conciencia mítica no pertenece al


pasado, aún hoy, inspira al arte, inquieta
a la ciencia y vive en las religiones

A modo de introducción: manuscrito quechua de Huarochirí


(siglo XVII)

Imanan huk Yacana ?utiyuq hanaq pachamanta uraykumun


yakukta upyaypaq

ˆ
Kay Yacana ñisqanchksiˆ llamap kamaqin cielo ñiqta ˆcawpikta purimun.
Ñuqanchik runakunapas rikunchikmi ari yanalla hamuqta. Chaymanta
ˆ
chay Yacana ñisqanchiksiˆ mayu ukukta purimun. Ancha hatunmi ari.
ˆ
Yanayaspa cielo ñiqta iskay ñawiyuq kukanpasˆ ancha hatun kaptin
hamun. Kaytam runakuna Yacana ñinku.
ˆ ˆ ña huk runap kusimpi
Kay Yacana nisqanchiksi ˆ venturan kaptin paysawa
ˆ ˆ
urmamuspa mayqin pukyullamantapas yakuta upyaq. Chaysi ˆ chay runa
ancha millwasapa ñitimuptin chay millwanta wakinnin runaqa tiraq. Kay
ˆ tuta kaq. Hinaspas
rikuchikuysi ˆ ˆ qayantin pacha paqarimuptinqa chay
ˆ
millwa tirasqanta ˆ chay millwaqa anqaspas
rikuq. Rikuptinsi ˆ ˆ yuraqpasˆ
yanapasˆ chumpipasˆ imaymana rikchaqkuna millwasˆ taku taku kaq.
Kaytasˆ kanan mana llamayuq kaspapasˆ ˆ tuylla rantikuspa
ˆ pachan

* Universidad Central del Ecuador.

271
Ileana Almeida

ˆ
rikusqanpi ˆ
tirasqanpi muchaq karqan. Ña muchaspas ˆ ˆ huk cìna
ˆ llamakta
ˆ
urquntawan rantikuq. Chay rantisqallanmantas ˆ ñacqa
ˆ ishay
ˆ kimsa waran-
qa llamamanpasˆ ˆcayaq. Kay ñisqanchiktaqa
ˆ ancha achka runaktasˆ ñawpa
pacha kay tukuy provinciapi hina rikuchikurqan
ˆ
Kay Yacana ñisqanchiktaqsiˆ ˆcawpituta mana pipasˆ yacaptin
ˆ ˆ
mamaquca-
manta tukuy yakukta upyan. Mana upyaptinqa utqallasˆ tukuy hinantin
ˆ
mundokta pampawachwan. Kay Yacana ñisqanchikpi ˆ yanalla ñaw-
aslla
paqnin chaytam “yutum” ñintu. Chaymantari kay Yacanataqsi ˆ wawayuq.
ˆ ˆ
Wawanpas ñuñukuptinsi riscan. 1

Vamos a contar como la mancha negra bajo del cielo para beber agua

Dicen que esta Yacana es la sombra negra que gobierna las llamas. Ca-
mina por el centro del cielo. Nosotros los hombres la vemos venir toda
negra. Cuando llega camina por debajo de los ríos. Es de veras muy gran-
de. Viene por el cielo poniéndose cada vez más negra. Viene ennegrecien-
do el cielo. Tiene dos ojos y un cuello muy largo. A esta sombra los hom-
bres llaman Yacana.
Dicen que la Yacana bajó a beber el agua de un manantial y cayó sobre
un hombre venturoso. De esta manera el hombre quedó cubierto con su
lana. Otros hombres pudieron esquilarla. Esto sucedió durante la noche.
Al amanecer del día siguiente el hombre miró la lana. Era azul, blanca,
negra, amarilla oscura. Tenía todos los colores juntos. Era así como todas
las lanas vistas. Como no tenía llamas vendió toda la lana. Reverenció a
la Yacana en el mismo sitio en el que cayó. Luego del rito de la adoración
compró una llama macho y una llama hembra. Con esta pareja logró te-
ner dos y hasta tres mil llamas. En tiempos antiguos, esto sucedió a mu-
chísimos hombres de esta provincia. Dicen que esta Yacana baja a la me-
dianoche. Cuando nadie observa se toma toda el agua del mar. Si no la
bebiera todo el mundo quedaría cubierto.
Dicen que a la pequeña mancha oscura que va por delante de la Yacana
la llaman yute “perdiz”. Por esto se dice que la Yacana tiene hijos. Cuando
mama ella se despierta2.

1 Gerald Taylor transcribe el texto de acuerdo a la escritura quechua “normalizada” en Perú.


2 Traducción propia.

272
El modelo mitopoético del mundo en la cultura quechua durante el Tawuantinsuyo

El texto anterior nos introduce en el ámbito de la mitopoyesis quechua en


la época del Tawantin Suyo. Este texto, que es uno de los que constan en
el manuscrito recogido a fines del siglo XVII y que ha sido llamado por
José María Arguedas “Dioses y Hombres de Warochirí”, es adecuado para
explicar aspectos esenciales del modelo mito-poético quechua que nos
proponemos describir en esta ponencia.
Para entender el modelo mitopoético del mundo es necesario, como
punto de partida y base metodológica, formular una breve definición de
lo que es el modelo del mundo. El concepto que proponemos es el
siguiente: el modelo del mundo es una representación sistemática de la
diversidad de ideas sintetizadas respecto de la esencia de los fenómenos
naturales-sociales, o bien del conjunto de unos u otros fenómenos de una
determinada época histórica.
Dentro de este concepto se incluye –como forma específica de intelec-
ción de la realidad– el modelo mito-poético del mundo que es una sínte-
sis de la simbiosis entre el hombre y la naturaleza. Debe entenderse la sim-
biosis no como simple resultado de un procesamiento de los datos prima-
rios percibidos por los sentidos, sino como la consecuencia de un remo-
dificación secundaria de los datos primarios por medio de sistemas semió-
ticos. Mediante el mito y el rito, el mundo en su totalidad, se hace visi-
ble, perceptible y entendible; al mismo tiempo, bajo el dominio del pen-
samiento mítico se construye el principio estructural del modelo.
La importancia heurística de plantearse el análisis de cualquier mode-
lo del mundo consiste en que puede ser visualizado desde diferentes ángu-
los metodológicos. Pueden intervenir la filosofía, la teoría del arte, la psi-
cología, la sociología y otras disciplinas que investigan las más complejas
ideas de del hombre acerca del mundo. Sin embargo, para el análisis del
modelo mito-poético del mundo, parece ser que es la Semiótica la que
aporta con un nuevo enfoque integral y sistémico que despeja el camino
de la investigación mediante el estudio de esquemas y modelos.
Es importante considerar que el modelo mito-poético del mundo sur-
ge en una determinada época histórica: la de las antiguas civilizaciones. Se
consideran como tales a Sumeria, Egipto, Harappa, China (dinastía Yin),
Grecia (creto-micénica), Mesoamérica y antiguo Perú. Es verdad que en
este último caso, la escritura jeroglífica estaba reemplazada por medios

273
Ileana Almeida

más primarios de transmisión de información como fueron los quipus


–utilizados entre los quechuas del Tawantin Suyo–, pero el conjunto cul-
tural del Incario muestra índices definitorios de civilización antigua como
son el aparecimiento del Estado, la edificación de ciudades y obras monu-
mentales, el mejoramiento de los medios de comunicación, la agricultura
de regadío, los oficios especializados, los objetos suntuarios destinados a
la élite gobernante, entre otros.
Las peculiaridades del mito como estructurador del modelo implican
la advertencia de que no hay una definición descriptiva de mito. Se lo
entiende, a partir de Lévi-Strauss, como un tipo especial de pensamiento
y conocimiento, como una manera sui géneris de entender lo existente.
Añadiremos que, dentro de esta conciencia, el rito consolida la percep-
ción mítica. Según afirma Ya. E. Golosovker, la esencia de la lógica míti-
ca consiste en que “en cualquier momento se produce la eliminación de
las propiedades y las cualidades del mundo material percibido sensorial-
mente, sin anularse la materialidad de este mundo”. En el mito se trasto-
can los parámetros del espacio y el tiempo, se violan las leyes de la causa-
lidad y la contradicción lógica, se confunde la cantidad con la cualidad;
sin embargo, la percepción material, sensorial del mundo, continua
vigente.
Ilustremos con un ejemplo tomado de nuestro relato mítico. Aquí se
alteran las categorías de tiempo y espacio pero persiste la percepción
material de la realidad. El concepto de pacha tiene doble significado. Se
refiere a mundo, a “niveles de mundo”, concretamente, lo que implica
formas espaciales; pero también denota “día”, término que se incluye den-
tro de la categoría de de tiempo.
Como lo anota Iuri Lotman, los primeros mitos que conocemos no
son narrados; se hacen visibles en las pinturas rupestres así como en las
tallas líticas del Paleolítico. Además, afirma Lotman, en los mitos primor-
diales, el orden de los elementos que intervienen no se da linealmente; en
ellos se representa el ser dispuesto en círculos concéntricos, entre los cua-
les hay una relación de homeomorfismo. Como afirmación de tal aseve-
ración, podemos referirnos a la llamada estela Raimondi, del templo de
Chavín de Huántar, que reproduce al dios Wira Kocha en una versión
muy antigua, anterior a la divinidad suprema del Tawantin Suyo. Aquí se

274
El modelo mitopoético del mundo en la cultura quechua durante el Tawuantinsuyo

observa que la forma divina se repite varias veces remitiendo siempre al


centro.
Cuando los mitos empezaron a ser narrados se propagaron. Fueron
necesarias entonces traducciones de un lenguaje a otro, de unos signos a
otros; las imágenes necesitaron de la voz. Sin embargo, aún traducidas a
los signos-palabras la imagen se impuso por su propia fuerza. Para Hans
Belting la imagen es una ventana abierta a la realidad; reproduce la reali-
dad tal cual es, aunque la realidad, como tal, no esté libre de interpreta-
ciones y tergiversaciones.
El mito sirve para explicar las contradicciones y las incomprensiones
de la vida, es una forma de avenirse con ella. Da respuestas a inquietudes
eternas como: ¿de dónde surge el cosmos?, ¿de dónde surgen las constan-
tes de la naturaleza existentes desde siempre? Al tratar de contestar a estas
interrogantes el concepto de sujeto no comprende al hombre como indi-
viduo, sino como alguien que participa de la vida natural y en un plano
culminante está unido con el universo sin separarse de su entorno ni de
su comunidad. En la percepción mitológica de estos vínculos se manifies-
tan las ideas esencialmente permanentes, los valores éticos y estéticos.
El relato escogido nos permite hacernos una clara idea de la organiza-
ción social y de los códigos éticos y estéticos que norman la colectividad.
Los comuneros acuden en ayuda del hombre cubierto por la lana multi-
color. Asimismo, se percibe en el ritual de que es objeto la llama: la nece-
sidad de agradecer, de venerar como acto de gratitud, de retribución por
el favor recibido.
Las formas primeras de la mitopoyesis aún son oscuras. Sin embargo,
podemos preguntarnos qué llevó al hombre a conocer con la imaginación;
es decir: que llevó al hombre a crear imágenes mitológicas para percibir la
realidad. Según el especialista en temas mitológicos Golosovker, existe en
el hombre el instinto de cultura o del absoluto imaginativo. La mitología
es el ejemplo más claro de la intelección del mundo basada por entero en
la actividad de la imaginación, en la imagen-sentido. El empleo sistemá-
tico de las imágenes no se separa de los procesos cognoscitivos. Este es el
sentido que le da Golosovker a la imagen mitológica cuando afirma que
la estética en la mitología posee valor ontológico, que la estética en el mito
es el fundamento del conocimiento.

275
Ileana Almeida

Siguiendo este razonamiento se deduce que utiliza el concepto de ima-


gen-sentido para subrayar la signicidad del mito, puesto que las imágenes
se pueden emplear también como signos, al tiempo que, sobre el plano de
la imagen, se acuerdan los sentidos simbólicos. La imagen-sentido enton-
ces cumple la función de designación y sustitución de la realidad no solo
por su carácter tangible, sino por su capacidad semántica, es decir, por su
poder de significar.
Aplicando las teorías del mito al modelo mito-poético quechua debe-
mos hacer algunas precisiones preliminares. La conciencia mítica impregna-
ba la cultura quechua al momento de su enfrentamiento con la cultura his-
pánica. Se contraponían así dos expectativas de pensamiento: para el occi-
dental, las percepciones indígenas eran apenas concebibles. Sin embargo, al
tratar de modificar las percepciones y prácticas indígenas que servían como
constatación de “prácticas herejes”, de acuerdo a las convicciones europeas,
algunos cronistas, frailes, analistas oficiales y funcionarios del rey salvaron
valiosísimos testimonios culturales que aún esperan por análisis apropiado.
El modelo mito-poético del mundo quechua expresa un alto grado de
autenticidad, pero al mismo tiempo no escapa de la universalidad del
pensamiento mitológico. La comparación del esquema quechua con otros
modelos mito-poéticos de culturas diversas y alejadas, pero mucho mejor
estudiados por la ciencia del mito, muestra extraordinarias coincidencias.
Símbolos respecto de los sujet, los motivos, el sentido esencial mismo que
estructura el sistema quechua, se encuentrarn en los esquemas mítico-
artísticos de otras civilizaciones antiguas detalladamente estudiados por
diferentes escuelas.
El mito saca a luz imágenes que provienen de la memoria colectiva, del
fondo cultural de una colectividad. La llama de nuestro relato –en la cul-
tura quechua– es el animal de la ofrenda, sacrificado en las grandes fies-
tas dedicadas al Sol. Tenían significado ritual su sangre, su lana y su grasa.
Luis Valcarcel citando a Bernabé Cobo anota que “se le toma de los reba-
ños propios de la huaca, se la adorna de flores y se la ata a una piedra gran-
de, hácenla dar como cinco o seis vueltas alrededor y luego le dan muer-
te, abriéndola por el lado del corazón, que extraen y que suelen comer
crudo. Con la sangre aspergean la huaca y la carne la reparten entre los
sacerdotes y aún entre el pueblo” (Varcarcel, 1964).

276
El modelo mitopoético del mundo en la cultura quechua durante el Tawuantinsuyo

En el relato mítico, objeto de nuestra investigación, la llama aparece


como imagen mitológica de una zona del cielo, mas tiene la propiedad de
entrelazar sutilmente la estructura trimembre del cosmos. Como telón de
fondo del relato se percibe el esquema originario vertical del mundo, aun-
que el relato quechua que estamos analizando evidencia una versión desa-
rrollada del esquema primario: la llama es parte del mundo superior, es
decir, del cielo; baja al mundo terrestre, el de aquí para relacionarse con
la gente y desciende al mundo inferior para beber el agua de los ríos sub-
terráneos.
Además, la llama desempeña claramente el rol de héroe cultural, que
evita que una catástrofe aniquile a la humanidad. Testimoniado este rol
tenemos el texto que el cronista Bernabé Cobo recogió en la puna de
Andamarca, cerca del Cusco: “Dícese que dos meses antes del Diluvio,
notaron los pastores que las llamas estaban poseídas de una gran tristeza,
pues no comían ni dormían, pasando la noche con los ojos fijos en las
estrellas. Intrigados, uno de aquellos se les acercó para preguntarles la
causa de tanta pena, a lo cual contestaron que levantara la vista hacia el
cielos y mirara como había una gran junta de estrellas que se hallaban pla-
ticando sobre el próximo fin del mundo, por aguas”.
Con la imagen poética de la llama, de acuerdo con temas primordia-
les de la mitología, también se significaría la victoria del cosmos, ordena-
do y organizado en tres niveles, sobre el caos primitivo simbolizado con
el mar siempre impredecible y relacionado por el pensamiento mítico con
el abismo acuático. Por último, la imagen-llama, que testimonia su perte-
nencia al mundo astral, llega a la tierra de un modo milagroso trayendo
consigo, en términos de la cosmogonía, los colores del kuichi o arco iris.

La concepción del espacio en el modelo mitopoético del mundo

Cuando nos internamos en el ámbito del mito, ingresamos en una trama


de ideas expresivas, donde la imaginación cumple un papel especialmen-
te importante. En el sistema del modelo del mundo arcaico, el espacio es
uno de los elementos de mayor trascendencia para la comprensión de la
realidad. Su concepción tiene que ver con las operaciones de segmenta-

277
Ileana Almeida

ción e integración espaciales, con la señalización de los espacios claves. Al


modelo arcaico del mundo le es inherente una de las concepciones fun-
damentales para entender la conciencia mitológica, el conotropo, que
expresa la unidad indisoluble del espacio y el tiempo.
A la luz de la ciencia, influida especialmente por las ideas de Galileo (que
postula que el espacio es homogéneo a lo largo de la órbita del planeta y que
la homogeneidad está determinada por la inercia cósmica) y también por
Newton (que sostiene que el espacio es idéntico a sí mismo en cualquiera de
sus partes, en virtud de que la transformación pierde sentido sin el invarian-
te y que, además, es infinitamente divisible), la concepción del espacio es
totalmente diferente a como se lo concebía en la época que se consolidó el
modelo mítico del mundo. Sin embargo, el desarrollo de la física y la cos-
mología modernas ha hecho variar en algo la comprensión de las leyes físi-
cas vigentes en el universo. En nuestros días se considera que la intelección
mitológica del espacio es un concepto embrionario que podría empatar de
alguna manera con las presunciones conceptuales de la física actual.
En el modelo arcaico del mundo, según uno de los especialistas de la
Escuela Tartu-Moscú, Vladímir Toporov, “el espacio está animado, espiri-
tualizado y es cualitativamente heterogéneo. No es abstracto ni vacío y no
precede a las cosas que lo llenan sino que, a la inversa está constituido por
ellas. Siempre está lleno y siempre por cosas; al margen de las cosas no
existe” (Toporov, 2002). La relación mítica analizada en el presente traba-
jo, no hace sino corroborar la descripción del espacio según Toporov. El
paso de la llama es visible en el cielo. Su imagen aparece como la imagen
mitológica de una zona cósmica; el cielo está dividido en segmentos que
corresponden a la superficie de la tierra. La llama se mueve en el centro
del espacio celeste.
Por otro lado, Gerald Taylor, especialista en dialectología quechua, en
su traducción del manuscrito de Warochiri, incluye una nota explicativa
del término quyllur empleado en el texto que estamos estudiando. Para él,
quyllur no solo se refiere a las estrellas individuales, sino también a los
conjuntos (constelaciones) y a las manchas obscuras que parecen repre-
sentar figuras. Entendemos así que se trata de un espacio celeste, no ho-
mogéneo conformado por partes distintas, animado por seres cósmicos,
lleno de estrellas, constelaciones y manchas obscuras.

278
El modelo mitopoético del mundo en la cultura quechua durante el Tawuantinsuyo

Para Iuri Lotman, “la construcción misma del orden del mundo es
concebida inevitablemente sobre la base de una estructura espacial que
organiza todos los otros niveles de ella” (Toporov, 2002). Dicho de otra
manera, un modelo es, ante todo y sobre todo, espacio y puede ser des-
crito en términos espaciales. En el caso del modelo arcaico del mundo, en
la cultura quechua, es esencial caracterizar espacialmente el modelo mito-
poéitco porque son las concepciones espaciales las que lo conforman y
cosmologizan las partes más importantes del universo.
En el cuadro arcaico mitológico, se representa el mundo en los esque-
mas vertical y horizontal. Tal división encuentra un nexo con la idea de
Lotman que distingue dos tipos de disposición de elementos en la estruc-
tura, en ella el número adquiere significado cualitativo. En el modelo
mito-poético, debido a la misma conciencia mítica que lo determina, los
dos esquemas se presentan como cerrados y no se despliegan temporal-
mente. En el modelo vertical, los elementos se disponen como una jerar-
quía de niveles orientados de arriba-abajo y su base semántica une los ele-
mentos en un solo plano. Ilustremos con el ejemplo correspondiente.
El esquema vertical del modelo mito-poético quechua se componía
del mundo de arriba o Hanan Pacha, el Cielo; el mundo de Aquí o Kay
Pacha, la Tierra y el mundo de Abajo, Urin Pacha, la inferior. Los tres
mundos se hallaban comunicados a partir de la base semántica del aquí
(kay pacha). La división vertical del mundo determinaba el reparto de los
seres. Un relato mítico recogido por Valcarcel en su Historia del Perú
Antiguo, muestra en imágenes-sentido la representación vertical del uni-
verso:

[…] dos grandes sierpes se encargaban de unir los mundos, salían de abajo,
natural guarida de los ofidios, para pasar este mundo terrestre, una rep-
tante en forma de un gran río, bajo el nombre de Yaku Mama o, madre de
las aguas; la otra caminando verticalmente, dotada de dos cabezas, una
inferior que absorbe los bichos de la superficie, otra superior que se ali-
menta de insectos y volátiles, apenas se mueve y tiene el aspecto de un
árbol seco, es la Sacha Mama o la madre de la vegetación. Pasan después
al mundo de arriba, donde la Yacu Mama se convierte en el Rayo o Illapa
y la Sacha Mama en el Arcoiris o Koychi. (Toporov, 2002).

279
Ileana Almeida

El segundo esquema, el horizontal, está definido por dos coordenadas de


izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, dando la forma de un cua-
drado y tiene como paradigma la percepción espacial de los cuatro hori-
zontes. Aquí los elementos se disponen en la orientación “exterior-inte-
rior”, con sentido concéntrico. Las diferentes representaciones tienen un
único significado invariante. Veamos con el ejemplo concreto.
El cuadrado y la serie de configuraciones y contribuciones que permi-
te (el número cuatro, la cruz, el rectángulo, el trapecio, el círculo), fueron
un símbolo poético de extraordinaria trascendencia en la cultura quechua.
El cuadrado configuró el mundo y reunió los principales parámetros del
cosmos. Como se puede encontrar en la citada Historia del Antiguo Perú,
muchos objetos eran isomorfos en relación al cosmos y repetían la forma
cuadrada del esquema del mundo: tenían la forma cuadrada los espacios
donde habitaban hombres o dioses (kancha), las piedras cortadas y puli-
das con las que se levantaban las murallas de los templos y palacios, las
plazas, la traza urbana, la figura que encerraba los símbolos divinos en los
tukapus, tejidos reales, la cuna de los recién nacidos.
El cuadrado transmitía la imagen de una estructura idealmente estable,
de aquí que el Estado incásico se llamó Tawantin Suyo (“cuatro regiones”).
Se lo utilizó asimismo para describir las coordenadas temporales (las cua-
tro edades del mundo). La significación del conjunto de cuatro compo-
nentes se extendió a otras esferas: con el cuatro se simbolizaban las tribus
que conformaron la confederación de los hermanos Ayar; con el cuadrado
se clasificaban las clases sociales. Se lo utilizaba en el ritual de juramento
llevándose cuatro dedos a la boca. Incluso una divinidad, hijo del dios
Wira Kocha, recibió el nombre de Tawa Kapak o Señor del Cuadrado.
Los esquemas mito-poéticos; es decir, los sistemas formales de relacio-
nes, tanto el vertical como el horizontal, precedieron a la conformación
del contenido cultural quechua que tuvo en su época el Tawantin Suyo.
En culturas muy anteriores a este, ya se pueden percibir rasgos de los dos
esquemas de modelización del mundo. Según Toporov, las formas consti-
tuidas predeterminan el contenido de los esquemas mito-poéticos del
modelo del mundo, de una manera semejante a como en la lógica aristo-
télica la relación estructural entre las partes del silogismo predetermina las
reglas de deducción y su resultado final.

280
El modelo mitopoético del mundo en la cultura quechua durante el Tawuantinsuyo

Hemos visto como el mito con su maravilloso laconismo refleja el uni-


verso completo y nos da guías para comportarnos acertadamente con el
cosmos, la naturaleza y con nosotros mismos.

Bibliografía

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281
Estrategias del discurso artístico
mapuche como proyecto de
autonomía estético-cultural1

Mabel García Barrera*

Antecedentes generales

La presente investigación2 se interroga sobre un acontecimiento significa-


tivo para el ámbito de las expresiones artísticas indoamericanas: el surgi-
miento de un sistema estético-cultural propio y diferenciado de un pue-
blo originario en contextos de inclusión/exclusión histórico-política; sis-
tema que referiré provisionalmente como “arte mapuche actual”.
La proposición antes acotada, alude a un complejo proceso socio-cul-
tural de un pueblo originario, ágrafo, cuyo territorio ancestral se ubicaba
al sur de Chile hasta la constitución del Estado-nación chileno. Como
sucede con la mayoría de los pueblos amerindios, la primera etapa de lo
que serán estas relaciones interculturales, se encuentra marcada por una
fuerte intervención histórica la que se mantiene a través del tiempo
mediante las políticas de homogeneización cultural y de integración terri-
torial que implementa la sociedad dominante, derivando a que este pue-
blo ingrese a una paulatina desintegración de las estructuras y costumbres
ancestrales; entre estas, debido a mecanismos de imposición/adopción/e
1 Este trabajo forma parte del Proyecto DIUFRO D107-0005 “La dinámica estético-cultural del
actual discurso artístico mapuche: aproximación a la relación entre poesía y visualidad”. Como
co-investigadores en el proyecto participan, además, los profesores Hugo Carrasco Muñoz y
Sonia Betancour Sánchez.
* Universidad de La Frontera. Temuco-Chile. mabelg@ufro.cl
2 En este trabajo se incluyen también los estados de avance de los estudios de Doctorado en
Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte que realiza en la Universidad de Chile.

283
Mabel García Barrera

innovación cultural, se encuentra la pérdida de la lengua materna –el


mapudungun, de carácter oral– que es sustituida por la lengua castellana
–de carácter escrito–; la desvinculación de su sistema creencial mítico-
simbólico de carácter ritual por creencias y prácticas religiosas principal-
mente cristianas; la pérdida de códigos especializados referidos al conoci-
miento ancestral; la cesación de los Rehues u organización de las comu-
nidades con un mismo símbolo tradicional; la pérdida de las identidades
territoriales, entre otras. Esta situación se agrava aún más por la migración
de los jóvenes a los centros urbanos y la marginalidad social y económica
en que se insertan por la precaria competencia cultural que manejan de la
cultura mayoritaria y ajena.
Sin embargo, este escenario, a partir de la última década del siglo XX
tenderá a revertirse progresivamente cuando las transformaciones políti-
cas y sociales mundiales vinculadas al reconocimiento de los derechos
civiles, particularmente de los derechos humanos que afectan a los grupos
minoritarios, se hacen presente en la vida política nacional. Coincide esta
apertura con los acuerdos estratégicos logrados entre los pueblos origina-
rios y la Concertación de Partidos por la Democracia, al actuar cohesio-
nadamente con el fin de impedir la continuidad de la dictadura militar en
Chile; pacto que se concreta políticamente a través de la formulación de
la actual Ley 19 253, conocida como Ley Indígena y que impulsa las nor-
mas de protección, fomento y desarrollo de los indígenas en Chile. Es así
como se media la construcción de un espacio socio-cultural simbólica-
mente protegido, aunque no de manera suficiente, en el cual el pueblo
mapuche busca orientar sus demandas, las que apelan actualmente a la
reivindicación social y cultural, la recuperación de las prácticas ancestra-
les y la autonomía territorial, el reconocimiento como pueblo y la valora-
ción de una identidad propia y diferenciada en el paradigma de una socie-
dad globalizada.
Es en este contexto, en el de una relación intercultural asimétrica que,
a inicios de los noventa, irrumpe un conjunto de proyectos artísticos rela-
cionados con los diferentes ámbitos de la expresión creativa; me refiero a
la poesía, cuento, mural, plástica, dibujo, grabado, escultura, teatro, mú-
sica, entre otros, producidos por artistas mapuches. Este acontecimiento
artístico, se caracteriza por ser un proceso complejo desde el punto de

284
Estrategias del discurso artístico mapuche

vista de las variables que se introducen para su manifestación. El presen-


te trabajo busca especificar algunas de estas variables, situando las condi-
ciones que expliquen hoy cómo surge y las características que adquiere
este sistema estético-cultural como proyecto autónomo y propio de su
cultura.
Esta propuesta, que puede ser leída como un desafío y un riesgo por
la amplitud de la interrogante, responde a la necesidad de repensar las
categorías teórico-metodológicas vinculadas a la dinámica que desarrolla
actualmente este proceso cultural; sobre todo debido al estado de avance
parcial que han tenido las investigaciones formales sobre el tema3, ya que
el heterogéneo campo de problemáticas relacionadas con este objeto de
estudio vienen de trabajos que no establecen o no les ha interesado con-
siderar una visión de conjunto sobre este acontecimiento, más bien se han
centrado en un tipo de expresión artística específica, particularmente en
la Literatura la expresión poética por tener un mayor desarrollo en el
tiempo y hacer evidente su calidad artística.
Con el fin de avanzar hacia una perspectiva más integradora del pro-
ceso, en esta investigación propongo que la mayor parte de las interrogan-
tes que han tenido lugar en este campo, incluyendo las del presente tra-
bajo, se encuentran vinculadas, al menos, con algunos de los ámbitos o
elementos de los dos ejes constitutivos que forman parte de este particu-
lar proceso de representación artística. Mientras el primer eje, delimita las
principales dimensiones del conocimiento que introduce esta representa-
ción, el segundo, se refiere a los elementos de la praxis existencial, de
carácter subjetivo, que atraviesan el quehacer artístico individual; así, en
las dimensiones del conocimiento se distingue: a) el ámbito intercultural,
que alude al contexto en el cual tienen lugar las actuales producciones ar-
tísticas, b) el ámbito epistemológico, que refiere a la dirección que adquie-
ren estas obras como instancia de autorreflexión de las problemáticas cul-
turales, c) el ámbito ontológico, que señala la orientación de las obras al
definir una representación basada mayoritariamente en la reconstitución
del ser y del ethos cultural tradicional, en la cual subyace la pregunta por
3 Desde la Antropología: Ancán, 1991; Mege, 1988, 2000; Brugnoli, 2001 y, principalmente, la
Literatura: Carrasco, 1998, 2002, 2005, 2006; Carrasco, 1992, 1993, 2003; Contreras, 2000,
2001,2005; Fierro, 1992, 2000, 2002; Foerster, 2000; García, 1998, 1999, 2000, 2005, 2006.

285
Mabel García Barrera

el sentido del ser individual y colectivo de este pueblo en la actual circuns-


tancia histórica y, aunque resulte obvio, d) la dimensión estética, como
fundamento de la actividad artística en tanto marco legitimador y de visi-
bilización del propio quehacer creativo frente a los históricos procedi-
mientos de dominación y de reducción socio-cultural.
Junto a las dimensiones, los elementos de praxis existencial, se relacionan
con: a) la vivencia y definición de una identidad étnica y cultural por parte
del creador mapuche en contextos de exclusión, inserción y/o participación
multicultural; b) la búsqueda y/o adopción o creación de marcos discursi-
vos de carácter estético para expresiones artísticas con identidad individual
y colectivo-cultural y c) la constitución de un metarrelato dirigido hacia la
cultura “propia” y “ajena”, por el que este discurso estético se construye
como un metadiscurso estético-literario que reflexiona y comunica una vi-
sión particular y de conjunto sobre el ethos cultural y, además, señala la dife-
rencia cultural. (García, 2002: 205; García y Carrasco, 2005:14)
Desde una perspectiva global, esta propuesta sugiere además que tanto
las dimensiones distinguidas como los elementos de la práctica creativa,
son transversales y establecen entre sí una relación de co-presencia inme-
diata. Movilizan significados y sentidos estético-culturales según la diná-
mica del cruce sintagmático y/o paradigmático de esta relación en la si-
tuación de la producción artística, lo que nos pone frente a un posible
paradigma de cómo se estructura la creación artística de un pueblo origi-
nario en contextos de inclusión/exclusión histórico-política actualmente.
Si bien, el objetivo al que apunta la construcción de este referente teó-
rico es establecer una primera lectura y evaluación sobre el grado de apro-
ximación o distanciamiento que tienen los actuales proyectos artísticos
mapuches de la matriz cultural tradicional, a través de evaluar cómo ope-
ran las variables introducidas en la representación; su operatividad,
mediante un modelo descriptivo-explicativo, está todavía en proceso, por
lo cual al momento solo podemos enunciar el nivel de complejidad que
contiene cada una de las dimensiones especificadas en los ejes y demos-
trar en obras particulares cómo se desplazan estas en su interrelación con
los elementos de la praxis creativa. Particularmente, a partir de la función
que adquieren estas obras como estrategias de comunicación artística
intra e intercultural, asociadas a la resistencia y recuperación cultural.

286
Estrategias del discurso artístico mapuche

Resignificaciones del sistema estético-cultural:


la resistencia y recuperación cultural

Ya el primer aspecto, la dimensión intercultural, nos pone frente a la mira-


da retrospectiva sobre un cierto dinamismo de la cultura que se refiere a
los procesos de adopción e innovación cultural que la caracteriza, según
antecedentes, desde los primeros contactos que esta establece con otros
pueblos originarios en el período pre-hispánico. Desde este punto de vista,
el grado de influencia establecida por otros pueblos originarios como la
cultura Tiawanako y posteriormente la cultura incaica(Willson, 1993), se
circunscribe a la elaboración del denominado arte tradicional –textil, cerá-
mica y adornos o joyas–; sobre el cual las investigaciones arqueológicas y
antropológicas han determinado una de antigüedad de entre 3 000 y
3 500 a. C. Esta influencia que se acentúa con la llegada de los españoles,
sobre todo en la elaboración y comercialización de la platería.
El ingreso del actual movimiento artístico mapuche al mundo de las
expresiones artísticas nacionales y para las de este mismo pueblo origina-
rio, trae como consecuencia un nuevo diagrama de lo que es hoy el inter-
cambio artístico-cultural entre una cultura dominante y otra subordinada
–como es el que se da entre la cultura mapuche y la sociedad global– y, a
partir de aquello, una serie de reconsideraciones sobre estas expresiones.
Entre ellas, por ejemplo, una nueva mirada sobre la conceptualización
dual y ambivalente de arte-artesanía que se le atribuyó por mucho tiem-
po a las expresiones tradicionales, en cuya lectura se encuentra implícita
la confrontación de paradigmas y epistemologías culturales distintas y
opuestas, entre las cuales ha prevalecido como norma estética legitimada
la perspectiva hegemónica. Evidentemente, las causas de este sesgo nega-
tivo encuentra sus explicaciones en la ausencia de estudios e investigacio-
nes que contribuyan al conocimiento del modelo o canon artístico-cultu-
ral de la cultura mapuche tradicional, sobre todo en el ámbito de la expre-
sión visual, dramático teatral y musical, cuya carencia de textos primarios
o registros etnográficos de carácter audio/visual en el pasado se explican
por el carácter oral de la cultura. Esto lleva a apoyar la mayor parte de la
información que se tiene hoy en fuentes occidentales como las crónicas o
relatos de viajeros –como se denominan a ciertos registros de la coloniza-

287
Mabel García Barrera

ción– los que dan cuenta de una interpretación parcial, para estos efectos,
sustentada en categorías estéticas occidentales que introducen argumen-
tos reduccionistas.
Por otra parte, este nuevo panorama artístico también ha tendido a
separar valóricamente las propuestas tradicionales de las actuales expresio-
nes mediadas por cánones occidentales, en la medida que esta última
adquiere progresivamente, por parte de la sociedad occidental, un mayor
reconocimiento de sus condiciones estéticas. Las expresiones denomina-
das tradicionales siguen siendo objeto de una lectura que las mantiene en
el plano de la artesanía, a pesar de los esfuerzos que se realizan por la inno-
vación y/o creación de nuevos diseños en el ámbito del textil y las joyas
de plata.
Esta diferencia se debe en gran parte al manejo comunicacional que
adquiere el creador urbano al interior de los circuitos artísticos locales e
internacionales, donde aprende a manejar los códigos de visibilización
pública, situación que se apoya también al interior de la tendencia mun-
dial a la valoración de las expresiones patrimoniales o simplemente dife-
renciadas de los pueblos originarios. Esto posibilita el marco estratégico
que adoptan hoy las producciones artísticas mapuches con el fin de pro-
vocar el deslinde de un sistema estético-cultural ajeno para afianzar un
proyecto con identidad diferenciada y propia.
El denominado arte actual, expresiones que han incorporado soportes,
técnicas y diseños de cánones estéticos occidentales que se conjugan estra-
tégicamente con los cánones de la cultura tradicional, afirma la continui-
dad del proceso de adopción cultural en la dimensión intercultural de la
que forma parte; sin embargo, la característica singular que agregan estas
nuevas expresiones respecto de la expresión tradicional se encuentra en la
posición de resistencia y recuperación cultural. Esta se introduce como
función de la obra de arte, debido a la permanente actualización que esta
obra artística establece con el conflicto histórico y el discurso hegemónico.
Con este fin se estrategiza la obra hacia un tipo de comunicación, la
comunicación intercultural, recurriendo a los mecanismos de carácter
dialógicos como la transtextualidad en sus diversas manifestaciones, la
oposición de tipos discursivos –tradicionales y occidentales– al interior
del mismo espacio textual, la confrontación de cánones estéticos argu-

288
Estrategias del discurso artístico mapuche

mentados desde la perspectiva de la diferencia cultural, el bilingüismo


textual donde cada una de las versiones actúa de manera complementaria
de la otra; todos ellos procedimientos articulados para responder a un
“otro” cristalizado en la memoria cultural (García, 2006). Así, la orienta-
ción dialógica se introduce implícita o explícitamente como un aspecto o
la totalidad de la estrategia textual o como un factor contextual que orien-
ta el sentido de la obra en la situación de producción/recepción textual,
estableciendo la hibridación como una de sus características específicas
(Carrasco, 1993).
Algunos ejemplos de cómo se expresa constantemente este mecanismo
dialógico respecto de la poesía y la plástica, lo podemos observar en los
siguientes textos:

Retroceden ríos, piedras y los pájaros/ remontan hacia abajo / Los cane-
los sagrados nos recuerdan oraciones/ mientras las machis en los últimos
bosques/ se refugian/ No hay serpientes que eleven adormilados cerros/
No hay estrellas, sólo la pálida luna/ nos alumbra y oculta en su otra cara
los temores/ La nutria del mar guarda silencio/ pues sabe que el invisible
barco es/ más fuerte que el acero/ En el país de la memoria/ somos los hi-
jos de los hijos de los hijos/ la herida que duele, la herida que se abre/ la
herida que sangra hacia la tierra
(Elicura Chihuailaf. En el país de la memoria)

Somos mapuche de hormigón/ Debajo del asfalto duerme nuestra madre/


Explotada por un cabrón./ Nacimos en la mierdopolis por culpa del bui-
tre cantor/ Nacimos en panaderías para que nos coma la maldición/
Somos hijos de lavanderas, panaderos, feriantes y ambulantes/ Somos de
los que quedamos en pocas partes/ El mercado de la mano de obra/ Obra
nuestras vidas/ Y nos cobra / Madre, vieja mapuche, exiliada de la histo-
ria/ Hija de mi pueblo amable/ Desde el sur llegaste a parirnos/ Un cir-
cuito eléctrico rajó tu vientre/ Y así nacimos gritándoles a los miserables/
Marri chi weu!!!! / En lenguaje lactante…
(David Aniñir. Mapurbe)

289
Mabel García Barrera

Mientras el texto poético, habitualmente busca calificar de alguna mane-


ra el proceso histórico a través de una secuencia discursiva que reconsti-
tuye una imagen de los acontecimientos y ubicar en estos los roles que
han tenidos “unos” y “otros”; en la plástica surge un poco más cifrado el
mecanismo dialógico, dado que ubica habitualmente el tema del conflic-
to intercultural e interétnico a nivel ideológico, demandando un especta-
dor con una cierta competencia en el código contextual, tanto de los ele-
mentos que aluden a la dinámica de la cultura tradicional como a la diná-
mica intercultural.
Uno de estos ejemplos lo podemos ver a través del texto Lemún de
Eduardo Rapimán, obra en la cual se simboliza a varios niveles este pro-
ceso dialéctico; mientras por una parte se busca expresar el dolor por la
muerte de este joven mapuche, baleado durante una protesta por policías
chilenos el año 2002; por otra, el trabajo plástico se centra en insinuar
una lectura cultural tradicional de la representación al proponer la figura
central como una obra escultórica, homologando en los trazos el tallado
en madera que da forma al “che mamüll” (gente de madera): escultura
propia del ritual de los muertos y que representa el espíritu de los antepa-
sados en tanto figura protectora. Así “el artista busca reconstruir ahistóri-

290
Estrategias del discurso artístico mapuche

camente lo no reconstruible en la contingencia humana, capturando la


esencia espiritual”(García, 2005:206) que define un modo de presencia
del “ser”, enfatizando con ello el carácter estático de la figura, para lo cual
ocupa una perspectiva bidimensional que se conjuga con lo escultórico
tradicional. Para ello fija en un mismo espacio y tiempo lo inamovible y
lo trascendente; mientras en el trasfondo cultural la lectura de la obra se
orienta a enfatizar la etapa de transición del “Am” (espíritu) desde el “nag
mapu” (tierra visible) a la tierra invisible.

Sobre la segunda dimensión, la orientación epistemológica, nos remite al


sentido especular que manifiesta esta producción artística en tanto en ella
la representación contiene y se convierte en un metadiscurso que reflexio-
na el transcurso de la relación intercultural y el atropello histórico, el esta-
do actual de estas relaciones, y la propia condición histórica y cultural del
artista en estas circunstancias. Desde este punto de vista, se construye la
narración del conflicto hegemónico mediante una perspectiva cristalizada
de los acontecimientos pasados y de las acciones procedimentales de unos

291
Mabel García Barrera

y otros (García, 2006), se muestran los estereotipos, se reelabora la dimen-


sión histórica como rescritura y se establece la denuncia.

Tus palabras son como el sonido del kultrún


me están diciendo mis antepasados
pues se sujetan en el misterio de la sabiduría
Por eso con tu lenguaje florido conversarás
con los amigos
e irás a parlamentar con los winka.
Montado sobre un arcoiris viajo por el mundo
los cuatro dueños del viento me acompañan
Tal vez en las nubes deba combatir
contra nuestros enemigos –voy pensando
tal vez un día con sangre pintaré
Los caminos de mi pueblo.
(Elicura Chihuailaf “Así transcurren mis sueños, mis visiones”)

En este sentido, la obra visual se orienta a una lectura pluricodificada que


se centra en destacar el atropello cultural y la violentación histórica por
una parte y por otra a descalificar los parámetros y ópticas con que occi-
dente ha sesgado históricamente la imagen del pueblo mapuche. Así tene-
mos una obra propuesta como “instalación”, siguiendo el concepto esce-
nográfico de lo espectacular, instalación que deviene de un montaje hete-
rogéneo cuyo soporte principal son las fotografías y los íconos del sistema
de intercambio económico de la cultura occidental globalizada, íconos
que se representan a través del sistema de barras y las monedas donde se
inscribe el rostro de una mujer mapuche. Mediado con lo anterior se des-
plaza la lectura cultural tradicional: los códigos de barra se mezclan con
la urdimbre del textil tradicional, mientras las fotos intervenidas digital-
mente corresponden a las que el fotógrafo Gustavo Milet difundió como
imagen estereotipada del mapuche; se suma a lo anterior las radiografías
como un modo de aludir a la carga visual del estereotipo que construyó
occidente del “otro”.
En este pastiche se utilizan todos los medios técnicos del diseño para
obtener un texto orientado a la denuncia y donde el énfasis de lo especu-
lar se vacía en la mirada, de occidente, como punto de distorsión de lo

292
Estrategias del discurso artístico mapuche

visual y del imaginario construido. Esta inflexión crítica establece esta


obra como representativa de las lecturas que buscan desnudar la mirada
colonialista, ya sea por una repetición constante o por la omisión de cier-
tos significantes ya legitimados.
Reiterando esta orientación, la obra poética mucho más explícita abre
su propio espacio textual como instancia de autorreflexión para evaluar
las acciones procedimentales que afectan al yo poético, el que se desplaza
no solo en su conexión con la línea ancestral y rescata el conocimiento
cultural; sino, además, busca establecer los argumentos para posibles deci-
siones futuras demandadas por la propia cultura. Este reflexionar con-
cientemente desde el universo cultural para evaluar la relación con el
“otro” y, a partir de estos argumentos, pone en movimiento una relación
circular de las prácticas interculturales, derivando a una meta-narrativa de
la misma la que permanece cristalizada y sirve de soporte para los argu-
mentos de la resistencia cultural y recuperación del ethos tradicional.
El ámbito ontológico, plantea uno de los centros articuladores de la
representación de una obra que busca la recuperación del ser y del ethos
cultural a través de los nexos transversales de la cultura tradicional y sacra-
lizada, la cual se abre a narrar metafórica y simbólicamente este imagina-
rio respecto de la vida y la organización familiar y comunitaria, y los ele-
mentos que conforman el sistema creencial, abriendo la temporalidad
hacia el pasado y a la memoria cultural.
Desde el punto de vista de las estrategias textuales se establece el tra-
tamiento de la perspectiva o focalización homologando el carácter foto-
gráfico sobre el acontecimiento; así se busca la representar la totalidad del
sistema cultural a partir del carácter metonímico de la obra. En arreglo a
lo anterior, también se busca una expresión centrada en los códigos pro-
pios, dinamizando en el espacio textual, por una parte, una lectura de
apropiación e innovación de lenguajes, cánones y textos ajenos y, por otra,
de retradicionalización y resignificación de los cánones propios pewma
(sueños), rito, mito y/o machi ül (canto de machi).
Un ejemplo de esta orientación en la poesía es articular el significado
y del sentido de la obra a través de abrir el poemario con diversos discur-
sos rituales tradicionales; estrategia que emplea Bernardo Colipán en el
libro Arco de Interrogación (2005), César Millahueique en Oratorio al Se-

293
Mabel García Barrera

ñor de Pucatrihue (2004) y David Aniñar en el libro Mapurbe (2006). Así


como en el primer caso se alude a la oración del “Nguillatun” (oración
ritual a los seres superiores), en el segundo a los “pewma” (sueños). En el
caso de Aniñar éste resignifica el discurso del “Yeyipun”, como un conju-
ro para compensar el estado de precariedad y de desequilibrio del ser
mapuche en la situación de desarraigo.

Marri-marri wenu kvze/ Marri-marri wenu fvcha/ Marri-marri ulcha


domo/ Marri-marri weche/ Marri-marri newen ñuke mapu/ Marri-marri
kuifi keche mapuche/ Marri-marri kom pu che mapurbe./ Marri marri
kvyem wanglen kom newen wenumapu/ allkutuaiñ taiñ dugu/ allkutuaiñ
taiñ pvlyv/ allkutuaiñ taiñ rakiduam/ Memoria pú lonko, Pu machi, Pu
weichafe, Pu werken/ kom fvcha keche, petu mongeley/

Este discurso, que forma parte del rito de renovación de las fuerzas espi-
rituales (Wetxipantu: año nuevo mapuche), tiene como función invocar
“la intermediación de los ancestros sagrados para que el dueño de la gente
y el cosmos Gnemapun, Elchen, Elmapun o Gnechen restablezcan la comu-
nicación espiritual (Manquenahuel, s/f ). En este sentido, el discurso del
Yeyipun es instaurado como espacio articulador de protección. Desde
aquí, el emisor textual se desplaza para reflexionar y evaluar su ajenidad y,
también, busca refugio para su exilio cultural.
Así, en el espacio de la representación, el discurso ritual dinamiza lo
sacralizado al transformar toda acción individual en colectiva. Por lo tanto
es en sí mismo el acontecimiento, la voz y el significado cultural que se
hilvana desde la pluralidad de puntos de vista; él “es” los modos de exis-
tencias anteriores y presentes, lo nouménico y lo humano, la trascenden-
cia y la contingencia, la totalidad del territorio del ser cultural. Su función
como discurso en la representación es el esfuerzo por la traducción de lo
inefable a través de instaurarse como pleno acontecimiento, es también
simultáneamente explicación del despliegue del ethos cultural en su pre-
sente histórico-ahistórico y deseo de comprensión y entendimiento de sí,
individual y colectivo, de la vivencia cultural (García, 2005b).
En la plástica, esta orientación se encuentra marcada por símbolos y
códigos altamente cifrados, sobre todo la creación de códigos que expre-
sen lo que la visualidad tradicional no contemplaba. Así, por ejemplo, la

294
Estrategias del discurso artístico mapuche

obra “El Señor de los Pájaros II” de Christian Collipal, codifica rigurosa-
mente el ritual de nguillatun a través de uno de sus elementos centrales:
la escala ritual ascendente de números cifrados en proporción geométri-
ca, que representa lo infinito y trascendente. Estas, las circunferencias de
color rojo se homologan; por otra parte se muestran, a través de las cir-
cunferencias de color blanco las lunas, del año mapuche.

La dimensión estética de la obra de arte y su función de visibilización de


las problemáticas interculturales, se convierte en un espacio crítico para el
proceso de la creación artística, en la medida que es en este punto que se
trata de resolver una propuesta con identidad propia y diferenciada en
medio de la tensión que provoca a la obra mediar su constitución entre
cánones estéticos propios –resignificados y/o transformados de la cultura
tradicional– y aquellos acogidos como préstamo cultural –sobre todo de-
venidos de la cultura occidental.
En este sentido, la búsqueda de nuevos lenguajes que traduzcan en dife-
rentes códigos aquello que se busca representar, conlleva un sistema que
atraviesa una etapa fuertemente experimental, situación a la que se suma
además la apuesta permanente por la integración de los principios cultura-
les y los referentes histórico-políticos. Esta dinámica compleja, anexa a este

295
Mabel García Barrera

nuevo sistema artístico, normalmente un disímil y heterogéneo conjunto de


obras y proyectos atravesados por una perspectiva personal del imaginario
cultural tradicional que se pretende recuperar, lo que tiene su origen en los
procesos de mestizaje y/o transculturación. La perspectiva consiste en que
cada artista vivencie de una manera distinta su identidad étnico-cultural y
con ello el modo de establecer todas estas relaciones en la representación.
Sin embargo, el centro de los proyectos artísticos pasa por recuperar un
sistema de belleza vinculado a una expresión de lo armónico, como equili-
brio de los opuestos; cuya complejidad radica en que entre los puntos equi-
distantes se encuentra un universo formado por planos diferenciados e inter-
comunicados, compuesto por múltiples elementos y niveles con subniveles,
en los cuales se movilizan energías –seres y fuerzas– según funciones y roles,
todo ello bajo la concepción dinámica de una cosmovisión sacralizada, con
códigos especializados y muchos de ellos de conocimiento restringido.
La forma de representación tradicional, ante este nivel de compleji-
dad, ha sido en lo visual una expresión simbólica y estática, plana y, en lo
narrativo, fuertemente simbólica y condensada en sus significados y sig-
nificantes, opuesta a la práctica cultural ritual la cual busca dar cuenta de
esta complejidad. Desde este punto de vista entender qué es la dimensión
estética de la obra es distinguir los criterios de lo bello en la dinámica cul-
tural, donde se conjuga lo religioso con lo pragmático, lo expresivo con lo
funcional. Esto también ayuda a explicar la orientación práctica de los
proyectos artísticos y del sistema en progresión a la autonomía y su rela-
ción con la resistencia y reivindicación cultural.

Yo tendría ocho años. Era un día de cosecha. Se estaba cosechando adon-


de están ahora los Llanquileos, al otro lado donde vivíamos nosotros.
Allá todos se juntaban en una sola parte, el día que se formó el eclipse,
como le dicen ahora: eclipse de sol.
O sea que toda la gente se asustaba en ese tiempo….
En esos tiempos mi abuelita era bien anciana.
Entonces, ellos se juntaban entre hartos vecinos que estaban más cerca y
ponían una fuente con agua para mirar el sol, porque para arriba uno no
puede mirar el sol cuando está el eclipse, porque chispea mucho y ahí lo
miraban en la fuente. Rezaban y ahí miraban el sol.
(“María Elvira Piniao, Pulotre, San Juan de la Costa”)

296
Estrategias del discurso artístico mapuche

Fue un día de cosecha, allá donde los Llanquileos./ Nos juntamos noso-
tros los huilliches/ y el sol./ Yo tendría todo el temor alojándose/ en lo
húmedo del pulmón izquierdo./ Asistimos a la muerte del sol./ Lo vela-
mos en cuerpo presente./ Rezamos mucho./ Rezamos y vimos su rostro/
reflejado en la fuente/ con agua./ Antu kushe, Antu fucha wentru./ Tres
veces nos arrodillamos/ y el canto/ no cayó en el vacío…
(“Lan Antu”)

297
Mabel García Barrera

Algunas conclusiones parciales.

Este sistema en desarrollo, como proyecto, transparenta mediante el arte


una forma de comprensión de sí mismo como pueblo y cultura y su sen-
tido en una circunstancia histórica, traduciendo su vuelta hacia el pasado
como el tiempo propio de la cultura tradicional, lo que da sentido a la re-
cuperación de la matriz cultural ancestral, deshaciendo conflictuadamen-
te la supremacía de una episteme impuesta para recuperar la propia.
Desde este punto de vista, la obra adquiere su articulación a partir del cri-
terio de la diferencia cultural, criterio que permite el repliegue de la repre-
sentación hacia sí como cultura originaria.
Desde el punto de vista de su función, este sistema se articula como
territorialización simbólica del ethos cultural, medio de visibilización de
las problemáticas interculturales y mecanismo de reafirmación identitaria.
Desde el punto de vista estético, este sistema en formación da cuenta
de la búsqueda de un lenguaje propio y diferenciado. Asimismo, concier-
ne el esfuerzo por recuperar una concepción –real o imaginada– de la ex-
presión artística tradicional. Esto provoca una tensión conceptual en los
criterios estéticos ingresados al sistema ya que en el hecho la representa-
ción artística se encuentra mediada por la circunstancia intercultural, lo
que motiva el desplazamiento al interior de este sistema, consciente o in-
conscientemente, de códigos y criterios de ambos lados y además de los
formados en el espacio intersticial.

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301
Traducción y literatura chicana:
¿cuán efectiva puede ser la adaptación?

Judith Hernández-Mora*

Los mexicanos que deciden (por razones ajenas al presente análisis) vivir
en los Estados Unidos constituyen un grupo migratorio muy especial,
entre otras razones porque mientras la cultura madre de otros grupos étni-
cos está alejada en la geografía o en el tiempo, la mexicana está muy cerca
de aquellos nacionales que deciden cruzar la frontera norte. El lenguaje y
su “preservación” constituyen uno de los lazos más fuertes que vinculan
estos grupos migrantes con su origen, con sus raíces y con sus tradiciones.
Es el vehículo que les permite (re)conocerse en una tierra en la que las
intersecciones se cruzan y la cultura se entreteje, convirtiéndolos en suje-
tos “transgresores” por su uso del lenguaje visiblemente afectado por la
semántica y sintaxis del inglés. Constituye un reto traducir textos que
apelan a sentimientos que surgen de la misma imaginería a pesar de ser
recreados en otra lengua: nunca extranjera por el fenómeno del bilingüis-
mo, nunca materna en tanto nace de un ser que es bireferencial.
El lenguaje permite nombrar al mundo y condensar el colectivo.
Basaré mi análisis en la perspectiva de Lotman, quien entiende la cultura
como sistemas de lenguajes (sistemas de comunicación) que sirven de sig-
nos organizados de un modo no arbitrario o como “memoria hereditaria
expresada en un determinado sistema de obligaciones y prescripciones”
que transforman la historia de las sociedades en lo que él describe como
“la historia de la lucha por la memoria” (Lotman, 1979: 21 y 2).

* Universidad Metropolitana Caracas.

303
Judith Hernández

Esta problemática se ilustrará a través del análisis del conflicto descrito


en el imaginario chicano; principalmente, a través de los elementos que su
literatura y los medios hacen suyos o desechan de la imaginería norteamer-
icana y mexicana. Así, las dos visiones de mundo (aquella básicamente
norteamericana y la otra de influencia mexicana y, en gran medida, latinoa-
mericana que convergen en una misma cultura) se describirán y reconocerán
en una tierra en la que las intersecciones se cruzan y la cultura se entreteje,
haciendo sujetos transgresores en el uso del lenguaje. Al describir estas inter-
secciones se realizará un viaje corto a través de la raza, la clase, el género, la
sexualidad y los conceptos de comunidad tal y como se aprecian en la expe-
riencia chicana. Así lo vemos reflejado en el siguiente extracto de la obra
seleccionada Peel My Love Like an Onion de Ana Castillo: “Here we go
again, language complicating life for me, as it has from my first day of shool.
I was born in Chicago but my first language was not English. My first lan-
guage was Spanish but I am not really Mexican” (Castillo, 1999: 30).
Peel My Love Like an Onion (1999) de la escritora chicana Ana Castillo
es una novela que nos adentra en la vida de Carmen “La Coja” Santos: una
reconocida bailadora de flamenco en la ciudad de Chicago, quien superó
el polio de pequeña (aunque le quedaron secuelas físicas de ello, una pier-
na afectada) y vive un romance con un hombre casado llamado Agustín,
director de una compañía teatral. Con los años, el romance entre Carmen
y Agustín comienza a añejarse y Carmen inicia una nueva y apasionada
relación con un bailarín de nombre Manolo, ahijado de Agustín. Esto
desencadena una furiosa rivalidad entre ambos hombres, a la vez que re-
gresa la enfermedad de Carmen. La novela también nos muestra la ener-
vante relación de Carmen con su madre que toma un giro difícil tras la
vuelta de su enfermedad. La trama nos revela la mirada femenina del vivir
la vida con intensidad y en este vivir emergen conflictos de valores como
la maternidad, de instituciones sociales como la familia, el matrimonio.
Así, apreciamos las principales actitudes literarias chicanas, tanto de hom-
bres como de mujeres: la autodeterminación y la autodefinición, junto
con un proceso de autoinvención en los intersticios de varias culturas en
búsqueda de una identidad. Esta muestra, hasta cierta medida, ilustra la
existencia, en la literatura chicana, de una obsesión por la genealogía
femenina tanto como por las circunstancias familiares inmediatas.

304
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

Escogí dos traducciones autorizadas al idioma castellano de esta obra


de Ana Castillo: una realizada por Dolores Prida intitulada Carmen la
Coja (2000) y la otra por Ricardo Vinós: Desnuda mi corazón como una
cebolla, ¿qué tan fuerte es el poder del amor? (1999). Al leerlas, desde una
perspectiva bilingüe, se observa la dificultad en mantener esa mirada, esa
descripción multicultural al necesitar el traductor llevar toda esa rica ex-
periencia bilingüe, bireferencial del texto y cultura origen a una sola
forma de nombrar “la realidad”, a un solo idioma.
Organizaré el viaje corto en dos partes. La primera abordará el concep-
to de imaginario y los mecanismos semióticos de la cultura, lo cual me
dará las bases para reflexionar sobre el sentido de la cultura chicana. A tra-
vés del análisis de los signos de carácter referencial usados en los textos y
aquéllos que hacen hincapié sobre el discurso mismo, lograré aproximar-
me al cómo se articulan los elementos que conforman el imaginario chi-
cano a fin de descifrar lo que realmente nos quiere decir esta ficción. La
segunda parte del recorrido se refiere a la ficcionalización del sujeto cultu-
ral chicano, en ella describiré algunos de los valores culturales que permi-
ten que la alteridad se construya y genere discursos literarios verosímiles.
Mi intención al abordar el análisis de la frontera interior de los sujetos
chicanos a través de la traducción pretende problematizar la noción de
significado que cada lengua atribuye al conjunto de signos llamado len-
guaje, influenciado por la interpretación que cada cultura ofrece al estruc-
turar la percepción de los individuos, lo cual se hace quizá más evidente
en la literatura, y en particular en el caso de la traducción literaria de
obras chicanas debido a la obvia conjugación de percepciones en un idio-
ma y en otro.
En este sentido, la traducción debe acceder a las diferentes perspecti-
vas, los diferentes enfoques que puede ofrecer un texto en su lengua ori-
gen, a los códigos usados en esta lengua y (re)producir, armoniosamente,
una analogía del pretendido mensaje en la lengua término. Pero ¿cómo un
lector monolingüe (que habla español) puede “ver” las cosas desde dos
perspectivas semióticas distintas, conjugadas en una única lengua térmi-
no? El punto clave es que no hay una única lengua término: hay dos que
conforman una. Entonces, ¿cómo apelar a sentimientos que se derivan de
valores compartidos, de una misma imaginería, pero que son re-creados

305
Judith Hernández

en otra lengua con una carga modelizadora mucho más fuerte, precisa-
mente porque busca apelar a una identidad que es dos?

Sobre el imaginario chicano

La imaginación es una facultad inherente al ser humano que, a través de


un activador perteneciente al mundo “real” externo, varía con los indivi-
duos y las culturas, permitiéndoles abstraerse de ese mundo y crear actos
deliberados que representan lo “real” o se alejan de él. Esta facultad le con-
cede al individuo la capacidad de imaginarse un mundo posible lo cual a
su vez, como señala Starobinski en “Jalones para una historia del concep-
to de imaginación”, le sirve al individuo de catarsis. El imaginario, por su
parte, es lo que Wolfang Iser (1993: 1-21), en “Fictionalizing Acts”1, con-
sidera parte de una tríada donde participan lo real (entendido como lo
factual), lo ficticio (una fantasía) y lo imaginario (aquello que alimenta a
las dos categorías anteriores) y que determina el acto de ficcionalización.
Carmen Bustillo (1995ª, 41-42) propone, en “Metaficción e imaginario
finisecular”2, a lo imaginario como una categoría predeterminada desde el
inconsciente colectivo que nos es impuesta por la cultura a la que perte-
necemos a fin de vincularnos con la “realidad” común a nuestro colecti-
vo. Tanto imaginación como imaginario se concretan (si bien pudieran en
determinadas circunstancias separarse) en el discurso ficcional, en el cual
la identidad cultural cargada de una deliberada imaginación estructura los
sujetos.
El problema de la identidad es una constante manifiesta en el proceso
de formación y transfiguración de los pueblos. La historia de las socieda-
des es una sucesión de eventos que organiza, por una parte, la experien-
cia humana que satisface necesidades individuales y, por la otra, la memo-
ria de una cultura, de un colectivo, que marca las pautas a seguir por un
grupo de forma tal que quien no lo haga sea considerado “el otro”. Por
esta razón, analizar las estructuras y las funciones de las representaciones

1 Ver The Fictive and the Imaginary.


2 Ver Estudios. Revista de investigaciones literarias

306
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

colectivas en determinadas situaciones históricas, las maneras colectivas


de pensar, de creer y de imaginar permite apreciar la fragmentación del
discurso histórico. Desde esta perspectiva, el texto histórico (lejos de ser
simplemente una forma de discurso que puede ser llenado de diferentes
contenidos o formas del imaginario) pareciera ser el encargado de “cons-
truir” una “realidad”.
En el mundo social-histórico, señala Cornelius Castoriadis, los actos
reales de tipo tanto individual como colectivo están indisolublemente te-
jidos a lo simbólico aunque no se agoten en ello. Las sociedades y las ins-
tituciones que le corresponden, afirma Castoriadis, se han organizado so-
bre la funcionalidad : “la correspondencia estricta entre los rasgos de la
institución y las necesidades ‘reales’ de la sociedad considerada, en una pa-
labra, sobre la circulación íntegra e ininterrumpida entre un ‘real’ y un
‘racional-funcional” (Castoriadis, 1983:1999).
Para Castoriadis, la institución social es una red simbólica, socialmen-
te sancionada, en la que se combinan un componente funcional y uno
imaginario, en proporción y relación variables. La funcionalidad de las
instituciones radica en asegurar necesariamente la supervivencia de la so-
ciedad considerada. En el caso de la novela que analizaré, me interesa
abordar el cómo se conforma en la ficción el sujeto cultural chicano a tra-
vés del uso (y abuso) de ciertos valores culturales como la familia y la reli-
gión, los cuales modelizan la cultura chicana y, por ende, su “identidad”
como colectivo.
Toda sociedad debe definir su “identidad” intentando dar respuesta a
cuestiones fundamentales, tales como: ¿quiénes somos como colectivi-
dad?, ¿qué somos los unos para los otros?, ¿dónde y en qué estamos?, ¿qué
queremos, qué deseamos, qué nos hace falta? Dar “respuesta” a estas “pre-
guntas”, permite “construir” una cultura, una sociedad, alejándola de lo
que sería un caos indiferenciado; toda vez que genera un sistema de mo-
delización para (en palabras de Lotman, en su libro Semiótica de la cultu-
ra) organizar estructuralmente el mundo del hombre. Las significaciones
imaginarias que buscan dar una respuesta a estas preguntas proporcionan
el dispositivo estereotipador que necesitan los individuos.
De esta forma, la sociedad inventa y define para sí tanto nuevos modos
de responder a sus necesidades como a nuevas necesidades. Una sociedad

307
Judith Hernández

organiza su vida económica, política, social, religiosa, uniendo símbolos a


significados y haciendo de este vínculo resultante (el significante) un nexo
más o menos forzado para la sociedad o grupo considerado. Entramos así
en un concepto clave dentro de la categoría de lo imaginario, a saber: lo
simbólico. Toda cultura, como bien describe la siguiente cita, posee sím-
bolos que asociados a significantes permiten la identificación o no con lo
que permite a los individuos ser parte del colectivo, de sus valores, de sus
anhelos y esperanzas: “Apá, being from El Paso –El Norte– prefers flour
tortillas to the corn. Now my mother is adamant again about turning that
task over to me, I guess as punishment for not having married and for not
having a son for whom I would have to make tortillas one day” (Castillo,
1999: 33).
Toda sociedad establece ciertas categorías de organización del univer-
so natural y social, lo que hace que el mundo en vez de caos sea una plu-
ralidad ordenada que organiza lo diverso, pauta lo “verdadero” y lo “fal-
so”, lo permitido y lo prohibido. Desde esta perspectiva, hay una especie
de “funcionalidad” de lo imaginario efectivo en tanto que es “condición
de existencia” de la sociedad como sociedad humana.
La categoría del imaginario nos permite apreciar el hecho de que cada
sociedad constituye su real a partir de un sistema de signos que construye
un modelo de mundo. Esta afirmación se muestra particularmente intere-
sante al retomar los planteamientos de Bronislaw Baczcko, quien conside-
ra que las sociedades se entregan a una invención permanente de sus pro-
pias representaciones globales, entendidas como ideas-imágenes, a través
de las cuales las sociedades se dan una identidad, perciben sus divisiones,
legitiman su poder, o elaboran modelos formadores para sus ciudadanos.
Para Baczcko lo social designa dos aspectos de la actividad imaginan-
te: por un lado, la producción de representaciones globales de la sociedad
y de todo aquello que se relaciona con ella, por ejemplo, el “orden social”,
los actores sociales y sus relaciones recíprocas (jerarquía, dominación,
conflicto, etc.), las instituciones sociales y en especial las instituciones
políticas, entre otras; por otro lado, el mismo adjetivo designa la inserción
de la actividad imaginante individual dentro de un fenómeno colectivo.
Visto que cada sociedad desarrolla fenómenos colectivos diferentes
debido a las distintas modalidades de imaginar, de reproducir y renovar el

308
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

imaginario, los imaginarios sociales le permiten a una colectividad desig-


nar su identidad elaborando una representación de sí misma:

Designar su identidad colectiva es, por consiguiente, marcar su “territo-


rio” y las fronteras de éste, definir sus relaciones con los “otros”, formar
imágenes de amigos y enemigos, de rivales y aliados; del mismo modo,
significa conservar y modelar los recuerdos pasados, así como proyectar
hacia el futuro sus temores y esperanzas. Los modos de funcionamiento
específicos de este tipo de representaciones en una colectividad se reflejan
particularmente en la elaboración de los medios de su protección y difu-
sión, así como de su transmisión de una generación a otra. (Baczcko,
1991: 28)

El imaginario social constituye así una de las fuerzas reguladoras de la vida


colectiva que no solamente indica a los individuos su pertenencia a una
misma sociedad; sino que, además, define con bastante precisión los me-
dios inteligibles de sus relaciones con esta, con sus divisiones internas, con
sus instituciones: “De esta manera, el imaginario social es igualmente una
pieza efectiva y eficaz del dispositivo de control de la vida colectiva, y en
especial del ejercicio del poder” (Baczcko, 1991: 28). Por consiguiente, la
categoría del imaginario constituye el lugar de los conflictos sociales y una
de las cuestiones que están en juego de esos conflictos. Esto es precisamen-
te lo que ilustraré acerca del imaginario chicano tal y como es descrito en
los textos seleccionados.
Como ya señalé, los imaginarios sociales, como piezas de ejercicio del
poder, se nutren de las representaciones ideológicas que permiten a una
clase social determinada expresar sus aspiraciones, justificar sus objetivos,
concebir su pasado e imaginar su futuro. Baczcko considera que a lo largo
de la historia se puede apreciar cómo las situaciones conflictivas entre los
poderes opositores han estimulado la invención de nuevas técnicas com-
petitivas en el ámbito del imaginario y cómo dichas técnicas han buscado
formar, por un lado, una imagen desvalorizada del adversario (especial-
mente invalidar su legitimidad) y por el otro, exaltar el poder y las insti-
tuciones cuya causa era defendida por medio de representaciones magni-
ficadas.

309
Judith Hernández

Con respecto a las luchas sociales presenta singular interés el caso de


los oprimidos, quienes en su lucha contra la división de la sociedad en cla-
ses, “de mil maneras permanecen tributarios de lo imaginario que comba-
ten por lo demás en una de sus manifestaciones, y a menudo a lo que
apuntan no es más que a una permutación de los papeles en el mismo es-
cenario.” (Castoriadis, 1983: 270). Así, se encuentran y desencuentran
imaginarios sociales distintos que luchan por su supervivencia, transfor-
mando la “realidad” en un campo de batalla entre hegemónicos y contra-
hegemónicos. Este es el caso del imaginario chicano y su lucha (a favor y
en contra) del imaginario norteamericano e incluso del mexicano.
Resulta obligatorio en este punto definir lo que entendemos por cla-
ses subalternas puesto que ellas “representan un campo de lucha en la
medida en que son tanto receptoras de una cultura dominante como por-
tadoras de una cultura dominada”3, y las mismas moldean el imaginario.
La lucha de poderes que se establece entre hegemónicos (dominantes) y
subalternos (dominados) determina los derechos de ambas clases a ser
reconocidas y, por ende, a enunciar sus visiones de mundo y a mantener
viva su memoria.

Sobre la ficcionalización del sujeto cultural chicano

En esta segunda parte del recorrido me referiré a la ficcionalización del


sujeto cultural chicano, donde describiré algunos de los valores culturales
que permiten que la alteridad se construya y genere discursos literarios ve-
rosímiles. Aquí será clave el análisis del concepto de lenguaje. Vemos có-
mo se usa simultáneamente el inglés y el español en el texto origen, lo cual
le da más fuerza a la percepción de la realidad textual así como a la con-
figuración del otro: el otro latino, el otro mexicano, el chicano.

Cinco: Why are you called Carmen la Coja?


Because I am crippled, I tell the fan. She shakes her head as if I have
offended her. You shouldn’t say that about yourself!

3 Ver Cultura popular chicana

310
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

Maybe it’s a cultural misunderstanding, I say. In my culture people get called


by their most evident characteristic. I really am a coja! –so it’s okay! Lifting
up my dress. I put out my bum leg and she takes a peck around the sign-
ing table. She really looks bewildered since it isn’t clear what culture I’m talk-
ing about. We’re listed under Latin and International and World/Pop/Reggae.
Although I’m not sure why, we’re even under Musicals. I won’t help clar-
ify things if I say I’m from Chicago […]4 (Castillo, 1999:188)

Traducción:

Cinco: ¿Por qué te llamas Carmen la Coja?


Porque soy tullida, le digo a la admiradora. Ella menea la cabeza como si
la hubiera insultado. ¡No debes decir eso de ti!
Quizá es un malentendido cultural, le digo. En mi cultura a la gente la
llaman por su característica más evidente. ¡Soy coja! ¡No pasa nada! Me
lazo el vestido, extiendo la perna mala y ella se asoma a un lado de la
mesa. Parece verdaderamente desconcertada, pues no tiene claro de qué
cultura hablo. Nos han clasificado como música latina e internacional y
mundial y pop/reggae. Incluso como comedia musical, no sé por qué. Sin
duda no aclararía nada decir que soy de Chicago [...]5

El lenguaje, entendido como un sistema de signos que cumple una deter-


minada función social, en tanto que signo lingüístico comunica ideas
concretas acerca de un referente a través de un código coherente, particu-
lar, a un destinatario. Así, toda cultura se estructura, ante todo, en un sis-
tema de comunicación altamente codificado y socializado.
El lenguaje cumple una determinada función comunicativa que per-
mite que el mismo sea estudiado como un sistema que funciona aislada-
mente, pero en el sistema de la cultura, el lenguaje le proporciona al
grupo social lo que Lotman llama una hipótesis de comunicabilidad.
El lenguaje actúa entonces como un “constructor de sentido” entre el
mundo del texto (mundo representado, imaginado) y el mundo del lec-
tor (referente). Pero ¿qué supone hablar de “mundos representados”?
¿Qué implica esto para la “realidad” textual?
4 El énfasis es mío.
5 Traducción de Ricardo Vinós (2001: 275).

311
Judith Hernández

Las acepciones de la palabra “representación” muestran dos familias de


sentidos aparentemente contradictorios: por un lado, la representación
muestra una ausencia, lo que supone una neta distinción entre lo que rep-
resenta y lo que es representado; por el otro, la representación es la exhibi-
ción de una presencia, la presentación pública de una cosa o una persona.
En la primera acepción, la representación es el instrumento de un co-
nocimiento mediato que hace ver un objeto ausente al sustituirlo por una
“imagen” capaz de volverlo a la memoria y de “pintarlo” tal cual es.
(Chartier, 1992: 57-58)

Los “mundos representados” son campos de trabajo donde confluyen el


texto y los sujetos sociales, “actores” directos o indirectos de la “realidad” de
un referente. En este punto resulta sumamente útil detenernos en las carac-
terísticas que definen la ficción dentro de la literatura, de acuerdo a Wolfang
Iser en su ensayo “Representation: A Performative Act”. Iser opina que la
literatura refleja la vida bajo condiciones que o bien no están disponibles en
el mundo empírico o son negadas por este. Así, el mundo del texto que
“existe” (entre comillas) debe ser visto no solo como si fuera un mundo real,
sino como uno que no existe empíricamente, lo cual conlleva una oscilación
constante entre el mundo representado (el de las comillas) y aquél del cual
fue separado. La ficción, a través de lo que Iser llama el acto de develación,
permite al receptor cruzar las fronteras entre la “realidad” y el referente.
Para Iser, el hecho de seleccionar qué se va a usar y qué se va a dese-
char con respecto al referente, divide cada campo de referencia, ya que los
elementos escogidos solo pueden ser tomados de acuerdo a su significa-
ción a través de la exclusión de otros. En otras palabras, existen dos tipos
de discurso que están siempre presentes y cuya simultaneidad activa una
revelación y un encubrimiento de sus referencias contextuales respectivas.
Iser opina que de este juego recíproco emerge una especie de inestabili-
dad semántica que se exacerba por el hecho de que dos discursos son tam-
bién dos contextos posibles para cada uno; en otras palabras, dos discur-
sos son modelizaciones de los contextos de los cuales éstos emergen.
Esta selección es evidente en el proceso de traducción en el que obli-
gatoriamente aquello que se escoge así como aquello que se “desecha” de
la interpretación del texto original influye en la percepción del texto
meta: el texto traducido. Así se observa en los siguientes extractos:

312
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

The place smelled of something rancid. Probably the girls’ spirits.


Something in me went putrid too deep inside me at that moment. I don’t
like this place, I whispered to my little mother who, because she had fed
us and clothed us by working on assembly lines, did not seem as horri-
fied by the scene as I was. She didn’t respond but she did look a little dis-
tressed. Are you okay? I whispered. She put her hand over her heart. Yeah,
I’m okay, she said in English. Hearing my mother speak to me in English
for the first time startled me and I realized it was her work language.
(Castillo,1999: 124)

El lugar despedía un olor rancio. Probablemente venía de los espíritus de


las muchachas. Algo en mí se pudrió en ese momento, algo muy dentro
de mí. No me gusta este lugar, le susurré a mi madrecita, a quien habién-
donos alimentado y vestido trabajando en líneas de ensamble, la escena
no parecía horrorizar tanto como a mí. No me respondió, pero se veía un
poco angustiada. ¿Estás bien? Le pregunté en voz baja. Se puso la mano
sobre el corazón. Sí, estoy okay, me dijo en inglés. Al oír por primera vez
que mi madre me hablaba en inglés me sobresalté y me di cuenta que era
su lenguaje laboral.6

El lugar olía rancio. Probablemente emanaba de los espíritus de las mu-


chachas. En ese momento, en le fondo de mí, también sentía algo podri-
do. No me gusta este lugar, le susurré a mi madrecita, quien, con su tra-
bajo en una cadena de ensamblaje, nos había podido alimentar y vestir,
no parecía estar tan horrorizada ante aquel panorama como yo. No me
respondió pero miró un poco afligida. ¿Estás bien? Le susurré. Puso su
mano sobre su corazón. Sí, estoy bien, dijo en inglés. Al oír a mi madre
hablarme en inglés por primera vez me sobresalté y me di cuenta de que
utilizó su idioma de trabajo.7

Para Lotman: “El lenguaje es comunicación y modelización, pero al mismo


tiempo, no solo todo sistema de comunicación puede realizar una función
modelizadora sino que también todo sistema modelizador puede desempe-
ñar un papel comunicativo” (Lotman, 1979: 25). Desde esta perspectiva

6 Traducción de Vinós (Castillo, 2001: 188).


7 Traducción de Prida (Castillo, 2000: 128).

313
Judith Hernández

–como anotábamos anteriormente– la cultura se encarga de organizar estruc-


turalmente el mundo del hombre, para lo cual usa lo que Lotman llama un
“dispositivo estereotipizador” estructural que se haya en su interior.
Para Lotman existen dos ópticas posibles a la hora de afrontar una cul-
tura en particular: “Como una determinada información significativa;
como un sistema de códigos sociales que permite expresar esa informa-
ción mediante unos signos determinados para convertirla en patrimonio
de una colectividad humana” (Lotman, 1979: 32). Acercarse a la cultura
como sistema de códigos sociales nos permite pensar en la misma como
una jerarquía de códigos, desde los que Lotman constituye los fines de la
tipología de las culturas: la descripción de los principales tipos de códigos
culturales a partir de los cuales se establecen las “lenguas” de las culturas,
con sus caracteres esenciales; la denominación de los universales de la cul-
tura humana; la elaboración en un sistema común de las características
tipológicas de los principales códigos culturales y de las propiedades uni-
versales de la estructura general que es la cultura humana”(1979: 32).
Todo esto constituye el punto de partida del traductor de textos lite-
rarios y de su adaptación del texto origen, con sus códigos y símbolos
específicos en los códigos y símbolos entendibles en el texto meta, en su
lengua meta. Establecer una jerarquía de los códigos culturales permite
determinar un puesto de hegemonía (al que Lotman llama código domi-
nante) o subordinación. Es necesario señalar que estos códigos culturales
son (y deben serlo específicamente en el caso de culturas “híbridas” como
la que es objeto de este estudio) analizados desde una perspectiva de mul-
ticulturalidad y sus incidencias en políticas de integración. La hegemonía
cultural no es un proceso simple en el que dominadores controlan a do-
minados, sino que existen mediadores como por ejemplo la familia y el
barrio o comunidad, entre otros, que permiten que tanto los emisores
como los receptores de mensajes establezcan comunicaciones eficaces.
En este sentido, el puesto que establece una jerarquía de los códigos
culturales es determinado por el consumo de bienes culturales: “Con-
sumir es participar en un escenario de disputas por aquello que la socie-
dad produce y por las maneras de usarlo” (García Canclini, 1990: 44).
Quién va a “consumir” un texto es también factor a considerar en la tra-
ducción, puesto que de las obras chicanas traducidas resultan diferencias

314
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

lingüísticas y semióticas significativas dependiendo del mercado al que la


traducción va dirigida: el de los latinos en EEUU o el mercado hispano-
hablante fuera de EEUU.
Esto nos vuelve a los planteamientos de Lotman, quien afirma que:
“La cultura, creando el modelo del mundo que le es propio, se modeliza
igualmente por medio de sus sistemas semióticos” (Lotman, 1979: 33).
Según esos modelos del mundo –esos códigos culturales dominantes–
Lotman establece cuatro esquemas posibles de cultura que determinan el
modo de organización de una cultura dada, a saber: únicamente semán-
tico, sintáctico, ambos o asemántico y asintáctico. ¿Dentro de qué esque-
ma posible de cultura podemos catalogar a la cultura chicana? Sería bas-
tante impreciso dar una respuesta tajante a esta interrogante, puesto que
¿acaso la cultura chicana se autodefine a través de un modelo de mundo
que considera propio?
Precisamente la constante bireferencialidad en los textos chicanos ilus-
tra modelos semióticos altamente modelizados como se aprecia en los
siguientes ejemplos:

“Leave that child alone! “Creature” is actually what she called me in


Spanish. That’s okay. In English children are kids” (Castillo, 1999:
99).
“¡Deja tranquila a esa criatura! Así me llamaba en español. Estaba bien.
En inglés a los niños se les llama kids.” (2000: 101)8.
“¡Deja en paz a esa criatura! Amá me llamaba “criatura”. Sonaba un poco
raro. En inglés a los niños les dicen kids.” (2001: 152)9

¿Cómo apelar a sentimientos que se derivan de valores compartidos, de


una misma imaginería, pero que son re-creados en otra lengua con una
carga modelizadora mucho más fuerte, precisamente porque busca a pelar
a una identidad que es dos? En términos generales, la traducción debe
acceder a las diferentes perspectivas, los diferentes enfoques que puede
ofrecer un texto en su lengua origen, a los códigos usados en esta lengua,
y (re)producir, armoniosamente, una analogía del pretendido mensaje en

8 Traducción Prida.
9 Traducción Vinós.

315
Judith Hernández

la lengua término. Pero ¿cómo un lector monolingüe (que en el caso que


nos concierne habla solo español) puede “ver” las cosas desde dos perspec-
tivas semióticas distintas, conjugadas en una única lengua término? El
punto clave para situarnos en una perspectiva de análisis adecuada es que
no hay una única lengua término: hay dos que conforman una.
Una de las cuestiones clave en las consideraciones teóricas sobre la tra-
ducción se sitúa en lo que tradicionalmente se ha llamado “adaptación”.
Rosa Rabadán propone que:

[…] la supuesta naturaleza diferencial entre un texto traducido y una


adaptación no es tal, sino que se trata de distintas funciones o aplica-
ciones de la traducción en contextos de recepción determinados. El prob-
lema no es simplemente terminológico, sino que radica en la división
excluyente traducción/adaptación que subyace al planteamiento tradi-
cional. (Rabadán, 1994: 31)

Entonces ¿cuán efectiva puede ser la adaptación? Al intentar responder a


esta pregunta vale la pena mencionar los planteamientos de Nord (1997)
respecto de cuatro supuestos cruciales de la comunicación literaria entre
culturas: 1) la relación entre la intención del emisor y el texto; 2) la rela-
ción entre la intención del emisor y la expectativa del receptor: 3) la rela-
ción entre el referente y el receptor y 4) la relación entre el receptor y el
texto.
Partiendo del primer supuesto, el traductor tiene un conocimiento
individual del texto origen y desde ese conocimiento inicia la traducción.
Desde esta perspectiva, lo que se traduce realmente no es la intención del
emisor sino la interpretación del traductor de la intención del emisor.
Cabe destacar que el receptor meta, el lector, puede aceptar la traducción
como una expresión de la intención del emisor, sin estar conciente de
estar leyendo un texto traducido.
En el segundo supuesto, el receptor meta toma la interpretación del
traductor como la intención del emisor. El gap cultural entre la cantidad
de información presupuesta con respecto a los receptores del texto origen
y el conocimiento real de la cultura y del mundo de los receptores meta
de ese texto meta puede, a veces, crear un puente mediante información
adicional o adaptaciones introducidas por el traductor.

316
Traducción y literatura chicana: ¿Cuán efectiva puede ser la adaptación?

La tercera suposición indica que tanto las situaciones del texto fuente
como del texto meta, la comprensión del mundo del texto depende del
bagaje cultural y del conocimiento del mundo de los receptores. Desde el
punto de vista de la traducción, esto significa que los mismos medios esti-
lísticos sólo pueden lograr el mismo efecto cuando el bagaje literario es
también el mismo.
En la cuarta suposición, los elementos del código literario meta solo
pueden tener el mismo efecto en sus receptores que los elementos de la
literatura fuente tiene sobre los suyos si su relación con la tradición lite-
raria es la misma. Todo esto nos hace entender las variedades de distan-
cias culturales (además de las lingüísticas) que el traductor literario debe
salvar para lograr su encargo de traducción.

Bibliografía

Bibliografía directa:

Castillo, Ana (1999). Peel my Love Like an Onion. New York: Random
House.
————–– (2001). Desnuda mi corazón como una cebolla ¿Qué tan fuer-
te es el poder del amor? (Traducción de Ricardo Vinós). México:
Alfaguara.
————–– (2000). Carmen la Coja (Traducción de Dolores Prida).
Nueva York: Vintage Español.

Bibliografía de consulta y crítica

Baczcko, Bronislaw (1991). Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas


colectivas. Buenos Aires: Nueva Visión.
Bustillo, Carmen (1995). El ente de papel. Un estudio del personaje en la
narrativa latinoamericana. Caracas: Vadell Hermanos.
————––––– (1995a). “Metaficción e imaginario finisecular”. En
Estudios. Revista de investigaciones literarias Año 3, N.˚ 6: 41-57.

317
Judith Hernández

Chartier, Roger (1992). El mundo como representación. Historia cultural:


entre práctica y representación. Barcelona: Gedisa.
Franco, Jean (1989). Plotting Women. Gender and Representation in
Mexico. New York: Columbia University Press.
García Canclini, Néstor (1990). Culturas híbridas. Estrategias para entrar
y salir de la modernidad. México: Grijalbo.
————–––––––––– (1995). Consumidores y ciudadanos. Conflictos
multiculturales de la globalización. México: Grijalbo.
Castoriadis, Cornelius (1983). La institución imaginaria de la sociedad I.
Barcelona: Tusquets.
Iser, Wolfang (1993). The Fictive and the Imaginary. Baltimore: The Johns
Hopkins University Press.
Lotman, Jurij (1979). Semiótica de la cultura. Madrid: Cátedra.

Bibliografía de traducción:

Nord, Christiane (1997). Translating as a Purposeful Activity. Functionalist


Approaches Explained. Manchester: St Jerome Publishing.
Rabadán, Rosa (1994). “Traducción, función, adaptación”. En Purifica-
ción Fernández Nistal (coord.) Aspectos de la traducción inglés/ español.
Instituto de Ciencias de la Ecuación (Universidad de Valladolid).
Sideropoulov, Maria (2004). Linguistic Identities through Translation.
Amsterdam: Editions Rodopi.

318
Parte 2
Cine, performatividad y resistencia.
Apuntes para la crítica del
documental indigenista en Ecuador

Christian León*

Resumen

Sujeción, performatividad e indigenismo

En los años 1970 y 1980 hay un boom de documental indigenista en el


Ecuador. En este periodo se produce un conjunto de películas que da
cuenta del proyecto de nación al que aspiraban los mestizos como estra-
tegia de modernización y sus tensiones con el naciente movimiento indí-
gena. La filmografía de la época configura un tercer y último momento
del discurso indigenista en el cine ecuatoriano. Luego de los trabajos de
los pioneros filmados en los años 1920 y de la etapa de producción ex-
tranjera de 1950 y 1960, el documental indigenista alcanza su apogeo al
amparo de la política nacionalista implementada por el Estado a partir de
1972. Desde entonces los cineastas mestizos, en colaboración con distin-
tas entidades estatales, producen una gran cantidad de películas de temá-
tica indígena, emulando lo sucedido con anterioridad en la literatura y
pintura del siglo XX. Esta producción surge paradójicamente acompaña-
da de circunstancias que presagian la crisis del filme indigenista. Los rea-
* Licenciado en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad Central del Ecuador (UCE),
Magíster en Estudios de la Cultura por Universidad Andina Simón Bolívar y candidato a Doctor
en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se ha desempeñado como pro-
fesor en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y en la Universidad Andina
Simón Bolívar, sede Ecuador. Fue editor de la revista Cuadernos de Cinemateca y es autor del
libro Cine de la marginalidad: realismo sucio y violencia urbana. E-mail: c1leon@yahoo.com

321
Christian León

lizadores mestizos ven resquebrajarse los fundamentos que legitimaron su


obra por efecto de tres factores: el agotamiento del paradigma nacionalis-
ta, la irrupción del movimiento indígena y la democratización de tecno-
logía audiovisual a partir de la utilización de formato de video.
En este contexto me propongo investigar, a partir de dos documenta-
les paradigmáticos de la época, las contradicciones sociales y políticas que
se plantean al interior del texto fílmico indigenista. Al confrontar la narra-
tiva de denuncia propuesto por el discurso tutor de los filmes con los
reclamos indígenas que se dejan escuchar en los intersticios del relato, pre-
tendo explorar los actos preformativos de dominación y resistencia étnica
ocultos tras la cortina de la representación. A tono con las estrategias de-
constructivas propuestas por la crítica poscolonial1, intentaré un “análisis
de las huellas, torsiones y silencios inscritos en los propios discursos do-
minantes” con la finalidad de poner en tela de juicio su poder prescripti-
to (Rivera Cusicanquí, 1997: 16).
Para lograr esta tarea apelamos a dos grandes discusiones. Por un lado,
la crítica de los discursos indigenistas en tanto aparatos de representación
y dominación. Por otro, el análisis del poder preformativo que tiene la
imagen para modelar la realidad. Investigaciones recientes (Muratorio,
1994; Guerrero, 1994, Figueroa, 2000) han mostrado cómo los discursos
indigenistas actualizan categorías coloniales en el siglo XIX y XX a través
de distintos aparatos de representación administrados por la intelectuali-
dad ilustrada que asume el papel de abogar por el indio. Partiendo de
estos desarrollos, consideramos al documental indigenista como manifes-
tación de una conciencia ilustrada que se halla dirigida al espectador mes-
tizo imbuido en la nueva cultura ciudadana que estaba gestada a partir de
las políticas nacionalistas del Estado.
El carácter monológico que se verifica en el documental indigenista
surge de un deseo de ordenar la heterogeneidad del registro fílmico den-

1 A pesar de los múltiples cuestionamientos que se han hecho sobre el uso de la teoría poscolo-
nial en el contexto latinoamericano (Coronil, 1998; Lins Riveiro, 2001; Grüner, 2005), sus
estrategias deconstructivas me parecen imprescindible para la crítica de las posiciones hegemó-
nicas y subalternas construidas a través de la representación visual. El campo interdisciplinario
de análisis discursivo, histórico y político abierto por el poscolonialismo sigue teniendo valor
para cuestionar los mecanismos de dominación étnica y cultural que se ejerce desde el discurso
eurocéntrico de la modernidad.

322
Cine, performatividad y resistencia

tro del relato ilustrado de “la desgraciada raza indígena”. Según este rela-
to, agentes geográficos, biológicos, sociales y políticos han privado al indí-
gena de su capacidad de agencia y discurso. La tarea de los intelectuales
ilustrados es la denuncia de esta situación y la consiguiente redención de
estos sujetos caídos en desgracia. Por está razón, Andrés Guerrero sostie-
ne que tras las narrativas blanco-mestizas de la redención indígena se es-
conden dos efigies heredadas de concepciones coloniales afianzadas en el
siglo XIX. Por un lado, la imagen de un indio pasivo desprovisto de vo-
luntad e incapaz de expresarse y asumir su propia defensa. Por otro, el
semblante magnánimo del intelectual mestizo condescendiente hacia los
inferiores étnicos (Guerrero, 1994: 198). Las imágenes del indio sin capa-
cidad de agencia política y la del intelectual redentor, agente de la cultu-
ra occidental, son remozadas en el siglo XX por cierta intelectualidad de
izquierda que apadrinó al indígena y denunció su explotación inhumana.
Esta actitud, heredada de esa matriz de dominación que Aníbal Quijano
denominó como “la colonialidad del poder” (1999), es la que se va a ex-
presar primero en el indigenismo pictórico y literario y posteriormente se
va a trasladar al cine. De esta manera, como lo apuntamos en otro lugar,
el documental indigenista actualiza un proceso de jerarquización y subor-
dinación de la diferencia proveniente de la forma colonial de dominación
(León, 2005: 128).
Sentado esto, es fundamental el análisis, no sólo la significación sino
también los actos de poder que el discurso fílmico indigenista produce.
Como lo han planteado los teóricos de los actos preformativos (Austin,
1990; Derrida, 1998; Butler, 1993), los enunciados no sólo producen
mensajes referenciales de carácter constatativo sino que actúan a través de
enunciados ilocutivos en donde el poder ejerce como discurso. El docu-
mental indigenista, es un caso paradigmático en el cual la imagen opera
con una fuerza preformativa creando aquello que muestra. Apoyado en la
tecnología cinematográfica y su capacidad de crear efectos de realidad,
produce un enunciado audiovisual cargado de un poder prescriptivo. Con
sus imágenes visibiliza al indígena al mismo tiempo que instaura una serie
de imaginarios que tienen efectos en lo social. En ese sentido, no sólo
muestra un indígena preexistente sino que lo produce al ponerlo en con-
tacto con una serie de discursos, instituciones y tecnologías. Estamos

323
Christian León

frente a ese intento de “saber cómo se han constituido los sujetos a partir
de la multiplicidad de los deseos, de las fuerzas, de las energías, de las
materialidades, de los pensamientos, etc.” sobre el que insistió Foucault
(1991: 151). Los imaginarios producidos por el cine ?pero también por
otros discursos artísticos, científicos, jurídicos? permiten el proceso de su-
jeción y dominación necesario para el aparecimiento del sujeto indígena.
El documental indigenista lejos de ser un registro fidedigno de una reali-
dad objetiva es un mecanismo de producción del sujeto indígena en tanto
“otro”, inferior y lejano.
A través de la iterabilidad de distintos textos, narrativas, argumentos y
tropos, el documental indigenista produce la sujeción del indígena a tra-
vés de su identificación con una efigie inmóvil que designa un lugar
subordinado en la estructura social, política y cultural. Estructura que
pretende estar ordenada alrededor de un significante amo que es la con-
ciencia ilustrada del mestizo. Por estas razones, pensamos que el docu-
mental indigenista puede ser caracterizado como un aparato semiótico y
político de dominación, orientado a la dominación de la diferencia étni-
ca y cultural a través de una acción preformativa de producir sujetos. Su
funcionamiento no radica en la verdad o falsedad de sus imágenes, sino
en su capacidad de producir efectos de sujeción a través del lenguaje
visual.

Denuncia indigenista y ambivalencia narrativa

Los hieleros del Chimborazo (1980) de Gustavo Guayasamín es seguramen-


te el documental más celebrado del cine ecuatoriano. Ampliamente elogia-
do por la prensa local y galardonado con ocho premios internacionales, ha
sido calificado como el “film manifiesto del cine ecuatoriano de los ochen-
ta” (Serrano, 2001: 69). La película, producida por el Centro de Investiga-
ción y Cultura de Banco Central del Ecuador e inspirada en el libro
Relaciones interétnicas en Riobamba de Hugo Burgos, fue filmada en 16
mm. y tiene 27 min. de duración. Relata con un ritmo sosegado y con una
fotografía preciosista la actividad de indígenas de la sierra central que as-
cienden a 5.200 m. para extraer bloques de hielo del Chimborazo y ven-

324
Cine, performatividad y resistencia

derlos en los mercados de Riobamba y Guaranda. La obra tiene el mérito


de usar sonido directo y prescindir de la voz en off explicativa. Sin embar-
go, en estricto sentido no estamos frente a lo que Nichols (1991) denomi-
na como documental de observación. La elaborada composición de cua-
dro, el guión socio-antropológico y discurso de denuncia articulados en el
filme hacen que todo aquello que registra la cámara tenga ya un sentido
establecido de antemano. A pesar de la ausencia de la narración en off, el
relato se sostiene en un argumento cerrado que intenta reducir la plurali-
dad de sentidos propios del registro directo. De ahí que en Los hieleros…
se pueda advertir esa fuerte instancia de autoridad y control discursivo que
Barthes llamó “el sentido tutor”. El texto tutor del Los hieleros… se inscri-
be en la tradición de los discursos indigenistas que a lo largo del siglo XX
se configuraron como un mecanismo de dominación étnica y de incorpo-
ración de la diversidad cultural a la lógica del Estado-nación. Para este tipo
de discursos incorporan en su repertorio simbólico a los pueblos indígenas
bajo la figura que Armando Muyulema (2001) caracterizó como la del
“indio culturalmente vaciado”. Es comprensible entonces que el filme
in-tente centralizar la narración en torno a la denuncia de las duras condi-
ciones de vida de una parte de la población en plena época de bonanza
petrolera y expansión estatal. Los indios aparecen retratados como un sec-
tor po-blacional empobrecido en lo económico, marginado en lo social y
despojado en lo cultural. Por medio de la recitación del relato de la desgra-
cia indígena y la repetición de la imagen de un ser impotente ante la opre-
sión se produce performativamente un sujeto indígena incapacitado para
representarse a sí mismo. Esta construcción produce un indígena necesita-
do de la tutela ilustrada, representada aquí por la mirada del cineasta.
Sin embargo, el mismo texto fílmico muestra puntos ciegos que no
están vigilados por conciencia del realizador, lugares ambivalentes donde
el texto tutor tambalea y el relato de la desgracia indígena se desvía. En
ellos es posible realizar una lectura a contrapelo que nos permita discutir
los umbrales del discurso indigenista, sus exclusiones y silencios2. En el

2 Como sostiene la crítica deconstructiva el “sentido tutor no guarda, no salva, no garantiza nada
de forma lo bastante rigurosa” (Derrida, 1996: 112) o, como lo plantean los estudios subalter-
nos, todo discurso dominación alberga un “lugar epistemológico presentado como límite, nega-
ción, enigma” (Rodríguez, 1998: 106).

325
Christian León

caso particular de Los hieleros… salta a la vista uno de esos puntos ciegos
con una evidencia tal que incluso mereció múltiples comentarios. En con-
traste con el tono contemplativo del filme y la argumentación objetivista
de Guayasamín, irrumpe abruptamente un plano general de más de dos
minutos en el cual un indígena interpela violentamente al equipo de fil-
mación. Mientras los realizadores se encontraban haciendo entrevistas, un
hombre que arremete contra ellos y encolerizado dice:

“Yo también he trabajado señor…Vea pensionado, señor carajo. Porque


hacer de robar. Trabaja uno, trabaja como quiera, como yo, hombre,
muchacho, aquí carajo.
Carajo, ustedes vienen gringos, aparte, a comer…”

Luego de una réplica en off, continúa:

“¿Y como sabo?


A mí conmigo no hablan…Haber ya aquí estoy. Aquí estoy… Carajo mi
Chimborazo… Carajo la gran puta.
Verá, verá, si ha de matar, máteme…verá caraju… Pongo veneno…verá
no.
Carajo, yo a voz te conozco…carajo no…Ahora pregunta. Yo pregunto
ahora. ¿Haber de que parte es usted?”

Mientras esto sucede, en un texto informativo sobreimpreso se puede leer:

“Trabajan a 5 mil metros de altura. / Caminan los viernes desde la madru-


gada hasta la noche. / Llegan todos los sábados a la feria de Guamote. /
Les pagan cien sucres a la semana. A veces nada venden porque las fres-
queras ya compraron el hielo de la fábrica”.

Las interpretaciones que se dieron de esta escena fueron muy diversas.


Hubo comentaristas que calificaron a la escena de “postiza” porque aten-
taba contra la “notable unidad” de la obra (Rocastel, 1980). Mientras
otros sostuvieron que el plano en mención mostraba: “mediante expresi-
vos gestos un hombre de nuestro pueblo que hace patente su enorme

326
Cine, performatividad y resistencia

angustia ante la condición económica y social en la que se desenvuelve su


vida” (Pedrada zurda, 1981: 110). En una entrevista, el mismo realizador
afirma:
“Durante toda la película no existe realmente una participación de los
hieleros, no los conocíamos y los mirábamos por encima. Tenía que haber
otra parte y es la indignación de esa situación tolerada desde que nacen.
(32) […] De repente me cayó la toma del indígena borracho en una
forma casual, mientras filmábamos a una señora y viene lo que exacta-
mente quería, una indignación bestial” (Cineojo, 1980: 34).

Esta construcción de “la angustia” o la “indignación” que opera en la lec-


tura indigenista del registro fílmico resulta tremendamente frágil porque
si algo caracteriza al plano en cuestión es su ambivalencia. A pesar de que
el cuestionamiento del personaje indígena parte de una concepción
esquemática de la otredad encarnada en los cineastas, en la parte final de
su alocución plantea un cambio de roles enunciativos entre quien pregun-
ta y quien responde. El gesto colérico indígena lejos de ser un signo de la
angustia provocado por las duras condiciones de existencia o un estallido
irracional provocado por el alcohol es un acto directo de interpelación
lanzado por el sujeto representado hacia el sujeto representante. Ahí don-
de la mirada mestiza encuentra un grito impotente y desesperado es tam-
bién legible un acto de enunciación capaz de descentrar el proyecto narra-
tivo que sostiene el filme. La imagen en cuestión ejerce una especie de
ruido o distorsión que libera la ambivalencia oculta tras esa “notable uni-
dad” a la que aspira la obra. La línea argumental del guión parece estre-
mecerse ante la presencia de ese extraño sujeto que desvía el sentido gene-
ral de la narración. Como lo ha señalado Stuart Hall, parecería que esta-
mos frente a ese momento irreductible en que el significado empieza a
resbalar y puede ser inflexionado en nuevas direcciones (1997: 270).
La sola presencia de este plano suplementario no previsto en la narra-
ción genera una pugna de sentido dentro del texto. Frente al proyecto
racional de denuncia social, aparece esa imagen furibunda, no codificable
en el lenguaje letrado del texto fílmico. Frente al carácter informativo y
científico del relato irrumpe esa voz malsonante e inaudible, la palabra
poco castiza, mal hablada. Frente a los encuadres bellamente meditados y

327
Christian León

el frío ritmo de la edición, persiste ese plano incierto, poco direccionado


de un sujeto indiferenciado entre la multitud que se visibiliza y oculta.
De cara a esta disonancia, el texto tutor inútilmente trata fijar el sen-
tido en busca de reconstruir la línea narrativa. En vano los rótulos
sobreimpresos tratan ansiosamente de suturar la brecha abierta en la se-
cuencia lógica del guión, en vano Guayasamín interpreta la exigencia
enunciativa del indígena como indignación ante la vida. Inútilmente los
comentaristas letrados tratan de desautorizar la voz del indígena, apelan-
do a su embriaguez y atribuyendo su actitud a la “angustia ante la condi-
ción económica y social”.
Ese plano que perturbó tanto a Guayasamín, al punto de no haber
sido suprimido en el montaje a pesar de estar fuera del relato, marca jus-
tamente el límite del discurso indigenista. Muestra un sujeto indígena que
habla desde un lugar de enunciación radicalmente distinto al que el narra-
dor mestizo y la cultura occidental le asignaron. En este gesto relevarse
contra el rol asignado se reconstruyen las certezas sobre las cuales opera el
relato de la desgracia indígena. De ahí que en la colérica interpelación del
intruso en cuestión pueda leerse también un empoderamiento indígena
que presagia el aparecimiento de ese nuevo sujeto de la enunciación que
se producirá diez años más tarde con la irrupción del movimiento indíge-
na en la escena nacional.

Agenciamientos subaltermos

Otro filme que permite comprender la ambivalencia del documental indi-


genista es Chimborazo. Testimonio campesino de los andes ecuatorianos
(1979). Este documental, de 56 minutos de duración, fue dirigido por
Freddy Elhers y coproducido por Sveriges TV de Suecia y Productores In-
dependientes del Ecuador. Comparte con otros filmes indigenistas de la
época una mirada idealizada del pasado ancestral frente a un presente de
marginación y pobreza. A diferencia de Los hieleros del Chimborazo, usa
abiertamente la voz de un narrador omnisciente que conduce el argumen-
to y da la voz a los entrevistados, muestra un indio campesino inserto en
relaciones sociales y aborda su lucha comunitaria por mejores condicio-

328
Cine, performatividad y resistencia

nes de vida. Sin embargo, el problema se presenta cuando en nombre de


la denuncia de la marginación indígena se produce performativamente la
figura de un indígena desprovisto de conciencia y discurso e imposibilita-
do de acción política.
Por varias ocasiones se aborda la capacidad de agenciamiento de las
comunidades indígenas en la lucha por la tierra o en las mingas destina-
das a la agricultura y a la construcción de caminos. Sin embargo, estos
momentos son articulados dentro de una narrativa que vincula la lucha
histórica de los pueblos indígenas con el pasado de plenitud mítica.
Dentro de este relato, la lucha indígena se transforma en una especie de
reflejo o respuesta instintiva frente a los sufrimientos físicos y a la necesi-
dad. Mientras la minga queda reducida a una tradición trasmitida de
generación en generación por cientos de años que permite solucionar pro-
blemas de forma natural. A consecuencia de estos argumentos, el indíge-
na aparece como un sujeto despojado de voluntad propia y capaz de una
acción que es exterior a su conciencia. Imposibilitado de un discurso
sobre sus propios intereses que le permita la acción política. La argumen-
tación general del filme trabaja para adjudicar performativamente una
supuesta impotencia al indígena causada por la falta de protección y am-
paro estatal. En estos argumentos se puede ver como opera en el docu-
mental indigenista lo que Guha llamó una “narrativa de contra-insurgen-
cia” destinada a desautorizar a los sujetos subalternos que son capaces de
“poner las cosas al revés” (1997: 47).
En este contexto, resulta de interés la quinta secuencia del filme. En
ella se aborda cómo los indígenas son sistemáticamente víctimas del abuso
de los comerciantes mestizos a través del mercado. La secuencia inicia con
el testimonio de Jesús Manuel Yantalema, un joven de 27 años que vive
con su mujer y su hijo en el páramo. Se muestra uno de los viajes sema-
nales que este hombre realiza a la ciudad para vender sus productos en el
mercado de Colta. En varias escenas nos dejan ver la manera en que los
mestizos fijan los precios a los indígenas reduciéndolos al estatus de niños
que no entienden el uso del dinero ni las leyes de la oferta y la demanda.
Súbitamente irrumpe el plano de una joven, cuyo nombre no figura en el
filme. Esta muchacha inicia un largo discurso sobre la discriminación ét-
nica y cultural a la que están sujetos los indígenas.

329
Christian León

“Hay diferentes formas de discriminación para el campesino. La primera


es con el idioma, la segunda es la forma de vestir del indígena. En las tien-
das en los transpones, porque uno lleva poncho, anaco o lo que sea, aun-
que esté pagando el mismo pasaje que pagó el mestizo, siempre le dicen
‘al indio atrás, atrás’, ‘vos atrás’. Como que fuéramos de otro mundo, de
otro Ecuador. Y en las escuelas nos enseñan a decir ‘mi patria es el Ecua-
dor’. Pero no es cierto, porque el Ecuador es para unos pocos nomás. Para
los indios no hay tal. / En el mercado, lo mismo. Una mujer indígena
como no puede hablar bien el castellano es arranchada. Desde la entrada
al mercado le imponen los precios. [...]”

Al mismo tiempo que la joven habla, son presentadas escenas de indíge-


nas llegando a la ciudad a vender sus productos. Después, una escena
donde varios mestizos acosan a un indio y lo obligan a vender sus anima-
les. A continuación, abundantes y diversos planos del mercado y de indí-
genas negociando sus productos. Mientras esto sucede en pantalla, el tes-
timonio de la joven toma otra dirección:

“El problema cultural en el Ecuador es bastante discriminatorio en el sen-


tido de que se quiere exterminar con el idioma. No se da el valor de ori-
gen al idioma vernáculo. ‘Es mi idioma madre’ no se tiene ese sentido. Si
no que es para el indio nada más. Es por eso que cuando hablamos en
quichua, se piensa que no sabemos el castellano. Nosotros indígenas so-
mos la mayoría en el Ecuador. No se crea que somos poquitos, ni que solo
somos dos millones de analfabetos. Podríamos decir que quienes saben
leer y escribir también son analfabetos. ¿Por qué? Porque no saben la his-
toria de su mundo, la historia de su vida.”

Tras el mugido de unas vacas, el locutor continúa hablando de la impo-


tencia del indígena en ese mundo extraño de la ciudad en donde su sabi-
duría de nada le sirve. El argumento del filme sigue su marcha sin hacer
ninguna alusión al complejo parlamento de la joven indígena que pone
en entredicho los conceptos universalistas de nación, patria e idioma so-
bre los cuales se sostiene el documental. La narración de la desgracia indí-
gena continúa sin reparar en el agudo señalamiento de que la discrimina-
ción al indígena es producida y reproducida por el propio Estado a través
de sus aparatos ideológicos. Tal y como sucedía con el plano discordante

330
Cine, performatividad y resistencia

de la película de Guayasamín, el testimonio de la joven tiene un estatus


paradójico: está y no está dentro del filme. Funciona al margen de la argu-
mentación general del relato, desconectado del resto de elementos del sis-
tema fílmico señala ese “centro silencioso o silenciado” que según Spivak
designa el lugar el subalterno (1998: 192). Está presente en el cuerpo del
texto fílmico pero sin embargo, solamente es legible a medias y se encuen-
tra parcialmente borrado por ese conjunto de mecanismos del discurso
indigenista que desautorizan la voz del subalterno. Sin embargo, a pesar
de tales intervenciones, las enunciaciones subalternas producen acciones
discursivas y tienen efectos políticos. Como lo formuló, en su momento
el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos “El subalterno tam-
bién actúa para producir efectos sociales que son visibles, aunque no siem-
pre predecibles y entendibles” (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 87).
Aún cuando el realizador sea incapaz de escuchar el testimonio, la
joven indígena y éste permanezca aislado del relato general del filme, su
sola presencia da cuenta de su fuerza inquietante e inasimilable. Su para-
dójica ubicación en el filme se transforma en una marca que señala las
omisiones del discurso hegemónico. Cuando la entrevistada considera al
quichua como la lengua materna de los ecuatorianos, adjudica al indio
una conciencia bilingüe que lejos de ser minoritaria puede transformarse
en el fundamento de la Nación. Al mismo tiempo transforma al sujeto
letrado que maneja el idioma español en un analfabeto que desconoce su
propia historia. Mientras el relato indigenista busca generar la imagen de
un indio incapaz de discurso y acción, el testimonio muestra a una joven
capaz de una compleja argumentación desde su condición doblemente
subalterna de mujer indígena. Frente a la búsqueda del pasado mítico per-
dido que hacen los realizadores, se impone el presente concreto del testi-
monio interpelante. Frente la presunción constante de que el indígena es-
tá privado de sabiduría y conciencia, la entrevistada realiza un acto que
contradice ese argumento. Esto es lo que la pragmática denomina como
una contradicción preformativa: “un acto del habla que en su propia ac-
tuación produce un significado que reduce aquél otro acto que intenta
realizar” (Butler, 2006). Si el acto preformativo constituye la forma de
operación del poder a través del discurso, los agenciamientos subalternos
se presentan como acciones discursivas que no se corresponden con el

331
Christian León

orden productivo del poder. Se manifiestan como usos perversos del


poder preformativo que lo vuelven en su propia contra. Un indígena que
desde su posición subalterna habla al interior de un contexto discursivo
hegemónico no sólo realiza un enunciado constativo, al mismo tiempo
ejerce una acción de interpelación del poder preformativo que pretende
silenciarlo. La acción discursiva de la indígena se levanta contra del poder,
ahí donde éste actúa con la capacidad prescriptiva de crear lo que enun-
cia. Al provocar una contradicción preformativa en la enunciación indi-
genista inscribe un lugar de resistencia al poder del discurso. Con ello no
queremos decir que el indígena no realice actos preformativos de poder
avant la letre3, sino como lo ha señalado Judith Butler (2006) que: “las
formas contemporáneas de agencia política, especialmente aquellas desau-
torizadas por convenciones previas o por prerrogativas de ciudadanía rei-
nantes, tienden a deducir la agencia política de los errores del aparato per-
formativo del poder”.

La performatividad indígena

En las dos películas analizadas podemos advertir un momento de crisis


del discurso indigenista. En distinta forma, cada una nos deja ver que el
proceso de captura del otro nunca se realiza totalmente. Como lo ha seña-
lado Bhabha (2002: 68): “el sujeto habla y es visto desde donde no está”.
Existe un resto del otro que no es procesado por el relato indigenista: sig-
nificaciones, imágenes y actos que no son nombrados por su repertorio de
argumentos y tropos. Frente a ese resto la capacidad preformativa del dis-
curso para producir sujeción fracasa generando un proceso de desborda-
miento del sujeto y desidentificación con el lugar que le fue asignado. La
fuerza ilocutiva del sujeto indígena señala una alteridad fuera de control

3 De hecho cuando circularon por televisión las imágenes de Evo Morales, primer presidente
indígena de Bolivia, leyendo un decreto ley que nacionalizaba los hidrocarburos en su país. Aún
en este caso donde un indígena está investido por el poder preformativo del Estado, su discur-
so y su imagen circulan al interior de regímenes de representación hegemónicos que vehículan
concepciones racistas que procuran desautorizarlo. En ese sentido encontramos, a pesar de los
diferentes contextos, una similitud entre la acción discursiva de Morales y los agenciamientos
discursivos de los indígenas en los filmes analizados.

332
Cine, performatividad y resistencia

que hace trastabillar la máquina ventrílocua descrita por Andrés Guerrero


(1994). El poder prescriptivo de discurso indigenista, atrapado en el cons-
tante juego de la iterabilidad y la resignificación, está en riego permanen-
te. Su capacidad de producir sujetos indígenas dominados puede ser desa-
fiada a cada momento por inflexiones no previstas en el discurso o con-
tradicciones preformativas en la enunciación. Cuando esto sucede se pro-
duce un tipo de performatividad que no se presenta como actuación del
poder sino como su reverso y límite.
La interpelación indígena ejerce una performatividad capaz de resistir
a las representaciones coloniales construidas desde la conciencia mestiza y
desdibujar el sujeto producido por el régimen de representación indige-
nista. De esta manera introduce en el escenario armónico y transparente
de la representación lo que Laclau y Mouffe denominaron como “el anta-
gonismo” (2004: 168). La heterogeneidad del otro aparece como una plu-
ralidad de sentidos que impide la fijación de identidades y muestra que
toda objetivación es parcial. Las certezas del discurso indigenista, articu-
ladas desde la conciencia ilustrada de occidente, encuentran su límite en
un discurso frente a la enunciación antagónica articulada desde la posi-
ción indígena. Este dislocamiento enunciativo evidencia dos hechos de
signo contrario. Por un lado muestra la impotencia del discurso indige-
nista fundado en la razón ilustrada del Estado-nación. Hace patente la
crisis de los conceptos universalistas de nación, sujeto y cultura dando pa-
so al proyecto de desprendimiento epistémico del eurocentrismo anuncia-
do por “el giro decolonial” (Mignolo, 2007). Por otro, registra esa “pre-
sencia recalcitrante” del subalterno que es capaz de interpelar al discurso
dominante al evidenciar sus contradicciones y fracasos.
En virtud de la fuerza performativa se hace visible la acción subalterna,
sojuzgada y marginal de un sujeto no simbolizado por el discurso ilustra-
do del indigenismo. Esta es la batalla preformativa que se esconde tras esos
pequeños lapsus fílmicos que hemos descrito. Esos impasses mínimos nos
permiten vislumbrar la fuerza que tiene la imagen cinematográfica para
producir sujetos sociales dominados pero también espacios de resistencia.

333
Christian León

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336
Modernismo brasileiro e mídias
audiovisuais: antropofagia globalizada

Sonia Cristina Lino*

Entre as várias vertentes do modernismo brasileiro, a Antropofagia é sem


dúvida a mais fértil e que apresenta maior complexidade para o estudo.
Isto se deve tanto à pluralidade das reflexões suscitadas pelo grupo de
jovens intelectuais que, na década de 1920, se lançaram numa aventura
estética e política de ruptura com os saberes herdados do século XIX,
quanto e principalmente, à radicalidade do pensamento de seu principal
expoente, o escritor Oswald de Andrade.
Inicialmente entendida como um movimento cultural inaugurado em
torno de dois manifestos –“Pau-Brasil” (1924) e “Antropófago” (1928)–
e da “Revista de Antropofagia”, as questões levantadas pelos intelectuais
do grupo “antropófago” acabaram por influenciar diferentes áreas do
conhecimento, para além da literatura e das artes plásticas, áreas nas quais
seus principais representantes atuavam.
Esta influência se torna definitiva quando, após intensa atuação na
militância comunista na década de 1930 e início dos anos 40, Oswald de
Andrade, retoma as idéias da juventude e confere a elas um tom mais filo-
sófico. Nesta retomada das idéias que nortearam o movimento antropo-
fágico, os principais textos são “A marcha das utopias”1, “A crise da filo-
sofia messiânica”2(1950) e “O Antropófago”(1950), textos cuja densidade

* Profa. da Universidade Federal de Juiz de Fora (UFJF). Brasil.


1 Compilação de textos publicados no jornal “O Estado de São Paulo” e publicado pela primeira
vez nos “Cadernos de Cultura do MEC” em 1966, doze anos após a morte do autor.
2 Tese apresentada à Faculdade de Filosofia Ciências e Letras da USP em 1950.

337
Sonia Cristina Lino

não pode ser melhor trabalhada por Oswald de Andrade que morreu em
1954.
Dentre as várias influências da antropofagia, a historia da formação
social e cultural brasileira é sua devedora na medida em que a antropofa-
gia se constituiu numa das primeiras tentativas de se pensar positivamen-
te a herança cultural portuguesa pelo viés da mestiçagem.
A antropofagia representou um pensamento renovador, de inspirações
múltiplas e fragmentárias, que vão da crítica à genealogia do cristianismo
de Nietzsche, às criticas marxistas da sociedade capitalista e à freudiana do
racionalismo, passando pelo matriarcalismo de Bachofen3 e o ceticismo de
Montaigne.
Na versão antropofágica da história, questões levantadas por moder-
nos pensadores europeus aparecem associadas a uma concepção xamâni-
ca da natureza e a uma configuração igualitária da sociedade indígena que
se afasta do ideal romântico e acaba por se constituir numa crítica filosó-
fica e política do colonialismo moderno e do sistema político e econômi-
co que dele se serviu, invertendo a interpretação sobre as origens dos valo-
res da modernidade.
Na visão da poética pau-brasil, tópicos do exótico tais como o ócio, a
comunhão fraterna, a sociedade dadivosa, a liberdade sexual e a vida edê-
nica, transformam-se em valores prospectivos que ligam a originalidade
nativa aos componentes mágicos, instintivos e irracionais da existência
humana e ao pensamento letrado moderno.
Em outras palavras, fala da recuperação de traços primitivos idealiza-
dos e da sua resignificação à luz da tecnologia e da filosofia modernas.
Neste sentido, o Brasil das primeiras décadas do século XX, com suas pai-
sagens geográficas e humanas marcadas pela miscigenação étnica, cultural
e física, é visto como o lugar privilegiado do encontro entre as tradições
primitivas, o conflito religioso da colonização católica e a modernidade
urbana da cidade de São Paulo, berço da vertente antropofágica do

3 Johann Jakob Bachofen (1815-1887) apresenta uma visão radicalmente nova do papel da
mulher nas sociedades antigas. Com ampla documentação se propôs a demonstrar que a mater-
nidade é a fonte da sociedade humana, da religião e da moral. E conclui conectando o arcaico
direito materno com a veneração à virgem Maria. Seu livro causou reações em várias gerações de
pensadores, inclusive Friedrich Engels.

338
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

modernismo brasileiro. Já no “Manifesto Pau-Brasil” de 1924, a revisão se


propõe:

“Temos a base dupla e presente – a floresta e a escola. A raça crédula e


dualista e a geometria, a álgebra e química logo depois da mamadeira e
do chá de erva-doce. Um misto de ‘dorme nenê que o bicho vem pegá’ e
de equações. Uma visão que bata nos cilindros dos moinhos, nas turbinas
elétricas, nas usinas produtoras, nas questões cambiais, sem perder de
vista o Museu Nacional. Pau-Brasil.”4 (Andrade, 1995:44)

Dotado de certa nostalgia do passado que remonta às tradições orais e


mitológicas da América, a antropofagia busca recuperar a memória dani-
ficada pela lógica da colonização associando-a ao projeto da moderniza-
ção tecnológica. (Subirats, 2001: 55).
A recuperação de um passado pré-colonial se explicita na formulação
de três conceitos chave que inter-relacionados se constituem na base da
antropofagia: a utopia, o matriarcado e a síntese do encontro entre os tra-
ços do passado pré-colonial e a tecnologia moderna que se expressa na
figura do “homem natural tecnizado”.
Em “A crise da filosofia messiânica” (Andrade, 1995) Oswald de
Andrade estabelece os três termos do que considera a “formulação essen-
cial do homem como problema e como realidade”, quais sejam, o homem
natural, o homem civilizado e o homem natural tecnizado.Busca interpre-
tar a sociedade brasileira das primeiras décadas do século XX, não pela
chave do olhar da modernidade européia, mas pela da atualização histó-
rica do regional, do tribal, entendendo-se aí também uma crítica atempo-
ral a todo tipo de colonização e a uma análise linear da história tão ao
gosto da racionalidade renascentista e posteriormente iluminista.
A tese básica presente em “A crise da filosofia messiânica”(Andrade,
1995) é a do conflito entre duas organizações sócio-políticas: o
Matriarcado entendido como sociedades primitivas pré-históricas e asso-
ciado a uma cultura antropofágica; e o Patriarcado que a sucedeu e se sus-
tenta com base em uma cultura messiânica. Segundo Oswald, o século

4 ‘dorme nenê que o bicho vem pegá’ Trecho de cantiga de ninar muito popular no Brasil.

339
Sonia Cristina Lino

XX presenciava a crise da filosofia messiânica que levaria a uma volta ao


matriarcado. Porém, um matriarcado de novo tipo, modificado por uma
filosofia antropofágica que se prenunciava nas utopias renascentistas e na
descoberta de um novo homem das Américas. Neste sentido, a essência
da antropofagia não estaria na satisfação de um desejo primitivo e essen-
cial de saciar a fome, mas no trazer o outro para si mesmo, assimilando
sua cultura e transformando-a em única.

“A operação metafísica que se liga ao rito antropofágico é a transformação


do tabu em totem. Do valor oposto em valor favorável. A vida é devo-
ração pura. Nesse devorar que ameaça a cada minuto a existência
humana, cabe ao homem totemizar o tabu. Que é o tabu, senão o
intocável, o limite?” (Andrade, 1995: 101).

A síntese entre o passado pré-colonial (Matriarcado) e o presente pós-


colonial (Patriarcado) se expressaria na prospecção de um “homem natu-
ral tecnizado”. Nela, Oswald de Andrade aparentemente se rende à cons-
tatação de que, no século XX a arte, já tenha “sobrepujado a natureza”
pela via da técnica e da mecanização como alertara Montaigne quatro
séculos antes, e postula que, “os valores produzidos pela mecanização”,
constituem-se numa “nova natureza” tecnizada que teria produzido um
outro homem, o homem natural tecnizado. Segundo ele, chegara a hora
de revisar os valores da civilização européia e buscar novos horizontes
(Andrade, 1995: 165) afinal, “cada fase (histórica) conduz em si sua pró-
pria subversão”. (Andrade, 1995: 57).
Com esta paráfrase de Marx, estabelece uma conciliação entre a técni-
ca, a fé e a natureza ao propor uma “revolução perpendicular” dos “países
mártires” no sentido de um crescimento da “fé humana”, da “fé social” e
da “fé em uma era melhor”. Segundo ele, estaríamos no limiar da História
com a era da máquina que “tecnizou de tal maneira o homem em toda a
terra que ele pode alcançar, enfim, uma unificação de destino e igualar-se
num padrão geral de vida civilizada”.
Os progressos técnicos seriam, por sua vez, veículos que possibilita-
riam uma relação mais igualitária entre os homens, desde que seu mono-
pólio fosse tirado das mãos da burguesia. Estaríamos no limiar de uma era

340
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

de características coletivistas que, no caso do Brasil, deveria ser buscado


no passado, no primitivismo matriarcal.
Em “A marcha das utopias” o estudo das utopias modernas é utilizado
como pano de fundo para afirmar que o ‘Brasil é a utopia realizada’ uma
vez que, para os europeus que aqui aportaram às vésperas do século XVI
(1500), o Brasil já era o “novo” e que “as utopias são uma conseqüência
da descoberta do Novo Mundo e, sobretudo, da descoberta do novo
homem, do homem diferente encontrado nas terras da América”.
Esta inversão na perspectiva histórica da chegada dos europeus à
América revê o papel do nativo americano colocando-o como uma outra
possibilidade do humano que, após o contato, teria ampliado os horizon-
tes europeus, possibilitando, inclusive, que estes formulassem suas utopias
futuras.

“O fato de ser virtude para os habitantes da Ilha de Utopia de Thomas


Morus ‘viver segundo a natureza’ decorre do susto amável e persuasivo
que foi para os navegantes do século XVI a descoberta do índio nu nas
selvas americanas”. (Andrade, 1995:170)

Ampliação de horizontes que se expressaria esteticamente com a ruptura


modernista e a crise da sociedade industrial que culminou com as duas
guerras mundiais se apresentou com a recuperação do tema do canibalis-
mo pelo modernismo europeu. Porém, diferentemente do modernismo
europeu, a antropofagia inscreveria o tema do canibalismo em outra
chave interpretativa, a da síntese utópica.
Diante da impossibilidade de recuperação das origens puras, o intelec-
tual antropófago não devia ignorar a presença estrangeira em prol da
busca de um passado perdido no tempo, mas devorá-lo, degluti-lo, carna-
valizá-lo (Stam, 2006). Em suma, resignificá-lo, sem abdicar de uma posi-
ção de igualdade e autoconfiança cultural com relação ao seu passado,
abrindo espaço para uma reciclagem crítica da cultura estrangeira que não
negava as diferenças locais e a forma de inserção violenta na modernida-
de por que passou a América Ibérica.
A antropofagia se apresentou, portanto, como o reconhecimento do
outro e sua aglutinação ao si mesmo numa perspectiva de produção de

341
Sonia Cristina Lino

diferenças embasadas em princípios igualitários e na negação de uma hie-


rarquização de saberes.
A mensagem antropofágica que gostaria de assinalar aqui é a de que a
modernidade latino-americana e brasileira, em particular, deve ser busca-
da em nossa própria história e não no modelo civilizador/colonizador
europeu como desenvolveu com propriedade o historiador norte-ameri-
cano Richard Morse em seu clássico texto “O espelho de próspero” men-
sagem esta, várias vezes retomada por intelectuais latino-americanos nos
momentos de crise da racionalidade moderna porque passou o século XX.
No Brasil, tanto a poesia quanto a filosofia antropofágicas influencia-
ram movimentos de renovação cultural importantes que retomaram a
obra de Oswald de Andrade.
Na década de 1960, o movimento político-cultural do “Tropicalismo”
colocou novamente em evidência a questão da inserção brasileira na
modernidade e uma releitura da antropofagia.
O termo tropicalismo, teve sua origem na obra “Tropicália”, do artis-
ta plástico Hélio Oiticica (1937-1980) que compunha a mostra “Nova
Objetividade Brasileira” de 1967 e o marco do movimento cultural foi a
primeira montagem da peça de teatro, “O rei da Vela”(1937) de Oswald
de Andrade no mesmo ano.
“O rei da Vela”(1937) tem como protagonistas Abelardo I e Heloisa,
trazidos por Oswald de Andrade da tradição medieval para São Paulo dos
anos 1930. Abelardo I é um representante da burguesia ascendente da
época e cujo oportunismo para os negócios especulativos lhe dá a irônica
alcunha de “Rei da Vela” por ter ele enriquecido fabricando e vendendo
velas, pois é costume popular colocar uma vela na mão de cada defunto.
Assim, Abelardo I “herda um tostão de cada morto nacional”, numa clara
alegoria da persistência de traços culturais “arcaicos” na forma de entrada
do Brasil na modernidade.
Heloísa, por sua vez, representa a aristocracia rural decadente.
Herdeira de cafeicultores paulistas que dominaram a política econômica
brasileira desde meados do século XIX e que, na década de 1930 entra em
declínio com a crise da Bolsa de Nova York em 1929. A aliança de
Abelardo e Heloísa, fusão de duas classes sociais que buscam sobreviver à
expansão do sistema capitalista, é abalada por um terceiro personagem

342
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

que completa o quadro social do Brasil da época: Mr Jones, que simboli-


za o capital norte-americano e revela um país endividado. “Os ingleses e
americanos temem por nós. Estamos ligados ao destino deles. Devemos a
eles tudo o que temos e o que não temos”5.
O conflito econômico e de representação de que fala a peça em 1937
é transposto, trinta anos depois, na montagem do grupo de teatro
“Oficina”, para o campo cultural.
Tendo como pano de fundo a tensão entre uma produção cultural
local e a que aqui chegava dos países centrais –Europa ocidental e EUA–
através da difusão dos meios de comunicação de massa, particularmente
o cinema e a televisão, mas também o rádio e as revistas ilustradas; o tro-
picalismo retomou questões do Movimento Antropofágico na “era da
industria cultural” influenciando além do teatro, a música6, as artes plás-
ticas7, o cinema8 e antes disso, no final dos anos 1950, a poesia concreta
dos irmãos Haroldo e Augusto de Campos e Décio Pignatari.
A despeito das declaradas referências a Oswald de Andrade e à antro-
pofagia feitas por expoentes do tropicalismo das décadas seguintes, o
Brasil e o mundo do qual Oswald se despedira em 1954, havia mudado
muito. Um elemento externo que apenas se insinuava em “O Rei da
Vela”, a influencia norte-americana e o início da “Política da Boa
Vizinhança” dos Estados Unidos para a América Latina na década de
1930, se tornara, trinta anos depois, uma presença cotidiana. A america-
nização das cidades brasileiras se fazia sentir não só no consumo de pro-
dutos industrializados, mas também nas imagens de modernidade difun-
didas pela indústria cultural e que muito raramente correspondiam às
necessidades da grande maioria da população brasileira.
Some-se a isto o surgimento de uma geração letrada que circulava
tanto no mundo da intelectualidade de esquerda, quanto dos bens de
consumo inclusive simbólicos, difundidos pela indústria cultural ligada

5 Andrade, O. “O rei da vela” (1937).


6 Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Zé, Torquato Neto, Capinan, Mutantes entre outros.
7 Hélio Oiticica, Lygia Clark, Ivan Santana, etc. O nome do movimento é inspirado em instala-
ção do artista plástico Hélio Oiticica.
8 Joaquim Pedro de Andrade, Rogério Sganzerla e, não sem algumas controvérsias historiográfi-
cas, algumas alegorias do controvertido Glauber Rocha.

343
Sonia Cristina Lino

ao capital norte-americano. Esta geração, identificada politicamente com


o projeto desenvolvimentista e culturalmente com a construção de um
projeto “nacional-popular” para o país (Ortiz, 1988); depois do golpe
militar de 1964 e do AI-5,9 de 1968, se fragmentou em múltiplas lutas e
bandeiras.
O tropicalismo é tratado aqui, não como uma ruptura radical com a
cultura política daquele momento, calcada na busca de rompimento com
o subdesenvolvimento nacional e com a redefinição da nação do ponto de
vista do popular e do “ser brasileiro”, mas como um movimento surgido
dentro do “ensaio geral de socialização da cultura”10 que marcou os pri-
meiros anos da década de 1960 e teria sido abortado pelos desdobramen-
tos políticos do golpe militar (Ridenti, 2000). Propunha a fusão do nacio-
nalismo político com o internacionalismo estético, aí se situando sua lei-
tura da antropofagia da década de 1920. O resultado foi uma mistura de
folclore e indústria numa colagem carregada de tons agressivos e elemen-
tos de contracultura que se voltavam contra seus próprios pares como
declara Caetano Veloso, um dos principais mentores do tropicalismo no
campo musical:

“O nacionalismo dos intelectuais de esquerda, sendo uma mera reação ao


imperialismo norte-mericano, pouco ou nada tinha a ver com gostar das
coisas do Brasil ou –o que mais me interessava– com propor, a partir do
nosso jeito próprio, soluções para os problemas do homem e do mundo”
(Veloso,1997:87).

A questão estava na definição do que os tropicalistas entendiam como


“nosso jeito próprio.” Tudo leva a crer que Caetano se referia à antropo-
fagia oswaldiana, mas a uma interpretação muito própria desta como se
afigura em outro trecho:

“Oswald de Andrade foi um profeta da nova esquerda e da arte pop: ele


não poderia deixar de interessar aos criadores que eram jovens nos anos

9 AI-5. Ato Institucional n.5. Decreto-lei de 1968 que revogava os direitos políticos e civis dos
cidadãos suspeitos de subversão ou oposição ao regime vigente e institucionalizava a censura às
manifestações político-culturais.
10 Expressão usada por Walnice Nogueira Galvão no texto “As falas e o silêncio” (1994).

344
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

60. Esse ‘antropófago indigesto´, que a cultura brasileira rejeitou por


décadas, e que criou a utopia brasileira de superação do messianismo
patriarcal por um matriarcado primal e moderno, tornou-se para nós o
grande pai” (Veloso,1997:257).

Para além da polêmica atribuição de paternidade e do papel de “profeta”


conferido a um personagem cuja utopia residia na “superação do messia-
nismo patriarcal”, chama a atenção a associação feita por Caetano entre a
antropofagia e a arte pop, sobretudo quando se pensa no sentido que o
termo “pop” adquiriu nas décadas seguintes. Com o acirramento da
repressão política e da censura cultural pós-1968, as bandeiras de moder-
nização e nacionalismo passaram para as mãos do Estado ditatorial que
não só lhes deu configuração industrial como as difundiu através dos
meios de comunicação audiovisuais, destacando-se a televisão (Napolita-
no, 2001).
O papel do tropicalismo na história cultural recente do Brasil é um
debate em aberto que, quatro décadas depois, ainda gera polêmicas na
grande imprensa ou quando da publicação de memórias dos personagens
envolvidos. Porém, no centro do debate tanto na época do seu surgimen-
to quanto agora está a questão da relação entre o regional e o universal, o
local e o global, a utilização da antropofagia oswaldiana para fundamen-
tar a idéia de nacionalidade defendida por eles na década de 1960 e prin-
cipalmente o uso que foi feito de suas idéias nas décadas seguintes pelos
meios de comunicação de massa.
No ano 2000, quinze anos após o início da abertura política, dois mar-
cos ocuparam os meios acadêmicos e populares: os 500 anos da chegada
dos portugueses às terras brasileiras e os 50 anos de televisão no Brasil.
Entre as várias publicações que refletiam sobre o cinqüentenário da pri-
meira transmissão de televisão no Brasil11, o ensaio do jornalista Eugênio
Bucci (2000) sob o sugestivo título de “Antropofagia Patriarcal” chama a
atenção para o tema deste texto. Nele, Bucci atribui aos meios de comuni-
cação contemporâneos e à televisão brasileira em particular, o poder de
neutralizar a proposta de libertação formulada por Oswald de Andrade no

11 A primeira transmissão televisiva no Brasil ocorreu em setembro de 1950.

345
Sonia Cristina Lino

movimento antropofágico, convertendo sua vitalidade revolucionária em


favor do poder político e econômico do capitalismo tardio.
Parte de uma aproximação entre o movimento antropofágico e o sur-
realismo europeu no que diz respeito à volta ao primitivo e ao sentido de
libertação de uma memória recalcada pela civilização moderna. Lança
mão para isso, do texto de Hal Foster –The compulsive beauty– (1993 Cit.
Bucci, Eugenio, 2000: 118) e do conceito freudiano de “unheimlich” para
a análise do surrealismo.
No entanto, cremos que o diferencial entre os dois movimentos
modernistas residiria também neste ponto. Enquanto para o surrealismo
esta memória de um primitivo social recalcado se cruza com uma memó-
ria pessoal e se deixa ver no estranhamento e desconforto de um passado
primitivo e familiar (heimlich/unheimlich) presente na obra; a antropofa-
gia, por sua vez, faz deste estranhamento componente central para a idea-
lização do futuro, a utopia modernizada (Andrade, 1995).
Este componente libertário da antropofagia teria, segundo Bucci, sido
usurpado pelo capitalismo na segunda metade do século XX, quando este
entrava em sua fase de globalização, sendo traduzido em “identidade cul-
tural” pelos meios de comunicação de massa brasileiros, convertendo o
simbólico em imaginário.
“. . . teria a instancia do poder migrado para o interior dos meios de
comunicação? Se a resposta for sim, nem que seja um “sim em
termos,”não há como escapar à hipótese de que as aparências antropofág-
icas, assim como as aparências surrealistas dispersas pela industria do
entretenimento planetário, não mais subvertem o simbólico mas, ao con-
trário o consolidam” (Bucci, 2000: 130).

Desta forma, na sociedade globalizada, os meios de comunicação passam


a exercer um papel não apenas de mediadores das relações entre os sujei-
tos, mas também de constituinte do próprio sujeito em relação ao outro,
deixando de ser veiculo para ser lugar.
Neste sentido, a pergunta que se faz aqui é de que forma elementos do
pensamento antropofágico se dão a ver pela televisão brasileira de forma
a que possam ser incorporados pelo público como constitutivos de sua
identidade.

346
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

Desde a década de 1930, a questão da miscigenação étnico-cultural


tem sido associada à identidade nacional brasileira. Dos primeiros filmes
musicais que se apoiavam em canções e artistas popularizados pelo rádio,
passando pelas imagens carnavalescas das chanchadas da Atlântida12 até a
integração da representação do nacional realizada pela televisão, as ima-
gens sempre reafirmaram o caráter miscigenado de nossa formação étni-
co-cultural através de uma estética carnavalizada.
O entendimento do potencial subversivo do carnaval, não a partir de
uma configuração fixa, mas como lugar de práticas simbólicas historica-
mente mutáveis cujo potencial criativo dependente de quem carnavaliza
quem, em que condições e com que propósitos; nos ajuda a compreender
as transmutações desta “identidade miscigenada carnavalizada” desde a
década de 1930. Num rápido olhar, observa-se que raramente as represen-
tações audiovisuais no Brasil, sobretudo no que diz respeito à televisão
questionaram a hierarquia imposta pelo eurocentrismo. Ao contrário,
sempre se conformaram com papéis coadjuvantes no cenário estético
internacional.
Reflexo disso é o fato das idéias antropofágicas nunca terem sido reco-
nhecidas como reflexão filosófica de alcance global, mas tão somente figu-
rarem como uma vertente regional do modernismo literário. Assim como
Oswald de Andrade figurar apenas como poeta “enfant terrible” do
modernismo latino-americano, e não como pensador criativo que produ-
ziu textos filosóficos que anteciparam em muitas décadas questões “pós-
modernas” como a da descentralização da narrativa da modernidade.
Apesar do cinema dos anos 1960 e 1970 ter proporcionado momen-
tos preciosos de revisão do pensamento antropofágico transposto para a
linguagem cinematográfica e cujo principal nome foi sem dúvida
Joaquim Pedro de Andrade com sua versão muito própria do romance
“Macunaíma, o herói sem nenhum caráter” do também modernista
Mário de Andrade; o lugar periférico da antropofagia predominou nas
representações audiovisuais.

12 Filmes populares que parodiavam situações do cotidiano social e político pelo viés da circulari-
dade cultural.

347
Sonia Cristina Lino

Em geral, a antropofagia foi canibalizada pelos meios de comunicação


de massa, perdendo sua função criadora de atrair e se apropriar dos símbo-
los do colonizador para reinventá-los, passando a uma posição de homolo-
gar símbolos de dominação banalizados pelo consumo indiscriminado de
sujeitos ávidos por identidades imaginárias e descartáveis.
Na televisão brasileira, os exemplos da banalização da idéia de deglu-
tição criativa da antropofagia são inúmeros e não se limitam a gêneros ou
a personagens específicos. Das telenovelas aos departamentos de jornalis-
mo, exemplos discursivos e imagens podem ser encontrados com freqüên-
cia. Porém, é nos programas de auditório que a presença do público
(ainda que selecionado previamente para participar da realização do pro-
grama) em contato direto com a produção e o meio, possibilita uma per-
cepção mais clara deste esvaziamento do potencial criativo da herança
antropofágica na constituição da subjetividade contemporânea e uma
inversão que nos leva a pensar na questão de quem canibaliza e carnava-
liza quem no Brasil de hoje?
Um dos maiores comunicólogos brasileiros, estudado em teses acadê-
micas no Brasil e no exterior foi um apresentador de programa de audi-
tório que popularizou a identidade miscigenada para consumo –Abelar-
do Barbosa, o Chacrinha. Citado como um exemplo da capacidade de
produção na área televisiva e um produto legítimo da industria cultural
popular brasileira. Em que consistia o programa que lhe deu reconheci-
mento popular e acadêmico? Um programa onde, basicamente, todos os
“tropos do império” (Stam, 2006) estavam presentes de forma invertida e
carnavalizada. Mas será que criativa?
Num cenário multicolorido, como a tonalidade da pele das pessoas
que lotavam os indefinidos limites entre a platéia e o palco do teatro onde
o programa era gravado; a inversão era total. Tratava-se de um programa
de calouros que pretendiam se tornar cantores ou “artistas” de televisão.
Semanalmente um grupo de “juizes” escolhia os candidatos que tinham
mais chances de seguir carreira artística. A primeira inversão era o fato de
os “juizes” não precisarem de nenhum conhecimento musical específico
para exercer suas funções, apenas representar personagens estereotipados
que os dividia entre bons, maus, técnicos, “clowns” etc.

348
Modernismo brasileiro e mídias audiovisuais: antropofagia globalizada

O lugar que os “juízes” ocupavam no cenário ficava num patamar


inferior ao do candidato a cantor(a), segunda inversão, e, apesar de sua
condição aparentemente privilegiada, só podiam se manifestar com a
autorização do apresentador. Além disso, por se sentarem entre o público
e palco, ficavam expostos à ira do público quando este não concordava
com as opiniões expostas.
O apresentador, trajando um fraque de tecido brilhante e multicolori-
do e uma cartola com plumas não menos exuberantes, uma “subversão”
do traje europeu civilizado, ostentava uma buzina que apertava no ouvi-
do do candidato que cantasse mal antes mesmo de dar a palavra aos “jui-
zes”. Portanto, ele era autoridade máxima em cena. É interessante obser-
var que, apesar da subversão do vestuário, a “autoridade” presente
(comandante) se diferenciava dos outros presentes pelo uso do fraque,
No palco, misturadas ao público, dançarinas com fantasias de vedete exi-
biam seus corpos para as câmeras em poses sedutoras convidando os teles-
pectadores a participar da festa. A música só baixava o volume durante a fala
do apresentador, dos juízes ou dos convidados mas mesmo nestes momen-
tos nem as dançarinas nem o público paravam de se movimentar diante da
câmera. O ritmo da movimentação em cena era frenético e as pausas eram
comandadas pelo próprio apresentador que ora cantava refrões que indica-
vam uma mudança de ritmo, ora apertava a buzina para pedir atenção.
O ponto alto na quebra do ritmo do programa eram os intervalos nas
atuações de convidados e aspirantes a cantores quando o apresentador
jogava para a platéia presentes oferecidos pelos patrocinadores. Como o
principal anunciante do programa era um supermercado, –Casas da
Banha– os presentes mais freqüentes que eram jogados para a platéia eram
alimentos. Mas não sem antes o apresentador gritar: “Vocês querem baca-
lhau?”; “Vocês querem abacaxi?” e arremessar para a platéia a mercadoria.
Grotesco? Estranho? Primitivo? Mas sem dúvida, muito familiar. Os pro-
gramas comandados por Chacrinha sobreviveram a várias redes de televi-
são diferentes e permaneceram várias décadas no ar.
Quando os últimos programas do Chacrinha foram ao ar em fins da
década de 80, esta fórmula já havia sido exaustivamente repetida. E ela se
consistia basicamente na aparência de ausência de regras se tornando a
principal regra. O texto debochado lido por um senhor grisalho em tom

349
Sonia Cristina Lino

de seriedade e fantasiado com roupas espalhafatosas era sem dúvida a


maior das inversões. Aparência de pura desordem … Desordem gravada
em vídeo e editada com tecnologia de última geração, seria o “bárbaro
tecnizado”? Não, apenas espontaneidade para consumo que passava a
habitar o imaginário da identidade brasileira. O improviso torna-se
norma, a técnica corrige o grotesco, o primitivo, torna-se menos “estra-
nho” (unheimlich), mas também mais estéril. Esta é a identidade forjada
pela televisão.
O exotismo, o primitivismo, a sexualidade, a fantasia da conquista que
antes atraíra o colonizador e alimentara seu discurso de superioridade são
oferecidos ao público que a televisão busca conquistar, proporcionando a
este a ilusão momentânea de uma inversão hierárquica. De conquistado a
conquistador, que precisa ser seduzido pelo bárbaro estilizado que simula
o bárbaro que um dia foi reprimido. Mas será que sobrou algo para ser
deglutido nesta antropofagia industrializada?

Referencias bibliográficas

Andrade, Oswald de (1995). A utopia


Bucci, Eugenio, org. (2000). A TV aos 50. São Paulo: Perseu Abramo.
Foster, Hal (1993). The compulsive beauty. Cambridge, Massachussets:
MIT Press.
Napolitano, Marcos (2001). Cultura brasileira. Utopia e massificação
(1950-1980). São Paulo: Contexto.
Nogueira Galvão, Walnice (1994). “As falas e o silêncio”. In: Brasil: o
transito da memória, orgs. S. Sosnowski e J. Schwarz. São Paulo:
Edusp.
Ridenti, Marcelo (2000). Em busca do povo brasileiro. Rio de Janeiro:
Record.
Stam, Robert e Shohat, Ella (2006). Crítica da imagem eurocentrica. São
Paulo: Cosac&Naify.
Subirats, Eduardo (2001). A penúltima visão do paraíso. São Paulo: Nobel.
Veloso, Caetano (1997). Verdade Tropical. São Paulo. Companhia das
Letras.

350
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en
una película de Juan Carlos Rulfo

Sua Dabeida Baquero*

I.

¿Quién diablos haría este llano tan grande?¿Para qué sirve, eh?
Juan Rulfo. Nos han dado la tierra

“Nos pasó hace poco, se quería hacer un número en la revista lite-


raria dedicada al Llano en llamas entonces se quería fotografiar la
zona, la región, nunca se encontró el paisaje. Se querían fotografiar
los rostros de los personajes, porque no tienen rostro, quizás usted
haya observado eso también, y no, pues la gente es común y
corriente como en todas partes, no había nada especial…
Para mí lo ideal no es reflejar la realidad, tal como es, porque
sobre todo la realidad actual la estamos viviendo, leyendo en los
periódicos, la estamos viendo por la televisión. Vivimos el mundo
día a día, entonces, no podemos, al menos, repetir lo que está
diciéndose. Creo en eso, (…) que al autor, al escritor, hay que
dejarle el mundo de los sueños, ya que no puede tomar el mundo
de la realidad, tiene que crear otra realidad(…) Entonces el proceso
de creación que sigo en estas cosas no es propiamente tomando
las cosas de la realidad. Sino es imaginándolas”
Juan Rulfo1

* Politóloga Universidad de los Andes, Colombia. Estudiante de Maestría. Laboratorio de estudios


audiovisuales -OLHO-. Facultad de Educación. Universidade Estadual de Campinas –UNI-
CAMP-Brasil.
1 Soler Serrano, Joaquín. Entrevista con Juan Rulfo, en el programa A Fondo, RTV, 2da cadena, 17
de abril de 1977 (45 minutos de duración). Transcripción nuestra.

351
Sua Dabeida Baquero

Sobre la pantalla negra se escucha la primera voz…

Hey… hey ¿Quién eres tú?

Aparece un primer personaje un poco a contra luz, cielo azul y nubes


blancas, árboles secos y tierra amarilla…más cortes con los créditos, soni-
do de piano y de voces distorsionadas… conservando el mismo tipo de
plano, en un jardín una mujer anciana con un pañolón en la cabeza nos
dice

Yo no sé… en las noches las canto… en el sueño

Más créditos y sonidos de guitarra y voces distorsionadas un corte abrup-


to y dos viejos en absoluto silencio.

“Quería una película atmosférica. Tenía a personajes que contaban cosas


maravillosas y que me mandaron a lugares que no me imaginaba. Era
como un costal de frases y cuentos. Era un deleite, (...) Necesitaba un hilo

352
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

conductor. Entonces, como una estrategia formal, aparece la historia de


mi padre y mi madre y sus cuentos de amor (...)Sin embargo la historia
no es ésa, se trata de un mecanismo de cohesión de los otros personajes
para que sobresalga, en particular, la atmósfera, la sensación del olvido, de
ese trabajo que se hace con la memoria, de cuando intentas recordar y no
sabes a dónde te lleva ese proceso.”2

Del olvido al no me acuerdo es una película que llega entre sueños o acaso
con la incompletud de los recuerdos, como algo aparentemente interrup-
to, discontinuo. Nos habla poéticamente de muchas cosas, del desierto de
Jalisco y sus viejos, de la historia de amor entre Clara Aparicio y Juan
Rulfo, pero también del silencio, de la memoria y del olvido.
Nos platica de algo inabordable en su totalidad por la simple voluntad
o la inteligencia: el pasado. Siempre en conflicto, siempre con algo del
todo inabordable, el pasado “continúa allí, lejos y cerca, acechando el pre-
sente como el recuerdo que irrumpe en el momento en que menos se
espera o como a nube insidiosa que ronda un facto del cual no se quiere
o no se pude recordar” (Sarlo, 2007)...(traducción nuestra).

“Yo no buscaba un reportaje, no buscaba hacer una biografía muy arma-


da que diera un vaciado de información nueva sobre fulano de tal, eso no
es, desde mi punto de vista, muy atractivo como búsqueda personal. Yo
buscaba saber y practicar lo que es un lenguaje; ese lenguaje me lo dieron
esos lugares. La propuesta de lenguaje que tiene la película es específica-
mente para ese espacio y con esa gente por cómo dicen las cosas, porque
no se acuerdan. Si tratáramos de hablar del ¿te acuerdas?, no sería ese
lenguaje, no sería ese discurso. Yo le preguntaba a la gente sabiendo que
no se iba a acordar, porque además ya le estaba fallando la memoria y ya
no se acordaba ni del que tenía enfrente, con eso estoy feliz, eso me gusta;
es más, si me empezaban a decir que sí, ya no sabía igual; encontrar a mi
padre no era lo rico. Es un punto de vista diferente.”(Sarlo, 2007) (tra-
ducción nuestra).

2 Entrevista al director Juan Carlos Rulfo por Mónica Mateos el 8 de junio del 2000 publicada en
http://www.jornada.unam.mx/2000/06/08/cul1.html

353
Sua Dabeida Baquero

Dos sillas de madera refinadas se encuentran en medio del desierto: una


en primer plano a la izquierda y la otra al fondo reforzando la sensación
de profundidad, de un horizonte que casi se confunde con las nubes.
Inmensidad. ¿Qué tipo de lugar es ese? ¿Dónde se encuentra? ¿A quiénes
esperan aquellas sillas? (si acaso es posible hacer esta pregunta) ¿Cuál es
ese mundo y que nos dice? ¿Dónde buscar esas respuestas sin retirarnos
de la sala de proyecciones, del momento mágico en que ocurre, donde
recordamos e (re) imaginamos al mismo tiempo en que es proyectada la
película?
Partimos de considerar que el filme de Juan Carlos Rulfo no se limita
a contar una historia; creemos que sirve para pensar lo señalado por el di-
rector iraní, Abbas Kirostami, al referirse por su deseo de que el cine sea
considerado un arte mayor cuando no se pauta en la narrativa, y a la vez,
de cómo esto nos permite pensar en otras formas de producir conoci-
miento.
Para tales efectos, hemos dividido este acercamiento inicial en tres par-
tes: la primera se detiene en algunos de los aspectos formales del filme,
degusta, para, escucha y observa. La segunda parte, anota algunas ideas
sobre la interpretación como un arte transitorio de producción de cono-
cimiento, para finalmente y no a manera de conclusión de lo que hasta
ahora es un camino posible por recorrer con y a través de las imágenes del
filme Del olvido al no me acuerdo.

354
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

II.

Decíamos que para Kiarostami, el cine no debería limitarse a contar his-


torias ya que el cine no es substituto de la literatura, tampoco debe encar-
garse de exaltar o subestimar al espectador, ya que para este director en el
cine debe haber música, sueño, historia y poesía (Kiarostami, 2004).

“Me cuestiono, por ejemplo, por que motivo leer una poesía excita nues-
tra imaginación y nos invita a participar de su realización. Sin duda, la
poesía, no obstante su carácter de incompletud, es creada para alcanzar
una unidad. Cuando mi imaginación se mezcla con ella, la poesía se torna
mía. La poesía nunca cuenta historias. Ofrece una serie de imágenes.
Representándolas en mi memoria, apoderándome de su código, puedo
elevarme a su misterio. Raramente encontré alguien que, al leer una poe-
sía, dijese: ‘No la comprendí’ (...) Pienso que, si queremos que el cinema
sea considerado una forma de arte mayor, es preciso garantizarle la posi-
bilidad de no ser entendido.” (Kiarostami, 2004: 10-14) (La traducción
y el subrayado es nuestro).

355
Sua Dabeida Baquero

Este no entendimiento hace referencia a la estructura de los filmes narra-


tivos que al querer ser “sólida” e “impecable” impiden la presencia activa
y constructiva de los espectadores, no se trata entonces de hacer un cine
incomprensible que haga que las salas queden vacías. No. Para este direc-
tor se trata lograr que la estructura sea a tal punto incompleta, de modo
que el espectador intervenga para llenar los vacíos con lo que piensa y
quiere.3
¿Cuánto se puede hacer ver sin mostrar? es la inquietud de Kiraros-
tami. Impedir que la curiosidad y la imaginación habitual de las personas
terminen cuando ingresan a las salas de cine, y de este modo conservar
aquello que nos lleva cotidianamente a tener curiosidad e imaginación
por aquello que está más allá de nuestro campo de visión; es esta mirada
la que infunde vida a aquello que pese a que se ve en la tela, ya está muer-
to (Kiarostami, 2004:12).
¿Qué tanto nos dejó ver sin mostrar Juan Carlos Rulfo, en Del olvido
al no me acuerdo? Y de qué manera nuestra curiosidad e imaginación nos
permiten construir un cierto conocimiento a partir de aquello que no es
proyectado sobre la tela. Se trata de pensar sin dejar de sentir4.

“Una cuestión que colocan varios analistas, últimamente con más insis-
tencia, es qué actitud del analista es una actitud falsa en relación al espec-
tador. El analista cuando entra en un cinema, entra más o menos como
un espectador. O sea, él ve un determinado filme, en el ritmo que este
filme es proyectado, pero esa proyección no le permite en muchos nive-
les una actitud analítica. No puede percibir todo el plano, al tener su
atención sobre determinado punto, pierde otros. No puede hacer deter-
minadas correlaciones porque no hay tiempo, o porque algunas correla-
ciones van a aparecer solamente al final del filme, lo que exigiría una reto-
mada desde el inicio etc. Por tanto, la actitud del analista no es la misma
actitud del espectador.

3 Por ejemplo, esto puede ocurrir, cuando se tienen secuencias más largas que las acostumbradas
en la mayoría de los filmes de acción de Hollywood, dejando tiempo y espacio para que el espec-
tador imagine.
4 Tal vez esta sea una diferencia falsa, o al menos una dicotomía que pretende distinguir dos accio-
nes humanas aparentemente antagónicas…

356
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

Esto es una opción que usted debe hacer claramente: o bien usted se
queda con aquello que es aprensible al nivel del espectador, o sea en la
proyección y genera en una proyección única, o en una actitud de analis-
ta que no considera la situación del espectador como operacional para sus
fines.”5

Tal vez es esta una primera diferencia que es importante señalar. Esco-
gimos este filme porque desde el inicio nos emocionó, pero hemos nece-
sitado verlo varias veces, detenernos, editarlo. Esto no ha significado la
pérdida de la emoción, no hemos dejado de ser “espectadores” para con-
vertirnos en “analistas” o viceversa; por el contrario, entre más caminos
encontramos al detenernos en una secuencia en particular, en un detalle
técnico, en una sugerencia temática, en un personaje, se hace más inten-
sa la relación afectiva con lo que se está viendo y a la vez nos es revelado
una serie de pensamientos e ideas.

“La cantidad de lecturas que puede tener la película es algo que me encan-
ta. Podías estar con un personaje que en sí representaba tiempo, era un
anciano de 100 años. Por otro lado, tenía que ver con su memoria, por-
que el preguntarle algo sobre mi padre era ejercer su mecanismo del re-
cuerdo, lo que era lanzarte hasta los tiempos más pasados donde quién
sabe qué estaba imaginándose sobre cómo eran esos tiempos y a lo mejor
se imaginaba a mi padre de chiquito y, eso, es fascinante. Pero todo eso se
representaba en él físicamente. Son personajes que en sí son todo el re-
cuerdo, y es el recuerdo el que me conecta con mi padre y con toda su
época y su tiempo.”6

El amor, la muerte, la memoria, el olvido… un cuento cuya estructura bá-


sica, casi imperceptible, es la búsqueda universal del padre7, el Llano
5 Entrevista de Jean-Claude Bernardet sobre A questão sonora nos filmes de Arthur Omar. São
Paulo 23/1/1995 publicada en: http://www.museuvirtual.com.br/targets/galleries/targets/mvab/
5Entrevista de Jean-Claude Bernardet sobre A questão sonora nos filmes de Arthur Omar. São
Paulo 23/1/1995 publicada en: http://www.museuvirtual.com.br/targets/galleries/targets/mvab/
targets/arthuromar/languages/portuguese/html/index.html. Traducción nuestra.
6 Entrevista al director Juan Carlos Rulfo por Mónica Mateos el 8 de junio del 2000 publicada
en: http://www.jornada.unam.mx/2000/06/08/cul1.html
7 En http://www.terra.com.mx/entretenimiento/articulo/037870/ “Cuando hablamos de temas
básicos como la vida, el amor y la muerte. En Del olvido al no me acuerdo lo único que hice es

357
Sua Dabeida Baquero

Grande de Jalisco, un homenaje a uno de los más importantes escritores


latinoamericanos, todo junto… albergando inclusive muchas más posibi-
lidades.
Para efectos de este artículo queremos referirnos a una entre las
muchas capas8 o entradas interpretativas: el sonido, o cómo algunos han
9
denominado más técnicamente como régimen de organización sonora
debido a que consideramos que gran parte de la “atmósfera” –como en
varias ocasiones se ha referido el director- o a nuestro entender, de la cons-
trucción poética, ha sido alcanzada mediante una ingeniosa edición, no
sólo de las imágenes sino a la vez del recurso sonoro (lenguaje?) utilizado
para hacer ver sin mostrar…
Frases inconclusas, silencios, cantos, cuentos se entrecruzan, música de
piano, un conjunto de cuerdas con violín y arpa, el volumen de los testi-
monios es alterado, palabras que dan continuidad al siguiente bloque de
imágenes e ideas, voces de archivo (fragmentos de Pedro Páramo y Luvina
que a su vez son editados) se entretejen y aunque tienen unidad, incom-
pletas invitan a ser habitadas.

explicarlos a la antigüita. Tenemos descripciones muy originales de esas ideas porque cada quien
habla de cómo las vivió, de cómo construyeron sus amores y esperanzas, de cómo viven la muer-
te. En cualquier película lo que nunca funciona es cuando el autor quiere imponer su subjetivi-
dad, es decir, en este filme no está mi versión de la vida, del amor y de la muerte ni una preten-
sión de hacerla muy profunda. Es fresca y ligera como los personajes que conocí. Es un cuento
cuya estructura básica, casi imperceptible, es la búsqueda universal del padre. No de mi padre,
ni del escritor Juan Rulfo”.
8 Algunas de las cuales ya han sido sugeridas en este mismo texto.
9 Esta categoría nos parece útil, ya que hace referencia al sonido del filme como una franja fílmi-
ca tan importante como cualquier otro elemento de la imagen adquiriendo inclusive una fun-
ción importante a la hora de dar ritmo y poética a los fotogramas. En el caso del documentalis-
ta brasilero, Artur Omar han afirmado otros autores: “Otra área que talvez le interese, para con-
textualizar el trabajo de Omar, es abordar la vanguardia francesa de los años 20. Idealmente para
algunos de estos cineastas, el cine debería librarse de sus impurezas. Estas impurezas eran bási-
camente literarias. El enredo tendría un origen literario y el cine debería librarse de esto. En este
sentido, ellos consideraban al cine y su música, constituidos de ritmos, de composiciones visua-
les las cuales no estarían al servicio de un enredo, sino que serían la propia expresión. En ese sen-
tido hay una aproximación que me parece muy metafórica, pero que es una aproximación en
relación a la música”. En entrevista de Jean-Claude Bernardet sobre A questão sonora nos filmes
de Arthur Omar. São Paulo 23/1/1995 publicada en: http://www.museuvirtual.com.br/targets/
galleries/targets/mvab/targets/arthuromar/languages/portuguese/html/index.html. (Traducción
nuestra).

358
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

A diferencia del tratamiento que se le ha dado a los testimonios en los


documentales10 tradicionales, en donde la sincronía entre imagen y sonido,
en particular, entre la voz del testimonio y el personaje, con la que estamos
acostumbrados debido al fuerte uso que se hace del testimonio directo en
géneros como el reportaje o los documentales para televisión y telenoticias,
en los que supuestamente es presentada/documentada la vida real o -algo a
su vez complejo e inventado como la actualidad-, en Del olvido al no me
acuerdo palabras, sonidos y silencios se unen no sólo por su sentido o signi-
ficado, sino a la vez por su ritmo o musicalidad, la sonoridad contenida en
las palabras de las personas, escuchar y sentir su ritmo, es otra forma plásti-
ca de tratar la realidad y a la vez de presentar y reflexionar sobre ella.

III.

“Sólo recuerda quién está vivo. También sólo olvida quien todavía respi-
ra”.11
“Filmar el olvido, puede ser una forma de recordar… Recordar en imáge-
nes olvidar en fotogramas”.

Nadie puede vivir con todas sus memorias por lo que se hace necesario el
olvido12.

10 Quisiéramos señalar que no nos interesa clasificar por género el filme del cual se ocupa este escri-
to, al menos este tipo de discusión no se coloca en el centro, preferimos por el contrario enten-
derlo como un filme en general, ya que tanto los documentales o la “ficción” se acercan de una
manera plástica al mundo.
11 Estas ideas son notas de clase de los profesores Milton José de Almeida y Wenceslao Machado
de Oliveira Jr. director y profesor respectivamente del Laboratorio de estudios audiovisuales
–OLHO– Unicamp; la organización, y en algunos casos los comentarios son nuestros.
12 “Irineo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados
por la Naturais Historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los sol-
dados de sus ejércitos (...) Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él
había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado
(...) Diez y nueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de
todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi into-
lerable de tan rico y tan nítido,, y también las memorias más antiguas y más triviales (...)”
Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el
mundo es mundo. Y también mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi
memoria, señor, es como un vaciadero de basuras” en Funes el memorioso. Borges (1997:127-128).

359
Sua Dabeida Baquero

Al filmar el mundo real sólo se filma lo real en una de sus múltiples


posibilidades, y paradójicamente en esa misma imagen existen diferentes
interpretaciones, por tanto, su sentido verdadero está en transición, tiene
movimiento, va y viene, está en construcción transitoria13.
Este recorrido, esta búsqueda, establece una relación particular con la
forma de producir conocimiento; se piensa porque existe una falta, por-
que lo que se sabe es incompleto y a la vez múltiple, por tanto se hace
necesario el desplazamiento a través de los muchos reales de los que está
compuesto el mundo que para los seres humanos es cultural y político.
Difícilmente natural, porque de ser natural el mundo, para el hombre
sólo quedaría la supervivencia.
Si bien las imágenes carecen de un único sentido verdadero, ya que
éste se encuentra en constante transición, no se debe considerar que éste
es relativo o neutral. Por el contrario, si bien la interpretación es un pro-
ceso de toma y retoma de posición, ésta no se hace desde la imparciali-
dad, quien observa no carece de posición, de modo que interpretar aca-
rrea necesariamente a una responsabilidad política14.
Interpretar no es hablar con la verdad, cuando se interpreta una ima-
gen se hace porque al ser una ilusión (del paso de la luz sobre un sopor-
te) no puede tener un solo sentido verdadero contenido en sí misma, muy
por el contrario, cuando se interpreta es el lector el que se interpreta a sí
mismo en esa actualidad. Lo que no se encuentra en la imagen pero que
sin en embargo es producido en quien mira, depende de cada uno.
La materia es plástica, la palabra también. Ambas aceptan. Hablar/es-
cribir es hacer que el mundo exista, porque el mundo existe y no existe.
La academia, en un sentido amplio, intenta establecer, fijar, legitimar
el conocimiento que se encuentra o es coherente con el orden o poder que
la posibilitan en ese momento; -sin ignorar ingenuamente que este proce-
so está en constante tensión-, éste va en sentido opuesto al movimiento

13 La interpretación ha sido entendida como un intento de encontrar sentido, interpretar no es


hablar con la verdad, por tanto quien interpreta está siempre en búsqueda.
14 De manera textual el profesor Almeida señalará: “la compresión no es solamente una actitud
reproductiva, también representa siempre una actitud productiva”. Apuntes para clase sobre
interpretación, texto del autor. (traducción y subrayado nuestros).

360
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

implícito del conocimiento como un arte transitorio, un arte de la inter-


pretación.
No existe teoría sin posición política, cuando se usa a un “autor” se
está realizando el deseo del autor. Nuestra educación no es para buscar si-
no para ir por ciertos caminos, de modo que siempre somos conducidos.
La realidad está siempre incompleta, aceptar esta incompletud abre
paso a la investigación, a la imaginación, al sueño. El mundo se abre
como una posibilidad.15

IV.

“No hubo ninguna pretensión de adaptación cinematográfica de Pedro


Páramo o de la vida de mi padre. Lo que filmé es tal cual es, así que
busqué captar la atmósfera. Es decir, los paisajes y los rostros de Llano
Grande tienen tal fuerza que empujan a contemplarlos de esa manera”
Juan Carlos Rulfo

15 “El sentido está siempre desplazándose, muchos sentidos, polisemia, diseminándose”, dice
Almeida.

361
Sua Dabeida Baquero

Una de las cualidades del viento es que pasa, como el tiempo. A diferen-
cia del testimonio que recuerda, que intenta fijar, aclarar, dar cuenta, ins-
cribir en una temporalidad lo acontecido (Sarlo, 2077: 24), mediante la
narración escrita u oral de la siempre irrepetible experiencia, en el filme
Del olvido al no me acuerdo, el olvido transcurre.
Luego de la dedicatoria que finaliza los créditos al inicio de la pelícu-
la, y sobre la pantalla en negro se escucha:

-¿Qué es?, me dijo-


-¿Qué es qué?, le dije.-
Eso, el ruido ese.
Es el silencio; duérmete, descansa aunque sea un poquito que ya va a amane-
cer.16

Sonido de cigarras, viento que sopla pantalla noche. La voz que invita al
descanso convoca al ensueño. Imagen exacta de lo que se ve cuando se cie-
rra los ojos…
La cámara queda estática en un solo lugar, en primer plano la silueta
de unas rocas en forma de puerta, al fondo el cielo se transforma en cáma-
ra rápida conforme el tiempo trascurre. La música acompaña el recorrido
de las nubes… el llano inmenso, el llano seco…
De repente la cámara describe un vuelo, abajo, la tierra a retazos de
colores mientras escuchamos un fragmento de Pedro Páramo que se refie-
re al paso por entre trigales y flores de jazmín del viento…de sus jue-
gos…luego en la propia voz de Rulfo

¿Recuerdas?

Primerísimo plano: ojos entreabiertos de Clara, se abren

¿Recuerdas Juan, cuando nos íbamos al


campo y me llevabas camine y camine (…)?

16 Trascripción nuestra de uno de los diálogos del filme que suponemos sea la voz del Juan Rulfo
en off, mientras aparecen paisajes donde el firmamento se modifica rápidamente con el pasar del
tiempo.

362
¿Recuerdas Juan?: el rastro del olvido en una película de J. Carlos Rulfo

De esta forma y en apenas a unos pocos minutos de haber comenzado, la


presencia del viento es marcada mediante diferentes recursos: paso de
nubes, cámara panorámica desde la altura del llano, y, quizás la más fuer-
te pero la más sutil, del paso por entre las bocas de los personajes que pro-
nuncian palabras que aparecen y se desvanecen, construyendo un sentido
que no está puesto en la terminación de frases completas sino por el con-
trario en la dispersión de fragmentos, que al final son un todo que es ese
olvido de recordar.
Seguimos ahora la voz mientras ciudad de México, o al menos un pai-
saje claramente urbano, aparece por primera vez ante nosotros, varios cor-
tes rápidos del personaje en diferentes momentos que pese a las diferen-
cias de plano y vestuario consiguen ser presentados con delicadeza, de
repente, cielo muy claro, casi deja la pantalla totalmente blanca, cuando
de nuevo la cámara se desplaza siguiendo una nube hasta pasar por entre
lo que parece ser las ruinas de la fachada de un edificio en piedra… atra-
vesamos de nueva otra puerta…

Como que me acuerdo


Entonces de qué me sirve el que tú me quieras

Y aparece por primera vez el canto… el olvido, las historias, personajes y


paisajes, que no guardan una coherencia literal con la ciudad antes mos-
trada, pero que la alcanza, cuando al cruzar cada una de las puertas, ingre-
samos, nos sumergimos, en un nuevo nivel de ese mundo.
“Yo le agradezco mucho sus conceptos, pero yo le digo que cualquier
persona que tratara de encontrar esos paisajes, encontrar esos motivos que
han dado origen a esas descripciones no las encontraría” (Soler
Serrano,1977).
Real que quiere hablar de otro paisaje, nos lleva a un mundo hecho
con fotos que no lo retratan, y es en esta búsqueda donde se entraña su
valor, porque es en este intento que nos es posible verlo. Ver el olvido.
Como pasa dejando apenas si un rastro, unas pocas palabras al aire, en la
boca de algunos viejos que no recuerdan a Juan
“Entonces estos personajes se me han grabado y los he tenido que
recrear, no pintar como ellos eran, sino he tenido que revivirlos de algu-

363
Sua Dabeida Baquero

na forma, imaginándolos como yo hubiera querido que fueran. Entonces,


el proceso de creación que sigo en estas cosas no es propiamente toman-
do las cosas de la realidad. Sino es imaginándolas. (Soler Serrano,1977)

Bibliografía

Borges, Jorge Luis (1977). Ficciones. Madrid: Alianza Editorial.


Kiarostami, Abbas (2004). A Arte dainadequação. Revista MAIS! Folha de
São Paulo.
——————— (2004). O real, cara e coroa. Editorial Cosac Naif. São
Paulo. 2004
Rulfo, Juan (1977). Obra Completa. Venezuela: Biblioteca Ayacucho.
_________ (1989). Pedro Páramo. Madrid: Editorial Cátedra, Letras
Hispánicas.
_________ (2000). Aire de las colinas. Cartas a Clara. Barcelona: Plaza &
Janés Editores, S.A.
_________ (2005). El gallo de oro y otros textos para cine. México:
Ediciones Era.
Sarlo, Beatriz (2007). Tempo Passado. Cultura da memória e guinada sub-
jetiva. São Paulo- Belo Horizonte: Companhia das Letras- Editora
UFMG.

Filmografía

Soler Serrano, Joaquín. Entrevista con Juan Rulfo, en el programa A Fondo,


RTV, 2da cadena, 17 de abril de 1977 (45 minutos de duración).

Páginas Web

http://cinemexicano.mty.itesm.mx/peliculas/caminos.html
http://www.museuvirtual.com.br/targets/galleries/targets/mvab/targets/a
rthuromar/languages/portuguese/html/index.html
http://www.jornada.unam.mx/2000/06/08/cul1.html
http://www.terra.com.mx/entretenimiento/articulo/037870/

364
Energúmenos, best-sellers y cintas
de vídeo: mal y subdesarrollo en
El exorcista y Satanás

Emilio José Gallardo Saborido*

Introducción o hundiéndonos1

Afirmaba Baudelaire que la mayor astucia del Diablo consiste en hacer-


nos creer que no existe. Aunque no pretendo posicionarme ante la exis-
tencia o no del Demonio, sí que me parece innegable el hecho de que se
trata de una figura que ha fascinado al género humano a lo largo de los
siglos. De hecho, hoy en día lo sigue haciendo por más que se difunda la
idea de que lo sagrado está en decadencia. Es más, numerosos sociólogos
están de acuerdo con que en los últimos cincuenta o sesenta años hemos
asistido a un resurgir de lo irracional: desde las distintas propuestas New
Age hasta la revitalización y/o remodelación de antiquísimas ideas y doc-
trinas religiosas, algunas de corte satánico. En este sentido, parecen bas-
tante significativas las declaraciones del padre Lambey, quien fuera elegi-
do presidente de la Asociación Francesa de Exorcistas en 1977. Según él,
“lo irracional había hecho una progresión espectacular desde sus comien-
zos en la función en 1955. Afirmaba recibir hasta tres poseídos por sema-
na contra una veintena de los que había recibido por año, al principio de
su gestión” (Muchembled, 2004: 286).
Añadamos otro dato por si lo dicho hasta ahora no pareciera suficien-
te: “A partir de enero de 1999, la cantidad de exorcistas franceses se incre-
mentó de un modo espectacular, de 15 a 120, como una respuesta al gran
* Escuela de Estudios Hispanoamericanos-CSIC. Sevilla, España.
1 Agradezco al profesor José Manuel Camacho Delgado (Universidad de Sevilla) por su certero y
claro magisterio, que se halla en el germen de este trabajo.

365
Emilio José Gallardo Saborido

aumento de angustia de la sociedad y el desafío planteado a la Iglesia,


tanto por la declinación de la práctica como por la proliferación de las
sectas” (Muchembled, 2004: 287).
Aunque a la amplia mayoría de los occidentales –al menos de los espa-
ñoles– el ritual del exorcismo nos parezca muy alejado de nuestra realidad
cotidiana y lo relacionemos más con la ficción fílmica que con la realidad
histórica, hace tres o cuatro siglos para el español de la época constituía
una práctica familiar. De hecho, el número de endemoniados se disparó
de tal forma que se llegaron a escribir sátiras contra estos y contra los mis-
mos exorcistas, quienes, junto con los primeros, eran fingidos en no pocas
ocasiones. Tanta era la exageración con la que aparecían estos personajes
que llegó a ser motivo de chanza. Como muestra sirva una lindeza atri-
buida a Quevedo, y que tomo del romance “El exorcista calabrés” (com-
pleto en Flores Arroyuelo, 1985:180):

“¿Adónde estás, Satanás?


Dice el clerizonte al paso.
Y en la trasera de un viejo
Sonó un ruido sordo y malo”.

En cuanto a los energúmenos fingidos, podemos traer a colación un ataque


de Feijoo que nos permite hacernos una idea de la magnitud del problema:

“Los hombres de más advertencia reconocen que son muchos los fingi-
dos, pero quedando en persuasión de que no son muy pocos los verda-
deros. Pero mi sentir es que el número de estos es tan estrecho, tan limi-
tado, que apenas, por lo común, entre quinientos que hacen papel de
energúmenos, se hallarán veinte o treinta que verdaderamente lo sean”
(Flores Arroyuelo, 1985: 173).

Aunque la evolución de la psicología, de la medicina, de la misma teolo-


gía cristiana, etc., haya conducido a un progresivo descenso de estas figu-
ras en las modernas sociedades occidentales, no obstante, aún podemos
encontrar algunas refloraciones de este fenómeno, que un buen día nos
impactan sobremanera al descubrirlas en una hoja del periódico. Diario
El Mundo, 28 de junio de 2005:

366
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

Exorcista mata a monja

“Irina Maricica Cornici tenía 23 años. [...] Un día, hace tres meses, acu-
dió al Monasterio de la Santísima Trinidad a visitar a una amiga. Una ho-
ra de charla con el enigmático Daniel Petru Corogeanu, pope de un con-
vento al que ya llaman el Monasterio del Diablo Rojo, y decidió tomar
los hábitos negros de la congregación. Nadie sabe muy bien cómo ni por
qué. Todo lo que saben es que hoy está muerta en medio de un sórdido
suceso en que se mezclan exorcismos, fanatismo y, según la familia de
Irina, 4000 euros que no aparecen. […]
Aquel día [10 de junio de 2005], el padre Corogeanu y cuatro monjas
entraron en la habitación de Irina convencidos, según aducen, de que
estaba poseída por el Diablo. La ataron y la amordazaron con cuerdas de
lino e iniciaron un peculiar exorcismo.
El tormento continuó tres días, al cabo de los cuales, la encadenaron
por los brazos, las piernas y la cintura a una vieja cruz de madera. Irina
siguió amordazada con una toalla. No le dieron de comer y apenas le deja-
ron humedecerse los labios.
En la noche del 15 de junio, Irina murió por ‘hambre, sed y estrangu-
lamiento’, según el informe forense”.

Quizás muchos tacharían esta noticia de terrible anécdota fruto de la am-


bición que pudieron causar esos 4000 euros o de la paranoia de un pope
que se define a sí mismo como “el Justiciero”. Sin embargo, una reflexión
más profunda nos puede conducir a cuestionarnos sobre el intrigante pro-
blema de la existencia del Mal. De hecho, es esta misma preocupación la
que planea sobre las obras aquí estudiadas, que son: Satanás (2002), del
colombiano Mario Mendoza, y El exorcista (1971), del estadounidense
William Peter Blatty.

• Ahora bien, hemos de ser conscientes de algunas premisas que separan


a ambas novelas. De hecho, a lo largo del presente artículo intentaré
desarrollar las siguientes hipótesis:

• El exorcista es una de las grandes novelas modernas en cuanto a lo que


la descripción del ritual del exorcismo se refiere. Lo desarrolla minu-
ciosamente, a la par que se muestra exitosa a la hora de relacionarlo

367
Emilio José Gallardo Saborido

con la trama. El autor, basándose en reconocidas autoridades sobre el


tema,2 logra hacer una especie de manual ficcionalizado que permite
al lego en la materia adquirir una serie de conocimientos que le acer-
can a las cuestiones de la posesión y el exorcismo. En cambio, en Sata-
nás, Mendoza no parece tan interesado en desgranar estos detalles, si-
no en insertar en la línea argumental un caso de posesión demoníaca
pergeñado a grandes pinceladas, pero que interactúa con las otras peri-
pecias novelísticas que conforman el volumen.

• El exorcista cuenta con una serie de características técnicas que la ale-


jan de Satanás: la escasa complejidad del argumento, cierto manique-
ísmo en la presentación de varios personajes, conclusión estilo cuasi-
happy ending, etc. Por otro lado, el volumen de ventas y la populari-
dad alcanzada por la obra hacen posible ubicarla dentro de la catego-
ría de los best-sellers. Satanás, en cambio, no sólo complica la estructu-
ra al entrecruzar varias líneas argumentales, sino que desarrolla una vi-
sión del mundo mucho más completa, donde interactúan fuerzas de
distintos órdenes: simbólico, político, literario, sociológico, teológico,
psicológico, etc. De este modo consigue abrirnos una ventana al ho-
rror, retransmitido en vivo.

• El contexto espacio-temporal donde se mueven los personajes de una


y otra obra y sus respectivos roles sociales acaban influyendo en la
visión del Mal y la relación de éste con la humanidad que se nos pre-
senta.

2 Se puede hacer el siguiente ejercicio para comprobar hasta qué punto esto es cierto: cotejar lo
dicho por un clásico del tema, como es el volumen de Benito Remigio Noydens, Práctica de exor-
cistas, y ministros de la Iglesia en que con mucha erudición, y singular claridad, se trata de la instruc-
ción de los exorcismos, para lanzar, y ahuyentar los demonios y curar espiritualmente todo género de
aleficios y hechizos (Barcelona, 1675), con determinados pasajes de la novela de Blatty. De este
modo, observaremos cómo desarrolla temas centrales de la obra de Noydens como pueden ser
las condiciones personales y el estado en que debe encontrarse el exorcista o las causas e indicios
de posesión. Asimismo, en la novela se trabajan otros leitmotivs demoníacos como la relación
entre el Mal y el género femenino, o la afirmación “yo soy legión”, que alude al carácter múlti-
ple y colectivo del Demonio, y que, por otra parte, dará título a la secuela Legión (1983).

368
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

Bogotá Pandemonium vs. los intocables de Washington D. C.

Dos son las aseveraciones sobre las que pivotará la siguiente disertación:

• Satanás es una novela que se ve empapada de la realidad social colom-


biana, que lleva a cabo una despiadada crítica de varios de los sectores
que la componen. En ella, el Mal se filtra por los regueros de una so-
ciedad que lucha contra la bestialización, de modo que toca a perso-
najes de estratos sociales muy distintos.
Sin embargo, El exorcista muestra una visión social sin tensiones,
donde los problemas no sobrenaturales casi no aparecen reflejados. De
hecho, los personajes seleccionados pertenecen a órbitas sociales “no
problemáticas”.

• En la novela de Blatty las fuerzas del Bien se acaban imponiendo,


transmitiendo al lector una sensación de comodidad y optimismo que
es extraña a la conclusión de la obra de Mendoza. En esta última, la
agitación del Mal logra conmocionarnos y preocuparnos, colocándo-
nos en una terrible incertidumbre. De hecho, en una el exorcismo se
realiza con éxito y en la otra no. Esto que digo se aprecia en los mis-
mos títulos de las obras: mientras que en la novela colombiana el pro-
tagonista es el adversario; en la del estadounidense lo es el salvador.

Bogotá, ciudad apestada

En primer lugar, revisemos a vuela pluma algunos acontecimientos de la


historia reciente de Colombia. De entrada, tengamos en cuenta que la ac-
tualidad de este país conecta con un proceso histórico denominado la vio-
lencia, algo que de por sí ya es bastante significativo. Morales Benítez ar-
guye que, a pesar de tomarse como punto de inicio la emblemática fecha
del 9 de abril de 1948, día en que asesinaron al popular líder Jorge Eliécer
Gaitán, “ya había más de cien mil muertos en el país” (1989: 206). Re-
cordemos tan sólo el episodio de la matanza de las bananeras. Montoya
asevera que “entre los años 1938 y 1951 hubo aproximadamente un

369
Emilio José Gallardo Saborido

éxodo de un millón de personas; y entre 1951 y 1964, periodo en el que


estalla la guerra civil, lo hicieron dos millones doscientas mil” (1999:
107). Cantidades ingentes de seres humanos que huyeron a las grandes
ciudades para acabar asentándose, en su mayoría, en los núcleos chabolis-
tas periféricos que irían constituyendo enormes cinturones de miseria,
perfectos caldos de cultivo que engendrarían aún más violencia.
De hecho, uno de los problemas de la violencia colombiana es su
diversidad. Saltémonos algunos hechos históricos (la dictadura de Rojas
Pinilla; el pacto entre conservadores y liberales que dejaba fuera del poder
a otros grupos políticos, algunos de los cuales optarían por la lucha arma-
da para defender sus intereses, etc.). Llegamos a las décadas más cercanas:
los años ochenta, el terrible decenio de los años noventa, los últimos años.
En ellos conviven varios tipos de violencia: la de los capos de las mafias,
la que llevan a cabo grupos como el M-19, el ELN, el EPL, las FARC, los
paramilitares, la de la delincuencia común, el auge de los delitos de cue-
llo blanco, las corruptelas políticas, etc. Narcotráfico, sicariato, luchas po-
líticas, este es el maremagno hacia el que se ve precipitada la sociedad co-
lombiana actual.
Es en este contexto donde Mendoza nos sirve de Virgilio en este des-
censo a los infiernos. Entramos en los distintos círculos del Bogotá-
Pandemonium y escudriñamos la vida y azares de gentes variopintas. Ana-
licemos algunos casos:
Los pordioseros y la misma figura del hambre se elevan a la categoría
de personaje colectivo, cuya sombra planea sobre los movimientos de los
demás actores de la novela. Se trata de una sociedad construida, no sobre
la idea de la libre voluntad individual, típica del American way of thinking,
sino de un modo holístico, donde todos cuentan para todos. Esta es la lec-
ción que aprende Andrés en una de las conversaciones con su tío: “- Tú
no eres sólo tú. Tú eres tu gente, tu pueblo. Te llamas Juan, Ignacio y Bea-
triz, tienes cinco años, veinte y setenta, eres ama de casa, abogada, secre-
taria, lechero y mecánico. Tú eres un continente” (p. 244).3

3 La versión perversa de este compromiso la expresará Campo Elías al espetarle a la madre de su


alumna: “- Se equivoca, señora. Todos somos responsables de lo que nos sucede a todos” (p.
268).

370
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

Un aspecto que hace que la maldad sea aún más horrible es que, en
ocasiones, parece venir impuesta por las condiciones sociales a personas
que en principio, en otro ambiente, actuarían como ciudadanos honrados
y de vidas equilibradas. Respecto a esto oímos decir al padre Ernesto: “Pe-
ro son contadas las ocasiones en las cuales tenemos la oportunidad de ver
gente realmente buena poseída contra su voluntad. Desde el primer
momento supe que ese hombre estaba atrapado en un remolino que lo su-
peraba, que nadaba contra una corriente muy superior a él” (p. 59). Se es-
tá refiriendo al padre de familia que toma la decisión de asesinar a su mu-
jer e hijos porque es incapaz de seguir viéndolos padecer el mal del ham-
bre física, de la desnutrición lenta y agónica.4
Ahora detengámonos un momento en la figura del ángel exterminador,
de Campo Elías: a grandes rasgos, dos son los leitmotivs que le otorgan
coherencia como personaje:

- Por un lado, tenemos el tema del doble: el rol de universitario y profe-


sor de inglés sería su haz; la faceta de psicópata tarado por la guerra de
Vietnam y obsesionado con la idea de la muerte y el sufrimiento huma-
nos, sería su envés.5 Con él, Mendoza hace una relectura del mito del Dr.
Jeckyll y Mr. Hyde, libro favorito del asesino, por demás.

- En segundo lugar, se acaba erigiendo como el nexo en el que se encuen-


tran el resto de personajes de la obra. Esto se debe a ser, junto con la niña
poseída, los dos emblemas del Mal más poderosos que aparecen en la no-
vela.6 Sabemos que Satanás construye a través de la contradicción, y así lo
comprobamos al analizar la figura de Campo Elías: en él se oponen la ac-

4 Otro ejemplo de esto que venimos diciendo podrían ser estas palabras que María dirige al padre
Ernesto: “Yo no soy Mala, usted lo sabe, lo que pasa es que la vida es así, la calle es una guerra
donde hay que sobrevivir” (p. 198).
5 Ignacio Ramonet dedica un capítulo, “Hollywood y la guerra de Vietnam”, de su libro
Propagandas silenciosas: masas, televisión y cine a examinar el tratamiento que de esta guerra se
hizo desde la industria del cine y la TV de los Estados Unidos. Allí se recogen una serie de títu-
los (Taxi Driver, Rambo (First Blood, Le Maître de guerre, Los desaparecidos, Who’ll stop the rain?,
Wolf Lake, The Choirboys, etc.). que abundan en el arquetipo del soldado tarado, incapaz de
adaptarse a la vida civil norteamericana a su vuelta del conflicto.
6 Ambos concluyen sus intervenciones en la novela escribiendo con la sangre de sus víctimas el
conocido: “Yo soy Legión” (pp. 281 y 283).

371
Emilio José Gallardo Saborido

tividad estática y reflexiva del raciocinio (Campo Elías-estudiante y pro-


fesor) y la dinámica sanguinolenta de la violencia. Esa lucha acabará incli-
nándose en favor de la brutalidad, dando lugar a la aparición de una antí-
tesis aún mayor: su conversión en el ángel exterminador.
Tras haber negado la existencia del dios del Bien,7 Campo Elías se lan-
za a cumplir su misión, que consiste en traer un Apocalypse now a los habi-
tantes de Bogotá que se topa en su camino. Finalmente, su caza del ser
humano concluye en el restaurante italiano donde lleva a cabo otra paro-
dia, en este caso la de la última cena: “Tengo derecho a una última cena.
Luego el ángel anunciará el Apocalipsis” (p. 278). De hecho, el nombre de
este local donde sucede la matanza final no puede ser más apropiado y
esto tanto por su capacidad simbólica como paródica: el pozzetto, o sea, el
pocito. Como en el cabalístico juego de la oca, evoca la muerte. Se trata
de un elemento de simbología ambivalente: en un primer momento, re-
presentaría el agua, la vida a la que aparecen acceder de nuevo la pareja de
enamorados Ernesto-Irene (de hecho, él se acaba de afianzar como ele-
mento generador de vida al abandonar sus hábitos, ya no será más un
agente estéril biológicamente); la nueva María, que recién había entrevis-
to un rayo de esperanza en una relación lésbica; y, finalmente, el pintor, a
quien su tío Andrés le había abierto los ojos al hacerle ver que, como pri-
vilegiado, debe concentrar sus esfuerzos en servir a la colectividad, dejan-
do de lado preocupaciones egoístas.
Pero el símbolo del pozo aparece en la novela contaminado de la esqui-
zofrenia que sufren muchos de los personajes de la obra; se nos presenta
como un elemento complejo, poblado por varias voces. Su cara oculta
evocaría la muerte, las simas de perdición donde se hunden los intentos
que el Bien estaba haciendo para salir a flote en medio de la podredum-
bre de Bogotá. Así pues, la relectura simbólica de la escena de la masacre
final nos depara una estampa desoladora: el Mal termina por derrotar al
incipiente Bien y, aunque lo maléfico encarnado por Campo Elías decida
suicidarse, una vez realizado su cometido, se perpetúa ya que las últimas
páginas de la obra se centran en la niña energúmena. Asesina, es más,

7 “- […] No hay un bien supremo, Maribel. […] Somos el experimento de un Dios cuya
Malevolencia y vileza se llama Satanás” (p. 264)

372
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

parricida, huida de la policía, sin rumbo conocido, cuyos crímenes han


pasado desapercibidos para los lectores de los periódicos (“ningún lector
se percató de que en las páginas finales de los diarios […] aparecía una
noticia que hablaba de una niña poseída por el Demonio”, p. 283). Se
trata de una nueva encarnación del Mal que se presenta más terrible aún
porque aúna su capacidad destructora a la fertilidad propia de una joven
en plena pubertad.
Para cerrar lo dicho sobre Campo Elías, quisiera llamar la atención
sobre un hecho fundamental, que refuerza el horror que lo rodea. Su his-
toria se basa en una persona real; de hecho, Mendoza tuvo la oportuni-
dad de conversar con él. Asimismo, la historia de María también está ins-
pirada, en muchos aspectos, en la vida de una mujer de carne y hueso (la
feliz relación lésbica es un punto que Mendoza introdujo para otorgarle,
aunque fuera literariamente, un momento de felicidad a este ser tan des-
dichado).
Aunque el Mal se encuentra recogido en Satanás bajo otras muchas fa-
cetas como pueden ser la de la plaga del SIDA,8 la ejercida por María al
ser violada (acto profundamente simbólico que recrea la destrucción del
mito de María la Virgen y su consiguiente perversión al convertirse en
María la Vengadora), la profecía que anuncia la destrucción de Bogotá al
entrar en erupción el Guadalupe y el Monserrate, la fuerza irracional que
empuja a Andrés a pintar autorretratos ominosos o los celos compulsivos
y retrospectivos de este mismo personaje, querría cerrar esta reflexión en
torno a la obra del colombiano centrándome en dos sectores contra los
que se ensaña Mendoza: el alto clero y el mundo de la política en térmi-
nos muy generales.
Frente a la religiosidad cercana a la teología de la liberación de la que
hacen gala los padres Ernesto y Enrique, en la novela se retrata a una élite
clerical caracterizada por las pompas y la ostentación, a la par que por la
dejadez en cuanto a sus funciones. Esto se ve perfectamente en fragmen-
tos como los siguientes: en un momento de la novela el padre Ernesto se

8 No deja de ser curioso que el único personaje del que sabemos a ciencia cierta que padece la
enfermedad, a causa de su promiscuidad y su dejadez en la toma de precauciones, lleve al nom-
bre de Angélica.

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Emilio José Gallardo Saborido

entrevista con el alto prelado, el padre De Brigard. A él se le pinta en los


siguientes términos: “un hombre de estatura media y ojos hundidos, gor-
dinflón, con una calvicie desértica y una papada perruna colgándole por
fuera del cuello de la camisa” (p. 206). Su oficina era tal que así: “Los
muebles de cuero, la biblioteca de madera de cedro y el tapete dan una
atmósfera de lujo y opulencia a la oficina” (p. 206). Si sumamos a estas
descripciones, el hecho de que la Iglesia parece desentenderse del caso de
9
la niña posesa, notamos que la estampa que se nos ofrece no resulta muy
favorable para la alta jerarquía eclesial. Derrochadora, oronda, egoísta,
enclaustrada en su castillo de marfil, etc., así la ve Mendoza.
Pero quizás la acusación más grave provenga, no de un modo directo,
sino a través de un juego simbólico. Al padre De Brigard se le compara,
como hemos visto con un perro, pero enseguida se rectifica para hacerlo
con “una enorme serpiente luego de haberse engullido un ternero entero”
(p. 207). A pocos se les escapará que la serpiente, según la tradición bíbli-
ca, es un animal demoníaco. De hecho en El exorcista, Reagan, en un mo-
mento dado, persigue a Sharon, la secretaria, “deslizándose como una ser-
piente” (p. 136). A fin de cuentas, Mendoza está siguiendo el mismo me-
canismo del que se ayudó para construir a Campo Elías: define a un per-
sonaje basándose en un juego de contradicciones. Los mismos emisarios
de Cristo parece que se han emparentado con el Demonio en esa Bogotá
donde el Mal va calando a los individuos como una fina lluvia.10
En una entrevista el actual primer mandatario de Colombia, Álvaro
Uribe Vélez, afirmaba lo siguiente:

“La situación ha mejorado en Colombia; así lo dicen los empresarios.


Falta mucho, pero hemos avanzado. Cuando este Gobierno empezó, aquí
asesinaban a 28000 personas al año. Terminamos el primer semestre de
este año con 8477. Todavía es mucho, pero se va presentando una reduc-

9 Dice la madre de la niña, Esther, a Ernesto: “No me gusta para nada la manera como están elu-
diendo sus responsabilidades. Se están lavando las manos, y usted lo sabe, padre. La están dejan-
do sola, a la deriva, y eso me parece que demuestra un comportamiento cruel e injusto” (p. 234).
10 Notemos además que esta crítica se extiende diacrónicamente. Sólo tenemos que ver algunas de
las palabras de Ernesto: “Incluso pensando en los mismos jerarcas de la Iglesia […] la hipótesis
de una Maldad creciente se confirmaba. Por qué la Inquisición y el Santo Oficio, ¿qué habían
sido sino organismos criminales y asesinos?” (p. 205).

374
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

ción importante. Cuando este Gobierno empezó, en Colombia había


3050 secuestros. Este año llevamos 345, de los cuales 168 han sido por
extorsión” (Edición digital del diario El País, 7 de julio de 2005).

En un país donde datos como los que acabo de ofrecer se consideran hala-
güeños, donde la violencia se halla enquistada de tal manera que los se-
cuestros, matanzas, balaceras, etc., se han convertido en un fenómeno que
raya con lo cotidiano, ¿qué pintura podemos esperar que nos haga una
pluma crítica y decidida como es la de Mendoza de los distintos agentes
políticos? Empecemos por la guerrilla: ella es la culpable de la matanza en
donde muere la madre de María. Pero es que las expectativas de vida que
se le presentan a este personaje, una vez que está en manos de sus “salva-
dores”, el ejército, no son mucho mejores. De hecho, se queda apartada
en una guarnición del ejército donde acabaron “por emplearlas y esclavi-
zarlas” (a María y a su hermana) (p. 86).
Efectivamente, la visión idílica de un ejército de “buenos” enfrentado
a un conjunto de fuerzas destructivas y malvadas no encaja en absoluto
con la idea que Mendoza nos da. Bajo su mirada, todos son culpables. Así
se encarga de certificarlo al evocar, por medio del padre Ernesto, el asalto
al Palacio de Justicia, que había sido tomado antes por los guerrilleros del
M-19: “Los tanques disparando a la fachada principal, los batallones
entrando a sangre y fuego, la masacre de los jueces y de los más altos juris-
tas del país, la carnicería, la cantidad de desaparecidos […], que nunca
regresaron para dar testimonio de las brutales torturas a las que fueron
sometidos. ¿Dónde estaba entonces el Presidente?” (pp. 182-183).
Así pues, Mendoza considera que no es de extrañar que una parte de
la población se identifique con el ciudadano que, en un acto desesperado,
se enfrenta al status quo político cara a cara. En la novela hay un episodio
en el que se nos narra cómo un individuo entra en el Senado y amenaza
con matar a todos los congresistas. La gente que se arremolina alrededor
del edificio hace comentarios de este calibre:

“—Seguro tiene rehenes en el Senado y los va a ir quebrando uno por uno.


—Eso sí es limpieza social.” (p. 240)
“La multitud, identificándose con el criminal, silba, abuchea y grita obs-
cenidades a los militares.” (p. 240)

375
Emilio José Gallardo Saborido

Finalmente, la crítica política sobrepasará las fronteras colombianas. Er-


nesto posee una carpeta donde guarda recortes de periódicos con noticias
especialmente violentas e inquietantes. De entre ellas elijamos una: “los
agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) han entrenado a las
fuerzas de policía de diversos países sudamericanos, suministrándoles ins-
trumentos de tortura, especialmente material destinado a producir elec-
troshocks en los testículos. […] La CIA acaba de ofrecer miles de dólares
por el manual de tortura de los dominicos” (p. 200).
Y es que las palabras que antes citábamos del padre Ernesto: “— Tú no
eres sólo tú. Tú eres tu gente, tu pueblo. Te llamas Juan, Ignacio y Beatriz,
tienes cinco años, veinte y setenta, eres ama de casa, abogada, secretaria,
lechero y mecánico. Tú eres un continente”; tienen una doble lectura rever-
sible. La maldad también se extiende y se hace colectiva; yendo más allá de
la acción de un asesino que actúa individualmente como Campo Elías. El
Mal se globaliza y se organiza en asociaciones que pueden ser de signo bien
distinto (político, religioso, agencias de inteligencia, etc.), pero que parece
que están logrando derrotar a las fuerzas del Bien, a las que han traiciona-
do en no pocas ocasiones: “—La batalla la perdimos hace rato [dice
Ernesto]. […]. El triunfo del Mal. ¿Por qué no?” (p. 204).

El Washington de Blatty o de la ciudad que no es

En El exorcista, Washington simplemente no es. Es decir, no aparece refle-


jada ni propia, ni impropiamente, más allá de la descripción de algunos
de sus edificios, calles, lugares emblemáticos, etc. Que la acción se hubie-
ra desarrollado en cualquier otra ciudad de Estados Unidos o de Europa
poco habría alterado la trama. En Blatty, el Mal se encuentra enclaustra-
do (aunque eventualmente extienda sus límites, por ejemplo, al profanar
una iglesia cercana), mejor dicho, tiene un epicentro bastante localizado
y su radio de acción es terrible, pero no de mucho alcance. En contra de
lo que hiciera Mendoza, en cuya novela lo demoníaco echa raíces, y cala
hondo, mostrando varias caras ante la sociedad bogotana; en Blatty, el
problema del Mal se asemeja más a un caso clínico individual, que a una
plaga de dimensiones bíblicas.

376
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

Hagamos un recorrido por varios de las cuestiones importantes que


marcaron el mandato de Nixon de 1968-1972 (recordemos que la obra se
publica en este último año). El objetivo de este recordatorio es el de poder
observar con mayor nitidez cómo ninguno de estos asuntos candentes en
el momento se entremezclan con la trama argumental (todo lo contrario
de lo que, como hemos visto, hace Mendoza).
Creo que bastará con extraer algunos fragmentos de la obra de Tyler,
De Truman a Nixon (1981) para hacernos una idea de a qué asuntos nos
estamos refiriendo:

• Realmente los impactos de la anticultura estaban desapareciendo. Bob


Dylan aceptó un grado honorario de la Universidad de Princeton y
Abbie Hoffman se fue a la peluquería. Las drogas se estaban revelan-
do como un elemento peligroso y se asociaban con la violencia del cri-
men. Sin embargo, la mejor cura para todos aquellos que extrañaban
los tiempos viejos tan buenos, fue el éxito del alunizaje del Apolo 11.
[…] También había disgustos por la lentitud en resolver la guerra de
Vietnam y además hubo una reacción muy violenta cuando se supo
que Nixon había autorizado incursiones militares en Camboya y Laos,
y un bombardeo de saturación en Vietnam del Norte en 1972 (p.
107).

• Sin embargo, los estudiantes negros estaban menos que contentos con
la política de Nixon (p. 108).

• Sin embargo, dirigiría su política hacia la “América Media”, una frase


que significaba tres cosas: geográficamente, la parte media y oeste de
los Estados Unidos que tradicionalmente tienen tendencias conserva-
doras; el grupo de clase de ingresos medios, que creían tener una opor-
tunidad de ascender en la escala económica; y aquellos, de todas las
clases, que estaban ya cansados del fervor revolucionario de los años
sesenta. Propuso una segunda revolución americana, que tuvo éxito;
obtuvo el voto para los ciudadanos a los 18 años de edad, prohibió
también la publicidad del tabaco en la radio y la televisión, y limitó la
cantidad de dinero gastada en las campañas políticas (p. 109).

377
Emilio José Gallardo Saborido

• Su profunda admiración para el mesianismo global de Wilson y su


determinación de que los Estados Unidos deberían continuar siendo
la nación más poderosa del mundo. Para esto, era necesario usar el
ocultamiento. El secreto era necesario para conducir la política exte-
rior, pero esto también significaba que el gobierno tenía el poder de
mentir y de retener información al público (p. 113).

Entre estas líneas no destacamos el sonado escándalo del Watergate por-


que se dará a conocer al gran público un año después de que la novela
aparezca, o sea, en 1973. Por lo que vemos, se trató de un mandato com-
plicado, achacándosele al presidente haber optado por una política de
ignorar a las minorías, haber cometido errores en la guerra de Vietnam, o
verse imbuido por un cierto sentimiento mesiánico, etc. Todo ello habría
conducido a un descenso en la credibilidad de Nixon. De hecho, se acuñó
una frase que sostenía que en la política americana se había pasado de un
hombre como Washington, quien no podía decir una mentira, a otro co-
mo Nixon, quien no era capaz de decir una verdad.
En cuanto a lo que aquí interesa, la cuestión es la siguiente: ¿en qué
modo refleja el Washington de Blatty todo este ajetreo político y social?
Pues, considero que de ninguna forma.11 Sí, quizás el único punto del lis-
tado anterior del que Blatty se hace eco es el del aumento de la drogadic-
ción al que se refiere Tyler y que puede encontrar una representación lite-
raria en la figura de Elvira, la hija drogadicta del criado de Chris, Karl.
Pero no será por este cauce por el que el Mal se infiltre, puesto que este
problema se acaba solucionando fácilmente con una simple frase del poli-
cía Kinderman en las páginas finales: “Elvira se halla en una clínica: está
bien” (p. 359). Además se presupone que todos los crímenes de la novela
fueron cometidos, no se sabe muy bien cómo, por la niña poseída.
Sinceramente, con todo esto no quiero decir que todo escritor que
trate el problema del Mal lo tenga que hacer de un modo social. Es per-
fectamente legítima la opción de Blatty: la de optar por un Mal más teo-

11 En este sentido, es interesante señalar que los protagonistas de El exorcista poseen profesiones
más o menos acomodadas (sobre todo, la madre de Rags), en distinto grado, pero en ningún caso
se trata de desahuciados, parias sociales como puede ser la María de Mendoza, y el submundo
del hampa que la rodea en su etapa como chica de la burundanga.

378
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

lógico que social, más restringido. Claro está que haber elegido el mode-
lo ciudad-infierno a lo Mendoza hubiera complicado llegar al cuasi-happy
ending. Los argumentos que nos mueven a defender esta concepción del
final de la novela comienzan con el hecho de que, aunque Karras muere,
consigue salvar a la niña y expulsar al Demonio de su cuerpo. Añadamos
que Karras muere una vez ha sido confesado por el padre Dyer, lo cual
supone la salvación eterna, y qué mejor destino para un católico como él.
Por si esto fuera poco, el “epílogo” de la novela se halla cargado de men-
sajes tranquilizadores, que devuelven la calma al zarandeado lector. Vea-
mos algunos:

• Dyer conversa con Chris sobre el Mal y el Bien como fuerzas que go-
biernan el mundo. La conclusión de esta charla, en la que en princi-
pio Chris había afirmado que, a pesar de ser atea, podía admitir la
existencia del Diablo, la dan las siguientes palabras de Dyer: “- Pero si
todo el mal del mundo le hace pensar que puede existir el Demonio,
¿cómo explica usted todo el bien que hay en el mundo”. A lo cual res-
ponde Chris: “—Sí… sí –murmuró–. Eso es importante” (p. 374).

• En segundo lugar tenemos la referencia al hecho de que cuando muere


un jesuita se celebra una fiesta en su honor, dado que el fin de la vida
terrenal no es para ellos sino el comienzo de una vida superior.

• No deja de ser significativo que la ciudad a la que se trasladan Chris y


Rags sea “Los Ángeles”.12

12 Otros nombres parlantes o label-names que aparecen en la novela son los siguientes: Lankester
(Merrin) y Demian (Karras). En cuanto al primero, leemos que se lo pusieron al padre Merrin
por un barco de carga, aunque luego rectifica y dice que por un puente. En efecto, sobre él pesará
en principio la carga del exorcismo, y su acción y enseñanzas le servirán de puente a Karras para
que pueda cruzar a la otra orilla, la de la victoria sobre el Demonio. En cuanto a Demian: “Era
el nombre de pila de un sacerdote que dedicó su vida al cuidado de leprosos en la isla de Mo-
lokai. Finalmente, contrajo la enfermedad” (p. 327). Así Karras se sacrificará al dejarse poseer,
en un acto de suprema generosidad. Finalmente, tenemos el hipocorístico de Reagan, esto es,
rags, que en inglés puede significar harapos. De este modo, se identifica a la niña posesa con
aquellos pordioseros que causan ese sentimiento ambivalente de repulsión y compasión. El exor-
cismo y la superación de la aversión que Karras siente hacia los mendigos vendrán de la mano
del gesto de entrega a los demás que supone el suicidio del jesuita.

379
Emilio José Gallardo Saborido

• Las últimas líneas del libro se corresponden con una distendida char-
la entre el policía Kinderman y el padre Dyer, donde se bromea rela-
cionando la situación con el famoso diálogo final de Casablanca y con
el parecido que, según Kinderman, tiene Dyer con Humphrey Bogart.
Se trata de dos representantes de los poderes fácticos que caminan co-
do con codo hacia un futuro esperanzado, donde las aguas han vuelto
a su cauce una vez que el Mal ha sido expulsado. Ese Mal se nos mues-
tra como algo ajeno a la sociedad misma, como un invasor que pertur-
ba la quietud cotidiana.

De igual modo, quizás sea más cómodo concebir al Demonio como el


Otro, el extraño, el elemento perturbador y no como parte integrante de
la comunidad en la que se vive, incluso, como una porción de nuestra
identidad. Mientras que en Satanás la maldad coquetea con la humani-
dad, que se instituye como manipuladora de la misma, en ejecutora, ofre-
ciéndose así una visión más subjetiva, más cercana de lo maligno; en cam-
bio, en El exorcista, el Mal se concibe como algo objetivo, ajeno a los indi-
viduos y que es preciso arrancar de cuajo. En este sentido, el Diablo repre-
senta a un enemigo singular al que se enfrenta con denuedo el colectivo
social.

El Demonio como fenómeno de masas: conclusiones

Parece ser que la visión de Blatty del Mal localizado, puntualizado en un


caso concreto, es la que ha disfrutado y disfruta de una mayor difusión
por parte de la industria de la cultura, en general. Sin duda, es una opción
más fácil de adaptar a lo requerido por la masscult, de la que hablaba
Dwight McDonald al explicitar su clásica, aunque criticada, división
entre high culture, midcult y masscult. Cuando el espectador se imbuye
desde su butaca de un multicines en el visionado de El exorcista o de cual-
quiera de sus secuelas puede llegar a sentirse conmocionado por lo desco-
nocido sobrenatural, por la inseguridad metafísica que rodea nuestra exis-
tencia, y esto en el caso de que realmente se pare a pensar de un modo
trascendente en las implicaciones del conflicto que ofrece la cinta, y no

380
Energúmenos, best-sellers y cintas de vídeo

asuma lo acontecido como mera fantasía.13 Pero, de cualquier forma, no


se establecen lazos simbólicos con la situación de subdesarrollo que vive
la mayor parte de la humanidad, tal y como lo hace Mendoza.
El caso demoníaco pasa a ser así un caso policíaco, que juega con los
elementos básicos de la novela negra, como la resolución del misterio y el
desenmascaramiento del culpable. Así lo vemos en la novela de Blatty,
donde la intervención del Demonio es equiparable a la de cualquier sádi-
co humano, en el sentido de que puede ser derrotado, conjurado, expul-
sado de una sociedad que se siente capaz de volver a la rutina una vez
derrotado el intruso. Se expresa así una confianza antropocéntrica, respal-
dada a su vez por la paz teológica que otorga saber que, después de todo,
las fuerzas del Mal sobrenatural se ven irremisiblemente superadas por su
equivalente benigno.

Bibliografía

Obras literarias:

Blatty, W. Peter (2000). El exorcista. Barcelona: Círculo de Lectores.


Mendoza, M.(2002). Satanás. Barcelona: Seix Barral.

Estudios:

Flores Arroyuelo, F. J. (1985). El diablo en España. Madrid: Alianza.


Montoya, P. (1999). La representación de la violencia en la reciente lite-
ratura colombiana. Estudios de Literatura Colombiana 4 (107-115),
enero-junio. Medellín: Universidad de Antioquia
13 Comenta Muchembled (2004: 299) que “en 1973 se estrenó la película de William Friedin, The
Exorcist (El exorcista), interpretada por Ellen Burstyn y Max von Sydow. Si bien tuvo un gran
éxito en el mundo entero, fue un acontecimiento fenomenal en los Estados Unidos, con más de
30 millones de espectadores. La obra de la cual se había extraído había vendido cerca de 6 millo-
nes de ejemplares en el mismo país”. A esta primera adaptación cinematográfica siguieron una serie
de secuelas entre las que destacan: The Exorcist II: The Heretic (1977), dirigida por John
Boorman; la adaptación de la novela Legión: The Exorcist III (1990), filmada por el propio Blatty;
producciones más recientes como Exorcist: The Beginning (2004) o Dominion: Prequel to The
Exorcist (2005); pasando por parodias como la italiana L’Esorciccio (1975), de Ciccio Ingrassia.

381
Emilio José Gallardo Saborido

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382
Parte 3
Entre la ira y la esperanza (1967-2007):
una escritura y lectura desde la
interdisciplinariedad

Michael Handelsman*

“La cultura no podrá totalizarse mientras la totalidad del


pueblo no se haya adueñado de la totalidad de su historia.”
Agustín Cueva, Entre la ira y la esperanza (1967)

Acotaciones preliminares

Pretender analizar un texto desde la interdisciplinariedad puede ser un


ejercicio fútil puesto que no hay, realmente, ningún acuerdo sobre lo que
constituye, o lo que debe constituir, ese cruce de saberes académicos1. Pese
a su posible futilidad –tal vez más aparente que real–, son legión las adver-
tencias y las afirmaciones de la necesidad de trascender las tradicionales
demarcaciones disciplinarias dentro y fuera de las instituciones académi-
cas. Las múltiples complejidades y colisiones que definen un planeta cada
día más globalizado y conectado exige nuevos esquemas de pensar y de
imaginar, los que muchos han identificado en términos de una intercul-
turalidad que, también, se presta a divergentes interpretaciones, especial-

* University of Tennessee, Knoxville.


1 Los estudios culturales y sus múltiples interpretaciones son otra dimensión de los debates acer-
ca de la interdisciplinariedad. Dos colecciones de ensayos que ilustran la amplia gama de defini-
ciones y planteamientos pertinentes a lo interdisciplinario son Indisciplinar las ciencias sociales
(2002) de Catherine Walsh, Freya Shiwy y Santiago Castro-Gómez y Nuevas perspectivas
desde/sobre América Latina: el desafíos de los estudios culturales (2000) editada por Mabel Moraña
(ambos textos constan en la bibliografía del presente estudio).

385
Michael Handelsman

mente cuando se mueve entre diferentes culturas cuyas agendas sociales y


políticas pueden ser antagónicas2.
Dentro de esta misma línea de preocupaciones e inquietudes, y desde
la antropología, concretamente, Clifford Geertz ha comentado que:

“[…] si los estudios etnográficos tendrán una función significativa en el


futuro, será en la medida en que posibilitan conversaciones a través de
espacios sociales- de etnicidad, religión, clase, género, lenguas, raza- los
cuales se han vuelto progresivamente más matizados, más inmediatos y
más irregulares. Lo que hace falta ahora no es la construcción de una cul-
tura universal donde se habla el esperanto –o sea, la cultura de los aero-
puertos– ni la invención de vastas tecnologías de gestión humana”.
(1973).

Más bien, según Geertz,

“urge expandir las posibilidades de discursos inteligibles entre seres pro-


fundamente diversos y distintos respecto a sus intereses, sus perspectivas,
sus recursos económicos y su acceso a los centros del poder y, al mismo
tiempo, situados en un mundo donde, revueltos en encuentros inter-
minables, se hace más y más difícil abrirse el paso libre los unos a los
otros” (1988 147. Traducción mía).

Por su parte, el filósofo y sociólogo argentino, Ricardo Forster, ha contri-


buido al debate sobre la elusiva interdisciplinariedad al señalar que:

“el modo como decimos el mundo es el modo como lo habitamos. Desde


esa perspectiva, el discurso del especialista empobrece la realidad y lo
humano. La universidad no debe ser un espacio para construir saberes téc-
nicos, sino para formar el carácter, para construir espíritus capaces de hacer
un uso crítico del mundo de la información que nos habita” (2005: 2).

2 El programa de doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina


Simón Bolívar en Quito, que dirige Catherine Walsh, está elaborando importantes propuestas
sobre la interculturalidad y la decolonialidad, las mismas que han influido mi manera de com-
prender la interdisciplinariedad.

386
Entre la ira y la esperanza

De acuerdo a mi condición de docente en una universidad de EE.UU.


donde imparto clases sobre literatura y cultura latinoamericana en caste-
llano, que es una segunda lengua para mí, pero que, con los años, se ha
convertido en mi lengua principal para ejercer mi profesión, ese continuo
vaivén entre culturas, lenguas y hasta disciplinas me ha convencido que lo
interdisciplinario –llamémoslo como lo llamemos– no es solamente nece-
sario, sino plenamente viable. A riesgo de caer en simplificaciones o en
planteamientos impresionistas, quisiera indicar que comprendo la inter-
disciplinariedad, y muchos de los enlaces que esto pueda implicar3, en tér-
minos parecidos a los de Geertz y Forster, ya citados. Es decir, en vez de
la erradicación de las disciplinas como tales, pienso, más bien, en una
suerte de interculturalización entre dichas disciplinas. Este proceso no ha
de sugerir, sin embargo, lo que muchos actualmente practican bajo la rú-
brica de estudios interdisciplinarios: o sea, personas de diferentes discipli-
nas académicas que se reúnen para intercambiar ideas, pero sin poner en
tela de juicio las bases mismas de sus tradicionales modos de pensar. De
manera que, si se entiende por interdisciplinariedad un fenómeno que no
produzca profundas transformaciones en nuestra manera de pensar y
actuar desde, y a través de, nuestras respectivas áreas académicas de espe-
cialización, pues seguiremos habitando el mundo –y nuestros espacios
académicos– a manera de exclusiones y distanciamientos, tanto sociales
como intelectuales4.
Tal vez una comparación entre la interdisciplinariedad y el bilingüis-
mo ayude a aclarar los conceptos y propósitos que darán cuerpo a las
reflexiones que siguen a continuación. Básicamente, hay dos niveles desde
los que se maneja una segunda lengua con cierta soltura. En primer lugar,
hay el nivel donde los hablantes pueden adquirir e impartir información,
pero siempre regresan a su lengua nativa a procesar e interpretar lo adqui-
rido. Luego, hay el nivel donde los hablantes se dejan atravesar por la
nueva lengua, lo cual implica toda una transformación vivencial. Es decir,
la persona verdaderamente bilingüe jamás hablará –es decir, jamás pensa-
rá– con una sola gramática. Sin abandonar su lengua nativa, el hablante
3 Por enlaces se entiende aquí los estudios culturales, los estudios de género, lo poscolonial, los
estudios de raza y etnicidad y lo subalterno, entre otros campos de reflexión e investigación.
4 Véase, Walsh (2005).

387
Michael Handelsman

bilingüe se vuelve fronterizo y, esta fluidez, en vez de crear confusiones e


imprecisiones, produce lo que Doris Sommer ha llamado una estética bi-
lingüe5. Hasta qué punto esta estética representa una ruptura y no una
mera “nueva” adaptación a la lengua dominante que sigue debatiéndose.
No estará de más anotar que esta misma pregunta incide en muchas de
las discusiones que versan sobre la interdisciplinariedad.

Reflexiones sobre la interdisciplinariedad y Entre la ira y la esperanza

El 2007 se recordará en algún momento del futuro como el año en que


se celebraron, con mucho júbilo, los cuarenta años desde que se publicó
por primera vez Cien años de soledad- una celebración cuyas múltiples fes-
tividades realizadas siguen constituyendo en su conjunto un verdadero
acontecimiento cultural y social, tanto en el sentido estético como en el
ético, ya que esta creación de Gabriel García Márquez confirmaba (y con-
firma), una vez más, que las artes y las ciencias sociales se encuentran
desde hace mucho en un perpetuo diálogo que a veces ha desentonado
mientras que, en otras ocasiones, se ha caracterizado por una fluidez de
criterios y perspectivas.
Otro libro seminal que se publicó en 1967 –pero sin el boom que
sigue despertando a lectores de todas partes del globo– ha sido Entre la ira
y la esperanza del ecuatoriano Agustín Cueva. A pesar de no haber tras-
cendido mayormente las fronteras nacionales del Ecuador, esta colección
de ensayos de Cueva merece nuevas lecturas a sus cuarenta años de haber
salido por primera vez precisamente porque, también, participa lúcida-
mente en aquel diálogo, ya mentado, que se alimenta de lo estético y de
lo ético. Vale evocar aquí a Alfonso Reyes, el mismo que había señalado
en su “Notas sobre la inteligencia americana”: “[. . .] entre nosotros no
hay, no puede haber torres de marfil. Esta nueva disyuntiva de ventajas y
desventajas admite también una síntesis, un equilibrio que se resuelve en
una peculiar manera de entender el trabajo intelectual como servidor
público y como deber civilizador” (1981:136).

5 Véase, Sommer (2004).

388
Entre la ira y la esperanza

La responsabilidad cívica del intelectual que Reyes había resaltado al


pensar en el caso concreto de América Latina se ha convertido, con el pa-
so del tiempo, en una voz de alerta cuya resonancia actual se escucha do-
lorosamente al recordar que, según el Banco Mundial,

“[. . .] más de dos billones de personas en todo el mundo actualmente


viven con menos de $2 por día. Más de un billón de personas carecen de
fuentes saludables de agua potable, y el 42% de la población mundial, o
2.6 billones de personas no tienen acceso a sistemas sanitarios, según la
Organización Mundial de Salud. Aproximadamente 146 millones de ni-
ños en los países en desarrollo sufren de la desnutrición, según UNICEF,
y más de 10 millones de niños menores de cinco años mueren cada año,
muchos de causas que se podrían prevenir si hubiera mejor alimentación
y más acceso a un sistema básico de salud. Tales condiciones deplorables
representan una crisis humanitaria de primer orden y –mientras nuestro
mundo se hace más pequeño y más conectado– una amenaza a la estabi-
lidad, a la comprensión intercultural y a la paz” (Citado por Skorton,
2007: B28; traducción mía).

Con estas lamentables condiciones sociales de trasfondo –u otras pareci-


das, cuando no las mismas, que seguramente movían a Cueva a poner de
relieve la ira que sentía al escribir su Entre la ira y la esperanza hace cua-
renta años– de nuevo viene al caso Ricardo Forster, que ha completado
recientemente el cuadro social de nuestros tiempos, redondeándolo con
un pensamiento todavía en ciernes. Es decir, con un pensamiento que os-
cila desde los años 1980 entre un conformismo amarrado a las promesas
de riqueza y las proclamas de “la muerte de las ideologías que venía acom-
pañada por la consagración del pragmatismo liberal y su inevitable con-
sumación,” por un lado, y aquellas voces de resistencia que se pueden
escuchar “en la periferia de ese mundo de opulencia, en las zonas destina-
das a ser vertederos de los desperdicios de Occidente”, las mismas que

“[…] se fueron gestando diversas formas del rechazo, de la resistencia o,


simplemente [. . .] reclamaban un retorno fantasmagórico y muchas veces
alucinado a las genuinas tradiciones repudiadas por las elites gobernantes
que en su afán modernizador se deshicieron de lo esencial. En la huella

389
Michael Handelsman

dejada por el fracaso de esos procesos históricos debe buscarse la actuali-


dad de los retornos integristas” (Forster, 2007:14-15).

Para Forster, un aspecto fundamental de la recuperación de lo íntegro se


ha de encontrar en “ese diálogo necesario, ronco y muchas veces conflic-
tivo” (2007:16) que sostienen las ciencias sociales y las humanidades. Es
así que Forster ha recordado que Castoriadis había señalado en su “ensa-
yo programático de los años ochenta –Transformación social y creación
cultural– [. . .] la sequía creativa que hoy invade al mundo cultural y cien-
tífico completamente disociado, en su mirada crítica, de los ideales eman-
cipatorios.” Más concretamente, Forster insiste:

“Discursos autorreferenciales, dominio de una metafísica del instante y la


fugacidad, despliegue de nuevas formas de analfabetismo que, entre otras
consecuencias, deshacen los vínculos esenciales de los lenguajes estéticos
y filosóficos, dejando a las ciencias del hombre mudas ante las preguntas
imprescindibles que, como bien lo supieron los pensadores de principios
de siglo que acaba de cerrarse, [. . .] encuentran en el arte su núcleo irra-
diador decisivo. Preguntar por el estado de las almas implica, necesaria-
mente, auscultar la profundidad de esa falla, asumir las carencias de nues-
tros lenguajes y la banalidad autosuficiente con la que las disciplinas uni-
versitarias han abandonado esas querellas indispensables, esas contamina-
ciones sin las cuales ninguna pregunta alcanza a interrogar nada significa-
tivo de las actuales condiciones de existencia” (2007:17).

Traigo a colación estas breves referencias preliminares porque entiendo


que uno de los objetivos principales del eje temático, “Ciencias sociales,
cultura, arte y literatura,” de este congreso en conmemoración de los 50
años de FLACSO, es “crear un espacio para diálogo en torno a esta com-
pleja relación y sus desafíos” (carta de Carlos Arcos Cabrera, coordinador
del eje temático). En la misma manera, considero que Agustín Cueva y su
Entre la ira y la esperanza son paradigmáticos si se espera recuperar aquel
diálogo entre las ciencias sociales y las humanidades, junto con aquella
conciencia de la medida en que lo ético y lo estético han de alimentarse.
Además, Cueva y su texto marcan un camino por el cual será posible rein-
ventar el papel que nosotros –investigadores y docentes– hemos de jugar

390
Entre la ira y la esperanza

en la construcción de nuevas modalidades de pensar desde nuestras res-


pectivas disciplinas, las mismas que, a menudo, desarticulan toda fluidez
entre saberes diversos y otros.
Cueva siempre buscaba la totalidad de los saberes, pero no en un sen-
tido cerrado o definitivo ya que comprendía que “su sed de totalización”
(1987: 11) pertenecía a un proceso continuo de integración de diferentes
teorías y conceptos capaz de generar efectivas propuestas ancladas en ideas
todavía secuestradas en disciplinas separadas (Geertz, 1973: 44). Al rele-
er su libro veinte años después de su publicación original, Cueva comen-
tó que “me parece temerario el proyecto de repensar en apenas 200 pági-
nas todo el devenir histórico-cultural del Ecuador, incursionando en cam-
pos tan diversos como la literatura, la pintura, la arquitectura, las relacio-
nes interétnicas, la vida cotidiana” (1987: 10). Consciente de las expecta-
tivas formales de las disciplinas académicas oficiales, Cueva no pudo evi-
tar, sin embargo, cierta ambivalencia ante el fruto de sus esfuerzos analí-
ticos: “No sé hasta qué punto Entre la ira y la esperanza pueda ser consi-
derada como una obra verdaderamente marxista [. . .]. Tampoco estoy
seguro de que sea, en rigor, un trabajo de sociología” (1987: 9).
En este mismo espíritu de apertura interdisciplinaria –o actitud icono-
clasta, si se prefiere– , se ha señalado que Cueva “nunca abandonó la crí-
tica literaria, y quizás en ello resida uno de sus rasgos más destacados fren-
te a otros sociólogos latinoamericanos, puesto que advertir la centralidad
del papel de la cultura en nuestras formaciones sociales constituye un
avanzado aporte” (Beigel, 1995: 43).
Se recordará que en Entre la ira y la esperanza, Cueva recurrió a la lite-
ratura y las artes plásticas para denunciar la condición colonial de la cul-
tura ecuatoriana. De hecho, muchos de sus planteamientos críticos vistos
desde la actualidad revelan la medida en que este libro seminal constitu-
ye un repositorio de ideas y conceptos que parece haber anticipado lo que
algunos conocen ahora como la colonialidad del saber, la colonialidad del
poder y la colonialidad del ser6. Por eso, Fernanda Beigel se ha referido a

6 Catherine Walsh, Walter Mignolo, Aníbal Quijano, Arturo Escobar, Edgardo Lander, Javier
Sanjinés, Fernando Coronil y Freya Schiwy son algunos intelectuales que han aportado mucho
al tema de la colonialidad.

391
Michael Handelsman

la “dimensión continental” (1995: 26) de Entre la ira y la esperanza, ya


que el enfoque en lo ecuatoriano se fundamentó en “la lucha contra la
apropiación de la identidad nacional por parte de los sectores hegemóni-
cos” (1995: 26). Es decir, Cueva se había interesado en deconstruir “la
raíz histórica y social de toda expresión humana, y [había encontrado] en
la crítica a la literatura de su país, el espacio para combatir las sistemati-
zaciones de la cultura nacional hechas por las clases dominantes” (Beigel,
1995: 27).
Aunque algunos habrán acusado a Cueva de un supuesto dogmatismo
debido a su adhesión al materialismo histórico como modo de pensar, su
análisis acerca de las expresiones artísticas ecuatorianas, dentro del con-
texto de lo colonial, más bien apuntaba a una preocupación por dejar al
descubierto el proceso mismo de la creación artística, y no a las interpre-
taciones de las obras artísticas, de por sí, como productos definitivos. En
este sentido, viene al caso aquí una reflexión de Wolfgang Iser que ense-
ñó que la función de un intérprete no debe ser únicamente la de explicar
una obra de arte, sino la de revelar las condiciones que producen sus posi-
bles efectos (Iser, 1978: 18). Tal vez, por eso, el mismo Cueva había des-
tacado el carácter “exploratorio” de Entre la ira y la esperanza, señalando
que si bien seguía convencido de los “principales perfiles ideológicos” de
su ensayo –los mismos que dieron cuerpo a su denuncia de la apropiación
de las artes por la clase dominante–, “hay algunos juicios que merecerían
revisarse o por lo menos matizarse” (Cueva, 1987: 13) en cuanto a su
valoración de determinadas obras como productos estéticos.
Es significativo que Cueva, el sociólogo, haya puesto de relieve su for-
mación interdisciplinaria al definirse en términos de su oficio profesional.
En vez de referirse a textos imprescindibles de su disciplina académica,
Cueva identificó como sus libros de base: ¿Qué es la literatura? de Sartre,
Teoría de la novela de Lukács, El grado cero de la escritura y Mitologías de
Barthes, y el El pensamiento salvaje y Tristes trópicos de Lévi-Strauss. Según
constató el mismo Cueva:

“Lecturas de base muy poco ortodoxas para un autor al que algunos con-
sideran (caricaturalmente) como la encarnación de cierto pensamiento
‘dogmático’; y, si se quiere redondear la paradoja, textos muy poco socio-

392
Entre la ira y la esperanza

lógicos para ser los favoritos de alguien que se supone es un sociólogo pro-
fesional” (1987: 8).

Más que un pensamiento ecléctico caracterizado por una acumulación


desordenada de ideas enriquecedoras de algún aficionado, Cueva se perfi-
ló desde su condición de investigador y docente académico y, por lo
tanto, no perdió de vista los parámetros disciplinarios de los saberes que
él manejaba. De hecho, la presencia ineludible de las disciplinas formati-
vas asomó hasta en una remembranza nostálgica que él expresó al compa-
rar el ambiente cultural de la ciudad de Quito de los años 1980 con el de
los sesenta del siglo pasado. Según señaló Cueva,

“Quito no posee más los medios de comunicación cultural tradicionales:


cafés, grupos de escritores con y sin comillas que nos frecuentábamos
diariamente, cercanía física que permitía asistir a prácticamente todos los
eventos de interés, enriquecimiento ‘interdisciplinario’ casi forzoso dada
la pequeñez de los círculos de escritores, artistas, gente de ciencias
sociales, etc.” (1987: 23).

El haber escrito “interdisciplinario” entre comillas al compartir el anterior


recuerdo en el prólogo que había preparado para la quinta edición de
Entre la ira y la esperanza, publicada en 1987, puede leerse como una refe-
rencia indirecta e irónica a las sospechas que la interdisciplinariedad toda-
vía despierta entre muchos académicos acostumbrados a desempeñarse
profesionalmente desde espacios bien delimitados en nombre de sus res-
pectivas especializaciones. En efecto, es esa misma delimitación de los sa-
beres que Cueva había combatido incesantemente debido a sus resultados
fragmentarios que impedían aquella totalización que él defendía enérgi-
camente desde las páginas de Entre la ira y la esperanza. Es así que se lee:

“La cultura no podrá totalizarse mientras la totalidad del pueblo no se


haya adueñado de la totalidad de su historia. Pero tal apropiación no se
producirá sino cuando del fondo de esa misma historia surjan las fuerzas
conscientes de esa común misión. Por consiguiente, lo que necesitamos
llevar a cabo es una labor encaminada a hacer que el hombre tome con-
ciencia de su situación real y actúe en consecuencia. Pues no hay que olvi-

393
Michael Handelsman

dar que si bien es cierto que la verdad ecuatoriana no aparecerá entera


sino en el momento de una transformación total, no lo es menos que para
ésta se produzca es necesario que previamente se haya llegado a un punto
alto de toma de conciencia de nuestros problemas. A ello pueden y deben
contribuir los intelectuales del Ecuador” (163-164).

Hay que comprender que parte de su motivación por insistir en alcanzar


aquella “totalidad del hombre y de su historia” se debía a su convicción de
que hacía falta combatir diversas tendencias pos-estructuralistas y posmo-
dernas que anunciaban el fin de la historia y, en general, la posibilidad de
haber alternativas a ciertos esquemas neoliberales que muchos habían
aceptado como “la nueva condición de vida –algo inevitable, como tener
que beber agua y comer” (Beverley, 1996: 469-470).
Por lo tanto, Cueva no se cansó de denunciar lo que él había percibi-
do como una complicidad de muchos académicos que se habían encerra-
do en sus espacios de especialistas para así, aislarse en sus discursos alta-
mente técnicos y socialmente miopes. Fernanda Beigel, que ha analizado
el pensamiento de Cueva, lo puso en contexto al observar: “Frente a la tan
mentada ‘crisis de los grandes paradigmas’ [...] parecemos no tener res-
puestas. Nos refugiamos en los análisis ‘micro’ y abandonamos esa mira-
da totalizante que caracterizó a la producción intelectual de otras épocas”
(1995: 19).
Tal vez, fue por su fascinación con el pensamiento estructuralista del
antropólogo, Lévi-Strauss, que Cueva comprendió que si bien los elemen-
tos individuales de la cultura que podemos distinguir no tienen ningún
significado de por sí, reciben su significado del sistema de signos en que
funcionan, por una parte, y de las diferencias con otros signos, por otra
parte. Es decir, como la relación entre el signo lingüístico y su referente
concreto, la relación entre un fenómeno cultural específico y lo que expre-
sa –su significado– es arbitrario en el sentido de que es determinado por
los convencionalismos (Bertens, 2001: 61-62). A diferencia de los que ha-
bían interpretado lo arbitrario de los significados como un pretexto para
abandonar toda posibilidad de encontrar algún significado determinante,
en lo que se refiere a Entre la ira y la esperanza, su “sed de totalización”
movió a Cueva a analizar el sistema de significados a partir de la literatu-

394
Entre la ira y la esperanza

ra ecuatoriana, la misma que él había reconocido como un elemento clave


dentro de un sistema de relaciones sociales de poder. De modo que, antes
de la emergencia del nuevo historicismo norteamericano y el materialis-
mo cultural británico de los años 1980, que enseñaban que todo texto es
una construcción verbal anclada en un tiempo y en un espacio, y que es
siempre, de una manera u otra, político, Cueva ya había señalado en 1967
lo que Hans Bertens expresará 34 años más tarde:

“la literatura no refleja simplemente las relaciones de poder, sino que par-
ticipa activamente en la consolidación y/o construcción de discursos e
ideologías como, también, funciona como un instrumento en la cons-
trucción de identidades, no solamente en el nivel individual –el del suje-
to– sino, también, en el nivel del grupo, o hasta en el del Estado-nación.
La literatura no es simplemente un producto de la historia, sino que tam-
bién la produce” (2001: 177).

No será ninguna novedad señalar que la literatura es una institución social


que emplea el lenguaje como su medio de comunicación, el mismo que
es una creación social. René Wellek y Austin Warren, en su clásico estu-
dio titulado Theory of Literature, ya habían insistido en la función social
de la literatura, constatando que muchas de las cuestiones que conciernen
la crítica literaria son, en última instancia, o por implicación, sociales: es
decir, cuestiones de la tradición y los convencionalismos, las normas y los
géneros, los símbolos y los mitos (1956: 94).
Por su parte, Clifford Geertz ha puesto de relieve la medida en que los
escritos antropológicos son interpretaciones parecidas a los textos de la
ficción, “en el sentido de ser algo creado, algo moldeado”, pero no nece-
sariamente falsos o sin fundamentos (1973: 15). Hayden White, en su
Tropics of Discourse (1978) ha hecho similares comparaciones al comentar
lo entrelazadas que son la historia y la literatura, especialmente en lo que
se refiere a los tropos y recursos discursivos empleados por ambas discipli-
nas. Agustín Cueva comprendía este carácter fronterizo de los saberes; por
eso, fue un sociólogo que ejercía su profesión moviéndose entre campos
de estudio que, según los parámetros oficiales de la Academia, son distin-
tos y deben ser valorados por sus respectivos especialistas.

395
Michael Handelsman

Conclusión

Quisiera dejar con ustedes la idea de que una nueva lectura de Entre la ira
y la esperanza revelará un pensamiento centrado en una interdisciplinarie-
dad que apunta a mucho más que a una colección de monólogos disper-
sos entre diversas disciplinas. Por eso, ante la estrechez de los discursos
especializados que han acaparado muchos espacios universitarios, a lo
largo del Norte y del Sur y, en el proceso, han contribuido a lo que Ri-
cardo Forster ha identificado como el “empobrecimiento del lenguaje,”
surge la necesidad de recuperar “la tradición de las irradiaciones, los cru-
ces, las contaminaciones.” Para Forster (2005:2), esta recuperación no
trata del

“multidiscipli- narismo, que es la suma –que nunca suma– de distintas


disciplinas que siguen siendo autorreferenciales. Hablo de otra cosa –dice
este filósofo argentino– de entrelazamiento, de una visión que logre
mezclar una poética con el discurso de un geógrafo, la perspectiva de un
pintor y el modo de pensar de un matemático. Una intervención crítica
que logre dinamitar las fronteras”.

Sin duda alguna, un sociólogo que pensaba desde Sartre, Lévi-Srauss,


Barthes y Lukács encontraría una plaza dentro del módulo académico que
Forster sigue reclamando.
Si bien es cierto que hay muchos malentendidos y mucho escepticis-
mo respecto a lo que significa la interdisciplinariedad, especialmente
cuando los múltiples conceptos y sus respectivas prácticas se encuentran
en una vorágine de objetivos y expectativas que sólo parecen tener en
común su disonancia, conviene recordar con Catherine Walsh, Freya
Shiwy y Santiago Castro-Gómez, que

“Los académicos necesitamos encontrar posibilidades de desarrollar ima-


ginarios alternativos que implican cuestionar las genealogías establecidas,
de encontrar maneras de entrar en discusiones respetuosas y críticas con
los conocimientos fronterizos aunque no se expresen a través de los
regímenes discursivos académicos y/u occidentales” (2002: 128).

396
Entre la ira y la esperanza

Pero tales “imaginarios alternativos” requieren, entre otras necesidades,


aquella “sed de totalización” continuamente destacada por Agustín Cue-
va. Tal vez, en eso radica la esperanza que había anunciado en el título de
su obra seminal acerca de la cultura nacional ecuatoriana.
Así que terminemos estas reflexiones sobre la interdisciplinariedad con
un fragmento de un poema de William Carlos Williams. No hay duda de
que Agustín Cueva, sociólogo y latinoamericano, comprendió y vivió lo
que este poeta norteamericano quiso comunicar:

“It is difficult
to get the news from poems
yet men die miserably every day
for lack
of what is found there”.

(Asphodel, that Greeny Flower; citado en una carta de Christian Wiman,


Director de la revista, Poetry; octubre de 2007)

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398
La polémica periodística y la formación
de la inteligencia en Colombia en la
segunda mitad del siglo XIX

Germán Alexander Porras Vanegas*

A Juan Guillermo Gómez, con quien he cons-


truido con los años esta pregunta.

Introducción

Esta ponencia contiene en breve los elementos de una pregunta investiga-


tiva que he tratado de construir en los años recientes. Se trata del papel
de los intelectuales decimonónicos cuya pista hemos prácticamente per-
dido en la actualidad.
Debe parecer una rareza para muchos investigadores de la cultura, si
se juzgan sus más llamativos representantes de las décadas pasadas y pre-
sente (Brunner, García Canclini, Ortiz), acudir a estas fuentes intelectua-
les. Pero si miramos el proceso histórico latinoamericano en el sentido de
la larga duración, nuestra distancia con el siglo XIX no es tan notable
como en ellos aparece.
Para verlo, conviene preguntarse con Rafael Gutiérrez Girardot sobre
el problema de la formación del intelectual hispanoamericano (Gutiérrez,
1992). Él lo hace esclarecedoramente en el ámbito del siglo XIX; es nece-
sario continuarla hacia atrás y hacia delante.

* Estudiante de Maestría en Sociología, Becario de la Vicerrectoría Académica, Universidad


Nacional de Colombia, sede Bogotá.

399
Germán Alexander Porras Vanegas

Se verá que no es eso exactamente lo que se encuentra aquí: continúa


en el siglo XIX, pero enmarcada en el caso colombiano, que en la socio-
logía latinoamericana se salta del renglón. Resolver la pregunta casera
puede ser el punto de articulación del conjunto vecinal al que pertenece.
Lo que pretende hacerse para prevenir con cierta fortaleza los ataques
a la presunción de anacronismo radica en la concepción de las institucio-
nes: el lugar de la discusión pública en las sociedades en cambio. La polé-
mica disfruta de la extrañeza en la época de los cambios de los medios de
producción discursiva en todo el mundo hispanoamericano. ¿Qué permi-
tió la riqueza expresiva y el atronador alcance de la prosa decimonónica
de Sarmiento, Montalvo, Bilbao, González Prada o Martí en el ámbito de
la difusión de la prensa periódica?

La situación socio-histórica: el caso colombiano

Si nos situamos en el periodo que ha sido modelado históricamente por el


régimen de la Regeneración y nos preguntamos por la ideología que coman-
dó las definiciones de la política, de la economía, de la integración nacional
y de la cultura, coincidiremos con los especialistas en denominar esta ideo-
logía como tradicional, o para utilizar el vocablo que acuñó su principal ide-
ólogo, tradicionista (Miguel Antonio Caro). Consolidar ideológicamente el
tradicionismo tomó varias décadas: debemos remontarnos a los años cuan-
do se definieron las bases del “partido conservador” (en la década de 1840)
y continuar observando la acción intelectual decidida que durante el régi-
men liberal radical mantuvieron las mismas personalidades que establecie-
ron el hispano-catolicismo como la cultura oficial de la Regeneración y el
fundamento pretendidamente invariable de la nacionalidad.
Sin embargo, esta ideología sólo pudo legitimarse ante la evidencia de
un distanciamiento real del pasado, al ritmo de una época de cambios.
Los cambios del segundo medio siglo XIX fueron los del tipo de la socie-
dad industrial sin decir con esto que la consecuencia inmediata fue la
constitución de una sociedad industrial. Se produjeron cambios demográ-
ficos, se modificó la estratificación de la sociedad, hubo liberación de
fuerza de trabajo, proletarización, migración del campo a la ciudad. Si fue

400
La polémica periodística y la formación de la inteligencia en Colombia

necesario restablecer “Libertad y Orden” fue imperativo redefinir qué es


libertad y qué es orden.
Ideologías seculares nutrieron los argumentos de los dirigentes com-
prometidos con el cambio. Jeremy Bentham y Destutt de Tracy constitu-
yen dos símbolos en la historia de las ideas seculares de aquel periodo.
Estas ideas fueron las contrincantes en el poder de las tradicionistas en la
oposición, el otro lado de la necesaria ecuación polémica ¿Qué sucedió
con tales dirigentes y sus ideologías cuando la ecuación polémica fue
invertida?
Sabemos que en ambos casos hubo relevos. Algunos dirigentes del
anterior radicalismo se vincularon con el nuevo régimen, pactaron con él
o modificaron radicalmente su modo de acción. Vinculados con el co-
mercio exterior, y ya establecidos como exportadores-importadores
(Charles Bergquist, 1981), no tenían las mismas fuerzas y convicciones
para afrontar la época que abría lentamente la agroindustria cafetera. Una
nueva generación de dirigentes se formó entre esa tradición legada por la
generación radical y las exigencias del nuevo reto. Y si Bentham y Tracy
operaron como fuente ideológica para aquellos, Herbert Spencer aportó
los nuevos nutrientes intelectuales de algunos grupos de la generación
finisecular. Mucho había en Spencer para su legitimación y operancia ide-
ológica: la promesa civilizatoria de la sociedad industrial, el advenimien-
to de la tolerancia doctrinaria, la afirmación de la acción práctica, la jus-
tificación del cambio a ritmo lento pero afirmativamente evolutivo, el la-
zo cultural con el mundo inglés. Así recuerda Carlos Arturo Torres en su
notable ensayo de 1909, Los ídolos del foro, la importancia del positivismo
evolucionista de Spencer para su generación: “Los Primeros principios fue-
ron tomados literalmente como el Evangelio de las ideas modernas” (To-
rres, 2001: 142). Aquella vertiente del positivismo formó estos grupos de
nuevos importadores-exportadores, como lo recuerda Torres, y de hecho
se importaron sus obras para formarlos en instituciones como el Exter-
nado o la Universidad Republicana. Además, Spencer consideraba a la
opinión pública la matriz de las instituciones políticas, la fuente de poder
de la sociedad civil (Spencer, 1894: 134 Vol. 1).
La ideología modernizadora y cosmopolita se desenvuelve en polémi-
ca con la ideología tradicionista y nacional-católica que nutre los grupos

401
Germán Alexander Porras Vanegas

sostenedores del régimen. Una sociedad ideologizada es una sociedad en


cambio de cierto ritmo, una sociedad que no se cohesiona por la sola tra-
dición, por la estructura de viejos equilibrios conmovidos. Los partidos
clásicos experimentaron durante este fin de siglo reveladoras reagrupacio-
nes, como la que constituye el régimen bajo la denominación de Partido
Nacional (alianza entre liberales independientes y conservadores) o el sec-
tor de oposición civil que alinderaron conservadores históricos y liberales
hacia finales del siglo con el propósito de redistribuir el poder en las elec-
ciones de 1898, proyecto vacilante por la composición interna del Partido
Liberal, escindido en dos grupos imprecisos desde la Convención de
1890, panorama que constituye el preludio de la sangrienta y prolongada
Guerra de los Mil Días (1899-1902).
Interesados por la polémica, el terreno sociológico pertinente para ob-
servarla es la prensa. Aparecieron los formadores de opinión, cosa impo-
sible bajo la administración colonial habsburgo y muy precaria en la bor-
bónica. Luego de las dificultades de las primeras empresas periodísticas en
el preludio de la Independencia –como las que vivieron Tadeo Lozano
con el Correo Curioso o Caldas con el Semanario de la Nueva Granada (Be-
tancur, 2002)– y del incremento de periódicos en el segundo cuarto del
siglo XIX, en la segunda mitad hubo imprentas, librerías, periódicos y
suscriptores, novelas por entregas y revistas, y ya no sólo catecismos, no-
venas y septenarios (Cacua, 1968; Otero, 1936). La imaginación de la
sociedad se recreaba ahora en lugar diferente al de las cuitas domésticas y
la fantasía celestial. El componente moderno de la prensa es la posibilidad
de expresar libremente los pensamientos. La educación los ha formado, la
discusión los realiza. La polémica es de suyo tensión y creación de las
ideas, y las condiciones sociológicas en que se desarrolla la polémica son
tensas durante la Regeneración: la ley 61 de 1888, conocida como “ley de
los caballos” preparó el decreto de limitación a la expresión de la prensa.
Duplica nuestro interés en esta situación social cuando recordamos que
fue justamente en el marco de una prensa libre como se consolidó el tra-
dicionismo durante el régimen liberal radical.

402
La polémica periodística y la formación de la inteligencia en Colombia

Polémica periodística y formación intelectual

La formación de una inteligencia conservadora debe mucho al papel que


la prensa jugó en la consolidación de su interpretación de la realidad. Esta
inteligencia se formó en un periodo de cambios sociales que borraban len-
tamente la imagen de su sociedad establecida sustituyéndola por otra
donde no observaban otros elementos diferentes al desorden, la desobe-
diencia, la anarquía y, en suma, el predominio de valores propios de una
sociedad en un proceso de enriquecimiento que, si bien aún precario, era
lo suficientemente evidente. Una obra como La miseria de Bogotá (1867)
del conservador Miguel Samper no hacía sino documentar lo evidencia-
ble ante los ojos de las elites patricias.
Los elementos doctrinarios de su formación provinieron de Europa, y
esto marca un rasgo distintivo de este grupo. Joseph De Maistre, Bonald,
Chateaubriand desde Francia y Jaime Balmes o Donoso Cortés desde Es-
paña, junto con las encíclicas papales constituyeron las fuentes principa-
les donde abrevaron la estructura y los motivos de sus argumentos. Y si
bien esto es bastante conocido, lo interesante proviene al tratarse de la im-
portación de los bienes de lujo –pues ese es el caso de los libros– que
caracterizaban el modo de acción de los grupos modernizantes. Es decir,
estos conservadores en formación jugaban ahora con las reglas del cam-
bio, se adaptaban a ellas para permearlas. No habían perdido control real
sobre el mundo en el que ejercían un lugar privilegiado por la herencia,
pero fue un impulso de formación intelectual lo que ejerció el ajuste pro-
vechoso a la nueva situación. Distanciados de las esferas del poder que
ejercían sus antagonistas modernizadores, se colocaron en el ámbito
opuesto, el de la oposición, favorecido por los grupos modernizadores a
través de la libertad de conciencia y su manifestación efectiva en el desa-
rrollo de la libertad de imprenta. Utilizarían la imprenta para el desarro-
llo de sus objeciones a la pretendida libertad de conciencia, libre albedrío,
búsqueda de la felicidad y satisfacción del interés que estimularon en los
sectores del cambio el beneplácito por el desarrollo de la prensa.
La construcción de este ámbito de la discusión pública tiene, eviden-
temente, sus antecedentes en los acontecimientos previos a las declaracio-
nes de Independencia. Desde ella se manifiestan las ideas que progresiva-

403
Germán Alexander Porras Vanegas

mente se definirán como de uno u otro bando; en el caso colombiano, en


la constitución de los partidos liberal y conservador. Pero, lo que ha sido
entendido como la fisonomía propia de la formación de la nación colom-
biana, a saber, que los partidos tramitaron el vínculo con lo general (la
Patria), diluye una serie de procesos concretos a través de los cuales se rea-
lizan esas ideas que se integran a las costumbres para movilizarlas a favor
del cambio o de la resistencia a él. Es decir, el desarrollo de los medios de
impresión, la difusión de la lectura individual y colectiva, la importación
de los libros, periódicos y revistas donde pudiesen participar de las discu-
siones europeas, norteamericanas y continentales, constituye un nuevo
marco, una nueva situación en el desarrollo de ese ámbito de la discusión
pública.
Un investigador francés recientemente ha identificado con una tesis
sugerente este proceso denominándolo como “nacionalismo cosmopoli-
ta” (Martínez). El nuevo flujo del contacto con Europa y los Estados
Unidos, promovido por la inserción en el mercado mundial en la situa-
ción que todos conocemos, como productores de bienes agrícolas, esti-
muló diversas lecturas de los acontecimientos europeos y norteamerica-
nos, de la forma que tomaba nuestra relación con ellos, de los efectos de
la desigual colocación en la situación de la división internacional de tra-
bajo, y esto estimuló una nueva conciencia de la realidad propia de cada
uno de nuestros países. De allí el “nacionalismo”: producto del contacto
“cosmopolita”.
El problema radica en la disposición acertada de los factores. Lo que
un realismo sociológico debe ayudarnos a ver es el grado de correspon-
dencia entre los procesos de integración externa e interna. Los procesos de
integración interna no tenían que esperar al contacto con Europa de los
agentes comerciales, convertidos en cónsules y cancilleres, y luego en pro-
motores de toda una estela de viajeros de diverso tipo hacia Europa y Nor-
teamérica (por ejemplo estudiantes, escritores, exilados). En la conforma-
ción de los nuevos estados toda una experiencia nueva se acreditaba en la
necesidad de responder a las múltiples necesidades de la realidad, a las
dificultades, y este proceso tiene un escenario especial en el ámbito de la
prensa, que conjuga muchos de esos factores que queremos disponer con
acierto.

404
La polémica periodística y la formación de la inteligencia en Colombia

El dinamismo que reclamaba de las elites patricias identificadas con la


tradición combatir el alcance de los cambios era fundamentalmente un
proceso de integración interna1. En el caso colombiano, contaron con los
nuevos materiales y movilizaron todos los elementos propios de su domi-
nio. Su situación como grupos fuera del poder, les permitió entrenarse o,
para decirlo con el concepto adecuado, intelectualizarse. La prensa con-
servadora tuvo sus décadas de gloria desde los años cuarenta hasta los
setenta, cuando la dinámica del proceso histórico viró en su favor. Pero
ellos habían trabajado durante todo ese tiempo en ese sentido. No nece-
sitaron de un adiestramiento especial para percibir los cambios, pues eso
es lo que define bien a un conservador: su capacidad para identificar a
leguas todo lo que huela a transformación de lo establecido. Más bien, se
adaptaron a los nuevos recursos para mantener lo establecido. Importaron
las doctrinas necesarias para construir sus argumentos: se nutrieron tanto
de las fuentes del tradicionismo europeo como las del liberalismo, positi-
vismo, radicalismo, que de todos modos conocían por la difusión oficial
(p. ej. el utilitarismo de Bentham o la lógica de Tracy). Se apropiaron de
los recursos técnicos de la imprenta, introducido por innovadores (la lito-
grafía, la ilustración). Realizaron a través de estos medios el cultivo de
aquellos valores que sostendrían culturalmente a los conservadores: la
conservación de la lengua contra la inflamación de los extranjerismos, la
exaltación de la vida pastoril, la afirmación de las costumbres más conser-
vadas en la vida doméstica, cotidiana y comunitaria, y tiñeron su discur-
so de un tono polémico contra todos los intentos de desnaturalización
que los modernizadores promovían con el desarrollo del comercio, la in-
fraestructura, la promoción del ascenso social (producción de arribismo,
resentimiento, etc.), móviles aquellos convincentes para sectores sociales
altos, medios y populares que respetaban la religión católica como fuente
de la moral efectiva de la sociedad. Crearon toda una publicidad tradicio-
nista fundada en la vieja experiencia del púlpito y en el cultivo de la nueva

1 Sería mucho tratar de precisar aquí ampliamente el uso de este concepto de integración. Con él
no se quiere introducir ideológicamente la presuposición según la cual aquella realiza un proce-
so positivo, que al denominar integración el proceso denotamos su realización armónica o con-
flictiva. Margaret Archer ha estudiado con profundidad este “mito” de la teoría social. No des-
prendemos del término integración su inversión: desintegración.

405
Germán Alexander Porras Vanegas

a través de la prensa, o mejor, de su fusión. Pudieron, pues, conseguir la


movilización de aquellos sectores a través de instituciones de cu-ño con-
fesional (grupos de oración, de caridad o beneficencia, de instrucción cí-
vica o de oficios elementales necesarios) y construir un consenso que
debilitó, con viejas y nuevas armas, a los grupos modernizadores en el
poder.
Llegaron al poder, y nutrieron de fundamentos al nuevo régimen. No
fue un régimen exclusivo de tradicionistas: fue, como lo denominó apro-
piadamente un investigador injustamente olvidado en nuestros días, la
primera experiencia de Frente Nacional (Guillén, 1975). Justamente se
constituyó un Partido Nacional, brazo político del régimen de la Regene-
ración, constituido por liberales prósperos establecidos y conservadores
tradicionistas. Los hombres representativos (para utilizar esa fórmula de-
cimonónica) del nuevo partido eran justamente dos reconocidos intelec-
tuales de la política: Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro. Si el primero
fue el estadista, el segundo –su fórmula vicepresidencial– fue el arquitec-
to. Creó el periódico más incisivo, prolífico (El Tradicionista 1871-1876),
respetado y sostenible (poseía su propia imprenta) del ideario tradicionis-
ta, y en él formó su carácter de polemista y con él orientó sus cuadros; él
resolvió el problema del Estado y su legitimidad al construirla sobre la ba-
se de una república católica que no negaba la herencia española ni desco-
nocía la Independencia; dirigió la redacción de la nueva constitución
(1886, cuya transformación radical tuvo que esperar hasta 1991), promo-
vió las instituciones culturales de la nacionalidad colombiana hispano-
católica y permaneció en el poder ejecutivo hasta 1898.
Pero ahora este era el poder efectivo y otros la oposición. Esta oposición
no contó con el beneplácito de la libertad de prensa de dos décadas atrás.
Este aspecto es muy importante para comprender y tratar de responder
muchas preguntas sobre la situación de la inteligencia colombiana finisecu-
lar. Se destaca en la historia intelectual colombiana del periodo, la carencia
de una figura polémica descollante del bando promotor del cambio en
amplio sentido. Si hubo figuras llamativas en el periodo radical (1863-
1876), pocas de éstas se conservan en la mente colectiva o en la historias de
las ideas continentales y casi ninguna del periodo posterior, es decir, no exis-
te una figura como Manuel González Prada en el Perú o Ricardo Flórez

406
La polémica periodística y la formación de la inteligencia en Colombia

Magón en México o José Martí en Cuba. Estos fueron notables periodistas.


Existen valoraciones vagas o débiles de escritores como José María Vargas
Vila o Rafael Uribe Uribe; casi ninguna de Carlos Arturo Torres, acaso el
más notable escritor de prensa de fin de siglo XIX aunque de pobre alcan-
ce polémico y menor riqueza expresiva respecto de los vecinos menciona-
dos. Esta es la pregunta que establece los ejes de la investigación que reali-
zo y de la cual esta ponencia representa su planteamiento.

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407
Tradição e Modernidade no Brasil Rural
de Maria Isaura Pereira de Queiroz

Aline Marinho Lopes*

As Ciências Sociais se desenvolvem e se consolidam no período em que a


industrialização toma seu rumo definitivo no Brasil. As transformações
associadas à expansão do setor industrial geram expectativas relativas às
possibilidades de modernização efetiva do país, suscitando debates e ini-
ciativas importantes no meio intelectual, contribuindo para a criação de
novas instituições e para a produção e divulgação do conhecimento. A
problemática levantada pela transição e uma sociedade agrária para uma
sociedade industrial constituiu o fio condutor da produção sociológica do
período. A temática da mudança social vinha, desta forma, para a linha
de frente dos debates. A perspectiva geral era a de superação dos obstácu-
los ao desenvolvimento e de redução das disparidades regionais.
Reunindo pesquisas sobre o messianismo, o coronelismo, as crenças e
os estilos de vida das populações rurais, a obra de Maria Isaura Pereira de
Queiroz permite lhe assegurar uma posição peculiar no quadro da produ-
ção sociológica de sua geração. O trabalho tem por objetivo examinar e
discutir de que forma ela tratava o tema da mudança social no Brasil. Está
dividido em duas partes. A primeira analisa o contexto sócio-econômico
da década de 1950, procurando verificar de que forma as mudanças asso-
ciadas à industrialização se refletiam nos trabalhos produzidos no perío-
do. A segunda toma três de suas principais obras –Bairros Rurais Paulistas;
O mandonismo local na vida política brasileira e outros ensaios; e O messia-

* Universidade Federal do Rio de Janeiro.

409
Aline Marinho Lopes

nismo no Brasil e no mundo– para destacar conceitos e análises em que sua


concepção de mudança social revela a sua singularidade.

A mudança social na sociologia da década de 1950

A década de 1950 é marcada pelas transformações associadas à consolida-


ção do capitalismo industrial no Brasil. O processo de industrialização,
em ritmo acelerado, teve efeitos importantes em diversos setores da socie-
dade, constituindo-se “em um núcleo dinâmico que possibilitava uma
constelação de mudanças, seja no perfil demográfico, seja na estratifica-
ção social, seja nas instituições políticas, seja nos hábitos e modos de pen-
sar de grupos sociais” (Villas Bôas, 1992:185).
No decênio de 1940 a 1950, o número de habitantes aumentou em
25,96% e, no período seguinte, o acréscimo foi de 34,90%. Até os anos
60 a maioria da população ainda habitava o meio rural e a maior parte
dos indivíduos economicamente ativos se dedicava a atividades agrícolas.
No entanto, uma importante mudança se operava, sobretudo a partir dos
anos 50, no sentido do crescimento da população urbana e do aumento
das ocupações não-agrícolas. O desenvolvimento industrial constituiu,
deste modo, um importante fator de mobilidade espacial, atraindo gran-
des contingentes da população para as áreas que concentravam seus
núcleos mais dinâmicos.
Os rumos tomados pela industrialização estão fortemente associados à
intervenção governamental no setor econômico, que tomou vulto nesses
anos. A forte presença do Estado e a intensificação do processo de burocra-
tização civil e militar constituíram, com efeito, uma característica marcan-
te do período, contribuindo para gerar “uma classe de funcionários ‘técni-
cos’, qualificados especificamente para o exercício de novas funções volta-
das para a modernização (...), que adquiria nova posição nos processos deci-
sórios dos meios político-administrativos” (Villas Bôas, 1992:206).
A expansão do setor industrial contribuiu para o surgimento de um
leque de novas profissões que possibilitaram a redistribuição dos indiví-
duos na escala social, gerando mudanças substanciais na estrutura social
do país. O empresariado industrial, as camadas médias e o operariado

410
Tradição e Modernidade no Brasil Rural de Maria Isaura Pereira de Queiroz

passaram a ocupar posições de maior importância na ordem social, eco-


nômica e política.
O número de universidades e de centros de pesquisa cresceu muito
durante o período. A formação de um público jovem, interessado na pro-
dução científica e em problemas sociais e políticos específicos da expe-
riência que viviam, coincide com a consolidação da indústria do livro no
país, possibilitando a difusão dos conhecimentos. A partir de meados da
década de 50, com efeito, o número de livros em Ciências Sociais prati-
camente duplica.
A década de 1950 delimita, portanto, um período de grande eferves-
cência na vida social, econômica e política brasileira, criando condições
propícias para a expansão das Ciências Sociais. As transformações associa-
das à industrialização criavam um novo horizonte de expectativas com
relação aos destinos do país, suscitando novos problemas para pesquisa,
análise e discussão.
Uma parte notável dos intelectuais brasileiros voltava-se para o proje-
to de mudança social dirigida, trazendo para o cerne dos debates a cons-
trução de uma sociedade de classes, secularizada, democrática, sujeita a
uma ordem burocrática, impessoal, legal. Embora discordassem quanto à
maneira de integrar o Brasil ao conjunto das sociedades modernas, acei-
tavam este desafio como uma exigência histórica, política e intelectual. A
sociologia era, deste modo, definida “enquanto um saber racional, equi-
valente a uma forma de consciência superior que contribuiria para a rea-
lização, no Brasil, de nova etapa do processo civilizador” (Villas Bôas,
2006: 65).
A perspectiva dominante nos estudos sobre modernização e desenvol-
vimento afirmava a existência de um desequilíbrio entre as duas partes
que compõem o mundo brasileiro. A primeira, que se refere à dimensão
da modernidade, é litorânea, civilizada, racional. A segunda, que corres-
ponde ao interior, é atrasada, tradicional, primitiva e pré-racional. As
populações rurais são vistas, deste modo, como partícipes de um modo de
vida pré-capitalista e de um universo cultural comum.
A tese dualista, formulada pela primeira vez de modo elaborado por
Euclides da Cunha, exerceu, portanto, um papel marcante nos textos pro-
duzidos durante o período. Nísia Lima chama a atenção, dessa forma,

411
Aline Marinho Lopes

para a “continuidade e reelaboração do tema dos contrastes entre litoral e


interior: a idéia de simultaneidade de tempos históricos – regiões do ter-
ritório brasileiro distantes entre si séculos em termos culturais e de inser-
ção no mundo ocidental” (Lima, 1998:156). A solução deste desequilí-
brio, pregavam estas análises, passava pela absorção ou pela liquidação do
pólo reconhecido como atrasado.
A penetração de elementos urbanos no campo era, portanto, conside-
rada como um avanço benéfico para este. Admitia-se que, aumentando
cada vez mais a penetração, se perderiam as características peculiares à
sociedade rural, que tenderia a se confundir cada vez mais com a socieda-
de urbana e, portanto, a desaparecer. “Desta forma, tanto a urbanização
do meio rural quanto os processos de (...) desenvolvimento formariam
um conjunto orientado para a homogeneização cada vez maior de todas
as sociedades humanas ocidentais, convergindo para uma forma social
semelhante” (Queiroz, 1979: 26).

O olhar de Maria Isaura sobre o mundo rural:


tradição e modernidade

Maria Isaura Pereira de Queiroz nasceu em São Paulo. Em 1949, licenciou-


se em Ciências Sociais na Faculdade de Filosofia, Ciências e Letras da
Universidade de São Paulo. Doutorou-se na École Pratique des Hautes
Études, na Universidade de Paris, em 1954, sob a orientação do professor
Roger Bastide, de quem foi assistente. Foi professora adjunta da
Universidade de São Paulo, além de ter ministrado cursos no Institut des
hautes Études de l’Amérique Latine e na Universidade Laval, no Canadá.
Entre suas obras publicadas destacam-se: A dança de São Gonçalo num
povoado baiano; O messianismo no Brasil e no mundo; Os cangaceiros; O
mandonismo local na vida política brasileira; Bairros rurais paulistas; e O
campesinato brasileiro. Em seus trabalhos, procurou afastar-se dos caminhos
usuais, percorrendo novas vias de pesquisa e abrindo perspectivas originais.
A partir de temas variados, analisou a organização e a dinâmica da socieda-
de rural, propondo uma visão distinta da modernidade no Brasil.

412
Tradição e Modernidade no Brasil Rural de Maria Isaura Pereira de Queiroz

Em Bairros Rurais Paulistas Maria Isaura apresenta os resultados de


pesquisas realizadas sob sua coordenação em quatro localidades diferentes
do Estado de São Paulo. O bairro rural é caracterizado por certa base ter-
ritorial, ocupada de forma mais ou menos dispersa por famílias unidas
pelo “sentimento de localidade” e pelas práticas de auxílio mútuo. Maria
Isaura chama a atenção para o fato de não haver estratificação social inter-
na à sua estrutura, na medida em que todos compartilhavam os mesmos
modos de vida, costumes, crenças, etc.
Maria Isaura aponta para a existência de dois tipos de bairros, propon-
do dessa forma uma definição antes cultural do que econômica.
“Efetivamente, há os bairros formados de camponeses (isto é, cujos culti-
vadores estão presos a uma agricultura de subsistência, completada por
uma atividade subsidiária que aumenta os recursos da família) e há os
bairros de agricultores ou pecuaristas (composto de roceiros entrosados já
numa economia comercializada, mas conservando como atividade subsi-
diária a roça, de que tiram seu passado cotidiano)” (Queiroz, 1973:123).
Além de investigar a estrutura interna dos bairros estudados, a pesqui-
sa coordenada pela autora privilegiou as relações estabelecidas com as
sedes dos municípios a que pertencem e com as regiões correspondentes.
Maria Isaura se opõe, desta forma, à tese do isolamento dos bairros rurais,
sublinhando o contato persistente com a sociedade abrangente, através de
fatores variados, mas principalmente pela economia:

“Camponeses e agricultores plantam para si e para negociar; seus negócios


levam-nos à sede do município, a outras zonas, à cidades grandes, e tais via-
gens têm periodicidade e regularidade. Quando todos os outros fatores que
arrancam o sitiante à sua vida no bairro estão praticamente inexistentes, isto
é, quando o sitiante não registra seus filhos nem casa legalmente; quando
não freqüenta a escola; quando não vota por ser analfabeto; quando se con-
tenta em comparecer às festas religiosas do núcleo de seu bairro, a econo-
mia ainda o força a sair do círculo restrito deste, quando mais não seja para
vender rapadura na sede municipal” (Queiroz, 1973:130).

A sobrevivência do caipira depende, portanto, da relação que estabelece


com a sociedade global. Maria Isaura aponta para uma gama de diferen-
tes possibilidades, a partir do contato com a cidade.

413
Aline Marinho Lopes

Reportando-se, por exemplo, ao estudo de Lia Furkui sobre o sertão


de Itapecerica, ela observa que, até aproximadamente 1930, a economia
de pequenas lavouras dos sitiantes da localidade era complementar à eco-
nomia urbana. Eles participavam, dessa forma, de um mercado que foi se
restringindo à medida que crescia a metrópole. Os antigos sitiantes passa-
ram progressivamente a ter como atividade básica a extração de carvão,
vendido a intermediários dos quais passam a comprar gêneros básicos
para sua subsistência.
A desorganização do bairro ocorreu, portanto, após a quebra de rela-
ções comerciais com a cidade de São Paulo. Maria Isaura chama a aten-
ção, desta forma, para o fato de que o contato com o meio urbano pode-
ria, em determinadas situações, favorecer a manutenção dos padrões tra-
dicionais de sociabilidade das comunidades rústicas.
Assim, a análise de Maria Isaura permite afirmar a existência de dois
universos distintos (cidade e bairro rural), mas sempre relacionados. As
transformações intensas ocorridas de um lado afetam necessariamente o
outro. As diferentes modalidades de encontro provocam, no entanto, res-
postas variadas. Ela ressalta, desta forma, a complexidade do processo de
transformação do modo de vida dos pequenos produtores em função do
processo de urbanização, apontando para diferentes possibilidades de par-
ticipação na economia e na vida social modernas.
Outra conclusão importante diz respeito ao dinamismo da cultura cai-
pira. Maria Isaura mostra, com efeito, que é possível haver mudança sem
alteração substancial da estrutura, como indicaria o exemplo da assimila-
ção da pecuária como atividade econômica: “sem influências exteriores, o
camponês tradicional brasileiro pode passar a pecuarista, sem abalo na sua
maneira de ser”.
Dentre os estudos que Maria Isaura realizou sobre o Brasil rural
sobressaem os trabalhos sobre o messianismo. A pesquisadora classifica os
movimentos messiânicos enquanto categoria sociológica, discriminando
seus tipos diferenciados. O critério de classificação utilizado se refere à
relação com a sociedade em que surge. Assim, para Maria Isaura os movi-
mentos messiânicos aparecem sempre associados a sociedades regidas pelo
sistema de parentesco ou de linhagens. Sociedades tradicionais em
mudança, em que o sistema econômico passava a coexistir e a competir

414
Tradição e Modernidade no Brasil Rural de Maria Isaura Pereira de Queiroz

com o sistema de linhagens, constituíam terreno preferencial para a irrup-


ção de movimentos messiânicos. Isolado ou coexistindo com o econômi-
co, o sistema de linhagens enquanto elemento ordenador das relações
sociais constitui, portanto, uma condição necessária para a emergência de
tais manifestações.
Para que irrompessem, os movimentos messiânicos requeriam ainda que
aquelas sociedades estivessem passando por momentos de crise capazes de
colocar em risco a existência tradicional. Os períodos críticos podem estar
associados a situações de anomia ou de mudança social. As crises anômicas
estão ligadas à configuração interna das sociedades, desorganizadas em
decorrência da ruptura entre os valores e normas e as práticas efetivas. As
crises de mudança corresponderiam à emergência de novos arranjos estru-
turais, exógenos à sociedade tradicional, e dela comprometedores.
No primeiro caso, a reação messiânica seria conservadora, na medida
em que procurava resgatar os valores tradicionais ou, no máximo, refor-
mista, pois acabava sempre por propor uma nova organização dos arran-
jos tradicionais. No segundo caso, seriam movimentos de transformação
social, confrontando a ordem social vista como opressora e, no limite,
movimentos revolucionários. Assim, trata-se, no primeiro caso, de uma
crise ao plano da organização social, já que a estrutura não estaria em
questão, enquanto, no segundo, a crise se configuraria enquanto estrutu-
ral.
Para Maria Isaura, os movimentos messiânicos expressam o dinamis-
mo das sociedades tradicionais, demonstrando, com efeito, que as popu-
lações rurais são capazes de reagir aos seus problemas, procurando solu-
ções compatíveis com sua visão de mundo. Maria Isaura se contrapõe,
desta forma, às análises que estereotipam os sertanejos como conformis-
tas ou fatalistas, chamando a atenção para o fato de que as religiões pri-
mitivas encerram mitos capazes de motivar a ação concreta e direcioná-la
em sentido inovador.
Assim, a sociedade rústica não seria necessariamente estagnada. Os
movimentos messiânicos são vistos, com efeito, como reações a processos
dinâmicos que ocorrem em seu interior, e não como reações diretas a
pressões externas. Ela se opõe, portanto, à tese, consagrada sob a inspira-
ção de Euclides da Cunha, de que tais movimentos constituem uma rea-

415
Aline Marinho Lopes

ção dos grupos sertanejos à imposição dos valores de progresso originários


do litoral.
Para Maria Isaura, a visão dos messias como refratários ao progresso
decorria em grande parte da imagem que se cristalizou de Antônio
Conselheiro e de suas atividades no povoado de Canudos. Em muitos
casos (do que seria exemplar a atuação do Padre Cícero em Juazeiro), a
ação dos líderes religiosos poderia, na verdade, promover surtos de pro-
gresso econômico.
Tais considerações dizem respeito, contudo, à atividade econômica,
pois, no que se refere aos padrões de comportamento social, os movimen-
tos messiânicos seriam fundamentalmente conservadores. “O fato de, ao
mesmo tempo, terem os movimentos messiânicos promovido o progres-
so econômico e a restauração tradicional de valores e padrões, está a indi-
car que os dois setores são passíveis de dissociação e de seguirem, pelo
menos até certo ponto, desenvolvimento divergentes” (Queiroz, 1965:
327).
Maria Isaura também chama a atenção para a ambigüidade inerente às
comunidades messiânicas. Com efeito, movimentos messiânicos nascidos
como uma reação à mudança podem, ao acomodar-se, contribuir para o
processo transformador. Por outro lado, os movimentos que reagem con-
tra a desorganização anômica, buscando o restabelecimento da ordem
tradicional, não deixam de introduzir inovações na organização social.
Maria Isaura analisa as implicações desta ambigüidade no que se refe-
re à concepção de tempo nas sociedades tradicionais, visto como cíclico e
repetitivo, em contraposição ao tempo linear e irreversível do homem
moderno. As duas concepções estão presentes nos movimentos messiâni-
cos. Por um lado, seu ritmo de desenvolvimento evidencia o seu caráter
cíclico, com a formação da lenda e expectativa messiânica, a vinda do
messias e a organização de sua comunidade, a dissolução da mesma,
seguida por nova espera e reinício. Por outro, seu objetivo é justamente o
de evoluir na direção de um final definitivo, rompendo-se a cadeias dos
ciclos infindáveis com a constituição da cidade santa, prenúncio do reino
do messias. Os movimentos messiânicos são, desta forma, ao mesmo
tempo cíclicos e lineares, conservadores e inovadores. Suas ambigüidades
os situam concomitantemente no tradicional e no moderno.

416
Tradição e Modernidade no Brasil Rural de Maria Isaura Pereira de Queiroz

Em O mandonismo local na vida política brasileira e outros ensaios,


Maria Isaura procura desvendar a lógica da dominação política no Brasil,
enfatizando os seus fundamentos sociais e econômicos. Para Maria Isaura,
o coronelismo se estrutura a partir dos grupos de parentela. As parentelas
constituem tipos sui generis de família, que se formam não só por laços
consangüíneos como por alianças e pelos laços sobrenaturais que legiti-
mavam o compadrio. Os seus membros podiam ocupar posições distin-
tas, de acordo com os seus bens de fortuna.
As sociedades de parentelas caracterizavam-se por fortes laços de
dependência entre seus membros, revelando notável solidariedade verti-
cal, necessariamente hierarquizada e fundada em relações pessoais. Para
Maria Isaura, o coronelismo é deste modo definido pela relação de posse
que os homens tinham uns com outros. O coronel constituía, com efei-
to, uma “espécie de elemento sócio-econômico polarizador, que servia de
ponto de referência para se conhecer a distribuição dos indivíduos no
espaço social”. “A pergunta: Quem é você? Recebia invariavelmente a res-
posta: Sou gente do coronel Fulano”. A expressão revela toda a trama
social que subjaz ao coronelismo, delimitando posições e formas de par-
ticipação na estrutura econômica, social e política.
Maria Isaura chama a atenção, no entanto, para o fato de que nas
sociedades de parentelas o voto fazia parte de um sistema complexo de
trocas recíprocas em que a barganha política tornava-se possível. Os indi-
víduos não procuravam eleger o mais capacitado para exercer funções de
mando, mas desejavam trocar o voto por um benefício. Assim, o eleitora-
do não ficava inteiramente submisso às relações pessoais, de caráter auto-
ritário, nem às ameaças de coerção, que também existiam, mas estava
integrado em um sistema de dom e contradom, cabendo-lhes avaliar as
vantagens e desvantagens da troca que realizava e fazer uma escolha.
Maria Isaura assinala que a barganha ocorria de forma diferenciada, de
acordo com os graus de hierarquia, a relação com os cabos eleitorais e o
poder dos coronéis. Ela distingue, deste modo, diversas situações. Nas
regiões onde havia vários coronéis disputando o poder, por exemplo, as
possibilidades de barganha eram maiores.
Os estudos sobre dominação política se concentravam, em geral, nas
áreas litorâneas de monocultura de exportação, limitando-se a analisar os

417
Aline Marinho Lopes

grandes proprietários e os seus subordinados. Valorizando a “experiência


vivida” dos grupos particulares, Maria Isaura chama a atenção para a
diversidade de comportamentos políticos de acordo com distinções eco-
nômicas e sociais. Assim, nas zonas de monocultura de exportação ou de
grandes criadores, caracterizadas por uma estratificação social mais dife-
renciada e rígida, a dominação política do coronel era mais direta e vio-
lenta. Nas zonas de sitiantes, a estrutura social tendia, contudo, para uma
configuração mais igualitária.
Maria Isaura chama a atenção, desta forma, para o fato de que “o
entendimento do sistema moderno de representação política dependia de
análise fina da multiplicidade das relações sociais, grupos e estilos de vida,
não sendo possível generalizar a existência do voto de cabresto com base
em uma concepção ‘binária’ da sociedade, que pressupunha incapacidade
de discernimento de eleitores pobres, ignorantes e submissos” (Villas
Bôas, 2006: 147).
A análise de Maria Isaura contribui, desta forma, para desmistificar a
imagem mais corriqueira do coronel e de seu eleitorado, baseada na idéia
de um sistema imposto exclusivamente pela autoridade e pelo poder eco-
nômico do chefe. Sem deixar de lado as condicionantes e variáveis estru-
turais, Maria Isaura chama a atenção para as possibilidades e limites da
ação individual no coronelismo. Ela introduz, desta forma, a dimensão da
agência, enfatizando o caráter ativo da conduta humana. O uso do voto
como “posse”, permitindo uma barganha política, mostra de que modo as
relações de dominação política podem dar margem a diferentes respostas
por parte dos indivíduos e grupos sociais e não apenas restringir e contro-
lar o escopo de suas ações. Maria Isaura contrapõe-se, desta forma, à visão
de que as relações sociais se impõem como forças estranhas aos atores,
escapando-lhes à compreensão e ao controle.
Uma das contribuições mais significativas da obra de Maria Isaura é a
revisão de inúmeros argumentos reiterados no estudo das populações do
interior do Brasil. Seus trabalhos indicam, de fato, a necessidade de visão
mais matizada a respeito da oposição entre um país moderno no litoral e
um país refratário à modernização no sertão. Tendo por base ampla pes-
quisa histórica, Maria Isaura critica, desta forma, as interpretações dualis-
tas sobre a estrutura agrária no Brasil, mostrando que elementos tradicio-

418
Tradição e Modernidade no Brasil Rural de Maria Isaura Pereira de Queiroz

nais e modernos não se opunham necessariamente. Ela chama a atenção,


com efeito, para uma associação constante entre continuidade e mudança.
Para Maria Isaura, as transformações resultantes dos processos globais
não se traduzem por uma uniformização da sociedade, pondo fim às par-
ticularidades dos diferentes espaços e grupos sociais. Assim, sua análise
dos camponeses, das relações de poder e dos movimentos messiânicos não
se deixou influenciar por uma teleologia que proclamava de antemão o
desaparecimento de condutas, estilos de vida e visões do mundo. Ela
questiona, desta forma, a universalidade dos processos de industrialização,
racionalização e padronização do mundo, demonstrando, nas suas pesqui-
sas, que esses processos não anulam diferenças históricas e culturais.
Um dos traços mais marcantes de sua obra consiste no privilégio atri-
buído à busca de uma individualidade cultural própria da sociedade bra-
sileira, rejeitando a adoção a priori de um modelo ideal de modernidade
como referência obrigatória para o seu exame. Gláucia Villas Bôas chama
a atenção para o fato de que Maria Isaura “não condenava as instituições
sociais modernas, mas discordava do conhecimento que se produzia sobre
seu ‘transplante’ para o Brasil, criticando-o, sem pena, com base em uma
sociologia cética quanto à primazia dos modelos, paradigmas e padrões
teóricos sobre a experiência humana” (Villas Bôas, 2006: 149). Maria
Isaura se contrapõe, desta forma, a uma concepção evolucionista de his-
tória, ressaltando que a mudança não caminhava na linha reta do progres-
so. Tal ponto de vista lhe permite analisar o desaparecimento, a continui-
dade e a transformação de um grande número de práticas sociais, sem que
sejam consideradas resquícios ou sobrevivências.

Referências bibliográficas

Lima, Nísia Trindade (1998). Um sertão chamado Brasil: intelectuais e


representação geográfica da identidade nacional. Rio de Janeiro: Revan:
IUPERJ, UCAM.
Queiroz, Maria Isaura Pereira de (1965). O Messianismo no Brasil e no
Mundo. São Paulo: Dominus

419
Aline Marinho Lopes

______________ (1973). Bairros rurais paulistas: dinâmica das relações


bairro rural-cidade. São Paulo: Livraria Duas Cidades.
______________(1979). “Dialética do rural e do urbano: exemplos bra-
sileiros”. In: A luta pelo espaço: textos de sociologia urbana, org. Eva
Alterman Blay. Petrópolis: Vozes.
Villas Bôas, Gláucia (1992). A vocação das Ciências Sociais (1945/1964):
um estudo da sua produção em livro. Tese de doutoramento em
Sociologia Departamento de Sociologia da Faculdade de Filosofia,
Letras e Ciências Humanas da Universidade de São Paulo.
____________(2006). Mudança provocada: passado e futuro no pensamen-
to sociológico brasileiro. Rio de Janeiro: Editora FGV.

420
El barroco y la modernidad
latinoamericana. Una lectura a
la obra de Bolívar Echeverría

Gustavo Morello*

Introducción

Es un diagnóstico compartido por la mayoría de los intelectuales contem-


poráneos, hablar de una crisis de la modernidad occidental. Bolívar
Echeverría se ubica entre los que plantean la crisis como el resultado de la
frustración de las promesas modernas. La modernidad, que asumió la ina-
gotabilidad de los recursos naturales, el sometimiento del azar por la cien-
cia y la desacralización del orden social re-creado por la política burguesa,
entró en crisis al constatar el fracaso del poder de la ciencia sobre el mundo
y de la política sobre la sociedad (Echeverría, 1996:1,5; 1998:49; 2000:14).
El problema que agrava esta crisis es la convicción que el capitalismo
debe ser el soporte indispensable de la vida civilizada, y que a pesar de sus
deficiencias, se adaptará lo suficiente como para imponerse como el único
modo de construir civilización. Pero si una modernidad no capitalista es
impensable, la continuidad de esta modernidad es inviable: su dinámica
nos victimiza a todos (Echeverría, 2001b, 2003: 113).
Mediante paráfrasis a diversas afirmaciones de Echeverría, tomadas de
distintas partes de una obra plural (y que en cada caso señalaremos como
fuente) se intentará presentar, de un modo orgánico, el derrotero de su
pensamiento sobre el barroco en tanto que modernidad alternativa. Este
análisis nos puede ayudar a pensar caminos que critiquen y asuman algu-
nos elementos de la modernidad occidental a la hora de recrear una mo-
dernidad propia.

* Universidad Católica de Córdoba.

421
Gustavo Morello

La modernidad

La modernidad, que fue una opción puntual de la civilización humana,


se ha transformado en esencial. Sin ella nuestra civilización se vuelve in-
consistente (Echeverría, 2000: 34). La modernidad es ineludible, indiscu-
tida. El debate sobre si es alternativa, híbrida, pos, es sobre adjetivos; lo
sustantivo es siempre la modernidad.
Echeverría afirma que el hecho dramático que estructuró y motorizó
la historia de la humanidad es la escasez. El intento de dominar y “racio-
nalizar” la naturaleza estaba motivado en la necesidad de alimentar a Eu-
ropa. El descubrimiento de América puso en tela de juicio el hecho mal-
dito de la escasez, planteando la posibilidad de un modo de relacionarse
con lo otro que no sea luchar por recursos. La civilización europea enfren-
tó un estado de cosas inédito: el de la abundancia y la emancipación posi-
bles (Echeverría, 2000: 146).
La modernidad fue una configuración histórica que dominó a la socie-
dad europea en el siglo XVI y se caracterizó por proyectos históricos varia-
dos. La más operativa de todas sus variantes fue la de las sociedades indus-
triales de la Europa noroccidental: el proceso capitalista de producción y
consumo de la riqueza social (Echeverría, 2000: 144-147).

El capitalismo

El encuentro entre modernidad (la posibilidad inédita de abundancia y


emancipación) y capitalismo (como mediación real para su concreción) es lo
que marca la vida moderna. Animada por una radical transformación de las
fuerzas productivas, la Modernidad promete abundancia, emancipación y
laicismo. Pero esa promesa se cumple a medias, porque el capitalismo la des-
virtúa sistemáticamente. Cuando hablamos de crisis de modernidad nos refe-
rimos, en realidad, a la de esta versión capitalista, nor-europea y puritana, en
tanto que su propuesta civilizatoria sólo puede desarrollarse destruyendo lo
que la fundó (el trabajo humano que busca la abundancia de bienes median-
te el tratamiento técnico de la naturaleza) y exacerbando un destino destruc-
tivo que le hará perder su razón de ser (Echeverría, 2000: 34-35,149,155).

422
El barroco y la modernidad latinoamericana

Abundancia

Esta versión de modernidad, con la tríada del trabajo-consumo-acumula-


ción, lleva en sí una contradicción que no se puede resolver: la conquista
de la abundancia sólo es posible mediante la organización de la vida eco-
nómica de tal manera que impida ese fundamento; la abundancia que pro-
mete se apoya en la construcción permanente de nuevas necesidades. La
tarea primordial de la economía capitalista es perpetuar, a como dé lugar,
la insatisfacción y la escasez. El capitalismo promueve en la sociedad euro-
pea un proyecto diseñado para potenciar las oportunidades de libertad, pe-
ro sólo le da “libertad de consumo” (Echeverría, 2000: 141,147-148,168).
El encuentro del “espíritu del capitalismo” (entendido como un com-
portamiento humano ambicioso, racionalizador y emprendedor), con la
ética del puritanismo (vista como una mera ascética individual de traba-
jo duro y placer sublimado) es una condición necesaria de la organización
de la vida civilizada en torno a la acumulación de capital. Echeverría sos-
tiene que la relectura puritana de la religión cristiana traduce las deman-
das de la productividad capitalista en autodisciplina individual, insistien-
do en el “ahorrar ahora para disfrutar después”.
La asociación entre ética protestante y capitalismo, más la convicción
de que es imposible una modernidad no capitalista, han hecho que se
piense que la única forma de ordenar las fuerzas de producción en la
sociedad humana es la dada por esta ética del trabajo y la sublimación del
disfrute. Es contra este modo de ordenar la vida que reaccionará el barro-
co (Echeverría, 2000: 36,109,172).

Emancipación

La respuesta capitalista a la economía europea lleva consigo una transfor-


mación política. El capitalismo transformó la antigua sociedad rural. La
socialización que implementa la modernidad trata a los individuos como
productores/consumidores de la riqueza social que, a su vez, es entendida
como aquello que en última instancia puede representarse en dinero
(Echeverría, 1996: 3-4). El individualismo es el modelo de socialización

423
Gustavo Morello

de la modernidad capitalista. El individuo social es el propietario privado


que no puede identificarse como miembro de una comunidad concreta,
que se encuentra en una situación básica de a-socialidad. Las relaciones
que se establecen son reflejos del comportamiento que las mercancías tie-
nen en el mercado; la socialidad se constituye bajo el modelo del inter-
cambio y la enajenación. La membresía en la sociedad mercantil no es
natural como en las comunidades arcaicas, sino artificial: es la membresía
que da la propiedad privada. Sólo es tolerado en la comunidad quien
genera con su trabajo algo valorado por el mercado. Todos somos culpa-
bles mientras no nos redimamos por el trabajo productivo (Echeverría,
2000: 154; 2001a: 156; 2002a).
Esta carencia de una comunidad de referencia es uno de los rasgos dis-
tintivos de la condición del hombre moderno. El desarraigo remite a una
experiencia de ausencia de la fuente última del sentido de la vida. La nece-
sidad social de poner algo en lugar de la comunidad destruida se satisfa-
ce con una re-sintetización de la identidad comunitaria en una organiza-
ción meramente funcional: son con-ciudadanos los co-propietarios aso-
ciados en la “empresa estatal”. El individualismo capitalista tiene su com-
plemento en el nacionalismo moderno. El cultivo de la identidad de cada
comunidad llega a convertirse en una re-invención de la misma. Nunca
antes, afirma Echeverría, las comunidades se preocuparon tanto por su
singularidad (2000:154-158).

Laicismo

La promesa moderna de abundancia y emancipación era laica porque


suponía que la política reemplazaría a la religión. El capitalismo no sólo
no cumplió su promesa de laicismo sino que, por el contrario, interiorizó
una forma depurada de lo eclesiástico. La sociedad capitalista, para repro-
ducirse como ‘asamblea de individuos’, necesita la intervención de ‘obje-
tos sobre naturales’. La ‘mercancía’ es un fetiche sin el carácter sagrado
que lo haría genuino (Echeverría, 2002a). Estos nuevos dioses están dota-
dos del poder de: crear relaciones humanas allí donde no las hay, los indi-
viduos aislados se transforman en productores y consumidores; y poner

424
El barroco y la modernidad latinoamericana

orden en la sociedad a través de la mano oculta del mercado, que posee


una perspectiva ‘más profunda’ y tiene ‘la última palabra’. El capitalismo
profesa su fe en la acumulación del capital y postula que el mercado re-
ligará a todos los propietarios formando una sociedad que buscará el bie-
nestar a través del progreso.
Para el individuo burgués la mejor manera de velar por el bien común,
de ‘hacer política’, es que cada uno cuide sus propios intereses y deje que
la mano oculta del mercado se encargue de transformar el egoísmo priva-
do en bien público. Lo que supone el discurso capitalista es que la pues-
ta en práctica de lo político1 es monopolio de la política ‘pura’ ejercida por
‘técnicos’, y que el mercado es la providencia autárquica y autónoma de
las religiones que detenta la capacidad de guiarlos por la historia, evitan-
do las debilidades humanas. La religiosidad primitiva, con un dios evi-
dente para todos y personificado, se transformó en la modernidad capita-
lista en una religiosidad ilustrada, críptica, centrada en un dios que sólo
se percibe en sintonía con la marcha de los negocios (Echeverría,1996: 1-
3; 2002a).

¿Por qué el barroco?

¿Puede haber una versión de modernidad, una “promesa de abundancia y


emancipación”, que no sea dicha de manera capitalista? Para buscar una
respuesta, Echeverría recurre al barroco pero no como quien busca las raí-
ces de una identidad amenazada. Su apelación al siglo XVII americano
tiene que ver con un intento de indagar en el fenómeno de “transición
suspendida” entre un mundo cultural y otro. Un momento en el que se
hace difícil elegir un determinado universo de sentido porque todo apa-
rece válido. Nada es tan bueno como para ser tomado, ni tan malo como
para ser desechado. Hay una guerra sorda entre universos de sentido, que
pone en disputa todos los contenidos cualitativos del mundo, y priva de
un criterio de elección hic et nunc. Todo es igualmente válido e igualmen-
1 Lo político es la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad; y está presente
tanto en la acción de las instituciones políticas como en la vida cotidiana, en lo lúdico, lo festi-
vo y lo estético (Echeverría, 1996: 1).

425
Gustavo Morello

te insostenible. Este “empate radical” entre universos de sentidos hace que


la ambivalencia sea fundante, ontológica; toda consistencia puede ser eva-
nescente (Echeverría, 2000: 126, 174-175). Es precisamente esta ambiva-
lencia ontológica, o transición suspendida, lo que hace a nuestro siglo cer-
cano al barroco.
La clave hermenéutica de Echeverría es estética. El barroco es para él,
el resultado de la tensión entre la imposibilidad de superar el canon clási-
co y la incapacidad de resignarse. Es una “voluntad de forma” específica,
una determinada manera de comportarse ante la necesidad de organizar
cualquier realidad. Esta voluntad de forma está atrapada entre dos ten-
dencias opuestas: la del desencanto respecto de las posibilidades clásicas,
y la afirmación de ese desencanto del canon clásico, como insuperable. La
técnica barroca parte del respeto de lo clásico, pero desencantada por la
insuficiencia del mismo frente a la nueva sustancia vital, apuesta a la in-
fluencia que la sustancia nueva pueda tener sobre el antiguo principio;
que lo nuevo sea lo que restaure la vigencia de lo antiguo, y que lo anti-
guo se reencuentre justamente en su contrario, en lo moderno.
El barroco esconde la tensión entre la convivencia del tradicionalismo
y lo novedoso, de conservadurismo y rebelión. Afirma la trasgresión como
síntesis del rechazo y la fidelidad al modelo tradicional, haciendo del re-
chazo instrumento de fidelidad (Echeverría, 2000: 44,110-111).
La estética barroca diluye los límites entre el mundo real y el de la ilu-
sión. Es diferente porque pretende serlo: su forma es una estrategia pro-
pia de construcción del mundo como teatro, un lugar en el que toda
acción para ser tal tiene que ser una escenificación, ponerse a sí misma co-
mo una simulación de lo que realmente podría ser. El hombre de la mo-
dernidad barroca toma distancia respecto de sí mismo; vive creándose
como personaje (Echeverría, 2000: 195-196).

El ethos barroco

Un ethos histórico es un comportamiento social que responde a contra-


dicciones propias de un momento en el cual una sociedad afirma su sin-
gularidad, un conflicto histórico y las respuestas que éste recibe. Según

426
El barroco y la modernidad latinoamericana

Echeverría, esa respuesta está conformada tanto por los usos y costumbres
objetivos que protegen a la existencia humana de esa contradicción, como
por las identidades subjetivas que la protegen individualmente. El ethos
surge cuando las contradicciones se convierten en un drama histórico en
el que se produce un empate de posturas antagónicas: una postura pro-
gresista y ofensiva, que domina sobre otra, conservadora y defensiva, a la
que sin embargo no puede eliminar, y en la que debe buscar ayuda para
enfrentar la vida que la desborda. Es un estado de desfallecimiento de la
forma vencedora, de triunfo y debilidad, por un lado; y de resistencia de
la forma vencida, de derrota y fuerza, por otro. La respuesta a esa guerra
de sentidos por estructurar el conjunto de la vida y del mundo origina el
ethos que guiará a la comunidad durante un tiempo, estableciendo pautas
para la organización de la vida social y la construcción del mundo de la
vida. El ethos no es algo fijo o sustancializado (como el concepto de na-
ción o raza) sino una historia de acontecimientos concretos, abiertos, aje-
nos a todo intento de acotarlos (Echeverría, 2000: 37,47,89,91,162).
En tanto que estrategia de construcción del mundo de la vida que
enfrenta y resuelve la carencia de sentido, el ethos moderno tendría varias
modalidades de sí mismo, una de las cuales es el barroco, con un paradig-
ma formal específico. La actualidad de lo barroco reside, para Echeverría,
en la fuerza con que manifiesta en el plano profundo de la vida cultural,
tanto la incongruencia de la modernidad capitalista cuanto la posibilidad
y la urgencia de una modernidad alternativa (Echeverría, 2000:12-
13,106,118).
Este ethos nace entre los perdedores, como una forma de vivir la rea-
lidad de pobreza y desesperación sin resignarse; construyendo un mundo
imaginario en el que se reconstruye el valor destruido. Como no puede
contra la devastación capitalista, la intenta superar teatralizando la exis-
tencia. Al instalarse en lo imaginario surge esa ‘magia’ que convierte al
mundo en ‘maravilloso’. Es un mundo rico, creador de formas, pero desde
un vacío que reconoce ineludible y desde una existencia que sabe preca-
ria (Echeverría, 2003: 107-109).
Este ethos, al no estar comprometido con el proyecto civilizatorio ca-
pitalista, se mantiene al margen del productivismo exagerado que ese pro-
yecto implica. La toma de distancia se logra al enfatizar lo estético, y no

427
Gustavo Morello

las fuerzas de producción, como energía fundamental de construcción del


mundo; la belleza se transforma en un elemento catalizador de todos los
otros valores positivos del mundo. El barroco rechaza la austeridad implí-
cita en el proyecto capitalista de acumular para lograr emancipación y
abundancia. Es una “voluntad de forma”, un modo de organizar el mun-
do de la vida que resiste sin oponerse al modo capitalista de comportarse
(Echeverría, 2000: 48,58,108,186). Lo propio del ethos barroco es su
capacidad de desafiar y parodiar la economía burguesa en su característi-
ca fundacional: la administración tacaña de los bienes (Echeverría, 2000:
15-16). Pero su actitud no es nostálgica: sabe que es imposible regresar
más atrás de la transformación moderna y su liberación de las formas. La
integración de lo imaginario en la vida prevalece sobre la huida fuera de
la vida hacia lo imaginario. Pone entre paréntesis lo irreconciliable de la
contradicción moderna del mundo con el fin de superarlo y soportarlo
(Echeverría, 2000: 13,107,214,219).
La hipótesis de Echeverría es que si el barroco dio forma a otra moder-
nidad histórica, se puede imaginar como realizable una modernidad que
no se estructure en torno a la tríada capitalista de producción-circulación-
consumo (Echeverría, 2000: 36).

La modernidad en América Latina

Echeverría establece que nuestra modernidad barroca es mestiza, una cre-


ación de nuevas formas a partir de formas anteriores. El análisis de los
fenómenos de mestizaje es complicado porque tiene que ver más con el
‘reverso’ o la ‘corrupción’ de lo abiertamente sostenido (Echeverría, 2000:
81; 2001b; 2003: 104). La modernidad latinoamericana aparece en la de-
formación de la trasgresión: a la vez que acepta el modelo impuesto (y en
ese sentido es aparentemente fiel) se opone a él rechazándolo (y aquí es
aparentemente revolucionario). Comprender la singularidad de la civili-
zación latinoamericana depende en gran parte del estudio de las de-cons-
trucciones que sufren las identidades y la fidelidad creativa a esas de-cons-
trucciones.

428
El barroco y la modernidad latinoamericana

El mestizaje, como civilización americana propia, se dio desde el XVII


hasta mediados del XVIII. En el siglo barroco, la vida social americana
otorgó una importancia desproporcionada al desplazamiento imaginario
de un orden que no podía transformar; desafiando la escala de valores
modernos en un plano secular y estético (Echeverría, 2000: 185).
El predominio del ethos barroco en este momento cultural de la España
americana en esas sociedades construidas sobre la destrucción y la con-
quista de las culturas indígenas, inspiró la creación amplia y profunda de
nuevas formas. La respuesta barroca al reclamo moderno de abundancia
y emancipación se produjo, entre otros ámbitos, en lo que Echeverría lla-
mará el “proyecto tácito criollo”. Si bien este intento fue doblegado por el
proyecto del despotismo ilustrado siguió, siempre inacabado, en la parte
baja de la sociedad latinoamericana, en la cual el mestizaje cultural y el
criollismo popular generan nuevas formas para el mundo de la vida, sin
perder la matriz civilizatoria europea (Echeverría, 2000: 48,58,75-77;
2001b).

Una modernidad mestiza

Los europeos que llegan a México en 1520 sólo concebían la relación con
el otro como la negación absoluta de su identidad. La idea de dar forma
al mundo de las culturas amerindias no era sólo diferente a la europea,
implicaba una elección de sentido distinta que subrayaba la continuad
entre lo humano y lo otro. La mentalidad americana consideraba absurda
la idea europea de la naturaleza como diferente del sujeto, como un obje-
to inerte y pasivo, moldeable por la actividad humana. Había un abismo
entre estos dos modos de concebir el mundo y de dar forma a la vida. La
extrañeza de españoles e indios era radical (Echeverría, 2000: 29-30, 52).
El ‘encuentro’ se dio mediante un proceso de sometimiento del otro y
el intento de suplantar una cultura por la imposición de otra. Este proce-
so, que debió terminarse con la destrucción formal del derrotado, tendrá
obstáculos insuperables en la historia latinoamericana. El límite a este
proyecto de conquista absoluta surgió por los cambios en la geopolítica
europea. La derrota de la Gran Armada (1588) clausuró la posibilidad in-

429
Gustavo Morello

tentada en el siglo XVI de que la España americana se construyera como


una prolongación de la europea. Durante el siglo XVII los españoles ame-
ricanos debieron aceptar la idea del abandono de la metrópoli. Vencedo-
res sobre la civilización nativa, el enclave americano de civilización euro-
pea amenazaba con extinguirse, exhausto por una tarea que no podía
cumplir solo. Las civilizaciones originales estaban en una situación peor.
Su presencia como cosmovisiones político religiosas que regían el mundo
de la vida había terminado; quedaron restos de culturas destrozadas que
dependían de las instituciones europeas para seguir con vida. Unos y otros
se juntaron para enfrentar la estrategia del apartheid2: los unía la voluntad
de civilización en medio del peligro de la barbarie. Desgastado e inade-
cuado, el esquema civilizatorio europeo era el que sobrevivía organizando
el mundo de la vida. El esquema nativo no había sido sustituido ni esta-
ba aniquilado, pero tampoco estaba en condiciones de disputarle la pri-
macía (Echeverría, 2000: 53-54; 2001b).
El otro obstáculo, característico de la modernidad latinoamericana,
fue la influencia de ciertos evangelizadores europeos en América, que fue-
ron una instancia crítica a la conquista al afirmar la humanidad de los
indios. Al plantear la posibilidad de un mínimo respeto a la otra cultura
se abrió un proceso de mestizaje que frenó o desvió el proceso de conquis-
ta. El siglo XVI está marcado por la ambigüedad del conquistador y el
evangelizador, el de la anulación de la historia ‘americana’ y la presencia
de la utopía renacentista. La ambigüedad terminó cuando se impusieron
los conquistadores desatando un proceso de destrucción que venció a la
voluntad utópica de los reformadores católicos que veían en América la
tierra de cultivo de una nueva humanidad llamada a reengendrar a Euro-
pa. El mestizaje se dio, a partir del fracaso de los esquemas técnicos de la
civilización occidental provenientes de la península, en la vida práctica del
trabajo y del disfrute cotidiano (Echeverría, 2001a: 153; 2001b).
A partir del siglo XVII aparecerán en la América colonial indios ‘inte-
grados’ a las ciudades, quienes serán los agentes del mestizaje cultural,

2 En la situación de apartheid, la mejor relación a que aspira el ‘dueño’ con el ‘nativo’ es la no rela-
ción, el pacto de no agresión. El subordinado está compelido a la aquiescencia frente al domi-
nador: no puede decir ‘no’. Pero el ‘dueño’ tampoco puede acceder a la significación del ‘sí’ del
dominado, a ser reconocido por su asentimiento (Echeverría, 2000: 55).a

430
El barroco y la modernidad latinoamericana

generando un modo de convivencia moderno, plural, principalmente


informal que crece contra la política de apartheid sostenida por el esta-
blishment colonial. Convencidos de la imposibilidad de reconstruir su
mundo pre-hispánico, sabían que lo único que podían hacer para mante-
nerse con vida era construir, con los que los habían conquistado, una vida
más o menos civilizada, seudo europea que les permitiera, tanto a indios
como a españoles abandonados, escapar de la barbarie. Los indios integra-
dos, junto con los criollos mestizos, son quienes construyen una moder-
nidad de dinámica barroca intentando restaurar la civilización posible,
despertando y reproduciendo su viabilidad original, pero construyendo
algo diferente: Latinoamérica. La única salida fue reinventarse ‘a lo euro-
peo’, teniendo en cuenta esa realidad que era lo prehispánico. Frente a
una situación histórica catastrófica (la destrucción de su civilización y la
imposibilidad de reconstruirla; y la incapacidad de los españoles para
completar la modernidad prometida) se dio una respuesta que afirmaba
los dos términos de la dicotomía: la modernidad y las ruinas. La solución
fue representar teatralmente la vida europea, inventar un mundo en el
que, según Echeverría, todavía estamos (2001a: 154; 2003: 105; 2004:
126). La sociedad mestiza, incapaz de derrotar las formas institucionales
del legado colonial y sustituirlas por algo nuevo, elige la estrategia de usar
las formas institucionales establecidas, pero dándoles un telos distinto,
ajeno al que tenían. El código del conquistador tiene que refuncionalizar-
se para poder integrar efectivamente determinados elementos insustitui-
bles del código sometido y destruido.
Surge así un ‘proyecto’ espontáneo de construcción civilizatoria, de re-
presentación de la civilización europea en América, sobre la base del mes-
tizaje de las formas propias con los esbozos de forma de las civilizaciones
naturales. Allí, razona Echeverría, la estrategia del mestizaje cultural es
barroca. El ‘no’ para expresarse debe seguir un camino rebuscado, se cons-
truye indirectamente y por inversión. Transforma aquello que concebía
como un reino de “contra-valores”, en algo “re-valorizado” (Echeverría,
2000: 50-56,61,82,96,181).
Para Echeverría la contradicción del capitalismo está en el cruce de dos
lógicas distintas: la del consumo y la del ahorro; y es frente a este proble-
ma que él despliega el ethos barroco. El barroco no afirma ni asume este

431
Gustavo Morello

planteo, resiste definirse. No es que se abstenga, sino que toma partido


por los dos contrarios a la vez, por el tercero excluido. Elegir esta posibi-
lidad, que es imposible, significa vivir otro mundo dentro de este mundo,
poner al mundo tal como es entre paréntesis. El hombre del barroco in-
tentará vivir su vida en esa construcción. Acepta las leyes de la circulación
mercantil, pero lo hace al mismo tiempo que las impugna con su trans-
gresión, de tal modo que las refuncionaliza. Con esta estrategia, el ethos
barroco cerró el paso a la concepción “puritana” (Echeverría, 2000:
46,176-177,194).

Esta modernidad latinoamericana

Lo que hallaremos en las formulaciones políticas o filosóficas será la apa-


rente aceptación de las ‘formas’ ajenas. La efectividad del proyecto criollo
se ve, en cambio, en la corrupción de esas formas. La estrategia de ir más
allá de la alternativa sumisión/rebeldía está en la base de las realidades his-
tóricas más importantes del siglo XVII americano; en la puesta en vigen-
cia de una legalidad sustitutiva, en una institucionalidad paralela, en una
economía informal sobrepuesta a la oficial. La proclividad a “legalidades
paralelas”, a reglas que “no existen” pero que son efectivas y regulan nues-
tra vida se explican por esta forma de construir la vida social (Echeverría,
2000: 49,182).
Los fenómenos demográficos del XVII son significativos: la población
americana pasó a ser mayoritariamente mestiza, de todo tipo y color. La
tendencia en baja es la de los “puros” ya sean estos indios, africanos o pe-
ninsulares, mientras que crecen las poblaciones cholas, criollas y mulatas.
A nivel doméstico, se reconfiguran las relaciones de parentesco. La rela-
ción marital no se cuestionaba, pero ocultaba una ‘normalidad de penum-
bra’ permisiva respecto al género, la edad, la raza o la clase social de los
cónyuges, mucho más ‘moderna’ que la legalidad impuesta (Echeverría,
2000: 51,63-64,105; 2001b).
La actividad económica, que a fines del XVI estaba en un ciclo regre-
sivo, se diversifica y expande a comienzos del XVII, con producción de
manufacturas, productos agrícolas, y una intensa relación comercial a lo

432
El barroco y la modernidad latinoamericana

largo de todo el continente. Era una economía clandestina que se conec-


taba casi totalmente de contrabando con el mercado mundial, una econo-
mía informal, detectable en general con facilidad, pero difícil de punir en
lo cotidiano. Ante las arcaicas regulaciones comerciales impuestas por la
corona, el único modo posible de funcionamiento era el de la distorsión
de la legalidad del mercado a la vez que se aceptaban las normas manda-
das. La economía encontró su espacio en esa ‘catástrofe de legalidad’. Esa
plenitud económica en medio de la nada legal es barroca. No hay econo-
mía en América Latina si no tenemos en cuenta el proceso ‘informal’ de
producción y consumo, condenado por el ‘sistema’ pero funcional a él
(Echeverría, 2003: 106,109).
En lo político la modernidad barroca se mostró como combinación
conflictiva de conservadurismo e inconformidad. En la práctica cotidiana
se ve un comportamiento peculiar frente a las normas: no someterse ni
tampoco rebelarse; o someterse y rebelarse al mismo tiempo. La elección
del tercero excluido era un recurso a la prefiguración de un futuro posi-
ble: por un lado la aceptación de las formas civilizatorias y el cumplimien-
to de las leyes; por el otro la resistencia, la reivindicación de la particula-
ridad americana. El modo de la política barroca, diferente del modo puri-
tano pero igualmente genuino, sería la dissimulazione. Surge en un con-
texto de despotismo estatal, de corrupción, de inestabilidad legal en el
que cualquier toma de partido directa lleva implícita la muerte. El ethos
barroco evita una derrota heroica para la lección histórica pero inútil para
la transformación. Se inventa una república virtual, con leyes “informa-
les” que le sirven para disfrazar las que son impuestas. El planteo de la
disimulación aconseja hacer concesiones en un plano bajo y evidente, co-
mo maniobra para ocultar la conquista en el plano superior e invisible,
como un modo de hacer oposición efectiva en un contexto de dictadura
y represión (Echeverría, 2000: 111,181).
Las elites latinoamericanas pretendieron crear nuevas identidades
tomando distancia de la síntesis que resultó del mestizaje. Para eso imita-
ron lo europeo, tratando de que la actuación los convirtiera en lo que
querían ser. Al negar la única identidad conformada en América Latina,
se conciben como ‘antibarrocas’. Pero la creación de esas ‘repúblicas de
ficción’ es en sí mismo un hecho barroco. Pretendieron ser estados nacio-

433
Gustavo Morello

nales sabiendo que carecían de lo principal: una acumulación de capital


nacional autosuficiente y competitivo con el mercado mundial. Estos es-
tados nacionales, sin sustento histórico o económico, llenaron el vacío de
poder real con caudillos militarizados. Cuando la política pretendió igno-
rar al poder real, por considerarlo “impuro” para los cánones “modernos”
generó legalidades paralelas y monstruosas (Echeverría, 1996: 5; 2003:
112).
El resultado es un ejercicio periférico de lo político que no se deja
reducir en ‘la política’, que mantiene su autonomía y se hace presente en
el plano formal como impureza y clandestinidad; pero que obliga a la po-
lítica a establecer tratos con ella, a veces ilegales y corruptos. La corrup-
ción es una legalidad parasitaria necesaria para mantener la pretensión de
‘estados modernos’3 (Echeverría, 1996: 5; 2003: 108).

Hacia otra modernidad latinoamericana

En el barroco se dio el ascenso y el fracaso de un mundo histórico parti-


cular alternativo a la modernidad individualista, estructurado en torno a
la vitalidad del capital, que dejó de existir cuando ese intento se transfor-
mó en una utopía irrealizable.
Como la propuesta capitalista es imposible en esta pobreza, nos quedó
la estrategia barroca: exaltar el vacío, mantener la simulación. Disimula-
mos democracia, identidad nacional, sistema republicano, modernidad.
Nos quedan modos que hacen referencia a una legalidad paralela; un capi-
talismo simulado, que niega lo que necesita: quiere ser moderno pero re-
curre ‘estructuralmente’ a lo parasitario. La trasgresión es funcional a la
generación de riquezas exageradas, al interés de ciertos grupos que defien-
den sus patrones de acumulación.

3 Echeverría señala lo sucedido con Pablo Escobar como ejemplo de este sistema paralelo.
Idolatrado en las poblaciones que controlaba porque les construía un mundo artificial de rique-
zas; nunca promovió una transformación social. Esta ‘seudo-institucionalidad’ parasitaria es fun-
cional al capitalismo. Está ahí cuando se la necesita para calmar la miseria; y como lo hacen en
términos autoritarios, tienen un funcionamiento más o menos ordenado (Echeverría, 2003:
108).

434
El barroco y la modernidad latinoamericana

Este capitalismo mantiene la tensión con el proyecto mestizo, el cual


ahora disimula su aceptación de las normas de mercado. Las formas mo-
dernas que nos quedan, pasadas por la escuela de la miseria, se deciden
por las dos opciones, el modo del capitalismo liberal y la realidad latino-
americana. Esta dinámica da origen a un sistema que intenta ocultar las
miserias del continente y a instituciones inadecuadas para resolverlas. La
dificultad para ordenar (al modo capitalista) la economía informal con la
que subsiste la mayoría del continente, puede ser entendida como la
forma barroca de resistir a un ordenamiento institucional que es funda-
mentalmente ajeno.
Esta pervivencia del barroco nos hace plantearnos la posibilidad de
que ese ethos inspire otra modernidad. La alternativa a esta modernidad
no es resucitar una ‘identidad’ tal como la concibe cierto nacionalismo
hispanista, sino revisar nuestras tensiones, confrontando la idea de iden-
tidad con la de ethos.
Si asumimos la identidad como algo abierto, si de-sustancializamos la
idea de propietario privado y de nación, cuestionando estos rasgos iden-
titarios propuestos por la modernidad capitalista, nos abrimos al campo
más flexible y comprensivo del ethos. Un ethos, en tanto que principio
desde el cual se resuelve la vida y la muerte, replanea las racionalidades
posibles, dejando abierta una salida diferente a la propuesta por la Ilus-
tración (Echeverría, 2002b: 54).
El problema que agrava la crisis de la modernidad es la convicción
interiorizada de que el capitalismo es un soporte indispensable de la vida
civilizada. Si un elemento de la modernidad es la concepción del sujeto
como propietario privado, y este modo de modernidad se hace ‘esencial’,
un pensamiento que intente explicar el mundo de la vida tiene que habér-
selas con la ‘naturalidad’ que la propiedad privada tiene en la construc-
ción de nuestro ‘mundo de la vida’. El problema es que la ilimitación de
la propiedad privada en un mundo limitado, priva a la mayoría de la posi-
bilidad de propiedad. La continuidad de esta modernidad hace de todos
potenciales víctimas ¿Puede haber un sistema que nos dé abundancia y
emancipación sin esta estructura de propiedad?
Una alternativa, a la que Echeverría llama socialista, postula la posibili-
dad de transformar las relaciones de producción y ponerlas en armonía con

435
Gustavo Morello

las capacidades técnicas para reconstruir el sueño de la modernidad. Esto


será posible con un cambio cualitativo en los esquemas de vida social, con
la afirmación de esa vida social ante la naturaleza (lo otro) pero con una
nueva relación frente a la naturaleza; un nuevo ‘sistema civilizatorio’ que
tome nota de las ‘zonas de fracaso’ del capitalismo (Echeverría, 1998: 49).
La resistencia contra la modernidad capitalista no siempre tiene que
darse en el ámbito político, sostiene Echeverría. La política podría recons-
truirse desde la confianza y la solidaridad íntimas, de la reconstrucción de
ciertos vínculos comunitarios que dicen ‘no’ a la modernidad establecida
(Echeverría, 2001b; 2003: 113).

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436
Pensamento crítico latino-americano
e os projetos de sociedade na visão
dos uruguaios Rodó e Vaz Ferreira
e do peruano Mariátegui

Sonia Ranincheski*

Introdução

Neste começo do século XXI evidencia-se um incremento nas discussões


relacionadas à temática da questão social tanto nos países considerados
ricos como nos países pobres. Alguns dos mais importantes estudiosos
sobre o tema da questão social, como Robert Castel, têm suscitado inter-
rogações sobre como as sociedades devem se movimentar diante dessa
nova realidade social, dessa metamorfose da questão social. Para este
autor, a sociedade salarial é o alicerce sociológico em que se baseia uma
democracia de tipo ocidental, com seus méritos e suas lacunas e há uma
herança em termos de montagem de uma sociedade não igualada entre
trabalho e proteção social. O trabalho assalariado continua sendo o prin-
cipal fundamento da cidadania enquanto esta comporta, até que prove o
contrário, uma dimensão econômica e uma dimensão social (Castel,
1998: 580).
Se atualmente a questão social está sendo considera como item da
agenda política e intelectual, parece relevante recuperar, no caso da
América Latina, como o tema foi inserido como um debate importante,
nas primeiras décadas do século XX. Um dos objetivos deste artigo é, ao
recuar quase cem anos, analisar como o tema da questão social foi enten-
* Sonia Ranincheski é diretora do CEPPAC/UnB (Centro de Pesquisa e pós-graduação sobre as
Américas) e pesquisadora associada ao DATA/UnB – Centro de Pesquisas em opinião pública.
soniaran@unb.br

437
Sonia Ranincheski

dido por alguns intelectuais latino-americanos, especificamente os auto-


res uruguaios Enrique Rodó e Vaz Ferreira e o peruando Mariátegui1.
Considera-se que as indagações do presente podem ser entendidas se
forem conhecidos e recuperados os argumentos produzidos já há um
século. Com esse procedimento não se está, no entanto, advogando a
perspectiva de um tempo imutável, mas de que certas noções podem ser
percebidas se seu histórico for desvelado. Esta perspectiva acompanha
inúmeras pesquisas desenvolvidas nos últimos anos relativas a formação
do pensamento social e político na América Latina (Pinedo C.,1999:
15-34).
Embora no terreno da história, as indagações sociológicas é que se tra-
duzem na análise da produção textual destes autores pautada pela noção
de que a linguagem não reflete a sociedade, como numa figura do espe-
lho, de mero reflexo. Nesse espelho há vários ângulos em que algumas
perguntas surgem quase que naturalmente: o trabalho do autor é um diá-
logo dele com seu tempo? Ele escreve para si ou para uma circulação? Seus
escritos são expressão de sua consciência? É possível recuperar as intenções
presentes no momento da escrita?
O que está em questão aqui é a relação entre texto e contexto e que é
possível, como assinala Quentin Skinner, ao ler determinada literatura e
recuperar a leitura destes textos investigar uma questão histórica e as preo-
cupações do homem e do seu tempo. Além da investigação sobre o que
estes autores estavam fazendo, a leitura proporciona um quadro sobre as
tradições teóricas em que estes autores se basearam (Skinner, 1997: 1-21).
O propósito deste texto é, portanto, informar sobre a argumentação e o
imaginário de homens das letras no Uruguai e no Peru. Homens que
estão inseridos na categoria arendtiana de intelectuais (Arendt, 1991:
209).

1 Optou-se por deixá-lo de fora por razões metodológicas: contrastar autores de dois diferentes
paises em situação distinta quanto ao destino do Estado. Um futuro trabalho será contrastar estes
autores aqui estudados com outro autor igualmente importante no Uruguai: Emilio Frugoni. Ele
foi o primeiro deputado socialista eleito, em 1911. Escreveu inúmeras obras. No entanto, não se
pode considerá-lo homem das letras, na categoria arendtiana.

438
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

O Uruguai e o Peru, contrastes entre países

No Uruguai, a presença de uma elite política modernizadora, lideranças


do Partido Colorado, influenciou a transformação do país e impôs uma
discussão forte sobre o Estado e suas funções de proteção social. Em ter-
mos de cenário político, é nesta época que se consolida o sistema partidá-
rio uruguaio bipartidário em torno dos dois principais partidos: Partido
Colorado e Partido Nacional. Ambos partidos organizavam-se por grupos
internos representando diferentes visões de sociedade. O grupo mais pro-
gressista desta época, liderado por Battle y Ordoñez, domina o Uruguai
entre os anos de 1904 a 1917, impondo ao país, uma série de alterações
constitucionais importantes. Trata-se do que alguns chamam de implan-
tação do Welfare State criollo.
Notam-se no discurso do presidente colorado alguns elementos que
podem ser encontrados nos anos posteriores nas discussões das elites par-
lamentares: trabalho como atividade nobre e produção de riqueza, defesa
dos imigrantes, implementação das regras de trabalho e direitos sociais
como forma de incentivar a industrialização os colorados iriam propor
junto ao Congresso Nacional projetos de reformas para o país.
Esse impulso reformista e renovador nota-se mais claramente no
segundo governo Batlle y Ordoñez (1911-1914): nacionalizações, legisla-
ção social, o problema da população vinculada à terra, tudo isso foi trata-
do e, sobretudo, discutido (Barran, 1990). Estas discussões se encontram
nos jornais e principalmente no interior do Congresso uruguaio. O pro-
gresso do Uruguai estava na possibilidade de contar com a presença do
Estado, não mais regulador, mas interventor, provedor.
Durante o primeiro governo de Batlle y Ordoñez1904-1907, o
Congresso uruguaio recebeu inúmeros projetos enviados pelo executivo
colorado. Cabe destacar que Batlle y Ordoñez é considerado uma impor-
tante liderança colorada e nacional, nas duas primeiras décadas do século
XX. Em relação a questões civis e políticas, Batlle y Ordoñez, destaca-se a
sua proposta de lei de divórcio (maio de 1905), criação da Alta Corte de
Justiça (outubro de 1906), abolição da pena de morte (junho de 1905),
reforma de lei eleitoral estabelecendo a lei de um terço para representação
parlamentar (novembro de 1906). O Congresso recebe também projetos

439
Sonia Ranincheski

relacionados à legislação trabalhista: regulamentação da jornada de oito


horas de trabalho; limites mínimos de salários (para salários de menos de
seiscentos pesos), proibição de trabalho de menores de 13 anos, descanso
de um mês para a mulher depois do parto, descanso semanal com turno
rotativo (Nahum, 2000: 43). Em abril de 1911, o presidente envia ao
Congresso um projeto de monopólio de seguros; em novembro do mesmo
ano, apresenta proposta de monopólio da eletricidade; e no mesmo ano,
em junho, reapresenta projeto de redução de horas de trabalho para oito
horas diárias e descanso obrigatório a cada cinco dias de trabalho.
Os discursos colorados fazem recordar os quatros mitos uruguaios que
foram consolidados em meados dos anos 50 e forjaram a imagem do
Uruguai como a Suíça da América Latina: o primeiro era “conseguir segu-
ridade social; o segundo é o da diferença, o espírito de orgulho de se con-
siderarem uruguaios diferenciando-se do restante do continente; o tercei-
ro, o mito do consenso, baseado na igualdade perante a lei, como susten-
tação do regime democrático; e o quarto, o mito do país de cidadão culto”
(Serna 1999: 60).
O Peru da época de Mariátegui era um país que se “modernizava” rapi-
damente com uma rápida reestruturação da composição econômica
nacional. A partir das partir do início do século XX, as companhias dos
Estados Unidos, entre elas a Cerro de Pasco Corporation e a International
Petroleum Corporation, começam a monopolizar a produção de alguns
setores exportadores como a indústria mineira e a do petróleo. O açúcar
e o algodão também foram produtos que interessavam às empresas do
Velho Mundo ou do “Colosso do Norte”, ainda que boa parte das hacien-
das “modernizadas” estivesse nas mãos da elite agrária peruana ou de
filhos de imigrantes que, não obstante, recebiam financiamentos de casas
de comércio estrangeiras (Pericás, 2006).
Para a modernização das haciendas camponeses foram expulsos de
suas terras, se proletarizando nos centros urbanos, e a burguesia peruana se
manteve dependente ou sócios da burguesia industrial dos países de capi-
talismo avançado. O Estado oligárquico que se consolida nesse período,
de caráter semicolonial e defensor das classes privilegiadas ainda irá man-
ter as características gamonalistas das elites rurais aristocráticas, conti-
nuando sua dependência dos interesses estrangeiros (Pericás, 2006).

440
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

A população, composta de criollos, de migrantes do interior, campone-


ses, imigrantes estrangeiros (entre eles, muitos italianos e chineses), fun-
cionários públicos e operários, cresceria em 1908 -1920, de 141.000 para
224.000 habitantes, tornando Lima o principal centro financeiro e admi-
nistrativo do país. A primeira “favela” limenha começaria a surgir em seus
arredores em 1903, ainda que a infra-estrutura da cidade, de forma geral,
claramente melhorasse, com o incremento do saneamento e dos serviços
de saúde.
Diferentemente do Uruguai, que possuía uma elite disposta a incre-
mentar a industrialização e fracassa, no Peru, a industria cresce mesmo
que sob as mãos de estrangeiros: Dos 24.000 operários em 1908, a cifra
chegará a 44.000 em 1920, só na capital. A classe operária se consolida-
va. Com a melhor organização dos trabalhadores surgirão federações obre-
ras, sociedades de socorro mútuo, grêmios anarquistas e anarco-sindicalis-
tas e jornais proletários.
A realidade peruana se mostrava contrastante com a uruguaia.
Enquanto esta discutia o papel do Estado e implementação de direitos
sociais no parlamento (embora isso não significasse ausência de movi-
mento operário e manifestações fora do parlamento), aquela ainda se
mantinha conservadora. A grande greve geral de 1919 no Peru, quando
os trabalhadores exigiram a jornada de trabalho de oito horas e o baratea-
mento dos preços dos alimentos, foi o ápice das tensões entre governo e
proletariado, e representou o desgaste definitivo do modelo defendido
pelos civilistas (Donghi, 1983). Os últimos 50 anos da história política
peruana foram marcados pela fragilidade das instituições democráticas,
por violações dos direitos humanos e pela incapacidade de lidar com os
conflitos característicos de uma sociedade marcada pela exclusão social
(Herz, 2004).
É em meio a este cenário histórico, tendo sido influenciado pelas cor-
rentes teóricas mais fortes –positivismo e liberalismo– que Rodó vai escre-
ver a sua mais importante obra, Ariel, e Vaz Ferreira se destacará como o
filosofo da nação. Cada um a seu modo participou e influenciou interna-
mente o partido colorado e a sociedade uruguaia. O primeiro, será man-
tido na memória uruguaia como progressista, embora tenha se mantido
firme nas suas idéias liberais, como mostraremos logo a seguir. E o segun-

441
Sonia Ranincheski

do, mais radical que Rodó, no entanto, será lembrado como um filósofo
e incentivador da educação, apenas.
Nestes dois contextos bastante distintos encontramos a produção de
intelectuais importantes para além de suas fronteiras nacionais. Mas
quem foram eles?

Mariátegui, Rodó e Vaz Ferreira:


expoentes e contrastes do pensamento social

José Carlos Mariátegui (1894 -1930), peruano, nascido em Lima, filho de


pais criollos, iniciou sua carreira profissional como jornalista, ensaísta e
cronista de literatura em um jornal importante limenho –em 1914, aos
19 anos. Seus primeiros escritos revelam, inicialmente, inclinação para a
literatura modernista e comentários sobre educação, festas religiosas.
Segundo alguns autores, ao assinar com pseudônimos (“el cronista criol-
lo”) estava tentando entrar em um círculo aristocrático que jamais permi-
tiriam um mestiço (Baines, 1968: 56). Amplia sua área de atuação para o
campo da política, incentivando a campanha de renovação política no
Peru, seguindo de perto o principal líder peruando popular e da oposição,
Haya de la Torre. Neste período, Mariátegui seu pensamento ainda é
exclusivamente vinculado a preocupação nacional.
José Enrique Rodó, intelectual e ativista político uruguaio empolgou
toda uma geração de ativistas, militantes e pensadores da América Latina,
principalmente os jovens, originando a chamada corrente do arielismo
(Azúa, 1985). Foi escritor e Senador da República pelo Partido Colorado,
escreve dentre outros livros, Ariel, Liberalismo y jacobinismo, Motivos de
Proteo, El mirador del Próspero, El camino de Paros. Seu livro mais impor-
tante é livro Ariel de repercussão continental, sendo alvo de atenção por
parte de pesquisadores brasileiros nos últimos anos (Ianni, 1991: 7-13;
Raninhceski, 2002).
Vaz Ferreira de formação em Direito, exerce pouco sua profissão dedi-
cando-se a Universidade da República como professo e reitor. Reconhe-
cido, ainda em vida, como o filósofo do país. Diferentemente de Rodó,
Ferreira não ingressa na carreira política, preferindo os bastidores, embo-

442
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

ra fizesse parte do circulo mais próximo a Batlle y Ordoñez. Os seus


livros, antes de serem publicados, foram expostos em suas aulas na
Faculdade. A produção literária que ele deixou é imensa, mas algumas
obras são mais destacadas como “Os problemas da Liberdade” (1907),
“Moral para Intelectuales” (1909), “Lógica Viva” (1910), Sobre a proprie-
dade da terra (1918), “Sobre os problemas sociales” (1922), “Sobre el
feminismo” (1933).
Tanto Vaz Ferreira quanto Rodó tiveram intensa atuação político par-
tidária. Eles foram integrantes do partido Colorado, mas acreditavam na
produção intelectual como forma de difusão de idéias. Vaz Ferreira em
um dos seus livros mais importantes, Moral para Intelectuales, ele justifica
a publicação do livro sem revisão alegando que este livro influenciaria
diretamente os jovens. Mariátegui foi igualmente intelectual e ativista
político: publicou inúmeros ensaios, criou a Revista Amauta e contribuiu
para a organização camponesa e operária peruana.
Uma característica marcante da obra de Mariátegui, e que destoa prin-
cipalmente daqueles que radicalizaram a análise indo-americano, é a
inclusão da América Latina no contexto mundial, em especial o europeu.
Para Mariátegui a América seria o resultado da inter-relação de suas par-
ticularidades com as influências européias, tanto as herdadas e as adquiri-
das. Não é por acaso que o autor inicia sua obra com as seguintes palavras:
“Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensa-
miento europeos u occidentales. Sarmiento, que es todavía uno de los cre-
adores de la argentinidad, fue en su época un europeizante” (Mariátegui).
Mariatégui propõe a união da luta revolucionária entre camponeses e
trabalhadores urbanos, sendo que os grupos indígenas detinham a origi-
nalidade da América Latina. No livro os 7 Ensaios, é possível perceber
alguma indicação do foco agrário-rural de Mariátegui (sobretudo nos
capítulos 2 e 3) com a junção e um certo espontaneísmo na sua escrita
(Vanden, 1978: 20). Os camponeses indígenas tinham, segundo ele, uma
forte disposição para o socialismo por causa de sua herança comunal do
Império Inca (que Mariátegui acreditava ser um tipo primitivo de comu-
nismo). Não sem razão, portanto, que muitos atribuem as idéias dele uma
certa origem do maiosmo.

443
Sonia Ranincheski

Para Rodó, a dimensão do homem social latino-americano é a sua


herança colonial, são as suas raízes heróicas, tão necessárias a um povo.
Mesmo considerando os americanos o resultado de uma luta pela liberda-
de, sua origem histórica não seria tão completa, uma vez que não herdou
a tradição helênica. O que o autor parece ponderar é justamente a presen-
ça de outros requisitos de civilização moderna, como a própria relação do
Estado e das minorias e maiorias. Essa é, aliás, uma discussão que avança
no século XX, ou seja, como tornar o princípio da democracia processual
um valor universal. Rodó –liberal, mas positivista– procurou encontrar na
educação um dos valores que, bem conduzidos, proporcionaria à juven-
tude latino-americana todas as condições para superar os chamados
governos autoritários e oligárquicos existentes nos países da América
Latina, ainda na virada para o século XX.
O Estado era pensado nos marcos do liberalismo mais original, dife-
rentemente de Mariátegui. A função do Estado deveria ser limitada à pro-
moção dos meios necessários para o desenvolvimento da inteligência e
para a solução pela competição. O medo da falta de controle, porém,
denuncia que esse liberalismo sucumbe à menor referência à necessidade
de certos procedimentos hierárquicos para bem conduzir a ordem social.
Tal como se observa na afirmação de Rodó

“(…) el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el pos-


itivismo de Comte, desconociendo a la igualdad democrática otro carác-
ter que el de ‘un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas’ y
negando con igual convicción la eficacia definitiva de la soberanía popu-
lar, buscaba en los principios de las clasificaciones naturales el fundamen-
to de la clasificación social que habría de sustituir a las jerarquías recien-
temente destruidas” (1985: 32).

As preocupações com o Estado (e mais ainda com o controle de maiorias


e minorias) também estão presentes na sua visão de ciência. Para ele, “la
ciencia nueva habla de selección como de una necesidad de todo progre-
so” (Rodó, 1985:33), gerando sua aquiescência a idéias de estratos supe-
riores e inferiores.
Baseado no tripé positivismo, liberalismo e racionalidade iluminista,
Rodó, quando pensa sobre a América Latina, conclui que há uma supe-

444
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

rioridade moral e humana dos latino-americanos em contraste com os


norte-americanos. Rodó, já no início do século, anunciava que a América
Latina continha uma mensagem para o mundo moderno, desde que sou-
besse devidamente desenvolver sua tradição latina. Semelhante visão, sal-
vaguardando as diferenças teóricas, encontra-se em Richard Morse, na
década de 60 do século XX (Morse, 1988). Rodó desenhou, em síntese,
um quadro analítico e propositivo, sob duas grandes âncoras: a educação
e a juventude, em que não havia espaços para o pessimismo e tampouco
para a idéia negativa de colonização. Os heróis latino-americanos, ainda
marcados pela idéia positivista de grandes homens, não deveriam ser
esquecidos, pois “una sociedad de alma heróica no permanece largo tiem-
po sin héroe grande” (Rodó, 1985: 133).
Para Rodó, a questão social ou a igualdade de condições materiais esta-
va sendo associada, de maneira negativa, com a questão política da demo-
cracia. Para ele, o crescimento populacional, o fluxo imigratório pressio-
nava a uma definição de qual regime social a América Latina deveria
optar, exigindo um nivelamento e igualdade que para ele não deveria estar
situada na multidão, mas na esfera da vida privada. Em Ariel, ele faz a cri-
tica a democracia como sinônimo das vontades da multidão. Ele teme que
o indivíduo venha a ser diluído na multidão e, com isso, fragilizar a socie-
dade. Para que isto não ocorra defende para a resolução dos problemas
sociais a idéia de mínimos necessários. Assim, a igualdade não pode sig-
nificar nada mais do que apenas o mesmo ponto de partida para todos. O
medo da multidão, essa massa anônima que não é nada em si mesma, (nas
suas palavras) se expressa na afirmação de que se ela não for bem condu-
zida, pode levar a sociedade à barbárie.
Ora quem deve conduzir essa multidão? Aqui Rodó revela sua crença
liberal imbricada com a noção hierárquica da sociedade. É de se questio-
nar, neste sentido, sua atuação política e mais ainda seu rompimento com
Batlle y Ordoñez a certa altura do governo deste, pois para muitos o pro-
jeto de Batlle y Ordoñez teria sido responsável pela cultuar política hipe-
rintegradora na esfera do social, do público, o sujeito se encontraria poli-
ticamente na sua relação com o Estado: o pacto social fundante se insti-
tuiu sobre a base de sujeito cidadão sem prestar atenção às diferenças pró-
prias da esfera privada.

445
Sonia Ranincheski

Em outras palavras, como afirma Gerardo Caetano, o Uruguai deste


período se destaca pela característica de que os atores centrais são os par-
tidos e que a expansão da cidadania política se dá pela implantação de um
determinado modelo de integração social. O medo da maioria, para Ro-
dó, se expressa na seguinte fala:

“(...) nossa democracia, ao instituir a universalidade e a igualdade de dire-


itos, sancionaria o predomínio do ignóbil, do número, caso não cuidasse
de manter em altíssimo posto a noção das legitimas superioridade
humanas e de fazer da autoridade vinculada ao voto popular não a
expressão do sofisma da igualdade absoluta e, sim, a consagração da hier-
arquia, emanando da liberdade” (Rodó, 1985: 55)

O medo da igualdade das condições sociais está no desaparecimento das


individualidades, do sujeito para a multidão. Ele chega a falar em feroci-
dade igualitária.
Para Rodó se a democracia e a ciência seriam os dois pilares dessa
modernidade, a única forma de evitar que a subsunção na multidão é reco-
nhecer as desigualdades legitimas, principalmente de espírito, oferecendo
como ponto de partida igual para todos e que seria a educação. O verda-
deiro conceito de igualdade repousa na idéia de que todos têm o direito de
aspirar ao futuro, e caberia ao Estado oferecer aos membros da sociedade
condições eqüitativas para que cada possa buscar seu aperfeiçoamento.
Uma igualdade inicial corresponderia uma desigualdade posterior, mas
resultado das escolhas da Natureza ou o esforço meritório da vontade.
Caberia uma pergunta: Rodó se distancia da concepção de que o indiví-
duo é o único responsável pela suas mazelas socais?
Igualmente em Vaz Ferreira a idéia força é o ponto de partida igual
para todos. Mas, diferentemente de Rodó, que defende a educação como
esse mínimo necessário, Vaz Ferreira agrega outros elementos e se aproxi-
ma das iniciativas de Batlle y Ordoñez. Vaz Ferreira, intelectual do parti-
do colorado, sob influências de Spencer e Stuart Mill, ao projetar na ques-
tão social o locus para pensar na possibilidade de realizar o acordo socie-
tário ele não se rende à questão da necessidade. Para ele, o que está em
jogo é igualdade de oportunidades e o da promoção social.

446
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

A ordem social de seu tempo, para ele, não satisfaz seu desejo de vida
ideal, fundamentalmente porque limita às condições de criatividade
humana (de fermentalidad, nas suas palavras). Um das razões desse impe-
dimento do avanço da criatividade é a dificuldade da existência humana
material. Ele está respondendo a novas situações que se apresentam no seu
país, principalmente aquelas derivadas da complexidade da vida urbana,
bem como às idéias veiculadas pelo socialismo. A modernidade para este
autor traz dificuldades, mas que deveriam ser contornadas dentre outras
maneiras. Seu interesse era o pleno direito ao indivíduo ao desenvolvi-
mento total de todos os seus dons, e dessa maneira manifesta sua sensibi-
lidade a injustiça de não haver condições de desenvolver os talentos de
cada um.
A dualidade tradicional do liberalismo aparece em suas idéias. Para
estes intelectuais do começo do século XX, em países como Uruguai, a
polêmica entre igualdade e liberdade foi colocada como essencial na tare-
fa de construir um ideal prévio. A inspiração liberal aparece quando o
defende em última instância na satisfação interior, no mundo dos senti-
mentos privados, portanto distante das imposições do mundo exterior.
Diante da questão social, Vaz Ferreira se perguntava: primeiro: o pro-
blema social se resolve? Segundo: Em que sentido?
Vaz Ferreira não é benevolente com seus leitores ou ouvintes a ponto
de devolver uma resposta direta. A resposta é encontrada nas entrelinhas
e principalmente com base na sua visão de organização social.
E a resposta para ele é uma incerteza. E porque incerteza? Porque para
ele, a solução possui dois elementos indissociáveis: primeiro é fundamen-
talmente uma questão de escolha, com base em situações de casos simples
e de casos complexos. Aqui, nota-se uma noção de conflito entre interes-
ses divergentes na sociedade e que para Vaz Ferreira deve ser sempre sub-
sumido na vontade maior de qualquer nação: o progresso. O segundo ele-
mento é que as soluções jamais são perfeitas, o que garante a cada gera-
ção, inserido num contexto evolutivo, possibilidades de buscar alternati-
vas às suas vontades. A sociedade seria, portanto, definida, pelo progres-
so, desejo primeiro e último, permeado pelas vontades individuais. O
sujeito individual é a unidade de análise primeira de Vaz Ferreira. Aqui
notamos o encontro de suas idéias com as de Spencer, por exemplo, quan-

447
Sonia Ranincheski

do ele explicita a densidade dos acontecimentos e os efeitos involuntários,


na indeterminação dos acontecimentos, mesmo que num ambiente de
evolução. É preciso ter certas condições e sob estas condições que Vaz
Ferreira desenvolveu seu esquema interpretativo do mundo e das questões
sociais e equacionou o que para ele eram os problemas sociais.
O conflito entre indivíduos exige acordos práticos para que mantida a
ordem social, seja possível viabilizar o progresso. Tais acordos práticos se
dariam com base no que ele mesmo denomina de fórmula. Haveria uma
fórmula que cada geração deveria aplicar, no seu tempo, para refazerem o
acordo social. Numa espécie de contrato social renovável a cada geração.
Vaz Ferreira acentua que os conflitos societários não estariam baseados
na polaridade do liberalismo e do socialismo, que para ele é ocultar a real
divergência. Estes conflitos deveriam ser localizados nos interesses indivi-
duais e na idéia de liberdade por um lado e de igualdade por outro.
Em outras palavras, Vaz Ferreira conceitua problema social como
situação de déficit de condições materiais com um déficit de liberdades
individuais, aqui diferente de Mariátegui. Se Vaz Ferreira busca inspira-
ção em literatura marxista, é Mariátegui que vai mais longe, utilizando-se
dessa literatura para produzir idéias realmente transformadoras.
Para Ferreira, o acordo deveria se estabelecer entre estas duas bases,
mediante uma igualdade de mínima que asseguraria um mínimo de satisfa-
ção das necessidades básicas, e nestes sentido evita que a liberdade seja
refém da necessidade. Pois para ele, a verdadeira felicidade é, sem dúvida, a
criatividade humana que deriva da liberdade e jamais da necessidade. É
explicito sua oposição ao socialismo e principalmente ao comunista. Em
um dos seus livros (Los problemas sociales) ele fala à juventude que esta não
deve em hipótese alguma sucumbir ao comunismo (Vaz Ferreira, 1939).
Este mínimo, este ponto de partida, que para Rodó é a educação, para
Ferreira deveria haver um conjunto de elementos situados como mínimo
que seria a educação em termos de sociabilidade, instrução em termos de
conhecimentos, saúde, habitação que ele diz ser um direito de estar no
mundo e alimentação. Estes elementos dariam os suportes necessários
para o sujeito desenvolver sua capacidade de criatividade e de vida na
sociedade. O seu fracasso ou sucesso, dependeria, portanto do grau de
liberdade existente no seu ambiente social.

448
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

Os obstáculos a estes mínimos, para o autor, estariam localizados pri-


meiro na noção de propriedade da terra produtiva ou de habitação e no
direito a herança. Vaz Ferreira está discutindo e se utilizando aqui, e ele
explicita, das idéias de Stuart Mill.
Quando ele localiza o problema na propriedade da terra, ele está pro-
blematizando a questão da terra no seu país. A contradição que surge em
seu pensamento é justamente na defesa da propriedade. Se ele defende
que todos têm direitos a alimentação, por exemplo, não seria justo que
todos tivessem terra para plantar? Ao se perguntar isso, nota-se que a defe-
sa da propriedade é um daqueles graus não negociáveis e afirma, neste
caso, que nem todos deveriam ou tem aptidões para serem agricultores. A
sociedade já está demasiada complexa e diversificada, além de implicar em
desejos e possibilidades.
É neste momento que ele recorre ao outro obstáculo para a implanta-
ção do mínimo necessário: a herança. A herança permite a desigualdade.
Mas acabar com ela não seria atingir o direito individual? Ele se interroga
sobre estes direitos com base na idéia de gerações passadas e presentes. A
solução viria com o acordo geracional. O equilíbrio, a partir deste acordo
(sempre instável) se consegue pela mediação da presença do trabalho pro-
dutivo. Seja ele manual ou intelectual. O trabalho é o elemento de posi-
ção de cada um na sociedade. Tanto assim que não deveria existira a dua-
lidade liberalismo e capitalismo, mas trabalhadores e não trabalhadores.
Onde trabalhadores poderiam estar na categoria de trabalho puro (manual
e intelectual), e trabalho impuro, seriam os comerciantes, industriais,
todos aqueles que trabalham, mas estão ligados diretamente com capital.
E os não trabalhadores serão, desde os herdeiros até o sujeito que, por cir-
cunstâncias não exerce nenhum papel produtivo.
Na sua análise sobre trabalho corporal ele destaca sua característica de
esforço físico, mas que poderia ser atenuado. O trabalho é penoso por
razoes sociais: má regulamentação, excesso de horas de trabalho, má
remuneração. Ou pode ser penoso por razoes materiais: falta de máquinas
que auxiliem o esforço humano. A solução seria uma espécie de compen-
sação, direitos para atenuar as dificuldades.
Destaca-se que esta questão de grau de mínimos é importante também
politicamente. Até quanto cada um pode receber? Ou até quanto cada um

449
Sonia Ranincheski

pode deixar de receber? Para Vaz Ferreira, apesar da sociedade ser forma-
da pelos desejos e vontades dos indivíduos. Estes desejos não deveriam ser
deixados a mercê da própria vontade individual. Surge, no escopo de suas
idéias a necessidade da força, entendida como força social (talvez no
melhor estilo de Durkheim). Em outras palavras, o acordo entre os indi-
víduos, que ele defende, pressupõe de um lado cumprimento do indiví-
duo e de outro o Estado. Como o indivíduo demonstra que aceita e cum-
pre o acordo? Seguindo as regras estabelecidas na geração de riqueza, ou
seja, priorizando o trabalho. E para ele trabalho não é só produção de
necessidade, mas fonte de criatividade.
Algumas das críticas que se fazem a ambos seriam homens indiferen-
tes e alheios ante os compromissos de sua época, resultando no estetecis-
mo de Rodó e na lógica formal de Ferreira, não procede. O que se verifi-
ca na obra destes dois autores é a escassez de fatos concretos da época, não
eles não escrevem sobre determinado evento, mas eles em sua ação práti-
ca e seu pensamento estão conectados e influenciando no projeto de
sociedade.

Considerações finais

A América Latina tem sido, igualmente, palco de grande tensão entre assi-
milação de modelos de desenvolvimento importados de outras realidades
européia e norte-americana e o esforço pela construção independente de
idéias genuinamente latino-americana. Tanto uma quanto a outra incor-
rem em erro, pois é preciso reconhecer a impossibilidade de um pensamen-
to hermeticamente isolado de tudo o que já se produziu teoricamente.
Diferentemente de Mariátegui que apresenta a questão do índio e o
mito fundador e a questão da terra como problemas fundamentais, Rodó
e Vaz Ferreira apresentam três eixos distintos: i) dicotomia entre liberda-
de e igualdade; ii) a questão social como privação de capacidades básicas.
A pobreza não seria a falta de ingressos, senão a privação de condições que
geram as capacidades de desenvolvimento. As diferenças entre os dois
autores estão justamente neste ponto de partida. Para Rodó basta à edu-
cação, para Ferreira era preciso um conjunto de mínimos necessários. Por

450
Pensamento crítico latino-americano e os projetos de sociedade

fim, iii) a preocupação em destacar a presença do Estado de bem estar e


dos mínimos necessários, pois na ausência de condições básicas, abre-se
espaço para a desordem ou mesmo para sistemas político alternativos,
como os socialistas os quais eles não compartilhavam.

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452
Sociologia, literatura e fome:
um retrato da intolerância

Tânia Elias Magno da Silva*

O tema da fome permeia várias obras artísticas e literárias, tanto nacio-


nais como mundiais. Inúmeras são as representações artísticas deste flage-
lo que campeia no mundo, quadros, poemas, romances, filmes, canções
foram e continuam sendo construídos sobre o imaginário da fome. Há,
como afirmou Glauber Rocha (1965), uma estética da fome que encanta
e horroriza ao mesmo tempo. São obras de um realismo que impressiona
e que comovem, ao mesmo tempo em que podem ser consideradas obras
de denuncia de nossa tolerância com o intolerável, muitas são verdadeiras
obras de sociologia da fome.
Ao falarmos de intolerância e de fome nosso imaginário tende a nos
conduzir aos terríveis quadros de destruição e barbárie resultantes das
guerras e conflitos que marcaram e ainda marcam a nossa história sobre a
face do planeta. Ódios materializados em guerras, perseguições, banimen-
tos, retaliações, torturas, desprezo, mortes, exprimem a linguagem da
intolerância. E o que dizer dos quadros de miséria e fome que assolam o
mundo moderno e que resultam não apenas de guerras ou de períodos de
calamidades climáticas, mas da perversidade de um modelo econômico
que mata em tempos de paz (?), mata em surdina, aniquila povos inteiros,
condena-os a morte lenta, asfixia suas mentes em nome do progresso, da
modernidade?
Quando falamos de intolerância, estamos falando também de tolerân-
cia, do intolerável e do tolerável, do nosso sentimento e do sentimento do
Outro.
* Universidad Federal de Sergipe taniamagno@uol.com.br

453
Tânia Elias Magno da Silva

A fome não é imagem do passado, mas um desafio do presente que


ameaça o futuro. Grassa em todo o planeta, passeia pelas ruas do mundo,
espia gulosa pelas vitrines dos restaurantes, dos supermercados, mendiga
nas feiras livres, resulta do desperdício, do descaso para com o outro e
denuncia um sistema econômico e político perverso, bem como a nossa
tolerância para com o intolerável.
Imagens de famintos povoam o nosso cotidiano, convivem conosco,
mas parecem ser invisíveis aos nossos olhos. Eis mais uma faceta do tole-
rável/intolerável. Os quadros da fome nos fazem agradecer o nosso prato
cheio e esgueirarmo-nos o mais possível dos famintos. Esta é sem sombras
de dúvida uma forma de aniquilamento do Outro e retrata um sentimen-
to quase xifópago: a tolerância da intolerância.
Paradoxalmente, somos cada vez mais intolerantes em nome da tole-
rância. Fechamo-nos em círculos pequenos e ignoramos o destino do
Outro em nome do respeito à diferença, à individualidade, a alteridade e
acabamos tolerando o intolerável. Somos como afirma Alain Touraine
(1998) cada vez mais tribais numa sociedade cada vez mais globalizada,
de fronteiras tênues, pois “quando estamos todos juntos, não temos quase
nada em comum; e quando partilhamos crenças e uma história, rejeita-
mos os que são diferentes de nós”.
Tolerar o intolerável é o alerta que Susan George faz ao escrever O
Relatório Lugano (2002), pois uma parte considerável do mundo habita-
da pelos mais pobres, parece não mais fazer parte dos planos de ajuda para
o desenvolvimento, bem como suas populações vem sendo dizimadas pela
fome, doenças e guerras, sem que nos preocupemos com o fato. É uma
lógica perversa que exclui os desvalidos como se eles fossem os responsá-
veis por sua miséria.
Ao contrário do que muitos pensam a pobreza e a miséria não se cons-
tituem em uma necessidade ou fatalidade, são produtos de um modelo
econômico que reparte desigualmente a riqueza produzida e condena
milhares de pessoas em todo o mundo a condições de miserabilidade
extremas.
A intolerância é uma temível parceira do totalitarismo, seja ele nacio-
nal, religioso ou étnico, cuja recusa ao outro chega a ponto de aniquilá-
lo. E suas exteriorizações se concretizam através da estigmatização do

454
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

estrangeiro, da xenofobia e do racismo. Mas o que é o intolerável?


Concordo com Perrot (2000: 111) que:

“Intolerável? É o sofrimento dos fracos, joguetes e vítimas dos poderes públi-


cos e privados: crianças, estrangeiros, deficientes, pobres de pobreza extrema,
prisioneiros cujo encarceramento cria uma zona de não - direito, reduzidos,
portanto, à abjeção, quando não sujeitos à tortura; todas essas vítimas cor-
riqueiras da dominação cotidiana, ou vítimas excepcionais das guerras, das
deportações e limpezas étnicas, mais que nunca na ordem do dia...”

Intolerável é fingir que não temos conhecimento do que se passa ao nosso


redor quando estamos conectados ao mundo, quando dispomos de todo
o tipo de informação: jornais, revistas, rádio, televisão, internet, e, por-
tanto, vemos e convivemos diariamente com a dor dos deserdados da
terra: os desempregados, os famintos, os doentes, os torturados, os perse-
guidos, os exilados e banidos.
È sobre a fome e seu imenso caleidoscópio de representações e interpre-
tações, que o presente artigo se debruça. O texto está dividido em duas par-
tes: A primeira trata do tema no âmbito das ciências sociais tendo como
referência a sociologia da fome contida nos escritos de Josué de Castro, em
especial nas obras Geografia da Fome (1946) onde a análise recai sobre os
nichos de fome no Brasil; Geopolítica da Fome (1951): a fome no mundo e
O Livro Negro da Fome (1957), lançado na fundação da Associação
Mundial de Luta Contra a Fome - ASCOFAM, como um libelo de denún-
cia e conscientização do problema e, a segunda apresenta um texto literá-
rio construído a partir de um caleidoscópio de imagens extraídas da litera-
tura nacional e mundial e do cancioneiro popular, evidenciando que o
drama dos famintos, independente de época ou lugar é um só.

Josué de Castro e a Sociologia da Fome

Josué de Castro (1908-1973) é um dos pioneiros na elaboração de uma


sociologia da fome. Médico de formação, com especialização em doenças
da alimentação, cedo enveredou no campo das ciências sociais, iniciando
pela geografia humana, e depois pela antropologia, sociologia e política

455
Tânia Elias Magno da Silva

no intuito de melhor compreender o fenômeno que estudava: a fome.


Autodidata, sem amarras a escolas sociológicas, contrário a ortodoxismos
e dogmatismos, buscou cada vez mais ampliar o seu universo interpreta-
tivo do fenômeno da fome, de forma a apreendê-lo em sua totalidade e
complexidade.
O inquérito As condições de vida das operárias no Recife (1935) marca
o início de seus estudos sociológicos. Neste estudo conclui ser a fome e
não as questões de raça ou clima a razão da baixa produtividade do ope-
rariado recifense. Denuncia a deficiência de o regime alimentar como
causa da aparente apatia dos operários, é a desnutrição resultante da suba-
limentação que em surdina destrói continuadamente uma população,
sem chamar a atenção, nem despertar piedade a responsável pela baixa
produtividade e precariedade das condições de saúde dos operários.
Correlaciona as altas taxas de mortalidade ao estado de pobreza que con-
diciona a fome coletiva, para concluir que só havia uma maneira pior para
se alimentar: era não comer nada.
Geografia da Fome (1946) e Geopolítica da Fome (1952) são obras que
consolidam sua sociologia da fome (Silva, 1998). Agregam-se a essas duas,
O Livro Negro da Fome (1960) e Sete Palmos de Terra e um Caixão (1967),
além de inúmeros estudos e artigos publicados. Josué foi um extremado
militante no combate ao que denominava de “o pior flagelo”: a fome.
Um pilar básico de sua análise teórica sobre a fome e que se consolida
em Geografia da Fome é compreender e analisar a fome como um fenô-
meno social, vinculando-a ao subdesenvolvimento. Para ele fome e sub-
desenvolvimento são a mesma coisa. Em seus estudos analisa não só as
causas estruturais da fome, evidenciando os seus condicionantes históri-
cos, políticos e econômicos, mas também o viés sócio-cultural dos regi-
mes alimentares, bem como as conseqüências da fome nas populações.
Em Geografia da Fome toma como premissa de análise os regimes ali-
mentares e divide o país em cinco regiões alimentares e, revela os nichos
da fome através da elaboração do Mapa da Fome no Brasil. Esta obra
representou um marco no estudo da realidade brasileira, tanto por
mapear a fome revelando os seus nichos, como por correlacionar fome e
subdesenvolvimento, ou seja, por inserir o tema no campo de estudos das
ciências sociais ao considerar a fome uma questão política.

456
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

São cinco as áreas culturais da fome no Brasil apontadas no Mapa: a


Amazônia, a área da Mata do Nordeste, Sertão do Nordeste, Centro-
Oeste e Extremo-Sul, sendo que as três primeiras são consideradas como
áreas críticas da fome no país.
Tendo como premissa os hábitos alimentares com ênfase nos condicio-
nantes históricos, econômicos, culturais e geográficos, busca demonstrar
como as condições climáticas, econômicas e culturais influenciaram e
influenciam esses hábitos, muitas vezes empobrecendo-os e trazendo
como conseqüências uma série de doenças da fome, como é o caso do
beribéri, da pelagra, do escorbuto e da tuberculose, entre outras.
Castro aponta o subdesenvolvimento como o principal fator de fome
no Nordeste, seja no Nordeste açucareiro, seja nas áreas do sertão, a luta
contra a fome precisaria ser encarada como uma luta contra o subdesen-
volvimento em todo o seu complexo regional. Para o autor todas as medi-
das e iniciativas não passariam de paliativos enquanto não se procedesse a
uma reforma agrária racional que libertasse as populações da servidão da
terra, pondo-a a serviço de suas necessidades.
Sem uma verdadeira reforma agrária seria impossível se combater a
fome e a miséria. Desenvolvimento e reforma agrária não poderiam ser
pensados separadamente, pois são elos de uma mesma corrente. Só atra-
vés de uma reforma agrária seria possível inocular na economia rural os
germes de progresso e desenvolvimento representados pelos instrumentos
técnicos de produção, pelos recursos financeiros, e pela garantia de um
justo rendimento das atividades agrárias.
Ao final conclui que a fome como uma expressão do subdesenvolvi-
mento econômico só desapareceria quando este fosse varrido do país, jun-
tamente com o pauperismo generalizado que este condiciona. Diante do
que considerava “um falso desenvolvimento!”, alertava para o aumento do
desemprego, o inchaço das grandes cidades e o crescimento do pauperis-
mo generalizado, o desequilíbrio entre a cidade e o campo e o perigo de
se justificar sempre “o custo do progresso”.
O estudo feito no final da década de 1940, em que pese ter ocorrido
algumas mudanças no cenário nacional, continua válido para o Brasil de
hoje. A fome, longe de ser um problema solucionado ou sob controle,
apesar das inúmeras campanhas, projetos, programas e políticas públicas

457
Tânia Elias Magno da Silva

desenvolvidos com esta finalidade, está longe de ser um problema resol-


vido.
A reforma agrária continua a ser o “calcanhar de Aquiles” da política
brasileira, como muito bem asseverou Josué de Castro ao tratar da ques-
tão, já na primeira edição de sua obra em 1946. Ao contrário do que apre-
goam os arautos governamentais, o pouco que tem sido feito nessa área
deve-se à luta empreendida pelos trabalhadores sem-terra, através de suas
organizações e das entidades que os representam ou apóiam, como é o
caso do Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra - MST, e de seto-
res da Igreja Católica, como a CPT e outras pastorais, intolerantes com a
perversa tolerância governamental.
O resultado da inoperância governamental tem se traduzido nas inú-
meras mortes no campo decorrentes da luta pela terra e que deve ser
entendida como uma luta pelo alimento, contra a fome e em defesa da
vida. É um espelho que reflete os quadros da intolerância/tolerância.
As marcas geográficas da fome assinaladas por Josué de Castro e con-
sideradas na época, por muitos críticos, como um desserviço ao país,
foram e continuam sendo um desafio a ser superado. São marcas de uma
dívida social acumulada ao longo de séculos. O livro é um alerta para o
intolerável: a fome, ao mesmo tempo em que denuncia o crime da tole-
rância para com o intolerável. Um retrato traçado há mais de cinqüenta
anos e que continua válido para o Brasil do século XXI, conforme denun-
cia o excelente trabalho realizado por Xico Sá e U. Dettmar, A nova
Geografia da Fome (2003).
Em Geopolítica da Fome (1953) Castro alerta os leitores para o fato
de que a fome foi sempre um assunto considerado delicado e perigoso,
tão delicado e perigoso por suas implicações políticas e sociais que
havia permanecido, assim como o sexo, quase até aqueles dias como
um dos tabus da nossa civilização. O método utilizado é o mesmo de
Geografia da Fome (1946), e trás à tona não só as raízes históricas do
problema, como seus condicionantes econômicos, sociais e culturais,
os fatores geográficos e biológicos que interferem, as explicações fisio-
lógicas e as conseqüências fisico-bio-psicológicas da fome, bem como a
dimensão ecológica da questão e, sobretudo, a dimensão política do
problema.1

458
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

Segundo Josué de Castro a literatura ocidental, com algumas exceções,


era cúmplice desta ocultação do fenômeno: “cúmplice do silêncio, que
ocultou aos olhos do mundo a verdadeira situação de enormes massas
humanas debatendo-se dentro do círculo de ferro da fome” (1953: 41).
Buscando as verdadeiras causas da fome no mundo, denuncia a economia
colonial pela “feia tragédia da fome, produto, em grande parte, desse
colonialismo desumanizado”, ao tempo que se contrapõe veementemen-
te às teses neomalthusianas, denominadas por ele de “o espantalho malt-
husiano”:

“(...) não fazem mais que atribuir à culpa da fome aos próprios famintos.
(...) esses povos famintos não passam, a seu ver, de povos criminosos, crim-
inosos culpados desse feio e tremendo crime: passar fome A teoria neoma-
lthusiana é, em última análise, uma teoria do faminto-nato” (1953: 54).

As absurdas projeções demográficas apresentadas pelos neomalthusianos


como ameaça a vida no planeta,2 careciam, segundo Josué de qualquer
fundamento científico, além de serem ideologicamente reacionárias. Na
defesa de sua tese, esclarece:

“Não concordamos inteiramente com Marx, quando afirma que a pro-


dução pode ser indefinidamente aumentada; mas, acreditamos que ainda
estamos infinitamente longe do seu limite máximo. E, por isso não nos
assusta o espectro de Malthus ou, como nos vem sempre vontade de dizer,
o espantalho de Malthus” (1953: 57).

Esta obra foi escrita e publicada pouco depois de terminada a Segunda


Guerra Mundial e o conflito entre os Estados Unidos e o Japão, quando
as trágicas conseqüências destes dois acontecimentos que abalaram o
mundo, ainda estavam bem presentes na memória de boa parte da popu-

1 Geografia da Fome é apresentado como o primeiro de uma série de cinco livros a serem escritos
sobre a fome no mundo.
2 Este é ainda um tema controverso nas discussões sobre as perspectivas futuras das condições de
vida no planeta.
Ver a respeito entre outros: Sasson, Albert (1993). Em especial: Produção e Comércio dos
Produtos Agroalimentícios e Realizações e Promessas: Cooperação Internacional e Perspectivas.

459
Tânia Elias Magno da Silva

lação mundial. Os quadros resultantes da intolerância estavam bem pre-


sentes na mente das pessoas, e o livro busca dar ênfase as situações cala-
mitosas que o mundo enfrentava e despertar os leitores de uma possível
apatia e descaso para com o destino de mais de três quintos da população
mundial vitimadas pela fome. É contra a tolerância do intolerável que o
autor se volta, e escreve com veemência:

“(...) em alguns trechos deste livro o leitor poderá sentir certa paixão nas
palavras do autor, mas é a paixão pela verdade, que é a poesia da ciência.
Paixão pelos problemas humanos em sua totalidade e em sua universali-
dade. O fato de o autor fazer uso, em alguns trechos, de tintas um tanto
negras deve ser considerado pelo leitor uma conseqüência inevitável de ter
sido este livro - documentário de uma era de calamidades - pensado e
escrito sob a influência psicológica da pesada atmosfera que o mundo
vem respirando nos últimos dez anos. Atmosfera contaminada pela cor-
rupção, pela frustração e pelo medo e abafada pela fumaceira das bombas
e dos canhões, pela pressão das censuras de toda ordem, pelos gritos e
clamores das vítimas da guerra e pelos gemidos surdos dos aniquilados
pela fome” (1953: 62-63).

Nas duas primeiras partes do livro o mundo da fome é analisado em sua


expressão universal e em suas peculiaridades regionais, na terceira parte
apresenta uma saída para um mundo sem fome e sem a necessidade de se
apelar para as propostas dos neomalthusianos. É a fome oculta que lhe
preocupa e que busca denunciar em seu estudo. O quadro mais preocu-
pante e perigoso, segundo o autor, é o representado pelas fomes qualita-
tivas específicas a que grande parte da população está permanentemente
submetida: “fomes de proteína, de sais minerais e de vitaminas. A fome
de proteínas é extremamente generalizada, desde que as fontes de proteí-
na completa, como a carne, os ovos, e o leite quase não participam da
dieta” (1952: 212).
Escrita há mais de cinqüenta anos, esta obra, assim como Geografia da
Fome, sofreu várias atualizações em suas diversas edições, sendo sempre
mantido o teor das análises, apenas atualizados os dados estatísticos
demográficas e geopolíticos da fome no mundo, uma vez que as raízes do
problema, bem como suas conseqüências, permaneciam as mesmas.

460
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

A fome continua a fazer cada vez mais vitimas em todo o planeta, cor-
roborando a assertiva de que “toda a Terra é terra de fome”, embora uns
padeçam maisque outros na luta pela sobrevivência. Afinal, este não é um
flagelo natural, nem uma praga divina enviada para castigar os homens e
sim o resultado de um modelo econômico e político perverso que precisa
fabricar miseráveis para que uma minoria privilegiada possa usufruir da
riqueza produzida pela maioria.
O estudo feito em 1951 sobre a fome no mundo, encontrou eco na
campanha mundial que a FAO lançou em 1960 contra a fome e que pre-
via que em um decênio o problema estaria amenizado. Em 1996, a ONU
diante do fracasso da campanha anterior, viu-se obrigada a repetir a
mesma façanha em campanha similar, diante do imenso número de
famintos e desnutridos do planeta: mais de 800 milhões de pessoas! Sendo
que o maior índice está concentrado na faixa etária de 0 a 5 anos de idade.
Em 1957, por ocasião da fundação da Associação Mundial de Luta
Contra a Fome –ASCOFAM, Josué de Castro publica O Livro Negro da
Fome, como um manifesto de denuncia da situação de fome no mundo
e de suas causas e conseqüências3. O objetivo principal desta obra era o de
demonstrar que a fome e o subdesenvolvimento são uma coisa só, não
havendo outro caminho para lutar contra a fome senão o da emancipação
econômica e da elevação dos níveis de produtividade das massas de famin-
tos, que constituíam (e ainda constituem) cerca de dois terços da popula-
ção mundial (Castro, 1968).
Como afirma o autor no Prefácio do livro, “é a fome –a fome crônica
e endêmica em escala universal– o traço mais típico da miséria reinante
em nosso mundo, e a sua revelação constituiu sem dúvida a grande des-
coberta da ciência e da cultura do século XX”. O livro buscava comover
os leitores e leva-los não só a tomada de consciência do problema, mas
aumentar o número de aliados na luta contra a fome, ou seja, tira-los da
inércia, da indiferença.

3 A ASCOFAM foi criada por Josué e mais um grupo de personalidades de renome internacional,
interessadas pela sorte da humanidade, entre as quais se destacavam os nomes do Padre Joseph
Lebret, Abbé Pierre, Albert Schweitzer, Raymond Schein, Louis Maire, Kuo-Mo-Jo, Paul
Martin, Lord Boyde Orr, Tibor Mende, René Dumont e de Max Habitch, homens preocupa-
dos com a tolerância do intolerável e intolerantes diante do drama da fome.

461
Tânia Elias Magno da Silva

O “patriocentrismo” é condenado como uma das causas mais graves


do desequilíbrio em que vivemos e conclui ser a luta contra a fome, con-
cebida em termos objetivos, o único caminho para a sobrevivência de
nossa civilização, “ameaçada em sua substância vital por seus próprios
excessos, pelos abusos do poder econômico, por sua orgulhosa cegueira
– numa palavra, por seu egocentrismo político, sua superada visão ptolo-
maica do mundo” (Silva, 1998: 285).
Mais do que convencer, quer o autor despertar a chama de humanida-
de que parecia estar adormecida na consciência dos homens, diante de
uma estranha tolerância para com a intolerável calamidade da fome no
mundo. Josué apela para uma nova visão de humanidade, muito próxima
daquela que nos propõe Morin (1994), apela para uma consciência pla-
netária, uma responsabilidade para com o planeta e esta mudança radical
só poderia começar na irmandade dos homens contra a mais terrível situa-
ção de miséria humana: a fome. Este é sem dúvida um libelo contra a
intolerância tirânica de um sistema econômico e político que bane do
direito de vida cerca de dois terços da população do planeta, matando-os
lentamente.
Adentramos o novo século com guerras fratricidas, guerras econômi-
cas, perseguições étnicas, intolerância para com o Outro. A miséria e a
fome continuam a campear por extensos territórios dizimando milhares
de pessoas por ano, mas parece que cada vez mais nos acostumamos com
a desgraça alheia e toleramos o intolerável, como se não tivéssemos
nenhuma responsabilidade sobre o destino do planeta.
A fome, um problema humano, político e social, um flagelo produzi-
do pelos homens em suas opções políticas e econômicas, deve ser encara-
da como um instrumento de dominação e poder, talvez seja como afirma
Minayo (1992), a expressão mais dolorosa e cruel da violência social. A
fome, conforme afirmou Herbert de Souza (Silva, 1998.) é o banimento
da Terra.

462
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

A literatura da fome

O tema da fome está presente em várias obras literárias, tanto nacionais


como mundiais, algumas, como foi o caso de “Fome” de Knut Hamsum,
ganhador em 1920, de um Nobel de Literatura, tornaram-se clássicas. No
Brasil, vários são os romances que tratam do tema, obras que apesar de escri-
tas há quase um século, como é o caso do romance de Rodolfo Theófilo, “A
Fome. Scenas da Secca no Ceará”, publicado em 1922, continuam atuais e
desafiadoras, pois os problemas da fome, da miséria, da exclusão social, da
injustiça social retratadas nessas e em outras obras estão a desafiar o tempo.
Como denunciava Josué de Castro, a fome é um tema universal, em
todos os cantos do planeta há sempre e infelizmente uma área de fome,
até mesmo nos ditos nichos de riqueza e abundância como é o caso dos
Estados Unidos, existem ilhas de miséria e uma procissão de famintos.
Inúmeras são as representações artísticas deste flagelo que campeia no
mundo, quadros, poemas, romances, filmes, foram e continuam sendo
construídos sobre o imaginário da fome, há como afirmou Glauber
Rocha (1965), um estética da fome que encanta e horroriza ao mesmo
tempo. Victor Hugo ao escrever Os Miseráveis, obra prima da literatura
francesa, escreve sobre a fome e o universo dos famintos, sua trágica tra-
jetória e, embora trate do período da revolução francesa, é uma obra
atual, sempre lembrada quando nos vemos diante de cenas que parecem
saídas de seu romance.
Uma bricolagem de trechos de varias obras que tratam da temática,
como pequenos fragmentos unidos formando um grande mosaico, reve-
lam-nos como a fome é um tema sem pátria e sem época, um tema atual,
bem como as imagens literárias das obras aqui utilizadas parecem ser as
mesmas, independente de época ou de autoria.
Trechos de obras de Raquel de Queiroz, Pearl Buck, Jorge Amado,
Graciliano Ramos, Josué de Castro, Francisco Dantas, Knut Hamsum,
Luis Romano, Ítalo Calvino, Cora Coralina, J.G. de Araújo Jorge,
Carolina de Jesus entre outros, coladas umas as outras nos dão uma
dimensão sócio-literária da fome, do intolerável. De propósito não assi-
nalo de quem é cada fala, este é um desafio, uma espécie de quebra-cabe-
ças que deixo para o leitor decifrar.

463
Tânia Elias Magno da Silva

Um caleidoscópio de imagens

“Pouco, mas o suficiente para dar ao livro o gosto e o cheiro


fortes do drama da fome que é, no fundo, a carne desta obra”.

Vocês já viram que não foi por ambição que a gente abandonou a terra do
sertão. Não foi em busca de riqueza. Foi em busca de vida. Foi para sal-
var a vida dos meus que desci para a costa. Vínhamos em busca de vida,
mas o que a gente topava a cada instante era com a morte e não com a
vida.

–Para onde está indo toda essa gente?


–O homem respondeu:
–Somos famintos e vamos apanhar o vagão de fogo que segue para
o sul. Sai lá daquela casa. Há carros para gente como nós, por um preço
menor que uma pratinha. (...) –É preciso comer– tagarelava ele, muito
camarada dos que se apertavam em torno dele no vagão de fogo que avan-
çava aos trancos e solavancos. – Não me incomoda que meu estúpido
estomago se tenha tornado preguiçoso depois de tantos dias de ociosida-
de.
E através da caatinga, cortando-a de todos os lados, viaja uma inu-
merável multidão de camponeses. São homens jogados fora da terra pelo
latifúndio e pela seca, expulsos de suas casas, sem trabalho nas fazendas,
que descem em busca de São Paulo, Eldorado daquelas imaginações...
Cortam a caatinga abrindo passo pelos espinhos, vencendo as cobras trai-
çoeiras, vencendo a sede e a fome, os pés calçados nas alpargatas de couro,
as mãos rasgadas, os rostos feridos, os corações em desespero.
(...) É a fome e a doença, os cadáveres vão ficando pelo caminho,
estrumando a terra da caatinga e mais viçosos nascem os mandacarus,
maiores os espinhos para rasgar novas carnes dos sertanejos fugidos.
Criança pobre
De pé no chão.
Suja, rasgada, despenteada.
Desmazelada.
Criada à toa, de roldão.
Cria de casebre,
Enxerto de galpão.

464
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

Não faz anos.


Não tem bolo de velinhas.
Não tem Natal.
Não tem escola.
Não tem banheiro.
Não tem cuidados.
Não tem carinho.
Só tem milhões de vermes
De amarelão.
Assim, vive um pedaço de tempo.
Depois, morre.
No cemitério da cidade,
a quadra de crianças
se enche logo
de comorozinhos
iguais, iguaizinhos-
de crianças pobres, desnutridas
(pasto de vermes na vida)
que vão morrendo
de desnutrição.
De súbito, senti que faltava o terreno; a cabeça começou a andar a
roda e estava quase a perder os sentidos; procurei continuar o caminho
sem fazer caso, mas cada vez me sentia pior; por fim não agüentei mais e,
metendo-me na primeira porta que encontrei, sentei-me na escada. Todo
o meu ser sofria uma transformação completa, como se o meu interior se
toldasse com um espesso véu e o cérebro se desconjuntasse.
A que atribuir àquela profunda prostração que me afligia? Seria
devida à umidade e ao frio da noite? Ou seria porque havia já dois dias
que nem sequer quebrava o jejum?
Os meninos choramingavam, pedindo de comer.
E Chico Bento pensava: - Por que, em menino, a inquietação, o
calor, o cansaço, sempre aparecem com o nome de fome?
– Mãe, eu queria comer...Me dá um taquinho de rapadura!
– Cordulina assustou-se:
– Chico, que é que se come amanhã?
Era a primeira vez que tinham carne para comer desde que haviam mata-
do o boi (...)
– Com certeza pediste esmola hoje a algum estrangeiro – disse ele a

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Tânia Elias Magno da Silva

O-Ian. Mas ela, como de costume, não disse nada. Então o mais moço
dos meninos, demasiado pequeno para se conter e orgulhoso de sua esper-
teza, exclamou:
–Fui eu quem arranjou...é minha essa carne. Quando o açougueiro
se voltou, depois que a cortou dum pedaço grande de cima do balcão,
corri por baixo do braço duma velha, que viera comprá-la, agarrei-a e
escapuli-me para um beco, escondendo-me num tonel vazio, que havia
atrás duma porta, à espera do mano.
–Pois não comerei esta carne! Exclamou Wang Lung, colericamen-
te. – Comeremos a carne que pudermos comprar ou pedir, mas não carne
roubada. Mendigos podemos ser, mas ladrões, nunca.
Lúcio fechou o livro do ponto e mandou dispersar, que nessa tarde
não havia vales, que o fim da semana estava longe, que não havia milho
para toda a gente antes da chegada do Falucho.
Da multidão elevou-se um clamor de desconsolo, de súplicas, cada
um rezando sua história a justificar sua razão de vida, que os meninos
estavam sem comer, que a casa não tinha um simples grão de milho para
entreter a boca.
No dia seguinte mais nome ficaria riscado na folha do capataz. As
valas da estrada guardariam um outro debilitado que não pode mais avan-
çar, boca aberta, corpo e olhos a falar para além da morte. No fundo das
ancas laivos de sangue.
A fome voltava a fazer sentir os seus efeitos. Encontrava-me com
uma indisposição fantástica. Via o pequeno rolo de papel branco e pare-
cia-me um cartucho cheio de pequenas moedas de prata; e por fim já jul-
gava aquilo uma realidade.
Bem diz o povo que quem ensina é a vida, e quem bota cara feia sem
nunca desenvergar é o diabo da fome.
Coriolano comprime a barriga com as mãos e se enrodilha de lado,
procurando minorar a lancetada das entranhas roídas que sente como um
oco azedado. Bota a candeia no prego, aviva as brasas apagadas e prepara
o chá de capim-santo que vai tomar daqui a pouco com raspas de rapa-
dura.
(...) Com os solavancos do cavalo pela estrada dura, a barriga ron-
cava como um porco e era de fazer medo seu barulho nas tripas vazias.
Com o calor do sol começou a subir da carga um cheiro forte das merca-
dorias. Do lado direito vinha um cheiro bom de queijo que me fazia cóce-
gas nas ventas(...) A fome foi crescendo a minha barriga vazia. A boca foi

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Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

ficando cheia de uma saliva impertinente...


“Você vomitou, de vergonha, toda sua fome, Zé Luis. Pois eu, com
licença da palavra, caguei a minha fome toda, do sertão até aqui.”
Só larguei o sertão quando não pude mais me agüentar. Comi todas
as minhas reservas de milho e de farinha. Depois, virei raizeiro. Durante
um mês inteiro cavei o chão duro e rachado da seca, em busca de raiz de
planta braba. Comi xiquexique, macambira e raiz de mucunã, e continua-
ria comendo até hoje essas plantas brabas pra não largar minha terra, se
não fosse a sede desesperada. Foi a sede que me botou pra fora do sertão,
mais do que a fome.
- Ainda na véspera eram seis viventes, contando com o papagaio.
Coitado morrera na areia do rio, onde haviam descansado, à beira de uma
poça: a fome apertara demais os retirantes e por ali não existia sinal de
comida.
- Mangue, navio encalhado
- já sem destino nem porto,
- encalhado num “mar morto”
- com penachos de palmeiras
- que são círios ou bandeiras
- em festas ou funerais...
- Desaguadouro da sífilis
- cano de esgoto da raça
- vergonha da juventude
- por ti quanta gente passa
- e diz que não lembra mais,
- pedaço sujo de praia
- no fundo de uma enseada
- onde as ondas levam restos
- que os próprios peixes não comem,
- (e que, entretanto, são restos
- que alimentam muito homem...)
- Nas favelas, as jovens de quinze anos permanecem até a hora que
elas querem. Mescla-se com as meretrizes, contam suas aventuras (...)
Há os que trabalham. E há os que levam a vida a torto e a direito. As
pessoas de mais idade trabalham, os jovens é que renegam o trabalho.
Tem as mães, que catam frutas e legumes nas feiras. Tem as igrejas que
dá pão. Tem o São Francisco que todos os meses dá mantimentos, café,
sabão etc.

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Tânia Elias Magno da Silva

– ...Elas vai na feira, cata cabeça de peixe, tudo que pode aproveitar.
Come qualquer coisa. Tem estomago de cimento armado (...)
– Os prazeres daquele recipiente redondo e achatado conhecido
como “marmita” consistem antes de mais nada no fato de ele ser desatar-
raxável... Os primeiros golpes do garfo servem para despertar um pouco
aquelas comidas entorpecidas, dar relevância e a atração de um prato
recém-servido na mesa àqueles alimentos que ficaram ali amontoados
tantas horas. Então se começa a ver que a comida é pouca, e pensa: “É
melhor comer devagar”, mas foram levadas à boca, velozes e famélicas, as
primeiras garfadas.
– Enquanto come, pensa: “Por que me dá prazer reencontrar aqui o
sabor da comida de minha mulher, mas em casa, entre brigas, choros,
dívidas que surgem a cada conversa, não consigo apreciá-la?” e depois
pensa: “Agora me lembro, isso é o que sobrou da janta de ontem”.
Perguntei para os moços: “Que levam aí embrulhado nesta rede,
irmãos?”, e os moços responderam:
“Levamos um morto, irmão”.
“De onde vem este morto, irmãos?”, perguntei.
“Vem de bem longe. Em vida, vivia nos ombros da serra e agora,
defunto, há horas que viaja pra sua ultima morada no fundo do
vale. Mas vai sem pressa, sem impaciência, como em vida, irmão.
“E de que morreu ele? Foi de morte morrida ou de morte matada?”
“Difícil de responder, irmão. Parece mais ter sido morte matada.”
“Com que mataram o homem? Com faca ou com bala, irmãos?”
perguntei.
“Nem de faca nem de bala, foi um crime bem mais bem feito.
Crime que não deixa marca”.
“De que mataram então este morto?” indaguei, e eles, bem calmos,
responderam:
“Este morto foi matado de fome, irmão”.
Uma última frase.
Bebida é água
Comida é pasto.
Você tem sede de quê?
Você tem fome de quê?4
Você tolera o quê?

4 Letra da composição “Comida”, do Grupo Titãs.

468
Sociologia, Literatura e Fome: un retrato de intolerância

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Este libro se terminó de
imprimir en junio de 2009
en la imprenta Rispergraf.
Quito, Ecuador

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