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Había una vez un pequeño pueblo situado en lo más profundo de un valle rodeado de

majestuosas montañas. Entre todas esas montañas, se destacaba una en particular: la


Montaña de la Diosa Luna. Los habitantes del pueblo creían que la Montaña de la Diosa
Luna estaba llena de misterios y magia, y su cumbre siempre estaba cubierta de niebla
plateada que parecía brillar como el reflejo de la luna en el agua.

La historia cuenta que hace mucho tiempo, la Diosa Luna descendió a la tierra y se
enamoró de un apuesto joven del pueblo llamado Andrés. Ambos vivieron un amor
apasionado, pero la Diosa Luna sabía que su deber era iluminar el cielo por la noche. Así
que, una triste noche, la Diosa Luna dejó a Andrés en la tierra y regresó al cielo.

Andrés se sintió devastado por la partida de su amada, y cada noche miraba hacia la
Montaña de la Diosa Luna, esperando verla en la cima. Pero nunca la volvió a ver. Pasaron
años, y el pueblo entero compartía su tristeza. La Montaña de la Diosa Luna se llenó de
un aura de misterio y melancolía.

Un día, un niño curioso llamado Mateo decidió subir la Montaña de la Diosa Luna para
descubrir su secreto y, si fuera posible, reunir a la Diosa Luna con Andrés. Con una
pequeña mochila y un farol en la mano, comenzó su ascenso.

Mientras subía por el sendero empinado, Mateo se encontró con seres mágicos y
criaturas misteriosas que lo ayudaron en su viaje. Un hada le dio un puñado de polvo de
estrellas para iluminar su camino, y un búho sabio le dio consejos sobre cómo llegar a la
cima. Mateo también rescató a un zorro herido y, en agradecimiento, el zorro le guió a
través del denso bosque de la montaña.

Finalmente, después de un agotador ascenso, Mateo llegó a la cima de la Montaña de la


Diosa Luna. Allí, se encontró con una figura resplandeciente, la Diosa Luna. Ella le contó
la triste historia de su amor con Andrés y cómo tuvo que volver al cielo por su deber.

Mateo le preguntó si era posible reunir a la Diosa Luna con Andrés, y la Diosa Luna
sonrió. Con un toque de magia, creó un reflejo de sí misma en el agua de un lago cercano,
y el reflejo cobró vida como una hermosa mujer. Era una parte de ella misma, que podría
vivir en la tierra sin dejar de iluminar el cielo por la noche.

La Diosa Luna bendijo a Mateo por su valentía y lo envió de vuelta al pueblo con la nueva
Luna, que tomó el nombre de Luna Aurora. Andrés, al ver a Luna Aurora, sintió que su
corazón se llenaba de alegría y amor. Juntos, vivieron felices en el pueblo, mientras la
Montaña de la Diosa Luna seguía siendo un lugar de magia y misterio para todos los
habitantes del valle.

Y así, la Montaña de la Diosa Luna se convirtió en un símbolo de esperanza y amor en el


pueblo, recordándoles que, a veces, la magia y el amor pueden unir a las almas separadas
por la distancia y el tiempo.

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