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Biografía Newton - IV Ciclo

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ISAAC

NEWTON

Manzanas
Maduras
Ilustraciones: JUAN ÁLVAREZ y JORGE GÓMEZ

Supervisión científica: XXXXXXXXXXXXXXXXX


ISAAC NEWTON, astrónomo, físico y matemático,
es uno de los científicos más importantes de
la historia. La mayoría de los científicos lo
considera “el científico más grande de todos los
tiempos”. A él debemos el descubrimiento de la
ley de gravitación universal. Demostró que las
leyes naturales que gobiernan el movimiento en
la Tierra y las que gobiernan el movimiento de
los cuerpos celestes son las mismas. Es autor
de una obra científica monumental: Philosophiae
Naturalis Principia Mathematica, comúnmente
conocida como Principia, en la cual se explican los
fundamentos matemáticos del universo. En una
ocasión, siendo ya un viejo científico, reconocido
mundialmente, Newton dijo: “He sido un niño
pequeño que, jugando en la playa, encontraba de
tarde en tarde un guijarro más fino o una concha
más bonita... El océano de la verdad se extendía,
enorme e inexplorado, delante de mí”.
Isaac Newton nació el 25 de diciembre de 1642 (el mismo año que
moría Galileo) en Woolsthorpe, una aldea a unos 150 kilómetros de
Londres. Fue hijo póstumo (nació unos meses después de que su padre,
granjero y pequeño propietario, muriera de neumonía a los 36 años) y
prematuro (vino al mundo antes de tiempo, con muy poco peso). Se crió
en casa de sus abuelos y a los doce años fue por primera
vez al colegio, pero para entonces ya sabía mucho más
que leer y escribir, hacía sencillos experimentos y sentía
gran curiosidad por conocer el mundo que lo rodeaba. Se
llevaba mal con los demás muchachos de la escuela, que lo
encontraban muy diferente, demasiado aplicado. Mientras los
demás niños se dedicaban a jugar, Isaac construía un pequeño
molino de viento o un carrito a pedales. Pronto aprendió a calcular,
valiéndose del sol, la hora y también el día del mes.
Un día se alzó una gran tormenta.
Newton tenía dieciséis años. Mientras
la gente buscaba refugio, él decidió realizar el
siguiente experimento: primero saltó con el viento
a favor; luego, con el viento en contra. Comparando
las distancias de los dos saltos fue capaz de calcular la
fuerza del viento. Isaac estaba ya atrapado por la aventura
del conocimiento. Los trabajos de la granja, sin embargo, no le
gustaban, más de una vez sus ovejas se escapaban e invadían los
campos de maíz del vecino. Su curiosidad, insaciable para la ciencia
y la invención, tenía un límite: no se extendía hasta la agricultura o
la ganadería. La familia Newton no se equivocó al decidir que Isaac,
más que sacar adelante la granja familiar, debía prepararse para ir
a la Universidad.
Isaac ingresó en la prestigiosa Universidad de Cambridge, donde hubo
de trabajar para pagarse los estudios. Al igual que en el colegio, su
inteligencia no pasó desapercibida. Tampoco en la Universidad Newton
gozó de la simpatía de sus compañeros, era excéntrico y solitario.
Se interesó por los estudios astronómicos de Kepler y Galileo. Se graduó
en 1665, demostrando inclinación hacia la física y las matemáticas. A los 27
años ya era catedrático de Cambridge, daba clases y era autor de brillantes
teorías que señalarían el camino de la ciencia moderna.
Se suele considerar a Isaac Newton uno de los protagonistas
de la llamada «revolución científica» del siglo XVII, a
pesar de que él nunca fue amigo de dar publicidad a sus
descubrimientos (razón por la que muchos de ellos se
conocieron con bastantes años de retraso). Newton
fue un renovador de las matemáticas y formuló el
teorema conocido como el “binomio de Newton”.
Sus primeras investigaciones giraron en torno
a la óptica: explicó la composición de la luz
blanca como mezcla de los colores del
arco iris y diseñó el primer telescopio
reflector, del tipo de los que se usan
actualmente en la mayoría de los
observatorios astronómicos.
A causa de la epidemia de peste, esa
terrible enfermedad que seguía asolando
Europa, la Universidad de Cambridge fue
cerrada temporalmente. Newton volvió
a su pueblo, Woolsthorpe, y liberado de
las clases, se dedicó a trabajar por su
cuenta. En los dos años que pasó en el
campo “no pensaba en otra cosa que en
las matemáticas y la filosofía” (según sus
propias palabras) y su cabeza era una
máquina imparable de producir inventos.
Newton formuló las tres
leyes del movimiento: la
primera se conoce como ley
de la inercia (todo cuerpo
permanece en reposo o
en movimiento rectilíneo
uniforme si no actúa sobre él
ninguna fuerza); la segunda,
como ley o principio de la
dinámica (la aceleración que
experimenta un cuerpo es
igual a la fuerza ejercida
sobre él dividida por su
masa); la tercera ley explica
que por cada fuerza o acción
ejercida sobre un cuerpo
existe una reacción igual de
sentido contrario.
De estas tres leyes dedujo una
cuarta, que es la más conocida:
la ley de la gravedad, que según le
contó el propio Newton a su amigo
y biógrafo William Stukeley (resulta
que la anécdota es cierta), le fue
sugerida por la observación de la
caída de una manzana del árbol.
Newton descubrió que la fuerza de atracción entre la Tierra y la Luna
era directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia que las separaba; al extender
ese principio general a todos los cuerpos del Universo convirtió su ley
de la gravedad en la ley de la gravitación universal. La mayor parte
de estas ideas circulaba ya por los ambientes científicos de la época,
pero Newton le dio el carácter de una teoría general capaz de explicar
científicamente el Universo en conjunto.
En el año 1696, cuando Isaac
Newton ya contaba 54 años,
el científico Johann Bernoulli
organizó un curioso concurso
de matemáticas: había que
resolver dos problemas de
gran complejidad en un plazo
máximo de 6 meses. Sólo
Gottfried Leibniz fue capaz
de resolver uno de los dos
problemas, así que el plazo
para resolverlos se amplió
otros 6 meses. El astrónomo
Edmond Halley (que le dio
nombre al famoso cometa)
advirtió que Newton no había
sido invitado a participar en
el concurso, y le hizo llegar
los dos problemas. Nuestro
protagonista resolvió en diez
horas los problemas que
los mejores matemáticos de
aquel tiempo llevaban meses
intentando solucionar. A toda
la comunidad científica causó
asombro tanto la rapidez de
Newton como la sencillez de
su planteamiento.
El mismo año del concurso
matemático de Bernoulli,
el Parlamento nombró a
Isaac Newton director
de la Casa de la Moneda
para que intentara poner
orden en esa institución.
El Parlamento británico
se enfrentaba en aquella
época al problema de las
falsificaciones, al que
Newton, en poco tiempo,
puso fin. Se pensó en
Isaac Newton no sólo
porque fuera un gran
científico, un hombre de
gran inteligencia, sino
también de gran rectitud,
de probada honradez,
alguien incapaz de meterse
una moneda que no le
perteneciera en el bolsillo.
Aunque era poco dado a aparecer en público, a hacerse notar por sus opiniones,
Newton no dejó de tener en la sociedad de su época cierta notoriedad. Como
profesor de Cambridge se enfrentó públicamente al despótico rey Jacobo II; una
vez decidido a hacerse oír, aceptó un escaño en el Parlamento. Diez años después, ya
derrocado el rey, volvió a ser parlamentario en representación de la Universidad. En
1703 fue designado presidente de la Royal Society de Londres, la institución científica
más prestigiosa de su época, que dirigió hasta su muerte. En 1705 el gran científico,
como muestra de reconocimiento, fue nombrado “caballero”: sir Isaac Newton.
Aunque Newton ha pasado a la historia como uno de los
más grandes científicos, nuestro protagonista dedicó a
la teología y a la alquimia tantas horas como a la ciencia,
y puede que bastantes más páginas. Isaac Newton tuvo
una vida larga (llegó a los 85 años, que en los siglo XVII
y XVIII eran muchos), solitaria, dedicada en exclusiva al
quehacer intelectual. Su carácter tímido, retraído, junto
a su devoradora pasión por el conocimiento, explica su
aislamiento del mundo. Pero menos que el carácter del
hombre nos importa hoy el legado de ese hombre a la
humanidad, su enorme contribución científica.

“Lo que sabemos es una gota


de agua; lo que ignoramos
es el océano”.
Esta frase del propio Newton lo
define perfectamente, abrumado
por la ignorancia; es decir, sabio.

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