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De Las Marchas Estudiantiles A La Moneda

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De las marchas estudiantiles

a La Moneda
La nueva izquierda chilena

En los años noventa y dos mil, Chile fue un ejemplo a se-


guir para el mundo progresista en muchos sentidos. Entre
estas dos décadas, el ingreso promedio de los hogares se
duplicó. Entre 1990 y 2013, la pobreza se redujo en un
80% gracias a una combinación de crecimiento económico
sostenido y políticas redistributivas (especialmente a partir
del 2000). Incluso la desigualad de ingreso, si bien seguía
siendo la más alta de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE), se reducía de ma-
nera lenta, principalmente por el crecimiento económico
de los sectores más pobres de la sociedad.11 Todos estos
resultados económicos se produjeron bajo los gobiernos
de la Concertación.
Sin embargo, pese a los logros económicos mencionados,
es imposible explicar la emergencia de una nueva izquierda
en el plano político chileno sin pensarla en el marco de un
largo proceso de desgaste de la histórica coalición de cen-
troizquierda. En parte —aunque difícilmente los integrantes
de la Concertación y de la nueva izquierda lo reconoce-
rían—, esta aparición solo se entiende en el contexto de
los logros y fracasos tanto económicos como políticos de la
coalición que comandó la transición democrática. Como se
explicará más adelante, el inaudito crecimiento económico
de Chile trajo cambios en la estructura productiva y social

11. Larrañaga, Osvaldo y María Eugenia Rodríguez. Desigualdad de


ingresos y pobreza en Chile 1990. Documento de Trabajo, 2014.
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del país que devinieron en la aparición de nuevos actores


sociales y demandas que, en parte, explican a esta nueva
izquierda. Por otro lado, el inesperado ascenso de la nueva
izquierda y su coalición política implicó la negación de las
principales tesis que fueron defendidas por la otrora exitosa
apuesta electoral de centroizquierda.
La nueva izquierda chilena es tanto un monumento a
los logros como a los fracasos de la Concertación.
El Frente Amplio nació de la confluencia de al menos dos
corrientes: una parte de los que históricamente intentaron
crear una alternativa política situada a la izquierda de la
Concertación (Partido Humanista y Ecologista, entre otros)
denominada, en ocasiones, «izquierda extraparlamentaria» y,
los nuevos movimientos que emergieron de la movilización
estudiantil de 2011. Estos últimos terminaron liderando
el proceso de consolidación de una nueva coalición que
remeció los equilibrios políticos precedentes.

La movilización estudiantil de 2011


y la Nueva Mayoría
El modelo de educación implementado en Chile fue ins-
taurado en dictadura, principalmente en las reformas le-
gales de 1981. Al igual que en el sistema económico en
su conjunto, en el subsistema educacional las máximas
de competencia y emprendimiento privado se volvieron
dogmas. Esta estructura logró aumentar sustancialmente
la cobertura en educación superior, que pasó de un 14% a
un 46% entre 1990 y 2013.12 Sin embargo, es justamente

12. Espinoza, Óscar y Luis Eduardo González. “Equidad en el sis-


tema de educación superior de Chile: Acceso, permanencia,
desempeño y resultados”. Educación superior en Chile: Transfor-
mación, desarrollo y crisis. Ediciones UC, 2015.

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este crecimiento una de las razones que explican las fuertes


movilizaciones de 2011. Las contradicciones del sistema de
educación superior llegaron a tocar la vida de un número
nunca visto de la población chilena. Millones habían depo-
sitado su confianza y sus sueños en las manos del sistema
educacional y lo que encontraron distaba de lo esperado.
La promesa de menores costos en la educación superior y
mayor eficiencia en el gasto se vio lejos de ser cumplida. De
hecho, Chile llegó a tener la educación universitaria más
cara del mundo —ajustada por el ingreso per cápita— y
los aranceles seguían subiendo. Así, por ejemplo, tan solo
entre 1997 y 2009 los aranceles tuvieron un crecimiento real
cercano a un 60%.13 Sin embargo, en el aspecto en el que se
falló más notoriamente en este esquema de mercado fue en
el aseguramiento de la calidad. Como explican Rodríguez y
Castillo,14 esta situación configuró un sistema de educación
superior que mantenía una elite, ya no en base al acceso, sino
al tipo de institución y programa al que se accede. Tanto es
así que, según un estudio del CEP, un 39% de los titulados
de la educación superior obtenían retornos negativos una
vez incorporados al mundo laboral. Es decir, para dos de
cada cinco titulados haber estudiado los hacía más pobres.15
Las contradicciones del sistema educacional chileno cris-
talizaron un malestar generalizado que hasta ese momento
parecía un tema tabú en los consensos de la transición. Así,

13. Meller, Patricio. Universitarios, el problema no es el lucro es el


mercado. Uqbar, 2011.
14. Rodríguez Garcés, Carlos y Víctor Castillo Riquelme. "Empleabili-
dad, ingresos y brechas: Un análisis comparativo de los proce-
sos de inserción laboral en Chile". Orientación y sociedad, no.
14, 2014.
15. Urzúa, Sergio. "La rentabilidad de la educación superior en Chile:
Revisión de las bases de 30 años de políticas públicas". Estudios
Públicos, no. 125, 2012.

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para el período entre 2009 y 2010, aproximadamente un 19%


de las movilizaciones planteaba demandas de transformación
política-estructural, mientras que en 2011 y 2012 en apro-
ximadamente un 45% de los casos se proponían demandas
de este tipo.16 Este desgaste de los pilares que habían per-
mitido a la Concertación dirigir al país durante los noventa
y dos mil se expresan con mayor claridad en una creciente
desconfianza hacia la elite. Según el Barómetro de la Polí-
tica, prácticamente todas las elites políticas, económicas y
culturales cayeron fuertemente en sus niveles de confianza.17
El terremoto social de 2011 sacudió la política chilena.
Por un lado, los principales dirigentes del movimiento
—Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric— se
volvieron líderes de opinión nacional. Los tres llegaron al
Congreso en 2014, consolidando así el arribo de una nueva
generación que nunca vivió en carne propia la dictadura.
Por otro lado, el impacto de las movilizaciones sociales
fue tan relevante que sacudió la composición de la Con-
certación. Con la conciencia de que el momento político
había cambiado, los principales liderazgos de la coalición
se preparaban para reagruparse en un proyecto que sobre-
pasara lo alcanzado en el primer par de décadas. Así nació
la Nueva Mayoría, que se forjó con la incorporación del
Partido Comunista —incluida la ex dirigente estudiantil
Camila Vallejo— y detrás del apabullante liderazgo de
Michelle Bachelet. En 2014, la Nueva Mayoría llegaría al
gobierno con un ambicioso programa y con una mayoría
parlamentaria nunca vista en ambas cámaras.

16. Informe Desarrollo Humano en Chile 2015: Los tiempos de la


politización. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) Chile. Santiago de Chile. 2015. pp. 268. De Prácticas y
Discursos 4.4 (2015): 1-6.
17. CERC-MORI, Barómetro de la Política Marzo, 2015.

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El gobierno de la Nueva Mayoría empujó la barrera de


lo que se podía discutir en Chile. Además de importantes
reformas al sistema educacional, entre muchas otras en-
miendas icónicas se encuentra haber legalizado el aborto
en tres causales, el Acuerdo de Unión Civil, una reforma
tributaria que morigeraba los beneficios tributarios de las
grandes empresas y el reemplazo del sistema electoral bi-
nominal. Sin embargo, desde sus primeros momentos, el
gobierno se vio enfrentado a permanentes dificultades de
gestión política. En particular, al poco andar la dirigencia
de la Democracia Cristiana dejó en claro su oposición a
varias de las iniciativas que empujaba el gobierno,18 lo que
se cristalizó con mayor claridad durante la discusión de
reforma tributaria. Pese a tener la mayoría en ambas cáma-
ras, la Nueva Mayoría terminó negociando con la derecha
la aprobación de un proyecto alternativo. Para muchos fue
la reedición de la política de los consensos de los noven-
ta, pero esta vez en un contexto político que no permitía
justificar tales renuncias por la amenaza antidemocrática
o un resurgimiento de los militares. Esta percepción tomó
forma con la expresión adoptada por el senador demo-
cratacristiano de larga trayectoria, Andrés Zaldívar, que
lideró las negociaciones: «No todo el mundo puede estar
en la cocina».19 La expresión «cocina», como acuerdo de
elite que excluye a la ciudadanía, acompañaría a la política
chilena por muchos años después de aquel incidente. Pese
a todo lo logrado por el gobierno de la Nueva Mayoría, su
coalición quedó irremediablemente herida al exponerse las

18. "Ignacio Walker: El programa no es la Biblia ni una camisa de


fuerza". Cooperativa, 20 de abril de 2014.
19. "Andrés Zaldívar rechaza críticas al acuerdo tributario: 'No todo
el mundo puede estar en la cocina'". The Clinic, 15 de julio de
2014.

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profundas diferencias internas que existían, una vez que se


abría el ámbito de discusión más allá de la política de los
consensos.
Sumado a esto, como ha planteado el politólogo Cristóbal
Bellolio,20 la incapacidad de abrir en los partidos tradicionales
espacios de renovación en los que pudieran tener protago-
nismo las nuevas generaciones se terminó traduciendo en
la emergencia de nuevas fuerzas políticas, comandadas por
esta nueva camada, que hicieron de la idea del reemplazo
uno de sus aspectos identitarios. Al mismo tiempo, en los
partidos tradicionales, algunos hicieron de su disputa con
estas nuevas generaciones una continuación de las antiguas
pugnas dentro de la misma Concertación, entre quienes
reivindicaban la vigencia de la apuesta concertacionista de
la década del noventa y los que apostaban por conformar un
nuevo referente. Esto significó, en alguna medida, un nuevo
episodio relacionado con los debates entre los llamados
«autocomplacientes» y «autoflagelantes».21 Así, el debate
político de la izquierda y centroizquierda se veía intoxicado
y sumergido por peleas generacionales que mantuvieron
su protagonismo por buena parte de la década siguiente
y que subsumieron los intentos de reconfiguración de la
centroizquierda a través de la Nueva Mayoría.

El nacimiento del Frente Amplio


y las elecciones de 2017
Cuando la Nueva Mayoría asumió en 2014, incluyó en
la coalición de gobierno a la que fue, probablemente, la

20. Bellolio, Cristóbal. "Juego de generaciones. Apuntes sobre el


nuevo paisaje político chileno". Estudios Públicos, no. 154, 2019.
21. Cavallo, Ascanio y Rocío Montes. La historia oculta de la década
socialista. Uqbar, 2022.

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dirigente más conocida de 2011, la militante del Partido


Comunista Camila Vallejo. Sin embargo, los otros dos di-
rigentes no se incorporaron. El entonces diputado Giorgio
Jackson pertenecía al movimiento Revolución Democrá-
tica, que había optado por una relación intermedia y a
ratos ambigua con la Nueva Mayoría. Si bien no habían
ingresado a la coalición, acordaron apoyar los proyectos
de reforma educacional y algunos aspectos adicionales
del programa de gobierno. Es probable que en sectores
de la Nueva Mayoría y Revolución Democrática existiera
la creencia de que esta «colaboración crítica» pudiera ser
un primer paso a una convergencia más sustancial. Esto
implicó un enfriamiento de las relaciones entre Revolución
Democrática y otros aliados de las movilizaciones de 2011,
como el diputado Gabriel Boric, quienes se ubicaron como
oposición a la Nueva Mayoría.
Sin embargo, las proyecciones de convergencia entre
Revolución Democrática y la coalición de gobierno se
volvieron crecientemente menos viables. En 2016, un
nuevo germen de alianza entre Boric y Jackson se termi-
nó de concretar con la salida de Revolución Democrática
del ministerio de Educación. Junto a otros movimientos
de origen estudiantil, se creó una primera semilla que
adoptaría el nombre de «Frente Amplio», que continuó
su consolidación con la unión de este primer comienzo
con la izquierda extraparlamentaria y otros movimientos y
partidos, sumado al hecho que marcó irremediablemente su
carácter: la victoria electoral en la Municipalidad de Valpa-
raíso. Este triunfo se produjo de la mano del miembro del
Movimiento Autonomista —el movimiento de Boric— y
ex dirigente estudiantil, Jorge Sharp.
Valparaíso jugó un rol central porque ayudó a despejar la
imagen de una izquierda sin posibilidades electorales con la

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que cargaban las apuestas políticas por fuera de la Concer-


tación y la Nueva Mayoría. Además, la forma en la que la
coalición se organizó tras la candidatura de Sharp funcionó
como esquema para la contienda nacional del año siguiente.
Sharp obtuvo más votación (53,8%) que la Nueva Mayoría
(22,4%) y la derecha (22,6%) sumadas. Esto reforzó la noción
de que en Chile podría ocurrir un desborde electoral por fuera
de los márgenes noventeros. Es más, existía la sospecha de
que la apuesta del gobierno de desplazar el discurso hacia el
centro (a lo que las autoridades gubernamentales llamaron
una estrategia de «realismo sin renuncia»), bajo las presio-
nes democratacristianas, no sintonizaba con los crecientes
cambios en la sociedad chilena y sus demandas de reformas
sociales y económicas. La plataforma de Sharp sintonizó
con un «ciudadanismo» que permitió que la plataforma
fuera mucho más que la suma lineal de las orgánicas que
lo integraban. Este ciudadanismo permitió reposicionar la
discusión en el eje elite-ciudadanía, además de izquierda/
derecha. Ya no se trataría solo de una pelea intrapolítica entre
distintos sectores de la política tradicional —ese lugar que
alegóricamente figuraba como una cocina donde no cabían
todos—, sino de una apuesta por expandir sus fronteras.
La victoria de Valparaíso generó importantes expectativas
y una creciente convergencia entre la izquierda extraparla-
mentaria, la nueva izquierda estudiantil y una multiplicidad
de orgánicas que se sintieron convocadas. Así, a comienzos
de 2017 se lanzó oficialmente el Frente Amplio, compuesto
por catorce movimientos y partidos políticos. Pese a que
los pronósticos electorales no fueron auspiciosos, la nueva
coalición logró consolidarse con un impresionante resul-
tado en las presidenciales (a solo un 2% del candidato de
la antigua Nueva Mayoría) y parlamentarias (con veinte

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diputados y un senador). ¿Cómo explicar este resultado en


las elecciones de 2017?
Si hubo un hecho notable en estas elecciones es que, por
primera vez desde que terminó la dictadura, se quebró el
histórico eje socialista/democratacristiano que dio vida a
la Concertación. Esta alianza buscó superar lo que algunos
consideraron una experiencia fallida en la Unidad Popular
de Salvador Allende: el tensionamiento entre la izquierda y
el centro. Y a esto se sumó un contexto mundial, las décadas
de1980 y 1990, donde las izquierdas sentían el fracaso del
socialismo real, perdían influencia en las clases trabajadoras
y veían emerger los denominados «valores posmateriales»
y los desplazamientos ideológicos de la «tercera vía». La
alianza se basaba, también, en una particular lectura de las
divisiones ideológicas de la sociedad chilena: la población
se distribuiría en forma de campana de Gauss en términos
de adhesión en el eje izquierda/derecha. Es decir, la mayoría
se concentraba en el centro político y, mientras más lejos
de este, menor sería el apoyo en la población.
Siguiendo esta lógica, la Democracia Cristiana decidió
emprender su «camino propio» y salirse de la Nueva Ma-
yoría, a la que consideró demasiado corrida a la izquierda
debido a la incorporación del Partido Comunista y al
impulso reformista del gobierno de Bachelet. El camino
propio —pensaba la dirigencia de la Democracia Cristia-
na— permitiría recuperar su influencia política apelando
a un supuesto «votante de centro» que habría quedado
«huérfano». Sin embargo, el resultado electoral del partido
terminó siendo paupérrimo: se redujo fuertemente su pre-
sencia parlamentaria y la candidatura presidencial obtuvo
el quinto lugar en preferencias. Esto parece reflejar que, si
bien esta aproximación a la distribución de identificaciones
ideológicas podía acercarse a la realidad a comienzos de

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la transición de la década de 1990, este contexto habría


cambiado. Así, la tabla 1 presenta el nivel de identificación
en el eje izquierda/derecha para 1993 y 2017:

Tabla 1: Identificación izquierda/derecha22


Izquierda-Derecha 1993 2017 Diferencia

Derecha 13% 10,3% -2,7

Centro-derecha 13,1% 6,6% -6,5

Centro 19,8% 11,3% -8,5

Centro-izquierda 23,2% 7,1% -16,1

Izquierda 10,5% 8,3% -2,2

Independiente 1,9% 3,9% 2

Ninguno 11,5% 48,6% 37,1

Fuente: Elaboración propia con datos CEP (1993, 2017).23

En la tabla 1 se puede observar una fuerte caída en la


identificación con todos los elementos del eje izquierda/
derecha, especialmente en la centroizquierda, centro y
centroderecha. Quienes no se identifican con este eje pasan
de un 11,5% a un 48,6% en el período descrito.
Este hecho permite mirar con otra luz la apuesta de
camino propio de la Democracia Cristiana. En definiti-
va, los votantes en el largo ciclo electoral se alejan de los
referentes políticos de la década de 1990, pero lo que los

22. Los valores suman menos de 100%, ya que se han omitido las
opciones "no sabe" y "no contesta".
23. Centro de Estudios Públicos (CEP). "Estudio Nacional de Opinión
Pública N.º 51 - Tercera Serie, septiembre-octubre", 2017.

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motiva no parece ser la búsqueda de un «centro» perdido.


En este sentido, el ejemplo de las elecciones de alcalde de
Valparaíso parece ser icónico en una tendencia que se con-
sagró en las elecciones de 2017: una migración importante
hacia una votación distinta de los dos bloques tradicionales,
pero que parece difícil de encuadrar en el clásico clivaje
del eje izquierda/derecha.
¿Cuál sería este eje nuevo que empuja los cambios
políticos en Chile?
En el mundo, y en Chile, el debate político desde fi-
nales de la década de 1980 se ha definido por la creciente
preponderancia de las clases medias en la mayoría de las
democracias. Se trata de los hijos de la clase trabajadora
que, gracias a nuevos accesos a la formación técnica y pro-
fesional, han logrado superar la barrera de la pobreza. En
el caso chileno, el reciente desarrollo capitalista posterior
a la dictadura estaría marcado por dos dinámicas que han
definido a estas capas medias. Por una parte el acceso al
consumo, que ha traído patrones de conducta individua-
lizantes y lejanos de proyectos comunitarios o colectivos.
Por otra, y de modo paradojal, una fuerza democratizadora
que ha empujado hacia progresivas demandas por dere-
chos civiles y sociales. En Chile, el proceso neoliberal y la
democratización se han implementado en conjunto y han
penetrado la vivencia cotidiana de importantes segmentos
de la población.24 Ante este escenario han surgido, cada vez
con mayor claridad, dos posiciones contrapuestas que no
se corresponden necesariamente con la traducción política
tradicional del eje izquierda/derecha.

24. Para un análisis detallado en este sentido, véase Peña, Carlos.


Lo que el dinero sí puede comprar. Taurus, 2017.

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¿Cómo explicar que en una misma elección la sorpresa


haya sido el éxito, tanto de la coalición que proponía la
profundización del modelo de desarrollo actual (la dere-
cha) como de la que más fuertemente proponía el cambio
de rumbo (el Frente Amplio)? La respuesta es que lo que
lleva a estas nuevas clases sociales a votar por uno u otro
no puede reducirse simplemente al eje izquierda/derecha.
Este fue, probablemente, parte del error de diagnóstico en
la borrachera electoral de la victoria de Sebastián Piñera
en 2017, que cegó a la política en la antesala del estallido
social de 2019.
El discurso, en 2018, del flamante nuevo ministro del
Interior, Andrés Chadwick, en ICARE, refleja esta con-
cepción de las clases medias que entró en crisis con el
estallido social. Con este argumento, el gobierno de Se-
bastián Piñera desechó, entre otras cosas, la propuesta
constitucional de Bachelet, aduciendo que la clase media
chilena buscaba detener los cambios que había iniciado
el gobierno anterior. En esta mirada, la clase media se
movería ante todo por el temor a perder lo alcanzado, con
una fuerte dosis de escepticismo por las posibilidades de
la política de mejorar su calidad de vida. Esta visión, que
por cierto refleja algunos elementos de las nuevas subje-
tividades de este sector social, está lejos de explicar por
completo a la clase media.
Como explica Barozet, las clases medias chilenas no
pueden entenderse solamente mirando sus miedos, como
suele pretender un sector de la elite nacional. Más bien, lo
que define las subjetividades de este sector es «la combina-
ción en forma de binomio, y no oposición mutua, de rabia
y miedo, por un lado, y la amplia percepción de maltrato,

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por otro».25 Efectivamente, el miedo los une con los sectores


altos, pero la rabia frente al orden establecido los conecta
con los sectores más desposeídos. Por ejemplo, según Ba-
rozet, el costo de la vida genera una rabia de intensidades
similares en clases medias y bajas. Al mismo tiempo, estas
clases medias presentan similares niveles de desconfianza a
las que presentan las clases altas con respecto a sindicatos
y partidos políticos.

El primer Frente Amplio


¿Qué fue este Frente Amplio que emergió en 2017 en
torno a la candidatura presidencial de Beatriz Sánchez?
Para entender a este partido se ha traído a colación, con
frecuencia, el caso del Frente Amplio uruguayo y el Pode-
mos español. El influjo del modelo de Podemos fue, pese a
ciertas expectativas, más bien acotado y se podía observar
principalmente en las nociones de «cambiar el tablero» desde
el eje izquierda/derecha a abajo/arriba y la pretensión de ser
una agrupación que sobrepasara los techos históricos de la
izquierda. Por ejemplo, se manifestó en la decisión de no
declarar a la coalición como únicamente de izquierdas, sino
abierta a distintas ideologías que compartieran un sustrato
común. Esto permitió ampliar los márgenes de la coalición
a agrupaciones que se definían de centro progresista, como
el Partido Liberal. Sin embargo, el discurso frenteamplista
rápidamente intentó superar las aristas más impugnadoras
del referente español, y mostrar una vocación de gobierno
y convocatoria de mayorías, prescindiendo de apelativos
como «la casta».

25. Barozet, Emmanuelle, et al. Clases medias en tiempos de crisis:


Vulnerabilidad persistente, desafíos para la cohesión y un nuevo
pacto social en Chile. Cepal, 2021, p. 78.

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La homonimia con el Frente Amplio uruguayo no es


coincidencia. Bastante antes de formarse la versión chilena,
Revolución Democrática ya planteaba como su desafío de
mediano plazo conformar un «Frente Amplio», con el caso
uruguayo como ejemplo. Al menos dos aspectos llamaban
la atención en este modelo. Primero, la posibilidad de
constituir una coalición amplia, más allá de la izquierda
tradicional, pero con un programa que, comparado con el
modelo económico y social de Chile, tenía un claro sello
progresista y con un Estado cuyo rol fuera el de garante
de derechos sociales. El modelo uruguayo contenía una
amplitud orgánica similar a la Nueva Mayoría (desde el
Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana), pero
con un rol del Estado mucho más relevante que el chileno.
Segundo, quizás lo más fundamental en el modelo del Fren-
te Amplio uruguayo, dada la experiencia con el gobierno de
la Nueva Mayoría, fue un modo de funcionamiento de la
coalición que garantizara el cumplimiento de los acuerdos
programáticos, junto con una participación de la militancia
de base, en el marco de una identidad «frenteamplista» que
traspasara las identidades partidarias. Esto permitía pensar
en una directiva o en un mandato programático que aunara
la coalición en su diversidad.
Más allá del temprano éxito electoral, los primeros
años de vida del Frente Amplio develaron su principal
falencia. Mientras que en la oposición a las fuerzas polí-
ticas tradicionales había cierta confluencia, en el terreno
programático había más preguntas que respuestas. Este
déficit se exacerbó con las dificultades para coordinar una
bancada parlamentaria compuesta por un gran número de
colectivos políticos y con varios proyectos individualistas.
Luego de la primera etapa de conformación institucional

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