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Resumen Capítulo 7 La República

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VII

La alegoría de la caberna
Cuando Platón quiere explicar la diferencia entre el sabio feliz y la multitud ignorante,
encadenada a las meras apariencias, condenada a un eterno círculo de placer, dolor y
violencia, no utiliza la argumentación racional sino el mito. Es decir, a la manera de su
tan criticado Homero, recurre a la ficción para aproximarse a la verdad. Hoy día,
cuando los profesores de Filosofía explicamos el mito de la caverna solemos
compararla con el mundo engañoso de la televisión o el espectáculo alienante en las
sociedades tardocapitalistas. También se suele recurrir a ejemplos tomados del cine
como The Matrix (A. & L. Wachowsky, 1999). Esta remite a su vez a un conjunto de
ideas extraídas de la simbología religiosa, budista y judeocristiana, a la literatura de
ciencia-ficción, Philip K. Dick en especial, y a los simulacros de Baudrillard. No es
necesario insistir en que la bibliografía secundaria es tremendamente prolífica en
interpretaciones: el Bien es cifra mágica (Grube) o preludio monoteísta (Jaeger). El
problema de esta acumulación de imágenes de imágenes es que, al pretender
acercarnos a la cuestión, terminan por alejarnos cada vez más. Cuantas más
explicaciones y referencias se añaden al mito más nos alejan del objetivo final: la
contemplación. En último término, la Idea del Bien se convierte en una expresión vacía
de significado. Parece imposible salir de la caverna platónica, ir más allá de sombras y
simulacros. La Idea del Bien, fundamento más allá de la esencia y el ser, luz del mundo
inteligible, permanece en la más completa oscuridad. Platón es bien claro al respecto
en la carta VII: la Idea del Bien, necesaria para la virtud tanto a nivel personal como en
el Estado, no se revelará a todos mediante la palabra escrita, sino sólo a unos pocos
como luz que surge espontáneamente en el alma:

En todo caso, al menos puedo decir lo siguiente a propósito de todos los que han
escrito y escribirán y pretenden ser competentes en las materias por las que yo me
intereso, o porque recibieron mis enseñanzas o de otros o porque lo descubrieron
personalmente: en mi opinión, es imposible que hayan comprendido nada de la
materia. Desde luego, no hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas;
no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después
de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de
repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya
espontáneamente. Sin duda, tengo la seguridad de que, tanto por escrito como de viva
voz, nadie podría exponer estas materias mejor que yo; pero sé también que, si
estuviera mal expuesto, nadie se disgustaría tanto como yo. Si yo hubiera creído que
podían expresarse satisfactoriamente con destino al vulgo por escrito u oralmente,
¿qué otra tarea más hermosa habría podido llevar a cabo en mi vida que manifestar
por escrito lo que es un supremo servicio a la humanidad y sacar a la luz en beneficio
de todos e la naturaleza de las cosas? Ahora bien, yo no creo que la discusión filosófica
sobre estos temas sea, como se dice, un bien para los hombres, salvo para unos pocos
que están capacitados para descubrir la verdad por sí mismos con unas pequeñas
indicaciones. En cuanto a los demás, a unos les cubriría de un injusto desprecio, lo que
es totalmente inadecuado, y a otros de una vana y necia suficiencia, convencidos de la
sublimidad de las enseñanzas recibidas. Carta VII, 341 d
El libro VII continúa con el plan de estudios que ha de seguir el rey-filósofo antes de
alcanzar la contemplación de lo que verdaderamente es. Ese plan ha de incluir las
siguientes materias:
1. Aritmética.
Anteriormente se ha dicho que la educación del rey-filósofo comenzará con la
gimnasia y la música, que incluye además de acordes armoniosos, mitos y poemas.
Desde muy joven se le acostumbrará, además, a todo lo relacionado con la guerra. El
estudio de la aritmética le permitirá al rey-filósofo progresar en todos esos campos: la
guerra, la música y las demás artes. La aritmética, al apelar a la inteligencia más que a
la percepción, ayuda al alma a «escapar del ámbito de la génesis» y volverse hacia lo
que es, hacia la verdad misma. No habrán de estudiar la aritmética útil para las
compraventas de los comerciantes sino la útil para la guerra y la contemplación de la
naturaleza de los números en sí mismos.
2. Geometría
También será de mucha utilidad para el arte de la guerra en lo que concierne a
acampamientos, ocupación de zonas, despliegues de tropas… Pero además la
geometría ayuda a divisar más fácilmente la Idea del Bien ya que orienta el alma hacia
el conocimiento de lo que es y lo aleja de lo que nace y perece. Expresado con algo
más de dramatismo:
… gracias a estos estudios el órgano del alma de cada hombre se purifica y resucita
cuando está agonizante y cegado por las demás ocupaciones, siendo un órgano que
vale más conservarlo que a diez mil ojos, ya que sólo con él se ve la verdad. Aquellos
que están de acuerdo en esto convendrán contigo sin dificultad, mientras que los que
nunca lo hayan percibido en nada estimarán, naturalmente, lo que digas, porque no
ven otra ventaja en estos estudios digna de ser tenida en cuenta. 527 e
Aparte de la habitual geometría de dos dimensiones es necesario aplicarse también a
la de tres dimensiones, al estudio de los sólidos.
3. Astronomía.
Es el estudio de los sólidos en movimiento. No hay que tenerla en cuenta por el hecho
de que sea útil a la agricultura, la navegación o el arte militar sino porque «obliga al
alma a mirar hacia arriba y la conduce de las cosas de aquí a las de allí en lo alto» (529
a). No se trata de que mirando hacia arriba se esté mas cerca de lo que es
verdaderamente. Lo que ocurre es que las trayectorias de los astros en el cielo son
copia imperfecta de los movimientos según verdadero número y verdaderas figuras
que sólo pueden aprehenderse mediante la inteligencia.
4. Armonía.
Con la ciencia de la música ocurre lo mismo que con la astronomía. No se trata, como
hacen los pitagóricos, de torturar a los instrumentos buscando nuevos acordes sino del
estudio de cuáles son números armónicos y cuáles no. Esta tarea, al contrario que el
refinamiento del oído, sí que es útil para la búsqueda de lo Bello y lo Bueno.
5. Dialéctica.
La dialéctica funcionará de un modo análogo al camino recorrido por el prisionero que
se arrastraba fuera de la caverna. Este pasaba de las sombras a las figuras y la luz, y de
estas al mundo verdadero, donde experimentaba primeramente dolor en los ojos.
Luego podría contemplar animales y plantas antes de enfrentarse directamente al sol.
Del mismo modo, la dialéctica es el transito desde el mundo visible hasta lo más digno
en el mundo inteligible, la Idea del Bien. El método dialéctico avanza hacia ella de
modo ascendente, cancelando supuestos. Para realizar ese tránsito el filósofo habrá de
contar con los estudios anteriores que pasan de llamarse ciencias a «pensamiento
discursivo» frente a la ciencia suprema que es de la dialéctica. Así, la inteligencia
incluye a pensamiento discursivo y ciencia mientras que la opinión incluye a creencia y
conjetura. Además Platón establece una serie de analogías para comprender mejor el
pasaje de la línea: Esencia: devenir :: inteligencia: opinión, y a su vez ciencia: creencia ::
pensamiento discursivo: conjetura.
¿A quiénes se destinará el estudio de la ciencia suprema, la dialéctica? Se elegirá a las
naturalezas más estables, más valientes, más agraciadas, que aprendan sin dificultad,
con buena memoria, amantes del trabajo, que no se revuelquen a gusto en la
ignorancia como animales de la especie porcina, poseedoras de excelencia
(moderación, valentía y grandeza de espíritu).
¿De qué modo se les introducirá en la dialéctica? Desde niños habrán de adiestrarse en
las materias clasificadas como pensamientos discursivo (aritmética, geometría,
astronomía y armonía). Pero no de forma compulsiva pues no es propio de hombres
libres aprender a la manera del esclavo. Es necesario, por tanto, educar a estos niños
jugando. Una vez que terminen la gimnasia obligatoria, sobre los veinte años, se
escogerá a los mejores para profundizar en los estudios aprendidos en la niñez.
Deberán alcanzar una visión sinóptica de las afinidades de las materias entre sí. Este es
un requisito indispensable para el dialéctico. Quienes sobresalgan en los estudios y en
la guerra serán seleccionados a los treinta años para ser probados en el poder
dialéctico. Tendrán que prescindir de los ojos y demás sentidos para empezar a andar
el camino de la verdad. Habrán de tomarse precauciones con estos jóvenes pues la
dialéctica puede introducir el escepticismo en sus almas al darles los instrumentos para
poner todo en duda. No deberán convertir las discusiones en juegos ni utilizar los
argumentos como dentelladas. Tras cinco años de estudio de la dialéctica deberán
descender de nuevo a la caverna y ocupar puestos de mando en la guerra y asuntos
semejantes. Tras quince años de servicio a la ciudad, una vez hayan llegado a los
cincuenta, serán obligados a elevar el ojo del alma para mirar lo que proporciona luz a
todas las cosas, la Idea del Bien. Alternarán su formación como filósofos con el
gobierno de la ciudad. Quienes han recorrido este camino podrán ser tanto hombres
como mujeres.
Termina aquí la descripción de la ciudad ideal que sólo podrá ponerse en marcha
cuando gobierne un filósofo que se atreva a expulsar de la ciudad a todos los
habitantes mayores de diez años y tome a su cargo a los niños para educarlos en el
Bien y la Justicia.
—Pues bien; convenid entonces que lo dicho sobre el Estado y su constitución política
no son en absoluto castillos en el aire, sino cosas difíciles pero posibles de un modo
que no es otro que el mencionado: cuando en el Estado lleguen a ser gobernantes los
verdaderos filósofos, sean muchos o uno solo, que, desdeñando los honores actuales
por tenerlos por indignos de hombres libres y de ningún valor, valoren más lo recto y
los honores que de él provienen, considerando que lo justo es la cosa suprema y más
necesaria, sirviendo y acrecentando la cual han de organizar su propio Estado.
—¿De qué modo?
—A todos aquellos habitantes mayores de diez años que haya en el Estado los
enviarán al campo, se harán cargo de sus hijos, alejándolos de las costumbres actuales
que también comparten sus padres, y los educarán en sus propios hábitos y leyes, los
cuales son como los hemos descrito en su momento. ¿No es éste el modo más rápido y
más fácil de establecer el Estado y la organización política de que hablamos, para que
el Estado sea feliz y beneficie al pueblo en el cual surja? 541a

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